Conciencia Ambiental

La conciencia ambiental: qué es y cómo medirla. Manuel Jiménez y Regina Lafuente Trabajo preparado para el IX Congreso E

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La conciencia ambiental: qué es y cómo medirla. Manuel Jiménez y Regina Lafuente Trabajo preparado para el IX Congreso Español de Sociología, Grupo de Trabajo 21: “Sociología y Medio Ambiente”, Barcelona 13-15 de septiembre de 2007. Manuel Jiménez, Universidad Pablo de Olavide ([email protected]) Regina Lafuente, IESA-CSIC ([email protected])

Dirección de contacto: Manuel Jiménez Dpto. de Ciencias Sociales, Universidad Pablo de Olavide Ctra. de Utrera, Km.1, 41013 Sevilla Tfno.: 954 977 958

Resumen: A partir de las principales aproximaciones analíticas presentes en la literatura, en este trabajo establecemos una definición de conciencia ambiental multidimensional y orientada a la conducta; proponemos una forma para su operacionalización con el objetivo de elaborar medidas sintéticas de este fenómeno en distintos contextos sociales. La operacionalización propuesta utiliza como base empírica los resultados del Ecobarómetro de Andalucía (EBA 2004). Los indicadores resultantes son utilizados seguidamente para identificar distintos grupos sociales según la naturaleza de su conciencia ambiental.

1. Introducción Una rápida revisión de la literatura sobre la conciencia ambiental basta para constatar el amplio interés, no sólo académico sino también político, que suscita la cuestión de la preocupación ambiental (o la conciencia ambiental)1. Por este motivo, resulta aún más paradójica la ambigüedad inherente a la medición de este fenómeno (Ungar 1994). En particular, llama la atención la dificultad de los estudios empíricos para aproximarse a esta cuestión desde una perspectiva sintética que integre teóricamente y analíticamente los diversos constructos psicológicos (o dimensiones) asociados a la noción de conciencia ambiental2. El objetivo de este trabajo es ofrecer Por mencionar sólo algunas referencias véase la revista Environment and Behaviour (http://eab.sagepub.com/) distintos números monográficos de la revista Journal of Social Issues, 2000, 56(3); 1995, 51(4); 1994, 50 (3). (http://www.spssi.org/jsi.html) o la realización de ecobarómetros como el realizado en el País Vasco (http://www.ingurumena.net/Castellano/Semana28.htm) o en Andalucía (www.juntadeandalucia.es/medioambiente/ecobarometro/indecobar.html) por destacar los de mayor regularidad. 2 Véase no obstante la propuesta de escala de actitudes ambientales hacia problemas específicos propuesta por Moreno et al. (2005). 1

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una definición de conciencia ambiental fundamentada en las principales aproximaciones analíticas presentes en la literatura, a partir de la cual articular una operacionalización que permita elaborar medidas sintéticas de este fenómeno en distintos contextos sociales. La operacionalización propuesta utiliza como base empírica los resultados del Ecobarómetro de Andalucía (EBA 2004), una encuesta sobre actitudes y comportamientos relacionados con el medio ambiente entre la población andaluza3. No obstante, consideramos que nuestra propuesta analítica puede ser aplicable a estudios similares realizados en otros contextos sociales. 2. ¿Qué entendemos por conciencia ambiental? En este trabajo utilizamos el concepto de conciencia ambiental (o ambientalismo) para referirnos a determinados factores psicológicos relacionados con la propensión de las personas a realizar comportamientos proambientales (Zelezny y Schultz, 2000: 367), entendiendo por estos últimos, aquéllos realizados con la intención de reducir el impacto ambiental de la acción humana4. Partimos pues de una definición de la conciencia ambiental multidimensional y orientada a la conducta en la que, además de considerar (diferentes tipos de) comportamientos proambientales, se incluyen otros factores o constructos psicológicos habitualmente asociados a los mismos: creencias, valores, actitudes, conocimiento, etcétera. Desde una perspectiva analítica, una persona concienciada ecológicamente, o proambientalista, sería aquélla proclive a desarrollar un amplio abanico de comportamientos proambientales así como a poseer determinados valores y actitudes que distintas teorías han asociado a los mismos. La conciencia ambiental así entendida, equivaldría a lo que podemos considerar la dimensión actitudinal (o psicológica) del comportamiento proambiental. Es decir abarcaría los principales factores endógenos que inciden en la realización este tipo de comportamientos. Debemos tener presente, empero, que el comportamiento proambiental está igualmente influenciado por otros factores no actitudionales (exógenos o situacionales)5. En este sentido, aunque nuestro trabajo pretende contribuir Véase www.juntadeandalucia.es/medioambiente/ecobarometro/indecobar.html Seguimos la definición de conducta ambientalmente significativa propuesta por Stern y sus colaboradores como conducta intencional, es decir realizada con la intención de cambiar, a mejor, el medio ambiente (Stern 2000). 5 Stern (2000) considera que la conducta individual es función de cuatro tipos de variables: personales (a las que nos referimos aquí con el concepto “conciencia ambiental”, interpersonales, contextuales y estructurales. A estas tres últimas, Berenguer (2000) las denomina situacionales, distinguiendo variables situacionales sociales y no sociales. Como señala también Berenguer, las teorías del comportamiento proambiental han ido introduciendo progresivamente variables situacionales en sus modelos explicativos. 3 4

