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Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada

La Mutación Feudal En Italia* Chris Wickham

Existen ya demasiadas definiciones de la palabra “feudal”. Esta prolijidad tiene, sin embargo, una ventaja: la elección de una definición, como el rechazo de utilizar un cierto término, por parte de un historiador es uno de los indicadores más claros de su posición ideológica y de sus jerarquías mentales. En general, preferiré centrar la terminología en la relación de base de la sociedad medieval (y no sólo): la relación entre señores y campesinos. Esta relación económico-social, expresada a través del control de la tierra, llega a ser feudal cuando, en el interior del Impero Romano, los trabajadores agrícolas dejaron de ser esclavos encerrados en las ergástolas y obligados a trabajar según la voluntad del dueño (probablemente en torno al año 200), y se convirtieron en dependientes, libres o esclavos, con sus casas propias y sus parcelas de tierra. En segundo lugar, cuando las estructuras tributarias del Estado romano se destruyeron en los siglos VVI, también la política comienza a basarse cada vez más en el control de la tierra: esta “política de la tierra” puede llamarse igualmente “feudal”. Diré que cada estructura de distribución del poder en la Edad Media occidental, hasta el establecimiento de los primeros Estados protoabsolutistas y hasta el crecimiento del asalariado en la ciudad, es sólo un aspecto de esta realidad general del “feudalismo”. Sin embargo, es preciso también tener en cuenta un importante debate, que ha existido al menos desde los tiempos de Marc Bloch, sobre la periodización de la Edad Media y sobre todo de la crisis de finales del siglo X y comienzos del siglo XI, quizás el cambio decisivo de todo el período. Esta transformación, que será el tema de mi intervención, es actualmente considerada por muchos historiadores como el comienzo del mundo feudal: la “mutación” o “revolución” feudal, precisamente. Hay que tener en cuenta que este uso de la palabra “feudal” es diverso desde el principio: se centra en la privatización, en la localización de un poder ya aristocrático y territorial. Prescindiendo de su aspecto militar, las famosas relaciones feudo-vasalláticas, el símbolo más evocador del dominio no es ya el canon debido por el campesino al propietario, porque el primero está en la tierra del segundo, como en mi primera definición, sino el uso, el tributo, debido al señor por el súbdito, porque el primero ha construido una versión local del poder estatal del bannum. Ambas definiciones pueden considerarse correctas. En verdad, ninguna definición del término “feudal” es incorrecta, aunque muchas son confusas; simplemente son distintas. Teniendo en cuenta las obvias similitudes y conexiones, intentar una unificación de las dos podría deformar tanto la teoría como la reconstrucción empírica del pasado. Me ha parecido necesaria esta breve introducción terminológica, porque, recientemente, algunos historiadores, entre los que el último y más polémico es Guy Bois, han intentado combinarlas. No son iguales; y cada una merece un estudio cuidadoso, aunque conociendo la otra definición. ¿Qué se entiende por mutación o revolución feudal en los siglos X-XI? Entre los historiadores que han tratado el problema recientemente se encuentran, entre otros, Pierre Bonnassie, tanto con su tesis como con su magistral artículo de 1980 sobre la génesis y sobre las modalidades del régimen feudal en Francia meridional y la Península Ibérica; y Jean-Piere Poly y Eric Bournazel con su libro acerca de la Francia de los siglos X-XII. La formulación es sobre todo francesa y deriva de la distinción que Bloch hizo entre la primera y la segunda edad feudal, aun cuando los historiadores

