Cuatro Gigantes Del Alma

CUATR O GIGANTE S DEL A LM A SERIE SEPA USTED Asimov, I. — D e los núm ero s y su historia Bacq, R. — La energía sola

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CUATR O GIGANTE S DEL A LM A

SERIE SEPA USTED Asimov, I. — D e los núm ero s y su historia Bacq, R. — La energía sola r y las bom ba s de calor Béguery, M. — La explotació n de los océanos Bourde, C h. — La s enferm edade s circulatoria s Escardó, F. — A natom ía d e la fam ilia Escardó, F. — Sexología de la fam ilia Firpo, N. — Diccionario del am or Greppi, C. — Hacia un m und o m ejo r Guéron, J. — La energía nuclea r Judd , S. H. — La dieta d e California Laborde, S. — El cáncer Lequin, Y. - M aillard, J . — Europa occidenta l en el siglo XX Maillard, J. - Lequin, Y. — El nuevo m und o del Extrem o O riente M atras, J. J. — El sonid o Mira y López, E. — C uatro gigante s del alm a Ribas, A. P. — El rol del em presari o en la socieda d Rousseau, P. — La luz Termier, H. - Term ier, G. — Los anim ale s prehistórico s

E M ILIO M IR A Y LÓPE Z

CUATRO GIGANTES DEL ALM A El miedo • La ira El amor - El deber

DECIMOCUART A EDICIÓN

E d ic io n e s L id iu n B U E N O S A IR E S

A

GUISA

DE

ENFO

QUE

Nunca como ahora, que se está gestando el cauce social del nuevo hombre, se ha hecho tan necesaria la investigación científica —objetiva y sistemática— de la naturaleza humana. Nunca como ahora, también, ha sido tan conveniente que los datos alcanzados por la ciencia se pongan al servicio y beneficio del mayor número posible de personas, para contribuir al alivio de sus pesares. Asi como hay enfermedades hay sufrimientos evitables con sólo observar algunas sencillas normas de conducta. Pero éstas no pueden ser impuestas a nadie, sino que han de ser creadas y adoptadas por cada cual voluntaria y satisfactoriamente, en la medida en que se desgajen de su criterio de acción, de un modo tan sencillo y natural como un fruto maduro se desprende del árbol en que se engendró. De aquí la conveniencia —y casi diríamos la imperativa urgencia— de ilustrar en los fundamentos del autoconocimiento a la mayor cantidad posible de adultos. Éstos alcanzan, espontáneamente o por estudio, una visión aceptable del mundo en que viven, pero ignoran casi todo cuanto hace'referencia a su propio universo personal, del cual aquél no pasa de ser, en definitiva, más que una parte extrapolada. Dos grandes obstáculos, empero, dificultan este autoconocimiento que Sócrates ya reclamaba, como principio de toda actuación: el primero de ellos consiste en que la propia inmediatez dificulta enormemente todo intento introspectivo (del propio modo como cuanto más acercamos un objeto a nuestra vista peor lo vemos); el segundo deriva de los cambios constantes de nuestro tono vital —reflejados en nuestro humor y en nuestra autoconfianza— que nos llevan a teñir siempre el autojuicio estimativo, dándole un exagerado color de rosa o un injustificado tono de oscuro pesimismo. En efecto, el hombre pasa, casi sin término medio, de considerarse el "rey de la creación" a creerse "simple barro"; unas veces se

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autojuzga como espíritu "cercano a Dios" y otras como una "máquina de reflejos". Hasta hace apenas medio siglo, la psicología aparecía dividida —al igual que la filosofía— en dos campos ideológicos irreconciliables: en uno se hallaban quienes creían que la esencia y sustancia del hombre es un principio sutil, inextenso y eterno, llamado "alma"; en otro militaban quienes opinaban que desde el más profundo de los idiotas hasta el más excelso de los genios, no pasan de ser acúmulos de materia que toman la forma de "cuerpo humano". Éste, en una de sus partes —el cerebro— engendraría la conciencia, de un modo tan directo y natural como el riñon segrega la orina. Esas dos actitudes (idealista y materialista) más o menos suavizadas y disimuladas constituían la base de los sistemas psicológicos imperantes. Afortunadamente, hoy se ha superado la "impasse" y comienza a surgir la síntesis dialéctica, impulsora de nuestra ciencia: el se/r humano es, sí, un acumulo de sustancia viva, una inmensa colonia celular —si se quiere— pero en él se observan, además de las actividades propias de la vida "elemental" de cada una de sus micropartes, otras —globales, individuales, inter y supracelulares o personales— que le imprimen un peculiar modo de vivir y comportarse, asegurando no solamente su persistencia en el espacio y en el tiempo, sino su expansión y trascendencia en otro plano, más reciente: el plano superpersonal o social. Objeto de estudio de la moderna psicología son, precisamente, esas actividades integrales del organismo humano vivo, productos de una complejísima interacción de estímulos y necesidades (excitantes e incitantes) del ambiente y del llamado medio interno. Según cuál sea la calidad lograda de esa perpetua y oscilante síntesis vital del hombre se nos presentará como ángel o demonio, como mero proyectil impulsado por las ciegas y mecánicas fuerzas de instintos ancestrales o como unidad su i generijs —jamás lograda ni repetida hasta entonces— que brilla con luz propia, inconfundible, en el reino de los valores, inconmensurablemente alejada de los planos en que se entroncan y agitan las fuerzas fisiconaturales. Pero, a pesar de sus diferencias de aspecto y rendimiento, el hombre tiene un cierto número de características que lo definen y delimitan como especie, inconfundible con las demás del reino animal. Estudiarlas y comprenderlas es el afán primordial de los actuales cultores de la caracterología, la tipología, la antropología y

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la personalogia. Todos ellos parten del concepto dinám icoevolutiv o y propenden a relacionar entre si ¡as im ágenes obtenidas desde los diversos planos de enfoque (actitud pluralista ) tales com o: la apariencia (mórfica) corporal y el tem peram ento; ésta y la fórm ula hormonal; dichos tres factores y el carácter; éste y la educación; ésta y el ambiente económicosocial, etcétera. T ales interrelaciones se llevan a cabo con 'la esperanza de llegar a constituir una visió n d el h o m b r e e n su total devenir, pues la psicología actual aun sien do por definición integral, unitaria y global, aspira tam bién a ser infinal, o sea, a no trazarse límites estrictos en su cam po de investigaciones. De aquí que partiendo del análisis del m ás sencillo acto personal —morderse una uña por ejemplo— llegue, a veces, con facilidad a tener que interesarse por el estudio de las peculiaridades culturales de una época humana. Precisamente por esa extensión y profundización de sus temas, nuestra ciencia es hoy, paradójicamente, más abstracta y m ás concreta que hace un siglo: si, de una parte, estudia con mayor detalle a Juan López, de otra, en cambio, lo disuelve o desvanece en un inmenso océano de heterogéneas fuerzas (físicas, químicas, biológicas, sociales) en el que apenas si queda su corporeidad como simple punto de referencia. De aquí la conveniencia de acudir, periódicamente, a los artificios "plásticos" —dinámicorrepresentati vos— para facilitar la mejor comprensión de los actuales postulados psicopersonales. Y es por ello que, sin perder excesivamente el tono austero que conviene a toda descripción científica, nos creemos autorizados a presentar al público interesado en conocer sus tuétanos mentales, una visión de los mismos que dista sumamente, claro está, de lo real, pero que, no obstante, es singularmente h o m o lo g a de la que hoy aceptan como verdadera los psicólogos profesionales. Cualquiera que sea la escuela a que éstos pertenezcan, la vida personal es concebida como una intermitente serie de expansiones y retracciones (pulsiones y pasiones) condicionadas por la interacción de las energías contenidas en el potencial hereditario (plasma germinal) desarrolladas por el aporte nutritivo (citotipico) y modificadas por la estimulación constante del ambiente (inducciones, o mejor in d u c a c io n e s y educciones o e d u c a c io n e s que pueden resultar, a su vez, de puros actos mecánicos o de influjos ideoafectivos).

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El hombre en estado primitivo o "salvaje", el "homo natura", es principalmente movido por los ingentes impulsos de preservación y de expansión en su ser, que constituyen los complejos dispositivos defensivo-ofensivos y procreadores vulgarmente conocidos bajo el calificativo de "instintos de conservación y de reproducción". Éstos se acusan a cada momento en nosotros, primero en forma de leves "deseos", luego de claras "ganas" y más tarde, si no son a tiempo satisfechos, de imperiosas e impulsivas "necesidades" de huida, de ataque o de posesión. Los estudios experimentales del conductismo y de la psicología pre y neonatal han demostrado que existen notables diferencias individuales en el modo y la intensidad con que el ser humano muestra tales pautas reaccionóles, cuando son excitadas por diversas situaciones experimentales. De aquí que no sea justo considerarlas como meros mecanismos reflejos, aun cuando es evidente que se expresan a través de multitud de automatismos a los que cuadra ese calificativo. Por ello es preferible elegir una palabra que englobe los aspectos neurológicos y psíquicos, heredados y adquiridos, estables y mudables, colectivos e individuales de dichas reacciones; y esa palabra la hallamos en el término EMOCIÓN. Pues bien: tres son las emociones primarias en las que se inscribe toda la gama de reflejos y deflejos de huida, agresión y fusión posesiva. Sus nombres más comunes son: EL MIEDO, LA IRA y el afecto o AMOR. La energía que ellas son capaces de movilizar y vehicular es tan inmensa que cuanto el hombre ha hecho de bueno y de malo sobre la Tierra se debe, fundamentalmente, cargar en su cuenta. Pero, desde hace ya muchos siglos, los seres humanos no viven aislada y anárquicamente sobre la corteza del planeta, sino que constituyen grupos y, por ello, cada individuo requiere —de buen grado o por fuerza— la categoría de "homo socialis". Y aquí entra en juego otra inmensa fuerza, predominantemente represiva de las anteriores, que es vulgarmente conocida con los nombres de ley, obligación, costumbre, norma, tradición, etc., no solamente contenida en códigos y mandamientos más o menos sagrados, sino almacenada en determinadas "autoridades", que usan su poder para cuidar que sea introducida equitativamente en cada cerebro, apenas éste es capaz^ de recibirla. A esa cuarta fuerza vamos a denominarla, globalmente, DEBER.

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Ciertamente, no es posible considerar a esta nueva faz en el mismo plano que las anteriores; no es, en primer lugar, congénita ni tampoco cabe incluirla en el calificativo genérico de las emociones. Pero, como veremos en el momento oportuno, es capaz, muchas veces, de conmocionar al hombre y de hacerle, en ocasiones, resistir el embate de cualquiera de ellas o, inclusive, de todas juntas. Al igual que el miedo, la ira o el amor, el DEBER, cuando no es satisfecho puede no solamente morder sino remorder en las entrañas anímicas y conducir a los máximos sufrimientos y al suicidio. Puede, pues, parangonarse sin menoscabo con los tres gigantes "naturales" este gigante "social" que, en cierto modo, deriva de ellos y contiene algo de cada uno en su singular textura. No es exagerado emplear la voz "gigante" para designar estos cuatro núcleos energéticos que, a modo de los cuatro puntos cardinales, orientan, propulsan y a la vez limitan el universo mental, individual y especifico, del hombre. Nuestra vida personal, en efecto, discurre a menudo por los cauces de la mera "noesis" del mero "contemplar", "divagar", "saber" o "razonar", neutro, frío y objetivo. Mas cuando ello sucede es porque en nada interfiere lo contemplado, divagado, sabido o razonado con el ámbito de nuestros propios intereses vitales. Tan pronto como los roza —y mucho más si penetra directamente en su zona— sentimos la punzada vivencial del sentimiento o la emoción: nuestra vida se anima y colorea en la medida en que se tiñe, entonces, de la paralizante angustia miedosa, de la impulsiva furia colérica, del arrebatador éxtasis amoroso o del implacable "imperativo categórico" del deber. Desde ese momento el "Yo" se siente invadido y tironeado por los dedos, garras y tentáculos de sus gigantes y asiste, casi siempre, como mero espectador doliente a su terrible lucha, para luego obedecer, cual sumiso esclavo, al que resulte vencedor, aun cuando sea por un breve espacio de tiempo. La tan cacareada y pomposa "razón" —que tan brillantemente se exhibe cuando el individuo se halla "fuera" de la zona en donde actúan aquéllos— es ahora igualmente zarandeada y peloteada de uno a otro, con la misma aparente sencillez con que una ola de tempestad altera el rumbo de una barca, el viento huracanado juega con las hojas o un terremoto desquicia una casa. Por ello no cabe considerarla, hasta ahora, más que como una enana; eso sí, muy avispada y marisabidilla, que es capaz, a veces, de aprovechar

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el sueño de sus tiranos para mostrarse en toda su belleza o, incluso, de cabalgar a su lado, cuando éstos van al paso y no están muy desvelados. En las siguientes páginas vamos a estudiar EL MIEDO, LA IRA, EL AMOR Y EL DEBER, los 4 gigantes del alma, siguiendo el orden de su enumeración, que corresponde, en nuestra opinión, al de su creación, tanto en la historia del mundo animal como en la evolución del ser humano. Después, iniciaremos al lector en algunos secretos de su estrategia bélica y describiremos algunas de sus más frecuentes batallas; con esto pretendemos hacer algo más que entretenerlo: deseamos ayudarle a liberarse, siquiera sea parcial y efímeramente, de las consecuencias más angustiosas de su yugo. No vamos a realizar alardes de seudoerudición ni a seguir normas sistemáticas; usaremos de nuestra propia psicología didáctica, para hacer atractiva la composición, sin falsear su fondo conceptual... En cada caso nos remontaremos hasta el origen mismo de su ser y lo seguiremos en las diversas fases evolutivas, señalando sus diversas máscaras y sus múltiples mañas. Ahora, lector amigo, dobla la hoja y empieza a enfrentarte con el más viejo de nuestros gigantes y quizás el peor comprendido, hasta hace poco.