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al conocimiento del comportamiento proambiental, no estamos ofreciendo una explicación (al menos integral) del comportamiento proambiental. Como hemos mencionado, a la hora de operacionalizar el concepto de conciencia ambiental perseguimos integrar algunas de las principales aportaciones realizadas desde diversos enfoques teóricos al estudio de este fenómeno. En concreto, nuestro trabajo persigue integrar las teorías de la preocupación ambiental, más habituales en las aproximaciones sociológicas, y las teorías del comportamiento ambiental, que encontramos en la psicología (social) ambiental. El resultado es una propuesta de operacionalización en cuatro dimensiones: afectiva, cognitiva, disposicional y activa, tal como exponemos a continuación 6. La dimensión afectiva de la conciencia ambiental La línea de investigación sobre el ambientalismo (o environmental concern) que cuenta quizás con mayor tradición y difusión ha sido la propuesta por Dunlap y van Liere (Dunlap y van Liere 1978, van Liere y Dunlap 1981, Dunlap et al. 2000). Esta aproximación considera el ambientalismo como una cuestión de valores o creencias generales (primitivas) sobre la relación entre el ser humano y el medio ambiente. La conciencia ambiental es tratada desde la perspectiva del grado de adhesión de las personas al llamado nuevo paradigma ambiental (o ecológico) (NEP, en su acrónimo inglés). Este paradigma asocia el ambientalismo a la presencia de una visión general del mundo eco-céntrica, que se plantea la capacidad de la humanidad para establecer el equilibrio con la naturaleza, la existencia de límites al crecimiento de las sociedades humanas y el derecho de la humanidad a regir sobre el resto de la naturaleza 7. Dunlap y van Liere (1978) desarrollaron una escala con 12 ítems (y una versión reducida con 6 ítems) para medir estas tres facetas del nuevo paradigma o visión del mundo, confirmando en sus estudios empíricos la elevada consistencia interna entre los distintos ítems y su validez para discriminar entre ambientalistas y el público en general8. La escala NEP se ha convertido en la medida de la visión ecologista del mundo más ampliamente utilizada en los estudios empíricos basados en encuestas, En este punto, nuestro trabajo se acerca, y en gran parte es deudor, de la propuesta de definición de conciencia medioambiental realizada por Chuliá (1996:25), que a su vez ha sido utilizada en estudios posteriores en España y sirvió de punto de partida para el diseño del EBA (véanse Gómez et al. 1999, Moyano y Jiménez 2005). 7 La visión eco-céntrica del mundo aparece como paradigma alternativo a la visión dominante que cree en la abundancia y el progreso, la devoción al crecimiento y la prosperidad, la fe en la ciencia y la tecnología, el compromiso con una economía de libre mercado o laissez faire, etc.. (véase Dunlap y Van Liere 1978) 8 Posteriormente estos autores han revisado la escala añadiendo varios ítems hasta un total de 15 (veáse Dunlap et al. 2000). 6

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constituyendo también la medida más popular de ambientalismo, interpretada como un indicador de la existencia de una orientación proambiental de las personas9. Los resultados de esta línea de investigación señalan la estabilidad a medio plazo de estas creencias entre los ciudadanos (Dunlap 195; 2002) así como su vinculación con determinados rasgos sociodemográficos. En concreto, la educación, la edad y la ideología política suelen figurar de manera más consistente como los factores correlacionados con la preocupación ambiental (véase Van Liere and Dunlap 1980, o para el caso español, Gómez y Paniagua 1996). De acuerdo con estos estudios, las personas más preocupadas por el medio ambiente serían con más frecuencia los jóvenes, los que poseen un nivel elevado de estudios y, en términos ideológicos, los que se consideran de izquierdas. Las correlaciones detectadas con otros indicadores de valores, como la escala de postmaterialismo de Inglehart (1991), sitúan en el centro social a los sectores más preocupados por la cuestión ambiental10. De acuerdo con estos estudios, la conciencia ambiental será más intensa (o configurada de manera más madura) en el centro social, desde donde, de manera desigual o parcial, los valores, actitudes y comportamientos proambientales irán extendiéndose hacia otros grupos sociales situados en la periferia social. La estrecha relación entre la posición social de las personas y los niveles de información y de participación social subraya el papel decisivo, además de la ideología, de variables actitudinales y conductuales ligadas a la competencia política (o cívica) como determinantes de la conciencia ambiental (véase por ejemplo Dahl 1992 o Navarro 2000). Volviendo a la medición de la conciencia ambiental, y como han señalado los propios Dunlap et al. (2000), el hecho de que la escala NEP sea tratada no sólo como una medida de apoyo a un paradigma o visión general del mundo, sino también como una medida de actitudes, refleja la ambigüedad inherente a la medición de este fenómeno así como la necesidad de fundamentar la escala NEP en el marco de las teorías psicosociales relativas a la estructura de las actitudes. Los estudios empíricos que utilizan la escala NEP señalan que no todas las personas que expresan apoyo a este paradigma se implican de manera consistente en conductas congruentes. No obstante, resulta razonable afirmar que aunque las personas pueden ser menos proclives a realizar comportamientos que a mostrar apoyo a los principios y valores proambientales, es Otra escala bastante popular es la de “preocupación ambiental” propuesta por Weigel y Weigel (1978) que se centra en las actitudes hacia problemáticas ambiéntales específicas. 10 De acuerdo con la teoría “centro-periferia” de Galtung (1964) sobre formación y cambio de actitudes en las sociedades, el centro social estaría constituido por el conjunto de posiciones sociales mejor recompensadas por cada sociedad en cada momento histórico, no sólo en términos económicos, sino también en términos de prestigio y poder. 9

