Chartier Al Borde Del Acantilado

Roger Chartier Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA DEPARTAMENTO DE HISTORIA UNI

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Roger Chartier

Pluma de ganso,

libro de letras, ojo viajero

UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA DEPARTAMENTO DE HISTORIA

UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CENTRO DE INFORMACION ACADEMICA BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

Índice

Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero / 1. Sociología histórica. 2. Lenguaje y cultura. 3. Libros — Historia. I. Chartier, Roger, 1945HM 104 P59.1997

Traducción: Alejandro Pescador Cuidado de la edición: Glandy Horita, Rubén Lozano Herrera y Julieta Valtierra

1 a. Edición, 1997 D.R. © Universidad Iberoamericana, A.C. Prol. Paseo de la Reforma 880 Col. Lomas de Santa Fe 01210 México, D.F.

ISBN 968-859-296-X

Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

11 I Prólogo

13 / 1. El poeta y el rey Eduardo Contreras Soto, "El poeta que queremos" (1995) 21 / 2. La pluma, el taller y la voz Michel de Certeau, "Leer: una cacería furtiva" (1980)

47 / 3. El alfabeto y la imprenta Jorge Luis Borges, "Nota sobre (hacia) Bernard Shaw" (1960) 63 / 4. De la reproducción mecánica a la representación electrónica Alfonso de la Torre, "Visión delectable de la Philosophia" (1526) 73 / 5. Obedecer y razonar Emmanuel Kant, "Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor" (1798)

Esta investigación se realizó en el marco de las actividades del programa de historia cultural de la Universidad Iberoamericana que está auspiciado por la Fundación Rockefeller

85 / 6. Al borde del acantilado Samuel Tíssot, "De la canté des gens de lettres" (1768) 109 / Referencias bibliográficas

Al borde del acantilado

1 borde del acantilado": esta imagen con la cual Michel de Certeau caracterizó el trabajo de Michel Foucault me parece situar con agudeza todos los intentos intelectuales que colocan en el centro de sus investigaciones o reflexiones las relaciones entre producciones discursivas y prácticas sociales.' Proponer la inteligibilidad de las prácticas que no son gobernadas por las reglas que constriñen la formación de los discursos es siempre un proyecto difícil, inestable, ubicado al borde del acantilado. Siempre está amenazado por la tentación de borrar toda diferencia entre dos lógicas, articuladas pero heterogéneas: la que organiza la producción y la interpretación de los enunciados, y la que rige las acciones y las conductas. La distinción entre estas dos lógicas es, sin embargo, esencial para todas las perspectivas que como la mía intentan construir una historia que vincula la construcción discursiva del mundo social con las coacciones objetivas que, a su vez, limitan y hacen posible la producción de los discurSos.

Michel de Certeau, "Microtécnicas y discurso panóptico: un quiproquo" , en Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción, pp. 27-37. 85

iL

Caminar así, al borde del acantilado, conduce a formular de una manera quizás más adecuada el diagnóstico de crisis o, por lo menos, de incertidumbre, a menudo propuesto hoy día a propósito de la historia.' A los impulsos optimistas y conquistadores de la "nueva historia" ha sucedido, en efecto, un tiempo de dudas e interrogantes. Esta inquietud ampliamente compartida obedece a diversas razones ya bien conocidas y comentadas: 3 la pérdida de confianza en las certidumbres de la cuantificación; la renuncia a las definiciones clásicas de los objetos históricos —en particular, dentro de la tradición francesa, a partir de su dimensión territorial—; o la crítica de las nociones ("mentalidades", "cultura popular"), categorías analíticas (clases, clasificación socioprofesional) o modelos de comprensión (marxista, estructuralista, malthusianismo, etcétera) que eran los de la historiografía de los años sesenta y setenta. Esta crisis de la inteligibilidad histórica tuvo dos consecuencias. En primer lugar, quitó a la historia su posición federativa en el campo de las ciencias sociales. No sólo en Francia, sino también en toda la historiografía europea y estadounidense, los dos programas sucesivos de la revista Annales (en los años treinta, el programa estuvo regido por la historia económica y social; en los años setenta, por la antropología histórica) fueron los que confirieron a la historia el papel de piedra angular en el encuentro de las diversas ciencias sociales. Hoy día ya no es así. En segundo 2 Gérard Noiriel, Sur la "crise" de l'histoire. 3 Jean Boutier y Dominique Julia (eds.), Passés recomposés. Champs et

