Conozca La Iglesia Primitiva, Earle

Conozca Conozca la Iglesia Primitiva Ralph Earle, Th.D. Profesor Emérito del Nuevo Testamento Seminario Teológico Naza

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Conozca la Iglesia Primitiva

Ralph Earle, Th.D. Profesor Emérito del Nuevo Testamento Seminario Teológico Nazareno

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CASA NAZARENA DE PUBLICACIONES Box 527, Kansas City, Missouri, 64141, E.U.A. Esta obra apareció en inglés con el título de Meet the Early Church. Fue traducida por Bárbara Galván bajo los auspicios de Publica-ciones Internacionales de la Iglesia del Nazareno.

Reimpresión: julio, 1983

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Impreso en E.U.A. Printed in U.S.A.

A mi mejor amiga sobre la tierra, Mi esposa Copastora de nuestra “iglesia primitiva,” Compañera por veintisiete años, Ayudante constante a mi lado.

Prefacio Ha sido la convicción del autor que uno de los me-dios más importantes del crecimiento en la gracia es el estudio libro por libro de la Biblia—especialmente del Nuevo Testamento. Pero muchos darían eco a las palabras del eunuco etíope: “¿Y cómo podré (entender) si al-guien no me enseñare?” Para todos los cristianos, y especialmente los de per-suasión wesleyana, el libro de los Hechos es de suma importancia entre los libros del Nuevo Testamento. El vo-lumen presente es una guía al estudio de los Hechos, no un substituto para las lecturas de ese libro. El mejor pro-vecho será para quien tiene su Biblia abierta y la marca mientras lee estas páginas. También se puede recibir ayuda leyendo Conozca su Nuevo Testamento, capítulo V, del mismo autor. Se da-rá atención especial al contenido de los Hechos por ca-pítulos. Los asuntos de introducción—como el autor, la fecha, y el propósito— se tratan en esos volúmenes ya existentes y por eso no se discuten aquí. Más bien el propósito ha sido el de ayudar a dominar el contenido general del Libro de los Hechos.

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Para poder relacionar mejor al estudiante con el tex-to mismo, todos los títulos y subtítulos—con muy pocas excepciones—se dan exactamente como aparecen en la Escritura. El nombre Los Hechos sugiere que éste es un libro de acción. Y así es. Desde el primer capítulo hasta el último hay algo excitante. La ascensión de Jesús, el Pentecostés, la sanidad de un cojo incapacitado, el encarcelamiento de los apóstoles, la muerte de Ananías y Safira—todos estos son sucesos que merecen un encabezado en los periódicos. El libro de los Hechos es tan fresco como la mañana. —Ralph Earle Jr.

Contenido Primera Parte: En Jerusalén (capítulos 1—7) I.

Llenos del Espíritu Santo (capítulos 1—3)

II.

No Hay Otro Nombre (capítulos 4—7)

Segunda Parte: En Toda Judea y en Samaria (capítulos 8—12) III.

Esparcidos a Otras Partes (capítulos 8—12)

Tercera Parte: Hasta lo Último de la Tierra (capítulos 13—28) IV.

Bernabé y Saulo (capítulos 13:1—15:35)

V.

A Macedonia (capítulos 15: 36—21:16)

VI.

Jerusalén—Cesarea—Roma (capítulos 21:17— 28:31)

Primera Parte: En Jerusalén (caps, 1—7) CAPITULO I Llenos del Espíritu Santo (caps. 1—3) Y fueron todos llenos del Espíritu Santo (2:4).

I. 1.

“ESPERAD LA PROMESA” (capítulo 1)

Recibiréis Poder (1: 1-11)

a. El primer tratado (1:1). Esta frase evidente-mente se refiere al tercer Evangelio, que también fue escrito por Lucas. De esto no puede haber ninguna duda razonable. Los dos libros están dirigidos a Teófilo, a quien no se menciona en ninguna otra parte del Nuevo Testa-mento. Tal vez haya sido un cliente rico de Lucas, que pagó el costo de la publicación de estos dos volúmenes. Son los libros más largos del Nuevo Testamento. La palabra “comenzó” en este versículo es significa-tiva. El Evangelio de Lucas cuenta lo que Jesús comenzó “a hacer y a enseñar—sus obras y sus palabras. El libro de los Hechos relata lo que siguió haciendo por medio del Espíritu Santo y por sus discípulos. b. Seréis bautizados con el Espíritu Santo (1:2-5). El Evangelio de Lucas termina con la ascensión de Jesucristo—hasta el día en que “fue llevado arriba.” El libro de los Hechos principia con el mismo suceso.

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Las apariciones de Jesús después de su resurrección siguieron por un período de “cuarenta días” (v. 3). Este es el único lugar en el Nuevo Testamento donde se de-clara esto. Siendo que la fiesta del Pentecostés llegó cincuenta días después de la pascua de los hebreos conclui-mos que los discípulos esperaron la llegada del Espíritu Santo como diez días. Jesús fue muy explícito en su mandamiento a los discípulos de no salir de Jerusalén hasta haber recibido “la promesa del Padre” (v. 4). Sin ser llenos del Espíritu no estarían preparados para llevar a cabo la Gran Comi-sión (Mateo 28: 19-20). Juan bautizó con agua. Pero los discípulos de Jesús estaban para ser “bautizados con el Espíritu Santo” (v. 5). Este es el bautismo cristiano distintivo. ¿Por qué en-tonces se pone tanto énfasis hoy sobre el bautismo con agua y hay un silencio completo sobre el bautismo con el Espíritu Santo? c. Seréis testigos (1:6-8). Las mentes de los dis-cípulos todavía estaban fijas en un reino terrenal del Mesías: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” El les señaló la cosa que era importante—la venida del Espíritu Santo. Hechos 1:8 es el versículo clave del libro. Nos da a la vez el poder y el programa de la Iglesia de Jesucristo. El poder es el Espíritu Santo; el programa es la evange-lización del mundo. Sin éste, aquél es cosa vana. Nadie puede estar lleno del Espíritu Santo y no tener a la mis-ma vez un interés en la evangelización del mundo. Este versículo nos da además un bosquejo con tres puntos del libro: 1. Testificando en Jerusalén (capítulos 1—7); II. Testificando por toda Judea y en Samaria (ca-pítulos 8—12); II. Testificando en el mundo de los gen-tiles (capítulos 13—28). d. Fue alzado arriba (1:9-11). Este relato de la ascensión es más grande que el anterior (Lucas 24:50-51). Dice cómo dos visitantes angelicales aseguraron a los discípulos curiosos que “este mismo Jesús” (v. 11) volvería algún día. Esta es una promesa preciosa de la Segunda Venida. 2.

Un Aposento Alto (1: 12-26)

a. En oración y ruego (1: 12-14). Tal como se decla-ra también en Lucas 24:52, los discípulos volvieron a Jerusalén inmediatamente después de la ascensión. En Lucas 24:50 dice que este suceso tuvo lugar en Betania. Aquí dice, “el monte que se llama del Olivar” (v. 12). Pero como la aldea de Betania está situada en la bajada oriental del monte del Olivar, no hay contradicción es-pecialmente si traducimos “a” en Lucas como “hacia.” “Camino de un día de reposo,” era como una milla, y esto es aproximadamente la distancia desde la muralla oriental de Jerusalén hasta la cumbre del monte del Oli-var. Al llegar a la ciudad los discípulos “subieron al apo-sento alto” (v. 13). Esta era la residencia temporal de los once apóstoles, que se nombran aquí. Con excepción de Judas Iscariote, quien ya había muerto, esta lista es casi exactamente igual a la dada en los Evangelios sinópticos (Mateo 10: 2-4; Marcos 3:16-19; Lucas 6:14-16). Solamente será necesario relacionar a “Judas hermano de Jacobo” en los relatos de Lucas con “Tadeo” en las demás listas. Siendo que muchos de los personajes del Nuevo Testamento se designan por dos o tres nombres, esta identificación no es difícil. Junto con éstos en la oración había varias mujeres, incluyendo María la madre de Jesús, y sus hermanos (v. 14). Este último hecho es de interés especial, puesto que en Juan 7:5 se dice que sus hermanos no creían en él. Evidentemente su resurrección los convenció. Pablo menciona la aparición de Jesús a Santiago (1 Corintios 15:7), quien regularmente está identificado como her-mano de Cristo. b. Matías (1: 15-26). Aquí dice que el número to-tal de discípulos que esperaban en obediencia el mandamiento de Jesús “eran como ciento veinte” (v. 15). Pa-blo menciona que “más de quinientos hermanos” habían visto a Jesús después de su resurrección. ¿Habrá más de la cuarta parte de los miembros de nuestras iglesias hoy que obedecen el mandamiento de Cristo de ser llenos del Espíritu? http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (5 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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Pedro sintió interés por llenar la vacante en el círcu-lo apostólico causado por la ausencia de Judas. Así que les habló. Primeramente llamó su atención a la muerte trágica del traidor. La descripción dada aquí (v. 18) difiere notablemente de la que se presenta en Mateo 27:5, donde dice que Judas “fue y se ahorcó.” Pero se pueden armonizar los relatos considerando que Judas se ahorcó en un árbol cerca de la orilla de un pre-cipicio al sur de Jerusalén. Si la rama del árbol o la cuer-da se rompió, fácilmente se habrá despedazado el cuer-po del traidor en las rústicas rocas de abajo. Tampoco hay contradicción entre las dos razones del nombre “campo de sangre” (v. 19; Mateo 27:6-8). Las dos explicaciones bien podían ser conocidas en el tiempo de Lucas: una (la de Mateo) aceptada por los gobernadores judíos, y la otra (dada aquí) contada popu-larmente. Pedro sugirió lo que consideró ser cualidades de un apóstol. Debía ser uno que había estado con Jesús desde el principio de su ministerio público y que tam-bién le había visto después de su resurrección (v. 21-22). Los apóstoles nombraron dos candidatos y oraron que el Señor escogiera entre ellos (v. 24). Matías fue ele-gido, pero no se menciona otra vez en el Nuevo Testa-mento. Pablo llegó a ser el gran apóstol de la Iglesia Primitiva. Y después del Pentecostés no se menciona la idea de echar suertes. II. 1.

EL DIA DEL PENTECOSTES (capítulo 2)

Fueron Todos Llenos (2:1-13)

a. Llenos del Espíritu Santo (2:1-4). “El día de Pentecostés” (20:16) es el nombre del Nuevo Testamen-to para la “Fiesta de las Semanas” del Antiguo Testa-mento (Deuteronomio 16:10). Se llamaba así porque su-cedía siete semanas después de la Fiesta de las Primi-cias (Levítico 23:10), que simbolizaba la Resurrección. “Pentecostés” viene de la palabra griega que quiere de-cir “cincuenta.” Este nombre se adoptó porque la fies-ta tuvo lugar cincuenta días después de las cosechas (Le-vítico 23:16). Era una de las tres grandes fiestas anuales a la que cada varón tenía que asistir (Deuteronomio 16:16). Las otras dos eran la de los Panes sin Levadura (la Pascua de los hebreos) y la Fiesta de los Taber-náculos. Se dice que esta era la fiesta más popular, pues-to que la Pascua tenía lugar al principio de la primave-ra, cuando el Mediterráneo todavía era un poco peligro-so para cruzar. De aquí que vinieran más judíos de la Dispersión para la Fiesta de Pentecostés (véase v. 5). Cuando los discípulos estaban “todos unánimes” (v. 1) —en el aposento alto de 1: 33—de repente un estruendo como de un viento recio llenó la casa. Esto fue seguido por un fuego que hinchió el cuarto. Y sobre cada presen-te se asentó una lengua como de fuego. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a “hablar en otras lenguas” (v. 4). ¿Por qué toda esta manifestación espectacular? Tal vez parte de la respuesta, a lo menos, se halle al notar un paralelo en el Antiguo Testamento. Los judíos creían que la Fiesta de Pentecostés era para conmemorar la promulgación de la ley en Sinaí. La descripción de este suceso dice que en el tercer día “vinieron truenos y relámpagos y espesa nube sobre el monte y sonido de bo-cina muy fuerte… Todo el monte se estremecía en gran manera” (Éxodo 19:16-18). ¿Por qué la demostración divina? Porque Dios es-taba dando la ley a su pueblo y quería que estuvieran conscientes de su autoridad divina. Fue la inauguración de una nueva época. Semejante era el significado de este memorable Día de Pentecostés. Se iniciaba una nueva época: la del Es-píritu Santo. Dios presentó una ceremonia poderosa de inauguración. Pero no se asegura hoy día que todas ni aún que alguna de estas señales deben acompañar la venida del Espíritu Santo al corazón individual. La cosa esencial es: “Fueron todos llenos del Espíritu Santo.” Tal vez sea necesario decir una palabra más sobre el hablar en lenguas. Este fenómeno se menciona solamen-te dos veces más en los Hechos (10:46; 19:6) —aunque “lleno del Espíritu Santo” es la frase clave del libro. De los http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (6 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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demás veinte y seis libros del Nuevo Testamento so-lamente uno hace referencia al hablar en lenguas. En I Corintios, capítulos 12—14, Pablo discute los dones es-pirituales, y particularmente el don de lenguas. Es evidente que los corintios estaban glorificando el ejercicio de este don causando así mucha confusión. Junto con esto había divisiones en la iglesia (capítulos 1—4), un ca-so notorio de la inmoralidad (capítulo 5), proceso de juicio entre los miembros de la iglesia (capítulo 6), embriaguez en la Santa Cena (capítulo 11) etcétera. De-be ser prueba de que el don de lenguas no era verdadera evidencia de la espiritualidad. El capítulo precioso del amor (1 Corintios 13) está puesto directamente en el centro de esta discusión de lenguas (1 Corintios 12—14) y es la respuesta de Dios a los problemas difíciles. b. ¿Qué es esto? (2:5-13). La excitación hizo que un gran gentío se acercara. Como quince naciones distintas estaban representadas en la multitud allí reunida. Sin embargo cada uno oyó a los discípulos hablar su propia lengua. La sorpresa fue aún más grande siendo que los que hablaban eran galileos (v. 7). La gente de Gali-lea era considerada por los judíos de Judea como in-ferior en educación y en cultura. El gentío se dividía en “judíos” y “prosélitos” (v. 10). Estos eran los gentiles que habían sido convertidos al judaísmo. Algunas de las personas estaban confundidas. Pre-guntaron: “¿Qué quiere decir esto?” (v. 12). Otras eran un tanto cínicas. Su veredicto fue: “Están llenos de mos-to” (v. 13). 2.

Pedro… Alzó la Voz (2:14-36)

a. Esto es lo dicho (2:14-21). Pedro comenzó su sermón con una introducción doble. Primeramente negó la acusación de embriaguez (v. 15). Eran solamente las nueve de la mañana, y “los que se embriagan, de noche se embriagan” (I Tesalonicenses 5:7). En segundo lugar declaró: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel” (v. 16). Entonces citó Joel 2: 28-32a. El Pentecostés era el derramamiento del Espíritu profetizado por el profeta. “Los postreros días” (v. 17) quiere decir “los días del Mesías.” b. Matasteis… crucificándole (2:22-23). El ser-món mismo—después de la introducción anterior—está dividido en tres partes. Primero Pedro trata con la cru-cifixión de Jesús (vrs. 22-23), después con su resurrec-ción (vrs. 24-32), y finalmente con su exaltación (vrs. 33-36). Su conclusión es que Jesús es el Mesías (v.36). Pedro señaló una paradoja interesante. Declaró que Jesús fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios,” pero a la misma vez afirmó: “prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (v. 23). El hombre actúa por libre esco-gimiento y sin embargo Dios lleva a cabo su propósito eternal. La libertad humana y soberanía divina son dos hechos inescapables de toda nuestra actividad. Los dos están relacionados en la trama de nuestra vida diaria. e. Dios levantó (2:24-32). La crucifixión era una parte íntegra—sí, la parte central—del plan de Dios de la redención. Pero sin la resurrección hubiera estado in-completa. La resurrección era la prueba de que el sacri-ficio de Jesús fue aceptado. Fue “entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Pedro citó (vrs. 25-28) Salmos 16:8-11. Mostró que estas palabras no podían ser aplicadas al escritor del salmo, porque el sepulcro de David estaba allí mismo en Jerusalén (v. 29). Más bien era una profecía de Cristo, cuyo cuerpo no vio corrupción (v. 31). Su resurrec-ción había sido completamente afirmada (v. 32). d. Exaltado por la diestra de Dios (2:33-36). La glorificación o exaltación de Jesús “por la diestra de Dios” (v. 33), tenía que preceder al derramamiento del Espí-ritu Santo (Juan 7:39). David no había ascendido al cielo (v. 34). Pero Jesús sí, y por eso fue declarado “Se-ñor y Cristo” (v. 36). Los judíos habían crucificado a su Mesías. 3.

Para Vosotros es la Promesa (2:37-41)

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a. ¿Qué haremos? (2:37) El resultado del sermón de Pedro era la convicción del Espíritu. “Se compungieron” es una traducción débil del verbo fuerte katenygesan. Esto quiere decir “golpeado con violencia, atolondrado, aturrullado.” La gente gritó: “¿Qué haremos?” b. Arrepentíos (2:38-40). La respuesta de Pedro a su pregunta fue un áspero “¡Arrepentíos!” Esto es lo que los judíos demandaban que hicieran los gentiles, pero los judíos mismos tenían que hacerlo. Es interesante no-tar que esto era la clave del ministerio de Juan el Bau-tista (Mateo 3:2) y que Jesús comenzó con la misma pa-labra (Mateo 4:17). Hoy día hay mucha necesidad toda-vía de este énfasis. El verbo “arrepentirse” (matanoeo) literalmente quiere decir “cambiar la mente.” Demasiado de lo que se llama arrepentimiento en nuestro día consiste en sen-tirse triste, derramar lágrimas, experimentar un des-canso emocional—y luego volver al mismo modo orgu-lloso y pecaminoso de vivir. El arrepentimiento verdadero es un cambio completo de la actitud de la persona hacia sí mismo, hacia Dios, hacia el pecado y hacia el mundo. Es más que un dolor; es dolerle lo suficiente para dejarlo. Los buscadores arrepentidos estaban para ser bau-tizados en el nombre de Jesucristo (v. 38). Para los ju-díos esto quería decir aceptar a Jesús crucificado como su Mesías. (Cristo en el griego es el equivalente a Mesías en el hebreo). Con la “remisión de pecados” eran can-didatos para recibir “el don del Espíritu Santo.” “Porque para vosotros es la promesa” (v. 39), pero también al-canza hasta nosotros. c. Como tres mil personas (2:41). El resultado de esta primera predicación cristiana fue que “aquel día” como tres mil almas fueron añadidas al grupo pequeño de discípulos. La venida del Espíritu Santo había producido un milagro sólido. 4.

Perseveraban (2:42-47)

a. En el partimiento del pan (2:42-43, 46). No era una experiencia emocional en efervescencia que recibieron los nuevos convertidos: “Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” Es probable que la primera frase se refiera a los períodos de instrucción (en el griego, “doctrinar” es “enseñar”), la segunda al servicio de comunión, y la tercera a los tiempos de ora-ción pública. Entretanto los apóstoles continuaban su ministerio milagroso (v. 43). Los discípulos todavía asis-tían a las horas de oración “en el templo” (v. 46; véa-se 3: 1), pero también tenían sus propios servicios en casas particulares. b. En común todas las cosas (2:44-45). Muchas ve-ces se cree que la Iglesia Primitiva tenía en común todas las cosas. En efecto, a veces se le aplica la frase “comu-nismo cristiano.” Pero un estudio cuidadoso del texto griego no sostiene esto. Literalmente el versículo 45 dice: “Y vendían (de vez en cuando) sus propiedades y sus bienes y los repartían (de vez en cuando) a todos según la necesidad de cada uno.” En otras palabras, según la ne-cesidad, los que tenían propiedades las vendían. Esto es un cuadro de consagración cristiana, no de comunismo. c. El Señor añadía (2:47). La última parte de este versículo dice clara y sencillamente en el griego: “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que estaban siendo salvos.” La idea de predestinación divina que se sugiere en algunas versiones—“los que habían de ser sal-vos”—no tiene el apoyo del texto griego de este pa-saje. Todo lo que dice es que los que se convertían estaban siendo añadidos. ¡La nueva comunidad cristiana estaba viva y creciendo! III. 1.

