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Sub forma cuiusdam crucis intelligibilis, o articulación erótica de los sentidos literal y anagógico en Leopoldo Marecha

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Sub forma cuiusdam crucis intelligibilis, o articulación erótica de los sentidos literal y anagógico en Leopoldo Marechal Enrique C. Corti UNSAM – CONICET I. El signo y la cruz “La Sagrada Escritura trata de la totalidad de lo existente, de lo supremo y lo ínfimo, lo primero y la último, y de lo intermedio, bajo la forma de una cierta cruz inteligible en la cual describe y, en cierto modo, se ve por la luz de la mente la totalidad del universo.” 1 La cruz inteligible de la que nos habla Buenaventura es el signo del universo que nos propone la Sagrada Escritura. El texto está compuesto por vocablos, por palabras de significado pregnante. Algunas significan cosas, algunas significan a su vez otras cosas pero mediante aquellas cosas ya significadas por aquellas palabras: letra y espíritu sentido literal y sentidos espirituales. “Aquella primera significación, por la que los vocablos significan cosas, pertenece al primer sentido que es el histórico o literal. Aquella otra, por la que estas cosas ya significadas por las palabras significan otras cosas a su vez, se denomina sentido espiritual, se funda sobre el sentido literal, y lo presupone.” 2 Es lo que dice Tomás de Aquino: habla de signos de primera imposición en el nivel literal, y de segunda (o enésima) imposición en el (o los) sentidos espirituales. Toda vez que entre los signos y las cosas se interponen otros signos se oscurece el sentido y se hace más intenso el requerimiento de aquellos signos primeros para interpretarlos. Se hace imprescindible, además, tener en cuenta que trasponiendo la primera imposición donde encontramos esas cosas que no son más que signos, hay que lidiar con esas otras cosas que además son signos. Cosas reificadas como signos y aquellas otras reificadas como cosas que, además, son signos. El sentido espiritual se multiplica a su vez: allegoricus, moralis, anagogicus. En el texto sagrado la ley antigua es figura de la nueva y ésta lo es de la gloria futura. Alegóricamente, el signo dice algo distinto de lo que habitualmente dice en el ágora: la ley antigua es figura de la nueva, la evangélica. Este es el sensus allegoricus (allos – agoréuein).

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Ipsa (Sacra Scriptura) agit de toto universo quantum ad summum et imum, primum et ultimum, et quantum ad decursum intermedium, sub forma cuiusdam crucis intelligibilis, in qua describi habet et quodam modo videri lumine mentis tota machina universi. [Bonaventurae, Breviloquium, prologus VI, 4.]

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Illa ergo prima significatio, qua voces significant res, pertinet ad primum sensum, qui est sensus historicus vel litteralis. Illa vero significatio qua res significatae per voces, iterum res alias significant, dicitur sensus spiritualis; qui super litteralem fundatur, et eum supponit. [Thomae Aquinatis, S.Th. I, 1, 10]

Aquello que se ha cumplido en Cristo es signo de lo que debemos hacer nosotros, de aquello que debe ser cumplido en nosotros; se trata del sensus moralis (ea quae nos debemos agere). Finalmente, en la medida en que los signos significan la gloria futura, cumplen el sensus anagogicus. Se trata, en este caso, de un sentido privilegiado porque tiene que ver con nuestros deseos y con la felicidad que perseguimos. Buenaventura dice al respecto: “Además del literal, la Escritura tiene otros tres sentidos: alegórico (allegoria, quid credas), moral (moralis, quid agas) y anagógico. Se da alegoría cuando mediante un hecho se indica otro hecho que debe creerse de conformidad con aquél; tropología o sentido moral, cuando mediante lo que ha sido hecho se da a entender algo otro que debe ser hecho. Finalmente, hay un sentido anagógico, que es como una elevación, cuando se da a entender aquello que debe desearse, como la eterna felicidad de los bienaventurados.” 3 El sentido literal es el arcaico; constituye la arkhé de los sentidos de la escritura (littera gesta docet). La anagogía, a su vez, como una elevación, nos revela la orientación de muestro deseo y nos orienta en dirección a la felicidad que en el deseo se revela; constituye un sentido plenamente hermenéutico. El último y más elevado de los sentidos estatuye el télos de la interpretación (anagogia, quo tendas), y el eje de la discusión, que se orienta hacia lo alto. 4 Arkhé y télos, el primero y el último, como aquellas letras de la palabra quatuor que debieron ser accionadas para ingresar en el finis africae de la biblioteca de la abadía que Umberto Eco nos narró, el recinto de un minotauro que, habitando un mundo ajeno a su mítica condición, es instituído por Eco a efecto de impedir el tránsito narrativo más allá 3