CAPÍTUL O PRIMERO

EL

MIEDO

Sus orígenes en la escala biológica. Dedúcese de los sagrados textos que D ios introdujo el temor desde los albores de la vida (Génesis 9, 2: Y vuestro temor y vuestro pavor será sobre todo anim al de la tierra y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se moverá en la tierra y en todos los peces del mar. Levítico p. 26, 16: Yo tam bién haré con vosotros esto: en viaré sobre vosotros terror, extenuación y calentura que consuman los ojos y atormenten el a l m a . . . Isaías 8, 13: A Jehová de los ejércitos, a él santificad: sea él vuestro temor y él sea vuestro m iedo) . En esto coinciden el punto de vista religioso y el científico, pues, para el biólogo actual, el m iedo —heraldo de la muerte— no es, ni más ni m enos, qu e la em oción con que se acusan, en los niveles superiores del reino anim al, los fenómenos de parálisis o detención del curso vital tque se observan hasta en los más sencillos seres vivos unicelulares, cuando se ven som etidos a bruscos o desproporcionados cambios en sus condiciones ambientales de existencia. Hagamos u n esfuerzo im aginativo y tratemos d e representarnos los orígenes de la vida en nuestro planeta: siguiendo las ideas de H eckel podem os suponer q u e los primeros seres vivos del reino vegetal aparecieron en el fondo de los mares, en donde las variaciones del am biente son, relativam ente, suaves y lentas, de suerte qu e es más fácil la conservación de cualquier ritm o m etabólico; es casi com o, en u n m om ento dado, por agrupación especial de complejas m oléculas de carbono, se crearon los anillos propios de la serie orgánica de la quím ica y surgieron las primeras núcelas protoplásmi-

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cas, posiblem ent e aún n o estructurada s en form a específicam ent e estable, n i m uch o m enos en form a individualizabl e m acroscópicam en te. Pues bien : ya desde entonces, en ese prim itiv o protoplasm a, cabe suponer q u e sus núcelas, al recibir el im pacto de las nuevas o bruscas m odificacione s del am bient e físicoquím ic o (alteracione s de tensión osm ótica , de carga eléctrica, etc.) , revelan una m odificació n de su ritm o m etabólico , el cual se ve m om entáne a —o definitivamente — com prom etid o cuand o el desnivel entre la capacida d alterante del exterio r y resistente de su interio r se inclin a a favor del prim ero (excitante o estím u lo ) . Y entonces pued e sobrevenir en ella s u n proceso de precipitació n coloidal, m ás o m enos extenso , o sea, un a fase de "gelificación" q u e según sea reversible o irreversible (en funció n d e la capacidad de recuperación vital) determ inar á u n estado de prim itiv o "shock" coloida l o d e "muerte" protoplásm ica. La dism inució n o detenció n de los fenóm enos vitales, directam ente producida por potenciale s de acción qu e com prom eten el inestable equilibri o entre tod o agregad o o masa de m ateria viva es, pues, u n hech o d e tip o físicoquím ico , consustancia l d e su propia natura leza. C uand o u n a prim itiv a red circulatoria — aun antes de la existencia de tejid o nervioso— perm ite la difusió n de la alteración producid a en el lugar de incidencia de los excitante s o estím ulo s nociceptivo s se observará , sin duda , u n a tendencia a la globalización d e la aparente reacción d e la masa viva; de tal suerte ésta em pieza a adquirir una fisonom ía d e individualidad, casi siempre coetánea con un a cierta tendencia a la persistencia de sus lím ites m orfológicos. Pues bien : desde ese m om ent o pued e afirmarse que existe la raíz biológic a prim itiva del fenóm en o em ociona l del m iedo . ¿Qué falta para qu e tal raíz produzca , propiam ente , la planta m iedosa? : la existencia de u n sistem a nervioso, capaz de condicio nar esa reacció n sin necesidad de la actuació n directa de los factores absolutos qu e hasta ahora la determ inaban . T a n pronto com o u n organism o anticipa u n efecto, o sea, tan pronto com o establece el reflejo condicionad o correspondiente, bastará la presencia —más o m eno s lejana— de u n estím ulo asociativam ente ligad o a la acción dañina , para que se observ e en el ser el m ism o cuadro de dism inu ción o detenció n de sus m ás aparentes m anifestaciones vitales. D e esta manera nace ya, com pletam ent e constituido , nuestro primer gigante, a lo largo de la m ilenaria caden a secular de la evolució n biológica . Por ello , si en cualquier protozo o podem o s sorprender la

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inactivación (cesación de actividades) en respuesta al im pacto del excitante nociceptivo , en u n vertebrado ya som os capaces de n o ta r esa m ism a inactivació n en previsión del posible o probable d añ o . Y eso —se revele o n o en form a subjetiva— es propiam ente el m iedo. Sus orígenes en la vid a individual humana. U n feto ele 3 m eses es, ya, capaz de responder a estím ulos eléctricos, m ecánicos y térm icos, de intensidad algógena (provocadora de dolo r en el neonato ) m ediante u n a brusca contracción , seguida de la paralizació n de sus m ovim iento s d u ran te u n períod o de varios segundos o de varios m inutos, según los casos. Esta detención del curso vital n o parece, em pero , tener aú n carácter profiláctico, sino q u e, con toda probabilidad , resulta de u n a inhibición refleja, directam ente provocad a p o r la llegada, a los centros nerviosos, de la onda d e excitació n an o rm al, puesta en m arch a en el sitio de aplicació n de los estím ulos alterantes (golpe, descarga eléctrica, e tc .). L o q u e interesa, n o obstante, es señalar que tan pronto com o em pieza el organism o h u m an o , en su desarrollo in trau terin o , a m ostra r señales di: u n a conducta integral o individualizada , éstas son — precisamente— las q u e corresponden a la fisonom ía m iedosa, es decir, in h ib ito ria . B ien poco se sabe aú n acerca de la naturaleza ín tim a de este proceso in h ib ito rio : parece q u e d u ra n te él se eleva extraordinariam ente la resistencia al paso de las corrientes celulífugas a través de las conexiones en tre el axón (cilindro-eje o prolongación efectora de las células nerviosas) y las dendritas (prolongacio nes receptoras de las neuronas vecinas). L a "articu lació n " en tre cada dos células nerviosas n o h a de ser concebida en form a de charnela m ecánica sino de u n a especial barrera quím ica o, m ejor, electroquím ica, q u e se denom ina "sinapsis" y en determ inada s ocasiones se torna intraspasable para determ inadas cargas o trenes de ondas néuricas. E ntonces surge u n verdadero "b lo q u eo " y paralizació n de las corrientes nerviosas (sem ejante a la paralizació n del tránsito en un a red ferroviaria si dejan d e funcionar las casillas de los guardagujas) desintegrándose el tráfico vital de los im pulsos reaccionales y desapareciend o ted a m anifestación de conducta individual planificada. D esde el punte» de vista bioquím ico se afirm a que en tales m om ento s las células nerviosas están en "fase refractaria" , y n o tienen lugar

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en su in terio r desprendim iento s energéticos, sino sim ples m icrocam bios anabólicos. Sea de ello lo q u e q u iera , tam bién en el ser hum an o se cum ple el hecho de q u e las prim eras m anifestaciones de su vid a individual llevan aparejad a esta reacción prem ortal, q u e revela la existencia en él d e nuestro p rim e r gigante, aú n antes de q u e sea presum ible pen sar en q u e posea conciencia de su existir. Presencia del miedo en el neonato. Esa reacción espa& m ódicoinhibitoria q u e acabam os de señalar ya en el feto, se revela d e m odo m ucho m ás evidente en el hom bre recién nacido. Efectivam ente, si tom am os u n neonato entre nuestras m anos, lo suspendem os en el aire y lo dejam os caer u n p a r de palm os, recogiéndolo nuevam ente en ellas, podrem os observar n o solam ente la m ism a brusca y general contracció n de su m usculatura — que le hace retom ar su cu rv atu ra y flexión fetal— , sino q u e los fenóm enos de parálisis o dism inució n de las m anifestaciones vitales subsiguientes se h ará n m ucho m ás evidentes q u e en el feto: su corazón se h a b rá d eten id o u n o o m ás segundos, al igual q u e su respiración , para reem prende r su m arch a débilm ente , prim ero, y en form a acelerada, p ro n to . U n a palidez m o rta l h a b rá sustituid o en su cara a la vultuosidad anterio r y si en ese m om ento pudiésem os pin charle u n brazo o u n a p iern a n o provocaríam o s la salid a d e sangre, pues una brusca contracció n de los vasom otores h a casi detenid o la circulació n periférica. Si pudiésem os, tam bién, extraer u n a radiografía, au n al cabo de varios m inutos, notaríam o s u n a dilatación de las asas intestinales y cólicas y u n a cesación de la actividad m otriz del estóm ago, n o solam ente po r la parálisis secretora (qu e influye secundariam en te sobre sus m ovim ientos) sino , tam bién, po r la relajació n de la fibra m uscular lisa, a lo largo de todo el tu b o digestivo. T ales síntom as viscerales —y otros m uchos q u e n o describim os, en aras de la brevedad— son producido s po r u n a intensificación del ton o sim pático, con liberación , m ás o m enos ab u n d an te , de adrenalina. S uponiend o q u e la caíd a experim ental —y n o m ecánicam ente traum ática— a la q u e hem os som etido a l recién nacid o hubiese du ra d o m ás tiem po , intensificand o así la violencia del fenóm eno es-

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tudiado , podríam os, quizá, n o llegar a ver en él u n a sola contusión, pero persistirían , a veces d u ran te horas, huellas de u n a g ra n conmoción o "shock", con casi com pleta p érd id a de la actividad de su corteza cerebral y profundas alteraciones del tono neurovegetativo . E n tales condiciones, incluso l a m u erte sería posible — sin herid a n i lesión traum ática (externa n i interna)— porqu e tal conm oción n o h ab ría sido provocada, en realidad , po r acción directa sobre ta l o cual p arte de su organism o , sino po r u n a acción global e indirecta sobre todas ellas (pérdid a de la base d e sustentación ) desencadenando de esta suerte u n a com plicad a serie de reflejos inhibitorios (denom inada en i;ste caso "deflejo catastrofal" , de G oldscheider). Pues bien, si u n hom bre vulgar e ingenu o hubiese asistido a nuestro experim ento, am én de sus com prensibles críticas acerca de su dureza, seguram ente h a b ría descripto la situación diciend o q u e "se le h ab ía dad o u n susto bárbaro (o un susto de muerte) al pobre n en e" ; lo q u e confirm a la exactitu d q u e en m uchos casos existe entre los p u n to s de vista p o p u la r y científico, en el cam p o psicológico. N atu ralm en te , tam poco nos es posible saber de q u é m odo vive subjetivam ente esos m om ento s la alboreante persona, neonata tam bién (pues el cúm ulo de estím ulos q u e actúan sobre el organism o fetal d u ran te el p arto , y apenas nacido , es la p rin cip a l fuerza q u e determ ina la integració n de sus respuestas, en form a q u e principie a constituirse su p e rso n a ) ; m as, n o im porta, pues el m ied o p u ed e existir y ser tenido sin ser sentido, au n q u e la recíproca n o es verdadera (o sea, q u e n ó es posible sentirlo sin te n e rlo ). Si en vez de u n cam bio tan brusco y d añ in o com o al que lo hemos som etido, procedem os, ahora, a dism inuir progresivam ente su vitalidad, m ediante u n a sustracción de calor, u n a alim entació n d e ficiente, etc., llegará p ro n to u n instante en el q u e con menor intensidad d e la estim ulació n (caída m ás leve) desencadenarem o s la m ism a o m ayor respuesta in h ib ito ria . E l m ied o es, en efecto, un gigante que se nutre de la carencia (y po r eso, com o m ás adelante verem os, la m áxim a form a de carencia, q u e es la NADA, es, tam bién , la q u e m ejor lo c u ltiv a ). P or esta razón, los neonato s desvitalizados, sujetos a h ip o alim entación , a irío , falta de reposo, etc., tiem blan y exhiben la reacción del "shoclk", la em oción prem ortal y el m iedo , au n po r m otivos relativam ente nim ios. Y u n a de las m aneras, leves, de m anifestar esa tendencia & la parálisis vital es, precisam ente, la ausencia de res-

