Diario de Una Huida - Marilyn Harris

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@NoDigoGroserias

Diario de una

Huida

Diario de unaHuida Marilyn Harris

CÍRCULO DE LECTORES

Título del original inglés, The runaway’s diary Traducción, Marta Pérez Cubierta, Juan Falco Círculo de Lectores, S.A. Calle 57, 6-35, Bogotá ©Marilyn Harris, 1971 ©Ediciones Martínez Roca, S.A., 1981 Impreso y encuadernado por Printer Colombiana Calle 64, 88A-30 Bogotáa, 1982 Printed In Colombia

Edición no abreviada Licencia editorial para Círculo de Lectores por cortesía de Martínez Roca Queda prohibida su venta a toda persona que no pertenezca a Círculos

A John, a los bosques silenciosos y a la hiedra silvestre

A finales del pasado mes de agosto efectué con mi familia el recorrido que separa Montreal de Toronto por autopista. Recuerdo que caía ya la tarde y el tránsito era bastante denso, cuando de repente vimos cómo el coche que nos precedía se desviaba bruscamente hacia la izquierda. En el mismo momento observé que algo semejante a una diminuta figurilla gris volaba por los aires y se desplomaba sobre el arcén. Varios vehículos se detuvieron instantáneamente, y todos corrimos al lugar del suceso, descubriendo con gran horror que el coche había atropellado a una muchacha muy joven. Esta permanecía inconsciente y estaba custodiada por un enorme pastor alemán que parecía conocerla bien. Como es natural, el conductor parecía totalmente enloquecido. Una de las personas que como nosotros se había detenido nos indicó que no debíamos cambiarla de posición. Mientras esperábamos la llegada de una ambulancia, me dediqué a la tarea de recoger sus pertenencias, que yacían diseminadas en el suelo: una mochila, un zapato, un pequeño crucifijo de plata, un libro de bolsillo y un cuaderno de anotaciones muy gastado. Por fin llegó la ambulancia, y el interno nos aseguró, tras un examen superficial, que no creía que las heridas revistiesen demasiada gravedad. Naturalmente, nos sentimos muy aliviados. Cuando la ambulancia hubo partido en dirección al hospital de Brockville, reanudamos nuestro viaje hasta Toronto. A los pocos minutos descubrí que, sin darme cuenta, con el trastorno me había quedado con el cuaderno de anotaciones. No era mi intención inmiscuirme en la vida privada de 8

nadie, que es lo que habitualmente refleja un diario íntimo. Abrí el libro en busca de una dirección o algo que me permitiera identificar a su propietaria. Pero, en lugar de datos, me encontré con un relato tan honesto y caracterizado por una tan amplia visión de las cosas, que me fue imposible dejar de leer. Pasé la noche ensimismada en la lectura, y no la terminé hasta el amanecer. Seguidamente paso a ofrecer documento de tan notable interés.

al

lector

este

LA AUTORA.

9

3 de junio de 1970, 23.50 Yo, Cat Toven, de quince años de edad, casi dieciséis, en plena posesión de mis facultades mentales, juro solemnemente que: 1. Abandonaré este lugar mañana por la mañana antes de que salga el sol. 2. No discutiré con nadie las razones de mi marcha. 3. Escribiré cada día en este diario. 4. Me consideraré una amiga de aquellas personas que encuentre en mi peregrinar. 5. No odiaré, ni despreciaré, ni juzgaré a nadie. 6. No me quejaré cuando sienta frio o calor, ni cuando esté hambrienta o sucia. 7. Me alejaré todo lo posible de este lugar. 8. Probablemente no regresaré nunca, llegue a donde llegue. COSAS QUE NECESITO En la mochila: 1. La pequeña tienda de Bobby. 2. Una manta (la verde, que ya está vieja). 3. Una linterna con pilas nuevas. 4. Una caja grande de cerillas. 5. Un cepillo de dientes. 6. Una toalla. 7. Dos pares de pantalones acampanados (unos puestos). 8. Dos suéteres (uno puesto). 10

9. Dos camisas limpias (una puesta). Demasiadas cosas. Dejaré la toalla en casa. AL CINTO 1. La cantimplora. Prender los dos billetes de veinte dólares de la parte trasera de los pantalones. Por dentro, para que no se note. EN LOS BOLSILLOS 1. Un peine. 2. Dos dólares con setenta y cinco en moneda suelta. 3. Este diario. 4. Tres lápices, uno sujeto por un cordel al cuaderno de anotaciones. No resulta tan duro. Es fácil. Bennett me dijo que el secreto estaba en viajar poco cargado. Y tampoco pretendo dar la vuelta al mundo, como él. Sólo quiero salir de aquí. Quizás el verano que viene, si regreso de ahí donde llegue ahora, haga también un viaje alrededor de la Tierra. COSAS QUE ECHARÉ DE MENOS De alguna manera esta habitación. Pero no la casa. Sólo mi cuarto. A Duke, pero es tan viejo que en cualquier 11

caso no tardará en morir. En cierto sentido a Bobby, aunque no le contaría mi plan por nada del mundo. Pobre crío, probablemente comprenderá mejor cuando descubra que me he largado. No la casa. Un amigo dijo que los padres llegan a estas situaciones sin darse cuenta. No creo que sea cierto. Yo no necesito más de diez minutos para darme cuenta de si una persona me gusta o no. En veintiún años de matrimonio han tenido tiempo suficiente para reflexionar y ver a qué punto iban a llegar a parar. Antes de salir, voy a comer mucho, para no sentir apetito enseguida. He de acordarme de poner el despertador a las cinco. Espero despertarme antes de que suene. Bennett dijo que la gente que uno encuentra en la carretera es muy agradable, que todo el mundo está dispuesto a hacer cualquier cosa por ti. Según él, nadie trata de maltratarte ni abusar de su fuerza. Todo eso ha pasado a la historia. Actualmente hay un montón de adolescentes que viajan solos. Eso es lo que afirma Bennett. ¡Caray! Ahora me doy cuenta de que he estado mucho rato sentada en la cama, empezando mi diario, tratando de recordar qué es lo que me olvido y mirando de vez en cuando el rostro que se vislumbra en el espejo. Cuando pasas mucho tiempo planeando hacer algo, algo realmente importante, y de repente te encuentras a punto de pasar a la acción, todo tu cuerpo se pone a temblar de un modo extraño e incontenible. Miro fijamente la cara que me devuelve el espejo y ni siquiera la reconozco. Si la 12

observo con gran atención durante largo rato llego a la conclusión de que pertenece a uno de esos seres que parecen espectros y que están dispuestos a dejarse intimidar y a aceptar todas las mentiras que le cuenten, pero que un día podría fugarse de casa porque sus padres se pasan el día peleándose y gritándose. Los alaridos e insultos son lo peor de todo. No hay nada peor en la historia del mundo, pasada o futura, que dos personas adultas gritándose desaforadamente día y noche. Quizá lo más terrible sea la calma tras la tormenta, o bien los llantos estruendosos de mi madre. Ni siquiera recuerdo cuándo empezó todo. Existió una época en la que no había voces elevadas, pero hace tanto tiempo que ya casi ni me acuerdo de ella. Lo único que sé con certeza es que todo el algodón del mundo amontonado en mis oídos no conseguiría aislarme de sus conversaciones, ya que seguiría oyendo con toda claridad lo que dicen. No entiendo ni a mis padres ni a nada ni a nadie. Como aquella ocasión en que Bennett me dijo que era casi guapa. ¿Qué significa el «casi»? O se es guapa o no se es. Cuando entrecierro los ojos y dirijo la mirada hacia el espejo, llego a la conclusión de que soy bonita, porque no veo casi nada y por lo tanto me convierto en una sombra. Pero al menos al observarme casi en penumbra me hago la ilusión de que mi cabello no está hecho de cuerdas de guitarra e incluso llego a creer que su color dorado resulta brillante bajo la luz artificial. Cuando está encendida la lámpara del techo no me veo bien los ojos; pero eso es una ventaja, ya que no son ni muy grandes ni muy azules ni muy nada. Tampoco acierto a vislumbrar mi 13

nariz, que es totalmente neutra, ni corta ni larga, ni respingona ni aguileña. En realidad, si todos se ponen de acuerdo y me miran con ojos bizcos, no tengo tan mal aspecto. Cuando me arrodillo sobre la cama y escondo la barriga, resulto casi flaca. Creo realmente que no estoy gorda en absoluto. Si contengo la respiración, entro en una talla cuarenta, si bien preferiría usar la treinta y seis, la treinta y cuatro o incluso la treinta. En una ocasión decidí ponerme a dieta y no comer durante un mes patatas fritas. Pero al día siguiente de tomar esta decisión me sorprendí a mi misma sosteniendo un cucurucho de patatas fritas en la mano. Y la verdad es que ni siquiera tenía hambre; pero me había ido tan asquerosamente mal en la escuela y me esperaba una velada tan desagradable en casa, que me detuve a comprar las patatas porque sabía que al menos las patatas fritas me servirían de consuelo. Así que seguí comiendo lo que no debía, y ahora no estoy tan delgada como quisiera. No soy ni guapa ni flaca, pero algo tengo en mi favor: no me siento asustada. En absoluto. No resulta tan duro. En realidad es fácil. Echaré de menos mis libros, mis discos, todas mis pertenencias personales. Quizá me lleve algún libro de Thoreau y mantequilla de cacahuate. Me sentiré segura de mi misma y escribiré cada día mis impresiones en este diario. Bennett dijo que es una 14

buena idea llevar un diario y escribir algo en él con asiduidad. De ese modo se tiene siempre un compañero de conversación y cuando está ocurriendo algo se piensa: «Esta noche lo explicaré en mi diario», y de ese modo la adversidad resulta más llevadera. Creo que todo está a punto. No va a resultar muy duro. En realidad es fácil.

4 de junio, jueves, 11.45 de la mañana Adiós, Harrisburg, Pennsylvania. Estoy escribiendo en el asiento trasero del primer coche que me ha recogido. He salido de casa al amanecer, a las 5.30. Como tenía previsto. Ha sonado el despertador, pero he detenido la alarma a tiempo. Duke ha gruñido sin llegar a ladrar. Es un buen perro. Lo echaré de menos. A esa hora de la mañana Harrisburg está sumida en el silencio. He ido caminando hasta la autopista 147. He avanzado durante casi una hora hasta que me ha recogido este coche. Me sentía extraña cuando salí de casa. Pasas mucho tiempo planeando hacer algo y, cuando finalmente lo haces, te das cuenta de que es diferente la acción del pensamiento. No es que haya tenido ningún problema ni que me haya sentido triste o solitaria, pero he encontrado raro eso de fugarse. Tenía la impresión de que todo el mundo me espiaba desde el 15

interior de sus casas; hasta he creído verla a ella observándome, sin decir una sola palabra. Al amanecer reina la paz, la calma. He pensado que quizás hayan dado la noticia de mi huida por la radio, en el noticiero de las seis. «Cat Toven se fugó de su hogar a primera hora del día de…» Chorradas. Sigamos. He ido caminando por la 147 hasta que el sol estaba ya alto en el cielo. Hacía calor. Debían de ser las nueve, más o menos. Entonces esta pareja se ha detenido y me ha preguntado si hacía autostop, ofreciéndose a llevarme. Se trata de un par de cincuentones, un hombre y una mujer. Me han explicado que iban a Williamsport a conocer a su nieta, recién nacida. Son de Wilmington, Delaware. Nunca he estado allí. Todavía no me han hecho demasiadas preguntas, si bien el hombre no ha dejado de mirarme por el espejo retrovisor. No me pierde de vista. Les he dicho que iba a Corning, Nueva York, a visitar a mi abuela enferma. Lo único que me falta es una capa roja con capucha. No me gusta mentir, pero creo que no me entenderían. La mujer me ha preguntado por qué hacía autostop; les he tenido que decir que habían despedido a mi padre del trabajo y que andábamos escasos de dinero. Creo que se lo han tragado. El hombre ha estado hablando acerca de lo mal que está el mundo, 16

pero al poner la radio la mujer, él no ha tenido más remedio que callarse. No me gusta mentir, pero… En la radio están dando un programa religioso, con predicador incluido. ¡Puaf! Puro cotorreo sobre las consecuencias del pecado. Parece que a ella le gusta. El charlatán que se ha colado en el vehículo acaba de decir: «Nos veremos en la iglesia el domingo próximo». Mientras dure el discursito, no me veré obligada a hablar. Sin preguntas no hay respuestas, y sin respuestas no hay mentiras. Ha sido fácil esta mañana. Aún no acabo de creérmelo. Es muy diferente pensar en hacer una cosa y hacerla de veras. Simplemente me he levantado, me he vestido, he ordenado mis cosas y he salido a la calle. Nadie ha dicho ni una palabra. Sólo Duke se ha despertado; los demás no se han enterado de nada. Aunque llamen a mis amigos, no sacarán nada en claro, puesto que ni siquiera ellos saben adónde voy. No se lo he contado a nadie, ni a Bennett ni a los otros. El hombre sigue mirándome por el retrovisor. Me pregunto qué dirá mi padre cuando ella se lo cuente. Incluso es probable que no le informe del suceso de momento. Seguro que piensa que volveré. En cuanto a él, se pondrá como loco. O quizá no. Creo recordar que también se fugó en su juventud. Además, para 17

comunicárselo tendrá que encontrarlo primero, y eso no va a resultar sencillo. El indicador reza escuetamente: «Williamsport, 75 millas. Sede de la Liga Juvenil de Béisbol». El año pasado mi madre y yo acompañamos a Bobby a esta ciudad para que viera los partidos. Aburridísimos. Pobre chaval. Su equipo ya había perdido antes de abandonar Harrisburg. Nos alojamos en un motel situado en lo alto de una colina. La ciudad no es ni grande ni bonita; al menos así lo recuerdo. Dos días ya se hacen largos. Y encima acompañada por mi madre y Bobby. Siempre que salía por ahí con ellos, me figuraba que iba sola. Ahora ya no necesito usar la imaginación. Es mejor así. Se ha acabado el sermón. Ella está empezando a hablar de nuevo… Hace calor. Me han dejado en el puente porque tenían que desviarse para ir a la maternidad. Cinco dólares. Ella me ha dado cinco dólares, diciendo que si algún día su nieta recién nacida se veía obligada a hacer autostop para acudir a su lado en caso de enfermedad esperaba que alguien la ayudase. Añadió que lamentaba no poder ofrecerme más. ¡Qué mujer tan estupenda! Lo digo de veras. El río está muy sucio en este lugar. Lleno de fango, viscoso y repulsivo. Aquí abajo se está más fresco que en 18

el puente. La gente no deja de mirarme. Es una autentica ayuda escribir en este diario. Me proporciona una ocupación cuando no tengo nada que hacer. Además, siempre que estoy desocupada la gente me observa con mucha insistencia. Parece que cuando estás activa todo el mundo se queda perplejo y no se atreve a molestar. Arriba, en el puente, hay dos muchachos. Me lanzan una mirada de complicidad que conozco bien. Cinco dólares. Sumados a los dos billetes de veinte y a los 2,75 que llevo en calderilla, ya tengo… Se acercan. Sabía que lo harían.

4 de junio, a la caída de la tarde El día de hoy parece haber durado setenta y dos horas. ¿Por dónde empezar? Estoy escribiendo detrás de un cartel que invita a los transeúntes a visitar las fábricas de vidrio de Corning. No es mala idea cuando no se tiene nada mejor que hacer. Estoy cansada. Creo que durante un buen rato no voy a hacer más autostop. No resulta tan duro. Es fácil. No creo que los automovilistas me vean, ya que estoy entre la maleza. Espero que las serpientes tampoco adviertan mi presencia. Si las hay, claro. Noto que me arden tanto la cara como los brazos. El sol ha apretado de 19

lo lindo. En general, me encuentro perfectamente. He devorado un perrito caliente regado con Coca-Cola. Se me han ido setenta y seis centavos; pero no es mucho gasto teniendo en cuenta los cinco dólares que me han caído del cielo. No sabe esa recién nacida la abuela tan estupenda que tiene. Andy y Sherrie me han dado el nombre y la dirección del primo de Andy en Provincetown. Me han invitado a ir con ellos. Andy ha dicho que su primo confecciona joyas, las vende en verano y gana mucho dinero. Las personas honradas compran cualquier cosa. No he accedido. Bennett me aconsejó que viajara en solitario, si bien no me explicó las razones. Probablemente él sabía el porqué. Andy ha pedido una Coca-Cola, así que Sherrie y yo hemos podido sentarnos en una mesa. Era un local de la cadena Texaco. Él ha dicho que se ponen furiosos si no tomas nada, a menos que estén tan ocupados que ni siquiera adviertan tu presencia. Lo tendré en cuenta. Saqué una barra de pan, que hemos untado con la mantequilla de cacahuete que yo llevaba. La hemos extendido en el pan con los dedos, lo cual produce una sensación rara al principio, pero luego te habitúas. Andy es de Tucson, Arizona. Nunca he estado en Tucson. Me ha dicho que no me perdía nada. Conoció a Sherrie en las afueras de Kansas City, Missouri. La muchacha viajaba sin rumbo, como yo, hasta que se encontró con Andy. Ahora van juntos a Provincetown; son 20

cosas que pasan. Después de nuestro «banquete» tenían pensado emprender viaje hacia Scranton; pero yo quería dirigirme a Corning. Así que hemos tenido que separarnos. A pesar de no haber pasado con ellos más que unas horas, he experimentado una sensación de tristeza al despedirnos. Como si fuéramos viejos amigos. Andy me ha recomendado que me cuide mucho, algo que a nadie en Harrisburg se le habría ocurrido. Tiene una enorme cicatriz en el cuello, pero se la cubría con un pañuelo rojo que sólo se quitaba para secarse las manos. No creo que Sherrie se haya disgustado porque no he aceptado su invitación. Aunque sí tengo la impresión de que ella apenas ha probado la mantequilla de cacahuete debido a que era mía. Estoy escribiendo en semioscuridad, aprovechando las luces de los faros de los coches que circulan sin cesar. Me pregunto qué estará ocurriendo en casa. No resulta tan duro. En realidad, es fácil. Dejemos eso ahora. Me han traído hasta Corning un viejo que no ha abierto la boca en todo el trayecto. Conducía a unos cincuenta kilómetros por hora, y no ha dicho ni una sola palabra ni al recogerme ni al dejarme. Se ha limitado a conducir con las manos como pegadas al volante y la mirada fija en la carretera. ¡Vaya tipo raro! Su frente estaba surcada por venas azuladas y salientes. No sé qué prefiero, si el silencio o el exceso de conversación. Por lo menos cuando no te hablan no te 21

ves obligada a contestar a preguntas inoportunas. Pero concretamente hoy, después de despedirme de Andy y Sherrie, tenía la necesidad de hablar con alguien. Me he acordado con nostalgia de la mujer de esta mañana, a pesar de las mil preguntas que me ha hecho. Andy me ha contado que una vez los había recogido una limusina negra. Debía de resultar algo lúgubre, ya que por lo visto el tipo era realmente raro. Me pregunto si me han echado ya de menos. Tengo sueño. Mañana trataré de llegar a las islas Thousand. Y luego a Canadá. Les he dicho a Andy y Sherrie que ése era mi destino. Me ha salido así, por las buenas. La primera sorprendida he sido yo. Parecían impresionados. Después de todo, no es tan mala idea. Canadá. Y no es que esté pensando en quemar mi cartilla de reclutamiento o algo por el estilo. No sé qué haría si me dieran una, la verdad es que no me siento excesivamente patriota. No resulta tan duro. En realidad, es fácil. Me pregunto qué tipo de joyas confecciona el primo de Andy. A Sherrie no le he caído bien, es algo que se nota sin necesidad de pelearse ni pegarse. Me escuece la zona quemada por el sol. Los hombros me duelen un poco, debido al peso de la mochila. Por lo demás, todo va bien.

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Me parece que esta noche no voy a montar la tienda. Alguien podría verla. Además el cielo está estrellado y en la maleza no hay pinchos. Es cuestión de tiempo, a todo se acostumbra uno. No tengo nada en que pensar…o tengo todo en que pensar, nunca se sabe. El mundo está completamente loco. Una vez vi un programa de televisión en el que condenaban a un chico a diez años de prisión por haber quemado su cartilla de reclutamiento. Sólo de pensar en la posibilidad de vivir entre barrotes durante diez años se me ponen los pelos de punta. Y encima por destruir un simple papel. Tengo sueño. Andy me ha dicho que no entrase en Canadá por ninguno de los puentes donde hay policía de aduanas. No se me había ocurrido. Me ha aconsejado que si quiero ir al país vecino cruce la frontera por las islas Thousand y de ahí dé el salto hasta Ontario. Es un buen sistema, no hay un camino mejor. He fingido al afirmar que ya tenía planeado hacerlo de ese modo. ¡Qué tío tan majo! Extraña cicatriz. Él no ha hecho el menor comentario al respecto. Es un fan de los Who. Cree que es el mejor conjunto sobre la Tierra. Yo me he declarado entusiasta de Simon y Garfunkel y también, aunque menos, de Donovan. Sherrie apenas ha expresado ninguna opinión. Nunca he estado en Canadá. La verdad es que… Me siento algo deprimida. Echo de menos… 23

5 de junio, viernes Bennett me dijo que no me perdiese en el tiempo, porque si se olvida uno del día en que está se siente desvalido y desorientado. He desayunado en un Dairy Queen1. La especialidad de la casa. Pero primero me he despedido de mi lecho de arbustos. Resulta divertido comprobar que cuando has dormido en un lugar tienes la sensación de que te pertenece. Mi lecho de arbustos, mi valla anunciadora. En el fondo es una estupidez. Bueno, sigamos. He ido al mismo establecimiento donde comí anoche el bocadillo caliente. Había un muchacho sentado en las escaleras de entrada, con la mirada perdida en un lejano cementerio. Debía de tener unos trece años, parecía algo mayor que Bobby. Estaba como abstraído, mirando el cementerio sin verlo, mientras el helado que sostenía en la mano se deshacía y pequeños regueros corrían por su brazo sin que lo advirtiese. Me he sentado a su lado para preguntarle dónde estaba la carretera que conduce a las islas Thousand. No lo sabía, sólo podía indicarme que la de Elmira estaba justo ante nosotros. De pronto ha

1

. En los Estados Unidos, establecimiento muy popular, mezcla de heladería, granja y cafetería. (N. del T.)

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empezado a devorar su helado, como si se hubiese dado cuenta de que se le estaba fundiendo. Me siento bien esta mañana. Pero tengo que hacer planes. En estos momentos estoy sentada en los escalones que hace un momento ocupaba el chico del helado. Se ha ido. Había un montón de moscas zumbando alrededor del helado medio deshecho. Se ha largado en bicicleta. Creo que prefiero a las personas que hablan. Una de las cosas que debo planear es cómo llegar a mi destino. Necesito un mapa. Ayer, cuando no conseguía dormir, pensé por un momento que un reloj me resultaría también muy útil. Nunca antes se me había ocurrido lo necesario que en ocasiones resulta un reloj. Creo que en el fondo no me hace ninguna falta. Con un poco de práctica llegaré a saber la hora guiándome por el sol. Mi padre dijo una vez que… Acaba de aparcar delante de mí un coche de la policía. Tengo que mantener la calma. Sigo escribiendo, no levanto los ojos. Uno de los ocupantes del vehículo me está observando. Escribo para mantenerme ocupada y no mirar hacia el coche. Tengo que seguir escribiendo, lo que sea, cualquier cosa. Voy a una escuela de verano espacio en blanco escuela y soy estudiante y siempre llevo mi mochila conmigo cuando voy a la escuela, oficial. Sigue mirándome. Se acerca…

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No era mal tipo el poli. No parecía mucho mayor que yo. El chico del helado había robado la bicicleta. Ahora comprendo su mirada fija en la distancia en dirección al cementerio. ¿Por qué aquel muchacho habría robado la bicicleta? Porque no tiene una propia, vaya una pregunta tonta. El policía no ha sospechado de mí. Se ha limitado a preguntarme si había visto a un muchacho en bicicleta. Resultaba demasiado joven para ser policía. Me pregunto si el chico del helado había robado realmente la bicicleta y si el tipo que me ha estado interrogando era de verdad policía. Desde luego, llevaba placa y un arma al cinto. Odio las armas. Hace falta temple y crueldad para apretar el gatillo. No puedo imaginarme presionando el gatillo de un arma, como no sea para defenderme de alguien que me persiga con un cuchillo o algo así. Ni siquiera visualizo la escena. Quizás algo en mi interior me impulsaría, en caso de peligro, a contraatacar; a lo mejor se encendería en mi cabeza un letrero luminoso con estas palabras: «Aprieta el gatillo, aprieta el gatillo». Entonces un mensajero nervioso bajaría hasta el dedo para llegar a su destino y encontrarse con que ya había decidido actuar por su cuenta. Aprieta el gatillo, aprieta el gatillo. ¡Bang! Luego fluye la sangre y un montón de personas se apiñan a tu alrededor. Muerto. Tercer grado.

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— ¿Cómo se llama? — Cat Toven. Mi nombre es un acrónimo formado por la primera letra de… — ¿Dónde vive? — En Harrisburg, Pennsylvania. — ¿A qué se dedica? — ¿Cuándo? — ¿Cómo? — Verá. Es que se dedica a cosas diferentes según la hora del día. Por las mañanas y por las tardes, trabaja como abogado. Por las noches prefiere andar dando vueltas por ahí, juguetear… — No entiendo una palabra. — Es abogado y… — Eso está claro, lo que no comprendo es la última parte. — Hay una mujer en Nueva York, y él siempre… — ¿Hay algún seguidor en su familia? — Mi hermano es un fiel seguidor de la Liga Juvenil de Béisbol. — ¿Y usted, es seguidora de algo o de alguien? — Sí. — ¿De qué o de quién? — Lo ignoro. Pero me gustaría descubrirlo. — Vamos, vamos, seguro que lo sabe. — De veras que no. — Tenemos medios para hacerle hablar.

¡Qué estupidez! Se está más fresco aquí, bajo los árboles. Siempre utilizaban esta expresión en películas 27

sobre la segunda guerra mundial. «Tenemos medios para hacerle hablar». Me pregunto si realmente lo decían. ¡Ojalá los del Dairy Queen me dejasen echar una siesta en su mesa de picnic! Al fin y al cabo, soy cliente suya. Aunque cambiase mis planes y viajase hasta Provincetown, creo que no encontraría a Andy. Duke está viejo. Recuerdo la navidad en que lo trajimos a casa. Hace ya cien años. Mi padre nos previno de que el gran danés no vive demasiados años. Si lo analizas en profundidad, te das cuenta de que la vida es corta. Aunque hay algunas cosas que viven demasiado tiempo. Me pregunto si seré capaz de remar a través del lago para llegar a Ontario. No lo sabré hasta que vea su longitud. La verdad es que no conozco a nadie en Canadá. Claro que tampoco es que tenga muchos amigos aquí en Estados Unidos. ¿Qué me espera en Ontario? En cualquier caso será diferente de Harrisburg. Necesito un mapa. Hace fresco aquí, bajo los árboles. Huelo a perrito caliente. Aunque no se tenga apetito, no hay nada como ese olor para despertarlo. Esto me recuerda que estoy hambrienta, pero tengo que tener cuidado con el dinero. Hay un montón de niños cerca del lugar donde me encuentro, con dos perros falderos. Pobres animales. Los críos pequeños me sacan a veces de mis casillas. ¿Por qué se empeña la gente en tener 28

hijos? ¡Qué asco! Te inflas, explotas ¿y qué consigues? Un bebé. Medios para hacerle hablar. Medios para hacerle hablar. Chicago. Nunca he estado en Chicago, sólo la he visto por televisión. ¡Lástima! Tendría que haber cogido más libros. Por otra parte, pesan demasiado. Por lo menos, debería haber traído conmigo alguno de Alan Watts. Seguro que sería un buen padre, aunque probablemente ni siquiera está casado. El pobre Thoreau está enterrado en el fondo de la mochila con la mantequilla de cacahuete y los pantalones de recambio. Aún no voy sucia. ¡Madre mía! Otro muchacho al que se le deshace su helado de cucurucho. Dentro de poco el mundo entero estará bañado en crema de helado fundida, especialidad del Dairy Queen.

Tengo un perro por hijo. A veces ocurre. Es negro, con el cogote cubierto de pelo marrón y los ojos también marrones, francamente bonitos. Sus patas son largas, toda su configuración recuerda a un pastor alemán, si bien los chavales creen que su madre era un pastor escocés. ¡Qué críos tan estúpidos! Ni siquiera saben quién es el padre. Me han dicho que se trata de un cachorro de unos tres meses, si bien tampoco están seguros de su edad. Cosas que pasan. Únicamente 29

recuerdan que hubo una trifulca tremenda en el garaje y que su padre amenazó con matar a la hembra y los cachorros si estropeaban su barca. Eran en total cuatro recién nacidos; uno murió de muerte natural, otro fue atropellado por la furgoneta de Correos y los otros dos siguieron con vida pero con la muerte al acecho. La madre de los chavales estaba que se subía por las paredes, y les decía que si no se libraban de ellos los ahogaría con sus propias manos... Bienvenidos al mundo de los humanos, queridos perros. No me parecen malos chicos, lo único que se les ocurre es que no saben qué hacer. Me han dicho que viven a dos manzanas de aquí. ¡Qué perro tan lindo! Les he prometido que me haría cargo de él y al cabo de un instante he pensado: «¿Pero qué estás diciendo?» Era ya demasiado tarde. No puedes ir diciendo por ahí que vas a quedarte con un perro y luego cambiar de idea por las buenas. Es curioso, parece que sepa que me pertenece. Está sentado a mis pies, y no ha hecho el menor movimiento cuando los chicos se alejaban. ¡Qué estampa tan elegante! Un nombre. Tengo que buscarle un nombre. Creo que no resultará un problema. Compartiré mis alimentos con él, y él actuará con la fiereza que a mí me falta. No es que tenga un aspecto muy agresivo, pero yo le enseñaré a adquirirlo. A Duke no le gustaría en absoluto, ya que pertenece a esa clase de perro casero al que no se le puede meter en la cabezota quién es el subordinado y quién es el amo. Estaba convencido de ser 30

el propietario de la casa y de sus moradores, no permitiéndonos ni siquiera mirar a otro perro. Me acuerdo del día ya lejano en el tiempo en el que entró en casa por vez primera. Ahora es ya casi un moribundo; este otro, en cambio, tiene toda la vida por delante. Tengo que encontrar un nombre bien bonito. Está muy flaco. Compartiremos el bocadillo. Soy la responsable de su alimentación, tengo que nutrirlo. Echo de menos a Duke. Me pregunto si a él le sucederá lo mismo. A veces ocurre. Me explicaré: durante un tiempo parece que todo marcha a las mil maravillas y de repente algo deja de funcionar, creando un círculo vicioso de desgracias. Naturalmente, los periodos en los que todo va mal siempre parecen más largos que aquellos en los que la vida parece sonreírte. Quizá lo sean. El perro me ha seguido todo el camino hasta el Dairy Queen y también durante el regreso. No he tenido que decirle una sola palabra, creo que comprende perfectamente que ahora es mío. Le ha gustado el bocadillo, si exceptuamos el condimento y el pan, es decir, que ha dado buena cuenta de la carne, mientras yo me he tenido que conformar con el resto. La mujer de la barra me ha observado con expresión divertida y todavía sigue mirándome. Aún creo estar viendo sus ojos clavado 31

en mí. Nunca me había sentido tan controlada como durante estos últimos dos días. Se está bien bajo los árboles, corre un airecillo muy fresco. Quizás a ella no le guste que esté aquí sentada. ¿Qué nombre voy a ponerle? Hay un montón de posibilidades. Donovan... No. Bennett... El viejo Bennett tendría que verme ahora. Estoy segura de que nunca creyó que sería capaz de largarme de casa. Se pasaba el día entero hablando de su viaje alrededor del mundo, como si un viaje alrededor del mundo fuese una experiencia privada. Me fastidia la gente que siempre habla de sus hazañas, como si una vez realizadas por ellos ya no pudiesen ser repetidas por los demás. Ringo... Es más hermoso que Ringo. Bennett, con sus cinco comercios de alimentación. Y además vende marihuana. Le sorprendí una vez con las manos en la masa, si bien él no advirtió mi presencia. Me cortaría el cuello si supiese que conozco su secreto. Nunca antes se lo había dicho a nadie, sólo se lo he confesado a mi diario. Y no sólo se la proporciona a los amigos. El hombre que se la estaba comprando en aquella ocasión es el dueño de una lavandería en el centro comercial de Sherbourne Park. 32

Mike... ¿Por qué Mike? Tommy... No, es un nombre pastoso. Me recordaría al ciego de la película, al fenómeno del millón. No es adecuado para un perro. Bennett tenía una pared cubierta de papel floreado en su apartamento, situado en la trastienda de la calle Pilgrim. A veces por el mero hecho de ser más rico y más viejo que nosotros se creía una especie de dios. Pero también sabía ser encantador, especialmente con los niños, a los que recibía siempre con los brazos abiertos. La primera vez que lo vi me sentí como hechizada. Me convertí en su fan incondicional. Siempre recordaré la impresión que me producía su forma de permanecer de pie delante de aquella puerta. Además, al salir de la escuela no tenía ningún sitio adonde ir que me resultase más atractivo. Ni hablar de Bennett... Sería una jugada para el pobre perro. Es francamente precioso. Se limita a quedarse ahí sentado y a mirarme como si quisiera preguntarme «¿Y ahora qué?» Buena pregunta. La mujer del Dairy Queen sigue espiándome desde la pequeña ventana situada en una esquina. ¡Me mira y me mira! ¡Ojalá se ahogase en un mar de crema batida! Si no estuviese tan atareada probablemente se me acercaría diciendo: «Hola, preciosa, ¿qué estás haciendo?» Es una de esas personas que siempre están con el «preciosa» en la boca. Odio con toda mi alma a la gente que utiliza ese calificativo cuando se dirige a mí. 33

Paul Newman... ¡Qué estupidez! Abbie Hoffman... Suena a nombre de mujer y él es un macho, lo he comprobado. Será mejor que recoja mis cosas. La mochila, a mi querido amigo sin nombre, los zapatos...y «marchando». Antes de que se me acerque y me ahogue en dulzura. Todavía me está mirando con sus ojillos brillantes. Ya pensaremos luego en nombres... He encontrado un riachuelo en un paraje solitario. Íbamos caminando mi perro y yo por la carretera cuando oímos el ruido del agua. Él se ha desviado como si conociera el camino y para seguirlo he tenido que colarme por una valla que no parecía de ninguna propiedad privada y bajar a todo galope por una colina, al pie de la cual he encontrado al perro a la orilla del riachuelo. Una buena carrera, pero ha valido la pena. Es un lugar muy bello. Las ramas de los sauces llorones parecen inclinarse respetuosamente al paso del líquido elemento, donde flotan los nenúfares con su cohorte de hojas y se forman montones de limpio fango. En el aire se respira olor a rosas, a pesar de que no veo ninguna. Estoy sentada en un tronco de musgo, es decir, en un tocón que parece haber sido cortado para mí. 34

Reina el silencio, interrumpido únicamente por el murmullo del agua y el chapotear del perro. Se dedica a atrapar garapitos y, cuando llega al centro del río y nota cómo el fondo resbala bajo sus patas, se gira y me mira como si me preguntase «¿Crees que debo seguir adelante? ». Haz lo que quieras, le respondo sin abrir la boca. Aún no lo he llamado. Parece que sabe cuidarse, ya que decide hacer marcha atrás. He cruzado el río vadeando, ya que si bien no es profundo, el agua está helada. Hay muchos pájaros por aquí. A algunos les molesta mi presencia, lo noto en el ambiente. No hace falta que me golpeen la cabeza para darme cuenta de algunas cosas. Los arboles son de un verde luminoso, que destaca en los reflejos trémulos que despide el agua. Tengo los pies helados. Pero el sol que logra filtrarse por entre los arboles acaricia mi espalda. No hay nadie con la mirada fija en mí, a excepción de los pájaros y el perro. Tengo que ponerle nombre, para que sea realmente mío. Claro que ya lo es ahora. A veces para que algo nos pertenezca nos basta con tocarlo. Mi lecho de arbustos, mi cartel anunciador, mi riachuelo, mi cielo, mi brisa. De todos modos, la brisa no puede tocarse. Ella te toca a ti, pero resulta intangible a las manos humanas. No hablo de mis nenúfares, porque ni siquiera me he acercado a ellos. He pensado en coger algunos, pero sé que se mueren en seguida. 35

Estoy en un lugar extraño. Por encima el cielo, por debajo el tocón, enfrente el agua. Estoy esperando que aparezca por detrás de los arboles una mujer con vestido blanco y sombrero de paja ofreciéndome cigarrillos. ¡Estúpidos anuncios! En Zen Flesh, Zen Bones aparece este poema: La gran senda no tiene puertas. Miles de caminos van a parar a ella. Cuando uno atraviesa la puerta sin puerta camina libremente entre el cielo y la tierra. Lo memoricé el año pasado. Y no sólo éste. Creo que aún recuerdo más de medio libro. Mi madre estaba convencida de que iba a volverme loca por consumir este tipo de literatura. Llegó a preocuparse seriamente, quizá porque no tenía nada mejor que hacer, y a afirmar que de aquello no saldría nada bueno. Como si todos aquellos libros fuesen asesinos del espíritu. En una ocasión me dijo que había nacido cristiana y que no debía familiarizarme con aquello que contradecía mi fe. Para mí la religión no tenía la menor importancia, pero decidí no discutir. Consideraba que el haber nacido en el seno de una familia cristiana o budista no significaba gran cosa. Siempre me estaba haciendo preguntas acerca de mis amigos, como si tuviese que presentar su expediente en el FBI. «¿Dónde vive?» «¿Cómo se llaman sus padres?» «¿A qué se dedica su padre?» ¿A quién diablos le importa todo eso? 36

A mí me bastaba con que me cayesen bien e hiciésemos buenas amigas. No pude nunca hacérselo entender, a pesar de intentarlo con todas mis fuerzas. Me he pasado muchas horas predicando en el desierto y lo único que he obtenido han sido dolores de garganta. El haber nacido en el seno de una familia cristiana o budista no significa gran cosa. Este lugar es precioso. Me gustaría vivir siempre a la orilla de un riachuelo para poder oír el murmullo del agua y el silbido del viento. Vaya a donde vaya, buscaré un río como éste.

Bennett odia a los fanáticos seguidores de Jesucristo. Dice que son unos desequilibrados. Recuerdo que en ocasiones llegué a pensar que él era uno de esos «fanáticos seguidores» y que por eso criticaba a sus correligionarios. En aquella época solíamos sentarnos un rato a charlar después de la escuela; si en alguna de las conversaciones a alguien se le ocurría hacer un comentario acerca de navidad o pascua, Bennett fingía ponerse como loco quizá se ponía de veras, con Bennett nunca se sabe y exclamaba fuera de sí: «¡Diosdiosdios, no me habléis de ése!» Recuerdo la historia de su tía, una viejecita encantadora que siempre que iba a visitarla le recibía cálidamente. Fue ella quien dejó las cinco tiendas. La 37

anciana tenía un pequeño patio en la parte posterior de su casa, donde acudían ardillas, pájaros y otros animales a recibir su alimento. Un día oyó en el interior de la pared del comedor un ruido extraño, como si alguien hubiese quedado atrapado y no lograse salir a pesar de rascar y arañar el muro. Pasaban los días y aquel extraño sonido no cesaba, aunque cada vez resultase más apagado; de pronto comprendió que una de sus ardillas se había colado allí dentro y no podía salir de su trampa, en la que permanecería sin duda hasta morir de inanición. Por fin no lo soportó más, se armó de una palanca y un martillo y practicó un boquete en la pared, destrozándola por completo. Cuando el agujero fue suficientemente grande introdujo la mano para buscar a ciegas a la pobre víctima. La ardilla la mordió en un dedo, dio un salto sin salir de detrás de la pared, alcanzó las alfardas y salió al tejado. La anciana murió de una infección, dos semanas después. Bennett nos contó que nunca taparon el agujero practicado por su tía en la pared del comedor. De todas formas la casa ha quedado vacía. Acostumbrada a decir «diosdiosdios», término que utilizaba en vez de las palabrotas corrientes. Diosdiosdios. Siempre nos contaba extrañas historias acerca de conocidos suyos, de personas por las que sentía afecto, como aquel compañero de estudios que a pesar de no 38

tener permiso de conducir consiguió un trabajo de chofer de camión para ganar un dinero extraordinario con el que comprar regalos de navidad a sus hijos. El primer día le tocó transportar explosivos; encendió un cigarrillo e hizo un agujero de más de dos metros en la autopista de Indiana. Diosdiosdios. ¡Qué lugar tan maravilloso! Me pregunto si pertenece a alguien. Daría cualquier cosa para que me viera ahora el viejo Bennett. Me parece que voy a leer un rato, me siento cansada. Es como si estuviera escribiendo una narración. «Cat Toven se sentó tranquilamente a la orilla de un riachuelo que fluía a las afueras de Corning, Nueva York, y empezó a leer en voz alta a Thoreau para su perro sin nombre.»

«¡Flint’s Pond! (¡La charca de Flint!) Tal es la pobreza de nuestra nomenclatura. ¿Qué derecho tenía un granjero sucio y estúpido, cuya propiedad terminaba en este horizonte de cielo acuoso, a robarle cruelmente sus bellezas naturales y ponerle su nombre? No era sino un materialista (Bennett), que en lugar de la belleza prefería la reluciente superficie de un dólar o de un centavo donde pudiese ver su propio rostro bronceado (o mi madre), que incluso consideraba como intrusos a los patos salvajes que descansaban en tan hermoso lugar; y sus dedos se 39

habían convertido en garras ganchudas y callosas a causa de su costumbre de arañar como las arpías (me gusta eso de «garras callosas» y «como las arpías»). Por tanto, para mí no tiene nombre. No he llegado hasta aquí para verle a él ni para oír hablar de quien nunca vio realmente este rincón del mundo, ni se bañó en él, ni lo amó, ni lo protegió, ni mencionó nunca su belleza, ni dio gracias a Dios por haberlo creado...»

Me gustaría encontrar expresiones como «garras callosas» o «de arpía». No es necesario comprender su significado exacto para saber que se trata de palabras llenas de sentido. El perro me ha estado escuchando como si me entendiera, con la cabeza ladeada, escuchando y tratando de captar mis frases. Al ver sus ojos de cerca me he fijado en lo negras que son sus pupilas. Parece muy flaco ahora que su pelo está mojado. Creo que puede llegar a ser un perro muy grande; pero para eso tendré que encontrar huesos con algo de carne, si no se va a quedar por el camino. Flint’s Pond. Me pregunto a quién pertenecerá este lugar. Sea quien sea su dueño, se está portando muy bien, ya que no se acerca a molestar. El perro tiene aspecto de renacuajo. Se ha tumbado a mi lado, con las patas traseras estiradas y la punta del hocico rozando mi talón, como si no quisiera dejarme marchar sin él. Me alegro de veras de habérmelo quedado. Ya sé que me creará problemas, pero estos no sirven sino para 40

demostrarte con el tiempo lo que ha valido la pena y lo que no. Me siento extraña: ni feliz ni desgraciada, ni triste ni deprimida ni nada por el estilo. Como si estuviera llena, y no precisamente de comida. Es un lugar maravilloso, bañado en una paz intangible que flota sobre el agua y los árboles. Tengo la sensación de que mi cerebro está descansando y que un ser misterioso piensa por mí. Ni siquiera llega hasta aquí el ruido de los automóviles que circulan por la autopista. Cuando llegue a mi destino tendré que buscar un paraje similar a éste. Pero no éste. Quiero ir más lejos. ¡Qué sensación tan agradable! Me siento extraña. Estoy escribiendo demasiado hoy. Tengo que darle menos a la pluma y viajar más, pues de lo contrario no llegaré nunca a nuestro destino.

