Con El Amor No Se Juega

CON EL AMOR NO SE JUEGA ALFRED DE MUSSET Versión: Mg. Gonzalo Jiménez Mahecha UNIVERSIDAD DE NARIÑO SAN JUAN DE PASTO

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CON EL AMOR NO SE JUEGA

ALFRED DE MUSSET

Versión: Mg. Gonzalo Jiménez Mahecha

UNIVERSIDAD DE NARIÑO SAN JUAN DE PASTO 2010

ALFRED DE MUSSET

Escritor francés, nacido en París (1810-1857). Renunció a sus estudios de derecho y medicina al imponerse su afición por la literatura. En 1829, publicó Cuentos de España y de Italia, que obtuvieron cierto éxito. En 1833 vio la luz el volumen poético Nolla, donde Musset dio expresión al llamado mal del siglo, del que se convirtió en uno de sus más insignes representantes. De igual modo, puede apreciarse ese desencanto artístico, cercano al hastío existencial, en su novela autobiográfica La confesión de un hijo del siglo (1836), donde, además, relata su aventura sentimental con George Sand durante un viaje a Venecia. Su obra poética, de la que se destacan sus diversas Noches (1835-1837), lo sitúa como uno de los principales escritores franceses del romanticismo, posición reafirmada por su teatro, si bien, en éste, no logró los mismos niveles de intensidad expresiva que en su obra lírica.

PERSONAJES EL BARÓN PERDICAN, su hijo. MAESTRO BLAZIUS, ayo de Perdican. MAESTRO BRIDAINE, cura. CAMILA, sobrina del barón. SEÑORA PLUCHE, su aya. ROSETTE, hermana nutricia de Camila. CAMPESINOS, CRIADOS, etc.

ACTO I Escena primera — Una plaza ante el castillo. MAESTRO BLAZIUS, SEÑORA PLUCHE, EL CORO. EL CORO

Mecido con suavidad sobre su mula fogosa, el señor Blazius avanza sobre los acianos floridos, con vestido nuevo, con el estuche de lápices a su lado. Como un bebé sobre la almohada, se balancea sobre su vientre rollizo, y con los ojos semicerrados, masculla un Pater noster en su triple mentón. (Al maestro.) Salud, maestro Blazius; usted llega a tiempo para la vendimia, parecido a una ánfora antigua. MAESTRO BLAZIUS

Que los que quieran aprender algo importante me traigan aquí primero un vaso de vino fresco. EL CORO

Esta es nuestra mejor escudilla; beba, maestro Blazius; el vino es bueno; usted va a hablar luego. MAESTRO BLAZIUS

Van a saber, hijos míos, que el joven Perdican, hijo de nuestro señor, acaba de llegar a su mayoría de edad y que se recibió como doctor en París. Hoy mismo regresa al castillo, con la boca muy llena de modos de hablar tan bellos y tan floridos, que las tres cuartas partes del tiempo no se sabe qué responderle. Toda su graciosa persona es un libro dorado; no ve una brizna de hierba en la tierra, que no les diga en latín cómo se llama; y cuando ventea o llueve, les dice con mucha claridad por qué. Abrirían unos ojos tan grandes como esa puerta, al verlo cómo desenrolla uno de los pergaminos que ha pintado con tintas de todos los colores, con sus propias manos y sin decírselo a nadie. En fin, es un fino diamante de pies a cabeza y eso es lo que vengo a anunciarle al señor barón. Creen que eso me produce alguna satisfacción, a mí, que soy su ayo desde los cuatro años; así, entonces, mis buenos amigos, traigan una silla, para que me baje de esta mula sin romperme la crisma; la bestia es un poco rebelde y no me disgustaría aun beber un trago antes de entrar. EL CORO

Beba, maestro Blazius, y recupere sus ánimos. Vimos nacer al pequeño Perdican y no era necesario, cuando usted llega, que nos dijera tanto. ¡Podíamos volver a hallar al niño en el corazón del hombre! MAESTRO BLAZIUS

Caramba, la escudilla está vacía; no creí que lo había bebido todo. Adiós, preparé, cuando trotaba sobre la ruta, dos o tres frases sencillas que le van a agradar a monseñor; voy a tocar la campana. (Sale.) EL CORO

Duramente sacudida sobre su asno casi ahogado, la señora Pluche sube la colina; su escudero helado aporrea con el brazo al pobre animal, que cabecea, con un cardo entre los dientes. Sus largas piernas delgadas patalean de cólera, mientras que, con sus manos huesudas, ella araña su rosario. (A la señora.) Hola, buenos días, señora Pluche, usted llega como la fiebre, con el viento que amarillea a los bosques. SEÑORA PLUCHE

¡Un vaso de agua, pícaros, un vaso de agua y un poco de vinagre! EL CORO

¿De dónde viene, Pluche, amiga?, sus falsos cabellos están enpolvados; ese es un tupé estropeado y su casto vestido se ha remangado hasta sus venerables ligas.

SEÑORA PLUCHE

Sepan, patanes, que la bella Camila, la sobrina de su señor, llega hoy al castillo. Dejó el convento por orden expresa de monseñor, para venir en su momento y lugar a tener, como se debe, el gran legado que le dejó su madre. Su educación, a Dios gracias, terminó; y los que van a verla tendrán la alegría de aspirar una memorable flor de sabiduría y de devoción. Nunca nadie tuvo alguien tan puro, tan angelical, tan tierno y tan ingenuo como esta querida y única persona, ¡que el Señor Dios del cielo la guíe! Así sea. Compórtense, pícaros; me parece que tengo las piernas hinchadas. EL CORO

Alísese, honrada Pluche, y cuando le ruegue a Dios, pida la lluvia; nuestros trigos están tan secos como sus tibias. SEÑORA PLUCHE

Ustedes me trajeron el agua en una escudilla que huele a cocina; denme la mano para bajar; ustedes son unos brutos y unos maleducados. (Sale.) EL CORO

Pongámonos nuestros vestidos de domingo y esperemos que el barón nos haga llamar. O mucho me equivoco o algún alegre jolgorio se respira en el aire hoy. (Salen.) Escena 2 – El salón del barón. Entran EL BARÓN, el MAESTRO BRIDAINE y el MAESTRO BLAZIUS. EL BARÓN

Maestro Bridaine, usted es mi amigo; le presento al maestro Blazius, ayo de mi hijo. Ayer por la mañana, a mediodía y ocho minutos, mi hijo cumplió veintiún años justos; es doctor en cuatro materias. Maestro Blazius, le presento al maestro Bridaine, cura de la parroquia, que es mi amigo. MAESTRO BLAZIUS, que saluda.

¡En cuatro materias, señor!: literatura, botánica, derecho romano, derecho canónico. EL BARÓN

Vaya a su alcoba, querido Blazius, mi hijo no va a tardar en llegar; aséese un poco y regrese cuando suene la campana. (Sale el maestro Blazius.) MAESTRO BRIDAINE

¿Le diré lo que pienso, monseñor?, al ayo de su hijo le huele a vino la boca. EL BARÓN

Eso es imposible. MAESTRO BRIDAINE

Estoy tan seguro de eso como de mi vida; luego me habló desde muy cerca; olía a vino que daba miedo. EL BARÓN

Dejemos eso; le repito que eso es imposible. (Entra la señora Pluche.) ¡Ahí está, buena señora Pluche! ¿Sin duda mi sobrina está con usted? SEÑORA PLUCHE

Ella me sigue, monseñor, me le adelanté algunos pasos. EL BARÓN

Maestro Bridaine, usted es mi amigo. Le presento a la señora Pluche, aya de mi sobrina. Desde ayer, a las siete de la noche, mi sobrina llegó a la edad de dieciocho años; sale del mejor convento de Francia. Señora Pluche, le presento al maestro Bridaine, cura de la parroquia; es mi amigo. SEÑORA PLUCHE, que saluda.

Del mejor convento de Francia, señor, y puedo añadir: la mejor cristiana del convento. EL BARÓN

Vaya, señora Pluche, arréglese un poco; mi sobrina va a llegar pronto, espero; esté lista para la hora de la cena. (La señora Pluche sale.)

MAESTRO BRIDAINE

Esa vieja damisela parece completamente llena de unción. EL BARÓN

Llena de unción y de compunción, maestro Bridaine; su virtud es irreprochable. MAESTRO BRIDAINE

Pero el ayo huele a vino; tengo esa certeza. EL BARÓN

Maestro Bridaine, hay momentos en que dudo de su amistad. ¿Tiene como tarea contradecirme? Ni una palabra más sobre eso. He tenido la idea de casar a mi hijo con mi sobrina; esa es una pareja perfecta: su educación me ha costado seis mil escudos. MAESTRO BRIDAINE

Va a ser necesario lograr unas dispensas. EL BARÓN

Las tengo, Bridaine; están sobre la mesa, en mi gabinete. ¡Oh, amigo mío!, oiga ahora cuán pleno de alegría estoy. Usted sabe que desde siempre le tuve un profundo horror a la soledad. Sin embargo, el lugar que ocupo y la seriedad de mi traje me obligan a permanecer en este castillo durante tres meses de invierno y tres de verano. Es imposible alcanzar la felicidad de los hombres en general, y de sus vasallos en particular, sin dar a veces al ayuda de cámara la orden rigurosa de que no deje entrar a nadie. ¡Cuán austero y difícil es el aislamiento del hombre de Estado y cuánto gusto no voy a hallar para atemperar con la presencia de mis dos hijos reunidos la sombría tristeza a la que necesariamente debo entregarme después de que el rey me nombró recaudador! MAESTRO BRIDAINE

¿Este matrimonio se va a celebrar aquí o en París? EL BARÓN

A eso quería llegar, Bridain; estaba seguro de este asunto. ¡Y bien!, amigo mío, ¿qué diría usted si sus manos, sí, Bridaine, sus mismas manos, — no las mire de un modo tan piadoso —, se destinaran a bendecir solemnemente la feliz confirmación de mis sueños más queridos, eh? MAESTRO BRIDAINE

Me callo; este reconocimiento me cierra la boca. EL BARÓN

Mire por esa ventana; ¿no ve cómo mis gentes van todas a la cancela? Mis dos hijos llegan al mismo tiempo; esa es la unión más afortunada. He dispuesto las cosas como para preverlo todo. Mi sobrina va a entrar por esa puerta a la izquierda y mi hijo por esa puerta a la derecha. ¿Qué dice usted?, me alegro al ver cómo se van a relacionar, lo que van a decirse; seis mil escudos no son una bagatela, no es necesario engañarse con eso. Además, esos niños se querían muy tiernamente desde la cuna. — Bridaine, me viene una idea. MAESTRO BRIDAINE

¿Cuál? EL BARÓN

Durante la cena, sin darlo a entender, usted entiende, amigo mío, — todo cuando se vacíen algunas copas alegres; — usted sabe el latín, Bridaine. MAESTRO BRIDAINE

Ita aedepol, ¡caramba, si lo sé! EL BARÓN

Me gustaría mucho que usted intente que ese muchacho, — con discreción, se entiende — ante su prima; eso no puede producir sino un buen efecto; — haga que hable un poco de latín, — no precisamente durante la cena, pues eso llegaría a ser fastidioso, y, en cuanto a mí, nada entiendo de eso; — pero en el postre, — ¿entiende?