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puesta colérica ante los estímulos irritantes intensos; otras veces, esa p ro p ia desvitalización llevará al neonato a m ostrar un a respuesta de irritació n ante estím ulos q u e son perfectam ente neutro s para los recién nacidos norm ales (y entonces pued e afirm arse q u e tales niños tienen, desde el nacim iento , la "debilida d irritab le" , q u e luego se transform ará en la llam ad a "neurastenia constitucional" , u n o de cuyos síntom as prim ordiales es, precisam ente, u n m ied o exagerado) . Cómo crece el Gigante Negro. T a n to en la escala f ilogénica com o en la ontogénica, hem os visto q u e la raíz biológica del m iedo cala en lo m ás hondo de su génesis. A hora es preciso, em pero, q u e tom em os aliento para seguir el curso evolutivo , acelerado , de su desarrollo y m adurez, hasta considerarlo en su estructura, su aspecto y fisonom ía actuales, o sea, en su m odo de presentarse y de existir en cualquier ad u lto civilizado de nuestra época. Si retom am o s la consideración del q u e podríam o s denom ina r miedo orgdnicopersonal, en la escala anim al, recordarem o s q u e era condición "sine qua n o n " p ara su form ación, la existencia d e u n sistem a nervioso, capaz de difundir en todos los ám bitos orgánicos la acción conm ocionante del excitante (en este caso, incitante) dañin o y, a la vez, determ ina r la respuesta global de inm ovilización, retracció n vital y m u erte aparente (parcial y transitoria ) del ser an te él (en tan to se reforzaba ulteriorm ente la vid a vegetativa, gracias a la liberació n de horm onas adrenalérgicas). Pues bien : en u n grad o m ás avanzado y elevado de com plicación biológica, se produce u n a conducta global, nueva, q u e es preciso considerar com o derivada de la anterior, pero presupone, ya, la existencia de u n a intencionalidad personal en el anim al, es decir, de u n sentido teleológico en sus actos: la denom inada conducta fugitiva o reacción de huida, cuyo propósito es el alejam iento m aterial del ser an te la situación d añ in a . E sta reacción de h u id a tom a diversas m anifestaciones según las especies de anim ales en que la estudiem os, pero siem pre presupone la puesta en m archa de sus dispositivos kinéticos (m úsculoestriados) d e traslación y la orientació n de los m ism os en form a que el desplazam iento corporal se produzca en sentido opuesto al qu e m arca la

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dirección actuante del estím ulo provocado r del m iedo (al que, de ahora en adelante, llam arem o s "fobígeno", o sea, engendrado r de fobia, p ara m ayor concisión expositiva). Im p o rta , pues, señalar, que el paso de la h u id a hacia d en tro de sí a la huid a hacia fuera de sí y hacia atrás del estím ulo fobígeno requiere, obligadam ente , en algún m om ento de la evolución biológica, el paso de la m era pasividad a la activa defensa individual a n te la acción nociceptiva. D e esta suerte podría decirse que el animal no huye porque tiene miedo, sino que huye para librarse de él; ha pasado , de ser víctim a propiciatoria e indefensa, a ser un a in d ividualidad personal que pon e en juego sus recursos para superar la situación , elim inándose de ella sin sufrir peores daños. Por tanto , entiéndase bien, la tendencia a h u ir no pued e ser considerad a com o síntom a sui generis del m iedo, sino com o indicio patognom ónic o de su intelección po r p arte del anim al, aun cuand o ella n o haya de ser, forzosam ente, consciente (ya que incluso el hom b re huye, m uchas veces, sin sab erlo ). Casi sim ultáneam ente con la aparició n de este alivio en la lucha contra los efectos deletéreos del m iedo, éste gana, em pero, u n a colosal batalla p ara asegurar su dom inio y extenderlo infinitam ente en el ám bito de la vida psíquica. En efecto: son m uchos los vertebrado s superiores q u e , si bien poseen seguros m ecanism os de huid a ante los entes q u e les son dañinos, sufren, en cam bio, sus efectos no sólo ante la acción real y directa de éstos sino ante la presencia de cualquier estím ulo q u e — previam ente coincidente con ellos— haya sido asociado y actúe como signo condicionante y anticipador del sufrimiento, provocand o u n a reacción m iedosa, m uchas veces innecesaria. Es así com o se origina, no ya el m iedo ante el d añ o sino el m iedo an te el "in d icio " del daño , o sea, el peligro . Podría parecer que esto significa u n progreso, un a adquisició n favorable para el anim al, pero es preciso aclarar que, en realidad, el proceso de condicionalizació n asociativa y refleja que ocasiona tal preparación (aparentem ente previsora) es un arm a de doble filo, pues si, de un a parte, al determ inar la conducta de h u id a profiláctica, evita al ser algunos daños, al desencadenarla ante tod o cuanto ha estado conectad o (tem poral o especialm ente) con el agente prim itivam ente fobígeno (el llam ad o "estím ulo absoluto") le im pulsa a renunciar, de antem ano, a m uchos posibles éxitos y le inflige, a la

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vez, lo q u e podríam o s denom ina r "presentaciones de lujo", del m iedo, q u e de esta suerte se ve alim entado a dos carrillos, con todos los daños reales y, adem ás, con m últiples signos seudodañinos. Análisis de la "doble alimentación" del miedo. E l hecho q u e acabam os de señalar m erece ser estudiad o y explicado u n poco detalladam ente, teniendo en cuenta el carácter fundam en ta l de este lib ro , destinad o n o tan to a los especialistas com o a lectores de cultura psicobiológica m edia. A un éstos, probablem ente, ya saben q u e tod o el aprendizaje experiencial de los anim ales superiores se basa en el establecim iento de u n a constantem ente m udable serie de reflejos condicionales. T ale s reflejos derivan del prim itivo y lim itad o equip o de reacciones heredadas (congénitas, instintivas, autom áticas, genéricas, absolutas; todos estos nom bres, en este caso, son sinónim os) que, desde el nacim iento , va siendo am pliad o y com p letad o po r la progresiva extensión del cam po de estím ulos q u e las m otivan , a la vez q u e se van m atizand o y adquiriend o gradaciones de intensidad y adecuaciones específicam ente concretas an te cada g ru p o de ellos. Pues bien , en este sentido puede afirm arse q u e nuestro gigante es u n o de los m ás rápidos y avispados aprendices q u e se conocen. V eam os, po r ejem plo, lo q u e sucede a u n perro d e pocas sem anas si u n hom bre q u e va en u n carro desciende d e él, g rita de u n m od o peculiar y le da u n fuerte bastonazo en el lom o : d u ra n te varios días o sem anas se h ab rá n vinculad o com o estím ulos efectivos (es decir, se h a b rá n condicionado ) p ara determ ina r su m ied o y su reacción de h u id a todos cuanto s integrasen la situación (constelación) q u e resultó dolorosa. A sí pues, le bastará ver a cualq u ie r persona descender d e cualquier vehículo en m ovim iento ; percibir cualquier g rito sim ilar al q u e precedió a su dolor; ver a cualquier individu o con u n bastón , etc., p ara asustarse. C on ello h a m ultiplicad o infinitam ente las ocasiones de sufrir el zarpazo d e l m iedo sin real necesidad . T a n sólo a fuerza de tiem po , en la m edid a en q u e ciertas personas q u e descienden de vehículos lo acaricien ; q u e otras griten y le den com ida; q u e otras le dejen su bastón para q u e lo m uerda, etc., irá p au latin am en te descondicionándose tod a esa serie de estím ulos q u e se h ab ía n convertid o en "señales de alarm a" , capaces po r sí

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m ism os de provocar la m ism a im presión reaccional que, prim itiva m ente, sólo resultaba del dolor producido po r el bastó n sobre el lom o. Ya podem os im aginar cuan difícil resulta proceder a u n a extinció n com pleta de todos esos estím ulos, y p o r ello en la práctica resulta q u e "cada susto crea cien m iedos", o sea, que m ientras las reales acciones dañinas — causantes de la respuesta de inactivació n directa— aum entan en proporción aritm ética , los estím ulos q u e las representa n y anticipan , provocand o la denom inada "reacció n de alarm a " (tam bién denom inada "eco " o "som bra" del verdadero m iedo) aum entan en proporció n geom étrica. Y en definitiva, tratándose de anim ales q u e posean u n sentim iento existencial, resulta evidente q u e tales m iedos — com prensibles pero injustificados— aum entan innecesariam ente el sufrim iento , en u n ciego in ten to de evitarlo. P orque, a su vez, cada u n o de ellos crea cien sustos y, d e esta suerte, se engendra u n a especie de círculo vicioso q u e n u tre a nuestro gigante, haciéndole tom ar inusitadas proporciones; éstas lle garían a invalidarno s para tod a acción, a n o ser p o rq u e en ese grado de evolución h a n surgid o de su propio vientre otros q u e , desconociendo su paternidad , van a oponérsele ferozm ente. L a im aginación , poderosa aliad a del m iedo hum ano . A p a rtir del 2$ añ o de vida, el n iñ o posee, ya, u n esbozo de vida representativa . Esto significa que sus recuerdo s pueden, en cualquier m om ento , transform arse en im ágenes y volverse a presenta r an te él (re-presentaciones) siendo, así, objeto de u n a reviviscencia y d an d o p áb u lo a la reactivació n de cuantas tendencias se asociaron con la original ocurrencia q u e los determ inó. D e esta suerte, la vida m ental, hasta ahora desarrollad a en superficie, esto es, sobre el presente del telón am biental, adquiere, ya, u n a profundidad y u n relieve insospechados; las dim ensiones "p asad o " y "fu tu ro " le dan u n volum en de tip o universal; el ser se trasciende; el pensam iento "ad q u iere alas" y ya pued e lanzarse a construir estím ulos propios, alim entándose a sí m ism o, sin necesidad del aporte de excitantes concretos. L a función psíquica m ed ian te la cual se asocian y com binan los datos e im ágenes de la vida representativa, dand o lugar a construcciones y procesos ideoafectivos q u e son ajenos a la estim ulació n directa (circundante) se deno-

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m in a im aginación . C onstituye, claro está, un elem ento im portante para el pensam iento , m as tam bién lo es para la conducta, ya q u e ésta, a veces, se ajusta m ás a sus efectos que a la realidad exterior, p o rq u e el sujeto queda prendido de su m agia, cual el sediento cam in a n te se descarría po r el espejism o en el desierto. M as la fuerza im pulsora de las m últiples com binaciones tem áticas que constituyen el pensam iento im aginativ o es casi siem pre la de alguna tendencia d irectriz, vinculada a la satisfacción de alguna necesidad vital prim aria. T a n sólo en m uy contadas ocasiones, tratándose de personas de buen desarrollo y capital psíquicos, se da el caso de q u e "jueguen " con su im aginació n y se dediquen a divagar y entretenerse con ella, salvando cuidadosam ente — aquí y allá— los escollos desagradables de los recuerdos que, al em erger, podrían despertar las em ociones m olestas. L o general es, em pero, com o ya hem os advertido , que la im aginació n sea sum isa sierva de las tendencias, positivas o negativas, de acción. Si son las prim eras las q u e privan — reveladas en el plan o consciente en form a de "deseo", "ensueño ilusorio " (o d el, m ás intenso, afán) — el pensam iento im aginativ o discurre po r floridos senderos. Pero rara será la vez que en algún recodo del cam ino no tropiece con la interferencia de las segundas, qu e se presentan en form a de "dudas", "presagios", "sospechas" o, m ás concretam ente, "tem ores". Y entonces, tan pronto com o la im aginació n cabalgue sobre ellas, nos traerá al galope el negro m anto del m iedo y lo instalará en el paisaje, agrandándolo de m odo tal que con su som bra cubra todos los cam inos asociativos. Entonces el hom bre — niño o ad u lto , varón o m ujer, sano o enfermo— em pieza a sufrir u n o de los m ás siniestros efectos de este gigante: el denom inad o "m iedo im aginario", contra el cual poco pued e hacer, pues la razón — fría, lógica, pero neutra— es im potente ante los efectos deletéreos, velocísim os, ágiles, cálidos y sutiles de la fantasía pavorosa. P or u n a extraña paradoja, cuanto m ás irreal, o sea, cuanto m enos prendid o de la realidad — presente y concreta— es u n tem or (im aginario ) tan to m ás difícil es com batirlo po r el m ero razonar de un sano juicio . Y ello explica po r q u é hasta los m ás valerosos guerreros, capaces de lanzarse al descubierto contra u n a m uralla de fuego o de lanzas, retroceden despavoridos ante la sospecha de un enem igo ingrávido e invisible. Es así com o los "m uertos" asustan m ás que los "vivos"; los "fantasm as" angustian

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y to rtu ra n a las m entes ingenuas m ucho m ás de lo q u e u n bandid o de carne y hueso; en sum a: lo que no existe acongoja m ás q u e lo que existe. Sería, sin em bargo, injusto negar existencia a eso q u e no existe, en el sentido corriente del térm ino, pues la verdad es q u e existe en la imaginación, o sea, creado por quien lo sufre y, precisam ente por esto, no pued e h u ir de ello, pues sería necesario huir de si mismo para lograr zafarse de su am enaza.

CAPÍTULO II

LAS M O T IV A C IO N E S

DEL

M IE D O

Previa distinció n entre causa y m otivo .

