Cervantes y El Retablo de Las Maravillas

CERVANTES Y EL RETABLO DE LAS MARÁ VILLAS: TRADICIONES, POÉTICAS Y REFUTACIONES DE LAS MAGIAS PORTÁTILES1 JOSÉ MANUEL PE

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CERVANTES Y EL RETABLO DE LAS MARÁ VILLAS: TRADICIONES, POÉTICAS Y REFUTACIONES DE LAS MAGIAS PORTÁTILES1 JOSÉ MANUEL PEDROS A On sait que, dans la seconde partie du xvie siécle, des imposteurs vagabonds d'un genre particulier ont écumé la péninsule ibérique; ils devaient se déplacer en groupe; leur spécialité était de se faire passer pour... DELPECH 1988: 167

DE RETABLOS DE MARAVILLAS, MAGOS AMBULANTES Y RÚSTICOS CRÉDULOS

Apenas se abre el telón de esa obra clave del imaginario cervantino que es el entremés de El retablo de las maravillas asistimos a este diálogo enigmático entre picaros nómadas dedicados al oficio de embaucar a rús ticos crédulos y desprevenidos: ' Este artículo se publica dentro del marco de la realización del proyecto de 111) del Minis terio de Ciencia e Innovación titulado Historia de la métrica medieval castellana (I'T'12()(W (W300), dirigido por el profesor Fernando Gómez Redondo, y del proyecto Creación r cz la Guardia civil, que fuera, que había un ladrón en su casa. Y entonces va y entra. Vino ella, la criada. —¿Se la has entregado a quien te he dicho? —Sí, señora. Cuando llega después la pareja y se esconden en la casa. Y cuando va el lío a bajarse del trono, se echó encima la guardia y lo cogieron. Y estaba, pos nada, por to el camino. Era una banda de ladrones. Y decían: ¡Contra! lisia se ha dormido —decían los ladrones . ¡F.sla se lia dormido! Míralo, que no nos llaman. ¡Vamos! A lo mejor Dios sabe qué noche csli'i pasando con la señoril. Vénso I H h c i

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Que vamos, que cada uno diciendo su alto y su bajo. Pero entonces el Capitán de la Guardia civil, pos que llevaba un pitóla llamarlos. Entonces llama, toca el pito, ¡contra!, y abrieron la puerta entornada. Y conforme iban entrando, los iban cogiendo a todos, y cogieron a la banda (Martínez García: n.° 66).

MÁS SEUDOMAGIAS PORTÁTILES

En los mismos Siglos de Oro en que circulaban, con pretensiones de verosimilitud y noticierismo, historias de este tipo, corrían otras más abiertamente fabulosas. Por ejemplo, una composición, que se las daba cínicamente de noticiera («... y este suceso tan raro es verdad, y hay que creerla, / pues lo ha noticiado al pueblo, con puntualidad extrema, / el correo que ha venido de la ciudad de Ginebra») que circuló en fuentes diversas y contaba la historia de un picaro nómada al que en un bosque un enano le otorgó, entre otros dones mágicos, un violín encantado cuyo son obligaba a bailar sin freno a quienes lo escuchaban. Gracias al mágico instrumento y a sus andanzas por ahí pudo robar el picaro sus dineros a un judío al que obligó a danzar entre espinos, y cuando al llegar a un pueblo fue apresado y a punto estaba de ser ahorcado, logró con su violín que todos los aldeanos, incluidas las autoridades del pueblo, se pusiesen sin descanso a bailar. Solo exoneró a los rústicos de aquel atroz desenfreno cuando le prometieron que en su lugar ahorcarían al judío, a quien obligaron a confesar la procedencia delictiva de sus bienes.7 No contamos ahora con espacio para reproducir ni para analizar en detalle tan curioso relato, pieza temprana, relevante y cruel del cuento maravilloso y la literatura antisemita de España. Digamos, sólo, que es versión del cuento correspondiente con el número ATU 592 (The dance among thorns'. La danza entre espinos) en el catálogo internacional de cuentos de Aarne-Thompson-Uther. Nos tendremos que conformar con señalar que comparte con nuestros relatos de santos andariegos y apócrifos ciertos motivos relevantes: el de las dotes mágicas del viajero; el del cínico saqueo a las víctimas haciéndoles confesar primero sus propias faltas; la pertenencia de las víctimas a grupos sociales carentes de prestigio social (los venteros, el judío), considerados tradicionalmente ladrones, con lo que los picaros cxtorsionadorcs podían acogerse a la consabida excusa de que «quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón»; el ' Vónsc el c s l i u l i o di- i'slo roiiiiiiKT, ipii- l i u - c i l i l m l n rn l l i i i i i n \>-\*< ,"> I .">\i Kivouh's

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encuentro con las víctimas en lugares apartados, lo que facilitaba el expolio; y el conclusivo apresamiento y juicio de los delincuentes nómadas, aunque en el presuntamente real caso gibraltareño el aprieto se resolviera mal para ellos, mientras que el fabuloso caso ginebrino culminaba con la liberación y apoteosis del tramposo. Para entenderlos de manera más cabal, hay que señalar que todos estos relatos acerca de picaros con ínfulas de magos que huroneaban por campos y aldeas no conocen, en realidad, límites de tiempo ni de lugar, y se desbordan hacia temas, géneros, horizontes muy diversos. Recuérdese que el parentesco entre chistes protagonizados por picaros ambulantes (el germánico Till Eulenspiegel, por ejemplo) y el argumento de El retablo de las maravillas fue ya defendido por Marcel Bataillon (1964: 260-267). Y téngase en cuenta el origen seguramente medieval y la pervivencia folclórica, hasta la tradición oral de hoy mismo, de cuentos y chascarrillos acerca de estudiantes o de soldados picaros que van de pueblo en pueblo engañando a venteros y aldeanos incautos, según estudiaron Aurelio M. Espinosa (1952) y Máxime Chevalier (1981). Piénsese, además, en el que está considerado como el primer cuento impreso en la historia de la literatura española, el de Cómo un rústico labrador astucioso con consejo de su mujer engañó a unos mercaderes^ que fue publicado un siglo antes del entremés cervantino, hacia 1515 (Ruiz Pérez e Infantes 2012). O en la patraña VI de El Patrañuelo (\) de Timoneda, o en el quinto paso del Deleytoso (1567) de Lope de Rueda, con los mercaderes ambulantes que intentan burlar a sus rústicos correspondientes. Relatos, éstos, que vuelven cómicamente del revés el argumento más habitual, porque en ellos es el rústico quien supera en ingenio a los picaros nómadas, mercaderes y representantes de una cultura elitista, letrada, urbana, que intentan burlarse del pueblerino. Añádanse, por supuesto, las tramas y ardides que asoman una y otra vez en la novela picaresca o en la literatura de gemianía del xvi y del xvn, con picaros a veces urbanos y sedentarios, pero otras veces incansablemente nómadas (ciegos, bulderos, exhibidores de reliquias, etc.), que recorren los caminos engañando con sus oraciones, latines y mentiras a los tontos rústicos. Si nos detenemos a analizarlo bien, el mismo complejo legendario de Don Juan, el caballero nómada, de cultura cosmopolita y conversación deslumbrante y refinada, rodeado de cierto aire sulfúreo, que llega y se fuga de lugar en lugar engañando con sus falsas palabras no a rústicos iletrados, pero sí a damas y criadas crédulas e ingenuas, se hallaría también en la órbita de esln íamilm tic relatos. La degradación completa del personaje del píenlo con rain di' mugo nómada y de donjuán venido muy a me-

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nos la encontramos, en fin, en la tenebrosa y muy posterior Flor de santidad (1904) de Valle-Inclán, con ese demoníaco peregrino de Santiago que, envuelto en sus oscuros amuletos católicos, anda explotando la superstición y abusando sexualmente de las niñas de los pueblos por los que pasa. Es preciso insistir, antes de cerrar este apartado, en que el personaje del picaro que llega a la aldea en que se las da de mago para abusar de la buena fe de los nativos ha dejado una descendencia muy fecunda en muchas imaginaciones, memorias y obras literarias y artísticas de siglos posteriores. Se ha asociado de manera reiterada al oficio ambulante de los gitanos, encarnación en muchos lugares del picaro engañador que anda exhibiendo espectáculos y artes que tienen ribetes de magia y brujería, y despojando al mismo tiempo a los campesinos de sus bienes. A veces, incluso robando a sus criaturas recién nacidas, a las que les atribuyen auténtica predilección dramas como El trovador (1835) de Antonio García Gutierre/, del que emanó la ópera // trovatore (1863) de Verdi. El picaro andariego aparece (bajo la máscara cómica del verborreico Dulcamara, que se dedica a vender prodigiosos elixires curalotodo a los incautos pueblerinos) en la ópera de Donizetti L 'elisir d 'amore (1832); se disfraza de diabólicos empresarios de circo ambulante que raptan niños de aldea en el Pinocchio (1880) de Cario Collodi; intimida en el cuento celebérrimo de Mario y el mago (Mario und der Zauberer, 1929), de Thomas Mann, con su infernal Cipolla, diabólico, ambulante e hipnotizador, que lleva la tragedia a una confiada aldea italiana; y tiene un papel protagonista en el cómic Le devin (El adivino), 1972, de Rene Goscinny y Albert Uderzo, que nos muestra a un adivino ambulante que embauca con sus pretenciosos aires de mago a los aldeanos de todo un pueblo, excepto a los escépticos Asterix y Panoramix, claro. Tan poderoso ha sido el estereotipo que a veces ha llegado hasta a aclimatarse en el escenario de los bajos fondos de ciudad, aunque sin perder el rasgo fundamental de escurridizo nomadismo, que se manifiesta en la itinerancia por escondrijos clandestinos, aun dentro de la misma urbe. Se aprecia en unas cuantas novelas picarescas españolas ambientadas en Madrid o Sevilla, o en el Oliver Twist (1837-1839) de Charles Dickens, con sus pillos en fuga continua y sus móviles escuelas de engañabobos comandadas por el demoníaco ciego del Lazarillo de Tormes (con su alumno único, Lázaro) o por el malvado y casi hipnótico Fagin londinense, al que rodeaba siempre una gran corte de pupilos. No deja de proyectarse también hacia la pintura el perfil del mago que va y viene defraudando al vulgo, según atestiguan c.slas palabras de don Julio Caro Haroja (1992: 373-374):