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también más probable que los que expresan apoyo sean más proclives a realizarlas que los que no lo hacen (Dunlap y Van Liere, 1978). Esto explicaría, en parte, la existencia de correlaciones positivas, pero bajas, entre valores y comportamientos. En este sentido, desde la década de los noventa, existe un amplio consenso que defiende la idoneidad de ceñir la validez de la escala NEP al estudio de las “creencias primitivas” sobre la naturaleza de la relación entre la humanidad y el medio ambiente. Los ítems en este tipo de escalas reflejarían lo que en sentido estricto podríamos considerar la dimensión afectiva de la conciencia ambiental. No obstante, la utilización de la escala NEP como indicador único de esta dimensión afectiva puede ser cuestionada al menos por dos razones. En primer lugar, diversos estudios han señalado que la preocupación ambiental puede fundamentarse en la experiencia personal de la degradación ambiental, sin que necesariamente se compartan las representaciones simbólicas de los problemas ambientales globales a los que la escala hace referencia (Gooch 1995). La adhesión manifestada por la población a una visión proambiental del mundo podría estar influida por la mayor o menor difusión de la cuestión ambiental en las agendas mediáticas y políticas, reflejando, a modo de respuesta socialmente deseable, discursos generales presentes en la esfera de la opinión pública, que van extendiéndose gradualmente a sectores más amplios de la sociedad, pero con escasa incidencia real en las actitudes personales que guían los comportamientos específicos11. En segundo lugar, y en relación con el punto anterior, el calado de la adhesión a este paradigma ambiental se apreciaría mejor cuando las personas expresan sus opiniones respecto a problemáticas ambientales concretas, más cercanas a la experiencia individual de los problemas relacionados con el medio ambiente12. Una forma posible de medir en qué grado los valores proambientales se concretan ante problemáticas específicas puede consistir en evaluar el respaldo otorgado a las medidas de carácter proambiental planteadas para su solución vis-a-vis otras soluciones posibles de naturaleza no-proambiental. Se trataría de comprobar que, efectivamente, el apoyo expresado a discursos proambientales generales tiene continuidad más allá de los discursos en el ámbito de las alternativas de política pública. El propio Dunlap (1995) reconoce la incidencia de los ciclos temáticos que caracterizan estas agendas en las variaciones temporales del grado de preocupación por la cuestión ambiental (véase también Scott y Willits 1994) 12 Los estudios de carácter general presentan el problema de que el apoyo manifestado a una visión del mundo eco-céntrica suele estar evaluado desde una perspectiva general, abstracta e hipotética, sin tener en cuenta que los problemas ambientales significan cosas distintas para cada persona y que la medida puede ocultar respuestas de tipo específico, ya que no todo el mundo se preocupa de los mismos aspectos del medio ambiente (Berenguer 200: 31). Sobre la importancia de la cuestión de la especialización de la preocupación ambiental véase por ejemplo Ungar 1994, Weigel y Weigel 1978, Corraliza y Berenguer 1998; Moreno et al. 2005. 11

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Teniendo

en

cuenta

estas

consideraciones,

nuestra

propuesta

de

operacionalización de la dimensión afectiva de la conciencia ambiental, plantea, junto a los indicadores de apoyo a una visión general del mundo proambiental, la utilización de dos indicadores adicionales relativos a dos facetas de esta dimensión: la adhesión a soluciones proambientales ante determinada problemática concreta así como la percepción de la gravedad de la situación ambiental. En este sentido, podríamos considerar que la dimensión afectiva de la conciencia ambiental refleja la preocupación por el medio ambiente (percepción de una situación de deterioro ambiental) y la adhesión a una visión proambiental del mundo que se expresaría en relación con problemas tanto globales como específicos. La dimensiones disposicional y cognitiva de la conciencia ambiental Los

psicólogos

sociales

han

integrado

la

dimensión

afectiva

(centrándose

fundamentalmente en estas creencias primitivas o visiones del mundo) en sus modelos explicativos del comportamiento proambiental considerando que influyen en un amplio conjunto más específico de actitudes hacia las cuestiones ambientales, con una mayor incidencia (directa) en el comportamiento proambiental (Dunlap et al. 2000). En línea con estos estudios, podemos considerar que la percepción del mundo desde una óptica proambiental (tal como reflejaría la dimensión afectiva) es un componente definitorio de la conciencia ambiental, aunque no el único y, como veremos, no siempre el más importante entre todos los factores psicológicos asociados al comportamiento proambiental. Reconocemos así, de acuerdo con Berenguer (2000), como punto fuerte de los estudios centrados en el análisis de estas creencias primitivas o valores generales, su importancia en la formación de actitudes (y conductas) proambientales, dentro de los modelos jerárquicos valores (o creencias) – actitudes (personales)- conducta. Al mismo tiempo, consideramos que la relación entre la dimensión afectiva y la dimensión activa (es decir, el comportamiento proambiental) está mediada por una serie de constructos actitudinales intermedios. La revisión de las diversas líneas de investigación abiertas en este campo exceden los objetivos de este trabajo. Nos limitamos a seleccionar los principales factores actitudinales identificados de manera recurrente como los más significativos en la literatura de la psicología ambiental, con el objetivo de incluirlos en nuestra operacionalización de la conciencia ambiental13. Véase Berenguer (2000) o Corral (2001) para una revisión de los distintos modelos explicativos del comportamiento proambiental. Entre los modelos actitudinales del comportamiento proambiental que integran valores, actitudes y comportamientos, podemos 13

