Cuentos Magicos

Editorial Andrés Bello LA PRISIÓN SUBTERRÁNEA Había una vez un rey que te­ nía tres hijas: Beatriz, Berenice y Bella.

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Editorial Andrés Bello

LA PRISIÓN SUBTERRÁNEA

Había una vez un rey que te­ nía tres hijas: Beatriz, Berenice y Bella. Cierto día que pasea­ ban por el jardín, las princesas se detuvieron bajo un precioso manzano lleno de perfumadas frutas de excepcionales colores. Era un árbol encantado, al que el rey te­ nía gran aprecio, pues se lo había regala­ do su amigo Anselmo, el gran gnomo del bosque. Pero le había hecho una curiosa advertencia: — ¿Qué nos podría pasar si comemos una sola manzana cada una? — preguntó dudosa Beatriz. — ¡Y hay tantas! — exclamó Berenice— . Nadie se daría cuenta...

— Yo no me atrevo — dijo Bella— . Yo creo que papá se enojaría mucho. Nos ha dicho tantas veces... — ¡No seas tonta! — interrumpió Bea­ triz— . Apuesto a que no nos va a pasar nada, porque nadie lo va a saber. Decidida, tomó tres manzanas del árbol, le dio una a cada una de sus hermanas, y las comieron ávidamente. No alcanzaron a decir ni ¡ay!... Ante su espanto, la tierra se abrió bajo sus pies y las tres niñas desaparecieron. En un instante la tierra se volvió a cerrar sin dejar huella alguna. El hechizo no se había hecho es­ perar. Cuando el rey advirtió que pasaban las horas y sus hijas no regresaban, envió a buscarlas. Nadie las pudo encontrar. — Tiene que haber sucedido algo muy grave — dijo el rey y, lleno de temor, salió al jardín y corrió directamente hacia el man­ zano encantado. Lo que vio nunca lo había visto antes: una hermosa rama sobresalía entre las de­ más. Tenía muchas hojas y sólo tres man­

zanas; pero sin color, transparentes, como si no tuvieran nada adentro. El rey com­ prendió. Allí faltaban tres manzanas, una por cada una de sus hijas. Fueron muchos los que trataron de en­ contrarlas, pero nadie las hallaba. Un día, Boris, Braulio e Igor, tres jóvenes cazadores, decidieron salir en busca de las hijas del rey. Caminaron y caminaron hasta llegar a los lin­ deros de un espeso bosque que no conocían. Sin dudarlo, se internaron en él y durante varios días lo recorrieron a lo largo y a lo ancho, pero todo era en vano. Una noche, los tres cazadores dormían cuando algo, no supo bien qué, despertó a Igor, el más jo­ ven de ellos. Asombrado, vio acercarse a un pequeño gnomo que le susurró al oído: — Anselmo, el gran gnomo del bosque me ha enviado con este mensaje para ti: en la cima de aquella montaña, encontrarás un pozo muy profundo. En el fondo, están las hijas del rey. Pero, ¡cuidado con tus ami­ gos!; no te fíes de ellos. Su codicia y su en­ vidia son muy grandes. Y dicho esto, desapareció.

A la mañana siguiente, Igor contó a sus acompañantes lo que le había dicho el gnomo sobre la prisión de las princesas; pero calló todo lo demás. Se pusieron en marcha y en cuanto lle­ garon a la cima encontraron el pozo. Era negro y profundo. Se preguntaban qué ha­ rían para descender cuando vieron unas cuerdas y un cesto bajo un arbusto. Decidieron que sólo uno de ellos des­ cendería, mientras los otros dos sostendrían las cuerdas para hacer bajar y subir el ces­ to. Como Igor era el más delgado de los tres, fue el elegido para emprender la aven­ tura. Encogiéndose lo más que pudo, se metió en el canasto y descendió. - Igor sentía que iba entrando en un tú­ nel sin término, cada vez más oscuro. De repente, una tenue luz le permitió ver que había llegado al fin. El cesto se detuvo e Igor descendió de su incómodo vehículo. Entonces escuchó llantos y gemidos. Miró atentamente y ya acostumbrado a la escasa luz, pudo ver en un rincón a tres jovencitas que lloraban, sin atrever a moverse.

Frente a ellas, un horrible dragón de nue­ ve cabezas y cuatro garras las custodiaba sin quitarles la vista de encima. El joven no se atemorizó; por el contra­ rio, se lanzó resuelto sobre el monstruo y con su cuchillo lo abatió de un solo golpe. Luego cortó sus nueve cabezas y sus cua­ tro garras para que no fuera a resucitar. Las princesas secaron sus lágrimas y riendo felices corrieron hacia su salvador. Una a una subieron en el cesto a la cima

de la montaña, donde las esperaban los otros dos cazadores. Cuando Beatriz, Berenice y Bella estu­ vieron a salvo, el cesto volvió a bajar para recoger a Igor. En el momento en que se iba a subir, recordó las advertencias del gno­ mo. Le había dicho la verdad respecto a las princesas. No podía dudar de él. Entonces colocó varias piedras en el canasto y éste comenzó a subir. Cuando había recorrido la mitad del camino, el cesto se precipitó al fondo del pozo con gran estrépito. El gnomo había dicho la verdad. Igor dio gracias al cielo pues había es­ capado de una muerte segura. Le costó re­ ponerse del disgusto que le causó la traición de quienes creía sus amigos, más todavía cuando se dio cuenta de que ahora él se hallaba prisionero en el subterráneo, sin posibilidades de volver a ver la luz del sol. Mientras pensaba en su destino, vio un m em o de caza colgado en un saliente del mm.illóti. Lo tomó y empezó a tocarlo descspri.idamente. A lo mejor tenía suerte y .ilguii'ii lescuchaba.

Sus esfuerzos no resultaron en vano. No bien sonaron las primeras notas, apareció el gnomo Anselmo seguido de una banda de duendecillos. — ¿Qué quieres? — le preguntó amable­ mente— . Manda y tu deseo se cumplirá. Te conozco y conozco tus sentimientos. — ¡Por favor! ¡Te lo ruego! ¡Sácame de aquí cuanto antes! — suplicó Igor lleno de angustia. En un instante, el fondo del pozo se lle­ nó de duendes y en otro instante Igor se vio transportado a la cima de la montaña, bajo la luz del sol. Los duendes no lo aban­ donaron hasta dejarlo en las puertas de la ciudad, cerca del castillo del rey. En la ciudad todo estaba alborotado, la música sonaba alegremente y las casas es­ taban embanderadas. La gente bailaba por las calles y en la gran plaza, frente al casti­ llo, enormes mesas repletas de manjares pa­ recían esperar a los comensales. — ¿Qué sucede? — preguntó el joven. — ¿No lo sabes? — le contestaron— . Las tres princesas han regresado sanas y salvas,

y hoy se celebrarán las bodas de las dos mayores con los valerosos cazadores que las liberaron del hechizo. Igor, sorprendido e indignado, decidió presentarse en la corte y revelar la verdad ante el rey. Pero no tuvo que decir una sola palabra. Bella, la menor de las princesas, lo reconoció al instante, corrió a su encuen­ tro y, antes de que pudieran detenerla los dos traidores, exclamó: — ¡Padre! Este fue el valiente joven que nos salvó y no Boris y Braulio. Por el con­ trario, ellos trataron de matarlo. Entonces el rey hizo encerrar a los dos farsantes, y sólo se celebró una boda: la de Igor y Bella. Fue una fiesta tan maravillosa que nunca se ha podido olvidar. Y ¿qué pasó con el árbol encantado? Nadie sabe ahora dónde está porque de las semillas de las manzanas que comieron las princesas nacieron muchos otros árboles que lo rodearon y lo escondieron. Algunos cuentan que el hechizo se ter­ minó por orden del gran gnomo del bos­ que; otros dicen que el encantamiento sigue

igual, pero que los niños pueden comer de esas manzanas... Han pasado muchos años y la historia se sigue contando a todos los que visitan el lugar. Lo que no se dice es si alguien se ha atrevido a probar esas her­ mosas frutas. ¿Te atreverías tú?

EL VIOLÍN MÁGICO

JVLcU'XÁn era un muchacho alegre, bonda­

doso y aventurero. Lo que más deseaba era dar la vuelta al mundo en busca de for­ tuna. Un buen día se decidió: llevando sólo tres monedas de cobre en sus bolsillos, se lanzó a la aventura y, siempre alegre, co­ menzó a caminar y caminar. Transitaba un día por un pedregoso y extraño sendero, desconocido para él y qui­ zás para todos pues no se advertía huella alguna, no oía ningún ruido y no veía a na­ die, ni siquiera un animalito. Por eso se sorprendió cuando de pronto apareció ante él un viejo pequeño y encor­ vado, de larga barba blanca y pobremente vestido. El anciano lo detuvo y le pidió una limosna. 1.4

EL VIOLÍN MÁGICO

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El buen Martín, sin pensarlo dos veces, sacó todo su dinero del bolsillo y se lo dio. El viejo, que en realidad era un duende disfrazado, le dijo: —Pídeme las dos cosas que más te guslaría tener y yo te las concederé. El viejo quería conocer más a Martín. Sabía ya que era generoso. ¿Qué le pedi­ ría? ¿Sería ambicioso? La respuesta de Martín no se hizo es­ perar: —Las dos cosas que más me gustaría te­ ner son una cerbatana que dé siempre en le entregó una bolsa de monedas de oro, m< >ntó en su caballo y se alejó furioso. Mar­ tin guardó el dinero y, antes de continuar ii camino, recogió al pinzón y cuidadosa­ mente le quitó el dardo y lo echó a volar. Kn cuanto llegó a la ciudad más próxin1.1, el astuto mercader, que no se resignaI>.i a perder su dinero tan tontamente, visitó il juez y le explicó que había sido asaltado

1vio a quedar silenciosa. Con el carbón repletando sus bolsillos, el sastre y el orfebre llegaron a la aldea y pidieron alojamiento en la primera posa­ da que encontraron. Estaban rendidos de

cansancio y no pensaban más que en dormir. A la mañana siguiente, ya más anima­ dos y dispuestos a continuar su camino, to­ maron sus ropas para vestirse y les pareció que estaban terriblemente pesadas. — ¡Ah! — recordaron— . Es el carbón. Y ¡qué sorpresa! Todo el carbón que contenían sus bolsillos se había convertido en monedas de oro. La alegría del sastre fue inmensa. No podía creer en su buena suerte. En cambio el orfebre, que era un hombre terriblemen­ te avaro, se sintió desesperado: — ¡Qué mala suerte la mía! Traje tan poco carbón — gritaba arrepentido de no haber tomado mucho más. Pero esa misma noche regresó a la co­ lina con un saco gigantesco. La escena de la noche anterior se repi­ tió idéntica. Todo sucedió del mismo modo: la música, la alegría, la ronda y el vertigi­ noso girar. Y poco antes de las doce de la noche, la invitación de Merlocho a llenar los bolsillos de carbón.

