Cuentos de Mujeres para Mujeres

Cuentos de Mujeres para Mujeres Relatos de mujeres en distintos rincones de Nuestra América. Por la memoria histórica

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Cuentos de Mujeres para Mujeres Relatos de mujeres en distintos rincones de Nuestra América.

Por la memoria histórica de un territorio usurpado, saqueado y asediado por los Estados de Chile y Argentina. Editorial Mestiza

Este libro fue impreso en tierra Lavkenche, Wallmapu por la Editorial Mestiza. Este trabajo de coordinación, recopilación, impresión, diagramación y liberación, fue realizado libre de explotación y con mucho cariño. La Editorial Mestiza, es un proyecto de tribu que busca aportar a los procesos sociales que viven y vibran en los distintos territorios en resistencias. Libérese, préstese y compártase este libro y las reflexiones que nazcan desde su lectura.

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Cuentos de Mujeres para Mujeres Relatos de mujeres en distintos rincones de Nuestra América.

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Indice Presentación / 13 Delirio de libertad / 15 Ella / 16 Flor / 17 Fuimos todas / 18 Territorio / 20 Me enamoré de mi / 22 Mi heroina / 24 Amar en guerra / 26 Feminismo comunitario / 30 Ana / 32 El designio de una mujer / 34 El otro yo / 36 El otro yo (ilustración) / 38 Los sueños en mi mundo / 40 Hoy soy mujer, porque decidí serlo / 42 Ni impune ni silencio / 43 Azul / 46 Detalles / 53 Ella no es solo un pronombre / 57 Ella no es solo un pronombre (ilustración) / 60 Madre tierra / 62 Escrito en una roca a la orilla del mar / 64 No me pidas que sea princesa / 68 Sentido como una madre / 69 Siembra corazón / 72

Dudas / 74 La hormiga viajera / 75 Raíces / 76 Leer con lentes oscuros / 78 Siembra corazón / 82 Recuerdos sin miedo / 84 Recuerdos sin miedo (ilustración) / 86 Abigail / 88 Cardamomo / 91 Siembra corazón -raíces- / 94 El llamado / 96 Ese día / 99 Mi sombra / 103 Los golpes en la puerta / 105 A mi no me ha pasado / 107 Bailarás / 109 Üñum tañi zungun / 110 Mariposa / 112 Mariposa / 114 Ella / 115 Siembra corazón / 118 ¿Mujer? / 120 Poema / 121 Eloisa / 122 Paciencia / 126 Querido viejito pasajero / 127 Morir de amor / 129 Publicidad / 131 Siembra y libertad / 132 Un toque rojo / 134

Algunas no queremos hijos humanos / 138 La decisión de ser feliz / 140 Martina / 143 Migrar / 145 Sombras del abismo / 147 Yo aborto / 149 Diablada artística para el acoso sexual en el ANBA / 152 Invitación / 157 Belleza en mi piel / 158 Me parieron encierro / 160 Hay primavera en el invierno / 164 Joven dama / 168 Ayer quise hablarte / 170 Ayer quise hablarte (ilustración) / 174 Un momento perfecto / 176 Flores / 179 Cortina nupcial / 181 Nadie es ilegal / 186 Agradecimientos / 189

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Presentación Este libro surge de la necesidad de escribir (nos), leer (nos), escuchar (nos). Un intento de manifiesto a tanto silencio impuesto por siglos sobre nosotras, sobre nuestras voces, nuestros cuerpos, nuestros sentires y nuestros territorios. Es larga la lista de las mujeres que han sido silenciadas por las múltiples violencias que ejerce el capitalismo y el patriarcado contra nuestros cuerpos, aquellas que nacemos mujeres y las que deciden serlo. Es precisamente ese intento de callarnos el motivo por el cual nace este libro, como un instrumento que se pone al servicio de nosotras para volver a re-escribirnos y leernos en afecto. Muchas fueron las voluntades que colaboraron con la creación de este libro, mujeres de distintos rincones de Nuestra América aportaron con sus escritos, ilustraciones, ideas y palabras de agradecimiento. Todas ellas necesarias para darle sentido a este proyecto. Además no podemos dejar de sentirnos agradecidxs a quienes apoyaron desde un inicio en este camino: T.R.E.N.Z.A ilustradora de algunos cuentos seleccionados y portada del libro. Pato Mestizo por la colaboración en la Edición del libro y tantos apañes más que siempre está dispuesto a dar. Ani Collinao Orellana Compiladora de esta trenza y edición. Editorial Mestiza 13

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Delirio de Libertad …Rememoró entonces, antes de acabar con todo, las constantes humillaciones, los golpes y los perseverantes abusos recibidos. El dolor que sufría y recibía día a día, los transformó en odio y así planeó su final. Recordó entonces todas las veces que, desde niña tuvo el sueño de dejar de existir, de respirar, de estar. Recordó todas las veces y sintió por última vez, el dolor de vivir con la pena y la amargura, con el repudio de su propio cuerpo y el odio eterno, ahí, en la garganta. Sintió por última vez la tensión en su cuello, el dolor de su espalda, el daño permanente en su corazón. La punta del arma se sentía fría en su frente y su mano firme sobre el gatillo: ya tenía la decisión tomada. Aquel tiro sería su liberación, su éxtasis de placer, su último deseo. Su padrastro frente a ella suplica compasión, pero aquella bala lo silenciaba para siempre. Cualquier cárcel o celda no la hacía más prisionera que la misma vida que llevaba. Se sintió más libre que nunca…

Javiera Silva Ortiz Santiago Chile

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Ella Solía ser vista como una mujer fácil, de fácil acceso ¿Y cómo no!?, siempre mantuvo las puertas abiertas, y de paso las piernas. Se dejaba recorrer completa sin sendero, sin brújula ni dirección. Muchos se perdieron. y aún no se encuentran.

Paloma de la Paz Valparaíso Chile

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Flor Llegará ese día en que ya no necesites espejos, llegará ese momento en que camines más liviana, [aunque tu cuerpo pese el doble], vendrá el día en que prendas la luz porque nada te avergüenza y empezarás a amar aún más las mañanas. Tendrás la dicha de disfrutar lo que se te plazca, sin temor a ser juzgada, y se te caerá la piel, de las manos y de la pera. Menstruarás más sangre que nunca expulsarás toda la mierda que te compraste, con plata que no tuviste, pero que te costó un precio altísimo. Botarás los bastones a la basura, porque te darás cuenta que ya no cojeas. Disfrutarás de ese instante, como aquel niño que pone la última pieza del rompecabezas. Porque ese día llegará y va a llegar, ¡sé que llegará! porque en eso has trabajado y por eso te has caído. Y cuando eso suceda lo escribirás para recordarte lo idiota que fuiste complicándote la existencia. Paloma de la Paz Valparaíso Chile

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Fuimos todas Nos íbamos quedando solos en la micro. Su mirada era cada vez más aguda. Ya no había rincón en donde esconder mi vista para no toparme con la suya. No quería que pensara que me le insinuaba. Cuando tuve que ponerme de pie, tocar el timbre y ver las puertas abrirse, un frío punzante recorrió todo mi cuerpo. Lo sentí pararse detrás de mí. Sentí su repulsiva respiración cerca de mi cuello. Miré rápidamente al chofer, buscando auxilio con mis ojos de terror. Jamás me miró. Sentí miedo, sentí desasosiego. Quería morir. Una vez ya en la calle, me agarró del brazo y me volteó con violencia. Su mirada lasciva y su cuerpo excitado se abalanzaron sobre mí. Cuando luchaba para poder escapar, el hombre me decía que me quedara tranquilita. Recordé entonces a la Gabi, a la Cata, a mi tía Sandra y mi hermana. A Nabila, a la Vale, también a todas las compañeras muertas a la fecha. Todas acosadas, todas violentadas, todas, de distinta manera, agonizadas por un hombre. Fue entonces que, desde el fondo de mis entrañas, con una rabia incontrolable, me lancé sobre su cuello con un odio espantoso. Mis uñas parecían traspasar su piel y la sangre corría ya entre mis dedos. Lo golpeé entre las piernas y lo boté con mis brazos. Cuando al fin lo tuve en el piso, agarré su brazo y lo puse entre mis piernas. Con toda mi fuerza lo tiré hacia atrás. El sonido de sus huesos romperse se escuchó

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más fuerte que sus gritos de dolor. Cuando me puse de pie, agarré su cabeza y la golpeé contra el pavimento. Su cuerpo doliente yacía inmóvil sobre el suelo. Cada golpe tuvo más fuerza de lo normal. No fui solo yo, fuimos todas. …Al menos, una de las partes de esta historia es cierta. La otra, un imaginario, un supuesto, un deseo ficticio.

Javiera Silva Ortiz Santiago Chile

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Territorio Maiza Santiago Chile

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Me enamoré de mi Me enamoré de mí recorriendo lunares en el rostro de un desconocido. Me enamoré de mí devorándome cada pedacito de piel. Me enamoré de mí y de mi calma descansando sobre otro pecho. Me enamoré de mi reflejo en esos ojos negros porque me vi transparente. Me enamoré de mí y de mi valentía de saltar al vacío en menos de cinco minutos al sentir que mi corazón late. Me enamoré de mí porque tengo la certidumbre de que puedo querer bien. Me enamoré de mí acariciando otras manos con inmensa ternura. Me enamoré de mí compartiendo la mejor versión de lo que tengo hoy. Me enamoré de mí

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y de la soltura de dejar que todo ocurra. Me enamoré de mí al hacer el amor con la mirada abierta. Me enamoré de mí y de la autenticidad con que beso. Me enamoré de mí al sentir nuevamente que tengo sangre en las venas. Me enamoré de mí porque sigo siendo la misma pero un poco más distinta. Me enamoré de mí al dejar que se queden y se marchen cuando quieran. Me enamoré de mí y de mi sonrisa al despertar en las mañanas. Me enamoré de mí inhalando con intensidad, porque entre cada bocanada de aire advierto la fugacidad de la vida. Intentando enamorarlo a él y aún sin haberlo conseguido, me enamoré de mí. Porque hace años no me sentía tan plena, tan perfectamente bonita y con eso me quedo.

Paloma de la Paz Valparaíso Chile

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Mi heroina A nuestra casa llegó a vivir un monstruo. Mi mamá encontró un pololo nuevo, Aníbal, que se fue a vivir con nosotros. Casi nunca lo vemos, siempre anda trabajando y parece un tipo bueno, pero con él, llegó a vivir una criatura misteriosa, que con mi hermano Pepe, creemos que se esconde en el closet de mi mamá por las noches. Cuando el sol se esconde y nosotros ya estamos acostados, se escuchan los muebles romper y a mi mamá gritar. Ella al otro día, amanece cansada y de mal humor. Debe ser agotador luchar con el monstruo todas las noches. Un día, en que se escuchaban gritos inhumanos y los golpes en las murallas eran cada vez más fuertes, oí a mi mamá correr a nuestra pieza, nos agarró de las manos y nos dijo tiernamente -escóndanse debajo de la cama y pase lo que pase, no salgan de ahí-. Sentí más miedo que nunca. Debió haber pasado al menos 30 minutos, hasta que ella misma nos fue a buscar y nos abrazó súper fuerte. Nos besó en la frente, se puso de pie y unos señores se la llevaron. El monstruo había sido derrotado. El silencio por las noches ahora es absoluto. A veces podemos ir a visitar a mi mamá, quién nos dice que pronto estaremos juntos otra vez. Con el Pepe ya sabemos su secreto. Les está enseñando a todas esas mujeres en ese lugar, cómo ser valien-

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tes para dominar a las bestias. Es por eso que ya no tenemos pena, para que al igual que nosotros, otros niños ya no sientan miedo nunca más.

Javiera Silva Ortiz Santiago Chile

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Amar en guerra I.Tú orden picoteó mi carne y la carne de nuestras hijas que quedaron como semillas en la tierra para nacer dignidad. Ya no puedes alimentarte de mi dolor Tu estómago regresa los gritos que has imbuido. Somos el vómito en tus noches tranquilas, El malestar en tú garganta podrida de tanto ordenarnos sin respuesta. ¡No puedes someternos! Hemos escapado en forma de mariposa nocturna, Polilla indiferente. Y eso, Te corroe el estómago, Te quema el descanso.

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Ya no puedes tragarnos sin que a esto le siga la náusea porque decidimos ser libres.

II.Es importante el grito. Liberar la rabia, El miedo, La angustia. Las noches que no hemos dormido rezando por las nuestras, Por el futuro, Por lo incierto. Necesitamos gritar. Gritarle a la cara Su impunidad, Nuestro desprecio. Y decidimos hoy también gritar muerte, ¡Tu muerte!

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Para que venga lenta, como presagio de tu caída. Hoy las calles se llenan de gritos, Denuncian tu burla y tu cinismo. Y gritaremos juntas, Alegres, Con el amor que a ti te falta, Sostendremos el miedo, Con la esperanza. Y si caemos, Gritaremos para que la marca de nuestras voces Quede en la memoria del viento.

III.Hermanas, compañeras de camino:. Ahora sé por qué somos tan amigas sin pensarlo. Por qué nuestro dolor se parece, Por qué nuestras luchas son vecinas, Por qué nuestro corazón se estruja al mismo tiempo, por los mismos motivos, Por qué nuestra intimidad se nos revela cuando nos paramos firmes ante la injusticia, ante el sufrimiento.

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Este país pesa, y se siente en las noches de insomnio. Se quiebra y nos quiebra, quiere rompernos Pero no puede. Nuestros dedos han tejido caminos Que sus ojos no conocen. Nos sostiene la luz de lo imposible pero impostergable. Hermanas, compañeras de camino: Hoy, me duele su dolor, Y me da esperanza su esperanza. Me avergüenza el miedo ante el valor de su rabia, ante la fuerza de su palabra. Esta vez, Sólo quiero abrazar su soledad para que renazca risa, baile, lucha, justicia. Y gritar juntas Y gritar fuerte “¡Mujeres contra la guerra, mujeres contra el capital, mujeres contra el racismo y el terrorismo neoliberal!”

Niltie Calderón Toledo El Espinal, Oaxaca México

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Feminismo comunitario Maiza Santiago Chile

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Ana Ana ¿A dónde fuiste a buscar la mañana? Cambiaste las levantadas asoleadas Por las mañanas heladas ¡El milla ruka pillán me llamaba! Su llamado lo escuchaba, a toda hora, principalmente cuando despertaba Casa de espíritus hermosamente anaranjada Él veía cómo mi fuego se apagaba El fuego volcánico me tiende su manto Espíritus blancos Y AZULES Todos, todos, todos muy gentiles Todo revuelto en esta revuelta que te inventas La geografía esta toda muy unida, Ana es el punto de partida. Ana ¿A dónde fuiste a buscar tus mañanas y madrugadas? Cambiaste las levantadas asoleadas por las mañanas heladas ¡Agüita volcánica necesitaba! Para calentar esta cuerpa amada

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Placer, goce, autogoce Movimientos vaginales y anales Porque para hacer bien el amor hay que venir al sur Lo importante es que lo hagas con quien quieras tú. Ana Aunque tus mañanas hoy sean heladas Recuerda que te acompañan varias azules hermanas.

Andrea Caballería Likan Ray Wallmapu (Chile)

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El designio de una mujer Mujer, naciste frágil, pero con un corazón grande. Te formaron como una princesa sin prever que este mundo es para guerreras. Mujer, fuiste creciendo y siempre lo diste todo sin recibir nada a cambio porque creíste que esa era tu naturaleza, sin importar si eso te hacía feliz. Mujer, pediste piedad pero te la negaron, aun así soportaste cada desprecio, calumnia, desamor, desilusión; Te ignoraron cuando necesitabas ser escuchada por que tu voz era insignificante. Mujer, ¿recuerdas las infinitas veces en que tu corazón estaba hecho pedazos? Aquel llanto silencioso por las noches, tu cuerpo marcado por aquellos malos momentos… ¿por qué no mencionar tus hermosas ojeras, por aquellas trasnochadas?. Mujer ¡lucha! Por aquellas niñas, adolescentes y mujeres que sufren, que se sienten cohibidas de libertad y por aquellas que ya no están entre nosotras. Mujer ¡basta ya! Hoy es el momento, no más humillaciones, no más llantos, no más rivalidad, hoy es tiempo de guerrear. Mujer, hoy es tiempo de descubrir quién eres y de qué estás hecha, porque tu pasado y tus errores son el impulso para ser la heroína de tu historia. Mujer, con tus manos forjaras un nuevo comienzo, porque estás

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hecha de sueños, poder, magia, creatividad y muchas cosas más. Mujer, cree en ti, mantente en pie que nada te asuste, mucho menos te detenga porque simplemente eres MUJER.

Lucía Pantigoso

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El otro yo Rosaura es una niña nacida en un país hermoso y rico en cultura. Cuando Rosaura tenia uso de razón, la comenzaron a llamar, no por su nombre, sino la clasificaban por su color de piel… esa era una gran pregunta. Ella era hija de una mujer negra afro y de un hombre indígena, para ella su color de piel “morenita”, color que por decir más, no existe… y su cabello largo y liso que destaca a los indígenas. Siempre se preguntó… Al pasar de los años por que le decían: ¡Hey tú, la cholita-negra! ¿Alguien sabe que quiere decir esto? decía Rosaura. ¿Acaso mi apellido de negro destaca de mi dependencia indígena? Ella volvió a sus orígenes, buscando en su árbol genealógico, el porqué de esta confusión, en sus pequeños 10 años se pregunta sin saber la respuesta… ¿qué etnia?, ¿qué identidad? Realmente ¿tenía esto sentido?. Un día mientras salía de vacaciones al sur de su país, decidió ir donde sus abuelos, allí en lo alto del monte más hermoso y frondoso,

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donde las montañas con sus pastos y sus animalitos, crean un entorno ameno, tan diferente a que lo que pasa en la ciudad, aquí el aire te atraviesa las mejillas y te desenvuelve el alma, este pequeño lugar donde la pequeña podía ser ella misma. Ahí preguntó al abuelo José, ¿por qué la gente donde me ve, me dice cholita-negra? Hijita, respondió el abuelo, pues no lo sé… La niña siguió son su misma duda. Creció y creció… llegó a la edad adulta y se puso a investigar, su la respuesta más lógica fue que: ella era mestiza. Y eso ¿qué es? se preguntaba… Pues, es lo más lo más fácil… es la mezcla de dos “razas”: la negra y la indígena Entonces ahora si tenía sentido su vida, ya no era más la cholita, ahora si podía decir que su mezcla era única, que tenía en sus venas la fuerza de la raza negra y también la indígena… y casi que rara en su especie… - jajaja! se sentía una especie de súper mujer. Ya nunca más se escondería, ella saldría con el cuerpo erguido y reconociendo finalmente, quién es y qué sentido tenía su forma de ser. Esto nos deja una moraleja que pese a sonar trillada, No hay que juzgar sin conocer… La visión no es lo mismo que el preguntar… O el ser, no es lo mismo que el sentir. Lorena Zambrano Ecuador Radicada en Chile

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EL OTRO YO T.R.E.N.Z.A Santiago Chile

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Los sueños en mi mundo Freya Alba Iquique Chile

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Hoy soy mujer, porque decidi serlo Hoy llevaré mi cabello largo Mañana me apetecerá corto Mi hermoso vestido azul me encanta, Pero mi overol rosa me gusta también. Me agrada sentirme delicada y protegida Pero adoro mostrar lo fuerte y valiente que soy Disfruto jugar y ensuciarme con cada caída Anhelo los baños cálidos que me dejan reluciente como el sol. Yo decidiré lo que quiera ser Cuándo, dónde y a qué hora Yo decidiré qué soñar Libre y sin límites. Escogeré mi camino, mis batallas y mis metas Aceptaré todo el afecto que mi corazón desee Me aferraré a mis esperanzas y expectativas Y no dejaré que nadie marchite mi ser.

