Cartas a Un Hijo

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¿Hijo, qué es la vida? La vida es de propósitos, ya que nunca vas a encontrar un solo camino, sino miles de caminos

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL sábado 16 de noviembre de 2013 12:00 AM La vida es un viaje, no un destino; y debes caminarlo, pero lo más importante aún: debes disfrutarlo. La vida es algo parecido al horizonte, el cual lo ves allá lejano; y caminas una hora, y lo sigues viendo lejano, y por mucho que camines nunca lo alcanzarás. Entonces te preguntarás: ¿para qué sirve el horizonte? Precisamente para hacerte caminar. La vida es como ese horizonte, un camino sin fin, que te lleva a todas partes y a ninguna parte, pero mientras tanto te hace caminar. Y para caminar ese camino, trata de ser como el agua, que aunque tú no lo creas, es más fuerte que la roca, y se adapta a cualquier forma sin perder nunca su esencia. Siempre fluye siguiendo el camino más fácil, el más corto, el que representa menos resistencia, y siempre tiende al equilibrio y al reposo. Es de una gran quietud, es transparente, pero en su persistente

goteo consigue perforar la roca. Por eso te digo que lo blando es más fuerte que lo duro, y que el amor es más fuerte que la violencia. Y mientras lo recorras, no lo critiques, ya el mundo es como es y nunca se adaptará a nosotros; y por más críticas que le puedas hacer, nunca lo cambiarás. Concéntrate en mejorarlo un poco; y aspira como mucho, a que cuando te mueras, hayas dejado buena huella en algún ser humano, para que te recuerden como un maestro. Será duradero Pero nunca trates de apurar ese camino, ya que al igual que en la vida; aquello que consigas con paciencia, con tiempo, con conocimiento, con constancia y dedicación, siempre va a ser duradero. Lo que se consigue rápido, generalmente dura poco. Y no te preocupes si cometes errores, preocúpate si no aprendes a continuar caminando después que los cometiste, con tu dignidad y tu salud mental intactas, y quizás más reforzadas, sin que merme el respeto hacia ti mismo. Ya que nunca te van a respetar los demás, si tú no eres el primero que te respetas. Trata en ese camino de evitar el peligro. Sun-Tzu, el escritor de El arte de la guerra, decía: "triunfan aquellos que saben cuándo luchar y cuándo no"; y "la victoria más importante es aquella que se logra sin necesidad de combatir". Y contrólate en todo momento, ya que si no controlas tu mente, irremediablemente ésta terminará controlándote a ti. Y trata de no ser un prisionero de tu pasado, ya que no lo vas a poder cambiar, sé un arquitecto de tu futuro. ¿Entonces cuál es el propósito de la vida, padre? La vida es de propósitos, ya que nunca vas a encontrar un solo camino, sino miles de caminos, y sólo los que saben a dónde quieren ir, saben en todo momento dónde están. ¡Hijo, hay dos grandes días en la vida de un hombre, cuando nace y el día que descubre para qué! [email protected]

¡El maratón de la vida! Y él respondió algo que nunca podré olvidar: "en la vida hay que morirse joven, lo más tarde posible"

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL sábado 25 de enero de 2014 12:00 AM Cuando tenía 18 años, leí: "el músculo se adquiere con dificultad y se pierde con facilidad. La grasa se adquiere con facilidad y se pierde con dificultad". Pensé un rato, y me dije: "no hay más remedio: un par de zapatillas y a correr. No dependo de una cancha, de un equipo, de nada. Inclusive no se requiere de mucho talento". Llevo 37 años corriendo sin parar, y estoy convencido de que es una filosofía de vida, ya que la vida también es un maratón. Debes prepararte, y debes correrlo a tu paso, nunca al paso de los demás. Y al llegar a la meta, no importa el tiempo que hicieron los otros, lo más importante es el tiempo que hiciste tú. ¡Corres para ti, no para los demás! ¡Vives para ti, no para los demás!