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Quizás la teoría más ampliamente utilizada desde este tipo de enfoques es la que destaca el papel clave de las normas personales como principales variables actitudinales mediadoras entre creencias y comportamientos. Estas normas personales son consideradas como la base actitudinal fundamental de la predisposición hacia la realización de comportamientos. Entre ellas, podemos destacar como las más relevantes la norma moral personal (o el sentimiento de responsabilidad individual) y el sentimiento de autoeficacia (García-Mira et al. 2004). La dimensión moral de la realización de una conducta proambiental ha sido operacionalizada mediante la determinación del grado de sentimiento de una obligación personal hacia la conducta (Schwartz, 1977). Esta norma personal es entendida como el grado en que la persona asume cierta responsabilidad ante los problemas ambientales y considera que debe actuar (o asumir costes) independientemente de lo que hagan los demás. El sentimiento de autoeficacia (o eficacia interna), por su parte, puede entenderse como el conjunto de creencias o juicios de las personas acerca de sus capacidades para la acción individual (o acerca de lo que uno puede aportar para solucionar el problema). Poseer un alto sentimiento de autoeficacia resulta fundamental en los cálculos racionales asociados a las decisiones de desarrollar patrones de conductas proambientales (véase Geller 1995; Axelrod y Lehman 1993; Garrido et al. 2004). Desde esta perspectiva, podemos considerar a modo de hipótesis que las personas que se identifican con creencias ecológicas sobre la interacción del ser humano con el medio ambiente (o mejor, muestran valores altos en la dimensión afectiva de la conciencia ambiental), muestran un sentimiento de obligación moral y se perciben capaces llevaran a cabo comportamientos proambientales en mayor medida que el resto de la población. A veces, estas actitudes puede reflejarse en la aceptación de los costes personales ligados a determinadas actuaciones de política ambiental (por ejemplo, establecer ecotasas). Cuando esta disposición no se combina con el sentimiento de obligación de actuar individualmente, podemos considerar que las personas tienden a externalizar la responsabilidad de la mejora ambiental, adoptando un papel proambiental pasivo. Para interpretar los distintos niveles de responsabilidad personal y autoeficacia (o su

activación como guías del comportamiento) debemos tener en cuenta dos

consideraciones: la importancia de la información disponible así como de la naturaleza de la conducta. La información es fundamental tanto para desencadenar la activación de destacar la propuesta de Stern y Dietz (Dietz et al. 1998; Stern, 2000).

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esas normas personales que guían la conducta como para aumentar el sentimiento de auto-eficacia14. Al mismo tiempo podemos esperar distintas actitudes (y niveles de información) según la naturaleza de la conducta (Stern et al. 2000). En resumen, de acuerdo con las variables actitudinales consideradas en las teorías del comportamiento proambiental, consideramos dos dimensiones adicionales en nuestra operacionalización de la conciencia ambiental: la dimensión disposicional y la cognitiva. La dimensión disposicional (o conativa) que englobaría, a su vez, dos facetas o componentes distintos. Por un lado, incluiría las actitudes personales hacia la acción individual (o implicación personal) desde la perspectiva del sentimiento de autoeficacia y la percepción de la responsabilidad individual. Las actitudes proambientales también se reflejarían, en segundo lugar, en la disposición a asumir los costes de distintas medidas de política ambiental. La dimensión cognitiva, por su parte, mediría el nivel de información (y conocimientos) sobre los problemas ambientales que poseen las personas y que consideramos clave tanto para activar las normas personales que guían el comportamiento como en el proceso de internalización de los valores y creencias proambientales. La dimensión activa de la conciencia ambiental Como señala Stern (2000), la evidencia empírica indica claramente que existen distintos tipos de comportamiento proambiental, influidos por distintas combinaciones de factores explicativos. En nuestra operacionalización de la dimensión conductual distinguimos tres tipos de comportamientos o, como venimos denominando, tres facetas: el activismo ambiental (que englobaría conductas colectivas como participar en organizaciones de defensa de la naturaleza, en protestas ambientales, colaborar como voluntario ambiental, etc.) y comportamientos individuales, dentro de los que conviene diferenciar, como sugieren diversos autores, entre comportamientos de bajo coste (como el reciclado) y aquellos otros que implican un mayor coste (consumo ecológico, dejar de utilizar el automóvil privado, etc)15. Desde esta perspectiva, y de acuerdo con nuestra Como señala Stern (2000:414), las normas personales proambientales y la predisposición a realizar comportamientos congruentes con las mismas se ven influidas (y pueden modificarse) por la información disponible. Así las percepciones individuales sobre la responsabilidad personal y el sentimiento de auto-eficacia pueden modificarse, por ejemplo, por difusión de evidencias científicas sobre el deterioro ambiental (sus consecuencias y sus causas) así como la percepción de la apertura del sistema político a la influencia del público o la percepción de que las autoridades se toman en serio la cuestión ambiental. 15 Véanse, por ejemplo, Stern 2000 o Carabias, 2002. El coste es contingente al contexto social y en el tiempo. Así, por ejemplo, el coste de la práctica de reciclaje en España ha disminuido en el último decenio según se han generalizado de los sistemas de recogida selectiva. 14

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definición, lo que caracteriza la conciencia ambiental de una persona sería el grado en que realiza comportamientos proambientales de diverso tipo, y en especial, aquéllos más costosos. Diagrama 1. Dimensiones de la conciencia ambiental Creencias/ valores generales (Dimensión afectiva)

Actitudes personales (Dimensión disposicional)

Comportamiento proambiental (Dimensión activa)

Información/ Conocimiento (Dimensión cognitiva)

