Edth Stein, nuestra hermana

NUESTRA HERMANA Félix Ochayta Piñeiro, nacido ©n Trillo (Guadalajara) ©I24 d© septiembre de 1934, es ordenado sacerdot

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NUESTRA HERMANA

Félix Ochayta Piñeiro, nacido ©n Trillo (Guadalajara) ©I24 d© septiembre de 1934, es ordenado sacerdote el 11 de Febrero de 1968. Licenciado en Filosofía y Teología por la Univer­ sidad de Comillas/Santander realiza los cursos de doctorado en Comillas/Madrid y de Patro­ logía en la Gregoriana de Roma. Desde 1958 es Profesor ordinario de Dogmática en el Semina­ rio de Sigúenza; Prof. invitado de la Facultad Teológica de Burgos. En 1970 es nombrado Rector del Seminario y en 1977 Canónigo Magistral de la Catedral. Miembro de la Sociedad Mariológica Españo­ la, ha escrito sobre temas sacerdotales, mariológicos y ecuménicos.

El autor, conocido por sus publicaciones sobre San Maximiliano Kolbe, polaco de ascendencia germánica y mártir en Auschwitz, se sentía interiormente obligado a escribir sobre Edith Stein, alemana, nacida en Breslau (hoy Wroclaw, Polonia) y mártir también en Auschwitz. Ha llegado como peregrino hasta este lugar en 1979 y hasta Beuron, Espira, Colonia y Echt en 1990, tras las huellas de Edith Stein. En esta Semblanza ha querido presentar a esta gran mujer de nuestro siglo, alemana-judía-filósofa-católica-carmelita-mártir, ante todo como, nuestra hermana. Se trata, en efecto, de una mujer, cuya existencia, caracterizada por la búsqueda apasionada de la verdad, puede servirnos a todos como modelo y estimulo. Se publica el libio intencionada­ mente en el año del Centenario de su nacimiento: 12 de Octubre de 1891. Sobre la validez universal de su testimonio se expresó Juan Pablo II en la homilía para su Beatificación: "Nos inclina­ mos profundamente ante el testimonio de la vida y de la muerte de Edith Stein, la hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo, sor Teresa Benedicta de la Cruz: una personalidad que reúne en su rica vida una síntesis dramática de nuestro siglo". (1 de Mayo de 1987). Poco antes el Card. Joseph Hóffner, de Colonia, había escrito: "Edith Stein es un regalo de Dios, una llamada y una promesa para nuestra época". La lectura de este libro ayudará a comprobar la exactitud de estas afirmaciones.

Edith Stein Nuestra hermana

Félix Ochayta Piñeiro

INDICE PORTICO............................................................................. FUENTES Y BIBLIOGRAFIA............................................... I LA FAMILIA DE UNA HIJA DE ISRAEL................... Judía y cristiana.Los antepasados.- Siegfried y Augusta.Los hermanos y las hermanas.Alemana y prusiana. II ADOLESCENCIA Y VACIO RELIGIOSO................. La madre.- Pérdida de la fe infantil. III LA BUSQUEDA DEL SENTIDO DE LA VIDA........... Breslau 1911-1913.- Gotinga 1913-1915. IV ANHELO ARDIENTE DE LA VERDAD..................... Mi secreto para mí.Antes a la cárcel que mentir.El encuentro con la Cruz. V EL ENCUENTRO CON LA VERDAD ....................... Friburgo 1916-1918.Experiencias y llamadas.Bergzabem 1921. VI COMO JESUS, SIGNO DE CONTRADICCION....... Esto es la Verdad.Incomprensión en su familia.-

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T o rc e d M oH w in

Vil

VIII

PROFESORA Y CONFERENCIANTE ...................... La Señorita Doctor.Instrumento del Señor.Beuron. MENSAJE A LA M UJER............................................ Feminista cristiana.Igual dignidad; complementariedad; diferenciación.El estado de vida propio de la mujer.

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IX

MARIA, LA MUJER ARQUETIPO Y MODELO La maternidad de María, prototipo de toda maternidad.Maternidad y virginidad como formas de existencia de la mujer.- La mujer casada; la mujer en la vida profesional; la mujer consagrada a Cristo X TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ ................ Difícil y gozosa decisión.Nuestra tarea es amar y servir. XI LA SUBIDA AL MONTE CARMELO...................... Estar en presencia de Dios por todos.Ser finito y eterno.Hacia la cumbre del Monte. XII VIA CRUCIS-CIENCIA DE LA CRUZ..................... Las Hermanas de Echt.Testamento espiritual.La ciencia de la cruz. XIII EN LAS MANOS DE DIOS................................... "Ven, marchemos por nuestro pueblo"."Como una Piedad... sin el Cristo".De la Cruz a la Luz. XIV UNA DRAMATICA SINTESIS DE NUESTRO SIGLO Los sueños de una niña.¿Mártir cristiana o judía?.Patriota y universalista.Mujer de ciencia, mujer de fe. XV VARIACIONES SOBRE EL MISMO TEMA ........... "...Ya no existe varón o mujer. En el mundo y en el claustro. ABSIDE ........................................................................ Como María al pie de la Cruz ITINERARIO VITAL DE EDITH STEIN ............................ APENDICES................................................................ Poesías de Edith Stein.Rosa Stein.Oración.Homilía de Juan Pablo II en la Beatificación de Edith Stein.

Imprímase: t Jesús Pía Gandía, Obispo de Sigüenza-Guadalajara Sigüenza, 7 de Junio de 1991, Solemnidad del Sgdo. Corazón de Jesús.

PORTICO 1991 es un año de Centenarios. En España celebramos con especial solemnidad el Quinto del nacimiento de San Ignacio de Loyola, y el Cuarto de la muerte de San Juan de la Cruz, dos grandes santos, que brillan con luz propia en el firmamento de la Iglesia. Menos conocido para muchos, pero no menos importante, es otro Centenario, el Primero del nacimiento de Edith Stein, alemana, judía, filósofa, convertida a la fe católica, mártir en Auschwitz, beatificada por Juan Pablo II el 1 de Mayo de 1987 en la ciudad de Colonia. ¿Qué dice este nombre al español medio? Quizás algo haya oído sobre ella, pero le parece una figura lejana y extraña. Y, sin embargo, esta gran mujer de nuestro siglo está espiritualmente emparentada con la religiosidad española, gra­ cias a su profundo conocimiento de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, quienes ejercieron sobre ella un fuerte y decisivo influjo. Se trata, además, de una mujer moderna, cuya existencia, caracterizada por la búsqueda apasionada de la verdad, puede servir de modelo y de estímulo para tantos otros buscadores, a veces sin norte ni brújula. Buscó la verdad, en primer lugar, en la filosofía, yendo al fondo, a la realidad de las cosas. Acompañó esta búsqueda con la entrega generosa a los demás, de modo particular en el servicio a los soldados enfermos o heridos en la Primera Guerra Mundial. En momentos de soledad y de contacto con personas creyentes experimentó su propia insuficiencia y la necesidad de una fuerza superior. Sobre esta etapa escribiría más tarde: “La búsqueda de la verdad era mi única oración”. No puede extrañar, por ello, que la misma Verdad le salga al encuentro y un día se le descubra por entero, tras leer de un tirón la Autobiografía de Santa Teresa de Avila. Cierra el libro y exclama: “Esto es la verdad”. Abrazará la Verdad en la Iglesia Católica, recibiendo el Bautismo pocos meses después de cumplir los treinta años.

Ante una personalidad de esta categoría, ante este “fenó­ meno” humano y religioso, es preciso preguntarse: ¿Quién es esta mujer? ¿Qué secreto encierra? ¿Cuáles son sus orígenes, su trayectoria vital, su mensfü’e... para la nuyer y para el varón, en este final del segundo milenio? A estas preguntas intenta responder este ensayo o sem­ blanza, publicada casi en su totalidad en EL ECO, Hoja diocesana semanal de la diócesis de Sigüenza-Guadalcgara, a lo largo de los meses que van de Octubre 1990 hasta Mayo 1991 (*). Quiere con ella su autor contribuir, aunque sea modestamente, a un mayor conocimiento de la mujer sabia y al fomento de una auténtica devoción hacia la beata -en camino de santa- de la Iglesia. Permítame el atento lector unas palabras de justificación de su título, que considera a Edith Stein como nuestra hermana. Su autor la ve, en efecto, como hermana universal para todos: cristianos, judíos, agnósticos, ateos... hombres y mujeres. Para todos, cualesquiera sean sus situaciones vitales, trae un mensaje esta singular mujer. Le tocó vivir los años felices y también la desintegración del imperio del Káiser tras la derrota en la guerra del 14-18. Sufrió en su propia carne la discriminación por su con­ dición de muger. Experimentó la soledad y el vacío del agnosticis­ mo y aun del ateísmo. Intuyó la inminencia de la persecución contra los judíos y asistió a su desencadenamiento sobre sus hermanos de origen y sobre sí misma. Se distinguió siempre por su apertura intelectual y vital a la verdad, en la línea de los grandes buscadores como Agustín de Hipona, Teresa de Jesús, John H. Newman... y tantos otros. Siguió a la Verdad encarnada y se abrazó a su Cruz en el silencio del Carmelo y en el holocausto de Auschwitz. Por todo esto, y por muchas más razones, Edith Stein es nuestra hermana y compañera de camino y peregrinación. Su testimonio posee una validez, que supera las fronteras de una

( ) Agradezco la hospitalidad que me brindó su director Pedro Moreno, gran conocedor y divulgador del mensaje de Edith Stein

nación o pueblo. Lo destacó con precisión y rotundidad Juan Pablo II en la homilía pronunciada para su Beatificación. He aquí los párrafos finales de este documento autorizado: “H oy vive la Iglesia del siglo XX un gran día. Nos

inclinamos profundamente ante el testimonio de la vida y de la muerte de Edith Stein, de la renombrada hija de Israel y a la vez hija del Carmelo» Hna. Teresa Benedicta de la Cruz, una personalidad que reúne en su rica vida una síntesis dramática de nuestro siglo. La síntesis de una historia llena de profundas heridas, que todavía hoy es­ cuecen, para cuya curación hombres y mujeres conscien­ tes de su responsabilidad se empeñan con tesón hasta nuestros días; y a la vez una síntesis de la verdad plena sobre el hombre, en un corazón que permaneció tan larga­ mente inquieto y vacío “hasta que por fin encontró su descanso en Dios” (Homilía l-V-1987). Hermana y compañera y, además, intercesora. El autor de estas páginas, que ya había visitado Auschwitz y Breslau (Wroclaw) en 1979, pudo recorrer como peregrino diversos lugares de la presencia y de la acción de Edith, en Alemania y Holanda, los pasados meses de Agosto y Noviembre de 1990. Al escribirlas cumplía, en cierto modo, una deuda contraída años atrás con esta mujer, hermanada en su destino final con Maximiliano M.#Kolbe. Este consumaba su vida en la celda del hambre del barracón 11 del campo de Auschwitz el 14de Agosto de 1941; Edith se ofrecía como víctima de expiación en la cámara de gas, también en Auschwitz, el 9 de Agosto de 1942. Dos testigos de la Verdad y del Amor, a quienes el autor se encomienda y ama de corazón. Agradezco las atenciones de la Hna. Amata Neyer en Colonia y de la Hna. Waltraud Herbstrith en Tubinga; los escritos de ambas han sido ayuda y estímulo constante en la redacción de este trabcgo. Sigüenza, 1 de Mayo de 1991. 4.® aniversario de la Beatificación de Edith Stein.

FUENTES Y BIBLIOGRAFIA La fuente de este trabajo son las obras de Edith Stein, que hemos manejado en su versión original; pocas están traducidas al castellano. Hasta ahora han aparecido trece tomos, editados por Dr. L. Gelber, Romáus Leuven y Michael Linssen. (Herder). Los tomos utilizados son los siguientes: I Kreuzeswissenschaft.- La ciencia de la Cruz, 3.§ ed. 1983.- Hay una traducción española: EDITH STEIN, Ciencia de la Cruz (Edit. Monte Carmelo, 1989). II Endliches und ewiges Sein.- Ser finito y eterno. 3.® ed. 1986. Los tomos III y IV, traducción de las Quaestiones de veritate de Sto. Tomás de Aquino por Edith Stein, no han sido utilizados. V Die Frau, ihre Aufgabe nach Natur und Gnade.La mujer, su tarea según la naturaleza y la gracia, 1959. VI Welt und Person.- Mundo y persona, 1962. VII Aus dem Leben einer jüdischen Familie. Hemos manejado otra edición especial y completa con el título Aus meinem Leben, 1987. Esta edición incluye un suplemento sobre la segunda mitad de la vida de Edith Stein, escrito por la Hna Mana Amata Neyer. Es la Autobiografía. Existe una traducción española: EDITH STEIN, Estrellas amarillas (Edit. de Espiri­ tualidad, Madrid 1973). Es incompleta y la traducción no siempre es perfecta. VIII y IX Selbstbildnis in Briefen (Parte 1- 1916-1934), 1976, (Parte 2 } 1934-1942), 1977. Epistolario. Pío existe edición española, fuera de una selección de trozos de cartas: EDITH STEIN, Selección epistolar (Edit. de Espiritualidad, 1976). X Heil im Unheil. Das Leben Edith Steins: Reife und ioq enc^ung#" Vida de Edith Stein: madurez y plenitud, 1983.

