Carretto-Carlos Lo Que Importa Es Amar

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Carlos Carretto

lo que importa es am ar meditaciones bíblicas cuarta edición

ediciones paulin as

Título original de la obra: C IÓ C H E CO NTA E' AMARE Editrice AVE, Roma, 1968 - 4? Edlzlone Traducción: Alejo Orla León (España) con las debidas licencias © 1968 by Ediciones Paulinas, Caracas, 1970

Presentación

Extractam os de la edición original parte de los con­ ceptos con que el autor presenta su libro. U n a de las suertes mayores que he tenido en m i vida ha sido el descubrim iento de la Biblia que hice hacia los veinte años. A este descubrim iento atribuyo ese poco de sensibili­ dad que m e condujo prim ero a darme al apostolado en el m undo y, m ás tarde, a buscar el A bsoluto en u n a C on­ gregación contem plativa como la de los Pequeños H er­ m anos del Padre Foucauld. L a Biblia nunca m e defraudó. Siem pre encontré en ella lo que m i alm a necesitaba etapa tras etapa. M e acom­ pañó en el desarrollo de la fe desde el período entusiasta y ardiente de la juventud, hasta la prueba del desierto cuando, en la aridez m ás doloroso, falta toda ayuda exte­ rior y el alm a se ve inclinada y sacudida, como un a caña, por la tem pestad del Espíritu. Pero antes de ese día —si me queda tiempo y si es la voluntad de D ios m i Señor— quisiera volver a leerla con los que no la conocen o porque no la han com prado o porque, si la compraron, la abandonaron asustados ante las prim eras dificultades. Q uisiera volver a leerla con los sencillos, con los pobres, con los que no han estu­ diado exégesis pero están arm ados de u n a sola cosa: de la voluntad de conocer el libro de D io s. . . Ciertam ente no hemos sido ayudados por el pasado.

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Procedem os de u n a época en que la Biblia era u n libro sellado, casi prohibido. U n a época oscura en la que, ni siquiera en las fam ilias cristianas, había am or a la Biblia y la gran m ayoría de los católicos no conocían la Sagrada Escritura. Por fortuna las cosas han cam biado y el soplo del Espí­ ritu Santo que se ha dejado sentir sobre el Concilio está pegando fuertem ente contra los m uros de los viejos con­ ventos y de las sacristías de u n cristianismo reducido a la lucecilla de nuestra m iopía, y está sacudiendo las m asas de los seglares, ignorantes de Cristo porque ignoran la Sagrad a Escritura. N o es m ía esta frase terrible, pero la he sentido y vivido como su autor, S. Jerónim o: “Ignorantia Scripturarum ignorantia C hristi”, la ignorancia de la Sagrad a Escritura es ignorancia de Cristo. ¡Y es cierto! Y aú n m ás cierto en nuestros días en los que u n nú­ mero considerable de cristianos se ve obligado a revisar su actitud respecto de la fe. M uchos, sorprendidos por los cam bios rápidos de las cosas y hallándose sin prepa­ ración, se sienten im pulsados a preguntarse: "pero, ¿yo creo todavía? o tam bién, ¿quién es el D ios de m i fe? L a respuesta no siempre es inm ediata, especialm ente en quien está ocupado en demoler del propio pasado reli­ gioso las superestructuras sentim entales o los altarcitos cubiertos de santos y vacíos de sacrificios. Y au n cuando llega esa respuesta, no desaparecen de­ m asiado fácilm ente las perplejidades. H ay u n a in quietud difusa, m uy difusa, especialm ente en quien se sentía a cubierto de aventuras de increduli­

dad y había tenido en el pasado la im presión clara de haber resuelto definitivam ente el problem a de Dios. "Pero, ¿yo creo todavía?” Y, "¿quién es el D ios de m i fe ?” S í es bueno hacerse esta pregunta: “¿quién es el D ios de mi fe?” ¿E s un D ios sin misterios, forjado por mi sentim enta­ lismo o m i necesidad de seguridad? ¿O es el D ios de A braham que me lleva siempre por cam inos que no son mis caminos? ¿E s un Dios milagrero, protector de m i salud y de mi bienestar? ¿O es el D ios de Jesú s crucificado? Y si mi D ios es el D ios de A braham y el D ios de Jesús, ¿dónde he aprendido a buscarle, a conocerle, a am arle? ¿M e he contentado con substitutivos o le he buscado en los textos auténticos, en los textos inspirados? ¿E n los que contienen sus "rasgos", sus "gustos”, sus “p alabras”, su “pensam iento”? ¿Y no es la Biblia el libro auténtico de D ios? Esta es la verdad que se va abriendo paso, la concien­ cia que hoy conquista las alm as bajo el soplo del Espíritu Santo. N o temo ser desm entido si afirm o que, con motivo de este soplo, tendrem os u n a prim avera grande y lozana y que, entre las características de esta prim avera postconci­ liar, es cierta la característica de u n a vuelta de los cris­ tianos a la Biblia. E l movimiento bíblico es irreversible como irreversible es el movimiento litúrgico, como irreversible es el redes­ cubrimiento del am or como alm a y plenitud del m ensaje cristiano al m u n d o . . . ¡C óm o desearía hacerm e útil aunque sólo fu era a un joven, a u n a joven que se sintieran como perdidos en la

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búsqueda del D ios de A braham , del D ios de Jesús! Q u i­ siera decir a ese Joven y a esa Joven que tenga con­ fianza en el Libro que D ios escribió a los hombres en los milenios de su historia; quisiera im pulsarlos a poner, al fin, la Biblia sobre su m esita y a decir con fe: "de ahora en adelante este libro será m i libro; lo tendré con­ migo, no lo dejaré nunca más, y trataré de com prender lo que D ios mismo me diga” . Porque aqu í está lo grande y lo insustituible de la Bi­ blia: es D ios quien habla, es D ios quien se revela al alm a cuando el alm a, con hum ildad y disponibilidad, busca entre sus líneas la voluntad eterna del Señor.

U n a últim a palabra sobre el plan que he seguido. N o dejará de parecer extraño a m uchos. . . Los hombres de hoy creen en el valor de la existencia, en el testimonio de vida, aunque sólo sea porque a veces inconscientem ente buscan en la experiencia existencia! de los dem ás el reflejo de la suya propia. E l cam ino no es del todo equivocado y nos lo dice la Biblia misma. ¿N o es, quizás, narración bíblica la historia del Pueblo de D ios en m archa hacia la tierra prom etida? ¿Y no es, en el fondo, este viaje la im agen de todos los viajes de todos los hom bres? A sí, contando la historia propia, con­ tamos la de los demás: nada nuevo b ajo el sol. Pero algu na vez ocurre que leyendo tal o cual historia nos viene el deseo de descubrir el hilo conductor, la fuerza anim adora del todo, lo que está m ás allá del velo de nuestra existencia. Este es el momento de buscarlo donde está, este es el m omento de abandonar la guía de todo libro hum ano

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para confiarnos totalm ente al Libro de D ios. todo.

