crecimiento espiritual

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Contenido Prefacio ........................................................................ 11 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16.

Una forma diferente de pensar acerca de la oración ..... 19 El viaje espiritual .................................................... 23 El diario espiritual ................................................... 29 La oración al comienzo del viaje .............................. 33 La experiencia de la presencia de Dios ..................... 39 Cristo habita en nosotros ........................................ 45 El crecimiento espiritual .......................................... 49 Orar con las Sagradas Escrituras .............................. 53 Otra forma de orar con las Sagradas Escrituras ......... 61 La soledad y el silencio .......................................... 65 Los retiros espirituales ........................................... 69 La práctica de la presencia de Dios .......................... 73 El examen de conciencia ......................................... 79 Una regla de vida ................................................... 83 El viaje contemplativo ............................................ 89 La dirección espiritual ............................................ 97

Epílogo ........................................................................ 99 Regla de vida............................................................... 101

Prefacio Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo. Mi garganta tiene sed de ti, mi carne desfallece por ti, en un páramo reseco, sin agua (Salmo 63, 1).

M

i hija, de tan sólo dieciocho meses, estaba sentada en el suelo de la cocina jugando con las cazuelas y pucheros. Los rayos del sol entraban a través de las ventanas y el recinto entero desbordaba de luz. Mientras contemplaba esta escena tuve la sensación de que otra luz diferente iluminaba mi cocina. Pensé que siempre debería ser así. En todo momento –en lo ordinario de nuestro día a día– deberíamos ser conscientes de la presencia real de Dios; pero, por qué no lo somos. Ésta no era la primera vez que me planteaba tal interrogante. Empecé a tomarme en serio el tema de la fe poco después de dejar el instituto. En aquella época me preguntaba si eran ciertas todas las cosas que había aprendido en la catequesis; o ¿eran sólo cuentos de hadas? Tal inquietud me condujo a la Biblia; buscaba alguna evidencia de la verdad. No puedo afirmar que di con lo que buscaba, pero me ayudó a tomar la decisión de creer en Dios y poner en práctica mi fe. Nada más cumplir los veinte años, conocí a una mujer que se había convertido al hinduismo cuando buscaba una forma de orar que tuviera sentido y que le permitiera esta-

12 blecer una relación con Dios. A mí, oriunda de una pequeña ciudad del Medio Oeste de los Estados Unidos, esto me chocó sobremanera y supuso una verdadera sacudida a mi modo de pensar cristiano. ¿Cómo pudo esa mujer llegar a eso? Sinceramente, debía admitir que admiraba su capacidad de meditar y de sumergirse en el silencio; yo, en cambio, no era capaz de rezar ni siquiera durante quince minutos sin que me asaltaran un montón de distracciones o sin aburrirme solemnemente. Me preguntaba por qué nosotros, que confesamos creer en un Dios vivo, no llegamos a tales experiencias. Así pues, me dispuse a investigar más sobre la oración. Buscando ayuda, acudí a una librería cristiana y compré un devocionario. Lo compré porque estaba a mitad de precio, pero creo que fue Dios quien puso aquella obra en mis manos. Ella me introdujo en la tradición contemplativa, dado que sus breves lecturas estaban tomadas de los grandes clásicos de la espiritualidad cristiana. Los autores citados en ella hablaban de su relación con Dios de una manera íntima y profunda. Parecían haber disfrutado en su vida de una experiencia sentida e inmediata de Dios. Hablaban de amor, calidez, ternura, guía y revelación. Hablaban de Dios y a Dios con amor, pasión y misterio. Esto suscitó en mí el deseo aún mayor de comenzar una vida de oración más profunda y me condujo a buscar respuestas. Nunca antes había escuchado este modo de hablar respecto a la relación con Dios, es más, no creo que hubiera podido hablar en tales términos, a lo sumo hubiera dicho algo sobre la fe o la creencia en Dios. Sin embargo, los autores citados en el devocionario parecían conocer a Dios como si vivieran íntimamente a diario con Jesús. En mi búsqueda de respuestas sobre este asunto, descubrí que yo no era la única que no sabía nada acerca de la intimidad con Dios; descubrí también que mucha gente se

