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[ Brotes – Historias en blanco y negro de Oscar Gagliano ]

Autor y editor: Gagliano, Oscar BROTES – Historias en blanco y negro. Primera Edición – Buenos Aires - Argentina 86 páginas – 15cm x 21cm ISBN: 978-987-05-6740-0 ©2011, Textos, imágenes interior, imágenes cubierta. [email protected] www.oscar.gagliano.net.ar ISBN PAPEL

ISBN EBOOK

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Autor textos e imágenes: Oscar Gagliano [email protected] argentina’2011

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AUTOR Nace en marzo 27 de 1949, en la ciudad de Buenos Aires. Arquitecto y pintor. La escritura, aparece como canal expresivo de las imágenes que necesitan expandirse más allá de la pintura. Desde la plástica, genera caminos de búsqueda, virtuales y reales, medios habituales para verificar sus realizaciones con la opinión, en el ámbito nacional e internacional. Publica diversas notas en medios, reflexiones sobre la tarea de artes plásticas, opiniones del ámbito social y cultural. Finalmente, después de incursionar en varias formas de expresión literaria publica este libro, resumen de lo realizado hasta hoy en narraciones, poemas y novela corta

DEDICATORIA A Graciela, mis hijos, familia, amigos y todos los que de una u otra manera me empujaron hasta aquí con su entusiasmo y afecto. En particular a los respetados maestros: Alberto Breccia y Héctor Oesterheld, a través de cuya inspiración trabaje para este libro. Oscar

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PROLOGO Estos cuentos breves con sus atinadas ilustraciones nos pasean por historias cotidianas. A veces demasiado cortas… quedando la sensación de que nos perdemos algo más. Seres que deambulan en busca de un lugar donde pertenecer. Hurgueteando en los sentimientos y recuerdos, rellenando los vacíos de la memoria. Seres que buscan respuestas en historias inventadas… esas que nunca fueron y otras claramente vividas brevemente. El final de cada cuento tiene un denominador común la incógnita, lo suspensivo, lo expectante, buscando signos para interpretar y descifrar. ¡Felicitaciones! Porque no es fácil con un lenguaje sencillo dar sentido y vida a una historia. Brotes sí que son historias en blanco y negro Cecil1a Margarita Garcia Lazcano. [Gestora cultural- Chile]

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INDICE El cometa Nos dijeron todo ¿Otra seria la historia? Un vacio abierto El primer día del final Cortina de agua Pero que las hay, las hay Liviana carga ¿Desde o hacia? Armoniosas pendientes Alma de acero Apretada sorpresa Percepciones Tiempos oscuros ⇒

⇒ Salida al mar Rompecabezas Espejo doble Colores primarios Huellas en el mar Versiones al sentir Mis dos caras El tenga esas tres cosas Viejas costumbres La pecera Musical destino La careta del predicador El expreso de accidente Umbral ⇒

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⇒ Matar a Aníbal Verdad y mentira Los detalles Reflejos Nunca están conformes El y yo La última clase Corre en la espalda Ultimo vuelo Otra vez No debió hacerlo El tiempo Cardos azules Desde el aire

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El cometa Habían anunciado su paso con dos años de tiempo. Todos estuvimos preparados para el acontecimiento aunque por aquí, las cosas empeoraban. La pobreza y el hambre avanzaban, la gente se peleaba por un pedazo de comida. Nos protegimos, buscando donde tener un poco de paz. El pueblo culpaba a los gobernantes de turno y estos a sus antecesores. Los ladrones hacían su juego, los más grandes comían a los chicos. Nadie podía explicar el futuro. El cometa llego, durante varias horas solo miramos al cielo. Todos lloramos en silencio, los culpables lloraron más y agradecieron.

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Nos dijeron todo Ellos eran sabios y elegantes, llegaron un día desde las grandes olas. Diferentes pero envidiables, como todo lo desconocido. Éramos diferentes y nos hicieron creer que malos. Trajeron hombres sabios, que les hablaban a dioses que no veíamos. Nos enseñaron a hablarles, pedir y pagarles, ellos mismos serian nuestros guías, a la hora del pago. Le gustaban algunas cosas que teníamos, piedras brillantes y de colores, que no servían para nada. Les gustaba nuestra tierra, también nos gustaba nuestra tierra. Un día quisimos honrar a nuestros viejos, nos dijeron donde debíamos hacerlo. Quisimos alabar nuestros dioses y nos dijeron que eso era malo. Donde enterrar nuestros muertos y nos dijeron donde iba a suceder, cuando ellos nos explicaron todo, allí los enterramos.

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¿Otra sería la historia? Ahora está en España. Dice amarme, aunque nunca podré saberlo. ¿Debió irse o quiso irse? Tal vez ni él lo sepa. Pretenderé creer que era una excelente puerta y yo aquí, teniéndole que explicar a todos los compañeros, porque se fue. A esta altura estoy cansada de que todos me digan, que si se hubiera quedado, lo hubiéramos acompañado hasta el final. Encima, ahora un pedante lo desafía a volver, diciendo que no le da el cuero. Amar sin la presencia es muy difícil, presiento que habrá un baño de sangre, todas dirán que han sido su legítima amante, aunque yo sola sabré la verdad.

