Dos Caminos Dos Destinos Salmo 1

Salmo 1 / Página 1 de 12 Serie: Salmos Escogidos 12 de Agosto, 2007 Mensaje No. 01 DOS CAMINOS, DOS DESTINOS (Salmo 1):

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Salmo 1 / Página 1 de 12

Serie: Salmos Escogidos 12 de Agosto, 2007 Mensaje No. 01 DOS CAMINOS, DOS DESTINOS (Salmo 1): Introducción: A través de los siglos el libro de los Salmos ha sido ampliamente usado por el pueblo de Dios, tanto a nivel individual como a nivel colectivo; se trata, sin duda alguna, de una de las porciones más leídas, meditadas y memorizadas de las Sagradas Escrituras. En este libro encontraremos los más profundos y variados sentimientos en medio de las múltiples experiencias por las que atraviesan los creyentes en este mundo caído; desde expresiones de adoración tan exaltadas y gozosas como las que encontramos en el Salmo 145 o en el Salmo 150, hasta las expresiones del más profundo dolor y perplejidad como las que encontramos en el Salmo 69 o en el Salmo 88. Por eso Calvino designó este libro como “una anatomía de todas las partes del alma humana; porque no hay ninguna emoción de la que podamos ser conscientes que no esté representada como en un espejo” (en el libro de los Salmos).1 Creo que esa es una de las razones por la que los hijos de Dios se identifican tan fácilmente con los sentimientos y actitudes expresados en estos poemas hebreos, a pesar de la distancia histórica y cultural que nos separa de sus autores. De hecho, algunas editoriales que producen Nuevos Testamentos de bolsillo, han decidido añadirles al final el libro de los Salmos. Su misma forma literaria contribuye a esa identificación y a ese impacto porque la poesía apela a nosotros en una forma cómo la prosa no puede hacerlo. Alguien ha dicho que los Salmos “informan a nuestro intelecto, despiertan nuestras emociones, dirigen nuestra voluntad y estimulan nuestra imaginación.”2 En otras palabras, apelan a nuestra personalidad total. 1 2

Cit. por Tremper Logan III; Cómo Leer los Salmos; pg. 17. Ibíd.

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Y lo que nos proponemos hacer en los próximos domingos en la mañana, si el Señor así lo permite, es exponernos al contenido de unos 25 Salmos, que hemos escogido con muchísima dificultad, comenzando con los Salmos 1 y 2 este domingo y el próximo. Aunque no vamos a considerar estos Salmos en el mismo orden en que aparecen en nuestras versiones de las Escrituras, aún así hemos querido dar inicio a nuestra serie considerando estos dos Salmos que, como bien ha señalado un comentarista, “son los pilares gemelos que conforman la entrada de este templo literario del salterio, invitando a los hombres a venir y adorar al Señor”.3 En el Salmo 1 se magnifica la ley, mientras que en el Salmo 2 se magnifica al Mesías. El primero comienza con una bienaventuranza para aquellos que honran la Palabra de Dios y la obedecen, mientras el segundo concluye con una bienaventuranza para aquellos que honran al Mesías y se someten a Él. Y no deja de ser interesante el hecho de que este libro de alabanzas comience de ese modo. Cualquiera esperaría encontrarse al inicio de los Salmos un majestuoso himno de adoración; pero lo que encontramos, en cambio, es un llamado a una relación correcta con Dios, teniendo como fundamento nuestro sometimiento a su Palabra y a su Mesías. Y es que ningún tipo de adoración o de súplica, ningún tipo de alabanza o acción de gracias, será aceptable delante de Dios teniendo otro fundamento que el de Cristo y su Palabra. Así que no había mejor manera de introducir este libro que mostrando la realidad de que en el mundo existen dos grupos de personas, que viven bajo dos filosofías de vida completamente distintos: uno es agradable a Dios y acarrea bendición, mientras que el otro es abominable delante de sus ojos y acarrea condenación. En la mañana de hoy consideraremos el contenido del Salmo 1, que dividiremos en los tres encabezados que se derivan naturalmente de nuestro texto: dos filosofías de vida, dos resultados, dos destinos. I.