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada actuales tienden a negar el título de “feudal” a la primera edad de Bloch; por otra parte, si se excluyen los intereses ibéricos de Bonnassie, ha sido formulada sobre todo en el contexto de la historia francesa, últimamente por Bois. En la presente ocasión intentaré presentar muy brevemente una versión de su tesis como una especie de tipo ideal (en el sentido weberiano), nacida en la realidad francesa, pero no restringida a ella, y después intentaré leer la historia italiana en clave de tal modelo, para ver no si funciona más o menos (es decir, no quiero decir simplemente: Italia no es Francia), sino cómo funciona, intentando de este modo comprender mejor Italia que el modelo. En Francia, no obstante la disgregación del Imperio Carolingio, durante gran parte del siglo X los territorios reales, como los ducados de Normandia o de Borgoña, los condados de Anjou, de Toulouse o de Mâcon, continuaron siendo administrados de una manera más o menos similar a como lo fueron durante la época de los carolingios, con los tribunales públicos dentro de las circunscripciones tradicionales. Realmente las familias aristocráticas controlaban sus tierras con sus propios soldados, dominaban (a veces ignoraban), pero respetaban las alianzas, las estructuras, las formas del poder público. En torno al año 1000 —unas décadas antes en Borgoña, unas décadas después en Normandía, Languedoc y Cataluña—, sin embargo, este sistema entró en crisis bajo la presión política de guerras internas o externas, o en el contexto del crecimiento económico; los pequeños señores comenzaron a apoderarse del poder político que estaba, en manos de los condes, y a apropiarse del control local del territorio, normalmente en torno a un castillo, pudiendo ejercitar así derechos privados (a veces llamados malos usos), tomados de la administración pública o inventados a imitación de ella —derechos militares, de justicia, sobre los molinos, sobre las iglesias—. Estos derechos se extendieron también sobre los pequeños propietarios, que se convirtieron por vez primera en súbditos de los señores, y con frecuencia (quizás normalmente) quedaron sujetos a su tierra. Comenzó un período de guerras civiles entre los señores locales, que fueron la causa de fuertes presiones a los campesinos, y que dio como resultado la destrucción del poder público tradicional. Cuando los condes intentaron volver a tener el control de la situación —lo que ocurrió en Francia meridional, incluida Cataluña, y en Normandía hacia el 1060, en Anjou quizás antes, hacia el 1030, y sólo en torno al 1100 en la Isla de Francia— debieron utilizar nuevas estructuras políticas, mucho más privadas, como el juramento de fidelidad o de vasallaje, el ritual de la corte condal o real, los movimientos de paz, la centralización del derecho feudal (todavía sólo en vías de cristalización) en torno al conde, o, eventualmente, al rey. Así, la sociedad política se reconstruyó muy lentamente, de abajo hacia arriba, sobre la base de los pequeños señoríos territoriales con poder banal; pero su naturaleza ya había cambiado profundamente: la relación esencial de este nuevo mundo había llegado ser la relación personal entre señor y vasallo. La reinstitucionalización de la sociedad civil, en cualquier caso, no hubiera tardado más de un siglo, aun en el caso de que se hubiese formado sucesivamente la base para la construcción del primer absolutismo. Este nuevo mundo privado es para muchos historiadores el mundo feudal por excelencia, forjado en la crisis política en torno al año 1000. ¿Mutación o revolución? Tal vez dependa de las definiciones; mutación funciona un poco mejor en el contexto italiano. Porque, aunque con sucesivas divergencias, evidentes y significativas, el desarrollo social y político italiano tiene fuertes analogías con el francés. Esta bien subrayar desde el principio que cuando hablo de Italia me refiero al regnum Italiae de los siglos X-XII, es decir esencialmente de la Llanura del Po y de la Toscana. No hablaré del Sur lombardo-bizantino y normando, que tuvo desarrollos completamente

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada autónomos; ni tampoco, salvo referencias ocasionales, del Lazio, pese a que su desarrollo entra dentro del cuadro que pretende dibujar, simplemente por no fragmentar el razonamiento con demasiados ejemplos. Espero que las referencias a la zona de Padua y a la Toscana ofrezcan una perspectiva suficiente para señalar las confrontaciones que me gustaría poner en evidencia. En Italia del Norte la mutación se aprecia ciertamente desde el 950 en adelante. El poder político del rey era ya débil: la crisis de la hegemonía real era historia pasada, como en Francia. Pero en Italia el reino permaneció no obstante como un locus de la organización del poder político, por dos motivos: primero, porque los reyes alemanes, que sustituyeron a los reyes italianos, tuvieron y mantuvieron un poder militar autónomo e invencible, al menos mientras estuvieron físicamente presentes (lo que, sin embargo, no era frecuente); segundo, porque los recursos a disposición del rey siguieron siendo ingentes. Esta continuidad favoreció la supervivencia de los elementos de la estructura tradicional en una medida mayor que en Francia, en particular en la esfera del derecho. El predominio de lo público se estaba debilitando en cada caso. Ya a comienzos del siglo X, Berengario I (rey desde 888 a 924) había autorizado la primera oleada de “incastellamento” * en el Norte; pero, aunque auspiciada por el rey, esta restitución selló un momento crucial del paso del poder militar efectivo bajo el control directo de los grandes propietarios, en la lógica de la “política de la tierra”. Las cesiones de los derechos públicos (especialmente judiciales) a los obispos tendrá un resultado similar. La organización se hacía de nuevo al nivel de las diócesis y de los condados, que se convirtieron así en el focus de la sociedad civil; tanto el rey como la aristocracia nacional (con intereses en muchas diócesis) no quedaron excluidos, excepto algunas familias. En el mundo carolingio la organización pública funcionaba mejor apoyada en los lazos personales; en el siglo X, con la creciente asignación del marco local a la cosa pública, las relaciones privadas comenzaron lentamente a penetrar en las públicas, si bien continuaron existiendo —un poco como los huesos de un dinosaurio que se han fosilizado y se han convertido en piedra, cambiando totalmente su naturaleza, pero manteniendo la forma originaria—. Es sobre este “plano de encuentro entre tejido clientelar y tejido señorial”, siguiendo la formulación clásica de Giovanni Tabacco, sobre el que la nueva realidad, si queremos “feudal”, se construía. En esta reunión me gustaría subrayar cinco elementos esenciales del proceso. El primero es la patrimonialización del poder público. Los condados y marquesados de Italia estaban ya desde hacía tiempo regidos por las familias condales y de marqueses; pero estas familias tenían simplemente el control hereditario de una circunscripción pública predefinida; de este modo si el conde de Bérgamo tenía posesiones en el territorio de Pavía, las tenía como simple propietario, en cuanto ”potente”. Lentamente, en el transcurso del siglo X, el poder de los condes y marqueses comenzó a ser una especie de atributo de la familia, y no viceversa, y a extenderse allí donde la familia tenía propiedades y derechos. Empezaron a surgir de las nuevas circunscripciones informales, organizadas en torno a las iglesias y a los castillos de familia, tomaron el nombre de contee y marchesati, en vez de comitati y marche. * El proceso no fue nunca completo a nivel de las circunscripciones, las cuales mantuvieron con frecuencia una cierta identidad pública gracias, como veremos, a la influencia de la ciudad, al menos en las áreas más urbanizadas (en el Piamonte meridional de la familia Aleramici, por ejemplo, lejos de las grandes ciudades, mucho menos que en la zona en torno a Milán); mientras era ya muy evidente en cuanto a los títulos familiares en el siglo XI, cuando en gran parte del país se usaba el de conde por cada miembro masculino de la familia. (Hay que resaltar que las estructuras de parentesco permanecieron de forma estable como patrilineales).

