Cap 1 Dejours Trabajo y Desgaste Mental

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Capítulo I Las estrategias defensivas 1. Las “ideologías defensivas” (el caso dei subproletariado) El sub-proletariado del cual vamos a hablar es aquel que vive en las zonas periféricas a la ciudad. No se trata aquí de una clase social» como lo entienden por ejemplo los políticos italianos. Sino más bien de esa parte de la población que vive en villas miserias o en viviendas precarias generalmente expulsadas hacia la periferia de las grandes ciudades. Esta población no se caracteriza por la común participación en una misma actividad económica. Por el contrario, lo que la define como tal es el desempleo y el sub-empleo. De hecho, podría parecer insólito tomarla como ejemplo en un estudio de psicopatología del trabajo. Si actuamos de tal manera es porque en este mundo marginal las contradicciones aparecen más marcadas que en cualquier otra parte. En él, el sufrimiento es masivo y evidente. Pero su naturaleza debe ser descifrada. La miseria “descripta por los académicos del siglo XIX” *esta miseria obrera concebida como una enfermedad epidémica15 traduce ante todo el pensamiento social imperante en esa época, pero no da cuenta de la vivencia compartida por los seres humanos que forman parte del sub-proletariado. Por el contrario, más que en cualquier otra parte podemos ver entonces un cierto tipo de defensas que describiremos bajo el nombre de “ideología defensiva”. Lo que retendrá nuestra atención es la vivencia en esta población con respecto a la salud y, más precisamente, con respecto a la enfermedad. No se trata de describir las condiciones reales de salud. Ellas sólo serán mencionadas para recordar los trabajos importantes publicados por el Dr. De la Gorce47 y el Dr. Calland.44 Estos trabajos muestran que el sub-proletariado está afectado por una tasa de morbilidad muy superior a la de la población en general. Como ejemplo significativo, podemos citar la importante incidencia de las enfermedades infecciosas en particular en los niños y de la tu~ berculosis que sigue siendo, aún, un flagelo para la población adulta. Podemos también constatar la importancia de las secuelas de accidentes y de enfermedades: ellas muestran sobre todo tratamientos incompletos o mal instrumentados situando esto en el conjunto de una menor eficacia de la técnicas médico-quirúrgicas sobre una población que no puede disfrutar como el resto, por razones de orden no solamente socio-económico y cultural, sino por razones de orden material (imposibilidad de acceder a las convalecenc,as, a los cuidados posoperatorios* a la reeducación kinesioterapéutica y a vigilancia médica que sigue a una enfermedad grave o un accidente). El •

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alcoholismo es frecuente. Como lo veremos más adelante, un gTan número de en ferm ed ades quedan por descubrir o se encuentran escondidas y la mayor parte de la morbilidad sigue siendo desconocida. Esta población de varios miles de habitantes vive en conjuntos habitacionales a mitad de camino entre villas miseria, casas rodantes y los HLM (se denomina así, en Francia, a las viviendas provistas por el Estado con alquiler moderado). La promiscuidad favorece la transmisión de las enfermedades infecciosas. La pobreza de las instalaciones sanitarias (canalizaciones, desagües, provisión de agua, baños, recolección de residuos domiciliarios) forman también condiciones necesarias a la propagación de la enfermedad y a las contaminaciones colectivas. El alimento es escaso, la carne es rara y escasa en la dieta, y es a este rubro al cual se destina la mayor parte del presupuesto familiar. La estructura familiar se caracteriza por el número elevado de hijos: la mayoría de las familias tienen de ocho a diez hijos. Por otra parte, las parejas están frecuentemente separadas dando lugar a la ruptura del núcleo familiar. Los jóvenes poco escolarizados forman muchas veces los contingentes de futuros marginados, de los cuales unos cuantos algún día conocerán la cárcel. Más significativo aun es el hecho notorio de que si el 80 % de los niños permanecen en el límite de dos distanciamientos tipo en cuanto al desarrollo estato-ponderal (contra 95 % en la región parisina), 60 % se encuentra en la banda inferior, el 20 % queda por debajo de los dos límites tipo con un retraso del crecimiento que llega a veces a -14 % (quedando en e! límite del enanismo), hay entonces un desplazamiento global hacia abajo con un porcentaje inferior a -26. Podríamos estar proclives a mencionar los factores genéticos, pues algunos de estos chicos tienen padres de baja estatura, ¿pero no seria más conveniente pensar que los mismos padres tuvieron trabado su desarrollo por las carencias? El estudio de las condiciones de vida parece bastante significativo. Así somos conducidos a pensar que el retraso en la estatura observada refleja, en la mayoría de los casos de niños estudiados, una carencia nutricional debida tanto a factores económicos como a factores culturales (hábitos alimenticios).47 Más que la morbilidad, que es siempre difícil de evaluar, el subdesarro11o estato-ponderal de esta población refleja de manera significativa las malas condiciones de salud, higiene y educación. Tales observaciones nos recuerdan las descripciones del siglo XIX acerca de la población masculina sometida al consejo de revisión del ejército para hacer la conscripción, y de lo que podemos todavía encontrar en los países del tercer mundo y en particular en América latina. Desde el punto de vista médico-sanitario, los medios de que disponen estas poblaciones son bastante rudimentarios: inexistencia o escasos dispensa3 2