E n las precedentes páginas hem os pasado revista a los factores o raíces causales del m iedo y nos hem os dad o cuenta de q u e éste, tal com o se presenta en nosotros, representa u n a em oción sum am ente com pleja, pues se halla integrada po r la com binació n d e varios procesos, q u e h a n id o surgiendo a lo largo de la evolución biológica: en prim er lugar, la tendencia a la irreversibilida d d e ciertas reacciones (precipitació n coloidal, p o r ejem plo) producida s p o r cam bios desusados d e la estim ulació n celular, origin a en el organism o u n a invalidez parcial y tem poral q u e se traduce en u n a dism inu ción d e sus actividades vitales (raíz b io q u ím ica); en segundo térm ino , los m ism os efectos nociceptivos, cuand o se ejercen a través de u n sistem a nervioso, provocan en éste u n "blocaje", u n a inhibición , o interceptació n del paso de los im pulsos, qu e priv a de su h ab itu a l estim ulació n a los centros nerviosos superiores (corticales) y paraliza, así, los arcos aferentes (sensitivos) y eferentes (m otores) dejando al ser suspendid o y angustiado; es decir, reducid o a m ero p u n to psíquico, sin volum en n i iniciativ a personal. E n tercer térm ino, em pero , aparece u n a prim era reacción defensiva contra ese efecto, consistente en el refuerzo de los dispositivos propulsore s de la traslación , p ara em prender la h u id a o alejam iento , en sentid o opuesto a l de la acción nociceptiv a (d a ñ in a ) ; m as este alivio se ve contrapesad o p ro n to , n o sólo p o r la m aterial im posibilida d de realizar la h u id a (ausencia de escape geográfico, coacción m oral del am biente, falta de energía para vencer la inhibición de las vías m otrices correspondientes, etc.) sino porque, en virtu d de u n proceso de condicionalización refleja negativa, aum entan rápidam ente los estím ulos fobí-

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genos. El hom bre sufre entonces no solam ente el m iedo ante la situación absoluta, concreta, presente y dañina, sino ante cuantos signos quedaron asociados a ella y ahora la evocan; sufre asim ism o ante la ineficiencia de asegurar su h u id a ; o ante el conflicto (ético) qu e se le engendra al considerar que ella tendrá peores, efectos q u e los q u e trata de evitar. F inalm ente, surge el m ied o im aginario — cuarta y peor de sus m odalidades— ocasionada po r una presunció n analógica y fantástica, que lleva al hom bre al temor de lo desconocido y, singularm ente , al m iedo de lo inexistente y de lo inesperado ; culm inando todo ello en el m iedo y la angustia ante la cara cóncava de la realidad : L A NADEDAD. Pues bien ; todos esos factores son causas integrantes de nuestro m iedo ; pero los motivos, es decir, los influjos q u e nos hacen sentir, en u n m om ento dado , atenazado s po r sus m últiples tentáculos, son m uchos m ás; casi podría afirm arse q u e son infinitos, si se tom an com o tales los objetos, seres o conceptos que (por algun a conexión asociativa con los m otivos prim itivos) son capaces de desvelarlo y reactivarlo . Im porta señalar ahora un a fundam ental distinción : m ientras los m otivos son, generalm ente , extrínsecos, es decir, ajenos a la estructura general, las causas son, siem pre, intrínsecas, es decir, propias de dicha estructura. A quéllos son el fulm inante y éstas son la pólvora. Motivos por carencia . U n grup o de m otivos del m iedo puede ser calificado com o n e gativo, o sea, p o r carencia: cuando el ser necesita vitalm ente algo, lo busca y n o lo encuentra , siente la frustració n de sus esfuerzos y agota, redoblándolos, su energía. Entonces surge la sospecha —y luego la creencia— anticipadora del fracaso o renuncia en la consecución de lo buscado y, si esto resulta básico para la prosecución de la vida personal, el ser n o sólo sentirá disgusto, tristeza o decepción (fórm ulas leves y disim uladas — m arginales apéndices de nuestro gigante— ) sino q u e sufrirá el zarpazo directo del m iedo. Es así com o el cam inante descarriad o siente m iedo a m orir de ham bre y de sed; cóm o el obrero en paro forzoso siente m iedo de no poder sostener su fam ilia; cóm o el n iñ o siente m iedo de la obscuridad y la soledad; cóm o, todos nosotros, sentim os m iedo po r la sLnple caren-

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cia de los m edios (dinero , cariño , salud, etc.) de q u e nos valem os p a ra poder seguir viviendo. Ese m ied o producido po r la im presión del real o supuesto "desam paro" es, a veces, totalm ente in ag u an ta ble, p o rq u e n o tiene u n objeto que, al fijarlo, lo justifique. P re cisam ente esa carencia, esa incom pletud, esa nada parcial, contra la q u e n o cabe ad o p ta r un a postura concreta de defensa ni de ataq u e , puede, a su vez, no existir en verdad . Q uiere ello decir que el sujeto se asusta ante su creencia de que carece de algo que en realidad tiene, Y el caso m ás típico es el de m uchos adolescentes (y de adultos em ocionalm ente adolescentes) que viven angustiado s y tortu rados po r creerse q u e carecen de valor (ánim o, valentía, co raje); tales sujetos nos presentan el m ás curioso de los m otivos del m iedo cuando , po r azar, se olvidan de tal carencia y, retrospectivam ente , se dan cuenta de que se com portaro n bien en un a situación de em ergencia. T a n habituado s están a ser pusilánim e s q u e ese brusco cam b io los asusta doblem ente y "se horrorizan entonces ante la idea d e sufrir la carencia del m iedo". Surge así la paradoja de q u e se atemorizan porque no se atemorizan. Y nuestro negro gigante goza de la posibilida d d e utilizar, en ausencia, su p ro p ia som bra.

M otivo s por insuficiencia .

U n a variante, m itigad a y cualitativam ente distinta, del g ru p o anterio r nos la d a n los m otivos q u e podem os englobar bajo la denom inación de este acápite y, tam bién , con el térm ino de "m inusvalencia", siguiendo la term inología adleriana. En efecto, son legión las personas que sufren m ás de la cuenta y pagan excesivo trib u to al m iedo po r creerse deficientes o inferio res al prom edio de sus sem ejantes en la posesión de tal o cual carta de triunfo en la vida. Esas personas desarrollan el célebre "com plejo de inferioridad" y adquieren un a actitud encogida y tím ida, cualesquiera q u e sean las circunstancias qu e las rodean. M uch o cabría escribir acerca del d añ o q u e algunos térm inos m édicos y otros térm inos psicológicos han hecho, en este aspecto, a quienes los leen sin com prenderlo s bien. P orque, po r ejem plo, en este aspecto, es frecuente observar personas inteligentes q u e acuden al psicoterapeuta en dem anda de q u e les libre de su com plejo de inferioridad , com o si se tratase de u n algo ajeno a ellos — una espe-

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cié de tum or psíquico— q u e pudiese ser elim inado con las pinzas del psicoanálisis de u n m od o sem ejante a com o el dentista saca u n a m uela. (T ales ingenuos n o se dan cuenta de qu e lo que se precisa hacer con ellos es darles u n nuev o criterio para enjuiciarse y enjuiciar su m isión y su destino en la vida, tras de lo cual vendrá suavem ente y po r añ ad id u ra el dom inio de los m edios instrum entale s [estrategia de la co n d u cta ] que les aseguren el éxito, profesional, sexual o so cial). Fácilm ente se com prend e la diversidad de este grup o de m o tivos: insuficiencia cultural, estética, económ ica, psicológica, práctica, etc. C ada u n o de esos títulos incluye m u ltitu d de posibles factores de tem or, m as en todos asom a, tras la cortina, el m an to del seg u n d o gigante q u e p ro n to estudiarem o s (ahora disim ulad o bajo la form a de im pulso de afirm ación del prestigio ) . D e todas suertes y cualquiera sea el sector de la conducta en q u e se localice esta estim ación de la autoinsuficiencia , interesa señalar q u e su acento cae invariablem ente en la vertiente del "hacer" y apenas si roza la del "saber" o la del "valer". Es así com o, po r ejem plo, u n o de tales insuficientes dice: "yo sé bien lo q u e tengo q u e hacer y estoy convencido d e q u e valgo, com o artista, pero hay veces q u e no puedo demostrarlo y esto es lo q u e m e angustia y hace q u e m e sienta asustado cada vez q u e h e de actuar". A qu í tenem os expresad a la fam osa "P eur d e l'action " (P ierre Jan et) en la que, propiam ente, intervien e m ás el m ied o del "fracaso en conseguir el éx ito " q u e el m ied o de la acción m ism a. Y siendo esto así, n o hay d u d a de que el sufrim iento está entonces m ucho m ás m otivad o po r la vulneració n del llam ado am or propio , con la derivada presentación del gigante rojo (la ira contra sí m ism o) q u e po r la auténtica presencia del m iedo . M otivos conflictivos. N uestro gigante acude presuroso a realizar su horrible trabajo tan p ro n to com o surge en el ám bito personal u n a situación conflictiva, q u e es, en realidad , determ inada po r u n a excesiva aportació n de tendencias m otivantes, o sea, po r u n a superabundancia de pautas de reacción , todas asociadas a la presente constelación de estím ulos y

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ningun a suficientem ente superpotente com o p ara desplazar a las dem ás y apoderarse d e las vías m otrices, im poniendo la acción q u e , en potencia, sirve y representa. E n tales condiciones, en la conciencia personal surgen coetáneam ente diversos propósito s de solución y, m ientras en el p lan o neurológico (neurofisiológico ) se establece la lucha d e im pulsos efectores, p ara vencer la resistencia sinapsial d e la vía m otriz final ("B attle for th e final com m on p a th " , m aravillosam ente descrita p o r S herrington ) el sujeto se confiesa q u e "n o p u ed e decidir cuál de sus acciones sería la m ejor". Es así com o surge la duda, no teórica, sin o práxica (entiéndase práctica) y tironeado contradictoriam ente p o r im pulsos equipotentes e incom patible s d e sim ultánea descarga exterior, el p o b re "Y o" siente desorganizarse y desintegrarse su conducta, perder su seguridad y su aplom o y caer, paulatinam ente , en tre los tentáculo s del m iedo. Se da así la paradoja de q u e u n exceso de posibles reacciones a n te la situació n es ta n perjudicial com o u n a carencia previa d e ellas, p o rq u e , en definitiva, la lim itación de los medios mecánicos (actos m usculares) obliga a elegir solam ente u n a y ello retrasa su ejecución de u n m od o enteram ente análogo a com o cuand o diversas personas se em peñan en salir sim ultáneam ente po r u n a p u erta estrecha se m achucan y no consigue salir nadie. D e aq u í q u e las personas q u e tienen u n a ab u n d an te vid a intelectual p ro p en d a n a ser dubitativa s y a m ostrarse m uy cautas en su conducta o, p o r el contrario , ex h ib an , a veces, im pulsiones desproporcionadas aparentem ente (pero explicables po r un a supercom pensación de sus habituale s indecisiones). D e aqu í tam bién q u e cuand o alguien vive un tiem po m ostrán dose anorm alm ente asustadizo y m iedoso, sin q u e haya m otivos externos q u e lo expliquen , q u ep a pensar en q u e ello tiene u n a m otivación ín tim a y es debido a u n conflicto entre diversas pausas de reacción , q u e no pueden realizarse n i ser inactivadas, conduciend o así, en definitiva, a un a debilitació n progresiva de la autoconfianza in d iv id u al. Esos "ovillos psíquicos" precisan, p ara ser desenm arañados, la cap tu ra del cab o inicial q u e , a veces, se h alla m uy distante en la línea tem poral retrospectiva, según verem os al ocuparnos, luego, de la psicoterapia del m iedo .

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Estímulos, objetos o "agentes" del miedo. D esde un p u n to de vista teórico, el m iedo ejerce su dom inio sobre todo cuanto existe en el ám bito psicoindividual. C ualquier d ato , im agen, idea o im presión vivencial pued e convertirse (directa o indirectam ente ) en un estím ulo servidor, su objeto o agente. Es así com o hom bres geniales h a n sentid o m iedo a n te cosas tan aparentem ente inofensivas com o u n a m anzana (B yron), u n a cuchara (Strindberg ) o u n lazo de seda (F la u b e rt) . A tales m iedos se acostu m b ra denom inarlo s "supersticiosos" y en determ inada s com arcas se generalizan , dand o carácter terrorífico a u n sinfín de seres y acontecim ientos naturales inofensivos, pero qu e son considerados com o "presagio " de algo m alo (el canto del gallo antes de hora, el trip le aullid o nocturn o de u n perro , dos curas de espaldas, el núm e- ro 13, etcétera). N o obstante, hay algunos factores m otivantes q u e po r su carácter de m áxim a difusión en grandes círculos culturales y su persistencia a través de todas las épocas, es preciso considerar com o fundam entales o principales estímulos fobigenos y merecen q u e nos detengam os u n poco en su enum eració n y análisis. Em pecem os, pues, por el m ás genérico de ellos: EL

DOLOR

El m ied o al dolo r es tan generalizad o q u e q u ie n n o lo siente pasa po r ser anorm al. El dolo r — analizado por nosotros con la m erecida extensión en nuestro lib ro Problemas Psicológicos Actuales :— es un a im presión o vivencia desagradable, qu e pued e variar, en su intesidad , desde la sim ple m olestia hasta el insoportable sufrim iento , y en su form a, desde u n a puntiform e e instantánea irritación (pinchazo de la inyección hipodérm ica , por ejem plo) hasta u n global y perm anente desgarram iento de las entrañas. H ab lan d o con precisión , lo qu e tem em os n o es tan to el dolor en sí com o el sufrim iento q u e generalm ente determ ina ; pues hay casos —no tan infrecuentes com o m uchos creen— en los qu e la im presión sensitiva dolorosa es, paradó jicam ente , voluptuosa y placentera; tal ocurre con las excitaciones dolorosas a las que voluntariam ente se som eten, i E ditor "E l A teneo", B uenos A ires.