MAESTRO BRIDAINE

Si usted no entiende nada de eso, monseñor, es probable que su sobrina esté en el mismo caso. EL BARÓN

Razón de más; ¿no quiere usted que una mujer admire lo que ella entiende; de dónde es usted, Bridaine? Ese es un razonamiento que da pena. MAESTRO BRIDAINE

Sé poco sobre las mujeres; pero me parece que es difícil que admiren lo que no entienden. EL BARÓN

Las conozco, Bridaine; sé sobre esos seres encantadores e indefinibles. Persuádase de que a ellas les agrada tener polvos en los ojos y que entre más les echan, más los abren para creer más que eso. (Perdican entra por un lado, Camila por el otro.) ¡Buenos días, hijos míos; buenos días, querida Camila, mi querido Perdican!, abrácenme y abrácense. PERDICAN

¡Buenos días, padre mío, querida hermana mía, cuánta dicha, cuán feliz soy! CAMILA

Padre mío y primo mío, los saludo. PERDICAN

¡Cuánto has crecido, Camila, y estás hermosa como el día! EL BARÓN

¿Cuándo saliste de París, Perdican? PERDICAN

El miércoles, creo, o el martes. ¡Te has convertido en toda una mujer y ya soy un hombre! Me parece que fue ayer cuando te vi no más alta que esto. EL BARÓN

Deben estar cansados; el camino es largo y hace calor. PERDICAN

¡Oh, por Dios, no! Vea, padre, ¡cuán bonita está Camila! EL BARÓN

Vamos, Camila, abraza a tu primo. CAMILA

Discúlpeme. EL BARÓN

Una cortesía vale un beso; abrázala, Perdican. PERDICAN

Si mi prima retrocede cuando le tiendo la mano, a mi vez le voy a decir: Discúlpeme; el amor puede robar un beso, pero no la amistad. CAMILA

La amistad y el amor sólo deben recibir lo que pueden dar. EL BARÓN, al maestro Bridaine.

Ese es un comienzo de mal augurio, ¿eh? MAESTRO BRIDAINE, al barón.

Sin duda, mucho recato es un error; pero el matrimonio supera muchos escrúpulos. EL BARÓN, al maestro Bridaine.

Estoy contrariado, — herido —. Esa respuesta me desagradó. — ¡Excúseme! ¿Vio que ella hizo ademán de santiguarse? — Venga hasta aquí y le hablo. — Eso me apena muchísimo. Este momento, que debía serme tan dulce, se arruinó completamente. — Estoy molesto, picado. — ¡Diablos!, eso está muy mal. MAESTRO BRIDAINE

Dígales algo; ahí se dan la espalda. EL BARÓN

¡Y bien!, hijos, ¿en qué piensan; qué haces ahí, Camila, ante ese tapiz?

CAMILA, que ve un cuadro.

¡Ese es un bello retrato, tío! ¿No es ella una tía abuela nuestra? EL BARÓN

Sí, hija, es tu bisabuela, — o al menos la hermana de tu bisabuelo, — pues la querida señora nunca se casó, — por su parte, creo, de otro modo que en oraciones, — en el aumento de la familia. En verdad, esa era una santa mujer. CAMILA

¡Oh, sí, una santa!, ella es mi tía abuela Isabel. ¡Cuán bien le queda su vestido religioso! EL BARÓN

Y tú, Perdican, ¿qué haces ante ese florero? PERDICAN

Esa es una flor encantadora, padre. Es un heliotropo. EL BARÓN

¿Te burlas?, es tosca como una mosca. PERDICAN

Esta florecita tosca como una mosca tiene su buen precio. MAESTRO BRIDAINE

¡Sin duda!, el doctor tiene razón; pregúntele de qué sexo, a qué clase pertenece; qué elementos la forman, de dónde le vienen su savia y su color; los va a encantar hasta el éxtasis al detallarles los fenómenos de esta brizna de hierba, desde la raíz hasta la flor. PERDICAN

No sé tanto, reverendo. Sé que huele bien, eso es todo. Escena 3 – Ante el castillo. Entra EL CORO. EL CORO

Varias cosas me divierten y despiertan mi curiosidad. Vengan, amigos, y sentémonos en este lugar. Dos formidables comensales están ahora presentes en el castillo, el maestro Bridaine y el maestro Blazius. ¿No se han dado cuenta?, cuando dos hombres casi parecidos, igualmente corpulentos, igualmente tontos, que tienen los mismos vicios y las mismas pasiones, llegan por casualidad a reunirse, por necesidad se adoran o se detestan. Debido a que los contrarios se atraen, a un hombre grande y seco le agrada un hombre pequeño y rollizo, los rubios buscan a los morenos y, de modo recíproco, preveo una lucha secreta entre el ayo y el cura. Ambos están armados con igual desvergüenza; ambos tienen un tonel como vientre; no sólo son glotones, sino gurmets; ambos van a disputar en la cena, no sólo la cantidad, sino la calidad. Si el pescado es pequeño, ¿qué hacer?, y en todos los casos, una lengua de carpa no puede dividirse y una carpa no puede tener dos lenguas. Además, ambos son habladores; pero, en última instancia, pueden hablar los dos sin oírse ni el uno ni el otro. Ya el maestro Bridaine le quiso hacer al joven Perdican varias preguntas pedantes y el ayo frunció el ceño. Le desagrada que otro quiera poner a prueba a su discípulo. Además, son tan ignorantes uno como el otro. Asimismo, ambos están listos; uno se va a jactar de su cura, el otro se va a pavonear de su cargo como ayo. El maestro Blazius testifica al hijo y el maestro Bridaine al padre. Ya, los veo apoyados sobre la mesa, con las mejillas encendidas, los ojos muy abiertos, que sacuden llenos de desprecio sus mentones triples. Se miran de la cabeza a los pies, anuncian leves escaramuzas; pronto se declara la guerra; las pedanterías groseras de todo tipo se cruzan e intercambian y, para colmo de males, entre los dos borrachines se mueve la señora Pluche, que a ambos los rechaza con sus afilados codos. Ahora cuando termina la cena, abren la cancela del castillo. Sale la concurrencia; retirémonos un poco. (Salen. Entran el barón y la señora Pluche.) EL BARÓN

Honorable Pluche, estoy apenado.

SEÑORA PLUCHE

¿Es posible, monseñor? EL BARÓN

Sí, Pluche, es posible. Había contado desde hace mucho tiempo, — incluso había escrito, anotado, — en mi libro de memoria, — que este día debía ser el más agradable de todos, — sí, buena señora, el más agradable. — Usted no ignora que mi idea era casar a mi hijo con mi sobrina; — eso estaba resuelto, — convenido, — había hablado de eso con Bridaine, — y veo, creo que veo, que estos hijos se hablan fríamente; no se han dicho una palabra. SEÑORA PLUCHE

Ahí vienen, monseñor. ¿Los había prevenido sobre sus planes? EL BARÓN

Les he dicho algo en particular. Creo que sería bueno, ya que están aquí reunidos, que nos sentemos bajo esa sombra propicia y que los dejemos juntos un instante. (Se retira con la señora Pluche. Entran Camila y Perdican.) PERDICAN

¿Sabes que eso nada tiene de hermoso, Camila, el haberme rehusado un beso? CAMILA

Así soy; ese es mi modo de ser. PERDICAN

¿Quieres mi brazo para dar una vuelta por el pueblo? CAMILA

No, estoy fatigada. PERDICAN

¿No te gustaría volver a ver la pradera; te acuerdas de nuestros paseos en la barca? Ven, bajaremos hasta los molinos; voy a llevar los remos y tú el timón. CAMILA

No lo deseo. PERDICAN

Me rompes el alma. ¡Qué!, ¿ni un recuerdo, Camila; ni un latido del corazón por nuestra infancia, por todo ese pobre tiempo pasado, tan bueno, tan dulce, tan lleno de ñoñerías placenteras; no quieres venir a ver el sendero por donde íbamos a la granja? CAMILA

No, no esta tarde. PERDICAN

¡No esta tarde!, ¿y, entonces, cuándo? Toda nuestra vida está ahí. CAMILA

No soy lo bastante joven como para divertirme con mis muñecas, ni lo bastante vieja como para amar el pasado. PERDICAN

¿Cómo dices eso? CAMILA

Digo que los recuerdos de mi infancia no me gustan. PERDICAN

¿Eso te fastidia? CAMILA

Sí, eso me fastidia. PERDICAN

¡Pobre niña!, sinceramente te compadezco. (Salen cada uno por su lado.) EL BARÓN, que vuelve a entrar con la señora Pluche.

Usted lo ve, y lo entiende, honorable Pluche; yo esperaba la más suave armonía y me parece que asisto a un concierto donde el violín logra que suspire mi corazón, mientras que la flauta toca Viva Enrique IV. Piense en la discordancia horrible que produciría una combinación semejante. Sin embargo, eso es lo que ocurre en mi corazón.

SEÑORA PLUCHE

Lo reconozco; es imposible que censure a Camila, y nada es de peor tono, me parece, que los paseos en barca. EL BARÓN

¿Habla usted en serio? SEÑORA PLUCHE

Señor, una muchacha joven que se respete no se arriesga a ir en una nave. EL BARÓN

Pero, entonces, tome en cuenta, señora Pluche, que su primo debe casarse con ella y que en cuanto… SEÑORA PLUCHE

Las reglas de urbanidad prohíben que se sostenga un timón y no es honesto dejar la tierra firme con un hombre joven. EL BARÓN

Pero repito… Le digo… SEÑORA PLUCHE

Esa es mi opinión. EL BARÓN

¿Está usted loca? En verdad, usted me haría decir… Hay algunas expresiones que no quiero… que me disgustan… Usted me hace desear… En verdad, si no me contuviera… ¡Usted es una tonta, Pluche!, no sé qué pensar sobre usted. (Sale.) Escena 4 – Una plaza. EL CORO, PERDICAN. PERDICAN

Buenos días, amigos. ¿Me reconocen? EL CORO

Señor, usted se parece a un niño que quisimos mucho. PERDICAN

¿No son ustedes los que me llevaron sobre sus hombros para pasar los arroyos de sus praderas, que me hicieron bailar en sus rodillas, que me pusieron en la grupa de sus robustos caballos, que me llevaron algunas veces hasta sus mesas para hacerme un lugar para cenar en la granja? EL CORO

Nos acordamos de eso, señor. Usted era el peor diablillo y el mejor muchacho de la tierra. PERDICAN

Y, entonces, ¿por qué no me abrazan, en lugar de saludarme como a un extraño? EL CORO

¡Que Dios te bendiga, niño de nuestras entrañas!, cada uno de nosotros querría tenerte en sus brazos; pero somos viejos, monseñor, y usted ya es un hombre. PERDICAN

Sí, hace diez años que no los he visto y en un solo día todo cambia bajo el sol. Me he alzado algunos pies hacia el cielo, y ustedes se han encorvado algunas pulgadas hacia la tumba. Sus cabezas blanquearon, sus pasos han llegado a ser más lentos; ya no pueden alzar de la tierra a su niño de antaño. Entonces, a mi me corresponde ser su padre, de ustedes que habían sido los míos. EL CORO

Su regreso es un día más feliz que el día de su nacimiento. Es más dulce volver a ver lo que se quiere que abrazar a un recién nacido. PERDICAN

¡Entonces, ahí están mi querido valle, mis terrenos, mis senderos verdes, mi fuentecita, ahí los días pasados aún todos llenos de vida, ahí el mundo misterioso de los sueños de mi

infancia! ¡Oh, patria, patria, palabra incomprensible!; ¿entonces, el hombre no nació sino para un rincón de la tierra, para hacer allí su nido y para vivir allí solo un día? EL CORO

Nos dijeron que usted es un sabio, monseñor. PERDICAN

Sí, también me lo dijeron. Las ciencias son algo bello, hijos míos; esos árboles y esas praderas enseñan en voz alta la más bella de todas, el olvido de lo que sabemos. EL CORO

Hubo más de un cambio durante su ausencia. Hay muchachas casadas y muchachos que se fueron al ejército. PERDICAN

Luego me van a contar todo eso. Espero mucho lo nuevo; pero, en verdad, no lo quiero todavía. ¡Cuán pequeña es esta pileta!, antes me parecía inmensa; llevaba en mi cabeza un océano y unos bosques, y encuentro una gota de agua y unas briznas de hierba. ¿Y quién es esa joven que canta en la ventanta tras esos árboles? EL CORO

Esa es Rosette, la hermana de leche de su prima Camila. PERDICAN, que se adelanta.