Freya Alba Iquique Chile

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Ni impune ni silencio Hace menos de 24 horas, el Movimiento Social Patriota ha irrumpido a obstaculizar el libre ejercicio de la libertad de expresión en favor del aborto. En ese contexto, apuñalaron sin mediar provocación alguna, a tres mujeres en la marcha. 26 de julio de 2018 Ni impune ni silencio Nos están matando. Quieren parcharnos la boca Adormecer nuestros dolores Enmudecer nuestros gritos Y las garras y los dientes. Ni impune ni silencio Tres mujeres apuñaladas Desde un corte fascista Misógino Xenófobo Homofóbico.

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Desde tus cuchillas Nos saltan las garras Para que decir que no, Nos arden colmillos para gritar Más fuerte. Ni impune ni silencio No nos van a amedrentar. Dime entonces, Cuánta conspiración más Para volver de una calle Un río de sangre, Una ciudad de cadáveres, Y cortarnos las lenguas Con las que gritamos libertad. Entre mujeres y para mujeres La jornada ha sido empañada Tres mujeres apuñaladas. Y nada, nada. Una derecha comiendo palomitas Nos saluda desde la prensa, Nos escupe desde arriba Entre simas fantasmas Y homicidas encubiertos. Pintaron la alameda con sangre y vísceras de animales Pintaron la alameda con sangre y vísceras de animales 44

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Apuñalaron a tres mujeres, y a todas. Hoy nos apuñalaron a todas Y no nos van a amedrentar.

Anaís Luâ La Serena Chile

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Azul El vestido azul la esperaba en su cama, tendido con pulcritud podía observarse desde cualquier ángulo de la habitación, ya sea que corrieras a la puerta, lo miraras desde la ventana, te recostaras contra el guardarropa, aun así podías verlo en toda su magnitud. El color dominaba la escena, un azul intenso que no llegaba a ser opaco, los pliegues planchados con mucha delicadeza, la tela tan suave que el tacto se perdía en la infinita suavidad envolvente como el pétalo de una flor que acababa de saludar al rocío de la mañana. Y en esos ensueños se encontraba la dueña del vestido, una muchacha tan suave como el vestido azul al que observaba ensimismada desde hace horas. No había notado que casi era de noche, tampoco que la ventana de su habitación aún seguía abierta y el frío recorría cada rincón de la estancia, tampoco los suaves sonidos de los automóviles que pasaban cerca, o las luces que fueron dominando el paisaje a medida que la noche caía cada vez más profunda. ¿Debería esperar por alguna fecha cívica para vestirlo? No que va, la época de celebraciones término hace dos semanas… ¿Tal vez hasta que ahorre para complementarlo con un peinado a cargo de las dueñas de la peluquería? Tampoco parece necesario… Ella había pasado algún tiempo en trabajos eventuales de su

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pequeña ciudad para poder tener unos cuantos ahorros, algunas pequeñas privaciones para poder tener unos ahorros que en algunas ocasiones no sabía para que, al principio pensó que podían ser para emergencias, o en caso de que surgiera una gran oportunidad, pero terminó siendo para un impulso. Recordaba el día en que el vestido azul había pasado a formar parte de su vida, mientras se encontraba recostada en la cama pretendiendo dormir. Un lunes soleado, uno de esos días donde los noticieros pasan a ser la última distracción de cualquier persona y solo reaccionan por fuerza de costumbre, y el día pasa a ser una sucesión de listas que deben ser completadas para no perder el hilo del día que sólo debe acabarse para continuar el siguiente, había cambiado el rumbo de su rutina pasando por una calle comercial, prefería evitar a los compradores para poder caminar junto a todos los obreros, callados y en líneas ininterrumpidas hacia sus fuentes laborales. Pero ese día fue el primer día que vio aquel vestido en una vidriera, solo fue un fugaz vistazo de una mancha azul que contrastaba contra todas las demás prendas, ella corría para llegar en horario y fue casi un haz de color azul. El martes pasó por la misma calle, un poco menos transitada y pudo observar el vestido por unos minutos, notando la notoriedad de la prenda y los detalles de su figura. Miércoles y jueves no pudo dejar de rememorar cada línea de la prenda, el vestido era un recuerdo frecuente ante cada objeto azul que observaba, pero no tenía idea de que podría hacer con el vestido una vez que lo tuviera en sus manos, por ello el viernes decidió no pensar mas en ello.

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Pero el día sábado, olvidando ver las noticias o las nubes, salió atrasada y la lluvia comenzó a caer a las tres cuadras, volver atrás no era una opción, así que corrió sin ver la dirección pensando solamente en llegar a un punto que ya no podía recordar, por el fuerte sonido de la lluvia contra el pavimento. Corrió hasta que la visión la tuvo nublosa y su mano encontró una puerta que abrió de prisa. La tienda era espaciosa a pesar de todo el desorden de prendas y accesorios que encontraba, y en frente estaba el vestido, en ese instante ya no existían más objetos o personas que ella y el vestido azul. Paso cautelosamente y pudo tocarlo, era aún más sedoso de lo que pudo imaginar, el tono era perfecto, no podías dejar de verlo, y la costura parecía hecha a su medida, no tomó mucho hasta que la lluvia y su sonido blanco desaparecieran haciéndole notar a todas las personas a su alrededor, fue ahí cuando decidió tomar la decisión de comprar el vestido de una vez por todas y terminar con la obsesión que le generaba la prenda tan embriagadora que no podía dejar de observar. Habían transcurrido dos semanas, dos semanas en las que no había parado de pensar qué hacer con la prenda que tenía en frente, no sabía dónde llevarla ya que cualquier lugar terminaba por ser inadecuado para la ocasión, tampoco consideraba que debía llevarlo a todas partes para no desgastarlo, pero entonces ¿Qué hacer con él?. Así que fue un domingo de verano que decidió ponérselo. Después de una breve mirada al espejo salió con el vestido azul y su infalible morral pequeño, todo dispuesto de forma que no opacara al vestido azul. Fue a un restaurante para desayunar, a pasear cerca de las zonas turísticas, por unos cuantos museos, pero aún sentía que no había lucido el vestido en un lugar que fuera apreciado. Camino bastante más en la tarde, hasta que unos amigos la 48

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condujeron hasta una fiesta donde estuvo segura que el vestido valdría la pena todo el dinero invertido. Al llegar pudo observar una gran casa con exageradas habitaciones, una piscina que parecía no corresponder al tamaño lógico de la vivienda y en la costumbre vanguardista, muchas paredes que habían sido reemplazadas por vidrio que permitía observar todo lo que ocurría, sin la necesidad de salir del salón principal. En ese lugar pasó toda la noche sentada mirando un vaso, el piso y las personas que danzaban alrededor, todas ignorándola. Pasadas dos horas, se paseaba por toda la vivienda sin rumbo fijo cuando ya la mayoría de los invitados se hallaban ebrios. Seguía dando paseos sin rumbo fijo hasta que un chico le pidió bailar con él, pero solo llegaron cerca del sillón ya que él perdió el equilibrio y derramó una gran copa de vino en su vestido. Nadie lo noto y el chico del vino desapareció en segundos, lo único que ella observaba era la gran mancha oscura que se extendía a través del vestido y salió corriendo de aquel lugar. Había arruinado el vestido, no logró llegar a lucirlo, tal vez para un chico con mejores modales, tal vez para un cita romántica, tal vez para la entrevista de un empleo con mejores oportunidades, tal vez para la cena familiar de todos los años, tal vez para la reunión con sus antiguos compañeros de escuela, tal vez, tal vez, miles de tal vez pasaron por su mente hasta que llegó a su habitación e intentó lavar el vestido con cuanto remedio encontraba en internet. Limón, detergente, remojo tras remojo, cepillo, lavadora, lavado a mano, secado al sol, secado con la plancha, todo arruinaba un poco más la prenda hasta que quedó irreconocible. Y así terminaba a vida de aquel vestido, en la cama, extendido, con un color difícil de determinar a simple vista, arrugado. Y mientras la muchacha lo observaba, los tal vez para los cuales hubiera servido dicha prenda, seguían acumulándose en su cabeza, cada instante 49

más grandes, cada instante agregaba uno a la lista y olvidaba otro, así a cada media hora se quedaba con dos tal vez y olvidaba otros diez, que después volvía a repetir una y otra vez. Sin saber cómo se quedó dormida. Despertó muy temprano, lo supo por la luz azulada que entraba por la ventana, había dormida con la cabeza apoyada en las rodillas y con un recuerdo muy vago de lo que había ocurrido. Ella, no podía creerlo, había perdido la razón por un objeto, no era mágico, apenas especial, no era necesario, solo era un pequeño capricho que aún seguía sin encontrarle uso. Termino de despertar y la vista fue aclarándose poco a poco. Y lo vio. Un pedazo de tela que no era especial, a menos que ella lo considerara así, aunque ya no servía para nada, tal vez y como un limpia vidrios o limpia pisos, pero ya no era un vestido. Había perdido días pensando en crear momentos especiales, cuando solo era un pedazo de tela. No toco la cama donde estaba el ex vestido y solo salió hacia la pasarela más cercana a su habitación. Medito todos los tal vez que volvieron a su mente, solo eran oportunidades a las que miraba con cierto temor, no dependían del vestido, ni antes ni después del vino derramado, solo era eso, un vestido y una copa de vino que se encontraron en un momento inoportuno terminando ambas desbaratadas. No había culpas que repartir, solo seguía el tiempo y en ese momento el amanecer con sus primeras luces. Y después de días, pudo sonreír. turísticas, por unos cuantos museos, pero aún sentía que no había lucido el vestido en un lugar que fuera apreciado. Camino bastante más en la tarde, hasta que unos amigos la condujeron hasta una fiesta donde estuvo segura que el vestido valdría la 50

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pena todo el dinero invertido. Al llegar pudo observar una gran casa con exageradas habitaciones, una piscina que parecía no corresponder al tamaño lógico de la vivienda y en la costumbre vanguardista, muchas paredes que habían sido reemplazadas por vidrio que permitía observar todo lo que ocurría, sin la necesidad de salir del salón principal. En ese lugar pasó toda la noche sentada mirando un vaso, el piso y las personas que danzaban alrededor, todas ignorándola. Pasadas dos horas, se paseaba por toda la vivienda sin rumbo fijo cuando ya la mayoría de los invitados se hallaban ebrios. Seguía dando paseos sin rumbo fijo hasta que un chico le pidió bailar con él, pero solo llegaron cerca del sillón ya que él perdió el equilibrio y derramó una gran copa de vino en su vestido. Nadie lo noto y el chico del vino desapareció en segundos, lo único que ella observaba era la gran mancha oscura que se extendía a través del vestido y salió corriendo de aquel lugar. Había arruinado el vestido, no logró llegar a lucirlo, tal vez para un chico con mejores modales, tal vez para un cita romántica, tal vez para la entrevista de un empleo con mejores oportunidades, tal vez para la cena familiar de todos los años, tal vez para la reunión con sus antiguos compañeros de escuela, tal vez, tal vez, miles de tal vez pasaron por su mente hasta que llegó a su habitación e intentó lavar el vestido con cuanto remedio encontraba en internet. Limón, detergente, remojo tras remojo, cepillo, lavadora, lavado a mano, secado al sol, secado con la plancha, todo arruinaba un poco más la prenda hasta que quedó irreconocible. Y así terminaba a vida de aquel vestido, en la cama, extendido, con un color difícil de determinar a simple vista, arrugado. Y mientras la muchacha lo observaba, los tal vez para los cuales hubiera servido dicha prenda, seguían acumulándose en su cabeza, cada instante más grandes, cada instante agregaba uno a la lista y olvidaba otro, 51

así a cada media hora se quedaba con dos tal vez y olvidaba otros diez, que después volvía a repetir una y otra vez. Sin saber cómo se quedó dormida. Despertó muy temprano, lo supo por la luz azulada que entraba por la ventana, había dormida con la cabeza apoyada en las rodillas y con un recuerdo muy vago de lo que había ocurrido. Ella, no podía creerlo, había perdido la razón por un objeto, no era mágico, apenas especial, no era necesario, solo era un pequeño capricho que aún seguía sin encontrarle uso. Termino de despertar y la vista fue aclarándose poco a poco. Y lo vio. Un pedazo de tela que no era especial, a menos que ella lo considerara así, aunque ya no servía para nada, tal vez y como un limpia vidrios o limpia pisos, pero ya no era un vestido. Había perdido días pensando en crear momentos especiales, cuando solo era un pedazo de tela. No toco la cama donde estaba el ex vestido y solo salió hacia la pasarela más cercana a su habitación. Medito todos los tal vez que volvieron a su mente, solo eran oportunidades a las que miraba con cierto temor, no dependían del vestido, ni antes ni después del vino derramado, solo era eso, un vestido y una copa de vino que se encontraron en un momento inoportuno terminando ambas desbaratadas. No había culpas que repartir, solo seguía el tiempo y en ese momento el amanecer con sus primeras luces. Y después de días, pudo sonreír.

Sam Batu La Paz Bolivia

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Detalles Subversiva Rafaela se miró al espejo, arregló sus pechos para lucir su escote. Saldría a la vida, la que había postergado y que estaba a la espalda de su puerta. Sus tacos replicaron en el cemento, hacia un lugar sin límites. Era el inicio de una nueva vida sin el ultraje del discurso: Eres una señorita; no te vistas de esa manera; tápate, no mires, no pienses, no tienes para que trabajar, eres una princesa. Ignorancia Dice a su expectante esposa: - ¡Abre el regalo! Ella pensó en la cartera; el juego de maquillaje; el set de cremas, algo de lo que juntos habían visto en vitrinas y que ella había sugerido. Rápidamente, saca el papel y frente a sus ojos: una olla. Esbozó una sonrisa, pero, luego explotó en llanto. Él, emocionado, abraza a su esposa: -Llora, amor, llora. Sabía que estarías feliz.

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Artista Optó por construir su vida con un pie en la tierra y otro en el aire, aprendería lo que quisieran, hasta que pudiese realizar su sueño. En la casa de sus padres su título colgó de una pared. Vino con su otro pie el volar, crear, escribir y ser la cabeza loca de su familia. Con el tiempo el título lució amarillo y se borró su texto. Algunos libros con el lomo hacia la pared escondían su nombre. En algún instante su padre los olía y hojeaba a hurtadillas, orgulloso de la cabeza loca de su hija.

Ceguera Caminó en dirección a la tienda que llegó a la ciudad, sus amigas le habían repetido que debería hacer algo. Con lentes oscuros, sin mirar a ningún lado, entró. No quería parecer sorprendida o muy interesada ¡era una locura! Disimulada buscó prendas de noche... Salió, avergonzada, pero feliz… él no se resistiría. Llegó la noche. No reparó en ella, ultrajada su intimidad, se sacó los atuendos. Vistió su tradicional camisola y le dio la espalda… tal vez lo único en que él reparaba.

Cansancio Se acercaba, en cuestión de segundos ella dormía, estaba cansada, ya nada podía hacer. Pasó lo mismo durante meses. Por eso, pidió 54

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permiso en su trabajo. Compró un buen vino, velas, y puso la música que escuchaban cuando se enamoraron. Estaba ansioso, no se le ocurría una idea mejor. Dispuso la mesa, ella llega. Dijo: – vuelvo -, se demora. Va en su busca. Duerme tirada en la cama. Conversación obligada El último sorbo de té y el comentario obligado, la soledad a la que sentíamos, nos había condenado la vida. Silencio, en cada concho de la taza, se dibujó el rostro del último hombre en nuestras vidas. No era más que el rostro de un desconocido.

Libres En algún momento decidimos no ser más esclavas de nuestros miedos y “tomamos el sartén por el mango”, dicho de las abuelas, y vivimos la libertad de dejar que el tiempo no nos manipule y el reloj de arena no vuelva a comenzar. Ceguera Tomados de la mano sonríen y cuentan su historia a la secretaria de la consulta. Su admirable complicidad obliga a mirarlos. 55

El trasplante de corneas por un error médico no resultó. Ella seguiría viendo el mundo por los ojos de él y él sentiría el mundo por sus palpitaciones. Eran felices. Amanecer Amaneció. La vida respira fuerte en el pecho matutino. La gente va y viene. La prisa se apodera de todos los rincones de su rumbo. La caricatura se plasma en la mujer que espera que el día lleve su desánimo.