A modo de recapitulación, nuestra propuesta de operacionalización de la conciencia ambiental integra la adhesión a los valores proambientales y la percepción de la situación ambiental (dimensión afectiva), con el nivel de información (dimensión cognitiva), las actitudes hacia la acción (dimensión disposicional) y la realización de comportamientos (dimensión activa). Como puede apreciarse en el diagrama 1, la relación entre las distintas dimensiones puede entenderse como bidireccional16. Por ejemplo, podemos considerar que la experiencia de la realización de determinado comportamiento proambiental pueden reforzar o mitigar determinadas actitudes como el sentimiento de responsabilidad individual que, a su vez, pueden incentivar o desincentivar la extensión de la implicación proambiental de la persona a otros comportamientos. En el caso de la dimensión cognitiva, resulta igualmente razonable pensar que la información y conocimiento específico de una persona mantiene una relación de reciprocidad tanto con las actitudes personales como con sus creencias generales sobre el funcionamiento del mundo, ya que la posesión de determinados valores o actitudes puede estimular la receptividad a determinada información de carácter ambiental al

Aunque, nuestro objetivo no es comprobar empíricamente las relaciones de causalidad existentes entre los distintos constructos psicológicos (o dimensiones) de la conciencia ambiental, la aproximación a nuestra operacionalización en términos de relaciones entre éstas, puede contribuir a un mejor entendimiento de nuestras medidas. 16

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mismo tiempo que la adquisición de nuevas informaciones o conocimientos pueden modificar las anteriores. 3. La operacionalización empírica de la conciencia ambiental mediante análisis de componentes principales La construcción de una medida de conciencia ambiental que integre las distintas dimensiones de la conciencia ambiental se ha realizado mediante un análisis de componentes principales categórico (ACPC) (veáse anexo)17, utilizando los resultados de la encuesta sobre actitudes y comportamientos ambientales de la población andaluza realizada por el IESA-CSIC. Esta encuesta ofrece la ventaja de recoger en su diseño indicadores referidos a las cuatro dimensiones de la conciencia ambiental considerados en este estudio (véase Moyano y Jiménez, 2005)18. El Cuadro 1 presenta la relación de indicadores utilizados en el ACPC. En total, hemos considerado nueve indicadores, tres de la dimensión afectiva y dos para cada una de las tres dimensiones restantes. Esta selección se apoya en un trabajo anterior con la misma encuesta en la que se comprobó la fiabilidad de los indicadores para medir las distintas dimensiones (y facetas) de la conciencia ambiental (Jiménez y Lafuente 2006).

Cuadro 1. Indicadores utilizados en el ACPC DIMENSIÓN

FACETAS Percepción de la gravedad

AFECTIVA

COGNITIVA

INDICADORES (EBA 2004) Valoración de la situación del medio ambiente en el mundo

Grado de acuerdo con la afirmación: “Nos preocupamos Adhesión a visión demasiado por el medio ambiente y no por los precios y la generales del mundo situación laboral actual” Adhesión medidas proambientales concretas Información y conocimiento

Opción por las distintas medidas de gestión del agua Grado en que se considera informado sobre asuntos relacionados con el medio ambiente

El análisis de componentes principales categórico se ajusta al objetivo de nuestro estudio ya que se trata de una técnica de reducción de datos que a partir de un conjunto original de variables (en nuestro caso, indicadores de las distintas dimensiones de la conciencia ambiental) permite extraer un número reducido de variables o componentes (en nuestro caso medidas sintéticas de conciencia ambiental) no correlacionados que representen la mayor parte de la información encontrada en las variables originales. Esta técnica facilita la interpretación de los datos (al sintetizar la información) así como la realización de análisis multivariantes posteriores. 18 El EBA se realiza anualmente, desde 2001, sobre una muestra representativa del conjunto de la población andaluza mayor de 18 años. La muestra de 2004 es de 1.305 casos. El nivel de error absoluto máximo esperado de los resultados de la encuesta, para las frecuencias de cada variable, es de ± 2,8%, para un nivel de confianza del 95%. 17

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Índice de conocimiento ambiental específico Actitud hacia la conducta individual proambiental (norma moral personal y DISPOSICIONAL autoeficacia) Actitud ante los costes personales de medidas proambientales Realización de comportamientos individuales de bajo coste ACTIVA* Realización de acciones colectivas proambientales

Grado de acuerdo con la afirmación “Es muy difícil que una persona como yo pueda hacer algo por el medio ambiente”

Grado de acuerdo con la propuesta proambiental de “pagar precios más elevados por el agua”

Índice de extensión de reciclado (vidrio, papel, plásticos)

Índice de activismo (firmas peticiones, manifestaciones, voluntariado, colaborar organización, donación)

* Por razones técnicas no se incluye ningún indicador sobre comportamientos individuales de alto coste.

Los resultados, que pasamos a comentar a continuación, validan nuestra concepción de la conciencia ambiental, según la cual, la realización de comportamientos aparece ligada a creencias generales, información y disposiciones positivas hacia medidas de política ambiental así como la acción individual. Sin embargo, los resultados también sugieren la consideración de un segundo componente19, es decir una segunda medida de conciencia ambiental complementaria a la primera, donde la realización de determinados tipos de conductas sólo aparece relacionada de manera positiva con la disposición favorable a aceptar costes personales de medidas proambientales (una de las facetas de la dimensión disposicional de la conciencia ambiental). Estos resultados indican que la conciencia ambiental, tal como la entendemos en este trabajo, también puede cristalizar, en determinados contextos sociales, de manera parcial o difusa. Como veremos más adelante, la existencia de este segundo componente o medida de la conciencia ambiental es congruente con la tesis que defiende la existencia de un proceso de difusión de los valores (y prácticas) proambientales desde el centro hacia la periferia social. Igualmente contribuye a explicar, junto con los estudios que enfatizan la importancia de factores extra-psicológicos o situacionales, la debilidad de las correlaciones entre indicadores de la dimensión afectiva (como la escala NEP) y la realización de comportamientos. Esta debilidad no sólo vendría dada por la falta de Un criterio utilizado habitualmente para decidir el número de componentes que se debe retener es mantener aquéllas que tengan un autovalor superior a uno, es decir que la información contenida sea al menos igual a la que aporta una de las variables originales. 19

