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COMENTARIOS AL LIBRO EL CAPITAL EN EL SIGLO XXI DE THOMAS PIKETTY. Reflexiones metodológicas y políticas sobre “El capi

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COMENTARIOS AL LIBRO EL CAPITAL EN EL SIGLO XXI DE THOMAS PIKETTY.

Reflexiones metodológicas y políticas sobre “El capital en el siglo XXI” y el concepto de “capital” James K. Galbraith. 30/03/14 El economista francés Thomas Piketty acaba de publicar un voluminoso libro, Capital in the Twenty-First Century [El capital en el siglo XXI] (Belknap Press, Harvard, 2014, 671 páginas), que ha atraído inmediatamente la atención del mundo académico y hasta del Financial Times. El libro es resultado de una gran investigación empírica fundada en la elaboración de inmensas bases de datos. Es también una crítica inclemente de la irrelevancia y necedad de la ciencia social académica que ha llegado a imperar en las últimas décadas (no sólo en la teoría económica). Y aspira a ser, asimismo, una crítica política radical del catastrófico e insostenible capitalismo de nuestro tiempo. El texto que reproducimos a continuación es una reseña crítica escrita por James Galbraith, autor él mismo de la que acaso sea la mejor investigación teórica y empírica de la relación entre financiarización, inestabilidad y desigualdad en el capitalismo de nuestro tiempo ("Inequality and Instability"). La interesante crítica de Galbraith a Piketty es teórica (el concepto de "capital" de Piketty sería incauta e inadvertidamente neoclásico), es metodológica (su métrica sería incongruente), es empírica (sus ingentes bases de datos – salidas básicamente de los registros fiscales— no serían las mejores fuentes para lo que se propone) y es política (la forma concebida por Piketty para poner fin a la catástrofe neoliberal y "salvar al capitalismo de sí mismo" sería técnicamente ingenua, y por lo mismo, políticamente utópica). Se trata, en cualquier caso, de una gran discusión, científica y políticamente hablando. SP ¿Qué es el "capital"? Para Karl Marx era una categoría social, política y jurídica: los medios de control de los medios de producción por parte de la clase dominante. El capital podía ser dinero, podía ser máquina; podía ser fijo y podía ser variable. Pero la esencia del capital no era ni física ni financiera. Era el poder que el capital daba a los capitalistas, a saber: la autoridad para tomar decisiones y sacar excedente del trabajador. A comienzos del pasado siglo, la teoría económica neoclásica sofocó ese análisis social y político, substituyéndolo por uno de tipo mecánico. El capital fue recategorizado como un elemento físico que se hallaba a la par con el trabajo en la producción del producto. Esta noción

de capital facilitó la expresión matemática de la "función de producción", de modo que salarios y beneficios quedaban vinculados a los "productos marginales" respectivos de cada factor. La nueva visión elevaba así el uso de las máquinas por encima del papel de sus propietarios, y legitimaba el beneficio como la remuneración justa de una contribución indispensable. Las matemáticas simbólicas traen consigo la cuantificación. Por ejemplo, si uno quiere sostener que una economía usa más capital (en relación con el trabajo) que otra, tiene que haber alguna unidad común para cada factor. Para el trabajo, podría ser una hora de tiempo de trabajo. ¿Y para el capital? Una vez se deja atrás el "modelo del grano", en el que el capital (la semilla) y el producto (la harina) son la misma cosa, hay que hacer conmensurables todas las diversas piezas de equipo e inventario que constituyen el "stock de capital" existente. ¿Y cómo? Aunque Thomas Piketty, un profesor de la Escuela de Economía de París, ha escrito un voluminoso libro intitulado El capital en el siglo XXI, rechaza explícitamente (y un tanto cáusticamente) este punto de vista. En cierto sentido, es un escéptico respecto de la actual teoría económica académica dominante, pero no por ello deja de ver (en principio) el capital como una aglomeración de objetos físicos, al modo de la teoría económica neoclásica. Así pues, está obligado a enfrentarse a la cuestión de la contabilización métrica del capital como magnitud. Lo hace en dos partes. En la primera, amalgama el equipo de capital con todas las formas de riqueza monetariamente valorada, incluidas tierras y edificios, y ya se use la riqueza productiva o improductivamente. Sólo excluye lo que los economistas neoclásicos llaman "capital humano", presumiblemente porque no puede comprarse ni venderse. Luego estima el valor de mercado de esa riqueza. Su medida del capital no es física, sino financiera. Me temo que eso es fuente de terribles confusiones. Buena parte del análisis de Piketty gira en torno a lo que él define como la tasa de capital respecto del ingreso nacional: la razón capital/ingreso. Debería resultar obvio que esa razón depende en muy buena medida del flujo de valor de mercado. Y Piketty lo concede de grado. Por ejemplo, al describir el desplome de la razón capital/ingreso en Francia, Gran Bretaña y Alemania luego de 1910, sólo se refiere en parte a la destrucción física de equipo de capital. Casi no hubo destrucción física en Gran Bretaña durante la I Guerra Mundial, y la que hubo en Francia fue intencionadamente exagerada por los informes del momento, como mostró Keynes en 1919. Muy poca hubo en Alemania, que se mantuvo intacta hasta el final de la guerra.

¿Qué ocurrió entonces? Las alteraciones y movimientos registrados en la tasa de Piketty se debieron en su mayor parte a los ingresos dimanantes de la movilización del tiempo de guerra, muy altos en relación con una capitalización de mercado cuyas ganancias se redujeron y aun cayeron durante la guerra y la inmediata posguerra. Más tarde, cuando los valores de los activos colapsaron en la Gran Depresión, lo principal no fue la desintegración del capital físico, sino la evaporación de su valor de mercado. Durante la II Guerra Mundial la destrucción jugó un papel mucho más importante. El problema es que, aunque los cambios físicos y los cambios de los precios son cosas obviamente diferentes, Piketty los trata como si fueran distintos aspectos de una misma cosa. La evolución de la desigualdad no es un proceso natural Piketty busca mostrar que, en relación con el ingreso corriente, el valor de mercado de los activos de capital ha crecido drásticamente desde los 70. En el mundo angloamericano, según sus cálculos, esa razón creció desde un 250-300 por ciento entonces al 500-600 por ciento de nuestros días. En cierto sentido, el "capital" se ha convertido en un factor de la vida económica más importante, más dominante, mucho más grande. Piketty atribuye ese incremento a la ralentización del crecimiento económico en relación con los rendimientos del capital, conforme a una fórmula bautizada por él como "ley fundamental". Algebraicamente, se expresa como r > c, siendo r los rendimientos del capital y c el crecimiento del ingreso. También aquí parece estar hablando de volúmenes físicos de capital, año tras año aumentados por los beneficios y el ahorro. Pero lo que mide no son volúmenes físicos, y su fórmula no explica demasiado bien las pautas observadas en los distintos países. Por ejemplo: su razón capital/ingresos llega a la cúspide en Japón en 1990 –hace casi un cuarto de siglo, al comienzo del largo estancamiento japonés—, y en los EEUU, en 2008. Mientras que en Canadá, que no tuvo desplome financiero, todavía sigue creciendo. Una mente simple diría que lo que cambia es el valor de mercado y no la cantidad física, y que el valor de mercado está impulsado por la financiarización y exagerado por las burbujas, subiendo allí donde éstas se autorizan y cayendo cuando pinchan. Piketty se propone armar una teoría relevante para el crecimiento que utilice capital físico como insumo. Y sin embargo, desarrolla una métrica empírica que no guarda relación con el capital físico productivo y cuyo valor en dólares depende, en parte, de los rendimientos del capital. ¿De dónde viene la tasa de rendimientos del capital? Piketty no nos lo dice. Se limita a afirmar que

los rendimientos del capital promediaban un cierto valor, un 5% de la tierra en el siglo XIX digamos, y que en el siglo XX promedian un valor más alto. La teoría económica neoclásica básica sostiene que la tasa de rendimientos del capital depende de su productividad (marginal). En tal caso, tenemos que pensar en términos de capital físico. Y esa parece ser también la idea de Piketty. Pero el empeño en construir una teoría del capital físico con una tasa de rendimiento tecnológico fracasó hace mucho tiempo bajo el fuego devastador de la artillería procedente de Cambridge (Inglaterra) en los 50 y los 60, y señaladamente de Joan Robinson, Piero Sraffa y Luigi Pasinetti. Piketty apenas dedica tres páginas a las controversias Cambridge-Cambridge, pero son páginas muy reveladoras porque resultan terriblemente confusionarias. Escribe: "La disputa prosiguió entre los economistas radicados sobre todo en Cambridge, Massachussets (entre ellos [Robert] Solow y [Paul] Samuelson) y los economistas radicados en Cambridge, Inglaterra…, quienes (no sin cierta confusión a veces) vieron en el modelo de Solow la pretensión de que el crecimiento anda siempre perfectamente equilibrado, lo que era como negar la importancia atribuida por Keynes a las fluctuaciones a corto plazo. No fue hasta bien entrados los 70 que el llamado modelo de crecimiento neoclásico de Solow terminó imponiéndose." Pero los argumentos de los críticos no versaban sobre Keynes, ni sobre fluctuaciones. Versaban precisamente sobre el concepto de capital físico y sobre la imposibilidad de derivar el beneficio de una función de producción. De forma desesperadamente sumaria se pueden resumir del modo que sigue. Primero: no se pueden agregar los valores de los objetos de capital para obtener una cantidad común sin disponer previamente de una tasa de interés, la cual –por ser previa— debe venir del mundo financiero, no del mundo físico. Segundo: si la tasa real de interés es una variable financiera que varía por razones financieras, la interpretación física de un stock de capital valorado en dólares carece de todo significado. Y en tercer lugar, una objeción más sutil: en la medida en que la tasa de interés cae, no hay tendencia sistemática alguna a la adopción de una tecnología más "intensiva en capital" como, en cambio, supone el modelo neoclásico. En una palabra: la crítica de Cambridge privó de todo sentido a la pretensión de que los países llegan a ser más ricos por la vía de usar "más" capital. El caso es que los países más ricos a menudo usan menos capital aparente; registran una mayor participación de los servicios en su

producto total y del trabajo en sus exportaciones (la "paradoja de Leontief"). Lo cierto es que esos países llegaron a ser más ricos –como argumentó Pasinetti luego— por la vía del aprendizaje, de la mejora técnica, de la instalación de infraestructuras, de la extensión de la educación y –como yo mismo he argüido— gracias a una regulación administrativa exhaustiva y profunda y a la generalización de las redes de seguridad social. Nada de eso guarda la menor relación con el concepto de capital físico de Solow, y menos todavía con una métrica de la capitalización de la riqueza en los mercados financieros. No hay razón para pensar que la capitalización financiera guarda estrecha relación con el desarrollo económico. Al grueso de los países asiáticos, incluidos Corea, Japón y China, les fue muy bien durante décadas sin financiarización; y lo mismo puede decirse de la Europa continental de la posguerra y aun de los EEUU antes de 1970. Y el modelo de Solow no "terminó imponiéndose". En 1966 el propio Samuelson tuvo que reconocer que Cambridge [Inglaterra] había ganado el debate. II El núcleo empírico del libro de Piketty se centra en la distribución de los datos de ingreso obtenidos de los registros fiscales de un puñado de países ricos (sobre todo, Francia y Gran Bretaña, pero también los EEUU, Canadá, Alemania, Japón, Suecia y algunos otros). La ventaja de ese procedimiento sobre otras aproximaciones a la distribución es que permite una mirada amplia, al tiempo que presta una detallada e insólita atención a los ingresos de los grupos de elite. Piketty muestra que a mediados del siglo XX la participación en el ingreso de los grupos en la cúspide de esos países cayó: gracias, sobre todo, a los efectos directos e indirectos de la II Guerra Mundial. Entre esos efectos estaban el alza salarial, la sindicalización, los impuestos progresivos al ingreso y las nacionalizaciones y expropiaciones en Gran Bretaña y en Francia. La participación en el ingreso nacional de los grupos en la cúspide se mantuvo baja durante tres décadas. Empezó a crecer a partir de los 80, drástica y aceleradamente en los EEUU y en Gran Bretaña y más moderadamente en Europa y Japón. La concentración de la riqueza parece haber llegado a su cima hacia 1910, fue cayendo hasta 1970 y luego empezó a crecer de nuevo. Si las estimaciones de Piketty andan en lo cierto, la participación en la riqueza nacional del grupo en la cúspide en Francia y en los EEUU se halla ahora mismo todavía por debajo de los niveles de la Belle Epoque, mientras que la participación

en el ingreso nacional del grupo en la cúspide en los EEUU ha regresado a los niveles de la Era de la Codicia. Piketty cree también que los Estados Unidos son un caso extremo: que su desigualdad de ingresos hoy supera a la registrada en algunos países en vías de desarrollo, como India, China e Indonesia. ¿Hasta que punto son originales y fiables estas medidas? Al comienzo del libro, Piketty se declara el único economista vivo a la altura de Simon Kuznets, el gran estudioso de las desigualdades de mediados del siglo XX. Escribe: "Desgraciadamente, nadie ha proseguido sistemáticamente el trabajo de Kuznets, sin duda, en parte, porque el estudio histórico y estadístico de los registros fiscales cae en una especie de tierra académica de nadie: demasiado histórica para los economistas y demasiado económica para los historiadores. Una verdadera lástima, porque la dinámica de la desigualdad de ingresos sólo puede estudiarse con una perspectiva de largo plazo que sólo se gana sirviéndonos de los registros fiscales." La afirmación es falsa. Los registros fiscales no son la única fuente disponible de buenos datos sobre las desigualdades. En una investigación desarrollada durante más de veinte años, quien esto escribe se ha servido de registros salariales y de remuneraciones para medir la evolución a largo lazo de las desigualdades. En un trabajo de 1999, Thomas Ferguson y yo rastreamos estas medidas hasta los EEUU de 1920: y descubrimos la misma pauta, aproximadamente, que Pikertty ha encontrado ahora. Es bueno ver confirmados nuestros resultados, porque eso viene a subrayar algo muy importante. La evolución de la desigualdad no es un proceso natural. La ingente igualización registrada en los EEUU entre 1941 y 1945 se debió a la movilización llevada a cabo bajo estrictos controles de precios acompañados de tipos impositivos confiscatorios para las rentas altas. El objetivo era doblar la producción sin crear millonarios enriquecidos por la guerra. Y al revés, el objetivo de la economía de la oferta luego de 1980 fue (principalmente) enriquecer a los ricos. En ambos casos, la política logró ampliamente los efectos que buscaba. Bajo el presidente Reagan, los cambios en la legislación fiscal estimularon el incremento de las remuneraciones de los ejecutivos empresariales, el uso de opciones de acciones y –por vía rodeada—

la

desmembración

de

las

nuevas

empresas

tecnológicas

en

empresas

separadamente capitalizadas (como Intel, Apple, Oracle, Microsoft, etc.). Ahora los ingresos en la cúspide no son ya remuneraciones fijas, sino que están estrechamente vinculadas al

mercado de valores. Eso es simplemente resultado de la concentración de propiedad, del flujo de precios de activos y del uso de fondos de capital para la remuneración de los ejecutivos. Durante el auge de las tecnológicas, la correspondencia entre los cambios registrados en la desigualdad de ingresos y los registrados en el [índice] NASDAQ era exacta, como Travis Hale y yo hemos mostrado en un artículo que acaba de aparecer en la World Economic Review. [1] El lector no especializado no se sorprenderá. Los académicos, empero, tienen que lidiar con el trabajo convencional dominante de (entre otros) Claudia Goldin y Lawrence Katz, quienes sostienen que la pauta de los cambios registrados en la desigualdad de ingresos en Norteamérica es el resultado de una "carrera competitiva entre la educación y la tecnología" en materia de salarios, con ventaja de la primera, al comienzo, y de la segunda, después. (Cuando va en cabeza la educación, la desigualdad, supuestamente, bajaría, y a la inversa.) Piketty rinde pleitesía a esa pretensión, pero no añade prueba empírica alguna, y sus hechos la contradicen. La realidad es que las estructuras salariales cambian mucho menos que los ingresos basados en los beneficios, y el grueso de la desigualdad creciente viene de un incremento del flujo de ingresos de beneficios que van a parar a los muy ricos. Una comparación global ofrece muchos materiales empíricos, y (hasta donde yo sé) ninguno viene en apoyo de la tesis de Piketty, según la cual el ingreso en los EEUU de hoy es más desigual que en los grandes países en vías de desarrollo. Branko Milanović ha mostrado que las mayores desigualdades se registran en Sudáfrica y en Brasil. Investigaciones recientes del Luxembourg Income Study (LIS) sitúan la desigualdad de ingresos de la India muy por encima de la de los EEUU. Mis propias estimaciones sitúan la desigualdad en los EEUU por debajo del promedio de los países que no forman parte de la OCDE, y coinciden con las del LIS sobre la India. Una explicación probable de las discrepancias es que los datos de los registros fiscales sólo son comparables en la medida en que lo permitan las definiciones jurídicas del ingreso fiscalizable, y sólo pueden ser precisos en la medida en que los sistemas fiscales sean efectivos. Ambos factores resultan problemáticos en los países en vías de desarrollo: los datos del registro fiscal no reflejan el grado de desigualdades que otras medidas sí consiguen revelar. (Y nada puede aprenderse de los jerifatos petroleros, en los que los ingresos están libres de impuestos.) Al revés, los buenos sistemas fiscales reflejan la desigualdad. En los EEUU, la IRS [la agencia de investigación de la Hacienda norteamericana] es temida y respetada, y a punto tal, que hasta el grueso de los ricos declara el grueso de sus ingresos. Los registros fiscales son útiles, pero es un error tratarlos como si fueran documentos sagrados.

III Para resumir lo dicho hasta aquí: el libro de Thomas Piketty sobre el capital ni versa sobre el capital en el sentido de Marx, ni versa sobre el capital físico que sirve de factor de producción en el modelo neoclásico del crecimiento económico. Es fundamentalmente un libro sobre la valoración que se da a los activos tangibles y financieros, la evolución temporal de la distribución de esos activos y la riqueza heredada intergeneracionalmente. ¿Por qué es interesante eso? Adam Smith lo dejó dicho con una sola sentencia: "La riqueza, como dice el señor Hobbes, es poder". La valoración de las finanzas privadas mide el poder, incluido el poder político, aun cuando sus tenedores no desempeñen ningún papel económico. Los tradicionales terratenientes absentistas y los hermanos Koch ahora tienen un poder de este tipo. Piketty lo llama "capitalismo patrimonial": es decir, no la cosa real. El viejo sistema fiscal con elevados tipos marginales fue eficaz en su día. ¿Funcionaría hoy regresar a él? ¡Ah! No funcionaría. Gracias a la Revolución Francesa el registro de la riqueza y de la propiedad ha sido bueno durante mucho tiempo en la patria de Piketty. Eso permite a Piketty mostrar hasta qué punto los simples determinantes de la concentración de riqueza son la tasa de rendimiento de los activos y las tasas de crecimiento económico y demográfico. Si la tasa de rendimiento supera a la tasa de crecimiento, entonces los ricos y los viejos ganan en relación con todos los demás. Entretanto, las herencias dependen de la capacidad de acumulación de los mayores –tanto mayor, cuanto más tiempo vivan— y de su tasa de mortalidad. Esas dos fuerzas arrojan un flujo de herencia que Piketty estima representa cerca de un 15% del ingreso anual en la Francia de nuestros días: asombrosamente alto tratándose de un factor que no recibe la menor atención en los medios de comunicación y en los textos académicos. Además, para Francia, Alemania y Gran Bretaña, el "flujo de herencia" no ha dejado de crecer desde 1980 –desde niveles irrelevantes hasta niveles substanciales— a causa de una tasa de rendimiento más elevada de los activos financieros y de una tasa de mortalidad ligeramente creciente entre las personas mayores. Parece probable que la tendencia continúe, aun cuando queda abierta la pregunta sobre los efectos de la crisis financiera sobre las valoraciones. Piketty muestra también –en la pequeña medida en que los datos lo permiten— que la participación en la riqueza global de un ínfimo grupo de archimillonarios ha crecido mucho más rápidamente que el ingreso global promedio.