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Pero así como al tratarse de ciertas actividades, que hoy llamaríamos científicas, existió durante mucho la duda y para el vulgo apenas podían distinguirse de puras hechicerías o saberes demoníacos, así también los prestidigitadores fueron considerados, una y otra vez, magos y hechiceros, e incluso en su papel estaba el aparentar que lo eran durante sus actuaciones. Los casos en que los mismos topan con autoridades de tipo inquisitorial son así más abundantes de lo que pudiera imaginarse, al menos hasta el siglo xvn ya avanzado [...] ¿Cómo distinguir en la práctica entre el simple juego de manos, la recela más o menos química o físico-natural y el sortilegio? ¿Hasta dónde el domesticar animales es caso de habilidad y dónde empieza la ayuda demoníaca? Fuera de España la inquietud la revelan algunos cuadros de pintores piadosos. lis evidente, por ejemplo, que al Bosco y a sus discípulos les inquietaron mucho los charlatanes y prestidigitadores. El prestidigitador del Museo Municipal do Saint-Germain en Laye, con su lechucilla metida en una cesta, su perro encaperuzado, sus aros, bolas, etc., se presenta como un mago, ni más ni menos, a un público popular. Otras pinturas y grabados indican también que para estos artistas flamencos de tendencia piadosa influidos por lecturas místicas había un grave peligro espiritual siempre en diversiones tales. Entre las invenciones de Bruegel o Brueghel que grabó H. Cock hay una, fechada en 1565, en que representa la caída de Simón el Mago cuando Santiago pidió que cesaran sus diabólicos actos: Impetravit a Deo ut magus a demonihus discerperetur. Aquí los demonios actúan, en gran parte, como acróbatas, equilibristas y prestímanos; sus actividades harían las delicias de un público infantil de jueves por la tarde. El que no anda sobre cuerdas, hace volatines, sostiene verticalmente sobre sí espadas, mueve un plato sobre un palo. Mientras el mago cae de su silla, una hechicera con un huevo sobre el tocado maneja unos cubiletes con bolas..., y no falta la cabeza parlante.

«UNA VEZ UN ENVAIDOR ENRAYÓ A MUCHA GENTE EN UN MERCADO...» Aunque podríamos muy bien haberlo integrado en el capítulo anterior, porque forma parte de la misma estirpe de relatos, el cuento tradicional que responde al título de El engaño del ilusionista —título que le han dado especialistas como María Jesús Lacarra y Jesús Suárez Lope/ merece un espacio aparte. Se trata, en efecto, de un tipo narrativo cuyas versiones españolas (una extensa quedó anotada a mediados del siglo xv, y casi una docena más, de argumento muy abreviado, ha sido recogida de la tradición oral de finales del xx y comienzos del xxi) son relevantes para entender la tradición literaria y cultural en que se inscriben El retablo de las maravillas pariente suyo en determinados aspectos— y las densas y conflictivas ideología y sociología de la magia, sobre todo de la magia ilusionista y ambulante. He aquí l¡i priman versión de El engaño del ilusionista que conocemos. Fue ¡moliuln n mnliwlos del siglo xv en el llamado Lihnt de los

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evangelios del adviento de Juan López de Salamanca, quien recogería el texto de una tradición oral que vendría posiblemente de muy atrás, y que parecía reflejar prejuicios y sospechas que se asociarían tradicionalmente al denostado oficio de juglar ambulante: Una vez un envaidor enbayó a mucha gente en un mercado; e ató un gallo con un filo de lana al pie e echólo por el mercado. E toda la gente envaída dizía que el gallo llevaba una viga de lagar arrastrando con el pie; e aquello no era sino fantasía de viga. E todos se maravillavan e espantavan de aquella no maravilla. Otro día enbayólos e tomó un cántaro e púsolo boca arriba, e pedió a un aldeano que estava con la otra gente una espada luenga que tenía; e apostó un combite el enbaidor con el aldeano que aquella espada tan grande fiziesse caber toda en el cantarillo, sin la doblar nin quebrar. Apostóle el aldeano un almuerzo que non lo faría. Entonce el embaidor metió por la punta la espada en el cántaro; sobravan quatro palmos. El aldeano fue alegre, e dixo: —Amigo, deves. Dixo el enbaidor: —Agora lo verás. Al9Ó la mano e dio una grand palmada e lanfó la espada en el cántaro. E oteavan todos e non la vieron. Tomó a su muger e lasóla dentro en el cántaro de cabe9a e non pare9Íó. E tomó un 111090 que le traía los juegos e lasólo tanbién de cabe9a en el cántaro, e que fuesse a llamar a su muger, que avía entrado por la espada. La gente estava espantada e maravillada; el aldeano estava fuera de sí por la pérdida de la espada. Enpecó a dezir: —Amigos, creo que mi 01090 faz' traÍ9Íón con mi muger, pues no viene; perdonadme, que quiero ir en pos d'ellos. E pares9¡ó a todos que se lan9Ó de cabe9a en el cántaro, e no apare9Íó. E toda aquella gente estava enbaída quándo saldrían del cántaro. Estando así, allegó uno por la pla9a que salía de bever de una taverna, e quándo vido tanta gente otear al cántaro, dixo que qué fazía tanta gente allí; respondiéronle que esperavan al enbaidor que saliese del cántaro. Dixo el caminero entone: —¡Andar, diavlos, yo lo dexo en aquella taverna con su muger e su 01090 echando un cántaro de vino sobre una espada! Quándo esto oído ovo el aldeano, corrió para la taverna, diziendo: —Pues lo he de pagar, quiero ir ayudar. E los otros burlaron e silvaron al aldeano, e el enbaidor a todos (Lacarra 1999:n.°49).

Extraño relato, o más bien extraño par de relatos asociados, el de los cnhaidores y el gallo forzudo, y el de los enbaidores y el cántaro mágico. Testimonios interesantísimos del modo en que era practicada y percibida la magia ilusionista en el siglo xv, y de la dcsconfian/a con que era considerado el oficio juglaresco en la época medieval. No tenemos espacio para comentar con el detalle c|ue sería preciso le dedicaremos atención monografía) en nlgiinn ocasión futura la segunda y más extensa parte del cuento, IH dd ri'uiliuo portentoso, que es

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una descripción tempranísima de los espectáculos de magia en que el ilusionista saca y mete todos los objetos imaginables (o más bien los no imaginables) en algún espacio pequeño, muchas veces en su sombrero. Pero sí vamos a analizar en profundidad, porque merece la pena evaluar su posible relación con El retablo de las maravillas cervantino, el episodio del embaidor y su gallo forzudo. Cuentecillo tan breve como complejo, en el que se concentran ironías y paradojas que tienen escaso parangón en la literatura española. «Un envaidor enbayó [es decir, un embaucador embaucó] a mucha gente en un mercado...», comienza nuestro relato, que no deja de diseminar otras advertencias acerca del carácter engañoso de lo que describe («la gente envaída dizía...», «aquello no era sino fantasía...»), pero sin aventurar ninguna explicación alternativa sobre cómo pudieron los embaucadores urdir y ejecutar aquella ilusión, y dando por sobreentendido que sería gracias al dominio de artes mágicas capaces de operar de manera efectiva en el mundo de lo real. En la impresionante frase final, «e todos se maravillavan e espantavan de aquella no maravilla» se halla cifrada una paradoja verbal y mental digna de Cervantes y de su genial Retablo. Antes de entrar en el análisis detallado de este relato, de asomarnos a sus paralelos folclóricos modernos y de valorar su eventual relación con el Retablo de las maravillas cervantino, sería aconsejable que hiciéramos algunas averiguaciones, que serán prolijas pero también aleccionadoras, acerca del sustantivo envaidor y del verbo envaír que se dan cita en él. Voces de documentación medieval muy arcaica, que han derivado en los modernos e inusuales embaír («ofuscar, embaucar, hacer creer lo que no es», DRAE) y embaidor («embaucador, engañador», DRAE). Y en las que se hallan cifradas, como enseguida apreciaremos, claves densas y complejas de la percepción social de la magia y el ilusionismo; y, por tanto, de los problemas de la verdad y de la mentira, de la realidad y su representación, de lo ético y lícito frente a lo demoníaco y reprobable. Definía el Diccionario de Autoridades de 1732 al embaidor, con más expresividad que el diccionario académico actual, como «el que engaña y embeleca, persuadiendo lo que no es, con mentiras y razones aparentes»; al embaimiento como «embeleso, que ocasiona la falsa estimación ó aprehensión de las cosas engañosas y aparentes; vale asimismo engaño, embuste, disfra/ artificioso, para ofuscar, pervertir, hacer creer por cierto lo que no es, y por verdadero lo falso y aparente»; y al embaír como «ofuscar, engañar y hacer creer lo que no es, persuadiendo con mentirosas y aparentes ni/ones iilguna falsedad».