Oriana Victoria Mondaca Rivera Coquimbo Chile

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Ella no es solo un pronombre Y bien empoderada decidió tomar esa decisión, volver a casa sola a las dos de la mañana. Hacía ya meses que ella hablaba con ellas, de ellas, sobre ellas, del futuro de todas ellas, pero sobre todo sobre su pasado. De siempre ella miraba a la vida, que también era ella, de frente y pa’lante, pero la mirada que recibía de vuelta no le gustaba, ella sentía que ésta la objetivizaba, que la desposeía, que la intimidaba, que le daba miedo. Quizás es que antes no se atrevía a fijar la mirada lo suficiente, a tender la vista como tendía la mano, ¿es que su mirada se rehuía a mirar? Para ver lo que veía ahora… pensaba a veces. Quizás no miraba, pero ella si escuchaba, y llegó un momento en que sintió como las conversaciones entre ellas eran mucho más valientes y sinceras. Las ellas de su mundo eran muy fuertes y miraban, ¡vaya si miraban! Miraban por la calle, miraban en el autobús, miraban en la universidad, miraban cuando salían a bailar o a tomar algo, miraban cuando viajaban más lejos o muy cerca…y luego lo compartían entre ellas, y aunque todas las historias eran diferentes, todas compartían finales parecidos. El final se parecía bastante. El final era violento. Entre ellas una misma se liberaba, se expresaba, preguntaba,

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teorizaba. Entre ellas hablaban de manifestaciones, de ayuda, de charlas, de otras ellas, como si fueran una. Llegó un momento que ellas desbordaron su vida convirtiéndose en una vida feminista, de reivindicación, de resistencia y lucha. Ahora sentía las ganas de mirar, a veces sentía que incluso atravesaba con su mirada, y de hablar, hacía mucho que no gritaba tanto. Y al hablar, las palabras, todas ellas, llenaron su realidad, llenando conversaciones que no eran ya sólo de ellas y para ellas. Ellas ya salían a la calle, con su pareja, sus amigos, vecinos, con el camarero, con su padre y hermanos. Al mirar tan fuerte, las palabras le salían solas, sorprendiéndola hasta a ella misma. A veces iban acompañadas de lágrimas, insultos, arrepentimiento. También corrió y sintió miedo. Pero con el tiempo, una nueva calma y seguridad crecían, las palabras fluían, y cada vez más, entendía que su fuerza era la calma, que tenía toda la vida para esta causa, una causa toda ella, por supuesto. Ella encontró un curso de defensa personal, gratuito y organizado para ellas. Si algún marciano pudiera leer esto quizás fliparía y se preguntaría como una mitad de una especie siente tanto miedo de la otra mitad como para apuntarse a este tipo de cursos. Y, aun así, pasaron las semanas y no se atrevía a asistir. Sacó una foto con el móvil al cartel, lo compartió con su círculo de ellas, algunas ya habían probado, otras también querrían intentarlo, otras querrían atreverse, otras no estaban preparadas. Conclusión, era una muy buena idea ella. Fueron meses de entrenamiento, de sentir su cuerpo y una nueva fuerza y sobre todo una libertad. Sentirse libre de miedo. Porque, entre nosotras, a mí las palabras ya no me dan miedo, me dan miedo los golpes. 58

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Ella hizo de la fuerza una aliada y sus pasos por el espacio público eran más seguros, más tranquilos también. Las palabras también sentían esta nueva fuerza. Y por la noche, esa noche, quiso volver a casa antes que el resto del grupo, estaba cansada y así lo decidió. Todos le ofrecieron ir con ella, le dijeron que pidiera un taxi… pero ella estaba segura, “No, está bien. No estoy tan lejos de casa y es pronto”. A las dos de la mañana cogió su bolso, se terminó lo que le quedaba de cerveza y se despidió. Ella andaba segura, o eso intentaba, tranquila, o eso aparentaba, a buen ritmo, preferiría correr, bien atenta, había elegido las calles que pensaba estarían más frecuentadas. Todo tranquilo, tranquila, eres tú y estás bien, llegas ya. Al girar una calle, un silbido. Se giró, no había nadie. A los segundos, detrás, un hombre. Ella no identificó mucho más salvo eso, era un hombre, que iba más bien rápido, detrás de ella, en una calle medio vacía, a las dos de la mañana. Era un hombre, le había silbado, le hablaba, le sentía cerca, le cogió del hombro. No puede estar pasándome a mí, soy yo, era ella. El hombre le hablaba, le arrastró a un portal, ella se resistía aun con todo su ser resbalándose y esfumándose. Ella comenzó a gritar, él a apretarle, a tocar su cuerpo, a taparle la boca. Ella consiguió darle un golpe, él la mató. No me pregunten por los detalles, ella está muerta y él en la calle, ileso y seguro. Él existe y persiste en muchos lugares, en todos los lugares, todos ellos. Él existe en todos nosotros. Porque esto se consiente, se abala con la justicia, se permite. Ella no murió, a ella la mataron por ser ella. Y no es ella, somos nosotras. Paula Lorrio Alonso Valparaíso España, Barcelona

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ella no es solo un pronombre T.R.E.N.Z.A Santiago Chile

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Madre tierra Frigg nott Alto Hospicio Chile

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Escrito en una roca a la orilla del mar Con las manos sudorosas, le toma dos intentos anudar el pareo por la cintura, si es que se le puede llamar así al contorno del mismo ancho que sus caderas. Cuando lo hace, resoplando, se deja caer en la tumbona, que destella incluso más blanca de lo que ya es, al estar directamente bajo los rayos del sol de mediodía. El sombrero de ala ancha permanece a su lado, sobre la mesita auxiliar de vidrio y aluminio, pero no hace ademán alguno de ponérselo. El cabello, bicolor por las tonalidades de gris que se están adueñando del otrora negro impenetrable, cae en finas hebras por sus hombros y cubre algo de su busto, el que permanece asegurado a medias en un corpiño demasiado suelto para sus pechos caídos, rozando la superficie de su barriga expuesta al sol. Desde la terraza, ubicada por sobre la arena y las conchitas que conforman el balneario de corta extensión, es capaz de observar la lentitud con que las olas se juntan con la superficie terrestre. Avanzan y retroceden, tentando a que alguien se sume al juego con ellas y siga el movimiento a pies descalzos. Mueve los dedos de los pies, como si tuviera los granos de arena pegados a ellos; tal como si hubiera vuelto a casa con el corazón desbocado después de darse un chapuzón de la mano robusta de la Martina, la que a sus catorce años le ganaba en porte y peso. Sí, Martina le ganaba en tamaño,

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pese a tener quince años y tres meses (más de un año de experiencia a favor) y ser mucho más madura que ella, como solía presumir con orgullo mientras reían entre las olas gigantescas de las vacaciones escolares, sosteniéndose con fuerza de las manos. La Martina. Busca entre el café homogéneo de la playa algo que sobresalga; nada. Aún no están de vacaciones, debe ser eso. Se relame los labios agrietados y levanta la mano derecha a la altura de sus ojos, separando los dedos, delgados y largos, inútiles y cansados, con el dorso lleno de verdaderas carreteras sin recorrer que su piel ha desarrollado con el paso del tiempo. Desviándose, centra su mirada en las manchas irregulares color rosa pálido que adornan sus uñas; se las ha pintado ella misma, pese al amable ofrecimiento de su nieta al llegar con su maletita en mano, coletas largas al viento, al mediodía de ayer. Al recibir una propuesta tan enternecedora de su parte, le respondió la verdad: que aún es capaz de hacer ese tipo de cosas, que no se preocupe, que todavía no es una abuela inútil. Cuando debió ajustarle las coletas, sin embargo, tuvo que despacharla a la jornada de la tarde con una sonrisa de disculpa por ser incapaz de presionar con fuerza ambos extremos de las cintas, dejándolas ligeramente torcidas. Lo intenta una vez más. Coloca ahora ambos brazos lo más lejos que puede de su tronco, las manos de nuevo a la altura de sus ojos, y las estira a todo lo que dan. Luego, las cierra y las vuelve a abrir. Se queja después del tercer intento, baja pesadamente los brazos y termina por entrelazar sus manos sobre el vientre. Pese a la mueca que aparece en su rostro al presionar sus dedos entre sí, que hace de sus arrugas faciales verdaderos surcos que parecen hundirse en

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lo infinito, no deja de ejercer fuerza en los nudillos, tanto así que se ponen blancos. Continúa. Algo cruje. Continúa. El dorso de su mano sigue sin doler. Continúa. El dolor nunca aparece. —¡Señora Anita! ¿Qué está haciendo? Suelta ambas manos y las deja caer a ambos lados de la tumbona. Sus brazos ya no dan para ponerlos en alto. —Nada, nada, veía la playa —responde tapándose la boca, elevando la comisura de los labios, sin abrirlos jamás. Mostrar lo poco y nada de dentadura que le queda sería algo innecesario—. ¿La chicoca ya viene del colegio? —Sí, ya van a dar la una y el almuerzo todavía no está listo… —Ya voy —lo despacha de vuelta con un movimiento de cabeza afirmativo. Presiente, gracias a la manera en que sus cejas pobladas se juntan la una con la otra, que quiere decir algo; es una rutina que se repite todos los días pasadas las doce de la tarde, siempre cuando la playa parece acercarse tanto, que casi la puede alcanzar con la punta de los dedos. Pero a final de cuentas, como siempre también, no dice otra palabra: el padre de su nieta asiente y se va, incapaz de reprochar nada. Teniendo que soportarlo día tras día, inútil en todo lo que está y no está relacionado con su trabajo en una tienda de autos usados (de además, poco éxito) entiende de antemano que aquel hombre nunca sería capaz de formular un regaño o de levantar la voz. Con suerte puede anunciar el nombre de la tienda de manera rimbombante, intentando engañar a nuevos incautos que no tienen idea alguna de las irregularidades con la ley que presentan sus sueños de cuatro ruedas. Pero aquel tipo con el que convive día con día no es capaz de gritarle, y si lo hace, le dirá que no tiene derecho alguno. Vivirá en su casa a sus expensas como una señora que se oxida más y más, sí, pero 66

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es también la pieza clave que hace de la familia algo menos disfuncional, cuidando de la niña, intentando rellenar agujeros a base de lo que sus propias abuelas le enseñaron, repitiendo así los patrones inculcados desde que tiene uso de razón. Se ha esforzado mucho para que sea así, tras decenas de años manteniendo su vida y la de su familia por el camino idóneo. Por sí misma. Por los demás. Sobre todo, por ella. Cierra los ojos por unos instantes. Ya no tiene fuerza en las manos, no puede seguir evadiéndolo. Su nieta llegará en cualquier momento. Las vacaciones de verano están lejos todavía, y los autos usados siguen sin venderse. Se levanta a duras penas de la tumbona y camina encorvada hacia el interior de la casa. Lo intentará cuando llegue enero. Se sentará ahí, bajo el sol del mediodía, con la mirada puesta en el balneario que para esas fechas se llena de puntitos multicolores. Buscará la misma figura grande, el mismo rostro de sonrisas fáciles, las mismas manos cálidas. Buscará entre la multitud a esa mujer nunca olvidada, a la que permanece invariable en su memoria, junto a los atardeceres de corazones en resonancia. Buscará. Nunca dejará de buscarla. Si la vuelve a ver, sin embargo, tendrá que decirle la verdad. —Martina, ya no puedo sostener tu mano.

Vanesa Estefanie Vargas Leyton Coquimbo Chile

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No me pidas que sea princesa No me pidas que sea princesa… No me pidas que sea princesa, cuando luchar se ha transformado en mi único canto. Ya no soy la que está en peligro esperando, porque me dijiste que luchara por quien soy y quiero ser, no me pidas que sea princesa, si debo elevar mi voz lo más alto cuando hay una injusticia. No me pidas que sea princesa, si no sabes lo que es esperar sólo porque debes hacerlo. No me pidas que sea princesa, si de reinos no pertenezco y puedo crear muchos sin límites. Te equivocaste en lo que me dijiste, porque ese mundo ya no existe. Yo no soy princesa, por ello no debes pedirme que sea princesa, porque me dijiste que podía ser Reina y eso es lo que hago, porque ser yo es lo que vale.

La Anto Iquique Chile

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Sentido como una madre Aparecen en formato de memorias, te llenan la mente, te la inundan de sensaciones que no solías percibir tan a menudo en tu pasado más menudo, que quizás ni sabías reconocer, que eran tan del día a día que se confundían con la vida normal, con el comer, beber y dormir, con los hobbies y el tiempo libre, con el “sin más”. Con los años, la nostalgia aparece con más frecuencia, a veces anegando la memoria y hasta creando vivas cascadas de lágrimas. De lo que quizás se perdió, de lo que quizás no se apreció. Porque en los orígenes, la vida se componía de destellos, de brillos. Eran detalles sutiles, parecían minucias, actos sin importancia en su momento, ahora bendiciones que nos concedía el día a día. Durante los primeros años, todo era un truco de magia, en el que la maga no se llevaba la suficiente ovación, el público no aplaudía hasta que le dolían las manos, y eso que eran unos trucos de magia finísimos, unos trucos de magia que hacían de la infancia un paraíso. Los cuentos de madre empezaban desde las caricias en la tripa, desde el pensamiento de que algo está creciendo, y con él, un amor incondicional, un todo por el todo, un órdago a la fuerza de la vida y un arranque a la esperanza, a la fuerza, a la valentía. Al inconformismo, porque, “si yo no lo tuve, esto no va a quedar así”. A la ternura y a las caricias, a unos abrazos de corazón a corazón.

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Se ve a una madre en los sentidos, en los cinco, estando ella en todos y siendo el sexto. Madre maga, vidente, ocultista, forzuda, funambulista, payasa, domadora. La madre que te siente y te padece, madre que no hay más que una. Pero a mí me gustan todas las madres, y otras mamás, sé que se sintieron un poco mis mamás, y yo me dejé querer. Mi madre aparece en mis recuerdos, recreando algo más que la memoria. Éstos fluyen desde el corazón, desde la resurrección y del renacimiento, con un amor incondicional del pasado al presente, con fuerza, porque siempre se ha mantenido, hasta el futuro. No se imagina uno un futuro sin amor de madres. Estos recuerdos en formato ahora de sentidos, los cinco o los que haya, dando pulso. El primero, abriendo la puerta de casa, pisando terreno seguro, despertando el olfato y sintiendo olores flotando desde la cocina, sin importar su ubicación, ni el grosor de las paredes. No había muro de contención que no dejara fluir esa cascada de aromas a sofritos y pistos, a caldo de pescado, ajo en la sartén, a café recién hecho… que te inundaba el espíritu, sirviéndose de la llave del hambre. Después había que fluir hasta la cocina, hasta que echaran a uno, no sin antes haber probado/robado algo. Sintiéndose una segura y mullida, los sábados o domingos de colada, de olor al suavizante, de sábanas limpias, hasta los sueños se volvían de más calidad. Las toallas limpias, olor a limpio, ¿a qué huele lo limpio? A madre haciendo colada. La ropa secándose en la cuerda, al sol. Si estabas cerca igual te regalaba un retazo de lo que sabías que iba a ser el perfume de tus sueños, e incluso eso ya te ascendía. Sonidos, de idas y venidas, de ollas y cacerolas, de sillas o sillones, aspiradores los fines de semana. Las madres se mueven, se mueven en paralelo a nuestras necesidades. Es un compás guiado por lo 70

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que la familia necesite, elevado a lo mejor que se pueda conseguir, multiplicado por las ganas de más, pero dividido por un cansancio profundo de una mochila tan cargada y una falta de reconocimiento constante. Un CV nunca había estado tan completo como el de una madre. Cuántas palabras bastan para que una madre te regale un abrazo, lo sienta tanto como tú y te dé otro, y otro, el último de buenas noches. El tacto de un abrazo que hacía falta, el tacto del puro amor. Las suaves cosquillas, un masaje estudiando, por tener una contractura, el masaje tras haber hecho algo, fuerte quizás, pero que para una madre será extremo, extenuante, un esfuerzo inmenso, un esfuerzo que “madre mía qué esfuerzo, tú te mereces un masaje ahora mismo hijo/hija mía”. El regalo que son unas palabras de madre, el cariño representado en algunas frases, quizás ni siquiera en muchas, o sólo en un sí, en un sí a todo, en un sí hasta la muerte. Y en silencios, en todos los silencios. Las largas escuchas de penas, de desamores, de vergüenzas, miedos, frustraciones y lamentaciones. Ni las revelaciones del fin del mundo eran tan funestas, pero la madre le daba la vuelta, o la serenidad que hacía falta, la valentía que se necesitaba. Por el amor en la lucha de la vida, con los cinco sentidos. Esto es una oda a mi madre, un cuento de amor de buenas noches.

Paula Lorrio Alonso Valparaíso Barcelona, España

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Siembra corazón Maiza Santiago Chile

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Dudas ¿Cuántas cosas me has enseñado? A reparar las alas: sin estar heridas, ni faltarles una sola pluma. A besar tan despacito, y no querer tocar otros labios que no sean los tuyos. A querer atisbar todas las páginas de un libro, y seguir leyendo. ¿Cuántas cosas dejaste de enseñarme? Dime en qué taza de café te encuentro. O en qué cuento está la respuesta a mis dudas. En qué hoyuelos he de sumergirme y qué lunas he de permanecer colgada que no sean las tuyas. Mientras tanto edificaré columnas para sostener el peso de los días sin ti. Mi querido hombre, mi jaguar dormido. Mi naufragio a media luz.

Rocio Prieto Valdivia Ensenada, Baja California México

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La hormiga viajera Una hormiga intenta subir por la oreja de mi taza favorita. La veo trepar muy despacio, pues a pesar de sus diminutas patas es bastante ágil. Supongo que el aroma a manzana-canela y las gotas de miel, son el motivo para que la audaz viajera inicie su camino a una posible muerte. Siento pena por ella. Pero la dejo luchar por alcanzar la cima. La observo llegar triunfante a la cúspide, y por un momento creo escucharla: -¡Lo he logrado! ahora a darme un baño en estas termales aguas. Quitó la vista un momento para volver al párrafo del libro que leía. Al regresar la vista a la taza, cuál va siendo mi sorpresa, que la muy indina ha invitado a todas sus amigas a disfrutar de mi té. Resignada y abatida, aparto la taza para dejarlas disfrutar de ese merecido baño. Las observo entrar y salir triunfantes. La hormiga líder se mantiene en la cúspide, erguida y orgullosa.

Rocio Prieto Valdivia Ensenada, Baja California México

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Raíces Cómo fue que el tiempo pasó y no divisé su crecer. Cómo fue que la vida se las llevo y no alcanzamos a correr. Hermanas, fuimos una ronda y en algún momento mis manos les solté. Perdónenme, por extraviarme en el camino y no ser la mayor de las tres. Hoy, no hay rencores mis dos girasoles la vida no está hecha para detenerse el viento sabe que se moverán porque son fuente de buena tierra. Somos abono de amor y perseverantes gemas. El camino nos vuelve a unir en experiencia y sabiduría. Encontrando apegos perdidos y risas olvidadas. Cómo las extrañaba sangre mía. Para ustedes solo tengo un puñado de añoranza y lo que me queda de vida, ¡eso es para amarlas!

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Amor de hermanas no se agota, ¡no se queja ni se reclama! Aunque seamos muy distintas, jamás el fuego se apaga.

Kari Puerto Montt Chile

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Leer con lentes oscuros Esa tarde, mientras la multitud hacía sus compras, el reloj giraba y giraba. Ahí al lado, en el café internet donde paso los medio días escribiendo para no aburrirme mientras espero la salida del colegio, volví a verlo. Ahí estaba él. Le rocé la pierna con la mano, volteó y pícaro esbozó una sonrisa que me enterneció. Él leía algún fragmento de una novela en la computadora, por un momento atisbé un par de páginas, y él intentaba no distraer su mirada de la pantalla. Se miraba extasiado, y sentí cómo me desvestía; una a una caían mis prendas. Yo había puesto esa canción para recordarle que lo amaba y le alargué un auricular para que escuchara. Tarareé algunas notas, me despedí con un Te quiero, y ese beso en la mejilla. Recordé aquellos tiempos cuando nos mirábamos, y de pronto las sábanas eran nubes de colores, los días de fuego volvieron a mí en plena calle Miramar. Hasta releí nuestros mensajes siempre a un metro de distancia; pero todo se acabó por culpa mía. Llegó el verano de pasiones insanas y esa chica de lentes oscuros que lo hiciera ganarse el infierno en unos tragos de tequila; descender lento, mientras crecían mis ganas de arrebatar al tiempo aquel primer beso que nos llevó al mismo instante donde en sus brazos le escuché cantar mientras los perros dejaban de ladrar y las sirenas de la ciudad que anunciaban muerte se silenciaron.