¿Qué preocupaciones políticas despierta todo esto? Piketty escribe: "Con independencia de lo justificadas que puedan estar inicialmente las desigualdades de riqueza, las fortunas pueden crecer y perpetuarse más allá de todo límite razonable y más allá de cualquier justificación razonable en términos de utilidad social. Los empresarios tienden entonces a convertirse en rentistas, no con el paso de las generaciones, sino en el curso de una sola vida… Una persona que tiene buenas ideas a los cuarenta, no necesariamente seguirá teniéndolas a los noventa, ni es seguro que sus hijos las tengan. Sin embargo, la riqueza sigue ahí." Piketty realiza en este paso una distinción que antes había pasado por alto: la distinción entre la riqueza justificada por la "utilidad social" y la otra. Es la vieja distinción entre "beneficio" y "renta". Pero Piketty nos ha privado de la posibilidad de usar la palabra "capital" en este sentido normal para referirnos al factor insumo que arroja un beneficio en el sector "productivo" y distinguirlo de la fuente de ingresos del "rentista". En lo que hace a los remedios, Piketty hace un dramático llamamiento a favor de un "impuesto progresivo global al capital", entendiendo por tal un impuesto a la riqueza. En efecto, ¿qué mejor para una época de desigualdad (y déficits públicos) que un gravamen sobre los patrimonios de los ricos, cuando, donde y cualquiera sea la forma en que se descubran? Pero si esa fiscalidad no consigue discriminar entre las fortunas que tienen una "utilidad social" activa y las que carecen de ella –la distinción que Piketty acaba inopinadamente de sugerir—, entonces puede que esos gravámenes no sean la idea mejor concebida del mundo. En cualquier caso, como el propio Piketty admite, esa propuesta es "utópica". Para empezar, en un mundo en el que sólo un puñado de países son capaces de medir con cierta precisión los ingresos elevados se necesitaría una base fiscal totalmente nueva, una especie de Libro del Juicio Final que, a escala planetaria, llevara el registro de una medida del patrimonio personal de todos. Eso está más allá de las capacidades hasta de la NSA [la agencia de inteligencia militar estadounidense]. Y si la propuesta es utópica, que es sinónimo de fútil, ¿a qué viene avanzarla? ¿A qué dedicarle un capítulo entero, como no sea para excitar a los incautos? El resto de posiciones políticas de Piketty está contenido en los dos siguientes capítulos, a los que el lector no puede menos de llegar un poco fatigado tras haber recorrido ya casi 500 páginas. En esos capítulos no se nos presenta ni como radical ni como neoliberal, ni siquiera como un europeo típico. A pesar de haber hecho aquí y allá distintas observaciones sobre el

salvajismo de los EEUU, resulta que Thomas Piketty es una variante de demócrata socialbienestarista moldeado, y por mucho, por el New Deal norteamericano. ¿Cómo logró el New Deal tomar al asalto la verdadera fortaleza de privilegios que eran los EEUU de comienzos del siglo XX? Primero, construyó un sistema de protecciones sociales previamente inexistentes: la Seguridad Social, el salario mínimo, la regulación laboral equitativa, los trabajos de mantenimiento o el empleo público. Y los funcionarios del New Deal regularon los bancos, refinanciaron las hipotecas y sometieron al poder granempresarial. Construyeron riqueza comúnmente compartida como contrapoder de los activos privados. Otra parte del New Deal –sobre todo en su última fase— fue la fiscalidad. Viendo venir la guerra, Roosevelt impuso altos tipos fiscales marginales progresivos, especialmente a los ingresos procedentes de las rentas (no ganadas) del capital. El efecto fue un estímulo contrario a la remuneración de los altos ejecutivos. La gran empresa utilizó sus ingresos no distribuidos, construyó fábricas y (tras la guerra) rascacielos, y no diluyó sus acciones repartiéndolas endogámicamente. Piketty dedica unas pocas páginas al Estado de Bienestar. Apenas dice algo sobre los bienes públicos. Su foco siguen siendo los impuestos. Para los EEUU, urge a un regreso a los tipos marginales máximos del 80% para los ingresos anuales superiores a los 500.000 dólares o al millón de dólares. Puede que esa sea su idea más popularizable entre los círculos liberales de izquierda norteamericanos nostálgicos de los años gloriosos. Y para decirlo todo, el viejo sistema de elevados tipos fiscales marginales fue eficaz en su día. ¿Servirían ahora para devolvernos a aquel mundo? Pues no. En los 60 y 70, esos tipos marginales elevados sobre las grandes rentas estaban llenos de agujeros y resquicios. Los grandes jefes de las grandes empresas podían ya compensar sus bajas remuneraciones con enormes ventajas. Esos tipos marginales eran sobre todo odiados por los relativamente pocos que ingresaban grandes sumas dimanantes (en general) del trabajo honrado y se veían obligados a pagar por eso: estrellas del deporte, actores cinematográficos, intérpretes, escritores superventas, etc. El punto sensible de la Ley de Reforma Tributaria (Tax Reform Act) de 1986 fue la simplificación de la fiscalidad por la vía de imponer tipos menores a una base mucho más amplia del ingreso imponible. Volver a elevar los tipos marginales ahora no produciría –como el propio Piketty observa con razón— una nueva generación de exiliados fiscales. Porque sería lo más fácil del mundo evadir esos tipos con trucos inaccesibles a los plutócratas no globalizados de hace dos generaciones. Cualquiera que esté familiarizado con

los esquemas internacionales de evasión fiscal –como el "Doble Bocadillo Irlandés/Holandés"— encontrará la manera. Si en el núcleo del problema está una tasa de rendimiento demasiado alta de los activos privados, la mejor solución pasa por rebajar esa tasa. ¿Cómo? ¡Elevemos el salario mínimo! Eso rebajará los rendimientos del capital fundados en trabajo con salarios bajos. ¡Apoyemos a los sindicatos obreros! ¡Gravemos fiscalmente los beneficios de las empresas y las rentas personales de capital, incluidos los dividendos! ¡Rebajemos los tipos de interés actualmente exigidos a las empresas! Y hagámoslo creando entidades de préstamo públicas y cooperativas en substitución de los megabancos privados zombies de nuestros días. Y quien esté preocupado por los derechos de monopolio –garantizados por la ley y por los acuerdos comerciales— otorgados al Big Pharma [la media docena de grandes transnacionales farmacéuticas que dominan el mercado mundial; T.], al Big Media [la decena de grupos empresariales que dominan los medios de comunicación en el mundo; T], a los grandes despachos de abogados, a las grandes clínicas médicas, etc., siempre está la posibilidad (como nos recuerda con frecuencia Dean Baker) de introducir más competencia. Por último, tenemos los impuestos a la transmisión patrimonial y a las donaciones: una joya de la Era Progresista. Piketty es favorable a esos impuestos, pero por razones equivocadas. Lo fundamental en la fiscalización de la transmisión patrimonial no es elevar los ingresos públicos, ni siquiera ralentizar per se la creación de fortunas desproporcionadas; esos impuestos no interfieren en la creatividad o en la destrucción creativa. Su propósito clave es bloquear la formación de dinastías. Y la gran virtud de ese impuesto a la herencia, tal como se aplicó en los EEUU, es la cultura de filantropía conspicua por él generada: el reciclaje de la gran riqueza hacia universidades, hospitales, iglesias, teatros, bibliotecas, museos y pequeñas revistas. Esos son no-beneficios que crean cerca de un 8 por ciento de los puestos de trabajo en los EEUU y cuyos servicios elevan el nivel de vida del conjunto de la población. Ni que decir tiene, el impuesto que alimenta a esa filantropía está hoy muy erosionado; la dinastía es un enorme problema político. Pero a diferencia del gravamen sobre el capital, el impuesto a la transmisión patrimonial sigue siendo viable, en principio, porque precisa de la estimación de la riqueza una sola vez, a la muerte de su tenedor. Se podría hacer mucho más si la ley se endureciera y reforzara, con un umbral más elevado, con un tipo alto, sin agujeros ni resquicios y con menos uso de fondos a favor de políticas envilecidamente patógenas (como las que persiguen precisamente la destrucción de la fiscalización de la transmisión patrimonial).

En suma: El capital en el siglo XXI es un libro de peso, rebosante de buena información sobre flujos de ingresos, transferencias de riqueza y distribución de los recursos financieros en algunos de los países más ricos del mundo. Piketty arguye convincentemente, desde el comienzo, que la buena teoría económica tiene que empezar con –o al menos incluir— un examen meticuloso de los hechos. Pero no consigue proporcionar una guía demasiado sólida para orientar la política. Y a pesar de sus grandes ambiciones, su libro no es la obra lograda de alta teoría que sugieren su título, su volumen y su recepción (hasta ahora). NOTA: [1] *The American Wage Structure, 1920–1947",en: Research in Economic History. Vol. 19, 1999, 205–257. Mi libro de 1998 Created Unequal rastreó la desigualdad salarial entre 1950 y los 90. Para una actualización, cfr. James K. Galbraith y J. Travis Hale: "The Evolution of Economic Inequality in the United States, 1969–2012: Evidence from Data on Inter-industrial Earnings and Inter-regional Incomes", recientemente publicado en: World Economic Review, 2014, no. 3, 1–19: http://tinyurl.com/my9oft8. James K. Galbraith es profesor de gobierno y relaciones empresariales en la Escuela Lyndon B. Johnson de Asuntos Públicos de la Universidad de Texas. Presidente de la Association for Evolutionary Economics, su último libro publicado es "Inequality and Instability" , una soberbia investigación empírica y teórica sobre el capitalismo de nuestros días. Está actualmente terminando de escribir un libro intitulado The End of Normal (El final de la normalidad). Traducción para www.sinpermiso.info: Antoni Domènech Sinpermiso electrónico se ofrece semanalmente de forma gratuita. No recibe ningún tipo de subvención pública ni privada, y su existencia sólo es posible gracias al trabajo voluntario de sus colaboradores y a las donaciones altruistas de sus lectores.

El Capital en el siglo XXI Por Manuel Bagues el 22/04/2014 Desde la reciente traducción al inglés de su libro Le capital au XXIe siècle, el economista francés Thomas Piketty está alcanzado el estatus de estrella de rock en los medios de comunicación. Y esto es una gran noticia porque, como bien dice Piketty, la ciencia económica (y las demás ciencias sociales) son demasiado importantes como para dejarlas únicamente en manos de los académicos. No es fácil añadir mucho más a todo lo que se ha dicho al respecto en estas últimas semanas (FT, NYTimes, Economist, Krugman y un largo etc.), pero por si acaso aún queda alguien que no haya leído este magnífico libro, que no haya seguido en

directo el debate entre Piketty, Krugman, Stiglitz y Durlauf, o que le dé pereza leer las diapositivas de alguna de sus múltiples presentaciones (aquí la presentación que dio en Helsinki en Noviembre), quizás merezca la pena recordar algunas de sus principales tesis. El libro de Piketty reúne los resultados de muchos años de trabajo y de numerosos artículos académicos. Piketty, tras completar a los 22 años una brillante tesis en teoría económica, fue contratado por el MIT. Sin embargo, al cabo de dos años decidió regresar a Europa y hacer algo que a los economistas nos suele dar mucha pereza: recoger datos. Como explica en una reciente entrevista, aunque tenía mucho éxito con sus artículos de teoría económica (éste es mi preferido) y publicaba en las mejores revistas, pensó que era imprescindible disponer de datos históricos adecuados sobre renta y riqueza. Conjuntamente con varios co-autores, durante los últimos 15 años se ha dedicado a recopilar incansablemente información detallada acerca de la evolución histórica de la distribución de la renta y la riqueza en 20 países. Piketty llega a la conclusión de que el “capitalismo” es un gran sistema en términos de su capacidad para crear riqueza pero, advierte, no corrige automáticamente los aumentos en la desigualdad. En su opinión, no debemos dejarnos engañar por el descenso en la desigualdad experimentado por Europa Occidental y Estados Unidos después de la segunda guerra mundial. Este se debería a una combinación de eventos extraordinarios: la voluntad política de introducir un sistema impositivo muy progresivo, la destrucción de capital causada por la guerra y unas décadas de crecimiento económico excepcional. En el futuro, en ausencia de políticas impositivas suficientemente agresivas, Piketty pronostica un aumento de la desigualdad que podría volver a alcanzar los niveles del siglo XIX. Piketty comienza su argumento discutiendo la importancia del capital en la economía. El ratio entre el valor del capital y la renta nacional no es constante a lo largo del tiempo. La evolución histórica de este ratio depende de la tasa (neta) de ahorro y la tasa de crecimiento de la economía (crecimiento de la productividad más crecimiento demográfico). Cuanto más bajo sea el crecimiento económico, a igual tasa de ahorro, mayor peso tendrá el capital. A mediados del siglo XIX en Europa Occidental el valor del capital equivalía a siete años de producción. En menos de 100 años este ratio había bajado a dos años, en gran parte debido al efecto destructor de las dos guerras mundiales y al fuerte crecimiento económico. Sin embargo, en las últimas décadas el crecimiento económico se ha ralentizado y el valor del capital ha vuelto a aumentar hasta situarse en torno al 500-600%.

A su vez, un aumento del peso del capital en la economía podría conllevar un aumento del peso de las rentas del capital. La clave está en la elasticidad de sustitución entre capital y trabajo, es decir, en cómo de fácil es sustituir el capital por el trabajo. Si la elasticidad es superior a uno, quizás gracias a las nuevas tecnologías que facilitan la sustitución de la mano de obra por máquinas, la cantidad de capital en la economía podría crecer a un ritmo mayor de lo que disminuye la productividad marginal del capital, de forma que el peso de las rentas del capital en la economía aumente. Según Piketty, esto es precisamente lo que ha ocurrido en las economías occidentales desde los años 70.

Las rentas del capital tienden a estar mucho menos repartidas que las rentas del trabajo, por lo que estas variaciones tienen un efecto directo sobre el grado de desigualdad de una sociedad. La concentración de la riqueza alcanzó niveles muy elevados en Europa en los siglos XVIII y XIX. El 10% de la población poseía el 8090% de la riqueza total. La desigualdad comienza a descender a partir de la primera y de la segunda guerra mundial, cuando se produce una masiva destrucción del capital acumulado, un fuerte crecimiento económico y un aumento de los impuestos a los más ricos. Por el contrario, en los últimos años la desigualdad ha comenzado de nuevo a aumentar, pero sigue siendo muy inferior a los dramáticos niveles que se alcanzaron en el siglo XIX.

Piketty señala que en el futuro la evolución de la desigualdad dependerá de cómo evolucione la tasa de retorno del capital (neta de impuestos) y del crecimiento de la economía (productividad más crecimiento demográfico). Históricamente la tasa de retorno del capital ha sido superior al crecimiento económico (Gráfica 10.9). Sin embargo, durante gran parte del siglo XX, la combinación de un fuerte crecimiento económico y un sistema impositivo muy progresivo consiguió reducir la tasa de retorno del capital, neta de impuestos, por debajo de la tasa de crecimiento (Gráfica 10.10).

En las últimas décadas la tasa (neta) de retorno del capital ha superado de nuevo a la tasa de crecimiento. La competencia internacional para atraer capitales ha reducido la presión impositiva y, al mismo tiempo, las tasas de crecimiento parecen estar ralentizándose, tanto en términos de productividad como en términos demográficos. Según Piketty, si no hacemos nada por evitarlo, en el siglo XXI la desigualdad seguirá aumentando y podría volver a situarse en los niveles del siglo XIX, con el regreso a lo que denomina el “capitalismo patrimonial”, en el que las grandes fortunas son el resultado de las herencias. Las predicciones de Piketty deberían preocuparnos especialmente en países como España, donde se combina un panorama demográfico desolador con unas perspectivas de crecimiento muy poco halagüeñas. Pero Piketty no es determinista. Al contrario, opina que el futuro depende tanto de la economía como de la política y de las medidas fiscales que las sociedades adopten. La solución preferida de Piketty, un tanto utópica, sería la introducción de un impuesto a la riqueza a escala mundial. Si todos los gobiernos intercambiasen automáticamente la información bancaria, sería posible gravar a las grandes fortunas y transferir estas rentas al resto de la sociedad. Una de las principales controversias del libro está relacionada con el papel inequivocamente negativo que Piketty asigna a la desigualdad. Un cierto nivel de desigualdad puede contribuir a fomentar la innovación y el crecimiento económico.

La introducción de tasas impositivas marginales del 80% a la riqueza y a la renta, tal y como propone Piketty, podrían tener un efecto negativo sobre la actividad económica. Sin embargo, Piketty insiste en que un nivel de desigualdad demasiado elevado corrompería el funcionamiento de la democracia y cercenaría la igualdad de oportunidades. Otros puntos objeto de debate son el papel del capital humano o la posibilidad de que la tasa de retorno del capital pueda mantenerse a los mismos niveles en un contexto de bajo crecimiento de la productividad y de la población. Durante muchos años las discusiones académicas sobre desigualdad habían estado centradas en el incremento en la desigualdad de la rentas del trabajo, atribuible en parte al cambio tecnológico sesgado en favor de los trabajadores más hábiles. El trabajo de Piketty pone de relieve el papel fundamental que sigue teniendo en el siglo XXI la distribución de las rentas del capital como determinante de la desigualdad. Tagged as: Desigualdad, piketty

¿Cómo podemos utilizar lo que aprendemos del libro de Thomas Piketty sobre el capitalismo del siglo XXI? Destacado Por Eric Toussaint . Jueves, 20 de Febrero de 2014 10:52 l Libro Le capital au XXIe siècle |1| es indispensable para aquellas y aquellos que quieren saber más sobre el reparto desigual de la riqueza en el seno de “las sociedades”. Leyendo esta enorme obra (950 páginas, a las que se agrega una gran cantidad de datos estadísticos y tablas accesibles por Internet |2|), llegamos a una primera conclusión: el movimiento Occupy Wall Street tenía mucha razón en poner en su punto de mira al 1 % más rico. En efecto, en Francia, en 2013, el 1 % más rico posee el 22 % del patrimonio total del país. |3| En el Reino Unido, posee el 30 %, en Suecia el 20 % y en Estados Unidos, el 32 % |4| Si incluimos la parte de la riqueza escondida en los paraísos fiscales o bajo otras formas, el porcentaje aumentaría al menos en 2 o 3 puntos. Para simplificar, el 1 % de la población mundial es, digamos, la clase capitalista y concentra una parte impresionante del patrimonio. |5| Si ampliamos el estudio al 10 % más rico, obtenemos los porcentajes siguientes: en Francia el 10 % más rico posee el 60 % del patrimonio, en el Reino Unidos el 70 %, en Suecia el 60 % y en Estados Unidos el 70 %. Así que podemos considerar que este 9 % (agregado al 1 % más rico) representa el entorno o los aliados, en un sentido amplio, de la clase capitalista. Los movimientos populares deberían enarbolar reivindicaciones precisas sobre las medidas que se deberían tomar con respecto al 1 % más rico y al 9 % que le sigue. La masa de bienes mobiliarios e inmobiliarios que este 10 % posee revela hasta qué

punto la riqueza esta mal distribuida y muestra cómo un gobierno de izquierdas podría encontrar recursos en gran cantidad para llevar a cabo una política de mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la población, y, al mismo tiempo, realizar profundos cambios estructurales de manera de iniciar la salida del capitalismo productivista y lanzar la transición ecológica. Thomas Piketty resume en una tabla muy interesante el porcentaje de riqueza que posee el 10 % más rico, el 40 % que le sigue y el 50 % más pobre para Estados Unidos y Europa.