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coherencia entre valores expresados y comportamiento efectivo sino también porque podemos encontrar determinados comportamientos entre sectores sociales en los que la dimensión afectiva no arroja una orientación proambiental nítida o madura. De acuerdo con estos resultados, consideramos dos medidas (complementarias) de la conciencia ambiental20. Con el objetivo de caracterizar de la manera más sintética posible la naturaleza de ambas medidas, el Cuadro 2 expone sus principales rasgos, según las variables que puntúan positivamente en cada una de ellas, es decir, de acuerdo con los factores que inciden en el hecho de poseer una conciencia ambiental en las dos formas en las que puede cristalizar y que denominaremos madura y difusa. En concreto, nuestra primera medida de conciencia ambiental relaciona todos los indicadores tal como establece nuestra definición de conciencia ambiental. El hecho de que todos los indicadores aporten valores relativamente altos a la varianza explicada respalda nuestra operacionalización teórica de la conciencia ambiental. No obstante, cabe destacar el mayor peso de la adhesión a valores proambientales, la percepción de estar informado, sentimientos elevados de autoeficacia y la realización de conductas colectivas.

El primer componente resume el 25% de la información general; el segundo el 13%. En su conjunto el modelo da cuenta del 38% de la varianza explicada (véase el anexo 2). 20

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En la segunda medida sólo aparecen como relevantes (aportan la mayor parte de Cuadro 2. Caracterización de los valores positivos en las dos medidas de conciencia ambiental AFECTIVA

DIMENSIÓN

Facetas

Percepción gravedad de la situación ambiental

Adhesión visión general del mundo proambiental

DISPOSICIONAL

COGNITIVA

Adhesión paradigmas de política del agua

Conciencia ambiental difusa

Alta Hipermetropía ambiental Valorar negativamente la (Sólo negativa a nivel global) situación ambiental (en todos los niveles territoriales) Completa Acuerdo con visión límites, prioridad medio vs. producción, desconfianza en la ciencia como solución (mayor reticencias ante la experimentación con animales).

Incompleta Mayor confianza en la ciencia y menos reservas éticas respecto a la experimentación con animales (no significativa). Apoyo (con coeficientes de correlación más bajos) al resto de discursos proambientales).

Nueva cultura del agua Opción por medidas de gestión de la oferta del agua

Cultura tradicional del agua Mezcla medidas de aumento de oferta (visión tradicional) y eficacia para la gestión agua.

Valores positivos

Valores negativos

Información ambiental

Percepción de poseer información ambiental

Percepción de no poseer información

Conocimiento específico

Conocimiento específico elevado

Conocimiento específico bajo

Actitud proambiental activa Disposición asumir costes Sentimientos hacia la acción individual Actitud hacia conductas proambientales individuales, de bajo y alto coste, y colectivas

ACTIVA

Conciencia ambiental madura

Actitud proambiental pasiva

Alta disposición

Alta disposición

Alto sentimientos de autoeficacia y de responsabilidad individual

(No correlacionan)

Comportamiento extenso

Comportamiento de bajo coste

Disposición positiva hacia conductas individuales de bajo coste (reciclado, ahorro agua), Disposición positiva hacia todas negativas hacia colectivas y las conductas tendencia negativa hacia individuales de alto coste –sólo significativa consumo ecológico.

Comportamiento individual de bajo coste

Conductas de reciclado y ahorro Conductas de reciclado y ahorro de agua de agua

Comportamiento individual costoso (estilo de vida)

Ahorro de energía, consumo ecológico y dejar de utilizar el automóvil

Comportamiento colectivo

Todo tipo de conductas colectivas

No correlaciona Tendencia a no realizar (no correlaciona)

la varianza explicada) tres de nuestros indicadores: los relativos al conocimiento 13

específico, la disposición a asumir costes derivados de medidas proambientales y la realización de conductas de reciclado. Aquí, la realización de determinados comportamientos (individuales de bajo coste como el reciclado) no aparecería necesariamente asociada a la presencia de valores proambientales coherentes, una percepción negativa de la situación ambiental, un nivel elevado de información y conocimiento de la problemática ambiental o actitudes favorables a la acción individual21. Como hemos apuntado, estos resultados indican no sólo que los valores proambientales aparecen como condición necesaria pero insuficiente para la realización de comportamientos ambientales, sino que para determinados comportamientos (altamente aceptados socialmente y de bajo coste) no aparecen como condición necesaria. Como recoge el cuadro 2, podemos hablar de una conciencia ambiental difusa, en la que la percepción de la situación ambiental se enmarca dentro de la tendencia generalizada a considerar peor el estado del medio ambiente según se refiera a ámbitos territoriales más amplios o alejados de la realidad próxima de las personas; tendencia que ha sido denominada por la psicología ambiental como “hipermetropía ambiental” (Uzzell 2000; García-Mira y Real 2001). Del mismo modo, la conciencia ambiental difusa comparte con la medida de conciencia ambiental madura la adhesión (aunque de manera menos intensa) a discursos generales proambientales sobre problemáticas globales; sin embargo, estos valores no se plasman en opciones proambientales ante problemáticas concretas como la relacionada con el agua. Así, mientras que la conciencia ambiental madura reflejaría la adhesión a lo que se ha denominado una nueva cultura del agua (que enfatiza medidas de gestión de la demanda)22, en el caso de la conciencia ambiental difusa aún compartiría elementos culturales de la visión tradicional del agua (y soluciones basadas en el aumento de la oferta como construir más embalses)23. 4. La extensión del ambientalismo entre los andaluces No obstante, como se indica en el Cuadro 2 y puede comprobarse en el anexo 2, la dimensión disposicional de la medida de conciencia ambiental difusa puede caracterizarse mejor como pasiva más que como negativa. 22 Sobre la este tema véase la web de la Fundación Nueva Cultura del Agua: www.unizar.es/fnca . 23 Otro tipo de indicadores utilizados en las encuesta EBA 2004 para medir la preocupación ambiental, puntúan de manera distinta en nuestras dos medidas. Así por ejemplo, los valores positivos en nuestro primer indicador aparecen asociados a considerar el medio ambiente entre los principales problemas actuales (de Andalucía). Mientras que la medida de conciencia ambiental difusa no discrimina (o no correlaciona) de manera significativa con este indicador. 21