Esto es

Estas m editaciones bíblicas quieren ser lo que para el auto el motor. T erm in ad as estas m editaciones, bastará meter la m archa, levantar el pie del freno, y, teniendo por guía las indicaciones puestas como apéndice a este libro, partir solos para el gran viaje bíblico. Y que el Espíritu del Señor nos haga sentir, a m í y a vosotros, la dulzura de su Presencia.

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Introducción

L as “C artas del desierto” ( 1 ) las escribí sentado sobre las dunas áridas del Sahara. M e costaron diez años de su­ frim ientos y por esto las amo. T raté de ponerm e desnudo, pobre y solo ante la m ajestad del Eterno, aceptando pe­ netrar hasta el fondo la lógica del Evangelio que es ine­ xorable. M e esforcé por situarm e con la mente y con el corazón m ás allá del tiempo, en el últim o día, en que el Ju ez Suprem o vendrá a separar la p aja del trigo. M e sentí p aja, y no podía engañarm e, precisam ente porque no sabía amar. A nte el juicio del Am or m e sentí cerrado en mi egoís­ mo infinito y dueño de todo. Era como un leño verde, lleno de agua, que no acepta el fuego que le rodea y continúa hum eando y gim iendo lastim osam ente. E l hecho fue éste: U n a tarde encontré en el desierto a un anciano que tem blaba de frío. Parece extraño hablar de frío en el desierto pero en realidad es así, tanto que la definición del Sahara es: “país frío donde hace m ucho calor cuando hay sol”. Y el sol se había puesto y el anciano tem blaba. T e n ía conm igo dos m antas, las m ías, las indispensa­ bles para pasar la noche. D árselas quería decir que sería yo quien temblaría. ( 1 ) Cartas del desierto, por Carlos Carretto, Ediciones Paulinas

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T u v e miedo y me quedé con las dos m antas para mí. D u ran te la noche no tem blé de frío, pero al día si­ guiente tem blé por el juicio de Dios. Efectivam ente, soñé que había m uerto en un acci­ dente, aplastado b ajo u n a roca, al pie de la cual m e había quedado dormido. C on el cuerpo inm ovilizado bajo toneladas de granito, pero con el alm a viva —¡y qué viva estaba!— fu i juzgado. L a m ateria del juicio fueron las dos m antas y nada más. F u i juzgado inm aduro para el Reino. Y la cosa era evidente. Yo, que había negado un a m anta a m i her­ m ano por m iedo al frío de la noche, había faltado al m andam iento de D ios: "A m arás al prójim o como a ti m ism o”. E n realidad había am ado a m i piel m ás que la suya. N i era esto sólo. Yo, que habiendo aceptado im itar a Jesú s haciéndom e “pequeño herm ano”, había tenido la revelación del amor de Cristo que no se contentó con am ar al prójim o “como a sí m ism o" sino que fu e in fin i­ tam ente m ás lejos y amó al prójim o hasta "morir en cruz por él”, había faltado a mi deber de discípulo de Jesús. ¿C óm o podía entrar en el R eino del Am or en esas con­ diciones? Justam ente fui juzgado inm aduro y se m e pidió que me quedara allí todo el tiem po necesario para al­ canzar esa m adurez. A sí había entrado en m i purgatorio. D ebía recorrer con la m editación y el sufrim iento dos largas etapas de la vida religiosa del hombre sobre la tierra —la del A ntiguo T estam ento y la del N uevo. L a del A ntiguo para convencerme del prim er m anda­ m iento: “A m arás a tu prójim o como a ti m ism o” y la del N u ev o para hacer m ío el m andam iento de Je sú s: “A m a­ rás a tu prójim o como yo le he am ado”, es decir, hasta el sacrificio. E n pocas palabras, debía aprender a dar las

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dos m antas. L a prim era para demostrar que am aba al hombre como a m í mismo; la segunda, para probar que, a im itación de Jesús, era capaz de llevar sobre m is espal­ das los dolores de los demás. Desprovisto de las dos m antas, tem blando de frío por calentar a m is herm anos, entraría en el R eino del Amor. ¡A ntes no! ¿E staba dispuesto a esto? D ebo confesar que no estaba dispuesto, que no estaba m aduro. H abía que em pezar desde el principio, había que andar de nuevo el cam ino recorrido, tratando de com­ prender m ejor la lección de Jesús, procurando ver lo esencial y no lo particular de la Ley. E l espíritu y no la letra. Pero andar de nuevo el camino no es cosa pequeña cuando el hombre es viejo y está cansado y el cam ino es largo, áspero y fatigoso. E l hombre prefiere entonces perm anecer sentado y, m ejor aún, morir en seguida y no tener que em prender de nuevo la m archa por la m añana. “Basta, Señor, toma m i alm a; pues no soy m ejor que m is padres ( I R e. 19,4), exclam ó Elias, echándose, exhausto de fuerzas, al pie de un enebro. L a comprobación de que somos débiles como los de­ m ás, de que no somos "m ejores que los dem ás” es tan decepcionante para nuestro orgullo, que nos hace pre­ ferir la m uerte a continuar cansándonos. Pero esta com probación es tam bién el descubrim iento de nuestra verdadera pobreza y esto —en definitiva— es una cosa buena y valiosa. Sentirse pobres, incapaces, vacíos, ¿no es quizás un "volver a partir de bases nuevas”? D e hecho, Elias em prendió de nuevo la m archa con

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la energía que ya no le venía de las fuerzas hum anas sino del fam oso pan que D ios le había procurado al pie del enebro, y "con la fuerza de aquel m anjar cam inó cua­ renta días y cuarenta noches hasta el monte de D ios, el H oreb” (1 R e. 19,8). ¡Cóm o desearía llegar tam bién yo al monte de Dios! Ahora no tengo otra aspiración, otro sueño, otra meta. E l monte de Dios, el H oreb de la con­ tem plación, de la alegría interior, de la paz sin confines, del Amor sin límites. C u an d o estaba en el N oviciado en el Sahara, de vez en cuando, el M aestro de novicios nos invitaba a un pe­ ríodo de "verdadero desierto”. C on un poco de pan en la mochila, algún dátil y la Biblia se partía hacia un a de las m uchas grutas excavadas por el tiempo en los con­ trafuertes de la m ontaña. H abía que vivir solos con D ios lo m ás posible, aceptando la pena de la soledad, la n áu ­ sea de soportarse a uno mismo, el cansancio de la ora­ ción seca y frecuentem ente dolorosa. U n solo libro: la Biblia, porque es el único libro digno de estar abierto cuando D ios está presente en la fe des­ nuda, y el alm a com bate con Él, como lo hizo Israel en la fam osa noche del “paso” (G e n . 32, 23-33). Q uiero partir de nuevo con el pan y la Biblia en la mochila. Buscaré la soledad durante cuarenta días y andaré el cam ino solo. M e trasladé m ás allá del tiempo, sin tratar de escapar a esa trem enda im presión que sentí cuando fui juzgado sobre el asunto de las dos m antas negadas al pobre: ¡él juicio del amor! E s un cam ino que antes o después tendré que reco­ rrer. E s m ejor hacerlo cuanto antes, porque "lo que im ­ porta es am ar”.