3

OPR; pg. 13.

DOS FILOSOFÍAS DE VIDA:

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Vers. 1-2. Si hay un anhelo en la vida que todos los hombres comparten por igual es el anhelo de ser felices. Cada cosa que hacemos en la vida, y cada cosa que dejamos de hacer, tienen como motivación primordial ese fin o propósito supremo. Queremos ser felices. Decía Blaise Pascal: “Todos los hombres buscan la felicidad. No hay excepciones. Aunque emplean métodos diferentes, todos pretenden el mismo fin… La voluntad nunca da paso alguno que no vaya encaminado hacia ese objetivo. Esto es lo que motiva cada acción de cada ser humano, aun de aquellos que se” [quitan la vida].4 El hombre anhela ser feliz, a pesar de las tragedias que ha experimentado la raza humana a través de su historia, y de todas las que vemos a nuestro alrededor y en nuestras propias vidas. El anhelo de ser feliz sigue siendo el combustible que mantiene al hombre en movimiento. Pero ¿en qué consiste realmente la felicidad y cómo podemos alcanzarla? ¿Cómo podemos estar seguros hoy de que al final de nuestros días no miraremos atrás profundamente decepcionados al ver que desperdiciamos y desgraciamos la única vida que teníamos para vivir? Esta es una pregunta crucial que ningún hombre debiera evadir, pero que nadie puede responder basado en su propia experiencia o raciocinio, porque tanto la experiencia como la razón humana son muy limitadas. Apenas llegamos ayer a la vida y hay muchas cosas que nosotros no sabemos. ¿Cómo podemos estar seguros de que vamos por buen camino, sobre todo tomando en cuenta que no tenemos la más mínima idea de lo que sucederá con nuestra vida en el próximo segundo, y mucho menos en los próximos años? Solo Aquel que contempla la vida como un todo, desde su origen hasta su consumación, y que conoce a plenitud su propósito y significado, puede darnos una respuesta autorizada. Y es esa respuesta la que Él nos provee en este Salmo: “Bienaventurado el varón”. El salmista no se está refiriendo al varón como señalando al género masculino, sino como representativo de la raza humana. Por eso algunos prefieren traducirlo como: “Bienaventurada la persona”. Hay algunas personas en este mundo que disfrutan de una dicha que los demás desconocen. 4

Pensamiento No. 425; cit. por Piper; Sed de Dios; pg. 13.

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Esta palabra, que RV traduce como “bienaventurado”, es un término plural que significa algo así como “supremamente feliz, pleno, dichoso”. En el idioma hebreo se usa el plural en ocasiones como un recurso idiomático para enfatizar un concepto; algo así como el uso del sufijo “ísimo” en español: “El dulce estaba buenísimo”; o “tengo un problema grandísimo”. Así que lo que el salmista está diciendo aquí es algo como esto: “¡Oh, cuánta felicidad la de la persona que no anduvo en el consejo del malo!” El individuo que él está describiendo aquí es una persona realmente feliz, dichosa, “realizada”, para usar un término muy usado en nuestros días. No se trata simplemente de un individuo que goza en estos momentos de una circunstancia favorable o de lo que llamamos “bienestar”. Si la felicidad dependiera de nuestras circunstancias, estaríamos en serios problemas, porque las circunstancias a nuestro alrededor cambian constantemente y no tenemos control alguno sobre ellas; nada de lo que ahora tenemos está completamente seguro en nuestras manos. Aparte de que tarde o temprano nos acostumbramos a todas las cosas; y lo que hoy nos estimula mañana nos aburre. Dice en Ecl. 1:8 que “Todas las cosas son fatigosas, más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír”. En otras palabras, el placer de hoy no te sirve para el hastío y el aburrimiento de mañana. Por eso alguien decía que el hombre que vive para el placer es como un personaje de la mitología griega llamado Sísifo, que por haber provocado la ira de Zeus fue condenado al Tártaro, donde estaba obligado eternamente a llevar una piedra a lo alto de una colina, que siempre caía rodando antes de llegar a la cima; por lo que Sísifo debía comenzar a empujarla hacia la cima otra vez. Estos individuos comienzan a rodar su piedra el lunes con mucha pesadez, esperando con ansias que llegue el fin de semana, para poder disfrutar de algún momento de diversión que los ayude a olvidar la sensación de hastío de una vida sin sentido. Pero nunca llegan a la cima, y la piedra vuelve a rodar colina abajo otra vez y otra vez y otra vez. Pero la felicidad que el salmista describe en este Salmo no depende de las circunstancias, sino de un carácter. Es el resultado que se obtiene al desarrollar un carácter particular.