Al igual que en la vida, el ritmo va cambiando con la edad, y si quieres terminar con éxito (el éxito en el maratón es como en la vida, es muy relativo), nunca debes pensar en lo que has recorrido o lo que falta por recorrer, solo en el hecho de que te preparaste muy bien para correrlo, y que debes seguir corriendo. Igualmente, debes saber dosificar los momentos de euforia donde te provoca subir el ritmo, y los del bajón, donde tu cuerpo te pide parar cada segundo. Pero al final de todo tu objetivo, al igual que en la vida, no solo debe de ser terminar el maratón, sino disfrutar el maratón. Una vez, conversando con un señor mayor, al terminar uno de los tantos maratones que hice, y después de haberlo felicitado por haberlo finalizado a su edad, me dijo: "¿no corres porque eres viejo; o eres viejo porque no corres?". ¡Qué profundo! Al llegar a una edad, el reloj eres tú mismo. Y tus grandes hazañas ya no se miden en tiempos, se miden por la satisfacción de haberle dado a tu cuerpo, aunque sea una pequeña oportunidad de que envejezca con cierta dignidad y calidad de vida. Otro día, al terminar una de esas largas carreras que suelo hacer los domingos, y mientras me tomaba un buen jugo para reponer fuerzas, un señor que también acababa de correr, sin conocerme me comentó (así son las personas mayores, te hablan como si te conociesen de toda la vida): "¿por qué será que la gente se cepilla los dientes todos los días, y nunca hace deportes? ¿Será que los dientes son más importantes que el resto del cuerpo? Mire jovencito le voy a dar un consejo (típico de la gente mayor que da consejos sin que nadie se lo pida; pero se lo agradecí muchísimo), haga siempre deporte y trate de mantener un equilibrio en su vida". A lo que le respondí: "estoy de acuerdo; y le digo más señor, mi madre siempre me decía: la salud del niño está en el plato, la del viejo en el zapato". Se me quedó viendo y me dijo: "¿su madre debe ser una mujer muy inteligente?". "Inteligente no sabría decirle, de lo que estoy seguro es de que era muy sabia". Y él respondió algo que nunca podré olvidar: "en la vida hay que morirse joven, lo más tarde

posible". [email protected]

¡El viaje de la vida! Le pregunté a mi madre cómo le llamaría el primer viaje que hicimos y me contestó "viaje desgarrador"

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL sábado 14 de diciembre de 2013 12:00 AM Después de viajar muchísimo en avión, American Airlines me dio una tarjeta plateada denominada "Executive Platinium", acompañada de una carta de su presidente, sin la firma en original, diciéndome que había superado el millón de millas con ellos. Todavía no entendiendo si era de reconocimiento, o de burla. Ya, que no es normal o natural, que uno tenga que pasar buena parte de su vida montado en un avión para ganarse la vida. Hoy, después de haberle dado varias veces la vuelta a la tierra, todavía me pregunto cómo calificar aquel primer viaje que hice

