Clastres Pierre - La Palabra Luminosa

Pierre Clastres LA PALABRA LUMINOSA Mitos y cantos sagrados de los guaraníes Traducción de María Eugenia Valentié Seri

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Pierre Clastres

LA PALABRA LUMINOSA Mitos y cantos sagrados de los guaraníes Traducción de María Eugenia Valentié

Serie Antropológica EDICIONES DEL SOL \A\V¿\o o 1993

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Director de colección: Adolfo Colombres Diseño gráfico: Ricardo Deambrosi Título original: Le grandparler. Myíhes et chants sacres des indiens guaraní.

© Éditions du Seuil, 1974 © 1993 Ediciones del Sol Wenceslao Villafañe 468 1160 BUENOS AIRES

I.S.B.N. 950-9413-50-X

Ñamandu padre verdadero, el primero. Sobre la tierra Ñamandu Gran Corazón, divino espejo del saber de las cosas, se yergue. Tú que haces que se levanten aquellos que has provisto del arco, henos aquí: de nuevo nos erguimos. Las cosas son así en cuanto a las palabras indestructibles, que nadie, jamás, debilitará, nosotros los pocos numerosos huérfanos de las cosas divinas, nosotros las volveremos a decir, irguiéndonos. Pues podemos erguirnos y erguirnos todavía, Ñamandu padre verdadero, el primero.

Introducción

Las bellas palabras, así llaman los indios guaraníes a los tér­ minos que les sirven para dirigirse a sus dioses. Bello lengua­ je, palabra luminosa, agradable al oído de los dioses que las estiman dignas de ellos. Rigor de su belleza en la boca de los chamanes inspirados que las pronuncian; embriaguez de su grandeza en el corazón de los hombres y mujeres que las escu­ chan. Esas fie’ é pora, esas Bellas Palabras resuenan todavía en lo más secreto de la selva que, desde siempre, abriga a aquellos que, llamándose a sí mismos Ava, los Hombres, se afirman de este modo depositarios absolutos de (o humano. Los verdaderos hombres por lo tanto y, desmesura de un orgu­ llo heroico, elegidos de los dioses, marcados con el sello de lo divino, ellos que también se dicen los Jeguakava, los adorna­ dos. Las plumas de la corona que adorna sus cabezas susurran al ritmo de la danza celebrada en honor de los dioses, la coro­ na reproduce el brillante tocado del gran dios Ñamandu. ¿Quiénes son los guaraníes? De esta gran nación cuyas tribus, al comienzo del si#lo XVI, contaban su gente por cien­ tos de miles, subsisten ahora ‘,:. Puso a hervir los niños en una marmita. Cuando tiró a los dos niños con su cordón umbilical en el agua caliente, el agua se enfrió. Los niños tuvieron suerte para nuestra propia fortuna y para nuestro propio destino. Luego los arrojó al fuego y el fuego se apagó. Entonces pensó conservarlos como animales domésticos. De esta manera fue que existieron el futuro sol y la futura luna. La madre no sabía quiénes eran. Uno era nuestro futuro hermano mayor, el otro nuestro futuro hermano menor. Así es como comenzaron las cosas. Todo so produjo después que los jaguares destruyeran a la madre. Esas cosas ahora ya no ocu­ rren. Si esas cosas se hubieran producido una vez más, noso­ 79

tros no existiríamos. Lo que llamamos emboi, fue para que las cosas en su totalidad comenzasen. Por ejemplo, la obscuridad, cuya presencia conocemos bien. Ahora ya no sufrimos por ella pues tenemos la luz del sol. Cuando es de noche y ya no vemos las cosas, nos vamos a dormir, nos acostamos y dormimos, e invocamos a nuestro padre Pa’i, el sol, para que se ocupe de velar nuestro sueño. Para nosotros es la única manera de des­ pertarnos bien. En caso contrario, nos despertaríamos un poco enfermos y entonces tendríamos que recurrir a los remedios que conocemos. El mayor dijo al menor: — Ahora conocemos a nuestra verdadera madre. A la abue­ la de los jaguares le decimos “nuestra abuela”. Pero no es así, ella no es nuestra verdadera abuela. Y en cuanto a nuestro abuelo, no era tampoco alguien muy bueno. Era el que quería comernos. jY nosotros le decimos “nuestro abuelo”! Pero de hecho esto no es así, ellos fueron los que devoraron a nuestra madre. Para ellos, hermano mío, vamos a montar una trampa, una gran trampa. Allí pondremos una espiga de maíz, para prender­ los a lodos y matarlos, a ellos que se comieron a nuestra ma­ dre. De Lodos ellos vamos a vengarnos. ¿Tienes ya un poco de fuerza, hermano? — Soy yo bastante fuerte. —En ese caso cava aquí la tierra. Cavó un agujero profundo en la tierra, y a la entrada del po­ zo dispuso una gran trampa. Pasaron la siesta en acecho, a la espera de los jaguares. Primero atraparon al aguara’i. El últi­ mo en llegar fue el jefe de los jaguares. Quisieron capturarlo, pero el menor no tuvo suficiente fuerza. Por esta razón es que todos los jaguares no murieron, y una hembra grávida pudo es­ capar. A esto se debe que hasta el presente haya jaguares. Si la hembra hubiera tenido una hembrita, los jaguares no se hubie­ ran reproducido. Pero tuvieron suerte pues nació un macho, que copuló con su madre y procrearon. Y ahora hay muchos ja­ guares. Todo eso se debe a que Guayrapepo, el hermano me­ nor, no tuvo fuerza suficiente para hacerla caer en el hoyo. Los otros que llegaban se arrimaban y decían: 80

—¿Para qué hace eso? —Para cazar ratas. —Ellas no caerán en este tipo de trampa. —Entra pues para comprobarlo. Y lodos los que entraban morían El hermano mayor se irritó contra el menor. — ¿Cómo, hermano, vas a enojarte conmigo? Soy todavía débil y no tengo suficiente fuerza para arrojarla al hoyo. Por eso me ha sorprendido la hembra del gran vientre. En cuanto a los jaguares que crecieron luego ya no se pudo destruirlos. Ellos se dispersaron por las orillas de las aguas, de las fuentes y las transformaron en lugares temibles. —Id y haced temibles las fuentes y la selva. Allí encontra­ réis vuestro alimento. Así habló Sol. Este fue el comienzo de las cosas. Los dos hermanos tuvie­ ron miedo y se dijeron: — Vamos a ver a Tupan, a fin de que nos dicte las normas para conducirnos en la vida. Si nos dicta las normas para nues­ tras vidas abandonaremos esta tierra que ahora es peligrosa. Es imposible matar a todos los jaguares. La hembra encinta se ha escapado. Va a tener hijos, y con suerte tendrá un macho y los jaguares van a multiplicarse. Ya no tenemos más poder sobre ellos, se van a alimentar con nuestro cuerpo. Comerán toda cla­ se de animales, pero cuando algunos sean demasiado salvajes, los jaguares se alimentarán con nuestro cuerpo. Más vale que corramos para alejarnos de ellos. Vamos, no importa adonde. Prevengamos a Tupan para que nos dé una tierra donde nos sea posible vivir. Sol y Luna se fueron. Se elevaron al firmamento y suplica­ ron a Tupan para que los ayudara a huir de la tierra y escapar de los jaguares. Tupan les dijo: — Yo les daré una tierra donde puedan vivir. En cuanto a él, que siga en la oscuridad, ya transformado en jaguar. A los jaguares nosotros los llamamos pytüjary, señores de las tinieblas. Y eso transforma a las tinieblas en una cosa terri­ ble. Allí donde dormimos, debemos protegemos. Para dormir es 81

necesario una casa sólida donde los jaguares no entren. Podrían atraparnos por una pierna, por la cabeza, para llevarnos; y no es posible vengarse. Sol y Luna abandonaron esta tierra y se fueron. Lo que ocu­ rrió luego fue en su ausencia. Desde lo alto, Sol vigila todo. El es el que se ocupa de nosotros. El fue engendrado de la palabra de Tupan. Tupan es la raíz. *** Varios informantes nos han contado el mito de los Geme­ los. Sus versiones, comparadas a las que publicamos aquí, son relativamente deshilvanadas. De ellas hemos extraído dos cor­ tos fragmentos. El uno completa el episodio del salto del her­ mano menor desde la orilla del río; nos pareció interesante re­ tenerlo por el papel que hace desempeñar a la risa. En cuanto al segundo, se lo podría ver simplemente como el mito del ori­ gen de la mujer, que Sol crea a partir de una mochila. Los guaraníes enuncian de ese modo en el plano del mito lo que sus vecinos, los guayakíes, viven cotidianamente. La bolsa que se lleva a la espalda es para ellos la metonimia de la mujer, y todo contado de un hombre como esa bolsa le traería mala suerte, dejaría de ser un cazador1. —Ahora alumbra un fuego y arroja las pepitas. Que se con­ suman. De inmediato van a crepitar y cuando lo hagan comien­ za a reírte: ¡hi, hi, hi! Nuestro hermano menor tiró las pepitas al fuego, donde empezaron a estallar. Entonces hizo ¡hi, hi, hi! y se encontró en la otra orilla del río. Lo había atravesado, pero no estaba con­ tento. Para jugar Sol saltó la trampa. Aña2 estaba por llegar. Sol 1. Cf. Pierre Clastres, Chrotiique des Indiens Guayaki. París, Plon, 1972. 2. Es el mismo Charia con otro nombre.

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se debatía para salir de la trampa, pero no pudo romperla. Aña llegó decidido a matarlo. Sol le dijo entonces: —Te daré mi arco eterno. El no quiso —Te daré mi flecha eterna. El rehusó; estaba decidido a matar a Sol. Este dijo en­ tonces: —Te daré mi hermana eterna. Aña entonces lo sacó de la trampa. Sol se apartó y empezó a fabricar una mochila. De esta bolsa hizo una mujer. La mujer es una antigua mochila. Aña fue a la casa de Sol. Encontró a la mujer moliendo maíz. Sol le ofreció su hermana. Aña tenía la costumbre de lavarse. Sol le recomendó: —No la lleves demasiado pronto al agua. Aña estaba muy contento y el mismo día, a la siesta, llevó consigo a su mujer al baño. Ella se arrojó al agua y no reapare­ ció. Pero, río abajo emergió a la superficie del agua algo que no era más que una bolsa. Aña en lágrimas miraba el agua. En el agua se ve nuestro reflejo: trataba de atrapar su reflejo. Pero la mujer ya había de­ saparecido. Do nuevo volvió a la casa de Sol para pedirle otra vez su hermana. —Te he dado mi única hermana, ya no tengo más. Aña se fue.

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El comienzo I

Ñanderuvusu, nuestro padre el grande, vino solo, se dejó ver en el corazón de las tinieblas. Los murciélagos originarios ya existían y lo enfrentaron en el corazón de las tinieblas. Ñan­ deruvusu cnarboló el sol sobre su pecho. Trajo las maderas cruzadas originarias, las colocó hacia “el lado de nuestro ros­ tro”,1 caminó por encima y empezó a hacer la tierra. Hasta ahora las maderas cruzadas permanecen como sostén de la tie­ rra. Si se sacara ese sostén la tierra caería. Luego trajo el agua. II Más tarde Ñanderuvusu encontró cerca de él a Ñanderu Mbackuaa: —Encontremos a la mujer. Entonces habló Ñanderu Mbackuaa: —¿Cómo podremos encontrar una mujer? —La encontraremos en la vasija. Hizo una vasija de tierra y la recubrió. Un momento des­ pués dijo a Mbackuaa: — Vete pues a ver a la mujer en la vasija. Mbackuaa fue a mirar: la mujer estaba en la vasija. La llevó con él. III Ñanderuvusu constituyó luego su casa, en el corazón del sostén de la tierra. Dijo a Mbaekuaa: —Ensaya a la mujer. 1. Es decir, del lado en que se levanta el sol, el este.