Fulgencio no se hizo de rogar, llenó el ico hasta el tope y también sus bolsillos y ■.111linó lo más rápido que pudo arrastran­ do su cargamento, hasta llegar a la posada, i se durmió feliz soñando con riquezas des­ medidas, espléndidos banquetes, lujosos tra|es, joyas magníficas. A la mañana siguiente, saltó de la cama hundió sus manos en el saco, en lo que icia un montón de monedas ♦de oro... Pero, nal no sería su desesperación y amargura s a un precio muy elevado. Con el dinero, Donato compró más cuei 'p a r a confeccionar tres pares de zapatos.

Lo dejó también sobre la mesa y, al día si­ guiente, volvió a encontrarse con el trabajo concluido: tres hermosos pares de zapatos. Esa misma mañana los vendió a muy buen precio. De este modo, al cabo de algún tiempo logró salir adelante: por la noche dejaba el cuero sobre la mesa y, al levantarse, en­ contraba en su taller los zapatos termina­ dos, listos para la venta. Su calidad era tan excelente y su forma tan elegante que los clientes se disputaban por comprarlos, siem­ pre dispuestos a pagar cualquier precio por ellos. Así, el maestro Donato llegó a juntar bastante dinero, que le permitió dejar atrás su mala racha y vivir con cierta holgura y comodidad junto a su mujer, doña Matilde. Pero había una cosa que los preocupa­ ba: ¿quién trabajaba para ellos tan misterio­ samente? Donato y Matilde decidieron descubrir­ lo. Una noche se escondieron detrás de las cortinas y esperaron. Al sonar las campa­ nas de medianoche, sin hacer el menor rui­ do, dos graciosos enanillos entraron a la

iicuda por la ventana, y sin perder un min u l o se pusieron a trabajar. Donato y Ma11lele los observaron con atención: iban muy I» »bremente vestidos, sus ropas estaban tan Midas que apenas los cubrían. Se advertía an, reían y conversaban de mil cosas. Algunos habitantes del lugar descubriei1>11 esta costumbre de los duendes y con 11ii la mala intención fueron a escondidas ! 11 a.i el lugar donde se hallaba el árbol y ■liaron la rama de modo que no se adnncra, dejándola apenas unida al tronco. 1 nando al llegar la noche los duendes, que in' sospechaban nada, montaron en la rama, ■-.la se rompió y ellos ¡cataplum! cayeron a ih n a desde aquella altura entre las carcaj a11.1 - de los autores de la burla, que por sul Ha si o se habían escondido para presenciar 1.1 escena. Los pobres duendes, doloridos y llenos de polvo, se pusieron furiosos: —¡Qué malvados y qué tontos son los Imínanos como ustedes! Ahora mismo nos marchamos de aquí y no volveremos a po­ n e r un pie en estas tierras.

Y mantuvieron su palabra, pues nadie volvió a verles jamás en aquella región.

En otra comarca, alejada de la anterior, ocurrió algo semejante. También allí, noche tras noche acudían los duendecillos y mien­ tras los hombres dormían, ellos terminaban las labores campestres que éstos habían de­ jado interrumpidas. Y cuando a la mañana siguiente los hombres salían de sus casas con los ape­ ros de labranza y se asombraban al ver ter­ minada la obra que el día antes apenas habían empezado, los duendecillos escon­ didos entre los setos se desternillaban de la risa. Pero algunas veces los campesinos se enojaban pues, según ellos, las mieses se­ gadas no habían alcanzado su completa madurez; pero después, cuando al cabo de pocas horas se desencadenaba un violento huracán, y el cielo vertía sobre la tierra una furiosa granizada, comprendían que si los duendecillos no hubieran segado, en ese'

ni-'inciiio no quedaría en pie ni una sola ■ i'i". i, y agradecían en el fondo de su co1i 'ii la previsión de los pequeños homI Mi ’« lili )S.

!’•to ocurrió que un labrador tenía en I" i lio ele una montaña un magnífico cere", \ una noche, al llegar el verano, cuan■I" las cerezas estuvieron maduras, el árbol i1" • 'I' spojado de todos sus frutos. El labra*" 1lu ontró las cerezas en su cabaña, bien ni'l' nadas en montoncitos.

— Puedes estar seguro de que son los duendecillos los que han hecho esto — di­ jeron los otros labradores— . ¡Oh, los duen­ des son nuestros amigos más queridos y mejores! ¡Cómo trotan apresurados toda la noche con sus pequeños pies bien envuel­ tos en tiras de paño, y atareados y ligeros como pajaritos! Estas palabras despertaron en el labrador una terrible curiosidad. Desde aquel momento ya no pensó más que en descubrir cómo eran los duendes. Nunca había visto uno y se pre­ guntaba si tenían pies iguales a los de los hu­ manos y por qué los envolvían en tiras. Pasó el año y llegó otro verano. El la­ brador seguía loco de curiosidad, así es que en el momento propicio para recoger las ce­ rezas, esparció en torno al árbol una capa de ceniza. A la mañana siguiente, muy tem­ prano, corrió al cerezo. Sus frutas habían sido cortadas durante la noche y sobre las cenizas se veía una infinidad de huellas de patas de gansos. Entonces, el indiscreto labrador estalló en ruidosas carcajadas y empezó a jactarse a

■li' .n.i y siniestra de haber descubierto el . . n io de los duendes, asegurando que esi diminutos personajes eran muy ridícu­ lo h uían patas de ganso. Indignados ante tanta burla y tanto des• m», los duendes no regresaron nunca m i .i la comarca. • uentan que cuando muchos casos .«•ni«* estos sucedieron y volvieron a suced- i l o s duendes se refugiaron en lo más I m .111nclo de las más remotas montañas, de i >ikle nunca más salieron para ayudar a la i i i humana.

LOS TRAVIESOS ENANOS DE QUIRIHUE

h rn los bosques de un lugar llamado Qui-

rihue,* existen, desde que Dios hizo el mun­ do, una infinidad de duendes y enanos. Son criaturas minúsculas que apenas se levan­ tan a un palmo del suelo. Generalmente tie­ nen una larga barba blanca que le llega hasta los pies y llevan la cabeza cubierta por una capucha de lana de oveja. Por lo gene­ ral son viejos, pero están siempre animados por un espíritu infantil, lleno de vivacidad y travesura. Y en realidad les gusta jugar. Algunos se divierten trenzando las colas y las crines de los caballos, mientras otros atan de a dos en dos las colas de las vacas en los esta­ blos. Algunos entran en las casas por cual* Pueblo chileno, de la región de Ñuble.

LOS TRAVIESOS ENANOS DE QUIRIHUE

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quier rendija que encuentren, y arrancan las sábanas a los niños inquietos que duermen profundamente en sus camas. Son muchas las historias que se cuen­ tan sobre estos pequeños hombrecillos, que habitan en las grutas de Santa Rita, cerca de San Carlos. Si algún día visitas esos lugares, no de­ jes de ir a las grutas, que son un conjunto de galerías subterráneas. En esas grutas, los duendes duermen durante todo el invierno. Pero hay que ver lo que sucede cuan­ do aparece la primavera. Estos pequeños personajes celebran su llegada con una rui­ dosa y entretenida fiesta. Bajo la tierra, en los inmensos túneles, los enanos bailan y cantan al compás de una misteriosa músi­ ca que proviene desde el fondo de la tie­ rra. Su alegría es tanta que se elevan por los aires, y saltan hasta rozar el techo de piedra. Tanto jolgorio y algarabía despier­ tan el valle del letárgico invierno. Sólo cuando ha llegado el verano, con su mágico calor, los enanos salen a la su­ perficie y se ocupan de una infinidad de

cosas. Los duendes son buenísimas per­ sonas, son gentiles y afectuosos y siempre hacen magníficos regalos a quienes son buenos con ellos. A veces han obsequiado un maravilloso collar de perlas; otras, una bellísima pulsera; pero cuentan que quie­ nes han sido extremadamente bondadosos han sido recompensados con la juventud eterna. Pero ay del que se atreva a molestarlos u ofenderlos: éstos son hechizados con una sola mirada y transformados en pequeñas y saltarinas ranas. Y no recobran su forma humana hasta después de cien años. Cuentan también que cerca de Quirihue,' en un lugar muy oculto entre grandes bos­ ques, existe una verde colina, cuya cima está siempre cubierta de flores y totalmen­ te poblada de ranas. Estas son los hombres que han intentado burlarse de los enanos o han tratado de atraparlos. Algunos arrieros que han transitado por allí en noches de luna llena, dicen que des­ de el río Itata hasta Cauquenes se escucha una música indescriptible: son las ranas en-

n un repugnante gesto irónico, la maga lespondió:

— Si quieres lograrlo, deberás encontrar a la princesa tres veces seguidas. Yo la es­ conderé ante tus propios ojos y tú deberás buscarla. Si consigues hallarla, te la entre­ garé sana y salva; de lo contrario te some­ teré a terribles tormentos y luego morirás. — ¡Empecemos en seguida! — exclamó Bryte con osadía. Verecunda hizo desaparecer a la prince­ sa y, sin pérdida de tiempo, el joven se lan­ zó a su búsqueda. Buscó y buscó, por aquí y por allá, hasta que llegó a la cuadra, don­ de el asno gris se hallaba tranquilamente comiendo. Al ver a su amo, el animal emi­ tió un largo rebuzno y después le dijo: — Si quieres encontrar a la princesa, toma el ovillo de lana más pequeño que encuentres en el cesto de tejer de la bruja. Aunque poco convencido, Biyte siguió el consejo del asno. Nada malo podía ocurrirle, por lo demás. Así lo hizo. Buscó el cesto de Verecunda, miró bien los ovillos de lana y, apenas había tomado el más pe­ queño, una voz débil y temblorosa se dejó escuchar:

¡No me aprietes tanto, por favor! Eslre luminosos y serenos. Nunca se cansaba de preguntar a éste V aquél: — ¿Te gustaría ser bueno? ¿Desearías ser • -neroso y leal? ¿No te gustaría ser un buen

amigo y sacrificarte por los que amas? ¿O por una causa justa? — ¡Ja, ja, ja! — era la respuesta de mu­ chos de aquellos a quienes ofrecía sus re­ galos. Otros se encogían de hombros y algunos no se dignaban siquiera a mirarlo y apresuraban el paso o echaban a correr dejando al buen mago con la palabra en la boca. Cierto día un hombre perverso y mal­ vado llamado Gravilo, que odiaba a Farlaff, lo alcanzó al cruzar un puente y dijo: — Tú que ofreces tantos regalos inútiles, ¿por qué no me das a mí un poco de dine­ ro? Lo necesito mucho. La vida sin él es in­ sípida y aburrida. — ¿Dinero? Yo no puedo ofrecértelo, porque no lo poseo. Pero yo te aseguro que el dinero, al que los hombres dan tanta im­ portancia, vale bien poco. En cambio, la bondad y la generosidad son preciosas... Pero Gravilo, interrumpiéndolo con una risotada burlona, empujó al mago del puen­ te y lo hizo caer al río. Después comenzó a vociferar violentamente:

— ¡Por fin, por fin! ¡Esto se terminó! Na­ die más hablará de la bondad, de sacrifi­ cio, de lealtad y de más tonterías como esas. Farlaff había desaparecido bajo las aguas. Y en el mismo instante desapareció su cas­ tillo de cristal. Nunca más se lo volvió a ver. ¿Querrá decir que los regalos que él ofrecía desaparecieron de la faz de la tierra? Yo creo que no han desaparecido y que jamás desaparecerán. Muchas veces hay que buscarlos, pero ahí están. ¿Qué crees tú?