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Un vacío abierto Compré un bar. Lo hice porque todos me decían que era un buen negocio. Tengo las mesas, las sillas, los vasos y botellas para completarlas, hasta un par de borrachos y varias prostitutas, para crear clima. La música y el humo, no faltarían, vendrán solos. Todas las tardes salía a esperar mis parroquianos, el silencioso viento vacío de sonidos, el polvoriento camino, levantando sucias cortinas en una escenografía sin cortes. Una lejana y continua cinta construía, un horizonte sin alteraciones. Un día más, de mi hermoso y pintoresco bar, aquí en el desierto de Arizona.

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El primer día del final Los exploradores bajaron de la nave con mucho temor. La ciudad, al menos era parecida a una de las propias, yacía en silencio como un cementerio sin visitas. Parecía que algo reconocían, sin embargo, no era de su planeta. A pesar de dificultarse sus movimientos por los enormes equipos trasladados, decidieron afrontar la complicada pero atractiva aventura. Cada símbolo encontrado no hacía más que corroborar que el ambiente y aun el clima, conocidos, tenían el sabor de lo cotidiano. Al fin la diferencia; solo una, en todas partes. En cada calle los sorprendía y les auguraba que ya no podrían prescindir de ellas. Aquí y allá, enterrados, hundidos, yacían libros, cuadros y esculturas. Violines chamuscados, pianos humeantes y piezas estéticamente excelsas, sometidas a la más minuciosa destrucción.

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Cortina de agua La lluvia cae pesadamente. Él abandona el bar, mientras que ella se queda pensando en las cosas que se dijeron. ¿Cómo el amor logra convertirse en este ridículo vaciamiento de culpas? Recuerda los buenos tiempos, pero ahora parecen tan lejanos que duda de que hayan existido realmente. ¿Hola amor, tarde mucho? Dijo él, mientras se secaba la frente recién mojada. Ella aun sorprendida atina a tomar la rosa, que amorosamente le acercaba. Entre la torrentosa cortina de agua que castigaba el vidrio, a Anna le pareció distinguir su figura o ¿tal vez solo una ilusión?

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Pero que las hay, las hay Ella siempre dijo que era bruja. No lo decía por envidia o rencor, solo porque lo sentía. Cuando pasaba a su lado vibraba y luego quedaba temblando como un papel. Su árbol de moras comenzó a secarse, nunca más floreció ni dieron frutos sus ramas, a pesar que siempre desbordaba con la dulzura de sus dones. En el pueblo nunca le creyeron hasta el día en que desapareció. Al poco tiempo de que esto ocurriera, en el pueblo todos temían a mentir y a partir de entonces solo dijeron la verdad.

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Liviana carga No estoy aquí, búscame en la esperanza de cada mañana. No mires para atrás, solo encontraras piedras, por su peso, porque son rígidas, pero lo peor que te auguro es que te tentaran para que las acompañes. Mira los pájaros, se detienen para lo necesario, alimentarse, alimentar y seguir, advertir a lo lejos y predecir lo que vendrá. Mira adelante, vale la pena equivocarse al caminar. Al buscarlo créelo, a la esperanza solo la completa la fe. Si ves una estatua de sal, solo condimenta tu alimento y sigue tu camino.

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¿Desde o hacia? La cinta atravesaba el desierto dentro de una nube de polvo, casi más adentro que afuera. El silencio dejaba escuchar solo las notas ruidosas de metal desgastado. Por aquí, un puñado de almas escapando del miedo, camino a lo incierto. Esas ánimas preferían disimular el miedo, tanto como al exilio. El tren devoraba pueblos y tierras de soledades. No sabía que el horizonte lo engulliría en un instante. Solo habría una manera de entenderlo, meterse dentro del tren. Entonces sabrás como funciona. Al verlo pasar, dudo si alguna vez estuve, o era solo un recuerdo en movimiento.

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Armoniosas pendientes Empecé a vislumbrar el perfil de unas cúpulas de iglesia. Destacadas entre techos bajos y extendidos, en un pueblo con mucho para ocultar y poco que decir. Un brillo remolón se había enredado en sus definidas nervaduras. De a dos como correspondía a viejas catedrales de pueblo. Las armoniosas pendientes de aquella pradera rural, erguían más su presencia. Unas delicadas nubes, acariciaban la atmósfera y atravesaban las curvas de las suaves formas. La noche era tranquila. Me incorpore. Una luz iluminaba el perfil del horizonte. Solo aquella hermosa mujer, podía mostrarse así, sobre la luna de mi ventana. Aquellas delicadas formas atraparon el brillo de plata.

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Alma de acero Al caminar por aquellas tardes en el centro de la ciudad. Volvía a sentir la sensación que me acompañó toda la vida. Casi me había olvidado de una infancia propia de un fenómeno. Deje de usar lentes para sentirme como uno más. El tiempo me había otorgado la posibilidad de ser permeable a las sensaciones. Esto tenía sus riesgos. Muy de vez en cuando, algún dolor me hacía recordar que era humano. Pero cada día podía soportarlo más, un día dejare de sentirme humano. A los ojos de cualquiera, era un simple trabajador que cada día, marchaba a su jornada, solo yo sabía lo diferente que era luchar por la humanidad.

