Como Ser La Esposa de Un Ministro

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Uno Dos Tres Cuatro Cinco Seis Siete Ocho Nueve Diez Once Doce Trece Catorce Quince Dieciséis Diecisiete

Prefacio Introducción Lleva un Traje de Muchos Colores En la Abundancia y en la Escasez Que el Hogar Sea un Cielo Los Hijos de Pastores El Poderoso Dinero La Casa Pastoral: el Hotel del Pueblo El Ministerio de la Cocina El Simpático Oído Su Lugar en la Iglesia Su Lugar en la Comunidad Su vida Devocional Experimentos en Pequeños Grupos Tristeza, Necesidad, Enfermedad u Otras Adversidades Compartiendo con Otros Trabajos y Ocios La Risa es la Mejor Medicina Traslado a una Nueva Congregación Puesta de Sol

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PREFACIO ESTE VALIOSO LIBRO dedicado a las esposas de pastores casi no necesita introducción. Alice Taylor ha sido una excelente esposa de pastor lo mismo en iglesias de grandes ciudades que en pequeñas y prósperas congregaciones. Puede, pues, brindarnos juiciosos consejos en cuanto a nuestras relaciones con el ministro, que es también esposo, y con los feligreses que servimos.

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Alice Taylor es persona distinguida en su propia esfera. Ha trabajado con todo éxito como presidenta de las mujeres de la Iglesia Protestante Episcopal de la Diócesis de Albany (Estados Unidos) durante el tiempo que su esposo era el Rector de la Iglesia de San Pablo, en la ciudad de Albany. En el tiempo del rectorado de su esposo, en la Iglesia de San David, en Baltimore, Maryland, fundó numerosos pequeños grupos de oración, los que describe en uno de los mejores capítulos de este libro. Alice Taylor representa en sí misma el tipo de esposa de pastor que todas debiéramos ser, pues no sólo ayuda con todo tacto y cariño a su esposo en el ministerio, sin usurpar de ningún modo sus funciones, sino que además le complementa con los muchos dones que posee. Por ello, Dios ha podido usarla como instrumento creador de su amor y de su poder en las vidas de muchísimas personas, y como medio para organizar grupos de oración que han ayudado a las mujeres de las iglesias. Su folleto Cómo iniciar el grupo de oración ha circulado mucho. Alice Taylor es competente, tiene personalidad, es consagrada y humilde y está favorecida con muchos dones. Ojalá que todas nosotras fuésemos tan consagradas a la alta vocación a la que somos llamadas las esposas de pastores. Las lectoras de este libro —-estoy segura— han de encontrarlo no sólo interesante y entretenido, sino lleno de inspiración. HELEN SMITH SHOEMAKER.

INTRODUCCIÓN LA JOVEN NOVIA o esposa de un estudiante de teología, a punto de emprender llena de entusiasmo la carrera de esposa de pastor, se pregunta con una cierta aprensión: «¿Qué tal me desenvolveré?» La esposa del ministro, en medio de la corriente de la vida, se para unos momentos para reflexionar: «¿Cómo me estaré desenvolviendo?». Y la esposa del pastor, que lleva ya muchos años en el ministerio, y puede ver

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en el horizonte el fin de la jornada, inevitablemente piensa: «¿Cómo me habré desenvuelto?». A estas mujeres se dirige principalmente este libro. También se espera que muchos laicos puedan leerlo con atención. ¿Qué es lo que hay en el corazón y en la mente de la esposa de su ministro? ¿Cómo es ella en realidad? ¡Se espera tanto de ella! Se espera que la esposa de un ministro tenga la salud de una amazona y la consagración de una Florencia Nightingale, la paciencia de un Job y el celo de una Carrie Nation, los pacíficos pensamientos de un Gandhi y el espíritu luchador de un guerrero, el encanto de una persona que comienza y la inteligencia de una persona de experiencia. Además de esto, ha de vivir la vida en la pecera de un pez dorado, a sabiendas de que su única responsabilidad es vigilar la conducta del pez dorado. Aunque rodeada de personas de diversas clases y condiciones, a menudo se siente completamente sola. ¡Y lo está! No debiera nunca pedir disculpas por sus imperfecciones, sino pedir que la comprendan. ALICE J. TAYLOR.

1 Lleva un Traje de Muchos Colores ¿QUIÉN es esta mujer que vive en la casa pastoral? ¿Cuál es su origen? ¿Cuáles son sus estudios? ¿Cómo es ella? ¿Es muy diferente de las hermanas de su congregación? ¿Debe ser compadecida o envidiada? ¿Se da realmente cuenta de que puede ayudar o destruir al hombre de Dios a quien ha unido su suerte? ¿Qué se espera de ella?

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¿Quién es? Primeramente, ella es ella. En el curso de los años tendrá sueños, deseos, tensiones, fallos y tentaciones, pero debe hasta cierto punto labrarse su futuro sin perder nunca su propia personalidad ni su propia identidad. ¿Cuál es su origen? Proviene de diversos ambientes, quizá sea una enfermera, una maestra, una secretaria. Una de las más excelentes esposas de pastor que conozco, fue modelo. Puede venir del campo, de una ciudad o de sus suburbios, o del extranjero. Puede haber sido educada en la iglesia, o acaso es hija de una familia que no tenía por costumbre acudir a la iglesia. Puede haber estudiado o no. Algunas han tenido el privilegio de estudiar en algún seminario junto con sus esposos, pero la mayor parte emprenden esta nueva vida sin la debida preparación. Tienen, pues, que prepararse para obtener el título de esposa de pastor en la universidad de la experiencia. La mujer que tiene que abrirse paso por sí misma en tan difícil tarea se entrega a ella de todo corazón y, sin duda alguna, se graduará con honores. ¿Cómo es la esposa del pastor? Entrará a esta nueva vida con diversos intereses y talentos. Quizás le guste el arte, la música, la decoración. Hay que ayudarla a desarrollar esos dones no sólo por la dimensión que éstos darán a su vida, sino porque pudieran canalizarse para gloria de Dios. Más de una iglesia se ve muchas veces adornada con hermosos lienzos y ornamentos en el altar, rematados con emblemas bordados, gracias a que la esposa del pastor de la misma dedica talento, amor y tiempo en tal labor. ¿Ha de compadecerse uno de la mujer que vive en la casa pastoral? ¡Nunca! ¡Envidiada sí! ¡Nadie recibirá mayor galardón! Cada vez que llega a una nueva congregación la esperan buenos amigos. Vive en un hogar que, por lo general, la congregación tiene en mucha estima. Pero nadie dirá que es una vida fácil. Aunque ella tiene que ser ella en todo momento, la esposa de un pastor debe crecer y perfeccionarse, amoldándose a cada traslado. Se espera mucho de ella; no agradará a toda la congregación, ni deberá hacerlo. Muy al comienzo de su carrera, le será

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evidente que su vida no la podrá realizar por sí sola. Deberá buscar guía y ayuda en su Salvador, mediante la oración y una entrega total a Dios. En muchos aspectos, ella es en sí una paradoja. Con un sueldo notoriamente bajo, ha de vestirse con esmero y mantenerse atractiva. Debe vestirse con una modestia tal que no haga sentir mal a la más pobre, pero sin rebajarse tanto que luzca mal ante la más rica. Deberá poder conversar con un alto dignatario si alguna vez se sienta a su lado en una comida de gala, y deberá poder hacerlo con sencillez con cualquier persona de su vecindad. Aunque sea de carácter tímido, su cargo reclama que sea amable y sepa tomar la iniciativa. Ha de estar dispuesta a aceptar las responsabilidades, pero no hasta el extremo de ser dominante; deberán gustarle las bromas, pero hasta un límite. Habrá de entrar en su nueva vida con profunda humildad, tanto más cuanto que su marido, en la mayor parte de los casos, será un hombre humilde que habrá aprendido a depender de Dios. La esposa de pastor que comience su carrera demasiado segura de sí misma, puede estar segura de su fracaso. Señor: Te pedimos que estés con nosotros y nos guardes al emprender esta nueva tarea. Que ningún cambio ni suerte nos quite de Tu mano. Prospéranos en nuestro camino y danos gracia para hacer siempre lo que te agrada. Amén.

2 En la Abundancia y en la Escasez «Yo, JORGE, declaro delante de Dios y en presencia de su Iglesia que te recibo a ti, Alicia, por mi legítima mujer, y prometo ser para ti un esposo amante y fiel, hasta que Dios se sirva separarnos por la muerte». «Yo, Alicia, certifico delante de Dios y en presencia de su Iglesia, que te recibo a ti, Jorge, por mi legítimo marido, y prometo ser para ti una esposa

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amante, obediente y fiel, hasta que Dios se sirva separarnos por la muerte». 1

El Ministro toma para sí una esposa. Habrá de estar oyendo pronunciar esta promesa delante del altar de Dios hasta que su ministerio llegue a su término, pero en ninguna ocasión tendrá para él tanto significado como en el día de su propio matrimonio. Desde ese momento ya no estará solo en su ministerio; su esposa lo compartirá. En el futuro le esperarán, como a todos, tristezas y alegrías, abundancia y escasez, amarguras y satisfacciones, enfermedad y salud, pero todo ello no lo pasará solo, lo compartirá junto con su esposa, pues «a los que Dios ha unido, nadie los separe». Para el novio, es sagrada la promesa hecha en la ceremonia de su matrimonio, pero para la novia puede decirse que, en un cierto sentido, es a la vez su promesa de ordenación. En ese momento, no sólo está entregando su ser todo al hombre a quien ha elegido como compañero de su vida, sino que se está ofreciendo total e inequívocamente al Dios Todopoderoso para contribuir al avance de Su Reino. Este paso no debe tomarse imprudentemente ni con ligereza, sino discreta, prudente y sabiamente, en el temor de Dios. Desde el primer momento, deben reconocer los dos que han de dedicar un rato cada día juntos a la oración. La familia que ora junta se mantiene unida, porque sin la ayuda de Dios poco podrá realizarse. A la mayor parte de los matrimonios les es más fácil hacerlo al fin de cada jornada. Por supuesto, cada uno de los cónyuges, o cada uno de los miembros de una familia, deberá tener sus propios momentos de meditación y oración, pero la oración conjunta, el culto familiar, es una costumbre tan sagrada que nunca debiera interrumpirse.

1Estas promesas están copiadas literalmente del Oficio de solemnización del Santo Matrimonio, contenido en la Liturgia o Libro de Oficios Divinos y Administración de los Sacramentos y otros Ritos de la Iglesia Española Reformada Episcopal. N. de la T.

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Para la esposa de un ministro sólo habrá un capitán. No importa cuales puedan ser las cualidades que posea, debe siempre recordar que no es el número 1 en el hogar. Un ministro, muy simpático, pero más bien algo egoísta, me dijo una vez respecto de su novia: —Ya le he dicho que tendrá que contentarse con ser la cola del pájaro. Aunque lo dijo quizás demasiado claramente, tenía razón. Es obvio que todas las decisiones referentes a la iglesia las deberá tomar el ministro mismo. Muchas veces se me hacen preguntas como éstas: «¿No le parece que deberíamos tener cuatro floreros en el altar, en lugar de dos?»; «¿No piensa que el nuevo ayudante debiera hablar más fuerte?» A tales preguntas no tengo más que una contestación: «A quien tiene que decírselo es a mi esposo. Él es el que dirige la iglesia; por lo tanto, es cosa suya y no mía». En todos los casos la esposa del ministro debe estar dispuesta a ocupar el segundo lugar, y debe sentirse orgullosa de ello. No necesita saber ella quién va a ver al esposo ni para qué. Esta es una lección difícil para muchas mujeres, pero conviene que se aprenda desde el principio. Aunque se tenga que tener un dormitorio menos, el ministro necesita una habitación en la casa pastoral que sea exclusivamente para él, y a la que ni la esposa ni los hijos tengan libre entrada. Esta habitación debiera ser para él su propio cielo privado, con una mesa de trabajo, un teléfono, un sillón confortable, un espacio grande para libros, así como un letrero con la inscripción «No molestar». Toda la familia tiene que respetar el derecho del padre a no ser interrumpido en sus horas de estudio. Uno de los deberes más difíciles de las esposas de pastores es el de aprender que sus esposos se deben a sus congregaciones y que, por tanto, en determinados momentos han de saber prescindir de ellos. Al igual que las esposas de los médicos, las esposas de ministros tienen que pasar horas enteras solas esperándoles. Habrá lugares a donde ellas, no puedan acompañarles. A causa del carácter de su profesión, el pastor es confidente de muchas personas, incluidas mujeres atractivas. Las palabras dichas «en confesión» han de ser para él sagradas y nunca deben ser repetidas. Cuanto

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antes la esposa de pastor comprenda esto y lo acepte, tanto más feliz será, y tanto más se aproximará a ser una esposa de pastor equilibrada. Sólo recuerdo una ocasión en que de veras me sentí molesta. Había en nuestra congregación una anciana ciega que apenas tenía lo necesario para su sustento. A cada rato nos llamaba por teléfono simplemente para charlar. La señora en cuya casa se hallaba hospedada comunicó una vez a mi esposo que tendría que desalojarla de la lúgubre habitación que ocupaba, pues la buena mujer estaba llena de piojos. Como no veía, no se daba cuenta de que los tenía. A no ser que hubiese alguien dispuesto a bañarla, le dijo la dueña de la casa, no deseaba que continuase viviendo allí. ¿Cuál hubiera sido la reacción de cualquier esposa, al oír decir por teléfono a su marido? —No se ocupe. Yo me encargaré de ir a bañar a la señorita Fernández. Pude convencer a mi marido de que estaba yendo un poco demasiado lejos en el cumplimiento de su deber, y que si alguien debía hacer un trabajo así, sería yo. Por fin encontramos una mejor solución: una enfermera fue para realizar tal menester y, así, la señorita Fernández pudo seguir viviendo en la misma casa, y presentarse el próximo domingo en la iglesia, limpia y desinfectada. En la vida de la esposa de pastor existen las horas de soledad, las esperas interminables y las comidas interrumpidas. Todo ello puede sobrellevarse adoptando actitudes que, en justas proporciones, pueden ser de valor incalculable al cambiar lo negativo de la vida en un gozo positivo producto de la abnegación. No hay satisfacción más grande que poder una repetirse a sí misma: «¡Es maravilloso que él pueda ayudar a los que lo necesitan! Dios puso a esta porción de su pueblo bajo nuestro cuidado. Les pertenecemos». Este pensamiento de que no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino al pueblo de Dios, me vino de repente hace algunos años. Al cumplirse nuestro décimo aniversario en cierta congregación, ésta nos manifestó su gratitud de manera tangible, entregándonos un substancioso donativo en metálico, que nos permitiría pasar una semana de descanso en las

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Bermudas. Llevábamos sólo veinticuatro horas en las Bermudas, cuando recibimos una llamada muy urgente. Una de nuestras feligresas tuvo una muerte trágica e inesperada y el esposo quería que estuviésemos junto a él. «Ante una llamada, ¿qué puede uno decir?» «¿De qué sirve el pastor que no corre a estar al lado del necesitado en sus horas de tristeza?» «¿Podríamos disfrutar nuestra estancia en las Bermudas si nuestro deber y nuestro corazón estaban junto aquel hombre?» Estas eran algunas de las reflexiones que nos hacíamos mientras volábamos en el avión, de regreso. Luego, de forma milagrosa, el sacrificio se volvió privilegio, ya que la historia no termina aquí, puesto que nuestro afligido amigo, agradecido, nos proporcionó un viaje a Florida algún tiempo después. El cielo no siempre estará despejado. Habrá problemas y discusiones. Esto es inevitable. A veces encontramos feligreses que nos hacen sufrir horriblemente. ¿Que los impulsa? Muy a menudo las frustraciones en el hogar, los complejos de culpa o los mecanismos sicológicos de defensa destinados a ocultar algún problema arraigado los convierten en individuos ásperos, horribles. Estas son las personas que más necesitan una ayuda espiritual. Las más desagradables generalmente necesitan más amor. Pero por cada persona difícil en una congregación, hay numerosos buenos creyentes, almas consagradas que están ansiosas de manifestar de múltiples formas su amabilidad. Muchas veces nos hemos conmovido por el amor tan grande que muchas personas han testimoniado al pastor y a su familia, en momentos de desgracia. Y hasta que esto no se ha experimentado, ni siquiera se puede imaginar. Cuando nuestro hijo, que tenía dos años, (ahora es oficial de la Marina) contrajo poliomielitis, la congregación entera se sintió embargada de dolor. No era nuestro hijo el que estaba enfermo, sino el de ellos. Y siempre tendremos presente que, debido a las oraciones de tantos creyentes. Dios quiso, de forma milagrosa, salvar a este hijo nuestro.