Tabla 1. La desigualdad en la propiedad del capital |6|

La parte del total del patrimonio en 2010 que poseen los diferentes grupos El 10 % más rico Y de este grupo, el 1 % más rico Y el 9 % que le sigue El 40 % del medio El 50 % más pobre

Europa 60,00 % 25,00 % 35,00 % 35,00 % 5.00 %

Estados Unidos 70,00 % 35,00 % 35,00 % 25,00 % 5,00 %

Vemos que la mitad de la población de los países del Norte sólo posee el 5 % del patrimonio, y esta es evidentemente una poderosa razón para decir que, cuando la izquierda reivindique gravar el patrimonio, eso no afectará en absoluto al 50 % de población más pobre. En cuanto al 40 % del medio, retomando la expresión de Thomas Piketty, que posee el 35 % del patrimonio total en Europa occidental continental y el 25 % en Estados Unidos y en el Reino Unido, está constituida principalmente por asalariados y una minoría de trabajadores independientes. Este grupo podría también estar exento del impuesto sobre el patrimonio, al menos para el 75 % del mismo. Si transformamos los porcentajes en cantidades de dinero en euros, podemos profundizar en lo que significa la concentración de riqueza en una fracción muy reducida de la población. Los patrimonios en función de los diferentes grupos De acuerdo con Thomas Piketty, en varios países de Europa que tienen un nivel de vida parecido al de Francia, el 50 % de de la población (los más pobres) tienen de media un patrimonio de 20.000 euros pero, atención, una gran parte de estas familias no tienen ningún patrimonio o tienen deudas. El 40 % correspondiente al sector medio tienen un patrimonio promedio de 175.000 euros (o sea, entre 100.000 y 400.000 euros). El 9 % que está por encima dispone de 800.000 euros y el 1 % superior de 5 millones de euros. Por supuesto, en el tope

de ese 1 % encontramos fortunas como la de Liliane Bettencourt |7| que sobrepasa los 20.000 millones de euros De la desigualdad del reparto del patrimonio privado en la Unión Europea a su necesaria redistribución Consideremos la Unión Europea cuyo producto interior bruto ascendía en 2013 a cerca de 14,7 billones de euros. |8| El total de patrimonio privado de las familias europeas se eleva a cerca de 70 billones de euros. El 1 % más rico posee aproximadamente 17,5 billones de euros |9| o sea, el 25 % de 70 billones de euros. El 9 % que le sigue poseen 24,5 billones, o sea el 35 % del total. El 40 % del medio posee otros 24,5 billones, también el 35 %. Y el 50 % restante posee 3,5 billones de euros, o sea, un 5% del total. |10| El presupuesto anual de la Comisión Europea asciende a cerca del 1 % del PIB de la UE. Eso significa que un impuesto anual del 1 % sobre el patrimonio del 1 % más rico en la UE proveería una suma de 175.000 millones de euros, es decir más que el presupuesto actual que asciende a 145.00 millones de euros. ¡Y qué decir de un impuesto del 5 %! Esto nos da una idea de lo que es potencialmente realizable si se consiguiera una movilización social en pro de un cambio radical de políticas en el ámbito europeo, o incluso en el de un solo país de la UE. |11| Un impuesto excepcional, aplicado una sola vez por generación, del 33 % sobre el patrimonio del 1 % más rico en la UE suministraría 6 billones de euros (o sea, más de 40 veces el presupuesto anual de la UE) ¿Os imagináis un impuesto confiscatorio del 80 %? Esto nos debe permitir estimar la importancia de lo que supone un impuesto al patrimonio privado de los capitalistas, y las posibilidades que se abren para la elaboración de propuestas que permitan encontrar el dinero allí donde esté para ponerlo al servicio de la justicia social. Muchos economistas repiten sin cesar que no sirve para nada gravar a los más ricos ya que, siendo tan pocos, el rendimiento no será realmente importante. Pero lo que Thomas Piketty demuestra es que ese 1 % ha concentrado a lo largo del tiempo una tal cantidad de bienes inmobiliarios y mobiliarios que una política cuyo objetivo sea ese 1 % más rico, o ampliada al 2,5 % o incluso al 10 % más rico, puede darnos un gran margen de maniobra para acabar con el neoliberalismo. |12| Hay quienes afirman que ese patrimonio es inaccesible ya que fácilmente puede traspasar fronteras, pero es necesario responderles que existen potentes herramientas para evitarlo, como el embargo de bienes, la congelación de activos financieros, elevadas multas y el control de los movimientos de capitales. La desigualdad en el reparto del patrimonio privado en el mundo Lo que se acaba de decir para la Unión Europea puede ser extendido al resto del mundo ya que del Norte al Sur del planeta, asistimos a un aumento impresionante del patrimonio de los más ricos. Nos podríamos interesar, como lo hace Piketty, en una minoría aún más escasa: la veinte millonésima parte más rica de la población mundial adulta estaba constituida en 1987 por 150 personas y cada una tenía un patrimonio promedio de 1.500

millones de dólares. Veintiséis años más tarde, en 2013, la veinte millonésima parte más rica estaba formada por 225 personas cuyo patrimonio medio era de 15.000 millones de euros, o sea, que había aumentado un 6,4 % por año. |13| El 0,1 % (una milésima parte de la población mundial) |14| más rico posee el 20 % del patrimonio mundial, el 1 % posee el 50 %. Si se considera el patrimonio del 10 % más rico, Thomas Piketty calcula que representa entre el 80 % y 90 % del patrimonio mundial, ya que el 50 % más pobre posee ciertamente menos del 5 %. |15| Esto nos da la medida del esfuerzo que se debe hacer para la redistribución de la riqueza. Redistribución que necesita la confiscación de una parte importante del patrimonio de los más ricos. Thomas Piketty constata que el ritmo de crecimiento del patrimonio del milésimo más rico del planeta ha progresado a un ritmo del 6 % anual en las últimas décadas mientras que el conjunto del patrimonio progresaba a un ritmo del 2 %. Si no hay un cambio radical y todo permanece igual, al cabo de 30 años ¡este milésimo poseerá el 60 % del patrimonio mundial, en lugar del 20 % que tenía en 2013! |16| El reparto de las rentas es también extremadamente desigual Así mismo, Thomas Piketty estudia la distribución de las rentas del trabajo y muestra que el 10 % más rico acapara el 26 % de las mismas en Europa y el 35 % en Estados Unidos.

Tabla 2. La desigualdad total en las rentas del trabajo |17| La parte del total de las rentas del trabajo correspondiente a los diferentes grupos El 10 % más rico Y de este grupo, el 1 % más rico Y el 9 % que le sigue El 40 % del medio El50 % más pobre

Europa 2010 25,00% 7,00% 18,00% 45,00% 30,00%

Estados Unidos 2010 35,00% 12,00% 23,00% 40,00% 25,00%

Si se suma a las rentas del trabajo, las otras formas de ingresos como los alquileres, intereses percibidos por el ahorro, beneficios de empresas, dividendos, etc., el reparto es aún más desigual como lo indica la tabla 3.

Tabla 3. La desigualdad total de las rentas |18| La parte del total de las rentas correspondiente alos diferentes grupos

Europa 2010

Estados Unidos 2010

El 10 % más rico Y de este grupo, el 1 % más rico Y el 9 % que le sigue El 40 % del medio El 50 % más pobre

35,00% 10,00% 25,00% 40,00% 25,00%

50,00% 20,00% 30,00% 30,00% 20,00%

La evolución de la desigualdad en el patrimonio a lo largo de los dos últimos siglos En vísperas de la Revolución Francesa de 1789, la parte del patrimonio nacional acaparado por el decil (el 10 %) más rico se acercaba al 90 % y la parte que poseía el 1 % más rico alcanzaba el 60 %. |19| Después de la Revolución, la parte del centil (el 1 %) más rico bajó un poco a raíz de la redistribución de tierras de la aristocracia y el clero a favor de la burguesía (ese 9 % y un poco más allá). Con respecto a la parte del león que ingresaba el centil más rico en 1789, Piketty subraya que la denuncia hecha por Occupy Wall Street sobre el 1 % más rico combinada con la proclama «Nosotros somos el 99 %. We are the 99 %» recuerda, en cierta forma, el famoso panfleto del abate Sieyès |20| publicado en enero de 1789 « ¿Qué es el tercer estado? Qu’est-ce que le tiers état?» Thomas Piketty ideó un gráfico que muestra la evolución de la parte del decil y del centil más rico entre 1810 y 2010. Éste agrupa los principales países europeos en la categoría Europa y presenta a Estados Unidos aparte. Gráfico 1 La desigualdad patrimonial: Europa y Estados Unidos desde 1810 hasta 2010

En Europa, la parte acaparada por el decil superior equivalía a más del 80 % del patrimonio en 1810 y aumentó en el transcurso del siglo xix y comienzos del xx hasta alcanzar el 90 % en 1910. Pero comienza a bajar debido a la guerra de 19141918 y a las concesiones que la burguesía tuvo que hacer frente a las luchas populares tras la primera guerra mundial. |21| El descenso prosigue después de la segunda guerra mundial por las mismas razones, y la parte correspondiente al 10 % más rico alcanza su mínimo en 1975 (un poco menos del 60 %). A partir de ese momento comienza a remontar hasta alcanzar el 65 % en 2010. La parte del 1 % más rico describe, más o menos, la misma curva pasando de un poco más del 50 % en 1810 a un poco más del 60 % en 1910, El descenso comienza en 1910 y alcanza los valores más bajos entre 1970 y 1975 (20 %) y luego comienza a aumentar de nuevo. La evolución en Estados Unidos sigue la misma cronología pero es importante remarcar que en el siglo xix la parte del decil y del centil más rico era inferior que el de sus homólogos europeos y la situación se modifica a partir de los años 1960, y la parte del pastel es superior a la de sus pares de Europa. Dos conclusiones son evidentes: la primera es que se tiende a un aumento de la desigualdad, ya que el 1 % y el 10 % más rico aumentan fuertemente la parte del patrimonio que acaparan; y la segunda es que la evolución de la distribución de la riqueza se puede explicar, y de forma rigurosa, por la evolución de las luchas sociales y las relaciones de fuerza entre clases. Thomas Piketty resume las razones que provocaron, entre la primera guerra mundial y 1970, la reducción de la parte acaparada por los más ricos, y las que luego provocaron su aumento: «En resumen, las convulsiones del “primer siglo veinte” (1914-1945) —es decir, el que comprende la primera guerra mundial, la revolución bolchevique de 1917, la crisis de 1929, la segunda guerra mundial, y las nuevas políticas de regulación, fiscales y de control público del capital originadas por esas conmociones— condujeron a unos niveles históricamente bajos para los capitales privados en los años 1950-1960. El movimiento de reconstitución de los patrimonios se puso en marcha rápidamente y luego se aceleró con la revolución conservadora anglosajona de 1979-1980, la implosión del bloque soviético en 1989-1990, la globalización financiera y la desregulación de los años 1990-2000, acontecimiento que marca una inflexión política en sentido inverso a la inflexión precedente, y que permite a los capitales privados encontrar a comienzos de los años 2010, y a pesar de la crisis abierta en 2007-2008, una prosperidad patrimonial desconocida desde 1913.» |22| Está claro que las dos guerras mundiales produjeron un profundo descontento popular en contra de la clase capitalista, y por lo tanto ambas guerras fueron seguidas de luchas sociales muy importantes, que en varios países se transformaron en crisis revolucionarias; también la crisis de 1929 produjo una radicalización e importantes luchas sociales (especialmente en Estados Unidos). Esas situaciones llevaron a los gobernantes a actuar para satisfacer en algo las reivindicaciones populares. Veremos más adelante lo que hicieron los gobiernos de los principales países después de la primera y de la segunda guerra mundial en materia de impuestos que afectó, más o menos fuertemente, la parte del patrimonio y de las rentas apropiada por el 1 % más rico. Asimismo, a partir de la ofensiva lanzada por la clase capitalista contra las clases populares a lo largo de la década 1970-1980, | 23| se constata un cambio radical de política de parte de los gobiernos,

especialmente, en materia de impuestos. Para medir la evolución del patrimonio, |24| Thomas Piketty lo compara con la renta nacional: |25| «A comienzos de los años 1870, el valor total de los patrimonios privados —libres de deudas— comprendía entre dos y tres años y medio de la renta nacional de todos los países ricos en todos los continentes. Cuarenta años más tarde, a comienzos de los años 2010, los patrimonios privados representan entre cuatro y siete años de la renta nacional, |26| y también en todos los países estudiados. La evolución general no ofrece ninguna duda: más allá de las burbujas, se asiste a un gran retorno del capital privado en los países ricos desde los años 1970, o más bien a la emergencia de un nuevo capitalismo patrimonial.» |27| Se comprueba también que el patrimonio público ha disminuido fuertemente desde hace 40 años, después de haber aumentado en varios países, especialmente, después de la segunda guerra mundial. En Francia, el gobierno había nacionalizado en 1945 el Banco de Francia y los cuatro grandes bancos de depósitos: Crédit Lyonnais, Société Générale, Banque National de Comerse et de l’ Industrie y Comptoir National d’ Escompte de París. Louis Renault, dueño de la empresa de automóviles Renault, fue detenido en septiembre de 1944 por su colaboración con la ocupación nazi y la empresa fue nacionalizada en enero de 1945. |28| El gobierno británico nacionalizó en 1946 el Banco de Inglaterra. Según Piketty, en Francia en los sectores industriales y financieros: «la parte del Estado en el patrimonio nacional sobrepasó el 50 % entre los años 1950 y 1970». |29| Como sostiene Piketty, comprobamos: «…por un lado, un movimiento de privatización y de transferencia gradual de la riqueza pública hacia la riqueza privada desde los años 1970-1980, y por otro lado, un fenómeno de reajuste a largo plazo de los precios de los activos inmobiliarios y bursátiles, que también se aceleró en los años 1980-1990, en un contexto político globalmente muy favorable a los patrimonios privados en comparación a las décadas inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial.» |30| Este segundo fenómeno tiene que ver, por supuesto, con la financiarización de la economía. La evolución de los salarios bajos y de los salarios altos desde los años 1960 En este artículo no podemos hacer un resumen de la evolución de la desigualdad de los ingresos a lo largo de los dos últimos siglos. Por consiguiente, nos limitaremos a señalar la evolución a partir de 1968 en Francia. La huelga general de mayo de 1968 y los acuerdos de Grenelle que le siguieron tuvieron como consecuencia un fuerte aumento del salario mínimo durante 15 años: «Es así como el poder adquisitivo del salario mínimo progresa en más de un 130% entre 1968 y 1983, mientras que en el mismo tiempo el salario medio solo progresa cerca de un 50 %, por lo que hubo una fuerte reducción de las desigualdades salariales. La ruptura con el periodo precedente es amplia y masiva: el poder adquisitivo del salario mínimo había progresado apenas un 25 % entre 1950 y 1968.» |31| La inflexión inversa tuvo lugar entre 1982 y 1983, cuando el gobierno de François Mitterrand emprendió un giro hacia la derecha. Los salarios más altos, los del 1 % aumentan un 30 % entre fines de los noventa y el año 2010, los del 0,1 % aumentan un 50 %, en un contexto de congelación de salarios. |32|

Si pasamos al otro lado del Atlántico, se verá que el salario mínimo legal fue introducido en 1933 al comienzo de la presidencia de F. Roosevelt, 20 años antes que en Francia. El máximo se alcanzó en 1969, con Lyndon Johnson como presidente, donde se alcanzó el equivalente de 10 dólares (de 2013) la hora. Después comenzó a reducirse y, en 2013, bajo Barack Obama, alcanza apenas 7,25 dólares la hora. |33| Y siguiendo en Estados Unidos vemos que, considerando el conjunto de la renta (salarios, alquileres, beneficios, dividendos…), se comprueba cómo desde 1877 hasta 2007, el 10 % más rico se apropió del 75 % del aumento del ingreso nacional y el 1 % absorbió el 60 %. Para el 90 % restante el crecimiento fue del 0,5 % por año |34|. Si se toma en cuenta el reparto de la renta nacional en varios países clave, se constata que en todos, durante las últimas décadas, el 1 % y el 0,1 % más rico aumentaron su porcentaje de la riqueza. La parte de la renta nacional del 1 % más rico en 2010 era la siguiente: en Estados Unidos cerca del 20 %, en Canadá y el Reino Unido el 14 %-15 %, en Alemania el 11 %, en Australia el 9 %-10 %, en Japón, Francia, España e Italia el 9 %, en Suecia y Dinamarca el 7 % |35|. La parte del 0,1 % más rico en la renta nacional en los años 1970 era: en Estados Unidos el 2 %, en Francia y Japón el 1,5 %. Sin embargo en 2010 en Estados Unidos llegó al 10 % (el 12 % si se tienen en cuenta las plusvalías por acciones), y al 2,5 %.en Francia y Japón |36|. Consideremos algunos de los llamados países emergentes, para los que Piketty consiguió datos fiables |37|. Veamos la parte que posee el 1 % más rico de la renta nacional: en China, el 4 % -5 % en 1980, el 10-11 % en 2010; en la India, el 4 % en 1980, el 12 % en 2010; en Argentina, el 10 % en 1970, el 18 % en 2010; en Colombia, el 18 % en 2000, el 20 % en 2010. El interés que tienen estos datos, además de que nos muestran un aspecto fundamental en la descripción de la desigualdad, es que con ellos se puede demostrar que la evolución de los ingresos está totalmente ligada a las luchas sociales y a las políticas de los gobiernos en ejercicio . Es una razón más para decir que la acción colectiva es un elemento clave que permite conquistar mejoras salariales, principalmente de los más modestos, y una reducción de la desigualdad. La acción es determinante para conseguir decisiones gubernamentales y concesiones patronales. La evolución de los tipos de gravamen está también ligada a las luchas sociales En Francia, en 1914 el tipo más elevado para el impuesto sobre los ingresos más altos era sólo del 2 %. Sin embargo, en 1920 pasó a ser del 50 %, en 1924 subió al 60 % y en 1925 alcanzó el 75 %. En 1920, la decisión de un aumento inmediato y muy alto la tomó una Asamblea Nacional con una composición mayoritariamente de derechas que tuvo miedo a una huelga general y a la radicalización que habrían podido suceder si se rechazaban algunas concesiones. En Alemania, se pasa del 3 % (entre 1891 y 1914) al 40 % en 1919-1920 en plena crisis revolucionaria. En Estados Unidos, se pasa del 8 % antes de la guerra del 14-18 al 77 % después de la guerra | 38|.