XI Verborgenes Leben.- Incluye algunos ensayos hagiográficos, meditaciones y otros textos espirituales; 1987.- Algunos de estos trabajos pueden encontrarse en la obra EDITH STEIN, Los caminos del silencio interior (Edit. de Espiritualidad, 1988). XII Ganzheitliches Leben.- Incluye varios trabajos sobre formación religiosa; 1990. Algunos pueden encontrarse en el libro antes citado Los caminos... El tomo XIII no ha aparecido todavía. XIV Briefe an Román Ingarden.- Comprende las cartas de Edith al amigo filósofo polaco R. Ingarden; de gran importancia para conocer su evolución interior y su carácter y talante. Acaba de aparecer en 1991. Serán citados según la sigla ESW (Edith Steins Werke) y el tomo en número romanos. El tomo VII se citará según la edición especial con la sigla AML, a la que acompañará la referencia a la edición española con la sigla Estr. Otras obras sobre Edith Stein que hemoá manejado: CHRISTLICHEINNERLICHKEIT Mayo-Octubre 1987, número especial, Viena. EDITH STEIN Leben, Philosophie, Vollendung, ed. Leo Elders, 1991. Contiene todas las ponencias del Simposio Interna­ cional Edith Stein 2-4 Noviembre de 1990 en Rolduc/Holanda. ENDRES, Elisabeth, Edith Stein, Christliche Philosophin und jüdischeMártyrerin (Piper, München, 1987). Es una biografía periodística. FELDMANN, Edith Stein, Judía, filósofa y carmelita (Herder, Barcelona, 1988). HERBSTRITH, Waltraud (Teresia a Matre Dei), Edith Stein, en busca de Dios (Verbo Divino, 1980, 3.® ed.). Es la biografía más conocida en España. HERBSTRITH, Waltraud, El verdadero rostro de Edith Stein (Ediciones Encuentro, 1990). HERBSTRITH, Waltraud, Edith Stein, eine grosse Glaubenszeugin. Leben, Neue Dokumente, Philosophie (Plóger, 1986). Diversos autores: editora la Hna. W. Herbstrith. HERBSTRITH, Waltraud, Erinnere dich-vergiss es nicht (Plóger, 1990). La editora recoge colaboracones de diversos auto-

res, que responden al subtítulo de la obra Edith Stein christ lich-jüdische Perspektiven (Perspectivas cristiano-judías) HERBSTRITH, Waltraud, Edith Stein, Eine Mftrtyrerin des 20. Jahrhunderts (1987), a gran formato, con muchas fotografías. NEYER, María Amata, Edith Stein (Kóln, 1987); breve y valiosa biografía, compuesta para la beatificación y editada por la ciudad de Colonia. NEYER, María Amata, Edith Stein, Su vida en documen­ tos e imágenes (Editorial de Espiritualidad, 1987). VARIOS, En el camino de la verdad: EDITH STEIN (Edit. de Espiritualidad, 1987). Recoge colaboraciones de la Hna. Herbs­ trith, de la Hna. M. A. Neyer y del P. Ezequiel García Rojo.

LA FAMILIA DE UNA HIJA DE ISRAEL Edith Stein, nuestra hermana, nace en el seno de i familia judía por los cuatro costados. Aunque ella abandona n joven la fe de su infancia, siempre se siente miembro vivo pueblo judío. Su conversión y bautismo en la Iglesia Católica, le de desarraigarla, la hace más consciente de la pertenencia a aqi pueblo. Cierto que entonces no valora tanto su consanguinid con los judíos de todos los tiempos, cuanto su pertenencia “Israel de Dios” (Gal. 4,16), al que corresponden/ala adopción, gloria, las alianzas, la ley, el culto, las promesas, los patriare y del que procede según la carne Cristo, que está por encima todo, Dios bendito por los siglos” (Rom. 5,4-5). De esta consang^ nidad con Jesús sentirá ella un santo orgullo, que ni sus mism Hermanas carmelitas comprenderán del todo.

Judía y cristiana Su muerte se debe, sin duda, inmediatamente a su origi judío. Pero en realidad ella había ofrecido su vida como testigo i Cristo y en expiación por la incredulidad de su pueblo, por salvación de Alemania, por la paz del mundo, por todos s familiares. Así aparece en su Testamento espiritual, de Junio i 1939. Por ello puede afirmarse que muere como mártir cristiai y judía. Lo cual no ocurre sin un designio providencial. Esta doble condición judía y cristiana la han vivido y viví hoy otras personas, entre las que cabe destacar al Cardenal Jea: Marie Lustiger, Arzobispo de París. Judío de origen, se convie te a la fe católica y recibe el bautismo a los 14 años. Merece la peí leer sus respuestas en el libro-entrevista “La elección de Dioi (cfr. ed. española 1989, pp. 56-82). Estos convertidos son conscie:

tes de que, al abrazar la fe cristiana, nada pierden de lo que tenía de válido el Antiguo Testamento. En Cristo ven cumplidas todas las antiguas profecías. Así experimentan vitalmente la unión del Antiguo y del Nuevo Testamento. A la luz de esta experiencia no puede extrañar que Edith Stein, cuando ya se oteaba en el horizonte la proximidad de la tormenta contra los judíos, quisiera explicar sus propios orígenes y los valores del pueblo judío. Lo hizo providencialmente en los meses anteriores a su ingreso en el Carmelo de Colonia. Ella, católica convencida y fiel a la Iglesia, quiso aportar su testimonio, mirando sobre todo a la juventud alemana, a la que se quería envenenar con el más feroz antijudaísmo. En el prólogo de sus Recuerdos o Autobiografía escribe: “Sobre todo la juventud, que es educada desde la más tierna infancia en el odio racial, se ve privada de la oportunidad de conocerlos [a los judíos]. Ante ella, los que hemos crecido en el judaismo tenemos el deber de dar testimonio” (1). Para este testimonio se sirve fundamentalmente de las informaciones que consigue en largas conversaciones con su anciana madre, judía convencida y practicante. Estas informacio­ nes llegan hasta los bisabuelos y quedan reflejadas en esta especie de Autobiografía, de gran valor literario y belleza. ¡Lástima que los recuerdos acaben de 1916! Llevados de la mano de Edith nos trasladamos a la casa familiar de Breslau/Silesia (hoy Wroclaw/ Polonia), en la que fueron escritos en su mayor parte.

Los antepasados Con gran finura y precisión nos cuenta Edith mil detalles sobre sus abuelos y bisabuelos, sobre todo los de la línea materna. Menos puede hablar de los de la línea paterna, ya que su padre muere, cuando ella aún no ha cumplido los dos años. El recuerdo del padre le llega casi en exclusiva a través de los relatos de la madre.

Arbol genealógico de la familia Stein. Cada hctfa simboliza un hijo o un nieto. (Tomado de M. A. Neyer, Edith Stein).

De los bisabuelos matemos, padres de once hijos, destaca su modesta posición económica y su religiosidad. Respecto a los abuelos matemos -Salomon Courant y Adelheid Burchardrelata que, tras su matrimonio, se establecieron en Lublinitz. Allí abrieron una tienda de ultramarinos, con la que lograron sacar adelante una familia de quince hijos, entre los que Augusta, la madre de Edith, ocupaba el cuarto lugar. Este matrimonio educó a sus hijos en el amor al trabajo y en la fidelidad a la religión de sus padres. Como detalle curioso narra Edith que su madre a los cinco años fue llevada a una escuela católica. Más tarde el abuelo fundó una escuela privada para sus hijos y los hijos de otras tres familias judías. Allí recibieron la enseñanza de la religión, impar­ tida por un maestro judío. Cómo era aquella enseñanza, nos lo explica Edith: “Apren­ dieron los mandamientos, leyeron partes de la Sagrada Escritura y aprendieron de memoria algunos Salmos en alemán. Mi madre dice que asistía a esta clase con el mayor entusiasmo. Se les había inculcado siempre que respetaran cualquier religión y que jamás debían decir algo contra una religión distinta de la propia. Los muchachos fueron instruidos por el abuelo en el rezo de las oraciones prescritas. El sábado por la tarde se reunían el padre y la madre con todos los hijos que estaban en casa, para rezar con ellos la oración de vísperas y de la noche y explicársela. El estudio diario de la Escritura y del Talmud, que en siglos pasados había sido un deber de todo judío varón y que todavía hoy frecuentemente se conserva entre los judíos del Este, no era ya costumbre en casa de mis abuelos. Pero todas las prescripciones legales eran estrictamente observadas” (2) En este clima religioso fue educada Augusta y sus demás hermanos. Sin embargo, varios de ellos no fueron excesivamente fieles a la fe y doctrina recibidas. Sí lo fue, en cambio, la tía Mika, de la que Edith habla con gran cariño y de la que afirma “que había conservado la fe de los padres y se preocupaba de mantener la tradición, mientras que en los otros la relación con el Judaismo se

había desvinculado de su fundamento religioso” (3). Esta tía tan querida, cuando muchos años más tarde se vea enferma y sola, será acogida en la casa de su hermana Augusta. Siegfried y Augusta Cuenta Edith que su madre tema nueve años, cuando conoció por primera vez al que más tarde sería su esposo, Sieg­ fried Stein. Todos los años la visitaba éste algunas veces; cumpli-

La foto, hecha en 1895, muestra a los padres y hermanos de Edith; la foto del padre ya difunto, es un montaje.

dos los veintiuno, se casó con él. Se instalaron en Gleiwitz, de donde él era. En los primeros años de su matrimonio Siegfried trabaja en el negocio maderero de su madre, ya viuda, Johanna Stein. No le fue bien al joven matrimonio, por lo que unos años después decidieron dejar Gleiwitz y se trasladaron a Lublinitz, la tierra de Augusta. No iba sólo el matrimonio, sino acompañado ya de los tres hyos mayores.

En Lublinitz tampoco les fue fácil la vida. Tuvieron once hijos, de los cuales cuatro murieron muy pequeños. De los siete restantes, que sobrevivieron, tres nacen en Lublinitz, que se añaden a los otros tres que vinieron de Gleiwitz. El último, que es niña, nace ya en Breslau, ciudad a la que se habían trasladado en la Pascua de 1890. Llegados a la bella ciudad de Breslau, capital de la Baja Silesia, alquilan un local para abrir un nuevo negocio maderero. No marchará éste muy boyante, cuando un día de Julio de 1893 una súbita desgracia trae la tristeza y el luto a la familia SteinCourant. Víctima de una insolación muere el padre Sigfried en medio del bosque, durante un visge de negocios. Contaba solamen­ te cincuenta años. Los hermanos y las hermanas Pero, cortando el hilo de esta historia, demasiado esque­ mática, entremos ya en la casa de la familia Stein. Vamos a ir conociendo a los hermanos de nuestra Edith. Paul es el mayor de todos, pues nace en 1872. Empleado de banca, casó con Gertrud Werther, con la que tuvo dos hijos. En 1943 fue deportado junto con su esposa al campo de concentración de Theresienstadt, donde murió. Le sigue una niña, Else, nacida en 1874. Trabaja al principio en el negocio familiar y más tarde se hace maestra. Años después se traslada a Hamburgo, dedicándose a la enseñanza. Allí conoce al médico Dr. Max Gordon, con el cual contrae matrimonio en 1903. Les nacen dos hijas y un hijo. La familia al completo pudo escapar a la persecución, emigrando en el momen­ to oportuno a Colombia. El tercer hijo de Sigfried y Augusta, Amo, nace en 1879, en Gleiwitz, al igual que Paul y Else, según hemos indicado antes. Permaneció siempre como empleado y res­ ponsable, junto a su madre, en el negocio familiar de la madera. Casado con Martha Kaminski, tuvo cuatro hijos: Wolfgang, Eva, Helmut y Lotte. Al arreciar la persecución contra los judíos, padres e hijos pudieron emigrar a Estados Unidos, excepto Eva, que muñó en un campo de concentración. Ya en Lublinitz nacen Frieda, en 1881, Rosa, en 1883 y Erna, en 1890. La mayor de las tres casó con un viudo, con el que

tuvo una hija, Erika, pero el matrimonio terminó pronto en separación y Frieda volvió a la casa paterna. La niña Erika llenó de alegría el hogar de su abuela y de sus tías. Permaneció siempre fiel creyente judía, la única durante muchos años junto con su abuela Augusta. Frieda, su madre, pereció en un campo de concentración. De Rosa se ha de hablar más adelante. Quedó en la casa, ocupándose de las tareas domésticas, ya que la madre había de llevar el peso del negocio. Permaneció soltera. Era una miyer despierta y activa. Fue la que mejor entendió, desde el principio, la conversión de su hermana Edith y, años más tarde tras la muerte de su madre, recibió el bautismo en la Iglesia Católica, cumpliendo un deseo largamente acariciado. Acompañó a Edith los últimos años en Echt (Holanda) y junto con ella sufrió el martirio en Auschwitz. Nos quedan ya sólo las más pequeñas, Erna y Edith. Se llevaban poco más de un año, por lo que eran tratadas como si fueran mellizas. De hecho durante muchos años compartieron juegos, aficiones, estudios, ilusiones... Ambas, a diferencia de los demás hermanos, consiguen el título de Bachillerato o Abitur. Al mejorar la situación económica familiar, ambas pueden realizar sus estudios en la Universidad. Erna cursó la carrera de Medici­ na, especializándose en Ginecología. Casó en 1921 con su antiguo compañero de estudios, también médico, Dr. Hans Biberstein, gran amigo también de Edith. Tuvieron una hija, Susan, y un hijo, Emst Ludwig, quienes todavía viven. Padres e hijos lograron emigrar a tiempo a Estados Unidos, librándose así de un seguro exterminio. Erna murió en 1978, trece años después que sú marido, rodeada de sus hijos, nietos y biznietos. En su ya citada Autobiografía dedica Edith tres capítulos completos a sus relaciones y trato estrecho con su queridísima hermana Erna. Llevan estos títulos “El mundo de las dos más pequeñas” (cp. II); “La evolución de las dos más jóvenes (cp. IV); “Diario de dos corazones juveniles” (cp. VI) (4). Estos capítulos

(4)

ib. 37-53 (55-66); 89-154 (85-142); 193-208 (175-190)

constituyen un tercio del libro y están llenos de anécdotas, des­ cripciones de la vida estudiantil, apuntes sicológicos, etc. Toda su vida permanecieron muy unidas las dos herma­ nas. Aunque Erna no logró entender la conversión de su hermana, respetó siempre su decisión y actuó como mediadora ante la madre. Terminada la Guerra del 39-45 regresó temporalmente a Alemania y visitó el Carmelo de Colonia, en el que había vivido su hermana Edith durante más de cinco años. Una de sus interlocu­ tores en aquella visita fue la Hna. María Amata Neyer, que había ingresado en el Carmelo de Colonia, del que ha sido Priora en numerosas ocasiones a partir de 1961. En una breve biografía, escrita con ocasión de la beatificación de Edith Stein, relata su encuentro con Erna: “La primera visita de Erna Biberstein-Stein a nuestro Carmelo de Colonia, después de terminada la guerra y de conocerse el atroz final de su queridísima hermana Edith, es para mí inolvidable. Nunca vino a sus labios ni el más leve asomo de un reproche, por el hecho de que no pudiera ser mejor protegida en el convento nuestra hermana y su hermana” (5).