LA JOVEN MAGA DE LA MONTAÑA

9~Cm ( muchos años, a los pies de una al­ tísima montaña cuya cima se perdía entre las nubes, existía una magnífica ciudad en la que reinaba un joven monarca llamado Hasim. Un día, Hasim salió de caza dirigiéndo­ se a los grandes bosques que rodeaban la ciudad. Viejos y enormes árboles tapizaban las laderas de la montaña. Hasim se fue adentrando en la espesura y, casi sin ad­ vertirlo, se fue alejando de su séquito y ter­ minó por perderse. Durante algunas horas anduvo por senderos abruptos, hasta que al fin, cansado, se dejó caer a los pies de un roble que se elevaba en un claro del bosque. Entre tanto, la noche envolvía la tierra con su manto hasta que apareció la luna,

luminosa. El rey, después de un primer momento de desaliento, se levantó y miró a su alrededor. Quizás con la luz de la luna le sería posible hallar el camino perdido. Pero el paisaje había adoptado un aspecto irreal, casi de ensueño, y no lograba reco­ nocer nada. De repente, el silencio de la noche fue cortado por un canto muy dulce, entonado por una voz cálida y hermosa. Era la voz de una mujer. Hasim se quedó inmóvil; casi no se atrevía ni a respirar. Aquella voz lo con­ movía profundamente, le sugería bellos pen­ samientos, le proporcionaba paz y serenidad. Escuchándola sentía alegría de vivir. La misteriosa voz calló y el silencio fue más profundo que antes, como si la natu­ raleza detuviera la respiración para no tur­ barlo. — No tendré paz hasta que haya visto a la mujer que cantó — pensó Hasim, es de­ cir, creyó que lo pensaba pero, al parecer, pronunció aquellas palabras en voz alta, ya que detrás de él una voz chillona le res­ pondió:

— Sígueme y podrás verla. Se volvió. Un hombrecillo que sólo se levantaba unas pulgadas del suelo, con una barba blanca y su cabeza cubierta con una capucha roja, se hallaba ante él. Hasim no vaciló. Siguió al enano por escarpados senderos, a través de plantas y arbustos, y tras él llegó a la cima de la mon­ taña. Allí, ante los asombrados ojos del rey, había un palacio de cristal que brillaba bajo los rayos de la luna.

El enano le indicó que entrara, y él obe­ deció. Atravesó inmensos salones, recorrió largos pasillos y, al final, entró en una es­ paciosa sala, cuyo techo dorado estaba sos­ tenido por columnas de marfil. En el centro se hallaba una joven de extraña belleza. — Entra, Hasim — dijo la joven— . Yo soy la maga Chandar. Golpeó las manos y, casi sin mediar un instante, empezaron a entrar enanos y más enanos llevando una mesa y, luego, los más apetitosos manjares. El banquete se prolon­ gó durante buena parte de la noche, y al terminar, a una señal de la joven maga, una orquesta misteriosa empezó a tocar. Y Chan­ dar cantó: cantó canciones alegres y otras tristes, canciones de amor y de guerra. El joven rey no se cansaba de oír aquella dul­ ce voz ni de mirar aquel bello rostro. Pero, de pronto, se oyó a lo lejos el can­ to de un gallo y una luz blanca iluminó el horizonte. Resonó un trueno fortísimo y la tierra empezó a temblar, mientras los relám­ pagos atravesaban el aire. Las columnas de marfil se movieron y el techo se desplomó

con un ruido ensordecedor. Una densa y negra nube envolvió a Hasim, que se sintió levantado por un viento tempestuoso. Per­ dió el conocimiento y cuando lo recobró se hallaba junto a la puerta de su palacio. El recuerdo de Chandar y de su melo­ diosa voz no daba reposo a su alma. Al fin decidió subir a la montaña y visitar nueva­ mente el palacio de cristal. Y una mañana, sin decir nada a nadie, salió solo, trepó por las laderas del monte, anduvo largo tiem­ po sin descansar ni un instante y, al final, llegó a la cima. Pero allí le esperaba una gran desilusión. No había rastros de un palacio de cristal, sino sólo un amasijo de rocas blancas cu­ yas puntas miraban hacia el cielo. ¿Había sido todo aquello sólo un sueño? Pasaron los años y Hasim nunca tuvo una respuesta. Sin embargo, vivía confian­ do en que algún día volvería a encontrarse con la bella Chandar.

JV L alek y Nomán eran dos buenos amigos

que, desde hacía años, vivían en una hu­ milde choza. Eran muy pobres y transcu­ rrían días enteros sin que pudieran llevarse a la boca un trozo de pan. Como una som­ bra, el hambre los perseguía. Estaban can­ sados de su triste vida, hasta que una noche, en la que no podían dormir a causa de un prolongado ayuno, decidieron luchar con­ tra su mala fortuna. Se levantaron y aban­ donaron la choza. Era una noche cálida y tranquila; en el cielo brillaba una luna suntuosa. — ¿Hacia dónde iremos? — preguntó Malek, perplejo. — Yo — exclamó Nomán, esbozando una sonrisa y tratando de adormecer el hambre con un rasgo de humor— voy a ir a ver al

sultán y le diré que me voy a casar con su hija, la bella princesa Zohra. — Tú siempre haciéndote el bromista. ¿Cómo puedes decir tanta tontería? — obser­ vó su compañero, con aire despreciativo. — ¿Qué pretendes? ¿Que siempre esté quejándome, como haces tú? Los lamentos no sirven para nada y la cólera también es inútil. Pero entonces se escuchó un cómico vozarrón que dejó atónitos a los dos ami­ gos. — Vayan hacia el lago azul. Está allá le­ jos, al otro lado del bosque. Es un lago muy pequeño, en cuya orilla encontrarán dos redes: una para ti, Malek, y otra para ti, Nomán. Échenlas en el agua y cuando ad­ viertan que están pesadas, recójanlas. Malek miró a su alrededor: — ¿Quién habla? — preguntó— . Yo no veo a nadie. De nuevo se dejó oír la misteriosa voz. — Habla el Genio de la Noche; pero no traten de encontrarme, porque soy invisible. Malek, desconfiado e impulsivo, gritó:

— No caeré en la trampa de tus enga­ ños, ¡oh, desconocido! Pretendes encantar­ nos; esa es la verdad. Por desgracia, no estoy dispuesto a perder el tiempo, pues el hambre crece como la marea alta y he de preocuparme de buscar alimento. Si tuvie­ se el estómago lleno, no te saldrías con la tuya y arreglaría las cueñtas contigo. Te bus­ caría y pagarías caro tu tonta broma. Siguió un profundo silencio. Los dos hombres reemprendieron su ca­ mino. — Malek, amigo mío: ¿por qué has in­ sultado al Genio de la Noche? — dijo Nomán luego de un rato de caminar en silencio. — ¿Acaso crees semejante embuste? Yo no. — Pienso que la voz misteriosa pertene­ ce a un ser que trata de beneficiarnos. Yo me propongo ir al lago azul, más allá del bosque. — ¿Lagos azules? En estos lugares no existen. Debes saberlo, como bien lo sé yo. — Los genios pueden hacer prodigios.

Refunfuñando, Malek siguió a su com­ pañero. Ambos cruzaron el bosque, brillante bajo la claridad de la luna. Y, a poco andar, des­ cubrieron efectivamente el lago. En realidad era azul, tan azul como un enorme zafiro. — ¿Ves? — exclamó jubilosamente Nomán— . ¿Ves que tenía razón? ¡Y mira, aquí también están las redes! — Está bien — dijo Malek, pasando de su enojo al entusiasmo— . Hagamos un pacto: dividamos en partes iguales lo que saque­ mos del agua. Nomán aprobó esta proposición y am­ bos echaron al lago las redes. De pronto se oyó a Malek diciendo: — ¡Hay, qué peso! Debo haber logrado una enorme pesca. La red contenía un saco lleno de piedras preciosas: rubíes, esmeraldas, brillantes... — ¡Ahora somos ricos! — exclamó N o­ mán, quien todavía no había pescado nada. El otro protestó. — ¿Qué pretendes tú? Todo esto me per­ tenece a mí solo. Por lo tanto, el rico soy yo.

— ¿Acaso no recuerdas nuestro pacto? — Antes de contestarte deseo ver lo que tú has pescado. — Perfecto: también mi red pesa enor­ memente. El lago azul, el inmenso zafiro líquido regaló al bueno de Nomán un solo pez amarillo. — No pretenderás que por un pedazo de pescado — dijo Malek con ironía— , divida contigo mi riqueza.

Nomán no tuvo fuerzas para protestar. El egoísmo de su amigo le provocaba un profundo malestar. — Es inútil que recorramos ya el mismo camino — dijo. Y se alejó abrumado por la tristeza. Durante tres días y tres noches se afa­ nó Malek en un inútil intento: no podía transportar su saco. Era increíblemente pe­ sado. Siguió haciendo grandes esfuerzos y sólo consiguió caer extenuado. Sintió un dolor terrible y ahí mismo, sobre su gran tesoro, quedó muerto, fulminado por un' ata­ que al corazón. Nomán, en cambio, se dirigió a la aldea, dispuesto a vender su pez. Con lo que ob­ tuviese compraría pan y leche, a fin de apla­ car su hambre. Por el camino se encontró al gran visir. — Buen hombre — dijo el importante personaje, deteniendo su caballo blanco frente al humilde Nomán. ¿Dónde has pes­ cado semejante pez? — En el lago azul.