chantiers de l'histoire. 86

lugar, el tiempo de las dudas y los interrogantes es también un tiempo de dispersión: todas las tradiciones historiográficas han perdido su unidad, todas se han fragmentado entre perspectivas diversas, a veces contradictorias, que multiplicaron los objetos de investigación, los métodos, las "historias".4 Frente al retroceso de los modelos explicativos tradicionales, una primera y poderosa tentación es el retorno al archivo, al documento que registra las palabras singulares de los actores históricos siempre consideradas como más ricas y complejas que lo que el historiador, al analizarlas, puede escribir según su intención. Al desaparecer tras la palabra del otro, el historiador intenta liberarse de la postura que ha heredado de Michelet y que, según Jacques Ranciére, consiste en "hacer hablar a los pobres haciéndolos callar, en hacerlos hablar como mudos"? Hay quizás algo paradójico en esta voluntad del historiador de desvanecerse detrás de las palabras de los muertos en un tiempo en que, por el contrario, se afirman la reivindicación de su subjetividad, los derechos del "yo" en el discurso histórico y las tentaciones de la "egohistoria". 6 Pero la contradicción es sólo aparente. Como escribe Arlette Farge, dar a leer las palabras de los actores no es de ninguna

Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob, Telling the Truth about History y Franfois Bedarida (ed.), L'histoire et le métier d'historien en France 1945-1995. Jacques Ranciare, Les Mots de l'histoire. Essai de poétique du savoin p. 96. 6 Pierre Nora, Essais d'ego-histoire y Roy Hora y Javier Tromboli (eds.), Pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política. 87

manera "copiar lo real". Por sus elecciones, sus selecciones, sus exclusiones, el historiador atribuye un sentido nuevo a las palabras que saca del silencio de los archivos: "Recoger las palabras antiguas traduce la preocupación de introducir las existencias particulares en el discurso histórico, y de dibujar con estas palabras escenas que son a la vez tantos acontecimientos"! Cambia así el sentido de la cita en el texto histórico. Ya no es una mera ilustración de una regularidad establecida gracias a la cuantificación; no desempeña sólo "el encargo de acreditar el discurso porque, como es referencia!, introduce cierto efecto de lo real". 8 Indica la irrupción de una diferencia, el surgimiento de lo extraño. Esta perspectiva plantea el problema de las relaciones entre las categorías manejadas por los actores históricos y las utilizadas por los historiadores. Durante mucho tiempo, una distancia radical entre unas y otras fue considerada como la condición misma de la cientificidad del discurso histórico. Esta certidumbre no es ya aceptable. Por un lado, los criterios, nociones y técnicas más clásicos de la historia social han perdido vigencia. Los historiadores han tomado conciencia de que estos conceptos o instrumentos mismos tenían una historia y que toda historia que los utilizaba debía ser necesariamente una historia de las condiciones de su producción y sus diversos usos. Por otro lado, sensibles a los nuevos enfoques antropológicos o sociológicos, los historiadores han querido res' Arlette Farge, Le Cours ordinaire des choses dans la cité du p. 9; y Le goút de l'archive. Michel de Certeau, La escritura de la historia, p. 111.

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siecle,

taurar el papel de los individuos en la construcción de los lazos sociales. De ahí, una serie de desplazamientos fundamentales: de estructuras a redes, de jerarquías a interrelaciones, de normas colectivas a estrategias singulares. La "microhistoria" ha proporcionado la traducción más viva de la transformación del paso histórico inspirado por el recurso de los modelos interaccionistas o etnometodológicos. Radicalmente diferente de la monografía tradicional, cada "microhistoria" intenta reconstruir, a partir de una situación particular, normal por excepcional, la manera en que los individuos producen el mundo social, mediante sus alianzas y sus enfrentamientos, a través de las dependencias que los unen o los conflictos que los oponen. El objeto de la historia ya no son las estructuras y los mecanismos que rigen, fuera de toda intención o percepción subjetiva, las jerarquías sociales, sino las racionalidades y las estrategias que practican las comunidades, los linajes, las familias, los individuos. Se afirmó así una forma inédita de historia, a la vez social y cultural, centrada en las desviaciones y discordancias existentes, por una parte, entre los diferentes sistemas de normas propios de cada una de las comunidades que componen una sociedad y, por otra, dentro de cada uno de estos sistemas. La mirada se desplazó, por ende, de las reglas impuestas a sus usos imaginativos, de las conductas obligadas a las decisiones permitidas por los recursos propios de cada uno: su poder social, su fuerza económica, su acceso a la información. Acostumbrada a reconocer jerarquías y a construir entidades colectivas, la historia de las sociedades se propuso nuevos objetos, estudiados a pequeña escala, por 89