Alemana y prusiana Esta fue la familia de nuestra hermana Edith. Había que presentarla, para conocer sus raíces y el ambiente, en que se des­ arrolló su infancia y juventud y que marcó toda su existencia. Ella misma, en su Autobiografía, concedió gran importancia a esta historia familiar. Nos ayuda a entender su vida y su destino. Pero no seríamos completos, si no aludiéramos a otro hecho que caracteriza igualmente todo el curso vital de nuestra biogra­ fiada. Edith Stein fue y se sintió siempre alemana y prusiana. Llama la atención que todos los nombres de sus hermanos, y aun de sus padres, son alemanes, no judíos. Amó a su Patria y dio pruebas de este amor, cuando surgió la ocasión. Con gran sentido patriótico se ofreció como enfermera auxiliar en el hospital de campaña y actuó en él varios meses, durante la Gran Guerra. Siguió, como alemana culta y consciente, los avatares del cambio (5)

M. AMATA NEYER, OCD, Edith Stein (Kóln, 1987) p. 19

político de Alemania tras la guerra. Ejerció un magisterio incan­ sable con sus lecciones y conferencias en muy diversas ciudades de Alemania. Ofreció su vida por Alemania, de la que tuvo que huir, siendo inmolada en Auschwitz como víctima expiatoria por los pecados de su pueblo, por la salvación de Alemania y por la paz del mundo. Edith Stein, judía, alemana-prusiana, filósofa, católica, carmelita, mártir... Esta gran mujer de nuestro siglo tiene mucho que decimos. Vamos a comprobarlo, repasando las etapas princi­ pales de su vida y escuchando su mensaje.

ADOLESCENCIA Y VACIO RELIGIOSO La vida de Edith Stein, que estamos comentando, es un largo caminar hacia la Verdad. Ella la buscó, durante muchos años quizás inconscientemente. Con frase certera supo formular más tarde el valor de esta búsqueda: “Quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no lo sea". Dios tiene sus caminos para cada persona. En carta a una amiga, diez años después de su bautismo, escribe Edith: “Dios lleva a cada uno por su propio camino; uno alcanza la meta más fácil y rápidamente que otro...” (6). ¿Cómo llevó Dios a Edith Stein por su propio camino? Antes de llegar a la luz hubo de pasar por un túnel de vacío y obscuridad en los años de su adolescencia y primera juventud. Vamos a observarla y acompañarla.

La madre Su infancia en Breslau (hoy Wroclaw), donde había nacido el 12 de octubre de 1891, fue plenamente feliz. Ella misma nos lo cuenta en la citada autobiografía, escrita poco antes de su ingreso en el Carmelo en 1933. Esta bella y sugerente narración nos servirá de guía para toda esta etapa. Por ser la última de once hermanos -cuatro muertos prematuramente-, la “benjamina” de la casa, era la preferida de su madre. Esta gran mujer, por nombre (6)

ESW VIII p. 98.

Augusta, al morir su esposo Sigfrido en 1893 de una insolación, hubo de hacerse cargo del negocio familiar maderero. Edith la describe como la mi^jer fuerte de la Biblia (cfr. Prov. 31,10 ss.). Para los hijos menores, sobre todo, hubo de hacer de madre y “de padre”. De ella aprenden todos ejemplo permanente de abnega­ ción y laboriosidad. Edith escribiría: “No era fácil alimentar y vestir a siete hijos. Nunca hemos pasado hambre, pero sí hubimos de acostumbramos a una vida de gran sencillez y economía”. (7). Otro importante valor poseía aquella mujer, que no fue apreciado por los hijos: el religioso. Estaba profundamen­ te enraizada en la fe en Dios Creador y Señor según la religión judía. Se sentía dependiente y confiada en El. Edith relataba unas palabras de su madre a este respecto: “Algún tiempo después, cuando yo había perdido mi fe de la infancia, me dijo en una oca­ sión, como una prueba de la exis­ tencia de Dios: No puedo creerme que todo lo que he conseguido lo debo a mis propias fuerzas”... (8) La madre de Edith Quiso transmitir esta misma fe a sus hijos, pero éstos se dejaron influenciar por el ambiente liberal arreligioso, entonces dominante en muchos sectores del judaismo y también del cristianismo.

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Pero Dios lleva a cada uno por su propio camino. Edith recuerda con simpatía aquel ambiente religioso familiar: “Entre los grandes acontecimientos de la vida del hogar están, junto con las fiestas familiares, las grandes fiestas judías, sobre todo la Pascua, que casi coincidía con la cristiana... La celebración de la fiesta, sin embargo, tenía algo de doloroso, porque no participa-

(7) (8)

AML 17; Estr 33. ib 35; 48

ban con devoción en ella más que mi madre y los pequeños... Aún más importancia teman las fiestas del Año Nuevo y la de la Expiación...”. Hasta los trece años y medio o los catorce participa­ ba Edith en estas fiestas y acompañaba a su madre a la Sinagoga. Y más tarde, aun después de perder la fe judaica, guardará algunos ritos como el ayuno prescrito para la fiesta de la Expia­ ción. Lo cuenta así: “A partir de los trece años yo lo he observado y ninguno de nosotros se dispensaba del ayuno, aun cuando no compartíamos ya la fe de nuestra madre y fuera de casa no practicábamos las prescripciones rituales”. (9)

Pérdida de la fe infantil Es la tragedia de muchas familias, aun cristianas, también hoy. Los hijos se descarrían y abandonan la práctica religiosa. Edith pasó por esta etapa de obscuridad y abandono de los catorce a los veintiún años. Al describirla más tarde llega ella misma a llamarla “etapa de ateísmo”, nunca militante ni polémico. Con humildad y verdad dirá, refiriéndose a su estancia en casa de su hermana Elsa, que vivía en Hamburgo y era totalmente descreí­ da: “Aquí con plena conciencia y libre decisión abandoné la oración” (10). ¡Pobre Edith...! Pero Dios tiene sus caminos para ella. En otro lugar escribe: “Ya he contado cómo perdí mi fe infantil y cómo^casi al mismo tiempo comencé, dándomelas de persona independiente, a sustraerme a toda tutela de mi madre y mis hermanos”. (11). Llegados a este punto es preciso preguntarse: ¿Fue Edith verdaderamente atea? Pienso, siguiendo el parecer de varios autores, que este período más que de ateísmo esta marcado de indiferencia y vacío religioso. Dios en su Providencia no permitió que cayera en graves desórdenes morales. Quizás pesó también el ejemplo de la madre. Por lo demás Edith ama la verdad y odia toda forma de mentira. Gusta de hacer el bien a sus semejantes. Hay en ella un fondo de bondad natural, que delata la acción secreta de (9) (10) (11)

ib. 43.47; 57.61 ib. 121; 112 (mal traducido). ib. 111; 104.

la gracia de Dios en su alma. La siembra hecha por su madre no quedó baldía en estos años obscuros de su adolescencia y primera juventud. Muchos años más tarde, poco antes de su muerte y cuando escribía su obra mística sobre “La ciencia de la Cruz”, hace esta observación: “El alma del niño es blanda y dúctil. Lo que en ella penetre, puede estar informándola toda la vida. Cuando los hechos de la historia de la salvación penetran en el alma del niño debidamente, puede que se hayan colocado las bases para una vida santa”. (12). ¿Se acordaría la Hna. Teresa Benedicta de la Cruz de los años de su infancia? Es muy probable. El lector querrá saber qué hace nuestra hermana Edith en este período de su vida. Es buena estudiante. Algunos la llaman la "lista” Edith; pero a los catorce años se cansa de estudiar y abandona. Es la etapa de su estancia en Hamburgo, que ya conocemos. Reflexiona y a los dieciséis reanuda con nuevos bríos la tarea escolar. Recupera el tiempo perdido mediante clases particulares y estudio intensivo. A los diecinueve consigue el título de Bachillerato -en alemán Abitur- con las mejores califi­ caciones. Por la brillantez con que realiza los exámenes escritos queda dispensada de la prueba oral. Destaca especialmente en Alemán, Latín e Historia. Es el 3 de marzo de 1911. ¿Cómo va a orientar su futuro? Es clara su vocación intelectual. Quiere estudiar filosofía. En su vao^o interior cree y espera que la filosofía le traerá alguna luz. Breslau, Góttingen, Freiburg... son las etapas de su carrera universitaria. Aunque ella todavía no lo sabe, Dios la va llevando por su propio camino.

LA BUSQUEDA DEL SENTIDO DE LA VIDA Edith Stein tiene diecinueve años cuando consigue el título de Bachillerato el 3 de Marzo de 1911. En abril del mismo año se matricula en la Universidad de su ciudad natal para el Semestre de verano. Es una joven con un elevado ideal ético, aunque religiosamente agnóstica o indiferente. Como materias o asigna­ turas principales escoge Psicología, Historia, Germanística y, por supuesto, Filosofía.

Breslau 1911-1913 Va a la Universidad no para “sacar” buenas notas o para “colocarse”. Quiere aprender, saber; quiere encontrar y dar un sentido a su vida; busca la verdad sobre sí misma y sobre el mundo. Durante los cuatro semestres de su permanencia en Breslau se siente a gusto en su “Alma mater”, aunque no le satisfacen las lecciones de la mayoría de sus maestros, demasiado impregnados del idealismo kantiano, que cierra el camino racio­ nal alas realidades suprasensibles..., las verdades que ella busca. Sin haberlo querido directamente tiene su primer contacto literario con Jesús el Cristo, al estudiar la versión de Ulfila, en antiguo alemán, de los Evangelios. Le gusta el silencio, la refle­ xión, la paz. A veces, según sus propios recuerdos, se sienta en un

aula vacía de la Universidad para pensar. Con frecuencia pasea por el camino que lleva a la Catedral católica de su ciudad, aunque entonces no comprende el sentido y valor de la oración. No pierde el tiempo, sino que lo ocupa en la lectura, en el estudio, en la ayuda a estudiantes más jóvenes mediante leccio­ nes de repaso. Esta inmersión en el estudio la distancia un poco de su familia. Escribe: “Mi familia me veía casi sólo a las horas de comer... Cuando me sentaba a la mesa, mis pensamientos estaban frecuentemente todavía en el trabajo, y hablaba poco. Mi madre acostumbraba a decir que se me podía poner cualquier cosa en el plato, sin que yo me diera cuenta” (13). No pensemos en falta de cariño a su familia por parte de Edith. Al contra­ rio, por su madre sentía un gran amor y verdadera devo­ ción. En las fiestas familiares participaba siempre gustosa­ mente y hasta a veces compo­ nía poesías de circunstancias. ¿Por qué, entonces, era tan poco expansiva? Ella misma nos responde: “Mis problemas filosóficos nada tenían que hacer en la mesa familiar. Una vez mi madre entró en mi habitación, cuan­ do estaba yo enfrascada en Estudiante Platón. Me cogió el libro para ver el asunto en que yo estaba sumergida. Completamente des­ concertada dijo: “¡Desde luego, sabes mucho! (14). Era otro mundo para la madre. Reflexionando más tarde sobre estos años, ya convertida a la fe católica, reconoce Edith con sinceridad que era demasia o (13) (14)

AML 183; Estr. 166. ib; 167.

exigente y crítica. Más aún, confiesa: “Vivía en el ingenuo autoengaño de que todo en mí era correcto, como es frecuente en personas incrédulas que viven en un tenso idealismo ético. Creen que, por estar uno apasionado por el bien, ya es uno mismo bueno (15). En todo caso el hecho es que Edith, por los consejos y ejemplo positivo de su madre y por el influjo más secreto de la gracia, se mantuvo moralmente sana en todos estos años. En su Relato, a modo de “Confesiones” al estilo agustiniano, con humildad y con verdad alude a sus convicciones y vida moralmente sana. Refiriéndose a lina actuación de un amigo estudiante, que usaba un tono frívolo al tratar temas eróticos de una novela, se siente molesta y dispuesta, si preciso fuera, a romper la amistad menos limpia, y añade: “Yo no quería tener trato con gentes, que en este punto no fuesen completamente limpias”. (16) ¡Valiente muchacha, nada vulgar ni conformista! Signo de esta altura de miras son sus ideas sobre el matrimonio en esta época. Dejemos que ella nos lo explique: “En medio y junto a toda la entrega al trabajo yo mantenía la esperanza en lo íntimo del corazón, de un gran amor y un matrimonio feliz. Sin tener la menor idea de la fe y de la moral católica, vivía penetrada del ideal del matrimonio católico” (17). Así era nuestra hermana Edith, noble, idealista, trabajadora; pero le faltaba algo. Ella lo sabe... y por eso busca más.