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada El segundo elemento, estrechamente ligado al primero, fue el incremento de las relaciones privadas entre los hombres de los linajes superiores: algunas eran en horizontal, como el contrato de adiutorium del siglo XI, para la mutua ayuda familiar, pero las de mayor importancia eran ciertamente los lazos de dependencia. No debernos sobrevalorar el significado de términos como “feudo” y “vasallo”; este último, en particular, en Italia era sólo un nuevo nombre que indicaba al dependiente militar que había hecho juramento, el fidelis de muchos siglos antes. Análogamente, el feudo era sólo una nueva versión de las relaciones tradicionales de dependencia, expresadas en las cesiones de tierra. No obstante, la lenta expansión del feudo y del beneficio se concebía probablemente como representativa de una relación más personal que las precedentes. Las concesiones del siglo IX y de comienzos del siglo X eran por lo general livelli, concesiones en arrendamiento, estipuladas a través de un contra lo escrito, que era reconocido como válido en un tribunal público. Muchos de estos contratos se conservan; sin embargo, los beneficios no eran casi nunca escritos: parecen estar fuera del mundo público casi por definición. En el siglo X, los beneficios, o feudos, llegaron a ser más comunes, pero aún precarios, como lo atestiguan las cartas de Gerberto de Aurillac, abad de Bobbio, y los receptores preferían los livelli escritos. Sólo en 1037, con el edictum de beneficiis de Conrado II, los beneficios llegaron a ser: concesiones permanentes, y en adelante serán mucho más comunes como fuentes de la propiedad aristocrática; sin embargo, continuaron sin ser escritos, es decir quedaron en el ámbito privado, durante todo el siglo XI e incluso en el siguiente. Esto es un claro índice de la tendencia hacia lo privado, si bien localmente con connotaciones peculiares —había quizás más feudos en Milán que en Bérgamo— y la relación feudo-vasallática no caracterizaba a la totalidad de la sociedad aristocrática: se comenzó a llamar feudos a muchos livelli normales, que no por ello cambiaron de naturaleza, y la terminología feudal era usada en Italia para muchas cosas dispares. En tercer lugar, el grupo militar. Desde 950 en adelante es cada vez más fácil individualizar un nuevo grupo social, de notables locales y militarizados, que tenían nombres diferentes en las distintas partes del reino: secundi milites, capitanei o cattani, langobardi o lambardi, que, si bien no siempre, eran descendientes de los notables rurales del siglo IX, con tierras alodiales propias; su acceso a la elite militar, en cualquier caso, estaba basada de forma igual en los livelli y en sus feudos, que con frecuencia eran usurpados a instituciones eclesiásticas (los milites quizás habían tenido relaciones patrimoniales también con los condes y las viejas familias, pero no están documentadas). A principios del siglo XI, en efecto, por vez primera en Italia medieval, se puede hablar de una clara estratificación social entre linaje aristocrático y militar y población civil, campesinos y otros súbditos, efectivos o potenciales. En la Italia altomedieval, ”nobleza” era un concepto muy vago, y el estatus social dependía sobre todo de la riqueza territorial de los títulos oficiales y de las relaciones con el rey. Desde el año 1000 en adelante, ser noble significa siempre estar más ligado a los privilegios militares, a las relaciones militares con otros nobles, y al estilo de vida militar, centrado en los castillos; hacia mediados del siglo XI, era casi esencial que cada aristócrata, verdadero o aspirante, controlase un castillo. En un mundo en el cual las obligaciones militares no eran ya, como en la época de Carlomagno, un atributo (teóricamente) normal de cada hombre libre, no sorprende que se convirtiese en un signo sistemático de privilegio; pero es fundamental observar que estos privilegios no venían de arriba, sino que eran reivindicados por los secundi milites, como una indicación de pertenencia social formada por ellos mismos, con frecuencia contra la voluntad de los superiores: fueron los milites, por ejemplo, quienes convencieron a Conrado II de reconocer los beneficios, ciertamente contra los intereses de sus superiores. Este tipo de afirmación local contribuía al debilitamiento del poder público.