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Fueron, desde luego, palabras que se aplicaron mucho, aunque no de manera exclusiva (también se les dio el uso general e indiscriminado de «engañar, embaucar» y de «engaño, embaucamiento»...), a magos e ilusionistas ambulantes capaces de inducir en su público, que solía ser tenido como necio y crédulo, la contemplación de figuras y visiones (muchas veces animales) hechas o bien por supuesto arte de encantamiento o bien mediante industrias fraudulentas. Encaja a la perfección, pues, su campo léxico, con lo que acontece en El engaño del ilusionista (que condena aunque admite la efectividad del encantamiento mágico), en El retablo de las maravillas (que denuncia irónicamente como mentiroso el fraude picaresco) y, con matices distintos, en tantos otros de los sucesos y narraciones a los que estamos pasando revista. Conviene advertir, por otro lado, que los testimonios de este extraño campo léxico y conceptual del envaír y del envaimiento que vamos a ir desgranando miran hacia dos acepciones diferentes, aunque sus comentaristas más eruditos tiendan, como veremos, a relacionarlas como efecto y causa de lo mismo: hacia unas prácticas mágicas de carácter esencialmente popular, callejeras, juglarescas por un lado; y hacia unas teorías acerca de la magia (estrechamente vinculadas a diversas filosofías del ser y de su representación) que hunden sus raíces en el pensamiento clásico, especialmente en el platónico, y que tuvieron fuerte eco en la Edad Media y en el Renacimiento. Curiosa obsesión, la de los bienintencionados pero poco originales humanistas de la primera Edad Moderna que vamos enseguida a revisar, de interpretar hasta los sucesos más marginales de la vida social (la picaresca nómada) con los pertrechos de la vieja sabiduría grecolatina. Hay que insistir en que las voces de la familia envaír se utilizan muchas veces, como iremos viendo, para identificar la generación ante un público crédulo de simulacros engañosos de figuras animales, lo que tiene una conexión manifiesta con el cuento de El engaño del ilusionista y su ilusorio gallo forzudo, o con el entremés cervantino de El retablo de las maravillas y los toros, leones, osos y ratones que se pasearon imaginariamente por sus tablas. Aparecen muchas veces además, las palabras de este campo léxico, en la extravagante compañía de un muestrario de sinónimos bien expresivo: «era un mentiroso,prestigioso y embaidor...», leeremos en uno de los lextos que nos esperan. Atención al término/wc.W/X'/V*. con sus derivados, que asomarán por aquí y por allá, y que no se ¡icogai a la habitual acepción de «honor, buena lanía», sino que se idiii'ionnn con lo que nosotros entendemos hoy como «prestidigilm'ióli»: «y ílU'eNC/vv,v// É t»/V> por-

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que restriñe y aprieta los sentidos que no sientan, vean ni oyan ni gusten ni palpen las cosas como son, sino unas por otras, y así es engaño de los sentidos», «de tres maneras puede causarse aqueste engaño o prestigio de los sentidos», «la segunda manera de prestigio o engaño de los sentidos es...», «parece pertenecer a los prestigios y engañosas obras de los demonios...», «de cinco maneras nos pueden los demonios hacer prestigiosos engaños...». Comencemos. Un testimonio todavía medieval del canciller Pero López de Ayala, fechado hacia 1400, atestigua el uso específico del término enbaydor en relación con las artes y engaños de los juglares nómadas, al tiempo que da al término un sentido alegórico (lo relaciona con la situación del hombre en el mundo) de filosófico alcance: «E el mundo, que es tal commo quien juega con las gentes asi commo juega el enbaydor con sus juegos, e non es durable, e el tienpo que ha menester, corto» (Lope/ de Ayala 1994: apud CORDE). La comparación alegórica del mundo embaidor o embaucador con el juglar trapacero era muy vieja. Un exégeta anónimo (Traducción 1967: 472-473) que la desarrolló en 1571, atribuía su formulación primera a Plotino, quien a su vez habría bebido de Platón: «es él un abismo de males y un embaidor que nos trae embaídos y anda burlando con la vida y con la honra, y un jugador de pasa-pasa que juega con nosotros. Y no te parezca que digo esto de mi cabeza, porque Plotino, filósofo platónico, le llama mágico y hechicero que con robarnos las voluntades nos trae como encantados sin entenderlo». Esta concepción alegórica del mundo como escenario abonado para engañadores y embaidores, abusadores «del vulgo inorante» con el fin de «tener grandes ganancias», perduró: tales fueron las palabras que utili/ó Pedro de Rivadeneyra en 1589 (1877: 367), al tiempo que hacía remontar la condena de los defraudadores a San Jerónimo, lo que situaba muy atrás el oficio de mago y exorcista engañabobos: Es necesario saber que no es ésta cosa nueva y nunca vista en el mundo, sino muy usada y acostumbrada, y que siempre hubo en él engañadores y embaidores, los cuales unas veces con varios artificios y marañas procuraron deslumhrar á la gente con vanas apariencias y fingimientos y tomaron máscaras de santidad; otras siendo ellos engañados y engañando sin saberlo. Por eslo dice san Jerónimo [...] que los que se hacían ermitaños habían de salir de la escuela de los moneslerios, y ser tales, que no se espanten con la aspere/a del desierto; ni sepan l i u ^ i i (como lo hace alguna gente liviana) que tienen grandes peleas con los demonios, pura parecer en los ojos del vulgo inoninle hombres milagro sos, v de nqul venir á lener grandes ganancias. Dando á entender que en su liempii h u i t í n quien imiise de semejantes emhaímienlos y engaños.

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A otros autores renacentistas les picó el afán de remontarse a las raíces antiguas, incluso mitológicas, de la plaga común de los embaidores ambulantes, y llegaron, por ejemplo, a homologar su capacidad para cambiar de aspecto y para inducir visiones fantasmagóricas en los demás con las artes mágicas de personajes de la antigüedad propensos supuestamente a las metamorfosis, muchas veces animales, como Zeus o Pitágoras. Cristóbal de Villalón, en su Crotalón de mediados del xvi (1990: 437-438), etiquetaba a Pitágoras con el nombre de embaidor y el atributo de «efficaz en el persuadir [a] aquella gente de su tiempo [que] era simple y ruda», y a la que por tanto —acotación bien significativa— «fáfilmente les hazía creer cualquiera cosa que él quisiesse soñar»; Pero aconte9e que el que agora fue rey passa a cuerpo de un puerco, vaca o león, como sus hados y sus9eso lo permiten, sin el alma lo poder evitar; y ansí el alma de Pithágoras después que acá na9Íó había vivido en diversos cuerpos, y agora vivía en el cuerpo de aquel gallo que tenía yo aquí. Demophón: Esa manera de dezir ya la oí que la afirmaba él. Pero era un mentiroso, prestigioso y embaidor, y también como él era efficaz en el persuadir y aquella gente de su tiempo era simple y ruda, fácilmente les hazía creer cualquiera cosa que él quisiesse soñar.