6 de junio, al anochecer ¡Caray, qué suerte he tenido! 41

He tenido la oportunidad de recuperar el tiempo perdido. Recapitulemos. Tras abandonar la charca de Flint o de quienquiera que fuese hemos emprendido la marcha carretera abajo, pasando por delante del Dairy Queen. Hemos recorrido unos noventa kilómetros..., bueno, a mí me lo han parecido porque levaba al perro a cuestas. Con todos aquellos coches circulando a gran velocidad no me ha parecido bien dejarlo en el suelo. Así que hemos, o mejor dicho he —él ha viajado en mis brazos— ido caminando hasta un pequeño centro comercial, donde el cocinero de un restaurante me ha dado una bolsa llena de huesos. Al ver al cachorro en mis brazos ha comprendido enseguida qué buscábamos y ha sacado la bolsa sin cobrarme ni un centavo. Me gusta este tipo de gente. Lo malo es que el pobre perro no sabe qué hacer con los huesos; intenta mascarlos sin acertar a hincar el diente. De todos modos, algo le alimentarán. Luego he ido hasta una estación de servicio que estaba en la esquina porque necesitaba un lavabo donde limpiarme los pantalones, que estaban llenos de barro. Allí mismo me he comprado una Coca-Cola y una bosa de ganchitos de queso, que he ingerido mientras le preguntaba al encargado cuál era la carretera de las islas Thousand. El tipo era manco, pero no parecía demasiado preocupado por su desgracia. Quiero decir que aceptó mi dinero con su única mano con la misma soltura con la que lo habría aceptado con las dos. Me ha preguntado por qué quería ir a las Thousand y he desempolvado la vieja 42

historia de la abuela enferma, desplazándola ligeramente hacia el norte. Creo que no se lo ha tragado, si bien se ha limitado a sonreír sin decir una sola palabra. No me gusta mentir, especialmente cuando comprendo que no me creen, pero no me ha quedado más remedio, ya que tampoco se habría creído la verdad, que yo desconozco tanto como él. ¡Cómo si pudiera decirle a alguien hacia dónde me dirijo, cuando incluso yo misma lo ignoro! Le ha parecido que el cachorro tenía frio y lo ha acunado con su único brazo, dejando por fin de comportarse de manera poco amistosa. No he averiguado cómo perdió el brazo. Me cuesta imaginarme que a alguien pueda sucederle algo así. Me ha dicho que necesitaba un buen perro guardián porque los chavales tratan de aprovecharse de los mancos y me ha preguntado si quería librarme del perro. Le he contestado que no. Esto me recuerda que tengo que buscarle un nombre adecuado. Al fin y al cabo un nombre es algo importante, ya que nos pasamos la vida respondiendo a aquellos que nos llaman por él. En cualquier caso le he dicho al fulano que no tenía la menor intención de desprenderme del perro y luego hemos estado hablando un rato acerca de sus largas patas y de cómo se notaba que por sus venas corría más sangre de pastor alemán que de pastor escocés. Según él, va a ser un perro grande y hermoso. Iba a preguntarle de nuevo dónde estaba la carretera de las Thousand cuando ha aparcado delante de los 43

surtidores una furgoneta Volkswagen. Era realmente algo increíble; estaba toda pintada de margaritas y llevaba un símbolo de la paz de color rojo en la parte delantera. Ha salido de ella un tipo extraño, bastante viejo, con cabello y barba canosos, que le ha pedido al empleado que le pusiera gasolina suficiente para llegar a Watertown. El manco se ha envarado y le ha dicho que por todos los demonios no sabía cuánta se necesitaba. El hombre del pelo gris le ha pedido sin dejar de sonreír que creía que dos dólares de carburante llegaría a su destino. En el asiento delantero de la furgoneta había una mujer, que riendo abiertamente me ha saludado en voz alta y algo chillona, así, por las buenas. Al ver a mi cachorro se ha plantado de un salto en el suelo y se ha acercado corriendo al lugar donde estábamos, poniéndose a acariciar a mi sin nombre, abrazándole y pellizcándole en las orejas. Me ha dicho que era un precioso cachorro y que con el tiempo se convertiría en un maravilloso perro. Vestía una túnica larga y ancha, de estilo hindú, y llevaba los pies descalzos. Mientras ponía la gasolina en el depósito de la furgoneta, el manco los ha estado observando ávidamente, al igual que yo. Eran tan viejos como mi padre y madre, pero parecían haber quedado atrapados en aquel túnel de tiempo que vi en una película de televisión, de cuyo túnel salían con mi edad, pero con el rostro arrugado. En cualquier caso, era gente agradable, aunque el manco se pasó todo el rato meneando la cabeza. El tipo de pelo canoso me había dicho que se llamaba Robbie 44

Robber. Según parece, ése es su nombre auténtico, al menos así lo ha afirmado él. También me ha explicado que era profesor de ciencias políticas en la Universidad de Temple, Filadelfia. Estaban hartos de observar que la ciudad se estaba convirtiendo en una basura y habían decidido largarse una temporada. No cesó de hablar en todo el tiempo, pero cada vez que desaparecía momentáneamente ella le reemplazaba, como si tuviesen una sola boca para los dos. En cualquier caso era gente agradable. Me han preguntado adónde me dirigía; al decirles que a las Islas Thousand han reaccionado como si de pronto acabase de pronunciar la palabra mágica. Han empezado a saltar jubilosamente —algo que resultaba extraño cuando se tiene el cabello canoso— y me han ofrecido la parte trasera de la furgoneta asegurándome que había espacio para todos, que lo suyo era mío y todas esas chorradas. Tenía razón Bennett cuando me dijo que la gente ya no piensa en hacer algo contigo, sino por ti. En aquel momento aún no sabía gran cosa acerca de ellos, pero enseguida he comprendido que son gente estupenda. Robber ha reemprendido su charla en el momento de entrar en la furgoneta, instalarnos y arrancar, mientras el manco no dejaba de menear la cabeza. Ruthie se ha limitado a escuchar. Al principio me ha indicado que no le prestase la menor atención al tipo que yacía en un rincón de la parte trasera. Estaba tumbado bajo una pila de mantas y ropa vieja y parecía formar parte del amasijo. Al descubrirlo, el perro se ha puesto a gruñir y olisquearlo. 45

Estaba arrellanado en un rincón. Parecía tener la misma edad que yo, quizás un año más. Su aspecto era el de un cadáver, si bien de vez en cuando abría los ojos y soltaba unas cuantas palabrotas contra el presidente Nixon. Robber reaccionaba ruidosamente e interrumpía al otro en voz aún más alta: «Tienes razón, muchacho, tienes que decírselo. Mándalos al infierno». El muchacho parecía entender todo lo que estaba ocurriendo, pero no conseguía pronunciar palabra. Sus pantalones estaban húmedos. ¡Qué asco! Ruthie me ha dicho que cogiese a mi perro y que nos sentásemos con ellos en el asiento delantero, dejando solo al tipo. Al abandonar Corning ha abierto dos latas de lomo con judías y me ha obligado a tomarme una mientras ella compartía la otra con Robber, pasándosela el uno al otro sin detener el vehículo. No me entusiasmaba el lomo con judías, pero me lo he comido porque estaba hambrienta y también porque Ruthie habría tomado a mal no aceptar su sincero ofrecimiento. Les he preguntado si podía darle un hueso al perro, y Robber me ha respondido que le diese el mundo entero si eso nos hacia felices a los dos. Así que hemos seguido charlando alegremente los tres —cuatro, contando al tipo de la parte trasera, y cinco contando al perro—, sin dejar de comer judías al tiempo que el cachorro lamía e intentaba mascar aquel hueso que empezaba a oler putrefacto pero que en cualquier caso tenía mejor aspecto que nuestra comida. En realidad 46

ha sido Robber el que no ha parado de hablar ni un momento. Me ha preguntado cómo se llamaba el perro y yo le he contestado que aún no le había puesto nombre porque me lo acababan de regalar, pero que tenía varios pensados. Me han contado que el año pasado tenían un pequeño terrier en su casa de Filadelfia al que idolatraban en tal medida que le habían puesto por nombre Dios. Robber ha afirmado que a los animales hay que llamarles como a la persona que más se quiere en el mundo. No he estado en absoluto de acuerdo, pero he preferido no discutir. En cualquier caso, seguro que es imposible discutir con Robber, ya que ni siquiera se ha molestado en masticar las judías porque eso le habría impedido seguir cotorreando; se ha limitado a tragárselas enteras entre palabra y palabra. Iba conduciendo con una mano mientras que con la otra parecía querer apuñalar el aire. Sus manos eran extraordinariamente huesudas. Hablaba como si alguien estuviese a punto de hacerle callar para siempre y tuviese que decir en unos segundos todo cuanto llevaba dentro. Todo en él es flaco, hasta las orejas y el cabello. Me han explicado que tenían a su perro Dios en un pequeño habitáculo en la parte trasera del edificio donde residían en Filadelfia porque no les estaba permitido tenerlo en casa. Según parece era una norma que debía seguirse a rajatabla. Entonces ha aprovechado para hablar largo y tendido de las normas y reglas sociales antes de volver a coger el hilo de su monologo. 47

Finalmente lo ha hecho y me ha explicado que un buen día Dios se escapó, cruzó la avenida, muy densa en tránsito, y fue atropellado por un camión frigorífico que transportaba lechugas a Nueva Jersey. Ha añadido que probablemente él es la única persona en el mundo que puede afirmar que «Dios ha muerto» sin incurrir en falsedad. Me ha contado la historia con gran profusión de detalles, casi entusiasmado, mientras Ruthie le escuchaba en silencio. He tenido la impresión de que para ella el accidente de su perro había sido algo muy duro, quizás porque había querido mucho al animal y no acababa de superar el haberlo encontrado muerto en la calle, así, de repente y de un modo brutal. Robber me ha dicho que pensase en la persona que más quiero en el mundo, viva o muerta, y que le ponga su nombre al perro. No podía contarles que no hay persona viva o muerta a la que quiera realmente, pero Ruthie me ha estado observando durante largo rato como si supiera que no tengo a nadie en quién pensar. He sentido que ella esperaba de mí esa confesión, pero no he podido soportar su empeño en desnudar la parte oculta de mi cerebro y he gritado: «¡Mike!». Ruthie, que es la más sagaz del mundo, me ha preguntado quién era Mike. ¿Un amigo intimo? ¿Un tío? ¿Mi padre? Entonces he afirmado que me gustaba el nombre Mike porque no conocía a nadie, vivo o muerto, que se llamase así. Los labios de Ruthie se han 48

despegado al oír mis palabras y ha empezado a inquirir acerca de las razones que me impulsaron a escaparme de casa (he dicho que era sagaz precisamente porque a mí no se me ha escapado ni una sola palabra sobre mi fuga). Finalmente Robber le ha dicho que se metiera en sus propios asuntos, y se han acabado las preguntas. Durante un rato hemos permanecido en silencio comiendo judías mientras la furgoneta corría por la autopista; estábamos absortos en nuestras meditaciones. En el interior de la furgoneta el aire estaba enrarecido. He tenido la sensación de que algo invisible pesaba sobre nosotros, como ocurre siempre que el silencio se vuelve tenso porque todo el mundo piensa algo que no lo exterioriza He estado acariciando al cachorro (¿Mike?) e incluso he pensado un par de veces: «De modo que tú eres Mike». Me sentía tan sorprendida como si alguien acabara de decirme por vez primera: «Cat Toven, te presento a Mike». De repente se ha convertido en Mike. Quiero decir que era Mike ante mis ojos. «¡Ven aquí, Mike!» Funcionaba. Ignoro por completo en qué podían estar pensando Robber y Ruthie, pero han permanecido en silencio durante por lo menos cinco minutos. Para él habrá sido como batir un record mundial. El tipo arrellanado en el sillón ha estado largo rato mudo e inmóvil, pero a veces he tenido la impresión de que me estaba espiando con los ojos entrecerrados. Dentro de aquel clima su aspecto me ha parecido fantasmal. 49

Recuerdo que mi amigo Mike ha levantado una pata y ha arrastrado un montón de ropa vieja. Ha estado muy divertido, tratando de mantener el equilibrio con sus largas patas y de no avanzar driblando (los perros son muy especiales en esto), de modo que me lo he acercado y hemos permanecido unos instantes apretados uno contra otro, mientras pensaba en lo adecuado que resulta el nombre de Mike, aunque no pueda explicar la razón por no conocerla ni yo misma, y en lo bonito que va a ser cuando crezca, incluso más que Duke, a causa de su pelo negro —quizá la banda color canela del cuello desaparezca— y de su esbelto morro. Al cabo de un poco rato Robber no ha podido soportar más el silencio y ha empezado a contarme de nuevo lo mal que están las cosas en Filadelfia y en realidad en todas partes. Él intenta convencer a sus estudiantes de que abandonen el mundo durante un tiempo, si no quieren encontrarse rodeados de tanques y ametralladoras. Consideran que lo mejor es enviarlo todo al infierno, marcharse a una hermosa playa en un lugar lejano, dedicarse a contar las olas y dejar que sean los excéntricos quienes dirijan a su podrido país. Entonces Ruthie le ha pedido que me contase cómo decidió vivir de acuerdo con su nombre, es decir, robador. Robber se ha sentido muy satisfecho de que Ruthie lo exhortase a narrarme esta historia, de modo que me ha explicado que una noche en la que había sido apedreado hasta desmayarse le habían asaltados súbitas 50

iluminaciones que le indicaban que él era un auténtico robador o ladrón, y que su misión en la vida consistía en pasarse la existencia entera peregrinando y robando a las personas aquello que más les desagradase. De modo que en la actualidad está luchando por robar a la gente que conoce en su ruta sin rumbo a los miedos, las preocupaciones y el sentimiento de desgracia con el fin de conseguir que por lo menos parte de los habitantes del país vuelvan al buen camino. Se ha excitado tanto que en algunos momentos hablaba sin fijarse en la carretera hasta que Ruthie le ha dicho que estuviese atento a la conducción mientras charlaba o simplemente se callase. Bien pensado, no es mala idea robar a las personas aquello que las atormenta. Pero antes de terminar su explicación estaba hablando como un excéntrico que estuviese predicando el evangelio según san Robber. Y eso no me ha gustado. Mientras escuchaba he encontrado detrás de la oreja de Mike una zona donde el pelo es más suave, y lo he estado acariciando. De pronto se me ha ocurrido observar al chaval de la parte trasera, que parecía estar totalmente dormido, y preguntarme qué le habrá robado Robber. He añorado la tranquilidad y la paz que se respiraban en el riachuelo surcado por nenúfares donde reinaba el silencio. Ruthie me ha susurrado al oído que no tenía obligación de escuchar si no me apetecía. He estado atenta el suficiente tiempo como para oírle decir a Robber que lo que necesitábamos era una anarquía sindicada o algo por el estilo. No he entendido una palabra. Mientras 51

acariciaba a Mike he sentido sueño, y recuerdo que he pensado: «¿Por qué le gustará tanto hablar a la gente?» Y si bien me he dicho a mí misma que no debía quedarme dormida, creo que no he podido evitarlo, porque cuando he abierto los ojos había anochecido y estábamos en Watertown, circulando por sus calles en busca de una llamada Waverly. Ruthie ha anunciado «¡Watertown!» Cuando ha visto que abría los ojos, como si estuviéramos viajando en tren. Me ha dicho que podía apearme si lo deseaba, pero que no me obligaban a nada. De hecho me ha insinuado que si quería podía quedarme con ellos para siempre. No, gracias. Eso me parece un lapso de tiempo demasiado largo, por muy agradables que sean. Eso sí, están un poco locos. Toda la noche ha sido una auténtica locura. Hemos estado horas circulando por docenas de calles, e incluso en una ocasión hemos llegado hasta las mismas vías del tren. Robber le ha dicho a Ruthie que casi no quedaba gasolina en el depósito y que tenía que centrarse de una vez y ayudarle a encontrar la dichosa calle Waverly. Ha actuado como, si ella supiese donde está la calle en cuestión y tratase de mantenerlo en secreto. Por fin le han preguntado a un negro que permanecía de pie en una esquina, pero creo que no les podría haber indicado ni siquiera en qué parte del mundo estábamos aunque hubiésemos estado muriéndonos por saberlo. En cualquier caso no hemos conseguido que nadie nos orientase, así que hemos estado deambulando hasta casi 52

medianoche para acabar deteniéndonos en un deprimente barrio de la ciudad; un suburbio con cientos de casitas de madera idénticas, como si hubiese sido construidas con una gigantesca máquina cortadora de galletas. Pero, créanlo o no, hemos encontrado Waverly, y Robber ha dicho: «¡Dios, por fin!». Nos hemos dirigido hacia una furgoneta de reparto aparcada en un camino particular y mi anfitrión ha añadido: «Damas y caballeros, hemos llegado». Resulta que en aquel lugar vive un amigo suyo de Filadelfia que se encuentra haciendo un viaje de fin de curso para estudiantes y les ha dado la llave de la vieja furgoneta en cuyo interior estaba escondida, bajo el asiento delantero, la llave de una barca de su propiedad amarrada en un club marítimo de Alexandria Bay. El amigo en cuestión les ha permitido ir en la furgoneta hasta la barca y utilizar esta ultima todo el tiempo que deseen. Cuando me han invitado a acompañarles casi me he puesto a dar saltos de alegría porque durante el trayecto anterior me he enterado de que Alexandria Bay está en las islas Thousand. Vaya suerte, ¿no? No les he explicado mis planes. Por lo menos cuando me han invitado a viajar con ellos no lo había hecho. Forman una extraña pareja. Ha habido momentos en los que les habría explicado toda mi vida, desde lo que acostumbro a tomar en el desayuno hasta mis sueños más secretos, y otros en los que habría salido huyendo de 53

su lado a toda velocidad. Así que me he limitado a adoptar una actitud fría, a darles las gracias y a decir que, si no les importaba, mi amigo Mike y yo les acompañaríamos hasta Alexandria Bay porque ninguno de los dos habíamos estado allí. Su respuesta fue: «Muy bien». He comprendido que eran sinceros y m he sentido como podrida por mentirles, o mejor dicho, por no decirles la verdad. Nunca he sido capaz de averiguar dónde estriba la diferencia entre mentir y no decir la verdad. Supongo que existe alguna, pero no logro descubrir en qué consiste. De modo que hemos pasado el resto de la noche en la furgoneta aparcada en aquel horrible barrio de horribles casas todas iguales. Robber y Ruthie han empujado al chaval hacia un lado y se han instalado en un rincón. Desde hacía largo rato, el chico no había pronunciado palabrotas ni se había movido. Realmente me da grima sólo de pensar en él. Me han dicho que podía dormir con ellos si lo deseaba, o buscar un lugar más cómodo, algo que desde luego no me ha resultado fácil. Me encontraba más a mis anchas debajo de la valla publicitaria en las afueras de Corning. Les he agradecido su ofrecimiento pero he preferido ocupar el asiento delantero. La verdad es que no me entusiasma dormir con un hombre y una mujer, especialmente cuando hay que estar tan apretujados. No es necesario recibir codazos para que una situación se te haga insoportable. Les ha parecido muy bien mi negativa. Siempre están diciendo muy bien, aunque las cosas 54

funcionen mal; parece que empleen una expresión concisa para dar a entender que cualquier opinión es válida. Así que Mike y yo nos hemos instalado en el asiento delantero. He tratado de acostarme, pero el volante es un obstáculo. Además, el asiento olía a culo y en el lado de Ruthie había un muelle roto que parecía quererme taladrar la cabeza. Finalmente he decidido sentarme y repantigarme. He tratado de obligar a dormir a Mike, pero estaba demasiado ocupado mirando a un estúpido gato que paseaba por delante de la furgoneta. Incluso una vez ha saltado al exterior y he tenido que perseguirlo metiéndome entre dos casas y tropezando con un triciclo. Estaba a punto de volverme loca cuando Mike se ha acercado haciendo cabriolas como si nada hubiera pasado y se ha plantado ante mí como pidiéndome que lo tomara en mis brazos y lo llevase hasta la furgoneta. ¡Plomo de perro! Así que hemos regresado a la furgoneta. Poco después he empezado a oír unos gemidos apagados y el bullir de la pareja. Pero no me he atrevido a mirar hacia atrás porque sabía de qué se trataba. A Ruthie se le ha escapado un gritito. Mike ha gruñido, mientras yo me tapaba los oídos con los dedos y cerraba los ojos, intentando encogerme en mi asiento. En realidad no tengo nada ni a favor ni en contra. Creo que se aman sinceramente y eso es más de lo que puedo decir de la mayoría de los matrimonios que conozco. No creo que mi padre haya vuelto a tocar a mi madre desde el nacimiento de Bobby. De hecho, estoy 55

convencida de que Bobby fue un fallo. Pobre chaval. ¿Cómo puede uno andar por la vida pensando que es un fallo? Algunos de nosotros nos convertimos en fallos a medida que pasa el tiempo, pero al menos no lo éramos antes de nacer. Quiero decir que las cosas no deberían funcionar así. Es muy positivo cuando unas personas necesitan tener un tipo de relación con otras, del mismo modo que les es imprescindible comer, dormir y respirar. Hay quien no podría seguir viviendo si de vez en cuando no tuviese un desahogo sexual con la persona elegida. La verdad es que todavía no tengo una opinión formada a este respecto. Pienso a veces en el sexo, pero hasta ahora no he sentido la necesidad de conocerlo más allá de la fase del pensamiento. Creo que es un tema que inquieta a todo el mundo. El que diga que no, o miente, o está enfermo. Sigamos con la historia. Cuando me he apartado los dedos de las orejas, ellos aún no estaban listos. Así que me la he vuelto a tapar y he decidido esperar un poco más. La segunda vez, lo primero que he oído ha sido la voz de Robber, que ha murmurado algo así como: «Así cura la naturaleza todas las heridas». Ruthie le ha ordenado silencio, él se ha callado y todos se han dormido. Supongo. Nunca he dormido demasiado. Especialmente esta noche pasada, no he pegado ojo. Cuando por fin he conseguido entrar en ese estado de sopor que precede al sueño, después de dormir a Mike, ha salido el sol, 56

empezando a hacer calor y a oler mal. La camioneta de la leche se ha detenido y su conductor se ha asomado a la parte trasera de la furgoneta meneando la cabeza. Estoy empezando a darme cuenta de que la gente se pasa la vida meneando la cabeza. Por fin ha conseguido controlar su tic, ha vuelto a subir a la cabina y se ha alejado. He pensado que habría sido buena idea comprarle leche, pero demasiado tarde. Todo el mundo se ha puesto en movimiento, excepto el chaval misterioso, que se ha pasado un rato gimiendo. He fingido estar dormida y he oído cómo Ruthie le susurraba a Robber algo así como que el chico debería estar ya saliendo de aquello, a lo que él ha respondido que no se preocupase, que todo iría bien y que lo que tenía que hacer era ayudarle a trasladar los bártulos a la furgoneta de reparto; creo que así ha sido, porque cuando me he incorporado en mi asiento, la parte trasera de la furgoneta estaba vacía y Robber estaba llevando en brazos al muchacho para instalarlo en nuestro nuevo vehículo, mientras Mike ladraba asomando la cabeza por la ventanilla. Robber se ha acercado a mí y ha empezado a sacudirme, diciéndome que convenía ponerse en marcha antes de que se despertase la gente de orden; me ha parecido una gran idea, ya que había algo en todas aquellas casas cortadas como galletas que me hacía sentir como en un mundo fantasmal.

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Me he sentado con ellos dos en la parte delantera. Mike se ha acomodado en mi regazo. Realmente es un buen perro. Parecía comprender que no había demasiado espacio y que por lo tanto tenía que sacarle el mejor partido a su rincón, así que se ha limitado a permanecer sentado sobre las patas posteriores intentando mantener el equilibrio con las otras dos, que me han recordado a dos largos alambres. No se ha hablado mucho por el momento, como si aún no hubiésemos conseguido despertarnos del todo. Robber conducía con ambas manos y Ruthie ha abierto otras dos latas de judías. Esta vez me he negado a probarlas. Me ha dado miedo vomitar. Hacía calor, estábamos apiñados como piojos en costura, inundados de pelo de perro y en la parte posterior el chaval no cesaba de dar tumbos. No era momento de comer carne de cerdo con judías. He tratado de recordar lo que había escrito al principio de este diario la víspera de partir, de modo que he desviado mi pensamiento hacia el riachuelo y el tocón cubierto de moho e incluso hacia mi abandonado dormitorio. Durante todo el tiempo que he estado sumida en mis reflexiones no he dicho una sola palabra porque estaba convencida de que si abría la boca me pondría a vomitar. Ellos comían en silencio judías y más judías, con expresión de deleite. Hemos llegado a Alexandria Bay hacia el mediodía. Me he sentado en un poyete del muelle a la espera de que Robber localice el club marítimo e intente poner la barca en marcha. Estoy escribiendo toda esta historia 58

porque me siento a gusto cuando tengo la impresión de estar haciendo algo y también porque creo que, al final del verano, puede tener cierto sentido. Hace unos minutos he visto cómo Ruthie trataba de conseguir que el chaval de la parte trasera se sentase y hablase con ella. Pero la cabeza del muchacho se ha tambaleado como la de un bebé recién nacido y no le ha quedado más remedio que volver a acostarlo. Creo que ella está muy preocupada y él gravemente enfermo. Mike está jugando en la orilla, tratando de morder a los peces y poniéndose perdido de barro. Que no se me olvide. Le he dado a Robber los cinco dólares que me regaló aquella mujer. Les he oído comentar que no sabían si tenían bastante dinero para preparar la barca y les he dicho que habían sido tan estupendos conmigo que les daría cinco dólares si nos llevaban a Mike y a mí hasta Ontario. No parecieron sorprenderse, como si hubiese sabido desde el primer momento cuáles eran mis planes. Ruthie me ha preguntado si era realmente eso lo que deseaba hacer, y he respondido con un sí categórico que no se ha atrevido a preguntar de nuevo. Robber me ha mirado como si acabase de descubrir que yo era más astuta de lo que él creía y me ha dicho que le parecía una idea fantástica. Probablemente, si las cosas no funcionan, ellos harán lo mismo dentro de un tiempo. Me han dado las gracias por los cinco dólares, asegurándome que era demasiado dinero y añadiendo que tenían suficiente pasta para 59

comprar hamburguesas para todos en un puestecillo cercano. De modo que hemos comido hamburguesa, incluso Mike, que la ha devorado con condimento incluido. Hay muchos turistas aquí. Algunos parece hippies, pero nadie parece meterse con nadie. Se trata de una población bonita, pero un tanto sucia y descuidada, como todas las ciudades turísticas. En la otra orilla se divisa Ontario. Veo con gran nitidez una torre muy alta que se eleva hacia el cielo. Robber ha comentado que es el símbolo fálico de Canadá; supongo que sabía de qué hablaba. En medio del agua hay una isla, sobre la que se alza un castillo. Según Robber, lo construyó hace mucho tiempo un hombre muy rico para su adorada mujer, pero antes de que estuviera terminado murió ella, de modo que se interrumpieron los trabajos y ahora no hay nada en su interior; no existe más que la estructura exterior. Nunca a nadie se le ha ocurrido finalizar su construcción. Robber odia a los turistas, dice que lo destrozan todo. Cada vez que se refiere a ellos utiliza palabrotas y afirma que se sienten atraídos por la historia del castillo sin comprender la tragedia que encierra. Se limitan a visitarlo, dejando que sus hijos trepen por todas partes, tirando al suelo envoltorios de chocolatinas y escribiendo sus escupidos nombres en las paredes que reflejan el sueño irrealizable de un hombre. Los llama buitres, entre otras cosas. Aún no acabo de conocer a Robber. Es un tío estupendo, pero a veces me da miedo. Parece un hombre que anda a la caza de algo desde hace tanto tiempo que se ha olvidado ya de cuál era su presa, pero que por nada 60

del mundo cesa en su empeño. En cierto sentido voy a sentirme muy feliz de dejarlos. Si bien se han portado de maravilla, a veces lo que dice él me parece más que lógico e interesante, y llego incluso a estar de acuerdo. Capta cosas que la mayoría de la gente no percibe nunca. Pero en ocasiones sus palabras no tienen ningún sentido; es como si estuviera flipado o algo así. Realmente está tocado del ala. Me duele la mano de tanto escribir. Me arden los ojos de mirar fijamente al agua... y de no dormir. Mike está cubierto de grasa a fuerza de chapotear. Realmente la orilla está pegajosa, supongo que a causa de las barcas; más allá, sin embargo, el agua es de un azul oscuro transparente. Ontario. Hasta veo los coches. De momento no hay problema. En Zen está escrito: «La Vía Perfecta no conoce dificultades». No me atrevería a decir que estoy en la vía perfecta, pero no creo que vaya del todo mal encaminada. Hay muchas cosas que ni soy ni poseo. En realidad, sólo estoy segura de esto: he abandonado Harrisburg y por lo tanto no tengo que soportar a dos personas que se pasan la vida peleando y gritando. Y aún había algo peor que los alaridos: las largas ausencias que impedían que ella le gritase y que él le respondiese en el mismo tono. No me veré obligada a contemplar la muerte de Duke ni a presenciar cómo Bobby comprende, con su mentalidad de niño de doce años, que ha sido un fallo. Pobre crio, lo echo de menos. Lo van a atornillar, a atormentar. Me pregunto por qué lo tuvieron si no lo 61

deseaban. Cuanto más profundizo en ello, menos lo entiendo. No me siento sola. Un poco... Ruthie está preocupada. Está muy preocupada por el muchacho tendido en la furgoneta. Lo noto, lo capto. Ni siquiera se les ha ocurrido preguntarme cómo me llamo. He dormido en su furgoneta, me he comido sus judías, oído cómo hacían el amor. Y a ellos ni siquiera les interesa saber mi nombre. Creo que el chaval va a morir. Me pregunto si saben cómo se llama él.

7 de junio, tarde Se me acaba de ocurrir una barbaridad. Enviarle una postal a mi madre. «Querida mamá, me lo estoy pasando de maravilla. Tan pronto como te liberes de mi adorado padre, ven a reunirte conmigo». Si se la escribiera se volvería loca. Bueno, ya estoy aquí, aunque no pueda decírselo a nadie. Excepto a este libro. Fugarse de casa es parecido 62

a suicidarse, ya que en ninguno de los dos casos puedes estar presente para comprobar hasta qué punto lamentan tu pérdida. Estoy mojada y llena de barro, pero Mike y yo lo hemos conseguido. El lugar donde me encuentro ahora se llama Skydeck. Robber me ha aconsejado que pase la noche aquí, en el parque que rodea al Skydeck, y que mañana me dirija a la autopista 401. Me aseguró que si tenía suerte llegaría a la península de Gaspe (a saber dónde estará) de una sola tirada. Me aseguró que era un bello lugar que me gustaría conocer, bañado por el océano Atlántico. En realidad no es mal tipo. Ni Ruthie tampoco. Hay personas que son diferentes, eso es todo. Seguro que ellos no desean un mundo lleno de gente como mi padre y mi madre. Claro que a mí tampoco me gustaría uno habitado por Ruthies y Robbers. El viaje en la barca ha sido espantoso. Tenía agujeros por todas partes y avanzaba a trompicones, al igual que la furgoneta; finalmente Robber ha conseguido dominarla y hemos surcado las aguas del lago, evitando el castillo desierto y cientos de barcas; nos hemos cruzado con la lancha guardacostas, cuyos tripulantes nos han hecho gestos de saludos con las manos, Robber se ha preguntado por qué la gente se saluda con la mano cuando está en el mar, si al pisar tierra firme nadie tiene un gesto cordial con desconocidos. No ha llegado a resolver el enigma porque el motor de la barca ha empezado a estornudar de nuevo. 63

Cuando me he apeado, Ruthie me ha besado y Robber le ha dicho a Mike que cuidase de mí. El perro, que es de lo más estúpido, se ha limitado a mirarle. No ha podido acercarse con la barca a la orilla porque le daba la sensación de estar entrando a saco en el jardín de una casa. Así que he saltado y me he acercado vadeando hasta tocar tierra. Mike y yo estamos empapados, pero ya nos iremos secando. En realidad, lo que he hecho ha sido bañarme y lavarme la ropa a la vez. Ruthie y Robber han estado observando sin moverse la operación desembarco, hasta estar seguros de que había llegado a destino. Entonces me han saludado con la mano y se han alejado. En cierto sentido les echaré de menos. Ruthie me ha dicho antes de despedirnos que iban a regresar en seguida para llevar al chico a un hospital. Deseo que se ponga bien, aunque lo dudo. No tenía muy buen aspecto, pues daba la impresión de estar muy enfermo, o incluso muerto. A última hora Robber se ha tomado el asunto en serio y ha actuado como un padre. Me ha dado un montón de consejos, insistiendo sobre todo en que no debía intimar con el primer excéntrico que me encontrase (no se ha mirado a sí mismo), ni dormir en cualquier parte. También me ha dicho que cuando no esté viajando me siente en lugares iluminados, no siempre en tinieblas y sola. Por lo visto ha oído comentar que la policía canadiense es mucho más agradable que la estadounidense; de todos modos me ha recomendado que me mantuviese a distancia de los uniformes. ¡Ah! También he de llevar 64

cuidado con lo que como y todo eso. Me ha dado la dirección y el teléfono de su amigo de Watertown por si necesito cualquier tipo de ayuda y me ha asegurado que él y Ruthie volverán allí probablemente dentro de una semana porque no tienen un centavo. No piensan ni por un momento en regresar a Filadelfia. ¡Pues muy bien! Ahora tengo dos direcciones, la del primo de Andy en Provincetown y la del amigo de Robber en Watertown. No sé lo que voy a hacer con ellas, pero de momento prefiero guardarlas. Estoy en un lugar extraño. Se puede subir en coche hasta el Skydek, contemplar el paisaje y descender de nuevo. Es un modo de pasar el tiempo tan bueno como cualquier otro para quien encuentra un placer en ese tipo de entretenimiento. Se está haciendo oscuro y acaban de cerrar el mirador. Todavía hay gente dando vueltas por aquí, sobre todo turistas disparando sus cámaras fotográficas. ¡Qué horror! Parece como si todo el mundo se hubiese convertido en un enorme ojo de turista. No resulta tan duro. En realidad, es fácil. Tenía razón el viejo Bennett. La gente es agradable. Casi todos, excepto los que se te quedan mirando fijamente. Hay un montón de jóvenes en los bancos, pero creo que prefiero estar un rato sola. Se necesita tiempo para asimilar a Robber y Ruthie. ¡Gente! ¡Agh! Creo que el lugar más acogedor fue el riachuelo. El que más miedo me ha dado, la parte trasera de la furgoneta, incluido el chico enfermo. Estaba muy enfermo, no cabe duda. 65

Mike está cansado. Se lo noto. Yo estoy agotada. La primavera pasada, poco después de finalizar el curso escolar, tuve un sueño horrible cuatro noches seguidas. Entonces sí que me sentía cansada, ya que no me atrevía a dormirme por miedo a que se repitiera la pesadilla. Estaba mucho más exhausta que ahora. Soñaba que corría con todas mis fuerzas para tomar un avión y nunca llegaba a tiempo. Corría y corría, mientras un numeroso grupo de personas trataban de detenerme y atarme para que no pudiera tomar el avión. Al final, por muy deprisa que avanzase siempre lograban darme alcance; luego me ataban y me obligaban a contemplar un accidente automovilístico realmente sangriento. Había cabezas, piernas, brazos y sangre por doquier; cada vez que intentaba caminar pisaba una cabeza o resbalaba a causa de la sangre derramada. Y siempre perdía el equilibrio porque tenía los brazos atados, cayendo al suelo donde mi faz se teñía de rojo y mi cabeza reposaba sobre piernas; poco después todos aquellos miembros empezaban a acercárseme, resultando nulos mis esfuerzos por huir. Gritaba y gritaba, pero nadie me prestaba atención. Cada noche lo mismo; coincidían el lugar, el avión y las circunstancias. Naturalmente, me daba pánico dormirme porque sabía qué iba a ocurrir. Antes de acostarme ya veía aquel avión que por mucho que me apresurase no tomaría nunca, y mi cuerpo en el sueño bañado en sangre, rodeado por mil brazos y piernas que me acosaban mientras oía mis gritos sin respuesta. 66

Le conté mi pesadilla a Bennett y él se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza, como si lo supiese todo sin necesidad de que yo se lo explicase. Dijo que probablemente aquel sueño estaba relacionado con el viaje en avión que hicimos Bobby y yo a Florida para pasar la Navidad con mis abuelos, con quienes estuvimos dos semanas. También comentó que probablemente mis padres querían estar solos unos días para insultarse a sus anchas. Yo no deseaba ir porque sabía que lo iba a pasar fatal; y así fue. Reconozco mi falta de caridad, pero no soporto a los viejos. La mayoría de ellos ni siquiera quieren seguir viviendo pero tampoco tienen ganas de morir; parece que odien a cualquier persona que se sienta feliz por estar viva. Mis abuelos no hacían más que deambular como fantasmas por la casa ordenándonos a todas horas que nos callásemos o gruñendo porque desordenábamos y tocábamos los objetos. Bobby se pasaba el día en la playa. Un buen día se hartó, se largó y se instaló en la arena, decidido a no regresar; pero ellos le amenazaron con llamar «ya sabes a quién» si no se comportaba como era debido. Mi regalo de Navidad consistió en unas calzas que me llegaban a las rodillas. Con un lazo de color rosa. Fue en Florida donde pensé por primera vez en fugarme. El año pasado en Navidad. En Florida. Me gustaría que Bennett pudiera verme. Me apuesto cualquier cosa a que lo primero que hizo mi madre fue telefonearle al darse cuenta de mi ausencia. Siempre ha dicho que su influencia es nefasta para los jóvenes y que 67

tenía que ser expulsado de la ciudad por las armas. ¿Puede uno imaginar algo más pasado de moda? ¡Mi madre aún vive en la época del sheriff y el comité civil! No creo que su influencia fuera tan nefasta. Por supuesto que no era un intachable maestro de escuela dominical, pero tampoco se trataba de un ser perverso. A mí desde luego me encantaba oírle hablar. Su oratoria era muy diferente a la de Robber. Bennett era todo dulzura y su dialogo estaba bien hilvanado. Quiero decir que formaba sus frases de tal modo que nunca tenía que detenerse para pensar qué iba a decir a continuación. Bennett daba sus charlas en la tienda o en el apartamento que tenía en la parte trasera de ésta, y yo permanecía horas escuchando sus palabras. Tampoco a él le gustaban los viejos. Decía que tardaban una eternidad en pagar sus facturas y que encima lo encontraban todo mal. A veces mencionaba un libro que había leído en el que todos los viejos eran enviados a un lugar apartado para que no molestasen a los vivos que querían disfrutar de su existencia. Recuerdo que Randy Farrett saltaba indignado siempre que oía esta historia, porque había sido educado por su abuela desde que sus padres se habían divorciado y la encontraba maravillosa. Creo que lo era. No lo sé. Supongo que depende de cada caso. Si ellos se divorcian no pienso ir a vivir a Florida. Por muy ignorante que sea, de eso estoy totalmente segura. Me enfrentaría con el mundo entero antes que ir a vivir a Florida. Me parece que esta noche no voy a usar la tienda. Me temo que no tendría tiempo de desmontarla. Creo que 68

aún estoy asustada. Un poco. Como si alguien pudiese acercarse para decirme que está prohibido acampar y no me fuera a dar tiempo de plegarla correctamente. Hay que hacerlo bien, pues de lo contrario no entraría en la mochila. Hay dos cosas sin las que no podría pasar: Mike y este libro. Bennett también sabía lo bien que va un diario. Me dijo que cuando está uno en la carretera el lápiz adquiere vida propia y conversa con el papel. Permitiendo al viajero escuchar; como si la pluma y la página fuesen dos compañeros que charlasen en presencia de un tercero. Además, escribir un diario significa una ocupación; la gente no te mira con tanta insistencia si tienes algo que hacer. Realmente a todo el mundo le molesta ver a los demás sentados en algún lugar sin realizar ninguna tarea concreta. No lo pueden soportar. Mike actúa como si me necesitas tanto como yo a él, lo que me hace suponer que vamos a tener una estrecha relación. Me he gastado cincuenta y siete centavos esta noche en un bocadillo caliente de queso y medio litro de leche. La leche era para Mike. Sólo le quedan tres huesos, tendré que conseguirle más. Estoy muy, pero que muy cansada. Hace fresco. No llega a frio. Cuando mi ropa esté bien seca dejaré de temblar y disfrutaré de la agradable temperatura. Cerca del lugar donde estoy hay unos chavales cantando. Hace un minuto se ha detenido juntos a ellos 69

un coche de la policía y uno de los agentes les ha dicho algo que no he oído bien; pero siguen cantando. Supongo que no existe ninguna ley que prohíba cantar. Los polis ni siquiera han reparado en mí. La pesadilla. ¡Ojalá no hubiera pensado en ella! Nunca logré llegar hasta el avión y tomarlo. Me pregunto si Andy estará ya en Provincetown. Y si el chaval enfermo que viajaba en la furgoneta de Robber habrá muerto en un rincón de la parte trasera. De ser así Robber habrá tenido problemas. Pienso que la parte trasera de una furgoneta es un lugar terrible para morir. Claro que supongo que no hay ningún lugar especialmente apropiado para eso. Por lo menos a mí no se me ocurre ninguno. ¿Qué estará haciendo Bobby en estos momentos? ¿Sabrá ya mi padre que me he fugado? Necesito un mapa. Mañana me compraré uno para enterarme por dónde para esa península. Aunque no sé si merece la pena. Lo único que busco es un lugar tranquilo, bañado por un torrente, donde podamos estar solos Mike y yo. Cuando lo encuentre compraré comida y algunas semillas para plantar; con el tiempo tendré todo lo necesario para alimentarnos a los dos y más amigos que podamos tener. Nos instalaremos en lo alto de una colina a la orilla de un rio, veremos crecer los arboles y las verduras y hasta nos construiremos una casa, o por lo menos un refugio. No molestaremos a nadie. Estoy cansada. Una autentica pesadilla la del avión. Los chavales siguen cantando. Uno de ellos se acompaña 70

con una guitarra. Resbalo y me baño en sangre... muertos. Alan Watts dice: «Un viejo pino predica la sabiduría, mientras un ave salvaje dice a gritos la verdad». Es una maravilla. En realidad eso es lo que ando buscando; un viejo pino y un ave salvaje. Me pregunto...

8 de junio, por la mañana Desde luego la gente tiene una forma muy especial de dejar tranquilo al prójimo. Lo digo porque al despertarme me he sentido como una atracción de feria o algo por el estilo. Había un montón de turistas vulgares apiñados a mi alrededor, mirándome con asombro; algunos de ellos meneaban la cabeza mientras me observaban atentamente. No creo tener un aspecto tan extraño después de cuatro días de viaje. Quizá nunca hayan visto a una persona como yo durmiendo en el banco de un parque. Me miran como si estuviera haciendo algo ilegal. Tengo que reconocer que cuando alguien menea la cabeza al mirarme me siento indignada. Desde mi punto de vista nadie tiene derecho a hacerlo; seguramente se creen muy superiores, están convencidos de saber más 71

que nadie y todas esas cosas. Por lo menos puedo decir en favor de Robber y Ruthie que nunca me contemplaron meneando la cabeza como si les hubiese decepcionado. Me indigna que la gente actúe de este modo. Mi madre acostumbra a menear la cabeza cuando desaprueba algo. Con toda probabilidad es la campeona mundial, una «meneadora de cabeza» de primera clase. Y también una profesional del gimoteo. Suele decir lloriqueando que las cosas van mal antes de que ocurra nada; como si supiera de antemano que algo estaba a punto de estropearse; y si no era así por lo menos su plañido le permitía desahogarse. Tengo que largarme de aquí. Mike está cerca, evacuando. Me gustaría lavarme el pelo pues lo tengo pringoso. ¿Qué haré hoy? Me pregunto si habrá muerto aquel chico. Objetivo número uno: conseguir un mapa. Luego quizás un desayuno caliente, aunque debo administrar bien el dinero que me queda. Odio con toda mi alma a la gente que menea la cabeza. Actúan como si se hubiesen roto el cuello y no consiguiesen mantener la cabeza firme.

8 de junio, en la autopista 401 72

También conocida con el nombre de McDonaldCartier. Supongo que por los nombres de sus constructores. Tiene varios carriles y está muy concurrida. Pero los vehículos circulan demasiado rápidos para detenerse. Estoy sentada en una salida cercana a una ciudad llamada Brockville. Una muchacha me ha dicho en la sala de estar del funicular del Skydeck que las entradas y salidas son el mejor sitio para hacer autostop. Ya lo sabía, pero he fingido ignorarlo. Era muy agradable. Me ha prestado champú, diciéndome que no les entusiasma que te laves el cabello en su cuarto de baño, pero que nadie puede enfadarse por algo que desconoce. Me ha contado que iba a reunirse con unos amigos en Montreal para viajar juntos hasta las montañas, donde se está celebrando un festival de rock. Me ha invitado a acompañarla. ¡Qué barbaridad! He recibido más invitaciones de desconocidos en estos días que de amigos en Harrisburg durante un año, a pesar de haber nacido y crecido allí. No he aceptado, pero se lo he agradecido sinceramente. El de Woodstock fue el primer y último festival de rock. No pude asistir. Ellos no me dejaron, así que me quedé en casa oyendo cómo peleaban y se gritaban. Según Bennett, el festival de Woodstock fue el único que puede calificarse de autentico. Afirmó que aunque los jóvenes se pasen diez años desgañitándose, no conseguirán montar uno mejor. Bennett siempre hablaba como si fuese un profeta que recibiese la inspiración directamente de Dios. Quizás era así. En cualquier caso, he dado las gracias a la 73

muchacha pero no la he acompañado. La verdad es que prefiero estar sola. Cuando digo «sola» incluyo a Mike. No me gusta que se me queden mirando y supongo que aunque viajara en grupo seguiría haciéndolo. Quizás aún más. Habría una masa mayor llamando la atención. A veces tengo la impresión de encontrarme en una especie de Juicio Final y siento asco. Nadie tiene derecho a juzgar a los demás. En la sala de estar había una mujer con una niña, a la que ha apartado bruscamente de mi lado como si fuera a contagiarla de una terrible enfermedad. ¿Cómo es posible que la gente te odie sin conocerte siquiera? Pero lo hacen; algunas personas parecen detestarte sin motivo. Así que en estos momentos Mike y yo estamos sentados en la salida que conduce a Brockville contemplando a los turistas mirones que pasan por nuestro lado a toda velocidad, pero que no por ello dejan de observar. A Mike no le gusta que los vehículos circulen tan aprisa. Está tendido en un lugar un poco apartado, al lado de unas rocas, y parece querer decirme que, si se detiene alguien, lo vaya a buscar. Se está convirtiendo en un estupendo autostopista. Supongo que tendría que preocuparme la posibilidad de que se fugue, pero ni siquiera pienso en ello. Si le agrada mi compañía no me abandonará, y si se da el caso contrario no puedo obligarle a nada. De todos modos, espero que no se largue. Por fin ha descubierto qué puede hacerse con un hueso. Al entrar en el restaurante le he dado uno, y cuando he salido no 74

quedaba nada, ni un trozo pequeño. Se ha comido la carne y el hueso, todo. Le caía saliva por los lados de los bezos, y por primera vez tenía aspecto de sentirse lleno y feliz. Debo cuidarme mucho de él hasta que comprenda que un perro viajero tiene que saberlo casi todo. Además, le he comprado leche, así que me parece que está más satisfecho que yo. Cuando se está al aire libre, no se siente hambre. Siempre hay algo que llena el espacio vacío que se ha formado en el estomago. Lo que ocurre es que uno desea comer cosas determinadas. Por ejemplo, el olor a huevos fritos en el restaurante era irresistible. Se me ha ocurrido pensar en la cantidad de veces que he dejado en el plato unos huevos fritos y ahora desearía poderlos engullir todos. En casa las cosas se ven de otro modo. Y la lechuga. Se echa también de menos un plato de crujiente ensalada verde. Cuando pienso en ella, llego a sentir dolor. Pero en general estoy muy bien. En realidad no resulta demasiado duro. Es fácil. Naturalmente, se pasa calor, como ahora, frio, como la noche pasada. A veces se siente una sensación de soledad, como cuando viajaba en la furgoneta al lado del chico enfermo. Otras veces es indignación, como cuando todo el mundo me mira, o pavor, pero todas esas encontradas sensaciones pueden superarse fácilmente. Y si además se piensa en todo aquello de lo que una se está librando, no cuesta nada seguir. En realidad, es fácil.