13 volvía suspicaz de las experiencias y emociones que se referían a Dios. En Occidente, a lo largo de muchas generaciones, hemos puesto el énfasis en la ciencia y en la tecnología. Nuestra cultura y entorno influyen y modelan nuestro modo de ver el mundo. Comenzamos nuestra vida espiritual con unas suposiciones y puntos de vista que afectan tanto a nuestra manera de acercarnos a Dios como a la respuesta que le damos. Los cristianos occidentales fuimos educados en una cultura racional fundamentada en los principios de la Ilustración. Bajo la influencia de la Ilustración se llegó a creer que sólo era verdad aquello que pudiera ser demostrado por el método científico, consecuentemente la experiencia espiritual fue considerada una mera superstición; cualquiera que hablara sobre una experiencia de Dios resultaba sospechoso, incluso hereje o enfermo mental. Muchos fueron quemados en la hoguera. El método racional y científico afectó a todos los aspectos de la vida; también a nuestro modo de entender la Iglesia. Por ejemplo, en mi búsqueda de una vida espiritual más profunda, hablé con mi párroco, quien me remitió al director del coro, éste al responsable de la catequesis, y así hasta llegar al encargado juvenil. Todos ellos me invitaron a implicarme más en la parroquia. Enseguida empecé a cantar en el coro, a dar catequesis los domingos y a ser consejera juvenil. Nadie me mencionó nada sobre la oración o el crecimiento espiritual. Ésta es la forma habitual como las parroquias se preocupan por el crecimiento espiritual de sus feligreses. Cuando se incorporan nuevos miembros, inmediatamente se intenta comprometerlos en alguna actividad o en algún servicio parroquial. Pensamos que los directores espirituales son personas extremadamente activas. El crecimiento espiritual se expresa asumiendo responsabilidades parroquiales.

14 Nos resulta relativamente fácil animar a la gente a que se involucre en las actividades de la parroquia, pero no así a que mantenga una experiencia, una relación amorosa con Dios, como parte importante y vital del crecimiento espiritual. Debido a que la mayoría de las confesiones cristianas hace hincapié en que lo que nos salva es la fe y no las buenas obras (Efesios 2, 8-9), en las Iglesias protestantes se constata cierto rechazo a hablar del crecimiento, la formación y las disciplinas espirituales. Existe el temor de que la gente llegue a pensar que haciendo esas cosas pueda ganarse el amor y el favor de Dios. Tal temor impide a muchos explorar las prácticas espirituales tradicionales que abren las puertas al crecimiento espiritual. En lugar de invitar a la gente a practicar las disciplinas espirituales, enseñamos sobre ello. Se ofrece cada vez más talleres, seminarios y clases sobre espiritualidad, con el convencimiento de que si lo aprendemos estamos progresando. En cierta ocasión, un pastor me comentó que la tradicional formación espiritual protestante consistía en una buena enseñanza. Sin embargo, los seminarios no han conseguido preparar al clero para que sea capaz de ayudar a los fieles en su crecimiento espiritual, pues los seminarios se han centrado en cultivar el aspecto académico y han ofrecido muy poco respecto a la formación propiamente espiritual. En medio de mi dilema, Dios me envió un ángel, una religiosa católica que me invitó al centro de retiros «El Cenáculo». Mis experiencias anteriores de retiros habían consistido en largas y frecuentes charlas, juegos de animación grupal, demasiado café y conversaciones sin fin hasta bien entrada la noche, en las que sólo se hablaba de trivialidades. Casi siempre nos acomodaban en unos dormitorios, con seis u ocho literas, propios para adolescentes. Llevábamos nuestros sacos de dormir y no disponíamos de más mobiliario que un colchón. El cuarto de baño, que había al otro lado

15 del vestíbulo, estaba diseñado para grandes grupos de jóvenes, y obviamente había sido muy utilizado. Esto, en cambio, era diferente. En cuanto entré en «El Cenáculo» vino a saludarme una persona que me condujo a una pequeña habitación para huéspedes, sencilla pero decorada con gusto. Aquella iba a ser mi habitación. Para una mujer joven como yo, casada y con tres niños, hacía mucho tiempo que no disponía de tanto espacio privado. Después de acomodarnos, cenamos frugalmente; luego nos reunimos para recibir unas cuantas orientaciones y para compartir nuestras expectativas sobre el retiro que estábamos a punto de comenzar. A partir de ese momento, debíamos guardar silencio hasta que el retiro terminase. La privacidad de la habitación y el silencio permitieron que me relajara y que me limitara simplemente a estar, sin la necesidad de charlar con nadie. A lo largo del retiro nos reuníamos en la capilla durante breves periodos para recibir una explicación sencilla sobre la oración y algunos textos de las Sagradas Escrituras para meditar a solas. Aprendí que el silencio y la meditación de las Sagradas Escrituras eran parte importante de la tradición e historia del cristianismo. No tengo palabras para describir la profunda influencia que el silencio ejerció en mí. La oración se convirtió en momento de encuentro con un amigo personal. Comencé a experimentar la cercanía y el amor de Dios en lo más profundo de mi ser. Las grandes necesidades que tenía en mi vida y que había logrado apartar y adormecer, llevada por el frenesí de la vida diaria, empezaron a emerger y comencé a experimentar la renovación y curación interior que Dios me ofrecía. Años más tarde aprendí que la experiencia personal de Dios, la soledad, el silencio y la meditación eran una parte de la tradición cristiana que se había perdido a medida que la ciencia y la psicología comenzaron a desempeñar un papel