ejemplo: la biografía ordinaria que permite analizar los usos inventivos de los sistemas normativos 9 o los procesos dinámicos (negociaciones, transacciones, intercambios, conflictos, etcétera), que trazan de manera móvil e inestable las relaciones sociales, al mismo tiempo que perfilan los espacios abiertos a las estrategias individuales.' De ahí, el desafío lanzado a toda historia definida como social y cultural: ¿cómo articular las percepciones, los lenguajes y las racionalidades propias de los actores con las interdependencias que ellos mismos desconocen y que, no obstante, constriñen y gobiernan sus estrategias? De esta articulación depende la posibilidad de evitar el enfrentamiento estéril entre el estudio de las posiciones y relaciones, por un lado, y el análisis de las acciones e interacciones, por el otro. Superar esta oposición entre "física social" y "fenomenología social" exige la construcción de nuevos espacios de investigación en los que la definición misma de los planteamientos obligue a inscribir los pensamientos, las intenciones individuales, las voluntades particulares, en los sistemas de coerción colectivos que, a su vez, los hacen posibles y los refrenan. Los ejemplos de estas reparticiones novedosas donde se articulan necesariamente estructuras objetivas y representaciones subjetivas serían múltiples; por ejemplo, el espacio de trabajo que anuda crítica textual, historia del libro y sociología cultural, y que intenta com-

monte del Seicento y "Les usages de la biographie", pp. 1325-36. ' Jaime Contreras, Sotos contra Riquelmes. Regidores, inquisidores y criptojudíos.

prender cómo la libertad del lector siempre resulta contenida por las coacciones de la escritura del texto que lee, de las formas del objeto escrito que utiliza o de las capacidades y normas de lectura propias de su comunidad. Un acercamiento cuyo rasgo principal es transformar las fronteras canónicas se encuentra en muchos otros campos de la investigación histórica: los estudios sobre la ciudad, los procesos educativos, la construcción de los saberes científicos. Estas aproximaciones recuerdan que las producciones intelectuales y estéticas o las prácticas sociales, están siempre regidas por mecanismos y dependencias desconocidas para los sujetos mismos. A partir de tal perspectiva se debe entender la importancia asignada, a expensas de las nociones habituales de la historia de las mentalidades, de un concepto como el de representación. Sus diversos sentidos permiten, efectivamente, designar y enlazar tres grandes realidades: primero, las representaciones colectivas que hacen que los individuos incorporen las divisiones del mundo social, y que organizan los esquemas de percepción y apreciación a partir de los cuales éstos clasifican, juzgan y actúan; después, las formas de exhibición del ser social o del poder político, que utilizan los signos y actuaciones simbólicas —por ejemplo, las imágenes, los ritos o la "estilización de la vida", según la expresión de Max Weber—; finalmente, la representación, por parte de un representante (individual o colectivo, concreto o abstracto) de una identidad social o de un poder dotado asimismo de continuidad y estabilidad. Hay muchos trabajos que recientemente han utilizado esta triple definición de la representación. Existen dos ra-

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9 Giovanni Levi, L'Ereditá immateriale. Carriera di un esorcista nel Pie-

zones para esto. Por una parte, el retroceso de la violencia que caracteriza a las sociedades occidentales entre la Edad Media y el siglo xvin, que resulta de la tendencia a la confiscación por parte del Estado del monopolio sobre el uso legítimo de la fuerza, hace que los enfrentamientos basados en las confrontaciones directas y brutales cedan cada vez más el lugar a las luchas que encuentran en las representaciones sus armas y su objeto. La violencia simbólica se situó así en el centro de una nueva comprensión de la historia de la dominación colonial" o de las relaciones entre los sexos. Por otra parte, la fuerza de un poder o la identidad de un grupo dependen de la aceptación o del rechazo de las representaciones que proponen de sí mismos. De ahí, los esfuerzos para entrecruzar la historia de las representaciones que intentan imponer una autoridad política o social, y la historia de las formas de las creencias que aceptan o rechazan esta imposición.' El retorno de los historiadores al archivo, al documento citado en su literalidad, constituye sólo un aspecto particular de un movimiento más amplio: la nueva atención dada a los textos. Los historiadores han perdido un poco de su ingenuidad y timidez frente a los textos canónicos de sus vecinos: los historiadores de la literatura, de la ciencia, de la filosofía. Al mismo tiempo, en todas esas "otras" historias, los acercamientos sociohistóricos han encontrado una nue" Serge Gruzinski, La colonisation de l'imaginaire. Sociétés indigénes et occidentalisation dans le Mexique espagnol, xvIc-xvilf 'Carlo Ginzburg, I Benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento; y Louis Marin, Le portrait du roi y Des pouvoirs de l'image. Gloses. 92