— Dime, por favor, ¿dónde se halla ese lago? — Pasado el bosque — contestó Nomán y contó al gran visir todo lo que había su­ cedido y su encuentro con el Genio de la Noche. Entonces, ante la sorpresa de No­ mán, el gran visir, rebosante de alegría, des­ cendió de su caballo y lo abrazó. — Hijo mío — le dijo— , hace un año, el Genio de la Noche se apareció en sueños a mi hija, la princesa Alim, y le anunció que se casaría con un joven inteligente y generoso que pescaría un gran pez amarillo en el lago azul. Desde entonces espera al hombre anun­ ciado por el genio y ese hombre eres tú. Nomán había olvidado el hambre y la miseria. Tenía en sus manos el pez dorado, el pez de la felicidad, y de todo corazón agradeció al Genio de la Noche el haber producido ese milagro.

9.

-Z^i-Neng era uiT'TnvSn serio y estudioso. Un día, acompañado de un fiel criado, se dirigió a Pekín para someterse, junto con otros alumnos de su promoción, a una di­ fícil prueba. Desgraciadamente el criado que lo acompañaba cayó enfermo y los médicos le recetaron infusiones de hierbas amargas, pero el pobre continuaba empeo­ rando. Entonces Li-Neng, angustiado y aconsejado por sus amigos decidió consul­ tar a un mago. Este lo miró largamente con sus ojos negros y punzantes. — Tu criado sanará — dijo— , pero tú es­ tás en grave peligro. Los espíritus blancos que me hablan al oído dicen que dentro de tres días morirás. No era ciertamente una noticia alegre;

y el rostro de Li-Neng se volvió intensamen­ te pálido. — Comprendo — prosiguió el mago— que tengas miedo. Es lógico. Eres joven y la vida te sonríe. Podría ayudarte, inducien­ do a los espíritus blancos a combatir, a com­ batir la gran ley del destino. Pero los espíritus blancos no .siempre son benévo­ los. Podría suceder que mi ruego desperta­ ra la furia contra mí. En ese caso correría un riesgo terrible. Por eso no puedo per­ mitirme el lujo de servirte de balde. Dame, pues, diez onzas de plata y me ocuparé de tu salvación. Li-Neng sospechó que aquel hombre tra­ taba de estafarlo. — No se puede luchar contra el destino — dijo. Y le negó las diez onzas. En la hostería pudo cerciorarse de que el criado estaba perfectamente curado. Pero no pudo alegrarse mucho por ello. Pensa­ ba con temor en la profecía del mago, que no tardaría en cumplirse.

Pasaron dos días de dolorosa angustia. Los exámenes, ahora, ya no tenían impor­ tancia para él; eran como un juego tonto. El tercer día su tormento se volvió cruel. Se encerró en su dormitorio, con una for­ midable espada al cinto. Pasaron las horas, llegó el crepúsculo, cayó la noche. Y pen­ saba: “Si no sucede nada nuevo, si mañana estoy sano y salvo, reanudaré mi viaje con gran felicidad. Pero ahora debo estar en guardia. Tal vez, detrás de la puerta hay un enemigo espiándome”. De improviso vio una pequeña sombra que poco a poco tomó cuerpo, creció un poco y se convirtió en un horrible enano. Li-Neng saltó sobre el hombrecillo con la espada desnuda. Trató de alcanzarlo. Pero el enano parecía invulnerable. Se elevaba en el aire, revoloteaba, rozaba el techo. Y reía, reía, mostrando la negra caverna de una boca enorme. Por fin el arma lo alcan­ zó, cortándolo en dos mitades, como un cuchillo con el pan. Li-Neng suspiró con alivio y se inclinó sobre las mitades del misterioso personaje.

Mas con inmenso asombro, a la débil luz del quinqué, descubrió los restos de un muñeco de cartón. Se mantuvo alerta. De repente oyó una ronca voz que pronunciaba su nombre. Lue­ go la puerta se abrió y entró en la estancia un hombre alto y delgado que, mirándolo con ojos malignos, sonrió misteriosamente. Li-Neng se lanzó sobre el intruso con la es­ pada desenvainada. La lucha fue rápida y fiera. Li-Neng, por fin, logró derribar a su enemigo y acabó con él. Entonces se dio cuenta, con asombro, de que había destrui­ do un pequeño ídolo de arcilla. La tercera aparición fue de miedo. El pobre joven se encontró de improvi­ so ante una horrible bestia de largo y es­ peso pelaje. Los muros de la estancia temblaban como lienzos al viento, el techo bajaba, se levantaba, remolineaba en un jue­ go loco y endemoniado. La bestia abrió una boca formidable y Li-Neng tuvo por un mo­ mento la sensación de precipitarse en sus profundas fauces, pero enseguida, de un salto, se echó atrás. No podía terminar con

el monstruo. Sentía que las fuerzas y el va­ lor lo abandonaban. Era como un gato sin dientes y sin garras. Logró, no obstante, re­ ponerse y, haciendo un enorme esfuerzo, se enfrentó con el horrible animal. Repar­ tió mandobles a diestra y siniestra. Y, final­ mente, venció. Pero cuando quiso examinar al enemigo muerto solo vio a sus pies unos trozos de lana. La noche pasó sin más incidentes. Al día siguiente el joven fue a visitar a un anciano sabio; le habló de la profecía del mago y le contó lo que le había suce­ dido. El sabio lo escuchó con benevolencia. — Fue el mago — dijo— , con sus hechi­ zos, quien hizo aparecer esas siniestras fi­ guras. Quería que tú murieses de miedo para poder demostrar sus virtudes proféticas y su poder. Pero tu valor hizo fracasar sus pérfidos planes. Cuando debió rendir, por fin, los exá­ menes, Li-Neng estaba tranquilo y sus res­ puestas fueron brillantes.

íH a ce mucho tiempo en el mundo sólo

existían pavos reales blancos. Bildurez, un rey poderosísimo, tenía tres elegantes y hermosos pavos reales, que ca­ minaban por sus inmensos jardines. El rey estaba tan orgulloso de ellos, como lo estaba de las coloridas y perfuma­ das flores, de los árboles magníficos, de los estanques de mármol rosado, verde y azul, y de los cristalinos surtidores de las fuen­ tes. Las espléndidas aves se paseaban ma­ jestuosas por aquel mundo de belleza y parecían felices al ver que todos las con­ templaban con admiración. Pero su felicidad no era completa. Los pavos reales blancos odiaban a Talika, un antipático criado del rey, que, quizás por envidia a tanta belleza, a menudo arrojaba

puñados de polvo sobre sus plumas para quitarles su blancura. Y cada vez que lo ha­ cía, las tres aves sentían un intenso enojo; un enojo que iba encendiendo en ellas el fuego de la cólera. No comprendían por qué Talika actuaba así. Cada vez que Mazit, el guardián del jar­ dín, las encontraba cubiertas de polvo, de­ bía limpiar con prolijidad y paciencia esos niveos plumajes profanados. Como ignora­ ba completamente la maldad de Talika, re­ prendía a las pobres aves: — ¡Pavos cochinos, necios! Ya estoy can­ sado de preocuparme de pavos tan tontos, tan amigos de la suciedad. Un día voy a ter­ minar con ustedes. Los arrojaré al cieno del estanque, de donde no saldrán nunca más. Y diré al rey que la maga Zaida se los robó. Paseando hinchados de soberbia y de cólera entre las rosas y los lirios, los pavos reales meditaban sobre la enorme injusticia que pesaba sobre ellos. Era terrible, realmente terrible no po­ der hablar el lenguaje de los hombres, no poder acusar a Talika, el malvado culpa­

ble. Mientras tanto, este seguía persiguien­ do a las bellas aves sin el menor escrúpu­ lo. Y un día, entre risas porque le parecía muy divertido, lanzó sobre las plumas va­ rios puñados de oscuras cenizas que ha­ bía sacado del horno. Cuando Mazit vio el estado en que se encontraban las aves pre­ dilectas del rey, no pudo frenar su cólera. Era e l momento de cumplir la amenaza. Y sin pensarlo dos veces arrojó a los pobres pavos reales al agua cenagosa del estan­ que. Por su amigo el viento, encargado de lle­ varle las noticias, Zaida, la maga, se enteró del drama de las tres majestuosas aves. Y con su coche rojo tirado por un caballito blanco se trasladó rápidamente al estanque donde se agitaban, sollozando, los infelices pavos reales. — ¡No se desesperen, queridos amigos! Yo los llevaré a mi casa de madreperlas, donde brilla la luz y todo es alegre, más ale­ gre que en el jardín real. Ya verán lo bien que lo van a pasar. Y tendrán muchos ami­ gos, pues en los tejados se detienen mu­

chas aves y conversan con las nubes para festejar la llegada de la aurora. La maga — con sus artes de magia— sacó a las víctimas de la ciénaga que las aprisionaba. Las depositó cuidadosamente en su coche y se puso en camino. — ¡Adelante, adelante, caballito blanco! — exclamó Zaida. Y el caballito blanco pa­ recía que volaba. Poco a poco los pavos olvidaron al mal­ vado Talika y también la vergüenza que ha­ bían sufrido al verse con sus plumajes sucios. Estaban felices: ellos comprendían el lenguaje de Zaida y ella comprendía el de los pavos reales. La casa de madreper­ las los llenó de admiración. Era tan linda y brillante, tan recién pintada parecía que más que una casa se habría dicho que era un maravilloso palacio de juguete. La maga condujo a sus protegidos a una estancia donde se alineaban varias piletas de oro. En cada una de ellas resplandecían también líquidos de diferentes colores. — ¿Qué les parece? Estoy trabajando en la confección de un arco iris — explicó

Zaida— ; se lo quiero regalar a mi tío, el cielo. Jamás en toda su vida los pavos reales habían visto un arco iris. — ¡Déjanos ver tu trabajo! — rogaron a la maga— . ¿Qué es un arco iris? ¿Cómo es? Zaida accedió. Con un rayo de sol, que entre sus ma­ nos parecía una larguísima y firme aguja, se puso a remover las piletas, a desatar un verdadero frenesí en los líquidos de colo­

res. Brillantes gotas rojas, azules, amarillas y verdes caían en un rayo de oro, y salta­ ban con fuerza, como chispas, hacia arri­ ba, muy alto y se unían unas con otras, componiendo cintas circulares. Pero al mismo tiempo, muchas gotas bri­ llantes y de diferentes colores fueron cayen­ do sobre las plumas de los pavos reales. Éstos, fascinados como estaban contemplan­ do la prodigiosa obra de la maga, no se da­ ban cuenta de que se encontraban bajo una lluvia multicolor. En cambio, Zaida reparó en ello. — El cieno del estanque y mis tintas — dijo— han borrado la blancura de los be­ llos plumajes que ustedes lucían, amigos míos. Los pavos se observaron atentamente y se vieron, más bien se imaginaron a sí mis­ mos como una grotesca mancha de todos colores. Zaida, entonces, apresó un refulgente rayo y lo utilizó como si fuera un pincel. Con él y con mucha prolijidad, compuso todas las manchas que cubrían las plumas

y las dejó convertidas en refinados y gra­ ciosos dibujos llenos de brillos multicolo­ res. Luego, la maga preparó un buen baño con aromas y aceites especiales. Los pavos se zambulleron en el agua y salieron com­ pletamente limpios del cieno envilecedor y con un nuevo y vivo brillo en los esplén­ didos adornos de sus vestiduras. Jamás ha­ bía habido en todo el mundo pavos reales tan sorprendentemente hermosos como aquellos tres. Cuando se supo del prodigio obrado por la maga, muchos pavos reales llegaron hasta su casita de madreperlas. Y el milagro se renovó una infinidad de veces.