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PRIMERA PARTE

Quien, como Elias, quiere atravesar el de­ sierto en busca de la revelación de Dios no puede caminar a! azar. Tiene que seguir una pista bien trazada y empeñarse con todas las fuerzas de la naturaleza y de la gracia. La fe, la esperanza y la caridad son la pista más derecha y segura. En estas primeras siete meditaciones ha­ blamos de ellas.

Sumergido en la luz

“E n la ruta de m i vida m e encontré en m edio de una selva oscura extraviado del cam ino recto” . . . Esto dice D an te de sí. Yo no tardé m ucho en encontrarm e en la selva oscura del pecado. M e encontré m uy pronto en ella y todo lo que el poeta dice que le ocurrió a los 35 años, me ocurrió a mí antes de los 18. E n cambio, a m itad del cam ino de mí vida volví a encontrarm e sum ergido en la luz de Dios, luz plena que invadió todos los rincones de m i existencia y pene­ tró dentro de ella. M e siento sum ergido en D ios como gota en el océano, como una estrella en la oscuridad de la noche, como u n a alondra al sol estival, como un pez en el agua del mar. M ás aú n : m e siento en D ios como un niño en el seno de su m adre y los lím ites de mi libertad condicionada tocan continuam ente su Ser que m e envuelve amorosa­ mente; y mi necesidad de expansión y m i sed de realiza­ ción son alim entadas, m inuto tras m inuto, de su Presencia vital. N o puedo hacer nad a sin Él, no veo nad a sino a través de Él. N o existe criatura, cosa, pensam iento, concepto alguno que no me hable de É l o que no sea un m ensaje suyo. “M is ojos le ven arriba, arriba, hasta en el últim o confín

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del cosmos o abajo, abajo, hasta en el profundo de mi n ad a”. T o d o el universo no es m ás que una H ostia que lo contiene, que me habla de Él y en el que L e adoro como inm anente y al mismo tiempo trascendente, como raíz de mi ser, como principio, como providencia, como fin, como: "E l que es". D ios es el m ar en que nado, la atm ósfera en la que respiro, la realidad en la que me encuentro. Ya no puedo encontrar cosa alguna, por infinitam ente pequeñ a que sea, que no me hable de Él, que no sea un poco su im agen, su huella, su voz, su sonrisa, su reproche, una palabra suya.

"L os cielos narran la gloria de D ios, la obra de sus m anos pregona el firmam ento; u n día al otro com unica el pregón, y la noche transm ite la noticia a la noche. N o es u n pregón, no son palabras, cuyo sonido no se puede escuchar. Por toda la tierra corre su voz y hasta el confín del m undo sus palabras" (S a l. 19, 2 6 ).

Y me vienen ganas de cantar: "¡B en dice al Señor, alm a mía! Señor, D ios mío, ¡q u é grande eres! V estido estás de m ajestad y de esplendor, arropado de luz como de u n manto. T ú despliegas los cielos lo mismo que u n a tienda, alzas sobre las aguas tus moradas.

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H aces tu carro de las nubes, sobre las alas del viento te deslizas. T om as fo r m ensajeros a los vientos, a las llam as del fuego por m inistros" (S a l. 104, 1-5). "A su veto, el sol no se levanta y cierra con sellos a las estrellas. É l solo extiende los cielos y cam ina sobre las alturas del mar. É l ha creado la O sa y Orion, las Pléyades y la constelación del Sur. H ace cosas grandes e insondables, m aravillas que contarse no pueden, S i pasa junto a mí, no lo veo, y se desliza im perceptible. S i atrapa u n a presa, ¿quién se lo im pedirá? ¿quién le dirá?: "¿Q u é es lo que haces?" (Jo b . 9, 7-14).

¡Q u é vibraciones m e com unica el conversar con el Eterno! M e parece que el m undo debe extrem ecerse al sonido de su voz. Y yo contem plo su grandeza o pienso dentro de m í: "¿Q uién ha m edido las agu as con el cuenco de su s m anos, y ha determ inado con el palm o la m e­ dida del cielo? ¿Q uién ha m edido la tierra con el tercio, en la balanza ha pesado los montes y en los platillos las colinas? ¿Q uién ha orientado el es­ píritu del Señor y qué consejero le ha instruido? ¿D e quién se aconsejó para juzgar, para conocer la 21

senda de la justicia, para aprender la ciencia e ins­ truirse en los cam inos de la sabiduría?” (Is. 40, 12-14). E n com paración del Eterno todo desaparece y las cosas m ás grandes se convierten en nada: "H e aq u í que las naciones son como u n a gota en u n cubo, como u n grano de arena en la balanza; las islas pesan como tenue p o lv o . . . N a d a son todos los pueblos ante Él, los considera como el vacío y la n ad a” (Is. 40, 15-17). E s para quedarse atónito, tan evidente es la pequeñez del hombre; sin em bargo me gozo de sentirme nada, pues el am or ha colmado la distancia. "Yo soy el Señor, no hay nin gún otro, no existe dios fuera de mí. Yo te he ceñido antes que m e co­ nocieses, para que se sepa desde el levante hasta el poniente que nadie hay fuera de mí. Yo, el Señor, y ningún otro. Yo formo la luz y creo las tinieblas; doy la dicha y produzco la desgracia; soy yo, el Se­ ñor, quien hace todo esto" (Is. 45, 5-8). Q u é inconsistente m e parece la d uda en estos m omen­ tos de luz. Pero ¿cómo es posible dudar de D ios? "¡A y de aquel que litiga con su creador, siendo sólo u n tiesto de barro! ¿D ice acaso la arcilla a su alfarero, ¿qué haces?" ¿L e dice su obra: "N o tienes m anos”? ¡A y de quien dice a u n padre: "¿Q u é es lo que engendras?”, y a u n a m ujer: “¿D e dónde das a lu z?” (Is. 45,9-10).