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nos, sin médicos instalados en una zona que agrupa sin embargo a una población de varios miles de individuos (pero hay, sin embargo, una inserción de varios trabajadores sociales, en particular asistentes sociales y enfermeras). Ya sea que se trate de una práctica médica o de una encuesta relativa a la salud, una primera observación se impone de entrada. Se niegan a hablar de la enfermedad y del sufrimiento. Cuando alguien está enfermo intenta esconder esta información a los demás, pero también a su familia y a los vecinos. Es sólo después de largas vueltas que se logra, a veces, detectar la vivencia de la enfermedad, que siempre se considera vergonzosa: apenas se menciona una enfermedad, aparecen numerosas justificaciones como si tratara de disculparse. No se trata de la culpabilidad en el sentido propio que evocaría una vivencia individual, sino más bien de un sentimiento colectivo de vergüenza: “Cuando uno está enfermo no lo hace'a propósito.” Masivamente, en efecto, surge una verdadera concepción de la enfermedad, propia de ese ambiente. Es una concepción dominada por la acusación. Toda enfermedad sería de alguna manera voluntaria: “Si uno está enfermo, es porque es un perezoso.” “Cuando se está enfermo, uno se siente juzgado por los otros.” Es una acusación de la cual no se conoce bien el origen, pero es una acusación por parte deLgrupo social en su conjunto. Esta actitud frente a la enfermedad puede Ir muy lejos: “cuando un muchacho está enfermo se lo acusa de dejarse estar”, y si se hunde aún más profundamente en la enfermedad y el sufrimiento es porque así lo desea y porque se resigna a la pasividad. La asociación entre la enfermedad y la holgazanería es característica del medio, y volveremos m ás'adelante sobre su significación. Un verdadero consenso social surge de esta manera, que apunta a condenar la enfermedad y al enfermo. Una pequeña diferencia subsiste al juzgar según sea un hombre o una mujer. “Un hombre enfermo es realmente un holgazán.” Se toleraría sin embargo que una mujer esté enferma, siempre y cuando no signifique inmediatamente la ruptura del trabajo profesional. Pero una noción implícita surge sin falta para corregir esta aseveración. Por causa de ios hijos, una mujer no se puede dar el lujo de estar enferma. Aquí, el trabajo de las mujeres no es comparable a lo que podemos encontrar en otras clases sociales, ni incluso en la clase obrera. Criar ocho o diez hijos en ese medio y en las condiciones materiales que han sido mencionadas representa una carga de trabajo y de angustia mucho más importante que en cualquier otra parte. Finalmente, no se trata de evitar la enfermedad, se trata de amaestrarla, de contenerla, de controlarla, de vivir con ella. Las mujeres, según se dice, están todas enfermas, pero esas enfermedades son de alguna manera tenidas a distancia por el desprecio. Sólo se reconocen aquellas que se evidencian por síntomas que son demasiado importantes para ser ignorados: una toz hemoptoica, una pérdida de peso importante, una debilidad psicológica que demuestra la existencia de un síndrome deficitario grave. 3 3

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Para que una enfermedad sea reconocida, para ir resignado a consultar a3 médico, para que se acepte ir al hospital, es necesario que la enfermedad haya alcanzado una gravedad tai que impida proseguir ya sea la actividad p ro fesional en el caso del hombre o, las actividades domésticas en el caso de_la mujer. Se nota, sin embargo, una actitud cada vez más flexible con respecto a la enfermedad de los niños. Puesto que en el sub-proletariado todo está organizado, todo está estructurado, todo converge hacia la salvaguarda de 3a vida del niño. Pero incluso en estos casos, no se quiere consultar al médico. No tanto por sentir vergüenza frente a un personaje de otro mundo, sino más bien porque se teme que él descubra “un montón de cosas de las cuales uno prefiere no enterarse”. Si el médico detecta luego de su chequeo varias infecciones crónicas desconocidas, entonces la moral se derrumba y, como se dice en esos lugares, “cuando no se tiene buen ánimo, no se puede curar”. Tal expresión puede encontrarse también en otra parte que no sea el sub-proletariado. Sin embargo, nunca tiene un significado tan fuerte como aquí. Hay que comprender esta expresión literalmente, palabra por palabra. Curarse, en esa región, es ante todo un asunto moral. La curación no debe sercompréiih dida como la desaparición del proceso patógeno. Curarse es solamente no seguir sufriendo. Ya sea que el síntoma que nos invalida desaparezca o que se llegue a domesticar el dolor, entonces sí nos podemos considerar como curados. Ciertas fórmulas de carácter proverbial tienen todavía aquí una función real que hemos olvidado para retener, la mayoría de las veces, solamente su carácter humorístico o poético. De este modo, “el dolor de muela, es el mal de amor”. Cuando uno se siente mal de salud dice: “Tengo problemas,” En este contexto, una estadía como internado en el hospital es lo que más se teme. AI extremo que se busca evitar a toda costa. Y esto se comprende si se piensa que la hospitalización es de alguna manera el fracaso, el derrumbamiento de todo el sistema de contención de la enfermecfácl, de la vivencia del sufrimiento, es el punto de no-regreso que marca una brecha del sistema colectivo de defensa contra la enfermedad. En un grado menor, consultar a un médico tampoco tiene sentido. Ir al consultorio det médico en la ciudad representa ya un cierto número de dificultades materiales: llevar consigo un hijo, de acuerdo, ¿pero qué hacer con los otros ocho o nueve durante ese tiempo? Esta realidad es tan aterradora que en la práctica una mujer a lo largo de los días, semanas, meses y años nunca se aleja del lugar que ellos han “elegido como domicilio”. Además, los médicos son mal vistos: “Los doctores no nos escuchan. Hay que ir rápido. Nos da la impresión de que no nos creen.” Pero el verdadero problema, frente a la práctica médica, es de hecho mucho más prosaico, es el del dinero. Toda consulta termina irremediablemente con una receta o prescripción médica. Comprar los medicamentos, significa adelantar fondos a veces importantes. O este dinero no está disponible, o sí lo está, pero significa para toda la familia que habrá restricciones 3 4

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alimentarias hasta que llegue la hora del reembolso. A veces el acto médico acaba con la consulta. Adelantar el precio de una consulta puede ser posible, pero no el del medicamento. Esto conduce a prácticas médicas “salvajes”. La mayoría de las veces se utilizan ios medicamentos que han sido anteriormente prescriptos a otro niño. Se administra el medicamento con sentido común y con la cuota de incertidumbre que se puede imaginar. Es a veces con una vecina con quien hay una relación privilegiada, que se decide qué tratamiento administrar a un hijo* Un lugar aparte debe estar dedicado a la discusión sobre las mujeres, sobre la vida sexual y sobre los hijos. Dijimos que en esa zona sería más propicio hablar sobre las enfermedades que afectan a las mujeres antes que de las que alcanzan a los hombres. Para estos últimos, la enfermedad equivale a! cese de la actividad profesional, es decir a la holgazanería. Pero a la mujer, la enfermedad no la autoriza a interrumpir sus tareas. No solamente porque los hijos no pueden abstenerse de los cuidados de su madre sino porque, como se dice en aquellas ciudades, para las mujeres no hay “interrupción del trabajo, no hay medicina del trabajo”. Pero más características aún son las actitudes frente al estado de embarazo. Uno de los caminos por los cuales se accede a estas localidades, es precisamente la familia, cuando se tienen muchos hijos. Las familias de ocho, diez, doce hijos son frecuentes en esa zona. Incapaces de hacer frente a los gastos de vivienda, alimento y vestimenta con un solo ingreso (ya que la mujer está enteramente ocupada con los cuidados de los niños), la familia, muchas veces de origen obrero, queda librada a un proceso implacable de marginalización por el endeudamiento, teniendo como fin el círculo vicioso de la enfermedad, de los gastos, etc,, en su extremo. En este contexto, el embarazo aparece también, en el sub-proletariado, como^C una vergüenza. Una mujer embarazada esconde su estado lo máximo posible frente a los otros. Cuando se sabe que una mujer espera familia, se dice de> boca en boca: “Esta sólo sirve para eso, para parir y hacer hijos.” Más allá del embarazo en sí, se ve que toda su vida sexual es vergonzosa, escandalosa, reprimida, hasta prohibida. El embarazo, origen de las condenas, fuente de vergüenza, está situado en el mismo nivel que la enfermedad. /