en avión con mis padres, siendo un niño, desde Madrid a Caracas: ¿Viaje turístico? ¡Nada más lejos de eso! Es verdad que íbamos a conocer algo nuevo; pero no precisamente como turistas. Estábamos huyendo; mejor dicho, mis padres estaban huyendo de muchas necesidades y miserias. ¿Viaje de negocios? Creo que sería una pretensión muy elevada para unos señores de cincuenta años, con un hijo de once, que no tenían preparación ni profesión, sino que únicamente estaban dispuestos a dejarse la piel en el trabajo que fuese o que encontrasen, para así darles un mejor futuro (mejor dicho: "un futuro") a sus hijos. ¿Viaje de placer? La verdad es que de placer no tenía mucho. Mi madre con los ojos hinchados de tanto llorar, por haber tenido que separarse de sus otros hijos, emitiendo esos suspiros que suele hacer la gente, cuando no le llega suficiente aire a sus pulmones, quedando sin aliento por unos segundos. Mi padre, con esa actitud machista que no le permitía derramar una lágrima; pero con esa mirada perdida, como tratando de adivinar si merecía la pena ese inmenso sacrificio. Un día, le pregunté a mi madre como le llamaría a ese primer viaje que hicimos, y me contestó sin pensarlo dos veces: "viaje desgarrador". Me dijo que nunca en su vida volvió a enfrentarse a un dolor tan grande, por el hecho de haber dejado a sus cinco hijos, sin saber cuándo volvería a verlos. Tiempo después le pregunté a mi padre cómo calificaría ese primer viaje, y me contestó sin dudarlo mucho: "viaje del dolor y la esperanza". Me dijo que representó un inmenso dolor dejar su pueblo, sus hijos; pero que sólo pudo hacerlo por la esperanza de un futuro mejor. Yo tardé muchos años, en saber cómo calificarlo. Un día, llenando las preguntas que te hacen en el formulario de entrada a un país, en el que preguntan el motivo del viaje: ¿Placer? ¿Negocio? Me quedé pensando un rato, y no sé porque le puse: "El viaje de la vida". Llegué al lugar donde le sellan a uno el pasaporte, y me atendió

una señora de cierta edad. Miró la planilla, se quedó pensando por un momento; y finalmente me dijo: "un buen motivo para venir a mi país". PD. Este artículo se lo dedico con muchísimo respecto, a todos esos venezolanos que emigraron y que pasarán estas navidades lejos de su tierra y de sus seres queridos. [email protected]

Cartas a un hijo Reflexiones de un padre, inspirado en sus padres, y con un poco de sentido común...

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL sábado 19 de octubre de 2013 12:00 AM Tu abuela, era una mujer pequeña, delgada y menudita, pero dotada de una gran fuerza (no física). Una vez me dijo, cuando se estaba muriendo de cáncer: ¡Carlos, nunca le tengas miedo al camino, tenle miedo a no caminarlo! Tu abuelo, un hombre fuerte, mejor dicho gordo, alegre, optimista y extrovertido. Una vez me dijo, cuando se estaba muriendo de cáncer: "Carlos, el trabajo te evita tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la pobreza". He tenido la suerte de tener unos padres: pobres, humildes, sencillos, pero eso sí, muy trabajadores. Quizás incultos en muchos aspectos, sabios en otros, pero por encima de todo eran: ¡Padres!

Nunca tuvieron demasiadas cosas, pero para mí lo tenían todo; sobre todo la fuerza de sus convicciones, sus valores, su espíritu de sacrificio, su humildad y un gran respeto por ellos mismos. Gente decente, trabajadora y humilde, que siempre hicieron las cosas lo mejor que pudieron. ¡Mucho decir, para los tiempos que corren! Viví mi infancia con ellos, en una habitación en una pensión en El Cementerio, con un par de camas, un armario y una mesita de noche. No teníamos casa, pero teníamos: ¡Un hogar! Con el transcurrir de mi vida, y después de haber vivido unas cuantas experiencias, las cuales lamentablemente, como decía mi padre: "Lo único malo de las experiencias, es que se aprenden demasiado tarde", y habiendo muerto mis padres hace tiempo, me di cuenta, que quizás lo más sencillo en la vida, es lo más complicado: ¡Ser padres! Cuando se te muere un padre o una madre, sientes que algo de ti se te está yendo. Como si el cordón umbilical no fuese cortado cuando naces, sino cuando tus padres mueren. O quizás porque piensas que ahora eres tú el que ya está en primera fila. O porque comienzas a darte cuenta que te estás volviendo viejo. O porque ya notas, que ese ser invencible que creías ser, también tiene fecha de expiración. Lo que encontrarás en las próximas cartas, son reflexiones de un padre, inspirado en sus padres, con un poco de sentido común, y quizás un poco pasado de moda. Quizás en el fondo, lo que trato es de transmitirte humildemente un poco de mis experiencias (aunque tu abuela decía que nadie aprende en cabeza ajena). Y aunque tú no lo creas (ya que eres joven), el intervalo entre la juventud y la vejez es más breve de lo que te imaginas. Hace años leí al poeta libanés Jalil Gibran: "Tus hijos no son tu hijos. Vienen a través de ti, pero no de ti, y aunque estén contigo, no te pertenecen. Puedes darle tu amor, pero no tus pensamientos, pues tienen los suyos propios. Puedes esforzarte