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¡Y tanta grandeza está m uy cerca de nosotros! M ás aún, está dentro, está fuera, está alrededor de nosotros, por­ que en Él "somos, respiramos, vivimos". “Porque el desplegar gran poder está siempre en tu mano; y, ¿quién puede resistir a tu brazo po­ deroso? Pues el m undo entero es ante ti como u n granito de arena en la balanza y como gota de rocío m aña­ nero que cae sobre la tierra. T ien es m isericordia de todos porque todo lo pue­ des, y pasas por alto los pecados de los hom bres para atraerlos a m isericordia. Porque am as todo cuanto existe y nad a de cuanto hiciste abom inas. P u es si algo aborrecieras no lo habrías creado. Y ¿cómo subsistiría nada si T ú no quisieras 40,1-14 t) 42,2-6

L as “voces'1 en el desierto H a llegado la hora de conocer, después del estudio de los primeros libros fundam entales de la Biblia, alguna

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de las grandes figuras proféticas que a través de la histo­ ria difícil del pueblo de Israel, dom inan el horizonte espiritual del Pueblo de Dios. E s indispensable retener, como idea general sobre este largo período, la bondad incansable de D ios que se abre paso precisam ente en los m omentos m ás oscuros de esa historia, provocados por la im piedad o de los jefes o del pueblo, o de ambos; bondad que tiene poder para susci­ tar ayudas y socorros inesperados y de un modo entera­ mente contrario a nuestros planes hum anos. Estos hombres son ya “signos” precursores del M esías. L os hechos más notables de su vida contienen ya evoca­ ciones de hechos evangélicos. E l nacim iento de Sam uel (san Ju a n B a u tista ), el re­ tiro de E lias al desierto durante cuarenta días, la m ulti­ plicación de los panes y las resurrecciones hechas por Eliseo en favor de un a viuda, la historia de Jonás, etc., etc., ofrecen tem as m uy a propósito para ello. Se diría que la m ano de D ios se ejercita, se divierte haciendo y volviendo a hacer esbozos y dibujos para com poner y completar la figura definitiva del M esías, preparada des­ de la eternidad en su divino corazón. E n relación con estas grandes figuras, como signos anunciadores, D ios revela adem ás al hom bre lo íntimo de su alma, sus preferencias por los pequeños y los h u ­ m ildes. Precisam ente a través de la im potencia de m u­ jeres como Jud it, Ester. . . D ios concede la victoria sobre los enem igos invencibles y mil veces m ás fuertes que los Elebrcos. . . D ios prepara la últim a y fundam ental reve­ lación de las Bienaventuranzas a través del relato fresco y vivo de la vida de cada día de los hum ildes. E n todo esto se siente ya la m anifestación de la cos­ tumbre de Dios, de los gustos de Dios. Basta evocar los

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nombres de R uth y Booz, de T ob ías y de su fam ilia, de R ahab la prostituta, para darnos cuenta de que los ca­ m inos de D ios no son nuestros cam inos y que D ios sabe sacar la grandeza precisam ente de la miseria. Y por eso en m uchas de estas figuras se encuentran los primeros rasgos de rostros y fisonom ías m ás perfectos que encon­ traremos después en el Evangelio: José, M aría, la M a g ­ dalena, M arta. Y el canto de A na, la m adre de Sam uel, será la pri­ mera copia del M agn íficat definitivo de la Virgen. El Señor hizo contigo grandes cosas y su N om bre es santo.

Sam uel Para el conocimiento de este personaje lee del I Libro de Sam uel los capítulos 1-2-3 8-9-10, y señala estos pasa­ jes m ás importantes. I Sam uel

1,19 2,1-10

I Sam uel ”

3,1-21 5,3

D avid E s este uno de los personajes bíblicos m ás conocidos y característicos. Sobre él lee el I Libro de Sam uel desde el capítulo 16 al 31 y el II Libro de Sam uel desde el capítulo 1° al 2 4 °. Los pasajes que hay que señalar son los siguientes: I Sam uel 17,1-58 II Sam uel 11,1-27 II Sam uel 7,12-16 ” 12,1-9 7,18,29 (este pasaje es im portante porque nos hace ver hasta qué punto los planes de D ios están lejos de nuestros pla-

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nes. Basta pensar que precisam ente del pecado de D avid parte la generación carnal de C risto que será llam ado “H ijo de D av id ”) . V éase el Evangelio de san M ateo 1,6. II Sam uel

15,30 16,11-12

II Sam uel ”

22,2-51 24,16-17

Elias E l relato de este gran hombre de D ios está en el I Libro de los Reyes en los capítulos 17-18-19. Puedes señalar con tu lápiz los pasajes siguientes im ­ portantísimos. I Reyes 17,2-9 ” 19,1-21

I Reyes 18,21-40

Elíseo L ee el II Libro de los Reyes desde el capítulo 29 al 9°, señalando los pasajes II Reyes 2,1-19 II Reyes 4,8-37 4,1-8 5,1-19 T obías N o se puede menos de leer todo el libro. E s un relato delicioso y es una representación de los lazos invisibles que existen entre el hom bre y los espíritus. H ay que señalar los siguientes pasajes y versículos: T o b ía s 4,10-11

12,8

13,1-18 J udit T am b ién hay que leer todo el libro que, entre otras 190

cosas, es interesantísim o y dram ático. Señalar en par­ ticular Ju d it 9,1-14 ” 13,16-20

ju d it 15,9 ” 16,1-17

Ester L a historia de Ester está contenida en los diez capítu­ los del libro omónimo. E s herm osísima la oración conte­ nida en el p asaje: Ester 8,3-19. Rut R elato dulcísim o que ilustra la piedad filial de una fam ilia —lejana y sin em bargo. . tan cercana— del p u e­ blo escogido. Pensemos que por su justicia será llam ada a ser uno de los anillos de la genealogía de Cristo. L éanse los cuatro capítulos, todos ellos merecedores de ser señalados. I y II Libro de los M acabeos Llistoria grandiosa de un a de las m uchas fam ilias que tuvieron valor para sacrificar vida y bienes por la restau­ ración del culto del verdadero Dios. Léanse los primeros cuatro capítulos del I Libro y los capítulos 5-6-7-8-9-10 del II Libro. S eñ ala los pasajes siguientes I M acabeos 2,49-70 3,19 9,1-22