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¡Dios eterno, creador y conservador del género humano, dador de toda gracia espiritual y autor de la vida eterna; envía tu bendición sobre estos siervos tuyos, sobre este hombre y esta mujer que en tu nombre bendecimos; que viviendo en fiel unión puedan de veras cumplir y guardar el voto que se hicieron al entregarse el .anillo matrimonial; puedan vivir en perfecto amor y en paz, y puedan vivir conforme a tus leyes. En el nombre de Jesucristo, nuestro Señor, te lo pedimos. Amén.

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3 Que el Hogar Sea un Cielo Si SE ENTRA en una gran cafetería, en cualquier ciudad, un día de entre semana, a primeras horas de la mañana, será difícil encontrar una mesa vacía. ¿Todas las personas que allí están son transeúntes, se hallan de paso, esperando tomar un avión, un tren, un autobús, como a todos nos ha ocurrido algunas veces? ¿Son estudiantes que no tienen facilidad de prepararse el desayuno en casa? ¿O son solterones que toman el desayuno fuera de sus casas, meramente por comodidad, o por vicio? No, en general, son jóvenes estudiantes, con sus libros amontonados debajo de las mesas, engullendo un ligero desayuno, antes de ir camino de la universidad. ¡Qué cuadro más extraño! ¡Qué vergüenza para nuestra sociedad! ¿Dónde están sus hogares? ¿Sus padres? ¿Por qué no están sentados alrededor de una mesa, con sus familiares, atesorando no sólo el alimento para la energía corporal, sino para la fuerza espiritual y emocional que proviene de la seguridad de una familia unida? Para nuestros antepasados, la verdadera estructura de la sociedad era edificada en el hogar, en la familia, en los grandes comedores, ¡Ay!, hoy día hasta la oración en familia está siendo una cosa del pasado. El divorcio y los flirteos juveniles se deben a menudo a que los padres no han estado en casa, lo suficiente pura poder hablar de sus problemas en consejo o reunión familiar. De algún modo debiera frenarse esta inclinación a la decadencia del hogar. Los hogares pastorales tienen una buena oportunidad de demostrar lo que puede ser un hogar basado en Dios. Gústeles o no, viven como en una pecera y, a través de ese globo de cristal, pueden mostrar al mundo una vida ejemplar de familia no perfecta, por supuesto, pero sana y feliz. Los países comunistas por lo menos comprenden a cabalidad la importancia del hogar. Desde el principio dicen que la familia es un absurdo y tratan de desacreditarla como lo hacen respecto a la creencia en Dios. Dicen a sus mujeres: «Tened hijos. Necesitamos más obreros.

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Nosotros nos encargaremos de los gastos del alumbramiento y los cuidados posteriores. Os pagaremos bien para que tengáis hijos. Id adelante, y tenedlos; y, después, volved lo antes posible a vuestros trabajos». En algunos libros, y en varias revistas femeninas, se expresa un modo de pensar que, ciertamente, en nada ayuda a preservar La santificación de los hogares. Dicen, más o menos así: «Mujeres, no seáis tontas haciendo un trabajo no remunerado, siendo esclavas de vuestras casas y de vuestros hijos, malgastando vuestro tiempo cosiendo ropa. Sois demasiado inteligentes para perder vuestro tiempo en tareas tan triviales. Libertaos de vuestra esclavitud...» Entonces, ¿qué hace la esposa? Trata de encontrar un trabajo en una agencia de bienestar, ocupación que reclama una buena educación, que está de acuerdo con sus aptitudes. Y, ¿cuál es su labor? Tiene que entrevistar a hombres, mujeres y niños. ¿Porqué muchos están en problemas? Porque provienen de hogares destruidos, o de hogares donde las madres salen a trabajar. No es de extrañar que estén llenos de inseguridad. Un gran porcentaje de esposas de ministros se han visto obligadas a buscar empleo. Para muchas de ellas, el empleo más corriente, sin duda a causa del horario, es la enseñanza en las escuelas. En bastantes casos, se trata de conseguir un salario suplementario para ahuyentar el lobo de la puerta. Con gratitud vemos que el pueblo empieza a despertar, a darse cuenta de que los ministros no pueden vivir con un salario demasiado bajo, y que sus mujeres no deberían trabajar para hacer frente a la necesidad que ello les plantea. No importa cuál sea el salario que el esposo gane, siempre se necesitará más. A la madre que dice que necesita un empleo para poder enviar sus hijos a una escuela privada, o para vivir «un poco» mejor, le rogamos que lo piense bien. Quizás, aunque pone su propia salud en peligro al quemar la vela por los dos lados, al fin de cuentas nunca puede llegar a ser ni buena ama de casa ni buena empleada. Quizás un día se dé cuenta de que, luego de restar los gastos extras en que incurre al trabajar fuera, el salario extra que estaba ganando no era tan grande como le parecía al principio. En

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conclusión. La satisfacción de estar con su propia familia, así como con su congregación, debiera ser de más peso que los sacrificios financieros que tenga que hacer. Los quehaceres más aburridos de la casa pueden volverse experiencias agradables con un simple cambio de actitud o punto de vista. Es entonces, y sólo entonces, cuando, en virtud de cierta mutación maravillosa, el ama de casa se transforma en artífice del hogar. Se cuenta la historia de un hombre que visitó unas canteras en Inglaterra. Se acercó a un obrero, y le preguntó qué estaba haciendo, y éste le contestó lo siguiente: —Sacando grandes trozos de piedra de la cantera. Cerca de allí, otro obrero parecía estar labrando las piedras con su escoplo. Este miró al visitante, y con un resplandor en los ojos, le dijo: —Estoy edificando una catedral. La próxima vez que tengas que realizar alguna tarea enojosa, dite: «¡Estoy edificando un hogar!» Además de una «gran dosis de amor», ¿qué es lo que hace de una casa un hogar? El que ésta sea el lugar donde la madre expresa su personalidad y donde el padre puede ponerse cabizbajo en su silla preferida, para relajarse y desprenderse de algunas de las preocupaciones del día; donde los niños pueden sentir seguridad y amor, y a donde pueden con confianza llevar a los amigos; donde se comparten las cosas buenas y los momentos tristes de la vida. No es necesario poseer una nutrida cuenta corriente en un banco para hacer agradable un hogar. Son los pequeños toques los que pueden despertar un cierto encanto: algunas flores en el comedor, o un rincón con algunos libros, completado con una lámpara, que invita a leer. La comida colocada de prisa y corriendo en la mesa de la cocina puede llegar a ser una costumbre degradante. Los niños deben aprender a vivir rodeados de cosas bonitas. Una de mis amigas me dijo una vez:

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—Siempre usamos los mejores platos de porcelana y los cubiertos de plata, porque somos las mejores personas que conocemos. Otra, algo más cínica, usaba sus mejores cubiertos de plata por una razón menos justificada: ¡No quería guardarlos para la segunda esposa de su marido! Cada día, la madre está introduciendo ideales en las impresionables mentes de sus niños, y recuerdos que significarán mucho en años futuros. Deberían ser recuerdos felices un hogar agradable en el que no sólo se tenía el sofá para que se admirase, sino para sentarse encima, y donde la madre no era la esclava de la limpieza que no encontrase tiempo para besar el dedo lastimado del hijo. Quizá mi niñito de cuatro años expresó su apreciación cómo sólo un niño puede hacerlo, cuando me agarró imperiosamente, y me dijo: — ¡Tú eres la mejor madre del mundo y nunca hueles mal! El ama de casa no es justa consigo misma si anda siempre desarreglada, con la cabeza tan cubierta de amoldadores que parece un ser de otro planeta. La esposa de pastor que descuida su apariencia no sólo se hace daño sino que corteja al desastre, pues nunca puede saber quién se halla al otro lado de la puerta. ¡Oh Dios, tú que has santificado tanto matrimonio que lo has puesto como símbolo del desposorio espiritual entre Cristo y su Iglesia, mira misericordiosamente a estos tus siervos, para que puedan amarse, honrarse, cuidarse y vivir juntos en fidelidad y paciencia, en sabiduría y verdadera santidad, de manera que su hogar sea un puerto de bendición y de paz; en el nombre de Jesucristo nuestro Señor te lo rogamos. Amén.

4 Los Hijos de Pastores

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No es muy alentador para el Pastor el que la pequeña María le manifieste que no irá más a la escuela dominical, ni el que el instructor le diga que Juanito ha molestado más que ningún otro niño en la clase bíblica. Sin embargo, las estadísticas en muchos países afirman que entre las personas que llegan a ser «alguien» en la vida hay más hijos de clérigos que hijos de individuos de cualquier otra profesión. Si las estadísticas no mienten tendremos que reconocer que los hijos de pastores han aprendido a luchar contra la tempestad. Las comidas interrumpidas, las frecuentes ausencias del padre, las llamadas telefónicas y las del timbre de la puerta, a veces tan pesadas, la falta de tranquilidad, la cortesía y el título de ser diferentes de los demás niños, son, quizá, los factores que contribuyen a crear sus caracteres. Todos los hijos de pastores se sienten molestos, en ocasiones, de observaciones tales como: «No hubiéramos esperado esto de ti»; «¿qué pensará tu padre?», y muchas parecidas . Nuestro hijo menor, ahora ya un hombre, que era muy vivo de niño, me dijo no hace mucho que todos los jóvenes tienen que rebelarse en contra de algo cuando llegan a una cierta edad, y afirmó: —Yo tuve un motivo especial: «¡El de ser hijo de pastor!». La madre de estos candidatos a ser «alguien» en la vida debe tratar de hacerles la vida lo más normal posible. Desde sus primeros momentos conscientes han de darse cuenta de que tienen ciertas responsabilidades que otros niños no tienen. Desde muy pronto han de aprender las reglas de comportamiento social, cómo saludar amablemente a los miembros de la iglesia, cómo tomar recados, cómo actuar en casos de necesidad o de urgencia. Sus acciones repercutirán sobre sus padres, aunque ellos no deseen que sea así. El problema de las escabullidas para no asistir a la iglesia surgirá alguna que otra vez. Hay ocasiones cuando no nos sentimos dispuestos a ir a la iglesia, pero es, precisamente, en tales ocasiones cuando más se necesita la disciplina espiritual. No debe esperarse de un niño, porque su padre sea

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pastor, que tenga un genuino despertamiento espiritual a una edad temprana. Las conversiones no suelen suceder de esta forma. En algunos puede presentarse por un impacto repentino, en un instante determinado en que Dios habla y le dice «Vuélvete», como se lo dijera a Pablo en el camino de Damasco. Mas, para la inmensa mayoría, es probablemente un proceso gradual de inspiración espiritual. No les hará daño a los niños el ir a la iglesia aunque se sientan reacios a hacerlo. A nuestros niños les planteamos honradamente la cuestión en términos bien sencillos: —Si tú no respaldas a tu padre, ¿quién lo hará? La celebración de la Navidad en una casa pastoral llena de niños pequeños es una agradable pero agotadora experiencia. Toda la Navidad se halla centrada en el Niño Jesús y en la celebración de Su Nacimiento en los cultos de la iglesia. Las costumbres y tradiciones que han surgido de este gran acontecimiento son parte de cada hogar. En la mayor parte de las familias es un tiempo para que todos los que las componen se reúnan, pero no tanto en las casas pastorales. El padre tiene cultos por la tarde en el día de Nochebuena, a media noche y el día de Navidad. El estar juntos en familia tiene que arreglarse entre un culto y otro a fin de que él pueda hallarse presente. En tales ocasiones sólo la condescendencia y el buen humor harán que la familia pueda disfrutar la festividad. Estoy segura de que cuando se pesan las ventajas y los inconvenientes de haber crecido en una casa pastoral, la mayoría de los niños se inclinarían por el lado positivo. Los contactos con toda clase de personas, la emoción de compartir alegrías y de ayudar a sobrellevar penas, el gozo de presenciar la felicidad que un niño puede llevar a las vidas de un matrimonio joven de la congregación, o la angustia que se siente en la casa pastoral cuando una muerte repentina visita a algún miembro de la iglesia; estas cosas y muchas más sirven para formar un carácter firme. Las iglesias difieren unas de otras en espíritu, y lo que las diferencia es la dedicación espiritual y dinámica de los fieles de la congregación. El pastor,

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su esposa y los hijos, deben marcar la pauta en cuanto a lo que a dedicación se refiere. ¿Hay algo mejor que el poder del ejemplo? Hace muchos años conocimos a una mujer llena de celo e interés por la denominación a que pertenecía. Su vida estaba dedicada a convertir a otras almas a su propia persuasión. Un día se encontró con un amigo nuestro y trató de convertirle. Nuestro amigo le preguntó: —¿Qué hay con su marido y con sus hijos? —Bueno —reconoció la mujer—, es difícil convencer a la propia familia. Mi amigo le dijo entonces: —Bien, conviértalos primero; después, ya hablaremos. Dios Todopoderoso, creador del género humano, único manantial de la vida; confiere a estos tus siervos, si es tu voluntad, el don de tener hijos; y concédeles que puedan ver a sus hijos educados en tu fe y temor, para honra y gloria de tu nombre. Un el nombre de Jesucristo nuestro Señor. Amén.

5 El Poderoso Dinero Puede ser que Jacob haya sido el primer diezmador a carta cabal de la historia. En Génesis 28:22 se nos indica que dijo: «Esta piedra que he

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puesto por título, será casa de Dios: y todo lo que me dieres, el diezmo lo he de apartar para ti». Un número cada vez más crecido de fieles practica el diezmo, y dicen con entusiasmo que así es como se tiene que ofrendar, que hay diferencia entre dar (a menudo por coacción) un donativo a Dios y ser «socios» de Dios. En la vida moderna son muchas las causas nobles a las que debe ayudarse, por ejemplo, la Cruz Roja, infinidad de ayudas diversas a necesitados, hospitales, etc., etc. Nadie tiene derecho a decirle a nadie cómo emplear el dinero, pero bien a menudo al pastor le preguntan: «¿Cuánto le parece que debería dar?». Muchos fieles, interesados en la administración y en la responsabilidad financiera de su iglesia, han sugerido que dar el 5 % de los ingresos para el sostenimiento de la Iglesia, y otro 5 % para otras causas benéficas es lo correcto y lo justo. El antiguo adagio reza: «Da hasta que te duela». Quizás sea mejor decir: «Da hasta que te parezca bastante». Mas cada familia debe establecer su propio sistema de dar, a impulsos de la conciencia, ya que éste es un asunto entre el hombre y su Hacedor. La familia del pastor podrá comprobar que el poder del ejemplo es más convincente que cualquier sermón sobre mayordomía. Un consagrado pastor de Brasil indicó al Tesorero de su iglesia, cuando éste le entregó su salario, que cada mes apartara una décima parte del mismo para la caja de la iglesia. El resultado fue que, en poco tiempo, la nómina de la iglesia registraba una lista grande de «diezmadores», y que la iglesia ha crecido espiritualmente, porque «donde está vuestro tesoro, allí también está vuestro corazón». Nadie podrá decir de la esposa de un pastor que se ha casado por el dinero. Si desea tener un abrigo de visón será mejor que trate de obtenerlo en un concurso de televisión o de heredarlo de una tía rica. Como los salarios, en la mayor parte de los casos no están en proporción con las necesidades, más de una vez será preciso estirar el dinero para que llegue hasta fines de mes. Pero este proceso de estirar el dinero produce, a veces, buenos resultados. Las sopas hechas en casa, la ropa y el jersey confeccionados en casa proporcionan una satisfacción incalculable.