Praeter litteralem sensum habet [Scriptura] tripliciter, scilicet allegoricus, moralis et anagogicus. Est autem allegoria, quando per unum factum indicatur aliud factum, secundum quod credendum est. Tropologia sive moralitas est, quando per id quod factum est, datur intelligit aliud, quod faciendum est. Anagogia, quasi sursum ductio, est, quando datur intelligi illud quod desiderandum est, scilicet aeterna felicitas beatorum. [Buenaventura, Breviloquium, Prologus, IV, 4] 4

“(…) lo bello y lo bueno es para todos los seres objeto de deseo, de apetencia y de amor; (…) Y que no se nos reproche el emplear esta palabra amor contrariamente a la autoridad de las santas Cartas. Pues es, a mi parecer, una cosa poco razonable y absurda no considerar la intención de aquel que habla, y no basarse más que en las palabras, y es este el hecho, no seguramente de los que buscan con celo las cosas divinas, sino mas bien de los que nunca son más que rozados por la palabra, y no le permiten llegar más que al oído de su cuerpo, que no quieren saber lo que significa tal expresión, y como están necesitados de explicarlo algunas veces por unos términos equivalentes y mejor conocidos, en fin, se detienen tristemente en unos símbolos y unos renglones muertos, en unas sílabas y unas palabras incomprendidas, las cuales no han llegado hasta su espíritu, y no han producido más que un vano susurro en torno a sus labios y oídos: como si, en lugar de emplear las palabras cuatro, figura rectilínea, patria, no se pudiera decir dos por dos, figura de líneas rectas, tierra natal; como si, en fin, no se pudiera emplear circunloquios.” (Dionisio Areopagita, De divinis nominibus, X y XI). 5

“Dice el Apóstol: ‘La letra mata pero el espíritu vivifica’ (2 Cor. 3,6). Son matados por la letra los que únicamente desean saber las solas palabras, para ser tenidos por más sabios entre los otros y poder adquirir grandes riquezas (...) Y son vivificados por el espíritu de las divinas letras quienes no apropian al cuerpo toda la letra que saben y desean saber, sino que con la palabra y el ejemplo se lo restituyen al Altísimo Señor Dios, de quien es todo bien.” (San Francisco, Admonición 7).

de la letra, más allá de ella y en pos del sentido anagógico. De tal modo queda huérfana la anagogía de su anclaje literal, y la literalidad, desprovista de su capacidad de franquear el paso hacia ninguna parte: la vertical y la horizontal de la cruz inteligible han sido desarticuladas. Ya no hay más cruz inteligible. 5 II. Los sentidos y la cruz “…No tomes, no gustes, no toques, (…). Tales cosas tienen una cierta apariencia de sabiduría por su piedad afectada, sus mortificaciones y su rigor con el cuerpo; pero sin valor alguno contra la vanidad humana.” [Col, 2, 21-23] Leopoldo Marechal denomina ‘secreto interior (o anímico)’ de un texto a esa dimensión que se suma a la epopeya para constituir en el texto, el autor y el lector, una ‘ciencia de la experiencia del alma heroica’. Ciencia que, viéndose libre de toda clase de piedad afectada, ofrece un antídoto imbatible contra nuestra vanidad 6. El ‘secreto’ que quiere revelarnos Descenso y ascenso del alma por la belleza 7 tiene que ver con la arqueología esencial del itinerario poético de su autor: se trata, nada menos, que del sentido anagógico de la belleza8: como se ve, una misma esencia y un amor igual. Esta arqueología se halla construida ad intra (anagogia) según las mismas proporciones que prescribe ad extra a la literalidad del texto (littera). En la composición de su ensayo, Marechal ha seguido los mismos movimientos de concentración y descentramiento que el texto de Isidoro de Sevilla cuya paráfrasis lleva a cabo; hace de su propio arte una encarnación de sabiduría ajena porque la única palabra operante es la palabra encarnada. Así, su arte es su sabiduría, y su saber sabe (= gusta, saborea) como apropiación sabrosa y reflexiva más allá de cualesquiera catálogos y antologías. El texto que nos ocupa está ritmado por un descentramiento y una concentración que se efectúan entre dos focos: la ‘Creación-Esfinge’ y el ‘Mástil-Cruz’, en correspondencia con los capítulos sexto y duodécimo de la obra. La creación visible, i.e. el mundo, deviene la mitológica esfinge devoradora y el mástil aparece como cruz, no por sí mismos sino en virtud de la vocación del alma que se dirige a