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De hecho, es interesante notar el hecho de que el salmista plantea la felicidad como algo que se obtiene como resultado de buscar otra cosa. El salmista no dice aquí: “Feliz el varón que busca la felicidad”. Por extraño que parezca, cuando un hombre busca la felicidad como la meta suprema de su vida, a expensas del cultivo de un carácter, termina cosechando dolor y frustración. Martin Lloyd-Jones dice al respecto: “Si buscas la felicidad jamás la encontrarás; te eludirá siempre, siempre se te escapará. Pensarás que la tienes, pero de pronto habrá desaparecido; es como intentar atrapar una pompa de jabón: desaparece en el momento en que la atrapas, estalla en tus manos y no queda nada.”5 La felicidad se encuentra buscando otra cosa. Esa es una de las grandes enseñanzas del Señor Jesucristo en su conocido discurso del Sermón del Monte, que comienza precisamente con la misma palabra del Salmo 1: “Bienaventurados…” ¿Quiénes? “…los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt. 5:6). No los que tienen hambre y sed de felicidad, o los que se embarcan en una búsqueda frenética de placer y bienestar. No. Los que tienen hambre y sed de justicia. Otra vez, la clave está en el carácter, no en las circunstancias. De ahí lo que el salmista continúa diciendo en el vers. 1: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos”. Algunos se sorprenden de que el salmista comience por este punto. Se supone que va a hablarnos de la felicidad del hombre piadoso, pero en cambio introduce el tema hablándonos del hombre impío. ¿Saben por qué? Porque la Biblia es un libro realista y toma como punto de partida el lugar donde estamos. La Biblia no presupone que todo el mundo sea bueno y que en una forma natural transitará por el camino correcto, sino que asume todo lo contrario. Nacemos con una propensión al mal, de tal manera que, si somos dejados a la inclinación natural de nuestro corazón, con toda seguridad nos extraviaremos.

5

Verdadera Felicidad; pg. 22.

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Leí recientemente la historia de un viajero en Irlanda que está buscando la manera de llegar a Dublín; así que detiene a un hombre que trabajaba junto al camino y le pregunta: “Hey, amigo, si tuviera que ir a Dublín desde aquí, ¿qué camino tomaría?” A lo que el hombre le respondió: “Yo no iría desde aquí”. En otras palabras, preferiría comenzar el viaje desde otro punto de partida, porque este está muy lejos. Y ese es exactamente el problema del hombre. Quisiera dar un salto cuántico desde el lugar donde está y llegar directamente al camino de la felicidad. No quiere que se le señale lo lejos y extraviado que está. Pero, mi amigo, si quieres encontrar el camino, necesitas saber dónde estás realmente. Y lo que la Biblia enseña acerca de nuestra condición espiritual delante de Dios es que estamos muertos en nuestros delitos y pecados. Pertenecemos a una raza caída que trae la necedad entretejida en el corazón, dice el libro de Proverbios. Algunos creen que hacerse cristiano es tan sencillo como tomar la decisión de seguir un conjunto de normas éticas. “De ahora en adelante voy a leer la Biblia, voy a ir a la iglesia, voy a dejar de hacer esto o aquello”. Este tipo de persona trata por un tiempo de “vivir como cristiano”, pero tarde o temprano desiste, porque no se puede vivir como un cristiano a menos que seas cristiano. Escucha esta reprensión de Cristo a los religiosos más celosos de sus días: “¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mt. 12:34-35). En otras palabras, no se puede “hacer” sin “ser”. O usando la misma figura del salmista en el Salmo 1, podemos decir que nacemos con nuestros pies encaminados hacia el camino del malo. De modo que si alguna vez vamos a caminar por la otra senda, tenemos que devolvernos. Y es precisamente de eso que trata el arrepentimiento (comp. Is. 55:7-8). Así que la Biblia comienza con un enfoque negativo, porque el diagnóstico viene primero y el tratamiento después. Antes de que puedas ser movido a buscar una solución debes saber que tienes un problema. Y ¿cuál es el problema? Que venimos al mundo con una inclinación natural a asumir una filosofía de vida que es contraria a la Palabra de Dios.