Baja pronto, Rosette, y ven aquí. ROSETTE, entra.

Sí, monseñor. PERDICAN

¿Me veías desde tu ventana y no venías, cruel muchacha? Dame pronto esa mano y esas mejillas, para que te bese. ROSETTE

Sí, monseñor. PERDICAN

¿Estás casada, pequeña?, me dijeron que lo estabas. ROSETTE

¡Oh!, no. PERDICAN

¿Por qué? No hay en el pueblo muchacha más linda que tú. Te vamos a casar, hija mía. EL CORO

Monseñor, ella quiere morir soltera. PERDICAN

¿Eso es cierto, Rosette? ROSETTE

¡Oh!, no. PERDICAN

Tu hermana Camila llegó. ¿La viste? ROSETTE

Ella no ha venido todavía por aquí. PERDICAN

Ve a ponerte pronto tu vestido nuevo y ven a cenar al castillo. Escena 5 – Una sala. Entran EL BARÓN y el MAESTRO BLAZIUS. MAESTRO BLAZIUS

Señor, tengo algo que decirle; el cura de la parroquia es un borracho. EL BARÓN

¡Qué!, eso no puede ser. MAESTRO BLAZIUS

Estoy seguro de eso; bebió en la cena tres botellas de vino.

EL BARÓN

Eso es excesivo. MAESTRO BLAZIUS

Y, al dejar la mesa, se ha ido por los arriates. EL BARÓN

¿Por los arriates? — Estoy confundido. — ¡Eso es muy extraño! — ¡Beber tres botellas de vino!, ¿ir por los arriates?, es incomprensible. ¿Y por qué no se iba por la alameda? MAESTRO BLAZIUS

Porque iba de través. EL BARÓN, aparte.

Empiezo a creer que Bridaine tenía razón esta mañana. Este Blazius huele a vino de un modo horrible. MAESTRO BLAZIUS

Además, comió mucho; su habla era dificultosa. EL BARÓN

En verdad, también lo noté. MAESTRO BLAZIUS

Soltó algunas palabras latinas; también eran solecismos. Señor, ese es un hombre vicioso. EL BARÓN, aparte.

¡Uf!, este Blazius tiene un olor intolerable. Sepa, ayo, que tengo una cosa muy distinta en la cabeza y que nunca intervengo en lo que beben ni en lo que comen. No soy un mayordomo. MAESTRO BLAZIUS

No quiera Dios que yo lo disguste, señor barón. Su vino es bueno. EL BARÓN

Hay buen vino en mis bodegas. MAESTRO BRIDAINE, que entra.

Señor, su hijo está en la plaza, seguido de todos los pícaros del pueblo. EL BARÓN

Eso es imposible. MAESTRO BRIDAINE

Lo vi con mis propios ojos. Él recogía guijarros para tirarlos. EL BARÓN

¿Tirar guijarros?, mi cabeza se extravía; mis ideas se trastornan. Usted me dice algo insensato, Bridaine. Es inaudito que un doctor tire guijarros. MAESTRO BRIDAINE

Asómese a la ventana, monseñor, lo va a ver con sus propios ojos. EL BARÓN, aparte.

¡Oh, cielos! Blazius tiene razón; Bridaine va de través. MAESTRO BRIDAINE

Mire, monseñor; ahí está al borde de la pileta. Tiene en sus brazos a una joven campesina. EL BARÓN

¿Una joven campesina; mi hijo viene hasta aquí a pervertir a mis vasallos? ¡Una campesina en sus brazos y todos los pilluelos del pueblo en torno a él!, me siento fuera de mí. MAESTRO BRIDAINE

Eso pide venganza. EL BARÓN

¡Todo está perdido! — ¡perdido sin remedio!, estoy perdido: Bridaine va de través, Blazius huele tanto a vino que produce horror y mi hijo seduce a todas las muchachas del pueblo tirando guijarros. (Sale.)

ACTO II Escena primera — Un jardín. Entran el MAESTRO BLAZIUS y PERDICAN. MAESTRO BLAZIUS

Señor, su padre está desesperado. PERDICAN

¿Y eso por qué? MAESTRO BLAZIUS

¿Usted no ignora que él tenía la idea de unirlo a su prima Camila? PERDICAN

No pido nada mejor. MAESTRO BLAZIUS

Sin embargo, el barón cree notar que sus caracteres no concuerdan. PERDICAN

Eso es una desdicha; no puedo cambiar el mío. MAESTRO BLAZIUS

¿Por eso va a volver imposible ese matrimonio? PERDICAN

Le repito que no pido nada mejor que casarme con Camila. Vaya hasta donde el barón y dígale eso. MAESTRO BLAZIUS

Señor, me retiro: ahí está su prima, que viene por ese lado. (Sale. Entra Camila.) PERDICAN

¿Ya levantada, prima? Sigo diciendo lo que te dije ayer; eres linda como un corazón. CAMILA

Hablemos en serio, Perdican; su padre quiere casarnos. No sé lo que usted piensa sobre eso; pero creo que hago bien si le digo que ya tomé mi decisión sobre eso. PERDICAN

Tanto peor para mí si le desagrado. CAMILA

No más que para otro; no quiero casarme: nada hay allí con lo que pueda sufrir su orgullo. PERDICAN

Aquí no es el orgullo; no estimo en eso ni las alegrías ni las penas. CAMILA

Vine hasta aquí para recibir el legado de mi madre; regreso mañana al convento. PERDICAN

Hay franqueza en tu conducta; toca ahí y seamos buenos amigos. CAMILA

No me agradan las caricias.

PERDICAN, la toma de la mano.

Dame tu mano, Camila, te lo ruego. ¿Qué temes de mí; no quieres que nos casemos?, ¡y bien!, no lo hagamos; ¿esa es una razón para odiarnos; no somos hermano y hermana? Cuando tu madre ordenó este matrimonio en su testamento, ella quería que nuestra amistad fuera eterna, eso es todo lo que quiso. ¿Por qué casarnos? Esa es tu mano y esta la mía; y para que sigan unidas hasta el último suspiro, ¿crees que necesitamos un sacerdote? No necesitamos sino a Dios. CAMILA

Me alegra que mi negativa le sea indiferente.

PERDICAN

No es indiferente para mí, Camila. Tu amor me hubiera dado la vida, pero tu amistad me va a consolar por eso. No abandones el castillo mañana; ayer, te negaste a dar un paseo por el jardín, porque veías en mí a un marido que no querías. Quédate aquí algunos días, déjame la esperanza de que nuestra vida pasada nunca ha muerto en tu corazón. CAMILA

Estoy obligada a partir. PERDICAN

¿Por qué? CAMILA

Ese es mi secreto. PERDICAN

¿Amas a otro y no a mí? CAMILA

No; pero quiero irme. PERDICAN

¿Irrevocablemente? CAMILA

Sí, irrevocablemente. PERDICAN

¡Y bien!, adiós. Me hubiera gustado sentarme contigo bajo los castaños del bosquecito y cultivar una buena amistad una o dos horas. Pero si eso te disgusta, ya no hablemos más; adiós, niña mía. (Sale.) CAMILA, a la señora Pluche que entra.

Señora Pluche, ¿todo está listo; nos vamos mañana; mi tutor terminó sus cuentas? SEÑORA PLUCHE

Sí, querida paloma sin mancha. El barón me trató de tonta ayer por la tarde, y me encanta partir. CAMILA

Vaya, estas son unas palabras escritas que usted le va a llevar antes de cenar, de mi parte, a mi primo Perdican. SEÑORA PLUCHE

¡Señor y Dios mío!, ¿es posible; le escribe un billete a un hombre? CAMILA

¿No debo ser su mujer?, bien puedo escribirle a mi novio. SEÑORA PLUCHE

El señor Perdican salió de aquí. ¿Qué puede escribirle? Su novio, ¡misericordia! ¿Será cierto que usted olvida a Jesús? CAMILA

Haga lo que le digo y disponga todo para nuestra partida. (Salen.) Escena 2 – El comedor. — Se ponen los cubiertos. Entra el MAESTRO BRIDAINE. MAESTRO BRIDAINE

Eso es cierto, hoy todavía le van a dar el lugar de honor. Esa silla que ocupé durante tanto tiempo a la derecha del barón va a ser la presa del ayo. ¡Oh, cuán infeliz soy; un asno albardado, un borracho deshonesto, me relega al otro extremo de la mesa! El mayordomo le va a llenar el primer vaso de Málaga, y cuando los platos lleguen hasta mí, van a estar medio fríos, y los mejores trozos ya engullidos; en torno ya no van a quedar perdigones ni coles ni zanahorias. ¡Oh, santa Iglesia Católica! Que le hubieran dado ese lugar ayer, se concebía; acababa de llegar; era la primera vez, luego de algunos años, que él se sentaba ante esta mesa. ¡Dios, cómo comía! No, nada me va a quedar sino huesos y patas de pollo. No voy a soportar esta afrenta. ¡Adiós, venerable silla donde he llevado a mi garganta tantas veces

tantos suculentos manjares; adiós, botellas precintadas, buquet sin igual de gran caza cocida en su punto; adiós, mesa espléndida, noble comedor, ya no voy a decir la plegaria!, vuelvo a ser el cura; ya no me van a ver confundido entre la multitud de los comensales y, como a César, me gusta ser el primero en el pueblo y no el segundo en Roma. (Sale.) Escena 3 – Un campo ante una casita. Entran ROSETTE y PERDICAN. PERDICAN

Ya que tu madre no está, ven a dar un paseo. ROSETTE

¿Cree usted que eso me haga bien, todos esos besos que me da? PERDICAN

¿Qué mal ves en eso? Te abrazaría delante de tu madre. ¿No eres la hermana de Camila; no soy tu hermano, tanto como de ella? ROSETTE

Las palabras son palabras y los besos son besos. Apenas entiendo y me doy cuenta muy pronto que quiero decir algo. Las bellas señoras conocen su asunto, según les besen la mano derecha o la mano izquierda; sus padres las besan en la frente, sus hermanos en la mejilla, sus enamorados en los labios; a mí, todos me besan en las dos mejillas, y eso me apena. PERDICAN