Gráfico 2. El tipo superior del impuesto sobre la renta, 1900-2013

Se observa la misma evolución con respecto al tipo de impuesto sobre sucesiones. El legislador impone tipos muy elevados sólo bajo la presión popular. Y eso comienza justamente después de la guerra de 1914-1918 y progresa debido a la crisis de los años 1930. Mientras que el tipo más elevado no llegaba al 6,5 % en Francia antes de

la guerra (en la práctica se reducía al 1 %), pasa al 30 %. En Alemania se pasa del 0 % antes de la contienda al 35 % después de aquella. En Estados Unidos se alcanza el 70 % para las sucesiones en los años 1937-1939 |39|. Hay que señalar que el tipo de gravamen sobre las sucesiones es importante y considerado vital para el 10 % más rico ya que el porcentaje de las grandes fortunas heredadas es de entre el 60 % al 70 % |40|. Pero volvamos sobre el tipo superior de impuesto sobre la renta. En vísperas de la crisis de octubre de 1929, el presidente Hoover redujo el tipo superior al 25 %. En 1933, Roosevelt lo aumentó al 63 % ya en el primer año de su presidencia, luego al 79 % en 1937 (sobrepasando el 70 % aplicado a partir de 1919), luego al 88% en 1942 y finalmente llegó al 94 % en 1944. Este tipo superior se mantuvo en el 90 % hasta mediados de los años 1960. Apuntemos que el candidato demócrata G. Mc Govern, en 1972, propuso durante su campaña electoral llevar al 100 % el tipo superior del impuesto sobre la renta |41|. Nixon ganó aquellas elecciones. El tipo pasó progresivamente al 70 % a comienzos de los años 1980. Ronald Reagan lo bajó al 60 %. A fines de los años 1980 se reduce al 40 %, y luego con George W. Bush llega al 35 %. O sea, que en el periodo 1932-1980, el tipo superior medio fue del 81 % (al que se debía agregar del 5 al 10 % que se debía pagar a escala estadual). Francia y Alemania aplicaron, desde los años 1940 hasta 1980, tipos superiores al 50 y 70 %. En el Reino Unidos se alcanzó el 98 % durante los años 1940 y luego durante los años 1970 |42|. Finalmente hay que subrayar que el tipo superior se aplica en la práctica a las rentas percibidas por el 1% más rico de la población. La reducción radical de los tipos superiores, en particular en Estados Unidos y en el Reino Unido, desde los años 1980 permitió un fuerte aumento de los salarios de los altos ejecutivos de las empresas y de la parte que posee el 1 % más rico del ingreso nacional y del patrimonio |43|. La conclusión de Piketty después de hacer una revisión sobre la evolución de los impuestos sobre las rentas más altas es que debe haber un tipo superior muy alto, de más del 80 % (¡el 82 % exactamente!) aplicado a los ingresos por encima de 500.000 dólares o 1 millón de dólares |44|, y del 50 al 60 % para aquellos por encima de 200.000 dólares |45|. Piketty reconoce que en el contexto actual no será fácil conseguir estos niveles de impuestos. En Estados Unidos, el Congreso es ampliamente favorable al 1 % más rico. Y es lógico; de acuerdo a un cálculo serio, el patrimonio medio de los miembros del Congreso de Estados Unidos se elevaba a 15 millones de dólares en 2012 |46|. En los resultados de las investigaciones de Piketty se muestra claramente que es necesario combinar dos acciones decisivas |47|: Primero, una vasta campaña de información y de formación para divulgar al máximos las enseñanzas de la historia del siglo veinte sobre las políticas fiscales que estuvieron directamente influenciadas por la presión de las movilizaciones populares; Y segundo, pasar a la movilización en el marco de una plataforma que reúna una serie de objetivos prioritarios. Piketty y la deuda pública Thomas Piketty dedica una decena de páginas muy interesantes al problema de la deuda pública durante los dos últimos siglos, centrando su análisis principalmente en Francia y el Reino Unido. Con toda razón afirma que el estudio del pasado en

materia de deuda pública es útil para comprender y afrontar los retos de la actual crisis: «...este complejo problema del endeudamiento de los Estados y de la naturaleza del patrimonio correspondiente interesa tanto al mundo actual como al de 1800, y el estudio del pasado puede ilustrarnos sobre la muy acuciante realidad del mundo de hoy. Ya que a pesar de que la deuda pública está todavía lejos de alcanzar en este comienzo del siglo xxi, el nivel astronómico que tenía a comienzos del siglo xix, al menos en el Reino Unido. Sin embargo, se sitúa en Francia y en numerosos países muy cerca de esos récords históricos y suscita, indudablemente, aún más confusión en el mundo actual que en la época napoleónica |48|. Entre fines del siglo xviii y comienzos del xix, Francia y el Reino Unido adoptaron políticas totalmente diferentes en cuestión de deuda pública. Mientras que en los años 1760-1770 la deuda pública alcanzaba cerca del 100 % de la renta nacional en los dos países, cuarenta o cincuenta años después, la situación había cambiado completamente: la deuda pública francesa se elevaba a sólo un 20 % de la renta nacional en 1815, mientras que la británica había explotado y representaba el 200 % de la renta nacional. ¿Cómo se había llegado a esa situación? En Francia, el peso del reembolso de la deuda pública y el rechazo del pueblo a ser el único pagador tuvieron un papel central en la explosión revolucionaria de 1789, Las medidas en curso durante la Revolución redujeron radicalmente el peso de la deuda pública. Piketty resume de la siguiente manera la concatenación de los hechos: «La incapacidad de la monarquía francesa para modernizar sus impuestos y poner fin a los privilegios fiscales de la nobleza es bien conocida, así como la solución revolucionaria final con la convocatoria en 1789 de los Estados Generales, que desembocó en la instauración de un nuevo régimen fiscal desde 1790-1791 — especialmente, mediante un impuesto a la propiedad que obligaba a contribuir a todos los propietarios de tierras y a los derechos de sucesión que afectaban al conjunto de patrimonios— y en la “quiebra de los dos tercios” en 1797 (que en realidad es un default aún más masivo si se tiene en cuenta el episodio de los asignados |49| y de la inflación que se produce), lo que permite saldar las cuentas del Antiguo Régimen. Es así como la deuda pública francesa se encuentra reducida de golpe a niveles extremadamente bajos a comienzos del siglo diecinueve (menos del 20 % de la renta nacional en 1815).» |50| La trayectoria británica es totalmente diferente. Con el fin de afrontar la guerra ante la declaración de independencia de las 13 colonias británicas en América del Norte, y «sobre todo las múltiples guerras con Francia durante el periodo revolucionario y napoleónico, la monarquía británica optó por endeudarse sin límites. La deuda pública pasó así de cerca del 100 % de la renta nacional a comienzos de los años 1770 a cerca del 200 % en 1810, o sea diez veces más que en Francia, en la misma época.» |51| Piketty explica que el Reino Unido necesitó un siglo de rigor presupuestario con continuos superávit, para reducir progresivamente su endeudamiento a menos del 30 % de la renta nacional a comienzos de la década de 1910. ¿Qué lecciones podemos sacar de la experiencia británica? En principio, no hay ninguna duda, según Piketty, que la importante deuda pública reforzó el peso de los patrimonios privados en la sociedad británica. Los ricos locales prestaron al Estado sin hacerse rogar.

Thomas Piketty prosigue: «… este endeudamiento público tan fuerte, globalmente, sirvió bastante bien al interés de los prestamistas y de sus descendientes, al menos en comparación con una situación en que la monarquía británica habría financiado sus gastos haciéndoles pagar impuestos. Desde el punto de vista de los que tienen los medios, es evidentemente mucho más interesante prestar una determinada suma al Estado (y luego recibir los intereses durante décadas) que pagar los impuestos (sin contrapartidas).» |52| Y agrega que el recurso masivo del Estado al endeudamiento público permitió a los banqueros aumentar el tipo de interés, lo que benefició muchísimo a los ricos prestamistas: empresarios, rentistas, banqueros... Según Piketty, la diferencia esencial con el siglo xx (véase más adelante) es que la deuda se reembolsaba a precio de oro durante el siglo xix: «...la inflación fue prácticamente nula desde 1815 hasta 1914, y el tipo de interés correspondiente a los títulos de renta del Estado era considerable (generalmente entre el 4 % y el 5 %) y en particular netamente superior a la tasa de crecimiento. En esas condiciones, la deuda pública puede ser un buen negocio para los que poseen patrimonio y para sus herederos.» |53| Piketty nos propone que imaginemos que: «...la deuda pública... acumulada sea igual al 100 % del PIB. Supongamos que el gobierno no busca pagar el principal sino que se contenta con satisfacer los intereses de cada año... Si el tipo de interés es del 5 %, necesitará cada año pagar el 5 % del PIB a los poseedores de esta deuda pública suplementaria, y así indefinidamente. Es lo que aproximadamente le pasó al Reino Unido en el siglo xix.» |54| Si ahora nos desplazamos en el tiempo y en el espacio y llegamos a Grecia en estos momentos: la deuda pública sobrepasa el 160 % y supongamos que el Estado reembolsa la deuda a la Troika y a otros acreedores con un tipo de interés medio del 5 %. |55| Y si también consideramos que el crecimiento es nulo |56| y la tasa de inflación también es nula, Grecia necesitará pagar a sus acreedores hasta las calendas griegas el equivalente al 8 % de su PIB sin reducir el stock de la deuda ya que paga solamente los intereses. |57| Volvamos al siglo xix: el stock de la deuda pública francesa, muy limitado en 1815, aumenta rápidamente en las décadas posteriores y en particular durante las monarquías censatarias (1815-1848). Después de la derrota de Waterloo en 1815, el Estado francés se endeuda fuertemente para financiar las indemnizaciones que debía pagar a los ejércitos de ocupación, y nuevamente en 1825, para financiar los famosos «mil millones de los emigrados» |58| pagados a los aristócratas exiliados durante la revolución (para retribuirles por las consecuencias de la Revolución, como la confiscación de una parte de sus tierras). En total, la deuda pública aumenta el equivalente a más del 30 % de la renta nacional. Bajo el Segundo Imperio, las deudas se pagaron hasta el último céntimo. Piketty nos recuerda el opúsculo La lucha de clases en Francia (La Lutte des classes en France) redactado por Karl Marx en 1849-1850, en el que denuncia al nuevo ministro de finances de Luís-Napoleón Bonaparte, Achille Fould, digno representante de los banqueros y de las altas finanzas, que decidió aumentar los impuestos sobre las bebidas con el fin de poder pagar a los rentistas. Veinte años más tarde, debido a la derrota frente a Prusia en la guerra de 1870-1871, el Estado francés aumentaba aún más la deuda pública para pagar un tributo de guerra equivalente a cerca del 30 % de su renta nacional. Finalmente, la política favorable a los acreedores en materia de endeudamiento, que proseguía durante el periodo 1880-1914 llevó la

deuda pública a un nivel más elevado en Francia que en el Reino Unido: entre el 70 % y 80 % de la renta nacional contra menos del 50 % en la época anterior. Piketty agrega: «La renta de un título del Estado era una inversión muy segura durante todo el siglo xix y contribuyó a reforzar la importancia y la prosperidad de los patrimonios privados, de la misma manera que en el Reino Unido.» Su conclusión es que la política de endeudamiento público llevada a cabo en el siglo xix en Francia y en el Reino Unido «permite comprender por qué los socialistas del siglo xix, comenzando por Karl Marx, tenían una gran desconfianza respecto de la deuda pública, ya que la percibían —con una cierta clarividencia— como un instrumento al servicio de la acumulación del capital privado.» |59| Y prosigue con toda razón al afirmar: «...una gran parte de la deuda pública (...) la posee, en la práctica, una minoría de la población a pesar de que la deuda conlleva también una redistribución importante en el interior del país (...). Considerando la fortísima concentración que siempre caracterizó la distribución de los patrimonios, (..., estudiar estas cuestiones ignorando las desigualdades entre los grupos sociales es lo mismo que silenciar una buena parte de lo que se estudia y de las realidades que están en juego.» |60| Piketty explica que en Francia se asistió a un cambio importante en el transcurso del siglo xx en materia de gestión de la deuda pública. Los poderes públicos aprovecharon la inflación y la utilizaron para reducir el valor real de la deuda:«La consecuencia para el Estado es que a pesar de una fuerte deuda pública inicial (cerca del 80 % de la renta nacional en 1913) y de los elevados déficit durante el periodo 1913-1950, en particular durante los años de la guerra, la deuda pública francesa se encontraba en 1950 a un nivel relativamente bajo (cerca del 30 % del ingreso nacional), al igual que en 1815. Los enormes déficit de la Liberación fueron prácticamente anulados de inmediato por una inflación superior al 50 % anual durante cuatro años consecutivos, de 1945 a 1948, con una atmósfera política de alta tensión. De alguna manera fue el equivalente a la bancarrota de los dos tercios de 1797: se saldan las cuentas del pasado con el fin de poder reconstruir el país con una baja deuda pública.» Sobre la base de esta experiencia, se desarrolló en la segunda mitad del siglo xx una visión bien diferente de la de Marx y los socialistas del siglo xix, fundada en la convicción de que el endeudamiento público podía ser un instrumento al servicio de una política de gastos públicos y de redistribución social a favor de los más modestos. «La diferencia entre estas dos visiones es bastante sencilla: en el siglo xix, la deuda se pagaba a precio de oro, lo que beneficiaba a los prestamistas y favorecía el refuerzo de los patrimonios privados; en el siglo xx, la deuda fue ahogada por la inflación pagándose con una moneda devaluada y, de hecho, permitió financiar los déficit por los que habían prestado su patrimonio al Estado, sin tener que aumentar los impuestos en la misma proporción. Esta visión “progresista” de la deuda pública continúa impregnado considerablemente los espíritus en este comienzo del siglo xxi, aunque la inflación desde hace tiempo se redujo a niveles cercanos a los del siglo xix y sus efectos distributivos son relativamente oscuros.» |61| Thomas Piketty tiene toda la razón al insistir sobre los peligros de una visión unilateralmente positiva de la deuda pública. ¿Cuáles son las propuestas?

Tratemos ahora las propuestas que hace Piketty. Desde el principio precisa: «Entiéndaseme bien: no tengo ningún aprecio particular por la deuda pública de la que ya apunté varias veces que a menudo acaba favoreciendo redistribuciones en sentido contrario, desde los más modestos hacia aquellos que tienen los medios para prestar al Estado (y a los que sería preferible hacerles pagar los impuestos).» | 62| No podemos dejar de estar de acuerdo con Piketty. Además agrega que el «capital nacional está extremadamente mal repartido, con una riqueza privada que se apoya sobre la pobreza pública, y que, especialmente, tiene como consecuencia que gastamos mucho más en intereses de la deuda que lo que invertimos, por ejemplo, en nuestra enseñanza superior. Por otro lado es una realidad bastante vieja: teniendo en cuenta el crecimiento relativamente lento que se sucede desde los años 1970-1980, estamos en un periodo histórico en el que la deuda le sale globalmente muy cara a las finanzas públicas. Y esta es la razón principal por la que es necesario reducir rápidamente esta deuda (…)». |63| Para reducir la deuda pública, Thomas Piketty pensó en dos soluciones que posteriormente rechazó y nos propone una tercera. La primera solución era la de privatizar los activos públicos con el objetivo de reembolsar la deuda. La segunda solución consistía en anular la deuda. La tercera que propugna es la recaudación de un impuesto excepcional progresivo «de forma que los patrimonios más modestos no lo tendrían que pagar, y en cambio pedir más a los patrimonios más elevados». | 64| No nos extenderemos aquí sobre la primera solución ya que es evidente que es algo a combatir. Sabemos que fue puesta en práctica por los gobiernos actuales que prolongan la ola de privatizaciones comenzada en los años 1980-1990. Con respecto a la segunda solución, la anulación de la deuda que Piketty rechaza, es porque, evidentemente, plantea mal el problema, ya que no piensa en los diferentes escenarios de anulación de la deuda. Sólo menciona explícitamente la fórmula aplicada a la deuda griega en marzo 2012 mediante una operación llamada de haircut, mientras existen otras propuestas. Y tiene razón en rechazar el tipo de anulación parcial de la deuda concebida por la Troika (Comisión Europea, BCE y FMI) para Grecia. Esta anulación estuvo condicionada por medidas que constituyen violaciones de los derechos económicos, sociales, políticos y civiles del pueblo griego, y que hundieron todavía un poco más a Grecia en una espiral descendente. Se trataba de una operación que tenía por objetivo permitir que los bancos extranjeros (principalmente franceses y alemanes) se liberaran del problema con pérdidas limitadas, que los bancos griegos se recapitalizaran a costa del Tesoro Público y que la Troika reforzara en forma duradera su influencia en Grecia. La deuda pública griega representaba el 130 % del PIB en 2009, y después de la anulación parcial llegó al 157 % en 2012, pero en 2013 alcanzó un nuevo máximo: ¡el 175 % del PIB! La tasa de desempleo que era del 12,6 % en 2010 se elevó hasta el 27 % en 2013 (y al 50 % entre los menores de 25 años). Por lo tanto, Piketty tiene razón cuando rechaza ese tipo de haircut que sólo tiene por objetivo mantener con vida a la víctima para poder desangrarla mejor. Por el contrario, se equivoca cuando no considera seriamente una anulación o suspensión del pago de la deuda decidida por el país deudor, con sus condiciones y bajo control de su ciudadanía. Es lo que hicieron en contextos diferentes Ecuador, en 2008-2009, e Islandia a partir de 2008. Ecuador, basándose en una auditoría

organizada por las autoridades del país y realizada con una participación ciudadana activa entre 2007 y 2008, suspendió unilateralmente el pago de una parte de su deuda, la que estaba en forma de títulos que tenían fecha de vencimiento en 2012 y 2030, cuyos principales tenedores eran bancos extranjeros. |65| El resultado fue positivo: Ecuador pudo recomprar el 91 % de los títulos mencionados a un 35 % de su valor. Y como consecuencia, habiéndose ahorrado ese dinero que correspondía al pago de la deuda, pudo aumentar en forma notable los gastos sociales, especialmente en los ámbitos de la educación y de la sanidad pública. (En el anexo 2 se ofrece una presentación más completa de la experiencia ecuatoriana). Sin embargo, en el caso de Ecuador, no debemos tomar como modelo la experiencia que se está desarrollando, y es indispensable conservar una mirada crítica sobre ella. No obstante, la experiencia ecuatoriana en auditoría y suspensión unilateral del reembolso de la deuda demuestra que es perfectamente posible para un país plantear un acto unilateral fundamentado con argumentos sólidos y, en consecuencia, tener la posibilidad de mejorar los gastos públicos en ámbitos como educación y sanidad. Por su parte, Islandia rechazó en forma unilateral, a partir de 2008, asumir las deudas de los bancos privados que habían quebrado por su exposición en el exterior. Esto se hizo en un clima de fuertes movilizaciones ciudadanas que presionaron al gobierno islandés para que no cediera ante las exigencias de los acreedores extranjeros, en particular del Reino Unido y de los Países Bajos. Y, ¿qué pasó luego en Islandia? Debido al desplome del sistema bancario en 2008, Islandia se negó a indemnizar a los ciudadanos de los Países Bajos y del Reino Unido que habían colocado fondos en las filiales de bancos islandeses, que acababan de quebrar, por un total de 3.900 millones de euros. Fueron las mismas autoridades británicas y holandesas las que indemnizaron a sus ciudadanos y exigieron el reembolso de esas indemnizaciones a Islandia. Bajo la presión popular (manifestaciones, ocupaciones de plazas, referéndum), las autoridades de Reykiavik rechazaron esa demanda. Y eso tuvo como consecuencia la inscripción de Islandia en la lista de organizaciones terroristas, la congelación de los haberes islandeses en el Reino Unido y la presentación de una denuncia de Londres y La Haya contra Reykiavik ante el Tribunal de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELE). |66| Por otro lado, Islandia bloqueó totalmente la salida de capitales del país. Finalmente, ha salido del conflicto mucho mejor que otros países europeos que aceptaron las exigencias de los acreedores… Por supuesto, hay que evitar hacer de Islandia un modelo pero podemos sacar enseñanzas de su experiencia. Los casos de Ecuador y de Islandia constituyen dos ejemplos recientes que deben estudiarse seriamente ya que demuestran que al lado del haircut a la griega, existen otras soluciones para la anulación de una deuda. |67| Estos dos ejemplos muestran que desobedecer a los acreedores no es una catástrofe y de ninguna manera acarrea el desmoronamiento del país. Pero volvamos a la posición defendida por Thomas Piketty. Éste está convencido de que una anulación no afectará significativamente a los acreedores más ricos ya que lograrán «reestructurar a tiempo su cartera» y por lo tanto «nada garantiza que aquellos que efectivamente contribuirán serán los que deban hacerlo».[P. 888.]] Esta afirmación todavía no ha sido demostrada. Piketty no nos ofrece ninguna prueba basada en ejemplos concretos o en datos estadísticos. Sin embargo, la

historia muestra que cuando un país da a entender que podría suspender el pago de su deuda o cuando suspende efectivamente ese pago, el precio de los títulos de la deuda se desploma y es muy difícil para los grandes tenedores de títulos librarse de ellos a buen precio. |68| Eso es lo que pasó en Ecuador entre 2007 y 2009, y todos los que siguen de cerca lo que pasa en los mercados de deuda saben que es prácticamente imposible deshacerse de un gran paquete de títulos sin afrontar pérdidas importantes en caso de suspensión o anulación unilateral de las deudas. Por otra parte, se puede imaginar muy bien que un país decrete la anulación o una suspensión unilateral del pago y tome medidas para indemnizar a los pequeños inversores y proteger el ahorro de los más modestos. Es posible obligar a contribuir a los que deben hacerlo y proteger a los que lo merecen. Tratemos ahora la propuesta que hace Piketty para reducir el peso de la deuda. Después de haber pensado sobre la posibilidad de «un impuesto proporcional del 15 % sobre todos los patrimonios privados» |69|, rechaza esa propuesta porque «no tendría mucho sentido aplicar un impuesto proporcional |70| sobre todos los patrimonios privados europeos» |71|. Piketty sostiene que «vale más aplicar un baremo progresivo, de manera que los patrimonios más modestos no paguen y que los patrimonio más ricos paguen más» |72|. Thomas Piketty se pronuncia por una reducción parcial de la deuda del orden del 20 % del PIB. Para alcanzar ese objetivo, propone un impuesto excepcional progresivo: «0 % hasta 1 millón de euros, 10 % entre 1 y 5 millones de euros, y 20 % para los mayores de 5 millones de euros» |73|, aunque indica que podrían aplicarse otros baremos. Debemos lamentar que Piketty no aborde en esta obra la cuestión de la legitimidad de la deuda pública. No podemos dejar de asombrarnos por este hecho, ya que, a lo largo de su libro, demuestra perfectamente que la política fiscal regresiva favorece la acumulación de la deuda pública. Además, como declara varias veces en su obra, los pagadores de la deuda son mayoritariamente los de abajo, de acuerdo a su participación en los impuestos, mientras que los de arriba prestan al Estado por ser una inversión segura. Tampoco propone que la ciudadanía de manera organizada audite la deuda aunque debe saber que desde 2011, en Francia (y en otros países de Europa), se están desarrollando iniciativas de auditoría ciudadana con un cierto dinamismo |74|.