PEDRO Y JUAN (capítulo 3)

A la Puerta del Templo (3:1-11)

a. Un hombre cojo (3:1-3). Pedro y Juan iban al Templo para la hora de oración a las tres de la tarde. Junto a la puerta la Hermosa—en el lado este—vieron a un mendigo, cojo de nacimiento, a quien ponían cada día en este lugar para pedir limosna de los que entraban en el Templo. Desde allí habló a los dos apóstoles.

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b. Levántate y anda (3:4-11). Las esperanzas del hombre fueron estimuladas cuando Pedro dijo: “Miranos.” Pero pronto fueron destruidas por su siguiente de-claración: “No tengo plata ni oro.” El apóstol tenía algo más que el oro—Dios. “En el nombre de Jesucristo de Nazaret,” mandó al cojo, “levántate y anda” (v. 6). Lo que Pedro dio al hombre era mucho mejor que el dinero; era la capacidad de ganar su propio sostén. El trabajo es una de las bendiciones más reales para la humanidad—física, psicológica, mental, moral, social, y espiritualmente. Nuestros hospitales, instituciones mentales y prisiones estarían aún más llenos de gente de lo que están si no fuera por el valor terapéutico del trabajo. Sanado por el poder de Dios, el cojo respondió in-mediatamente al desafío de Pedro. “Saltando” (v. 8) — la palabra griega se encuentra solamente aquí en el Nuevo Testamento—el hombre “se puso en pie,” por primera vez en su vida. Pero no se detuvo allí. Comenzó a andar y continuó andando (tiempo imperfecto). Con los dos apóstoles entró en el templo, “andando, y saltando, y alabando a Dios.” ¿Quién tenía más derecho de hacer-lo? Tenía que compensar por el tiempo que había per-dido. Mientras el hombre “tenía asidos a Pedro y a Juan”—su alegría exuberante no tenía límites—pronto se reu-nió en el Pórtico de Salomón una multitud. Este era un pasillo largo cubierto, como corredor que pasaba por el lado interior de la pared este del templo (que cubría co-mo diez hectáreas). 2.

Pedro Respondió al Pueblo (3:12-26)

a. Vosotros negasteis al Santo (3:12-18). Pedro no era de los que pierden la oportunidad ofrecida por una audiencia ya reunida. Su personalidad impulsiva, ahora llena del Espíritu, sería propia para la ocasión. Por segunda vez (véase 2:14) predicó a un gentío excitado que se había reunido de repente. Su introducción fue al principio otra vez en sentido negativo: “¿Por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” (v. 12) No, no fue de nosotros, mas Cristo: “Y por fe en su nombre… le ha confirmado su nombre; y… ha dado a éste esta completa sanidad” (v. 16). Fue aquel nombre que Pedro invocó cuando mandó al cojo que se levantara (v. 6). Y otra vez (véase 2:23) —con más vehemencia y con más énfasis—acusó a estos “varones israelitas” (v. 12) de haber matado a su Mesías. Su verdadero crimen fue que “negasteis al Santo” (v. 14). Notemos el contraste sorprendente: “Mas vosotros negasteis al Santo y al Jus-to, y pedisteis que se os diese un homicida.” Prefirieron a Barrabás—un sedicionista que odiaba y mataba—antes que a Jesús, el que sanaba a los enfermos, daba vista a los ciegos, hacía a los cojos andar, limpiaba leprosos, le-vantaba muertos, echaba fuera demonios, y predicaba un mensaje de amor a los pobres. No solamente eso, pero era el Autor de la vida. — ¡Increíble que los hombres hicieran tal escogimiento!—decimos. Pero eso es exacta-mente lo que hace cada pecador cuando abraza el pecado que le traerá la muerte eterna y rechaza al Jesús tierno y manso, el único que puede dar la vida eterna. b. Arrepentíos y convertíos (3:19-26). La conver-sión verdadera siempre está precedida por el arrepentimiento. Esta se menciona una y otra vez en los Evange-lios y en los Hechos. A los que se arrepienten Dios enviará a Jesucristo” (v. 20). La frase, “los tiempos de la restauración de todas las cosas” (v. 21), ha sido aceptada con ardor por los que enseñan el universalismo absoluto, es decir, que todos los hombres, no importa cuán malos al tiempo de su muerte, serán al fin salvos. Pero esta frase está clara-mente restringida por el modificador que sigue: “que ha-bló Dios por boca de sus santos profetas.” Y en ninguna parte del Antiguo Testamento se enseña la salvación universal. Se provee para todos y está disponible a todos. Pero nunca se declara que será aceptada por todos. La cita en el versículo 22 (de Deuteronomio 18:15) se encuentra otra vez en la oración de Esteban (7:37). Aplicándose primeramente a Josué, el sucesor de Moisés como líder de Israel, apuntaba por siglos a Cristo, el Mesías. Esto es lo que se llama el “principio telescópico de la profecía”—que muchas profecías tienen un cumplimiento parcial en la situación del Antiguo Testamento y un cumplimiento completo y final en Cristo.

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PREGUNTAS 1.

¿Por qué mandó Jesús a sus discípulos que es-peraran?

2.

¿Cuál es la relación entre la santidad y las mi-siones?

3.

¿Cuáles son las tres divisiones de los Hechos?

4.

¿Qué sucedió en el Día de Pentecostés?

5.

Describa el compañerismo en la Iglesia Primi-tiva.

6.

¿Qué pasó después de la sanidad del cojo?

CAPITULO II

No Hay Otro Nombre (caps. 4—7) Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que poda-mos ser salvos (4: 12). I. 1.

PODER, ORACION Y PERSECUCION (capítulos 4-7)

¿Con qué potestad… habéis hecho vosotros esto? (4:1-22)

a. Anunciasen… la resurrección (4:1-4). Pedro había predicado dos sermones. En los dos había acusado a los líderes judíos de haber crucificado a su Mesías. Era inevitable que viniera la persecución. Eran “los sacerdotes, el jefe de la guardia del tem-plo, y los saduceos” quienes encabezaron la oposición. Todos estos eran saduceos. En los Evangelios Sinópticos la mayor parte de los antagonistas de Jesús eran fariseos. Pero cuando limpió el Templo el lunes de la Semana San-ta, se interpuso con los negocios lucrativos de los sacerdotes, que controlaban el área del Templo. Esto les irritó y fueron ellos los que incitaron a la gente a demandar la crucifixión de Jesús (Marcos 15:11). Es evidente que la limpieza del templo fue una de las crisis mayores que resultaron en la muerte de Jesús. Había otra razón por la que los saduceos dirigieron la persecución de los discípulos: éstos anunciaban “en Jesús la resurrección de entre los muertos” (v. 2). Los saduceos no creían en ninguna resurrección (véase 23:8). Así que odiaban particularmente la enseñanza de los apóstoles. Pedro y Juan fueron arrestados y puestos en la cár-cel (v. 3). Pero su predicación ya había traído fruto en abundancia: “como cinco mil” eran ahora creyentes (v. 4). Esto no quiere decir que cinco mil más fueron salvos en esta vez. El griego dice: “El número de varones llegó a ser como cinco mil.” En otras palabras, el total de la membresía de varones—la palabra griega es aner, no an-thropos—llegó hasta cinco mil. b. Pedro, lleno del Espíritu Santo (4:5-12). El Gran Sanedrín en Jerusalén se componía de “gobernantes, an-cianos y escribas.” Los “gobernantes,” o sacerdotes, eran principalmente saduceos. La mayor parte de los “escri-bas” eran fariseos. Ellos enseñaban la ley de Moisés al pueblo. Los “ancianos” tenían autoridad administrativa en las sinagogas. Tal vez esto haya sido un título general para los miembros del Sanedrín. Anás se menciona aquí como un sumo sacerdote (v. 6). En realidad había sido sumo sacerdote del 6 al 15 D.C. Cinco de sus hijos le sucedieron en el oficio. En este tiem-po particular Caifás (18 al 36 D.C.), su yerno, era el sumo sacerdote oficial (Juan 18:13). Pero Anás era todavía el hombre de poder en el trono. Puede ser que Juan sea el nombre abreviado de “Jonatán,” quien le sucedió a Caifás en 36 D.C. La iden-tidad de Alejandro se desconoce. Pero todos estos per-tenecían a la familia de los sumos sacerdotes. Ellos es-tarían incluidos en el Sanedrín (v. 5), no fuera de él. De hecho, el sumo sacerdote era el presidente del Sane-drín.

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Los apóstoles fueron puestos “en medio” (v. 7). Los miembros del Sanedrín se sentaron en un semicírculo, para que pudieran observarse las reacciones de los de-más. La investigación preliminar legal principió con la pregunta: “¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?” Evidentemente “esto” tenía re-ferencia a la sanidad del cojo (véase v. 9). Pedro, lleno del Espíritu Santo, tuvo el poder nece-sario para la ocasión. Con valor se enfrentó con ese semicírculo de caras mirándole con disgusto y declaró que fue en el nombre de Jesucristo de Nazaret, “a quien vosotros crucificasteis.” ¡El acusado en el conjunto de abo-gados en el tribunal se había convertido en el abogado acusador! Muchas veces se ha declarado que la resurrección de Jesús fue lo que cambió a Pedro de un cobarde te-meroso, que perdió su valor ante el dedo acusador de una criada, a un cruzado valiente, enfrentándose con el Sanedrín y hablando con un denuedo tal que bien pudo causarle su muerte. Pero los relatos del Nuevo Testamento no prueban esto. Ni una sola vez se ve a Pedro actuando así durante los cincuenta días entre el día de la Resurrección y el Pentecostés. Lo vemos escondiéndose detrás de puertas cerradas y patrocinando un viaje de pesca en Galilea. No fue la Resurrección sino el Pentecostés lo que transformó a Pedro de una piedra débil que rodaba, a un guerrero fuerte y sólido como una roca. “Lleno del Es-píritu Santo”—ese era el secreto. Uno de los más grandes textos en los Hechos es el versículo 12, citado al principio de este capítulo. La salvación solamente por medio del nombre de Jesucristo era de veras una doctrina revolucionaria para los judíos. c. Habían estado con Jesús (4:13-22). La expresión “hombres sin letras y del vulgo” no implica que no pudieran leer ni escribir. Más bien quiere decir que eran laicos comunes, sin la enseñanza teológica de las escuelas rabínicas de ese día. Pero “habían estado con Jesús.” Desgraciadamente para los líderes judíos, ellos no podían negar el milagro. Porque allí estaba parado el que antes era cojo (v. 14). Sacando a los dos apóstoles fuera del Sanedrín, tu-vieron una conferencia privada (v. 15). Decidieron que la única cosa que podrían hacer sería amenazar a los predicadores (v. 17). Les dieron órdenes estrictas de que “en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús” (v. 18). Pero Pedro y Juan respondieron: “No po-demos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (v. 20). La mención de “cuarenta años” (v. 22) es con la in-tención de recalcar que la condición del hombre era tan crónica como para vivir completamente sin esperanza. Esto hizo de mucho más valor el “milagro de sanidad.” 2.

Cuando Hubieron Orado (4:23-37)

a. Vinieron a los suyos (4:23-30). “Y puestos en libertad, vinieron a los suyos”—esto expresa una ley de la vida. Lo que hacemos en nuestro tiempo libre—cuando no hay restricciones del hogar, la iglesia, los vecinos y los amigos-—revela y a la vez modela nuestro carácter. ¿Qué clase de compañerismo escogemos cuando todas las restricciones exteriores están ausentes? El carácter es lo que la persona es cuando sabe que nadie le descubrirá. El informe de los dos apóstoles resultó en un servicio de oración. La petición de estos creyentes perseguidos es cosa sorprendente. No pidieron protección, sino el poder para ser testigos (v. 29) — ¡a pesar de las consecuencias! b. El lugar… tembló (4:31). Su oración fue con-testada inmediata y completamente. “Todos fueron lle-nos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la pala-bra de Dios” Sí, y en el siguiente capítulo los vemos otra vez en la cárcel. c. Abundante gracia era sobre todos ellos (4:32-37). Esta porción es semejante a 2:42-47. Las dos describen una comunión del espíritu que les llevó hasta tener una comunidad de bienes. Los discípulos primitivos tenían un concepto alto de la mayordomía: nada que po-seían era de ellos; todo estaba a la disposición de Dios para el bien de todos (v. 32). Con esta consagración santa recibieron “gran poder” para testificar, y “abun-dante http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (11 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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gracia” sobre todos ellos (v. 33). Pero que esto no incluía la abolición de propiedades particulares, se demuestra en el segundo capítulo, por el uso del tiempo imperfecto. Cinco ejemplos de esto ocu-rren en los versículos 34 y 35, y además dos participios presentes—todos ellos indican que la acción ocurría de vez en cuando, no toda a la vez. Una traducción literal de estos dos versículos sería: “Así que no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que eran po-seedores de heredades o casas, vendiéndolas, traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apósto-les, y repartiéndolo a cada uno cuando alguien tenía ne-cesidad.” Esto es algo completamente distinto a una en-trega inmediata y completa de los derechos de propie-dad a una organización de la comunidad, como se reque-riría en la base de una mala interpretación de este pasaje. El hecho de que no todos vendían sus propiedades y ponían la ganancia en una tesorería común se ve por el caso de Bernabé, quien se menciona por nombre (v. 36-37). Todavía más enfático es lo que dijo Pedro a Ana-nías (5:4) que no tenía ninguna obligación de vender su heredad y que cuando la había vendido no tenía que traer el dinero a la iglesia. El significado del nombre Bernabé se da como “hijo de la consolación.” Pero la frase griega también puede ser traducida “hijo de la exhortación.” En realidad Ber-nabé era las dos cosas. La derivación del nombre ara-meo “Bernabé” es incierto. 3.

Ananías y Safira (5:1-16)

a. Sustrajo del precio (5:1-11). El nombre Ananías quiere decir “El Señor es benévolo,” y Safira quiere decir “Hermosa.” Como pasa muchas veces, estas dos personas fallaron en vivir de acuerdo con sus nombres. La pareja hizo una conspiración. “Sustrajeron”—la palabra griega quiere decir “el acto de ocultar a hurta-dillas”— una parte del precio. Es una coincidencia notable que este mismo término se use en conexión con el pecado de Acán (Josué 7:1). Tal vez la acción pronta de Pedro salvó a la Iglesia de sufrir una derrota como pasó con Israel. El pecado por el cual Ananías y Safira murieron fue la hipocresía. No fue que trajeran solamente una parte sino que fingieron haberlo traído todo. Ananías sólo ac-tuó en una manera mentirosa. Cuando a Safira le pre-guntaron, dijo deliberadamente una mentira. Pero los dos mintieron. La mentira es sencillamente una inten-ción de defraudar. Evidentemente el propósito del juicio inmediato ad-ministrado aquí era para impedir la hipocresía en la Igle-sia Primitiva. Dos veces (vrs. 5, 11) dice que “gran te-mor” vino sobre todos los que oyeron. La gente tenía te-mor de reunirse con la iglesia sin sentir cierta precau-ción (v. 13). Sin embargo, maravillosamente “los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres” (v. 14). La poda apropiada facilita el crecimiento. La palabra “iglesia” ocurre aquí (v. 11) una de las veinte y tres veces en el Libro de los Hechos. El término griego “ecclesia” quiere decir “llamados.” La palabra fue aplicada a la asamblea de ciudadanos libres que podían votar en una ciudad griega. En la septuaginta (tra-ducción griega del Antiguo Testamento) se usa para la “congregación” de Israel. Ambas explicaciones, espe-cialmente la última, demuestran su uso en el Nuevo Testamento. Los cristianos formaron el Nuevo Israel, el pueblo de Dios en esta edad. b. Muchos milagros y prodigios (5:12-16). Parece que un lugar principal para las reuniones de los cristianos en Jerusalén era el pórtico de Salomón (v. 12; vé-ase 3:11). El ministerio de los apóstoles estaba marcado por “muchos milagros y prodigios” (v. 12), especialmen-te milagros de sanidad (vrs. 15-16). Sobre si estos milagros todavía deben acompañar a la predicación del evangelio es cosa muy discutida. Tal vez se pudieran ha-cer tres observaciones. La primera es que los milagros no tienen el mismo valor como evidencia en el siglo veinte (a lo menos en el Occidente) como tenían en el primer siglo. La segunda es que la sanidad del alma es de mu-cho más importancia que la sanidad del cuerpo. La ter-cera es que probablemente la Iglesia de hoy debe dar más atención a

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la sanidad física (y mental) de lo que está dando. Por supuesto se debe reconocer que el cre-cimiento tremendo de la ciencia sobre la salud física y mental en tiempos modernos ha originado una situa-ción distinta de la del primer siglo. Dios todavía pue-de sanar y lo hace, con la ayuda de médico o cirujano o sin ella. Pero se debe insistir en que al poner cualquier énfasis sobre la sanidad divina se deben evitar dos co-sas: el comercialismo y la glorificación de uno mismo. 4.

Delante del Concilio (5:17-42)

a. Echaron mano a los apóstoles (5:17-28). Los sa-duceos, guiados por el sumo sacerdote, arrestaron a los apóstoles y los pusieron en la cárcel por segunda vez (vrs. 17-18; véase 4:3). Pero esta vez “el ángel del Se-ñor” abrió “de noche las puertas” (v. 19). Les dijo a los apóstoles que siguieran predicando en el Templo (v. 20). Se convocó a una reunión especial del Sanedrín (“concilio”) (v. 21). Probablemente “los ancianos de los hijos de Israel” sea otro nombre para el Sanedrín. Cuando los oficiales que fueron enviados a traer a los acusados a la corte, aparecieron sin ellos causó grande inquietud (vrs. 21-24). Finalmente los supuestos pri-sioneros fueron descubiertos en el Templo. Y claro que estaban “enseñando al pueblo” (v. 25). El lenguaje de los versículos 27-28 revela la desesperación del Sane-drín casi al punto de perder la esperanza. b. Es menester obedecer a Dios (5:29-32). La de-claración de Pedro y los apóstoles, “Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres,” todavía debe ser un lema para cada cristiano. Otra vez Pedro acusó a los líderes judíos de haber matado al Mesías (v. 30). Lo que Israel necesitaba—tanto como los gentiles—era el arre-pentimiento y el perdón de sus pecados (v. 31). El Es-píritu Santo se da a “los que le obedecen” a Dios (v. 32). Esta es nuestra promesa hoy. c. Querían matarlos (5:33-40). El resultado de las palabras de Pedro fue que los miembros del Sane-drín “Se enfurecían.” Este mismo término se usa de nue-vo en 7: 54. Literalmente quiere decir “partir el alma.” Es un término más poderoso que “compungidos” (2:37). Así que “querían matarlos.” Afortunadamente Gamaliel intervino. Era el maes-tro en teología de Pablo (22:3), pero parece que el estu-diante joven no se ha embebido de la disposición indul-gente de su maestro. El gran “doctor de la ley” (v. 34) aconsejó que tuvieran cuidado. Citó los casos de Teudas (v. 36) y Judas el Galileo (v. 37), cuyos movimientos revolucionarios desaparecieron. Su conclusión fue que de-bían dejar a los apóstoles. Si su obra era de origen humano “se desvanecerá” (v. 38), pero si era ordenada di-vinamente estos líderes judíos estarían en mala posi-ción de resistir a Dios (v. 39). El Sanedrín aceptó el consejo de Gamaliel. Habiendo azotado a los apóstoles (treinta y nueve azotes a cada uno) y mandado que no “hablasen en el nombre de Jesús” (v. 40), los dejaron ir. d. No cesaban de… predicar (5: 41-42). ¿Obede-cieron los apóstoles este mandamiento? No, ellos recibían órdenes del cielo (véase v. 29). Así que, “todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (a Jesús como el Mesías). II. 1.

