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CALL ME BY YOUR NAME (LLAMAME POR TU NOMBRE) – ANDRÉ ACIMAN. Italia, década de los 80´s (VERANO) Narrador protagonista

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CALL ME BY YOUR NAME (LLAMAME POR TU NOMBRE) – ANDRÉ ACIMAN. Italia, década de los 80´s (VERANO)

Narrador protagonista ----- Elio. Todo comienza cuando su familia comienza la tradición de recibir en el verano a estudiantes o creadores jóvenes que, a cambio de alojamiento, ayudaran al padre de Elio el cuál era un catedrático, en los compromisos culturales que el tenía. André Aciman (Alejandría, Egipto, 1951), se trasladó a vivir a Italia con sus padres a los quince años y más tarde se afincaron en Nueva York. Allí se graduó en lengua inglesa en el Lehman College y obtuvo un doctorado en literatura comparada en la Universidad de Harvard. Es profesor de literatura comparada e imparte clases sobre la obra de Proust en el Graduate Center de la City University de Nueva York, donde dirige el Writers’ Institute. También ha impartido clases de escritura creativa en la Universidad de Nueva York y de literatura francesa en la Universidad de Princeton. Es el autor de las novelas Llámame por tu nombre El profesor y literato de origen egipcio André Aciman (Alejandría, 1951) publicó su primera novela Llámame por tu nombre en 2007, libro que de inmediato recibió atención y excelentes comentarios tanto por su sensibilidad como por la intensidad de los sentimientos expresados en sus palabras La adaptación de la novela homónima de André Aciman nos lleva al Norte de Italia, año 1983, donde Elio (Timothée Chalamet), adolescente de 17 años, y su familia (una culturosa mezcla de franco-judíos-norteamericanos) suelen pasar las vacaciones de verano. Elio es un chico introspectivo, cariñoso y prodigio musical en pleno despertar sexual que verá su vida profundamente afectada con la llegada de Oliver (Armie Hammer), rl nuevo estudiante de posgrado que viene ayudar a su papá (un Michael Stuhlbarg increíble que se merece varios premios) con sus investigaciones arqueológicas. Oliver es todo lo opuesto, un atractivo veinteañero (¿?) de personalidad despreocupada y avasallante que no parece llevarse muy bien con el jovencito de la casa. Más bien, lo evita cada vez que puede, pero esa actitud poco y nada tiene que ver con el desdén, sino todo lo contrario. Desde el primer minuto que Oliver pone un pie en el hogar de los Perlman, la atracción es inevitable, pero las dudas de Elio, y su miedo al rechazo, van retrasando el acercamiento y una relación “prohibida” (en su mente, y a los ojos de los demás) que, se sabe, no podrá prosperar más allá de estas semanas de descanso.

Guadagnino se mete de lleno en la confundida cabecita de Elio y su constante búsqueda de identidad. Las relaciones con el sexo opuesto, su amorosa y comprensiva familia, la religión y la adultez, todo pasa por un arduo debate interior que Chalamet deja escapar mediante pequeños y grandes gestos. El guión de James Ivory es fundamental, pero al final todo se reduce a las imágenes y, sobre todo, los tiempos para cada acción y cada palabra, convirtiendo a “Llámame por tu Nombre” en una experiencia tan sensorial como narrativa. Las callecitas italianas sin duda ayudan, tanto como la frescura del agua, la calidez del sol o la dulzura de las frutas de verano. Todo refuerza los sentidos de este primer amor, y estas primeras experiencias para el joven Elio, cada vez más pendiente a las señales de Oliver. Guadagnino jamás abusa de las referencias de la época. Los ochenta se destilan a través de la música (y la gran banda sonora de Sufjan Stevens), la puesta en escena en general, el vestuario y los tapujos. Porque a pesar de que los europeos parecen más adelantados y modernos, los prejuicios son los prejuicios, y Oliver (el “adulto” de esta relación) sabe que hay que cuidar las apariencias, tanto acá como en los Estados Unidos. Oliver lucha constantemente contra sus impulsos más ¿predatorios?, pero nunca se registran de esta manera. Se sienten su culpa y su contención, traducidas en ese menosprecio inicial, y la inmutable sensación de que está en falta si comienza una relación con alguien tan inexperto como Elio. Claro que choca un poco el hecho de saber que Hammer es bastante mayor a su personaje, pero Guadagnino se encarga de que no haya morbo y que lo “prohibido y pecaminoso”, pronto se convierta en impulso y romance. De eso trata esta “coming of age”, de ese primer amor que nos marca y nos duele de tan profundo que es. En el caso de Elio, también se corresponde con su búsqueda de identidad sexual en una época donde las relaciones homosexuales no estaban muy bien vistas, ¿o sí? El naturalismo de la narración, la belleza y cotidianeidad de sus imágenes, la actuación de Chalamet (todos queremos adoptarlo, ¿no?) y esos momentos finales (no, no hay spoilers) hacen de “Llámame por tu Nombre” una gran historia de amor, de descubrimiento y madurez con la que todos, de una u otra manera, podemos identificarnos. Guadagnino la convierte en universal y nos conmueve porque todos pasamos por las dudas, los miedos y el dolor de un primer romance apasionado. Ese nudo es apenas entendible porque, a pesar de que Elio y Oliver nunca se niegan el amor, su relación está salpicada por el tabú. El asunto es que el cine, según el historiador cinematográfico Richard Dyer, constituye lo que la gente piensa de sí misma y, en esa medida, la homosexualidad y su dilema moral seguirán siendo una piedra en el zapato.