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada Un cuarto elemento es la aparición de los derechos señoriales como parte integrante del poder local del livelli militar sobre los campesinos. Esto no fue una derivación directa de la fundación de los castillos. Los derechos señoriales en Italia eran una mezcla de elementos de origen diverso, y no cristalizaron de manera inmediata. Algunos derechos, de justicia o sobre tributos comerciales, eran a su vez concedidos por el poder público a los privados ya al inicio del siglo X; otros, como el de hospedaje, eran situaciones normales de los poderes condales muchos se desarrollaron directamente sobre la base de los poderes tradicionales de los propietarios. No se combinaron junto a la estructura legal del señorío territorial, el dominatus loci del siglo XII, antes del año 1000; y los señoríos territoriales por lo general no fueron comunes en el N de Italia antes del último cuarto del siglo XI. Este desarrollo está poco documentado pero fue, en cualquier caso, capital para la territorialización y la privatización del poder. No sorprende, pues, la atención dedicada tanto en Italia como en Francia al libro de Duby sobre Mâconnais. El quinto elemento es la ciudad. Ciertamente no es una novedad en el año 1000; pero es un elemento esencial de la singularidad de la realidad italiana, y muchos de los procesos hasta ahora discutidos también tuvieron lugar en la ciudad. La devolución del poder político a los señores locales tenía su equivalente urbano en la concesión del rey de tribunales ciudadanos y de la defensa militar de las murallas a los obispos, política que comenzó hacia el 900 y se llevó a cabo por cada hasta mediados del siglo XI. Si bien los obispos tenían su poder feudal, un aspecto importante de la cristalización del grupo militar fue la concesión episcopal de las parroquias y del diezmo a quienes les pertenecían, por feudo (como en Milán) o por livello (como en Lucca). El desarrollo económico inherente a los cambios políticos-sociales de los siglos X al XII tenía también en ese caso el principal destino en la ciudad; las ciudades se convirtieron en centros mercantiles de una cierta consistencia, como es bien conocido, en torno a los cuales se organizaban los mercados de productos rurales (ellos mismos una fuente creciente de renta para los señores). Las ciudades permanecieron como los centros principales de la política, y, en consecuencia, la aristocracia nueva y la vieja continuaba habitando en la ciudad; la vida urbana estaba, en efecto, “feudalizada”, en el sentido que estaba estructurada por todas estas nuevas relaciones privadas. Es verdad que este desarrollo ha sugerido a algunos historiadores, habitualmente no italianos, como Philip Jones y Hagen Keller, que la historia italiana no difiere mucho, en su estructura esencial, de la francesa y alemana en su examen sobre las ciudades lombardas, Keller observa como también la comunas ciudadanas fueron el resultado de un proceso dominado por los linajes militares y que, en cierto modo, eran parte del nuevo desarrollo feudal. En este sentido, Italia se presentaba de modo similar al resto de Europa occidental. Estas consideraciones están basadas en el desarrollo de Italia septentrional, tomada en su conjunto, y prescindiendo de las obvias diversidades locales, que distinguen Milán de Bérgamo, Verona de Monferrato, e incluso una treintena de otras localidades. Antes de llegar a comparaciones con Francia, creo que es necesario hacerlo con otra realidad italiana, como la Toscana, sencillamente para enriquecer la discusión. La Toscana era la región del reino italiano menos convulsionada por las guerras civiles que debilitaron a los reyes de principios del siglo X; sus marqueses la mantuvieron un poco separada del resto del reino, y la marca de Tuscia permaneció así relativamente estable a nivel político hasta finales del siglo XI, con pocos momentos de crisis. El resultado fue que se mantuvo la estructura pública heredada de los carolingios, quizás más tiempo que en ninguna otra región de Europa continental —hasta la