ESTEBAN (capítulos 6—7)

Siete Varones (6:1-4)

a. Hubo murmuración (6: 1). Cuando hay más gente, hay más problemas, porque cada persona es un problema en potencia. Así que creciendo “el número de los discípulos” surgió el primer problema interno. Fue una amenaza más seria para el futuro de la Iglesia que el pro-blema externo de la persecución. La palabra “discípulos” ocurre en el Nuevo Testa-mento solamente en los Evangelios y en los Hechos. Aquí se encuentra por primera vez. Literalmente, quiere decir “escolares.” La palabra griega para “murmuración” sugiere el zumbido de las abejas. Los helenos (judíos que habla-ban el griego) se estaban quejando en contra de los he-breos (judíos que hablaban el arameo), sintiendo aquéllos que sus viudas estaban siendo hechas a un lado en la repartición diaria de los alimentos. En aquellos días muchas viudas no tenían manera de ganarse la vida. http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (13 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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b. Buscad pues… siete varones (6:2-4). La si-tuación era apropiada para una división en la iglesia. Pero la situación se solucionó por la acción pronta de los doce apóstoles. Convocaron a una reunión de toda la Iglesia y declararon que no era “justo que no-sotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas” (v. 2). Sugirieron que fueran nombrados siete hombres para cuidar de las necesidades materiales de la Iglesia. Sus cualidades serían: “de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” o tacto (v. 3). Mientras tanto los apóstoles estarían libres para dedicarse al ministerio espiritual de la oración y la enseñanza de la Palabra (v. 4). Los siete nombrados no se llaman aquí diáconos (griego, diakonoi). Pero es interesante que diakonia, “ministración,” ocurre en el versículo uno y diakoneo, “servir,” en el versículo dos. 2.

Eligieron a Esteban (6: 5-15)

a. Lleno de fe y del Espíritu Santo (6: 5-8). “Eli-gieron” quizá se refiera a la acción de toda la iglesia. Esteban se describe como un hombre “lleno de fe y de Espíritu Santo” (v. 5) y “lleno de gracia y de potencia.” Era inevitable que tendría un ministerio notable. Todos los siete nombrados tenían nombres griegos. Esto puede sugerir que eran helenos. De ser así, la igle-sia mostró gran sabiduría y tacto en escogerlos para mi-nistrar a las viudas helenistas. Mucho depende de la selección de personas correctas para cualquiera obra. A Nicolás se identifica como un prosélito (gentil conver-tido) de Antioquía. El interés de Lucas en Antioquía (véase 11: 19-30) se interpreta por algunos como que él había nacido en esta ciudad. El poner sus manos encima (v. 6) era la costumbre antigua de ordenación (véase Números 27:18). Los ju-díos ordenaban así a sus rabinos. El resultado de resolver este problema pronto y adecuadamente fue que “crecía la palabra del Señor” porque los apóstoles ya estaban libres para dar todo su tiempo—”y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente” (v. 7). Aun “muchos de los sacerdotes” aceptaron a Jesús como el Mesías. La falta en resolver el problema pronto pudo haber resultado en fracaso y derrota, como pasa muchas veces hoy. b. No podían resistir (6:9-15). Mucho se ha dis-cutido sobre si el versículo nueve se refiere a uno, dos, tres, cuatro o cinco sinagogas. “Libertos” quiere decir hombre libres (es decir, que antes eran esclavos), de los cuales había grandes números en el Imperio Romano de aquel día. Los “de Cirene y de Alejandría” vinieron del norte del África. Cilicia y Asia estaban en Asia Menor. Aquélla era la provincia natal de Pablo (22:3). La “si-nagoga,” mencionada frecuentemente en los Evangelios se menciona aquí por primera vez en los Hechos. La pa-labra en el griego quiere decir sencillamente “reunirse.” Solo una vez en el Nuevo Testamento se usa por una con-gregación cristiana (Santiago 2: 2). En otros lugares se emplea ecclesia. Los helenos disputaron con Esteban. Pero “no po-dían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba” (v. 10). Así que acudieron a la violencia. “sobornaron”— “rogaron en secreto” o “instigaron”—a otros para que acusaran a Esteban de hablar “palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios” (v. 11). Esto muestra cuán alta opinión tenían los judíos de Moisés en el tiempo de Jesús. Entonces los helenos incitaron a la gente, arreba-taron a Esteban, y lo trajeron al concilio (v. 12). Allí pu-sieron testigos falsos para que lo acusaran de hablar “pa-labras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley” (v. 13). El Templo y la ley—estos eran especialmen-te sagrados para los judíos. La acusación se basaba en un torcimiento de las en-señanzas de Cristo. Jesús había dicho: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19). Fra-casaron en reconocer que se refería a su cuerpo (Juan 2:21). ¿Qué reacción tuvo Esteban a esta oposición violenta y acusación falsa? Con “su rostro como el rostro de un ángel” (v. 15). Como el rostro de Moisés resplandeció cuando bajó del monte Sinaí (Éxodo 34:30), así fue iluminado el rostro de Esteban por la presencia divina.

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3.

El Altísimo No Habita en Templos (7: 1-53)

Este discurso largo de Esteban contiene un resu-men de la historia del Antiguo Testamento desde Abra-ham, a través de José y hasta Moisés (note el bosquejo que se da abajo). En él, Esteban respondió a la acusa-ción de que había blasfemado “este lugar santo” (el Templo, Jerusalén, Palestina) demostrando que otros lu-gares, aparte de la Tierra Santa, eran sagrados. Dios apareció a Abraham en Mesopotamia (v. 2). Estuvo con José en Egipto (v. 9). Se le apareció a Moisés en la llama de fuego de una zarza (v. 30). En efecto, aquel lugar fue declarado por Dios mismo ser “tierra santa” (v. 33). El discurso agrega una referencia breve a Josué, David, y Salomón. Luego viene la oración clave: “si bien el Altísimo no habita en templos hechos de manos” (v. 48). En conclusión Esteban afirmó que sus oyentes, y no él, eran culpables de quebrantar la ley (v. 53). a. Abraham (7:1-8). En Génesis se muestra el lla-mamiento a Abraham para dejar su tierra; se acepta que esto sucedió en Harán (Génesis 12:1-4). Pero Filón y Josefo declararon que Dios le apareció a Abraham en Mesopotamia (véase v. 2). La solución más fácil es deducir que el llamamiento vino primeramente cuando estaba en Ur de los Caldeos y después fue repetido en Harán cuando murió su padre (v. 4). Realmente Abra-ham mismo no heredó la tierra—”ni aun para asentar un pie” (v. 5) —pero le fue prometido que sus descen-dientes la poseerían. Primeramente sin embargo, ten-drían que sufrir en servidumbre en tierra ajena (v. 6). Abraham fue circuncidado (v. 8) mucho antes de que se promulgara la ley en Sinaí. b. José (7:9-16). Por envidia los hermanos de José lo vendieron como esclavo. Mas eso ayudó a José para ser el salvador de muchos en tiempos de carestía. Así que fue un tipo notable de Cristo, cuyos hermanos, los judíos, lo habían condenado a muerte a causa de la en-vidia, pero al hacerlo ayudaron a cumplir el propósito de Dios de proveer la salvación para toda la humanidad. En la superficie parece haber contradicción entre la declaración de que Abraham compró un sepulcro en Si-quem y las citas en el Antiguo Testamento que compró una cueva en Hebrón (Génesis 23) y que Jacob com-pró en Siquem (Génesis 33:19). Hay dos soluciones posibles para este problema. Puede ser que Abraham haya comprado tierra durante su estancia en Siquem, porque se nos dice que construyó un altar (Génesis 12:6-7). O los dos relatos de Génesis, de Abraham y de Jacob, pueden considerarse juntos en este breve resumen de la historia. La mención de sepulcros patriarcales puede haber sido otra referencia intencional de Esteban a los lugares extranjeros que tenían asociaciones sagradas. Porque Si-quem estaba al pie del monte Gerizim, donde los odiados samaritanos llevaban a cabo su adoración—y todavía lo hacen hoy. c. Moisés (7: 17-50). “Otro rey” (v. 18) de hecho se refiere a una nueva dinastía. Cuando José entró en Egipto, seguido por su padre y sus hermanos, aquel país era gobernado por los reyes extranjeros hiksos. Probablemente eran invasores semíticos de Asia y parientes le-janos de los israelitas. Eso explica la razón por la que José y sus parientes fueron tan bien recibidos por el fa-raón gobernante. Pero cuando los hiksos desaparecieron ganando el poder una dinastía nativa egipcia, los israeli-tas obviamente aliados con el grupo equivocado y sufrieron esclavitud como consecuencia. Es así como la ar-queología ha aclarado los relatos de Génesis y Éxodo. Que Moisés era un niño hermoso—”agradable” (v. 20) —se confirma por Filón y Josefo, como también que “fue enseñado… en toda la sabiduría de los egipcios” (v. 22). La vida de Moisés estaba dividida en tres períodos de cuarenta años. El primero fue en Egipto en el palacio de Faraón (véase v. 23). El segundo en Madián (vrs. 29-30). El tercero consistió de cuarenta años, como lí-der del pueblo de Israel en el desierto (v. 36). Moisés pa-só dos tercios de su vida preparándose para llenar el mayor puesto de todos los personajes del Antiguo Tes-tamento. La primera tercera parte la pasó en la escue-la en la corte de Egipto, aprendiendo cómo ser rey— una preparación de mucho valor para organizar una nue-va nación. La segunda tercera parte la pasó en medi-tación quieta aislado en el desierto. Estaba listo para pasar el último tercio de su vida haciendo una obra tre-menda que de otro modo no podría haberse hecho. Esto debe ser una lección para todos los que buscan ha-cer alguna obra para Dios. Cuando Dios tiene una obra bastante grande para hacer, http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (15 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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toma el tiempo suficiente para preparar a su siervo (por ejemplo, Lutero, Wesley). Demasiadas personas están listas a tener un ministerio mediocre por falta de preparación adecuada. El cambio de “Damasco” (Amós 5:26) a “Babilo-nia” (v. 43) quizá se deba a que cuando Amós escri-bió (siglo ocho A.C.) la amenaza principal venía de Siria, mientras que Lucas consideró la situación a la luz de la cautividad Babilónica. “Renfán” (por Chiun) se debe a la versión griega, que Lucas estaba citando. David (v. 45) y Salomón (v. 47) se mencionan, pe-ro sólo por su interés en construir el Templo. Luego vie-ne el resumen de todo el argumento de Esteban: Dios “no habita en templos hechos de manos” (v. 48). Se le puede encontrar en dondequiera que los hombres lo ado-ran (v. 49). Esta nota sobre la universalidad cortó los prejuicios nacionalistas de los judíos. d. Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo (7:51-53). Sobre si Esteban fue interrumpido en este punto o no es cuestión debatible. Es cierto que su tono cambió de repente, y parece razonable pensar que sintió una oposición creciente a su mensaje. Acusó a los líderes de los judíos de haber imitado a sus padres persiguiendo a los verdaderos profetas de Dios y también de tener la culpa por la muerte del Mesías (v. 52). 4.

Apedrearon a Esteban (7: 54-60)

a. Crujían los dientes contra él (7:54). La reac-ción de los oyentes de Esteban fue rápida y dura. “Se enfurecían” (aquí se emplea la misma palabra que en 5:33). Esta vez hicieron más y “crujían los dientes con-tra él,” como un grupo de lobos aullando. El judaísmo se había vuelto a la selva. b. Veo… al Hijo del Hombre (7: 55-56). Esteban estaba “lleno del Espíritu Santo” para enfrentarse a esta crisis. Mirando al cielo vio a Jesús “que está a la diestra de Dios,” listo para dar a su alma una bienvenida, y así lo testificó (v. 56). c. Durmió (7:57-60). Ahora el Sanedrín se convir-tió en un populacho desordenado: “dando grandes voces, se taparon los oídos”—rehusando escuchar más—”Y arremetieron a una contra él” (v. 57). Para no profanar la ciudad santa le echaron “fuera” y “le apedrearon” (v. 58). Aquí por primera vez se menciona Saulo. El cuidó las ropas de los testigos, quienes estaban obligados por la ley a arrojar las primeras piedras (Deuteronomio 13:9). La oración de Esteban en el versículo 59 nos recuer-da las palabras de Jesús, “Padre, en tus manos encomien-do mi espíritu” (Lucas 23:46). Pero mucho más notable es su oración por el perdón de sus perseguidores (v. 60; véase Lucas 23:34). Esteban, el primer mártir, de veras poseyó el Espíritu de su Maestro. “Durmió” (v. 60). De esta palabra en el griego vie-ne nuestra palabra “cementerio.” Estrictamente hablan-do se debe usar esta palabra para denotar el sepulcro de los que “duermen en Jesús” (I Tesalonicenses 4:14). PREGUNTAS 1.

¿A qué predicación objetaron los saduceos?

2.

¿Qué tan grande creció la iglesia de Jerusalén?

3.

¿Cómo explica usted el valor de los apóstoles?

4.

¿Cuál fue el pecado de Ananías y Safira?

5.

¿Cuál fue el primer problema interno de la Igle-sia y cómo se resolvió?

6.

Relate la historia de Esteban.

Segunda Parte: En Toda Judea y en Samaria (caps. 8—12) CAPITULO III

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Esparcidos a Otras Partes (caps. 8—12) Todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria (8:1).

Con excepción de la conversión de Saulo (9:1-24) y la organización de la iglesia en Antioquía (11: 19-30) todos los sucesos de estos cinco capítulos tuvieron lugar en Judea y en Samaria. I.

FELIPE (capítulo 8)

Los dos principales sucesos de este capítulo son: (1) Felipe en Samaria; (2) Felipe y el eunuco etíope. Antes de estos relatos hay unos párrafos breves de resumen o transición que se encuentran en la primera mitad de los Hechos. 1.

Esparcidos a Otras Partes (8: 1-4)

a. Una gran persecución (8:1-3). Dios obra en for-mas misteriosas. Usó una severa persecución de la iglesia en Jerusalén como medio para esparcir a sus miembros a tierras lejanas. Esto fue para extender más el evangelio. La persecución empezó “en aquel día” (v. 1). En vez de avergonzarse por haber matado a Esteban, los líderes judíos empezaron inmediatamente una cruzada general en contra de la nueva fe. El resultado fue que los creyentes fueron “esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria”—lo que nos da la clave para esta parte de la mitad de los Hechos. Solamente quedaron los apóstoles tal vez en seclusión para poder dirigir los negocios de la Iglesia. Saulo, con celo juvenil, “asolaba la iglesia” (v. 3). La palabra griega fue la que se usaba para un jabalí que destruye la viña. El perseguidor entró en las casas parti-culares. Las cárceles judías estaban llenas de cristianos. b. Anunciando el evangelio (8:4). La persecución violenta no detuvo la predicación de la Palabra; más bien, la ayudó. A esto se ha llamado “el movimiento misionero de los laicos” del primer siglo, puesto que los apóstoles ordenados no tomaron parte en él. 2.

Felipe Descendió a… Samaria (8:5-25)

a. Predicaba a Cristo (8:5-8). Samaria era el nom-bre de una ciudad y también de una región del país. Estaba entre Judea al sur y Galilea al norte. Pero cada lu-gar estaba “abajo” de Jerusalén. Los samaritanos eran un raza mezclada, descendientes de la población gentil-judía después de 722 A.C. (véase II Reyes 17). Pero esperaban la venida del Mesías (Juan 4:25). A esta gente Fe-lipe “predicaba a Cristo” (v. 5). Su ministerio estuvo acompañado de milagros (vrs. 6-7). El resultado del avi-vamiento fue que “había gran gozo en aquella ciudad” (v. 8). b. Simón (8:9-13). Simón el Mago (hechicero) ha-bía “engañado a la gente de Samaria” (v. 9), fingiendo ser “algún grande.” Sus admiradores evidentemente lo deificaban, llamándole “el Poder de Dios que es llamado Grande” (v. 10, traducción literal). Pero muchos de ellos aceptaron a Cristo bajo la predicación de Felipe y fueron bautizados (v. 12). Maravillosamente, Simón mismo creyó y se bautizó (v. 13). Parece, sin embargo, que su creencia fue solamente intelectual y superficial. Su historia no da evidencia del arrepentimiento verdadero. c. Recibían el Espíritu Santo (8:14-17). El aviva-miento en Samaria tuvo dos aspectos. Primeramente Felipe predicó a Cristo y muchos fueron salvos. Más tarde estos creyentes fueron llenos del Espíritu bajo el ministerio de Pedro y Juan. Nadie puede negar que para los cristianos samaritanos el bautismo del Espíritu Santo era una “segunda obra.” Las dos experiencias de crisis se explican aquí claramente. El informe del maravilloso avivamiento en Samaria llegó a Jerusalén, como cuarenta millas de allí. Los apóstoles mandaron a Pedro y a Juan, quienes oraron por los creyentes samaritanos “para que recibiesen el Espíritu http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (17 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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Santo” (v. 15). Les impusieron las manos, y su oración fue contestada (v. 17). No se menciona el ha-blar en lenguas. d. Dadme también a mí este poder (8: 18-25). Si-món el Mago vio una oportunidad para hacer una ganancia rápida, así que ofreció dinero a los apóstoles para que le dieran el poder de impartir el Espíritu San-to. De este incidente ha venido la palabra “simonía” que es el acto de comprar y vender los oficios de la iglesia. Pedro le advirtió que tendría que arrepentirse. La res-puesta de Simón (v. 24) muestra que estaba más in-teresado en el castigo del pecado que en saber que el pecado era malo. Pedro y Juan extendieron el ministe-rio samaritano a “muchas poblaciones” en su camino de regreso a Jerusalén (v. 25). 3.

Un Hombre de Etiopía (8:26-40)

a. Un eunuco… el cual estaba sobre todos sus te-soros (8:26-28). En medio de este gran avivamiento en Samaria el ángel del Señor le dio instrucciones a Felipe para que fuera al sur por el camino que va de Jerusalén a Gaza, “el cual es desierto.” Gaza era una de las cinco ciudades antiguas de los filisteos cerca de la costa del Mediterráneo. La ciudad antigua había sido destruida en 93 A.C., y la ciudad nueva también fue destruida en el año 66 D.C., probablemente poco después de que fue escrito el libro de los Hechos. Parece que “Etiopía” no era el país que se conoce hoy por ese nombre, sino Meroé en la región del presen-te Sudán. “Candace” no era un nombre personal sino el título de la madre del rey, que era la que gobernaba la tierra. El eunuco etíope tenía gran autoridad. Tal vez era un prosélito del judaísmo, y había venido a Jerusalén “pa-ra adorar.” Sentado en su carro en su viaje de regreso a su tierra, leía un rollo del profeta Isaías. Tal documento era muy caro, pero él tenía bastante dinero. Los rabinos exhortaban a los judíos devotos a leer en voz alta las Escrituras cuando viajaban. b. Le anunció el evangelio de Jesús (8: 29-35). Instruido por el Espíritu para acercarse al carro, Felipe acudió a él y oyó al eunuco leyendo. La pregunta, “¿Entiendes lo que lees?” (ginoskeis ha anaginoskeis) contiene un significado que se pierde en la traducción. Leer era literalmente “saber de nuevo.” El eunuco invitó a Felipe a que subiera para sentarse junto a él. El pasaje que leía (vrs. 32-33) era Isaías 53:7-8. Este es uno de los grandes capítulos que tratan de la expiación en el Antiguo Testamento. Este, con 52:13-15, es el último “cántico del Siervo” de Isaías. Cuando el eunuco inquirió si el profeta estaba ha-blando de sí mismo o de algún otro (v. 34), Felipe co-menzó “desde esta escritura” y “le anunció el evan-gelio de Jesús (v. 35). Eso es decir que interpretó Isaías 53 como una referencia al Mesías y luego identi-ficó a Jesús como el Mesías, el “siervo del Señor” de Isaías. c. Le bautizó (8: 36-40). Llegando a “cierta agua” —probablemente una fuente o un manantial—el eunuco pidió el bautismo. Puesto que dice que “descendieron ambos al agua,” ésta sería quizá una corriente de buen tamaño. Cuando Felipe fue arrebatado por “el Espíritu del Señor” de repente, el eunuco “siguió gozoso su camino” (v. 39), como hacen todos los que encuentran a Cristo. Felipe después aparece en “Azoto,” la antigua ciudad filistea de Asdod. De allí predicó siguiendo hacia el norte por la costa unas sesenta millas hasta Cesarea. Es aquí que lo encontramos más tarde (21:8). II. 1.