en ser como ellos, pero no intentes que sean como tú". Nosotros los padres, muy a pesar nuestro, lo único que podemos hacer es verlos caminar, y estar ahí si Dios quiere, solo y únicamente por si nos llegasen a necesitar. ¡Simple, hijo, pero muy profundo! [email protected]

¡Segunda carta a un hijo! Cuídate del éxito, éste es el mayor enemigo del ser humano, porque el éxito trae consigo "dinero"...

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL sábado 7 de diciembre de 2013 12:00 AM Hijo, la vida tiene un gran objetivo: ¡Ser Feliz!; y quizás para lograrlo, lo mejor sea: luchar apasionadamente por lo que se desea y todavía no se tiene; pero querer apasionadamente lo que ya se tiene. Mi madre solía decirme: "Carlos, si solo deseas lo que tienes, habrás alcanzado la felicidad plena".

Es bello tener cosas, pero la clave es que tú las poseas, y no ellas a ti, ya que si aquello que posees constituye los cimientos de lo que eres, vas a tener serios problemas de felicidad en tu vida. Lo que tú eres, es mucho más importante que lo que tú tienes; y nunca te concentres en ganar dinero, concéntrate en hacer un buen trabajo con pasión, que es precisamente lo que a la larga te dará dinero. Conozco demasiada gente rica, que lo único que tienen es dinero. La pobreza hijo, no es solo carencia de dinero, es carencia de otras muchas cosas. El dinero, quizás es la mejor publicidad para recibir el reconocimiento de la sociedad; pero comienza primero por recibir tu propio reconocimiento. Cuídate del éxito, éste es el mayor enemigo del ser humano, porque el éxito trae consigo "dinero" y un incremento exagerado del "ego". El dinero te da derecho a comprarte placeres; y tiende a convencerte de que tú, y por ser tú, te mereces todo; y el ego te lleva a creer que estás por encima de todo. ¡Unos grandes enemigos metidos en tu propia casa! Y es precisamente ese éxito, algo que perseguiste desesperadamente y trabajaste muy duro para lograrlo, el que casi siempre termina controlándote a ti. ¡Por eso, el éxito nunca debes considerarlo como un objetivo ni un destino! Y por experiencia te digo que cuánto más te enfocas en el resultado, más tardará en llegar. Solo si disfrutas lo que estás haciendo, no importa cuándo lleguen los resultados, porque ya desde el primer día estarán llegando. Inclusive, te diría que nunca califiques los eventos de positivos o negativos; simplemente de experiencias, de las cuales aprendiste. Y estoy seguro de que aprenderás más de las negativas, que de las positivas. El goce de ganar nunca debe ser superior al de perder, ya que este último es el que realmente te hace entender mejor el valor de ganar; y además con el tiempo, las pérdidas siempre acaban convirtiéndose en ganancias. Eso sí; llénate de sueños, camina, persíguelos. No importa lo

que te digan. Recuerda que la gente que no logra conseguir sus sueños, suele decir a los demás que tampoco cumplirán los suyos. No quiero terminar esta carta hijo, sin dejar de mencionarte dos bellas frases que algún día leí: "La ausencia del dinero nos empobrece; su mal uso nos vuelve miserables". "Solo tienes que darle dinero y poder al ser humano para conocerlo en profundidad". [email protected]

¡Tercera carta a un hijo! Lo que realmente te va a dar mérito, es continuar cuando ya no puedes más...