La proposición del CADTM sobre la deuda pública Con el fin de contribuir al necesario debate sobre las soluciones, el CADTM propone que la parte de la deuda pública identificada como ilegítima, cuando no ilegal, no se pague, y

eso implica su repudio. El CADTM completa la propuesta con las siguientes disposiciones: 

1. Los pequeños tenedores de títulos de deuda pública serán íntegramente reembolsados. -* 2. Hace suya la siguiente proposición, que completa la precedente: «Cuando se trate de una anulación de deuda pública, será conveniente proteger a los pequeños inversores que han colocado sus ahorros en títulos públicos, así como a los asalariados y jubilados, a los que una parte de sus cotizaciones sociales (jubilación, desempleo, enfermedad, familia) fue invertida por las instituciones u organismos que las gestionan en este tipo de títulos» |75|.



3. La parte de la deuda pública que no sea identificada como ilegítima deberá ser reducida haciendo contribuir a quienes se han beneficiado de la misma. Una de las opciones para hacerles contribuir al coste de la operación consiste en aplicar un impuesto excepcional progresivo sobre el decil más rico. La recaudación de este impuesto servirá para reembolsar anticipadamente una parte de la deuda no considerada como ilegítima. Se puede pensar en otras fórmulas. El CADTM está completamente abierto a la discusión. El procedimiento para identificar la parte ilegítima de la deuda pública que se ha de repudiar o anular se basará en un proceso amplio de auditoría ciudadana de la deuda, que ha de conducir a movilizaciones y desembocar en una decisión de repudio de la deuda por parte de las autoridades públicas. El CADTM avanza sus propuestas participando activamente en diferentes procesos de auditoría ciudadana de la deuda. Será gracias a un debate democrático relacionado con el proceso de la auditoría como se podrá ajustar unas propuestas mayoritarias y será gracias a las movilizaciones que se podrá lograr que sean aplicadas por las autoridades competentes. La auditoría ciudadana también debe permitir la determinación de las diferentes responsabilidades en el proceso de endeudamiento y exigir que los responsables, tanto nacionales como internacionales, rindan cuentas ante la justicia. Si la auditoría demuestra la existencia de delitos relacionados con el endeudamiento ilegítimo, sus autores (personas físicas o morales) deberán ser severamente condenados a pagar reparaciones, ser privados del ejercicio de una profesión relacionada con el crédito (a los bancos culpables se les podría retirar la licencia bancaria), y no podrán eludir las penas de prisión en función de la gravedad de sus actos. Hay que pedir cuentas judicialmente a las autoridades que hayan lanzado empréstitos ilegítimos.

Asimismo, es necesario adoptar un marco legar a fin de evitar la repetición de crisis del tipo de la iniciada en los años 2007-2008: prohibición de socializar una deuda privada, obligación de organizar una auditoría permanente de la política de endeudamiento público con participación ciudadana, imprescriptibilidad de los delitos relativos al endeudamiento ilegítimo, nulidad de las deudas ilegítimas |76|, adopción de una regla de oro consistente en que el gasto público que permite garantizar los derechos fundamentales no se puede

recortar y tiene prioridad sobre el gasto relacionado con el servicio de la deuda. Un Estado debe poder endeudarse con fin de mejorar las condiciones de vida de la población, por ejemplo, mediante la realización de obras de utilidad pública o la inversión en energías renovables. Algunas de estas obras pueden ser financiadas por el presupuesto corriente, gracias a una opción política atinada, pero el empréstito público puede hacer posible otras obras, de mayor envergadura, como, por ejemplo, pasar del «todo automóvil» a un desarrollo masivo del transporte colectivo; cerrar definitivamente las centrales nucleares y sustituirlas por fuentes de energía renovable; construir o recuperar las vías férreas de proximidad en todo el territorio urbano y semiurbano; incluso renovar, rehabilitar o construir inmuebles públicos y de alojamiento social, reduciendo su consumo de energía y sumándoles servicios de calidad. El CADTM considera que es conveniente definir una política transparente de deuda pública. Su propuesta es la siguiente: 

1. El destino del empréstito público debe garantizar una mejora de las condiciones de vida, rompiendo con la lógica de destrucción ambiental.



2. El recurso al empréstito público debe contribuir a una voluntad redistributiva a fin de reducir las desigualdades. De acuerdo a esta propuesta, el CADTM propone que las instituciones financieras, las grandes empresas privadas y los hogares ricos sean obligados por vía legal a comprar, por una suma proporcional a su patrimonio y a sus ingresos, obligaciones de Estado sin interés y no indexadas con la inflación; el resto de la población podrá comprar voluntariamente obligaciones públicas que garanticen un rendimiento real positivo (por ejemplo, el 3 %) superior a la inflación. Así, si la inflación anual se eleva al 3 %, la tasa de interés pagada por el Estado por el año correspondiente será del 6 %. Una medida de discriminación positiva como ésta (comparable a las adoptadas para luchar contra la opresión racial en Estados Unidos, las castas en la India o las desigualdades hombre-mujer) permitirá avanzar hacia una mayor justicia fiscal y hacia una distribución menos desigual de la riqueza. El CADTM considera asimismo que los Bancos Centrales nacionales y el BCE (en el caso de los países de la eurozona) deben financiar el presupuesto del Estado con un tipo de interés tendente a cero.

A propósito de la proposición central de Thomas Piketty: un impuesto mundial progresivo sobre el capital Piketty se inclina por «una actualización adecuada del programa socialdemócrata y fiscal del siglo pasado». Según él, hay que defender y mejorar tanto el Estado social como el impuesto progresivo sobre la renta. También se debe innovar «instaurando un impuesto mundial y progresivo sobre el capital, acompañado de una transparencia financiera muy grande». Esta «medida permitiría evitar una espiral de

desigualdad sin fin y regular eficazmente concentración mundial de los patrimonios.» |77|

la

inquietante

dinámica

de

la

Piketty no se hace ilusiones sobre una rápida aplicación de su propuesta: «El impuesto mundial sobre el capital es una utopía: uno no se imagina, a corto plazo, al conjunto de las naciones del mundo ponerse de acuerdo sobre su instauración, establecer un baremo de imposición sobre todas las fortunas del planeta, y después repartir armoniosamente la recaudación entre los países. Pero es una utopía útil…». «A mi entender», precisa Piketty, «el objetivo debe ser un impuesto anual y progresivo recaudado sobre el capital |78| a escala individual, esto es, sobre el valor neto de los activos que cada uno controla» |79|. Propone tres variantes de este impuesto progresivo sobre el capital privado. 

1ª variante: una tasa de 0 % por debajo de un millón de euros; de 1 % entre 1 y 5 millones de euros; de 2 % más allá de los 5 millones de euros. 2ª variante: sumar hacia arriba, 5 % o 10 % más allá de 1.000 millones



de euros. 

3ª variante: sumar hacia abajo, 0,1 % por debajo de 200.000 euros y 0,5 % entre 200.000 y 1 millón de euros Este impuesto es complementario a lo ya existente, pero puede servir para reducir impuestos actuales (o para reducir la deuda, nota 1, p. 840). Constituiría un complemento relativamente modesto de los ingresos actuales de los Estados. Este impuesto, aunque muy bajo, permitiría a las autoridades conocer el patrimonio de los habitantes de sus territorios. Piketty añade: «Actualmente, las organizaciones internacionales que tienen la tarea de regular y supervisar el sistema financiero mundial, comenzando por el Fondo Monetario Internacional, no tienen más que un conocimiento extremadamente aproximado del reparto mundial de los activos financieros y, en particular, de la importancia de los activos guardados en los paraísos fiscales.» |80| Entonces, «el impuesto sobre el capital sería una especie de catastro financiero del mundo, que actualmente no existe» |81|. Es necesario apoyar la propuesta de un impuesto progresivo sobre el patrimonio privado o el capital, retomando la expresión empleada por Piketty. Pero no se puede estar de acuerdo con él cuando pretende que hay que dar prioridad absoluta a este objetivo. Se necesita un verdadero programa de medidas complementarias. El impuesto progresivo sobre el capital, así como la anulación de la deuda ilegítima y la reducción radical de la parte de la deuda pública que no se haya identificado como ilegítima, deben formar parte de un amplio programa cuya realización permitirá iniciar una transición hacia un modelo postcapitalista y postproductivista. Un programa como éste, que debería tener una dimensión mundial y europea, comenzando por ponerse en marcha en uno o varios países, comprendería, en particular, el abandono de las políticas de austeridad, la reducción generalizada de

la jornada laboral, con contratos compensatorios y mantenimiento del salario, la socialización del sector bancario, una reforma fiscal general, medidas para asegurar la igualdad hombre-mujer y la aplicación de una política determinada de transición ecológica |82|. Piketty tiene la ilusión de que puede convencer de la necesidad de dar prioridad absoluta a su propuesta, mientras que lo que puede ser realmente eficaz y aglutinante es definir una plataforma común de un máximo de fuerzas favorables a un cambio democrático radical a favor de la justicia social. Por otra parte, como se afirma en el texto «Anular la deuda o gravar al capital: ¿Por qué elegir?»: «La crítica fundamental que se le puede hacer a Thomas Piketty es que piensa que su solución puede funcionar aunque se mantenga el sistema actual. Propone un impuesto progresivo sobre el capital para redistribuir las riquezas y salvaguardar la democracia, pero no se cuestiona las condiciones en las que estas riquezas se originan ni las consecuencias que resultan de ese proceso. Su respuesta sólo remedia uno de los efectos del funcionamiento del sistema económico actual, sin atacar la verdadera causa del problema. En primer lugar, admitamos que logramos, mediante un combate colectivo, una imposición al capital, sin embargo la recaudación generada por este impuesto corre el riesgo de ser succionada por el reembolso de deudas ilegítimas, si no actuamos para que se anulen. Pero sobre todo no nos puede satisfacer un reparto más equitativo de las riquezas, si éstas son producidas por un sistema depredador que no respeta ni las personas ni los bienes comunes, y acelera la destrucción de los ecosistemas. El capital no es un simple «factor de producción» que «juega un papel útil» y por lo tanto, merece «naturalmente» un rendimiento del 5 %, como dice Piketty, es también, y principalmente, una relación social que se caracteriza por la influencia de los que poseen sobre el destino de las sociedades. El sistema capitalista en tanto que modo de producción está en el origen no sólo de las desigualdades sociales, cada vez más insostenibles, sino también del peligro que corre nuestro ecosistema, del saqueo de los bienes comunes, de las relaciones de dominación y de explotación, de la alienación en los mercados, de la lógica de acumulación que reduce nuestra humanidad a mujeres y hombres incapaces de transformar sus pulsiones, obsesionados por la posesión de bienes materiales y despreocupados por lo inmaterial, que, sin embargo, es la base de nuestra vida.» |83| A la vez, una de las características y una de las debilidades de la propuesta de Piketty es que no llama a la movilización social para obtener un cambio de las políticas en curso. Es verdad que es consciente de que la acción de los de abajo desempeñó un papel en las orientaciones tomadas después de la primera guerra mundial, que denuncia la represión que sufrieron los mineros de Marikana en Sudáfrica, en agosto de 2012, pero del centenar de páginas que dedica al final para presentar unas propuestas y reflexionar sobre las soluciones que se deben aportar a los problemas centrales, ninguna de ellas está dedicada a la acción de los ciudadanos organizados, no hace ninguna alusión al movimiento de los Indignados, aunque haya mencionado al movimiento Occupy Wall Street en la parte que precede a sus propuestas. A lo sumo, podemos tener la esperanza de que la divulgación de

trabajos como los suyos contribuirá a la concienciación que podrá inducir los cambios. Es una debilidad importante en la trayectoria de Piketty. ¿Hay que asombrarse entonces de que proponga la creación, al lado del Parlamento Europeo, de un «Parlamento presupuestario de la eurozona» |84|? Considera que «este parlamento podría contar con unos cincuenta miembros de cada uno de los grandes países de la zona, a prorrata de la población. Los miembros podrían provenir de las comisiones de finanzas y de asuntos sociales de los parlamentos nacionales, o elegidos de otra forma» |85|. Más adelante, no ve con malos ojos la proposición de «la elección por sufragio universal de un presidente de la Unión Europea, propuesta que lógicamente debería ir acompañada de una extensión de sus poderes» |86|. Piketty sigue la vía de reformas que no cuestionan los tratados ni la arquitectura europea, donde el predominio de los intereses del gran capital es inamovible. Pues bien, es indispensable un cambio fundamental, que pasa por la abrogación de los tratados y la apertura de un proceso constituyente, en el que la ciudadanía, unida en la acción, exija sus reivindicaciones. En conclusión, el trabajo de Thomas Piketty tiene un gran valor por su recolección de datos sobre las desigualdades durante los últimos dos siglos, y ofrece una límpida descripción de su evolución. Su libro constituye un instrumento muy útil y alimenta el debate sobre las alternativas. Anexo 1. El Capital en el siglo xxi. Precisión en la investigación y confusión teórica. Así como Thomas Piketty es preciso en la recogida de datos y su obra es útil con su análisis del reparto desigual del patrimonio y de los ingresos, algunas definiciones son netamente confusas y discutibles. Por ejemplo, la definición de capital que propone: |87| En todas las civilizaciones, el capital cumple dos grandes funciones económicas: por una parte, para alojarse (es decir, para producir «servicios de alojamiento», cuyo valor se mide por el valor locativo de la habitación; es el valor del bienestar aportado por el hecho de dormir y vivir bajo un techo y no a la intemperie) y por otra parte como factor de producción de otros bienes y servicios…». Prosigue: Históricamente, las primeras formas de acumulación capitalista parecen concernir a la vez a los útiles (sílex, etc.) y a los acondicionamientos agrícolas (cercado, riego, drenaje, etc.), así como a los rudimentos de habitación (cavernas, tiendas, cabañas, etc.), antes de pasar a unas formas cada vez más sofisticadas de capital industrial y profesional y de locales de habitación cada vez más elaborados. Henos aquí sumergidos por Thomas Piketty en una historia de la humanidad donde el capital está presente desde sus orígenes. Esta importante confusión continúa en los análisis que hace en su libro Le capitalisme au xxie siècle. Para Piketty, un apartamento de un valor de 80.000 euros o un depósito de 2.000 euros en una cuenta postal |88| constituye un capital tanto como una fábrica o un edificio comercial de 125 millones de euros. Evidentemente, en la vida cotidiana, el señor y la señora de la calle consideran que tienen un capital en forma de un departamento que vale 80.000 euros, al que se suma un seguro de vida de 10.000 euros y tal vez 2.000 euros en una cuenta de ahorro postal, y seguramente estarán plenamente de acuerdo con la definición dada por Piketty, los manuales tradicionales de economía y su banquero. Pero se equivocan, pues el capital en la sociedad capitalista no se reduce a esto. El capital es otra cosa

diferente de lo que muestran las apariencias, es una relación social que permite a una minoría de la sociedad, el uno por ciento más rico, si se quiere dar una cifra, enriquecerse apropiándose del trabajo de los otros. Así, cuando Thomas Piketty habla de un impuesto progresivo sobre el capital, considera todos los patrimonios privados, ya sean los 1.000 euros de una cuenta bancaria o la fortuna de Lakshmi Mittal o Liliane Bettencourt. La confusión prosigue cuando se trata de la renta: la renta del alquiler de un departamento de 80.000 euros es considerada por Piketty una renta del capital, así como la renta que obtiene Liliane Bettencourt de su participación en la firma L’Oréal. Igualmente, la ganancia que consigue un jubilado de su cuenta en el banco (si tiene 10.000 euros con un 2 % en el 2014, lo que le proporciona 200 euros al año) es considerada una renta del capital por pequeña que sea. Si pasamos a los salarios, Thomas Piketty considera que todas las ganancias declaradas como salarios son salarios, tanto sea el de un presidente-director general de un banco que percibe un salario de 3 millones de euros al año, como para un empleado bancario que gana 30.000 euros anuales. Por lo tanto, es pertinente cuestionar el sentido que Piketty da a términos como «capital» o «trabajo» y definir de otro modo lo que se entiende por rentas del capital y rentas del trabajo, Por ejemplo, el beneficio que se obtiene del alquiler de un bien, de un depósito bancario o de acciones de una empresa no se tendría que considerar un ingreso del capital más que a partir de cierto monto. Asimismo, el patrimonio inferior a cierto monto no se debería considerar un capital. Y por otra parte, si se quiere entender cómo el uno por ciento acumula capital, hay que ir más allá de reflexiones tales como «a partir del momento en que el capital desempeña un papel útil en el proceso de producción, es natural que obtenga un rendimiento» |89|. La confusión mantenida por Thomas Piketty, sin duda, hay que relacionarla con sus convicciones: «No me interesa denunciar las desigualdades o el capitalismo como tal, (…) las desigualdades sociales no constituyen en sí un problema, por poco que sean justificadas, es decir, fundadas en la utilidad común…» |90| Mi crítica de las observaciones de Thomas Piketty no resta nada al interés del panorama monumental que presenta de la evolución de las desigualdades en materia de patrimonio o de rentas en el curso de los últimos siglos… Anexo 2. El pueblo ecuatoriano contra la deuda pública ilegítima A partir de finales de los años 1990, una serie de movimientos sociales ecuatorianos, en particular Jubileo 2000 Guayaquil (la ciudad comercial más importante y el mayor puerto de Ecuador), comenzaron una campaña contra la deuda injusta reclamada al país. Las posiciones de estos movimientos sociales eran al principio bastante moderadas y confusas. Por ejemplo, asistieron a una reunión del Club de París en 1998 pensando que podrían negociar una reestructuración de la deuda ecuatoriana y obtener su reducción. Al cabo de dos años, se dieron cuenta de

que el Club de París no tenía ninguna voluntad de negociar y que sólo aceptaban discutir problemas de relaciones públicas. En 2001-2002, el CADTM Internacional y el Centro de Derechos Económicos y Sociales (CDES) iniciaron una campaña sobre el tema particular de la deuda de Ecuador contraída por la compra a Noruega de buques pesqueros. Ambos grupos elaboraron un dossier que demostraba que esta deuda con Noruega era ilegítima porque este país no había vendido esas naves para servir a los intereses ecuatorianos sino para responder a la crisis de un sector importante de las exportaciones noruegas, en este caso, los astilleros. Noruega buscaba países dispuestos a comprar barcos pesqueros, pero los que vendió a Ecuador casi nunca se emplearon para la pesca, sino para transportar bananas, en beneficio de una de las grandes fortunas del país. Este ejemplo concreto ilustra cómo comenzó una campaña contra la deuda poniendo la mira en una deuda particular e introduciendo la noción de deuda ilegítima. Se logró una alianza con la organización noruega SLUG y la introducción del tema la auditoría para poner en claro lo que se reclamaba a Ecuador. La campaña se desarrolló en un marco de grandes movilizaciones sociales a finales de los años 1990 y principios de los años 2000, con numerosos movimientos populares muy importantes, que echaron a dos presidentes neoliberales, uno en el año 2000 y el otro en 2005. Ya había habido importantes movilizaciones en los años 1990, pero en el año 2000 el presidente liberal fue desalojado por la movilización popular. El nuevo presidente electo, Lucio Gutiérrez, había realizado su compaña con un programa anti-FMI, con un programa de izquierda y anti Estados Unidos. Pero, una vez electo, cambió completamente su discurso, y dijo: «Yo soy el mejor amigo de Estados Unidos, Chávez es nuestro enemigo». Esto causó descontento, frustración y una nueva sublevación popular en el año 2005. Gutiérrez huyó del palacio presidencial en helicóptero antes de que asumiera el gobierno de transición, en el cual Rafael Correa, que en el año 2006 sería electo presidente, desempeñaba el cargo de ministro de Finanzas, en un contexto en el que el precio del petróleo era bastante elevado. El tema de la deuda era importante, porque los movimientos sociales estaban realizando una campaña contra la deuda desde hacía 7 u 8 años. En su condición de ministro de Finanzas, Rafael Correa tomó la iniciativa de destinar todos los suplementos de los ingresos originados por el alza del precio del crudo a gastos sociales en educación y sanidad. No era cuestión de que los ingresos suplementarios generados por el petróleo fueran absorbidos por el reembolso de la deuda. Siendo ésta ilegítima, es la población la que debe beneficiarse de los recursos de la exportación y de la recaudación fiscal que se genera. El Banco Mundial y el FMI reaccionaron con dureza y rechazaron la idea de que el dinero proveniente de los ingresos del petróleo fuera a gastos sociales. El BM amenazó con suspender los préstamos a Ecuador si se aplicaba tal medida. Correa se negó a plegarse al diktat del BM y defendió su posición en el gobierno. Prefirió dimitir antes que retirar el decreto que defendía los intereses del país y fue así como se encontró en la oposición. Sin embargo, el presidente interino que reemplazó a Gutiérrez organizó una comisión de auditoría, aunque con unas atribuciones muy restringidas. Pese a todo, ésta realizó un interesante trabajo de estudio de la deuda ecuatoriana, que contribuyó a popularizar aún más la cuestión de la deuda. En las elecciones presidenciales del año 2006, Correa se presentó proponiendo:



1. La necesidad de modificar radicalmente la Constitución del país con una democratización política fundamental;



2. la necesidad de poner fin a la deuda ilegítima. Su mensaje era el siguiente: «Elegidme como presidente y me comprometo a tomar medidas para que el país cese de pagar una deuda ilegítima.» También proclamó que si era elegido presidente, pondría fin a la base militar naval puesta a disposición del ejército estadounidense por Ecuador. Se trataba de que Ecuador recuperara su soberanía y su dignidad. Así mismo pondría fin a las negociaciones con Estados Unidos concernientes a un tratado de libre comercio. Los grandes temas de su campaña eran: democratización política, cambio constitucional, anulación de la deuda ilegítima, recuperación de la soberanía poniendo fin a la presencia del ejército estadounidense en su territorio y cese de las negociaciones de un tratado de libre comercio con Estados Unidos. La auditoría de la deuda en 2007-2008 y sus consecuencias positivas Electo en diciembre de 2006, entabló una batalla en febrero-marzo de 2007 por un referéndum sobre una nueva Constitución, referéndum que ganó a pesar de que toda la oposición y los grandes media estaban contra él. La etapa siguiente era el pago de la deuda… a partir de mayo de 2007. La primera iniciativa de Correa fue expulsar al representante permanente del Banco Mundial en Ecuador. El mensaje era claro: El BM no había respetado la soberanía de Ecuador en 2005, lo que había causado la dimisión de Correa. El BM se inmiscuye en las cuestiones del país, ¡Fuera, BM, váyase! En julio de 2007, por un decreto presidencial, Rafael Correa instituyó una comisión de auditoría. Por el lado ecuatoriano, había, por una parte, representantes de la sociedad civil «de base», es decir, movimientos sociales, y por otra, cuatro cuerpos del Estado: el Tribunal de Cuentas, la comisión anticorrupción, el ministerio de Finanzas y de Economía, y el ministerio de Justicia. A este grupo se agregaron seis representantes extranjeros expertos en la materia. Con ese motivo, formé parte de la comisión, cuyo mandato era analizar la deuda pública interna y externa entre los años 1976 y 2006. Teníamos el poder de obtener toda la información necesaria para nuestro trabajo de auditoría a fin de presentar un informe sobre las deudas ilegítimas y hacer recomendaciones al Gobierno y al Estado. Después de 14 meses de trabajo, remitimos nuestras conclusiones y recomendaciones al Gobierno. Durante esos 14 meses nos reunimos en tres oportunidades con el presidente Correa y su gobierno, que a continuación estudiaron nuestras conclusiones y recomendaciones durante un mes y medio. En noviembre de 2008, se anunció la suspensión unilateral del reembolso de dos tercios de la deuda comercial, es decir, la deuda en forma de títulos vendidos en los mercados financieros con vencimiento en 2012 y en 2030. Durante seis meses, Ecuador dejó a los mercados financieros sin información, manteniéndolos en una incertidumbre completa. La decisión se había tomado sin publicación previa. Ecuador encomendó al banco Lazard, un conocido banco internacional, recomprar los títulos en el mercado secundario de la deuda por cuenta del Estado, pero sin revelarlo oficialmente. Esto permitió a Ecuador recomprar una buena parte de los títulos y a continuación hacer una oferta a los tenedores de los títulos restantes, aquellos que no se habían vendido aún al banco Lazard. El gobierno propuso la

recompra de los títulos a un 35 % de su valor nominal, aunque ya había comprado una parte al 20 % de su valor. La oferta se hizo en abril de 2009 y en junio de ese mismo año Ecuador anunció públicamente que había recomprado el 91 % de los títulos. La oferta concluía y el 9 % restante de los títulos quedaba fuera. Los tenedores de títulos habían tenido tiempo suficiente para venderlos al Estado. Para concluir, la operación costó unos 900 millones de dólares que el gobierno utilizó para rescatar títulos por valor de 3.200 millones de dólares. El ahorro total, teniendo en cuenta la recompra de los títulos a precio reducido y los intereses que ya no habría que pagar hasta el año 2030, fue de 7.000 millones de dólares. Este dinero se utilizó para aumentar radicalmente el gasto público, en particular en la salud pública, en educación y en infraestructuras. Si se mira el presupuesto ecuatoriano, se ve que a partir de los años 2009-2010, las sumas destinadas al servicio de la deuda se reducen radicalmente y que el gasto social útil aumenta de una forma extremadamente importante, permitiendo una mejora de las condiciones de vida de la población. Esto explica por otra parte por qué Correa fue reelegido en el año 2009 en el marco de la nueva Constitución. Su mandato terminó a principios de 2013, se presentó nuevamente a las elecciones y fue reelecto con el 57 % de los votos, es decir, tuvo más votos para su tercer mandato que para los dos anteriores. ¿Qué conclusiones se pueden sacar de esto? Correa ganó las elecciones de 2006 esencialmente porque entabló la batalla contra el BM y el problema de la deuda ilegítima. Era uno de los principales temas de su campaña y fue sobre esta base que ganó un apoyo popular muy significativo. La primera lección es la siguiente: una organización o un candidato o un frente de organizaciones, como por ejemplo el frente popular que estaba en la oposición, puede convencer y conseguir el apoyo de una parte importante de la opinión pública para llegar al gobierno con el objetivo de tomar medidas tendientes a poner fin al pago de una deuda ilegítima. Y esto es posible si hay también un trabajo de base realizado durante años por los movimientos sociales. Los discursos sobre la deuda son extremadamente importantes para llegar a la opinión pública y demostrar que existen alternativas a las políticas existentes. Traducido por Griselda Pinero y Raúl Quiroz Notas |1| Thomas Piketty, Le capital au XXie siècle, Le Seuil, París, 2013 (970 pp.) Varios comentarios interesantes ya han sido publicados sobre este importante libro. Por lo tanto, en este artículo no vuelvo a tratar una serie de temas que ya fueron abordados y de entrada he comenzado por las enseñanzas prácticas. Entre los comentarios ya publicados: 1. Véase la revista Les Possibles de ATTAC Francia: "Réflexions sur « Le capital au XXIe siècle » de Thomas Piketty" par François Chesnais http://cadtm.org/Reflexions-sur-Le-capital-au-XXIe (et "Éléments de réponses à François Chesnais" par Thomas Piketty http://cadtm.org/Elements-dereponses-a-Francois ); 2. Véase también Jean-Paul Petit en la revista Inprecor: http://gesd.free.fr/jppetit.pdf; 3. Véase Robert Boyer: http://gesd.free.fr/boyerpik.pdf ; 4. Véase Michel Husson, http://hussonet.free.fr/piketcap.pdf

|2| http://piketty.pse.ens.fr/fr/capital21c |3| El patrimonio, en forma sencilla, es el conjunto de bienes inmobiliarios y mobiliarios privados netos (sin deudas). Thomas Piketty considera que actualmente el patrimonio total de un país (patrimonio privado + patrimonio público) como Francia, Estados Unidos o Bélgica corresponde en la práctica al patrimonio privado libre de deuda puesto que el patrimonio público libre de deuda es aproximadamente cero, ya que la deuda pública representa cerca del 100 % del PIB. No entro en más detalles. Para un enfoque más argumentado véase Piketty |4| Pp. 542 a 555. |5| A lo largo de este artículo, el término «patrimonio» corresponde a lo que Piketty considera para realizar sus cálculos (véase más arriba). No contiene otros elementos de patrimonio que constituyen una riqueza inestimable y que son vitales para la supervivencia de la humanidad y de la naturaleza. Para una discusión sobre la riqueza y el valor, que se sale del marco de este artículo, véase el Libro de JeanMarie Harribey La richesse, la valeur et l’inestimable, Les liens qui libèrent, París, 2013. |6| Tabla proveniente de la tabla 7.2 p.391. |7| http://fr.wikipedia.org/wiki/Liliane_Bettencourt |8| P. 109. |9| Es decir el equivalente al 120 % del PIB de la Unión Europea |10| P. 741. |11| Nota bene: Las propuestas que se formulan en este artículo son de la responsabilidad del autor y no compromete en nada a Thomas Piketty. Cuando el autor resume una propuesta de Thomas Piketty, se hace explícita mención de ello. |12| Thomas Piketty escribe: Consideremos, por ejemplo, el caso de un impuesto sobre las fortunas que sería aplicado con un tipo del 0 % para los patrimonios inferiores a 1 millón de euros, del 1 % para los que van de 1 a 5 millones de euros, y del 2 % para aquellos superiores a 5 millones de euros. Aplicado al conjunto de los países de la Unión Europea, ese impuesto afectaría a cerca del 2,5 % de l población y suministraría cada año el equivalente al 2 % del PIB europeo.» (p. 860. Señalemos que la puesta en marcha de esta propuesta, que incluso es muy moderada, ¡nos daría el equivalente a dos veces el presupuesto actual de la UE! |13| P. 692. |14| Esto es, cerca de 4,5 millones de adultos. |15| P. 698. |16| P. 700. |17| Tabla elaborada por el autor a partir de los datos de la Tabla 7.1, p. 390.

|18| Tabla elaborada por el autor a partir de los datos de la Tabla 7.3, p. 392. |19| P. 544. |20| « ¿Qué es el tercer estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada ¿Qué es lo que pide? Ser algo» |21| El gráfico presenta una evolución por décadas y he tratado de poner en evidencia esa evolución lo más claramente posible. Si el gráfico hubiera indicado la evolución año a año, seguramente habríamos constatado una subida de la porción de los más ricos hacia fines de los años 1920. |22| P. 76. |23| Por mi parte, analicé en forma sintética el cambio operado a fines de los años 1970, comienzos de los años 1980 en el ámbito internacional especialmente en Éric Toussaint «La gran transformación desde los años ochenta hasta la crisis actual, tanto en el Sur como en el Norte», http://cadtm.org/La-gran-transformacion-desdelos-, publicado el 7 de septiembre de 2009, y en el libro Una mirada al retrovisor. El neoliberalismo desde sus orígenes hasta la actualidad, Icaria Editorial, Barcelona, 2010 |24| El patrimonio nacional (o el capital nacional como Thomas Piketty también lo llama, cuestión que siembra confusión: véase anexo 1, Le Capital au XXIe siècle: Precisión en la investigación y confusión teórica) es la «suma de los activos no financieros (vivienda, terrenos, fondos de comercio, edificios, máquinas, equipamientos, patentes y otros activos profesionales poseídos de forma directa) y de los activos financieros (cuentas bancarias, planes de ahorro, obligaciones, acciones y otras participaciones en sociedades, inversiones financieras de cualquier tipo, contratos de seguros de vida, fondos de pensión, etc.), disminuidos por los pasivos (o sea, por todas las deudas). Si nos limitamos a los activos y pasivos que poseen los individuos privados, entonces tendremos el patrimonio privado o capital privado. Si se considera los activos y pasivos que posee el Estado y las administraciones públicas (comunidades locales, administraciones de la seguridad social, etc.) se obtiene el patrimonio público o capital público.» p. 86. |25| Piketty explica cómo calcula la renta nacional: se resta del producto interior bruto (PIB) la depreciación anual del capital, a esta cantidad se le suma los ingresos netos percibidos del exterior (o se restan los pagos netos efectuados hacia el exterior si éstos exceden los ingresos). Véase pp. 78-79 |26| Thomas Piketty precisa, por otra parte, que si, en el cálculo del patrimonio, se tomaran en cuenta los pasivos y los activos financieros, el patrimonio aumentado de esa forma representaría entre 10 y 15 veces la renta nacional, 20 veces en el caso del Reino Unido. Asimismo, nos recuerda que desde el siglo xix hasta el comienzo de los años 1970 el patrimonio correspondía a entre 4 y 5 años de la renta nacional. Si se toman en cuenta los derivados, se llegaría a cantidades mucho más elevadas (pp. 305-306) |27| P. 273.

|28| Pp. 218-219. |29| P. 219. |30| Pp. 273-274. |31| Pp. 456-457. |32| Pp. 458-459. |33| P. 489. |34| Pp. 469-470. |35| Pp. 501-503. |36| Pp. 506-507. |37| Pp. 517-519. |38| Pp. 805-806. |39| Pp. 811-815. |40| P. 707. |41| P.820. |42| P. 819. |43| Pp. 824-826. |44| P. 831. |45| P. 832. |46| Nota 3, p.834. |47| Esto no compromete a Thomas Piketty. |48| Thomas Piketty, Le capital au XXIe siècle, Le Seuil, París, 2013 (970 pp.), p. 185. |49| «El origen de los asignados remonta al mes de diciembre de 1789 cuando fue creada la Caja de lo Extraordinario (Caisse de l’Extraordinaire). Esta caja debería recibir el producto de la venta de los bienes confiscados al clero. Los asignados eran solo simples adelantos sobre la venta de los bienes nacionales. Estos asignados remuneraban un interés. Pero las cosas evolucionaron rápidamente. En septiembre de 1790, los asignados dejaron de conllevar un interés y se reciben «como dinero en efectivo en todos los fondos públicos y particulares». El monto de las emisiones aumenta aceleradamente hasta 1796. Frente a esta proliferación de papel moneda, la garantía de los dominios nacionales a los que se continúa haciendo referencia deviene ilusoria y el valor de los asignados se desploma.» Fuente: http://sceco.univpoitiers.fr/hfranc/assignats.htm consultada el 17 de enero de 2014. |50| Pp. 206-207

|51| Pp. 206-207 |52| P. 208. |53| P. 208. |54| P. 209. |55| En realidad el tipo es superior pero estamos haciendo una hipótesis teórica. |56| La hipótesis de crecimiento nulo es teórica y sirve para facilitar el cálculo. En realidad el PIB descendió un 20 % entre 2009 y 2013, y es difícil de prever lo que pasará exactamente en los años venideros. |57| Hagamos el mismo razonamiento con Portugal cuya deuda pública representa el 130 % del PIB en 2014 y cuya tasa de crecimiento anual es cero (también se redujo entre 2011 y 2013) y el tasa de inflación es muy baja. Portugal reembolsa aproximadamente a un tipo de interés del 6,5 %. Debería pagar durante largos años el equivalente al 8,5 % de su PIB. La deuda pública de Italia alcanza el 133 % de su PIB y la paga con un interés del 5 %. También Italia deberá pagar durante largos años el equivalente al 6,5 % de su PIB. Insisto en que las cifras mencionadas más arriba forman parte de una hipótesis teórica. De todas maneras son cercanas a la realidad. Estos ejemplos no comprometen en nada a Piketty. |58| http://sceco.univ-poitiers.fr/hfranc/assignats.htm, consultada el 17 enero de 2014. |59| Pp. 210-212. |60| P. 216. |61| P. 211. |62| P. 931. |63| P. 932. |64| P. 889. |65| Para recordar: participé en esta auditoría durante 14 meses entre 2007 y 2008, como representante del CADTM. |66| El tribunal de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), que no tiene nada de asociación altermundilaista, «dio la razón» a Islandia, Véase CADTM : «El tribunal de la AELC (Asociación Europea de Libre Comercio) rechaza las reclamaciones por el litigio «Icesave» contra Islandia y sus habitantes» http://cadtm.org/El-tribunal-de-la-AELC-Asociacion publicado el 30 de enero de 2013. |67| Muy a menudo, algunos comentaristas replican que los casos de estos dos países son totalmente diferentes de los países de la Unión Europea. Por supuesto, que hay diferencias evidentes pero estaríamos equivocados en desdeñar estas experiencias. Los que profesan ese desdén muestran sobre todo ignorancia de la

complejidad de las situaciones que las autoridades encontraron y parcialmente lograron superar. |68| Los haircuts propugnados por el FMI y los gobiernos de los grandes países acreedores tienen justamente por función limitar las pérdidas de los grandes acreedores privados mediante una reestructuración ordenada. En mi tesis doctoral, mostré cómo el plan Brady constituye un modelo en el género. Véase «Enjeux politiques de l’ action de la Banque mondiale et du Fonds monétaire international envers le tiers - monde», tesis de doctorado en Ciencias Políticas presentado en 2004 en las universidades de Lieja y París VIII, se puede descargar: http://cadtm.org/Enjeux-politiques-de-l-action-de. Véase también mi libro Banco Mundial, El Golpe de Estado Permanente, El Viejo Topo Mataró-Barcelona, 2007 Se puede descargar en francés: http://cadtm.org/Banque-mondiale-le-coup-d-Etat |69| P. 887. |70| Aquí podemos leer en la web oficial de la administración francesa define el impuesto proporcional «Un impuesto proporcional aplica un gravamen idéntico cualquiera sea la base sobre la que se impone (por ejemplo: el impuesto sobre sociedades). La base de la imposición designa las magnitudes económicas (ingresos, patrimonio, volumen de negocios…) que sirven de base al cálculo del impuesto. Los partidarios de la proporcionalidad consideran que es un modo de cálculo justo ya que cada uno contribuye con el mismo porcentaje de sus ingresos. (…) Los impuestos proporcionales son, además, generalmente más fáciles de calcular y, por lejos, menos costosos para implementar. Con el impuesto progresivo, el tipo aplicado aumenta con la base de imposición (por ejemplo: el impuesto sobre la renta, cuanto más elevada sea la renta, el tipo aplicado es mayor). Fuente: http://www.vie-publique.fr/decouverte-institutions/financespubliques/ressources-depenses-etat/ressources/qu-entend-on-par-proportionnaliteprogressivite-impot.html Hay que señalar que Thomas Piketty define en su libro el impuesto proporcional de la misma manera que la administración francesa. |71| Pp. 888-889. |72| P. 889. |73| P. 890. |74| Véase la Red Internacional por la Auditoría Ciudadana (International Citizen debt Audit Network, ICAN), http://cadtm.org/ICAN,750 |75| Thomas Coutrot, Patrick Saurin y Éric Toussaint, «Anular la deuda o gravar al capital: ¿Por qué elegir?», http://cadtm.org/Anular-la-deuda-o-gravar-al, publicado el 31 de octubre de 2013. |76| Véase Eric Toussaint, «La Constitution équatorienne: un modèle en matière d’endettement public», http://cadtm.org/La-constitution-equatorienne-un, publicado el 27 de diciembre de 2010. |77| P. 835.

|78| Se debe tener presente que Piketty da una definición del capital privado que engloba los haberes mobiliarios e inmobiliarios del 50 % más modesto. |79| P. 838. |80| P. 842. |81| P. 843. |82| Véase el texto antes citado de Thomas Coutrot, Patrice Saurin y Éric Toussaint «Anular la deuda o gravar el capital: ¿Por qué elegir?», http://cadtm.org/Anular-ladeuda-o-gravar-al.Véase también: Damien Millet y Eric Toussaint, «Europa: ¿Qué programa de urgencia frente a la crisis ?» publicado el 22 de junio de 2012, http://cadtm.org/Europa-Que-programa-de-urgencia |83| http://cadtm.org/Anular-la-deuda-o-gravar-al |84| P. 916. |85| Nota 1, p.916 |86| P. 917. |87| P. 337 |88| Hay que tener en cuenta que las sumas depositadas en Francia en las cuentas de ahorro, en las cuentas corrientes, etc. no representan más que alrededor del 5 % del patrimonio (privado). P. 330 |89| P. 674. |90| P. 62. Éric Toussaint, doctor en ciencias políticas, es presidente del CADTM Bélgica (Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, www.cadtm.org) y miembro del consejo científico de ATTAC. Autor, entre otros libros, de Una mirada al retrovisor: el neoliberalismo desde sus orígenes hasta la actualidad, Icaria 2010; La Deuda o la Vida (junto a Damien Millet) Icaria, Barcelona, 2011; La crisis global, El Viejo Topo, Barcelona, 2010;. La bolsa o la vida: las finanzas contra los pueblos, Gakoa, 2002. Autor de Procès d’un homme exemplaire, Editions Al Dante, Marsella, 2013. Junto a Damien Millet es autor de AAA, Audit Annulation Autre Politique, Le Seuil, París, 2012.