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Me tenía que marchar y lo besé en la frente. Le dije -Te quiero libre, soñador, triunfante. Sin decir palabras se levantó para abrazarme y hacerme sentir que aún me amaba, que las llamas no se habían extinguido, que seguía usando aquel reloj que le había regalado un año atrás. Lo amé porque se me dio la gana, el reloj era el objeto adecuado para que cada minuto pensara en mí. Pero ahí estaba ella diciendo -Siempre serás la sombra que me acecha, la pasión que lo consume, la mujer que más admira y su mejor canción. Yo la miré sin reservas, le dije sin dudarlo -Tú serás sólo un capítulo en esta historia. La mujer prohibida, las mordidas al alma. Ella se agarró de su cinturón diciendo -Es mío, lo tengo. Le acarició los cabellos, le quitó los lentes oscuros, intentó besar sus labios pero él la apartó de su lado y centro su mirada en mí. Rodrigo nos dijo: De las dos la prefiero a ella, señalándome, como la sonrisa en mi memoria, el sabor de antaño. Besó mi frente, hurgó en sus bolsillos, y sacó un dije que representaba el infinito. Lo puso en mi cuello con tal delicadeza, besó mi mano diciéndome: Eres más que todo lo anterior, eres este infinito amor colgando sobre tus pechos, en los cuáles fui tan feliz, ahí al terminar tu ombligo quise dibujar el amor. Norma hizo muecas de disgusto, tan horribles que su cara se tornó mortecina. Apretó los puños he intentó golpear la cara de Rodrigo. Él tranquilo le detuvo la mano, se la besó igual con cariño y se volvió a poner los lentes oscuros. Ambos salieron caminando mientras a mí en casa me esperaba Rodriguito ansioso por ese regalo sorpresa. Rodrigo había sembrado ese infinito amor en mi vientre, un mes antes de que empezara el verano; no quise ser yo quién le destruyera sus planes de ser cantante. Con el tiempo supe que él había 79

escrito una gran novela. Mi infinito había mudado su mundo a los brazos de otra mujer. Yo, a pesar de todo era feliz, sonreía porque mi hijo me besaba la frente, me cantaba al oído, como lo hizo aquella vez su padre y fue creciendo hasta encontrar a su propia mujer, y sin embargo, toda historia de repite. Mi hijo Rodrigo, también nos amaba a ambas, a su esposa y a mí, sólo que esta nueva mujer no me miraba con ninguna máscara, ni con odio. En su vientre, mi hijo Rodrigo había configurado de nuevo aquel infinito amor; yo me sentía la mamá más orgullosa del mundo, quería tener a mi nieto entre mis brazos y en su lugar llegó la pequeña Génesis que tenia los ojos de Rodrigo, su sonrisa, y el don de cantar de mi hijo y su abuelo. Años más tardé Rodrigo, ya anciano, se enteró de que Génesis era su vivo retrato, mientras la escuchaba cantar buscó entre sus recuerdos la ultima vez que habíamos hecho del invierno esa gran hoguera, y un par de lágrimas le brotaron. El mar inmenso se hacía huracán dentro de su pecho. Me buscó pero yo me había mudado muchas veces de ciudad, tal vez evitando encontrármelo, y abrirme nuevas heridas. Fue por eso, que intuyo, construyó aquellos dos fragmentos que tuve la oportunidad de leer sobre su hombro esta tarde en el café internet, mientras espero que mi nieta salga del colegio. En su historia, Génesis lo toma del brazo diciéndole: Abuelo, cuéntame de nuevo la historia de amor, tuya y de mi mamá Rebeca. Rodrigo le besa la frente; hurga en el bolsillo izquierdo de su pantalón, y saca un anillo en forma de corazón, con un granate. Se lo cuelga al pecho a nuestra nieta, diciendo -Lo compré para tu abuela pero ella se fue de mi vida cuando mayo agonizaba. Mi hijo Rodrigo y Génesis me esperan en el coche. Me he dado cuenta que este Rodrigo, anciano y solitario, ni siquiera logró reconocerme. Tal vez solo he sido ahora, una cálida anciana que le roza 80

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la pierna con algún afán coqueto. No le dije nada, y salí del café internet mirando con atención los lentos pasos del reloj. Los lentes oscuros cubren el rostro de mi hijo, que sosteniendo el dije de infinito que me diera su padre acaricia la cabeza de mi nieta. El solitario anciano se ha quedado atrás, mirando en la pantalla de su computadora. En ese instante había terminado de escribir el último capítulo de la mejor historia de amor.

Rocío Prieto Valdivia Ensenada, Baja California México

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Siembra Corazón Maiza Santiago Chile

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Recuerdos sin miedo Después de casi cinco años decido escribir esto. Hay recuerdos que he comenzado a recordar. Hay momentos de los que tenía otra versión, o eso me hizo creer. Relataba mi primera vez como un acto adrenalínico, el cual no me gustó. Me asusto y provocó pena, pero había perdido la virginidad con mi príncipe azul. Le relataba mi primera vez a mi mejor amigo mientras lloraba. Hoy le relato a mi mejor amigo, fuera de los baños del Florida Center, mi primera violación cuando solo tenía 16 años. Contaba y pedía consejos sobre las peleas que teníamos porque no quería tener sexo en su casa, me sentía poca mujer e insuficiente, pero con tal de aguantar 10 minutos bastaría para evitar “esos problemas” por mi culpa. Les contaba a mis amigas del colegio mi vida sexual activa mientras buscaba una excusa para no tener que ir a su casa después de clases. Hoy les cuento a mis ex compañeras las manipulaciones que él tenía sobre mi para no respetar cuando decía “NO”. Callé mis inseguridades por mis sostenes copa A cuando supe que me engañaba con otra mujer, pero empaticé con sus deseos porque yo no tenía un cuerpo como él anhelaba.

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Callaba mis inseguridades frente a las personas mientras me decía que nadie me querría más que él. Hoy no callo mis inseguridades, pues llevo tiempo trabajando en mi amor propio; despojándome de la culpa, aceptándome, sanándome.... a(r)mándome. Me convencía a mi misma de amarlo; no lograba terminar la relación y justificaba sus actitudes posesivas cuando se pasaba a mi casa a las 2:00 am luego de mandarle un mensaje explicitando las intenciones de terminar, pero debía permanecer a su lado porque ya tenía suficientes problemas, mas sin mí se suicidaría. Convencí a mi entorno que era feliz y plena con mi pololo mientras omitía mis sentimientos de miedo y acoso. Hoy me convenzo de mis vivencias, comprendí que fui violentada, maltratada y violada. Después de casi cinco años decido escribir esto. Hay recuerdos que hoy he comenzado a cuestionar. Hay momentos, vivencias y experiencias que me mataron durante tres años. No obstante nunca lo volveré a permitir.

Luna en Cáncer Santiago Chile

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Recuerdos sin miedo T.R.E.N.Z.A Santiago Chile

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Abigail Vuelo entre las flores remando al viento con mis alas. Cierro los ojos y mi espíritu navega con plenitud en aquel mar de colores que impregna el aire con perfumes de nostalgias que jamás apartaría de mí. La lluvia me acoge con suavidad, llevándose consigo las lágrimas. Me siento libre. Tan libre como aquella tarde en que me encontré por primera vez con él en los rosales. Ese día… Desperté y agité las alas tratando de alejar de mí lo soñado. Busqué salir del suave capullo que me cubría. Levanté con lentitud los pétalos y allí estaba él como cada mañana, sentado en el porche mirando hacia el jardín. Al verlo sentí tanto amor por él que deseé por una vez, ser humana. -¿Qué puedo hacer? –me pregunté. Miré al cielo y alzando el vuelo fui en busca de la Reina Naturaleza. -Sólo su magia podrá ayudarme-. Y recé mientras me alejaba del lugar. El palacio se encontraba en lo más alto de la montaña; sin embargo, no me importaba. Seguía mi viaje, cuando me encontré a las abejas, afanosas, incansables; entre ellas, Liz. Vestía de amarillo y negro. Sorprendida me preguntó:

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-¡Abigail!, ¿a dónde vas con tanta prisa? Sin detenerme le conté de mi plan y ella me advirtió: -¡No vayas! La Reina te castigará por estar en contra de lo que somos. -He decidido intentarlo –le contesté-. Nada ni nadie podrá impedírmelo. Sin mirarla continúe mi viaje hasta que Liz me perdió de vista. Llegué exhausta. En la entrada los abejorros guardianes me anunciaron y escuché la voz de la Soberana decir: -¡Dejadla pasar!Se encontraba en su trono de marfil, llevaba una diadema en la frente y los cabellos verdes como las hojas le enmarcaban el rostro. Por un instante pensé que su piel era nieve. Solemne me preguntó: -¿Qué deseáis mariposa? -Deseo que me hagas humana -le respondí. Ella me miró severamente y me preguntó de nuevo: -¿No te basta ser mariposa? Insistente le repetí: No. Deseo ser humana. Me observó un largo rato y me preguntó: ¿por qué? Y yo le dije: porque lo amo. En silencio se levantó y se dirigió hacia mí, me roció con su resplandeciente magia y proclamó: -Es tu voluntad, no la mía. El precio será entregarme tu vida, solo te daré siete días. Marcharos y no olvidéis mis palabras. Diciendo esto, se desvaneció bajo la bruma del atardecer. Regresé esa noche sin luna. Recuerdo haber caído sobre una flor del jardín. Al amanecer me encontré tendida sobre la hierba con mi cuerpo de humana. Tenía largas piernas y brazos, los cabellos caían como lava sobre mi espalda, cubría mi desnudez con ropas del color de mis alas doradas. Descalza caminé hacia la casa y allí lo encontré sentado en la 89

entrada, jugaba con su perro, que al sentir mi presencia ladró: -Hola, ¿quién eres?,-me preguntó. Con timidez le contesté: -Abigail y… ¿el tú? -Soy Eduardo. ¿Por casualidad ¿te conozco? Sorprendida lo miré. Sin pronunciar palabra alguna negué su pregunta, y él, sonriente, preguntó otra vez: Entonces, ¿estás sola? -Asentí con la cabeza. Y me dijo: -Ven, no te preocupes, siéntate a mi lado. Te esperaba… -Desde ese momento todo fue mágico. El tiempo transcurría: jugábamos, reíamos y soñábamos… Ya era el atardecer del séptimo día cuando confesó: -Tengo la certeza de que te conozco desde siempre, tal vez sea la magia de la naturaleza que nos rodea. Te diré un secreto: todas las mañanas salgo afuera sólo para ver a mí enamorada. Ansiosa le pregunté: ¿Quién es? Sonriente me respondió: Una hermosa mariposa de alas amarillas que danza para mí en los rosales. Anhelo tanto volar en libertad junto a ella que… Hice esa promesa. Entonces, me miró y con ternura me besó. Fue lo último que me llevé de aquel atardecer… Ahora solo se siente el aire libre. Mi espíritu viaja a través del viento. Desde lo alto, veo a otra mariposa de alas azules volando hacia mí. Me alcanza y aquellos ojos que una vez miré siendo humana, se reflejaron en los míos. Danzamos al unísono por los cielos con la magia de la naturaleza. Elizabeth Blandín Caracas Venezuela

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Cardamomo En el corazón de Guatemala, las aguas de Semuc Champey juguetean sin preocuparse del tiempo. Por varias jornadas llovió ante la mirada impotente de los agricultores que allí vivían y que rogaban a los cielos que detuvieran su aguacero. El ansiado fin llegó y Miguel fue despertado por su abuela con una canción que hablaba del sol danzando con las nubes… La canasta que debían ir a vender ya estaba preparada. Por varios días acompañó a su madre para moler el cacao recién cosechado y mezclarlo con distintas especias, azúcar y semillas. A su corta edad, Miguel aún no asistía a la escuela del pueblo para aprender a leer y su abuela con sus ojos ya cansados, no podría descifrar lo que en algún momento le enseñaron en su infancia. Por este motivo, su mamá pintaba los papeles que envolvían los chocolates con distintos colores para que identificaran los sabores. Rojo para la Canela. Azul para la vainilla. Verde para los chocolates con cardamomo. Miguel caminó con su abuela hasta la entrada del parque Semuc Champey, donde llegarían varios turistas nacionales e internacionales deseosos de conocer ese lugar de aguas turquesas, tibias y calmas, rodeadas de la frondosa vegetación del bosque húmedo. Por las lluvias, los senderos estaban cubiertos de barro denso que les dificultaba avanzar a la velocidad acostumbrada. Cuidando que la

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canasta no se les cayera con los preciados chocolates, tardaron cerca de una hora en llegar a su destino. Aún no aparecerían los visitantes. Solo estaban otras mujeres y niños con canastas llenas de artesanías, panes de banana, bolsas con cocos y otros chocolates que serían ofrecidos a cambio de un par de quetzales. Su abuela se sentó sobre un tejido roído. Miguel tomó un par de chocolates guardándolos en un pequeño morral que se cruzó por el torso. Los automóviles comenzaron a llegar, provocando la estampida de niños y niñas hacia ellos. “Chocolate, chocolate” repetía Miguel entre el barullo de los chicos y chicas que ofertaban sus productos. - ¿De qué tienes?- preguntó una mujer que acababa de descender de una Station Ford. - Canela, vainilla, cardamomo…- respondió Miguel. - De ese quiero- interrumpió la mujer sacando los quetzales de su bolso. - ¡Tome! ¡tome! cómpreme a mí. Son mejores.- gritó una niña que acababa de llegar, ofreciéndoles chocolates envueltos en aluminio. - Lo siento. Le compraré a él, explicó la mujer en vano, pues la niña empujaba hacía atrás a Miguel agitando su brazo. - ¡Tome!- insistía ella- son de vainilla. - Pero yo quiero cardamomo. - ¡Él no tiene! acusó la niña, exasperada. Es mentira. A Miguel se le heló la sangre. Quería correr. Quería explicar y vender esos chocolates que había hecho él con su madre. - Mire, los míos dicen vainilla -continuaba la niña- los de él no dicen nada. Está mintiendo. Las orejas comenzaron a arderle. - ¡Yo no miento! – dijo con lágrimas de rabia- este es verde, es 92

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cardamomo. Yo no miento, volvió a decir. La escena comenzó a llamar la atención de los otros turistas del lugar. La niña comenzaba a subir cada vez más la voz, reiterando su súplica: “cómpreme, cómpreme” y Miguel, desconsolado, lloraba: “yo no miento”. La mujer, sobrepasada, buscó su dinero y les compró a ambos chocolates. La niña tomó las monedas y corrió hacia otros turistas, pero Miguel se quedó quietecito, sorbiendo los mocos y con el pecho agitado. - Tranquilo niño- le habló dulcemente la mujer acercándose a élsé que no mientes, el chocolate sí tiene cardamomo. - Vámonos ya- masculló un hombre a la mujer- ya es suficiente. Se supone que venimos a descansar… para la próxima, mejor irse al extranjero. Miguel se pasó la mano por la cara para limpiarse y con la cabeza gacha, caminó hacia donde su abuela vendía chocolates a unos hombres que hablaban una lengua distinta al español. - ¿Pasó algo?- preguntó la anciana mientras Miguel le entregaba los quetzales. El niño negó con la cabeza y continuó ofreciendo chocolates a los visitantes, que luego los degustarían cuando estuvieran disfrutando de las aguas de Semuc Champey, en el corazón de Guatemala.

Verónica Arévalo Antofagasta Chile

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Siembra corazón - raícesMaiza Santiago Chile

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El llamado Se escuchaba el sonido de nuestras pisadas sobre el asfalto mojado. Hacía frío y la niebla lo cubría todo. Llegamos al final de la calle donde se encontraba iluminada por un solitario farol la tienda de antigüedades. Al entrar, el sonido de las campanas de viento nos daba la bienvenida. Observé las curiosas ventanas y los estantes llenos de extraños objetos y fue cuando vi por primera vez, ese par de ojos mirándome fijamente sin parpadear. Caminé lentamente hacía él y sin pensarlo, lo abracé. Sentí que me pertenecía y estaba en lo cierto, en que aquel duendecillo sería el celador de mi niñez. Ha pasado desde entonces mucho tiempo, desde que dejé atrás a mi edredón de color rosa y los juegos, quedando las paredes de mi cuarto vacías, teñidas por la apatía y por la falta de ilusiones que solo consigo siendo adulta. ¡Adulta! ¿Qué implica ser adulto?, me he preguntado desde el día en que mi padre, por alguna razón, dejó de contarme cuentos. Sin darme cuenta, su sillón quedó vacío y los libros se fueron apilando uno a uno en la biblioteca. Todo se había ido. Excepto él. Cada noche al estar a punto de dormirme tengo la sensación de no

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estar sola, de que esa presencia me espera. Me mira. Me susurra al oído. Entra en mis sueños. Y lo veo junto a mi cama, sentado sobre el tocador. Vistiendo el mismo suéter amarillo, luciendo sobre la cabeza unos mechones verdes peinados hacia arriba, su rostro no revelaba maldad alguna, siempre sonriente. Sólo esa extraña nariz que parecía percibir el olor de las frutas y de los libros. -Despierta Mariana….-Lo escuché llamarme, a pesar de que me había negado de creer en lo imposible, a sucumbir de nuevo en la magia. -¿Qué quieres? –le pregunté. –Tú lo sabes… – le oí decir. A pesar de estar dormida, supe en lo más profundo de mi mente que seguía allí. Llamándome. Esperándome. Inquieta me agité bajo las sabanas. Y pensé que pronto dejaría de soñar o acaso ¿estaría ya despierta? -Mariana. Mariana…. ¡Mariana! Abrí los ojos y lo busqué en la oscuridad. Allí estaba, alumbrado por la luz del despertador, aquel ser vigilante de mis sueños y desvelos. Me levanté y, descalza, fui hacia el pasillo. Lo escuché pronunciar mi nombre mientras me acercaba. Llegué a la puerta y decidí entrar a sus dominios. La biblioteca. Caminé entre las sombras grises y negras que bailaban entre sí por las paredes y el techo de la habitación. Busqué con sigilo aquello que me pedía entre susurros. Y lo encontré, lleno de polvo y de telaraña. Por un momento creí ver en la penumbra aquellos ojos vigilantes sobre mí. Y así era. Me senté en el suelo con el libro entre las manos, alumbrada solo por la luz de la lámpara. Lo abrí con lentitud, despacio, muy despa97

cio, temiendo que las palabras pudiesen escaparse de las páginas. Algo frío rozó mí mejilla, parecido a un beso. Miré de reojo y era él. Mi padre. Estaba sentado a mi lado, como lo hacía siempre, con la misma sonrisa y mirándome a través de sus gruesos lentes de pasta. En ese instante comencé a leer y fui arrastrada hacia un mundo que ya había visto. Volé junto a los dragones que escupían fuego y noté que los gigantes no eran tan altos como creía, y vi como los duendecillos suelen escapar a esconderse entre los estantes de la tienda, quizás a esperar por otros niños para vigilar sus sueños cuando crezcan o simplemente salen a comer flores en el jardín detrás de los setos. En aquel lugar encontré el tesoro que había perdido hacía mucho tiempo y que estaba dentro de mí adormecido. Llamándome. Y que ahora al hallarlo no lo dejaría escapar. Ni estando dormida ni despierta.