Pero cuando los chicos están ahí, todos los esfuerzos se orientan para asegurar su crecimiento. Más que en cualquier otro medio, los hijos son el eje de la vida de la madre. A partir de cierta edad, luego de haber sacado a los hijos de las dificultades, luego de haber trabajado la vida entera para ellos, ¿para.qué ocuparse de sí misma? Cuando esta misión social fundamental reservada a las mujeres se ha cumplido, es decir cuando ya alcanzaron los 40 ó 50 años, no hay ninguna otra razón_para seguir viviendo. Mientras que era necesario cuidarse cuando se tenían hijos para mantener, ¿cómo justificar cuidados o tratamientos cuando se ha alcanzado la edad de la “jubilación” del trabajo doméstico? Muchas veces, cuando los niños crecieron v ya 3 5 i

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son grandes, tan sólo algunos meses bastan para llevar a la madre a una enfermedad fatal “Una ya no sirve más y se deja llevar.” “Hay un momento en que una ya no tiene ganas de curarse.”

La ideología de la vergüenza: de estas actitudes y de estos comportamientos frente a la enfermedad se pueden extraer dos características: la primera concierne al cuerpo. Ya sea que se trate de sexualidad, de embarazo o de enfermedad, todo debe estar cubierto por el silencio. El cuerpo sólo se puede aceptar en el silencio “de los órganos”; sólo el cuerpo que trabaja, el cuerpo productivo del hombre, el cuerpo consagrado al trabajo de la mujer son aceptados; son tanto más aceptados cuando no es necesario hablar de ellos. La actitud frente al dolor es, desde ese punto de vista, ejemplar. ¿El cuerpo? N ojiay ni palabra ni lenguaje para hablar de él dentro del sub-proletariado. No se sabe lo que es estar bien en su cuerpo, estar bien de salud. “No se conoce su cuerpo, por lo tanto, para hablar de él^ eo £ í^ l& n o qué haya un dolor.” Cuando este dolor llega al límite de lo insoportable o imposibilita el trabajo, entonces, sólo en tales ocasiones, se decide consultar al médico pero, “vaya la mala suerte, cuando llegamos al consultorio ya no tenemos más dolor”. Y esto está directamente relacionado con lo que decíamos más arriba, del miedo a que el médico descubra efectivamente algo. Pero también es una auto-acusación. La vergüenza aparece evidenciada en afirmaciones tales como: “Si no hay más dolor, es que decimos pavadas ” Como primer análisis, podemos considerar que la vergüenza instaurada aquí como un sistema constituye una verdadera ideología elaborada colectivamente, una ideología defensiva con:¡ tra una ansiedad precisa, ia de estar enfermo o, más exactamente, de estar en 1un cuerpo fuera de su estado. La segunda característica de estos comportamientos frente a la enfermedad se refiere a la relación existente entre enfermedad y trabajo. Para el hombre, en la ideología de la vergüenza, la enfermedad corresponde siempre a la interrumpción del trabajo. El conjunto de esta población sufre del sub-empleo que es particularmente crítico en un período de crisis económica. Pero incluso fuera de esta situación que agranda la importancia numérica de los habitantes de dicha zona, siempre existe un grupo de mano de obra sub-empleada y marginalizada. Dijimos que una de las fuentes de ingreso en la zona es una familia muy numerosa. El otro mecanismo más frecuentemente encontrado es aquel de la enfermedad o del accidente. Un obrero que fue hasta entonces eficaz en su trabajo sufre de una enfermedad crónica invalidante o de las secuelas de un accidente de trabajo* Las compensaciones materiales, el porcentaje de invalidez asignado ya no bastan para asegurar la supervivencia de la familia. Comienza entonces el inevitable proceso que con3 6

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duce al sub-proletariado. Para la mujer, por el contrario, son los embarazos y las enfermedades que dificultan el trabajo colosal de la educación de tos hijos y de las tareas hogareñas. Que se trate de los hombres o de las mujeres, todo estado anormal del cuerpo conduce infaliblem ente al problema del trabajo o del empjeo. Vemos que el trabajo atraviesa profundamente la vivencia de la enfermedad: enfermedades del trabajo, a tal punto que la falta de trabajo se convierte en sí en un sinónimo de enfermedad: “Cuando se le dice a una persona que ya es muy vieja para trabajar o que ya no es capaz de continuar trabajando, es como si estuviera enferma ” ¡Enfermedad y trabajo! Esta pareja indisolublemente ligada tiene en sí un contenido específico: la ideología de la vergüenza erigida por el sub-proletariado no apunta a la enfermedad en sí misma, sino a la enfermedad en • tanto que ella impida el trabajo. En efecto, no encontramos nunca en el discurso del sub-proletariado una angustia específica que se refiera a la salud, la enfermedad o la muerte. La enfermedad es vivida como un fenómeno totalmente exterior, resultado del destino y que está relacionada con una intervención exterior: como el médico, el hospital. Cuando él lucha contra el dolor, cuando trata de negar su sufrimiento, el hombre del sub-proletariado no pretende tener una actitud terapéutica frente al proceso patógeno. El sabe que sólo trata de hacerlo callar. Curar es el negocio o el trabajo del médico o del especialista. La angustia contra la cual está erigida la ideología de la vergüenza no es la del sufrimiento, de la enfermedad, ni de la muerte; la angustia que se observa es, a través de la enfermedad, el_agotamiento del cuerpo en tanto fuerza capaz de producir trabajo. Esta observación es importante en la medida en que ella es prácticamente específica del sub-proletariado y que no la encontramos en ninguna de las demás clases sociales, ni incluso en el proletariado. Cuando las condiciones de supervivencia son tan precarias como aquellas que observamos en el sub-proletariado o en las poblaciones de los países sub-desarrollados, no hay lugar para la ansiedad frente a la enfermedad como tal (lo que no significa que dicha ansiedad no exista). Ella está probablemente oculta por la cuestión relativa a la supervivencia, si” guiendo lo que se ha descripto a propósito del siglo XIX y de la historia de la relación salud-trabajo antes de la guerra de 1914.

