Ciudadanos Del Cielo

Ciudadanos del cielo (Fil 3:17-21 R.V.R) Introducción “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen

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Ciudadanos del cielo (Fil 3:17-21 R.V.R) Introducción “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros.” (v.17) El apóstol Pablo continua su exhortación hacia la iglesia de Filipos. Está claro que Jesús es su mayor motivación y destinatario de toda la entrega a lo largo de su basto ministerio, desde que fue llamado en camino a Damasco, Jesucristo se trasformó en su galardón, su meta y sobre todo su mayor ejemplo. A pesar de no haber caminado con Cristo, Pablo muestra un conocimiento profundo del carácter, el propósito y la gloria de Salvador. No es de extrañar entonces que el apóstol se presente junto a otros hombres llamados por Dios como a referentes a quienes se debe imitar. Los 12 apóstoles, los pastores de diferentes congregaciones y lo misioneros conformaban un batallón de hombres dignos de ser imitados en sus pruebas, sufrimientos, fe y fidelidad. Pablo ruega que sus mentes tengan referentes correctos delante de ellos para que no sean confundidos por otros hombres. El deber de cada creyente es mirar a aquellos que se conducen como ciudadanos del Reino de Dios que no es de este mundo, sino del cielo. Los enemigos de la Cruz “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal.” (vv 18-19) Aunque no podemos estar seguro, parece que los versículos 18,19 describen a los judaizantes y a sus seguidores. Seguramente. Pablo está describiendo acerca de creyentes judíos que intentaban que las comunidades extranjeras se ciñeran a las tradiciones ceremoniales de los israelitas. Pablo los describe como enemigos de la cruz, la razón es que estos supuestos creyentes creen necesario agregar elementos ceremoniales y de purificación a la obra que Jesús ya logró en la cruz. Esto es una gran lección para nosotros, un esfuerzo o actividad realizada con el fin de perfeccionar la obra de Cristo nos puede transformar en contrarios y enemigos, nuestros actos comunicarían que el sacrificio en el madero fue insuficiente y requiere ser complementado por nuestra justicia, esfuerzo o actitudes. La condena del apóstol es llamativa, con lágrimas en sus ojos nos advierte que bajo esta actitud solo tendemos nuestra mente en nuestros deseos y en lo que este mundo puede ofrecer, es decir solo pensar en lo terrenal, en vez de lo espiritual. Una mente terrena nubla nuestra mirad de la realidad de Dios en nuestras vidas y nos extravía de la gran meta

de ganar o alcanzar a Cristo. En la actualidad muchos desean perfeccionar lo que Jesús hizo en la cruz, proponiendo que hay que alcanzar diferentes niveles de unción, alcanzar diferentes gracias o intentar crear atmosferas para que otros se salven. Todo lo que hacemos es en realidad un resultado de la cruz de Cristo y desde allí se derrama toda gracias que hoy necesitamos.

Ciudadanos del Cielo “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos” (v.20ª) Esta es una declaración fundamental de los cristianos, si bien es cierto estamos inmersos en el mundo material o terrenal, al creer en Cristo Jesús nuestra naturaleza fue cambiada (2 Cor 5:17), nuestro lugar de origen fue descubierto (Jn 3:5) y nuestros sentidos fueron abiertos (2 Cor 5:7) a una nueva realidad, la realidad espiritual. Podemos ver el resultado de la eficaz obra de Cristo en que adquirimos una nueva ciudadanía. En primer lugar, la iglesia se puede comparar a una colonia o embajada del reino celestial en la tierra. Cuando el pecador perdido confía en Cristo y viene a ser ciudadano del cielo, su nombre está escrito en el “libro de la vida” (Ap 20:15). ¿Qué quiere decir esto? Lo que quiere decir es que en el cielo es registrado nuestra entrada a la vida y por consiguiente también podremos entrar sin obstáculos al reino del amado Señor. Cuando uno confiesa a Cristo en la tierra, el Señor confiesa su nombre en el cielo (Mt 10:32-33) y que esto permanecerá así para siempre. Todo esto gracias a los méritos y la intercesión de Cristo. En segundo lugar, nuestra mente es mudada a una espiritual. En 1 de Cor 2:14 se nos dice que “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”. El ciudadano del cielo puede discernir correctamente la virtud de Dios y el error del hombre, por eso el apóstol presenta este contraste. Podemos encontrar rápidamente el error de aquellos que quieren agregar sus deseos y sus caminos a la obra que Cristo realizó. En último lugar, nos sujetamos a la ley del reino de Dios que se reveló en Cristo. Los judaizantes querían obtener poder y reconocimiento en medio de las congregaciones, seguramente serían reconocidos por su aparente piedad y sabiduría. Pero los ciudadanos del cielo tienen a Cristo como meta y pueden reconocer que, si alguien quiere ser el primero en medio de ellos, primero debe servir a sus hermanos. El ciudadano del cielo sigue la ley de amar a Dios sobre todas las cosas y sus hermanos como a ellos mismo.

Conclusión “de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (vv. 20b-21) Los judaizantes añoraban el pasado y procuraban hacer volver a los creyentes en Filipos a la ley de Moisés; más los verdaderos creyentes anhelan el futuro, y esperan el retorno de su salvador de su Salvador. Los creyentes experimentan su nueva posición con gran esperanza, ya que desde el mismo lugar de donde hemos nacidos, nuestro Cristo regresará. El creyente encuentra incalculable fortaleza presente a causa de su esperanza futura. El ciudadano de los cielos, quien vive en la tierra, no tiene por qué desanimarse ya que sabe que su Señor va regresar en Su glorioso día. La promesa de la glorificación de nuestros cuerpos no es un deseo de alcanzar superioridad, sino que llegar al punto en donde no luchemos con nuestros impulsos ni contra las falsas enseñanzas de los enemigos de la cruz. Llegará ciertamente el día en que esa humillante condición quede atrás y nuestra adoración sea perfecta y completamente agradable a nuestro Dios.