Cherie Currie - Neon Angel.pdf

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Corregido por Andy Parth

la tierna edad de quince años, la vocalista Cherie Currie se unió a un grupo de chicas talentosas (Joan Jett y Lita Ford en guitarra, Jackie Fox en el bajo y Sandy West en la batería), quienes podían rockear como nadie. Arribando a la escena musical de Los Angeles en 1975, The Runaways se catapultó de tocar en pequeños clubs a llenar estadios, abriendo conciertos como los de The Ramones, Van Halen, Cheap Trick y Blondie, mientras cabalgaban ola tras ola de canciones exitosas y álbumes de platino, e iban de gira por el mundo. Una impactante, divertida y sincera recreación de una era del rock and roll que narra las crónicas de The Runaways, su crecimiento, su fama y su caída. Neon Angel también muestra la intensa cuenta personal de Currie con las drogas, el abuso sexual y la violencia en la decadente y aprisionadora escena musical, un mundo que no controla los excesos, donde ella y sus no-supervisadas compañeras crecieron tan rápido y tomaron experiencia en cosas que las adolescentes no deberían tomar.

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Cherry Bomb (Bomba de Cereza)

Capítulo 19

Prólogo

Capítulo 20

Capítulo 1

Capítulo 21

Capítulo 2

Capítulo 22

Capítulo 3

Capítulo 23

Capítulo 4

Capítulo 24

Capítulo 5

Capítulo 25

Capítulo 6

Capítulo 26

Capítulo 7

Capitulo 27

Capítulo 8

Capítulo 28

Capítulo 9

Capítulo 29

Capítulo 10

Capítulo 30

Capítulo 11

Capítulo 31

Capítulo 12

Capítulo 32

Capítulo 13

Capítulo 33

Capítulo 14

Capítulo 34

Capítulo 15

Capítulo 35

Capítulo 16

Epílogo

Capítulo 17

Sobre el Autor

Capítulo 18

Agradecimientos

Corregido por Andy Parth

Can‟t stay at home, can‟t stay at school (No puedo estar en casa, no puedo estar en la escuela) Old folks say, “You poor little fool” (Los viejos dicen: “pobre niña loca”.) Down the street I‟m the girl next door (En la calle soy la vecina de al lado) I‟m the fox you‟ve been waiting for. (Soy la zorra que has estado esperando).

Hello Daddy, hello Mom

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(Hola, papi, hola, mamá) I‟m Your ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb (Soy tu ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb) Hello World, I‟m you wild girl (Hola mundo, soy tu chica salvaje) I‟m Your ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb. (Soy tu ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb).

Stone age love and strange sounds too (Amor de la edad de piedra y extraños sonidos también) Come on, baby, let me get to you (Vamos bebé, déjame atraparte) Bad nights causin‟ teenage blues (Noches malas causan depresiones adolescentes) Get down, ladies, you‟ve got nothing to lose. (Bajemos, chicas, no hay nada que perder).

Hello Daddy, hello Mom (Hola, papi, hola, mamá) I‟m Your ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb (Soy tu ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb) Hello World, i‟m you wild girl (Hola mundo, soy tu chica salvaje) I‟m Your ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb.

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(Soy tu ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb).

Hey street boy, want your style (Hey, chico de la calle, quiero tu estilo) Your dead-end dreams don‟t make you smile (Tus sueños muertos no te hacen sonreír) I‟ll give ya something to live for (Voy a darte una razón para vivir)

Have ya, grab ya till you‟re sore. (Voy a tomarte hasta que sientas dolor.)

Hello Daddy, hello Mom (Hola, papi, hola, mamá) I‟m Your ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb (Soy tu ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb) Hello World, i‟m you wild girl (Hola mundo, soy tu chica salvaje) I‟m Your ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb. (Soy tu ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb).

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Traducido por Anne Belikov Corregido por Andy Parth

onocí a Cherie una noche en el Valle de San Fernando, en un club llamado The Sugar Shack, el cual se había convertido en el lugar al que ir, desde que Rodney‟s había sido cerrado recientemente. Kim Fowley y yo estábamos ahí específicamente para encontrar a una vocalista para The Runaways. Recuerdo ver a Cherie y a su hermana gemela, Marie. Ellas estaban paradas juntas, eran bastante llamativas, y eso fue lo que definitivamente destacó. Cherie tenía su cabello cortado en algún tipo de corte Bowie adulto, y me consiguió con eso. Cuando Kim y yo hablamos con ella sobre traerla a la banda como vocalista, ella dijo que sí, pero el resto no puedo narrarlo aquí, puesto que está todo en el libro. La cosa es ¡que ella aceptó el trabajo! Para mí, Cherie era una gran vocalista, perfecta para nuestra banda. ―La bomba rubia‖; ella tenía el mando total del escenario. Un poco ruda, demasiado antipática.

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Siempre estuvimos bien ensayando con poco espacio, así que los conciertos apretados no eran problema. Mientras observaba desde mi posición a su derecha, Cherie se veía siempre muy convincente. También éramos amigas muy cercanas. Además de nuestra propia música en la banda, ambas amábamos a Bowie y mucha de la misma música. (También podíamos desconectarnos mucho en nuestra música favorita.) Cuando las Runaways fueron a Japón con un disco de éxitos, todo fue tan emocionante, tan grande, tan histérico (y tan diferente de América) que parecía todo lo que habíamos soñado. Perdimos a uno de nuestros miembros en Japón, y Cherie pronto la siguió después de que volvimos a casa. Ella tenía muchos fans, y estaba en demasiadas portadas de revistas, así que imaginó que podía hacerlo mejor por su propia cuenta, o al menos eso es lo que pensé que hacía. Cuando Cherie renunció a las Runaways, ¡estaba tan enfadada! ¡Había abandonado el sueño! Estuve tan herida y molesta durante tantos años

después de eso. Por supuesto, nunca dejé de amar a las Runaways, y Cherie tampoco. Ella se fue en 1977, y después de eso Cherie y yo no nos vimos durante cerca de dos décadas. Crecí mucho desde entonces, y ahora me doy cuenta de que las cosas suceden de la forma en que se supone que sucedan. Ya no estoy enfadada con Cherie. Y durante los últimos quince años, más o menos, desde que hemos estado trabajando en el negocio y el legado de las Runaways, hemos reavivado nuestra amistad. Debo decir, que realmente sólo conozco una pequeña parte de Cherie. Neon Angel es una crónica de un viaje memorable, la historia de una mujer memorable que tiene la extraña habilidad de reinventarse a sí misma, desde cantante hasta actriz, consejera de drogas, entrenadora física, madre, autora, pintora y escultora con sierras. De todas formas, cuando Cherrie y yo nos reunimos recientemente para grabar nuestras canciones para la película de The Runaways, era como si nunca nos hubiéramos separado. Habían pasado treinta y dos años, pero el tiempo se detuvo ahí, y nunca nos perdimos ni un latido. Si bien se destaca en todo momento, ella también exhibe un tono irónico cuando se encuentra en situaciones dramáticas. Así que para concluir, Cherie Currie (madre, única y devota ex esposa, músico, artista visual versátil) es realmente talentosa. (¡Todavía no puedo creer que esculpa con sierras, y sea tan buena en ello!) Pero lo que realmente me asombra es lo fina, honesta e introspectiva autora que es, con un increíble relato sobre una vida increíble, y la fascinante odisea personal que vivió. Joan Jett.

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Enero, 2010.

Traducido por Viktoriak y Beatriix Extrange Corregido por Mari NC i hermana gemela, Marie, y yo nos veíamos extrañamente sencillas esa noche. De hecho, parecíamos un par de chicas de quince años cualesquiera de Valley. Un par de vaqueros y nuestras blusas más aburridas y sencillas. Sin maquillaje, nada de nada, pero la imagen de ―la sencilla Jane‖ era deliberada. Aquella noche, era una noche especial, por lo que los atuendos habían sido cuidadosamente elegidos. Cuando nos escabullíamos fuera de nuestro dormitorio, con una bolsa de lona colgada casualmente sobre mi hombro, nuestra madre presintió de inmediato la movida y nos gritó desde la cocina. —¿Chicas? ¿Son ustedes? —Sí, mamá —gritó Marie de vuelta, mientras nos dirigíamos hacia la puerta principal sin pausa—. Somos nosotras, vamos de salida.

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—¿Adónde van? —gritó de nuevo, su voz traicionando la sombra de sospecha. —¡A trabajar como niñeras! —dijimos a coro, antes de que yo agregara—: ¡Ya te habíamos dicho! —Lo de las niñeras era lo que le decíamos a mamá las veces que hacíamos algo que sabíamos que no aprobaría. Lo de las niñeras era nuestro código para salir a los pubs dónde nos vestíamos escandalosamente y bailábamos toda la noche. Lo de las niñeras era el código para fumar marihuana y beber cerveza en el Mickey‘s Big Mouth con los chicos del vecindario. En esta noche en particular era nuestro código para asistir a un concierto de Rock. La mentira se deslizaba fácilmente por mi lengua mientras abríamos la puerta y el turbio aire de San Fernando Valley golpeaba nuestros rostros, dulce, con esencia de enebro y la promesa de libertad. Tenía quince años, y sentía que últimamente la mentira se había convertido en casi mi segunda naturaleza. Esa sensación enfermiza que solía albergar cada vez que decía una

media verdad, o una mentira por completo, era ahora tan tenue, que bien podría ser casi imperceptible. De todas formas, esta noche tenía cosas más importantes en mente, que las mentiras blancas que le decía a mi mamá para mantenerla dichosamente en la ignorancia. Era una noche especial: La había tenido marcada en el calendario por meses. Esta noche era mi primer concierto de David Bowie, y nada en el mundo podría impedir que asistiera. La puerta se cerró tras nosotras, y nos abrimos paso en la noche. Comenzamos a caminar casualmente en la misma cuadra, en caso de que mamá se asomara por la ventana de la cocina. Después de todo, no queríamos hacerla sospechar. Caminé con el despreocupado paso de alguien que no tenía nada que ocultar. Marie miraba sobre su hombro, arrastrándose por la acera como un fugitivo a la carrera. —Cálmate ¿quieres? —le siseé—. ¡Te ves demasiado nerviosa! Mamá estará bien. Está demasiado ocupada con Wolfgang como para siquiera ser capaz sospechar cualquier cosa. Simplemente vamos a cuidar niños ¿Recuerdas? Wolfgang era el nuevo novio de mi madre. Wolfgang era alemán, y extremadamente rico. Era guapo, suponía yo —para ser un hombre viejo— y siempre se vestía con trajes caros hechos a la medida. Trabajaba para el banco mundial y viajaba mucho. Todo lo que sabía de su trabajo era que con él hacía un montón de dinero, y que vivía en Indonesia. Cuando vivía aquí en California, mi mamá se veía feliz. Cuando se iba, ella estaría callada y triste. Tenía la impresión de que a Wolfgang yo le disgustaba, pero estaba bien para mí. A mí me disgustaba él debido a que no era mi padre, y nunca lo sería.

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—No es mamá lo que me preocupa —confesó Marie, todavía mirando por encima del hombro la vacía calle suburbana tras nosotras—. Es Derek. Puse los ojos en blanco. —¡Oh, POR FAVOR! ¡Deja ya de hablar de Derek! —suspiré. Derek era el ex-novio de Marie. Y un bicho raro de clase A. Marie se había estado viendo con él en los meses que papá se había ido definitivamente, y finalmente le había dado una patada por el culo hace unas semanas. Mamá nunca supo nada acerca de Derek mientras Marie salía con él, lo cual era de hecho una buena cosa, porque si no estaría segura que lo hubiese hecho arrestar o prohibirle a Marie que volviera a salir de la casa, si hubiera descubierto que su hija de quince años salía con un viejo sórdido que ya rondaba los veinte. No tenía idea de qué demonios había visto Marie en Derek: No era apuesto, no era encantador; de hecho, todo lo que tenía a su favor era que tenía un auto. Marie era demasiado buena para él. Era

realmente una chica hermosa, y solía sentirme irremediablemente inferior a ella, a pesar de que éramos gemelas, y la mayoría de gente afirmaba que no podían distinguirnos… Era por eso que todo esto acerca de Derek me dejaba perpleja. La sola idea era asquerosa, y se lo recordaba a Marie cada vez que tenía la oportunidad. Cuando Marie finalmente se deshizo de él, estuve realmente contenta por ello. El problema era que desde que lo dejó, Derek parecía ser lo único de lo que hablaba Marie. —¡No arruines mi noche! —le rogué cuando vimos el auto reducir la velocidad una cuadra más abajo—. No quiero escucharte hablar de Derek ¿De acuerdo? Esta noche nos divertiremos. —Está bien —dijo Marie, sonando insegura—. Es que él simplemente me pone nerviosa. ¡Está LOCO, Cherie! No estoy bromeando, a veces realmente me asusta… Creo que me ha estado siguiendo. —No me sorprende, Marie. ¡Es un fenómeno! ¿Por qué demonios incluso salías con él? Será mejor que no me arruines la noche hablando de Derek —escupí la palabra como si fuera tan desagradable como para soportar tenerla en mi boca—. Es un pendejo sin chiste. ¡Apesta! No malgastes tu aliento hablando de ese perdedor. Al oír esto Marie finalmente sonrió. Al detenernos junto al auto, por último, concedió. —Sí, tienes razón. Él apesta. —Entonces sonrió y toda la preocupación se desvaneció de su bonito rostro.

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Abrí la puerta. Mi mejor amigo, Paul, estaba frente al volante. Sonaba a todo volumen la octava pista de la que sería la banda sonora de esa noche: Diamond Dogs de David Bowie. —¡Hey, chicas! —Se rió él—. Entren rápido… Paul era nuestro conductor designado para la noche. Tenía diecisiete y era hijo único. Sus padres le daban todo lo que quería, incluyendo un Camaro deportivo amarillo con una raya negra en el lateral. Fue Paul quién nos había introducido en Bowie, el glam rock, y todo lo que se había convertido en el centro de mi universo. Paul era un tipo extraño e introvertido que estaba completamente obsesionado con David Bowie. Hablaba entre dientes, y tenía esta extraña fobia de nunca comer nada que hubiese tocado con los dedos. Cuando estábamos en el McDonald‘s comería cada parte de sus frituras excepto la parte con la que sus dedos habían estado en contacto. Y también tenía esta extraña y jadeante risa que me recordaba Muttley de Wacky Races. A pesar de todas estas peculiaridades, me agradaba Paul: Me parecía lindo, raro, pero lindo. Supongo que era guapo en una especie de forma

bizarra, se vestía como Bowie llegándose a parecer un poquito a él. Además tenía un gusto genial para la música. Me habría ido a cualquier parte con él, si me lo hubiese pedido. Pero simplemente nunca pareció estar interesado. Sentía que algo incómodo pasaba entre nosotros cada vez que me acercaba demasiado a Paul. Incómodo resumía a la perfección a Paul. En aquel entonces no sabía mucho acerca de chicos, tampoco cómo funcionaban sus mentes, no fue hasta años más tarde cuando me enteré de que era gay. Era uno de los mejores sujetos que conocía, mi mejor amigo en aquel entonces. Hubo una época en la que Marie era mi mejor amiga, pero en los últimos meses había estado más cerca de Paul que de Marie, quién había sido absorbida por el vórtice de Derek. Durante el verano había comenzado a apartarme: Marie estaba con su propio círculo de amigos, de los cuales, a la mayoría no les gustaba. Esta noche se comportaba de esta forma típica suya. Habíamos estado hablando acerca de ir al concierto de Bowie durante meses y ahora que el gran día finalmente había llegado, Marie estaba demasiado ocupada preocupándose por su idiota ex–novio, como para divertirse. —Jesús —dijo Paul mientras nos alejábamos—. ¿Qué pasa con ese ceño fruncido, Marie? —¡NO estoy frunciendo el ceño! —gritó Marie—. Simplemente estoy preocupada por Derek…

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Puse los ojos en blanco ante Paul, y él hizo una mueca, bastante familiarizado con el curso de la saga de Marie y Derek. Fue Paul quién originalmente nos había presentado en todos los pubs en L.A. Fue Paul el primero que nos trajo a Rodney Bingenheimer‘s English Disco, un club en Sunset Strip que era la zona cero del glam rock en L.A. Fue Paul quién nos había llevado a Sugar Shack en North Hollywood, un club para menores de veintiuno, donde tocaban la mejor música, todo ese increíble glamour inglés me encantaba: Bowie, Elton John, the Sweet, Mott the Hoople… Sugar Shack se había convertido para mí en un hogar lejos del hogar en estos últimos meses, un lugar en el que podía olvidar todos los problemas que tenía en casa desde que papá se fue, un lugar para divertirse, vestirse y bailar. Y ¡Rodney‘s! Todo el mundo era una estrella en Rodney‘s, el club era una frenética mezcla de chicos jóvenes vestidos con sus más extravagantes, putillosos y sensuales atuendos. Groupies, caras de la escena del glam, bichos raros, y algunos sujetos mayores se congregarían para comerse con los ojos a lolitas adolescentes que apenas y podían sostenerse en la pista de baile con sus atuendos reveladores y botas de quince centímetros de plataforma. Por supuesto, allí fue dónde Marie conoció a Derek. —No te preocupes por Derek —se burló Paul—. Esta noche estará en Rodney‘s. Como siempre…

—Pero… —¡Cállate! —le grité—. ¡Derek, Derek, Derek! ¡No quiero volver a escuchar su nombre esta noche! Nos detuvimos en una destartalada gasolinera en Ventura Boulevard. El encargado era vago gordo que llevaba puesto un overol manchado de grasa y mascaba un cigarrillo apagado. Sonreímos con nuestras más dulces sonrisas, y pedimos la llave del baño. Nos miró de arriba abajo y con un gruñido nos la arrojó. La llave en sí era pequeña, pero estaba atada por una cadena a una pieza de dos por cuatro del tamaño de mi brazo. Nos apresuramos a desaparecer a la vuelta de la esquina y nos dejamos caer en el baño. Dentro, el lugar era incluso peor de lo que había imaginado. El inodoro se sostenía con dos rollos de papel, y el recipiente estaba lleno hasta arriba con agua amarilla y Dios sabe qué más. Las baldosas del suelo estaban rotas y salpicadas por charcos de orina y desperdicios oscuros de quién sabe qué. Alrededor de la parpadeante bombilla, las moscas pululaban dando vueltas. El espejo estaba roto y sucio, pero no hacía gran diferencia para nosotras: Esta noche, este era nuestro vestuario. Usando el pequeño fregadero como tocador, comenzamos nuestra transformación. —¡Este lugar es verdaderamente asqueroso! —Marie se estremeció, sacando sus jeans recubiertos con brillos rojos y su estuche de maquillaje. A lo que dije: —Uh-huh. —Intentando no respirar por la nariz.

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Nos desnudamos hasta quedar en ropa interior, con cuidado de no tocar ninguna de las desagradables superficies del lugar, ya bastante acostumbradas a la rutina. Pieza por pieza la vieja Cherie comenzó a desaparecer. En su lugar esta nueva Cherie comenzaba a aparecer, Cherie la reina brillante: pantalones de brillante satén color rojo fuego, una camiseta de un brillante color púrpura co n rayos impresos y las botas plateadas espaciales de plataforma de quince centímetros. Admiré mi imagen en el espejo. Era tan brillante, tan radiante, que por un momento pude olvidar que estaba en este brutal baño público de mierda. Mientras Marie se aplicaba su impactante lápiz labial de color rosa, comencé el delicado proceso de colocarme sobre los parpados una cadena de diamantes de imitación con pegamento para pestañas. Todo había sido tomado prestado del estuche de maquillaje de mamá. Para el momento en el que terminé, me veía completamente bizarra, como una princesa alienígena que había aterrizado en el sur de California. No se trataba sólo de una transformación física, también era mental. Cuando me vestía de esta manera, sentía que volvía a estar bajo mi propia piel. Ya no era solamente la vieja y aburrida Cherie Currie, la dulce chica surfista de Valley; era La

Cherie: Salvaje, indómita y glamurosa. Era mi propia creación: algo monstruoso, misterioso y poderoso. Cuando salimos del baño, los ojos del encargado estuvieron cerca de salírsele de las orbitas. Le tiramos de vuelta las llaves sobre el mostrador con una sonrisa torcida. Lo dejamos con la mirada fija, y la boca aleteando abierta, mientras corríamos sobre los inestables tacones de regreso al auto de Paul. —¡Ardientes! —gritó en cuando saltamos dentro del auto—. ¡Adoro esos ojos! —Y luego con un chirrido sobre el asfalto nos deslizamos de nuevo a través de la noche. ¡Pero no por mucho! En Lankershim Boulevard llegamos a un callejón sin salida, un mar de cromo, se extendía en la distancia. El aire de la noche había cobrado vida con los sonidos de las bocinas, los gritos y las risas, del comienzo espontáneo de una improvisada fiesta en el loco atasco de tránsito. Las luces destellaban hipnóticamente, brillando en el cielo con un ritmo constante, la gente se ponía de pie en sus convertibles bailando música que no podíamos escuchar. A medida que nos arrastrábamos hacia adelante, se podía sentir el aumento de la electricidad en el aire, como preludio a una tormenta eléctrica. —¡Deben haber como un millón de personas viniendo a este concierto! —Respiraba con asombro. Nunca antes había visto una masa humana tan grande. Apenas y podía creer que estaba a punto de ver a David Bowie en carne y hueso. Parecía casi demasiado bueno para ser verdad. —Es el último concierto en la ciudad —dijo Paul—. La mitad de estas personas probablemente ni siquiera tienen boletos. Piensan que serán capaces de conseguirlos con los revendedores. Esto es un caos…

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Tomé una profunda respiración, y dejé que la emoción llenara todos los espacios vacios dentro de mí, mientras nos deteníamos en el estacionamiento. No podía recordar haberme sentido así de emocionada, antes… ¡De mi primer concierto de rock! Esta noche todo sería acerca de David Bowie, mi hermoso y maravilloso David. —¿Sabes lo que me dijo Derek? —dijo Marie de repente, rompiendo el hechizo. Le di mi mejor mirada sucia y le espeté: —No quiero saber. —Y en vez de escucharla encendí la estéreo, y la voz de David Bowie comenzó a vibrar en el interior del auto, llenándome de nuevo con buenas vibraciones… no podía explicar con palabras lo que David Bowei significaba para mí en aquel entonces. En los últimos años Bowie había llenado todos esos espacios vacios dentro de mí, espacios que comenzaron a aparecer, como los agujeros de gusanos en la madera de muebles antiguos, desde el día en que mi papá ya no

regresó y se fue. Ese día todavía era una herida fresca. A menudo el recuerdo aparecía vívido en mi cabeza, preguntándome si podría haber hecho o dicho algo, que hubiese hecho que las cosas terminaran de manera diferente.

Tenía doce años. Me había despertado de primera esa mañana, calada hasta los huesos por el frío procedente del aire acondicionado, con el estómago revuelto por el miedo y la excitación. Hoy era un día especial… ¡Hoy era el día en el que papá volvía a casa! Me asomé por debajo de la colcha y examiné el dormitorio. Pilas de ropa se amontonaban en el suelo, discos recubrían cada superficie disponible. La habitación estaba tan mal que ni siquiera mamá se arriesgaría nunca a entrar de nuevo. Tal vez tenía miedo que todo este lio se la comiera viva. Al otro lado, Marie seguí dormida, muerta para el mundo. Siempre dormía de forma silenciosa, sin bufar o hablar dormida, igual que una pequeña princesa. Todo lo que ella hacía era justo de esa manera, dormía con delicadeza, comía con delicadeza. Simplemente es tan perfecta. Estoy segura de que cuando yo duermo, ronco, hablo o hago cualquier otra cosa extraña o vergonzosa. A pesar de que todo el mundo decía que éramos idénticas, no lo éramos realmente… el rostro de Marie era más lleno que el mío; más bonito, también. Me gustaría que mi rostro luciera realmente como el de ella. La gente nos confundía todo el tiempo, pero no podía entender cómo. Me siento como la hermanastra fea, la imagen torcida en el espejo de la pequeña chica perfecta que era mi hermana gemela.

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Marie parpadeó despertando y se percató de mí con la mirada fija en ella. Esto ya no la desconcertaba, estaba acostumbrada a despertarse y encontrarme mirándola con una extraña mezcla de envidia y adoración. Simplemente se limitó a devolverme la mirada sin decir nada. Entonces, al notar el aire acondicionado dijo: —Me siento como un oso polar. —Y ambas nos echamos a reír. Mamá estaba en la cocina, tomando café. Afuera el calor ya era sofocante. Vivíamos en Encino en aquel entonces, es decir Valley. Valley siempre era por lo menos 10 grados más caluroso que el resto de Los Angeles. Miré a mamá y me pregunté si estaría pensando también en papá. Me preguntaba qué diría cuando lo viera entrar por la puerta. Me preguntaba qué le diría cuando estuvieran de nuevo juntos. Me serví un vaso de jugo de naranja y me senté a observar a mi madre leer el periódico. Hacía una mueca cada vez que leía algo desagradable. Eran las nueve y media de la mañana y su pelo rubio platinado ya estaba perfectamente peinado, su maquillaje impecable. En aquel entonces mi mamá era la persona más encantadora

que alguna vez hubiese conocido. Me recordaba a Marilyn Monroe mezclada con un poco de Lucille Ball. Mi mamá vino a Hollywood desde Illinois cuando sólo tenía dieciocho años, para ser actriz. Con el permiso de sus padres, ella y una amiga se vinieron a California y rentaron un pequeño apartamento de una sola habitación con una cama Murphy por treinta siete dólares al mes. Encontró trabajo como camarera, de estas que iban y venían en patines a entregar pedidos desde la ventanilla hasta el auto del cliente, en un Burger Shack, con sus bandejas cargadas de hamburguesas papas fritas y malteadas. Todo el tiempo esperando por su gran oportunidad. Mi madre era rubia, hermosa y determinada; por lo que eventualmente se pagó los estudios en la escuela de actuación, con noches de trabajar como vendedora de cigarrillos en los pub‘s after-hours de Hollywood. La recuerdo diciéndome cómo una vez Orson Welles le había dado diez dólares por un paquete de Camels. Las agallas y apariencia de mi madre eventualmente le consiguieron sus papeles de película. Estuvo bajo contrato de Republic Pictures y protagonizó junto a figuras como Roy Rogers y las hermanas Andrews. Encontró que era particularmente adepta a interpretar papeles de rubia coqueta. Eso fue hace mucho tiempo. Mi mamá ya no actuaba, pero todas las mañanas ella todavía se vestía como si estuviera audicionando para un papel. —¿Cuándo llegará papá? —pregunté. Tomó un sorbo de su café y suspiró. —No dijo realmente. Podría ser en cualquier momento. Ya sabes cómo es tu padre…

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Eso era todo lo que podía conseguir de ella. Mamá no había dicho mucho acerca de papá desde que habían anunciado que se iban a separar. Los meses previos a la separación eran insoportables. Sus peleas —a las que nunca habíamos estado acostumbradas— eran intensas y desgarradoras. Recuerdo haber visto a mi padre sosteniendo las muñecas de mi madre, mientras forcejeaban en el porche delantero, como un intento desesperado para que dejara de golpearlo. Los sollozos de mi madre al teléfono se hacían eco por el pasillo. —¡Lo encontré allí! En el hotel… con… ¡con esa fulana! El primer marido de mamá era un borracho abusivo llamado Bill. Tuvieron una hija juntos, mi hermana mayor, Sandie. Mamá nos había contado como Bill una vez la había perseguido por el dormitorio en uno de sus arranques de ebrio para estamparle un cigarrillo encendido en la frente. Todo esto mientras mi mamá apretaba con miedo a Sandie contra su pecho. Después de eso, mamá lo dejó para siempre, y regresó a Illinois durante un tiempo antes de regresar a su carrera en Hollywood. Ella conoció a mi padre en el restaurante Cock and Bull en Sunset

Boulevard, que era un lugar bastante visitado por celebridades en esos días. Mi futuro papá, Don Currie, trabajaba allí como bartender y mamá nos contaría a menudo la historia de cómo se conocieron. Mi mamá estaba espectacularmente vestida, después de haber regresado de una entrevista, sentada en el bar con unos amigos. Uno de los otros bartenders le dio un codazo a mi papá y asintió en dirección a Joan Crawford, quién acababa de entrar al lugar, comentando: —¡Ahora sí hay aquí una mujer hermosa!. Mi padre fijó a mi madre con su profunda mirada azul y dijo: —Creo que la más hermosa dama está justo aquí delante mí… Fue amor a primera vista, decía mamá. No hay duda de ello, mi mamá realmente amaba a papá, y él la amaba a ella también. Eso fue lo que hizo que su separación fuera tan dura para todos. —¿Qué significa estar separado? —preguntó mi hermano pequeño, Donnie, después de que mamá y papá hicieran el anuncio. Marie frunció el ceño en dirección a él y dijo: —¡Significa que se van a divorciar, Dumbo! —Dumbo era la forma en la que llamábamos a Donnie cuando nos enfadábamos con él, a causa de sus orejas, que sobresalían de su cabeza. Se ruborizó en cuanto Marie dijo esto último. Después de todo ¿qué niño no sería auto consciente de sus orejas cuando sus hermanas mayores lo llamaban ―Dumbo‖ y su mamá lo hacía dormir con un extraño turbante alrededor de la cabeza, en un esfuerzo para hacer que se arreglaran?

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Marie y yo nunca le tuvimos mucha paciencia en aquel entonces, a pesar que no representaba gran problema para ser un hermanito. Él la miró con sus grandes ojos sin comprender. Con una maldición, Marie salió de la habitación. Me miró en busca de una respuesta, pero yo no la tenía. Y entonces, papá se había ido. A vivir con la abuela y la tía Evie, a dieciséis kilómetros de distancia en Reseda. Al principio, yo fingía que estaba en un viaje, pero a medida que las semanas se prolongaban, su ausencia empezó a hacerme daño, tan dolorosamente como si hubiera perdido físicamente un pedazo de mí misma. Mamá se negaba a siquiera mencionar su nombre desde que se fue, pero todo de lo qué Marie y yo podíamos hablar era de lo mucho que lo echábamos de menos. Mamá simplemente lidió con ello como si papá nunca hubiese estado allí en primer lugar. Todos llorábamos por ello, tarde en la noche en nuestras camas, dónde mamá no pudiera escuchar. Las lágrimas simplemente me hacían sentir más vacía y sola que antes.

En nuestra familia, mi madre era quién disciplinaba. O como mi padre solía decir: ―A ella le gusta llevar los pantalones en la familia‖. Por supuesto, a mi papá nunca le gustó eso, y yo estaba secretamente convencida de que este fue un factor importante que contribuyó a su separación.

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Nunca tuvimos lo que dirían una tradicional relación Madre/hija. Nunca fui al cine con mi mamá, o hicimos cualquiera de esas cosas madre-hija que todos los demás niñas en la escuela parecen hacer con sus madres. Mi mamá trabajaba todo el tiempo, por lo que nosotros tres tendíamos a hacer todo por nosotros mismos. Nunca le conté a mamá sobre mi primer período, o discutimos cualquiera de esas cosas embarazosas y extrañas que una adolescente hace en la pubertad. Sandie fue quién nos ayudó con todo eso. Mi madre estaba demasiado ocupada trabajand o para poner comida sobre la mesa. De todos modos, mi mamá se sentía incómoda hablando de ―cosas como esas‖, y yo siempre me sentía demasiado avergonzada como para sacarlas a colación. Como resultado, a pesar de que me crié en su casa, no creo que mi madre y yo llegáramos a conocernos realmente la una a la otra. Al menos no hasta mucho más tarde, cuando podíamos contar la una a la otra como mujeres adultas. Como adolescente, fui un misterio para mi madre. Mi madre estaba completamente absorta en su trabajo: haciéndose cargo de una exitosa tienda de ropa llamada the Donna-Rie Shop. Después de que papá se fue, mi mamá tuvo que hacerse cargo de tres niños por lo que se volvió aún más irascible y distante que antes. Ahora podía entender por qué actuó de esta manera, pero en aquel entonces me llenó de confusión y resentimiento. Todo lo que quería era hacer que mi mamá se sintiera orgullosa de mí, nunca sentí que lo hubiese logrado realmente o que siquiera fuera lo suficientemente buena. Supongo que la mayoría de los niños se sienten de esa manera, en un momento u otro. Cuando mi padre se fue de casa, mi mundo, literalmente, se derrumbó. Mi padre era el protector, el que dormía con una pistola debajo del colchón, el que siempre se aseguraría de que no sufriéramos daño alguno. Con papá ido, nos sentimos asustados, como si no hubiera nadie que nos protegiera. La familia simplemente se había hecho pedazos. Pero entonces, un día, en respuesta a mis plegarias llegó la noticia de que papá iba a volver, para hablar. Decidí que esto sólo podía significar una cosa: habían vuelto a sus cabales, y volverían a estar juntos. Tomé un sorbo de mi jugo de naranja, y miré a mi madre en busca de pistas. Pero se veía inescrutable, aparentemente absorta por los más recientes horrores urbanos presentados por el periódico. Miré por la ventana en su lugar, y me di cuenta de que el cielo era de un azul perfecto, azul sin nubes, interminable azul. Así que supe que todo iba a estar bien. Después de todo, pensé, no pueden pasar cosas malas en un caluroso, sin nubes y soleado día como hoy.

—¡Dav-id! ¡Dav-id! ¡Dav-id! ¡Dav-id! Dentro del Anfiteatro Universal, la muchedumbre se estaba inquietando, y los fans estaban cantando más alto, más alto, gritos y silbidos y chillidos construyéndose en una sección del salón antes de fundirse, el ruido elevándose en otro lado. El aire era húmedo, caliente, intoxicante. El acre, dulce olor de la marihuana colgaba en el aire bochornoso… —¡Dav-id! ¡Dav-id! ¡Dav-id!

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La agitación era casi demasiada. Podía sentir mi corazón martilleando contra mi caja torácica, y tuve la idea de que quizá explotara completamente. No podía quitar la gran, estúpida sonrisa de mi cara. Entonces las luces bajaron, y el rugido de la audiencia era ensordecedor… En la oscuridad, podía ver un mar de caras, las luces dando brincos contra el mar de purpurina como algún tipo de caleidoscopio mareado. A mi lado estaba un tío loco con un traje espacial plateado, el traje Ziggy Stardust total, con botas locas que tienen peces rojos vivos nadando en las suelas de plataforma de cristal. El escenario parecía como si hubiese algún tipo de ciudad extraña y futurista con sangre goteando desde la punta de los edificios. Mis ojos estaban a punto de salirse de las órbitas: ¡nunca había visto nada como esto antes! El decorado era increíble, con abundante humo, y había figuras oscuras haciendo movimientos de bailes delgados y oscuros en las sombras. La banda estaba en algún lugar en el escenario; podía oírlos levantar sus instrumentos, poco definidas, vagas figuras. Escaneé el escenario buscando a David Bowie, pero no estaba en ningún lado a la vista. Estaba chillando, casi sin darme cuenta. Entonces, mientras las luces se atenuaban, empezó el repique de las campanas… Ya conocía esta música íntimamente, habiendo puesto el LP casi hasta que los surcos se habían borrado… ¡Era 1984! Todo alrededor, sudorosas figuras que se retorcían estaban chocando contra mí, bailando, gritando, animando… Entonces una silueta apareció de detrás del telón y todo el mundo se volvió loco porque sabíamos que era Bowie. Posó, y la audiencia perdió la cabeza. Estiró las piernas, acuclillándose… y entonces, mientras mi boca colgaba abierta, el telón explotó y David Bowie saltó al escenario. Estaba impactada, tan impactada que paré de chillar durante un momento. ¡Este no era el David Bowie de la portada de Diamond Dogs! Este no era Ziggy Stardust, o Aladdin Sane… este era un completamente diferente David Bowie… Iba vestido con un traje zoot, con tirantes, y su pelo rojo-fuego-de-motor estaba peinado hacia atrás. No tenía nada que ver con el traje plateado y las plataformas que había imaginado. Incluso la banda era diferente, los Spiders from Mars sustituidos por algún tipo de traje mutante soul de la era del espacio. Parecía Soul

Train, como reimaginado por marcianos travestis. Claro que no es lo que esperabas, me di cuenta. ¡Él NUNCA sería lo que nadie esperara! Vi a este increíblemente delgado, pálido, príncipe alien cantarme. No en vinilo, sino justo aquí… justo delante de mi cara, este hermoso, hipnótico, extraño hombre me estaba cantando, y a pesar de que no podía ponerlo exactamente en palabras, supe instintivamente que estaba experimentando algo religioso, algo profundo. La muchedumbre parecía moverse como un solo ser, empujando hacia delante, un maremoto de energía adolescente, y a pesar de que había oído las palabras salir de la boca de David un millón de veces, sentí como si estuviera escuchando las palabras por primera vez, cada línea alcanzándome a través del inmenso anfiteatro y cayendo alrededor mío como una ducha de meteoritos. El calor y la frustración, la alienación y la soledad, el deseo y la ansiedad y la alegría que parecía que se habían estado construyendo dentro de mí durante años, eran de repente insoportables, como si la presión fuese demasiada y me sentí como una bomba preparada para explotar, y sólo David Bowie sabía cómo me sentía. Sus palabras explicaban lo que había en lo más profundo de mí mejor de lo que yo misma podría. La insoportable energía adolescente brillando dentro de mí de repente se inflamó. Imaginé que podía erupcionar, explotar como las viejas secuencias que habían enseñado en la TV de la bomba atómica, ¡sólo explotar! Coger todo este concierto conmigo en una erupción de brillantina y furia…

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A mí alrededor estaban los niños de Bowie… los hijos bastardos de Ziggy Stardust, los niños que sabían que David Bowie era la criatura más hermosa, plástico profunda del planeta. No los niños tontos del colegio que habían dicho despectivamente que Bowie era un ―maricón‖ o demasiado ―raro‖… En cambio, el sitio estaba lleno con los niños que se sentían justo como yo, quienes también sentían que habíamos caído a la tierra. Estábamos chillando por él… chillando, y cantando y bailando para sacar toda nuestra rabia, frustraciones y alegrías. Cuando la canción terminó, las luces se apagaron. Y durante una fracción de segundo, antes de que el lugar erupcionara con histeria, parecía que hubiese un momento de silencio estupefacto. Durante ese momento, estaba en otra parte. En algún lugar profundo. Lo que estaba presenciando esa noche no era menos que una revelación. Estaba de vuelta en mi casa y mi hermana y yo estábamos viendo a Donnie bola de cañón en la piscina, cuando el timbré sonó y todos miramos arriba. ¿Podría ser ése papá? Estaba de pie en el borde del trampolín, a punto de saltar, pero de repente no me podía mover. El timbré volvió a sonar. ¿Él tenía llave, no? ¿Si era papá, por qué estaba tocando el timbre? Entonces el pensamiento me golpeó: está tocando el timbre porque está sujetando las maletas y necesita nuestra ayuda. ¡Papá está realmente volviendo a casa!

Mi padre era el hombre más guapo y apuesto que haya conocido. Antes de que conociera a mi madre, era un paracaidista de la Marina, un sargento de artillería. Estaba muy condecorado por su servicio en algunos de las campañas japonesas más traicioneras de la Segunda Guerra Mundial. Don Currie era un hombre delgado y apuesto con una suave voz de cantante a lo Dean Martin . Su voz era tan buena que Larry Crosby quiso que grabara un disco, a pesar de que mi padre nunca lo hizo. Papá era un tío dulce y amante de la diversión, y era genial con los niños. También era un éxito con las mujeres. Mi madre nos solía contar que cuando estaban saliendo, le descontaría quinientos dólares cada vez que le pillase saliendo con otra mujer. Cuando se casaron, tenían suficiente dinero ahorrado de las indiscreciones de papá como para amueblar completamente su primer apartamento.

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Mi padre también tenía un lado oscuro. Sus experiencias durante la guerra habían dejado una fuerte impresión en mi padre, y recuerdo a veces, cuando nos contaba sus historias de guerra, sus ojos parecían volverse más azules, con una mirada ausente que casi te podía llevar allí. Le recuerdo contándonos sobre un viejo colega suyo que había contraído sífilis durante la guerra, y se había deprimido profundamente. Suficientemente deprimido como para que los otros en la unidad le habían quitado su arma, y escondido las suyas propias, temiendo lo que pudiese hacer. Una mañana mi padre se despertó y vio que su arma no estaba. Inmediatamente temió lo peor, y corrió a través de los barracones buscando a su amigo. Lo encontró en la letrina, de pie muy quieto, con el arma de mi padre a su lado. Cuando papá narró esta historia, se paró, estirando el brazo para coger su acuoso vaso de bourbon con hielo, y dio un suave y largo trago. Estaba extrañamente cómodo cuando hablaba sobre la guerra, absorto en esas memorias como si fuesen un cómodo y viejo abrigo. Nos dijo que la última cosa que le dijo a su amigo mientras el hombre levantaba el arma a su cabeza fue: ―¡No lo hagas, bebé!‖ Y entonces, en un destello de cordita, el amigo de mi padre se voló la cabeza de un solo tiro. —Él sólo estaba ahí de pie —dijo mi padre en una voz repentinamente débil—. Sólo de pie ahí con el arma aún en su mano, y su cabeza ida. Después el cuerpo se sentó en un banco con calma. Entonces se cayó al suelo. Mi arma estaba todavía en su mano. Mi padre era un bebedor. Un bebedor social, mis padres daban esas fiestas alucinantes, donde escuchaban a Dean Martin o a los Mill Brothers cantando ―Shine, little glow-worm, glimmer, glimmer, shine little glow-worm, glimmer‖ y papá estaría detrás de la barra que habían construido en la sala, mezclando cócteles, contando historias, e interpretando el papel de anfitrión cordial. Pero otras veces bebía solo, y su cara parecía mayor de alguna forma. Sus ojos estaban distantes, perdidos en alguna memoria remota. Cuando le veía así, le preguntaba:

—¿Estás bien, papi? Volvería a la realidad, me daría una sonrisa, y diría: —Estoy genial, Kitten, me siento como un tigre. Mi padre era un héroe en la guerra, y ahora a veces siento que era incapaz de ajustarse al rol de hombre de todos los días. Podía ver que había una tristeza insondable en el corazón de mi padre, algo más profundo y oscuro de lo que una niña como yo podría comprender. —¡Papi! Corrimos, mojadas, a través de la habitación y hacia la puerta principal. Mamá ya estaba abriendo la puerta, y allí, con el sol derramándose desde detrás de él, estaba papá. Donnie se abrió paso a empujones a través de todos nosotros, saltó a sus brazos, aun goteando, y papá estaba sonriendo y dejó caer las maletas al suelo para poder cogerlo. De repente todos estábamos encima de él, todos hablándole a la vez, contándole todo lo que había pasado durante las cuatro semanas desde que se había ido. —¡Marie y yo estamos empezando séptimo grado! —¡Unos nuevos vecinos se han mudado a la casa de al lado! —¡He aprendido a hacer volteretas en la piscina! Papá estaba riendo, y sacudiendo la cabeza, e intentando escuchar, pero era demasiado para seguirlo… Donnie estaba preguntando: —¿Quieres una bebida, papá? ¿Tienes sed?

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—¿Tienes hambre? —interrumpió Marie—. ¡Tenemos barbacoa! Yo estaba tirando de la manga de mi padre. —¿Quieres ir a nadar? ¡Te refrescará! Papá no podía responder, sólo sonrió y nos besó, felizmente abrumado por toda la conmoción. Nos miró como si nunca quisiera quitar los ojos de nosotros nunca más. Dio un paso dentro, y dije: —¡Cogeré tus maletas, papá! —¿Puedes con ellas, Kitten? —¡Seguro!

Me agaché, agarré las gruesas asas de cuero, y me preparé para el peso de los casos pesados. Excepto que algo estaba mal. Cuando las levanté, se elevaron fácilmente. Demasiado fácilmente. Empecé a llevarlas a la habitación de mamá y papá, y con cada paso que daba, parecían más y más livianas. Una sensación vacía empezó a crecer en la boca de mi estómago a la vez que me daba cuenta de algo terrible. Algo que me hizo desear no haberme despertado esa mañana. Algo más terrible que cualquier cosa que hubiera pasado desde que papá se fue hace un mes. Me di cuenta de que las maletas estaban vacías. No querían decir traer cosas a casa. Querían decir llevarse cosas. En el cuarto, silenciosamente bajé las maletas. Me acerqué al armario de papá y lo abrí de par en par. Lucía escaso ahí: papá había cogido muchas de sus cosas con él cuando se fue el mes pasado. Pasé mi mano sobre las prendas restantes, las camisas de mi padre, pantalones y abrigos de deporte. Cogiendo la manga de una entre mis manos, la presioné contra mi cara. Inspiré, profundamente. Olía como la vieja especia de mi padre. Una sensación dulce y dolorosa vino a mí. Esperé silenciosamente que dejara esta chaqueta aquí. Escuché a alguien detrás de mí y me di la vuelta, asustada de que me hubiesen pillado husmeando, pero sólo era Marie. Estaba de pie en la puerta, observándome silenciosamente. Su cara era una mezcla de confusión y dolor. Ya sabía lo que yo, en la extraña forma en la que las gemelas pueden darse cuenta de los pensamientos de la otra. Finalmente dijo: —¿Qué crees que se llevará esta vez?

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Sacudí mi cabeza levemente. —¿Crees que cogerá su ropa? —preguntó Marie, andando hacia mí—. ¿O los muebles? ¿Puede que incluso el coche? Repentinamente llena de furia santurrona, grité: —¿Es eso todo sobre lo que te preocupas? ¿El estúpido COCHE? Marie lucía herida, e inmediatamente me sentí mal porque sabía que no era Marie con la que estaba enfadada. Sólo estaba enfadada, y asustada, y necesitaba descargarme con alguien. Marie sólo resultó ser la que estaba allí.

—¡No! —dijo de repente, sus mejillas volviéndose rojas. Entonces añadió en voz baja—. Lo que quiero decir es que si sólo coge la ropa… entonces eso probablemente significa que todavía volverá algún día. Eso es todo. Aparté la mirada de ella y dije: —Tiene dos maletas. ¿Cómo piensas que va a llevarse los muebles, genio? —¡Lo sé! —dijo Marie, acercándose y parando a centímetros de mí. Sentía su presencia detrás de mí, nuestros cuerpos casi tocándose. No me giré para mirarla—. ¿Eso es bueno, vale? Quiero decir, no es como si hubiese aparecido con un U-Haul. Si tuviese un U-Haul, entonces sabrías que son malas noticias. Pero, quiero decir, ¡no sólo aparecería y se iría así! ¡Esta es su casa! ¡Su piscina! Los muebles son suyos... ¡el negocio, también! La gente no sólo aparece y deja todas esas cosas, ¿no? Me encogí de hombros, pero Marie continuó como si tal cosa. —No, si sólo coge su ropa, entonces eso significa que tiene que volver. Marie estaba intentando sonar fuerte y decidida, pero cada afirmación salía de su boca sonando como una pregunta. Suspiré. Pensé para mí, La gente sí que solo aparece y se va. Él ya lo había hecho. ¿Qué va a ser diferente esta vez? En cambio, dije: —Tienes razón. Vamos a ver qué coge.

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Cuando papá entró en el cuarto para empacar, puso su vaso en el tocador de madera sin un posavasos. Estaba a punto de decir algo, porque mamá odiaba cuando hacía eso, pero me paré, dándome cuenta de que realmente no me importaba. Miré el vaso mientras estaba allí, medio lleno de una acuosa mezcla de Scotch e hielo derretido, la condensación arrastrándose hacia abajo por el exterior, la mancha de agua formándose contra la madera. Mamá siempre se quejaba de que papá debería usar posavasos, y papá siempre decía que se le olvidaba. Había pequeñas manchas de agua de los vasos de mi padre por toda la casa. Pequeños recuerdos de él. Pequeños indicios de lo que una vez era. Lentamente, mi padre empezó a sacar su ropa de las perchas. Entonces paró, y se giró hacia mí. —No tienes que mirar, Kitten —dijo—. ¿Por qué no te vas a jugar a la piscina? Sacudí mi cabeza. —He estado todo el día en la piscina. Quiero quedarme aquí. Contigo. —No sabía dónde estaba mi madre. Podía oír a Donnie gritando y salpicando en la piscina,

ajeno a lo que estaba pasando. Marie estaba en nuestra habitación, decepcionada, pretendiendo que veía la televisión. Papi metió su chaqueta, la que olía como él. Hizo las maletas rápido, y observé cuán fácilmente las maletas se tragaban todo lo que estaba colgando en el armario. Empecé a sentir un irracional odio hacia esas estúpidas maletas. Sólo estaba cogiendo su ropa. Incluso aunque Marie había dicho que era algo bueno, tenía un mal presentimiento sobre todo esto. Me sentía enferma en el fondo de mí, en la boca del estómago. Tratando de ignorarlo, dije: —¿Vas a volver a visitarnos pronto? Quiero decir... ¿te veremos en los fines de semana y eso? ¿Qué hay del siguiente fin de semana? Cuando mi padre me miró, me asusté porque lucía diferente. Parecía más viejo, cansado y triste. Sus ojos estaban inyectados en sangre, y su cara estaba arrugada de dolor y preocupación. Mi padre normalmente era tan hermoso, mucho más joven que todos los otros padres de mi colegio, pero hoy parecía agotado, gastado. Como si hubiera envejecido veinte años. La misma mirada que acudió a su rostro cuando estaba sentado en su silla, silenciosamente meditando sobre Dios sabe que horrible recuerdo de la guerra. Se dio la vuelta otra vez, y levantó el Scotch. Tomó un largo sorbo y lo reemplazó en el anillo de agua. Sin apenas mirarme, dijo: —Kitten… Supongo que tu madre no se los ha dicho… El momento en el que dijo esto quise llorar, porque sabía qué iba a venir. Cuando papá decía eso, significaban malas noticias. No solo malas noticias, sino el tipo de malas noticias que te cambian la vida y te golpean con la fuerza de una explosión atómica. ―Supongo que su madre no se los ha contado… El abuelo ha muerto‖, o ―Supongo que su madre no se los ha contado… Nos vamos a divorciar‖.

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Esta vez era extraño, pensé, y por un momento pensé que debía haberlo oído mal, o que esto era algún tipo de sueño terrible, y estaba todavía oculta en mi habitación, retorciéndome y dando vueltas en un sueño irregular. —Supongo que tu madre no se los ha contado —dijo mi padre esta vez—. Me mudo a Texas. Me quedé ahí, mi boca abierta pero sin palabras que salieran. Sentí mi cara ruborizarse, y una ola de mareo pasó a través de mí. Era una sensación que ninguna persona de doce años debería sentir nunca. Conseguí croar la palabra ―¿Texas?‖ hacia él. Quiero decir… la casa de la tía Evie parecía como si fuese lejana. ¿Pero Texas? ¿Cómo en el Alamo, los cowboys y eso? ¿Cómo a miles de kilómetros? ¿TEXAS? —Voy a empezar un negocio —dijo mi padre, como si de alguna manera fuera la cosa más racional del mundo—. Voy a entrar en el negocio de los disquetes 8-track

. Hay bastante dinero en los disquetes 8-track. Creo que los disquetes tienen un gran futuro… ¿Qué era lo que Marie había dicho? ¡La gente no solo deja sus casas, sus negocios! —¿Qué pasa con la tienda de ropa? —tartamudeé, maldiciéndome por no decir lo que realmente quería, lo que era ―¿Qué hay de NOSOTROS?‖ —Tu madre puede manejar la tienda perfectamente sin mí. Conoces a tu madre, siempre quiere ser la que lleva los pantalones en la familia. Y sabes que no me voy por ese tipo de noticias, Kitten. —Su voz se volvió más dura y goteaba resentimiento cuando dijo la siguiente parte—. No quiero hablar mal de tu madre, Kitten… Pero supongo que ahora tiene lo que quería durante este tiempo. Abrí la boca, y luego la cerré otra vez. Me di cuenta de que ya no había nada que decirle a mi padre. Estábamos finalmente más allá de las palabras. Había venido a recoger sus pertenencias, y ahora se iba a ir y mudar a Texas, y no había nada en el mundo que pudiera hacer sobre ello. Lo sabía cuándo apareció hoy con esas maletas vacías. El divorcio iba hacia adelante, no había marcha atrás. Sí, pasarían meses antes de que todo el papeleo estuviera resuelto, pero a todas las intenciones y propósitos, cuando mi padre saliera de la casa hoy con sus maletas llenas de ropa, dejando nada más que un armario vacío y algunas manchas de agua para recordarnos que alguna vez estuvo aquí, el divorcio sería final. Por dentro estaba chillando. Podía sentir las lágrimas brotando dentro de mí, pero de alguna manera no salían de mis ojos. —No es el fin del mundo, Kitten —dijo débilmente. Quería gritarle. Quería gritar que era PEOR que el fin del mundo. Mucho peor. Si el mundo acabara ahora mismo, estaría bien con ello. Un gran BOOM y todo estaría acabado. ¿Pero esto? ¡Esto va a doler durante el resto de nuestras vidas!

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Mi padre continuó empacando, inseguro y vacilante. Abriendo cajones y después cerrándolos sin sacar nada de ellos. —Kitten, —dijo dócilmente—. Por favor vete a jugar… Silenciosamente me di la vuelta y salí del cuarto en shock. En la habitación, Marie estaba viendo la televisión con el sonido apagado. Sabía que había escuchado cada palabra que mi padre y yo habíamos dicho. Su rostro estaba glacial, en blanco. —¡Estúpido Texas! —dijo al final, su voz temblando—. ¡Todo esto apesta! ¡El divorcio no debería estar permitido! —Entonces se levantó y salió furiosa de la habitación, dando un portazo a la puerta tras de sí. Me acerqué lentamente a la ventana. El cielo todavía era perfecto; era otro hermoso y soleado día en California del sur. Dejas de darte cuenta del clima pasado un

tiempo. Incluso la perfección puede volverse rutina. Hoy debería haber estado nevando. O lloviendo. Debería haber habido rayos, y el estruendo del trueno, o granizo del tamaño de pelotas de golf golpeando contra el cristal. Pero no había nada de eso. Sólo había luz del sol, y ese terrible, inacabable cielo. En media hora, mi padre se había ido. Incluso Donnie lo sabía ahora, aunque probablemente no había captado la enormidad de lo que estaba pasando. Mi padre nos abrazó a todos a la vez, y lloramos juntos. Cuando mi padre me sujetó cerca, pude oler su loción para después del afeitado, y pude sentir la humedad en sus mejillas. La única otra vez que había visto lágrimas en los ojos de papá fue cuando tenía cuatro años, el día en el que el abuelo murió. Intentó decir adiós ahora, pero salió de su boca como un asfixiante sollozo. Lo sujetamos, tratando de evitar que se vaya. Nos agarramos a él desesperadamente. Nos arrastró a la puerta, teniendo que hacer palanca con nuestras manos, lágrimas en los ojos. Finalmente tuvo que llamar a nuestra madre y decir: —Marie, puedes ayudarme, ¿por favor? Nosotros nos aferrábamos a él, chillando, y llorando, y suplicando para que papi no se fuera. Mamá vino y empezó a quitar nuestras manos de él. Nos dio una última, larga mirada llena de lágrimas y entonces desapareció. La puerta se cerró detrás de él, con un terrible bang final. Mientras le daba la espalda a la puerta, me di cuenta de un espacio en la pared donde solía haber un cuadro. Un cuadro de nosotros cuatro los niños. Además de la ropa, esa era la única otra cosa que se había llevado consigo. Me di cuenta de cuan equivocada estaba Marie realmente. Sólo cogió su ropa, no porque fuese a volver, sino porque quería dejar todo exactamente como era para nosotros. No quería que faltase nada en nuestras vidas.

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Nada, eso es, menos él. Esa noche me tumbé en la cama, las lágrimas congeladas en mis mejillas, con los auriculares puestos, escuchando mi música. Las guitarras se arremolinaban y caían en cascada en mi cabeza. Intenté escuchar tan fuerte que pudiera desaparecer dentro de la música. Sabía que algo fundamental había cambiado hoy, que nada sería otra vez lo mismo. Me sentía tan vacía por dentro. Me habían quitado todo lo que conocía, todo lo que parecía tan sólido, y real, y cálido… Me di cuenta de que no había garantías en este mundo. ¿En quién o qué podía ya confiar? Subí el volumen, más y más, hasta que la música estaba tan alta y era tan poderosa que golpeaba contra mis oídos y no había nada que hacer más que abandonarme a ella, rendirme a ella. Quería que la música hiciera que esa sensación terrible y vacía se marchara. Cuando me concentré en la música lo suficientemente fuerte, el miedo y la soledad desaparecieron. Estaba en un lugar en el que no había nada más que la

música. Solo el martilleante, glorioso, fundamental latido de la batería, el vertiginoso rugido de la guitarra eléctrica…

Mientras la última nota sonaba a través del Anfiteatro Universal, las luces empezaron a encenderse, señalando que este era realmente el final del show y que no habría más bises. Mi cuerpo entero estaba vibrando con una energía que se sentía como la secuela de ser alcanzado por un rayo. Todos de repente estábamos bañados en el brillo fluorescente de las luces, y nos vimos los unos a los otros otra vez, un mar de niños, bañados en sudor, maquillaje resquebrajado y cayendo por nuestras caras, el olor del humo de la marihuana rancia y cerveza derramada por todas partes… No quería que se acabara. Me di cuenta de que el resto de esos niños estarían contentos de volver a casa ahora, reanudar sus vidas, habiendo dejado salir un poco de la presión que se había estado construyendo dentro de ellos. Ahora no tenían miedo de que sus calaveras fueran a explotar en pedazos como una mina de tierra olvidada de la Segunda Guerra Mundial. ¡Pero no yo! Sabía que esto nunca sería suficiente: necesitaba más que eso. Miré hacia el escenario, donde la gente estaba estirando los brazos hacia los que montaban el equipo mientras soltaban los cables del escenario, suplicando por un recuerdo, un fragmento roto de la lista de canciones, cualquier pizca de esta noche para llevárselo y guardarlo. Pero los recuerdos no eran suficientes para mí. Incluso las manchas de agua de papi desaparecerían con el tiempo. No quería volver a mi solitaria, ordinaria realidad. Quería algo más…

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Esa noche fui cambiada, alterada de una forma profunda, y supe que no sería la misma nunca más. Marie y Paul no lo podían ver mientras íbamos al coche… Me sentía completamente diferente a lo que era antes. Incluso cuando estaba de vuelta en casa, limpiando los restos de maquillaje en el espejo del baño, no podía ver ninguna manifestación física de este cambio. Pero lo podía sentir, un brillo dentro de mí que estaba creciendo a cada momento. ¿Es esto sobre lo que todos esos tipos religiosos hablaban cuando decían que habían vuelto a nacer? Supongo que debe serlo. Todo lo que sabía era que algo iba a pasar, e iba a pasar pronto. ¡Lo podía sentir!

Traducido por clau 12345 y Little Rose Corregido por Mari NC h Cielos, Cherie. En serio… ¡Mamá te va a matar! —Mi hermana estaba medio riendo mientras decía esto. Rodé los ojos haciendo la mímica de ―lo-que-sea‖. Mascaba chicle mientras me miraba en el espejo. Apreté los labios y exhalé generando una burbuja de color rosa de gran forma, creciendo, creciendo, creciendo, hasta que explotó. Tenía quince años y en aquel entonces mi vida consistía en ir a conciertos de rock y salir a las discotecas más cool de Hollywood. Específicamente, el Sugar Shack y La Disco Inglesa de Rodney Bingenheimer . Y hoy, con la ayuda de mi hermana horrorizada, estaba tiñendo mi pelo de rojo, blanco y azul. —Muy patriótico. —Mi hermana se echó a reír cuando le dije lo que quería que hiciera—. Pero no es Cuatro de Julio. ¡Sólo estamos en mayo! —Lo digo en serio. ¿Vas a ayudar me, o qué? No puedo hacerlo por mí misma… Marie comenzó a burlarse de mí con una voz quejumbrosa:

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—¡No puedo hacerlo por mí misma, Maríe. —Le hice una mueca, pero aun así se levantó de la silla y se abrió caminó hacia el baño. Allí, le echó un vistazo a mi cabeza, decidiendo cual era el mejor plan de ataque. Separó una pequeña parte de mi pelo y empezó a trenzar. —Si lo hacemos por secciones, al menos puede lucir medio decente… —suspiró. Tuve que admirar a Marie. Tenía que ser dura con ella para que viera los cambios por los que estaba pasando. Una vez que las trenzas estuvieron en su lugar, me dio un último vistazo para evaluar si estaba bromeando. Pudo ver en mis ojos que no lo estaba. Sacudió la cabeza. —Mamá te va a matar, Cherie. Ella se volverá loca.

—Ella está tan ocupada con Wolfgang que probablemente ni siquiera se dará cuenta… —¡Sí, claro! ¡Se dará cuenta de esto! —Vamos, Marie. ¡Ayúdame! Sabes que voy a hacerlo de todos modos… Equipada con colorante rojo y azul, roció el exudado nasal en las secciones hábilmente trenzadas a través de mi pelo largo y rubio. Marie comenzó a frotar la pegajosa mezcla roja en un tercio de mi pelo, usando un par de guantes de gom a de mamá. Por supuesto, mi hermana no quería echar a perder sus uñas perfectas. A veces no podía creer que fuéramos gemelas. Cuando empezó a frotar el tinte azul a la siguiente sección, Marie dijo: —No sé si esto se caerá alguna vez, Cherie. —Miraba mi pelo multicolor, frunciendo el ceño con preocupación. —¿Y qué? —Sonreí—. Sólo es colorante de alimentos. Si no sale, lo decoloro. Eso la hizo callar por unos instantes. Luego continuó, sacudiendo su cabeza hacia mí. —¿Todo esto es por esos tontos de la escuela ayer? —dijo Maríe con su voz suavizada. Todavía parecía pensar que podía persuadirme de ir a la escuela con el pelo multicolor—. Creo que estás exagerando con todo esto, Cherie. La miré fijamente durante un momento. —Para tu información, no estoy exagerando. Estoy reaccionando. Eso es diferente. Es importante reaccionar cuando se está enojado.

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El incidente ocurrió el día anterior. Yo estaba viendo a estos locos acosando a un estudiante de séptimo grado por pisar el césped de noveno grado. Estos punks d e noveno grado se habrían abalanzado sobre ti si te capturaban cortando una esquina de su precioso jardín. El pobre chico parecía a punto de hacerse pipí en los pantalones. Estaban empujándolo hacia los lados riéndose de él. —¡Hey, Bicho Raro! —le gritó uno de ellos—. ¡Lindos lentes! Se las robaste a Mr. Magoo?1

1

Mr. Magoo: Tira cómica de los 80 donde el personaje principal era un sujeto que usaba unos anteojos grandes con mucho aumento.

El niño simplemente los tomó. Estaba muerto de miedo. A continuación, el líder del grupo agarró los anteojos de su cara y los arrojó al suelo. Se lanzó encima de la cara del chico y le gritó: —¡ERES UN BICHO RARO! —se burló—. ¡UN JODIDO BICHO RARO CON CUATRO OJOS! —Luego le dio un último empujón antes de comenzar a meterlo en un bote de basura. Él y los demás estaban de pie alrededor riendo como una manada de chacales. Fui a ayudar al pobre chico a salir de la basura, quitándole un poco el polvo. Estaba llorando. —Vamos —dije en voz baja—. Déjame ayudarte a conseguir tus anteojos… De repente me empujaron por la espalda. El cabecilla del grupo se dirigió hacia mí. —¿Vas a ayudar a este bicho raro? ¿Ah? —Luego se volvió hacia el resto de sus compinches y les dijo—: ¡Supongo que debe ser una perra amante de los bichos! — Tan pronto como me empujó, sentí la ira aumentarme en el pecho. Ese sentimiento, como una nube de color rojo descendía sobre mis ojos mientras la rabia comenzaba a bombear a través de mis venas, haciendo que mi corazón saltara, bombeando un ritmo. Apreté los puños hasta que mis manos temblaron. —¿Estás llamando bicho raro a este chico ? —grité—. ¡Voy a demostrarte lo que es un VERDADERO bicho raro!

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El chico empezó a dar marcha atrás, sorprendido por mi arrebato mientras la sonrisa se deslizaba de su rostro. Agradecido de que hubiera quitado la atención de él por el momento, el chico al que ayudé a salir de la basura comenzó a buscar sus anteojos alrededor. El matón se burló de mí, se encogió de hombros y se fue con su manada de lobos. Los vi irse, echando humo. ¡Tuve que mostrarles! Quiero decir, ¡no pueden llamar a este pobre chico bicho raro sólo porque lleva anteojos! No, tenía que ser fiel a mi palabra. ¡Mañana estos idiotas verían a un verdadero monstruo! Marie soltó el color azul. Se dio cuenta de que parte de él había salpicado sus pantalones. —¡Mierda, Cherie, mira esto! ¡Maldita sea! —Oh, cállate —me reí—. ¡Y dime cómo me veo! —Marie negó con la cabeza—. Tienes un aspecto horrible. Realmente horrible. —¡Bien! Levantó el espejo para que yo pudiera darle una buena mirada a la parte posterior de mi cabeza.

—Hiciste un gran trabajo —le dije, admirando su trabajo—. Podrías hacer esto para vivir. Con mi pelo hecho, volví a la habitación y comencé a escoger mi ropa para mañana. La habitación estaba dividida claramente en el lado de Marie y mi lado. Podías descubrir cuál era cuál a apenas segundos de haber entrado. Su pared era agradable y limpia, con algunos afiches de luces negras muy ―in‖ en ese entonces. Mi pared… bueno, no había pared, no había nada más que un collage sin fin de recortes de revistas y periódicos sobre David Bowie. La colección corría del suelo al techo y era hermosa, mi orgullo y alegría. Había memorizado cada línea de cada artículo. Había memorizado todos los ángulos de su cara increíblemente hermosa. Escogí el conjunto más disparejo que pude encontrar. Un par de viejos jeans destrozados y mi camiseta de la gira de Diamond Dogs, coronada con una chaqueta completa y absolutamente contrastante. En el suelo estaba mi más reciente obsesión: un par de tenis rojas de plataforma. Estos bebés tenían más caucho que el dirigible de Goodyear y me hacían unos cuatro centímetros más alta Costaron cuarenta dólares. O por lo menos lo habrían costado si no los hubiese robado. Fue como cortar un pastel: Le dije a la chica que quería probármelos y luego le envié al cuarto de atrás a buscar algo en un tamaño diferente. Para cuando regresó, yo estaba a media cuadra con los zapatos escondidos bajo mi chaqueta. Marie estaba de pie en la puerta, observándome vestir. —Los profesores van a tener un día de campo contigo —dijo sacudiendo la cabeza. Me encogí de hombros.

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—Podrán vivir con eso —le dije. Me detuve y me miré en el espejo. La imagen era buena… pero todavía faltaba algo. Me fui a mi armario y escogí unos lápices de maquillaje fluorescentes. Me acerqué a Marie y los coloqué en su mano. —Bueno, el último favor. Mañana por la mañana, justo antes de irnos a la escuela, quiero que dibujes un gran rayo rojo y azul a través de mi cara. Como el de la portada de Aladdin Sane. Harás eso por mí, ¿verdad? —Vamos, Cherie. ¡Estás llevando esto demasiado lejos...! —¿Lo harás o no? Marie suspiró, pero no dijo que no. Sí, quería hacer un punto, pero corrí mucho más profundo que eso. Al ver el abuso que sufrió el chico de séptimo grado, los pobres habían evocado una memoria reciente que me había perseguido todos los días desde entonces. Unos meses antes, me había encontrado cara a cara con el matón más notorio en la escuela. Su

nombre era Big Red y era la más matona de todas, así de simple. Tenía el pelo brillante y ondulado de color rojo: por eso la llamaban Big Red. Tengo la sensación de que a ella le gustaba… que tener un apodo como ese la hacía sentir grande e importante. Sin embargo, nadie se atrevía a llamarla ―Big Red‖ en su cara a menos que fueras uno de sus secuaces o seguidores. Nuestro primer encuentro fue durante mi primer año de secundaria. Un día después de educación Física ella y dos de sus compinches vinieron a mí en los vestidores. Estaba cambiándome, por lo que sólo llevaba mis pantalones cortos. No la vi al principio. Aunque podía sentir que se desataba algo, como una tormenta, una sensación de desastre inminente. Mis ojos se levantaron de mi casillero lenta e instintivamente y allí estaba Big Red, la gran perra que había estado molestando a los más pequeños durante todo el semestre. Cerró mi casillero. —Oí que no me tienes miedo —dijo Big Red, en un tono amenazador. Sus dos secuaces se rieron a coro, masticando su chicle, mirándome con sorna. Por un momento pensé en como jamás había visto sola a Big Red. Siempre las tenía a ellas. Se me ocurrió que quizás tenía miedo. Miedo de lo que los chicos le harían si la veían sola. Simplemente la miré confundida. Hasta entonces, jamás le había dicho nada a nadie sobre Big Red. Hasta entonces, sólo había oído las historias y visto las lágrimas y las sollozantes caritas aterrorizadas de los chicos que había espantado. Hasta entonces ella sólo había estado arrojando su peso sobre los otros chicos. Simplemente la había ignorado, esperando que me dejara en paz. —¿Eres idiota o algo? —me espetó cuando simplemente la miré. Puse mis manos sobre mi pecho para cubrírmelo. Sacudí mi cabeza en un no. —Bueno, oí que no me tienes miedo. Que eres una corajuda, ¿eh Cherie?

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—¿Y por qué habría de temerte? —dije inocentemente—. Ni siquiera te conozco… Sin más palabras, Big Red me golpeó de lleno en la cara. Todos en el vestuario se detuvieron, y el ruido de los nudillos contra la carne hizo eco en el cuarto como un disparo. Me tropecé con un banco, y terminé tirada en el piso. —¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea! —Me puse de pie, sorprendida sin duda. Ella no perdió un segundo, puso un dedo frente a mi rostro como si fuera un arpón y su boca estaba tan cerca de la mía que sentía su aliento. Volví mi cabeza. —¡MAS TE VALE que tengas miedo, maldita pequeña PERRA! —gritó—. ¡La próxima vez tendrás miedo! —Me golpeó fuertemente el pecho, luego sonrió y vi su labial rojo en sus dientes. Miro alrededor del cuatro.

Todos alejaron la mirada y entonces, como un monstruo en una película de terror, se había ido. Me dejó allí de pie, medio desnuda, paralizada del miedo. Sentí mi cuerpo temblando violentamente hasta que rompí en lágrimas. El silencio era aplastante y el único sonido era el de mis sollozos.

Mientras me dirigía a Mulhol Junior High, los chismes comenzaron antes de que hubiera llegado a la puerta. Mientras caminaba por los pasillos, entre los casilleros, sentía un murmullo inundar el edificio. La gente dejaba de hablar y se volvía para mirarme. Pasaba junto a ellos, mirándolos con la barbilla erguida. —¡Lindo peinado, Cherie! —gritó alguien mientras pasaba—. ¿Te escapaste del circo? Seguí caminando, enviándolo al diablo en silencio. Todos tuvieron algo que decirme ese día. ―¿Tu peluquero tuvo un ataque de psicodelia o algo por el estilo?‖ ―¿Qué ocurre-no puedes pagarte aerosol para el cabello por lo que usas pintura?‖ No aguanté ni un minuto en la hora de historia del Sr. Thomas. Me miró y me mandó directamente a la oficina del decano. Me gustaba el Sr. Thomas. Era un ex Marino de edad media y cabello gris. Me recordaba a mi papá. Parecía comprender que estaba atravesando una adolescencia difícil, y aunque nunca lo charlamos, parecía preocuparse por mí. De todos mis profesores, era sin duda mi favorito. El decano me miró y suspiró. —De acuerdo Cherie —dijo—. ¿Te gustaría explicarme qué ocurre? —Le conté una historia ridícula de cómo me había ofrecido de voluntaria en el Hospital Encino, y que el traje era para un evento especial de después de clases.

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Increíblemente, me creyó. De hecho el decano, el director, y todo el cuerpo docente lo comió como carnada. La historia funcionó tan bien que me dijeron que si las cosas ―se me iban de las manos‖ con los otros chicos, me dejarían irme antes de la escuela, ―sólo por esta vez‖. ¡Muy amable de su parte! Ahora podría mantenerles mi promesa a esos idiotas bravucones, y salir antes de la escuela… todo gracias al equipo de Mulhol Junior High. Seguí así toda la mañana. Los maestros me llamaban aparte para preguntarme si todo iba bien en casa. Me limité a mascar mi chicle y darles mi mejor mirada de nada. Cuando me senté en el almuerzo, empeoró. Los chismes, y la risa, y los comentarios… ―¡Lindos zapatos! ¿Ahora sí puedes patear una pelota?‖ ―¿Qué le ocurre a tu rostro? ¿Es una mancha, o un artista callejero te tomó por una pared?‖ La cosa es, que no estaba enojada. No realmente. Mientras más se reían, más

miraban, mejor me sentía. Más poderosa me sentía. ¡Todos en la cafetería sabían quién era Cherie Curie! Mientras más lo notaban, mayor era mi victoria. Me di vuelta y busqué al chico de lentes que me había llamado ñoña ayer. Estaba sentado solo en una mesa distante. Caminé allí y me senté a su lado. Cuando lo hice simplemente me miró, con la boca abierta. No sé si me reconoció. Quizás creyó que estaba a punto de golpearlo o algo. En su lugar sonreí y dije: —¿No te dan miedo? Asintió rápidamente y dijo: —¡Sí! Me incliné y dije: —¡Siempre molestan a las personas normales como nosotros! Rió un poco y comenzó a relajarse lentamente. Aunque no podía dejar de mirarme. —¿Costó mucho dinero? —preguntó eventualmente—. ¿Quiero decir… eh… tu cabello? Sacudí la cabeza. —Ni un centavo. Me gustan tus gafas. —Se sonrojó un poco y miró a otra parte—. Las odio —dijo quedamente—. Sigo pidiéndoles unas nuevas a mis padres pero nada. —A mí me gustan así —le dije. Luego volví a inclinarme—. Escucha, si alguno de estos idiotas vuelve a molestarte avísame, ¿de acuerdo?

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Asintió, pareciendo inseguro. —Lo digo enserio. Les romperé el cuello por ti, ¿de acuerdo? —De acuerdo. Aún podía oírlos riendo, justo detrás de nosotros. No importaba: había dejado mi punto en claro. Déjenlos reír. No es que se estuvieran burlando de mí. Era de la criatura que había creado. El asunto de Cherie. Duele que se rían de ti. Sé lo que se siente… como cuando los amigos de Marie me decían que desapareciera cada vez que intentaba juntarme con su grupito. Oh sí, eso dolía mucho. Pero podría soportarlo si se reían de la cosa de Cherie que había creado, porque no era yo. La verdadera Cherie, la que se asusta y se avergüenza y a quien lastiman, estaba escondida y a salvo. Estaba en algún lugar dentro de mí, donde nadie podía

lastimarla. Ahora era más que ellos. Y ya me había decidido a no sentir miedo de ellos nunca más. Cuando la campana del almuerzo sonó, todos comenzaron a irse. El chico de gafas a mi lado se apresuró en un esfuerzo para evitar a los bravucones que siempre lo molestaban. Yo también me fui, hacia la puerta trasera. Fuera de la escuela, saqué un cigarrillo de mi bolsillo y lo encendí. Me sonreí, hoy fue un día bastante bueno. Había dejado en claro mi punto, de acuerdo. Tenía mis cigarros, y mi música, y eso era suficiente para mí, muchas gracias. Había tenido suficiente de la escuela por un día. De todas formas, esta noche iría donde Rodney con Paul, y no quería estar de mal humor por juntarme con un grupo de idiotas. La escuela era el infierno, pero a los quince años, la Disco Inglesa de Rodney Bingenheimer era mi cielo. Entonces, el escenario del rock glamoroso era el único lugar donde me sentía a gusto. Pisando mi cigarro, exhalé una bocanada de humo y me alejé del concreto de Mulhol Junior High, a la única vida que significaba algo para mí.

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Traducido por Maru Belikov Corregido por Mari NC staba en mi habitación con los audífonos puestos, escuchando a Diamond Dogs otra vez, la música sonando tan alta como podía. Después de haber visto a Bowie presentar estas canciones en vivo, cada nota, cada línea, había adoptado un más grande, más profundo carácter. Me encontré prestando especial atención a la instrumentación, a la inflexión de la voz de Bowie. La música estaba proporcionando una pista, un mapa a donde yo quería ir. Sentada en mi silla, flotando alto por encima de mi cuerpo, transportada fuera de mí por el glorioso ruido en mi cabeza.

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Mi mente estaba extraviada, lejos de mi tarea de matemática en la que supuestamente debería estar trabajando. Estoy pensando sobre un chico llamado Byron Friday, quien también estaba en el primer año de secundaria. Me había enamorado fuerte por Byron, aunque él nunca ni siquiera tuvo conocimiento de mi existencia, aparte del ocasional ―Hola‖ informal entre clases. Byron era un chico apuesto, rubio y bronceado, con cabello dorado brillante cortado en capas por encima de sus hombros. Byron era tranquilo, introvertido, un misterioso hombre en patineta. A veces lo veía cuando estábamos en el receso del almuerzo, formando figuras de ochos en la parte trasera del estacionamiento o haciendo caballito en su bicicleta cuando no se suponía que debería. Me pregunto si esto era lo que ellos querían decir cuando llamaban a alguien un rebelde. No estaba segura, pero sabía que cuando lo miraba zumbando arriba y abajo del asfalto, conseguía un escalofrío que recorría todo mi cuerpo. No le había dicho a nadie sobre mi enamoramiento con Byron, ni siquiera a Marie. Pero a veces, cuando estaba completamente sola como estaba esa noche, tenía esta fantasía recurrente sobre Byron y yo. En esta fantasía, era un fin de semana, y Byron y yo teníamos un picnic en el territorio de la escuela y nadie más estaba alrededor. Byron me daría una mirada, su linda sonrisa torcida, y me daría cuenta que estaba a punto de besarme. Él alzaría su mano y tocaría ligeramente mi rostro, suavemente moviendo sus labios cerca de los míos… tenía este increíble, sentimiento de mariposas en mi interior cuando imaginaba nuestros labios tocándose. Me preguntaba si esto era como se sentía estar enamorado.

Un agudo ruido interrumpía a través de la música en mis audífonos destruyendo finalmente esta fantasía. Ni siquiera lo escuché al principio, golpeando ligeramente en la puerta corrediza que conduce desde el patio trasero hasta mi habitación. No vi su tosca silueta, en contra de la tenue luz en el exterior. Mamá estaba fuera en una cita con Wolfgang. Marie estaba en el cine con sus amigos. Donnie estaba durmiendo en la casa de unos amigos. Ni siquiera sabía cuando se suponía estarían de regreso. Marie dijo que quizás a las diez, pero eso no significaba nada. Estaba disfrutando tener el lugar sólo para mí. Había dispuesto mi tarea delante de mí y no fue hasta que Derek golpeó más fuerte en el cristal que finalmente levanté la mirada de mis libros y lo vi de pie allí. Estaba gritando algo, su boca torcida hacia arriba. Oh, puaj, pensé, ¿Qué querrá este idiota? Me quité los audífonos y apagué el reproductor. Podía oírlo a través del vidrio: —Hey, ¡Cherie! ¡Déjame entrar! —¡Marie no está aquí! —grité de regreso. Se encogió los hombros y levantó sus palmas al cielo como si dijera, ―¿Y qué?‖ Sacudí mi cabeza hacia él y recogí mis audífonos otra vez. —Cherie, Vamos, ¡Sólo quiero hablar contigo por un segundo!

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Con un suspiro, coloqué mis audífonos abajo y me arrastré descalza hasta la puerta. Lo miré y arrugué mi nariz. Estaba vestido con su usual uniforme, ajustados pantalones vaqueros rasgados de color azul que le daban una apariencia mugrienta y una camiseta de Led Zeppelin. Derek tenía un cabello oscuro largo hasta los hombros que lucía sucio, y cuando sonreía, podías ver a través de su horrible sonrisa unos torcidos dientes amarillos asomándose a través de sus finos labios. Él no era Byron Friday, eso era seguro. Desbloqueé la puerta y la abrí apenas en una ranura. —Dije que Marie no está aquí. Esta fuera. —Déjame entrar, Cherie —dijo él, colocando su boca en contra de la abertura—. ¡Me estoy congelando aquí afuera! —¡No! —escupí—. ¡Lárgate! Derek me incomodaba, y la idea de estar sola con él no era algo que ni siquiera consideraría. Él era un completo cerdo: cuando él y mi hermana estaban juntos, siempre estaba hurgando en ella, tratando de deslizar sus manos bajo su falda o debajo de su top… ¡como un maldito perro en celo! Nunca he podido entender por qué Marie lo aguanta, Con auto o sin auto. Aun peor, cuando fuera que estuviera

aquí, y Marie salía a traerle una cerveza o algo, lo atrapaba mirándome con esos ojos muertos de insecto. Él me miraba de cierta manera, y era como si esos asquerosos labios se volvían más húmedos y más blandos. ¡Puf! Si me paraba para dejar la habitación, sentiría su mirada en mí, recorriendo de arriba abajo mí cuerpo, evaluándome. Casi podía escuchar su entrecortada respiración. Estaba a punto de cerrar la puerta y bloquearla otra vez, pero él deslizó sus dedos a través de la ranura y dijo: —¿Sólo por un segundo? ¡Vamos! Sólo quiero esperar y hablar hasta que Marie regrese. —¡Estoy haciendo mi tarea! Ignorándome, de un tirón abrió la puerta y se apretó más para entrar. Retrocedí instintivamente. Tomé unos pasos lejos de él, y ahora Derek estaba parado en mi habitación, mirándome. Empujó la puerta cerrándola tras él. Mi corazón empezó a latir rápido. Era como si su sola presencia hubiera drenado la vida fuera del cuarto. Sólo estaba parado ahí, mirándome con esa vil sonrisa. Sus ojos corriendo de los míos, viajando más lejos de mi cuerpo, haciéndome sentir pequeña e incómoda. Sonrojándome me di cuenta que estaba parada en frente de él vistiendo nada más que una camisa de dormir y mi ropa interior. Sentí un cosquilleo de calor abrasador en mis mejillas. ¡Oh Dios! Derek siempre fue feo, pero ahí había algo aún más feo sobre él esta noche. Se veía desaliñado. Sudoroso. Como si hubiera estado despierto por tres o cuatro noches bebiendo. Podía oler el alcohol sobre él flotando hacia mí como el aroma dulzón de una habitación recién pintada. Sus ropas estaban sucias y arrugadas. Su cabello se veía grasoso. Su cara sudorosa y esa enorme, bulbosa nariz italiana lucia roja.

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Oh dios, oh dios, oh dios. De repente todo lo que Marie había estado diciendo sobre Derek las últimas semanas se desbordó sobre mí. Creo que él ha estado siguiéndome. Hablo en serio, Cherie, él realmente me asusta. A veces me asusta. Algo en sus ojos. Él está LOCO, Cherie. Mi boca de repente se secó, y con una luz de entendimiento, sabía que estaba en peligro. Miré hacia Derek por pistas, pero miró lejos de mí y empezó a caminar

alrededor de mi habitación, sintiéndose como en casa. Caminó hasta mi silla y levantó los audífonos. Se los puso y preguntó: —¿Qué estabas escuchando? —Escucha, Derek —dije en una voz que sonaba mucho más confiada de lo que en realidad me sentía—. No hay nadie en casa. ¡No puedo tenerte aquí! Te prometo, que le diré a Marie que viniste ¿okey? Pero quiero que te vayas ¡ahora! Pero Derek no estaba escuchándome. Miró por encima de la mesa giratoria y murmuró: —Oh sí. Te gusta Bowie. Él es un maricón, sabes… —Luego se quitó los audífonos y los dejó caer en la silla otra vez—. Marie me dijo que te gustaba Bowie. No puedo soportar esa mierda. No es un verdadero hombre. ¿Qué tipo de hombre lleva un maldito maquillaje? Lo observé mientras él caminaba alrededor de la habitación, levantando todo. Recogió un libro al azar, o un disco, examinándolo. Diciendo algo estúpido, como ―Algebra, ¿Eh? Que molestia odio algebra. No sé porque te hacen aprender esa mierda.‖ Tocando todo. Poniendo sus manos en mis cosas, quería decirle que se fuera a la mierda, pero no tenía voz. Sabía que si trataba de gritarle justo en ese momento, saldría como un chirrido seco. Entonces se detuvo, y me miró con una expresión curiosa en su cara. —Luces exactamente como tu hermana —dijo en una extraña, melancólica voz—. Sólo no puedo superarlo. No le respondí, asustada que cualquier cosa que dijera causaría que lo perdiera conmigo.

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Se inclinó un poco, y agregó en un ronco susurro: —Eres… ¿Completamente idéntica? —Cuando dijo esto, bajó la mirada hacia mi entrepierna, levantando las cejas luego volviendo sus ojos a los míos. Su presencia física me asustaba. En el concierto de Bowie, me sentía súper humana. En ese momento me sentía como si fuera once pies de alta. Pero ahora, con Derek parado sólo a un pie lejos de mí, me sentí como lo que era: me sentía como una chica de quince años que estaba a punto de orinarse en sus pantalones llena de terror. ¡Por favor, déjame sola! Gritaba mi mente. Pero mi boca no hacía nada; sólo me quedé mirándolo con una amplia mirada incomprensible. ¿Qué hora es?

¿No son las diez todavía? Miedo e ira estaban creciendo en mi interior. No hace mucho estaba en la cima del mundo, la brillante reina, invencible y resistente. Ahora este horrible, sudoroso, asqueroso y vil necesitado de un baño estaba parado en mi habitación, tocando mis cosas. ¿Por qué no sólo se marcha? Pero más que la ira estaba el miedo. Si Derek hubiese sacado un arma enfrente de mí, no hubiera estado sorprendida. Sabía que él era inestable. Forzando el camino a la habitación de alguien y negándose a irse no era una conducta normal, ¿Verdad? Derek estaba loco, no había duda de ello. —¿Cuál es el miedo, Cherie? —dijo, sonriéndome, revelando una terrible vista de sus dientes—. ¡No tienes que tener miedo de mí! ¡No te hare daño! Una insensata parte de mí estaba desesperada por creerle. Pero no lo hice, no realmente. Estaba más asustada de lo que nunca he estado en toda mi vida. Él me miró como un perro hambriento. —¡Deja de mirarme! —solté. No me escuchó, sin embargo. Siguió mirando, mirando a través de mí. Me sentí como si pudiera ver a través de mi camisa de dormir. Me sentí totalmente avergonzada, humillada, y aterrorizada todo al mismo tiempo. ¿Qué demonios vio Marie en este miserable?

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Cuando tenía diez años, mi papá me dio unas nalgadas. Recuerdo esto claramente porque fue una sola vez que lo hizo. Me atrapo besando a un niño llamado Winnie, que solía vivir justo bajando la calle. Winnie era una especie de niño salvaje; los otros incluso lo llamaban Winnie el Lobo. Siempre estaba rondando las calles solo, y nosotros nunca realmente vimos mucho a sus padres. La casa en que vivía estaba desmantelada y en mal estado. Solía vestirse muy desaliñado, y era notorio por ser un mal niño, y todos en el vecindario lo sabían. Caminaba directo a los patios de otros niños y les deba una paliza sin ninguna razón. Justo ahí enfrente de los padres de los niños gritando y corriendo fuera de la casa tratando de patear su trasero. Pero a Winnie no le importaba, y a los padres tampoco les importaba, y por una extraña razón me gustaba un poco Winnie. Winnie no encajaba tampoco. La diferencia entre Winnie y yo era que Winnie era incapaz de importarle encajar, y supongo que por alguna extraña razón encontraba eso intrigante. Winnie el Lobo fue el primer chico que me había besado. Sabía a goma de mascar y cigarrillos, y realmente no me gustó, pero fue una sensación lo bastante extraña que pensé sobre ello por un largo tiempo. Había sido amiga de Winnie por un tiempo; había fumado mi primer cigarrillo con él. Era un domingo y yo estaba parada en la esquina con Winnie cuando presionamos nuestros labios juntos y nos besamos. No estoy ni siquiera segura de por qué lo hicimos. No fue un beso real, sólo éramos unos niños imitando lo que vimos en televisión. Nuestros labios estaban apretados juntos, y sólo movimos

nuestras cabezas de derecha a izquierda en una imitación de pasión, no entendiendo realmente lo que estábamos haciendo. De repente escuché a mi papá gritando: —¡Cherie! Cuando mi papá cruzó la esquina y gritó, le dio a Winnie una mirada lo suficientemente aterradora para apartarlo inmediatamente. —Te he estado buscando —dijo papi en esa voz baja que usaba cuando estaba molesto—. ¡Vas tarde para la iglesia! Comencé a llorar inmediatamente. Sabía por la mirada en la cara de mi padre que estaba en un gran problema. Me agarró la mano y echamos a andar hacia la casa. En un hilo de voz pregunté: —¿Voy a la iglesia ahora papi? —No, Cherie. Tú vas a esperar en la casa. Voy a llevar a tu mamá, Marie, y Donnie a la iglesia… trataré contigo cuando regrese.

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Aterrada, comencé a rogarle a papá que me dejara ir a la iglesia. Yo era una buena chica católica. Me había tragado todas las historias de culpa, pasión, sacrificio y condenas sin ninguna pregunta. Quería ir a rezar por mi alma inmortal, porque había besado a un niño. Quería rogar a Jesús por su perdón. Pero papá no estaba escuchando. Me trajo a la casa y me dijo que me sentara en la esquina y esperara por él. La abuela se ofreció para quedarse conmigo, pero papi dijo que no, lo que me hizo estar más aterrorizada. La abuela era tan dulce y de corazón blando que temblaba y lloraba cada vez que conseguíamos un castigo. Supongo que no quería que la abuela tuviera que verlo. Me senté ahí, temblando y llorando, y con un horrible sentimiento desolador dentro de mí. Papi se fue, y todo el tiempo que la familia estuvo fuera no moví ni un sólo músculo. Me senté ahí; el único movimiento que hice fue el de los palpitantes espasmos de mis hombros mientras lloraba. Después de un tiempo escuché el auto en el camino de entrada, y sentí un nudo en mi estómago. Cuando papá caminó a la sala, estaba cargando el azote. Nunca olvidaría ese azote. Mamá lo había traído de un viaje a México: era una paleta de madera con una imagen pintada a mano sobre ella, de un hombre en un sombrero azotando tres colillas rojas que sobresalían en el aire. Al principio cuando lo trajo pensé que era gracioso, justo antes de la primera vez que lo usara. Tan pronto vi el azote, comencé a llorar y a rogarle a papi que no lo hiciera. Papi miró al frente. Nunca había visto a mi papá de esta manera. Entonces, sin ninguna palabra, me puso sobre sus rodillas y me dio una nalgada. Recordando , supongo que no dolió tanto, pero el hecho de que había decepcionado tanto a papá eso sí. Nunca olvidé eso. La memoria es tan fresca hoy como siempre lo fue.

Cuando él había terminado, me miró, su cara una mezcla de tristeza y arrepentimiento, y dijo: —Tú te mantendrás alejada de ese endemoniado niño, sólo trae problemas. ¡Lo digo en serio, gatita! ¡Mantente lejos! Yo estaba chillando, mocos corriendo por mi rostro, histérica, y le pregunté: —¿Por qué papi? ¿POR QUÉ? —¡Porque yo lo digo! Después de eso, el asunto de Winnie el lobo nunca se nombró otra vez. No sé qué pasó con Winnie el lobo. La familia se mudó lejos y eso fue todo. Pero ahora, con Derek mirándome de esa manera asquerosa, la memoria vino de regreso, porque por primera vez en mi vida entendía exactamente por qué mi papá me había pegado. Debido a que hay cierto tipo de personas en este mundo, un tipo que tiene algo oscuro dentro de su alma. Como Winnie. Como Derek. Pero Derek era aún PEOR que Winnie el lobo. Derek era en lo que se hubiera convertido Winnie. Algo no verdaderamente normal. Algo más monstruo que hombre. Mis mejillas enrojecieron al recordar la forma en que los labios de Winnie se sentían contra los míos. Sentí nauseas. Deseaba nunca haberlo besado. Deseaba que Winnie el lobo estuviera muerto. Ambos Winnie y Derek. Miré hacia Derek, miré directo a esa roja, horrible cara. Desearía poder matarlos a ambos yo misma, pensé. ¡Desearía tener el coraje! —Marie me dijo —comentó Derek en una profunda, voz con flema. Comenzó a caminar hacia mí, a propósito ahora. Como si su decisión estuviera tomada—. Me dijo… que eras una virgen.

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¡No sabía a dónde mirar! No podía creer lo que me estaba diciendo. Me sentía tan avergonzada, tan pequeña, tan malditamente asustada. Levantó una mano y me agarró por el brazo. —Tan linda —dijo—. Y fresca, me gustan las chicas que están frescas. Aparté mi brazo. —Aléjate de mí, ¡Derek! —¿Qué ocurre? —Sonrío—. ¿No quieres un hombre real? Marie y mamá estarán en casa pronto, pensé. Muy pronto. Ellas caminarán juntas por la puerta, y Derek echará a correr.

Muy pronto. Por favor. Por favor vengan a casa. Por favor… Seguía diciendo esto mientras él se acercaba. Más cerca. Seguía diciendo mientras me agarraba otra vez, esta vez usando ambas manos sujetando más fuerte mis hombros. Puso su verdadera cara cerca de la mía, y podía oler su apestoso aliento mientras decía: —Te gustará, lo prometo. Trate de luchar, pero era más grande y más fuerte que yo y empezó a empujarme hacia la cama. Por favor… Por favor… Yo continuaba diciendo esto mientras me empujó sobre la cama, barriendo mis animales de peluche a un lado, y colocó una palma sudorosa sobre mi boca para que no pudiera gritar. ¡Estúpido bastardo! ¿No podía ver que estaba tan asustada que no podía gritar si lo intentaba? Puso su cara cerca de la mía. Demasiado cerca para que cualquiera se apartara. Podía oler su aliento. El tabaco y el alcohol rancio, la podredumbre y la decadencia. Seguía sonriendo con esa estúpida sonrisa.

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—Te va a gustar. Me vas a agradecer por esto, lo juro… —Cerré mis ojos. Podía sentir su aliento caliente en contra de mi cara. Luché furiosamente, pero el presionó su mano más fuerte contra mi boca tanto que no podía respirar—. Tengo una cosa por las vírgenes —estaba diciendo desde algún lugar lejano—. Vamos Cherie… no dolerá. Te gustará… lo prometo… Podía sentir mi camisa de dormir siendo levantada, y su mano libre, tirando de mis bragas hacia debajo de manera ruda. Él tenía todo su peso corporal apretado contra mí ahora, y mientras luchaba se me hacía cada vez más difícil moverme. —¡Quítate… de … encima… Derek! —grité—. ¡MALDITO… QUÍTATE... DE… ENCIMA! ¡QUITATE DE MÍ! ¡QUITATE! Podía sentir presionando contra mí. Su cosa. Podía sentirlo hurgando ahí abajo, desabrochándose el pantalón, y estaba respirando en mi oído.

—¡Maldita sea deja de luchar, te gustará… me agradecerás, ahora deten… la maldita… lucha! Luego se llevó una mano a la boca y escupió contra la palma de su mano. Forzó la mano entre mis piernas, derramando la baba sobre mí. Podía sentir su cosa presionando duro contra mí. Oh dios. Oh dios, esto no puede estar pasando. Cuando empujó dentro de mí, grite. Nunca había sentido un dolor así. Fue el más horrible y penetrante dolor, y emanaba de muy dentro de mí. Como si hubiera sido desgarrada. Él estaba empujando dentro de mí, gruñendo en mi oído cada vez que lo hacía. Literalmente me volví loca… encontrando la fuerza que nunca supe que tenía, empecé a golpearlo con mis puños, y dejando salir un grito de lo más profundo de mi alma. Estaba reaccionando por puro instinto. Todo lo que podía pensar en hacer era herirlo tanto que se tendría que quitar de mí. Empecé rasgándole el cabello, arrancándolo en montones, arañando sus ojos, dándole puñetazos. Trato de agarrar mis muñecas para hacerme parar, ¡Pero no había oportunidad! Grité, me arrojé contra él, y traté de desgarrar su piel. En un arrebato, me las arreglé para hacerle suficiente daño como para que se echara hacia atrás por un momento, y esa sonrisa de mierda, finalmente abandonó sus labios.