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada querella de las investiduras, en la que la última de los potentes marqueses, la condesa Matilde de Canossa, estuvo notoriamente implicada—. Por tanto, todos los desarrollos apenas descritos llegaron con retraso y más limitadamente. Los castillos privados aparecieron sólo en el siglo XI y no fueron nunca comunales hasta mitad del siglo, cien años después que en el Norte. Los territorios señoriales no están documentados hasta 1070 y con frecuencia no parecen estar plenamente establecidos, con límites bien determinados; hasta mediados del siglo XII; incluso especialmente en las áreas más urbanizadas, en la Toscana septentrional, eran con frecuencia bastantes débiles y disgregados. Los feudos eran menos comunes que en Lombardía y no sustituían por entero a los livelli (también en este sentido el grado de feudalización era mucho más elevado en algunas zonas como, Arezzo, que en otras como Pisa). El linaje militar era aquí mucho menos rígido, y queda abierto a nuevas familias en ascenso a lo largo de todo el siglo XII; había áreas, como la stentes en torno a Lucca, en las que parece que no cristalizó puramente. La misma Canossa, que ya desde fines del siglo X tenia en la zona de Padua un “marquesado” propio, basado en sus tierras y en sus castillos, con relativo título marquesal, ¿? aún durante 120 años la Toscana como una verdadera ¿? propia marca de carácter carolingio, y la controlaron bien: por ejemplo reestructurando el grupo de los jueces a mediados del siglo XI, con una meditada introducción en las ciudades toscanas de juriconsultos educados en las escuelas de Derecho del ¿? para mantener mejor su hegemonía sobre la administración de justicia. ¿Por qué esta breve comparación? Uno de los motivos por la que es útil es que contradice la eficacia de una de las causas de la “mutación feudal” que con frecuencia se indican, o sea el crecimiento económico. Nadie puede negar que Toscana volvió a entrar plenamente en los cambios agrarios, demográficos, de asentamientos y comerciales de Europa occidental en los siglos X-XII: basta pensar en un caso extremo, Pisa. Pero tales cambios económicos no supusieron una crisis política. Las familias aristocráticas del siglo XI estaban construyendo sus primeros castillos y ocupadas en disfrutar efizcamente de las nuevas posibilidades económicas: no lo hicieron, sin embargo, extendiendo los derechos señoriales, sino por medio de la imposición de cánones en productos agrícolas para venderlos en los mercados urbanos. O sea: en Toscana transformaron las relaciones de la tierra ya existentes para aprovecharse del crecimiento económico; no tuvieron que crear nuevas relaciones; no todavía. El mundo de lo público no se debilitó por esta novedad; al contrario, permaneció potente en Pisa más tiempo que en cualquier otra parte de la región. En efecto, las tensiones crecieron; las clientelas aristocráticas y las ambiciones eran evidentes en torno a 1050; cuando la crisis estalló, hacia el 1080, los cambios que tuvieron lugar en el último siglo en el Norte de Italia se desarrollaron en Toscana en poco más de una generación. En torno al 1120, la marca de hecho no existía ya, y el nuevo mundo de las comunas ciudadanas se asemejaba bastante al de la zona de Padua. Pero la larga paz tuvo algunos efectos duraderos: durante toda la Edad Media, Toscana permaneció menos feudal y señorial que el resto de Italia y de Europa. Por tanto, la crisis de la marca era política: era posible que un poder político administrase los desarrollos hasta ahora descritos sin debilitarse; y tal vez, al menos en la Toscana de las ciudades, sin las guerras hubiera podido continuar haciéndolo, como ocurrió después de todo en Inglaterra, en el extremo opuesto del mundo post-carolingio. Las similitudes con la experiencia francesa son obvias. Existieron los mismos procesos de privatización y descentralización; y por los mismos motivos. Hubo, no obstante, diferencias; ahora quisiera subrayar tres, que me parecen de particular importancia.