va vitalidad después de la dominación absoluta de las perspectivas estructuralistas y formalistas. Para dar un solo ejemplo, basta citar que hoy día los postulados clásicos de la historia de la filosofía han perdido su hegemonía. Contra tales postulados es decir, la definición de la legitimidad de los problemas y los autores plenamente "filosóficos" a partir de los interrrogantes filosóficos contemporáneos, y la autonomía de estos problemas, independientemente de toda formulación histórica particular— se han construido nueva maneras de pensar la relación de la filosofía con su historia. En una tipología clásica, Richard Rorty distingue así, junto a las reconstrucciones voluntariamente anacrónicas de la filosofía analítica, otras tres maneras de escribir la historia de la filosofía, todas plenamente históricas y legítimas: en primer lugar, la Geistgeschichte, definida como la historia de la formulación de las cuestiones consideradas como específicamente filosóficas y la historia de la construcción del repertorio de los autores canónicos; en segundo lugar, la "historia intelectual", entendida como la historia de las condiciones mismas que hacen posible, de diversas maneras según los tiempos, la práctica filosófica, y finalmente las reconstituciones históricas que intentan establecer el sentido de los textos respecto de su contexto de producción y recepción» Esta última perspectiva es, por supuesto, la más cercana a la práctica de los historiadores de la cultura, puesto que hace hincapié en la discontinuidad de la actividad filosófica, diferenciada se" Richard Rorty, "The Historiography of Phi losophy: Four Genres", pp. 49-75. 93

gún varios criterios: el lugar social o la institución del saber donde se ejerce, las variaciones del repertorio de las cuestiones legítimas y de los estilos aceptables, los géneros que puede emplear el discurso filosófico o las configuraciones intelectuales que dan sentidos diversos a los mismos conceptos. Estas tres aproximaciones encuentran sus equivalentes en otros campos: la historia de la literatura, de la ciencia, del arte. Ilustran un retorno a los textos (o a las obras) que los remite al lugar social de su producción o destinación (la corte, el mecenazgo, la institución académica, el público y el mercado), que los sitúa en el repertorio de los géneros y convenciones propios de su época, y que atiende las formas de su circulación y apropiación. Un efecto del retorno al texto es la importancia recobrada por las disciplinas eruditas cuyo objeto es justamente la descripción y el análisis de las formas materiales que sirven de vehículo a los discursos. La paleografía se transformó así en una historia de los usos sociales de la escritura," y la bibliography en una sociología de los textos,' dedicada a reconstruir sus condiciones de producción, divulgación y recepción. Contra la tiranía de las aproximaciones estrictamente lingüísticas, estas disciplinas así transformadas indican que son múltiples las determinaciones que operan en el proceso de la construcción del sentido. Se refieren no sólo

a los efectos de sentido buscados a través de la escritura, sino también a los usos impuestos por las materialidades, que son las formas materiales de los textos, y a las categorías que gobiernan las relaciones de cada comunidad con la cultura escrita. La sociología de los textos entendida de tal manera se vincula estrechamente con el uso histórico de la noción de representación ya que, como lo subrayó Louis Marin, toda representación tiene dos dimensiones: una transitiva que hace que la representación represente algo, y una reflexiva que hace que la representación se presente como que representa algo.' Los dispositivos materiales de los textos (o de los cuadros) desempeñan este papel reflexivo que caracteriza a cada representación, por lo menos en la tradición occidental.

"Armando Petrucci, La scrittura: Ideologia e rappresentazione y Le scritture ultime. Ideología della morte e strategie dello scrivere nella tradizione occidentale. 15 D. F. Mckenzie, Bibliography and the Sociology of Texts.

Louis Marin, Opacité de la peinture. Essais sur la représentation au Quattrocento, pp. 73-4. 'Michel de Certeau, La escritura de la historia. "Paul Ricoeur, Temps et récit.