Elizabeth Blandín Caracas Venezuela

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Ese día Ese día despertó con el pecho oprimido. Otra vez había tenido la pesadilla en que su abuelo se ahogaba en el mar. Era un sueño recurrente desde que escuchó a su abuela hablar en un acto público realizado frente a La Moneda. Gabriela escuchó cada palabra de las dichas en aquella ocasión, guardando las imágenes descritas como fotografías reconstruidas por fragmentos. Su abuelo hasta ese momento, solo era un rostro sonriente del principal cuadro de la sala de estar y ahora era un hombre que por las noches veía caer, caer, caer, en las aguas oscuras del Pacífico Sur sin poder gritar por la cinta adhesiva que sellaba sus labios. Ese día, su madre la encontró con los ojos abiertos respirando agitadamente. La ayudó a vestirse, le calzó las zapatillas nuevas y la peinó con una trenza. Era una jornada importante. Todos en la casa hablaban por susurros breves. Su abuela ya estaba en la cocina sirviéndose una taza de té. A Gabriela le dieron leche caliente, la que bebió sin reclamar por la capa de nata que la cubría. -No creo que debas llevarla- dijo la abuela a su madre. -Tiene que ir. Lo merece igual que todas nosotras. Su tía se asomó por la puerta. Había llegado por la noche de Concepción.

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-Hay que irse- comentó. -¿No vas a desayunar?- preguntó la abuela. -No puedo comer. Siento que voy a vomitar. Llegaron a los tribunales de justicia y se unieron a un pequeño grupo de gente que se había conformado en la entrada. Gabriela vio como su abuela saludó a los hombres y mujeres que, al igual que ellas, tenían prendido del pecho imágenes en blanco y negro de otros hombres y mujeres. Hacía frío. Santiago en invierno suele tener un aire seco y helado que atraviesa las capas de ropa aguijoneando la piel. Gabriela nunca supo cuánto tiempo estuvieron esperando allí, de pie, ante la mirada curiosa de los transeúntes. En su sabiduría de siete años comprendía que su abuela, su madre, su tía, se encontraban agobiadas de emociones sin nombre que no debía perturbar. El silencio era su contribución a las mujeres que en otros momentos destinaban todas sus atenciones a ella. Alguien dijo “son las once” cuando llegaron las cámaras de televisión. Gabriela reconoció a dos periodistas que había visto por las pantallas y le llamó la atención lo alto que eran. Se preguntó si sería un requisito para desempeñar la labor y de ser así, pidió a su yo interno que creciera lo suficiente. Cada vez se reunían más personas que comenzaban a agolparse unas con otras. A las doce, los ánimos comenzaron a alterarse. Algunos hablaban que todo fue una mentira, una invención para que dejaran de molestar a las autoridades. Otros contaban de fugas al extranjero, de escondites en pueblos nortinos e incluso de pacto en que fingían arrestos, juicios y prisiones a cambio de nuevos nombres y rostros. Gabriela ya no aguantaba más. -Mami, quiero hacer pipí - habló con un hilo de voz, profundamente avergonzada. 100

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--Te dije que no la trajeras- dijo la abuela. Su madre sin emitir palabras, caminó con ella de la mano hasta un local de pollos asados en que se escuchaban los Backstreetboys. -El baño es solo para clientes- respondió la vendedora sin mirarlas. -Es solo una niña- insistió su madre. -Lo siento, no puedo… Su mamá suspiró. Al salir del local, le indicó que orinara en un árbol que se levantaba en medio de todo el cemento. Gabriela rió y se agachó. Un hombre furioso apareció del interior de un edificio, vociferando. -¡Salgan de aquí comunachas de mierda! ¡Salgan de aquí o las muelo a palos! Gabriela se subió rápidamente los pantalones y corrió sin soltar la mano materna. De regreso a los tribunales, su abuela esperaba impaciente. -Soplaron que van a llevarlo a otro lado. La Violeta está averiguando todo. El grupo humano se había dispersado ante la novedad. Los de prensa se veían confundidos sin saber si quedarse o moverse. Entonces ocurrió todo muy rápido. Un auto con sirena apareció en la esquina. De todas partes aparecieron personas que rodeaban a Gabriela y a su madre. De su abuela solo escuchaba la voz, una voz que gritaba desgarrada como letanía sin final “asesino, asesino”. Todos gritaban. Pero Gabriela estaba muda, aturdida, dolorosamente desconcertada. Entre los tirones y empujones, logró ver al mencionado asesino: un viejo encorvado que apenas caminaba, siendo asistido por unos hombres de blanco que a su vez eran escoltados por carabineros. “Asesino, asesino”, escuchaba una y otra vez y comenzaron a caer huevos en la cabeza manchada de ese anciano, que cerraba los párpados arrugados en mil pliegues, mientras levantaba su frágiles 101

brazos para cubrirse de la lluvia de escupos, comida podrida, pintura roja que eran arrojados con rabia, con horror, sobre su debilitado cuerpo. Gabriela sintió lástima. Ese hombre no era ni remotamente parecido al monstruo que su imaginación había esculpido, el que atormentaba a su abuelo con una carcajada maligna y luego lo arrojaba al mar. Más aún, si lo hubiera visto en la calle hubiera pensado que, tal vez, así sería su abuelo si estuviera vivo… el vacío invadió su cuerpo. La lástima desapareció. La verdad era que ese viejo que caminaba frente a ella había matado a su abuelo, lo había arrancado de los suyos, de su abuela, tía, de su madre. De ella misma antes de nacer. Todo por haber recibido un pedazo de tierra que había labrado toda su vida, como la larga lista de antepasados campesinos que nunca tuvieron nada y que, cuando al fin la historia parecía impartir justicia, fueron tomados, detenidos y desaparecidos. Sin entregar más noticias a las familias. Sin entregar un cuerpo al cual llorar. Ese viejo había llegado a viejo y ni todos los escupos y gritos del mundo lo asfixiarían como el agua del mar lo hizo con tantos hombres y mujeres. Gabriela inspiró fuerte. Soltó la mano de mamá y, pequeña como era, se hizo paso hasta llegar lo más cerca posible de él. No gritó. No lo odió. No le temió. Solo lo miró con desprecio prometiéndose que nunca olvidaría ese día.

Verónica Arévalo Antofagasta Chile

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Mi sombra Una mañana desperté y en mi soledad de luces descubrí que había perdido mi sombra. Salí a la calle a buscarla y el sol como un fuego despiadado me mostraba mi cuerpo solitario. Angustiada la llamé a gritos. ¿Por qué me había abandonado de esta forma? Sin aviso, sin despedida. Sentí que era mi culpa, siempre fui muy dominante. Yo decidía el camino, yo daba los pasos, yo me sentaba y me paraba cuando quería sin pedirle nunca su opinión. Nunca valoré su compañía fiel, su obstinación en seguirme aún cuando yo la ignoraba. Admito que no era muy paciente, muchas veces la vi corriendo detrás mío pero no me detuve a esperarla. O si al caer la tarde ella se alargaba buscando quien sabe qué, yo la traía de vuelta de un manotazo. Ella alzaba la vista, su ser se estiraba tratando de alcanzar el cielo pero nunca le permití despegarse de mí. Sus pisadas siempre debían estar bajo el peso de mis pies. Mi egoísmo me había dejado sola. -Perdóname-le dije entre lagrimas. La vi aparecer desconfiada entre mis pies. -Te prometo que a partir de ahora decidís vos a donde ir. Y te voy a prestar mi ropa porque sé que no te gusta el negro. Con mi vestido azul y mi sombrero rojo se hizo alta y se iluminó su rostro vacío. Se veía tan contenta que le di también mi pañuelo rosa.

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Con pasos tambaleantes avanzó por la calle, yo la seguí. Me quedé atrás de ella y me hice más pequeña para que pudiera observar la ciudad, los árboles, los autos y la gente. Me hice más silenciosa para poder escuchar su risa. Ella se hizo ancha y ruidosa. Yo me volví más gris. Desde entonces estamos así, ella elige los caminos por los que recorremos la plaza y yo la sigo volando, acariciando paredes, flores y rostros. Las dos estamos contentas con nuestra nueva vida. A mi me gusta la ligereza de mi ser, el baile de mi figura siempre cambiante, y a ella le encanta saltar y sentir el sonido de las hojas crujiendo bajo sus pies.

Camila Villarroel Córdoba Argentina

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Los golpes en la puerta Es viernes, cuando el miedo se aparece cada vez que anochece. Los oídos atentos esperan el fuerte golpe de la entrada al abrirse. La tormenta irrumpe a lo lejos la mudez del viento y bajo los pies el suelo tiembla. La niña sueña navegar en el mar en un barco de papel. Empaparse con la iridiscencia de las pompas de jabón que juegan en el viento. Oscurece. La madre sentada en el viejo sillón no pierde de vista las agujas del reloj de pared que anuncian con su canto sombrío las horas. -¡Laura vete a dormir!- solo su voz se escucha. La niña vestida de pijama camina de puntillas hacia el ventanal, y a través del cristal empañado por su aliento distingue la silueta de aquel ser que viene a destruir los cimientos de su hogar. Sale corriendo a la habitación y se lanza en clavado a la cama, cubriéndose desde la cabeza hasta los pies con la sábana. Respira sin tener aire y el cuerpo es de roca. Un olor de alcohol se desliza como sombras hasta llegar a ella. Los estrépitos de cristales rotos resuenan en sus oídos. El silencio se fragmenta. Laura se levanta con las sabanas a rastras y espiando por la rendija de la puerta se da cuenta que todo vuelve a empezar. Delante de sus ojos de chiquilla, ve a un ogro y a un hada que se enfrentan a duelo, así como los personajes que relatan las historias que tanto lee. Mira otra vez por la abertura y el ogro muestra aquella mirada feroz que tanto teme, mientras el hada va perdiendo su luz y su voluntad. 105

En ese instante, Laura quiso saber si ellos fueron los padres que una vez tuvo, los mismos que la mecían entre brazos mientras jugaban bajo la sombra del limonero, pero que por alguna razón dejaron de hacerlo. Eso fue hace mucho tiempo, cuando veía caer las hojas secas en el tejado o antes que todos se congelaran en el invierno. En aquel momento, el ogro se dirige a la puerta y trata de abrirla. Golpe tras golpe, la madera cruje. Laura mira hacia la ventana entreabierta y en silencio implora convertirse en otro niño más que vuela hacia el país de nunca jamás. Espera. Alejándose del ventanal y sin dejar de mirar hacia la puerta, busca ocultarse en la oscuridad y, pegándose a la pared, se desliza hasta el suelo. Con los ojos cerrados, hunde el rostro entre las rodillas y con ambas manos en los oídos solo espera a que amanezca. Sólo los grillos y las cigarras con sus cantos y violines comienzan a arrullarla como una canción de cuna. El aroma a jazmines y a rosas endulza el aire. Alguien la toma en brazos y le posa en la frente un beso. La niña dormida sonríe más: -¡Es el hada! ¡Es el hada!-, pensó, sujetándose más a ella. Abre los ojos y se da cuenta que es mamá, y desde el cobijo de aquel abrazo aprecian los primeros rayos de sol filtrándose como lluvia por la ventana. -Viajemos juntas hacia otro lugar...- le oye decir. Y sin dejar de mirarla, Laura le pregunta: -¿Adónde?- y la mujer de cabellos negros y mirada triste le responde: -A donde no sintamos más miedo. Elizabeth Blandín Caracas Venezuela

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A mi no me ha pasado Tenía 18 años cuando me fui a un voluntariado de verano con un grupo de estudiantes universitarios y conocí a Diego. Empezamos a compartir tiempo juntos, nos gustamos y pinchamos. Él era mayor, al menos 6 años. De vuelta del verano comenzamos una “relación” que duró un par de meses. Un día fui a su casa, me marché ofuscada y nunca más volví a verlo o hablar con él. Con la aparición de Facebook, volví a ponerme en contacto con personas que conocía antes. Me llevé una sorpresa al ver su solicitud de amistad. Recuerdo habérselo contado a mi amigo como una anécdota. Él se puso muy serio ¿En serio piensas en agregarlo? Ese loco intento abusarte. ¿Abuso? primera vez que escuchaba esa palabra, la consideré exagerada y me hice la desentendida. Pero algo en mí se llenó de dudas y preferí no aceptar la solicitud. Comencé a pensar en por qué había dejado de verlo. Recordé que en ocasiones iba a almorzar conmigo a la universidad (que en realidad no quedaba particularmente cerca), que a mis amigos no les gustaba que saliera con él. Recordé que él no confiaba en mí, que a veces hacía acusaciones que para mí no tenían sentido, recordé que era celoso. Y también recordé con claridad que nuestra “relación” se había puesto increíblemente intensa, que de los besos pasamos a caricias y roces que nos mantenían constantemente excitados. A

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esa edad, yo no había vivido un montón de primeras veces. Muchas veces lo he comentado: cuando entré a la universidad era una niña, en el sentido amplio de la palabra, había crecido en una burbuja donde las drogas, el alcohol y el sexo no tenían cabida. Y entonces recordé esa tarde a solas en su casa, cuando subimos a su cuarto, nos recostamos en su cama, y en un momento tuve todo su cuerpo encima mío. Recordé con claridad mi angustia, lo indefensa que me sentía, recordé el sonido que produjo su intento por sacarse el cinturón. Pero lo que más recuerdo es que estaba muy incómoda, y no quería, no quería vivir mi primera experiencia sexual así, y menos con él. Recuerdo haber dicho “no”, intentar escaparme de sus besos y como las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Una parte de mí tenía la certeza de que algo muy malo estaba a punto de pasar, porque él no parecía notar mi desagrado (o simplemente no le importaba) ni se salía de encima. Me puse a llorar fuerte y recién en ese momento él reaccionó alejándose. No dije nada, tomé mis cosas, y salí de allí sabiendo que no volvería más. Me llamó después, yo no quería hablar. En realidad a la única persona que le conté, mucho tiempo después, fue a mi mejor amigo. Él me escuchó y tranquilizó. Nunca más volví a hablar de eso, porque no sabía qué nombre ponerle y porque finalmente una nunca espera que una persona que quieres y en quien confías, te haga daño.

Coxiella Santiago Chile

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Bailarás A Mayel

Garras de ira truncaron tus pasos tropel de coñazos suprimió tu existencia gritos y llantos no se escucharon sonrisas de muerte no son eternas Tú, danzadora de caminos el dolor se ha ido, no está guardado el miedo yace inerte, preso de algún cuerpo, alma vigorosa suéltate al viento Ya no temas niña, ya no temas joven ¡Qué bailes al día, con el sol y las flores! ¡Qué bailes la noche, con la luna nueva! ¡Qué bailes al viento todas tus estelas! Bailarás adioses de la vieja vida movimientos suaves y frases silentes pies que marcan saltos, formas curvilíneas compás de caricias que no son de muerte Niyireé S. Baptista Sánchez Caracas Venezuela

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Üñum tañi zungun Ani Collinao Orellana Quidiko Wallmapu (Chile)

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Mariposa 14 de Mayo de 2018 La verdad es que he amanecido devastada. Hubiese querido que esta Gusana, que lleva varios meses en este proceso de metamorfosis, se hubiese quedado allí pero se ha comenzado a romper el manto que me ha mantenido cubierta, sintiendo que hermosos y dolorosos rayos de sol comienzan a entibiar mi cuerpo con su luz para terminar este y convertirme en quien debo ser. Por primera vez logré escuchar, sentir, comprender lo que por mucho tiempo tú has expresado con tu actitud, tu silencio, tu no entrega física, tu quietud, tu inteligencia, tus buenas intenciones, tu engaño...valor qué paciente. En cambio yo, siempre ahí esperando, buscando que vieras, comprendieras, que sintieras mis atenciones, mis sonrisas, mi llanto, mi humor, la buena economista, la buena madre, toda yo con lo mucho que te amaba. Siempre esperando que tú te empaparas con estos nobles sentimientos...Siempre quise buscarte y culparte a ti. No comprendía, no entendía. Podía aceptar que estuvieras perdido, era bueno para mí, me permitía seguir soñando, pensar que triunfaría el amor y permanecía detenida en este oscuro proceso, pero ocurrió lo irremediable, tanto trabajo debía

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

traer frutos y futuro. Hoy al amanecer fui citada a la corte, allí estaban mis asesores y la majestuosa presencia de mi compañero que en esta ocasión seria mi abogado: DIOS. En un gran agotador, doloroso y justo juicio, decidimos que debía salir al mundo para vivir con mis propias alas y buscar mi propio alimento. Me hicieron entender que no debo seguir humillándome, ni esperar que otro quiera o no seguir siendo mi compañero de amor. Ese es un sentimiento que no debe estar a la altura de una hermosa, delicada mariposa que inconscientemente ha permanecido cubierta, preparando este momento y comenzar este proceso al que me niego...Que en un corto tiempo más pueda estirar mis alas y con la fortaleza que tengo, emprender un vuelo sin retorno a la flor que no me necesita. He querido mantenerme adherida… De alguna forma las luces se prendían y me mostraban que yo era la que no tenía barreras y debía cumplir con mi ciclo.