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada La primera es el momento cronológico de la crisis del sistema público. En la mayor parte del reino italiano no existió un momento preciso de crisis: Toscana entre 1080 y 1120, precisamente por la velocidad de su desarrollo, es la única excepción significativa. En el resto del reino, los procesos que he dibujado sucedieron lentamente, en el transcurso de un siglo y medio, sin las violentas soluciones de continuidad que se hallaron a veces en Francia. Esto no significa que no existieran desórdenes u opresiones; como en Francia, el grupo militar se expandía en perjuicio de la Iglesia y de los humildes. Es la Iglesia la que ha dejado los testimonios más claros de todo esto, con los textos que Vito Fumagalli ha llamado “polípticos de mallefatte”, * largos y lacrimosos elencos de abusos perpetrados a las entidades eclesiásticas por parte de varios señores. Estos textos, particularmente numerosos por lo que se refiere al siglo XI, muestran cómo los pequeños señores robaron tierras, campesinos, cánones y derechos a las iglesias —un ejemplo clásico es el breve de los canónigos de Reggio Emilia contra los señores de Rivalta, del año 1040 aproximadamente—. Los pequeños propietarios no dejaron documentos similares, pero seguramente tenían iguales quejas. Sin embargo, los procesos fueron relativamente lentos; la crisis de lo público no aparece patente y definitiva. Pero es que no era definitiva. En el fondo, el contexto principal para esta fallida crisis es la ciudad. Existieron desórdenes incluso en la ciudad; en el siglo XI algunas se rebelaron contra sus obispos, o alguna que otra vez contra los reyes alemanes —como Pavía, Milán, Cremona—. Pero la concentración del poder en las ciudades hacía menos necesaria la expansión del poder señorial en los campos. No hay duda: se expandía también en los campos. Pero el control señorial no era esencial como en Francia para establecer un status y un poder efectivo a nivel local: porque tanto el status como el poder se obtenían con el concurso entre iguales, entre una casa torre y otra, en la ciudad. Una consecuencia de esto, y mi segunda diferencia, es que sobrevivieron de forma relativa el grupo de pequeños propietarios libres (los arimanni, como eran llamados en el Norte de Italia). Los derechos señoriales cristalizaban a veces a costa de este grupo, que tenía que pagar los malos usos y los otros tributos, a mediados del siglo XI en el Norte, desde 1100 en Toscana. Pero por lo general la expansión de la aristocracia militar se desarrolló en el ámbito de los derechos señoriales, no a través de la rapiña de la tierra a los campesinos: los primeros proporcionaban un método más rápido para obtener el control local antes que la ocupación de muchas pequeñas parcelas de tierra. (Hay que señalar que la propiedad de la tierra estaba extremadamente fraccionada; cada campesino tenía varias decenas de parcelas y un notable local podía tener centenares o millares, con frecuencia repartidas en una decena de pueblos). Los pequeños propietarios perdían terreno, pero en la mayor parte de los asentamientos parece que sobrevivieron. En la urbanizada Toscana había poquísimos pueblos a partir de 1100 en los que no existiese un grupo integrado y consistente de tales propietarios locales, y sucedía lo mismo en el Norte de Italia, como se ve en el análisis de Keller para Milán, o de Bortolami para la zona de Padua. Esta supervivencia no parece tener muchos paralelos en Francia. Es crucial para el futuro de los campos italianos, porque este grupo de pequeños notables locales está en la base del siguiente gran cambio: la cristalización de las comunas rurales bajo la influencia de las comunas urbanas en el siglo XII. Es crucial también por otros motivos. La mutación feudal, en Francia tuvo como aspecto fundamental propio el establecimiento de un control total sobre los campesinos, al menos en el tipo ideal (en la realidad habría seguramente matices). En Italia este control fue siempre muy parcial. En los asentamientos en los que existían elites locales, el señorío territorial

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada era a menudo bastante extraño en la vida real de los campesinos. Era, en cambio, esta elite la que controló la vida local, y consiguió, después de aproximadamente un siglo, al arrancar franquicias al poder señorial, el nacimiento de la comuna rural. La señorialización de la sociedad no redujo el grado de independencia local, muy importante para el campesino. En realidad, en las áreas de Toscana estudiadas por mí, la variable relevante para el cálculo de la intensidad y la capilaridad del control señorial fue la extensión de la propiedad territorial, no de los derechos, y la propiedad señorial no fue necesariamente extensa: había poquísimos pueblos en los que un solo propietario poseía tan sólo la mitad de la tierra. Quizás esta falta de control se explique por el mayor interés de los señores hacia la sociedad urbana. Porque la tercera diferencia consiste precisamente en la naturaleza de la ciudad. En este sentido, no obstante las otras analogías, Italia era diferente del Norte de Europa. Vivir en la ciudad quería decir continuar habitando en un mundo más público, simplemente porque un gran centro urbano, con sus complejidades sociales y económicas, era mucho más difícil de controlar, si no era por medio de las instituciones. La cesión del control de una ciudad a un obispo por parte del rey era muy similar a la cesión a un señor del control sobre un pueblo, como hemos visto, pero no se podía organizar establemente una ciudad simplemente a través de las relaciones privadas y militares; un obispo que intentó hacerlo, como Ariberto II en Milán en torno al 1040 fue expulsado por los ciudadanos. La sociedad urbana permanecía en substancia como una sociedad relativamente pública, con una administración local de los tribunales y una cierta especialización judicial, al menos en los grandes centros verdaderamente urbanos (no hay que olvidar que cada ciudad no era un centro urbano en el sentido económico). En general, en la ciudad, las obligaciones militares continuaban pesando sobre el pueblo; al contrario, también los relativamente pobres participaban con entusiasmo en las nuevas guerras de finales del siglo XI, las que se existían entre una ciudad y otra. Para controlar un mundo, animado por tantas actividades heterogéneas, eran precisos medios decididamente más complejos que las simples relaciones feudo-vasalláticos. Incluso cuando tales relaciones existían, como en las complicadas clientelas aristocráticas que se hicieron visibles en la ciudad en torno al 1100, se transformaron en algo distinto, con los juramentos que estuvieron en la base de la primera comuna urbana. La realidad urbana transformaba cada desarrollo en algo nuevo: la Paz de Dios francesa y catalana, con sus mutuos juramentos, tenía una homología estructural en la Pataria milanesa, como también en la comunidad jurada, pero en su realidad éstos eran decididamente diferentes de la Paz de Dios. He dicho al inicio de este artículo que hablar de “mutación feudal” presupone una definición del término “feudal” que es claramente distinta de aquella está basada simplemente en la relación entre campesinos y señores. A la luz de cuanto he dicho sobre el desarrollo de la mutación en Italia, podemos ahora profundizar en la cuestión. Una tentación que se presenta a varios estudiosos es representar la mutación como un brusco cambio social, político y económico, una verdadera transformación en la historia europea, una revolución, precisamente. Para Italia no es así. Las verdaderas relaciones socioeconómicas en el campo quedaron dependientes de la propiedad, cuya substancia no había cambiado. Por el contrario, cuando se asiste a una real transformación económica, como la creciente importancia del comercio, ésta no parece estar siempre en relación con las transformaciones sociales; y cuando existe una verdadera diferenciación económica entre ciudad y campo, ésta transforma las nuevas relaciones privadas en la ciudad en algo completamente distinto de las del campo. La mutación lograba pintar los cambios