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Hoy día el retorno al archivo y al texto han reforzado la convicción de que los historiadores también escriben textos. Las reflexiones pioneras de Michel de Certeau" y el gran libro de Paul Ricoeur" los han obligado, de buena o de mala gana, a reconocer la pertenencia de la historia al género de la narración, entendido en el sentido aristotélico de "poner en marcha la intriga de las acciones presentadas". La afirmación no se aceptó fácilmente por parte de quienes —por ejemplo los historiadores de los Annales— al negar la historia de los acontecimientos (I' histoire événernentielle) a fa-

vor de una historia estructural y cuantificada, pensaban que habían terminado con las falsas apariencias de la narración y con la muy grande y dudosa proximidad entre historia y fábula. Entre una y otra, la ruptura parecía inevitable: en el lugar que ocupaban los personajes y los héroes de los antiguos relatos, la "nueva historia" colocaba entidades anónimas y abstractas; el tiempo espontáneo de la conciencia era sustituido por una temporalidad construida, jerarquizada, articulada; al carácter autoexplicativo de la narración se oponía la capacidad explicativa de un conocimiento objetivo. En Temps et récit, Paul Ricoeur muestra cuán ilusoria era esta proclamada cesura. En efecto, toda historia, incluso la menos narrativa, aun la más estructural, está construida siempre a partir de las fórmulas que gobiernan la producción de las narraciones. Las entidades que manejan los historiadores ("sociedad", "clases", "mentalidades", etcétera) son "cuasi personajes", dotados implícitamente de propiedades que son las de los héroes singulares o de los individuos ordinarios que configuran las colectividades que designan estas categorías abstractas. Por otra parte, las temporalidades históricas mantienen una gran dependencia en relación con el tiempo subjetivo: la larga duración no es más que una modalidad derivada de la puesta en marcha de la intriga de los acontecimientos. Por último, los procedimientos explicativos de la historia continúan sólidamente anclados en la lógica de la imputación causal singular, es decir, en el modelo de comprensión que, en lo cotidiano o en la ficción narrativa, permite dar cuenta de las decisiones y las acciones de los individuos. 96

Un análisis así, que inscribe a la historia en la categoría de las narraciones y que identifica los parentescos fundamentales que unen a todos los relatos, ya sean de historia o de ficción narrativa, acarrea muchas consecuencias. La primera permite considerar como una pregunta mal planteada el debate surgido por el supuesto "resurgimiento de la narrativa" que habría caracterizado a la historia en estos últimos años. ¿Cómo podría, en efecto, haber "resurgimiento" o retorno allí donde no hubo ni partida ni abandono? Existe un desplazamiento pero de otro orden; tiene que ver con la preferencia otorgada a ciertas formas de narraciones en detrimento de otras, más tradicionales. Por ejemplo, las microhistorias no emplean las mismas construcciones que las grandes narraciones de la historia global, o que los "relatos" estadísticos de la historia cuantitativa. De lo anterior surge una segunda proposición: la necesidad de identificar las propiedades específicas de la narración histórica en relación con las otras. Éstas tienden, primero, a la organización "foliada" (como escribió de Certeau) de un discurso que comprende en sí mismo, bajo la forma de citas, los materiales de los que intenta producir una comprensión. Esas propiedades tienden, igualmente, a los procedimientos de acreditación específicos gracias a los cuales la historia muestra y garantiza su condición de conocimiento verdadero. Descubrir las formas discursivas a través de las que se da el relato histórico puede conducir a diversas reflexiones. Las primeras intentan establecer taxonomías y tipologías universales e identificar las figuras retóricas que gobiernan todos los modos posibles de la narración y la explicación his97

tóricas —por ejemplo, los cuatro tropos de la retórica neoclásica—,' 9 o las constantes que constituyen las estructuras temporales de la experiencia histórica y que rigen sus modos de representación.'" Otras aproximaciones, al contrario, hacen hincapié en las diferencias que muestran cómo historiadores que pertenecen a una misma "escuela" movilizan de manera muy diversa las figuras de la enunciación, la proyección o la desaparición del "yo" en el discurso del conocimiento, el sistema de los tiempos verbales, la personificación o no de las entidades abstractas, las modalidades de la prueba, etcétera.' Estas reflexiones plantean una cuestión esencial: ¿por qué la historia desconoció por tanto tiempo su pertenencia al género de las narraciones? Tal pertenencia estaba necesariamente oculta en todos los regímenes de historicidad que postulaban una identidad sin distancia entre los acontecimientos históricos y el discurso que se encargaba de restituirlos.' Éste fue el caso de la Antigüedad, cuando la historia se consideraba como un repertorio de ejemplos y modelos. Tal fue el caso de la tradición historicista alemana del siglo xix, que inscribía a la manera hegeliana el despliegue de los acontecimientos históricos en la escritura historiográfica, de la Geschichte en Historie. También fue el caso de la histo9 Hayden White, Metahistory. T he Hist ,..rical Imagination in NineteenthCentury Europe. Reinhart Koselleck, "Erfahrungswandel und Methodenwechsel. Eine historische historischanhtropologische Skizze", pp. 13-61. 21 Phi I ippe Carrard, Poetics of the New History. French Historical Discourse

from Braudel to Chartier.