El juego precoz, la escena del durazno, el peso de la intimidad y los diálogos. El guion es tan pertinente que las palabras finales del padre no pueden ser un mejor desenlace para la obra. “Los corazones de nuestros cuerpos nos fueron dados sólo una vez. Antes de que te des cuenta, tu corazón se habrá gastado. Y en cuanto a tu cuerpo... llega un punto en donde nadie lo voltea a ver y mucho menos se acercan a él”. Esa sensación de que es una película sobre amor y deseo más que sobre homosexualidad está relacionada de forma bastante compleja con las ideas de Heráclito. La frase ”llámame por tu nombre”, que a priori funcionaría como metáfora poética para expresar que su relación es tan poderosa que prácticamente son la misma persona, tiene una dimensión más profunda de lo que podría parecer. Cabe mencionar que todas las letras del nombre “Elio” están contenidas en “Oliver”. La idea base es que la realidad es contradictoria por naturaleza, parafraseando al propio Heráclito: un río es siempre el mismo, pero sus aguas son siempre diferentes. A nivel superficial podríamos decir que Elio y Oliver son individuos diferentes, cada uno en su etapa de la vida, pero a la vez son lo mismo. No obstante, si ampliamos la perspectiva, se podría decir que lo que les hace iguales es su deseo. Así, el deseo es el río y los individuos son las aguas que fluyen por él. De ahí que lo importante sea la manifestación pasional e irracional de un sentimiento, algo que siempre existirá, y no la percepción de que es una orientación sexual determinada, que en el fondo es un detalle que no tiene tanta importancia. Esta idea también aparece muy marcada en relación con el paso del tiempo. Otra referencia bastante clara son las notas de Oliver que saca Elio de un libro de Heráclito y que vienen a decir: “el significado de que el río fluye no es que todo cambia y por eso no podemos encontrar las mismas cosas dos veces, sino que algunas cosas sólo son lo mismo porque cambian”. Aquí se juega al despiste voluntariamente. Lo importante de la historia no es que Elio y Oliver no se vuelvan a encontrar, sino que el deseo va a seguir existiendo independientemente de las personas que lo experimenten. La homosexualidad tan sólo es una manifestación del deseo, una variación que hace que el deseo siga siendo lo mismo. “«¡Luego!» Una palabra, una expresión, una actitud. Nunca había escuchado a nadie utilizar «luego» para despedirse. Me resultó arisco, seco y despectivo, dicho con la velada indiferencia de alguien a quien le daría igual no volver a verte o no saber nada de ti. Es el primer recuerdo que tengo de él y aún hoy puedo oírlo. «¡Luego!»”. La invitación que le hacen es a no tener miedo a sentir, a no reprimir la taquicardia frente a quien se la provoque. Es cierto que tener un par de padres tan comprensivos frente a la diferencia no era la regla general en 1983 ni ahora, pero la familia de Elio tenía unas condiciones particulares que le permitían aceptar a su hijo como era, con sus ambigüedades, idealizaciones, desilusiones y soledades. Tenían claro que nada ganaban si le reprimían o demonizaban sus sentimientos. Tenían claro que amaban a su hijo. Y eso implica verlo en su complejidad, acompañar sus decisiones, mirarlo con respeto a los ojos.