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL sábado 18 de enero de 2014 12:00 AM Hijo, hay algo que seguramente vas a perseguir toda la vida: ¡El éxito! Permíteme comenzar diciéndote que el éxito no consiste sólo en alcanzar resultados, sino en hacerlos sin dejar de lado la

ética. El éxito, hijo, sin valores no es éxito, y nunca serás exitoso en tus negocios, si tu vida personal es una vergüenza. ¡Tener éxito es conseguir un equilibrio en todas las áreas de la vida! Igualmente, si tu único fin en la vida es ganar dinero, nunca estarás satisfecho. El dinero es un medio, nunca un fin. Un buen siervo, pero un mal amo. El dinero, generalmente es una consecuencia del éxito, y no al revés; y también se puede ser muy exitoso, sin tener dinero. Seguramente me preguntarás qué se necesita para ser exitoso. Se necesitan muchas cosas: ambición, motivación, pasión, voluntad, trabajo, disciplina, perseverancia y también por qué no, una buena dosis de suerte. Pero lo más importante que necesitas es: que decidas lo que quieres ser, hacer y tener, ya que existe una fuerte relación entre la claridad de las metas y lo que se consigue. Después de esto, hazte una sola pregunta: ¿estoy dispuesto a pagar el precio para lograrlo? Y esto, lo puedes responder sólo tú, ya que eres el único que tienes el control de ti mismo. Y recuerda lo que mi padre me solía decir: "Si es fácil, probablemente no merece mucho la pena". ¿Estás listo? ¡Comienza ya! Nada tarda tanto como lo que no se empieza; pero recuerda siempre que la ambición es necesaria, ya que sin ésta no se empieza nada; pero sin trabajo no se termina nada. Muchos tienen ambiciones, pero pocos tienen voluntad para lograr esas ambiciones. Muchos tienen motivaciones, y eso es lo que los anima a comenzar; pero es el hábito del trabajo, la disciplina y el tiempo, lo único que les permite llegar. ¿Estás claro que es un largo camino y que apenas dura toda la vida? Y no se trata de construir la pared más grande e impresionante de un día para otro. Pon un ladrillo cada vez. Di "voy a poner este ladrillo tan perfectamente como pueda ponerse un ladrillo". Y si lo haces así todos los días, pronto tendrás una pared grande e impresionante. Así de simple: trata de ser tan bueno en lo que haces, que los demás no puedan

ignorarte. Pero lo que realmente te va a dar mérito, es continuar cuando ya no puedes más, y estar dispuesto a levantarte una vez más, sin importar las veces que te hayas caído. Estoy seguro de que habrán otros más talentosos que tú, y seguramente más inteligentes que tú; pero si tú estás dispuesto a subirte a la cinta de correr de la vida, hay sólo dos opciones: o los otros se bajan primero que tú, o tú estás dispuesto a morir en la cinta; y estarás condenado a triunfar. Pero lo más importante de todo: "si una vida, dos vidas o muchas vidas han transcurrido más fácilmente porque tú has vivido. ¡Eso sí es realmente haber triunfado, hijo mío!". [email protected]

¡A estudiar! Y dijo mi padre: "yo voy a hacer contabilidad, Carlitos inglés, y tú, Benita, secretariado".