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada económicos de la Italia del siglo XI con nuevos colores, pero no conseguía fundirse estructuralmente con ellos. Diré que la mutación feudal ha sido un cambio esencialmente político y cultural en sentido extenso; al menos, pero quizás no solamente, en Italia. La política seguramente se transformó. Las reglas formales del viejo mundo público se convirtieron en rifas fugaces e informales, dependientes ya de la nueva armazón de las relaciones privadas; al contrario estas mismas relaciones privadas, originariamente del todo informales, se formalizaron a través de las reglas del vínculo feudo-vasallático. A nivel local, la cristalización del linaje, del territorio señorial, de la parroquia, a veces del castillo, finalmente de las comunidades rurales, eran formalizaciones de unas relaciones anteriormente mucho más inciertas y oficiosas, fueron posibles y necesarias por la debilidad del poder político en el campo. Pero esta dialéctica entre formal e informal, entre público y privado, en cuanto que es importante, es una transformación de la cultura de la política y no una transformación de todas las relaciones económicas a todos los niveles. Después de concentrarnos durante una década o más en los cambios de este período, ha llegado tal vez el momento de reconozcamos las continuidades, que no son pocas. Para concluir, miremos un poco al siglo XII, porque aquí está, en mi opinión, la verdadera paradoja de la historia italiana en los años de la crisis feudal. En el siglo XII, como todos sabemos, se dio un nuevo desarrollo, la comuna. Está basada en una relación horizontal más que vertical, el juramento colectivo como fundamento de una sociedad no enteramente jerárquica. Naturalmente no hay que exagerar; las relaciones horizontales y las comunidades han existido siempre en Europa. AI contrario, la vieja imagen de la comuna como un organismo democrático es un mito; en realidad, la comunidad se gestionaba a través de las diferenciaciones de status y clientelas, que podían seguramente llamarse feudales en todo el sentido de la palabra. De todos modos, la comuna era una entidad colectiva, y esto era una verdadera novedad para la sociedad europea —no sorprende que se usaran títulos de la República romana, como “cónsules” o “senadores”, para embellecer las nuevas relaciones urbanas—. Todo ello tiene lugar en el contexto de un desarrollo económico de la ciudad cada vez mayor, tanto en el comercio como en el artesanado y en la demografía, aun cuando es un foco difícil insertar los dos cambios en un esquema simple de causa-efecto. El siglo XII ve también, sin embargo, otro desarrollo: la verdadera crisis de lo público. Es precisamente en el período de la llegada de las comunas urbanas cuando se observa el derrumbe final de las estructuras carolingias en la península y de sus presupuestos para la organización política. En parte se trata simplemente de la evolución, que apenas he señalado, finalmente llevados a su culminación, con los territorios señoriales, los marquesados rurales y las relaciones feudales, por doquiera en el campo. En Italia el siglo de las guerras locales es el XII, no el XI; y sólo después del año 1100, por ejemplo, los contratos agrícolas comenzaron a incluir cláusulas que establecían su cumplimiento en el caso de que la cosecha fuese enteramente destruida a causa de la guerra. ¿Esto quiere decir solamente que la crisis feudal tuvo lugar un siglo más tarde que en Francia? No, porque la situación era totalmente distinta. La crisis, esta vez, era urbana. Más bien, también las guerras eran urbanas, aunque se desarrollaron en el campo; la disolución de lo público era sobre todo un hecho interno de la ciudad. La crisis italiana del siglo XII fue en su esencia una crisis de legitimidad. Los líderes de las comunas no tenían certeza de su papel, que debían inventarse, día tras día. Se experimentó con