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Mbaekuaa partió y ensayó a la mujer. No quería mezclar su semen con el de Ñanderuvusu, así que lo depositó aparle. Y de una sola madre se formaron el hijo de Ñanderuvusu y el hijo de Mbaekuaa, los dos en el vientre de su madre. Ñanderuvusu se fue. IV Ñanderuvusu preparó entonces su plantación. A medida que la preparaba, a sus espaldas se llenaba de espigas de maíz verdeantes. Volvió a su casa para comer. Después dijo a su mujer: — Ve a la plantación y trae el maíz tierno para que lo coma­ mos. Pero ella exclamó: —Sólo hace un momento que has partido a trabajar y ahora me dices: vé a buscar el maíz. No es tu hijo el que tengo en mi vientre, sino el de Mbaekuaa. Y la esposa de Ñanderuvusu, tomando su bolsa, se fue a la plantación. V Ñanderuvusu tomó entonces su estuche de plumas, su ma­ raca de danza y también las maderas cruzadas. Colocó en su cabeza la corona de plumas. Salió, dio una vuelta a su casa y se fue. Llegado al camino de los jaguares originarios, plantó en el suelo las maderas cruzadas, a fin de confundir sus huellas. VI Su esposa llegó a la casa de vuelta de la plantación. Ñande­ ruvusu ya no estaba. La mujer tomó la calabaza para el agua, también su bastón de danza, salió, dio la vuelta a la casa y par­ tió tras las huellas de su marido. 85

VII Había caminado un poco cuando su hijo le pidió una flor. Cortó una flor para su hijo y continuó su ruta. Más tarde gol­ peó suavemente la morada de su hijo y le preguntó: —¿Por dónde ha ido tu padre? —Por allá se ha ido. Caminó todavía un poco más y el niño de nuevo le pidió una flor. Cortó una flor, pero la picó una avispa. Por eso le dijo a su hijo: —¿Por qué tú, que todavía no eres de este mundo, deseas una flor y me haces picar por una avispa? El niño estaba furioso. VIII Se puso en marcha y llegó al lugar donde estaban los palos cruzados. Allí, preguntó de nuevo a su hijo: —¿Por aquí ha pasado tu padre? —Por aquí ha pasado. E indicó el camino de los jaguares originarios. Caminando llegó a la casa de los jaguares. La abuela de los jaguares le dijo: —Ven por acá. Tengo que ocultarte de mis nietos. Suelen ser muy desobedientes mis nietos. Y la recubrió con una gran vasija. IX Hacia el final de la tarde llegaron los nietos. Traían para la abuela hermosos cuartos de cerdo salvaje. Los demorados no habían cazado nada. Llegaron. —Has tenido buena suerte, abuela. Y, saltando sobre la vasija, la rompieron. Inmediatamente mataron a la esposa de Ñanderuvusu. La abuela jaguar les dijo entonces: 86

—Hace mucho tiempo que estoy desdentada. Por tanto, denme los dos pequeños. Sáqucnlos para mí y pónganlos en agua caliente. Voy a comerlos. X Los tomaron y los pusieron en el agua caliente. Más larde, los tocaron y el agua caliente se había enfriado. Luego: —Llévenlos al mortero para molerlos. Los tomaron y los molieron. —Pónganlos en las brasas. Ellos los pusieron. Más tarde tocaron las brasas: se habían enfriado. XI Nuestro hermano mayor abrió un poco los ojos. Entonces la abuela de los jaguares dijo: —Mis nietos, éstos serán más bien mis animales domésti­ cos. Tómenlos y pónganlos sobre el tamiz, al sol. Los colocaron al sol sobre el tamiz. No había pasado mu­ cho tiempo cuando ya nuestro hermano mayor comenzaba a mantenerse de pie y nuestro hermano menor caminaba a cuatro patos. Y al atardecer nuestro hermano mayor casi podía perma­ necer erguido. Pidió entonces lo necesario para cazar pajaritos: —Tío, fabríqueme una flecha para cazar pájaros. El jaguar le fabricó una flecha para pájaros. El niño salió, se fue alrededor de la casa y se ejercitó cazando pequeñas ma­ riposas. XII Cuando estuvo más fuerte pudo ir a los antiguos jardines, con su hermano menor, para cazar pajaritos. La abuela jaguar les dijo: 87

—No vayan de ese lado. Pero del otro lado pueden divertir­ se, nietos míos. —Pero ¿por qué la abuela jaguar nos habrá dicho que no podemos jugar por allí? Hermano, vamos a mirar. XIII Encontraron un pájaro jacú. Le disparó una flecha. El pája­ ro cayó y le dijo: —¿Por qué me has flechado para dar de comer a la que ma­ tó a tu madre? Succiona la herida de la flecha. Succionó la herida y el jacú recobró la salud. Partió con su hermano. XIV En esos momentos llegó un papagayo que dijo: —Esa abuela de allá es la que mató a tu madre. El hermano menor se puso a llorar: —Hemos perdido a nuestra madre en el momento de nacer. XV Nuestro hermano mayor y su hermano menor prosiguieron su camino. Descendieron al borde de un pequeño lago: —Nos lavemos la cara, hermano. Si no la abuela jaguar se dará cuenta de que hemos llorado. Se lavaron. Cuando hubieron terminado las orillas del lago no cesaron de alejarse. Dijo a su hermano menor: — Ya nos hemos lavado bastante. Abandonemos este lugar. XVI Más tarde, el hermano menor tuvo deseo de mamar. Descu88

brieron el esqueleto de su madre. Rehizo a su madre y el menor quiso mamar, inmediatamente la madre se descompuso. Por eso los senos de las mujeres no permanecen intactos. XVII Volvieron entonces a la casa de la abuela jaguar. — ¿Por qué tienen los ojos tan hinchados, nietos? —No, no es eso. Es que las avispas nos han picado. — ¡Lo ven, yo les había dicho que no vayan por ese lado! XVIII Fueron otra vez a cazar pajaritos. Retornaron al mismo lu­ gar. El menor quería mamar: —Hermano, no podemos rehacer a la madre. Haré frutos para ti. Marchó entonces hacia un árbol y al hacerlo, fabricó frutos yvapuru. El menor gustó de ellos y le dijo a su hermano: —Tiene un gran hueso. XIX Continuó y de nuevo marchó hacia un árbol: hizo gauviraete. El menor comió: —Este sí que tiene mucha carne, hermano. Entonces marchó hacia un árbol e hizo guaviraju. El menor comió: — ¡Ah! Este me parece bien dulce. XX Volvieron a ponerse en camino, llevando guaviraete y gua­ viraju. Escondieron los guaviraju y ofrecieron los guaviraete a la abuela jaguar. 89

XXI A menudo retornaban al antiguo jardín. Montaron una pe­ queña trampa, con una espiga de maíz como anzuelo. Llegó un jaguar: —¿Qué hacen ahí? — Hemos fabricado una trampa, tío. —Eso no sirve, ahí no caerá nada. Y tiró la trampa. Más tarde, nuestro hermano mayor la re­ cogió y la volvió a montar en el mismo lugar. Otro jaguar se presentó: —¿Qué hacen? —Me ocupo de hacer jugar a mi hermano. —Esta cosa no vale nada. No caerá nada ahí adentro. Y a su vez, tiró la trampa. Nuestro hermano mayor la reco­ gió una vez más y la volvió a montar en el mismo lugar. XXII — Cuando sea de noche nos quedaremos cerca de nuestra trampa, hermano. Alumbraron un fuego cerca de la trampa y velaron. Al alba, una gran antorcha descendió a la trampa. Dijo a su hermano: —Algo ha caído en nuestra trampa, hermano. Fueron a exa­ minarla, tantearon la cuerda, estaba bien tensa. Y por eso deja­ ba ver el abismo originario. XXIII Al alba, volvió el jaguar, — ¿Nada ha caído en tu trampa, nieto? —No, no ha caído nada. — Es algo muy feo, donde nada puede caer. —Puesto que es así, entra y ensaya nuestra trampa. El jaguar entró y cayó en la trampa. El mayor lo sacó y lo arrojó al abismo. Apareció otro jaguar: 90

— ¿Ha caído alguna raía en tu trampa? —Nada ha caído. —Es una cosa muy mal hecha, donde nada puede caer. —Puesto que es así, entra y ensaya nuestra trampa. Entró y también cayó. Luego, los que llegaban tías las hue­ llas de los primeros sintieron el olor pestilente de sus excremen­ tos. El mayor los sacó y los arrojó al abismo. Ellos se fueron. XXIV — Continuemos, hermano. Llevaron guaviraete a la abuela jaguar. —¿De dónde traen eso, mis nietos? —Del otro lado del pantano. —¿Han traído mucho? — Hemos traído mucho de allá. —Mañana iremos a recogerlos. Entonces, una mujer jaguar que estaba encinta dijo: —Si no fuera de noche iría inmediatamente. Iremos maña­ na temprano. XXV Al alba se fueron y él dijo a su hermano: —No vayas a impresionarte y dar vuelta el puente. Los jaguares llegaron y se arrojaron al agua. El se puso a gritar: — ¡Vamos, hermano mío! No te inquietes por mí, hermano. Hizo que las aguas estuvieran cada vez más agitadas. El menor tuvo miedo por su hermano y dio vuelta el puente. Los voraces habitantes de las aguas devoraron a los jaguares. Uno solo se salvó: la hembra encinta. Logró atravesar y pudo sallar a tierra en el momento en que los habitantes del agua le mordían los talones. Más tarde nacieron sus hijos. Después de todo esto, ellos entraron a la casa. La abuela ja­ guar, también, había caído en la trampa. 91

—¿Por qué te has apresurado tanto en dar vuelta el puente, hermano? Si no lo hubieras hecho, podríamos haber terminado con los que mataron a nuestra madre. XXVI Más tarde: — Vamos a descubrir el fuego. Me voy a empestar a ver si logramos descubrir el fuego. Nuestro hermano mayor creó el sapo, destinado a tragar el fuego. Luego se acostó y se volvió pestilente. XXVII Los buitres se reunieron y alumbraron un fuego. El buitre karakara, posado en un árbol originario, miraba. Nuestro her­ mano mayor le dirigió la mirada a karakara. Y éste lo descu­ brió: —Ese que ustedes dicen que van a comer está mirando a escondidas. Pero los buitres replicaron: —No es así, no mira. Lo pongamos en el fuego de una bue­ na vez; vamos a comerlo. XXVIII Lo asieron por una pierna, por la cabeza y lo arrojaron al fuego. Entonces nuestro hermano mayor se sacudió, dispersan­ do las brasas. Los buitres tuvieron miedo. El jefe de los buitres gritó: —Cuidado con el fuego. Nuestro hermano mayor preguntó entonces al sapo: — ¿Tú has tragado el fuego? — Yo no lo he tragado. —¿Ni siquiera un poquito? 92

—He tragado un poquito pero ahora debe estar apagado. —Vomítalo, veremos si hay un poquito. El sapo vomitó. El miró: había un poco. Entonces encendió el fuego. XXIX Después, de una antorcha hizo una serpiente. Se hizo mor­ der. El menor partió a buscar remedios, los trajo y cuidó a su hermano, que recobró la salud. Luego creó las avispas y tam­ bién se hizo picar por ellas, pero no estuvo muy enfermo. Al hacerse morder por otra serpiente, murió. El menor sopló en­ tonces sobre la parte superior de la cabeza de su hermano y lo hizo revivir. XXX Entonces él dijo: —Vámonos de aquí, hermano menor. Partieron, fueron muy lejos. El menor interrogó a su her­ mano: — ¿No existen realmente gentes como nosotros en esta tie­ rra? —Existen. En ese caso es necesario que yo haga coatíes pa­ ra que vengan. Y entonces marchó hacia un cedro cargado de frutos e hizo coatíes. —Ahora, hermano menor, trepa al árbol. Y se puso a gritar: —Mi tío, hermano de madre, hay que matar a los que tie­ nen la cola estriada. Hice a los que tienen la cosa estriada para que los mate. Entonces llegó Añay2, quien preguntó: — ¿Qué estás gritando, sobrino, hijo de mi hermana? 2. Siempre Chana. 93

—No es eso, grito a propósito de los de cola estriada, para que los mate, tío. XXXI Añay dijo: —Sube y hazlos bajar para mí. Trepó, empujó a los coatíes y terminó con ellos. Nuestro hermano mayor exclamó entonces: —No me vaya a matar, tío. — ¡Imposible! Con seguridad que no voy a matarte. Puedes descender. Bajó, locó tierra. Pero también a él Añay dio un golpe, de­ jándolo caer muerto. Entonces el que acababa de ser muerto defecó. XXXII Añay corló hojas depeguaho y envolvió los excrementos. Después juntó los coatíes, arrojó a nuestro hermano mayor en el fondo de su mochila y, sobre de él, a los coatíes. Abrió entonces un camino para poder irse. Cuando volvió quería le­ vantar la mochila, pero no pudo, nuestro hermano mayor era demasiado pesado. Por fin consiguió levantar su carga. La lle­ vó lejos, la depositó en el suelo y siguió abriendo un camino. XXXIII Hasta ahí llegó el hermano menor. Sacó los coatíes que es­ taban sobre su hermano, sopló sobre lo alto de la cabeza y lo hizo revivir. Colocó una piedra bajo los coatíes. Después los dos treparon a un árbol. Añay, de vuelta, cargó su bolsa y se la llevó. Ellos se quedaron donde estaban. 94

XXXIV Añay llegó a su casa. Tenía dos hijas: — ¿Qué es lo que has matado, padre? —Sobre todo, no miren por allá. Lo que traigo es una cabe­ za negra. Las hijas fueron a mirar. Sacaron todos los coatíes. — De cabeza negra, producto de tu caza, no hay nada, pa­ dre. — Habrá huido. Iré a verificar yo mismo. Miró: — Sí, se ha escapado. Voy a volver sobre mis pasos. Lo en­ contraré, hijas. Partió. XXXV Entonces los dos, al pie del árbol, hicieron una corzuela, con un pedazo de una rama seca de cedro. Y como Añay vol­ vía, la corzuela se paró, se apartó de él, Añay la persiguió, la llevó al pie del árbol para matarla. Le quebró sobre el hocico una rama del árbol. — ¡Toma, por haber olfateado mi presencia! ¡Miserable! Los dos descendieron de la cima del árbol e hicieron revivir a la corzuela. Durante ese tiempo Añay llegó de nuevo a su casa. XXXVI Los dos: — ¡Vamos a la casa! Se dirigieron hacia la casa. Entonces, a su hermano menor: —Sóplame en lo alto de la cabeza. Sopló. Sobre lo alto de la cabeza de nuestro hermano ma­ yor se abrieron flores. El también sopló sobre la cabeza del menor, haciendo surgir llores. Después se pusieron en camino y llegaron a la morada de Añay. 95