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL

sábado 21 de diciembre de 2013 12:00 AM Dentro de su ignorancia mis padres, mejor dicho dentro de su gran sabiduría, sentían un gran respeto por la educación y el conocimiento; y estaban convencidos de que era el mejor y mayor activo que podía tener una persona. Como solía decir mi madre: "Carlos, el saber no ocupa lugar". Mi padre, tratando de darle un tono más filosófico, decía que la diferencia entre los hombres no es el dinero, sino los conocimientos; y el hombre debería saber un poco de muchas cosas, y muchísimo de pocas cosas. Yo pensé en muchas oportunidades, que mis padres se sentían inferiores ante la mayoría de las personas que ellos consideraban más cultos o con más preparación que ellos. Quizás fue esto lo que nos llevó, al poco tiempo de llegar a Venezuela, a que un buen día mi padre dijese: "desde mañana comenzamos en la academia Politécnico Gregg, que está en la avenida Urdaneta, esquina de Ibarras. Yo voy a hacer contabilidad, Carlitos inglés, y tú, Benita, secretariado". "Pero Manolo, te volviste loco, a nuestra edad ponernos con eso, haremos el ridículo. Yo no voy". Al cabo de dos días estábamos los tres en el horario de 7 a 9 de la noche. Mi padre con la ilusión de poder llamarse algún día contador, con el curso de contabilidad general de 3 meses que ofrecían; mi madre sin ninguna ilusión, y yo enfrentándome al viacrucis del inglés. Mi mamá tenía 3 asignaturas en el curso de secretaria: mecanografía, dictado y taquigrafía. Recuerdo, que comenzaron tapándole algunas letras en la máquina de escribir, y el esfuerzo que ella hacía para repetir miles de veces la A, la B, etc. Pero lo que peor se le daba era el dictado, que decía que no entendía a la profesora, que iba muy rápido, y que le dolían ojos. "Manolo, es que después de un rato los ojos se me casan y me empiezan a llorar. Y además, soy la mayor de la clase, mejor dicho la única mayor". "Pero mujer, ¿quieres ser cocinera toda la vida?". "Manolo soy lo que soy, y es inútil que pretendas que sea otra cosa. ¿Qué hace una gallega de pueblo de secretaria? ¿Quién va a querer una secretaria como yo? Yo me quedo y les preparo la cena". A regañadientes mi padre aceptó, y la aventura educativa de mi madre duró exactamente 4 días.

Yo me sentía en la obligación de ser solidario con mi padre, aun cuando era el hazmerreír del curso. Todos esperaban que la profesora me hiciese leer una frase en inglés para que todos comenzaran por lo bajito con las típicas risitas. Mi fuerte acento gallego estaba reñido con la buena pronunciación anglosajona. Ya se burlaban cuando hablaba en español, por mi marcado acento gallego; y no me quiero imaginar lo que pensaban cuando trataba de decir algo en inglés. Recuerdo un día, que nos pusieron una pequeña tarea de una traducción del inglés al español, y el tema era sobre la industria de las ruedas de automóviles. Este artículo, continuará el próximo sábado. [email protected]

¡A trabajar! No hay peor cosa que esperar a que las cosas cambien u ocurran de la manera que quisiéramos

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL

sábado 4 de enero de 2014 12:00 AM Los venezolanos tenemos fama de ser flojos, y más allá de analizar si es justa o injusta esa calificación, de lo que sí puedo afirmar sin temor a equivocarme, es que mis padres eran exageradamente trabajadores. Sin embargo, a mi madre no le gustaba que se lo dijesen. Para ella, llamar a alguien "trabajador", era porque trabajaba por la fuerza; y ella lo hacía con mucho amor. "Carlos, lo bien que hagas la cama, es lo bien que dormirás en ella". Los estoicos decían que la satisfacción es lo más valioso del trabajo. Y no necesariamente trabajar en algo que no te gusta debe ser malo. A veces necesitas conocer algo, precisamente para saber que no te gusta, ya que no siempre la razón prevalece sobre la experiencia, y muchas veces la experiencia es la que da la razón. Bhagavad Gita decía "es mejor cumplir con nuestro deber, por defectuoso que pueda ser, que cumplir con el deber de otro, por bien que uno lo pueda hacer". Hay precisamente una palabra en japonés que me fascina: "kaizen", que significa: constante y nunca dejar de mejorar. ¡Mi madre definitivamente era una Kaizen!; y siempre que yo llegaba del colegio y pretendía ponerme a descansar, me decía: ¿no tienes tareas Carlos? "Sí mamá, como siempre", le respondía. A lo cual indudablemente me decía: "Carlos, primero haz tu trabajo, y después descansa; no al contrario". Esto siempre me recuerda a uno de mi pueblo, que cuando me veía en los veranos descansando debajo de un árbol, al mediodía cuando el Sol era inclemente, en tono irónico me decía: "¿Carlos, tú sabes por qué puedes descansar a la sombra debajo de ese árbol? Porque alguien trabajó plantando el árbol". ¡Qué profundo! Mi padre también tenía su frase favorita sobre esto: "Carlos, el trabajo te evita tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la pobreza". Con el tiempo me di cuenta de que el trabajo dignifica al hombre, y no hay ningún trabajo que sea indigno, ni servil; y ningún trabajo está por debajo de la dignidad de nadie. ¡El no trabajar es la verdadera indignidad!