Función de la ideología defensiva: nos queda por entender, más allá de la finalidad de este sistema defensivo, cómo funciona, para qué surge, en qué consiste su positividad, y eventualmente evaluar su costo social. Más allá de la enfermedad, ya lo hemos visto, la ideología de la vergüenza consiste en Mantener alejado el riesgo de un agotamiento del cuerpo que lo aleje del trabajo y como consecuencia de la miseria, de la sub-alimentación o de la niuerte. Podemos preguntarnos qué pasaría en el caso de que esta ideología 3 7

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defensiva fracasara. La ansiedad relativa a la supervivencia, de colectiva. pa~ sariama convertirse en problema individual. Esta situación no es solamente un estudio de caso puramente teórico. Vemos a veces fracasos aislados de la ideología de la vergüenza. Aparecen entonces comportamientos individuales específicos; la principal salida frente a la ansiedad concreta de la muerte es el alcoholismo que alcanza a un cierto número de individuos. Pero el alcoholismo nunca reviste la forma colectiva, ni la “epidémica”. El alcoholismo es una fuga individual y gravemente condenada por el grupo social. El alcoholismo, en esta situación, corresponde a una proyección hacia adelante» hacia un desgaste físico más rápido y un destino mental y somático particularmente grave por causa de la rápida utilización del dinero que ya no permiti' rá más asegurar una alimentación adecuada. La segunda salida está representada por la emergencia de acto sd e violencia “antisocial”, la mayoría de las v veces desesperados e individuales. La tercera salida es ¡ajocura con todas las formas de descompensaciones psicóticas, caracteriales y depresivas. Finalmente, al no poder hacer uso de estas “puertas de salida”, el riesgo es la muerte. Mortalidad por sub-altmentación o sustitución agravando la evolución de una enfermedad concurrente. Es de notar al respecto la frecuencia de las muertes precoces de los individuos jóvenes con edades entre 35 y 50 años.44 Confrontados individualmente al peligro concreto de no poder sobrevivir por razones materiales, pocos sujetos resisten. El esfuerzo material y económico desplegado por las familias del subproletariado para sobrevivir sería incomprensible si no estuviera sostenido y basado en un sistema mental muy sólido. Este sistema funciona ya que está elaborado y alimentado colectivamente. Tal es la positividad de la ideología de la vergüenza. Nos queda por contemplaran,costo. E^ silencio que rodea los problemas de salud, de enfermedad, de vida sexual, de embarazo y de medicina conducen a esta población a agravar aún más los efectos del sub-equipamiento médico-sanitario, Hacer callar la enfermedad y el sufrimiento conduce de manera coherente a rechazar los cuidados, a evitar las consultas médicas, a temer las hospitalizaciones. D é esta manera, muchas personas del subproletaríado se podrían beneficiar con protecciones sociales tales como visitas gratuitas y asistencias médicas también gratuitas. No es tanto por ignorancia que los hombres del sub-proletariado no se benefician con estas medidas. La presencia de trabajadores sociales haría posible paliar esta dificultad. Pero de la experiencia misma de estos trabajadores sociales, surge el conocimiento de una verdadera resistencia de la gente del sub-proletariado a hacer los trámites necesarios. Podríamos, en tal situación, acusar al sub-proletariado de complacencia respecto del sufrimiento y la miseria. Y eso no es nada si tenemos en cuenta la coherencia necesaria de la ideología de la vergüenza: distanciarse de la enfermedad, la miseria y el hambre, es también distanciarse de todo lo que directa o indirectamente puede hacerlos recordar. También

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e l estudio de toda medida médico-sanitaria o de higiene reactiva una ansiedad fundam ental más elevada de lo que podría ser susceptible de calmarla.

A partir del ejemplo del sub-proletariado podemos proponer algunas características de lo que es una ideología defensiva. En primer lugar, la ideología defensiva funcional tiene como objetivo principal enmascarar, contener y ocultar una ansiedad particularmente grave. En segundo lugar, es al nivel de la ideología defensiva, partiendo de que ésta es un mecanismo de defensa elaborado por un grupo social particular, que debemos buscar una especificidad. Encontraremos tales ideologías defensivas al tratar la situación'de los trabajadores de la construcción. Esta vez los caracteres específicos tendrán que estar relacionados con la naturaleza de la organización del trabajo. En el caso del sub-proletariado no puede tratarse del problema de la organización del trabajo en tanto tal, sino más bien del problema del sub-empleo y del desempleo. La_£spec4ficidad de la ideología defensiva de la vergüenza es, por una paite, resultado de la naturaleza de la ansiedad por contener y, por otra, de la población que participa en su elaboración. En tercer lugar, lo que caracteriza una ideología defensiva, es que está dirigida,lTo~coñtfa una angustia resultante de conflictos íntra-psíquicos de naturaleza mental, sino que está destinada a luchar contra un peligro y un riesgo reales. En cuarto lugar, la ideología defensiva, para ser operativa, debe obtener la participación de todos los interesados. Aquel que no contribuye o que no comparte el contenido de la ideologTa^efensiva es, tarde o temprano, excluido. En el caso de la construcción, se lo deja fuera de la obra; en el caso del sub-proletariado, es el aislamiento progresivo que lo conduce a la muerte por intermedio de las enfermedades físicas o mentales. En_quinto lugar, una ideología defensiva, para ser funcional, debe estar dotada de una cierta coherencia, lo que supone hacer adaptaciones relativamente rígidas a lareálidad, con el riesgo de que aparezcan consecuericETmás o menos graves en el plano práctico y concreto. (Resistencia a la protección médico-sanitaria, rechazo a la contracepción.) Veremos a propósito de la construcción que el costode elaboración del funcionamiento de la ideologfa defensiva profesional es igualmente importante (resistencia frente a las campañas de seguridad). En sexto lugar, la ideología defensiva tiene siempre un carácter vital, fundamental, necesario. Siendo tan inevitable co mo la realidad misma, la ideología defensiva se torna obligatoria. Ella jeem P h zajg s mecanismos de defensa individuales y los pone fuera de combate. Esta observación es de una gran importancia clínica eii lá medida en que es a partir de ella que podemos comprender por qué un individuo aislado de su gnipo social se encuentra brutalmente desprovisto frente a la realidad a la cual se halla confrontado. Las participación en la ideología defensiva colecige acallar los mecanismos de defensa que únicamente justifican su existencia frente a conflictos de orden mental, los cuales sólo pueden aparecer cuando está asegurado un mínimo control de la realidad peligrosa.

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Veremos que todas estas características de la ideología de la vergüenza pueden reaparecer en las ideologías defensivas profesionales, ya sea que se trate de trabajadores de 3a construcción como de operadores de las industrias de proceso.