Gotinga 1913-1915 Son muchas sus preguntas interiores, para las que en Breslau no encuentra respuesta satisfactoria. Los estudios de Psicología le parecen insuficientes: necesita apoyarse en cimien­ tos más sólidos. Ha oído hablar de Edmund Husserl, que enseña en Gotinga (Gottingen). En las vacaciones de Navidad de 1912 lee su libro Investigaciones Lógicas”. Es como un descubrimiento, una apertura a la realidad de las cosas. Es ella quien nos lo explica: Las Investigaciones lógicas eran un abandono del

idealismo crítico y del idealismo de cuño neokantiano...: el cono­ cimiento parecía ser de nuevo un “recibir” que terna un estatuto regulador en la cosa y no -como el criticismo- en el que el conocimiento es un “determinar”, cuya ley connota a la cosa”. Eran como una vuelta a la filosofía del realismo, como "una nueva escolástica" (18). En las lecciones de Husserl esperaba Edith encontrar el camino hacia la realidad, es decir, la verdad. Y a Gotinga marcha. Este período, 1913-15, es el más decisivo de su vida antes de la conversión. A sus veintiún años es una joven universitaria, ansiosa de saber, generosa con sus amistades, más abierta a su familia, a la que escribe una carta semanalmente. Gusta de hacer largos paseos y excursiones por las montañas cercanas y visita los monumentos artísticos más importantes. Ha venido, por encima de todo, a estudiar la Fenomenología. Trabaja con entrega total; se levanta a las seis y sólo a medianoche se retira al descanso. Pasa por la experiencia propia de todo estudiante: lecturas, repasos, a veces “embotellamientos”... para realizar su licenciatu­ ra y preparar su doctorado. Pero éste es sólo el lado externo de su existencia. Interior­ mente se ve sometida a un verdadero combate que durará varios años. Varias veces alude a ello en su Relato autobiográfico: “Atravesaba una crisis interna, desconocida por mis familiares y que no podía resolver en casa”. Y en otro pasaje añade: “Por aquella época mi salud no iba muy bien a causa del combate espiritual que sufría en total secreto y sin ninguna ayuda huma­ na" (19). La fase más aguda acontece algo más tarde, pero está presente ya en estos años. En el fondo se trata de una búsqueda del sentido de su vida, o mejor, de la verdad. La preparación de su tesis doctoral sobre la “Empatia” es descrita así: “Esta lucha por la claridad se cumplía

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ib. 219 s; 201. Edith estaba verdaderamente entusiasmada con Husserl. En una fiesta estudiantil le componen unos versos: «Alguna muchacha suerta con un so (Busserl), sólo Edith suefta con Husserl En Góttingen lo tendrá delante de si vivito»*. (188; 172). ib. 205-207; 186-188

ahora en mí a través de grandes sufrimientos y no me dejaba descansar ni de día ni de noche. En aquella época perdí el sueño y esto ha durado muchos años hasta que volví a tener noches tranquilas”. (20) En este período tiene sus primeros contactos con el ámbito más misterioso de la fe en Cristo. Lo tiene, sobre todo, a través del filósofo Max Scheler y de otras personas, así como de aconteci­ mientos singulares. La verdad en persona se va acercando a ella.

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ib. 246; 226.

ANHELO ARDIENTE DE LA VERDAD Los años pasados por Edith Stein en la Universidad de Gotinga (1913-15) son quizás los más decisivos en orden a su transformación interior. En ellos madura humana e intelectual­ mente, preparando su tesis doctoral sobre “La Empatia”, no sin grandes sufrimientos. Más tarde, refiriéndose a este período, que se prolonga hasta 1921, dirá: “Mi anhelo por la verdad era una única oración”. Y es verdad. Oraba, sin saberlo conscientemen­ te. Cuando en el verano de 1921, tras la lectura de la autobiografía de Santa Teresa de Jesús, exclama “Esto es la Verdad”, culmina un largo proceso de búsqueda. Pero... en realidad ¿quién busca a quién? ¿Busca Edith la verdad, o más bien es la Verdad quien busca a Edith? ¿Cómo la verdad -la gracia- conduce a Edith?

Mi secreto para mí Toda conversión es un misterio. Nunca describió Edith Stein en detalle el misterio de su conversión. Solía decir a quienes le preguntaban: “Secretum meum mihi” = Mi secreto para mi. Sin embargo podemos rastrear algunas pistas en sus escritos poste­ riores y en diversos acontecimientos de su vida.

r Años más tarde, en un trabajo sobre “La estructura ontológica de la persona”, recordando sin duda su propia historia, escribe: “El alma sólo puede encontrarse a sí misma y su paz en un reino, cuyo Señor la busca a ella no por sí mismo sino por causa de ella... Es el reino de la gracia... el reino de la altura... el reino de la luz. Cuando la gracia irrumpe en el alma, entonces ésta se ve inundada de lo que entera y exclusivamente a ella misma le está proporcionado”. Y un poco más adelante prosigue: “La gracia puede llegar al hombre sin que él la busque, sin que él quiera. La pregunta es si ella (la gracia) puede completar su obra sin la colaboración de la libertad del hombre... Es claro que la libertad de Dios, que denominamos omnipotencia, encuentra una frontera en la libertad humana”. (21). Frases como éstas parecen una descripción a posteriori de lo que pasó en ella misma. La gracia irrumpió en Edith y encontró la colaboración de su libertad, aunque no sin resisten­ cias, retrasos y sobresaltos, en los años que van de 1915 a 1921. Todos los biógrafos señalan la importancia del encuentro de Edith con el fenomenólogo Max Scheler, judío converso al catolicismo. Lo describe ella misma en sus memorias en estos términos: “Tanto para mí como para otros muchos la influencia de Scheler fue algo que rebasaba los límites del campo estricto de la filosofía. Era la época en que se hallaba plenamente imbuido de las ideas católicas y hacía propaganda de ellas con toda la brillantez de su espíritu y la fuerza de su palabra. Este fue mi primer contacto con un mundo hasta entonces para mí completa­ mente desconocido. No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de “fenómenos”, ante los cuales no podía pasar ciega. Las barreras de los prejuicios racionalistas, en los que me había educado, cayeron y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mf\ (22) En adelante la fe no le será extraña. En enero de 1915, después de realizar unos exámenes previos a su doctorado con

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ESW VI p. 145 s. AML 229 s.; Estr. 211.

gran brillantez, lo comunica gozosa a su madre. Esta la felicita y le dice que piense en Aquel a quien debía el éxito. Comenta Edith al respecto: “Yo había aprendido en Gottingen a tener respeto ante las preguntas de la fe y por las personas creyentes. Hasta iba ahora con mis amigas algunas veces a una iglesia protestante, pero todavía no había reencontrado el ca m in o hacia Dios. La mezcla de política y religión, que caracterizaba allí los sermones, no podía llevarme al conocimiento de una fe pura y me repelía frecuentemente” (23). En cualquier caso la religión ya no le es extraña.

Antes a la cárcel, que mentir En este caminar hacia la Verdad hay otro acontecimiento importante en este período. Terminados los exámenes se ofrece Edith como enfermera auxiliar de la Cruz Roja para ir al frente. Era una decisión tomada ya el año anterior al estallar el 31 dej ulio de 1914 la guerra. Se había hecho esta reflexión: “Ahora no tengo vida propia. Todas mis fuerzas se dfeben al gran acontecimiento. Cuando la guerra haya pasado y, si por entonces aún vivo, podré pensar en mis asuntos privados. No terna otro deseo que el de salir lo más pronto posible, preferiblemente al frente, a un hospital de campaña” (24). Y al frente va al año siguiente 1915 como enferme­ ra auxiliar. Su tarea fundamental consistirá en atender a los soldados heridos o con enfermedades infecciosas, en una zona de la actual Checoslovaquia, entonces perteneciente al Imperio austrohúngaro. Son unos meses de entrega generosa y abnega­ ción. Su conducta moral es intachable, a pesar de los peligros que no faltaban. Se hace respetar y respeta a los demás. Cuando regresa, meses más tarde, manifiesta su temple y su amor a la verdad. Se trata de algo más que de una anécdota. Era costumbre que, quienes regresaban del frente definitiva o provisionalmente, llevaran consigo cartas de los soldados sin pasar así por la

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ib. 283; 260. ib. 265; 244.

censura. Edith acepta también este encargo y no duda en incluir en su cartera un paquete de cartas para echarlas al Correo al llegar a Alemania. Al pasar por las frontera es interroga­ da y responde sin titubeos con la verdad. Este comportamien­ to estaba castigado. Poco des­ pués es llamada ajuicio. A la pregunta de si conocía la pro­ hibición responde con la pura verdad y, más tarde, comen­ ta: “A ningún precio habría dicho que no sabía nada de la prohibición. Prefería ir a la cárcel antes que mentir”. (25)

Asistente de Husserl

Me pregunto e invito al lector a que se pregunte: A una persona tan amante de la verdad, ¿cómo no iba a mani­ festársele la Verdad misma?

El encuentro con la Cruz Hemos mencionado antes su encuentro con Max Scheler. Todavía más importante y decisivo fue el contacto permanente de Edith con el matrimonio Reinach (Adolf y Anna) y con el matrimonio Conrad-Martius. Adolf Reinach era un brill ante fenomenólogo y muy apreciado pedagogo. Ambos, Adolf y Anna, se mostraban pro­ fundamente interesados por las cuestiones religiosas en Gottingen y de ellas trataban en reuniones frecuentes con sus amigos, entre los que destacaba Edith Stein. Tanto es así que en 1917 ambos, judíos de origen, recibieron con plena convicción el bautis­ mo, aunque dentro de la confesión luterana.

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ib. 329; 294.

Adolf, docente de filosofía, se había incorporado a filas en la guerra. Precisamente en 1917 pereció en el frente de Flandes. Su viuda, Anna, llamó a Edith para que ordenara el legado filosófico de su marido. Edith acudió sin tardanza a la llamada, pero con la preocupación de no saber cómo ayudar a la viuda en su desconsuelo, pues ella todavía no creía en la vida eterna. Cuál no sería su sorpresa cuando, al llegar, encuentra a la viuda llena de paz y esperanza, aún en medio de la soledad. ¿A qué se debe esta actitud? Pronto lo descubre Edith. Anna le habla de Cristo y del sentido de la Cruz como paso previo a la Resurrección. Queda profundamente impresionada, aunque todavía no dé el paso definitivo. Pero más tarde explica esta impresión: “Este fue mi primer encuentro con la Cruz y con la fuerza divina que transmite a los que la llevan. Vi por primera vez la Iglesia nacida de la Pasión del Salvador en su victoria sobre el aguijón de la muerte. Fue el momento en que mi increencia se rompió y resplandeció Cristo. Cristo en el misterio de la Cruz” (26). A pesar de todo aún han de pasar cuatro años hasta su capitulación ante este Cristo.

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HERBSTRITH, w. El verdadero rostro de Edith Stein (Madrid, 1990) p. 65, cita a Poeselt p. 49.

EL ENCUENTRO CON LA VERDAD Friburgo (1916 -1918) Sorprende, a primera vista, la tardanza de Edith Stein en aceptar a Cristo, tras su primer encuentro con la Cruz en la casa de Anna Reinach. Cuatro largos años han de pasar todavía hasta su total “capitulación” ante el Señor. ¿Qué hace nuestra hermana Edith en estos cuatro años que la separan de su conversión? En los primeros días de Agosto de 1916 había defendido su tesis doctoral sobre “La Empatia” en la Universidad de Friburgo, a la que había sido llamado su querido maestro Husserl. Tras la brillante defensa, calificada Summa cum laude, el Maestro la acepta como su Asistente de cátedra. Tal hecho suponía un reconocimiento público de la valía intelectual de la joven fenomenóloga. No fue fácil, sin embargo, ni agradable su trabsgo, consis­ tente ante todo en revisar los manuscritos del Maestro, ordenar­ los y prepararlos para la imprenta. Dicha tarea se completaba con un buen número de clases para los que querían iniciarse en el método fenomenológico. En lo dos años que dura, Edith no se siente satisfecha, porque Husserl no la ve como una colaboradora, sino más bien como una “criada académica”! Ella tiene más altas aspiraciones. Quiere ser investigadora y, sobre todo, alcanzar una Cátedra universitaria. Presenta una solicitud para su habilita­ ción, pero es rechazada en 1919. Todavía no estaba abierta la carrera académica docente a las mujeres.

Aquel hecho provoca una dolorosa frustración a la doctora Stein y le hace reflexionar. Pero no pierde el tiempo. Se retira a su casa de Breslau, lo que ocasiona una gran alegría a su madre. Allí, los años 1919-1921, en su propia casa da cursos privados de introducción a la filosofía (con más de cincuenta alumnos) y en la Escuela Superior Popular de la ciudad imparte algunas clases de Etica. A la vez escribe diversos artículos sobre temas filosóficos, sicológicos y aun políticos.

Experiencias y llamadas Mientras tanto Dios la va preparando y madurando para el encuentro decisivo. Sus fracasos o frustraciones académicas le hacen sentir su pobreza y experimentar una cierta desconfianza hacia sí misma. Ya cree en Dios y conoce, aunque imperfectamen­ te, a Jesucristo. Va acumulando vivencias o experiencias de tipo religioso, que nunca olvidará. En su viaje,a Friburgo, en 1916, se detiene en la ciudad de Frankfurt. Con una amiga visita la catedral. Nos lo cuenta en su Autobiografía: “Entramos un minuto en la catedral y, mientras estábamos allí en respetuoso silencio, llegó una mujer con su cesta de la compra y se arrodilló en un banco para hacer una breve oración. Esto era para mí algo totalmente nuevo. A las sinagogas y a las iglesias protestantes, que yo había visitado, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí alguien acudía en medio de sus ocupaciones diarias a una iglesia vacía, como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar nunca” (27). Huelgan comentarios. Otra experiencia de oración, la de un campesino, recordará también de su etapa de Friburgo. Lo relata así: “A veces pasába­ mos la noche en la montaña. Una vez nos hospedamos en casa de un campesino en el Feldberg. Nos causó una profunda impresión el hecho de que el padre de familia, católico, hacía por la mañana una plegaria en unión de sus criados y daba la mano a todos antes de que marcharan al campo” (28). No puede, por ello, extrañar que

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AML 362; Estr. 318. ESW X p. 36.

en carta a un amigo le diga sin rebozo: Reza por m f . Aunque no disponemos de muchos datos concretos, consta que Edith lee en estos años el Nuevo Testamento. Lee también escritos del filósofoteólogo danés S. Kierkegaard sobre el problema religioso, pero no la llenan. Es también seguro que leyó los “Ejercicios de San Ignacio", rnÁR bien por simple interés sicológico. Pero, como ella contará tt\ár tarde a su consejero P. Przywara, comprendió ya entonces que una cosa así no se puede leer sin más, sino que ha de practicarse... Llamadas y llamadas..., verdaderos aldabonazos de la gra­ da. ¿Por qué tarda tanto la filósofa Edith, la buscadora de la verdad, en abrazarse con la Verdad? Intentemos dar una respuesta. Una conversión, al estilo de la de Saulo de Tarso, como un relámpago celeste, no es frecuente. La gracia de la conversión es, de ley ordinaria, coronación de una larga y dolorosa evolución, o, si se prefiere, de una serie de gracias actuales. Es el encuentro de la libertad de Dios con la libertad de la criatura. Nos gustaría, a ser posible, una respuesta más explícita de la misma Edith Stein. Ella, sin embargo, sólo ofrece pistas orientativas de su “secreto”. En un escrito de este período, lejos ella ya de todo ateísmo, escribe: “Un ateo convencido llega a descubrir la existencia de Dios en una experiencia religiosa. No puede sustraerse a la fe, pero no se coloca a sus pies, no la deja hacerse eficaz en él; él permanece firme en su cosmovisión científica, que una fe sin alteraciones echaría por la borda” (29). Con estas palabras Edith hace ver que para el acto de fe no basta el asentimiento de la inteligencia; entra en juego la persona entera y ésta tarda a veces en someterse. En forma más clara, ya al final de su vida, explica la relación entre fe y contemplación en su libro “La ciencia de la cruz”. Lo que allí dice podría aplicarse al propio momento de su conversión: “La aceptación de la verdad revelada no tiene lugar por una simple decisión de la voluntad. El mensaje de la fe llega

a muchos que no lo aceptan. Puede ello obedecer a razones o motivos naturales; pero también se dan casos en que, en el fondo, hay como una imposibilidad misteriosa; es que no ha sonado aún la hora de la gracia” (30). Es como decimos que el acto de fe no se debe sólo al asentimiento de la inteligencia, ni a la decisión de la voluntad; hace falta que la gracia intervenga, que suene su hora, sin que sea desoída.