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Al girar hacia atrás, su cosa salió de mí, y esto me dio el impulso que necesitaba. Atraje mis rodillas en una posición fetal y logré empujarlo contra su pecho, empujándolo hacia atrás. De repente Derek, el agresor, el acosador, el monstruo, estaba aullando como un perro apaleado. Pude ver los arañazos rojo brillante en su cara, la piel manchada de sangre donde esta se abrió. ¡Y la mirada en su cara! Era de incomprensión total y absoluta. Se tambaleó lejos, abriendo las puertas corredizas y corriendo por su vida en la oscuridad, con los pantalones todavía colgando. —¡LARGATE! TE MATARÉ, ¡HIJO DE PUTA! ¡FUERA DE AQUÍ! ¡VETE A LA MIERDA! Estaba lista para matar. Nunca, jamás sentí tanta rabia. Estaba temblando con furia y podía sentir la rabia, el dolor y la adrenalina corriendo a través de mí. Pero Derek se había ido. Yo lo había derrotado. Me tambaleé hacia la puerta, sollozando histéricamente, tirando para cerrarla, rompiendo el bloqueo en su lugar. Snip 2

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Snip: Sonido que hace la tijera al cortar el cabello.

Snip-snip. Mire mi cabello caer en el piso del baño, pequeños mechones de cabello rubio, pequeñas partes amputadas de mi misma. ¿Me sentía triste? ¿Feliz? No lo sabía. No sabía que sentía, aparte de rabia. Me sentía muy enojada, pero supongo que siempre me había sentido enojada. Snip. Snip. Sentía odio. Odio es una poderosa palabra; me gustaba la forma en que se sentía en mi lengua. Odio. Es una palabra dura, como un golpe en la boca. Deja un sabor como de cobre después que lo dices de la manera correcta. ODIO. Pensé sobre la sangre que goteaba a través de mis piernas, y el profundo, abrasador dolor que Derek dejo atrás. Oh dios, él me hirió. Me hirió muy mal. Snip. Quito otra parte. A Derek le gustaban jóvenes, jóvenes y frescas. Eso fue lo que me dijo. Ese es el porqué de lo que me estaba haciendo. Joven y fresca. Justo como era. Justo como era antes de esa noche.

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Cuando Marie me encontró y le conté lo que había sucedido, tomamos una decisión de no decírselo a mamá. Mamá ni siquiera sabía sobre Derek, ¿Y cómo podía hablar sobre algo como esto con mi mamá? E incluso si llamábamos a la policía, sabía lo que Derek diría, que lo dejé entrar en mi habitación. Si una chica deja a un tipo entrar en una habitación, entonces todos sabrían que ella estaba buscándolo. ¿Cierto? La única cosa que podía pensar y que era aún peor de lo que me pasó era la idea de todo el mundo enterándose. Sólo podía imaginar lo que dirían, lo que susurrarían sobre mí a mis espaldas. No, esto tenía que ser nuestro secreto. Mi secreto. Decidí que me iría a la tumba sin siquiera decirle a otra alma viviente lo que pasó con Derek. En las semanas que siguieron a la violación, descubrir que Derek no sólo había tomado mi virginidad, sino que también me dejó un recuerdo, una infección de mierda. Mi mamá tuvo que llevarme al doctor, que fue una experiencia totalmente vergonzosa, ella nunca me preguntó como la obtuve; supongo que estaba tratando de ser una mamá moderna y cool o algo. Por supuesto, nunca le dije que había pasado. Pero todavía estaba por venir. Ese día tomé una decisión. Ese día decidí que no iba a hacer más lo que me dijeran, y que nadie iba sólo a tomar lo que querían de mí. Ese día entendí que habían sólo dos tipos de personas en este mundo: las personas

que hacen lo que le dicen qué HACER, y las personas que hacen las cosas para ellos. Sabia cual quería ser. Sentada en el borde de la bañera, con la afilada, brillante tijera de mamá en mi mano, tomé otro mechón de cabello y lo coloqué entre las cuchillas. Snip. Sabía que cuando caminara por la escuela al día siguiente, todos sabrían cómo me sentía. Todos iban a sentir el odio irradiando de mí. Bien. ¡A la mierda con ellos! Quería tomar este odio que estaba dentro de mí y bajarlo por la maldita garganta. Y hacer que se ahogaran. Mientras la pila de cabello en el suelo se hacía más y más grande, me encontré sintiéndome más y más fuerte. Cuando caminé por una habitación a partir de este momento, todos iban a saber que Cherie Currie estaba aquí. Todos los Winnie lobos de este mundo, todos los Dereks de este mundo, todos los chicos en la escuela que pensaron que eran rudos… ¡todos los deportistas, snobs y los estudiosos! Querían que me temieran, que supieran que nadie se mete con Cherie. No más chica surfista cobarde de Valley. No más pretender. Si iba a ser la reina del brillo en la noche, entonces también lo sería en el día. No más intentos de encajar: si no les gustaba… a la mierda. Snip.

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Si lo odiaban, ¡Bien! Si se burlaban, no me importaba. Les daría más. Si pensaban que David Bowie era un maricón y un raro, bien. Sería tan malditamente rara que no sabrían qué los golpeó. Iban a obtener todo el odio que sentía por dentro justo en el medio de sus estúpidas caras. Snip. Snip. Miré a través del espejo. Había hecho un buen trabajo. Feo, hermoso, justo como David Bowie. Me sentía exhausta, como si un gran peso se levantara de mí. Ahora todo lo que tenía que hacer era averiguar cómo dar la vuelta a lo que tenía en mi cabeza en algo parecido al estilo que Bowie lucia en la portada de Pin Ups. Ese extraño casco redondo de pelo de punta en la parte superior, pero larga en la parte posterior. Siempre había admirado ese estilo, pero supuesto era demasiado cobarde para hacer algo al respecto. Sin embargo, ¡no nunca más!

Los profesores iban a odiarme. ¡Bien! Ellos dirían: ―Tu podías haberlo afeitado todo, Cherie, ¡luciría igual de malo!‖ ―¡Quizás lo haga!‖ escupiría de regreso, y entonces me daría la vuelta y caminaría lejos. Ellos también tenían que aprender: no te metes con Cherie Currie. Nunca más. Pronto mi cabello lucirá justo como el de David Bowie. Yo SERÍA David Bowie. Sería fea-hermosa, horrible y apuesta. Ese momento, ese sentimiento eléctrico en el concierto de Bowie cuando sentí que era realmente invencible, así es como me quiero sentir todo el tiempo. Sin miedo. No alguna chica pequeña marcada de los suburbios. Cherie Jodida Currie, la Reina del Odio. Y nadie, NADIE, será capaz de herirme nunca otra vez.

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Traducido por Silvery y Lola_20 Corregido por Mari NC ra sábado por la mañana, en algún momento de la primavera, y los malditos pájaros estaban cantado fuera de mi ventana. Gruñí, me di media vuelta, e intenté en vano bloquear todo lo del exterior. Sin embargo, no funcionó; seguían piando y ululando así que reticentemente abrí los ojos. La luz del sol entraba como un rayo a través de la ventana, convirtiendo el dormitorio en una caldera. Me senté y miré la cama vacía y deshecha de Marie. El reloj me decía que eran las 10 de la mañana. Todavía me sentía bastante mal de la noche anterior de fiesta, pero podía oír las voces viniendo desde el cuarto de estar, asique me imaginé que sería mejor levantarse.

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La voz principal que podía oír pertenecía a T.Y. Tenía una retumbante y teatral voz que llegaba por toda la casa. T.Y. era la acotación de Tony Young, y era el marido de mi hermana Sandie. Era alto y guapo y tenía el tipo de apariencia cincelada que pertenecía a un poster de película. Tenía un grueso y oscuro cabello, cálidos ojos avellana, y —aunque sea un cliché decirlo— una sonrisa de un millón de dólares. Tenía treinta y tantos años y fue actor, por su puesto. En esos días, tenía regularmente pequeños papeles en pelis como Missión Imposible y Star Trek. Atrás en los comienzos de los sesenta, incluso tuvo su propio show de televisión llamado El Pistolero. Como sugería el título, era un western 3, en la honda de La Ley del Revólver o El Llanero Solitario. Mi hermana Sandie era actriz. Había estado actuando profesionalmente desde que tenía 16 años, y yo creía que era guapa: tenía un largo cabello pelirrojo y unos ojos azul glaciar. Sandie y T.Y. se habían conocido en el set de Mujeres policía, un largometraje de 1974 en el que ambos habían trabajado. Han sido inseparables desde entonces. Mamá había abandonado Estados Unidos, para visitar a Wolfgang en Indonesia durante unas cuantas semanas, así que Sandie y T.Y. estaban a cargo de nosotros los niños. Eso estaba bien para nosotros, porque Marie, Donnie y yo estábamos 3

Western: Género de películas o libros que se ambientan en el salvaje oeste americano.

como locos con T.Y. Era bastante genial para ser adulto; parecía saber lo que pasaba, y era uno de los pocos adultos con el que todos nosotros podíamos relacionarnos. Por supuesto, a mamá no le gustaba T.Y., al menos no le gustaba tanto como le había gustado el anterior novio de Sandie, Ron Honeywell. Eso era porque Ron era guapo, rico y mamá sabía condenadamente bien que la vida de un actor era inestable cuando mejor. Restregué mis ojos y me estiré. De repente me golpeó qué día era hoy: hoy era el lanzamiento del nuevo álbum de David Bowie: David Live. Se rumoreaba que incluiría canciones grabadas en el show que había visto con Marie y Paul. Paul decía que iba a ir a comprar una copia y traerla esta mañana… miré de nuevo el reloj y gruñí. Iba a presentarse aquí en cualquier minuto. Me levanté de un salto de la cama y me miré en el espejo. ¡Oh, Jesús! El maquillaje de la pasada noche estaba corrido por toda mi cara, y mi pelo era un espectáculo del horror; estaba aplanado contra mi cabeza por un lado y de punta para arriba hacia el aire por el otro. Mi máscara había manchado mis mejillas y se me ocurrió que parecía algún tipo de versión espacio-tiempo de Baby Jane. —¡Luces como una mierda, Cherie! La voz de Marie me hizo saltar. No me había dado cuenta de que estaba de pie a mi lado. Incluso aunque fuera la primera cosa por la mañana, Marie parecía totalmente equilibrada. Arrugué la nariz y puse mi voz más sarcástica.

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—¿En serio, Marie? Bueno, gracias por señalar eso. Ella se rió un poco. Aunque las dos estábamos picándonos todo el tiempo, no había verdadera malicia entre nosotras, en realidad. Claro, había una parte de mí que en el fondo se resentía por lo arreglada que era Marie, y lo fácilmente que encajaba con los chicos populares del colegio. Había algo natural en ella; nunca la pillé mirando el menor trozo de tarta. Era como una rivalidad entre amigas más que otra cosa. Todavía era mi hermana gemela, y eso era un vínculo que corre tan profundo que seguramente sería incomprensible para la mayoría de la gente. Marie empezó a hacer su cama, y mientras hacía eso casualmente dijo: —Oh, sí… eh, Paul acaba de llamar.

—¿Y…? —Y, eh, dijo que tenía el álbum de Bowie y que estaría aquí en como quince minutos. —¡Oh, mierda! —grité y salí precipitadamente del dormitorio para encerrarme en el baño. Cuando volví a salir media hora después, era una Cherie totalmente nueva. Me había trasformado: mi pelo estaba fijado, perfecto, justo como en la portada del disco de Bowie Aladdin Sane, sólo rubio platino. El maquillaje de la pasada noche se había eliminado, y en su lugar había una sombra azul claro, raya de ojos negra, y colorete rojizo. En mis labios había aplicado un brillo de labios rosa brillante. Por supuesto, no llevaba barra de labios, principalmente porque Bowie no llevaba barra de labios. Caminé hasta la sala de estar. Marie y Paul estaban pasando el rato. Corrí y rodeé a Paul con mis brazos, chillando: —¡Déjame verlo! Paul sacó el LP de una bolsa de papel y me lo tendió. Refunfuñó: —Ahí tienes… —dijo con los dientes cerrados. Sostuve el álbum sin respirar, pasando mis pulgares por la cubierta. —Oh, dios mío —suspiré—. Es maravilloso… Marie me miró con esa mezcla familiar de pena e indulgencia. Le gustaba también Bowie, pero consideraba mi obsesión con The Thin White Duke 4 rozando la locura.

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La imagen de la cubierta era una de las más bonitas que había visto: Bowie, vestido con aquel resbaladizo traje que había llevado en el show, con una pose llamativa. Él parecía increíble. La foto tenía una proyección azul cubriéndola, bañándolo en un brillo de neón futurista. David Bowie es el hombre más guapo en el planeta, pensé mientras miraba fijamente paralizada a la imagen. Paul empezó a reír con esa extraña risa suya, pero yo sabía que estaba tan excitado como yo. Paul era el único chico que conocía cuya obsesión con todas las cosas de David Bowie podía incluso acercarse a la mía. —Espera hasta que lo escuches —dijo—. ¡Es INCREÍBLE!

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The Thin White Duke: Fue el personaje y alter ego de David Bowie en 1976.

—¡Vamos! —Agarré el brazo de Paul e intenté dirigirlo hasta mi cuarto—. ¡Vayamos a mi habitación y escuchemos! —Meneó su cabeza, y movió las llaves de su coche. —No puedo. Tengo algunas cosas que hacer antes de la fiesta de esta noche. ¿Necesita alguna que la lleve? Marie negó con la cabeza. —No, Vickie nos va a llevar. La estamos ayudando a montar… Yo ya estaba dirigiéndome a mi habitación, así que les dije: —¡Vale, gracias, Paul! ¡Te veo luego! Entré corriendo en mi habitación y saqué el disco del estuche. Sosteniendo el brillante disco negro en mis manos, lo examiné cuidadosamente buscando imperfecciones. Después, con cuidado, lo coloqué en la placa giratoria. Puse la aguja en la ranura, me puse mis auriculares, y me dejé caer de vuelta a mi sillón con relleno. Podía oír los gritos del público en mi cabeza, haciendo que mi estómago revoleara con anticipación. Cerré mis ojos, y era casi como si estuviera allí de nuevo. Cuando la música empezó, tenía la extraña sensación de que estaba flotando… alterada… transportada.

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Antes de la fiesta, decidí que un cambio de conjunto de ropa sería apropiado. Tenía un conjunto escandaloso de plata resplandeciente sacado, pero después de ver lo guapo que parecía Bowie en la portada de David Live, decidí ir con un traje y corbata. Era una prenda de segunda mano de mi hermano, pequeña y hecha a medida, y me quedaba bien en todas partes, pero todavía estaba un poco reticente ya que no era un traje de verdad. Aun así, tenía que admitir que era un acuerdo bastante bueno. Me coloqué en una pose frente al espejo y me sonreí a mí misma. Eran las ocho en punto y Marie estaba en el dormitorio preparándose conmigo. Llevaba puestos unos vaqueros azules, una camiseta de manga larga, botas, y un cinturón. Era una manera demasiado conservadora para mi gusto, pero tenía que admitir que parecía bueno para una surfista a la moda. T.Y. llamó a la puerta y después echó una miradita por el dormitorio, sonriéndonos con indulgencia parecía un padre adorable. Para entonces yo sabía que T.Y. de verdad quería niños, pero Sandie estaba decididamente en contra de eso. Yo todavía creía que eso era porque Marie y yo habíamos tirado por el retrate su muñecas favoritas cuando éramos niñas pequeñas. No lo hicimos para ser malas, estábamos

intentando darles un baño. Pero Sandie se lo tomó a la tremenda, y honestamente creo que eso le quitó la idea de tener hijos, nunca. —Cherie-zee —bramó él con esa voz de estrella de cine suya—. ¡Mírate! ¡Te ves genial, cariño! —¡Oh, gracias, T.Y.! —sonreí. Sentí una sacudida de orgullo. Normalmente nunca tenía ese tipo seguridad sobre mi apariencia esos días, asique cuando esto ocurr ía, me hacía sentir bastante especial. T.Y. miró a Marie, quien estaba mirándolo con expectación, con su ceja levantada. —¡Y mírate TÚ, Marie-zee! —sonrió T.Y—. ¡Pareces preciosa! —Yo también te quiero, Tony… —Marie sonrió cuando fue a ponerse el maquillaje. T.Y entró en la habitación, vestido con su uniforme pantalones de líneas blancas y una casaca oscura. Parecía como acabara de volver de un retiro espiritual indio. T.Y. era un tipo de chico espíritu libre de la Costa Oeste. Nada parecía alterarlo, e incluso su actitud hacia su trabajo era bastante relajada. Ni siquiera la descarada objeción de mamá hacia su relación con Sandie podía ponerlo nervioso. T.Y. se lo tomaba todo con calma. Claro, él acudía a clases de interpretación, y trabajaba una vez durante un tiempo, pero no salía y se recorría el pavimento buscando trabajos de interpretación de la manera en que lo hacía mi hermana Sandie. Tony estaba más contento por volverse a sentar y dejar que el universo se cuidara por sí mismo. Tenía una hija de su anterior matrimonio que tenía alrededor de nuestra edad, pero siempre era gracioso cuando intentaba hacerse el paternal con nosotras. Para terminar, se aclaró la garganta.

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—Ahora, eh, chicas… —dijo, intentando sonar lo más responsable que podía—. No sé lo que quieren conseguir dentro de esas fiestas o lo que sea… ya sea tomando una cerveza, o tomando una calada de un porro… Escuchar a Tony hablarnos sobre hierba me hizo sonreír. Siempre era divertido cuando una persona mayor intentaba hablarme acerca de las drogas, incluso Tony, que era bastante más un chico fiestero. Una vez nos había permitido a Marie y a mí dar una fiesta en la que invitamos a todos nuestros amigos del colegio. Incluso él nos había conseguido la cerveza. Pasaron rápidamente unas horas, y la casa estaba llena de chicos alucinando, vomitando y llorando, y otro tipo de quinceañeros incapacitados, y allí estaba T.Y., caminando por ahí sin inmutarse por nada de todo aquello. Yo sabía que por lo menos T.Y. sabía de lo que estaba hablando. Mi madre intentó tener aquella charla

conmigo, y no la podía tomar en serio. A los quince, sentí que sabía más sobre drogas que ella. —Bueno —sonrió T.Y.—. No estoy intentando meterme en sus asuntos. Sólo quiero ser genial… —Alcanzó el bolsillo de su camisa y sacó un par de enormes pastillas—. Sólo tomen esto —dijo—. Son vitaminas. Las harán sentir mucho mejor por la mañana… Me lanzó una pastilla hacia mí y la cogí. Repitió el gesto con Marie. Lo miramos, y pensé que T.Y. tenía que ser el adulto más genial que había conocido. Si mi madre supiera que había estado bebiendo o tomando drogas, me castigaría para siempre. Todo lo que le preocupaba a T.Y era asegurarse de que no tuviera resaca. Todo eso del placer de la salud era algo en lo que él y Sandie habían entrado durante algún tiempo. Al salir, puso un puñado de ovaladas pastillas de color melocotón en la mesilla de noche. —Esas son enzimas de papaya —nos dijo—. Son buenas para su digestión. — Después puso esa sonrisa de estrella de cine y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él.

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Para matar un poco el tiempo, Marie y yo decidimos ir a la sala de juegos y jugar al billar durante un rato. Mamá había estado de acuerdo en dejarnos convertir el garaje en una sala de juegos, algún día alrededor de nuestro catorceavo cumpleaños. Pintamos un mural en una de las paredes, con ese tipo de escena de fantasía prehistórica loca. En colores fluorescentes como remolinos, pintamos un dragón a punto de devorar a una mujer desnuda con un bebé en brazos. En el fondo había un volcán en erupción y escupiendo lava de neón roja, con varias estrellas, planetas y criaturas voladoras suspendidas en el aire por encima de la escena. También teníamos una cancha, y la mesa de billar, y lo mejor de todo, una escalera de mano que nos dejaba subir al segundo piso donde había una cama para gemelas, una lámpara de lava, una mesa… Esto era por si alguien necesita colarse por la noche. Marie tenía un novio nuevo, Steve, que vivía justo calle abajo. Los descubrí una vez allí, enrollándose. Aunque me daba asco ver a mi hermana liarse con un chico, fue mejor al menos que verla con Derek. No habíamos visto a Derek desde la violación. No verlo alrededor hacía que fuera un infierno mucho más fácil de fingir que nunca pasó. Con un golpe, accidentalmente hundí la bola blanca el agujero de la esquina. —¡Maldita sea!

Marie rió y dijo: —¡Qué agradable, boba! Con Marie venciéndome al billar, como era normal, fue un alivio oír a Vickie haciendo sonar su claxon fuera. —¡Oh, mala suerte! –sonreí—. Terminaré de vencerte la próxima vez… Marie me levantó su dedo corazón, y dijimos adiós a Sam y T.Y. antes de saltar dentro del viejo Chevy rojo de Vickie. Vickie era una buena amiga. Tenía dieciocho años y ya se había graduado en el instituto. Cuando quería irme del instituto, ella me llevaba en su coche y nos fugábamos para perder el tiempo, escuchando música, y pasando el rato… La gente decía que podíamos haber sido hermanas, y era verdad: el parecido era realmente asombroso. Incluso se había cortado el pelo de la misma forma casi al mismo tiempo que lo había hecho yo… aunque ella se había teñido líneas de cada color del arcoíris. Vickie estaba sonriendo cuando entré en el coche con mi traje y mi corbata. —¡Waw! —dijo—. Cherie, ¡pareces radical! Colega, ¡pareces justo como una David Bowie femenina! Si había algún cumplido en el mundo que estaba garantizado que me hacía sentir increíble cuando tenía quince años, era ese. Miré por la ventana, sonriendo. Sí, pensé para mí misma, yo SOY la David Bowie femenina. Después de todo, podía moverme como él, y podía cantar todas sus canciones a la perfección.

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—¡Caray, yo SOY David Bowie! —anuncié. Marie chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco. —Era un bicho raro, Cherie, lo juro por Dios. —Que te jodan —le dije, arrugando mi nariz. Ella se cruzó de brazos y miró afuera por la ventana. Podía sentir el enfado surgiendo en mi pecho. Dolía porque sabía que en realidad no pensaba que yo fuera un bicho raro; sólo era una tomadura de pelo de hermanas. Esta era la Marie que yo tenía que soportar cuando estaba por ahí fuera con sus estúpidos amigos ―populares‖. Bueno, QUE LOS JODAN, pensé, esta noche voy a pasármelo bien. Nadie va a arruinarme eso a mí, ni siquiera Marie.

Vickie vivía con su madre en una modesta casa en Sherman Oaks. Pero ese fin de semana su madre estaba lejos, así que Vickie decidió que era una buena oportunidad de dar una fiesta por todo lo alto. —Así que, ¿Quién va a venir esta noche? —preguntó Marie cuando llegamos a casa de Vickie. —Ah… un montón de gente. Danny, Paul, Gail… Unos cuantos más… Conocía a Gail a través de Marie. Era extraña, y no había duda de ello. Estuvo en el golpe de 1930, y llevaba un pelo realmente corto con esos anchos rizos presionando contra su cabeza. Tenía hombros estrechos y caderas anchas, y era desgarbada y torpe. Como yo, ella hacía que la gente tuviera que mirar dos veces cuando entraba en una habitación. Teníamos fuera el coche, y Marie dijo: —Ya sabes, Gail y yo fuimos a comprar el otro día, por Boulervard Hollywood. Hombre, ella se conoce todas las tiendas geniales. Está bastante a la moda, ¿sabes? ¡Pero es dura, también! Estuvimos caminando por la calle y algunos gilipollas pasaron a nuestro lado golpeando y voceando por fuera del escaparate, gritando: ¡BOLLERAS5! ¿Sabes lo que hizo Gail? Colega, persiguió a esos idiotas calle abajo gritando: ―¡QUÉ TE JODAN, jodido MARICÓN!‖ Tendrían que ver al tipo. Parecía como si se fuera a cagar en los pantalones o algo así. No podía salir corriendo de allí lo suficientemente rápido. ¡Fue tan genial! Vickie se encogió de hombros. —¿Cuál es el problema? ¡Gail es lesbiana!

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—¡Lo sé! —rió Marie—. Pero ella dijo que no creía que eso fuera justo para mí… Dentro, yo estaba poniendo nuestros bols de patatas cuando Vickie me llevó a un lado y susurró: —Tengo algo para ti. Puso algo en mi mano. Lo miré. Era una pastilla blanca redonda, una pastilla que era un poco la moda en aquellos días, una Quaalude 6. Sin dudar, me la metí en la boca y la tragué con un trago de ron con coca cola. ―Divertirse‖ estaba empezando a ser una de mis metas favoritas esos días, cuando la mezcla de bebida alcohólica y pastillas estaba en su justa medida, se sentía como si estuvieras caminando atravesando un cálido y viscoso liquido cuando caminabas, y cada paso pegajoso 5 6

B olleras: En el original ―Lezbos‖, otra expresión para referirse a las lesbianas. Quaalude: Tipo de droga recreativa.

enviaba pequeños escalofríos de estallidos de éxtasis hacia abajo en la espina dorsal como petardos. —Gracias, corazón —dije—. ¡Esta fiesta va a ser genial! A las diez en punto, la fiesta estaba a pleno, y me estaba sintiendo realmente bien. Relajada, feliz, y mi mente estaba nadando placenteramente. Cada vez que alguien me hablaba, era como si sus palabras estuviesen flotando a mis oídos, viniendo en olas telepáticas. El Quaalude era fuerte, y por un momento casi entro en pánico… ¿era así de fuerte? Había visto a chicos desmayarse, quiero decir, literalmente colapsar aquí mismo, cuando no podían manejar sus Quaaludes. Sus ojos se desenfocarían, y simplemente caerían sobre sus caras, rompiendo sus narices o dientes en el proceso. O, se arrastrarían a un rincón y se desmayarían, y los demás dibujarían bigotes en sus caras mientras estaban tirados babeando. Pero no, no yo. Yo era David Bowie, ¿no? Podía manejarlo. Podía manejar cualquier cosa. Las luces estaban bajas, y el aire era caliente, y la sala estaba atestada de gente joven. Vi a Paul y Gail sentados juntos en el sillón. Los miré con ojos cansados, pesados. Gail me estaba mirando. La miré y la percibí como entre sueños. La gente pasaba entre nosotros, pero nunca quitó sus ojos de mí. El modo en que me miraba me hacía temblar. Me sonrió, y sentí a mis labios curvándose hacia arriba también, como si estuviéramos conectadas de alguna extraña forma. Me sentí un poco removida de mi propio cuerpo, como si estuviera flotando sobre mí misma, observando mis propios movimientos con el interés de un observador separado. Un familiar estribillo de piano comenzó a sonar, y me di cuenta de que era ―Candle in the Wind‖ de Elton John. Gail estaba viniendo hacia mí, ignorando a todos a su alrededor, caminando sin desviarse, poniendo su mano sobre la mía y diciendo:

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—¿Te gustaría bailar? Sus ojos… sus ojos eran como platos, como grandes piscinas de oscuridad como tinta… y sentí el repentino vértigo, como si pudiera haber caído dentro de esos hoyos cavernosos. —Claro —me escuché balbucear. Mantén el control, Cherie… una parte distante de mi cerebro demandaba. ¡Puedes controlar un quaalude! Guió mi mano, poniéndola en su cintura. Puso su brazo alrededor de mis hombros y me atrajo más cerca. Podía oler su perfume, sentir el calor irradiando de su cuerpo. Empezamos a movernos con la música. Sentí su cálido aliento contra el nacimiento de mi cuello, y envió un delicioso escalofrío por mi espalda. La habitación estaba oscura, tan oscura que apenas podía ver. Sentí su boca contra mi

oreja, la suave humedad de su lengua tocando mi piel. Luego, casi sin saber cómo sucedió, estábamos besándonos. Nuestros labios se estrellaron juntos y podía saborearla, podía sentir su lengua en mi boca. Sentí como si estuviera en otro planeta, la combinación del alcohol, el quaalude, la música y Gail, me estaba dando una experiencia extra corporal. Un temblor de reconocimiento recorrió mi cuerpo. Yo era la extraña, un camaleón, andrógina, no como los otros con sus roles rígidos y definidos…Podía cambiar mi sexo con tanta facilidad como podía cambiar mi color de cabello. Imaginé que así se debía haber sentido Bowie cuando estaba con una mujer. —Ven conmigo —susurró Gail. Tomó mi mano y me guió fuera de la pista de baile. Caminamos pasando figuras borrosas en la habitación mientras la canción terminaba, y ―Vicious‖ de Lou Reed empezaba a sonar. Caminamos por el pasillo, pasando parejas besándose y chicos de pelo largo pasándose un porro, riendo histéricamente con ellos mismos, hacia el brillo fluorescente del baño. Entramos, y Gail cerró la puerta tras nosotras. —Ahora te tengo toda para mí —murmuró. En la dura luz del baño, repentinamente todo se enfocó claramente.. Miré a Gail y sonreí suavemente. Demonios, ¿Cuál es el problema? La bisexualidad es genial. Todo el mundo era bi estos días. Juré que nunca tendría miedo, ¿no?

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Agarré a Gail y la empujé contra mí, y luego nos estábamos besando con un frenético abandono. La empujé hacia arriba contra la pared, y corrí mis manos bajo su ropa, sintiendo los suaves contornos de su cuerpo, nuestras respiraciones rápidas y calientes, y a ritmo de la otra… ni siquiera oí la puerta del baño abrirse; ni siquiera noté a Vickie parada mientras Gail y yo nos besábamos furiosamente. Vickie se quedó parada con la boca colgando abierta, y finalmente la notó cuando balbuceo: —¡Dios santo, Gail! ¿Qué DEMONIOS estás HACIENDO? Me congelé, y nos separamos. Gail se giró y miró a Vickie. —¿Qué mierda parece que estamos haciendo? Estaba parada allí, con mi espalda contra los fríos azulejos, asombrada por todo lo que estaba pasando. Miré a Vickie a través de mis pesados ojos, pero ella estaba dejándome fuera. Parecía que estaba por llorar o algo.

—¿Cherie? —dijo suavemente. No dije una palabra, era como si las palabras se perdieran en el camino de mi cerebro a mi boca. Estaba shockeada por lo molesta que se veía. Vickie me miró con fiereza, luego enfocó su ira en Gail. —¡No quiero que hagas esto! —escupió—. ¡No con Cherie! ¡Está borracha, por el amor de dios! Gail pasó un dedo por mi labio inferior y dijo: —Bueno… ella se ve bieeeen para mí, Vickie. Se ve perfecta. Gail puso sus brazos alrededor de mí de nuevo, y presionó sus suaves labios contra los míos. Mientras nos besábamos, podía oír a Vickie llorando. —Gail, tienes que salir de aquí AHORA. Lo digo en serio. ¡Quiero que te VAYAS! Nos separamos. Gail me miró y dijo: —¿Quieres venir conmigo? Vickie se arrepintió, y me suplicó: —Cherie, ¡no! ¡Por favor, no! Miré a Vickie y luego a Gail. —Te veo luego, Vick —dije, antes de dirigirme a la puerta con la mano de Gail en la mía.

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Pasamos entre los chicos en el pasillo, estaba completamente intrigada por Gail. Desafortunadamente, Vickie, la pobre Vickie, bueno, ella simplemente no entendía. No del modo que yo lo hacía. Pensé en Bowie, y Elton y Lou Reed. Si todos pudieron admitir ser bi, entonces quería saber de qué se trataba todo eso. Jesús, tenía quince años, ya no era un bebé, quería experimentar eso. Quería experimentarla a ella. Gail me llevo a casa. Entramos a la habitaron de grabación y subimos las escaleras al segundo piso. Puse algo de música, Bowie entonando ―It was a god-awful small affair…‖ y caí en la cama con Gail. Cuando nos besamos esta vez, había una urgencia en ello, una pasión que nos propulsaba con su propio momento. Podía oler su piel, su perfume, y la deseaba. Quería esto. La sensación era tanto extraña como familiar e algún modo extraño… Levantó sus caderas y despacio bajó sus pantalones… La sentí pasando sus dedos por mi cabello mientras besaba su cuerpo,

moviendo mi boca abajo, abajo por su suave y plano abdomen… abajo, abajo, hasta que alcancé los suaves rulos de su pelo… Y luego, como un corte abrupto de una película de horror, estaba despierta en la cama. Era la mañana. Y estaba por vomitar. Un rayo de sol quemaba mi cara, y mi boca se sentía seca, podrida. Mi cabeza dolía, mi cuerpo dolía. Miré hacia mi costado, adormilada y de repente me sentí completamente despierta. Había otra cabeza en la almohada. Gail estaba justo allí, junto a mí, durmiendo. De repente, sentí a mis agallas derrumbarse mientras el suelo desaparecía de debajo de mí ¡OH, DIOS! Realmente sucedió. No fue alguna clase de sueño erótico inducido por las drogas. Gail estaba durmiendo en la cama junto a mí, y las memorias de la noche anterior empezaron a flotar de nuevo hacia mí. ¿Qué había hecho? Me puse de pie con mis inestables piernas, y empecé a ponerme la ropa. . El movimiento empezó a despertar a Gail, y la oí murmurar: —¿Adónde vas? —En una voz lejana y adormilada. No respondí. No podía. Todo lo que pude hacer fue bajar las escaleras y correr a la casa. Me dirigí a mi habitación, convencida de que en cualquier momento iba a soltar un proyectil de vómito. Mi cabeza estaba latiendo por el alcohol y la píldora. Mientras me arrastraba a mi cama, vi a Marie sentada en la de ella, mirándome con amplio disgusto.

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—¿DÓNDE estabas, Cherie? ¿Dónde estuviste anoche? —demandó. Sólo me pare ahí, balanceándome hacia delante y atrás en mis talones como un venado captado en acción. Sentía que si movía un sólo músculo, de seguro vomitaría. Quería que Marie sintiera piedad de mí, que viera lo patética que me sentía, pero no lo hizo. Ella sólo siguió, aprovechando su ventaja. —¡Vickie me dijo que te fuiste con Gail! —escupió, antes de agregar en un atónito murmullo—. ¡Me dijo todo! Me dirigí a mi propia cama y me senté. Reposé mi cabeza mareada en mis manos. —¿Qué HICISTE con ella? Cherie, ¿qué HICISTE? Todo lo que podía hacer era respirar. Respirar. Sentía como si fuera a desmayarme o sólo a morirme justo ahí y en ese momento de una mezcla de vergüenza y horror. Me las arreglé para murmurar:

—Gail está en el garaje. Está durmiendo arriba… Marie me atravesó con su más dura mirada. —¿Dormiste con ella? Sólo miré a mi hermana, mi boca apenas abierta. Sentí que me habían abofeteado. Había pasado la mayor parte de mi niñez tratando de ganar la confianza de mi gemela. No podía soportar escucharla hablarme de ese modo. Me sentía como basura. Miré hacia otro lado, mi cabeza de nuevo en mis manos. Comencé a mecerme a mí misma. —Tú…tú… —podía oír la voz de Marie rompiéndose mientras decía esto—. ¡Acabas de responder mi pregunta! Con eso, mi hermana salió corriendo de la habitación. Me puse de pie, porque sentía las lágrimas juntándose dentro de mí, y la seguí a la sala, tratando de agarrarla, tratando de explicar. —¡Espera, Marie! ¡Sólo escúchame! Se giró y su cara estaba roja. Estaba incandescente de furia. Levantó un dedo hacia mí y susurró: —Ya ni siquiera te conozco, Cherie, por Dios santo, ¡no te conozco! Estás enferma ¿sabes? ¡ENFERMA!

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Me quede ahí parada, temblando. Podía sentir las lágrimas a punto de salir. No quería llorar. No quería darle esa satisfacción. Pero no podía evitarlo. Luego, increíblemente, la situación se puso incluso peor. Escuchando la conmoción, Sandie y T.Y. llegaron gritando y demandando saber que estaba sucediendo. Sandie se puso entre nosotras. —¡Hey, es suficiente! —gritó—. ¿Qué demonios está sucediendo? Marie la miró fijamente, sus ojos húmedos con lágrimas. —¿Por qué no le preguntas a ELLA? Miré a Sandie, luego a T.Y. T.Y. se veía realmente preocupado. Miré de vuelta a Sandie y me estaba mirando de forma expectante. Podía sentir todos sus ojos quemándome, mirándome fijamente, buscando una explicación. No podía soportarlo más. Finalmente, lo grité: —¡Dormí con una chica anoche!

Hubo un momento de atónito silencio en la habitación. Y luego ¡SLAP! Sandie me dio un gran golpe, justo en medio de la cara. Ni siquiera lo vi venir, y vi estrellas por un momento. Luego, antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, tenía a mi hermana mayor por la garganta, y la estaba empujando contra la pared como una mujer salvaje. —¡No te atrevas nunca, NUNCA a golpearme de nuevo! —grité. Tiré mi puño hacia atrás, para darle justo en la boca, pero me congelé cuando vi el terror en la cara de mi hermana. Antes de cualquier otra cosa sucediera, sentí como me elevaban del piso mientras T.Y. me agarraba desde atrás y me empujaba lejos. —¡Suficiente! —gritaba—. ¡Chicas, es SUFICIENTE! Sandie estaba llorando, y yo no podía soportarlo más. Empecé a sollozar y salí corriendo de la habitación, completamente mortificada. Corrí fuera de la casa, y cuando estaba en la calle, me senté en el cordón sollozando más fuerte de lo que había sollozada en toda mi vida. Podía sentir mi corazón bombeando en mi pecho, y sentía que estaba a punto de vomitar. El sentimiento de derrumbe estaba deslizándose, y honestamente le hubiera dado la bienvenida a la muerte con los brazos abiertos en ese momento. Mi mundo entero parecía haberse derrumbado a mí alrededor. Al final de la calle estaba el edificio del banco Lincoln, e imaginé como se sentiría saltar desde la cima, sentir el viento oscuro zumbar en mis oídos, sabiendo que en una fracción de segundo, todo mi dolor terminaría finalmente. Sentí una mano en mi hombro. Era T.Y. Me endurecí y no lo miré, pero se sentó a mi lado de cualquier modo. Miré fijo a la acera. Sentí su voz decir:

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—Así que, ¿cómo te está yendo, Cherie-zee? Había algo extrañamente confortante en su voz, pero yo aún estaba llorando. Aún estaba destruida por dentro. —No muy bien, T.Y. —me las arreglé para balbucear. —Vamos, querida —dijo, y sentí sus grandes manos recorriendo mi cabello—. A tu hermana se le pasará. Quiero decir, mira, sé que esto se debe sentir como el fin del mundo ahora. Pero no lo es. No por mucho. —Eso es lo que tú piensas —dije con voz pequeña y temblorosa. T.Y. se encogió de hombros.

—Lamento tener que decírtelo, niña —dijo—, pero la vida está llena de situaciones difíciles. Es como reaccionas ante ellas lo que cuenta. ¿Sabes que acabas de tener? Acabas de tener una experiencia de aprendizaje, querida. Eso es todo. De hecho, cuando realmente lo entiendas será bastante bueno, porque habrás crecido un poco más. LO que sucedió anoche no es la cosa más importante… es lo que tomas de ello, y lo que haces después, lo que cuenta, ¿lo ves? Sorbí mi nariz, y limpie las lágrimas de mi cara con una mano temblorosa. T.Y. puso su brazo a mí alrededor y miró al cielo. —Bello día, ¿no? —dijo con una voz ensoñadora. Nos sentamos en silencio por unos pocos momentos. Luego me giré para verlo. —¿No estás decepcionado de mí, T.Y.? T.Y. se rió de esa forma profunda y dulce suya. —Oh, claro que no, Cherie-zee. No estoy decepcionado en absoluto. De hecho, estoy orgulloso. Acabas de ganar bastante experiencia de vida real. En algún lugar lejano en la distancia oí una puerta de auto cerrarse y un motor encenderse. Era Gail yéndose, y mientras maniobraba pasándonos, saludó desde la ventanilla. Saludé débilmente de nuevo hacia ella, viendo su auto desaparecer en la ruta. T.Y. me miró. —¿Estás lista para volver a entrar?

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Me encogí de hombros y miré hacia el cielo. Sentía como si un gran peso se hubiera quitado de mis hombros. Lo miré y le dije: —Claro, T.Y. Estoy lista. Tomó mi mano y caminamos de vuelta hacia la casa.

Traducido por Simoriah Corregido por Mari NC ubo un momento en que me di cuenta de que podías hacer cualquier cosa mientras lo hicieras con la suficiente convicción. Mi imagen, por ejemplo. Cuando cambié mi apariencia la primera vez, los chicos de la escuela no sabían qué pensar. Supongo que la mayoría pensó que me había vuelto loca, pero no dejé que eso me molestara. De hecho, secretamente disfrutaba que estuvieran tan alucinados por mí. Marie a menudo salía en mi defensa cuando los chicos intentaban venir por mí: recuerdo a un chico que me lanzó una manzana, golpeándome justo en la cabeza. Antes de que siquiera pudiera reaccionar, Marie había saltado sobre él, y le pateó el trasero de forma increíble. Pero lentamente, en pasos casi imperceptibles, comenzaron a tranquilizarse. Cuando se dieron cuenta de que su opinión sobre cómo lucía no me importaba en lo más mínimo, un respeto algo renuente hizo su camino por mi escuela. Pronto la gente me hablaba de nuevo... incluso se sentaban conmigo en el almuerzo. Big Red también era más agradable.

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Una vez, justo antes de que empezaran las clases, alguien me dio un golpecito en el hombro. Me volví, y de pie allí, más grande y más fea que nunca, estaba Big Red. Crucé los brazos y simplemente la miré. ―Uh, Cherie... ―dijo ella, su rostro registrando completa confusión mientras observaba el rayo, el cabello, la ropa. No dije una palabra. ―Yo, uh... ―Big Red miró alrededor, y luego bajó la voz a un ronco suspiro―. Sólo quería decirte que... lo siento. Que estamos bien, ¿de acuerdo? Lucía como si estuviera esperando que respondiera. No dije nada. Sólo la miré como si tuviera dos cabezas. ―Uh... ―continuó Big Red―. Estamos bien, ¿verdad?

La miré por un momento. Luego me volví y me alejé, dejándola de pie allí con la boca abierta. No mucho después de eso, noté que otros se estaban cortando el cabello y tomando cosas de mi look. Había pasado de terror adolescente a iniciadora de modas en menos de un año. Al principio, me molestaba: todos los chicos cuadrados que se burlaban de mí y me decían cosas, de repente se teñían el cabello y se vestían como pequeños rockeros glam que desafiaban los géneros. Pero entonces comencé a verle el lado divertido. Ésta es una lección valiosa sobre la mentalidad de la multitud. Hay una parte de mí, muy dentro mío, que casi extrañaba ser una paria en la escuela. Un parte contraria, algo punk de mí realmente disfrutaba odiar a todos. Aun así, me di cuenta de que había mucha más gente allí afuera a la que odiar. Siempre había algo que patear. Sólo porque las cosas se me hacían más fáciles en la escuela no significaba que los Dereks de este mundo se hubieran ido a algún lado. No fui más al club de Rodney. Finalmente cerró. El lugar se había convertido en un imán para todo tipo de atención negativa, y eventualmente quedó debajo de una nube de problemas legales y financieros. Algunas personas decían que Rodney's murió el día que Rodney permitió que Chuck E Starr tocara música disco, rompiendo con la hegemonía de glam-rock del lugar. Por supuesto, el hecho de que siempre estuviera lleno hasta el borde con menores borrachos y drogados no ayudaba. Todo lo que tomó fue que Iggy Pop se cayera un par de veces en club, para que la prensa comenzara a escribir sobre la escena en Rodney's en la habitual forma exagerada e histérica. Una vez que eso sucedió, el destino del club estuvo sellado. Una vez que el club cerró, Chuck E Starr empacó sus discos y se mudó a Sugar Shack.

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Desde el fallecimiento de Rodney's, las zorras con brillos, las Lolitas de la edad espacial, los condenados y los glamorosos se dispersaron por todo Hollywood. Algunas se volvieron completas groupies, acampando fuera de cuartos de hotel intentado desesperadamente acostarse con un miembro de la banda —cualquier banda— mientras otras consumían drogas y alcohol. Yo... yo seguí la música, y me encontré pasando el tiempo en Sugar Shack. El Sugar Shack era en muchas formas una continuación de lo que había estado sucediendo en la Discoteca Inglesa de Rodney con una gran diferencia: era un club para menores de veintiuno, lo que significaba que la gente de seguridad revisaba identificaciones, asegurándose que fuéramos menores antes de dejarnos entrar, lo cual era una reversión interesante de las circunstancias normales. Paul era un cliente habitual del Sugar Shack conmigo; también Marie. Todos nos conocían en el Sugar Shack en aquella época. Habíamos cultivado una imagen escandalosa, y ya había ejércitos de chicos que basaban su look completo en cómo nos vestíamos Marie y yo. Nos enamoramos, nos rompieron el corazón, y rompimos corazones en

el Sugar Shack. El Shack proporcionaba la mejor banda de sonido para una infancia que pudieras imaginar. Mientras que Mamá y Wolfgang se habían puesto cada vez más serios, y Mamá pasaba más y más tiempo lejos de casa, el Sugar Shack se volvió lo más cercano a una vida familiar estable. Conocía a todos lo que iban allí regularmente. La mayor parte del tiempo simplemente iba sola, queriendo bailar, hacer nuevos amigos, observar, y ser parte de la atmósfera de feria. Fue en el Sugar Shack que conocí a un hombre que, para bien o para mal, cambiaría mi vida para siempre.

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No servían alcohol en el Sugar Shack, y esa noche estaba sentada en la barra de jugos sorbiendo una Coca Cola. El club era pequeño, y siempre estaba lleno de chicos. En ese momento Chuck E Starr estaba pasando música disco, así que había salido de la pista de baile para tomarme un descanso. Pero sabía que pronto pondría una favorita del público como ―The Time Warp‖ o ―Suffragette City‖ 7, y los chicos se alinearían para hacer sus mejores pasos, mirándose en las columnas con espejos mientras bailaban. Por supuesto, sólo porque no servían alcohol no significaba que los chicos no lo bebieran: sólo salían al estacionamiento y engullían de petacas llenas de cosas desde el alcohol robado de los gabinetes de licor de sus padres, a Colt 45, o Mad Dog 20/208, antes de tambalearse de vuelta dentro borrachos como cubas. Los Quaaludes también eran favoritos, y en el cuarto de arriba podías ver a sobrevivientes de la escena de glam rock; tipos en plataformas enormes con cabello rojo como un autobomba y sus mejores trajes a lo Ziggy Stardust9 tambaleándose drogados, besándose y metiéndose en todo tipo de problemas. Los Quaaludes me gustaban mucho, pero el alcohol realmente no me hacía mucho. Encontraba el espectáculo de esos chicos borrachos que lloraban, vomitaban y peleaban un poco patético. No, estaba allí para disfrutar de la música... y la música era increíble. En ese momento cientos de chicos estaban en la pista de baile, haciendo sus mejores pasos al ritmo de ―Love To Love You‖ de Donna Summer. Estaba observando, fumando un cigarrillo y admirando el mar de gente hermosa. Ya podía ver unas pocas bajas por el alcohol en la multitud, y sonreí un poco para mí misma. No todos podían manejar el trago tan bien como mi madre. ―Hola ―dijo una voz a mi derecha. Tenía una cualidad teatral y resonante que me tomó por sorpresa. Me imaginé que quizás fuera un pervertido cualquiera que estaba intentando acercarse, así que me volví para decirle que se fuera al carajo, pero cuando posé mis ojos sobre la figura junto a mí, me detuve. Inmediatamente 7

“The Time Warp” y “Suffragette City”: La primera es una canción de la banda de sonido de la película ―The Rocky Horror Show‖ y la segunda, es de David Bowie. 8 Colt 45, o Mad Dog 20/20: Bebidas alcohólicas. 9 Ziggy Stardust: Personaje adoptado por David Bowie en los primeros años de la década de 1970.

me di cuenta de que éste no era un pervertido ordinario. Para comenzar, no tenía menos de veintiún años. ¡Para nada! El extraño era alto, realmente alto, y vestía el traje naranja más feo y de peor gusto sobre el que alguna vez había puesto los ojos. El traje lucía sucio y arrugado, como si se hubiera despertado con el traje puesto. Lucía como un raro cruce entre una mandarina y Largo de Los Locos Addams. Bajo las parpadeantes luces del club, lucía como si llevara maquillaje y lucía imposiblemente viejo para mí. ¡Como el abuelo loco de alguien que se vestía de mujer! Era tan extraño y tenía un aspecto de tan mal gusto, que comencé a reír. No pareció perturbado, sin embargo; sólo siguió mirándome, irradiando este aire de pretenciosa importancia. No, este tipo no era un pervertido ordinario. Este tipo era un pervertido extraordinario. ―Te he visto por aquí ―dijo Largo mandarina―. Vienes mucho, ¿verdad? ―Sí ―le dije, volviendo a mi Coca Cola para señalar que la conversación había terminado. En lugar de tomar la señal, simplemente se quedó de pie allí mirándome. Comencé a sentir una sensación incómoda. No me gustaba la forma en que este tipo me estaba mirando. Pensé en Derek, y luego alejé ese pensamiento. No. Este tipo parecía raro, pero inofensivo. Probablemente algún tipo de residuo, el tipo de fenómeno que ves en los clubes de Hollywood, sólo el tipo de pervertido hombre mayor que solía ser un niño actor o algo. O podría haber estado en la industria del entretenimiento; un periodista, promotor de club, o algo. De otra forma no hubiera pasado a los de seguridad. Pero yo estaba en un club lleno de gente. Este pervertido no intentaría nada. ―Me gusta tu look ―dijo el fenómeno―. Me gusta mucho. Tienes pelotas, ¿sabes lo que quiero decir? El cabello platinado... los pantalones ajustados... el maquillaje. Muy cool. Y tienes esta mirada en tus ojos que dice ―puedo golpear a un camionero‖.

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Eso me hizo reír. Levanté la mirada para mirarlo de nuevo, y dije: ―¿Qué quieres exactamente? Él se enderezó, respiró profundamente, y anunció: ―Mi nombre es Kim Fowley. Lo miré. Estaba de pie allí, balanceándose en sus talones, como si todo hubiera sido explicado porque había mencionado su nombre. Todavía no tenía idea de quién era ese pervertido. Después de un momento de silencio incómodo, dije: ―Bueno, bien por ti. ¿Se supone que debo conocerte, o algo? De hecho, el nombre sí sonaba familiar. No que le iba a dar la satisfacción de saber eso. Creo que había oído a Rodney mencionarlo una o dos veces, pero más allá de

alguna vaga conexión con la industria de la música, realmente no tenía idea de quién era ese tipo. Estaba intrigada, sin embargo. ¿Qué quería exactamente? Me sonrió una vez más, y llamó a alguien para que se nos uniera sobre el atronador sonido del club. ―¡Joan! ¡Joan, ven aquí! Una chica se acercó a nosotros. Tenía mi edad, era realmente bonita, con cabello castaño con mechones rubios, ojos oscuros que parecían irradiar justo fuera de su rostro. Caminó desde el borde de la pista de baile y se paró junto a Kim Fowley. Parecía realmente tímida, y escondía su rostro detrás de su largo cabello oscuro. ―Me gustaría que conocieras a Cherie ―dijo. Estaba a punto de preguntarle cómo demonios sabía mi nombre, pero me interrumpió―. Cherie... me gustaría que conocieras a Joan Jett. Ahora yo estaba impresionada. Casi anonadada por conocer a un famoso. Había oído el nombre de Joan Jett en la escena por lo que parecía una eternidad. Rodney Bingenheimer solía hablar de ella en los tonos bajos y reverenciales que reservaba para los rostros más importantes de la escena. ―Esa chica va a llegar lejos ―decía. Yo la había visto en la Disco Inglesa: era una deslumbrante y joven versión de Suzi Quatro 10. Esto era antes de que Suzi realmente se hiciera famosa en Estados Unidos, y aun cuando ella era del país, todavía era mayormente exitosa en Europa. Pero, para los chicos de la escena del glam rock, Suzi era una diosa. Todos queríamos lucir como ella, sonar como ella, ser como ella. Joan sonrió y me ofreció su mano, diciendo hola. Parecía lo suficientemente amistosa, y su presencia me relajó un poco. Si Joan estaba involucrada con este tipo Fowley, entonces no podría ser tan malo, ¿verdad?

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―Dime, Cherie... ¿puedes cantar? ¿O tocar un instrumento? ―preguntó Kim. Apreté los labios. Esta pregunta me confundió. Miré alrededor buscando a Paul o Marie, preguntándome si esto estaba arreglado. Nadie estaba prestándonos atención, sin embargo. Me encogí de hombros y dije: ―No puedo tocar ningún instrumento. ¿Por qué? ―¿Has oído de The Runaways? ―me preguntó Joan. ―Seguro. Son una nueva banda, ¿verdad? Joan asintió. El rumor sobre The Runaways había estado esparciéndose por la escena los últimos meses. Nadie parecía saber mucho acerca de ellas, excepto que 10

Suzi Quatro: Bajista y actriz estadounidense.

se suponía que eran la mejor banda nueva. Todos ya tenían una opinión sobre ellas, sin embargo nadie parecía haberlas visto tocar. Ahora que había admitido saber quiénes eran The Runaways, Kim soltó su discurso de venta completo. ―¡Sólo son la banda de rock más caliente de la década! ―Me informó con una sonrisa satisfecha―. The Runaways son una banda de rock and roll de chicas adolescentes. The Runaways van a ser los nuevos Beatles femeninos... el equivalente femenino de Elvis, o Bowie, o el maldito Bo Diddley. Soy el mago, el visionario que va a hacer que eso suceda. ¡Van a cambiar el mundo! Joan es la guitarrista rítmica... La manera en que lo dijo me hizo sentir que había dado ese discurso muchas veces antes. Aun así, no pude evitar verme arrastrada por su entusiasmo. Lo que no podía imaginarme era por qué demonios me lo estaba dando a mí. ―Así que, uh... ¿qué quieres de mí? ―Lee mis labios ―me dijo Kim―. Nos-gusta-tu-look. Puedes cantar, ¿verdad?

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Cuando dijo eso, unas cosas pasaron rápidamente por mi mente. Lo primero fue mi profesora de música la Srita. Davenport negándose a permitirme entrar al coro la primera vez que lo intenté, porque mi voz apestaba. No usó esas palabras exactamente, pero no tenía que hacerlo... su rostro lo había dicho todo. Sí entré en el segundo intento, sin embargo, así que quizás Davenport estaba teniendo su período ese día, o algo. Lo siguiente en lo que pensé fue en el show de talentos de la escuela, donde recientemente había ganado el primer lugar por hacer mímica11 con una canción de David Bowie. Marie y yo habíamos pasado horas haciendo que los trajes y la coreografía quedaran perfectos. Cuando la canción terminó, el auditorio se volvió loco. Fue la sensación más loca, la más emocionante, que causaba que mi piel se erizara, cuando la nota final resonó y todo el lugar soltó vítores. ―Sí, puedo cantar ―le dije, intentando sonar segura. Casi se me escapa que mi hermana y yo solíamos cantar canciones de Dean Martin con mi padre en el Club Kiwanis pero me contuve, sintiéndome como una cuadrada sin esperanzas por siquiera pensar en mencionarlo. En su lugar, dije: ―Salí primera en el show de talentos de la escuela, cantando a David Bowie. Decidí dejar afuera la parte de la mímica.

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Mímica: Lip Synch en el original, se trata de cantar sobre la pista original, sin que se oiga la voz. También conocido como playback.

―David Bowie, ¿uh? ―me dijo Kim. Luego señaló mi pecho―. Si mis instintos están en lo correcto... y hay una cosa que aprenderás de mí, Cherie, es que mis instintos SIEMPRE están en lo correcto... para cuando termine contigo, vas a ser una cantante más grande que David Bowie. De hecho ―dijo con una mirada lasciva―. Vas a tener a gente como David Bowie lamiendo esas botas plateadas de plataforma tuyas... Joan comenzó a reír ante eso, poniendo los ojos en blanco. Supongo que estaba muy acostumbrada a la forma extraña en que Fowley hablaba, pero yo todavía lo estaba observando como si tuviera dos cabezas. Él sacó un anotador y un bolígrafo de su bolsillo, y me preguntó: ―Así que... ¿cuándo estás libre para una audición? ¿Audición? De repente me golpeó, con el miedo retorciendo la parte baja de mi vientre: obviamente estaban rastreando los clubes para menores de veintiuno, buscando por una chica rubia en pantalones ajustados que luciera como si pudiera golpear a un camionero para que pudiera cantar en esta loca banda que estaban formando. Y aquí estaba yo. Puse una mano temblorosa en mi vaso de refresco e intenté lo mejor que pude no lucir afectada. ―Um, ¿audición? ―repetí tontamente. ―Sí... audición. ¿Cuándo es un buen momento para ti? Una nueva canción comenzó, y vítores se elevaron del público cuando el primer ritmo golpeó la pista, porque todos ya sabían lo que venía. ―Benny and the Jets‖ the Elton John. Esa canción era una de mis favoritas en aquellos días; siempre me ponía en un estado similar al trance, relajada. Pero no esa noche. No en ese momento...

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―Bueno, Sr. Fowley... ―tartamudeé―. No lo sé. En cualquier momento, supongo... Lo miré mientras pasaba el pulgar por su libro de citas. Todavía no podía creer completamente lo que estaba sucediendo. ―¿El sábado a las dos? ―preguntó, mirándome expectante. Me di cuenta con sorpresa de que eso estaba a sólo tres días. ―Seguro, perfecto ―se me escapó antes de que pudiera cambiar de opinión. ―Excelente. ―Anotó algunas cosas en su librito―. Dime... ¿conoces la música de Suzi Quatro?

―Seguro... tengo todos sus discos ―dije. Por supuesto que tenía todos sus álbumes: era una loca de la música. Mi mamá solía decirme que no tendría espacio para salir de la casa si la colección de vinilos en mi cuarto seguía creciendo. ―Genial. Bien, quiero que te aprendas una de sus canciones. Cualquiera que te guste. Puedes cantarla en tu audición para la banda. Kim Fowley era todo negocios ahora. Estaba anotando una dirección en su libro. Arrancó la hoja y la presionó en mi mano. Con una sonrisa taimada comenzó a volverse, pero luego se detuvo, como si recordara algo muy importante. Entonces me preguntó: ―¿Exactamente cuántos años tienes, Cherie? Me enderecé en mi asiento y asumí mi apariencia más madura. ―Quince ―le dije en mi voz más llena de confianza―. Voy a cumplir dieciséis en unos meses... Con eso, su enorme y extraño rostro se arrugó con una sonrisa. Tampoco era una sonrisa agradable. ―Bien ―dijo haciendo gorgoritos―. ¡Muy bien! ―Algo en la forma en que lo dijo me hizo imaginar que estaba a punto de decir: ―Joven y fresca... ¡justo como me gustan!‖ pero afortunadamente, no lo dijo. Con eso, se volvió sobre los talones y se alejó. Me quedé sentada allí, observándolo irse, ligeramente shockeada.

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―Fue bueno conocerte ―dijo Joan, antes de irse. Entonces medio se dio vuelta y gritó―. ¡Te veo el sábado! ―Y luego se había ido, siguiendo la enorme forma naranja de Kim Fowley hacia la multitud. Simplemente me quedé allí anonadada por todo lo que acababa de suceder. Estaba tan atrapada en mis propios pensamientos que apenas registré que ―Benny and the Jets‖ había terminado, convirtiéndose en ―Personality Crisis‖ de los New York Dolls, y que Paul estaba de pie frente a mí, mirándome con una extraña expresión en su rostro. ―¿Estás bien? ―preguntó―. Luces como si hubieras visto un fantasma... ―¿Conoces a un tipo llamado Kim Fowley? ―pregunté, ignorándolo. ―Seguro. ¿El productor de discos? Hizo esa canción ―They're Coming To Take Me Away‖ que Doctor Demento siempre toca en sus shows, ¿verdad? Wow... ¿estuvo aquí? ―Paul comenzó a estirar el cuello para poder tener un vistazo de Fowley, quien ya se había ido hace rato.

―Sí... ―dije, todavía ligeramente aturdida―. Estuve hablado con él. Me pidió que audicioné para una banda de rock de chicas llamada The Runaways. Joan Jett estaba con él. ―¿En serio? ―Sí. Paul rió esa extraña risa suya. ―¡Mierda, Cherie! Te dejo sola por cinco minutos, ¿y qué sucede? ¡Te vuelves una estrella de rock! ―¡Cállate! ―me reí mientras Paul me arrastraba a la pista de baile. En el camino, vi a Marie. La llamé, y comencé a hablarle sobre lo que había sucedido. ―¿Quién? ―¡Kim Fowley! ―¿Quién es? ―¡El grandote raro en el traje naranja! ―Oh ―dijo Marie, arrugando la nariz―. También intentó hablar conmigo. Me preguntó si tocaba el bajo. ¡Le dije que se fuera a la mierda! Qué perdedor...

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Cuando llegué a casa esa noche, quería contarle a mi mamá lo que había sucedido, pero no podía porque estaba en Indonesia con Wolfgang. Había estado ausente mucho últimamente, y Sandie había sido el padre de facto en la casa por un tiempo. En una forma, era todavía mejor que contarle a mi mamá, porque Sandie lo entendería; ya estaba en la industria. Cuando yo era más pequeña, pensaba que mi hermana mayor era la chica más genial en el mundo: tuvo su propio apartamento en Hollywood cuando cumplió dieciocho, y estaba viviendo la vida que me parecía tan glamorosa: rodando comerciales de día, esperando por su salto a la fama, y trabajando como mesera de cóctel de noche para mantenerse. Entonces le llegó una oportunidad excelente: un papel en un western llamado Río Lobo, con John Wayne como protagonista. Para este momento, había trabajado en cuatro películas más. Conoció a T.Y. en el set de una película llamada Mujer Policía donde representaba a una policía que se infiltraba en una pandilla criminal de mujeres. Quiero decir, imagínate que mi hermana sea una estrella de cine e incluso se case con el apuesto actor protagonista? Cuando tenía quince años, pensaba que si podía seguir los pasos de mi hermana, moriría feliz. Era tarde cuando llegué a casa, pero comencé a golpear la puerta de Sandie.

―¡Sandie... despierta! ―siseé a través de la puerta de su cuarto―. ¡Tengo que contarte algo! Si alguien iba a entender cuán importante era esto, era mi hermana mayor. A pesar del hecho de que había habido una real tensión entre nosotras desde el incidente de Gail, sabía que entendería cuán importante era una audición para un importante productor. Marie estaba intentando convencerme de simplemente ir a la cama. ―Cherie, ¿no puede esperar hasta la mañana? ¡Son las doce de la noche! ―¡No! ―espeté―. ¡Esto es importante! Sandie y T.Y. salieron tambaleándose en sus batas, frotándose los ojos llorosos. ―Uh, Cherie... ―dijo Sandie―. ¿Qué quieres? ¿Qué sucede? Me reí, rebosando con la emoción de todo. ―¡Oh Dios, Sandie! ¡Acabo de recibir las noticias más increíbles! Para ese momento, la conmoción había despertado a Donnie, quien se tambaleó al salir de su cuarto, ojos llorosos y bostezando. ―¿Por qué tanto ruido? ―demandó―. ¿Alguien se murió? ―De acuerdo, Sandie. Oye esto. Kim Fowley... quien es el tipo más importante en la industria de la música... quiero decir muy importante, ¿de acuerdo? ¡ Kim Fowley quiere que audicioné para The Runaways! ¡El sábado! Marie puso los ojos en blanco. Lo había estado oyendo toda la noche. ―Ese tipo es un pervertido ―insistió―. ¡Yo no confiaría en él!

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Le di una mirada sucia. ―¿Oh, sí? ¡Dile eso a Joan Jett! Me volví hacia Sandie y T.Y. Por supuesto, no tenían idea de quiénes eran Kim Fowley, The Runaways o Joan Jett, pero ambos me sonrieron con indulgencia y asintieron. ―Estoy tan feliz por ti, cariño ―dijo Sandie. ―Vas a matarlo en la audición, Cheriezee ―agregó T.Y. con sueño. Viniendo de Sandie y T.Y., eso significaba el mundo para mí. Sentí mi corazón saltar en el pecho. Donnie dijo:

―Así que, uh, si te unes a esa banda, ¿estarás en discos y todo eso? ―¡Oh, sí! Él suspiró, y levantó los brazos. ―¡Genial! ¡Ahora tendré que escucharte hasta en la radio! Era tarde, y Sandie nos preparó un bocadillo tardío. No hubo mucha charla después de eso. Todos estaban cansados, excepto yo. Después de un rato todos nos fuimos a la cama. Mientras Marie dormía salí de la cama, abrí la puerta silenciosamente, y salí al patio. Era noviembre, y el aire estaba fresco. Nunca estaba demasiado frío aquí en el Valle. Podía oír el ritmo parejo de los grillos. El cielo estaba limpio, y podía ver un millón de estrellas, estirándose hasta el infinito. Había leído y releído obsesivamente artículos de revistas sobre mis estrellas de rock favoritas, y sabía que a veces todo lo que se precisa es un simple golpe de suerte para ser descubierto. ¿Suzi Quatro no fue descubierta por Micki Most mientras tocaba en algún garito en Detroit, sólo porque él estaba en la ciudad por otro show? Una parte de mí tenía miedo de ser decepcionada, pero otra parte estaba decidida de que este encuentro con un famoso productor iba a cambiar mi vida para siempre. Pensé en David Bowie en el escenario, la manera en que dirigía literalmente a miles de personas con cada cuidado y estilizado gesto. Pensé en el poder que tenía sobre su audiencia. ¡El poder que tenía sobre mí! Quería ser poderosa; quería ser extraordinaria, también...

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Miré las estrellas. Sabía que no podría dormir esa noche. Recordé el porro que tenía en el fondo de mi bolso. Había estado allí por literalmente un mes; había sido metido en mi mano en alguna fiesta, y nunca me había molestado en fumarlo. En el pasado descubrí que nunca reaccionaba bien a la hierba; me hacía sentir extraña, un poco paranoica. Siempre querían estar conmigo porque tenía hierba: cuando eres adolescente, las drogas pueden ser una importante herramienta de vinculación. Saqué el porro. Estaba aplastado y había perdido la forma por estar en el fondo de mi bolso por tanto tiempo. Lo encendí e inhalé profundamente, conteniendo el áspero humo gris como lo hacían los chicos mayores. Podía sentirlo quemar en mis pulmones; se sentía mucho más áspero que el tabaco. La necesidad casi insoportable de toser se apoderó de mí, pero la tragué. Cuando finalmente exhalé la columna de humo acre al aire de la noche, me sentí bastante mareada. El cielo era hermoso. De repente el mundo parecía vasto e infundido de posibilidades. Después de mirar los cielos por unos momentos, di otra pitada, y me las arreglé para contener mejor el humo. Cuando exhalé, comencé a pensar en cuán grande era todo. Me senté, absorbiendo esa negrura vasta y espesa, esos millones de

pequeños puntos de plata que brillaban allí en el espacio como centelleantes, ondulantes luces de Navidad... Finalmente me relajé, mientras comenzaba a drogarme maravillosamente.

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Traducido por Anne_Belikov Corregido por Andy Parth

uando llegó el sábado, estaba lista para desmayarme, vomitar u orinar en mis pantalones. Nunca había sentido ansiedad como ésta antes. De pronto me sentí como la vieja Cherie otra vez: la pequeña, inocente y atemorizada Cherie. ¿Por qué demonios estuve de acuerdo con esto? Estaba sentada en el auto con Sandie, de camino a la audición, y mis uñas ya habían sido rápidamente mordidas. Revisé el aire acondicionado del auto otra vez, pero todavía estaba apagado. Aunque yo me estaba congelando y mis yemas de los dedos se sentían como carámbanos de hielo. Comprobé mi reflejo otra vez en el espejo del asiento de pasajero, e inmediatamente deseé no haberme molestado. Lucía como la mierda, pura y simple. Parecía aterrorizada, como una pequeña y asustada niña. No por primera vez ese día, cruzó por mi mente que las Runaways me darían una mirada y dirían: —¡Largo de aquí! Sandie me echó un vistazo y se dio cuenta de la expresión de terror en mi rostro. —¡Estarás bien! —dijo de nuevo—. No te preocupes. ¡Vas a matarlos!

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Intenté decirme a mí misma que Sandie estaba en lo correcto. Había estado practicando como el infierno desde mi primer encuentro con Joan y Kim. Intenté alejar mis pensamientos tóxicos, mentalmente reproduciendo la canción que había elegido para mi audición. Era una lenta, sensual, llamada ―Fever‖ del último álbum de Suzi, Your Mama Won‟t Like Me. Había estado en mi habitación los pasados tres días cantando esa canción obsesivamente. Marie me ayudó a elegirla y ella estuvo de acuerdo en que esta era la mejor opción. Era un cover, de alguna vieja canción de Peggy Lee, pero la versión de Suzi era realmente genial… tenía esta calidad que amaba, y que podía realmente emular cuando cantaba las palabras. Sólo recitar la letra me calmaba un poco. Van a quedar asombradas cuando escuchen esto, me dije a mí misma. Hice exactamente lo que dijo el Sr. Fowley: ―Consíguete una buena canción de Suzi Quatro.‖ Y aquí estaba, preparada, lista. Confiada. Me

empecé a sentir un poco melosa de nuevo. Un poco más como yo misma. Así era, hasta que estacionamos y Sandie dijo: —¡Estamos aquí! Estaba enloqueciendo inmediatamente de nuevo, y una parte de mí quería decirle a Sandie que lo olvidara, que sólo me llevara a casa. Pensé en Marie, sosteniendo sus manos sobre sus orejas y diciendo: —Si te escucho cantar esa estúpida canción una vez más, Cherie, juro que mi cabeza va a explotar. ¡Ya basta! Imitar a David Bowie en un show de talentos de la escuela o cantar en los recovecos de mi habitación era una cosa… pero estar de pie enfrente de un grupo de extraños, cantando con mi propia voz, todos ellos mirándome, juzgándome y evaluándome… eso era otro juego. Comencé a sentir náuseas. Miré fuera de la ventana, esperando ver algún estudio de grabación de alta tecnología o alguna brillante oficina. Era tan ingenua para pensar que sería algo llamativo, algo como el edificio de Capitol Records en Vine. En lugar de eso estábamos sentadas afuera de una pequeña, nada impresionante, casa de los suburbios, en algún lugar de Canoga Park, una sección residencial fuera del Valle de San Fernando. —Creo que estamos en el lugar equivocado —dije. Sandie negó con la cabeza. —Nop, esta es definitivamente la dirección.

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Le quité el papel y lo miré. Miré de nuevo a la pequeña casa donde habíamos aparcado fuera e hice una mueca. Supongo que lo era. Abrí la puerta y me encaminé hacia la acera. El sol de la tarde no hizo nada para ayudarme a calentarme. Sandie gritó detrás de mí: —Llámame cuando hayas terminado. ¡Y relájate! Diviértete… ¡y buena suerte! —Gracias… Y con eso, mi hermana mayor se había ido. Una parte de mí quería que se quedara, pero ella me había dado alguna clase de perorata antes sobre no querer ―entorpecer mi espacio creativo‖, lo cual tenía perfecto sentido en ese momento, pero la lógica de ello era que estaba sola ahora, mientras me aproximaba a la solitaria casa.

Caminé por el camino de entrada, toqué la puerta principal. No hubo respuesta. Le di a la puerta un ligero empujón y esta se abrió. —¿Hola? Entré, y me encontré a mí misma en una casa de los suburbios normal. Podía escuchar la charla de voces viniendo desde una puerta a mi derecha. Seguí este sonido y empujé la puerta que conducía al garaje. Había instrumentos por todo el lugar y un sofá de aspecto irregular sobre una esquina. En el sofá estaba una chica joven, de mi edad, supongo. Ella estaba sentada ahí, golpeando baquetas contra sus rodillas y luego girándolas ingeniosamente en sus manos. Su cabello era rubio oscuro, y tenía músculos que brotaban literalmente de su apretada camiseta si n mangas. ¡Hombre, hablando sobre ser capaz de derribar a un camionero! Ella levantó la mirada, y las baquetas de pronto se congelaron en sus dedos. —¡Hey! —dijo. Caminé hacia ella y ella estiró su mano para que la estrechara. La tomé, y ella me dio un apretón de acero. —Sandy —dijo—. Sandy West. Soy la baterista… en caso de que no te hayas dado cuenta. ¿Debes ser Cherie, no? Ella sonrió cuando dijo esto, y su sonrisa era contagiosa. —Sí. Soy Cherie. —Sonreí—. Encantada de conocerte. Miré alrededor del garaje y vi a otras dos chicas. Ninguna de ellas era Joan Jett. La chica más alta se me acercó primero. Tenía largo cabello castaño y usaba botas negras de cuero con tacón alto. Había una guitarra casualmente colgada de sus hombros. Tenía una expresión real ácida en la cara.

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—Soy Lita. Lita Ford. —Hola, Lita —dije, estirando mi mano—. Cherie. Ella tomó mi mano y frunció el ceño. —Maldición, ¡tus manos están heladas! Reí nerviosamente con eso y fui recompensada con una mirada sin toque d e humor. Entonces Lita me dio la espalda y se alejó, dejándome parada ahí como una estúpida. Sandy se levantó y se paró a mi lado. Ella puso una mano en mi hombro y dijo: —¡No sudes! Será divertido.

En la esquina, la tercera chica estaba jugando con un amplificador. Era rubia, delgada y bonita pero de aspecto frágil. Imaginé que no podría tener más de catorce años de edad. De pronto su amplificador estalló en un grito ensordecedor y ella maldijo: —¡Maldita MIERDA! Lo apagó y se volvió para darme un vistazo. —Kari Krome —dijo—. No toco un instrumento. Sólo escribo las letras. Encantada de conocerte. —Ella sonrió, revelando una línea de dientes de conejo—. Tú eres Cheryl, ¿no? —Cherie. Las tres fueron hacia el sofá, así podían mirarme un poco más. Me quedé de pie ahí torpemente. Sentía como si estuviera enfrentando a algún tipo de jurado de chicas de la escuela. —Cherie es un nombre bonito —dijo Kari finalmente. —También Kari… —¿Es tu nombre real? —inquirió Sandy—. Todas tenemos nombres artísticos. Bueno, aparte de Lita. —Sí, ese es mi nombre real: Cherie Currie. —Me encogí de hombros. Inmediatamente negándome a hablar de nuevo. Podía sentir a mi corazón golpeteando contra mi pecho y a mi mente acelerándose para encontrar algo ingenioso, genial o inteligente que decir.

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Lita lanzó su largo cabello hacia atrás con una sacudida de su cabeza. —No suena real. Ella hizo un ruido con su nariz. Sólo la miré, insegura sobre cómo responder. Entonces Sandy la golpeó en el brazo. —¡Cállate! —se rió y entonces se volvió hacia mí—. Ignórala. Es un gran nombre. —Gracias… eso creo. Ellas rieron, rompiendo la tensión un poco. Afortunadamente, fue entonces cuando Joan Jett y Kim Fowley entraron en la habitación. No sabía realmente nada de ellos, pero una cara conocida (cualquiera) me hacía sentir un poco mejor. Les

sonreí expectantemente y me di cuenta de que Kim Fowley todavía estaba vestido con ese traje naranja de la otra noche. De inmediato era todo negocios. —Buenas tardes, Cherie. Me alegra que pudieras venir. Sólo te lo explicaré todo: si pasas la audición, estarás reemplazando a una chica llamada Micki Steele. —¡Sólo que ella todavía no lo sabe! —interrumpió Joan. —Sí. Bueno, la pobre Micki todavía no termina de encajar con la banda… —Sí —se burló Lita—. Kim todavía no siente que ella sea suficientemente bonita, ¿no es así? —Ella carece de la autoridad del rock and roll. Esta es una banda de rock and roll —dijo Kim—. No tengo nada contra ella, pero es sólo que no es lo suficientemente bonita. Eso es lo importante. Nada menor a la completa dominación del mundo no es una opción. —¡Y además ella es muy grande! —rió Joan. —Sí —dijo Sandy—. De cualquier forma, hay toneladas de buenas bajistas cerca. Me congelé cuando dijo esto. —¿Bajo? ¡Yo no toco el bajo! ¿Cómo puedo reemplazarla? Kim me frunció el ceño. —Cálmate, cariño. Todo lo que tienes que hacer es cantar. Cantar y lucir linda. Buscaremos a una quinta chica para que toque el bajo, ¿correcto?

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Asentí con mi cabeza, fingiendo comprender. Todo esto había sucedido tan rápido, y ellos estaban hablando tanto que me sentía como un ciervo encandilado bajo las luces. Kim aplaudió y se volvió hacia las chicas, gritando: —Ok, perras. ¡A ello! ¡El tiempo es dinero! Las chicas saltaron del sofá y tomaron sus instrumentos como profesionales. Joan colgó su guitarra casualmente alrededor de su cuello y tocó unos cuantos acordes. La manera en que sostenía esa cosa, habrías jurado que había nacido con ella alrededor del cuello. Era extraño porque en el club se había mostrado algo tímida e introvertida sobre ella. Pero, hombre, cuando se ponía la guitarra alrededor del cuello, no podías quitarle los ojos de encima. Ella rezumaba actitud y carisma. Estaba muy, muy intimidada e impresionada a la vez.

Sandy tomó su lugar detrás de la batería y comenzó a aporrearla. El ruido era impactante, reverberando sobre el pequeño garaje. Ellas parecían tan cómodas, tan naturales, y nuevamente comencé a preguntarme qué demonios estaba haciendo yo aquí. Entonces noté el solitario micrófono colocado enfrente y al centro. El miedo destelló a través de mi cuerpo. Es decir, ellas lucían como una banda. Y luego estaba yo. Lentamente el ruido murió en un susurro, y todos los ojos se volvieron hacia mí. Podía sentirme sudando. Sentía la humedad extendiéndose por mis axilas y sentí pánico de que una gran mancha se reflejara en mi camiseta. ¡Qué asqueroso! Pensé. Ellas se reirían de mí y me echarían si eso sucede… —Así que, um, ¿qué canción te aprendiste? —preguntó Joan—. ¿Your Mama Won‟t Like Me? Al decirlo, ella comenzó a tocar un sucio acorde de guitarra para abrir la pista. Me quedé de pie ahí, observándola. Sus manos se movían alrededor de las cuerdas como si fueran su segunda naturaleza. Ella se detuvo después de unas pocas notas y viéndome sacudir la cabeza, sugirió: —¿Can the Can? Con eso, Sandy empezó pisando fuerte, el glam-rock pateando esa pista. Sentí el sudor comenzando a caer por mi espalda. Gota, gota, gota… Cuando no salté sobre el micro y comencé a cantar, ellas se detuvieron una por una, la música cayendo ruidosamente hacia un final desordenado. Las tres me miraron inquisitivamente. Aclaré mi garganta y dije: —Uh… no. ¿Qué hay sobre Fever?

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—¿Fever? —gritó Lita, en voz disgustada. Todos se quedaron ahí mirándome, como si hubiera dicho la cosa más idiota del mundo. —¿Ninguna de ustedes conoce Fever? —murmuró Joan. Lentamente todas comenzaron a sacudir sus cabezas y a encogerse de hombros. ¡Mierda! Había pasado tres días perfeccionando mi actuación de ―Fever‖ y nadie podía tocar la estúpida canción. Sentí que mi corazón se hundía en mis botas y mi rostro comenzaba a inundarse de calor mientras se teñía de rojo neón. Miré a Kim, con esta suplicante mirada en mis ojos. —Me dijiste que me aprendiera una canción de Suzi Quatro, ¿no? Pero Kim no fue de ninguna ayuda. Él sólo puso sus ojos en blanco, mirando al techo y suspiró:

—Jesucristo, ¿Por qué estoy rodeado de aficionadas perras adolescentes? Kari se sentó a su lado en el sofá, riéndose consigo misma. Lita parecía totalmente desconectada de mí ahora. —¡Fever es demasiado LENTA, hombre! —dijo—. ¡No tocamos cosas lentas como esa! Mi cara cambió de roja a púrpura. Podía sentirlas juzgándome, riéndose de mí. Sandy giró sus baquetas y rió. —¡Kim! ¡Debiste decirle que no tocamos esa mierda MOR! —¿Qué… qué es MOR? —tartamudeé. —Mierda en-mitad-de-carretera12, pensamientos-idiotas, ¡eso es! —escupió Lita. Bien, eso era todo. Imaginé que era hora de arrastrar mi arrepentido trasero a casa y esconderme en el armario de mi baño por un rato. Empecé a pensar cuán humillada iba a estar cuando regresara a casa y les dijera a todos que lo había arruinado antes de siquiera comenzar a cantar una nota. ¡Jesucristo! —¿Por qué no sólo escribimos una canción para ella? —dijo Joan de pronto. Miré alrededor de la habitación en busca de pistas. —¿Qué? ¿Ahora? —No —se quejó Lita, poniendo los ojos en blanco—. En tres semanas a partir del Martes. ¡Por supuesto que ahora! Kim, ¿qué piensas? ¿Kari?

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Kari lucía tan confusa como yo, pero Kim estaba intrigado. Él tenía este brillo en los ojos y dijo: —¿Por qué no? Es sólo rock y estúpido roll, ¿no? —Entonces se levantó y movió su mano despectivamente—. ¡Vamos, perras! ¡Tenemos trabajo que hacer! Con eso, Kim y Joan salieron del garaje y entraron a, lo que descubrí que, era la casa de los padres de Kari Krome. El lugar estaba desierto, así que me imaginé que ellos deberían estar en el trabajo. Joan se llevó su guitarra con ella. —¡No tardaremos! —nos gritó Kim mientras se iban.

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MOR: Siglas de Middle-Of-the-Road o En Mitad de Carretera. Se refiere a las canciones que puedes cantar cuando sales de viaje por carretera, porque son lentas.

¿No tardaremos? No sabía suficiente sobre música para entender si esto era inusual o no. Por todo lo que sabía, esto era como funcionaba el mundo de la música. Tal vez Bowie y Mick Ronson tenían el hábito de alejarse del resto de los Spiders from Mars y decir: ―¡No tardaremos! Vamos a escribir una canción.‖ Así que tratando de mantenerme agradable, sólo balbuceé: —Seguro. —Entonces me senté con Kari, Sandy y Lita mirándome, intentando pensar en algo de lo que hablar. Después de unos pocos minutos, una obviamente agitada, Lita se giró hacia Sandy y escupió: —¡Vamos! ¡Toquemos algo en lugar de estar sentadas sobre nuestros traseros! — Con eso, Sandy saltó detrás de su batería y ella y Lita comenzaron a tocar Highway Star de Deep Purple. Mientras tocaban juntas yo estaba asombrada por cuán buenas eran. Me sentí como si no fuera buena en lo absoluto para esta banda. ¡Ni una oportunidad en el infierno!

—¿Cherry Bomb? —dije, mirando la hoja de papel que Joan había puesto en mis manos. Todos estaban en el garaje de nuevo. Esta nueva canción había sido escrita en aproximadamente media hora. —Sí —dijo Joan—. Cherry Bomb. Kim y yo la acabamos de escribir para ti. Es como, ya sabes, jugar con tu nombre. Cherie-Cherry. ¿Entiendes? Miré la hoja. Las letras estaban garabateadas sobre una página hecha jirones, de uno de esos cuadernos de espiral metálico de la escuela. Joan tenía su guitarra colgada sobre sus hombros. Kim estaba paseándose a nuestro lado.

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—Hmm… —dije, examinando las letras. Comencé a sonreír mientras las leía. Eran muy buenas y muy del tipo en-tu-cara. Comencé a preguntarme cuán extraño sería cantar esas letras en voz alta. Tenían una actitud de jódete que me gustaba. Era como si Joan y Kim me conocieran, porque esas letras convocaban mi vida hasta ese momento. Cuando terminé, asentí con mi cabeza entusiastamente. Miré a Joan y ella estaba sonriendo expectante. —¿Qué te parece? —Me gusta… —Bien —interrumpió Kim—. ¡Entonces hagámoslo! —Luego se giró hacia Lita y dijo—: ¡Toca tu guitarra así! —Él comenzó a imitar estar tocando una guitarra y a cantar desafinadamente—. ¡Duh-duh-duh-duh-duh-duh-duh-duh!

Joan comenzó a tocar la guitarra, y sonó mucho mejor que el ruido que Kim estaba haciendo. Lita se le unió, observando las manos de Joan en las cuerdas. Sandy comenzó a golpear sus platillos. Todas comenzaron a intentar descifrar la canción a la vez. Mientras Joan tocaba las cuerdas de apertura, Kim comenzó a cantar. Can’t stay at home, can’t stay in school… Bueno, tal vez cantar era un término demasiado generoso. Él sólo… decía las palabras, con esa extraña, profunda voz suya. Cada vez que él marcaba una línea, yo hacía mi mejor intento para responderle, imitando su ritmo tan bien como podía. Old folks say, “You poor little fool.” —¡Bien! —Sonrió Joan—. Eres una aprendiz rápida. Mientras todas me inyectaban más y más confianza, comenzaron a tocar la pista con más fuerza. El ruido estaba reverberando a través de todo el vecindario. Sobre la música podía escuchar a Kim gritándoles que tocaran más rápido, más fuerte, más sucio. Mientras la canción comenzaba a tomar forma, me di cuenta de que este ritmo arrollador, esta agresión, sonaba muy diferente para mí. No se sentía como nada que hubiera escuchado antes. Sentí un escalofrío de electricidad corriendo bajo mi espina dorsal. Down in the street I’m the girl next door… I’m the fox you’ve been waiting for!

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Tragué para ocultar mis lágrimas. Nadie había escrito una canción para mí, y tenía que admitir que se sentía demasiado genial. Por supuesto, esto me asustaba aún más, porque tan emocionada como estaba sabía bien que la decepción sería devastadora si esta audición no funcionaba. Cuando Lita rompió una nota, tuvimos que parar para un corto descanso, mientras ella re-afinaba la guitarra. —Uh, Joan —dije, llevándola hacia un lado—. ¿Cuántas otras chicas han hecho audiciones para ser la vocalista? Joan sacudió su cabeza. —No te preocupes por eso. Esta es tu oportunidad. En serio, tal vez ellas no lo muestren, pero a las chicas les gustas. Y a Kim le gustas, y eso es lo más importante. Eres tan buena como cualquier otra persona… —Pero ¿cuántas? —pregunté otra vez.

Ella se encogió de hombros. —No muchas. —¿Cuántas son ―no muchas‖? Joan finalmente suspiró. —Caray, Cherie, no sé. Como nueve o diez. De pronto deseé haber mantenido mi boca cerrada. Probablemente era mejor no haberlo sabido. Alejé mis dudas, y continuamos la canción. Cherry Bomb era muy simple: tres versos y un gran coro rockero. Me gustaba. Me gustaba como el infierno. Esperaba que hoy no fuera la última vez que tuviera que cantarla. Cuando finalmente terminé la canción completa con la banda, pareció sólo un latido. Apenas podía escucharme sobre el sonido de la sangre corriendo en mis oídos. Kim estaba sentado con sus dedos en sus oídos y sus ojos cerrados. Escuchó atentamente, su rostro podría haber estado meditando. Agarré el micrófono e hice mi mejor imitación de David Bowie. Hello Daddy, hello Mom! I’m your ch-ch-ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb! Hello World! I’m your wild girl! I’m your ch-ch-ch-ch-ch-ch-ch-cherry bomb!

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Cuando la canción estuvo completa, nadie me dijo nada… la música se detuvo y Kim asintió, luciendo pensativo. Ellas bajaron sus instrumentos y salieron del garaje para deliberar. Podía escucharlos a todos ahí, argumentando mutuamente. Contemplándolo. Apreté mis manos contra mis oídos, determinada a no escuchar qué estaba pasando. Dolorosos minutos pasaron. Con cada segundo que perduraron, mi ansiedad crecía. Estaba pasando demasiado tiempo para que fueran buenas noticias. Ellos probablemente estaban intentando averiguar la manera más amable de decir ―Gracias, pero no, gracias. Ahora ¡largo a donde sea de donde hayas venido!‖ Todavía creía, en alguna parte de mi mente, que elegir Fever había matado cualquier oportunidad que hubiera tenido. Probablemente pensaron que era una

estúpida friki. Las palabras de Lita hicieron eco en mi cabeza: Mierda en-mitad-decarretera, pensamientos-idiotas. ¡Habían pasado veinte minutos! Probablemente estaban sentados riéndose de mí. Haciendo imitaciones de mi voz para divertir a los otros. Por novecientava vez esa tarde, maldije por no haber elegido ―Can the Can.‖ De pronto la puerta se abrió, y Joan caminó dentro del garaje. Detrás de ella estaban Kim y el resto de la banda. Los ojos de Joan eran totalmente ilegibles. El resto de ellos sólo se quedaron ahí de pie con sus brazos cruzados, mirándome. Vi el rostro de Sandy y juro que su mirada decía: ―¡Apestas!‖ Me volví hacia Kim, y lo imaginé diciendo: ―Tienes el estilo, niña, pero no el talento. Ahora fuera de aquí.‖ No podía obligarme a mirar a Kari o a Lita, de quienes estaba convencida que me odiaban. —Muy bien, perras —dijo Kim, golpeando sus manos juntas—. Parece que es hora de todo-o-nada para nuestra pequeña Cherie Bomb. Vamos a hacerlo. ¿Joan? —Me gusta. —¿Sandy? —Es genial. ¡Tú eres genial! —¿Lita? Lita me miró y bufó. Ella se encogió de hombros. —Sí —dijo finalmente—. Supongo. —¿Kari? —Sí.

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—Bueno —dijo Kim con un suspiro teatral—. Bienvenida a la casa de las perras, Cherie. Ahora tienes una oportunidad de ser parte de la historia. ¡Así que, no la arruines! Todos ellos seguían ahí. Yo estaba aturdida, era incapaz de hablar. Joan fue la primera que vino hacia mí. Sonriendo. —Felicidades —dijo Joan Jett—. Bienvenida a las Runaways.

Traducido por Viktoriak Corregido por Andy Parth

ntes de que siquiera supiera lo que sucedía, Sandy West me había alzado y literalmente arrojado sobre un automóvil. Sandy era mi amiga y la adoraba, pero en definitiva tenía un geniecillo y músculos para respaldarlo. A lo lejos podía oír los gritos de Kim Fowley: —¡Maldita perra! ¡Si esa perra me suelta su mierda UNA VEZ MÁS, se acabó! ¡De hecho se acabó para todas ustedes malditas perras de mierda! ¡Parece que olvidan quien es el perro principal aquí! —Sólo cierra la boca, Cherie —me gritaba Sandy a la cara—. Maldita sea, ¿no puedes mantener tu puta boca cerrada? ¡Vas a arruinarlo para todas! ¡Ya sabes cómo es Kim!

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Claro que sabía cómo era Kim. Este incidente tuvo lugar a sólo unas pocas semanas de haber comenzado como cantante principal de The Runaways. Desde que me había unido a la banda, mi día a día de repente se había convertido en todo acerca de Kim Fowley: sus demandas, sus amenazas, sus expectativas, sus insultos y sus promesas. De repente todo en mi vida se trataba de ensayos, y hablar un montón de potenciales acuerdos para grabar un disco; y Kim Fowley a la cabeza era tan implacable como una especie de capitán demente de un barco. A pesar del hecho de que Kim era gritón y tan rudo como el mismo infierno con todas nosotras, algo de lo que él hacía parecía estar funcionando: Había una firme sensación dentro de la banda de que algo grande estaba a punto de suceder. Pero, maldita sea, él era un hijo de puta desagradable. Eso fue lo que produjo la violenta discusión entre Sandy y yo. Los fuertes brazos de Sandy alzándome en vuelo tuvo el impacto suficiente sobre mí como para calmarme. Hace un momento había estado lista para comenzar a morder. En definitiva era un típico ensayo, y Kim había sido su usual abusivo yo, gritándonos y lanzándonos insultos, simplemente había sido que yo había tenido suficiente.

—Escucha, hombre, —había dicho yo—, ¡no me sigas puteando de esa manera! No soy tu puta perra, ¿vale? ¡Ya no me vuelvas a llamar con burlas! Cuando uno le gritaba a Kim, parecía como si estuviera conteniendo la risa. Sus ojos te mirarían fijamente, y su rostro se contraería entre una sonrisa y una mueca. Era exasperante. Cuando terminaba, Kim sonreía y me despachaba con un desdeñoso ademan. —Ve y canta —decía con la voz oscurecida de sarcasmo—. Eso es para lo que estás aquí ¿Por qué no me dejas la parte de pensar a mí, corazón? Por un momento nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro mientras que el resto de la banda nos miraba con particular interés. Lita tenía una diminuta sonrisa en el rostro. Después de todo, yo no le caía muy bien y de Kim, pues, pensaba que era un imbécil, por lo que para ella era algo como el espectáculo principal, cualquiera que fuese su resultado. Esa fue la primera vez que había intentado hacerme valer frente a Kim desde que me había unido a la banda. Mi corazón latía con fuerza, con la ira corriéndome por las venas. Pero Kim se limitó a asentir de nuevo, señalándome el micrófono para que volviese y continuara cantando. —Vamos, vamos —dijo. Y dándole una última mirada, pensé “Vete a la mierda” Me di la vuelta y comenzaba a volver a mi lugar. Entonces lo escuché murmurar: —Buena perra.

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¡Hijo de puta! En la pelea, lo llamé cabrón hijo de puta, él perdió los estribos y comenzó a amenazar a todas en la banda con echarnos y encontrar a otras chicas —¡Chicas más jóvenes, más bonitas y con más talento, que apreciarían todo lo que hacía por ellas! —Era lo que decía. Y allí fue cuando todos en la sala de ensayo comenzamos a gritarnos unos a otros y Sandy me arrojó sobre el capo de un auto para hacerme callar. La miré cerniéndose sobre mí, y pude ver en sus ojos que en realidad no quiso hacerme daño. Desde que me había unido a The Runaways, Sandy y Joan habían sido las dos personas más cercanas a mí, y sabía que la banda significaba todo para ellas. Tan pronto como golpeé el suelo, Sandy fue la primera en ayudarme a levantarme. Me llevó aparte y murmuró:

—Lo siento, Cherie. Mira… esta banda significa todo para mí. Cuando escuché a Kim diciendo que cancelaría nuestro proyecto, simplemente enloquecí… Tía, ¿estás bien? Me dio la vuelta y me limpió el polvo del trasero. —Estoy bien —dije, comenzando a reír por lo ridículo de todo—. Y lo entiendo. —De acuerdo, genial… —Me sonrió con esos penetrantes y hermosos ojos azules suyos. Y entonces en unos pocos momentos todo quedaría olvidado, y continuaría el ensayo como si nada hubiese sucedido. Debido a que era rápida para aprender, este fue sólo un día como cualquier otro en la vida de The Runaways. Unirme a The Runaways fue un poco como la escena del comienzo de El Mago de Oz dónde Dorothy era atrapada por el tornado, giraba sobre sí en espiral y caía en el mundo de Oz. Desde el momento en el que me uní a la banda, mi vida cambió. Necesariamente no para mejor. Pero sí que cambió.

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El primer paso fue completar la alineación. Joan, Sandy, Lita y yo comenzamos las audiciones para bajistas. No era una entendida de la música para ese entonces, no llegaba a comprender incluso por qué necesitábamos una bajista. Creía que las cosas sonaban bastante bien de la forma en que lo hacían. Pero no, Kim volvió a su misión exploratoria en los clubes de menores de veintiuno en busca de talento, y una de los prospectos, fue una recomendación de Rodney Bingenheimer. Era una chica tranquila, del tipo que se ve estudiosa, con el desafortunado nombre de Jackie Fuchs. Jackie era muy diferente del resto de nosotras. Por un lado estaba que ella era realmente femenina, me recordaba incluso un poco a Marie, debido a que ella siempre tenía el cabello y las uñas perfectas. El resto de nosotras éramos un poco más rusticas, menos preocupadas por cosas como esas. Pensé que el contraste era interesante, pero no lo creyeron así el resto de las chicas. Además ella realmente no podía tocar muy bien. Lita, Sandy y Joan realmente se tomaban en serio sus instrumentos. Lita podía tocar una compleja pieza musical de Deep Purple con facilidad, y a veces pensaba que ella y Sandy habrían sido más felices en una banda de metal que en The Runaways. Así que cuando Jackie audicionó y tocó mal el bajo, luciendo bonita y femenina, ellas estaban a punto de echarla físicamente de la sala. Fui yo quien abogó por ella. Creo que me sentí un poco mal por Jackie. Se veía dulce y algo perdida. Tenía el presentimiento que ella haría un marcado contraste en la banda, y me di cuenta de que su forma de tocar el bajo mejoraría a medida que las cosas avanzaran. Fue una decisión que definitivamente llegaría a lamentar.