Si el trabajo que haces, es solo eso, un trabajo, entonces no es tu trabajo. El trabajo nunca debe de pesar, y es no hacer nada en la vida precisamente, lo peor que se puede hacer. Y solo y únicamente si haces lo que amas, es que otros pueden amar lo que haces. Me sorprende cada día la gente que me dice que trabaja en tal empresa. Siempre me quedo pensando y me provoca decirle: Ud. no trabaja para tal empresa, Ud. trabaja para Ud., en tal empresa. Lo que se logra o no se logra no depende de otros, sino de uno mismo, de las decisiones que uno tome y sobre todo de la acciones. Lo que uno no haga, seguramente nadie lo hará por uno. No hay peor cosa que esperar sentado a que las cosas cambien u ocurran de la manera que quisiéramos. En la vida o eres víctima o protagonista. O eres espectador o eres actor. Así que; ¡A trabajar! La mejor resolución para el 2014. [email protected]

¿Por qué soy empresario?

CARLOS DORADO Hijo, recuerdo que un día me preguntaste: ¿Padre, por qué elegiste ser empresario? Quizás hoy con más de 30 años de empresario a cuestas y unos 2.500 empleados, tengo las ideas un poco más claras. Primero déjame aclararte, que yo comencé siendo un empresario de maletín, pero no como los de hoy en día. Lo único que yo tenía era precisamente un maletín; pero eso sí, lleno de sueños, de ilusión y de pasión; y con esas armas y con mucho tiempo, es difícil que no encuentres cientos de respuestas a la pregunta: ¿por qué soy empresario? Porque quería ser mi propio jefe. Porque quería hacer realidad mis sueños. Porque el tiempo para iniciar un sueño siempre es perfecto. Porque soñaba con hacer cosas grandes. Porque tenía un sueño y no quería que nadie me lo arrebatase. Porque si no luchaba por mis sueños terminaría luchando contra mis realidades. Porque estaba dispuesto a dejarme la piel por mi sueño. Porque quería medirme a mí mismo. Porque quería generar riqueza primero para mí, después para mis empleados, y por último para mi país. Porque quería seguir a mi corazón y mi intuición. Porque me gustan los retos. Porque quería competir contra mí mismo. Porque creo que es mejor fallar en algo que amas, que triunfar en algo que odias. Porque quería ser de los que hacen que las cosas pasen, no mirar cuando pasan; y menos aún el preguntar por qué pasaron. Porque no quería vivir la vida de otro. Porque si mi vida se la iba a dedicar al trabajo, quería trabajar en algo en lo que fuese completamente feliz. Porque quería dejar algo que sobreviva después de mí. Porque quería conocer el camino y estaba dispuesto a andarlo. Porque quería actuar como pienso. Porque quería conseguir la ostra, no la concha. Porque estaba dispuesto a arriesgar, donde otros piensan en lo seguro. Porque en la vida hay algo peor que el fracaso; es no haberlo intentado nunca, y no me importaba el fracaso, sabía que era la entrada al éxito. Porque no quería hacer siempre lo mismo, para obtener siempre los mismos resultados. Porque no necesitaba ser grande para comenzar. Porque la vida es demasiado corta para hacer algo que no me gustase. Porque quería divertirme trabajando. Porque no quería conducir mi vida