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«Nunca me salen bien las cuentas», suelen decir a menudo las jóvenes esposas. Ni a mí tampoco, pero esto no nos servirá de excusa, pues para ser una buena administradora de la familia no se necesita una inteligencia extraordinaria. Lo imprescindible es saber disponer sabiamente del dinero, no gastando más de lo que ingresa, llevando el presupuesto de tal forma que el patrón no sea mayor que la tela. Estar llevando la cuenta de un presupuesto limitado es agotador, pero de alguna manera hay que tener cierta organización financiera. Algunas amas de casa poseen un libro de cuentas para ayudar a la familia a dividir los gastos en diferentes secciones como alimentación, ropa, locomoción, regalos, etc. Felizmente, en la mayoría de los casos, el presupuesto del pastor no tiene que incluir el apartado denominado «alquiler». Una oración de gracias debiera estar en los labios de cada esposa de pastor al considerar la suerte de vivir en una casa sin tener que pagar alquiler. No tenemos derecho de orar pidiendo a Dios, por ejemplo, que haya sol el día de la excursión de la Escuela Dominical; y quien se ponga a pedirle a Dios que le abra una puerta cerrada está poniendo la oración al nivel de la brujería; tampoco tenemos justificación de pedir a Dios que ponga en nuestro camino dinero extra. Pero, ¡cuántas veces hemos experimentado, más veces de las que pueden imaginarse, que cuando nuestras existencias económicas se hallaban a cero y surgió una necesidad urgente, llegó un dinero inesperado, como caído del cielo! Entonces, maravillados, liemos exclamado al unísono: —Indudablemente, el Señor provee. El capítulo de vacaciones en el presupuesto del pastor no es muy significativo que digamos, pero al pastor y a su esposa se le presentan a veces oportunidades maravillosas de viajar dentro del país y al extranjero en viajes de intercambio de pulpito o con otro ministro. Aunque esto a menudo no significa más que «cambio de pulpito para él y cambio de lavadero para ella» lo importante es que un cambio así ayuda a renovar las fuerzas.

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En ocasiones, se presenta la oportunidad de poder hacer un crucero. Muchas Compañías navieras ofrecen a pastores protestantes el pasaje gratuito a cambio de sus servicios como capellanes del barco. Recientemente tuvimos ocasión de aprovechar una de estas oportunidades. Si la esposa del pastor está al tanto de todas las cuentas libera al esposo de un gran peso. Es en extremo importante para la iglesia que el pastor tenga buen crédito en la comunidad, y esto se logra pagando puntualmente. Esto es en especial cierto en una pequeña comunidad, donde los comerciantes se darán cuenta en seguida si al nuevo pastor se le puede fiar. El sistema de cargar en cuenta y de pagar mediante cheque bancario es muy práctico porque permite salir de compras sin necesidad de llevar cantidades importantes en efectivo, y porque facilita el trabajo de anotar en el registro de gastos. Sin embargo, la mujer que no puede pagar un vestido este mes, debe andar con cuidado, porque es posible que tampoco lo pueda pagar al mes siguiente. Recuerdo la recomendación que nos hizo la directora del colegio en que estudié: —Muchachas, recordad que cuando lleváis un uniforme, todo lo que hagáis o digáis recae sobre el colegio. En verdad, la esposa del pastor lleva el uniforme de su iglesia en la comunidad. Si es débil en sus responsabilidades financieras, pronto dirán de ella los vendedores: «Esta gente de la iglesia no paga sus cuentas».

Dios Todopoderoso, de cuya mano amorosa hemos recibido lo poseemos, concédenos la gracia de poder honrarte con cuanto proporcionas; y que al acordarnos siempre que un día tendremos rendirte cuentas, seamos fieles mayordomos de tu generosidad. Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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que nos que Por

6 La Casa Pastoral: el Hotel del Pueblo Probablemente toda esposa de pastor, en determinados momentos de su vida, habrá tenido la sensación de estar dirigiendo un hotel de primera clase. Sólo que con una diferencia: que el hotel tiene un personal competente, y en la casa pastoral, a la señora de la casa le toca hacer de administradora, recepcionista, botones, doncella y jefe de comedor.

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Muchos estarán de acuerdo conmigo en que la molestia que esto produce queda compensada con la emoción de recibir en el hogar a esa variedad caleidoscópica de individuos que a menudo atraviesan el umbral de la casa pastoral: obispos, misioneros, estudiantes de teología, periodistas y, por supuesto, buen número de personas sencillas. ¡Cualquier familia que crezca en un ambiente así recibe abundantes bendiciones! Es de gran ayuda el conocer los gustos y costumbres de los huéspedes. Es deber de una revisar meticulosamente la habitación para estar segura de que en ella hay un mínimo de comodidad: algunas revistas, un libro de meditaciones, un tubo de aspirinas, un alfiletero, un vaso de agua, un aparato de radio y, en fin, todas esas pequeñas cosas que proporcionan comodidad. Os voy a suplicar que tengáis siempre dos camas gemelas en la habitación destinada a los huéspedes, y os diré por qué: la esposa de uno de nuestros obispos me hizo una descripción vivida de las vicisitudes que tuvieron los dos al dormir en diferentes casas pastorales. Al avanzar en años, como muchos de nosotros, se les hizo imposible dormir los dos en una sola cama. Más de una vez fueron pomposamente conducidos a la mejor habitación de la casa, donde resplandecía una cama grande de matrimonio. Luego de varias noches, sin poder dormir, la esposa del obispo ideó un curioso truco: Extendió, bien tirante, una sábana o colcha entre las dos mitades de la cama, y así cada uno tuvo su propia «habitación». Hace poco, en Cuaresma, una serie de predicadores visitaron nuestra congregación y durante tres miércoles sucesivos tuvimos un problema dietético. El primer miércoles llegó un ministro que seguía una dieta sin sal; nuestro próximo huésped fue un pastor que tenía una úlcera, y el tercer ministro que nos visitó padecía diabetes. Aunque esto afectó, de modo bien ligero, el comedor, quedó compensado por la alegría que nos proporcionaron estos tres simpáticos clérigos. Entre los huéspedes que nos ha tocado recibir a lo largo de los años, recordamos con especial satisfacción al fallecido Reverendo George Gilbert, humorista, y autor del libro «Cuarenta años de predicador rural»,

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quien se reía con tantas ganas al contar sus propias historias que apenas podía terminarlas. Era un alma extraña que tenía una comprensión inigualable del verdadero valor del hombre a los ojos de Dios. A la lista de nuestros dignos visitantes hemos de añadir un obispo misionero y su familia, que se trasladaban de un extremo a otro del mundo, y llegaron con dieciocho maletas, lo que exigió ir tres veces a la estación del ferrocarril para recogerlas. Si el pastor extiende una mano hospitalaria a sus compañeros en el ministerio, hay que dar el mismo privilegio a los demás miembros de la familia. Los niños deben sentirse libres de invitar a sus amigos a su hogar, y éstos deben encontrar una cordial acogida. Nuestros hijos saben que tienen este derecho. Pero, a decir verdad, un día uno de ellos nos sorprendió con una llamada telefónica desde el colegio en la que nos anunciaba que una de las fraternidades a que pertenecía había sido seleccionada para jugar un partido contra el Sur. Como el partido había de jugarse en nuestra ciudad, él había dicho a todos los que componían el equipo que podían estar en nuestra casa. —¿Cuántos han de ser? —le preguntamos. —Diecinueve. Todos estuvieron en nuestra casa, donde comieron y durmieron. Nos las arreglamos para acomodarlos en camas, sofás, colchonetas colocadas en habitaciones, en los pasillos, por todas partes. Pasamos con ellos unos días muy agradables. Es algo que, hasta la fecha, siempre recuerda nuestro hijo con gratitud. En otra ocasión un estudiante vino a visitarnos una noche, ya bastante tarde. A la mañana siguiente, vimos un coche fúnebre delante de la casa pastoral. Instantes después nos enteramos que nuestro amigo lo había comprado a muy bajo precio y que lo estaba usando para recorrer el país. Nosotros le indicamos que con gusto le tendríamos en nuestro hogar, pero que, por favor, aparcase su vehículo algo distante de la casa pastoral, antes que empezara a sonar nuestro teléfono con mayor frecuencia que de costumbre.

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Esto me recuerda, por contraste, a otro joven que nos visitó recientemente: un valiente y vigoroso piloto. Cuando llegó a nuestra casa pastoral, situada al lado del cementerio, los ojos se le abrieron extrañados, y las rodillas le comenzaron a temblar. —No voy a poder dormir en toda la noche, tan cerca de estos muertos. — nos dijo. Nuestra contestación fue: —Si creyeras en la resurrección, no te asustaría dormir cerca de ellos. No hay mejor manera de inculcar a la familia espíritu de fraternidad que recibir a visitantes de diversos países. No habría guerras si en las casas se practicase el intercambio de visitas entre personas de diferentes países y razas. Casualmente, una familia de Estonia, que procedía de un Campo de Refugiados de Alemania, vino hace algún tiempo a nuestra casa a pasar una semana. Permanecieron aquí dieciocho felices meses. Hilda, Víctor y su niña de dos años, Tiu, nos dieron más de lo que nosotros les dimos, ya que nos enseñaron paciencia, habilidad, economía, y nos demostraron el aprecio tan grande que sentían hacia nuestro país, nuestro modo de vivir y la abundancia que con tanta naturalidad disfrutamos. Cuando nos dejaron, dimos gracias al Todopoderoso por haber podido ayudar a una pequeña familia a comenzar una nueva vida, a tener una segunda oportunidad. Poco después de marcharse la familia estoniana, nuestro hijo mayor se fue a cursar sus estudios superiores, dejando a nuestro hijo de trece años completamente solo. Como saben muchas esposas de pastor, son muchas las noches que uno tiene que pasar fuera de casa. Un muchacho de trece años es demasiado grande para quedarse con una manejadora de niños y demasiado pequeño para pasar varias noches solo. La solución era encontrar un muchacho que viniera a vivir con nosotros. Y así fue cómo Yuri, también de Estonia, vino a vivir a nuestra casa.

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Este simpático muchacho pronto llegó a ser uno de los nuestros. Su inteligencia, avidez de progreso, sus relatos increíbles sobre las dificultades que había pasado. Tras pasar tres años en un campo de concentración, en muchas ocasiones bien cerca de la muerte y sin recibir noticias de su familia, huyó de su patria. Cuando terminó su carrera, con excelentes notas por cierto, Yuri nos dejó para ir a hacer su servicio militar en el país que le había salvado la vida y dado una segunda oportunidad. En todos nosotros Yuri dejó una impresión indeleble. Experiencias como éstas debieran servir de verdadero ejemplo a las familias laicas. Las familias de pastores tienen una hermosa oportunidad de dar el ejemplo en proyectos semejantes. Si la casa pastoral es grande, y si esto no afecta demasiado al hogar, puede uno sentirse llamado a compartir el hogar ocasionalmente con algún enfermo, con algún solitario o con algún desesperado. Una mujer muy simpática de nuestra congregación, persona muy querida sufrió un ataque de nervios. Le aterrorizaba quedarse sola cuando el esposo se veía obligado a ausentarse. Ideas suicidas le torturaban la mente. Pasó algunas noches en la habitación que teníamos destinada a los huéspedes, pero únicamente estaba tranquila si las ventanas estaban bien cerradas. ¡Pobre mujer! Poco después se quitó la vida. El no haber podido hacer más en su favor ha sido un constante pesar para nosotros. Casos como éstos pueden agotar la salud de las esposas de los ministros, pero una persona juiciosa sabe hasta qué punto puede llegar. No fue sino hasta que me puse a cuidar a un joven extranjero enfermo y empecé a sentirme agotada, que me di cuenta que, aunque el espíritu está presto, la carne es débil. Un muchacho de las Bermudas que había venido a mi país a estudiar como pupilo en una escuela tuvo que ser operado durante las vacaciones de Pascua de Resurrección. Su tío, que era pastor y conocía desde hacía varios años a mi esposo, nos rogó que, luego de ser operado, le recibiéramos en nuestra casa, por requerir ciertos cuidados post-operatorios. Esto era un gesto de amor hacia un compañero de ministerio que cualquiera se

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prestaría a hacer. Sin embargo, al mirar hacia atrás, y recordar este incidente, me doy cuenta que fue entonces que empezaron a manifestarse en mí algunos síntomas de dificultades cardíacas. El favor que realicé se me convirtió en una tremenda responsabilidad que tuve que llevar aparte de las muchas que ya tenía. Desde luego nos sentimos más que contentos de poder ayudar en tal necesidad; pero cuando por la noche caía rendida en la cama, reflexionaba cuan conveniente es, en ciertas ocasiones, saber emplear a tiempo la palabra más difícil de pronunciar; «¡No!». Señor, Tú que velas sobre Israel sin adormecerte ni dormirte, bendice a aquellos que comparten con nosotros esta noche la hospitalidad de nuestro hogar. Conforta a los que duermen bajo nuestro techo, dales nuevas fuerzas cuando despierten, concédeles en el nuevo día un sentimiento de gratitud por Tus mercedes, y gracia para conocer Tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

7 El Ministerio de la Cocina TODA ESPOSA de ministro, antes de terminar sus días, habrá presidido cientos y cientos de comidas y tenido que pensar en cientos y cientos de menús. Sus invitaciones tendrán que comprender desde los platos más sencillos hasta recepciones elegantes. Entre las invitaciones que se vea obligada a hacer, figurarán, la del desayuno de los acólitos; la cena de la junta de la iglesia o de las mujeres que formen el grupo femenino; o preparar unos refrescos o una merienda por la tarde para los jóvenes; o lo necesario para frecuentes reuniones de los diversos grupos o comisiones de

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la iglesia alrededor de una taza de café o té. 2 Durante veinticinco años el desayuno para los acólitos los domingos por la mañana fue una tradición en nuestra casa pastoral. Incluía clérigos hambrientos, solteros solitarios, visitantes que llegaban inesperadamente, y «descarriados». Estoy segura de que si las tortas que han salido de la cocina pastoral durante todos esos años se hubiesen puesto una encima de otra habrían podido superar la altura del Empire State de Nueva York. ¡Jamás llegamos a llenar el estómago siempre vacío de uno de nuestros ayudantes! Una vez una merienda de despedida de soltera a una de nuestras muchachas fue un éxito en todo excepto en una cosa: el novio decidió no asistir. Por la tarde, durante un té, cuatro gruesas señoras se sentaron en mi hermoso sofá de estilo Victoriano y se cayeron ruidosamente al suelo. ¿Resultado? El sofá quedó en condiciones de difícil reparación, la dignidad de las señoras quedó considerablemente perjudicada y la esposa del pastor en extremo perpleja. Tan pronto como un nuevo ministro y su esposa se acomodan en su nueva casa pastoral, comienzan a llegar invitaciones para comidas o cenas. Un pensamiento angustioso preocupa entonces a la esposa del ministro: ¿Cómo corresponder a todas ellas? La respuesta, por supuesto, es obvia: las personas que hacen las invitaciones no esperan ser correspondidas. Consideran dichas invitaciones como una ocasión para conocer mejor a la familia del pastor; la esposa de éste, pues, no ha de considerarse en deuda con ellas. Algunas esposas de pastor limitan sus invitaciones a «unos pocos amigos», lo que puede- dar lugar a que los miembros cicla congregación que nunca invita lleguen a decirse: «¡Y nosotros que nos considerábamos amigos de ellos!». La solución está en invitar de vez en cuando a la congregación en pleno a visitarles. Así, cuando algún alma sensitiva diga: «Nunca he sido invitada a 2Las costumbres son diversas, claro está, en cada país, pero la enseñanza y el espíritu que encierran lo dicho por la autora de este libro, tienen aplicación en todo lugar. N. de la T.