XXXVII —He aquí mis hermanos que llegan, dijo la hija de Añay. Y preguntó: —¿Cómo han logrado esa apariencia, hermanos? — Pasándonos urucu y pimienta por la cabeza. — A mi padre también hay que hacerle lo mismo. —Pero tu padre no podrá soportarlo. —¿Por qué? ¿Cómo lo hacen ustedes? —Nos sacamos la piel de la cabeza. — ¡Tanto peor! Yo quiero que mi padre tenga ese mismo aspecto. —En ese caso, vé a buscar la pimienta, hermano menor. Trajo la pimienta y también un cuchillo de bambú que usó como escalpelo. En seguida frotó el cráneo de Añay con pi­ mienta y urucu. —Vé ahora al sol. Fue al sol. —Trata de soportar, padre. El se sienta. AI rato quiso levantarse. —Lo estás viendo. ¡No va a poder soportarlo! Un momento más tarde, él se levantó. —Ya ves. Yo le había dicho que no lo soportaría. Añay corrió aullando: — ¡Piry, Piry, Piry! Siguió corriendo, inmediatamente después, su cráneo ex­ plotó. Su cerebro se transformó en mosquitos y moscardones. XXXVIII — Vamos a casamos con las niñas, hermano menor. Se casaron y las poseyeron. El hermano menor consumó su acto y estuvo mal del estómago por el resto de la noche. Justo al alba, el mayor vino a interrogarlo. —¿Qué te ha ocurrido, hermano? —He consumado con mi esposa. 96

Y después: —Pero no lo he hecho por mí mismo, sino con una flecha para cazar pájaros. XXXIX — Vamos a poner fuego a la sabana. Y llevemos también a nuestras esposas. Partieron — ¡Vamos a quemar la sabana! ¡Corran, mujeres! Ellos prendieron fuego y repitieron a las mujeres: — ¡Corran, pues! Las hermanas corrieron hacia la orilla del lago, y cuando llegaron sus cabellos se prendieron fuego y sus cráneos explo­ taron. Estaban hechos de mosquitos y moscardones. XL Y vino otro Añay. Ellos construyeron un abrigo para la ca­ za cerca de un lugar donde se bañaban los pájaros. Añay, que llegaba, asustó a los pájaros. —Vé a buscar pimienta, hermano menor. Cuando le trajeron la pimienta, la desmenuzó con sus ma­ nos y la arrojó al agua. Un momento más tarde Añay, de vuel­ ta, sacó su pene y lo hundió en el agua para lavarlo. En seguida lo sacó, lo envolvió de nuevo, pero no se sentía del todo ali­ viado. De nuevo lo puso en el agua y la pimienta le quemó el pene. Se puso a correr gritando: ¡Piry, Piry, Piry! y él también cayó en el abismo. XLI Después el mayor creó la planta mandasaia. El tiempo pa­ saba y el menor se hacía cada vez más vigoroso. Más tarde el mayor perforó una calabaza para hacer un sonajero para las 97

danzas. El quería seguir las huellas de su padre. Estando cerca de los Añay, él les enseñó la danza. Por eso, al término de cua­ tro lunas, llegó su padre que venía a buscar a su hijo, nuestro hermano mayor. Estaban en camino cuando nuestro hermano mayor se enojó con su padre. En cuanto al menor, sólo pensaba en mamar. Nuestro hermano mayor reclamó sus insignias a su padre. El se las dio y desapareció de la vista de su hijo, para impedir las cosas malas. Pues, muy a menudo, gruñía el jaguar azul. XLII Nuestro hermano mayor existe por encima de nosotros. Ahora 61 so ocupa de la tierra; es el que sostiene el apoyo de la tierra. Si lo soltara, la tierra se hundiría. Ahora la tierra es vie­ ja. Ya no prosperan más nuestros pequeños hijos. A todos los que están muertos los volveremos a ver. A la caída de la noche descenderá el murciélago para terminar con nosotros, los habi­ tantes de esta tierra. Y el jaguar azul desciende en las tinieblas, desciende para devorarnos, el jaguar azul. XLIII Los jaguares mataron a nuestra madre y Ñandcruvusu vino para recoger su alma-palabra. Y ahora ella vivo otra vez, la ha hecho fuerte de nuevo. Ñandcruvusu hizo luego al futuro Tupan. Cuando nuestra madre lo necesita lo hace buscar y el viene. Entonces Tupan se embarca en su banco-piragua y dos pájaros, señores del bastóninsignia, se instalan en los bordes de la piragua. Cuando llega a la casa de nuestra madre ya no hace oír su trueno. Place dar vuelta su piragua para que descienda frente a la casa de nuestra madre. Allí ellos conversan. Y entonces su pez budión no deja de lanzar relámpagos silenciosos. 98

XLIV Se danza todo el año, de un frío al otro. Entonces el camino se manifiesta al Ñanderu3: si el merece, el camino se le revela. Y nosotros nos ponemos en marcha, en ese camino, “del lado de nuestra faz”. Alcanzamos el agua original. El Ñanderu la franquea sallando por encima. En cuanto a nosotros, sus nume­ rosos hijos, la atravesamos en seco, pues las aguas se retiran. XLV Atravesamos, llegamos a las plantaciones de vapuru. Cerca de la morada de nuestra madre se extiende un gran jardín, con plantas de bananas. Pasamos, penetramos en la selva. Entonces nuestras bocas se resecan y tomamos miel. Prosiguiendo nues­ tra rula alcanzamos una plantación de yvapore, pero de eso, aunque nuesü’a s bocas estén secas, no comemos. Continuando llegamos al agua hermosa, la bebemos. XLVI Do allí nos dirigirnos a la casa de nuestra madre. Cuando estamos cerca, se presenta el arara, que nos pregunta: —¿Qué vamos a comer, hijos míos?, ha dicho nuestra ma­ dre. Le respondemos: —Vamos a comer pan de maíz y también bananas maduras. Continuamos yendo y viene a nuestro encuentro el pájaro avia que nos enfrenta y nos pregunta: — ¿Qué van a comer mis hijos? Le respondemos: — Cocido de maíz vamos a comer. Y él se vuelve para avisar a nuestra madre. Cuando llega­ mos nuestra madre empieza a llorar y nos dice: 3. Ñanderu, es decir nuestro padre, es el nombre del dirigente espiritual de la tribu, el profeta.

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—En la tierra, todos van a morir. No tienen que volver. Ahora, quédense aquí.

Los gemelos ...A ese Alcalde, habiéndose ido con su padre Caroubsouz al cielo, le sucedió su hijo, llamado Alcalde Atá, el cual tomó una mujer de su país. Y estando ella encinta, él tuvo la fantasía de ir a regiones lejanas, por eso, tomando a su mujer, se puso en camino. Ella, que se sentía pesada a causa de su embarazo se puso a descansar, porque no podía ir al mismo paso que su marido; éste, para probarla, la dejó sola. Oíd, por favor, cómo esas buenas gentes prosiguen sus historias. El fruto que llevaba en el vientre hablaba con ella y la confortaba enseñándole el camino que había tomado su padre. Al oír esto, diríais que este niño era más perfecto que el profeta inglés Mcrlín, de quien se decía que era hijo de un demonio súcubo, en tanto éste hablaba y daba razones estando todavía en el vientre de su madre y Merlín estando en los brazos de su madre todavía era amaman­ tado. Ahora bien, esc hijo de caribes comenzó a enojarse y a despistar a su madre, porque ella no quiso darle unas plantitas que estaban en el camino. Por esa causa la pobre mujer se ex­ travió de tal manera que tomó un camino por otro y llegó a una especie de jardín donde estaba un hombre llamado Sarigóys, el cual la recibió y, viéndola cansada, le pidió que reposara en su casa esperando gozarla con engaños. Ella, que necesitaba repo­ sar, le obedeció y se acostó. El hombre, viéndola dormida, vino a acostarse con ella, y tuvo su compañía como mejor le pare­ ció. De manera que la embarazó con otro hijo, que tuvo en el vientre la compañía del primero. Ved si esos groseros son bue­ nos naturalistas al pensar que una mujer encinta (con su fruto 100

casi próximo a salir) puede todavía recibir a otro y concebir. Pero ese malvado engañador no quedó impune en su locura. Después que obtuvo su placer con la mujer del profeta fue transformado en bestia y fue llamado por el nombre del hom­ bre cambiado, es decir, Sarigóys, el que tenía una piel hedion­ da. Pero la desgracia de la mujer fue todavía mayor. AI llegar a otra aldea fue tomada prisionera por el jefe y principal del lu­ gar, que se llamaba larnare. Este hombre era terriblemente cruel. Y bien lo demostró puesto que mató a la mujer y la co­ mió. Dividió su cuerpo en partes e invitó a participar de la comida a sus vecinos, como acostumbran todavía a hacerlo en el banquete que sigue a sus masacres. Pero los dos niños que estaban en su vientre fueron arrojados como excrementos, en el lugar donde se tiran las basuras y los desperdicios de las casas. Al día siguiente, una mujer que había ido a buscar raíces los encontró jugando juntos. Movida por la piedad los llevó a su casa. En poco tiempo se hicieron grandes. Aparte del cuidado y la fe de esta mujer, ellos le resultaban de gran provecho, dado que mientras estuvo en su compañía, nada le hizo falta. Cre­ cían siempre en fuerza y belleza, muy superiores a la de los otros seres humanos. Cuando llegó la estación en la que se re­ colectaba un fruto llamado iuaia, que estaba en su madurez, entonces la mujer envió a los niños caribes a los campos a bus­ car esos frutos para sustentarse. Y estando afuera se acordaron de la cruel masacre que habían hecho con su madre. Por eso decidieron vengarse. Volvieron con pocos frutos y para excu­ sarse ante su nodriza le dijeron: estuvimos en el lugar más her­ moso del mundo, en el cual hay tal abundancia iuaia que es imposible imaginar algo parecido. Por eso hemos venido a ad­ vertirle para que mañana venga con nosotros y todos los de la aldea, para comer y aprovisionarse a placer y saciarse con toda la gente que quiera llevar. La mujer, que jamás hubiera pensa­ do en la malicia y en los propósitos de estos niños, que preten­ dían arruinar a toda la aldea, les avisó a todos los habitantes, que no se mostraron remisos a la invitación, sino que vinieron todos, grandes y chicos, hombres y mujeres, sin que larnare se excusara. Ahora bien, el lugar donde estaban esos frutos era una isla bastante grande y se llegaba a ella pasando por un bra­ 101

zo de mar. Los galanes, para engañar mejor a sus acompañan­ tes, los hicieron esperar hasta que tuvieran listos las canoas pa­ ra pasar. Cuando esio se hizo, como todos los salvajes que ha­ bían comido a su madre estaban en medio del agua, ellos como sucesores del Caribe que tenía fuerza sobre los elementos para transmutarlos, inflaron el mar con tal impetuosidad y tormenta, que los que pasaban se hundieron y al momento fueron conver­ tidos en diversas formas odiosas y en figuras de varios anima­ les terrestres como lobos, perros, gatos salvajes, y otros seme­ jantes que en su lengua se llaman Iarnare. Y hubo de varias clases, a saber: iarnareeste, iarnarhbouten, pau, apiroupsou, iaona-lonapech, marga ionaesou, margata, miry, cirat, y mu­ chas otras especies de bestias que se ven en la tlicha tierra. Por este medio se vengaron de aquellos que tan cruelmente dieron muerte a su madre. Y viéndose solos y que no quedaba nadie para acompañarlos, ni mujer para lomar en matrimonio, se pu­ sieron de acuerdo para caminar largas jornadas hasta encontrar al Alcalde Ata, su padre. Este es el que, como dijimos antes, se había separado y extraviado de su mujer encinta, para probarla, cuando ella se encontraba fatigada en el camino. Los niños re­ corrieron gran parle del país y regiones extrañas, sin escuchar ninguna noticia de aquel que buscaban, hasta que al fin llega­ ron a una aldea construida sobre el Cabo de Frie, donde oyeron hablar de un gran Caribe o Pagó, que hacía cosas maravillosas y daba las respuestas de I-Iouiousira, que es el Espíritu, y por medio del cual adivinaban el futuro. Esto les dio la seguridad que era el que buscaban. Por eso se dirigieron al lugar donde se alojaba el profeta, donde se enteraron de que había entrado pa­ ra descansar. Ahora bien, nadie era tan audaz como para poner el pie en esa inorada sin permiso y aun así con gran temor y re­ verencia, para resguardarse de las maravillas que hacía ese hombre. Allí entraron los niños sin manifestar ni terror ni reve­ rencia. El viejo Pagé viendo a esos jóvenes tenerlo tan poco en cuenta les echó una mirada furiosa y luego les habló severa­ mente de este modo: Mora peico, es decir ¿qué es lo que los trae por aquí? A lo que el mayor respondió: Buscamos a nues­ tro padre Mairemonan Ata, y habiendo oído que eres tú, te ve­ nimos a visitar y a servir como a un padre. Y le contaron todo 102

lo que le había pasado a su madre, salvo la bastardía del segun­ do, y cómo habían vengado rigurosamente la muerte de su di­ funta madre haciendo una masacre. Ala, aunque estaba conten­ to de ver a sus hijos, no quería tan ligeramente dar fe a sus palabras y les propuso varias cosas extrañas y difíciles antes de aceptarlos. En primer lugar quería que, frente a él, tirasen el ar­ co y que sus flechas quedaran pendientes del aire. Así se hizo y las flechas pendieron del aire. Ese signo empezó a asegurarle que se trataba de sus hijos. Sin embargo, no se contentó con esa prueba. Les ordenó pasar y repasar tres veces por una gran roca hendida que continuamente se entreabría y volvía a cerrar­ se, de suerte que nadie podía pasar sin ser aplastado. Esta roca se llama, en su lengua, Itha-Irápi. Los niños obedecieron de in­ mediato. Cuando llegaron a las cercanías de la roca, el mayor dijo al menor, a fin de que si la roca te aplasta yo pueda juntar tus pedazos y volverlos a reunir, esto puede ocurrirte porque no eres hijo del Alcalde sino sólo de mi madre. El bastardo obede­ ció y no fue lo suficientemente rápido en la hendidura de la roca, de manera tal que fue roto y quebrado en pedazos tan pe­ queños como si lo hubieran molido. Y no hubiera sido posible (como cuentan los salvajes) que otro que no fuera el hijo del Caribe los hubiera reunido en un instante y vuelto a su forma original, como lo había prometido. Y lo hizo pasar por segunda y tercera vez, sin que corriera ningún peligro por su parte; des­ pués pasó el hijo legítimo del profeta. Habiendo cumplido la prueba se presentaron ante el alcalde Ata, le dijeron que debía proclamarlos sus hijos puesto que habían transitado el paso te­ rrible de la roca hendida sin ninguna lesión. Y el mayor calló lo que había pasado al menor, hijo de Sarigóys. El padre se aseguró de su sangre y que verdaderamente eran de la raza ele­ gida de los Caribes, como antes los que estaban hechos para la conquista del santo Graal en Gran Bretaña. De todas maneras el quiso hacer una tercera y gran prueba con ellos. Por eso les ordenó que fuesen a un lugar llamado Agnen pinailicane, don­ de ellos dicen que los muertos queman y hacen secar el pesca­ do Alain. Les encargó que le trajeran la carnada con que Ag­ nen (que en su lengua es el nombre del espíritu maligno que los atormenta a veces, como lo he visto) se apodera del pez 103