—¡Vamos! —dije—. ¿Por qué no darle una oportunidad? Me salí con la mía por dos razones. La primera era que a pesar de que Jackie no tocaba muy bien, seguía siendo mejor que cualquiera de las chicas que habían audicionado. Y luego estaba Kim, ansioso por poner a la banda en marcha. Cada vez que nos demorábamos demasiado en tomar una decisión, se apresuraba a recordarnos: —¡Esto me está costando todo un jodido dinero de mierda! Tengo que pagar por este tráiler, y a menos que ustedes perras comiencen a producir muy pronto, tendré que ponerlas de nuevo en las calles, ¡Dónde pertenecen! Todo con Kim era acerca del dinero. Ese era por completo su objetivo… el contrato. El contrato de grabación era la recompensa con la que él estaba completamente obsesionado. Nunca nos hablaba del dinero que nosotras ganaríamos por el disco. En cambio nos mantenía enfocadas en nosotras siendo estrellas, todas unas leyendas. Si Jackie le preguntaba por algún dinero para nosotras, él la callaba con una mirada fulminante, antes de informarle secamente acerca de cómo debía preocuparse acerca de mejorar en el bajo y dejarle a él las finanzas. Además de que cuando escribíamos las canciones, Kim siempre estaba involucrado. Era lo bastante inocente en aquel entonces como para creer que era sólo porque se preocupaba por las canciones, pero no me tomó mucho tiempo darme cuenta de que Kim era lo suficientemente inteligente para saber que el dinero de verdad estaba en la edición, y quería que su nombre estuviese adjuntado a tantas canciones como fuese posible.

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Además el hecho de que Jackie fuese joven y bonita no contaba en su contra con Kim. Así que cuando hablé por ella, Kim estuvo inicialmente de mi lado. Sin embargo, con Joan, Sandy y Lita siendo un colectivo firmemente en contra, Kim le dijo a Jackie que no corría con suerte. Unas semanas más tarde, llegó él con las noticias de que después de su primera audición sin éxito, Jackie había supuestamente formado su propia banda de chicas. La forma en que lo dijo dejo perfectamente claro que admiraba su tenacidad y que iba a pedirle que regresara. Y así como así, Jackie estaba en la banda. Todo lo que tuvo irse fue su ―poco atractivo‖ apellido—y así Jackie Fox se convirtió oficialmente en la quinta integrante de The Runaways. Con la alineación completa, los ensayos se pusieron en marcha. El tráiler en el que ensayábamos, era pequeño y sucio. Era un tráiler móvil, fuera de las vías por Cahuenga y Barham, detrás de un mini centro comercial, con el rugido de la autopista de junto. Era la menos glamorosa y más asquerosa sala de ensayo que pudiesen imaginar. Nos imaginábamos que cuando no ensayábamos nosotras allí, alguien dejaba a un perro dentro, porque cada vez que nos presentábamos a la práctica, el lugar siempre olía a caca de perro fresca. Teníamos siempre que ingeniárnosla para colocar los instrumentos. A veces limpiaban el lugar, pero como

estaba todo cubierto de alfombras, la mierda quedaba atrapada en la fibra de la alfombra, asegurándose que siempre el lugar apestara hasta el mismo cielo. Había unas sillas plegables, y el aislamiento acústico de las paredes, eso era todo. Teníamos nuestro asistente de sonido, un tipo ya maduro con aspecto de hippie con largo cabello castaño y barba. Solía venir a recogernos a Jackie, Joan y a mí en su volkswagen caravelle, para llevarnos a los ensayos después de la escuela, y los fines de semana. Era un sujeto agradable, pero muchacho, cómo apestaba. Pronto se ganó el apodo de ―Apestosito‖ en la banda. Era obvio que nunca había usado desodorante en toda su vida. En la parte trasera del volkswagen no había asientos, en su lugar había un colchón en el que nos sentábamos. Suponía que el volkswagen era su hogar lejos del hogar. No sabía de dónde lo había sacado Kim, pero en definitiva era alguien que había nacido para ser el técnico de sonido de una banda de Rock & Roll. Joan y yo estaríamos sentadas en la parte posterior, mientras que él destrozaba a Jefferson Airplane en su grabadora, una articulación proveniente de alguna parte de su barba. Nos arroparíamos con la chaqueta de cuero de Joan en un intento por bloquear su tóxico olor corporal. Joan me haría gestos, y yo, literalmente, estaría llorando de risa por lo ridículo de la situación. No estaba segura de lo que había esperado de estar en una banda, pero esto ciertamente no lo era. —Por dios, hombre —había dicho Joan un día, cuando ya no pudo soportarlo más—. Sabes… Quizá deberías usar desodorante o algo. Miré a Joan y estuve a punto de romperme una costilla por el ataque de risa que tuve. Pensé que quizá se habría ofendido él, pero en cambio dijo alegremente:

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—No, hombre… No creo en el desodorante. ¿Sabían que eso causa el cáncer? De todos modos, el olor del cuerpo humano es precioso. Y además va contra el sistema. Bueno, eso fue todo. Yo estaba jadeando y riendo al mismo tiempo. Él llevaba todos los instrumentos, y además nos ayudaba a instalarlos, por lo que no podíamos quejarnos demasiado. Los ensayos eran largos y trabajábamos duro. Era un viaje, porque hacíamos algo que ningún otro chico en la escuela hacía. Estaba segura de que incluso David Bowie tuvo que aguantar espacios para ensayos de mierda, mierda de perro, y gritos de managers en sus primeros días. La escuela comenzó a sentirse como una distracción, y me encontré a mí misma soñando con ofertas discográficas y conciertos repletos de fans gritando durante las sofocantes horas que pasaba en clases.

Desde el incidente de Sandy arrojándome sobre un auto, aprendí a mantener cerrada mi boca, e incluso me acostumbré a los gritos de Kim. De un extraño modo, comenzó a gustarme. Quizá era debido a que no tenía una fuerte figura paterna en casa, pero cuando me maldecía por no cantar una línea de forma correcta, me sentía realmente horrible y siempre se aseguraba de que yo lo hiciera mejor la próxima vez. Peor que el abuso verbal era la sensación de que había decepcionado a Kim. De repente era de nuevo una niña pequeña, intentando que el adulto presente en la habitación se sintiera orgulloso de mí. Kim tenía aquella cosa de llamarnos perras. Éramos ―mierda de perro‖ ―vómito de perro‖ ―disco para perro‖ y ―orín de perro‖. Si no tocábamos bien una canción éramos ―inútiles como las pulgas en el culo de un perro‖. Éramos ―las moscas pululando en torno a un montón de mierda de perro". Mierda, tenía quince años y no sabía realmente lo que hacía, ninguna de nosotras lo hacía. Nos imaginamos que este tipo de cosas eran normales cuando se estaba en una banda. Joan era el motor que conducía la composición de canciones. Y cuando comenzábamos a tocar canciones como “You Drive Me Wild” y “Thunder” realmente podíamos sentir la química de la banda. Incluso llegué a co-escribir un poco. Arrojando ideas líricas para las canciones “Secrets” y “Dead End Justice”. Después de que me uniera a la banda, Kari Krome comenzó a volverse paranoica. Nunca supe la historia completa, pero oí que Kim un día la echó y nunca la vi u oí hablar de ella. Incidentes como ese parecían diseñados para hacer que nos diéramos cuenta de que todas éramos reemplazables, por lo que hacíamos nuestro mejor esfuerzo para no enemistarnos demasiado con Kim.

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Con Kari fuera, Joan se convirtió junto a Kim en la compositora principal. Él era inflexible acerca de estar involucrado en todos los niveles del proceso, y la rutina era que a Joan se le ocurría la idea general de una canción y luego Kim añadía algunas letras para asegurarse de que él consiguiera regalías futuras. Echando un vistazo atrás era obvio que Joan no necesitaba ayuda, pero ella era tan joven e insegura como el resto de nosotras y Kim realmente nos hacía sentir que lo necesitábamos. Después de todo, éramos sólo las perras afortunadas que Kim había sacado de la cuneta para ser superestrellas. Este era el viaje de Kim Fowley, y nosotras éramos las pocas afortunadas que él había elegido para ir en el camino. Todo era escrito muy rápidamente, y se trabajaba con el espíritu de la banda. Éramos jóvenes, estábamos hasta las narices, y queríamos todo; ahora, ahora, ¡ahora mismo! Y la música reflejaba eso. Nuestras canciones eran acerca de beber, chicos, quedarse hasta tarde, y gritar, ―Que se joda la autoridad‖. Podría haber sido rudo en los matices, pero tenía un tipo de energía adolescente que no podía fingirse. A pesar de que la banda comenzó sólo con un concepto, rápidamente nos convertimos en una verdadera banda. Supongo que por eso Kim tuvo que hacerse

valer a sí mismo con tanta fuerza en la sala de ensayo, y en todos los aspectos de nuestras vidas. Él probablemente tenía miedo de que al final nos diéramos cuenta de que NOSOTRAS éramos The Runaways, no Kim, y al igual que el monstruo de Frankenstein, finalmente nos volveríamos en contra del hombre que nos cosió. —Muy bien, perras ¡Escuchen! —dijo Kim una tarde—. Tendremos un visitante. Él es de Mercury Records. Es un ejecutivo, y tiene el poder de hacerlas famosas. Su nombre es Denny Rosencrantz, tocarán para él y lo harán bien… —Entonces adoptó una pose, chasqueando la lengua, y enrollando las mangas de su camiseta hacia arriba, sobre sus hombros huesudos. Por alguna razón, él pensaba que era seductor. Sin embargo, todas pensábamos que era simplemente asqueroso. Denny Rosencrantz era un sujeto ya en sus años de una apariencia muy latina, guapo, bronceado y con una barba de chivo. La leyenda contaba que él buscaba una banda de rock & roll sólo de chicas porque su amigo Jimi Hendrix una vez le había dicho: ―Un día, las chicas van a tocar la guitarra, entonces habrán mujeres en el rock & roll y serán condenadamente buenas‖. Entonces cuando llegaron The Runaways, pensó que la predicción de Jimi se estaba haciendo realidad. Cuando Kim lo llevó a la sala de ensayo, con su bonito traje hecho a la medida, pareció un poco sorprendido por el lamentable entorno. Yo esperaba que Kim nos presentara, pero no lo hizo. En su lugar, se quedó allí parado, igual que un maestro de ceremonias, y dijo: —Estas son The Runaways. Ellas son el futuro del Rock & Roll.

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Ese mismo día, Joan me había dicho que esta era la segunda visita de Denny al tráiler. La primera vez había venido a ver la primera alineación de la banda y había pasado de largo, resultando en que Kim echara a Micki Steele y comenzara de nuevo con Joan, Sandy y Lita. Escuchar cosas como esas hacían que me pusiera realmente nerviosa. —Bueno, pues —gritó Kim—. No se queden allí simplemente viéndose sexys ¡Toquen, maldita sea! Sandy nos dio el conteo, y nos zambullimos en ―Cherry Bomb‖. A lo largo de la actuación, miré en cualquier dirección excepto a los ojos de Denny Rosencrantz, cuando la última nota sonó, lo miramos expectantes. Denny se dio la vuelta hacia Kim y le ofreció un asentimiento. Él sonreía. Entonces se dirigió a nosotras y dijo: —Chicas ¿Les gustaría hacer un disco para mí? Nadie sabía que decir. ¿Un disco? Se sentía como si hubiese estado en la banda como por dos minutos. ¿Y ahora teníamos un acuerdo con Mercury Records? Me

sentí mareada, eufórica. Lo que dejó a Lita resumir el estado de ánimo de la sala, cuando dijo: —Mierda, claro que sí, señor Rosencrantz, ¡Queremos hacer un disco!

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Traducido por Beatriix Extrange Corregido por Andy Parth

uando mamá finalmente volvió de Indonesia, estaba muy feliz con noticias para ella. En las semanas desde que me había unido a las Runaways, las cosas habían estado pasando bastante rápido. Kim había estado organizando giras de calentamiento para nosotras. Empezamos tocando en espectáculos en fiestas de casa, llenas de otros niños adolescentes, situándonos en el salón o incluso en el tejado en una ocasión. Kim nos había vestido con camisetas iguales con el logo de las Runaways en ellas, una cereza, inspirada por ―Cherry Bomb‖. Estos espectáculos era caóticos, excitantes, y liosos. Los chicos en la audiencia reaccionaban a nosotras de una manera tan loca e histérica que parecía como si fuesen a destrozar el lugar. Una de estas giras terminó siendo parada por la policía porque los chicos se estaban volviendo muy alborotadores.

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Pronto aprendí que Kim Fowley, además de un bicho raro con el gusto en vestir de un paciente mental escapado, era también una maestra del bombo publicitario y la manipulación de los medios: la palabra de las Runaways se había extendido lejos y a lo ancho, y ni siquiera habíamos firmado un contrato con Mercury todavía. La idea de un grupo de chicas adolescentes tocando rock and roll real estaba creando serias olas en la escena musical de L.A. Así que cuando mamá finalmente entró en la habitación, la abordé inmediatamente, bombardeándola con noticias sobre el contrato con la discográfica, los espectáculos, y las entrevistas de la prensa. Mi madre lanzó nerviosamente una mirada a Wolfgang y después aplastó mi entusiasmo tan rápido como la vez que mi padre me golpeó con las noticias de que se estaba mudando a Texas. —Bien… eso está genial, cariño —dijo—. Eso está realmente bien. Pero Wolfgang y yo tenemos una maravillosa noticia para ti también… Un día después, y las ―noticias maravillosas‖ de mamá habían empezado a realmente a penetrar. Mientras una lluvia firme golpeaba la ventana, empecé a estar furiosa y resentida más constantemente. Mi madre se iba a casar con Wolfgang, y se iba a mudar a la jodida Indonesia.

Es difícil describir cómo me hacía sentir esto. Decir que habían quitado el viento de mis velas habría sido una descripción insuficiente. Cuando mamá llegó a casa, estaba en la cima del mundo, rebosante de la sensación de que era parte de algo importante. Con quince años, era la cantante líder de una banda que estaba a punto de cantar con una discográfica importante. Había encontrado mi vocación; sabía lo que quería hacer durante el resto de mi vida. Me estaba rápidamente volviendo amiga de las chicas de la banda, y ya había una sensación real de familia entre nosotras. Las Runaways iban a dominar el mundo; no teníamos ninguna duda sobre eso. En vez de tener solo un día para disfrutar nuestro éxito, todo ello me había sido arrebatado por las noticias de mamá y Wolfgang. La ira dentro de mí era casi insoportable. Me pregunté si a ella alguna vez le importaba mi felicidad. ¿Le había importado alguna vez? Con quince años, ya tenía un grado de libertad que la mayoría de niños de mi edad nunca habían conocido. Tener eso de repente arrebatado, recordándome que no era nada más que un accesorio para los planes de mi madre, realmente dolía. Pero más que la ira era el miedo. La inseguridad. Quiero decir, ¿qué narices nos iba a pasar? ¿Indonesia? Antes de que mamá conociera a Wolfgang, ni siquiera sabía que Indonesia existía. En lo que me concernía, podía también haber venido a casa y anunciado que iba a despegar para iniciar una nueva vida en el planeta Marte.

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—Así que, ¿qué deberíamos hacer? —me preguntó Marie por enésima vez esa mañana. Marie, Donnie y yo habíamos estado sentados alrededor del estudio susurrando sobre el último plan loco de mi madre. Mamá se había vuelto a ir; estaba saturada en la tienda, intentando ponerse al día con todo el trabajo que se había perdido. Ni siquiera podía pensar demasiado en cómo me hacía eso sentir. Wolfgang, la tienda… se estaba volviendo difícil ver cuál era nuestro lugar en la vida de mamá. —¿Cómo demonios debería saberlo? —solté—. ¿Jodida Indonesia? ¿Cómo si Texas no estuviese lo suficientemente lejos para ella, tenía que saltar malditos continentes? —Fruncí el ceño, y continué mirando fijamente el suelo como si fuese a descubrir algún tipo de solución ahí abajo. —Bueno, yo voy a ir —dijo Donnie—. ¡No quiero quedarme aquí! ¡Quiero explorar el mundo! ¡Ver cosas nuevas! ¡Vivir en la jungla! Wolfgang dice que hay junglas por todo Indosia. —Es In-do-nesia, idiota —dije. No podía decidir qué dolía más. El hecho de que mi madre anunciara que se iba a mudar a Indonesia, y entonces dejase caer la mayor decisión de mi vida en mi

regazo con quince años… o que realmente dijera sí a casarse con Wolfgang. Las palabras no podían describir el odio que sentía hacia Wolfgang en ese instante. La idea de mi madre casándose con alguien más que no fuese mi padre me llenaba de furia santurrona. ¡Cómo se atrevía a intentar tomar el lugar de mi padre! —¿Realmente piensas que va a vender la casa? —preguntó Marie. —¡Duh! ¡Por supuesto que la venderá! Conoces a mamá, hará lo que es mejor para ella, y respecto a lo que queremos… Una vez se haya decidido… eso es. Mamá nunca cambiaba de opinión. Era otra cosa sobre ella que me volvía loca. Me parecía como si pudiera romper algo. O alguien. Si nos quedábamos, tendríamos que mudarnos con la abuela y la tía Evie. Sandie continuaría con su no deseado papel de ―madre‖ durante un tiempo más, al menos hasta que la casa y todo lo que le pertenecía en el mundo estuviera vendido. La idea de todos nosotros siendo metidos en la pequeña casa de la tía Evie no era algo que me apeteciese. —¡Bueno, yo voy! —anunció Donnie otra vez. —¡Sí, ya te oímos! —dije despectivamente—. ¿Así que por qué no te callas y nos dejas hablar? —¡Solo lo digo! No me voy a mudar con la abuela y la tía Evie, ¡así que habrá más espacio para vosotras, chicas! Además, es tan aburrido… —¿Oh, de verdad? —dijo Marie—. ¿Pero qué pasa si papá vuelve?

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Donnie se volvió amable cuando Marie dijo esto. Hablábamos con papá cada semana, y le estábamos siempre preguntando si iba a volver, pero nunca nos daba una respuesta. Nunca nos contaba lo que estaba planeando hacer. La tía Evie nos había contado que su negocio de las ocho pistas no estaba yendo bien, y que estaba vendiendo Dishmasters13 en su lugar. Por supuesto, papá nunca nos contaría eso él mismo, era demasiado orgulloso. La abuela había llegado incluso a decir que papá se iba a mudar de vuelta desde Texas en cualquier momento. Aunque una parte de mí todavía lo encontraba difícil de creer. Donnie nos dio la espalda y miró fijamente la televisión. Estaba puesto el The Andy Griffith Show, con el volumen apagado. Donnie me recordaba de alguna manera a Opie, por ser un niño de tan buen corazón. La verdad es que pensaba que era una cosa valiente el querer ver el mundo. Donnie me había probado lo valiente que era en realidad solo unos pocos años atrás. Cuando estaba en quinto grado, un matón de sexto grado llamado Danny me

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Dishmasters: Antiguo aparato que servía para limpiar platos.

abofeteó por defender a una amiga mía con la que se estaba metiendo. Cuando Donnie me vio llorando y le conté lo que había pasado, me dijo: —No te preocupes, hermana, me ocuparé de ello. Después me abrazó. Don solo estaba en tercer grado entonces. Más tarde ese día, mientras estábamos sentados fuera en la zona de comer, escuchamos gritos, y ahí vino Danny corriendo como un murciélago fuera del infierno con mi hermano pequeño, Don, siguiéndole los talones, pegándole en todas partes menos en la planta de los pies. Desaparecieron al doblar una esquina mientras todos los miraban. Unos minutos después, un Danny vencido, amoratado y con la cara roja vino hacia mí y se disculpó. —¡Lo siento! Nunca te volveré a molestar… pero por favor, no mandes a tu hermano tras de mí más… ¡por favor! Aunque luchábamos como el infierno, quería a Donnie, y el pensamiento de él mudándose a otra parte del mundo me hacía sentir enferma. Nunca soñé que no tendría a Donnie alrededor para meterme con él. Ya ni siquiera quería llamarle más ―Orejas de Dumbo‖. —No me importa —dijo Donnie a nadie en particular—. Incluso si papá vuelve, me voy. Quiero vivir con mamá y Wolfgang… me gusta Wolfgang. Es genial, e inteligente, y me dijo que me llevaría por todo el mundo. Además… dijo que me compraría una bicicleta. Le dije a Donnie:

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—Debe de ser fácil ser un idiota. —Pero no había malicia en ello. Cuando tienes su edad, la promesa de una casa grande y una nueva bicicleta es irresistible. Me sacó el dedo, así que salté sobre él y le empecé a hacer cosquillas, hasta que se volvió rojo y chilló: —¡Tía! Parecía que tan pronto como las cosas empezaban a ir a mi lado, algo tenía que venir para arruinarlo todo. Solo semanas después de haberme unido a las Runaways, era forzada a elegir entre la banda y mi propio hermano y madre. Quiero decir, ¿cómo se supone que iba a hacer eso? A pesar de los ensayos diarios después de la escuela, y los fines de semana, de dos del mediodía hasta tarde en la tarde, ser la cantante líder de un grupo de rock había sido una experiencia increíble. La música era poderosa, y había una electricidad real cuando nosotras cinco tocábamos juntas: los pequeños espectáculos en los que habíamos tocado nos habían dado a probar qué revuelo podían crear las Runaways.

Abandonar esta oportunidad única en la vida para irme a vivir a Indonesia con mamá y Wolfgang simplemente no iba a pasar. Kim llevaba la banda como un equipo de deporte finamente puesto a punto, con él como el entrenador maníaco ladrando desde las líneas de banda. —¡Estúpidos perros! ¡Vosotras jodidas pulgas en el culo de un perro! ¡Vete a Mi menor ahí, maldito pedazo de mierda de perro idiota! ¡Apestáis, chicas! ¡So náis como vómito de perro! —Pero funcionaba: todas temíamos a Kim Fowley. Y el miedo funcionaba: si no querías a Kim en tu cara escupiendo ―¡ano de perro!‖ entonces tocabas todas tus notas, y dabas el cien por ciento en cada ensayo. Finalmente, después de soportar sus bien ensayados berrinches y alborotos, éramos capaces de entintar el contrato con Mercury y grabar un álbum debut ―que alterará la cara del rock and rock, ¡PARA SIEMPRE!‖ como le gustaba decirlo a Kim.

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Kim Fowley era un maestro del bombo publicitario. Organizó sesiones de fotos y entrevistas para revistas. Nos taladraba sobre cómo actuar y qué decir. Inventaba historias salvajes. Incluso contrataba chicos para que estuvieran fuera de los conciertos de rock, sujetando carteles de ¡queremos a las Runaways! Las personas que hacían las entrevistas no tenían ni idea de qué hacer de nosotras. La mayoría del tiempo eran estos chicos de pelo largo y sin entusiasmo que no pensaban ni por un minuto que tocáramos nuestros propios instrumentos. De hecho, nos pedían que declaráramos abiertamente las ―mentiras‖, y nos exigían que les dijéramos que toda esta cosa era algún tipo de chanchullo tramado por Kim Fowley. Le hacían a Joan preguntas tontas como ―Así que, uh, ¿qué te hace pensar que puedas tocar la guitarra?‖ Joan se cabreaba cuando la gente le decía mierdas estúpidas como esa, pero al final nos reíamos. Solo pensábamos en ellos como idiotas. No me daba cuenta entonces, pero esa actitud sería una que acosaría a las Runaways durante toda nuestra carrera. Nuestras canciones eran sobre sexo, corazones rotos, ir de fiesta, y el estilo de vida de los adolescentes rock-and-roll… todas las cosas que nos importaban. Es gracioso pensar como un puñado de chicas adolescentes podían volver tan locos a esos periodistas. Kim nos animaba a ser aún más escandalosas. Seguía diciéndonos que íbamos a ser la banda más grande del mundo, y una parte de mí estaba empezando a creerle. —El sexo vende —nos decía constantemente—. ¿Pero sexo adolescente, de menores? ¡Hace que un hombre quiera chorrear en sus pantalones! ¡Es provocativo! Hace a las chicas querer agarrar su paquete. ¡Es el paraíso de restregarse contra menores para estos viejos jodidos! Y ese es el mejor tipo de sexo que hay… El tren Runaways había dejado la estación y estaba en él, llana y simplemente. Como si leyera mi mente, Donnie dijo:

—Probablemente hay bandas de rock en In-do-nemia. Probablemente usarán cocos en vez de baterías, y tablas de lavar por guitarras. —¡Cállate, Donnie! —rió Marie. Sabía que justo en ese momento Kim Fowley estaba fuera haciendo el contrato con Mercury Records. —No hay ninguna banda como las Runaways en Indonesia —dije, mirando fijamente a la nada. Don se enfurruñó y me dijo: —Bueno, ¡yo voy a ir vayas tú o no! Le lancé un cojín, acertándole en la cabeza. Mientras las paredes se derrumbaban sobre mí con mi familia, empecé a ver a las chicas más como a una familia sustituta. La música, que siempre había sido mi droga, era ahora la única cosa en la que podía confiar. Y la última cosa que necesitaba era compadecerme de mí misma. A pesar de que mi vida apestaba, no era la única en la banda con problemas. ¡Esas chicas tenían muchos problemas propios con los que lidiar! En las tres semanas en las que las había conocido, había aprendido que la madre de Joan estaba sola, trabajando como una perra para mantener a la familia unida y poner comida en la mesa. Jackie también venía de una casa de un solo progenitor. Sandy y Lita eran las que tenían suerte. Sus padres estaban todavía juntos y estaba feliz por ellas. —La casa de Wolfgang es enorme —dijo Marie al final—. Quiero decir, viste las imágenes. Tendríamos cada uno nuestra propia habitación.

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Miré fijamente a Marie, enferma por toda la conversación en ese punto. —¿Es eso lo que quieres? —pregunté—. ¿Es eso todo lo que te preocupa? Marie me gritó: —¡Solo quiero que permanezcamos unidos! ¡Eso es TODO lo que quiero! ¿Qué hay de malo en eso? Miré a Donnie, quien ya estaba en Indonesia en su mente. —Quiero decir tantos de nosotros como sea posible —dijo Marie en voz baja. Se estaba acercando a las dos. Tenía ensayo en poco tiempo. Imaginé como se sentiría ir al ensayo hoy y anunciar que iba a dejar la banda para mudarme a Indonesia. Las chicas me dirían que había perdido la maldita cabeza. Para Kim, no

sé, pero tenía la impresión de que en lo que a él se refería, una quinceañera guapa era tan buena como otra. Probablemente me reemplazarían antes de que estuviese incluso en el avión. —Marie —dije—, si me quedo y me mudo con la abuela y la tía Evie… ¿qué harías? Sin ni siquiera pararse, Marie dijo: —Haré lo que tú, Cherie. Tenemos que permanecer unidas. No había nada más que decir. Bastante pronto escuché un par de toques mientras Stinky me señalaba con el claxon que estaba esperando afuera. Mientras caminaba fuera de la puerta hacia ese bus VW carcelario, volví la mirada a la casa. Marie estaba parada en la puerta, y en su cara se ondeaba una ligera sonrisa como si pudiese leer mi mente. —¿Indonesia? —me llamó, con un brillo en sus ojos. Me di la vuelta, adopté una pose y grité: —¡Cuando los cerdos vuelen!

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Traducido SOS por Anne_Belikov y Dark & Rose Corregido por Andy Parth

as semanas que siguieron a la partida de mamá a Indonesia fueron terribles. Real, realmente terribles. La casa era un escándalo y nosotros los chicos sólo podíamos mirar como las últimas cuerdas de nuestra feliz y estable vida familiar eran lentamente arrancadas. Cuando Marie y yo le dijimos a mamá que no iríamos a Indonesia con ella, no dijo nada por un rato. Su rostro no mostró ninguna emoción. Ella simplemente dijo: —Si eso es lo que quieren… —Y se alejó, contribuyendo al proceso de desmantelar nuestra unidad familiar. Resultó que la abuela y la tía Evie estaban en lo cierto sobre el regreso de papá. Eso debería haber sido una razón para celebrar, pero no lo era, no realmente. La razón era mamá. Una vez que mamá se dio cuenta de que Marie y yo no iríamos con ella, comenzó a llamar a papá y a gritarle.

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Incluso a pesar de que mi padre ya estaba planeando regresar, Mamá comenzó a demandarle que regresara inmediatamente. Recordé las palabras de Papá de hace tres años: Ya conoces a tu mamá, ella siempre quiere ser la que lleve los pantalones en la familia. Y sabes que no me iré por ese tipo de cosas, Gatita. Comencé a temer que papá decidiera quedarse en Texas, sólo para molestarla. Marie y yo nos sentamos silenciosamente en el porche de enfrente, escuchándolos discutir en el teléfono. Mi madre estaba histérica. —¡Ellas son tus HIJAS! ¡Te necesitan, maldita sea! ¿No las amas? ¿No te preocupas por ellas? Habíamos parpadeado cuando ella dijo eso. Era otra vez como los viejos días, antes de que se separaran. Mi mamá siempre era buena dándole a papá donde realmente dolía, y luego retorciendo la espada. Podíamos escucharlo al otro lado de la línea

subiendo la voz, lo cual estaba totalmente fuera de carácter para él. Era un ruido enfadado, distorsionado, como el de una avispa atrapada en un recipiente. Mamá había decidido que ya que Marie y yo íbamos a quedarnos en California, era deber de nuestro padre regresar a casa para cuidar de nosotras. A pesar de mis miedos, la interferencia de mamá hacía las cosas peor. Papá discutió. Se había enfadado. El hecho de que mi madre de repente hubiera empezado a ordenarle que regresara a casa lo había puesto firmemente contra la idea. El simple hecho era que él no quería lidiar con mamá. Nuestra madre relataría todas sus últimas idas y venidas en la mesa, sus ojos húmedos con lágrimas, y la insinuación no se nos escaparía. Él no quiere la responsabilidad de cuidarlas, chicas, estaría diciendo. Él no quiere volver a casa. Aunque al final, mi madre ganó. Como en los viejos días, mamá bordó su camino y papá accedió a regresar, lleno de ira y resentimiento, para reasumir su vida con la tía Evie, la abuela y nosotras. Con papá en casa, mamá decidió que rentaría la casa. Pero después, Wolfgang insistió en que la vendiera. Cuando descubrimos este último giro, yo estaba furiosa. Wolfgang ya se había llevado a mi madre y a nuestro hermano, y ahora nos estaba quitando nuestra casa. ¿No tenía corazón? Así que Marie y yo nos encontramos compartiendo una pequeña habitación en la pequeña y ruidosa casa de la tía Evie. Cuando nos mudamos, la tía Evie nos dijo: —Esta es su casa ahora. Siempre será su casa. —A pesar de que era maravilloso tener a nuestro padre de regreso en nuestras vidas, y la casa estaba llena de amor familiar, aun así había que hacer grandes ajustes.

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Para entonces, la desconfianza de mamá iba en aumento. Primero, había decidido quedarme en California en vez de vivir con ella. La idea de que las Runaways eran más importantes para mí que mi propia madre era una píldora que no podía tragar. En cierta manera, sentí que ella estaría aliviada cuando finalmente se fuera. Nuestras discusiones los pasados meses habían comenzado a volverse físicas. Yo era una adolescente iracunda y herida, y mi mamá estaba probablemente feliz de apartarse de todo aquello. Entonces Kim Fowley se presentó en la puerta un día, después del ensayo. Yo había cometido el error de decirle qué estaba pasando. Empezó a gritarle a mi madre que yo tenía un contrato legal con Mercury Records y que no podía mudarme a Indonesia incluso si quería. Habíamos firmado los contratos hacía pocos días. Como éramos todas menores, nuestros padres o guardianes habían venido y firmado por nosotros. Con todo lo que estaba sucediendo en casa, decidí que mi hermana Sandie sería la persona ideal

para venir conmigo. Sandie, quien había tenido más experiencia que los padres de otras chicas con los contratos. Ella miró sobre el papel y estuvo a punto de objetar. La miré a la cara, articulando: —¡Cállate! —Ella me hizo a un lado y me dijo que el contrato ponía a Kim a cargo de todo el dinero, y que eso no era una buena idea, porque ella pensaba que Kim era una serpiente. Le dije que lo dejara ir—. Si arruinas esto, ¡nunca te lo perdonaré! Sólo firma el papel ¡y no hagas tonterías! ¡Nunca tendré otra oportunidad como esta! Así que cuando Kim se enteró de la próxima mudanza de mamá a Indonesia y decidió interferir, inmediatamente hizo las cosas peor. Él despotricó, agitando los papeles alrededor y básicamente diciéndole a mi madre que yo le pertenecía ahora, y que si a ella no le gustaba, que mejor fuera consiguiéndose un buen abogado. Mi madre sólo se quedó ahí, con su mandíbula en el suelo, mientras este extraño hombre en traje naranja le decía que la demandaría si trataba de llevarse a su propia hija a otro país. Ella le estampó la puerta en la cara. Pero el daño ya estaba hecho. Cuando Marie y yo nos mudamos a la casa de la tía Evie, Donnie fue enviado a Indonesia. Mamá debía irse unas pocas semanas después. Con los contratos firmados, fuimos inmediatamente a Fidelity Studios para grabar el álbum debut de The Runaways.

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—¡Estás costándome dinero! —Ese fue el mantra de Kim a través de todo el proceso de grabar el álbum debut. Grabar un álbum con Kim Fowley controlándolo todo era como volver en el tiempo. Esto eran los setentas, los álbum eran un gran negocio. Bowie había lanzado álbumes bellamente producidos por años. Led Zeppelin, Pink Floyd, Elton John… esta era la era de los doble LP con arte hermoso, un producto específicamente diseñado para ser escuchado desde el principio hasta el fin. Esta era la era del álbum como arte: algo que tenía que ser cuidadosamente elaborado y perfeccionado. Grabar The Runaways fue un retroceso para la era de Sun Records: la filosofía era crear la cinta, tocar la canción y sacarla del estudio. Arruinarlo no era una opción. Al final, Jackie Fox fue reemplazada por un bajista con acento inglés llamado Nigel Harrison, quien estaba en alguna supuesta banda en ascenso que nunca habíamos escuchado, llamada Blondie. Jackie había observado mientras Nigel tocaba las canciones con la banda. Había sido difícil para Jackie, creo que lo primero que supo fue que Nigel apareció y se presentó como el bajista. Kim produjo la grabación de la misma manera en que lidiaba con nosotras: él quería hacerlo rápido, barato y lanzarlo al mercado tan pronto como fuera posible.

Nunca hubo instancias de Kim sentándose en la silla del productor luciendo pensativo, preguntándose si podía obtener algo mejor. Cada canción fue tocada al menos tres veces, y la mejor fue elegida. Fue de la misma manera con las letras. Nunca había cantado en un estudio antes, y la primera vez que me paré ahí enfrentando el micrófono colgante, con audífonos, me congelé totalmente. La música estaba golpeando en mis audífonos, pero mi voz vino débil e insegura. La cinta se detuvo inmediatamente. Escuché a Kim entrando en la cabina y cerré mis ojos, preparándome para otro ataque verbal. En lugar de eso, un Kim totalmente diferente apareció en la cabina. —¿Cuál es el problema, Cherie? —Um, ¡sólo estoy nerviosa Kim! ¡Lo siento! Yo lo… ¡Lo intentaré de nuevo! —Hmm… —Kim lució pensativo durante un momento. Entonces salió de la cabina, volviendo con un ingeniero—. Quita el micrófono colgante de aquí —le dijo—. Quiero un micrófono normal. Uno que ella pueda sostener y mover. El ingeniero comenzó a objetar, diciendo que la calidad del sonido no sería la misma, pero Kim desestimó sus objeciones con un movimiento de su mano. —¡Es rock & roll! ¿A quién mierdas le importa la calidad del sonido? ¿Crees que los estúpidos chicos van a preocuparse por cuál tipo de micrófono usó ella? Después de varios minutos, el ingeniero entró en la habitación otra vez, maldiciendo a Kim bajo su aliento, y yo estaba de pie con un micrófono en mi mano.

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—El problema —dijo Kim—. Es que no estás actuando. Estás intentando CANTAR. Quiero a Cherry Bomb, no a Cherie. No creo que porque estemos en un estudio debas empezar a intentar cantar entonada o algo. Muévete si quieres. Agarra el micrófono, llévatelo. Esto no es arte. No eres una maldita cantante de ópera o alguna mierda como esa. Esto es rock & roll. Tienes que proyectarlo, la autoridad del rock & roll, ¿recuerdas? Miré la habitación estéril, llena de cables y equipo de grabación. —Se siente extraño —dije—. Quiero decir, hacerlo en el escenario es una cosa pero… ¿aquí? Kim vino y apagó las luces. La habitación inmediatamente se sumergió en la oscuridad. Me quedé de pie ahí, confundida y temerosa de decir algo.

—Ahora estás a oscuras —dijo él—. Ya no estás en un estudio de grabación. Estás en un escenario. La habitación está llena. ¿Necesitas algo más? ¿Agua? —No —dije dócilmente. —¡Entonces vamos! —Kim chasqueó sus dedos impacientemente—. ¿Estás lista para hacerlo? —Sí… Esto fue lo más cerca de la ternura que Kim estuvo alguna vez. En momentos como este, sentí que de alguna extraña manera amaba a Kim. No lo amaba como encontrarlo atractivo (ugh, dios no) pero quería hacerlo feliz. Quería probarle que estaba bien. A pesar de los gritos, las amenazas y el abuso, siempre fui una niña y Kim Fowley era la única figura adulta en el día a día de mi vida. Así que instintivamente quise que estuviera orgulloso de mí. Supongo que cuando eres melliza, sientes cosas como esa. Nunca te sientes como una persona completa. Siempre tienes que competir por la atención de los adultos. Supongo que esto era la misma mezcla de amor y miedo que hace a una esposa maltratada quedarse con su esposo.

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La próxima vez que la canción comenzó, yo estaba lista. Me movía en la oscuridad, imaginando que estaba en el escenario de uno de los pequeños clubes, llenos a rebosar en los que habíamos estado tocando. Cantaba las palabras como si estuviera compitiendo con el estruendo de miles de jóvenes reunidos, en toda regla. Cuando terminó la canción, esperé un par de segundos y luego dije en el micrófono: ―¿Cómo fue eso? ―Genial ―dijo Kim a través de mis auriculares―. Hazlo otra vez. ―¿No puedo escucharlo? ―¡No! ―ladró Kim―. Habrá un montón de tiempo para escuchar y toda esa mierda, cuando el disco esté fuera. ¡Ahora sigue así―el tiempo es jodido dinero! El álbum fue grabado y mezclado en cuestión de semanas. El día que terminamos de grabar, llegué a casa desde el estudio despedirme de mamá. Ni siquiera podía sentirme emocionada por acabar de grabar un disco con mi banda. Mi mente estaba concentrada en la inminente partida de mi madre. Ella debía salir para el aeropuerto más tarde ese día. Entré, y Marie estaba de pie allí, viéndose culpable.

―¿Qué pasa? ―dije―. ¿Dónde está mamá? ¿Sigue embalando? Marie negó con la cabeza. ―Entonces, ¿dónde está? ¿En la parte trasera? ―Mamá se ha ido, Cherie. Ella se fue para el aeropuerto ya. ―¿Qué? Miré la hora otra vez. Me había marchado del estudio temprano, así podría despedirme de ella. Miré a Marie, ¿estaba de broma? Una mirada a su cara me dijo que ella no lo estaba. ―¡Tengo que llegar al aeropuerto! ¡Vamos! Marie y yo condujimos a toda velocidad hacia el aeropuerto, tratando de alcanzar a mamá. Tuve que suplicar a Marie que me llevara porque yo todavía no tenía mi licencia de conducir. Me senté en el asiento del pasajero en silencio, mientras mi mente corría a toda prisa. ¿Por qué demonios tenía que irse sin decir adiós? ¿Ella me odiaba tanto para no querer quedarse? ¿Fue a causa de lo que Kim Fowley le dijo? ¡Tenía que serlo! Ella había cambiado después de eso. Había un sentimiento tácito de que ella y yo ni siquiera estábamos ya del mismo lado. La desconfianza se estaba gestando. ¿O podría ser a causa de papá? Ella siempre dijo que yo era una niña de papá, y cuando estaba enojado con él, inexplicablemente ese sentimiento se extendía a estar enojada conmigo. Yo estaba del lado de papá. Estaba del lado de Kim. Comencé a darme cuenta de cómo de preocupada estaba mi madre, yo estaba del lado de todo el mundo, excepto del suyo.

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Cogí a Marie mirándome mientras conducía. Volví la vista hacia ella, y ella apartó la mirada rápidamente. ―¿Qué está pasando? Hay algo más, ¿verdad? ―exigí. Marie se tranquilizó en un instante, y luego habló en voz deliberadamente baja: ―Mamá piensa... bueno, ella piensa que vas a darle documentos de la Corte. ―¿Qué? ¿Qué demonios quiere decir? ¿Qué documentos de la Corte? ―Por ejemplo, una orden judicial. Ella tiene la idea de que tú... que tú y papá están planeando retenerla aquí. Para hacerla asumir la custodia de nosotros. Me puse a llorar por dentro. En el período posterior a que mi padre se fuera y mamá se ocupara de nosotros, me había acostumbrado a la calma. Pero ahora las cosas estaban peor que nunca: era el mismo drama antiguo de que ellos dos

parecían incapaces de ir más allá. Ellos estaban peleando sobre quién debería conservar la casa, quien debería conseguir el dinero, quien debería ocuparse de los niños... y estaban usando cualquier cosa con que se pudieran hacer daño, golpeando y humillando a los demás. Era exactamente como en los viejos, los días antes de que papá se fuera. Y ahora mi madre había decidido que yo estaba en contra de ella, también. No había sensación más impactante en el mundo que darse cuenta de que mi propia madre me consideraba su enemigo. Antes de que Marie hubiera incluso aparcado el coche en el aparcamiento, yo estaba corriendo por el aparcamiento, tratando de encontrar a mamá. Me hice mi camino a través de los viajeros aturdidos, casi derribando a una anciana que arrastraba una maleta, corriendo a través de LAX, como una loco gritando y buscándola. ¡Tenía que encontrarla antes de que ella subiera al avión! Tenía que decirle que la amaba, que quería que ella fuera feliz, que nunca hubiera podido traerle esos documentos de la corte. "¡Tú eres mi madre!‖, quería decirle, ―¡Quiero que seas feliz!‖ Su vuelo no había salido aún, y comencé frenéticamente a buscarla. Había hecho todo el camino hacia la puerta cuando la divisé. Casi no la reconocía. Llevaba gafas de sol y un sombrero grande que ocultaba la mayor parte de su rostro. Ella iba a un ritmo rápido, sin levantar la vista. Rápida y decidida, caminaba pasándome sin mirar. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi propia madre llevaba un maldito disfraz. Ella estaba tan asustada de que fuera a hacerle daño con algún tipo de orden de la corte de papá, que estaba saliendo a hurtadillas del país para evitarme. Entonces me apresuré a través de la puerta, corrí hacia ella, pero de repente me encontré bloqueada por dos guardias de seguridad. Traté de encontrar mi camino más allá de ellos, y tuvieron que retenerme.

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―¡No pueden evitar que vea a mi madre! ―les grité―. ¡Puede ser que nunca más la vuelva a ver! ¡Déjenme pasar! ¡Déjenme pasar! No les importaba. No era su trabajo el preocuparse. Una multitud comenzó a reunirse mientras mis gritos se hicieron más fuertes y más histéricos. ―¡Quítame tus manos de encima, cabrón! ―grité al guardia más cercano a mí―. ¡Mamá! ―grité―. ¡Mami! ¡Maaaaaamaaaaaá! ―La vi desaparecer por el pasillo hasta el avión y yo forcejeé con violencia, pero los guardias me detuvieron―. ¡Mamá! ¡Quiero decirte adiós! ¡Mami! ―Para ese momento, estaba histérica, las lágrimas corrían por mi cara. Vi el estremecimiento de sus hombros con el sonido de mi voz, pero no se detuvo ni siquiera fue más despacio―. ¡Nunca te despediste!

Grité, pero no sirvió de nada. Mi mamá estaba tan convencida de que estaba aquí con algún motivo desviado y oculto que no volvería atrás. En ese momento un tercer guardia de seguridad había llegado, un hijo de puta grande, y me agarró fuertemente. Pero fue inútil. Todo el forcejeo me había dejado sin fuerzas. Marie vino corriendo, y fue luchando para pasar a través de la multitud que se había reunido a mi alrededor. Me dejé caer en los brazos del guardia, sollozando y diciendo una y otra vez: ―Mami, Te quiero... por favor... Pero ella ya se había ido. No podía respirar. Oí a Marie decirles a los guardias: ―Ella es mi hermana. Lo siento... Me encargaré de ella. Y caí en sus brazos y lloré con más fuerza de lo que he llorado en mi vida. Marie tuvo que llevarme a cuestas prácticamente al coche. Me senté en el interior, y nos quedamos allí un rato, sin hablar. Cuando mi respiración estaba bajo control, Marie dijo: ―Estará todo bien, Cherie. Te lo prometo. Puedes llamar a mamá cuando ella llegue a Indonesia, y te lo explique todo. Puedes explicar la verdad a ella, y se dará cuenta de que todo fue un gran error. No le respondí. Marie metió la llave en la ignición y empezó a conducir de vuelta a casa.

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¿Llamar a mi madre? ¿Explicárselo a ella? El pensamiento trajo un sabor horrible y rancio a mi garganta. No sé si alguna vez sería capaz de hablar con mi madre de nuevo después de esto. Volví a llorar, lloré todo el camino a casa. No sólo por lo que había sucedido, sino porque sabía que a partir de hoy nunca sería la misma. Algo se apagó dentro de mí ese día. Algo dentro de mí se quebró, y dejé de preocuparme. No quería volver a sentir eso de nuevo, y así empecé a aprender a meter los sentimientos profundos, en el fondo de mí misma, a un lugar donde no podían hacerme daño. El dolor de darse cuenta de que mi madre tenía miedo de mí era demasiado para mí para hacerle frente. Así que tuve que obligarme a dejar que me importaran las cosas. Para dejar de sentir. Pasarían dos años antes de que viera a mi madre de nuevo. La respuesta de Lita fue simple.

―No te preocupes por eso ―dijo―. Los padres pueden ser raros. Es su trabajo ser extraños. Estábamos en una pequeña habitación de vestidor decrépita tras nuestra primera actuación oficial como artistas de grabación de Mercury Records. Era en un pequeño club llamado Wildman Sam. Cuando digo pequeño, lo digo en serio: este lugar podría haber sido la habitación de alguien. El espectáculo fue salvaje esa noche. Después del horario de ensayo loco, y la constante adrenalina a través de las canciones, estábamos en racha. Tocábamos tan fuerte, y el pequeño lugar estaba lleno de doscientos jóvenes que bailaban con tanta fuerza que esperaba que el yeso se empezara a caer desde el techo en grandes trozos de polvo. Supongo que eso es lo que ellos llaman tirar la casa por la ventana. ―Sí, supongo. Sólo apesta, sin embargo... ―dije de nuevo a Lita. Fuera del vestuario, la gente estaba tratando de salir a nuestro encuentro. Se les podía oír gritando y pidiendo que les dejaran entrar. Kim estaba actuando como seguridad. ―Mira lo que tenemos en estos momentos, Cherie ―dijo Lita―. La gente se está volviendo loca por nosotras. Todo esto va a funcionar. No dejes que ello no te haga disfrutar de esto… Miré a Joan. Ella vio que la miraba y me sonrió. Fue una de esas sonrisas especiales que ella me daba de vez en cuando, como si hubiera un secreto entre nosotras. Algún entendimiento tácito. Le devolví la sonrisa, y ella apartó la mirada, y dejándome con la sensación de estar un poco mareada.

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Los golpes en la puerta, las súplicas que llegaban hasta el camerino para que saliéramos, y los gritos de Kim reverberando desde algún lugar en el pasillo. De alguna manera sentí que tanto tiempo como tenía que estar con las chicas ―Joan y Sandy, en particular―, entonces tal vez sería realmente capaz de lidiar con todo esto. Después de todo, ¿qué otra opción tenía?

Traducido por Zeth Corregido por Andy Parth

on el álbum grabado, prensado y puesto a la venta en tiempo record, las cosas empezaron a moverse rápidamente, había un último show que dar en nuestra ciudad natal, y luego arrancaríamos nuestro primer tour por los estados unidos. Estábamos en la camioneta de Stinky, dirigiéndonos hacia el lugar. Me movía incómoda, tratando de ignorar los incesantes cólicos en la boca de mi estómago. ¡Qué día para tener mi regla! Y no había tomado ninguna aspirina. Sin embargo, ni siquiera los cólicos o el tóxico olor de la camioneta de Stinky iban a arruinar mi estado de ánimo. Miré a Joan y a Jackie, y pude ver la misma emoción expresarse en sus rostros. Los nervios de todos estaban al límite debido a la presentación de esta noche y ¿por qué no? Ésta iba a ser especial.

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Esta noche tocaríamos en Starwood, uno de los clubs más candentes del oeste de Hollywood. El Starwood ya era muy genial, y además la comida era deliciosa, el club era dirigido por el famoso Eddie Nash. Todas la bandas candentes habían pasado por el lugar, y la audiencia era una emocionante mezcla de músicos, estrellas de cine, leyendas del rock, y figuras del oscuro inframundo. De acuerdo a Kim, ―Todo el mundo‖ estaría ahí esta noche. Le habíamos presionado sobre que era ―todo el mundo‖, pero se mantuvo inusualmente con los labios apretados en cuanto a los detalles. Habíamos tocado ya una vez antes en el Starwood; fue uno de nuestros primeros ―grandes‖ shows. Esa vez me atrapó en la parte trasera del escenario y dijo: ―¡Hay alguien que quiero que conozcas!‖ me giré, y ahí, de pie en frente de mí, estaban nada más y nada menos que Robert Plant 14 —que estaba usando una camiseta de las Runaways ―Robert ama a Kim‖—y Jimmy Page15. Hice todo lo que pude por contenerme, así que estrechamos manos educadamente y les dije que era agradable conocerlos. Luego Kim nos dirigió a los vestidores, y Lita estuvo a punto de 14

Robert Anthony Plant, CBE (20 de agosto de 1948) es un cantante inglés de rock, famoso por ser el vocalista de Led Zeppelin. 15 Jimmy Page: es un afamado guitarrista de rock conocido por haber sido el miembro líder y fundador del grupo de rock Led Zeppelin.

desmayarse cuando los vio. Una guitarrista que tuviese la oportunidad de conocer a Jimmy Page era como si un católico devoto obtuviese una audiencia con el Papa. El conocer celebridades no era lo único que me emocionaba de esta noche. La banda se había excedido con camisetas que hacían juego, y Kim había traído a un diseñador llamado Ciri, quien había ayudado a diseñar algunos atuendos para las presentaciones: un mono de tela lamé16 plateado para mí, rojo y negro para Joan… todo esto como preparación para la gira de estados unidos. También, por primera vez, interpretaría ―Cherry Bomb‖ usando un corsé de satín blanco y encaje negro comprado en una tienda de lencería que estaba justo en frente del lugar. Lo había visto hace un día, y algo me había hecho detenerme y mirar de nuevo. Mientras presionaba mi nariz contra el vidrio, el corsé puso mi cerebro en llamas. Hombre, ¿Cómo sería si usara eso en escena? Kim siempre decía que me faltaba ―Autoridad Rock and roll‖ y me imaginé en frente de la audiencia, usando ese atuendo. Eso en serio encendería las mentes de algunos. Corrí a traer a Scott Anderson, nuestro nuevo manager personal, y vimos el corsé con la boca abierta justo antes de entrar para poder probármelo. Cuando salí del vestidor usándolo, Scott inmediatamente sonrió y dijo ―vendido‖ y pagó los sesenta dólares. No sé qué pensó la vendedora sobre un tipo mayor comprando lencería sexy a una chica de dieciséis años, pero probablemente no lució bien. Noté la manera en que Scott me miró cuando salí del vestidor, y me pregunté —no por primera vez— si yo le gustaba. Lo había visto dándome largas y ladeadas miradas. Era un tipo raro, pero por otro lado parezco tener algo raro por los chicos raros. De regreso al lugar, Kim se había vendido a la idea, y me había hecho probarme el atuendo para poderme ver por sí mismo.

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—Quiero usarlo cuando cante ―Cherry Bomb‖ —le dije mientras emergía del vestidor. Kim simplemente asintió. —Da una vuelta lentamente. Lo hice, y Kim me miró fijamente, pareciendo pensativo. —Antes de que cantes ―Cherry bomb‖; Joan canta ―You make me Crazy‖ eso debería ser tiempo suficiente para que te cambies. Kim en serio veía el potencial y el orden.

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Lamé: Es un tela tejida con hilos de oro y plata.

—Construiremos un vestidor en el escenario. Desaparecerás detrás de la cortina negra, y luego con una pequeña distracción, Cherie reaparecerá transformada. No sólo cantaras ―Cherry Bomb‖, SERÁS Cherry Bomb. Cuando Kim anunció esto al resto de la banda, Lita parecía enojada. Mientras los shows se volvían más y más grandes había notado el oscuro cambio de la actitud de Lita hacia mí. A medida que me volvía más segura en frente del público, sentía un resentimiento creciente debido a la atención que estaba recibiendo. Lita parecía sentirse amenazada por ella. Incluso de vez en cuando hacía comentarios malintencionados sobre cuán delgada estaba, y esto obviamente era porque ella estaba empezando a tener sus propios problemas de peso. Problemas de peso tales como que se le estaba poniendo el culo gordo. Cuando vives de una dieta de hamburguesas de queso y cerveza, mantenerse en forma no es fácil. Es por eso que sólo como pescado y vegetales, lo cual ponía a Lita jodidamente enojada. Así que cuando Kim les contó a todas sobre mi cambio de atuendo, Lita simplemente se fue, como si toda la idea del corsé fuese una táctica para alejar toda la atención de su forma de tocar la guitarra. Pero, no me lo tomé mal tampoco. Estaba aprendiendo que la mejor manera de lidiar con las rabietas de Lita Ford era ignorarlas completamente. A medida que la camioneta se detenía en el lugar, notamos que los chicos ya habían empezado a hacer fila afuera. —Hombre —dije, cuando la camioneta por fin se detuvo—, ¿La gente ya está esperando para entrar?

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Tan pronto salimos, los fans corrieron a pedirnos autógrafos. La primera vez que esto pasó, fue una experiencia surreal. Me sentí un poco asustada e indigna. Pero ya que empezaba a ocurrir más a menudo, estaba aprendiendo a adaptarme. Con cada show exitoso, las cosas se volvían más grandes y mejores. Haber grabado algo cambiaba todo. Las audiencias gritaban por nosotras, sabían nuestros nombres; hacían fila por horas para ver nuestras presentaciones. Hubo un gran revuelo sobre las Runaways en la escena de los Ángeles. Todas podíamos sentir que algo definitivamente estaba a punto de pasar, y que todo el trabajo duro iba a ser recompensado. Mientras salía de la camioneta, una chica con cabello largo y oscuro, y una chaqueta de cuero de aspecto maltratado se acercó a mi tímidamente. —Oye Cherie —dijo—. Hombre… pensamos que ustedes chicas son geniales. ¿Firmarías… firmarías esto para mí?

Sin hacer contacto visual, puso una copia de la revista Bomp en mis manos. Recordé a algunos reporteros reuniéndose con nosotros hace unas semanas para hacer una entrevista, pero no había visto la revista hasta ahora, mi foto estaba en la portada. Quise estar feliz, pero me pregunté si las otras ya habían visto esto. Ugh, Lita iba a tener un ataque de mierda cuando viera que no usaron una foto grupal. Me dio un sentimiento de vacío en el interior. Sonreí hacia la chica y dije: —Seguro, lo haré. Me extendió un lapicero, y garabateé mi nombre en la portada. Luego la chica me agarró y me dio un beso en la mejilla derecha antes de salir corriendo. Empecé a reír. Hombre, en serio podría acostumbrarme a esto. —Vamos. —Stinky me agarró del brazo y me llevó al interior del club, internándome en el interior del Starwood, tuve una descarga de adrenalina cuando vi el escenario. Sandy y Lita habían llegado aparte y ya estaban ahí, Lita probando grandes y enérgicos acordes y Sandy sonriendo y haciendo girar sus baquetas. La gente corría como loca, gritando instrucciones, dando los últimos retoques para esta noche, y las luces de colores rebotando en la batería, aturdiéndome. Sandy se nos quedó mirando fijamente, y saltó de detrás de su batería, corriendo para darnos un abrazo. Lita siguió tocando su guitarra como si tratase de sacar sangre.

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Joan y Jackie subieron al escenario y se conectaron, y luego empezamos a tocar algunas canciones. Mientras la última nota de ―California Paradise‖ recorría la sala vacía, caminé hacia el ―vestidor‖. Era una caja de mala calidad con una cortina negra grapada a ella. Mi amiga Vickie me ayudaría a ponerme el corsé, y con ambas ahí adentro, se iba a estar un poco apretado, como tratar de cambiarse en un destartalado y vertical ataúd. Iba a ser una noche infernal, eso seguro. Incluso Kim estaba de buen humor. Después de la prueba de sonido, nos llevó a Humburger Hamlet en Sunset, lo cual nos hizo pensar que quizás el fin del mundo estaba cerca. Para cuando volvimos al club una hora y media más tarde, la fila para entrar a Starwood se extendía alrededor de la manzana y llegaba hasta la mitad de Crescent Heights. Lita presionó su rostro contra la ventana sucia del Volkswagen y dijo: —¡Joder hombre! ¡Miren a toda esa gente! Están aquí para vernos, maldita sea. Joan simplemente miró y dijo: —Guau…

—Kim —dijo Jackie—. ¿Vas a asegurarte que los de seguridad nos lleven desde la camioneta hasta los vestidores, cierto? Kim suspiró, puso sus ojos en blanco, y ordenó a Stinky que nos mantuviese en la camioneta mientras él iba a por los de seguridad. Deslizándose por la puerta trasera del club, podías sentir ya la energía. El aire en el interior estaba caliente y húmedo. El lugar estaba lleno y la multitud ya estaba gritando ―¡RUN-A-AWAYS! ¡RUN-A-AWAYS!‖ lo gritaban sobre la banda de apertura mientras finalizaban una canción y entraban en la siguiente. Había un montón de gente como nosotros corriendo hacia los corredores posteriores, hacia los vestidores. Kim caminaba a mi lado, y mis cólicos estaban de nuevo molestándome. —Um, Kim… ¿Tienes alguna aspirina? —pregunté, apretando los dientes. —¿Por qué? —preguntó Kim—. ¿Estás enferma? —Sonrió, como si la idea de que estuviese enferma lo divirtiese, bastardo. —No tengo la regla, ¿de acuerdo? Tengo cólicos. —Ugh —dijo Kim, luciendo asqueado—. Una de mis chicas está en su periodo, ¿cierto? Bueno no. No tengo aspirinas. Soy tu manager, no tu madre… —Yo tengo —dijo Lita, sacando un par de su funda. —Gracias. Tras bastidores, familia y amigos estaban reunidos, bebiendo cerveza, y riendo. Vickie estaba ahí con Marie, y Marie me dio un gran abrazo cuando me vio.

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—Vas a dejarlos muertos —susurró en mi oído. La apreté fuerte por un instante. —¡DIEZ MINUTOS! Mientras Marie empezaba a alejarse de mí, dijo: —Dios mío, ¿es ése Shaun Cassidy? Me giré, Marie estaba en lo correcto: ahí estaba justo como lucía en la portada de la revista Tiger Beat. Estaba usando gafas oscuras y uno de esos divertidos sombreros Tam O‘ Shanter, tratando de pasar de incognito. La cosa es, que lucía realmente visible con ese atuendo. Quizás ese era el punto. Kim lo tomó del brazo y me lo presentó.

—Encantado de conocerte, Cherie —murmuró Shaun. Parecía algo tímido, y de cerca su piel no lucía bien. Quizás era todo ese maquillaje que usaba en esas sesiones de fotos de diva. Era tan sólo un año mayor que yo, y estuvimos ahí de pie sin decirnos mucho el uno al otro, como dos chicos incómodos en el baile de graduación, antes de que Kim se lo llevara para que conociera al resto de la banda. Lo vi irse. Granos o no, era lindo. Jesús, mis cólicos se estaban volviéndose peores. Consideré pedirle a nuestro manager, Scott, analgésicos más fuertes. Sabía que cargaba un frasco de Placidyls 17, al igual que cocaína, marihuana, anfetamina y quaaludes, con él. Todo el mundo festejaba excepto por Jackie que era tan conservadora que nos enfermaba. Más temprano, hice una regla de que nadie me agobiaría antes de un show. Después de eso, es decir, ahora, era una historia distinta. Empecé preocuparme por si debí haber doblado mi Tampón. Recordé estar en la playa cuando tenía doce y ver a una chica recostada en el sol; y la parte de atrás de su bikini empapada de sangre. La imagen estaba permanentemente impresa en mi mente. De repente un escenario pesadilla se armó en mi mente. Me imaginé emergiendo del improvisado vestidor ataúd, usando mi nuevo corsé… y me daba cuenta que la gente me señalaba y se reía. Bajaba la mirada para ver una línea de sangre desde mi entrepierna hasta mi rodilla. Jesús, me estremecí ante la idea. Ugh, hablando sobre el tiempo de mierda. Justo entonces Rodney Bingenheimer entró, con dos despampanantes chicas en cada brazo, estaban cubiertas de brillo y eran más altas que él, al menos diez o doce centímetros. No había duda de porque le llamaban el alcalde de Sunset strip. Shaun inmediatamente se dirigió hacia él y le dio un gran abrazo. Supongo que Rodney, en serio, conoce a todo el mundo.

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Una voz desde la entrada gritó: ―Chicas es la hora‖. Di un vistazo rápido para ver si había otras estrellas en los alrededores. No había, por lo que la reunión de estrellas seria después del show. Fuimos llevadas, en una sola fila, por un corredor hacia una escalera oscura. Nos sostuvimos la una de la otra así no nos caeríamos de nuestras plataformas de seis pulgadas. Una a una las chicas caminaron al escenario, tras la cortina, pude oír a la multitud. El ruido era muy alto, tan intenso que hizo a mi estómago estremecerse. Esperé hasta que las chicas estuviesen conectadas y listas, así no me vería como un idiota esperándolas para poder empezar. Escuché las baquetas de Sandy golpeándose mientras hacia el conteo de la primera canción. Uno… Dos… 17

Placidyls: Pastillas sedantes.

Tres… ¡Cuatro! Y de repente estaba en el escenario, bañada en luces cegadoras, una pose igual a la de mi héroe, David Bowie18, hizo cuando lo vi en la parte posterior de Universal City en lo que parecía haber sido una vida anterior. El rugido de la multitud era ensordecedor. La música era atronadora, y me movía con ella, escupiendo las palabras sobre el sonido del club lleno de chicos gritando. Estiré mi mano hacia la audiencia, justo lo suficiente para tocar la punta de sus dedos, antes de alejarla de nuevo. Se agarraron a mí con una curiosa mezcla de desesperación y éxtasis en sus ojos. Se aferraron a mis tobillos mientras estaba en el borde del escenario. Cuando la primera canción terminó, me di cuenta que ya estaba bañada en sudor. Empapada. Mis ojos estaban ardiendo por la combinación de sudor, maquillaje, y brillo. Miré a Joan y vi que su maquillaje también se estaba deslizando de su rostro. Nunca usaba rubor a prueba de agua porque me dijo que le gustaba la forma en que lucía cuando empezaba a caerse. Las primeras siete canciones pasaron como neblina. Mientras Joan empezaba ―You make me Crazy‖ desaparecí en ese destartalado ataúd de madera para mi cambió de atuendo. Vickie estaba ahí de pie, y no había tiempo para una corta charla: me bajé mi s mojados vaqueros y mi camiseta y me paré desnuda en frente de ella. Vickie me secó rápidamente. Empecé a ponerme las medias de rejilla y a unirlas a las ligas. Me erguí para que Vickie pudiera ceñir el corsé a mi cuerpo. —¿Así está bien? —preguntó. —Más apretado —insistí.

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Deslicé mis dedos por mi mojado cabello, poniéndolo hacia atrás. Mi corazón estaba acelerado. Vickie dio un paso hacia atrás para tener una mejor vista. Gritó en mi oído. “Luces increíble‖. Asentí y le sonreí, poniéndome de cara a la cortina. Mientras escuchaba a Joan terminar ―You make me crazy‖, mi cuerpo estaba temblando por el miedo y la adrenalina. El rugido de la audiencia parecía hacer temblar los cimientos del vestidor. Me asomé a través de la cortina y vi que la multitud estaba casi incontrolable. Mientras Sandy empezaba ―Cherry Bomb‖ cerré mis ojos por un instante, murmuré una oración para mi misma, antes de abrir completamente la cortina y atacase el escenario. Can’t stay at home, can’t in school… (

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David B owie: (David Robert Jonesel 8 de enero de 1947) es un músico, actor y compositor de rock británico, quien ha ejercido a su vez de actor, productor discográfico y arreglista.

La pequeña sala tembló cuando la multitud se volvió más ensordecedora. Me moví por el escenario como una tigresa, girándome, envolviendo el cable alrededor de mis muslos, sacándolo de entre mis piernas. Estaba cantando esta canción como nunca lo había hecho antes. De alguna extraña manera sentía que era uno con la audiencia, y que mi cuerpo se estaba moviendo a voluntad propia, mientras cantaba las palabras, sintiendo que todo el miedo salía de mí. El rugido era ensordecedor. Me trasladaba con venganza, liberando todos mis miedos. Me sentí como un conducto de poder puro proveniente de un lugar que no conocía. Ya no era de este mundo. Había volado sobre él, más allá, cerca de tocar la cara de Dios. Los aficionados se amontonaban unos sobre otros para subir al escenario, sólo para ser alejados por los de seguridad. Un chico me tomó una pierna, rasgando mi media. Viendo esto, Joan se acercó y sin perder acorde lo pateó en la cabeza. Vi a Jackie estirarse para tocar la mano de alguien en la audiencia y casi es sacada del escenario. Todo el lugar estaba en un estado total de pandemónium. En el último pulso de la canción, miré al cielo, lanzando mi puño hacia el cielo. Me congelé. Hubo un vertiginoso momento de silencio antes de que el público se volviera loco, y supe desde ese momento, que mis presentaciones con las Runaways no volverían a ser las mismas

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Corrí de regreso al vestidor para ponerme mi último traje: una camiseta cargada con paquetes de sangre. Habíamos ensayado cuando debía hacerse, al final de ―Dead End Justice‖. Lita apuntaría su guitarra hacia mí y me fusilaría con balas imaginarias. Me tiraría sobre el escenario cayendo sobre los paquetes de sangre, haciendo que explotaran en mi camiseta. Mordería cápsulas de sangre, y ésta se escurriría por mi boca. Este show en Starwood sería uno de los últimos donde lo haríamos y se había vuelto demasiado complicado y difícil de quitar. Mientras me cambiaba, algunos Fans subieron al escenario, y pude sentir el pequeño cuarto moviéndose hacia adelante y hacia atrás mientras trataban de entrar. Vickie estaba entrando en pánico, tratando de mantener la cortina cerrada mientras los chicos de seguridad sacaban a los fans, tirándolos de nuevo a la audiencia con un gruñido. —Mierda —me gritó Vickie—. Esto es una puta locura. Después del show, fuimos empujadas de nuevo al vestidor, que ya estaba lleno totalmente con prensa, familia, amigos y fanáticos. Mi corazón todavía acelerado, y todo el mundo nos abrazaba, diciéndonos que impresionante show fue. Estaba a una altura natural, y me gustaba. Era una escena de multitud, y por un tiempo todo lo que hice fue apretar manos y decir hola a gente que no conocía, posé para fotos, y firmé autógrafos. Parecía que todo el mundo quería una pieza de las Runaways esa noche. En cierto Kim momento me llevó hacia un lado y dijo: —Hay alguien aquí que quiero que conozcas.

Me giré para mirar, y Kim hizo señas a un chico alto, guapo, y de cabello oscuro que atravesó la multitud hacia mí. El rostro era definitivamente familiar. Tenía la buena apariencia cincelada de un actor, con su cabello largo, oscuro y retocado que caía bajo sus hombros. —Cherie… me gustaría que conocieras a alguien… De repente reconocí a este chico: había tenido un éxito en la radio hace poco, y su cara sonriente estaba en la televisión durante los últimos días. Era un gran éxito con las niñas, porque este chico era regular en todas esas revistas juveniles que Shaun Cassidy frecuentaba. Quizás tenía uno de sus álbumes juveniles escondido entre mis vinilos. Sonreí y dije: —Hola… un gusto conocerte. Tomó mi mano y la besó. —Estuviste realmente bien esta noche —dijo con su suave y cantarina voz, mirándome con esos ojos de color marrón oscuro—. En verdad disfruté mucho tu presentación. —Luego me destelló con esa sonrisa, una sonrisa mata niñas que habría hecho a cualquier jovencita mojarse. El cantante pop sostuvo mi mirada y yo alejé la mirada, avergonzada. Me di cuenta de que todo el mundo notó la manera en que me estaba mirando. De repente sentí las miradas del cuarto girarse hacia nosotros. Un momento después, cuando recuperé mi compostura, Kim me dio una palmada en el hombro. —Te necesito, Cherie.

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Me encogí de hombros hacia el cantante y le dije: —Un gusto conocerte. Sonrió y se metió en la multitud. Kim me llevó a una callada esquina y miró alrededor, como si estuviese a punto de contarme un secreto de gran importancia. —Le gustas —susurró, poniendo una mano en mi hombro—. Le gustas mucho. Quiere que vayas a su casa… y toméis un trago. Para poderte, amm, sólo para conocerte mejor. —Se inclinó bastante cerca, con esos horribles labios mojados cerca de mi oreja—. No digas una palabra de esto a las otras chicas. No quiero nada de celos o nada de esas mierdas. ¿Entiendes? Me encogí y alejé el agarre de Kim de mi hombro. —No lo sé, Kim —dije—. Ni siquiera conozco al chico ¿Cómo llegaría a casa?

—Te recogeré más tarde. Todo está arreglado. Quiero que vayas con él. Le di una mirada a Kim, como si hubiese perdido su maldita cordura. —No me importa lo que quieras Kim —dije fríamente—. No depende de ti. —Agité mi cabeza y me reí burlonamente antes de alejarme para unirme a mis amigos y familia. Marie dijo: —Hombre, ¿contaste los perros que ese chico te estaba tirando? Tremendo. Arrugué la nariz. —Es un idiota —dije. Eché un vistazo hacia atrás, y Kim me estaba mirando. Miré al cantante pop y él también me estaba mirando. Noté que estaba usando unos pantalones de lino blancos con pliegues y una camiseta de seda negra con cuello, lo suficientemente abierta para exponer el pelo de su pecho. Le hacía lucir algo disco, lo cual era algo desalentador. Lo único que le daba puntos era su largo cabello. Y esa sonrisa de ídolo juvenil lo ayudaba de seguro. Me giré. —Como sea —dije, sonriendo—. Quiero salir con mis amigos… Más tarde esa noche, después de que los de seguridad hubiesen sacado a todo el mundo del club, estaba de pie sola en el escenario, esperando a que Stinky saliera. De las sombras salió Kim, con el cantante pop a cuestas. Se quedó al margen, mientras Kim se apresuró hacia mí y empezó su rutina de vendedor estrella.

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—Él en serio quiere conocerte —dijo—. Esto podría ser bueno para tu carrera, piénsalo. Empezando a sentirme enojada por la presión que Kim estaba poniendo en mí. Mi voz subió un par de octavas y dije: —PERO YO NO QUIERO, KIM. —Shh, escúchame. —Kim puso su rostro en serio cerca al mío—. Ustedes dos juntos harían buena propaganda. ¿Entiendes eso, cierto? Lo que es bueno para ti, es bueno para la banda. Tienes que jugar en equipo. ¿Sabes cuantas chicas matarían por estar en tu posición? Él es la jodida grandeza, tú animal… Impresionada por el súbito veneno en la voz de Kim, miré de nuevo al cantante. Estaba ahí de pie, realmente casual, dirigiéndome su súper sonrisa. Un

estremecimiento bajó por mi cuerpo. Miré de nuevo a Kim y dije en tono de súplica. —¿Pero cómo llegaré a casa? De repente Kim cambió de nuevo, su voz tomó casi un tono paternal, puso sus manos en mis hombros y dijo: —Te recogeré en un par de horas, ¿de acuerdo? Mientras esto pasaba, el cantante caminó hacia nosotros. Todavía me sentía inquieta. Lo miré, me dio esa sonrisa de ídolo adolescente una vez más. —¿No vienes, Cherie? No muerdo… Miré de nuevo a Kim, y le dirigí una mirada sucia. Había una mirada en el rostro de Kim que me asustaba. La había visto antes, la llamaba la mirada de la muerte. Sabía que si no escogía mis palabras cuidadosamente, Kim Fowley iba perder su jodido control por completo. Murmuré, ―okey‖ y empecé a reunir mis cosas.

En camino a la casa del cantante, no dijimos mucho. Mentí y le dije que pensaba que su último sencillo era genial. No sé si se dio cuenta que sólo lo estaba diciendo por ser agradable. Él asintió y dijo: —Gracias.

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En su mayoría él llevó la charla… sobre negocios musicales, sobre managers sin escrupulosos y sellos discográficos que se quedaban con el dinero. Cuán difícil es la industria. Yo estaba distraída, mirando por la ventana, viendo la ciudad pasar y esperando que no viviese muy lejos. Pronto giramos en hacia el norte en Doheny y nos detuvimos en su apartamento al oeste de Hollywood. El interior, era agradable, aunque parecía algo pequeño para una gran estrella como él. Lucía como un apartamento de exposición, estaba muy vacío y casi no había muebles: sólo un sofá de apariencia antigua, una mesa de café, algunos cuadros en las paredes. Había muchas guitarras puestas en estantes, otras simplemente en el suelo. —Aquí es… —dijo, deslizando una mano por todo el lugar—. Hogar dulce hogar, ¿quieres algo de beber? —Claro, ¿tienes ron con coca cola?

—Claro… Fue a la cocina a traer las bebidas, y me senté en el sofá. Me sentía nerviosa. Estaba en la casa de un completo extraño, no tenía manera de escapar. Ugh, ¿Cómo mierdas me había metido en esta situación? Trajo las bebidas y se sentó a mi lado. Estaba cerca… muy cerca. Se sentía totalmente irreal estar sentada en este apartamento junto a este chico de quien su rostro había estado mirando en la portada de las revistas juveniles durante el año pasado. Quizás si tuviese trece, habría pensado que era la cosa más genial, pero esta noche tan sólo era extraño. —Yo, eh, acabo de salir de una larga relación —me dijo—. Fue bastante difícil. No he estado con nadie por un tiempo. —¿Oh, sí? —Sí… yo… tú me gustas, Cherie. Me gustas mucho. Esperó una respuesta. Tomé un gran trago de mi bebida y dije: —Oh bueno… gracias. Es lindo que lo digas… —Vamos. —De repente se puso de pie—. Déjame mostrarte el resto del apartamento.

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Tomó mi mano y me llevó directo al cuarto. Tuve que suprimir la risa. Las paredes del cuarto estaban cubiertas con fotos de… él. Había una mezcla de fotos de conciertos con esas poses sexys, que hacían que a las niñas de doce años, por todo Estados Unidos, se les debilitaran las rodillas. También había muchos discos en las paredes. Una de las portadas de los álbumes era familiar, una foto de rostro completo, que reconocí como el álbum que había tenido en mi colección. Mis ojos recorrieron las paredes y acabaron en la cama. Estaba perfectamente hecha, y tenía esas inmaculadas sábanas blancas puestas. Oh dios, pensé con una sonrisa, ¡Qué gay! ¿Qué clase de hombre tenía sábanas blancas en su cama? Tuve la repentina necesidad de reír de manera histérica, pero me contuve. Estaba sosteniendo mi mano. Sin palabra alguna, me llevó a la cama. Tomó mi bebida y la puso en la mesa de noche. —Me gustas, Cherie —susurró mientras me acostaba y presionaba sus labios con los míos. Sus manos estaba sobre mí… se deslizaron bajo mi camiseta, mientras él besaba mi cuerpo. Dije:

—Sabes… eh Kim estará aquí pronto… Pude sentir su boca caliente contra mi piel, y perdí el hilo de mis pensamientos. Lo escuché bajando el cierre de mis pantalones, y luego lo detuve. —Espera… El cantante pop me dirigió una gran sonrisa. —Lo sé… estás con bandera roja, ¿Cierto? Lo miré, mi rostro era una mezcla de confusión y conmoción. —Eh… ¿Qué? —tartamudeé. —La bandera roja. Es tu momento del mes, ¿cierto? —Me dio un guiño, de nuevo me disparó esa sonrisa de ídolo adolescente—. No te preocupes. Kim me lo dijo. No me molesta… en serio… Diciendo eso, continuó, bajando mis pantalones. ¡Qué traición! Imaginé a Kim y a este chico riendo ante el hecho de que estuviese con mi periodo, justo antes de que Kim me vendiera como alguna clase de puta barata de Hollywood. Esto era vergonzoso, y más que nada en este mundo quería ir a casa. Decidí terminar con esto la más pronto posible. Minutos más tarde, había terminado. Era como una liebre, su rostro en el mío, torcido hacia arriba por el esfuerzo, y antes de que lo supiera, dio un pequeño gemido y su cuerpo se relajó. Luego se alejó de mí y giró sobre su espalda, jadeando como un perro sediento.

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Nos quedamos ahí por un rato, sin decir nada. Todo en lo que podía pensar era “por favor dios, no le dejes preguntarme si estuvo bien para mí”. Justo entonces, dijo: —Entonces… eh, ¿Te gustó cariño? Maldita sea. —Seguro —dije—. Estuvo bien… en serio. —Genial. Eres una chica linda, Cherie. En serio lo creo. —Se acercó para tocar mi rostro suavemente—. Bueno, buenas noches amor. Con eso, se giró y apagó la luz. Al menos estaba agradecida en la oscuridad.

Me recosté ahí despierta, toda la noche. Escuché su estable respiración al dormir. Pude sentir la humedad de mi sangre mojando las mantas blancas, pero estaba asustada de moverme o hacer algo para solucionarlo. No quería levantarlo y tener una pequeña charla. Cuando no pude soportarlo más, levanté las sabanas y miré; lo que vi envió un estremecimiento por todo mi cuerpo. Había sangre por todas partes. En él, en mí. Y en todas esas putas mantas blancas. Parecía como si alguien hubiese descuartizado un conejo allí. Más que nada en este mundo, deseé estar de regreso en casa. Deseaba estar en cualquier lugar menos aquí. Pasé la noche más larga de mi vida recostada en esas sabanas sangrientas, esperando el amanecer. Por supuesto Kim había mentido en lo de recogerme en ―un par de horas‖. Me di cuenta que toda la cosa había sido planeada por Kim, y me maldije a mi misma por ser demasiado dócil para detenerlo. Lentamente me arrastré fuera de la cama y fui de puntitas al baño. Tenía que limpiarme. Cerré la puerta en silencio y busqué la luz. El baño estaba impecable y brillante. Ni siquiera me miré en el espejo. Estaba demasiado mortificada. Necesitaba toallas. Tenía que limpiarme la sangre. Empecé a mirar por todas partes, y me di cuenta. Todas sus putas toallas eran blancas. ¿Tenía este hijo de puta ALGO que no fuera blanco?

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Busqué debajo del lavamanos y encontré una bata de baño que había sido obviamente usada, pero ya no me importaba. Esa bata era la cosa más amigable que había visto en todo la noche. Me limpié, escurrí la sangre de la bata y me puse la ropa. Salí de puntitas a la sala. Me senté ahí en la oscuridad, sin hacer ruido. No dormí en toda la noche. Parte de mí, todavía creía que Kim aparecería y me llevaría a casa, pero nunca lo hizo. Cuando el sol salió, decidí que llamaría un taxi y me largaría de aquí antes de que ese chico despertara. Lo último que quería hacer era verle la cara después de lo de anoche. Luego hubo algunos fuertes toques a la puerta, toc, toc, toc. ¡Mierda! Corrí a la puerta principal, y a través del ojo en la puerta pude ver al bastardo de Kim ahí de pie. Detrás de él pude ver un taxi esperando. Quité el seguro de la puerta y la abrí en una fracción de segundo. —¡Espera ahí! —susurré, cerrando de nuevo la puerta. Pero, era demasiado tarde, ya podía oír al cantante pop, moviéndose en el cuarto. ¿Dónde mierdas estaba mi bolso? Salió del cuarto, usando un par de calzoncillos blancos apretados. Todavía tenía mi sangre toda sobre él. No podía siquiera mirarlo. —No te preocupes por eso nena —dijo en su estúpido acento—. Está bien, se quitara con la ducha. La señora de la limpieza viene más tarde.

Caminó hacia la puerta y la abrió. Kim simplemente estaba ahí de pie, sonriendo de manera asquerosa. Tomé mi bolso y los dejé atrás sin siquiera decir adiós. Mientras me dirigía al taxi, pude escucharlos hablando… riendo. Estaba sentada en el taxi, luchando por no llorar, cuando Kim regresó unos minutos después. Saltó a mi lado y se burló: —Entonces, ¿te divertiste? No respondí. De hecho, no dije otra palabra durante todo el viaje en el taxi a mi casa. Todo en lo que podía pensar era en cuán asquerosa me sentía. La noche anterior había descubierto que se sentía ser una estrella de rock. Esta mañana sabía lo que era ser una zorra.

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Traducido por Simoriah Corregido por Dianita espués del show en Starwood, una gira nacional fue organizada, y antes de que siquiera supiéramos qué estaba sucediendo, estábamos en un autobús a medianoche, dirigiéndonos hacia Cleveland para nuestro primer gran show. —¡Es hora de abrir sus alas! —dijo Kim, pero con todo lo que estaba sucediendo en casa, era muy difícil para mí pensar que mis alas no habían sido cortadas. Con el hecho de que mi mamá no me hablaba desde que se había ido a vivir al otro lado del mundo, este momento se sentía como el peor posible para estar lejos de lo que quedaba de mi familia. Dejar a papá, a tía Evie, la abuela y Marie era insoportablemente triste. Y para empeorar, Kim realmente estaba presionando. Se suponía que, inicialmente, la gira duraría sólo tres semanas, pero parecía que cada día Kim nos informaba de que había agregado otra fecha. De repente, tres semanas se convirtieron en cuatro, cuatro en cinco, y eventualmente comencé a resignarme al hecho de que realmente nadie sabía cuándo tendríamos la oportunidad de volver a casa.

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Mientras miraba por la ventanilla del autobús cuando cruzábamos el desierto de Mojave, todo lo que podía ver era el extraño contorno de cactus que lucían completamente ajenos a mí, un paisaje extraño y sombrío que me hacía sentir nostalgia de mi hogar. Era la primera vez que estaba tan lejos de casa, de mi familia, y me sentía tan ansiosa y asustada como jamás me había sentido. —¡Casi estamos ahí! —anunció el conductor por tercera o cuarta vez esa noche. Tendía a decir mucho eso, aún si nadie respondía. Era bastante hablador por toda la cocaína y las anfetaminas que tomaba para mantenerse despierto en la ruta: atravesábamos estado tras estado a gran velocidad, ciudad tras ciudad, sus globos oculares casi vibraban en su cráneo por los efectos de las drogas. Era una sensación espeluznante darse cuenta que tu vida estaba en manos de ese lunático, así que mejor ni pensarlo mucho.

Pensé que podrían estar haciendo papá y Marie en este momento. Después de que mamá se fuera, se sentía como si un vasto cráter negro se abriera dentro de mí. Quería pasar más tiempo con ellos, llenar cada agujero, pero no había tiempo para eso: el disco estaba llegando a las tiendas y Kim insistía que saliéramos de gira inmediatamente para capitalizarlo. Al principio, Lita intentó hacerm e sentir mejor. Era muy gentil y comprensiva con toda la situación. Fue un momento entre nosotras del que siempre estaría agradecida: por un tiempo, casi pareció humana. —Sí —dijo—. Bueno, yo también extraño mi casa. Pero, maldición, cuando llegue a casa quiero SER alguien. —Lo dijo en una forma que me afectó profundamente, y enseguida, me sentí mejor. Aún le agradezco por eso. Miré alrededor del amplio autobús mientras atravesábamos la lúgubre noche. ¿Podría The Runaways llenar el vacío que sentía por dentro? Al principio apenas había conocido a estas chicas; mi impresión inicial de Joan era que era dura en el exterior, pero que tenía una verdadera vulnerabilidad cuando llegabas a conocerla. Casi desde el momento en que me uní a The Runaways, había habido un lazo especial entre nosotras. La gente nos había comenzado a llamar ―Sal y Pimienta‖, no sólo por los contrastantes colores de cabello, sino porque siempre parecíamos estar juntas. En Joan, encontré una amistad mucho más intensa, y mucho más profunda, de lo que había conocido hasta ese punto en mi vida. Éramos niñas: Joan sólo era un año mayor que yo, y me aferraba más a ella que a cualquiera en la banda, y ella hacía lo mismo conmigo.

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Cuando pienso en Joan y nuestra relación, aún siento un distante temblor por dentro. Nuestra amistad fue un regalo que Dios me dio. Era profunda, y por momentos ella era la única que me mantenía cuerda. Joan era perceptiva. Casi como si pudiera leer mi mente. Dios, cómo necesitaba esa clase de conexión. Especialmente cuando me sentía tan desconectada. Creía en ella, y en el sueño que la había llevado tan lejos. Me sentía segura cuando me quedaba cerca de ella, como si fuera arrastrada por la red de seguridad de su resuelta visión de lo que estábamos haciendo. A veces nos mirábamos y sentía un cosquilleo en el estómago. Su sonrisa era tibia y su actitud de amor por la diversión me hacía olvidar cuán extraño y bizarro era este loco y nuevo mundo. Ella era mi ancla. ¿Cómo le explico a una persona que era mi mejor amiga, alguien en quien podía confiar como una hermana, alguien que para mí se volvió una fuerte atracción sexual? Bueno, es fácil. Tan fácil como era estar con ella. Podría dejarlo en que tuve momentos con una amiga que aún hoy me hacen temblar. Y fueron algunos de los momentos más satisfactorios de mi joven vida. Sandy era el músculo del grupo; era la roca, fuerte y apasionada, siempre sonriendo y bromeando. Sandy se llevaba bien con todo el mundo y nunca temía mostrar sus

emociones. Podía ser dura, como la vez que me lanzó sobre un auto para que dejara de discutir con Kim, pero después siempre se sentía terrible por haber actuado así. No aceptaba la estupidez, tenía un corazón de oro, y si no podías lidiar con eso, entonces no podías lidiar con Sandy. Jackie era la tranquila, al menos al comienzo. Era la nerd, el cerebro. De hecho, Jackie era genial hasta que abría la boca. Desafortunadamente siempre tenía algo que decir, y la forma en que lo decía usualmente era molesta. Tenía una verdadera actitud de sabelotodo pero estaba emparejada con una enorme inseguridad. Esta combinación nos volvía loca a todas, y Lita constantemente amenazaba con golpearla. Resultó que las amenazas de violencia no eran tan inusuales para Lita; la enojada, ruda, temperamental Lita. Una de las primeras conversaciones que tuve con ella después de unirme a la banda se centró alrededor de una pelea que había tenido con dos chicas mexicanas de una pandilla fuera de un centro comercial. Había tomado a ambas, y las había molido a golpes. Cuando se estaba alejando, una de las chicas soltó su cinturón y golpeó a Lita en la parte trasera de la cabeza con él. El cinturón había envuelto el cráneo de Lita, y la hebilla le rompió la nariz. En lugar de permitir que las chicas vieran que la habían lastimado, Lita siguió caminando como si nada hubiera sucedido. Calmadamente se metió a su auto y se dirigió al hospital. Una cosa que sabía acerca de Lita Ford era que definitivamente no era puro alarde. Sólo podía esperar quedarme en su lado bueno por tanto tiempo como fuera posible. ¿Podrían estas chicas realmente ser una familia para mí?

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Lo único que sabía con seguridad era que Kim no era una figura paterna. Había puesto a Scott Anderson a cargo de nosotras, que era como poner a un zo rro a cargo del gallinero. Scott era parte manager de gira y parte Dr. Feelgood 1. Cuando no estaba revisando nuestro cronograma de gira e intentando descifrar una manera de ahorrar unas pocas horas o dólares viajando de una ciudad a otra, estaba a cargo del entretenimiento: armar líneas de cocaína, repartir relajantes como si fueran caramelos, mandar al equipo de gira a comprarnos licor porque todas éramos menores. Además, Scott coqueteaba como loco conmigo cuando las otras chicas no miraban. A veces sospechaba que también coqueteaba con las otras chicas. Era un gran nerd, y siempre llevaba su estúpido maletín, lo que todos sabíamos era sólo un intento por lucir como un verdadero manager. Al mismo tiempo, Scott sólo era siete años mayor que nosotras, así que podíamos relacionarnos con él más que con los otros adultos que nos rodeaban. Ninguna de nosotras pensaba que él tuviera mucha idea de lo que estaba haciendo, pero junto a un loco fenómeno como Kim Fowley, no podía menos que parecer agradable. Kim estaba haciendo exactamente lo opuesto a lo que había prometido cuando había ido a Mercury Records con Sandie a firmar el contrato. Para comenzar, se

suponía que tuviera un tutor en el viaje para que pudiera mantenerme al ritmo de mis tareas escolares. Quizás esto había sido prometido a las demás, aunque sabía que Joan ya había pasado su examen de equivalencia con excelentes calificaciones. Pero cuando Kim habló con mi hermana mayor, Sandie, creerías que la vida en la carretera con The Runaways sería una especie de viaje escolar bien supervisado. En realidad, era más como Hollywood Babylon2 que Hollywood High. El tutor nunca volvió a ser mencionado. A menos que Scott o uno de los roadies fuera a sorprenderme sacando algunos libros de escuela secundaria, no había evidencia de un intento por mantener a cualquiera de nosotras al día con nuestra educación. ¡Al menos, no el tipo de educación que obtienes en la escuela! The Runaways no sólo era un nombre para Kim Fowley. Era un concepto. Quería que todas lo representáramos. Quería chicas malas. Nuestras familias habían firmado su consentimiento, deslumbradas por las promesas de giras mundiales, fama y fortuna, y ahora Kim estaba asegurándose furiosamente que estuviéramos a la altura de nuestra imagen de chicas malas. A la vez que la gira continuaba, comencé a preguntarme si no era para mejor que mi mamá estuviera en Indonesia. Mientras nos acercábamos a Cleveland, la sensación de vacío continuaba preocupándome, Joan notó la expresión en mi rostro y se alejó del televisor portátil para venir y hablar conmigo. Justo antes de la gira se había teñido el cabello de negro azabache con un matiz azul en él. Lucía genial, pero aún me estaba acostumbrando a verla así. —Hola, Cherie —dijo, sentándose a mí lado y asintiendo en dirección a la ventanilla—. Casi estamos ahí. ¿No estás entusiasmada? ¡Tú primera vez en Cleveland!

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Comencé a reír. —Quiero decir… debes haber estado entusiasmada por eso también, ¿verdad? Sé que es un sueño hecho realidad para mí… Y así, Joan me había sacado de mis pensamientos negativos y yo estaba sonriendo de nuevo. La miré y pensé, si no fuera por ti, no sé si podría hacer esto. Aunque no lo dije, creo que ella sintió cómo me sentía. —Mira —dijo Joan—. También odio estar lejos de casa. Y estar atascada en este autobús es aburrido como el demonio. ¡Pero los conciertos valen la pena! Y sólo es por un mes… —Sí. —Reí—. ¡No si Kim se sale con la suya!

Kim siempre se las arreglaba para conseguirnos más shows. Su actitud era que debíamos tocar en cada ciudad, pueblo, y parada de la nación. Sus últimas noticias era que abriríamos para una banda de San Francisco llamada The Tubes, quienes acababan de tener éxito en la radio con una canción llamada White Punks on Dope3. Sabía que si dependía de Kim, esta gira no terminaría hasta que fuera tiempo de grabar nuestro segundo disco. El factor novedad realmente ayudaba a encontrarnos lugares donde tocar. Los locales nos contrataban sin haber oído siquiera nuestra música: la idea de cinco adolescentes tocando música rock con pelotas era algo que no se había oído nunca. Toda la prensa fuera de California hablaba de la enloquecida reacción que obteníamos de nuestra audiencia. Tanto como quería que The Runaways tuvieran éxito, no podía evitar sentirme más y más ansiosa a medida que esta cosa crecía. Después de recuperarme de mi añoranza, entró la presión. Al principio nadie tenía alguna expectativa; la gira era una excitante novedad. Pero a medida que avanzaba, se esperaba que fuéramos estrellas, actuáramos como estrellas, tocáramos como estrellas, todo el tiempo. Al principio era fácil cuando simplemente pretendía ser David Bowie, y liderar la banda básicamente era una extensión de disfrazarme y hacer mímica con mis discos favoritos frente al espejo de mi cuarto: si lo arruinaba, no importaba porque todo era una fantasía. Ahora era real, y cuando salía al escenario, todos estaban observando: especialmente Kim. Y como en el estudio, Kim no toleraba errores. Si me equivocaba en una nota, gritaba, chillaba, y me decía que era una inútil pieza de mierda de perro. Todo eso junto con el hecho de que apenas conocía a las chicas de la banda y todavía me sentía incómoda con ellas… era difícil. La idea de liderar una banda de rock parecía tan fácil, tan divertido, pero realmente era muy difícil. La presión era escalofriante, y la carga de trabajo era intensa.

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—Te digo, Cherie —decía Joan—. Una vez comencemos a tocar en estos grandes shows… hombre, ¡NUNCA nos detendremos! Los grandes teatros serán tan diferentes a esos pequeños clubs en los que tocamos en casa. ¡Sólo imagínalo! Habrá miles de personas. ¡Miles! ¡Y estarán gritando por nosotras! ¡El escenario será del tamaño de una maldita cancha de tenis! ¡ESO es rock and roll! Cuando cerré los ojos e intenté imaginarlo, pregunté. —¿Realmente crees qué será así? ¿Crees qué podemos ser tan populares? —Hey, cariño —dijo Joan, desordenándome el cabello—. ¡Sé que podemos! ¡Seremos como Benny and the Jets!

La noche siguiente, el Celebrity Theatre de Cleveland, Ohio, estaba completo. El

público suficiente para llenarlo estaba apretado adentro, y otros quinientos fueron devueltos en la puerta. Encabezábamos el cartel, lo que significaba que toda esa gente había venido a vernos. Detrás del escenario, todos estaban excitados, pero estaba segura que no era la única que sentía la ansiedad del show que se avecinaba. —¡Cinco minutos, chicas! —gritó alguien a través de la puerta del camerino. Estábamos escuchando el álbum de Suzi Quatro a todo volumen, y cuando un tema terminaba y el volumen descendía, podíamos oír los golpes de los pies, las palmas, y los gritos del impaciente público. Me mordí el labio, y revisé por última vez que mis medias negras de red estuvieran subidas hasta arriba, y apreté mi corsé de satén blanco. Me miré al espejo, que estaba cubierto con grafitis dejados por todas las bandas que habían pasado por ahí. Ya no me sentía como una chica de dieciséis años. La letra de Cherry Bomb se habían vuelto autobiográficas en este momento: no estaba en la escuela, no estaba en casa. Me había convertido en la chica sobre la que tu madre te advertía. Sonreí un poco al pensar en eso. De repente Scott Anderson estaba detrás de mí. Puso una mano en mi hombro desnudo y su boca cerca de mi oído. —Luces tan condenadamente atractiva —susurró, antes de enderezarse y continuar con lo que fuera que se suponía que debía estar haciendo. Miré alrededor, pero ninguna de las otras chicas lo había notado. Todas estaban ocupadas: Sandy rebotando sus palillos en las piernas y asintiendo al ritmo de la música, Joan arreglando su maquillaje con la guitarra colgada informalmente del hombro, Lita afinando la suya. Siendo honesta, Jackie estaba en la esquina leyendo un maldito libro. Me puse mi mono negro, cubriendo el corsé. Se suponía que debía sacármelo antes de Cherry Bomb; era más fácil así. Chicas malas: eso era lo que esperaban y eso era lo que obtendrían.