SAULO (9: 1-31)

¿Por Qué Me Persigues? (9: 1-9)

a. Respirando… amenazas y muerte (9:1-2). El griego dice “respirando para adentro” en vez de “respirando para afuera.” El celo de perseguir había llegado a ser el aliento mismo de la vida de Saulo. No contento con http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (18 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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aprisionar a los creyentes en Judea, obtuvo cartas del su-mo sacerdote dándole autoridad para prender a los que halló en Damasco y traerlos presos a Jerusalén. Aquel Damasco tenía una gran población judía como lo nota Josefo, quien dice que después del año 70 D.C. hubo 18,000 judíos muertos allí. A los cristianos se les llama aquí los “de este Camino” (v. 2), una expresión pri-mitiva oriental. Damasco estaba casi a doscientas mi-llas de Jerusalén. Así que Pablo y sus compañeros tar-darían una semana o dos para hacer el viaje. b. Una luz del cielo (9:3-7). Sin duda en este viaje largo a Damasco, Pablo había pensado mucho en esta nueva secta. ¡Era una herejía peligrosa! Pero “el rostro de un ángel” de Esteban— ¿cómo podría uno explicarse eso? Había resplandecido como el rostro de Moisés cuan-do bajó del monte Sinaí. ¿Sería posible que estos seguidores del Nazareno tuvieran razón? No. ¡Perezca tal pensamiento! ¡Sigue a Damasco! ¿Pero el rostro de Este-ban? Probablemente era en medio de tal tumulto inte-rior que “repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo”—como el rayo de un relámpago. Postrado en tierra, Saulo oyó una voz: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (ver. 4). A su interrogación la voz res-pondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.” Como el dolor inflingido en cualquier parte del cuerpo se siente por la cabeza, así la Gran Cabeza de la iglesia tiene parte en cada sufrimiento de los suyos. El pensamiento nos de-be advertir a todos nosotros de cuidarnos de cómo maltratamos a nuestros hermanos en la iglesia, pues así es-tamos maltratando al mismo Jesús. El que de veras ama a Cristo será amable con todos los cristianos. c. Tres días sin ver (9:8-9). El hecho de que Saulo fuera llevado por la mano sugiere que iba andando a pie y no a caballo. Los fariseos estaban en contra de la cos-tumbre romana de ir a caballo. La ceguera de Saulo ayudó a encerrarle a solas con Dios. Sin duda estos días fueron los más importantes de su vida. 2.

Predicaba a Cristo (9:10-22)

a. He aquí, él ora (9:10-12). Ananías recibió ins-trucciones del Señor de ir a la calle que se llama Derecha, que todavía va del oeste al este por Damasco, y bus-car en la casa de Judas a Saulo de Tarso—”porque he aquí, él ora” (v. 11). b. Instrumento escogido me es éste (9:13-16). Ana-nías tenía miedo, habiendo oído de cómo Saulo había perseguido a los santos en Jerusalén. También sabía el propósito de la visita de Saulo a Damasco (v. 14). Pero el Señor le mandó ir, “porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gen-tiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (v. 15). Pablo llegó a ser el apóstol especial a los gentiles; testificó ante el rey Agripa (capítulo 26), así como a muchos gobernadores romanos; y muchas veces llevó el nombre odia-do de Jesús ante “los hijos de Israel” con riesgo de per-der su vida. Su ministerio fue marcado por gran sufri-miento (v. 16; véase II Corintios 11: 21-33). c. Recibió… la vista; y… fue bautizado (9: 17-19). “Hermano Saulo”— ¡qué consuelo traerían estas palabras al corazón de Saulo! Su ceguera se disipó tan pronto como había venido. Después de ser bautizado den-tro de la comunidad cristiana, comió alimento por pri-mera vez en tres días. Entonces pasó un corto tiempo con los discípulos en Damasco. Parece que fue salvo en el ca-mino y después santificado (“lleno del Espíritu Santo”) en la casa. d. Demostrando que Jesús era el Cristo (9:20-22). Saulo no era persona a quien le agradaba estar desocupado. Inmediatamente empezó a predicar en las sinagogas judías que Jesús era el Hijo de Dios. Tan potente era su ministerio que “confundía a los judíos… en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo” (v. 22). La tarea principal en predicar a los judíos era probar que Jesús en verdad era el Mesías. 3.

En Jerusalén (9:23-31)

a.

Los judíos resolvieron en consejo matarle (9:23-25). Era inevitable que tal predicación provocara

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oposición violenta. He aquí, el perseguidor ahora es el perseguido. Cuando se descubrió que los judíos estaban guardando las puertas día y noche para matarle Saulo fue bajado por el muro en una canasta. El mismo dice que “el gobernador bajo el rey Aretas” quería aprenderlo (II Corintios 11:32). Aunque la arqueología parece indicar que Damasco estaba bajo el dominio romano en este tiem-po, es probable que Aretas V, el rey de los árabes nabateanos, tuviera un representante en Damasco para cuidar los intereses de sus vasallos que vivían allí. Es interesante notar que Pablo pone esta experiencia mortifican-te al fin de su larga lista de sufrimientos. b. No creyendo que fuese discípulo (9:26-28). Sau-lo había salido de Jerusalén siendo un gran enemigo de los cristianos. No es de extrañar que le tuvieran miedo cuando volvió. Pero Bernabé, de corazón noble y gran-de, habló en su favor, y así Saulo fue al fin aceptado. c. Le enviaron a Tarso (9:29-31). Saulo siempre hablaba francamente. Pronto estuvo en disputas con los helenistas (v. 29), y ellos procuraban matarle. Temiendo por la vida de Saulo, “los hermanos” lo llevaron a Cesarea—el puerto principal de Palestina—y lo enviaron a su casa en Tarso. ¡Causó demasiado alboroto en Jerusa-lén! Después de que él se hubo ido las iglesias de Judea, Galilea y Samaria—las tres divisiones principales de Palestina—“Tenían paz.” ¡Las cosas nunca quedaban quie-tas donde Pablo estaba! La gran importancia de la conversión de Saulo se muestra por el hecho de que se describe tres veces en los Hechos (véase capítulos 22,26). III. 1.

PEDRO (9:32-42)

En Lida (9:32-35)

Pedro halló “santos” en Lida. Probablemente Felipe había predicado allí en camino de Azoto a Cesarea, ya que estaba entre los dos puntos. Aquí había un paralítico que se llamaba Eneas quien fue sanado bajo el ministerio de Pedro. Sarón es el nom-bre del llano fértil de la costa entre Lida y el monte Car-melo al norte. 2.

En Jope (9:36-43)

Tabita es el aramaico por “gacela”—un bello animal ligero de pies—así como Dorcas lo es en el griego. Esta discípula, conocida por sus buenas obras, había muerto. Pero en respuesta a las oraciones de Pedro fue restaurada a la vida. “Las túnicas y los vestidos” se traduce mejor en “las túnicas y las capas.” En el griego éstos significan las ropas exteriores. Pedro se quedó en Jope con Simón, un curtidor (v. 43). Siendo que esta ocupación era inmunda a los ojos de los judíos conservadores—tratando, como lo hacía, con los cuerpos de animales muertos—parece un tanto sorprendente que Pedro se quedara allí. IV.

PEDRO Y CORNELIO (10: 1—11:18)

La gran importancia de este suceso se indica por el hecho de que se relata en tan grandes detalles en el ca-pítulo diez y después se repite en el capítulo once. Por primera vez los cristianos judíos entraron en una casa gentil, les predicaron, y comieron con ellos. Este suceso marcó un avance significativo en el progreso del cristia-nismo, que pronto llegaría a ser principalmente una re-ligión gentil, aunque principió entre los judíos. 1.

Cornelio… Vio… Una Visión (10:1-8)

a. Un hombre piadoso (10:1-2). En Cesarea—don-de residía el gobierno romano y era puerto principal para Palestina—vivía un centurión de la compañía italiana, que se llamaba Cornelio. Este era un nombre ordinario en ese tiempo porque Cornelio Sulla había libertado un gran número de esclavos en el año 82 A.C. Por gratitud, muchos de estos hombres libres adoptaron el nombre su-yo y lo dieron a sus descendientes. “Piadoso” quizá dé la http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (20 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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idea de que Cornelio era un prosélito del judaísmo, o también el versículo entero quizá indique sencillamen-te que era un creyente gentil en la sinagoga judía. b. Envía… a… Pedro (10:3-8). Un día a las tres de la tarde (“La hora novena”), mientras oraba (véase v. 30), Cornelio tuvo una visión. Un ángel le dijo: “Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria de-lante de Dios” (v. 4). Entre los judíos, las tres prácticas principales de la justicia eran las limosnas, la oración, y el ayuno (véase Mateo 6: 1-18). Cornelio sobresalió en las tres: él “hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre” y había ayunado ese día (v. 30). Era un adorador piadoso según la costumbre judía. El ángel le dijo que enviara a Pedro, a Jope quien se quedaba “en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al mar” (v. 6). Probablemente los curti-dores vivían afuera del pueblo para no profanarlo con su ocupación inmunda, y sin duda usaban el agua del mar para arreglar las pieles. Cornelio envió a “dos de sus criados,” acompañados por “un devoto soldado” (v. 7). Consideró que esto era un mandamiento importante. 2.

Pedro Subió… Para Orar (10:9-16)

a. Vio el cielo abierto (10:9-12). Pedro probable-mente hubiera vacilado en aceptar la invitación a la casa de Cornelio. Los judíos conservadores no entraban en las casas de los gentiles. Pero antes de que llegaran los mensajeros, el Señor preparó las cosas en Jope. Los arre-glos de Dios siempre son perfectos. Al mediodía (“la hora sexta”) Pedro subió a la azotea de la casa donde se hospedaba, para orar (véase Salmos 55:17). Mientras esperaba que prepararan la co-mida, le sobrevino un éxtasis y “vio el cielo abierto” (v. 11). Un lienzo—un utensilio u olla—que parecía una sábana atada de las cuatro puntas, fue bajada a tierra. En él vio toda clase de cuadrúpedos terrestres, reptiles y aves. b. Vino una voz (10:13-16). Cuando a Pedro se le mandó matar y comer los animales, protestó, “ningu-na cosa común o inmunda he comido jamás” (v. 14). La respuesta significativa vino: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (v. 15). La distinción entre animales limpios e inmundos pertenecía al período del Antiguo Testamento, y esa edad había terminado. Para dar énfa-sis a la lección la voz habló “tres veces” (v. 16). 3.

No Dudes de Ir Con Ellos (10:17-33)

a. Yo los he enviado (10:17-22). Mientras Pedro meditaba en el significado de la visión, los mensajeros de Cornelio llegaron a la puerta. El Espíritu le dijo: “no dudes de ir con ellos” (v. 20). Esta frase puede tradu-cirse en “no hagas ninguna distinción.” En el cristianis-mo, en contraste con el judaísmo, no habría distinción entre judíos y gentiles. Esa era la lección que Pedro ha-bía de aprender de este suceso. A Cornelio se le describe como uno que “tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos” (v. 22). Parece que tenía, en alguna forma, parte en la sinagoga judía. b. ¿Por qué causa me habéis hecho venir? (10:23-29). Después de pasar la noche con Pedro los mensajeros se lo llevaron la mañana siguiente. Con sabiduría llevó consigo “algunos de los hermanos” (seis, véase 11:12). Había como treinta millas de Jope a Cesarea, o sea un día y medio de andar a pie. Así que era cerca del me-diodía cuando llegaron a su destino el siguiente día. Cornelio—midiendo bien el tiempo, o advertido por uno de los dos criados que corrió adelante—había reuni-do “a sus parientes y amigos más íntimos” (v. 24) para esperar a Pedro. El apóstol les recordó que era una cosa “abominable… para un varón judío” entrar en una casa gentil; “pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (v. 28). Eso era un paso tremendo y revolucionario para un judío conserva-dor. Pedro había venido pronto y ahora quería saber la razón por la que lo habían traído (v. 29). c. Todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios (10:30-33). Es probable que los mensajeros se hayan detenido brevemente una noche en camino hacia Jope. Allí se detuvieron una noche y pararon también una http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (21 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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noche en el regreso. Así que “hace cuatro días” (v. 30) que Cornelio vio la visión. Hoy diríamos “tres días” (por ejemplo, lunes a jueves). Los judíos incluían el pri-mer día y el último. En el día de su visión Cornelio había ayunado “a esta hora” (v. 30). Es probable que fuera cerca del me-diodía, pues parece ser una hora diferente de “la hora no-vena.” “Tú has hecho bien en venir” (v. 33) se traduce me-jor, “Has venido amablemente.” Cornelio y sus amigos estaban “todos… aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado.” Esa actitud aseguró el éxito de la reunión. 4.

Pedro Abriendo la Boca (10:34-43)

a. Dios no hace acepción de personas (10:34-35). El griego dice literalmente: “Dios no es un recibidor de caras.” Esto es una frase hebraica típica. Quiere decir que, “Dios es imparcial.” El acepta “en toda nación” a los que te temen y hacen justicia (v. 35). b. Anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo (10:36-43). Después de una introducción breve (vrs. 34-35). Pedro comenzó a señalarles que Jesús fue enviado de Dios a predicar la paz (v. 37). Les llamó la atención al ministerio público de Cristo, que empezó en Galilea después del prendimiento de Juan (véase Marcos 1:14). En su bautismo Jesús había sido ungido con el Es-píritu Santo y poder (v. 38). Pero los judíos insistieron en su crucifixión—”col-gándole en un madero” (v. 39). Dios lo levantó “al ter-cer día”—la resurrección el domingo, y la crucifixión el viernes. Después de su resurrección se apareció so-lamente a “testigos” escogidos (v. 41), como lo indican todos los cuatro Evangelios. El punto culminante del breve sermón de Pedro vino con la declaración: “todos los que en él creyeren, reci-birán perdón de pecados por su nombre” (v. 43). Esta es una salvación universal, para todos los que creen en Cristo Jesús. Aquí se da el evangelio en términos sencillos. 5.

El Espíritu Santo Cayó Sobre Todos (10:44-48)

Mientras Pedro estaba todavía hablando, el Espíri-tu Santo vino sobre todos sus oyentes. Sus corazones es-taban listos a recibir, y no había tardanza. ¡Los judíos (“los fieles de la circuncisión”) quienes acompañaron a Pedro estaban asombrados de que los gentiles recibieran el Espíritu Santo! 6.

Cuando Pedro Subió a Jerusalén (11: 1-18)

a. Has entrado en casa de hombres incircuncisos (11: 1-3). El partido de los de la “circuncisión” (los cristianos judíos) en Jerusalén criticó severamente a Pedro por haber entrado en casa de Cornelio. Lo más serio de su crimen fue comer con los gentiles. b. Comenzó Pedro a contarles… lo sucedido (11:4-16). La mejor defensa de Pedro era decirles exactamente lo que había sucedido. Dios, por una visión, le ha-bía mostrado que los gentiles no debían ser considerados inmundos (vrs. 5-10). El Espíritu le había dicho que fue-ra a Cesarea. Afortunadamente había llevado consigo “seis hermanos” que podían comprobar su relato de lo que pasó en la casa de Cornelio (v. 12). ¿Cómo puede uno explicar que el Espíritu cayó so-bre sus oyentes? La explicación más sencilla es ésta. Cor-nelio y sus compañeros estaban tan completamente listos a recibir el mensaje que cuando oyeron de creer en Je-sús inmediatamente creyeron y fueron salvos. Pero en sus corazones había tanta hambre por toda la voluntad de Dios y estaban tan entregados a El que pronto fueron llenos del Espíritu Santo en el mismo servicio, O pode-mos decir que, puesto que Cornelio ya era aceptado por Dios, estaba listo para recibir el Espíritu Santo. c. ¿Quién era yo? (11:17-18). ¿Debía Pedro detener esta demostración del Espíritu sobre los gentiles? “¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” No podía haberlo hecho aun si lo hubiera deseado. Los críticos solamente podían responder con humil-dad: “De manera que también a los gentiles ha dado Dios http://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (22 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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arrepentimiento para vida.” Esta era una verdad sorpren-dente. V. 1.

ANTIOQUIA (11: 19-30)

Gran Número Creyó (11: 19-21)

Este pasaje nos regresa a 8:4. Notemos la palabra “esparcidos,” que se halla en 8:1, 4. El relato de la Dis-persión se continúa aquí. Los que habían huido de Jeru-salén después de la muerte de Esteban ahora estaban lle-gando a partes lejanas. Fenicia es el país moderno de Líbano, una franja junto a la costa de Siria. Chipre es una isla en el Medi-terráneo oriental. Antioquía, la capital de Siria, era la tercera ciudad en tamaño del Imperio Romano (después de Roma y Alejandría), con una población de casi ochocientos mil. Era conocida especialmente por su inmorali-dad debido a la arboleda cercana de Dafne, con sus sacer-dotisas prostitutas. Los primeros misioneros predicaban “a nadie… si-no sólo a los judíos” (v. 19). Mas algunos hombres de criterio más amplio en Chipre y de Cirene (en el norte del África) cuando llegaron a Antioquía predicaron al Señor Jesús a los gentiles (v. 20, diferentes de los judíos del v. 19). Tuvieron buen éxito (v. 21). 2.

Bernabé… Saulo (11:22-26)

Cuando la iglesia de Jerusalén oyó esto mandó a Bernabé a que investigara. El escogimiento no pudo ha-ber sido mejor. Algunos cristianos judíos legalistas en Jerusalén hubieran condenado la nueva obra gentil y tal vez hubieran así impedido el futuro entero de las mi-siones gentiles. Pero Bernabé mismo era de Chipre (4:36), y era hombre de espíritu grande y generoso. El “ex-hortó a todos” (v. 23) —siguiendo el significado de su nombre, “hijo de la exhortación” (véase lo escrito acer-ca de 4: 36) Una de las evidencias más claras de la verdadera grandeza de Bernabé fue que se dio cuenta de que no tenía la capacidad de resolver la situación de Antioquía. Necesitaba a alguien que combinara la educación de fi-losofía griega con la de la teología judía. Tal hombre era Saulo. Así que Bernabé fue a Tarso y trajo a Saulo a An-tioquía. Tarso era el tercer centro de grandes universi-dades de aquel día (después de Atenas y Alejandría). Por todo un año Bernabé y Saulo trabajaron juntos en la gran metrópoli (v. 26). En este punto se inserta una nota interesante: “a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía.” Hay una diferencia de opinión entre los eru-ditos de si este nombre fue escogido por ellos mismos o si al principio fue un apodo dado por otros. La mayoría creen que fue esto último. 3.

Socorro a los Hermanos… en Judea (11:27-30)

Agabo (también mencionado en 21:10), un profeta de Jerusalén, visitó Antioquía y predijo que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada (Imperio Roma-no), “la cual sucedió en tiempo de Claudio.” Hay buena evidencia contemporánea de que hubo tal hambre en Egipto y Judea como por el año 46 D.C. Esto fue durante el reino de Claudio (41-54 D.C.). Puesto que los cristianos en Jerusalén quedarían exentos de la comida repartida por las autoridades ju-días, los discípulos en Antioquía decidieron “enviar so-corro a los hermanos que habitaban en Judea” (v. 29). Escogieron a Bernabé y a Saulo para llevarles la ofrenda. VI. 1.