2. Los mecanismos de defensa individuales contra la organización del trabajo: el ejemplo del trabajo repetitivo Es una situación completamente diferente la que encararemos ahora: el trabajo repetitivo, ya sea que se trate de trabajo en cadena, de trabajo por piezas, de ciertos trabajos informatizados de oficina, en las compañías de seguros o en los bancos. Trabajo taylorizado, cuya organización es tan rígida que domina no solamente la vida durante las horas de trabajo, sino que también invade, como lo veremos más adelante, el tiempo líbre. Para introducir el punto de vista de la psicopatología en este campo, no podemos evitar volver a analizar ciertos aspectos de la Organización Científica del Trabajo (OCT) concebida por Taylor.96 El objetivo de este sistema, lo adivinamos si es que ya no lo sabemos, es el aumento de la productividad. Taylor, que había hecho durante sus estudios un aprendizaje de obrero, formulaba contra ios obreros el reproche de “holgazanería” ( op. c i t pág. 230). La “holgazanería en el taller”, no eran tanto los momentos de descanso que se intercalaban en el trabajo, sino más bien los instantes durante los cuales ios obreros, pensaba, trabajaban a un ritmo menor del que habrían podido, o habrían debido adoptar. La holgazanería fue denunciada de este modo como pérdida de tiempo, de producción y de dinero. Lo que Taylor condena, aquel “vicio” de la clase obrera, quizás sea otra cosa totalmente distinta. Intentaremos demostrar que más allá de una simple reducción de la producción, este tiempo, aparentemente muerto, es en realidad una etapa de trabajo en el curso de la cual se ponen en juego operaciones de regulación de la pareja hombre-trabajo, destinados a asegurar la continuación de la tarea y la protección de la vida mental del trabajador También el destino de Taylor se identifica con la reducción, en el sentido radical, ortopédico diríamos, de la holgazanería obrera. El principal obstáculo que encuentra en su proyecto, es la ventaja indiscutible del obrero-artesano sobre el empleador en la discusión de los tiempos y de los ritmos de trabajo. El conocimiento de la tarea y del modo operatorio se encuentra en el campo del obrero y está cruelmente ausente en la argumentación del ingeniero. 4 0

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en una época en que el obrero sigue siendo en la mayoría de los casos un arjjg§ano calificado. _* El saber obrero se destaca entonces en la lucha como secreto guardado colectivam en te por la corporación obrera62 saber-secreto-clave de la relación de fuerzas, del que Taylor se va a apropiar. Él emprende el análisis sistemático de los modos operativos en uso ( op . cit.y pág. 80). No se detiene en la insólita diversidad de estos modos operativos sino para condenar a los más lentos, sin preguntarse sobre las razones de esta variabilidad atribuida implícitamente a la tontería o a la mala voluntad de los menos rápidos {op. cit., pág. 82). ¿Error o ceguera intencional? Una vez seleccionados los diferentes modos operatorios, Taylor elige el más rápido y, en base a ese criterio, lo declara “modo operatorio científicamente establecido” que trata de ahora en más de imponer a todos los obreros sin distinción de altura, edad, sexo o de estructura mental. Se insistió con mucha razón sobre el desposeimiento del conocimiento colectivo62 por la organización científica del trabajo. La diversidad de modos operatorios, en cambio, ha llamado poco la atención, Desposeimiento del saber, claro está, pero también desposeimiento de la libertad de intervención, puesto que esta diversidad es testigo, en realidad, de la originalidad de cada obrero frente a su tarea. Originalidad que no debería solamente contentarse en reconocerse como calidad estética o valor moral. Se trata mucho más de una inventiva o actividad fundamental que autoriza a cada obrero a adaptar intuitivamente la organización de su trabajo a las necesidades de su organismo y a sus aptitudes fisiológicas. L aO C T no se limita a una desapropiación del saber. Anula la libertad de organización, de reorganización o de a d a c c ió n del trabajo. Adaptación espontánea del trabajo al hombre que no esperó a los especialistas para inscribirse en la tradición obrera. Adaptación, de la cual percibimos fácilmente que exige una actividad intelectual y cognitiva que será prohibida por el trabajo taylorizado. Pero más grave aún es la dimensión psicológica y psico-económica de esta libertad de organización — reorganización— modulación del modo operatorio. Volveremos con más detalles sobre este problema (en el capítulo II2), ya que involucra, como lo veremos, la integridad del aparato psíquico y. más allá, la salud del cuerpo por el juego del proceso de “somatización”. La estrategia de Taylor no podía detenerse en la designación del “modo operatorio científicamente establecido”. Faltaba todavía ponerlo en práctica, lo que evidentemente no es una tarea fácil. La pregunta era entonces: ¿cómo verificar el respeto del modo operatorio y su ejecución en los tiempos establecidos? En otras palabras, ¿de qué jerarquía, de qué control, de qué maná 1

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do debía dotarse a la nueva organización del trabajo? Taylor imaginó entonces un medio de controlar cada gesto, cada secuencia, cada movimiento en su forma y su ritmo dividiendo el modo operatorio complejo en gestos elementales más fáciles de controlar por unidades que en su conjunto. Hasta sistematizó este método y lo declaró como si fuera un principio: varios gestos no debían ser ejecutados más por un sólo obrero sin que en cada uno de ellos se interpusiera una intervención de la dirección (op. c i t pág. 80). Aquí encuentra un papel el personal de supervisión. División técnica máxima de) trabajo y rigidez intangible de ía organización del trabajo aparecen entonces como las dos características fundamentales del nuevo sistema. Desde eí punto de vista psicopatológico, la OCT se traduce por una triple división: división del modo operatorio; división del organismo en órganos ejecutores y órganos de concepción intelectual; y finalmente división de los hombres, separados por la nueva jerarquía considerablemente agrandada de los capataces, jefes de equipo, reguladores, cronometristas, etc. El hombre en situación de trabajo, el artesano, desapareció para dar nacimiento a un aborto: un cuerpo instrumentalizado — obrero-masa— , 18 desposeído de su capacidad intelectual y de su aparato mental. Cada obrero, además, es aislado de los otros. Pero, a veces, es peor aún, ya que el sistema puede hacerlo enfrentar a los otros. Superado por las cadencias, el obrero que no lleva el ritmo perturba las tareas de aquellos que intervienen después de él en la cadena de los gestos productivos. Al fin de cuentas, e] trabajo taylorizado engendra entre los individuos una mayor cantidad de división que de puntos de encuentro. Si comparten colectivamente las experiencias del taller, el ruido, las cadencias y la disciplina; sin embargo en esta iiueva estructura de organización de trabajo lo que cambia es que lo hacen confrontados, uno a uno, individualmente y en la soledad, a las exigencias de la productividad.