Bergzabem (1921) La hora de la gracia sonó para Edith una noche de ve­ rano de 1921, y ella no resistió. En marzo de dicho año había dejado Breslau para ir a Gottingen. Algunos meses más tarde partió hacia Bergzabern (en el Palatinado) a la casa del matrimo­ nio amigo formado por los filósofos Theodor y Hedwig ConradMartius, con los que pasaba largas temporadas. La esposa Hedwig escribió más tarde sobre esta amistad: “La última vez que Edith estuvo con nosotros nos encontrábamos las dos en una crisis religiosa. Ibamos las dos como subiendo a un estrecho picacho muy juntitas, atentas en todo momento a la llamada de Dios. Y ésta se prodigo, aunque nos condiyo en direcciones confesional­ mente diferentes” (31). De hecho el matrimonio Conrad-Martius, de origen también judío, recibió el bautismo dentro de la confesión luterana. En aquella casa de Bergzabern y aquella tarde de verano estaban ausentes los anfitriones. Edith quedó sola, como esperan­ do una visita misteriosa. De la librería de sus amigos toma un ejemplar de la “Vida de Santa Teresa de Jesús escrita por ella

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ESW I p 164; ed. espafl 228 Cit o o í Herbstrith p. 75

misma”. Empieza a leer y queda tan impresionada, que no puede cerrar el libro hasta terminar su lectura. Pasa la noche entera enfrascada y, cuando por fin lo cierra, exclama: “ESTO ES LA VERDAD”. Ella misma lo relató más tarde. Pero... ¿qué verdad es ésta? No es la simple verdad meta­ física; no es la mera objetividad de las cosas, tras la que anda esta inquieta buscadora. Es la Verdad del Amor de una Persona llamada Jesús. En la Vida de Teresa de Jesús capta Edith esta verdad del amor, porque la hora de la gracia ha sonado para ella. Todos sus prejuicios metafísicos, su temor ante el encuentro con Dios, su zozobra y frustración ante el futuro... caen por tierra en aquel momento. Jesús, el Dios-hombre, el Salvador, se le presenta como la Verdad-Amor, a quien ella tan ardientemente buscaba. “Esto es la Verdad”. Todo cambia a partir de este mo­ mento y Edith saca las consecuencias. A la mañana siguiente va a la ciudad y compra un Catecismo católico y un Misal. Tras unos meses de preparación recibirá el bautismo en la Iglesia Católica el 1 de enero de 1922. Comienza una nueva vida.

COMO JESUS, SIGNO DE CONTRADICCION “Esto es la Verdad”... Esta breve frase encierra un profundo misterio, apenas desvelado. Con ella quiere nuestra hermana Edith indicar que ha alcanzado la ansiada meta, pero no como una conquista propia, sino como un regalo. Atrás queda el último año de intensos combates interiores en su casa de Breslau, que ella describe así: “Atravesaba una crisis interna, desconocida por mis familiares, y que no podía resolverse en nuestra casa... Por aquella época mi salud andaba mal a causa del combate espiritual, que sufría en total secreto y sin ayuda huma­ na alguna” (32). La divina, como es obvio, nunca le faltó. Ahora Edith se siente alcanzada por Aquel, a quien ella busca. No puede extrañar su inmediata decisión de comprar un Catecismo católico y un Misal. Los estudia detenidamente y a los pocos días entra en la Iglesia parroquial católica. Anteriormente había asistido algunas veces con su amiga Hedwig a la protestan­ te, pero aquellos oficios religiosos no llenaban su varío. Gracias a Teresa de Jesús se siente en la Iglesia católica como en su casa. Participa por primera vez en su vida en una Misa católica. Al terminar entra en la sacristía. Se presenta al párroco Eugenio Breitling y le expresa su deseo de recibir el Bautismo. El anciano sacerdote queda conmovido ante el relato de la joven conversa, pero le indica que una decisión tan importante requiere una larga preparación. Edith se muestra dispuesta a sufrir un examen, tan completo como sea preciso, sobre los contenidos de la fe y la exposición del Catecismo...

No sabemos si se realizó aquel examen formalmente. Un amplio diálogo sí existió. De hecho el párroco queda tan impresio­ nado de la fe y de los conocimientos de la filósofa Edith Stein, que acepta su propuesta y reduce el plazo de espera a pocos meses. El día 1 de Enero de 1922, fiesta de la Circuncisión del Señor, se fya como la fecha más oportuna para el bautismo.

Incom prensión en su fam ilia A primeros de Agosto -estamos todavía en 1921- marcha Edith a su casa de Breslau. Su hermana Erna espera el primer hijo y ella quiere ayudarla en las tareas profesionales y caseras. Externamente es la misma de siempre, si cabe más sencilla y cariñosa. Algo notan los demás, pero descono­ cen su cambio interior. Ya es católica en su mente y corazón, aun­ que todavía catecúmena. Quedó atrás la cri­ sis y combate de años anteriores; ahora des­ Habitación en Speyer, hoy oratorio. cansa en el Corazón manso y humilde de Jesús. El problema viene de otra parte... ¿Cómo comunicar a su familia, especialmente a su madre, su conversión a la fe católica? Para entender este problema hay que situarse en el am­ biente de una familia judía. Más de una vez aludió Edith a este hecho, pero sin hacer una narración detallada. Varios años después de su muerte, en 1949, Erna nos lo cuenta con la objetividad del testigo y con el cariño de la hermana: “En septiem­ bre de 1921 nació nuestro primer hijo, Susan, y Edith, que se encontraba en casa, me atendió con tacto exquisito. Ciertamente una fuerte sombra sobrevino en este tiempo, por lo demás tan feliz. Edith me confió su decisión de convertirse al catolicismo y me pidió que preparara el ánimo de nuestra madre. Yo sabía que

se trataba de una de las más difíciles tareas, con las que debía enfrentarme. Bien que mi madre se había mostrado siempre muy comprensiva para todo y nos había dejado a sus hijos libertad en todas las cuestiones, sin embargo, una decisión de este tipo significaba para ella un golpe durísimo. Era, en efecto, una judía verdaderamente creyente y consideraba como nna apostasía el hecho de que Edith abrazara otra religión. También a nosotros nos costó mucho, pero teníamos tal confianza en la convicción interior de Edith que, aunque con dolor, aceptamos el paso dado, una vez que hubimos intentado inútilmente disuadirla de él, en atención a nuestra madre” (33). Este testimonio, aun dentro de su delicadeza y compren­ sión, nos permite adivinar el sufrimiento de Edith -y, en otro sentido, el de su familia- en estos dos meses y medio. Interiormen­ te está llena de paz, pero choca con la incomprensión de sus familiares, sobre todo de su madre Augusta. Esta algo adivina, porque todas las mañanas, según parece, Edith se levanta tem­ prano y sale, regresando no mucho más tarde. La madre dirá más tarde que estas salidas sólo podían ser para ir a la Iglesia. Un día Edith se arma de valor y comunica a su madre: “Soy católica”... No hay recriminaciones por parte de ésta, ni gritos, ni expulsión de la familia. Sólo un silencio elocuente y un sufrimiento mutuo, por distintas motivaciones. Augusta no puede comprender que su hija, la más pequeña, la predilecta... se haga cristiana y católica... Edith, por su parte, no puede explicar a su madre ese misterio de Verdad y Amor, que la embarga... Como Cristo, a quien ya pertenece por la fe, es ella para su familia un signo de contradicción... (Nota: Algunos biógrafos señalan el mes de febrero de 1922 como el momento en que Edith comunica a su madre que es católica).

Teresa Hedwig A mediados o finales de Octubre, cumplidos sus deberes con su madre y su hermana -ya madre de una hermosa niña-,

regresa a Bergzabern a la casa de sus amigos los Conrad-Martius. Allí se prepara al Bautismo con la lectura, la meditación, la oración. El 1 de Enero de 1922, fiesta de la Circuncisión de Jesús -un antiguo rito judío- la filósofa Edith Stein queda incorporada a la Iglesia católica por el Bautismo de Jesús. Ningún miembro de su familia está presente. Como ministro del rito sagrado actúa el párroco Eugenio Breitling. Por deseo expreso de Edith la madrina es su amiga Hedwig, de confesión protestante, quien ha recibido un permiso especial o dispensa del Obispo de Espira. El velo nupcial de ésta sirve como vestido blanco para la neófita. Esta escoge y recibe los nombres cristianos de Teresa Hedwig, en recuerdo de Teresa de Jesús, su amiga del cielo, y de Hedwig Martius su amiga de la tierra. Tras el Bautismo recibe la Primera Comunión, que la incorpora plenamente a Cristo. Un mes más tarde, el 2 de febrero -fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, también de sabor judío- es confirmada por el Obispo de Espira, Mons. Ludwig Sebastian, en la Capilla de su residencia. Los meses siguientes constituyen “la luna de miel cristia­ na” de Edith Teresa Hedwig. Permanece en Bergzabern, dedicada al estudio y a la oración. Experimenta la llamada a vivir radical­ mente su bautismo. Hasta entonces había pensado y tenido la ilusión de casarse. Ahora piensa en otro Esposo. Está decidida a dejarlo todo por El. Teresa de Jesús le ha inspirado la atracción por el Carmelo. Sin embargo deberá esperar, siguiendo prudentes consejos... Hay, además, otro motivo para no precipitarse. ¿Cómo reaccionaría su madre? En las vacaciones de verano regresa a casa. La madre ya ha aceptado o, al menos, “se ha conformado” con la decisión incomprensible de su hija, tan buena y cariñosa. Edith, que cada día participa en la Eucaristía, no tiene reparo en acompañar a su madre a la Sinagoga y rezar allí los salmos... ¡Tampoco lo tuvieron los Apóstoles cuando subían al Templo a orar, aún después de la resurrección del Señor! Edith reflexiona. ¿Entrará en el Carmelo? Pero dejemos que ella misma nos lo cuente: “Cuando el día de Año Nuevo de 1922 recibí el bautismo, pensé que aquello era sólo la preparación para mi entrada en la orden. Pero cuando algunos meses después de mi bautismo me enfrenté a mi madre por primera vez, vi claro que por el momento

no estaba preparada para encajar el segundo golpe. No iba a morirse por ello, pero la llenaría de una amargura, de la que yo ño podía hacerme responsable” (34). Edith acertó. Esta espera de once años no será infecunda, tanto en su maduración, como en su actividad docente y apostóli­ ca.

PROFESORA Y CONFERENCIANTE Es el 14 de Agosto de 1990. Llego a Espira como peregrino, tras las huellas de Edith Stein. Es obligada la visita al Colegio de Santa María Magdalena de las Dominicas y, en particular, a una habitación del mismo. Hoy está convertida en un pequeño y devoto oratorio. Frente a la puerta de entrada aparece un Crucifijo colgado; a su derecha, sobre un podio, un cuadro grande con el retrato de Edith y, al lado, un cirio pascual. En la pared adyacente cuelgan dos facsímiles de manuscritos de Edith y, un poco más abago, sobre una repisa están colocados un candelabro de los siete brazos y una Biblia abierta. Varios asientos invitan al curioso o devoto a meditar sin prisa, a recordar, a invocar la intercesión de la mujer que allí vivió y trabajó más de ocho años. (Cfr. fotografía, pág. 42).

La Señorita Doctor Edith Teresa Hedwig es su nombre completo de bautis­ mo. Tiene treinta años cumplidos. Descartada por el momento la idea de ingresar religiosa, ha de emplear su tiempo y sus cualida­ des en alguna tarea útil, no sólo científica sino también apostóli­ camente. Espira será su campo de trabajo. El cura que la bautizó la presenta al Vicario General de la diócesis, Mons. Josef Schwind, quien a partir de entonces es su consejero espiritual y un amigo cordial. El mismo la recomienda para el puesto de profesora de alemán en el Colegio de las Dominicas.

Comienza su docencia en los primeros meses de 1923 -o quizás ya a finales de 1922teniendo como alumnas a chicas de Bachillerato y otras que se preparaban para Maes­ tras. También asisten a sus clases algunas Postulantes dominicas. Todas y todos la llaman “Frftulein Doktor* = Señorita Doctor. Acostum­ brada a tratar con alumnos universitarios en Friburgo bajaba en cierto modo de ni­ vel con este alumnado. Pero ella es feliz en Espira. En estos años va madurando su perso­ nalidad cristiana y católica. Prepará concienzudamente ____________ sus lecciones. No se conforma con instruir, sino que trata de educar a las muchachas. En todo su porte -y no sólo en las horas de clase- se manifiesta como una excelente pedagoga. Todavía sobreviven algunas de sus alumnas, que la recuer­ dan con cariño y aprecio. Entre los varios testimonios selecciono dos más significativos. El primero pertenece a Gretel K nesch, del que transcribo los párrafos más interesantes: “La Dr. Edith Stein impartía enseñanza de alemán en los cursos superiores de la Escuela; era una mujer muy inteligente, piadosa y modesta en su porte, de treinta años largos. En el recinto del convento habitaba un cuarto sencillo, con muchos libros en largos estantes. Allí pasábamos nosotras, las mayores, algunas bellas e interesan­ tes veladas, literalmente sentadas a sus pies y escuchando sus palabras. Era pequeña, pero agraciada en figura, de cara más bien pálida y con el cabello partido. Un hoyuelo profundo en la barbilla hacía su rostro un tanto interesante. Su porte era generalmente serio y sus ojos se mostraban frecuentemente como tristes. Sin embargo podía reir cordialmente con nosotras las muchachas, cuando surgía algún motivo razonable. La venerábamos de una

manera extraordinaria. Su figura irradiaba algo, que nos conmo­ vía y cautivaba interiormente... Como cristiana profundamente creyente se sentía muy a gusto y segura en la casa de las Dominicas. Con frecuencia tomaba parte gustosamente en la plegaria coral de las Hermanas. Se la veía varias veces al día recogida en profunda y contemplativa oración, arrodillada en un reclinatorio, situado en una esquina cerca del altar... Sus lecciones tenían un gran nivel; con frecuencia nos costaba bastante seguir el curso de sus elevados pensamientos filosóficos, etc". (Narra luego cómo a veces la Señorita Doctor las acompañaba en algunas excursiones. (35). Otra antigua alumna, Berta Hümpfer, pondera la com­ petencia y acierto de su profesora, “Fráulein Doktor”, y añade: “También iba a veces con nosotras al teatro. Trataba mucho con las Hermanas; nos acompañaba personalmente, sacrificando su tiempo libre y se alegraba de habernos dado una gran alegría. Frl. Doktor era sencillamente nuestro gran modelo” (36).