16 importante en la sociedad. Los grandes santos de la Iglesia escribieron sobre «el enamorarse de Dios» y la fuerza que este amor les daba para renovar la Iglesia y el mundo de su época. Hasta los años del racionalismo se consideró a la oración contemplativa como la forma normal de la espiritualidad. Sin embargo, la dirección espiritual y la formación personal, que hasta entonces habían sido el centro del ministerio pastoral, cedieron su puesto al consejo pastoral clínico. Privadas de este pilar de la formación personal, en los últimos años algunas personas anhelantes de Dios se han sumergido en la larga historia del cristianismo para encontrar sugerencias que ayuden a responder a los retos de hoy. Ellas confirman que la Iglesia primitiva concebía a Dios como alguien que desea una relación real e íntima, una relación centrada en el amor mutuo. Esto es el centro de la fe y de la vida cristiana que genera vida, estimula y enriquece nuestra adoración y servicio, pues éstos nacen de esa profunda experiencia de amar y ser amados por Dios. Yo creo que todas las formas de oración son útiles y que Dios responde a la oración. Cuando nos dirigimos a Dios con nuestras preocupaciones y súplicas, el poder de Dios fluye y llega a esas situaciones de una manera real y profunda. Se han escrito muchos y muy buenos libros sobre esta forma de oración activa, sin embargo, me he dado cuenta de que con el paso de los años llega un momento en el que uno siente el deseo de cambiarla, sobre todo, si decide profundizar en la vida espiritual. No son pocos los que dicen que han perdido las ganas de rezar, que están cansados de repetir las mismas fórmulas de siempre y que se sienten culpables por ello. Debido a nuestra falta de conocimiento sobre el crecimiento espiritual, nos es difícil entender que esta sequedad es una invitación que Dios nos hace para introducirnos en una nueva forma de orar.

17 Después de muchos años de asistir a retiros en silencio y practicar mi propia forma de orar, por mera casualidad, empecé a dirigir retiros sobre la oración y me convertí en directora espiritual. Como temía confundir a la gente, busqué ayuda y tuve la bendita suerte de dar con el «Instituto Shalem» para la formación espiritual. Shalem me proporcionó el espacio y el aliento necesarios para profundizar en mi propio crecimiento, así como la sólida formación que necesitaba para dirigir a otros. Gracias al privilegio de dirigir retiros y de escuchar a los demás hablar sobre su oración, he descubierto que la sed que sentimos por mantener una relación más profunda con Dios a través de la oración es un fenómeno universal. Todos tenemos cierta visión del mundo, cierto bagaje cultural, pero al final, Dios nos pide que trascendamos y experimentemos el amor, la intimidad, la curación y la integridad. Basándome en todos estos años de búsqueda y encuentro, de escucha y crecimiento, ofrezco aquí una ayuda para los que desean llevar una vida espiritual que vaya un poco más allá de asistir a misa y de recitar unas cuantas oraciones muy manidas; es mi deseo ofrecer una forma de comprender mejor la dinámica del viaje espiritual y el modo de pasar de la sequedad y la pérdida de interés por la oración activa al encuentro con Dios en lo más profundo de nuestro ser. A quienes han rezado fielmente y ansían saber adónde pueden ir a partir de aquí, les ofrezco algunos modos diferentes de pensar sobre la oración, además de algunas prácticas que les ayudarán mientras se van introduciendo en una espiritualidad más contemplativa. Doy las gracias a todos los grandes santos que me han dado la posibilidad de conocer a Dios íntimamente a través de sus escritos sobre la oración contemplativa. También a mis directores espirituales y a los amigos que, a lo largo de los años, han caminado junto a mí, sobre todo, a Jeanette

Bakke, Tilden Edwards, Dick Beckmen, John Ackerman y todo el personal maravilloso del «Centro Christos» de formación espiritual y a todos cuantos, en la dirección espiritual, han compartido conmigo sus viajes espirituales. Gracias también a quienes facilitaron la publicación del presente libro. Por último, pero no con menos intensidad, gracias a Joe, mi paciente marido que siempre me ha apoyado, y a toda nuestra familia. Joann Nesser