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Pensé en el orden de las canciones por última vez. Habíamos ensayado el set tantas veces, que sentía que había nacido sabiéndolo. Sin duda. Cada movimiento, cada gesto, había sido practicado y practicado hasta que se volvió una segunda naturaleza. Un poquito de Bowie, un poquito de Cherie. Era mi propia creación ahora: esa cosa Cherie que había nacido en la escuela secundaria ahora había crecido. Estaba completa. Mis manos estaban frías. Pensé en la primera audición. Me sentí de la misma manera, como una niñita asustada. Podía oír a trece mil fans coreando nuestros nombres, estaba rodeada por la banda, el equipo, pero ese oscuro hoyo aún estaba dentro de mí. Ese vacío. Un asistente gordo llamado Ralph vino hacia mí. Vestía una sucia camiseta de Playboy y masticaba Tabaco.

—¡Relájate! —Sonrió, mostrando dientes marrones y dándome un codazo amistoso—. ¡Es sólo el maldito Cleveland! —Luego soltó una risa sucia y salió al escenario. Hasta unos días atrás a esta semana, nunca había estado a más de ciento sesenta kilómetros de Los Ángeles en mi vida. De repente los vítores del público se volvieron un rugido, como una ola gigante a punto de romper. Las luces debían haber bajado. La puerta se abrió de repente, y todas nos dimos una última mirada antes de que Joan nos guiara a través de la oscuridad hacia el escenario. Nos quedamos ahí un momento, cubiertas de oscuridad. Cuando las luces se encendieron, yo estaba en otro mundo. Podía ver docenas de chicos peleando con los guardias de seguridad, todos intentando empujar, golpear, o de cualquier forma hacer su camino al frente a la fuerza para poder estar cerca de nosotras. Algunos tenían posters, o copias de nuestro LP. Gritaban nuestros nombres, y estiraban las manos hacia nosotras mientras Sandy contaba la primera canción… De repente lo que Joan había dicho tuvo sentido para mí. Con las luces sobre mí, todo el maquillaje comenzando a derretirse en mi rostro… con ese ensordecedor rugido del público y el grito de las guitarras eléctricas de Joan y Lita… con el golpe del ritmo bajo y atronador de Sandy, el latido del bajo de Jackie… con todo esto sucediendo a mi alrededor, la enloquecida turba frente a mí y la banda alrededor, entendí todo lo que dijo. Benny and the Jets, ídolos de adolescentes alrededor del mundo… ¡esas éramos nosotras!

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Me di cuenta que el cráter dentro de mí había desaparecido instantáneamente. Me di cuenta que los gritos del público habían llenado el agujero dentro de mí en el lapso de un latido del corazón. ¡No necesitaba a mi madre! ¡No necesitaba nada de esa mierda! Tenía autoridad de rock and roll, justo como Kim exigía, justo como mi público exigía. Me di cuenta que sí, ¡SÍ! ¡Esto ES lo que quería! Ésta era la respuesta a todos mis problemas. El público, la música, el olor a hierba ardiendo elevándose de la audiencia en grandes olas… ¡ésta era mi vida! ¡Ésta era mi familia! Solía querer tomar todo lo que los demás odiaban y empujárselos en el rostro. ¡Ya no! Ahora quería darle a los fans lo que querían. Si querían a la pequeña y sexy Cherry Bomb, entonces eso era exactamente lo que tendrían. Me concentré en el primitivo momento de la música. En un instante todos mis miedos, todas mis ansiedades, desaparecieron. Todo lo que era real en el universo era el ritmo de la batería de Sandy, el aullido glorioso de la guitarra de Lita. Canción por canción, los destruimos. Sabía que algunos simplemente venían a mirarnos boquiabiertos, para ver si realmente podíamos tocar nuestros instrumentos como en el disco. Quería darle a los que dudaban la experiencia más loca e intensa de rock and roll de sus vidas. Quería tocarlos, como David Bowie me había tocado a mí todos esos

años atrás en la gira Diamond Dogs. ¡Quería cambiar sus vidas! Quería alterarlos, ¡transportarlos! Me di cuenta que éramos su fantasía. Queríamos ser su fantasía… Mientras Joan cantaba You Drive Me Wild, corrí fuera del escenario y me saqué el mono. Me pasé las manos por el cabello, mi cuerpo literalmente vibraba con la adrenalina que me recorría. Me quedé de pie junto al telón, observando la actuación. Esperé el ritmo que anunciaba el comienzo de, Cherry Bomb, entonces aparecí, paseándome por el escenario, y provocando a los chicos de la primera fila que se golpeaban para obtener una oportunidad de acercarse lo suficiente para poder tocarme. Envolví mi brazo con el cable del micrófono como una serpiente, y canté la línea de apertura de la canción…

——————————————— Dr Feelgood: persona que provee drogas.

1

Hollywood B abylon: Libro en que se relatan escándalos de Hollywood.

2

White Punks on Dope: Punks Blancos Drogado.

3

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Traducción SOS por LizC/ Jo/ Dai. Corregido por Dianita ra la víspera de Año Nuevo de 1975, y estábamos en nuestra gira de bus VW, retumbando hacia un motel anónimo en el Condado de Orange. Esta noche abriríamos para los Tubes. Poco más de un mes antes, cumplí dieciséis años. En algún lugar en el calor de California, sabía que las personas se preparaban para celebrar a la medianoche, pero para mí y todos los demás en la furgoneta, hoy estaba apenas a kilómetros del pasado asfalto rezumbando con monótona regularidad a medida que nos trasladábamos desde el lugar al motel y luego de vuelta otra vez. Lo que nadie te dice acerca de estar en una banda es cuán jodidamente monótono puede llegar a ser los espectáculos. Ya había visto, y olido suficiente de la furgoneta de Stinky para que me durara varias vidas.

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Me sentía pésimo. La furgoneta no tenía aire acondicionado, y la ventana del pasajero se había atascado, por lo que sólo una pequeña porción de aire fresco entraba. Conmigo y con mi amigo Rick empujados en la parte trasera con toda la chatarra de Stinky, se sentía como si estuviéramos a un centenar de grados por lo menos. Para colmo, estaba el olor de Stinky, que impregnaba todo el lugar como gas mostaza. La radio estaba encendida, y nuestro conductor tamborileaba los dedos en el volante, cantando junto a Brewer & Shipley la canción One Toke Over the Line. El constante balanceo de la camioneta comenzó a hacerme sentir náuseas. —¿Ya casi llegamos? —gemí—. Sí. Como a, cinco kilómetros del final... —dijo Stinky, antes de regresar a su batería. ¡Uf!. Cinco kilómetros. Me concentré en respirar por la boca. Rick, sintiendo mi malestar, me acercó más, y me abrazó. Rick era un amigo mío de la escena Sugar Shack quien se uniría a la banda esta noche en el escenario. Todos lo llamaban Rick Bowie, porque había basado todo su aspecto en el periodo de David Bowie Ziggy Stardust. Había estado ayudando detrás del escenario durante un tiempo, a veces ayudándome con los cambios de vestuario, pero esta noche subiría al escenario con nosotras a bailar, haciendo todo su pequeño acto de Bowie. El espectáculo era en el Golden West Ballroom, un buen club local grande. Abrir para los Tubes siempre fue un momento importante para

nosotras: nos gustaban un montón los chicos de la banda, y Kenny Ortega, nuestro coreógrafo, también trabajó con ellos, y fue parte de su espectáculo en el escenario. Hacer espectáculos con nuestros amigos siempre era un buen momento. Sandy, Kim y Scott nos esperaban en el motel, que utilizábamos como vestuario. Lita se suponía que haría la prueba de sonido, y supuse que tal vez Jackie iría con ella. Hasta que el hedor en la camioneta comenzó a arruinar mi viaje, me había estado sintiendo realmente bien acerca de la actuación. —¿Estás bien? —preguntó Rick—. Te ves pálida... —Sí —gruñí—. Sólo estoy un poco mareada... —Señalé apuntando a Stinky y sosteniendo mi nariz. Empezamos a reír como niños de escuela, lo que, supongo, realmente éramos. Después de lo que pareció una hora, Stinky dirigió la camioneta al estacionamiento de un motel y anunció que habíamos llegado. Salimos a raudal de la camioneta, y empecé a tomar grandes bocanadas de aire fresco. Afortunadamente, las náuseas empezaron a pasar, y eché un vistazo a mí alrededor. Aún era temprano en la tarde, y el brillante sol era implacable. Fiel a mis expectativas, el motel era un tugurio total. Kim era un maestro en la reducción de costos. Controlaba el dinero, así que de hecho nadie realmente estaba seguro cuánto ha pasado por sus manos, pero si le crees a Kim, nunca había dinero para nada, y cada dólar que disponía lo enviaba cada vez más en deudas. Siempre estaba llorando a la pobreza, y hacia todo lo más barato posible. El truco favorito de Kim era que la banda apareciera en los espectáculos importantes en una limusina.

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—¡El rock and roll es Cuestión de glamour! —insistía—. ¡Para ser una leyenda, tienes que separarte del resto de la escoria y los restos humanos de por ahí! Debes ser más grande que la vida... —Así que nos hizo rodar en una jodida limusina de lujo con todas las ventanas cubiertas, todo eso en beneficio de los niños y la prensa que estaban alineados en la acera, intentando entrar a nuestro espectáculo. Lo que esos niños no sabían era que en un esfuerzo por reducir costos, Kim nos había hecho esperar en una esquina a dos cuadras de la sede para que la limusina nos pudiera recoger. Esta nos llevó dos cuadras, e hicimos un buen espectáculo saliendo y trasladándonos a la sede. Cuando terminamos, nos llevaron nuevamente a la limusina, nos condujeron dos cuadras, y nos dejaron en la misma oscura esquina donde empezamos. A partir de ahí, saltaríamos a una destartalada camioneta en movimiento, conducida por uno de nuestros ayudantes. Cuando nos quejamos por eso la primera vez: —¿Por qué simplemente no tomamos una limusina a casa, Kim?

Nuestro manager frunció el ceño y se burló de nosotras. —¿Quién te crees que eres? ¿El maldito Elton John? ¡Pago esa cosa por kilómetros! ¡Mi nombre no es Nelson A. Rockefeller, malditos perros estúpidos! ¿Están intentando enviarnos a la pobreza? El motel fue uno de esos lugares típicos de mala muerte en las afueras de ninguna parte; había una oficina pequeña, oscura en las afueras solitaria, con el signo de vacante parpadeando y una máquina de 7UP que parecía que había estado allí oxidándose desde 1950. Todos entramos al motel, y como de costumbre, Kim había alquilado una sola habitación para toda la banda. Adentro, el lugar era pequeño, estrecho, y decrépito. El papel tapiz se había vuelto marrón, y tenía manchas de moho de humedad. La alfombra estaba manchada, y todo el lugar olía a moho. Había un pequeño televisor blanco y negro atornillado a una pared y la ventana daba a un letrero de neón parpadeante que anunciaba Motel Grande Lux. Había que matar el tiempo antes del show, y estábamos corriendo por la pequeña habitación, riendo y perdiendo el tiempo. Había una mujer, vamos a llamarla Marcie, sentada en la cama, haciendo un mohín. No sabía qué estaba haciendo ahí. —¡Estoy haaaaaaaambrienta! —dijo, mientras Kim rondaba alrededor con la televisión tratando de captar una señal. —¡Sí, yo también! —gritó Sandy. Todos nos dimos cuenta de la mirada agitada en la cara de Kim, por lo que todos nos echamos a reír—. ¿Se puede pedir servicio de habitación? —¡NO! —gritó Kim—. ¡Perros ansiosos de mierda! ¡Esperen hasta después del show!

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—¡Poooor favor, Kim! —dijo Marcie, gimiendo—. ¡Podría desmayarme si no como! Puse los ojos en blanco hacia Sandy. Esta mujer Marcie actuaba raro. Ella arrastraba un poco las palabras, riéndose de sí misma, y dando vueltas en la cama como si estuviera cargada en quaaludes o algún otro tipo de aguafiestas. Sandy arqueó una ceja y susurró: —Cherie, ¿qué coño pasa con ella? Básicamente, no le hicimos caso, a pesar de que estaba actuando totalmente como un cadete del espacio. Kim también la ignoraba, encaramado en el extremo de la cama como un cuervo en una línea telefónica. Tenía una mueca en esa cara vieja y fea mientras trataba de ignorar el alboroto en la habitación. Scott hurgaba en

algunos papeles de su maletín, intentando verse productivo ahora que Ki m estaba cerca. —¡COMIDA! —gritamos, riendo—. ¡COMIDA, COMIDA, COOOOMIDA! Ante esto, Kim se puso en pie. —¡Dios MALDITOS perros de mierda! —gritó. Levantó las manos al aire como si la sola idea de gastar dinero en alimentos le estuviera causando un profundo y verdadero dolor. —¡Vamos, Kim! —dijo Sandy—. Sólo unas hamburguesas o algo así. ¡Nos estamos muriendo de hambre! Scott nos miró con los ojos entrecerrados, como si estuviéramos interrumpiendo su importante trabajo. Kim nos miró pensativamente un momento, y comenzó a frotar su barbilla. Lucía como un supervillano de caricaturas, planeando alguna diabólica conspiración para nunca tener que comprarnos comida de nuevo. A veces Kim nos daba lo que él llamaba nuestro, per diem, lo que parecía ser latín para un ocasional billete de diez, tal vez veinte dólares para comprar alcohol, cigarrillos, o comida. Más que eso, no habíamos visto un penique de todos los espectáculos completamente vendidos en los que habíamos estado tocando. Siempre que lo traíamos a colación, Kim nos decía que a menos que tuviéramos un exitoso sencillo, tendríamos una deuda con Mercury por el resto de nuestras vidas. Sin saber mucho cómo funcionaba la industria, solo asentíamos y tomábamos lo que fuera de la lastimosa limosna que Kim decidiera tirar en nuestro camino. —¡Keeeiiiiimmmmmmmm! —rogó Marcie—. ¡Moriiirééé si no como algo!

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—¡Está bien, jodidos PERROS! —gritó Kim finalmente indignado—. Les daré su jodida comida de perro. ¡Aquí… tú! —Empujó veinte en la cara de Stinky—. Anda a recoger algunas hamburguesas para estos desagradecidos perros cabrones, ¿sí? Cuando Kim entregó ese billete de veinte dólares, lucía como si estuviera a punto de colapsar por la presión. Scott observó suceder esto con una divertida mirada indiferente en su rostro. Mientras esperábamos las hamburguesas, se volvió más y más evidente que Marcie no era ella misma. Se puso de pie e intentó caminar hacia nosotros, pero se tambaleó, y luego cayó de vuelta en la cama. Nadie le preguntó qué estaba mal; estábamos felices de verla hacer el tonto. Estaba actuando como un completo desastre. Comencé a preguntarme si alguien le había echado algo a su bebida.

Después de un tiempo hubo un toque en la puerta, y Stinky volvió con nuestras hamburguesas. Comenzamos a sacar nuestra comida de la bolsa de comida rápida manchada de aceite, y a buscar un lugar para sentarnos y comer. —¡AFUERA, PERROS! —bramó repentinamente Kim. Las chicas y yo lo miramos como si hubiera perdido la razón. Luego volví a mi hamburguesa de queso. —Perros MALDITA sea, ¡perros cabrones! ¡Coman afuera! ¡Tengo algunos asuntos que atender! ¡Scott, saca a las perras de mi habitación! Kim nos miró fijamente hasta que nos dimos cuenta que estaba mortalmente serio. Scott se levantó y comenzó a llevarnos a la puerta. Todas rezongamos en voz baja y comenzamos a reunir la comida caminando con dificultad hacia afuera. Cuando estaba a medio camino de la salida, miré dentro de la habitación. Marcie todavía estaba recostada en la cama observando fijamente su comida con una aturdida expresión en su rostro. —Vienes, ¿o qué? Kim me disparó una mirada asesina. —¡Ella se queda! Marcie sólo se quedó ahí sentada, levantando la mirada hacia mí a través de pesados ojos como plomo. Miro a Rick, quien parecía tan confundido como yo. Se encogió de hombros. Miro a Scott, quien me sonrió a sabiendas.

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—Vamos —dijo—. Kim tiene una sorpresa para ustedes. Un regalo real. Solo haz lo que dice… —¡FUERA! —bramó Kim. —¡Está bien, está bien! —dije mientras salíamos por la puerta. —¡Mantén la maldita cabellera, hombre! Cuando nos arrastrábamos afuera, Sandy le preguntó a Scott qué diablos estaba pasando. —¿A qué te refieres con que tiene una sorpresa para nosotros? ¿Qué tipo de sorpresa? —Oh, les gustará… —dijo Scott, guiñando con complicidad—. ¡Será salvaje!

Con eso, volvió a la habitación, cerrando la puerta. Nos sentamos en el decrépito pasillo a la intemperie, comiendo nuestra comida y alegando lo raro que era Kim. —Hombre —dijo Rick, metiendo un puñado de papas fritas en su boca—. ¿Siempre es un imbécil? —Siempre. —Rió Sandy—. De hecho, ese era Kim siendo agradable. Al menos nos compró comida esta vez… Stinky se había ido a montar la actuación o estaba en la van fumando marihuana. Todos estábamos felices porque eso significaba que podíamos respirar tranquilos por un rato. Todavía estábamos hablando mierda de Kim cuando repentinamente la puerta de nuestra habitación se abrió de un ritón y Scott sacó la cabeza. —¡Vamos! —susurró, moviendo frenéticamente la mano para entráramos. Miró por el pasillo como un vigía durante un asalto. Sostuvo la puerta abierta, y con un suspiro todos entramos en fila de vuelta a la habitación con nuestras hamburguesas a medio comer en las manos.

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Adentro, había un extraño tipo de escena. Una de las camas había sido empujada contra la pared así que era el punto focal para todos en la pieza. Marcie todavía estaba en la cama, pero la mayoría de sus ropas estaban en un montón en el suelo. Estaba recostada contra la pared sólo en camiseta y ropa interior. Movía la cabez a de izquierda a derecha y hablaba consigo misma. Cuando entramos, Scott cerró la puerta y puso el cerrojo. Kim estaba parado frente a Marcie. Nos miró, y esperó hasta que nos sentamos, como Scott, en la otra cama, nos dirigió. Todos mirábamos a Kim y Marcie, completamente confundidos. Luego Kim se quitó la chaqueta naranja, mostrando una rasgada y sucia camiseta. Tenía un cuerpo extraño, delgado y desgarbado, los huesos visibles a través de la pálida piel. Lucía como una mantis religiosa o algo. Marcie tenía los ojos cerrados, y reía por nada en particular. —Bien, perros —dijo Kim en esa teatral manera suya, enderezándose—. Pongan atención. ¡Les enseñaré la manera correcta de joder! Nadie supo cómo responder a eso. Había un silencio incómodo mientras yo le lanzaba una mirada a Sandy. Ella se encogió de hombros y sacudió la cabeza. Claramente, pensaba que él estaba bromeando. Eso me reconfortó un poco. Miré a Scott, pero él miraba fijamente a Kim y Marcie, paralizado. —¡Cierra la boca, Kim! —dijo Sandy—. ¡No eres gracioso! ¡Deja de molestar!

Kim nos ignoró. Avanzaba hacia la cama como un león acechando a su presa. Miro a Rick. Él susurró: —Como, ¿qué mierda? Está bromeando, ¿no? —¡Lección número uno! —Kim sonrió abiertamente cuando se paró en el pie de la cama. Se inclinó y comenzó a quitarle la camiseta a Marcie, mostrando sus pechos. Ella sólo se recostó en la cama riendo histéricamente mientras él empezó a bajar su ropa interior, pasando por sus rodillas, cayendo a sus pies. Ahora Marcie yacía casi totalmente desnuda en la cama, y ni siquiera intentaba cubrirse. Sentí mis mejillas enrojeciendo, pero me quedé ahí, congelada en el asiento. Kim nos miró, impasible por nuestra obvia incomodidad—. ¡Observen! ¡Esta es la forma correcta de darle a una perra cabeza! Entonces, mientras mirábamos en Shock, Kim separó las piernas de Marcie y avanzó inclinándose entre ellas. Comenzó a roerla como un perro hambriento. Sentí mi estómago sacudirse, pero no podía mirar a otro lado. Miré a la mujer. En lugar de luchar para que se quitara, estaba sonriendo, sus ojos rodando hacia atrás en su cabeza. —¡Ohhh Dios! —gimió, como si estuviera actuando en una porno de mala calidad o algo. Arqueó la espalda para que Kim pudiera tenerla. Él estaba haciendo estos sonidos realmente asquerosos… babosos, sonidos de animales, mientras removía su cabeza de lado a lado. Lucía como si estuviera intentando arrastrarse dentro de ella. Salió para respirar un momento y levantó su cara lo suficiente para jadear. —¿Qué quieres? ¿Cómo quieres que te coma? Riendo, Marcie gritó:

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—¡Cómeme como un LOBO! El rostro de Kim se contrajo horriblemente, y lamio sus labios antes de realmente aullar. —¡AAAWWWWOOOOOAAAHHH! —Luego empujó su cabeza nuevamente entre sus piernas y comenzó a atacarla otra vez con su lengua. Mientras esto pasaba, nosotras las chicas y Rick estábamos de pie con nuestras bocas abiertas. Al principio había habido risas nerviosas, pero ahora no había nada. Se sentía muy frío ahí. La comida había sido olvidada. El único sonido en el cuarto venía de la cama. Kim saltó como si de repente hubiera sido asaltado por la inspiración y agarró un cepillo de pelo del vestidor. Era mi cepillo, estaba bastante segura de eso. Avanzó

de nuevo hacia la cama, apartando las piernas de la mujer. Había un silencio enfermo y pesado en el cuarto cuando empezó a trabajar el mango del cepillo dentro de ella. Me paré, temblando y dije: —Me voy de aquí. ¡Esto es jodidamente enfermo! Cuando fui a marcharme, Scott agarró mi brazo. —¡Quédate! —ordenó. Me intimidó el tono de su voz. Me senté de nuevo en silencio. —Te gusta esto ¿no? —decía Kim, y empezó a deslizar el cepillo adentro y afuera de ella. Marcie sonreía y gemía como loca. Recordé cuando hice el show de talentos en la escuela, algunos de los actos fueron tan horribles... había una chica en particular que se levantó y cantó, y estaba tan nerviosa y fuera de tono, que mirar su espectáculo fue una experiencia muy incómoda. Ella olvidó la canción y sólo se quedó parada luciendo mortificada. La gente empezó a aplaudir lento y abuchearla. Yo sólo quería correr al escenario y envolverla para salvarla de sí misma. Ese recuerdo vino a mí en ese momento. Estaba tan avergonzada por Marcie que era insoportable mirar. Me sentía realmente apenada por ella. Esto era disgustante. ¡Era una humillación total! Kim se paró y desabrochó su cinturón, dejando que sus pantalones cayeran hasta sus tobillos. Podía ver su pene erecto a través de lo que lucía como ropa interior de cien años. Esperó hasta que había montado a Marcie antes de bajarlos, como si de alguna manera hubiera sido agarrado por un momento de cohibición. Cuando había bajado su ropa interior, le preguntó:

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—¿Lo quieres? —¡Oh, sí! —gritó Marcie. —¿Cuánto lo quieres? —Sonrió sarcástico como una serpiente viniendo a matar. —¡Mucho! —gritó ella cuando se estiró por su cara como una chica ciega. Luego, frente a todos nosotros, Kim se empujó dentro de ella y empezó a golpear con toda la fuerza y sutileza de un martillo. Marcie estaba gritando su aprobación cuando Kim la embestía y giraba dentro de ella. Los otros habían empezado a gemir ante el pequeño show de Kim y yo podía escuchar a Sandy gritando: —Oh, por Dios. —Por encima del sonido de la sangre que se precipita en mis oídos. Scott reía, aplaudía, chillaba y gritaba como si estuviéramos en un evento

deportivo. Me sentí enferma. Mo podía creer lo que estaba viendo. Lo único que nos impedía atacar a Kim y arrancarlo de Marcie era que realmente ella lo estaba alentando. ¡Parecía quererlo! Toda la escena era tan bizarra, tan extraña, que de una manera rara sentí que estaba mirando una película en vez de presenciar algo en la vida real. Después de un momento, Kim se desmoronó y agarró las rodillas de Marcie, separando sus piernas para que nosotros viéramos. Nos miró, perfectamente serio, y dijo: —¿Alguien quiere unirse? —Marcie sólo recostada ahí, reía como una idiota lobotomizada. —De ninguna jodida manera —gritó Rick. —¡Me cansé! —grité—. ¡Ya tuve suficiente! Con eso, me giré para salir furiosa del cuarto. —¡Abajo, PERRA! —ordenó Kim. Me giré y él estaba parado, señalándome con un dedo. Traté de no mirar, pero vislumbré su pene erecto apuntándome, agitándose alrededor del aire mohoso como una cobra lista para atacar. —No, Kim —grité—. Estás enfermo. ¡Me voy! Esto es tan jodidamente enfermo. —Me precipité, sacando la cadena, abrí la puerta y finalmente distinguí el pasillo. Sandy y Rick me siguieron. Scott cerró la puerta, pero se quedó en el cuarto. Sandy todavía estaba riéndose, nerviosamente. —Eso fue jodidamente LOCO —dijo y se rió.

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Rick intento restarle importancia al asunto. —¡Eso fue asqueroso! —dijo—. Y de cualquier modo... como si ustedes no supieran la manera correcta de follar! Golpeé su brazo, pero incluso ese pequeño alivio cómico no ayudo a dispersar lo raro. —Hey ¿van a comer eso? —preguntó Sandy, refiriéndose a la hamburguesa sin comer que había llevado conmigo—. Todavía estoy hambrienta. —Se la entregué. Mi apetito se ido totalmente. Tomó un mordisco de mi hamburguesa y anunció:

—Voy a volver a entrar. ¡Esta mierda es educativa! —Y con eso, caminó nuevamente al cuarto y cerró la puerta. Rick y yo salimos a tomar un poco de aire fresco y fumar un cigarro. Nadie dijo nada al principio. Rick sacó un cigarrillo y lo prendió con el mío. —Relájate, Cherie —dijo—. Eso era joder, hombre, pero estará bien. Sólo hice una mueca y tomé otra pitada. —No sé qué mierda está pasando ahí adentro hoy —dijo Rick lentamente—. Pero eso estuvo mal. Nos quedamos parados ahí un rato, fumando y considerando lo que acababa de pasar. —¡Hey! Nos giramos y era Sandy. Caminaba hacia nosotros con una gran sonrisa en su rostro. —¡Vamos, chicos! Tenemos que ir a la prueba de sonidos. Dentro de poco será tiempo de show.

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Puse mi brazo alrededor de ella cuando caminamos nuevamente al cuarto. Nada desconcertó a Sandy, ella dio pasos largos. Verla así, verla actuar como si lo que pasó no fuera nada importante... era consolador. No cambiaba lo que pasó, pero de alguna manera hacía más fácil lidiar con ello. Sandy era la piedra en la banda y sabía que siempre podría depender de ella cuando las cosas fueran extrañas. Amaba a Sandy y no sabía qué habría hecho si no hubiera estado ahí esa tarde. De una extraña manera, me sentí como si hubiera despertado ahí esa tarde. De alguna extraña manera, sentí como si hubiera despertado de alguna extraña y delirante pesadilla. Cuando caminamos dentro del cuarto, me sentí mejor equipada para fingir que nada estaba mal. Adentro, Marcie todavía estaba en la cama. Ahora estaba vestida, y estaba sentada, luciendo un poco más seria. Estaba comiendo una hamburguesa con una sonrisa intranquila en su rostro. La miré cuando limpió torpemente su boca con una servilleta sucia. No le dije nada, ninguno de nosotros lo hizo. Después de todo ¿qué podíamos decir? Kim estaba parado en la esquina del cuarto, todavía usando esa camiseta rasgada y su mugrienta y sucia ropa interior. No me miró y me alegré por eso. Probablemente

habría vomitado si lo hacía. De toda la repugnante, degenerada escoria, él era la última persona que quería que pusiera un dedo en mí. Scott nos dio una sonrisa repugnante e hice lo posible para no mirarlo. Empujando lo que acababa de pasar fuera de mi mente, comenté a maquillarme y prepararme para el show. El enfermo olor a sexo permanecía en el aire. Sentí mi estómago sacudirse de nuevo. Podía escuchar a los demás hablando y riendo, las usuales bromas anteriores al show. Me concentré en eso, en cuán normal parecía todo... Hubo un golpe en la puerta y Stinky nos dijo que era hora de ir a la prueba de sonido. Mientras nos dirigíamos afuera a la furgoneta, miré detrás de mí y vislumbré por última vez a Kim en su ropa interior, mirándonos como una especie de viejo troll malvado, antes de cerrar la puerta sin una palabra. De camino al club, nadie dijo mucho. Ni siquiera le dijimos a los otros lo que pasó cuando llegamos al local. Una vez estábamos en el escenario tocando las canciones, el persistente sentimiento de disgusto empezó a desvanecerse. Hice una promesa de no pensar en lo que había pasado... era demasiado. Era una de las experiencias más sórdidas, más lentas que alguna vez había presenciado. Nadie lo planteó de nuevo. Me hice una promesa ese día: si Kim alguna vez intentaba ponerme un dedo encima, tendría una maldita amputación para cuando terminara con él.

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Traducido por Maru Belikov Corregido por Dianita l camino es un lugar extraño. Manejamos de ciudad en ciudad en nuestro RV1, y vimos el país pueblo por pueblo, ciudad por ciudad. Al principio, la gira fue explosiva. Todo era nuevo para nosotros, y la libertad de estar lejos de nuestra escuela, nuestras familias, y cualquier tipo de reglas o disciplina era estimulante. Cuando Kim estaba lejos, que era la mayoría del tiempo, gracias a Dios, la vida en la carretera era divertida. Kim se refería a viajar con la banda como ―hacer de niñera‖ y prefería dejar ese lado de las cosas a Scott Anderson, Kent Smythe, y a los otros ayudantes. Pero cuando escuchábamos que Kim estaba volando para asistir a uno de nuestros Shows, sabíamos que no eran buenas noticias. Usualmente nos destrozaba después, criticando cada uno de nuestros movimientos y haciéndonos sentir a todos como mierda. Cuando las cosas parecían volverse demasiados felices, relajadas, o con mucha diversión, Kim mágicamente aparecería y nos traía de regreso a la tierra llamándonos ―mierda de perro‖ y gritándonos por equivocarnos en una nota o perder el ritmo en una de las canciones.

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Una noche en particular nos dirigíamos a través de la oscura noche a la furgoneta, y yo estaba molesta porque Kim había estado realmente pesado con nosotras después de la última presentación. Había dicho que mi voz no era lo suficientemente poderosa. Me había hecho sentir pequeña e insignificante. Estaba hablándoles a las chicas sobre eso, al borde de las lágrimas. —Cuando conocí por primera vez a Kim —dijo Lita—. Empezó a llamarme carne de perro. Lo tomé como un término cariñoso. ¿Sabes? Carne de perro, pipí de perro, mierda de perro… él sólo tiene esta cosa por los perros. ¡No puedes tomar su mierda como algo personal! Tuve que reírme. Era difícil pensar que alguien en este mundo, incluso Kim Fowley, podía salirse con la suya llamando a Lita Ford ―pipi de perro‖ sin ser golpeado fuertemente en la cara. Una cosa tenía que admitirle a Kim, ese hijo de puta tenía bolas.

—El punto —dijo Sandy—. Es que Kim es KIM, hombre. Y eso nunca va a cambiar. No creo que realmente diga nada en serio, sólo es su manera de ser, y tendrás que acostumbrarte. Me encogí de hombros. Por supuesto, eso tenía mucho sentido cuando estábamos todos juntos en el autobús de la gira, y Kim no estaba… pero era diferente cuando estaba gritándome en la cara, insultándome, diciéndome que era una inútil, que no podía cantar, que era mierda de perro. —No lo sé. —Inhale—. Creo que él espera mucho de mí. Jackie había estado escuchando en el autobús. Bajo su libro y grito: —¡Él espera mucho de todas nosotras! ¡Es lo que nos trajo tan lejos! Es como un entrenador Olímpico Cherie, esa es su actitud. Te está empujando, y nos empuja a nosotras. Lo que me gustaría saber es dónde va todo el maldito dinero… Lita se quejó ante eso. El dinero era lo que obsesionaba a Jackie. Ella veía como se llenaban los lugares donde tocábamos, y constantemente estaba quejándose sobre cómo, a lo sumo, Kim nos daría diez dólares aquí, o veinte dólares allá. —Kim dijo que todavía estábamos pagándole a Mercury por el álbum, y la promoción… —dije un poco inciertamente repitiendo como un loro lo que siempre decía Kim como defensa. —¿Ah sí? ¿Así que de dónde obtiene Kim el dinero para volar hasta Pittsburgh o Atlanta así puede alcanzarnos para regañarnos? ¿De dónde obtiene el dinero para pagar al equipo que nos acompaña en carretera? Él se asegura de no viajar en una furgoneta de mierda. Apuesto que vuela en primera clase todo el camino…

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La manera en que Kim pagaba a la banda era muy frecuente en estos tiempos, donde los artistas sobre trabajaban y raramente veían su parte del dinero debido a los gastos del tour y los correspondientes costos. Nunca supe dónde iba el dinero, pero sentía que nos lo arrebataban. Habíamos aprendido una cosa de Kim: cuando el tema se convierte en algo incómodo, lo cambias inmediatamente. Cuando Jackie le preguntaba por el dinero, Kim inmediatamente cambiaba las cosas, diciéndonos que necesitábamos cambiar nuestros estilos de cabello o trabajar en nuestros movimientos en el escenario. Cualquier cosa que la alejara de hacer demasiadas preguntas. Ahora que Jackie estaba molesta por el dinero, todas temíamos que quizás arruinara todo al agitar demasiado el bote2. Kim parecía lo suficiente desequilibrado para dejar de hecho toda la banda en conjunto, como constantemente amenazaba con hacerlo, y demandarnos a todas por incumplimiento de contrato. Así que Lita cambió rápido la conversación acerca de las rabietas y cambios de genio de Kim.

—De todos modos, Cherie… cuando Kim se salga de las manos, sólo mantén tu boca cerrada. Asiente, y di que está bien, y haz lo mejor que puedas. En serio, necesitas parar de discutir con él. No hace ningún bien. —Oh claro. —Jackie resopló—. ¡No agites demasiado el bote! Ese es tu maldito mantra estos días… —¡Cállate, Jackie! —¡Haz que me calle! —Lo haré, ¡Perra! Lita caminó hacia Jackie, y empezaron a gritarse. Sandy puso los ojos en blanco y se colocó los audífonos. A veces la vida en la carretera parecía ir lentamente, especialmente esas largas, noches de ciudad en ciudad. Era como estar en cámara lenta. No estabas en ningún lugar en particular, estabas entre dos lugares. El Quaaludes3 ayudaba con el aburrimiento. También lo hacían los Tuinals. Los Tuinals eran estas increíbles pequeñas píldoras rojas y azules que ayudaban a tu cuerpo y mente a ajustarse a la vida lenta en la carretera, los minutos y horas pasaban dolorosamente lentos… parecían interminables. Era como pasar vacaciones dentro de tu cabeza. Cuando no estábamos volando por la droga y babeando sobre nosotras, hacíamos estúpidas bromas para pasar el tiempo.

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Una noche conduciendo por la calle principal de una ciudad. No recuerdo que ciudad, todas empezaban a lucir igual. Una ciudad que no era nuestro hogar. Kent, uno de nuestros ayudantes de sonido, estaba manejando. No decía mucho, pero a veces se burlaba de sí mismo cuando nos molestábamos, nos quejábamos y discutíamos entre nosotras. Cinco de nosotras estábamos extendidos en los asientos del autobús con botellas de agua carbonatada en nuestras manos buscando la víctima perfecta. Estábamos en la parte sórdida de la ciudad… la clase de lugar poblado en su totalidad por lugares para cambio de efectivo, casas de empeño, licorerías, y oscuras bodegas. Mirando fuera de la ventana, Sandy vio de pie en una esquina un grupo… chicas jóvenes, con mucho maquillaje y ropa de colores vivos y llamativos que revelaban una cantidad de piel fuera de temporada. Cualquier hombre que sólo se acercara, empezaban a gritarles: —¡Ey cariño! ¡Buscando cita! ¿Quieres comprarme una bebida? —¡Víctimas! —gritó Sandy, y todas nos amontonamos en la ventana—. ¡KEEENT!

A la señal, Kent hizo un giro de 180° a través del tráfico. Nos dirigimos hacia las desprevenidas chicas, deteniéndonos en la curva junto a ellas. Como Sandy fue la que las encontró, eran sus presas. La ventana estaba abierta hasta la mitad. Mientras todos mirábamos, riéndonos con anticipación, ella se inclinó y dijo: —¡Hey, Damas! Las prostitutas miraron sospechosamente la RV. Sandy sonrío y saludo, después preguntó: —¿Tienen licencia para este tipo de cosas? Al darse cuenta que estaban siendo ridiculizadas, una de las prostitutas empezó a gritar: —Perra, no necesito una maldita licencia… Eso fue todo lo que tuvo oportunidad de decir. De repente, Sandy presionó la palanca, y un chorro de agua carbonatada golpeó la cara de la prostituta. Sandy empezó a sacudir la botella como loca, empapando su corto vestido hasta que se volvió más transparente aún.

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—¡OH, TU MALDITA! —gritó la chica mientras Kent pisaba el acelerador y nos despegábamos de la ventana, dejando a las mujeres de la calle paradas ahí, maldiciéndonos y sacudiendo los puños con rabia en nuestra dirección. Vi a la mujer mojada lanzar su zapato al autobús, pero se quedó corta, y este quedó en medio del camino. Me estaba riendo tan fuerte que me dolía el estómago. Cuando terminamos de reírnos, Joan caminó a la parte de atrás del autobús y marcó otro corte en el techo. Nuestra lista de víctimas en esta gira era alrededor de veinte hasta ahora. Cuando por fin manejábamos a una nueva ciudad así podíamos tocar nuestra música, todo cambiaba. Luego, de repente, eras arrojado a la vía rápida. Te convertías en un borrón de neón, y cuando eres un borrón de neón, el tiempo se convierte en un concepto elástico. Los problemas pasaban sobre ti. Las horas pasaban como segundos, y todo lo que podías ver eran las brillantes luces bailando en tu cara. Todo lo que podías escuchar era el rugido de la multitud. En el camino, vi miles de adolescentes, haciendo fila afuera hasta alcanzar la capacidad de los salones de conciertos y auditorios. Tenían nuestros posters, revistas con nuestros rostros en la portada, copias de nuestros discos. Los shows eran increíbles. El tiempo que pasábamos en el escenario hacia que todo el resto de la basura que venía con la gira valiera la pena. Mientras la gira continuaba, las

audiencias se volvían más grandes, los lugares se volvían más grandes, The Runaways se hacía más grande. A veces los chicos que nos llamaban para pedir autógrafos y fotos cuando estábamos en la prueba de sonido nos decían que sus padres no sabían que ellos estaban ahí. —Oh, mi mamá las ODIA chicas —dijo un chico—. ¡Ella dice que ustedes son una mala influencia! Sabes mi mamá me ordenó quitar tus posters de mis paredes…— Encontraba graciosas esas cosas. Le dije a Lita sobre eso y se burló: —¡A la mierda con ellos! Puedes hacer lo que quieras hacer. Tienes dieciséis. Nadie puede decirte qué hacer o qué no hacer; ¡estamos aquí trabajando! ¿Sabes? Nos estamos convirtiendo en malditas estrellas de rock, así que ¡Al diablo con ellos! Sandy siempre decía: —Somos la voz de una generación. Somos la voz de los adolescentes alrededor de todo el mundo, y eso no cambiara… Sabía que tenía razón en eso. En las noticias nos decían que el mundo estaba cambiando… Vietnam 4 había sido todo por unos años, Nixon 5 se había ido, y Ford 6 se había tambaleado fuera la Casa Blanca. Ahora Jimmy Carter 7 estaba adentro, y decían que era una completa y nueva América. Pero nada de esas cosas realmente significaba algo para nosotras. No importaba qué estuviera pasando en el mundo, los adolescentes aún eran los mismos: Mickey Mouse podría haber estado en la Casa Blanca, pero no quitaba la miseria en la pista de baile. Puede que hubiera una guerra librándose al otro lado del mundo, pero en casa los adolescentes aún luchaban la misma y vieja guerra de siempre: mientras fueran adolescentes, The Runaways tendrían audiencia.

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Había ese extraño sentido a medida que la gira progresaba y nos volvíamos generales en esta guerra. Cuando miraba a la audiencia queriendo alcanzarnos, había algo en sus ojos, un extraño tipo de desesperación, la esperanza de que cambiáramos las cosas. Yo no era una persona política, pero me di cuenta que ahí había algo intrínsecamente político sobre chicas de dieciséis años de edad moviéndose en el escenario, totalmente libre de interferencia adulta, gritándole a chicos acerca de su propia vida. Nadie podía decirnos qué hacer. Nadie podía decirme qué podía y qué no podía colocar en mi propio cuerpo. Si bebíamos, consumíamos cocaína, tomábamos píldoras, ¿Y qué? No nos tomaban como una burla, o nos dictaban qué hacer. En momentos así, la vida era como una mancha de neón tan emocionante, tan real, que recompensaba toda la monotonía y

el aburrimiento que había entre ellos. Nadie podía decirme qué hacer. Hacia lo que se me daba la gana. No tenía que seguir las reglas de mi madre, a diez mil millas lejos, o a alguien más que a mi madre, para el caso. Fue mientras iba en el camino que me di cuenta de algo que parecía importante para mí. Me di cuenta que pase la mayor parte de mí vida como esclava de algo. Crecí como una esclava emocional de los chicos rotos en la escuela, de las amargas peleas con mis padres. Luego, después de lo de Derek, me convertí en esclava de algo más: me convertí en esclava de mi propio odio y rabia. Fue en el camino con The Runaways que llegué a la conclusión que todo eso finalmente estaba detrás de mí. Era libre de hacer lo que quisiera hacer. Nunca más seria esclava de nada otra vez.

___________________________ RV: Vehículo recreacional.

1

Agitar demasiado el bote: Es una manera de decir que por insistir tanto puede hacer que se moleste. 2

Quaaludes: Tipo de droga de los años 60.

3

Vietnam: Hace referencia a que en 1964 estaba la guerra de Vietnam. Un conflicto bélico que enfrentó a la República de Vietnam, o Vietnam del Sur, y a los Estados Unidos, contra la República Democrática de Vietnam, o Vietnam del Norte, y el Frente Nacional de Liberación de Vietnam, apoyados por el bloque comunista, en el contexto general de la Guerra Fría. 4

Nixon: Conocido como Richard Nixon, fue el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos. Ha sido el único hasta la fecha en dimitir el cargo. 5

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Ford: Fue el trigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, perteneciendo al Partido Republicano. 6

Jimmy Carter: Fue el trigésimo noveno presidente de los Estados Unidos (1977-1981).

7

Traducido por Xhessii Corregido por Dianita s extraño qué tan rápido cambian las cosas. Cuando salimos en el tour catorce semanas antes, éramos nadie. Para el momento en que el tour finalmente se detiene en el Auditorio Cívico de Santa Mónica, prácticamente éramos nombres conocidos. Cuando regresamos a California para el show final, me quedé en el hotel porque quería que mi familia me viera por primera vez en el escenario. Era difícil estar en la ciudad y no verlos, pero sabía que valía la pena. The Runaways conmovía: tocamos esa noche ante un abarrotado auditorio, y tenía unos recuerdos extraños de esa noche: Cheap Trick era nuestro acto de apoyo. La idea de la banda era tan grande que Cheap Trick abría para NOSOTRAS lo que era totalmente impensable al principio del tour. Después que terminaron de tocar, Kim me tomó, literalmente mientras caminaba hacia al escenario, y dijo: —¡Alguien quiere decir hola! —Pensé que quizás sería mi familia, aunque Kim había insistido que no podríamos ver a nuestras familias, sino hasta después del show.

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—¿Oh, sí? —dije, y me giré, sólo para encontrarme cara a cara con Rod Stewart. ¿Qué dices cuándo te confrontas con una leyenda de la industria de la música? Sólo sonreí y dije: —Es un placer conocerte, Rod. —Y no terminó ahí. Marie y yo terminamos tomando Coca-Cola con él y con Ronnie Wood en la mansión de Rod después del after-party. ¡Hablando de la vida en la vía rápida! Rod estaba borracho como una mofeta, y de hecho empezó a llorar cuando saqué la Coca-Cola. —¡Oh mi Dios! —dijo, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Nadie NUNCA me da un respiro! ¡Se supone que siempre lo tengo que tomar yo! ¡Eres tan gentil! Gracias… Sí, eso fue divertido; justo en ese punto su novia Britt Ekland emergió de su dormitorio con los ojos llenos de lagañas y lo mordisqueó haciendo mucho ruido. Con reticencia, Rod nos dijo que nos teníamos que ir. De todas formas, pensé que

Britt actuó muy cool para ser una mujer que justo encontró a su novio tomando Coca-Cola con un par de chicas de dieciséis años. Marie y yo nos reímos de eso todo el camino a casa… Papá, Marie, la abuela, y tía Evie vinieron a ese show. Realmente me conmovió verlos tan orgullosos. —Bueno, ese no es mi tipo de música. —Fue la conclusión de mi abuela—. Pero, estoy segura de que tienen algo. Pero la locura surrealista de la vida en el tour tenía que terminar, y ahora me encontraba de nuevo en casa… acostada en mi cama en la casa de la tía Evie, física y mentalmente exhausta. La casa era pequeña, y llena hasta el tope: tía Evie, la abuela, papá, Marie y yo estábamos en tres dormitorios. En la cocina, podía escuchar a la abuela haciendo estruendo con ollas y sartenes. Apartado del dormitorio, el agua en la ducha corría, así que sabía que Marie debía estar ahí. Me metí de nuevo en las sábanas. Desde que había regresado del tour, estaba durmiendo hasta el mediodía, aparentemente incapaz de sacudirme la fatiga que esos tres meses y medio en el camino me habían dejado. Hicimos un tour por el país de manera dura, sin planes, todo tomado por el camino, hasta que tomamos el avión que nos llevó a casa. Realmente nos hicieron sentir que regresábamos como estrellas. The Runaways ahora había destacado en la cubierta de cada revista de música importante, a excepción de Rolling Stone. Cherry Bomb estaba subiendo en las listas de éxitos de Billboard, lo que incentivaba nuestros conciertos que eran recibidos con entusiasmo y con la avalancha de la prensa que Kim había traído para nosotras.

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Tenía extraños recuerdos de la vida en el camino: un show temprano en un depósito al lado de la carretera llamado el Armadillo en Texas, donde la audiencia rompió el lugar y trató de tirarnos botellas. Tocar en un pequeño dive en la Ciudad de Nueva York llamado CBGB, donde la audiencia era una mezcla de vagos y freaks de una escuela de arte, un show que nos puso en un artículo en la revista People. Recuerdo que tocamos junto a Televisión (quien tocaba unos solos en guitarra muy largos) y con Talking Heads (que tenía una mujer que tocaba el bajo, y tenía una cantante principal verdaderamente extraña, pálida y dulce). —Ustedes chicas deberías quedarse fuera del baño —advirtió Kent—. He estado ahí, y no es bonito. O estaba Santa Louis, donde fuimos el acto de apertura de Spirit. Cuando perdí mi voz, Randy California vino a mi cuarto de hotel con té caliente y limón, y me advirtió cuidar mi voz cuando estuviera en un tour. O era el tiempo hacia el inicio del tour cuando me enfermé. De repente mi temperatura llegó a 39º, y pensé que

me estaba muriendo. Aunque, no podíamos cancelar ningún show; Kim no lo permitiría. Después del tour, fui diagnosticada con amigdalitis y mi médico me prescribió Placidyls1 para ayudarme a dormir. No lo sabía entonces, pero el Placidyls era un narcótico extremadamente poderoso y era el favorito del mismo Rey, Elvis Presley. Todavía estábamos reservadas para tocar un show, e inmediatamente después de que salía del escenario, Scott Anderson estaba esperándome para darme una dosis de Placidyls. Después de eso, estaba molida y Sandy me cargaba a la furgoneta. Cuando finalmente las amígdalas fueron removidas, fue Joan quien estaba sentada junto a mi cama cuando desperté de la anestesia. Sostenía mi mano. —¿Cómo te sientes, Cherie? —murmuró. Sonreí débilmente, y apreté su mano para mostrarle que estaba bien. Fuera de todas las chicas de la banda, Joan era una de las que más me importaba. La amaba de mi propia extraña manera. No importaba cuán dura fuera la vida después de The Runaways, Joan fue la razón por la que las cosas se mantuvieron unidas. Ella era una persona real, genuina y dulce. Cerré de nuevo mis ojos, y vagué hacia una duermevela extraña, drogada. Ahora que estaba de nuevo en casa, la vida parecía fácilmente normal… o por lo menos, en la superficie. La abuela cocinaba en la cocina. Los osos de peluche que le compré a Marie durante el tour estaban en la cama vacía, junto a la mía. Incluso cuando mamá se había ido hace mucho tiempo, todavía estaba rodeada por mi familia. Rodeada de amor.

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Excepto… excepto que las cosas eran diferentes. Parecía que queríamos pretender que las cosas irían de nuevo de la manera que era, pero mientras más estaba en casa, era más difícil mantener la fachada. Mi hermano pequeño se había ido. Mi madre se había ido. La abuela estaba envejeciendo… y papá. Papá tenía sus propios problemas. Me senté en mi cama. Me sentía grogui, desorientada. Como si mi cráneo estuviera lleno de algodón. Definitivamente necesitaba algo que me mantuviera. Busqué debajo de mi colchón y encontré la botella de píldoras. Quité la tapa y saqué una pequeña píldora blanca con una cruz encima. La tomé en seco. Consideré tragarla por un segundo, pero decidí esperar. En el camino con la banda, estas pequeñas píldoras eran invaluables. Especialmente cuando tenías una noche sin dormir y tenías que levantarte para ser un montón con la prensa la mañana siguiente. Se suponía que eran píldoras de dieta, pero el efecto que tenían en ti era similar a ser despertada a sacudidas por miles de voltios de placer. Tu corazón se acelera, una sonrisa sale de tus labios, y de repente tu mente está maquinando en una docena de

direcciones diferentes a la vez. Recordé a Jackie rodando los ojos al preguntarme por qué no podía simplemente tomar una taza de café como una ―persona normal‖. —El café es malo para ti —dije—. Lo vi en la TV. Momentos después de que pusiera la botella debajo del colchón, Marie caminó envuelta en una toalla, secándose el cabello. —¿Dónde estabas anoche? —preguntó. Todavía acomodando las cobijas, esperando un rato para salir. —En el Sugar Shack. Es como la primera vez que he ido después de que el tour terminó. —¿Chuck E Starr es el DJ de ahí? —¡Oh, sí! —dije—. ¡No creerías el escándalo que me hizo! —Chuck E Starr estaba en lo máximo anoche, usando un par de botas de plataforma de lo más escandaloso, con una camisa ceñidísima y un par de pantalones plateados de la era espacial. En el momento que entré, lo anunció por el micrófono. —¡La Señorita Cherie Currie… la cantante principal de The Runaways! —La pista de baile se aclaró, y los chicos literalmente se alinearon para tener un autógrafo o tomarse fotos conmigo. Había hecho demasiado de esto en el tour, pero era diferente hacerlo en el Sugar Shack. Hay una emoción especial sobre ver chicos que en realidad conoces trepando para verte como si fueras de The Beatles o algo así. Era difícil no hacer que cosas como esa no se subieran a tu cabeza. Tan pronto lo pensé, me callé. ¿Qué hay de todo el estrés y el trabajo duro que puse en el camino, y por qué no debería disfrutar un poco de atención? ¡De seguro le ganaba los gritos a Kim Fowley!

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—Eso es genial —dijo Marie mientras continuaba vistiéndose. —Sabes, mamá llamó el otro día. Dijo que incluso escuchó de The Runaways por allá. —Oh —dije fríamente. No le había hablado a mamá desde que se fue. Y no tenía intención de empezar ahora. Por lo que a mí respecta, podría quedarse con Wolfgang tanto como quisiera. No la necesitaba más. Claro, había escuchado de las desaventuras que pasaron, especialmente cuando mamá llamó a tía Evie para decirnos que Don había sido atacado por un mono. Él y algunos amigos estaban en un lugar popular de atracciones para turistas en Bali llamado Monkey Forest cuando el pobre de Don fue emboscado por un grupo de monos gritones y uno hundió sus colmillos de un centímetro en su antebrazo. Don

estaba tan molesto que acampó en la entrada del parque con un vendaje ensangrentado alrededor de su herida. Los turistas que salían del autobús miraban a mi hermano ensangrentado y luego se giraban y volvían a entrar al autobús. Don descubrió que los monos estaban entrenados para robar los bolsillos de turistas confiados. Eso me hacía pensar todo de nuevo: ¿Qué estaban haciendo ahí? ¡Dios, odiaba Indonesia! Marie suspiró: —No puedes estar molesta con mamá para siempre, Cherie. ¡Ya sabes cómo es! Todavía somos familia… —No quiero hablar de eso —grité, y así terminó. Para el momento en que entré a la cocina, la píldora había hecho efecto y me sentía viva de nuevo. Podía oler el tocino frito impregnando la casa antes de que me acercara lo suficiente para escucharlo chisporrotear. La abuela siempre hacía tocino, y normalmente era uno de mis olores favoritos de la mañana porque me recordaba a ella. Pero hoy, con el efecto de la píldora, mi estómago se sentía descompuesto. No podía pensar en nada en el mundo que quisiera menos que comida. —¿Cómo quieres tus huevos? —preguntó la abuela, mientras entraba. Podía sentir la anfetamina zumbar dentro de mí. No quería causar una escena, así que dije: —Me haré un BLT más tarde. Así tendré todos mis grupos alimenticios: pan, verduras y la carne del día. La abuela me dio una mirada preocupada. Así que dije:

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—Revueltos. —Como tu cerebro —bufó Marie. —Sí, como mi cerebro. Miré a la abuela preparar los huevos, e inmediatamente sentí que algo estaba mal. Ella batía los huevos con un fervor especial y ansioso; su rostro tenía una sombra oscura. Me pregunté si se había peleado con papá, pero luego, inmediatamente rechacé la idea. Nunca los escuché intercambiar una palabra de enojo. Le di un toque con el codo a Marie. —¿Qué le pasa a la abuela? —Saca el infierno de mí…

Había un silencio incómodo en la cocina mientras la abuela batía los huevos y los ponía en la sartén. Mientras los huevos empezaban a cocerse, empezó a llorar. Marie y yo nos miramos. Luego fuimos hacia ella para ver qué estaba mal. —Su padre no llegó a casa anoche. —Era extraño, porque hubo un tiempo en el que la abuela no se preocupaba por mi padre… quien era, después de todo, un hombre adulto, y veterano. Todos sabíamos que papá se podía cuidar. Pero finalmente, cada vez que papá llegaba un poco tarde a casa, la abuela se preocupaba mucho. —Él probablemente… —empecé, pero me callé. Él probablemente, ¿qué? ¿Él probablemente se quedó en la casa de alguien más? Inmediatamente rechacé la idea. No papá. Así no era él. ¿Él probablemente se quedó en la orilla del camino en algún lugar a dormir? Sí, bien. Finalmente continué: —Él probablemente tiene una buena razón. —Sí —dijo la abuela—. Bueno, tal vez. Sabía lo que estaba pensando. Todas lo estábamos pensando, pero nadie se atrevió a articularlo. Desde que regresamos a California, papá trabajaba nuevamente como bartender. Trabajaba cinco noches por semana, y luego tenía que manejar a casa a las dos de la mañana. Pero como la tía Evie con mucho cariño nos señala, papá ha estado recientemente en el bar siete noches por semana, y eso no es porque sea un adicto al trabajo. La abuela está preocupada porque algún día esas manejadas a las dos de la mañana atrapen a papá, justo como advirtió la tía Evie. Una noche se pasaría una luz roja. Omitiría una señal de alto. O tal vez, no vea un divisor en la calle. Y entonces… papá nunca más regresaría a casa.

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Miré alrededor de la casa; los efectos de la anfetamina y el miedo creciente que crecían en la boca de mi estómago estaban haciéndome sentir enferma. —Tal vez llegó tarde y se fue temprano —ofrecí débilmente. Pero mirando detrás de la cocina el silencio de la tía Evie, en la sala de estar antigua, no podía ver evidencia de que papá hubiera estado ahí anoche. No había nada en el sofá, ni zapatos en el piso. La mesita de café no tenía nada: ni tazas, ni vasos, ni llaves. Miré a Marie, pero todo lo que hizo fue encoger los hombros. Dejé la comida y fui a revisar el dormitorio de papá. Estaba silencioso, oscuro y frío. En la cama no había nadie durmiendo. Caminando alrededor de la casa, traté de pensar en otras cosas. Mañana había un rodaje publicitario, una sesión que duraría todo el día con un grandioso fotógrafo. Luego, en la tarde, un reportero de la revista People nos entrevistaría. En unas cuantas semanas nos estaríamos yendo a nuestro tour por Europa, lo que era muy emocionante. Finalmente tendría la

oportunidad de ver la tierra de donde David Bowie había salido. Hoy había decidido regresar a la escuela para dejar algunos artículos para la revista en los que destacaban The Runaways en la oficina de la vieja Señora Whittaker. Ella fue la que me dijo que nunca debería aspirar a nada. ¡Veamos lo que piensa ahora la vieja Whittaker! Tal vez pueda estar por ahí en un salón, y escuchar todos los hechos aburridos que me estado perdiendo mientras he estado de tour con la banda. Todas las estúpidas ecuaciones que nunca hice. Y si hacía eso, no tenía que pensar en papá. Cuando caminé de regreso a la cocina, mi desayuno me estaba esperando. Me senté y miré la comida. Comer era lo último que pasaba por mi mente. La abuela se dio cuenta que miraba mi plato y dijo con suavidad: —Creo que no deberíamos preocuparnos. Es un adulto. Puede cuidarse solo. Sabía que la abuela en realidad no creía eso. Después de todo, era su madre. Papá siempre sería su único y amado hijo por lo que a ella respecta. Tomé unas cuantas mordidas sin entusiasmo de mi comida y las tragué. Podía sentir sudor frío en mis palmas, en la nuca, mientras la píldora y la ansiedad hacían que mi corazón pesara. Fui a la sala de estar y empecé a caminar en la gruesa alfombra beige. Miré las fotografías en las paredes; la tía Evie tenía docenas de ellas. Fotografías de la tía Evie, de la abuela y de mi abuelo, fotografías de Sandie y Don, de Marie y yo. Habían fotografías de papá cuando era más joven, con su cabello oscuro y abundante, con los ojos brillantes que salían del pasado. Incluso entonces, cuando posaba en la mayoría de esas fotografías, tenía un cigarrillo en una mano y un vaso en la otra. Escuché de nuevo la voz de la tía Evie en mi cabeza. —¡Un día esas manejadas a las dos de la mañana lo van a atrapar!

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Aprovechando una repentina inspiración, caminé al piano y me incliné para abrir las cortinas. Mirando hacia afuera, sentí una enorme ola de alivio sobre mí. El carro de papa estaba estacionado ahí, en la calle. —¡El carro de papá está afuera! —grité—. ¡Abuela! ¡El carro de papá está aquí! Miré a la abuela escuchando y salió corriendo de la cocina como una mujer de la mitad de su edad. Observó por la ventana y reconoció inmediatamente el carro de Papá. —Entonces, ¿dónde está? —preguntó en voz alta. Miró en el patio trasero y en el cuarto de lavado. No había señal de papá. Marie ayudó, y cuando salimos con las manos vacías, sugirió: —¿Tal vez está caminado? —La abuela sacudió la cabeza. Yo tampoco lo creía.

—Creo que sé dónde está —dije. Esperaba estar equivocada—. Vamos, Marie. Una parte de mí no quería encargarse de esto. Sabía que podía sólo maquillarme y alejarme de la casa a donde Joan para pasarme el día hablando de todo menos de nuestras familias. Pero me di cuenta que no había ningún lugar a donde correr, realmente no. Finalmente tendría que encargarme de esto, especialmente si se volvía más y más recurrente. Marie y yo nos aproximamos al carro bajo la brillante luz del sol de la media mañana. Mientras nos acercábamos, no podíamos ver mucho: sólo los asientos, el salpicadero, y el volante. El carro se veía desierto. Era un viejo Chevy blanco. El mismo carro en el que papá nos sacaba a cenar. Al cine. —¡Van a ser estrellas de cine! —decía papá en el Drive-In—. ¿Dos hermosas chicas como ustedes? Ellos estarán tocando la puerta por ustedes. ¡Ya lo verán! —Sonreía entonces, y yo miraba a papá y le creía. Creería cualquier palabra que me dijera mientras estuviéramos sentados en ese carro. Estábamos junto al carro ahora, mirando a papá por el vidrio. Él estaba acostado en el asiento frontal, su cabeza contra la agarradera, con los ojos cerrados. Su cuerpo estaba girado en una pelota. Su pelo estaba revuelto, lo que lo hacía verse como un niño pequeño. Odié eso. Mientras papá se veía como un niño pequeño, no podía soportarlo. Sin una palabra, Marie abrió la puerta. Estábamos ahí paradas, mirando a papi, y él no se movía. Todo el calor reprimido dentro del carro flotó hacia nosotras, junto con el fuerte olor a rancio del vodka o el bourbon. Me pregunté por un frío momento si todavía estaba vivo. ¡Cállate, Cherie! ¡Claro que está vivo! ¡Sólo está durmiendo, eso es todo!

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Me encontré mirando los botones de su camisa, asegurándome que se movieran rítmicamente con el aumento y descenso de su respiración. Me relajé un poquito cuando vi que lo hacía. —¿Deberíamos despertarlo? —preguntó Marie—. Me refiero a que, no podemos simplemente dejarlo aquí. Nos paramos ahí unos cuantos minutos, demasiado avergonzadas para hacer algo. Luego la abuela apareció en la puerta principal en bata y con pantuflas y gritó: —¿Está ahí? —Sí —respondí, mirándola. La abuela sacudió tristemente la cabeza y entró sin decir una sola palabra—. Vamos.

Marie y yo intentamos despertarlo. Tomó un poco de sacudidas. Cuando despertó, parpadeó, sin entender. Vi un destello de confusión cruzar su rostro mientras su cerebro luchaba por darle sentido a lo que estaba pasando. Sacudió la cabeza, se sentó, luego sacó un peine, aparentemente del aire, y con dos pasadas por su cabeza se miraba como mi papá una vez más. Sus ojos estaban un poco lagañosos, pero el cabello estaba perfecto. Sólo la áspera barba en sus mejillas y el olor a alcoho l lo desmentían. Cuando habló, su voz era ronca. —Bueno, hola —dijo. Nos sonrió—. Yo… Yo, um, creo que estaba un poco cansado anoche, eso es todo. Creo que me quedé dormido afuera. Supongo que he dormido toda la noche… Tan avergonzado como se sentía mi padre, sabía que no había nada tan intenso como la tristeza que Marie y yo sentimos entonces. Estaba avergonzada por él, avergonzada por mí… todo lo que sabía era que este momento tenía que terminar lo más rápido posible, o sentía que podía explotar. —¿Estaban preocupadas por mí? —preguntó. Sacudí la cabeza rápidamente. —¿Por qué deberíamos estar preocupadas? —dije—. Estás bien, ¿no es así? —Claro que lo estoy. —Por qué no entras —sugirió Marie—. La abuela tiene tocino y huevos para ti.

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Papá suspiró, y se vió un poco pálido. Agarró el volante y miró al frente. Sin hacer contacto visual con nosotras, dijo: —Volveré en un minuto, gatitas. Con algo aproximado al alivio, Marie y yo entramos sin decir otra palabra. En la mesa de la cocina vi a Marie comerse su tocino y huevos fríos. Escuché pasos y papi entró. Marie y yo le sonreímos. La abuela lo miró brevemente pero se giró, apurándose con los platos. Ella ha estado lavando el mismo plato, por cinco minutos. En el momento perfecto, la tía Evie entró a la cocina inconsciente de todo lo que había pasado. —¡Buenos días a todos! —cantó mientras papá salía de la cocina. Veinte minutos después papá reapareció. Estaba listo para el desayuno. Se había rasurado y vestido con ropa limpia. Sus ojos estaban brillantes, y se veía más guapo

y atractivo una vez más. Cuando nos sonrió, todo lo que había pasado en la mañana se había olvidado. La abuela no contó lo que pasó, y Marie y yo tampoco. Algunas veces es más fácil pretender que algo no está pasando que hacerse cargo con eso a la luz fría del día. Estaba aprendiendo a ser muy buena en eso. Algunas veces sentía que había muchas cosas dolorosas en este mundo, y que si pensaba en todas ellas, mi corazón se partiría en dos. Me disculpé y me fui a mi habitación. Mi cabeza estaba nadando. Es la píldora, me dije. La píldora. Es demasiado. Necesitas algo para calmarte… Revolví en mi bolso y encontré una Quaalude. Pensé que tomármela me calmaría; que tranquilizaría el aceleramiento, y que me ayudaría a olvidar todo lo que pasó con papi. Mi padre no es un alcohólico, pensé mientras tomaba la píldora con un vaso de agua. Sólo le gustan las bebidas alcohólicas, eso es todo. El pensamiento me dio algo de tranquilidad. La gente era tan rápida para patologizar a otras personas. Mi padre estaba pasando por un momento muy duro. Tuvo que dejar su vida en Texas y regresar a California para que pudiera cuidarnos. Todo porque mamá decidió irse. Estaba trabajando de nuevo como un bartender. Por supuesto que papá necesitaba tomar. Necesitaba relajarse. Igual que yo. Igual que yo. Después de tomar la segunda píldora, me acosté y miré al techo. Tomaba respiraciones profundas y lentas hasta que pude sentir mi corazón ir lento. Mi estómago estaba casi vacío, así que podía sentir que la quaalude hacia efecto rápidamente. Ahí, así estaba mejor. Las cosas estarían bien. Las cosas siempre han estado bien. Siempre estarían bien. Cerré los ojos.

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________________________________ Placidyls: Marca comercial de una droga altamente adictiva, que es sedante-hipnótica, cuya fórmula/sustancia activa es Etclorvinol, que se receta para el insomnio. 1

Traducido por AariS Corregido por Dianita

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n Europa, vi el futuro de la música rock y no me gustó. El punk rock estaba por todas partes en UK, y de repente nuestros espectáculos estaban llenos de niños escuálidos llevando collares de perro y cuero, con imperdibles metidos a través de sus narices, orejas, incluso sus mejillas. Tenían el cabello cortado feo y violentamente coloreado. Llevaban zapatillas con clavos, camisetas rotas, y les gustaba escupirse unos a otros por diversión. Cuando hicimos nuestro espectáculo en el CBGB1, tocamos con bandas que la prensa llamaba ―punks‖ Television2, Talking Heads3; vimos a los Ramones4, que estaban todos vestidos con chaquetas de cuero y desgarradas zapatillas Keds 5, tocando canciones ruidosas y pegadizas a ritmo de rayo en bares clandestinos de mala muerte. Realmente no entendí la música: me parecía demasiado ruidosa y agresiva. Siempre he sido una tonta por la melodía. Joan siempre la sacaba, sin embargo, y los Ramones en sí parecían buena gente. Incluso la multitud en el CBGB era mejor que la que vi en Gran Bretaña; la acogida del punk en Nueva York era más cerebral, y casi encantadora comparada con su viciosa y violenta encarnación transatlántica. Por aquí, los punks habían adoptado a The Runaways como una de ellos, lo cual encontré desconcertante. ¡Al principio pensé que nos odiaban! Cuando estábamos en el escenario, nos arrojaban latas y monedas. Podías sentir su sudor rociado a través de tu cara y cuerpo mientras gritaban y se sacudían violentamente atacándose unos a otros. Esto no era audiencia, era una turba frenética. A veces incluso nos escupían. Después del primer espectáculo, estaba convencida de que nos odiaban. —No se preocupen —aseguró el promotor con su espeso acento Cockney 6 cuando salimos disparadas del escenario—. Eso significa que les gustan. ¡Es una señal de afecto! Después de unos pocos espectáculos más violentos y antagónicos como ese, empecé a preguntarme si finalmente la muestra de aprecio para esos niños no sería realmente asaltar el escenario y matar a la banda. Los espectáculos se volvieron enervantes; cada noche se convertía menos en música y más en alguna clase de ritualizado deporte sangriento.

Ahora tomaba Placidyls cada día. Mientras tanto, Scott Anderson había traído algo de cocaína, y la estaba racionando ―para emergencias‖.

Por encima de todo lo demás, Scott Anderson estaba siendo un idiota para mí. Hacia el final de la primera gira, paramos de flirtear y realmente salimos juntos. No estoy realmente segura cómo sucedió. Había un montón de tensión sexual latente entre nosotros y una noche finalmente me pidió salir a cenar. Después de la cena, me llevó al Holiday Inn de Woodland Hills y consiguió una habitación. Estaba nerviosa, pero también excitada. Después de que ingresamos a la habitación, recuerdo que desapareció en el cuarto de baño por un rato. Cuando finalmente llamé y me dijo que entrara, lo encontré tendido desnudo en la bañera. Estaba muy bien dotado. Recuerdo que lo vi sólo… flotando ahí, y me asustó un poco. Era joven e inexperta, y después de que tuvimos sexo, empecé a apegarme, pensando que estaba enamorada de él. Sólo necesitaba a alguien que me abrazara, alguien que me mostrara afecto, y Scott estaba ahí. Sabía lo vulnerable que era, y representó su papel por completo. Pasaba tantas noches en su casa antes de la gira Europea que prácticamente me había mudado. A mi padre no le gustaba Scott, y me decía: —Cherie, tienes diecisiete años. Él tiene casi treinta. ¿Puedes decirme honestamente qué no ves lo qué está mal en esta situación? —Scott es un buen tipo, papá. —Bueno, trabaja para Kim Fowley. Puede que no sea tan serpiente como lo es Fowley, pero es el recadero de una serpiente. Y no sé qué es peor.

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—Me casaré con Scott algún día. Ya lo verás. Mi padre ponía los ojos en blanco y cambiaba de tema. Si mi padre hubiera estado en una mejor situación, estoy segura que habría matado a Scott. Pero papá estaba enfermo, y distraído. Toda la familia había sido arrastrada por el caos de The Runaways, y de alguna manera pensé que mí salida de gira por un tiempo podría haber sido un gran alivio para ellos. Quise decir lo que le dije a mi padre. Sentí que estaba enamorada de Scott. Ahora veo que sólo estaba desesperada porque alguien me amara. No tenían que decirlo. Las solas palabras bastaban. Pero todo cambió una vez salimos de California. Una vez la gira Europea comenzó, Scott comenzó a ignorarme. Y no me gustaba la forma en que hablaba con las otras chicas; tenía las mismas maneras coquetas y socarronas que había

tenido conmigo antes de que estuviéramos juntos. Actuaba como si fuera invisible, y siempre tenía conversaciones silenciosas, risueñas y demasiado amistosas con las otras. A veces, cuando todos estábamos de fiesta en el backstage, lo notaba poniendo la mano en la cadera de Jackie, susurrando húmedamente en el oído de Lita. No quería parecer celosa, pero me estaba comiendo por dentro. En ese momento, juré que si ese hijo de puta follaba con alguna de mis compañeras de banda, habría terminado. Años después descubrí que había dormido con todas nosotras, excepto con Jackie. Pasé un montón de tiempo escondida en el baño, llorando. Tomé más y más pastillas, bañándolas con alcohol. Recuerdo una vez estar tan colocada y tan enfadada con Scott que prácticamente empujé al chico que entregaba el servicio de habitación a mi habitación en uno de los hoteles Ingleses en el que nos estábamos quedando para que tuviéramos sexo. Joan estaba afuera en ese momento. Agarré al chico y dije: —¿Quieres follarme? —Parecía aterrorizado, pero no le di muchas opciones. Lo arrastré al baño y tuvimos relaciones sexuales ahí mismo, en completa oscuridad. Luego le dije que saliera. Estaba tan confundida, tan colocada, tan nostálgica, y tan herida por Scott que una especie de locura temporal se había apoderado de mí. Unas pocas semanas en la gira y era totalmente miserable.

Estábamos en un Mercedes-Benz negro conduciendo millas y millas de monótona autopista ennegrecida. Afuera, el aire era húmedo y gris, la enfermiza bruma de las farolas colgando en la niebla era aún más siniestra y densa que el smog 7 de L.A. Pensamientos de L.A. hicieron el pánico en mi interior parecer incluso más intenso. Jesús, incluso estaba nostálgica del smog.

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La limusina era preciosa. Lujosa. Asientos de cuero negro, un minibar. Mucho mejor que esa destartalada furgoneta de Stinky. Sí, The Runaways al menos estaba viajando con un nivel de lujo aquellos días. Pero algo había cambiado. No había charlas, no había peleas de soda, no había bromas. Estábamos ahí simplemente haciendo nuestro trabajo. En la televisión estábamos viendo el concierto Dark Side of the Moon de Pink Floyd. La canción era The Great Gig in the Sky. Nadie estaba hablando. Yo miraba la pantalla con ojos pesados y drogados. La luz bailaba en mi imperturbable rostro. Durante la canción, la voz de una mujer salió de la nada y de repente toda la canción se disparó. Este trepidante y hermoso lamento parecía venir de las profundidades de su alma. Sentí a Lita llegando a mí, tocándome el hombro. —¿Qué? —murmuré.

Lita sonrió, y dijo: —Tía, ¿por qué no puedes cantar así?

A medida que The Runaways fueron ganando éxito internacional, llegamos incluso a las revistas y las selvas de Indonesia. Don me escribió para contarme que una tarde en la escuela estaba en la cabaña de fumar, un edificio octogonal para que los estudiantes fumaran y se congregaran entre períodos. Él y sus amigos sólo estaban pasando el rato cuando un compañero de clase entró sosteniendo un póster de una revista de rock. Era de mí, en el escenario con mi corsé. El chico sostuvo el póster en alto para que todo el grupo lo viera. —¡Hey, Don! ¡¿Es esta tu hermana?! —dijo en voz alta, con un tono condescendiente. Don dijo: —No lo sé. Acércamelo. —El chico cruzó la sala, mostrando detestablemente su preciado póster. —Bueno, ¿lo es? —Se burló. Estaba intentando realmente cabrear a Don. Don dijo de nuevo tranquilamente: —Hmm, no estoy muy seguro… acércalo más. —Mientras la sala abucheaba y gritaba, el chico lo llevó justo hasta la cara de Don. En un instante, Don golpeó a través de la página, alcanzando al chico justo en la nariz. Sus rodillas se doblaron mientras permanecía aturdido y avergonzado.

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Don entonces cogió el póster y lo sostuvo en alto para que todos lo vieran. —Todo el mundo, esta es mi hermana —gritó orgullosamente—. ¡Su nombre es Cherie Currie y es una estrella de rock internacional! Me reí cuando leí esa historia, pero generalmente la prensa causaba montones de desavenencias. En Inglaterra, todos estaban sobre nosotras. El tipo de prensa que estábamos teniendo estaba causando problemas en la banda. Yo estaba en el vestíbulo de un hotel en algún lugar de este gris y frío país hojeando el último artículo de revista acerca de nosotras. Ugh, aquellas revistas eran tan estúpidas. Terminé de hojear la que estaba sosteniendo y dije: —No me gustan las fotografías.

—¡Oh, claro que no! —dijo Sandy con sarcasmo. La fotografía que usaron, justo como en todas las demás revistas, era una imagen en la que yo estaba parada al frente y en el centro. Las otras chicas estaban al fondo. El artículo en sí mismo era particularmente estúpido. ¡Las revistas de rock eran lo peor! Constantemente nos comparaban la una con la otra, no en términos de quién era la mejor compositora de canciones, o la música con más talento, sino quién parecía más ardiente. Quién era más guapa que quién. Sandy no era la única resentida por toda la atención que yo obtenía como la cantante principal. Todo el mundo estaba empezando a enfadarse conmigo, como si de alguna manera yo fuera responsable de cada estúpido artículo escrito sobre nosotras. Lita agarró la revista, y suspiró. —Sorpresa, jodida sorpresa —dijo—. Es el puto espectáculo de Cherie Currie de nuevo. Ni siquiera le di la cortesía de una mirada, pero ella siguió adelante de todos modos. —Realmente no te mereces todo esto Cherie. ¡Son gilipolleces! —Oh, dame un descanso Lita. No escribo esas malditas cosas… —¡Oh! Tú no las escribes, eso es cierto. Pero seguro como el infiero que te aseguras de estar parada al frente haciendo pucheros siempre que un fotógrafo está alrededor. ¡Maldita sea, esta no es ―La Banda de Cherie Currie‖, en caso de que no lo notaras! Es The Runaways… y la mayoría de nosotras estábamos aquí antes que tú estuvieras.

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—¡Cállate, Lita! —dijo Sandy—. Sólo hemos estado aquí una semana y ya estamos peleando. ¿Cómo crees que conseguiremos pasar dos meses si sigues así? No sabía si estar agradecida por la interferencia de Sandy o no. Lita podría haber sido una perra, pero al menos decía lo que pensaba. Las otras se contentaban con intentar actuar como si estuviéramos genial, pero no eran tan fantásticas escondiendo sus verdaderos sentimientos. Sólo los expresaban de otras formas. Con todo, tenía la sensación de que esta gira sería una pesadilla. —Te lo estoy diciendo, Cherie —replicó Lita—. ¡estás llegando a ser una constante jodida prima donna! —¡Tonterías! ¡No, no lo soy! —¿Oh sí? —Se levantó, y comenzó a contar los cargos contra mí con sus dedos—. ¿Quién exigió que Kim no viniera en esta gira?

—¡Oh! ¿Así que ahora quieres a Kim alrededor? ¡Te quejabas de él tanto como yo lo hacía! Ignorándome, siguió adelante. —¿Quién hizo pucheros y puso mala cara hasta que consiguió el asiento de ventanilla en el vuelo? ¿Quién sigue quejándose de que las canciones no están en su tono? —¿Y qué? ¡Las canciones no están en mi tono! —¡Tal vez si tuvieras un mejor rango vocal lo estarían! —Lita, tía. —Sandy se metió entre Lita y yo—. Estás empezando a sonar justo como Kim. ¿Por qué no sólo lo dejas por un rato? Todo el mundo cayó en silencio. Lita paró de despotricar y se sentó en la esquina más lejana del vestíbulo, brazos cruzados, espalda vuelta hacia mí. El silencio rápidamente se volvió incómodo. —¡No es culpa mía! —dije otra vez, con voz suplicante—. ¿Nadie me cree? Sin respuesta. Todo el mundo miraba a cualquier lugar salvo en mi dirección. —Joan —dije—. ¿Tú no me crees? Joan no se volvió para mirarme. Sin encontrarse con mi mirada, murmuró: —Sí. Por supuesto te creo. Kent Smythe, nuestro roadie8, llegó y dijo:

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—Vale, señoritas. Tengo las llaves de su habitación… Yo compartí habitación con Sandy en esa ocasión. Tan pronto como entramos a la habitación, encendió la televisión y comenzó a quejarse de la escasez de canales. Fui directa al baño y me encerré. En el dormitorio Sandy gritaba: —Cherie, no vas a creer esto. Sólo hay dos jodidos canales, ¡y uno de ellos está mostrando a un montón de vejestorios jugando dardos! ¡Maldita sea! Dejé la llave del hotel en mi bolso y luego metí la mano buscando un Placidyl. Me lo metí a la boca y tragué saliva. Grité para ver si Sandy quería ir a conseguir una bebida conmigo. Otro día se alzaba frente a mí, y me preguntaba cómo iba a superarlo.

En Glasgow, la audiencia nos gritaba, y se reventaban vivos a golpes unos a otros en los pasillos mientras tocábamos. Los desechos caían sobre nosotras, e hicimos nuestro mejor esfuerzo por esquivar los artículos más grandes sin dejar de golpear nuestras notas. Cuando una canción terminó y el escenario estaba sumido en la oscuridad, sentí un fuerte golpe a mis pies. Cuando las luces volvieron de nuevo, vi que era un enorme cuchillo de caza que había volado a través del aire, aterrizando a sólo centímetros de mis pies. Yo de hecho lo había sentido cuando se incrustó en el escenario. Sentí que mi sangre se helaba, y corrí fuera del escenario aterrorizada. En el backstage, le grité a Kent, quien estaba inútilmente tratando de calmarme. —¡Eso es todo, Kent! ¡No voy a volver ahí afuera! —Pero Cherie… ¡escucha! —¡Quieren matarnos! —Cherie… ¡Van a destrozar este lugar si ustedes no terminan el repertorio de canciones! —Luego vi a Joan irrumpir fuera del escenario con una mirada preocupada en su rostro. Corrió hacia mí, con su guitarra aún alrededor de su cuello. —¿Qué coño pasó? —Obviamente había visto el cuchillo sobresaliendo del escenario, y también se estaba cagando del susto. —¡No quiero volver ahí, Joan! —dije, al borde de la histeria—. ¡No quiero morir tocando en este estúpido espectáculo!

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—¡Mira! —intercedió Kent—. Hablaré con ellos. Los calmaré. Sólo son niños… Primero Kent salió al escenario y dijo que si continuaban tirándonos cosas, el espectáculo sería cancelado. Apenas podía oírlo entre los gritos y burlas. Luego Joan salió, amenazando con lo mismo, y se calmaron un poco. Después de unos tensos minutos, a regañadientes volvimos al escenario y terminamos el repertorio de canciones. A partir de ese momento, me aparté del borde del escenario, mis ojos peinaban cada centímetro de la audiencia. Estaba determinada a prevenir cualquier ataque más, en caso de que estuvieran planeando lanzar granadas, cócteles molotov, o cualquier otra mierda que arrojaran a las bandas que les ―gustaban‖ en este lugar agujero del infierno. Miré hacia abajo y todo lo que pude ver fue un mar de rostros, todos retorcidos por una máscara de rabia y odio. De repente, el odio sin duda, estaba de moda. Toda la

música con la que había crecido parecía pintoresca, incluso dulce. Estos niños estaban jodidamente locos. Pensé que lo había llevado al extremo, pero las audiencias aquí realmente me asustaban. ¡Me hacían parecer Cenicienta! Por el rabillo del ojo, noté algo destellando, suspendido en el aire una fracción de segundo. Luego salió hacia el escenario, y me di cuenta que era una gran botella de cristal. Golpeó la guitarra de Joan con un fuerte chasquido, se desvió, y luego se hizo añicos a nuestros pies. Llamé la atención de Joan, parecía tan enfadada y asustada como yo me sentía. Eso estuvo demasiado cerca. Cuando el espectáculo finalmente terminó, una docena de guardias de seguridad tuvieron que despejar un camino para sacarnos del recinto de una pieza. Nos apiñamos en nuestro camino hacia la limusina esperándonos, y me di cuenta que esto es lo que se debía sentir si eres un abominable prisionero aguantando el acoso de una multitud gritando en tu camino al tribunal. Manos desesperadas nos alcanzaban, intentando arrancar un trozo de nuestras ropas, un mechón de nuestro pelo, cualquier cosa que pudieran rasgar de nosotras para mantener como recuerdo. —¡VAMOS! —gritaban los guardias de seguridad mientras nos empujaban de camino dentro de la limusina y golpeaban la puerta detrás de nosotras. —Jesucristo —dijo Joan, su voz goteaba miedo y respeto. Mirando a través del parabrisas, pude ver el mar de niños gritando separándose un poco cuando la limusina comenzó a rodar lentamente hacia delante. Había un pesado y rítmico martilleo ya que la multitud de niños rabiosos golpeaba sus palmas contra el capó, el techo, las ventanas. —Siento como si estuviera en el último avión que sale de Birmania —dijo Jackie.

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—Yo también. —Estuve de acuerdo, aunque no tenía idea de qué estaba hablando. La limusina avanzó hacia delante, llegando a una parada cada pocos momentos porque la multitud bloqueaba el camino. El conductor tocaba la bocina y maldecía a nuestros locos fans a través del cristal tintado. Sandy sonrió, y me miró. —Tía, estoy pensando que quizás deberíamos lanzarte a ellos, Cherie. Hey, chicas… ¿creen que nos dejarán ir si les damos a Cherie? Todo el mundo se rió de eso, y yo me uní. Pero una parte de mí se preguntaba cuánto de eso era una broma. De repente me sentí como si tuviera catorce años de nuevo, saliendo con Marie y sus geniales amigas. En el exterior, mirando hacia adentro.

—¿Dónde demonios están los guardias de seguridad? —dijo Lita con desprecio cuando la limusina comenzó a moverse de lado a lado. Parecían haberse desvanecido, y la limusina ya ni siquiera avanzaba. De hecho, la multitud abarrotaba el vehículo desde todos los lados. Sentí calor, claustrofobia. El interior de la limusina se volvió oscuro cuando la multitud se presionó contra las ventanas, bloqueando toda la luz. Rostros, aplastados fuera de forma como máscaras de PlayDoh9, se presionaban contra los cristales. Bocas aplastadas gritaban y salivaban goteando el cristal, empañando hasta el exterior. Crestas de mohicano y cabezas rapadas, chaquetas de cuero y cadenas, y puños golpeaban el cristal. El rítmico balanceo de la limusina se volvió más y más intenso. Lado a lado. Como si intentaran voltearnos. Miré a Joan, y parecía enfadada y aterrorizada a la vez. —¡Esto realmente apesta! —dijo con una nota un poco histérica en su voz. El golpeteo se volvió más fuerte. Tenía esta terrible imagen en mi cabeza de que arrancarían el techo de la limusina como la tapa de una lata de sardinas, y luego nos arrastrarían a todas afuera, gritando, para despedazarnos. —¡Joder! —gritó el conductor de la limusina, y se precipitó hacia delante en un ataque de pánico. La multitud no se movió. La rueda izquierda se elevó del suelo. Jesús… la muchedumbre voltearía la limusina de un momento a otro.

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Con un sonido metálico, nos enderezamos. Detectando una oportunidad, el conductor pisó el acelerador de nuevo. Nos tambaleamos hacia delante una vez más y la multitud empezó a apartarse. Podía ver luz al final del largo y sombrío callejón en el que nos encontrábamos. A medida que salíamos, incluso sobre los aullidos y gritos de la multitud, escuché un espeluznante grito cuando la limusina rodó sobre algo sólido. Oh Dios. Me di cuenta en un momento de horror que habíamos atropellado a uno de los adolescentes que estaba persiguiendo la limusina. La limusina arrancó mientras todas mirábamos por la ventana trasera la multitud formándose alrededor del chico caído.

En Liverpool, las multitudes estaban igual de locas. Tocamos mientras botellas y basura llovían sobre nosotras como confeti. Para entonces estábamos acostumbradas. Actuábamos alrededor de ellas. Aprendí a cantar con un ojo ligeramente sobre la multitud para estar alerta por los misiles lanzados por la audiencia. Mientras me movía alrededor del escenario cantando, podía oír el cristal crujiendo bajo las suelas de mis plataformas.

Desde que la limusina atropelló al niño en Escocia, la seguridad había sido reforzada. Además de una barricada metálica, había una línea de roadies parados entre la audiencia y el escenario, en busca de potenciales problemas. En mitad de Born to Be Bad, la multitud se perdió. Parecían agitarse hacia delante como una unidad, y se hizo evidente que la audiencia se preparaba para hacer una irrupción. Las barricadas comenzaron a inclinarse hacia delante, y los roadies se apresuraron a apuntalarlas y empujar a los niños atrás. No sirvió de nada: hubo un estruendo cuando las barricadas cayeron y un mar de niños cargaron hacia el escenario, pisoteando a los roadies a su paso. Seguridad inundó el área y empujaron a los niños de vuelta, pero vi a uno de nuestro personal roadie siendo arrastrado debajo de una barricada. Más tarde descubrimos que su pierna fue rota en el tumulto. Scott se estaba riendo cuando nos contó eso. —¡No se preocupen por él! ¡El bastardo con suerte tendrá una inyección de morfina en el hospital!

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Después de nuestro espectáculo final en UK, estábamos física y mentalmente exhaustas. Al día siguiente teníamos que salir de Dover en ferri para tocar en París. Habían sido semanas de lluvia, frío, incómodas habitaciones de hotel, y públicos hostiles. Por encima de todo eso, estaba empezando a enfermarme. Levantarme por la mañana se estaba volviendo más difícil, y cuando lo hacía, a veces tenía náuseas más allá de las palabras. Una parte de mí se preguntaba si sería por las pastillas que estaba tomando, pero sí lo era, entonces era un efecto secundario que estaba dispuesta a tolerar. Si no tenía drogas que pudieran hacerme dejar de sentir por un rato, pensaba que tal vez me habría tirado por la ventana de uno de esos fríos y viejos hoteles Ingleses. Hacía semanas habíamos llegado, y hasta ahora sólo habíamos tenido dos días soleados. El resto del tiempo había estado frío, gris y húmedo. Soy una chica de California, necesitaba la luz del sol. Nunca me había sentido tan nostálgica. —¿Alguna vez se han preguntado…? —preguntó Jackie mientras la camioneta atravesaba la noche, dirigiéndose hacia el hotel—. ¿A dónde va todo el dinero? —¿No te dio Scott un diario hoy? —pregunté—. A mí me dio diez libras10. —Sí —dijo Sandy—. A mí también. Deberías pedírselo. —¡No! No me refiero a diez dólares aquí y allá. ¡Eso es dinero de bolsillo! Estoy hablando del dinero, el dinero real. Lita suspiró.

—Está pagando nuestras deudas, ¿recuerdas? Lo sabes. Debemos dinero a Mercury Records, las giras son caras, Kim ha estado poniendo toneladas de dinero en la promoción… —Todas las bandas tienen que hacer eso —respondió Jackie—. Pero no creo que tengan que confiar en las limosnas del manager de su gira para sobrevivir. —Bajó la voz a un susurro—. Kim le paga a Scott. Le paga a los roadies. No están aquí de gratis. Tienen un salario. —¿Y? —Rió Sandy—. Por supuesto que lo tienen. Están trabajando. ¡Si no les pagáramos, no tendríamos una gira! —Sólo pienso —susurró Jackie—. Que es un poco raro que el jodido manager de la gira esté haciendo más dinero que la banda. ¿No? El silencio cayó sobre todas. Jackie sacudió la cabeza. —Creo que un montón de gente se está haciendo rica a costa nuestra, y que estamos siendo timadas. Nadie tenía una respuesta a eso. Supongo que todas lo habíamos estado sospechando a nuestro modo, pero no había modo de probarlo, ni tiempo para intentarlo. Al final, todo lo que podíamos hacer era pretender que no estaba sucediendo. Seguir tocando, seguir grabando, e intentar hacer de The Runaways la mejor banda del mundo. Jackie podría haber sido culta, pero no habría sido mejor que ninguna de nosotras intentando decirle eso en voz alta a Kim. Sería despedida antes de que hubiera terminado la primera frase. —Bueno. —Rió Lita—. Esa es una manera de matar a una banda de rock. Privarlas de comida hasta la muerte.

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Estaba intentando ser graciosa, pero lo que había dicho en realidad tenía sentido. La verdad era que las bandas de rock no se separan; mueren. Del modo que iban las cosas en The Runaways, esa muerte prometía ser una particularmente violenta y fea. —¡Shhh! Miramos hacia arriba. Scott Anderson caminaba hacia nosotras. Todo el mundo volvió a lo que estaba haciendo: Sandy y Joan estaban escuchando música. Lita estaba tocando la guitarra. Jackie tenía la nariz metida en un libro. Scott vino hacia mí. —Hey, Cherie —dijo.

Miré fuera de la ventana, ignorándolo. Cuando sentí su mano en mi pierna, me ablandé un poco. —¿Estás bien? Lo miré. Estaba sonriéndome, viéndose preocupado. Me encogí de hombros. —Apuesto que no puedes esperar a salir de este basurero, ¿eh? Me reí un poco. —En eso tienes razón. Scott miró furtivamente a su alrededor para asegurarse que nadie más escuchaba. —Tú, eh, ¿quieres un poco de coca? —Claro. —Toma. —Presionó un frasco en mi mano. Era bastante—. Diviértete, y sólo pon lo que quede en tu estuche de maquillaje. Oh, pero guarda un poco, porque no sé qué tan fácil sea de conseguir en París. Asentí, y luego Scott estaba fuera haciendo las rondas, hablando con todo el mundo. Estábamos apagadas en nuestros propios mundos en estos días, sin hablar, sin ni siquiera mirarnos las unas a otras. La tristeza en la furgoneta esa noche era palpable.

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En el hotel en Dover, había vuelto a compartir habitación con Joan. Tomé un Placidyl y esperé esa sensación de agradable adormecimiento. No curaba el dolor que sentía por dentro, pero alejaba mi mente de él. Decidí pasar la noche mirando televisión, pero a medianoche los canales cerraron después de tocar el himno nacional Británico. Y luego fueron a pantalla de pruebas. Cambié de canal, y todo era lo mismo. Muerto. Muerto, muerto, muerto. Jesús, pensé, ¿David Bowie realmente era de aquí? Tal vez no estaba mintiendo cuando dijo que era un alienígena. Quería tomar otro Placidyl pero decidí que no. Había estado sintiéndome enferma últimamente, una rara náusea persistente que nunca parecía abandonarme. Había bajado una cantidad preocupante de peso desde el comienzo de la gira. No quería tomar demasiadas drogas en ese estado y terminar en coma o algo. Aunque consumía drogas me di cuenta que simplemente ya no era divertido. Las drogas se habían convertido en parte de mi rutina. Algo para despertarme. Algo para ayudarme a dormir. Algo para calmar mis nervios. Hubo una vez que fui capaz de despertarme, irme a dormir, y divertirme sin una pastilla o una raya para ayudarme

a funcionar. En estos días se sentía como si pudiera tener un colapso nervioso si no las tenía Me prometí que tan pronto estuviera de vuelta en casa, pararía. Sólo necesitaba esto para ayudarme a tratar con toda la mierda y el estrés de esta maldita gira. Tomó un rato, pero caí en un sueño caprichoso y superficial. Me desperté en medio de la noche. Joan estaba gritando. Encendí las luces y estaba sentándose en la cama, jadeando por aire. Tenía una expresión en su rostro que la veía tenerla de vez en cuando, como si quisiera llorar, pero fuera demasiado terca para hacerlo. Así que se enfadaba en su lugar. —¿Joan? ¿Joan? ¿Qué pasa? —Oh mierda… —dijo Joan—. Acabo de tener el sueño más loco. Fue terrible. —Joder, me asustaste hasta la muerte. —Lo siento, soñé que estábamos actuando. Yo estaba cantando Born to Be Bad… y entonces de la nada escucho ¡BLAMBLAMBLAMBLAM! Igual que una jodida ametralladora disparándose. Y siento mi cuerpo, simplemente sacudi éndose y en llamas. Como si fuera acribillada a balazos. Miro hacia abajo y hay agujeros de bala en toda mi guitarra, y hay… sangre. Sangre sólo derramándose de la guitarra. Y… y me vuelvo hacia ti, y las otras, y estoy gritando, ―¡Me dispararon! ¡He sido disparada!‖ pero nadie va en mi ayuda. Todas ustedes piensan que es parte de la actuación…

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Hablamos acerca del sueño, y la gira, y de todo lo demás hasta que Joan se quedó dormida de nuevo alrededor de las tres de la mañana. Yo sólo me quedé tumbada ahí en la fría y oscura habitación de hotel. Podía sentir el Placidyl aun nadando en mi cerebro, pero no era bueno. El sueño no llegaba. Me arrastré a una posición fetal y pensé en papá, la abuela, y sobre todo pensé en Marie. Todos ellos estaban en casa, acostados en sus propias camas. Más que nada en el mundo, también quería estar en casa, lejos de todo esto. La gira se extendía, infinita y aterradora. Oh Dios, quería irme a casa.

___________________________ CB GB : Fue un club emblemático del punk rock y el new wave en Manhattan, Nueva York. Las iniciales significan country, bluegrass and blues, por la música que se tocaba allí en sus inicios; y 1

OMFUG por other music for uplifting gormandizers (otra música para consumidores nacientes). Se cerró en 2006. Television: Banda estadounidense de rock de los 70, considerada una de las más importantes de la primera ola del punk en Nueva York. Fue la primera en tocar en el CBGB. 2

Talking Heads: Una de las bandas más representativas del rock new wave.