Alain. Aquí el mayor demostró igual fidelidad con su hermano menor, como la que tuvo en la roca Itha-írápi, e hizo que fuera el primero en ir al fondo de las aguas para apoderarse de la car­ nada. Pero el espíritu Agnen lo hizo pedazos. Otra vez el legíti­ mo reunió todo y lo unió tan bien que el bastardo recuperó su forma y belleza primeras, sin que quedara ninguna huella de sus heridas. Cuando estuvo curado, los dos se arrojaron al agua y fueron hasta el fondo, sacando lo que buscaban, a saber, la carnada de Agnen, con la cual él capturaba al pez Alain. Y qui­ tando el anzuelo y todo el resto al espíritu Agnen lo llevaron a su padre, el cual aceptó como verdadero que habían descendi­ do a los abismos profundos del agua, porque esta camada era la verdadera comida del mencionado pez, a saber, el cuarto de una bestia que ellos llaman tapirousou, que es una especie de asno salvaje, del tamaño de un toro, bárbaro, repugnante y difí­ cil de atacar. A causa de esto, Ata los declaró sus hijos, los acogió y recibió en su casa, donde casi todos los días los sor­ prendía con encargos fastidiosos para ejercitarlos en sus bru­ jerías. Esas cosas las paso en silencio, como ya he contado demasiado...

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VII. El origen del fuego Versiones

Los habitantes de la nueva tierra veían su naturaleza defi­ nida, por así decirlo, según lo alto y según lo bajo: dimensión doblemente pasiva del cuerpo, primero designado por los de lo alto como morada de ese fragmento de la Palabra, ayvu, que es el ñe’e, el alma, luego determinada como el lugar de una vi­ da animal, que hay que mantener alimentándola. Sobrenaturaleza y naturaleza, división relativa a esas dos fronteras entre las cuales se sitúa la humanidad. La destrucción de la primera tierra, después del diluvio que siguió al incesto de Karai Jeupié, excluyó a los humanos de la esfera de lo divino: habitan la tierra imperfecta, pero como elegidos de los dioses. Es decir que ellos no podrían llevar en la nueva tierra una existencia puramente animal. Arrojados de la Tierra sin Mal, no han sido rebajados al exclusivo plano de la naturaleza. Habrá, pues, para ellos, una diferenciación con respecto a la naturaleza que estará dada por la posesión del fuego, que asegurará a los hombres un alimento cocinado. La oposición crudo-cocido pa­ rece responder así a una simetría inversa a la oposición divi­ no-humano. Por eso Jakaira creador, a pedido de Ñamandu, de la nueva tierra, llama a sus futuros habitantes “los adorna­ dos, cuyas coronas de plumas susurran” y al mismo tiempo les promete el fuego: “las llamas, la niebla, yo haré que se expan­ dan sobre los seres destinados a los caminos que recorren la patria de la vida mala. Para que sean audibles las Bellas Pa­ labras, es necesario que haya fuego: doble llama, doble luz, doble signo. De las tres versiones del mito del origen del fuego que si­ guen la primera, recogida por León Cadogan, figura en el ca­ pítulo VII de su libro. Nosotros hemos anotado las otras dos. Las tres son estructuralmente idénticas. Los dueños del fuego son los buitres. Se trata de robarlo, a fin de que puedan dispo­ 105

ner de él los futuros habitantes de la nueva tierra. Se encargan de. cometer el robo personajes que pertenecen al mundo divi­ no: héroes culturales, semidioses o el Sol mismo. Uno de ellos se hace el muerto, los buitres llegan para cocinarlo y comerlo, el falso muerto se sacude y desparrama las brasas, entonces llega el sapo para tragar una pequeña cantidad que, una vez vomitada, se coloca en el interior de determinadas maderas. Esto será suficiente para que los hombres puedan producir el fuego por el método de la fricción. Notemos que, para los gua­ raníes el frotamiento en verdad no produce el fuego: permite simplemente extraerlo de la madera, donde se encuentra ence­ rrado. En cuanto a los buitres, desposeídos para siempre del fuego, se transforman en lo que estaban condenados a ser: buitres, es decir, los que comen lo podrido, a quienes no molesta el mal olor de “la cosa grande”, no religiosa del ca­ dáver. La segunda de las dos versiones, recogida entre los Chiri­ pa-Guaraní, se distingue por la presencia de varios elementos no tradicionales: el caballo, los hombres blancos, los fósforos. Versión “aculturada" que revela con mucha fuerza la des­ confianza que sienten los indígenas con respecto al hombre blanco.

El origen del fuego La tierra de nuestro padre el primero ha sufrido la destruc­ ción. Pero ya ha aparecido la tierra nueva. Habla entonces nuestro padre el primero: ¡Y bien! Ve hijo mío a la tierra, tú, mi hijo primero-último el pequeño. Tú, que en virtud de tu saber, habrás conocido a los bellamente adornados futuros. Al conocer a los adornados les llevarás esta palabra mía a fin de hacerla obrar sobre la tie­ rra. Sólo en virtud de ella sabrás la tarea a cumplir sobre la tierra. 106

Desplegada ya la tierra, que él había establecido en su ver­ dadero lugar, reflexionó sobre su futura tarca: en cuanto a los bellamente adornados, a los habitantes disímiles de la tierra ¿cuál saber haría visible a su conocimiento? Habiendo descendido a la tierra supo que el fuego futuro era el comienzo. Dijo: —El fuego futuro es lo que concierne al principio de mi ta­ rea futura, lo sé. En consecuencia, mensajero, tú, sapo, hijo mío, te haré que parezcas muerto, a fin de que aquellos que sa­ ben las magias se levanten en mi contra. “Pues solamente ellos poseen el fuego sobre la tierra: él de­ berá quedar en posesión de aquellos que existen imperfecta­ mente, a fin de que lo conozcan nuestros hijos, los destinados a permanecer sobre la tierra. ”Yo me haré el muerto, a fin de que el fuego de aquellos que se levantan contra mí, quede en posesión de nuestros hijos. Y bien, sapo, hijo mío, ponte al acecho. Yo me sacudiré y así desparramaré las brasas; a ésas, hijo mío, trágalas, trágalas.” El se extiende, se estira. Nuestro padre sabe entonces que su hijo está muerto. Por eso dice al futuro buitre: — Y bien, vé. Veo que mi hijo está muy mal. Ve a vengar la Palabra de mi hijo. Vino el futuro buitre. Vio lo que había sido un cuerpo, y que era muy gordo. Allí, con sus compañeros, encendió un fue­ go para cocinarlo. Trayendo madera para quemar, alumbraron un fuego sobre el cadáver. Entonces Papa Miri se sacudió. E interrogó a su hijo el sapo, que dijo: — Yo no lo he tragado. Una vez más se echó y fingió estar muerto. Los que estaban en contra de él de nuevo se reunieron, trajeron madera e hicie­ ron fuego. De nuevo nuestro padre se sacudió. Interrogó a su hijo el sapo: —Esta vez he tragado una cantidad, muy poca. —En ese caso, hijo mío, échalo lejos de ti para que nues­ tros hijos puedan utilizarlo. ¡Arrójalo! El lo arrojó. —Ve a buscar un pedazo de madera para que dejemos ahí el fuego. 107

Trajo una rama del árbol aju' y joa, el laurel. —Dispon el fuego y para depositarlo, trae una ñecha pun­ tiaguda. Colocó las brasas sobre el laurel y las dejó ahí. Para acom­ pañar al laurel trajo la liana rampante, también allí depositó las brasas. En los dos: la liana y el laurel, depositó las brasa para los bellamente adornados de la tierra, para que quede en manos de los habitantes de la tierra. Hecho esto los buitres volvieron hacia nuestro padre prime­ ro. Nuestro padre sabía que ellos habían asado lo que había si­ do un cuerpo: —Váyanse, desde ahora seréis aquellos a quienes no inspi­ ra repugnancia la cosa grande. Lloraron los buitres; no estaban destinados a vivir en la ple­ nitud. Lloraron.

El origen del fuego Se cuenta que antes, en nuestros comienzos, los buitres po­ seían el fuego. No se sabe cómo lo habían obtenido. Para que hubiera fuego en este mundo, estaban destinados a venir los Tupan. Ellos estaban acostumbrados a venir a bailar como nosotros bailamos. Ellos bailaban pero iban a ser transformados en Tu­ pan. Eran ellos los que desde el origen poseían el fuego. Un día, los futuros buitres se preparaban para bailar otra vez. Ha­ blando del dueño de casa dijeron: —¡Ojalá que cuando lleguemos lo encontremos muerto! El no oyó, pero supo, el dueño de la casa sabía. El enviado del dueño de la casa, el pa’i, es llamado yvyraija, el señor del bastón-insignia. Este era el sapo. Los buitres, con sus alas, hacían llover un poco de rocío. Es que antes habían llevado el agua a sus alas. Cuando salían mo­ vían sus alas para que hubiera neblina. 108 '

Cuando llegaron a la casa de las danzas, encontraron al dueño muerto, ya hinchado. De inmediato los buitres hicieron fuego. El fuego estaba destinado a no ser cosa de este mundo. Hicieron un gran fuego en el exterior de la casa. El señor dijo al sapo: — Apodérate del fuego. Los buitres querían asarlo, comerlo. Unieron todas sus fuer­ zas para levantarlo. Cuando lo depositaron en el fuego, el que estaba muerto se levantó y se sacudió. En ese instante ellos huyeron volando, ya transformados en buitres. Ellos llevaban todos los fuegos, y todos los fuegos se extinguieron. Pero el sapo había tragado un pedacito de brasa. Lo deposi­ tó en una cápsula seca de palmera pindó. Y desde allí se produ­ jo el fuego. El sapo es el que ha hecho existir el fuego en este mundo. Había tragado una brasa y después la escupió. Había dos brasitas: a una la metió en la cápsula del pindó a la otra en una rama de chirca. Es así que hasta el presente nosotros hacemos fuego. Hace­ mos un agujerito en un trozo de madera seca y, haciendo girar otro trozo de madera, obtenemos el fuego.

El origen del fuego Los buitres chapire son los que poseían el fuego y no que­ rían darlo a nadie. Cuando encontraban carne podrida, ellos la comían. Pues tenían fuego para asarla. Los buitres preparaban su alimento y luego apagaban el fuego. Tiraban los tizones apagados y después se iban con su fuego: guardaban solamente lo que iban a utilizar. Por eso nuestro futuro hermano mayor pensó en la forma de poder dejarnos el fuego. Dijo a su hermano menor: — Ve y corta dos hojas de palmera pindó. Plántalas en el 109

sucio una frente a la otra. Con otra hoja haces el látigo, fíjale un mango de madera y ve a hacerlo chasquear cerca de la casa de los hombres blancos, para ver si los caballos se levantan. Ellos no piden nada de comer, simplemente se van a pastar, co­ men hasta saciarse y después se acuestan a dormir. El se fue y procedió de esc modo. Algunos días más tarde encontró un caballo muerto y todo hinchado. Avisó a los bui­ tres. —Vengan a comer. Nosotros no comemos eso. El mayor dijo a su hermano: — Vamos a esperar el fuego de los chapires. Quizá tenga­ mos suerte y obtengamos su fuego. Llamaremos al sapo, la ra­ na y el pájaro jakupc. Ellos tienen una garganta profunda, tal vez puedan tragar el fuego. Esperaremos que los buitres lo en­ ciendan para cocinar su alimento. Cuando lo arrojen al fuego, eso revivirá y se sacudirá. Entonces veremos si el sapo y la ra­ na pueden tragar el fuego. La prosa arrojada al fuego se sacudió. Resucitado, el caba­ llo salió del fuego. Desparramó las brasas. Los buitres tuvieron miedo de su presa. Volaron todos. Ocultándose el sapo tragó la brasa, lo mismo hicieron la rana y el jakupc, que vino de lejos. Tragaron brasas y se fueron. Cuando los buitres se retiraron, el futuro Sol y Guyrapepo, su hermano menor, llamaron a los otros: —¿Has logrado tragar el fuego? —Lo he tragado. —¿Y tú? —Yo también lo he tragado. - ¿ Y tú? — Yo también. — Devuélvanlo. La rana y el pájaro vomitaron el fuego, pero ya se había acabado, la brasa estaba apagada. Se había extinguido porque ellos tenían mucha saliva. Entonces llamaron al sapo. —¿Tú también has tragado fuego? —Yo también. —Vomítalo. Lo vomitó y encontraron que todavía había fuego. 110

—Sí, está bien. Ahora es nuestro turno de hacer fuego. Pondremos fósforos en todos los troncos de los árboles para que haya fuego. Traigan ramas de laurel. Traigan cápsulas se­ cas de pindó, que se hayan secado sin dar frutos, para ponerlas en el fuego. De este modo los que vendrán después que noso­ tros no se encontrarán con las manos vacías, en caso de que no consigan los fósforos de los hombres blancos. Hicieron el fuego. Luego trajeron ramas de laurel y trozos de liana rampante, adentro de ellos introdujeron el fuego y lo hicieron desaparecer, a fin de que haya para nosotros.