22 FranÇois Hartog, "L'art du récit historique", pp. 184-93. 98

ria "científica", que utilizaba el lenguaje de los cálculos para asegurarse de que, como escribió de Certeau, "el pasado (lo que las ciencias modernas han rechazado y constituido como pasado: una cosa terminada, apartada) se produce y se cuenta dentro de ella". 23 Con estas perspectivas, la narración no tenía y no podía tener condición propia alguna, porque resultaba anulada en las figuras de la retórica, o era el lugar mismo en el que los acontecimientos se desarrollaban, o se le percibía como obstáculo para la cientificidad del conocimiento. Sólo cuando la epistemología de la correspondencia se tornó dudosa y cuando los historiadores tomaron conciencia de la distancia que siempre existe entre el pasado y su representación (o para decirlo como Ricoeur, "entre lo que fue un día y que ya no es" y los discursos construidos para "ocupar el lugar de" o representar ese pasado), pudo iniciarse una reflexión sobre las características comunes a todas las narraciones y las singularidades propias de las narraciones que se dan como históricas. La conciencia de la dimensión narrativa de la historia, cualquiera que sea su objeto o su técnica, ha lanzado un desafío considerable a todos los que rechazan una posición como la de Hayden White, quien considera que la historia tal y como la escribe el historiador no depende ni de la realidad pasada, ni de las operaciones propias de la disciplina. Según él, la elección que hace el historiador de una matriz tropológica, de una modalidad en la urdimbre de una intri23 Michel de Certeau, "La historia, ciencia y ficción", en Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción, pp. 51-75. 99

ga, de una estrategia explicativa, es idéntica a la del novelista. Esta posición se reafirma de manera consistente, en 1974: "En general ha habido una renuencia a considerar las narraciones históricas como lo que más claramente son: ficciones verbales cuyos contenidos son tan inventados como descubiertos y cuyas formas tienen más en común con sus contrapartes en la literatura que con las de las ciencias"» En 1982: "Debe encararse el hecho de que, frente al dato histórico (the historical record), no existen fundamentos sobre ese dato mismo para preferir una forma de construir su significado en vez de otra"." Resulta entonces algo por completo ilusorio querer clasificar o jerarquizar las obras históricas en función de su mayor o menor pertinencia para dar cuenta de la realidad pasada, la cual constituye su objeto. Los criterios de diferenciación son meramente formales e internos respecto al discurso, sea que dependan de la coherencia y de la completad del relato o que demuestren una conciencia aguda de las diversas posibilidades ofrecidas por el uso sucesivo de los diferentes modelos tropológicos y las narraciones rivales. Frente a sus adversarios, que denuncian tal posición como destructiva de cualquier saber, Hayden White responde que él considera a la historia como una ficción narrativa, y que el hecho de que la historia comparta con la literatura las mismas estrategias y procedimientos, no es despojarla de su valor de conocimiento, sino tan sólo considerar que carece 'Hayden White, Tropics of Discourse. Essays in Cultural Criticisrn, p. 82. 'Hayden White, The Content of the 17 orm. Narrative Discourse and Historical Imagination, p. 75. 100

de un régimen de verdad propio. En efecto, el mito y la literatura son formas de conocimiento: "¿Acaso alguien podría creer seriamente que el mito y la ficción literaria no se refieren al mundo real, no dicen las verdades sobre él y no nos proporcionan un conocimiento útil de ese mundo real?".' Engendrado por la misma matriz, el relato histórico despliega el mismo tipo de conocimiento que las construcciones de la ficción narrativa. Contra un enfoque de esta naturaleza, me parece necesario recordar que el objetivo de un conocimiento específico es constitutivo de la intencionalidad histórica misma. Esta última fundamenta las operaciones propias de la disciplina: construcción de datos, producción de hipótesis, crítica y verificación de resultados. Aun si escribe en forma "literaria", el historiador no hace literatura, y esto surge a partir del hecho de su doble dependencia, en relación con el archivo, y por tanto en relación con el pasado del cual ésta es la huella. Como ha escrito Pierre Vidal-Naquet: El historiador escribe y esta escritura no es ni neutra ni transparente. Se moldea bajo las formas literarias, ciertamente bajo las figuras de la retórica [...1 ¿Quién lamentará que el historiador haya perdido su inocencia, que se deje tomar como objeto, que se tome a sí mismo como objeto? Pero si el discurso histórico no se vinculara a través de tantos intermediarios como se quiera, a lo que llamaremos, a falta de otro término, la realidad, estaríamos Hayden White, "'Figuring the Nature of the Times Deceased': Literary Theory and Historical Writing", p. 28. 26