Instrumento del Señor Que no se trata de piadosas exageraciones “a posteriori”, se comprueba por otras fuentes. Se conservan bastantes cartas escritas por Edith en este período, a alumnas y a otras muchas personas. No eran cartas de pasatiempo. Con ellas trataba de ayudar a otros. Baste una cita, de su carta a Erna Hermann (1912-1930), convertida también a la fe católica. Tras varias observa­ ciones le explica cómo actúa: “Yo soy solamente un instrumento del Señor. A quien viene a mí, quisiera yo conducirlo a El. Y cuando noto que no se trata de esto sino que va en interés de mi persona, entonces no puedo servir como instrumento y tengo que pedir al Señor que El se digne ayudar por otros caminos” (37).

otx

u c o f STRITH’ w ’ Edlth Sleín» E,ne flroM e Glaubenszeugln p. 156 s. e f ü w.T™™ W ’ (Hr8fl)’ Er1nnere ««ch-vergiM • • nlchl (1990) p. 236. coW VIII p. 77.

Repasando la correspondencia de estos años y confrontán­ dola con los testimonios de las personas que la trataron se ve claro que la “Señorita Doctor” vivió con total dedicación y abnegación su tarea docente. En el aspecto religioso nada tema que envidiar a las religiosas de la Casa. La que fue su compañera seglar, Uta von Bodman, pintora y profesora de Arte en aquel Centro-hace no muchos años fallecida- recuerda en un precioso relato cómo Edith iba diariamente a la Iglesia a las cinco de la mañana y se recogía en prolongada oración antes de Misa. Según otros testimonios, a veces pasaba la noche en oración. Con frecuencia participaba en los cultos de la Catedral, muy cercana al Colegio. Consta igual­ mente que, aun sin haber ingresado en una Orden religiosa, Edith había hechos los votos privados de pobreza, castidad y obediencia. Vivía una situación equivalente a lo que hoy llamamos un Insti­ tuto Secular (38). ¿Habría que describir este período, según los datos ante­ riores, como una “vida oculta”? Creo que sólo a medias. Quienes bien la conocían y apreciaban, querían que sus cualidades excep­ cionales se pusieran al servicio de la Iglesia y del catolicismo alemán. De hecho en este tiempo Edith no abandona su “profe­ sión” de Filósofa. A la vez que enseña y educa, trabaya en tareas más científicas. Traduce, por consejo del P. Przywara, una parte del epistolario de H. Newmann y las “Quaestiones de veritate” de Santo Tomás de Aquino. Sí. El inglés y el latín le eran familiares, lo mismo que el francés. Lee libros filosóficos. Mantiene su concepción fenomenológica, pero perfeccionada y confrontada con la filosofía y teología de Santo Tomás. Escribe y publica diversos artículos filosóficos y pedagógicos. Y, cuando llega su hora, sale a la palestra de la “vida pública”...

Beuron Eran muchos los que en la Alemania católica confiaban en el talento y en la fe de Edith. Dos hombres se preocuparon especialmente de darla a conocer: el citado P. Przywara y el

(38)

HERBSTRITH, Eln* groua... p. 153-155

49

benedictino P• R*P* hael Walzer. Aquel escribió sobre ella: "Edith Stein era en Santa Magdalena no aólo la mejor educadora de sus alumnas, sino que tenía una influen­ cia decisiva sobre las mismas Hermanas” (39). Por eso la impul­ Cata de Beuron, donde te hotpedaba sa a la acción. Y Edith comprende el valor apostólico del estudio, como escribe en una carta (12-2-1928): aLa posibilidad de cultivar la ciencia como un servicio a Dios, la encontré por vez primera en Santo Tomás, y sólo entonces pude decidirme a dedicarme de nuevo en serio al trabajo científico” (40). El P. Walzer era Abad de la célebre Abadía de Beuron. Cuando en 1927 muere el Vicario General Schwind, Edith queda huérfana espiritualmente. El P. Przywara le aconseja que vaya a Beuron. Y allá va por primera vez en la Semana Santa de 1928. Desde entonces, y hasta su entrada en el Carmelo, pasará en Beuron casi todas sus vacaciones de Navidad y Semana Santa. Beuron será com o “su patria espiritual”. Busca allí una casa, donde hospedarse, cercana a la Abadía, desde la cual varias veces al día va a la Iglesia. Durante horas y horas permanece en el templo, participa en la Liturgia de los Monjes, para poder calmar su sed de oración. Da largos paseos por los alrededores... y prepara sus conferencias. El abad Walzer, dándose cuenta de su valía, le desaconseja entrar por el momento como Religiosa. Le dice que fuera del Claustro tiene importantes tareas que realizar. Edith acepta el consejo y comienza su etapa de conferenciante sobre temas de filosofía, pedagogía, sobre todo acerca de la misión de la mi^jer en la sociedad y en la Iglesia. Son cinco años, 19281933, de desbordante actividad.

(39) (40)

HERBSTRITH, El v ifd td c fo rostro... p 91 ESW VIII p 54.

MENSAJE A LA MUJER Feminista cristiana En sus años de estudiante universitaria Edith Stein fue ardiente feminista, defensora de la dignidad y derechos de la mi^jer. En su propia carne le tocó sufrir discriminación por su condición de mvyer. Varias veces aspiró, tras su doctorado, y trató de conseguir una cátedra de Universidad, pero siempre tropezó con fuertes resistencias, porque la docencia universitaria estaba cerrada a las muyeres. Convertida al catolicismo, su feminismo se serena y cris­ tianiza, haciéndose más objetivo y equilibrado. Ahora no sólo la razón, sino tanto y más la revelación y la fe iluminan su mente y guían su reflexión en su estudio sobre la misión y tarea de la miy er en la sociedad y en la Iglesia. Sus conferencias, en el período que va de 1928 a 1933, tocan diversos temas filosóficos y psicopedagógicos, con especialísima atención a los problemas de la mujer. El P. Przywara es quien las organiza en los primeros tiempos. Luego Edith es llamada por Instituciones o Asociaciones diversas para hablar en un sin número de ciudades alemanas y en algunas extranjeras, como Viena, Salzburgo, Zurich... Su público es predo­ minantemente femenino, pero no falta la presencia de muchos hombres y de bastantes sacerdotes.

Sin pretender enumerar todas estas conferencias -ocupan dos tomos, el V y el XII de sus obras- baste aquí la cita de los títulos de las más importantes: “El ethos del trabsyo de la mujer”, “La vocación del varón y de la mujer según el orden de la naturaleza y de la gracia”, “Vida cristiana de la mujer”, “Fundamentos de la educación de la mujer”, “La misión de la mujer como conductora de la juventud a la Iglesia”, “Valor propio de la mujer en su significación para la vida del pueblo”, “La condición de la mujer”, etc. etc. Sobre otros temas pedagógicos generales o particulares mencionemos: “Verdad y claridad en la enseñanza y en la educa­ ción”, “Los tipos psicológicos y su significado para la pedagogía”, “Educación eucarística”, etc. Todos sus biógrafos subrayan la sencillez de su porte externo junto con la claridad de sus conceptos, la profundidad de su pensamiento, su fidelidad total a la doctrina de la Igle­ sia, su objetividad científica, su visión de futuro... Una mujer que la escuchó más de una vez, María Wilkens, docente y maestra, la recuerda así: “Yo esperaba una imponente dama judía, segura de sí mis­ ma, una gran intelectual como las que había conocido a veces en los movimientos feminis­ tas liberales... Pero no había en ella nada de imponente: no era una personalidad fasci­ nante por su porte o su genia­ lidad. Era una mujer menu­ da, delicada, corriente, vesti­ da con un trsye sencillo y ele­ gante... Tras un carácter casi infantilmente amable al saludar, se escondía en sus ojos pensativos algo como contenido, algo secreta­ mentejovial que ella deliberadamente refrenaba, y que en aquella tensión despertaba casi una especie de temor (o al menos así me pa a Luego hablaba con apacible amenidad, sin retórica, con una dicción clara, bonita, no rebuscada. Se notaba, sin

embargo, una gran fuerza espiritual y una vida interior discipli­ nada y riquísima” (41). ¡Magnífica descripción! Pero... hora es ya de referirnos a su mensaje a la mujer y sobre la mujer.

Igual dignidad; complementaridad; diferenciación.

Estas tres palabras resumen el pensamiento de Edith Stein sobre la mujer. Este tema es considerado por ella no desde una visión perspectivística o subjetiva, sino partiendo siempre de datos objetivos, de una antropología cristiana, cuyos fundamen­ tos se encuentran en el Génesis 1, 16-29 y 2,7 ss. Escribe en su estudio “La vocación del varón y la mujer según el orden de la naturaleza y de la gracia”: “Por tanto, en el primer relato sobre la creación del hombre se habla de la diferenciación de varón y mujer. Pero a ambos se confía conjuntamente una triple tarea: ser imagen de Dios, fructificar en descendencia y dominar la tierra. No se dice aquí que esta triple tarea haya de realizarse por cada uno de manera diferente, pero se puede encontrar señalada sobre todo en la presentación de la separación de los sexos” (42). En el 2.® relato de la creación ve Edith Stein más claramente indicado que la mujer es compañera y ayuda del varón. Con ello se señala la igualdad en dignidad, pero a la vez la complementariedad y la diferenciación. A esta constatación fundamental Edith Stein aplica su reflexión filosófica. La diferencia entre varón y mujer -aun dentro de la igualdad esencial y radical- es más que accidental. En su reflexión tiene en cuenta el axioma escolástico “anima forma corporis” = “el alma, forma del cuerpo”, que implica, a su juicio, una caracterización distinta entre varón y mujer, en cuanto al cuerpo y en cuanto al alma.

(41) (42)

HERBSTRITH, El verdadero rostro... p 113. ESWVp. 19.

Respecto a la cuestión sobre el trabayo o profesión de la muyer Edith toma nnn postura intermedia entre la de las feminis­ tas radicales (para las que todas las profesiones son igualmente aptas para la muyer) y la más tradicional (según la cual la miyer es solo esposa y madre). Ella piensa que, si bien la muyer podría en abstracto ejercer cualquier profesión, hay algunas que en concreto corresponden mejor a su forma peculiar de ser. Nuestra filósofa gusta de señalar la compl ementan edad entre el varón y la mujer en todos los ámbitos de la existencia. Según ella, en el varón resaltan las dotes para la lucha, el mando, la fuerza de decisión. En la mujer, en cambio, ve Edith aptitudes especiales para guardar, proteger y fomentar el desarrollo del ser que nace y crece. La mujer tiene una especial cualidad para valorar lo concreto, lo individual, lo personal. Puede, por su adaptabilidad, realizar las mismas tareas que el hombre, en unión con él o en su lugar, cuando falta. Quizás, al escribirlo y decirlo, estaba pensando en el ejemplo de su madre, viuda muy joven, pero m^jer fuerte y decidida. Edith Stein, pues, subraya la diferencia de sexos, pero sin exageración. Distingue entre vocación primaria y secundaria, tanto en el varón como en la mujer. En este sentido afirma que la vocación primaria del varón es el dominio sobre la tierra, teniendo a su lado en esta tarea como colaboradora a la mujer. Por su parte la mujer posee como vocación primaria la de la generación y educación de la prole, teniendo a su lado como ayuda y protector al varón. Tal concepción no quiere decir que Edith intente relegar a la mqjer a la casa. Ella defiende enérgicamente la necesidad de una formación profesional fuera de casa, no sólo para la mujer soltera sino también para la casada. Pero ve el peligro de la doble profesión y, sobre todo, el peligro de que la mqjer deje de ser “el corazón de la familia y a lm a de la casa”. Esta diferenciación -dentro de la igual dignidad y complementandad- de los sexos, que proviene del orden de la naturaleza, no es suprimida por el orden de la gracia. Es un axioma teológico que la gracia no destruye, sino que perfecciona la naturaleza. Por eso Edith aplica los mismos criterios a la vocación religiosa de varones y mujeres.

El estado de vida propio de la mtyer Varón y mujer son imagen de Dios, cada uno a su modo; ambos están llamados a la perfección y a la santidad. El matri­ monio es un camino santo y abierto a la mayoría de los hombres y muyeres. Pero junto a él está el ideal de la virginidad. Por ello, en la Iglesia, maternidad y virginidad no son realidades antitéticas, sino realizaciones diferenciadas de la vocación total femenina -y en su caso, de la masculina- en el plano natural y sobrenatural. Aun la mujer con vocación al matrimonio debe valorar la virginidad como camino de plena realización humana. No puede olvidarse, a este respecto, que la relación entre los dos sexos ha experimentado una deterioración tras el pecado original. En el estado de inocencia lo inferior estaba sujeto a lo superior; el amor se manifestaba como entrega sacrificada de sí mismo, y no como egoísmo. El pecado introduce un claro deterioro en el mundo y, en particular, en el ámbito de la relación varón-mujer. Por el pecado el amor como don de sí se convierte en búsqueda de sí mismo y en mera satisfacción del propio instinto, y lleva a ambos, varón y muyer, a una mutua esclavización. Con frase certera describe Edith esta situación,cuando considera la sumisión esclavizante de la muyer a los deseos del varón y la esclavización de éste sometido a los deseos de la mujer: “Sucede entonces -escribefácilmente que el déspota se convierte en esclavo de sus deseos y con ello en esclavo de la esclava, que debe causarle satisfacción” (43). ¿Cómo superar este deterioro? Edith no duda en la res­ puesta. Es necesaria una liberación, una emancipación, una redención. Ahora bien, la “emancipación” que proponen ciertos movimientos feministas no conduce a la liberación, sino a la destrucción de los valores de la muyer y, por tanto, a una nueva esclavitud de ésta. Esta liberación o emancipación ha de buscarse por otro camino.