£ j:i pequeña Ti-Pu jamás tuvo juguetes. Ni

juguetes ni caricias. Había quedado huérfana cuando era aún muy pequeña y, desde en­ tonces, pasó de la casa de un pariente a la de otro, y todos la hicieron trabajar sin des­ canso para ganar apenas un puñado de arroz. Un día, Amelimbú, el Genio del Aire, se estaba balanceando feliz y contento en me­ dio de una blanca y blanda nube. De pron­ to, le pareció escuchar un ruido. Puso atención y pensó: “Sí, es el llanto de un niño”. Se asomó y miró hacia la tierra. Jus­ to bajo la nube, pudo ver a una niña es­ condida entre las dalias de un jardín. Estaba sollozando. Amelimbú era un genio de muy buen corazón y el llanto lo conmovió. — ¡No llores!, ¡no llores! — gritó desde el cielo.

Ti-Pu oyó sus palabras, dejó de llorar y miró hacia arriba, sorprendida. Enton­ ces el genio comenzó a desenrollar un hilo resplandeciente y siguió desenrollan­ do hasta que llegó al lugar donde ella se encontraba. — ¡Toma el hilo y sujétate firmemente! — dijo. La niña obedeció. Tomó el hilo con sus dos manos y un segundo después vio que se separaba del suelo y que colgaba del hilo. Y de repente se sintió ligera y feliz. Le agradaba sobremanera subir volando por el aire luminoso, ver que, allá abajo, las ca­ sas se alejaban cada vez más. Por fin llegó a una nube y allí vio a un personaje tan asombroso que creyó que soñaba. En sus manos tenía un gran carrete en el que se veía enrollado el hilo que la había hecho subir. ¿Cómo era posible que ella estuviera sentada en una nube? ¿Estaría soñando? El genio adivinó sus dudas y le dijo son­ riendo: — Conozco toda tu historia. Sé que tus padres murieron cuando eras muy peque­

ña y sé también cómo ha sido tu vida des­ de entonces... — ¿Cómo puedes saber todo eso si yo nunca le he contado nada a nadie? — pre­ guntó Ti-Pu, sorprendida. — Me lo ha contado el viento, mientras tú llorabas allá abajo, entre las dalias. Pero, mira, yo quiero que tú seas feliz, que te di­ viertas. Y ¿sabes?, te voy a regalar un par de alas. Con ellas podrás correr por los es­ pacios infinitos; podrás volar como un pá­ jaro; visitarás ciudades y pueblos, conocerás montañas y ríos. Podrás cruzar volando los mares y los océanos en toda su inmensi­ dad... Y antes de que Ti-Pu pudiera decir nada, a una señal del genio, aparecieron dos ni­ ños de los espacios con unas magníficas alas transparentes, de una tela delicadísima de suave color rosa-violeta, y la pequeña quedó convertida en una criatura alada. Ti-Pu probó sus alas. Las movió con cierto temor. Después aleteó un poco más fuerte, pero no se atrevía a despegarse de la nube.

— No temas — dijo Amelimbú— . Son las mejores alas del mundo. Fueron tejidas por las arañitas del cielo para las aves reinas. Y tú eres como un ave reina. Poco a poco, Ti-Pu fue tomando con­ fianza. Se hizo amiga de las nubes y de las estrellas. Conoció miles de aves, desde las fieras águilas y los bravos halcones hasta las dulces golondrinas. Con todos se divertía, se reía. De vez en cuando visitaba a sus pa­ rientes, les hablaba de su felicidad, y les decía lo maravilloso que era mirar el mun­ do desde el cielo, cruzar los inmensos ma­ res volando, encontrarse sobre la nieve en las más altas montañas, divisar los ríos que atravesaban los bosques y los lagos en me­ dio de los montes... También les hablaba de las aves, sus amigas, que volaban con ella y le cantaban las más bellas melodías. Pero en medio de tanta alegría, un día sucedió algo terrible. La belleza y la gracia de Ti-Pu despertó una envidia terrible en la horrorosa bruja Tramontana. La vieja no podía tolerar que Ti-Pu fuera tan linda y que todos los seres alados, todas las aves, to­

das las estrellas, el sol y la luna, la quisie­ ran tanto. Una tarde, Tramontana, loca de rabia y de odio, le lanzó su peor conjuro: — ¡Que se desgarren tus alas y se dis­ persen en el aire! ¡Que te precipites a tie­ rra y no aparezcas nunca más! Entonces el frágil cuerpo de la niña vo ­ ladora se precipitó a tierra. Pero en el mo­ mento antes de tocar el suelo apareció velozmente Amelimbú, el buen Genio del Aire y la recibió en sus brazos. — ¿Qué puedo hacer para esconderla de la vieja y malvada Tramontana? — se pre­ guntó Amelimbú. Entonces se le ocurrió una solución maravillosa: la transformó en planta y la cubrió con los jirones rosa-violeta de sus alitas, los que muy pronto se transfor­ maron en las más bellas flores de la lila. Así Ti-Pu estaría oculta para los ojos de Tramontana. Amelimbú decidió esperar has­ ta que la bruja se fuera para siempre, lo que no tardó en suceder. El águila y el halcón, que se habían hecho muy amigos de la niña voladora, estaban tan furiosos con la bruja, que un día decidieron atacarla. En cuanto

la vieron aparecer en su monstruosa esco­ ba, volaron tras ella y empezaron a darle picotazos tan fuertes que quedó llena de heridas. — ¡Déjenme! — gritaba como loca— . Dé­ jenme ir y les prometo no volver nunca más. Pero el águila y el halcón no la dejaron en paz hasta que llegaron muy lejos. En­ tonces se detuvieron y Tramontana conti­ nuó volando sola y muy pronto se perdió de vista. Y nunca más volvió. Amelimbú al ver que el peligro se ha­ bía terminado, volvió donde Ti-Pu y la con­ virtió otra vez en niña. Juntó todas las flores de lila y formó nuevamente sus alas. Ti-Pu se elevó por los cielos... y la lila volvió a florecer...

¿ C^onoces esas florecillas redondas y blan­

cas que brillan al claro de luna? Se llaman “flores de la luna”. ¿Y sabes cómo florecie­ ron, por primera vez, sobre la tierra? He aquí su historia. Hace mucho tiempo, en un castillo de madreperlas que se alzaba sobre la luna, vi­ vía la más hermosa princesa que se viera jamás. Se llamaba Flor de Luna. Un día, desde la torre más alta del cas­ tillo, Flor de Luna miraba hacia la tierra con ayuda de un poderoso telescopio. Veía montañas nevadas, largos ríos que serpen­ teaban a través de los valles, lagos azules, un inmenso mar, verdes y frondosos árbo­ les, grandes ciudades, pequeños pueblos... De pronto divisó a una persona que ca­ minaba cerca de un bosque. Parecía alguien

importante pues era posible advertir su se­ guridad y su elegancia. — ¿Quién será? — se preguntó la prin­ cesa. Enfocó bien su telescopio, aumentó al máximo el poder de sus lentes y entonces pudo ver: era un joven muy apuesto; sin duda se trataba de un príncipe. Flor de Luna miró sus ojos y se sintió maravillada: nun­ ca había visto ojos tan verdes. Relucían como estrellas. Flor de Luna se enamoró perdidamente. Su madrina, una maga muy poderosa le había regalado una varita mágica, blanca y azul. Era el momento de usarla. La sostuvo entre sus manos y la volvió en dirección a la tierra. En un instante se encontró frente al prín­ cipe. — ¿Quién eres? — le preguntó sorprendi­ do ante la extraordinaria belleza de la jo­ ven— . Sin duda, eres una diosa. Yo soy el Príncipe Verde y he recorrido el mundo en­ tero, pero no he visto jamás una mujer mor­ tal que resplandezca como tú.

— Soy Flor de Luna — dijo la princesa con voz dulce. — Pero, ¿de dónde vienes? ¿Por qué yo no te había visto nunca? — No podías verme. Soy una princesa de la luna y allá está mi palacio. Pero ahora he venido a la tierra porque quería... — Ven conmigo a mi castillo de la mon­ taña — interrumpió el príncipe— , y allí nos casaremos. — Bueno, iré contigo encantada — repu­ so la princesa; y siguió al príncipe hasta su morada. Después de celebrar las bodas con unas fiestas que jamás podrán ser olvidadas, el Príncipe Verde y Flor de Luna vivieron muy felices durante algún tiempo. Pero, des­ pués, en el transcurso de los meses, todos pudieron ver que Flor de Luna comenza­ ba a verse melancólica y triste. Y especial­ mente en las noches de luna llena, ella miraba con profunda nostalgia su patria, allá arriba, en el cielo, pensando en su cas­ tillo de madreperlas y en su vida de anta­ ño. El Príncipe Verde se dio cuenta de su

tristeza y comprendió enseguida a qué se debía. Ella deseaba regresar allá arriba, a su plateado país. ¿Qué hacer para verla contenta? ¿Cómo complacerla y hacerle olvidar su tristeza? Como el Príncipe Verde era hijo de una maga muy poderosa, el joven pensó que su madre podría ayudarlo. Entonces fue a vi­ sitarla para pedirle consejo. — ¿Qué puedo hacer, madre? — le pre­ guntó después de explicarle el estado en que se encontraba Flor de Luna. La hábil mujer dijo a su hijo: — Conozco un medio para hacer regre­ sar a tu esposa a la luna. Pero sólo tú po­ drás llevarla, y para hacerlo tendrás que aprender a volar muy alto. Y debo adver­ tirte que para llegar a aprender este difícil arte, antes tienes que sufrir mucho. — No me importa — respondió de inme­ diato el Príncipe Verde— . Daría mi vida por conseguir que ella volviera a sonreír. — Si esa es tu voluntad, hijo mío, la cum­ pliremos — dijo la maga; y alzando su vari­ ta mágica, transformó a su hijo en rana.