Por cierto, que el nombre, el concepto y los atributos que más comúnmente se asociaban a los embaidores llegaron a dar el salto hasta a América y fueron aplicados a dioses autóctonos como «Uitzilupuchtli», por la sencilla razón de «que se transformava en figura de diversas aves y bestias», según el testimonio de Fray Bernardino de Sahagún en 1577 (1990: 9). Nuevo indicio de la tradicional asociación del oficio de embaidor con la producción de fantasmagorías animales, como las que se hallan en el centro de los relatos de El engaño de ilusionista y El retablo de las maravillas: Este dios llamado Uitzilupuchtli fue otro Hércules, el cual fue robustíssimo, de grandes fueras y muy belicoso, gran destruidor de pueblos y matador de gentes. En las guerras era como fuego vivo muy temeroso a sus contrarios, y ussí la devisa que traía era una cabe9a de dragón muy espantable, que echava fuego por la boca; también éste era nigromántico o embaidor, que se transformava en figura de diversas aves y bestias.

líl mismo Cristóbal de Villalón (1990: 396-397) al que ya hemos citado hace algunas reflexiones bastante confusas sohre los conceptos de ser y tic parecer, tic creencia e increencia, tic verdial y mcnlirn, en otro pnrhimcnto tic su Cntlalón, en el que idenliliui n los mvios que «no han visto iKidn, ni han leído n;ul¡i» como piopnisus n niri on Ins !nimp;is de

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«encantamiento o embaimiento», y a «los sabios, los que todo lo han visto, los que todo lo han leído» los alaba como sujetos capaces de reírse y de refutar con facilidad tales engaños. Esa es la enseñanza más clara que se deduce de su discurso, porque algunas otras frases, en especial la última, son sartas de mal digeridos silogismos clásicos que apenas tienen el valor de mostrarnos la atormentada preocupación que por tales abstrusas cuestiones mágicas sentían los intelectuales del Renacimiento: Pero mira bien no incurras tú en un género de incredulidad que tienen algunos hombres, que ninguna cosa les dizen por fáfil y común que sea que la quieran creer, pero maravillándose de todo, se espantan y santiguan, y todo dizen que es mentira y monstruosidad; lo cual [todo] es argumento de poca esperien9¡a y saber, porque como no han visto nada, ni han leído nada, cualquiera cosa que de nuevo vean les pare9e ser hecha por arte de encantamiento o embaimiento, y por el semejante, cualquiera cosa que de nuevo oyan que les digan se encogen, espantan y admiran, y tienen por averiguado que la fingen siendo mentira por burlar dellos y los engañar. Los sabios, los que todo lo han visto, los que todo lo han leído, todo lo menospre9Ían, todo lo tienen en poco, y ansí passando adelante lo ríen y mofan y tachan y reprehenden, mostrando haber ellos visto mucho más sin compara9Íón. Ansí agora tú considera que no es peor estremo, no creer nada, que creerlo todo, y piensa que ninguna cosa puede imaginar el entendimiento humano que no pueda ser, y que maravilla es que todo lo que puede ser, sea de hecho y acontezca (Sahagún 1990: 9).

Dos admoniciones más de Rivadeneira muestran que él tenía menos confianza que Villalón en la capacidad de los hombres sabios e incluso de los hombres religiosos para discriminar entre verdad católica y fraude urdido por «embaidores que [...] han traído al retortero al vulgo y á la gente curiosa y ociosa». Denuncia en efecto el moralista jesuíta que no son pocas las personas doctas propensas a dejarse engañar por farsantes nómadas que simulan marcas de carisma o de favor divino, y que se muestran capaces de «vender sus marañas y artificios por revelaciones y favores de Dios, deslumhrando y trayendo la gente embaucada y como encantada con semejantes engaños»: Y tanto mayor recato se debe tener en esto, cuanto en nuestros dias habernos visto más embaidores, que no solamente han traído al retortero al vulgo y á la gente curiosa y ociosa, pero también han deslumhrado á varones graves, letrados y religiosos, los cuales, por ser grandes siervos de Dios y llenos de devoción, piedad y celo, creyeron lodo lo que les pareció podia despertar la devoción y ai'iviTtilar In piedad, y amplificar la gloria del Señor en su Iglesia; y como olios oían simios, du'ion crédito á lo que parecía santidad, porque no hay cosa más I n r i l (|iic rii)Millni i'i un bunio, poique su bondad y sinceridad le hace que no ÍM/|ÍIII' ni IHCIINI' nuil di' IM iimliriii y artificio ajeno (Kibailencíra I K 7 7 : I'M- I')S).

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(Porque también habernos visto en este tiempo algunos embaidores que se llamaban y querían ser tenidos por profetas de Dios); demás de todo lo que habernos dicho, se ha de advertir y tener por regla infalible y principal la verdad de todo lo que dicen. Porque, si en ello hay algún rastro de mentira ó falsedad, no puede ser de Dios, que es suma y eterna verdad. Y asimismo lo es ver personas religiosas, ó que tenían opinión de virtud, representar con embustes y embaimientos en su cuerpo las llagas de la pasión de Cristo nuestro Redentor, ó vender sus marañas y artificios por revelaciones y favores de Dios, deslumhrando y trayendo la gente embaucada y como encantada con semejantes engaños. Y aunque Dios es infalible verdad y al fin los descubrió, y no permitió que el fingimiento artificioso echase raíces y quedase autorizado y asentado en los pechos de los fieles, pero no por eso deja de ser azote del Señor el permitir en nuestros tiempos estos males, los cuales entibian á los flojos y enflaquecen más á los flacos, y desacreditan la virtud. Todos estos males habernos visto en nuestros días, y sin duda son tribulaciones y castigos generales de Dios (Ribadeneira 1877: 263-265).

Un episodio más del Crotalón de Villalón, un autor que tendía a extraviarse cuando se ponía en la tesitura de filósofo, pero que brillaba en las distancias cortas de la anécdota costumbrista, resulta muy significativo porque muestra una estructura casi de cuento tradicional, lleno de vivos destellos novelescos; y porque hace una presentación muy dúctil y expresiva de uno de aquellos farsantes «que con conjuros y embaimientos traen engañados a los simples del vulgo». Entre las presuntas dotes mágicas del personaje, que tiene, por cierto, inquietantes rasgos comunes con ciertos loberos y capitanes de lobos cuyas andanzas están documentadas en aquella época y en otras (Pedrosa 2008), se detallan las de curar enfermedades, contrarrestar venenos de serpientes (descubriremos después más nexos entre magos nómadas y ofidios), tener dominio sobre tales reptiles y poder atraerlos desde cualquier parte del mundo en que estuvieran, para que se manifestasen ante él y ante su público. Las analogías con el engaño que se ejecuta en la escena de El retablo de las maravillas cervantino en que los cómicos embaucadores convocan ante su auditorio a terribles toros, leones y osos e inquietos ratones son sugerentes. El relato de Villalón (1990: 98-100) castiga irónicamente al embaidor con la muerte por causa de sus mismos encantamientos, en sintonía, una vez más, con la etiqueta que colgaba de tales sujetos («todos estos vagamundos nigrománticos, hechizeros, Zorzistas, embaidores»} de seres nefaslos, diabólicos, reprobables, merecedores de los más rigurosos persecución y castigo: (,)namlo yo era modiadio pequeño ik1 cilud dr cnlni/r nllos: (.'simulo i'M l;i pin/,i dr mi pueblo ron mi pudre liiililiuulo < olí olnm vr/lllim dixo vno ddlos:

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Sabréis que nuestro amigo Midas estando oy en la labraba del campo con sus gañanes le mordió vna culebra muy mal en vna pierna: de lo qual quedo muy emponfonada y da vozes que se muere de dolor: y no ay quien le de medecina bastante aunque prometa toda su hazienda. Dixo mi padre: pues yo cono/.co vn hombre que le sanara con solas palabras si el lo paga bien: y si queréis vamos le a llamar. Y fuemos juntos a vna casa donde hallamos vn hombre que en su habito y habla mostraua ser estrangero: y yo de 111090 negligente no escudriñe de que nascion. Y por ruego de mi padre se fue con nos otros a ver a Midas: ¡il qual hallamos con todas aquellas miserias que ya dixe. Y como nos vio y que mi padre le prometía la salud alegróse mucho: y prometió gran suma de moneda si le sanaua. Luego aquel hombre saco vn libro muy viejo de la fatriquera y lio vnas palabras que por ser en lengua estraña no las entendí: las quales dixo con mucha venerafion: y luego saco vna piedra que traya la qual de/ia ser del sepulcro de vna virgen defimta: y juntándola a la pierna con aquellas palabras quedo Midas sano y sin lision. Y luego se leuanto dando muchas gracias a mi padre: y pago largamente al medico a contento suyo. Y publicándose por l¡i fiudad esta cura hizo muchas cosas en la mesma facultad: sanaua endemoniados y súbitamente llagas muy afistoladas y podridas. Quieres dezir en lo que paro: sabréis que vn dia de mañana quando el sol salía combido a todos sus amigos para yr a ver vna gran cosa que quería hazer: y fue que salidos al campo leyó 9Íertos versos en aquel libro y dando 9Íertas vueltas a la redonda y ha/.icndo 9¡ertas rayas en el suelo comboco todas las serpientes que en el mundo auia y las hizo alli venir: y dixo que no quedaua otra en el vniuerso sino vna que estaua en vn desierto en Egipto y que por ser vieja no se meneaua. Y luego mando a vna serpiente jouen que fuesse por ella: la qual con súbito vuelo lúe y la traxo alli en presen9¡a de todos: y todos huuimos grande admira9Íon de ver su grandeza: y suscedio que con la furia que traia por el ayre se asento sobre el y le mato: y por su muerte hizieron grande estrago en la comarca matando lodos los hombres y animales que hallaron en el campo y aun en lo poblado: y nos otros huuieramos gran peligro sino nos acogiéramos con tiempo a la ciucliicl. Esto dezia el doctor solemn¡9andolo con juramentos por que lo creyessemos: y encaresciendo sus palabras y prolongando la materia nos afirmo ser eslo verdad. Luego que acabo Don Guilermo dixo el Maestro Oliua: veis aquí señores el fin que dios permita que ayan los tales hombres en premio de su hierro: esto sacan de dar confiaba al demonio en sus engaños y maldades: y desdi manera hallareis que fenescen mal todos estos vagamundos nigrománticos, hechizeros, Zorzistas, embaidores: que con conjuros y embaimientos (raen engañados a los simples del vulgo. Permite dios que en premio de su engaño lene/can mal: y mueran sus animas en el infierno y padezcan acá afrentas y inomim¡is. Pues deue el nuestro Scholastico de aborrescer las tales scicncias y arles: porque aproueehan poco y dañan mucho.