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para aum entar el placer sexual, las personas denom inadas masoquistas. Pero com o no es nuestro intento reproducir, ni siquiera sintetizar, lo q u e aillf expusim os, aceptarem o s la igualdad : D olor = Sufrim iento . Siendo así, es evidente que el dolor es u n o de los m ás efectivos estím ulos fobígenos, tan to para los dem ás anim ales superiores com o pura el hom bre. Éste y aquéllos m uestran en su conducta, sim ultáneam ente , los efectos, prim ero excitantes (ligados a violentas reacciones defensivoofensivas) y luego inhibitorios (sometidos, ya, a la acción p u ra del m iedo y del "shock" que precede al colapso) de todas las vivencias (sensitivas) dolorosas. R esulta interesante ver que la prim era m anifestación que sigue a la aplicació n de u n estím ulo "algógeho " (provocador de dolor) en cualquier lugar del cuerpo hum an o es la m ism a brusca contracción y retracció n (instintiv a o autom ática) qu e vim os producirse en el neonato al qu e sustrajim os la base de sustentación , dejándole caer, u n a fracción de segundo, en el aire. A u n antes de que el sujeto sienta —en form a de dolor— la "señal de la alarm a consciente" qu e le advierte de la acción alterante y dañin a del estím ulo, ya ha reaccionado ante éste, tratand o de dism inuir su superficie de contacto con él. Inm ediatam ente después, se producirá n los reflejos de huid a (o separación del cuerpo y el estím ulo) gracias al em pleo predom in an te de los m úsculos extensores. Esto es de singular im portancia, pues nos m uestra cóm o los mismos reflejos (series o cadenas de reflejos q u e sirven a u n determ inado acto vital) q u e interviene n en la defensa contra el dolor son los que sirven para la defensa contra el m iedo . Y si forzásem os u n poco la realidad, sin alterarla substancialm ente , podría agregarse q u e son, tam bién, los m ism os que inician las acciones ofensivas de la ira (según se com prueb a perfectam ente en el esi:adio del pánico furioso, com o verem os m ás a d e la n te ) . Sin duda, el m iedo al dolor q u e siente el hom bre n o deriva solam ente del sufrim iento que éste le inflige sino, tam bién, de qu e im aginativam ente anticip a las consecuencias dañinas, locales, del estím ulo algógeno. Si fuese posible q u e se nos asegurase de antem an o q u e el dolor n o tiene otro efecto m ás q u e el inm ediato y si, a la vez, se nos garantizase q u e n o va a u ltrap asa r u n a determ inad a intensidad, es casi seguro q u e desaparecería en gran p arte nuestro tem or ante él: tal ocurre, por ejem plo, con los dolores q u e provoca u n m édico o cirujan o d u ran te su exploración , o con los qu e voluntariam ente sojaortan m uchas personas, en aras de ganar la "lín ea "

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corporal de m oda. El "coeficiente de aprensión" q u e acom pañ a u n dolo r determ inado (y condicion a la reacción m iedosa ante él) depende, pues, n o tan to de sus propias características sensitivas com o d e la interpretación que se dé al proceso orgánico o nervioso q u e lo provoca. E n este aspecto conviene advertir q u e , en general, todos los objetos, estím ulos o agentes tem idos lo son m uch o m ás p o r el d añ o qu e se supone pueden ocasionar qu e po r el q u e realm ente están haciendo, en u n m om ento dado. Y ello se debe a q u e nuestra reacción personal se orienta, siem pre, po r u n presente psíquico (im aginario prospectivo) q u e n o es el presente cronológico, o sea, q u e n o corresponde al instante m ism o en q u e se vive. D el propio m odo com o las reacciones del autom ovilista no se orientan d e acuerdo con el cam ino que tiene bajo las ruedas de su vehículo, sino en consonancia con el q u e ve a unas cuantas docenas de m etros ante él. LA

PENA

L ógicam ente, las penas h ab ría n de ser m ás tem idas que los dolores, pues n o solam ente provocan m ás sufrim ientos sino que son de efectos, po r lo general, m ás deletéreos y perm anentes sobre la salud personal. P ero , sin d u d a alguna p o rq u e el organism o es anterio r a la persona (hablando en lenguaje de Stern diríam os qu e la "b io esfera es anterio r a la nooesfera"), lo cierto es que casi la m ayoría de las gentes prefiere arrostrar el llam ad o "dolor m oral" (léase: disgusto o pena) al "dolo r físico" (léase: dolor, propiam ente d ic h o ). Posiblem ente la razón radica en el hecho de q u e la defensa contra la pen a —o sea, el consuelo— se encuentra en la p ro p ia individualidad , m ientras q u e contra el dolor, p o r regla general, el sujeto se encuentra inerm e. Sin em bargo, en este aspecto conviene señalar un a curiosa diferencia sexual: el varón, po r regla general, tem e m ás el dolor corporal, y la m ujer, en cam bio, tem e m ás el dolo r m oral. Q uizás la razón consista en que aquél es m ás m aterialista y ésta es m ás idealista, pero tam bién puede ser debido al h áb ito , ya q u e la propia organización corporal im pone a la m ujer m ás dolores fisiológicos q u e al hom bre. L a defensa prim ordia l contra las penas, adem ás del consuelo, es el olvido y, a decir verdad, funciona bastante bien en casi todos

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los seres hum anos. Q uienes n o pueden zafarse de ellas son, claro está, quienes m ás las tem en y p o r ello p ro cu ra n n o adentrarse en n in g u n a relació n afectiva (no quieren ilusionarse p a ra n o sufrir desengaños) m as con ello n o se d a n cuenta de q u e se crean así otra p en a : la de n o vivir espontáneam ente y lim itarse constantem ente sus posibilidades de goce. Quien renuncia a querer, por temor a llorar después, no solamente es un cobarde: es un automutilador mental. LA

MUERTE

M uchos se extrañará n de q u e n o hayam os colocado a L a D am a del A lba en el prim er lugar de la lista de estím ulos fobígenos. E n efecto, la m u erte parece ser, en p rin cip io , lo q u e m ás nos asusta, pues "tod o tiene rem edio m enos ella". Sin em bargo, después de h a b e r vivid o dos guerras y u n a revolución , pienso q u e se h a exagerad o u n ta n to excesivam ente su valo r fobígeno. E n prim er térm ino , lo cierto es q u e u n a m ayoría de los m ortales se las ingenia para pensar m uy poco en ese m om ento del tránsito al m ás allá. Y en segundo térm in o , son m uchos los q u e n o sólo lo afrontan serenam ente sino q u e lo buscan de u n :modo deliberad o (suicidas). P o r fin, m uchos otro s a quienes les parece q u e la tem en, en realidad se asustan, no ta n to d e ella com o d e n o saber lo q u e hay tras su espalda. Q uizás sea nuestro U n am u n o quien m ejor haya analizado la raíz psicológica del m iedo a la m u erte en su m agnífico lib ro Del Sentimiento Trágico de la Vida. Sostiene allí, el célebre R ector d e Salam anca, q u e él hom bre siente, desde q u e tiene uso de razón, u n a enorm e "ham bre de in m o rtalid ad " . Y lo expresa así (página 37, E . C u ltu r a ) : "E l universo visible, el q u e es hijo del in stin to de conservación, m e vien e estrecho , esm e com e u n a jau la q u e m e resulta chica, y contra cuyos barrotes d a en sus revuelos m i alm a : fáltam e en él aire p ara respirar. M ás, m ás y cada vez m ás: quiero ser yo y, sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme ¡a totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo. De no serlo todo y para siempre es como si no fuera y por lo menos ser todo yo, y serlo para siempre ;1amds"... (Pág. 3 8 ) : " |E te rn id a d ! jE tem id ad l É ste es el an h elo " . (P ág . 3 9 ) : " L o q u e m ás distingu e a l h o m b re d e los dem ás anim ales es q u e g u ard a , d e u n a m anera o d e o tra , sus m uerto s sin entregarlos al descuido de su m adre la tierra todoparidora ; es u n anim al guardam uertos" . (Pág. 4 1 ) : "Si del todo m orím o s todos, ¿para q u é todos? ¿P ara qué?. (Pág. 42) •" "L a sed de etern id a d nos ahogará siem pre ese p o b re goce de la vida q u e pasa y n o q u ed a" . (Pág. 4 3 ) :

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"No quiero morirme, no, n o quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que m e soy y m e siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problem a de la duración de m i alma, de la mía propia .

L a m uerte, pues, según la opinió n de este to rtu rad o pensador, sería objeto "espantoso " solam ente en la m edid a en q u e la tom am os com o signo de nuestra permanente anulación o m ás concretam ente, de pérdida de nuestra conciencia de autoexistencia. D e n ad a nos serviría, en efecto, el consuelo de saber q u e el cuerp o es capaz de sobrevivirse si con ello n o fuese im plícito q u e tam bién sobreviviría el Yo q u e en él se alberga y seguiría reconociéndose com o tal. M as si esto es así, hay otro concepto q u e h a de tener el m ism o valo r de tem ibilidad q u e la m u erte : la locura, en tan to en ella se pierde la noción de la continuida d del Ser. Y, en efecto, nuestra experien cia nos dem uestra q u e la idea de ad q u irirla (o, m ás exactam ente, de "sucum bir" a n te ella) espanta enorm em ente a la h u m an id ad , pero lo hace m enos, p o rq u e n o resulta ineluctable que nos volvam os lo cos, y sí lo es q u e nos m uram os. O tro investigado r genial de la psicología, Sigm und F reud, en trevio otra explicación del m iedo a la m uerte, que fue com pletad a po r su discípulo O tto R ank . Según am bos, la m u erte nos asusta, fundam entalm ente, po r el sufrim iento q u e en trañ a su visita y q u e es en teram ente análogo, au n q u e de sentido opuesto, al q u e sentim os al nacer. £1 tránsito del N o ser al Ser resulta tan doloroso q u e crea en nosotros u n a actitu d condiciona l refleja negativa an te todo cuanto se le asem eje. Y nad a hay q u e se le parezca ta n to com o el trán sito d e l Ser al N o ser; el cam ino a recorrer — desde el p u n to de vista psíquico —es el m ism o, au n q u e en dirección contraria . Por ello , quienes más sufrieron al nacer temen más morir. N uestra opinión es qu e tales factores se sum an y n o se excluyen para explicar nuestro m ied o a la m u erte : a) deseando ser in m ortales tem em os ser m ortales; b) deseando conocer lo que nos aguarda tem em os dar u n salto en el vacío; c) deseando vivir sin sufrim iento tem em os dejar de vivir con él. A dem ás, casi todas las religiones h a n hecho lo posible po r asustarno s m ás de lo q u e estábam os ante ese trán sito : nos aseguran q u e tras de él nos aguarda u n severo juicio , del que depend e u n posible sufrim iento eterno, inconm ensurablem ente m ayor que el q u e p u ed e proporcionarnos la vid a terrenal, a pesar de que este m und o sea en realidad " u n valle de

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lágrim as". P or ello , nad a tiene de p articu la r que solam ente n o tem an a la m uerte m ás q u e quienes: a) la ignoran deliberadam ente (practicand o la política del avestruz); b) quienes consideran q u e la autoanulació n es u n reposo eterno , bien ganado tras las fatigas de la lucha p o r la vida; c) quienes, ingenuos y vanidosos, creen h ab e r hech o m érito s seguram ente suficientes para ir a cualquier cielo. LAS

ENFERMEDADES

¿Q uién no siente m iedo a estar enferm o? E n general, todos querem os estar sanos y tem em os n o estarlo , au n q u e a veces nuestra conducta contradig a tal tem or y resulte po r dem ás im prudente en ese aspecto. N o obstante, es preciso decir q u e el tem or a la enferm edad n o se basa solam ente en el peligro d e q u e nos acerque a la m u erte y nos traig a dolor; tiene, adem ás, o tro origen : la aprensión contra el desvalimiento o la invalidez que ella pueda determinar. A dem ás, no hay dud a que tam bién influyen en el m iedo a la enferm edad resabios m ágicos, ya que d u ran te m ilenios se creyó q u e era debid a a la acción de espíritu s m alignos y significaba u n m al p re sagio; p o r eso los enferm os eran abandonados o, incluso, asesinados. H o y son bien atendidos, m as no po r ello ha podido desprenderse su estado de u n cierto nim bo de "m aleficio " y lo cierto es q u e p a ra u n a m ayoría d e personas constituy e un a tarea desagradable contactar con ellos. C u an d o ese m iedo se exagera m ás de lo norm al el sujeto es considerad o com o "aprensivo", pero lo cierto es q u e cada persona tiene aprensiones específicas respecto a lo m orboso, siend o de las m ás generalizadas las de la tuberculosis, la rab ia , el cáncer y la locura, au n q u e la verdad es que hay otras enferm edades iguales o peores en cuanto al sufrim iento y la invalidez q u e determ in a n (tal ocurre, po r ejem plo, con las del sistem a circu lato rio ). LA

SOLEDAD

L a soledad n o es tem ida en realidad po r sí m ism a sino po r la impresión de desamparo q u e provoca, au n cuand o resulte evidente q u e p ara necesitar am p aro casi siem pre se precise n o estar ya, solo (sino atacad o p o r algo o alguien que quiebra la soledad absoluta; incluso cuando ese "algo " es u n p ro d u cto de nuestra im ag in ació n ).