Pierre Clastres con el jefe nivaclé Alberto Santacruz (1965) (Foto de Miguel Chase-Sardi).

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Tercera parte

LOS ÚLTIMOS DE AQUELLOS QUE FUERON LOS PRIMEROS ADORNADOS

VIII. Los bellamente adornados Los textos que ahora presentamos se refieren a la vida coti­ diana de los guaraníes. Representan el efecto de las Bellas Pa­ labras sobre la existencia concreta de los hombres, muestran cómo lo sagrado atraviesa lo profano, cómo la vida personal y social de los indios se desarrolla bajo la mirada de sus dioses. Manifiestan una religiosidad tan esencial a esa vida que, en verdad, es difícil aislar un dominio de lo profano opuesto a lo sagrado. Como en todos los pueblos primitivos, el nacimiento de un niño desborda largamente, para los guaraníes, su significa­ ción puramente biológica y sus implicaciones sociológicas. Pertenece totalmente a la esfera de lo sobrenatural, de lo metasociai. Excepto el acto de procreación, de producción del cuerpo del niño, todo lo demás, a saber, la asignación a ese cuerpo de su estado de persona, revela la libre actividad de los dioses: búsqueda del lugar de origen del alma — la Palabra habitante— que vendrá a habitar ese cuerpo, búsqueda, me­ diante el sabio chamán, del nombre exacto que llevará el niño. Este consiste en cierta suerte de espacio inerte — el cuerpo— habitado y vivificado por una parcela de ayvu — el lenguaje—, parcela que constituye para él su ñe’e, su Palabra habitante, su alma. La atribución del nombre, elegido por los dioses, transforma en individuo al viviente. El chamán, a quien co­ rresponde leer y decir el nombre, no puede equivocarse en esta búsqueda de la identidad, pues el nombre, tery mo’a, es lo que hace levantarse el flujo de la palabra: marca, sello de lo divi­ no sobre el cuerpo y la misma vida.

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Palabras de un dios cuando una mujer está encinta 1 Ya está provisto de un asiento el esqueleto del bastón [ insignia. Tú, destinada a ser la madre, tú, destinado a ser el padre: lo que ocurre es para que ustedes posean bella grandeza de corazón. Sólo así habrá plenitud acabada. **% Estas palabras, surgidas de un dios y pronunciadas por el sabio que las ha escuchado, anuncian que la mujer está encin­ ta de un varón, metafóricamente llamado “esqueleto de un bastón insignia" , ese instrumento usado por los hombres en las danzas rituales que es el signo de la masculinidad. Engen­ drar un hijo es una de las condiciones para acceder a la situa­ ción de aguyje, de plenitud acabada, pues es disponer un espa­ cio — el cuerpo a nacer— apto para recibir un pequeño trozo de la sustancia divina, una Bella Palabra, un alma. Los niños constituyen así una mediación entre los dioses y los hombres. * * *

“Los que bellamente están adornados2 las que bellamente están adornadas he aquí que para su alegría alguien se apresta a proveerse de un asiento; 1. Cadogan, p. 49. 2. Cadogan, p. 39.

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a nuestra tierra enviad pues una Bella Palabra habitante, para que ponga el pie en ella”, dice nuestro padre primero a los padres verdaderos de la Palabra que habita en sus hijos. “Por eso, a la que a nuestra tierra te preparas a enviar, la Bella-Palabra habitante destinada a poner allí su pie, he aquí lo que le dirás y volverás a decirle: ”Y bien, vas a partir, pequeño hijo de Ñamandu: Que sea grande tu fuerza en la morada terrestre; Y aun si las cosas en su totalidad, todas desprovistas de semejanzas, se yerguen espantosas, jque sea grande tu corazón!” I Los hijos nos son enviados: “Y bien, tienes que ir a la tierra”, dicen los que moran por encima de nosotros. “Acuérdate de mí, tú que te yergues así, haré correr el flujo de las Bellas Palabras, para ti que te habrás acordado de mí. Así, de los innumerables hijos excelentes que reúno, haré afluir las Bellas Palabras.” II Nadie en la morada terrestre de las cosas imperfectas [ tendrá más que los no pocos numerosos hijos que reúno, Gran Corazón; 117

nadie, mejor que ellos, sabrá arrojar lejos de sí las cosas malas. Por eso tú, que vas a habitar en la tierra, acuérdate de mi hermosa morada. III En cuanto a mí, yo haré afluir a lo alto de tu cabeza la corriente de las Bellas Palabras, a fin de que, igual a ti, no haya nadie en la morada terrestre de las cosas imperfectas. ¡fí íjc

En el texto que precede aparece claramente la constante preocupación de no dejar completamente abandonados, en dcrelicción, a los habitantes de tierra imperfecta. Promesa de conferir a sus hijos la fortaleza del corazón, el coraje necesa­ rio para afrontar el mal, la totalidad de las cosas turbadoras, en toda su diversidad. Promesa que no se romperá gracias al flujo de las Bellas Palabras, el lugar sustancial que une a lo humano con lo divino. Y el llamado a recordar: “la hermosa morada" que conocieron en los tiempos de la edad de oro los habitantes de la primera tierra, resuena como la promesa de que en el futuro los hombres sabrán encontrar otra vez el ca­ mino de su tierra natal. *** El texto que sigue resulta muy aclaratorio en cuanto a la concepción del hombre en el pensamiento guaraní o, si se quiere, a la antropología de esta cultura. El primer parágrafo 118

indica que el sentimiento que de golpe experimenta y expresa el recién nacido es de cólera; explica luego que el descubri­ miento del nombre llevará al niño a recuperar la calma. El sa­ bio que se dirige a los indios, ya sea por su propia cuenta, sea como mensajero de los dioses, les enseña que la primera forma de conocimiento es mala, que es mbochy, la cólera: en efecto, el recién nacido se irrita “contra el seno mismo de la madre". La cólera es el efecto del cuerpo, es decir del cuerpo en tanto elemento de la totalidad que constituye el mundo malo: desme­ sura, violencia, desorden, exceso de deseo, deseo del exceso. En este punto nos parece necesario corregir la interpretación de Cadogan del mbochy: la cólera no es, como él dice, “el ori­ gen de todo mal", no es la causa, sino la consecuencia, el efec­ to del cuerpo. ¿Cómo restablecer el orden, apaciguar la desmesura, mo­ derar el Deseo? Esta tarea incumbe al chamán, él es quien de­ be descubrir el nombre que los dioses han atribuido al recién nacido. El nombre, es decir el signo individual de la presencia de lo divino en la persona del niño. En cuanto tal, el nombre aparece como el límite del cuerpo, como el obstáculo que se eleva ante la presencia del mal. Cuando una mujer presenta su hijo al chamán, éste fuma largamente su pipa, sopla el humo del tabaco en la coronilla del recién nacido. El humo le abre el camino hacia otro humo, la niebla originaria de donde proce­ den las Bellas Palabras. El descubre entonces, y revela a los padres, el nombre que los dioses han decidido dar al nuevo habitante de la tierra. Se imagina fácilmente con qué secreto los indígenas rode­ an a ese nombre, que no revelan jamás a los extranjeros y que entre ellos sólo emplean en circunstancias extraordinarias. Todos los guaraníes del Paraguay llevan nombres españoles a los que no atribuyen ninguna importancia. El verdadero nom­ bre es el que revela el chamán después del nacimiento. Comu­ nicar su nombre sería para ellos literalmente dividirse en dos: separar el cuerpo y la Palabra, perder la sustancia misma de su humanidad de elegidos por los dioses, sin duda sería expo­ nerse a la enfermedad y tal vez a la muerte. 119

La ira es lo primero que sabemos3 aun anles que nos exalte el bello saber Por eso me han hablado así los que moran por encima de [ nosotros. Es necesario, pues, captar mis palabras, mis numerosas hermanas, mis numerosos hermanos, esas palabras no destinadas a un fin próximo. Dirán aquellos que moran por encima de nosotros: “Contra el seno de su madre se irritará el niño. Apenas se encuentra en su lugar y ya la cólera lo exalta. Envié a la tierra a los innumerables destinados a erguirse sobre el lecho de la tierra. A su Palabra se debe que estas cosas ocurran. En cuanto a los nombres que nosotros imponemos, cuando en efecto nombramos a los niños, sólo entonces para ellos habrá alegría en la morada terrestre y ya no se abandonarán a la cólera.” La madre: “He aquí que mi hijo se encuentra en su lugar; es para oír su nombre que lo traigo.” El que impone el nombre: “Nos dispondremos a escuchar su nombre. A fin de que este niño exista, Ñamandu padre ver­ dadero, Jakaira padre verdadero, Karai padre verdadero, que la corriente de las Bellas Pala­ bras alcance a aquellos que, en la morada terrestre, poseen una Palabra habitante. Con fuerza, su mirada busca, para la Palabra habitante a la futura madre, al futuro padre.” Entonces, Ñamandu, Jakaira, Karai, los verdaderos padres: “Ya no enviaré más a los niños, ya no haré que sean provis­ tos de asientos. Que sea el turno de Tupan padre verdadero, él, entre los que baña el flujo de las Bellas Palabras, 3. Cadogan, p. 40.

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entre los que proveen los asientos, él hará correr el ñujo de las Bellas Palabras sobre la mora­ da terrestre. Por eso en la morada celeste, en cuanto aquellos, innumerables, que baila la corriente de sus Bellas Palabras, los Tupan Aguyjei, los Tupan Rekoé, Tupan su padre verdadero hará que jueguen con innumerables cosas desprovistas de toda excelencia; hará que haya, gracias a todos ellos, grandeza de corazón. Sobre las cosas en su totalidad, que son innumerables, él ha arrojado una maldición, entre ellas, erguido, para su madre, para su padre, él [ crecerá, ese niño en quien se ha hecho que una Palabra venga a [ habitar.” *** Al igual que el nacimiento, la muerte también llama a los dioses, en la medida en que está en cuestión el alma, la Pala­ bra. Pero ésta sigue entonces un camino inverso. Se remonta hacia la morada de donde ha salido para habitar un cuerpo que ahora acaba de abandonar. Por eso toda muerte es para los guaraníes la ocasión de renovar, por boca de los chama­ nes, el discurso que dirigen a los dioses. “La cosa grande ya­ ciente’ , el cadáver, en tanto producto de una separación entre el cuerpo y el alma-Palabra que vuelve a su lugar de origen, proporciona a los indígenas el pretexto para reiterar a los dio­ ses el llamado para que escuchen sus palabras. Hay en el texto que sigue amargura y patetismo: el sabio que las ha pronun­ ciado comprueba con tristeza que el número de los guaraníes disminuye sin cesar y que el deceso que acaba de producirse aumenta la brecha. Razón de más, en ese caso, para repetir con mayor fuerza el llamado a los dioses. Cuando se produce una muerte en una familia guaraní, el 121

cadáver se entierra. Una vez transcurrido el tiempo necesario para la putrefacción, el esqueleto es exhumado y encerrado en un cofre de madera de cedro que se deposita, a fin de rezar, cantar y danzar en su honor, en la casa de las plegarias donde se celebran los rituales. Esta antigua tradición es, como lo in­ dica Cadogan, cada vez menos respetada por los indios.

Y bien, aquí estoy, mi padre primero4 haz, que en un tiempo no lejano, se haga oír la hermosa grandeza de corazón. Yo que quiero impregnarme de ella, yo que deseo la grandeza de corazón, aquí estoy, pobre de mí, suplicándote, Ñamandu padre [ verdadero, a propósito de eso que es tuyo: la cosa grande yacente; Por eso, tú, su padre primero haz que tu palabra alcance a los padres verdaderos de tus hijos en su totalidad. Tú, que te has erguido, tú el padre primero, himnos para un corazón valeroso, inspírales en gran número. Tú, verdadero padre primero, tú envolverás en tu Palabra a tus hijos de corazón valiente; tú los tomarás en tu Palabra para las normas futuras del valor del corazón. En los confines de esta tierra, ellos le proveerán de la vara-insignia, 4. Cadogan, p. 52.