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Hay algo que sé con certeza. Cuando termine mi aventura estaré por fin delgada, me habré bronceado y me encontraré perfectamente. Nunca he estado demasiado flaca, como por ejemplo Laurette Noble, que estaba tan esquelética que las costillas se le marcaban perceptiblemente bajo las ropas. Casi nunca lleva sostén, porque no había nada que sujetar. Siempre he pensado que me encantaría estar así de delgada. Es sorprendente lo mucho que les gustan a los chicos los esqueletos femeninos. Esta mañana he podido abrocharme el cinturón en el agujero siguiente y he comprobado que algunas zonas de mi cuerpo ya están algo morenas. Creo que han abandonado la autopista por la salida de Brockville varios centenares de coches, y todos los conductores se me han quedado mirando. Claro que, sentada en una roca y además escribiendo, me imagino que no tengo aspecto de desear ardientemente que me lleven. Dentro de un momento me pondré en pie y adoptaré expresión de ansiedad. Una de las ventajas de no saber adónde te diriges, es que no tiene la menor prisa por llegar. Cada minuto, cada hora, cobran su valor real, y tú te siente flotar en el tiempo como si tuvieses ante ti la eternidad. Mike tiene calor. Le cuelga la lengua. Creía que Canadá iba a resultar un país frio. ¡Pues no es así! Pobre Mike, con perenne abrigo de piel. Es un perro muy hermoso. Y además astuto; creo que sabe muchas más cosas que yo, si bien eso no es ningún merito. Duke era 76

un estúpido huraño. Siempre gruñía cuando le acariciaba. Decían que se estaba haciendo viejo. Quizá fuese verdad, porque todos los viejos, sean personas o perros, refunfuñan. En vez de volvernos más amables y astutos, el paso del tiempo nos hace cada día más raro y tacaños. ¡Vaya un absurdo! Recuerdo una película estupenda, El rey y yo. La he visto dos veces, una en casa de Bennett y la otra en la mía. Bennett me aseguraba que Anna era en realidad una viuda ninfómana. Afirmaba haber leído en algún periódico que escribía libros pornográficos de esos cuya paternidad nunca se confiesa, y que sin duda hacía el amor con el rey o con cualquier cortesano que se le pusiera por delante. Según él, lo único que llegaba hasta nosotros era la versión habitual de Hollywood, pura basura. Así era Bennett; se pasaba la vida explicándote incidentes o circunstancias cuya veracidad no se podría averiguar ni aun viviendo cien años. Siempre que me contaba una de sus historias estaba tentada a preguntarle cómo había obtenido aquella información, pero nunca me decidí a hacerlo. Quizás habría podido contestarme. En cualquier caso, era una buena película. «Cal Toven se encuentra ahora sentada en la salida hacia Brockville haciendo autostop con rumbo a lo desconocido, pero sin poner demasiado entusiasmo.»

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Resulta agradable estar aquí sentada sin desear llegar a ningún lugar en particular. Ahora tengo la sensación de que en casa y en la escuela parecían tener un verdadero empeño en crearte metas concretas. Siempre oía tañir campanas, o sonar despertadores, o timbres en el aula, o sirenas. Éstas las oía el invierno pasado a todas horas, pero sobre todo durante las horas de clase, y siempre pensaba que iban a buscar a las victimas aplastadas en un accidente de tráfico, que probablemente estarían bañadas en sangre. En ocasiones imaginaba que acudían a rescatar a una persona que estaba a punto de quemarse atrapada en un incendio que se había declarado en su propia casa. Cal Toven está sentada, escuchando cómo el lápiz dialoga con el papel y observando a los vehículos que pasan a toda velocidad como si supieran adónde van. Mike se está rascando la oreja. A mi alrededor revolotean un par de moscas y el aire es caliente. Una mariquita de colores rojo y negro trepa con dificultad por una de mis zapatillas de tenis y se queda arriba. Tiene el tamaño de un guisante y parece disgustada por haberse encontrado en su camino con una montaña en forma de zapatilla. Me imagino que para las mariquitas casi todo es una montaña. Mi zapatilla lo es para ésta, y todos los vehículos que no se detienen lo son para mí. Me pregunto si habrá mariquitas macho. ¿Habrá muerto aquel chico?

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Acabo de recordar algo divertido. Una vez, nuestro coche se negó a ponerse en marcha. Mi padre tenía el tiempo justo para llegar a la estación y se encolerizó tanto que primero se quedó perplejo y después se puso a darle furiosas patadas al neumático, como si éste fuera el culpable de que el motor no arrancase. Daba la impresión de haberse vuelto «tarumba» de pronto. Bennett siempre utilizaba la expresión «volverse tarumba». Me gusta. Me encantan las palabras que reflejan su significado. Volverse tarumba. En seguida se entiende que describe un estado de locura total. La verdad es que mi padre actuaba a veces de forma un tanto extraña. Una de las cosas que más me irrita de las personas es ver cómo dejan que otras se les escurran entre los dedos con demasiada facilidad, aunque se trate de gente realmente interesante. A veces alguien comete un leve error que no es ni mucho menos el fin del mundo, pero los jueces como mi padre reaccionan diciendo algo así como: «Muy bien, persona interesante, se acabó la historia. En lo que a mí respecta has llegado a la meta. Hasta la vista, persona interesante, seguiré adelante sin ti». Parece absurdo, pero hay quien actúa así, y mi padre es un vivo ejemplo de lo que acabo de exponer. Es de los que dicen adiós a cualquier persona interesante que conozcan sólo porque en alguna ocasión han actuado de un modo incorrecto, provocando su desagrado. Ahora mi querido progenitor se ve obligado a convivir con gente 79

mediocre, y es eso lo que le impulsa a dar patadas a los neumáticos, a ponerse como loco de vez en cuando y a seguir confraternizando con personas vulgares que en el fondo nada tienen que ver con él. Supongo que mi madre podría haber sido una persona interesante, pero hace ya demasiado tiempo que se le escapó su última oportunidad. Algo o alguien la convirtió en un ser mediocre a perpetuidad. Por eso siempre hay que estar receptivo y abierto ante cualquier persona y circunstancia para coger al vuelo las ocasiones que se te ofrezcan sin preocuparte demasiado si es correcto o no. No debes exigir ni esperar mucho, ya que cuando dices adiós a personas interesantes estás haciendo algo abominable y si no llevas cuidado puedes acabar por convertirte en un ser anodino y verte obligado a dar patadas a los neumáticos y volverte tarumba por cualquier cosa. Mike está persiguiendo a un conejo y se ha alejado bastante. Aprovecho la oportunidad y me siento a la sombra de unas rocas que proporcionan un agradable frescor. Se me ha ocurrido hacer un pequeño resumen de los escritores que me gustan, y porqué. Thoreau, porque da paz y tiene sentido.

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Alan Watts, por la misma razón. Me pregunto si tiene hijos. Apostaría cualquier cosa a que no están tan jorobados como yo. George Orwell, porque es realmente exótico, pero no por eso deja de tener sentido. Aún no he comprendido por qué la señorita Purplan no me permitió hacer aquel trabajo sobre Rebelión en la granja. Creo que ni siquiera lo había leído. Probablemente creía que era la historia de un caballo. Hermann Hesse, quizá porque me lo aconsejó Bennett. Consiguió que todos nosotros nos tragásemos El lobo estepario, que aunque no estaba mal, no me acabó de convencer. Me pareció frio, como si Hesse no tuviera en la mente personas reales, sino un par de ideas. Me entusiasman los escritores que hablan de la gente y no de ideas. Las personas se mueven y respiran, mientras que el pensamiento carece de vida propia. Emily Dickinson, pero antes no lo había admitido porque cuando la estudiamos en la clase de literatura, la mayoría de mis compañeros decían que era cursi. Opino que es fantástica. Su erudición es tan amplia como la del más culto de los escritores, con la ventaja de ser más ecuánime y equilibrada. Empiezas a leer y al cabo de veinticinco o treinta palabras te das cuenta de que ya te ha asestado un buen golpe en la cabeza, como si se hubiese derrumbado el techo. Es como si en esas veinticinco o treinta palabras hubiese expresado más 81

ideas que la mayor parte de los escritores en veinticinco o treinta páginas. Será mejor que vaya a buscar a Mike antes de que se sorprenda a sí mismo atrapando algo. Y matándolo. No necesita matar, su estomago está lleno. Estoy lista para reemprender el camino hacia mi meta, ese lugar escogido por mí en donde pueda estar tranquila. La autopista, en la salida de Brockville, ya me tiene harta. Pondré cara de entusiasmo.

Más tarde, el mismo día Si la letra es menos legible es porque estoy sentada en la parte trasera de un camión, apretujada entre cajas de tomates. Nunca había visto tal cantidad de tomates. Su destino es Montreal. Mike está asustado, sin duda a causa de los coches que nos pasan a gran velocidad. Tras la caza mayor de esta mañana se ha quedado encogido en un rincón, mirándome como si quisiera decirme: «¿Qué estamos haciendo aquí?» El granjero que nos ha recogido es muy agradable. Parece que estuviera dando un paseo en coche con su novia. Por lo menos a mí me parece que es su novia. Seguro que no es su mujer. Las esposas tienen aspecto de serlo. Si levanto un poco la cabeza, veo muy bien la cabina a través de la ventanilla. Las manos de él 82

revolotean por todas partes mientras ella, que es una rubia robusta, ríe sin cesar como una chiquilla. Las esposas casi nunca ríen así. ¡Mira qué bien! Se lo están pasando en grande y yo aquí encerrada. De todas formas, no me molesta viajar con los tomates. El hombre me ha dicho que puedo comerme cuantos quiera de los que hay en la caja abierta. Nos ha recogido con naturalidad y no ha emitido ningún juicio, como si su profesión fuese la de recoger autostopistas. Me he comido seis tomates. Me han sabido a gloria. Es una lástima no tener a mano sal y pimienta. Mike está gimiendo. He tratado de explicarle que pronto saldremos de aquí. Me inquieta cuando se pone así. Es terrible que ante alguien triste o herido no sepas qué hacer. Me gustaría que se durmiera y al despertar se encontrase fuera de este camión. La carretera está llena de baches. Necesito un lavabo. Quizá Mike tenga el mismo problema. Y todas estas irregularidades del camino no son precisamente una ayuda. Sigo pensando en qué voy a encontrar cuando llegue al lugar adonde me dirijo. Un riachuelo fresco, con nenúfares, mucho verde alrededor y además árboles con gruesas ramas y aroma de rosas silvestres; quizás incluso crezca madreselva. Y enredaderas cubriendo las paredes de la casa. En ese lugar que busco no habrá ni una sola persona. Ni gente interesante ni gente mediocre. Nadie.

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En la cabina parece estar celebrándose un baile. La oronda rubia está sentada prácticamente en las rodillas del granjero. No creo que conduzca a más de cincuenta kilómetros por hora. Los coches nos adelantan y todo el mundo nos mira con expresión reprobatoria. Bueno, a mí me da igual. No tengo ninguna prisa. De todos modos le temo a Montreal. He oído decir que es una ciudad bastante grande. No me sorprendería que mi amigo el granjero se saliese de la carretera para concentrarse en lo que, según parece, le interesa por encima de todo. Estos dos son de edad madura. Me encanta esta clase de personas que, aunque no sean jóvenes, saben disfrutar del amor. Yo no he desvelado aún el secreto de la sexualidad. No es que tenga especial empeño en permanecer virgen. Lo soy porque todavía no he conocido a nadie que me gustase tanto como para dejar de serlo. Estoy segura de que mi madre creía que organizábamos orgias cada día en casa de Bennett. ¡Ja! Es como para reírse. Creo que mi querido amigo Bennett estaba más interesado en los chicos que en las muchachas. Esto es algo que no le he contado a nadie. Es un modo de luchar contra la superpoblación del mundo. Quizás esté equivocada en lo que pienso sobre Bennett. Además, no debería escribir mezquindades ni siquiera en mi diario. ¿Qué importancia tiene? Ninguna. Ninguna en absoluto... 84

Aún 8 de junio (creo) Regla numero uno: no te duermas nunca en la parte trasera del vehículo que te recoja sin saber con exactitud hacia dónde viajas. Te despiertas y no tiene idea de dónde te encuentras. Te sientes fatal, como si todo aquello que conocías y te resultaba familiar hubiese desaparecido de la faz de la tierra. Si te echas a descansar cerca de unas cortinas y unos objetos determinados, antes de abrir los ojos ya sabes dónde estás y qué rumbo vas a tomar ese día; incluso presientes qué caras vas a ver. Pero ahora todo resulta diferente porque me quedé dormida en la parte trasera de aquel camión. Estoy sentada en el extremo de una gran explanada llena de camiones cargados de frutas y verduras, rodeada de gente que va y viene a toda prisa como si fueran las doce del mediodía. Pero no son las doce del mediodía, ya que el cielo está negro como mi alma. Hay centenares de luces flotando en el aire: su brillo es tan fuerte que parece pleno día. El granjero me ha explicado que estábamos en un mercado de frutas y verduras que se instala en las afueras de Montreal. Creo que es cierto, ya que distingo la ciudad desde aquí. Parece bastante grande. Tengo la 85

impresión de que todos los coches del mundo se han puesto de acuerdo para circular a gran velocidad por esta telaraña de autopistas. El granjero que ha dicho que había descargado todos los tomates, y a mí y al perro —al abrir la boca para sonreír he visto que le faltaban dos dientes— , y que se dirigía de nuevo a Brockville. Por la forma pícara en que ha reído la mujerona rubia, estoy segura de que antes van a otro lugar. ¡No es asunto mío! El granjero también me ha dicho que si quería regresar a Brockville estaría encantado de llevarme. He respondido que no. Quien no ha viajado nunca haciendo autostop ignora lo difícil que resulta a veces ir de un lugar a otro. He vuelto a desenterrar la historia de la abuela enferma, esta vez desplazándola hacia el Este. Quiero llegar a esa península, esté donde esté. Necesito un mapa. Pobre abuela, todos estos traslados no van a sentarle nada bien. En cualquier caso, no creo que haya entendido ni una palabra. La rubia se ha mostrado simpática conmigo y me ha dicho que no tendré ningún problema para encontrar a alguien que quiera llevarme mañana por la mañana, ya que a este mercado acuden granjeros de todo Canadá, que regresan a casa solos y sin carga. Según ella, basta con tener paciencia para viajar en la dirección que se desee. Hoy me he enterado de algo relacionado con Mike; no le entusiasman los granjeros. Hay momento en que he pensado que iba a hacer pedazos a ese buen hombre. Ha sido la primera vez que le veía ensañar los colmillos. Me ha impresionado. Y también al granjero. Tiene más 86

aspecto de potrillo que de perro, pero no me gustaría tenérmelas que ver con sus dientes. Tampoco al granjero. Teniendo en cuenta la actitud de Mike, hay que reconocer que se ha portado bien con nosotros. Lo que ocurre es que a ciertos perros no les gusta un tipo determinado de persona. Basta con preguntarle al perro. En cualquier caso, la rubia me ha dicho que tendría que llevar sujeto a «ese perro», e incluso le ha pedido a su granjero que me diese una cuerda. Él se ha apresurado a obedecer. Al principio no se la he puesto, pero Mike me ha hecho entender con tanta claridad que no le caía simpático ninguno de los granjeros que había por aquí, que no me ha quedado más remedio que utilizar la cuerda. Al fin y al cabo estamos en su territorio, no en el nuestro. Así que ahora mi pobre amigo está atado a una farola. Me he limitado a anudar el cordel alrededor de su cuello, sin apretarlo demasiado. Si quisiera podría soltarse con toda facilidad, pero está demasiado ocupado tratando de atrapar con los dientes a los insectos que vuelan sobre su cabeza atraídos por la luz. No quiero que se haga daño ni que se sienta como un prisionero. Hago esto por su bien. Por lo menos eso es lo que me digo a mí misma y también la explicación que le doy a él. Además, no vamos a permanecer aquí mucho tiempo. Hay un tráfico muy denso por aquí. Me pregunto cuándo duerme esta gente. A poca distancia, corren varias autopistas que llevan a la ciudad. Nunca antes había visto tanto tráfico. Montreal se ve hermoso desde 87

aquí. Siempre ocurre igual, parecen bonitas desde lejos, pero cuando te encuentras en ellas te das cuenta de lo horriblemente feas que resultan. Todas son asquerosas. No hay nada más detestable que una gran urbe. Odio vivir en una gran ciudad. Aún no estoy del todo despierta. Me pican los ojos. Hay mucho humo de tubo de escape en este lugar; además, el olor a neumático parece mezclarse con el que despiden las coles, los tomates y las manzanas. Se respira un ambiente extraño. Hasta ahora he visto un montón de hippies. Hay casi tantos como granjeros. Supongo que saben dónde conviene ir para conseguir comida barata. Quizá también yo haga algunas compras. ¿Por qué no? Creo que me voy a llevar toda la lechuga que cabe en un camión de los grandes. Es extraño, porque en casa nunca me gustó la lechuga y sin embargo ahora estoy pensando en adquirir un camión entero. Alan Watts ha escrito que el cuerpo es el mejor consejero, que debemos escucharle y dejarnos guiar por él. Estoy escuchando al mío, que dice y repite: ¡lechuga!, ¡lechuga! Este perro tiene un modo especial de acercarse a mí y de apoyarse sobre sus cuartos traseros, que al ser demasiado grandes con relación al resto de su cuerpo hacen que parezca que está sentado en un taburete o algo así. Siempre trata de doblar las patas, pero son demasiado largas; entonces me mira fijamente como si 88

me preguntase: «¿Qué vamos a hacer ahora?» Creo que desea ser acariciado. Y sentirse amado. ¡Hippies! ¡Hippies! ¡Hippies! Cada vez que levanto los ojos me encuentro con un autentico desfile de ellos. Algunos me miran como si fuera de los suyos, pero no me dicen nada. Muchos ni siquiera hablan en ingles. Parece francés, pero van demasiado aprisa y no lo capto bien. Sólo hice un curso, y saqué un suficiente justo. Claro que hay que reconocer que no estudié demasiado. Lo que más odiaba era la gramática. Mis profesores siempre decían que lo único que me faltaba era trabajar un poco más. Y estaba trabajando, aunque no en lo que ellos querían. Los profesores se ponen frenéticos si no actúas como si estuvieses casada con lo que te enseñan. En realidad no he conocido a muchos que me entusiasmen. Se comportan como si estuviesen dispuestos a hacer un negocio contigo. «Te tendré simpatía si trabajas duro en mi asignatura.» En cierto sentido comprendo esta actitud, pero no acabo de aceptarla. Tenía una profesora de música en tercero de básica que parecía quererme bastante, a pesar de que no conseguía entonar correctamente. Se llamaba Roberts. No recuerdo los nombres de los demás de primaria y estoy tratando de olvidar a los de bachillerato. Bennett me dijo una vez que la enseñanza tradicional tiende a extinguirse. No tardando mucho las personas serán autodidactas o irán a algún centro donde aprenderán por sí mismas. No es mala idea. Según él, los demás notan si tienes o no cultura a los tres minutos de 89

estar hablando contigo. El problema está en que la gente no piensa en cómo debe enfocar ese asunto: algunos sólo utilizan el cerebro para decidir qué van a hacer por la noche o para preguntarse qué habrá de cena. Apostaría cualquier cosa a que nueve de cada diez personas que te encuentras en la calle ignoran la existencia de Thoreau. Quizá no sepa nada de gramática, pero conozco bien a Thoreau. Este lugar es un pandemónium. Largos muelles de hormigón para la carga y descarga y centenares de camiones avanzando o haciendo marcha atrás mientras los granjeros se desgañitan para que descarguen su mercancía. Y yo aquí sentada, siguiendo los consejos de mi viejo Robber. Bajo la luz y con los mosquitos por compañeros. Espero que no haya muerto aquel chico, ya que en ese caso Robber y Ruthie se habrán encontrado con serios problemas. Aunque no lamento haberme separado de ellos, creo que empiezo a echarlos de menos. Algunos granjeros han instalado tenderetes muy atractivos, pero la mayoría, una vez descargada la mercancía, la dejan en las cajas y empiezan a mirar a su alrededor en busca de compradores. Creo que a la gente que está trabajando duro no le gusta estar rodeada de personas que permanecen sentadas sin hacer nada. Y además Mike no es precisamente una ayuda, ya que está gruñendo todo el rato. Tengo la impresión de que no es perro de ciudad; pero no importa, porque tampoco a mí me gustan las grandes urbes. 90

¡Eh! ¡Miradme bien! Aquí está Cat Toven, sentada bajo una farola en el mercado de frutas y verduras de Montreal. Son aproximadamente las once de la noche, y mi única ocupación consiste en observar a los granjeros y hippies que pasan ante mí. Aunque hubiesen enviado a alguien tras mis pasos, nunca se le ocurriría buscarme aquí. No sé si a mí se me ocurriría pensar que puedo estar en un lugar como éste, si fuese yo la encargada de darme alcance a mí misma. Unas veces tengo la impresión de haber pasado toda la vida fuera de casa, mientras que en ocasiones creo que acabo de fugarme o incluso que aún no lo he hecho. El tiempo lo enreda todo. Me encuentro muy bien considerando la circunstancia de que aún estoy entera. Aún me quedan cuarenta dólares y no siento apetito. Tampoco estoy ni demasiado sucia ni demasiado cansada. Además, soy propietaria de un bonito cachorro de pastor alemán, cuya madre podría haber sido de raza pastor escocés. Bennett acostumbraba a decir que la carretera era el único lugar donde podía desarrollarse una filosofía lo bastante amplia como para abarcar el mundo entero. No he llegado aún tan lejos en el campo filosófico, pero me siento bien y a gusto en casi todos los aspectos de mi nueva vida. Quizás ése no sea un pensamiento profundo, pero es mejor que mi existencia en Harrisburg, donde estaba hecha un asco. Cada vez hay más hippies. Parece como si todos los jóvenes del continente americano se hubiesen dado cita en este mercado de Montreal hoy a medianoche. Resulta 91

realmente divertida esta mescolanza de granjeros y hippies. Casi nadie habla en el mismo idioma, pero de un modo u otro llegan a entenderse. Creo que ya sé cómo. Parece que todos los granjeros tienen una jarrita de algo misterioso que está oculto dentro de sus camiones. Y huelo a marihuana. Conozco ese aroma porque Bennett la tenía en su casa, aunque él la llamase trigo mexicano. Una vez la probé y me sentí como mareada. No fue mucha cantidad. No se lo he contado a nadie antes. No ocurrió gran cosa; recuerdo que estuve riendo durante mucho rato como una loca y que Bennett se enfadó mucho porque se suponía que lo que tenía que hacer era vivir una experiencia cósmica. En vez de lo que él esperaba de mí, me limité a permanecer sentada riendo estúpidamente. Me causó risa la lámpara, la mesa y la alfombra: de pronto todo cuanto había en la habitación me pareció cómico. Bennett debía de estar realmente flipado porque hablaba con mucha seriedad de algo que había leído en un libro de Hermann Hesse. La verdad es que Hesse no me apasiona. Parece que sea un genio, pero yo creo que todo el mundo dice que es fantástico por no quedar mal ante otros que han hecho antes ese comentario, sin atreverse a rebatirles su idea. Pienso que Hesse tendría que aprender un par de cosas de Thoreau y por lo menos tres o cuatro de Emily Dickinson. Realmente esta mujer no tenía a todo un circo tras ella o algo por el estilo; ni siquiera resultaba atractiva para los hombres. El único al que amó en su vida estaba casado; así que su relación fue imposible. Sus padres la tenían siempre encerrada en un jardín y tras su muerte 92

ella permaneció en el mismo lugar, como si sintiese miedo de liberarse a sí misma. Pero lo que ocurría en su mente no guardaba relación con su gris existencia. En realidad, creo que no importa la circunstancia exterior si tus vivencias íntimas resultan tan ricas como las suyas. Probablemente nació sabiendo todo lo que hay que saber, o por lo menos todo lo que vale la pena saber. Tengo compañía. Seguiré luego...

En estos momentos le estoy contando al diario que no hay nada que fastidie más a algunos que ver a otros poniendo por escrito experiencias que no son en absoluto de su incumbencia. Lo que ha ocurrido antes ha sido que unos hippies se han acercado y se han sentado a mi alrededor como si los conociese de toda la vida y estuviese deseando su compañía. Me han dicho que buscaban un pájaro que quisiera viajar con ellos, aclarándome que «pájaro», en ingles británico, significa muchacha. ¡Estúpidos! Eran dos tipos y una chica, y necesitaban otra hembra porque Noé reunió a sus animales en el arca por parejas. Así me lo han explicado ellos, no es un comentario mío. Me han contado que procedían de una pequeña ciudad cercana a Toronto y que viajaban hacia las montañas del Norte, donde pensaban construir una arca para estar preparados cuando lleguen el fuego y el hielo. La verdad es que apestaban; y no me refiero sólo al 93

olor corporal, sino a todo lo demás. Al explicarles la historia de la abuela enferma se han reído a carcajada limpia y uno de ellos me ha arrebatado el diario y ha empezado a leer en voz alta lo que había escrito sobre Emily Dickinson. Me he sentido muy incómoda, hasta llegar a indignarme. Me he enfadado mucho más que de costumbre. A medida que leía, los otros se reían más y más; creí que iban a estallar. Realmente apestaban como seres humanos. Quiero decir que estaban podridos como personas. Me he puesto tan furiosa que me he encarado con ellos, hasta que uno de los tipos se ha puesto a actuar como si fuese Marlon Brando. La chica era bizca. Los tres llevaban al cuello símbolos de la paz de gran tamaño, que según ellos habían propagado por la Expo. ¡Farsantes! Llevar símbolos de la paz y tratar de provocar una guerra, por pequeña que sea. Entonces se les ha ocurrido que sería divertido llevarme a la Expo, y yo les he dicho que no deseaba ir con ellos y que quería que me devolviesen mi diario antes de largarse con la música a otra parte, si no quería que empezase a gritar con todas mis fuerzas. Creo que no lo habría hecho. No soy demasiado aficionada a desgañitarme. ¡Pero eran tan repulsivos! No estaba asustada porque había un montón de gente a nuestro alrededor y mucha luz por todas partes y sabía que lo único que tenía que hacer era lanzar un aullido de esos que hielan la sangre. Pero no he tenido que recurrir al escándalo porque al final han dicho que parecía una «tía maja» pero que después se habían dado cuenta de que no lo era. Han empleado un par de calificativos 94

asquerosos, supongo que para sentirse importantes. Me han enviado al infierno, se han levantado y uno de ellos ha escupido, aterrizando parte de su «mensaje» en mis zapatos. La chica les ha asegurado que daba igual y que ella seguiría trabajando para ambos. Me figuro el tipo de «trabajo» a que se refería. Han tirado el diario al suelo después de arrancar y destrozar varias páginas. Les he dado las gracias, y eso ha sido todo. Todavía me tiemblan las manos. Por lo demás estoy bien. Durante todo ese rato el buen Mike ha estado quieto, meneando la cola. ¡Pues vaya una ayuda que tengo con él! La verdad es que ya no me encuentro tan a gusto. Me siento como tonta aquí, escribiendo, sin nada que hacer. A veces odio a la gente. Yo no les había hecho nada. ¿Por qué han tenido que acercarse buscando problemas? No pertenezco ni a ellos ni a su especie, como tampoco pertenezco a Harrisburg. Los insectos son terribles en este lugar. Me están comiendo viva. Me duele la cabeza. ¡Asquerosos hippies! Totalmente repulsivos. Estúpidos. La cuestión sigue siendo: ¿A dónde pertenezco? Bueno, no voy a encontrar nunca la respuesta si me quedo aquí sentada maldiciendo a los ¡imbéciles hippies! Sigo sin entender por qué han tenido que venir a avasallarme. Yo no estaba molestándoles ni a ellos ni a ninguna otra persona. ¡Asquerosos hippies! ¡Puercos, más que puercos! Son de verdad repulsivos. Mejor será pensar en otra cosa. 95

Bennett hablaba como si lo supiese todo. Seguía las prácticas del hinduismo; incluso siguió una temporada el régimen vegetariano, pero volvió a la carne porque le gustaba demasiado. He aprendido mucho de él, tanto bueno como malo. Me enseñó cosas estupendas, pero también un montón de tonterías. En cualquier caso, me alegro de que no esté aquí. A veces se comportaba de modo agresivo, como si estuviera en el ejército y tuviese que explicarles a los demás, que no eran tan sabios como él, qué iba a pasar y cómo convenía actuar. Es una de esas personas que hablan de pacifismo golpeando la mesa con el puño cerrado. A veces ni siquiera sabía qué estaba haciendo. Esto es algo que me irrita y que he observado en casi todos mis conocidos. Como si el mundo entero hablase de una idea y actuase al mismo tiempo de forma contradictoria. Cuando llegue al lugar adonde me dirijo, crearé una nueva regla: escribir totalmente de acuerdo con mi pensamiento. Será mi regla número dos. La primera es no quedarme nunca dormida en la parte trasera de un vehículo sin estar antes segura de dónde estaré cuando despierte. Todos nos tomábamos a Bennett muy en serio, porque siempre te escuchaba con atención y no hacía que te sintieses como una estúpida insignificante por ser una cría. Algunos de los chavales creían que era el ser mas fabuloso que había visto el mundo después de Dios. Lo consideraban interesante, sabio y otras cosas. Al salir de la escuela íbamos a verle y a contarle por turnos todo lo que nos había ocurrido durante el día. Él afirmaba que 96

aquello que te fastidian e intentan controlar tu mente y tu vida merecen la muerte. Supongo que no se refería a la muerte en sí. Lo que quería decir era que teníamos que extirpárnoslos del cerebro y eliminarlos de ese modo. Creo que nadie merece morir. Porque «merece» suena a algo que te has ganado a pulso. Y la muerte no nos la ganamos nadie, a no ser que estemos locos. ¡Hippies asquerosos! A mis espaldas hay un enorme edificio; ahora está cerrado. He tratado de abrir las puertas. Me pregunto si en su interior habrá un mercado de carne. Desde afuera se diría que está formado por una serie de puestos pequeños dentro de uno de mayor tamaño. Tengo que conseguirle a Mike unos cuantos huesos. También he de arreglármelas para salir de aquí. Este lugar me da escalofríos. Me gusta David Steinberg. Es un hippie muy sano. Querido diario: Cat Toven tiene sueño pero no sabe dónde echarse a dormir. Cat Toven está espantada a causa de los asquerosos hippies que andan sueltos por aquí. ¿Qué le sugieres a Cat Toven que haga?

10 de junio

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Ayer no tuve oportunidad de escribir. No, recordemos la regla número dos. La verdad es que no quise. Bueno, en parte las dos cosas, no me apeteció, pero tampoco tuve tiempo. En cualquier caso hoy me siento literata, así que vamos allá. Todavía estoy anclada en este dichoso mercado. Supongo que si tuviera más empuje lo que haría sería acercarme al cercano nudo de autopistas y plantarme en una de ellas. Todos los camiones que salieron de aquí ayer iban al Norte o al Oeste. Yo quiero viajar en dirección Este. Presiento que hoy alguien me llevará en esa dirección. Empiezo a conocer este lugar a la perfección. No está mal. Me parece. Resulta peor de noche. ¿No ocurre así con todo? Durante el día es un sitio agradable. En uno de los edificios hay restaurantes y salas de descanso para los camioneros y en otro he encontrado algunos puestos de carne y muchísimos de frutas y verduras. Mike ha tenido un festín de huesos de solomillo. Me han hecho pagar por ellos, pero no importa. Además, no ha sido mucho. Ayer me pasé el día preguntando a todo el mundo si viajaba hacia el Este. No sé por qué estoy empeñada en ir en esa dirección, sin tener en cuenta si es la mejor. Harrisburg está al Oeste, Montreal al Sur, los asquerosos hippies iban al Norte... así que sólo queda el Este. Había un montón de jóvenes autostopistas adquiriendo provisiones. Supongo que si tuviera que quedarme en 98

algún sitio, este mercado es tan buen lugar como cualquier otro. Lo llaman «el paraíso de los hippies». No hay mucha policía. Además los pocos agentes que merodean por aquí están demasiado ocupados comprando y no incordian a nadie. Tengo aspecto de hippie autentica porque estoy sola. Casi no hay nadie más que viaje sin compañía. ¿Existe alguna otra posibilidad? La verdad es que no he visto a nadie que me haya parecido un buen compañero. No todos son tan desagradables como aquellos puercos de la otra noche, pero a pesar de todo no hay nadie que me atraiga lo suficiente como para unirme a él de forma permanente. En realidad cada persona tiene su vida privada, pues aunque crea que va junto a otra, todos siguen estando solos aunque lo ignoran. Esta mañana he evacuado, me he puesto camisa limpia, me he peinado y me he lavado un poco. He pensado que así me sería más fácil encontrar a un automovilista que quiera llevarme. He dormido en la parte trasera de un camión aparcado que estaba vacío. No había nadie por los alrededores, así que Mike y yo nos hemos colado discretamente e instalado en un rincón, al fondo. No tenía que preocuparme por la posibilidad de que se pusiera en marcha, porque sólo tenía tres ruedas. Pero apestaba. Olía a cerdo vivo o a patio de granja. Quizás a pollo. Había una capa de paja bastante mullida, así que hemos dormido de maravilla. Pero no olemos tan de maravilla. 99

11 de junio Me pregunto si voy a morir en este lugar. Vieja dama de cabello gris merodea por el lugar con un perro negro buscando a alguien que la lleve hacia el Este. Una de las vendedoras de fruta me ha asegurado que esperaba a un proveedor de bayas procedente de Quebec, una ciudad situada hacia el Este, que probablemente no se opondría a llevarme de regreso. Pero no podía decirme con exactitud cuándo había de llegar. Se ha preocupado de veras por mi abuela enferma...

11 de junio, al atardecer He cenado con Theresa. Es la dueña del puesto de frutas y verduras que me ha dicho que esperaba a un proveedor de bayas procedente de Quebec. Es una mujer estupenda. Es viuda y tiene el puesto de frutas y verduras más bonito de todo el mercado. Salchichas, patatas fritas y una gran ensalada. Me he 100

puesto las botas. Creo que he comido demasiado. Vive en una roulotte instalada detrás del gran edificio donde tiene su puesto, pero no sabe por cuánto tiempo porque a las autoridades municipales de Montreal no les hace ninguna gracia. Nos hemos puesto a charlar sobre la posible hora de llegada del tipo de las bayas. Me ha preguntado si me había fugado de casa como si lo diera ya por sentado y he tenido que mentirle, explicándole la historia de la abuela enferma, que parece haberle preocupado mucho. En un momento de la conversación me ha dicho que tenía unas salchichas en el remolque y que ella sola no podía comérselas todas; entonces me ha invitado a cenar. No he tardado ni medio segundo en responder. Habla muy bien el inglés, aunque con cierto acento, ya que según me ha explicado aprendió primero francés y luego se puso a estudiar mi idioma por su cuenta. No he hecho ningún comentario al respecto, pero creo que está enferma. Me refiero a una dolencia grave. En un lado del cuello tiene un enorme bulto, que parece dolerle en todo momento. Siempre trata de cubrírselo con una mano, como si le molestara, y en algunos momentos noto cómo se apoya sobre su mano para calmar el dolor. Pero no ha querido decir una sola palabra al respecto. Yo, como es natural, ni he mencionado el asunto. Lo que sí ha comentado es que no era nada importante y que además no quería que se le acercara ningún médico porque su marido había muerto en una sala de operaciones, bajo el cuchillo. Así lo ha expresado ella: «bajo el cuchillo». Debió de ser espeluznante. Lo siento por ella porque es muy agradable, realmente una persona. No parece muy 101

asustada por tener ese bulto. A mí me daría pavor que me ocurriese algo así. Lamento haberle mentido. No creo que fuese perjudicial para mí contarle la verdad, pero me parece que ya es demasiado tarde después de explicarle la historia de la abuela enferma. Me ha dicho que ha pasado un verano estupendo pues muchos de los jóvenes que merodean por el mercado han sido muy gentiles aceptando sus invitaciones a comer. Así es ella, presentando las cosas de tal forma que parece que son ellos los que le han hecho el favor. También me ha contado que algunos de ellos han tratado de robarle género, pero que en su mayoría se han portado bien. Cuando veía que querían sustraerle algo, ella se lo daba abiertamente, porque detestaba ver su expresión si los atrapaba con las manos en la masa. Incluso parece ser que algunos han estado viviendo unos días en el remolque. Apostaría diez contra uno a que es cierto. Supongo que andará por la cincuentena, aunque aparenta ser mayor. Trabaja duro de verdad y el bulto de su cuello es horrible, rojo y como inflamado: siempre trata de ocultarlo con la mano y entonces apoya la cabeza de ese lado. Ahora estoy sentada detrás de su puesto de frutas, observándola. Es una mujer un tanto fondona, pero no gorda. Da la sensación de haber estado haciendo tareas 102

de un hombre toda la vida. Las paredes del remolque están llenas de crucifijos y estampas de Jesús y de la Virgen, a veces acompañadas por versículos de la Biblia. No hay imágenes del padre de Jesús. Siempre reza antes de ingerir alimento. Le parece todo maravilloso, incluso aquello que no lo es en absoluto. Me recuerda a Robber y Ruthie, que siempre decían «muy bien» aunque las cosas fuesen mal. Ignoro por qué la gente tiene este modo de expresarse. Las salchichas eran hermosas, Mike es hermoso, la puesta de sol de ayer fue hermosa. Lo fue, eso es cierto. Hubo un momento en que creí que se me iba a poner a llorar contemplando la caída de la tarde. Ahora pienso que quizá lloraba porque le dolía el bulto del cuello. No lo sé con exactitud. Nunca sé qué decirle. Le he contado un montón de embustes y me parece que se los ha creído todos. Lo repulsivo del caso es que ahora tengo la sensación de que no debería haberle mentido en absoluto. Y sin embargo cada vez que voy a decir algo oigo cómo sale de mis labios esa historia de la abuela enferma, como si se hubiese convertido en una costumbre que ahora soy incapaz de abandonar. Siempre me está diciendo cosas como: «Cat, come, estás demasiado delgada» o «Cat, toma esta manzana, es para ti», o incluso «Cat, ¡qué nombre tan bonito!» Ayer por la noche me contó que su marido y ella tenían un gato cuando llegaron aquí por vez primera 103

procedentes de Quebec, pero que cuando él se puso enfermo el gato se escapó, ella cree que porque a partir de entonces ya no podía darle tanto amor como antes, ni le quedaba tiempo para cuidarlo. Sintió mucho la fuga del animal. Su marido había sido granjero, dedicado especialmente al cultivo de la fruta, hasta que se puso enfermo y tuvo que abandonar su trabajo; así que viajaron hasta Montreal donde ella sigue vendiendo la fruta que ahora le envía su cuñado, que es quien se ha hecho cargo de la granja. Por eso sabe que hay un proveedor de bayas que está a punto de llegar; es un pariente o algo así. Theresa. Ni siquiera sé su apellido. Tengo que acordarme de preguntárselo. Según ella las flores son el peor negocio, porque se mueren en seguida. Pero siempre le compra unas pocas a un viejo que vive en las afueras de Montreal porque le gustan y también porque sabe que el pobre hombre necesita dinero. Tiene muchos gladiolos. Resulta divertido pensar que podrías pasarte la vida sentada en tu casa de Harrisburg y ni siquiera enterarte de la existencia de personas como Theresa. Ayer noche estuvimos hablando hasta muy tarde. Me contó lo bonita que es la ciudad de Quebec. Ella es estupenda, pero me siento rara rodeada de todos esos crucifijos y estampas; y además el bulto de su cuello. Y encima, se pasa horas afirmando lo maravilloso que es todo cuando yo no creo que pueda verse casi nada bonito 104

de veras desde el lugar donde está sentada. Su sonrisa sí que es encantadora. Cuando habla todo parece iluminarse: sus ojos centellean y da la impresión de sentirse totalmente feliz siendo quien es y estando donde está. ¿Cómo es posible? Es curioso, ahora recuerdo una conversación que tuve con Bennett, en su casa. Bueno, en realidad el único que habló fue él; yo me limité a escuchar. Fue una noche en la que estuvo recitando citas de la Biblia, que es algo que me fastidia en gran manera y me pone nerviosa en seguida. Por razones que desconozco, me hace sentir incómoda. Pero aquella noche me cogió de buen talante y recuerdo que me leyó algo así como: «Yo soy el Señor y nadie hay fuera de mí. Yo creo la luz y yo creo la noche, yo provoco la paz y engendro la maldad, y yo, el Señor, hago todas estas cosas». Mientras leía, Bennett asentía con la cabeza como reafirmando aquellas palabras. A veces decía que sí sin dejar de inclinar la cabeza hacia delante. Siempre exageraba este ademán cuando creía tener en sus manos algo importante. También recuerdo que se puso en pie de un salto y se acercó corriendo a la biblioteca, sacando un libro que trataba de hinduismo y diciendo «ESE» así, sin más. Repitió la exclamación y por fin me dijo: «¿No lo ves?» Y casi gritando repitió lo de ése; «ese ser sutil del que se compone todo el universo eres tú. Ese eres tú». Esas fueron sus palabras. A partir de aquel momento decidimos que todos éramos dioses, o mejor dicho nuestro propio Dios. Pues estupendo. Sonaba bien. Acabé asintiendo con la cabeza casi con tanto 105

énfasis como él. Porque entonces entendí lo que quería decir. Yo soy Dios. Suena increíble. ¡Pero no puedo explicar el fenómeno Theresa a Bennett o a la Biblia, ni al libro hinduista! Ella no es su propio Dios, porque de serlo seguro que se arrancaría el bulto del cuello o haría regresar a su marido y a aquel gato que tanto quería. Quiero decir que aquello sólo funcionaba en casa de Bennett. Encerrados en una habitación, podíamos permitirnos creer que todos somos dioses capaces de crear la luz y la oscuridad y no sé cuántas cosas más, pero no nos referíamos a problemas reales, como no fueran los que Bennett siempre sacaba a relucir para demostrar que tenía razón. Pero no funciona con los problemas reales de la vida. Desde luego esas teorías no ayudarían mucho a Theresa. Me siento agotada y como podrida. Sí, podrida. Espero que el hombre de las bayas, ese tal Davion o como se llame, llegue mañana. Me da igual que sea él u otro cualquiera, pero quiero largarme de aquí como sea. Hablan tan de prisa que casi no entiendo lo que dicen. A veces incluso se me escapan las frases de Theresa. Todo va mal. Todo está podrido. En estos momentos está en su puesto trabajando como una loca, cuando probablemente lo que tendría que hacer sería meterse en la cama. Le he ofrecido mi ayuda. ¡Madre mía, hasta me he puesto pesada de tanto insistir! Pero siempre responde que no, que lo que he de hacer es 106

sentarme a la mesa de juego y hacer lo que más me apetezca o bien escribir a mi abuela enferma anunciándole mi visita. ¡Dios, qué podrida estoy! Estoy empezando a desear que la abuela enferma estire la pata de una vez por todas. Theresa tiene mucha clientela, lo cual no ha dejado de sorprenderme. La mayor parte son propietarios de restaurantes, los cuales se llevan cajas y cestas enteras, que ella misma transporta hasta los respectivos vehículos. ¡Oh! Eso sí, le hacen bromas, se pasan un buen rato con ella, tomando una o dos muestras de cada variedad y observándola mientras ella transporta esos pesos enormes. ¡Hombres! Yo tampoco estoy colaborando demasiado; me estoy comiendo todo cuanto me da cuando probablemente tiene lo justo para ella. Mike ha tenido que estar todo el día encerrado en el remolque porque esta mañana me ha montado uno de sus números. Casi ha lanzado por los aires el puesto con la ayuda de unos cuantos mininos. Hay bastantes gatos en este lugar y Mike siempre que ve alguno se siente obligado a correr tras él, como si de lo contrario lo fueran a expulsar solemnemente de la «unión perrera». Le he pedido permiso a Theresa para encerrarlo en el remolque; ella se ha sentido preocupada por lo desgraciado que iba a sentirse privado de la libertad. Ha dicho que los animales no tendrían que estar nunca atados ni cautivos. Según ella, es demasiado cruel. Me ha dado permiso a condición de que me asegurase de que el 107

pobre Mike no se sintiera muy desdichado. No me he detenido a preguntárselo. No parece estar apenado. De vez en cuando me acerco y le digo cuatro cosas o bien le llevo un helado. Le apasiona el helado. Está creciendo por momentos. Lo noto con sólo mirarle. Sea como sea tengo que largarme de aquí mañana mismo. Me siento muy incómoda, como si las cosas fueran viento en popa para mí mientras a Theresa le sale todo mal. Resulta muy curioso recopilar las cosas que te desagradan. Si profundizas en el tema, llegas a la conclusión de que casi todo lo relacionado con la gente te provoca esa sensación. Te disgusta que las personas allegadas a ti estén siempre peleando. Te desespera que traten de herirse unos a otros. Te repugna que gente como los asquerosos hippies de la otra noche se metan en tus asuntos. Te ponen nerviosa los tacaños sin motivo aparente para serlo. También te sientes incomoda si los demás te tratan con simpatía. Y no hablemos de los enfermos, con ellos sí que te sientes mal de verdad porque no sabes ni qué hacer ni qué decir para ayudarles. Te hastían los que se pasan el día rezando o diciendo que todo es hermoso cuando casi nada de lo que ves lo es, excepto la puesta de sol. Todo cuanto está relacionado con tus congéneres provoca en ti sensaciones negativas.