Otra fuente relevante de detalles acerca de las artes mágicas de la pillería ¡imbuíanle es la Rcpruhación de supersticiones v hechicerías ( \) de l'eclro ('inicio (2003: Ibis. I.IV-I.V), que abunda en denuncias de csle tenor conlra snliidmloivs (Timsiel 2007: 133-164), emlxiidorcs y demás pretendidos ninfos

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Mas ay muchos vanos que, no contentos con estas diligencias, por sanar más presto buscan los hechizeros y el diablo, acudiendo a sus vanos desseos, a enseñado a los hombres muchas supersticiones vanas. Y entre ellas es muy notable esta de los saludadores. Y para encubrir la maldad fingen ellos que son familiares de Sancta Cathalina o de Santa Quiteria, y que estas sanctas les an dado virtud para sanar de la ravia, y para lo hazer creer a la simple gente engañada tras sí. Y saludan con su saliva y aliento no solamente a los enfermos, mas también a los sanos. Y saludan el pan y lo mandan guardar por reliquias, con más devoción que el pan bendito de los sacerdotes de la Yglesia en los domingos. Saludan a las bestias y ganados con palabras y con la vista de lexos. Y estos muchas vezes adevinan algunas cosas secretas de lo que está ausente en otro lugar, y también de los acaecimientos ya passados sobre algunas personas y aun de las cosas que les han de acaescer. Algunos saludadores toman un carbón o hierro encendido en la mano y lo tienen por un rato. Otros se lavan las manos en agua o azeyte hirviendo. Otros miden, a pies descaaos, una barra de hierro ardiente y andan sobre ella. Otros entran en un horno encendido y fuerte. Y ansí de otros muchos embaymientos que hazen delante de la gentes simples para que los tengan por santos y piensen que ellos tienen virtud espiritual para los sanar de sus enfermedades o para los guardar que no cayan en otras. (Reprobación por seys razones. Primera) Mas, según estas obras, los saludadores se muestran de cierto supersticiosos, hechizeros y ministros del diablo, por seys razones...

No nos detendremos en desgranar las seis razones para reprobar las artes de los magos ambulantes que se disponía a explicitar Pedro Ciruelo, ya que sus líneas generales podemos encontrarlas en otra fuente fundamental, y mucho menos atendida, para conocer lo que los intelectuales del siglo xvi opinaban de la magia ilusionista en general y, en cierta medida también, de la de los juglares, prestidigitadores y magos embaucadores del vulgo común. Se trata de la monumental Apologética historia sumaria escrita entre 1527 y 1550 por Fray Bartolomé de las Casas. Seguir su argumentación es asomarse a una teoría relativamente sistemática del instrumental de la magia para engañar los sentidos, pero también a escenas hermosamente matizadas, a cuadros casi vivos, sobre las visiones ilusorias, que se atribuyen alguna vez a los juglares nómadas, y otras a ángeles y demonios fascinadores. O a muy pedagógicos intentos de racionali/ar, aunque sin llegar a desmentir su naturaleza prodigiosa, derlas simuladas y engañosas visiones animales que no se nos pueden pasar por alio en la investigación que estamos haciendo sobre las visiones fantasmagóricas (gallos, toros, leones, osos, ratones) que suben a escena en /'.'/ encuño del ilusionista o en /:'/ rclah/o r/c las nninivillas: «hay tamhién cierta yerba, cuyo humo de t u l manein luiré movimiento en los ojos

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que juzga el hombre todos los maderos y palos que hay en casa ser culebras o serpientes...». Aunque no haga Las Casas en estas páginas más que reciclar, y además crédulamente, algunas manidas teorías filosóficas de raíz clásica y medieval sobre la realidad y sus representaciones, con los simulacros mágicos incluidos, su buen estilo y vivos ejemplos convierten sus palabras en especialmente significativas: Un engaño del demonio que ninguna causa tiene de parte de la transmutación de la cosa, como no pierda su forma o su ser, sino de parte de la persona que se engaña o de los sentidos interiores o exteriores por los cuales le parece ser lo que no es, como ya se ha dicho; conviene a saber, que los sentidos interiores, que son la imaginación o fantasía y el sentido común, o los exteriores, que son la vista, el oír de los demás, cuando son perturbados son los que se engañan y, por consiguiente, causan que sea engañado el juicio del entendimiento y de la razón. Y dícese prestigio porque restriñe y aprieta los sentidos que no sientan, vean ni oyan ni gusten ni palpen las cosas como son, sino unas por otras, y así es engaño de los sentidos. Y hablando generalmente, de tres maneras puede causarse aqueste engaño o prestigio de los sentidos: la primera, por industria humana y arte de los hombres, sin que intervenga obra del diablo, como vemos a los que llamamos embaidores, que juegan el juego que se dice de pasa-pasa, que tan sutilmente pasan de una mano a otras unas agallas o avellanas que ya las muestran, ya las encubren, que nos parece que las hacen invisibles; y toman con dos manos un cochillo y hacen como se lo tragan, y así parece a los circunstantes por sobre aviso que estén con atención mirando, y al cabo remanece el cochillo echado por las espaldas entre el jubón y el sayo. Otras muchas cosas hacen con la sotile/a y presteza de las manos, que a los que no lo saben parecen milagros o admirables. La segunda manera de prestigio o engaño de los sentidos es natural, que, sin arte ni virtud diabólica ni humana, ciertas cosas naturales lo causan. I lay en muchas cosas naturales tanta virtud que hacen diversos efectos y admirables de que los hombres se admiran con razón y se espantan, cuyos sentidos, empero, se engañan, porque causan que parezca lo que no es, como parece de cierto aceite de ciertas confecciones compuesto, el cual, quemado, hace parecer toda la casa llena de parras con sus hojas verdes y uvas. Hay también cierta yerba, cuyo humo de tal manera hace movimiento en los ojos que juzga el hombre todos los maderos y palos que hay en casa ser culebras o serpientes. Hay cierta especie de candela hecha de cera y de cuero de culebras untado con piedra /ufre, la cual, si la encienden de lumbre donde otra lumbre no haya, que el suelo esté lleno de juncos y pajas, parecen todos los juncos y las pajas culebras que andan bullendo por toda la casa. La causa de aquesto es porque la variedad de las colores del cuero de las culebras con el piedra /ufre hace parecer verdes y pintadas variamente las pajas y juncos que están por el suelo, y el movimiento de la llama de In candela causa que parcsca bullir e saltar las pajas y juncos en diversas piules, y ¡isi parecen culebras que bullen y se menean con él. Y dcslo se dan i'slos i'jnnplo.s: que las hojas de las encinas o alcornoque o otro semejan U1 árbol di- nni'lii' pwori'ii ninas o sapos, y una vara, por diversas parles desolla da o i|tiiliidn i-ii pnili'N In i'orliva, pariré de noche culebra Y no es maravilla.