con el freno de mano puesto. Porque no hay ningún juego que puedas ganar, si no lo juegas. Porque quería trabajar en lo único que tengo control: sobre mí mismo. Porque es difícil, tener una vida con sentido, con un trabajo sin sentido. Porque quería darme la oportunidad de ser la persona que quería ser. Porque estaba dispuesto a pagar el precio necesario para conseguirlo. Porque quería poner la responsabilidad en mí mismo. Porque sabía lo que no quería hacer y lo que no quería ser. Porque mi madre, una vez me dijo: "Carlos, no sólo eres responsable de lo que haces, sino también de lo que no haces". ¿Por qué hijo, crees que podría haber sido otra cosa en la vida? [email protected]

¡Soy millonario! Mi madre siempre me decía: "Carlos, no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita"

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL sábado 9 de noviembre de 2013 12:00 AM

Un día, regresando yo del colegio donde estudiaba; y yendo a comer al colegio donde mi madre trabajaba de cocinera (el paquete salarial de ella, incluía mi almuerzo diario), mientras caminaba mirando al suelo (no sé por qué, los que nacimos en un pueblo siempre caminamos mirando al suelo); de repente vi un billete de 50 bolívares. Le puse el pie encima, y pasé un rato viendo a los lados, para estar seguro de que al que se le había perdido, no volviese a encontrarlo. Cuando me di cuenta que no había ni un alma en metros a la redonda, muy disimuladamente, como pretendiendo atarme los zapatos, lo agarré y me lo metí en el bolsillo. Llegué al colegio; y comí con ansia, muy desesperado por contárselo a mi madre. Esperé a que todos los demás niños se hubiesen ido, y le dije: "Mamá, mira lo que encontré", asomándole un trocito del billete desde el bolsillo. Me lo agarró, lo metió en su delantal y no me dijo nada. Me quedé un poco desconcertado; y confieso que me pasé toda la tarde preocupado, pensando qué iría a decirme mi madre. Al final, pensé: ¡yo no hice nada malo, sólo me encontré un billete en el suelo!; bueno es verdad que disimulé, para disminuir las posibilidades de que lo encontrase el que lo había perdido. Pero nada más allá. A eso de las 6 de la tarde llegó mi mamá con una bolsa, la puso encima de la mesa, y me dijo: "Mira lo que compré con lo que encontraste; seis kilos de chuletas de cochino. Ahora sí vamos a comer carne por un buen tiempo. Y todavía me sobraron 16 bolívares". Mi padre los tomó, y al siguiente día, en la noche se presentó con unas tres botellas de vino tinto, con toda la felicidad del mundo reflejada en su cara: "Miren, tenemos unos riojas, para acompañar esas chuletas". "Pero Manolo, tú estás loco; ¿cómo gastas dinero en vino, con lo escasos que andamos?", le dijo mi madre. "Benita, por lo menos vamos a soñar de vez en cuando, que somos millonarios" Una noche sí y una no, comíamos cada uno una chuleta de cochino, con arroz blanco acompañado de un vaso de rioja tinto. Por supuesto, la chuleta frita en aceite. ¡Qué gran festín; mi papá, mi mamá, yo, una chuleta de cochino con un plato de

arroz y un vaso de vino tinto! Hoy, después de haber recorrido algunos de los mejores restaurantes del mundo, y de haber probado todas las chuletas de cochino (las pido cada vez que las veo en el menú); nunca me encontré ninguna tan sabrosa. No sé si serán las chuletas, el aceite, el vino, mis padres, o los 50 bolívares que me encontré por casualidad. ¡O quizás sea todo eso junto!, pero nunca volvió a ser igual. Y me viene a la mente eso que siempre me decía mi madre: "Carlos, no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita". ¡Soy millonario! [email protected]