II M acabeos 5,11-27 6.1-31 7.1-42 9,8-12 12,39-46

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] onás Este profeta, sim pático y hum ilde, nos ofrece el relato de una vida llena de hum orism o: el verdadero hum oris­ mo, el de los hombres que quisieran ser m ás severos que Dios. Pero al m ism o tiempo tiene la suerte de profetizar nada menos que la m uerte de Cristo que expía por todos, cuando es agarrado por sus harapos y arrojado al m ar y, algunos días después, figura a Crsito resucitado. Señala los pasajes siguientes antes de leer todo el breve relato. jon ás 1,1-16 ” 2,1-7 ” 4,1-11 L os libros sapienciales Pasem os ahora a echar un vistazo a lo que fue la esen­ cia en la vida religiosa de nuestros padres en la fe. El pueblo hebreo fu e durante m ucho tiempo u n pue­ blo de nóm adas y pastores y tardó m ucho en ser seden­ tario. N o hay que olvidar esta realidad para poder seguir y entender la evolución de su expresión religiosa, tanto en el sentim iento como en la organización cultural. L a ignorancia general de la m asa obligó al legislador a una codificación m inuciosa que, por lo demás, corresponde a la m entalidad oriental. Basta, aun en nuestros días, pasar algún tiem po en los países afro-asiáticos para darse cuenta de hasta qué punto el sentimiento de la unidad orgánica de la vida dirige las diversas expresiones sociales o religiosas. L as nocio­ nes de "sacrálización" y de “desacralización, de pureza y de im pureza, fuera de la voluntad del hombre están ínti­ mamente relacionadas con cierta filosofía del ser. 192

Es necesario que siga a través de los Libros que te quedan por recorrer cierta evolución en la profundización de este pensam iento. B ajo la indicación de D ios, norm as de sabiduría puram ente hum ana y adquirida en el curso de la experiencia de los años, adquieren valor de leyes o por lo menos de sabiduría inspirada. E s así como, poco a poco, va tom ando vida cierta religión in­ terior. B ajo la guía de los Profetas, particularm ente de los últim os tiempos, la noción de responsabilidad perso­ nal ocupará el puesto de la responsabilidad tribal y ten­ drá como consecuencia e l que se vaya abriendo paso el sentimiento del pecado personal interior. N o s trazará el cam ino hacia el m ensaje evangélico. Leerem os los seis libros sapienciales bajo dos ángulos visuales. Para el cidto E l Levítico Los N úm eros Deuteronom io

Para la M oral L os Proverbios L a Sabiduría El Eclesiástico

Levítico Puedes leer tranquilam ente y sin m ucho em peño los capítulos que van desde el 1? al 10° y desde el 239 hasta el final del libro. Señala y subraya Levítico 24,20 25,1-55

Levítico 26,1-46 ” 27,1-25

N úm eros L ee los capítulos 6, 9, 11, 12, 14, 20, 21, 22 y señala en particular estos pasajes:

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N úm eros

6,1-8 6,22-27 9,15-23 11,4-6 11,10-23

N úm eros 11,31-34 12,7-8 14,15-24 20,9-13 21,49

Deuteronom io Puedes leer por mero interés los capítulos 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 15, 16, 18, 19, 22, 26, 27, 29, 32, 33, 34, Señala en particular y subraya Deuteronom io 4,7 4,9-23 4,24 4,29 5,1-22 6,4-13 7,6 7,13 8,2-6

deuteronomio 9,1-6 10,12-19 11,10-12 11,26-27 15,1-23 27,11-26 32,10-11 32,19 32,35

Proverbios L ee este libro en los m omentos de descanso sin preocu­ pación de catalogaciones ni juicios, como se lee un libro sobre la sabiduría de los dichos populares. Señala y subraya. Proverbios

194

1,7 2,3-6 3,5-7 3,9-10 3,13-26 3,28 4,18-19

Proverbios 15,1 15,4 16,4 16,6 17,17 19,17 21,3

4,23 5,3-6 6,16-19 6.22-35 7.1-27 8,11-19 9.1-6 9.22-36 10,26 11,26 13,11 13,24

21,13 21,30 22,15 23.10-15 25,19-22 25,25-27 26,11 26,13-14 27,5-8 29,17 30,17-28 31.10-31

Sabiduría L ee con sencillez este libro maravilloso, notando cómo a través de los acontecim ientos hum anos D ios nos habla y revela su amor. Subraya y señala los siguientes pasajes im portantes: Sabiduría

1,1-2 2,1-20 2,23-24 3,1-14 5,9-13 6,12-19 7,7-12

Sabiduría

7,22-30 8,2-4 9,1-18 10,1-21 11,1-26 13,1-6 15,1-3

Eclesiástico L ee este libro fácil; es como el resum en de lo que un padre anciano quisiera decir a su hijo antes de morir. Señala estos pasajes im portantes: Eclesiástico

1,1-7 2,4-9

Eclesiástico 24,1-21 ” 27,2

195

3,29 4,1-11 7,14-15 7,33-36

11,20 18,1 18,9

LO S

30,1-13 40,28-30 42,24 43.1 43,19 43,27 51.2

S A L M O S

Pasem os ahora a la lectura y al estudio de los Salm os que tienen una im portancia enteram ente particular entre los Libros del A ntiguo Testam ento. L os Salm os son poem as escritos para ser acom pañados con instrum entos m usicales. Podem os dividirlos en grandes categorías con el fin de ayudar y facilitar el tono ju sto de nuestra oración según los períodos de la vida de la Iglesia o según las necesidades profundas de nuestra alma. E n general se dividen en H im nos, en oraciones de im­ petración, de adoración, de alabanza, de confianza, en salmos didácticos y en salm os proféticos. Se puede decir que toda la doctrina religiosa del A n­ tiguo T estam ento se encuentra en los Salm os bajo form a lírica o didáctica. Pero las oraciones son siempre concre­ tas: expresar un estado de alm a particular del individuo o de la colectividad que quiere m anifestarse a su Señor y M aestro. A dem ás debemos decir u n a cosa: si los Sal­ mos, que son oraciones inspiradas, ocupan aún hoy un

196

puesto tan privilegiado en la vida de la Iglesia quiere decir que tienen valor universal. S in duda alguna este valor universal consiste en el hecho de que anuncian un “adviento”, un acto que debe realizarse: el adviento de la Salvación de los pobres, a la que está destinado este Reino. “O rando” con estos Salm os hay que esforzarse por vivir en nosotros esta fu erza universal del Pueblo de D ios —el pueblo hebreo—, pero m ás aún la realidad de la que este pueblo fue im agen: el pueblo de todos los redimidos. “Señor, enséñanos a orar", dirán los discípulos a J e ­ sús. D ios en los tiempos antiguos había em pezado ya, por m edio de estos cánticos líricos, esta lección de ora­ ción y toda esta colección será resum ida sin posibilidad de ser superada en el "Padrenuestro". A dvertencia: N o te dejes sorprender ni desm oralizar por algún salmo de ím p e tu . . . guerrero. Están ahí por diversos motivos de naturaleza histórica, pero tam bién —así lo pienso— para m ostrarnos qué ridículos somos los hom bres cuando pedim os a D ios cosas idiotas y perju­ diciales. Y tam bién esto puede servirnos de lección por­ que —como dice Pascal— todo sirve para el bien de los escogidos.