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Para la noción “secreto anímico”, véase Leopoldo Marechal, Las claves de Adán Buenosayres, en: Cuaderno de navegación, Buenos Aires, Sudamericana, 1966. Puede ser útil también nuestro artículo Leopoldo Marechal: Un tríptico cobre la sabiduría, en: Stromata 3-4, Buenos Aires, 1987, pp 357-386. 7 Fue publicado entre 1933 y 1965 de varios modos, sufriendo variaciones textuales en cada oportunidad. La edición de 1965, última en vida de su autor, puede ser considerada definitiva en lo relativo a su texto. En este período, ve la luz como entrega periódica en el diario La Nación (8 y 15 de octubre de 1933), como libro editado por Sol y Luna (Buenos Aires, 1939), en la Revista de la Universidad de Buenos Aires (Buenos Aires, 1959) y nuevamente como libro editado por Citerea (Buenos Aires, 1965). En 1984 es reeditado por la editorial Salido (Junín, Pcia. de Bs.As.) que vierte el texto de 1965. En 1994, la editorial Vórtice reedita la edición de 1939, con estudio preliminar y notas del Dr. Pedro Luis Barcia. En nuestro trabajo hemos adoptado la edición de 1965 a la que remitimos como “DAAB 65”,seguido de la indicación de capítulo y página. Dado que también en ocasiones utilizamos la de 1939, cada vez que así ocurre remitimos a ella como “DAAB 39”, seguido de indicación de capítulo y página. 8 Sergio Givone, en su ensayo ‘Virtudes teologales y filosofía del amor en Dante’ sostiene que, en el Convivio al igual que en el Banquete, y en la Vita Nuova, el impulso hacia la belleza viene de la belleza misma, que despierta y resucita lo que yace en la profundidad de cada uno: quien cumple este prodigio es Eros; [en: Dante, la obra total, J.Barja y J.Pérez de Tudela (eds.)], Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2009, pp 289-302.

ellos. Se trata de un ‘perderse y un encontrarse luego, por obra de una misma esencia y de un amor igual.’ La esencia es la misma pues la creación, al igual que el mástil, no varían su enigma; la vocación del alma viajera también es la misma porque permanece invariablemente orientada hacia su felicidad. El alma se pierde porque no ejerce su intelección amorosa y, por ende, no percibe el valor anagógico de la hermosura. Se fragmenta entonces, despedazada por la ‘CreaciónEsfinge’ que devora a quienes no resuelven su enigma. El alma se encuentra —o reencuentra— apelando al ‘Mástil-Cruz’ en el cual todo viajero halla la posibilidad de recomponer y consolidar definitivamente su propia unidad perdida al ser devorada por la esfinge. Para reconocer la virtud unitiva del mástil es preciso poner en marcha esa capacidad de entender que solamente el carácter anagógico de la belleza pone en movimiento. De esta manera la belleza anagógica constituye aquello mismo que es arkhé del movimiento y del reposo del alma. Perderse y encontrarse configuran en el alma un itinerario de ida y retorno —ad extra y ad intra— que se resuelve en un mismo plano. Pero además existe en el texto un verdadero descentramiento que abre la literalidad horizontal de este circuito y genera una nueva dimensión sin la cual no serían comprensibles el ascenso y el descenso9. Nadie desciende ni asciende mientras se mantiene en un mismo plano, y como se trata de una misma esencia (el alma humana) y de un amor igual (el amor del alma) tanto en descenso cuanto en ascenso, es decir realidades literalmente coplanares, es requisito descentrarlas. Este descentramiento textual se percibe al advertir que los capítulos sexto y duodécimo, que constituyen los focos de atracción del alma itinerante en su periplo horizontal, no coinciden con aquellos capítulos que llevan los títulos ‘El Descenso’ (capítulo 5) y ‘El Ascenso’ (capítulo 9). Lo que decide la gravitación celeste (= arriba) y la terrestre (= abajo) del alma, pertenece a ella y reside en el modo de dirigirse ad extra y ad intra, en el modo en que el alma interpreta su vocación por la felicidad. Es el alma quien decide y en el alma donde se decide o bien por los mismos errores en obstinada reiteración, o bien por descentrar la circunferencia logrando, así, aprender por la hermosura e ingresar en la ciencia que brota de la experiencia erótica del alma heroica. La reiteración de lo mismo se resuelve en una interminable sucesión de intentos fallidos —ad extra y ad intra— por apresar una felicidad irremediablemente esquiva. A cada pretensión injusta del alma la sucede un ‘no’ de la creatura. Estos intentos no dan lugar a aprendizaje alguno, porque como no opera el intelecto amoroso no hay lugar para el desengaño por el que el alma vería reducir la contradicción existente entre sus amoríos y su inequívoco anhelo de felicidad. Y el alma permanecerá inmadura para la gravedad celeste y trágicamente grávida de tierra, porque: “...no hay proporción entre su sed y el agua que se le brinda, y porque bien conoce la sed cuándo el agua no alcanza.” 10.