EL REY HERODES (capítulo 12)

Pedro Librado (12:1-19)

a. Herodes… mató… a Jacobo (12:1-2). “El rey Herodes” era Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande. Se le habían dado primeramente los territorios al no-reste de Palestina. Más tarde (39 D.C.) recibió Galilea, gobernada durante el tiempo de Jesús por Herodes Anti-pas. Al fin (41 D.C.) se le dio Judea y Samaria, para que así gobernara toda Palestina. Su persecución de los cris-tianos fue sin duda con el fin de agradar a los líderes juhttp://wesley.nnu.edu/espanol/Iglesia%20Primitiva/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20I.htm (23 of 25) [11/09/2008 18:49:55]

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díos. Santiago, hijo de Zebedeo, uno de los doce apósto-les, llegó a ser el segundo mártir cristiano. b. Pedro estaba custodiado en la cárcel (12:3-5). Herodes prendió a Pedro y lo puso en la cárcel bajo el cuidado de “cuatro grupos de cuatro soldados cada uno.” Cada uno de estos grupos de cuatro hombres guardaría una de las guardias de la noche y otra de día. Herodes no quería un tumulto durante la fiesta de los días de los panes sin levadura (v. 3; véase Marcos 14:2). Pero mien-tras Pedro estaba en la cárcel la iglesia estaba orando (v. 5). c. Librado (12:6-11). La víspera del día en que Pedro había de ser ejecutado— ¡Dios nunca llega tarde!— estaba durmiendo entre dos soldados sujetado firme-mente a ellos con cadenas. Los otros dos soldados del grupo estaban parados como guardas frente a la puerta de la cárcel. De repente una luz resplandeció en la cárcel, el án-gel del Señor tocó a Pedro, y sus cadenas se le cayeron. Obedeciendo las instrucciones, se vistió y siguió al ángel pasando por en medio de los dos guardas. Cuando llegaron a la puerta grande de hierro que daba a la ciudad és-ta se abrió “por sí misma” (en el griego automate, “automáticamente”). Pedro era hombre libre otra vez. d. Llegó a casa de María (12:12-17). En la casa de Juan Marcos se celebraba un servicio especial de oración por Pedro—posiblemente el lugar de la Ultima Cena y del Pentecostés. Una muchacha llamada Rode vino a la puerta, reconoció la voz de Pedro, y corrió adentro con las buenas nuevas. ¡Aunque habían estado orando toda la noche por la libertad de Pedro, rehusaron creer su declaración de que él realmente estaba a la puerta! ¿Pero somos nosotros mejores hoy día? “Haced saber esto a Jacobo” (v. 17) indica que San-tiago el hermano de Jesús ya era considerado líder de los cristianos judíos en Jerusalén. Pedro salió del pueblo de-jando a Santiago a cargo de la obra. e. Los guardas… a la muerte (12:18-19). La ley militar en el Imperio Romano requería que un soldado que dejara a un prisionero escapar tendría que sufrir la pena del prisionero. Así que los cuatro soldados que se durmieron fueron muertos. Herodes entonces fue a su palacio regular en Cesarea. Como en el caso de Pilato, había estado en Jerusalén solamente para el tiempo de la pascua, a fin de impedir un tumulto a causa de la multitud de peregrinos que se reunieron para la fiesta. 2.

Un Angel del Señor le Hirió (10:20-23)

La gente de Tiro y Sidón, las dos ciudades principa-les de Fenicia, habían disgustado a Herodes. Así que vinieron, por medio de Blasto, el camarero del rey, a pedir paz. Cuando Herodes, vestido de ropas reales, dijo un dis-curso, lo aclamaron como un dios. Josefo (un historia-dor judío del primer siglo) da una confirmación notable de este relato. Dice que la luz del sol se reflejó en gloria deslum-bradora de las ropas plateadas del rey. Y por cuanto He-rodes aceptó esta adulación fue herido y murió. Agregada a este capítulo hay una explicación breve (vrs. 24-25) que dice que Bernabé y Saulo volvieron de Jerusalén, trayendo consigo a Juan Marcos a Antioquía. Y todo estaba listo para el principio del primer viaje misionero de Pablo, de este grupo de tres. PREGUNTAS 1.

¿Qué siguió inmediatamente a la muerte de Es-teban?

2.

Describa el avivamiento de Samaria.

3.

Relate la historia de la conversión de Saulo.

4.

¿Qué pasó en casa de Cornelio?

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5.

¿Dónde fueron primeramente llamados “cristia-nos” los creyentes?

6.

Describa cómo Pedro fue librado de la cárcel.

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Tercera Parte: Hasta lo Ultimo de la Tierra (caps. 13—28) CAPITULO IV Bernabé y Saulo (caps. 13:1—15:35) Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado (13:2).

En los primeros siete capítulos de Hechos tenemos la historia de lo que sucedió en Jerusalén o sus alrede-dores. El suceso más importante de esa porción y en rea-lidad de todo el libro, es el Pentecostés. En los capítulos del ocho al doce vemos el evangelio extendiéndose por toda Judea y Samaria. El suceso principal de esta par-te—y el segundo en importancia en el libro—es la con-versión de Saulo. Se nos da también la historia de los principios de la Iglesia Cristiana en Antioquía de Siria. Así, ya estaba listo todo para el tercer suceso de impor-tancia, la inauguración de las misiones extranjeras. La evangelización del mundo es la empresa magna de la his-toria humana. I. 1.

EL PRIMER VIAJE (capítulos 13—14)

Apartadme a Bernabé y a Saulo (13: 1-3)

Cada gran movimiento espiritual ha empezado en un servicio de oración. Las misiones extranjeras de los Estados Unidos principiaron en el famoso “servicio de oración junto a una era” en Williamstown, Massachu-setts. Unos cuantos estudiantes universitarios buscaron refugio a la sombra de unos manojos de paja durante una tempestad. Allí discutieron la necesidad de llevar el evan-gelio a los inconversos de tierras lejanas. Con una carga en el corazón oraron que Dios enviara obreros a su viña. Y sus oraciones fueron contestadas con muchos miles de misioneros que desde entonces han rodeado el mundo con el mensaje de salvación. Así fue en el principio del primer esfuerzo misione-ro. Cinco ministros (“profetas”) y maestros esperaban en oración y ayuno. El líder era Bernabé, hombre de gran corazón, que vino originalmente de Chipre. Estaba también Simón, el negro (“Niger” quiere decir “negro”), probablemente del África. Estaba Lucio de Cirene, en el norte del África. El cuarto era Manaén, el hermano de crianza de Herodes Antipas. El último era Saulo. Berna-bé y Saulo no se identifican aquí, puesto que los dos han sido mencionados antes en los Hechos. El Espíritu Santo habló a los corazones de los que oraban: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.” Dios pidió los mejores obreros de la iglesia local para los campos extranjeros. Muchas ve-ces algunos piensan que necesitan los de más capacidad en las iglesias locales. Pero un estudio de la historia de las misiones revela que Dios llama a hombres capacita-dos para encabezar las conquistas de continentes. La iglesia de Antioquía obedeció la voz del Espíritu. Después de más ayuno y oración los dos misioneros escogidos fueron separados para este servicio especial por la imposición de manos. Aquí hay un ejemplo claro del plan de Dios. El Espí-ritu llamó; la iglesia reconoció el llamamiento; los hombres fueron “despedidos” por la iglesia (v. 3) y a la vez “enviados por el Espíritu Santo” (v. 4). Esta coope-ración Divina y humana aseguró el éxito de la nueva aventura. Dios no solamente escogió a los hombres; también seleccionó la ciudad. La iglesia de Jerusalén tenía una perspectiva judaica demasiado limitada. Así que Antio-quía de Siria vino a ser el centro local para la evangelización del mundo gentil. La descripción de Hechos 11: 19-27 nos revela la razón. Los cristianos de Antioquía estaban libres del nacionalismo estrecho y énfasis legal que caracterizaba a la iglesia de Jerusalén. Antioquía suce-dió a Jerusalén como el segundo gran centro del cristia-nismo. 2.

La Puerta de la Fe Para los Gentiles (13:4—14:28)

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a. Chipre (13:4-12). Llevando al joven Juan Mar-cos como “ayudante,” los dos misioneros “descendieron a Seleucia.” Este era un puerto en el Mediterráneo, a 16 millas de distancia. De allí “navegaron a Chipre,” una distancia de 130 millas. Chipre, a sólo 60 millas de la costa de Siria, es la ter-cera isla en tamaño en el Mediterráneo, como de 150 millas de largo y 40 de ancho. Era famosa por la fertilidad de su tierra y por los depósitos de cobre, de donde recibió su nombre de Chipre. Las razones para ir primeramente a esta isla son obvias. La iglesia de Antioquía había sido fundada en parte por los de Chipre (11:20). Era también, original-mente la casa de Bernabé, el líder designado del grupo. Los misioneros desembarcaron en Salamina, en la costa del este de la isla. Aquí “anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos” (v. 5). Bernabé y Saulo eran más afortunados que la mayoría de los misione-ros de hoy que tratan de evangelizar un nuevo país. En casi cada ciudad donde entraron encontraron un púlpito y una congregación ya preparada. Como judíos devotos, enseñados en las Escrituras, podían hablar en cualquiera sinagoga judía. ¡Nunca han encontrado misioneros puer-ta más abierta—aunque en muchos casos pronto se cerró de golpe ante su rostro! Bernabé y Saulo hicieron un viaje misionero por la isla, probablemente predicando el evangelio en sus mu-chos pueblos. Al fin llegaron a Pafo, en la costa del oeste. Aquí sucedieron varias cosas. Primeramente, fueron invitados a predicar ante Sergio Paulo, el procónsul ro-mano de la isla, quien tenía allí su oficina. Un mago ju-dío llamado Barjesús—Bar es el aramaico por “hijo,” la etimología de Elimas (v. 8) es incierta—se opuso a la predicación de los dos misioneros, procurando retener su poder sobre el gobernador. Pero Saulo, “lleno del Espíritu Santo” (v. 9), les profetizó su castigo por su cegue-ra en luchar contra Dios. El resultado fue que el pro-cónsul aceptó la fe cristiana (v. 12). Un cambio significativo tuvo lugar en este punto. Saulo dejó su nombre judío adoptando su nombre ro-mano, Pablo (v. 9). Como ciudadano romano viviendo entre los gentiles de ahora en adelante, era mejor que lo conocieran por su nombre romano. Además, llegó a ser el líder del grupo misionero. Cuando salieron de Chi-pre, era “Pablo y sus compañeros” (v. 13). De aquí en adelante es por lo general “Pablo y Bernabé” en vez de “Bernabé y Saulo,” como antes. b. Perge (13:13). Saliendo de Pafo, el grupo na-vegó como ciento setenta millas a Perge de Panfilia, en el continente de Asia Menor, que ahora es Turquía. Aquí su joven ayudante, Juan Marcos, los dejó y volvió a Jerusalén. Probablemente tuvo varias razones por su triste fracaso. Puede ser que extrañara mucho a su madre. Tal vez sintió resentimiento de que Pablo tomara el lugar de su primo Bernabé como líder del grupo. Tal vez tenía miedo del viaje difícil y peligroso sobre las montañas del interior, O puede ser que haya enfermado de malaria en la tierra baja de la costa. Hay razón para creer que un ataque de paludismo fue lo que causó a Pablo decidir de pronto que debían ir por las montañas. c. Antioquía de Pisidia (13:14-52). Es “Antioquía de Pisidia” y no “Antioquía en Pisidia” porque Antioquía estaba fuera de la frontera de Pisidia, aunque cerca de ella. Estaba situada como cien millas al norte de Perge y tenía una altitud de casi cuatro mil pies sobre el ni-vel del mar. Pablo y Bernabé fueron a la sinagoga el sábado. Des-pués de que se leyeron las lecciones regularmente asig-nadas de “la ley” (el Pentateuco) y los profetas, los prin-cipales de la sinagoga invitaron a los misioneros a que hablaran. Pablo aprovechó de la oportunidad y dio su primer sermón registrado en los Hechos. Empezó con una referencia breve al éxodo de Egip-to (v. 17), la conquista de Canaán (v. 19), el período de los jueces (v. 20), y los reinos de Saúl (v. 21) y de David (v. 22). Entonces pasó por alto varios siglos hasta el Hijo de David, “Jesús por Salvador a Israel” (v. 23). Juan el Bautista lo había profetizado (vrs. 24-25); los gobernado-res judíos lo habían profetizado (vrs. 26-29) mas Dios lo había resucitado (vrs. 30-37). Sólo por medio de él se recibe la salvación (vrs. 38-39). El sermón terminó con una amonestación breve (vrs. 40-41) citada de Ha-bacuc 1:5. http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (2 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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Después del servicio “muchos judíos y convertidos devotos al judaísmo” (versión moderna) pidieron que Pablo les predicara otra vez el siguiente sábado (v. 42-43). Había tanto interés que el siguiente sábado “se jun-tó casi toda la ciudad para oír la palabra de Dios” (v. 44). Pero los principales de los judíos tenían celo al ver la popularidad de los apóstoles—como lo habían tenido más antes en el caso de Jesús—y se opusieron a la predicación (v. 45). Esto hizo que Pablo y Bernabé declararan: “he aquí, nos volvemos a los gentiles” (v. 46). Dos resultados se siguieron: muchos gentiles aceptaron a Cristo (v. 48), pero los judíos celosos levantaron un tumulto y expulsaron a los misioneros del pueblo (vrs. 49-50). Estos sacudieron el polvo de sus pies (véase Mateo 10:14) y se fueron a Iconio, unas ochenta millas por el camino ro-mano al este. Pero no estaban desanimados. El relato dice: “Y los discípulos estaban llenos de gozo por ser llenos del Espíritu Santo. d. Iconio (14:1-7). En esta ciudad principiaron de nuevo en la sinagoga. Aquí “hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de grie-gos.” Mas otra vez los judíos que “no creían” o que “no obedecían” (versión moderna) —la palabra griega tiene los dos significados—reunieron a los gentiles en contra de los apóstoles. Aunque los misioneros continuaron, pre-dicando por “mucho tiempo” (v. 3), al fin las cosas llegaron a su punto culminante. Judíos y gentiles, juntos, trataron de apedrearlos (v. 5). Los apóstoles tuvieron que huir a Listra (v. 6), unas veinte millas al sur. e. Listra (14:8-20). En Listra, Pablo sanó a un hombre que había sido cojo desde su nacimiento (vrs. 8-10). En su excitación la gente habló en su lengua nativa licaónica—que los apóstoles no podían entender—dicien-do: “Dioses bajo la semejanza de hombres han descen-dido a nosotros” (v. 11). Llamaron a Bernabé Júpiter (latín) o Zeus (griego). A Pablo lo llamaron Mercurio (latín) o Hermes (griego). Evidentemente esto se debió a que Bernabé era más grande e impresionante en su pa-recer, en tanto que Pablo era más joven y activo. Incidentalmente, se dice que Hermes era atractivo y joven. Esto no está de acuerdo con la leyenda frecuentemente repetida de que Pablo era jorobado y que tenía una nariz aguileña pero corva en medio y las piernas encorvadas. Cuando los apóstoles vieron al sacerdote de Zeus alistarse para ofrecerles sacrificio, de pronto lo detuvie-ron. “Rasgaron sus ropas”—una expresión típica orien-tal de aflicción—y se lanzaron entre la gente protestando que no eran dioses (vrs. 14-17). Pero la popularidad pronto cambió a oposición. Los judíos de Antioquía e Iconio, no satisfechos con haber expulsado a los misioneros de aquellas dos ciudades, los siguieron hasta Listra. Pronto la gente que había tratado de hacer un sacrificio a Pablo lo apedrearon, y lo arras-traron fuera de la ciudad dejándolo como muerto. Pero evidentemente sólo estaba inconsciente. Rodeado por discípulos tristes, Pablo se levantó y volvió a la ciudad. El siguiente día se había recobrado lo suficiente como para poder acompañar a Bernabé hacia Derbe, cuarenta millas al este por el camino romano. f. Derbe y el regreso (14:21-28). Solamente se hace una mención breve a la predicación en Derbe (v. 21a). El grupo misionero ya había llegado al punto más lejano de su primer viaje misionero. El camino más corto de regreso a Antioquía habría sido por tierra—por los puer-tos de Cilicia, por Tarso, el pueblo natal de Pablo, y dando la vuelta del Mediterráneo. En efecto ya habían venido como una tercera parte de la distancia que había entre Antioquía de Pisidia y Antioquía en Siria. El curso más fácil y más sencillo habría sido seguir el camino romano hacia el este y al sur. Pero con Pablo siempre era otra cosa lo que deter-minaba sus decisiones, y a saber: ¿Qué es lo mejor para el reino de Dios? Con este móvil, los misioneros volvie-ron por Listra, donde habían apedreado a Pablo, de allí a Iconio y Antioquía, donde sus vidas habían sido ame-nazadas por las multitudes enemigas. Pablo merece ser nombrado entre los grandes héroes de todos los tiempos. El propósito del regreso era para confirmar “los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permane-ciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (v. 22). ¡Este último punto ciertamente era la norma en estas ciudades! http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (3 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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El versículo 23 es importante pues indica la forma más antigua de gobierno para la iglesia local. Los apósto-les “constituyeron ancianos en cada iglesia.” Listra y Derbe son dos de las muy pocas ciudades en que Pablo pre-dicó en donde no se menciona una sinagoga judía. Pero aún allí fueron fundadas congregaciones de convertidos. Volviendo hacia la costa, los misioneros predicaron en Perge, situada a unas cuantas millas de allí por un río. Luego descendieron al puerto de Atalía. De allí na-vegaron a Antioquía de Siria, donde informaron a la igle-sia. La noticia principal fue que Dios “había abierto la puerta de la fe a los gentiles” (v. 27). II. 1.

EL CONCILIO EN JERUSALEN (capítulo 15)

Si no Os Circuncidáis (15:1-5)

En medio del regocijo de la conversión de los gen-tiles llegaron unos judaizantes de Jerusalén. Lanzaron una negra nube sobre el cielo resplandeciente con la declaración: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (v. 1). ¡Pero los cristianos gentiles en Antioquía eran salvos y lo sabían! Pablo y Bernabé, en su viaje misionero reciente, ha-bían visto a muchos gentiles ser salvos sin la circunci-sión. Así que protestaron en contra de esta doctrina ju-daizante. Por fin la iglesia de Antioquía decidió enviar a los dos apóstoles a Jerusalén para pedir de los ancianos una decisión del asunto (v. 2). En su camino testificaron que Dios estaba salvando a los gentiles, lo cual causó gran gozo entre los cristianos (v. 3). Al llegar a Jerusalén fueron recibidos por la iglesia, e informaron sobre cómo Dios había bendecido sus esfuerzos en Chipre y en Asia Menor (v. 4). Pero unos fa-riseos convertidos—que sin duda todavía practicaban los requisitos del judaísmo—declararon: “Es necesario cir-cuncidarlos, y mandarlos que guarden la ley de Moisés” (v. 5). En otras palabras, querían que Pablo y Bernabé pidieran la circuncisión de todos sus nuevos convertidos gentiles, enseñándoles a guardar la ley judía. Esto habría hecho del cristianismo sólo una secta del judaísmo y habría impedido efectivamente que llegara a ser una gran religión mundial, adaptada igualmente a todas las naciones e individuos. Este era el argumento más crucial que hasta ahora había confrontado la Iglesia de Jesucris-to. 2.

Pedro Se Levantó (15:6-11)

Después de la discusión en la reunión pública de la Iglesia (vrs. 4-5), los apóstoles y ancianos se reunieron en una sesión más secreta para decidir esta pregunta im-portante. Cuando el debate continuó por algún tiempo, Pedro se levantó. En cuanto a él, ya la pregunta había si-do decidida en la azotea de la casa en Jope (10:9-16). Recordó a sus oyentes que Dios le había escogido para abrir la puerta de la salvación para los gentiles, en la casa de Cornelio (v. 7). Hechos 15:8-9 presenta una combinación significa-tiva. Pedro declaró que en la casa de Cornelio Dios dio el Espíritu Santo a los gentiles, lo mismo que a los judíos en el día del Pentecostés. Entonces declaró que en los dos casos la venida del Espíritu Santo resultó “purificando por la fe sus corazones.” La conclusión clara, entonces, es que cuando la gente está llena del Espíritu Santo sus corazones están purificados de todo pecado (véase 1 Juan 1:7). Pedro terminó con una pregunta y una declaración. La pregunta: “¿Por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” (v. 10). La declaración: “Creernos que por la gracia del Señor Jesús sere-mos salvos, de igual modo que ellos” (v. 11). La manera en que un judío podía ser salvo era la misma que para un gentil—-por medio de la fe en Jesucristo. La ley no era un medio de salvación. 3.