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su casa», la esposa del pastor puede muy bien contestar: «Fue una pena que no pudiera usted acudir cuando estuvo invitada toda la congregación; ¡espero que podrá hacerlo la próxima ocasión». Para una invitación así, muchas personas encuentran que la hora mejor es la del café o té. Sin duda que no hay mejor medio de conocer a la gente de la iglesia que irlos, invitando de dos en dos o de cuatro en cuatro a cenar. Durante la cena se relajan las tensiones y la conversación fluye libremente. Es decir, fluirá libremente si la esposa del ministro procura que las faenas queden terminadas antes de que empiecen a llegar los invitados, para poder arreglarse bien y recibirlos en la puerta con tranquilidad. Creo que es muy factible poder tener una comida agradable para seis u ocho personas, sin servidumbre. Con esto, una amiga mía, esposa también de un ministro, no se halla de acuerdo. Una noche, en su pequeña casa pastoral, para una sencilla cena empleó tres criadas. Confidencialmente, creo que el dinero que gastó en ello debiera haberlo dedicado a la comida. Si la comida ha de ser en el salón, el mentí debe estar a la mano. ¡No hay nada de peor gusto que dejar a los invitados con la palabra en la boca para ir a buscar la comida! Una comida sabrosa, excepcional en su contenido, aderezada tanto para la vista como para el gusto, ayudará a los invitados, no importa quienes sean éstos, a comprender el espíritu de una comida hecha y servida sin ayuda de criadas. Hemos conocido a más de un miembro de la iglesia, frío, descontento, que no estaba de acuerdo cómo iban las cosas en la congregación, derretírsele de modo considerable su frialdad luego de una comida sabrosa en casa del pastor. Una regla importante para una comida agradable es hacerla atractiva a la vista. Una comida puede estar perfectamente preparada, sabrosa, pero hecha sólo para el estómago y no para la vista. Hace algún tiempo fuimos invitados a una cena con un menú totalmente blanco: Crema de apio, fricasé de pollo con bizcochos, puré de patata, crema de cebolla, helado de vainilla. Estuve ten¬tada a desquitármela con la señora invitándola a comer sopa de remolacha, jamón, ensalada de lombarda y sorbetes de frambuesa. Un acomodado miembro de nuestra congregación, al recibir como obsequio un pan que había hecho yo en mi casa, me dijo:

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—Si me hubiera enviado un candelabro de plata no habría significado tanto para mí. Ese pan es parte de usted misma. Una vez gané la partida con un pan hecho por mí. La primera temporada en que atendimos una capilla de verano en la montaña, subimos a la casita que había de ser nuestra casa pastoral durante aquel verano. Se hallaba rodeada de árboles, entre una carretera y un lago. AI pasar alrededor de la casita en coche por la carretera que hasta allí nos llevara, una señora, no muy simpática por cierto, apareció de repente para decirnos que la carretera era de su propiedad y que nos agradecería que no pasásemos más por ella. Se diría, tal vez, en su interior: «Esta familia del pastor creerá que va a estropearme el verano viniendo a vivir aquí; además, ni siquiera voy a su iglesia». Jamás habíamos recibido un saludo semejante. Nuestro muchacho mayor refunfuñó entre dientes: —Esa vieja tiene cara de vinagre. Como iban transcurriendo los días sin poder entablar conversación con dicha mujer (a lo sumo nos dábamos los buenos días) tomé una decisión. ¡Tenía que vencer esa actitud! ¡La cosa no podía continuar así! La próxima vez, al amasar pan para mi familia hice un pan especial para nuestra amiga (?). Y se lo entregué caliente y crujiente. ¡Triunfo rotundo! Mi acción produjo su efecto, y el resultado fue maravilloso. Casi todas las semanas le llevé pan fresco. Antes del final de la temporada que allí pasamos, nos habíamos hecho buenas amigas, disfrutamos de una cena en su yate y, finalmente, acudió a los cultos. Tengo un arma secreta de buena voluntad: una torta con forma de cordero bañada con una capa de coco helado que es la delicia de ancianos y jóvenes. Puede hacerse con cualquier receta sencilla, aunque una vez debiera haber hecho el cordero de yeso o de cartón piedra. Sucedió que llevé tina de estas tortas a una anciana que estaba recuperándose de una rotura de fémur. La guardó durante meses en su mesilla de noche, porque «le dolía cortarlo». Las fiestas ofrecen innumerables oportunidades para hacer regalos hechos en nuestra propia cocina, y si se envían en atractivos envoltorios, siempre puede decirse que algo queda del obsequio. El brazo de gitano de café hecho en forma de árbol de Navidad, o formado con las iniciales del

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miembro de la congregación a quien se destina, o un bollo de dátiles y nueces bien decorado y ofrecido en una bandeja, siempre habrán de agradar. O, acaso, un tarro lleno de nueces o un cestillo de mimbre lleno de pastelitos. Como reza el refrán: «Nada habla mejor de amor que algo sacado del horno».3 Señor de los pucheros, cacerolas y cosas ya que no tengo tiempo de ser tina santa haciendo cosas amables o velando hasta tarde contigo o soñando a la luz de la noche o a las puertas tormentosas del cielo, Haz de mí una santa preparando comidas y fregando los platos. Anónimo.

8 El Simpático Oído LA ESPOSA del ministro tendrá que oír cosas que nunca deberán ser repetidas. Será una buena oidora, pero nunca una chismosa. Una vez la esposa de un obispo me dijo que se sentía como un cementerio: ¡tantos secretos llevaba enterrados dentro! En muchos casos, una mujer se sentirá más libre para discutir sus problemas con otra mujer; de ahí que cuente con su consejo. La primera vez que serví de consejera estaba yo recién casada. Había una solterona en nuestra primera congregación que se creía joven y llevaba vestidos caprichosos, ajustados, con volantes. Los vecinos decían de ella que «estaba algo chiflada». Vino a verme un día y me dijo «que no podía discutir el caso con el pastor», pero deseaba saber qué tenía que hacer. Cierto joven (fino, elegante, que había concluido su carrera y pensaba 3En España podríamos decir, haciendo nuestra una expresión de Santa Teresa de Jesús, la mística doctora castellana, que «también entre los pu¬cheros anda el Señor». N. de la T.

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casarse) la miraba todos los domingos en la iglesia. ¡Y hasta la había enamorado! —¿Qué debo hacer? —me preguntó—. Hoy día nunca se es demasiado prudente. • Esto era, por supuesto, un comienzo gracioso, y confieso que siendo para mí la primera vez que debía dar un consejo, no lo hice bien. Pero, en ciertos casos, la esposa del pastor es llamada a dar un consejo o una ayuda. Esto no significa, claro está, que haya de usurpar las prerrogativas de su marido. Él, y sólo él, es la persona adecuada para dar un consejo espiritual. Mas, ¿qué de las mujeres solitarias, tímidas, retraídas, que no se atreven a concertar una entrevista con el ministro? Hay muchas que lo único que desean es poder hablar con alguien que esté dispuesto a prestarles atención. Si se presta a ello y demuestra que posee un corazón comprensivo, la gente así acudirá a la esposa del pastor. Esperan de ella que sea neutral, imparcial, sin prejuicios, y que no ha de contar a otras personas lo que se le diga. Algunos ministros ven esto un tanto despectivamente. En efecto, un pastor me dijo en cierta ocasión: —Deseo que mi esposa se ocupe de su hogar y que no se ande metiendo en las cuestiones de la iglesia. El otro extremo es, por supuesto, que la esposa del ministro desee meterse en los asuntos de cada uno y se crea que es ella, y sólo ella, la que puede resolver la mayor parte de los males de este mundo. Por otro lado, se hallan las esposas de ministros que tienen una compasión instintiva por las almas humanas, acompañada de un deseo ardiente de ayudarles. Si la esposa de un ministro puede vendar las llagas de un alma que sufre, será para él una verdadera compañera en el ministerio. Esto no quiere decir que ha de colocarse un cartel invitando a que acudan a ella a recibir consejos. ¡No! La forma en que ella ha de actuar será mucho más sutil. Sus oportunidades de hacerlo surgirán en la vida ordinaria, en las invitaciones, en las reuniones, en las conversaciones, en la calle. Hasta el hallarse recluida en una clínica ofrece la ocasión de brindar ayuda

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espiritual a otros pacientes. Una vez nos fue concedido el privilegio de reunimos en la habitación de una paciente todas las mañanas para tener unos momentos de meditación y oración. Esos momentos resultaron de gran bendición para todos. En toda reunión, la esposa de un pastor buscará la mujer de rostro preocupado. La desgracia cambia rápidamente un hermoso rostro. ¿Quizás lo único que esa persona necesita es hablar con alguien que sepa escuchar? Hace muchos años, una noche de invierno, hallándome al norte de Nueva York, a hora avanzada recibí una llamada telefónica frenética. Una voz desesperada me dijo: —Usted quizás no me recuerde. Yo la vi el año pasado en una fiesta. Tuvimos las dos una conversación maravillosa y creo que es usted la única persona que puede ayudarme esta noche. ¡Soy tan desgraciada! ¿No podría venir a verme? Cuando llegué a su gran apartamento, en uno de los lugares más bonitos de la ciudad, todo estaba oscuro y triste. Su esposo, prominente ciudadano con gran don de gentes que andaba siempre envuelto en numerosas actividades, no se hallaba aquella noche en su casa. Al ver sola a aquella mujer, me vino a la mente este pensamiento: Aquí hay un círculo vicioso. ¿Abandona el esposo todas las noches el hogar para alejarse de su esposa, triste, frustrada, o ella está frustrada, triste, porque cada noche la deja sola? Completamente deprimida, la mujer se hallaba en un estado desesperado, necesitaba que alguien la escuchase. Encerrada en su apartamento, temía alternar con extraños. Su más inmediata preocupación era el pensar que su hijo había de llegar del internado dentro de algunos días y quería estar en la debida disposición de ánimo para recibirle. Parecía hallarse derrotada sin tener donde apoyarse. Hablamos sobre la fe y la oración y le prometí que la tendría presente en mis oraciones. Pero ella necesitaba algo más en aquellos momentos: ¡tenía que salir de aquel apartamento! En los próximos días iba a haber una reunión de las señoras de la iglesia en la casa pastoral, y la invité a que asistiera. No aceptó la invitación, pero manifestó sus deseos de ayudarme en algo.

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—Claro que puede usted ayudarme —le respondí—. ¿No le gustaría ayudarme a preparar los bocadillos para el té? Ya estábamos en el camino propicio. Su rostro resplandeció y la vi reír por vez primera. Pero, en este caso, era necesaria una dirección profesional. Habíamos llegado al punto en que debe cesar el aficionado y comenzar el profesional. El hielo había sido roto, y se habían iniciado los primeros pasos para su mejoría. No siempre es tan fácil conseguir un buen resultado. Un domingo apareció en la iglesia una agraciada joven. Siguió yendo las semanas siguientes. Se sentaba siempre en el mismo banco, llegaba tarde, y se marchaba antes de terminar el culto sin saludar a nadie. Nunca había visto una cara más triste. Se advertía que hasta cantar los himnos constituía un esfuerzo para ella. Parecía impregnada de tristeza. Al entrar en contacto con ella, notábase que no era feliz en su hogar. Pudimos convencerla para que acudiese a las reuniones de oración de un grupo de unas doce señoras recién casadas y llegó a hacerlo con asiduidad. Pero era muy difícil penetrar en su interior. Ninguna de nosotras lo consiguió. Prefería guardar para sí sus preocupaciones. Pensamos que la habíamos perdido. Hace de esto unos cinco años. Recientemente conocí a su madre, quien me dijo que no podíamos imaginarnos el bien que le había hecho a su hija el calor de nuestra amistad en las reuniones de oración, pues en aquellos días estaba pasando por momentos para ella muy difíciles. Pero se había casado y hallado una felicidad como jamás había conocido. Y aún continuaba interesada en las reuniones de oración. No existe cuadro más trágico que el de una mujer alcohólica. Rara vez buscará ayuda ya que uno de los síntomas de su enfermedad es el no querer admitir ayuda de nadie. Por tanto, no es adecuada ni la reprensión ni la condenación. Se le deberá tratar con amor y comprensión. ¡Cómo recuerdo a aquella viuda solitaria cuya vida parecía tan vacía desde la muerte de su esposo, y que buscaba desesperadamente compañía! Durante horas y horas hablamos del hombre que estaba pensando ella en tomar como su segundo esposo, cuyos antecedentes no eran halagüeños ni el informe de su pasado hacía de él un candidato conveniente. Creo que ahora ella se siente agradecida de que no se le hubiese animado a dar tal

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paso. A los jovencitos les encanta contarle a la madre sus problemas, si ella es comprensiva. Por lo general son problemas pequeños que a ellos les parecen inmensos. Sin embargo, algunos prefieren acudir a la esposa del ministro a pedir consejo. La historia es siempre la misma. Creen que sus padres no les comprenden. Lo que buscan es vaciar el corazón ante alguien que esté dispuesto a escucharles. La mayoría de ellos necesitan que se les diga que vuelvan a sus padres que están deseando escucharles. Para la esposa del ministro que, por buenas y justificadas razones, prefiere no mezclarse en las vidas de otros, existe otro medio. ¿Por qué no recurrir a los consejos de personas de más experiencia que se ofrecen en los libros? A veces a uno le resulta difícil expresarse, y otras veces lo mejor es no pronunciar palabras inadecuadas. Los consejos profesionales de un libro pueden expresar lo que uno quería expresar y no pudo... y mejor expresado. Todos los despachos de los ministros deberían disponer de un surtido de pequeños libros o folletos, que ahora pueden obtenerse a precios mínimos, que tratasen, por ejemplo, temas como estos: «El significado de la oración», «cuando la muerte es inevitable», «en la muerte de un hijo», etc. Libros o folletos así son de un valor infinito. En Efesios 4:11 («El mismo dio unos, ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y doctores») San Pablo describe la diversidad de dones. Cada uno de nosotros tiene un don especial, ya sea grande o pequeño. La esposa del pastor puede tener dones literarios, o puede estar interesada en historia o en cualquier otra materia. Si emplea al máximo sus dones, compartiéndolos con otros, será de doble bendición. Muchas jóvenes han traído a nuestra casa pastoral modelos de vestidos y telas, y juntas hemos trazado los patrones. El principal ingrediente de que hemos dispuesto es amor y no precisamente pericia de costurera. ¡Qué .oportunidad tan magnífica de entablar una conversación de corazón a corazón sobre el significado de la oración y la realidad de Dios! ¿Que si es esto también labor pastoral? Sí, en cierto sentido. La habilidad y los dones de una mujer no están de ningún modo separados de la iglesia,

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porque a la iglesia le interesa cada aspecto de la vida: el cuerpo, la mente y el alma. ¡Oh misericordioso Dios y Padre Celestial, tú que en tu Palabra nos enseñas que no afliges caprichosamente a los hijos de los hombres, mira con piedad, las tristezas de tus siervos. Dales paciencia en sus aflicciones; confórtales haciéndoles sentir tu bondad; inclina a ellos tu rostro, y dales tu paz. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

9 Su Lugar en la Iglesia ANTES DEL CULTO, háblate a ti misma; durante el oficio, habla con Dios; después del oficio, habla con tu vecino. Pero, ¿y si tu vecino no te habla? A menudo se oye hablar de iglesias frías y me gusta creer que exageran. El que haya estado en un lugar de estos sabe que no proporciona un clima adecuado para la verdadera adoración. La iglesia es una comunidad de creyentes —un compañerismo— y sin esto, su brillo se oscurece de modo considerable. No hay privilegio más importante para la esposa de un pastor que el de buscar al extraño y tenderle calurosamente una mano fraternal, amistosa. ¡Nadie sabe el valor de un simple apretón de manos! Y durante el intercambio normal de saludos los domingos, la esposa del ministro tendrá que dar informaciones pastorales, las que, a veces, tendrán un carácter oficial. Una queja muy frecuente será: «He estado enfermo (o enferma) durante tres semanas y el pastor no se ha interesado por mí». El pastor, por supuesto, no es adivino y necesita que se lo comuniquen. Para pesar nuestro, es ahora frecuente que se compre o edifique la casa