Ésta es, en definitiva , la paradoja del sistema que elimina las diferencias; crea el anonimato y la intercambialidad, mientras que individualiza a los hombres frente al sufrimiento. Frente al trabajo por piezas, al chantaje de las primas e incentivos en dinero, a las aceleraciones de las cadencias, el obrero se encuentra desespera: damente solo. A él le cabe encontrar la ayuda, la “vuelta” que le permitirá ganar algunas decenas de segundos en el ciclo operatorio. La ansiedad, el aburrimiento frente a la tarea, tendrá que asumirlos primero individualmente, incluso si es en medio de un verdadero hormiguero ya que las comunicaciones están excluidas, hasta prohibidas. En el trabajo taylorizado no existe más una tarea común, ni una obra colectiva, como es el caso en la construcción o en la pesca en alta mar, por ejemplo. La rigidez de la organización del trabajo, las restricciones de tiempo, las cadencias, los ambientes de trabajo, el estilo 42

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de la dirección, el control, el anonimato de las relaciones de trabajo, la interc am biabi lidad de los obreros,.., todo parece rigurosamente compartido por los numerosos trabajadores afectados a la misma cadena, en el mismo taller., La repetitividad de los gestos, la monotonía de la tarea, la robotización, no perdonan a ningún obrero de base. La aparente uniformÍ2ación de las exigen^ cías de trabajo parece indicar la dirección que debería tomar la observación psicopatológica: privilegiar loejue hay de común y de colectivo en_la viven-!. cía antes que detenerse sobre lo que separa~á los individuos. Una tal opción parece, además, coherente con el análisis sociológico y político. Al tomar un estudio de este tipo, la psícopatología del trabajo corre el riesgo de volver a caer en la interpretación sociopolítica de la vivencia psíquica que atribuye únicamente a las condiciones materiales y económicas las causas del sufrimiento, y reduce el dolor a un simple reflejo de la lucha de clases. Ésta es una gran trampa teórica, que probablemente bloqueó toda elaboración sobre lo vivido por el obrero taylorizado. Nos parece, por el contrario, que la individualización, incluso si es ante todo uniformizante porque borra las iniciativas espontáneas, porque rompe las responsabilidades y el saber, porque aniquila las defensas colectivas, desemboca paradójicamente en una diferenciación del sufrimiento de un trabajador respecto de otro. Por el hecho de la parcelación de lo colectivo obrero, el sufrimiento que engendra la organización del trabajo, llama a respuestas defensivas fuertemente personalizadas. Ya no hay más lugar para las defensas colectivas.

Los residuos de las defensas colectivas En el caso del trabajo de carácter colectivo (construcción, trabajos públicos), se trata de tareas de gran envergadura que exigen varios días o hasta varias semanas o varios años para su realización. El trabajo en equipo, la participación en un grupo de operaciones cuyo sentido es comprendido por el conjunto de los obreros, hacen posible la puesta en marcha de defensas colectivas. Aquí, en el caso del trabajo taylorizado, nada es parecido. La división del trabajo desemboca — y los obreros no cesan de manifestarlo— , en algo que no tiene sentido: los trabajadores, en su gran mayoría, ignoran el sentido del trabajo y el destino de su tarea. El sin-sentido de la tarea individual y el desconocimiento del sentido de la tarea colectiva sólo toman su verdadera dimensión psicológica en la división y la separación de los hombres. En ciertos momentos privilegiados veremos resurgir a veces los trozos de defensas colectivas. Es de esta manera como en L’Etabli63 es descripto un grupo de obreros yugoslavos de la cadena en las fábricas Citroen. De a tres, 43

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unidos por su común nacionalidad, establecen entre ellos un sistema de convivencia y solidaridad. Gracias a la puesta en marcha de tácticas operatorias espontáneas» alcanzan a ganar algunos minutos sobre el ritmo impuesto por la organización del trabajo. De ese grupo, uno de los tres puede entonces quitar la cadena y fumar ostensiblemente un cigarrillo mientras que el conjunto de los otros trabajadores continúa indefinidamente repitiendo los mismos gestos. Estos pocos minutos arrancados al tiempo y al ritmo de la cadena, son gozados colectivamente. Este momento, como lo describe Linhart se vive con una inmensa alegría, como una especie de victoria colectiva sobre la rigidez y la violencia de la coacción de la organización del trabajo. En otros casos asistimos a una “marcha hacia arriba colectiva” de los obreros de la cadena de tal manera que dos o tres obreros, al final de la cadena, llegan a abandonar sus puestos durante algunos minutos, utilizándolos para golpear un cartón. En este caso es el conjunto de los trabajadores el que participa en el hecho. ¿Podemos entonces realmente hablar dfi.dgfciisa colectiva? Sí, si lo que es colectivamente desafiado en este comportamiento es efectivamente el tiempo, el ritmo, las cadencias, y la organización del trabajo. Not en la medida en que sólo por algunos momentos se toma a cargo colectivamente el sufrimiento. Su eficacia es por lo demás muy limitada. Limitada frente a lo que caracterizamos más arriba (con respecto al sub-proletariado) como un peligro real. ¿Qué eficacia real contiene efectivamente tal levantamiento en cadena? En cambio el juego, si es apreciado como tal, obtiene sus virtudes sin dudas de su carácter simbólico : desafiar las cadencias, dominar el tiempo, ser más fuerte que la organización del trabajo. Veremos que la realidad de los riesgos en el trabajo taylorizado no se deben tanto a las cadencias mismas sino más bien a las tensiones que esta organización del trabajo hace padecer al funcionamiento mental. Sería mal visto subestimar el beneficio mental de una operación de carácter simbólico. Pero no podemos tampoco esconder su modesto valor funcional y su mezquina dimensión frente a la inmensidad del sufrimiento. Y tampoco estamos autorizados a admitir que estos mecanismos bastan a la lucha contra la angustia y el dolor moral. Hay que admitir entonces, evidentemente, que es sobre todo individualmente que cada obrero debe defenderse de los penosos efectos de la organización del trabajo.