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pues algunas cosas podridas y escamas de pescado y algunas tripas o partes de algunos gusanos y aun las gotas del agua de la mar de noche parecen lumbre y centellas de huego. Asimismo se dice que se ha experimentado que si de la materia de la generación del asno, mezclada con cera, se hace una candela y se encendiere, no habiendo candela o lumbre alguna otra, todas las cosas que allí estuvieren parecerán asnos. Lo mismo, en efecto, dicen que se verá si de las lágrimas del asno, juntas con cera, se hiciere la candela, puesto que lo de la lágrima, por ser húmida, que arda la candela parece tener dificultad de ser creído. Dícese más: que hay alguna madera o árbol y cieno hilo que, si de aquella madera se hiciere un arco y de aquel hilo la cuerda y de otra cierta madera la saeta, que, tirando con él todo el espacio que tirase el arco, la saeta parecerá ser agua o laguna della. Pero este postrero ejemplo, según Guilliermo Parisiense, cuyo es todo lo susodicho en la postrera parte del Universo, capítulo 21, más parece pertenecer a los prestigios y engañosas obras de los demonios que a virtud alguna que tenga el palo de que se hace la saeta y del arco ni al hilo de la cuerda, para que parezca el espacio que la saeta tirada vuela toda agua, sino que solamente los demonios ordenan y piden aquellas cosas para hacer a los que tienen por sus aliados entender que hay en ellas alguna parte de divinidad, o para que los obedezcan y honren usándolas por habellas ellos ordenado y —como ya se dijo— tenellos con mayor vínculo ligados. La tercera manera de prestigio y engaño es el de los demonios, cuando Dios les da lugar y permite que usen de la virtud y potestad que, en su criación, sobre ciertas cosas inferiores, como a los buenos ángeles, les hobo dado. De cinco maneras nos pueden los demonios hacer prestigiosos engaños para que juzguemos las cosas de otra manera de lo que son, cuando nos quieren engañar. La primera por el artificio y embaimiento que dejimos, como los embaidores; quiero decir por arte, porque con mayor presteza y ligereza pueden hacer cualquiera efecto que los hombres, por muy sotiles y diligentes que sean, como ellos sean espíritus puros y los hombres cargados de la pesadumbre de la carne. Y porque el arte imita la naturaleza —como dice Aristóteles— y la ayuda en cosas y en otras hace y perficiona lo que la naturaleza sola no puede, como el médico que para sanar la enfermedad altera y endereza y aplica las cosas necesarias y que tienen virtud apropriada para causar sanidad; por esta misma manera, pero con muy mayor brevedad y facilidad y con más eficacia, los ángeles buenos y malos pueden por su arte y con su virtud natural producir mejores electos y más saludables que hombre ninguno, por sotil e desenvuelto, experimentado y sabio artífice que sea. listo por tres razones: la primera, porque como los efectos corporales en estas cosas inferiores principalísimamente dependan de las influencias y virtud de las estrellas y cuerpos celestiales, entonces cualquier arte principalmente alcan/a y produce mejores sus efectos cuanto la virtud e influencia de los cielos a pwducillos concurre y ayuda. Esto parece por la agricultura y en la medicina, dónele se tiene consideración a los tiempos, al movimiento del sol y de la luna y de las estrellas; porque no se siembra en el estío ni se coge en el invierno, ni se díi la purga y la sangría a los enfermos cuando es conjunción de In luna ni en lodos tiempos, y así de las otras cosas ¡\s iiili's pertenecientes. Las virtudes y Iner/a, movimientos, sitios e inllnenaiiN, de IIIN i imlrs muy mejor y más y ciertamente manoseen los ¡mprlrv poi MI üiiliiinl o>t!mmeiniienlo, que

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ninguno de los hombres. Y así, para producir los efectos que pretenden, pueden elegir días y horas y momentos en los cuales las virtudes e influencias de los cielos son más favorables naturalmente, cuando y donde mejor y más pueden ayudar a que se produzgan más perfectos. Y ésta parece ser la causa porque los nigrománticos, en las invocaciones de los demonios, guardan los sitios de las estrellas, y hacellas en unos y no en otros tiempos. La segunda razón es porque los demonios muy mejor que los hombres saben las virtudes y fuerzas secretas de las yerbas y piedras y de las otras cosas naturales [...] La tercera razón puede ser porque, como el instrumento haga la obra no solamente por virtud suya, pero también por virtud del que lo mueve, como la obra que hace la sierra o el azuela no sola labra la madera, sino con ella obra el carpintero, de aquí es que los cuerpos celestiales por ser movidos de las substancias espirituales, que son los ángeles, alguna virtud y efecto consiguen y se les pega de la virtud dellos por ser movidos dellos y esto es que son causa de vida, como es en los animales que se engendran de pudrimiento de la materia, según parece arriba en el capítulo 92 de los sapos y abejas y culebras y otros que se crían sin ayuntamiento de macho y de hembra, sino por la virtud que en los cielos redunda de los ángeles que los mueven [...] Todas estas tres razones son de Sancto Tomás en las cuestiones disputadas De potentia Dei, quaestio 6, artículo 3°, y así parece que pueden los demonios por su propria y natural virtud, Dios permitiéndoselo, hacer por arte cualquiera engaño y embaimiento y curar enfermos y otras muchas cosas que parecen milagros, puesto que no lo son verdaderos, aunque cuanto a nosotros maravillas son y se pueden decir milagros hablando en larga materia, muy más presto y con más facilidad y ligereza y más perfectamente que la misma naturaleza, puesto que no sin ella, y que ningún hombre médico por experto y sabio que sea. Capítulo 94. [En el cual se prosigue la materia anterior] La segunda manera de prestigio y engaño diabólico es aplicando alguna cosa o interponiendo algún cuerpo para encubrir lo que quieren que no se vea. Y para mejor entender todo lo dicho y lo que se dijere, débese presuponer que los ángeles malos o buenos, cuando quieren aparecer o cuando quieren hacer parecer algunas figuras o fantasmas o imagines de cualquiera cosa que quieren representar, toman cierto globo o cantidad de aire, cuánta baste para la grandeva de la cosa que quieren hacer parecer, y espesan aquel aire tanto cuanto sea visible y palpable y quieren que se palpe, para lo cual se requiere que sea más espeso que si solamente lo hacen para que pueda verse. Y así tomado y espesado y hechas sus figuras y gestos, cabeza, ojos y pies y manos y otros micmbos, a la semejanza de hombres o de bestias o de las cosas que representar quieren, de la manera que lo escriben los profetas muchas veces y parece claro en la A poca I i psi, capítulo primero, donde cuenta Sant Juan que vido entre siete candeleros de oro a uno semejante al hijo del hombre, vestido de una vestidura sacerdotal y ceñido con una cinta de oro por las sienes, y los cabellos como lana blanca, cíe. Añaden los lindeles buenos o malos a los tales cuerpos y figuras y aire de la inaniTM dichn espesado cierta superficie o le/, colorada de la color convc mente y l o n l o i i n c u cndii miembro y según la edad y gesto, hermoso o leo, y las iilia 1 , i aliilmli"! ijiie quieren mostrar y conforme también al luí por que lo

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hacen. Dentro del cuerpo no ponen figura ni distinción de miembros algunos, porque no hay de ponella nescesidad pues lo de dentro no se ha de ver, la cual, si fuese menester, podrían figurar y mostrar. Esto supuesto, engañan los sentidos exteriores haciendo ciertos movimientos en las especies y formas que están en las potencias sensitivas, porque se deriven a los órganos de los sentidos exteriores, y así causan que lo que no es se vea y lo que es se encubra (Casas 1992: II, 737-740).

Si el texto de Las Casas resulta impresionante por su afán de sistematización teórica, el que vamos a conocer ahora, fechado por Cristóbal Suárez de Figueroa en 1617 (1988: II, 660-661), asombra por lo contrario: por lo vivo, cercano, personal de su testimonio acerca de un mago embaucador de carne y hueso. Al lado de esa sugestiva evocación personal, la disquisición teórica conclusiva, sobre magias lícitas (la astro logia teórica) e ilícitas (la judiciaria), suena a hueca y convencional: Deseando el despacho de cierto negocio que tenía en Valencia, me remitieron a uno que era natural de aquel reino y correspondiente en él, para que por su medio cesase la dilación, que había durado muchos días. Era hombre que con dificultad salía de casa, y, así, le hallé en ella la primera vez que le busqué. Después de los cumplimientos y cortesías, se trató de cuál era la ocupación de uno y otro. Dije yo la mía, y al instante salió el señor huésped con que era eminentísimo en la astrología, por quien era buscado de casi infinitos hombres y mujeres. Tras esto me fue enseñando cantidad de figuras levantadas en diferentes ocasiones, y todas con su porqué, respeto de sustentarse desta sola habilidad. Teníalas puestas sobre una gran mesa, hechas legajos, con el concierto que suelen sus mercaderías los más curiosos tratantes. Salí haciéndome cruces de que en medio de la Corte se sufriese un bellacón tan pernicioso, un embaidor tan continuo. En este punto son facilísimas de engañar las personas que se tienen por más astutas, por ser oprimidas del gusto que les ocasiona la inteligencia de lo por venir. Hartas veces lo han procurado remediar las justicias de uno y otro fuero; mas foméntalo el demonio, como quien sabe los daños que de su conservación resultan a cuerpos y almas. Débese, en suma, tener por cierta fe ser sólo Dios quien sabe todas las cosas pasadas, presentes y futuras, o el a quien por divino misterio son reveladas. Con todo, no se puede negar ser la astrología ciencia excelentísima, que tiene la prima entre las siete artes liberales; mas esto, en la teórica. Creo ser ésta verdadera, como se comprehende por muchos efetos; mas no en la parte judiciaria, en que descubre ser vana, falaz y dudosa.

No podemos seguir alargando este museo exlravaganle que alterna la pintura de perfiles personales y heterodoxos de cinhauloivs ambulantes con las reflexiones e interpretaciones filosóficas, ¡i veces farragosas y confusas, de sus equívocos engaños. ('erremos H rnpflulo, pues, en las décadas centrales del x v í n y en la pliunii di' don Die^o de 'forres Villa-

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rroel (1794: 283), quien teorizó de esta manera, bastante servil a modelos clásicos consabidos, sobre las mañas con que ciertos demonios y magos embaucadores eran capaces de vestir sus representaciones ilusorias con visos de realidad: Transfórmanse de varias maneras, según los Teólogos y Filósofos grandes escriben; porque unas veces toman los cuerpos muertos, y los hacen mover y hablar, é impeliéndolos con movimiento local los llevan donde quieren; esto se ha de entender, que no los actúan ni vivifican, que es solo obra de Dios, que solo los impelen, y nos fingen el habla y movimiento. Otras veces forman fantasmas, engrosando el ayre, y de tal modo lo templan que engañan á nuestros sentidos. Todo lo hacen por apariencias y engaños: y así, cuenta Cayetano que preguntándole á un demonio ¿qual era la causa, poique se representaba debaxo de un cuerpo, que al tacto era frió? respondió, que él no podia hacer las carnes mas blandas ni mas calientes, ni podia hacer lo que la naturaleza instrumento de la Divinidad. Es ciertísimo que el sugeto de estas supersticiones embaimientos y al parecer prodigios, está en los demonios, y engañados los mortales, le han adorado como á Dios.