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pastoral a una distancia prudencial de la iglesia con el argumento de que es bueno para la familia del pastor tener su hogar a alguna distancia. De los treinta años que hemos trabajado en la Iglesia, dos los hemos pasado viviendo a alguna distancia de la congregación a la que servíamos, y puedo decir que la distancia geográfica perjudica la proximidad espiritual y emocional a la casa de Dios. Viviendo cerca de la iglesia, se participa de ciertas bendiciones que no se gozan de otro modo. Y ciertamente, el pastor puede extender de forma más eficaz los pastos que tiene a su alcance. Junto con la modernización de los edificios de la iglesia se ha ido delimitando la labor eclesiástica. Por ejemplo, se ha llegado a señalar exactamente las horas en que se puede acudir a la oficina pastoral. Esto en sí equivale a decir: «Venga a verme, si quiere. Estoy demasiado ocupado para ir yo a verlo a usted. Claro, si de veras me necesita, iré». Es probable que sea ésta una costumbre necesaria, dado que se exige tanto a los pastores. Pero, ¡cuán buenas eran las visitas que el pastor hacía con su esposa en tiempos pasados! Estas costumbres tienen también implicaciones pastorales, porque si los miembros tienen contactos íntimos con su pastor en los días buenos, más fácilmente se volverán hacia él en los tiempos malos. También está desapareciendo la costumbre del contacto entre vecinos, sobre todo en momentos de necesidad. ¿No podríamos nosotras, esposas de pastores, reavivar este feliz hábito? Cuando la muerte azota una congregación, y sin duda una u otra vez la azotará, ¿cuál es el deber de la esposa del pastor? «¡Oh Señor, dame prudencia para saber cuándo me necesitan y cuándo no!» Si un amigo íntimo muere, conviene que se haga una visita con el esposo; pero si la persona que muere no es muy conocida, es mejor que vaya el pastor solo, a no ser que la esposa pueda hacer algo constructivo, como cuidar los niños, hacer ciertas llamadas telefónicas, etc. De otro modo, añade una nueva carga a la familia afligida: la de tener que atender a la visita. Recuerdo una llamada patética de un anciano. —¿Está su esposo en casa? Creo que mi mujer ha muerto. Se hallaba en la cama turca durmiendo la siesta, pero no parece querer despertarse. He llamado al médico. Mientras que la secretaria de mi esposo estaba tratando de localizarle, fui a

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esa casa para ver en qué podía ayudar. La mujer había muerto, y el pobre hombre se hallaba solo, con una muchacha que tenían a su servicio desde mucho tiempo, pero que no hacía otra cosa sino lamentar la muerte de su señora. Pregunté entonces en qué podía ayudar, a lo que contestó el aturdido, pero atento señor, sacando su lista de amigos y conocidos. —Llame, por favor, a todas estas personas, y dígales lo que ha ocurrido. Recordaré siempre esta emocional y agotadora tarea de dar por teléfono una noticia así: ¡duró más de tres horas! Pero comprendí que el Señor me había puesto en tal lugar en el momento preciso, a fin de llevar a cabo semejante misión. Los solitarios, los que no salen de sus casas, los nuevos miembros, los enfermos, se alegrarán de recibir la visita de la esposa del pastor, ya que ella tratará de llevarles un poco de calor de la iglesia. Y si les lleva una pequeña muestra de su cocina, tanto mejor. Sin embargo, debe evitar las visitas a hospitales o clínicas, las cuales deberán ser hechas por el propio ministro. Preguntad a cualquier empleado del hospital y él os responderá que los enfermos se recuperan mejor sin visitas. Cuando llegó nuestro primer hijo, fue como si todos los miembros de la congregación quisieran conocer al primogénito y matar a la madre. Vinieron a verme a la clínica personas que nunca antes había visto. Los psicólogos deberían tener una respuesta para este fenómeno. De dicha experiencia aprendí una lección, y es ésta: Que de no haber un letrero delante de la puerta indicando que «no se reciben visitas», debería ponerse. La esposa del ministro debe pensarlo bien antes de aceptar cargos en la iglesia. La esposa de un obispo aconsejó una vez: «Participa ligeramente en todo». Quizás una pueda presidir las reuniones del grupo femenino mejor que cualquier otra mujer de la congregación. Pero al hacerlo puede estar negándole a otra la oportunidad de desarrollar sus dones. En más de una ocasión el haber alentado el desarrollo de líderes laicos ha obrado el milagro de que una mujer retraída o tímida, que desconocía sus habilidades, se haya convertido en presidenta del grupo femenino. Unos buenos amigos emprendieron una pequeña misión en los suburbios de una ciudad, con unos veinticinco o treinta miembros. Después de siete años de intensa labor por parte del pastor y de su hábil esposa, la

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congregación creció considerablemente. Esto fue debido a que él rompió muchos pares de zapatos realizando visitas, a que su esposa tuvo a su cargo la escuela dominical, el cuidado del adorno del altar, el coro y la labor entre las mujeres. Entre los dos, y en el nombre del Señor, realizaron un trabajo casi increíble. Ahora han dejado esta congregación y sólo el tiempo dirá si la han dejado en condiciones para que pueda proseguirse esta labor de forma tan maravillosa como ha sido llevada por ellos, o si dicha congregación tendrá que sufrir ahora la falta repentina de tan abnegados siervos de Dios. Trabajar como dirigente de una asociación de iglesia es diferente. La mayoría de estas organizaciones tienen un conocimiento superficial de la labor que pueden realizar las esposas de pastores. El provecho puede recibirse por ambas partes. La experiencia que ésta ha adquirido en su congregación puede ser muy útil a la organización. Pero lo más importante es el beneficio que una recibe Se empieza a ver la iglesia como algo más grande que la pequeña congregación que representa. Por experiencia sé cuan cierto es esto, pues presidí durante varios años una organización femenina diocesana. Tuve así la oportunidad de hablar y aconsejar a muchas parroquias de la gran diócesis, lo que fue una experiencia para ensanchar las mentes más estrechas. En cualquier pueblo o ciudad se encuentran esposas de ministros que les ha tocado aprender en la escuela de la experiencia Por ensayo y error han aprendido cómo desenvolverse, cómo hablar en una reunión, y hasta cómo anunciar el Evangelio en ciertas ocasiones. ¿Quién de entre nosotras no ha tenido el mismo temor que yo tuve al ser requerida por vez primera para orar en público? Con excepción de las madres que tengan hijos pequeños, las esposas que deban trabajar fuera de sus casas y las que tengan una salud precaria, todas las esposas de pastores debieran estar dispuestas y ansiosas de tomar parte activa en la congregación. Sus talentos serán, ciertamente, distintos. Una tendrá más aptitud para la música, y cantará en el coro; otra la tendrá para la enseñanza y trabajará en la escuela dominical y quizá a otra le guste arreglar las flores del altar, y tengan talento o no, todas pueden ofrecer sus casas para una reunión. La casa pastoral pertenece a la congregación. ¿Por qué no compartir las comodidades que tenga?

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Señor todopoderoso y eterno, que gobiernas todas las cosas en el cielo y en la tierra, escucha benignamente las súplicas de tus siervos y da a esta congregación lo necesario para su bienestar espiritual. Fortalece y confirma a los timoratos; visita y restablece a los enfermos; da vigor al débil; ampara a los desamparados; restaura a los caídos; restablece a los arrepentidos; quita todos los obstáculos para el avance de tu verdad; haz que todos tengamos el mismo sentir dentro del redil de la Iglesia Santa, para honra y gloria de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

10 Su Lugar en la Comunidad CUALQUIER COMUNIDAD es un campo maravilloso de oportunidades para la esposa de ministro que desee ofrecer sus servicios fuera de los límites de su propia congregación. La mayoría de las madres se asustan al ver a su primer hijo comenzar a andar dando tropiezos. Cuando llegaron mis hijos ya tenía yo mucha práctica pues había tenido la suerte de haber trabajado en una clínica para niños pequeños donde mi principal labor era tomarles la temperatura y prepararles para la visita del médico. Jamás habría aprendido el arte de tejer cestas de no haber servido en el departamento de terapéutica de un gran hospital, enseñando a los pacientes muchas cosas que con habilidad podían hacer y que les ayudaban a ocupar las solitarias horas que pasaban en lecho de dolor. Aprendí algo de la fabricación en serie al encargarme de una clase de costura para unas pobres amas de casa en un barrio humilde de la ciudad. Tales experiencias revelan el hecho de que cualquier servicio voluntario redunda también en provecho del que lo realiza. No hay nada más satisfactorio que un trabajo bien hecho. El bolsillo vacío de un ministro habla elocuentemente de su imposibilidad de costearle los servicios de una secretaria, a una oficina de beneficencia. Pero puede hacer algo mejor: Enviar a su esposa.

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¡Oh Dios!, continúa tu obra salvadora a pesar de nuestras imperfecciones y de la mala interpretación que produce separaciones en el cristianismo. Prospera la labor de las iglesias que llevan el nombre de Cristo y luchan por alcanzar la justicia y la fe en Él. Ayúdanos a poner la verdad por encima de los conceptos que de la verdad tengamos, y a reconocer gozosamente la presencia del Espíritu Santo donde quiera que escoja vivir entre los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

11 Su Vida Devocional AL VOLVER una amiga de un crucero alrededor de medio mundo, le pregunté cómo había ocupado su tiempo en aquellos cuatro largos meses sobre el mar, y me respondió así: —Confeccioné el vestido que llevo y leí la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis. La mayor parte de los creyentes en alguna que otra ocasión ha leído porciones más o menos grandes de la Biblia (aunque algunos confiesan que pasan por alto las genealogías). Pero el que jamás se la haya leído desde el principio hasta el fin no puede imaginarse a cabalidad el vigor de la Biblia. El drama del propósito de Dios y de su revelación deja pequeño a cualquiera de los de Shakespeare. Esto no significa que no pueda leerse la Biblia, y con provecho, de otras muchas maneras. Los historiadores la leerán con su propio énfasis, mientras que los novelistas, los dramaturgos, los comediógrafos, los abogados, los psicólogos, y aun los niños, encontrarán algo particular para sí mismos. Puede leerse por temas, por capítulos, por versículos, como biografía, o como libro de viajes (si se leen viajes de San Pablo). En cierta ocasión, durante una cena, un profesor, agnóstico a su manera, creyó haberme vencido.

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—¿Qué piensa usted de San Pablo? ¿No cree que era un majadero terriblemente vanidoso? Los argumentos teológicos no son mi fuerte, pero casualmente había leído aquella misma mañana el capítulo VII de la Carta a los Romanos. Intenté defender a Saulo de Tarso diciendo que él mismo reconocía que no hacía las cosas que quería hacer, y que, en cambio, realizaba lo que no deseaba llevar a cabo. —¿Puede llamarse a esto vanidad? —le pregunté. La Biblia contiene las promesas de Dios, sus amonestaciones y sus palabras de amor y esperanza. Sus páginas sagradas nos permiten participar de las ricas y gloriosas experiencias espirituales de hombres como Abraham, David, Pedro y Pablo. Leemos la Biblia para conocer la voluntad de Dios para nosotros, para hallar valor y seguridad en tiempos de tristeza y de peligro; para orientarnos en la vida. No nos imaginemos que orar es algo extraño e innatural. Al contrario. Mucho más innatural es no orar. Instintivamente nos elevamos hasta algo más alto y grandioso que nosotros mismos. La búsqueda de Dios por el hombre es universal y eterna. La oración es súplica, deseo, resignación, consuelo, inspiración. La oración es algo natural, aunque también extraño. La oración nos es familiar y a la vez increíblemente extraña; sencilla y a la vez formidable. —Muchas personas que en otras cosas son sensatas —dice el obispo Wilson— al parecer piensan que la oración es algo que uno puede tomar o dejar a conveniencia. No hay nada más patético que ver a una persona presuntuosa que ha dado poca o ninguna importancia a Dios encontrarse de repente en una situación desesperada y tirarse de rodillas en frenético clamor ante el Trono de la Gracia. El alma la tiene entumecida por falta de uso. Es un extraño en la presencia de Dios. Clama, gime, se lamenta, grita, y se extraña de que sea tan difícil obtener el relajamiento que da la confianza en la misericordia de Dios. Es semejante su actitud a la de un artesano desentrenado intentando manejar una herramienta delicada. Cuando menos se note la necesidad de orar, más se debe de practicar la oración.

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Dios se nos ha revelado de muchas maneras. Domingo tras domingo, en todos los lugares del mundo, se practican la adoración y el culto a Dios en las iglesias. La fe de una congregación nos eleva a cimas que por nosotros mismos jamás llegaríamos a alcanzar. La Santa Comunión es, quizá, el método más concreto, tangible y remunerador de conseguir la misericordia divina. Allí nos espera la fuente del Poder por medio de ese don que es Cristo mismo. En años recientes ha habido un crecimiento grande de pequeños grupos de oración en todo el mundo. Pueden encontrarse en lugares tan inesperados como las Naciones Unidas, el Congreso de los Estados Unidos, un vagón de ferrocarril en una gran terminal. Los grupos de oración están entre las grandes tradiciones de la Iglesia que el mismo Señor Jesucristo instituyera. Los grupos de oración son extremadamente importantes en la vida de las congregaciones. La vida privada devocional de la esposa del pastor es, quizá, lo más importante de todo, pues en ella encuentra fuerza, inspiración, guía, aliento, para vivir la vida que Dios desea que viva. Nadie puede enseñar a otra persona a orar ni dictarle por qué debe orar. Sin embargo, debe tenerse un plan de meditaciones ordenadas para cada día, así como existen planes definidos y materiales para la construcción de un edificio, o los ingredientes para seguir una receta de cocina. En primer término, deberá dedicar todos los días un cierto tiempo a su vida privada de oración, en un lugar de completa soledad. Esto requerirá una disciplina estricta, especialmente para las madres que tienen niños pequeños. Debería comenzarse con un breve período de silencio, para tener la oportunidad de renunciar a dudas, pecados y faltas, para efectuar, por así decirlo, una limpieza de alma, de modo que Dios pueda entrar en ella. Después, habrá de seguir una lectura de las Sagradas Escrituras. Existen varios panfletos con planes y sugerencias para esto, pero puede leer varios versículos que ella misma elija. «Escudriñad las Escrituras porque en ellas tenéis la vida eterna» (Juan 5:39). Después de que Dios se le haya revelado por medio de Su Palabra, la esposa del pastor podrá elevar su alma hasta El con acciones de gracias, oraciones de intercesión y súplicas. Dios es un Dios personal y desea, y

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espera, que vayamos a Él en oración, con el espíritu de confianza y de humildad con que un niño se llega a su padre. Una vez que la esposa del ministro haya hablado a Dios, podrá tener unos minutos de silencio y esperar a fin de que Dios pueda hablarle. «Estad quedos y conoced que yo soy Dios» (Salmo 46:10). Dios me habló una vez muy claramente. Una señora que vivía muy cerca de casa padecía de cáncer en un brazo. El brazo enfermo había adquirido un tamaño monstruoso y un aspecto horrible. Cada día la tenía presente en mis oraciones. «Si oras por ella, ¿por qué no vas a verla? Esto es lo que realmente necesita, pues se halla completamente sola». Por supuesto, había sido tan egoísta que mis oraciones a favor de dicha vecina habían sido vacías, sin sentido. Desde que tuve esta experiencia comprendí que nuestra vida privada devocional sólo tiene valor si va seguida de una acción definida. «La fe sin obras es muerta» (Santiago 2:17). La esposa del pastor podrá leer tantos libros como quiera sobre cómo, cuándo, dónde y por qué orar. Sin embargo, hay sólo un medio de aprender a orar: orar, orar con sinceridad, convicción y fe, pues éstas son las cualidades indispensables para la esposa del pastor. La vida no siempre será serena. Habrá muchos y poderosos obstáculos en el camino. Habrá momentos en que se pregunte por qué le dio el «sí» a aquel ministro. En tales momentos se confortará con aquellas maravillosas palabras de San Pablo a los Romanos: «A los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28). Trataré de vivir hoy una vida sencilla, serena y sincera, desechando prontamente todo pensamiento de descontento, ansiedad, desesperanza, impureza, egoísmo; practicando el gozo, la magnanimidad, la caridad y la costumbre de un silencio santo; realizando economías en las compras; ejercitando la generosidad al dar, la prudencia en la conversación, la diligencia en el trabajo, la fidelidad en el servicio a Dios, y una fe infantil en ÉL En especial, trataré de ser fiel en la práctica constante de la oración.