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Una vez lograda la desapropiación del saber productivo, una vez desmantelada la colectividad obrera, una vez rota la libre adaptación de la organización del trabajo a las necesidades del organismo, una vez que se ha concentrado el poder supremo de la supervisión, sólo quedan entonces cuerpos ais-

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lados y dóciles desprovistos de toda iniciativa. El último elemento del sistema puede entonces ponerse a funcionar sin obstáculos: hay que adiestrar, entrenar, condicionar esa fuerza potencial que ya no tiene nada de humana. Es jo que Tbylor mismo anuncia como “la multiplicación de las relaciones übrero-empleador, se da junto con una simplicidad para concebir al hombre en el trabajo”: el hombre-mono de Taylor ha nacido (Taylor, pág. 100). Cono-'.-; c e ta o s, por otra parte, la famosa respuesta de Taylor a la Corte Suprema de los Estados Unidos cuando tuvo que dar cuenta de su sistema frente a los jueces, sistema juzgado inhumano en esa época. Y para justificar sus innovaciones, Taylor compara él mismo al nuevo obrero con el chimpancé, como elemento de convicción para obtener la adhesión del jurado (Taylor, 96, pág. 100). “La idea de entrenar a los obreros uno tras otro bajo la conducción de un profesor competente, para ejecutar su trabajo siguiendo nuevos métodos hasta que los apliquen de una manera continua y /labitual, una manera científica de trabajar (método que ha sido concebido por otro), esta ¡dea, digo, es directamente contraria a la vieja idea según la cual cada obrero es la persona más calificada para determinar su modo personal de ejecución del trabajo.” Taylor se equivocaba. Lo que parece verdadero desde un punto de vista de la productividad es falso mirándolo desde la economía del cuerpo, puesto que el obrero es efectivamente el mejor ubicado para saber lo que es com patible con su salud. Incluso si su modo operatorio no es siempre el más eficaz desde el punto de vista del rendimiento en general, el estudio del trabajo artesanal muestra que por regla general el obrero llega a encontrar el mejor rendimiento del que es capaz respetando al mismo tiempo su equilibrio fisiológico y que, de esta manera, no tiene en cuenta solamente lo actual, sino también el futuro. Si nos inclinamos sobre las consecuencias de la OCT para el aparato mental, constatamos que aparecen en el funcionamiento físico desórdenes que fueron ignorados por el creador del sistema.

Los efectos del trabajo repetitivo sobre la actividad psíquica Entre la organización del trabajo y el aparato mental, desapareció el amortiguador que constituía hasta entonces la responsabilidad de concebir y de realizar la tarea en función del saber-productivo, es decir la actiyidadjntelectual emprendida por el obrero-artesano en su trabajo.

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En efecto, en el obrero-artesano pre-taylorista todo pasaba como si el trabajo físico, es decir la actividad motriz, estuviera regulada, modulada, distribuida y equilibrada en función de las aptitudes y de la fatiga del trabajador, por intermedio de la programación intelectual espontánea del trabajo. A

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En esta construcción jerarquizada, el cuerpo obedecía al pensamiento , siendo éste dirigido por el aparato psíquico , lugar del deseo y del placer, de la imaginación y de los afectos,* El sistema Taylor actúa de alguna manera por sustracción del nivel intermedio, del lugar de la actividad cognitiva e intelectual. Podríamos dar de esta imagen una representación espacial: el primer piso y la base de la torre Eiffel serían el cuerpo. El segundo piso sería el sitio para la actividad intelectual. El último piso junto a su transmisor de televisión sería el aparato psíquico, que da a la construcción su coherencia y su finalidad. Imaginemos lo que pasaría si repentinamente sacáramos el segundo piso. ¡El desastre arquitectónico se acompañaría con una alteración significativa de la calidad de las transmisiones televisivas! Es precisamente lo que debe ser estudiado por la psicopatología del trabajo: ¿qué será de la vida psí. quica del trabajador desposeído de su actividad intelectual por la organización científica del trabajo? De la confrontación entre un individuo, dotado de una historia personalizada, y la organización del trabajo, portadora de una orden terminante y despersonalizante , surgen una vivencia y un sufrimiento que podemos intentar sacar a la luz. Quizás no hemos terminado de debatir lo que pasa en la cabeza de un obrero que trabaja por piezas, o de un perfoverificador o un "data entry” de la informática. Si nos referimos a ciertas concepciones patronales, no hay duda alguna sobre la existencia de una actividad mental que acompaña al trabajo repetitivo. Según ciertos autores,*05 incluso los sueños y la imaginación a los cuales se libra el obrero son nefastos para la producción y convendría ponerles fin por un medio que queda por determinar. No solamente el espíritu dejado a la deriva distrae al obrero de su tarea, con lo que peligran la calidad y la cantidad de trabajo, sino que la imaginación liberada alimenta ilusiones no razonables. Otros autores han propuesto introducir en el taller una música basada en percusiones rítmicas que, haciendo recordar obstinadamente la cadencia, evitarían los sueños incongruentes. Los especialistas del hombre en situación de trabajo están divididos al respecto. ¿Las tareas repetitivas dejan un lugar para los recuerdos de la víspera o del fin de sem ana?101 Si bien algunos dan respuestas muy afirmati-

* Es necesario, para seguir con la lectura de la obra, diferenciar claram ente actividad intelectual y vida psíquica (o m ental). Un razonam iento m atem ático es diferente de una imagen. La clínica psicoanalííica m uestra que hay casos en donde Ja actividad intelectual puede desarrollarse independientem ente de toda actividad imaginaria.

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vas, otros, fundamentándose en declaraciones de los obreros, pretenden, por el contrario, que la organización científica del trabajo no permite ninguna evasión mental, En lugar de adoptar una posición clara al respecto, ¿no estaría permitido

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admitir que las dos situaciones son posibles? Esto pasa, por ejemplo, si nos referimos a dos libros-testimonio de la condición obrera: Le salaire aux pieces (El salario por piezas)^2 bis y Ui nuil des machines (La noche de las máquinas)? Para Haraszti parece evidente que el espíritu es totalmente absorbido por la dificultad en realizar la cantidad exigida para alcanzar el salario y las primas. En la obra de Boyadjian, por el contrario, la evasión imaginaria domina su libro y su vivencia. La obrera colocada en el puesto de trabajo de los asientos del Citroen 2 CV descripta por Linhart62 parece funcionar como un autómata deshumanizado. Muchos casos personales muestran que ciertos trabajadores, roídos por problemas personales, familiares y materiales, se libran brutalmente a una cadencia continua para olvidar esas dificultades durante el tiempo de trabajo. Al revés, otros sobreviven al trabajo repetitivo sólo gracias a la autonomía mental que logran conservar, incluso en la fábrica.

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Al ver esto más de cerca se constata que el uso de la válvula imaginaria está sometido a dos condiciones la primera es de orden individual: la posi- /l bilidad de fantasear no está dada a todos los sujetos de manera idéntica y e M valor funcional de la visión fantaseosa es desigual de una persona a la otra.10 ' Por “valor funcionar* entendemos, en el caso presente, el poder de relaja- . ción, de distensión y de alivio que posee a veces la visión imaginaria.