3

Los Ramones: Banda que lideró la primera ola del punk en Nueva York, siendo una de las más importantes de la historia del rock. 4

Keds: Marca de zapatillas de lona con cordones.

5

Cockney: Se le llama así a los habitantes de los bajos fondos del East End londinense. Tienen una jerga, acento y dialecto particular. 6

Smog: Forma de contaminación del aire. La palabra deriva de las palabras inglesas smoke (humo) y fog (niebla). 7

Roadie: Técnico que viaja con un grupo musical y se encarga de todos los aspectos de sus conciertos. 8

Play-Doh: Marca comercial de una pasta de modelar utilizada por los niños para hacer manualidades. 9

10 libras: Son unos 12.38 euros.

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Traducción SOS por Dai Corregido por Majo stábamos en el coche la mañana siguiente, sentados en una línea de tráficos en la orilla de Doverm, esperando a coger el barco de Calais, Francia. Scott nos había dicho que el concierto en Paris estaba agotado, y a pesar de la típica humedad, el cielo gris inglés, nuestros espíritus estaban bastantes altos. Se sentía bien estarse dirigiendo a un nuevo país. Teníamos algunos vehículos en un convoy, y la policía británica estaba yendo de auto en auto comprobando las cosas. Parecían realmente interesados en nuestro equipo de camino. —Son los walkie-talkies —me explicó Jackie—. Son ilegales aquí, a menos que seas policía. Es por eso que nos están revisando... Todos los que transportan equipos musicales los tienen. —Yo, por supuesto, no estaba interesada en las lecciones de cívica de Jackie. Estaba perdida en una fanzine británica, tratando de ponerme al corriente de los últimos acontecimientos en los buenos viejos Estados Unidos.

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Un hombre alto con una malformación, la nariz roja de bebedor y la boca torcida y amargada se acercó al coche. Él usaba un saco que lucía de trinchera y estaba al lado de dos policías británicos con uniformes completos. Golpeó la ventanilla de nuestro auto, y Scott la bajó. Hubo una breve conversación murmurada y luego Scott se giró hacia nosotras. —¡Volveré, señoritas! —dijo con una débil sonrisa. Cuando Scott se alejó para hablar con la policía, empezamos a hacer bromas. —Tal vez piensan que Scott está controlando un lugar de trata de blancas... —Tal vez lo hagan desnudarse para registrarlo. —No, normalmente tiene que pagar por esa clase de tratos. Después de unos momentos, un Scott ligeramente preocupado regresó al auto. El tipo feo con la nariz roja y los dos policías estaban con él. Abrió la puerta y dijo:

—¿Les importaría salir, chicas? —Aw, ¿qué mierda, hombre? —suspiró Joan. Ella estaba tratando de dormir en la parte trasera, usando su chaqueta de cuero como una manta. Continué leyendo, básicamente inconsciente del pedido. Eso fue hasta que una insignia fue dirigida ante mis ojos, rompiendo el hechizo. —¡Scotland Yard, salgan del auto! ¡Ahora! Eso atrajo mi atención, y de mala gana salimos del coche. Estaba helado y nos quedamos de pie temblando en la húmeda y gris mañana. —Inspector Hadley, Scotland Yard —dijo cortante el hombre feo, como introducción. Nos revisó, con repugnancia. Cinco chicas adolescentes usando camperas de cuero y tops de corte bajo con sus brazos doblados y miradas insolentes en sus cara lo miraron. Estaba segura que él pensó que estábamos vestidas demasiado extravagantes. Parecía el tipo. Probablemente pensaría que estábamos en la escuela, vestidas como señoritas. Ugh, que desagradable. Todos estaban sonriendo y tratando de lucir frescos. —¿Vaciarían sus mochilas, por favor? Fue hacia Sandy primero. No pensamos nada de ello hasta que, triunfantemente, sacó uno de esos secadores de pelo barato que proveen en los cuartos de hotel. No sabíamos que Sandy lo había tomado. Ninguno de nosotros se dio cuenta de que tenían un sistema de energía diferente en Inglaterra, que dejaba a nuestros secadores de pelo inútiles. Joan y yo habíamos comprado un adaptador pero Sandy debe haber pensado que sería más fácil tomar el secador.

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Nadie pensó que fuera una gran cosa; después de todo, ellos dejaban esas cosas en el cuarto de hotel... ¿y cómo se suponía que una chica haría un tour por Europa sin un secador de pelo que funcione? El Inspector Hadley le dio a Sandy una mirada asesina cuando sacó una llave de habitación, la sostuvo para que todos la veamos. —¿Qué estás planeando hacer con esto? —Se mofó de Sandy—. ¿Regresar al hotel y robar a gente inocente usando la llave de tu habitación? Sandy tartamudeó algo sobre cómo debe haber olvidado de regresarla. A todo esto, empecé a ponerme nerviosa. Sabía lo que podía encontrar cuando mirara el resto de nuestras mochilas. Hadley se movió hacia Joan. Silenciosamente,

él vertió el contenido de la mochila de ella en el capó del auto. Ella cruzó sus brazos y frunció el ceño ante la interrupción. —Entonces ¿qué es todo esto? —dijo a nadie en particular cuando más llaves hicieron ruido en el capó. Joan se encogió. —Um... son ¿llaves? —ofreció, nerviosa. Él siguió revisando. Encontró llave de hotel, tras llave de hotel, tras llave de hotel. Dieciséis en total. La cosa de las llaves de hotel, empezó cuando conocimos a Robert Plant en ese primer espectáculo en Starwood. Él nos dijo que coleccionaba las llaves de todos los hoteles en los que estaba durante el tour. Las exponía en cajas registradas, un recuerdo de cada lugar en el que había estado durante el tour. Todas pensamos que era una idea genial y empezamos a juntar nuestras propias llaves de hotel. Muy inocentemente, la verdad. Hadley hizo señas al otro oficial, y Joan fue llevada aparte con Sandy. —Les dije que era una idea estúpida —dijo Jackie a su forma pequeña-señorita-losé-todo- Joan le dio la mirada más asesina que logró. Lita se quedó quieta, por una vez. Ella también nos había dicho que era una idea tonta.

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Ahora Hadley vino hacia mí. Revisó todas mis pertenencias. Hombre, este bastardo era cuidadoso. Empecé a pensar que tal vez habíamos esquivado una bala aquí. Después de todo ¿cuánto se podrían molestar por tener unas estúpidas llaves de hotel? Treinta y dos llaves después, el inspector Hadley ha visto demasiado. Se enderezó y nos miró a todos nosotros con una sonrisa de malicia en sus labios delgados. Le sonreímos de regreso y de repente la sonrisa desapareció de su cara. —No sé cuáles son las leyes en el lugar del que vienen —dijo—, pero en Inglaterra este tipo de cosas son ilegales. Scott estaba a punto de decir algo, pero el Inspector Hadley lo cortó con su mano. —¡Pero son sólo llaves! —soltó Joan—. ¿Cuál es el problema? —Hmm —dijo Hadley—, sólo llaves. Ningún problema. ¡Ningún problema hasta el momento en que regresen al hotel y las usen para entrar a hurtadillas a las habitaciones y toben!

—¡Oh, despierta, hombre! —rió Sandy—. ¡Nos estás jodiendo! Entonces Hadley lució realmente serio. —No lo hago, niño —dijo solemnemente... y yo le creí. —Pero... ¡tenemos que tomar un barco! Tenemos un espectáculo en París esta noche... —Ya no. Vamos a tener que hablar de esto en la estación —dijo. Luego, mirando a los oficiales uniformados juntó todo alrededor nuestro—. ¡Arréstenlos! —No puedo creer esto —dijo Sandy por tercera vez en tres minutos—. ¡Estamos encerrados en la mierda de Scotland Yard! ¡Por unas llaves de hotel y un jodido secador de pelo! Joan y yo fuimos las únicas que habíamos estado coleccionando llaves de hoteles. Sandy realmente se había olvidado de devolver esa sola llave. ¿Y el secador de pelo? ¡Eso sólo era ridículo! Pero no importa cuán tonto parecía, el hecho era que ahora nosotras tres estábamos encerradas. Lita y Jackie fueron con Scott y Kent para tratar de encontrar una forma de sacarnos. Sandy y yo estábamos en una habitación austera y fría con un juego de literas que lucían sucias y suelo de cemento. No había ventanas. Cuando primero nos ingresaron, tuvimos que firmar una pila de papeles, ser fotografiadas, tomadas las huellas digitales, lo normal. Una de las oficiales trató de inspeccionarnos pero grité, lloré e hice tanto alboroto que lo olvidaron. Finalmente nos permitieron llamar a nuestros familiares. Me paré allí, sosteniendo el receptor plástico contra mi oreja y murmurando:

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—Por favor, atiende. Por favor, atiende —a mi misma. En el quinto toque, Marie contestó. —¡Marie! ¡Es Cherrie! —¡OH POR DIOS! —gritó Marie—. Justo estábamos mirando la tv, y están mostrando esa película llamada ―Amanecer: retrato de un adolescente fugitivo‖ y, como, ¿PUEDES ESCUCHAR ESO? Están tocando ―¡Cherry bomb!‖ ¡No, mierda! Hombre, esto es tan genial... ¡PAPÁ! ¡PAPÁ! ¿Cherrie está al teléfono! ¡Está llamando desde Inglaterra! —¡Por favor! ¡Marie! ¡Escúchame! ¡Estoy en la cárcel! —... ¡PAPI! ¡SÍ! ¡ES CHERRIE! ¡OH MI DIOS! —Ella estaba tan excitada por tenerme al teléfono que no estaba escuchando una palabra.

—¡Escucha! —repetí—. ¡Estoy en la cárcel! ¡Estoy en la cárcel! ¡ESTOY EN LA CARCEL !

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Inserción Fotográfica Traducido por Anne_Belikov Corregido por Majo

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—¡¿QUÉ?! ¿Qué dijiste? —¡¡¡ESTOY EN LA CÁRCEL, MARIE!!! ¡Pon a Papá en el teléfono! —¿Estás en DÓNDE? —¡PON A PAPÁ EN EL TELÉFONO! Marie se quedó en silencio. Cuando Papá finalmente tomó el teléfono, le dije que había sido arrestada luego de comenzar a balbucear sobre las llaves de la habitación del hotel, pero él me cortó. —Déjame hacer algunas llamadas, Gatita. Sólo cálmate. ¿Están tratándote bien? —Sí —dije débilmente. —Déjame hacer algunas llamadas. Espera ahí, gatita. ¡Todo estará bien! Como Joan recientemente había cumplido dieciocho, ella estaba siendo tratada aún peor que nosotras. La habían puesto en una celda real, del tipo que tiene barras. Podíamos escucharla gritando y llorando y enloqueciendo. Ellos la encerraron ahí primero, y mientras nos conducían a Sandy y a mí a nuestra habitación, Joan literalmente se lanzó sobre las barras como uno de esos locos chimpancés del zoológico, y empezó a agitarlas frenéticamente, gritando que la dejaran salir. El ruido había continuado por cuarenta minutos y mi corazón dolía por ella. Sus gritos eran primarios, desde la boca de su estómago. Sonaba torturada y asustada. Sabía que Joan podía tener claustrofobia y ser encerrada en una pequeña celda lejos del resto de nosotras debió haber sido inaguantable para ella.

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—Hombre —le dije a Sandy—. ¡Esto está bien jodido! Escuchamos los sollozos de Joan y los gritos haciendo eco en el corredor. Decidimos comenzar a golpear la puerta y gritar hasta que alguien, quien sea, la ayudara. De pronto el ruido se detuvo. Sandy y yo nos miramos mutuamente. Escuchamos pasos aproximarse. Entonces el pesado clunk de la cerradura se deslizó y la puerta colgó abierta. Ahí, con lágrimas en sus mejillas y una mirada triunfante en su cara, estaba Joan, flanqueada por dos muy molestos guardias. —¡Entra ahí! —ordenó uno de ellos. Ella corrió dentro y nos abrazó a Sandy y a mí. —Ahora, por favor ¿podrías terminar con el sangrante ruido? —gruñó el otro guardia, antes de azotar la puerta.

Horas pasaron. —¿Crees que nos van a mantener aquí toda la noche? —¡No! ¡No digas eso! Sandy frunció el ceño. —Esto realmente apesta. —Este había sido su continuo comentario en todo el tour Europeo. El guardia nos trajo algo de comida después de un rato. Cada una obtuvimos una taza de té, un simple huevo frito flotando en un mar de grasa amarilla, una rebanada de pan blanco y algunas uvas arrugadas. La comida era horrible, así que usamos las uvas para jugar rayuela y pasar el tiempo. Cuando el guardia regresó con otro guardia para recoger las bandejas, le pregunté si podría obtener otra taza de té y Sandy pidió otra rebanada de pan. —¡No! —gritó el primer guardia—. ¡Esto no es el Ritz, sabes! El otro guardia, un hombre mayor con un trapeador de hebras grises como cabello miró a su compañero con disgusto. —¡Oh, vamos! ¡Son sólo chicas, por el amor de dios! A este punto, ya se habían imprimido papeles para que firmáramos. Los papeles establecían que nos hacíamos cargo por lo que fuera encontrado en nuestro equipaje. —Si tu nombre está en ellos, eres responsable —murmuró el oficial. Firmamos la papelería y los oficiales cerraron la puerta de metal detrás de ellos. —Pan, ¿por favor? —pidió Sandy en su más patética voz. Joan y yo reímos.

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El primer guardia regresó a regañadientes con una tetera, me llenó otra taza, entonces lanzó una rebanada de pan envuelta en una servilleta a Sandy. Él no trajo azúcar y yo no la pedí. Cuando se fue, Sandy lo imitó con su mejor acento de Dick Van Dyke: —¡Este no es el Ritz, sabes! —y reímos extrañamente para nuestra situación. Esta atmósfera alegre fue breve. Duró hasta que recordé, cuando mi sangre se convirtió en hielo. Golpeé mi mano contra mi boca y me estabilicé a mí misma contra la pared. De pronto mis rodillas se habían convertido en gelatina. Joan y Sandy me miraron curiosamente. —¿Qué demonios está pasándote? —preguntó Sandy. —¡La coca! —susurré—. ¡Esa maldita coca! Joan vino hacia mí y puso sus manos en mis hombros.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué hay sobre la coca? Miré nerviosamente a la puerta de nuevo y luego siseé: —¡La coca está en mi maldito maquillaje! A esto, todas quedamos en silencio. Sandy pasó una temblorosa mano por su cabello. Joan empezó a pasearse por la habitación. —Tenemos que decirle a Scott —dijo Sandy—. Él puede sacarla antes de que la encuentren. —¿Y cómo demonios vamos a hacer eso? —me lamenté, curvándome en un ovillo en el suelo. Imaginé que pasaría el resto de mi vida en una pequeña celda inglesa como esta. ¡Una traficante de droga! ¡Ellos pueden encerrarte toda tu vida por eso! No pasaron ni cinco minutos antes de que la puerta se abriera de nuevo. Era ese viejo bastardo Inspector Hadley, el que había comenzado todo este desastre. Detrás de él estaba Scott Anderson, todavía llevando esa estúpida máscara de negocios suya y luciendo como un perro apaleado. Ambos caminaron dentro de la habitación y Hadley nos dio una mirada. Él me dio una mirada desagradable. —¡Abróchate la blusa! —me regañó—. ¡Perra vergonzosa!

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Me metí en la litera del fondo y presioné mi cuerpo contra la pared, lejos de la mirada del detective. Hice frenéticos gestos a Scott como si estuviera levantando una cuchara hacia mi nariz. Él sólo me sonrió sin decir nada. Finalmente supe que me había entendido cuando vi la sangre drenarse de su cara. Él se veía totalmente tembloroso. Hadley se había dado cuenta de la mirada en la cara de Scott. Cuando Scott sintió los ojos de Hadley en él, él aclaró su garganta y apuntaló: —A-aaparentemente el equipaje ha sido enviado a Calais ya… Por un momento pensé que todo estaría bien, pero entonces Scott continuó. —El Inspector Hadley me dijo que necesitaba ser confiscado por Scotland Yard y revisado. Así que eso significa… —Eso significa —interrumpió Hadley—. Que ustedes damas se quedarán aquí esta noche, hasta que el equipaje regrese a Dover mañana por la mañana. Una vez que lo hayamos visto, decidiremos cómo proceder. Comencé a hacerle señas frenéticamente a Scott otra vez. De pronto Hadley saltó de la litera inferior y puso su rostro cerca del mío. —Secretos, ¿eh? ¡No tenemos nada de eso aquí, jovencita! —Él se volvió y envió a Scott fuera de la habitación como a un sucio estudiante.

Cuando Scott regresó más tarde, fue con el guardia de cabello gris. El guardia nos dejó solos. Scott nos permitió saber que el equipaje estaba ya en Scotland Yard y que sería registrado en la mañana. Si había pensado por un segundo que él volvería con buenas noticias, estaba tremendamente equivocada. En lugar de eso él y Kent habían acordado algún extraño plan para irrumpir en la zona cercada donde se encontraba el equipaje y sacar la cocaína. —¡Es tu coca, Scott! —susurré desesperadamente—. ¡No puedo ir a la cárcel por tu coca! —Mi estómago tenía un nudo. Scott se quejó: —Si no podemos obtenerla ¡entonces no hay nada que yo pueda hacer! Sólo puedes esperar que ellos… ¡no la encuentren! —¡Tenemos que tener esperanza, Scott! ¡Porque voy a decirles la verdad si la encuentran! —¿Cómo no van a encontrarla, Scott? —preguntó Joan—. Todo lo que tienen que hacer es abrir su maquillaje y ahí está. ¡Tendrían que estar ciegos! Scott se quedó en silencio por un momento, pareciendo tímido. —¡Enserio, Scott, ¡ellos van a encerrarme por siempre si la encuentran! —¿Qué quieres que haga, Cherie? ¡Está fuera de mi alcance! Si pudiera hacer algo, lo haría. —¡Entonces diles que es tuya! ¡Tú me la diste! ¡Tienes que decirles eso!

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Scott me miró, y en ese instante supe que no tenía intenciones de hacer eso. —Es demasiado tarde —dijo—. Firmaste ese documento que decía que tomabas la responsabilidad por lo que sea que estuviera en tu equipaje. Es de esa manera. Sólo podemos esperar lo mejor, eso es todo. Antes de que pudiera decir otra palabra, él caminó hacia la puerta y tocó ruidosamente, tres veces. —¡Guardia! La puerta se abrió, y el guardia de pelo gris dejó salir a Scott. Me senté en la litera y derramé mis lágrimas. ¡Ese bastardo! ¡Ese patético hijo de perra! ¡Estaba dejándome caer por él! El guardia me dio una mirada de preocup ación antes de cerrar la puerta. Una vez que Scott dejó el edificio, el guardia regresó con tazas de té para todas nosotras. Se sentó a mi lado y me observó llorar y lloriquear por un rato. —¿Qué sucede, cariño? —preguntó él. Sacudí mi cabeza y lloré. No podía decírselo.

—Vamos —dijo—. No puede ser tan malo. Comencé a lloriquearle sobre cómo extrañaba casa y a mi familia. Sobre cómo preferiría estar en cualquier otro lugar del mundo que atrapada en esta estúpida celda. Sobre cómo eran el inspector y los otros guardias. Para cuando terminé, estaba sollozando, al borde de la histeria. —Va a estar bien —me dijo. Puso una mano en mi hombro—. Ya lo verás. —Sólo sorbí y negué con mi cabeza. No cuando ellos encuentren la cocaína de Scott, pensé. En algún momento de la madrugada, yo estaba descansando en la litera escuchando a Joan y a Sandy respirar suavemente. Los policías habían dejado las luces encendidas, así que Joan y Sandy habían tenido que dormir con sus chaquetas sobre sus cabezas. Dios, desearía poder dormir. En vez de eso, me sentí más agotada, con más miedo, cada segundo marcada por ello. Pensé que podía escuchar ratones en las paredes, royendo contra el expuesto ladrillo. Cada vez que comenzaba a caer dormida, algún lloriqueo o sonido hacía eco a través del edificio y me despertaba, paralizada por el miedo y la paranoia.

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No tenía idea de cuánto tiempo habíamos estado ahí. No había ventanas, sólo la luz fluorescente de las barras cayendo de la desvencijada celda. Fue sólo cuando ellos vinieron a traer el desayuno que supe que tenía que ser por la mañana. El guardia amable se aseguró de que tuviéramos comida extra. No podía comer. Estaba comenzando a mirar mi tostada fría cuando la puerta de la celda se abrió, y entraron el Detective Hadley, Kent Smythe, Scott Anderson y el guardia amable. Miré a Scott por una pista, pero él negó con su cabeza. Él todavía estaba en la oscuridad. Miré al guardia amable, quien me disparó una sonrisa amigable, como si dijera: —No te preocupes. —Miré al detective Hadley y sentí mi sangre correr fríamente. Él tenía una sonrisa en su delgada boca, y se posicionó a la mitad de la celda. Sentí corrientes de sudor frío formándose en mi frente y en mi labio superior. ¡Oh dios! Miré al guardia amable de nuevo y él estaba mirándome preocupadamente. Él podía ver que estaba a punto de desmayarme, vomitar o ambos. Él sabía que tenía miedo. Sabía que estaba preocupada porque estaría atrapada aquí por los próximos veinte años o más. Pero su rostro irradiaba calma, y esa sonrisa dulce nunca escapó de sus labios. Sus ojos permanecieron en mí mientras el Inspector Hadley comenzaba su discurso. —Bien —dijo, sonando ligeramente decepcionado—. Personalmente siento que ustedes chicas están en el camino equivocado. También presiento que están

escondiendo algo. Especialmente tú… —Él me señaló a mí—. Sin embargo, tanto como me gustaría dejarlas aquí un tiempo… parece que no pudimos encontrar nada en su equipaje para mantenerlas aquí. Personalmente pienso que tienen una maldita suerte, pero les daré una advertencia: voy a mantener un ojo en ustedes. En todas ustedes. Y juro que la próxima vez que hagan un truco como este en Inglaterra… las atraparemos. Ahora tomen sus pertenencias y salgan de aquí. Son libres de irse. Nos quedamos ahí, estupefactas. Miré al guardia amable y él me dio una sonrisa y un asentimiento. No lo entendí, pero tampoco quería estar alrededor demasiado tiempo hasta que averiguaran que era un malentendido y que querían arrestarme de nuevo. Agarré mis pertenencias y en mi camino hacia afuera el guardia susurró: —Cuida de ti misma, cariño. Fue entonces cuando me golpeó. Este guardia debió haber sido el que realizó la búsqueda. Debe haber encontrado las drogas, y entonces decidió ignorarlas. —Lo haré —le dije—. Y gracias. Gracias por todo… Cuando estuvimos de regreso en el auto, Sandy dejó exhalar un suspiro de alivio y dijo en un feo acento inglés: —¡Maldita sea! ¡Eso estuvo CERCA! —Rompí en una risa nerviosa. Nunca había estado tan aliviada en mi vida. Lita estaba esperando en el asiento trasero cruzada de brazos y con una expresión molesta en su cara. La primera cosa que nos dijo fue: —Genial, bien hecho. ¡Arruinamos el maldito concierto en París por culpa de ustedes tres y sus estúpidas llaves!

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—¡Oh, cállate Lita! —rió Joan mientras nos lanzábamos encima de ella. Scott saltó en el asiento del copiloto y se volvió hacia nosotras. —¡Díganle adiós a Scotland Yard, chicas! Y con un chirrido de caucho nos alejamos del mundo riendo en el auto. Todas excepto yo. Miré la parte trasera de la cabeza de Scott y de pronto se hizo claro qué tipo de hombre era realmente: un endeble. Débil y asustado. Comencé a pensar que tal vez mi papá estaba en lo cierto, después de todo.

Traducido por Purplenightlight Corregido por Majo espués del susto con las llaves del hotel, el resto del tour cojeo debajo de una nube negra —literal y metafóricamente— colgando de ella. El tour europeo se sintió como el mes y medio más largo de toda mi vida. Quería regresar tanto a casa que me quería morir. Nunca me había sentido así. Antes de unirme a The Runaways, nunca había estado fuera de California. Solo había estado en un avión una vez. Y de repente me encuentro a mi misma en extraños, países foráneos con una constante lluvia cayendo día y noche, y comida alienígena que me revolvía el estómago. Todo se veía diferente. Todo se sentía diferente. Y no era como que podíamos ir a ver y tratar de conocer los países en los que estábamos; corríamos de avenida en avenida, de cuarto de hotel en cuarto de hotel, todo el tiempo. No importaba que estuviéramos en Francia; igual pudo haber sido Paris, Texas. Todo se veía igual si lo veías a través de una ventana de un carro o autobús en movimiento.

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El miedo era lo más difícil con lo que se tiene que vivir. El miedo de que algo terrible pase. Los fans eran agresivos y enojados, y de hecho empecé a creer que eventualmente un loco en la audiencia iba a abrir fuego contra nosotras como en el sueño de Joan. Nunca paso, pero las botellas, monedas, escupitajos, y otros proyectiles que caían encima de nosotras eran implacables. Y lo peor de todo, es que tan pronto como llegamos a Europa, me empecé a enfermar —de verdad enferma, no solo de nostalgia. Me levantaba sintiendo nauseas, y se volvían peor durante el día. Creí que era la comida —algo en la carne de cordero o venado o cualquier otra mierda con la que nos estaban alimentando allá. Me empezó a preocupar que algún tipo de bacteria mutante me estuviera comiendo desde adentro. No importaba donde estábamos, o que era lo que estaba comiendo, siempre sentía que estaba al borde de vomitar. Mientras nuestro tour se desarrollaba tenía nauseas todo el tiempo. Todo lo que se necesitaba era el mínimo olor de perfume o comida, y tenía que correr al baño más próximo y aferrarme a la porcelana por mi vida. Con toda la náusea y la comida inapetente, empecé a perder más y más peso. Mis ropas se empezaron a sentir más holgadas. Había oscuros

anillos debajo de mis ojos, y escondidos detrás del maquillaje empezaron a parecerse a un cadáver. No recibía mucha simpatía de la gente a mí alrededor. La solución de Kent Smythe fue poner una cubeta a un lado del escenario en caso de que tuviera que vomitar mientras estaba en el escenario. Era una sensación demasiado extraña estar en el escenario en un corset enfrente de miles de fans Europeos gritando mientras todo en lo que podía pensar era: “¿Dónde está la cubeta?” La audiencia no lo notaba. No les importaba. Todo lo que sabían de The Runaways era la imagen de prensa que Kim Fowley había creado —las rudas, no-me-importa-una-mierda furiosas adolescentes. Ellos no sabían lo mal que me sentía, y no podía dejarles saber. Este era mi trabajo; Yo era la Cherry Bomb. De repente, ser una estrella de rock de dieciséis años se estaba convirtiendo en un menudo rollo. Si creí que podía tener algo de simpatía de Scott Anderson, estaba totalmente equivocada. Mis peores sospechas acerca de su personalidad después del incidente de Scotland Yard fueron confirmadas mientras el tour continuaba. El hombre con el que había vivido antes de este tour, el hombre que me había sostenido en sus brazos, y me había dicho que realmente le importaba, me trato como si fuera una inestable hipocondriaca. —¡Solo extrañas tu casa! —me gritó cuando le dije que estaba demasiado enferma para actuar esa noche—. Y te estás poniendo físicamente enferma debido a eso. ¡Joder, Cherie, todo está en tu cabeza! ¿No puedes calmarte maldita sea y tratar de disfrutarlo?

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Era difícil creer que alguna vez pensé que amaba a este hombre. Pero ahora me estaba tratando como su molesta hermana pequeña. Mientras lo veía ligar con las otras chicas, sospechaba que también se estaba acostando con ellas. Quizá fui la idiota por tragarme su mierda, y no escuchar a los consejos de mi papá. Cuando esto se me vino a la mente, los ojos se me llenaron de lágrimas. ¡Papá intento decirme! Y estaba tan enamorada de Scott que lo ignore. Papá nunca había estado tan aliviado como estaba el día que les dije que me movía de regreso a casa, una semana antes del tour Europeo. Tan pronto como lo dije, se subió al auto y manejo a la casa que estaba compartiendo con Scott. En minutos, pareció, que había empacado mis cosas. La manera en que mi padre hablaba de Scott y Kim, creo que a él le hubiera gustado meterlos en la cárcel. —Confió en ellos tan lejos como pueda lanzarlos, gatita —me dijo, sus ojos azules brillaban con furia—. Ellos no están bien. He lidiado con muchos como ellos en toda mi vida. Maldición, ¡necesitan que les disparen, eso es lo que necesitan! Quiero decir, mi papá no sabía ni la mitad de las cosas que pasaron mientras estaba de gira con la banda. Pienso que él esperaba que algún adulto responsable estuviera

cuidándonos… No, si papá hubiera sabido de las drogas, el alcohol, las noches hasta tarde, y el abuso verbal y mental que tenía que soportar a manos de Kim y sus compinches, hubiera estado fuera de la banda en un latido. Papá hubiera enloquecido. Kim hubiera tenido que hacer audiciones a nuevos cantantes. Hasta este punto, parecía bastante importante para mí mantener todo esto debajo de envolturas para que pudiera continuar al frente de la banda. Pero mientras este largo, miserable tour continuaba, me preguntaba si mi corazón seguía en esto. Mis nauseas estaban desalentando al resto de la banda. Estaba cansada e irritada y frecuentemente no quería salir o hacer nada. Demonios, no quería ni siquiera estar cerca de gente. Incluso Joan se estaba cansando de mí. Sabía lo que Scott estaba susurrando de mí, diciéndoles a los demás que estaba fingiendo mi enfermedad. Sentía genuina animosidad de los otros en la banda, pero estaba demasiado enferma, cansada y deprimida para intentar arreglarlo. En el fondo no los culpaba. Sentía como se sentía con Jackie quejándose de estar enferma. Eso era una carga. Me estaba convirtiendo en una carga. Recordaba que antes de que el tour Europeo comenzara, cuando aún vivía con él, Scott se resfrió. Tú podías pensar que le había dado malaria por la forma en que se quejaba. Se quedaba en cama, gimiendo y gruñendo, y yo le traía tazones de caldo de pollo y té caliente con limón. Incluso en esa época me apagaba. Se suponía que debía de ser el hombre, y verlo actuar como una patética mariquita de verdad me hacía perderle respeto. Volví a pensar en eso cuando Scott me jalo a un lado para discutir: ―¡Maldita sea, Cherie! ¡No puedes dejar esta mierda! ¡Estás arruinando todo el maldito tour para todos con tus gimoteos! De verdad, lo que sea que te esté molestando. ¡Necesitas SUPERARLO!‖ —Pero, Scott. ¡No puedo superarlo! ¡Estoy enferma! ¡De verdad estoy enferma!

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Scott gruñó y agitó la cabeza. —¡Estas enferma de tu maldita CABEZA! —escupió antes de salir. —Pero Scott… —dije, pero era demasiado tarde. Scott se había ido, y no había nada que pudiera hacer.

Cuando finalmente regresamos de Europa, estaba enferma, cansada, débil y desmoralizada. Mi familia estaba tan feliz de verme que no vieron que tan delgada estaba. Un día me pese en la vacila del baño y me di cuenta que pesaba noventa y cinco libras. Eso era demasiado flaca, incluso para mí. Unos días después de que regrese a casa, estaba ayudando a la abuela a trapear el piso cuando empecé a llorar por ninguna razón. Empecé a pensar que estaba

perdiendo la cabeza. Regrese del tour Europeo siendo un desastre emocional y físico. Noté algo también. Eran mis pechos. A pesar de mi perdida dramática de peso… se estaban volviendo más grandes. Creí que lo estaba imaginando al principio, pero no había forma de negarlo. Eso me hizo sentir un poco mejor, al menos. Quizá era por parte de mí. Ella estaba bien proporcionada, así que creí que esa podía ser la razón. El pensamiento me divirtió. Eso tiraría a Lita a través del techo. Ella ya odiaba el hecho de que fuera más delgada que ella, y tuviera más atención que ella en la prensa. Aun así estaba bastante orgullosa de sus pechos. Si yo tuviera pechos también eso la volvería loca. Me sentía mal, pero el pensamiento de la cara que pondría Lita si un día llegaba a un ensayo con pechos casi me hacía sentir mejor. Miré lejos del espejo. Podía oler algo flotando en el baño… La abuela estaba en la cocina. Tan pronto como el olor me llego, mi estómago se torció y sentí el color escapar de mi cara. Oh Dios. Marie empezó a golpear la puerta. —¡Vamos, Cherie! ¡Tenemos que empezar a alistarnos! Esta noche Marie, Vickie, y yo se suponía que íbamos a ir a un club en la calle Odissey, un infame club de baile gay en Beverly y Gower. Como el Starwood, y el lugar estaba dirigido por Eddie Nash, y había atraído muchas caras familiares de la vieja escena English Disco. Esta noche, nada menos que Chuck E Starr iba a estar de DJ. Seguí a Marie al dormitorio, no sintiéndome lista y cansada. Vickie estaba escuchando canciones, descansando en la cama. Dije hola. No sintiéndome bien, Marie decidió ayudarme a escoger algo que ponerme. Empezó a rebuscar en el closet, sacando conjuntos potenciales.

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—¡Hey! Cherie… ¿Por qué no te pones el overol negro? Se ve genial en ti… Lo sacó del closet y me lo paso. Me vi a mi misma en el espejo, y temblé. Me veía muy mal. —Hombre —murmuré—. No importa que tanto maquillaje use, no puedo deshacerme de estos círculos bajo mis ojos. Marie y Vickie se acercaron y observaron mi cara. —Te ves bien, Cherie —me aseguro Vickie. Marie no dijo nada; en cambio fue al closet y seguí sacando más ropa. Me metí en el overol y lo abotone. La cintura y el trasero se sentían flojos debido al peso perdido. Pero mientras continúe abotonándolo, de repente las cosas se pusieron muy ajustadas alrededor del pecho.

—¡Jesús! —Me reí—. ¡Mira esto, Marie! ¡Abotonar encima de estas cosas! Los ojos de Vickie se abrieron a punto de salirse de sus orbitas. Se acercó. —¡DEMONIOS, Cherie! ¡Estoy celosa! ¡Pareces una Conejita Playboy! Ella estaba en lo correcto. Era tanto así que no reconocía mi propio cuerpo. Nunca me había visto así. Parecía un extraterrestre. Extraño. Me volteé de lado y vi mi perfil. Pechos grandes iba a tardar en acostumbrarme a ellos; este parecía el cuerpo de alguien más. No podía abotonar el overol hasta arriba, así que lo deje escotado. Me volví a ver de frente. Tenía que admitir que mi cuerpo se veía bien. Era mi cansada y demacrada cara que no encajaba en la foto. —¿Chicas? La abuela nos llamaba desde la cocina, sacándome de mis pensamientos. —¿Qué pasa, abuela? —¿Están hambrientas? Hay algunas salchichas y chucrut si les interesa. Tenemos suficientes… ¿Alguien quiere? Tan pronto como escuché eso, las náuseas me pegaron. Me puse fría, como si un balde de agua fría lo hubieran tirado en mi cabeza. —¡Mierda! —Corrí por y me tiré en la cama con mis ojos cerrados fuertemente, tomando respiraciones profundas. Lentamente, empecé a controlar las náuseas. —Hey… Cherie. ¿Estás bien? —preguntó Marie.

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Todo lo que podía hacer era descansar ahí y sacudir mi cabeza. Cualquier movimiento repentino, hablar, sabía que iba a vomitar. Sentía mi boca llenarse con saliva y mis tripas inestables. Marie se acercó y se hincó junto a mí. —Estas tan blanca como la sabana —susurró. Seguí respirando. Después de unos momentos pude hablar. —No puedo salir hoy. Estoy muy enferma. Perdón. —Shhh. —Marie gentilmente puso una mano en mi pegajosa frente—. Está bien. Me quedaré aquí contigo. Está bien. Escuchando esto, Vickie agarró su bolsa. —¿Tu tampoco vas a salir?

—No. Creo que me quedaré en casa, también. Cherie no se siente bien. Tú ve. Está bien… Con un suspiro exasperado, Vickie dijo adiós. Pude gruñir cuando se iba. Cuando las náuseas se fueron, me volví a cambiar y logré ir a la sala de estar. La abuela, Papá, Tía Evie, y Marie estaban en el estudio. La familia estaba sentada alrededor de la televisión con bandejas, viendo Tres son Compañía. Sonreí brevemente antes de sentarme en el sofá. Cubrí mi nariz y boca debido al olor que la comida desprendía y mandaba ondas a través de mi cuerpo. Cerré mis ojos, y el rugido estático lejano de aplausos lleno la habitación. —¿Cherie? Abrí un ojo, y miré. Mi tía Evie volteó a verme y dijo: —¿Estás segura que no quieres salchichas? ¡Están deliciosas! Y el chucrut… ¡Es lo que las hace tan buenas! Segundos después estaba en el baño, vomitando. Apenas si lo logré antes de que saliera de mí, una onda de líquido caliente. El vómito era violento, y duro mucho tiempo. Mi cuerpo completo se convulsionaba por la fuerza. Lagrimas corrían por mis mejillas. Cuando por fin se detuvo, descanse mi cabeza a un lado de la taza del baño tratando de controlar mi respiración. Marie entró, y puso una toalla húmeda y fría en la parte de atrás de mi cuello. —Cherie… ¿Qué te pasa? —preguntó, con miedo en su voz. Volteé a verla, con lágrimas aun en mis mejillas. Estaba temblando.

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—No lo sé, Marie… —dije—. ¡De verdad no lo sé! Estaba a punto de empezar a llorar. Pero antes de que pudiera, el vómito comenzó de nuevo.

Traducido por Aria25 Corregido por Majo i enfermedad no tenía permitido interferir con la programación de The Runaways. Tan pronto como fuimos a casa después de la gira por Europa pareció que nos enviaron de vuelta al estudio para grabar nuestro segundo álbum. Kim no creía en darle al público general tiempo para cansarse de ti, supongo. Esta vez teníamos un productor real, un hombre de pelo largo llamado Earle Mankey quien tocaba la guitarra para Sparks y supuestamente había producido muchos discos geniales, incluyendo cosas de los Beach Boys. Actualmente estábamos grabando el álbum en Brothers Studio —el estudio de grabación de los Beach Boys en Santa Monica. Sin embargo, el hecho de que había otro productor presente no significaba que Kim no siguiera despotricando y desvariando desde los márgenes, y haciendo de la vida de todo el mundo un auténtico infierno. Este álbum fue mucho más trabajo que el primero. En cierto modo, casi prefería el enfoque de Kim. Había algo que decir para solo conseguir a todo el mundo correr a través de las canciones en vivo en el estudio y terminar el álbum en un tiempo record. En esta ocasión, pasábamos días en cada canción, perfeccionando el sonido de la batería, consiguiendo las líneas del bajo justo así, doblando las guitarras. Esta podría haber sido la forma en la que se hacía profesionalmente, pero todo el proceso se volvió tan aburrido como el infierno.

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Además de esto, la atmósfera era muy diferente. Las cosas se estaban volviendo rápidamente agrias dentro del grupo. Las tensiones y las rivalidades que dejamos a un lado durante el primer álbum y la gira estaban ahora fermentándose, a punto de explotar. Cada día había una nueva pelea, mayormente sobre los arreglos: quién tocaría qué, quién cantaría qué. Cada vez que yo cortaba una vocal, Lita estaba lista para destrozar mi actuación, igual que una mini Kim Fowley. Ahora que teníamos un productor ―real‖, el proceso se había convertido doloroso, laborioso. Había un montón de tiempo para sentarse a leer revistas. En este día en particular, eso era exactamente lo que yo estaba haciendo —leer el último número de Crawdaddy, que resultó tener una buena gran portada de The Runaways. La portada era genial e icónica: estábamos todas ahí, conmigo en el centro usando un chaleco dorado brillante. Parecíamos duras, juguetonas y guays. Lita, Joan y Sandy estaban apuntando con pistolas de agua a la cámara. Jackie disparó un tirachinas

directo fuera de la imagen. Imágenes como estas estaban ayudando a hacer The Runaways un nombre conocido en América —por lo menos en cada hogar con un adolescente en él. Pero el contenido del artículo era otro asunto. Mientras lo leía, sentí los pelos en la parte de atrás de mi cuello levantarse, una sensación de malestar viniendo sobre mí. Este periodista había estado viajando con nosotras por un tiempo, pasando el rato con nosotras en el backstage, incluso vino a casa conmigo en una ocasión. Realmente había parecido como que le gustábamos, y después de un tiempo fue como que nos olvidamos de que incluso estaba ahí. Tal vez habíamos bajado la guardia un poco demasiado. Habíamos esperado un buen artículo, o por lo menos uno positivo. En su lugar, tan pronto como se fue de nuestra gira, regresó y escribió un artículo que absolutamente nos destrozaba. ¡Nos destrozaba! Él nos llamó quejicas, estúpidas; básicamente nos hizo pareces como un montón de niñas incompetentes. Joan estaba furiosa. —¿Cómo pudo ese bastardo decir esas cosas de nosotras? —Ella echaba chispas. La recuerdo diciéndome que nunca confiaría en un periodista otra vez. Pero aún peor que la traición de nuestra confianza del periodista fue la traición de nuestro propio manager. Había una sección del artículo donde el periodista había preguntado a Kim cómo era trabajar conmigo. ¿La respuesta de Kim?

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“Manejar el ego de Cherie Currie es como que un perro te orine en la cara.” Un nudo formándose en mi garganta, continué leyendo. “La mejor cosa que podría pasarle a esta banda.” Decía Kim. “Sería si Cherie se colgara a sí misma de la barra de una ducha y ponerse a sí misma en la tradición de Marilyn Monroe.” Habíamos estado grabando un tema llamado ―Midnight Music‖ durante todo el día. Era una de mis canciones nuevas favoritas —un poco más melódica que lo de siempre de The Runaways. Sin embargo, oír las mismas partes de guitarra otra vez, y otra vez, y otra vez estaba volviéndonos locas. Pero de repente no podía escuchar más la música. Todo lo que podía oír era mi voz gritando en mi cabeza. Miré la revista, estupefacta por la maldad de lo que Kim había dicho. Mis manos empezaron a temblar, y me encontré mirando fijamente esa fea imagen de Kim sonriéndome desde las páginas de las revista. —¡Cherie! —llamó el ingeniero—. ¡Estamos listos para poner unos vocales! —Miré por encima de él, sentado enfrente de la vasta mesa de mezclas como el capitán de una nave espacial de ciencia ficción. Miré de vuelta a la revista en mis frías, temblorosas manos. El resto de las chicas estaban sentadas alrededor, cansadas y

cabreadas. Los nervios de todo el mundo estaban al borde por el meticuloso proceso de conseguir cada tema de esta canción perfecto. Los ánimos estaban quemándose. Joan vino a donde mí y puso una mano en mí hombro. Ella podía ver que estaba realmente molesta, y sabía por qué. —Vamos, Cherie. Es solo Kim. ¡Sabes que está lleno de mierda! Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos a medida que continuaba leyendo el artículo. De repente algo estaba muy claro para mí: necesitaba metacualona 19. Necesitaba uno ahora mismo. Pero sabía que se me había acabado, y ni siquiera tenía dinero para conseguir más. Pero necesitaba uno; de lo contrario me iba a perder a lo grande. Había una botella medio-bebida de Jack Daniels20 en el estudio, y consideré agarrarlo y tomarlo con rapidez. Necesitaba algo, lo que sea, para amortiguar como me sentía en ese momento. —Ese hijo de puta... ¿cómo pudo decir una cosa tan horrible? ¡Dijo que me quiere muerta! —Logré balbucear mucho y luego como un maldito bebé, me puse a llorar. Intenté cubrir mis ojos, pero por supuesto todo el mundo lo vio. Podía sentir mis mejillas ruborizarse de vergüenza, pero no pude evitarlo. Lita alzó las manos con desesperación. —¡Puta! —gritó—. ¡No puedo aguantar esto! ¿Vas a cantar o vas a sentarte ahí llorando como un jodido bebé? Esa era Lita. Siempre podía confiar en ella en un momento de crisis. —¿HAS VISTO ESTO? —bramé, levantando la revista y agitándola en su cara.

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—¿Sí? —Se encogió de hombros—. ¿Qué pasa? —¿Leíste lo que Kim dijo sobre mí? Lita echó el pelo hacia atrás y se rió. —Sí. ¿Y qué, Cherie? Es solo un estúpido jodido artículo de revista. Lita estaba en un humor peor que de lo usual. Ella odiaba la dirección que el nuevo álbum estaba tomando. Si lo hubiera hecho a su manera, estaríamos tocando hard Metacualona: es un medicamento sedante-hipnótico similar en sus efectos a un barbitúrico, un depresivo general del sistema nervioso central. Su uso extensivo ocurrió durante la década de 1960s y 1970s como un hipnótico, para el tratamiento del insomnio, y como sedante y relajante muscular. También ha sido usada ilegalmente como droga recreativa, comúnmente conocida como Quaaludes 20 Jack Daniels: Marca de Whisky. 19

rock. Pero este álbum se estaba volviendo de un sonido más pop y refinado que el primero, y eso le volvía loca a Lita. Además, Earle Mankey estaba haciendo doblajes de guitarra en algunas de las pistas, algo que Lita tomó como algo personal. Su último motivo de discordia era con la canción que yo había co-escrito, ―Midnight Music‖. Ella pensaba que era ―mariquita-culo de mierda‖, como bien había señalado. En un intento de llevar el disco en una dirección ―más dura‖, Lita luchó con uñas y dientes para conseguir una terrible canción blues-rock llamada ―Jhonny Guitar‖ en el álbum. Era, en mi opinión, una de las peores canciones que The Runaways había grabado alguna vez. Ahora que vio que estaba llorando, Lita se puso de pie gritando, empujando a casa su ventaja. Sandy se metió entre nosotras, lista para interceder y calmar las cosas. Cada vez que Lita empezaba así, me ponía muy nerviosa. En la última gira se había puesto como loca y asaltó físicamente a Jackie. Estaban compartiendo una habitación, y Jackie había estado hablando demasiado alto al teléfono mientras Lita estaba intentando dormir. La solución de Lita fue extraer el teléfono de la pared y tratar de estrangular a Jackie con el cable. El productor miraba, acostumbrado a este tipo de drama. La sesión había sido dolorosa, y la banda en su conjunto era extremadamente frágil. El pobre viejo Earle Mankey se limitó a mirar al espacio con su expresión de solo-otro-día-en-la-oficina en su cara. Lita agarró la revista de mí y echó un vistazo. Luego lo tiró al suelo. —¡Él tiene razón sobre tu ego! —escupió—. ¡Siempre en el centro de cada maldita sesión de fotos! ¡Siempre consiguiendo la mayor entrevista en cada maldito artículo!

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—¡Eso no es culpa mía! ¡Yo no pido eso! Sandy se abrió paso en medio de nosotras. —¿Van a callarse simplemente y seguir? ¡Hemos estado aquí todo el día haciendo esta jodida canción!¡Quiero tenerlo hecho ya para que podamos irnos a casa! Mi garganta estaba ardiendo por todos los gritos. Intenté tener mi respiración bajo control, pero la rabia, frustración, y el dolor no paraban. Sandy abrió la puerta de la cabina de sonido y dijo suavemente: —Vamos, Cherie. ¡Olvida el artículo! Vamos a terminar con esto… —Se paró ahí expectante, esperando a que entrara y grabara mi vocal. Negué con la cabeza. —¡No puedo cantar ahora! —sollocé—. ¿Cómo puedes esperar que cante?

—¡Ves! —Lita gritó triunfantemente—. ¿Qué he dicho? ¡Todos tenemos que ir con el jodido horario de Cherie! Incluso Jackie había dejado cualquier libro que estaba leyendo y cogió el desecho Crawdaddy del suelo. Estaba hojeándolo mientras todo esto estaba pasando. Levantó la vista de él ahora, negó con la cabeza, y silbó. —¡Vaya! ¡Cosas muy fuertes aquí! Ni siquiera sabía que Kim y tú estaban peleando, Cherie. —Me arrojó la revista de vuelta. —Yo tampoco… —sollocé. —¡No lo estamos! —Una voz conocida resonó desde la entrada. Kim estaba allí de pie, observando todo esto irse abajo con una expresión divertida en su rostro. Empecé a temblar cuando lo vi. Irrumpí y empujé la revista justo en su maldita cara. —¡Explica esta mierda! —grité. Kim sostuvo la revista entre dos dedos, como si estuviera cubierta de mierda de perro o algo. Miró hacia mí, sonriendo esa torcida sonrisa suya. Luego con esa voz oh-tan-condescendiente suya, dijo: —Esto, Cherie, es lo que llamamos controversia. Esto es publicidad. ¿Qué era eso que Andy Warhol dijo? “No presto atención a lo que escriben sobre mí... simplemente lo mido en pulgadas.” Esta es una historia jugosa para que los fans babeen, nada más, nada menos. —Con eso, dejó caer la revista en un cesto de basura. —¿Pero... pero por qué?

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—¿Por qué? ¿Por qué no? ¡Fue allí! Este idiota quería escuchar algún cotilleo interior sobre The Runaways, así que fabriqué alguno para él. Deberías de estar contenta, Cherie. Debido a esa pequeña cita, tenemos un artículo dos veces más largo, ¡y la mayor parte se centra en ti! ¡Se llama vender discos, querida! Kim se inclinó, y posó una mano torcida en mi hombro. —Son solo negocios —dijo con una sonrisa desagradable—. Solo estamos vendiendo discos aquí. —¡Bien! —escupió Lita—. ¡Se han besado y se han reconciliado! ¡Tal vez ahora puede conseguir su culo de vuelta a ese puesto y terminar esta jodida canción! —¡Por supuesto que va cantar! —susurró Kim, todavía con esa sonrisa de comemierda en su rostro.

—No quiero —dije, incapaz de incluso hacer contacto visual con él. De repente la sonrisa desapareció del rostro de Kim. Lo sentí enderezarse, y miré hacia arriba para ver sus cejas curvarse mientras él me miraba con una mirada asesina. —No te tiene que gustar. —gruñó—. Solo tienes que cantar en el jodido micrófono. —¡Kim! —Interrumpió Sandy—. ¿Por qué no la dejas sola? Ella ha tenido suficiente por hoy. ¿Está bien? Kim se volvió a Sandy. —¡No, perra! —espetó—. No está bien. Pero… le dejo tomarse cinco minutos, luego cantará como una diosa, ¿no es así, Cherie? —¡No eres mi dueño! —solté. Kim se rió de eso. —A todos los efectos, lo soy. Tú estás arrendada a mí, y mientras esté alquilando tu cerebro pueril de dieciséis años, vas a hacer lo que yo te diga. ¡Este grupo es MI grupo! Este grupo es MI creación, ¡y no quiero saber nada más de estas quejas de vómito-de-perro! —¡Entonces trátame como a un ser humano! —murmuré—. No soy un jodido perro.

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—Si vas a aprender algo —siguió, ya arriba en su maldita tribuna improvisada—. ¡Entonces es mejor que dejes de ser tan rebelde! Si quieres rebelarte, vuelve a tu clase de matemática del instituto y maldice a tu profesor. Vuelve atrás y únete a las otras hordas de adolescentes de muerte-cerebral, sin esperanzas de todo el país. Si esa es la vida que quieres, entonces eres jodidamente bienvenida a ella. Pero si quieres ser una superestrella, ¡mejor aprendes a cerrar tu jodida boca y absorbe todo lo que tengo que enseñarte! Señalé con un dedo acusador hacia él. Una horrible imagen destelló en mi mente, algo que había estado intentando dejar fuera durante mucho tiempo. Era la imagen de Kim, desnudo en la cama con Marcie, diciéndonos que nos iba a enseñar como follar. —¡TÚ-NO-PUEDES-ENSEÑARME-NADA! —grité. Un silencio cayó sobre el cuarto. Todo el mundo estaba observando para ver como se desarrollaba esta escena, incluso Lita. Kim asintió lentamente y miró alrededor de la habitación. Estaba bastante segura de que no me pegaría —nunca había

pegado a ninguna de nosotras. Pero a veces, creo que lo que les hizo a nuestras mentes era mucho peor que pegar. —Bien —dijo—. Bien. Todas fuera. Largo de aquí. —Extendió la mano y pulsó un botón en el aparato de vídeo de veinticuatro-pistas. Las luces se apagaron en la consola—. La sesión de hoy ha terminado. Podes ir a hacer la mierda que sea que hacen los perros. Mejor recuerden que sin mí no son nada, ¡ingratos coños excavados! Me gustaría ver lo lejos que llegarían sin Kim Fowley en la imagen... Con eso, Kim se volvió e irrumpió fuera del estudio. Miré alrededor de la habitación, y todos los ojos estaban en mí. —Lo siento —les dije—. Simplemente no sé cuánto más de ese cabrón puedo aguantar. Nadie dijo nada, pero sabía cómo se sentían. Habíamos pasado por esto tantas veces ya. Sandy me dijo que yo era demasiado sensible y que necesitaba una piel más gruesa. Pero al mismo tiempo me aseguró que ella siempre me protegería. Dios, quiero a esa chica. Lita me dijo que estaba siendo un grano en el culo. Joan... Joan era mi mejor amiga en el grupo, pero incluso ella pensaba que al enfrentarme a Kim, solo estaba haciendo las cosas más difíciles para todo el mundo. Jackie ni siquiera veía el problema, y pensaba que tal vez yo solo necesitaba tomarme un respiro. Miré alrededor, y agarré mi bolso antes de salir.

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Traducido por Beatriix Extrange Corregido por Majo l día siguiente estaba más enferma que nunca. Me levanté temprano y supe que algo estaba viniendo. Tuve que correr al baño. Después de terminar vomitando, cojeé de vuelta a la cama para tumbarme. Después de unos momentos, hubo un pequeño golpe en la puerta, y mi padre entró. Se arrodilló a mi lado. —¿Cómo te sientes, Kitten? —Mal. No sé qué está mal conmigo. Papá me besó suavemente en la frente. —Creo que es hora de que lo averigüemos. Algo está obviamente mal. Voy a llevarte a ver al médico, y se ocuparán de todo esto, ¿vale? —Sí, papá… —Puso un dedo dulce contra mi mejilla. —Va a estar bien, Kitten. Te lo prometo.

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Más tarde esa mañana, me encontré a mí misma en la limpia y estéril oficina del Dr. Frank. El Dr. Frank era un viejo tío con una barba gris limpiamente cortada y densas gafas bifocales. Sonreía un montón, y me hacía sentir cómoda. La enfermera me sacó sangre, me pesaron, tomaron mi presión arterial, y me hicieron muchas más pruebas. Después nos fuimos, con la promesa de que nos contactarían tan pronto como estuvieran los resultados. Estaba esperando que esto pasara en un día o dos, pero cuando papá y yo caminamos de vuelta a la casa, la tía Evie estaba en la mesa de la cocina hablando con el doctor por el teléfono. Tomó una chupada al cigarro, y la oí decir: —Acaban de llegar. Sí, se lo diré. Gracias, Dr. Frank… por todo. Colgó. La abuela estaba de pie al lado del fregadero de la cocina. La tía Evie levantó el cigarro a su boca otra vez, y noté que su mano estaba temblando

ligeramente. Empecé a sentirme sin aliento. Papá se quedó ahí, tintineando las llaves, esperando a que hablara. —¿Y bien? —dijo. La tía Evie lanzó a mi padre una mirada larga, pensativa. Después me miró. —Cariño —dijo—, el doctor dice que estás embarazada. El silencio que lo siguió era ensordecedor. Me quedé ahí, con mi boca abierta. Sentí un calor helado en la nuca. ¿Embarazada? Oh Dios, ¿estoy EMBARAZADA? El primer sonido que alguien hizo vino de la abuela. Se sentó en la mesa de la cocina al lado de la tía Evie y empezó a llorar suavemente. La observé, mi cuerpo entero entumecido por el shock, mientras sus hombros se agitaban y se llevaba un pañuelo a los ojos. Sentí a mi padre poner una mano tranquilizadora en mi hombro, y de repente deseé estar en otro sitio, cualquier sitio. Mi padre se aclaró la garganta. —Vale, Evie, ¿qué hacemos ahora? —La voz de papá estaba sorprendentemente calmada. Podía oírla temblar un poco mientras intentaba mantenerla bajo control. En una nube, me alejé de ellos y me senté en el sofá. Había un bebé dentro de mí. De repente todo cobró sentido. Mi enfermedad. El llanto. Mis pechos volviéndose grandes y blandas. ¿Cómo demonios no se me había ocurrido antes? ¡Ni siquiera había notado que no tenía el período! Nunca había sido realmente regular, así que con la gira y todo el estrés… solo asumí… oh Dios.

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Dejé a mis ojos caer a mi estómago. Puse una mano contra mi tripa, suavemente. Había un bebé ahí dentro. Dios. Las lágrimas cayeron de mis ojos y aterrizaron en mi camiseta, haciendo pequeñas manchas oscuras. —Hola, bebé —susurré. Mi mente se abría paso para hacer a todo cobrar sentido. Un sentimiento de alivio pasó a través de mí. Así que no estaba enferma, ¡era mamá! Empecé a imaginarme cómo sería sostener a mi propio niño. De alguna manera, a pesar de las circunstancias, la idea era tranquilizadora para mí. Amaré a este niño, pensé. Lo cuidaré. Después de una conversación susurrada en la cocina, la tía Evie y papá vinieron y se sentaron a mi lado en el sofá. Cerré los ojos mientras la tía Evie decía:

—Cariño… tenemos que hablar. —¿Sobre qué? —Me sorbí la nariz. —Sobre… tu situación. El Dr. Frank dice que él no puede hacerse cargo de este tipo de cosas… es pediatra… así que ha sugerido que llamemos a un ginecólogo lo más pronto posible. Ya sabes, Sandie tiene uno bueno, debería llamarla ahora mismo… Eché una ojeada a papá. No quitó los ojos de mí. Me miraba larga y fijamente con suavidad. Podía decir que estaba entristecido por lo que él y la tía Evie estaban a punto de decir. Un pánico frío empezó a crearse. —¿Papi? ¿Papi? ¿Qué SIGNIFICA eso, hacerse cargo de ello? Papá estiró el brazo y sujetó mi mano. Sostuvo mi mano firmemente mientras la tía Evie decía: —Bueno cariño, ¿no planeas tener este bebé, no? Abrí la boca para responder, pero estaba seca, y las palabras no saldrían. —Yo… uh… yo… —Lo que quería decir era: Sí, ¡quiero a este niño! pero no podía. De repente me sentí muy confusa. Papi puso sus brazos a mí alrededor. —Seamos realistas, Kitten —dijo—. Tú eres un bebé. No quieres hacer esto ahora. Todo cambia cuando tienes un niño. Tienes que cuidarlo… tienes que apoyarlo. Es algo serio, Kitten. No creo que estés preparada para ello.

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De repente el resto del mundo se desvaneció, y me di cuenta de lo que estaba a punto de pasar. Me sentí enferma otra vez solo que esta vez era un tipo diferente de enfermedad; era una sensación enferma que estaba profundamente dentro de mí, dentro de mi núcleo. Empecé a murmurar: —No… no… no… —para mí misma, sacudiendo la cabeza. —No puedes tener una carrera con la banda si tienes este bebé —estaba diciendo la tía Evie desde algún lugar lejano—. Todo lo que te está pasando ahora… esto… ahora. Es solo no lo correcto. Puede que en unos años cuando estés con el hombre adecuado, en un lugar mejor, ¿pero ahora? Podría ser el mayor error de tu vida. Tienes que hablar con Scott. ¿Es el padre, no? Cuando la tía Evie dijo esto, sentí mis mejillas ardiendo. Puse mis manos en mi cara y gemí. No podía crees que estuviese teniendo esta conversación con mi padre justo a mi lado. En vez de responder, solo asentí.

—Y mira cuán enferma has estado, dulce gatita —continuó la tía Evie—. Algunas mujeres… ¡están así durante los nueve meses enteros! ¡No quieres eso! Vamos, cariño, sabes lo que tenemos que hacer. Tenemos que ser inteligentes aquí. Tenemos que hacer lo que sea bueno para ti. Cuando la hora para llamar a Scott vino, no podía hacerlo. Estaba tan avergonzada, tan humillada. Todo en lo que podía pensar era cuán asquerosamente me había tratado Scott durante la gira. Me sentía como una idiota, que hubiese sido usada. Al final, mi padre tuvo que llamarlo. Me senté ahí, avergonzándome, escuchando su tensa conversación. Cuando mi padre colgó, había una mirada en su cara que me asustó. Dios, ningún padre quiere que le pase esto a su hija adolescente, pensé. —¿Qué ha dicho? —pregunté en voz baja. Papá se encogió de hombros. —Dijo que se haría cargo de ello. Me dijo que le dijera cuánto costaría todo y que nos lo pagaría —después murmuró entre dientes—. ¡El pequeño bastardo! Caminó hacia el armario de los licores y se puso un burbon con hielo, y pasó el resto del día bebiendo y dándole vueltas al asunto calladamente.

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El doctor de Sandie era seco y con aspecto de negocios. Después de la examinación, informó a mi padre y a mí de que estaba embarazada de tres meses, y que tendría que quedarme por la noche en el hospital para someterme al procedimiento. Cuando dijo eso, apreté la mano de mi padre un poco más fuerte. La noche antes de la que debía presentarme en el hospital, me senté en mi habitación la mayor parte de la tarde. Sujeté mi tripa, pasando mi palma sobre ella para ver su podía sentir cualquier signo de la vida que estaba creciendo dentro de mí. Estaba destrozada. Un indescriptible, desolador sentimiento me inundaba. Mayormente, estaba asustada. Terriblemente asustada. Cuando terminó, estaba tumbada sola en el lino blanco y limpio del hospital, mirando a través de la ventana. El cielo parecía irreal, como pintado para el fondo de una horrible obra de teatro. La tristeza dentro de mí era insondablemente profunda. No puedo decir ya qué era lo que sentía. No podía llorar más; era como si de alguna forma se me hubieran agotado las lágrimas. Cuando el doctor entró para comprobarme, le pregunté si era un niño o una niña. Sacudió la cabeza sin encontrar realmente mi mirada y dijo: —No lo sé. No he mirado.

Puede que estuviese tratando de ser amable. Puede que no quisiera que lo supiese. Sabía de seguro que una parte de mí se había ido con mi hijo no nacido. Había perdido alguna parte vital de mí misma en ese hospital, y sentía instintivamente que nunca lo recuperaría. Mi padre y Marie me visitaron. La abuela y la tía Evie también. Pero Scott no lo hizo. Ni siquiera llamó a la casa para ver cómo me iba. Cuando volví a casa, me quedé en la cama durante unos días, pensando en ello. Empecé a sospechar que Scott no mantendría su palabra en lo de pagar el aborto, y resultó que estaba en lo cierto…

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Traducido por Anne_Belikov Corregido por Majo staba de pie en el patio trasero de la Tía Evie esa tarde. Todavía incapaz de sacar los eventos del día en el estudio de grabación fuera de mi mente. Me había perdido varios días de grabación porque estaba recuperándome de mi aborto. Cuando regresé esa mañana, descubrí que Joan había grabado las voces principales en cierto número de pistas que se suponía que yo cantara. La que más me hería era la pista que daba título al álbum: ―Queens of Noise.‖ Billy Bizeau de Quick había escrito esa canción específicamente para mí. Ahora sólo cantaría cinco de las doce canciones del álbum. ¿Qué pasaría en el escenario con estas canciones? Estaba asustada de que los otros estuvieran usando esta oportunidad para echarme de la banda. Por supuesto, lo negaron, pero siendo mi primer día de regreso al trabajo, lo sentí de esa manera.

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Estaba frío ahí afuera, con el fresco aire de Febrero a mí alrededor. Por una vez, estaba en silencio. Desde que nos mudamos a la pequeña casa de la Tía Evie, la privacidad se había convertido en una rara comodidad. En la oscuridad hurgué alrededor de mi bolsillo, intentando encontrar algo. Si esta hubiera sido una casa vieja, podría haber encontrado un interruptor, y el patio trasero habría sido bañado en el efervescente brillo de al menos una docena de luces: luces que habrían hecho que la piscina brillara. Pero todo eso estaba lejos. Le pertenecía a alguien más, a otra familia, a otra vida. Pensé en mi madre. Lejos, muy lejos, ella estaba viviendo en alguna mansión con Wolfgang. Estaba segura de que ellos tenían una piscina, tal vez una docena de piscinas. Demonios, tal vez tenían su propia playa privada que daba hacia el océano. Ella estaba en Indonesia con Wolfgang y mi hermano, haciendo lo que sea que hace la gente en Indonesia. Me pregunté si ella pensaba en Marie y en mí. Permanecí de pie en la oscuridad, buscando alrededor de mi bolsillo, mi sentido de frustración creciendo. Me pregunté cómo luciría mi hermano ahora. Increíblemente, había pasado casi un año desde que se fue. Él sería más alto, tal vez incluso más alto que yo. Me pregunté cuán grande estaría la próxima vez que lo viera. Probablemente tanto como yo lo estoy ahora. El pensamiento hizo que mi

cabeza nadara. Miré hacia arriba, pero no había estrellas esta noche. No una piscina brillante. Nada; sólo el plano, desnudo concreto, y el chirrido de los grillos. —Creí que te había escuchado entrar… —¡Jesús! —Me giré para ver a Marie de pie detrás de mí, casi totalmente envuelta en la oscuridad—. ¡Asustaste la mierda en mí! —Disculpa… Marie se acercó, y nos quedamos ahí por varios minutos, mirando el poco impresionante panorama. Después de un rato Marie preguntó: —¿Cómo te fue? ¿Tuviste una buena sesión de grabación? Me encogí de hombros. —Ellos me odian —le dije silenciosamente. —¿Eso es malo, no? —Marie rió con una triste, pequeña risa, y entonces caímos en el silencio otra vez. No había prisa por hablar. A veces Marie y yo podíamos comunicarnos sin decir una palabra. Sabía que mi gemela podía senti r que estaba herida por dentro. —Tus amigos… han estado preguntando por ti en Sugar Shack. Querían saber si te habías vuelto demasiado famosa como para hablarles. Me reí. —No, sólo estoy ocupada, ya lo sabes. Iré por ahí la próxima semana, supongo. ¿Cómo está todo el mundo? —Bien. Todo el mundo está bien. Yo, uh… bueno, no creo que vaya a ir ya demasiado a Sugar Shack.

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—¿Ah, sí? ¿Por qué no? Marie se encogió de hombros tristemente. —Demasiados acosadores. —¿Acosadores? ¿En Shack? Estaba sorprendida de escuchar eso. Por supuesto que Shack tenía su justo reparto de payasos y perdedores…. ¿qué lugar no lo tenía? Pero Moose y Ken, los chicos que cuidaban el lugar, hacían un buen trabajo manteniendo a los verdaderos acosadores fuera. —Bueno… ya sabes cómo es —dijo ella dubitativamente—. Todo el mundo sabe quién eres. Ellos saben que soy tu gemela. Cada idiota y su hermano en el Valle parecen estar ahí estos días, todos queriendo ir sobre la hermana de Cherry Bomb.

Algunos de ellos… bueno, realmente asustan, Cherie. Quiero decir, realmente debes tener cuidado la próxima vez que vayas. Marie continuó en silencio. No dije ni una palabra. Esperé que continuara y cuando lo hizo, fue en una anhelante, triste voz. —Ellos te han visto en el escenario. Actuando como… bueno, actuando de la manera en que lo haces. Realmente piensan que eres así. Incluso piensan que yo soy así. Uno de ellos… él… él… incluso me atacó. —¿Qué? —No fue nada. Quiero decir, estaba ebrio. Los gorilas lo echaron. Está bien. Me di la vuelta y miré a Marie. Con todo eso en torno a mí, no tenía tiempo de considerar realmente lo que mi notoriedad con las Runaways estaba haciéndole a mi hermana. Había una vez en que yo había sido una tímida flor; crecido sintiendo que no podía sostener una vela en la personalidad de Marie. Yo estaba hurgando nerviosamente en el patio trasero, mirando celosamente mientras Marie iba a citas y salía con los chicos populares. Pero en estos días obviamente Marie sentía lo que yo sentí una vez. Sabía que había tenido que renunciar a la escuela cuando me uní a las Runaways. Demasiada atención, demasiados celos. Desde entonces, ella había ganado algo de peso. Había una tristeza en sus ojos que nunca antes había visto. Ella estaba trabajando en un restaurante de comida rápida llamado Pup ‗n‘ Taco en el Bulevar Vanowen, para ayudar a la familia con dinero para la comida, lo cual sería un buen trabajo para cualquier otra chica de dieciséis años… pero no cuando tu hermana gemela es una de las Runaways…

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Marie nunca lo había mencionado, pero Paul me dijo una vez que un montón de chicos conducen millas sólo para poder burlarse de ella a través de la ventana del servicio para llevar. Me dijo que ella estaba totalmente humillada, y que estaba sollozando cuando le dijo sobre ello. Le hizo jurar que no me diría. —Está este chico en Shack —me dijo Marie—. Él parecía realmente cool. Sólo estaba pasando el rato conmigo y parecía totalmente normal. No dijo nada acerca de ti. Honestamente, incluso pensaba que no sabía quién eras. Pero de pronto estaba preguntándome todas estas cosas… todo acerca de ti. Quería saber tu talla de zapatos, de brasier, hasta tu maldita talla de sombrero. Se convirtió en otro maldito lunático. Me dijo que tenía fotografías de ti, y artículos sobre ti, todo alrededor de su habitación. ¿No es eso enfermo, Cherie? Me estremecí, y por un momento pensé en mi dormitorio en mi antigua casa. Todas las imágenes de Bowie en mis paredes. Estuve a punto de decir algo, cuando Marie dejó caer la bomba.

—De todas formas, me dijo que estaba enamorado de ti, pero como nunca tendría oportunidad de estar contigo, imaginaba que yo estaría bien. —Oh Dios Mío. ¿Qué hiciste? —¿Qué crees que hice? Le dije que se fuera a la mierda. Podía escuchar su ira, su resentimiento. Estaba dirigida a mí, como si yo fuera responsable por cada loco que compra uno de mis álbums y decide ir acosar a mi hermana. Ya no supe qué decir. Me sentí desprotegida. —Después de eso, dejé de ir a Shack por un tiempo. Como dije: demasiados acosadores. Hubo un largo silencio. Uno incómodo. Era en momentos como esos cuando suponía que ninguna de nosotras quería realmente estar en sintonía con lo que la otra estaba pensando. Empecé a buscar alrededor de mi bolsillo de nuevo, murmurando: —¡Demonios! —cuando todavía no pude encontrar lo que estaba buscando. —¿Estás buscando estas? Miré la mano extendida de Marie, y en la semioscuridad pude ver que ella estaba sosteniendo mi frasco de quaaludes. Era un sentimiento extraño, un poco vergonzoso, como alguien que sólo ha caminado dentro mientras yo estaba usando el baño. Me encogí de hombros, e indiferentemente dije gracias. Alcancé las píldoras, pero Marie no me las entregó. Ella estaba mirando la etiqueta, como si nunca hubiera visto un frasco de quaaludes antes. Comencé a enfadarme.

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—Las encontré en el suelo —dijo Marie—. ¡Afortunada! Si la abuela las hubiera encontrado, le hubiera dado un ataque de histeria. —Sí, bueno —dije—. La abuela está tan pasada-de-moda. ¿Puedes devolvérmelas, por favor? Marie sostuvo el frasco contra su pecho. —¿Estás tomando muchas de estas? —Algo en la manera en que lo preguntó realmente me molestó. De pronto ella estaba actuando como mi madre. —Son ludes, Marie, por el amor de dios. Estás actuando como si hubieras encontrado heroína o algo. ¡Cálmate! Son sólo tranquilizantes. —Sé lo que son.

—Sí, lo sabes. Te has tomado bastantes de ellos, ¿recuerdas? Ella no podía negar eso. Ella lo hacía; sus amigos lo hacían… no tenía derecho a argumentar sobre esto. Extendí mi mano por las píldoras. —Dame un descanso, Marie —dije, lenta y deliberadamente—. Lo tengo controlado. Ahora dámelas. —¿Cuántas? —¡Jesucristo! Un par al día. ¡Estás actuando como si fuera una cocainómana o algo! Sólo necesito algo que me ayude a llegar al final del día, ¿de acuerdo? —¿Como papá, eh? Ese comentario me golpeó como una bofetada en la cara. —No —dije fríamente—. Ni en lo más mínimo. Marie me miró con esa expresión superior de yo-sé-lo-que-es-mejor, lo que me hizo querer estrangularla. Sabía que ella estaba preocupada, pero no creía que ella tuviera derecho de darme un discurso. —Supongo que eso lo explica —dijo, con una pequeña sonrisa en sus labios. —¿Qué? —Porqué tu habitación siempre es un desastre. Por qué no has hecho ninguna de tus tareas.

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—¡Marie! Estoy real, realmente molesta ahora. Estoy en medio de la grabación de un álbum. Estoy ocupada, no tienes ni idea de lo que está sucediendo en mi día-adía, ¿de acuerdo? Así que ni siquiera… —¡No eras así de irresponsable cuando estabas grabando el primer álbum! —¡Vamos! —grité—. ¿Qué demonios, Marie? ¿Cómo puedes pararte ahí y darme este discurso? —Pensé que mi hermana era más hippie que esto. ¡Pensé que ella entendía! —¡Nunca estuviste tan irritable tampoco! —añadió. Nos miramos mutuamente. No aparté la mirada; puse mis ojos en los de ella y sostuve su mirada. Ella fue la primera en apartarla. —Sólo estoy preocupada por ti, eso es todo —dijo finalmente—. Mira, lo siento… supongo que no entiendo todo lo

que te está pasando. Pero sé que eres mi hermana y te quiero, y me preocupo por ti. Eso es todo. Pude ver lágrimas asomándose a sus ojos ahora, y sentí que se formaban en mis propios ojos también. Siempre habíamos estado así de conectadas. —Estás tan pálida —dijo ella—. Y estás empezando a tener círculos oscuros bajo tus ojos. Eres mi hermana y te quiero, ¿de acuerdo? ¡Es mi trabajo preocuparme! Ella me abrazó fuertemente y yo le devolví el abrazo. Nos quedamos ahí en la oscuridad, sosteniéndonos mutuamente. Mi madre y mi hermano se habían ido. A veces se sentía como si mi padre estuviera deslizándose más allá de mis dedos, así que era bueno sostener a Marie. Para saber que ella estaba todavía ahí. Toda la ira se fue. Una parte de mí nunca quería perder mi agarre en ella. —También te quiero, Marie —le dije, sintiendo mis lágrimas aplastarse contra su mejilla. Nos quedamos así un momento—. Ahora —dije, después de un rato—. ¿Puedo por favor tener las píldoras de vuelta? Unos pocos días después. Era medianoche y yo estaba sentada con Joan afuera del Brothers Studio fumando un cigarrillo. Había sido un día difícil. Pasamos la tarde entera intentando obtener el acorde del bajo para ―I Love Playin‟ With Fire.‖ La diversión estaba totalmente ausente; era sólo hack, hack, hack. La mayoría de nuestro tiempo lo pasábamos ebrias y divirtiéndonos. Un extraño tipo de fiebre de cabina se había apoderado de nosotros. Toda la emoción se había drenado en las canciones mientras tocábamos una y otra vez, otra vez, otra vez, hasta que Kim y Earle decidieron que estaba bien. Toda la inspiración y la energía del primer álbum se había ido. Queens of Noise estaba comenzando a sentirse como las Runaways en piloto automático.

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—Joan —dije mientras apagaba mi cigarrillo—. ¿Qué dirías si te dijera que he pensado que todas deberíamos descansar por un tiempo? Joan me dio una mirada divertida. —Te diría que eres una idiota. ¿Por qué? —Hombre… no lo sé. Sólo no creo que pueda seguir el ritmo. —¿El ritmo? —Joan sacudió su cabeza—. ¡El ritmo es parte de la diversión, Cherie! Sabes eso. —¡Pero no me estoy divirtiendo! Extraño a mi familia. Realmente extraño pasar tiempo con ellos. Con todo lo que está pasando… sólo siento que ellos me necesitan. Como yo a ellos. ¿No extrañas tu casa cuando estamos de gira?

Hubo un largo silencio mientras Joan lo consideraba. —Mira, Cherie, supongo que venimos de diferentes mundos. Nunca tuve una bonita casa en Encino como tú. Tuvimos que esforzarnos para todo, todas nuestras vidas. Quiero decir, sí, supongo que extraño a mi mamá, a mi hermano y a mi hermana a veces. Pero ¿casa? No hay mucho que valga la pena extrañar. Saqué otro cigarrillo, mirándolo por largo tiempo, y luego lo guardé. Tenía que grabar letras después. Necesitaba seguir el ritmo. —Realmente pienso que sería bueno para nosotras tomarnos un descanso. Todo el mundo está en el borde. Sólo creo que todas necesitamos algo de tiempo para desconectar antes de que salga el siguiente álbum. —No seas estúpida —dijo Joan. Podía oír la ira crujiendo en su voz—. ¡Estamos en el camino a la cima, Cherie! No puedes sólo tomarte un descanso cuando estás en una nueva banda en ascenso. ¡Es una locura! Es suicidio. Hemos trabajado tan duro. Si hacemos eso, estaremos acabadas. ¡Terminará! Sabía que lo que decía Joan tenía perfecto sentido. Sólo que realmente deseaba que no lo tuviera. Cuando miré en los ojos de Joan, vi a alguien que estaba muy molesta. Vi algo más ahí, también: un brillo de miedo. Cuando llegué aquí, Joan era la columna vertebral del grupo. Seguro, había otros que podían gritar más alto, que podían golpear sus pies más fuerte, pero Joan tenía ciertamente esa imagen de estar lejos de nosotras. Supongo que ella tenía esa elusiva ―autoridad del rock-and-roll‖ sobre la que Kim siempre estaba hablando.

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—¿Qué hay acerca de… acerca de que yo me tome un descanso? Tú puedes cantar mis canciones por un par de conciertos. Yo sólo… sólo… —¡No me digas esa mierda! —dijo ella—. A pesar de que te guste o no (a pesar de que nos guste o no) las Runaways somos nosotras cinco, ¿de acuerdo? Incluso con una de nosotras fuera, ya no somos una banda. ¿Lo entiendes? La línea oculta era que yo estaba comenzando a pensar que ya no podí a manejar esta responsabilidad. —Puedes gritar y negarlo si quieres —dijo Joan fríamente—. Pero si te vas de las Runaways, sabes que terminarás con todas nosotras. Matarás la banda. Estará acabada. —¿Y qué hay de mi familia? —imploré—. ¡Tengo que pensar en ellos! Apenas los he visto en el último año…

—¿Y qué hay sobre nosotras? —contraatacó Joan—. Las Runaways también son una familia. ¿Quién se sentó a tu lado en el hospital cuando estuviste enferma, Cherie? ¡No vi a tu maldita familia haciendo eso! Tus padres no estuvieron ahí. Tu hermana no estuvo ahí. Fui yo. Eso me silenció. Recordaba la sensación que había tenido cuando desperté de la anestesia y vi a Joan sentada a mi lado, sosteniendo suavemente mi mano. Supe que, de lejos, Joan era la amiga más cercana que nunca había tenido. Después de todo, ella era una de las únicas cinco personas en el mundo que podían realmente entender algunas de las cosas locas que yo estaba haciendo. Pensé en todos los buenos momentos, en todas las risas que acompañaron nuestra primera gira. Supe que no podía hacerle esto. No podía dejarla. Simplemente no era una opción. Comencé a asentir con mi cabeza, y dije: —Lo siento, hombre. Sólo estoy cansada. Estresada. No voy a irme. —Lo sé. —Joan puso su brazo a mí alrededor y me acercó—. Estamos haciendo historia aquí —dijo ella—. Nadie dice que esto va a ser fácil. Sólo recuerda que siempre puedes hablar conmigo, ¿de acuerdo? —De acuerdo. Joan se puso de pie y se estiró. Miró su reloj. —Mierda. Son casi las doce treinta. Vamos a ver si Jackie descifró ya el acorde del bajo. —Seguro.

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Me levanté y Joan abrió la puerta del edificio. Le sonreí y caminamos dentro. Podía escuchar la música haciendo eco por el corredor. Quería sentirme bien, quería sentir que estaba de acuerdo con ellas, pero estaba volviéndose más y más difícil. Estaba cansada y preocupada. Una vez que el álbum estuvo listo, estuvimos de nuevo en la carretera. Entonces, si Kim se salía con la suya, estaríamos de vuelta en el estudio editando nuestro próximo disco. No sabía cuándo esto iba a detenerse. Todo lo que podía hacer era continuar cantando y esperar lo mejor. Quién sabe, tal vez las cosas cambiarían una vez que el segundo álbum estuviera listo. Al menos, en ese momento se sentía como si las cosas no pudieran ir peor…

Traducido por Aria25 Corregido por Micca.F na vez que Queens of Noise había sido completada, fuimos puestos de vuelta inmediatamente de gira para hacer nuestro segundo tour por los Estados Unidos. Esta vez los lugares de actuación eran más grandes, y volamos a todas partes. Hicimos grandes conciertos con entradasagotadas, y tuvimos grupos de la talla de Cheap Trick y Tom Petty como nuestros actos de apertura. Cuando aparcábamos en la ciudad, escuchábamos nuestras canciones resonando en las emisoras locales: Mercury estaba realmente promocionando el álbum. Además del glamour de volar por todo el país y hacer grandes actuaciones, también estaba la otra parte de todo eso: los momentos tranquilos después de los shows, como el tiempo que pasamos limpiando nuestras ropas de escenario con Wooltie en los cuartos de baño de los hoteles. Fue Lita quien nos enseñó cómo hacer eso. Hasta que ella intervino, habíamos estado usando los mismos trajes y ropas sudadas de escenario para toda la gira. Tan pronto como concluimos la segunda gira por los Estados Unidos parecía que estábamos a punto de ir a nuestra primera gira japonesa.

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The Runaways embarcándose en su primera gira japonesa fue el punto culminante de mi tiempo en la banda. A diferencia de en América, donde la prensa y una gran sección del público general nunca podrían superar lo de nuestras edades, o deshacerse de la sospecha de que de alguna manera The Runaways era alguna especie de banda de tipo The Monkees supervisada por Kim Fowley, la gente realmente nos entendía en Japón. Cherry Bomb fue un gran éxito, encabezándose en las listas de pop japonesas. Kim nos había dicho que el recibimiento en Japón iba a ser mucho más grande de lo que había sido en los Estados Unidos, pero tuve que admitir que entrando en él, estaba muy nerviosa. Aunque la segunda gira por EE.UU. había pasado más o menos sin incidentes, después de mis experiencias en Europa, temía que otra larga gira por el extranjero podría llegar a ser la ruina de la banda.

Antes de la gira, Kim organizó una sesión de fotos para la pre-publicidad japonesa y el brillante libro de gira, el cual sería vendido en nuestras actuaciones. Cuando él me dijo que el fotógrafo vendría a casa de tía Evie para hacer la sesión, inmediatamente le interrogué acerca de las imágenes. —¿Vendrán las otras chicas también a mi casa? —No. Él va a tomar algunas fotos en solitario. —Pero, ¿y las otras chicas qué? —No te preocupes por ellas. Todo el mundo va a tener una sesión en solitario. Así es la forma en la que el fotógrafo quiere hacerlo. Pensé que esto era extraño, pero lo dejé pasar. En el día de la sesión, el fotógrafo me hizo vestirme con un conjunto muy revelador. Era una sesión mucho más subida de tono que cualquier cosa que un fotógrafo estadounidense había intentado conmigo antes, y recuerdo que me hizo sentir incómoda. Me imaginé que el fotógrafo debe de saber lo que estaba haciendo. Él se mantuvo dándome instrucciones, en un inglés malo, de cómo posar. —Mueve las piernas... ¡Así! —Y lo mostraría separando sus manos—. ¡Abierto! La sesión había estado transcurriendo por bastante tiempo cuando mi abuela echó un vistazo: casi se desmayó cuando vio lo que estaba usando y cómo estaba posando. Ver a su nieta adolescente posando así para algún fotógrafo japonés al azar realmente la molestó. Vino a la carga, gritándole al fotógrafo y atacándolo con su bastón. El chico por la sorpresa casi deja caer su cámara, y terminó cogiendo su equipo y huyendo de la casa, con mi abuela en su persecución.

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Me reí de ello en el momento, pero esas imágenes sin duda volverían para atormentarme. Sabía que la gira tenía que ir bien. Las tensiones en la banda eran bastante altas, y uno de los principales problemas era con Jackie. Su relación con las demás estaba en su punto más bajo de todos los tiempos. Su debilidad como bajista se estaba volviendo demasiado evidente, y había muchas discusiones sobre cómo sus habilidades para tocar frenaban a la banda en directo y en la grabación. También su actitud nos volvía locos a todos. Ella no tenía nada que ver con el resto de nosotras a la hora de dejarse llevar y divertirse. Si ella no tenía la nariz pegada a un libro, se entregaba a su siguiente pasatiempo favorito: quejarse. Normalmente, me consideraba a mí misma una persona bastante tolerante. Pero cuando estás en una banda que está constantemente de gira, los malos hábitos de otra gente pueden rápidamente convertirse totalmente insoportables. Había algo en

la voz de Jackie que realmente me llegaba. Escucharla era como tener un clavo clavado en mi cerebro. Cuando empezaba a quejarse —que era a menudo— tomaba un tiempo realmente desgarrador. Jackie se quejaba de todo. Sobre nuestra programación. Sobre las canciones. Sobre el dinero. Sobre Kim. Sobre nuestros malos hábitos. Sobre beber. Sobre nosotras tomando drogas. A veces estar en The Runaways era un poco como hacer el viaje escolar más salvaje con algunas de las peores chicas de la escuela secundaria. Desafortunadamente, la presencia de Jackie era como tener en el viaje al profesor más mojigato del mundo. También, las tensiones entre Lita y yo no iban a ninguna parte. Para apaciguarlas, intentamos limitar nuestra interacción, pero por supuesto esto era imposible estando de gira. Todo lo que hacía falta era la cosa más mínima, y Lita estaría gritando y chillándome, y yo había tenido suficiente de ella. Por el lado positivo, Scott Anderson fue de repente, y sin ceremonias, echado del equipo de The Runnaways. Kim nunca nos dijo la razón, y yo no era suficientemente egoísta para asumir que fue por cómo me trató después de dejarme embarazada. Asumimos que quiso más dinero o más control, y nos imaginamos que Kim nunca habría estado de acuerdo con eso. Me hubiera gustado ver la expresión en su rostro cuando Kim echó su triste culo a la acera. Solo deseo haber podido enterrar mi pie allí en su salida. Era un alivio saber que no tendría que tratar con él nunca más.

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La gira por Japón duró un par de meses. Ir allí fue nuestra primera experiencia de ser tratadas como verdaderas superestrellas. ¡Era como Beatlemanía— Runawaymanía, de verdad! Éramos enormes en la radio, y ya habíamos atraído una base de fans devotos y fanáticos. Dondequiera que íbamos, la gente paraba para darnos regalos hermosos, pedir autógrafos, y posar para fotos. Nuestra marca japonesa no reparó en gastos, y nos alojamos solo en los hoteles más grandes y más lujosos. Fue la única gira que alguna vez habíamos hecho en la que no teníamos que compartir habitación: no solo eso, sino que las habitaciones que teníamos eran increíblemente extravagantes. Estábamos sumidos en la inmediata llegada a Japón y dándonos cuenta de lo grande que The Runaways era allí. Ese alto se volvió efímero cuando echamos un vistazo a alguna de la pre-publicidad que había estado ocurriendo. El primer problema fue un artículo en una revista importante de música que publicó algunas de las fotos tomadas en la casa de la tía Evie. A estas alturas estaba convencida de que Kim jugó sin cuidado y libremente con la verdad y que era un alborotador, pero todavía recuerdo sorprenderme al ver que era la única miembro de The Runaways cuya imagen había sido utilizada para la pieza.

A Lita casi se le salieron los ojos de la cabeza cuando vio las fotos mías posando, parcialmente desnuda, en la portada de la revista. No solo no había habido ninguna sesión de fotos por separado de las otras chicas, sino que no habían sido conscientes de que yo había tenido una sesión en solitario. Inmediatamente una nube negra se posó sobre la banda, el cual se oscureció aún más cuando vimos el precioso, brillante libro de gira que contenía —casi exclusivamente— fotos mías. Y, por supuesto, las camisetas de la gira, que contenían una imagen de mi corsé con el logo de la cereza en el hombro. Lita se puso hecha una furia. Me acusó de todo lo que podía pensar: de mentir sobre la sesión de fotos, de deliberadamente mantener a las demás lejos de ellos, y de alguna manera de tratar de corromper The Runaways para que pudiera convertirlo en la banda de Cherrie Currie. No importaba lo mucho que intentaba explicarlo, o protestar por mi inocencia, Lita insistió en que todo esto era obra mía, y que era una ególatra taimada que estaba empeñada en dejar a las otras chicas fuera de su propia banda. Parecía natural que la prensa se enfocara en la cantante principal de cualquier banda. Pero la lógica de esto estaba perdida en las demás; empezaron a dejarme fuera. Lita era la más elocuente, por supuesto, pero las demás expresaban su resentimiento en formas más pasivo-agresivas. Siempre estaba el comentario ocasional sobre mis tendencias de ―ser acosada por la prensa‖, o el poco extraño poner los ojos en blanco y reírse por lo bajo cada vez que mi foto era tomada. Decidí que la forma de tratar con ello era intentar ignorarlo.

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Mientras tocábamos en estadios con entradas agotadas, empezamos a trabajar en un nuevo álbum —un álbum en vivo destinado a captar el zumbido de esas actuaciones japonesas. Grabamos un buen número de actuaciones, y durante nuestro tiempo de inactividad, nos ponían en un estudio de grabación para hacer los doblajes. El álbum En vivo en Japón pasaría a ser uno de nuestros más exitosos, y también la fuente de uno de mis recuerdos más fuertes de mi tiempo en la banda. Fue cuando estábamos haciendo doblajes en el tema Come on. Después de haber escuchado el sonido pregrabado, Lita se volvió hacia mí y dijo: —Buen trabajo, Cherie. Tus vocales han sido muy buenos en eso. Me ha gustado. Esto podría no parecer mucho, pero el hecho de que Lita Ford me había hecho algún tipo de halago era un poco alucinante. Por lo general ella solo me gruñía en el estudio, como algún tipo de animal peligroso pensando en atacar. Otras veces ponía un álbum de Heart, y cuando Ann Wilson comenzaba a cantar ella chillaba: ―Ahora, ¿por qué demonios no puedes tú cantar así?‖ Gracioso, ¿no? Después de todas las cosas que habían pasado en la banda, uno de mis recuerdos más fuertes era un momento tan pequeño y tranquilo.

Nos recuperamos del tambaleante comienzo de la gira, sobre todo porque era difícil estar de mal humor en Japón. Cuando digo que los organizadores y los fans nos llenaron de regalos, no estoy bromeando. Perlas, kimonos plateados, flores preciosas esperándonos en nuestras habitaciones de hotel... Para ser franca, después de unas pocas semanas en Japón, yo de verdad, de verdad no quería ir a casa. Realmente nos renovó. Finalmente ser tratadas como las músicas serias que éramos era una validación atrasada por mucho tiempo. Allá nuestras edades, nuestro sexo, no contaban en contra de nosotras. Todo lo contrario, de hecho. Los japoneses de verdad nos entendían, nos percibían, y nuestra rebeldía adolescente estadounidense era exótica y ajena para la juventud japonesa, quienes venían a nuestras actuaciones y literalmente gritaban y lloraban a través de nuestro escenario. Las actuaciones en sí eran increíbles. Al salir al escenario, veía una masa de gritos, rostros devotos mirándome todas las noches. Nos alimentábamos con la energía de los fans, y probablemente tocamos algunas de nuestras mejores actuaciones. Como un documento de todos los verdaderos puntos fuertes de The Runaways, no estoy segura de que En vivo en Japón pueda ser vencido. En aquel entonces, realmente se sintió como un nuevo comienzo para la banda. Me enamoré en esa gira.

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Él era un cierto cantante latino, quien acababa de tener un gran éxito en los Estados Unidos con una balada que se había apoderado de las ondas. Me encantaba su canción. Los gustos de las otras chicas tendían hacia cosas más pesadas: metal y blues-rock para Lita y Sandy, punk y hard-rock para Joan, yo realmente tenía algo con la parte suave. Supongo que eso es solo la chica de la soleada California en mí. Es por eso que no me gustó el punk cuando hicimos la gira por el Reino Unido: no podía relacionarme con ello. Todo está muy bien clavando agujas a través de tus oídos, y gritando sobre el tiempo, y el paro, y cómo tú estás vacante, cabreado, y quieres hacerlo pedazos. Pero no podía relacionarme con todo eso. Tenía traumas en mi vida, seguro, todo el mundo los tiene. ¡Pero no quería que mi colección de discos se agregara a ella! La música para mí era un escape, una salida, la quería para hacerme sentir bien, no deprimida. Así que ya sabía quién era este cantante cuando tocamos en el Festival de Música de Tokio con él. Era muy guapo, tal vez un poco gordo, pero tenía esos profundos, ojos conmovedores y pelo largo, oscuro y ondulado. ¡Y esa voz! Recuerdo viéndolo cantar en su prueba de sonido, y estaba alucinada por su entera personalidad en el escenario. Él estaba vestido todo de blanco. Eso era lo suyo. Siempre estaba con esos trajes claros, limpios y blancos. Cuando terminó con su prueba de sonido, m e acerqué hasta él y dije: —Tengo dieciséis años, y estoy enamorada de ti.

Luego me alejé, dejándolo ahí de pie sin palabras. Él realmente envió a uno de su sequito a averiguar dónde me estaba quedando. Cuando llegué a mi habitación más tarde, había un hermoso ramo de flores esperándome. La nota decía: ―¿Cuándo puedo verte?‖ Así es como nuestra historia de amor empezó. Llegamos a pasar unos pocos días juntos antes de que él tuviera que continuar con su gira. Por supuesto los demás se enteraron de nuestra relación, y su primera reacción fue algo como: ―¡Tienes que estar bromeando!‖. Pensaban que la música de este chico era totalmente cuadrada, y se burlaban sin cesar de mí por ello. A cada oportunidad que conseguían, se ponían a cantar una versión burlona de su canción. Para ellas, no solo el hecho de que estuviera enamorada de él, sino que realmente me gustara su música era una locura. Supongo que pensaban que su estilo estaba pasado de moda, o era cursi, pero nunca fui de las que se dejan intimidar por lo que otra gente piense. La relación seguiría adelante después de que yo volviera a los Estados Unidos. El primer día que llegué a casa él me bombardeó con rosas —cuatro docenas el primer día. En un punto íbamos a casarnos, y mi padre incluso le dio su permiso. Me llevó en avión a San Francisco para conocer a sus amigos. Luego, de repente, sin aviso, me dejó como una piedra caliente. No me devolvió mis llamadas, ¡y yo estaba devastada! Era la primera vez en mi vida que verdaderamente me habían roto el corazón. Descubrí más tarde que su familia le había presionado para terminar, porque pensaron que yo era demasiado joven para él. Yo solo tenía diecisiete y él tenía veinticuatro, y esa era una diferencia muy grande para su familia. Eventualmente se disculpó, y me dijo que se sintió muy mal, pero me tomó un largo, largo tiempo recuperarme de esa.

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Esta asombrosa, increíble gira japonesa dio un giro oscuro casi de la noche a la mañana, y nadie lo vio venir. El incidente que finalmente nos hizo girar en torno al precioso, blanco, único-en-su-especie bajo Thunderbird de Jackie. Jackie amaba ese bajo. Era su posesión más preciada. A pesar del lujo que nos rodeaba en Japón, todavía estábamos —en líneas generales— completamente pelados todo el tiempo. El bajo había sido una enorme inversión financiera para su familia, y Jackie estaba siempre advirtiendo al equipo de la gira que tuvieran especial cuidado con él. Estaba totalmente paranoica de que algo le pasara. Tenía derecho a estarlo, porque nuestro equipo de gira —liderado por el odioso gilipollas Kent Smythe— no era precisamente el grupo más considerado. Como es a menudo el caso en la industria de la música, el equipo de gira tomaba casi tantas drogas como —si no era más drogas que— la banda. Por lo general empezaban a beber y a tomar cocaína temprano, y seguían hasta que se desmayaban en algún momento a la mañana siguiente. Nos llevaban de un lado a otro cargados de coca y speed, y bebían como peces.