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EMILIO

MIRA Y LÓPEZ

Posiblem ente influyan diversos factores en el tem or a quedarse solo y éstos sean, a su vez, distintos e n el n iñ o y en el ad u lto ; aq u él, desde luego, tem e su invalidez o ineficiencia p a ra satisfacer sus n e cesidades, en tan to q u e éste tem e, quizás, el encuentro consigo, q u e le resulta inevitable si la soledad és absoluta y se agotan sus tem as d e divagació n o sus quehaceres. B ien se h a dicho, en efecto, q u e a q u ie n m enos resistim os es a nosotros m ism os. L o cierto es, em pero , q u e ta n p ro n to com o nos falta el m arco d e algo q u e contraste con nuestro Y o, sentim os el calofrío q u e inicia la llegada o la vecindad del m iedo . LA

V ID A

¿Puede tenerse m iedo a la vida? Indudablem ente son legión las personas q u e la tem en y q u e tra ta n d e avanzarse a ella, acudiend o a consultar tod o género de adivinos, pitonisas, astrólogos, etc., en dem anda de orientació n y ayuda p ara evitar sus escollos y am inorar sus desagradables sorpresas. E l m iedo d e vivir puede lle g a r a ser ta n grand e q u e supere al m ied o d e m o rir e im pela al suicid io , bien sea éste físico (autodestrucció n total) , bien sea p u ram en te m e n ta l y a base de u n a com pleta autom atizació n d e los h áb ito s, q u e excluya toda necesidad d e creación y toda posibilidad de conflicto o de renovación . M illones de personas "reglam entan " su vida hasta el p u n to de an u la r lo q u e es m ás característico de ella: su espontaneida d y su im predictibilidad. Esas gentes — llam adas po r re gla general "d e orden"— son ta n esclavas tradicionalista s q u e su vid a qued ó prácticam ente detenida (cual el disco d e gram ófono sobre el cual resalta la aguja) en cualquiera de sus fases, lim itándose así a u n a p erp etu a "im itació n " de la m ism a. Incluso es posible q u e ese m ied o al devenir determ ine, cual sucede en m uchas enferm edades m entales, u n a regresión vital, es decir, u n cam inar hacia atrás, en la linea tem poral, hasta detenerse en las pautas de conducta infantiles o inclusive, fetales (cual ocurre en los estados avanzados de la d e m encia precoz catató n ica). LOS

INSTINTOS

E l tem or a las obscuras fuerzas q u e son capaces de em erger en nosotros, desde las profundidades del inconsciente, llevándono s a ex-

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cesos y dislates de los que siem pre es tard e para arrepentirse, pued e constituir u n a fuente de m iedosa to rtu ra para m uchos. Q uienes sufren d e ese m ied o están en constante alarm a d e sí, n o se atreven a quedarse solos n i a bordear n in g u n a situación capaz de "desencadenarles su genio m aléfico"; éste puede llevarles indistintam ente al robo , al juego, a la bebida, o a cualquier otra form a d e degradación , d e u n m odo ta n irrefrenable com o si se hallase im pulsado p o r la fuerza de u n o de nuestros cuatro gigantes (lo q u e po r otra p arte acostum bra suceder con los tres prim eros, según m ás adelante verem os) . D igam os de antem an o q u e ese m ied o a la fuerza incontrolable q u e cada cual alberga en sí —ese m ied o de u n o mismo— lo es p o r carencia o po r insuficiencia de firm es ideales, pues los instintos, propiam ente , no son tem ibles sino en la m edida en q u e no son encauzados o dirigido s p o r las vías en q u e pueden satisfacerse y, a la vez, ser útiles a q u ie n los tiene. En eso consiste el fam oso proceso de "sublim ación" cuyos m edios (desplazam iento , transferencia, pro yección, inversión , etc.) son m últiples y norm alm ente efectivos. LA

GUERRA

¿Q uién no tem e la guerra? Se nos d irá : los m ilitares profesionales; m as no es ello cierto. Éstos, po r lo general, se hallan frente a ella en u n a situación sem ejante a la d e los m édicos respecto a la m u erte ; se p rep ara n p ara enfrentarla y ganarle la batalla, m as im plícitam ente la tem en y desean n o verla nunca. El m iedo a la guerra concentra varios m otivos y agentes fobígenos, pues con ella se presentan el sufrim iento (penas y d o lo res), el desam paro , la m uerte, la in c e rtid u m b re .. . Y sin em bargo, es curioso observar la rapidez con la q u e u n a m ayoría de personas se ad ap ta de tal m odo, ante u n a situación bélica, q u e vive antes preocupad a y asustada po r fruslerías y nim ios detalles q u e po r sus reales y poderosos m ales. A sí, po r ejem plo, hem os visto, d u ran te la guerra española, m ujeres que vivían serenas y alegres d u ran te sem anas d e intenso bom barde o aéreo,, pero tem blaban y se asustaban ante la idea de ser evacuadas al cam po, en dond e no tendrían m od o de lavarse, m aquillarse o vestirse a su gusto. L as situaciones bélicas son típicas, adem ás, para ilu stra r cóm o el m ejor rem edio contra el m iedo consiste en irle al encuentro

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y desbordarle m ediante u n a constante acción, bien planificada: " H u ir hacia ad elan te" ; ésa es la fó rm ula: n o "sufrir" la guerra sin o "hacerla" cuand o n o qued a el recurso de evitarla. LA

REVOLUCIÓN

H e aq u í u n o de los m ás universales —y com prensibles— estím ulos fobígenos. L a revolució n es m il veces peo r q u e la guerra, porqu e en ésta sabem os dónd e está el enem igo y ta n to sus ataques com o nuestros m edios defensivos están, hasta cierto p u n to , som etidos a u n p lan ; en las revoluciones, po r el contrario , n ad ie sabe, . a priori, si la ayuda o la m u erte le acechan tras la m an o d e q u ie n es su herm ano , su am igo o su com pañero d e ayer. Y n ad ie sabe cóm o van a desarrollarse los acontecim iento s al cab o de u n a h o ra , n i q u ié n pued e d arle u n a inform ació n o u n a orientación válid a y concreta respecto de la conducta a seguir; p o rq u e la guerra es controlada p o r los estados m ayores y los jefes m ilitares, pero la revolució n se escapa d e las m anos de quienes la iniciaro n y salta, cual torrente en los riscos, de unas a otras cabezas dirigentes, para hacerlas ro d a r po r el suelo después. £ s por ello que, salvo el insensato e irresponsable basilisco — que n o ve en ella m ás q u e ocasión propicia p ara desenfrenarse y hacer cuanto le viene en ganas d u ran te uno s días— , tod a persona q u e sea "ente d e razón" h a de tem erla, au n cuando la desee al p ro p io tiem po, e incluso la im pulse, com o u n m al necesario , a veces. N uestra experiencia personal dem uestra q u e el núm ero de cuadros m en tales patológico s — especialm ente delirio s de persecución y síndrom es de ansiedad— q u e se producen en u n am biente revolucionario es m uy superio r al observado en el am biente puram ente bélico y, lo q u e n o deja de ser curioso, afecta indistintam ente a los dos sectores de la lucha (el revolucionario y el contrarrevolucionario), si bien lo hace po r opuestas m otivaciones, pues m ientras al revolucionario le asusta la idea de q u e fracase, al contrarrevolucionario le atem oriza la idea de q u e triunfe el m ovim iento social desbordado . CATACLISM O S

NATURALES

T errem otos, incendios, inundaciones, rayos, avalanchas, etc., son otros tanto s sucesos no sólo capaces de asustarno s con su presen-

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cia sin o de hacernos tem blar ante su real o supuesta inm inencia . N o es solam ente por intuir la probabilida d de u n d a ñ o físico, m ás o m eno s grave, por lo qu e tales cataclism o s nos atem orizan, sin o por otro s m otivos , y entre ello s se destaca el d e su ancestralidad, su in m enso poder y su ineluctabilidad. D esd e los tiem po s m ás rem oto s en efecto , h a n venid o ocurriend o esos fenóm eno s y ha n segad o vidas d e las m ás diversas especies anim ales. P or ello en nuestro genoplasm a están latente s los dispositivo s instintivo s de alarm a y huid a ante la sim ple evocació n de su im agen o recuerdo. A n t e tales fenóm enos , el hom br e se sien te inerm e y experim ent a el "frém ito de la intuició n d e u n alg o superhum ano " (llám ese D io s , diablo , naturaleza, destin o o com o se quiera lla m a r) . Q uie n h a visto u n volcán en erupció n o h a presenciado una trom b a m arina , por ejem plo , se ha sentid o transportad o a los tiem po s del principi o o del fin del m u n d o y en su cuerp o se h a m anifestad o la huella de los m ás profundo s zarpazos del G igante N egro .

C A PÍTU L O I I I

FO R M A S Y G R A D O S D E IN V A SIÓ N D E L M IE D O R evisadas rápidam ente las m otivaciones y los vehículos que lo traen hasta nuestro cam po consciente, es preciso considerar ahora en q u é form as lo invad e y po r q u é fases atraviesa el ser h u m an o q u e sucum be an te su deletérea acción. D e u n m od o global puede afirm arse que existen tres m odos de presentació n del m iedo: a) instintivo (orgánico, corporal y ascend en te ; b) racional (condicionado , psíquico y descendente); c) imaginativo (irracional, de presunció n m ág ico in tu itiv a) . E l prim ero , el m ás prim itivo, es el q u e m enos to rtu ra al hom bre civilizado; el segundo le es h ab itu al, pero soportable ; el tercero puede ser el peor y n o d arle paz n i sosiego. E l m ied o instintivoorgánico .

C orrespond e a la form a prim itiv a de m anifestarse la retracció n o debilitación del m etabolism o , bajo la acción directa e inmediata (sobre las células corporales) de u n influjo d añ in o . Sus m anifestaciones son idénticas en todos los seres hum ano s y se producen con la celeridad m áxim a y u n absoluto autom atism o , dando lugar a la cesación o suspensión d e las actividades en curso y la adopción d e la postura q u e ofrece la m ín im a superficie vulnerable posible. Se tra ta de u n m ied o "conservador", hasta cierto p u n to , pues al interru m p ir o bloquear la conducción de im pulsos localiza y enquista — valga el símil— el efecto nocivo. Es u n m iedo ten id o antes q u e sentido y sentid o antes q u e pensado: el sujeto se da cuenta, a posteriori, de q u e se ha asustado, cuand o llega a los centros corticales la onda de estim ulación , q u e ya h a determ inado antes diversos reflejo s e inhibicione s en los niveles m edulares y subcorticales. P or

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eso pued e denom inársel e ascendente , pues va de los centro s inferio res a los superiores . Este dispositiv o funcion a igualm ent e cuand o el agente nocicep tiv o proced e de la propia intim ida d visceral; así, es frecuente qu e un a m ala digestión , u n forúnculo en form ación, u n a angina , etc., produzcan durante el sueñ o nocturn o un a angustiosa pesadilla . £ 1 sujeto "conciencia " entonces, bajo la form a de im ágenes terroríficas, el m alesta r organísm ico producid o por el descenso del biotono ; m ientras el órgano afectad o reaccion a in situ con una inflam ación , su disfunción , transm itida por la doble vía hem ática y neural (vegetativa) excita los centro s cenestésico s y éstos, a su vez, las zonas de proyecció n asociativa, creándose una s vivencia s oniroide s qu e está n ligadas por u n a referencia sim bólica a l suceso q u e se está produciend o en la zona inconscient e de la persona . Ésta sueña entonce s qu e es golpeada , asfixiada o torturad a y, al despertar, pued e dudar durante u n tiem p o si el m alesta r orgánico que ahora siente fue causa o efecto de su pesadilla . P uede , pues, afirmarse qu e todo cuanto dism inuye el valor vital dism inuye el valor aním ico y pon e en marcha la vivencia de ineficiencia ju n t o con la de anulación , característica s de la inactivació n en curso. Es durante las guerras prolongada s o tras de condicione s v ita les q u e agotan la energía vita l d e reserva cuand o m ejor pueden observarse las m anifestaciones de este tip o de reacció n orgánica de inactivació n m iedosa , cuyo últim o grado presupon e incluso la ausencia del sentim iento de su presencia, o sea la falta del autoconocim iento , n o sólo del peligro o del dañ o sin o del propio estado. Entonces las gentes parecen estólidas, cum ple n com o autóm ata s el m ín im o d e reacciones neurovegetativas para su pervivencia pero carecen de iniciativa , de pen a o de em oción , n i aun ante los mayores y m ás catastrófico s acontecim ientos . Por m uch o que a u n observado r superficia l pueda parecerle que esas gentes "ya" n o sienten m iedo , la verdad es q u e éste, al encronizarse y profundizarse en tod o su territorio orgánico , las ha envuelt o tan com pleta m ent e en su m ant o y las h a paralizado y anestesiado d e tal m o d o q u e n o puede n destacarlo , pues ella s m ism as "son" su im agen representativa; ocurre así alg o sem ejante a lo q u e pasa con nuestra som bra al extinguirs e la luz: no podem os verla a fuerza de estar totalm ente envueltos por ella.