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12 Experimentos en Pequeños Grupos Los Estados Unidos de América del Norte están experimentando un resurgir en la asistencia a la iglesia y, por tal motivo, los cristianos deben estar muy agradecidos. Muchos teólogos, sin embargo, miran con recelo esta tendencia y se preguntan si el asistir a la iglesia obedece a un crecimiento espiritual. Indican que, con todo el interés por asistir a la iglesia y a pesar de los muchos edificios y casas pastorales que últimamente hayan podido construirse, el índice de delincuencia continúa en aumento. Los bancos de las iglesias se llenan de personas cristianas que viven decentemente, que llevan vidas dignas, gobernadas por principios éticos. Revísese los nombres de los que componen el consejo de administración de fondos para la comunidad, o de la Cruz Roja, o de la asociación cristiana femenina, o de cualquiera otra institución. Por lo general, estos hombres y mujeres están afiliados a una iglesia. Pero si se hiciese una encuesta a la mayor parte de estas personas respecto de sus creencias, de qué es lo que impulsa sus vidas, sus contestaciones serían vagas. La sinceridad obligaría a reconocer no sólo su falta de conocimiento de la fe cristiana, sino su falta de propio dominio. Estos cristianos «rectos, devotos, fieles», ocupan su sitio en la iglesia todos los domingos y... desaparecen para no ser vistos hasta el domingo siguiente. Y si llueve, o una tía fue a verles, o el sábado por la noche hubo algo

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especial, no se les vuelve a ver hasta dentro de algunas semanas. Algo falla. La desnutrición espiritual es una enfermedad grave. Pero lo mismo que el muchacho chino que, dado a su dieta inadecuada de arroz, ha estado tanto tiempo desnutrido que llega a no darse cuenta de ello, innumerables cristianos no se dan cuenta del hambre espiritual que padecen sus almas. El culto congregacional puede ser una experiencia inspiradora. En nuestra actual congregación, el culto es radiado un domingo al mes para que puedan seguirlo los presos, los hospitalizados, las personas imposibilitadas de asistir a la iglesia. Un amigo nuestro que escuchó de estas transmisiones observó que no era lo mismo que escucharlo en la iglesia, que le faltaba algo. Claro está que sí. Una congregación fervorosa puede encender un fuego que es imposible transmitir por radio. El poder del Espíritu puede elevar una congregación piadosa a grandes cimas. Alcanzamos la cumbre, pero ¡cuán pronto volvemos a caer al valle! Muchos de los que acuden a la iglesia se preguntan: ¿Qué sé yo de los grandes profetas que profetizaron la venida del Mesías, o sobre los milagros de Jesús, o acerca de los que dieron testimonio de su Maestro? ¿Es Él, realmente, un Dios personal? ¿Cómo puedo apropiármelo? Una mujer me dijo una vez: —Me gustaría que alguna de nosotras nos reuniésemos de vez en cuando a aprender más acerca de lo que creemos y cómo emplear con efectividad la oración. No mucho después, una madre joven me confesó: —No se lo diría a otra persona; realmente me siento avergonzada de decírselo aun a usted, pero no sé cómo orar. Cuando una tercera mujer me manifestó que tenía falta de conocimiento de la Biblia y que quería hacer algo para remediarlo, me sentí guiada a tomar una decisión. Reuní un grupo de fieles con el propósito de estudiar la Biblia. Era como si una voz me estuviese diciendo: Ve, Yo te ayudaré. Me pareció que éste era el paso lógico que debía dar una esposa de pastor. Con la aprobación y bendición del ministro decidimos hacer una prueba. Para hacer esto no se necesita tener grandes dotes de director, ni estudios

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teológicos, ni un conocimiento erudito de la Biblia. Lo único que se precisa es valor y determinación. En nuestra gran congregación suburbana se reunían muchos pequeños grupos de señoras para preparar el Bazar Anual de Otoño. Un verano, un grupo de unas doce mujeres, muchas de ellas íntimas amigas mías, se reunieron en casa de la presidenta, para hacer pastelitos y más pastelitos, que eran empaquetados de forma atractiva a fin de que pudieran usarse el día señalado. Les hice una proposición: —Somos buenas amigas, trabajamos juntas, nos divertimos juntas, ¿qué os parece si tuviéramos juntas unos momentos serios? Supongamos que viniéramos una hora antes para tener una meditación, estudio bíblico y oración antes de empezar nuestro trabajo. Como no deseaba que ninguna viniera de mala gana, añadí: —A la que no le agrade la idea que venga después de las diez, pues más bien estorbaría. No me digáis ahora mismo lo que pensáis acerca de esta idea. Id a vuestras casas, reflexionad sobre ello, y la que quiera, que venga a las diez de otra manera nos veremos una hora más tarde. Aquel día había 12. La semana siguiente, a las diez, aparecieron 14. Y así comenzó una gran fuerza espiritual en la congregación. ¡Qué consecuencias tan favorables han surgido de este grupo! Han pasado muchos años, y este pequeño grupo sigue reuniéndose regularmente en aquel «aposento alto», ensanchando el horizonte de cada miembro, tal como jamás se hubiese soñado. Otro grupo de la congregación se reunía todos los miércoles durante el verano para coser. Pasaban ratos muy alegres trabajando y riendo, dedicando unos momentos para una breve merienda. Como la casa pastoral era el lugar más fresco del pueblo esto era un aliciente más. Por las tardes, entraban en la capilla a orar. Estos momentos de quietud parecían ser el punto cumbre del día. Cuando se terminaron las labores y las reuniones llegaban también a su fin, sugerí que ya que habíamos pasado ratos tan agradables juntas, deberíamos seguir reuniéndonos una hora cada semana para el estudio de la Palabra y la oración. A veces, he notado que las palabras «culto de oración» asustan y que se prefieren estas otras,

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«momentos de estudio». Después de todo, el nombre no es lo principal. Se les advirtió que antes lo pensaran y que oraran sobre ello, y que las que estuviesen interesadas fuesen la semana siguiente. Esta proposición fue hecha a una docena de señoras y la siguiente semana se presentaron 18. También este grupo ha continuado reuniéndose. Pronto comenzó a leudar la levadura en la congregación. Otros pequeños grupos empezaron a surgir del grupo anterior (no queríamos tener más de 18 en cada grupo). Pronto hubo un grupo que se reunía por las noches, para las señoras que trabajaban fuera de sus casas; otro para las recién casadas, y un tercer grupo, que se reunía por las mañanas, para las madres jóvenes. Ya muy animadas, decidimos reunir a un número de amigas prominentes que rara vez asistían a la iglesia. Se les hicieron las mismas sugerencias y un 100 % acudió a estas reuniones. Recientemente, al volver a aquella congregación, encontré una señora de este grupo. Vino a mí, y con lágrimas en los ojos, mirándome fijamente, me dijo: —Usted cambió totalmente el curso de mi vida. ¿Qué se hace en una reunión de estudio o de oración? Hay tantas respuestas como grupos. La hora que al estudio o a la oración se dedican debe incluir una lectura de las Escrituras, meditación, discusión y oración. Deben elevarse oraciones en favor de aquellos que se hallen necesitados, estén enfermos o se sientan tristes. Sin embargo, no debe olvidarse el gran ministerio de la intercesión. Los grupos que tienen una vida espiritual vibrante interceden siempre por problemas tan vitales como la unidad cristiana, la paz mundial, la paz racial. Los miembros de cualquier grupo que en sus intercesiones incluyan tales problemas, tratarán de llevar a cabo lo que representan sus responsabilidades para el logro de tales fines. Creo que el secreto de un grupo de oración bien unido es lo siguiente: Cada miembro ha de recordar individualmente a cada uno de los demás en sus oraciones diarias. Al principio quizás sólo mencionarán los nombres. Sin embargo, a medida que vayan pasando los días, se irá desarrollando una comunión tan grande de oraciones que sólo pueden imaginársela o describirla quienes lo hayan experimentado. ¡Omnipotente Dios, que nos has dado gracia para que en la ocasión

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presente te dirijamos de común acuerdo nuestras súplicas! ¡Tú has prometido que cuando dos o tres estén congregados en tu nombre, les concederás sus peticiones! Cumple ahora, oh Señor, los deseos y ruegos de tus siervos, como mejor les convenga; y concédenos en este mundo conocimiento de tu verdad, y en el venidero vida eterna. Mediante Jesucristo nuestro Señor. Amén.

13 Tristeza, Necesidad, Enfermedad u Otras Adversidades SUPONGAMOS que la familia del pastor es más libre de vicisitudes en esta vida que cualquier otra familia. A pesar de todos los chistes sobre ello, el predicador no posee un hilo de comunicación con Dios, ni recibe ni espera recibir un trato preferente del Todopoderoso. Él está sujeto a todas las enfermedades y necesidades de su rebaño. Aunque muchas de las enfermedades de este mundo son la consecuencia del mal uso del cuerpo o de ignorar las leyes de la ciencia, cuesta trabajo explicar los accidentes, la pena inmerecida, las duras experiencias. Se habla a menudo hoy día sobre la relación que tiene la enfermedad con el pecado. Estamos seguros de que Dios quiere para nosotros salud e integridad de cuerpo, mente y alma. Aun cuando Cristo dijo: «Tu fe te ha salvado», existe el peligro de que un hombre, sea pastor, sea un guía espiritual, o lo que sea, esté expuesto al juicio de los demás. Una joven madre, de nuestra congregación, fiel cristiana, una mañana encontró a su hijito atacado de una misteriosa enfermedad. Asistió a una reunión en la que un predicador hablara sobre la curación por el espíritu, y se convenció de que algún pecado suyo había sido la causa de la enfermedad de su hijo. La joven madre se impresionó tanto que enfermó. Fue algo negativo lo que el predicador logró. Lo que nos interesa no es tanto por qué nos vienen aflicciones, sino cómo podemos sobrellevarlas. Con frecuencia oímos decir: «Es una persona tan buena: ¿por qué le habrá ocurrido esto?». El que un hombre o una mujer sean buenos no los libra de

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adversidades. No hay discriminación entre santos y pecadores. «Él hace salir el sol sobre los buenos y los malos, y que descienda la lluvia sobre justos y pecadores» (Mateo 5:45). Contribuyen a la formación del carácter, cambiando nuestros fundamentos de arcilla en roca. Sabemos que el Señor «no aflige inútilmente a los hijos de los hombres», y que estas mismas aflicciones pueden ser constructivas. El otro día, una íntima amiga mía, al volver de la clínica con una pierna escayolada, dijo: —Este es el primer descanso que he tenido en mi vida. Estoy cierta de que por algo tuve este accidente. Y, al decir esto, de su rostro irradiaba un esplendor que yo no había visto antes. Hace poco tiempo el nombre de un joven, Everett Knowles, quedó grabado en los anales de la medicina, cuando le restauraron un brazo que le había sido arrancado del todo en un accidente. Dicho miembro volvió a ser útil luego de muchas operaciones y pruebas. Su médico, que observó un cambio maravilloso en la personalidad del joven, tuvo que decir: —Quizás lo más providencial que le ha ocurrido a este joven es haber perdido un brazo y haberlo recuperado. ¡Antes era indiferente y flemático, y ahora tiene interés por su futuro, por su educación y por la formación de su vida. Es una oportunidad muy buena para la familia del pastor el dar a la congregación un ejemplo con su conducta en tiempos de tristeza, enfermedad, necesidad o cualquier otra adversidad. El predicador puede exponer desde el pulpito lo conveniente que es la conformidad en la aflicción, pero sólo los hechos probarán su sinceridad. La enfermedad está llamada a visitar la casa pastoral en una época u otra. La forma en que reaccione la familia producirá un gran impacto sobre la congregación. ¡Qué oportunidad tan grande para predicar un sermón vivo! Al sufrir intensos dolores de sinovitis mi esposo declaró entre «ohs» y «ahs»: —Ahora seré más compasivo con el amigo que sufre. De aquí en adelante nadie puede decirme que no es real el sufrimiento.

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Uno de los más memorables domingos de mi vida fue aquel en que el predicador, en uno de sus mejores sermones sobre la oración y el poder sanador de Dios, terminó diciendo: «Y ahora voy a pedir a todos vosotros que oréis por mi buena esposa que ingresará mañana en la clínica para someterse a una operación de corazón». En ese momento me di cuenta de que no podía volver atrás. Mi confianza en los médicos y en los cirujanos era absoluta, y una serenidad muy grande se posesionó de mí. Era como si una voz me estuviera diciendo: «No te dejaré». Pero, al estar tumbada en la cama, mirando al techo de la habitación en la clínica, la noche antes de la operación, ciertamente el miedo quiso asomar su horrible rostro. Una vez había leído que un joven que había acudido a un hospital para ser operado de amígdalas, la noche anterior a la operación buscó su ropa, se vistió en la oscuridad, y se marchó a hurtadillas a su casa, sin que nadie lo viera. Supe exactamente lo que él pudo sentir cuando miré ansiosamente el armario donde se hallaba mi ropa. Pero, pensé entonces, ¿qué clase de fe es la mía? Si es sólo mi código O una filosofía, o una colección de normas, no me será de ayuda alguna en estos momentos, que es cuando más la necesito. Mas, de repente, sentí la presencia de Dios y la compañía de Jesucristo. Al asirme de su mano, noté que podía atravesar cualquier prueba, por terrible que fuese. Se enviaron tarjetas a cada señora de la congregación indicando la hora exacta de la operación. Literalmente, debo decir que todas se desvivieron por atenderme. Como resultado, me elevaron a las alturas, en forma que antes nunca había experimentado. Sentí el amor de ellas obrando mediante su fe y sus oraciones. En los tres días siguientes a la operación, como quiera que me hallaba entre la vida y la muerte, mentiría si digo que mi mano permaneció asida fuertemente a la mano de Dios. A veces, mi mano se soltaba y me parecía que descendía hasta el Seol (como dice el salmista), el lugar pavoroso y oscuro de la nada. Ahora sé que mi fe era insuficiente, vacilante. A pesar de todo, a Él le plugo el preservarme la vida. El doctor me dijo: —Es obvio decir que le plugo al Señor que recobrara usted su bienestar. Debe tener más trabajo para usted.

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Después de una lenta recuperación sabíamos que la vida para esta esposa de pastor había de ser muy diferente. Ya no podría llevar una existencia tan activa, puesto que mis fuerzas futuras estaban en tela de juicio. Había de llevar una vida distinta, tranquila, meditativa, pero quizá más completa. Las energías pueden compararse al dinero depositado en un banco. Los cheques pueden hacerse efectivos de acuerdo con la cantidad depositada. Las cosas primordiales deben ponerse en primer lugar y renunciar a los gastos inútiles. Al dar gracias a Dios todos los días por el don de la vida, me acuerdo de las almas valientes, santas, que han sido mucho más animosas que yo y, sin embargo, han perdido en la lucha por la vida. Un simpático matrimonio se trasladó a nuestra comunidad hace unos años. El esposo había decidido jubilarse cuando aún se hallaba en condiciones de disfrutar de la vida. Desde hacía muchos años soñaba con poseer una casa, y el sueño estaba a punto de convertírsele en realidad. Sólo con algunas pequeñas ayudas profesionales, la construyó por sí mismo. Tanto el esposo como la esposa entraron en la vida congregacional haciéndose querer de todos los que les conocían. Un día la esposa y yo estábamos cosiendo, y ella me dijo: —Nuestra casa está ahora casi terminada, pero me preocupa una sola cosa: Cuando ya todo esté concluido, y no tenga nada más que hacer, qué es lo que hará Walter. Le gusta estar siempre ocupado. Lo más seguro, es que se encuentre intranquilo. No mucho tiempo después un grave mal le llevó a una clínica para someterse a un reconocimiento y estar en observación. El diagnóstico fue que tenía un cáncer. Walter dijo a los médicos: —Díganme claramente, ¿cuánto tiempo me resta de vida? Y le hicieron saber la sombría perspectiva. Su esposa, también muy valiente, volvió a vestir su uniforme de enfermera que hacía años estaba guardado. Durante los últimos meses que pudieron seguir juntos, los dos hicieron frente a su deber dominando sus emociones, sin quejarse y con una firme fe en Dios. Mientras llegaba la inevitable muerte, la congregación recibió inspiración de tan gloriosa conformidad.