En Japón, la situación era un poco mejor que en casa, porque habíamos contratado a un equipo todo japonés que eran muy trabajadores y relativamente sanos en comparación con el equipo que tendríamos en los Estados Unidos. Pero todavía teníamos a Kent Smythe a cargo, y con las drogas no fácilmente disponibles en Japón, tendía a beber la mayor parte del tiempo. Fue en una prueba de sonido cuando todo pasó. Justo acabábamos de terminar cuando Jackie puso su bajo en uno de esos soportes de guitarras endebles, y obviamente no lo había puesto correctamente. Mientras ella caminaba fuera del escenario, yo deambulé al lado opuesto del escenario con Lita. De repente hubo un estrépito: el bajo de Jackie se había volcado, golpeando el escenario. Todo el mundo miró, y Jackie vino corriendo con su cara blanca. No solo cayó, dio la casualidad de que aterrizó mal, y el cuello se rompió. Su bajo se arruinó. Cuando vio el estado de su querido instrumento, inmediatamente me acusó de volcarlo a propósito. No tengo ni idea de por qué pensó eso, e inmediatamente protesté mi inocencia. Aunque encontraba que Jackie era irritante como el infierno, no había manera en la tierra de que alguna vez pudiera haber hecho algo tan cruel. Sabía cómo se sentía sobre el bajo; todos lo hacíamos. Jackie entró en cólera y empezó a gritar, chillar, y llorar. Su estado mental no ayudó cuando descubrió que su bajo no había sido asegurado, y Kent Smythe parecía menos que preocupado sobre lo molesta que estaba. Su actitud era básicamente: ―¡Supéralo!‖. Se proporcionó un bajo de sustitución para la actuación de esa noche, pero Jackie era un desastre. Nunca la había visto así. No hablaba con nadie; inmediatamente se volvió deprimida y se encerró en sí misma. Tocó en la actuación con poco entusiasmo, y luego se fue directamente a su habitación de hotel, negándose a hablar con nadie.

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Al día siguiente, intenté llamar a su habitación. No hubo respuesta. Pasé caminando por su habitación y la escuché llorando al teléfono. Levanté la mano para tocar la puerta pero decidí no hacerlo. Ella realmente creía que yo intencionadamente había tirado su bajo, y no quería empeorar la situación. Me sentía profundamente triste por ella, acompañado por un sentido de temor que no podía explicar. Pregunté a Kent sobre ella, y me dijo que estaba bien y que no me preocupara. Pero me preocupé. Al caer la tarde, decidí ir a su habitación y ver cómo estaba. Jackie estaba en el piso encima de mí. Fui arriba en ascensor, y estaba caminando a la habitación cuando vi a Kent Smythe viniendo hacia mí, obviamente en su camino de vuelta. Kent era un hombre grande, alto y fornido, totalmente poco atractivo. Tenía pelo largo, graso, y nos trataba mal. Era abusivo, amenazador, y obviamente no tenía respeto por nosotras como personas o como músicas. Pienso

que consideraba su transportar y montar el equipo de música en gira para nosotras como un glorificado trabajo de niñera. Cuando me vio venir, ladró: —¿A dónde crees que vas? —Voy a ver si Jacki está bien —dije bruscamente, y traté de pasar a través de él. De repente Kent me agarró del brazo y tiró de mí hacia atrás. —¡No, no vas! —dijo—. Ella solo necesita que la dejen sola. Venga, vámonos. Sacudí mi brazo libre y me quedé mirando a este gran bobo. —Voy a ver a Jackie —dije otra vez—. Y no pongas tus manos en mí, Kent. —¡No, no vas! —insistió—. Venga, vámonos. —¡Quita tus JODIDAS manos de mí, IMBÉCIL! ¡Solo INTENTA detenerme! — Arranqué mi brazo y seguí andando, nunca quitando mis ojos de Kent hasta que supiera que él estaba fuera de distancia para atacarme. —¡Bien! —gritó, lanzando sus manos arriba en exasperación—. Haz lo que quieras... —¡Que te jodan! —grité, haciéndole un corte de mangas cuando supe que estaba a salvo en el pasillo y fuera de su alcance. Mientras me aproximaba a la habitación de Jackie, se volvió aparente que algo iba mal. No sé qué pasó entre ella y Kent momentos antes, pero a través de la puerta podía oírla gritando y llorando. La oí golpeando cosas y cristal rompiéndose. Comencé a golpear la puerta, diciéndole que la abriera.

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Después de unos momentos, la puerta se abrió, y yo estaba horrorizada por lo que vi. Jakie estaba parada ahí con un pedazo de cristal roto en su mano. Su brazo estaba cubierto de sangre. Mientras me abría paso en la habitación ella siguió cortándose a sí misma con el cristal. Me abalancé sobre ella y traté de arrancárselo de la mano. En la pelea, terminé con algunos cortes yo misma. Jackie estaba histérica, y para cuando tiré el cristal al suelo, colapsó en la cama, sollozando incontroladamente. Nunca había visto a nadie en tal estado. Mientras intentaba confortarla y parar la hemorragia con una toalla de baño, me di cuenta de que esto ya no era por su bajo. El bajo había sido la gota que colmó el vaso, pero finalmente toda la mierda que todas soportamos en The Runnaways —el abuso de Kim, la indiferencia del equipo de gira, las presiones internas, las discusiones, la mala administración del dinero— todo eso llegó a su clímax en esto. Jackie solo se quedó ahí, ensangrentada y apenas consciente de que incluso estaba en la habitación. Llamé a la habitación de Kent, y

cuando el equipo de gira llegó, me mandaron fuera y me dijeron que no dijera nada a nadie. A la mañana siguiente en el desayuno, después de una noche de insomnio, todas fuimos informadas de que Jackie Fox ya se había ido de Japón, y no solo eso, había dejado The Runaways. Cuando Kent nos lo dijo, fue en su habitual me-importauna-mierda manera: —Está en un avión hacia casa. Ah, sí, y está fuera de la banda. Lo fulminé con la mirada. Jackie siempre había odiado a Kent. No pude evitar pensar que vi una maliciosa, satisfecha sonrisa en sus labios cuando hizo el anuncio. Para ser honesta, no hablamos mucho sobre lo que pasó con Jackie. Había demasiado trabajo para hacer. Todavía teníamos que terminar de retocar el álbum En vivo en Japón (Kent terminaría llenándolo con algunos doblajes de bajo), y todavía teníamos una enorme actuación por venir que no queríamos abandonar: el Festival de Música de Tokio. Por muy mal que nos sintiéramos por ella, todavía estábamos mayormente molestas de que nos hubiera dejado tiradas en el medio de nuestra gira más exitosa. Tendríamos que tocar como una pieza-de-cuatro, y eso significaba que Joan tendría que cambiarse al bajo eléctrico y aprenderse todas las partes de Jackie. Fue un infierno de mucho trabajo, pero de alguna manera nos las arreglamos.

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Después de esa actuación, la gira japonesa estaba terminada. Terminó demasiado rápido, por lo que a mí respecta. Pensé que Japón era un país maravilloso, y me encantó la gente. ¿Qué había para no querer? El plato nacional, el sushi, era mi comida favorita, y nos trataban como superestrellas. Cuando tuvimos que irnos, lloré. Fue la única vez que he llorado al dejar un país. El aspecto positivo era que debido a ese nivel de éxito que ya habíamos logrado, sin duda volveríamos para tocar otra vez. Poco sabía que la actuación final que tocamos en Japón sería mi última como miembro de The Runaways.

Traducido por Zeth Corregido por Micca.F uego de los mareantes altibajos en el tour por Japón, pasé las cuatro semanas siguientes en una nube de medicamentos y agotamiento. Tan pronto como aterrizamos en suelo Estadounidense, una nueva chica había sido encontrada para remplazar a Jackie. Vicki Blue era una mejor bajista, pero inmediatamente la química entre la banda cambió. Las bandas no son como lavadoras; simplemente no puedes tomar una parte y remplazarla con otra, y esperar a que funcione de la misma manera. Una banda es una familia —en el caso de The Runaways una muy disfuncional familia— pero de cualquier manera una familia. Mi propia familia pudo funcionar luego de que mamá y Donnie se fueran, pero nunca fue la misma. Vicki podría haber sido una buena bajista y una chica genial en su manera, pero algo cambió cuando se unió a la banda. Había un nuevo cinismo en las Runaways, una sensación de no-importa-una-mierda que marcó el principio del fin.

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Dos semanas antes, Kim había llamado para decir que Rolling Stone había querido poner a las Runaways en la portada del próximo número. Por supuesto, estaba emocionada, hasta que me enteré que querían una imagen de mí, sola en la portada. Las relaciones en la banda estaban tan tensas que me convencí que sería el fin de las Runaways si usaban esa imagen. No había manera de que Lita lo soportara. Durante meses había estado quejándose sobre ese percibido sesgo cuando salía en los medios. Especialmente después del fiasco con las fotos promocionales en Japón, sentí que poner mi foto en la portada de Rolling Stone sería la gota que derramaría el vaso. Estaba literalmente rogándole a Rolling Stone para que no pusieran mi foto. Estuvieron muy sorprendidos, pero finalmente accedieron. Supongo que en su actividad profesional no estaban muy acostumbrados a tener que lidiar con gente rogándoles para no salir en la portada. Así que fueron con otra banda, y esa es una decisión de la cual me arrepiento hasta el día de hoy. Todo vino a colación durante una sesión de fotos con el renombrado fotógrafo Barry Levine. Barry se había ganado su fama como el fotógrafo de placas fijas en la película Woodstock, y era al mismo tiempo el fotógrafo elegido por Kiss y muchos otros miembros de la familia real. Habíamos trabajado con Barry antes del cover de

Queens of Noise. Mientras entraba en su grande y blanco estudio, me sentí tensa, incluso cuando ninguna de las otras chicas estaba aún allí. Acababa de obtener mi licencia de conducir, así que vine sola, llegando temprano. Mientras ayudaba a Barry a organizar para la sesión, le expliqué que necesitaba irme a tiempo. Marie tenía una clase de actuación más tarde, y compartíamos el auto. —No hay problema Cherie —dijo Barry, ausente mientras jugaba con su cámara. —De acuerdo, bien. Para que lo sepas. Marie había pagado por la clase y me había advertido casi media docena de veces esta mañana que no llegara tarde. Discutimos sus ideas para la sección. Pretendí estar interesada, pero no lo estaba en realidad. Barry me pidió mi opinión sobre el telón de fondo y los colores que quería usar. Estábamos hablando sobre algunas fotos de prueba cuando Joan llegó. Se sentó en la esquina, apenas reconociéndonos. Lucía distinta. Más vieja. Diablos, todas lucíamos de la misma manera. Cuando alzó la mirada y me saludó, sonaba cansada, irritada. Un poco después Sandy entró, pero aun nada de Lita o Vicki. Una hora pasó, y todas estábamos ahí, impacientes e irritadas. Estaba sorprendida de que Vicki estuviese tarde para su primera sesión de fotos. La ausencia de Jackie estaba apenas llenada por Vicki, quien en el ensayo estaba probablemente observándonos mientras discutíamos y peleábamos y preguntándose por qué carajo se había metido. Vicki se parecía mucho a Lita que podrían haber sido hermanas, y eso realmente molestaba a Lita. Cuando la conocimos por primera vez, Ki m había comentado con su usual falta de tacto su parecido. Lita la miró de pies a cabeza, y le frunció el ceño y dijo: ―—¿Por qué carajos no te tiñes el cabello o algo?‖

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—Recuerda Barry, sólo puedo quedarme hasta las seis treinta —le recordé mientras el tiempo se prolongaba—. Tengo que regresar con el auto por mi hermana… Barry rió. —¿Me estás diciendo que Cherie Currie no tiene su propio auto? Hombre, pensé que tenías un Vette plateado o algo por el estilo. Me encogí de hombros y le dirigí una sonrisa tímida. La verdad es que apenas tenía dinero para una motoneta. No le dije a Barry que cuando regresamos de Japón, con los grandes conciertos, y las localidades vendidas, y el álbum en vivo que estábamos montando en el estudio, Kim le había entregado a cada una un cheque de apenas mil doscientos dólares, después de ―gastos‖. Cuando todo el mundo empezó a enloquecer, nos dio la perorata habitual de cómo incurríamos en una gran cantidad de gastos, y en cómo aún le debíamos al sello un montón de dinero.

Si creías las historias de Kim, pensarías que ser una estrella de rock era un trabajo mucho más mal pagado que el de alguien de un puesto de comida rápida. Al menos mi hermana solía enfermarse entre semana y festivos. Jackie solía ser el que nos hacia tratar de tener un mejor trato con Kim, pero cada promesa que haría para investigar con el sello había resultado en nada. Con Jackie lejos, no se sentía como si nadie en la banda tuviese la inteligencia o la motivación para empujarlo más en este asunto. Incluso después del maravilloso éxito que tuvimos en Japón, la banda estaba muy cansada para seguir luchando. —Seguro. —Sonrió Barry—. No hay problema. Ya deberíamos haber terminado para esa hora. Eso, ¡si las otras chicas al menos parecen! ¿Alguien sabe dónde está Lita? Me encogí de hombros. Joan negó con su cabeza. —Ni idea. Joan, Sandy y yo nos sentamos y esperamos. Nadie tenía mucho que decir. Parecía todo menos que esperábamos una sesión de fotos, y más como si fuéramos extrañas atrapadas en la sala de espera del infierno de un dentista. Mirábamos a todos lados menos entre unas y otras. Yo estaba estudiando un particular y fascinante lugar en blanco en la pared cuando Sandy anunció que el álbum En vivo en Japón que Kim había lanzado al mercado se había vuelto un disco de oro en Japón. Era la única que parecía emocionada respecto a ello.

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—¡El siguiente va a ser uno platino! —anunció Sandy, tratando, supongo, de sacarnos de la depresión en la que estábamos. El comentario sólo se quedó colgado en el aire. Pensé en Jackie, dando tumbos hacia mí con sangre goteando de sus brazos y con una mirada de desesperación total y absoluta en sus ojos. El recuerdo me dio escalofríos. Luego pensé en Vicki. La pobre chica que no sabía en qué se había metido. Lita finalmente llegó dos horas tarde y Vicki con ella. Irrumpió en el estudio, azotando la puerta detrás de ella y alegando sobre su auto y el tráfico. No se disculpó, por supuesto. Una vez estuvo lista, como el resto de nosotras, Lita calló en un helado silencio. Por dos horas posamos por una fría, y no inspirada sesión de fotos. Hacia el final incluso Barry se había rendido de tratar de arrastrarnos de detrás de nuestros propios muros de piedra. —Así que, ¿eres la nueva bajista, eh? —dijo en cierto punto, tratando de romper el hielo. Vicki asintió, y sonrió. —Linda —dijo—. Hombre, Lita, luce como una versión más dulce de ti.

Lita puso su rostro más dulce, y le mostró a Barry el dedo del medio. Mientras la sesión se prolongaba, seguí mirando al reloj. A las cinco treinta empecé a entrar en pánico. La sesión aún no se terminaba; todavía teníamos tres atuendos más. El ánimo en la habitación era tan venenoso, que estaba asustada de recordarle a Barry, quien parecía por completo haber olvidado su promesa de que tenía que irme temprano. Con todo lo que ha estado pasando en casa, sabía que lo mínimo que podría hacer es cumplir una promesa a mi hermana. —Barry —dije finalmente, señalando el reloj—, son casi las seis. ¿Recuerdas? Antes de que él pudiera responder, Lita espetó: —¿De qué está hablando? Obviamente desesperado por la sesión de fotos, Barry suspiró y bajó la cámara. —Cherie tiene que irse a las seis treinta —dijo—, aparentemente la clase de actuación de su hermana es más importante para ella que esta sesión. —Oh, infiernos que lo es —gritó Lita, girándose hacia mí. De repente toda la tensión latente se desbordó. Sentí que Lita había estado esperando una excusa para estallar, y Barry se la acababa de dar en bandeja de plata. Caminó hecha una furia hacia mí, casi derribando a Vicki en el proceso, y me gritó justo en la cara. —¡¿Quién carajos crees que eres?! ¡Somos profesionales! —gritó. Luego me siseó y añadió—: Al menos la mayoría de nosotras.

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De pronto toda la tensión acumulada y la ira de los últimos meses, no pudo ser más contenida. En vez de girarme y alejarme de Lita como solía hacerlo, me di la vuelta justo hacia ella. —¡Tú eres la que llegó jodidamente tarde! ¡Si hubieses estado aquí a tiempo, esto no sería un problema! Sabes que comparto el auto con mi hermana. Prometí que estaría ahí por ella a las siete. Joan y Sandy salieron furiosas alzando sus manos en desesperación. Ambas estaban hartas de Lita, y también lo estaban de mí. Los buenos tiempos que habíamos tenido en esa primera gira por los Estados Unidos habían sido olvi dados, y ahora el simple hecho era que nadie podía en serio soportar a las otras. Joan y Sandy lucían como si ya tuviesen suficiente de las peleas. Vicki sólo se quedó ahí de pie como un ciervo bajo las luces mientras todo pasaba.

—No sé tú Lita, ¡pero tengo una familia de la cual cuidar! —grité. Luego me giré hacia Barry, herida por su traición—. ¿Cómo pudiste? Sabías que tenía que irme. De repente Barry se giró y golpeó su cámara contra el piso debido a la frustración. ¡Crash! La cosa sólo se rompió en cientos de pedazos. —Oh, eso fue tan profesional —le espeté. Me quedé ahí de pie por un momento, mirando a la cámara arruinada. Luego me giré y me dirigí al vestidor. No me iba a aguantar la mierda de Lita, o a ningún maldito fotógrafo que necesitase romper una cámara para un efecto dramático. ¡Qué idiota! Cerré la puerta detrás de mí y empecé a cambiarme de ropa. Con la puerta cerrada, apenas pude oír a Lita despotricando en el otro cuarto. Todo estuvo calmado por un instante. Luego… ¡BOOM! De la nada hubo un golpe contra la puerta, que hizo que cediera. Como si alguien estuviese tratando de derribarla con un mazo. Grité, y me alejé de ella, pude escuchar a Sandy gritándole a Lita: —¡Déjala sola Lita! ¡Déjala sola! ¡BANG!

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Por segunda vez el pie de Lita golpeó contra la puerta, haciendo que ésta se abriera. La puerta chocó contra la pared, casi arrancando sus bisagras. Vi la silueta de Lita llenar toda la entrada, dientes desnudos, manos en forma de puños. Entró hecha una furia, deteniéndose a pulgadas de mí. Yo estaba aterrada. Nunca la había visto así de encabronada. Alzó su puño como si estuviese a punto de ponérmelo todo en el rostro, pero se detuvo cuando Sandy entró por la puerta. Lita me señaló con un dedo de la muerte a mi rostro. —Tú me vas a escuchar, ¡tú pequeña zorra! —Escupió—. Cuando te uniste a esta banda, todas hicimos un compromiso. Pondríamos a la banda en primer lugar y toda la mierda restante en segundo. Vas a tomar una puta elección, AHORA. Es tu jodida familia o NOSOTRAS. —Entonces es mi familia… —chillé. Por un breve momento estaba de nuevo en el cuarto de lockers con Big Red, mirando su señalador dedo, paralizada por el terror. Cerré mis ojos y esperé el impacto… pero nunca llegó. En vez de eso, Lita salió hecha una furia del vestidor, golpeando su puño contra la ya magullada puerta. ¡Qué final! Vicki se quedó ahí de pie con la boca abierta, claramente intimidada y temblando. Joan y Sandy estaban

en el cuarto con expresiones traumatizadas en sus rostros, mientras yo sólo me quedé ahí de pie, aturdida. Sin decir otra palabra, tomé mis cosas y salí del estudio. No podía pensar bien. Todo lo que tenía que hacer era salir de aquí. Necesitaba ir a casa. Tomar algo de tiempo para calmarme. Quería estar en cualquier otro lugar distinto a este jodido estudio con la banda. Supe entonces, mientras entraba en el auto de Marie y me iba con el sonido de los neumáticos chirriando, que había terminado con las Runaways.

Kim ya estaba en el teléfono con mi tía Eve cuando regresé a casa. —Cariño, es para ti. Es… Kim. —De la manera en que lo dijo, era como si el mismo Satán hubiese decidido llamarme. Tomé el teléfono—. ¿Ho…Hola? —Acabo de escuchar lo que ocurrió. Viejo, esa Lita es una peleonera, ¿cierto? —Se ha terminado, Kim —dije—. No puedo soportarlo más. Dejo la banda. En vez de alud de regaños que esperaba que Kim me lanzara, dijo, sin perder un instante: —No hay problema Cherie. Siendo honestos, me sorprende que la banda haya durado tanto. Tengo otro proyecto preparado para ti… un álbum solista. Harás tu álbum, y sí deciden quedarse, pueden hacer un álbum por su cuenta. Entonces todo el mundo feliz, ¿cierto? —¿Ennn… entonces aún tengo un contrato de grabación?

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—¡Sí! Hablamos mañana. A pesar de todo lo que había pasado con Kim, estaba muy cansada, enojada y muy confundida que todo lo que quería era que todo estuviera bien. Aunque no pudiese soportarlo, Kim estaba diciéndome que las cosas podían seguir normalmente. Más que nada en el mundo, eso era exactamente lo que quería escuchar. A pesar de mi misma, me sentí algo optimista cuando colgué el teléfono. —Cariño —dijo la tía Eve cuando terminé—. ¿Qué diablos pasó? Agité mi cabeza. —Me voy de la banda —dije—, ya no puedo soportarlo. —Oh —dijo la tía Eve—. Entonces… ¿ahora qué?

—Voy a grabar un disco en solitario. Va a estar bien. No te preocupes. Las palabras sonaban muy extrañas viniendo de mi boca, pero los últimos años habían sido tan extraños que apenas lo noté. Sin otra palabra, me dirigí a mi cuarto, tome un analgésico, y colapsé en la cama antes de caer en un agotado y drogado sueño.

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Traducido por Maru Belikov Corregido por Micca.F i primer álbum como solista, Beauty‟s Only Skin Deep, fue grabado en una carrera, solo semanas después que había dejado a The Runaways. Lo que quería era una oportunidad para tomar algún tiempo fuera y en realidad decidir cuál sería mi siguiente paso. En The Runaways yo constituía una quinta parte de la banda que tenía un representante dominante que tomaba la mayoría de las decisiones importantes sobre nosotras mientras nos mantenía en la oscuridad total acerca de todo. Cualquier intento de influenciar la ―visión‖ de Kim era enfrentarse con insultos y amenazas. A pesar de ser la cantante principal de la banda, se esperaba que me callara y me presentara, justo como todos los demás en The Runaways. Tener tus propias opiniones o ideas para Kim era inaceptable. Él no tenía respeto por nosotras como artistas. Sentía que sabía que vendería, y sentía que tenía un dominio sobre nosotras porque tenía una trayectoria comprobada. Constantemente se iría por la tangente sobre todos los discos que había hecho. Una de sus líneas favoritas era: ―¡Cuando hayan hecho tantos di scos como yo he hecho, entonces escucharé!‖

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Mientras The Runaways nunca habían alcanzado el tipo de éxito salvaje en América que habíamos tenido en Japón, todavía teníamos el reconocimiento del nombre. Sabía que un disco solista de Cherie Currie era mi mejor oportunidad para definirme, y colocar mi carrera en el tipo de trayectoria que imaginé debería seguir. Pero necesitaría tiempo —el sonido correcto, las canciones correctas, el sentimiento correcto. No quería apresurarme a nada. No funcionaba así. Había obligaciones contractuales, y Kim y yo teníamos que entregar un álbum nuevo para el sello discográfico enseguida. Eso es lo que me dijo. No había tiempo para que me fuera y escribiera canciones, ―me encontrara a mí misma‖ o ninguna de las otras cosas que necesitaba hacer en ese entonces. Tenía que ir directo al estudio y empezar la edición de pistas. Solo podía comparar el álbum como un

matrimonio forzado: no quería trabajar más con Kim, pero de una manera, su presencia era un consuelo. Era a lo que estaba acostumbrada. Era el tipo de mentalidad que mantenía una esposa con un esposo violento; aun cuando Kim me maltrataba y me rebajaba, el verdadero hecho que ahora tenía su completa atención era gratificante. Mirando atrás, solo puedo pensar que esto era un síntoma común de cuán dañada había estado por mis experiencias en The Runaways. Kim no tenía ningún interés en representarme a largo plazo, pero juntos teníamos que hacer y entregar un álbum final así podíamos finalmente terminar nuestra relación. No es una sorpresa que el álbum resultara nada como había querido que fuera. Si alguna frase resume la mayoría de Beauty‟s Only Skin Deep para mí, era una que Lita me lanzó hace un tiempo cuando lo intenté para The Runaways con Suzi Quatro21 con ―Fever‖ como canción para mi audición: ―middle of the road‖. Cuando íbamos a trabajar en el álbum, la actitud de Kim ―Papá sabe mejor‖ era inexorable. Él toco por mi amor de lo ―Seguro‖ en todas las canciones que trajo para mí o fueron escritas para el álbum con el mismo estilo. Desde el principio, estaba infeliz con la dirección que el álbum estaba tomando. Si no me gustaban las canciones —que era el caso con la mayoría de ellas— Kim me ignoraría. No había tiempo para discutir, me dijo. ―¡Tendrás suficiente tiempo para hacerlo bien en el próximo álbum!‖

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Hicimos la edición del álbum en los estudios Larrabee en Santa Mónica, en West Hollywood. Kim se presentó con un montón de canciones de los diferentes escritores que estaba representando (solo para asegurarse que exprimía cad a potencial de cientos de regalías). Había contratado un hombre inglés llamado David Carr, que formaba parte de un grupo de ritmos llamado Fortunes, para co producir. Era un buen tipo, y un talentoso tecladista y cantante. Tenía un gran registro vocal, y cantaba con un ligero tartamudeo. Parte de su trabajo era hacer capas y capas de armonías. Él era paciente conmigo, que era algo a lo que no estaba acostumbrada. Algunas sesiones éramos solo David y yo, y era bueno ser capaz de relajarme un poco lejos de toda la locura que asociaba con Kim. Agregué letras a unas pocas pistas. No importaba si gustaban o no las canciones: solo era esperada para ir y cantar. Las canciones por sí mismas eran inundadas con espeso jarabe, producción pop de la década de los setenta. Imaginaba la reacción de esos chicos amplificados que habían golpeado los asientos sacando la mierda fuera de cada uno en los pasillos de 21

Suzi Quatro: El verdadero nombre es Susan Kay Quatronella es una cantante, bajista y actriz

norteamericana que obtuvo sus mayores éxitos musicales durante la edad dorada del Glam rock.

los espectáculos de The Runaways cuando obtenían una carga de esto. Por lo menos encontré algo perversamente entretenido acerca de eso. Las sesiones eran rápidas y sin inspiración. Había llegado con un fallo y, a veces estaba grabando las pistas vocales, con una temperatura tan alta como 101. Incluso Kim parecía más apagado de lo usual. Cualquier chispa, fuego, que destellara por un momento, luego se disiparía rápidamente. Solo dos canciones realmente destacaban en este álbum para mí, cada una por diferentes razones. Science Fiction Daze era mi favorita. Era lo más cercano que alguna vez había grabado que realmente me llevara de regreso a mis raíces de Bowie. Iluminamos la canción con un increíble sintetizador de música electrónica, y estaba realmente feliz en esa con mi rango vocal. La otra canción se llamaba Love at First Sight. De regreso en Japón, donde nuestra base de fanáticos estudió minuciosamente cada detalle de nuestras vidas privadas, la historia sobre yo teniendo una hermana gemela había mostrado ser infinitamente fascinante. La gente solo no podía creer que Cherie Currie, la chica salvaje cantante de The Runaways, pudiera tener una hermana idéntica. Sin querer perderse la oportunidad de publicidad, Kim Fowley comenzó a alimentar a los artículos de prensa japoneses que no había gemela, y que todo era un rumor. Luego él enviaría una conflictiva historia de que Marie era real, y que juntas íbamos a tocar algunos espectáculos en Japón. Para el momento que él había terminado, había una histérica anticipación a que regresara para probar de una vez por todas que realmente había dos hermanas Currie. Love at First Sight sería la canción que cantaríamos juntas.

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Al principio no estaba segura. Otra vez, se sentía como si estuviera siendo llevada por la nariz. Amaba a mi hermana, y sabía que mi éxito había sido difícil para ella. También sabía que ella también ansiaba más que nada un éxito similar. Aunque Marie nunca, jamás admitiría esto, había escuchado a través de Paul que a veces pretendía ser yo, e incluso firmaba autógrafos como si fuera yo. Marie quería cantar, quería actuar, en vez de eso, estaba mirando desde las gradas mientras yo vivía sus fantasías. Era fácil imaginar cómo hace tiempo tomó la decisión de decirle a Kim Fowley para ir a decirle sus inclinaciones y que estaban acabando con ella. Pero si grababa esta canción con ella, ¿entonces qué? Estoy segura como el infierno que no estaba dispuesta para saltar de una situación de compromiso como The Runaways a otra. Pero a menos que esta única canción de alguna manera fuera el inicio para una carrera como solista para Marie, ¿qué pasaría? O ella tendría que regresar atrás para hacer lo que estaba haciendo, o nos tendríamos que convertir en algún tipo de acto doble. Ninguna de estas opciones parecía lo correcto. Sin embargo, con el reloj del estudio corriendo, estuve de acuerdo en hacer la pista. Sentía que le debía mucho a mi hermana.

—¡Esto será grande en Japón! —me dijo Kim—. Dijiste que querías regresar, ¿cierto? —Por supuesto. Me encanta estar allá. —Este es un buen movimiento. Allá causará un escándalo instantáneo. Significará una gran cobertura de prensa, y grandes ventas del disco. Y todo lo que tienes que hacer es cantar una canción con tu hermana. ¿Qué tan difícil puede ser eso? La canción era un número prosaico de rock a medio tiempo, y tenía un pequeño ritmo de los ―sesenta‖ en ella, con muchas oportunidades para armonías vocales. La grabamos en un día. Una vez que Marie se presentó en el estudio, estaba feliz de haber accedido a cantar con ella: lucia tan feliz, más como en casa en el estudio, y me hizo sentir orgullosa. La canción resultó sonar bastante bien y luego Kim fue a trabajar en reservar para las dos una gira publicitaria para presentarnos ante una audiencia que estaba ya histérica con anticipación. Una vez que el álbum fue editado, fue enviado al mercado. Nosotras brevemente grabamos un video promocional, y Mercury ni siquiera se molestó en enviarme a carretera. Fue empujado a las tiendas de discos sin promoción, y rápidamente se hundió sin dejar rastro. Supongo que ahora es algo de un registro de culto. Todavía tengo contacto de vez en cuando con fans que lo descubrieron, y realmente lo disfrutaron. Mirando atrás, puedo verlo como algo positivo en estos días, pero en ese momento consideré a Beauty‟s Only Skin Deep un fracaso. Sin embargo, Kim tenía razón con respecto a una cosa: el tour promocional en Japón fue un éxito.

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Marie y yo volamos allá para estar por dos semanas haciendo entrevistas y haciendo play-back de la canción unas pocas veces. La atmósfera entre Marie y yo rápidamente se volvió agria. Me molestaba que estaba teniendo que hacer mi primer tour de solista con mi hermana a remolque, y después de que las primeras media docena de entrevistas la idea central en la línea de preguntas era: ―¿Grabarás más discos con tu hermana?‖ comencé a ser agresiva. —No —dije después de entrevistador a entrevistador—. Esto es algo de una sola vez. Primero necesito averiguar a dónde quiero ir. Por supuesto, esto no hizo sentir bien a Marie. Ella estaría sentada en el asiento cerca de mí, de frente al micrófono de un entrevistador, teniendo que escuchar a su hermana gemela diciendo que tan pronto como regresáramos a Estados Unidos, ella sería abandonada. Mientras cada respuesta era traducida a japonés, la implicación de mis palabras no pasaban por alto para Marie: tan pronto como estuviéramos de regreso en los Estados Unidos, ella regresaría a su vieja vida mientras yo iba a grabar más discos. En resumen, la idea estalló en mi cara de la manera exacta en que temía al inicio. Marie estuvo de acuerdo a grabar esta

canción como una cosa de una sola vez, y luego se molestó conmigo porque yo de verdad insistí que era una cosa de una sola vez. Podía ver su punto. Si los roles fueran invertidos, estaría herida y decepcionada, también. ¿Pero qué más podía hacer? No estaba preparada para rendirme en mi única oportunidad de ser una solista, y The Runaways todavía me perseguía. Extrañaba a Joan y a Sandy y me preguntaba qué estaban haciendo. Cuando su nuevo álbum, Waitin‟ for the Night, salió, no podía ni siquiera escucharlo. Era muy doloroso. Poniendo esa parte de mi historia detrás de mí fue increíblemente difícil. Si ellas me pedían regresar, lo haría. Siempre sentí que toda la banda realmente necesitaba un descanso, algún tiempo para evaluar a dónde nos dirigíamos, y tal vez un poco de tiempo libre para cuidar de nosotras mismas. Pero parecía que lo estaban haciendo muy bien sin mí, y por supuesto, eso dolió mucho, también. A pesar de la oleada de interés de la prensa, y la histeria de las audiencias cuando hacíamos una aparición pública juntas, Beauty‟s Only Skin Deep fue solo ligeramente más exitoso en Japón de lo que lo fue aquí en los Estados Unidos. Rompimos el primer álbum de la gira sin descanso de Runaways. Con este disco, las canciones eran inexpresivas, ni a Kim ni a mí nos importaba una mierda, y Mercury apenas lo promocionó. Estaba condenado desde el principio. La mejor cosa que Beauty‟s Only Skin Deep hizo por mi carrera fue liberarme de mi dirección de contrato con Kim Fowley. Finalmente estaba en control de mi propio destino. Al menos, eso fue lo que al principio pensé. Después de que Marie y yo regresamos de Japón, estaba lista para finalmente experimentar ese período de búsqueda del alma y sanación que había deseado desde que dejé The Runaways. No más seguir lo que dice mi representante, lo que dice la firma discográfica, nadie. Estaba lista para levantarme por mi misma.

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Ese era el plan. Por supuesto, no funcionó de esa manera.

Traducido por Auroo_J Corregido por Micca.F

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enía diecisiete años de edad. Estaba fuera de The Runaways, y fuera de control. Bajo mi cinturón tenía un álbum solista que había volado muy debajo del radar, pero al menos ahora no tenía representante. No más Runaways y no más Kim. Fue solo después de dejar la banda que pude ver en ese periodo hacia atrás con ningún tipo de perspectiva. En mi cabeza, comparé mi tiempo trabajando con Kim a ser succionada en el vórtice de un tornado: a los quince años, esa posible reunión con Kim Fowley y Joan Jett me había arrancado de mi normal, suburbana niñez y me depositó, dos años después, golpeada, magullada, y confundida, en el otro lado de la fama. Seguro, aún era conocida, y tenía tres álbumes para demostrarlo. Ahora era Cherie Currie, la ex cantante principal del súper grupo de rock The Runaways, y una solista. Una vez que Beauty‟s Only Skin Deep había salido, finalmente sentí que podía tratar de reagruparme y concentrarme en lo que realmente quería hacer conmigo misma. Pero primero quería tener algo de diversión. Y mi idea de tener diversión incluía un montón de drogas. Mi existencia se volvió un vertiginoso viaje en montaña rusa de altas y bajas. Tuinales22, pastillas para dormir, o quaaludes 23 cuando necesitaba sentirme melosa. Cocaína cuando necesitaba levantarme. No bebía mucho, sin embargo. Pensaba, ¿por qué gastar todo ese tiempo bebiendo cuando todo lo que tengo que hacer era tomar una píldora para el mismo efecto? Excepto que ahora, sin manager de gira y ―enfermeras‖ a mi alrededor 24/7 repartiendo las drogas, tenía que pagar por todas las sustancias que consumía. Mi uso de coca y píldoras se estaba volviendo pesado. Además de sentirme agotada, estaba amargada: después de tres álbumes con The Runaways y un álbum como solista para Mercury, las personas asumieron que me estaba yendo muy bien financieramente. En realidad, nada estaba más lejos de la verdad. Seguro, The Runaways había sido una aventura, pero no me habían dado ningún tipo de estabilidad financiera. Si pensaba 22

Tuinales: es una mezcla a partes iguales de secobarbital y amobarbital sódico, y se utilizaba como

sedante. 23

Quaaludes: es un medicamento sedante-hipnótico similar en sus efectos a un barbitúrico, un depresivo general del sistema nervioso central.

mucho acerca de eso, me comería viva. Entonces en lugar de pensar, me drogaba. Con ninguna fuente de ingresos, y un mera miseria ganada por mi tiempo con The Runaways, me encontré haciendo cosas por dinero que la antigua Cherie nunca hubiese hecho ni en un millón de años. Empecé a forzar la chequera de mi padre y a asaltar su frasco de propinas, y así tener dinero para drogas. Estar drogada desde el momento en que salía de la cama hasta el momento en el que colapsaba de regreso a ella (si incluso llegaba hasta mi cama; a veces me despertaba en el piso del baño o en el de la habitación, la cara aun manchada con el maquillaje de la noche anterior, preguntándome cómo había llegado allí) para mí era una total necesidad. No era una adicta, me decía a mí misma, solo me gustaban demasiado las drogas. Se volvieron parte de quien era —Cherie Currie, la mancha borrosa de neón en la vía a la fama, the Cherry Bomb. Necesitaba ser esa persona para lidiar con la presión, porque la presión estaba en todos lados. Estaba la presión de mi misma, de recuperarme de The Runaways y no solo convertirme en otra casualidad del rock & roll. Después de todo, ¿no hubiese amado Lita que tranquilamente me desapareciera? ¡No había manera de que le diera la satisfacción! A veces la presión venía de lugares que ni siquiera hubiese esperado. Como mi padre. Cuando le dije que me iba a reagrupar, encontrar un nuevo representante, y comenzar a trabajar en otro disco, su cara se oscureció. —¿Qué hay de tu hermana? —preguntó él. ¿Qué hay de ella? No estaba ni siquiera segura de a qué se refería.

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Sintiendo mi confusión, mi padre presionó. —Sabes, gatita, esta… esta fama, este éxito… ha sido muy difícil para ella. Ponte en sus zapatos. Imagina si estuvieras trabajando en el Pup‘n‘Taco mientras tu hermana gemela está en la portada de cada revista de música en el país. Ella fue a Japón contigo… realmente obtuvo una probada de lo que es estar en tus zapatos. Tú misma lo dijiste, ella fue muy buena en esa canción que hicieron juntas. —Sí, eso es cierto. Sé que Marie puede cantar. —¿Pero qué hace ella ahora? ¿Esperas que solo regrese a su antigua vida? ¿Que renuncie a su sueño? ¿Cómo te haría sentir eso? Agh. Conversaciones como estas eran otra razón por las que necesitaba drogas. ¿Por qué mi padre incluso me diría cosas como esas? ¿Por qué debería de sentirme culpable por el éxito que había experimentado? Me lo gané. Pasé por un infierno

con The Runaways, y me alejé de ello no con dinero, pero sí con fama. Si usaba esta fama sabiamente, me imaginaba que podía volverla una carrera. Pero eso tomaría un montón de trabajo, y un montón de dedicación. Seguro, era una suerte de mierda que Marie estuviera donde estaba ahora, pero, ¿por qué tendría que sentirme responsable de eso? Empecé a sentirme enojada acerca del camino que estaba tomando esta conversación, la furia incluso cortando a través de los Tuinales y la cocaína en mi sistema. —¿Entonces? —dije—. ¿Qué se supone que haga? Dije desde el principio que hacer una canción con ella iba a ser una cosa de una vez. Todo lo que puedo hacer es tratar de convertirme en un éxito. Usar las oportunidades que tengo y luego… tal vez… —Creo que hay más que puedes hacer que solo eso, gatita. Creo que hay mucho más que puedes hacer. Las personas realmente reaccionaron a la canción que hiciste con Marie. Creo que esa es la dirección que deberías seguir. Me reí. —¡Era una novedad, papá! ¿Qué podríamos hacer después de eso? No hay ningún lugar más al que podríamos llevar esto… ¡No ahora! —Podrías hacer un álbum entero con ella. —¿Un álbum? Papá… —Sabes que Marie puede cantar, gatita. Ella quiere cantar. Quiere actuar. Creo que estás en la posición de ayudarla. Y quiero decir realmente ayudarla. —¡Vamos, papá! ¿Qué puedo hacer? ¡No tengo un estudio de grabación!

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—Pueden trabajar como un dúo. Si les dices a los estudios y a tu nuevo representante que esto es lo que quieres hacer, tienen que decir que sí. Tienen que. Pensé por un momento que estaba bromeando. Pero la mirada en su rostro me dijo lo contrario. Todo tenía un terrible, enfermo tipo de sentido. El circulo completo, directo de regreso a esos días en el Kiwanis Club cantando canciones de Dean Martin con papá. La idea era ciertamente ridícula: sabía en mis entrañas que ningún estudio iba a aceptar nada excepto un disco solista de Cherie Currie. Además, en los dos años pasados, sentí que finalmente había salido de debajo de la sombra de mi hermana gemela. Ahora mi padre me estaba pidiendo otra vez compartir el reflector con ella. Sacudí mi cabeza. —Es una buena idea, papá —dije gentilmente—, y podría hacer que eso sucediera por el camino después de que me pruebe a mi misma… ¿pero ahora? ¡Es imposible!

Los estudios de grabación no irán por ello. Necesito tiempo para respirar. No puedo solo saltar en algo como eso. Por favor sé realista… Kim solo lo sugirió porque era novedoso y sí, quería que se sintiera orgullosa de sí misma, pero ahora… tengo que descubrir quién soy yo. Merezco mucho eso, ¿no lo hago? Incluso Kim no esperaba que hiciera un álbum completo con ella. A la mención del nombre de Kim, la cara de papá se oscureció. Mi padre no era un hombre que mostrara su enojo seguido, pero esta vez se sacudió un poco y escupió: —¿Kim? ¿Qué sabe ese repulsivo? ¡Él se ganaba la vida explotándolas! Después mi papá se quedó en silencio. No se veía muy bien. Sus ojos se estaban humedeciendo, inyectándose de sangre. A través de los pasados meses, su cara se había vuelto llena, su piel hinchada y roja. El alcohol se lo estaba comiendo desde el interior. No pude decir nada. Solo me quede allí viendo a este una vez orgulloso hombre tratando desesperadamente de unir a su familia. Decidí que necesitaba una píldora. Necesitaba terminar esta conversación ahora, y hacer que algunos químicos indujeran paz a mi cerebro. Algo de calma. Papá me miró. —No te lo estoy pidiendo, gatita. Te lo estoy diciendo. La familia es lo primero. Si esta vez no puedes poner a tu familia primero… entonces lo siento, voy a tener que cortarte la juerga. ¿Me entiendes, gatita? —Sí, papá —dije tranquilamente. —Marie es tu hermana. Quiero que la ayudes. De otra forma, tendré que lavarme las manos de ti.

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Me quede allí asintiendo, estupefacta. Me pregunté si él sabía lo que estaba diciendo. Tal vez sabía acerca de los cheques. Si lo hacía, era muy orgulloso para decir nada. Demasiado orgulloso para admitir que su propia hija estaba robando su dinero para comprar drogas. Tal vez esta era su manera de corregirlo. Tal vez podía perdonarme siempre que ayudara a Marie. Tal vez entonces podría pretender que no era una ladrona. —Está bien, papá —dije otra vez. Me alejé, confundida y desorientada. —Gatita —dijo mi padre—, ni una palabra de esto. A Marie, quiero decir. Marie nunca aceptaría esto si sintiera que… me involucré. Tiene que venir de ti. Ella es muy orgullosa, muy obstinada. Asentí. Orgullosa. Obstinada. Croe que era una característica de la familia Currie.

A las tres en punto de la mañana siguiente, salí tambaleándome del coche de papi. Lo había tomado prestado por la tarde para ir a una fiesta en Malibú que terminó siendo realmente salvaje. No podía dejar de reír. El mundo estaba dando vueltas a mí alrededor, y me sentía tan perdida como un ser humano podía estar. Cuando golpeé el aire fresco, noté rayones profundos de un lado, lo cual exponía el metal desnudo debajo. Supongo que había chocado de refilón contra algunos autos. Tal vez. No podía recordar mucho del regreso a casa. Algún extraño tipo de piloto automático debió entrar en juego, orientándome sobre la autopista y regresando a casa un poco intacta. Había otros pozos profundos en mi recuerdo de la noche, y los consideraba demasiado tiempo, podría haber caído en uno y nunca volver a salir. Recuerdo haber estado en el baño, y personas golpeado la puerta para que los dejara entrar. Me había quedado dormida en la tapa del inodoro. Ahí fue cuando me tambaleé fuera al coche. Aun, a pesar de haber arruinado totalmente el auto de mi padre, no podía dejar de reír. Toda la situación se sentía tan irreal, tan completamente absurda. Dentro de la casa, la sala estaba dando vueltas. —¡Detente! —Arrastré las palabras, agarrando el sofá para tratar de hacer que todo se quede quieto—. ¡No te muevas! Por el rabillo del ojo, vi a alguien parado allí. Ella era muy inestable y era muy delgada. Di un salto, y luego me di cuenta de que era mi propio reflejo saltando mirándome en el gran espejo adornado. Me incorporé y traté de tomar un buen vistazo de mí misma, pero de repente se movió el piso debajo de mí y en su lugar me tambaleé hacia la cocina. Llegué al fregadero, y me agarré esperando, sin saber si iba a vomitar o no. Me quejé, pero el vómito no llegó.

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Oí una voz familiar flotando en la oscuridad. Sonaba como Marie. Marie en su típica forma prepotente diciendo: —¿Qué demonios te está pasando, Cherie? —He oído esa voz mucho en estos días, dándome una conferencia, juzgándome. La única manera de callarla era ahogarla con más pastillas. Me volví, y casi me caí cuando me di cuenta de que realmente era Marie. —Oh mierda. —Arrastré las palabras—. Pensé que estabas en mi cabeza. —Después rompí en risas otra vez, y la risa tenía una rara orilla histérica. —¿Qué demonios es tan gracioso? —escupió Marie viéndose completamente disgustada. No pude responder. Seguí riéndome. Rugiendo, me doblé en dos, las lágrimas corrían por mis mejillas.

—¡Detente! —siseó—. ¡Vas a despertar a toda la casa! Me puse una mano sobre la boca, y traté de reprimir la risa. Marie se veía tan graciosa parada allí en su estúpido camisón. ¡Toda la escena era tan estúpida, tan suburbana, tan aburrida! ¡Esto no es lo que la Cherry Bomb debería estar haciendo! ¡De pie en una cocina consiguiendo un regaño de su hermana! Marie sacudió su cabeza. —Vas a matarte, Cherie. ¿Manejaste a casa así? ¡Vas a matar a alguien más mientras estás así! —Oh, detente. —Me reí—. A veces eres tan jodidamente cuadrada. ¡Suenas como la abuela! —Papá sabe acerca de los cheques, sabes —dijo Marie, cruzando los brazos—. ¡Estás utilizando el dinero de papá para comprar tu cocaína! Negué con la cabeza. Sabía en algún lugar de mi mente que si hubiera estado sobria, esta revelación realmente me habría molestado. Me hubiera sentido horrible, como si fuera lo más bajo de lo bajo, pero lo único que podía pensar era en lo absurdo que parecía todo. Gracias a Dios por las drogas, eso es todo lo que puedo decir. Rechacé las preocupaciones de Marie con un gesto de mi mano temblorosa. —¡¿Cómo esperabas que él no lo supiera?! —exigió—. ¡Gastaste casi mil dólares en coca! ¡Lo dejaste limpio! ¡Todo su dinero! —Oh, Phooey. —Arrastré las palabras—. Usas coca, también, Marie. Así que no me des la puta rutina de Madre Teresa.

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—Yo pago mis propias drogas, Cherie. ¡Yo no soy una ladrona! —¡Oh, bla, bla, bla! —grité. Mientras lo hacía, hice un gesto ebrio con mi brazo y mi cartera se deslizó de mi mano y cayó al suelo. Se cayó abierta, y mis pequeñas cápsulas de color rojo y azul de Tuinales se derramaron por el suelo. Esto me hizo reír de nuevo, sobre todo cuando vi la expresión en el rostro de Marie. ¡Oh Dios, mi hermana se había convertido en una decepción enorme en estos días! El rostro de Marie se ensombreció aún más. —¿Me has oído? —gruñó—.¡Papá está en bancarrota! ¡Por TU culpa! ¡Deja de reír! Pero no podía dejar de reír. Estaba a punto de ponerme sobre mis rodillas y empezar a recuperar mis píldoras cuando de repente escuché un sonoro golpe. Salió de la nada y de repente me encontré volando por los aires, golpeando mi cara

contra el refrigerador. No sentí ningún dolor. Había tomado demasiadas pastillas para eso. En su lugar, fue una sensación puramente desorientada: sin previo aviso el mundo a mí alrededor de repente había cambiado. Fue sólo después de caer al suelo que me di cuenta de lo que había sucedido. ¡Marie me había abofeteado! Mi cara empezó a sentirse adormecida e hinchada donde había chocado contra el refrigerador. De repente, entre la niebla de alcohol y Tuinales, sentí la rabia subir en mí. Salté sobre mis pies, dispuesta a matar. Aterrada, Marie tomó una silla y, de hecho, la sostuvo ante mí para defenderse como un domador de leones de mierda. Ya no me reía. Mi rostro estaba desencajado de rabia, y de repente tuve una claridad afilada como diamante. —¡TU, MALDITA PERRA! —grité—. ¡CÓMO TE ATREVES! Me lancé a ella torpemente, y golpeó mi cara con la pata de la silla. Probé el cobre, pero de todos modos traté de lanzarme de nuevo. La cara de Marie tenía una mirada de horror total y absoluta. —¡Estás sangrando! —gritó—. ¡Estás SANGRANDO! Marie nunca antes me había golpeado. Cuando vio la sangre, dejó caer la silla y rompió a llorar. De repente, la tensión se calmó, y tambaleé hacia atrás aferrándome por mi vida al fregadero, tratando de no caer de bruces.

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El mundo giraba más rápido, y más rápido. Miré hacia arriba, sintiendo que la sangre caliente goteaba por mi barbilla. Vi a mi hermana llorando histéricamente. Vi las luces encendidas detrás de ella. En la puerta estaban mi padre, la abuela, y tía Evie. Estaban allí de pie, mirando esta horrible escena con miradas de incredulidad en sus rostros. —Aw, Cherie… —murmuró mi papá. La abuela parecía como si estuviera a punto de desmayarse. Vi a mi tía Evie darse la vuelta, incapaz de ver más. Con sólo mirar a mi padre, pude ver que había estado bebiendo. Fue en la manera en que se puso de pie, en la forma en que él mismo se sostuvo. Caray, no podía recordar la última vez que no lucia así. Hubo un tiempo en el que podía esconderlo tan bien... hoy en día estaba empezando a parecerse a un anciano para mí, débil e inestable. Cerré los ojos, y sentí la tierra sacudirse inestable bajo mis pies. De algún lado podía escuchar a Marie sollozando. —¡Lo siento! ¡Lo siento! Nadie más dijo una palabra. Solo se quedaron allí, mortificados, muy avergonzados de mí, para decir algo.

A la mañana siguiente, nadie dijo una palabra acerca de lo que había sucedido. Ellos estaban demasiado avergonzados. Empecé a evitar a mi familia tanto como pude, pasando más y más tiempo con mi nuevo novio, Tommy. Lo conocí en el Sugar Shack, donde él trabajaba como portero. Pensé que era el chico más hermoso que alguna vez hubiera visto… Además de poseer una buena apariencia cincelada, Tommy tenía temperamento y podría ser tan celoso como el infierno. Me gustaba eso de él. Demostró que le importaba. Otra cosa que me gustó de Tommy era que no me juzgaba cuando me drogaba. De hecho, tomaba casi tantas drogas como yo. Pero podía controlarlas bien, y eso era bueno, porque la mayor parte del tiempo necesitaba a alguien para cuidar de mí. Un par de noches más tarde pasé por su departamento en el coche raspado de papá para recogerlo. Recuerdo que Tommy me advirtió no ponerme muy perdida incluso antes de que hubiera dejado su departamento. —Hablo en serio, Cherie —insistió—. No quiero que te pongas en ridículo como la última vez. Lo besé y le dije: —Lo juro. —No tenía intención de ponerme en ridículo. Pero entonces, nunca la tuve.

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El agente de giras de The Runaways, David Lebert, estaba dando una fiesta en su casa en Sherman Oaks. La casa era grande, hermosa, y llena de personas. Había drogas por todos lados. No al descubierto, por supuesto, delante de la gente. Pero definitivamente había una corriente subterránea y si tenías la nari z para ello, se podía rastrear con facilidad. En los rincones oscuros, habitaciones ocultas, baños y patios, la gente se estaba drogando. Si fueras derecho, podrías haber aparecido en esa fiesta y nunca sospechar por un segundo que la gente estaba inhalando cocaína y tomando píldoras. Podrías haber pensado que la gente parecía extraordinariamente parlanchina, o que parecían estar muy borrachos, pero en cuanto a las drogas... ¡nunca! Pero, si estabas buscándolas, las ibas a encontrar en todos los lugares previstos. Durante el trayecto, abrí mi bolso y me tomé un Tuinal. Tommy me dio una mirada preocupada y dije: —¿Qué? ¡Estaré bien! Solo no voy a beber cuando llegue allí. Él asintió con la cabeza, y luego extendió la mano. Dejé caer una de las cápsulas en la palma de su mano y se lo tragó en seco mientras iba a sesenta en la autopista. Besé su cuello, y lo hice temblar. Desde la gira por Japón, había comenzado a desarrollar un gusto por la bebida. Había una vez que la había odiado, odiaba la forma en que sabía, odiaba la forma

en que me hacía sentir. Pero en Japón, las leyes contra las drogas eran increíblemente estrictas, y nadie quería arriesgarse a traer nada dentro del país. De vez en cuando el equipo de carretera nos entregaba unas píldoras de apariencia extraña que afirmaban eran tranquilizantes, y diríamos una oración en silencio y sin lugar a dudas las tragaríamos. Pero nunca fueron tan buenas como las cosas que podía conseguir en casa. Para combatir esta situación me convertí en una casi alcohólica nocturna. Una vez que volví, comencé a desear las cosas. Tommy siempre me advirtió que tranquilizantes y el alcohol no se mezclan. Cuanto más bebía, más difícil era recordar la cantidad de pastillas que había tomado, por lo que acabaría tomando más y más. Podría ser una combinación letal, y todo el tiempo se oía de gente que terminó su noche asfixiándose hasta la muerte en su propio vómito. A pesar de que sólo tenía diecisiete años, ya había conocido a unas cuantas personas que habían terminado de esa indigna y triste manera. Pero no me preocupaba. Después de todo, era inmortal. Nada podía pasarle a Cherie Currie. Una vez que llegamos a la fiesta y había bebido unos cuantos cócteles, el tiempo empezó a acelerarse. La noche comenzó a descomponerse en una bruma d e alcohol, pastillas y cocaína. Me presentaron a personas, e inmediatamente después se me olvidaron sus nombres. Caras pasaron con una falta de definición alucinante, y las voces se mezclaron en una charla mareada y sin sentido. De vez en cuando, Tommy me tiraba a un lado y se enojaba conmigo, gritando que me estaba poniendo muy drogada y que ya basta.

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—¡Estás actuando como loca! —me dijo en un punto—. ¡Te estás arrastrando! ¡Casi golpeas a esa chica! —Apuntó a alguna chica a la que ni siquiera recordaba haber visto antes. No recordaba mucho de nada. Recuerdos brumosos de alguien entregándome una pastilla extraña, y tragándolo sin saber siquiera lo que era venían a mi mente. —¡Dios, eres un maldito desastre, Cherie! —me dijo más tarde esa noche, después de arrastrarme al baño—. ¿Tienes más Tuinales? Le di algunos, y los tragó furiosamente, tambaleándose de nuevo a la fiesta… La fiesta se convirtió en un remolino. La música subía y bajaba, las luces tenues centelleaban como heladas de invierno. De repente, todo a la vez, me encontré en el suelo. ¡Pam! Yo sólo estaba allí con mi mejilla contra el piso de madera, riendo para mis adentros. Traté de moverme, pero mis piernas no funcionaban. —¡Maldita sea, Cherie! —Oí gritar a Tommy desde algún lugar encima de mí. A continuación, brazos fuertes me agarraron, y me levantó. Él me llevó, y sentí que el

aire frío me golpeó en la cara, con lo que me despejó un poco. Por lo menos me di cuenta que estábamos afuera. Sentí que me acomodó en el asiento del pasajero del coche de mi padre. Traté de decir: ―¿A dónde vamos? ¡Quiero otra bebida!‖ pero mis palabras salieron en una confusión incoherente. No podía sentarme erguida, y mis párpados se sentían como si fueran de plomo. Escuché el arranque del motor cuando el vehículo se tambaleó a la vida. Tommy estaba murmurando para sí con rabia. A medida que navegamos a través de la noche, me encontré a la deriva dentro y fuera de la conciencia. Me sentí como si estuviera flotando en una piscina vasta y negra. De vez en cuando llegaba a la superficie, y pude ver las luces de la calle centelleantes que navegaban más allá de mí antes de que me hundiera en la oscuridad, una vez más insensible. De repente, un fuerte ruido me trajo alrededor de un tirón. Mi cuerpo se sacudió hacia adelante, y mis ojos se abrieron. En un primer momento lo que vi no tenía ningún sentido. No había más carretera. Estaba viendo a un poste de luz, y la parte delantera del coche de papá estaba en la acera, el capo deformado. Podía oír a Tommy insultar. Miré a mí alrededor. Estábamos frente a un Denny‘s24, en la esquina del boulevard Coldwater Canyon y Ventura. Nos subimos a la acera y golpeamos el poste de luz. La gente salía corriendo del restaurante para ver qué pasaba.

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Alguien estaba golpeando en la ventana. Lo vi y bajé un poco la ventanilla, todavía en las nubes. En mi nube, pensé que reconocía a ese tipo. Era un guitarrista que conocía, Joey Brasler. Un tipo con el que una vez había trabajado en el estudio. Parecía preocupado. Tommy estaba tratando desesperadamente de conseguir que el motor empezara de nuevo. —¡Amiga! —gritó Joey—. ¿Estás bien? Empecé a asentir lentamente mientras Tommy conseguía encender el coche y el motor rugía a la vida una vez más. —Estás drogado, hombre —gritó Joey—. ¡No deberías estar conduciendo! Tommy se dio la vuelta y gruñó: —¡Vete a la mierda, imbécil! —Antes de lanzar el coche en reversa y salir otra vez al boulevard Coldwater Canyon, con un chirrido de las llantas sobre el asfalto. 24

Denny’s: es la cadena más grande de restaurantes familiares de servicio completo en Estados

Unidos.

A medida que otra vez volamos a la noche, sentía que mi cabeza pesaba cincuenta kilos. Asentí con la cabeza rítmicamente, entrando y saliendo. Se sentía como un anticipo de la muerte. Pequeños momentos perfectos de olvido. Quería acurrucarme en esta oscuridad, este lugar sin sueños, en silencio, y no regresar jamás. Fue muy reconfortante. Aún entonces. De repente, mi mundo entero entró en erupción. Vidrio explotaba a mí alrededor. Todo el coche estaba haciéndose pedazos. Tommy salió volando hacia adelante, su cabeza yendo directamente contra el parabrisas. Luego lo vi entrando de nuevo, rociando el interior del coche con sangre. Sentí que el motor se estrelló contra mi espalda mientras se retorcía en torno a 180 grados por el impacto repentino y violento. Y luego nada. Esa oscuridad silenciosa, pacífica, una vez más. No fue hasta que me desperté con el haz de las linternas, el ritmo de las luces intermitentes de la policía en el cielo nocturno, y el parloteo de los walkie-talkies que empecé a tomar conciencia de lo que había sucedido. Había un árbol, y el coche estaba envuelto alrededor de él. El coche de papá fue destruido, aplastado como un juguete para niños. Sabía que Tommy estaba vivo porque le oía gritando y maldiciendo. Entonces un policía puso una luz en mi cara. Era muy brillante. Fruncí los ojos. —¡Está viva! —Escuché al policía gritar.

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—Questapasando… questapasando…—Arrastré las palabras. —¡Están drogados! —gritó el policía a los otros—. Puedo olerlo desde aquí. De repente me di cuenta del dolor. Ni siquiera el alcohol y las pastillas lo podían ocultar. Mi pierna se sentía como si estuviera en llamas. Miré hacia abajo y pude ver que estaba sangrienta y desgarrada. Los policías me estaban sacando de los escombros. Todo lo que recuerdo es repetir ―Lléveme al hospital‖, una y otra vez. Sorprendentemente, además de una rodilla gravemente cortada por mi parte, y algunas laceraciones en la cabeza de Tommy, de alguna manera sobrevivimos intactos al impacto. Todo era confuso. A medida que los policías revisaban nuestras heridas, pedí de nuevo que me llevaran al hospital. Estaban a punto de llegar a un acuerdo cuando Tommy empezó a despotricar que no iba a ir a cualquier hospital

de mierda. Frente a un conductor borracho, drogado, y conflictivo, los policías decidieron que en lugar de llevarnos a la sala de emergencia, lo iban a fichar y nos llevarían a la estación. Nos dejaron en la estación de policías de Van Nuys para que nos pusiéramos sobrios. Mientras más sobria me ponía, más me dolía mi rodilla. El dolor era insoportable. Algún policía gordo y estúpido me dijo: —Tienes suerte de estar viva, niñita… —Y quería escupirle, quería arañar su cara por llamarme así. Decidí que era la culpa de Tommy. Era la culpa de mi agente por tener una tonta fiesta. Era la culpa de la ciudad por no iluminar lo suficiente la calle. Era culpa de Dios por hacer crecer un maldito árbol en un lugar tan estúpido. La policía parecía pensar que era culpa nuestra, porque estábamos conduciendo, mientras estábamos "dopados", como uno de ellos lo dijo. Pero, ¿qué saben ellos? No eran más que estúpidos policías de mierda. Cuando papá y Marie llegaron a recogerme, los dos estaban llorando. Supongo que sólo estaban contentos de que estaba viva. Mi rodilla me tenía en tal agonía que grité en voz alta mientras intentaba caminar. No recuerdo mucho más acerca de esa noche, excepto por el dolor y mi padre diciendo algo en el camino a casa que me golpeó muy duro.

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—Gatita —dijo él—. No sé qué hacer contigo. No puedo tratar más con esto. Vas a tener que tomar una decisión. Son las drogas… o nosotros. La decepción en su voz me cortó como un cuchillo. Nunca quise herir a mi padre, o cualquier persona en mi familia. Nunca pensé que iba a hacerlo llorar, pero esta noche fue lo que hice. Le había robado. Esta noche podría haber muerto, así como así. La idea de morir me aterrorizó. Me puse a llorar y suplicarle a mi padre por su perdón. A través de mis lágrimas, le prometí que iba a dejar de consumir drogas. Le dije que iba a cambiar mis maneras. Le dije lo que quería oír, porque la simple verdad es que yo no quería oírle hablar más del tema. Y tal vez, una ingenua parte de mí, en el fondo, realmente creía que iba a parar. Tal vez.

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Traducción SOS por Susanauribe, Akanet y Xhessii Corregido por Micca.F ebido al accidente, mi rodilla estaba en muy mala forma. Se había hinchado como un balón y apenas podía moverla sin sentir un severo dolor. Me fui del hospital usando un yeso en el pie y muletas. Luego del accidente no vi mucho a Tommy. Sus celos, los cuales en un principio me habían halagado, se volvieron peores y peores, hasta que en verdad me asustó. La última vez que llamé a su casa, su madre me rogó para que no lo llamara más. En el fondo todavía podía escucharlo gritando como un asesino y golpeando la casa en una especie de furia de celos. Mientras me estaba recuperando en casa, Marie me ayudó con la terapia física. La peor parte de todo fue regresar al hospital para el drenaje de fluidos: nunca fui una gran fan de las agujas, y tuve suficientes metidas en ese periodo para que me durara toda la vida. Mientras continué con la terapia, la rodilla empezó a mejorar y el dolor gradualmente disminuyó. Inmediatamente después del accidente, un doctor me informó que nunca volvería a bailar de nuevo, pero tenía mis propias ideas sobre eso.

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Fue durante las sesiones de terapia física que comencé a hablarle a Marie sobre hacer el próximo álbum juntas. Ella estaba verdaderamente feliz por la idea. Podía ver en sus ojos que más que nada en el mundo quería una carrera en la música, y sintió que la mejor manera de conseguirlo era hacer un disco conmigo. Nunca le dije que nuestro padre básicamente me había forzado a tomar esa decisión. Sabía que esto tenía el poder de herirla terriblemente. Tanto como mi hermana podría volverme loca algunas veces, nunca hubiera querido herirla así. No, decidí que esta parte de la historia se quedaría como mi secreto. Recé que estuviera tomando la decisión correcta, y odié la sensación una vez más, fuerzas externas estaban jalándome en direcciones en las cuales no me sentía cómoda. El accidente también me hizo reevaluar a dónde se dirigía mi vida. Decidí que tomaría esta oportunidad para volverme sobria. No estaba planeando dejar el alcohol y las drogas para bien, pero supuse que al menos era un tiempo para

relajarme. Leí un montón de libros de autoayuda mientras estaba tendida recuperándome, y me sentí determinada a que podía aprender a controlar mi uso de drogas. Dejar de festejar al principio fue fácil, pero mientras las semanas pasaban, m e vino una terrible realización. De repente me impactó que no disfrutaba estar sobria. Al principio pensé que eran los efectos colaterales del accidente; tal vez estaba deprimida por el dolor, o tal vez incluso en shock. Pero semanas después del accidente, la vida todavía se sentía gris y miserable sin la ocasional ―coca‖ o píldora. Antes de que me hubiera unido a The Runaways, podía ser feliz sólo siendo yo, sólo estando viva. Pero ahora, sin píldoras o cocaína, todo el tiempo me sentía enferma y cansada, y en nada podía encontrar la felicidad. Me encontré teniendo sueños vívidos sobre meterme pepas o soplar líneas de cocaína. Me despertaba sobresaltada, bañada en sudor y jadeando por aire. Miraría alrededor por mi habitación y me daría cuenta de que era sólo un sueño. El anhelo de drogarme sería insoportable. Por cada día largo y sin sentido podía encontrar mi mente regresando una y otra vez a las drogas. Añorando esa sensación distante y de entumecimiento que la cocaína y las píldoras me daban. Quería sentir en blanco de nuevo: quería no sentir nada en absoluto. La mayor prueba fue regresar a Sugar Shack. En los días desde que había sido una regular en la disco, la escena había cambiado. Un montón de la inocencia se había ido. Se había vuelto mucho más oscuro. Había una vez cuando la droga de elección en Sugar Shack había sido el porro, tal vez quaalones. Ahora era la cocaína. La coca estaba en todas partes, y había una nueva decadencia en el aire alimentada por el desenfrenado uso regular de la coca: en las esquinas oscurecidas sucedían cosas que incluso a mí me sorprendían. El uso de drogas y el sexo sucedía en donde fuera que miraras.

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Alejarse de la tentación era difícil. En uno de mis primeros viajes de regreso a Sugar Shack, un amigo me ofreció un bong con lo que dijo que era cocaína. La tentación fue demasiada, y acepté. Inmediatamente después de inhalarla, sabía que la cosa no era coca: comencé a alucinar. En la oscuridad de la disco, las miradas a mi alrededor cobraron un mirada siniestra y atemorizadora. La música comenzó a distorsionarse y me llegaba en olas, desorientándome y haciendo doler mis oídos. Entré en pánico, salí de la disco y bajé por la calle. Mientras corrí pasando una alcantarilla, podía oír las voces siniestras gritando mi nombre desde la oscuridad de abajo. Corrí hacia una licorería, jadeando por aire, convencida de que estaba volviéndome loca. Podía escuchar un sonido extraño alzándose de mis pies. Bajando la mirada, podía ver la alfombra alzándose y cayendo… ¡estaba respirando! ¡La alfombra estaba respirando!

De ninguna parte, una voz me preguntó si podía ayudarme a encontrar algo. Me di la vuelta con un grito de sorpresa y me encontré mirando a un rostro extraño y distorsionado de un vendedor. Él miró mis ojos, los cuales estaban brillando con una locura inducida químicamente, y tartamudeó: —Oh, oh, no… ¡dudo que pueda ayudarte! Después descubrí que lo que había inhalado no era cocaína, sino una droga llamada polvo de ángel, o PCP, un tranquilizante animal que había surgido en la escena. Después del incidente, fui muy cuidadosa al aceptar cualquier cosa de ese amigo en particular. Había muchos círculos sociales en Shack; unos gays, algunos hetero, y otros mezclados, pero todos tenían sus propias drogas, y sus estilos de vida tabú eran incomprensibles para un forastero. Así que para desviarme del camino, tuve que ser cuidadosa de evadir ciertos grupos. Sólo me quedaba con mis viejos amigos, los otros de ―rostro viejo‖ que sólo querían bailar y pasar un buen rato. Pasé mi tiempo fuera debajo de las luces estroboscópicas de la pista de baile, o afuera en el estacionamiento, donde podía hablar con mis amigos lejos del rugido de estática de la disco y la nueva ola que había reemplazado el glam rock como la música de preferencia de los regulares de Sugar Shack. En esta noche en particular, estaba afuera en el estacionamiento rodeada por más o menos diez amigos y mi guardia de seguridad favorito, Jackson. Estábamos hablando sobre los viejos días, y era difícil creer que habían pasado sólo cuatro años desde que había causado olas de shock en mi escuela cuando me había cortado mi cabello en flecos y pretender ser Bowie. Era surrealista pensar en cuán salvaje se había vuelto mi vida comparada con mis viejos amigos.

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―Los viejos días‖ de secundaria, y la vida en Valley, parecía como si hubiera pasado en otro lugar diferente, en otro tiempo. Todo había cambiado; la música, las drogas, el escenario era diferente. Ziggy Stardust se había ido hace mucho, y en su lugar era el David Bowie de Héroes, más funky que fantástica. Punk había vivido su promesa nihilista cuando Sid Vicious supuestamente había apuñalado a su novia hasta morir, y luego OD‘d murió con heroína. Disco se había mudado de los discos para las estadísticas de Billboard. Nadie supo lo que los ochenta tenía provisto para nosotros, pero no había duda en el sentido que esta fiesta vasta e imparable estaba construyéndose hacia una especie de final desastroso. Mis circunstancias personales habían cambiado. Hubo una punzada de dolor cuando pensé en eso, un sentimiento de que las cosas nunca serían iguales. Las cosas no se podrían sentirse con esa inocencia, tan viva con posibilidades de nuevo.

La conversación me barrió y el tiempo pasó rápidamente. Las personas pasaban, y pronto sólo éramos cinco de nosotros. Mis amigos hablaban sobre sus próximas graduaciones, y yo estaba callada. Cuando era una niña, solía soñar con mi graduación. Ahora que me había salido de la escuela, sabía que nunca tendría una graduación. Incluso con todas las cosas increíbles que había experimentado con The Runaways, el pensamiento en verdad me dejó perdida. Me hizo darme cuenta de cuán diferente mi vida había resultado ser en comparación con lo que una vez había esperado. Mientras más personas se iban, la conversación y la risa continuaban. Alguien me preguntó por Joan Jett, y les conté historias divertidas sobre la vida en la carretera. —Hombre, ustedes chicas nunca deberían haber roto —me dijo un amigo que había tenido su propia banda en esos días—. Eran mi banda favorita. No lo sé, ustedes en verdad me hacían sentir como si todo fuera posible, ¿sabes? Había escuchado esto muchas veces en los años. Tal vez no habíamos tenidos los hits número uno, pero en verdad se sintió como si The Runaways inspiraron un infierno a un montón de personas a formar sus propias bandas, a hacer su propia música. Cuando escuchaba esto, no hablaba mucho sobre el lado oscuro de la vida en la banda. No quería romper las ilusiones de la gente. Miré mi reloj. Era antes de las once. Mi amigo Andy se nos había unido. Nos habíamos vuelto muy unidos en los años. Incluso habíamos hecho una chaqueta del tour de Japón para él con su nombre en ella. Andy era una de esas personas extrañas en mi vida con las que siempre podía contar. Siempre estuvo ahí para mí si necesitaba un aventón o incluso ayuda desviando a algún groupie enloquecido. Él era un chico tan bueno, tan dulce y honesto.

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—¿Necesitas un aventón a casa? —preguntó. Le di un abrazo. —No gracias. Marie me recogerá. Ella estará en cualquier momento aquí a partir de ahora. —Okay, cariño… sólo agárrame antes de que te vayas para decir adiós. Andy me besó en ambas mejillas y luego se dirigió de nuevo a la disco. La disco todavía estaba rockeando. Había unas cuantas personas afuera en el estacionamiento, sentadas en los capós de los autos, hablando, riendo, y besándose. Jackson, el guardia de seguridad, estaba contando una historia sobre tener que golpear a alguien por golpear a una chica en otra disco. Podía escuchar el pesado bajo y la batería de una pista de disco reverberando al salir de allí y desvaneciéndose en el aire de la noche. Revisé mi reloj de nuevo. De repente, alguien gritó mi nombre.

Miré hacia allí y ahí estaba la limosina verde detrás de mí. Un chico con un cabello rubio, largo y rizado estaba sacando su cabeza de la ventana con una enorme sonrisa en su rostro. —¡Hey, Cherie! —gritó de nuevo. Me incliné hacia adelante, tratando de obtener una mejor vista de él. El rostro no me era familiar, pero supuse que debía conocerlo de algún lado. Parecía como un surfista envejecido; era alto y de apariencia decente. Había sido presentada probablemente a cada regular en Sugar Shack en un momento u otro, y había tenido suficientes de esas conversaciones incómodas donde me recordaban pero no podía recordar sus nombres. Había sido presentada a todos en los shows de The Runaways, o cualquier otro trillón de lugares en los que había tocado o estado. Este chico parecía más mayor de los shackers de Sugar Shack, tal vez en sus veinte avanzados. Aunque Shack era una disco para menores de veintiuno, había maneras de entrar si eras lo suficientemente determinado. Sólo mira a Kim Fowley o Rodney Bingenheimer. —¡Mucho tiempo sin verte! —El chico rió—. Me recuerdas ¿verdad? ¡Soy James! ¡James Lloyd White! ¿Cómo has estado? —Bastante bien —dije, siguiendo el juego. La limo sugería que tal vez era alguien de Mercury Records, o alguien que tocaba en una banda con la que The Runaways había tocado. Él me hizo señas para fuera a su ventana. Negué con mi cabeza y señalé hacia atrás mío, sugiriendo que él viniera a mí.

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Me sonrió, se encogió de hombros y subió sus manos como para decir: ―¡Tengo un auto aquí!‖ Luego me volvió a hacer señas para que fuera a la ventana. Lo hice, y mientras bajó la ventanilla, tuve una mejor vista de su rostro. Sus facciones eran más fuertes de lo que parecían desde lejos. Cinceladas. Pero cuando sonrió, fue cautivador, cancelando un poco de la rudeza que podía detectar en él. —¿Te gusta mi nuevo auto? —preguntó, golpeando la puerta del conductor con afecto—. Bastante bueno, ¿huh? —¡Sí!—dije—. Está bastante genial. ¿Dónde está tu chofer? —Ah… —dijo James, adoptando cierta modestia—. Le di la noche libre. Soy un jefe bastante amable, ¿sabes? Me reí de eso. De pie al lado de la limusina, todavía no podía recordar cómo conocía a este tipo. Tal vez era uno de los amigos de Moose. Eso explicaría por qué

no lo recordaba. Cada vez que estuviera saliendo con Moose y esos chicos de arriba, habría una gran cantidad de drogas alrededor. Debe haber sido eso. —Hombre —dijo, sacudiendo su cabeza con incredulidad—, ¡ha pasado mucho tiempo! La forma en que lo dijo... era tan sincero, no pude evitar creerle. Mi mente estaba zumbando desesperadamente, tratando de sacar su nombre de algún rincón polvoriento de mi memoria. Asentí con la cabeza y le sonreí amablemente, y me dijo—: ¿Quieres que te lleve a alguna parte? Aunque este tipo no parecía un desgraciado, sabía lo suficiente com o para no aceptar. —No, gracias. Cuando dije eso, hizo un pequeño mohín. —Es una lástima. Esperaba poder presumirte todas estas excelentes características. Hombre, esta limusina es otra cosa, tienes que comprobarlo. —Sí, bueno —dije, mirando alrededor, buscando el automóvil de Marie—, quizás la próxima vez. —¿Todavía estás de fiesta? —me preguntó. Estaba a punto de decir que no cuando me detuve. James me notó dudando y añadió—: Es sólo que, eh, estaba de camino a una fiesta que unos amigos míos están teniendo. Mi amigo, está en el, eh... el negocio de la importación. Él acaba de obtener algo de mierda realmente de primera clase. Escamas del Perú, lo mejor en el mercado.

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No le contesté. El hecho de que consumiera drogas en realidad me hacía confiar en él un poco más. También me confirmó mi sospecha inicial de que era uno de los amigos de Moose, alguien con quien había pasado una noche inhalando un toque mientras pasábamos el rato en la oficina de arriba. Si era un amigo de Moose, entonces sabía que tenía que estar a nivel. Esto me permitió bajar mis defensas un poco. Así que sí, la idea de ir a una fiesta para conseguir un poco de cocaína de alta calidad era tentadora, pero... no. Me había hecho una promesa. Estaba tratando de enderezarme. —No puedo —le dije—. Sabes, mi hermana está de camino para recogerme. Gracias, sin embargo... James asintió con la cabeza hacia Jackson. —¿No puedes dejarle un mensaje con el portero? Puedo escribirte la dirección. Ella es totalmente bienvenida a venir, va a ser una fiesta salvaje... Es en las colinas de Hollywood, una casa muy agradable.

—No. Gracias, James, pero realmente no puedo... —Muy bien —dijo encogiéndose de hombros. Estaba a punto de decir adiós y regresar al club cuando me llamó una vez más—. Oye, ¿quieres subirte mientras busco alrededor donde parquear? Tiene todo tipo de artilugios. Esta cosa es como una nave espacial o algo así. ¡Tengo asientos de cuero calientes aquí! Vamos, quiero mostrarte... Miré a mí alrededor. Todavía había suficiente gente en el estacionamiento como para sentirme segura. Jackson sólo estaba a unos metros de distancia, todavía sosteniendo a los otros chicos embelesados con sus historias locas, y había un montón de gente dando vueltas, que sentí que cuidaban mi espalda. De todos modos, este tipo era casi seguro que era uno de los amigos de Moose. Me encogí de hombros y dije—: Bueno, ¿por qué no? Me acerqué al lado del pasajero y me deslicé en el asiento, cerrando la puerta detrás de mí. —Déjame sólo estacionarme por aquí antes de que alguien me pegue por detrás — dijo. Entonces, James comenzó a vagar en busca de un espacio de aparcamiento. A medida que el carro comenzó a moverse, empezó a mostrarme todos los controles en el tablero. Sonaba como un niño haciendo alarde de su nueva bicicleta—. Tienes que escuchar este reproductor de casete. —Estaba diciendo—. Suena, como, ¡increíble! —Te has perdido un espacio de aparcamiento —le dije mientras cruzó justo más allá de un espacio en los automóviles. —¡Eso es demasiado pequeño! —Se rió—. Este bebé necesita un gran espacio.

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James me estaba mirando ahora. No estaba prestando atención en búsqueda de un espacio de aparcamiento en absoluto. Él sólo me estaba mirando, y empecé a sentirme incómoda. Él meneó su cabeza y dijo—: Realmente te extrañé, cariño... —Te has perdido otro —le dije, mientras un segundo espacio pasó de largo. —Tomaré el siguiente —dijo en un tono monótono. Pero mientras decía esto, sentí el automóvil acelerando, no desacelerando. Lo vi estirándose hacia la izquierda, y con un chasquido pesado, todas las puertas se cerraron de forma simultánea. Pasó toda una fila de espacios de aparcamiento mientras yo miraba con horror. De repente nos había sacado a la calle y fui agarrada por el miedo, dándome cuenta de lo peligroso que era la posición en la que estaba. James Lloyd White, quien diablos fuera que fuera, no me dijo nada mientras cogía velocidad. Traté de calmarme. Me concentré completamente en tratar de hacer que este tipo se detuviera para poder salir del automóvil. Tal vez todo esto era una especie de broma de mal gusto. Tal

vez sólo quería una cita para esta fiesta suya. Una vez que hubiera logrado salir del automóvil, le daría lugar para alguien nuevo. Por ahora, sin embargo, tenía que concentrarme en salir rápidamente de allí. —Escucha —le dije—. No sé lo que quieres de mí, pero… ¡CRACK! La bofetada salió de la nada. Me sorprendió duro y congeló las palabras de mi boca. Mi cabeza chasqueó al moverse violentamente, y el sonido fue sorprendentemente alto, pero luego fue sustituido por un zumbido constante en mis oídos. —Cállate —dijo en voz baja. Su voz había cambiado. Había descendido a algo predatorio y amenazador. Sentí las lágrimas llegando, pero hice un esfuerzo por contenerlas. Mi mejilla picaba donde me había golpeado, pero me obligué a mí misma para mantenerme estable. Sentí mi estómago anudándose, y sabía que más que nada tenía que mantenerme calmada y encontrar una manera de salir de esto. —Creo que. . . Creo que será mejor que me devuelvas ahora —dije humildemente. No hice contacto visual mientras lo decía. Cerré mis ojos y me preparé para otra bofetada, pero nunca llegó. —Maldita sea, te llevaré de vuelta cuando esté bien y listo —gruñó—. ¿Lo entendiste, maldita sea? Cuando esté BIEN y LISTO. Vamos a divertirnos un poco primero. Tú y yo. Te gusta divertirte, ¿no? Me miró cuando dijo esto, como si esperara que le respondiera. Miré hacia adelante, con miedo a responder de alguna manera. Oh Dios, oh Dios, oh Dios. Se quedó mirándome durante unos minutos, y luego volvió a mirar a la carretera. Continuó, medio hablando consigo mismo.

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—Oh, sí, te gusta divertirte. Te he visto en el escenario. Pavoneándote. Una maldita bomba sexy. Luciendo como una maldita prostituta. Arrastrándote alrededor medio desnuda, jadeando y gimiendo para todos los chicos, como una especie de perra en celo. Ese es el tipo de diversión que te gusta, ¿no? —Sentí que me miraba de nuevo. Mi labio inferior temblaba. El temor era que todo lo que abarcaba, una gran y fría ola de terror. No llores, no llores, no llores, me di je a mí misma. James se rió secamente para sí mismo y apartó la mirada de nuevo—. ¡Creo que es asqueroso! —escupió. —Por favor... —dije, temblando—. Por favor, ll-ll-llévame de vuelta. Si n-n-no, vas a estar en un montón de problemas... Sin quitar sus ojos de la carretera, estiró su mano derecha y cogió un puñado de mi cabello. Le dio a mi cabello un giro vicioso, jalándome hacia él, trayendo lágrimas a mis ojos. Podía sentir el cabello arrancando de mi cabeza en grupos. Golpeó mi

cabeza contra la ventana de forma brutal, y luego volvió a tirar de mi cara hacia él. Se dio la vuelta y me encontré a centímetros de su cara, mirando a los huecos de sus ojos. Estaban brillantes de rabia. Su boca estaba torcida y pequeña. —No me amenaces nunca, NUNCA, de nuevo o ¡te lastimaré! ¡Te haré mucho daño, maldita perra! —gruñó—. Estamos yendo a una fiesta. Luego, te llevaré de vuelta, ¿de acuerdo? Pero te estoy advirtiendo, si dices una palabra más, te mataré, maldita sea. ¿Entiendes? Entonces apartó mi cabeza de nuevo. Puse mis manos en mi rostro y lloré por el miedo y la confusión. Apreté mi cuerpo contra la puerta, tratando de estar lo más lejos de este loco cabrón como fuera posible. Giró hacia la autopista norte de Hollywood, lejos de las colinas de Hollywood, donde dijo que era la fiesta. Busqué una salida. Mi padre siempre fue muy protector con nosotras sus niñas, y nos había ofrecido consejos para alejarnos de un secuestrador. Podía oír su voz en mi cabeza: "Recuerda, gatita, si un hombre alguna vez te mete en su automóvil, agarra el volante y tira de él fuera de la carretera. Coge cualquier parte de su cara de la que puedas conseguir un buen agarre, y simplemente trata de arrancarla‖. Pero estaba aterrorizada. Paralizada por el miedo. Ahora íbamos muy rápido, estaba segura de que si agarraba el volante y trataba forzar el automóvil a salirse de la carretera, ambos estaríamos muertos. Sabía que si desgarraba su cara, me mataría, si el choque resultante no nos lo hacía primero. Si frenaba en un semáforo, ¿entonces qué? Las puertas estaban cerradas. Él estaba controlándolas todas desde algún cierre central, y automático. Lo desamparada de mi situación me aterrorizaba.

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Marie me había advertido sobre cosas como esta. "Hay una gran cantidad de personas desagradables en al Shack estos días". Esas fueron sus palabras exactas. Me dijo que me cuidara. Me maldije por no haber sido más cuidadosa, por no escuchar los consejos que todo el mundo me había estado dando. ¿Qué diablos me había poseído para entrar en un automóvil de un desconocido? Simplemente había parecido tan seguro, tan normal. Una persona totalmente diferente de la bestia salvaje que me había golpeado, y me amenazó de muerte. ¡Oh, mi querido Dios, oh Dios, oh Dios! Me preguntaba ¿dónde está Marie justo en este momento? Probablemente llegando al Shack. Buscándome alrededor. Comprobando en los cuartos de baño. Probablemente todavía ni siquiera estaba preocupa. A veces, Marie y yo teníamos esta conexión telepática. Comencé a rezar para que esta vez viniera a través de mí. En mi cabeza empecé a gritar: ¡MARIE! ¡MARIE! ¡AYUDAME! ¡ESTOY EN PELIGRO! Me imaginaba a Marie hablando

con Sid, el tipo del guardarropa. Encontraría mi cartera allí. Ella sabría que simplemente no me iría sin mi bolso. Tendría que saber que algo andaba mal. De repente el automóvil estaba girando de nuevo. Tomó la salida Osborne de la autopista 5. Estábamos lejos, muy al norte. Nunca antes había estado en esta área. Se sentía como si hubiéramos estado conduciendo por siempre. Nos estábamos dirigiendo hacia una calle oscura con sólo unas pocas casas de aspecto solitario en ella y sin acera. Casas viejas, en el medio de la nada. Es una fiesta, empecé a tratar de racionalizar conmigo misma. Él no es más que un drogado y loco, y nos dirigíamos a una fiesta y tan pronto como llegara allí con toda la multitud de gente sería capaz de salir a hurtadillas. Correría, correría y correría hasta encontrar a alguien que me ayudara... Pero este pensamiento se rompió de inmediato cuando se detuvo en un largo camino de entrada a una casa. Estaba en la parte superior de una colina, envuelta en la oscuridad. El lugar era tan escalofriante, oscuro, y aislado como el motel de la película Psycho. Obviamente allí no había ninguna fiesta. Miré a mi captor, y él estaba mirando a la casa con una expresión lejana en su rostro. —Yo… creí que habías dicho… —¡CÁLLATE! —gritó él. Me miró y gritó de nuevo—: ¡Cállate! —Salpicándome con saliva. Me agaché alejándome de él, aterrorizada de que fuera capaz de golpearme—. Te estoy hablando de la fiesta —dijo en una voz baja y amenazadora—. Pero antes tengo que recoger algo. Cuando él salió del carro, azotó la puerta detrás de él. Dio la vuelta y abrió mi puerta. Oh, sí, este bastardo es un verdadero caballero. Lo miré y le dije: —Puedo quedarme aquí hasta que regreses…

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Era un gran tiro, pero pensé que podía intentarlo. Desafortunadamente, él no tenía intención de dejarme tan fácil. En cambio, me dijo: —Tú vienes conmigo. —Y me alcanzó dentro del carro. Agarró mi brazo, y enterró sus dedos de manera dolorosa. Me jaló hacia la calle. No estaba frío, pero estaba temblando, todo mi cuerpo temblaba por el shock. Él enterró sus dedos aún más fuerte y yo grité lo más fuerte que pude. —¡DETENTE! Él empezó a caminar hacia la casa, agarrándome del brazo, su agarre estaba cada vez más fuerte mientras me aventaba hacia delante de él. —¡Camina! —me ordenó.

No había nadie alrededor. Consideré gritar hasta casi sacarme los pulmones, pero me podría golpear hasta la muerte y nadie sería capaz de salvarme. Más que nada en el mundo, no quería que me lastimara. Él me metió en el porche oscuro, jalándome. Y con su mano libre, buscaba sus llaves en la oscuridad. La puerta principal se abrió. Él la empujó, luego me empujó a mí adentro de su enorme casa negra. Adentro, lo primero que hice fue darme cuenta del olor. Un olor rancio, como de basura, humedad y moho. La luz era tenue, pero un vistazo rápido me proveyó toda la evidencia que necesitaba para saber que este chico estaba totalmente loco. Bolsas negras de basura, llenas y casi derramándose, estaban apoyadas en una esquina de la sala de estar. El empapelado se estaba cayendo de las paredes, exponiendo madera podrida. Cada superficie estaba llena de basura de todas las descripciones, y la alfombra se veía manchada y sucia. La comida estaba derramada, y no podía decir originalmente de qué color era, pero ahora era un borrón oscuro, con manchas de sangre. Él me jaló para pasar por todo eso, hacia su pequeña y raída cocina. Cuando encendió las luces fluorescentes, miré que el fregadero estaba lleno con platos sucios. Las cucarachas huyeron cuando estuvieron expuestas a la luz, escurriéndose entre las grietas de las baldosas, o escondiéndose en las esquinas oscuras. La barra superior estaba manchada con comida. Había un frasco de mantequilla de maní abierta con un cuchillo de mantequilla que salía de él. Me llevó hacia el cajón, el cual abrió. Buscó por ahí antes de sacar una pastilla. Nunca había visto ese tipo en particular de pastilla; era enorme, como algo que le darías a un maldito caballo. Luego se giró y me dio una mirada de ―no estoy jodiendo‖. —Abre tu maldita boca —me exigió.

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Sacudí mi cabeza, apretando los labios. Él agarró mi cara y la apretó hasta que el dolor era inaguantable. Tiró de mi mandíbula. Mi visión se nubló, y el mundo se convirtió gris. El dolor era tan intenso que automáticamente abrí la boca, llorando. Metió sus dedos en mi boca, forzando a que la píldora bajara por mi garganta. —¡Traga! —me exigió, girando mi cara hasta que mis ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Maldita sea, trágala! Traté de no tragar, pero la píldora bajó dolorosamente. Empecé a llorar. Nadie me encontraría. No había manera de escapar. Yo misma me había puesto en esta posición de total y completa impotencia. Nunca antes había sentido tanto miedo como ahora. —Buena chica —dijo mientras me ponía contra la pared. Yo estaba usando un enterito, y él empezó a abrir la cremallera lentamente.

Sus cejas se fruncieron por la concentración y miraba por todos lados como si fuera un artista que dibujara una fina línea. Sacudí mis manos para liberarlas y me las arreglé para alejarme de él. Con un crack, él me golpeó de nuevo la cara. Sonrió mientras lo hacía. Él hinchó su pecho. Podía ver que amaba cada momento. Grité porque sabía que este hombre estaba loco. —¿Quieres gritar? —dijo—. ¡Nadie puede oírte! ¡Continúa y GRITA! —Y lo hice. Grité lo más fuerte que pude, lo más alto que pude. Él también lo hizo, con un grito tan fuerte, tan primitivo que mi sangre se heló. Me agaché para alejarme mientras él se movía hacia mí. —¿Ves, perra? Ningún hijo de puta te puede escuchar… así que ¡CIERRA TU PUTA BOCA! —Alzó su puño como si fuera a golpearme, pero luego tuvo un ataque de risa cuando me agaché—. No debiste haberme dejado —dijo él—. Éramos tan felices en Dallas. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te uniste a la banda? ¡Me humillaste! ¿Puedes imaginarte lo que se sentía verte en la televisión, en el escenario, pavoneándote de esa manera? ¡Rompiste mi corazón! Todo el tiempo pensé: ¿Dallas? Nunca viví en Dallas. Este tipo nunca antes me había conocido. Él estaba total y completamente trastornado. El darme cuenta de eso me caló hasta los huesos. Necesitaba estar en casa. Quería a mi papá. Quería a mi hermana. Empecé a llorar. Por favor, Marie, por favor, ayúdame… Estoy en problemas, Marie. ¡En muy graves problemas! ¡Por favor, ENCUÉNTRAME…!

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En mi terror, las imágenes pasaban por mi mente. De repente estaba viendo la cara de Winnie the Wolf, tan claro como si él estuviera parado junto a mí. Vi cada detalle, sus aparatos brillantes, mientras me sonreía, su rostro fingía mi impotencia. ―¡Aléjate de esa maldita niña!‖ Y luego otra cara. Derek. Una cara que todavía me perseguía en mis peores pesadillas, presionándome de nuevo. ―¡Te ves como tu hermana!‖ ¡Qué idiota era! ¡Qué imbécil! Debí aprender mi lección cuando papi me azotó por jugar con Winnie the Wolf. Debí aprender cuando Derek me violó en mi propia habitación cuando tenía catorce años. ¡Debí haber aprendido! Ahora estaba agachándome en una casa de un loco, a millas de algún lugar, sin oportunidades de escapar. Comparado con este monstruo, Winnie y Derek eran como los jodidos Hardy Boys. Esto no puede estar pasando. Esto no puede estar pasándome. Soy Cherie Currie. Soy invencible.

¿Cómo puede esto estar pasando? Este bastardo era fuerte. Cuando me agarró, tenía manos como un torno. Me llevó hacia su sillón mugriento y me tiró en él. Me las arreglé para golpearlo en la cara, pero eso ni siquiera lo inmutó. Él respondió regresándome el golpe tan fuerte que fue por un momento como si no estuviera ahí. Era como si me golpeó y que con eso me sacó de este mundo. Agarró el cierre de mi enterito y lo rompió, llegando a mi piel, cortándolo. Rompió mi ropa, alejándola de mi cuerpo, y podía sentir el frío y húmedo sofá debajo de mí. Me agarró de los tobillos y me empezó a arrastrar hacia otra habitación. El dormitorio. Sabía de alguna manera que tenía que ser el dormitorio. Grité. Grité más fuerte de lo que he gritado en toda mi vida. Mi garganta se sentía cruda, rota. Pateé, grité y grité, rezando que alguien, cualquier persona me pudiera escuchar. Estábamos en el dormitorio. Las luces eran deslumbrantemente brillantes. Me aventó a la cama, y todavía gritaba por mi vida. —¡GRITA! —gritó, parándose sobre mí—. ¡GRITA TODO LO QUE QUIERAS! ¡NADIE PODRÁ OÍRTE! Estaba desnuda a excepción de mis bragas. Él trepó a mi parte superior y puso su cara sobre la mía. Agarró mi cabeza con ambas manos, para ponerme firme. Luego gritó lo más fuerte que sus pulmones podían dar. Él gritó por lo que se sintió como cinco minutos. Los gritos eran muy fuertes, aterrorizadores. Su respiración era como si agua residual fuera aventada a mi rostro. Cuando terminó, me sonrió y me dijo: —¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Nadie puede ni a jodidas oírte, Cherie. Estás gastando tu maldito aliento.

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Mientras abría mi boca para gritar de nuevo, me golpeó en el estómago, sacando todo el aire que tenía. Me levantó de la cama, y me quedé ahí, jadeando por aire, sollozando y a punto de vomitar. Podía ver la puerta del dormitorio detrás de él, que estaba abierta. Me pregunté si podía correr por ella, pero me di cuenta que era imposible. Incluso si lograba salir de la habitación, ¿dónde iría? Oh Dios, oh Dios no, oh Dios. El mundo se había cerrado sobre mí. ¡Todo el universo! No había ningún lugar para detenerme. En ese momento me di cuenta de que estaba total y completamente sin esperanzas. Esto iba más allá del miedo. Era el lugar donde nacían tus más oscuras pesadillas. Llamar a esto terror sería quedarse totalmente corto.