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La única vez que me he sentido verdaderamente a gusto desde que me fugué de casa fue aquel día en que estuve sentada a la orilla del riachuelo con nenúfares. Y cuando decidí quedarme con Mike. Entonces no estaba pesimista. Eso debería significar algo, si bien no sé con exactitud qué puede ser. Me voy a acercar al puesto y le pediré a Theresa que me permita ayudarla. Seguro que se niega, como si yo fuera una visita importante que sólo sirve para hacerle compañía. Apuesto cualquier cosa a que Bennett estará de cháchara. Theresa quiere que, cuando no estoy en el remolque, me siente a la mesa de juego aledaña al puesto, porque le gusta alzar la mirada y verme allá. En ocasiones me pide que vaya a decirle a Mike lo mucho que le quiero, o que le escriba a mi abuela una larga carta consolándola —ella cree que es eso lo que estoy haciendo ahora— y anunciándole que ya estoy de camino. ¡Dios, qué mal me siento!

12 de junio, por la mañana Aún no ha llegado ese tal Davion. Theresa me ha dicho que todavía existe una posibilidad de que aterrice 109

por aquí esta tarde, pero no está segura; por lo visto no se puede predecir cuándo vendrá porque acaba de estrenar esposa joven. No se me había ocurrido que ese fuese un problema, pero Theresa ha sonreído y me ha asegurado que a veces lo es. Después del desayuno he sacado a Mike a dar un paseo. Estoy llegando al punto de creer que ya conozco a esta gente como si hubiese pasado toda mi vida con alguno de ellos o incluso como si hubiese nacido aquí y aquí fuese a quedarme para siempre. Me gusta Hal. Trabaja en el mercado de carne. Es un tipo fantástico, corpulento y sin cabello. Está tan calvo como Yul Brynner, aunque no se parece a él en nada más. Es simpático, un tío estupendo, aunque su modo de ser no coincide en nada con el de Theresa. Siempre se comporta como si no tuviera tiempo para hablar contigo o como si fueras la última persona en el mundo que quisiera ver en ese momento; pero cuando das media vuelta y empiezas a alejarte te pregunta qué prisa tienes, como si fuera a ponerse a llorar y a derrumbarse porque tú pareces considerar que su compañía no vale la pena ni siquiera durante dos minutos. He tardado un rato en comprender su actuación, pero por fin lo he conseguido. Me gusta Hal porque habla muy bien el inglés salpicado de tacos que él dice que aprendió en su hogar de nacimiento, Útica, Nueva York. Se casó con una chica de Montreal y por eso se ha instalado aquí. Según parece no 110

echa de menos su patria chica porque todos sus conocidos y amigos de la infancia han muerto o se han largado. No añora los Estados Unidos a no ser que por casualidad vea una bandera norteamericana, algo que no ocurre con frecuencia. Le faltan tres dedos en la mano izquierda, pero por lo visto eso no le preocupa en absoluto. Me ha asegurado que a cualquier carnicero digno de desempeñar el oficio le faltan algunos dedos, porque eso quiere decir que ha seguido un severo aprendizaje. Ha dicho que Mike podría llevar sangre de lobo. Sería fantástico. Mike también lo encuentra maravilloso. Es un autentico farsante. Siempre lloriquea cuando está cerca del puesto de Hal, como si nunca nadie se hubiese preocupado de alimentarlo, porque sabe que él le dará un hueso e incluso a veces un buen trozo de carne. Voy a hacer un poco de limpieza en el remolque, pero no se lo diré a Theresa porque me lo impediría. Piensa que es un trabajo que acabaría conmigo, pues realmente está bastante sucio. Creo que me sentiré mejor si la ayudo. Espero que venga hoy ese dichoso Davion. ¡Ojalá se lo permita su nueva y joven esposa! No se me había ocurrido que eso fuese un problema...

12 de junio, primera hora de la tarde 111

Y el tal Davion sin venir. Theresa se ha quedado sorprendida al ver lo que estaba haciendo; pero ha dicho que el remolque nunca había estado tan bonito. Eso ha dicho: «bonito». Ahora está de nuevo en su puesto del mercado. Incluso le he preparado la comida. Le he hecho una ensalada de atún que, según ella, resultaba tan atractiva que daba pena comérsela. Pero la ha devorado con grandes aspavientos, como si fuese el plato más exquisito del mundo. Estoy sentada en el escalón del remolque en compañía de Mike, observando este «bonito» lugar. En conjunto es de un tamaño similar al del cuarto de baño grande de casa. Desde luego no mayor. Los muebles, pocos, son similares a los de mimbre que mi madre tiró hace unos cuantos veranos porque ya estaban pasados de moda. Los asientos son frágiles y hay que sentarse con cuidado para no terminar en el suelo. Hay una curiosa lámpara debajo de un poster que representa las cataratas del Niágara. Con la luz encendida, se produce un curioso efecto de casi realidad: parece que el agua cae de verdad. Creo que es uno de los objetos que mayor valor tienen para ella. Por si acaso, esta mañana le he sacudido el polvo con sumo cuidado. Theresa me ha contado que ella y su marido fueron a las cataratas del Niágara antes de la muerte de él. Un 112

buen día cerraron su puesto y se pusieron en marcha. Tal como me lo ha explicado, se diría que era la primera vez en su vida que habían abandonado el negocio para viajar. Seguramente fue un acontecimiento para ellos. Habla a menudo de ello, cuando no se encandila describiéndome cosas de Quebec. Es una ciudad medio francesa. No sé pronunciar su nombre, pero se llama algo así como «Tres Ríos». Hace calor. En estos momentos muchísimo. Mike acaba de moverse. Me acercaré a ver qué hace. Es un perro inteligente. Se ha tumbado en medio del remolque y no deja espacio para nadie más. Me he divertido haciendo la limpieza. Me ha recordado mi casa y me ha hecho pensar en lo mucho que deseo llegar a algún lugar donde no haya alfombras ni sillas demasiado buenas para ser utilizadas. Mi madre es una maniática en ese sentido; se gastaba una fortuna renovando muebles y haciendo reformas y luego quedaba todo tan bonito y estaban los muebles tan nuevos que no nos dejaba vivir en ninguna parte. Una simple mancha en la alfombra era como el fin del mundo. Aquí es distinto. Theresa tiene posters y fotografías de revistas en las paredes, de modo que en el remolque siempre se tiene la sensación de que hay alguien viviendo en él.

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Por ejemplo, fijémonos en su cómoda. En la parte superior, bajo el espejo rayado, tiene un montón de recortes de temas bíblicos que ha sacado de algún periódico. Un crucifijo cuelga de la pared y a su lado, sujeto con chinchetas, hay un ramillete de flores secas. Sobre el mueble Theresa ha dejado una loción para las manos, una caja de pañuelos de papel y un tarro de maquillaje en polvo, con su correspondiente borla. Y un retrato de su marido. Debía de resultar atractivo, con su poblado cabello negro y su amplia sonrisa. Como si supiera que algún día tenía que morir. Por lo visto ya tenía idea de que algo le ocurría, porque Theresa me ha contado que le tomó esa foto delante del remolque cuando ya estaban instalados en este lugar y él se sentía enfermo; probablemente ignoraba hasta qué punto lo suyo era grave. Acostumbraban a cantar a dúo porque él poseía una esplendida voz. Se nota que lo echa mucho de menos, aunque nunca lo confiese abiertamente; se limita a hablar con frecuencia de los bien que lo pasaban juntos y de las cosas que tenían o hacían en común. He estado pensando. ¿Por qué no enseñan este tipo de cosas en la escuela? Se creen que una buena educación consiste en contratar a brillantes cerebros que, agazapados tras enormes mesas, te hablan de un montón de disparates, como quién escribió los Cuentos de Canterbury, qué es una línea recta y cómo se conjugan los verbos. Pero nunca, ni una sola vez, se les ocurre abordar cuestiones humanas. Jamás un profesor se ha planteado dar una clase sobre qué debe hacer una persona que pierde a un ser querido que representa su 114

vida entera, o cómo debe uno reaccionar cuando se siente herido en el alma y no sabe qué decir. Los cerebros brillantes nunca mencionan este tipo de cosas; más bien las esquivan si surgen, como si lo único importante en el mundo fuese el nombre del autor de los Cuentos de Canterbury. Si te aprendes eso, todo lo demás irá bien. ¿Me escucháis, personas cerebrales? Sí, vosotras, mentes privilegiadas de Harrisburg, Nueva York y demás lugares donde residen las inteligencias superdotadas: ¿por qué no nos contáis de vez en cuando qué debemos hacer al encontrarnos con gente que nos hace sufrir de veras y nos quedamos sin poder reaccionar? Pero claro, ellos no hablan nunca de la muerte, ni de la aflicción, ni de la soledad. Ni siquiera mencionan la posibilidad de que tales estados puedan existir. He aprendido más de Hal esta mañana que de todos esos privilegiados cerebros. Me ha aconsejado que no me preocupe demasiado por Theresa. Pero no lo ha dicho en un tono desagradable o egoísta, como si no valiese la pena pensar en ella, sino como si él ya hubiese tratado de hacer algo por ayudarla sin sacar nada en claro. Lo primero que me ha dicho es que no conseguiría arrastrar a Theresa a la consulta de un médico aunque la golpease en la cabeza y que desde luego ningún médico se dignaría desplazarse hasta el mercado porque todos saben que allí no se cobra de inmediato (dicho sea esto sin querer ofender a los médicos). Además, Theresa no desea que la visite ningún galeno; de hecho, lo último que 115

haría en el mundo sería dejarse reconocer. Lo único que desea en realidad es morir; tiene tantas ganas que acaricia la mera idea de perecer como si fuese a aportarle la mayor felicidad del mundo. Hal incluso la ha comparado con esas reses que parecen saber que han nacido y se han criado para morir, y que por lo tanto suben a la rampa del matadero casi corriendo, como si estuviesen ansiosas por cumplir con su cometido y acabar de una vez. Hal también me ha dicho que hay cosas peores que la muerte, como por ejemplo vivir demasiado y llegar a estar tan asqueado, sentirse tan desgraciado, comportarse de un modo tan ruin que los demás desearían verle a uno muerto (conozco a algunos así). Theresa, por el contrario, ha tenido una vida feliz; todo el mundo la quiere. Lo que ocurre es que está preparada para morir, porque sabe que ése ha de ser su final. Según Hal, las cosas son así de sencillas. La verdad es que a mí no me ha parecido tan simple. No he entendido todo cuanto me decía, pero al final creo haber captado lo esencial. Mi mente estaba en blanco y no asimilaba el sentido de sus palabras, pero yo, independientemente de mi intelecto, he comprendido. Ha afirmado que Theresa deseaba morir y que así ha de ser en un futuro no muy lejano. Sería un error tratar de ayudarla a seguir viviendo cuando lo que ella quiere es morir. Hal me ha dicho que a él le gustaría dejar de existir cualquier día en el momento de cortar el mejor filete de las res. 116

Me ha asegurado que no debía preocuparme. Me llama Kitty (gatita). Según él, aún no he crecido lo bastante como para considerarme un gato adulto. Me gusta Hal. Mike duerme. He estado un buen rato sentada ante la cómoda escribiendo y levantando los ojos de vez en cuando para mirarme en el espejo. También he estado leyendo algunos versículos de la Biblia. La verdad es que soy fea. No se pueden utilizar calificativos muy halagadores al describirme: ojos feos, nariz fea, boca fea y feo cabello, áspero como cuerdas de guitarra. Uno de Verdad y la desde luego me faltará». cosas.

los versículos dice: «Yo soy el Camino, la Luz». Se debe referir a otra persona, a mí no. Y añade: «El Señor es mi Pastor, nada A mí, por el contrario, me faltan muchas

Fea. No hay nada en mí que no sea feo. ¿Por qué quieren morir algunos? Creo que voy a dejar de escribir un rato.

Todavía 12 de junio, por la noche 117

Bueno, por fin ha telefoneado el dichoso Davion y ha jurado y perjurado que pasará por aquí mañana temprano, que será lo primero que haga. Por lo menos se ha comprometido. Theresa me ha pillado llorando desconsoladamente. No me había ocurrido desde que era muy niña. Me ha rodeado con sus brazos mientras seguía sentada en el taburete de la cómoda y mi llanto arreciaba. Me sentía desdichada, incomoda y estúpida. Me ha dicho que a veces ella también llora así para limpiarse los ojos. Cuando ha salido a hablar por teléfono con el señor Davion ha traído una barra de helado de vainilla porque, según ella, ésta es nuestra última noche juntas y tenemos que celebrarlo con una fiesta. Ha vuelto a salir, no sé adónde; yo he conseguido dejar de llorar y he acabado de preparar la mesa. He cogido unas flores silvestres de color amarillo que crecen en la parte trasera del remolque, las he puesto en un envase vacío de mantequilla de cacahuete y he doblado las servilletas de papel; aunque esté feo que lo diga yo misma, la mesa ha quedado muy bonita. Por fin he cesado de llorar. Diga lo que diga Theresa, lo único que se consigue sollozando es sentirse uno estúpido y pueril. Mientras me acariciaba intentando consolarme murmuraba palabras en francés. Sonaba a oración. Mike se ha contagiado y también se ha puesto a gimotear. Así que los tres hemos acabado llorando juntos un rato. Nunca antes me había ocurrido. 118

Quiero a Theresa. La conozco sólo desde hace unos días, pero mi afecto por ella es enorme. Lamento de veras que quiera morir y que tenga un bulto en el cuello. También siento que no tenga más compañía que el poster de las cataratas del Niágara y los crucifijos, estampas y versículos de la Biblia. Me entran ganas de escribir una carta a los cerebros brillantes diciéndoles que hay un par de cosas que desearía preguntarles. Preguntas de ahora, no de algo que ocurrió hace cien años. Apuesto cualquier cosas a que no sabrían cómo ni qué contestar. Hal sí que sería capaz de responderme, aunque diga muchos tacos y le falten tres dedos. Tengo que mantenerme alejada de la cómoda, olvidar mi cara fea y los versículos de la Biblia, o volveré a romper en llanto. Me pican los ojos. No hay nada como unos ojos enrojecidos e hinchados para que un rostro feo parezca aún más feo. Quiero irme de aquí. Por favor. Dios mío, haz que el señor Davion venga mañana temprano.

13 de junio, sábado Todo el mundo viene al mercado hortofrutícola de Montreal los sábados, incluso el señor Davion. Por fin me largaré de aquí dentro de unos minutos. Pero antes quiero escribir un poco mientras descarga las bayas. 119

Davion es un tipo bajo y encorvado. Ha abrazado y besado a Theresa como si de veras se alegrase de verla. No consigo imaginármelo con una joven y recién estrenada esposa. Empiezo a comprender el problema. He oído cómo le decía a Theresa que no hacía negocio descargando aquellas pesadas cestas. Así que adivinen quién está realizando esa tarea. La veo desde el lugar donde estoy sentada: su cabeza se inclina hacia el lado dónde está ese bulto que no para de crecer. Ayer noche estuvimos charlando hasta muy tarde. Creo que hasta la madrugada. Sé que está cansada. Tomamos helado de vainilla con fresas naturales y antes dos hermosos bistecs, obsequio de Hal. Los cocinó con mucha mantequilla, al estilo francés, según dijo. Desde luego son los mejores bistecs que haya comido jamás. También llorando un poco. Dijo que nuestros ojos estarían limpios durante un mes por lo menos. Fue divertido, hubo momentos en los que reíamos y sollozábamos al mismo tiempo. Me explicó que en una ocasión su marido compró unos cerdos en una subasta y los llevó a casa. Como no tenían dónde meterlos los dejaron en libertad para que correteasen por el patio; pero se hartaron de estar siempre en el mismo lugar y se escaparon, yendo a parar a un campamento de verano ocupado por judíos. Muy 120

poco después les llamó el rabino, ya histérico, y les dijo: «Por favor, vengan a buscar a sus cerdos y llévenselos». Los cerdos podrían haber ido a cien sitios diferentes, pero decidieron marchar carretera abajo e instalarse en aquel campamento. Entonces Theresa y su marido construyeron un corral para albergarlos; ella misma se encargó de cuidarlos y de ponerles nombre. El día que los mataron dio un largo paseo por el bosque y se pasó el invierno sin probar carne de cerdo. Incluso ahora no es lo que más le gusta. Me contó un montón de cosas acerca del lugar donde había creído, sus largas excursiones en trineo y sus autenticas celebraciones de Navidad. Conoció a su esposo cuando ambos eran unos críos. Sus familias respectivas lo organizaron todo, incluso su matrimonio; ésa es una forma de actuar que hoy en día ya no se considera precisamente correcta. En su caso particular se sintió afortunada porque el elegido resultó ser la persona que más quería en el mundo; si no los hubiesen casado sus padres, lo habrían hechos ellos por su cuenta. Cuando la velada tocaba a su fin Theresa sacó una cajita que había atado con una cinta rosa y antes de abrirla me dijo que la próxima vez que esté sola y sienta deseos de llorar, no tengo más que asir con fuerza el contenido de la caja y mantenerlo así, bien agarrado, hasta que note que desprende un calor que según ella detendrá mi llanto.

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Resultó ser un pequeño crucifijo de plata con una cadena del mismo metal. La llevo colgada del cuello. No me la quitaré nunca, pase lo que pase. No entiendo muchas de las cosas que me han explicado acerca de Dios, pero sé que todo lo que hay que saber sobre Theresa. Ella me la dio, y eso es suficiente para mí. La puso alrededor de mi cuello y lloramos de nuevo; nos terminamos el helado con fresas y por fin nos acostamos. También Mike comió helado. Está hablando con el señor Davion y apuntando con el dedo en esta dirección, de modo que creo que ha llegado la hora de partir. Me alegro de haber aterrizado aquí. También me alegro de irme, pero estoy contenta de haber conocido este lugar. Sé de algunas en Harrisburg que miden el éxito de sus vidas por aquello que no les ha ocurrido nunca. ¡Por Dios, qué horror! «Nunca me han puesto una multa por exceso de velocidad, nunca me han robado nada y nunca he tenido un pinchazo.» ¡Qué espantoso aburrimiento! Antes de morir espero que me ocurra todo. Quiero sentirme deshecha, llorar y también encontrarme bien y reír a carcajadas. Es hora de partir. 122

Voy a darle un buen abrazo.

13 de junio, tarde No puedo escribir mucho. El camión va dando tumbos. Huele bien. Diría que a fresas frescas. Davion ha estado charlando sin parar desde que abandonamos Montreal. El problema es que lo hace en francés y no entiendo una sola palabra de lo que dice. Mike es muy divertido. Está sentado entre los dos, en el asiento delantero, mirando fijamente al señor Davion como si comprendiera hasta los puntos y las comas, Mike, eres un caso. Añoro a Theresa. Me ha besado al despedirnos y yo le he dado un apretado abrazo. Que Dios la proteja. Hablo como uno de esos fanáticos seguidores de Cristo. Pero no hay nadie con ella, de modo que es Dios quien tiene que hacerle compañía. Además, eso mismo me deseó ella a mí al separarnos. Yo no lo necesito tanto como ella. Yo sólo me he fugado de casa, mientras que ella está muriéndose. Ahora nos acompaña un gran río. Aunque Davion lo dice en francés, entiendo que es el San Lorenzo. Es bonito. Hoy está surcado por un montón de embarcaciones, supongo que porque es sábado y la gente se divierte en vez de trabajar. ¡Estupendo! Hay un tráfico intensísimo. Theresa me ha dicho que le había 123

pedido a Davion que me llevase por la carretera más hermosa. Es preciosa, pero lenta. ¿Pero qué prisa tengo? Ni siquiera sé adónde voy. No hay muchos coches de Estados Unidos. He visto unos poco de Nueva York y Maine y uno o dos de Vermont. Ninguno de Pennsylvania. Davion está arrojando una cascada de palabras. Cuando se ríe trato de sonreír a mi vez. Supongo que de vez en cuando dice algo gracioso. No consigo adivinar su edad. Claro que nunca he sido muy hábil acertando edades. Su faz está muy curtida, como si estuviese siempre al aire libre. Es esquelético. El chaquetón le hace bolsas por todas partes de grande que le queda. Parece sentirse feliz hablando consigo mismo. En la mano izquierda lleva un anillo de oro muy brillante y reluciente. Me gustaría entender lo que dice y hablar con él, así no podría pensar. Aunque quizá sea mejor así. Cuando charlas con los demás siempre acabas tomando un partido u otro, y eso termina por afectarte. O los encuentras repulsivos o les tomas afecto. Y no puedes hacer nada por evitarlo en ninguno de los dos casos. Hay un tráfico impresionante. A Davion le faltan varios dientes y muelas; cuando ríe parece una de esas calabazas de juguete con rasgos humanos. Echo de menos a Theresa. Empiezo a añorarla de veras. Ha estado despidiéndose con la mano hasta perdernos de vista. Quizá tendría que haberme quedado con ella en el 124

mercado. La habría ayudado trabajando para ella. Me gustaría entender por qué desea morir. Me pregunto si habrá muerto el chaval de la furgoneta de Robber. ¿Qué haré cuando llegue a Quebec? Necesito un mapa. He oído que Theresa le decía que me dejase en la carretera de la península. Ni siquiera sé dónde está ese lugar. A lo mejor no quiero ir allí después de todo. Bueno, ya me ocuparé de eso más tarde. Lo primero que he de hacer es conseguir un mapa. Necesito un mapa más que ninguna otra cosa. Mike acaba de apoyar su enorme cabeza en mi regazo, así que se acabó lo de escribir durante un rato. Theresa. Theresa. Theresa.

14 de junio, domingo Estoy en Quebec, en un café llamado Golden Cue, viendo morir moscas. El dueño acaba de rociar el marco de la gran cristalera con un insecticida de esos que llevan vaporizador, y las moscas, en su alocada huida, se golpean contra el cristal, donde dan vueltas sobre sí mismas hasta perecer. Llueve. Avanzada la madrugada, casi al amanecer, han empezado a caer gotas; yo y aproximadamente un 125

centenar de vagabundos hemos abandonado el parque a toda prisa, buscando un lugar donde guarecernos. Ayer noche estuve charlando con un tipo de Tallahassee, Florida, que me aconsejó que le ponga collar a Mike. Dijo que a los polis no les molestan tanto los jóvenes que holgazanean por las calles como los animales, especialmente los que son grandes y tienen aspecto fiero como Mike. Así que me he visto obligada a cambiar uno de los billetes de veinte dólares y comprar el collar. Creo que Mike se lo merece. Lo he comprado en un drugstore y me ha costado un dólar con noventa y ocho centavos. Pero es muy bonito, de un rojo resplandeciente que le da a Mike aspecto de autentico guardián. Incluso parece sentirse orgulloso de llevarlo. Ayer en el parque algunos de los hippies dijeron que daba la sensación de estar entrenado para matar. ¡Qué risa! Pero no desmentí sus palabras, así me dejaron en paz. Por la correa me pedían dos dólares, así que sigo utilizando la cuerda que me dio el tipo de los tomates de Brockville. Como seguía lloviendo, al entrar en el café he atado a Mike en el porche y me he quedado sentada a su lado hasta que el dueño me ha mirado con expresión de complicidad. Entonces he entrado y he pedido una hamburguesa y un batido; estoy comiendo muy despacio para que dure más y también para matar tiempo mientras cae el chaparrón. Vigilo a Mike y al tiempo veo morir las moscas. A través del ventanal veo a un hombre. Está del otro lado de la calle, de pie bajo la lluvia, quieto. Se ha subido 126

el cuello del abrigo, pero eso no impide que se esté empapando. No lo distingo muy bien. Su cara es... Parece estar mirando en esta dirección. Haré ver que no he notado su presencia. Miraré hacia otro lado. Mi nuevo amigo Davion me llevó ayer por la noche hasta la parte sur de la ciudad, de construcciones muy antiguas. Me recuerda a algunas fotos de Europa que vi hace tiempo. Estuvo asintiendo con la cabeza, sonriendo y cotorreando hasta que por fin se detuvo y me dejó al lado del parque. Había en él un montón de jóvenes vagabundos como yo, de modo que estuve fisgando hasta encontrar un tronco de árbol hueco y vacío, en el cual me introduje, si bien tuve que abandonarlo cuando se puso a llover porque me mojaba. Todo el mundo habla francés por aquí, pero el tipo de Tallahassee me dijo que había muchos norteamericanos huyendo del Tío Sam o, mejor dicho, de su ejército. No los culpo. Los que provocan las guerras son los que han de luchar por ellas. La muerte es algo muy serio. Si todos los jóvenes del mundo pensasen como yo, en vez de grandes guerras tendríamos un grupo de viejos refunfuñando. Me aseguró que la gente es estupenda, que él estuvo todo el verano viviendo a costa de los turistas ricos y que el Ejército de Salvación proporciona comida gratis. Según él, mientras lleve a Mike con collar y chapa no tendré ningún problema. Estaba obsesionado con lo del collar. Quizás él también tenga perro. En cualquier caso, ya tengo a Mike legalizado. Parece sentirse feliz y yo 127

también lo estoy porque no quiero meterme en líos con nadie y desde luego no pienso desprenderme de Mike. Lo que ya no me ha hecho mucha gracia ha sido verme obligada a recurrir al billete de veinte dólares. Aún no he llegado a mi destino, y sé que tendré algunos gastos cuando decida instalarme y arreglar cuatro cosas. A lo mejor me iría bien quedarme aquí unos días y ponerme a trabajar. Estoy segura de que encontraría trabajo como camarera. ¿Qué haría con Mike? ¿Dónde viviría? ¿Qué hacer? Aquel hombre sigue allí plantado. No creo que haya movido un solo musculo. Se limita a mirar fijamente hacia aquí. A mí. ¿Por qué? ¿Qué querrá? ¿Por qué se mete la gente en la vida de uno? No resulta tan duro. En realidad es fácil. Por lo menos hasta ahora todo ha sido muy simple. Lo curioso del caso es que la etapa más sencilla de mi viaje, que es la que he pasado junto a Theresa, ha sido la más dura. Llevo colgado el crucifijo de plata por debajo de la camisa, no vaya a ser que intenten arrebatármelo, como hicieron aquellos puercos hippies con mi diario. Hay tres cosas sin las que no podría vivir. Mike, el crucifijo y este diario. Necesito un mapa. Creo que cuando deje de llover iré a dar una vuelta. ¿Cuál es el sujeto? Cuando digo «está 128

lloviendo», ¿qué o quién lo hace? ¿Dónde está el motor de la acción? Siguen cayendo moscas. Algunas tardan siglos en morir. Se desploman desde el lugar donde se golpean contra el cristal y dan vueltas y más vueltas sobre ellas mismas haciendo un ruido que suena así como zzzzzzzzzzzzz. Guardaré media hamburguesa para Mike. Montones de turistas. Se meten por todas partes. Los reconocería a kilómetros de distancia. Niños, madres, padres. Hay un enorme hotel en esta misma calle, un poco más arriba. He pasado por delante esta mañana tras salí del drugstore donde he comprado el collar de Mike. Veo lujosos coches por doquier y gente muy bien vestida. Lo contrario que yo, que parezco una mendiga. También hay carricoches tirados por un solo caballo que pasean a los turistas por la ciudad. Lo siento por los caballos. No tienen aspecto de estar pasándolo muy bien. La mayoría de ellos parecen viejos y enfermos. ¿Cómo puede nadie desear que un caballo enfermo le dé un paseo por la ciudad? De repente es como si todo lo que miro estuviese muriendo ante mis narices. Sé que el tipo que permanece de pie al otro lado de la calle me está observando. Cada vez que miro en esa 129

dirección me lo encuentro ahí plantado. A lo mejor está borracho y lo único que quiere es quedar empapado. Cada minuto que pasa está más mojado. Se diría que el cabello se le ha quedado pegado en la frente. Su cara es... ¿Por qué no entrará en algún sitio? Pero no aquí, en cualquier otro lugar. Hay gente que no tiene el suficiente sentido común como para protegerse de la lluvia. Necesito un mapa. Guardaré media hamburguesa para Mike. Lo veo muy bien desde la ventana donde están muriendo todas esas moscas. No deja de mirarme. A veces creo que ya nos hemos conocido, en una vida anterior; llegó la hora de la muerte, por fin hemos vuelto a nacer y hoy nos encontramos de nuevo. A veces tengo la extraña sensación de haber estado en un lugar que racionalmente desconozco. Me imagino que le ocurre a todo el mundo. Tengo sueño. Es por culpa de la lluvia. Hace ya mucho tiempo que no pienso en casa ni en mi existencia anterior. Tengo demasiadas cosas en la cabeza, no me queda espacio para el recuerdo. Sigue lloviendo. Los pobres caballos tienen que trabajar bajo la lluvia. El San Lorenzo parece enorme desde aquí, como si su ruta hacia el Atlántico fuese de ida y vuelta. Los seres humanos son bastante ignorantes. Creen que saben mucho, pero no es así. Los brillantes cerebros 130

de la escuela nos enseñaron un montón de inutilidades que no valían la pena. Este lugar huele a grasa rancia. La hamburguesa sabía a insecticida. Me pregunto si aquel chaval murió en la parte trasera de la furgoneta de Robber. Es sencillo eso de fugarse de casa. No resulta nada duro. Desearía que ese tipo desapareciera. Voy a pagar el desayuno y a sentarme con Mike en el porche. La lluvia huele mejor. «Cat Toven está sentada en un café llamado Golden Cue en la ciudad de Quebec un domingo lluvioso mirando cómo trabajan los caballos y cómo mueren las moscas.» ¡Caray, qué humor se gasta ese tipo! Creo que las personas que no contestan a tus preguntas deberían ser eliminadas de un tiro. Bueno, quizá lo del tiro es un poco exagerado, pero si hacen del silencio una profesión porque es lo que mejor les sale y encima les pagan, no merecen el menor respeto. Y las cartas, lo mismo. Aplicaría el mismo castigo a los que no responden a tus cartas. El verano pasado, cuando la situación en casa empezó a ponerse realmente insoportable, recuerdo que casi caí enferma de tanto esperar una carta que no llegó nunca. La locura empezaba a las once de la mañana, que es la hora habitual del cartero, y terminaba cinco minutos después, 131

tras recoger, después de una buena carrera para alcanzar a mi hombre, el Time y el Newsweek, un monto de basura, o mejor dicho propaganda impresa que no sirve para nada, algunas facturas... pero nunca mi carta. La correspondencia que nunca llega te hace sufrir tanto como los teléfonos que no son descolgados y la gente que no contesta a tus preguntas. Lo de la carta me parece ahora una tontería. Había escrito a un campamento de verano en Vermont solicitando una plaza de consejera, sin sueldo. Les dije que no quería dinero. Había visto su anuncio en el periódico de Harrisburg y pensé que era una buena excusa para largarme de casa, pues me faltaba valor para hacerlo por las buenas. Así es que quedé a la ansiosa espera de una respuesta afirmativa. Recuerdo que incluso redacté una misiva imaginaria en mi cerebro. Sí, la veía con los ojos de la mente: el sobre era de color verde pálido con un grupo de arboles más oscuros en un extremo y mi nombre pulcramente escrito a mano. Decía algo así: «Querida señorita Toven: «Adjuntamos cheque que cubre los gastos de un billete de autocar hasta Vermont. Nos ha impresionado mucho su carta y le guardamos un puesto entre nuestro personal docente. Estamos todos de acuerdo en que en raras ocasiones ha llegado hasta nosotros una carta de solicitud tan impresionante como la suya. Al instante comprendimos que era usted la personas idónea para 132

trabajar en nuestro campamento. Esperamos con ansiedad el momento de conocerla personalmente. Venga lo antes posible...» Y aún más. Estupideces. Pero nunca llegó nada. Nada. Ni se dignaron decir: no, no la necesitamos. Pero yo estuve esperando todo el verano. Incluso en pleno agosto espiaba la llegada del cartero con un sobre verde claro adornado con árboles. Tienes sensaciones extrañas cuando estás esperando durante mucho tiempo algo que nunca llega. Es como si algo te estuviera devorando desde el interior. Ahora me parece una chiquillada, pero el mero hecho de pensar en ello me pone enferma. Al fin y al cabo, ¿qué cuesta escribir y decir: «no, no necesitamos sus servicios»? Bueno, ya se ha ido. Me refiero al tipo que estaba al otro lado de la calle. He mirado hacia el exterior esperando verle y me he encontrado con un espacio vacío en el lugar que él ocupaba. Se ha esfumado. Espero no volver a verle nunca más. Hay algo realmente misterioso en un hombre que permanece observándote bajo una lluvia torrencial. Tenía la sensación de que no me quitaba ojo de encima. Notaba que me estaba taladrando con la mirada. En cualquier caso, ya se ha largado. Creo que voy a ir a sentarme junto a Mike. Cuando cese de llover daré una vuelta por la ciudad. Luego me compraré un mapa... 133

Necesito un mapa...

14 de junio, domingo, por la tarde Ha dejado de llover. Ahora hay un bochorno sofocante y pegajoso. Creo que Mike y yo nos hemos recorrido de punta a rabo todas las calles de esta ciudad. Las urbes, tanto las grandes como las pequeñas, huelen mal. En el parque donde estoy ahora, se está mejor. Es una población extraña. Está dividida en dos partes, la alta y la baja. Toda ella está construida sobre un acantilado. Es bonita, a pesar de ser una ciudad. No se parece en nada a las norteamericanas. El otro día pensé enviarle una postal a Bennett, pero después de meditarlo un poco decidí no hacerlo. Probablemente se lo contaría a mi madre y ella enviaría a alguien para que me echase abajo la ciudad ladrillo por ladrillo. Así es ella. Meticulosa. Todavía no estoy preparada para regresar a casa. Además, aquí me encuentro bien, aunque me molesta el calor y me fastidian las moscas y mosquitos que lo invaden todo. También se me ha ocurrido enviarle una postal a Theresa, pero tampoco lo he hecho. No voy a buscar trabajo aquí. Voy a dejar de gastar dinero; conseguiré un mapa y saldré de aquí mañana. Ayer oí a unos tipos que hablaban de unas montañas que no se encuentran muy lejos. Estoy harta de andar 134

errabunda. Quiero llegar a mi destino y pasar una temporada instalada. Últimamente he estado pensando en un montón de cosas deprimentes, como por ejemplo la carta del campamento de verano y la gente que no contesta al teléfono ni a las preguntas por mucho que esperes. Si sabes que no vas a obtener nunca respuestas, lo mejor que puedes hacer es dejar de quedarte sentada con los nervios carcomiéndote el estómago. Tengo que llevar a Mike a algún sitio donde pueda correr a sus anchas. Creo que le gusta el collar, pero odia la cuerda. Esta noche dormiré en el parque. Es el gran dormitorio de los hippies y vagabundos. Sin embargo, ahora no hay nadie aquí. No vienen hasta medianoche, cuando ya no queda ningún otro lugar abierto. Hoy he tenido por lo menos cien invitaciones para vivir en compañía, pero me temo que no estoy de humor para eso. Lo que deseo es llegar a un rincón donde no haya ruido, ni gente, ni asfalto, ni coches, ni caras. Cuando pienso en Robber y Ruthie no me siento deprimida, de modo que voy a concentrarme en ellos durante un rato. ¿En qué voy a pensar? No he vuelto a conocer a nadie como Theresa. Siempre que me acuerdo de ella me entristezco; pero por lo visto no consigo alejarla de mi mente, ni a ella ni a sus crucifijos y versículos de la Biblia. Estoy cansada. Voy a dejar de escribir un rato. 135

No. Es mejor escribir que sentarse a pensar en todo eso. Aunque haya estado lloviendo todo el día, hay mucha gente paseando por las calles. La mayoría son familias, pero también se ven parejas de enamorados, o mejor dicho de novios. Me gusta contemplarles y tratar de averiguar si se sienten muy felices por estar juntos o si por el contrario están adoptando posturas cariñosas para la galería. Después de caer tanta agua el parque parece más verde; todo está aún húmedo y resplandece con un brillo especial. Hay una gran variedad de bonitas flores; nunca antes había visto tantas juntas. En casa también teníamos. Cerca de mí hay unos muchachos lanzándose un disco de plástico. Mike está estudiando la posibilidad d intervenir en el juego. No hay más que mirar su cara y la forma que tiene de estirar las orejas para comprender qué está ocurriendo en su cerebro. Lo que acostumbra a hacer en casos como éste es sentarse a mi lado durante unos minutos, levantarse y avanzar un par de pasos, para luego hacer marcha atrás, sentándose de nuevo. Pobre perro. No sabe si sería aceptado o no. Durante nuestra estancia en el mercado de Montreal tuve que reprimir sus iniciativas un montón de veces. Creo que «no» es la única palabra que conoce, cosa que desde luego no me satisface. De todos modos es un perro inteligente y astuto, y aprenderá. Es mucho mas avispado que Duke.

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Los chavales del disco volador se lo están pasando en grande. Me parece que voy a darle permiso para que se acerque a ellos. Lo único que puede pasar es que me pidan que me lo lleve. He soltado la cuerda. Allá va. Está muy gracioso cuando corre. Parece como si hubiera sido catapultado. Hace cabriolas como los caballos. Observo a dos viejos que pasean. Lo hacen muy lentamente. Probablemente tienen dificultades para caminar. Avanzan como si les doliesen los pies. Debe de ser terrible llegar a viejo. Bennett solía decir que la gente inteligente muere antes de cumplir los cuarenta. Es la edad en la que el cuerpo empieza a desmoronarse. La luna está alta en el cielo. Parece más brillante cuando aparece tras las nubes al darle éstas una oportunidad de lucir su faz. El aire huele a limpio. Veo el río desde el lugar donde me encuentro. Esta mañana me he fijado especialmente en un barco con aspecto de buque cisterna o de carga que tenía una estrella roja pintada en el casco. Los huéspedes del hotel también estuvieron mirándolo. Alguien dijo que era ruso. Se distinguían las siluetas de sus ocupantes. Algunos de ellos clavaban su mirada en nosotros del mismo modo que nosotros la clavábamos en ellos. Cuando la gente hace eso es porque en el fondo se odia. Nadie debería contemplar a los demás de un modo tan insistente. 137

Bennett estaba obsesionado con los rusos. Yo no pienso demasiado en ellos, ni como amigos ni como enemigos. Aquí en el parque, rodeada de verdor húmedo y aspirando aire fresco y sano, sería absurdo acordarse de los enemigos de nuestro país. Este parque es enorme. Su extensión es de por lo menos tres o cuatro manzanas. En la entrada hay el siguiente letrero: «Las Planicies de Abraham». Parece ser que se llamaba así antes de convertirse en parque público. Es un nombre bonito, suena bien. Su historia no es tan hermosa: según la historia, Abraham era un granjero que dio permiso a norteamericanos e ingleses para que hiciesen su guerra en lo que entonces era una gran pradera. Así lo hicieron. No hubo consecuencias importantes... excepto el gran número de hombres que murieron. No me gusta pensar que una vez esta planicie estuvo cubierta de sangre, gritos de dolor y moribundos. Bennett hablaba mucho de la guerra y de cómo siempre habría una en un lugar u otro porque hay gente que le gusta; la única manera de acabar con tanto derramamiento de sangre sería que toda la humanidad, absolutamente toda, dejase de etiquetarse a sí misma y empezase a observarse desde prismas diferentes. Pero según él eso es prácticamente imposible, así es que siempre habrá guerras. Echo de menos a Bennett. Nunca se me ocurrió pensar que algún día me ocurriría esto. Mi madre le 138

odiaba porque consideraba que era demasiado audaz. Un día en que mis padres peleaban, oí que mi padre le reprochaba con gran violencia a mi madre que me permitiese andar por ahí con «ese asqueroso holgazán». Bennett tenía toda la razón al hablar como lo hacía. Será mejor que no piense en esas cosas. Mike está jugando con una pelota. Esos chavales son muy amables con él. Las planicies de Abraham... Parece el titulo de una película de Charlton Heston. Una de esas colosales superproducciones. Me pregunto qué hace un tipo como él para estimularse; quiero decir que después de ser Moisés o Miguel Ángel, debe de resultar muy aburrido regresar al mundo real. Planicies de Abraham... Se está bien aquí ahora. No oigo gritos de dolor ni veo moribundos en el suelo aunque fuerce la imaginación. Lo único que llega a mis oídos es el susurro del suave viento, el volar de algún pájaro y el lejano navegar de los barcos. Además de los gritos de los muchachos, los ladridos de Mike y el ruido del lápiz al garabatear sobre el papel. Quizá Bennett no tuviera razón a veces, pero es inteligente y siempre escucha a los demás, prestando atención a sus ideas. Casi siempre se mostraba 139

agradable. Sólo se ponía furioso si le llevabas la contraria. Mi padre también reacción así; si no le das la razón en todo, considera que estás buscando pelea. Y la encuentras. Mejor será no pensar en eso. No me hace ningún bien. Mañana conseguiré un mapa y buscaré en él la carretera que ha de conducirme a las montañas. Me pregunto si habrá muerto aquel chaval. Eso significaría que Robber y Ruthie estarán metidos en serios problemas. Es demasiado temprano para dormir. Además, tampoco tengo sueño. Todavía hay demasiada gente paseando por aquí. Al otro lado de la calle hay un bloque de apartamentos. Hay muchas ventanas abiertas y veo a las personas que van de una estancia a otra, toman un baño, beben —supongo que refrescos—, o leen repantigadas en un sillón iluminado por una lámpara de pie. Lo peor de estar viajando todo el tiempo es que al final no perteneces a ningún lugar. El sitio de dónde vienes te parece tan extraño como aquel al que crees dirigirte. Los vagabundos y hippies aún no han venido a acostarse. En el centro de la ciudad he visto el edificio del Ejército de Salvación; había allí una larga cola de jóvenes esperando a que les diesen comida. Deprimente, 140

absolutamente deprimente. Algunos de ellos toman drogas. De las duras, no sólo marihuana. Bennett decía que tomar LSD o pincharse es una estupidez. Según él, si lo que tienes en la mente es acabar contigo mismo, un arma resulta más rápida y más barata. Apuesto cualquier cosa a que no hay nadie en la historia futura del mundo que pueda llegar a sentirse tan perdido como yo en estos momentos. Hasta Mike me ha abandonado. Pero es curioso, en cierto sentido me encuentro más a gusto aquí que en casa. Allí estaban llegando las cosas a tal punto que ya no podía ni respirar. Si abría la boca para inhalar con fuerza, en vez de renovar el aire de los pulmones sentía que me ahogaba, como si todo el oxigeno se hubiese agotado en los gritos y el silencio. Mi madre se pasó casi todo el invierno llorando. Muchos días salía de la ducha con los ojos enrojecidos e hinchados. No hay nada en una ducha que pueda provocar un llanto. Supongo que al quedarse sola empezaba a pensar en sus problemas y aquello era suficiente para desesperarla. Prefiero no pensar en eso. Bennett siempre me decía que ya era bastante mayor para comprender que los padres son personas y que las personas tienen problemas. En efecto, soy una adulta y he conseguido llegar a entender muchas cosas. Pero cuando empezó a agotarse el aire no pude resistirlo. 141

Voy a jugar un rato. Los chicos me han invitado a participar en el juego y ahora me apetece reunirme con ellos.