GALLOS QUE ARRASTRAN VIGAS Y SANSONES QUE PORTAN COLUMNAS Después de este extenso y aleccionador excurso acerca de las voces embaír y embaidor, que nos ha permitido hacer una síntesis y un recorrido iluminador por las tradiciones, teorías y percepciones de y sobre la magia ilusionista alta y baja que se hallaban instaladas en el imaginario común y en la tradición intelectual española desde el siglo xv hasta el xvm, es hora de retomar la anécdota primera del cuento medieval de El engaño del ilusionista, la que dio lugar a todas estas disquisiciones, y que no vendrá mal reiterar aquí: Una vez un envaidor enbayó a mucha gente en un mercado; e ató un gallo con un filo de lana al pie e echólo por el mercado. E toda la gente cnvaída di/í;i que el gallo llevaba una viga de lagar arrastrando con el pie; e aquello no era sino fantasía de viga. E todos se maravillavan e espantavan de aquella no maní vi I l a . . .

Asombra que a esta breve escena costumbrista medieval, en apariencia anecdótica, se le conozcan parientes en la tradición oral moderna de Cantabria, Asturias y Burgos de los siglos xix, xx y xxi, tanto tiempo después de su primera anotación, fin versiones que, para gran sorpresa nuestra, resultan más extensas y circunstanciadas que la medieval. Y que además están llenas de muíais de verosimilitud y cíe asombrosos aetuali/adores de tiempo, espiu'io, personas y circunstancias. Maravilla además

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que sus narradores de hoy consideren estos relatos como reflejo fidedigno de hechos reales e históricos, a veces muy recientes, en los que llegaron a verse implicados, según alguno de ellos, incluso sus propios padres. La credulidad campesina que maravillaba a Cervantes trascendió, como podemos ver, a épocas muy posteriores. La primera versión que vamos a conocer es la que José María de Pereda engastó dentro de su cuento La romería del Carmen (1871), que está ambientado, como es habitual en él, en su idealizada Cantabria rural. Interesantísima, de gran calidad etnográfica, pese a algún inevitable retoque literario, embutida dentro de un marco narrativo fascinante, dominado por la poderosísima figura del mago ambulante Almiñaque, del que en esta ocasión no podemos dejar más que la simple mención: Y contaréte al auto de esto lo que le pasó en Vitoria a Roque el mi hijo que, como sabes, venu la semana pasa de servir al rey. Iba un día a la comedia onde estaba un comediante hiciendo de estas demoniuras, y va y dícele un compañero: "Roque, si vas a la comedia y quieres ver la cosa en toa regla, échate esto en la faldriquera". Y va y le da un papelucu. Va Roque y le abre, y va y encuentra engüelto en el papel un rézpede de culiebra. Pos, amiga de Dios, que le quiero, que no le quiero, guarda el papelucu y vase a la comedia, que diz que estaba cuaja de señorío prencipal. Y évate que sale un gallo andando, andando por la comedia, y da en decir a la gente que el gallo llevaba una viga en la boca. "¡Cómo que viga!" diz el mi hijo, muy arrecio; "si lo que lleva el gallo en el pico es una paja". Amiga, óyelo el comediante, manda a buscar al mi hijo, y le ice estas palabras. "Melitar, usté tien rézpede, y yo le doy a usté too el dinero que quiera porque se marche de aquí". Y, amiga de Dios, dempués de muchas güeltas y pedriques, se ajustaron en dos reales y medio y se golvió el mi muchacho al cuartel. Con que ¿te paez que la cosa tien que ver? (Pereda 1989: 340).

El etnógrafo Jesús Suárez López ha registrado nada menos que ocho preciosas e interesantísimas variantes del cuento de El engaño del ilusionista en suelo asturiano. He aquí una de ellas: Eso no era un cuento, eso pasó, eso fue aquí en Cangas del Narcea. Había un paisano que hacía algo de circo, llevaba un gallo pola calle con una paya nel pico y figuraba una viga. Y venía una paisana con un cesto de ceba [hierba recién segada], y dice: ¡Anda! ¿Tanto cuento pa un gallo con una paya nel pico? Ya'l paisano que taba haciendo el circo ése dice: ¡lisa señora lleva veneno! Posa el cesto de la ceba, y dcshácenla ahí y, clcclivamente, llevaba una culebra, liso fue aquí en Cangas, no hace muchos anos, poro vamos, eso luccicrlo, esto no os una cosa de... (Suáixv. I ópc/ .'OOX n " Vi).

Los demás relatos asturianos, que no UMKMIION ONpncio puní reproducir ¡ihom (pualc el lector acceder ¡i lodos en InU'Miol), NO Noiuclcn Unnbiéii ;i

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estas líneas arguméntales básicas: una compañía de magos o ilusionistas se dedica a engañar a su rústico auditorio haciéndole creer que un gallo (en una versión asturiana el animal protagonista es una hormiga) que lleva una hierba en el pico arrastra una viga. Hasta que la hipnótica visión es arruinada por la intromisión de una culebra (animal que, según se deduce del texto, tiene la facultad de deshacer esas imágenes fantasmagóricas) que porta una persona que pasa casualmente por allí. Si la versión que acabamos de conocer hablaba de «un paisano que hacía algo de circo», la segunda versión asturiana está protagonizada por «un médico en Cibea que tenía magia d'esa, en casa de La Torre». Se insiste en que «era un médico, era muy listo. El médico d'Ambrós, de casa La Torre, de Cibea», como si fuera persona conocida de primerísima mano por el narrador y por los paisanos. Llama además la atención el que el imaginario campesino identifique a un médico con un mago. La tercera versión asturiana presenta a «un charlatán de feria, que hacía magia, y entonces toda la gente que taba presenciando la cosa aquella estaba viendo que un gallo llevaba una viga...». Todos los campesinos de esta versión andan embobados contemplando el espectáculo, hasta que una mujer que sin saberlo «lleva veneno en la carga», es decir, que porta «una culebra metida entre el verde», les increpa de este modo: —¿Pero qué hacéis ahí, tontos?, ¿qué tais mirando eso? —¿Pero no ves a este gallo con una viga? —Pero si sois tontos, si no es una viga lo que lleva, lo que lleva es una paja en el pico.

Las demás versiones asturianas aportan detalles adicionales acerca del espectáculo juglaresco que refleja El engaño del ilusionista', «eso fue en Proaza, que taban allí d'estos que andan con propaganda, un charrán d'esos que tan ñas plazas»; «sí, yo eso oí contalo, antes llamábanles los comediantes, y estaban enseñando a la gente cómo una hormiga llevaba una viga arrastro...»; «yo oí que había sío aquí en La Pola, delante de la iglesia, que taba un titiritero así con un gallo...»; «era un circo que había, taben faciendo un circo por ahí como facíen antes...». Deslumbrante capacidad, la de estos relatos orales asturianos, para trastocar sueños, miedos, folclore, en historia local, verosímil, incardinada en vidas y en memorias personales. Las tres versiones de El engaño del ilusionista que han sido registradas en la provincia de Hurgos resultan también extraordinariamente interesantes. I le aquí la pi imcni de ellas: l ' l ii'.spf ( l n II'MUIIII) ili' IIIN i'iik'hnis llene oleólos pai'ali/iinlcs sobro los oo medmnloN y ION

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Una vez vinieron unos cómicos o comediantes al pueblo, de esos comediantes que venían por los pueblos. Y hacían cuadros plásticos. Era como que se convertían en estatuas. Una vez, uno [del público] pues cogió el respe de las culebras. Aquel señor pisaba las culebras, y con un papel de fumar las cogía el respe. Y estaban haciendo comedias cuadros plásticos, y aquél metió el respe de una culebra allí dentro, donde estaban haciendo el teatro. Y no pudieron hacer esas cosas [el teatro]. [El señor] tenía el respe en el bolso y entró, a ver el teatro, y ya salieron los comediantes, y dijeron los comediantes: —Aquí hay alguno que tiene alguna cosa —dice—. Por favor, que si tiene alguna cosa, por favor, que salga y lo tire, o lo que sea (Marcos, Pedresa y Palacios 2007: n.° 73).