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No debemos confundir la cupla circular que expresa movimientos coplanares — desde y hacia un punto central—, con el descentramiento, que implica precisamente la apertura del plano horizontal hacia las dimensiones del ‘arriba’ y del ‘abajo’ por haber cancelado el centro desde el cual, si bien era posible trazar la circunferencia, inevitablemente se construía un círculo instaurando al mismo tiempo la oposición ‘dentro del círculo /fuera del círculo’. Este descentramiento permite superar, por una parte, las contradicciones entre lo singular como objeto de los sentidos y lo universal como objeto de la inteligencia, obviando el tópico de la abstracción propio del naturalismo realista, y por la otra parte las contradicciones entre las ideas/esencias como objetos inteligibles, y el bien que está más allá de ellas y reclama el ejercicio de la voluntad, tornando fútil el tópico de la relación entre inteligencia y voluntad propio de la cosmovisión platónica y neoplatónica). 10 DAAB 65, cap.V, p.31.

Descentrar vitalmente la circunferencia y abrirla a la dimensión vertical de ascenso y descenso es condición indispensable para aprender por la hermosura. En ello consiste el valor anagógico de la pulchritudo —que Buenaventura denominó quasi susrsum ductio— y que Marechal interpreta de esa manera. III. La cruz inteligible La literalidad del texto encarna, a su vez, el descentramiento, en la no coincidencia entre el ‘afuera-adentro’ de los capítulos sexto y duodécimo y el ‘arriba-abajo’ de los capítulos quinto y noveno. El texto puede asociarse, por tanto, al arcaico sentido de la letra, mientras su secreto interior queda asociado a su anagógica belleza. Texto y secreto en correspondencia perfecta; letra y espíritu, al igual que primum et septimum de quatuor. Surge así la necesidad de integrar ambas direcciones del acontecer humano: la horizontal de la amplitud y la vertical de la exaltación11. A tal efecto, Marechal nos habla de una espiral como figura que la representa, y nos explica que en ella se resumen tres movimientos: directo, oblicuo y circular. Por la moción directa el alma se dirige ad extra a fin de considerar las cosas exteriores como signos; por la moción oblicua el alma se ilustra, en virtud del raciocinio y la deducción, sobre propia e intransferible experiencia amorosa; por el movimiento circular, finalmente, vuelve el alma sobre sí misma abandonando su moción ad extra y tornándola ad intra en un intento por descubrir la secreta índole de su vocación por la felicidad. Cuando consideramos el texto de 1965 (su versión definitiva) se estructura según un ritmo ternario que reproduce aquellos tres movimientos. Lector de amor es —para Marechal— el que emprende el viaje de rodillas, en actitud orante y abierto a la dimensión sobrenatural de la gracia. Tomás de Aquino denomina a la oración interpretativa spei, es decir ‘intérprete de la esperanza’ 12. Nadie ora si no espera, por ello Marechal en el texto de 1939 refiere: “Si nuestro héroe imitara el gesto antiguo —arrodillarse para orar— tan fácil y tan difícil, iniciaría otro ascenso por la hermosura: el ascenso de la rodilla viajera”. 13 La rodilla viajera conduce al ascenso ‘fácil y difícil’ que es operado por la gracia, aunque no sin colaboración con la libre disponibilidad del esperanzado orante y de su oración esperanzada. En la última y definitiva edición de 1965 se lee, en lugar del texto mencionado recién: “Esa dicha de ver a la Hermosura Primera en el centro del alma no es fácil de alcanzar, ni tampoco difícil. A decir verdad, no sé yo si es fácil o difícil, pues en este punto se acaba mi ciencia, tal como se acabó en el alma de nuestro héroe la posibilidad del ‘arte humano’. En adelante, la ciencia deberá ceder su lugar a la paciencia, y el ‘arte humano’ cesar en sus operaciones para ofrecerse a las operaciones del ‘arte divino’ ”. 14