¡Cuán bonita eres, niña mía! ROSETTE

Tampoco es para que se enfade por eso. ¡Qué triste parece esta mañana! ¿Su matrimonio no va bien? PERDICAN

Los campesinos de tu pueblo se acuerdan de que me querían; los perros del corral y los árboles del bosque también lo recuerdan; pero Camila no. Y tú, Rosette, ¿para cuándo es el matrimonio? ROSETTE

No hablemos de eso, ¿quiere? Hablemos del tiempo que hace, de esas flores de ahí, de sus caballos y de mis gorros. PERDICAN

De todo lo que te agrade, de todo lo que pueda pasar por tus labios sin que te despoje de esa sonrisa celestial que respeto más que a mi vida. (La besa.) ROSETTE

Usted respeta mi sonrisa, pero apenas respeta mis labios, me parece. Ahora mire; esta es una gota de lluvia que me cae en la mano, y, sin embargo, el cielo está despejado. PERDICAN

Perdóneme. ROSETTE

¿Qué le hice, para que llore? (Salen.) Escena 4 – En el castillo. Entran el MAESTRO BLAZIUS y EL BARÓN. MAESTRO BLAZIUS

Señor, tengo algo singular que decirle. Hace poco, estaba por casualidad en el despacho, quiero decir en la galería: ¿qué hubiera ido a hacer al despacho? Entonces, estaba en la galería. Por accidente había encontrado una botella, quiero decir una jarra de agua: ¿cómo hubiera encontrado una botella en la galería? Entonces, estaba por beber una copa de vino, quiero decir un vaso de agua, para pasar el tiempo, y miraba por la ventana, entre dos floreros que me parecían de un gusto moderno, aunque los imitaran del etrusco… EL BARÓN

¡Qué insoportable modo de hablar ha adoptado, Blazius! Sus palabras son inexplicables.

MAESTRO BLAZIUS

Escúcheme, señor, atiéndame un momento. Entonces, yo miraba por la ventana. ¡No se impaciente, en nombre del cielo!, en eso va el honor de la familia. EL BARÓN

¡De la familia! Eso es incomprensible. ¡El honor de la familia, Blazius! ¿Sabe que somos treinta y siete hombres y casi tantas mujeres, tanto en París como en provincia? MAESTRO BLAZIUS

Permítame continuar. Mientras bebía una copa de vino, quiero decir un vaso de agua, para favorecer la digestión dificultosa, imagine que vi pasar, sin aliento, bajo la ventana a la señora Pluche. EL BARÓN

¿Por qué sin aliento, Blazius? Eso es insólito. MAESTRO BLAZIUS

Y junto a ella, roja de la ira, a su sobrina Camila. EL BARÓN

¿Quién estaba roja de la ira, mi sobrina, o la señora Pluche? MAESTRO BLAZIUS

Su sobrina, señor. EL BARÓN

¡Mi sobrina roja de la ira; eso es increíble! ¿Y cómo sabe que era de la ira? Podía estar roja por mil razones; sin duda había perseguido algunas mariposas en mi jardín. MAESTRO BLAZIUS

Nada puedo afirmar sobre eso; puede ser; pero ella exclamaba con fuerza: ¡Vaya, encuéntrelo, haga lo que le digo, usted es una tonta, lo quiero! Y golpeaba con su abanico en el codo a la señora Pluche, que producía un sobresalto en la mielga con cada exclamación. EL BARÓN

¿En la mielga?... ¿Y qué respondía el aya ante las extravagancias de mi sobrina?, pues ese comportamiento merece calificarse así. MAESTRO BLAZIUS

El aya le respondía: ¡no quiero ir hasta ahí, no lo encontré; él corteja a las muchachas del pueblo, a las guardadoras de los pavos!, soy muy vieja para empezar a llevar mensajes amorosos; gracias a Dios, viví con las manos limpias hasta aquí y, siempre hablando, arrugaba en sus manos un papelito doblado en cuatro. EL BARÓN

No entiendo nada; mis ideas se confunden por completo. ¿Qué motivo podía tener la señora Pluche para arrugar un papel doblado en cuatro y sobresaltar a una mielga? No puedo creer en semejantes monstruosidades. MAESTRO BLAZIUS

Señor, ¿no entiende con claridad lo que eso significa? EL BARÓN

No, en verdad, no, amigo mío, no entiendo allí absolutamente nada. Todo eso me parece un comportamiento desordenado, es cierto, tanto sin motivo como sin excusa. MAESTRO BLAZIUS

Eso quiere decir que su sobrina tiene una correspondencia secreta. EL BARÓN

¿Qué dice; piensa en lo que dice? Pese sus palabras, señor abad. MAESTRO BLAZIUS

Las pesaría en la balanza celestial que debe pesar mi alma en el juicio final, y allí no encontraría una palabra que huela a falsa moneda. Su sobrina tiene una correspondencia secreta. EL BARÓN

Pero, amigo mío, piense que eso es imposible.

MAESTRO BLAZIUS

¿Por qué le habría entregado una carta a su aya; por qué habría gritado: — ¡Encuéntrelo!, mientras la otra se enfurruñaba y refunfuñaba? EL BARÓN

¿Y a quién iba dirigida esa carta? MAESTRO BLAZIUS

Precisamente ese es el hic, monseñor, hic jacet lepus. ¿A quién iba dirigida esa carta?, a un hombre que corteja a una guardadora de pavos. Así pues, de un hombre que busca en público a una guardadora de pavos puede sospecharse con vehemencia que él mismo nació para guardarlos. Sin embargo, es imposible que su sobrina, con la educación que recibió, se prende de un hombre semejante; eso es lo que digo, y lo que hace que tampoco comprenda nada, como a usted le gusta decir. EL BARÓN

¡Oh cielo!, mi sobrina me dijo esta misma mañana que rechazaba a su primo Perdican. ¿Amaría a un guardador de pavos? Vamos a mi gabinete; he tenido desde ayer sobresaltos tan violentos, que no puedo ordenar mis ideas. (Salen.) Escena 5 – Una fuente en un bosque. Entra PERDICAN, que lee un billete. PERDICAN

“Esté a mediodía en la fuentecita”. ¿Qué quiere decir esto; tanta frialdad, un rechazo tan decidido, tan cruel, un orgullo tan insensible, y una cita por encima de todo? Si es para hablarme de negocios, ¿por qué escoger un sitio semejante; es coquetería? Esta mañana, cuando me paseaba con Rosette, oí que se movía la maleza, y me pareció que eran los pasos de una cierva. ¿Hay aquí alguna intriga? (Entra Camila.) CAMILA

Buenos días, primo; creí, equivocada o no, que me daba cuenta de que esta mañana usted me dejaba con tristeza. A pesar mío, me tomó la mano, le vengo a pedir que me dé la suya. Le rehusé un beso, aquí está (Lo besa.) Ahora, me dijo que estaría muy contento si cultivamos una buena amistad. Siéntese ahí y hagámoslo. (Ella se sienta.) PERDICAN

¿Tuve un sueño, o tengo otro en este momento? CAMILA

Le pareció singular recibir un billete mío, ¿no es cierto?, soy de humor cambiante; me dijo esta mañana algo muy justo: “Ya que nos vamos a separar, separémonos como buenos amigos.” Usted no sabe el motivo por el que me voy, y vengo a decírselo: voy a tomar el velo. PERDICAN

¿Es posible; eres tú, Camila, a la que veo en esta fuente, sentada sobre las margaritas, como en los días de antaño? CAMILA

Sí, Perdican, soy yo. Acabo de revivir un cuarto de hora de la vida pasada. Le parecí brusca y altiva; eso es muy sencillo, renuncié al mundo. Sin embargo, antes de dejarlo, me alegraría mucho tener su opinión. ¿Cree que tengo razón al volverme religiosa? PERDICAN

No me pregunte sobre eso, pues nunca me voy a convertir en monje. CAMILA

Después de casi diez años en que vivimos alejados uno del otro, usted comenzó la experiencia de la vida. Sé qué hombre es usted y usted debe haber aprendido mucho en poco tiempo con un corazón y un espíritu como los suyos. Dígame, ¿tuvo amantes? PERDICAN

¿Y a qué viene eso?

CAMILA

Respóndame, le ruego, sin modestia y sin fatuidad. PERDICAN

Las tuve. CAMILA

¿Las amó? PERDICAN

Con todo mi corazón. CAMILA

¿Ellas dónde están ahora; lo sabe? PERDICAN

En verdad, esas son preguntas singulares. ¿Qué quiere que le diga? No era ni su marido ni su hermano; se fueron a donde quisieron. CAMILA

Necesariamente, debió haber una que prefirió a las otras. ¿Cuánto tiempo amó a la que más quiso? PERDICAN

¡Qué muchacha tan rara eres! ¿Quieres convertirte en mi confesor? CAMILA

Es un favor que le pido, que me responda con sinceridad. Usted no es un libertino, y creo que su corazón es justo. Debió inspirar el amor, pues lo merece, y no se dejaría llevar por un capricho. Respóndame, se lo ruego. PERDICAN

En verdad, no me acuerdo. CAMILA

¿Conoce a algún hombre que no hubiera amado sino a una mujer? PERDICAN

Por cierto, lo hay. CAMILA

¿Es uno de sus amigos? Dígame su nombre. PERDICAN

No hay nombre que decirle; pero creo que hay hombres capaces de no amar sino una sola vez. CAMILA

¿Cuántas veces puede amar un hombre honesto? PERDICAN

¿Quieres lograr que recite una letanía, o tú misma recitas un catecismo? CAMILA

Quisiera instruirme y saber si me equivoco o tengo razón de convertirme en religiosa. Si me casara con usted, ¿no debería responder con franqueza a todas mis preguntas y mostrarme su corazón al desnudo? Lo estimo mucho y, por su educación y su naturaleza, lo creo superior a muchos otros hombres. Me enfada que ya no se acuerde de lo que le pregunto; tal vez si lo conozco mejor, me animo. PERDICAN

¿A dónde quieres llegar?, habla; — voy a responder. CAMILA

Entonces, responde mi primera pregunta. ¿Tengo razón para irme al convento? PERDICAN

No. CAMILA

Entonces, ¿haría mejor en casarme con usted? PERDICAN

Sí.