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harán que al unísono lodos sus hijos, los Jakaira Rekoé, los Jakaira Gran Corazón, entonen los himnos. Que gracias a ellos sea grande mi corazón, en favor de los poco numerosos habitantes que permanecen en nuestro país. Que gracias a ellos, alrededor de los poco numerosos [ fogones, entre mis pocos numerosos compañeros, que gracias a ellos, sobre esta tierra, Karai el poderoso, el Karai originario haga reinar la poderosa llama, la poderosa niebla de su bastón insignia. En favor de los pocos numerosos fogones que sostiene el [ lecho de la tierra, en favor de los pocos numerosos habitantes que permanecen en nuestro país, en favor de todos aquellos que están lejos de mis ojos, en favor de los pocos adornados que permanecen, en favor de todos ellos, haz que gracias al saber de las [ cosas sea pótenle la llama, sea potente la niebla. Haz que ellos obren bellamente, los que saben, los que esperan, todos ellos, todos. *** El segundo himno de la muerte, que el deceso de un hom­ bre ha inspirado al chamán, repite el viejo mito de la vuelta a la edad de oro. Ofrece un tono más apocalíptico que el canto precedente, pues profetiza el fin de la nueva tierra, el “hundi­ miento del espacio” .A la destrucción de la mala tierra sucede­ rá el tiempo nuevo, que es el tiempo de la eternidad divina, en123

íonccs la Palabra volverá para vivificar al esqueleto, los muertos resucitarán. Que los guaraníes se estimen ser los exclusivos elegidos por los dioses aparece claramente en la certeza de la reconquista del mundo que profetiza el sabio, después de la caída del espacio, ya no habrá más para habitar la tierra que los adornados. "Los otros habitantes de la tierra serán convertidos en Tupan”; lo que significa aquí que los blancos se convertirán en buitres. *** He aquí cómo nuestro padre primero se dirigió a los padres verdaderos de la Palabra que habita sus hijos.5 “El corazón de la Palabra ya se ha elevado. Ha retornado a la morada de aquellos que la habían enviado. Parecen privados de favor los huesos del portador del bas­ tón-insignia. Parecen que han sido dejados yacer en el abando­ no. Sin embargo tú los bañarás en la dulce luz de tus relámpa­ gos silenciosos, tú que no existes en vano. Tú lo harás, justo al tiempo del hundimiento del espacio. Cuando el espacio se hunda, cuando el tiempo nuevo haya surgido, yo haré que de nuevo la palabra se vierta sobre los huesos del que porta la vara insignia. Haré que la Palabra reencuentre su morada. Entonces, con seguridad, los otros habitantes de la tierra se­ rán convertidos en Tupan. En su lugar, los adornados se erguirán sobre la morada te­ rrestre en su totalidad.”

5. Cadogan, p. 49. 124

De los dos himnos que siguen, el primero fue inspirado a un chamán por la muerte de un compañero. El segundo es la "propiedad personal” de otro chamán. Al término de una lar­ ga iniciación, marcada por ayunos, danzas y plegarias que pueden durar varios años, el chamán accede a un grado supe­ rior de sabiduría que los dioses terminan por reconocer. Ellos manifiestan ese reconocimiento comunicando al aspirante del “buen saber” el texto de su canto, que desde entonces le perte­ nece exclusivamente. Es la prueba de que su larga perseveran­ cia para hacerse escuchar por los dioses ha llegado a conmo­ verlos. Por eso, como lo hace notar Cadogan, tal himno puede entonarse tanto en la choza privada o morada del sabio como en la gran casa colectiva donde se canta y baila en común. Las circunstancias que rodearon la producción de estos dos himnos son muy diferentes: la tristeza y el dolor ante la muerte impregnan al primero, mientras que en el segundo se marca la confianza del recitante inspirada por los dioses. Y sin embargo los dos cantos formulan exactamente el mismo pedi­ do: que aquellos que habitan en lo alto quieran hablar a los adornados. Los acontecimientos, las diferencias que jalonan la vida cotidiana del guaraní, son causas ocasionales de la repe­ tición de un mismo llamado a los dioses. *** Y bien, Karai, padre verdadero, el Pequeño.6 En el corazón de tu firmamento iluminado por relámpagos silenciosos, Tú, excelso, te yergues. Y sin embargo, de nuevo estoy aquí, pronunciando los [ himnos. 6. Cadogan, p. 53.

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Sí, estoy aquí: no es en secreto que de nuevo entono los himnos. No es para los seres enfermos de vida imperfecta que está destinada la nostalgia de esas cosas: y sin embargo estoy aquí, tendido en el esfuerzo sin medida de mi himno, de mi danza. Enséñame, dime, de qué fuente, de qué fuente, de cuál saber tic las cosas, hubo antes, hubo para ti antes pronta afluencia de la grandeza de corazón. Pues seguramente mi deseo de saber las cosas me agota: bailo, bailo, y bailo todavía. Es así. Las hermosas huellas que has dejado deseo conocerlas. Y he aquí: sobre la grandeza de corazón, yo pregunto, erguido en mi esfuerzo, padre mío Karai, verdadero padre, el Pequeño. No quiero que a semejanza del esqueleto que se deja yacer, que a semejanza del esqueleto del que llevó la vara-insignia privado de todo favor, no quiero que para mis huesos haya tal destino. En cuanto a mis huesos apreciados, que se reduzcan a tierra es lo que no quiero; semejante al esqueleto privado de todo favor. No lo quiero. Ñamandu, padre verdadero, el primero, por todo esto, tú, el primer padre, harás que de nuevo la Palabra llegue a Karai, nuestro padre, el Pequeño. 126

¡Oh! Padre nuestro, el primero,7 aun antes de haber conocido tu futura morada, en el corazón de tu divinidad ya reposaba tu palabra que nadie puede detener. Por eso, nosotros, a los que tú has provisto de un cuerpo destinado a llevar el arco, por eso nosotros nos acordamos de tu bella morada inaccesible. En consecuencia, sólo tú harás afluir la corriente de las palabras sobre aquellos que has querido portadores de arcos. A ti, seguramente, nada puede turbarte, y sin embargo, nosotros, aquellos que hiciste portadores del arco, nosotros venimos y venimos a turbarte, pues tú has hecho que nosotros estemos erguidos. Tú, supremo, tú el primero en erguirse, tú hiciste que se yergan tus futuros hijos verdaderos; los numerosos Ñamandu Gran Corazón, del divino espejo del saber, Karai, verdadero padre. Y Jakaira verdadero padre y Tupan verdadero padre, tú, los haces existir, tú, el primer existente. Son ellos que nos hacen falta. Ñamandu, verdadero padre primero. Así tus innumerables hijos de gran corazón bellamente dirigirán su mirada hacia lo alto de la cabeza de aquellos que en la tierra proveiste de arcos ¡Oh! Ñamandu, verdadero padre primero. 7. Cadogan, p. 96.

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Tú, el primer existente, tú haces de tus palabras las normas futuras en la tierra de los adornados. Y en la tierra de los adornados también haces de tus palabras sus normas futuras. Aquí estamos, confiando en ti. ¡Oh! Ñamandu, verdadero padre primero. Tú, el primer existente, tú haces de tus palabras las normas futuras en la tierra de los adornados. Y en la tierra de los adornados también haces de tus palabras sus normas futuras. Aquí estamos, confiando en ti. ¡Oh! Ñamandu verdadero padre primero. En el flujo de tus palabras envuelves a los numerosos padres futuros de tus hijos y tú los abrigas en la totalidad de tu morada en lo alto porque ellos, bellamente, se acuerdan de ti. Hacia ti se alza nuestro clamor, a los excelsos ofrecen tus hijos palabras en abundancia. Que entre la totalidad de las cosas que, sobre la tierra, se levantan ellos pronuncian en abundancia las palabras, tus numerosos hijos de gran corazón. Para que eso advenga es que vengo a turbarte, ¡Oh, Ñamandu! verdadero padre.

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IX. Todas las cosas son una Todos los textos que siguen pertenecen, en su conjunto, a lo que hemos denominado área metafísica. Por ello entendemos que no se trata de textos exclusivamente mitológicos sino que se sitúan más allá del dominio del mito, en lo meta-mitológico. No es tampoco más adecuado clasificarlos como textos religio­ sos; estos últimos son generalmente lo bastante rígidos como para dificultar el trabajo creador de la imaginación. Por el contrario, el “discurso rnelafísico", al no ser ni himno ni mito, ofrece una mayor libertad a la inspiración personal del sabio. Lo que no significa que ese discurso diga cualquier cosa, que sea el discurso de un loco; un tal discurso florece en el terreno del mito, y se aclara a la luz de la inquietud religiosa. Un hombre, un sabio chamán, cuenta los mitos de la tribu; la ins­ piración, la exaltación poética se apodera de él: habla a pro­ pósito de los mitos, habla de los mitos, habla más allá de los mitos. Hay como una especie de abandono a la magia del ver­ bo que lo domina completamente y lo lleva a esas cimas donde mora lo que conocemos como palabra profética. El hombre que nos ha proporcionado estos textos es un mbya-guaraní. Lo encontramos en 1965 en la miserable choza que ocupaba con su familia, en pleno corazón de la selva, cer­ ca del río Paraná. Ese indígena era un sabio, dirigente espiri­ tual reconocido por los suyos. Frente a su choza se elevaba una construcción relativamente baja, orientada según un eje este-oeste y abierta “del lado de nuestro rostro”, hacia el lu­ gar donde aparece el sol. Lugar sagrado del culto, casa de las danzas y las plegarias, donde se reúnen los adornados para dirigirse a sus dioses. A lo largo del muro de troncos de pal­ meras se elevan tres pilares plantados en la tierra, tres varasinsignias coronadas con manojos de plumas. Nuestro infor­ mante afirmaba no poseer otro nombre que el suyo en español, Soria, del patronímico indígena no había oído hablar nunca. Sin embargo, por un aturdimiento de su parte llegó a confiar­ 129

nos, susurrándolo al oído, el nombre religioso de su hijo, un muchacho de unos diez años: Ro’yju, Frío eterno. El registro de los textos duró alrededor de diez días, o más bien diez noches, puesto que siempre tuvo lugar a la caída de la tarde, a la luz del fuego. En principio teníamos la intención de recoger nuevas versiones de mitos guaraníes y, mediante la promesa de honorarios convenientes, nuestro huésped accedió de buena gana a ese deseo. Pero prisionero a veces de sí mis­ mo, exaltándose al decir lo que los guaraníes tienen de más precioso, cayendo en la trampa que lo liberaba de toda atadu­ ra, nuestro informante olvidaba, en el cénit de la gracia, que era un hombre y hablaba como un dios. De esta manera hemos podido recoger estos textos, a menudo extraños, que sorpren­ dieron mucho a León Cadogan cuando los escuchó. En efecto, se trata tanto de un indio que narra un mito, como de un sabio que transmite su saber y sus consejos a los miembros de la tri­ bu, y en fin, e incluso como del dios mismo que, anulándolo como hombre, lo transforma en el lugar exclusivo de la pala­ bra divina que lo habita íntegramente. Creemos que no será demasiado difícil en cada secuencia distinguir lo que pertene­ ce al narrador de mitos, al guía espiritual o al dios. Estos textos prolongan — y trascienden— de hecho, como ya lo dijimos, las narraciones de mitos, esencialmente el de los gemelos. Hemos descartado todos los elementos ya presentes en las versiones reproducidas en la segunda parte de esta co­ lección, para retener solamente los temas nuevos, que no figu­ ran en ninguna de las versiones conocidas. Se trata en particu­ lar de la ascensión de los dos hermanos al cielo por medio de la columna de flechas clavadas unas sobre otras y de la apari­ ción de la hermana de los jóvenes, Urutaú, cuyo grito lúgubre, que se oye en la hora del crepúsculo, hace estremecer al viaje­ ro por asemejarse a un lamento humano. Con la simple lectura puede comprobarse que los elementos no directamente mitoló­ gicos escapan al análisis estructural y necesitan más bien otro tipo de explicación. Queremos ofrecerlos aquí solamente a la curiosidad y, tal vez, a la emoción del lector. 130

... Es necesario franquear las grandes aguas. Sí, indiscuti­ blemente, hay que franquearlas y a veces contra nuestra propia voluntad. Atravesamos las aguas porque las circunstancias nos obligan. He aquí el gran mar que hemos hecho, hermano mío. Que quede convertido en mar. Tenemos ya todo lo que hace falla para comer, hermano menor. ¿Que otra cosa necesitaríamos en esta fea tierra? —Dancemos para ir hacia lo alto. Cuando terminaron de bailar, Sol dijo a su hermano menor: —Hacia ese cielo que se percibe en lo alto, hacia ahí vamos a lanzar las flechas. Veamos si rebotan. Lanzó una flecha al aire. Escuchó lo que pasaba en la tierra y no oyó nada, la flecha no había caído. —Tira otra vez, hermano. Lanzó otra flecha. Prestaron atención: no cayó de nuevo. El iba tirando flecha tras flecha. Cuando la columna de flechas llegó a la tierra, el hermano menor preguntó: — ¿Qué vamos a hacer? — Aproxímale, hermano mío. Aproxímate tú, mi hermana Urutaú. Llevemos a nuestra hermana a lo alto. Si ella quiere venir, la llevaremos. Si no quiere venir, que se quede. Que se quede a llorar en esta fea tierra. Arriba, según dicen, se en­ cuentra nuestro padre el grande y nuestro padre que sabe las cosas. No lo olvidemos. En la puerta de su morada tú has plan­ tado la flecha, hermano. Esta columna de flechas es el camino que nos va a conducir a lo alto. “En cuanto a ella, que se quede en nuestra morada que abandonamos. Que se quede también el urucu, que se yerga al lado de nuestra casa abandonada. Entonces, al recordar estas cosas, las mujeres cantarán en nuestra ausencia. Cantarán en nuestra ausencia esos hijos que habremos abandonado. “Los que crecerán en esta fea tierra viendo todo esto se acordarán de nosotros, sus padres, y cantarán. ”Y cuando aquel que habite del lado de nuestro rostro sepa todo esto, entonces nuestros hijos conocerán todas nuestras cos­ tumbres originarias, los que se quedarán para reemplazarnos, hermano mío, conocerán las costumbres originarias. Partamos.” 131