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En un caso semejante, y en el mismo año, un hombre que se hallaba en lo mejor de su vida, oyó de labios de su médico la palabra «leucemia», la horrible enfermedad que aún hoy es incurable. Este cristiano ejemplar, con la ayuda de su devota esposa, se enfrentó con la realidad. Revisó sus bienes terrenales y trató de enseñar a su esposa lo referente a su negocio en las semanas que le quedaban de vida. Ella estaba constantemente a su lado leyéndole los salmos y otros pasajes de la Biblia. Cuando llegó el final, su espíritu de resignación fue un sermón para todos nosotros. Esta clase de cosas se repiten constantemente en todo el mundo. Estas dos santas mujeres son sólo un ejemplo. Cuando a la esposa del ministro le llegue el día de la crisis no encontrará mejor ejemplo que el que tan cuidadosamente dejaran esas dos valerosas almas. ...Concede que tu pueblo, y en especial la congregación aquí presente, reciba con verdad tu Santa Palabra, y te sirva en santidad y justicia todos los días de su vida. Asimismo te rogamos que por tu bondad, oh Señor, consueles y socorras a los que estén necesitados, atribulados, enfermos, o en otra cualquiera adversidad. Otórganos esto, oh Padre, por amor de tu Mijo unigénito, Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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14 Compartiendo con Otros Trabajos y Ocios EL HOMBRE es una criatura instintivamente gregaria. En un experimento realizado en fecha reciente por la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio) el joven Wilden Breen fue aislado por completo durante cinco meses, en una habitación desprovista de ventanas y a prueba de ruidos. Al salir de su solitaria habitación dijo: —He decidido amar a las personas. El contacto social, el cambio de palabras y de pensamientos entre los seres humanos es tan importante como la comida. Cualquier psicólogo nos dirá que en el momento en que cesan las comunicaciones entre marido y mujer comienzan los disgustos. Uno de los argumentos más fuertes contra el celibato es que el hombre necesita una compañera con quien pueda hablar de los acontecimientos del día, discutir problemas, y vaciar su alma. Necesita volverse hacia alguien. Muchas esposas, y de modo especial las esposas de los pastores, han experimentado esto. A las dos de la madrugada él, agobiado por un problema, no se está tranquilo, no puede dormirse; entonces despierta a su esposa, habla con ella de sus asuntos y cae profundamente dormido, mientras que la esposa sigue pensando en los problemas del esposo... y sin poder dormirse. Pero, después de todo, ¿para qué están las esposas? Mas, ¿con quién se desahoga ella? Para mantener su vida en el mismo equilibrio, ella necesita tener distintas amigas: compañeras, confidentes, amigas de confianza que la acepten tal como es. Un día en una organización para esposas de ministros, hubo una discusión interesante sobre el particular. Ante mi asombro, alguien expuso la teoría de que las esposas de los pastores no debían tener mucha amistad con las personas de la congregación, y que no debían permitir que nadie las llamase por su

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nombre de pila. Cuando me marché de la reunión aquella tarde me quedé pensando en aquella joven señora y oré por ella. No podía borrar de mi mente la imagen de una vida fría, solitaria y altiva, a la que nadie podía dirigirse en momentos de alegría o de tristeza. Sólo diez días después, la ciudad quedó aterrorizada con la noticia de que el esposo de esta señora, un ministro muy estimado y respetado, se había matado. En una visita muy corta aquel mismo día comprendí que ella habría de sufrir a solas esta tragedia. La amistad, como el amor, no es un proceso frío, calculador, ni puede sobrevivir al escrutinio severo del análisis. Es verdad que puede haber intereses comunes o perspectivas similares, pero hay un elemento más importante, indescriptible, que puede compararse a un cordón eléctrico invisible que en cierto modo establece contacto entre dos personas. Como persona respetada, puede admirarla, desear imitarla, pero «hacer buenas migas con ella» es otra cosa. La esposa del ministro necesita tener, por lo menos, alguien con quien «hacer buenas migas». Para deshacerse de las preocupaciones diarias y para olvidar necesidades apremiantes, no hay nada tan agradable como dedicarse a la práctica de alguna afición. Hay aficiones activas, tales como el golf, el juego de bolos, la jardinería; y otras que pudiéramos llamar pasivas, como, por ejemplo, el leer, el escribir. Hay aficiones sociales y aficiones solitarias, como la de los coleccionistas. Jugar al golf por placer es un modo de relajar la tensión. Una afición muy práctica es la de tomar una taza de té. Lo mismo podría decirse de la costura: el coser es altamente recomendable. No sólo satisface una necesidad urgente, sino que tiene la ventaja de ser útil. Hace muchos años aprendí un subterfugio que más de una vez fue mi salvación. Cuando los niños eran pequeños y se presentaban esas enfermedades que son inevitables en los niños (el sarampión, la varicela, etc.) la perspectiva de estar encerrada en casa varias semanas no me asustaba. Una máquina de coser, un patrón, y unos cuantos metros de tela, alternando con el termómetro, el alcohol para las fricciones y un frasquito de comprimidos me preservaban de la fiebre del encierro. En ocasiones, un cuidado personal como, por ejemplo, un baño de vapor o

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un masaje pueden dar a una mujer un alivio muy necesario, y esto lo puedo decir por experiencia propia. También puede ser que un día se tenga el ardiente deseo de hacer algo en favor de una persona, y se halle satisfacción en el mismo hecho. El día más largo de mi vida podría haber sido aún más largo de no haber hecho oso de mi pasatiempo favorito. Los pensamientos pasaban por mi mente de esta forma: «Mi niñito de dos años está en el hospital. El médico cree que es poliomielitis. Pasarán aún cuatro horas antes de que me den la contestación definitiva al reconocimiento. Debo hacer algo, algo para alguien. Sí, ésta será la terapéutica mejor». Pasé aquellas horas terribles preparando unos pastelitos para unos vecinos. De esta forma transcurrió el tiempo y pude aceptar la mala noticia cuando por fin llegó. Pero no había pensado en una cosa: Los vecinos estaban horrorizados, y dejaron los pastelitos en mi cocina. ¡Había sido una insensata! Por supuesto, ellos no querían que sus niños se contagiaran de polio. Yo tenía «la peste» y ni siquiera querían que me acercase a su puerta. El arte creativo y la música son sedantes formidables con los que no puede competir ningún tranquilizante. El factor principal es que requiere una absorción total. La esposa del pastor evita una visita al psiquiatra librándose de cualquier inhibición enconada. En ocasiones, la esposa de ministro debe hacer cualquier cosa que le venga en gana hacer, sin pensar en lo que pueden decir los feligreses. ¡Oh Maestro divino, santifica nuestras amistades, guíanos en nuestros instantes de gozo, acompáñanos en nuestros momentos de ocio, ayúdanos a realizar cosas provechosas para nosotros y para los demás. En tu nombre te lo pedimos. Amén.

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15 La Risa es la Mejor Medicina «HAY TIEMPO de llorar y tiempo de reír», y quiera Dios ayudar a toda esposa de ministro que no pueda reír, porque grande será su llanto. En el reino natural la risa está reservada únicamente para los seres humanos. Ni una carcajada, ni siquiera una risita, saldrá de los saltarines potros en el campo ni del gato que persigue su propio rabo, aunque estén divirtiéndose mucho. El sentido del humor sólo procede del don de la comprensión y de la comunicación. ¿Qué es reír? Una emoción difícil de explicar, porque lo que a unos parece gracioso, no lo es para otros. Puede elevar a unos y para otros resultar cruel, si el humor se hace a costa de una persona. Un vecino entró un día en nuestra casa y mientras nos reíamos de la historia que nos contaba, se paró, levantó la cabeza, y nos dijo: —Os estáis riendo de mí. Cuando le aseguramos que no era así, continuó su historia. Existen la risa de incredulidad de Sara, la risa burlona del cínico, y la risa burda del burlón. También la risa silenciosa del payaso y la risa espontánea del niño. Hay la risa artificial de la mujer que no comprende una broma y su consiguiente carcajada, y la risa cordial del chiste. La risa puede calmar y puede herir. Anima reírse de uno mismo. Y sólo las personas que perciben las pequeñas comedias dentro del drama de la vida diaria disfrutarán verdaderamente de la vida. En medio de la solemnidad del culto de la iglesia se produce, a veces, una situación graciosa que es divertida simplemente porque se produce en una iglesia. Algunos padres saben que un niñito puede hacer un disparate, aunque de forma inconsciente. Mis niños estaban fascinados por un individuo denominado don Cacahuete que se paseaba por las calles de la ciudad con

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un traje que parecía un gran cacahuete, ofreciendo cacahuetes tostados a los transeúntes. Todos los años, los niños de las parroquias de la diócesis iban a la catedral para presentar su ofrenda de Cuaresma a favor de las misiones. La primera vez que llevé a mi hijito, estaba encantado de ver desfilar la larga procesión formada por los ministros, el coro y otros dignatarios. Al final de la procesión iba el obispo, resplandeciente con su capa dorada y su mitra. Al verle, mi hijito gritó: —Mamá, ahí viene el hombre de los cacahuetes. En nuestros labios se dibuja todavía una sonrisa al acordarnos de aquel sacristán que sufría tremendamente a causa del calor. Durante los meses de verano llevaba la sotana por encima de la ropa interior, pero no llevaba pantalón. Su secreto permaneció oculto hasta que un día se inclinó reverentemente delante del altar. Era muy reverente de las rodillas para arriba, ¡pero tener las piernas desnudas no es muy reverente que digamos! Aún tuvo otra experiencia más embarazosa otro domingo de mucho calor. Habiendo preparado la mesa para la santa comunión, se fue al otro lado del altar para enchufar el ventilador. ¡En ese momento, las obleas de la comunión comenzaron a volar como una bandada de gorriones! Una señora se desmayó una vez durante el sermón. Fue un momento angustioso, ciertamente, pero tuvo svi lado humorístico. Un nuevo sacristán se olvidó por completo de su dignidad, y debió pensar que se hallaba en un boxeo. En medio del sermón, bajó del altar, pasó por la nave lateral, se puso de pie sobre el asiento detrás del banco en que la señora estaba, y gritó con voz muy fuerte, que casi hizo volver en sí a dicha señora: —¿Hay un médico aquí? ¡El ministro predicó el mismo sermón el domingo siguiente y nadie se dio cuenta! Muchos acontecimientos humorísticos han sucedido durante los años de nuestras visitas pastorales. El ministro fue un día a visitar a una valiente mujer de su congregación, que había estado ciega varios años. Durante la conversación, la señora apoyó la cabeza en la mano y sin darse cuenta se golpeó el ojo de cristal con un dedo. Súbitamente, el ojo saltó como una pelota de ping-pong y empezó a rodar por la alfombra.

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—Siento molestarle con este ojo —dijo la señora sin perder la serenidad. El visitante sacó un pañuelo limpio, recuperó el ojo perdido, lo devolvió a su dueña, y nada más se dijo sobre lo ocurrido. Quizá la experiencia más desagradable sucedió un verano cuando decidió visitar a la esposa de un compañero de ministerio, cuyo marido se había marchado para ir a trabajar como capellán de un navío. Habíamos oído que le costaba acostumbrarse a las nuevas circunstancias y esperaba serle de alguna utilidad. Vivía en una cabaña cerca de un lago y los niños estaban nadando. AI preguntarles por su madre le dijeron que no se hallaba en casa. (Una mentirijilla que la madre ideó porque no quería ver a nadie.) MÍ marido fue a la cocina para dejar una nota sobre la mesa. «¡Que cabaña más hermosa! —pensó—. ¿Cómo será por dentro?» Se metió en el cuarto de estar, en el comedor y, finalmente, en la alcoba. Allí se encontró frente por frente con la señora del hotelito, escondida detrás de las cortinas del cuarto de baño, porque estaba sin terminar de vestirse. Él dijo: —¡Discúlpeme! Y se marchó corriendo. En el camino de regreso a casa se preguntaba qué excusa apropiada hubiera podido dar. La próxima vez que le ocurriese una cosa así, seguramente diría: «¿Dónde está el fuego? Me pareció que olía a humo». Dame una buena digestión, Señor, y también algo para digerir. Dame un cuerpo sano, Señor con sentido para conservarlo bien. Dame una mente que sea sin defectos, que no se queje, gima o suspire. Haz que no me preocupe demasiado de las cosas minuciosas del Yo. Dame buen humor. Señor, dame la gracia de ver un chiste, de extraer felicidad de la vida, y transmitirla a otras personas. ANONIMO, en una lápida en la Catedral de Chester,

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Inglaterra.

16 Traslado a una Nueva Congregación Poco DESPUÉS de que la esposa de un ministro esté instalada en su primera congregación, se dará cuenta de que su casa tiene un carácter transitorio. A su esposo le serán ofrecidas nuevas oportunidades, e inevitablemente tendrá que tomar otras decisiones. El Señor sin lugar a dudas participa en la elección del destino del ministro. Algunos, sin embargo, se destacan como embaucadores de la Providencia, y otros sienten que el Santo Espíritu necesita a veces un empujoncito. Toda decisión de permanecer en una congregación o de trasladarse a otra debería depender siempre de la decisión del ministro. Se hallan implicados muchos puntos de vista y, por supuesto, será una cuestión que tendrá que discutir muy detenidamente con su esposa. Pero los deseos de ésta han de ser secundarios. Su deber será aceptar la decisión del esposo, porque lo que el ministro busca en una congregación podrá presentar un aspecto por completo diferente del de su esposa. Habrá de preguntarse: ¿Es aquí donde podré servir mejor al Señor? ¿Será éste un reto? ¿Responderá la congregación a mi mensaje? ¿Podrán dar más fruto aquí mis talentos y aptitudes? En resumen, ¿es aquí dónde Dios quiere que le sirva? Por su feminidad y estar más apegada a este mundo, la esposa por lo general se pregunta: ¿Cómo es la casa pastoral? ¿Y la cocina? ¿Cuántos dormitorios tiene? ¿Hay una buena escuela para los niños? Ella sabe en lo profundo del corazón que esas cuestiones no son, en verdad, las más importantes. El llamado de su esposo ocupará el primer lugar. Si la esposa de ministro no hace frente a esta verdad, le tocará pasar días infelices. Las esposas de ministros que ejercen su ministerio en el ejército o en la marina conocen demasiado bien las dificultades de tener que cambiar de un lugar a otro. Los peligros pueden presentarse durante largos períodos y los

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cambios de ambiente, sobre todo cuando hay niños, pueden ser perjudiciales. En primer lugar, crean muchos problemas los arreglos domésticos al cambiar de casa. Cuando habíamos estado en nuestra primera casa unos diez o doce años, las circunstancias parecían indicar que era inevitable un traslado. Yo miraba las cortinas tan estropeadas y usadas, y me preguntaba: ¿Las cambiaré, o no? ¿Arreglaré o cambiaré los muebles? ¿Deberé pintar algunas habitaciones, o esperaré un poco? Esperé algunos años más hasta que, al fin, no pudiendo seguir por más tiempo con las cortinas viejas, hice unas nuevas muy bonitas, que me costaron bastante. El mismo día que las puse mi esposo decidió aceptar una nueva congregación. Una pequeña crisis como esta se convierte pronto en un recuerdo gracioso cuando se agolpan los pensamientos acerca del nuevo hogar, los nuevos amigos, etc. A la mente acuden nuevas esperanzas, nuevas ideas. AI vaciar la buhardilla de objetos antiguos que ya no se usan, parece que con ellos se deshace uno de pensamientos e ideas trasnochados. Al hacer una selección de las cosas que se han ido amontonando durante doce años vienen a la memoria muchos recuerdos: el traje viejo que llevó el esposo de una un día memorable. El cuadro del reno que nos regaló tía Gertie. Y así sigue la lista según van desfilando las cosas del pasado. Cuando ha terminado el desfile, se piensa en el futuro. Hay que enfrentarse con una nueva vida, a veces del todo diferente. Prometemos no volver a cometer las mismas equivocaciones. Se nos presenta una nueva oportunidad. ¿Cómo despedirnos de las personas a las que hemos llegado a amar tanto? La tarea se hace más fácil cuando pensamos que por cada persona que dejamos, nos espera otra en el nuevo lugar al que vayamos, y no porque cambiemos unas personas por otras, sino porque añadimos nuevas personas a la lista de los buenos amigos. Los problemas también los dejamos atrás. Pero nos engañamos si pensamos que no los habrá en el nuevo Jugar. Seguramente que los habrá también allí y, quizá, más grandes y más pesados. Los campos más lejanos son siempre los más verdes y nos conmovemos por el reto de un nuevo mundo. Hay ministros y ministros. Los hay de todas clases y condiciones. No son