L a lectura de los Salm os —estoy cierto de ello— te re­ sultará deliciosa. C on calma, en paz, puedes leerlos todos una prim era vez. D espués verás que sentirás la necesidad de volver sobre ellos, especialm ente sobre los m ás im presionantes. A este propósito te aconsejo que hagas de ellos una catalogación personal que te será pre­ ciosa m ás tarde, cuando sientas la necesidad de recurrir a los Salm os para expresar m ejor tu oración.

197

E n general la subdivisión se puede hacer bajo estos títulos: A doración: por ejem plo Salm os 8-64-103-144, etc. alabanza: como el 18-33-92-95-135, etc. confianza: 4-15-17-22-24-39-41, etc:. im petración: 5-27-30-50-54-70. didácticos: 1-14-36-48-49-118. m esiánicos: 2-21-71-109-68. históricos: 43-77-104-105-136. o tam bién concentrando la atención sobre estados de alm a, situaciones, momentos, liturgia, etc. Ejem plos como: O ración de Jesú s: 3-40-61. C risto C rucificado: 22-69-88. Cristo R ey: 3-72-93-95-96. Sacerdote de la creación: 9-19-24-29-65-104. Preparación para la M isa: 15-43-50. Acción de gracias: 20-34-84-139. E n todo caso subraya en tu Biblia los versículos siguien­ tes que son de los m ás bellos de todo el Salterio. Así tendrás delante lo m ejor de estos poem as adm irables: Salm o

” ” ”

198

2,7-8 3,4-5 4,2 4,8-9 6,2-4 8,4-5 13,2-6 16,2 18,2-7 18,29-34 19,2-5

Salm o " ” ” ” ” ” ” ” ”

22,2-32 23,2-5 27,13-14 28,1 30,2-4 31,2-25 32,3-4 33,6-8 34,6-12 36,8-10 37,4

37,35-36 38,4-10 39.6-7 40.2-4 40.7-9 42.2-10 45.2-18 46.2-5 47.2-3 51.2-21 53,2 55.7-8 56,5 57.2-3 57.8-11 60.3-6 62.2-13 63.2-9 66.4-6 66,11-17 69.2-32 71.17-18 72.5-20 73,23-28 77.6-10 77.17-21 80.2-6 84.2-5 85,11-14 86.2-3 88.2-19 89.2-17 90.1-10 91.1-16

95,4-11

102,6-8 102,24-28 103,10-14 104.1-35 106,20 106,40 107.4-6 108.1-5 110.1-7

111,10

115.4-8 118,6 118,22 119,18 119,36 119,49 119,57-58 119,81-84

"

119,105 119,123 119,147-148 122.1-3 123.1-4 124.1-8 125-1 126.1-6 128,1-6 129,3 130.1-8 131.1-3 136.1-26 139.1-9 146,3

199

'

142.2-8

” ”

i4 3 ,i- i; 144,1-7

145,1 147.1-20 148.1-14

L O S L IB R O S P R O F E T IC O S

A m edida que se va ahondando en la idea de Dios, se va precisando el concepto de pecado. L a idea del pecado es como “el reverso” de Dios. L a noción de la necesidad de una salvación personal, la necesidad de un salvador para restaurar el equilibrio y la paz es la últim a enseñanza del A ntiguo Testam ento para preparar la venida del M esías. Y es ésta la obra de los grandes Profetas que ahondaron en estas dos revela­ ciones para sus compatriotas. C onstituyen con sus escri­ tos la preparación inm ediata a la Revelación que el H ijo de D ios en persona traerá a esta tierra. Para aceptar al M esías y al M esías paciente (a l siervo de Y av é) como será descrito por las visiones de los pro­ fetas, ante todo había que reconocer el pecado, las cul­ p as de la hum anidad y su gravedad por un a parte, y por otra, la im potencia absoluta del hombre y del pueblo escogido en particular, para salir del caos. Isaías ha trazado —podríam os decir— el retrato casi fí­ sico del M esías que tendrá que venir. M ientras que Jere­ m ías am plía de una m anera única el sentimiento de la necesidad del alma, la pobreza radical del hombre que sólo en D ios podrá encontrar su plena satisfacción.

200

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1 \ 1 !

Este Jerem ías anuncia siempre catástrofes y dolores: tiene pocos am igos y ningún discípulo: rechazado por todos. T rab ajan d o sin éxito, hasta es arrojado del T em p lo cuya destrucción ha predicho. E n el abism o de sus am ar­ guras encuentra refugio en D ios solo. S u s “confesiones” —podríam os llam arlas así— son uno de los puntos culm i­ nantes del A ntiguo Testam ento. ¡Q u é conmovedor es el diálogo de este hombre con Dios! L as alm as hebreas, las más piadosas, las m ás religiosas, experim entaron más que form ularon la vida religiosa. Buscaron con angustia esta fuente de agua viva capaz de renovar y crear de nuevo al hombre. Es esta la visión que hay que tener y vivir al acercarnos a los Libros proféticos orientados enteramente hacia la Salvación que "reúne a los pobres de Y ave'. E s este el grito que sale de la vida mism a de los pro­ fetas y de las palabras que constituyen el espíritu de profecía siempre vivo en la hum anidad. E s esta llam ada “torturante” la que nos dice que existe algo que no se ve, que no se toca; que nos asegura una Presencia que juzga las cosas de hoy y de m añana con ,ojos y m edidas totalmente ignoradas aun por las técnicas m ás modernas. Podríam os poner como introducción al conjunto de los libros proféticos este sencillo pasaje bíblico: "H e aquí que los reuniré de todas las naciones entre las que los he dispersado por mi cólera y m i f u r o r .. . Los traeré de nuevo y serán m i pueblo y Yo seré su D ios. . . y les daré u n corazón nuevo y estableceré con ellos un a alian­ za eterna por la que no cesaré de hacerles bien con todo m i corazón y con toda m i alm a”. . . .¡m uch o antes de todo C oncilio Vaticano! A dm irable desarrollo, m agnífica pintura que ha guiado la m ano de Dios, pedagogía sólida y vital que conducía

201

a las alm as para que fueran entendiendo poco a poco la naturaleza de los “bienes m esiánicos”, es decir, el con­ junto de los valores eternos que penetrarán en el m undo a través de Cristo; pues era necesario un modelo perfecto para presentar a nuestros ojos el corazón del Padre ce­ lestial. T ien es que acometer la lectura de los libros proféticos con valentía, con gran espíritu de oración y de confianza en Dios. A veces es bueno hacerla coincidir con ciertos períodos litúrgicos. Isaías con el Adviento, Jerem ías con la Cuaresm a, a veces con días o períodos de soledad y de desierto. N o te señalo los capítulos que debes leer para dejar m ás libertad a la disponibilidad del Espíritu en ti, pero te aconsejo vivam ente que a la lectura preceda el tra­ bajo acostum brando a subrayar con el lápiz los pasajes y los versículos m ás im portantes que te ayudarán a encon­ trar entre tus m anos una Biblia m ás fam iliar, m ás tuya. Isaías D el libro de Isaías subraya los versículos siguientes: Isaías