CAMILA

Si el cura de su parroquia soplara sobre un vaso de agua y le dijera que es un vaso de vino, ¿lo bebería como tal? PERDICAN

No. CAMILA

Si el cura de su parroquia soplara sobre usted y me dijera que usted me va a amar toda su vida, ¿yo tendría razón en creerle? PERDICAN

Sí y no. CAMILA

¿Qué me aconsejaría que hiciera el día en que viera que usted ya no me ama? PERDICAN

Tener un amante. CAMILA

Después, ¿qué haría el día en que mi amante ya no me amara? PERDICAN

Vas a tener otro. CAMILA

¿Cuánto tiempo va a durar eso? PERDICAN

Hasta cuando tus cabellos estén grises y, entonces, los míos van a ser blancos. CAMILA

¿Sabe qué son los claustros, Perdican; alguna vez se sentó un día entero en el banco de un convento? PERDICAN

Sí; me senté. CAMILA

Tengo como amiga a una hermana que no tiene sino treinta años y que, cuando tenía quince años, tuvo quinientas mil libras de renta. Es la más bella y más noble criatura que hubiera caminado sobre la tierra. Era par del parlamento y tenía como marido a uno de los hombres más distinguidos de Francia. Ninguna de las nobles facultades humanas había quedado sin cultivar en ella; y, como un arbolillo de una savia escogida, todas sus yemas habían producido sus ramajes. Nunca el amor y la dicha van a poner su corona florecida sobre una frente más bella; su marido la engañó; ella amó a otro hombre y se muere de desesperación. PERDICAN

Eso es posible. CAMILA

Compartimos la misma celda y pasé noches enteras hablando de sus desdichas; casi llegaron a ser las mías; eso es singular, ¿no es cierto? No sé mucho por qué ocurre esto. Cuando me hablaba de su matrimonio, cuando me pintaba primero la embriaguez de los primeros días, luego la tranquilidad de los otros y cómo, en fin, todo había desaparecido; cómo se sentaba en la noche junto al fuego y él, junto a la ventana, sin decirse una sola palabra; cómo su amor había languidecido y cómo los esfuerzos para acercarse no llevaban sino a peleas; cómo una figura extraña vino poco a poco a colocarse entre ellos y deslizarse en sus sufrimientos, yo la veía que actuaba mientras ella hablaba. Cuando ella decía: “Ahí, fui feliz”, mi corazón saltaba; y cuando añadía: “Allí, lloré”, corrían mis lágrimas. Pero imagínese algo aun más singular; terminé por crearme una vida imaginaria; eso duró cuatro años; es inútil decirle por cuántas reflexiones, vueltas sobre mí misma, pasó todo eso. Lo que quería contarle como una curiosidad es que todos los relatos de Luisa, todas las ficciones de mis sueños se parecían a usted.

PERDICAN

¿Parecido a mí? CAMILA

Sí, y eso es natural: usted era el único hombre que yo conocía. En verdad, lo amé, Perdican. PERDICAN

¿Qué edad tenías, Camila? CAMILA

Dieciocho años. PERDICAN

Sigue, sigue; escucho. CAMILA

Hay doscientas mujeres en nuestro convento; un pequeño número de ellas nunca va a conocer la vida, y todo el resto espera la muerte. Más de una de entre ellas salió del convento como salgo hoy, vírgenes y llenas de esperanzas. Regresaron poco tiempo después, viejas y desoladas. Todos los días mueren en nuestros dormitorios comunes y todos los días llegan nuevas a tomar el lugar de las muertas en los colchones de cerda de caballo. Los extraños que nos visitan admiran la tranquilidad y el orden de la casa; miran con atención la blancura de nuestros velos; pero se preguntan por qué los bajamos hasta nuestros ojos. ¿Qué piensa sobre estas mujeres, Perdican; están equivocadas o tienen razón? PERDICAN

No sé nada sobre eso. CAMILA

Prometió que me respondería. PERDICAN

Con mucha naturalidad, estoy dispensado de hacerlo; no creo que seas tú la que habla. CAMILA

Puede ser, debe haber en todas mis ideas unas cosas muy ridículas. Puede ser que esta sea la lección y que yo no sea sino un loro que aprendió mal. Hay en la galería un cuadrito que representa a un monje inclinado sobre un misal; a través de los barrotes oscuros de su celda se desliza un débil rayo de sol y se ve una locanda italiana, ante la que baila un cabrero. ¿A cuál de estos hombres estima usted más? PERDICAN

Ni a uno ni al otro y a los dos. Son dos hombres de carne y hueso; hay uno que lee y otro que baila; no veo allí nada distinto. Tienes razón al convertirte en religiosa. CAMILA

Hace poco me decías que no. PERDICAN

¿Dije no? Es posible. CAMILA

¿Así me lo aconseja? PERDICAN

¿Así que no crees en nada? CAMILA

¡Alza la cabeza, Perdican!, ¿cuál es el hombre que en nada cree? PERDICAN, que se levanta.

Aquí hay uno; no creo en la vida inmortal. — Mi querida hermana, las religiosas te dieron su experiencia; pero, creeme, no es la tuya; no vas a morir sin amar. CAMILA

Quiero amar, pero no quiero sufrir; quiero amar con un amor eterno y hacer juramentos que no se violen. Este es mi amado. (Muestra su crucifijo.) PERDICAN

Ese amado no excluye a los otros.

CAMILA

Para mí, al menos, los va a excluir. ¡No sonría, Perdican! Hacía diez años que no lo veía y me voy mañana. Dentro de otros diez años, si nos volvemos a ver, volveremos a hablar sobre esto. Quise no quedar en su recuerdo como una fría estatua, pues la insensibilidad lleva hasta el punto en que estoy. Escúcheme; vuelva a la vida y tanto como sea feliz, tanto como ame, como puede amarse sobre la tierra, olvide a su hermana Camila; pero si le ocurre que nunca lo olvidan o que usted mismo olvide, si el ángel de la esperanza lo abandona, cuando esté solo con el vacío en el corazón, piense en mí, que voy a rezar por usted. PERDICAN

Eres una orgullosa; cuídate. CAMILA

¿Por qué? PERDICAN

¿Tienes dieciocho años y no crees en el amor? CAMILA

Usted que habla, ¿cree en eso? Ahí está inclinado junto a mí con las rodillas que usó sobre los tapices de sus amantes y cuyo nombre ya no sabe. Lloró lágrimas de alegría y lágrimas de desesperación; pero sabía que el agua de las fuentes es más constante que sus lágrimas y que siempre estaría allí para lavar sus párpados hinchados. Cumple su oficio de hombre joven y sonríe cuando le hablan de mujeres desoladas; no cree que puedan morir de amor, usted que vive y que amó. Entonces, ¿qué es el mundo? Me parece que usted debía despreciar cordialmente a las mujeres que lo toman tal como es y que despiden a su último amante para atraerlo hasta sus brazos con los besos de otra sobre los labios. Hace poco le preguntaba si había amado; me respondió como un viajero al que se le preguntara si estuvo en Italia o en Alemania y que diría: Sí, estuve ahí; que luego pensaría en ir a Suiza o al primer país cercano. Entonces, ¿su amor es una moneda, para que así pueda pasar de mano en mano hasta la muerte? No, eso no es una moneda; pues la más delgada pieza de oro vale más que usted y en algunas manos por las que pasa conserva su efigie. PERDICAN

¡Cuán bella eres, Camila, cuando se animan tus ojos! CAMILA

Sí, soy bella, lo sé. Los aduladores no me van a enseñar nada. La fría monja que va a cortar mis cabellos va a palidecer ante su mutilación; pero no se van a cambiar por joyas y cadenas para correr hacia los camarines; no va a faltar uno solo sobre mi cabeza cuando el hierro pase por ahí; no quiero sino un tijeretazo y cuando el sacerdote que me bendiga me ponga en el dedo el anillo de oro de mi esposo celestial, el mechón de cabellos que le voy a dar podrá servirle como abrigo. PERDICAN

En verdad, estás colérica. CAMILA

Erré al hablar; tengo toda mi vida en los labios. ¡Oh, Perdican!, no te burles; todo esto es muy triste. PERDICAN

Pobre niña, te dejo que hables y tengo muchos deseos de decirte algo. Me hablas de una religiosa que, me parece, tuvo sobre ti una funesta influencia; dices que la engañaron, que ella misma engañó y que está desesperada. ¿Estás segura de que si su marido o su amante regresaran y le tendieran la mano a través de la reja del locutorio, no les tendería la suya? CAMILA

¿Qué dices? Entendí mal. PERDICAN

¿Estás segura de que si su marido o su amante regresaran a decirle que aún sufren, ella respondería que no?

CAMILA

Eso creo. PERDICAN

Hay doscientas mujeres en tu convento y, en el fondo del corazón, la mayoría tiene heridas profundas; hicieron que las toques; y colorearon tu pensamiento virginal con gotas de su sangre. Vivieron, ¿no es cierto?, y te mostraron horrorizadas el camino de su vida; te santiguaste ante sus cicatrices, como ante las llagas de Jesús; te abrieron un lugar en sus procesiones lúgubres y te aprietas contra esos cuerpos descarnados con un temor religioso, cuando ves que un hombre pasa. ¿Estás segura de que si el hombre que pasa fuera el que las engañó, aquel por el que lloran y sufren, aquel que maldicen cuando le rezan a Dios, estás segura de que al verlo no romperían sus cadenas para correr hacia sus infortunados pasados y para unir sus pechos sangrantes con el pecho que las hirió? ¡Oh, mi niña!, ¿conoces los sueños de esas mujeres que te dicen que no sueñan; sabes qué nombre murmuran cuando los sollozos, que salen de sus labios, hacen que tiemble la hostia que se les muestra? Ellas, que se sientan junto a ti con sus cabezas vacilantes para verter en tu oído su vejez marchita, que dejan oír en las ruinas de tu juventud el toque de alarma de su desesperación y que hacen que sientas en tu sangre bermeja el frescor de sus tumbas, ¿sabes quiénes son? CAMILA

Usted me da miedo; también lo invade la ira. PERDICAN

Desdichada muchacha, ¿sabes lo que son unas monjas? Ellas, que te hacen imaginar el amor de los hombres como una mentira, ¿saben qué hay peor aún, la mentira del amor divino; saben el crimen que cometen, al venir a cuchichearle a una virgen palabras de mujer? ¡Ah, qué lección te dieron; cómo preví todo esto cuando te detuviste ante el retrato de nuestra vieja tía! Querías irte sin estrechar mi mano; no querías volver a ver ni este bosque, ni esta pobre fuentecita que nos mira bañada en lágrimas; renegabas de los días de tu infancia; y la máscara de yeso que las monjas te pegaron en las mejillas me negaba un beso fraternal; pero tu corazón palpitó; olvidó su lección, él que no sabe leer, y volviste a sentarte en la hierba donde estamos. ¡Y bien! Camila, esas mujeres hablaron bien; te pusieron en el verdadero camino; va a poder costarme la felicidad de mi vida; pero diles esto de mi parte: el cielo no es para ellas. CAMILA

Ni para mí, ¿no es cierto? PERDICAN

Adiós, Camila, vuelve a tu convento y cuando te cuenten esos relatos abominables que te han envenenado, responde lo que voy a decirte: Todos los hombres son mentirosos, inconstantes, falsos, habladores, hipócritas, orgullosos y viles, despreciables y sensuales; todas las mujeres son pérfidas, astutas, vanidosas, curiosas y licenciosas; el mundo no es sino un colector sin fondo donde las focas más informes reptan y se retuercen sobre montañas de fango; pero en el mundo existe algo santo y sublime, es la unión de dos de esos seres tan imperfectos y tan horribles. Con frecuencia nos engañamos en el amor, a menudo estamos heridos y desdichados; pero amamos y, cuando estamos al borde de la tumba, se vuelve la vista para mirar hacia atrás; y decimos: “A menudo sufrí, a veces me equivoqué, pero amé. Yo viví y no un ser falso que mi orgullo y mi tedio crearon.” (Sale.)

ACTO III Escena primera — Ante el castillo. Entran el EL BARÓN y el MAESTRO BLAZIUS. EL BARÓN

Independientemente de su ebriedad, usted es un bribón, maestro Blazius. Mis criados lo ven que entra furtivamente en el despacho y cuando usted se convence de que me robó mis botellas del modo más penoso, cree que se justifica al acusar a mi sobrina de una correspondencia secreta. MAESTRO BLAZIUS

Pero, monseñor, quiere recordar… EL BARÓN

¡Váyase, señor abate, y nunca vuelva a aparecer ante mí!, es poco razonable obrar como lo hace y mi seriedad me obliga a ya no perdonarlo. (Sale; el maestro Blazius lo sigue. Entra Perdican.)