Sol se dirigió a su hermana Urulaú: —Siéntate sobre ese tronco de árbol. Y desde allí, míranos, hasta donde puedas ver en el aire. Cuando nos hayas perdido de vista, no llores. En su morada pronunciaron sus oraciones. Después partie­ ron, volando hacia lo alto. Llegaron: —Padre, por qué nos has abandonado. Nosotros nos encon­ trábamos en una situación penosa y tú nos abandonaste en esa fea tierra. Tú vas a retornar a esa tierra. Por habernos abando­ nado en esa fea tierra contra nuestra voluntad, para expiar este abandono, Tú vas a descender de nuevo a esa tierra. El es mi hermano menor, se llama Guayrapepo, Ala de pájaro. Yo soy el mayor. —No, no, hijo mío, no te enojes. En cuanto a mí, es necesa­ rio que yo permanezca en mi morada originaria. Yo soy Ñanderuvusu, y tú eres mi hijo, y tú también eres mi hijo. En efecto, eran los niños que habían nacido juntos, que es­ taban juntos. El mayor dijo entonces: —No te preocupes, hermano. Tú, vete arriba, lejos, muy alto. Yo me quedaré aquí. Me quedaré con mi padre Ñanderuvusu: nosotros escucharemos lo que pasa en la tierra corrompida. Urulaú lloraba. —No te apenes, hermano, porque ella se haya quedado. No te lamentes por el llanto de tu hermana Urutaú. Que ella se quede. No te preocupes. Que esa tierra imperfecta permanezca y prospere para nosotros. Que las grandes aguas fluyan. De ellas van a nacer los ríos. Ahí está la gran agua que nosotros hemos creado. Y también los arroyos que irán a unirse con su futuro dueño. Son las cosas que nosotros no permitimos que se sequen. Somos nosotros los que hemos cavado todo eso: las raíces de los árboles desde donde surgen las aguas. No están destinadas a secarse, her­ mano. Esos árboles son el fruto de nuestras semillas. Nosotros he­ mos plantado esos árboles. Que produzcan frutos para que pue­ dan comerlos aquellos que permanecerán sobre la tierra co­ rrompida. Todo esto lo hemos dispuesto. 132

Si todo se seca, si caen las ramas, a partir de eso se creará de nuevo la tierra. Así que no lloremos hermano por los árbo­ les que caen y se pudren. Prestaremos atención al movimiento de aquellos que hemos enviado, de los que permanecen en la tierra corrompida. Ellos son nuestros animales domésticos. Pero nosotros no vamos a experimentar el deseo de ser sus amos. Ellos deberán educar a sus hijos de modo que los tengamos siempre presentes ante nuestros ojos. De nuevo los haremos jugar con nosotros, y su madre llorará, y su padre llorará. Hermano, pongamos en orden las cosas. Las cosas son ca­ lientes porque están situadas al lado del sol, en los linderos del sol. El que está situado en los alrededores del sol es Ñavandu. Es el que produce la neblina. Es necesario que sea adornado con coronas de plumas, que sea cubierto de bandas de plumas. El deberá poseer también la flecha. Que lleve todo eso consigo en sus viajes por los caminos abandonados de la tierra. Todo eso son cosas que no se pueden descuidar. De todo eso, herma­ no, tendremos que acordamos en vista de nuestro futuro. Ya está aquí nuestro mensajero. Que de los caminos de la tierra quite todas las cosas que pueden ser perjudiciales a los hijos. Iremos luego a espiar a los que hemos permitido jugar en la tierra corrompida. Para ir a espiar a los que hemos permitido jugar en la tierra corrompida primero debemos hacer que se le­ vante la neblina. Que vayan los mensajeros, que estén atentos para limpiar en lo que descubran en nuestro futuro camino. En­ tonces nosotros partiremos. Por eso debemos ponemos en orden, danzar, escuchar. Es el enviado del señor del bastón-insignia, el que llama­ mos Ñavandu. De los cantos nosotros decimos que son todos buenos. Pero el canto de Ñavandu es caliente. Por eso, herma­ no, no te apasiones demasiado por él. Que Ñavandu continúe existiendo como nuestro mensajero futuro. El tomará lo que va a encontrar. Lo hará con flecha. De los que atravesará con su flecha, los que mueran, morirán, los que no mueran, no morirán. Y él continuará limpiando los ca­ minos para nosotros. En cuanto a aquél, sí, vamos a escucharlo. Es el dueño del 133

gran tamiz. En su gran tamiz lleva el agua de lo alto para mojar esta tierra corrompida, para que haya lluvias. De esta gran laguna que desborda que tome el agua para su tamiz. La dejaremos caer sobre la fea tierra para que haya fres­ cura para los hijos que están allí. El lugar donde podremos distraernos ya no está muy alejado. Tupan ya no está muy lejos. Nosotros, simplemente, no he­ mos alcanzado todavía la morada de Tupan y es por eso que continuamos errantes por la tierra fea. Alcanzaremos la morada de Tupan mediante eso que llama­ mos la danza. Y perseverando en la danza la alcanzaremos, hermano mío. Y nosotros que no hemos dispuesto esas cosas, refrescare­ mos la tierra, llamando desde muy lejos un gran viento. Mensajeros, abran un camino para nosotros, pues vamos a ponernos en marcha, para ir en paz delante de las cosas. Nosotros iremos con nuestros truenos. Haremos escuchar Lrucnos. Vamos a tronar, atacaremos las cosas espantosas. Li­ braremos de ellas a la fea tierra donde están los hijos. Si la vista de nuestros mensajeros llega lejos, si es aguda, sacaremos todas las cosas peligrosas. En el tronco de los árbo­ les secos se encuentran sus dueños. Destruyámoslos. Los true­ nos se harán oír y ellos desaparecerán. Los truenos tocarán los árboles secos, romperán todas las ramas de los árboles secos. Y eso será para bien. Todo eso, todas esas cosas, es imposible contar todo. En cuanto a las cosas que provienen de los hombres blan­ cos, no sabemos. Nosotros poseemos el arco eterno, tenemos la flecha eterna. Ahora podemos tener el corazón tranquilo para marchar por los caminos de esta tierra corrompida. A todas esas cosas feas no las aprobamos. Por eso pondre­ mos orden. Y sólo así vosotros mis hijos podréis erguiros sobre esta fea tierra. ¿Me escucháis, hijos míos? Estoy aconsejando. Ya no me siento feliz aquí. Vamos a abandonar esta tierra corrompida. Sobre esta tierra corrompida abandonaremos nuestro cuerpo. Pero a nuestra Palabra la llevaremos al firmamento. En cuanto a nuestra Palabra, debemos llevarla al firmamento. 134

Allí, donde tenemos necesidad de ir, Tupan nos guiará. Esta agua grande, esta cosa que llamamos el mar, esta cosa que he­ mos creado, debemos franquearla. Solamente después de haber franqueado esta agua grande llegaremos a la casa de nuestro padre y de nuestra madre. ¡Ved!, están allí las varas que hemos dispuesto. Son los sostenes de las antorchas. Debemos tener sostenes hermosos para nuestras luces. Y también debemos enarbolar hermosos ornamentos. Los ornamentos que poseía nuestro padre deben respetarse. Si no usamos todas esas cosas, no podremos prosperar en esta fea tierra. Pero si enarbolamos todos esos bellos ornamentos, entonces, seguramente, no permaneceremos más de lo necesa­ rio sobre esta tierra imperfecta. íff * Sin duda, una larga explicación debería seguir al texto que acabamos de leer, dada la riqueza del pensamiento que enun­ cia y la belleza del lenguaje que lo expresa. Pero esto sobrepa­ saría en mucho el fin que nos hemos propuesto: presentar una antología de los grandes textos guaraníes. Nos limitaremos pues a formular una hipótesis de orden etimológico. Estamos en condiciones de saber lo peligroso que resulta este ejercicio cuando se aplica a la lengua guaraní. Está construida de tal manera que a todo grupo mínimo formado por una o dos voca­ les o por una consonante y una vocal, se le puede atribuir un sentido, de suerte que, aparentemente, se podría analizar cada término compuesto y, a partir del sentido de cada elemento, descubrir el sentido originario del término en cuestión. Pero es justamente la facilidad del procedimiento lo que vuelve in­ cierta, por no decir ilusoria, toda búsqueda etimológica. To­ memos por ejemplo un término corriente ysypo, nombre gené­ rico de las lianas. Se puede separarlo en ysy, la resina, y po, la mano. El sentido etimológico del término ysypo sería enton­ ces, la mano de resina. Pero se puede llevar más lejos el análi­ 135

sis aislando tres elementos: y, el agua, sy, la madre, y po, la mano. En ese caso ysypo, la liana, significaría de hecho: la mano de la madre del agua. Y comprobamos que la etimología tiene el riesgo de ser, en guaraní, un juego estéril. No obstante, corramos ese riesgo y consideremos el nom­ bre propio que aparece varias veces en este texto: Ñavandu. De ninguna manera se trata aquí de un error tipográfico que hubiera substituido la m por una v: Ñavandu es una versión rara del nombre del gran dios Ñamandu, aun cuando, en el texto, ese dios goza de un status y cumple unas funciones que no son totalmente las del Ñamandu habitual. Reflexionemos sobre la palabra Ñavandu. Una regla de la fonética guaraní quiere que cuando un término que comienza por el fonema j está seguido por un fonema nasalizado, la j se transforma en ñ. Se podría ver en el ña de Ñavandu, la transformación, exigi­ da por la nasalización ndu, de una Ja primero. La palabra Ña­ vandu estaría compuesta entonces por el término java y el sufi­ jo ndu. Ahora bien, en java (o jawa, o jaguaj se reconoce al jaguar. Y uno se deja llevar por un sueño: el jaguar, cuya im­ portancia se conoce en la mitología indígena, es la figura que aquí se convierte en el dios supremo. *** En el texto que sigue, nuestro informante deseaba narrar la creación de la nueva tierra. Pero fue presa de una exaltación tan intensa que se convirtió a sí mismo en un dios profetizando a los hombres su destino.

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La tierra imperfecta

A fin de crear la tierra imperfecta el principal de los Tupan dio instrucciones a su hijo: Ve a hacer la tierra imperfecta. Dispone los fundamentos futuros de la tierra imperfecta. Que el pindó eterno y el pindó azul estén allí, refrescantes. Si ellos no nos son favorables, en­ tonces las cosas irán mal. El pindó es la nervadura de nuestro cuerpo. Si no nos es fa­ vorable, entonces las cosas irán mal, hijo mío. Instala un sólido gancho de la planta chirca como futuro sostén de la tierra. Ponle un buen sostén a la tierra. Una vez que hayas colocado el sostén, tienes que poner encima un poco de tierra. Y sobre esa tierra planta un guavira y un guaporoity, para que allí fructifiquen. El cerdito salvaje es el que va a provocar la multiplicación de la tierra. Si nos asegura la multiplicación de la tierra, todo irá bien. Pone solamente un poco de tierra y que desde allí se despliegue la tierra imperfecta. Cuando alcance el tamaño que deseamos, yo le avisaré, hijo mío. Coloca un buen gancho para la tierra. No pongas dos, por­ que si lo haces ya no podremos ocuparnos de ellos. Del único que hayas colocado, de ése nos ocuparemos. Tenemos necesi­ dad de tierra, pues el agua ya nos amenaza con sumergimos. Si el agua salta por encima de nosotros, eso no estará bien. Que­ daremos transformados en amos del tapir y eso no estará bien; pues nosotros que vivimos en el corazón de la selva tenemos necesidad de tierra. Que el cerdito salvaje cave la tierra fea, que cave entre las raíces de chirca. Que se forme la tierra imperfecta. Que el cerdito salvaje haga crecer para nosotros la tierra imperfecta. No vamos a matarlo. He ahí el agua, que sea su abrevadero, que se refresque aquí. Que descanse a la sombra del guavira, a fin que se desplieguen para nosotros las cosas imperfectas. Y si yo quiero que la tierra se queme de nuevo sacaré el 137

gancho. Y ningún Ñande Jara, ningún Nuestro Señor, volverá a ponerlo. Nada existirá entonces y nosotros nos iremos. No ha­ brá más habitantes en la tierra. Aquellos que llamamos hom­ bres blancos ya no estarán, lodos serán destruidos. Esos hom­ bres diferentes que, cuando están cansados de sus trapos, los tiran. Lo que llamamos niebla es pesada. Lo que llamamos niebla es el producto de lo que nuestro padre verdadero ha fumado. La niebla se exhala sobre la tierra imperfecta. Si los efectos de la niebla se vuelven perjudiciales, que me adviertan, pues yo también tengo la costumbre de cantar. Yo sabré qué hacer, vendré y la dispersaré. Yo haré que la niebla sea ligera en la tierra imperfecta. Sólo así esos pequeños seres que enviamos a la tierra estarán frescos, felices. Los que hemos enviado a la tierra, nuestros pequeños hijos, pedazos de nosotros mismos, serán felices. En cuanto a ellos, debemos distraerlos. Voy a ocuparme de eso. Unicamente el granizo y los vientos pueden eliminar la niebla. Si ella se vuelve perjudicial, si se extiende por toda la tierra, es porque Ñamandu ha fumado en una pipa imperfecta. Y si cubre de tinieblas los lugares por donde pasa­ mos, que me prevengan, yo sacaré la niebla de esta tierra im­ perfecto. Sólo así podremos encontrar el camino que debemos seguir. Y si no ocurre así, lo único que podemos hacer es aban­ donar esta tierra; porque nosotros no nos habituaremos jamás a esas cosas. Todas esas cosas que son una, y que no hemos deseado, son malas. Mira, tenemos el jaguar azul. Lo tenemos para que la san­ gre de la luna no caiga goto a gota sobre la tierra imperfecto, lo tenemos para que beba la sangre de la luna. El pequeño agutí eterno es también nuestro animal domésti­ co. En cuanto al jaguar azul lo tenemos solamente para que be­ ba la sangre de la luna. Pero nosotros manipularemos la carne de la luna. Nos apoderaremos de ella y se la ofreceremos a Tu­ pan para que sea su futuro alimento. De esta manera haremos que prosperen aquellos que envia­ mos a la tierra para que en ella canten. Ellos encontrarán a sus futuras esposas, tendrán hijos. De 138

esa manera podrán alcanzar las palabras que surgen de noso­ tros. Si no las alcanzan, no estará bien. Todo esto lo sabemos. En consecuencia, dejemos al pequeño cerdo salvaje consa­ grarse a procurarnos esta tierra imperfecta. Sólo cuando yo me impaciente con el gancho de la tierra, no habrá tierra. Yo, Tupan, doy mis consejos. Si uno de esos salieres per­ manece en vuestras orejas, en vuestro oído, entonces conoce­ réis mis huellas. Ahora estoy a punto de irme hacia lo alto. Tú, hijo mío, tendrás ocasión de acordarte de todo esto y cantarás. Que subsistan estas cosas que he dispuesto. Yo, desde lejos, escucharé. Sólo así alcanzaréis el término indicado. Yo me voy lejos, me voy lejos, no me veréis más. En con­ secuencia, no perdáis mis nombres. *** Nos limitaremos simplemente, descartando todo intento de análisis, de llamar la atención del lector sobre la oscura refe­ rencia, ausente en lodo otro mito, que, hacia el final, hace el narrador sobre la sangre de la luna bebida por el jaguar azul y la carne de la luna manipulada y luego ofrecida a Tupan. No se puede dejar de articular a un canibalismo divino la antro­ pofagia ritual de los antiguos Tupí-guaraníes, que, como se sabe, comían a sus prisioneros de guerra. Tal vez nos encon­ tremos aquí en presencia del mito, medio perdido o deforma­ do, del origen del canibalismo. En cuanto a la alusión, desprovista de todo equívoco, a Ñande Jara, traduce el combate de la religión indígena contra la de los blancos: Ñande Jara es, en efecto, el nombre guaraní de Cristo, Nuestro Señor. *** 139