1 0 1.

siempre en el discurso, pero este discurso dejaría de ser histórico.'

Dependencia, a continuación, con los criterios de cientificidad y las operaciones técnicas relativas a su "oficio". Reconocer sus variaciones no implica, por tanto, concluir que estas restricciones y criterios no existen, y que las únicas exigencias que frenan la escritura histórica son aquellas que gobiernan la escritura de ficción narrativa. Este recuerdo me parece particularmente útil en un tiempo en que la voluntad de afirmación o de reconquista de las identidades perdidas o reprimidas corre el riesgo de borrar toda diferencia entre un saber histórico controlable, verificable, universal, y las reconstrucciones míticas que refuerzan las memorias y aspiraciones particulares. Como escribió Eric Hobsbawn: "la proyección en el pasado de los deseos del tiempo presente, o en términos técnicos el anacronismo, es la manera más común y fácil para crear una historia propia que satisfaga las necesidades de grupos o 'comunidades imaginarias', según la expresión de Benedict Anderson, que no son todas exclusivamente nacionales"." Pero ¿puede acaso resistirse a esta desviación, muy peligrosa para la condición referencial de la historia, sólo reafirmando la dimensión crítica de la disciplina? ¿No es menester emprender una reflexión más fundamental puesto que el saber 27 Pierre Vidal-Naquet, Les Assassins de la mémoire. Un Eichmann de papier et autres études sur le révisionnisme, pp. 148-9. 28 Eric Hobsbawn, "L'historien entre la quéte d'universalité et la quéte d'identité", p. 61. 102

histórico ya no se puede pensar como una sencilla reproducción o equivalencia entre un objeto y un discurso, entre el pasado y su representación en la narración histórica? Ésa es la razón por la que Appleby, Hunt y Jacob recientemente han intentado definir una nueva "teoría de la objetividad", entendida ésta como una relación recíproca entre el sujeto investigador y el objeto exterior que analiza —lo que se podría describir a la manera de Foucault como la constitución recíproca del objeto del saber por medio del sujeto cognoscitivo y la del sujeto cognoscitivo por medio de los conocimientos que lo objetivan—. La posición de las tres historiadoras estadounidenses es la del "realismo práctico", en el cual la objetividad es compatible con la pluralidad de las interpretaciones y en el que "existen criterios para discriminar entre las proposiciones válidas y las que no lo son, aunque estos criterios sean históricamente construidos y váriables".29 Por su parte, Paul Ricoeur ha reflexionado sobre las condiciones de posibilidad de un "realismo crítico del conocimiento histórico". Esas condiciones las remite, en primer lugar, a la pertenencia del historiador y de su objeto al mismo campo temporal: "es un mismo sistema cronológico que incluye los tres acontecimientos que son los comienzos del periodo considerado, su fin o conclusión, y el presente del historiador (o más precisamente el presente del enunciado histórico)". En segundo lugar, Ricoeur remite las condiciones de posibilidad del "realismo crítico del conocimiento histórico" a la pertenencia del historiador, y de los actores 29 Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob, op. cit., pp. 259 y 283. 103