MARIA, LA MUJER ARQUETIPO Y MODELO Edith Stein dirige nuestra mirada hacia Mana, la Mujer, arquetipo y modelo de toda mujer. Ella se presenta a los ojos del creyente como la Mujer auténticamente liberada, emancipada de toda forma de esclavitud. Nos encontramos aquí en el orden de la gracia, pero este orden no destruye el orden de la naturaleza, sino que lo supone, lo perfecciona y eleva, no desde fuera, sino desde dentro (44).

La maternidad de María, prototipo de toda maternidad Nuestra maestra Edith da siempre por supuesto -y parece que con toda razón- que la vocación primaria de toda mujer es la maternidad, sea según la carne, sea según el espíritu. ¿Cuál es su alcance? En el plano natural la acción de la madre sobre el hijo es más intensa que la del padre, va más a la raíz, al menos en los primeros años de la vida del hijo. Pero, además, la madre como esposa ejerce un papel mediador entre el padre y el hijo. Lo que el hijo recibe del padre -rasgos fisiológicos o fisonómicos- lo recibe a través de la madre. Esta, por su parte, enriquecida con los valores del esposo, transmite toda la riqueza de su alma al alma del hijo, creada inmediatamente por Dios. Esta función “mediadora” per­ manece de algún modo durante toda la vida del hijo y no sólo durante la niñez. (44)

En este apartado, como en el anterior, nos ha sido muy útil el articulo del Prof. ZIEGENAUS, Antón, Urblld und HMfe.- Dle Gestalt der Qottesmutter sus der Slcht Edith Stslns, que conocíamos hace unos aAos. Ha sido publicado en la obra EDITH STEIN, L*ben, Philosophie, Vollendung, que recoge las ponencias del Simposio sobre Edith Stein, celebrado en Rolduc/Kerkrade (Holanda) 2-4 Noviem­ bre de 1900, en el que pudimos participar Ocupa las pp. 109-209.

Al hacer estas reflexiones Edith está pensando en la Madre del Señor como modelo de toda madre, pero con una singularidad. María es madre de Jesús sin intervención de varón como padre terreno, o según la carne. Ella comunica a Jesús, en cuanto Virgo-Mater, todo su ser, sus rasgos y valores corporales, aními­ cos y espirituales. Para ésto -para ser digna Madre del Redentorfue preparada por Dios como llena de gracia o Inmaculada. Para esto se preparó Ella en libertad como la Esclava del Señor. Gracias a su disponibilidad u obediencia realiza la misión que Eva, la primera mujer y madre de los vivientes, no pudo realizar. María es la Nueva Eva asociada al Nuevo Adán, Cristo, vencedor del pecado y de la muerte. A este propósito es muy interesante señalar la diferencia entre ambas parejas, Adán-Eva, Nuevo Adán-Nueva Eva. Edith Stein subraya cómo en el primer caso se trata de la pareja varón/ esposo-mi^er/esposa, mientras que en el segundo, de la pareja h^jo-madre. En ambos casos intervienen el varón y la mujer, pero el tipo de pareja no coincide plenamente. ¿Por qué esta diferencia entre el orden de la creación y el de la redención? (45). Dios ha querido que en la redención del hombre intervenga la más pura relación de amor humano, la existente entre madre e hijo. Con ello no se desvaloriza el matrimonio, del que Dios es autor, ni el amor entre los esposos. Pero sí se nos quiere decir que el amor matrimonial ha de ser un amor generoso, que no busque tan sólo la propia satisfacción o posesión. El amor y el servicio respetuoso y abnegado de María para con su hijo ha de servir de modelo para todos, también para los esposos en su mutuo amor y en su amor a los hijos. Esta ejemplaridad es bien comprensible. María recibe el Hijo de Dios como hijo suyo -llega a ser madre permaneciendo virgen- y no lo considera como propiedad o posesión suya. De Dios lo recibe y a Dios lo devuelve, cuando lo presenta en el templo, cuando le ve partir a su Ministerio público y, sobre todo, cuando

lo acompaña hasta su inmolación en la Cruz. Es un amor entera­ mente desprendido, reflejo del infinito Amor redentor de su Hijo. Y es que -reflexionemos- ante Dios ninguna persona tiene derecho a considerar a otra como “posesión” propia. Ni el esposo respecto a la esposa, ni la esposa respecto al esposo, ni los padres respecto a los hijos. Bago la mirada del único Señor de todos el amor se convierte en respeto del otro, en don de sí, en olvido de sí, en comunicación y gozo compartidos, en sacrificio aceptado, en amor redentor. Por eso, al esposo y a la esposa, como a todo hombre y mujer, no les basta ya mirar al viejo Adán o a la antigua Eva -ese Adán y Eva que están en cada uno de nosotros-, sino al Nuevo Adán, el único Redentor del hombre, y a la Nueva Eva, su colaboradora subordinada y dependiente de El. Cristo es, ciertamente, el modelo supremo para todos, con rasgos varoniles, especialmente asimilables por los hombres. María es modelo, en subordinación a Cristo, también para todos, con matices o rasgos femeninos, especialmente captables para las mujeres. Toda mujer debe mirar a María, tanto la que es madre según la carne, como la que trabaya en su casa o la que tiene una actividad profesional fuera de casa, o la que vive su entrega a Dios en el claustro o en el mundo. La Esclava del Señor descubre un horizonte de realización humana a toda muyer. Si no toda mi^jer es o puede ser madre según la carne, en cambio toda mi^jer puede ser madre según el espíritu.

Maternidad y virginidad, como formas de existencia de la mi^jer. La miyer casada; la mujer en la vida profesional; la mujer consagrada a Cristo. Jesucristo ha abierto un camino de realización humana, a la mqjer y al varón, que no pasa necesariamente por el matrimo­ nio o la fecundidad según la carne. Es el camino de la virginidad o celibato. Es claro que en el plano de la naturaleza maternidad y virginidad se excluyen. Sin embargo, por designio divino, en Mana se unen indisolublemente. Ella es la Virgo-Mater, a la que toda mqjer debe dirigir su mirada. Ella es modelo de vírgenes

y de madres. Toda mujer tratará de participar del ideal de la Virgo-Mater, aunque de manera distinta. La mujer que llega a ser madre según la carne, en la unión santa del matrimonio, aunque por este hecho no conserve ya la virginidad corpo­ ral, sin embargo en su miam^ mater­ nidad debe mantener la virginidad espiritual, e. d., la disponibilidad para Dios, la libertad interior, el amor desinteresado que lleva al ser­ vicio y al sacrificio. Por su parte la mujer que permanece virgen -sea median­ te especial consagración en el claustro o en el mundo, sea median­ te la aceptación voluntaria o, al menos, resignada, del hecho-, aunque no alcance una maternidad según la carne, debe, sin embargo, alcanzar y ejercitar una maternidad según el espíritu, e. d. un amor servicial frente a los demás, que brote de su amor indiviso a Cristo, esposo de su alma. ¿Nos damos cuenta de la transcendencia de este modo tan cristiano -y tan humano- de enfocar el problema de la mujer? Edith Stein lo proponía incansablemente en sus conferencias y escritos. Cuando este ideal de la Virgo-Mater es comprendido y aceptado, resulta más fácil resolver situaciones complicadas, vgr. la enfermedad y muerte del esposo, la soledad de una forzosa separación entre esposos, la imposibilidad de obtener por la fuerza “el derecho al matrimonio” o a la maternidad... A la luz de este ideal, la miyer -y en proporción el varón-sabrá evitar las frustraciones o falsas soluciones, que en otro caso sobrevendrían. Aun prescindiendo de situaciones-límite, el ideal de la Virgo-Mater, e. d. el de una maternidad espiritual, ha de guiar a la mvyer en su vida profesional. Sea cual sea esta profesión -si bien, según Edith Stein las de tipo educativo, social, caritativo se

adaptan mejor a la mujer- lo importante es que la miyer ponga en ella su sello servicial y maternal. Escribe Edith: “Si desempeña su misión como María, entonces irradia en su ambiente luz y consue­ lo. A ella se le ha encomendado el infundir paz y amor compren­ sivo en el agetreo de la tecnificada vida moderna”. (46). Con un acento especial vive el ideal de la Virgo-Mater, según Edith Stein, la miyer consagrada a Dios, en la vida religiosa o en el mundo. La miyer que libremente elige para sí la virginidad, en respuesta a una llamada -o la que la acepta, haciendo de la necesidad virtud-se sale, como María del orden natural para colocarse al lado del Señor. Se afana únicamente cualquiera sea su género de vida, contemplativa o activa- por cumplir la voluntad divina y perseverar con Jesús hasta la Cruz. Su virginidad la hace más capaz de una maternidad según el espíritu. Juntamente con María ella es la “Sponsa Christi”, el corazón de la Iglesia, que llena de vida a sus miembros. María da a la Iglesia la vida de su Hijo divino, y la consagrada lleva a Cristo al mundo. No es, por lo tanto, la suya una vida infecunda o frustrada en sus más legítimas aspiraciones. Al contrario, es una vida abierta a los demás, con una fecundidad o maternidad más amplia en el orden del espíritu. En resumen, toda mujer que mira a María ve en Ella el modelo supremo de feminidad. Ve, además, en Ella a la intercesora, a la Madre. Pero no sólo la mujer. María es el Prototipo de la Iglesia, a la que pertenecen por igual varón y mujer. Ahora bien, la Iglesia está frente a Cristo como su Esposa mística. Por ello María es modelo para todos, hombres y mujeres, de receptividad, acogida, entrega.

TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ Reanudamos el hilo biográfico de nuestra hermana y maestra Edith. En estos años de su multiforme actividad como conferenciante intenta de nuevo la habilitación para una cátedra universitaria en Friburgo y Breslau. Pero todos sus intentos fracasan una vez más, ahora no sólo por su condición femenina, sino sobre todo por su origen judío. El antisemitismo ya dejaba asomar su influjo, aún antes de llegar Hitler al poder. En 1932 recibe Edith una llamada para ocupar una cátedra en la Academia Pedagógica de Münster. Ella acepta encantada y durante un año imparte docencia en un nivel casi universitario. Sin embargo, después del semestre de invierno de 1933, se ve impedida y alejada aun de esta cátedra por las disposiciones ant^udías del nazismo. En carta a una alumna (7-5-1933) escnbe: “No puedo impartir clases en este semestre por mi origen judío... No te preocupes por mí... El Señor sabe lo que me prepara”. Pocos días después escribe a su amiga Hedwig C. Martius: “El que no pueda dar clases, no es de lamentar. Creo que detrás de ello está una grande y misericordiosa providencia. Todavía no puedo decirle dónde veo claramente para mí la solución” (47).

Difícil y gozosa decisión De hecho ya había visto la solución ¿No habrá llegado el momento de realizar una vocación largamente anhelada? Ya no hay obstáculos que se interpongan. Sus consejeros espirituales, en particular el Abad de Beuron, Dom Rafael Walzer, da el visto bueno a su decisión: Ingresaré Carmelita. Edith sabe cuánto va a costar a su madre aceptar este hecho, pero es la voz de Dios. En sus cartas de estos meses -Junio y Julio de 1933-sale el tema varias veces. Escribe el 11 a su amiga la Hna. Calixta Kopfc “Le ruego que rece las próximas semanas y meses especialmente por mí y mis familiares, ante todo por mi madre”. Y a la antes citada Hedwig C. Martius, ahora con más claridad, le notifica: “El 147 marcho de aquí a Colonia, por ahora como huésped de las Carmelitas. De mitad de Agosto a mitad de Octubre quiero ir a estar con mi madre, para prepararla poco a poco. Ella ya sabe que voy a ir a un convento de Colonia, pero todavía no le he dicho que tengo la intención de ingresar allí... Para estos difíciles meses en Breslau, me ayudará Ud. con su oración, ¿verdad?” (48). El 26 de Julio escribe a una religiosa contándole sus impresiones sobre los primeros contactos con el Carmelo y termi­ na: “Mi madre comienza ahora a sospechar y a temer. Encomiendo esta urgente intención a su oración” (49). Parecidos sentimientos aparecen en otras cartas de estas semanas. Impresionan fuerte­ mente las dos que escribe a su amiga la célebre escritora Gertrud von le Fort, también una convertida. En la primera de ellas, escrita en Breslau el 9 de Octubre, le dice: “Estoy segura de que Ud. me ayudará a rezar por mi madre, para que le sea concedida la fuerza para soportar la despedida, y la luz para entenderla”. En la segunda, escnta ya en el Carmelo el 17 del mismo mes, se explaya así: “Nunca he hablado a mi madre de Ud. Nunca pude darle ninguna de sus poesías, porque ella rechaza todo lo que se sale de su fe judía. Por eso tampoco ahora fue posible decirle algo, que le pudiera hacer un poco comprensible mi paso. De modo muy especial rechaza ella las conversiones. Cada uno, según ella, debe vivir y morir en la fe, en que ha nacido. Del catolicismo y de la vida (48) (40)

¡b. 141 y 142. ib. 145.

conventual tiene ella unas ideas horripilantes... Como punto de contacto para Ud. veo yo solamente el fortísimo y auténtico amor a Dios, que mi madre tiene, y el amor apasionado por m f (50). En otra carta, escrita el 31 a su amiga Hedwig, cuenta la despedida: “Las últimas semanas en casa y la despedida fueron naturalmente muy difíciles. Fue enteramente imposible que mi madre comprendiera algo. Permaneció firme en su dureza y falta de comprensión; y yo sólo pude marchar por la firme confianza en la gracia de Dios y en la fuerza de nuestra oración” (51). Se trata -reflexione­ mos» de un insondable miste­ rio. Madre e hija se quieren con toda el alma. Ambas bus­ can y creen agradar a Dios. La hija recibe la gracia de la lla­ mada de Cristo y la sigue, abrazándose a la Cruz. La madre no reconoce a Cristo como el Mesías-Salvador y, por eso, no comprende. No juzguemos. Contemplemos con respeto. Dios tiene su camino para cada persona. Edith, ciertamente, sufre mucho. Como muestra de amor escri­ be una carta tod a s las sem anas a su madre y her­ manas. Durante mucho tiem­ Edith Stein, Novicia po la madre no contesta; ni siquiera firma. Son las hermanas quienes dan las noticias sobre la madre, sobre todo Rosa, la hermana que de corazón es católica. Nada, sin embargo, pi^ede empañar al gozo de Edith en el Carmelo. Ella es feliz en los diversos acontecimientos de su vida religiosa. He aquí las fechas más importantes. Ingreso en el (50) (51)

¡b. 152 y 154. Ib. 156.