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada las constituciones, con el número de los cónsules, con la duración del oficio, con el reparto de las obligaciones administrativas. En cierto sentido, el consulado fue ilegítimo durante todo el siglo XII, al menos hasta la Paz de Constanza entre las comunas urbanas y Federico Barbarroja, en 1183. Esta ilegalidad era sólo técnica —después de todo, Barbarroja no consiguió dominar las ciudades lombardas—, pero era consentida por el grupo consular. En Lucca, por ejemplo, la familia más importante del siglo XII, los Avvocati, lugarestenientes de los obispos desde tiempos precomunales y numerosas veces cónsules mayores desde el inicio de las comunas en adelante, obtuvieron del emperador el título de conde del sacro palacio, que implicaba el derecho imperial de nombrar jueces urbanos. Esta familia sentía de manera muy distinta la necesidad de una legimitación que permaneció durante mucho tiempo pública y asimismo aún imperial, y no sólo urbana. En otras muchas ciudades sucedía lo mismo. Aunque las listas oficiales de los cónsules parecen haber comenzado en la mayor parte de las ciudades sólo hacia 1170; únicamente en torno a mediados del siglo, los cónsules pisanos y genoveses, los primeros en el reino italiano, comenzaron a legislar. También el recurso a los tribunales ciudadanos fue facultativo durante gran parte del siglo, siendo sólo una de las alternativas posibles para llegar a la justicia o para resolver las disputas; y la genealogía de los rituales del tribunal urbano y de las decisiones de los jueces consulares, que se registran en los documentos del período, se remontan no al tribunal público carolingio y potscarolingio, sino del arbitraje informal y voluntario del siglo XI y de principios del siglo XII. Las ciudades eran y permanecieron fuertes, organizadas, complicadas, así como el mundo de lo público; pero las instituciones que se disolvieron hacia 1100 no fueron totalmente reconstruidas hasta 1200, y la reconstrucción se hizo sobre nuevas bases. Mientras tanto, las ciudades eran redes de una serie de prácticas informales e inciertas, que debían recomponerse antes de reafirmarse como instituciones; y este proceso no fue rápido. La paradoja está en tal caso en que este mundo público de la ciudad, una vez obtenida la autonomía que llevaría a la historia italiana a la civilización, Dante, el Renacimiento, el momento más importante de esta historia desde finales del Imperio Romano, estaba regulado por un conjunto de procedimientos más informales y menos ciertos que en cualquier otro período medieval o moderno. Cuando el Estado se reconstruyó, hacia el 1200, tuvo que hacerlo sobre las bases de estos procedimientos poco institucionalizados: precisamente como hicieron Enrique II en Inglaterra o Felipe Augusto en Francia, los grandes creadores del poder estatal, sobre la base de las relaciones privadas de la “mutación feudal”. La incertidumbre política de la Italia de inicios del siglo XII tenía sus paralelos en la Francia feudal del mismo periodo, y por esto ese siglo fue probablemente, como he dicho, el más “feudal” de la historia italiana. Pese a eso, Italia siguió siendo distinta. La realidad de la vida urbana dio lugar a un mundo simultáneamente más público y más incierto que el mundo feudo-vasallático. Yo diría que fue precisamente la necesidad de controlar el mundo público lo que condujo al nuevo grupo consular a esa crisis de legitimidad que he esbozado. Pero al Final, resuelta la crisis, la organización urbana llegó a ser mucho más compleja y reglamentada que la de los reinos del Norte de Europa. Hagen Keller consideró la vida civil como la consecuencia directa del nuevo mundo feudal, y no se equivocaba; pero desde esta óptica, la problemática de la “mutación” se disuelve; la vida de las ciudades se construía sobre otras bases.

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BIBLIOGRAFÍA En un artículo general como éste, que además procede de una mesa redonda informal, se puede prescindir de un aparato complejo de notas. Las siguientes obras se hallan en la base de mis afirmaciones. Las referentes a Italia podrían constituir una bibliografía inicial para ulteriores investigaciones acerca de la historia política del Centro-Norte de la península entre 900 y 1100.

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Notas * Este texto, redactado primitivamente en italiano con la ayuda de Daniella Muzzi, ha sido traducido por Antonio Malpica.

* Preferimos mantener el término italiano, que ha tornado cuerpo en la literatura científica, que traducirlo por “encastillamiento” (N. del T.).

Texto. Los Orígenes del Feudalismo en el Mundo Mediterráneo Autores. Malpica-Quesada * Hemos preferido mantener los términos en italiano, porque la traducción española no ofrece la riqueza de matices que realmente tienen. (N. del T.)

* El término malefatte significa literalmente fechorías, pero hemos creído mejor dejarlo en su versión italiana. (N. del T.)