Jacobo Respondió (15: 12-21)

El discurso de Pedro hizo callar a los judaizantes. Ya estaban listos para escuchar a “Bernabé y a Pablo”— esto es la orden natural en Jerusalén, donde tenían a Ber-nabé en más estima—cuando informaron acerca de su misión http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (4 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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gentil. Cuando terminaron, Jacobo—el hermano de Jesús y principal de la iglesia de Jerusalén—dio el veredicto. Dijo: “Yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre” (vrs. 19-20). Luego agregó (v. 21) que si uno quisiera seguir la ley judía podría asistir a la sinagoga y oírla allí. El objetivo de la Iglesia era predicar a Cristo Jesús. 4.

Ha Parecido Bien Al Espíritu Santo y a Nosotros (15:22-29)

Los apóstoles y los ancianos, con toda la Iglesia, es-cogieron a Judas y a Silas para acompañar a Pablo y a Bernabé a Antioquía. Con ellos enviaron una carta diri-gida a los cristianos gentiles “en Antioquía, en Siria y en Cicilia” (v. 23). Lo primero que hizo la carta fue negar que los judaizantes que habían causado la dificultad fueron comisionados por la iglesia de Jerusalén (v. 24). También elogiaba a “Bernabé y Pablo” y daba palabras de estímulo a Judas y a Silas. Después vino la gran de-claración: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a noso-tros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias” (v. 28). A esto siguieron los “edictos” del Concilio en Jerusalén. Los gentiles deberían de abstener-se de carne ofrecida a ídolos, de sangre, de animales aho-gados y de fornicación. Pero estaban libres de la obliga-ción de la circuncisión y la observación de la ley de Moisés. Esta era una gran decisión. Si el elemento judaizan-te hubiera triunfado, el cristianismo hubiera sido ahogado desde sus principios por los esfuerzos del judaísmo. Con lo que resultó, la nueva fe estuvo libre para “rodear al mundo con la salvación.” 5.

Se Regocijaron (15:30-35)

Pablo y Bernabé volvieron de prisa a Antioquía, juntaron a la iglesia, y entregaron la carta. Fue una hora de gran triunfo para ellos y de justificación del evangelio que predicaban. Cuando los cristianos en Antioquía oye-ron la carta, “se regocijaron por la consolación” (v. 31). Judas y Silas se unieron a ellos en el regocijo y añadie-ron su palabra de exhortación (v. 32). Entonces fueron despedidos para volver a Jerusalén (v. 33). PREGUNTAS 1.

¿Quiénes fueron los dos primeros misioneros nombrados?

2.

¿A dónde fueron en su primer viaje?

3.

¿Qué pasó en Pafo?

4.

¿Qué se nos dice de la obra en Antioquía de Pisi-dia?

5.

Describa lo que sucedió en Listra.

6.

¿Cuál fue el propósito del Concilio de Jerusa-lén, y a qué decisión llegaron?

CAPITULO V A Macedonia (caps. 15:36—21:16) Pasa a Macedonia y Ayúdanos (16:9).

I.

VOLVAMOS (15:36-39)

Pablo era de tal espíritu pionero, que no podía que-darse mucho tiempo en un lugar. Así que un día sugirió a Bernabé que empezaran otra vez y visitaron de nuevo las iglesias que habían fundado en su primer viaje.

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Entonces vino un conflicto. Bernabé quería llevar con ellos a su primo Juan Marcos. Pero Pablo no tenía paciencia para quien les había desertado antes. Su per-sonalidad agresiva no vio excusa alguna para tal con-ducta. Bernabé no quería ir sin Marcos, y Pablo no se de-cidía a ir con él. Había sólo una solución para el proble-ma. Bernabé llevó a Marcos y volvió a Chipre, un terri-torio natal. No oímos más de él. Pablo escogió a un nuevo compañero, Silas, y visitó otra vez el Asia Menor. ¿Quién tenía razón? Todo lo que sabemos es que más tarde Pablo escribió: “Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (II Timoteo 4: 11). El joven al fin justificó la fe que Bernabé puso en él. II. 1.

EL SEGUNDO VIAJE (15:40—18:22)

Asia (15:40—16: 10)

a. Siria y Cilicia (15:40.41). Estos dos países for-maban una provincia romana en ese tiempo. No hay registro en el Nuevo Testamento de la fundación de estas iglesias que Pablo ahora confirmó. Probablemente resultaron de sus esfuerzos evangelísticos durante los seis años transcurridos entre su salida de Jerusalén y su llegada a Antioquía (véase Gálatas 1:21). b. Derbe y Listra (16:1-5). Es probable que Pablo visitara su pueblo natal, Tarso, y después haya ido al norte por las Puertas de Cilicia a las montañas Taurus y de allí a la parte central de Asia Menor. Vino primeramente a Derbe, que era el último lugar de su viaje mi-sionero anterior. En Listra se les unió un ayudante joven llamado Ti-moteo, cuya madre era judía cristiana, pero cuyo padre era griego pagano. Pablo lo circuncidó, probablemente para estar seguro de que sería aceptable a los judíos, en-tre los cuales regularmente principiaba su obra en una nueva ciudad. Esto no tenía nada que ver con la salva-ción de Timoteo. Simplemente fue un sabio plan mi-sionero. Aunque la carta del concilio en Jerusalén había sido dirigida específicamente a los gentiles cristianos en Antioquía, Siria y Cilicia (15:23), Pablo anunció las orde-nanzas a las iglesias gentiles que había fundado en Galacia. Estas estaban situadas en Derbe, Listra, Iconio, y Antioquía de Pisida. El resultado fue una firmeza a la vez que un aumento en las iglesias de allí (v. 5). c. Troas (16:6-10). En realidad Antioquía estaba en Frigia “hacia Pisidia.” La provincia romana de Galacia incluía Pisidia y parte de Frigia (lo demás estaba en la provincia de Asia). Si “Galacia” (v. 6) quiere decir la provincia o solamente la parte del norte donde los ga-los antiguos habían morado en el tercer siglo A.C. no se puede determinar. “Asia” puede referirse a la sección costera de la provincia de aquel nombre, pues los misioneros tenían que pasar por allí para llegar a Troas. Pero el significado bien pudo haber sido que fueron prohibidos de “hablar la palabra en Asia” aunque podían pasar por allí. Cuando llegaron cerca de Misia (en el noroeste de la provincia de Asia) quisieron dar vuelta para el norte a Bitinia, una provincia junto al Mar Negro al norte de Asia. Pero “el Espíritu de Jesús” (así dice en los manuscritos griegos más antiguos) no se los permitió. Así que no había otra cosa que hacer que tomar el camino del oeste a Troas. El viaje de Antioquía de Pisidia era co-mo de cuatrocientas millas. Se tomaría tres o cuatro semanas de viaje. Troas era el extremo de la tierra. Más allá estaba el Mar Egeo—y Europa. Cerca estaban las ruinas de la anti-gua Troas. Pero Pablo no tuvo tiempo para ellas. Busca-ba territorio para evangelizar. Tal vez las prohibiciones en contra de predicar en Asia y Bitinia lo hubieran de-jado un tanto frustrado. Sin duda pidió sinceramente la dirección divina para el siguiente paso. Al fin llegó— una visión en la noche. Pablo vio a un hombre rogándole: “Pasa a Macedonia y ayúdanos” (v. 9). Algo nuevo se introduce en el versículo diez. Por primera vez en el libro, el autor escribe en primera per-sona. Esto es el principio de lo que se llama “los pasajes del sujeto nosotros,” donde el escritor participó en los sucesos.

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Evidentemente Lucas se reunió con el grupo de Troas. Tal vez Pablo, al llegar a la costa otra vez, haya sufrido un relapso de paludismo y haya tenido que con-sultar a un médico. Si así fue, éste era el doctor Lucas. De todos modos acompañó a los misioneros a Filipos. Puesto que el relato cambia otra vez a “ellos” en 17:1, pensamos que Lucas se quedó en Filipos, probable-mente como pastor, por unos seis años hasta que Pablo regresó en su tercer viaje. Entonces el “nosotros” se usa de nuevo (20:6). 2.

Europa (16:11—18:22)

a. Filipos (16:11-40). El grupo misionero navegó de Troas, en Asia, y después de parar una noche en la isla de Samotracia llegó a Neópolis (“Nueva Ciudad”) en Europa. De este puerto anduvieron diez millas para el interior hacia Filipos. Nombrado en honor de Felipe de Macedonia, el padre de Alejandro el Grande, Filipos era una colonia romana. Estas colonias, de las cuales una parte de los habitantes gozaban el codiciado privilegio de ciudadanía romana. Aquí no había sinagoga judía. Pablo encontró a unas cuantas mujeres reunidas en un servicio de oración un sábado junto al río cercano. Se juntó con ellas y les ha-bló acerca de Jesús, el Salvador. Lidia, vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira (provincia de Asia), fue la primera convertida mediante el ministerio de Pablo en Europa. Ella insistió en que los misioneros se que-daran por un tiempo en su casa (v. 15). En la ciudad había una muchacha que tenía espíritu de adivinación. Siguió a los misioneros gritando que eran “siervos del Dios Altísimo” (v. 17). No le gustó a Pablo el testimonio de una persona tal, así que echó fuera el espíritu (v. 18). Los dueños de la muchacha se enojaron por haber perdido su ganancia y llevaron a Pablo y a Silas ante los magistrados. Aquí los acusaron de ser ju-díos que “alborotan nuestra ciudad, y enseñan costum-bres que no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos ro-manos” (vrs. 20-21). Esta fue una acusación seria para traer ante una corte romana. La acusación, por supuesto, era falsa. Mas el engaño evidentemente tuvo éxito en un medio ambiente antise-mita de esta colonia romana. Pablo y Silas fueron azota-dos con varas y echados en el calabozo de más adentro de la cárcel, poniendo sus pies en el cepo. Sin poder dormir a causa del dolor y de la posición incómoda, “a media noche, orando Pablo y Silas, canta-ban himnos a Dios” (v. 25). Un terremoto abrió las puer-tas de la cárcel y las prisiones de todos se soltaron. El carcelero, despertado por el terremoto, vio las puertas abiertas. Pensando que los presos se habían escapado, se iba a matar, porque era ley romana que en caso de esca-parse los prisioneros el guarda tendría que sufrir el cas-tigo que merecían los criminales bajo su cuidado. Pero Pablo lo detuvo con la seguridad de que todos los presos estaban allí. Cuando el carcelero temblando preguntó: “¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?”, Pablo y Silas respondieron: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (v. 31). Esta expresión ha sido citada muchas veces en forma superficial como prueba de que todo lo que uno ne-cesita hacer para ser salvo es “creer en Jesucristo.” Pero tenernos que equilibrarlo con la respuesta de Pedro, “Arrepentíos” (2: 38; 3: 19). Una aceptación meramente intelectual de la verdad del evangelio no salva a nadie. D. L. Moody definió la fe salvadora como “asentir, con-sentir y tornar.” La aceptación mental tiene que ser seguida por el consentimiento de la voluntad a obedecer a Dios a fin de que uno sea verdaderamente salvo. Evidentemente el carcelero se arrepintió. Creyó y fue bau-tizado esa misma noche. La mañana siguiente los magistrados enviaron algua-ciles con el recado de que se soltara a los misioneros. Pero Pablo rehusó salir de la cárcel hasta que los magis-trados vinieran y lo exoneraran públicamente de culpa. Cuando los magistrados entendieron que habían azotado y encarcelado a ciudadanos romanos sin ser condenados (v. 37), vinieron con múltiples excusas. Este era un cri-men serio, por lo cual podrían sufrir duro castigo. ¿Por qué hizo Pablo tal cosa? No fue por orgullo personal. Sabiamente demandó que la nueva iglesia cris-tiana en

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Filipos quedara libre de la mancha de haber sido principiada por criminales. Cuando salieron de la cárcel los misioneros visitaron el hogar de Lidia. Evidentemente “los hermanos” se ha-bían reunido allí (v. 40). ¿Habían pasado la noche en oración por los prisioneros, como hizo el grupo en la casa de la madre de Juan Marcos (12:12)? De todos modos la casa de Lidia, probablemente construida alrededor de un patio grande, proveyó el lugar para las reuniones de la iglesia en Filipos. Según los registros, Lidia tuvo el honor de tener en su casa la primera congregación cris-tiana en Europa. ¡Qué historia tan preciosa salió de aque-llos pequeños principios! b. Tesalónica (17: 1-9). De Filipos los misioneros caminaron—posiblemente a caballo—algunas treinta millas a Apolonia, y finalmente casi cuarenta millas a Te-salónica. Si los dos lugares mencionados primeramente fueron paradas de noche probablemente fueron a caba-llo, puesto que la distancia que uno podía ir a pie en un día sería como veinte millas. Evidentemente no predi-caron en este viaje de cien millas a lo largo del gran Ca-mino Ignaciano. Tesalónica era la capital de Macedonia. Situada al extremo del golfo Málico. Era entonces un centro co-mercial de importancia y todavía lo es hoy. De aquí en adelante Pablo trabajó casi exclusivamente en las gran-des metrópolis del imperio. Como era su costumbre, Pablo principió en la sina-goga. Por tres sábados “disputó con ellos de las Escritu-ras, declarando y proponiendo, que convenía que el Cris-to padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, el cual yo os anuncio, decía él, éste era el Cristo” (vrs. 2-3). Esto nos da un resumen excelente de cómo Pablo trató con los judíos. Primero tenía que demostrarles que sus Escrituras (nuestro Antiguo Testamento) enseñaban que el Mesías tendría que sufrir (véase Isaías 53). Después podía presentar al Cristo crucificado como el Mesías. El resultado de la predicación de Pablo fue que “al-gunos” de los judíos creyeron, pero “de los griegos pia-dosos gran número” y “no pocas” de las esposas de per-sonas de buena posición en la ciudad (v. 4). Esto va de acuerdo con I Tesalonicenses 1:9, donde se implica claramente que la mayoría de los cristianos tesalonicen-ses eran gentiles. Los judíos envidiosos juntaron a un grupo de gente y arremetieron contra la casa de Jasón, buscando a los misioneros. Cuando no los hallaron, llevaron a Jasón y a otros cristianos ante los gobernadores de la ciudad. Dijeron de Pablo y Silas: “éstos que alborotan el mun-do.” Contra ellos se presentó una acusación. Una acusa-ción política seria: “Todos estos contravienen los de-cretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús” (v. 7). Esta acusación falsa—semejante a la de Filipos—era su-ficiente para hacer enojar a cualquiera corte romana. c. Berea (17:10-15). Habiendo tenido su aviva-miento y alboroto acostumbrado, Pablo tuvo que huir de Tesalónica. El y Silas escaparon de noche hacia Berea, cin-cuenta millas más al oeste, por el Camino Ignaciano. Allí encontraron una sinagoga. Los de Berea eran más nobles que los judíos de Tesa-lónica porque “recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, para ver si estas co-sas eran así” (v. 11). El resultado fue que “creyeron ellos” (v. 12). Pero los judíos de Tesalónica siguieron a Pablo tal como habían pasado en Galacia en el primer viaje (14:19), y organizaron oposición en Berea. Así que Pablo, centro de la agitación, fue enviado a otro lugar en tanto que Silas y Timoteo se quedaron para continuar la obra. Algunos amigos acompañaron a Pablo hasta Atenas— unas cuatrocientas millas por mar o sea un viaje de tres semanas por tierra—para estar seguros de que llegara con bien. Con ellos él envió un mensaje para Silas y Timoteo de que le siguieran lo más pronto que pudieran (v. 15). d. Atenas (17:16-34). En Atenas, Pablo proseguía un ministerio de dos aspectos. Los días sábado disputaba en las sinagogas con los judíos y prosélitos y durante la semana disputaba con los que se reunían en la plaza. Fue hallado por unos epicúreos, quienes creían que el bien supremo era el placer, y estoicos, que creían que el http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (8 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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bien supremo era la virtud. Burlándose de él, decían: “¿Qué quiere decir este palabrero? (literalmente, ‘pizca-dor de semillas’)” (v. 18) Lo trajeron al Areópago. Es-te era el juzgado que originalmente se reunía en el Ce-rro de Marte, pero que ahora tal vez se reunía cerca del agora o mercado. Ante la corte del Areópago—quizá en el cerro de Marte—Pablo habló a los ciudadanos reunidos. Su obser-vación de que eran “más supersticiosos” (v. 22), se tra-duce mejor en “muy religiosos.” Lo anterior no era de buen tacto para empezar. Entonces se refirió a un al-tar que había visto con la inscripción: “AL DIOS NO CONOCIDO.” Procedió a identificar a este Dios no co-nocido como el Creador, quien ahora denuncia a todos los hombres que se arrepientan y se preparen para el juicio. La resurrección de Jesucristo es la garantía de este juicio (vrs. 23-31). La mención de la Resurrección causó burla. Sola-mente unos pocos creyeron, aunque uno de ellos era miembro de la corte reverenciada del Areópago. No oímos de una iglesia en Atenas hasta el segundo siglo, aunque sin duda los pocos creyentes formaron un compañerismo. e. Corinto (18:1-17). Si Pablo fue a pie a Corinto, la distancia habrá sido como setenta millas—lo suficiente para permitirle juzgar su ministerio en Atenas, con sus pocos resultados, y decidir cómo principiar en Corinto. Resulta significativo que más tarde escribiera a los Co-rintios: “No me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (I Corintios 2:2). Evidentemente Pablo llegó en Corinto casi sin dine-ro, porque buscó la calle de los que hacían tiendas. Allí encontró empleo y un lugar para vivir con Aquila y Priscila. Aquila era un judío que había nacido en Ponto (en Asia Menor). Había ido a Italia, pero había sido ex-pulsado de Roma por el emperador Claudio. Durante la semana Pablo trabajaba en su oficio. Ca-da sábado “disputaba en la sinagoga” (v. 4). Cuando Silas y Timoteo al fin llegaron de Macedonia (Tesalónica y Berea), Pablo “estaba entregado por entero a… la palabra (v. 5) y predicó más urgentemente a los judíos que Jesús era el Mesías. Como casi siempre—Berea era la excepción —los judíos se le opusieron. Otra vez (véase 13:46) Pablo declaró: “Desde ahora me iré a los gentiles” (v. 6). Se estableció un nuevo centro de predicación junto a la sinagoga en la casa de Justo. Aquí el apóstol conti-nuó su ministerio por año y medio (v. 11) —la estancia más larga de que se tenga noticia en cualquier lugar hasta ahora. Cuando Galión llegó a ser procónsul de Acaya (Gre-cia) en el verano de 51 A.C., los judíos aprovecharon su venida y llevaron a Pablo a la corte. La acusación que presentaron contra él fue: “Este persuade a los hom-bres a honrar a Dios contra la ley” (v. 13). Lo que im-plicaron fue que era contra la ley romana. Mas Galión vio su duplicidad. Con justicia penetrante les dijo que si fuera un caso civil (“agravio”) o un caso criminal (“cri-men enorme”) lo juzgaría. “Mas,” continuó, “si son cues-tiones de palabras, y de nombres, y de vuestra ley, vedlo vosotros.” Eliminó el juicio de la corte. No tenía nada que ver con la ley romana. Crispo, el prepósito de la sinagoga, había sido salvo antes (v. 8). Ahora el nuevo prepósito de la sinagoga, Sóstenes, fue azotado (v. 17). Tal vez esto haya ayudado a su conversión (véase I Corintios 1:1). f. Éfeso y el regreso (18:18-22). Cuando Pablo sa-lió de Corinto llevó consigo a “Priscila y Aquila”—evidentemente ella tenía más habilidad que él. El apóstol había hecho un voto—probablemente un voto nazareo— en Cencreas, puerto del este de Corinto. De allí navega-ron al este unas doscientas cincuenta millas por el Mar Egeo a Éfeso. Pablo dejó a sus compañeros allí y navegó a Cesarea. De allí “subió a Jerusalén, y después de salu-dar a la iglesia, descendió a Antioquía” (v. 22) para ha-cer su informe. III. 1.