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ni mejores ni peores que los laicos, porque un día fueron laicos también. Sus talentos y sus temperamentos varían. Si las congregaciones se dieran cuenta de que no existe un pastor perfecto, se ahorrarían y ahorrarían unos cuantos disgustos. Una congregación que conocemos muy bien se dio durante un año a la tarea de hallar «un pastor perfecto», sin darse cuenta durante todo ese tiempo que cuantos la componían no formaban tampoco «una iglesia perfecta». Por fin seleccionaron a alguien, pero sólo después que alguien les dijo que al parecer «buscaban una combinación de Dios y Clark Gable». El nuevo ministro puede ser un buen predicador, o un pastor comprensivo y consagrado. Puede tener cualidades administrativas, o quizá es un «sacacuartos». Todos estos talentos, o algunos de ellos, serán útiles sin duda. Pero hay algo mucho más importante. Cada comité, al mantener una entrevista con el candidato a pastor, debería pedir que se levantara los pantalones hasta las rodillas. Si tiene las rodillas callosas, es el pastor adecuado. Hay algunos ministros que permanecen mucho tiempo en la misma iglesia, y otros que les gusta cambiar a menudo. Una y otra cosa tienen sus ventajas. Pastorados de quince o más años proporcionan un vínculo que une al pastor con la vida congregacional. Tiene el gran privilegio, por ejemplo, de presentar a un joven para la confirmación, de velar sobre él cuando sufre y se restablece de una grave enfermedad, presidir su matrimonio y bautizar a sus hijos. A veces le parece sentir en las manos el latido del mundo, viendo como una a una pasan a la eternidad las viejas generaciones, y ocupan su lugar nuevas generaciones. Sin embargo, existe el reverso de la medalla. Si se queda un ministro demasiado tiempo en la misma congregación, sobre todo cuando ha ganado el corazón de sus feligreses, puede tener tendencia a que rindan culto a su persona. Inconscientemente puede convertirse en obstáculo de la verdadera adoración. Los ministros que prefieren no permanecer más de cuatro años en la misma congregación pueden realizar un trabajo más efectivo. Aunque a los que están más tiempo les parece demasiado corto ese plazo para poder compenetrarse con la congregación.

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Así como hay ministros de todas las clases y condiciones, existen también diferentes clases de congregaciones, desde las congregaciones rurales más pequeñas hasta las iglesias de grandes ciudades, con sus programas recargados. Las congregaciones tienen también su color y su sabor especiales. A veces, a causa de su situación geográfica, tienen una influencia de determinadas personas: profesores, obreros, estudiantes, extranjeros, etc. ¡Bendita la congregación que tiene una amalgama de gentes dentro de sus confines! La iglesia de un pequeño pueblo estaba buscando un nuevo pastor, y había invitado a una serie de visitantes, posibles candidatos, para que hablasen cada domingo en esta iglesia. La primera semana, el predicador llegó temprano; antes de entrar en la iglesia, se paró en un bar próximo para tomar una taza de café. Mientras tanto, habló con el dueño, al que preguntó: —¿Que sabe usted de esta iglesia? ¿Qué clase de gente hay en la congregación? —¿Qué clase de gente tiene usted en su propia congregación? — ¡Son chismosos y difíciles de tratar, y no son muy amables! —La misma clase de gente hay aquí —contestó el dueño del bar. El domingo siguiente, otro predicador entró en el mismo bar e hizo la misma pregunta: —¿Qué clase de gente hay en esta iglesia? —¿Qué clase de gente tiene usted en su propia congregación? —preguntó, a su vez, el dueño del bar. —La gente más maravillosa del mundo —contestó entusiasmado el predicador. —Pues aquí son iguales —respondió sabiamente el dueño del bar. Dios bondadoso, dador de todos los dones buenos y perfectos, que en tu sabia providencia has establecido diversas órdenes en tu Iglesia; suplicámoste concedas tu gracia a tu siervo a quien se ha confiado ahora el cargo de esta congregación; y cólmalo de tal manera de la verdad de tu doctrina, y adórnalo con inocencia de vida, para que pueda servirte

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fielmente a gloria de tu gran nombre, y beneficio de tu Santa Iglesia; mediante Jesucristo, nuestro único Mediador y Redentor. Amén.

17 Puesta de Sol EN EL PATIO de una iglesia había una gran encina, que tenía varios siglos. Con su vieja corteza y sus mal proporcionadas ramas, con sus retorcidos nudos, dominaba el paisaje. Cada año salían menos retoños alrededor del tronco, y la mayor parte de ellos se rompían con las primeras tormentas. Pocos tienen la fortaleza necesaria para vencer los rigores de los elementos. Lo mismo que en la selva, la supervivencia de los más fuertes es la ley de la Naturaleza. Esta poderosa encina parecía predicarme una lección cada vez que la admiraba en su esplendor. Igual que ella, al correr de los años, fuimos adquiriendo una serenidad profunda. Un mapache hace su guarida en la cima de una rama de la vieja encina, la ardilla roba sus bellotas, el viento trata de derribarla, y hasta los hombres introducen grandes clavos en su tronco para sujetar los cables eléctricos. Pero la encina continúa en su sitio, inconmovible a los golpes que, desde fuera, la acechan. ¿Por qué será que nosotros, los humanos, luchamos contra la edad, el proceso más natural en el mundo? Por supuesto, a toda mujer le conviene presentarse con una apariencia agradable, pero, ¿por qué, pensar en tratar de detener el reloj? Millones de dólares se gastan todos los años buen número de mujeres que quieren parecer y permanecer jóvenes, queriendo olvidar que la edad madura tiene, como la encina, su propia belleza. Esa madurez no proviene simplemente de envejecer o hacerse viejo. Es el resultado de las victorias sobre los golpes, las sacudidas y las fatigas de la vida. Poco recuerdan ya, tanto la esposa del pastor, como el propio ministro, las luchas que quedaron ya atrás, al emprender su vida juntos. Los sueños y esperanzas de que estaban llenos al llegar a su primera congregación. «Confiamos en que ya habréis recapacitado con anterioridad en todas estas cosas, y que estáis firmemente decididos, por la gracia de Dios, a

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entregaros por completo a este oficio, al que Dios se ha dignado llamaros. Así que, en cuanto podáis, os dedicaréis enteramente a esto, y pondréis toda vuestra atención y cuidado a este propósito. Pediréis continuamente a Dios el Padre, mediante nuestro único Salvador Jesucristo, que os envíe el celestial auxilio del Espíritu Santo, para que por la diaria lectura y meditación de las Escrituras podáis acrecentar vuestra experiencia y fuerza en el Ministerio y esforzaros a santificar vuestra vida y la de los vuestros, modelándolas según los preceptos y doctrina de Cristo, para que lleguéis a ser saludables y piadosos ejemplos y modelos que el pueblo pueda seguir». (Libro de Oración Común, Oficio de Ordenación de Presbíteros). 4 Pensamientos sobrios éstos. En tan solemne y gozosa ocasión, el ministro y su esposa, juntos, manifestaron sus deseos de permanecer fieles, con oraciones fervientes, de trabajar valerosamente, de consagrarse a esta obra. Mas, por desgracia, la luna de miel se pasa rápidamente, y de repente, se encuentran en una crisis pastoral. Esto es inevitable, pues no hay una congregación que sea inmune. El trato con diferentes personas es siempre delicado, y cabría decir que lo es aún más en iglesia. ¿Por qué? Porque Dios no llama a sus ministros para que traten de agradar a los hombres, sino para que lleven «su rebaño» a un mejor conocimiento de Dios. Por eso, más de una vez el ministro estará solo en sus decisiones contra el mal. Aun ante el peligro de provocar una controversia, siempre deberá estar del lado de lo que considere justo. Al laico bien intencionado, pero descarriado, que se sale de los límites, debe hacerle comprender que sus caminos no son siempre los caminos de Dios. No nos gusta oír la desnuda verdad acerca de nosotros mismos desde el pulpito; preferimos ser arrullados en un estado de santurronería y de alabanza propia. Pero éste no es el camino de Dios. Y porque el camino de Dios no es el camino fácil, es inevitable que surjan problemas de cuando en cuando. Los conflictos provienen también de otras fuentes, a veces del propio 4 N. de la R. — Correspondiendo con mayor literalidad a lo qua la autora escribió en su libro, lo transcrito corresponde no al Libro de Oficios o Liturgia de la Iglesia Española Reformada Episcopal, como en anteriores ocasiones cuando se ha tratado de reproducir alguna parte de diferentes oficios por la autora citados, sino al Libro de Oración Común en uso en la Iglesia Episcopal de México.

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ministro. Todo hombre tiene el derecho de incurrir en sinceras equivocaciones, y esto, claro está, incluye a los ministros. Al principio, no poseyendo experiencia, está sujeto a equivocaciones. Unas son serias; otras, graciosas. Quizá se toma tal o cual responsabilidad que pertenece a la junta parroquial, y suscita así una tormenta justificada. Mientras que un pastor joven puede hacer que la situación se torne verdaderamente difícil, el de más edad y experiencia, aunque comete también sus errores, tendrá más aptitud para ir al origen del problema. A veces lo mejor es pedir disculpas y cortar el problema radicalmente. Por desgracia, muchos conflictos dentro de las congregaciones, provienen de algo trivial, de una observación casual, o de un hecho realizado inconscientemente. Comienza como una chispa insignificante, pero si no es apagada en seguida, se transforma en un fuego. Puede comenzar simplemente de este modo: El ministro anuncia la lista de algunas mujeres que han llevado a cabo un proyecto con mucho éxito, lo que desea agradecerles públicamente, pero he aquí que se olvidó mencionar una. La señora cuyo nombre olvidó mencionar dice que no fue olvido, sino algo deliberado, un olvido a propósito. Una tontería, pensaréis. Y lo es. Pero puede ocurrir, y en ocasiones ocurre. Lo peor del caso es que casi siempre la persona que se considera «lesionada» por algo tan sin importancia, reúne a unas cuantas amigas, también descontentas por cualquiera otros motivos tan livianos, y ya está en marcha una batalla. El pobre ministro, que no aprendió en el seminario cómo hacer frente a una situación semejante, se ve envuelto de pronto en su iglesia en una batalla. Y esas señoras le llamarán continuamente por teléfono para presentarle sus «quejas» y hacerle perder lastimosamente el tiempo. ¿Y qué sucede entonces con la esposa del pastor? Esas mujeres desahogan su enojo no saludándola al verla por la calle. Es algo molesto, sin duda, tanto para el ministro como para su esposa. No hay cosa que pueda doler más a la esposa de un ministro que la crítica —y más si es injustificada— contra su marido. En su interior desea defenderle en público. Pero esto lo hará mientras no tenga experiencia. El paso de los años le enseñará a saber conservar su serenidad, mostrándose dispuesta a escuchar, pero sin hacer comentarios. Continuará su trabajo, como si nada hubiese sucedido. Poco a poco será como si a su alrededor se hubiese formado una coraza, tras la que

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se esconde como la tortuga que se esconde dentro de su caparazón hasta que pasa la tormenta. La mejor manera de tratar- con personas quisquillosas es seguir el consejo de San Lucas; «Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian» (Lucas 6:28). Es eficaz. Lo sabemos por propia experiencia. Los primeros años de ministerio, que llevan consigo entusiasmo y desilusiones, pasan pronto a la historia, y después llega una nueva era. Con los años se adquiere una satisfacción grande! Ya no parecen invencibles los problemas. El hogar toma otro rumbo cuando los hijos se ausentan del nido. Será necesario hacer nuevos arreglos. Por un lado, se siente pena con su partida, pero por otro, hay algunas compensaciones. La casa se mantiene limpia, los gastos alimenticios disminuyen, y el silencio se hace más patente. Ya pasaron los días de preocupación y el cuidado de los pequeños al tener el sarampión u otras enfermedades, así como por las horas de estudio de los jovencitos. Ha llegado el momento en que el pastor y su esposa puedan disfrutar de alguna tranquilidad, haciendo visitas y recibiéndolas. Puede haber una convivencia que hasta ahora no fue posible, una unidad en la manera de pensar que procede de una larga vida de unión. Un romance de muchos años que ha madurado en una comprensión profunda puede demostrar a la congregación el significado de un amor constante entre un hombre y una mujer. No hace mucho, y para nuestra satisfacción, nos dijo un amigo que éramos la mejor propaganda para matrimonios. No obstante, en la satisfacción también hay tentaciones. Existe la tentación de perder el entusiasmo que se necesita para adquirir nuevo impulso, diciendo: «Antes hemos intentado esto o lo otro, y no fue posible lograrlo» Existe la tentación de no sentir tanta necesidad de una comunión íntima con Dios mediante el estudio, la meditación y la oración. Existe la tentación de volverse sentimental, dando demasiada importancia a los inevitables dolores y sufrimientos. Existe la tentación de hacerse cada vez más perezoso; sabemos que la luciérnaga brilla solamente cuando está volando; así sucede con la mente y el alma: si descansan demasiado, se vuelven inertes y oscuras. Entonces llega la etapa final en la vida del ministro y de su esposa: el retiro (la jubilación) que en los Estados Unidos es posible obtener, a petición propia, a los 65 años, y de forma obligatoria a

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los 70. Antes, el retiro se obtenía al ser ya tan anciano que poco podía valerse. El fallecido obispo Oldham solía contar de un señor retirado, a quien un amigo le preguntó qué hacía en el día. —Bueno —respondió—, me levanto por la mañana, abro la puerta para recoger el periódico, leo las esquelas mortuorias, y si no está la mía me vuelvo a la cama. Por fortuna, esto ha cambiado hoy día. Teniendo por delante proyectos razonables y verdaderos trabajos intelectuales, los años finales pueden transcurrir muy felices y, a veces, hasta muy ocupados. En muchísimos lugares hay trabajos adecuados para personas desocupadas. Igual que la encina, el ministro jubilado y su esposa tendrán entonces que aguantar el temporal y, acaso, sufrir algún deterioro de la salud. Pero ya no tienen compromisos, están libres y pueden cuidarse. Puede predicar la Palabra de Dios, administrar la santa cena y visitar a los enfermos. Los dolores de cabeza debidos a las preocupaciones desaparecen. Ahora existen otros motivos. El ministro retirado y su esposa están libres para visitar las congregaciones solicitando ayudas para diversos proyectos. Si gozan de buena salud y pueden distraerse con algunos de sus pasatiempos favoritos, serán la más feliz de las parejas. Saben que la vida no durará siempre, que la separación será inevitable. Sin embargo, por haber edificado sus vidas sobre un fundamento firme, y estar entregados por completo a la voluntad de Dios, no sienten temor ni espanto. Si bien hace bastantes años, aún recuerdo un sermón vivo sobre la inmortalidad, predicado por un ministro octogenario, el fallecido reverendo doctor Sturgis Ball. Una serena sonrisa se le dibujó en el rostro cuando dijo: «Durante muchos años he soñado con verme cara a cara con mi Dios. Ahora espero la muerte con una grande expectación». Quédate conmigo. Señor, cuando llegue el atardecer, y la oscuridad sea profunda. Señor, quédate conmigo cuando falten las ayudas y huya el ánimo. Ayuda del desamparado, quédate conmigo. Eleva tu cruz ante mis ojos, que se van cerrando, brilla a través de la

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oscuridad, señalándome el cielo, rompe los cielos de la mañana, y haz huir las sombras. ¡En vida y en muerte, oh Señor, quédate conmigo!

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