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Una vez construidas y definidas las dos medidas de conciencia ambiental, podemos indagar en la extensión de la conciencia ambiental entre la población, en nuestro caso, la sociedad andaluza. Con este propósito hemos realizado un análisis cluster que agrupa la muestra en distintos grupos en función de las puntuaciones obtenidas en cada una de las dos medidas24. El resultado de este análisis divide a la muestra en tres grupos. Un primer grupo representa el 29% de los encuestados y se distingue por ofrecer valores positivos en la medida de conciencia ambiental madura, por lo que podemos considerar que engloba al sector más proambiental entre los andaluces. Un segundo grupo integra al 25% de los encuestados. Este grupo se caracteriza por mostrar puntaciones positivas en nuestra segunda medida, por lo que lo consideramos como representante de una conciencia ambiental difusa. El tercer grupo representa el 46% restante de los encuestados y se caracteriza por valores negativos en las dos medidas de conciencia ambiental, por lo que podemos interpretar que engloba al sector de la población andaluza más alejado de las posiciones proambientales. Estos resultados indican que entre la población andaluza existe un sector de personas relativamente más proambientalistas que abarcaría casi el 30% de la población. De acuerdo con el enfoque de la teoría centro-periferia, representarían el centro social, como espacio social en el que se experimenta con mayor intensidad el cambio de actitudes. Alrededor de este centro social encontramos un sector algo más reducido (25% de la población) que comportante con los anteriores, pese a carecer de información ambiental, el apoyo a medidas proambientales y la realización de comportamientos de bajo coste, como el reciclaje. De hecho, como se indica más adelante, constituyen el grupo con mayor porcentaje de prácticas de reciclado por lo que también podrían ser etiquetados como “recicladores”. Frente a estos dos grupos, o en lo que desde la perspectiva del cambio de actitudes ambientales podríamos denominar la periferia más distante, encontramos un sector mayoritario (45%) que se caracteriza por no compartir las creencias ambientales, bajos niveles de preocupación por la situación ambiental, mostrar desacuerdo con medidas de política pública proambientales, así como expresar actitudes negativas hacia los comportamientos proambientales y ofrecer porcentajes de realización más bajos25. El análisis de cluster es una técnica multivariante que nos permite clasificar individuos en grupos, de tal forma que los grupos obtenidos sean lo más homogéneos posible, y muy distintos entre sí. 25 Si comparamos estos tres grupos atendiendo a algunos de los indicadores de las distintas dimensiones de la conciencia ambiental comprobamos que las principales diferencias vienen marcadas por la realización de comportamientos colectivos y por el grado de conocimiento de 24

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A modo de síntesis, resumimos las principales características que podemos extraer de este apartado para definir a cada uno de los grupos. El grupo proambiental se caracteriza por la interiorización de valores eco-céntricos, percibir críticamente la situación del medio ambiente y manifestar preocupación por esta cuestión, presentar una disposición positiva hacia la conducta valorando positivamente la contribución de ésta a la mejora del medio ambiente, y por un mayor conocimiento e información sobre cuestiones ambientales. Estos factores se traducen en la realización de conductas, tanto colectivas como individuales, en una proporción superior a la del conjunto de la población con independencia del esfuerzo requerido para llevarlas a cabo. En el grupo proambiental difuso la adhesión a valores generales es más débil y no cristaliza en el apoyo a las propuestas para solucionar el problema del agua en términos de gestión de la demanda. Al mismo tiempo mantiene un alto nivel de confianza en la ciencia para solucionar los problemas ambiéntales. Sin embargo, sí muestran una percepción crítica de la situación ambiental, especialmente en relación con el ámbito global. En cuanto a las actitudes, tiende a considerar de manera positiva la realización de comportamientos proambientales, aunque suele adoptar un papel pasivo, tal como reflejan, por un lado, los bajos niveles de sentimientos de obligación moral y autoeficacia y, por otro lado, las actitudes favorables a la hora de aceptar los costes personales derivados del desarrollo de políticas ambientales. Su nivel de conocimiento de temas ambientales es muy bajo aunque se considera algo mejor informados de lo que cabría esperar a partir de su grado de conocimiento. Las conductas más extendidas en este grupo son las de reciclado de residuos domésticos, y algunas otras poco costosas como el ahorro de agua en el hogar, mientras que los porcentajes de participación en acciones colectivas son casi inapreciables. El grupo no-proambiental presenta, en general, las puntuaciones más bajas en cualquiera de los indicadores de las facetas de la conciencia ambiental. Las principales características que lo diferencian de los proambientales difusos son la valoración más favorable de la situación ambiental a nivel global, el menor acuerdo con algunos discursos proambientales y su baja disposición a realizar conductas proambientales. El porcentaje de no-proambientales que realiza cualquiera de las conductas analizadas en esta encuesta, es significativamente inferior al del conjunto de la población.

temas ambientales. Ambas variables son las que presentan el coeficiente de asociación (V de Cramer) más alto con la variable dependiente, 0,382 en el caso de las conductas colectivas y 0,460 en el del grado de conocimiento de temas ambientales.