14 de junio, domingo, muy tarde Todo está tranquilo ahora. Las personas decentes se han encerrado en sus casas para tomar un baño y descansar en su mullido lecho. Los vagabundos regresan al parque a pasar la noche. Es como si este lugar perteneciese a un grupo durante una temporada y a otro en la siguiente. Pero nunca a ambos a la vez. En el aire flota un fuerte olor a marihuana. Los polis se limitan a pasar en sus automóviles, aflojar la marcha de vez en cuando y seguir adelante. Aquí están en minoría. Los hippies y vagabundos se están apoderando del mundo. Los muchachos que lanzaban el disco volador son estudiantes de medicina. Les dije que cuando consigan el título actúen con seguridad en sí mismos y visiten de vez en cuando el mercado hortofrutícola de Montreal. Me han mirado como si estuviera loca o flipada. A uno de ellos le he contado el caso de Theresa; me ha dicho que debe de tratarse de un tumor y que es necesario que le hagan un biopsia para saber si es maligno o no. Él cree que lo es, ya que los enfermos de cáncer sienten fuertes dolores y si pueden se apoyan sobre el tumor o se lo sujetan. Mi abuela le tenía al cáncer un pánico irracional. A veces pienso que armaba todo aquel revuelto porque en el fondo 142

deseaba estar enferma de gravedad y se sentía decepcionada de encontrarse tan sana. Eran simpáticos esos chicos. Les ha gustado tanto Mike que hasta me han preguntado si deseaba venderlo. ¡Qué pregunta tan tonta! ¡Caray! Quiero a Mike mil veces más que al viejo Duke. Supongo que porque es mío y tengo toda la responsabilidad sobre su vida. Me dijeron que las montañas están a unos cuarenta y cinco kilómetros y que la autopista se encuentra al otro lado de la ciudad, pero que si cambiaba de opinión podía ocupar su apartamento durante todo el tiempo que quisiera. Les he dicho que no porque iba a encontrarme con unos amigos para salir hacia las montañas mañana mismo. En buena lógica no tendré dificultad alguna en encontrar quien me lleve, porque casi todos los turistas visitan la zona. Es curioso lo mucho que tienes que mentir para poder estar sola, como si la soledad fuese una especie de pecado mortal. Estoy descubriendo que una de las cosas que mejor me salen es mentir. Bueno, todo el mundo tiene su especialidad. Los muchachos llevaban pequeños botones con plumas rojas. Me han explicado que pertenecían a un grupo separatista y que consideraban que Quebec no debería formar parte de Canadá, ya que sus habitantes desean constituir un país independiente. Están seguros de que se saldrán con la suya y que sólo es cuestión de tiempo. Eso es lo que yo anhelo también: ser un país entero yo sola. 143

Autopista 54. Es la que debo seguir para ir a las montañas. Es tarde, me voy a dormir un rato. Mike ya ha caído en un profundo sueño. Está casi encima de mí. Supongo que lo hace para que no pueda marcharme y abandonarle sin que se dé cuenta. Ha sido un día largo y movido. Me alegro de que haya pasado. Mañana buscaré la autopista, luego encontraré mi lugar y todo estará bien. Me quedan unos treinta y siete dólares. Espero que sean suficientes para comprar unas cuantas cosas. No tengo grandes necesidades. Me pregunto si en las montañas crecerán los árboles y arbustos que pienso plantar. El verano pasado mientras esperaba la carta del campamento planté toda una hilera de judías verdes detrás del garaje. Crecieron. Pero a nadie le gustan demasiado las judías verdes. Odiaría verme obligada a acudir al Ejército de Salvación para comer. Es muy deprimente. Espero que haya alguna población cerca del lugar adonde me dirijo. Por si tengo que buscarme un trabajo. No quiero hacerlo, pero puede surgir la necesidad. Sólo anhelo encontrar un sitio en el que no haya gente, ni coches, ni asfalto, ni ruidos. Sólo yo y Mike. Un rincón del mundo donde sobre aire. Buenas noches, planicies de Abraham. Lamento lo de vuestra guerra.

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En una ocasión estuve en Gettysburg. Pero no hablaré de ello porque estoy demasiado cansada.

15 de junio, lunes Hay demasiado tráfico para escribir. Haciendo autostop no me acompaña precisamente la suerte. Odio las grandes autopistas, las detesto de veras. Esta mañana he cruzado la ciudad para dirigirme a la autopista 54 y aún estoy en ella esperando que alguien se detenga. Pasan ante mí muchos coches con remolque y otros con tiendas de campaña. Será mejor que no escriba durante un rato y piense en el lugar que me espera. Hay mucho peligro para Mike, así que lo mantendré sujeto.

Acabo de desperdiciar una oportunidad. Se ha detenido un enorme Cadillac negro conducido por un tipo que parecía un malvavisco, tan suave, hinchado y blanquecino. Me ha dicho: «Entra, preciosa, iremos juntos a la búsqueda del arco iris y la olla de oro». ¡No, gracias! Me ha llamado zorra y un par de cosas más y ha salido disparado. El coche era bonito, pero su cara repugnante, Mike ha gruñido. Tenía hambre. He almorzado pan de molde untado de mantequilla de cacahuete. A Mike le he comprado una 145

hamburguesa porque no le gusta mi mantequilla. Tengo que controlar los gastos. ¡Caray, cada día estoy más harta de la gente que intenta conseguir ciertos propósitos! Y también de los automóviles que pasan a toda velocidad, de los ojos que se me quedan mirando y de tener que tirar de Mike para que no se plante en medio de la carretera. Estoy hasta más arriba del pelo de llevar ropa que apesta, de hippies, de sentir miedo de los insectos... y de pensar. Y de la gente que hace daño a los demás. Y de preguntarme cosas a mí misma, preocuparme por todo y no llegar a ninguna parte. Añoro a Bennett. En una ocasión me rodeó con sus brazos y me mantuvo apretada contra él. Sólo fue un minuto. No tuvo nada que ver con la cuestión sexual; quizá por eso me conmovió que me abrazase aunque no fuera más que un minuto, que sintiese deseos de rodearme con sus brazos. Esta mañana ha sucedido algo extraño. He vuelto a ver a aquel hombre. Ha sido cuando atravesaba la ciudad para llegar a la autopista. Sé que era el mismo hombre. Acababa yo de salir del restaurante de una gasolinera cuando ha surgido de pronto de detrás de un surtidor; me ha mirado un segundo, se ha girado al instante y ha salido corriendo calle abajo en dirección contraria, como si yo le hubiese asustado tanto como él a mí. Sé que era el mismo hombre. Su ropa, vista de cerca, era de color azul desteñido y estaba arrugada como si pocas horas antes 146

hubiese permanecido bajo la lluvia. Nunca olvidaré ese rostro. Quizás haya sido una coincidencia y quizá no, pero me alegraré de perder de vista este lugar. Dios mío, haz que se detenga un automóvil, me ofrezca una plaza y me lleve hasta el lugar que me he propuesto como meta...

15 de junio, lunes, por la mañana Esto es lo que yo llamo una plegaria concedida. Un sacerdote. Ha parado justo cuando acababa de escribir el párrafo precedente. Conduce un Volvo verde muy sucio y con los neumáticos llenos de barro. Pero no parecía demasiado terrible, y además me encontraba al borde de la desesperación. No le ha agradado Mike. Pero me imagino que ha pensado que el único medio para llegar hasta mi alma era dejar que Mike ocupase el asiento trasero. Se dirigía a un campamento católico para jóvenes situado en las montañas. Por supuesto, me ha invitado a acompañarle hasta allí. El caso es que ahora estoy sentada en el bordillo de la acera frente a una pequeña tienda de alimentación de una población llamada Stoneham, situada en una zona elevada al pie de las montañas, pero no en ellas. De todos modos las veo desde aquí. Son bonitas.

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El sacerdote me ha explicado que se trata de un parque provincial, pero que en realidad pertenece a Dios. El Creador nos lo ha prestado para que lo disfrutemos. Tenía la curiosa costumbre de cerrar los ojos al hablar, lo cual me produce desazón, sobre todo cuando se circula a toda velocidad por una autopista en un pequeño Volvo. En el coche flotaba un olor intenso a algo que no era ni cerveza ni whisky. No he conseguido averiguar su origen, pero recordaba el aroma del vino. Hablaba como si fuera a ponerse a cantar de un momento a otro; su voz era musical, subía y bajaba de tono como si estuviese entonando un cántico. Extraño. De todas formas he escuchado educadamente y he dicho que sí, he sido bautizada; no, no soy católica. No, no soy nada, pero tengo inquietudes en ese campo. No, no quiero convertirme al catolicismo y sí, sé algo acerca de la Iglesia católica porque tengo un amigo que profesa esa religión, aunque no sea un buen practicante. Mike ha permanecido sentado en el asiento trasero mirándome como si estuviera preguntándose: «¿Qué es todo ese rollo que os traéis?» No recuerdo ahora su nombre. Me refiero al sacerdote. No ha sido un trayecto muy largo; él quería a toda costa esperar a que terminase mis compras para llevarme hasta el campamento, donde según él podríamos hablar más tranquilos. En realidad no te persiguen a ti como persona, sino a tu alma. También les interesa tu dinero. Por este orden. O 148

quizás al revés, no sé qué pensar. Me imagino que habrá comprendido con sólo mirarme que no soy una persona rica. Por lo tanto su atención se ha concentrado en mi espíritu. Me ha hecho experimentar la misma sensación que en invierno, cuando la cara se me pone tan fría que incluso me duele y las manos no me reaccionan por mucho que me las frote. Algo parecido me ocurre con los dedos de los pies, no hay forma de calentarlos. Lo dicho, una sensación invernal. Me ha parecido que no era mal tipo. Lo que ocurre es que cada día me cuesta más hablar con la mayoría de la gente. Me he «pescado» a mí misma aguantando la respiración. Como en casa, pero distinto. En el automóvil del sacerdote podía inhalar profundamente, si bien no quería hacerlo. Cada vez que me disponía a tomar un poco de aire él me decía algo acerca de la fe, la obediencia y Dios, y en aquel momento se me quitaban las ganas de respirar. Algo, sin embargo, sí que es seguro: Mike no se siente en absoluto católico. Incluso es posible que sea ateo, si tenemos que basarnos en la atención que le ha prestado al sacerdote. Le miraba de un modo muy divertido; me preocupaba mucho que empezase a gruñir. No existe en el mundo un espectáculo más curioso que ver gruñir a Mike. Si no le conociera tan bien, hasta llegaría a sentir miedo. Pero no ha hecho tal cosa, se ha limitado a observar seria y fijamente, como si estuviese sometiendo al sacerdote a un juicio canino. 149

Bueno, aquí estoy. En algún lugar. Tengo que asimilar todo cuanto me ocurre y seguir adelante. Es una población fea. Hay algún fonducho para turistas. A partir de ahora voy a tomarme la vida como si fuera un juego, y no como un deber, una carrera o una luchar. Eso es lo que haré cuando esté en las montañas. ¡Qué raro! Estoy sentada en el bordillo de la acera en este curioso pueblo de habla francesa y oigo sonar un tocadiscos cercano. James Taylor. «Oh, he visto fuego y he visto lluvia... He visto días en los que no encontraba un amigo... Pero siempre pensé que volvería a verte... Dulce Jesús, tienes que ayudarme a detenerme y ser fuerte.» Me gusta James Taylor. Leí en una revista que había estado internado en un hospital psiquiátrico. De repente siento lástima por aquel pobre sacerdote. He sido muy dura con él. Lo que ha estado tratando de decirme es lo mismo que está cantando James Taylor. Pero no ha utilizado las palabras correctas. O quizás intentaba convencerme con demasiada insistencia, o con insuficiente perseverancia. Lenguaje equivocado. Oídos equivocados. Todo equivocado. James Taylor es bueno. Si está loco, que Dios proteja al resto del mundo. Me pregunto si sabe que es muy famoso en Stoneham, Quebec. No consigo asimilar todo lo que está pasando en este preciso instante. Si pudiese detener el tiempo, lo haría durante un rato. Estoy en un curioso pueblo de habla francesa con olor a sacerdote en la nariz escuchando la 150

canción de un muchacho que le pide al buen Jesús que le ayude a detenerse y ser fuerte. Justo en este momento, en este mismo instante, me siento bien y me apetecería quedarme aquí sentada en el bordillo durante el resto de mi vida, sin moverme, convirtiéndome en el paso de los años en una viejecita de cabello gris con su perro también de cabello canoso, viviendo y respirando. Todo bueno y profundo. Necesito hacer una lista de comestibles para comprarlos aquí y llevármelos. Tengo apetito. Mis tripas protestan. Mike necesita alimentarse. Compraré lo justo para permanecer una temporada en las montañas. Comida de la que llena mucho. Pero estoy segura que aquí nadie habla inglés. Bueno, señalaré o me serviré yo misma. El rótulo sobre la puerta del colmado reza así: «M. Gebel, Prop.». Señor Gebel, prepárese. Me gustaría haber copiado la lista de alimentos que había confeccionado Bennett y que le bastaba para vivir. Recuerdo la uva, ya que según él es nutritiva y barata. En vez de pan, galletas saladas. El pan se pone verde. Carne envasada, no fresca... Y mantequilla de cacahuete. ¿Qué más? Acabo de recordar el helado de vainilla con fresas de Theresa. Y los bistecs que nos regaló Hal. No es prudente que piense en eso ahora. Un abrelatas. Tengo cerillas en la mochila. 151

¿Qué más? Hay algo que debo decir en favor de este lugar: la gente no se me queda mirando. Aun conservo el crucifijo. Menos mal que lo llevo por debajo de la camisa porque de lo contrario el sacerdote se habría sulfurado. Voy a comprar comida...

15 de junio, lunes, tarde Si a alguien le apetece ver algo divertido no tiene más que fijarse en mí en este momento. La mochila está que revienta, y además llevo dos enormes bolsas que me han dado en la tienda. Si me descuido cargo con todo. He comprado: Seis latas de macedonia de frutas. Tres cajas de galletas saladas. Seis latas de salchichas. Seis latas de algo que parece carne. Seis enormes paquetes de pasas. Una docena de chocolatinas. Dos cajas de barquillos de vainillas. Una bolsa grande de naranjas. Ocho latas de comida para perros. Una caja de alimento desecado para perros. 152

Un paquete de bocadillos calientes. Una bolsa de huesos. Mike y yo nos hemos partido los bocadillos calientes. Mitad para él y mitad para mí. Los últimos no eran tan buenos como los primeros. Crudos. ¡Puaf! No he entendido ni una palabra de lo que decía el viejo de la tienda. Claro que él tampoco me comprendía a mí. A medida que me iba diciendo el precio de cada cosa yo le iba mostrando primero un billete de cinco dólares, luego uno de diez y por fin dos de uno. Ha esbozado una sonrisa, ha tomado todo el dinero y me ha devuelto cuarenta y cinco centavos. En moneda canadiense. Creo que no me ha engañado. Además, según el sacerdote, Dios se encargará de ajustarle las cuentas. En cualquier caso no voy a contener nunca más la respiración. Voy a pasar aquí la noche. Es tarde y no me gusta hacer autostop en la oscuridad. Estoy tumbada en una especie de hueco que no queda demasiado lejos de la carretera. Pasa un riachuelo por aquí que no merece ni ese nombre. El sabor del agua es bastante bueno, pero huele a vertedero. Si he de darle gusto a Mike, tendré que alejarme aún mas de la autopista. Odia los coches con toda su alma. Estamos en los arrabales de Stoneham. En un lugar cualquiera. Estoy pensando que mañana podría dedicarme a caminar. Claro que con todo ese peso quizá no sea una buena idea. Le he prometido a Mike que tan pronto como lleguemos a nuestro destino quemaré su cuerda. No sé si haré eso exactamente, pero por lo menos la esconderé. Quizás la necesite más adelante. 153

Hace un rato había por aquí unos críos hablando en francés a cien palabras por segundo. Llevaban cañas de pescar y una lata con gusanos. Les he preguntado si habían conseguido algo, pero se han quedado mirándome sin responder. Pescado. Es una idea para el futuro. Y bayas. He visto por esta zona un montón de arándanos. Todo está silencioso. Y oscuro. No sé si vale la pena o no mencionarlo, pero creo que he vuelto a ver a aquel hombre. Me refiero al que ya me encontré dos veces en Quebec. Pero, bien pensado, no puede ser. ¿Cómo se le iba a ocurrir subir hasta aquí? Debía de andar flipada o algo por el estilo. Al salir de la tienda del señor Gebel había un autobús al otro lado de la calle del que se estaban apeando varias personas. Yo he mirado distraídamente porque estaba muy atareada haciendo juegos malabares con los comestibles que acababa de comprar, tratando de evitar que Mike empezase a correr calle abajo a toda velocidad y pensando que tal vez el señor Gebel me había tomado el pelo. De modo que no me he fijado con mucha atención. Pero en el momento en que, por pura casualidad, se me ha ocurrido alzar la mirada, me ha parecido verle sentado en el autobús. Sólo he vislumbrado su cara a través de la ventanilla. Me he quedado perpleja, he vuelto a levantar los ojos y el asiento que ocupaba se encontraba vacío. Incluso me he plantado en el bordillo hasta que ha arrancado el autobús y he observado con gran atención a las personas que acababan de apearse. Ni rastro de él. Probablemente mi imaginación me ha jugado una mala pasada. O eso, o es 154

que estoy flipada del todo. No, no era él. Es imposible que coincidamos de nuevo aquí arriba. No resulta tan duro. En realidad es fácil. Siempre puedo bajar paseando hasta la ciudad si necesito algo. Me quedan veinte dólares y tengo muchísima comida. Por primera vez desde que salí de Harrisburg me he lavado los dientes. Tengo el cabello más tieso que un sable. Pero ésta es, por desgracia, su caída natural. Todos aquellos que dejé en Harrisburg se negarían a creerme si les dijera dónde estoy ahora. Este riachuelo no es tan bonito como el primero. Hay demasiada basura en sus orillas. Veo por ahí una vieja nevera medio desmontada, latas vacías, botellas y cachivaches. Debe de haber un vertedero carretera arriba y la gente empieza a deshacerse de su chatarra antes de llegar a él. Creo que mañana voy a necesitar de veras viajar en automóvil. No llegaría muy lejos caminando con estos trastos y con Mike por añadidura. Se ha bañado ya dos veces en el riachuelo. Aquí hace fresco, pero hoy ha pasado mucha sed. Es un perro muy divertido. Parece que se siente sobre el agua con las patas hundidas; una vez ha adoptado esta postura se pone a beber. Ha crecido. Me imagino que para quien no lo conozca debe de tener aspecto fiero, con su negra cara y sus blancos y afilados dientes. Da miedo. De todas formas, cuando gruñe no lo hace para asustar, estoy segura. Como es natural, no ha simpatizado con el sacerdote. Los perros son como las personas, en seguida saben a quién le caen 155

bien y a quién no. También se dan cuenta de que les necesitas. He aprendido algo nuevo: incluso cuando estás escribiendo un diario que sabes de antemano que no va a leer nadie no dices siempre toda la verdad. Por ejemplo, estoy narrando la historia de los comestibles, el colmado, Mike tomando un baño y mi lavado de dientes como si pensase que este diario va a caer en manos de alguien y no desease que ese alguien descubra cómo me siento. Lo que importa de veras en estos momentos es que estoy aquí sentada con dolor de estomago a causa de los bocadillos calientes que he ingerido demasiado aprisa, que me inquieto cada vez que observo esas sombras que se perfilan al otro lado del riachuelo y, además, que me preocupa muy seriamente haber descubierto que nunca seré otra cosa que gran embustera. Hay algo que no me gusta, y eso sí es verdad: sentirme taladrada por miradas ajenas. Pero me observan sin que pueda evitarlo, como si pusieran en duda mi derecho a estar en un lugar concreto en una hora determinada. Sólo Theresa me ha mirado como si le hiciera feliz mi presencia. Los demás clavan sus ojos en mí y parecen pensar: «¿Qué estará haciendo aquí y por qué no se borra su cara de mi ángulo de visión?» Los hippies no, claro. Ellos no se fijan en nadie. Son los otros. El tipo que estaba frente al café de Quebec me estuvo contemplando con expresión de odio, como si realmente le hubiese hecho algo terrible capaz de herirle en gran manera. Incluso el dueño del local me observó con 156

atención, a pesar de no haber hecho más que comprar una hamburguesa y un batido; y eso que su negocio es vender. No entiendo por qué la gente se te queda mirando como si no tuvieses derecho alguno a estar donde estás. Sigo aquí sentada a la orilla del riachuelo y cerca del basurero, preguntándome a mí misma qué hago sentada a la orilla de un riachuelo, cerca de un basurero, y qué voy a encontrar mañana. También me preocupa la posibilidad de que algo me salga mal. ¿Qué voy a hacer si eso sucede? Escribir este diario es como hablarle a alguien además de a ti mismo. Se necesita cierto tiempo para labrarse un camino auténtico entre tanta falsedad, mentira y baladronada. Me temo que se necesita una buena dosis de valor para escribir y que éste no se adquiere con facilidad. No he pensado apenas en la casa que abandoné, eso es verdad. Permito que se me venga a la mente muy de vez en cuando porque creo que es mi deber, pero no porque desee recordarla. La verdad es que siempre que rememoro mi vida en el hogar paterno llego a la conclusión de que no hay gran cosa que valga la pena retener. También es noche pensando y en lo que es aspecto tendría 157

cierto que he estado aquí sentada esta en algunas otras cosas. En el embarazo la matriz. He tratado de imaginar qué preñada. Esta tarde ha entrado en el

pequeño colmado una mujer embarazada; tan embarazada que casi no podía caminar. La he observado mientras charlaba y se reía con el viejo. No he entendido ni una palabra, pero me he fijado en que de vez en cuando se daba unas palmaditas en el vientre, como si se sintiese muy orgullosa de su estado. Supongo que no debería pensar en estas cosas, pero no puedo evitarlo. No siempre se me vienen a la mente estas ideas; sólo cuando veo una mujer encinta. Mamá tiene una asistenta, Laurette, que en una ocasión me preguntó sin tapujos y por las buenas si me había acostado con algún muchacho. Le respondí en sentido afirmativo, pero estoy convencida de que no me creyó. Una de las cosas más difíciles en este mundo es mentirle a un embustero. Aunque quizá Laurette decía la verdad al asegurarme que ella había hecho el amor por lo menos con media docena. De hecho, si quisiera ser honesta y a la vez mezquina podría confeccionar la lista de sus nombres. A los chicos no les atraigo demasiado. Quiero decir con eso que les caigo bien como amiga, pero nada más. De todos modos eso no me preocupa excesivamente, ya que a mí me pasa lo mismo con ellos; me gustan como camaradas y punto. No es que sea una lumbrera, pero siempre he sacado notas más que aceptables sin demasiado esfuerzo. Algunas chicas, menos listas que yo, vuelven locos a los tíos. Como por contrapartida. Y ya está. Carece de importancia. 158

Me duele la mano de tanto escribir pero merece la pena pues se trata de una experiencia interesante; es como si escuchases lo que tú misma le dices al papel. Me sorprende estar aquí sentada pensando en un embarazo. Me horroriza la idea de quedarme preñada. Supongo que si me enamorase de alguien no pensaría del mismo modo. Pero así, por las buenas, es terrible. Creo que cuando llegue a mi destino escribiré versos. Dejé todos mis poemas en casa. Escondidos. Tengo costumbre de hacerlo, porque sé que ella siempre busca lo que trato de ocultar. Con frecuencia al regresar de la escuela me encontraba los cajones totalmente desordenados; ella afirmaba que había estado haciendo limpieza. No me cabe la menor duda de que buscaba algo que le diera una excusa para empezar a gritar. No siempre ha sido así, pero en los últimos tiempos se estaba convirtiendo en una histérica. A Thoreau este lugar no le inspiraría ni una línea. Apesta. Más que un basurero parece una cloaca. Quizá sea ambas cosas. Dejé a Emily Dickinson en casa. ¡Ojalá la tuviera aquí, conmigo! «Si el verano fuese un axioma, ¿qué embrujo encerraría la nieve?» Si la vida no fuese más que un feliz verano, estaríamos privados de las misteriosas verdades que aprendemos en un invierno de sufrimiento. ¿Comprenden? Como si algo que cayera del tejado te golpeara de pronto la cabeza. Lo sabía todo. ¡Lo sabía! 159

En una ocasión escribí un buen poema. Bennett lo leyó y afirmó que era estupendo. Lo quemé. En el cuarto de baño. Ella creyó que había estado fumando y se puso a gritar. ¿Qué pasaría si encontrase una iglesia repleta de flores y lapidas mortuorias? Tendría que ser antigua y desde luego estar abandonada. Una iglesia llena de flores silvestres y sepulcros sería como una revelación. Sin curas, ni gente, ni cánticos; sólo una iglesia vacía, llena de flores silvestres y lápidas mortuorias. Desde luego este lugar apestas. Parece olor de muertos. Me recuerda la historia de la ardilla que quedó atrapada en casa de la tía de Bennett. Y murió. Murió. Murió. Sigo sin mapa. Supongo que ya es demasiado tarde para comprar uno. Ya casi he llegado a mi destino. Odio las serpientes. Espero que no haya por aquí. Estoy cansada de ir de un lado para otro. De todos modos, no ha resultado demasiado duro. Ha sido fácil...

16 de junio 160

No escribiré mucho hoy. Tengo que concentrarme en llegar a mi destino. No he pegado ojo en toda la noche. Todavía me siento asustada. He estado oyendo ruidos y voces todo el tiempo. He soñado con serpientes y moscas muertas. Me duele un poco la pierna. No sé por qué. Anoche pensé durante unos instantes que creía en algo. Pero al despertarme no he conseguido recordar en qué. No se puede confiar ni en la oscuridad ni en el tiempo. Mi hogar es un cañón de aire frio. El viento me balancea. Veo cómo mi mano se mueve al escribir y me pregunto cuántas mentiras habré contado. Esta noche no debo pensar. Ha salido el sol. Está alto. He usado la maleza, como Mike. Para un chico resulta más sencillo. Será mejor que compre papel higiénico antes de abandonar el pueblo. Me gustaría encontrar un lugar donde no hubiera gasolineras con restaurante. Quizás el señor Gebel me devolvió cuarenta y cinco centavos porque estaba tratando de decirme que olvidaba algo. Tengo la impresión de haber dejado de comprar un montón de cosas. No he desayunado. No tenía apetito. 161

Mike se ha comido un hueso. Quería otro, pero tengo que ahorrar. Es difícil explicarle a un perro que tiene que moderar su apetito porque después de hoy viene mañana. Ignoran que existe un mañana. Vamos, eso creo. Por eso Mike es más astuto que yo. Y más inteligente. Voy a dejar de escribir durante un rato.

16 de junio, por la tarde No he tenido tiempo para escribir. He estado en graves apuros. Me he pasado el día plantada en esta maldita autopista. No he conseguido que me lleve nadie. Han pasado muchísimos coches llenos de gente con trazas de campistas. Todos me han observado. No hay escasez de mirones, eso nunca. ¡Dios, odio a los curiosos! Esta mañana he atravesado el pueblo a pie y he permanecido aquí todo el día. Estoy cansada. Llevo demasiada carga y tengo innumerables preocupaciones. El cuello de Mike está despellejado a causa de la cuerda. A nadie deberían ponerle una soga así al cuello.

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¿Por qué no se ha detenido nadie? ¿Será porque voy muy cargada? Hay momentos en los que tengo la sensación de que voy a caerme. Pobre Mike. Pobre Cat. He conseguido meter el contenido de una de las bolsas en la mochila. De modo que ahora sólo tengo que llevar colgada del brazo una. Pesa como un muerto. A cada minuto que pasa me siento más incómoda. Si no se detiene alguien pronto, arrancaré a caminar. Hay muchas vallas por aquí. Las cruzaré por debajo, arrastrándome. Me duele todo: los pies, las piernas, los dedos, los oídos. Me sentiré mejor cuando lleguemos a nuestro destino. A esta hora no pasan demasiados coches. Me imagino que se han detenido para cenar. Oigo cerca un torrente. Supongo que es el mismo que corre por Stoneham. Me pregunto qué pasaría si siguiera su curso montaña arriba. Estoy harta de permanecer tantas horas en el mismo sitio constituyendo centro de miradas; y de tirar con fuerza de Mike. Esta mañana me ha gruñido una vez. No se lo reprocho. Tengo que dejarle suelto y enseñarle a estarse quieto a mi lado. Si no lo hace, peor para mí. No puedo impedirle que se mueva. Aún llevo el crucifijo. Ya no aguanto más. Voy a abandonar la autopista y a seguir torrente arriba. No hay casas por aquí. Sólo una granja bastante lejos.

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Me siento agotada. Por la falta de sueño y por la carga. Me viene a la memoria una frase de Thoreau: «Amo a mi destino tanto en su corteza como en su corazón». Quizá pueda decir lo mismo mañana, pero desde luego hoy no. Pobre Mike. Ni siquiera conoce la existencia de un mañana. Quizá después de todo no sea tan inteligente. Yo puedo conservar la esperanza, él no. Tengo muchas ganas de volver a vivir con Thoreau. Eso es lo que ocurre siempre que lees un buen libro. Te sientes como si convivieses con la persona que lo escribió, como si fuese tu invitado especial; o quizás al revés. Me gustaría ser más de lo que soy. Saberme reformada, o algo así. Reformada. R-E-F-O-R-M-A-D-A...

17 de junio (creo) No tengo la menor idea de qué hora es. La noche no es más que eso, la noche. Y la oscuridad. Mike sigue a mi lado. He soltado la cuerda al abandonar la autopista y le he explicado que si lo deseaba podía venir conmigo, pero que era él quien debía tomar una decisión, ya que yo nunca más iba a perseguirle ni a atarle. Ha salido disparado y he creído que se largaba para siempre. Pero al llegar al torrente me lo he encontrado tumbado boca 164

abajo bebiendo ruidosamente. Debía de estar llenando de agua su vacío estómago. Hemos avanzado con dificultad durante por lo menos una hora, quizá más. A mí me ha parecido una eternidad. Claro que de noche todo se hace más dificultoso. A lo que parece, no hay ningún camino por aquí. Hay luna llena. No se ven luces. Tampoco coches. Hay algunos grillos. El agua está cerca de nosotros, la oigo. Hemos pasado por un lugar donde el torrente se ensanchaba; parecía casi un río. Pero ahora se ha vuelto a estrechar, merece su nombre de torrente, o de riachuelo. Tengo que esforzarme para recordar cómo se llaman las cosas. Creo que hemos estado escalando toda la noche. Incluso cuando parecía que caminábamos sobre llano estábamos subiendo. He tenido que ponerme los dos suéters. Hace frío. No sé en dónde estoy. Pero sea donde sea, creo que ya no voy a caminar más esta noche. La bolsa de comestibles que llevo colgada del brazo está empezando a romperse por la base. Estoy tan agotada que ni siquiera tengo apetito. Durante un rato no he pensado en la cara de aquel hombre. Sin embargo no he dejado de oír sonidos. Supongo que no se trata de nada en concreto. Pasaré aquí la noche. Esperaré a que salga el sol para continuar mi marcha. 165

17 de junio, por la mañana He dormido en este lugar desconocido. El sol acaba de salir. El horizonte está rosa y anaranjado. Creo que he dejado muy atrás la autopista. A mi derecha veo una especie de camino. Parece un viejo sendero para caballos. Conduce a las montañas. Me siento de nuevo animada. No enferma ni con ganas de llorar, como días atrás, sino alegre como cuando tras un largo viaje se acerca por fin la meta. Me he comido una lata de macedonia de frutas. Estaba buenísima. A Mike le he dado una ración completa de alimento para perros. Al terminar me ha dado la impresión de que quería devorar hasta la lata. Está a mi lado. Creo que le gusta este lugar. Ha inspeccionado cada roca, cada arbusto, cada árbol, y se ha meado en todos ellos. Empiezo a superar aquella sensación extraña que me producía evacuar al aire libre. Lo único que hay que hacer es no pensar que hay alguien observándote. No se ve un alma por aquí, ni para controlarme ni para ninguna otra cosa. Reina el silencio. No se oye una mosca. De vez en cuando tengo la impresión de haber hecho una estupidez. Me refiero a eso de huir de casa y 166

meterme en esta aventura. Sólo me ocurre muy de tarde en tarde. La mayor parte del tiempo me siento muy feliz de estar aquí, sin pensar en ninguna de las tonterías que he cometido en mi vida. «La gente respetable, ¿dónde reside?» Aquí desde luego no. No hay nadie en este rincón, ni respetable ni todo lo contrario, ni interesante, ni siquiera medio interesante. Nadie. Es probable que me cueste un poco hacerme a la idea, si bien es una de las cosas que más he deseado desde que me fugué. Es curioso. Luego pensaré más en ello. De todos modos no voy a quedarme aquí. Este lugar no resulta adecuado. No es bueno ni para una cabra. Además está demasiado cerca de algo. Quizás encuentre un lugar mejor más lejos. ¿Será acaso una zona llana y elevada situada no demasiado lejos del torrente, a pocas horas de camino desde Stoneham a través de un campo de nadie? ¿Será un rincón plano, alto y muy verde con un montón de árboles? Me pregunto si aún sentiré miedo cuando me encuentre en un lugar llano, elevado y muy verde con un montón de árboles alrededor. Hace un minuto estaba pensando en todas las personas que he conocido desde el día en que abandoné mi casa. Sobre todo he estado evocando a Theresa.

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Creo que voy a llegar a mi destino hoy mismo. Entonces será cuando empezaré a tener trabajo de verdad. Sigo sin comprender qué hago en la ladera de una montaña con un perro, una mochila y una bolsa de comestibles. Tampoco entiendo cómo puedo estar tan sucia ni por qué me tiemblan las manos. Y lo que es peor, ignoro por qué me he fugado de casa y adónde voy en realidad. Me fui, y he llegado hasta este lugar. Pero sigo sin comprender. Unas cosas escapan a mi entendimiento y otras no. Pero en general siempre hay algo en todo cuanto me sucede que no consigo asimilar. Tengo que ponerme de pie y empezar a caminar. Llegaré hoy mismo. De pronto me parece importante alcanzar mi meta hoy. Una vez más no me explico el motivo; quizá sea que tengo miedo a dar media vuelta y regresar al punto de partida en un impulso incontenible.

17 de junio, por la tarde Hay un perro llamado Mike tumbado ahí, bajo los árboles, con su larguísima cola extendida, mirándome como si quisiera preguntarme: «¿Es aquí?» Sí. Creo que es aquí. Puede que haya otro llano por ahí, más arriba, pero por «ahí, más arriba», entraña mas 168

escalada, y creo que ninguno de los dos sería capaz de dar un paso en estos momentos. Así que como dice James Taylor: «Dulce Jesús, tienes que ayudarme detenerme y ser fuerte». Este rincón del mundo es verde, muy verde. El sendero para caballos ha desaparecido veinte minutos después de haberlo encontrado y se ha convertido en un simple camino para paseantes. También he perdido éste y me he dirigido hacia unos enormes peñascos de paredes verticales infranqueables. No veía por dónde seguir trepando hasta que he descubierto por la parte de atrás salientes a modo de escalones. Una vez en la cumbre, hemos descubierto esta planicie. Los pinos crecen en semicírculo a mi alrededor, flanqueados de arbustos de mediano tamaño, formando una auténtica fortaleza. También hay otros árboles, enormes —ignoro de qué tipo son—, que me proporcionan una sombra muy amplia. Ahora hace calor, pero estoy segura de que las noches son frescas a partir de la puesta de sol. El torrente está muy cerca y he descubierto una cascada entre las rocas; bueno, en realidad es una caída de agua de apenas medio metro. Desde esta despejada llanura el cielo está como siempre, pero parece más hermoso. Cuando sopla el viento las copas de los árboles más alto se balancean con una fuerza tremenda. Hay algunos pájaros. Quizá vengan más luego. Oigo cantar a los grillos. En el suelo, por todo 169

el llano, se extiende una alfombra de pinaza. También veo unas rocas muy planas que pueden constituir un lugar seguro para encender fuego. Creo que me haré una cama en el mismo lugar donde ahora estoy sentada. Tengo detrás la protección de los pinos, y veo con toda claridad los escalones de piedra por donde he subido. Y delante el acantilado, el cielo... y el espacio. Mañana trabajaré. Abriré una brecha hasta el torrente, montaré la tienda y encontraré un buen escondrijo para la comida. Tengo que idear cómo conseguir que este lugar sea mío del todo. Sólo durante un tiempo. Me siento bien ahora, aunque me duelen las pantorrillas a causa de la escalada. He comido una chocolatina y una galleta untada de mantequilla de cacahuete. Mike ha devorado su lata de comida, como siempre. Me pregunto cómo se las arreglan los animales aquí. No me preocupan ni los pequeños ni los grandes, siempre que ellos no se fijen en mí de un modo sospechoso. ¡Puaf! Tengo los pies muy sucios. Mañana me bañaré en el torrente y lavaré la ropa; necesitamos ambas una buena colada. Entonces todo estará perfecto. En el crepúsculo reina el silencio... y los árboles parecen más verdes. 170

Tengo en la mente unos cuantos pensamientos; eso es lo que son, simples pensamientos. Poseo todo cuanto dije que deseaba: silencio y vida privada. Mike está durmiendo muy cerca; en realidad es un fraude, pero nadie lo sabe excepto yo. Tengo alimentos suficientes para una buena temporada si no empiezo a engullir como los cerdos. Además me he trazado planes para mañana. El aire es fresco, pero no frío. Me siento llena, no tengo apetito. Soy feliz por haber descubierto este lugar, por haber llegado a mi destino; pero no puedo evitar pensar en personas que se encuentran lejos. Son figuras en la sombra, sueños, personajes de otro mundo. He hecho un largo camino, o por lo menos así me lo ha parecido, pero por fin he alcanzado mi meta. Cuando miro por encima del hombro los árboles que se alzan detrás de mí, todo lo que acierto a pensar es: «hay árboles detrás de mí». Y cuando miro los escalones de roca me digo: «hay escalones de roca», y simplezas de ese tipo. No es que en mi mente no exista otra materia de reflexión, pero se halla escondida tras la estupidez y nunca se queda el suficiente tiempo en mi cerebro para que pueda hacer algo con ella. Se hace patente un instante para desvanecerse al siguiente. Creo que tardaré un tiempo en conocer este lugar. El resto del mundo parece hallarse muy lejos de aquí. Mike duerme. Parece sentirse muy a gusto, como si perteneciera a este sitio. Tiene la cabeza apoyada en el suelo entre las patas delanteras. Vislumbro un ligero 171

temblor en sus párpados. Me pregunto si estará soñando y en qué. A partir de ahora no voy a hablar mucho en voz alta, excepto con Mike. El sol casi se ha puesto. Queda de él apenas un reborde de color púrpura perfilando las rocas. Me resulta increíble que tras estas montañas se encuentre el resto del mundo compuesto por caras, gentes, problemas, sufrimientos, muerte. Aquí predomina el silencio por encima de lo demás. El silencio, que pesa tanto que casi puedo tocarlo; siento cómo penetra en mí. No es que no me guste la gente. A veces, me encanta. Cuando pienso en las personas, descubro que me agradan. Pero cuando estoy con ellas, todo cambia; entonces mi única obsesión consiste en encontrar un medio de salir huyendo. Lo peor de los seres humanos es que nunca sabes qué van a hacer ni cómo van a reaccionar. Y cuando por fin crees haberlo averiguado, actúan o reaccionan de un modo totalmente distinto al que te imaginabas, incluso de forma contradictoria. De un minuto a otro la situación puede alterarse por completo y siempre tienen que estar en guardia. Eso es lo peor de todo, verte obligada a permanecer al acecho. Casi ha oscurecido. Mañana montaré la tienda, ahora estoy muy cansada.

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Hay sauces a la orilla del torrente, pero no son como los de casa. Estos tienen las hojas más anchas. Mañana les echaré un vistazo. Podría hacerme un lecho con hojas de sauce. Estoy en tensión porque creo oír algo que se mueve entre los arbustos. No es nada. Sólo el viento. Tengo sueño. Me pesan los ojos. Mañana tendré que trabajar. Así que por fin estoy en un lugar llano, elevado, tranquilo y verde. Me resulta difícil mover el lápiz. Cuando quiero que baje para formar una G, va hacia arriba y traza una L. Me tiemblan las manos.

18 de junio, por la tarde Bien, hoy he trabajado de firme. Hacerse un pequeño mundo dentro de uno mucho mayor no es muy fácil que digamos. He estado pensando todo el día que me hubiese gustado que me vieran ahora esas personas de Harrisburg que me tildaban de holgazana y de inútil. Desde luego el lugar aún no está perfecto, pero cada vez se adapta más a mi gusto. Esta mañana me he bañado y he hecho la colada. He encontrado un lugar donde el torrente forma un pequeño 173

lago, un poco más abajo de la cascada. Una especie de alberca donde el agua queda estancada; estaba fresquita y me llegaba hasta la rodilla. Como bañera, no se puede pedir más. Al principio no estaba muy decidida, pero por fin he hecho de tripas corazón, me he desnudado y me he metido en el agua de un salto por si acaso había alguien mirándome. Naturalmente, no había ningún curioso; ni siquiera Mike, que estaba muy atareado en la parte menos profunda, un poco más abajo de mi círculo mágico. Se ha pasado la mañana tratando de morder el agua. Como si le molestase que fluyese tan aprisa. En los primeros momentos me he sentido extraña por mi desnudez. Cuando durante unos cuantos días todo el mundo ha estado clavando sus ojos en ti, resulta difícil darse cuenta de que ya no hay nadie observándote. Pero me he acostumbrado en seguida. Casi demasiado, diría yo. No me apetecía volver a vestirme. En cualquier caso, tampoco podía hacerlo. Toda la ropa estaba mojada. La he extendido sobre las rocas y luego me he tumbado en el mismo lugar, en donde he dormido un buen rato. Mike se ha tumbado junto a mí pero en seguida se ha largado, quizá porque el sol le molestaba. Le he llamado varias veces por miedo a que se perdiera. Cuando regresé al llano estaba echado bajo los árboles, exactamente en el mismo lugar donde había pasado la noche. Es curioso, los perros también tienen su propia yacija y se acostumbran a ella. Le he dado dos huesos con bastante carne (que ya empezaban a apestar) y los ha devorado en un 174

santiamén. Tiene un hambre voraz; supongo que así ha de ser. Hasta ahora no puedo decir lo mismo de mí; tengo poco apetito, a veces ninguno. Hoy he comido una naranja y una galleta. No me apetecía nada más. Una vez seca la ropa, he arrastrado varios pedruscos y he construido una especie de despensa al lado de la tienda. Como techo he puesto ramas de sauce. Me ha quedado muy bien. Desde una cierta distancia es imposible averiguar de qué se trata. Me sorprende comprobar la cantidad de cosas que aquí funcionan y en la civilización no. De hecho, hasta ahora nada ha ido mal. El remanso del torrente es una buena bañera. La despensa de piedras un acierto. La tienda resulta confortable, si bien queda un poco estúpida ahí en medio. No cabe duda de cuál es su función. Hay que aprovechar las cosas en su configuración natural, sin destruir o cambiar nada por simple capricho. Deseo que todo quede tal como estaba antes de mi llegada. También he hecho otras cosas que han funcionado a las mil maravillas. He amontonado al pie de las rocas ramas caídas y hojas muertas, desmenuzadas para que ardan bien, a fin de hacer fuego a modo de chimenea. Las cerillas están secas y a salvo en la mochila. Creo que será mejor que las deje donde están. Si hace demasiado frio o la noche resulta muy oscura, encenderé el fuego, aunque pequeño, no vaya a ser que llame la atención de alguien.

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Mike se ha ido a explorar de nuevo esta tarde. A primera hora, mientras yo hacía todo el trabajo. Así van las cosas; siempre hay uno que tiene que cargar con la faena mientras otros se divierten. Bennett lo decía con frecuencia. ¡Bennett! ¡Madre mía! Me pregunto si habrá existido nunca una persona con ese nombre. Ni siquiera recuerdo qué aspecto tiene. Ha transcurrido demasiado tiempo y está muy lejos, no vale la pena pensar en él. Pues bien, he estado afanada toda la tarde colocando piedras al pie de las rocas con salientes a fin de facilitar la subida y bajada. He tratado de limpiar el terreno quitando pinaza pero debajo hay mucha suciedad. Nada de yerba. Sin pinaza, en caso de lluvia el llano quedaría como un barrizal. Ni siquiera he pensado en la lluvia. He descubierto que lo mejor de este lugar es la sensación que produce; los viejos pinos predican sabiduría y las aves salvajes dicen a voces la verdad. No sé si es la verdad lo que dicen, pero desde luego empiezan a graznar muy temprano. Tengo todo cuanto necesito. Sólo echo de menos unas cuantas cosas y unas pocas personas. El cielo que observo aquí es muy bello y no se parece en nada al de Harrisburg. De hecho, no recuerdo haberme fijado nunca en el cielo en Harrisburg. Supongo que estaba allí; pero nunca me fijé en él. 176

¿Existe un lugar llamado Harrisburg? ¿Hay casas en algún lugar? ¿Y gente y coches y manos y pies y caras? Me encuentro en un círculo muy distinto. Es de veras un círculo, marcado por los pinos y otros árboles desconocidos a los que no parece importarles vivir en el anonimato. Todo aquí es circular. Las rocas, por ejemplo: no son cuadradas ni oblongas, sino redondas. Mi bañera en el torrente es casi una circunferencia perfecta. Y los ojos de Mike también tienen forma circular, por lo menos las pupilas. Todo es redondeado, excepto el trozo de cielo que veo por encima de las copas de los arboles. Y la despensa de piedras. Se me acaba de ocurrir que en Harrisburg nada tenía esa forma. Todo era cuadrado, oblongo, angulado o de forma desigual y amorfa. No recuerdo nada sin ángulos muy marcados. Aquí hasta el sol parece más circular que el de Harrisburg. El círculo mágico...

19 de junio Una hermosa mañana. Parece que sea Theresa quien está hablando. Pero es verdad.

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Mike y yo hemos estado charlando y hemos decidido que hoy le acompañaría en un viaje exploratorio. Primero un baño, luego el desayuno y finalmente ¡a explorar! Por si a alguien le interesa saberlo, diré que he dormido bien. Anoche estuve un rato contemplando la luna y las estrellas. Estuve observando éstas tanto rato que por un instante pensé que iban a decirme algo. Pero no fue así. En cierto momento vi una luz más allá de las rocas. No había ninguna luz, estoy segura. ¿A quién se le iba a ocurrir subir hasta aquí? Hoy quiero enterarme de una serie de cosas. Primero averiguaré la distancia exacta que me separa del sendero y luego a cuántos kilómetros me encuentro de la autopista. Determinaré con exactitud la situación de los puntos cardinales. Ayer habría jurado que el sol se ponía por el Sur. También deseo explorar las rocas que hay más arriba. Siempre que Mike va a investigar por su cuenta se dirige hacia la cumbre, no hacia el lugar de donde vinimos. Ayer noche se lamía las patas como si las tuviera doloridas. Es importante conocer el lugar en el que se vive, pero nunca tan a fondo como para sentir que le pertenece a uno. Todavía me sobresalto al oír ruidos, como si creyese que va a aparecer alguien. No quiero ver a nadie durante un tiempo. Deseo estudiar el espacio existente entre la pinaza y el cielo y sentarme sin tener otra cosa que hacer excepto contemplar cómo cambia la luz sobre los pinos y 178

el sol forma bellísimos arcos multicolores que asoman tras las rocas. Hay algo en esos peñascos que parece absorber y luego reflejar el sol. Sé que todo esto es insignificante, pero yo no lo había visto nunca antes. He estado viva en el mundo durante dieciséis años y jamás le he dedicado ni un pensamiento a ese algo que se esconde en las rocas y que es capaz de absorber y reflejar la luz solar. Aquí las cosas son diferentes. No quiero aventurarme a afirmar hasta qué punto. Pero siento algo, veo algo y escucho algo que nunca en toda mi vida había sentido, visto ni escuchado. Nunca.