La segunda condición está referida a la organización del trabajo. En La nuitdes machines, el trabajo es monótono (consiste siempre en reparar los hilos rotos del telar). Pero el gesto repetido no es regularmente rítmico, como en el trabajo por piezas. Existen algunos momentos ocupados en la vigilancia hecha sin restricciones directas de tiempo. Por consiguiente, la evasión hacia la fantasía es de hecho a veces posible. En Le salaire aux pieces, por el contrarío, como está completamente orientado hacia la performance psicomotriz, el espíritu nunca está libre, y no hay escapatoria imaginaria posible. Volveremos posteriormente sobre este punto que nos parece fundamental: hasta los sujetos dotados de una sólida estructura psíquica pueden ser víctimas de una parálisis mental inducida por la organización del trabajo . Esta eventualidad es peligrosa en el plano de la salud, como lo mostraremos más adelante (ver capítulo V). Al revés, una organización del trabajo del tipo de la presentada en La nuit des machines no implica automáticamente que todos los obreros se defiendan individualmente tan bien como el autor. Ciertos trabajadores enfrentan 4 7

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la monotonía de la tarea con posibilidades defensivas individuales mucho menos eficaces (defensas comportamentales) y su sufrimiento se agrava notoriamente. Veremos las consecuencias de este sufrimiento en el estado de salud de estos trabajadores.

La utilización del tiempo fuera del trabajo Compensación aparentemente natural de los perjuicios del trabajo taytorizado, el tiempo fuera del trabajo no aporta todas las ventajas que se podría esperar. Si tenemos en cuenta el costo financiero de las actividades en el tiempo libre (deportes, cultura, formación profesional) y el tiempo absorbido por las actividades que no se pueden comprimir (tareas hogareñas, desplazamientos), muy pocos son los trabajadores y las trabajadoras que pueden organizar sus descansos conforme a sus deseos y a sus necesidades fisiológicas: a pesar de todo, algunos de ellos logran organizarse armoniosamente, de manera de contrabalancear los efectos más nocivos de la OCT (despersonalización y formación profesional siguiendo cursos durante la noche; restricciones de posturas de los empleados y deporte, etc.). Otra vez más, el uso del tiempo fuera del trabajo está muchas veces situado a distancia de la colectividad de los trabajadores, y sigue siendo, en tanto sistema defensivo, fuertemente individualizado, incluso en las prácticas paternalistas en vigencia a principios de siglo, concernientes a los equipos deportivos de las empresas.

La “contaminación” del tiempo fuera del trabajo Más complicado parece ser el asunto de las estructuras del tiempo fuera del trabajo. Muchos son los autores que insisten en la contradicción entre división de los tiempos de trabajo/tiempo libre por una parte, y unidad de ta persona por otra.28 ¿Qué quiere decir esto sino que “el hombre no puede ser recortado en una mitad productiva y otra mitad consumidora7'? Es el hombre todo entero el que está condicionado al comportamiento productivo por la organización del trabajo y, fuera de la fábrica, conserva la misma piel y la misma cabeza. Despersonalizado en el trabajo, perdurará despersonalizado cuando está en su hogar. Esto es por lo menos lo que observamos y de lo que se quejan los obreros.15 A la salida de la fábrica, reconocemos a los locos de Thompson por su manera de manejar en los caminos, como si continuaran respetando las cadencias aprendidas en el trabajo. Las mujeres se quejan de realizar las tareas hogareñas a una gran velocidad que no hace más que prolongar e] 4 8

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tiempo violento del trabajo incorporado en la fábrica. Los telefonistas sufren ¿c estereotipias fuera del trabajo (dicen “hola, lo escucho” tirando la cadena del baño, “no contesta nadie, corto” al escuchar en los subterráneos el cierre automático de las puertas) que fueran descriptas, por Bégoin bajo el nombre impropio de “lapsus”.21 La mayoría de los autores está de acuerdo en interpretar estos hechos como una contaminación involuntaria del tiempo fuera del trabajo. ¿No sería posible hacer resurgir la unidad estructural del tiempo en la fábrica y fuera de la fábrica? El tiempo fuera del trabajo no sería ni libre ni virgen, y los estereotipos de comportamiento no atestiguarían solamente algunos residuos anecdóticos. Por el contrario, tiempo de trabajo y tiempo fuera del trabajo formarían un continuo difícilmente separable. Parece efectivamente que las actividades hechas a los apurones en casa no son de hecho una actitud pasiva, pero ellas también exigen un esfuerzo. Nada es más penoso que adaptarse a una nueva tarea repetitiva (92, págs. 50 y 100). Una vez que las dificultades han sido superadas, queda mantener la performance . La fase de entrenamiento que precede aparece como mas difícil aún que mantener la performance productiva misma. Ya lo hemos subrayado, en el trabajo remunerado por piezas, por ejemplo, toda la concentración, todos los esfuerzos están dirigidos hacia el resultado de la producción. La producción exigida compromete toda la personalidad, física y mental. Lo más peligroso para el obrero es la adaptación del condicionamiento mental a la cadencia, adaptación que exigirá inevitablemente un nuevo aprendizaje. Numerosos son los obreros y empleados sometidos a la OCT que mantienen activamente, fuera del trabajo y durante los días libres, un programa en donde actividades y descanso son verdaderamente programados según e! cronómetro. De esta manera, conservan presente la preocupación ininterrumpida del tiempo impartido en cada gesto, especie de vigilancia permanente para no dejar apagar o desactivar el condicionamiento mental al comportamiento productivo. También el ritmo del tiempo fuera del trabajo no es solamente una contaminación , sino más bien una estrategia , destinada a mantener eficazmente la represión de comportamientos espontáneos que marcarían una brecha en el condicionamiento productivo. Los médicos del trabajo, realizando prácticas en fábricas, se enfrentan a veces con este fenómeno que no es excepcional y que se traduce en el rechazo de ciertos obreros para aceptar las pausas de trabajo prescriptas por el médico que los trata. Este “presentismo” puede tener otros orígenes (de orden salarial), pero a veces la causa es la lucha individual para preservar un con4 9

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dicionamiento productivo costosamente adquirido. Aparece en esta actitud el círculo vicioso siniestro de la alienación por el sistema Taylor, en donde el comportamiento condicionado y el tiempo, cortados en base a la medida de la organización, forman un verdadero síndrome psicopatológico que el obrero, para evitar algo aún peor, se ve obligado a reforzar él mismo. La injusticia quiere que al final el obrero sea el artesano de su propio sufrimiento.

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