EL TERCER VIAJE (18:23—21:16)

Asia (18: 23-19: 41)

Evidentemente Pablo empezó en la misma direc-ción como en su segundo viaje, yendo al norte a Siria y Cilicia y luego al oeste por Asia Menor. En su camino vi-sitó las iglesias de Galacia. El último párrafo del capítulo 18 nos habla del mi-nisterio de Apolos en Éfeso. Este era un judío natural de http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (9 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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Alejandría, Egipto, centro de la segunda universidad en tamaño en aquel tiempo. Elocuente y bien enseñado en las escrituras del Antiguo Testamento, sin embargo sa-bía solamente las verdades elementales de Jesús. Priscila y Aquila le enseñaron más y decidió pasar a Corinto. Su ministerio consistió principalmente en probar a los judíos por medio de sus escrituras que Jesús era el Me-sías. a. Éfeso (capítulo 19). Pasando por las regiones su-periores, Pablo llegó a Éfeso. Esta era una ciudad principal de la provincia de Asia, una gran metrópoli co-mercial, pero hoy día en ruinas. Aquí, el apóstol pasó tres años (véase 20:31), el período más largo que en cualquier otro lugar. Pablo encontró aquí una docena de “discípulos.” Evidentemente, algo les faltaba a ellos. Así que les pre-guntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo habiendo creído?” (literalmente, según el griego). Dijeron que no habían oído del Espíritu Santo. Sorprendido, Pablo preguntó: “¿En qué pues fuisteis bautizados?” La respuesta fue: “En el bautismo de Juan.” Pablo les habló de Jesucristo, quien Juan había anunciado como el Mesías. Luego estos doce aceptaron a Jesús como Salvador y “fueron bauti-zados en el nombre del Señor Jesús” (v. 5), y por pri-mera vez llegaron a ser miembros de la comunidad cris-tiana. Después de esto Pablo les impuso las manos sobre ellos y recibieron el Espíritu Santo (v. 6). Estos discípu-los de Juan el Bautista fueron convertidos a Cristo y también llenos del Espíritu Santo bajo el ministerio del apóstol. Estas dos experiencias de crisis se distinguen aquí con claridad. Como en Corinto, el ministerio de Pablo tuvo dos fases. Por tres meses disputó con los judíos en la sina-goga (v. 8). Cuando ellos resistieron su mensaje se cam-bió a la escuela de Tyranno, donde enseñó diariamente por dos años. De este centro el evangelio se extendió por la provincia de Asia—a Colosas, Laodicea, y las otras ciudades mencionadas en el segundo y el tercer capítu-los de Apocalipsis. Hubo una gran hoguera de “libros” (v. 19) —rollos mágicos de papiro. Muchos rollos semejantes se han ha-llado por los arqueólogos. El valor total de las materias supersticiosas quemadas fue como de 10,000 dólares. Pablo tenía el propósito de hacer un viaje por Mace-donia a Acaya, navegar a Jerusalén, y entonces visitar Roma (v. 21). Envió a Timoteo y a Erasto a Macedonia, mientras se quedó en Éfeso (“Asia”) un poco más (v. 22). ¡No había tenido todavía el tumulto ordinario! Pero pronto llegó. Como en Filipos, la persecución resultó por razones monetarias. Demetrio juntó a los dirigentes de los plateros que hacían templecillos de Diana y les avisó que el éxito del evangelismo de Pablo ponía en peligro el futuro de sus ganancias. Pronto los plateros estaban gritando: “Grande es Diana de los Efesios” (v. 28). De repente se juntó un tumulto y arrebataron a dos de los compañeros de Pablo, llevándolos al gran teatro, donde cabían como veinte y cinco mil personas. Aquí, por dos horas (v. 34) el gentío loco gritó desatinadamen-te, la mayoría de ellos sin saber por qué se habían jun-tado (v. 32). Al fin, el escribano apaciguó la multitud (v. 35). El gran templo de Diana en Éfeso era una de las sie-te maravillas del mundo antiguo. Había sido construido para cuidar “la imagen venida de Júpiter” (v. 35). Es-to probablemente era un meteorito negro el cual los ancianos superticiosos creían que había venido de los dioses y por lo tanto poseía poderes mágicos. 2.

Europa y el Regreso (20:1—21:16)

a. Macedonia y Grecia (20: 1-5). Ya que había su-cedido un alboroto, Pablo salió del pueblo. Anduvo por Macedonia—Filipos, Tesalónica, y tal vez Berea—hasta que llegó a Corinto (“Grecia”). Aquí pasó tres meses con esta iglesia que le había preocupado tanto (véase I y II Corintios). Estando para navegar a Siria (Palestina), se dio cuenta de que le fueron puestas acechanzas por los judíos—probablemente pensaban lanzarlo del barco a la mar— así que volvió por tierra por Macedonia. Llevó consigo representantes de las iglesias de Berea, Tesaló-nica, Derbe, Listra (Timoteo) y Éfeso (“Asia”). Estos fueron delante de él a Troas. b. Troas (20:6-12). En la primavera (“pasados los días de los panes sin levadura”), cuando podían navegar otra vez con seguridad, Pablo y Lucas (“nosotros” v. 6), navegaron de Filipos a Troas. Esta vez tomó cinco días, http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (10 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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en comparación con dos en el viaje anterior (16:11). Esto se debió a los vientos contrarios. Pablo se quedó una semana en Troas. Tenemos men-ción significativa por primera vez en los Hechos, del “primer día de la semana” (v. 7) como el nuevo día cris-tiano para el servicio de adoración, tomando el lugar del sábado el último día de la semana de los judíos (véase Apocalipsis 1:10). Los discípulos se reunieron pa-ra un servicio de comunión (“a partir el pan”) y Pa-blo predicó hasta la media noche. Para entonces un oyen-te se había dormido— había muchas lámparas encendidas en el aposento alto—y se había caído de la ventana. ¡Impávido, Pablo lo pronunció vivo, y siguió su dis-curso hasta el alba! c. Mileto (20:13-38). Después de predicar toda la noche Pablo prefirió andar a pie todo el día las veinte millas o más a Asón. Evidentemente habían tenido un via-je duro desde Filipos—cinco días—y quería un paseo quieto. En Asón—unas cuarenta millas por mar—o to-maron el barco y navegaron treinta y cinco millas a Mitilene, donde pasaron la noche. Al día siguiente nave-garon sesenta millas y se quedaron cerca de Chio, una isla a cinco millas de la costa y famosa por ser el lugar donde nació Homero, el primer escritor griego. Al día siguiente navegaron unas setenta millas a la isla de Samos, suelo nativo del filósofo Pitágoras. Según algunos de los manuscritos griegos se detuvieron en Trogilio, en la cos-ta de Asia Menor. Debido al deseo de Pablo de estar en Jerusalén el día de Pentecostés (v. 16), y tal vez por causa de vientos noroestes, no entraron a Éfeso pero siguieron a Mileto, unas treinta millas de Samos. Es interesante notar que cuando Lucas está con el grupo, los apuntes del viaje son más completos y con más detalles. Esto es natural y una prueba contingente de la autenticidad del relato. También se refleja aquí el interés de Lucas en la literatura griega y en la filosofía, cuando menciona estos lugares de nacimiento. Era un gran viajero y conservaba cuidadosamente un diario de navegación de sus viajes. Probablemente Lucas haya leído y viajado más que la mayoría de los cristianos del primer siglo—era un caballero griego con múltiples deberes y una personalidad generosa. De Mileto, Pablo envió un recado a Éfeso, treinta y cinco millas distante—y casi doble esa distancia por tierra o mar—y pidió a los ancianos de la iglesia de allí que vinieran. Les recordó su sufrido ministerio entre ellos, en público y en las casas (vrs. 18-21). Había testificado “a los judíos y a los gentiles arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo” (v. 21). Estas dos actitudes—el arrepentimiento para con Dios y la fe en Jesucristo—son exactamente lo que se necesita para ser salvo. Pablo les impartió sus presentimientos de lo que le acontecería en Jerusalén (vrs. 22-23), mas declaró: “Pe-ro de ninguna cosa hago caso” (v. 24). El anuncio triste era que ya no los vería más (v. 25). Había cumplido fiel-mente su ministerio en Éfeso (vrs. 26-27). Ahora amones-ta a los ancianos: “Por tanto mirad por vosotros, y por todo el rebaño” (v. 28). Esta es la orden apropiada de énfasis para todos los obreros cristianos; lo que somos es más importante que lo que decimos. Pablo sabía bien que los lobos amenazarían el rebaño (v. 29). Todavía peor, algunas de las ovejas se convertirían en cabras (v. 30). Lo único que el apóstol podía hacer era decir: “Os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia: la cual es poderosa para sobreedificaros, y daros herencia con todos los santificados” (v. 32). Les recordó otra vez de su mi-nisterio generoso en Éfeso (vrs. 33-35). El versículo 35 cita un dicho de Jesús que se encuentra en los Evange-lios: “Más bienaventurada cosa es dar que recibir”—una verdad hermosa que Pablo ejemplificó en su vida. En-tonces se puso de rodillas e hizo una oración de despe-dida con estos ancianos. d. Tiro (21: 1-6). Saliendo de Mileto, el grupo mi-sionero navegó “Con rumbo directo a Cos” unas sesenta millas de allí. Al día siguiente el barco cubrió las ochenta millas más o menos a la famosa isla de Rodas. Después de otro día de unas setenta millas llegaron a Pátara, en la costa de Licia. Allí hallaron un barco que pasaba a Fenicia y fueron en él. (Todavía se consideraban los barcos de Fenicia como los mejores). Navegaron unas cuatrocientas millas (como cuatro días) a Tiro, la ciudad prin-cipal de Fenicia. Allí pasó Pablo una semana con los cristianos. El cuarto versículo contiene una frase extraña. Los discípulos en Tiro “decían a Pablo por el Espíritu, que no http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (11 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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subiese a Jerusalén.” ¿Desobedeció el apóstol al Espíritu Santo cuando siguió? Parece que la mejor manera de interpretar este versículo es que el Espíritu reveló a los cristianos que la vida de Pablo estaría en peligro en Jerusalén. Naturalmente le aconsejaron que no fuera. Pero él sintió que era la voluntad de Dios, y así siguió adelante. e. Tolemaida (21:7). Este pueblo estaba como vein-te y cinco millas al sur de Tiro por la costa. Es la ciudad moderna de Acre, la última plaza fuerte de las cruzadas y al otro lado de la Bahía de Acre de la actual ciudad de Haifa. f. Cesarea (21:8-16). Treinta millas más adelante, y por la costa, estaba Cesarea, cuartel general del gobierno romano en Palestina. No se dice si el grupo anduvo o na-vegó; es probable que haya navegado. Herodes el Grande había construido un enorme muelle haciendo de éste, el mejor puerto en la costa de Palestina. Hoy Cesarea está en ruinas y Haifa es el puerto principal. El grupo misionero se quedó en la casa de “Felipe, el evangelista,” quien era “uno de los siete” (véase 6:5). Sus labores evangelísticas descritas en el capítulo ocho, le habían ganado este título singular. También tenía cua-tro hijas solteras que eran predicadoras. Mientras los misioneros estuvieron allí el profeta Agabo (véase 11:28) advirtió a Pablo otra vez la pena se-vera que esperaba al apóstol de Jerusalén. Como en Tiro, los discípulos le rogaron que no siguiera. Pero Pablo esta-ba listo “a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (v. 13). Así que fue. El y sus compañeros subieron a Jerusalén, unas sesenta y cinco millas de distancia. Evidentemente se detuvieron de noche en la casa de Mnasón en Antipatrios o Jope, porque le llevaría dos días al menos para hacer el viaje. PREGUNTAS 1.

¿Quiénes fueron los compañeros de Pablo en su segundo viaje misionero?

2.

¿En qué nuevo territorio entró Pablo?

3.

Describa lo que sucedió en Filipos.

4.

¿Dónde principió Pablo su ministerio en Tesa-lónica y cómo fue recibido?

5.

Describa el ministerio doble de Pablo en Atenas.

6.

Relate lo que sucedió en Corinto, Éfeso y Mileto.

CAPITULO VI

Jerusalén—Cesarea—Roma (caps. 21:17—28:31) Llegamos a Jerusalén (21: 17); llegaron a Cesarea (23:33); llegamos a Roma (28:16).

I. 1.

JERUSALEN (21:17—23:35)

Cuando Llegamos a Jerusalén (21:17-40)

a. Pablo entró… a Jacobo (21:17-26). Pablo y su compañía fueron bien recibidos por la iglesia de Jerusalén (v. 17). Al día siguiente habló a la junta directiva de la iglesia (“todos los ancianos”) acerca de su ministerio entre los gentiles (v. 18). El informe fue recibido con gratitud; pero entonces se hizo una proposición fatal. Los miles de cristianos judíos todavía estaban guardando los reglamentos del Antiguo Testamento. Circulaba el rumor de que Pablo enseñaba a los judíos de la Dispersión a no observar la ley. Para acabar con esta crítica se sugirió que se reuniera con otros cuatro hombres que te-nían voto—probablemente un voto nazareo—para pro-bar http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (12 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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que “tú también andas… guardando la ley” (v. 24). En cuanto a los cristianos gentiles, ya habían sido librados de la obligación a la ley por los decretos del concilio en Jerusalén (v. 25). Conforme a su voluntad de hacerse “a todos… todos” (I Corintios 9:22), Pablo se unió con los hombres en el voto. b. ¡Mátale! (21:27-40). Los siete días de la purifi-cación del voto (véase Números 6:9) casi habían terminado cuando unos judíos de Asia—donde habían odiado a Pablo (14:19) —reconocieron al apóstol en el Templo. Inmediatamente le echaron mano, acusándole de ha-ber contaminado el lugar santo por traer griegos allí (v. 28). Basaron su acusación en que habían visto a un cris-tiano gentil de Éfeso con Pablo en Jerusalén. Traer a un gentil dentro del templo—que no fuera el Patio de los Gentiles—era un crimen capital. En el museo de Estanbul hay una inscripción griega que antes estaba en la pared entre el Atrio de los Gentiles y el Atrio de las Mujeres. Dice: “A ningún extranjero se le permite entrar dentro de la balaustrada y la parte que rodea el Santuario. Quien sea sorprendido allí se hace acreedor al castigo de muerte que inevitablemente sucederá.” ¡La cosa irónica es que hoy día ningún judío puede entrar en ese lugar! Es un sitio sagrado de los mahometanos. Cuando la multitud quiso matar a Pablo, el tribuno de la compañía romana en Jerusalén lo salvó. La gente estaba tan enfurecida que los soldados tuvieron que lle-varle por la escalera que subía a la “fortaleza” (Torre de Antonia). Pero antes de ser puesto dentro de la fortale-za, el apóstol pidió permiso para hablar a la gente. El tribuno estaba sorprendido de que Pablo hablara griego, pensando que era un revolucionario egipcio (vrs. 37-38). Pablo contestó con orgullo que era judío de Tarso, “ciu-dadano de… ciudad no obscura” (v. 39). Cuando se le dio el permiso de hablar a la gente, les habló en aramai-co (“hebreo”). 2.

Oíd la Razón (capítulo 22)

a. Soy judío (22:1-5). Primeramente Pablo descri-bió su vida como judío. Nacido en Tarso, había sido educado en Jerusalén a los pies de Gamaliel, uno de los ra-binos principales de ese día. El, tanto como sus oyentes, era celoso de Dios (v. 3). En efecto, había “perseguido este camino hasta la muerte” (v. 4). El príncipe de los sacerdotes podría comprobar que Pablo había recibido cartas del Sanedrín (“todos los ancianos”) dándole autoridad de prender a los cristianos judíos en Damasco y traerlos presos a Jerusalén para ser castigados (v. 5). b. Me rodeó mucha luz del cielo (22:6-16). No fue culpa de Pablo que no haya cumplido esta comisión. Jesús lo había detenido en el camino de Damasco y deman-dó su rendición. Obedeciendo el mandamiento de Dios, se había convertido a Cristo y había sido bautizado (v. 16). Esta es la segunda descripción de la conversión de Saulo (véase capítulo 9). Una diferencia en detalle en los dos relatos merece una palabra de explicación. En el relato anterior dice que los compañeros de Saulo oyeron una voz (9:7). Aquí leemos: “no oyeron la voz de él que hablaba conmigo” (v. 9). Pero en el primer pasaje “voz” quiere decir “sonido” (véase Juan Wesley: “sonido”). Los viajeros compañeros de Saulo oyeron un sonido pero no entendieron las palabras habladas. c. Yo te tengo que enviar… a los gentiles (22:17-21). Pablo relató que en una visita a Jerusalén más tarde Dios le había hablado en el templo. Cuando objetó, el Señor dijo: “Ve, porque yo te tengo que enviar lejos a los gentiles” (v. 21). Esta declaración enfureció a la multitud. d. Este hombre es romano (22:22-30). La reacción de los judíos al discurso de Pablo fue tan violenta (v. 2223) que el tribuno tuvo que mandar que lo metieran al cuartel (“fortaleza”). Por si fuera un criminal peligro-so, ordenó a los soldados que lo examinaran con azotes (v. 24). El azote romano consistía en tiras largas de cue-ro con pedazos de metal en los cabos. Muchos morían bajo estos latigazos. Pablo no vio ninguna razón para sufrir esto. Así que dijo al centurión: “¿Os es lícito azotar a un hombre ro-mano sin ser condenado?” (v. 25). La libertad del azote era uno de los derechos de la ciudadanía romana. Inmediatamente el centurión informó al tribuno, el cual vino de prisa. “Dime, ¿eres tú romano?” Pablo le aseguró que no solamente él, sino que su padre también había si-do ciudadano romano—un honor que el tribuno no podía

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pretender (v. 28). El tribuno ya le había hecho mal a Pablo al atarlo (v. 29). Decidió llevar al apóstol ante el Sanedrín para ver qué tenían los principales de los ju-díos en contra de él (v. 30). 3.

Clamó en el Concilio (23:1-10)

a. Yo con toda buena conciencia he conversado (23:1-5). El apóstol inmediatamente declaró su inocen-cia. El sumo sacerdote, Ananías, exasperado, mandó a los que estaban delante de él que le hirieran en la boca. El apóstol respondió con una amonestación de juicio: “Dios te golpeará a ti, pared blanqueada” (v. 3). Muchas veces se ha hecho la pregunta de cómo es que Pablo podía decir que no reconoció al sumo sacerdo-te (v. 5). Puede ser que éste no estuviera en su silla acos-tumbrada a la cabeza del Sanedrín, o posiblemente la vis-ta de Pablo ya era tan mala que le impidió ver quien fue él que habló. b. Yo soy Fariseo (23:6-10). Cuando Pablo notó que el Sanedrín estaba compuesto de fariseos y sadu-ceos, decidió dividirlos. ¡Que pelearan unos en contra de los otros en vez de todos en contra de él! Así pasó. Ya los fariseos estaban a favor de él (v. 9). Cuando pa-reció otra vez que estos airados religiosos despedaza-rían a Pablo, el tribuno lo llevó otra vez a la fortaleza. 4.