Totoca Echeverria Santiago Chile

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Mariposa 25 de Noviembre de 2018 Escribí el fin de semana algo que complementa mi cuento de la mariposa. Dice… Hasta ahora solo he estado adherida a la flor, abriendo y cerrando mis alas. A veces incluso las he ocultado. Otras, batía mis alas tan fuerte que quedaba tan cansada que no podía despegarme de mi flor. También pedí que tú te sacudieras y me cayera. Así me mantuve invierno, otoño... Necesito un mañana para llorar, pensar, sanar. Necesito un mañana para que salga el SOL y vuelva a brillar en mi vida y también una noche para ver y aprender a ver en la oscuridad acompañada de la LUNA... Y tú un mañana para que decidas tu camino. Jamás me he olvidado de mi fe en Dios y esto lo valoro muchísimo porque me hace estar aquí viva sintiendo, luchando, amando...ENTONCES, LLORO. Totoca Echeverria Santiago Chile

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Ella A veces recuerdo cuando viajábamos en ese interminable y largo autobús sentadas casi en la parte final de aquel mamotreto de hojalata. A mí me encantaban esos asientos: vacíos, solitarios y distantes, como apartados de todos. En esos momentos imaginaba cosas que ya hoy he olvidado. Recuerdo cómo se reflejaba la luz tenue de sol mañanero en los vidrios de la enorme carcacha, mientras ella me contaba cómo de joven recorría con Silvia media ciudad en esos autobuses pagando un centavo o una locha, no lo recuerdo. Siempre terminaba durmiéndome en sus piernas, ella me despertaba cariñosa y tiernamente cuando casi llegábamos a nuestro destino. Yo quería que el viaje no terminara y seguir, horas y horas, dormida en su regazo. Ese viaje a la edad de 6 años era una aventura hacia el centro de la ciudad. A ella la recuerdo bellísima: cutis perfecto jamás marcado por el acné, cabello corto y negro azabache, siempre vestida con camisas anchas y bluejeans ceñidos a la cintura. Eran los años 90, las calles parecían lóbregas, ruñidas, sin esperanza, así como todas las personas que tomaban la ruta San Luis-Coche, pero para mí era una gran travesía que acompañaba con juegos infantiles y carcajadas a medio terminar. A mí me encantaba tomarle las manos, sentir lo suaves

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y perfectas que eran, pequeñas, diminutas, con las uñas limadas en forma circular, pintadas de rojo, un rojo brillante y patente que aún se conserva en mi memoria. Tomaba sus manos y las medía con las mías, sucias entre las comisuras de los dedos, pensaba en el momento en que mis manos de niña mestiza alcanzarían las de ella. Sus cabellos: una extraña mezcla de ondas y rulos que no eran largos ni lisos. A veces ella los dejaba crecer solo un poco y bromeábamos que se parecía al cantante de vallenato Rafael Orozco. Para mí, la mejor manera de describirla era perfecta, jamás mujer alguna podía ufanarse de ser mejor, más bella, más hermosa, más cálida; yo la amaba con locura, ella era mía, me pertenecía y odiaba compartirla con las demás. En esos instantes ella me hablaba de su vida, de sus andanzas juveniles y de todos los trabajos a los que había renunciado. Otros días me comentaba de su llegada a Caracas a los 8 años, venida de ese caserío desconocido al filo de una montaña llamada Jacob. De cómo la Ñonga la levantaba “a mirar mundo” y de sus juegos con las botellas de cerveza que decoraba para hacerlas parecer muñecas cuando jugaba por horas con las hijas de Margarita y Maximiliano. Ella, que aprendió a leer a los 9 años y que vivió en diferentes cerros de Caracas: los Flores, El Valle, los Alpes. Ella, que la primera vez que entró a una carnicería el vendedor malintencionado le dio una lechuga aunque había pedido un bistec. La pequeña niña de ese entonces no conocía ni una lechuga y menos qué era un bistec. Fue criada a punta de arepas rellenas con topochos y ají, un manjar pa’ la chiquillada del campo. Cuando ella me contaba esos pasajes que yo consideraba tristes se me calentaban las orejas y hervía en furia, soñaba con viajar al pasado y cambiar su historia, hacerla más feliz, eliminar las injusticias, borrar sus sufrimientos, pero no le decía nada, mi timidez me impedía hablarle y guardaba silencio. No recuerdo 116

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mucho las cosas que yo le contaba, no recuerdo si le contaba cosas, la recuerdo cantando: “María Moñitos me convidó a comer plátano con arroz, como no quise su mazacote María Moñitos se disgustó”. Hace algunos días viajaba en aquel autobús largo, interminable, extenso. Ella –la niña– iba sentada del lado que no da hacía la ventana, la pequeña se acostó en sus piernas, que poco a poco fueron la mías, y dijo: “tengo sueño”. La senté en mi regazo, acaricié su cabello, tarareé una canción y la vi. Ella iba sentada en el mismo asiento que yo, teníamos la misma forma de la cara, el mismo corte y esa ambigüedad que aportan las extrañas ondas que se nos hacen en los cabellos. El sol de la tarde atravesaba el cristal con papel ahumado y allí en ese instante la vi: sentada en el mismo asiento que yo, con esa mirada inexpresiva que se ha quedado en el tiempo observando la dulzura del momento detenido. Nos vimos la cara y lo comprendí todo, era yo, tal vez fue ella, pero era yo. Ambas teníamos 27 años.

Niyireé S. Baptista Sánchez Caracas Venezuela

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¿Mujer? ¿Qué es ser mujer? ¿Un vestido y lazo rosa? ¿Qué es ser mujer? ¿Lágrimas, chocolates y manchas rojas? ¿Qué es ser mujer? ¿Tetas, culo y labial? ¿Qué es ser mujer? ¿Un prototipo, una muñeca, un ideal? ¿Qué es ser mujer en un mundo donde subir la voz está mal? Si me preguntas o sin preguntar, diré que para mí ser mujer es estar constantemente en lucha con todo y todos los demás. Es pelear por quién eres, debes ser y esperan que seas. Es tener el cuero para mirar una revista, la tevé o internet y no sentirte mal por no encajar. Es mirarte al espejo en pelotas, y decirte: me gustas, tal cual estás. Es cerrar los ojos y conectarte con tu femineidad. Es poder llorar sin preocuparte de los demás. Es vivir a concho siendo precavida. Es caminar por la calle y sentirte parte del paisaje cuando te violentan, cuando te invaden, cuando te vejan.

Coxiella Santiago Chile

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Poema Te haré un poema con todos los versos que envidio de las poetas olvidadas. Con palabras ya jubiladas pero de excesiva belleza. ¿Por qué no heredé nada de esas líricas épicas y solo puedo bocetear un collage torpe y huesudo? Te haré un poema y quizás no sea mucho lo que encuentre en el vocabulario que aún no nos expropian. Excavaré en los libros de cajas de descuentos por si encuentro algo que ya nadie recuerda y rasgarle poesía. Que mi creatividad gastada debe resistir otro día marcando entradas y salidas de esa oficina sin ventanas.

Verónica Arévalo Antofagasta Chile

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Eloisa Eloisa Navarros Calbuco, Los Lagos Chile

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Paciencia Florecen las rosas El tiempo medita con las estrellas. La niña duerme en su cuna Capullo de dulzura. Niña de piel oscura Presagiando al poeta Romances taciturnos Con música en cajas abiertas.

Ana Villaquiran Valencia Venezuela

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Querido viejito pascuero Para esta Navidad, además de la paz mundial, quiero mujeres más empoderadas, menos recatadas y más dueñas de sí mismas. Que luchen más por sus “quiero” que por los “debo”, que se despeinen más, que las opiniones de los demás, les importen menos, que se quejen fuerte y propongan con furia. Quiero mujeres con una voz clara y firme en las políticas públicas, y no un adorno de mesa. Quiero que las entidades en todos los niveles incluyan más mujeres, no por equiparar números o porque sea políticamente bien visto, sino porque creen firmemente en los beneficios que entrega la diversidad. Quiero menos juguetes discriminatorios, esos donde ellas crecen creyendo que su lugar es en la cocina y cuidando los sueños de otros. Quiero más mujeres siendo madres ¡porque quieren!, no porque les regatearon el condón, les botaron las pastillas, o porque es su deber ser una máquina de reproducción o con violencia las obligaron. Quiero más mujeres mirándose al espejo y sintiéndose bellas sin cambiarse nada (¡ninguna wea!), que aprecien la hermosura de las curvas o la falta de ellas.

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Quiero más mujeres caminando tranquilas por las calles y sin temores, porque saben que no son parte del paisaje y que su cuerpo no es territorio de nadie más que de ellas mismas. Quiero más mujeres que no le tengan miedo al “estar sola”, porque para ellas ya no es sinónimo de vacío, sino de independencia. Quiero más mujeres que sean felices en verano y no eternamente preocupadas de cumplir con cánones utópicos que otros y otras quieren que anhelen. En resumidas cuentas, para esta Navidad quiero ser más Mujer, y por supuesto, la paz mundial. PD: Mujer, no me gusta cuando callas.

Coxiella Santiago Chile

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

morir de amor Santiago 19 de diciembre 2007 Voy a escribir esta historia para que tú comprendas que estás frente a otra mujer. La que se despidió anoche en el departamento, murió entre mis brazos. Su intuición y cuerpo no estaban lejos de lo que ella vivió en aquel departamento esa noche. Allí estabas tú, ella, yo y ella que acaba de morir; no escribiré el episodio pues quedará por siempre para ustedes tres. Al llegar ella a casa venía destrozada. Se refugió en su pieza, lloraba y me pidió que la contuviese, lloraba desconsoladamente por largo rato, su cuerpo se estremecía y de su garganta salían sollozos desgarradores; cuando logró calmarse partió por decirme que toda ella se había quedado en ese departamento donde aún retumbaba el eco de su despedida para él y fue a decirle “te amo profundamente, y con la misma fuerza te sacaré de mi ser” y se había ido. Traté de entender la situación y me pidió que la ayudara a perdonarse, la abrasé con fuerza y ella -con mucho esfuerzo, por el dolor que la inundaba- comenzó a decir ME PERDONO PORQUE LO HE AMADO PROFUNDAMENTE. ME PERDONO PORQUE HE SIDO HONESTA, SINCERA, TRANSPARENTE, SENCILLA Y MUJER. ME PERDONO PORQUE DEBO RESPETARME. ME PERDONO POR MIS HIJOS. 129

ME PERDONO PORQUE CREO EN DIOS. La tomé con más fuerza entre mis brazos y durante su agonía me entregó a sus hijos; prometí cuidarlos como si fuera ella. En un largo y profundo suspiro comprendí que ella moriría sabiendo que su amor no había sido respetado, sabiendo que el hombre que ella amaba nunca la amo y que ellos habían violado su más bello tesoro: el amor y la verdad que muchas veces le pidió a él. Mientras su cuerpo se entibiaba comprendí que lo mejor era dejarla partir. Me dormí unos instantes, cuando amanecía me fui a la ducha, donde mis lagrimas se confundieron con el agua y terminaban por llevarse el resto de ella. Logre recuperarme y salir. Frente al espejo descubrí una nueva mujer, le agradecí que me hubiera dejado su envoltura, fortaleza, templanza, amor a todos los seres, a la naturaleza, sus virtudes, su capacidad para perdonar a quienes más dolor le habían provocado y su amor a Dios. Ahora sufro el duelo de su partida y valoro la oportunidad de una nueva vida. Cambios, muchos cambios habrá en este nuevo camino, porque hay una mujer diferente, viva, con tres hijos a quienes criar. La pena, el dolor de la partida de ella, deberá ser silenciosa, contenida, para que no dañe a nadie. Esta mujer pide apoyo a Dios; que cada vez que le falte fuerza, fe, le recuerde que está a su lado y si ve una sola huella es porque la lleva en sus brazos. Esta mujer está de duelo y quiere vivirlo. Esta mujer tiene un largo y difícil camino que recorrer. Totoca Echeverria Santiago Chile

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Publicidad En lo alto hay madres, Madres que besan rosas. Las rosas son rojas y sangran. Abajo hay propaganda anunciando rosas blancas.

Ana Villaquiran Valencia Venezuela

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Siembra y libertad Maiza Santiago Chile

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Un toque rojo Ella era feliz a su manera. Había creado un escudo invisible que la ayudaba a sobrevivir. Él gritaba y la acusaba de que todo había salido mal por su culpa. La vida de porquería que tenía era gracias a la poca creatividad de ella para salir de los problemas que la convivencia en pareja por 40 años les había traído; que él odiaba el color rojo “¡color de quilombo!” y que ella solo por hacerle mal había pintado la casa de ese color. Sus hijos, esos mal nacidos eran también blanco de las amenazas y descargas verbales diarias. Él siempre quiso tener hijas mujeres porque “no serían tan mal agradecidas como estos”. Ante toda esa catarata de improperios y antes de que llegaran las palabrotas que, si bien ella sabía que algunas de ellas se referían a partes íntimas de su cuerpo, de otras ignoraba su significado, pero de sólo pensarlo sentía mucha vergüenza, de manera lenta pero contundente ella levantaba su escudo. Por fin estaba a salvo, las blasfemias permitían el desahogo de su marido y a ella no le llegaban porque rebotaban en esa pared invisible. Desde que descubrió que tenía ese poder se siente tranquila. No siempre fue un hombre así, debe ser por eso que ella prefiere recordarlo como era antes, cuando supo que lo único que quería era

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

estar en sus brazos, casarse y formar una familia con hijos, casa con jardín, perros y gatos. Hace días que Genaro está tranquilo, no pasa de sus puteadas diarias con los gatos, el dolor de rodillas, con los políticos, los precios, los vecinos, la humedad, el color rojo chillón de la casa “¡parece un quilombo!” Inés no se preocupa, está preparada, siempre después de la calma viene lo peor. Los hijos no entienden, pero ella sí. Genaro es un hombre bueno, trabajador, honesto, familiar, buen esposo, fiel, pero ahora está enfermo y ella no lo va a abandonar así. No después que en su juventud se sacrificara tanto, trabajando por distintos lugares del país, durmiendo en galpones llenos de ratas, viniendo a su casa una vez al mes. Todo ello para que no les faltara nada. Un día, que podría haber sido uno más, Inés estaba tendiendo ropa cuando escucho lo ya tan conocido –¡Antes de casarme con vos me hubiera matado! ¿A quién se le ocurre pintar la casa de rojo? La voz se hizo cada vez más fuerte hasta que ella se dio vuelta con una toalla en la mano y se movió justo a tiempo para evitar el golpe. Genaro siguió caminando unos pasos como un niño que está aprendiendo a caminar y cayó. No se movió más. Fue difícil enderezar esos 110 kg y 1, 85 m de altura para los vecinos que vinieron a ayudar. El médico certificó su muerte por infarto fulminante. Inés era la única que lloraba en el velorio. Se encargó de que todas las flores fueran blancas, ninguna roja por respeto al difunto. Sus hijos estaban serios, los vecinos también, habían venido por Inés, pero al muerto ni lo miraban. De pronto en la puerta amplia de la sala velatoria apareció una mujer entrada en años, denotaba entre las canas y el rodete que su pelo había sido rubio y lacio. Las arrugas de su rostro permitían ver 135

un rostro bueno que estaba sufriendo. Inés la miró con asombro cuando la vio caer sobre el muerto, besarle la cara y romper en sollozos desgarradores. Esta escena quitó trascendencia a las dos jóvenes altas que guardaban respetable distancia. Cuando Inés hizo un movimiento para acercarse a consolar a esa señora, quizás un familiar desconocido, sus hijos no se lo permitieron: –Dejá mamá, ya está muerto. Fue entonces cuando Inés vio a las dos mujeres y reconoció en ellas los rasgos de sus hijos y de su Genaro. Comprendió todo de golpe y una cortina pesada se abrió ante ella y pudo ver. Pudo ver el por qué de los insultos, los desprecios, las ausencias. A lo lejos se escuchaban los sollozos de esa mujer extraña, ella salió de la sala buscando claridad y aire puro. Sus hijos la siguieron. –Nosotros sabíamos, pero nunca nos animamos a decirte. –¿Desde cuándo sabían? –preguntó su madre con los ojos secos y la cara sin gestos, que no permitían a sus hijos saber qué impacto había causado la noticia. –Desde hace 4 años. Él la conoció en un prostíbulo y la sacó, le compró una casa. ¿Dónde vas mamá? –Ya vengo. Estoy bien, mejor que nunca. Los “dolientes” vieron con asombro cómo unos muchachos entraron y sacaron en un abrir y cerrar de ojos todas las flores y coronas blancas. Tan rápido como salieron volvieron a entrar con flores naturales y artificiales. Variedad de coronas, ramos, floreros, arreglos, todos con flores rojas, rojos claros, chillones, carmín, pero todas rojas al fin. Rojas como el vestido que ahora llevaba puesto Inés. Cuando el murmullo cesó y los pocos concurrentes notaron que lo más novedoso ya había pasado y que no quedaba mucho para ver, 136

CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Inés se acercó al cajón. No reconoció al hombre que estaba allí. Lo miró y no logro encontrar rastros de su marido por tantos años. Se acercó y le dio un beso dejando sus labios con el sello del labial rojo en la frente pálida y fría. Muy bajo, para que sólo el muerto escuchara, dijo: –amor. te decore la sala a mi gusto, espero lo disfrutes. Quedó como a vos te gusta: ¡como un quilombo!