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No debemos pensar que la frase “consejo de malos” se refiere únicamente a un estilo de vida abiertamente depravado e inmoral. No. Como bien señala un comentarista, lo que el hombre bienaventurado rechaza es aquella “cosmovisión que coloca al hombre en el centro del universo y lo seduce a vivir según sus propios estándares de moralidad y prosecución del placer”.6 Este hombre bienaventurado sabe que debe defenderse en la esfera de los pensamientos, porque la mente es el cuarto de control que guía la persona en su totalidad. El sabe que su felicidad depende de evitar conscientemente el camino por donde transita la mayoría. Como señala el poeta Robert Frost, en su famoso poema “El Camino No Elegido”, que muchos norteamericanos han tenido que aprender de memoria: Dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo Yo tomé por el menos transitado Y eso hizo toda la diferencia.7 Pero ¿qué sucede, en cambio, con el resto, con aquellos que deciden irse con la mayoría? Que se irán enredando cada vez más y más en una maraña de pensamientos equivocados y de hábitos pecaminosos (noten la secuencia, en los Sal. 1:1-2)). Lo que en principio es un pecado ocasional, poco a poco se va convirtiendo en un hábito de vida; y cuando se llega a ese punto, ya no se conforman con darle la espalda a Dios, sino que se burlan con profundo desprecio de aquellos que siguen el camino de la sabiduría. Por eso Pablo dice, en 2 Timoteo 3:13, que “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”. El hombre bienaventurado es aquel que evita conscientemente transitar por esa senda. Pero este hombre no se distingue únicamente por lo que no hace, si no por la filosofía de vida que asume como suya (vers. 2). La palabra “ley” en el texto es el término hebreo tora que significa básicamente “dirección” o “instrucción”. Puede hacer referencia directa a los mandamientos 6 7

Steven Lawson; Vol. 11; pg. 14. Cit. por J. Montgomery Boice; Psalms; Vol. 1; pg. 14.