— Salta, salta, salta muy alto — ordenó la maga a la rana— . ¡Vamos, salta! La rana dio un salto. — Más alto, más alto, todavía más alto... — gritaba la maga golpeando a la rana con su varita mágica. A cada orden y a cada varillazo, la rana volvía a saltar. — Más alto aún, mucho más alto... — seguía gritando la maga y la rana obe­ deciendo.

De pronto sumergió su varita mágica en un recipiente repleto de hirviente alquitrán, y comenzó a golpear la espalda de su hijo convertido en rana. El dolor del golpe jun­ to a la quemadura fue feroz. Lanzando un grito terrible, saltó mucho más alto que las otras veces. Así pasaron toda la noche hasta que, al amanecer, la maga dijo: — Ahora recobra tu forma humana y ve junto a tu esposa, que te aguarda. Esta no­ che reanudaremos nuestros ejercicios. La segunda noche, la maga transformó a su hijo en papagayo y le enseñó a volar, golpeándole durante muchas horas con su terrible vara mágica. La preparación continuó: cada noche, el príncipe era transformado en un pájaro dis­ tinto: fue búho, cigüeña, y, finalmente, la quinta noche fue un águila. Al amanecer la maga le dijo: — La prueba ha terminado. Ya sabes vo­ lar, puedes remontarte a grandes alturas y también eres capaz de mantenerte horas y horas en vuelo. Puedes, por tanto, empren­ der el viaje a la luna.

La maga abrazó a su hijo y agregó: — Ahora debemos despedirnos. Regresa al castillo, y hoy mismo, cuando anochez­ ca, emprende el vuelo con tu esposa: jun­ tos llegarán hasta la luna. Les deseo que sean muy felices. En efecto, aquella noche, cuando la luna despuntó en el cielo, el Príncipe Verde tomó en sus brazos a la princesa y, después de haberse transformado en una enorme águi­ la, voló hacia lo alto, hacia el castillo de madreperlas, hacia el mundo blanco y mis­ terioso de la doncella. Flor de Luna, dichosa, irradiaba en tor­ no suyo una luz esplendorosa. De pronto, la princesa abrió su mano derecha y se desprendió de su varita mági­ ca blanca y azul, regalo de su madrina, de­ jándola caer hacia la tierra. Ella ya no la necesitaba. Lo tenía todo para ser feliz: su príncipe, su castillo de madreperlas y su hermosa luna. La varita se hundió en la tierra y se transformó en una gran flor blanca y res­ plandeciente, una maravillosa Flor de Luna.

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í r rase una vez un rey que tenía una hija única y, por desgracia, la princesa estaba muy enferma. Ni los más famosos médicos habían sido capaces de curarla. Habían pro­ bado todos los remedios, todos los trata­ mientos conocidos en aquellos años, pero nada se lograba. La princesita seguía enfer­ ma, muy enferma. Un día, ante el rey apareció una hermo­ sa hada que, después de saludarlo, le dijo: — Lo único que puede sanar a la prin­ cesa es una manzana muy especial. Pero tú tendrás que hacerla buscar. Yo no puedo decir dónde se encuentra. De inmediato el rey hizo proclamar la noticia. Entre toques de trompetas, los he­ raldos del monarca anunciaron que se pro­

metía la mano de la princesa al que llevase a la corte la milagrosa manzana. Y comenzó un verdadero desfile de jó­ venes llevando una manzana con la espe­ ranza de que la suya hiciera el milagro. Pero la princesa apenas miraba las manzanas. A veces se veía aparecer algo como un rayo de esperanza en sus ojos, tomaba la man­ zana en sus manos, pero movía tristemen­ te la cabeza y la dejaba a un lado. En una aldea, muy lejos de la capital, vivía un joven campesino llamado Lisandro, que tenía en su huerto un manzano que daba unos frutos enormes y sabrosos. Al conocer el bando real, puso en un cestito sus más hermosas manzanas y partió hacia la corte. Por el camino se encontró con un viejo enano de barba muy blanca, que le preguntó: — ¿Qué llevas en ese cesto? — Manzanas, buen anciano. Las llevo a la corte para curar a la princesa. Pero si tú tienes hambre, yo... —Tienes buen corazón — lo interrumpió el anciano y desapareció.

Después de caminar varios días, Lisan­ dro llegó al palacio. Lo condujeron ante la princesa y él le entregó las manzanas. ¡Y qué sorpresa se llevó el rey! Jamás había visto a su hija enderezarse tan ágilmente. Tomó una de las manzanas y empezó a co­ merla con avidez. Y, al poco rato, se levantó de la cama donde había yacido durante tan­ tos años. Se la veía sonrosada y feliz. Esta­ ba curada. El rey también estaba feliz, pero se lle­ nó de dudas. ¿Cómo iba a entregar a su hija a un simple campesino? Sin saber bien qué hacer, dijo al muchacho: — Te casarás con mi hija sólo si eres ca­ paz de construir un barco que navegue tan­ to sobre la tierra como sobre el mar. Lisandro regresó a su aldea y de inme­ diato se puso manos a la obra. Mientras tra­ bajaba, se le apareció el mismo enano que había encontrado en su camino. — ¿Qué estás haciendo, joven amigo? — Estoy construyendo una nave que sea capaz de navegar sobre la tierra — dijo el muchacho.

— Así será — murmuró el enano. Y de­ sapareció. Lisandro terminó de construir la embar­ cación con mucha más rapidez de lo que hubiera pensado, y partió inmediatamente. La nave se deslizó por los caminos, por los ríos, por los lagos y, finalmente, llegó has­ ta donde el rey. Aunque se admiró mucho de este verdadero prodigio, el rey volvió a dudar. Quería impedir a toda costa que su hija se casara con Lisandro. — Está bien — dijo— , pero no es sufi­ ciente. Si quieres a mi hija como esposa, deberás llevar a pastar, durante un día en­ tero, los cien conejos blancos de la prince­ sa, y volver a guardarlos en la noche, sin que se pierda ninguno. Pacientemente, al día siguiente Lisandro descendió al inmenso parque que rodeaba el castillo con los conejos blancos. De in­ mediato, los animalitos echaron a correr y escaparon por todas partes. Durante todo el día, el joven se dedicó a tratar de juntar­ los y, cuando ya había perdido toda espe­

ranza de cumplir la orden del rey, se le apa­ reció el enano. — ¿Qué haces ahora? — le preguntó. Lisandro le explicó lo que el rey le exi­ gía ahora para casarse con la princesa. — No te preocupes — repuso el viejo enano, y le dio un silbato mágico. Bastó que Lisandro se lo llevara a los labios y diera un solo silbido para que to­ dos los conejos regresaran junto a su guar­ dián. Y así, con gran desesperación del rey, el joven regresó por la noche a la corte con los cien conejos. El soberano, sin embargo, no se dio por vencido y dijo a Lisandro: — Si de veras quieres casarte con mi hija, deberás traerme una pluma del grifo. El grifo era un animal, mitad águila, mi­ tad león, que habitaba en el extremo del mundo. Muy pocos hombres habían logra­ do descubrir su guarida y muy pocos ha­ bían regresado de ese viaje. Lisandro estaba a punto de darse por vencido, cuando se le apareció su amigo, el viejo enano de siempre. Volvió a pregun­

tarle qué tenía que hacer ahora y a decirle que no se preocupara. Él lo ayudaría. Así, lo animó a partir y le enseñó el lar­ go camino que debía seguir para llegar a la morada de la bestia. Entonces, caminando y caminando, al cabo de muchos días, el joven llegó al re­ fugio del pájaro. Era una horrible guarida cuya entrada estaba custodiada por un hada. Por suerte, en aquel momento el monstruo no se encontraba allí. — ¡Imprudente muchacho! — exclamó el hada— , ¿acaso no sabes que el pájaro grifo detesta a todos los hombres y devora a cuantos caen bajo sus garras? Lisandro le explicó cuál era el motivo de su presencia allí. — Eres muy valiente — dijo entonces el hada— , y, en premio a tu valor, voy a ayu­ darte. Quédate en este escondrijo, y cuan­ do el grifo esté profundamente dormido, sal de allí y arráncale la pluma que nece­ sitas. Lisandro hizo todo lo que el hada le in­ dicó y esperó pacientemente y bastante

asustado el regreso del grifo. Éste llegó al anochecer y en seguida gritó: ¡Alguien ha estado aquí! ¡Siento olor a carne humana! — Sí — respondió el hada— . Hace poco pasó por aquí un joven peregrino, pero ya se marchó. Satisfecho con esta explicación, el ave se acurrucó en un rincón y, casi al instante, se quedó profundamente dormido. Ese era el momento preciso. Lisandro, abandonando su escondrijo, se acercó al monstruo en puntillas, y, de un solo tirón, le arrancó una pluma de la cola. El animal se movió, gruñendo inquieto, mientras el joven, aterrado, se pegaba a la muralla y de­ jaba de respirar. ¡Qué alivio! El grifo se dio vuelta y siguió durmiendo. Lisandro respiró ya calmado y, con la preciosa pluma en sus manos, tomó el ca­ mino de regreso a la corte. Esta vez el rey se dio por vencido, sin encontrar un nuevo pretexto para retardar la boda: su hija se casaría con Lisandro el campesino. Y así fue. Dominando su mo-

lestia, el rey dio una gran fiesta para cele­ brar el matrimonio. La princesa y el campesino fueron muy felices y, con el tiempo, Lisandro se trans­ formó en un monarca muy querido y res­

EL MAGO SOLOF Y EL PRÍNCIPE ILKA

petado. X/n tiempos muy remotos, había en Ru­ mania un río completamente blanco. Y ¿sa­ bes por qué? Porque por su cauce, en vez de agua, corría leche tibia y espesa. Así, aquel blanco río era un alimento sustancio­ so, gratuito y sano para toda la población. Pero he aquí que apareció de repente un viejo mago. Todos se preguntaban de dónde había salido y nadie sabía la respues­ ta. Sólo lograron saber que se llamaba Solof. Y sin decir una palabra ni comunicarlo a nadie, secó el río. De inmediato, la pobla­ ción, acostumbrada a contar con el alimento que le daba el río todos los días, comenzó a sentir hambre. El rey muy preocupado, mandó llamar al mago: — Devuélveme inmediatamente el río de leche — ordenó, muy enojado.