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Recuérdense las batallas terrestre y celeste de cuya integración depende el ‘acontecer’ de la Patria-Víbora en Megafón o la guerra. Creemos que desde esta perspectiva alcanza pleno sentido el pasaje en el cual Patricia Bell, en su lecho de muerte, ostenta dos medallas en el pecho y un solo anillo en la mano, sólo un anillo de bodas, anillo que sella la única alianza en la cual deben darse las dos batallas, celeste y terrestre de las cuales, ella, obviamente, ha salido victoriosa. 12 S.Tomás de Aquino, Quaestio Disputata De spe, a.1. 13 DAAB 39, cap. 6, pp. 82-83. 14 DAAB 65, cap. XI, pp 59-60.

Se trata de aquellla ‘muerte gananciosa’ de la que nos hablaba Marechal en 1965, porque “todo amor equivale a una muerte; y no hay arte de amar que no sea un arte de morir, lo que importa, Elbiamor, es lo que se pierde o se gana muriendo”. 15 El lugar conceptualmente paralelo a este texto en la edición de 1939 solamente consigna: “(...) es éste un umbral del que me pongo a muy respetuosa distancia”16, refiriéndose como es obvio al ascenso operado por la rodilla viajera, es decir por la gracia y la oración. En la edición de 1965 se transformará en la linde entre lo natural (arte humano) y lo sobrenatural (arte divino). La diferencia entre las dos ediciones sugiere una hipótesis: ‘respetuosa distancia’ (1939) contrasta con la certeza alegre en la posibilidad de una ‘muerte gananciosa’ (1965) que trueca la ciencia por la paciencia (virtud del esperanzado), aventando definitivamente la incertidumbre frente a la ‘muerte perdidosa’ (vicio del resignado, cuya tristeza ‘miente formas de Dios’). En esto consiste la cesión del arte humano en beneficio del arte divino: ciencia (o virtud del resignado, que guarda una respetuosa distancia frente a la rodilla viajera) por paciencia (o virtud del esperanzado, que manifiesta una certeza alegre ante la posibilidad de una muerte que no sea únicamente una pérdida). El ritmo ternario que el lector de amor descubre en el texto está compuesto por aquellas tres circunvoluciones —ad extra, ad intra, ad superiora— precedidas por un Argumento. La primera circunvolución abarca los capítulos II, III y IV en correspondencia con la moción directa por la cual el alma se vuelca hacia afuera tratando de descubrir así su vocación. Como no ejercita su intelección amorosa el alma se pierde tornándose descendente: irrumpe textualmente El Descenso, capítulo V. La segunda circunvolución es la que comprende los capítulos VI, VII y VIII en consonancia con la moción oblicua del raciocinio y la argumentación; por ella el alma considera la experiencia que obtuvo como resultado de su moción ad extra. Esta consideración reflexiva de la experiencia permite al alma terminar con el descentramiento y volver sobre sí desandando pasos de fuga con pasos de retorno. Es la moción oblicua ad intra. Queda consumada de esta manera la ‘horizontal de la amplitud’ porque al movimiento centrífugo lo ha sucedido el movimiento centrípeto. Pero además, y dado que como fruto de su oblicua reflexión ve despuntar el alma una incipiente ciencia amorosa de su experiencia (=ciencia de la experiencia del alma heroica), comienza a sentir el efecto gravitatorio celeste que corta y abre la circunferencia dentro de cuyos límites se ha debatido hasta ahora. Se inaugura así la ‘vertical de la exaltación’. Este es el descentramiento que la torna posible. La segunda circunvolución que acabamos de describir, al abrirse bajo los efectos de la gravitación del ‘arriba’ y el ‘abajo’ transforma la circunferencia en una línea curva no cerrada que conserva, sin embargo, el carácter equidistante que cada uno de sus puntos guardaba respecto del centro. Claro está que ahora ya no respecto de un centro puntual (que ha dejado de ser tal por obra del descentramiento gravitatorio), sino de un eje perpendicular al plano que contenía las dos dimensiones del ‘afuera-adentro’. Dicho eje contiene las dimensiones que permiten hablar de la ‘vertical de la exaltación' y, por tanto, y recién ahora, de un ascenso y un descenso verdaderamente posibles. Se trata, obviamente, de la espiral. En consonancia con lo que acaba de decirse, y a continuación de los tres capítulos que integran la segunda circunvolución textual, el capítulo IX constata ‘El Ascenso’. La tercera circunvolución textual que ahora estamos autorizados a denominar ‘tercera espira’ comprende los capítulos X, XI y XII que pueden asimilarse al movimiento por el cual el alma integra las dos mociones anteriores ejecutando una ‘circunferencia