históricos a un campo de prácticas y experiencias que está lo suficientemente compartido como para fundamentar "la dependencia del quehacer del historiador en el quehacer de los agentes históricos". Ricoeur añade: "En primer lugar como herederos, los historiadores se sitúan en relación con el pasado, antes de ser los maestros artesanos de los relatos que hacen de ese pasado. Esta noción de herencia supone que de una cierta manera el pasado se perpetúa en el presente y así lo afecta"?' Puede parecer un poco paradójico que un historiador como yo, que suele subrayar las diferencias y los desfases, haga hincapié en la posición hermenéutica y fenomenológica de Paul Ricoeur que postula, por el contrario, la existencia de invariantes antropológicas. Pero es precisamente al confrontar estas dos perspectivas como quizás se pueda entender cómo es posible la comprensión del pasado o del otro más allá de las discontinuidades que separan las configuraciones históricas y producen extrañeza. Esta observación no basta, empero, para conferir a la historia la condición de un conocimiento verdadero. En un texto al que siempre hay que volver, Michel de Certeau formuló la tensión fundamental que caracteriza a la historia. Ésta es una práctica "científica" productora de conocimientos, pero una práctica cuyas modalidades dependen de las variaciones de sus procedimientos técnicos, de los constreñimientos que le imponen el lugar social y la institución del conocimiento donde se ejerce o incluso las reglas que necesariamente gobiernan su escritura. Lo cual puede igual30 Paul Ricoeur, "Histoire et rhétorique", pp. 9-26. 104

mente enunciarse así: la historia es un discurso en el que intervienen construcciones y figuras que son las de la escritura narrativa, por tanto también de la ficción narrativa. Pero, al mismo tiempo, produce un cuerpo de enunciados "científicos" si por ellos se entiende "la posibilidad de establecer un conjunto de reglas que permitan 'controlar' operaciones proporcionadas a la producción de objetos determinados"» Michel de Certeau nos invita aquí a pensar lo propio de la comprensión histórica. ¿Bajo qué condiciones podemos considerar como coherentes, plausibles, explicativas, las relaciones instituidas entre la operación historiográfica que construye su objeto y valida sus procedimientos, y, por otro lado, la realidad referencial que esa operación pretende representar adecuadamente? La respuesta no es fácil en un tiempo en que las certidumbres de la objetividad crítica y la epistemología de la coincidencia entre lo real y su conocimiento no protegen ya a la historia de una inquietud en cuanto a su régimen de verdad. Los historiadores han perdido sus ilusiones. Saben desde ahora que deben empezar una nueva reflexión sobre la naturaleza de las relaciones que sus discursos mantienen con lo real, puesto que "La historiografía (es decir 'historia' y 'escritura') lleva inscrita en su propio nombre la paradoja —y casi el oxímoron— de la relación entre dos términos antinómicos: lo real y el discurso"•' Seguir el recorrido que conduce del archivo al texto, del texto a la escritura de la historia, y de esta escritura al conocimiento histórico es una manera de considerar, al bor31 Michel de Certeau, La escritura de la historia, p. 68, n. 5. 32 Ibid., p. 3. 105

de del acantilado, esta relación problemática, paradójica, que liga historia y grafía.

Se puede decir que la Gente de Letras en general constituye el tipo de enfermos más difícil de tratar; ésta es una razón de más para indicarles los medios para conservar y restablecer su salud. La primera protección, aquella sin la cual todos los otros auxilios resultan inútiles, es brindar solaz al espíritu. Sé que hay un muy pequeño número de hombres superiores a los cuales no me atrevería a dar consejo alguno, pues sería una especie de crimen el distraerlos: a Descartes, entregado a las más sublimes meditaciones al trazar el camino que va a conducir a los hombres a la verdad; a Newton al descubrir y desarrollar las leyes de la Naturaleza; a Montesquieu al componer un código para todas las naciones, y por todos los siglos, debe respetárseles en sus ocupaciones; nacieron para estas grandes obras, así lo exige el bien común; pero ¿cuántos de estos hombres, cuyas vigilias fueron tan interesantes, pueden contarse? La mayor parte pierden inútilmente su tiempo y su salud; uno se dedica a compilar las cosas más comunes, el otro repite lo que se ha dicho cien veces, un tercero se ocupa de las indagaciones más inútiles, éste se mata al entregarse a las composiciones más frívolas. aquél al pergeñar las obras más fastidiosas, sin que ninguno de ellos imagine el mal que se causa, ni el escaso fruto que el público obtendrá de esas obras; la mayor parte de ellos nunca tiene el público a la vista y no devora el estudio más que como el goloso devora los manjares para saciar su pasión, lo cual muy a menudo los hace descuidar muchos de sus deberes esenciales; 106

zarandeadlos, arrancadlos de sus gabinetes, forzadlos al reposo y a los solaces que ahuyentarán los males y restablecerán las fuerzas; además el tiempo que pasan fuera de su gabinete no está perdido; volverán al trabajo con un ardor renovado, y algunos momentos consagrados todos los días al esparcimiento serán bien recompensados por el goce de una prolongada salud que prolongará el tiempo dedicado a los estudios. Samuel Tissoc, De la santé des gens de lettres, Lausana, 1768.

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