CUATRO

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El miedo racionalsensato. Éste es el m iedo que podríam o s denom inar "profiláctico" ; el q u e generalm ente se piensa cuand o se h ab la de él sin calificación específica. P ara nosotros se diferencia del anterio r en q u e aquél se siente a posteriori (reacción ante el daño). y éste a priori (reacción a n te el peligro, o sea, an te la señal anticipadora del d a ñ o ) . E s, pues, u n miedo condicionado por la experiencia y va del brazo de la razón; p o r eso tam bién p u ed e designarse com o u n m ied o "lógico". Su característica es la de ser com prensible p ara q u ie n n o lo siente directam ente , pero es, n o obstante, capaz de "figurarse " q u e lo sentiría si se hallase en las circunstancias en q u e se originó . Si po r ejem plo, nos p reg u n ta n qué sentiríam o s ante la presencia de u n tigre, si estuviésem os solos e inerm es, n o hay d u d a que la respuesta sería u n án im e , p o rq u e el m iedo en tal situación resulta racional (lógico, com prensible, sensato), ya q u e todos hem os sido capaces d e condicionar la idea de "tig re " con la de " d a ñ o in m in en te" . Ese m iedo previsor se acusa, generalm ente , en form a d e tendencia a la h u id a previa. Su fórm ula es "n o te m etas"; su ropaje eufónico es: la actitu d de la prudencia q u e , com o p ro n to verem os, constituy e la form a m ás leve o m enos intensa del "ciclo d e invasión" de n u estro gigante. P o r el hecho de ser pensado antes q u e sentido , el m ied o racional dispon e d e tiem p o p ara asegurar la puesta en m arch a d e los dispositivos funcionales q u e eviten a l sujeto la presentació n de la anterio r m odalida d descripta, o sea, el m ied o instintivo orgánico. Surge, pues, prim ero en él lo q u e se llam a la "intelecció n m iedosa" —en form a d e idea del posible daño— y es ella (no la directa percepció n del daño) la que, desde las zonas de proyección de la corteza cerebral, difunde e irrad ia a tod o el organism o , en u n curso retrógrado y descendente (hacia los niveles m esencefalíeos, protuberanciales y m edulares) los im pulsos creadores del m alestar em ocional y, a la vez, d e las reacciones defensivas previas. A sí, el sujeto q u e ultrapasa los lím ites de esta form a de presentació n del m ied o puede n o llegar a considerarse víctim a sino jactarse, sim plem ente, de ser precavido; en otras ocasiones, com o verem os, m erecerá adjetivos m enos agradables tales com o los de "pesim ista" , "desconfiado", etc., m as él

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cuenta p ara rechazarlos con el criterio p o p u la r según el cual sólo es "previsor" quien anticip a los sucesos infaustos y los evita m erced a la conocida fórm ula d e : piensa mal y acertarás. El miedo imaginatívoinsensato . Ésta es, sin duda, la variedad m ás "to rtu ran te" -d e las form as de actuación del G igante N egro. T am b ié n se la conoce con los calificativos de m iedo absurdo , "fobia", de presunció n o m ágicointuitivo . Su característica esencial es q u e el objeto q u e lo condicion a n u n c a h a sido causa de m ied o orgánico en el sujeto y solam ente se encuentra ligado a u n verdadero estím ulo fobígeno a través de u n a cadena de asociaciones, m ás o m enos larg a y distorsionada ; po r ello ta l m iedo resulta injustificado e incom prensible, n o solam ente para quienes lo analizan con frialdad lógica, sino hasta para quien sufre íntim am ente sus efectos. Es evidente, sin em bargo, q u e este tip o de m iedo se encuentra m ás próxim o al del m iedo racional (sentido po r el hom bre solam ente) q u e al del m ied o orgánico (sentido tam bién p o r los irracionales) ; por ello a veces resulta difícil señalar la línea de separació n en tre la form a lógica y la absurd a —en oposición a la prim itiv a " n a tu ra l " (orgánicoinstintiva ) —, ya q u e aquéllas son, am bas, condicionadas y, po r tan to , presupone n la sustitució n del estím ulo absolu to p o r o tro (qu e se convierte en "señal" o "signo" im aginado y representativ o de aquél) . ¡C uriosa paradoja en virtu d de la cual re sulta q u e el m iedo " n a tu ra l " de los irracionales es, en definitiva, m ás racional q u e el "artificial" de los racionales! E xpresad o en térm inos m ás concretos: cuanto m enos se desarrolla n el pensam iento y la im aginación , m ás estrictam ente se liga el m ied o a las causas q u e de u n m od o inm ediato lo originan y n u tre n . C uanto m ás se expanden el pensam iento y la im aginación , m ás "alas" d a n al m iedo p a ra vivir d e prestado y en ausencia de sus auténtico s progenitores. U n a variedad curiosa del m iedo im aginativ o es el "m ied o supersticioso " q u e n o es privativo de m entes incultas, com o m uchos creen. O tra , es el "m ied o sim pático", tam bién llam ado "contagio so", porqu e en él la reacción fobígena se produce po r la sim ple percepción de u n a conducta m iedosa ajena, au n ignorand o los m otivos que la provocan . Q uien desee convencerse de cuan terrible es la fuer-

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za d e esta form a m iedosa basta con q u e recuerde las catástrofes q u e se h a n provocad o en ciudades civilizadas po r haber dad o alguien en u n a aglom eración h u m an a u n falso g rito de "fuego", "terrem oto " o, sim plem ente, haber salido corriend o de u n m odo brusco; y es q u e la im itació n defleja se produce en el hom bre tan to m ás fácilm ente cu an to m enos físicam ente aislado se encuentra de sus sem ejantes. L o q u e hace pensar si, efectivam ente, este tip o de m iedo no será u n resid u o ancestral de la prehistóric a existencia gregaria de la " h o rd a " h u m an a . E l m iedo insensato lleva, en sus form as intensas y perseverantes, al desequilibrio m ental (m iedo patológico), al suicidio o al crim en, si n o es debidam ente tratad o con los m odernos recursos de la psiq u iatría .

Fases progresivas del ciclo emocional del miedo. C ualquiera q u e sea la form a q u e adopte, la presentació n y la acción del m ied o pueden alcanzar diversos grados de intensidad , correspondiend o cada u n o de ellos a u n avance en la difusión y p ro fundidad de sus efectos inactivantes sobre los centros propulsores de la vida personal y vegetativa. E n concordancia con las ideas de H ughlings, Jackson, G askell, S herrington , C obb, Pavlov, hoy aceptadas po r la m ayoría de neurofisiólogos, podem os afirm ar q u e a m edid a q u e el G igante N egro invad e el recinto aním ico procede a determ inar u n a "disolució n de funciones", atacand o prim eram ente a las m ás recientem ente establecidas en la línea evolutiva (que son, claro está, las. m ás elevadas desde el p u n to de vista de su fineza y com plejidad d iscrim in ativ a) . D e esta suerte, el sujeto q u e se halla som etido a sus efectos recorre rápidam ente , de delante atrás, en la línea tem poral, los estadios que señalaron su diferenciación h u m an a . H ay , pues, u n a regresión hacia la nada prenatal, en cuyo decurso podem os diferenciar claram ente seis principale s niveles de intensidad fobígena, a los q u e designam os con los calificativos d e : pruden- cia — cautela (d esco n fiad a ) — alarma — angustia (ansiosa) — pánico — terror.

C onviene advertir, n o obstante, que si bien en teoría esos niveles están seriados de m odo q u e el paso de uno* a otro se hace siguiendo u n a m ism a línea evolutiva, en la práctica pueden hallarse sim ul-

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táneam ente , en u n sujeto, síntom as pertenecientes a m ás de u n o de ellos; entonces, es claro, su perfil se m odifica, pero siem pre es posible analizar los m otivos (particularidade s de constitució n psicosom ática, estado de m ayor o m enor agotam iento , situación previa del án im o , tiem po y brusqueda d de acción de los estím ulos fobígenos, ritm o de sucesión y contraste de ellos, tip o y naturalez a de los p ro pósitos en curso u objetivos de acción, etc.) que explican su im b ricación. D e u n m odo general pued e decirse que en las tres prim eras fases o niveles de invasión del m iedo (prudencia-cautela-alarm a) la praxia (conducta m otriz individual) es aú n satisfactoriam ente controlada po r la personalidad , m ientras que en los tres últim o s se acelera y precipita su total desorganización y abolición .

El sujeto adopta una actitud m odesta, de auto lim itación voluntaria d e sus am bicione s y posibilidades de creación , destrucció n o m a n ten im ien t o de d o m in io . D e esta suerte afirm a su in m ed ia t o deseo d e pasar inadvertido y n o entra r e n co n flicto con el a m b ien te , a u n a costa de renuncia r P la n o o b jetiv o : • a goces, siem pre q u e él crea q u e su consecució n im plica -riesg o y, por tanto , entrañ a la probabilida d d e sentir el m ied o (que ya asom a su faz en e l u m bral c o n s c ie n te ) . En térm ino s vulgares , se p ro d u ce una huida profiláctica (no tanto espacia l co m o te m p o r a l) .

P la n o subjetivo :

Se produce n abundante s racionalizacione s (negación del deseo , autojustificació n d e generosidad , etc.) para convencers e de q u e el co m p o rta m ien t o es ju sto . E l sujeto lleg a a sentirs e autosatisfech o y seguro , por considerarse m ás previsor y reflex iv o q u e el resto d e sus sem ejantes . P ero reacciona con viveza critica excesiv a a n te q u ie n le descu bre su a u to en g a ñ o : es, p u es , vulnerable y proyecta su censura contra los valientes , co m o defensa d e su inicia l cobardía .

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P la n o objetivo :

(£1 sujeto h a en trad o , ya, en e l cam p o de acción d e l G igante N egro; se h alla , p u es, en situació n atem orizante, p e ro cuenta con e l dom inio d e sus respuesta s an te ella.) L os m ovim iento s m uestran la actitu d cautelosa y concentrada d e su au to r: ya n o son espontáneo s sino severam ente controlados, p o r lo q u e se acelera o lentifica su ritm o , según se tra - te d e ganar tiem p o o precisión d e acción; respon - d e n a m otivos precaucionóles. H ay tam bién autolim itación propositiva: se quieTe asegurar e l éxito d e u n solo propósito , a l q u e se circunscribe to d o e l esfuerzo. E l sujeto vuelca e n é l todas sus dispo n ib ilid ad e s atencionales; m ed ian te u n a h ip erten sión conativ a y u n a tendencia iterativa (repetitiva) tra ta d e asegurarse e l éx ito .

P lan o subjetivo:

C orrespond e a esta fase, en la in tim id a d consciente, u n estad o d e creciente preocupación. A um ent a e l interés, la atención expectante y e l anhelo d e asegurar e l d o m in io d e la situación, p ero sim u ltán eam en te surg e la duda d e q u e ello sea lo grado . D e a q u i e l temor del fracaso, q u e em pieza a m o rd e r e n la conciencia. U n a n u b e d e pesim ism o invade e l ánim o y p a ra superarla e l sujeto concen tra y reconcentra su coraje y energías, m ien tra s en e l exterio r d a , todavía, m uestras d e tran q u ilidad, gracias a sus recursos d e disim ulo y reserva, tales com o em prende r actos secundarios: cantar, fum ar, tam borilea r los dedos, hacer u n chiste, etc. L o im p o rtan te , em pero, es q u e su conciencia va no está en paz, n i su prospecció n es n ítid a , n i su volu n ta d se siente d u eñ a d e la personalidad .

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(£1 sujeto sigue penetrando en la situación intimidante y el m iedo ya se muestra ante él claramente.) La actitud es de alarm a y desconfianza intensa. Aparecen movimientos superfinos, se exageran actos inoperantes y aparecen en su curso indecisiones, vacilaciones y alteraciones del ritm o y seguridad de la conducta motriz. Por excesiva conPlano objetivo: * centración atentiva se reduce el campo perceptivo y surgen follas que aumentan la imprecisión: aparecen tem blores y movimientos iniciales de retroceso (en form a de leves sacudidas flexoras de las extrem idades); comienza a exagerarse la reflectívidad medular (tendinosa) y atrepellarse o hacerse saltón el curso práxico.

La rum iación, iniciada por la duda existente, ya, en la fase anterior, se ha exagerado hasta ocasionar una división en el campo intelectivo: el sujeto se da perfecta cuenta.de que no puede controlar el curso de sus pensamientos y se empieza a obsesionar ante la prospección de su inm inente daño. El juicio pierde su claridad y se siente una penosa impresión de insuficiencia, en la medida en que más se quisiera poseer su lucidez habitual. Los efectos de la inhibición de los centros cortidones del ánimo, entrando así en la fase siguiente, e im potenciación del yo.. Los propósitos fluctúan y se bambolean al compás de las bruscas oscilaciones del ánimo, entrando así en la fase siguiente, en la que ya el sujeto se encuentra a merced de su gigantesco enemigo: el miedo incontrolado:

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La conducta en esta fase evidencia que la desorganización funtíonal provocada por el m iedo ha destruido ya la unidad intendona l y ha inhabilitado sus mejores posibilidades de reacción. Existe en su encéfalo una situación conflictiva, por haber desaparecido el normal equilibrio entre los procesos de excitación y de inhibición. Ya no hay autorregulación de la m otriddad y el curso de ésta está desintegrado, consumiéndose los desniveles poPlano objetivo- •{ teñó» 1 » en anárquicas y contradictorias descargas en las vías efectoras propio y extraceptivas (Sherrington). £1 diencéfalo empieza a adquirir dom inio sobre la corteza; los centros neurovegetativos se excitan y engendran la llamada "tempestad visceral" (cuyos fenómenos espasmódicos y constrictivos determinan la vivencia de angustia). La desinhibición de la porción posterior del núcleo caudal hipotalámico determina la aparición de discinesias; estereotipias, perseveradones e impulsos absurdos. •

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Intimamente el sujeto vive esta fase con un ánim o ansioso y angustiado (lo primero, por la expectación de inevitables e ignotos males; lo segundo, por la disforia y pena procedentes del malestar funcional orgánico). Pero el miedo, ahora, ya arrastra consigo los primeros signos de su hermano siguiente: el gigante rojo o colérico. En efecto, la conciencia siente una extraña mezcla de temor y furor incontenibles. Siendo incompatibles las ac. Plano subjetivo: - titudes motrices derivadas de uno y otro, el sufrim iento llega al máximo. £1 sujeto "se siente enloquecer"; se cree al borde de "perder la cabeza" y efectivamente, lo está si aumenta un poco más la tención emocional, pues entonces ingresará en la fase siguiente —del pánico— , en la que su yo confuso e invalidado apenas perdbirá (com o inerm e "espectador") lo que los violentos deflejos y automatismos de los centros subcorticales y mesence. fálicos le llevan a realizar.