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Ibidem. DAAB 39, cap. 8, p. 103.

descentrada’, o espiral. Este movimiento, a juzgar por la figura que traza su recorrido, es de índole especulativa. Las dimensiones involucradas en la espiral, esto es la vertical y la horizontal que como coordenadas regulan el acontecer humano en su periplo hacia la felicidad, son, asimismo, las que trazan: “... el mástil de los brazos en cruz a que se ató Él mismo [el Verbo Humanado] para enseñarnos la verdadera posición del que navega, el mástil que abarca toda vía y ascenso en la horizontal de la amplitud y en la vertical de la exaltación” 17 El texto de 1965 queda esquematizado así: primera circunvolución – [Descenso] – segunda circunvolución – [Ascenso] – tercera circunvolución. Las tres circunvoluciones mayores (capítulos II-III-IV), (capítulos VI-VII-VIII), (capítulos X-XI-XII) están integradas por tres capítulos cada una que ejecutan a su vez uno de los tres movimientos señalados respetando la secuencia directo-oblicuo-circular. No es oportunidad para detenernos en el comentario pormenorizado de estas estructuras textuales, pero sí para indicarlas. Marechal nos anima a leer fuera y dentro de nosotros, y nos advierte acerca de la posibilidad de leer sobre nuestra estatura humana: es más, nos va en ello la felicidad. Esa lectura puede involucrar, como en este caso, el texto mismo, i.e. la creación del poeta. Y del mismo modo en que la belleza creada y nuestro deseo constituyen polos hermenéuticos en la consideración de la creatura de dios, la belleza creada por el hombre la del arte y nuestro deseo, constituyen polos hermenéuticos en la consideración de la creatura del hombre, esto es, la cultura. Es posible por tanto aproximarse a los libros para leer fuera, dentro y sobre ellos. Y cuando nuestra lectura descubre algún texto que hace de sí un perfecto cumplimiento encarnando en la letra su propia palabra, entonces, y sólo entonces, es factible ver en dicho texto una suerte de cruz inteligible. No cabe olvidar, sin embargo, que la única lectura apta para descubrirlos es aquella que se ejerce, también, como aquella cruz inteligible que describe Buenaventura y que mencionáramos al inicio. Tampoco cabe olvidar que esto es así porque la lectura encarna un acto de amor al igual que la escritura y porque “todo amor equivale a una muerte; y no hay arte de amar que no sea un arte de morir”. 18 Intentemos con nuestro poeta —y también como él en aquella clave villacrespense que le fuera tan querida— trazar sobre los textos esta cruz inteligible. Esperemos que se eleve como una plegaria de desciframiento.

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DAAB 65, cap. XII, p.62. DAAB 65, cap. XI, p.60.