202

1,2-9 1,11-17 2,2 2,4 2,17 3,17 3,23-24 4,2 5,18 6,10

Isaías ” ” ” ” ” ” ’’ ” ”

41,8-14 42,1-4 42,13-14 43,1-5 45,4-10 45,23 49,1 49,6 49,8-13 50,2-7

» f> t> n

)> » » » ” » ” ”

7,10-17 9,1-6 11,1-5 11,6-9 12,1-6 25,1 27,2-5 29,15 33,11 35,1-10 38,9-20 40,1-11 40,12-31

* ” ” ” ” ” ”

52,13-15 53,1-12 54,1-17 55,1-5 56,9-12 58,1-14 61,1-11

” ” ” ” ” ”

62,1-12 63,1-19 64,1-11 65,1-25 66,9-12 66,22

Jerem ías D e Jerem ías no te olvides de señalar y subrayar los pasajes siguientes: Jerem ías

1,4-10 2,1-13 2,20-27 2,32 3,1-5 3,12 3,20-22 4,1 4,14 4,19 5,13-14 5,20-25 6,7-8 6,24-26 7,9-10

Jerem ías » tf

» }f » »

” » ”

7,16 8,4-7 13,26-27 14,5 14,17 15,1-3 15,10 17,1 17,5-11 17,14 18,1-12 18,13-15 20,7-9 20,14-18 23,3-4

203

23,9-11 24,7 30,18-24 31,3-4 31,10 31,15 31,33-34 32,26

8,18-23 9,3-4 10,3-15 10.19 10,23 11,14-16 11.19 12,7-8 13,11 Lam entaciones

1, 1-2

LB

1,12-13 2,5 2,13 3,1-24 3,26-33 3,43-48 Raruc

3,32-38 4,4

Lam entaciones 4,3-4 4,10-11 4,13 5,4-5 5,10 5,15-17 5,21-22 Baruc

4,7-8 4,36

Ezequiel N o te asustes de las visiones algo com plicadas de este profeta. E s algo difícil y cuando algún pasaje no te diga nada, pasa adelante. Ezequiel 16,1-63 23,1-49 24,3-12 33,10-20 33,31-33

Ezequiel 34,1-31 36,22-26 37,1-13 38,19

D an iel Lectura más fácil. Señala los pasajes siguientes:

204

D aniel

2,20-23 2,36-49 3,14-23 3,40-42 3,52-59 4,24 4,31-34

D aniel

5,1-30 7,9-14 9,4-5 9,24-27 13,1-64 14,28-43

Oseas E s una pequeña obra maestra. Bajo la im agen m uy querida del pueblo hebreo de los desposorios entre Israel y Yavé se oculta todo el dram a de las relaciones entre el alma y Dios. T ien es que subrayar los siguientes pasajes: Oseas

1,9 2,16-19 2,21-22 2,25 6,46 8,7 9,1 10,1

Oseas ” ” ” ” ” ”

10,11 10,13 11,1-4 11,8-9 13,7-8 13,13-14 14,5-7

] oel H ay que subrayar los versículos siguientes: Joel 1,4 Joel 3,1-5 ” 2,15-18 ” 4,18-19 Amos Subraya: A m os 5,18-20 ” 5,21-27

Amos 7,3 * 9,11-15

205

J onás S u b ray a: Jonás 1,1-16 ” 2,1-7 ” 4,1-11 M iqueas S u b ray a: M iqueas 3,11 4,1-3 4,6-7 5,1

M iqueas 6,3-8 7,4 7,11-17 7,18-20

N a h ú vi S u b ray a: N abúm 1,2 3,1-7

H ahacuc H abacuc 1,3 1,13-14

Sofonías Sofonías

1,12 3,3-4

Ageo Ageo ”

206

1,6 2,6-9

H abacuc 2,3-4 ” 3,19

Zacarías Zacarías

9,9-7 11,13

Zacarías 12,10-11 13,7

M alaquías M alaquías 1,2

1,6-10

2,1-4

M alaquías 3,1-5 3,8-10 3,23-24

L O S E V A N G E L IO S

“Dios, después de haber hablado m uchas veces y en diversas form as a los Padres por m edio de los profetas, en estos días, que son los últim os, nos ha hablado por el H ijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas, por quien hizo tam bién el universo. Este, que es el resplandor de su gloria y la im pronta de su substancia, sostiene todas las cosas con su palabra poderosa y, u n a vez que realizó la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la M ajestad en lo m ás alto del cielo" (H e b . 1,1-3). Ahora nos toca acercarnos al N u ev o T estam ento y especialm ente al Evangelio. Decim os inm ediatam ente que no se trata de una sim ple lectura. Los hechos y las palabras del H ijo de Dios, hecho hombre, no pueden entrar en ninguna cate­ goría de libros. E l Padre de Foucauld había com prendido esta presen­ cia especial y extraordinaria de Cristo en el Evangelio

207

ele tal m anera que en su capilla en el desierto, la misma lám para ilum inaba tanto el Sagrario como el texto del Evangelio colocado junto a él. L as palabras del Evangelio son signos que revelan y contienen verdaderam ente el Espíritu del Señor. Pode­ mos decir que la m editación sobre el Evangelio produce un contacto vivo con Cristo. R ecuerda que el Evangelio es un “absoluto”, el que lo abre con la intención auténtica de ponerlo en práctica será tenido por loco. Loco como lo fue san Francisco de Asís, loco corno lo fue Benito Labre, loco como lo fue C arlos de Foucauld. Este últim o había resum ido sus interm inables m edita­ ciones sobre el Evangelio en esta frase: “Jesús b a ocu­ pado el últ'm o puesto entre nosotros de tal m anera que nadie se lo podrá q uitar”. Y de hecho podemos convencernos de que no pode­ mos expresar el pensam iento contenido en el Evangelio sino de una m anera aproximada; que no podemos sino balbucear cuando queremos explicar a nuestros herm anos su contenido y que no podemos sino tropezar cuando queremos tratar de seguir el cam ino trazado por Jesús. Pero, a pesar de todo esto, debe quedar en nosotros, y fuertem ente, el deseo de reproducir, de im itar este “M odelo único” y esto es lo que nos inspira el contacto diario con el Evangelio. Para terminar diremos que es necesario insistir sobre este movimiento de im itación que, por lo demás, m archa *cn los dos sentidos como todo movimiento de amor. Puede ocurrir que nos toque llamar, llam ar a su puerta todos los días para que nos revele S u Rostro, pero sin olvidar que Él mismo nos ha hecho esta advertencia: “H e aquí que estoy a la puerta y llamo. S i alguno oye

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m i voz y me abre, entraré en su casa; cenaré con él y él conm igo” (A p . 3,20).