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morales de Dios, pero también se usa en el Antiguo Testamento para referirse a la totalidad de las Sagradas Escrituras, como es el caso aquí. Este hombre se deleita en la Palabra de Dios, porque ha habido una transformación en su interior. Nadie puede deleitarse en el estudio de la Biblia a menos que ame al Dios que se revela en ella. Pablo dice en Rom. 8:7 que “los designios de la carne [los pensamientos del hombre en su pecado] son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Así que lo que el salmista está presentando aquí es un contraste entre aquellos que aman el pecado y los que aman a Dios; los primeros no pueden deleitarse en el estudio de la Biblia, porque en ella se condena el pecado que ellos aman. Pero los segundos encuentran en esa misma Biblia al objeto de su amor: el Dios que los libró de la tiranía y condenación del pecado. No es un mero interés académico el que estas personas tienen por la Biblia; ni se deleitan en ella con ese tipo de deleite que sienten algunos por la buena literatura. El deleite que estas personas encuentran en las Sagradas Escrituras, es de otra naturaleza. Es el deleite de contemplar en sus páginas la gloria del Dios trino, tanto en sus obras como en sus atributos; el deleite de encontrarse con Cristo, el Dios encarnado, y ver cómo se va desarrollando el extraordinario plan de redención desde Génesis hasta Apocalipsis, con una coherencia que muestran de principio a fin la marca indeleble de su inspiración divina. Es el deleite de saber que toda la sabiduría que necesitamos para conducirnos en este mundo de tal manera que Dios sea glorificado y nosotros bendecidos, todo se encuentra en ese libro y no en ningún otro lugar. Es el deleite de saber que todas las promesas que allí se encuentran son nuestras por la gracia de Dios, y que son promesas fieles y verdaderas. Es por eso que para este hombre no es una carga meditar en esa Palabra de día y de noche. Constantemente se pregunta: ¿Cuál es el Consejo de Dios en lo tocante este asunto? No se trata de un individuo que vive apartado, encerrado en un monasterio en lo alto de una montaña, dedicado exclusivamente a la oración y a la contemplación. No. Este hombre y esta mujer viven en el mundo real,

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enfrentando dificultades y problemas reales; pero el Consejo de Dios revelado en su Palabra se encuentra constantemente en sus pensamientos. Este hombre lee asiduamente la Escritura, la estudia, la memoriza; él sabe que eso debe ser una prioridad en su vida, que nunca puede estar tan ocupado como para descuidar este alimento vital que su alma necesita. Pero sobre todas las cosas, este hombre medita en la Escritura; día y noche se recuerda a sí mismo lo que ha leído, estudiado y memorizado. He ahí, entonces, dos filosofías de vida completamente distintas. Una descansa en el raciocinio humano, la otra descansa en la sabiduría de Dios. Y los resultados que ambas producen no pueden ser más contrastante. II.

DOS RESULTADOS DISTINTOS:

Vers. 3-4. El salmista contrasta la vida del justo y la vida del impío usando el símil del árbol y el tamo. El primero tiene raíces y es productivo. Independientemente de las circunstancias a su alrededor, este individuo permanece firmemente enraizado en las promesas de Dios y mantiene su vitalidad y productividad. El salmista nos dice que este hombre es como un “árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae”. Cuando todo a su alrededor parece seco y árido, este individuo continúa absorbiendo los inagotables recursos de gracia que Dios le suple a sus hijos en su Palabra; por eso siempre fructifica y siempre está verde. Consecuentemente, “todo lo que hace, prosperará”. No necesariamente en el sentido en que el mundo juzga la prosperidad; aunque es indudable que los principios de Dios revelados en su Palabra realmente funcionan y muchas veces nos atraen beneficios temporales. Pero no creo que sea en ese sentido que el salmista este usando aquí la palabra “prosperidad”; la verdadera prosperidad no se mide en términos de beneficios temporales (compare Mateo 6: 19-21). La verdadera prosperidad es aquella que se mide en función de la eternidad, no del tiempo (2Cor. 4:16-18). De ahí el contraste del versículo 4: “No así los malos, que son como el tamo que arrebata el viento”. El tamo es la cáscara que cubre el grano, la cobertura que se desecha en el proceso de trillado, cuando se le ha sacado todo lo vital y

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valioso. Mientras el justo es un árbol que da fruto, el impío es como paja, sin peso moral y sin utilidad permanente. Como dice un comentarista: “No hay firmeza en sus posiciones; cambiará de una a otra según convenga a sus intereses temporales. Tan poco pesa moralmente que es llevado de acá para allá por los vientos de su ambición, de su orgullo y de sus pasiones.”8 Es una vida arruinada que necesita ser rescatada antes de que sea demasiado tarde. Es por eso que nuestro Señor Jesucristo dijo en cierta ocasión que él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lo que el salmista está escribiendo aquí es una vida vacía y sin sentido que se dirige inexorablemente a una condenación final y definitiva. III.