Que… le Llevasen en Salvo a Félix (23:11-35)

a. Esta conjuración (23:11-22). La noche después de la reunión del Sanedrín el Señor consoló a Pablo y le aseguró que vería Roma como había deseado (v. 11). Necesitaba este consuelo, porque el día siguiente cua-renta judíos hicieron voto de que no comerían ni bebe-rían hasta que hubieran matado a Pablo. Le matarían cuando lo trajeran otra vez ante el Sanedrín. Felizmente un sobrino del apóstol oyó las asechan-zas e informó a su tío en la fortaleza (v. 16). Pablo lo en-vió al tribuno (v. 17). b. Llegaron a Cesarea (23:23-35). Con mucha alar-ma, el tribuno tomó precauciones extraordinarias. ¡Pablo fue favorecido con una escolta de cuatrocientos sol-dados de a pie y setenta de a caballo! Salieron de noche, a las nueve, con órdenes de llevarle “en salvo a Félix, el gobernador” (v. 24). El tribuno escribió una carta a Fé-lix, en la cual ocultaba la verdad, diciendo que él pri-meramente salvó a Pablo porque sabía que era romano (v. 27). Los soldados acompañaron a Pablo hasta Anti-patris—como la mitad del camino a Cesarea—y luego dejaron que los de a caballo lo llevaran hasta Cesarea. Así que Pablo llegó a Cesarea a salvo. II. 1.

CESAREA (capítulos 24—26)

Félix (capítulo 24).

a. Príncipe de la secta de los nazarenos (24:1-9). Cinco días después de que Pablo llegó a Cesarea, el sumo sacerdote y los ancianos descendieron de Jerusalén para presentar sus acusaciones a Félix. Trajeron consigo un orador Tértulo para actuar como abogado contra Pa-blo. Tértulo empezó su discurso con mucha adulación típica. En este caso fue notoriamente insincera porque en vez de “grande paz” y “muchas cosas… bien gober-nadas” (v. 2), el reino de Félix había estado marcado por tumulto constante y crueldad sin piedad. En reali-dad, la condición inestable de la nación se demostraba gráficamente por el tamaño de la escolta militar que acompañó a Pablo de Jerusalén. Los judíos desprecia-ban y aborrecían a Félix, mas su odio por Pablo permi-tió no hacer caso de esta adulación mentirosa. Tértulo entonces presentó la acusación. El prisionero era “una plaga y promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos” (v. 5). Peor que todo—ante los ojos ju-díos— había profanado el Templo. Los judíos lo hubieran juzgado, mas Lisias “con gran violencia” (¡) lo quitó de sus manos. Los judíos todos se unieron en un coro de común acuerdo (v. 9). b.

Ni pueden probar (24:10-21). Las primeras pa-labras de Pablo en su defensa presentan un contraste no-

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table con las de Tértulo. Habló sencillamente y con ver-dad: “Porque se que desde hace muchos años ha eres juez de esa nación con buen ánimo haré mi defensa” (v. 10). No dijo qué clase de gobernador había sido Fé-lix. Pero le ayudaría a Pablo que el gobernador supiera la situación de los judíos. El apóstol declaró que solamente doce días habían pasado después de que llegó a Jerusalén de Cesarea (vé-ase 21:27; 24:1). En la breve semana en Jerusalén no ha-bía tiempo para levantar una insurrección. Entonces negó completamente sus acusaciones: “Ni te pueden probar las cosas de que ahora me acusan.” En su discurso el apóstol hizo una gran declaración de su fundamento básico de vivir: “Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y los hombres” (v. 16). Continuó diciendo el propósito de su visita a Jerusa-lén (v. 17). Los judíos de Asia, que lo habían alborotado, debían ser los que conducían la persecución (vrs. 18-19). Entonces desafió a los judíos de Jerusalén a que cita-ran una sola cosa que él había hecho mal (v. 20). La única cosa que posiblemente podrían mencionar era su alegación ante el Sanedrín (v. 21). c. Mas en teniendo oportunidad (24:22-27). Félix, “estando bien informado de este camino” (v. 22) —es de-cir, consciente del conflicto entre el cristianismo y el ju-daísmo—propuso una decisión. Pablo tenía razón en su expresión de placer de que Félix había sido gobernador lo suficiente para entender la situación en Palestina. Al apóstol le fue dada considerable libertad (v. 23). Unos días más tarde Félix vino con su esposa judía, Drusila, y pidió a Pablo que les hablara más de la nueva fe cristiana (v. 24). A los dieciséis años de edad esta biz-nieta de Herodes el Grande había encantado a Félix tanto con su belleza que la indujo a dejar a su esposo, el rey Aziz. No era de extrañar que el gobernador tem-blara cuando el apóstol disertó “de la justicia, del do-minio propio, y del juicio venidero” (v. 25). Mas no es-taba listo a confesar sus pecados. En vez de hacer eso, dijo: “Pero cuando tenga oportunidad te llamaré.” Pero su hora del arrepentimiento nunca llegó. Se-guía hablando con Pablo, esperando un cohecho. ¡Un hombre que podía traer una ofrenda grande de Grecia, Macedonia y Asia Menor a los santos pobres en Jerusa-lén ciertamente podía pedir dinero para su libertad! Cuando no hubo tal cohecho, Félix dejó a Pablo preso, aunque sabía que merecía la libertad. Esperaba así ganarse el favor de los judíos. Pero cuando más tarde mató a un gran número de judíos en una insurrección en Ce-sarea, la nación demandó que lo regresaran a Roma. Festo tomó su lugar. 2.

Festo (capítulo 25)

a. Vinieron… los principales de los judíos contra Pablo; y le rogaron, pidiendo gracia contra él (25:1-5). Tres días después de que Festo llegó a Cesarea como go-bernador de Judea, visitó a Jerusalén. Aquí los principales de los judíos le presentaron el caso de Pablo y solicitaron que Festo hiciera que el prisionero fuese traído a Jeru-salén. Pensaban matarle en el camino (v. 3). Pero Festo sabiamente respondió que Pablo quedaría en Cesarea y que “los que de vosotros puedan” (v. 5), debían ir allí para hacer sus acusaciones. b. A César apelo (25:6-12). Cuando el tribunal se abrió de nuevo en Cesarea, con el nuevo gobernador como juez, los judíos presentaron “contra él muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar” (v. 7). La respuesta de Pablo era aún más específica que en el primer tribunal (24:11-13). Ahora declaró: “Ni con-tra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra Cé-sar he pecado en nada” (v. 8). Festo, queriendo congraciarse con los judíos, pre-guntó a Pablo si quisiera ir a Jerusalén. Pero el apóstol le recordó que él sabía que era inocente (v. 10). Sabiendo qué destino le esperaba en Jerusalén, aprovechó de su derecho como ciudadano romano y exclamó: “A César apelo” (v. 11). Esto inmediata y automáticamente quitó el juicio de las manos de Festo y lo transfirió al tribunal de Roma. c. Agripa y Bernice (25:13-27). Herodes Agripa II era el hijo de Herodes Agripa I, cuya muerte se describe en el capítulo doce, y por tanto, el biznieto de Herodes el Grande. Drusila, la esposa de Félix, era su hermana, como también lo era Bernice. Había bastante escándalo sobre las relaciones de Agripa con su hermana. “Mucha http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (15 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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pompa” (v. 23) era muy característica de los Herodes. Festo le habló a Agripa sobre el caso de Pablo. Igno-rante de las costumbres judías, no podía comprender preguntas hechas “acerca de su superstición” (v. 19). Cuando Agripa expresó su deseo de ver a Pablo, Festo consintió en tener una audiencia con solamente los tri-bunos militares y principales hombres de la ciudad (v. 23). Festo indicó su deseo de que le ayudaran a formu-lar una carta para mandar al emperador (v. 26), puesto que él no sabía de ningún crimen real del que acusaban a Pablo (v. 27). 3.

Agripa (capítulo 26)

a. He vivido fariseo (26:1-5). Pablo empezó ex-presando su placer de tener el privilegio de defenderse ante Agripa, quien sabía “todas las costumbres y cues-tiones que hay entre los judíos” (vrs. 2-3). Los Herodes, aunque originalmente edomitas, eran en parte judíos a causa del casamiento con la familia macabea. Pablo afirmó que todos los judíos sabían su forma de vida desde su niñez. Sabían bien que había vivido fariseo (v. 5), la secta más rigurosa de la religión judía. b. Cuando los mataron, yo di mi voto (26:6-11). Como Fariseo, Pablo había considerado su deber castigar a los cristianos. Esto hizo, no solamente en Jerusalén, sino “hasta en las ciudades extrañas” (v. 11). Cuando eran muertos, “yo di mi voto” (v. 10). Esta traducción correcta del griego sugiere que Pablo podría haber sido miembro del Sanedrín. c. Vi… una luz del cielo (26:12-18). Este es el tercer relato de la conversión de Saulo (véase capítulos 9, 22), uno de los sucesos más importantes del primer siglo. Esta era la única, aunque suficiente, razón que Pablo podía dar por haberse convertido del judaísmo al cristianismo. Era la comisión de Pablo abrir los ojos de los genti-les, para que recibieran dos cosas: “por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (v. 18). d. No fui rebelde a la visión celestial (26:19-23). Pablo inmediatamente fue tan celoso en propagar el cristianismo como había sido en perseguirlo. El progreso rápido de su ministerio se indica: “en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles” (v. 20). Fue por esto que los judíos querían matarlo (v. 21). Pero no predicaba más que lo que los profetas y Moisés profetizaron (v. 22). e. Por poco me persuades (26:24-32). Para Festo la mención de la resurrección de Cristo era una tontería. A gran voz dijo: “Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco” (v. 24). Pablo negó esta acusación, y entonces se volvió de Festo y apeló directamente al rey Agripa. El tono de la respuesta de Agripa no se puede acla-rar bien en el griego. Puede traducirse: “Por poco me persuades a ser cristiano;” “Con poca persuasión me ha-rías cristiano” o “¡En poco tiempo piensas hacerme cristiano!” Es probable que Agripa fuera más cínico que sin-cero, aunque puede ser que haya sentido profunda convicción. Con esto terminó la audiencia. El rey se levantó in-mediatamente como señal de despedirlos. ¡No quería más llamada al altar! Pero en conferencia aparte estaba de acuerdo con Félix en que Pablo era inocente y podría ser librado si no hubiera apelado a César (v. 32). III. 1.

ROMA (capítulos 27—28)

Habíamos de Navegar Para Italia (27:1—28:15)

a. Cesarea a Creta (27: 1-8). Pablo y otros prisio-neros fueron puestos bajo el cuidado de Julio, un centurión de la compañía Augusta. Salieron de Cesarea en una nave de Adrumentina, ciudad portuaria cercana a Troas. Aristarco de Tesalónica estaba en el grupo. El uso de “nosotros” muestra que Lucas también acompañó a Pablo en este viaje determinado por Dios. Durante los dos años que el apóstol pasó encarcelado en Roma, Lucas

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probablemente había pasado el tiempo en Palestina jun-tando los materiales necesarios para su Evangelio y la primera parte de los Hechos. La nave se detuvo en Sidón, unas sesenta y cinco millas de Cesarea por la costa. Allí le fue permitido a Pa-blo visitar sus amigos (v. 3). Entonces navegaron al este de Chipre. A causa de los vientos contrarios quedaron junto a la costa de Cecilia y Panfilia hasta que llegaron a Mira, puerto de Licia. Allí se cambiaron a una nave Alejandrina de grano que iba para Italia. Parece extraño que una nave que iba de Alejandría, Egipto, a Roma pasara por Asia Menor. Pero hacían esto regularmente a causa de los vientos del este que prohi-bían que navegaran directamente a Italia. Evidentemen-te había estos vientos del oeste, porque la nave tuvo dificultad en costear las doscientas millas a Gnido, en el cabo suroeste de Asia Menor. De allí navegaron des-pacio por el sur de Creta y a lo largo de la costa hasta Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea. b. Pablo amonestaba (27:9-12). Habían perdido mucho tiempo, y ya era bastante tarde para navegar con seguridad. “El ayuno”—Día de la Expiación, en oc-tubre—había pasado y toda navegación en el Mediterrá-neo cesaba desde el primero de noviembre hasta media-dos de febrero. Pablo les amonestó: “Veo que la na-vegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida” (v. 10). Pero la mayoría de la gente en la nave quería seguir para llegar al puerto más cómodo de Fenice, unas sesenta millas más al oeste junto a la costa. c. Siendo atormentados de una vehemente tem-pestad (27:13-20). Cuando soplaba el austro— ¡qué palabras significativas!—empezaron, quedándose junto a la costa de Creta. Pero de pronto un viento violento del noreste les azotó, y se encontraron forzados al mar pro-fundo sin poderlo impedir. Así es con los que salen del puerto seguro del hogar y de las normas del Nuevo Testa-mento, tentados por los vientos suaves con sus placeres seductivos del mundo sólo para encontrar que sus bar-quillos frágiles son arrebatados por los ventarrones tempestuosos del noreste que les llevan inexorablemente por el mar de la vida, para naufragar en las costas del tiempo. Los marineros tuvieron miedo de que diesen contra las arenas movedizas (v. 17) de la costa del África. Sien-do “combatidos por una furiosa tempestad” (v. 18), al siguiente día “aligeraron” el barco arrojando algo del cargamento al mar. Evidentemente la nave estaba peli-grosamente baja en el agua. Al tercer día arrojaron los aparejos de la nave (v. 19). Como la tempestad seguía sin tregua, toda esperanza de ser salvos se había esfu-mado (v.20). d. Yo confío en Dios (27:21-38). Fue entonces que Pablo probó ser el héroe en la nave. Les recordó la amonestación que les había dado (v. 21). Pero les impartió la seguridad de que Dios le había dicho que ninguna vida se perdería, aunque naufragaran en una isla (vrs. 22-26). Dijo: “Yo confío en Dios” (v. 25). Esta era fe verdadera. Después de catorce días de ser atormentados por la tempestad, cuando eran llevados sin remedio por el mar Adriático, los marineros sospecharon que estaban cerca de alguna tierra. Posiblemente oyeron el ruido de la marejada lejana. Echaron la sonda y hallaron veinte brazas (120 pies). Cuando volvieron a echar la sonda hallaron quince brazas (90 pies). Con temor, echaron cuatro an-clas de la popa y esperaron el amanecer. Pablo impidió a los marineros cuando éstos trataron de escaparse en el único esquife (vrs. 30-32). Exhortó a todos que comieran, y él mismo dio el ejemplo (vrs. 33-36). Los 276 pasajeros en la nave ayudaron a echar el grano al mar, para hacer llegar la nave tan cerca de la tierra como fuera posible (vrs. 37-38). e. Todos se salvaron (27:39-44). Cuando se hizo de día los marineros descubrieron un golfo pequeño con una playa, donde esperaban echar la nave ligera. Dejaron las anclas en la mar, alzaron la vela mayor, y se iban a la orilla. Pero dieron en un lugar de dos aguas. La proa quedó hincada y sin moverse y la popa principió a abrirse con la fuerza de la mar. Los soldados querían matar a los presos (v. 42). Pero el centurión tenía suficiente respeto para Pablo como para prohibir esto. Mandó a todos que salieran a tierra como pudieran. Unos nadaron, y otros se salvaron en pe-dazos de la nave. Todos llegaron a tierra sanos y salvos (v. 44). http://wesley.nnu.edu/espanol/Profetas%20Menores/Conozca%20la%20Iglesia%20Primitiva%20LIBRO%20II.htm (17 of 19) [11/09/2008 18:51:02]

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Este capítulo es singular en el Nuevo Testamento por su uso de términos náuticos. Demuestra que Lucas estaba acostumbrado a viajar por el mar, que conocía el lenguaje de la nave, y que era muy observador de todo lo que pasaba. f. Melita (28:1-10). La isla de Melita—famosa du-rante la Segunda Guerra Mundial por ser el lugar más frecuentemente bombardeado—está a unas seiscientas mi-llas de Creta. Cincuenta millas al sur de Cicilia, la isla tiene como diez y siete millas de largo y ocho de ancho. El hecho de que en medio de un viento del noreste hubieran ido directamente al oeste muestra que habían empleado bien el timón. La consecuencia natural hu-biera sido perderse en la orilla del Sirte junto a la costa del África, cerca de Cirene (véase 27: 17). “Los bárbaros”—Lucas era griego—demostraron que eran humanos. A causa de la lluvia fría encendieron un fuego para calentar a los pasajeros y secar sus ropas. Cuando Pablo ayudó a recoger ramas para el fuego una víbora le acometió. La gente pensó que era un homicida, a quien la justicia no dejaría vivir. Pero muy sorprendidos, vieron que Pablo sacudió la víbora y ningún daño sufrió. Entonces creyeron que era un dios (v. 6). El apóstol logró recompensar el hospedaje de los de Melita sanando a muchos de sus enfermos (vrs. 7-9). El resultado fue que cuando él y sus compañeros salieron de la isla, recibieron muchos honores (v. 10). g. Vinimos a Roma (28:11-15). Felizmente otra na-ve Alejandrina de grano había pasado el invierno en el hermoso puerto de Melita. Los pasajeros naufragados abordaron esta nave. Cerca del primero de marzo navegaron al norte a Siracusa, en la isla de Sicilia, donde es-tuvieron tres días. Entonces navegaron otras setenta y cinco millas a Regio, en la costa de Italia. Allí tuvieron que esperar un día para un austro que les llevó en dos días a Puteolos, en la hermosa bahía de Nápoles. Este fue el fin del viaje. Los hermanos cristianos de allá, esperaban a Pablo teniendo a Lucas y Aristarco con ellos por una semana. ¡Qué compañerismo agradable habrá sido! El hecho que el centurión permitiera esto revela el alto respeto que tenía por Pablo. Entonces anduvieron las 125 millas a Roma. Algunos de los cristianos de allá anduvieron 40 millas—un viaje de dos días a la plaza de Apio para encontrarse con el apóstol. Diez millas más allá, en Las Tres Tabernas, otro grupo le dio la bienvenida a Pablo. ¡Cómo le habrá dado estímulo a su corazón! ¡No es de extrañar que “dio gracias a Dios y cobró aliento” (v. 15)! “Y luego fuimos a Roma” (v. 14), o “así fuimos ha-cia Roma.” ¡Qué horas agonizantes, qué experiencias inesperadas! Pero al fin Lucas pudo escribir: “Llegamos a Roma” (v. 16). Así es, y será en el viaje de la vida. 2.

Pablo… Quedó Dos Años Enteros (28:16-31)

a. Pablo convocó a los principales de los judíos (28:16-22). El centurión entregó a todos los presos con salud. Parece que habló en favor del apóstol, por-que a Pablo le fue permitido estar por sí, con un soldado que le guardara. Después de tres días “Pablo convocó a los princi-pales de los judíos” (v. 17). Les dijo la razón de estar allí. Es sorprendente que no hubieran oído nada de él desde Jerusalén (v. 21). b. Algunos asentían… algunos no creían (28:23-29). En un cierto día muchos judíos vinieron a la posada de Pablo. Cuando exponía el Antiguo Testamento reve-lado a Jesús, el resultado natural siguió, igual como hoy: “Algunos asentían a lo que se decía, pero otros no cre-ían” (v. 24). Pablo les dio una amonestación cuidado-sa, y salieron, con gran contienda entre sí. c. En su casa de alquiler (28:30-31). En vez de te-ner que quedarse en un calabozo, como probablemente le pasó antes de su ejecución (II Timoteo 4:6), a Pa-blo le fue permitido vivir dos años en un lugar provisto por la benevolencia de sus fieles amigos. Aquí, a pesar de ciertas limitaciones, continuó su ministerio de la pre-dicación.

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Así termina la historia del Libro de los Hechos. Pa-blo había alcanzado su meta de predicar en Roma, la ciu-dad capital del imperio. No podemos estar seguros de lo que pasó en seguida. Pero sí sabemos que por medio de sus Epístolas todavía predica hoy. De Pablo, tal vez más que de cualquier otro individuo, se puede decir: “Difun-to, aun habla.” PREGUNTAS 1.

¿Qué pasó con Pablo en Jerusalén?

2.

Describa el Juicio de Pablo ante Félix.

3.

¿Cómo terminó su juicio ante Festo?

4.

Dé un resumen del discurso de Pablo ante Agripa.

5.

Relate la historia del viaje de Pablo a Roma.

6.

¿Cuál es la escena final del Libro de los Hechos?

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