Why We’re in a New Gilded Age Paul Krugman May 8, 2014 Issue

Capital in the Twenty-First Century Thomas Piketty in his office at the Paris School of Economics, 2013 Thomas Piketty, professor at the Paris School of Economics, isn’t a household name, although that may change with the English-language publication of his magnificent, sweeping meditation on inequality, Capital in the Twenty-First Century. Yet his influence runs deep. It has become a commonplace to say that we are living in a second Gilded Age—or, as Piketty likes to put it, a second Belle Époque—defined by the incredible rise of the “one percent.” But it has only become a commonplace thanks to Piketty’s work. In particular, he and a few colleagues (notably Anthony Atkinson at Oxford and Emmanuel Saez at Berkeley) have pioneered statistical techniques that make it possible to track the concentration of income and wealth deep into the past—back to the early twentieth century for America and Britain, and all the way to the late eighteenth century for France. The result has been a revolution in our understanding of long-term trends in inequality. Before this revolution, most discussions of economic disparity more or less ignored the very rich. Some economists (not to mention politicians) tried to shout down any mention of inequality at all: “Of the tendencies that are harmful to sound economics, the most seductive, and in my opinion the most poisonous, is to focus on questions of distribution,” declared Robert Lucas Jr. of the University of Chicago, the most influential macroeconomist of his generation, in 2004. But even those willing to discuss inequality generally focused on the gap between the poor or the working class and the merely well-off, not the truly rich—on college graduates whose wage gains outpaced those of less-educated workers, or on the comparative good fortune of the top fifth of the population compared with the bottom four fifths, not on the rapidly rising incomes of executives and bankers. It therefore came as a revelation when Piketty and his colleagues showed that incomes of the now famous “one percent,” and of even narrower groups, are actually the big story in rising inequality. And this discovery came with a second revelation: talk of a second Gilded Age, which might have seemed like hyperbole, was nothing of the kind. In America in particular the share of national income going to the top one percent has followed a great U-shaped arc. Before World War I the one percent received around a fifth of total income in both Britain and the United States. By 1950 that share had been cut by more than half. But since 1980 the one percent has seen its income share surge again—and in the United States it’s back to what it was a century ago. Still, today’s economic elite is very different from that of the nineteenth century, isn’t it? Back then, great wealth tended to be inherited; aren’t today’s economic elite people who earned their position? Well, Piketty tells us that this isn’t as true as you think, and that in any case this state of affairs may prove no more durable than the middle-class society that flourished for a generation after World War II. The big idea of Capital in the Twenty-First Century is that we haven’t just gone back to nineteenth-century levels of income inequality, we’re also on a path back to “patrimonial capitalism,” in which the commanding heights of the economy are controlled not by talented individuals but by family dynasties.

It’s a remarkable claim—and precisely because it’s so remarkable, it needs to be examined carefully and critically. Before I get into that, however, let me say right away that Piketty has written a truly superb book. It’s a work that melds grand historical sweep—when was the last time you heard an economist invoke Jane Austen and Balzac?—with painstaking data analysis. And even though Piketty mocks the economics profession for its “childish passion for mathematics,” underlying his discussion is a tour de force of economic modeling, an approach that integrates the analysis of economic growth with that of the distribution of income and wealth. This is a book that will change both the way we think about society and the way we do economics. 1. What do we know about economic inequality, and about when do we know it? Until the Piketty revolution swept through the field, most of what we knew about income and wealth inequality came from surveys, in which randomly chosen households are asked to fill in a questionnaire, and their answers are tallied up to produce a statistical portrait of the whole. The international gold standard for such surveys is the annual survey conducted once a year by the Census Bureau. The Federal Reserve also conducts a triennial survey of the distribution of wealth. These two surveys are an essential guide to the changing shape of American society. Among other things, they have long pointed to a dramatic shift in the process of US economic growth, one that started around 1980. Before then, families at all levels saw their incomes grow more or less in tandem with the growth of the economy as a whole. After 1980, however, the lion’s share of gains went to the top end of the income distribution, with families in the bottom half lagging far behind. Historically, other countries haven’t been equally good at keeping track of who gets what; but this situation has improved over time, in large part thanks to the efforts of the Luxembourg Income Study (with which I will soon be affiliated). And the growing availability of survey data that can be compared across nations has led to further important insights. In particular, we now know both that the United States has a much more unequal distribution of income than other advanced countries and that much of this difference in outcomes can be attributed directly to government action. European nations in general have highly unequal incomes from market activity, just like the United States, although possibly not to the same extent. But they do far more redistribution through taxes and transfers than America does, leading to much less inequality in disposable incomes. Yet for all their usefulness, survey data have important limitations. They tend to undercount or miss entirely the income that accrues to the handful of individuals at the very top of the income scale. They also have limited historical depth. Even US survey data only take us to 1947. Enter Piketty and his colleagues, who have turned to an entirely different source of information: tax records. This isn’t a new idea. Indeed, early analyses of income distribution relied on tax data because they had little else to go on. Piketty et al. have, however, found ways to merge tax data with other sources to produce

information that crucially complements survey evidence. In particular, tax data tell us a great deal about the elite. And tax-based estimates can reach much further into the past: the United States has had an income tax since 1913, Britain since 1909. France, thanks to elaborate estate tax collection and record-keeping, has wealth data reaching back to the late eighteenth century. Exploiting these data isn’t simple. But by using all the tricks of the trade, plus some educated guesswork, Piketty is able to produce a summary of the fall and rise of extreme inequality over the course of the past century. It looks like Table 1 on this page. As I said, describing our current era as a new Gilded Age or Belle Époque isn’t hyperbole; it’s the simple truth. But how did this happen?

2. Piketty throws down the intellectual gauntlet right away, with his book’s very title: Capital in the Twenty-First Century. Are economists still allowed to talk like that? It’s not just the obvious allusion to Marx that makes this title so startling. By invoking capital right from the beginning, Piketty breaks ranks with most modern discussions of inequality, and hearkens back to an older tradition. The general presumption of most inequality researchers has been that earned income, usually salaries, is where all the action is, and that income from capital is neither important nor interesting. Piketty shows, however, that even today income from capital, not earnings, predominates at the top of the income distribution. He also shows that in the past—during Europe’s Belle Époque and, to a lesser extent, America’s Gilded Age—unequal ownership of assets, not unequal pay, was the prime driver of income disparities. And he argues that we’re on our way back to that kind of society. Nor is this casual speculation on his part. For all that Capital in the Twenty-First Century is a work of principled empiricism, it is very much driven by a theoretical frame that attempts to unify discussion of economic growth and the distribution of both income and wealth. Basically, Piketty sees economic history as

the story of a race between capital accumulation and other factors driving growth, mainly population growth and technological progress. To be sure, this is a race that can have no permanent victor: over the very long run, the stock of capital and total income must grow at roughly the same rate. But one side or the other can pull ahead for decades at a time. On the eve of World War I, Europe had accumulated capital worth six or seven times national income. Over the next four decades, however, a combination of physical destruction and the diversion of savings into war efforts cut that ratio in half. Capital accumulation resumed after World War II, but this was a period of spectacular economic growth—the Trente Glorieuses, or “Glorious Thirty” years; so the ratio of capital to income remained low. Since the 1970s, however, slowing growth has meant a rising capital ratio, so capital and wealth have been trending steadily back toward Belle Époque levels. And this accumulation of capital, says Piketty, will eventually recreate Belle Époque–style inequality unless opposed by progressive taxation. Why? It’s all about r versus g—the rate of return on capital versus the rate of economic growth. Just about all economic models tell us that if g falls—which it has since 1970, a decline that is likely to continue due to slower growth in the working-age population and slower technological progress—r will fall too. But Piketty asserts that r will fall less than g. This doesn’t have to be true. However, if it’s sufficiently easy to replace workers with machines—if, to use the technical jargon, the elasticity of substitution between capital and labor is greater than one—slow growth, and the resulting rise in the ratio of capital to income, will indeed widen the gap between r and g. And Piketty argues that this is what the historical record shows will happen. If he’s right, one immediate consequence will be a redistribution of income away from labor and toward holders of capital. The conventional wisdom has long been that we needn’t worry about that happening, that the shares of capital and labor respectively in total income are highly stable over time. Over the very long run, however, this hasn’t been true. In Britain, for example, capital’s share of income— whether in the form of corporate profits, dividends, rents, or sales of property, for example—fell from around 40 percent before World War I to barely 20 percent circa 1970, and has since bounced roughly halfway back. The historical arc is less clearcut in the United States, but here, too, there is a redistribution in favor of capital underway. Notably, corporate profits have soared since the financial crisis began, while wages—including the wages of the highly educated—have stagnated. A rising share of capital, in turn, directly increases inequality, because ownership of capital is always much more unequally distributed than labor income. But the effects don’t stop there, because when the rate of return on capital greatly exceeds the rate of economic growth, “the past tends to devour the future”: society inexorably tends toward dominance by inherited wealth. Consider how this worked in Belle Époque Europe. At the time, owners of capital could expect to earn 4–5 percent on their investments, with minimal taxation; meanwhile economic growth was only around one percent. So wealthy individuals

could easily reinvest enough of their income to ensure that their wealth and hence their incomes were growing faster than the economy, reinforcing their economic dominance, even while skimming enough off to live lives of great luxury. And what happened when these wealthy individuals died? They passed their wealth on—again, with minimal taxation—to their heirs. Money passed on to the next generation accounted for 20 to 25 percent of annual income; the great bulk of wealth, around 90 percent, was inherited rather than saved out of earned income. And this inherited wealth was concentrated in the hands of a very small minority: in 1910 the richest one percent controlled 60 percent of the wealth in France; in Britain, 70 percent. No wonder, then, that nineteenth-century novelists were obsessed with inheritance. Piketty discusses at length the lecture that the scoundrel Vautrin gives to Rastignac in Balzac’s Père Goriot, whose gist is that a most successful career could not possibly deliver more than a fraction of the wealth Rastignac could acquire at a stroke by marrying a rich man’s daughter. And it turns out that Vautrin was right: being in the top one percent of nineteenth-century heirs and simply living off your inherited wealth gave you around two and a half times the standard of living you could achieve by clawing your way into the top one percent of paid workers. You might be tempted to say that modern society is nothing like that. In fact, however, both capital income and inherited wealth, though less important than they were in the Belle Époque, are still powerful drivers of inequality—and their importance is growing. In France, Piketty shows, the inherited share of total wealth dropped sharply during the era of wars and postwar fast growth; circa 1970 it was less than 50 percent. But it’s now back up to 70 percent, and rising. Correspondingly, there has been a fall and then a rise in the importance of inheritance in conferring elite status: the living standard of the top one percent of heirs fell below that of the top one percent of earners between 1910 and 1950, but began rising again after 1970. It’s not all the way back to Rasti-gnac levels, but once again it’s generally more valuable to have the right parents (or to marry into having the right in-laws) than to have the right job. And this may only be the beginning. Figure 1 on this page shows Piketty’s estimates of global r and g over the long haul, suggesting that the era of equalization now lies behind us, and that the conditions are now ripe for the reestablishment of patrimonial capitalism.

Given this picture, why does inherited wealth play as small a part in today’s public discourse as it does? Piketty suggests that the very size of inherited fortunes in a way makes them invisible: “Wealth is so concentrated that a large segment of society is virtually unaware of its existence, so that some people imagine that it belongs to surreal or mysterious entities.” This is a very good point. But it’s surely not the whole explanation. For the fact is that the most conspicuous example of soaring inequality in today’s world—the rise of the very rich one percent in the Anglo-Saxon world, especially the United States—doesn’t have all that much to do with capital accumulation, at least so far. It has more to do with remarkably high compensation and incomes. 3. Capital in the Twenty-First Century is, as I hope I’ve made clear, an awesome work. At a time when the concentration of wealth and income in the hands of a few has resurfaced as a central political issue, Piketty doesn’t just offer invaluable documentation of what is happening, with unmatched historical depth. He also offers what amounts to a unified field theory of inequality, one that integrates economic growth, the distribution of income between capital and labor, and the distribution of wealth and income among individuals into a single frame.

And yet there is one thing that slightly detracts from the achievement—a sort of intellectual sleight of hand, albeit one that doesn’t actually involve any deception or malfeasance on Piketty’s part. Still, here it is: the main reason there has been a hankering for a book like this is the rise, not just of the one percent, but specifically of the American one percent. Yet that rise, it turns out, has happened for reasons that lie beyond the scope of Piketty’s grand thesis. Piketty is, of course, too good and too honest an economist to try to gloss over inconvenient facts. “US inequality in 2010,” he declares, “is quantitatively as extreme as in old Europe in the first decade of the twentieth century, but the structure of that inequality is rather clearly different.” Indeed, what we have seen in America and are starting to see elsewhere is something “radically new”—the rise of “supersalaries.” Capital still matters; at the very highest reaches of society, income from capital still exceeds income from wages, salaries, and bonuses. Piketty estimates that the increased inequality of capital income accounts for about a third of the overall rise in US inequality. But wage income at the top has also surged. Real wages for most US workers have increased little if at all since the early 1970s, but wages for the top one percent of earners have risen 165 percent, and wages for the top 0.1 percent have risen 362 percent. If Rastignac were alive today, Vautrin might concede that he could in fact do as well by becoming a hedge fund manager as he could by marrying wealth. What explains this dramatic rise in earnings inequality, with the lion’s share of the gains going to people at the very top? Some US economists suggest that it’s driven by changes in technology. In a famous 1981 paper titled “The Economics of Superstars,” the Chicago economist Sherwin Rosen argued that modern communications technology, by extending the reach of talented individuals, was creating winner-take-all markets in which a handful of exceptional individuals reap huge rewards, even if they’re only modestly better at what they do than far less well paid rivals. Piketty is unconvinced. As he notes, conservative economists love to talk about the high pay of performers of one kind or another, such as movie and sports stars, as a way of suggesting that high incomes really are deserved. But such people actually make up only a tiny fraction of the earnings elite. What one finds instead is mainly executives of one sort or another—people whose performance is, in fact, quite hard to assess or give a monetary value to. Who determines what a corporate CEO is worth? Well, there’s normally a compensation committee, appointed by the CEO himself. In effect, Piketty argues, high-level executives set their own pay, constrained by social norms rather than any sort of market discipline. And he attributes skyrocketing pay at the top to an erosion of these norms. In effect, he attributes soaring wage incomes at the top to social and political rather than strictly economic forces. Now, to be fair, he then advances a possible economic analysis of changing norms, arguing that falling tax rates for the rich have in effect emboldened the earnings

elite. When a top manager could expect to keep only a small fraction of the income he might get by flouting social norms and extracting a very large salary, he might have decided that the opprobrium wasn’t worth it. Cut his marginal tax rate drastically, and he may behave differently. And as more and more of the supersalaried flout the norms, the norms themselves will change. There’s a lot to be said for this diagnosis, but it clearly lacks the rigor and universality of Piketty’s analysis of the distribution of and returns to wealth. Also, I don’t think Capital in the Twenty-First Century adequately answers the most telling criticism of the executive power hypothesis: the concentration of very high incomes in finance, where performance actually can, after a fashion, be evaluated. I didn’t mention hedge fund managers idly: such people are paid based on their ability to attract clients and achieve investment returns. You can question the social value of modern finance, but the Gordon Gekkos out there are clearly good at something, and their rise can’t be attributed solely to power relations, although I guess you could argue that willingness to engage in morally dubious wheeling and dealing, like willingness to flout pay norms, is encouraged by low marginal tax rates. Overall, I’m more or less persuaded by Piketty’s explanation of the surge in wage inequality, though his failure to include deregulation is a significant disappointment. But as I said, his analysis here lacks the rigor of his capital analysis, not to mention its sheer, exhilarating intellectual elegance. Yet we shouldn’t overreact to this. Even if the surge in US inequality to date has been driven mainly by wage income, capital has nonetheless been significant too. And in any case, the story looking forward is likely to be quite different. The current generation of the very rich in America may consist largely of executives rather than rentiers, people who live off accumulated capital, but these executives have heirs. And America two decades from now could be a rentier-dominated society even more unequal than Belle Époque Europe. But this doesn’t have to happen. 4. At times, Piketty almost seems to offer a deterministic view of history, in which everything flows from the rates of population growth and technological progress. In reality, however, Capital in the Twenty-First Century makes it clear that public policy can make an enormous difference, that even if the underlying economic conditions point toward extreme inequality, what Piketty calls “a drift toward oligarchy” can be halted and even reversed if the body politic so chooses. The key point is that when we make the crucial comparison between the rate of return on wealth and the rate of economic growth, what matters is the after-tax return on wealth. So progressive taxation—in particular taxation of wealth and inheritance—can be a powerful force limiting inequality. Indeed, Piketty concludes his masterwork with a plea for just such a form of taxation. Unfortunately, the history covered in his own book does not encourage optimism.

It’s true that during much of the twentieth century strongly progressive taxation did indeed help reduce the concentration of income and wealth, and you might imagine that high taxation at the top is the natural political outcome when democracy confronts high inequality. Piketty, however, rejects this conclusion; the triumph of progressive taxation during the twentieth century, he contends, was “an ephemeral product of chaos.” Absent the wars and upheavals of Europe’s modern Thirty Years’ War, he suggests, nothing of the kind would have happened. As evidence, he offers the example of France’s Third Republic. The Republic’s official ideology was highly egalitarian. Yet wealth and income were nearly as concentrated, economic privilege almost as dominated by inheritance, as they were in the aristocratic constitutional monarchy across the English Channel. And public policy did almost nothing to oppose the economic domination by rentiers: estate taxes, in particular, were almost laughably low. Why didn’t the universally enfranchised citizens of France vote in politicians who would take on the rentier class? Well, then as now great wealth purchased great influence—not just over policies, but over public discourse. Upton Sinclair famously declared that “it is difficult to get a man to understand something when his salary depends on his not understanding it.” Piketty, looking at his own nation’s history, arrives at a similar observation: “The experience of France in the Belle Époque proves, if proof were needed, that no hypocrisy is too great when economic and financial elites are obliged to defend their interest.” The same phenomenon is visible today. In fact, a curious aspect of the American scene is that the politics of inequality seem if anything to be running ahead of the reality. As we’ve seen, at this point the US economic elite owes its status mainly to wages rather than capital income. Nonetheless, conservative economic rhetoric already emphasizes and celebrates capital rather than labor—“job creators,” not workers. In 2012 Eric Cantor, the House majority leader, chose to mark Labor Day—Labor Day!—with a tweet honoring business owners: Today, we celebrate those who have taken a risk, worked hard, built a business and earned their own success. Perhaps chastened by the reaction, he reportedly felt the need to remind his colleagues at a subsequent GOP retreat that most people don’t own their own businesses—but this in itself shows how thoroughly the party identifies itself with capital to the virtual exclusion of labor. Nor is this orientation toward capital just rhetorical. Tax burdens on high-income Americans have fallen across the board since the 1970s, but the biggest reductions have come on capital income—including a sharp fall in corporate taxes, which indirectly benefits stockholders—and inheritance. Sometimes it seems as if a substantial part of our political class is actively working to restore Piketty’s patrimonial capitalism. And if you look at the sources of political donations, many of which come from wealthy families, this possibility is a lot less outlandish than it might seem.