De la segunda versión burgalesa que conocemos, impresiona que el narrador, en un esfuerzo por injertar la realidad dentro de la ficción, convierta a su mismo padre en protagonista del relato: Mi padre quitaba el respe de las culebras con un papel de fumar, y lo llevaba en el bolsillo. Dicen que así no le picaban. Y, un año, el día de la feria de Medina [de Pomar], cuando venían aquellos que hacían magia y eso, y se puso la chaqueta, y llevaba el respe en el bolsillo de la chaqueta, y ni se acodaba... Y que uno de esos que hacen esas cosas que lo ves y es mentira, fue donde mi padre y le dijo (eso es verdad, que lo contó mi padre), dice: —Oiga, señor, ¿usté tiene el respe de alguna culebra en el bolso? [Y es que] no les dejaba trabajar.

Si las dos versiones burgalesas que hemos reproducido remiten también a un espectáculo de tipo juglaresco y están ambientadas en el momento en que «vinieron unos cómicos o comediantes al pueblo», o en «un año, el día de la feria de Medina [de Pomar], cuando venían aquellos que hacían magia y eso», la tercera aporta esta otra aclaración, no menos significativa, sobre las circunstancias y sujetos de la historia: «estaba, por ejemplo, un charlatán engañando al público...». Un resumen sintético del complejo mosaico narrativo que permiten vislumbrar, encajadas unas con otras, las narraciones de El engaño del ilusionista vieja y modernas, diría que unos comediantes con dotes mágicas llegan a un pueblo de rústicos que se dejan engañar por una especie de encantamiento que los forasteros son capaces de urdir mágicamente. Los relatos del xv, de Cantabria y Asturias (pero no los de Burgos) detallan que ese especláeulo hipnótico consiste en hacer creer que un gallo (o una hormiga, en una versión asturiana) que lleva una bri/na de hierba porta en realidad una viga (una viga de la^ar en ln versión del siglo xv). I,as versiones modernas añaden (es un motivo misi'iiU 1 de la versión medieval) tiue una culebra o una serpiente, o hii'ii lu /w/(i v 101 liiihln por ojomplo de la rebelón entro los lujarlos y l¡i l'iiona siiorle, y ON las |ip ,'v» ,'(i(l ilr II|(IIIIIIIN rioonows mi'ifíions i'olaoionadas con el mv/io o /v.v/ir de las o i i l o l x i i s . I o i n m n u on K u l t l o Mnu ON. l'odliisn y Paludos .'007: n." /•!

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CERVANTES Y EL RETABLO DE LAS MARÁ PILLAS

de sus enemigos», o bien un toro feroz, con sus «cuernos, que los tiene cionadas con pulgas que han sido tradicionales durante siglos en nuestro agudos como una lezna», o más de «dos docenas de leones rapantes y de país. Aunque el relato de Martínez de Castrillo no evoca de manera espeosos colmeneros» que causan fingido espanto entre el necio e imaginaticífica —se queda en los aledaños— los espectáculos circenses con suvo público. puestas pulgas forzudas, sí remite a todo un mundo de picaros ambulanTampoco deja de haber en el Retablo cervantino algún personaje que, tes, rústicos necios y pulgas entrevistas con la lente de aumento del como en alguna versión de El engaño del ilusionista, manifiesta su disiengaño. dencia en voz muy baja porque no alcanza a contemplar lo que los demás No disponemos ahora de espacio para traer a colación textos y condicen ver: el rústico Capacho («milagroso caso es éste: así veo yo a Santextos que den alguna fe de los circos de pulgas que han recorrido duransón ahora, como el Gran Turco») o el vulgar gobernador, quien se espante siglos los caminos de España. Pero no nos resultará difícil imaginar los ta de que «todos ven lo que yo no veo...». efectos, y fantasías que habrán generado en el seno del público que los Las versiones antiguas y modernas del cuento tradicional de El engahabrá contemplado (o creído que los contemplaba) con admirada e inoño del ilusionista coinciden, pues, con el entremés cervantino, en no pocentísima estupefacción. Qué fabuloso muestrario de ilusiones y de mencos ni triviales motivos: hay siempre unos cómicos ambulantes que llevan tiras, que desbordaría seguramente al más imaginativo Cervantes, tenconsigo un espectáculo que hace ver ilusiones de naturaleza animal y a dríamos a nuestro alcance si alguien se hubiese tomado la molestia de veces relacionadas con exhibiciones de fuerza al público rústico y necio. registrar las impresiones del embobado público que habrá asistido a tales La versión del siglo xv, la cántabra y las asturianas modernas detallan que estrafalarios espectáculos, creyendo ver lo que no se puede ver bajo el el idiotizado público contempla a un gallo (o a una hormiga) que arrastra pregón sugestionador del charlatán de turno. Qué contraste tan instructiuna viga, cuando en realidad porta una brizna de hierba. Mientras que los vo podríamos establecer entre las crónicas descriptivas de los circos de personajes embobados de El retablo de las maravillas decían ver a un pulgas capaces supuestamente de arrastrar carritos, piedras, pajas o junSansón que hacía también una exhibición de fuerza (no con una viga cos y las que ya tenemos de Sansones, gallos y hormigas mágicamente arrastrada por un gallo forzudo, pero sí con columnas derribadas), además arrastradores de columnas y vigas. Y qué sugerente vía de comprensión de toros, leones y osos tremebundos, símbolos todos del vigor y la fiereza. de El retablo de las maravillas nos abren tales puntos de contraste a quienes nos hemos sentido alguna vez fascinados por su Sansón poderoso y por sus fieras terribles, que, entendidos en este contexto, parecen parienClRCOS DE PULGAS FORZUDAS Y CAJAS DE ORUGAS DANZANTES tes no tan lejanos de las pulgas forzudas de los teatrillos ambulantes de toda la vida. Miremos, para ir terminando, a otros picaros ambulantes, otros aldeaPermítaseme, aquí, otro breve excurso, a un tiempo narrativo y metanos crédulos, otras faunas estrafalarias y un cuento diferente: el anotado, en narrativo, como resulta que son, abierta o soterradamente, casi todos los concreto, hacia 1570 por Francisco Martínez de Castrillo (1997: fol. 61rv): relatos que estamos conociendo: hay una película, Once upon a lime Estando yo en tierra de sayago, andaua por alli vn hombre vendiendo vnos (Érase una vez 1944), de Alexander Hall, interpretada por Cary Grant, poluos para matar las pulgas, y en cada lugar vendia los que podia, sin que naJanet Blair y James Gleason, que cuenta las aventuras de un niño que die le preguntase nada, y se yba lo mas presto que era possible hasta que acertó guarda en una caja de cartón una oruga que lleva el nombre de Curly y a vendellos en vn lugar a vn ama de vn abbad (que llaman alia, que estas siempre son mas agudas que las otras) y preguntóle que auia de hazer con aquellos que baila cuando su jovencísimo amo interpreta con su armónica la canpoluos para que se muriessen las pulgas, respondió que les abriese las bocas con ción Yes, Sir, that's my baby... El muchacho se dedica a exhibir la oruga los dedos, y que les echase dentro vna cucharada dellos, y que a quantas lo hidanzante por las calles de Nueva York a cambio de unas míseras mone/iese se morirían. das, y a m a l v i v i r de aquel modesto espectáculo juglaresco, que casi nunca atrae a ningún Inmsei'mte. I lasta el día en que cae en las redes de Jcrry Nos encontramos ante una interosaiilísima versión ild cuento que licFlynn, un empresario Icnlrnl desaprensivo que en cierta ocasión consienué el número IX(>2A del catálogo de cuentos de Aiinie Thompson-l Jther te en mirar dislnildiinienk 1 n I ni vés del agujero de la caja de galletas en l;i (Sliaiii i>li\'si«i;ni, l'Wia: 55-56

lín un conocido pasaje cíe la Confesión ruñada de reman Pero/ de ( i u / m á n ( « y / I MI l-loO) se lince referencia a una serie de creencias y prácticas supersticiosas i|iio lodo buen cristiano, en amor de I )ios, debería

MARÍA TAUSIET y HÉLÉNE TROPÉ (eds.)

FOLCLORE Y LEYENDAS EN

LA PENÍNSULA IBÉRICA EN TORNO A LA OBRA DE FRANQOIS DELPECH

í CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS MADRID, ?014

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ÍNDICE

('diálogo general de publicaciones oficiales: lilt/>://imhlicacionesoficiales.boe.es/

María TAUSIET y Héléne TROPÉ Introducción

9

María TAUSIET 1ÍDITOR1AI. CSIC: http://editorial.csic.es (correo:[email protected])

La obra de Fran9ois Delpech

I.

21

SANTIDAD FEMENINA

Augustin REDONDO GOBIERNO DE ESPAÑA

MINISTERIO DE ECONOMÍA Y COMPETITIVIDAD

CSIC

Leyendas, creencias y ritos en torno a Santa Quiteria en la Castilla del siglo xvi

37

Marco V. GARCÍA QUÍNTELA Marina concubina, Marina virgen, Boand adúltera: fecundidad extramarital y genealogía de los paisajes

57

Cécile VINCENT-CASSY L'inventaire des empreintes sacrées. Le discours de Juan Acuña del Adarve sur les Saintes Faces (Jaén, 1637)

«'i CSIC 'i' 1 Muría Tausicl y lléléne Tropo (eds.) y de cada texto, su autor ISHN: hllíiH>i>liiiiHf. IX. 7 ( IKK4). un. I