— ¡Ni soñarlo! — respondió Solof— . El río de leche favorece el ocio de tus súbdi­ tos. Muchos de ellos, seguros de tener al alcance de la mano un alimento delicioso, no se preocupan de trabajar. Mira en torno tuyo. La industria y el comercio casi no exis­ ten en tu reino; las ciencias y las artes avan­ zan a paso de tortuga; todo es gris, débil, insignificante. El hombre debe trabajar y para trabajar tiene que estar impulsado por la necesidad. —-Tus palabras no me convencen. Ne­ cesito el hermoso río blanco, el río de le­ che — insistía el rey. — Eres un tonto — replicó el mago— . No comprendes cuál es el bien de tu pueblo. El rey se puso furioso. Jamás, nadie se había atrevido a hablarle así. Lleno de in­ dignación y, sin querer escuchar una sola palabra más, ordenó a sus hombres que encerrasen para siempre al atrevido mago en un calabozo subterráneo. Cierto día, muchos años después, el jo­ ven y generoso príncipe Ilka, hijo del rey, se enteró de la existencia de aquel prisio-

ñero y de su triste historia. Desde aquel momento no tuvo más que una idea, un solo deseo: liberar al mago. Preguntando y preguntando, siempre con mucho disimulo y astucia, logró saber dónde había escondido su padre la llave del calabozo. Un día, aprovechando la ausen­ cia del rey, que había salido de cacería, se apoderó de la llave y abrió el subterráneo. Es difícil describir el gozo infinito con que el mago acogió la liberación. Debía alejar­ se de inmediato, antes que regresara el rey. Y en el momento de partir dijo a Ilka: —Jamás olvidaré lo que has hecho por mí. Si algún día te encuentras en algún apu­ ro o necesitas ayuda, llámame. Al regresar de la cacería, el rey advirtió que el preso había desaparecido y amena­ zó con ahorcar a todos los guardias que es­ taban encargados de su vigilancia y a todos los cortesanos que hubieran ayudado al mago en su fuga. Pero Ilka se presentó ante su padre. — Nadie tiene nada que ver con esto. Ni los guardias ni los cortesanos tienen ningu­

na culpa. Yo liberé al mago, así es que si piensas que he cometido un delito, castí­ game. El rey fue inflexible y arrojó a su hijo de palacio. El joven tenía un corazón animoso y no lloró ni desesperó. Pensaba: “Soy joven, ten­ go fuerza y puedo hacer muchas cosas. Es­ toy seguro de que podré trabajar y ganar lo necesario para vivir”. Tras mucho caminar llegó al palacio del rey Kurdo. Era un palacio espléndido y el rey era imponente y majestuoso, flka se in­ clinó ante él. — Mi padre me ha arrojado de palacio — dijo— . Soy muy pobre y te ruego que me ayudes a defenderme de la miseria. Sólo deseo que me des un trabajo honrado. — Hablas con sencillez y respeto, pareces un buen muchacho y por eso te ayudaré — dijo el rey Kurdo— . Puedes quedarte en mi palacio, trabajando en mis inmensas cocinas. Te nombro ayudante del cocinero jefe. Y el príncipe, satisfecho, se quedó en la cocina.

El cocinero jefe era un hombre muy au­ toritario. Mandaba con gran ceremonia y es­ trictez a un ejército de ayudantes. Se creía un verdadero rey. Ilka le agradó por su ama­ bilidad, por su diligencia y por el respeto que le demostraba. Y cuando el rey le pidió no­ ticias de su nuevo subordinado, alabó calu­ rosamente a Ilka, su ayudante. Imagínense la rabia de todos los demás. Estaban tan mo­ lestos de la preferencia que manifestaba el cocinero jefe por Ilka y tan envidiosos al ver lo rápido y bien que aprendía todo, que de­ cidieron vengarse, acusándolo al rey. Por eso un día dos cocineros se presentaron ante el monarca y le dijeron: — Ilka es un gran mentiroso. Dice que, en una noche, puede sacar de la nada una vaca y un ternero de oro. — ¿Cómo puede atreverse a afirmar ta­ les cosas? Ni yo mismo podría sacar de la nada una vaca de oro y un ternero de oro. ¿Cómo va a hacerlo él? — Pues él quiere hacernos creer que es mucho mejor que tú — insistieron los bri­ bones.

El rey envió a llamar al pobre Ilka. — Esta noche — le dijo furioso— te en­ cerraré en el establo. Y mañana deberás presentarte ante mí con una vaca de oro y un ternero de oro. — ¿Una vaca y un ternero? ¿Y de oro? No comprendo lo que me pides, Majestad— ¿No recuerdas, pues, las mentiras que dices? ¿O no te atreves a repetirlas delante de mí? — Yo jamás he dicho mentiras en toda mi vida. — ¡Basta! — exclamó, el rey— . Conmigo no se juega y tengo testigos. Si mañana no me entregas esos dos animales de oro, or­ denaré que te ahorquen. En vano Ilka protestó y rogó. No podía entender lo que había pasado. Al anochecer fue encerrado en el esta­ blo. Estaba desesperado pensando que esa sería la última noche de su vida. ¿De dón­ de iba a sacar él una vaca y un ternero de oro? En su angustia, de pronto se acordó del mago Solof y de la promesa que le ha­ bía hecho.

— Buen .mago, ven — murmuró muy bajo— . Buen mago, socórreme, por favor, ayúdame. Enseguida apareció el viejo Solof a su lado. Pasó una mano sobre los ojos del jo­ ven, bajando sus párpados, y le dijo: — No te preocupes, príncipe mío. Duer­ me tranquilo. Al amanecer, con las prime­ ras luces del alba, resplandecerá tu alegría. Ilka se tendió sobre un montón de paja y se quedó dormido profundamente. Al des­

pertarse, a la luz del alba, junto a él brilla­ ban una vaca de oro y un ternero de oro. Y, como había dicho Solof, su rostro res­ plandeció de alegría. Estaba feliz. Cuando el rey vio el prodigio sintió una gran admiración y un gran respeto por el joven. Decidió entonces que Ilka fuese su secretario y no se apartase de su lado. En­ tonces nació la envidia en el ánimo de los personajes que rodeaban al monarca. Un día, dos de ellos, los más viles, acu­ saron al joven con falsedades, igual que lo habían hecho los cocineros. — Su Majestad — dijeron al rey— , Ilka es un embustero. Dice que en dos horas pue­ de hacer surgir de la tierra un árbol de pla­ ta con hojas de esmeraldas. El rey se encolerizó. Esto le parecía de­ masiado. — Yo mismo no podría hacer surgir de la tierra un árbol de plata con hojas de es­ meraldas, en dos horas ni en mil horas. Y dice que él lo hará... —Así es, Majestad. Ilka quiere hacernos creer que su poder supera al de los reyes.

El monarca llamó al desdichado. — Ordenaré a mis siervos que te encie­ rren en el jardín. En dos horas deberás ha­ cer surgir de la tierra un árbol de plata con hojas de esmeraldas. — Pero, Majestad, eso no es posible. — ¿Olvidas tus jactancias? Si dentro de dos horas no me muestras el árbol precio­ so, serás decapitado. Una vez en el jardín, Ilka rompió a llo­ rar. Pero de inmediato recordó a su amigo el buen mago Solof. — ¡Oh, mago mío, buen mago! — llamó. El viejo apareció de inmediato. Nueva­ mente, pasó una mano por los ojos del jo­ ven, diciéndole: — No te preocupes príncipe mío. Duer­ me un poco. Al despertar serás feliz. El joven se tendió entre unos arbustos y se quedó dormido. Dos horas después abrió los ojos y, a su lado, vio resplandecer el árbol de plata con hojas de esmeraldas. Cuando el rey vio el prodigio, abrazó al muchacho y anunció una sorprendente de­ cisión:

— Es verdad que eres poderosísimo y, además, eres muy humilde y dices la ver­ dad. Te casarás con mi hija Karina y, des­ pués de la celebración de las bodas, yo renunciaré al trono en tu favor. Soy viejo y estoy cansado. No quiero ser engañado otra vez por cortesanos envidiosos, que me ha­ cen cometer injusticias. Karina e Ilka se casaron y entre los in­ vitados más importantes estaba Solof.

Antonio Landauro nació en Santiago de Chile en 1953. Es licenciado en Teoría e Historia del Arte en la Univer­ sidad de Chile y ha realizado cursos de perfecciona­ miento Español Instrumental en el instituto Pedagógico y de Dramaturgia en la Universidad de Miami. Entre 1983 y 1996 residió en Estados Unidos, donde desa­ rrolló una intensa labor periodística y literaria. Actual­ mente ejerce la docencia en la Universidad Finis Terrae, donde además es editor de la revista de arte “Alas y raíces” ; es colaborador permanente de diversas publi­ caciones nacionales e internacionales. Antonio Landauro ha destacado en forma muy es­ pecial por su preocupación por la investigación y re­ copilación de cuentos, fábulas, leyendas y tradiciones americanas, rescatando del olvido relatos, tradiciones y valores culturales y sociales. “En términos generales — ha señalado el autor refiriéndose a las leyendas de América— podemos afirmar que los relatos tanto de la época precolombina como de la época postcolombina poseen un alto valor sociológico, pues reflejan con claridad la cosmovisión del hombre y del núcleo so­ cial que los engendró. Poseen, además, elementos de la realidad y de la ficción, de lo vivido y de lo imagina­ do, de lo mítico y de lo histórico” .