Parado sobre mí, James Lloyd White dijo algo que hizo que mi sangre quedara helada. Algo que no me dejó más opción que sollozar, sollozar por el completo horror de todo eso. —He matado antes —murmuró—. ¿Entiendes? He matado antes. Seis en Dallas. — Se agachó y me quitó mis bragas. Mientras estaba acostada hiperventilando y llorando, él trepó sobre mí y puso su boca junto a mi oído. Luego en un ronco murmuro, prometió—: Y tú eres la próxima.

La azotaina que papi me dio por jugar con Winnie tomó menos que cinco segundos. Cuando Derek me violó y peleé con él, tomó al menos diez minutos. Esta pesadilla ya llevaba seis horas. No puedo empezar a explicar por lo que pasé. Es difícil decirle a otra persona algunas de las cosas que ese hombre me hizo. Lo que diré es que el terror, el horror y la humillación que me infligió son peores de los que me imaginaría que había en el infierno. Él me lastimó con sus puños, y con su cuerpo. Y lo hizo una vez más, y otra más, y una vez más. No pensó en nada más que en herirme. Cada vez que gritaba, y lloraba, y que rogaba por clemencia, y que sangraba o vomitaba, él parecía crecer en fuerza, en odio, más loco por la lujuria y el sadismo que lo alimentaban. Mientras la noche llegaba y mi calvario infernal continuaba hasta el amanecer, me di cuenta de que este hombre me mataría tan pronto terminara de torturarme. No dudaba ni por un segundo su presunción de que había matado a otras seis. Esta criatura infrahumana hacía cosas que esa noche me probaron que era incapaz de tener lástima.

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Había sangre en todas partes, y mientras más me golpeaba, más eufórico se ponía. La violencia era su droga y nunca parecía tener suficiente. Una parte de mi rezaba que todo terminara, pero sabía que al final de todo esto moriría y que había tanto por lo que quería vivir. Cuando me quise dar por vencida, algo más lejano que el poder me trajo de regreso a la realidad, para pensar en otras cosas que terminaran con esto. Que terminaran con él. Él estaba destruyéndome, me estaba rompiendo en pedazos, pero me seguía diciendo a mí misma que podía soportarlo. Era mi vida y no tenía intención de rendirme. En un punto, él me escuchó murmurar, medio loca con miedo y dolor, sobre Marie. Todavía esperaba de alguna manera que escuchara mis súplicas murmuradas. Él gritó: —Date por vencida. Tu maldita hermana está muerta. La tomé antes que a ti. —Pero sabía desde lo más profundo de mí, que eso era una mentira. Él siguió hablando de cómo habíamos vivido juntos en Dallas, diciendo que lo había terminado y dejado. Él realmente creía eso. En algún momento en las

tempranas horas de la mañana me dejó ahí, mientras estaba acostado junto a mí, exhausto y jadeando por aire. —Necesito ir al baño —dije en una pequeña voz temblorosa. Él me miró con desconfianza, a través de sus ojos como rendijas. Cuando deci dió que estaba diciendo la verdad, gruñó y apuntó a la puerta. Cojeé hasta ahí, desnuda y sangrando, y cerré la puerta detrás de mí. Desesperadamente miré alrededor. Sólo había pequeña una ventana sobre el lavabo. La puerta del baño no tenía seguro, así que rápidamente trepé al lavabo y traté de dar por la ventana. Mi cabeza y mi hombro estaban afuera cuando él irrumpió gritándome, y me jaló por mis piernas. —¡Tú maldita perra! —gritó, golpeándome en la cara un par de veces. Luego me jaló de nuevo al dormitorio, y la tortura continuó.

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En un momento de lucidez, recordé el cuchillo. El cuchillo de mantequilla en el frasco de mantequilla de maní en el mostrador. Sabía que tenía que obtener ese cuchillo. Le pedí que me diera un vaso de agua. Él estaba como piedra en ese entonces. No sabía lo que él había tomado, pero la píldora que había forzado por mi garganta bien pudo ser una aspirina. Podía ser un tranquilizante para caballo, pero mi adrenalina la había sacado de mi sistema. Estaba tan sobria como un juez, y su boca babosa y sus ojos pesados e hinchados me dieron ventaja. Si yo podía obtener ese cuchillo, entonces tal vez pudiera salvarme. Apuesto que él pensaba que no tenía ningún lugar al que huir, así que me permitió ir sola a la cocina. Me apuré, imaginándome que sólo tenía unos momentos antes de que llegara para revisarme. Fui al frasco de mantequilla de maní y agarré el cuchillo, quitando el exceso de la hoja con el mostrador. Luego esperé en la oscuridad por mi oportunidad. Segundos después, escuché que venía. Me paré junto al refrigerador mientras la luna proyectaba en la cocina una escalofriante luz fría. Estaba temblando con el cuchillo sucio en mis manos. Él vino desnudo, la infernal silueta que estaba esperando. Me llamó. Me miró parada en la sombras y caminó hacia mí, alzando sus brazos como si fuera a abrazar a un amigo que no ha visto en mucho tiempo, sus ojos ahora estaban casi cerrados. Hundí el cuchillo en su estómago con toda la fuerza que tenía. Mis ojos estaban cerrados de manera apretada. Quería matarlo; quería destruirlo como a un animal. El cuchillo todavía estaba en mi mano, la punta estaba llena con su sangre. Sus ojos se abrieron, su cara se contorsionó por la incomprensión y la furia. —¡TU MALDITA PERRA! —gritó. Todo empezó a moverse en cámara lenta mientras miraba a su estómago con dolor e incredulidad. Miré la herida. Él la tocó con sus dedos, removiendo la sangre que empezaba a encharcar su ombligo. Me di cuenta que aunque lo había cortado, el

cuchillo no se había ido lo suficientemente profundo para hacer un daño real. Él me alcanzó y me quitó el cuchillo de mi mano. Ni siquiera corrí. Se había acabado. Me tiré al piso y cubrí mi cabeza con mis brazos, esperando que el cuchillo empezara a perforar mi cuerpo. Él gritó, luego escuché que el cuchillo se golpeaba contra una pared lejana. Y el golpe en la parte trasera de mi cabeza convirtió a mi mundo en completamente negro. Me aventó al piso mugriento. Me quedé ahí, aturdida. Sabía que estos eran mis últimos momentos. Agarró mi cabello de la parte trasera de mi cabeza, y con una mano, me jaló, mientras pateaba y gritaba, de regreso a la habitación. Iba a morir en esta casa, en las manos de este hombre, y nadie lo sabría. Nunca más vería a mi familia de nuevo. Me tiró en la cama, y puso sus piernas en mis brazos y no pude evitar los golpes. Luego empezó golpearme más fuerte. Me golpeó de nuevo con sus puños. Con cada golpe mi mundo giraba. Sentí que mi mandíbula quedó suave. Una vez más. Y otra más. Sus golpes me golpearon más y más hasta que no podía sentir mi propio rostro. Era como si el umbral del dolor me hubiera alcanzado y mi cuerpo no pudiera procesar más la agonía que estaba experimentando. Lo podía escuchar en la distancia, gritándome: —¡Tú maldita me APUÑALASTE, tú maldita PUTA! ¡Tú eres CARNE MUERTA, tú estás JODIDA! Estoy muerta, pensé. Voy a morir ahora.

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Cuando dejé ir todas las ideas de que sobreviviría a esto, que escaparía, de repente una extraña calma descendió sobre mí. Casi se sentía como paz. Mi consciencia estaba desapareciendo. Ahora estaba afuera de mi propio cuerpo, y aunque podía escuchar los golpes brutales mientras terminaban en mi cara, en mis hombros, mi cabeza, de alguna manera ya no los sentía. Estaba fuera de mi cuerpo. Me di cuenta que así se debía sentir la muerte. Podía escuchar una voz, una voz que el principio no reconocí. La voz pedía clemencia, le pedía que parara. En alguna parte neblinosa de mi cerebro, me di cuenta que la voz era mía. ¡Detente, James, por favor! ¡Por favor, bebé! ¡No solías golpearme así!

Por un segundo, todo fue más lento. Él no me estaba golpeando. Me estaba mirando, con una mirada extraña y confundida en su rostro. Él empezó de nuevo pero con menos vigor que antes. —No solías golpearme cuando vivíamos juntos en Dallas —decía la voz—. ¡Yo sólo estaba jugando! Solíamos jugar así todo el tiempo… No quería herirte… ¿No lo recuerdas, James? No lo recuerdas… ¿Cuándo estábamos en Dallas? Mientras esta extraña voz venía dentro de mí, los golpes empezaron a ser menos y menos poderosos. Finalmente, se detuvieron. Hubo unos cuantos segundos de silencio en la habitación. Podía escucharlo jadear por el verdadero esfuerzo de golpearme en menos de una pulgada de mi vida. Abrí mis ojos, lentamente. Ellos casi no se abrían por la hinchazón. Él estaba sentado sobre mí. Quitó sus rodillas de mis brazos y agarró mis muñecas. Al principio estaba extrañada por la rara escena que había enfrente de mí. Mi asaltante estaba llorando. No sé quién dijo esas palabras, pero sé que habían venido desde otro lugar distante. Ellos sólo las habían pasado a través de mí. Mirando alrededor, sabía que era algún tipo de ángel guardián. Quien sea que fuera, salvó mi vida. —Regresaré contigo —dije en una voz débil—. Regresaré contigo… de nuevo a Dallas. Podemos empezar de nuevo… Sólo por favor. No me golpees más… Él sonreía mientras sollozaba. Berreando como un bebé. —Lo siento —murmuró—. Lo siento. No quería hacerlo. De verdad que no. ¿Realmente regresarás conmigo? Sintiendo que tenía una oportunidad de salir de ahí con vida, me las arreglé para dar una ligera sonrisa.

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—Por supuesto —murmuré a través de mis labios partidos—. Sólo llévame a mi apartamento, empacaré un bolso, y podremos irnos esta noche. Esperé y recé para que sonara lo suficientemente convincente. Si no convencía a este chico de que era real, estaba muerta, no había duda sobre eso. Él sonrió, como si nada hubiera pasado. Como si fuera una pelea tonta de amantes. —¡Sabía que regresarías! —Él estaba sonriendo de oreja a oreja—. ¡Te amo, bebé! Sonreí débilmente a través de mis labios hinchados y ensangrentados. —Vamos —dijo él—. Vayámonos. Me paré de manera temblorosa y empecé a vestirme. James estaba poniéndose los jeans, corriendo sus manos por su cabello, silbando. Me vestí lentamente,

aterrorizada de despertar sus sospechas. Mientras me vestía, me vi ligeramente en el espejo. Tenía que reprimir un grito que amenazaba con salir. Parecía que acababa de ser sacada de los restos de cacharros de tres carros. Estaba cubierta con mi propia sangre. Mis ojos estaban negros y hundidos. Mi labio estaba partido. Mi cabello estaba lleno con sangre coagulada. Y parecía que James no miraba esto. Este loco bastardo parecía creer que todo estaba bien. En camino a casa, él abrió su cartera y me empezó a mostrar fotos de él mismo. Me habló de los viejos tiempos imaginarios que habíamos compartido en Dallas. Mi mente estaba enrollándose. ¿No era consciente de que me había golpeado casi hasta la muerte? ¿No tenía miedo de que un carro de la policía fuera detrás de nosotros, de que un policía nos mirara y lo arrestara en el acto? En una luz roja un carro quedó junto a nosotros. La conductora era una joven mujer. Miré que ella me miró, y luego tiró su mano sobre su boca por el horror. Ella se giró, y le empezó a decir al pasajero que me mirara. La luz cambió y nos fuimos. Luché contra el impulso de mirarme en el espejo lateral. Sabía que me miraba como un monstruo. Pero no lo hice. Permanecí calmada y en silencio. Le recé a Dios para que pudiéramos llegar a casa lo más pronto posible. Lo estaba llevando al apartamento de Andy, el amigo con que estaba la noche previa justo antes de que la limosina llegara. Era casi el amanecer y tenía miedo de que me estuviera buscando. Como dejé mi bolso, ellos me estarían buscando. Necesitaba que Andy estuviera ahí. Era mi única oportunidad. Cuando llegamos al apartamento de Andy, James aparcó en el estacionamiento subterráneo. —Ahora regreso —le dije. Él me sonrió, y por sus ojos podía decir que él estaba solo… perdido. Estaba metido en un mundo de fantasía en el que realmente creía que iba a regresar con una bolsa y que nos iríamos a Dallas.

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Logré llegar a las escaleras. Una vez que estuve fuera de la vista de James, colapsé. Me las arreglé para arrastrarme hasta el segundo piso. Me tambaleé y toqué la puerta de Andy. Quería gritarle a Andy, pero pensé que James quizás lo oiría y vendría a terminar su trabajo. Como si fuera una respuesta a mis ruegos, la puerta se abrió, y vi que la cara de Andy quedó blanca. Caí en sus brazos. Todo lo que pude decir fue: —Él está abajo. Él está abajo. Él está abajo en la limosina verde… Andy me llevó al sofá y corrió a la cocina. Él regresó con un cuchillo y una linterna, listo para pelear con el monstruo que esperaba abajo. —¡Quédate aquí! —gritó, antes de que corriera. Las lágrimas llegaron entonces, mientras estaba acostada sollozando por el dolor y la humillación hasta que Andy

regresó un momento después—. ¡El bastardo huyó tan pronto me vio! Pero tengo el número de placa del maldito… Tengo memorias borrosas de lo que vino después. La ida al hospital. Andy también estaba llorando. Las caras horrorizadas de las enfermeras mientras Andy me ayudaba a pasar las puertas de la habitación de emergencias. Cuando miré la forma en que ellas me miraban, sabía que estaba en mala forma. Sentí que una de ellas me sostenía en sus brazos, pidiendo una silla de ruedas. Colapsé sobre ella, mi mente navegaba fuera de la realidad. Y la escuché decir: —¡Válgame Dios! ¿Qué te pasó, niña? —Pero no podía responder. Luego, finalmente, afortunadamente, llegó la negrura. Perfecta y pacífica negrura que me llevó a la inconsciencia…

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Traducido por Aria25 Corregido por Dai

Quieres que yo haga qué? —Golpéalo. Patéalo. Todo lo que quieras. Miré hacia el payaso otra vez. Me dijeron que su nombre era Bobo. Su cuerpo tenía la forma de un huevo sujeto con peso en la parte inferior, así que la idea era que no importa lo duro que lo golpees, siempre saltará hacia ti otra vez. Supuestamente yo había sido enviada a la Clínica Santa Mónica Rape para ayudarme a superar lo que había sufrido a manos de James Lloyd White. Ahora me encuentro mirando a este estúpido payaso, sintiéndome totalmente ridícula. Había varias mujeres en la habitación, todas nosotras víctimas de violación y asalto sexual. Las demás escuchaban atentamente las instrucciones del consejero. Me quedé allí sin poder moverme mientras todo el mundo a mi alrededor empezó a darle una paliza a los payasos. —No voy a golpear a este payaso —dije.

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El terapeuta sonrió con indulgencia. —Sabes... creo que podría ayudar. Puede parecer tonto, pero si sólo le dieras una oportunidad... —¿Sabes qué haría sentirme mejor? —No lo sé, Cherie. ¿Por qué no me lo dices? —Me haría sentir mejor saber que en el plazo de un año, ese cabrón no va estar caminando por las calles. Eso me haría sentir mejor. O tal vez tú simplemente podrías arrastras su culo hasta aquí y dejarme golpearlo a él. Este jodido... payaso no me hizo nada. Con eso me puse de pie y agarré mi bolso.

—Gracias por la ayuda —dije—. Realmente lo aprecio. Las lágrimas estaban viniendo otra vez. Parecía que nunca estaban lejos por aquel entonces. Pero estas eran lágrimas diferentes. Mientras observaba a las otras mujeres destrozar los Bobos, se me ocurrió un pensamiento. Lo había conseguido. No era un víctima. Era una superviviente. Y nadie podía quitarme eso. Caminé a través de la puerta y la cerré detrás de mí. Mientras caminaba por el largo pasillo que conducía a la calle, sentí que empezaba a crecer a partir de esa niña maltratada y rota que James Lloyd White había golpeado a una pulgada de su vida. Con cada paso, yo crecía más alto y más fuerte. Mientras salía de sopetón a través de las puertas y dejaba la Clínica Santa Mónica Rape aquel día, emergería como una mujer nueva y diferente. Sentí el sol en mi cara y tenía esperanza en mi corazón. Yo había sobrevivido donde otros no lo habían hecho. Y no me sentiría avergonzada. Juré que nunca volvería a sentir lástima por mí misma. Fue una poderosa revelación. Pero llegar hasta allí había sido difícil. Atraparon al hombre que me violó. Andy proporcionó el número de matrícula y la herida de cuchillo en su estómago cerró el caso. Cuando le conté a la policía sobre su alarde de matar a seis chicas en Dallas, las fuerzas especiales Hillside Strangler de LAPD me interrogaron en mi casa para ver si posiblemente podría haber una conexión. No la había, pero oí a través de mi padre que había sido relacionado con el asesinato de seis chicas en Dallas, como él me había dicho, pero nunca fue acusado. Falta de pruebas, dijeron.

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Al principio parecía que iba a ser juzgado por lo que me hizo. Pero él tenía un buen abogado, algún cabrón sin alma ávido de dinero que sabía exactamente cómo funcionaba el sistema. Empezaron declarándole culpable de un delito menor a cambio de no ser acusado por un delito más serio y terminó escabulléndose con ―sodomía a la fuerza‖ en lugar de secuestro, intento de asesinato y violación. Cuando los abogados terminaron de trabajar con el sistema, mi violador se fue con un año en la cárcel del condado. Por encima de todo eso, mi violador tenía algunos amigos poderosos en la industria del entretenimiento. Él era un viejo amigo del actor Vic Morrow. Antes de que sus abogados le movieran fuera del juicio con jurado, Vic había llamado a T.Y. —a quien casualmente conocía — y le pidió a que ―hablara conmigo‖. —Ya sabes cómo son los tíos. —Le había explicado Vic a mi cuñado—. A veces se... dejan llevar. ¿Puedes hablar con ella? No sirve de nada ir a juicio con esto.‖ Lo peor de ello fue que T.Y. realmente lo hizo. Supongo que debió de haber estado sobrecogido por el hecho de que Vic Morrow le pidiera un favor. T.Y. de hecho,

tuvo el descaro de preguntarme si me gustaría considerar retirar los cargos por ―su amigo‖, Vic. No le hablé a T.Y. por un largo tiempo después de eso. Si las audiencias previas al juicio eran nada por lo que pasar, el juicio en sí habría sido una pesadilla. Vic Morrow se presentó para prestar apoyo a su amigo James. En el estrado, seguí colapsando mientras describía los horrores que había experimentado esa noche. El abogado de la defensa notó mi debilidad y fue a matar. Me gritó, me menospreció e hizo que todo pareciera como si fuera culpa mía. Que yo había de alguna forma tentado a su pobre inocente cliente a secuestrarme y golpearme casi hasta la muerte. Que yo lo había querido, que yo le había pedido que me hiciera daño. Durante todo esto, ―él‖ estaba sentado ahí en la mesa de sus abogados, totalmente imperturbable por todo ello. Hice contacto visual con él en un punto, y él sonrió con su sonrisa malévola, levantó los dedos en forma de V, y me sacó la lengua. Yo sabía que si se le diera la oportunidad él lo haría de nuevo sin pensarlo dos veces. Les grité a todos ellos_ —¿No veis lo que está haciendo ahí? ¿No lo VEN? —Sin embargo, nadie lo hizo. Se terminó un día cuando me desmoroné en el estrado. Simplemente no podía soportarlo más. Mi cuerpo se encerró en posición fetal con mis puños en mis ojos, y grité y sollocé. No recuerdo mucho después de eso. Era totalmente incapaz de moverme, e hicieron falta dos oficiales para llevarme fuera de la sala de justicia.

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Después de eso, Vic vino y habló conmigo. Después de escuchar mi testimonio en el estrado, pidió disculpas por pedirme que retirara los cargos. Esto fue el mismo día que tuve que ser llevada por los guardias fuera de las sala de justicia. Él parecía visiblemente conmocionado por lo que había oído. Le miré fijamente mientras se iba. La próxima vez que oiría sobre Vic Morrow sería cuando fue asesinado durante la grabación de una película en la que ambos estábamos trabajando: Twilight Zone: La Película. Mi familia estaba devastada. Mi padre quería, literalmente, matarlo. Cuando estábamos en la oficina de mi abogado, mi padre pidió usar el baño. Después de unos pocos minutos, mi abogado silenciosamente pidió a uno de sus asociados que vaya a buscarlo. Papá había salido del edificio y había entrado en palacio de la justicia sabiendo que el acusado estaría allí. Mi padre tenía un arma. Afortunadamente, algunos guardias, acompañados por el asociado de mi abogado, detuvieron a mi padre antes de que pudiera acercarse lo suficiente. Cuando llegaron de vuelta a la oficina, afirmaron que habían detenido a mi padre sólo a unos metros de James Lloyd White. Así que él consiguió su año en la cárcel del condado y yo fui enviada para una ronda de inútil terapia por violación sabiento que este cabrón estaría en las calles

otra vez en cuestión de meses. La única cosa que me hizo seguir fue lo que podrías llamar mi momento ―bombilla‖. Cuando mi voz interior me dijo que yo había sobrevivido, y que nadie podría quitarme eso. Eso realmente resonó y lo hace hasta hoy. Había sido atacada y casi asesinada, pero salí viva. Empecé a sentir que esto era algo por lo que estar orgullosa. Podía sostener mi cabeza bien alta, sabiendo que era una superviviente. Ni siquiera ese psicópata podría hacer una víctima de mí. Ahora dependía de mí no hacer una víctima de mí misma. Fui a casa ese día y me di un baño caliente. Justo después de la violación, pasé muchas horas en la bañera. Llegó al punto en que rayaba la obsesión. Estaba intentando limpiar el hedor de ese pedazo de basura humana en mí. Siempre me sentía sucia, no importa lo duro que refregara. Con el tiempo, la sensación comenzó a desvanecerse, pero fue un lento proceso. Recuerdo un punto poco después de que todo esto sucediera, leyendo una entrevista de la revista People con la actriz Kelly McGills. Su foto estaba en la portada, luciendo verdaderamente sombría y triste. Ella fue citada diciendo algo como: —Yo fui violada y nunca me recuperaré... —Me sentí furiosa cuando leí eso. No podía entender por qué alguien en el ojo público diría eso alguna vez. Pensé que si ella realmente se sentía de esa manera, tendría que mantener su boca cerrada. Tenía una responsabilidad con sus fans de ser fuerte. ¡Fuerte por ellos! Ellos la admiraban. Si ella decía que no era lo suficientemente fuerte para recuperarse, tal vez ellos sentirían que no serían lo suficientemente fuertes tampoco.

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Yo había leído un montón acerca de la violación y la ley desde el ataque. Aprendí que en los Estados Unidos una mujer es golpeada cada nueve segundos y violada cada minuto. También aprendí que mi experiencia de mi atacante saliendo básicamente impune no era de ninguna manera inusual. Tiré la revista. La actriz no era la única que había pasado por esto, pero yo estaba segura que nunca diría que no me recuperaría. Estaba viva. Tenía más suerte que la mayoría. Me lancé a mí misma al trabajo. Hice algunas actuaciones en solitario alrededor de la ciudad, y después de una actuación particular, conocí a un hombre llamado Dennis Brody de la Agencia William Morris. Me dijo que me veía ―muy bien allá arriba‖ y si alguna vez había considerado actuar. Me dio su tarjeta, y antes de darme cuenta, él me estaba llamando para audiciones. Mi primera audición fue para una película con los Ramones, llamada Rock ‟n‟ Roll High School. Mientras estaba esperando la respuesta de si me dieron el papel, Dennis me envió a hacer una prueba para una película llamada Twentieth Century Foxes. Era un papel de coprotagonista, junto a Jodie Foster, Sally Kellerman y Scott

Baio. Supongo que 20th Century Fox no apreció la referencia —especialmente porque la película estaba siendo hecha por United Artists— así que el titulo fue acortado a Foxes. Al principio sentí que no había ninguna esperanza de conseguir el papel. Cuando entré a las oficinas de Casablanca Filmworks y miré alrededor a las otras chicas, estuve a punto de irme. Todas ellas eran muy hermosas, con preciosas ropas y pelo, y curriculums donde figuraban docenas de papeles de películas. Yo, por otro lado, había entrado al sitio usando vaqueros, zapatillas de plataforma y una pequeña camiseta de futbol con mi nombre a través de ella. En una película llamada Twentieth Century Foxes, ¡no pensé que tuviera una oportunidad! Yo ya sabía que estaba compitiendo con actrices establecidas como Kristy McNichol, quien era muy grande en la televisión en aquel entonces, y Rossana Arquette, quien acababa de protagonizar una película de éxito, la secuela de American Graffiti. Me sentí helada y con nauseas: era una audición para The Runaways otra vez. Dejé caer mi copia del guión en una mesa, me di vuelta y caminé por la puerta. Estaba pensando que tal vez podría ahorrarme un poco de humillación sólo yéndome a casa. Afortunadamente, la ahora-familiar voz interior me dijo que diera la vuelta y regresara. Escuché. Después de la audición inicial, me volvieron a llamar media docena de veces. Durante un tiempo pareció que me pasé la mayor parte de mi vida yendo y viniendo del estudio, mis nervios al límite por todo el asunto. Primero me hicieron leer la parte de una chica llamada Deirdre. Pero, después de la primera lectura, el productor ejecutivo Joel Blasberg me dio algunas nuevas partes y me envió de nuevo a la sala de espera para prepararme para leer el papel de Annie.

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Primero hice la lectura y luego una prueba cinematográfica. Estaban llamando tan a menudo que mi hermana Sandie empezó a repasar las líneas conmigo. Ella vivía en las Torres Sunset, directamente al otro lado de Casablanca Filmworks, donde estaban las oficinas de producción. Trabajamos furiosamente en las escenas una por una y pereció que pasé cada hora despierta o en el apartamento de Sandie o en películas Casablanca. Mientras las llamadas seguían llegando, empecé a sentir que había una oportunidad de conseguir este papel, pero todavía dudaba de que tuviera la suficiente experiencia. Además tenía al menos un opositor a la hora de ser contratada: Brandy Foster, quien era la madre de Jodie Foster. A pesar de que no tenía ningún papel oficial en cuanto al reparto de la película, Brandy era una voz poderosa en las decisiones. Aunque nunca sentí que no le gustaba personalmente, ella obviamente temía que yo no tenía experiencia y que yo no sería capaz de sacar adelante un papel emocional y complejo como la perdidamente nerviosa y condenada Annie. Era difícil estar molesta por los temores de Brandy cuando secretamente los compartía.

La directora del casting, Mae Williams —quien era una gran chica y una actriz talentosa por derecho propio— me llamó una mañana para hacer otra lectura, esta vez con Scott Baio. Para el momento en el que había llegado a casa, el teléfono ya estaba sonando. Era Mae pidiéndome que volviera a la oficina y lea la escena de nuevo. Le argumenté que acababa de regresar a casa, pero ella insistió y lo dejó con la indirecta de que ―esto es una buena cosa‖. Cuando llegué de vuelta a Casablanca, la habitación estaba llena de varios productores, el escritor Gerald Ayres y el director Adrian Lyne. Hubo unos pocos momentos de angustia antes de que Scott Baio y yo repasásemos la escena una vez más. Cuando terminamos miré hacia Gerald Ayres quien estaba asintiendo a Adrian Lyne. No estoy segura de por qué lo hice, pero me levanté para dejar la habitación y mientras lo hacía, Adrian en ese fuerte acento inglés gritó: —¡Annie! ¡A dónde vas! ¡Conseguiste la parte! —Grité con alegría y salté directo a sus brazos. La primera persona a la que llamé fue a Sandie. Corrí directo a su apartamento, corriendo los tres pisos de escaleras hasta su puerta, para que pudiéramos saltar como niños excitados. Dos días después, Dennis Brody llamó para decir que me habían ofrecido la parte en Rock „n‟ Roll High School, pero él creía que Foxes era un mejor papel. Estuve de acuerdo. Apenas podía creer que iba a estar trabajando con Jodie Foster. Nunca había sido tan feliz. Ese momento compensó muchas de las cosas horribles por las que había pasado recientemente.

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En el tiempo que siguió al accidente de coche, yo había cumplido con la promesa de mantenerme alejada de las drogas. Ni siquiera la violación y las feas secuelas de esa noche me habían empujado a una recaída. No bebí, no consumí coca y ni siquiera consumí metacualona. Estaba limpia. Bueno, casi limpia. Sí consumí Benzedrina. Pero la Benzedrina era legal, por eso sentí que realmente no era en absoluto como una droga. Quiero decir, si los médicos podían recetarlo, ¿cuán mala podía ser? De acuerdo, no se suponía que lo esnifaras como lo hacía yo, pero eso son sólo minucias. Sólo porque era un polvo blanco lo que me animaba no quería decir que era algo como la cocaína. Y no era como si lo hiciera todos los días. Bueno... Sí que lo hacía todos los días, pero sólo a la mañana. De la misma manera que algunas personas toman una taza de café fuerte, yo tenía una borrachera de speed. Me ayudaba a concentrarme, y necesitaba la energía extra con todo lo que estaba

pasando. No sólo estaba a punto de empezar a rodar mi primera película, parecía que finalmente iba a llegar a grabar mi próximo disco, esta vez nada menos que con Capitol Records. Después del primer par de exhibiciones para los sellos discográficos, hubo ofertas sobre la mesa, pero todo el mundo estaba poniendo obstáculos a la idea de que grabara un disco con mi hermana. Neil Bogart de Casablanca Records, quien estaba haciendo álbumes de artistas como Dona Summer, Kiss y T.Rex, me ofreció un trato, pero sólo si acordaba grabar un disco en solitario. Le rechacé con gra n tristeza. Volví a donde mi padre y le supliqué. Le dije que los sellos discográficos no estaban dispuestos a contratarnos a Marie y a mí. Se quejaban de su falta de experiencia, y temía que la ―novedad‖ pudiera causar una reacción violenta. Pero en este tema, mi padre era terco. Me quedé con la misma dura elección que él me había dejado el año anterior: mi carrera en solitario o mi familia. Yo sabía que si Marie supiera acerca de esto, ella le pondría fin, pero papá nunca me perdonaría. Así que tragándome mi orgullo, me resistí, incluso cuando Rupert Perry, quien era entonces el vicepresidente de Capitol Records, me llamó personalmente para decirme que quería contratarme inmediatamente, con una gran reserva. —No queremos un acto de hermanas, Cherie. Creemos que es un error. No es por eso por lo que nos acercamos y no lo queremos, y punto. Hubo un largo silencio mientras tomaba esto en el otro extremo de la línea telefónica. Sabía que estaba enfrentándome a una repetición de la situación de Neil Bogart, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. —Está bien —¿Está bien, qué?

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—Está bien... bueno, gracias por la oferta, pero voy a tener que rechazarla. Tengo que hacer este disco con mi hermana. —Cherie, ¿puedo hacerte una pregunta? —Claro. —¿Qué tanto quieres esto? —Quiero esto más que nada en el mundo. —¿Entonces por qué esta cosa obstinada con tu hermana? Tengo productores alineados que quieren trabajar contigo. Tengo acceso a los mejores músicos, los mejores compositores del negocio. Pero tú me estás dejando colgado en esto. ¿Por qué?

—Porque hice una promesa —dije—. Y una cosa que aprenderás de mí es que mi familia significa mucho más que cualquier otra cosa. —¿Más que tu carrera? Tragué fuerte. —Sí —dije silenciosamente—. Más que mi carrera. Con eso, asumí que el acuerdo Capitol Records era una causa perdida. Pero unos pocos días después, recibí otra llamada de Rupert Perry. Lo había reconsiderado. Él estaba dispuesto a contratarme, con la condición de que yo entendía que él no quería un acto de hermanas y que considerara, por lo menos, limitar su papel. Tal vez podría hacerle hacer un vocal invitado en un par de canciones, sugirió. Estuve de acuerdo en considerarlo y firmamos el trato. El álbum que eventualmente sería conocido como Messin‟ with the Boys había nacido. Con el dinero que estaba ganando con Foxes, finalmente estaba en condiciones de mudarme de la casa de la tía Evie. Encontré un bonito y pequeño apartamento de un ambiente. Este, en sí mismo, fue un gran paso para mí y me hizo sentir optimista sobre el futuro. Sentí que estaba al borde de algo. Todo lo que podía hacer era esperar que esta vez fuera algo positivo.

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Traducido por AariS Corregido por Dai

Vamos Marie, será divertido! —Lo sé, Cherie —dijo Marie—. Iré al set, pronto. Lo prometo. He estado ocupada… —¿No puedes venir hoy? Realmente te gustaría Jodie. Es super buena onda. —Sí… Marie sonaba insegura, pero seguía sonriéndome, intentando tranquilizarme. —Iré. Pronto. Lo prometo, ¿vale? Mira, Cherie, sé que lo vas a hacer sensacional. —Luego se despidió, y sin mucho entusiasmo añadió:— Espero que llegues a ser una gran estrella.

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Lo dejé en eso. Durante la pasada semana había estado intentando conseguir que Marie viniera y visitara el set de Foxes. Y durante la semana pasada había estado dándome excusas. Aunque ella no me lo dijera directamente, estaba bastante segura de cuál era el problema. Mientras yo había estado lejos de gira con las Runaways, Marie había estado asistiendo a clases de actuación. Sabía que albergaba unas ambiciones muy serias; después de todo, con mi mamá y Sandie, el gusanillo de la actuación corría bastante profundo en nuestra familia. Y luego llegué yo y conseguí un papel muy importante en una gran película. Leyendo entre líneas, sabía que Marie estaba furiosa de que aparentemente me había sido entregada esta oportunidad sin realmente trabajar por ella. Ella no tenía ni idea de cuán duro era detrás del escenario el ser un miembro de las Runaways. Se lo conté, pero no creo que me entendiera. Parecía pensar que la vida había sido toda diversión y juegos para mí, y que estas oportunidades habían caído del cielo. Ella había sido la única estudiando actuación mientras yo había estado cantando para una banda de rock and roll. Ella había trabajado duro para tener una cosa que

yo no podía. Y ahora era yo la única actuando en películas. Tan decepcionada como estaba ante la reticencia de mi hermana para visitar el set, al menos sabía de dónde venía. Me entristecía mucho que nuestra relación hubiera llegado a estar tan dañada: había esta extraña competitividad en todo, todo ello un resultado directo de mi carrera como una Runaway. De un modo extraño, casi deseaba que Marie hubiera conseguido este papel en mi lugar. Habría hecho las cosas menos complicadas. Habría sido feliz por ella. Pero así no es como eran las cosas. Me daba la sensación de que una vez que la película concluyera, iba a tener que arreglar todo esto grabando nuestro disco. Con el acuerdo de Capitol firmado, habíamos empezado a trabajar en el disco cada noche que podíamos. Íbamos a grabar el disco en los Estudios Cherokee en Hollywood. Al principio se suponía que el productor iba a ser John Carter, que había organizado la exhibición inicial con Capitol, pero pronto en el proceso, fue reemplazado por Jai Winding, un guapo y altamente experimentado músico de sesión25 y productor. Aunque no me di cuenta de ello en el momento, John Carter estaba muy molesto por haber sido sustituido en la grabación. Mirando atrás, realmente deseo haber trabajado con John en vez de con Jai. Había estado rondando a todos los principales compositores en Los Ángeles, buscando las canciones correctas para Marie y para mí. Sabía que este disco tenía que ser un éxito. No estaba dispuesta a cometer el mismo error que tuve con Beauty‘s Only Skin Deep, y sacar un disco que no se sintiera exactamente bien. No, todo tenía que estar perfecto en esta ocasión. Íbamos a tener las mejores canciones, los mejores productores, los mejores músicos y el completo apoyo de un poderoso sello discográfico.

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A través de Marie, llevamos a su novio (y futuro marido) Steve Lukather a bordo. Steve era uno de los más codiciados músicos de sesión en L.A.: había trabajado con todo el mundo, desde Boz Scaggs y Aretha Franklin hasta Michael Jackson. Probablemente era más conocido por ser el guitarrista del grupo de rock multiplatino y ganador de un Grammy: Toto. Traer a Steve significaba que teníamos acceso a lo mejor de los músicos de sesión de L.A., los cuales habían trabajado con Steve o lo conocían personalmente: Mike Baird, que había tecleado para gente como Hall & Oates y Journey; Mike Porcano, el bajista de Toto; Trevor Veitch, que había tocado para Donna Summer y Rush; Bobby Kimball, el vocalista principal de Toto; Bill Champlin, que había trabajado con Earth, Wind & Fire y REO Speedwagon; Michael Landau que tocó la guitarra para Miles Davis y Pink Floyd… nos las arreglamos para reunir una lista bastante impresionante de músicos talentosos. Durante este periodo, las Runaways habían continuado con una alineación 25 Músico de sesión: son músicos que no pertenecen a ningún grupo sino que están disponibles para ser contratados.

fluctuante, grabando un nuevo disco y luego separándose. Oiría acerca de los sucesos con la banda a través de otras personas, pero no hablé con ninguna de las chicas. Si empezaba a pensar seriamente en cómo las otras chicas lo estaban haciendo —especialmente Joan— dolía demasiado. Dejar a las Runaways fue como renunciar a un matrimonio disfuncional. Por mi propia cordura tenía que empezar de nuevo, sin continuar revolcándome en el pasado. Con la película y el disco, estaba realmente intentando abarcar demasiado. Nunca parecía haber suficientes horas en el día: todas las mañanas primero estaría en el set de Foxes y luego saldría corriendo al estudio de ensayo para preparar el disco por las noches. Empecé a necesitar más y más Bencedrina para mantener este calendario de locos, e incluso con el speed 26, me sentía agotada y cansada la mayor parte del tiempo. A pesar de que Marie probablemente no viniera al set, sabía que mi madre estaría allí. Desearía poder contar alguna gran y dramática historia acerca de cómo mi madre y yo volvimos a reunirnos, pero en realidad no fue nada de eso. No hubo ningún reencuentro lleno de lágrimas, con disculpas o enmiendas hechas. Tres años después de que la hubiera visto por última vez, Mamá y Wolfgang se mudaron a Washington, D.C., y Donnie vino a casa para vivir con Tía Evie. Esto no quiere decir que nos reunimos ni nada parecido. D.C. parecía casi tan lejano como Indonesia, y nunca nos visitamos la una a la otra mientras estuvo allí. Fue sólo cuando conseguí el papel en Foxes que mi madre decidió visitar la Costa Oeste. Se presentó justo a tiempo para el comienzo de la producción: todos los años de no hablarnos se borraron cuando firmé mi contrato con Casablanca Filmworks. Mi madre también había conseguido el papel de su vida: la madre del escenario. Y era malditamente buena en él.

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Entré en el aparcamiento, tomé otro pequeño puñado de Bencedrina para mantenerme concentrada e hice mi camino al set. Más tarde ese día, me senté mirando al equipo comenzar a montar todo para la siguiente toma. Los miré a todos corriendo alrededor como hormigas, modificando el set y colocando las cámaras. Esa sensación surrealista que tuve en mi primer día de grabación realmente nunca me dejó. El mundo del cine era tan raro, extraño e irreal como el mundo de la música. Mientras estaba ahí de pie viéndolo todo con asombro, mi madre apareció de la nada. Colocó una mano en mi hombro y dijo: —Estás haciendo un trabajo estupendo, Cherie. Sonrió cuando dijo esto, y es extraño, pero creo que fue lo más feliz que jamás la había visto. Nunca la había visto aprobatoria con nada de lo que yo alguna vez había hecho. Es duro permanecer enfadada con tu propia familia. Todo el 26

Speed: nombre callejero de la anfetamina y sustancias similares.

resentimiento que cargaba por cómo se fue hace tres años me abandonó mientras mi madre me tranquilizaba, diciéndome que estaba orgullosa. Fue como si lo malo nunca hubiera ocurrido. A veces me pondría triste pensando en cómo las cosas podrían haber sido diferentes en las Runaways si en ese entonces hubiera tenido a mi madre en mi vida. —Gracias, mamá. —Sonreí. Esto no quiere decir que la presencia repentina de mi madre en el set de Foxes fuera viento en popa. Digamos que ella podía ser un poco... agresiva. Recuerdo que en una de sus primeras visitas había venido con mi hermana Sandie, y un fotógrafo había estado tomándome algunas fotos publicitarias. Mi madre se presentó justo allí y prácticamente comenzó a dirigir la sesión. —Bien, cariño... ahora intenta posar con las manos en las caderas... ¡Sí, eso es! Un pie adelante, sí... sí, ponlo en línea recta, como si estuvieras marchando. ¡Sí! Justo como en la imagen de los bonos de guerra en la que estuve cuando tenía tu edad, la famosa... Miré al fotógrafo y le sonreí disculpándome. Me devolvió la sonrisa sin mucho humor y continuó tomando fotos. Detrás pude ver a Sandie gimiendo y poniendo los ojos en blanco. Tenía que ver el lado divertido de ello. Estaba bien con mi madre, logrando revivir sus días de gloria a través de mí. Lo encontré entrañable. Además, mi madre y la madre de Jodie, Brandy, se habían estado llevando enormemente bien.

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En el primer día de grabación, la actitud de Brandy hacia mí se descongeló considerablemente. Una vez que las cámaras estuvieron rodando y me vio actuar, decidió que estaba haciendo un buen trabajo. Viniendo de ella, eso significaba mucho. Incluso Jodie parecía asombrada de que lo estuviera haciendo tan bien como lo estaba haciendo: me estaba entregando como una verdadera profesional. Mientras la grabación continuaba, ella y yo llegamos a ser muy cercanas. Mientras el equipo continuaba creando la siguiente escena, caminé hacia el trailer de Jodie. Pensé que estaría trabajando con su tutor. A diferencia de las Runaways, cuyos tutores fueron prometidos pero nunca enviados, (y seamos honestas: nadie en la banda estaba demasiado afligido por ello), Jodie era una estudiante dedicada. Me asomé a su trailer, sin querer molestarla. Pero en lugar de trabajar, Jodie estaba almorzando. —Ey, Jodie —dije, llamando ligeramente y entrando—. ¿Qué estás comiendo? Esto era una broma, porque Jodie estaba en esta rara dieta de papaya y queso cottage, así que sabía muy bien lo que estaba comiendo. Sonaba extraño, y parecía asqueroso, pero sin duda funcionaba. Jodie se veía realmente estupenda. Se estaba

convirtiendo en una niña preciosa, desprendiéndose de la imagen poco femenina por la que era conocida. —Oh, tú sabes, mis cosas gourmet habituales… —Sonrió—. ¿Qué estás haciendo? —¿Te importaría repasar mi siguiente escena conmigo? —Por supuesto… Me senté junto a ella, bajó su papaya medio comida, mirando a su manoseada copia del guión. —Um… Cherie —dijo mientras sus ojos se volaban sobre las páginas—, sabes que sólo tienes un par de líneas en esta escena, ¿verdad? —¡Lo sé! Sólo quería ensayarlas, de todos modos. Jodie se rió entre dientes y sacudió la cabeza. —Eres excesiva, Cherie. Me sonrojé un poco. —Sólo quiero hacerlo bien. Tú has hecho esto como un millón de veces. ¡Esta es mi primera película! Jodie me miró con sus grandes ojos azules y sonrió cálidamente. —Lo harás bien. Escuchar a Jodie decir eso definitivamente me hacía sentir mejor. Estaba asombrada de su talento como actriz, especialmente cuando se combinaba con su juventud.

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—Gracias, Jodie —dije—. Así que... uh... ¿eso significa que aún repasarás la escena conmigo? Siempre tenía un momento maravilloso pasando el rato y ensayando con Jodie. Ambas hablábamos acerca de nuestros próximos cumpleaños. Ella estaba a punto de cumplir dieciséis y yo estaba celebrando mi cumpleaños número dieciocho en una semana. Bromeamos acerca de nuestro director, Adrian Lyne, que era tan encantadoramente británico. Ambas encontrábamos su acento adorable y nos moríamos de risa siempre que salpicaba su conversación con raras, maravillosas y a veces francamente extrañas expresiones británicas. A veces nos preguntábamos si no se las estaba inventando para ver cuánto se la podía colar a sus crédulas estrellas adolescentes americanas. También cuchicheábamos acerca de nuestro productor, David Puttnam, que ambas

pensábamos que era simplemente magnífico, a pesar del hecho de que estaba cerca de los cuarenta años de edad —lo cual nos parecía súper viejo a las dos en aquel entonces. Incluso encontrábamos su pelo entrecano sexi y simpático. Esos momentos sin duda me recordaban a mi estancia en las Runaways; a las horas que pasaba sentada con Joan en un hotel o la casa rodante, conduciendo de ciudad en ciudad, hablando acerca de cosas como rock, chicos y todas las demás cosas que hacían girar a nuestro pequeño mundo brillante. Pero Jodie Foster, Marilyn Kagan y Kandice Stroh no eran las Runaways... eran actrices haciendo un trabajo, no chicas jóvenes con un sueño, arañando por una canción exitosa. Nuestro rodaje estaba programado para durar tres meses. Sabía que estaríamos todos juntos por ese tiempo y luego, cuando hubiera acabado, todos iríamos por caminos separados. No habría ninguna atadura: sin Kim Fowley, sin contratos de grabación obligatorios y sin giras internacionales. Sabía que lloraría cuando la película acabara porque los extrañaría a todos. Extrañaría a Jodie más que nada. Esa fugaz e intensa amistad con Jodie Foster me recordaba cuánto había perdido cuando dejé las Runaways. Lo que echaba de menos no era el estilo de vida, las multitudes o incluso la música. No realmente. Eran mis amigas. Me llevó mucho tiempo darme cuenta de esto, pero las amistades que estableces cuando eres una adolescente están entre las más intensas que nunca experimentarás. Lo que sentía por esas chicas en la banda... bueno, era amor puro y simple. Una clase de amor disfuncional, pero amor sin embargo. Nos llamaron afuera para nuestra siguiente escena. Cuando salíamos del trailer de Jodie, mi madre estaba esperándome con una mirada preocupada en su cara. —¡Ahí estás! —dijo sonando fuertemente aliviada—. ¡Te he estado buscando por todos lados! ¿Te sabes tus líneas? —Sí, mamá —suspiré.

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—¿Han retocado tu maquillaje? ¿Lo han comprobado? —Sí, mamá, lo hicieron… —Bueno, entonces… ¡ve a ello, mi amor! Fui a caminar hacia el set, pero antes de que pudiera, Mamá me agarró y me dio un gran abrazo. Me sostuvo en sus brazos por un largo rato. Se sentía como que no me hubiera abrazado así en años… desde antes de que ella y papá se divorciaran, por lo menos. —¡Estoy tan orgullosa de ti, Cherie! —dijo, sus ojos viéndose húmedos. Sonreí. —Gracias, mamá…

Cuando pensé acerca de ello más tarde, me di cuenta de que todo lo que siempre quise realmente era que mi madre estuviera orgullosa de mí.

El apartamento que estaba alquilando en Encino era uno pequeño de un dormitorio. Era diminuto, pero me encantaba. Era un sensación extraña tener finalmente un lugar al que podía llamar propio. Pero sin duda extrañaba mucho a tía Evie y la visitaba a menudo. Me tomó algún tiempo acostumbrarme a no tener a mi familia alrededor. Había algo un poco triste y solitario sobre llegar a casa a un apartamento vacío.

En este día en particular estaba en el sofá con mi padre, rascándome la cabeza y mirando distraídamente mi reloj. Sentía que estaba tarde para algo, aunque no sabía para qué. Se sentía como si hubiera siempre algo para lo que estaba tarde, como que siempre había algún otro lugar en el que se suponía que tenía que estar. —Gatita —dijo mi padre, cortando mis pensamientos—, he estado preocupado por ti. —¿Hmm? —Preocupado. Por ti. La última vez que te vi estabas delgada… es decir, pensé que no podrías conseguir estar más delgada. Pero… te ves incluso peor ahora. ¡Necesitas empezar a cuidar de ti misma!

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Esta era la primera vez que había visto a mi padre en unas pocas semanas. Mi calendario había sido tan agotador que no había tenido tiempo para estar en cualquier lugar salvo el set o el estudio de ensayo. Incluso Adrian Lyne había notado que me veía un poco delgada. —¡Necesitas comer un poco de pastel de bistec y riñón, cariño! —Me había dicho. —Bistec y… ¿riñón? —Reí—. Hombre, ustedes los ingleses comen unas cosas bastante locas. —¡Ha! Tendré que hablarte acerca del toad in the hole27 alguna vez. En serio, sin embargo, estás luciendo agotada, cariño. ¿Qué pasa? ¿Estás consiguiendo descansar decentemente? ¿Tienes algo más ocurriendo además de la película? —Bueno, está el disco. Estoy trabajando en eso por la noche cuando puedo… supongo que sólo he estado tratando de hacer demasiadas cosas a la vez últimamente. 27 Toad in the hole: literalmente, ―sapo en el agujero‖. Plato tradicional británico que consiste en salchichas en rebozado de budín de Yorkshire.

—¿Quieres saber el mejor consejo que puedo darte acerca de ese disco? —Claro. ¿Qué? —Necesitas dejar de trabajar en él hasta que concluyamos esto. Necesito que estés ahí al cien por cien para mí, cada día, Cherie. Tres meses es una agenda muy apretada. Sin distracciones, ¿vale? —Vale. Así que por el momento, el disco fue puesto en espera. Capitol entendió, pero Marie estaba bastante decepcionada. Ser capaz de concentrarme totalmente en Foxes ayudó mucho, pero aún había presión y estrés, e incluso cuando estaba sola o con mi familia, no podía relajarme realmente. No parecía poder relajarme. También, una cosa extraña había sucedido recientemente: mi corazón comenzó a palpitar salvajemente, sin razón. Me asustó muchísimo la primera vez y me prometí a mí misma que iría a ver a un médico, pero estaba decidida a terminar la grabación primero. Dedicar doce horas al día en el set no estaba ayudando. A veces estaba tan absorta que se me olvidaba comer. Es fácil olvidarte de comer cuando estás tomando Bencedrina. No notas el hambre, tu estómago se siente separado del resto de ti. Con todo eso sucediendo, mi peso había estado cayendo dramáticamente. Así que ahora mi padre estaba mirándome con una mirada preocupada en su cara. Le lancé mi mejor sonrisa. —Estoy bien, papá. No te preocupes… —Pero me preocupo, gatita. ¡Soy tu padre! ¿Por qué estás tan delgada? ¿No tienes comida en tu apartamento? —¡Por supuesto que tengo comida! Estoy comiendo bien, papá…

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Mirando a mi padre, me pregunté si no debería haber estado preocupándose por sí mismo. Se veía terrible. Estaba realmente preocupada por su salud. Su piel había tomado este espantoso matiz amarillento; sus ojos también. Cada vez que lo veía, parecía haberse deteriorado aún más. Parecía más viejo, más frágil y más enfermo. El alcohol realmente se lo estaba comiendo desde dentro. Marie me mantenía actualizada sobre su consumo de alcohol. Me dijo que se estaba volviendo peor. Que no podía pasar más de unas pocas horas sin un trago. Que estaba perdiendo el equilibrio y que parecía caído y deprimido. Estaba considerando seriamente hospitalizarlo. Cuando era más joven, había pensado que el alcoholismo de mi padre era perfectamente normal. Pensaba que mi padre sólo necesitaba un trago para relajarse y no veía cómo esto era un gran problema. Alguna gente sólo disfruta el alcohol, pero esto no significa necesariamente que fueran ―alcohólicos‖. Debido a que mi

padre siempre podía manejar la bebida tan bien, estaba segura de que no tenía un problema. Eso es lo que había pensado durante la mayor parte de mi vida. Ahora estaba empezando a darme cuenta de lo equivocada que había estado. Papá estaba bebiéndose un vaso de leche mientras hablaba conmigo. Podía decir que no había tenido ningún trago por un tiempo porque su mano estaba temblando. Ambos hicimos nuestro mejor esfuerzo para ignorarlo, pero no podía evitar que mis ojos vagaran de vuelta a esa delatora y temblorosa mano. Intentó casualmente situar su otra mano encima, para estabilizarla, pero no funcionó. Una semana antes, Marie me había contado que papá intentó dejar de beber completamente, pero no pudo hacerlo. Empezó a temblar tan violentamente que no podía funcionar en absoluto. Al final, susurró, él tuvo que tomar un trago. Me contó que estaba sacudiéndose tanto que apenas podía levantar el vaso hacia sus labios. —¿Cómo estas sintiéndote tú, papá? —pregunté, ansiosa por cambiar de tema. Sonrió débilmente. —No te preocupes por mí, gatita —dijo, dejando ese tembloroso vaso de leche en una vieja mancha de agua—. Me siento como un tigre. Mi padre no era un buen mentiroso. Decidí dejar pasar esa. Era más fácil ignorarlo que tener esa dolorosa discusión en ese momento. Ignoré la piel amarilla, los ojos amarillos y acuosos. Ignoré la mano que aún no se quedaba quieta. Tal vez creí honestamente que si ignoraba aquellas cosas, simplemente desaparecerían. —Mamá ha estado en el set —dije. No sé por qué lo dije; sólo fue la primera cosa que apareció en mi cabeza en el apuro por cambiar de tema.

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—¿Cómo está? —preguntó. No podía decir si realmente le importaba o sólo estaba siendo educado. Supongo que estaba tan ansioso como yo por hablar de algo — cualquier cosa— más. —Está bien. Continuamos hablando acerca de nada en particular. Un acuerdo tácito había sido alcanzado. No más palabras acerca de mi peso o de la bebida de papá. Tal vez si sólo seguíamos en este estado de negación por un tiempo, todo estaría bien. Fue una semana o dos más tarde, en el set, cuando realmente me detuve y me miré bien en el espejo del camerino. Me veía cansada. No había estado durmiendo mucho. Estaba tomando cada vez más Bencedrina para ponerme en marcha. Y lo peor era que cuanto más utilizaba una mañana, más necesitaría la siguiente sólo para conseguir el mismo efecto. Y luego estas palpitaciones empezarían de nuevo. —Papá puede estar muriéndose —me dije a mí misma. No había nadie más en el camerino. Lo dije porque el pensamiento había estado rondándome por un tiemp o,

una oscuridad insondable que acechaba en la esquina de cada pensamiento que había tenido. Esta era la primera vez que había dicho las palabras en voz alta. Tan pronto como las dije, sentí esa sensación de malestar en la boca del estómago —. Cállate, Cherie —añadí en un ronco susurro. Quería Metacualona. Quería perderme, deshacerme de esos pensamientos tóxicos, pero rechacé la idea tan pronto como salió a la superficie. No podía hacer esto más. Era suficientemente malo que haya empezado a beber de nuevo... nada pesado, sólo un poco de vino de vez en cuando. Sin embargo, mi acelerada mente intentaba atraerme cerca de esos a veces, pero rechacé esos pensamientos, también. ¿Pero Metacualona? Sabía que tomar de esos otra vez sería un desastre. El alcohol era diferente; el alcohol no hacía daño a nadie, ¿verdad? ¡Incorrecto! Replicó mi mente. Una imagen de la piel amarillenta de papá pasó por mi cerebro. —¡Cállate, Cherie! —susurré de nuevo. Mirando en el espejo, me volví de lado, admirando mi perfil. Estaba por debajo de los 47 kilos. ¿Estaba muy delgada, como mi padre insistía que estaba? Sonreí ante el pensamiento. No, no puedes estar demasiado delgada, ¿verdad? ―Anoréxica‖ era como mi padre lo expresó. Debía haber conseguido esa palabra del artículo de una revista. Pero yo sabía en el fondo que no era anoréxica; yo ya no tenía hambre. Marie me había acusado recientemente de estar en las drogas otra vez. —¡Eso es por lo que estás tan delgada! Estás tomando coca, ¿no? —Estaba equivocada, por supuesto, porque la única cosa que estaba tomando regularmente era la Bencedrina, y la Bencedrina era legal, así que prácticamente no era ni siquiera una droga, por lo que a mí respecta.

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¡Por supuesto que es una droga! Replicó mi mente. ¡Oh, cállate! Repliqué de vuelta. La ida y vuelta en mi cabeza se estaba poniendo bastante agotadora. Me preguntaba si me estaba volviendo loca por el estrés. No, necesitaba calmarme. Respiré profundamente. Empecé a pensar tranquila y racionalmente. Por supuesto que no soy anoréxica. Lo sabría si lo fuera. Jodie Foster pierde peso comiendo papaya y queso cottage, y nadie la está llamando anoréxica. ¡Y Papá no se está muriendo! ¡La razón por la que parece mayor estos días es porque es mayor! Se está asentando en los sesenta, y no puedo esperar que se vea igual que cuando era una niña. Esta es la vida. Todo está bien. Me acerqué al espejo de mi camerino para comprobar mi maquillaje. Las brillantes bombillas brillaban sobre mi rostro. Empecé a juguetear y esponjar mi pelo… luego

me congelé. Pensé por un momento que mis ojos me estaban jugando una mala pasada. Parpadeé con fuerza y comencé a separarme el pelo. Jadeé y sentí la sangre enfriarse en mis venas. Oh, Dios, ¿qué demonios era eso? Me acerqué al espejo y volví a poner los dedos en mi pelo. Mirando de cerca, vi algo que me aterrorizó. En el espesor de mi pelo rubio había parches estériles —áreas más vacías. Áreas de calvicie. Había ronchas bajo el nacimiento de mi cabello a lo largo de mi cuero cabelludo. Tragué saliva y me alejé del espejo. Sólo podía haber una explicación para esto. Fui a mi bolso y saqué el frasco de Bencedrina. Parecía tan inocente —sólo un tonto pequeño frasco amarillo. Me había engañado, rabié. Me engañó haciéndome creer que era una inofensiva medicina, haciéndome creer que era buena para mí. ¡Ahora mira lo que me estaba haciendo! ¡Tenía que salir de esta cosa! Me dirigí a la ventana del camerino y deseché el frasco en los arbustos. Mientras lo hacía, hubo un golpe en la puerta. —¡Estamos listos para ti, Cherie! —llamó el asistente de dirección. —¡Enseguida voy! Estaba asustada. Asustada acerca de lo que estaba pasando en mi cuerpo. ¿Qué otros efectos secundarios tendrían en mí estos terribles polvos? Alcé una lenta mano a mi cabeza y suavemente toqué mi dañado cuero cabelludo. ¡Esto era todo culpa de la Bencedrina! Empecé a entrar en pánico, pero me las arreglé para frenarme a mí misma. Me forcé a respirar lentamente. Sabía lo que tenía que hacer. La solución a este problema estaba muy clara para mí. Sólo había una forma racional de tratar con ello.

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Antes de volver al set, fui al cercano teléfono de pago y marqué un número. Al segundo tono, ella atendió. —Hola, ¿Stacy? Soy Cherie. —Stacy era una amiga mía. La que me había introducido en la Bencedrina y había estado abasteciéndome de ella—. Escucha… esa Bencedrina ha estado haciéndome cosas raras. No creo que deba tomarla más. ¿Podrías hacerme un favor? —Claro. ¿Qué pasa? —¿Puedes venir al set? Necesito que me traigas cocaína —dije, agarrando el receptor muy fuerte—. Necesito que lo traigas… tan rápido como puedas. Colgué, ya sintiéndome mejor. La coca nunca había hecho que mi maldito pelo se cayera. ¡No más de esa cosa para mí! No, esta era una nueva Cherie, una Cherie

responsable, que reconocía cuándo tenía un problema y trataba con él. Sintiéndome muy responsable y totalmente en control, caminé hacia el set, preparada para actuar, preparada para tratar con mi vida. Porque mi vida era buena. Era mejor que buena —era estupenda. Y yo tenía el control. ¿Verdad?

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Traducido por Silvery Corregido por Dai ra Abril. Aunque ya no formaba parte del reparto de ninguna película en progreso, todo alrededor de mí todavía tenía un vago toque surrealista. El brillante cielo de California parecía como el fondo de una película. Quizás eso sólo era hacerme ilusiones. En realidad, había una parte de mí que esperaba que me despierte en cualquier momento y todos esos meses pasados se volvieran alguna especie de terrible sueño. Habían pasado tres meses desde que habíamos terminado el rodaje en Foxes. En esos tres meses mi vida se había sometido a algún tipo de trastorno mucho mayor. —¿Deberíamos contarle sobre mamá? —preguntó Marie cuando conducíamos hacia la casa de tía Evie. Mis manos temblaban mientras agarraban el volante. Me pregunté incluso si debería haber estado conduciendo. Aunque no estaba drogada, todavía sentía que no estaba en forma para tener el control de un vehículo. Estaba mareada de preocupación y de dolor por dentro—. ¿Deberíamos contárselo? – preguntó Marie. De nuevo

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—¡No lo SÉ, Marie! —grité. Ella se alejó de mí y un silencio glacial descendió al coche. Después de unos momentos incómodos, miré a mi hermana—. Lo siento — dije en un ronco susurro—. Simplemente yo… me estoy sintiendo… —Lo sé —dijo Marie—. Sé cómo te sientes. Conduje lentamente hasta la casa. Apagué el motor, y simplemente nos sentamos en silencio durante un rato. No estaba segura ni siquiera de querer entrar. Miré hacia abajo mis manos frías y temblorosas. ¿Estaba preparada para ver a mi propio padre así? —¿Cómo es? –pregunté a Marie, sin mirarla. Papá había estado realmente enfermo recientemente; sus piernas se habían hinchado tanto que parecían troncos de árbol, como si fueran a dejar a su cuerpo venirse abajo. El alcoholismo lo estaba desgarrando de verdad. Yo ya sabía la

respuesta. Marie había estado llorando tanto cuando me llamó para contarme lo mal que se había puesto que apenas pude entenderla. —Luce realmente mal —dijo. Abrí la boca para hacer otra pregunta sin sentido, pero entonces cambié de idea. No quería saber más. Pensé en mamá de nuevo y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. No quería saber lo mal que estaba ella también. Mi madre estaba a cinco mil kilómetros de distancia, atrás en Washington. Incluso aunque estaban tan separados, mis dos padres estaban gravemente enfermos. Los dos tenían algo que los devoraba desde dentro. Para papá, era el alcohol. Para mi madre, era el cáncer. Había recibido la llamada el otro día cuando estaba en la sala de control haciendo la voces en off de Foxes. Así es cómo lo descubrí. Aunque la grabación había terminado, todavía teníamos un ―looping‖ que hacer. Looping es el proceso de gravar líneas que no suenan en la pista de audio. La primera edición de la película, el borrador, estaba hecho. Esto era todo sobre los toques finales. Estaba trabajando en el control con Jodie y Adrian cuando la llamada de Wolfgang sonó. Había sabido que mamá estaba teniendo algunas pruebas, pero eso era todo lo que sabía. Wolfgang no era el tipo de persona que se andaba con rodeos. La primera cosa que dijo fue: —Tu madre tiene cáncer, Cherie. —¿Qué? —susurré, pasando deprisa una mano temblorosa por mi pelo—. ¿Qué? Él no lo repitió. Sabía que yo había escuchado. Se aclaró la garganta e hizo lo mejor que supo para asumir su típico comportamiento de negocios.

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—Sé... sé que es terrible, Cherie. Es duro para todos nosotros, pero así son las cosas. Acabamos de recibir el diagnostico. Están haciendo la colostomía28. Tienen que… extirparle el colon. —Oh Dios mío… Me senté allí en shock y escuché todo lo que Wolfgang tenía que decir. Me dijo que mi madre tenía una buena oportunidad de sobrevivir. —¿Cómo de buena es ―buena‖? —pregunté. —El treinta por ciento. 28 Colostomía: Una colostomía es una incisión (corte) en el colon (intestino grueso) para crear una abertura artificial o "estoma" a la parte exterior del abdomen. Esta abertura sirve de substituto al ano, a través del cual los intestinos pueden eliminar los productos de desecho hasta que sane el colon o se pueda hacer otra cirugía correctiva. Las heces caen dentro de una bolsa de recolección.

Sentí las lágrimas viniendo a mis ojos. —¿Qué hay de bueno en el treinta por ciento? —pregunté. Wolfgang no contestó. El resto de la llamada pasó como una neblina. Colgué el teléfono y me volví hacia Jodie y su madre, Brandy. Me estaban mirando con expresiones preocupadas. —¿Estás bien? —preguntó Jodie. Empecé a llorar. La única palabra que pude sollozar fue ―no‖. Salí de mis pensamientos. Miré hacia la puerta principal de la tía Evie. Detrás, mi padre estaba luchando en otra guerra. Esta vez no había medallas y las únicas víctimas serían él mismo y su familia. Esa vez, su cuerpo era el campo de batalla y este conflicto había continuado durante tanto tiempo que las cicatrices de guerra eran claramente demasiado evidentes. Mi padre —el resistente, el marine que se andaba con bobadas, quien había sobrevivido a pesar de las terribles probabilidades durante la guerra— era ahora un enfermo. No sabía si él tendría otra victoria; el alcohol parecía tener la mano ganadora esta vez. —Creo que no deberíamos decirla nada sobre mamá —dije. Marie asintió en silencio. Quizás tía Evie ya se lo hubiera contado. Pero si en realidad no lo sabía, sentía que ese no era el momento para darle la información—. Vamos —dije—, mejor entramos.

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Papá estaba tumbado en la cama de Marie en vez de en su propia habitación. Su salud debilitada lo había obligado a hacer uno de sus periódicas asistencias a desintoxicación y él ya estaba atravesando una violenta recaída del síndrome de abstinencia. Podía olerlo mientras me acercaba. Un olor picante, a fermentado, que radiaba de mi padre. mientras él sudaba el alcohol fuera de su cuerpo. Quizás ya había mojado todas las sábanas de su propia cama, necesitando el traslado a nuestra habitación. Marie y yo nos arrastramos al interior de la habitación. Cuando vi a mi padre, reprimí un grito ahogado. Estaba temblando sobre las sábanas de Marie, retorcido en posición fetal. Parecía un bebé. Éste al que estaba mirando no era mi padre. ¡Éste no era mi padre! Cerré mis ojos fuertemente durante un momento. Ningún padre debería parecerse a esto. Los abrí de nuevo, pero la dolorosa escena era la misma que antes. Marie me cogió la mano con las suyas y le dio un apretón. —Deberíamos haber hecho algo —susurré—. Deberíamos haber hecho algo cuando lo encontramos en su coche… deberíamos haber hecho algo, obligarle a no beber… antes de que se volviera… ¡antes de que se convirtiera en esto!

—Shhh —dijo Marie. No quería mirarla. Creo que estaba llorando y no podía soportar verlo—. Ve a verlo –susurró—. Voy a hablar con la tía Evie, ¿vale? Estaré justo fuera. Se marchó y yo estaba sola en la habitación de mi infancia, mirando al frágil y pequeño hombre que estaba tendido en el lugar de mi padre. Había un vaso medio terminado de leche en la mesilla al lado de la cama. Intenté decirme a mí misma que una vez pasara por la desintoxicación, todo estaría bien. Que él me sonreiría y me diría que se estaba sintiendo ―como un tigre‖. Que él saldría de esto, que nunca volvería a beber, y que todo volvería a ser normal. Él sería un hombre nuevo. Hubo un tiempo en que podría haberme convencido a mí misma de eso, pero ya no. Ya no era lo suficientemente ingenua para creer en cuentos de hadas. Tan enfermo con estaba mi padre debido al alcohol, y tan doloroso como era ese periodo de la desintoxicación, nunca parecía que fuera a resistir por más que unos meses. Sabíamos cuándo mi padre dejaba de beber porque la despensa de la cocina de repente estaría llena de cosas dulces. Él tendría ansias insaciables de dulces y comería cosas como queso danés de Entenmanns o donuts de azúcar para desayunar, todo con un vaso de leche. Él parecería diferente, también. Veinte años se alejarían de su rostro. Sus ojos se aclararían. Ese tinte amarillo se quitaría de su piel. Lento pero seguro, sin embargo, él volvería a caer en la bebida. Ese padre más sano, más alegre no sería más que un recuerdo feliz. Entonces, como un mecanismo de relojería, habría otra dolorosa desintoxicación en el horizonte. Excepto que cada vez que se desintoxicaba, mi padre estaba más enfermo, más frágil, y más débil que antes. Siempre teníamos miedo de que no sobreviviera a la siguiente.

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Caminé y me senté en el borde de la cama. Papi. Me sentí responsable. ¡Era mi padre! Debería haberlo cuidado. Podía sentir gordas y silenciosas lágrimas corriendo por mis mejillas. Me incliné y lo toqué. —¿Papá? —dije. Él se revolvió un poco. —¿Papi? Le zarandé gentilmente. Se giró sobre su espalda y sus ojos se abrieron, lenta y dolorosamente. Sus ojos lucían amarillos y enfermos. Y parecían viejos (más viejos que los de la abuela). Ya no había luz en ellos. Lo vi parpadear e intentar enfocarme. Su pelo era un desastre, con parado en algunos lugares y aplastado fuertemente contra el cráneo en otros. Sabía que si estuviera bien, se hubiera lanzado sobre su peine enseguida. En vez de eso simplemente me miró fijamente y se las arregló para farfullar un ―hola‖. Intenté sonreírle lo mejor que pude sonreírle de forma tranquilizadora.

Permanecimos así, congelados, mirándonos fijamente el uno al otro. Sentí un infranqueable abismo en los centímetros que nos separaban. No sé por qué lo hice, pero alcancé mi bolso y saqué mi billetera. La abrí y extraje un billete de cien dólares. Mantuve el billete en alto y lo deslicé en su mano floja. A través de mis lágrimas, dije: —Sólo quiero que sepas… papá… que tienes dinero… Papá sonrió débilmente y permitió que sus ojos se cerraran de nuevo. —Gracias, gatita —murmuró. Lo miré unos minutos más, pero se había vuelto a dormir. Quería que lo tuviera. Quería que lo tuviera ahí para cuando despertara. De alguna manera sentí que ese billete de cien dólares significaría algo. Que mágicamente alejaría todos los problemas y cicatrizaría los daños. La ira creció en mí, ahogando todas las demás emociones. ¿Cómo podía mi padre haber permitido que le pasara eso? ¿Cómo podría alguien destruir voluntariamente su cuerpo de esa manera? Volví a poner el billete en su mano. Se le cayó. Lo volví a poner pero él no podía agarrarlo. Lo agarré y lo coloqué debajo del vaso de leche. Tenía que salir de allí. No quería que mis sollozos despertaran a mi padre. Sentía como si no hubiera nada más que pudiera hacer para ayudarlo, así que en silencio lo dejé solo, respirando suavemente en la diminuta cama individual de Marie.

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Traducido por Anne_Belikov Corregido por Dai stoy en un Cadillac, deslizándome por la autopista 5 con una pareja mayor. No quiero estar ahí; sólo quiero estar en casa en North Hollywood. Estos dos me hacen sentir extraña. Ellos son un hombre y su esposa, pero el hombre aun así pone su mano en mi muslo. Enfrente de ella. Ella se está riendo en el asiento trasero. Hay un aire de locura en el aire. Retiro su mano furiosamente. Él se ríe. —¡La bestia con cinco dedos! —se burla. No lo encuentro divertido. He tenido un mal día. Demonios, he tenido un mal año. Demasiadas drogas. Demasiadas malas decisiones. Sólo quiero que todo se termine. Sólo quiero ir a casa. Si sólo pudiera llegar a casa, entonces podría empezar de nuevo. Tal vez podría alejarme de las drogas, poner mi vida en orden.

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El hombre saca una botella de Bacardi de entre los asientos. Él aparta sus ojos del camino mientras abre la botella. Ya está borracho, su esposa también. Quita su mano del volante y comenzamos a balancearnos como locos por todo el camino. En pánico, agarró el volante por él. Maldigo mi propia estupidez. El auto-stop fue una terrible idea. Nada bueno puede salir de esto. Él pone su mano en mi muslo otra vez. Frunzo el ceño amenazadoramente. Nadie está mirando la carretera. Miro hacia delante otra vez. Con un estremecimiento me doy cuenta de que hay un camión en punto muerto delante de nosotros. Nos estamos dirigiendo directo hacia él a una terrible velocidad. Abro mi boca para gritar mientras el Cadillac se abre camino en la parte trasera del camión a cien kilómetros por hora. Corte: el hospital, donde cortan mis sangrientos pantalones y me quitan los zapatos y los calcetines. Ponen una aguja en mi brazo y una máscara de oxígeno en mi cara. Toso sangre, lanzándola dentro de la máscara. Mi pulso baja más y más. Más bajo. Entonces desaparece.

Los doctores dejan de trabajar. Se acabó. Mis amigos observan con asombro y horror mientras la sábana blanca es lanzada sobre mi cara. Todo se ha terminado. Desvanecimiento: algunos meses después, Jodie se detiene para poner flores en mi tumba. Recuerda y ríe tristemente por los buenos momentos que pasamos. La cara de Jodie se congela.

De pronto el oscuro cine explota en aplausos. Mientras los créditos comienzan a aparecer, los aplausos crecen, la gente grita y grita. Alivio inunda mi cuerpo. Estaba sentada ahí con lágrimas en mis ojos. Mi padre, sentado a mi lado, aprieta mi mano. Lo miro. Él luce mucho mejor de lo que lo ha hecho en un largo tiempo. Todavía está bebiendo, pero de alguna manera esta noche su orgullo por mí parece haber superado toda la enfermedad a través de su cuerpo y luce mucho más joven. La abuela está sentada ahí llorando, ha estado haciendo esto la mayor parte de la película. Papá siempre le decía que sus riñones eran demasiado pequeños para sus ojos.

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Apenas podía creerlo: lo había hecho. ¡Había podido con un gran rol dramático! Estuve lado a lado con Jodie Foster, y no parecí una idiota. Todo el arduo trabajo se había unido en este momento, en la premier de Foxes en 1980. Mientras las luces se encendieron, miré hacia el pasillo. Mi familia completa estaba ahí: papá, mamá y Wolfgang, la tía Evie y la abuela, Donnie, y Marie con su prometido, Steve Lukather. Incluso Sandie y T.Y.. Todos a quienes amaba estaban en la misma habitación, algo que honestamente pensé que nunca más vería de nuevo. No quiero decir con esto que algunas de esas relaciones no eran tensas. Mi relación con T.Y nunca se había recuperado totalmente desde que me pidió que retirara los cargos contra el hombre que me violó. Las sesiones para Messin‟ with the Boys habían probado ser tortuosas y habían puesto una gran tensión en mi relación con Marie. Cuando Capitol se dio cuenta de que yo estaba siguiendo adelante y grabando un álbum a dueto con mi hermana, la presión comenzó a crecer. La mantra se convirtió en: ―¡Sabemos por qué firmamos, y no fue por una actuación de hermanas!‖ La voz más crítica fue la del hombre que nos había contratado, Rupert Perry, quien era el vicepresidente de A&R en Capitol. En la cima de toda esta presión cuando comencé a salir con el productor del álbum, Jai Winding. Marie estaba furiosa. Ella sentía que no podía lidiar justamente con el

estudio si estaba en una relación con el productor. Sin embargo, desde que habíamos comprado a su novio (y próximo-esposo) Steve Lukather, yo sentía que todo lo que había hecho era como jugar en el campo. La lucha de poderes por el control del álbum había dejado algunas cicatrices. Con Steve involucrado, y toda la gente que él había comprado en Toto, comencé a sentirme marginada en mi propio álbum. Las sesiones se prolongaron y las canciones comenzaron a adquirir el mejor brillo de una grabación de Toto. Por supuesto, con tantos miembros de Toto involucrados, supongo que debí haberlo esperado. Como Steve había estado ganando un montón de Grammys su opinión tenía una gran influencia en el estudio. Más que la mía, al parecer. Como las sesiones se prolongaron, comencé a estar más y más deprimida. Un punto culminante ocurrió cuando Steve me dijo durante un ensayo que puliera mi actuación porque estaba ―opacando‖ a Marie. —Ella no ha estado haciendo esto tanto tiempo como tú —me dijo—. No creo que sea justo que te proyectes tanto. Reprímelo un poco. Déjala brillar. Recuerdo pensar cuán loco es que ahora me estuvieran diciendo que me ―reprimiera‖ en mi propio proyecto. ¿No se suponía que tenía que dar el cien por ciento en cada presentación? Para mí, eso resumía todo lo que estaba mal en el álbum. Todo vino a mi cabeza hacia el final de las sesiones, durante una ardiente disputa, cuando finalmente le dije a Marie que Rupert Perry ni siquiera la quería en la grabación. Ella no me creyó. A la mañana siguiente recibí una llamada de Rupert pidiéndome que hablara con mi hermana. —¡Está en mi oficina, llorando e histérica y no se irá!

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Ella se había presentado demandando saber la verdad. Cuando Rupert le dijo en términos inciertos que había pensado que era una mala idea tenerla en el álbum, ella se puso histérica. Había una sensación de culpable satisfacción en saber que mi hermana finalmente sabía la verdad sobre cómo se sentía la etiqueta de su inexperiencia, pero en lo profundo sabía que le había hecho un daño serio e irreparable a nuestra relación. Sabía esto incluso mientras estábamos todas sonrientes en la premier de Foxes. Aun así, no tenía ni una pista sobre qué iba a suceder a continuación; hasta donde yo sabía, íbamos a comenzar una banda y sacar el álbum. Muy pronto descubrí cuán equivocada había estado. Mirando a mi familia mientras los créditos pasaban, me volví hacia mi abuela otra vez. Vi que todavía estaba llorando. Le sonreí y ella hizo su mejor esfuerzo para sonreír en respuesta y actuó como si todo estuviera bien. Salimos del cine y yo me mezclé con los actores y el equipo, abrazando a todos y sacudiendo sus manos. Había pasado cerca de un año desde que los vi a todos y esta era una reunión de larga duración. Mi familia estaba esperándome fuera de la

larga habitación, así que me dirigí a ellos. Cuando llegué, la abuela todavía estaba llorando. Fui hacia ella y le di un abrazo. Sabía muy bien por qué estaba llorando. —Está bien, abuela —susurré mientras sostenía a esta orgullosa y pequeña mujer en mis brazos—. Está bien. Sólo fue una película… —Lo sé, cariño —dijo ella, pero no paró de sollozar. Miré al resto de mi familia y al resto de mis seres queridos, y por un segundo fue como si estuviera mirando una fotografía, una Polaroid, los colores desvaneciéndose y diluyéndose por el paso de los años. Los sonidos alrededor de nosotros se desvanecieron por un momento, y fue como si viera a todos realmente por primera vez. Esta sería la última vez que mi familia volvería a estar junta. Mamá, papá, Donnie, Marie, la abuela, tía Evie y yo. No habría otra Navidad que nos reuniera en la misma habitación. A pesar de que no sabía esto en ese momento, lo sentía. Un frío estremecimiento pasó a través de mi cuerpo, succionando toda conversación fuera del aire.

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¿Quién faltaría la próxima vez? No lo sabía. Había muchas nubes negras sobre mi familia en ese momento, a pesar de las sonrisas y los abrazos. Mi papá sólo podía enmascarar su alcoholismo. Sus ojos se desviaban. Su hábito de beber no se había ralentizado y las advertencias de los doctores todavía hacían eco en mi cabeza. ¿Y mamá? Su cara todavía estaba radiante, pero ella estaba delgada y pálida. Luego de la operación, los doctores le habían informado que tal vez tenía un año de vida, si era afortunada. Aunque ella había estado haciéndolo mucho mejor de lo que esperábamos, ¿cuánto tiempo quedaba? Sabía que mi mamá era fuerte, pero ¿era lo suficientemente fuerte para vencer al cáncer antes de que este la venciera? Incluso la abuela… ya sabes, mi papá me dijo que la había encontrado en la cocina una mañana, llorando. Cuando le preguntó qué pasaba, ella le dijo que había olvidado cómo cocinar tocino. Habló más y más sobre el abuelo y su hermana Martha, nostálgicamente diciendo cuánto extrañaba el canto de Martha, como si de alguna extraña manera se estuviera preparando para verlos de nuevo. Y la tía Evie hablaría sobre cuánto odiaba Diciembre: —Todos mueren en diciembre. —Se quejaría tristemente mientras marcaba los nombres de nuestra amada familia—. Realmente no puedo tolerar diciembre… Sacudí mi cabeza. Era peligroso seguir pensamientos como esos. La tristeza que causaban era demasiado profunda, demasiado inmediata. ¿Y qué hay de mí? Una chica de veinte años con toda una vida por delante. Pero por un momento fui capaz de ver mi vida desde lejos para atrapar un gran destellazo de mi vida. Una chica de

veinte años que necesitaba mantener cocaína en su bolso y en su botiquín de primeros auxilios sólo para pretender funcionar como cualquier otro humano. Una chica de veinte años cuya báscula de baño apenas parecía pasar de las cien libras y cuyas palpitaciones del corazón nunca parecían detenerse. Eso es por lo que la abuela lloraba tan fuerte cuando los créditos comenzaron. Porque la vida drogadicta de Annie y su violenta muerte eran más que sólo momentos en una película. Pensé que la Abuela estaba llorando porque, también, se había dado cuenta de que la próxima vez que la familia estuviera completa en la misma habitación, sería cuando todos dijéramos adiós a uno de nosotros. Y ella estaba rezando silenciosamente que no fuera a mí.

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Traducción SOS por Zeth y SOS por Susanauribe Corregido por Dai uando llegó el momento de internar a nuestro padre en un hospital, estaba a punto de cumplir veintiún años. Sólo unos meses antes, nuestra amada abuela Onie, se había quejado con la tía Evie por un dolor de cabeza. La tía Evie la llevó al hospital… donde murió repentinamente y sin razón aparente. La familia estaba en un estado de shock y desconcierto. Ella era maravillosa, cariñosa y una mujer de corazón tierno, quien había amado a su hijo más que a nada en este mundo. No fue hasta este día, sentada en una lujosa oficina de un doctor junto al centro médico Cedars-Sinai, que empecé a preguntarme si no hubiese sido mejor de esa manera. La abuela Onie habría estado devastada por este trágico cambio de los hechos. El doctor nos habló a todos en tonos secos y moderados. Recuerdo que detestaba a ese doctor. Recuerdo eso muy claramente. Era antipático, contundente y dijo cosas en frente de mi padre que hicieron a mi piel erizarse. —Primero que todo —había dicho el doctor—, quiero que todos escuchen esto. Su padre está muy enfermo. Tiene una falla en el hígado. Una enfermedad del corazón y una afección pulmonar. Para ser muy honestos, está lo suficientemente enfermo como para matar a tres personas.

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Cuando dijo eso, miré a papá. Mi padre estaba temblado, incapaz de mirar directamente al doctor. Estaba mirando a sus manos, golpeando sus dedos nerviosamente contra sus rodillas. Algunos meses antes, Marie y yo habíamos estado en el show de Dinah Shore para promocionar Messin‟ with the boys. Todo lo que teníamos que hacer era aparecer, lucir bien y hacer playback. El héroe de papá, Dean Martin, había sido el copresentador. Dean estaba ebrio… bueno, eso es decir poco. Estaba realmente hecho un desastre. Recordé que papá había lucido muy feliz de vernos a las dos actuar y compartir escenario con Dean Martin. Era lo más feliz que podía recordarlo en un largo tiempo. Ir tan de repente de eso a esta horrible escena en la oficina del doctor estaba más allá de las palabras. Miré de nuevo al doctor. Era un hombre de edad media con barba, lleno de energía

y vida, y era obvio para mí que tenía en serio desprecio por los alcohólicos. Estaba sentado detrás de su escritorio, con su pluma estilográfica de apariencia costosa en su escritorio de caoba y la apariencia de superioridad por todo su rostro. En el interior, le estaba gritando a este hombre. ¿Cómo se atrevía a decir tales cosas en frente de mi papi? ¿En frente de mi héroe de guerra? ¿En frente de un hombre educado, bueno y cariñoso que amaba a sus hijas de una manera tan total e incondicional? Mientras estaba ahí sentada deseando poder sacarle los ojos con mis propias manos a este doctor, Marie habló. —¿Qué está tratando de decirnos, doctor? —Sólo estoy siendo honesto con ustedes. No creo que endulzar la situación vaya a ser beneficioso para ustedes, o para su padre. Incluso la manera en la que dijo ―padre‖... había un tono de burla en su voz. Este hombre no sabía nada sobre la clase de persona que mi padre era. Todo lo que podía ver era a un viejo alcohólico temblando en esa silla, buscado por todo el mundo, como el travieso chico de escuela que ha sido llevado ante el director. Apenas ocultaba su disgusto detrás de esa falsa bata blanca y ese portapapeles. Cada palabra, cada gesto insinuó que mi padre era débil, tacaño y qué él mismo se había causado todo esto. Negué y miré hacia otro lado. Por alguna otra enfermedad, la gente es simpática. Si mi padre tuviese leucemia, el comportamiento del doctor habría sido totalmente diferente. Habría sido cuidadoso, preocupado. Y aun así nos dicen que el alcoholismo es una enfermedad como cualquier otra. ¿Entonces, por qué está este hombre tratando a mi padre como si tuviese alguna clase de problema moral?

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—Su padre se quedará aquí en el hospital —continuó en aquella expresión monótona—, pero podría morir. La evidencia es clara, con tan sólo mirarlo, pude verse que está en las últimas etapas del alcoholismo. El daño que continuo es demasiado severo. Siendo francos, si podemos mantenerlo vivo a través de los delírium trémens… es decir las ondas… entonces nos consideraría afortunados. Todos miramos a mi padre, éste hombre alguna vez orgulloso, sentado ahí, absolutamente quebrantado. —¿Cuáles son sus posibilidades… si lo llevamos a casa? —preguntó Marie, en voz vacilante. —Nulas —respondió el doctor. Recuerdo estar en el hospital un poco más tarde, cuando él estaba en pijama y acostado en la cama donde moriría más tarde, le pregunté a mi padre por qué no

pudo dejar de beber. Habíamos tratado… oh Dios, habíamos tratado, habíamos rogado, habíamos llorado, habíamos hecho todo en lo que pudimos pensar. Habíamos leído los libros y lo habíamos llevado a las reuniones. Después de cada reunión, mi padre lucía más y más desmoralizado y deprimido. —Lo siento, cariño —me dijo en numerosas ocasiones—. ¡Simplemente no puedo relacionarme con esos gatos! —Habíamos recurrido a esconder su licor… habíamos hecho todo lo que estaba en nuestro poder. Incluso aquella mañana de aquel último viaje al hospital, antes de que lo internaran, había pedido ir a un bar para poder pasarse por su último par de Vodkas. —¿Por qué papá? —le pregunté, mis labios temblando, mi mano aferrándose a su delgado y débil brazo—, ¿por qué no te detuviste? ¿por qué tuvo que llegar a esto? Mi padre estuvo silencioso por un momento y luego me miró. Me miró fijamente con esos tristes ojos amarillentos y su rostro se puso muy serio. Lucía como si estuviese a punto de anunciar alguna verdad cósmica, algo que me ayudaría a entender su dolor, su impotencia en el rostro de su condición. Estaba temblando; podía sentir sus huesos contrayéndose y vibrando bajo mi propia mano. Mi padre era un enfermo terminal; lo sabía. En el fondo, lo sabía. Pude saborear mis propias lágrimas mientras bajaban por mi rostro y tocaban mis labios. —Porque… porque no quería dejar de beber, gatita —dijo en un suspiro—, y la verdad es que… aún no lo hago. Cerró sus ojos, como exhausto por el esfuerzo de su revelación. Alzó su mano y tocó mi húmeda mejilla. —Te amo papá —dije entre lágrimas. —También te amo gatita, las amo a ambas.

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Marie y yo sostuvimos a nuestro padre, lo abrazamos y besamos. Nos aferramos a él realmente, como si en cualquier momento nuestro padre fuese a ser arrastrado en una vasta extensión de agua y tinta y nunca seriamos capaces de volverlo a sostener de nuevo. Me recordó a la vez que nuestro padre se fue a Texas y nos aferramos a él en la puerta, llorando y rogándole para que no se fuera. Como tuvo que llamar a nuestra madre y ella tuvo que físicamente arrancarnos de él, todos estábamos histéricos y descorazonados. No había nadie que nos pudiera alejar esta vez. Nos aferramos a él para salvar su vida. Pero aun así, no podríamos aferrarnos por siempre. Recuerdo a Marie acercarse a su tocador y entregarle a papá su peine. Su cabello era un desastre y sabíamos que odiaba eso. Con manos temblorosas, tomó su peine y lo pasó lenta y dolorosamente por su cabeza. Hizo esto cinco veces, hasta que su cabello estuvo perfecto. Agotado por el esfuerzo de este simple movimiento, cerró

sus ojos y respiró fácilmente por un momento. Nuestro padre sobreviviría a los temblores. Pasaría todo el proceso de desintoxicación, sorprendiendo incluso al doctor que había casi asegurado que no lo haría. El día antes de su salida programada del hospital, su doctor pidió permiso para una broncoscopia. El proceso involucraba insertar un tuvo rígido de metal en los pulmones y recolectar una muestra del tejido para su análisis. Tras todo lo que mi padre había pasado en esta desintoxicación, nos rehusamos. Más tarde ese día recibí una llamada frenética de la tía Evie. Me dijo que había hablado con papá y que los doctores habían seguido con el procedimiento. Me dijo que había sonado como si estuviese en muy mal estado y que le había dicho que sentía que había cometido un gran error dando el permiso para la broncoscopia. Llamé a papá inmediatamente. La voz al otro lado de la línea sonaba, débil, ronca e inestable. —¡Papá! —grité—, ¿Por qué les dejaste hacerlo? —Él en realidad no tenía una respuesta, y salí rápidamente hacia el hospital. Para cuando llegué, Marie ya estaba ahí. Estaba en llanto. Me dijo que papá estaba en coma y en apoyo vital en la unidad de cuidados intensivos. Visitar a papá en la unidad de cuidados intensivos fue una experiencia horrenda. Sólo nos sentamos junto a él y lloramos. Estaba unido a cada máquina disponible, incluyendo a una que lo mantenía respirando. Pareció mejorar sólo por un día, el día de nuestro cumpleaños número veintiuno. Aunque aún estaba con el ventilador, lucía tan pacífico y tan joven, lucía justo como en sus fotos de los días de guerra. Empezamos a sentir una cautelosa esperanza que podía mejorar. Cuando dejamos el hospital esa noche, en serio creíamos que papá se recuperaría.

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Papá murió limpió y sobrio, tres días más tarde, a las cuatro de la madrugada. Nos dijeron que murió pacíficamente, justo cuando el sol estaba saliendo. Un enfermero dijo que estuvo con él y que aquellas horas antes del amanecer eran el mejor momento para morir. No sé si haya tal cosa sobre un buen tiempo en el cual morir. Pero sentí que nuestro padre murió con dignidad. Cuando me enteré, los recuerdos regresaron… algunos dolorosos, algunos dulces. Había perdido al hombre que había significado la mayor parte de mi vida. Yo era la niña de papi, y ahora mi padre se había ido y yo estaba totalmente perdida. La muerte de mi padre se añadió a lo que se estaba convirtiendo en un negro vacío en mi alma que se volvió imposible de llenar. Extrañaba, y continúo extrañando, mucho a mi padre. Mi madre fue mucho más suertuda que mi padre. Derrotó a su cáncer como si no fuera reto alguno. Fue un milagro, dijeron. Mamá siempre ha sido muy religiosa, una católica devota. Mi madre era una dama fuerte, eso lo supe por mucho tiem po,

pero no tomó crédito por su increíble —¿o debería decir, milagrosa?— recuperación. Nos dijo que cuando había vivido en Yakarta, Indonesia, había volado a Singapur por su quimioterapia. Sus doctores le habían dicho a Wolfgang que tenía quizás de cuatro a ocho meses más de vida. Dijo que el cáncer se había regado por su cuerpo y que todo lo que podíamos hacer era rezar. Una amiga llevaba a mi madre a sus tratamientos. En el camino se detuvieron en una pequeña capilla en Singapur así mi madre pudo rezar por una amiga que estaba siendo operada aquel día. Mamá estaba rezando a la Santísima madre cuando dijo que el milagro ocurrió. Sintió un hormigueó en sus pies y luego la sensación subió por su cuerpo. La sensación subió por su garganta y mamá recordó alzar sus ojos hacia la estatua de María en completo asombro. Se dio cuenta que tenía hambre por primera vez en meses y le pidió a su amiga que la llevara a almorzar antes de su cita. En la clínica, después de la extracción de sangre, los doctores estaban a punto de aplicarle la quimioterapia cuando una enfermera entró corriendo para decir que la muestra de sangre de mi madre había mostrado algo increíble. El cáncer se había ido; nuestra madre había sido curada. Su doctor, después escribió, y dijo que fue sólo Dios —con quizá algo de ayuda de mi madre— quien había hecho eso posible. Aunque todos estábamos más que agradecidos por las noticias, me entristeció pensar que los milagros sólo pasaban en Singapur. Con mi padre muerto, el último rastro de la antigua vida de mi familia en California se había perdido pasa siempre.

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Aun cuando Foxes no fue el éxito de taquilla que esperé que sería, las críticas fueron muy positivas y otros papeles siguieron: actué como Sara en Twilight Zone: The movie. Mi personaje terminó sin boca, víctima de un malvado hermano mayor con poderes paranormales. El director de mi segmento, Joe Dante, había llamado a mi agente porque había visto una publicidad mía y le habían gustado mis ojos. Me las arreglé para que Marie tuviera un trabajo en esa película, trabajando como una doble de mí. Cuando la recogí para llevarla al set por mi día de grabación, había estado despierta toda la noche consumiendo coca y era un desastre. Me juró que no estaba drogada, pero sólo una mirada a sus ojos como platillos la delataron. La regañé todo el camino hacia el set, avergonzada de que alguien lo supiera con tal sólo mirarla. Siempre me había molestado con mi uso de drogas, así que supuse que esta era mi oportunidad para sentir lo que ella había sentido. Para el m omento en que llegamos a allí, se había desmayado por completo. Fue mortificante: yo había hecho una pequeña pitada antes de la grabación también, pero al menos yo había sido profesional y había tenido una buena noche de sueño. Cuando el chico del maquillaje, Rob Bottin, vio a Marie puso sus ojos en blanco y me dio una mirada que me hizo sentir de cincuenta centímetros de alto. Me sentí terrible por ella, pero estaba molesta, sin embargo. Me maldije por no hacerla quedarse en casa en el momento que vi la condición en que estaba. A pesar del comienzo rocoso, Rob y yo

terminamos volviéndonos amigos. Rob era una artista talentoso, y recientemente había trabajado en la nueva versión de The thing con Kurt Ruseel, la cual ahora — un cuarto de siglo después de que fuera lanzada— todavía se veía genial. Twiligh Zone se volvió infame por el terrible accidente en el set del segmento de John Landas, que mató a Vic Morrow y a dos actores niños. Recordé la mezcla impactante de emociones cuando escuché que Vic Morrow estaba muerto. La principal emoción que la mera mención del nombre Vic Morrow me había hecho sentir los años siguientes a su intento de convencerme para no testificar en contra de mi violador fue furia. De algún modo, Vic se disculpó conmigo cuando me vio testificando en la corte, y su muerte, junto con la muerte de dos niños inocentes, fue un terrible shock para todos en todas partes. También hice el papel de Dana en la película de culto de terror Parasite, la cual era responsabilidad de un director llamado Charles Band. Para su crédito, hizo una larga carrera filmando películas baratas como series Pupper Master y otros ―clásicos‖ como Ghoulies y Mansion of the Doomed. Pero incluso mientras estábamos grabando, tuve la sensación de que este director en verdad no sabía qué estaba haciendo y que la película probablemente iba a apestar. Esa película introdujo en el mundo a una joven y prometedora actriz llamada Demi Moore, y nos volvimos muy cercanas en el set.

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Uno de mis recuerdos más fuertes haciendo Paratise fue la grabación de la noche donde todos se emborracharon tanto en el Crown Royal que el actor principal literalmente no podía decir sus líneas. Y luego hubo un accidente en el set que me dejó con tres nervios pinzados y una curvatura reversa de la columna, todo por la incompetencia e imprudencia del director. Terminé con una compensación de seis mil dólares después de pagar las cuentas de los abogados, y probablemente hubiera obtenido más si no hubiera estado aventurándome en la coca como para dejar pasar la mayoría de la terapia física. Ni siquiera hubiera demandado si mi mamá no hubiera insistido. Hice de Iris Longrace en la película de ciencia ficción Wavelenght, la cual tenía una banda sonora era hecha por Tangerine Dream. Esa película todavía es considerada una favorite entre los fans de ciencia ficción. Me enamoré de mi co-estrella, Robert Carradine, en el set y comenzamos a tener una apasionada aventura debajo de las narices de mi novio, Jai Winding. Estaba consumiendo tanta coca durante esa filmación que fue medio sorprendente que me saliera con la mía. Recuerdo durante una escena de besos en la película, Bobby se inclinó hacia mí y lamió mi nariz. Luego confesó que toda su boca se había entumecido después de que lo hizo. Pero la electricidad entre nosotros era increíble. La primera vez que estuvimos juntos, estábamos en su camioneta, siguiendo una larga toma. Él estaba llevándome a la casa que compartía con Jai.