21 de junio (creo) He estado tan atareada que hasta he perdido la noción del tiempo. ¿Qué es hoy, jueves o viernes? La verdad es que no importa. Aún tengo esa sensación de alerta, como si esperase que alguien apareciese de pronto entre los arbustos. Creo que con el tiempo la superaré. Anoche se me ocurrió que si algún día abandono este lugar será mejor que queme el diario. Pero ahora ya no estoy tan segura de desear hacerlo. ¿Por qué tengo que quemarlo todo? Podría dárselo a alguien. Es posible que le sirva a otra persona si a mí me ha permitido encontrarles sentido a unas cuantas cosas. 179

Intentaré relatar ahora lo que me ocurrió un día que me llevé a Thoreau hasta el torrente y estuve leyendo muchas horas, además de bañarme. Ni siquiera me vestí. Recuerdo que me sorprendí cuando el sol comenzó a declinar. Tenía la sensación de que acababa de salir. Aquel día, he olvidado cuál, resultó un tanto extraño en varios aspectos. Estaba con las piernas sumergidas en el agua, casi dormida, cuando se me ocurrió estirarme y cerrar los ojos durante largo rato, dejando que el agua rodase por encima de mi cuerpo. Pasado un tiempo tuve la impresión de haberme convertido en parte del agua; no era yo misma, sino torrente. Al elevar la mirada hacia el sol vi una especie de luz eléctrica azul y blanca que mis ojos no soportaban, pero que de pronto se transformó en un suave reflejo dorado. Lo estuve mirando fijamente mientras el agua me envolvía y acariciaba; por un momento pensé que el sol emitía un sonido que llegaba hasta a mí a gran velocidad. Primero fue como un gemido prolongado que quedó roto por unos clamores de trompetas que trepaban por los círculos de oro pálido y que no permanecía inmutable, sino que a medida que lo escuchaba se fue tornando naranja, amarillo, azul, verde. Detrás del extraño arco iris solar se divisaba una transparencia negra como de espejo, curvándose y girando sobre sí misma. Sentí un elevado grado de placer, de bienestar, y a la vez una extraña ansiedad e incomodidad; como si estuviese cayendo en un misterioso remolino del que no acertaba a salir por mí misma. Luego dejé de observar el sol durante un rato y seguí divisando soles por todas partes; incluso me seguí sintiendo parte 180

del torrente después de salir del agua. Recuerdo haber estado pensando en lo que había sucedido, en lo que había visto y sentido, y haber tratado de describirlo en este diario sin acertar a expresarlo. Incluso ahora no estoy explicando con exactitud lo que sucedió. Pero por lo menos soy capaz de escribir. En aquel momento ni siquiera podía sujetar el lápiz con la mano. Creo que existen otros mundos aparte del nuestro que se encuentran más allá de lo que podemos ver, oír, sentir y tocar. En cierto sentido son como una ilusión. Pero quizá no sean tan imaginarios. Dejé de «estar» en el torrente para convertirme en parte de él y también en parte del sol porque cesé de vivir en este mundo y me trasladé a otro muy distinto. Llegué a tener la impresión de que si miraba hacia el sol durante el tiempo suficiente se abriría ante mí una brecha que me permitiría caminar por el universo solar. Fue una sensación extraña, como si me encontrase en un «viaje»: pero no había tomado nada. Era sólo cuestión de aguantar la mirada durante el tiempo suficiente, y de permanecer en paz conmigo misma durante todas esas horas. Y de estar sola...

Esta mañana me he comido la última chocolatina. Estoy ingiriendo demasiadas golosinas y casi ningún alimento de esos que dicen que son necesarios para 181

nutrirse. A Mike le quedan dos latas de comida. Creo que ha estado cazando y atrapando sabe Dios qué. No me gusta en absoluto, pero no tengo ni idea de lo que debo hacer para impedírselo. Todos tenían razón: es un perro enorme. Y sigue creciendo. Creo que pronto bajaré a Stoneham. Me produce cierto temor, no sé por qué, pero tengo que conseguir más comida para Mike. Barata. Algo que haga bulto y que llene. Se la pondré en una bolsa grande, como hacíamos en casa con Duke. ¿Casa? Dejémoslo. Hablemos del día en que fuimos a explorar. Parece un tema de redacción para la clase de lenguaje. «El día que fuimos a explorar». A veces me cuesta mucho recordar todas esas cosas; me refiero a la escuela y la gente que conocí en ella. Incluso me pregunto a menudo si he olvidado ya el aspecto de mi propio rostro. De todos modos, aunque eso suceda no voy a perderme gran cosa. No es lo que se dice una cara que valga demasiado la pena. Hay cosas que más vale no recordar. Bueno, pues el día de la exploración lo escondí todo primero, incluso la tienda. Cubrí la comida y demás trastos con ramas, además de extender la pinaza de 182

modo que no quedase rastro de mi presencia si aparecía alguien. No quería que nadie descubriese que había estado acampada aquí y que pensaba regresar. Al ponernos en marcha nos dirigimos primero hacia arriba. Mike caminaba delante, como si deseara guiarme. Creo que se sentía realmente feliz por acompañarle, que no era así exactamente pues yo iba siempre detrás. Mis dos piernas, al lado de sus cuatro patas, me convertían casi en una inválida. En el altozano encontramos un pequeño lago, más bien una charca. Pero había peces en él, aunque no de gran tamaño; en la orilla opuesta se divisaba el humo que provenía del tejado de algo que parecía una cabaña situada en la ladera de la montaña, en un lugar aún más alto. Supuse que la casa pertenecería a veraneantes, aunque no encontré ni rastro de camino o carretera. Me pregunto cómo se las arreglarán para subir hasta allí arriba. No me importa que estén ahí; están lo bastante lejos para no incordiarme. No estuvimos dando vueltas por allí mucho rato. Los mosquitos eran terribles junto al agua. Temí que alguien pudiese vernos. Durante unos minutos sentí pánico de la cabaña, el tejado y el humo. Por una curiosa razón que desconozco, cuando no posees nada ni perteneces a ningún lugar adquieres un extraño sentido de la propiedad que te hace creer que eres dueño de todo y que tienes derecho a permanecer donde te parezca. Quizá carezca de lógica, pero fue lo primero que experimenté cuando vi 183

por vez primera el tejado de la cabaña. Odié a sus supuestos habitantes, a pesar de no conocerles siquiera. Me pregunto si es absolutamente necesario querer a los demás. ¡Oh! He querido a mucha gente que no había visto nunca, como por ejemplo a algunos europeos y a las víctimas de los terremotos, guerras y catástrofes de diversa índole. Es realmente fácil querer a esas personas; pero no creo que lo que siento por ellas sea amor sino lástima. Lo verdaderamente difícil es encariñarse con los que conviven o medio conviven contigo y que te crean problemas, ponen obstáculos, causan molestias. Si llegan a hacerte sentir que no puedes ni respirar, ¿cómo vas a quererles? Quiero decir... ¡Oh, Dios, ni sé lo que quiero decir. Volvamos a la historia. Una vez dejamos atrás la chaca, el tejado de la cabaña y el humo, exploramos unos peñascos situados hacia la derecha, más arriba de la laguna. Eran unas rocas enormes que marcaban el camino ascendente hacia la cima de la montaña, como una especie de caja torácica de gigantescas dimensiones. Ocurrió otra cosa curiosa. Justo antes de encontrar la cueva, recuerdo que pensé: «Me apuesto cualquier cosa a que pronto encontraremos una cueva». Cinco minutos después estaba ante la entrada de una, como si al imaginarla hubiese hecho que mi idea se convirtiese en realidad.

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Creo que Mike ya la conocía. Entró en ella corriendo como si fuese su indiscutible propietario. Le llamé para que saliera, pero no me hizo el menor caso. En realidad, creo que le importo un rábano, tanto yo como todo cuanto me concierne. Después de un rato abandonó la gruta, no a causa de mi llamada sino porque ya estaba dispuesto a hacerlo. Incluso llegué a pensar en la posibilidad de trasladarme hasta allí con todos mis trastos, porque una vez hube comprobado que Mike se encontraba bien entré en su interior y me encontré con que era un sitio estupendo. No había en ella osos ni nada parecido. Era grande y fresca; estaba dividida en tres secciones diferentes, al igual que cualquier hogar norma. Pero decidí no mudarme por una razón: estaba demasiado cerca de la charca y de la cabaña. Y estoy segura de que tanto el estanque como el habitáculo forman parte del mismo lote, es decir, que pertenecen a la misma persona. Y eso significa que siempre habría alguien merodeando por aquellos parajes; lo cual me disgustaría mucho a pesar de no tener nada contra nadie desde un punto de vista personal. No creo que sea un problema de miedo; no me asustan los habitantes de la cabaña. Sólo desearía que no estuviera en ella; claro que es una estupidez, porque no por eso van a marcharse a otros lugar. Resulta evidente. Existe otra razón para no desear vivir en la cueva. Encontré un montón de colillas de cigarrillo y huellas de pisadas, como si hubiese habido alguien allí y ese alguien acabase de abandonar el lugar. Al principio sentí pánico, en medio de la oscuridad, pensando que alguien iba a 185

lanzarse contra mí. No ocurrió nada. Creí que podía sucederme algo porque recordé la cara de aquel hombre; a veces todavía le veo, de pie, bajo la lluvia, al otro lado de la calle, con la mirada clavada en mí. Sea como fuere, decidí quedarme donde estaba. Me asaltó la absurda idea de que si abandonaba mi llano, los pinos, las rocas y el torrente se sentirían heridos, lo cual no deja de ser una solemne tontería; así que Mike y yo inspeccionamos la gruta, discutimos la posibilidad de mudarnos a ella y decidimos no hacerlo. Seguidamente continuamos explorando. En los bosques hay miles de mariposas de diferentes colores, formas y tamaños. No tenía ni idea de que pudiesen existir tantas variedades. Ayer pasamos por un frondoso pinar cercano a la cueva; los arboles eran tan altos y sus ramas tan espesas que el sol no conseguía filtrarse entre ellas, dando una impresión de penumbra perenne. Pero las mariposas revoloteaban en algunos haces de luz que absorbían sus colores para reflejarlos una vez transformados. Era un espectáculo maravilloso, fantástico de veras. Creo que en la cabaña estaban guisando carne o algo parecido. Por lo menos hasta mí llegaba ese tipo de olor. Mike también olisqueó en el aire y por un momento temí que saliera corriendo al encuentro del tan delicioso manjar a juzgar por el aroma. Pero por fortuna no hizo tal cosa y bajamos hasta la charca, donde estuve estudiando un rato más el humo y su aroma. Luego cruzamos al otro 186

lado con la intención de encaminarnos a nuestro hogar y descubrimos un sendero por allí cerca. Oí ruido de coches pero no pude situar el enclavamiento de la autopista. Desde luego no podía estar muy lejos. Al abandonar Stoneham me dirigí hacia la izquierda, pero pronto empecé la escalada. Por fin sé hacia dónde cae el Este. Lo descubrí esta mañana al salir el sol. Lo he señalado con dos palos clavados en el suelo y así he podido determinar los otros puntos cardinales. En realidad estoy en sentido opuesto al que pensaba. Es bueno saber dónde se encuentran los puntos cardinales, pero luego no sabes qué hacer con ellos. ¿Para qué sirve saberlo entonces? Para nada, es una cuestión de tranquilidad personal. Hay unas cuantas cosas, pocas, que echo de menos. Voy a tratar de ser sincera y decir cuáles son. Añoro mi música preferida. En casa solía encerrarme en mi habitación, ponía el tocadiscos a bajo volumen, cerraba los ojos e imaginaba que me encontraba en otro lugar. Es curioso. Al pensar en casa he recordaba el parque cercano y el pétreo león de tres patas sentado en el centro de la pileta circular que debería tener agua pero no la tiene ni la tendrá nunca porque niños y mayores tiraban allí tantos sucios objetos que fue preciso vaciarla y dejaron al león sentado en el centro. Supongo que no fue diseñado con sólo tres patas, pero yo siempre lo he visto 187

así y así lo recuerdo. El que carezca de una pata, la delantera de la parte derecha, no impide que la estatua guarde el equilibrio. Cuando era aún muy cría iba a menudo al parque después de cenar, sobre todo en verano, y me sentaba en el lomo del león. Desde esa atalaya contemplaba cómo se encendían las luces de los hogares, a las mujeres sirviendo la cena detrás de las ventanas y a los miembros de las distintas familias regar las flores y el césped. A veces también escuchaba a la gente que paseaba por el parque o lo cruzaba simplemente. Me quedaba sentada tan quieta y silenciosa que nadie advertía mi presencia. Siempre había gente discutiendo de política, la guerra de Corea, Eisenhower y otros temas por el estilo. El león de tres patas me pertenecía. No me importaba de qué hablaban ni qué hacían, únicamente deseaba que me dejasen tranquila en mi león de tres patas.

21 de junio, tarde Mike se ha ido esta mañana a primera hora y aún no ha regresado. Casi todas las mañanas se larga, pero acostumbra a volver al mediodía, para comer. Hoy ha cambiado la rutina. No he hecho gran cosa. He estado escribiendo un montón de basura, o mejor dicho de estupideces sin sentido así que he roto mi obra en mil pedazos y la he 188

sepultado en la tierra. Siempre entierro lo que ya no sirve para nada. He comido. Pero estos alimentos no me van. Aunque sean de buena calidad, no consigo tragármelos. Es ya casi de noche. A primera hora de la tarde he hecho algo sin sentido aparente: he recogido piedras con cantos más o menos romos y las he apilado en medio del llano. En la otra orilla del torrente he encontrado cientos de guijarros, del tamaño casi de una naranja, cuyos ángulos parecían pulidos y suavizados. Se asemejan a balas de cañón, pero no son más que eso, piedras. Ignoro de dónde han salido y por qué son tan similares. Lo cierto es que me he traído unas cuarenta y las he colocado en círculo justo en medio de la planicie. Mide unos sesenta centímetros de diámetro y es hueco en su parte central. Desde lejos parece una especie de pozo, pero como es natural no hay nada en su interior. Veo círculos por todas partes. Son como mundos en el interior de otros mundos. Como el que rodeaba al león de tres patas. Todo el mundo desea poseer su propio universo. Se necesitarían doscientos cincuenta millones de circunferencias para que otros tantos habitantes de la Tierra vieran realizado su sueño. Seguro que no funcionaría. Por lo menos eso era lo que afirmaba Bennett.

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Theresa opinaba lo contrario. Estaba segura de que nos las arreglaríamos respetando el cerco de cada uno. La cadena del crucifijo me deja manchas verdes en el cuello. Pero a pesar de todo lo sigo llevando. ¿Dónde estará Mike? Tengo que ir a buscarlo...

Esta noche sólo se ve media luna. No hay demasiada luz. Lo he llamado repetidas veces sin gritas demasiado por miedo a que me oyese alguien. ¿Por qué tiene que pasarse la vida errando por ahí? Es posible que haya vuelto a visitar la cueva. Creo que si me lo propusiera no tardaría mucho en encontrarle. Pero no pienso hacerlo esta noche. Aquel lugar ya resultaba fantasmal en pleno día. Me pregunto quién tiraría allí colillas de cigarrillo y quién dejaría las huelas de sus pies marcadas en la tierra. No me apetece salir en busca de Mike en medio de la oscuridad. Claro que tampoco me resulta reconfortante quedarme aquí sentada preocupándome y pensando en su paradero o en la persona que dejó señales de pisadas en la gruta. Todo está oscuro. Nadie sabe dónde estoy. Pero aún veo lo suficiente para escribir. Ignoro por qué he venido a este lugar, qué me ha impulsado a hacer esto o aquello y qué espero llegar a realizar. Me paso el 190

día sin dar golpe. No ocurre nunca nada, nadie viene hasta aquí ni me llama a distancia; ni siquiera pasa ningún caminante por el sendero. Se diría que soy la única persona viviente sobre la Tierra... si no fuera por el humo de la cabaña. ¿Dónde estará Mike? Me apuesto cualquier cosa que ha encontrado comida en algún otro sitio. Nunca ha estado ausente durante tantas horas. No tengo sueño. Sólo me siento cansada. Tampoco estoy hambrienta. No hay nada aquí que pueda apetecerme. Quizá tendría que haber ido a Provincetown con Andy y su amiga, como se llame. Me miró con expresión de odio cuando saqué la mantequilla de cacahuete. Tal vez no debería de haber abandonado mi hogar. Nunca ha sido el hecho de conocer un sitio lo que más se me ha grabado en el cerebro, sino primero la ilusión y luego el recuerdo. En una ocasión mi padre me llevó a Nueva York para visitar la Feria Internacional. La ciudad me pareció asquerosa y la feria aún peor; lo más divertido fue rememorar el viaje ya de vuelta en Harrisburg, así como planearlo y verlo todo con los ojos de la imaginación; eso fue mucho más bonito que la realidad de nuestra estancia. Me lo pasé en grande creándome una imagen antes y evocando después cuanto había visitado. Sin embargo, conocer Nueva York y su feria no tuvo para mí el menor atractivo. 191

«Cuando vivas permanece muerto, muerto a conciencia. Entonces estará bien todo cuanto hagas». Todo estará bien. Todo estará bien. He estado llamando a Mike una vez más. Nada. Todo en vano. Se ha largado. Después de cargar con él por medio Canadá, de alimentarlo, de... Me gustaría poder hablar con alguien. Quizá con Theresa. Claro que seguro que llevaría ella la voz cantante. En realidad con Theresa lo único que has de hacer es escuchar con atención. Bennett. Él sí que sabía escuchar. De hecho siempre hacía preguntas cortas que requerían largas respuestas. La verdad es que a veces era un tipo estupendo. A ninguno de nuestros padres les agradaba porque los niños siempre andaban por su tienda en vez de quedarse en sus casas. Pero sé de sitios peores donde merodear. Hacía preguntas de este tipo, por ejemplo: «¿Qué es lo que más miedo te da en el mundo?», o «¿cuál es la tortura más horrible que puedas imaginar?» Recuerdo que una noche nos reunimos cinco o seis en su apartamento para hablar de la tortura y cosas por el estilo. La conversación fue de lo más tétrica. Algunos imaginaron verdaderas monstruosidades como por ejemplo maquinas devoradoras de hombres; otros describieron suplicios más personales, como arrancar la piel tira a tira y luego derramar vinagre en las llagas, o atar a la víctima en montañas de hormigas carnívoras, o dejar que al 192

torturado se lo coma una rata, empezando por el rostro. A mí se me ocurrieron también algunas barbaridades, pero no resultaron tan terribles como las que expusieron mis compañeros. Bennett dijo que a él lo peor que podía ocurrirle era llegar a los noventa sin tener con quién hablar. Bennett era un tío listo. Creo que ahora que lo pienso hay algo peor: vivir hasta los noventa y verse obligado a hablar con alguien con quien no te apetezca mantener la menor relación. Mañana saldré a buscar a Mike de nuevo.

22 o 23 de junio Me estoy convirtiendo en una especialista en saber la hora según la posición del sol. ¡Ojalá encontrase un medio para averiguar también las fechas! Me he quedado dormida hasta muy tarde porque me acosté a altas horas de la noche. He estado arreglando y ordenando algunas cosillas. He añadido más piedras a mi círculo. Está quedando precioso. Parece un lugar para ceremonias. Tengo que crearme un ritual adecuado; quizás el primero consista en construir esta especie de túmulo hueco o altar. Creo que lo único que me queda por hacer ahora es buscar de nuevo a ese estúpido perro. 193

Última hora de la tarde He buscado por todas partes. Ni rastro. Se ha ido. Me he llegado hasta la charca. He vuelto a ver el tejado de la cabaña, esta vez sin humo. He entrado en la cueva. Nada. Desde luego sería un buen escondite, pero está demasiado cerca de la cabaña. Aunque no salga humo de su chimenea. Si estuviera a punto de morir de inanición y no viese nadie en ella tendría que asegurarme mucho antes de tomar la decisión de ir a inspeccionar. Pero creo que me sentiría tentada de hacerlo. No para robar. Desde luego ése no es el caso; tengo apetito, eso es todo. Además, me queda un montón de comida. Lo que ocurre es que la encuentro desagradable. Lo único pasable son las naranjas y las galletas. Mientras buscaba a Mike he tenido en dos ocasiones la sensación de oír algo a mi espalda. La primera vez estaba segura de que era él, así que he dado media vuelta y me he acercado a los arbustos de donde provenía el ruido para asomar la cabeza y llamarle. Pero creo que me he equivocado. O quizás es que se ha quedado sordo. La segunda vez, por una razón que desconozco, me ha dado miedo girarme y mirar. Me he quedado quieta donde estaba mientras «algo» me decía que no se trataba de Mike y yo creía a ese «algo». Cuando por fin me he decidido a dar media vuelta, he oído cómo algo o alguien se alejaba a toda velocidad al 194

otro lado de los arbustos, hacia el espeso bosque que se encuentra pasada la cueva. No me he quedado en aquel sitio mucho rato. Probablemente se trataba del viento. Claro que el viento no aprieta a correr en dirección del bosque. Quizás un animal. Un animal sí que reaccionaría de ese modo. Prefiero no pensar más en ello. Cada oveja con su pareja. Las hojas con el árbol, las rocas con la tierra, el agua con la arena, Mike conmigo. En la cueva he encontrado los restos chamuscados de una hoguera extinguida. Se oye el zumbido de las moscas en esta tarde en que la atmosfera pesa a causa del calor. Al otro lado del precipicio se ven como parches de tierra roja salpicados entre los verdes arboles. He visto muchos salientes rocosos, algunos guijarros y los restos de una cuchara de plástico de color rojo. El hombre. No la Naturaleza. No se mueve una hija. Debajo de la cueva, en un lugar que sólo puede alcanzarse con esfuerzo, se encuentra el agua de mar, fresca, profunda, verde. Fluye despacio. No hay nadie a la vista. Recipiente de hojalata con tapa arrancable. De nuevo el hombre. Árboles muertos allí arriba. Y vivos también. Hojas cubiertas de polvo a causa del calor seco. Hojas, árboles, arbustos; todos cubiertos de polvo. De Mike, ni rastro. No consigo entender por qué se fugó. Claro que quizás no fue ésa su intención. Tal vez se alejó demasiado y perdió el sentido de la orientación. Me he hecho un corte en la pierna al tropezar con unas zarzas. No ha sido nada, un simple arañazo. Me ha 195

salido sangre. Resulta emocionante contemplar la propia sangre. Me he apretado la herida para hacerla fluir; entonces me he frotado las manos con ella y la he estado observando durante mucho rato. De hecho, hasta que se ha secado. Luego me he lavado las manos en el torrente.

Más tarde «Esto se hace intolerable por momentos.» Es lo que ella acostumbraba a decir. Todos los veranos les oía pelear por la noche, y eso era lo que ella decía al final. «Esto se hace intolerable por momentos.» Por lo visto aquello que funciona de un modo más lento se puede ir tolerando. Pero cuando la discusión se enreda por momentos, entonces no hay quien la soporte. El viento sopla alto esta noche. Si escucho con atención lo oigo silbar sobre el perfil de la montaña. He tratado de leer algo antes de la caída de la tarde, mientras aún quedaba luz. No he sido afortunada. Mis ojos veían las palabras pero no conseguían hilvanar ideas en la mente. Leía las palabras sin captar su significado. Tengo que ocuparme en algo. No puedo limitarme a permanecer sentada escuchando al viento y contemplando cómo anochece. Y encima pensando en Mike. 196

Quizás haya muerto. Podría jugar, como solía hacer en la escuela. Siempre estaban intentando mantener tu mente ocupada. Sin éxito, pero con tenacidad.

«¿QUIÉN ERES?» El año pasado me catearon en redacción inglesa porque teníamos que desarrollar un tema con este título y yo me limité a dibujar un enorme signo de interrogación en el papel, entregando seguidamente; sin una palabra. Bennett dijo que tendría que haber sacado una matrícula. Volveré a intentarlo.

«¿QUIÉN ERES?» Me llamo Cat Toven y soy una persona blanca del sexo femenino que nació el 15 de febrero de 1954, hija primogénita de Marion y Archibald Toven. Tengo un hermano, llamado Bobby, que ha cumplido los doce. También vive un perro en casa. Su nombre es Duke; se trata de un gran danés viejo y moribundo. 197

Resido con todos estos seres en una casa de la avenida Sherbourne, de Harrisburg, Pennsylvania. Mi autentico nombre no es Cat, sino Catherine Ann Toven; tomando la primera inicial de cada palabra se obtiene Cat. Mi padre empezó a llamarse así cuando era casi un bebé. De modo que vivo con todas esas personas en una casa de ladrillo pintada de amarillo; mi dormitorio está en la primera planta. No está mal la estancia; la decoración resulta un poco cursi, pero la he mejorado colgando un montón de posters e insignias que desagradaban muchísimo a mi madre. Mi mejor amigo es un tipo llamado Bennett Easly, propietario de una cadena de tiendas de comestibles en Pennsylvania. Son locales muy antiguos pero con mucho surtido, como en los supermercados. El carnicero corta la carne ante los ojos del cliente la salmuera está depositada en barriles y el queso no se compra por lonchas, sino en trozos grandes. También pueden adquirirse barras de caramelo, chocolatinas baratas y otras cosas por el estilo. A la gente le sigue gustando este tipo de establecimiento; por lo menos Bennett gana mucho dinero y vive en un precioso apartamento situado en la parte trasera de su tienda en la avenida Sherbourne. Tiene una forma de ser muy especial que resulta atractiva para los adolescentes; al salir de la escuela, muchos de ellos van hasta su comercio y él levanta la mirada cuando entran, como si los hubiese estado esperando todo el día. Es muy aficionado a hacer preguntas cortas, como por ejemplo: «¿Cómo te sientes?», o «¿En qué piensas?» Entonces se 198

queda plantado ante ti hasta que le respondes. Parece que se esté muriendo por saber cómo te sientes y en qué piensas. Es incalculable la cantidad de niños y adolescentes que le visitan. De vez en cuando selecciona a unos pocos y los invita a su apartamento para seguir charlando allí con ellos. La forma de entrar a formar parte del círculo privado de Bennett es tener un problema realmente enorme y como eso es algo que les ocurre a casi todos los muchachos de Harrisburg, siempre hay unos cuantos esperando turno para intervenir en las escogidas reuniones. He sido uno de los socios fundadores del selecto y privado círculo de Bennett desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerdo cómo empezó todo. Me paso la vida yendo a verle; me encanta oírle hablar de la época en que dio la vuelta al mundo en autostop. Después de sentarme en mi habitación a escuchar música y escribir poemas, lo que más me gusta en el mundo es ir a visitar a Bennett. Fue por Navidad del pasado año en Florida cuando vi con toda claridad que la Tierra entera se está desmoronando a nuestro alrededor; primero al establecerse en casa la moda de pasarse el día gritándose unos a otros y también al enterarme de que habían matado a balazos a unos cuantos chavales en Ohio y un poco más tarde, gracias a las elocuentes imágenes de la televisión, de que algunos de los soldados que regresan de Vietnam dejan allí sus piernas, sus brazos, e incluso, en un caso, su rostro. Al comprender que todo esto ocurría además de otras muchas cosas que 199

tampoco eran en sí insignificantes pero que tenías que asimilar para atender a las más recientes e importantes, como asesinatos, solemnes funerales por Martin Luther King y los Kennedy mientras en algunos países no había más que destrucción, decidía que lo que debía hacer era sentarme en la cima de cualquier montaña y meditar. Tenía además un problema respiratorio: me ahogaba. De momento sólo sentía molestias en casa, pero luego el mal también empezó a importunarme en la escuela. Fue entonces cuando resolví fugarme del hogar paterno y emprender esta aventura. De modo que aquí estoy, sentada en lo alto de una montaña, pero sin pensar demasiado en nada ni en nadie, excepto en el paradero de Mike; lo mucho que me asquea la idea de regresar a casa y lo mucho que odio permanecer aquí indefinidamente comiendo sólo naranjas, galletas, fruta enlatada y carne en conserva que huele mal y sabe peor. Bennett tenía razón. Me tendrían que haber dado una matrícula de honor por entregar el ejercicio con un enorme interrogante en el centro. Me catearon.

Cualquier día de junio

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Ayer dormí mucho y estuve nadando. Luego hice una larga siesta y estuve buscando a Mike. Me está saliendo pus en el arañazo. Sería divertido morir aquí.

Cualquier día de junio He estado leyendo. Hasta la pagina 228. Thoreau también lo pasó mal en ocasiones. Yo por lo menos no pienso pasarme aquí todo el invierno. Me he impuesto a mí misma memorizar una página entera sólo para obligar al cerebro a trabajar. «Cuando contaba cuatro años de edad, según creo recordar, me llevaron desde Boston hasta mi ciudad natal, a través de estos mismos bosques y el campo que acaba en la charca. Es ésta una de las primeras escenas que quedó grabada en mi memoria...» Etcétera, etcétera. He memorizado pues la pagina y se la he recitado en voz alta a los arboles, al torrente y al cielo. Me gusta la parte en que escribe sobre sí mismo. «Trabajando con los pies descalzos, metiéndome como un artista plástico en la desmigajada arena similar a gotas de rocío». Arena 201

desmigajada y similar a gotas de rocío. Al principio he pensado que se equivocaba al afirmar que la arena tenía relación con el pan y el rocío. Pero luego he ido hasta el torrente para estudiarla y a pesar de no ser como la de las playas he comprobado que, en efecto, poseía las características que le atribuía Thoreau. Algunos escritores llegan a hacerte creer lo que les da la gana. Sigo posponiendo mi excursión a la ciudad. No porque tenga miedo, sino simplemente porque no siento el menor deseo de marcharme de aquí. Mike podría regresa durante mi ausencia. Pero ayer por la noche pensé en hamburguesas con patatas fritas y salsa cátsup como plato fuerte, seguidas de un helado de vainilla con fresas. Además tuve un sueño; volvía a Harrisburg y ellos habían dejado de gritarse. De hecho, todos se habían ido, dejando la casa cerrada a cal y canto; parecía sacada de un cuento de terror, con sus fantasmas y arañas tejiendo sus telas. Una voz ronca procedente de un lugar desconocido me decía que todos habían muerto... Me paso horas y horas mirando. Quiero decir con eso que puedo permanecer largo rato sentada sin pensar en nada. Me acomodo en mi círculo de piedras y contemplo el vacío. Para eso utilizo mi nuevo edificio redondo, para sentarme a pensar y a observar. Incluso me he dedicado a fijar la mirada en las ramas más bajas de los árboles para contar las hojas. En aquella de allí hay exactamente ciento setenta y seis, sin contar las que hayan caído desde que hice el inventario. Ahora he abandonado ya esa costumbre. Me siento y me quedo mirando al vacío 202

como los personajes de una película que vi en televisión sobre un sanatorio mental. A lo mejor me estoy volviendo chiflada. Siempre estoy pensando que va a ocurrir algo inesperado, pero nunca pasa nada. En una ocasión pensé en la posibilidad de volver a Montreal, establecerme en casa de Theresa y ayudarla en su puesto del mercado. Pero luego comprendí que no necesita mi ayuda y que para limitarme a verla morir será mejor que me quede aquí e imagine la escena. Además, si viviese con ella tendría que contarle de nuevo un montón de embustes, y ésa es una de las cosas de las que más harta me siento.

Mike ha vuelto a casa Llegó anoche. Parecía vagar sin rumbo y me dio un susto tremendo. Al principio creí que se trataba de un oso o algo peor. Me lamió el cuerpo, como si me hubiese fugado yo en vez de él. Parece encontrarse bien. Estoy muy contenta de verle de nuevo. Apostaría cualquier cosa a que encontró comida en alguna parte. Por lo menos ha crecido treinta centímetros. No me cabe la menor duda de que alguien le ha estado alimentando. ¿Pero quién? Cojeaba ligeramente, así que le hice un reconocimiento y encontré un manojito de espinas clavadas en la planta de una de sus patas.

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Le di para cenar una lata entera de su comida; pensé que sería el mejor regalo de bienvenida. Pero no enloqueció de placer al descubrir el manjar. Se limitó a introducir el hocico bajo mi mano y a sacudírmela con suavidad, como hace siempre que quiere que le acaricie. Y además durmió junto a mí, no en su lugar acostumbrado bajo los árboles. Creo que durante todos estos días ha estado perdido tratando de encontrar el camino de regreso. Todo va mejor ahora. Mucho mejor...

Cualquier día de junio. Ayer volvió Mike a casa Creo que una de las cosas más horribles y conmovedoras al mismo tiempo que he visto en mi vida fue el atropello que sufrió un pequeño cocker spaniel frente al colegio. El accidente en sí no tuvo nada d agradable, pero lo que ocurrió después sí. Habían terminado las clases y todos los chavales vieron pasar el automóvil a toda velocidad, golpear al perro y darse a la fuga. Y un compañero mío, Randy Stewart, que es capaz de hacerse cien metros lisos en un 204

tiempo ridículamente corto, salió corriendo tras el vehículo, agarró la manecilla de la portezuela, se coló a rastras en el interior y obligó a detenerse al tipo que lo conducía. Acto seguido le hizo dar media vuelta para dirigirse al lugar del suceso y recoger al can herido. Entonces el bueno de Randy y seis tipos del equipo de beisbol llevaron a la victima a toda prisa a un hospital para animales. Todos los muchachos chillaron como locos y el culpable del accidente juró y soltó tacos a un ritmo de diez por segundo. Randy y los otros no dijeron una sola palabra. Randy se limitó a sonreír con la mandíbula apretada y a indicarle al hombre lo que quería que hiciera: abrir la portezuela del coche, tomar al perro con mucho cuidado en sus brazos, sentarse al volante y poner el motor en marcha. Fue una autentica hazaña y Randy se convirtió durante largo tiempo en el héroe de la escuela. En contrapartida, Randy Stewart es el mismo tipo que provocó el ataque de histeria de Hank Farley. Hank poseía un cabello muy bonito, que acostumbraba a dejarse largo y suelto. El día antes de empezar las clases tras las vacaciones, su padre lo ató a una silla y le afeitó la cabeza; lo rapó como si fuera un monje tibetano y le obligó a presentarse así a la escuela. A la madre de Hank le dio lastima el chaval y le compró una peluca, que siempre escondían en el coche para que pudiera ponérsela sin que su padre se enterase. Un día, cuando estábamos en clase de física, el bueno de Randy le arrancó la peluca de un tirón y se dedicó a pasearla por el aula para que todos pudiéramos verla. Hank no se movió de su silla porque estaba a punto de estallar en pleno 205

ataque de histeria. Me refiero a un acceso de los graves. Nunca antes había visto nada parecido y espero no presenciar en el futuro una escena semejante. Los dos entrenadores de deportes de la escuela tuvieron que entrar en el aula y reducirlo, porque no permitía que se le acercase nadie. Gritaba desaforadamente que mataría a cualquiera que le pusiera una mano encima durante el resto de su vida. No regresó a la escuela después del incidente. Oí decir que estaba pasando una temporada de reposo en un hospital estadal. Luego le perdí la pista y ya no he vuelto a saber nada más acerca de él. Me deprime pensar en estas experiencias. De todos modos en cierto sentido me va bien. El recordar las cosas mejores y peores sucedidas en Harrisburg cuando aún vivía allí hace que este lugar me parezca celestial. Es probable que sea el mismísimo cielo y que yo no me haya dado cuenta. ¿Cómo iba a saberlo? A veces me parece fantástico, a veces no acaba de convencerme; depende del momento. Estoy muy contenta por el regreso de Mike. Desde que volvió ha permanecido siempre muy cerca de mí, como si tuviera miedo de alejarse más de la cuenta. Quizá después de todo necesitaba esta experiencia. Thoreau se construyó su propia casa. Llegó hasta el fin. Yo no soy como Thoreau, me quedo a medio camino; pero por lo menos he sido capaz de crear para mí misma un círculo de piedras, una especie de despensa para alimentos y un lecho de hojas de sauce que queda 206

cubierto por una pequeña tienda de campaña. Desde una cierta distancia, como por ejemplo desde las rocas grandes pasada la charca, si se mira de un modo repentino y rápido en esta dirección y sobre todo al círculo en cuyo interior estoy ahora sentada, mi hogar parece algo importante, fantástico. Mi circunferencia mágica recuerda una especie de altar ritual de la prehistoria por lo menos. Pero de cerca ya es otra cosa. Da la impresión de que alguien ha estado amontonando piedras con la intención de construir algo, fracasando en su empeño. Sigo llevando el crucifijo, aunque todo cuanto esté en contacto con él se vuelva verde...

Mike y yo hemos decidido bajar a la civilización mañana. Él necesita comida y yo también. Todo lo que tengo aquí tiene un sabor horrible. Quizás un plato caliente o una buena hamburguesa me harían ver las cosas de otro color. Aún está durmiendo. Me refiero a Mike. Eso es todo lo que ha hecho hoy, además de comer y sentarse al lado del torrente cuando sentía demasiado calor. Una vez ha ingerido alimento y se ha refrescado se tumba a mi lado y se queda roque. No sé dónde ha estado todos estos días, pero seguro que ha sido lejos. Está empezando a hacer frío por las noches. Hasta ahora no he encendido ninguna hoguera porque hacía 207

más bien calor. Además, temía ser descubierta. Pero ahora estoy segura de algo: exceptuando la cabaña situada al otro lado de la charca no hay nada que huela a ser humano en cien kilómetros a la redonda. Claro que alguien tuvo que dejar colillas de cigarrillo y huellas en la cueva. Pero eso debió de ser por lo menos el año pasado. En la actualidad estoy sola aquí. Creo que esta noche no me vendrá mal un fuego.

Por la mañana de un día cualquiera He dormido bien al abrigo del fuego. Aún quedan rescoldos. La mañana es fantástica y me siento de maravilla. Anoche arrastré la manta hasta la hoguera. Luego me envolví en ella y estuve un rato contemplando el espectáculo. La leña estaba seca y prendió con facilidad. Al principio el calor se hacía insoportable, pero luego pareció serenarse y establecerse, por así decirlo, y la llama se hizo lenta y anaranjada. Creo que no voy a bajar a la ciudad de momento. Le daré a Mike parte de mi comida, así que podemos esperar hasta mañana. La verdad es que no me apetece volver a la civilización y a él le ocurre lo mismo. Tendría que haber encendido una hoguera hace ya días. El fuego ayuda. 208

En casa teníamos dos chimeneas pero casi nunca las utilizábamos. Una estaba en el estudio y la otra en la sala de estar, coincidiendo con el tabique divisorio la parte posterior de ambas. El día de Navidad por la mañana acostumbrábamos a encender el fuego. Así estaba establecido y era pecado no hacerlo. Pero el resto del año la rutina no exigía hogar encendido. Ella afirmaba que le causaba muchas molestias porque después nadie la ayudaba a recoger la ceniza. Y en el fondo no le faltaba razón. Una Navidad compró un haz de leña verde. Como no se dio cuenta de que aún no estaba bastante seca, al prenderla se originó una humareda tremenda y la casa entera se llenó de humo; tuvimos que llevar todas las cortinas a la lavandería, airear los muebles y cuidar de Bobby; al pobre le dio un fuerte ataque de asma. Creo que el fin del mundo no será tan terrible como aquella mañana navideña. En cierto sentido sentí lástima por ella. Lo único que deseaba era que todo quedase bonito y acogedor, y después de la humareda la casa quedó como el campo de Agramante. A pesar de todo tendríamos que haber encendido fuego en cualquiera de los hogares con más frecuencia. ¡Es tan agradable contemplarlo! El año pasado en clase de literatura estudiamos a un poeta inglés que siempre se inspiraba observando el fuego. Solía encenderlo todas las noches después de cenar y les decía a su mujer y a sus hijos que no le molestasen. Entonces se sentaba frente a la chimenea y 209

contemplaba cómo sus propios poemas se desprendían de las llamas que los rodeaban. Supongo que no era tan fácil. Pero tal como él mismo lo explicaba, parecía lo más simple del mundo. Lo maravilloso del fuego es que si te fijas en él con verdadera atención te hace olvidar todo aquello que te ha estado inquietando. No tienes más que sentarte ante él y concentrarte con todas tus fuerzas en las sombras que produce, en las llamas que saltan y vuelven a caer y en los colores cambiantes que va adquiriendo en su evolución. Durante todo el rato que observas ese espectáculo no piensas en ninguna otra cosa; sólo te interesa la metamorfosis que tiene lugar ante tus ojos. No todos los fuegos son buenos. Una vez vi en la revista Life una fotografía a todo color —que ocupaba una página entera— en la que un monje budista se prendía fuego a sí mismo en Vietnam. Recuerdo haber pasado en seguida a la página siguiente y al cabo de unos minutos volver atrás sin atreverme a contemplar la escena en todo su horror. Como si la muerte del monje hubiese sido más leve por no atreverme yo a enfrentarme con ella cara a cara. La verdad es que ni siquiera me decidía a mirar a hurtadillas. Aquella noche, o quizás al día siguiente, fui a casa de Bennett a charlar un rato y comprendí que había estado leyendo la misma revista, porque había recortado precisamente aquella fotografía y la había pegado con celo en el panel interior de la puerta de su cuarto. Así que no me quedó más remedio que pasarme toda la velada viendo humo, llamas rojas y justo en el centro la silueta de 210

un hombre sentado carbonizándose. No es que a Bennett le gustasen de un modo especial las escenas macabras. Lo único que dijo cuando se dio cuenta de que yo tenía los ojos clavados en el bonzo fue: «He aquí un hombre que está viviendo de veras». No le pregunté qué quería decir porque eso habría significado volver a estar pendiente de la fotografía. A cierta distancia y entrecerrando los ojos no distinguía al hombre entre las llamas. Desde el otro lado de la estancia el conjunto parecía una enorme nube de humo. No había ningún ser humano quemándose en su interior. Sólo una nube de humo, dedos de fuego y unos cuantos curiosos. Por Dios, ¿cómo puede nadie que presencie una escena como esa quedarse mirando con toda tranquilidad? No entiendo a los mirones; en un caso así aún mucho menos. A veces hay fotos en las revistas que logran sacarme de mis casillas. Como por ejemplo las de aquellos niños biafreños que también salieron por televisión. Tuvimos que llevar una colección de ellos a la escuela. ¡Reunimos un montón! Parecía como si todo el mundo, tanto el cosmos como el universo, tuviese que amontonar documentos gráficos de los muertos de hambre antes de echarles una mano. No sé dónde leí que incluso a pesar de la concienciación masiva el dinero recaudado nunca llega a manos de quienes lo necesitan. Siempre acaba en el bolsillo de algún personaje influyente de Washington. 211

Algunos fuegos son agradables, otros no tanto. Como ocurre con todo, siempre existe una parte buena y otra mala. Fue a la vez divertida y terrible la ocurrencia de Randy de quitarle la peluca a Hank. Quizá no pensó en las consecuencias. Pero los demás sí y no lo evitamos. ¿Y lo que dijo Bennett sobre el monje que se había prendido fuego a sí mismo? ¿«Un hombre que está viviendo de veras»? Creo que nunca ha entendido más de un diez por ciento de las sentencias de Bennett.

Ahora me siento bien. «En este fresco atardecer cada brizna y cada hoja parecen haber sido sumergidas en un verdor líquido y helado. Dejemos que se aproximen a mirar los ojos doloridos...» Thoreau. En ocasiones en casa de Bennett jugábamos a algo que podría llamarse más o menos así: «A qué persona muerta me gustaría tener por amigo».