María Caballos Guichón Departamento de Paysandú Uruguay

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Algunas queremos hijos no humanos Diana Cáceres Alcoreza La Paz Bolivia

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La decisión de ser feiz Carolina era así, tan incompleta para algunos, pero tan llena de sueños según su percepción. Y es que luego de 9 años había aprendido a luchar resaltando todas sus capacidades, porque pese a que su prometido la había abandonado hace mucho tiempo justo meses antes de la boda, aprovechó ese lapso de tiempo para crecer sola y para criar a su pequeño Lucas, y aunque ese nombre no pertenecía a una persona, si era la forma en como ella llamaba a su perrito, un CockerSpaniel de color negro con orejas muy largas, las cuales muchas veces se mezclaban con su comida; quien había sido su compañero desde hacía 5 y había formado parte de la reconstrucción personal de Carolina, de una mujer que desarrolló nuevas formas de ser feliz, a pesar de las adversidades que en el último año se le habían presentado. Su madre, Ana, había enfermado terriblemente, fue diagnosticada con Alzheimer; sin embargo, esta enfermedad no tenía cura, no podía tomar una pastilla y desaparecer todos los síntomas, comenzaría a olvidar todos los recuerdos que tenía hasta llegar al punto de no saber ni quien era ella misma y eso era lo que le preocupaba a Carolina, porque había tenido una vida tranquila hasta antes de recibir esa noticia y porque después de un tiempo no tenía muchas ideas sobre cómo reaccionar ante ello, sobre todo después de que se le

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

presentó una oportunidad de trabajo en otro país, viajaría a Estados Unidos si de verdad quería avanzar en las investigaciones que realizaba. Y fue en ese preciso momento en el que se sintió perdida y sin saber qué hacer, llegaba a su casa y solo atinaba abrazar a Lucas, quien con su carita más tierna le decía que no estaba sola y aunque tantos problemas la aturdían tanto hasta el punto de quedarse dormida llorando, sabía que debía tomar la mejor decisión para todos. Después de 5 meses de conflicto con ella misma, Carolina había tomado una decisión, es por ello que comenzó a alistar sus maletas, había puesto su departamento a disposición de una inmobiliaria para que pudieran encontrarle un nuevo dueño cuanto antes y alistó a Lucas para la mudanza, sabía que a su mascota no le agradaba mucho tener que dejar su rincón favorito de la casa, pero era algo que debía hacer para mantener tranquila a su dueña. En ese momento, luego de dejar todo listo, con una lagrima recorriendo su mejilla, cruzó la puerta y sintió como en ese preciso momento dejaba atrás una parte de su vida, eran más de 10 años en los que no había querido irse a otro lugar, en los que había adorado la comodidad de vivir sola y de decidir como quería que se dieran las cosas; sin embargo, ahora era imperativo tomar otro camino, no solo por su bien sino también por el de su madre. Salió del edificio,tomó un taxi y luego de pensar un poco le indicó al chofer el lugar a donde quería ir, cerró los ojos por un instante, tomó aire y abrazo a Lucas. La vida de Carolina nunca había sido fácil, pero su reconstrucción personal ahora era todo para ella y sabía que su cambio de vida le asentaría bien porque sería feliz. Luego de 2 meses,Carolina y Lucas se habían acostumbrado a su nueva vida,el lugar en el que vivían era un tanto más pequeño, ella debía cocinar y ordenar muchas cosas dentro del lugar, pero sabía que le agradaba porque veía sonreír a Ana por las mañanas 141

y observar su tranquilidad durante la noche. Su nuevo empleo era fabuloso, mucho más de lo que se había imaginado y podía cuidar a la persona que más quería desde su casa, porque su trabajo así se lo permitía. Carolina había sido la segunda trabajadora calificada para trabajar desde el hogar, la cual era una nueva política que estaba instaurando su centro de trabajo, claro que existían ciertas modificaciones en sus funciones y con su sueldo, pero era feliz. Recibió la oportunidad de proteger a la mujer que la había cuidado desde que ella nació y aunque el proceso de adaptación al Alzheimer había sido duro, ahora podía pasar más tiempo con ella, porque, aunque a veces eran como dos desconocidas, Carolina adoraba los momentos en que su madre recordaba que ella era su hija y la abrazaba y por supuesto al pequeño Lucas. Tal vez ella nunca había imaginado una vida así, pero se sentía completa y amaba haber tomado aquella decisión, la decisión de permanecer en el lugar correcto y con los seres humanos indicados.

Jenifer Arenas Bustinza Arequipa Perú

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Martina El humo se había convertido en un nuevo compañero de respiración. Muy a su pesar Martina regresaba más temprano a casa. Una tarde de la mano del tedio, decidió entrar al cuarto de los chécheres pese al odio que le profesaba a ese lugar polvoriento y abarrotado, en donde su marido amontonaba cuanto mueble encontraba en la calle. Entró convencida de que algo descubriría para matar su aburrimiento, no sin antes hacerse de un par de guantes y una máscara de las que compró para protegerse de la gripe H1N1. Lo primero que encontró fue una mesita de madera, al sacarla se tropezó con un pequeño sofá de terciopelo vino tinto, raído y manchado, con brazos de madera caoba, del que se enamoró al instante, es más, se extrañó muchísimo de que estuviese allí abandonado a su suerte. —¨Lo quiero para mi cuarto ¨ — Pensó. Cada tarde al volver del trabajo, Martina se dedicaba en cuerpo y alma a la restauración, olvidando el aburrimiento y el humo de la ciudad. El problema era que al sofá no le interesaba en lo absoluto reposar en el cuarto de ese pesado matrimonio, y menos le interesaba, ser el depósito de la ropa usada. Con empeño lijaba la madera sin darse cuenta que mientras más lijaba, más el sofá reducía su tamaño. Al cabo de unos días y en vista de que no obtenía los resultados deseados, decidió dejar la madera como estaba y conformarse

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con cambiar la tapicería. Durante varias horas intentó quitar el viejo forro vino tinto, sin conseguirlo. Enfurecida buscó las tijeras. El esposo y el hijo la vieron pasar tijeras en mano. Intrigados caminaron tras ella. Martina clavó con todas sus fuerzas las tijeras sobre el sofá, deshilachando cada trozo de tela que se interpuso en su restauración. Luego, forzó el nuevo forro que no encajaba e incrustó uno a uno los espantosos remaches dorados. Al terminar, se sentó exhausta en el piso frente al sofá. Una diminuta sonrisa de satisfacción se puso en su rostro. De pronto, los remaches dorados saltaron como fuegos artificiales sobre Martina. Esposo e hijo miraron estupefactos la dantesca escena. Ahora Martina cumple un riguroso reposo médico. El humo y el aburrimiento de la ciudad se cuelan como siempre por las ventanas.

Maruvi Leonett Villaquiran Caracas Venezuela

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Migrar ¿Qué es migrar? ¿Sera solo viajar? ¿Será desterrar? ¿Será escapar? Solo sé que nada de eso sé. Desde mi mirada de mujer migrante Es algo más profundo de entender. Tenemos bajo nuestros hombros una gran carga, que amarga. Mirar desvanecer mi modo de querer y sentir, Suplicar poder sobrevivir en un infinito subsistir. Tener presente lo dejado atrás, Para caminar al más allá. Soltar mis o sus costumbres ideológicas, que se expanden en mi o en ti. A cuestas cargas en tu cansada espalda, la responsabilidad de la familia. Pero, ¿Qué es migrar? Hagamos un simple ejercicio muy preciso, Divide un papel en cuatro lados a la vez, Dentro de él escribe el objeto, persona, animal o cosa…

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Que más, pero más, te guste… ah, pero no te asustes. Ahora con los ojos cerrados o si puedes vendados, Rómpelos en mil pedazos y aplástalos como simples retazos. ¿Te dolió?... ¿Te sorprendió?... O simplemente te desconcertó… Es eso precisamente lo que sentimos, los que migramos. Pero las mujeres lo sentimos el doble…. El estado mental y sicológico, no nos lo quita nadie Pie a pie… paso a paso, avanzamos con interminables temores, Y aprender a reconocer el poder superior de un estado, Que en ningún lado, ha dejado surgir al recién llegado, Que a la larga, es el más productivamente buscado.

Lorena Zambrano Iquique Ecuador

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Sombras del abismo Abismo infinito del dolor a cuesta, dice una mujer que sola esta. Abismo de olvido de miseria, que en su lugar más profundo del alma, Llorando va, desconsolada, desterrada, ultrajada de pensamiento, solo e invisible a la sociedad, una ética moral que nadie puede parar. Encerrada estaba yo como moneda de cajón, En mi nada de esperar de una pesadilla que quiero olvidar. Llegan a mi mente los recuerdos de felicidad, momentos de lucidez que quiero envolver en mi alma y en mi ser. Esta es una vez más mi locura, de demencia, en el que recuerdo todo este episodio anterior, el cual me llevo al abismo. Recuerdo el patio anterior donde reía sin parar… ese árbol de hojas claras ensasalsadas de soplar. Un baile ameno y esa copa maldita de licor que fue causante de mi gran dolor. En donde descubrí una llamada infiel, que desató mi ira y en un arranque de ceguera me abalance y sin pensar… Ahí yaciste en mis brazos… cuando desperté atada en aquel cuarto frio y llena de amarras.

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No eras tú mi amado el muerto, era algo peor,… mi niño era el asesinado, fruto de mis entrañas,… aquel que por defender al maldito, atravesó inaudito este fatídico final… Y ahora lloro sin cesar todo lo sucedido, espantada y hundida en este absurdo y cruel destino que es esta sombra del abismo…

Lorena Zambrano Iquique Ecuador

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Yo aborto Aborto las culpas los miedos la represión las injusticias. Aborto mis armaduras decepciones familiares las autoridades y la ceguera como un lugar común en el mundo. Yo aborto. Aborto la toxicidad los tropiezos y las penas que me crujen el corazón. Hay una canela que lleva el viento unas uñas verdes, lágrimas que caen al humo. Yo aborto. Por las yerbas 149

que bebieron mis ancestros para abortar tu mano de obra esclavizada. Yo aborto Aborto los planes un futuro idealizado y la poesía escarcha capitalista. Hay mujeres marchando y poetas escribiendo Hay mujeres marchando y poetas escribiendo La escritura como un quiebre de escoger aquello, de habitar el barro y maullar desde allí. Yo aborto. Aborto la iglesia, mi familia y al estado, aborto al macho sucio peluo social de mierda. Hay un corte patriarcal en mi lengua Hay un corte patriarcal en mi lengua. Yo aborto. Aborto una mente atrofiada Mordiéndose en machismos. Una semana/ventana 150

CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Siento el aborto en mi cuerpo Jengibre Ruda Perejil Poleo Romero Salvia Canela Milenrama Somos con la tierra el transito del cielo y el suelo. Y a la par con las plantas le pido permiso al cerro abortando cual acusación sea decirme loca o asesina. Yo aborto. Aborto al macho y que así sea que así sea.

Anaís Luâ La Serena Chile

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Diablada artística para el acoso sexual en el ANBA Aymara Durant Calla La Paz Bolivia

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

INVITACIÓN Ya no somos las mismas, saltamos de la rueda Ahora estamos arriba. Los atrapados conformistas, se quedaron abajo Enganchados en la rueda que gira hacia el abismo.

Ana Villaquiran Sandoval Valencia Venezuela

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Belleza en mi piel Freya Alba Iquique Chile

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me parieron encierro Tengo en el alma una pena oscura que nace en mi útero y sube por mi coronilla. Se eleva tanto que cada vez que miro al cielo, la recuerdo. Los rayos del tata Inti parecen dedos acusadores que abrasan mi corazón y se encienden por el suelo en todas las direcciones. Traspasan los barrotes de esta celda, de este patio enjaulado. Suben por las paredes. Las centinelas no los ven, pero yo sí. El destino me empujó un día y otro día me hundió. Ahora lo veo, pero ya es tarde. Hoy, la oscuridad de este calabozo es mi único refugio. No salgo a estirar las piernas, como las demás; ni a beber del azul alto, ni a formar libertades con las nubes. El cielo es el espejo en el que no me quiero ver. Para mí es más castigo, porque no soy yo quien lo mira, sino que él me observa a mí. Y esos ojos me calan los huesos. Parecen ver a través de mí, como la máquina que evidenció mi delito. Si hubiera de esas máquinas para traer ante los ojos lo que hay en el corazón, sabrían que a veces una está obligada a escoger entre dos sendas pedregosas. Y la elección nunca trae la felicidad que cantaban los antiguos. Pasa también que una nació para perderse o que otros te pierdan. Así me pasó a mí. Me metieron vida a la fuerza y por esa vida, me obligaron después a meterme muerte. A burrear la perdición. Tomaron posesión de mí desde que fui guagua. No esperaron a que

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

despuntara mi mujer y ya me trajeron al frente para seguir con su provecho. Yo así parí un hijo, con dolor y llanto de niña. El cordón de mi hijo se me enredó en la trenza y fuimos dos niños paridos el mismo día. ¿Qué iba yo a hacer, tan pequeña y con un niño a la espalda? Rogar a los que estuvieron antes que mandaran su guía y protección para no perderme. Pero mis antiguos no me vieron, se escondieron en huacas perdidas allá en la altura por falta de coca. Yo enfurecí, los culpé a ellos y no hice más rogativa. Así se me apunaron y no me supieron cuidar. Y por mi enojo, quizás ahora tampoco protegen a mi hijo. Con la madre-niña que fui comenzó mi hambre, que era el hambre de todas las madres de los cuatro puntos; más honda porque llenó mi boca y la del hijo que nació de mí. El hombre te preña con miseria y miseria te ofrece para acabar con ella, como el espiral que puede notarse en todas las cosas. Ahora lo veo, pero ya es tarde. En su momento ante mí fue el hambre o la libertad. Pero como la pobreza es también esclavitud, tomé el camino del encierro sin miseria y me equivoqué. Así pasa y por eso lo digo ahora, para que se escuche mi historia y sea claridad en momentos oscuros, como la piel de muchas de las que están aquí, aunque ellas lo nieguen cuando las llaman “negras”. Cuando eso pasa yo me río para mis adentros, porque su lengua es más oscura que la palabra que sale de sus labios morenos. Todas aquí somos mujeres, pero ninguna es dueña de sí misma. Mi mujer nunca fue mía. Siempre fue de otros: de mi padre, mis hermanos, del que me preñó, de mi hijo, del traficante. Dueños otros de lo que por derecho era mío. Ahora lo veo, pero ya es tarde. Ahora soy de los que me encerraron aquí. Soy de otros hombres que piensan que con sus máquinas descubren la maldad y el crimen. Hombres que vieron en mi interior los 161

hijos de todas las cocinas esas donde llevan la hoja de coca, que en la altura es vida, y la convierten en polvo de muerte. Me llamaron “pajarilla hueca” porque yo tuve que olvidar todo lo sagrado y guardar en mi útero los huevos muertos de los narcos. Para eso tienen máquinas, para saber qué hay dentro de una, pero esas no pueden mostrar lo que tuve que pasar ni qué me llevo a hacer lo que hice. Para ellos, es su papel escrito y sus leyes las que importan, como si fueran dioses llenos de oro. Nadie me preguntó, en mi lengua, por mi historia. No pude entender mi enjuiciamiento y ni siquiera pude dar palabra para defenderme, porque no comprendían el habla que yo tengo por herencia y por derecho. Ahora lo veo, pero ya es tarde. Aquí mi útero y mi cintura y mis pechos y mis trenzas les pertenecen. Ellos decidieron dejarme aquí. Soportando los rayos del sol, cortados en dos por los barrotes que se proyectan en el suelo de esta cárcel. ¡Cuántas veces me llamaron Palomita! Y ahora esa palomita está enjaulada y triste. En este lugar me llaman chola, me acusan burra, me gritan india. Nadie sabe quién soy; los sonidos de la lengua, en este sitio, son números y mi nombre es el tres mil ciento veintidós, bordado en el bolsillo del pecho. Mi chuchoca, mi yuca y mi plato lleno, aquí son arroz y papas a la mitad. Aquí mi agüita que corre es una llave que gotea un canto triste y agónico. Aquí mi monte, mi viento y mi camanchaca, son paredes grises y ladrillos quebrados. Mi sol y mi cielo son jueces y verdugos. Mi lana y mi telar son telarañas entre los camastros urdidas entre rejas y alambres. Ni siquiera puedo decir que soy la araña, sino más bien el mosquito atrapado en su red. Toda la vida me comieron por dentro y hoy solo mi cáscara está aquí. Mi mujer estará encerrada hasta que ya no sangre y no surja de mis adentros ni la vida ni la muerte. Cuando ya esté seca como la tierra 162

CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

infértil. Pero mi tortolita del corazón ya escapó y aunque vuelva a ver mi sombra entera, sin barrotes, bajo el sol; no tendré ya más mi libertad. Porque no la perdí el día que aquí me recluyeron, sino el día en que nací para otros, cuando me parieron encierro. Esa es la pena oscura que nace de mi útero. Ahora la veo, pero ya es tarde.

Kris Tela Santiago Chile

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hay primavera en el invierno De Oruga a Mariposa

Has ganado, Cuando diste tu primer grito. Cuando el mundo escuchó tu primer llanto. Has ganado, cuando diste tu primer paso, y cuando te diste cuenta que eras tú el del espejo. Has ganado, cuando tu madre te soltó la mano en tu primer día de jardín y pensabas que su abandono era inminente. Has ganado, cuando enfrentaste tu primera pelea, el primer rumor, la primera piedra. Has ganado,

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

cuando asumiste que esa piedra dolió, y sentiste que ese golpe era más fuerte que tú. Ganaste, cuando te enamoraste por primera vez, y si bien esa primera vez no sería la última, sería la primera perfecta. Ganaste, cuando miraste el computador y tus ojos se agujerearon, cual Edipo, y las palabras dolieron tanto, que quisiste borrarlas de tu lenguaje. Ganaste, cuando declaraste rebelión y justicia, cuando los que debían irse eran ellos, y no tú. Pues, sabes que, solo huye quien no puede con su conciencia y vaya que tú la tenías limpia. Ganaste, cuando volviste a enamorarte, y conociste el dolor, pero aun así tu amor no fue desechable. Ganaste, cuando perdonaste y con un solo baile pusiste llave al capítulo, por fuera. 165

Ganaste, cuando conociste la libertad y descubriste un placer tierno y dulce: el orgasmo. Ganaste, cuando esa noche sentiste que lo perdías todo sin él, pero, la vida tenía para ti nuevos tropiezos. Ganaste, cuando esos tropiezos no fueron caídas, sino levantarse, pisando más fuerte. Ganaste, cuando dijiste basta, cuando dijiste adiós a los patrones que repetías sin parar. Ganaste, cuando comenzaste a caminar con la vista en frente y la culpa se borró del mapa. Ganaste, cuando fuiste a misa y decidiste nunca más golpearte el pecho, 166

CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

porque merecías caricias. Ganaste. Has ganado. He ganado. “Entiendo que solo gané cuando algo de mí se quebró y se me esfumó entre los dedos, porque de esa nueva carencia, de ese espacio sin habitar, quedó otro para que la vida lo colmara por completo. Entonces, entiendes que en el invierno también sale el sol, y con ella tu primavera”.

Bárbara Acuña Loyer Temuco Wallmapu (Chile)

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joven dama Las medias tristes de una joven dama que rasgo a mitad de la noche, que quiso sacárselas, pero, después de meditarlo dijo que no. Las medias tristes de una joven dama que usa labial rojo, casi se le escapa un suspiro en cada beso que le dan los hombres, después de pasar moneas’ esperan ansiosos la hora de una caricia. ¡Oh! las medias tristes de una joven dama que parece anhelar en cada propaganda unas medias nuevas. Una vida nueva. Una en la que no tenga que usar medias rotas y tristes. Un día la joven dama riega sus flores y les habla, les dice que todo cambiará presagiando en aquellas palabras un futuro cercano y alegre. La joven dama que ya no necesita de un hombre para armar su vida, comienza a dedicarse a lo que ama. Camina por aquella ciudad que fue cómplice muchas veces de sus salidas nocturnas, coge su cámara y captura momentos. La joven dama sonríe, radiante... es tan pulento escapar de lo que no te gusta y hacer realmente lo que anhelas y que la luna te llene el espíritu y que tu madre tierra te apoye y proteja. La joven dama que refleja en la vitrina de una tienda a una mujer poderosa, dueña de sí misma, se sonríe, y entra.

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CUENTOS DE MUJERES PARA MUJERES

Adivinen que, se compra un par de medias, pero no para que un hombre la vea, sino para ella misma. Porque ahora se ama.