PERDICAN

Quisiera saber si estoy enamorado. Por un lado, ese modo de preguntar es tan altivo, para una muchacha de dieciocho años; por el otro, las ideas con que esas monjas le llenaron la cabeza van a ser difíciles de corregir. Además, debe irse hoy. ¡Diablos!, la amo, eso es seguro. Después de todo, ¿quién sabe?, tal vez repetía una lección y, por lo demás, está claro que no se inquieta por mí. Por otra parte, por más que sea bonita, eso no impide que no tenga modales demasiado decididos y un tono muy brusco. Ya no tengo que pensar en eso; está claro que no la amo. Es cierto que es bonita; ¿pero por qué esta plática de ayer no quiere salir de mi cabeza? En verdad, pasé la noche desvariando. Entonces, ¿a dónde voy? — ¡Ah!, voy al pueblo. (Sale.) Escena 2 – Un camino. Entra el MAESTRO BRIDAINE. MAESTRO BRIDAINE

¿Qué hacen ahora? ¡Ay!, es mediodía. — Están en la mesa. ¿Qué comen; qué no comen? Vi a la cocinera que atravesaba el pueblo, con un enorme pavo. El ayudante llevaba las trufas, con una cesta de uvas. (Entra el maestro Blazius.) MAESTRO BLAZIUS

¡Oh, desgracia imprevista!, me despidieron del castillo, por consiguiente del comedor. Ya no voy a beber el vino del despacho. MAESTRO BRIDAINE

Ya no voy a ver cómo humean los platos; ya no voy a calentar mi generoso vientre en el fuego de la noble chimenea. MAESTRO BLAZIUS

¿Por qué una fatal curiosidad me llevó a oír el diálogo de la señora Pluche y su sobrina; por qué le dije al barón todo lo que vi? MAESTRO BRIDAINE

¿Por qué un vano orgullo me alejó de esa cena honorable, donde me acogían tan bien; qué me importaba que estuviera a la derecha o a la izquierda? MAESTRO BLAZIUS

¡Ay!, estaba bebido, debo reconocerlo, cuando hice esa locura. MAESTRO BRIDAINE

¡Ay!, el vino se me subió a la cabeza cuando fui tan imprudente. MAESTRO BLAZIUS

Me parece que ahí está el cura.

MAESTRO BRIDAINE

Ese es el ayo en persona. MAESTRO BLAZIUS

¡Oh, oh!, señor cura, ¿qué hace usted ahí? MAESTRO BRIDAINE

¡Yo!, voy a cenar. ¿No viene usted? MAESTRO BLAZIUS

Hoy no. ¡Ay!, maestro Bridaine, interceda por mí; el barón me despidió. Acusé falsamente a la señorita Camila de que tenía una correspondencia secreta y, sin embargo, Dios es testigo de que vi o creí que veía a la señora Pluche en la mielga. Estoy perdido, señor cura. MAESTRO BRIDAINE

¿Qué me cuenta? MAESTRO BLAZIUS

¡Ay, ay!, la verdad. Estoy en desgracia completa por haber robado una botella. MAESTRO BRIDAINE

¿De qué habla, monseñor, de botellas robadas a propósito de una mielga y de una correspondencia? MAESTRO BLAZIUS

Le suplico que defienda mi causa. Soy honesto, señor Bridaine. ¡Oh, digno señor Bridaine, soy su servidor! MAESTRO BRIDAINE, aparte.

¡Oh, fortuna!, ¿esto es un sueño? ¡Entonces, voy a sentarme sobre ti, oh silla bendita! MAESTRO BLAZIUS

Le voy a agradecer por oír mi historia y querer excusarme, buen señor, querido cura. MAESTRO BRIDAINE

Eso me es imposible, señor, dio el mediodía y me voy a comer. Si el barón se queja de usted, es su asunto. No intercedo por un borracho. (Aparte.) Pronto, volemos hasta la cancela; y tú, vientre mío, redondéate. (Sale corriendo.) MAESTRO BLAZIUS, solo.

¡Miserable Pluche!, tú vas a pagar por todos; sí, tú eres la causa de mi ruina, mujer desvergonzada, vil alcahueta, a ti le debo mi desgracia. ¡Oh, santa universidad de París, me tratan de borracho! Estoy perdido si no consigo una carta y si no le pruebo al barón que su sobrina tiene una correspondencia. Esta mañana la vi que escribía en su escritorio. ¡Paciencia! Aquí está de nuevo. (Pasa la señora Pluche y lleva una carta.) Pluche, deme esa carta. SEÑORA PLUCHE

¿Qué significa eso? Esta es una carta de mi ama que voy a dejar hasta el correo en el pueblo. MAESTRO BLAZIUS

Démela o la mato. SEÑORA PLUCHE

¡Yo, muerta, muerta, María, Jesús, virgen y mártir! MAESTRO BLAZIUS

Sí, muerta, Pluche; deme ese papel. (Se golpean. Entra Perdican.) PERDICAN

¿Qué ocurre; qué hace usted, Blazius; por qué intimidar a esta mujer? SEÑORA PLUCHE

Devuélvame la carta. Me la quitó, señor; ¡justicia! MAESTRO BLAZIUS

Ella es una alcahueta, señor. Esta carta es un dulce billete. SEÑORA PLUCHE

Es una carta de Camila, señor, de su prometida. MAESTRO BLAZIUS

Es un dulce billete para un guardador de pavos.

SEÑORA PLUCHE

Mentiste en eso, abate. Aprende eso de mí. PERDICAN

Deme esa carta, no entiendo nada de su disputa; pero, como prometido de Camila, me arrogo el derecho de leerla. (Lee.) “A la hermana Luisa, en el convento de***” (Aparte.) ¡Qué maldita curiosidad me invade a pesar mío! Mi corazón palpita con fuerza y no sé lo que siento. — Retírese, señora Pluche, usted es una digna mujer, y el maestro Blazius es un tonto. Vayan a comer; me encargo de llevar esta carta al correo. (Salen el maestro Blazius y la señora Pluche.) Es un crimen abrir una carta, lo sé muy bien para hacerlo. ¿Qué le puede decir Camila a esa hermana? ¿Entonces, estoy enamorado; qué dominio ejerce sobre mí esta singular muchacha, para que las tres palabras escritas en esta dirección hagan que tiemble la mano? Esto es singular; Blazius, cuando forcejeaba con la señora Pluche, hizo saltar el sello. ¿Es un crimen abrirla? Bueno, no voy a cambiar nada. (Abre la carta y lee.) “Parto hoy, querida mía, y todo ocurrió como lo había previsto. Es algo terrible; pero este pobre joven tiene el puñal en el corazón; no se va a consolar por haberme perdido. Sin embargo, hice todo lo posible para que me rechazara. Dios me va a perdonar por haberlo llevado a la desesperación por mi rechazo. ¡Ay!, querida, ¿qué podía hacer ahí? Ruegue por mí; nos veremos mañana y hasta siempre. De usted con lo mejor de mi alma. CAMILA.” ¿Es posible; Camila escribe esto? Habla así de mí. ¡Yo desesperado por su rechazo; eh, buen Dios!, si fuera cierto, lo veríamos; ¿qué pena puede haber en amar; hizo todo lo posible para que la rechazara, dice, y tengo el puñal en el corazón; qué interés puede tener en inventar una novela semejante; entonces, lo que yo pensaba esa noche es verdad? ¿Oh, mujeres; esta pobre Camila tal vez tiene una gran piedad!; de corazón se entrega a Dios, pero resolvió y decretó que me dejaría en la desesperación. Lo habían convenido entre las grandes amigas antes de que saliera del convento. Decidieron que Camila iba a volver a ver a su primo, que querría casarse con él, que lo rechazaría y que el primo quedaría desolado. ¡Qué interesante, una jovencita que le sacrifica a Dios la felicidad de un primo! No, no, Camila, no te amo, no estoy desesperado, no tengo el puñal en el corazón y te lo voy a probar. Sí, vas a saber que amo a otra antes de que te vayas de aquí. ¡Hola!, amigo. (Entra un campesino.) Vaya al castillo, diga en la cocina que envíen a un criado para que le lleve a la señorita Camila este billete. (Escribe.) EL CAMPESINO

Sí, monseñor. (Sale.) PERDICAN

Ahora a lo otro. ¡Ah, estoy desesperado; hola, Rosette, Rosette! (Golpea en una puerta.) ROSETTE, abre.

¡Es usted, monseñor! Entre, mi madre está ahí. PERDICAN

Ponte tu gorro más bonito, Rosette, y ven conmigo. ROSETTE

¿A dónde? PERDICAN

Te lo diré; pídele permiso a tu madre, pero apúrate. ROSETTE

Sí, monseñor. (Entra en la casa.) PERDICAN

Le pedí a Camila que nos reuniéramos de nuevo y estoy seguro de que va a venir; pero, por el cielo, no va a encontrar lo que ella espera. Voy a cortejar a Rosette ante la misma Camila.

Escena 3 – El bosquecito. Entran CAMILA y EL CAMPESINO. EL CAMPESINO

Señorita, voy al castillo a llevarle una carta; ¿es necesario que se la dé o que la entregue en la cocina, como me lo dijo el señor Perdican? CAMILA

Démela. EL CAMPESINO

Si quiere que se la lleve hasta el castillo, no importa que me demore un poco más. CAMILA

Te digo que me la des. EL CAMPESINO

Como usted guste. (Le da la carta.) CAMILA

Vaya, toma por tu servicio. EL CAMPESINO

Muchas gracias; me voy, ¿verdad? CAMILA

Si quieres. EL CAMPESINO

Me voy, me voy. (Sale.) CAMILA, lee.

Perdican quiere despedirse de mí, antes de partir, junto a la fuentecita hasta donde lo hice ir ayer. ¿Qué puede querer decirme? Justo ahí está la fuente y me interesa mucho. ¿Debo aceptar este segundo encuentro? ¡Ah! (Se oculta detrás de un árbol.) Ahí está Perdican, que se acerca con Rosette, mi hermana de leche. Supongo que la va a dejar; me alegro de que parece que no llegué de primera. (Entran Perdican y Rosette y se sientan. Camila oculta, aparte.) ¿Qué quiere decir esto; hace que ella se siente junto a él; me pide una cita para venir hasta aquí a platicar con otra?, tengo curiosidad de saber lo que le dice. PERDICAN, en voz alta, para que lo oiga Camila.

¡Te amo, Rosette!, sólo tú no olvidaste nada de nuestros bellos días pasados; sólo tú recuerdas la vida que se fue; toma tu parte de mi nueva vida; dame tu corazón, querida niña; esta es la prenda de nuestro amor. (Le pone su cadena en el cuello.) ROSETTE

¿Me da su cadena de oro? PERDICAN

Ahora mira este anillo. Levántate y acerquémonos a la fuente. Nos ves a los dos, en la fuente, apoyados uno sobre el otro; ves tus bellos ojos cerca a los míos, tu mano en la mía? Mira cómo se borra todo eso. (Lanza su anillo al agua.) Mira cómo desapareció nuestra imagen; ahí vuelve poco a poco; el agua que se había perturbado recupera su equilibrio; todavía tiembla; grandes círculos negros corren en su superficie; paciencia, volvemos a aparecer; ya distingo de nuevo tus brazos enlazados con los míos; un minuto todavía y ya no va a haber una onda sobre tu cara bonita; ¡mira!, ese era un anillo que me había dado Camila. ROSETTE, aparte.