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Nunca dije Emily Dickinson porque se habrían burlado de mí. Así que elegí a Thoreau. Bennett se rió de mí, afirmando que Thoreau no estaba mal, pero que en realidad era una moda pasajera que probablemente pasaría a no tardar mucho. Después de aquel día simulé haber superado la etapa de Thoreau, pero no era cierto. Todavía me sigue gustando. Creo que lo que más me gusta de Thoreau es que parece un hombre tranquilo y poco hablador. Las personas así son las que más me atraen. Alan Watts. También él es sereno. Te hacen sentir diferente de ti misma; no es nada mental, sólo una sensación. Me resulta imposible definir con exactitud en qué me siento distinta. Me encantaría llegar a comprender un día quién determina en realidad todas esas etapas por las que se dice que pasan los adolescentes de tal modo que una desaparece para dejarle vía libre a la siguiente. El año pasado conocí a un chaval —se fue a vivir a Houston en julio— que se compró dieciocho ejemplares de un manual de lucha libre. No todos de una vez. Adquiría uno y lo manoseaba demasiado, viéndose obligado a conseguir otro nuevo. Pero nunca tiraba los ejemplares ajados, los cuales guardaba juntos en una red de baloncesto que tenía en un rincón del armario de su cuarto. Trató de hacer una disertación oral sobre su libro favorito en doce partes ya que según él su contenido era 213

demasiado amplio para resumirlo en una sola. Una profesora nuestra, la señorita Purplan, le dijo en una ocasión que ya era hora de que superase la etapa de la «edad del pavo», evolucionase y se interesase por otras cosas si no quería perder su capacidad intelectual y su equilibrio innato. Pues bien, el chico no cambió en absoluto, por lo menos durante el tiempo que permaneció en Harrisburg. Quizás en Houston haya encontrado otras aficiones. ¡Espero que no! Creo que una «etapa» es algo en lo que uno se encuentra a gusto; los demás desean que uno salga porque ellos no son felices y sienten envidia. Se me ha acabado la fruta envasada. Mañana tengo que bajar a la ciudad. A Mike no le gusta en absoluto la carne enlatada. A mí tampoco. Me quedan unas cuantas galletas y tres latas de salchichas. Mike y yo bebemos como condenados. Sacamos el agua del torrente; sirve para llenar los espacios vacíos en nuestros estómagos. No consigo recordar el nombre del chaval que se mudó a Houston. Es curioso. Tuve una larga conversación con él en casa de Bennett poco antes de que acabara el curso. Sus ideas no estaban del todo mal. Dijo que le gustaba Salinger porque no era uno de esos histéricos que hacen descripciones detalladas utilizando expresiones como «sus ojos color de azur resplandecieron...» y chorradas por el estilo. Según él, 214

todo el mundo sabe qué aspecto tienen los demás, sobre todo si son personajes de ficción, y por lo tanto no hay necesidad de exaltarse hablando de ojos color de azur ni de anti-héroe «bajito y rechoncho». No se creía el rumor de que Salinger estaba en un hospital psiquiátrico. Ni se lo creía, ni podría creérselo nunca. Además, no quería ni pensar en tal posibilidad. Incluso aunque lo hubiese visto sentado en una habitación de una clínica no habría admitido que era él en persona. Habría afirmado que se trataba de alguien parecido a Salinger. No recuerdo su nombre. Es curioso. Era un año más joven que yo. Su padre tenía algo que ver con eso (¿eso?) de ir a la Luna; según él, su trabajo no tenía la menor importancia. Era un chaval simpático. Me fastidia no recordar su nombre. Quizá no me venga a la mente su identidad, pero no he olvidado su forma de pensar. Comprendo lo que quería decir. A mí también me gustan los libros cuyo autor no se imagina que está creando algo que va a convulsionar al mundo y a revolucionar conciencias y mentalidades. Un libro debe ser como una conversación en la que el escritor te trasmite sus pensamientos e impresiones, preguntándose si a ti, lector, no te ocurrirá más o menos lo mismo. Todos los tipos del siglo pasado creían estar haciendo algo grande. Pero se equivocaban; el único que 215

escribió algo que valiera la pena fue Thoreau, que nunca se planteó ser nada del otro mundo. ¿Cómo es posible que recuerde todo cuanto dijo aquel chaval y que haya olvidado su nombre? Lo lamento de veras. En historia siempre estábamos estudiando acontecimientos terribles y vidas ejemplares. Como si alguien lo hubiese liado todo para que los buenos llegasen a tiempo de denunciar el caos. No tiene sentido. Parece que la catástrofe sea necesaria para la intervención de los héroes revele al mundo su calidad de salvadores. ¿Acaso la gente buena no puede serlo si no tiene algo terrible que enmendar de vez en cuando? ¿Quién inició la primera guerra mundial, quién la provocó? ¿Quiénes fueron los causantes de la segunda guerra mundial, de la de Corea y la de Vietnam? Bennett tenía ideas fantásticas relativas a este asunto. Siempre que las discusiones y conversaciones terminaban sin que nadie obtuviese respuestas ni nadie resolviese los problemas planteados él acostumbraba a sentarse en su enorme silla de mimbre y a decirnos: «No os esforcéis tanto. A veces simplemente no hay respuesta». Nada más. Eso era todo. Yo personalmente entendía lo que quería decir, pero no creo que le ocurriese lo mismo a Paul Reed, cuyo 216

padre murió en Corea al día siguiente de nacer Paul. A Paul le queda una madre y una caja de medallas. Tengo sueño. Buenas noches.

1 de julio (no puedo creerlo) ¡Qué barbaridad! Ocurrió lo siguiente: Mike y yo bajamos hace unos tres días a la ciudad para comprar provisiones, en particular comida para perros destinada a ya saben quién. El viejo francés del pequeño colmado se mostró más amable que la otra vez. Parecía recordarme y estuvo cotorreando durante mucho rato sin que entendiera una sola de sus palabras, hasta que por fin entró una embarazada —todavía lo está— y resultó que afortunadamente hablaba inglés. Entre los dos me hicieron un montón de preguntas, como por ejemplo si estaba en el campamento católico, en el judío o en el hippíe (acento en la segunda «i»). Mis respuestas fueron no, no y no. Parecía un interrogatorio por homicidio en tercer grado. Al principio me asusté un poco. Quizás alguien había estado buscándome o algo por el estilo. Pero tras gesticular con las manos, sonreír con los labios y asentir con la cabeza, llegué a la conclusión de que querían algo de mí. Así era, en efecto. El viejo andaba buscando a 217

alguien que le ayudase a pintar la tienda. Dijo, es decir la embarazada dio que había dicho, que me pagaría unos quince dólares, que el trabajo duraría más o menos un par de días y que además me regalaría dos bolsas llenas de artículos de su tienda. Al principio pensé que estaba haciendo un buen negocio, hasta que ayer se acercaron unos hombres y se estuvieron riendo de mí. Me hallaba en lo alto de la escalera y el señor Gebél (acento en la segunda «e») se encontraba debajo pintando la parte inferior de la pared, como es lógico, ya que si necesitaba ayuda era precisamente porque se sentía demasiado viejo para pasarse el día subiendo y bajando por la escalera medio rota. Sea como fuere, aquellos tipos entraron y empezaron a reír a carcajada limpia, señalándome con el dedo y tomándole el pelo al viejo Gebel por algo que no acabé de entender. Aunque no conseguí captar casi nada de lo que decían, creo que la broma principal consistía en mofarse del viejo porque me había hecho caer en la trampa. Uno de ellos puso los brazos en jarras y empezó a caminar en círculo como si nos fuese a interpretar un baile indio, y los demás, incluido Gebel, parecieron considerar que aquello era lo más divertido del mundo. No les presté demasiada atención, y al cabo de pocos minutos entraron en la trastienda y me dejaron tranquila en mi escalera. Al principio no fue un trabajo duro, pero sobre las doce de la mañana empezó a hacer calor y tuve la sensación de que alguien estaba arrancándome los omóplatos, tirando de ellos separadamente. Es justo entre los hombros donde le duele a uno cuando pinta. 218

La embarazada vino un par de veces, me saludó con la mano y me dedicó alguna que otra sonrisa. Su aspecto era horrible. Pero parecía sentirse feliz. Y era muy agradable. El viejo Gebel me dejó dormir en un remolque que tiene en la parte trasera de la tienda, que antes utilizaba como almacén y donde aún guarda algunos enseres. Mike también fue invitado. Era el lugar más sucio que he visto jamás. Acabé por sacudir una manta, sacarla al exterior, llevármela tras el remolque y dormir bajo los árboles. Creo que no me vio. No me habría gustado herir sus sentimientos, pero estoy acostumbrada a dormir en contacto con la naturaleza. Y además me dan mucho miedo las arañas. En el remolque vi un par de ellas; eran tan enormes, que parecían mutantes. Considerando en su conjunto, no ha estado tan mal el negocio. No ha sido redondo, pero tampoco un desastre. En un par de ocasiones estuve a punto de decirle a Gebel que se buscase a otro; cuando aquellos hombres se rieron de mí y cuando empezaron a dolerme los hombros. Pero en ambos casos me puse a pensar en mi hogar de las montañas, los quince dólares y las dos bolsas de alimentos. Al acabar la faena me quedarían treinta y cinco dólares, casi tantos como los que tenía al salir de casa; y eso no estaba nada mal. En estos momentos estoy sentada en los escalones del remolque. Es demasiado temprano para acostarse. 219

Ayer Mike le ladró a todo aquel que pasó por delante de la tienda. No está acostumbrado a la gente. Y no es fácil adaptarse a las personas, se necesita algún tiempo para aprender a convivir con ellas. Una de las veces empezó a ladrar en un tono más alto de lo habitual, como si frente al establecimiento hubiese alguien dispuesto a reventarle la tapa de los sesos. Le conminé a callarse repetidas veces pues temía que ambos nos viésemos en apuros, pero se negó a hacerme caso y finalmente tuve que bajar de la escalera; cuando me acercaba al lugar donde estaba, dando un rodeo en medio del desorden reinante, vi a un tipo vestido de azul desteñido que salía corriendo como alma que lleva el diablo. Mike se lanzó en su persecución como un desesperado. Pronto dieron la vuelta a la esquina y desaparecieron. Y eso fue todo. Unos quince minutos después Mike regresó con expresión orgullosa. Supongo que el tipo le había estado incordiando o algo por el estilo y se sentía satisfecho de sí mismo por haberle dado un buen susto. ¿Quién sabe? ¿Vestido de azul desteñido? ¡Por todos los diablos! No sería el mismo... No, eso es imposible. La verdad es que no conseguí verle con claridad. Casi no me quedó tiempo de distinguir qué aspecto tenía debido a la velocidad con que corría. Además, supongo que en el mundo habrá miles de personas que tengan un traje desteñido de color azul. Prefiero no pensar más en ese asunto. 220

Gebel me dio para cenar algo de queso, dos panecillos y una Coca-Cola. A Mike le ofreció un hueso. No es mal tipo. Creo que se siente culpable de hacerme pintar la tienda por un precio tan bajo. Cuando trabajamos juntos se pasa el rato charlando sin parar, al igual que hacía Davion, como si en el fondo no importase en absoluto que pueda entenderle o no. Es viejo y tiene una buena barriga. He notado que evita hacer cualquier esfuerzo con el brazo y pierna izquierdos, como si no funcionasen tan bien como los miembros del lado derecho. Pero no es mal tipo. Acaricia mucho a Mike y levanta los brazos en el aire trazando con ellos una amplia figura cóncava. Cuando se ríe se le agrandan los ojos. Sea como fuere, tendría que liquidar este trabajo mañana mismo para poder regresar a mi hogar. Me refiero a las montañas, claro. Espero encontrarlo todo tal como lo dejé. Escondí la tienda y la comida que me quedaba: si alguien quiere llevarse algo por lo menos tendrá que buscar a fondo. El hecho de estar sentada en los escalones de un remolque me hace pensar en Theresa. Y al pensar en Theresa me acuerdo también de algunos otros, sólo de unos pocos. Resulta duro estar sentado con la espalda vertical, pero si la encorvas es peor: duele. En cierto sentido me alegro de haberme demostrado a mí misma que soy 221

capaz de pintar un local. El año pasado no sabía que podía hacerlo. Lo hemos revestido en un tono verdeazulado, algo que no necesitaría explicarle a cualquier persona que estuviese conmigo en estos momentos porque mis brazos, manos y pecas son de color verdeazulado. Mañana cuando sobre iré a comprarme dos enormes bistecs para llevármelos a mi montaña y cocinármelos con fuego de leña. Espero que nadie haya destruido mi círculo de piedras. Me pregunto cómo estará el torrente. Anoche, cuando meditaba sobre la posibilidad de marcharme de aquí, pensé en Harrisburg. Se me ocurrió que sería divertido que algún conciudadano pasara por aquí y me viese. Me alegro de haber descubierto unas cuantas cosas acerca de mí misma. Ahora sé que puedo trabajar duro y ganar dinero, aunque pensara en largarme antes de terminar y aunque me estén engañando. Lo peor de no pertenecer a nadie ni a ningún lugar es que te ves obligado a actuar como si te sintieses muy seguro de ti mismo. Debes dar la sensación de ser fuerte y resuelto, aunque en vez de eso te sientas como una especie de esponja húmeda. Algunas personas se sientan a esperar que pase ante ellas un tipo de aspecto débil, estúpido y asustado. Pero si das la impresión de saber muy bien qué estás haciendo y adónde te diriges, acostumbran a dejarte en paz. Hay que mantener las apariencias porque son una buena ayuda. 222

Un enorme pastor alemán negro con expresión fiera también ayuda. En cualquier caso nadie se preocupa de conocerte a fondo, por dentro. Sólo quieren sacar provecho de ti; les importa únicamente qué es lo que vas a hacer por ellos y qué se van a sentir obligados a hacer ellos por ti. Y eso me parece asqueroso. Pero supongo que las personas siempre han sido así y no van a cambiar en el futuro; no se puede luchar contra la naturaleza humana. Si desde la noche de los tiempos no hemos mejorado, está claro que no hay nada que hacer. En el remolque hay un espejo resquebrajado. No reconocí la cara que vi en él. Parece haber estado viajando durante largo tiempo. Está más bronceada y flaca que la última vez que reparé en ella. Le ha crecido mucho el cabello, que por la acción del sol se ha tornado casi blanco, a mechas. Al colocar la mano en uno de los lados de la resquebrajadura la mitad del rostro que ves en el espejo te resulta familiar, y cuando cubres por completo el otro lado aún te lo parece más. Pero si quitas la mano y unes las dos mitades, ninguna de ellas tiene el menor sentido. En una ocasión dijeron que había salido a su padre. No recuerdo qué aspecto tiene el padre. Ahora no se parece a nadie como no sea a sí misma. Recuerda un poco a aquella chiquilla de Harrisburg, pero no mucho. 223

Creo que ha estado viviendo largo tiempo sola, en contacto con la tranquila naturaleza y con un amigable y silencioso compañero que le ha permitido aprovechar la mayoría de las ventajas que proporciona la soledad. Y unos pocos de sus inconvenientes. Ayer la estuve mirando un rato, interrumpiendo mi búsqueda de arañas y pensando que no estaba tan dolorida y que mis brazos se mantenían fuertes. En un par de ocasiones creí reconocerla. Pero no. De hecho, en el instante de tomar la manta para instalarme con ella bajo los árboles decidí que no la había visto nunca antes.

2 de julio, jueves Debo mantener una cuenta exacta de los días. ¿Cómo puedo describir lo que significa regresar a un lugar que nunca antes habías deseado visitar como no fuera por unas horas y del que has acabado por permanecer ausente algunos días? Como ir a hacer un corto recado, sufrir un accidente y acabar pasando un par de meses en el hospital. Esta mañana Mike y yo hemos regresado a las montañas sin dejar de correr prácticamente durante todo el camino, arrastrando como podíamos las bolsas y 224

tirando al suelo su contenido por lo menos una docena de veces. Por fin las hemos dejado en lugar seguro y hemos ascendido por nuestros escalones de piedra, encontrando nuestro claro tal como había quedado al partir. Las cosas más sencillas poseen una belleza casi irresistible. A las orillas del torrente están creciendo helechos. No me había fijado en ellos. ¿Cuándo crecieron? ¿Habrá sido durante nuestra ausencia, o han estado aquí todo el tiempo sin que yo haya reparado en ellos? En el camino de la charca hay ramilletes de flores purpúreas con un pequeño botón amarillo y exactamente dos hojas por tallo. La pinaza ha caído en mi círculo de rocas o bien ha sido barrida hasta él por el viento. Pero embellece el lugar, de modo que no voy a quitarla. El torrente parece más azul y también más fresco, y el musgo que lo rodea está más verde y aterciopelado. Lo primero que hemos hecho ha sido encender fuego, transportar las bolsas hasta aquí arriba, buscar un palo largo, fuerte y puntiagudo en el extremo, ensartar en él nuestros bistecs, cocinarlos y comérnoslos aunque estuviesen medio crudos. ¡Teníamos tanta hambre y olían tan bien a medida que se iban asando! Esta mañana, durante todo el camino de ascenso, Mike ha ido avanzando y retrocediendo ladrándole a algo. Creo que se siente tan molesto con la gente como yo. Bueno, ahora ya estamos aquí solos con la única compañía de la brisa, el torrente, los helechos y los ramilletes de purpúreas flores silvestres. 225

He enterrado los quince dólares, juntamente con los otros veinticinco, en una lata de macedonia de frutas vacía; también he montado la tienda y he guardado las nuevas provisiones en mi despensa de piedra. Tengo alimentos envasados que deben calentarse a fuego lento: spaghetti y macarrones con queso. En estos momentos estoy sentada en el torrente contemplando cómo Mike se espulga laboriosamente en una roca cercana, cómo se seca la ropa que he dejado extendida aquí al lado, cómo el último tirabuzón de humo se eleva sobre la hoguera apagada y cómo el agua fresca se desliza y ondea sobre mis piernas. Siento que los tendones de mis brazos y hombros se liberan, y eso hace que me sienta bien; escucho a dos grajos que discuten cerca de mí, justo sobre mi cabeza, y oigo soplar el viento entre las ramas de los arboles más altos. El sol atraviesa la parte más elevada del cielo color turquesa; desde el fondo del agua se forman las burbujas que vienen a estallar sobre mi estomago; unas ligeras olas de un azul más oscuro, demasiado hermosas para describirlas con palabras, reflejan los rayos solares. Únicamente percibo los sonidos que se encuentran a mi alcance auditivo; son suaves y provienen del aire, los pájaros, el agua que fluye. No tengo la menor sensación de desnudez, de fealdad o de soledad; sé que he descubierto algo perfecto e importante y con eso me basta. «Dejemos que se aproximen a mirar los ojos doloridos.» 226

Pero no de momento; dentro de un rato quizá.

2 de julio, por la noche Tengo la piel arrugada de tanto permanecer en el agua. Mi ropa está tiesa por haberse secado al sol. Mike ha ido hasta dónde está mi manta y la ha extendido como si quisiera indicarme que ha llegado la hora de dormir. Y tiene razón. Pero no tengo sueño. Hay mil pensamientos merodeando por mi mente. El señor Gebel me pagó exactamente la cantidad prometida, me dio dos bolsas vacías y me dijo que las llenase a mi gusto. Frunció un poco el ceño cuando señalé los dos bistecs, pero no se negó a regalármelos. También me ofreció un enorme paquete de comida desecada para Mike, además de permitir que llenase las bolsas con todo cuanto se me antojase hasta que rebosaron por todas partes. Luego depositó en mis manos dos tabletas de chocolate, me besó y regresó a la trastienda, que es donde vive, corriendo bruscamente la cortina de separación. Es un viejo divertido.

3 de julio 227

Como dicen, he dormido como un tronco. ¿Quién lo dice? Lo ignoro. Voy a tratar de construir un dique en el torrente para que resulte más profunda mi bañera particular de piedra. No tengo tiempo para escribir. Mis pecas y uñas todavía no han perdido el color azulverdoso. Creo que se irá borrando poco a poco.

4 de julio He oído ruido de petardos que creo que estallaban por la parte de la charca. Me han despertado, dándome un susto de muerte. Al principio he creído que se trataba de un arma. Luego he recordado en qué día estamos. Por lo visto hay norteamericanos por aquí. Supongo que los franceses no tienen el menor motivo para lanzar petardos. A Mike le producen pánico. Ha estado corriendo en círculo toda la mañana. Pensándolo bien, no veo por qué razón los norteamericanos se empeñan en lanzar petardos y cohetes. Al estar en Canadá se tiene una gran ventaja; aquí no se encuentra uno con yanquis felices. Algunas cosas pueden observarse mejor a cierta distancia, siempre que el ojo esté acostumbrado a ellas y preparado para juzgarlas.

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Bennett siempre decía que era ya demasiado tarde porque los Estados Unidos sufrían el síndrome de fatiga imperialista. Le pregunté qué quería decir; me explicó que ya estábamos hartos de llevar la corona y el cetro y que cuando te cansas de lucir los laureles y nadie acude a arrebatártelos has de buscar un medio de librarte de ellos. Según él, Norteamérica está en la actualidad tratando de encontrar un modo de quitarse de encima su soberanía. Se han cometido muchos errores y no puede hacerse nada por subsanarlos. Eso era al menos lo que él afirmaba. Pero yo no estoy tan segura de que tuviera razón. Desde luego no me agradaría en absoluto ser presidente o algo por el estilo; pero lo que ocurre en realidad es que la gente parece haber olvidado unas cuantas cosas. Las personas se están acostumbrando desde sus casas a que todo vaya de mal en peor, hasta tal punto que hay quien vive esperando que disparen contra alguien causando su muerte o que estalle una bomba en un edificio cualquiera. Y cuando no ocurre nada de eso, muchos humanos se sienten defraudados y entonces dicen o hacen algo que provoca en alguien el suficiente estado de locura como para que mate a sus congéneres a balazos o coloque explosivos por todas partes. Y la muerte y las explosiones no engendran sino más muertes y explosiones. Por lo visto la vida de algunos de nosotros es tan escasa en acontecimientos, que no pensamos más que en sentarnos a escuchar las noticias de las seis para asegurarnos de que todavía existimos y que por lo menos somos capaces de meter la nariz en la vida de los demás. Cuando 229

reflexionas con un poco de calma te das cuenta de que todo lo que hace Frankestein en el programa de última hora Late Late, ha sido ya comentado, con ilustraciones incluidas a las seis de la tarde por Huntley y Brinkley. Recuerdo que una noche estábamos cenando los tres —me refiero a mi madre, Bobby y yo— y en la televisión dieron un reportaje filmado sobre los muertos de Camboya, cuyos cuerpos flotaban río abajo con las manos atadas a la espalda. Estaban hinchados y abotargados, y sus rostros tenían un horrible color verdoso; mi madre dijo «Dios mío, no». Bobby masculló algo así como »Dooío, ohh» y yo me dediqué a contar los guisantes que había en mi plato sin levantar la cabeza hasta que salió el anuncio de Alka-Seltzer. Pocas noches después hubo acaloradas discusiones sobre aquellas matanzas y se armó un gran revuelo porque había quien ponía en duda que nuestros soldados estuviesen actuando como era debido; incluso hubo quien afirmó que se comportaban como asesinos. Creo que los que están en el frente ya no saben distinguir entre un buen soldado y un criminal; en ese caso lo que habría que hacer sería dar por terminada la guerra y permitir que todo el mundo volviese a su casa. Así esos pobres tendrían una oportunidad para reposar y determinar qué son y adónde van. Las noticias acostumbraban a alterar terriblemente a mi madre. Claro que cuando ya no se está muy centrado no es difícil acabar de desquiciarse. Lo que no conseguía 230

comprender era por qué persistía en ver y escuchar una información que tanto la transtornaba. Pero cada noche se sentaba a cenar con nosotros el televisor, ocupando el lugar de mi padre, quien había vuelto a marcharse a Nueva York, donde estaba trabajando en algo misterioso. No se nos permitía abrir la boca hasta que Huntley y Brinkley habían cesado de hablar. Claro que tampoco importaba demasiado, porque ninguno de nosotros tenía nada de particular que decir. Sigo sin comprender qué razón pueden tener los norteamericanos para lanzar cohetes y petardos. Creo que el error está en pensar que un país es por sí mismo un universo especial lleno de tierra, espacio y ciudades que nada tienen que ver con la gente que mora en él. Como si se pudiera separar una cosa de otra. Por ejemplo: cuando decimos que el país se está yendo al infierno, debemos tener en cuenta que somos nosotros quienes estamos cayendo en picado como parte integrante de esa tierra, ese espacio y esas ciudades. Cuando algunas personas afirman que detestan a los hippies tienen que comprender que es a sí mismas quienes detestan, porque tanto los hippies como los demás forman parte de un sistema al que todos pertenecemos. Todos sin excepción formamos parte de un único núcleo. No es fácil pensar así. Por una razón que desconozco, aquí, en la cumbre de una montaña, me resulta más sencillo juzgar las cosas que cuando vivía en 231

Harrisburg. Claro que en Harrisburg todo me parecía dificilísimo. Aquí, cuanto hago es duramente simple, por así decirlo. No consigo acabar de entender el motivo, ni lo lograré a no ser que dejen de lanzar cohetes. Me vienen tres palabras a la memoria. No sé dónde las leí o escuché. «Laúd sin cuerda». Pretendían describir un silencio perfecto. Eso es lo que necesita cada uno en su casa y todos los humanos en el mundo entero. Un laúd sin cuerdas. Ya basta de petardos, por favor... Recuerdo un Cuatro de Julio en particular. No era más que una niña; mis padres decidieron que, como el tráfico iba a ser muy denso, lo mejor era quedarse en casa y organizar una comida al estilo campestre en el patio de la parte trasera. Nos pasamos la mañana trabajando en equipo, los cuatro, preparándolo todo. Freímos pollo, hicimos ensaladilla rusa, preparamos huevos duros sazonados y mi padre congeló crema de helado casero, vació sobre ella una lata entera de jarabe de chocolate y convirtió el conjunto en helado de chocolate. También estuvo dando vueltas por el patio con Bobby entre sus hombros; mi hermano era entonces casi un bebé que empezaba a caminar y en aquella ocasión se pasó el día sentado en su lugar favorito con una bandera norteamericana en la mano. Comimos alegremente y luego nos tumbamos sobre unas mantas para contemplar la puesta de sol y la salid de las primeras estrellas. Mi padre nos dio a Bobby y a mí una bolsa llena de cohetes 232

de chispa y «buscapiés»; una vez los hubimos gastado todos nos fuimos los cuatro al parque de Sherbourne y estuvimos jugando alrededor del león de tres patas. Cuando iniciamos el regreso a casa mis padres caminaban abrazados, Bobby marchaba en cabeza con la ondeante bandera en la mano y yo iba detrás de ellos contemplando la escena. Pasamos un día estupendo. Fue un bonito Cuatro de Julio. Hace ya muchos años. De entre todas las cosas que no entiendo, hay unas cuantas que aún entiendo menos que otras.

4 de julio, por la tarde Mike y yo hemos ido a investigar dónde tiraban los cohetes. Claro que ya lo sabíamos de antemano: en la cabaña situada al otro lado de la charca. No hacía falta ningún reconocimiento. Por lo menos debía de haber treinta o cuarenta personas. Me alegro de que a Mike le asusten los cohetes. De otro modo probablemente habría atravesado los arbustos de un salto y se habría plantado en medio del jaleo. Pero no ha sido así; de hecho, ha regresado antes que yo. Me he escondido tras los matorrales y he permanecido allí un 233

rato tratando de averiguar qué hijo correspondía a cada padre. ¡Había tanta gente! Desde una cierta distancia parecían estar divirtiéndose. Pero nunca se sabe. Tenían dos pelotas de playa y algunos botes hinchables de goma. He visto cómo asaban la carne en una parrilla de la que se desprendía un aroma estupendo. El curso último, en la asignatura de literatura inglesa, hicimos la crítica de una novela corta. Para ello tuve que leerme unas cuantas, pero casi no me acuerdo de ninguna. No he olvidado los nombres de sus respectivos autores, pero sí los argumentos de sus historias. Maugham, Poe, Hemingway, Steinbeck y otros. Sin embargo, aunque parezca raro, de la única historia que se me ha quedado grabada en la mente no recuerdo el nombre del autor. Después pensaré en lo extraño que resulta esto. Bueno, no tiene importancia. Al final del relato el corazón me latía muy de prisa; tras concluir la lectura estuve varios días pensando en él. Trata de una mujer que es invitada a un baile de máscaras en una mansión rural cuyos dueños poseen una gran finca; pero ignora que se trata de una fiesta de disfraces. Se presenta en el lugar de la celebración y se encuentra con que todos los asistentes visten ropajes extraños y divertidos y se cubren el rostro con máscaras. Máscaras de lo mas grotescas y extrañas, en su mayoría caras de animales, según creo recordar: caballos, osos, tigres... lo más raro de todo es un hombre totalmente embutido en una enorme pelota de plástico pintada de forma que semeja un poco de puerta 234

con cerradura. Al llegar la protagonista, el hombre-pomo monta en cólera con ella porque no se ha vestido de llave como según él habían acordado de antemano. Naturalmente, no es cierto que hayan planeado disfrazarse en equipo. Cuando empieza a sentirse aturdida por cuanto le está ocurriendo, de repente alguien anuncia que va a concedérsele un premio a la mejor máscara. Los jueces examinan con atención a los presentes. Por fin le toca el turno a ella; al contemplarla los que deciden quién será el ganador se ponen a saltar y chillar, exclamando que es la mejor máscara que han visto jamás. Todo el mundo le pregunta de qué material está hecha, forman círculo a su alrededor y tratan de tocar su rostro. La mujer cree haberse vuelto loca y abandona la mansión a toda velocidad, gritando histéricamente. Más tarde la encuentran estirada en la calle con la cara hecha jirones, sangrando con profusión, hundiendo sus uñas y arañándose el rostro como si quisiera arrancarse la piel. La historia acaba con al protagonista tendida sobre la calzada tratando de quitarse una máscara imaginaria, mientras los animales la contemplan inmóviles. Se desangra y por fin muere. Nunca olvidaré aquel relato. Me he quedado cerca de la charca observando un rato a toda esa gente que se ha pasado el día riendo, jugando con sus pelotas de playa y lanzando cohetes y petardos. Luego, y junto a Mike, he regresado a mi hogar. Hemos estado oyendo el ruido de los fuegos de artificio 235

durante gran parte de la velada. Nadie nos ha preguntado si nos apetecía o no. Mike estaba muy asustado. Se notaba con sólo mirarle, porque no ha dejado de temblar. Y desde luego no hace ningún frio.

5 de julio ¡Qué mañana tan pacífica y silenciosa! Doy gracias al cielo. Creo que no habría podido soportar ni una sola candela romana más. Mike y yo hemos pasado la mañana en el torrente y la tarde tomando el sol. Necesito más leña seca para el fuego. Tengo que encontrarla antes de que oscurezca demasiado. Mañana Mike y yo iremos a explorar en dirección Este. Los alrededores en las otras direcciones los conocemos muy a fondo y únicamente nos queda el levante. Lo de traer comida envasada lista para calentar ha sido una gran idea. No tengo más que arrancar el papel de aluminio, dejar la lata sobre las brasas y a los pocos minutos tengo macarrones con queso, o spaghetti, o estofado de buey. El hombre que descubrió el fuego por vez primera tendría que haber sido condecorado con todos los honores. 236

Lo que más me gusta son los macarrones.

7 de julio He encontrado la autopista. Está al Este de nuestro claro. Mas o menos donde imaginaba; justo debajo de unas rocas enormes. De modo que no se puede ver si no es asomándose al precipicio desde el mismo borde de las rocas. Sigo sin entender por qué no oigo el ruido del tráfico, pasando los coches tan cerca. Supongo que debe de tener algo que ver con las corrientes de aire; seguro que el viento sopla en una dirección que aleja los sonidos procedentes del Este. Ayer estuvimos sentados en una de esas rocas durante largo rato, contando los vehículos que circulaban por allá abajo. Voy a bautizar a esa zona con el nombre de «montaña cuentacoches». No me he preguntado la razón; al fin y al cabo, ¿qué hacemos en ella? Pues mirar cómo pasan los automóviles uno tras otro. También he encontrado la carretera que lleva hasta la cabaña situada al otro lado de la charca. Vamos, supongo. ¿Adónde iba a conducir si no? Una gruesa cadena la cruza de lado a lado; de ella cuelga una placa con la siguiente inscripción: «Camino particular. Prohibido el paso». Supongo que si la cadena está colocada es porque no hay nadie en casa.

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No nos acercamos ayer a la cabaña porque iba cargadísima con leña. Encontré dos árboles muertos que se deshacían en astillas muy secas. También di con unos arbustos de bayas, aunque he de reconocer que mis conocimientos es este aspecto son muy limitados. Parecen arándanos, pero su fruto es demasiado blanquecino, no azul como debiera. Y además no es tan blando como el arándano. Preferí no probar ninguna de las bayas. Si los médicos se niegan a acudir al mercado hortofrutícola de Montreal, supongo que menos vendrían hasta aquí. Empiezo a sentir que todos estos bosques me pertenecen. Mike y yo hemos explorado la zona e incluso hemos marcado senderos donde antes no había más que matorrales o superficies uniformes. He aprendido a distinguir algunos árboles e incluso ciertos troncos caídos. Sé dónde están los zarzales y tanto Mike como yo hemos reconocido la cueva situada sobre la charca. También hemos descubiertos una cabaña, la autopista y una carretera sin asfaltar. Cuando uno se muda de vecindario necesita un tiempo para establecerse y sentirse en casa. Este es mi vecindario y empiezo a considerarlo mi propio hogar. Conozco todos sus rincones. Hoy me ha ocurrido algo especial: he visto a un hombre desde la cima de la «montaña cuentacoches». Descendía en dirección a la autopista y ha aparecido de repente por entre los matorrales que flanquean la carretera. Se ha quedado inmóvil unos minutos, mirando 238

en todas direcciones como si se dispusiera a hacer autostop. Luego ha vuelto a desaparecer tras los arbustos y eso ha sido todo. Ha sucedido de un modo tan rápido que incluso he llegado a pensar que era fruto de mi imaginación. Pero no, se trataba de un hombre de carne y hueso. No llegaré a las lágrimas por ello, pero siento auténtico amor por este sitio. Cerca de aquí hay una hiedra silvestre. Los zarcillos brotan en todas direcciones. Parecen crecer buscando los árboles más altos, como si desearan trepar por ellos. He visto algunos troncos prácticamente cubiertos de hiedra silvestre. Algunas vetículas alcanzan su propósito. No muchas.

8 de julio, por la mañana Dios mío, está ocurriendo algo terrible. Lo peor de todo. Llueve. Me estoy helando. La tienda me proporciona cierto refugio. Pero no demasiado. Ha empezado esta mañana temprano en forma de fina llovizna y así ha permanecido durante todo el día, con una especie de obstinación. Mike se ha largado por ahí. No le culpo. Si supiera adónde ir, también emigraría yo. Ni siquiera puedo sentarme con la espalda erguida en esta estúpida tienda; he estado tantas horas encorvada que me siento como un acordeón. Además, tampoco sirve de mucho que 239

digamos. El agua está empezando a filtrarse por las esquinas. Mi ropa está empapada. He tratado de leer para mantener la mente ocupada. No he podido. El frio y la humedad absorben por completo mi atención. No puedo quedarme aquí mucho tiempo. La lluvia está arreciando por momentos y el fragor es tremendo. No he me atrevido a salir para comprobar el estado del techo de la despensa. Por las latas no hay problema, pero ignoro qué va a ocurrir con el resto, pues aunque está cubierto con ramas me temo que sea insuficiente. Los dientes me castañetean. Me da la impresión de que el viento va a arrastrar la tienda de cuajo. No puedo escribir, me estoy calando. Y todo lo demás también está mojado. Está empezando.

8 de julio, creo He vuelto a perder la noción del tiempo. Sin sol me siento incapaz de distinguir el día de la noche. Sigue lloviendo. Hace un rato he abandonado la tienda porque el agua se colaba por todas partes. He cogido algo de comida y he salido corriendo hacia la cueva. La lluvia era tan torrencial que casi no veía el sendero. He tropezado con 240

Mike a mitad de camino. Se dibujaba en su cara una curiosa expresión, como si estuviera pensando: «Pero, estúpida, ¿por qué has tardado tanto?» Por lo menos este lugar está seco. Bueno, casi seco. Se respira una cierta humedad y yo estoy empapada, pero el aguacero se ha quedado fuera y me siento a cubierto. No tengo apetito. Le he dado a Mike su comida desecada. ¡Desecada! Ese término resulta irónico. En estos momentos estoy sentada contemplando una lata de spaghetti. He olvidado el abridor. Sentada. Lo único que hago es ver caer el chaparrón. Ahora es como una cortina de agua; si la miras durante bastante rato acabas por tener la sensación de que te estás moviendo y vas a precipitarte en ella. Algo se mueve, no sé qué es. Me encuentro muy mal. Odio la lluvia. Envidio a las personas que ahora estarán calientes, secas y cómodas. Será mejor no pensar en eso; todo parece pero al hacerlo. Seguiré aquí sentada con la mente en blanco. ¡Cómo voy a mantener la mente ocupada si me estoy helando! Mike se ha dormido. Está caliente ahora que se le ha secado el pelo. La piel de los animales no permanece mojada mucho tiempo. Dejemos eso ahora. Los relámpagos no paran de surcar el cielo, ni los truenos de 241

retumbar en él. Me resultaría imposible decir en qué día estamos ni qué hora es. Acaba de ocurrírseme que hace siglos que no oigo a nadie pronunciar mi nombre. No deja de ser curioso que eche de menos algo así. De todos modos, tampoco estoy particularmente ansiosa porque alguien me llame. El problema es que cuando empiezan a usar tu nombre para exigirte que vayas o vengas ya no paran de hacerlo, ¡Era tan agradable este paraje hace unos días, con el cálido sol y el cielo azul intenso! Toda mi leña quedará calada. Me da la impresión de estar en la ruina. No pienses en eso ahora. No pienses en nada que te recuerde a algo. ¿En qué voy a pensar? ¿Cuál era mi cara original? ¿La que tenía antes de nacer? Estoy convencida de que en mi existencia pasada fui un animal, aunque ignoro cuál. A veces incluso creo en las personas que afirman que todos hemos vivido antes de ahora.

Más tarde Nada ha cambiado. Sigue lloviendo. La peor trampa en que puede caerse en este mundo consiste en estar siempre esperando algo que no sucede 242

jamás. Alguien ha dicho que podría ocurrir esto o aquello, así que te sientas a esperar, pero nunca pasa nada. Tampoco resulta precisamente agradable precipitar los acontecimientos creyendo que obtendrás una respuesta porque te la han prometido y al final verte obligado a reconocer que las cosas no han salido como tú planeabas. Como por ejemplo aquel largo verano cuando espiaba la llegada del cartero que había de traerme una misiva que nunca llegó. Creo que nadie en la historia de la humanidad pasada o futura ha esperado nada con tanta ansiedad como yo aquella carta. Y ahora que trato este tema, estoy segura de ser uno de los mejores «esperadores» del mundo. Me paso la vida pensando en cosas que han de ocurrir pero que luego no ocurren. No tengo arreglo, siempre seré así. En la escuela acostumbraba a sentarme en el aula y provocar al reloj de la pared para que se moviera. Quiero decir que en ocasiones la manecilla de las horas parecía quedar trabada en un número determinado, e hiciera lo que hiciera por obligarla a seguir adelante ella se mantenía inmóvil. La minutera pasaba un mal rato teniendo que escalar desde el seis hasta el doce. Algunos días me sentaba a esperar, pero el reloj seguía sin hacer caso de mis intentos de palabra y obra. Incluso lo amenazaba con frases como: «Si no te mueves pronto, te haré pedazos». Un par de veces tuve un libro en la mano, preparado para asestar el golpe. Si no hubiese percibido la menor reacción en la manecilla grande habría destrozado la pieza. 243

Soy una persona que sabe esperar. Siempre estoy en actitud expectante. Mi constancia no tiene límites. Seguro que en mi lápida alguien escribirá la siguiente frase: «Supo esperar más que ninguna otra cosa». Al fin y al cabo tampoco constituye un defecto. Es mucho mejor que conseguir que suceda algo que se estaba deseando y darse cuenta de que la realidad no coincide con los anhelos de uno. No existe nada más desesperante que comprobar que algo te ha salido mal. Véase si no el ejemplo de la mujer del relato, que se sentía tan feliz por haber sido invitada a un baile de mascaras; acabó desangrándose tirada en la calle. Todo el mundo, por lo menos una vez en la vida, tendría que acuchillarse en una cueva para contemplar la lluvia... y conocer el frio... y experimentar la soledad... Todo el mundo, por lo menos una vez.

De noche No tengo apetito. Por lo menos no mucho. He tratado de dormir. No he podido por culpa del frio. Continúa lloviendo. No es que yo esté haciendo una montaña de la 244

lluvia; es ella la que me está convirtiendo a mí en una piltrafa. Cuando caen los relámpagos puedo ver el mundo exterior. Los árboles se inclinan con el viento. Oigo el torrente, si bien se encuentra a cierta distancia. Lo peor es cuando no hay relámpagos, ya que entonces me quedo como ciega. Claro que después de la descarga eléctrica, retumba el trueno. Y no sé qué es peor. No me había hecho planes para la lluvia. Pero aquí está.

Aún más de noche. Hora desconocida Todo está oscuro. Supongo que es de noche cerrada. Pero también estaba negro el cielo hace unos minutos y no creo que fuesen más de las siete. Me siento mal. Mal es poco, fatal. Los ojos me arden. No me había hecho planes para la lluvia. Pero aquí está. Y yo también. Tendría que haber previsto la posibilidad de lluvias y tormentas, pero no lo hice. Tampoco había pensado en el frio. Trataré de seguir escribiendo. Eso mantiene mi mente ocupada. Pero resulta difícil sujetar el lápiz. Si tuviera adónde ir, me largaría ahora mismo. No sé qué hacer. ¡Ojalá lo supiera! La tienda del señor Gebel me 245

queda demasiado lejos. Si pudiese alumbrarme con algo o conociera el camino intentaría encontrar la cabaña. He estado corriendo en círculo por la cueva hace unos momentos para ver si entraba un calor. Lo único que he conseguido ha sido cansarme. Nunca había pasado tanto frío. Ignoraba mi capacidad de resistencia a las temperaturas extremas. El único pensamiento que cabe ahora en mi mente es éste: «Tengo miedo». Llorar no sirve para nada. No hace más que aumentar el grado de humedad. Me da pánico quedarme dormida. He perdido la sensibilidad en las manos, como si pertenecieran a otra persona. ¿De quién son en realidad? Mías no. ¡Está todo tan oscuro! Demasiado oscuro. ¿Mike? Alguien, en todo caso.

Por la mañana No hace sol, pero de momento no llueve. El cielo está muy cubierto; parece que haya decidido tomarse un descanso. Hemos abandonado la cueva para regresar al hogar. Todo ha quedado hecho un asco. La tienda está enterrada bajo el barro. De la comida sólo podré 246

aprovechar las latas. Parece que un desprendimiento lo haya arrasado todo. El círculo de piedras está totalmente destruido. Mis posesiones están diseminadas por ahí, convertidas en ruinas. He intentado comer los spaghetti fríos, pero no he conseguido tragármelos. ¡Puaf! Detesto tener que tirarlos. Me noto el rostro caliente, pero el resto de mi cuerpo está helado. Tanto mi ropa como la manta han quedado empapadas. El sol ha desaparecido sin dejar rastro ni huella. Es como si nunca hubiese existido. ¿Qué hacer? Algo ha... Me siento fatal, mal de veras. Nunca antes me había encontrado así... Tengo que calentarme. De un modo u otro. Calentarme.

Cualquier hora Anoche creí oír voces. Incluso tuve la impresión de ver a alguien. Pero nadie se acercó a mí. Estuve gritando 247

en voz muy alta, con la esperanza de que me encontrasen. Pero nadie contestó. Nadie acudió a mi llamada. Ahora que estamos a plena luz del día, ya no oigo voces de ninguna especie. Toda la luminosidad parece haber fijado su mirada en las ruinas que ha dejado el chaparrón. Incluso las rocas están empapadas y frías. El torrente se ha desbordado. El agua se desliza por todas partes, baja de la montaña formado cascadas a su paso por las rocas. Veo el perfil de los árboles más altos. Si no llevas cuidado, intentan caer sobre ti. Ayer tuve que decirle a uno a gritos que se detuviese antes de desplomarse, y así lo hizo. En una ocasión vi una vela por los bosques; por lo menos creí divisarla. La llevaba un hombre. Traté de llamar su atención, pero no reparó en mí. Ni siquiera se paró. Se limitó a seguir caminando. De vez en cuando oigo voces o pasos de gente detrás de mí, pero cuando doy media vuelta ya han desaparecido. Desearía que Mike les ladrase, pero no lo hace. No debe llover más por ahora. Ya he hablado con el cielo a este respecto. ¡Ojalá volviese el hombre de la vela! Si abandonase este lugar ahora mismo, ¿llegaría a casa antes del anochecer?

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Eso era lo que solía decir mi madre cuando iba al parque a visitar al león de tres patas. «Regresa antes de que anochezca.» Toda esa gente no cesa de mirarme. Sus ojos están fijos en mí. Yo trato de clavar los míos en ellos para demostrarles lo incómodo que se siente uno cuando se sabe observado. Pero se ocultan tras los árboles. En aquella hoja de allí acabo de encontrar tres gotas de lluvias, tres perfectas gotas de lluvia sentadas en una sola hoja...

No consigo mantener la cabeza erguida. El lápiz está cansado. Cada vez que veo un pino, oigo música. Seguro que la componen e interpretan las personas que viven en los árboles. El crucifijo no se calienta por mucho que lo envuelva con la mano. Los ratones me devorarán. Pero por lo menos podré calentarme en sus estómagos.

Cualquier hora

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He estado durmiendo, estoy segura. Hace un rato he abierto los ojos, comprobando que el cielo seguía nublado y oscuro. Sé dónde estoy. Pero está ocurriendo algo. No dejo de oír ruidos detrás de mí, y cuando vuelvo la cabeza no veo a nadie. Mike ha gruñido una vez, pero sólo ha sido un segundo; luego ha continuado cenando. Se está zampando todas las existencias de su comida. Bueno, que le aproveche. Probablemente no pasa nada. Aún tengo sueño. De repente siento calor y a los pocos segundos me hielo de frío. Como un movimiento de vaivén. Me gustaría averiguar qué es lo que oigo todo el rato, aunque resulte no ser nada. Hay algo o alguien ahí. Lo sé. Mike no deja de levantar la cabeza aunque esté comiendo. He intentado levantarme pero me tiemblan las piernas; no puedo sostenerme en pie. A veces creo oír una especie de respiración, como si un ser vivo se moviese y me espiase. ¿Dónde está el sol? Su brillo sobre los árboles húmedos sería precioso. ¿Qué...?