Eloisa Navarro Calbuco, Los Lagos Chile

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ayer quise hablarte Ayer quise hablarte, pero no lo hice. Quería decirte que estaba haciendo un proceso de regreso a mí, que ya habían pasado tres días de esa soledad necesaria en la que una momento tras momento va limpiando velos que te van acercando a vos misma. Desde el día uno hacia mí, el día dos hacia mí, el día tres hacia mí, el día cuatro quiero hablarte. Quiero decirte lo que reflexioné, lo que fui viendo al ir sacando esos velos oscuros que me nublaban el mirar, que tapaban la luz del amor sin condiciones para ponerme una máscara de dolor, de necesidad, de carencia, de posesión, y de control, como tejidos de araña sobre mis ojos- eso siento- y me van bloqueando la vista, cada vez menos huequitos de luz, de pureza, de núcleo, como si una se fuera alejando de lo verdadero, de lo esencial y entonces la necesidad de vos. Con los ojos llenos de barro, mi cara llena de barro, los poros sin poder sentir… llenos de barro. Ahí sumergida, haciéndote meter la pata y vos metiéndola una vez, dos veces y la tercera nos separamos, que necesario. Me agradezco profundamente ser valiente para pronunciar las palabras sobre la idea de separarnos aún sin quererlo, pero, confiando. Agradezco a las generaciones de mujeres fuertes que me dieron origen y de quienes tomo la fuerza, mujeres que pasaron por tantos dolores que tuvieron que ser fuertes para seguir viviendo, como pudieron. Mi tatarabuela (generación 5) sobrellevando la muerte de sus cuatro hijos y la de su marido apuñalado, fuerte, loca y deprimida, 170

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sobrevivió. Mi bisabuela (generación 4), siendo madre de los pocos hermanos que quedaron y soportando a una madre depresiva que terminó loca de dolor, así creció dura y fuerte, criando a mi abuela con asperezas, criando y resolviendo las necesidades externas, pero, quizás yo digo, con desnutrición interna. Mi abuela (generación 3) también tuvo que hacerse fuerte al quedar embarazada de pequeñita, al ser expulsada de su casa, se la llevaron. La metieron a ser sirvienta en una casa de ricos que esperaban que naciera su beba ya que se la quedarían ellos. Fue fuerte y eligió escapar para salvar a su hija, para que no se la quitaran, su valentía alcanzó para que la pareja de ricos no se quedase con su hija, pero, no bastó para que sus propios padres -mis bisabuelos- se la sacaran. Mi abuela perseveró, pasados unos años volvió casada a buscarla, a reclamarla, pues ahora tenía un “esposo” como le exigía la sociedad, “Esposas”, “casar” ¡Como para sentirse libre en esos términos! Mi madre (generación 2) sobrellevando la muerte, eligiendo un hombre que la poseía, que la celaba, que la golpeaba con palabras y alguna vez con las manos también. Un hombre que cuando ella quiso dejarlo, él enfermó, ella – mujer fuerte- eligió quedarse a su lado y cuidarlo hasta su muerte. Mujer fuerte la que queda con 36 años con 3 hijas en las Tierras del Viento. Guerrero: Yo no sé porque es esto lo que me sale contarte desde el momento en que me separé de vos, en que decidí que “lo mejor era separarnos un tiempo y ver que sucedía”, con lo que vos también estuviste de acuerdo. Yo me fui reflexionando, y ahí comenzaron a caer las máscaras que podía ir viendo sobre la tierra a medida que caminaba. Necesitaba que supieras sobre las mujeres fuertes que me anteceden. Yo no sé porque es que te lo cuento, quizás solo necesito que sigas sabiendo 171

quien soy y esto es con lo que vino mi ser. Sabes Guerrero, hay experiencias que necesito contarte para que comprendas, y en realidad es que yo al decírtelas me quiero comprender a mí misma, porque aún no logro entenderme, pero, intuyo que tienen relación con los “enrosques de mierda” con los que me espejé en vos, porque es verdad que podrían ser míos. El sexo, que tema enturbiado en mi vida, tiene facetas oscuras, dolorosas, temerosas y otras que me avergüenzan de mi infancia con el sexo. Masturbarme me avergonzaba ENORMEMENTE, era algo terrible, pero, lo seguía haciendo hasta que a mis 16 años me enteré que no era la única “sucia” que se masturbaba, que no era sólo cosas de nenes sino también de niñas. Sí, me excitaba con imágenes, con fantasías, con sueños, pero, me avergonzaban de una manera sufriente, era lo último en mi vida de lo que podía hablar, jamás en la vida podría habérselo contado a alguien era una cosa inadmisible para mí, hasta que empecé a escuchar a mis amigas y otra vez suspiré aliviada. Los castigos morales de la sociedad que se me habían metido dentro por haber sentido e imaginado placeres sensuales y sexuales. Aun me quedan resabios de vergüenza que continúan desarmándose, de esas piedras duras de represión de sentir placer de mi cuerpo, traumatizada quedé por juegos con niños y niñas de pequeña, en donde nos toqueteábamos, nos besábamos, nos mojábamos sintiendo placeres, pero, luego estando sola o al terminar me autocastigaba por eso y comenzaba poco a poco a endurecerse y transformarse en un tabú, en algo que metía dentro de un pozo profundo profundo profundo para que nadie nunca viera ni supiera, y POR FAVOR que ninguno de mis amiguetes lo recuerden y no lo hablaran estando yo presente porque me sentía estar corriendo un riesgo que me atormentaba la vida. 172

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Quizás algo de esta niñez se haya estructurado así por vivencias aún más viejas, por imágenes que tenía en mi cabeza siempre como si hubiesen sido un sueño, hasta que ya de adulta en terapia descubrí que había sido realidad. Dentro de un baño, con puerta de hierro, un pozo en el suelo, alrededor cemento mojado por el agua que chorreaba de la mochila de la cadena que funcionaba mal, era húmedo, oscuro, iluminado por la poca luz que entraba por arriba y otro poco por debajo de la puerta oxidada. Un hombre me llevó ahí, yo hice pis, no había papel higiénico y el me secaba con su pene frotándolo por adentro de mi vagina, era pequeñita. Su pene era grande y creo que tibio, a mí no me desagradaba, pero, no entendía porque me estaba haciendo eso, porque me estaba secando con su pene, nunca me habían hecho eso, ni mi mamá ni mi papá. Algo era raro, yo entendía que algo era raro, pero no entendía qué, y él no me trataba mal, me secaba mi vagina pequeña con su pene grande, frotándome. Esa imagen estuvo años en mi cabeza, he sentido culpa por tener esa imagen, cómo siendo tan pequeña podía imaginarme esas tremendas cosas con un señor grande, cómo podía soñar cosas así, ser tan sucia, pensar tanto en sexo. Hasta que un buen día, encaré a mi madre contándole este sueño y ella me confesó que un hombre del lugar en donde vivíamos cuando yo apenas tenía dos añitos, había abusado sexualmente de mí. Hoy lo relato porque me alivia sentir que así lo denuncio. Si, lo hago letras, palabras, texto, pues soy generación 1. Enero 2017. Lilen Nieva Newken Gulumapu (Argentina)

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ayer quise hablarte T.R.E.N.Z.A Santiago Chile

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un momento perfecto Un momento perfecto: Ese, el que no te esperas, ese momento que te sorprende con la guardia abajo y el corazón abierto. Un momento perfecto: Cuando estás viviendo y en un cruce de miradas, cuestionas tu existencia. Un momento perfecto: Ese que dura una estrella fugaz, pero, una eternidad la huella que ha dejado. Cuando despiertas, luego de muchas mañanas y la que te prepara el café eres tú. Un momento perfecto: Cuando no hay prisa y te sientas en un bar sabiendo que tocan tu canción favorita.

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Un momento perfecto: ¿Qué es un momento perfecto? ¿Un instante? ¿Una mirada? ¿Una persona? ¿Una canción? Lindo, ¿no? ¿Real? Por qué no. Hemos olvidado que la idealización no existe, y por eso es que decidimos confiar. Hemos olvidado que seguramente ese corazón está roto. Que esas miradas necesitan de su propia existencia. Que esa huella tardará, pero se marchará. Que te levantarás, y el café estará frío. Que escucharás tu canción, esa que solo te remonta al dolor Y que, así como la vida, cada proceso tiene su tiempo-espacio. Y finalmente, Cuando comprendas que has transitado todo ese camino, sabrás que ese, y únicamente ese: Será un momento perfecto. 177

Para el arribo de Ese instante Esa mirada Esa persona Esa canción

Bárbara Acuña Loyer Temuco Wallmapu (Chile)

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Flores Paso el dedo por la página y miro mis dibujos, no sabes cómo me gustaría estar en alguna playa con arena blanca. Miro a mi hija sentada en la banca, parece no escucharme y el aire que entra por la ventana le vuela un poquito el pelo, son esos detalles lo que me gustan de estar acompañada, cuando estoy sola es imposible fijarme en los detalles de mi rostro. Mi compañero de vida se llamaba Itan, me acompaño varios años, lo amaba muchísimo, con el tuve a mi hija -acá sentada- le pusimos Alba por el amanecer, me gustaba mucho estar y vivir con él. Viajamos alrededor del mundo siendo aún muy jóvenes, recorrimos lugares hermosos y conocimos mucha gente agradable. Él siempre tuvo algo especial que lo diferenciaba de todos -será su forma de ser y su aire- soportó muchas de mis crisis, el llanto, el enojo, la frustración y las ganas de no vivir que me atemorizaban de vez en cuando, me veía medicarme todas las noches y me decía que debía tomarlas cuando no me acordaba, varias veces me acompaño a mis citas con el psiquiatra, siendo solo pololos, sobra decir que me siento aún afortunada de haberlo tenido conmigo y de amarlo. Alba no heredo ningún trastorno, desde pequeña me fije muy bien que ocurría con ella, con su mente, con su espíritu. Le enseñamos a leer, tenía muchas pinturas para ella sola, y le mostrábamos

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películas y música -creció contenta- es una persona amable, callada, pero que entrega mucho amor, aún es joven solo tiene 20 años. Yo ya estoy un poco vieja, tengo más gatos que antes, fui profesora de niños pequeños, y estudie literatura clásica, siempre me gusto la ilustración y sigo haciendo dibujos, Itan se separo de mi cuando Alba ya era grande, a ella no le afectó, yo respete lo que él quiso, yo se que aun me ama, pero, necesita un tiempo. Cuando Alba se va por las tardes los domingos me quedo sola, en mitad de semana me pongo a llorar, siento que no puedo parar, entonces puedo palpar el tiempo y lo frágil que es, los ojos se me cansan y el pecho se me acelera tanto, me lleno las manos de pastillas, y me las echo a la boca. Transcurre, corre, vuelan los minutos, siento como pasan miles de cosas en mi organismo y veo toda la colección de dibujos que hice a lo largo de mi vida, siento la calma, la paz, el amor que siento por mi hija, por Itan, por mis flores, mis gatos, unos llegan a mi lado y maúllan. Entonces la vida que es misteriosa y que planea todo sin que uno se dé cuenta, abren la puerta, alguien entra por la puerta, dice mi nombre, parece adivinar lo que sucede, llega al baño, noto primero sus lágrimas que saltan a mi cara, Itan coge su celular y llama la ambulancia.

Eloisa Navarro Calbuco, Los Lagos Chile

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Cortina Nupcial Cada vez que Inés lo recordaba, no podía evitar sentir un poco de pena por ella misma. La culpa de todo, creía, la tenía su maestra de la escuela primaria por haberle leído tantos cuentos que terminaban en casamiento. Esas tramas tan inocentes e infantiles iban tallando y moldeando, sin proponérselo, su pensamiento de niña. Como la de Blanca Nieves, quien tenía que convivir con siete hombres inofensivos que, mientras ella limpiaba la casa, tarea que le correspondía por su condición de mujer y que la hacía muy feliz, ellos trabajaban en una mina. Hasta que la bella joven (obvio que tenía que ser bella) comió una manzana envenenada y -¡oh, no podía ser de otra manera!-, fue salvada por un príncipe que, apenas la vio, quedó a-no-na-da-do con su belleza. También la tenemos a Cenicienta, otra fregona más, que debió soportar a su madrastra y hermanastras, hasta que un príncipe le probó un diminuto zapato de cristal, que justo había perdido y… se casan y bailan y, como no podía ser de otra manera, fueron felices para siempre. La bella durmiente, otro ejemplo de cuento feliz, no limpiaba, pero dormía porque un hada malvada la maldijo para que el día de su cumpleaños se pinchara un dedo y quedase dormida. No le hizo

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falta amitriptilina 25mg, solo se durmió. Pero un príncipe no pudo resistirse a su belleza, la besó y así quedó roto el hechizo y adivinen… se casaron. En ninguno de los casos los príncipes se niegan a su misión diciendo que la chica en cuestión no es de su agrado. La protagonista es bella y no calza cuarenta, jamás rehúsa ser sirvienta de los demás. Ellos tampoco le hacen preguntas: ¿estado civil?, ¿hijos?, ¿alquilas o eres propietaria?, ¿trabajas o te mantienen tus padres?; solo la besan y ya saben que su destino es vivir felices y comer perdices. Con sus 32 años Inés sabía que no debió creerse la historia del príncipe y el casamiento, pero sin querer acunó ese sueño. Varias veces sonreía, imaginando cómo sería ese momento mágico cuando se casara y fueran a comer perdices. Pobres perdices ¿qué culpa tienen?, pensaba, porque no era cuestión de que, por la alegría de uno, se anden matando bichos inocentes. Es verdad que sus pies no eran diminutos, por el contrario, eran anchos de tanto andar descalza, y tampoco era una belleza durmiendo porque sus hijas le decían que dormía con la boca abierta y que roncaba. Ahora apostaba a una nueva relación y lo más importante era que su marido de hecho, pero sin papeles, le había dicho: -Nos tenemos que casar, así cuando nazca mi hijo tenemos libreta para anotarlo. Mi hijo va a nacer como dios manda. - ¿Cuándo? -pregunto Inés mientras un montón de ilusiones florecían en su interior. -Lo antes posible; tiene que ser en dos meses más o menos. Voy a ir a averiguar qué se necesita-dijo él sin asomo de ninguna emoción. Hoy recuerda todo lo que cruzó por su cabeza en ese momento y quisiera darse un punta pie en el trasero. “¿Qué me voy a poner? ¿Cómo será la torta? ¿El dirá un discurso emocionante y expresará 182

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la alegría que le provoca unirse en matrimonio con esta mujer tan buena y esforzada? Y yo, ¿qué diré de este hombre que me dio hogar, que me dirige todo el tiempo para que nuestra casa funcione -porque la verdad yo soy medio burra del todo-, y que por las noches demuestra que es humano y emite sonidos con algún grado de emoción?” Inés quería ser una princesa de cuento para su casamiento, claro que sabía que no se podía vestir de blanco porque eso quedaba reservado para las puras, pero el celeste o el lila claro quedaría muy bien sobre su piel morena. Flores naturales, muchas flores naturales quería en su casamiento, aunque fuera sencillo y con pocos invitados. Ella no trabajaba “de verdad” así que no ganaba dinero. Lo había pensado, pero, ¿quién se encargaría de lavar la ropa en esa pileta, tener las camisas de su esposo sin manchas y planchadas, cocinar, lavar la cocina, limpiar, hacer las compras buscando precios, volver a cocinar y hacer de cuenta que limpia cuando su marido llega de trabajar para que no vaya a pensar que es una holgazana y la encuentre sentada? No puede quejarse, comida y techo no le faltan. Teniendo en cuenta todo esto Inés encontró una solución, ya que no estaba dispuesta a sacrificar su vestido de princesa: no muy largo, ni muy corto, no muy amplio ni muy ajustado, no muy escotado, pero con un escote de gente decente. En su pueblo vivía Olga, una mujer amable y comprensiva que vendía cortes de tela económicos. Con algunos ahorros y mediante esquelas que mandaba con al pueblo, había obtenido al fin una tela más o menos acorde a lo solicitado: de color lila, con caída, suave y apenas un brillo. Inés la había olido, acariciado y dejado sobre la cama. Casi veía su vestido ¡Qué lindo iba a quedar! 183

Mañana, pensó, se lo llevo a la vecina para que me lo haga con tiempo, tengo que comer menos pan así me va a quedar mejor. Estaba feliz y soñaba, no se daba cuenta lo cansada que estaba. Se sentía poderosa. En la noche que su marido había llegado a casa, como siempre, le dio un beso en la mejilla y le hizo las preguntas de rutina; pero algo no estaba bien. Inés pudo divisar en el fondo de su mirada algo que la hizo inquietar. Esperó, todo tranquilo; esperó, todo normal; esperó… su olfato no le falló. -Mira que estuve pensando y no nos vamos a casar porque hoy en día los gurises con mi apellido quedan bien presentados. -Bueno…, si ya lo decidiste-dijo Inés esforzándose para sonar natural. -No te habrás estado ilusionando, deja esas pavadas para la gurisada que le viene bien cualquier cosa. -No, que me voy a ilusionar -dijo ella- ¿Quieres más comida? Inés era fuerte, ahora mucho más, ni una lágrima, nada de nada. Cuando pudo ir a su cuarto tocó, olió, sintió la tela por última vez y la guardó. Guardó también allí, en esa caja de zapatos, la ilusión tonta de ser una princesa de cuento. –Las ocurrencias mías- pensaba. Buscó un lápiz y escribió una esquela: “Mamá: ¿Cómo anda? ¿Sigue trabajando en la quinta? En cualquier momento voy a ir. Extraño sus mates dulces con cáscara de naranja y cedrón; yo lo preparo igual pero no es lo mismo. Acá le mando un regalo para su casita. Es para que se haga unas lindas cortinas. El color queda bien con las paredes, es una tela suave, con un poquito de brillo y buena caída. 184

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Saludo de sus nietas, un beso Inés.” Colocó una cinta adhesiva alrededor de la tapa y con fibra escribió la dirección de la casa de su madre. Unos meses más tarde llegaba cargada con varios bolsos a esa casa. La casita verde lucía espléndida con cortinas lilas. Desde que dobló en la esquina el viento se encargó de mostrárselas como para que se acostumbrara a verlas de a poco. Se alegró de estar allí, de tener un nuevo comienzo y nuevamente se sintió feliz y esperanzada. Esta vez como mujer real, no mujer de cuentos.

María Caballos Guichón Departamento de Paysandú Uruguay

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Nadie es ilegal Miaza Santiago Chile

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Agradecimientos El trabajo de edición gramatical y ortográfica fue colectiva . Esto fue posible gracias a la voluntad y apañe de distintas mujeres de diversos territorios que dieron su tiempo para ser parte de este proceso. Imposible no agradecerles de corazón a: Carolina Ahumada (Chile) Jessica Álvarez (México) Bárbara Mardónez (Chile) María Jose (Perú) Sara Gálvez (Chile) Maria Villacran (Venezuela) Magdalena Chincahual (Chile) Javiera Paz Araya (Chile) Susana Ascenso (Chile) 189