Lanzó mi anillo al agua. PERDICAN

¿Sabes qué es el amor, Rosette? ¡Escucha!, se calla el viento; la lluvia mañanera rueda en perlas sobre las hojas que se secan y el sol reanima. ¡Por la luz del cielo, por ese sol, te amo! Me quieres bien, ¿no es verdad? ¿No marchitaron tu juventud, no se internaron en tu sangre bermeja los restos de una sangre infortunada? No quieres convertirte en religiosa; aquí estás

joven y bella en los brazos de un hombre joven. ¡Oh, Rosette, Rosette!, ¿sabes qué es el amor? ROSETTE

¡Ay!, señor doctor, lo voy a amar como pueda. PERDICAN

Sí, como puedas; y me vas a amar más, tan doctor como soy y tan campesina como eres, que esas pálidas estatuas que hacen las monjas, que tienen cabeza en vez de corazón y que salen de los claustros para venir a difundir en la vida la atmósfera húmeda de sus celdas; nada sabes; no leerías en un libro la plegaria que te enseña tu madre, como ella la aprendió de la suya; incluso no entiendes el sentido de las palabras que respetas, cuando te arrodillas junto a tu cama; pero entiendes que ruegas y eso es todo lo que Dios necesita. ROSETTE

¡Cómo me habla, monseñor! PERDICAN

No sabes leer; pero sabes lo que dicen esos bosques y esas praderas, esos tibios ríos, esos bellos campos cubiertos de cosechas, toda esa naturaleza de espléndida juventud. Reconoces a todos esos miles de hermanos, y a mí como a uno de entre ellos; levántate, vas a ser mi mujer y vamos a arraigar juntos en la savia del mundo omnipotente. (Sale con Rosette.) Escena 4 – Entra EL CORO. EL CORO

Seguramente ocurre algo raro en el castillo; Camila se negó a casarse con Perdican; debe regresar al convento de donde vino. Pero creo que el señor, su primo, se consoló con Rosette. ¡Ay!, la pobre muchacha no sabe el peligro que corre al oír las palabras de un joven y galante señor. SEÑORA PLUCHE, entra.

¡Pronto, pronto, que ensillen mi asno! EL CORO

¿Va a pasar como un viento leve, oh venerable señora; con tanta prontitud va a montar de nuevo a horcajadas en esa pobre bestia que está tan triste por llevarla? SEÑORA PLUCHE

Queridos granujas, gracias a Dios no voy a morir aquí. EL CORO

Muera lejos, Pluche, amiga; muera desconocida en una covacha malsana. Vamos a hacer votos por su respetable resurrección. SEÑORA PLUCHE

Aquí llega mi ama. (A Camila, que entra.) Querida Camila, todo está listo para nuestra partida; el barón hizo sus cuentas y albardaron a mi asno. CAMILA

Váyanse al demonio, usted y su asno; no partiré hoy (Sale.) EL CORO

¿Qué quiere decir eso? La señora Pluche está pálida de terror; sus falsos cabellos tratan de erizarse, su pecho resuena con fuerza y sus dedos se alargan al crisparse. SEÑORA PLUCHE

¡Señor Jesús; Camila blasfemó! (Sale.) Escena 5 – Entran EL BARÓN y el MAESTRO BRIDAINE. MAESTRO BRIDAINE

Señor, es necesario que hable con usted. Su hijo corteja a una muchacha del pueblo. EL BARÓN

Eso es absurdo, amigo mío.

MAESTRO BRIDAINE

Lo he visto claramente que pasaba por el brezal y le daba el brazo; se inclinaba hacia su oído y le prometía casarse con ella. EL BARÓN

Eso es terrible. MAESTRO BRIDAINE

Convénzase de eso; le hizo un regalo notable, que la pequeña le mostró a su madre. EL BARÓN

¡Oh, cielo!, ¿notable, Bridaine; en qué era notable? MAESTRO BRIDAINE

Por el peso y por la consecuencia. Es la cadena de oro que llevaba en su gorro. EL BARÓN

Pasemos a mi gabinete; no sé a qué atenerme. (Salen.) Escena 6 – La alcoba de Camila. Entran CAMILA y la SEÑORA PLUCHE. CAMILA

¿Él recibió mi carta, dices? SEÑORA PLUCHE

Sí, niña mía, se encargó de llevarla al correo. CAMILA

Vaya hasta el salón, señora Pluche y deme el gusto de decirle a Perdican que lo espero aquí. (La señora Pluche sale.) Leyó mi carta, no hay duda; su escena en el bosque es una venganza, como su amor por Rosette. Quiso mostrarme que amaba a otra y no a mí, y representar el indiferente a pesar de su despecho. ¿Me amaría él, por casualidad? (Levanta la colgadura.) ¿Estás ahí, Rosette? ROSETTE, entra.

Sí; ¿puedo entrar? CAMILA

Óyeme, niña; ¿el señor Perdican no te corteja? ROSETTE

¡Ay!, sí. CAMILA

¿Qué piensas sobre lo que te dijo esta mañana? ROSETTE

¿Esta mañana; dónde? CAMILA

No te hagas la hipócrita. — Esta mañana en la fuente en el bosquecito. ROSETTE

¿Entonces, usted me vio? CAMILA

¡Pobre inocente! No, no te vi. Te dijo bellas palabras, ¿no es cierto? Apostemos que te prometió casarse contigo. ROSETTE

¿Cómo lo sabe? CAMILA

¿Qué importa cómo lo sé; crees en sus promesas, Rosette? ROSETTE

¿Cómo no creería en eso; entonces, me engañaría; por qué hacerlo? CAMILA

Perdican no se va a casar contigo, niña.

ROSETTE

¡Ay!, no sé nada sobre eso. CAMILA

Lo amas, pobre muchacha; no se va a casar contigo y la prueba, voy a dártela; entra detrás de esa cortina, no vas a tener sino que oír y venir cuando te llame. (Rosette sale. Camila sola.) Yo, que creía que llevaba a cabo un acto de venganza, ¿haría un acto de humanidad? A la pobre muchacha le han robado el corazón. (Entra Perdican.) Buenos días, primo, siéntese. PERDICAN

¡Qué vestido, Camila! ¿A quién quiere? CAMILA

A usted, tal vez; estoy enfadada porque no pude ir a la cita que me pidió; ¿tenía algo que decirme? PERDICAN, aparte.

Esa es, por mi vida, una mentirita algo grande, para un cordero sin mancha; la vi cómo oía la conversación detrás de un árbol. (En voz alta.) Nada tengo que decirle, sino adiós, Camila; creía que se iba; sin embargo, su caballo está en la caballeriza y usted no tiene el aspecto de estar con vestido de viaje. CAMILA

Me agrada la discusión; no estoy muy segura de no desear pelear aún con usted. PERDICAN

¿Para qué sirve pelear, cuando la compostura es imposible? El gusto por las disputas es el de hacer la paz. CAMILA

¿Está convencido de que no quiero hacerla? PERDICAN

No se burle; no deseo responderle. CAMILA

Quisiera que me cortejara; no sé si se debe a que tengo un vestido nuevo, pero quiero divertirme. Usted me propuso ir hasta el pueblo, vamos, lo deseo mucho; embarquémonos; deseo ir a comer sobre la hierba o hacer una caminata hasta el bosque. ¿Va a haber claro de luna esta noche? Eso es singular, ya no tiene en el dedo el anillo que le di. PERDICAN

Lo perdí. CAMILA

Entonces, por eso lo encontré; tenga, Perdican, aquí está. PERDICAN

¿Es posible; dónde lo encontró? CAMILA

Ve que mis manos están mojadas, ¿no es cierto? En verdad, arruiné el vestido del convento para alcanzar esta sonajita infantil de la fuente. Por eso me puse otro y, le digo, eso me cambió; póngalo en su dedo. PERDICAN

¿Alcanzaste el anillo en el agua, Camila, con riesgo de caerte; es un sueño? ¡Y ahora, me lo pones en el dedo! ¡Ah!, Camila, ¿por qué me lo das, esta triste prenda de una dicha que ya se fue? Habla, coqueta e imprudente muchacha, ¿por qué te vas; por qué te quedas; por qué, de un momento a otro, cambias de aspecto y de color, como la piedra de este anillo con cada rayo del sol? CAMILA

¿Conoce usted el corazón de las mujeres, Perdican; está seguro de su inconstancia y sabe si ellas en realidad cambian de modo de pensar cuando cambian a veces de lenguaje? Hay quienes dicen que no. Sin duda, con frecuencia debemos representar un papel, a menudo mentir; ve que soy franca; pero, ¿está seguro que todo miente en una mujer, cuando su lengua

miente; ha reflexionado mucho sobre el carácter de ese ser débil y arrebatado, el rigor con que lo juzgan, los principios que le imponen; y quien sabe si, obligada a engañar por el mundo, la cabeza de ese pequeño ser sin cerebro no puede encontrar placer en eso y mentir a veces como pasatiempo, por locura, como miente por necesidad? PERDICAN

No entiendo nada de eso y nunca miento. Te amo, Camila, y eso es todo lo que sé. CAMILA

Usted dice que me ama, ¿y nunca miente? PERDICAN

Nunca. CAMILA

Sin embargo, allí hay una que dice que eso le ocurre a veces. (Levanta la cortina, Rosette está en el fondo, desmayada sobre una silla.) ¿Qué le va a responder a esta niña, Perdican, cuando le pida cuentas por sus palabras? Si usted nunca miente, ¿entonces, por qué ella se desmayó al oír que usted me decía que me ama? Lo dejo con ella; intente reanimarla. (Ella quiere salir.) PERDICAN

Un momento, Camila, escúchame. CAMILA

¿Qué quiere decirme?, es necesario que hable con Rosette. No lo amo; no fui a buscar por despecho a esta infortunada niña hasta el fondo de su choza, para tener con ella una carnada, un juguete; no repetí imprudentemente ante ella palabras fervorosas dirigidas a otra; por ella, no fingí lanzar al viento el recuerdo de una querida amistad; no le puse mi cadena en el cuello; no le dije que me casaría con ella. PERDICAN

¡Escúchame, escúchame! CAMILA

¿No sonreíste luego cuando te dije que yo no había podido ir hasta la fuente? ¡Y bien!, sí, allí estaba y lo oí todo; pero, Dios es mi testigo en esto, allí no querría haber hablado como tú. ¿Qué vas a hacer con esta muchacha, ahora, cuando venga, con tus besos ardientes sobre los labios, a mostrarte llorando la herida que le hiciste? Quisiste vengarte de mí y castigarme por una carta que escribí para mi convento, ¿no es cierto? A toda costa, quisiste lanzarme alguna saeta que pudiera alcanzarme y para nada contabas con que tu flecha envenenada atravesara a esta niña, ya que, tras ella, también me hería. Me había vanagloriado de haberte inspirado algún amor, de dejarte alguna pena. ¿Eso te hirió en tu noble orgullo? ¡Y bien!, apréndelo de mí, me amas, entiendes; ¡pero te vas a casar con esta muchacha o no eres sino un vil! PERDICAN

Sí, me casaré con ella. CAMILA

Y harás bien. PERDICAN

Muy bien, y mucho mejor que si me casara contigo misma. ¿Qué hay, Camila, que tanto te irrita? Esta niña se desmayó; la vamos a reanimar bien, para eso no necesitamos sino un frasco de vinagre; quisiste probarme que yo había mentido una vez en mi vida; eso es posible, pero me pareces audaz cuando decidiste en qué momento. Ven, ayúdame a socorrer a Rosette. (Salen.) Escena 7 – Entran EL BARÓN y CAMILA. EL BARÓN

Si eso se hace, me voy a volver loco. CAMILA

Emplee su autoridad.