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Un hombre. El hombre. El mismo. Lo sabía. Vi su rostro un momento y Mike salió corriendo tras él. Nunca olvidaré esa cara. He oído cómo escapaba al sentirse descubierto. Ha huido como hizo en Quebec y en la parada de autobús de Stoneham. También fue él quien desapareció entre los arbustos cuando lo reconocí desde la montaña cuentacoches. ¡Dios mío, ayúdame! Tengo miedo. Mike aún no ha regresado. ¿Qué quería? ¿Por qué no ha dicho nada? ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Cuánto tiempo llevaba espiándome? No tengo miedo. No, no lo tengo. Estaba asustada durante la tormenta, pero ahora ya ha pasado y me siento tranquila. Si saliera el sol me calentaría y podría huir. Pero, ¿adónde iba a ir? A ningún lugar. Y Mike sin venir. Mis ojos están ardiendo de tanto mirar entre sombras para no ver nada. ¡Ojalá no estuviese aquí! No consigo levantarme. Ni siquiera soy capaz de sujetar el... Algo se acerca. A lo mejor es Mike. Tendré que permanecer donde estoy porque... Y, sea lo que sea lo que anda merodeando, no le quedará más remedio que... 251

He estado llamando una y otra vez. Sin obtener respuesta alguna. No tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo. Es demasiado tarde para eso... Oigo... Es él... La cara del hombre...

Ha pasado cierto tiempo desde la última vez que escribí en este diario. Hace ya días que él está aquí. Por lo menos eso creo. Desde su llegada, he contado tres noches y tres días. O quizá cuatro. No me acuerdo. No me ha sido posible escribir durante todo este período. Pero él me daba mi diario cuando comprendía que lo necesitaba. Ha traído mantas y me ha mantenido bien cubierta; una debajo y dos encima. Ignoro qué hacía mientras yo dormía, pero al despertar lo encontraba siempre ante mí con algo caliente en una taza que me hacía beber nada más abrir los ojos. Durante tres días y tres noches no ha dicho una sola palabra... No tengo mucho miedo, sólo un poco, nada más. 252

No estoy segura de nada; no sé si estoy soñando o no. Viene. Se va. No abre la boca, no se dibuja la menor expresión en su rostro... Su rostro es... Me pregunto si sabe hablar. Hoy ha lavado la tienda y la ha vuelto a montar. Ha secado las mantas y ha recogido leña; me pregunto de dónde saca madera seca. Arde muy bien. Se está de maravilla al calor del fuego. Debe de tener comida guardada en algún lugar porque cuando se va luego regresa con alimentos. Siempre trae algo. Y además caliente. Sobre todo sopa en un termo. He tratado de hacerle hablar por todos los medios a mi alcance, pero actúa como si no pudiera oírme. Quizá no desea entablar conversación. Esta mañana me ha llevado hasta las rocas para que tomase sol. Me tomó en sus brazos como si no pesara más que un bebé. Al principio no quería que se acercase a mí, pero ahora... Se ha puesto en cuclillas a mi lado y me ha estado mirando un instante. Le he dado las gracias y le he suplicado que dijese algo, pero todo ha sido en vano. Ni siquiera ha sonreído, nada de nada. Ahora está preparando el fuego. Veo a través de los árboles la parte superior de su cabeza. A veces, cuando desaparece, Mike le acompaña. Siempre regresan juntos. 253

Parece que a Mike le agrada su presencia, pues permanece muy cerca de él del mismo modo que antes de la tormenta se echaba a mi lado. Su cara es... Ya no siento miedo; ni de él, ni de nadie. Al principio estaba poseída por el pánico, pero ya pasó. Me he cansado de estar asustada, así que he desechado la idea. No sé adónde va, ni si duerme aquí o en otro lugar. Es posible que ni siquiera duerma. En una ocasión intenté levantarme de esta cama que hizo sólo para mí y él surgió de entre las sombras, como si fuera parte de los árboles. Si sus intenciones fuesen malas, creo que ya lo habría demostrado. Aparentemente, lo que quiere es ayudarme, pero ¿por qué a mí? ¿Por qué él? Cuando él está aquí, Mike no se separa de su lado. Y Mike se daría cuenta si... Huelo a humo. Siempre está pendiente de mí, no deja de mirarme. Entonces. Sí, entonces. Comprobé que me estaba mirando. No parece viejo, ni tampoco joven. Su cara es... 254

Hemos comido juntos sopa de tomate caliente. Ha traído hasta aquí dos tazas de hojalata. Me ha dado una y se ha llevado la otra hasta los árboles. Es la primera vez que lo hace. He tratado de charlar con él como si pudiese entender todo cuanto le estaba diciendo. Le he contado cual es mi nombre, de dónde proceso y qué estoy haciendo aquí. También le he explicado lo de la tormenta y la lluvia, cómo me empapé y el frío que pasé mientras duró. Pero no creo que haya entendido una sola palabra. Parecía escucharme, pero ni una vez ha alzado la vista para mirarme. Su mirada no se ha cruzado con la mía ni un instante siquiera. Su cabeza ha estado todo el rato inclinada hacia abajo y ligeramente ladeada hacia las rocas; esa postura la adoptan muchas personas que no oyen bien por un oído. Mientras he estado hablando, ni se ha movido. Cuando he acabado de contarle mi historia se ha puesto en pie y ha tomado la taza en sus manos, pero ha continuado sin reparar en mí en apariencia. Ahora no está aquí. Mike se ha ido con él. Supongo que se acerca la hora del atardecer de un día cualquiera. Ya no estoy mareada. Sólo me duele la garganta cuando intento tragar. Regresará. Sé que lo hará. Siempre ha sido así. ¡Por Dios, espero que vuelva!

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Por la mañana, un día cualquiera Aquí está de nuevo. Cuando desperté ya había llegado. Me ha llevado en brazos hasta el torrente. Me he lavado la cara. No es necesario que me traslade de un sitio a otro siempre a cuestas. Se lo he dicho. Le he asegurado que anoche cuando me quedé sola anduve dando vueltas por los alrededores y que ya me siento mucho mejor. Pero no me ha hecho el menor caso. Esta mañana me ha traído ropa limpia. No la mía, sino la d alguna otra persona. Una camisa blanca y unos pantalones vaqueros de color azul. Parecen pertenecer a un chico, pero creo que me irán a la medida. Los ha extendido sobre una enorme roca. Ha tardado una eternidad en colocarlos como es debido. Luego ha dado media vuelta y ha desaparecido entre los arbustos. Caminaba hacia el bosque. Ya regresará si quiere. La próxima vez traerá alimentos. Sé que lo hará. Mike ya habrá comido algo antes de volver. Se está poniendo muy gordo, pero ignoro de dónde saca lo que ingiere, que por su aspecto es mucho. La verdad es que no entiendo nada de nada. Sigue observándome todo el tiempo que pasa conmigo. Su cara... 256

No es viejo, pero tampoco es joven. Quiere que me ponga toda esa ropa. Pero no puedo ni quiero hacerlo. No es mía. Ni tampoco la comida que me da, y bien me la trago. No es delgado, parece fuerte. Pero es... No entiendo nada de cuanto se refiere a él. Le he preguntado con toda franqueza si pensaba quedarse conmigo esta noche. No he obtenido respuesta alguna. Ha encendido un fuego; nos hemos sentado alrededor de la lumbre y he repetido la misma pregunta una y otra vez mientras cenábamos e incluso más tarde, cuando él estaba fregando los cacharros. Quería saber si iba a dormir a mi lado. También he tratado de averiguar su nombre, dónde vivía, de dónde era y cómo sabía que yo necesitaba ayuda y que me encontraba en este lugar. Tiene una gran habilidad limpiando, ordenando y montando cosas. Aún no se ha ido. Todavía no ha respondido a ninguna de mis preguntas. Ni lo hará, estoy segura. Tampoco se quedará mucho rato, no es su costumbre. Su cara es... No hay nada en ella. Parece una máscara. Estoy abrigada, mi cuerpo está seco, no tengo hambre ni me siento enferma. ¡Hay tantas cosas que debo agradecerle! 257

Ni siquiera sé cómo se llama. Resulta terrible ignorar el nombre de las personas, parece como si no estuvieran vivas realmente. Esta noche he tratado de decirle que le estaba muy agradecida por la ayuda que me ha prestado. Es difícil, casi imposible comunicarle esto a una persona que no puede o no quiere oírte. Incluso piensas que quizá no te entienda. Tienes la impresión de que debes repetirlo todo hasta la saciedad, o mejor dicho hasta que tu interlocutor dé alguna muestra de comprensión. Nunca lograré obtener una respuesta ni sacarle una palabra. Lo sé. Nunca me entenderá. Nunca sabrá qué le he estado diciendo ni se enterará de que le agradezco... Su cara está vacía. No refleja el menor sentimiento. Pero en algún lugar de su interior habrá algo que se mueva, digo yo. Me ha ayudado sin tener el menor motivo para hacerlo. Ha pasado muchas horas a mi lado. Ni siquiera me ha dicho su nombre. Eso es lo peor de todo. Claro que tampoco puedo pensar en algo que resulte ser «lo mejor de todo». Su cara es... no tiene arrugas, de modo que debe de ser joven. Pero no lo es. De vez en cuando se frota el brazo, pero parece un gesto mecánico y distraído; como la costumbre que tienen otras personas de tirarse de la 258

oreja o frotarse el párpado. Cuestión de hábitos, nada más. Está sentado a la orilla del torrente, de espaldas a mí. Acabo de preguntarle si deseaba acercarse y sentarse junto al fuego. No ha respondido. Nunca contesta mis preguntas, nunca. Hay una ardilla gris jugando en la copa del árbol más alto. Los últimos rayos del sol parecen haberse concentrado en él. Está observando a la ardilla. De vez en cuando levanta la mano, como si quisiera ayudarla a pasar de una rama a otra. Pero sigue encerrado en su mutismo. Ya se ha ido. Se ha largado mientras escribía lo de la ardilla. Está todo oscuro. El fuego aún calienta. Ha puesto algo más de leña antes de desaparecer y luego ha dado media vuelta y me ha mirado. Nunca se queda hasta después del anochecer. Mike lo acompaña casi cada noche. Al principio me preocupaba que me dejasen aquí abandonada, pero tengo la impresión de que no están demasiado lejos. La ropa nueva está exactamente en el mismo lugar donde la ha dejado él; sigue muy bien extendida sobre la 259

roca grande. No ha parecido disgustarse mucho porque no me la he puesto. Me gustaría que se quedase una sola vez. Ojalá me hablase, aunque fuera una palabra. Pero nunca lo ha hecho, y supongo que nunca lo hará. De todas las cosas que no acierto a entender, algunas me resultan mucho más incomprensibles que otras.

Por la mañana Aún no ha regresado. Mike está aquí. Pero él no ha vuelto. Me he levantado, he doblado las mantas, me he lavado la cara y he tratado de hacer otro tanto con mi ropa vieja. Está tan deteriorada que ya no la arregla ni la limpieza ni cualquier otro remedio. Creo haber oído sus pasos una vez o dos. Pero no. He encendido una pequeña hoguera. Ayer me dejó un montón de leña seca. Continúo buscándole. Continúo esperando...

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¿Qué puede haber ocurrido? Mike ha estado lloriqueando al pie de su sendero. ¿Su sendero? El que toma todas las noches al abandonar este lugar. Baja por los escalones de roca, da un salto sobre el saliente que hay debajo y desaparece sin dejar rastro. Mike me mira continuamente como si quisiera decirme: «¿Qué está pasando? Ve a buscarle». Me sobresalto a cada ruido que oigo. Me elevo medio metro del suelo. Los pájaros se cuentan por millares. Nunca he visto tantos juntos. Gorjean y a veces bajan en picado; cada vez que se mueven, las ramas crujen y yo creo que es él quien produce el ruido. El sol calienta mucho. Pero él aún no ha regresado. Quizá venga esta tarde. Tengo que mantenerme ocupada. He vuelto a construir mi círculo de piedra y he enterrado algunas latas de conservas. Todavía tengo comida. Nunca he tocado los alimentos que yo tengo guardados, pues siempre ha traído él los comestibles. Es curioso, vuelvo a sentir miedo. La primera vez que estuvo aquí me aterraba que se instalase en mi claro del bosque, y ahora me horroriza no verle nunca más. Pero no existe ninguna persona que se te acerque, te alimente a base de sopa caliente, te ayude a recuperarte y cuando 261

estás bien desaparezca para siempre sin pronunciar una sola palabra. Nadie se comportaría de ese modo.

Al anochecer Mike se ha pasado el día deambulando de un lado a otro. Está muy inquieto. No deja de mirar hacia el sendero. Lo mismo que yo, Hoy me he obligado a mí misma a hacer un montón de cosas. Necesitaba mantenerme ocupada. He recogido todas las flores silvestres que he conseguido encontrar en este rincón del mundo. Durante el largo paseo que he dado buscándolas, no he cesado de mirar en todas direcciones con la secreta esperanza de dar con él. La lluvia ha hecho brotar un montón de preciosas plantas. Las latas vacías me han servido de tiestos. En la parte superior de mi círculo mágico he colocado cuatro ramilletes. Me han quedado muy bonitas. ¡Ojalá volviese para verlas! He estado nadando en el torrente y he terminado el libro de Thoreau una vez más. Creo que lo he leído por lo menos mil veces. Es como si nos hubiéramos hecho 262

buenos amigos. Es más: nos hemos hecho buenos amigos. Ya se me ha pasado el miedo casi por completo. Pero estoy preocupada. Mike sigue muy inquieto. Hay dos latas de carne estofada calentándose al fuego. Por si acaso aparece. Le echo de menos. Pero la añoranza nada tiene que ver con el temor. A no ser que el temor a no ver más a una persona que aprecias cuente como miedo. Mientras cogía las flores le he estado llamando. Es muy difícil hacerlo cuando no conoces ni siquiera el nombre de la persona que buscas. Lo único que se me ha ocurrido decir ha sido «hola». Así que he pronunciado esa palabra multitud de veces. No me ha oído nadie. Por lo menos no he obtenido respuesta alguna. Pero he tenido en varias ocasiones la sensación de que estaba muy cerca. Casi creía tocarle. Pero no ha sido así, claro. He tenido la impresión de... Sin respuesta.

Mike se ha quedado dormido. Por fin. Me imagino que estaba ya cansado de buscar con la mirada, de esperar 263

sin resultado. No tengo sueño. A lo mejor se ha perdido cuando regresaba del misterioso lugar adonde se dirigió anoche. Se ha apagado el fuego. El estofado se ha enfriado. Todas las flores están marchitas. No debiera haberlas cogido; sin raíz nunca sobreviven demasiado tiempo. En el bosque eran mucho más hermosas. He pensado que si embellecía este lugar él regresaría. Por desgracias, no ha sido así. Hoy he encontrado un remanso en el torrente. Me he asomado y me he visto reflejada. Cuando hacía algún movimiento, la imagen que me devolvía el agua me imitaba. Pero no se parecía a mí. Me he sentado a la orilla como si no tuviera otra cosa que hacer durante el resto de mi vida que contemplar aquel rostro desconocido... ¡Ojalá pudiera conciliar el sueño! He colocado las mantas cerca del fuego como solía hacer él. Estoy estirada de lado apoyada sobre el codo. Me he acostumbrado ya a los ruidos de la noche y también al viento. A veces me parece haber nacido aquí y no haber conocido ningún otro lugar. ¿Por qué habría de perderse viniendo hacia aquí? Nunca antes se había extraviado. Se me ha ocurrido que quizás esté herido o se encuentre en apuros. Pero no sé por dónde debo empezar a buscar. La ropa que trajo para mí aún está en el lugar donde él la dejó, sobre la roca. Esta tarde se me ha ocurrido 264

pensar que si me la pongo quizá vuelva. Pero no lo he hecho, porque no me pertenece. No es posible que alguien entre en tu vida y salga de ella sin que hayas conseguido siquiera averiguar su nombre. Mañana iré a Stoneham. Veré al señor Gebel y compraré ropa nueva. Tengo ganas de alterar un poco el ritmo de mi existencia, de convivir con gente. Quizá sólo me interese de un modo temporal, durante uno o dos minutos. Pero ahora no puedo seguir aquí. Estoy harta de permanecer sentada esperando. Y más aún del estofado de carne de buey. Mike necesita comida. «Supo esperar más que ninguna otra cosa.» Si regresa durante mi ausencia, es posible que espere a que yo también esté de vuelta. De todos modos tengo la impresión de que no le veré nunca más. Se trata de un presentimiento similar al que me invadió cuando esperaba la carta del campamento de verano. De alguna manera sabía que nunca recibiría respuesta. Pero a pesar de todo no perdí la esperanza y seguí acechando diariamente la llegada del cartero.

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29 de julio Al llegar a Stoneham he descubierto que había perdido la cuenta de los dias. Han pasado el 25, 26, 27 y 28 sin que me diera cuenta. Son cosas que ocurren a veces. Al pobre señor Gebel le ha sucedido algo terrible. Así es que, al enterarme he decidido quedarme algún tiempo para ayudarle en lo que pueda. Ya estoy d nuevo en el remolque pero esta vez he pasado unas cuantas horas limpiándolo. Ahora está medio habitable. Esta tarde he estado trabajando en su tienda. Le ha encargado a Marie, que por cierto ya no está embarazada —tiene un hermoso niño—, que me dijera que soy como un ángel de la guarda. Según él, siempre aparezco en el preciso momento en que necesita ayuda. Este verano me han dicho de todo, tanto en halago como en crítica, pero nunca hasta hoy «ángel de la guarda». Ya se siente mejor, si bien debe guardar cama y hacer reposo. La semana pasada alguien le golpeó en la cabeza y robó varios artículos de la tienda.

Más tarde 266

Lo que me crea más dificultades es devolver el cambio. Ni yo entiendo a los compradores ni ellos a mí tampoco. Marie ha afirmado que no debo preocuparme porque la mayoría de ellos son buenos clientes y nunca tratarían de engañar al señor Gebel. Según ella, de vez en cuando conviene vigilar a los turistas, pero eso tampoco es un problema porque casi todos se detienen en el enorme supermercado que hay en la carretera principal. Aquí sólo viene a comprar gente de la localidad, que sería incapaz de hacer trampas con un viejo conocido. Espero que tenga razón. Esta tarde Marie me ha traído a su hijo. Es precioso. Se le forman unos graciosos hoyuelos en las mejillas y sus ojos, de color castaño oscuro, son muy bellos. Se llama Henry. ¡Qué nombre tan horrible! Suerte que lo pronuncia a la francesa y queda algo así como Hanrí, con acento en la «i»: de ese modo no suena tan feo. Se ha quedado al cuidado de la tienda mientras yo iba en busca de un comercio donde adquirir unos vaqueros y un par de camisas. También me he comprado unas zapatillas de tenis porque no podía seguir llevando las viejas; los dedos empezaban a asomarse por la punta. Me he lavado el cabello y Marie me lo ha peinado. Me ha hecho unas trenzas muy bonitas; creo tener buen aspecto. Mi piel está bronceada y el color de mi pelo es casi blanco en las mechas más expuestas al sol. Quedan huellas de mi enfermedad en mi nariz, que aún gotea ligeramente, pero por lo demás me siento de maravilla. Una de mis nuevas camisas se abrocha por delante, de modo que si no me abrocho el primer botón se ve el crucifijo. Marie lo ha 267

estado admirando. No le he explicado cómo ni dónde lo conseguí. No sé por qué, pero no me lo ha preguntado y no me ha apetecido contárselo. Ya no me tiñe el cuello de verde.

El señor Gebel se porta muy bien. Entre Marie y yo nos las arreglamos para que esté alimentado y su comercio funcione. Casi todo el mundo que viene a comprar, tras adquirir lo que necesita entra en la trastienda y charla con él un rato. Le encanta que le hagan compañía y ser centro de atención, así que exagera la importancia de la herida de la cabeza que está oculta bajo un vendaje. Claro que tener a su edad el cráneo fracturado no es cosa para tomar a la ligera. A veces resulta divertido. Cuando sabe que va a entrar alguna visita empieza a gritar como un loco para llamar mi atención y entonces me pide que le acerque sus dientes postizos. Pero a veces se cuela alguien sin que le dé tiempo a advertir su presencia con la suficiente antelación; en esos casos no tiene oportunidad de colocarse la prótesis y su artimaña consiste en hacerse el enfermo grave, casi el moribundo, para no verse obligado a decir ni una palabra. Nuestra relación resulta grotesca a veces. No entiendo nada de lo que me dice; pero cada vez que entro en su cuarto pone la lengua en movimiento y no deja de hablar ni para coger aire. Todo lo que hago es sonreír y 268

asentir con la cabeza; parece ser que a él le basta con eso. Me recuerda a... Pero entonces era yo quien cotorreaba sin cesar. Además, no creo que él me escuchase, ni siquiera que se esforzara por entender... Esa situación es algo en lo que no debo seguir pensando.

30 de julio, jueves Debo saber en todo momento en qué día vivo. Siempre me pasa algo malo cuando pierdo la cuenta del tiempo. Anoche estuve sentada hasta muy tarde a la cabecera del señor Gebel. Marie compró pollo asado. Estaba delicioso, no tenía nada que ver con el estofado de buey. Luego dijo que debía dejarnos porque su marido se iba a trabajar y no quedaba nadie más en la casa para ocuparse del bebé. Me he dado cuenta de que Marie es una muchacha muy guapa, ahora que ya no está embarazada. No es una de esas bellezas espectaculares de mucho maquillaje, sino natural; da la impresión de que seguirá siendo hermosa toda la vida. Además es encantadora. Quiere que la ayude a perfeccionar su inglés. Resulta cómico que 269

me lo pida a mí, que casi suspendí la asignatura de lengua el curso pasado. Claro que eso no se lo he confesado Mientras cortaba el pollo le rogué que me explicara lo sucedido la noche del robo. Pero ella se limitó a menear la cabeza, a exclamar que había sido «terrible» y que no quería hablar de ello. Según ella, la crueldad es mejor olvidarla y por lo tanto no deseaba ni recordar el asunto. No le sonsaqué nada más. Tenía prisa. Detesta dejar a su hijo con otras personas, incluso con su propio marido. Cuando hacía ya un rato que habíamos terminado de cenar, le hice al señor Gebel la misma pregunta. Quería saber. Tuve que recurrir a la mímica y representar una escena parecida para que me entendiera; actué como si alguien me golpease en la cabeza y empezase a llevarse objetos de la estancia. Él se limitó a reír francamente. Creo que pensó que hacía aquello para entretenerle. Aplaudió durante varios minutos y luego siguió charlando; como siempre, no entendí ni una sola palabra. Mi nombre, tal como él lo pronuncia, suena algo así como «Cot». Ni siquiera comprendió que le estaba haciendo una pregunta. Esta mañana no he tenido demasiado trabajo en la tienda. El señor Gebel está durmiendo. Marie está lavando pañales. Mike está tumbado justo en medio de la puerta. Está muy gordo a causa de los huesos que le han estado dando últimamente. Creo que de algún modo está 270

perjudicando al señor Gebel. O por lo menos a su negocio. Muchas personas prefieren no correr el riesgo de pasar por encima de su cuerpo para entrar a la tienda. Es un buen medio para estar tranquilo. Huele muy bien aquí dentro. Especias, café, nuez moscada. Como los hogares en el Día de Acción de Gracias. Quizá después de todo sea buena idea no saber nada acerca de lo que ocurrió aquella noche. Hace calor. Trato por todos los medios de no ensuciar mi ropa nueva. No podía ser el mismo hombre... Imposible. Acabo de poner en marcha el ventilador en la habitación trasera. El señor Gebel lo necesitaba más que yo.

Si de verdad se trataba de él, ¿dónde está ahora?

Me sorprende sentirme aquí tan a gusto. Ni siquiera conozco a estas personas, ni ellas a mí. Nos hemos visto, pero nada sabemos unos de otros. Y sin embargo me dejo caer de vez en cuando y siempre encuentro un lugar 271

para mí. Quizá sea suficiente haber charlado en contadas ocasiones. Quizá cuando profundizamos en los demás es cuando todo se viene abajo...

Esta mañana había una foto en la primera página de un periódico local. Parecía un hombre, pero su rostro estaba borroso. Mira que si era el mismo... No puede ser... No puede ser...

31 de julio, viernes Esta mañana le he pedido a Marie que le diga al señor Gebel que debo marcharme ya. En realidad no es que tenga que ir a ningún lugar en concreto, pero no hay razón para que prolongue mi estancia. Ya se encuentra mejor. Está más mandón, como cuando le ayudé a pintar la tienda. Creo que es un síntoma de que se está recuperando. Marie le ha prometido ayudarle mañana. Pasado mañana es domingo y d todos modos ha de cerrar.

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Marie me ha preguntado por qué me iba; he estado a punto de mentirle, pero al final no lo he hecho. Le he dicho que tenía que hacerlo, que había pillado un catarro fuerte, cosa que es cierta, y que no quería contagiárselo a ella y en consecuencia al bebé. Lo que en realidad me ocurre es mucho peor. No paro de llorar, de gritar. Esta mañana, cuando me disponía a cepillarme el cabello, he roto en un llanto desesperado. Me he contenido, pero al concluir la operación peinado he vuelto a estallar. Esto es una estupidez. Me hace sentir incómoda, molesta conmigo misma. Nunca antes me había sucedido nada por el estilo. Incluso cuando no estoy pensando en nada deprimente ni irritante me entran unas ganas locas de vociferar y llorar que no consigo reprimir. En los momentos en que estoy acompañada es peor todavía, de modo que voy a regresar a mis montañas para permanecer allí un tiempo. Tengo que encontrar mi círculo de piedra y sentarme en su centro. No hay nada en una circunferencia de rocas que pueda invitar al llanto. No es posible que fuese el mismo hombre... Siento... ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo expresarlo? Tengo la impresión de estar obligada a llegar a un acuerdo con algo, quizá conmigo misma. He de esforzarme para entender unas cuantas cosas. Sé que debo hacerlo; sí, sí, debo hacerlo ha llegado el momento de buscar, soñar, ver, comprender... 273

31 de julio, por la tarde Esta, a primera hora, he abandonado Stoneham. Iba cargadísima, como de costumbre. El señor Gebel quería pagarme, pero no necesito dinero a pesar de que no me queda demasiado después de mi «locura compradora». He adquirido lo que cabe en una bolsa de las grandes y, cómo no, huesos para Mike. Pobre Mike, está muy confuso. Me ve llorar y piensa que él es el culpable, que ha hecho algo malo. Entonces se acerca a mí y no dejar de frotar su morro contra mi mano buscando una caricia. No puedo prometerle a nadie que algún día llegaré a comprender el mundo tal como está. Ni siquiera estoy segura de desearlo. El señor Gebel me ha dado un beso al despedirse de mí y, naturalmente, me he puesto a sollozar, Marie me ha mirado con insistencia, escudriñándome, pero no me ha preguntado nada. Ha sido una situación embarazosa por demás.

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Me he detenido a descansar. Bueno, no exactamente, porque de hecho no me siento fatigada. Ya ha anochecido, pero no importa porque conozco el camino. El asunto de las lágrimas y los aullidos va mejor ahora. Lo peor es cuando estás en compañía y tratas de retenerte. Aquí sé que a nadie le importa lo que haga o deje de hacer; por lo menos no a los árboles. Espero que Marie se acuerde de darle al señor Gebel la dentadura postiza siempre que reciba visitas. Si no, se hace el enfermo y es peor.

1 de agosto Ya estoy aquí. No es la primera vez, pero me siento como una extraña. Según el periódico, robó en varios comercios de Stoneham. También saqueó varias cabañas veraniegas de la zona...

Todo está tranquilo. La tienda sigue donde la dejé. ¿O fue él quien la montó? La hoguera, ahora apagada. El 275

círculo de piedras. En ocasiones juraría estar viéndole, junto al árbol más alto, donde juguetean las ardillas grises. No prometo nada a nadie, ni siquiera a mí misma. Mientras la persona A espera que la persona B y la persona C tomen una decisión acerca de algo, la persona A puede encontrar a la persona D, o a la inversa, y luego a las personas B, C, E, F y G, y todo el maldito alfabeto, que acaba por perder su sentido... No había ninguna razón para que se detuviera en Quebec bajo la lluvia. Tampoco está escrito en ninguna parte que tuviera que quedarse aquí hasta que terminase el aguacero. Podría haber seguido su camino y ahora hallarse muy lejos. No estaba obligado a permanecer aquí y ayudarme como lo hizo. En ningún libro hay escrita una frase que asigne que debía llegar hasta aquí y echarme una mano...

En el lugar donde el océano se encuentra con la tierra se forma un litoral. ¿Qué hace la madera arrojada a la playa por la corriente? ¿Y el alga marina?

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Quizá fuera él. Quizá no. No es posible que se tratase del mismo hombre. La fotografía representaba un rostro muy borroso. Me siento más allá del sueño, del hambre, de las lágrimas... El periódico decía que dispararon contra él, causando su muerte. En un suburbio al norte de Trois Rivières. Se había escapado de un sanatorio mental de Quebec. Ésa era la información que leí en el periódico. Pero podía estar equivocado. Creo que llegó bastante lejos. Bueno, no demasiado. Lo suficiente. Según el relato del diario, el hombre en cuestión estaba loco. Había estado recluido en una institución para enfermos mentales. Ahora está muerto. ¿Continúa un hombre estando loco después de morir? Un muerto loco. No tiene mucho sentido. No tenía ningún motivo para quedarse a ayudarme. Nada le obligaba a detener su marcha para permanecer a mi lado. ¿Por qué no consigo entenderlo? ¿Por qué no lo comprendió él? Podría haber prescindido de mi enfermedad y de mí. Pero no fue así. Me alimentaba con sopa caliente, estaba a mi lado al despertarme y cuando me iba a dormir por la noche, me mantenía abrigada y se ocupó de Mike mientras no pude 277

hacerlo yo. Pero ahora se ha ido. Muerto. Muerto. Muerto. Ni siquiera tuve la ocasión de darle las gracias. Sentí miedo la primera vez que se cruzaron nuestras miradas en Quebec. Me daba pánico su cara, su persona. Pero luego... Creo que todas las veces que creí verle estaba en lo cierto: era él. Probablemente me siguió. Desde el principio. Como si supiera de antemano que algún día iba a necesitarle. Y así fue. Dios mío, ni siquiera tuve tiempo de agradecerle lo bien que se portó conmigo. Tendría que haberle hablado, que haberle obligado a escuchar mis palabras. ¡Ojalá le hubiese dicho algo la primera vez que le vi inmóvil bajo la lluvia en la acera de enfrente, mientras yo desayunaba! La primera y también la última. Quizás habría podido ayudarle entonces. ¿Pero cómo? ¿Cómo? ¿Por qué estoy llorando con tanta amargura? Ni siquiera distingo el papel. Es como si alguien me hubiese horadado el pecho y todas mis necesidades se estuvieran derramando por el agujero hacia el exterior. Al salir me duele, sea lo que sea lo que me está abandonando. Sufro de un modo casi físico. Ahora sé que estoy llorando porque no hice ni dije nada y ya es demasiado tarde. Demasiado tarde. Un muerto loco. ¿Loco? No, eso es imposible.

Nota póstuma al muerto loco. que me alimentó con sopa caliente. Desde que nací fui un campo de batalla. Mi mano derecha siempre ha luchado contra la izquierda. El 278

corazón ataca a la cabeza. La mente asalta al alma. Ahora estoy ya cansada de tanto vencer y ser derrotada; por fin soy lo bastante sagaz como para saber que todos forman parte de lo mismo. Cierro los ojos. La batalla ha terminado. Estoy en casa... Quizás aún le encuentre en algún sitio y pueda entregarle esta nota. Es posible que me tope con él y entonces se la daré. Pero no, no lo encontraré, no le veré nunca más. Es demasiado tarde. Demasiado tarde. Demasiado tarde...

2 de agosto, creo Este lugar es muy verde. El agua lo torna todo de este color a causa del torrente que fluye aquí mismo. Está fresca y limpia. Desde que llovió hace frío. Cerca hay un semicírculo de pinos. Son bastante altos, pero no tanto como los árboles de hojas anchas que hay detrás de ellos. En conjunto forman un telón de fondo de la montaña. ¿Por qué no desmantelamos todos los cementerios del mundo y cavamos de nuevo las tumbas en zonas 279

verdes naturales? De ese modo agradarían tanto a los vivos como a los muertos. Cerca de aquí hay una fortaleza de rocas. Una caída desde su máxima altura no causaría la muerte, sólo aturdimiento. Sus piedras son planas como mesas y parecen señalar hacia atrás, donde se encuentran los pinares. A unos metros fluye el torrente en su curso interminable. Hay ardillas negras por todas partes antes del anochecer. Los pájaros —bandadas de millares— prefieren la mañana. A mi derecha hay un sendero que no estaba aquí antes de mi llegada; conduce a la charca, al tejado de la cabaña y a la chimenea de la misma. Supongo que, en efecto, debe de existir una cabaña sosteniendo al tejado en cuestión, pero mis ojos nunca se han cerciorado de que así sea. En la pendiente que parte de la charca hay una cueva; según el nivel de calidad marcado por las grutas prehistóricas no se puede decir que ésta sea una maravilla, pero no por eso deja de ser una gruta. Sirve al menos para resguardarse durante una tormenta. Según mis cálculos de los puntos cardinales, al sur está Stoneham, al oeste el torrente, al norte la charca y el tejado de la cabaña y al este la autopista. ¡Se acabó el discurso!

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Ahora pregúntenme cualquier cosa, lo que sea. Pregúntenme cómo se hace un fuego con leña húmeda, o cómo se pinta una tienda de color verde-azulado usando una escalera tambaleante. O acerca de los matices que toma el verde de un pino a la luz solar. O qué aspecto tienen tres gotas de lluvia perfectas descansando sobre una hoja. O sobre el grado del frío tras la tormenta y el sonido del trueno y la sensación producida por caras que te miran fijamente y el dolor que te producen las personas a las que se supone que amas. Preguntadme lo que queráis acerca de los amigos que uno deja atrás, muy atrás, y los leones de tres patas. Incluso puedo hablaros de mercados de frutas y verduras, camiones de tomates, cachorros de perro sin hogar, muchachos moribundos, profesores desgraciados, colas de desocupados esperando a que les alimente el Ejército de Salvación, compuestas por cientos de jóvenes que tienen un lugar a donde ir pero que no desean vivir en él por razones que sólo a ellos pertenecen, no a vosotros... Si lo deseáis os enseñaré algo acerca de los parques pasada la medianoche, los antiguos campos de batalla y la travesía en barca por un lago con un bote prestado que hace agua por todas partes. No me son desconocidos los crucifijos, ni el pastel o helado con fresas, ni los horribles quistes que crecen en el cuello de una mujer, ni los versículos de la Biblia. Podría contaros el caso de un chaval sentado en los escalones de un Dairy Queen con la mirada fija en la lejanía mas allá de un cementerio, el de un cucurucho de helado fundiéndose en una mano o el de una bicicleta robada. 281

Preguntadme sobre Thoreau y todos los hombres silenciosos y honestos del mundo, vivos o muertos. Y sobre sacerdotes que huelen a vino. Y sobre viejos franceses propietarios de un comercio y sobre mujeres embarazadas. Tengo algo que deciros acerca de cómo se duerme bajo una valla anunciadora y al lado de un estercolero. Tampoco me quedaré callada si queréis saber algo de abuelos, pesadillas, recién nacidos, billetes de cinco dólares, brazos que duelen a causa de una insolación o una carga pesada, alimentos fríos e insuficientes, lluvia, soledad, miedo, ausencia de miedo, amabilidad y enfermedad, pensamientos sobre la muerte y temor ante el pensamiento de la muerte. Poseo experiencia en ropa nueva y robada, en sopa caliente, en tiendas de campaña, en mantas húmedas y en flores silvestres muertas. Inquirid acerca del silencio, el viento y la hiedra o en cómo el silencio se cierne sobre las calles de Harrisburg, Pennsylvania, al alba, cuando te dispones a abandonar tu hogar. Preguntadme también acerca de un rostro de hombre... ¡No! No me hagáis ya más preguntas. Hay cosas que no entiendo, cosas que ignoro por completo...

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3 de agosto No comprendo...

4 de agosto No comprendo...

5 de agosto No comprendo....

6 de agosto Y que nadie me diga que es un «factor más de la vida», o «una de esas cosas que pasan», o «parte del plan general» o estupideces similares. Porque no servirán esas respuestas. Nunca más. No en lo que a mí respecta. Id a contarle esas historias a otros y olvidaos de mí. Tampoco puede tratarse de un juego, porque en ese caso sería un terrible juego sin reglas, ni rastro de ellas, 283

según el cual las personas con enorme poder de herir sacrificarán sin piedad a sus congéneres. Es en realidad un orden establecido en el que los ganaderos parecen triunfar casi siempre porque tienen el apellido correcto, o el debido color de piel, o la cuenta corriente más importante. Y los perdedores...

Dios mío, a Ti me dirijo para suplicarte que ayudes a aquellos que pierden porque nadie les echa una mano. No hay un lugar para ellos en este mundo...

7 de agosto Silencio. Si exceptuamos los ecos de un búho que ulula. ¿Quién se ocupa de los cadáveres? La funeraria. ¿A quién le importan los cuerpos vivos? ¿O las almas vivas con cuerpos muertos? ¿O las almas muertas con cuerpos vivos? Nadie sabe decir nunca más en toda la historia futura de la humanidad la siguiente frase: «Así es la vida». De todas las cosas horribles que un hombre puede pensar y expresar, ésta es la peor. Sí, la peor con mucho. Primero porque no es cierta y segundo porque lo excusa todo. 284

Siempre es mejor un magnífico y enorme misterio que un montón de pequeñas y mezquinas mentiras. He estado pensando en las mañanas invernales. Eso no es un misterio, sino un hecho. Sueños rotos... Tampoco constituyen un misterio, sino hechos reales. Los propósitos de un hombre justo..., he aquí otra realidad, encierre o no misterio. Los días cálidos y fragantes... Ellos tampoco son enigmáticos, se pueden palpar. Un lugar seguro... otro hecho. El sol... una visible realidad. Un viento fuerte... Nada de misterio, algo auténtico. En conjunto mi lista no es muy impresionante que digamos. Por lo menos he sido lo bastante honesta como para no colocar lo inexplicable por orden numérico. Eso es algo que nadie debiera hacer: confeccionar una lista de misterios. No creo que a éstos les agrade la idea de ser etiquetados y puestos en fila. Prefieren existir, pulular a nuestro alrededor. Sin ser desvelados. 285

Son necesarios.

8 de agosto Nunca había permanecido tanto tiempo sentada inmóvil y en silencio. El tiempo pasa. Mike vagabundea, va y viene... y se alimenta. Estoy en la roca donde siguen extendidas las prendas de vestir robadas. Desde este ángulo parece que la persona que las llevaba puestas se haya esfumado, desapareciendo después.

9 de agosto, creo Estoy empezando a perder una vez más la cuenta de los días. No importa. Los días no son más que días, a no ser que ocurra algo que los convierta en recuerdos. Esta mañana he ido a despedirme de la cueva. No reparé en lo que estaba haciendo hasta que me encontré ante su entrada. Igual que la noche de la tormenta. Continúo pensando que todo el mundo debiera, por lo menos una vez en su vida, acuclillarse en el interior de 286

una gruta y permanecer observando la lluvia. Y tener hambre. Y sentir frío. Y saber qué es la soledad. No es que eso sirva para nada positivo en concreto, pero tampoco perjudica a nada en particular...

10 de agosto He visto cómo las hojas verdes se tornan rojizas y amarillentas. El fenómeno se ha producido esta mañana. No eran muchas, sólo unas pocas. He estado sentada un rato en la montaña cuentacoches. He contabilizado treinta y seis vehículos en dirección desconocida. He comprobado la crecida de la hiedra silvestre. Los brotes mas jóvenes no llegarán nunca a las copas de los árboles. Y no será porque no lo intenten. Ése es el misterio de la hiedra. Y también su gran verdad. Todo se podría resumir en una sola frase: si un hombre está vivo, siempre existe el peligro de que muera. No obstante el riesgo de que muera ha de ser menor con relación a todo lo muerto que esté en vida. He aquí la cuestión: estar muerto y vivo al mismo tiempo. Sin saber dónde está la diferencia entre un estado y otro. 287

11 de agosto Hoy hace un día maravilloso.

Tengo algunas cosas que decir a unas pocas personas. Y como no están aquí, me dirijo a ellas —donde se encuentren. Creo que lo que más voy a añorar es el torrente. ¡Su agua está siempre tan limpia y fluye con tanto vigor! Es refrescante, especialmente en un día caluroso como el de hoy. Y el círculo de piedras. Anoche oí el grito de un ave solitaria. Le he dicho a Mike que pronto abandonaremos este lugar. Le he explicado que iremos a casa y que debe esforzarse por llevarse bien con Duke porque está viejo y es casi un moribundo. Me ha estado mirando fijamente al tiempo que se sacudía una oreja.

12 de agosto Casi se me ha acabado la comida. Me quedaré un día más, no hay prisa. Las estaciones del año no corren de un 288

modo precipitado, se empalman en su vagar sin que casi lo percibamos. He visto patos en la charca. Se ha iniciado el cambio de temporada. Sin inundarlo en un mar de lágrimas, ¿cómo puedo contarle a este diario lo mucho que amo este lugar, estos árboles, estas rocas y este torrente?

13 de agosto He doblado la ropa robada y la he dejado en la cueva. Quizá la encuentre alguien que la necesite. De pronto he descubierto que me queda mucho por hacer antes de abandonar este lugar. No me sobra tiempo para escribir...

15 de agosto Se han acabado las existencias. Mike está malhumorado. He dejado la tienda en la cueva, junto con la ropa. Durante el camino de regreso voy a ir menos cargada. El resplandor del sol calienta el ambiente. Hay fragancias en el aire. No sé a qué se deben, pero tampoco me interesa. 289

Me gustaría volver a ver a Theresa. Porque ahora no me asusta no saber qué decir ni qué no decir, ni qué hacer, ni qué no hacer. Ya no importa nada, no importa nada nada nada, no importa nada de nada. Lo único que vale la pena es darte cuenta de que estás viva, que algún día morirás y no sabes nada acerca de lo que ocurrirá cuando mueras y después de tu muerte porque hasta ahora nadie ha regresado para contarnos «Así van las cosas» y «Eso es lo que tienes que hacer», de modo que eres ignorante de tu destino y por esa misma razón no puedes hacer nada para evitar o conocer la muerte, ni siquiera sirve el pensar en ella, de modo que lo mejor es que te sientas viva, que de verdad comprendas que lo estás, ya que si consigues que el sentimiento de la existencia penetre en ti podrás afirmar que sabes algo, y una de las cosas de las que tomarás conciencia es el hecho de que estando viva tienes la posibilidad de actuar y decidir, en oposición al estado de muerte, que te impide la acción y el movimiento; mientras existe un hálito de vida podrás hacer exactamente todo cuanto se te antoje, ser quien quieras ser, obligar a funcionar cuanto desees y por el contrario detener a capricho la marcha de las cosas, y sólo entonces estarás preparada para no hablar de mala suerte ni de malos momentos ni de los condicionantes de la vida ni de nada por el estilo, porque esa basura no servirá ya para nada porque no resultará necesario que lo hagas, porque si sabes que estás viva, si en realidad te das cuenta de ello, entonces puedes hacer cuanto 290

quieras, ser quien desees, aunque para eso has de sentir tu propia existencia con sinceridad y fuerza, haciéndote a la idea de que ése es el único medio para convertir tu vida en lo que mejor te parezca y para hacer de ella lo que tú quieras, todo lo que tú quieras y nada más que lo que tú quieras, tú, tú, tú, tú, ¡TÚ! Yo. Cuando digo yo, me refiero a ti, cuando tú, me refiero a mí. Segundo verso al muerto loco que me alimentó con sopa caliente... Desde mi nacimiento fui un campo de batalla. Pero eso mismo les ocurrió a los demás. A veces basta con estar vivo y luchar, con estar vivo y saber que se existe. A veces basta tan sólo con existir, tan sólo con existir, tan sólo con... ser.

JURO QUE EMPIEZAN A ALGUNAS DE ESTAS COSAS...

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TENER

SENTIDO

Las palabras en mayúsculas son las últimas que aparecen en el diario de Cat Toven. La fecha es el 15 de agosto de 1970. Todo indica que se disponía a abandonar su hogar en las montañas. No existe ningún medio para averiguar qué hizo entre el 15 de agosto y el 25 del mismo mes, día en que fue atropellada por un coche en la autopista Montreal-Toronto. No cabe duda que regresaba a casa de sus padres. Pero sea lo que fuere lo que sucedió en aquel lapso de diez días, prefirió no contárselo a su diario, o quizá no sintió necesidad de hacerlo. Con ella estaba Mike, el enorme perro pastor alemán negro. Se hizo cargo de él un policía de Brockville hasta que el señor Toven vino a recogerlo para llevárselo a Harrisburg. Agradezco a la señora Marion Toven, de Harrisburg, Pennsylvania, y al señor Archibald Toven, de Nueva York, que accedieran a compartir conmigo este diario. Cat Toven murió el 27 de agosto de 1970, a las 8.09 horas de la mañana, en el hospital de Brockville, a causa del fuerte traumatismo cerebral. Fue enterrada en Harrisburg el 29 de agosto de 1970.

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Desde mi nacimiento fui un campo de batalla, pero eso mismo les ocurrió a los demás. A veces basta con estar vivo y luchar. Con estar vivo y saber que se existe. A veces basta tan sólo con existir, tan sólo con existir, tan sólo con... ser. LA AUTORA

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