Después de haber nombrado todos los pájaros y todos los animales de la selva, Sol dice a su hermano menor: “Vamos a construir nuestra casa y a plantar para poder vi­ vir. Porque sin duda nuestros hijos tendrán hambre. Querrán comer lodos los días. No vamos a vivir mucho tiempo en esta fea tierra. Esta tierra fea no es suficientemente fresca para no­ sotros. Esta tierra fea ya no es un lugar que podamos seguir frecuentando. “Por eso tenemos que enseñar a nuestros hijos lo que es ne­ cesario saber para vivir, para que sepan vivir cuando estemos ausentes, así como nosotros hemos vivido en esta fea tierra. ”Los cantos que hemos entonado, ellos también los entona­ rán. Y nosotros escucharemos para saber si cantan o no. Cuan­ do Tupan se yerga, deberán entonar los cantos que les hemos enseñado. Y cuando volvamos a visitar la tierra seremos acom­ pañados por un gran viento. Por eso será necesario arrimar bien las casas. Nosotros prestaremos atención a sus clamores. ”Esta fea tierra es algo que Tupan ha hecho. En cuanto a nosotros ya no la soportamos, partimos. Ahí está la gran casa donde todos podrán divertirse. Aquí está el urucu a fin de que las hermanas se pinten para agradaros. ”¡No os olvidéis de danzar!” Muchas naciones actúan sobre la tierra. No os impacientéis con ellas. Vosotros continuad danzando. Agitad con fuerza. Agitad con fuerza el sonajero de la danza. Que vuestras herma­ nas os acompañen con el bastón de danza. Que ellas sepan ma­ nejarlo, vuestras hermanas. Enlonad bien, sin equivocaros, los cantos que ha inspirado Tupan. Recogedlos a todos para vues­ tras hermanas, sólo así ellas lo sabrán. Si no recogéis esos can­ tos, si sois impacientes, si la perseverancia os falta, si tenéis impaciencia contra vuestro cuerpo, entonces no podréis adqui­ rir la fuerza. Que continúe irguiéndose el urucu imperfecto. Que de este urucu se adornen las mujeres, y no con los ornamentos de los hombres blancos. Pues nosotros debemos permanecer aparte. A las cosas de los hombres blancos no las soportamos en esta fea tierra. 140

* %* Los dos cortos extractos que preceden puntúan la narra­ ción del mito de los Gemelos. En el primer discurso el infor­ mante habla como si él mismo fuera nuestro hermano mayor Sol. En el segundo asume con vigor el papel del líder y de sa­ bio: llamado destinado a los indígenas para permanecer fieles con tenacidad en cuanto a los antiguos valores, a danzar, can­ tar, pintarse con urucu, etc. Al tema constantemente evocado de la presencia del mal sobre la tierra fea se encuentra asocia­ do otra forma del mal: el mundo de los hombres blancos. La fidelidad tribal a la religión tradicional se impone pues con tanta mayor urgencia cuanto que la de los blancos se hace ca­ da vez más amenazante. Es lo que amargamente comprueba al dios Ñamandu en el texto que sigue. Renueva, ciertamente, el llamado a permane­ cer fiel a su palabra. “Esas palabras que yo dispongo para (i, no las dejes dispersar, hijo mío." Pero la dolorosa verdad, sin embargo, es que “todos los seres que estimamos (se sobreen­ tiende los guaraníes) ya no son nada." Y esto proviene de la impotencia de Ñamandu frente a Tupan. Una breve explicación se impone. El Tupan nombrado aquí no es, como podría suponerse, esa figura mayor del panteón guaraní. Se trata simplemente del Dios cristiano. En efecto, es necesario recordar que, tanto para los tupí brasileños del siglo XVI como para los guaraníes durante el siglo XVI[, los misio­ neros jesuítas, para nombrar en guaraní al Dios que querían enseñar a los indios, adoptaron el nombre del dios autóctono Tupan. De suerte que, para los guaraníes contemporáneos, hay dos Tupan, el suyo, señor de los truenos y la frescura, y el de los blancos. Seguro que es de este último que Ñamandu, hu­ millado, descubre su fuerza: “Más que yo, canta Tupan." No obstante, una amenaza cierra el discurso del dios: que él recobre, su fuerza y “entonces las cosas serán difíciles.” La niebla con la que podría cubrir la tierra es aquella de donde nacen, redentoras y guerreras, las Bellas Palabras. 141

*** “Yo, Ñamandu verdadero padre, ahora voy a hablaros de mi propio saber, pues yo soy, yo, el que examina todas las co­ sas. ”En cuanto a ti, conocerás espontáneamente todas las cosas susceptibles de dañarte. Por eso pronuncio esas palabras para ti. Todo eso, ¡sábelo! Haz que esas palabras mías permanezcan en la cabeza. Esas palabras que yo dispongo para ti no las dejes dispersar, hijo mío. Que ellas permanezcan en tu cabeza, a fin de que pueda haber conocimiento de todas las cosas que plan­ teo para tí. "Todos los seres que estimamos ya no son nada. En cuanto a los que cantan, Tupan padre verdadero ya no los conoce. ”Yo, a veces, ya no tengo poder contra Tupan, porque él canta más que yo. Más que yo canta Tupan. Yo no sé. ”Porque Tupan engloba lodo bajo su mirada, yo ya no hago nada. Ahora, me humillo ante Tupan porque yo ya no sé nada. ”Pero si algún día procedo con fuerza entonces las cosas se­ rán difíciles. Porque yo soy el que dispone la niebla.”

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X. Existo de manera imperfecta Escuchemos ahora el himno que entona, en un día de junio de 1965, al amanecer, un sabio mbya. Todo se dice allí: el te­ mor y temblor de los adornados ante el silencio de los dioses: la esperanza y la certeza que, al igual que los antepasados, los Jeguakava de ahora aprenderán de aquellos que están en lo alto que ellos siguen siendo sus elegidos.

Himno matinal Ñamandu, mi padre, tú haces que de nuevo me yerga. Igualmente tú haces que de nuevo se yergan los Jeguakava, los adornados en su totalidad. Y a los Jachukava tú haces que de nuevo también se yergan en su totalidad. Y en cuanto a todos aquellos que tú no has provisto de [jeguaka, a ellos también tú haces que se yergan en su totalidad. He aquí: a propósito de los adornados, a propósito de los que no son tus adornados, a propósito de todos ellos, yo cuestiono. Y sin embargo, en cuanto a todo eso, las palabras, tú no las pronuncias, Karai Ru Ete: ni para mí, ni para tus hijos destinados a la tierra [ indestructible, a la tierra eterna que ninguna pequeñez altera. Til no pronuncias las palabras donde moran las normas futuras de nuestra fuerza, las normas futuras de nuestro fervor. 143

Pues, en verdad, yo existo de manera imperfecta. Es de naturaleza imperfecta mi sangre; es de naturaleza imperfecta mi carne, es espantosa, está desprovista de toda excelencia. Estando así dispuestas las cosas a fin de que mi sangre de naturaleza imperfecta, a fin de que mi carne de naturaleza imperfecta, se sacudan y arrojen lejos de sí su imperfección, con las rodillas flexionadas, yo me inclino,1 en vistas a un [ corazón valeroso. Y, sin embargo, he ahí que tú no pronuncias las palabras. Por eso, a causa de todo eso, no es ciertamente en vano, en cuanto a mí, que yo necesito tus palabras; las de las normas futuras de la fuerza, las de las normas futuras del corazón valiente, las de las nonnas futuras del fervor. Nada más, de entre la totalidad de las cosas, inspira valor a [ mi corazón. Nada más me señala las futuras normas de mi existencia. Y el mar maléfico, el mar maléfico, tú no has hecho que yo lo franqueé. Es por eso, en verdad es por eso, que ya no permanecen sino en pequeño número mis hermanos, que sólo permanecen en pequeño número mis hermanas. He ahí: a propósito de los poco numerosos que permanecen, hago oír mi lamento. A propósito de ellos, yo cuestiono, pues Ñamandu hace que ellos se yergan. 1. Descripción de movimiento de la danza ritual.

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Estando así dispuestas las cosas, en cuanto a los que se yerguen, en su totalidad es a su alimento futuro que ellos dirigen la atención de su [ mirada, todos ellos; y la atención de su mirada se dirige al futuro alimento, son los que ahora existen, todos ellos. Tú haces que tomen vuelo sus palabras, tú inspiras sus cuestionamicntos, tú haces que de ellos se eleve un gran lamento. Heme aquí: me yergo en mi esfuerzo, y sin embargo tú no pronuncias las palabras, no, en verdad, tú no pronuncias las palabras. En consecuencia, he aquí lo que yo quiero decir, Karai Ru Etc, Karai Chy Ele: los que no eran poco numerosos, los destinados a la tierra indestructible, a la tierra eterna que ninguna pequeñez altera, tú has hecho que todos ellos antes cuestionaran a propósito de las normas futuras de su propia existencia. Y seguramente, ellos las conocieron a la perfección, antes. Y en cuanto a mí, si mi naturaleza se libra de su [ acostumbrada imperfección, y si la sangre se libra de su acostumbrada imperfección de [ antaño: entonces, seguramente, eso no proviene de todas las cosas [ malas sino de que mi sangre de naturaleza imperfecta, mi carne de naturaleza imperfecta, se sacuden y arrojan lejos de sí, su imperfección. Por eso, tú pronunciarás en abundancia las palabras, las palabras de alma excelente, ! 15

para aquel cuya faz no eslá dividida por ningún signo.2 Tú pronunciarás en abundancia las palabras, ¡oh! tú, Karai Ru Ete, y tú, Karai Chy Ele, para todos los destinados a la tierra indestructible, a la tierra eterna que ninguna pequeñez altera, ¡Tú, Vosotros!

Fierre Clastres junto a la tumba de Max Schmidt, en el Cemenlerio Alemán de Asunción (1965) (Foto de Miguel Chase Sardi). 2. Es decir, para aquel que rehúsa el bautismo cristiano.

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Bibliografía León Cadogan: Ayvu Rapita. Textos míticos de los Mbya-Guaraní del Guaira, Sao Paulo (Brasil). Univcrsidadc de Sao Paulo, Facultade de Filosofía, Ciencias c Letras, Boletiin nQ227, Antropología nQ5,1959. Curt Nimuendaju: “Dic Sagen von der Erschaffung und Vernichtung der Welt ais Grundlagen der Religión der Apapocuva-Guaraní”, Zeil. EthnoL, vol, 46, 1914 (p. 284-403); tmd. española de Juan Francisco Recalde: Leyenda de la Creación y Juicio Final del Mundo, como fundamento de la Religión de los Apapokuva-Guaraní, San Pablo, 1944. André Thével: Les Frangais en Amérique pendant la deuxiéme moitié du XVIq siécle. Le Brésil y les Brésiliens, Paris, Presses Universitaires de France, 1953, 31 gravures en bois; choix de textes et notes de Suzanne Lussagnet, introduction par Ch-André Julien (coll. Internationale de Documentation).

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Indice Introducción.................................................................................... 9 Primera parte. Eltiempo de laeternidad.................................23 I. Aparición de Ñamandu: los divinos..........................25 II. Fundamento de la Palabra: los hum anos.................. 29 III. Creación de la primera tierra...................................... 37 IV. Fin de la edad de oro: el diluvio................................ 49 Segunda parte. El lugarde ladesdicha....................................59 V. Ywy Pyau: la tierra nueva...........................................61 VI. Las aventuras de los Gemelos. Versiones................65 VII. El origen del fuego. Versiones.................................105 Tercera parte. Los últimos de aquellos que fueron los primeros adornados................................113 VIII. Los bellamente adornados.........................................115 IX. Todas las cosas son u n a.............................................129 X. Existo de manera im perfecta.................................... 143 Bibliografía ................................................................................. 147

Se terminó de imprimir en A.B.R.N. Producciones Gráficas, Wenceslao Villafañe 468, Buenos Aires, en el mes de noviembre de 1Q93.