Yo sólo le dije: —¡Detente! —¿Huh? —¡Vamos! ¡Detente! Sabes que esto va a pasar… entonces simplemente hagamos que suceda. ¡En este momento! Y él lo hizo. Estacionó en la cima desierta de Hollywood Hills y lo hicimos justo ahí, en el capó de su auto. Estaba profundamente infeliz en mi relación con Jai y supuse que subconscientemente estaba sembrando las semillas de la destrucción de esa relación. Siempre me arrepentí de que mi relación con Bobby terminara. Éramos tan cercanos. De algún modo, la gota que colmó el vaso fue cuando él se dio cuenta que también estaba viendo a Glenn Hughes de Deep Purple. En verdad amé a Bobby, pero al final mi promiscuidad y uso de drogas rompió su corazón Siguiendo el final de Messin‟ with the Boys, Marie y yo hicimos una serie de apariciones en televisión en Estados Unidos, Japón y Europa. Todo haciendo playback. Fue divertido al principio, pero pronto la familiar tensión entre Marie y yo volvió a aparecer. Cuando fue el momento de poner una banda en vivo y salir a la carretera para promocionar el álbum en verdad, Marie se echó atrás. —Lo siento, Cherie —me dijo—. Simplemente no puedo hacerlo. Estaba en la casa de Jai cuando me llamó. Al principio no tenía idea de que estaba hablando. —¿No puedes hacer qué?

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—La gira. Los ensayos. Simplemente es demasiado. Mi corazón… mi corazón ya no está más en eso. Y eso fue todo. Marie estaba enamorada de Steve Lukather y de repente ya no tuvo deseos de estar en la carreta promocionando Messin‟ with the Boys. Quería estar en casa y ser una esposa, quizá una mamá. ¿Y si no me gustaba? Bueno, no había mucho que pudiera hacer en verdad. Después de todo, las sesiones en sí habían sido difíciles para todos nosotros. Tuve que terminar poniendo mi nombre en un álbum que no sonaba como quería que lo hiciera. Pero para mantener mi relación con Capitol, tenía que hacer lo mejor de eso. Con Marie abandonándome, sabía profundamente que era sólo cuestión de tiempo para que la discográfica decidiera cortar sus pérdidas y dejarme. Inmediatamente regresé al estudio con Jai para grabar otro álbum. Habíamos completado sólo seis pistas buenas cuando el hacha cayó. Jai lo supo por los superiores en Capitol Records que lo estaban cancelando. Él rompió conmigo en la

cena. Estaba con el corazón roto, pero habría sido una mentira decir que fue un impacto total. Alguna parte ignorada y encerrada lejos había estado prediciendo esto desde que acordé hacer un álbum con mi hermana a instancias de nuestro padre. Pero para el momento que tenía veinticuatro años, había sólo Una cosa que en verdad hacía con regularidad, y no era la actuación, o a la música o algo parecido. En cambio, llené los vacíos de mi vida con cocaína. Consumía cuando me levantaba, y lo seguía haciendo hasta que me desmayaba. Luego me despertaba y volvía a comenzar. Después de la desaparición de mi contrato con Capitol, mi relación con Jai rápidamente decayó. Originalmente conocí a Bruce por un viejo amigo mío a quien había ayudado a conseguir trabajo maquillando en Wavelenght. Él y la amiga rompieron casi en el mismo momento que mi relación con Jai estaba despedazándose. Comencé a salir con Bruce, en su casa en Hollywood Hills. Eran principio de los ochentas, y una moda de una droga nueva estaba barriendo a Hollywood: base libre29. Fue mi cuñado T.Y. quien me introdujo a fumar cocaína, pero en esa ocasión en verdad ―no me gustó. ―La siguiente vez que lo hice, con Bruce, estaba enamorada de la droga. Comencé a tener un romance con la pipa como un amante de hace tiempo.

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Cuando fumé cocaína, supe que finalmente había descubierto el punto máximo al que me habían estado llevando mis años de usar drogas. Fumar cocaína me hacía sentir el más poderoso, intenso, emocionante y adictivo éxtasis que alguna vez hubiera experimentado. Eructaba fuera de mi propio cuerpo, mis oídos zumbando mientras la sangre corría alrededor de mis oídos, mientras una oleada de mareo rugía por cada fibra de mí ser. Era mejor que un orgasmo: era el máximo orgasmo, porque se sentía como si cada parte de mi cuerpo estuviera en el clímax a la misma vez. ¿Alguna vez te has preguntado cómo sería si tu cerebro experimentara un orgasmo? Para mí, de eso se trataba la base libre. Sabía que una ráfaga tan intensa tenía que ser peligrosa, así que hice un voto de no consumir base libre con nadie más que no fuera Bruce. De esa manera no terminaría excediéndome. En unos meses, sin embargo, estaba viviendo con él y estaba consumiendo tanta base libre como mi cuerpo podía soportar físicamente. En un periodo de tiempo muy corto, mi completa existencia estuvo al margen por mi insaciable hambre por estar drogada. Comencé a creer que quería mucho a Bruce, a pesar de que en verdad no fuera mi 29

B ase libre: La base libre se refiere a un compuesto que no ha sido neutralizado por ácido para producir la sal correspondiente. Esta forma de la cocaína se puede fumar, ya que no se descompone como sí lo hace el clorhidrato.

tipo. Era un chico grande, no muy apuesto, y a veces era tan cocainómano que siempre tenía círculos oscuros bajo sus ojos por la falta de sueño. Siempre usaba gafas de sol, incluso dentro de la casa. La casa que compartíamos estaba en Hollywood Hills. Tenía brillantes techos altos, y enormes ventanas que daban hacia todas las luces brillantes del Hollywood que había debajo. La casa en sí estaba suspendida en el cielo en pilones de 12 metros y sólo tocaba la montaña en el lugar donde la puerta delantera se encontraba con la calle. Bruce me amó, totalmente. Él me valoró. Ningún hombre me había tratado así antes. Me sacaba a cenar cuando yo quería y me traía lo que fuera que pidiera. Su trabajo ―real‖ era como joyero, y cuando sintió que era momento de pedirme que me casara con él, me dejó elegir tres de los diamantes más grandes que tenía para mi anillo de compromiso. Él mismo lo hizo. Y por supuesto, la cocaína estaba en todas partes: flotaba como el aire en la casa. Estaba tanto en la casa que bromeando nos referíamos al lugar como ―la casa blanca.‖ Onzas de la cosa en todas partes y era toda para mí. Bueno, la mayor parte. Bruce era un traficante, uno muy exitoso, y se hizo su vida comprándola directamente a contrabandistas y vendiéndosela a ciertas… personas con la habilidad de distribuirla. Él en verdad no tenía que ensuciarse las manos y no era como te imaginas que era un traficante. Era más como un hombre de negocios regular. Por supuesto, tener tanta cocaína podía ser un negocio riesgoso, así que había algunas armas en la casa. Había al menos una en cada habitación: fusiles, pistolas, revólveres y rifles. Había suficientes armas y cocaína en la Casa Blanca como para derrocar a un gobierno de un país sudamericano. Pero Bruce mantenía las armas de fuego bien escondidas y la apariencia de normalidad se mantenía perfectamente. Si no pensaba mucho en eso era casi como si no estuvieran ahí.

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No, sentí que era una chica afortunada. Era afortunada porque Bruce había dedicado su vida a hacerme feliz. Me dio todo lo que quise. Así que de cierto modo, era una bueno que fuera traficante de cocaína. Porque todo lo que parecía querer en esos días de mi vida era coca. Ha tomado un largo tiempo de propósitos alzarme del caos de mi vida. Estaba siendo jalada en tantas direcciones diferentes por tantas fuerzas exteriores por tanto tiempo que ya no sabía lo que quería. De repente, Bruce cambió todo eso. Me di cuenta que sólo había una cosa en este mundo por la que valía la pena vivir: coca, coca y más coca. Quaaludes eran juegos de niños. Benzedrine para tontos. Y stardom… bueno, stardom era la emoción adictiva, pero mientras el tiempo pasó, me di cuenta que no era tan importante para mí como había sido. Stardom, como comer o incluso respirar, tomo un distante segundo lugar en comparación con la cocaína. Pude admitirme eso en esos días y no sentirme mal. Y si me sentí mal, todo lo que tomé era una inhalada más en la pipa para hacer volar esos pensamientos negativos fuera de mi cráneo. Y después de todo, no tenía que preocuparme más por lo que mi papi pensaría. No, Cherie Currie era toda una adulta, y por primera vez en mi vida,

pude ser realmente honesta conmigo sobre lo que me hacía verdaderamente feliz. Cuando era niña, solía creer en Dios. Me hacía sonreír, en esos días cuando mi vida giraba en torno a la cocaína, pensar que una vez en verdad creí esas ideas tontas sobre el pecado y la retribución. La fe está bien, hasta que el mundo real llega y te arrebata todo eso que sostienes con adoración. Luego todo es lanzando a un claro enfoque. No, la coca era el único dios que necesitaba. Un dios en el cual podía depender para hacerme feliz cuando quería. Era todo en lo que pensaba, todo lo que sentía y amaba. En una forma extraña, la cocaína se volvió mi salvación.

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Traducción SOS por flochi y Dai Corregido por Andy Parth

ay un principio científico que dice que cada acción tiene una reacción opuesta e igual. Este principio se aplica a la cocaína. Cuando mayor subas, más grave será el golpe. En los días cuando inhalaba coca, podía contar con sentirme hecha mierda al día siguiente. Una resaca de coca era como una resaca de alcohol, solo que además de sentirse aporreada y con náuseas, se le sumaba también la sensación de depresión. Pasarías la noche satisfaciendo horas de intensa conversación alimentada de coca, diciéndole a cualquiera que escuchara sobre cómo ibas a cambiar el mundo… tal vez compartiendo información que era tan personal que querrías colgarte al día siguiente debido a la vergüenza cuando lo recordaras todo… Cuando volvieras la mañana siguiente, toda esa distención artificial era transformada por una profunda sensación arraigada de miseria, la cual no podrías quitarte de encima.

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Así, al igual que fumar cocaína incrementa el efecto de la droga por una enorme cantidad, también el bajón de fumar coca se ve magnificado: en vez de los siguiendo días melancólicos, lo que experimentas es un gran vacío de miseria y paranoia que parece asentarse sobre ti como una siniestra nube negra. Y mientras más fumas, el intervalo entre fumar coca y el golpe final se hace más y más pequeño. Y entonces, diez minutos después de mi último éxito, el terror empezaría. Todos los problemas en mi vida me inundarían de vuelta, más grandes y peores que nunca, retorcidos a proporciones terribles por la carencia química en mi cerebro. No era solo depresión: era miedo puro. Era todo lo terrible que alguna vez me haya pasado siendo revivido a plenos colores, en pantalla ancha, y en 3-D. Y había solamente una cura para ello: más coca. Y si no había más coca, entonces sería mayor encontrar algo más rápidamente para perder el conocimiento antes que mi cerebro sufriera un colapso de terror por todo ello.

Eso fue lo que había pasado en este día en particular. No recuerdo cómo llegué allí, pero estaba en el supermercado. Estaba completamente borracha. No había más coca en la casa, y no pude esperar a Bruce. Había bebido una botella de champagne y lo que sea que encontré tirado en la nevera. Hubo un momento cuando no pude soportar el sabor del licor. Ahora apenas podía saborearlo en mi lengua mientras se deslizaba lentamente por mi garganta, pasaba a través de mi estómago y entraba en mi sangre. No disfrutaba estar borracha, pero era un medio para un fin. Significaba que me sentía menos mal que antes, y eso era bastante para mí. Mi vida se había degenerado en una serie de cimas extáticas y pensamientos aterradores, y el alcohol era solo una manera de ayudarme a evitar los bordes afilados. En el supermercado estaba empujando un carrito de compras. Mi cerebro no se estaba comunicando eficazmente con mi cuerpo. Mi cabeza se sentía como un globo de helio flotando en alguna parte por encima del resto de mí, conectado por tan solo una endeble cadena. Intenté girar, y accidentalmente derribé un expositor de algún estúpido producto de limpieza que ellos estaban promoviendo. El expositor se derramó por todo el suelo. Me pregunté si parecía tan demente como me sentía. Retrocedí, y continué circulando por el supermercado, tropezándome y perdiendo el paso. Pasé por los pasillos de comida. La última vez que me pesé estaba en 43, 5 kilos. Todavía estaba perdiendo peso. La ropa más pequeña que Bruce me había comprado me estaba quedando suelta. Ya no me gustaba mirarme en el espejo.

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Finalmente fui hacia la caja registradora con mi premio, una botella de medio galón de Jack Daniels y una lata de coca cola. No podía siquiera pensar en regresar a casa si mis nervios no estaban completamente recubiertos de alcohol. La mujer detrás del mostrador me miró y arrugó la nariz. Era terriblemente fea, con cabello rojizo encrespado por una ridícula permanente. Su rostro estaba cubierto con granos de aspecto amenazador. Le sonreí a pesar del hecho que su rostro me asustaba. Quería esta botella. La necesitaba. —No puedo venderte esto —dijo con voz glacial. Comencé a hurgar en mi bolso. En el mostrador empecé a esparcir toda la basura que encontré. Billetes arrugados de cincuenta. Un paquete maltratado de Carlton Lights. Barra de labios. Llaves. Cuatro encendedores. Por fin encontré mi identificación y se la entregué con una sonrisa triunfante. Ni siquiera la miró, la muy perra. Tan solo sacudió la cabeza y repitió: —Lo siento, no puedo vendértelo. Empecé a temblar. El colapso de la droga era malditamente intenso. Si no conseguía el licor para compensar la falta de cocaína, podría morir. Era la verdad;

sentí que podría caer muerta sobre el lugar. Supe que si no conseguía este licor en ESTE MALDITO MOMENTO, podría haber tenido que herir a esta perra. —¡Soy un cliente que paga, y quiero esta maldita botella! —siseé. Empezó a llamar un gerente, algún oficinista imbécil de camisa con una etiqueta que decía Elmer. Elmer parecía el resultado de algún experimento de endogamia. —¿Cuál parece ser el problema? —Elmer sonrió. —¡Quiero poner una queja! —dije arrastrando las palabras—. Esta… dama está siendo grosera conmigo, y no me permite comprar esta botella. —Lo siento —dijo Elmer, sonando de cualquier manera menos arrepentido—, pero no podemos venderte esto. Si deseas realizar otra compra: alimentos, comestibles quizás, estaría bien. Pero no esto, en tu condición. —Déeeejame decirte algo, Elmer —siseé—. Estás encima de un maldito hielo bastante Delgado en este momento. ¡Llamaré a tu maldito jefe, y serás despedido! —Tomaré el riesgo —dijo Elmer, y antes de saber lo que estaba pasando, me tuvo por los hombros y estaba siendo despachada a través de las puertas electrónicas. Estaba parada en el estacionamiento, sintiéndome desorientada. Una ligera llovizna estaba cayendo. Al principio pensé que alguien me estaba escupiendo.

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Necesito alcohol. O cocaína. La coca sería lo mayor. Tenía algo de cambio, así que intenté llamar a Bruce nuevamente. Me tambaleé sobre el teléfono de pago y marqué el número. Me atendió nuestro contestador automático. En el otro extremo de la línea, mi voz sonó tan malditamente alegre y feliz diciendo que Bruce y yo no estábamos en casa que me hizo querer vomitar. Puse con fuerza el receptor en su lugar. Me quedaban veinticinco centavos. Había solo otro número que podía recordar. ¿Qué opción tenía? Lo marqué casi al instante. Media hora más tarde estaba inclinada contra la ventana fría del coche. Afuera, la lluvia golpeteaba suavemente contra el coche. Cada fibra de mi cuerpo se sentía en carne cruda, expuesta. Traté de cambiar de posición, y sentí a mis huesos molerse dolorosamente uno contra otro. Marie estaba sentada en el asiento del conductor, su vientre de embarazada de ocho meses apenas cabía tras el volante. Ella y Steve ya estaban casados hace rato. Una vez que Marie estuvo sentada allí, las razones del por qué había intentado evitar hablarle en estos días volvieron a desbordarme todas a la vez.

—Hueles horrible, Cherie —me estaba diciendo Marie, con esa ira persistiendo en su voz nuevamente—. Hueles como a licor y cigarrillos obsoletos. Ugh. —Cuando Marie me hablaba en aquellos días, había cierto enojo en su voz, un enojo incluso peor que la noche que me abofeteó cuando estuve drogada en la casa de tía Evie. Había tantas cosas que quería decirle a Marie. Había tanta ira sin resolver entre nosotras respecto al colapso de nuestro de álbum. Cuando Marie se alejó de Messin‘ con los Chicos, se fue directamente a su cómoda vida de casada con Steve. Sin problemas, sin consecuencias. Me vi obligada a grabar ese disco con ella; en vez de plantarme y luchar por lo que era correcto para mi carrera, puse a mi familia primero e hice algo que sentí que tenía una buena probabilidad de volver a atosigarme. Todos mis temores resultaron correctos. El resultado final fue un álbum Toto glorificado, el cual Capitol básicamente enterró porque Marie se alejó antes de que pudiéramos incluso salir de gira. El sello discográfico sabía que sin una gira promocional, el álbum no tendría ni una oportunidad. Marie esperó hasta que tuve que rechazar ofertar de solos mejores, hacer múltiples enemigos en Capitol Records, y grabamos un disco que estaba bastante lejos de lo que quería hacer antes que ella decidiera que cantar profesionalmente no era algo que quisiera hacer. Me quedé para lidiar con las secuelas. Mi carrera se arruinó, mi nombre era barro en la industria, y supe que como solista estaba básicamente acabada. Marie nunca se había disculpado por eso. Incluso mi padre, en su lecho de muerte, se había disculpado por obligarme a cortar ese álbum. Ese fue el paso final en nuestra paz antes que muriera. Nunca había tenido tal resolución con mi hermana. Marie nunca consideró el hecho de que esta espiral terrible y decisiva en el abuso de las drogas había sido impulsada en parte por lo que había sucedido durante la grabación de ese álbum.

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En lugar de mostrarse compasiva, ella me estaba tratando de la misma manera que los médicos de papá lo trataron. Actuó como si esto fuera síntoma de mi debilidad, de mi egoísmo. Quise decírselo a Marie, pero no pude. A pesar de todas las cosas que habían pasado entre nosotras, todavía no quería lastimarla así. Y me sentía tan cansada. Tan derrotada. ¿Qué importaba? Mi carrera de música estaba acabada; mi vida era lo que era. Era demasiado tarde para tener esa conversación. Todo lo que quería de Marie en ese momento era que me llevara de regreso con Bruce. Apenas podía mantener mis ojos enfocados. Tenía que ir a casa. —Steve y yo estamos cansados de darte nuestro tiempo y dinero si no vas a cambiar, Cherie. Dios, ese tono santurrón rallaba mis nervios. Quería decirle a Marie que ella era una maldita hipócrita. Que había consumido tanta cocaína como yo a través de los

años. Quería recordarle la vez que le conseguí un trabajo en la película Twilight Zone y ella apareció en el set drogada y terminó en una fiesta de veinticuatro horas. Sólo porque había dejado de drogarse cuando estaba embarazada, de repente pensó que le daba el derecho a actuar como si fuera Santa-Mierda-Marie. Sabía que tan pronto naciera el bebé, mi hermana regresaría a usar coca. En vez de decir algo de esto, dije en voz baja y derrotada: —Lo siento. Cambiaré. Por supuesto, no tenía intención de cambiar nada. No tenía poder para cambiar nada. La única cosa que estaba dentro de mi poder para cam biar era cómo me sentía, y la única manera de que eso pase era que Marie me llevara a casa y una vez que ella se escabulla a su existencia suburbana, podría fumar un poco más de coca. Ese era el único cambio en mi horizonte. —¿De verdad cambiarás? —preguntó Marie. —Por supuesto —dije, encogiéndome de hombros. Joder, eran sólo palabras ¿verdad? ¿Cómo Marie podía esperar que yo pensara en el futuro cuando apenas podía ver más allá de este parabrisas? Mi concepto de tiempo se había convertido en elástico. El tiempo ya no parecía funcionar. Los relojes trataban de decirme que era mediodía cuando yo sabía a ciencia cierta que me desmayé en la oscuridad hace sólo un momento. Me decían que sólo había pasado una hora cuando había vivido lo que se sentían como muchos días de horror. Marie sacudió su cabeza, sin creerme. Me sentí indignada, aun cuando estaba mintiendo a través de mis dientes. ¡Debería haberme creído! ¡Al menos me debía eso!

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No, había un montón de problemas sin resolver con mi hermana que estaban envenenando nuestra relación. Siempre me estaba diciendo cuán buena ha sido para mí. Recordándome cómo había abierto una cuenta bancaria a mi nombre y ella y Steve habían invertido dinero en ella para que lo use en una emergencia, una cuenta que yo había vaciado rápido. Lo que ella no entendía era que sólo la había usado en emergencias. Cuando Bruce no estaba cerca para proveerme coca, era una emergencia. Antes de que me mudara con Bruce, ellos incluso habían cubierto el alquiler de mi apartamento en Studio City. Lo que Marie vio como un acto de caridad por su agobiante hermana, vi como la restitución correcta por la forma en que ella y Steve me abandonaron con un cuarto de millón de dólares después del álbum Messin con los Chicos. De cualquier forma, Steve estaba forrado. Estaba en Toto, gracias a Dios. No era como si estuvieran muriendo de hambre. Había mucho por decir. Pero mientras Marie me llevaba a casa no podía decir nada de eso. Estaba demasiado miserable, demasiado débil, demasiado preocupada por

mi propia enfermedad. En ese momento, formar una oración coherente estaba más allá de mí. Sin cocaína que hiciera funcionar a mi cerebro estaba totalmente muda. —Quiero que sepas, Cherrie, que Steve y yo nos lavamos las manos de ti. De ahora en adelante, estás por tu cuenta. —Entiendo. Regresamos a Holiday Hills. Podía sentir el odio irradiando de mi hermana. Estaba bien. El odio era algo con lo que podía lidiar. Me odiaba a mí misma. Se sentía perfectamente natural que otra persona también me odiara. Nos sentamos ahí en el auto, cada una esperando a que la otra hable. El silencio no tenía fin, doloroso. Finalmente, mi hermana dijo: —No te quiero alrededor del bebé. No debes estar alrededor de un bebé. Asentí y me senté en silencio por un rato. Luego me giré hacia mi hermana. —¿Es eso? —Fue todo lo que pude decir. Marie estaba llorando en silencio. Eso me hizo temblar. Cuán patético. Odiaba cuando ella lloraba. Miré lejos de nuevo. —¿Cuándo te rendiste, Cherie? —demandó.

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¿Rendirme? ¿Cuándo me rendí? Quería decirle que no me rendí. En absoluto era así. Quería decirle que no era un asunto de rendirse. Era un asunto de perder el equilibrio. Mi vida a través de los últimos años se sintió como una lenta caída hacia la oscuridad. Un camino negro y aterciopelado que parecía lo suficientemente cómodo hasta que me encontré en la parte de abajo, en una tumba negra y aterciopelada. Era una tumba lo suficiente cómoda si morir era todo lo que tenías en mente. Pero no podía decirle nada de eso. En cambio, dije: —No sé a qué te refieres. —Adiós, Cherie. Abrí la puerta y salí tropezando al suelo fangoso. Ahora estaba lloviendo fuerte y yo instantáneamente me empapé. Apenas podía mantenerme de pie. Perdí el equilibrio en el barro y tambaleé varias veces. Finalmente me resbalé y caí al barro. Miré hacia arriba, sintiéndome desaliñada y patética, y pude ver a Marie llorando más fuerte y mirándome. —¡No puedo soportarlo más! —gritó ella y luego pisó a fondo el acelerador.

El barro salpicó y el auto se alejó por la montaña con la puerta del pasajero todavía abierta. La miré girar a la derecha y la puerta se cerró sola. El auto se había ido. Marie se había ido. Puse una mano en mi cara. ¿Estaba llorando o sólo era la lluvia? No podía decir la diferencia. La puerta principal de la casa se abrió detrás de mí. Me tambaleé hacia ella y Bruce me ayudó a entrar. Me tomó en sus brazos fuertes y secos y me ayudó a ponerme de pie. —¿Dónde estabas? —lloré— ¡Te necesitaba! Bruce era lo que necesitaba. No a mi hermana. Tenía todo lo que necesitaba exactamente aquí, en la casa de Bruce. Me pregunté si alguna vez volvería a ver a mi hermana. Ahora mismo nada importaba tanto como conseguir un poco de coca inmediatamente. Recostada en la cama, usando ropa limpia después de una ducha caliente, Bruce cerró las cortinas porque la luz del sol me estaba haciendo sentir enferma. Tal vez todavía estaba lloviendo, no lo sabía. Mientras estaba recostada ahí, un sentimiento terrible y desolador se apoderó de mí. Me sentí horrible. Verdaderamente, de verdad, horrible. Bruce se acercó a la cama y se arrodilló a mi lado. —Está bien —dijo— Shhhh. —Empezó a frotar mi espalda. Me recordó a cuando era una pequeña niña y papá solía hacérmelo cuando tenía fiebre—. Tengo algo para ti. Algo que te hará sentir mejor...

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Abrió la mesita de noche y sacó un tubo de cristal. Luego sacó una piedra de coca. No es sólo una roca… se trataba de un puto canto rodado. Una roca monstruosa, una roca de cien dólares por lo menos. Cargó el tubo y lo puso en mis labios. Sostuvo la flama contra la roca mientras yo estaba en la cama, inhalando el humo blanco entumecedor. —Te amo, Cherie. Aspiraba más y más del humo. Mi cuerpo se entumeció. El zumbido en mis oídos ahogaba la voz de Bruce. Ese sentimiento —esa indescriptible prisa que detiene al corazón— me llenó. Nunca se sentiría tan bien como ese primer golpe lo había hecho, nunca de nuevo. Pero me hizo sentir menos mal. Y menos mal era todo lo que quería de la vida en estos días. Maravilloso Bruce, pensé, está haciendo todo esto por mí. ¡No como esa

hermana desagradecida! No, Bruce había llegado a mí otra vez. No había manera de haber podido financiar una adicción fuera de control a la cocaína como la mía por cualquier medio agradable. No... mi maravillosos, amable y considerado Bruce me lo estaba dando gratis. —Te amo, Cheri —dijo de nuevo Bruce, alejando la pipa. Trepó a la cama a mi lado y empezó a besar mi cuello. Momentos antes, eso me habría repulsado. No hay nada peor que el contacto físico cuando estás tan terriblemente necesitada de drogas. Pero ahora todo se había ido. Mi cuerpo se sentía maravilloso de nuevo. Mi cuerpo ya no me pertenecía. Era de Bruce. Podía hacer lo que quisiera conmigo. Cualquier cosa, siempre y cuando siguiera dándome coca...

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Traducido por Purplenightlight Corregido por Dai l insistente timbre me sacó de un oscuro sueño tranquilo. Parpadeé despertándome y miré el reloj al lado de la cama. Gruñí; eran las dos y media. ¿Por qué rayos estaba mi alarma sonando a las dos y media? Confundida, miré alrededor del cuarto. La luz del sol en la tarde entraba culpablemente por detrás de las cortinas. Volví a ver el reloj. Dos y media de la tarde no tenía más sentido que las dos y media en la mañana. ¿Por qué la alarma estaba puesta a una hora tan ridícula? Golpeé el botón de apagado, tirando el reloj de la mesa de noche. El zumbido continúo. Ring-ring. Ring-ring.

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Tenía que lidiar con este ruido, este estúpido ruido, que estaba excavando en mi confuso cerebro y convirtiendo a todos mis pensamientos en papilla. Finalmente me di cuenta que debía haber sido el teléfono. Volteé a ver el caos en el piso del dormitorio. Ya no podía ver las alfombras. Estaban enterradas debajo de una gruesa capa de escombros, ropa abandonada y revistas. Hubo un tiempo en el que una escena como esta me hubiera llenado de horror, pero ya no. En vez de eso metí mi mano en el desastre, y lo encontré a la primera. Saqué el teléfono del desastre. —¿Hola? —grazné. Mi voz sonaba horrible. Como la de Elmer Fudd. Rasposa, débil y cómica. —Sí… hola. Eres… ¿Eres Cherie Currie? —dijo una voz. —Sí. ¿Quién es? Una nota de enojo se metió en mi voz. No tenía paciencia para voces sin cuerpo al otro lado de las líneas telefónicas. Estaban interfiriendo con mi habilidad de drogarme o dormir. Todo lo demás que viniera era una distracción de mis dos actividades favoritas.

—Soy Michael Finnell. El productor de Explorers. Hubo un silencio muy largo. No estaba procesando de verdad la información. Por un momento me fui hasta que la voz comenzó otra vez, sonando un poco insegura. —¿Tu sí… uh… te acuerdas de mí, no? La información llego a mí a través de la neblina. Explorers era una película nueva, dirigida por Joe Dante. ¿No tenía un papel en ella? Estaba segura de que eso era lo máximo que recordaba. —Hola, Cherie, ¿sigues ahí? Salí rápidamente de mis cavilaciones, y trate de asumir apariencia profesional. —Oh, sí… Estoy aquí. Perdón. ¿Ya vamos a empezar a ensayar? —Oh no. No todavía. Solo quería encontrarme contigo para que pudiéramos hablar de unos detalles… Bostecé. Me pregunté si podría escaparme poniendo a Michel en espera un momento para poder olfatear un poco de coca. Sentía que la necesitaba para poder continuar esta conversación. Eso, o colgar el teléfono lo más rápido posible. —¿Qué tal hoy a las cinco? —dijo Michael, después de otro silencio incómodo. —Bien. Eso suena… genial. —Suspire, sin mucho entusiasmo. —Bien. Déjame darte la dirección…

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La voz al otro lado del teléfono empezó a hablar de girar a la izquierda y a la derecha, de señales de alto y números de calles. Traté de escuchar, pero todas las palabras empezaron a mezclarse formando un balbuceo sin sentido que me estaba alejando, lejos en la oscuridad. Volteé a ver mi joyero con parpados cansados. Se veía tan lejos. Tendría que sentarme para poder alcanzarlo. Y estaba tan calientita… y cómoda… y feliz en mi cama. La voz continúo y continúo. Mis ojos se sentían cansados. No… estaba demasiado lejos. Tendría que esperar hasta que Bruce llegara a casa. De algún lugar, lejos, muy lejos, la voz estaba diciendo —Cherie… ¿entendiste eso? Pero ya no estaba ahí. Estaba de regreso en el capullo insensible de sueños tranquilos, como muerta. El teléfono silenciosamente se resbalo de mi mano. Estos pequeños momentos de muerte se empezaron a sentir más y más como en casa.

Estaba sentada en una silla, en frente de la televisión, cuando el teléfono volvió a sonar. Eran alrededor de las seis de la tarde. No estaba viendo la televisión, estaba prendida pero no me podía concentrar en ella. La casa era un desastre, pero no tenía energía para limpiarla. Hubiera comido, pero no me sentía hambrienta. Me hubiera ido a dormir, si no me acabara de levantar. Si no me estaba drogando o durmiendo, entonces usualmente solo me sentaba alrededor esperando hasta que fuera tiempo de empezar a hacer una de esas dos cosas de nuevo. Ring-ring. Ring-ring. Pensé que si solo ignorara el sonido, se iría. Pero la contestadora estaba apagada y el timbre simplemente no tenía piedad. Eventualmente, me forcé a caminar y contestar. —¿Hola? —Cherie... ¿eres tú? Era Scott, mi agente. Estaba a punto de decir: ―Claro que soy yo Scott‖, pero él me gano. —¿Recibiste una llamada de Michael Finnell esta tarde? —pregunto, sonando agitado—. ¡Dice que te marco! Tomé una profunda respiración. Recordaba algo así. Desperté con el teléfono sin colgar y descansando en mí pecho. Mientras pensé en eso, algo más vino a mí. Alguna vaga, medio recordada conversación acerca de encontrarme con alguien.

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—Yo… creo que sí —conteste. Sonando más y más molesto, Scott continuo: —Dijo que te quedaste dormida mientras estabas en el teléfono con él. ¿Paso eso? —Yo... yo no me acuerdo. Lo escuché dar un largo, suspiro exasperado. —Cherie... ¿Cómo diablos pudiste hacer eso? ¿Tienes idea de lo difícil que fue conseguirte ese papel? Frote las lagañas fuera de mis ojos. —Perdón —murmuré—, dile que me vuelva a llamar. Dile que se asegure de que

sea más tarde la próxima vez. Scott se rió, sin humor. —Eran las dos y media de la tarde, Cherie. ¿Qué tan tarde quieres que sea? ¿Quién rayos duerme hasta las dos y media de la tarde, por el amor de Dios? Fue entonces que me di cuenta cuán enojado estaba Scott. El silencio que siguió fue demasiado incómodo. Esta no había sido la primera vez que mi adicción a las drogas había tenido un impacto a la hora de trabajar. Había sido la invitada estrella en un episodio de Murder She Wrote hace no mucho tiempo, cuando decidí ir a casa en el receso a fumar algo de coca. Perdí la noción del tiempo, cuando mi hermana Sandie toco en mi puerta, estaba media desnuda, drogada fuera de mi mente, y aspirando el piso. Cuando no me presente después de la hora de comida, ella recibió una frenética llamada del set. Aparentemente Angela Lansbury estaba teniendo un ataque porque había detenido la grabación por todo el día. Ella juro que iba a ser echada de CBS por eso, y se apegó a su palabra. Explorers había sido mi gran oportunidad para probar que era confiable. Y me empecé a dar cuenta que tan grande fue esa estúpida llamada en la tarde. —También iba a decirte —dijo Scott—, que te están sacando de la película y le están dando tu papel a alguien más. Scott espero a oír lo que tenía que decir. Este probablemente pudo haber sido un buen momento para salir con una brillante excusa o algún elocuente discurso acerca de cómo iba a salir de mi bajón y cómo iba a salir yo sola adelante. En vez de eso, no pude pensar en nada que decir. Mi silencio sello mi destino. —Renuncio —dijo Scott.

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—¿Renuncias? —repetí— ¿Renuncias a qué? —Renuncio a esto, Cherie. Desde ahora, nuestro contrato se terminó. Ya no soy tu agente. Alguien más puede salir ahí y tratar de conseguirte un trabajo. Francamente, me siento triste por ellos. Tú no mereces ningún trabajo por la manera en que te has estado comportando. Me di cuenta que de repente lo había perdido todo. Una actriz sin un agente no es realmente una actriz. No es mejor que los millones de personas en Los Ángeles que se llaman a sí mismos actores, pero realmente son meseros, vendedores en tiendas de video, baristas. Una vez fui una música, pero ya no tengo banda o contrato de disquera. Si pierdo a mi agente, entonces de verdad… ya no era nada. Ya no más. —Por favor, Scott —dije, con genuina humildad y miedo en mi voz—, por favor dame una última oportunidad.

Scott no contesto. La línea se cortó y yo baje la bocina en shock. De repente una imagen brillo enfrente de mis ojos. La escena en Foxes donde Annie ve el camión acelerando hacia ella a cien kilómetros por hora. Ni siquiera suficiente tiempo para gritar. Finalmente lo había hecho. Finalmente había alcanzado el punto de impacto. Ahora todo el mundo me estaba abandonando. Marie se fue. Mi banda se fue. Papi se fue. Y ahora mi agente se fue. Empecé a temblar. Sentía frío, debilidad. Necesitaba una bebida. No, necesitaba coca. No, una bebida. Ya no sabía lo que necesitaba. ¡Bruce! Necesitaba a Bruce. Bruce me diría lo que necesitaba. Y yo lo escucharía, porque él me amaba y sabía lo que era mejor para mí. Mamá y Wolfgang odiaban a Bruce. Lo culpaban por la forma en que yo era. La última vez que hablé con mamá estaba llorando y me decía que quería a la ―vieja‖ Cherie de regreso. Ya ni siquiera sabía qué significaba eso. ¿A qué Cherie quería? Ya ni siquiera recordaba quién era esa ―vieja Cherie‖. Diez minutos más tarde, otra llamada. Mi manager esta vez. Un manager es incluso más allegado a ti que un agente: un agente te puede vender, pero es el m anager quien te protege y te cuida del peligro. Después de todo, Hollywood es una violenta y peligrosa ciudad que te come. En una llamada de veinte segundos, acentuada por fuertes estallidos de estática, mi manager también me dejo. Cuando colgué el teléfono, supuse que debería de haber llorado. Pero no lo hice. Estaba demasiado deshidratada y las lágrimas no saldrían. Me senté y espere a que Bruce regresara. Estaba fuera trabajando. Anotando un gran trato. Ese era su trabajo. Yo ya no tenía un trabajo, Dios lo bendiga, Bruce sí.

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Estaba parada en la sala de estar. Estaba oscuro; todas las cortinas estaban cerradas. Esa era la forma en la que me gustaba. No me gustaba que el sol expusiera el desastre que era mi vida. Prefería esconderme en la oscuridad. Por primera vez en semanas, abrí las cortinas. La luz entró y tuve que cerrar mis ojos. Incluso con mis ojos cerrados fuertemente, la luz me lastimaba. Quemaba a través de la piel de mis párpados traslucidos. De repente me sentí débil. Sabía que si no me sentaba me iba a desmayar. , pero no me senté. Me negaba a sentarme, o recostarme. En vez de eso respiré, sintiendo el irregular latido de mi corazón. Había estado dando espasmos y sacudidas adentro de mí demacrada caja torácica por lo que parecía toda la vida. Se sentía como si fuera a dar una vuelta por última vez y morir, como un viejo automóvil. Con la luz flotando en la habitación, volteé a ver el gran espejo en la habitación. Siempre había sido capaz de mirarlo y ver lo que quería. Después de todo, lo s espejos son tan confiables como los ojos que los miran. Hoy, por primera vez en

mucho tiempo, le demandé al espejo que me mostrara la verdad. Me miré a mí misma. Si hubiera tenido la fuerza para gritar, lo habría hecho. El grito hubiera sido tan agudo que el espejo se habría roto en millones de pedacitos y no hubiera tenido que mirar al monstruo reflejado en él por un momento más. El monstruo no podía ser yo. Ese esqueleto, con una mata de cabello fibroso, ¡no era yo! La cosa en el espejo tenía los ojos tan muertos, sin vida, que me hacían temblar si los miraba por mucho tiempo. La cosa en el espejo tenía la piel demacrada y gris. Lo grisáceo no estaba sobre la cosa del espejo, estaba en ella. Lo grisáceo estaba incluso adentro, chupando la vida de ese trabajoso e irregular corazón. La cocaína me había destruido; se había llevado a Cherie Currie lejos, lejos y había dejado en su lugar este horrible zombi. En ese momento, anhelaba la coca más de lo que anhelaba la vida. El problema era que en ese momento no había coca. Hasta que Bruce regresara, no la iba a tener. Quizá eso era bueno. Se me ocurrió que podía irme, justo en ese momento, antes de que Bruce regresara con más de esa cosa. Se me ocurrió que esta podría ser mi última oportunidad, porque si aún estaba esperando a tocar fondo, estaba siendo una tonta. Ya estaba ahí abajo, y había sido un largo, largo tiempo.

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Mi carro estaba en la calle. No iba a aguantar mucho, pero sí lo suficiente. Agarré ropa. Agarré algunos álbumes y luego los volví a tirar. Arriba de la pila que había tirado estaba Hunky Dory por David Bowie. Uno de mis álbumes favoritos. Pero ya no lo necesitaba, nunca más. En vez de eso agarré fotos: fotos de mamá, papá, Marie, Sandie y Donnie. Agarré todo lo que podía cargar antes de salir a tropezones hacia el carro. Ni siquiera me molesté en regresar y cerrar la puerta principal. No sólo me estaba yendo: estaba huyendo, asustada por mi vida. No miré atrás. Alguna histérica parte de mí pensó que si lo hacía, podría ver a Bruce parado en la puerta, con esa gran pipa de vidrio en su mano. Tendiéndola hacia mí. Solo una pitada más. Una más para el camino. Sabía que si él estuviera ahí parado con la pipa, lo haría. Y nunca sería capaz de irme. Tenía que salirme ahora mismo. Encendí mi carro, lo puse en marcha y me fui. Con un rechinido de las gomas, acelere colina abajo, casi exterminando todo en mi prisa. Nunca me pregunté a dónde iba: me dirigía hacia el valle, fuera hacia la casa de mi tía Evie. Parecía un largo, largo camino, pero sabía que lo iba a lograr. Tenía que hacerlo. Justo entonces, justo ahí, sabía que llegar a casa de mi tía Evie era la única oportunidad

que tenía.

En una extraña repetición de la escena en la que había estado con mi papá, me encontré a mí misma en una habitación estéril de hospital, mientras un doctor decía cosas que me asustaban, sólo que esta vez el doctor estaba hablando de mí. —Quiero que antes de que te admitamos, sepas —estaba diciendo—, que estás en la fase terminal de tu adicción. Pesas cuarenta y cuatro kilos. Tu corazón está en riesgo de fallar y el resto de tus órganos también. Si no hubieras venido, honestamente, siento que hubieras estado muerta en semanas. Asentí débilmente. La abstinencia ya había empezado. Estaba sudando, pero tenía frío. Mi cuerpo estaba gritando por cocaína. Estaba en la unidad de desintoxicación del hospital de San Pedro, debía de estar ahí por treinta días. Una vez que lo peor de mi abstinencia se acabara, me moverían a rehabilitación. Si podía ser rehabilitada. Marie estaba sentada junto a mí, observándome, mientras el doctor hablaba. Yo estaba tratando de desenvolver un dulce, pero mis manos estaban muy débiles. Ella me lo quitó de las manos, lo desenvolvió y me lo regresó. Lo puse en mi boca, pero no tenía la fuerza para masticarlo. Me pusieron en una silla de ruedas y me empujaron. Marie se quedó detrás de mí mientras la enfermera me empujaba a través de unas puertas dobles hacia un largo pasillo vacío. La medicina que me dieron ya estaba haciendo efecto… me sentía terrible, pero lo peor aún estaba por venir. Era difícil de creer, pero era lo que me estaban diciendo.

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Cuando Marie me alcanzo para decir adiós, ya estaba dormida, con el dulce colgando de mi boca. Esa sería la imagen que se llevaría consigo mientras regresaba por el largo recorrido a Valley.

Traducido por Simoriah Corregido por Dai esearía poder decirte que fue tan fácil como quedarme un mes en el hospital y simplemente salir curada. Pero por supuesto, nada es tan fácil. Aprendí muchas cosas en mi tiempo en el hospital. Una de las cosas que la gente me decía constantemente era un mantra de Alcohólicos Anónimos que rezaba: ―La definición de la locura es hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados diferentes‖. No me tomó tiempo mucho descifrar qué quería decir exactamente. No estaba segura de cuán bien Alcohólicos Anónimos funcionaría para mí. No sabía cómo algo funcionaría para mí. Cuando entré al tratamiento en San Pedro, sentí que quizás estaba más allá de poder ser salvada. Recuerdo muy claramente la primera vez que me paré frente a un cuarto lleno de gente y dije: —Mi nombre es Cherie Currie. Tengo veinticuatro años. Soy adicta a la cocaína y alcohólica. —Definitivamente algo difícil de admitir.

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Era difícil de admitir porque alguna desesperada parte de mi cerebro simplemente no quería creerlo. No quería creer que algo que había sido una parte tan grande de mi vida por tanto tiempo ya no estaba bajo control. Había estado tomando drogas desde mi temprana adolescencia. La idea de que ya no estarían allí para mí era terrorífica. —He sido adicta por casi una década… y necesito su ayuda para mejorar una vez más. Sólo habían pasado unas semanas de tratamiento cuando me puse de pie en la reunión y dije eso. Todavía me sentía débil y temblorosa, y mis emociones eran intensas y estaban confundidas. Entonces, algo muy profundo sucedió ese día. Comencé a llorar y tuve que dejar el podio sin decir nada más. Mientras volvía a mi asiento, sentí las manos de la gente tocarme suavemente. Sentí manos en mis hombros, manos en la espalda. Ese contacto, esa conexión con otra gente que había compartido experiencias similares a la mía, pareció levantarme y alejarme del dolor. Los miré, gente de todas las edades, de diferentes ámbitos de la vida, todos

ellos unidos por un problema compartido y un deseo compartido por el cambio. En sus ojos había algo que yo había deseado sentir de nuevo alguna vez. Había esperanza. Quería ser como ellos. Quería sentir esperanza una vez más. Ése fue el primer momento en que se me ocurrió la idea de que si realmente seguía esto, si seguía las instrucciones e iba a las reuniones, entonces quizás, sólo quizás, podría abrirme camino del agujero que había cavado para mí misma. Pero sólo si lo hacía —como todos se apresuraron a recordarme— ―un día a la vez‖. Pero volviendo a esa otra frase, la que hablaba de la locura y de hacer lo mi smo una y otra vez y esperar resultados diferentes. Supongo que yo no era muy diferente a los otros incontables que habían dejado la rehabilitación llenos de determinación por mantenerse limpios y después caían ante el primer obstáculo. Una vez fuera del hospital, una vez que no estuve rodeada de mis pares, de consejeros, de la seguridad de las instalaciones de tratamiento, recaí rápidamente. Llamé a Bruce, y le dije que quería drogarme. Por supuesto, se suponía que fuera una sola vez. Una recompensa por soportar los treinta días de tratamiento. Me sentía más sana y más decidida de lo que me había sentido en un largo tiempo. Esta vez, pensé, sería capaz de controlarlo.

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Supongo que no tengo que entrar en muchos detalles sobre lo que sucedió en esos tres días. Aprendí que todas las advertencias que los consejeros me habían dado sobre lo que sucedería si la usaba de nuevo eran verdad. Me dijeron que nunca sería capaz de volver a un uso ―normal‖ de la droga. Me advirtieron que algo había alterado mi química cerebral y que cualquier droga que usara me enviaría directo a un lugar que era tan malo —sino peor— que cuando había tocado fondo la última vez. Había aprendido de la peor manera que ésas no eran meras palabras o tácticas para asustar. Eran la absoluta verdad. El momento en el que puse la pipa de crack en mi boca y aspiré el adormecedor y químico humo blanco, me volví una persona diferente. Los treinta días que había logrado estar limpia se derritieron en un instante. Ya no había un disfrute en esto. No había euforia. En ese instante regresé a un lugar de desesperación y necesidad de drogas, que para cuando hui de la casa de Bruce y fui a lo de mi tía Evie en una repetición virtual de lo que había sucedido un mes antes, sabía que nunca jamás volvería a tocar la cocaína. Cuando me detuve de nuevo, después de tres días de estar drogada una vez más, mi cuerpo entró en una especie de shock. La primera noche en casa de tía Evie, dormí con ella en su cama mientras las drogas salían de mi sistema. Sin medicación para ayudarme en el proceso, experimenté vívidas alucinaciones que parecieron completamente reales para mí. Desperté en las tempranas horas de la mañana convencida de que el cuarto estaba incendiándose. Mientras las llamas naranjas y

rojas lamían el colchón, me di cuenta con horror creciente que cangrejos enormes y mutantes con pinzas que resonaban me rodeaban. Estaba pateando sus fauces y tenazas despiadadas y chasqueantes. Grité, grité y grité, literalmente llorando de terror con mi tía Evie meciéndome como a una niña, intentando calmarme. —No hay nada ahí, dulce gatita… todo va a estar bien… Shhhh…

Volvería muy pronto al hospital. Esta vez no era una paciente. Lucía terrible, pero no tan mal como cuando había entrado a tratamiento tantas semanas atrás. Desde que me había desintoxicado en casa de tía Evie, había estado mejor. Nada de cocaína, nada de alcohol, nada. Había ganado algo de peso —nueve kilos— y me sentía regularmente hambrienta una vez más. Mi corazón había retomado su latido firme y rítmico y no temblaba como solía hacerlo. Pero la mayor parte del tiempo todavía me sentía débil y deprimida; como si me hubieran robado las emociones. Los doctores me habían advertido de este efecto colateral. Me habían dicho que la cocaína violaba tu cerebro quitándole sus endorfinas naturales... los químicos que hacen que te sientas bien. Mi cerebro había pasado tanto tiempo produciéndolas a un ritmo artificialmente alto debido a la cocaína que sus reservas estaban completamente agotadas. Sentirme bien, o siquiera normal, era un recuerdo lejano. A lo que único a lo que me aferraba era que me habían prometido que con el tiempo esta sensación se iría y que la química natural de mi cerebro se realinearía sola.

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Pero aquí en el hospital, eso todavía estaba muy lejos. Lentamente subí las escaleras del tercer piso. Evitaba los ascensores porque aún subir las escaleras se sentía como una victoria para mí. Cuando llegué a la guardia, caminé hacia la enorme ventana. Podía oír los suaves sonidos del cuarto en el otro lado. Lo que vi me hizo sentir mareada: apoyé la mano suavemente contra el vidrio mientras absorbía la escena. Una idea vino a mi mente: mi padre murió en este hospital. Sentí lágrimas en los ojos, pero no eran de tristeza; eran lágrimas de alegría. Me di cuenta de que mis emociones por tanto tiempo congeladas podrían finalmente estar derritiéndose. Del otro lado del vidrio, en la nursery, había seis bebés recién nacidos. Me tomo sólo un momento darme cuenta de cuál era mi sobrina. Tenía la nariz y la boca de Marie y los ojos de Steve. Era la cosa más hermosa que había visto jamás. Apoyé la mano suavemente contra el vidrio y articulé la palaba ―hola‖ hacia este pequeño milagro. Su nombre iba a ser Cristina. Cristina Marie Lukather. Había nacido el día anterior, pero yo no había estado allí. No creía que la familia me quisiera allí. Sabía que Marie no. Eso había dicho. Era demasiado pronto, demasiadas malas asociaciones. Llevaba demasiada carga y ese tipo de oscuridad no tenía lugar en la guardia de

maternidad. Sin embargo, estaba sobria. Y por tanto tiempo como me aferrara a eso, sabía que todo lo demás estaría bien. Fueron Marie, Steve e incluso Bruce quienes pusieron el dinero para mi estadía en las instalaciones de tratamiento. Hoy, iluminada por la buena y limpia luz de sol que se derramaba dentro de la guardia de maternidad, podía mirar a la gente en mi vida con una nueva comprensión. Incluso Bruce, el pobre Bruce, quien todavía estaba tan atrapado en su propia adicción, había intentado ayudarme. Marie, quien probablemente no creía que pudiera funcionar, aun así puso el dinero para ayudar a limpiarme. Ella me había oído negar mi adicción por tanto tiempo, que estoy segura de que sentía que yo estaba más allá de ser salvada. A pesar de todo el dolor que habíamos apilado una sobre la otra en los últimos diez tumultuosos años, mi hermana me había ayudado. Ahora era mi turno. Ésta era mi oportunidad de probar que era digna de su confianza. Una enfermera entró a la nursery y suavemente tomó a Tina en brazos. La seguí hacia el cuarto de Marie y me quedé de pie en la puerta mirándolas a ambas, mirando a Marie sostener a su hija como si fuesen las únicas personas en el mundo. Cuando la enfermera se fue, Marie levantó la vista y me vio. Una expresión preocupada pasó rápidamente por su rostro, y luego, rápidamente bajó la mirada hacia la bebé una vez más. Sentí que estaba violando un momento valioso. La necesidad de bajar la cabeza y huir del hospital se apoderó de mí. En su lugar, en una voz queda, le dije: —Hola, Marie. —Hola, Cherie. —Es hermosa.

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Marie sonrió ante eso. —¿No es cierto? —dijo, su voz goteando sorpresa. Marie, la nueva madre, lucía cansada. Me miró una vez más y preguntó—: ¿Cómo estás? —Bien. Nos quedamos en silencio por un momento, el único sonido eran los pequeños y casi musicales gorgoritos de Tina. Había un muro entre Marie y yo. Ella tenía la guardia alta, y aunque sólo estaba a metros de distancia, el abismo entre nosotras parecía insalvable. Pensé brevemente en ese día lluvioso cuando se fue, dejándome cubierta de lodo, ebria y drogada, porque no podía soportar ver a su hermana gemela degradándose más. No podía ver a su hermana gemela matarse en la forma más humillante un día más. Supongo que el que me permitiera entrar en su habitación era un pequeño milagro en sí mismo.

—Estoy sobria —dije. —Eso está bien. —Quiero decir realmente sobria. Esta vez es para siempre. —Me alegro por ti —dijo fríamente Marie. Por supuesto, no me creía. ¿Cómo podría? Nada podía hacerle creerme excepto la evidencia ante sus propios ojos. ¿Cuánto sería el tiempo suficiente? ¿Treinta días? ¿Sesenta? ¿Cuándo te das cuenta de que algo es para siempre? Todo lo que sabía era que tenía que ser honesta con mi promesa y vivir mi vida sin alcohol y sin drogas. Entonces, quizás algún día… Miré a Tina. Sonreía y gorjeaba, y parecía más feliz que cualquier otro ser humano en el mundo. Era tan hermosa, tan inocente y pura. Todo lo que sabía, era que quería ella fuera así para siempre. Por supuesto, quería preguntarle a Marie si podía tomarla en brazos, pero no me atreví. Si decía que no, no creía ser capaz de poder soportarlo. —Realmente terminé con las drogas, Marie. Y con el alcohol también. En serio. Incluso dejé de fumar. —Eso está bien, Cherie —dijo ella de nuevo.

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Me sentí estúpida por siquiera decirlo. No tenía sentido intentar convencerla con palabras. Las palabras son baratas. Quizás Marie me conocía mejor de lo que yo me conocía. O quizás ella sólo conocía a la antigua yo. Ésta nueva yo, quien emergía pestañeando hacia la luz después de diez años de estar asustada, dolorida, sin sentir nada y consumida por la tristeza también era nueva para mí también. Teníamos que conocernos de nuevo. Eso llevaría tiempo, sin embargo. Pero me aferraba a la esperanza de que algún día, de alguna forma, mi hermana sería capaz de perdonarme. Que yo sería capaz de perdonarla. Que quizás yo sería capaz de perdonarme a mí misma. Quería eso más que nada en el mundo.

Traducido por Xhessii Corregido por Dai ra junio y los días se estaban haciendo más largos. El sol se alzaba en las mañanas y caía en las noches con una regularidad tranquilizadora. El paso del tiempo parecía desalentarme. Sin cocaína, píldoras o alcohol corriendo por mi existencia, los relojes empezaron a tener de nuevo sentido. Había estado limpia por tres meses y ya no era una neblina borrosa en un carril de alta velocidad. Ya no era Cherry Bomb. Era de nuevo la vieja y sencilla Cherie Currie, y me gustaba. Por los pasados tres meses, he estado atendiendo reuniones de doce-pasos dos veces al día. Me sentía más saludable y feliz de lo que podía recordar en un largo, largo tiempo. Mis viejos amigos, los amigos que me conocían de los días en los que era la chica esencial de las fiestas, a veces se reirían y dirían que no necesitaba esas juntas: ―¡Estás limpia!‖ me decían. ―¿Para qué sigues yendo?‖.

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Yo sólo sonreía porque ellos no entendían. No realmente. Yo era inteligente, lo suficiente para darme cuenta de que si no seguía yendo a las juntas, al m enos por ahora, había una gran posibilidad de que recayera. Tal vez sólo sería una copa de vino o una línea de cocaína que alguien me ofrecería en una fiesta, pero sabía que rápidamente me convencería de que una línea o que un trago, estaban bien. Era asombroso como los alcohólicos y los drogadictos que conocí en esos salones parecían tener historias similares a la mía. Ellos tal vez habían sido carteros, enfermeras, doctores o músicos, pero su comportamiento adictivo casi seguía un patrón idéntico. Cuando los escuché hablar de sus experiencias, me confirmó que una bebida, una píldora o una línea me llevarían de regreso a donde empecé. Con cada día de sobriedad ganado de manera dura, la apuesta se vuelve más dura. Con cada día que pasa, perdería más si decido usarlo de nuevo. No… no quería empezar de nuevo. No quería sentir esa horrible enfermedad, la completa e incomprensible desmoralización de nuevo. Las juntas eran mi manera de asegurar que eso no pasara. Tomé un trabajo en un lugar llamado ―Designer Linen‖ en el Centro Comercial

Plaza Topanga Cayon. El primer trabajo ―real‖ de mi vida. Cuando el hombre me preguntó cuánto quería por una hora, no tenía una idea de lo que preguntaba. Insegura, murmuré: —¿Dos cincuenta? Él sonrió y estaba más que feliz, agradecido. No fue hasta que pasaron unas cuantas semanas que descubrí que el salario mínimo legal era de $3.25. Yo estaba cobraba menos que lo que Marie solía cobrar en ―Pup‘ n‘ Taco‖. A veces, era difícil. Nunca en mi vida había trabajado tanto por tan poco. Me sentía ligeramente avergonzada por tener un trabajo en un centro comercial después de todo lo que había logrado en los pasados diez años… pero lo quería. Quería sentirme normal por una vez en mi adulta vida, y me hizo feliz pararme en mis dos pies. Eso era lo más importante para mí, no es que alguien más lo pensara. Para mí, era una aventura en realidad y humildad. Era capaz de conseguir ochenta dólares en una semana y todo ese dinero era para ayudar a la tía Evie con la despensa. Después de todo lo que ella había hecho por mí, esta pequeña manera de restituirle todas las mezquinas molestias, hacía que trabajar en una tienda de lino valiera la pena. Era la única persona que trabajaba en la tienda a excepción del propietario, y a menudo, el trabajo me partía la espalda. Mi jefe era un hombre de piel aceitunada con un fuerte acento árabe. Un día lo enfrenté por mi salario, molesta de que no me hubiera informado del salario mínimo cuando lo solicité. Él se rió y dijo que lo había impresionado que hubiera pedido tan poco, que me dio un aumento en el momento:

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—¡Yo sólo te estaba dando lo que pediste! —Sonrió. Era espantoso, en serio. Pero no había nada más en el mundo que necesitara hacer más que trabajar aquí. Trabajar en el centro comercial le daba una estructura a mi vida. El sol salía a las seis y yo me levantaba a las siete. Estaba en el trabajo a las nueve y en casa a las seis. Tal vez parezca extraño, pero este tipo de rutina era completamente ajeno para mí. Estaba ―pagando mis cuotas‖, así de simple y sencillo. Lo necesitaba. Quería tocar la cara de la realidad; quería mirar con claridad pura y cristalina qué tan cerca estuve de morir. Con una capa de dulce sería falso y sabía que eso me conduciría al camino de la destrucción una vez más. Cuando tenía quince años, me imaginé que simplemente podría brincar y convertirme en una estrella del rock y que nunca lucharía por eso. Era uno de esos juegos de montar en el carnaval donde la parte inferior te tira a un lado y estás pegado a la pared, girando salvajemente, sintiéndote enferma y desorientada, incapaz de bajarte o moverte hasta que la montura termine. Cuando finalmente te bajas de una montada como esa, tienes que agarrarte de una pared o de un poste, sólo para balancearte de nuevo. Pensaba que mi trabajo en Designer Linen era mi

poste.

Un día estaba doblando y acomodando linos cuando una cara familiar entró en la tienda. La miré y me congelé. Ella no me reconoció al principio. Por supuesto, ella no lo haría; nunca habría esperado verme en estas circunstancias, trabajando en la tienda del lino en el Centro Comercial Plaza Topanga. Ella se dio cuenta que la miraba, pero creo que estaba acostumbrada a que la gente la mirara. Cualquiera la reconocería estos días. Era extraño pensar que la había ganado un papel en «Foxes». Ella se detuvo, me miró de nuevo y sus ojos se abrieron con reconocimiento. —¿Cherie? ¿Eres…tú? —Hola, Rosanna —dije tranquilamente. Me había vuelto amiga de ella por mi cuñado, Steve Lukather, y Toto (la canción ―Rosanna‖ había sido escrita por ella). Había una mezcla de emociones cuando Rosanna vino hacia mí. ¿Vergüenza? Tal vez un poco, pero no era vergonzoso lo que estaba haciendo aquí: trabajar todos los días como lo hacen todas las personas normales. Era lo que me trajo aquí lo que me hacía tener vergüenza. La urgencia de correr vino por un momento, pero me dije a mí misma que no había nada de qué estar avergonzada. Había estado muy orgullosa de mí misma esos días, más de lo que lo había estado en mucho, mucho tiempo. Quizás pensaba en mí como la reina resplandeciente en el pasado distante, pero en esos días era la persona más infeliz que jamás había sido. Hoy mi felicidad no dependía de lo que la gente pensara de mí. No venía de una pipa, un vial o una botella.

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—Cherie… —Rossana me estaba mirando con asombro perplejo en su rostro—. ¡Cherie! ¿Qué diablos estás haciendo aquí? —Trabajando —dije, dándole mi sonrisa más orgullosa. —Pero… pero, ¿qué hay con tu música? ¿Qué hay con tu actuación? Encogí los hombros con calma. —Habrá tiempo para eso de nuevo —dije—. Sólo que no ahora. —Bueno… —Podía ver que la había tomado con su guardia baja y que estaba luchando para encontrar las palabras correctas para decir—. Bueno… luces genial. Luces realmente genial, Cherie. —¡Gracias!

Ese era un cumplido que realmente necesitaba. Desde que estoy limpia, había aumentado once kilos y lucía más sana y más viva de lo que lo había hecho en muchos años. Era lindo que lo reafirmaran. —Me siento bien —le dije—. Ya sabes, he estados sin drogas seis meses hasta ahora. —No me importó decirle eso. No era ningún secreto que usaba drogas, y para ser honesta, parecía que todos en Hollywood tenían problemas con las drogas de un tipo o de otro. La gente de Hollywood admitiría haber sido adictos a las drogas tanto como admitían usar la cirugía plástica—. Estoy en el programa docepasos —agregué. Ella cruzó el mostrador con su mano y tomó la mía. Sonrió cálidamente y dijo: —Bien por ti. —Luego rió un poco—. Conozco varias personas que deberían estar haciendo lo que tú haces. —Vi tu última película. Estuviste genial. De hecho, he visto todas las películas en las que ha estado. Desperately Seeking Susan, Silverado… Rosanna era una actriz fantástica. En los primeros días de sobriedad era difícil ver películas, especialmente cualquier película que protagonizara algún contemporáneo mío. Me recordaba mucho lo que había perdido. Me hacía darme cuenta de que podría tener roles como esos si no hubiera dejado que las drogas rompieran mi carrera. Pero superaré esto. Eso era el ego, puro y simple, y esas clases de pensamiento siempre conducían a ninguna parte. —Así que, ¿cómo está Marie? —Ella está bien.

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Todavía no era fácil pensar en Marie. Había mucho que no se había resuelto y dolía. Algo se había interpuesto entre las dos. Algunas veces me preguntaba si éramos capaces de regresar de nuevo a ser simplemente hermanas, sin que cualquier mierda pasara entre nosotras, envenenando el aire. —¿Ya has visto al bebé? —pregunté. —No todavía. Aunque pronto. —¡Discúlpame, Cherie! ¡Te necesito! Ese era mi jefe. Estaba agitado, despotricando y desvariando, como siempre. Cada vez que esto pasaba, la urgencia de decirle que hacía este trabajo enfermizo venía hacia mí, pero siempre me resistía. La vieja Cherie habría acabado eso y no lo había pensado dos veces. Pero ya no quería ser la vieja Cherie.

—¡Ven! ¡Córtala! ¡No hay tiempo para platicar! Le sonreí a Rosanna y ella me alcanzó sus linos. Podía ver el hecho de que hacerme esperar la hacía sentir incómoda. Aunque, no me molestaba. Ni siquiera a pesar del dolor en el trasero que era mi jefe, parado y mirándonos, podía ponerme de mal humor. Antes de que se fuera, hice contacto visual con Rosanna por un momento que pareció durar más de lo que realmente duró. Ella agarró su bolsa. —¿Sabes algo, Cherie? —me dijo Rosanna—. Tienes muchas agallas. Sonreí en agradecimiento y la miré caminar a la entrada, regresando a la vida que (por ahora) yo no era parte de ella.

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Traducido por Purplenightlight Corregido por Dai l Boulevard Ventura nunca cambia. No realmente. Nuevos edificios crecen, viejos se vienen abajo, pero los paisajes permanecen casi iguales. Todos los que viven en el Valley tienen sus propios puntos de referencia a lo largo del boulevard Ventura, y puedo adivinar que dos personas no tienen el mismo. Estaba pensando en eso mientras recorría el boulevard hacia Studio City desde casa de mi tía Evie. El aire cálido de la mañana se sentía bien contra mi cara mientras soplaba a través de las ventanas abiertas de mi carro. Dos años sobria. Esto era un logro. La idea de abstenerme de las drogas y el alcohol por dos años enteros parecería imposible algún tiempo atrás. Pero hoy, estaba ahí. Estaba nerviosa mientras manejaba. Una persistente ansiedad. Me recordaba a aquel momento, hace diez años, cuando estaba audicionando para los Runaways. Mis manos estaban frías otra vez; pegajosas, también. En ese entonces, era una pequeña niña asustada con manos sudorosas y axilas sudorosas, que pensaba que el mundo entero descansaba en la cruel guitarra Riff y en el ritmo de la batería. Hoy estaba nerviosa por una razón diferente. Esta no era una audición. Era mucho más importante que eso.

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Mientras recorría el boulevard, pasé por la avenida Hayvenhurst, la calle que llevaba a nuestra antigua casa. En la esquina estaba la tienda de vinos Gleason, a donde Marie y yo solíamos ir los días antes de que descubriéramos lugares como Rodney Bingenheimer y Sugar Shack. Después, dos cuadras siguiendo ese camino, estaba nuestra vieja casa. No había duda que nuestra propiedad de cuarenta y dos mil dólares ahora valiera casi un millón. La alberca debía de seguir ahí. Quizá nuevos niños estaban aprendiendo a hacer piruetas desde el trampolín. Diferentes familias debían de estar empezando ahí, quizá terminando y divorciándose también. Y las casas se volverían a vender y nuevas vidas volverían a empezar en esas paredes. Me preguntaba si las casas tenían algún tipo de consciencia del dolor de esas familias fallidas que alguna vez vivieron ahí. Me preguntaba quién estaría en mi vieja habitación. Qué posters estarían cubriendo

las paredes el día de hoy. Quizá Def Leppard o Bon Jovi. ¿O esos posters ya se habían caído, para ser reemplazados por las nuevas estrellas? Demonios, quizá Bowie seguía ahí. A través de los años, Bowie parecía siempre permanecer con estilo. David Bowie, Elton John… todos esos sonidos que alguna vez habían sonado desde la PA de la Disco Inglesa seguían sonando en esta era. Conocí a muchas estrellas durante mi tiempo con las Runaways. Más de las que quizá pueda recordar. Cuando todo eso pasaba, estaba tan llena de pastillas, energizantes y coca que estoy segura que olvide más de las que puedo recordar. Pero uno que nunca olvidare es David Bowie. Fue al backstage en uno de nuestros shows. Recuerdo que mi corazón casi se me sale del pecho cuando escuché que estaba ahí con Iggy Pop. Estaban haciendo un tour juntos en ese entonces, para promover el álbum de Iggy, The Idiot. Luego volteé y lo vi. Fue uno de los encuentros más surreales de mi vida. Vino hacia mí y estrechó mi mano. Usando bufanda, lentes de sol y una gorra inglesa, me dijo en su inimitable acento británico que había disfrutado el show. No puedo recordar una sola palabra de lo que le dije. Estaba total y completamente anonadada. Pero recuerdo que se veía menos alto de lo que imaginaba. Más callado, también. Era tímido y distante, como si hubiera un millón de cosas importantes en las que estuviera pensando. Se veía… pues, se veía como un hombre. Un genio musical quizás, pero un hombre no obstante. No el dios que alguna vez creí que era. Después de que mi aturdida reacción se desvaneciera, recuerdo volverlo a ver y pensar: ahí está David Bowie. Está bien…

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Creo que este es el miedo secreto de todas las estrellas de rock. Que alguien atraviese la salvaje imagen de las Kim Fowleys de este del mundo y sólo los miren a la cara y digan: ―¿Ahora qué? Sólo eres un ser humano. Como yo.‖ Me tomó un largo tiempo darme cuenta qué tan ridículo era pensar que una estrella de rock podía ser más que eso. Que yo podía ser más que eso. Las Runaways habían tomado caminos diferentes. Joan Jett, por supuesto, se había convertido en las estrella que todas sabíamos que iba a ser. Lita, también logró ser solista. Sandy seguía en la batería, a pesar de que su vida sería cortada trágicamente por cáncer de pulmón en el 2006. Jackie dejo completamente la industria de la música. Regreso al este a la escuela de leyes, escuché que algún día quería ser alcalde de Los Ángeles. Era escalofriante porque parte de mi creía que sí lo iba a hacer. Adelantes estaba Fireside Inn. El restaurante favorito de papá. Una de mis primeros recuerdos era estar ahí con papá, mamá, Donnie, Sandie y Marie. Marie y yo debíamos de tener alrededor de tres años, peleando y gritando en el asiento. Tenía una imagen de Donnie sentado en la silla alta, tratando de entender cómo usar una

cuchara. Ahora el anuncio en el restaurant dice Twains. Más lejos otra vez, en la intersección Coldwater Canyon, estaba el anuncio de Denny, donde Tommy estrelló el coche de papá mientras yo estaba inconsciente en el asiento del pasajero. El poste de luz con el que chocamos seguía ahí, tan sólido y macizo como siempre. Arriba en las colinas, alrededor del Cañon Coldwater, hay casas que cuelgan de las montañas con palos, balanceándose peligrosamente en un acantilado, como el acto de los platos que giran en un show. Casas como la de Bruce. Casas peligrosas, donde peligrosas fiestas toman lugar cada noche. Fiestas donde nadie realmente conoce o le caen bien las demás personas, pero todo pretendemos que sí. Fiestas donde hablamos mucho, pero decimos muy poco. Los años han pasado, y la música y la moda han cambiado, pero las casas como platos giratorios aún hacen su balanceo allá arriba, y la gente aún hace fiestas llenas de extraños. Una cosa de la que estaba segura es que estaba feliz de que ya no era una de ellos. Hubo un tiempo en el que yo solía creer que estás viviendo o muriendo. Vivir era hacer todo lo que querías. Morir era todo lo demás. Creo que eso es verdad para los adictos o alcohólicos. Ahora vivo para vivir, y en estos dos últimos años he exprimido la vida tanto como he podido.

Podía ver a Marie en el garaje y a Tina adentro con ella. Me quede al final de la calle y observé a Tina —que acababa de cumplir dos años— saltando como loca en un pie. Acababa de aprender cómo hacerlo y obviamente estaba muy emocionada. Marie, con ocho meses de embarazo de su segundo niño, estaba esculpiendo. Marie ha estado esculpiendo desde que éramos niñas y aunque es muy buena, nunca le había prestado mucha atención hasta ahora. En los últimos dos años, sentí como si hubiera estado viendo por primera vez.

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Tomé un momento para pensar. ¿Estaba lista para esto? ¿Era muy pronto? Me miré en el espejo y me dije a mí misma que no debía preocuparme. Continúe por la calle. Cuando me bajé del carro, Tina salió corriendo hacia mí, abriendo esos hermosos ojos con emoción. —¡Tiacherie! —grito—. ¡Tiacherie! —Así era como lo decía, como si fuera una sola palabra. Se lanzó a mis brazos y me abrazó. Un pensamiento feliz se me ocurrió justo en ese momento: Tina nunca me había visto en las drogas. Ella nunca había conocido a la vieja Cherie. Estaba agradecida por ello. —¡Hey, Cherie! Marie me abrazó. El abrazo fue fuerte y cálido. El tipo de abrazo que te hace sentir que fue hace mucho tiempo. Dos años atrás nuestros abrazos eran tan fríos y reservados como podían ser. Pero con cada día de sobriedad, se habían ido

descongelando. Hoy el abismo entre nosotras que había sentido en el hospital sólo era un recuerdo doloroso. —Wow, ¿en qué estás trabajando? —Mi última creación… En el garaje, admiré la escultura. Era la estatua de un extraterrestre, y era magnifica, grácil y una fantástica creación. Luego Marie tomó mi mano y la colocó en su barriga. Podía sentir el suave golpeteo en su panza mientras el bebé pateaba. —Oh por Dios. —Reí—. ¡Puede ser cualquier día! —Quizá nazca en el cumpleaños de Tina —reflexionó Marie—. ¿No sería esa una excursión? Tina estaba saltando a nuestro alrededor en un pie, impacientemente. Marie vio la etiqueta en mi chaqueta. Había venido directo del trabajo y no tuve tiempo para cambiarme. —Wow, Cherie... ¡mírate! —Se rió—. Eres una completa consejera ahora. ¿Cómo se siente trabajar con esos chicos? —Me gusta. —Sonreí—. Me gusta mucho.

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Había estado trabajando en el hospital Coldwater Canyon por más de un año. Empecé como un aprendiz y después tomé un curso para calificar como consejera de adolescentes adictos. El trabajo era intenso, y podía ser emocionalmente agotador, pero el fin era gratificante. Me impresionaba como al final de nuestras historias todo era lo mismo, no importaba el ambiente, la droga de elección u otras circunstancias mitigantes. Incapaz de mantenerlo por más tiempo, Tina dijo: —¡Tiacherie! ¿Qué hay de los paseos en ponis? —Me arrodillé y la cargué. Acaricié la suave piel de su cuello. —¡Es cierto! —Me reí—. ¡No podemos dejar a los ponis esperando! Volteé a ver a Marie, con Tina en mis brazos. Podía ver las suaves líneas de preocupación formándose en su frente, pero rápidamente se desvanecieron con una sonrisa. Hoy era el primer día que Marie me dejaba llevarme a Tina sin ser acompañada. El primer día en la que ella confiaría en mí para llevarme a su hija por todo el día. Para mí, era la mejor ocasión que alguna vez pude imaginar. Significaba que mi hermana confiaba en mí otra vez. Confiaba lo suficiente en mí

para dejar a su hija en mis manos. Sentí que hoy, por fin, el fantasma de la vieja Cherie se fue a descansar. Después de que cuidadosamente coloqué a mi risueña sobrina en el asiento de niños, Marie se inclinó a través de la ventana y me besó. —Espero que lo pasen muy bien —dijo—. Disfruten su día juntas. —Gracias, Marie. Lo haremos… —Sé que Tina está segura contigo —susurró Marie, mirándome con ojos que radiaban orgullo. Empecé a llorar un poco a eso. Tina noto mis lágrimas en el espejo retrovisor y preguntó quedamente: —¿Estas triste, Tiacherie? Sacudí mi cabeza y le sonreí. —No, bebé —dije—. Nunca había sido tan feliz. Marie dio un paso atrás mientras yo salía a la calle y me dirigía lentamente, cuidadosamente, colina abajo. Continúe mirando en el espejo retrovisor para ver a la sonriente, risueña y hermosa niña en el asiento trasero. Tuve que parpadear para alejar las lágrimas. Sabía que no importaba si obtenía o no otro contrato de disquera, si actuaba o no en otra película, si alguna vez volvía a hacer un espectáculo o no… nada importaba. No realmente. Todo lo que importaba estaba en este coche. Todo lo que importaba era Tina y el amor incondicional que sentía por ella.

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Sabía que con este paso podía encerrar finalmente el dolor del pasado en su propia tumba de terciopelo. Encerrarlo y tirar lejos la llave. Todo debido a la risueña y sonriente niña en mi carro. Una niña que es más importante para mí que todo el dinero, fama y contratos del mundo. Porque Tina ama a su tía Cherie. Y si ella me quiere, significa que soy lo suficientemente buena para que me quieran.

Traducido por AariS Corregido por Dai irando hacia atrás en mi vida desde aquel día con mi sobrina Cristina, realmente veo cuán verdaderamente bendecida estoy. Han pasado muchos años, hemos orbitado alrededor del sol más de 7.500 veces; he visto cosas tan extraordinarias, y tenido tantas experiencias profundas que podría fácilmente llenar las páginas de otro libro. En los años transcurridos desde las Runaways he perdido a algunos de mis más queridos amigos y me he reinventado a mí misma una y otra vez. Pero a pesar de todo, la admiración y el triunfo personal que emerge de las profundidades emocionales que he experimentado me deja sabiendo que no habría cambiado nada. Sandie y T.Y. se separaron en 1982 y ambos fueron a relaciones significativas y duraderas, hasta que tristemente Tony Young murió de cáncer de pulmón en Febrero de 2002. En 1989 Sandie se casó con el director/productor Alan J. Levi. Sandie ha continuado con una exitosa carrera como actriz, y recientemente apareció en la exitosa súper producción del verano The Hangover30, la comedia más taquillera de todos los tiempos.

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Poco después del lanzamiento de mi libro original, Neon Angel: The Cherry Currie Story, en 1989, dejé mi trabajo como consejera de drogas después de dos años y me convertí en entrenadora personal de fitness. Me encantaba. Hablando de un giro de 180 grados, ¡de drogadicta desesperada a centrada gurú del fitness! También estaba trabajando semanalmente con un grupo de doblaje llamado Studio City Carvers, doblando de todo desde series de televisión como Colombo y Quantum Leap 31, hasta películas importantes como The Sandlot 32 y varias producciones de Adam Sandler. Cuando no estaba haciendo trabajo de doblaje, la mayor parte de mi tiempo lo dedicaba al gimnasio, y fue allí, en una soleada tarde de noviembre en 1989, que Marie me presentó al actor Robert Hays. Por supuesto, yo ya sabía quién era Robert a través de su trabajo, que me había gustado. Uno de sus papeles más famosos era

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The Hangover: en España Resacón en las Vegas y en Latinoamérica ¿Qué pasó ayer? Quantum Leap: en España conocida como A través del tiempo y en Latinoamérica como Hombre cuántico o Viajeros en el tiempo. 32 The Sandlot: en España e Hispanoamérica Nuestra pandilla y en Argentina Prohibido pasar, Hércules vigila. 31

en una de las comedias que hicieron más dinero de todos los tiempos, Airplane!33 Robert también había protagonizado las series de televisión de la ABC Starman y Angie. Más tarde me sorprendió enterarme que había empezado en el teatro, haciendo una amplia variedad de papeles dramáticos, incluyendo Shakespeare. Bob era interesante, con los pies en la tierra, guapo, ingenioso, tan maravilloso como era mostrado en la pantalla. Demonios, pensaba que era el actor más sexy y divertido que había. Nos casamos sólo siete meses después, el 12 de mayo de 1990. Fue el primer matrimonio para ambos. En nuestra luna de miel de dos días en Montecito, California, decidimos tirar los condones al viento, y ese julio descubrí que estaba embarazada. Bob continuó teniendo el papel principal en algunas películas clásicas familiares como el éxito de Walt Disney Homeward Bound: The Incredible Journey34, y también prestó su voz a muchos anuncios de televisión e hizo incontables doblajes para películas animadas y televisión. Pero Bob dice que su producción favorita por mucho es la que él y yo hicimos juntos: nuestro hijo, Jake Robert Hays, nacido el 8 de febrero de 1991. Jake, que cumplió diecinueve en febrero, fue un artista desde el principio, pintando en dos dimensiones a la edad de cuatro. Sus profesores afirmaban que nunca habían visto a un estudiante como él. Cogió la guitarra a la edad de doce y ha estado escribiendo, cantando, produciendo y grabando música desde entonces. Su aprecio por el arte japonés puso en marcha un amor por el arte del tatuaje. Ha sido un alabado artista del tatuaje durante más de un año e incluso Martha Davis de los Motels está adornada con un tatuaje, el único que tiene, cortesía de Jake. Pero sobre todo, Jake es una persona maravillosa hasta la médula, y Bob y yo en realidad no podemos llevarnos el crédito por quien ha llegado a ser. Sólo podemos sentarnos con asombro y absoluta incredulidad ante este puro y maravilloso ser humano que hemos tenido el honor de traer al mundo.

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A pesar de que nuestro matrimonio terminó después de siete años, Bob ha seguido siendo mi mejor amigo y Jake se ha beneficiado en gran medida de la cariñosa relación que tenemos hasta la fecha. En los últimos años, Bob ha ayudado a crear un torneo anual de golf para recaudar dinero para la Fundación SAG, que proporciona ayuda a actores necesitados. Él es justo ese tipo de hombre y estoy tan feliz de tenerlo en mi vida aún hoy. Lo llamo ―el mejor ex-marido del mundo‖ y se ha ganado ese título, créeme. ¡Te quiero, nene! Marie y Steve permanecieron juntos durante trece años. Se separaron poco tiempo antes de que Bob y yo nos casáramos, y luego se divorciaron después de casi diez años. Su hijo, Trevor, que ahora tiene veintitrés años, ha seguido los pasos de su 33

Airplane!: en España comercializada como: ¡Aterriza como puedas! Y en Hispanoamérica como: ¿Dónde está el piloto? 34 Homeward B ound: The Incredible Journey: en España conocida como De vuela a casa, un viaje increíble y en Argentina como Volviendo a casa, una aventura increíble.

padre al frente de su propia banda y también ha ido de gira como guitarrista para Lindsay Lohan. Sigue escribiendo y grabando, y no tengo dudas de que dejará su marca en la industria justo como su padre ha hecho. Steve Lukather ha estado en la carretera sin parar con varios proyectos paralelos desde el fin de su primera banda Toto después de más de treinta años. En 2009, fue incluido en el Salón de la Fama de Músicos en Nashville. Steve está ahora disfrutando de una nueva vida con su mujer Shawna y su hija de dos años, Lily Rose. Cristina Lukather, ahora de veinticinco años de edad, ha nacido con una de las mejores voces en la familia y continúa esforzándose y prosperando. En 1997 Marie comenzó a contestar los teléfonos para una compañía hipotecaria para la que nuestro hermano, Don, estaba trabajando, y pronto se abrió camino en la escalera. Se convirtió en una consumada ejecutiva de cuentas. Es ahora gerente de ventas y desarrollo de filiales para HighTechLending, Inc., un banco hipotecario creado y propiedad de nuestro hermano Don Currie, con sede en Irvine, California. Hablando de nuestro hermano, Don, se fue a viajar por el mundo. A veces con sólo una mochila y ese siempre presente deseo de aventuras. Se graduó con una triple licenciatura de ciencias en la Universidad Estatal de California Northridge en negocios, finanzas y bienes raíces. Ha servido como profesional hipotecario durante veintiocho años y es también un conferencista nacional y autor publicado. HighTechLending, Inc., actualmente cuenta con cuarenta y cinco sucursales y doscientos empleados. Vive en San Juan Capistrano, California, con su mujer desde hace once años, Vena, que resultó ser la primera profesora de preescolar de Jake. Pensé que Vena podría ser la pareja perfecta para mi saltador de países y atrevido hermano, y tenía razón. Ahora tienen una preciosa hija, Grace, que acaba de cumplir nueve.

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Mamá y Wolfang aún están casados después de treinta y cuatro años y viven en Westlake Village, California. Mamá acaba de cumplir ochenta y seis, y papá noventa y cinco. Mamá recientemente luchó y ganó una nueva batalla contra el cáncer de colon y es considerada un verdadero milagro. Es una madre maravillosa y hemos hecho las paces por nuestros años perdidos con creces. Nuestra familia ha sido bendecida cada día que la hemos tenido a ella y a papá en nuestras vidas. Tía Evie murió en diciembre de 1999, el mismo mes que tanto temía, y la echamos de menos. Ella fue la responsable de la sólida base en la que fue construida nuestra familia. Durante mi matrimonio, continué haciendo apariciones como invitada en televisión, y continué actuando en el escenario aquí y allí. Escribí canciones, y grabé y actué en otra película en 1991 llamada Rich Girl que creo que era terrible.

Me mudé a Chatsworth, California, en 1997 después de que Bob y yo nos divorciáramos, y fue allí donde me hice buena amiga de un hombre que tendría una profunda influencia en el resto de mi vida, Kenny Laguna. Kenny había contactado conmigo para participar en la demanda para recuperar los derechos perdidos y robados de las Runaways. Kenny y Joan Jett creían en el legado de la banda y en lo que representaba. Juntos encontraron a Chuck Ruben, un activista de los derechos de los artistas en Nueva York, que luchó para recuperar el nombre y los derechos perdidos y futuros de las Runaways. Lita Ford y Sandy West se unieron en la lucha, y a través de la persistencia de Kenny, finalmente se nos adjudicaron los derechos de lo que nos había sido robado veinte años antes. Kenny y Joan han hecho más por el legado de las Runaways y sus miembros de lo que cualquier otra persona podría hacer. Desde entonces, Kenny y yo hemos permanecido cerca, y Joan y yo fuimos capaces de reavivar una amistad que había estado dormida durante veintidós años.

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Me compré mi primera casa en 1999 y encontré que la única cosa que sentía que era satisfactoria para mí era el arte. Empecé a pintar, pero sentí la necesidad de llevarlo un paso más lejos. Las tallas en relieve en dos dimensiones fueron el siguiente paso en mi deseo hacia una forma de arte más tridimensional. A principios de 2002, cuando estaba conduciendo hasta Malibu Beach, pasé a dos chicos tallando con motosierras a un lado de la carretera. Estuve inmediatamente fascinada por esta dramática forma de crear arte. Entré en la Malibu Mountain Gallery y me asombré por las preciosas sirenas, tikis, osos y vida marina, todo creado con una máquina brutal y peligrosa. Oí esa voz en mi cabeza diciendo: ¡Puedes hacer esto, Cherie! Y lo hice. Hablé con el dueño, Rio, que es un alegre chico con una sonrisa constante en su cara y tiene un dominio experto de la máquina de matar. Miró mis obras de arte y estuvo de acuerdo en enseñarme cómo tallar. Pero no puedes realmente ―enseñar‖ a alguien a tallar con motosierra. Si no puedes ver la pieza tridimensional en tu cabeza primero, no sabrás por dónde empezar. Rio me enseñó cómo no matarme con la sierra y me ayudó a hacer notar algunas de las más sutiles técnicas que son tan difíciles de ver para el ojo inexperto. Por eso, le estaré para siempre agradecida. Empecé mi propio negocio en 2002 en el Log Cabin Mercantile en Lake Manor, con la ayuda de la dueña Suzy O‘Dea. En 2005 abrí un negocio más grande en Chatsworth y empecé a competir en competencias de tallado con motosierra en el Noroeste del Pacífico, clasificándome en dos de las tres competiciones en las que participé. Fue durante esta época que decidí reescribir mi libro original Neon Angel y contar las historias que no pude contar en mi libro para jóvenes-adultos. También lo traje al presente. Kenny Laguna tomó interés en el libro en 2005 y comenzó a vendérselo a las editoriales importantes. A pesar de que inicialmente sufrió resistencia, Kenny

siguió creyendo que el libro era digno de una nueva publicación y se mantuvo constante incluso después de que yo había renunciado hacía tiempo al sueño. Era madre a tiempo completo y escultora mientras que Jake estaba en la escuela primaria y la escuela media. Bob tenía a Jake los fines de semana, lo que me daba tiempo para concentrarme en los pedidos más complejos que tenía. Bob ha sido un gran apoyo y siempre estuvimos ahí el uno para el otro si uno de nosotros necesitaba dejar la ciudad. Esto ocurría cada vez más ya que estaba empezando a conseguir trabajo en televisión y trabajos haciendo demostraciones como escultora profesional. ECHO, una compañía de motosierras, me dio un acuerdo de patrocinio, y viajaría para representarlos en los eventos deportivos. Todo el tiempo, Kenny Laguna siguió vendiendo el libro. Me había dicho que pensaba que podía ser una gran película. Por supuesto, quería creer eso, pero para ser honesta, había aprendido a no hacerme ilusiones. Se sentía como que nada en el negocio era para mí, era un sueño perdido hace mucho tiempo y había llegado a estar cómoda en mi artística y creativa vida como escultora. Cuando Jake tenía catorce años, decidió asistir a la Escuela Secundaria Agoura, que era una de las mejores escuelas públicas en el Condado de Los Angeles, así que se mudó a la casa de Bob en Malibou Lake. Bob continuó pagando la manutención como si Jake viviera conmigo todo el tiempo, para asegurarse de que yo pudiera estar bien con los ingresos de escultora. Ese es el tipo de amor y apoyo que una no esperaría de un ex-marido, pero, de nuevo, muy pocos hombres son como Robert Hays y, a su vez, como nuestro hijo, Jake.

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Recibí la llamada de Kenny de que había interés en el libro no por un editor, sino por productores que querían adaptarlo a una película. Tomó años para que la visión de Kenny llegara a buen término, pero lo hizo, y a lo grande. Art y John Linson optaron por hacer la película. Habían producido películas como Fight Club35 con Brad Pitt, y Art Linson era un pionero en el negocio que había producido películas que incluían Fast Times at Ridgemont High36, The Untouchables37 y muchas otras. Era un fantástico sueño y ninguno de nosotros podía creerlo. Y entonces de repente, todo se vino abajo. Sandy West me llamó con las más terribles noticias. Sus médicos le habían diagnosticado cáncer de pulmón microcítico de tipo C. ¿Cómo podía estar esto pasando ahora? Todo lo que Sandy siempre había querido era tocar con las 35

Fight Club: conocida como El club de la lucha en España y como El club de la pelea en Latinoamérica. 36 Fast Times at Ridemont High: conocida como Aquel excitante curso en España y como Picardías estudiantiles en Latinoamérica. 37 The Untochables: conocida como Los intocables de Eliot Ness en España y como Los intocables en Latinoamérica.

Runaways de nuevo, y ver que todo nuestro trabajo duro, sangre, sudor y lágrimas valen algo la pena. Parecía como si todo estuviera sucediendo ahora, p ero Sandy, nuestra querida y maravillosa Sandy, podría no vivir lo suficiente para verlo, y ella lo sabía. Su actitud fue nada menos que increíble. Sandy siempre había sido muy cariñosa y desinteresada, y fue en ese momento cuando vi a Sandy dar más de lo que alguna vez podría haber recibido. Fue extraordinariamente valiente, y con el mayor pesar de nuestro corazón, Joan y yo vimos como Sandy West Pesavento moría después de su batalla valientemente luchada contra el cáncer de pulmón. Las Runaways, en toda su gloria, siempre echarían de menos al verdadero corazón de la banda. Sandy West fue una de las mejores bateristas de todos los tiempos. La pérdida de Sandy era indescriptible y desgarradora, y no hubo nada que pudiéramos hacer acerca de ello. William Pohlad de River Roads llegó a bordo. Había producido la película ganadora de un Óscar Brokeback Mountain. Kenny Laguna y Joan Jett tomaron sus asientos como productores ejecutivos y la película entró en su apogeo con Floria Sigismondi al mando como directora y guionista. Aunque realmente quería creer en todo lo que Kenny había logrado, no fue hasta que las noticias de que Kristen Stewart y Dakota Fanning fueron planteadas para representarnos a Joan y a mí que todo se unió en mi mente. Todo era tan increíblemente surrealista. Dakota había sido, en verdad, mi actriz favorita desde que la había visto por primera vez en I Am Sam38 en 2001, y mis rodillas literalmente se doblaron cuando escuché que estaba en negociaciones para el papel. El regalo más grande que jamás pudo haber sucedido en mi vida, además del nacimiento de mi hijo, fue ella. Pero la experiencia fue muy agridulce, sin nuestra Sandy.

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Fue puesta a descansar en una pequeña ceremonia privada con mucha gente que la amaba. Ahora teníamos que creer que podía vernos desde un lugar superior, que sus sueños fueron hechos realidad. Creo que ese era el único modo en que Joan o yo podíamos aceptarlo… el único modo en que podíamos vivir con ello. Era insoportable de otro modo. Kenny encontró a un gran agente literario llamado Paul Bresnick y el libro fue a subasta durante cinco días. Para mi entusiasmo, Harper Collins compró el libro. Debería haber sentido que estaba en la cima de la montaña más alta. Nunca podía haber soñado que mi vida podría haber dado este giro. Pero la oscuridad de la pérdida de Sandy West hizo muy duro disfrutar el milagro de toda la experiencia. Me sentía culpable y triste. Era una pesadilla no poder llamarla y hablar con ella sobre esta experiencia fuera de lo común que Joan y yo sabíamos que era la mayor esperanza y sueño de Sandy. No sabía cómo hacerle frente si Sandy no era parte de ello.

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I am Sam: conocida como Mi nombre es Sam, Yo soy Sam o Lección de amor.

Entonces recibí un email de un hombre llamado Kenny Williams. Era dueño de un lugar llamado Kenny‘s Music Store en Dana Point, a sólo unos 3 kilómetros de la casa de mi hermano Don. Había estado tan conmovido por la pérdida de Sandy que quería encargar una pieza especial para ella. Una sirena a tamaño real en su memoria. La sola idea de poner mi energía y amor en algo en honor de Sandy me llenaba de esperanza. Esta sería mi forma de agradecerle, de dejarle saber cuánto la quería y mi forma de mostrarle que nunca sería olvidada. Decidimos que la sirena sería tocando una guitarra eléctrica. Quería vida marina alrededor de ella, y optimismo en su cara. Jake diseñó la pieza en papel para que la ciudad aprobara el proyecto. Me llevó dos meses terminarlo y lo juro, Sandy estaba allí conmigo. Al crecer en Huntington Beach, a Sandy le encantaba el mar, probablemente tanto como le gustaba la batería. Amaba la vida. Incrusté la guitarra con conchas y rocas, añadí una simpática foca y una tortuga marina a su lado. Luego, con la placa dedicada en su memoria, hice un monumento con incrustaciones como la guitarra y añadí sus baquetas, que su familia había donado. Las mismas baquetas que habían descansado en sus manos mientras su energía corría a través de ellas. Sé que Sandy estaba allí a lo largo de las partes más difíciles del proceso de tallado y me guió y me dio el valor para tratar con los detalles más difíciles con facilidad. Mientras la película empezaba su primer día de grabación, yo estaba en Dana Point en la ceremonia para desvelar la escultura y el monumento para Sandy. Su familia estaba allí y la audiencia fue increíble. Esa mañana, Joan lloró porque no pudo asistir mientras se sentaba en su habitación de hotel a cientos de kilómetros en una gira. Así que dije unas palabras en su nombre. Fue en ese día cuando finalmente me sentí en paz con todo. Sabía que Sandy estaba sonriendo hacia mí y hacia todos los que la amaban. Ella estaba con nosotros y permanecería con Joan y conmigo a lo largo de este viaje, esta nueva aventura de nuestras vidas. Tenemos su bendición. Está aquí.

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Y ahora la aventura comienza… de nuevo.

a extraordinaria vida de Cherie Ann Currie se lee como ficción. De ser una estrella de rock adolescente se convirtió en una consumada artista de Talla en Madera. Cherie siempre ha tomado el camino más difícil. Cherie nació y creció en el Valle de San Fernando, donde pasó su adolescencia viviendo en el Sur de California con el skateboarding y el surf como pasatiempos. Normalmente se escapaba a Paradise Cove para atrapar olas de ocho pies, en su tabla de fuego azul y amarillo. Cuando Cherie se convirtió en vocalista de The Runaways, su vida dio un giro de 360°. La banda le permitió exteriorizar a esa extraña diva que nadie parecía comprender. Los tres álbums de la banda (The Runaways, Queens of Noise y Live In Japan) introdujeron el rock & roll femenino, en una época donde los hombres dominaban el ámbito con mano de hierro. Pero The Runaways también complicó la vida de Cherie, pues su adicción a las drogas se hizo más y más intensa.

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Fuera de la banda desde 1977, Cherie se sumergió en un largo proceso de recuperación, a la vez que explotaba sus numerosos talentos. Grabó dos discos a dueto con su hermana gemela Marie y actuó en las películas Foxes, Parasite y Wavelength. Posteriormente se casó con el actor Robert Hays en 1990, pero se divorciaron más tarde. Actualmente, Cherie es artista. Talla objetos de madera, pero también está dando los toques finales a un nuevo álbum, producido por el baterista de Velvet Revolver y el ex baterista de Guns N'Roses. Será su primer álbum desde 1980 y el regreso de la multifacética Cherry Bomb.

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