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' Caracteriza esta fase, como ya hemos anticipado, la dirección autom ática de la conducta. La corteza cerebral sufre ya los efectos de su total inactivación (muerte temporal) producida por la absoluta invasión del miedo. De ello deriva la liberación incontrolada de los dispositivos y pautas deflejas ancestrales de los centros encefálicos inferiores, en cuyos impulsos motores —de extraordinaria violencia— no hay modo de interferir, ni desde el campo situacional (mediante estímulos tranquilizantes, por ejemplo) ni desde la intim idad personal (por su supuesto esfuerzo de la voluntad). La "tem pestad" se hace ahora kinética, o sea, tiene lugar Plano objetivo: - en la esfera motriz (correspondiente al deflejo "catastroral" de G oldscheider). Pueden observarse ahora crisis convulsivas, histeroepileptiformes ; la fuerza muscular parece centuplicada pero es ciegam ente liberada en actos que sólo por casualidad resultan adecuados. Es asi como, a veces, el pánico puede convertir al sujeto en héroe sin saberlo (m algré luí); algunas gestas de gran agresividad y audacia realizadas en los campos de batalla lo han sido hallándose su autor en estado sub o inconsciente (crepuscular) y "constituyen verdaderas "huidas hada adelante de las que el primer sorprendido y .asustado, a posteriori, es quien las hizo.

. Plano subjetivo:

Correspondiendo al dominio de la "persona subconsciente" o "profunda" (de Kraus) en esta fase el sujeto apenas si se da cuenta de cuanto le ocurre o realiza; algunas vivencias de pesadilla (oniroides, deliriosas, incoherentes) seguidas de rápida amnesia (olvido) es todo cuanto llega a producirse en su plano consciente. Este período es, pues, vivido como un m al sueño, que pronto, si persiste la excitación, agotará también los centros automáticos, sumergiendo al individuo en la fase final o

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En este máxim o grado de intensidad de la acción del m iedo —que constituye la fase final de su proceso de anulación individual— los fenómenos de inhibición han alcanzado, ya, también, a los centros subcorticale» y mesencefálicos produciéndose un brusco contraste con la agitación de la fase anterior. Ahora ni siquiera existen movimientos parciales o inconexos: el sujeto ha perdido no solamente su intelección y su sensibilidad efectiva sino toda su potencia reaccional motriz. Yace cual una estatua de piedra, esto es "petrificado", confundido con la tierra (a-terrorizado) : inmóvil, inerte, "muerto de Plano objetivo: " miedo". Su palidez y su inexpresión, la falta de reacción local, incluso ante estímulos violentos y dolorosos, nos revelan objetivamente la ausencia de vida personal, psíquica. Su ser está temporalmente agotado e inactivo y puede, incluso, estarlo de un modo definitivo (muerte verdadera) si el proceso de inactivación alcanza los centros simpáticos (conduciendo a un proceso de deshidra tación, reducción del volumen sanguíneo y precipitación coloidal, com o ha demostrado Cannon en algunos pichones). También puede engendrarse, aun cuando es sumamente excepcional, la muerte por síncope de origen bulbar (inactivación de los centros circulatorio y . respiratorio del suelo del tercer ventrículo) . En rigor, en esta fase no existe ya vida personal o subjetiva propiamente dicha, pues solamente se conservan las actividades neurovegetativas mínimas para asegurar la persistencia del ser. Una absoluta apatía, indolencia e indiferencia caracteriza, al principio de este período, el sentimiento existencia]. £1 individuo semeja un muñeco de cuerdas rotas, que permanece como un mueble u ob. Plano subjetivo: jeto en el campo situacional, absolutamente ajeno a cuanto en él se desarrolla. Por esto, si mediante un artificio experimental es, aún, posible recordar, a posteriori, lo que ocurre en las fases de pánico, hay, en cambio, una absoluta e irreductible amnesia de lo que sucede durante la fase de terror '-que, a veces, puede perdurar varias horas.

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Ya señalam os con anteriorida d q u e el paso de u n a a o tra de estas fases n o siem pre se realiza de u n m od o preciso, n i tam poco es forzoso q u e el decurso sea irreversible. N o obstante, cuand o se h a n alcanzado los estadios finales, n o pued e esperarse u n retorn o a la norm alidad si n o es pasando, nuevam ente , la m ism a sedación de fases pero en sentido inverso (esto es: regresivo respecto al m iedo, pero progresivo respecto al ajuste a la norm alida d reaccio n al). Por ello , hay q u e prepararse, según verem os, a presenciar u n período de trem enda agitación , en la m ayoría de los sujetos aterrorizados, cuand o dejan de estarlo . É sta es u n a ley general del sistem a nervioso : tras u n a intensa inhibición acostum bra producirse u n a intensa agitació n y viceversa, cual si hubiese u n a n a tu ra l tendencia a la com pensación energética. Es po r esto, tam bién, que cuand o d u ra n te u n período u n p u eb lo h a vivido paralizad o po r el terro r de u n a sanguinaria d ictad u ra , al verse libre del tiran o entra en u n furor destructivo q u e alcanza n o sólo a los servidores directos de él sino a sectores nacionales q u e apenas si fueron colaboracionista s del régim en fenecido.

C A PÍTU L O IV

"C A M O U FL A G E S " Y M ASCARA S D E L M IE D O Disfraces más comunes del Gigante Negro. C on ser el m ás antigu o de nuestros enem igos aním icos, es tam bién el m ás astu to y capaz d e enm ascararse, p a ra ejercer m ejor sobre nosotros su acción letal, sin tener q u e enfrentar sus opuestos com petidores, los tres gigantes q u e m ás adelante conocerem os. P ara disim ularse usa, pues, el m iedo, infinidad de disfraces, algunos de los cuales ya conocem os, pues con ellos se presenta en sus fases leves; ta l ocurre, p o r ejem plo, con la modestia, la prudencia y la preocupa- ción q u e , contó recordam os, constituyen sus form as m enos intensas d e presentación . M uy a m enud o se engloban esos tres antifaces en u n a m ism a m áscara y entonces el m iedo se nos presenta bajo el m enos disim ulad o de todos ellos, o sea, vestido de: TIM ID EZ H asta las gentes m ás ignaras en psicología concuerdan en q u e u n a persona tím ida es u n a persona que sufre, en form a perm anente , u n a actitu d de miedo, ante el fracaso o el rid ículo en sus intentos d e relació n y éxito social. P or ello n o es preciso q u e nos detengam os m ucho en el análisis de esta m áscara, q u e apenas si consigue encub rir las partes m ás prom inentes de nuestro gigante. Sin em bargo, hem os de señalar, contra la opinió n general, q u e el tím ido no lo es ta n to p o r carecer de sentim iento de autoestim ació n y creencia de autosuficiencia, com o p o r ser, en el fondo, excesivam ente am bicioso y n o querer arriesgar su bien g u ard ad o "am o r p ro p io " en la balanza, siem pre im previsible, de los actos que h a n de ser juzgados po r seres ajenos.

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D e aquí que, en e l fondo, casi puede afirmarse que el tím ido m erece sufrir del m iedo, pues mientras en otros casos éste surge de la inicial desvalidez del ser, aquí nos llega convidad o por u n ín ti- m o y exagerado egoísm o, o mejor, egocentrismo, que alimenta la excesiva pretensión de no tener más que triunfos en la vida. Por ello el tím ido espera la ayuda exterior y se resiente (esto es, se enoja) si no le llega en la forma prevista por él. £1 tím id o auténtico es, pues, u n m iedoso a posteriori, qu e para ser tratado requiere no tanto estím ulo y consuelo com o reconvención persuasiva, para demostrarle que 2o que le asusta no es hacer las cosas m al sino quedar m al ante los dem ás; por ello , ni siquiera puede aplicársele el calificativo de m odesto. La timidez, por lo demás, se halla preferentemente ligada co n situaciones sexuales, e n las qu e pued e quedar e n entredich o el grado de "virilidad" o de "femineidad" de quien parece ser su víctim a; por ello , tam bién , e l tím ido nunca es ingenuo y el m ied o que sufre no es primario (congénito ) sino adquirido y ligado a intereses afectivos de tip o narasista . Por esto también se admite q u e la tim idez y el recato (pudor) son primos hermanos.

ESCRUPULOSID AD L a actitud escrupulosa —de poner los puntos sobre las í e s lleva im plícita tanta dosis de m iedo com o de agresividad. En el fondo, el escrupuloso es siempre u n pequeño cobarde quisquilloso, que pretende "hilar muy fino" en el exterior, en tanto deja gruesas marañas en su intim idad ; por algo la voz popular nos afirma q u e los escrupulosos son "mal pensados". A l parecer los escrúpulos dependen más del grado de severidad de la denominada conciencia ética, m oralida d o Super-Yo freudiano, que de la directa presencia del m iedo, mas esto se debe a que en ellos nuestro negro gigante se encuentra actuando tras la cortina, en u n extraño contubernio con la ira. Efectivamente: sentir u n escrúpulo es sucumbir ante la duda de que algo está m al, cuando n o parece estarlo; entonces el sujeto casi siempre tiene la reacción de detenerse en el umbral de u n acto o una conclusió n esperada, con lo q u e irrita a quienes esperaban la continuidad de su conducta. A pa rentando un anhelo de perfección, casi nunca alcanzable en la prác -

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tica, el escrupuloso n o solam ente im pide el curso n a tu ra l de los acontecim iento s sino q u e , generalm ente , realiza u n a acción negativa o destructiv a en su am biente ; su conducta lleva el sello paralizante — que es típico del miedo— y, adem ás, el destructiv o que es típico de la ira. PESIM ISM O N o hay d u d a q u e el pesim ista es algo m ás q u e u n agorero de m ala som bra: es, adem ás, u n cobarde q u e trata de justificarse con supuestas razones. G eneralm ente hay q u e ahondar u n poco p ara convencerse de q u e el pesim ism o es u n a m áscara del m iedo , au n en ocasiones en las q u e se viste con las galas d e u n hum orism o sarcástico o cuando , como es m ás frecuente, busca disfrazarse con el m an to de la tristeza. El auténtico triste no puede ser pesimista, puesto q u e n ad a espera ni desea. Solam ente quien en el fondo quiere algo y n o se atreve a luchar po r ello (cobardía) trata de autoengañarse con la idea d e q u e su consecución es im posible e inefectiva. Surge entonces el a quoi bon?, o bien el it is hopeless, y, en nuestro idiom a, m enos rico en expresiones típicas de pesim ism o po r el n a tu ra l m od o de ser (alegre y confiado) del español, se da, sim ilarm ente , "n o hay nad a q u e hacer". L a opinió n p o p u lar, sin em bargo, n o se deja -confundir fácilm ente y afirm a q u e el pesim ista "busca la alegría pero le falta valor para conquistarla" ; con ello coinciden su criterio y el científico : el m ejor rem edio del pesim ism o es ocuparse en la acción y no preocuparse por el logro. ESCEPTICISM O Es p rim o herm an o del an terio r y, p o r lo tan to , ín tim o p arien te del m iedo. A prim era vista todos los escépticos se las d a n de "v ivos". A firm an q u e "están de vuelta", es decir, que están desengañados, o sea, q u e ya n o se dejan engañar por nad a ni p o r n a d i e . . . pero al decir esto olvidan que la vida no vale la pena d e ser vivida si n o es, precisam ente, basados en la ilusión (léase engaño) con q u e nosotros la idealizam os y em bellecem os. En la m edid a en q u e fabricam os ese tejido de esperanzas y de fe, dejam os de ser puros auto -

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m atas anim ales para convertirno s en creyentes y, po r ende, en creadores. Es así com o al hom bre le es dad a la posibilida d de vivir para sí y n o a pesar suyo; construyéndose u n sistem a de creencias en las q u e , indudablem ente, interviene m ucho m ás su afectividad q u e su razón. El escéptico — cuando n o es u n vulgar "poseur"— tam bién es creyente, p ero absurdo, pues cree en no creer, o sea, q u e estim a el no estim ar, tien e fe en la falta de fe: valoriza la desvalorización. U n a actitu d ta n paradójic a se explica, no obstante, claram ente si se tiene en cuenta qu e se halla dictad a po r el m iedo . Éste constituye, com o sabem os, la glorificación de la anulación : el culto a la n ad a ; el reto rn o al N o-Ser. P or ello el escéptico absoluto, si es consecuente consigo m ism o, n o tiene otro cam ino que el s u ic id io .. . a m enos que tam bién se m uestre convenientem ente escéptico ante