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5. Conclusiones En este trabajo hemos definido la conciencia ambiental como un concepto multidimensional y desde una orientación conductual (como la propensión a realizar comportamientos proambientales). La conciencia ambiental, así entendida, equivaldría a lo que podemos considerar la dimensión actitudinal (o psicológica) del comportamiento proambiental. A partir de esta definición hemos propuesto una operacionalización que, sobre la base de distintas explicaciones teóricas, integra los distintos constructos psicológicos o dimensiones que la componen (afectiva, cognitiva, disposicional y conductual). Aunque no lo hemos comprobado empíricamente, consideramos que existe una relación causal entre estas dimensiones o de manera más específica que estas dimensiones se ajustan a los modelos jerárquicos valores(o creencias) – actitudes (personales)- conducta; en la que la relación entre la dimensión afectiva y la dimensión activa (es decir, el comportamiento proambiental) está mediada por la dimensión actitudinal (y la cognitiva). Esta operacionalización se ha mostrado como un procedimiento válido para obtener medidas sintéticas que permitan medir las distintas formas en las que la conciencia ambiental cristaliza en cada contexto social. En concreto, para la población andaluza, el procedimiento ha generado dos medidas (complementarias) de la conciencia ambiental. Nuestra primera medida de conciencia ambiental relaciona todos los indicadores tal como establece nuestra definición de conciencia ambiental, señalando la relación entre la dimensión afectiva (considerar que la situación ambiental es preocupante, adhesión a esas creencias generales o visón del mundo eco-céntrica, creer que la situación ambiental es mala y ante una problemática concreta, en nuestro caso la gestión del agua, primar soluciones concordes con dicha visión), la cognitiva (alto nivel de información y conocimiento sobre la materia), la disposicional (sentimiento de autoeficacia y responsabilidad individual, actitud positiva hacia las diversas conductas proambientales y a asumir costes personales de medidas ambientales) y realización de comportamientos proambientales (tanto individual de bajo y alto coste, como colectivo). En la segunda medida sólo aparecen como relevantes tres de nuestros indicadores: los relativos a la dimensión cognitiva, la disposición a asumir costes derivados de medidas proambientales y la realización de conductas de bajo coste. En este caso, la realización de conductas de reciclado (comportamiento individual extendido de bajo coste) aparece relacionada con puntuaciones altas en algunas de las facetas la dimensión disposicional (asunción de costes), y con bajas en la dimensión

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cognitiva (conocimiento específico). Este resultado sugiere que la conciencia ambiental cristalizaría, a niveles bajos en la dimensión cognitiva, en la realización de determinados comportamientos individuales (poco costosos) y la aceptación de medidas de política ambiental (en lo que hemos denominado una disposición proambiental pasiva). Estos resultados ofrecen argumentos adicionales para entender la débil correlación que suele encontrarse entre valores y comportamientos. A partir de estas medidas, hemos analizado la extensión de la conciencia ambiental entre nuestra población de referencia, diferenciado tres sectores sociales: proambiental, difuso, no-proambiental. De acuerdo con la teoría centro-periferia sobre el cambio de actitudes, podemos interpretar los tres grupos como círculos concéntricos, donde el sector mayoritario no-proambiental (45%) se situaría en la posición más periférica y el sector (30%) con una conciencia ambiental madura ocuparía el centro. En medio se situaría el restante 25% de la población andaluza.

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ANEXO: ANÁLISIS DE COMPONENTES PRINCIPALES CATEGÓRICO

El cuadro siguiente permite conocer el grado de influencia de las variables en la construcción de cada componente. En el proceso de reducción de información en dos componentes, a cada categoría de las variables originales se le asigna una cuantificación distinta en cada componente. Las columnas de la varianza explicada dan cuenta de la cantidad de varianza que cada variable explica en cada uno de los componentes. La suma de la aportación de cada variable (autovalor) representa la información de las variables originales resumida por cada componente. Las columnas relativas a las saturaciones señalan el grado y sentido en que las variables transformadas correlacionan con cada uno de los componentes. Para interpretar correctamente las correlaciones debe tenerse en cuenta que el sentido negativo en las variables “conocimiento”, “información”, “reciclado” y “activismo” indican valores proambientales.

Varianza explicada y saturaciones en componentes Varianza explicada

Saturaciones

Variables Componentes 1 2

Total

Componentes 1 2

Valoración de la situación del medio ambiente en el mundo

,141

,009

,150

,376

,097

Nos preocupamos demasiado por el medio ambiente y no por los precios y la situación laboral actual

,344

,061

,405

,587

,246

Opción por distintas medidas de gestión de agua

,202

,025

,229

,451

-,159

Grado de conocimiento de diversas problemáticas ambientales

,121

,520

,641

-,348

,721

Grado en que se considera informado sobre asuntos relacionados con el medio ambiente

,360

,048

,408

-,600

,219

Pagar precios más elevados por el agua

,192

,232

,424

,438

,481

Es muy difícil que una persona como yo pueda hacer algo por el medio ambiente

,410

,001

,411

,640

,029

Índice de extensión de reciclado

,153

,211

,364

-,391

-,459

Índice de activismo

,346

,053

,400

-,589

,231

Autovalores (Varianza explicada en %)

2,271 (25%)

1,160 (13%)

3,431 (38%

Normalización principal por variable

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