“Y qué señalar en los Evangelios? ¿Q ué versículos de­ bemos subrayar? H abía e m p e z a d o ... a s í . . . y poco a poco. . . advertí que ni una sola línea quedaba om itida: ¡había subrayado todo! Pienso, pues, que es inútil em peñarse en este trabajo como lo hicimos con los libros del A ntiguo Testam ento. C onsidera, amigo, el N u ev o T estam ento de tal impor­ tancia que no dejes de prestar atención ni siquiera a una sola línea. Pero termino mi trabajo de guía haciéndote dos breves advertencias necesarias: una sobre la lectura del pensa­ m iento de san Pablo y la otra sobre la de san Ju an .

L as cartas de san Pablo Ciertam ente las cartas de san Pablo ¡no son fáciles! N o s encontramos ante un hombre culto, acostum brado a la dialéctica oriental y conocedor, como pocos, de los problem as del m undo pagano y judío. M uchos han inten­ tado presentar una síntesis del pensam iento paulino, pero no siempre con buenos resultados: en el fondo se termina por textos del A ntiguo Testam ento, sobre el que apoya continuam ente su profundo pensam iento. Se ha intenta­ do im ponerle “categorías” prefabricadas. D e hecho San Pablo es un “intuitivo” form idable que confía sus convicciones personales y sus intuiciones si­ guiendo las necesidades de sus lectores. E s cierto que hay cartas en las que el apóstol trata de ir al fondo de un tema doctrinal como si aquel grupo al que va dirigida la 209

carta no hubiera com prendido bien el argum ento. Pero pienso que en m edio del gran cúm ulo de enseñanzas teó­ ricas, de meditaciones bíblicas, de argum entos apologé­ ticos, de consejos pastorales y morales hay que extraer algún verdadero tesoro, alguna perla preciosa. Señalem os algunas lincas fundam entales: a ) V isión de un m undo en m archa hacia la transfor­ mación y la Resurrección final. b ) L a edificación del C uerpo M ístico de Cristo (visto a la luz de las dim ensiones de la creación en tera). c ) L a acción del Espíritu Santo en esta perenne transform ación y edificación. d ) L a espera amorosa y angustiosa del hom bre y de la creación de un Retorno definitivo de Cristo. T o d a esta actitud general escatológica es de tal poder, que marcó profundam ente los primeros tiempos del cris­ tianismo y dio a san Pablo un ím petu evangélico real­ mente excepcional. Ante estos textos que revelan la gran figu ra de san Pablo, es bueno recordar finalm ente la advertencia hecha por el Señor a Ananías, encargado de bautizar al nuevo convertido: "A nda que este es para m í instrum ento ele­ gido, para llevar m i nombre a los gentiles y reyes y a los hijos de Israel. Yo le m ostraré cuánto debe padecer por mi nom bre” (Elechos 9 ,1 5 ).

L a lectura de san Ju an L a últim a introducción, antes de term inar esta guía, está dedicada a san Ju an para ayudarte a leer sus escri­ tos y sobre todo su últim a obra, el “A pocalipsis”.

210

Ju an fue el am igo del Corazón de Jesús. Sin duda sintió cosas que los otros discípulos no sintieron y adem ás, fue favorecido, especialm ente en los últim os años de su an­ cianidad, con diversas revelaciones para consuelo e ins­ trucción de los cristianos. L os frescos grandiosos que pinta para describir el fin del m undo y el principio del otro serían espantosos si el conjunto de su libro no estuviera dom inado por u n pen­ samiento de amor. E n realidad, este Libro es el libro de las bodas del C or­ dero con su Iglesia, y al mismo tiempo la im agen, como siempre, de la unión con el alm a contem plativa. L a es­ posa participa de la alegría y del triunfo del esposo, el C aballero de Dios, que después de haber ganado todas las batallas sale al fin victorioso del com bate con los suyos y distribuye a los fieles gloria y recompensa. E l espectáculo de los enem igos abatidos y vencidos, el espectáculo de la liturgia grandiosa que se organiza en el tercer cielo para honrar al vencedor llena de alegría el corazón de la Iglesia. Pero la esposa espera después de este triunfo m aravi­ lloso del Esposo, la intim idad de la noche, cuando Él sea todo para ella. Y es el deseo profundo y final que C risto espera que expreses tú siguiendo a san Juan y desde el fondo de todo tu ser.

"Señor, ven, ven pronto” T odos los grandes contem plativos que nos ha pre­ sentado la Sagrad a Escritura, desde A braham a M oisés, desde E lias a Jerem ías, han alcanzado, después de las pruebas de purificación, este deseo que el salm ista ex­

211

presó con las palabras: “C om a u n a tierra seca y sin agu a así m i alm a tiene sed de T i, D ios mío”. S an Pablo dirá: "D eseo morir para estar con Cristo". Y termino expresando un últim o deseo: Q u e esta bús­ queda un poco ansiosa de la juventud que em pieza desde el C an tar de los C antares, después de haber encontrado su justificación en la práctica de la caridad —de la que habla San Ju an en su carta: “hijitos míos, am aos los unos a los otros como nos am ó Jesú s”, se haga m ás tranquila pero no m enos ardiente en los años duros de la fe des­ nuda y pueda al fin hacerte decir y suspirar, como ga­ rantía de todas esas revelaciones: “L a vuelta está cerca, sí, ¡ven Señor Jesús, ven pronto! A m én” (A p . 22, 2 0 ).

212

IN D IC E

7 13

Presentación Introducción P R IM E R A P A R T E

19 26 31 38 45 50 56

Sum ergido en la luz L a fe L a llam ada a la fe L a esperanza E l cam ino de la esperanza E l amor E l cam ino del amor SEG U N D A PA RTE

65 71 76 83

88

94

101

N o es bueno que el hom bre esté solc V ivir juntos ¡E s debilidad, no amor! E l hombre y el trabajo T rab ajarás con el sudor de tu frente A m ar todas las cosas N o te harás ídolos esculpidos TER C ER A PA RTE

111 117 123 128 135 142 149

L a alabanza de D ios L a invocación L a confianza como oración Oración y vida L a oración como sacrificio L a revelación de D ios El amor de D ios en nosotros

CU A RTA PARTE 157 166 172

E l m andam iento nuevo E l fuego purificador ¡V en, Señor! A P E N D IC E

180

P equeña G u ía para la lectura personal de la Biblia

I I

1