Piketty ends Capital in the Twenty-First Century with a call to arms—a call, in particular, for wealth taxes, global if possible, to restrain the growing power of inherited wealth. It’s easy to be cynical about the prospects for anything of the kind. But surely Piketty’s masterly diagnosis of where we are and where we’re heading makes such a thing considerably more likely. So Capital in the Twenty-First Century is an extremely important book on all fronts. Piketty has transformed our economic discourse; we’ll never talk about wealth and inequality the same way we used to.

The French economist Thomas Piketty (Paris School of Economics) will present a lecture on his new book, Capital in the Twenty-First Century. In this landmark work, Piketty argues that the main driver of inequality—the tendency of returns on capital to exceed the rate of economic growth—threatens to generate extreme inequalities that stir discontent and undermine democratic values. He calls for political action and policy intervention. Joseph Stiglitz (Columbia University), Paul Krugman (Princeton University), and Steven Durlauf (University of Wisconsin–Madison) will comment. The event will be introduced and moderated by Janet Gornick and Branko Milanovic (Graduate Center, Luxembourg Income Study Center). Co-sponsored by the Luxembourg Income Study Center and the Advanced Research Collaborative. Media interested in attending should contact Tanya Domi, director of media relations at the Graduate Center, [email protected]. Participant

Bios:

Thomas Piketty is professor at the Paris School of Economics and a major contributor to the World Top Incomes Database, along with Tony Atkinson, Emmanuel Saez, and Facundo Alvaredo. He has published many academic papers on income distribution, and is, with Atkinson, co-editor of Top Incomes: A Global Perspective and Top Incomes over the Twentieth Century: A Contrast between Continental European and English-Speaking Countries. Joseph Stiglitz, university professor at Columbia University, was awarded the Nobel Prize in Economics in 2001. He is the author of many influential books, including The Price of Inequality: How Today’s Divided Society Endangers Our Future (2013) and Freefall: America, Free Markets, and the Sinking of the World Economy (2010). In 2011, Time named Stiglitz one of the 100 most influential people in the world. Paul Krugman won the 2008 Nobel Prize in Economics. He is currently professor of economics and international affairs at Princeton University. In summer 2014, Krugman will join the LIS Center as a distinguished scholar; he will join the economics faculty of the Graduate Center in fall 2015. Krugman is the author of, most recently, End This Depression Now! A noted New York Times columnist, he also writes a popular blog, “The Conscience of a Liberal.”

Steven Durlauf is Vilas Research Professor and Kenneth J. Arrow and Laurits R. Christensen Professor of Economics at the University of Wisconsin–Madison. He is coeditor of nine books, is currently co-director of the Human Capital and Economic Opportunity Global Working Group, is editor of the Journal of Economic Literature, and was general editor of the New Palgrave Dictionary of Economics. Branko Milanovic is a senior scholar at the LIS Center and visiting presidential professor at the Graduate Center. He is author of, most recently, The Haves and Have-Nots, and his review of Piketty’s new book is forthcoming in the Journal of Economic Literature. Janet Gornick is professor of political science and sociology at the Graduate Center, director of both LIS and the LIS Center at the Graduate Center, co-editor of the recently published Income Inequality: Economic Disparities and the Middle Class in Affluent Countries, and coauthor of Gender Equality: Transforming Family Divisions of Labor. See more at: http://www.gc.cuny.edu/PublicProgramming/Calendar/Detail?id=24235#sthash.AiSa3WnP.dpuf

Comentarios críticos a Piketty, sus defensores y detractores. Publicado por Fernando Arteaga en Sábado, julio 5, 2014 El libro de Thomas Piketty, Capital en el Siglo XXI, ha causado conmoción en la prensa “intelectual” y en el sector académico de los Estados Unidos debido a su onerosa conclusión: el aumento constante de la desigualdad es un hecho inminente dentro de cualquier sociedad capitalista. Su argumento es bastante simple y hasta cierto punto convincente: en condiciones de bajo crecimiento económico, la distribución de la riqueza inicial es – en gran parte- todo lo que importa para definir la posterior distribución de la misma (y por lo tanto, también es factor importante en la distribución del ingreso). En lengua inglesa ya existen varias decenas de textos que le hacen tanto revisiones generales como minuciosas desde distintas aristas (Ver la crítica ortodoxa de Tyler Cowen, Larry Summers, la crítica austriaca de Robert Murphy, la crítica postkeynesiana de James Galbraith, la crítica metodológica de Chris Giles, de Nassim Taleb, de Mathew Rognlie, etc ). En español existe una menor cantidad de textos debido a que el libro todavía no se publica en nuestro idioma – pronto Fondo de Cultura Económica lo hará. Quizá la que más resonancia ha tenido es aquella del experto en crecimiento económico Xavier Sala-i-Martin. Otra, más halagadora hacia las conclusiones de Piketty, se publicó en este mismo sitio por Diego Castañeda. El éxito de esta obra en Estados Unidos se debe en buena parte a que empata muy bien con los ideales políticos de los liberals estadounidenses y encaja perfectamente con la corriente de pensamiento económico de sus intelectuales más “pesados” (Paul Krugman y Joe Stiglitz). Piketty obtiene una conclusión de corte izquierdista moderado (de

redistribución a partir de impuestos progresivos) partiendo de un marco teórico bastante ortodoxo ( e.g. Asume la eficiencia del mercado). Originalmente, sin embargo, el libro fue publicado en francés y tuvo una recepción mucho menos cálida. Cowen y De Rugy mantienen la hipótesis de que esto se debe a que el contexto político francés -mucho más radical hacia la izquierda- ya ha probado las recetas pikettianas de manera infructuosa. Es decir, como el mismo Piketty señala reiteradamente en su libro, todo es economía política. En este texto no hago un recuento general de la obra de Piketty, solo busco hacer puntualizaciones críticas muy definidas sobre ciertos aspectos de su obra – y sobre el debate que ésta ha generado- que creo merecen ser recalcadas. Omito críticas a algunos aspectos técnicos que aun cuando son fundamentales (e.g. su definición de capital como entidad homogénea con rendimientos dados, la abstracción que hace del riesgo y la incertidumbre en el proceso económico, sus cálculos discutibles sobre la elasticidad capital/trabajo, su medición cuestionable del capital respecto al valor en libros y valor de mercado, su uso selectivo de algunas series históricas, etc.) resultan secundarios para los argumentos que aquí presento. La importancia de los argumentos simples. Antes de adentrarme en el argumento de Piketty quiero hacer una mención especial al tipo de obra que escribió, la cual toma la forma de un libro y está expresada en un lenguaje poco técnico. Una de las máximas principales en la obra de la importante economista Deirdrie McCloskey es que la economía como disciplina -y las políticas públicas que recomiendan- deben su reputación y éxito al poder de una buena retórica. Incluso si aceptáramos que los argumentos más rigurosos y refinados se publican en los Journals especializados, el libro -y la argumentación simple- sigue siendo el medio fundamental en la batalla de ideas. La repercusión mediática del libro de Piketty apoya esta tesis.

Se puede argumentar, sin embargo, que el éxito de la idea plana y simple (aquella que sigue el adagio de la navaja de Ockham) solo se debe a que antes ésta ya estuvo respaldada por un sinfín de pruebas rigurosas y técnicas (lógicas o empíricas) . Es decir, podemos suponer que existe un efecto señalización: El argumento simple de Piketty se respeta sólo porque antes él ya había probado su valía intelectual (adquirió un doctorado muy joven, fue profesor en el MIT y ha publicado en Journals importantes).[i] Dicha idea, aunque razonable, me parece particularmente conflictiva dentro del gremio de los economistas para quienes la señalización es básicamente un caso de ineficiencia económica. Entonces, el que nosotros los economistas sigamos operando bajo dicho esquema representa, paradójicamente, un caso de irracionalidad. La importancia de la retórica y el error central del argumento de Piketty Habiendo destacado el poder de la simpleza y el papel de la retórica, vuelvo a aludir a McCloskey para señalar el peligro latente que supone la aceptación de la obra de Piketty y la necesidad, de los liberales, de presentar batalla a través de críticas asertivas.

Para Piketty -así como para la mayoría de los modelos ortodoxos de crecimiento económico - la innovación tecnológica sigue siendo un misterio, en tanto no hay manera objetiva de cuantificar algo que incluso carece de una definición exacta.[ii] He ahí la importancia de McCloskey, quien conjunta el poder de la historia, la teoría económica y la filosofía política, para argumentar que el enigma se resuelve atendiendo a un concepto abstracto como lo es la libertad individual. En su libro Bourgeois Dignity , ella señala la importancia del cambio social suscitado en la revolución industrial en lo que concierne a la percepción popular de conceptos como lo son la individualidad, la libertad y la ganancia. En conclusión, la innovación tecnológica está en función de los grados de libertad de una sociedad, los cuales sólo se maximizan vía una aceptación social de los preceptos del liberalismo clásico. Piketty, sin embargo, opera en un limbo en el aspecto de innovación. Para él, la creencia en la tecnología como factor de crecimiento económico es en esencia un acto de fe. Es por eso que incurre – como ya analizaré en los siguientes párrafos- en un determinismo histórico. Su línea de razonamiento es la siguiente: dado que no se sabe qué ocasiona la innovación, es mejor abstraerse de dicho factor y proyectar un estado estacionario de relativo bajo crecimiento económico mundial. Bajo dichas condiciones (sumado a su muy cuestionable definición de capital) es que Piketty llega a la conclusión de la creciente importancia del capital y de la desigualdad en la sociedad. A su vez, Piketty objeta que la desigualdad imperante no es meritocrática (como resultado de diferencias en capacidad de trabajo/capital humano) sino que es “rentista” (surge por inercia y de manera automática a través de la propiedad de una distribución inicial de capital). El problema, como él mismo lo llega a mencionar, es que es muy difícil distinguir a priori una de la otra. Su propuesta de poner un impuesto progresivo global al capital como método para “transparentar” dicha información involucra la creación de una entidad burocrática discrecional – en párrafos posteriores hablo de los problemas de esta fe en el Estado- y evade la problemática fundamental de cómo constituirlo en un mundo donde no existe manera objetiva de evaluar el valor monetario de la riqueza.[iii] El riesgo de aceptar la tesis de Piketty radica en que su aquiescencia implica necesariamente el retroceso de aquello que incentiva la innovación: la libertad individual. La retórica de la “igualdad” comprende un prejuicio generalizado en contra de la ganancia per se. Para dejar muy claro la importancia de la libertad y de la aceptación social de la idea de ganancia, pongo de ejemplo el caso de la Europa medieval y el debate sobre la “justicia” en el cobro del interés: el prejuicio en contra de la tasa de interés imposibilitó la creación de mercados financieros en forma. Superado dicho tabú, el desarrollo financiero y económico siguió. ¿Acaso es coincidencia que históricamente las sociedades más avanzadas hayan sido aquellas más permisivas en dicho aspecto (Norte de Italia, Bélgica, Holanda e Inglaterra sucesivamente) ? [iv] Determinismo: adivinando el futuro La mayoría de las críticas negativas de gente de a pie y de intelectuales no economistas demuestran que o no leyeron el texto de Piketty o si lo hicieron no lo entendieron (a pesar de la argumentación simple). Esto es porque generalmente dichas personas invocan a todo

momento la idea de que económico”.

“Lo que importa no es la redistribución, sino el crecimiento

En lo particular no podría yo estar más de acuerdo con dicha aseveración, pero repetirla ad nauseum como “crítica contundente” a la tesis de Piketty es, en el mejor de los casos, inconsecuente. En el segundo capítulo de su libro, Piketty cita proyecciones empíricas de Robert Gordon (para productividad) y de la ONU (para crecimiento demográfico) para sostener que actualmente el crecimiento económico va a la baja. Es decir, Piketty se adelanta a estas críticas inocentes en tanto de inicio parte suponiendo que el crecimiento económico será bajo. En la sección anterior ya señalé que Piketty concluye esto debido a su falta de entendimiento sobre la importancia de la libertad individual como factor esencial para explicar la innovación. Lo importante es tener en cuenta que el determinismo es una característica notable que permea en todo momento el alegato de Piketty. Si bien él en varias ocasiones llega explícitamente a mencionar que no es adivino y que el futuro es incierto, todo su argumento descansa sobre extrapolaciones de series históricas realizadas bajo supuestos muy debatibles. Tan extremo es su determinismo historicista que en varias ocasiones, en lo personal, me pareció estar leyendo más a un “economista” de la escuela histórica alemana que a un economista marginalista ortodoxo del siglo XX. Por ejemplo, al final del capítulo dos cuando discute sobre las tendencias históricas del crecimiento económico internacional, él asevera tajantemente que en el siglo XX ni las políticas nacionales de “liberalización” ni las de “intervencionismo estatal” determinaron la tasa de crecimiento de los países (haciendo mención de los casos de EEUU, Gran Bretaña y Francia), sino que dichas tasas estaban pre establecidas simplemente por las distintas posiciones de cada país respecto al contexto internacional y al proceso de catch up económico (entendido bajo el marco simple de Solow). En esencia, el argumento de PIketty también niega las aseveraciones heterodoxas de ciertos economistas quienes afirman que el mejorar la desigualdad impacta positivamente en el mismo crecimiento económico. Para Piketty, sin embargo, todo el debate sobre qué es mejor “Crecimiento económico” o “igualdad” está de más. Para él la desigualdad importa solo en tanto no queda más que hacer por el crecimiento. La falacia del Nirvana: El Estado y su papel en la desigualdad Llama la atención que Piketty tenga una posición crítica a la deuda pública; pero ciertamente es consistente con todo su argumento. Para él, ésta resulta perjudicial en tanto hace acreedores a capitalistas privados que literalmente se vuelven rentistas del Estado. En otras ocasiones llega a criticar las políticas de privatización precisamente porque “despojan” al gobierno de un activo. Poco tiene él que decir, sin embargo, sobre cuáles son los usos y quiénes son los principales beneficiados de que la “riqueza” sea del Estado. El tratamiento que Piketty hace del gobierno sigue perfectamente la lógica keynesiana, la cual es culpable una y otra vez de cometer la falacia del nirvana. Dicha falacia, explicitada por primera vez por Harold Demsetz, lidia sobre la problemática de suponer que la existencia de fallas de mercado ipso facto significa que el gobierno puede y quiere resolverlas.[v] Es decir, es un error que se comete al comparar un arreglo institucional real

(mercado) con un ideal imposible (Gobierno platónico: políticos filósofos). Muy a pesar del continuo énfasis explícito en los problemas de economía política que hace Piketty, su visión respecto a cómo trabaja el gobierno sigue siendo bastante ingenua. En ningún lado vemos cálculos de PIketty respecto a la desigualdad política y cómo ésta impacta en la desigualdad económica. En un trabajo publicado en 2009, Dal Bo y coautores hicieron un estudio sobre las dinastías políticas en Estados Unidos (desde la independencia hasta la modernidad) y encontraron que 8.7% de los miembros del congreso provenían de familias dinásticas. Para hablar de una proporción, este dato es 15 veces mayor al de los médicos y es el más alto de cualquier ocupación en los Estados Unidos. Peor aún es que la mayoría de las profesiones requieren entrenamiento en capital humano, mientras que el poder político puede ser entendido netamente como riqueza heredable, en tanto es un activo que se reproduce sólo por inercia. Si replicáramos dicho trabajo para que abarcara más ocupaciones dentro de todo el abanico de la estructura gubernamental, seguramente encontraríamos un patrón similar. En especial en países subdesarrollados como México donde es muy evidente tal cuestión, en tanto los sindicatos literalmente se encargan de que las plazas sean hereditarias. ¿Qué tanto la desigualdad política determina la desigualdad económica? Daron Acemoglu y coautores en un estudio sobre Colombia en el siglo XIX concluyen que ésta impacta y mucho. Llegaron a esta conclusión con base en comparaciones regionales en la propia Colombia y también con los Estados Unidos. Pero, independientemente de cual sea la causalidad, desde los trabajos seminales sobre historia fiscal y desarrollo económico en Estados Unidos y Latinoamérica de Stanley Engerman y Eugen Sokoloff, la literatura académica muestra casi unanimidad respecto a la existencia de una correlación en ambas desigualdades. Omitir una u otra en un trabajo empírico de “desigualdad” es un error grave. Conclusiones En síntesis, el trabajo de Piketty comete tres pecados fundamentales: omite el factor libertad individual como explicación endógena de la innovación; es ultra determinista en sus conclusiones y en sus propuestas de política pública muestra ingenuidad respecto al papel del Estado en la creación de la desigualdad. Aceptar las conclusiones de Piketty sin previa discusión o enfocándose meramente en el aspecto técnico resulta un grave error siendo que las fallas más evidentes e importantes de su trabajo son perceptibles para cualquier persona educada y con un mínimo de conocimiento sobre filosofía política, historia económica y teoría económica. Como nota aparte, también habría que poner atención a la hipótesis que sugiere que el incremento en la desigualdad a partir de la década de los 70 se debe no a la desregulación financiera y económica sino al desligue monetario del oro. Es decir, habría que prestar atención a la discrecionalidad de la banca central y al conocido efecto Cantillón (o efectos de inyección) que implican que el nuevo dinero inyectado en la economía aumenta el poder adquisitivo de aquellos que lo reciben primero (bancos y financieros) en detrimento de aquellos que lo reciben al último (persona de a pie).

[i] Recuerdo perfectamente el haber atendido hace unos años un seminario en el Colegio de México donde se discutía un texto – no recuerdo el título ni el tema del mismo- del Dr. Stephen Haber (Profesor de Ciencia Política y Economía en Stanford). La conclusión unánime de él y sus comentaristas, era que estaba utilizando una metodología excesivamente rigurosa y técnica para argumentar algo relativamente simple, “estaba utilizando un cañón para matar una mosca” fueron sus palabras. ¿Por qué? Los revisores del Journal en el que iba a publicar dicho texto se lo demandaron. ¿Acaso este no es un caso claro de violación del principio de parsimonia y, por consiguiente, un caso de ineficiencia? [ii] Con esto no sugiero que no existan aproximaciones. La miríada de distintos modelos de crecimiento endógeno han sido precisamente un intento de respuesta técnica a esta problemática. Sin embargo, no conozco a economista alguno que se atreva a afirmar que estos han sido exitosos [iii] Como él mismo señala, no todos los activos se encuentran en el mercado, por lo mismo no todos poseen un precio. Las formas contables que se tienen para valuar dichos activos no son más que estimaciones sujetas a una gran discrecionalidad. [iv] No existe consenso en la literatura académica respecto a la causalidad entre desarrollo financiero y desarrollo económico, pero sí se coincide enteramente en la existencia de una correlación. El desarrollo cultural –entendido a la McCkloskey- puede ser el nexo perdido. [v] En este caso me refiero a “fallas de mercado” en un ámbito extenso (que involucra conceptos filosóficos de justicia social) y no técnicamente correcto en el jargón económico. Para Piketty en la tradición del marco teórico ortodoxo la desigualdad no es una falla de mercado per se, sino únicamente una consecuencia inmediata. Bourgeois Dignity capital Capital en el Siglo XXI Deirdrie McCloskey desigualdad McCloskey Piketty Thomas Piketty Fernando Arteaga

Estudiante de PhD en Economía en George Mason University. Licenciado en Economía por la Facultad de Economía de la UNAM. Miembro fundador del Movimiento Libertario de México. Colabora actualmente como asistente de investigación del Dr. Carlos Marichal de El Colegio de México. Sus principales intereses son la teoría monetaria, la historia del pensamiento económico, la historia económica y la metodología de la economía. Más artículos por Fernando Arteaga Ad by DigiSaver | Close Ad by DigiSaver | Close