Carmelo de Colonia: 14-15 de Octubre de 1933, fiesta de Santa Teresa. El 15 de Abril de 1934 es la toma hábito y elección del nombre en religión de Teresa Benedicta de la Cruz. Tras el año requerido de noviciado, el 21 de Abril de 1935 hace su Profesión simple. Tres años después, el 21 de Abril de 1938, realiza su Profesión solemne y perpetua. Su madre había fallecido el 14 de Septiembre de 1936.

Nuestra tarea es amar y servir ¿Por qué ingresa en un Carmelo la Dra. Edith Stein? En adelante habremos de llamarla ya Teresa Benedicta de la Cruz. Este final “de la Cruz” nos da una pista clarificadora. Edith va al Carmelo a abrazarse con la Cruz de Cristo. Por eso es allí feliz, a pesar de los sufrimientos familiares y de la adaptación a la vida conventual. Acaba de cumplir 42 años y tiene que convivir con novicias veinte años más jóvenes que ella y sin un cultura equivalente a la suya. Pero ella es feliz, porque ha llegado al puerto deseado. Será mejor que nos lo cuente, como lo hace a su amiga ya citada, Gertrud von le Fort, el 31 de Enero de 1935: “No puede Ud. imaginar cuán profundamente me avergüenza, cuando alguien habla de nuestra “sacrificada vida”. Una vida sacrificada la he llevado yo cuando estaba fuera. Ahora se me han quitado casi todos los estorbos y tengo en plenitud lo que me faltaba. Ciertamente hay entre nosotras algunas Hermanas, de las que a diario se reclaman grandes sacrificios. Y yo espero que algún día he de rastrear algo más de mi vocación de cruz que ahora, en que todavía soy tratada por el Señor como un niño pequeño” (52). Esta felicidad no pertenece sólo a los primeros meses de “la luna de miel de religiosa”. Permanece siempre en ella y sabe comunicarla a cuantos están en contacto con ella, sea epistolar­ mente, sea mediante visitas al Convento. Se conservan muchas cartas suyas de estos años, muy apreciadas por sos destinatarios. Dos de ellas me parecen especialmente interesantes. Son las

dirigidas a Román Ingarden, polaco de origen y nacionalidad y filósofo-fenomenólogo de profesión, discípulo de Husserl como Edith. Al poco tiempo de su ingreso en el Carmelo le escribe Edith: “Pude imaginarme que Ud. no recibiría enseguida con alegría el paso dado. Pero en realidad debieran alegrarse conmigo todos mis viejos amigos, de que por fin he llegado allí, donde hace tiempo estaba mi sitio. Para mí no se trató de una nueva decisión, sino de la ejecución de una ya muy antigua, que las circunstancias del tiempo obstaculizaron. Y para ninguno de los a mí cercanos significa esto una pérdida, sino que todos deben tener participa­ ción en la ganancia que se me ofrece” (53). Cuatro años después -estamos en 1937- explica al mismo amigo, que no terminaba de comprender, la razón de ser de una vida consagrada a Dios en el claustro. Por su interés reproduzco los párrafos más importantes: “Lo mejor será que le cuente con entera sencillez algo de mi vida. Nosotras creemos que agrada a Dios el escogerse un pequeño rebaño de personas, que deben tener una cercana participación en su propia vida y que creen pertenecer a este grupo de seres felices. No sabemos según qué puntos de vista es realizada la elección. En todo caso, no por dignidad o méritos; y por esto la gracia de la vocación no nos hace soberbias, sino pequeñas y agradecidas. Nuestra tarea es amar y servir. Puesto que Dios jamás abandona el mundo que El ha creado y, sobre todo, ama tanto a los hombres, es para nosotras naturalmente imposible despreciar el mundo y los hombres. No los hemos abandonado por considerarlos sin valor, sino para estar libres para Dios. Y, cuando ello agrada a Dios, hemos de tomar de nuevo la conexión con cosas, que están más allá de nuestras rejas. En sí para nosotras vale igual si una pela patatas, limpia las ventanas o escribe libros. En general se emplea a la gente en aquello, para lo que más sirve, y por eso yo he de pelar patatas más raramente que escribir. Al principio eran pequeñas cosas, de tema religioso o recensiones de libros. Pero enseguida, una vez que

emití los primeros votos (en Pascua de 1935) recibí el encargo de preparar para la imprenta un gran proyecto, que había traído conmigo... Se ha convertido en una obra en dos volúmenes sobre “Ser finito y eterno”... (54) Larga ha sido la cita, pero clarificadora y enjundiosa. Nos descubre los motivos, por los que la Dra. Edith Stein ingresa en el Carmelo. Se trata de una llamada de Dios; que es una ganancia, un servicio, un acto constante de Amor a Dios y a los hombres. Al seguirla Edith va desentrañando vitalmente el sentido de su nombre religioso... de Teresa -como la gran Teresa de Jesús-, pero Benedicta, la bendecida, de la Cruz. Su vocación se desenvuelve en inmolación, hasta terminar en holocausto.

LA SUBIDA AL MONTE CARMELO El anterior epígrafe, que procede de San Juan de la Cruz, me parece muy apto para describir los cinco años de vida religiosa de nuestra hermana Edith en el Carmelo de Colonia (1933-38). Los cuatro últimos de su vida en el Carmelo de Echt (1939-42) coronan el ascenso, que culminará en la crucifixión/holocausto en Auschwitz. ¿Qué hace la Dra. Edith Stein -ahora Hna. Teresa Benedic­ ta de la Cruz- en el Carmelo? Al entrar en la clausura ha dejado fuera sus títulos y aspiraciones mundanas. Lágrimas y sangre le ha costado la despedida de su madre. Ella sólo quiere seguir a Jesús hasta la Cruz. La víspera misma de su marcha le había preguntado la madre, refiriéndose a Jesús: “Por qué le has conocido? Yo no quiero decir nada contra El. Puede haber sido un buen hombre. Pero ¿por qué se ha hecho Dios? “ (55). Edith cree en El y le ama y recuerda sus palabras: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí” (Mt. 10,37). En ellas encuentra la paz en medio de su amargura.

Estar en presen cia de D ios p o r todos En su gozosa y penosa ascensión al Monte Carmelo, tras las huellas de la Santa Madre Teresa, va asimilando poco a poco el espíritu del Santo Padre Juan de la Cruz. Su ritmo de vida no difiere del de sus connovicias y de las otras Hermanas: Vanas horas de oración, charlas formativas, trabajos ordinarios de casa. También escribe algunos pequeños artículos de tipo religioso o biográfico. En uno de ellos, publicado en 1935, escribe sobre “La historia y el espíritu del Carmelo” (56). Merece la pena recoger las ideas principales, porque en ella no son mera teoría. Reflejan su vida. Sobre el espíritu afirma con frase lapidaria: “Estar delante del rostro del Dios, ésta es nuestra vocación”. Dicho espíritu lo ve ella,siguiendo la tradición carmelitana, fundado en el profeta Elias y concretado en los primeros Ermita­ ños de la Edad Media. Consiste, ante todo, en la oración/contempla­ ción, que es “la mirada al rostro del Eterno”, la meditación de su Ley día y noche, la asimila­ ción del Evangelio, la adoración devota del Santísimo Sacramen­ to, la unión con el Dios Trino. Pero no sólo en la oración. Escribe la todavía novicia: “Nuestra santa Regla nos manda, conforme a la palabra y el ejemplo del apóstol Pablo, ganarnos nuestro pan con el trabajo de nuestras manos. Pero estos trabaos tienen para nosotras sólo un carácter de servicio, nunca pue,den ser un objetivo en sí. Nuestro propio estado de vida reside en el estar delante del rostro de Dios” (ib. p. 6).

Con amor y respeto considera luego el papel decisivo de la

Santa Madre Teresa, la Reformadora del Carmelo, “cuyos escritos sobre la oración, la más perfecta y vital expresión de la vida interior, son el valioso legado, mediante el cual su espíritu sigue vigente entre nosotras” (p. 7). Sobre San Juan de la Cruz, “nuestro segundo padre y guía” , afirma que “él ha formado espiritualmente, junto con la Santa Madre Teresa la primera generación de las y de los Carmelitas Descalzos y por medio de sus escritos nos guía también a nosotros de antemano en la subida al Monte Carmelo” (ib). Alude poco después a otras grandes figuras de la Orden y se detiene en la “pequeña flor blanca” del Carmelo, Teresa del Niño Jesús, que ha traspasado las fronteras de la Orden. Su camino de la “infancia espiritual”, en su opinión, no es propiamente un descubrimiento de la Santa de Lisieux, sino el camino, al que empujan las condiciones de vida del Carmelo. “La grandeza de la joven santa consistió en que ell^ lo reconoció con genial consecuencia y lo siguió hasta el fin con heroica decisión” (p. 8). Según esto, para la Hna. Teresa Benedicta el “pequeño camino” de Teresa de Lisieux es el mismo “camino de perfección” de Teresa de Avila, el cual a su vez se identifica con “la subida al Monte Carmelo” de Juan de la Cruz. No puede extrañar, en consecuencia, la conclusión que saca la antigua filósofa: “Los muros de nuestros conventos abarcan un estrecho espacio. Quien dentro de ellos quiere levantar el edificio de la santidad, tiene que cavar produndamente y construir elevadamente: descender pro­ fundamente a la noche obscura de la propia Nada, para ser levantado hasta la luz solar del divino Amor y de la divina Misericordia” (ib). Este es el “camino” que recorre la Hna. Teresa Benedicta y que constituye su felicidad. Lo explica ella misma: “Sólo quien valora su sitio en el Coro delante del Tabernáculo, más que toda la gloria del mundo puede vivir aquí y encuentra, desde luego, una felicidad, como no la puede ofrecer gloria alguna del mundo (ib). En ningún caso se trata de una felicidad egoísta o de huida. La Religiosa de clausura está abierta a los problemas de los hombres. En carta a un antiguo amigo filósofo explica Edith el valor apostólico de su vida: “Quien va al Carmelo no está perdido para

loa auyoa, alno verdad*™ y ampliamente ganado; puoa nuoatra vocaaón/profeaión conaiato on Ntar dolante da Dio* por todo*” (67).

Htr finito y «tom o A la oración acompaña con ritmo regular el trabajo on la vida del ('ármelo. Y ¡cómo trabajó la Hna. Tereaa Benedicta con aua propia» mano»! A loa comienzo», on todo como laa domáa compartoraa. No a« le daban muy bien, por cierto, laa tareaa caaeraa de la cocina o de la aguja, ni cataba acoatumbrada a «llaa; pero laa acep­ tó con aoncillez. Hin embargo, aua Superioro»,en concreto el Provincial P. Theodorua Kauch y la M. Priora comprenden que no ae debe inutili­ zar la vocación fíloarifíca de la lina. Honodicta. No a« trata adío de que eacriba pequeAoa artículoa de toma religioao. Im piden que aiga eatudiando y eacriba aobre toma» flloaóficoa. Antea de au ingreao en el Carme­ lo tenía preparado un amplío eatudio aobre el Acto y la Potencia, una eapecie de confrontación entre la fenomenología de lluaaerl y la motaflaica de Santo TomA». ¿Quá hacer con él? I-a moteja fllóaofa reflexiona y decide hacer una nuova y mía profunda aínteaia. Y ae pono mano» a la que aerá au gran obra flloadftca y teológica “8er finito y eterno". La va componiendo loa añoa 1936 y 1936 en lo» tiempo» do trabajo y rato» librea, a vocea loa do recreación, do la que no la diaponaa. K» un trabajo duro y poaado, que muchaa liermanaa, eapecialmonto laa Novidaa, no comprendan. Ka trabajo intelectual y manual a la vez. I puada daacubrir en laa coaaa creadas, especial mente en el hombre, aer espiritual. Podríamos decir que nos encontramos ante una obra, no de filosofía pura, alno de flloaofía cHatiana. ¡In tim a que no podamos dote nomo» máa aquí en la exposición de ente monumen­ tal escrito! Desgraciadamente Kdith no pudo verlo publicado en vida, a penar de vario» intento», por la» di*po»icione» nazis contra eacritorea de origen judío. Pudo por fin publicar»e por primera vez en 19150 y ha «ido reeditado otra» do» vece». Ocupa cerca de 500 amplias páginas. Kste trabajo, junto con las hora» de contempla­ ción, la convivencia y abnegación de sí misma en la» cosas pequeñas, la abundante correspondencia que mantiene, las con­ sultas en el locutorio... constituyó su subida al Monte Carmelo. Pocos días despuó» do terminar »u gran obra, el 14 de septiembre de 1936 fallecía su querida madre Augusta. Por ella rezó y pidió oraciones a sus Hermanas y muchas personas amiga» (68).

Hada la cumbru del Monte Un obstáculo faltaba todavía que superar para llegar a la cumbre. Arreciaba la per»ecución de lo» judío». I41 Dra. Kdith Htoin sufría en su espíritu sus efecto», que cada vez »e notaban con más virulencia en la sociedad exterior. ¿Traspasará también los muros y rqjas del Carmelo? Muchos alemanes de origen judío huían al extrai\jero. Parientes y amigos pasan por el locutorio para despedirse do olla antes de exiliarse. Alguno» de sus herma­ nos y sobrinos logran escapar. I