Entre sus antologías publicadas se cuentan: Le­ yendas Tradicionales Chilenas, La Herencia Inmortal, Leyendas de amor, y Leyendas y cuentos indígenas de Hispanoamérica. Antonio Landauro publicó también Fábulas de Amé­ rica, una original y entretenida selección de fábulas es­ critas por poetas latinoamericanos de diecinueve países. Además de haber sido elegido entre varios escri­ tores de diversos países para escribir la biografía ofi­ cial del pianista Claudio Arrau, Landauro ha obtenido numerosos premios, entre los que destacamos el Pre­ mio Gabriela Mistral, de la M unicipalidad de Santiago, en el género ensayo en 1982 y el Premio Letras de Oro, Universidad de Miami, en teatro, en 1995. Es, asimismo, autor de otros títulos muy diversos como Banderas y Escudos del Mundo, Aprenda a re­ dactar correctamente y El Hombre que conquistó al mundo con un saxo. En cuanto a obras de teatro, po­ demos mencionar Teatro de Ilusiones, El lado oscuro de un paraíso, La Mandràgora, Colón, el Quijote del mar, Frida ante el espejo, El hacedor de sueños, Los rostros de Virginia Woolf, La quinta del sordo, entre otras. Respecto a su obra en general, podemos señalar que, en sus ensayos, Landauro exalta la importancia de las posiciones vanguardistas del arte y la literatura; en sus cuentos, aborda los temas sicológicos con es­ tilo casi expresionista; en sus obras de teatro explora la problemática del hombre contemporáneo. En esta su última recopilación, que el autor califica de “cuentos mágicos” , son en realidad mágicos, pero también, a través de esa magia nos va mostrando per­ sonajes reales, con sus fortalezas y debilidades y con las diferentes características que encontramos en los seres humanos.

A. RECORDEMOS ALGO DE LOS CUENTOS 1.

Ahora que has leído estos cuentos, ¿podrías de­ cir cuál te gustó más? ¿Por qué?

2.

En el prim ero de ellos — “ La prisión su b te rrá ­ nea”— , tres princesas son castigadas. ¿Recuer­ das por qué las castigaron? Y ¿cómo?

3.

En algunos cuentos los gnom os entregan dos o tres cosas m ágicas a quien quieren favorecer. En “El violín m á g ico ” , por ejem plo, el protagonista puede pedir dos cosas y él elige una cerbatana cuyos dardos siempre den en el blanco y un vio­ lín que haga bailar a todos los que escuchan. ¿Recuerdas para qué pidió estas cosas? ¿Qué pedirías tú si tuvieras esa oportunidad?

4.

¿Qué clase de regalos hacía el mago Farlaff? ¿Te gustaría recibir un regalo de esta clase? ¿Cuál?

5.

¿Qué crees tú respecto a la aventura del rey Hasim y la m aga de la montaña? ¿Piensas que fue verdadera o sólo un sueño? Inventa otro final.

B. CUÁL DE ESTAS ALTERNATIVAS ES FALSA 1.

En el cuento “ Bryte, el ca za d o r” , la m aga Veracunda esconde a la princesa Colom ba: a. En un pan c. En una nuez

2.

El duende Boriax regaló a Even 3 caballos. ¿Cuál está equivocado? a. Gris

3.

b. En un ovillo de lana d. En un insecto.

b. Alazán

c. Blanco

d. Negro

¿Cuál de estas hazañas no fue realizada por el duende Spriditis? a. Derribar un árbol b. A prisionar un oso c. Derrotar a 12 bandoleros.

4.

Li-Neng, en el cuento “ El m ago” , tuvo tres visio­ nes nocturnas. ¿Cuál de éstas es falsa? a. Un hom bre alto y delgado que resultó ser un ídolo de arcilla. b. Una larga y gruesa serpiente que resultó ser un collar de perlas. c. Un enano horrible que resultó ser un muñeco. d. Una horrible bestia que resultó ser trozos de lana.

5.

Bryte, el cazador, salvó a un enano de ser apre­ sado por un águila. El enano le dio tres regalos. Aquí te indicamos cuatro. ¿Cuál no corresponde? a. Una capa de piel c. Una vieja carabina

b. Un asno gris c. Un silbato.

6.

En el cuento del pájaro grifo, el rey pone tres prue­ bas a Lisandro antes de permitirle casarse con su hija. ¿Cuál de estas cuatro no corresponde? a. C onstruir un barco que navegue sobre la tie­ rra y sobre el agua. b. Llevar a pastar cien conejos y volver al atar­ decer con todos ellos. c. Arrancarle una plum a al pájaro grifo. d. Construir un palacio de cristal con veinte to ­ rres, en una noche. C. DIBUJA UN PERSONAJE

¿Cómo te im aginas a la m alvada y horrible bruja Ve­ recunda que tom ó prisionera a Colom ba? Dibújala. R ecuerda que tenía patas de avestruz, cuerpo de sapo, cuello de ganso y cabeza de águila. D. ESCRIBE UNA HISTORIA En la historia de los enanos de Quirihue se dice que eran buenas personas, sim páticos y traviesos. Pero tam bién dice textualm ente: “Ay del que se atreva a molestarlos u ofenderlos: éstos son hechizados con una sola m irada y transform ados en pequeñas y saltarinas ranas. Y no recobran su form a hum ana has­ ta después de cien años” . Im agina que Tomás, un niño de 12 años, a pe­ sar de saber que no debía hacerlo, se de dicó un día a m olestar a los enanos, a hacerles bromas y a ofen-

B. CUÁL DE ESTAS ALTERNATIVAS ES FALSA En el cuento “ Bryte, el ca za d o r” , la m aga Veracunda esconde a la princesa Colomba: a. En un pan c. En una nuez

b. En un ovillo de lana d. En un insecto.

El duende Boriax regaló a Even 3 caballos. ¿Cuál está equivocado? a. Gris

b. Alazán

c. Blanco

d. Negro

¿Cuál de estas hazañas no fue realizada por el duende Spriditis? a. D erribar un árbol b. A prisionar un oso c. Derrotar a 12 bandoleros. #

Li-Neng, en el cuento “ El m a g o ” , tuvo tres visio­ nes nocturnas. ¿Cuál de éstas es falsa? a. Un hom bre alto y delgado que resultó ser un ídolo de arcilla. b. Una larga y gruesa serpiente que resultó ser un collar de perlas. c. Un enano horrible que resultó ser un muñeco. d. Una horrible bestia que resultó ser trozos de lana. Bryte, el cazador, salvó a un enano de ser apre­ sado por un águila. El enano le dio tres regalos. Aquí te indicamos cuatro. ¿Cuál no corresponde? a. Una capa de piel c. Una vieja carabina

b. Un asno gris c. Un silbato.

6.

En el cuento del pájaro grifo, el rey pone tres prue­ bas a Lisandro antes de permitirle casarse con su hija. ¿Cuál de estas cuatro no corresponde? a. C onstruir un barco que navegue sobre la tie­ rra y sobre el agua. b. Llevar a pastar cien conejos y volver al atar­ decer con todos ellos. c. A rrancarle una plum a al pájaro grifo. d. Construir un palacio de cristal con veinte to ­ rres, en una noche. C. DIBUJA UN PERSONAJE

¿Cómo te im aginas a la m alvada y horrible bruja Ve­ recunda que tom ó prisionera a Colom ba? Dibújala. R ecuerda que tenía patas de avestruz, cuerpo de sapo, cuello de ganso y cabeza de águila. D. ESCRIBE UNA HISTORIA En la historia de los enanos de Quirihue se dice que eran buenas personas, sim páticos y traviesos. Pero tam bién dice textualm ente: “Ay del que se atreva a molestarlos u ofenderlos: éstos son hechizados con una sola m irada y transform ados en pequeñas y saltarinas ranas. Y no recobran su form a hum ana has­ ta después de cien años” . Im agina que Tomás, un niño de 12 años, a pe­ sar de saber que no debía hacerlo, se dedicó un día a m olestar a los enanos, a hacerles bromas y a ofen­

derlos riéndose de ellos. Y el hechizo llegó: conver­ tido en rana debió vivir en la colina. Y aquí em pieza la nueva historia. Se han cum plido los cien años y Tomás ha vuelto a ser un niño de 12 años. Feliz, corre a su casa para ver a sus padres... Ahora, sigue inventando tú... Piensa qué habrá pasado en la casa de Tomás durante cien años. ¿En­ contrará a alguien conocido? ¿Estará todo muy cam ­ biado? ¿Qué podrá hacer?

Divertido G racioso

Interesante Entretenido

A burrido M ágico

C om plicado Sencillo

F. PERSONAJES DE LOS CUENTOS Soluciona este puzzle horizontal en que todas las palabras corresp o n d en a nom bres de personajes que aparecen en los cuentos: En la colum na verti­ cal puedes leer una parte del título de este libro, lo que, junto con las definiciones, te facilitará la tarea de encontrar los nombres.

E. RAPIDEZ LECTORA D efiniciones: 1.

Relee el cuento “ El regalo de los gnom os” y lue­ go com pleta lo más rápido que puedas. — Tomados de la mano form aban una gran ... y danzaban girando frenéticam ente. — Merlocho se detuvo, sacó del cinto un brillan­ te ... , y lo blandió en el aire. — Ahora pueden irse, pero antes, llenen sus bol­ sillos con este ... — Esa misma noche regresó a la colina con un ... gigantesco. — Hundió sus... en el saco, en lo que creía un montón de ... oro.

2.

Ahora que volviste a leer este cuento, piensa: ¿Qué te pareció? Elige entre estas palabras el o los térm inos que te parezcan más de acuerdo con tu opinión:

1. Mató a un m onstruoso dragón de nueve c a b e ­ zas. 2. Era sólo un niño y su padre lo hizo abandonar en el bosque por haber liberado a un duende. 3. Princesa hija de un sultán. 4. Pescó un gran pez amarillo. 5. M ago que secó un río de leche. 6. Así se llam aba el gran gnom o del bosque que había regalado un m anzano al rey. 7. Nom bre del Genio del Aire. 8. Era un joven sastre, alegre, apuesto y optimista. 9. Tuvo tres terribles luchas en una noche contra figuras siniestras. 10. Duende que fue encerrado y exhibido en una jaula de oro. 11. Joven cam pesino que sanó a una princesa con una manzana.

12. Era un gran cazador, sobre todo con su silbato y su vieja carabina. 13. Era un orfebre viejo y avaro. 14. Duende que cu id a b a un tesoro subterráneo. 15. Pidió dos cosas al anciano duende: una ce rb a ­ tana y un violín. 16. Un duende dim inuto y muy ingenioso. 17. Princesa que visitó la Tierra para conocer al Prín­ cipe Verde. 18. Tocaba el violín y su apellido era Larsson. 1 2 3 4 5 6 7 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18

G N O M O S M A G O S Y G E N l O S

RESPUESTAS B.

Las alternativas falsas son: 1 .c 2. b 3 .a 4. b

6. d

E.

R apidez lectora: Las palabras que faltan son: Ronda cuchillo carbón Saco manos m onedas

F.

Puzzle horizontal S y V 1 8t viÑTñ i 3 a y O i d L l S i i 1 a 1 y d S 91 N i ± y v l/M91 o d d 3 i V n io TT o N 3 0 i n d st 3 1

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