EL BARÓN

Me voy a volver loco y no voy a dar mi consentimiento, no hay duda de eso. CAMILA

Debería hablarle y hacerlo entrar en razón. EL BARÓN

Eso me va a lanzar a la desesperación durante todo el carnaval y ni una vez voy a ir a la Corte. Ese es un matrimonio desigual. Nunca oímos hablar de casar a la hermana de leche de su prima; eso pasa todos los límites. CAMILA

Haga que lo llamen y dígale claramente que ese matrimonio le desagrada. Créame, eso es una locura y no lo va a resistir. EL BARÓN

Voy a estar vestido de negro este invierno; téngalo por seguro. CAMILA

Pero háblele, ¡en nombre del cielo! Da una cabezada; tal vez ya no hay tiempo; si habló de eso, lo hará. EL BARÓN

Voy a encerrarme para entregarme a mi dolor. Dígale, si pregunta, que estoy encerrado y que me entrego a mi dolor de verlo que se casa con una muchacha anónima. (Sale.) CAMILA

¿No voy a encontrar aquí un hombre de valor? En verdad, cuando lo buscamos, nos asustamos por su soledad. (Entra Perdican.) Y bien, primo, ¿cuándo es el matrimonio? PERDICAN

Lo más pronto posible; ya hablé con el notario, con el cura y con todos los campesinos. CAMILA

Entonces, ¿realmente cuenta con que se va a casar con Rosette? PERDICAN

Seguramente. CAMILA

¿Qué va a decir su padre sobre eso? PERDICAN

Todo lo que quiera; me agrada casarme con esa muchacha; esa es una idea que le debo a usted y en eso me sostengo. ¿Es necesario que le repita los lugares comunes más barajados sobre su nacimiento y el mío? Ella es joven y bonita y me ama; eso es más de lo que necesitamos para ser tres veces felices. Que tenga carácter o no lo tenga, yo hubiera podido encontrar algo peor. Van a gritar y se van a burlar; me lavo las manos al respecto. CAMILA

No hay nada risible en eso; hace muy bien en casarse con ella. Pero me enfada por usted sólo una cosa, que van a decir que usted lo hizo por despecho. PERDICAN

¿Eso la enfada? ¡Oh!, no. CAMILA

Sí, verdaderamente me enfada por usted. Eso perjudica a un hombre joven, no poder resistir a un momento de despecho. PERDICAN

Entonces, enfádese; en cuanto a mí, eso me da igual. CAMILA

Pero no piensa eso; nada es esa muchacha. PERDICAN

Entonces, ella va a ser algo, cuando sea mi mujer. CAMILA

Ella lo va a fastidiar antes de que el notario se haya puesto su toga nueva y sus zapatos para venir hasta aquí; el corazón se le va a detener en la cena de la boda y, la noche de la fiesta,

usted va a hacer que le corten las manos y los pies, como en los cuentos árabes, porque ella va a oler el ragú. PERDICAN

Usted verá que no. Usted no me conoce; cuando una mujer es dulce y sensible, franca, buena y bella, soy capaz de contentarme con eso, sí, en verdad, hasta de no inquietarme por saber si ella habla el latín. CAMILA

Es de lamentar que hubieran gastado tanto dinero para que usted lo aprendiera; esos son tres mil escudos perdidos. PERDICAN

Sí, hubieran hecho mejor en darlos a los pobres. CAMILA

Usted se va a encargar de eso, por lo menos de los pobres de espíritu. PERDICAN

Y en cambio ellos me van a dar el reino de los cielos, pues es de ellos. CAMILA

¿Cuánto tiempo va a durar esta broma? PERDICAN

¿Cuál broma? CAMILA

Su matrimonio con Rosette. PERDICAN

Muy poco tiempo; Dios no hizo del hombre una obra duradera: treinta o cuarenta años, máximo. CAMILA

¡Tengo curiosidad por bailar en su boda! PERDICAN

Escúcheme, Camila, ese es un tono de burla que no viene al caso. CAMILA

Me gusta mucho para que lo deje. PERDICAN

Entonces, la dejo a usted; pues ahora mismo es suficiente para mí. CAMILA

¿Va a la casa de su prometida? PERDICAN

Sí, ahora voy hacia allá. CAMILA

Entonces, deme su brazo, yo también voy. (Entra Rosette.) PERDICAN

¡Ahí estás, niña mía! Ven, quiero presentarte a mi padre. ROSETTE, se arrodilla.

Monseñor, vengo a pedirle un favor. Todas las personas del pueblo con las que hablé esta mañana me dijeron que usted amaba a su prima y que usted no me hizo la corte sino para divertirse los dos; se burlan de mí cuando paso y ya no voy a poder hallar marido en el lugar, después de haber servido de burla a todo el mundo. Permítame que le entregue el collar que me dio y vivir en paz en casa de mi madre. CAMILA

Eres una muchacha buena, Rosette; conserva ese collar, yo te lo doy, y mi primo va a tomar el mío en su lugar. En cuanto a un marido, no te inquietes, me encargo de buscarte uno. PERDICAN

En efecto, eso no es difícil. Vamos, Rosette, ven, te llevo hasta donde mi padre. CAMILA

¿Por qué? Eso es inútil.

PERDICAN

Sí, tiene razón, mi padre nos va a recibir mal; es necesario dejar que pase el primer momento de sorpresa que ha sentido. Ven conmigo, volveremos al lugar. Me agrada que digan que no te amo cuando me caso contigo. ¡Claro!, vamos a hacer que se callen. (Sale con Rosette.) CAMILA

¿Qué me ocurre? Él lo toma con un aspecto muy tranquilo. Eso es raro; me parece que la cabeza me da vueltas. ¿En serio, se va a casar con ella? ¡Hola, señora Pluche, señora Pluche! ¿Entonces, no hay nadie aquí? (Entra un criado.) Corra tras el señor Perdican; dígale pronto que regrese aquí, tengo que hablarle. (El criado sale.) ¿Pero, entonces, qué es todo esto? No puedo más, mis pies se niegan a sostenerme. (Vuelve a entrar Perdican.) PERDICAN

¿Usted me llamó, Camila? CAMILA

No, no. PERDICAN

En verdad, está usted pálida; ¿qué tiene que decirme; hizo que me llamaran para hablar conmigo? CAMILA

No, no. — ¡Oh, Señor Dios! (Ella sale.) Escena 8 – Un oratorio. Entra CAMILA; se lanza al pie del altar. CAMILA

¿Oh, Dios mío, me ha abandonado? Usted lo sabe, cuando vine, había jurado serle fiel, cuando me negué a ser la esposa de alguien distinto a usted, creí hablar con sinceridad ante usted y mi conciencia; lo sabe, padre mío; entonces, ¿no quiere más de mí? ¡Oh!, ¿por qué permites que mienta la verdad misma; por qué soy tan débil? ¡Ah, infeliz, ya no puedo rezar! (Entra Perdican.) PERDICAN

Orgullo, el más fatal de los consejeros humanos, ¿qué viniste a hacer entre esta muchacha y yo? Ahí está pálida y atemorizada, el que presiona sobre las losas insensibles su corazón y su rostro. Ella hubiera podido amarme, y habíamos nacido el uno para el otro; ¿qué viniste a hacer en nuestros labios, orgullo, cuando nuestras manos iban a unirse? CAMILA

¿Quién me siguió; quién habla bajo esta bóveda; eres tú, Perdican? PERDICAN

¡Cuán insensatos somos!, nos amamos. ¿Qué sueño tuvimos, Camila; qué vanas palabras, qué miserables locuras pasaron como un viento funesto entre nosotros dos; cuál de nosotros quiso engañar al otro? ¡Ay!, esta misma vida es un sueño tan penoso: ¿por qué aun mezclar allí los nuestros? ¡Oh, Dios mío, la felicidad es una perla tan rara en este océano aquí en la tierra! Nos habías dado, pescador celestial, nos habías lanzado desde las profundidades del abismo, esa inestimable joya; y nosotros, como niños mimados que somos, hicimos de ella un juguete. ¡El sendero verde que nos llevaba uno hacia el otro tenía un declive tan suave, estaba rodeado de matas tan florecidas, se perdía en un horizonte tan apacible; necesitamos que la vanidad, la habladuría y la ira vinieran a lanzar sus peñas informes en esta vía celeste, que nos hubiera llevado hasta ti en un beso! Necesitamos que no nos hiciéramos daño, pues somos seres humanos. ¡Oh, insensatos!, nos amamos. (La toma en sus brazos.) CAMILA

Sí, nos amamos, Perdican; déjame que lo sienta en tu corazón. Este Dios que nos mira no va a ofenderse por eso; quiere que te ame; lo sabe hace quince años.

PERDICAN

¡Querida criatura, eres para mí! (La abraza; se oye un fuerte grito detrás del altar.) CAMILA

Esa es la voz de mi hermana. PERDICAN

¿Cómo está aquí?, la había dejado en la escalera, cuando hiciste que me llamaran. Entonces, me siguió sin que me diera cuenta. CAMILA

Entremos en esa galería; allá gritaron. PERDICAN

No sé lo que siento; me parece que mis manos están cubiertas de sangre. CAMILA

Sin duda, la pobre niña nos vio; se desmayó otra vez; ven, vamos por ayuda; ¡ay!, todo esto es cruel. PERDICAN

No, en verdad, no voy a entrar; siento un frío mortal que me paraliza. Ve allí, Camila, y trata de acompañarla. (Camila sale.) ¡Te lo suplico, Dios mío, no hagas de mí un asesino; ves lo que ocurre; somos dos niños insensatos y jugamos con la vida y con la muerte; pero nuestro corazón es puro; no mates a Rosette, justo Dios; le voy a encontrar un marido, voy a corregir mi error; ella es joven, va a ser rica, será feliz; no hagas eso, oh Dios!, usted puede bendecir aún a cuatro de sus hijos. ¡Y bien!, Camila, qué ocurre? (Camila vuelve a entrar.) CAMILA

Ella ha muerto. ¡Perdican, adiós!*

*

TOMADO DE: MUSSET, Alfred de. On ne badine pas avec l’amour, de: Wikisource:Grandes œuvres de la littérature française - Wikisource, en: http://fr.wikisource.org/wiki/Wikisource:Grandes_%C5%93uvres_de_la_litt% C3%A9rature_fran%C3%A7aise, link: http://fr.wikisource.org/wiki/Auteur:Alfred_de_Musset, link:http://fr.wiki source.org/wiki/On_ne_badine_pas_avec_l%E2%80%99amour