DOS DESTINOS:

Comp. vers. 5-6. Primero contrasta estas dos filosofías de vida completamente antagónicas entre sí; luego contrasta los resultados que producen la una y la otra. Pero el contraste no termina allí. Los que viven de cierta manera, llegan a cierto destino. Noten la frase conectiva en el vers. 5: “Por tanto – consecuentemente – no se levantarán los malos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos”. En otras palabras, no podrán sostener su caso en ese tribunal; seguramente presentarán mil excusas para tratar de explicar por qué vivieron como vivieron, pero no les valdrá de nada. Los pecadores serán separados por siempre de la congregación de los justos como la paja es separada del trigo para ser quemada. Ese fue el mensaje de Juan el Bautista al anunciar la llegada del Mesías: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Mt. 3:12). Y no habrá equivocación alguna en ese juicio: “Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá”. Dios está velando por los suyos, aquí y ahora, y continuara preservándolos hasta llevarlos sanos y salvos a su presencia; pero el camino de los impíos los llevará finalmente a su total destrucción y miseria. 8

José María Martínez; Salmos Escogidos; pg. 162.

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No hay ningún punto medio aquí; sólo hay dos filosofías de vida, dos resultados y dos destinos. Este es el mismo contraste que nuestro Señor Jesucristo nos presenta al final del Sermón del Monte (Mt. 7:13-14, 24-27). Mi amigo, ¿en cuál de estos dos grupos te encuentras tú? ¿Cuál de estas dos filosofías de vida describen la tuya? Porque no puedes cosechar los resultados y el destino de una siguiendo la otra. Aquí no estamos hablando de premios o castigos, sino de la consecuencia lógica que se desprende de vivir de espaldas a Dios o caminar en pos de Él. Y los que van en pos de Dios no son aquellos que simplemente profesan transitar por ese camino, sino aquellos que deponen su actitud de rebeldía y deciden de todo corazón someterse a su Palabra, comenzando con el hecho de venir a Cristo en arrepentimiento y fe. Permítanme contarles una historia más y con esto concluyo. Hace muchos años atrás un hombre llamado Joseph Flacks visitó Palestina y tuvo la oportunidad de predicar la Palabra a un grupo de árabes y judíos, y el texto que escogió fue precisamente el que hemos estudiado hoy: el Salmo 1. Luego de leer el pasaje preguntó: “¿Quién es el hombre bienaventurado de quien habla el salmista? Este hombre nunca anduvo en el consejo del malo, ni estuvo el camino de pecadores, ni se sentó en la silla de los escarnecedores. Este hombre fue absolutamente sin pecado.” Nadie dijo nada. Así que Flacks preguntó: “¿Era este nuestro gran padre Abraham?” Un anciano respondió: “No, no puede ser Abraham. El negó a su esposa y mintió acerca de ella”. “¿Y que de Moisés, el legislador?” “No”, dijo otro. “No puede ser Moisés. El mató a un hombre, y perdió su temperamento en las aguas de Meriba”. Flacks entonces sugirió a David; pero por razones obvias, tampoco podía ser él. Después de un largo silencio, un anciano judío se levantó y dijo: “Mis hermanos, yo tengo un pequeño libro aquí; se llama el Nuevo Testamento. He estado leyéndolo, y si pudiera creerle a este libro, si pudiera estar seguro de que es verdad, yo diría que el hombre del primer Salmo fue Jesús de Nazaret.”9 9

J. M. Boice; op. cit.; pg. 19.

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He ahí la respuesta, mi amigo. Jesucristo, nuestro Salvador, es la segunda persona de la Trinidad que por amor a pecadores se hizo hombre, vivió una vida perfecta, sin pecado, y luego murió en una cruz siendo inocente para satisfacer la justicia de Dios en lugar de aquellos que éramos culpables. Y hoy ofrece perdón y reconciliación para todos aquellos que confían en él y se someten a su señorío. Sólo así podrás asumir la filosofía de vida del hombre bienaventurado descrita en este Salmo.