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Apretada sorpresa Una mañana cualquiera, la situación me puso incomodo como nunca me había sucedido. El metro iba completamente lleno y estaba en contacto con ella a lo largo de todo el cuerpo. Tantas veces había ansiado tenerla cerca, pero nunca pensé que sería en una situación como aquella. Aquellas formas que había imaginado acariciar, las recorría ahora a cada palmo. Podía sentir su respiración acelerada y también la manera en que apretaba contra su pecho a nuestro tercer acompañante, agazapado bajo su abrigo. Las puertas se abrieron nos apresuramos a salir del tren y ella saco el arma a la vista de todos. A nuestro alrededor el andén se sorprendió en un solo grito.

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Percepciones Todo estaba en silencio y aproveche para dar una vuelta. Trataba de salir, cuando no había nadie por los pasillos. Ellos y yo éramos incompatibles, cada vez se nos hacia mas difícil. Al bajar del ascensor, todo era oscuridad, no estaba seguro dónde había llegado, tal vez nunca estuve allí. Sólo mi tacto, mi entrenado tacto me ayudaría. Además de mis útiles bigotes que son del ancho de mi cuerpo y mis cejas que me indican que tan alto es el hueco por donde puedo pasar. Esto me ocurre por andar husmeando en otros departamentos. Ser ratón no es nada fácil.

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Tiempos oscuros El aire frío se colaba por los pasillos. A lo lejos chirriaban los neumáticos, entre apresurados y maltratados, ni siquiera era necesaria su prisa. “Mejor que no hables y te guardes”, les aconsejaba en la oscuridad. Las galerías huecas se convertían alarmas. Los zapatos negros bien lustrados. Apenas vio que caminaba con lentitud hacia ella. Siempre le importó el detalle de los zapatos, era definitivo, solo uno de ellos podría lucirlos con tanto orgullo. Lo presentía, solo su olor la ponía en alerta y aterrorizaba. Él lo sabía y especulaba con las sensaciones que esto (le) causaba. La luna plateada era su amiga. Una vez más se miró en el espejo, lustró sus zapatos, alisó sus bigotes y se encaminó a la sesión diaria.

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Salida al mar Cuando salgo a la calle me anula el deseo de vida o muerte. Las serpientes rojas flotan otra vez en mis venas, pero aún no puedo matar mi ansiedad. Los pies se deslizan, el hielo se corta (imperturbable) y una nueva manada de asesinos camina hacia mí. Conocen todo de mí, me esperan y yo sin poder zarpar, estoy atado siempre al mismo puerto. No son pocos los enemigos del pacifico mar del buscarse. Después de toda mi ansiedad, solo se calmara cuando extienda mis velas, ya no habrá: ni fuego, ni hielo, ni frio, ni calor. Solo partiendo podre buscar tranquilo. El renovar diario me sacaba de la rutina, aunque un día dejaría de serlo.

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Rompecabezas Tres días más tarde, llegué a la última pieza del rompecabezas. Pero, ésta no encajaba. Adela me miró, supongo que una mueca en mi rostro le hizo pensar que algo terrible estaba por suceder o sucederme. ¿El juego tenía un destino marcado o yo se lo podría establecer? A tanto llego mi concentración que convertí el camino en una encrucijada de vida, solamente la aparición de la pieza clave podría develar el misterio. Solo encaja lo que corresponda, porque alguien así lo quiso o porque sin que lo imaginemos, eran uno solo, que ahora se encontraban. ¿Cuándo encontrara lo designado, empezare de nuevo?

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Espejo doble Sentado en la azotea esperaba tranquilo. No sabía exactamente qué, y de hecho no sabía que haría cuando llegara. No le importaba el frío o el calor. La espera era un hecho en sí misma, como una roca que nunca se desprendería del suelo. Quizás no habría mucha diferencia, entre estar e irse. Muchas veces fue doble de sí mismo, mirar desde el objeto u observarse desde el sujeto, la diferencia era esa sensación de ser etéreo y sin ataduras. Inevitable el cuchillo negro. Bajo sus agujas, quebró el muro, se deslizo y llego hasta donde estaba. Desde el otro lado sucedió lo mismo, me pareció haberlo escuchado. Ambos dependemos del transcurrir, aunque su misión es más esperada. Me hace compañía.

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Colores primarios Abrí la ventana y allí afuera no había nada más que la eternidad. Entre mis plantas, en el balcón, los fragmentos de vacío se iban amontonando, como tiras de papel una junto a la otra. Los juncos ansiosos esperaban, apoyados en grupo. Todo auguraba el momento de empezar o terminar, pero que suceda pronto algo, así no puedo estar. El espacio que me rodeaba, marca sus tres ejes. El sonido de mí voz vibro en tres dimensiones. Una lluvia de minúsculos cubos giro a mí alrededor. Desde enfrente vino el rojo, el amarillo lateral y como no podía faltar, desde arriba el azul. Lo que más me angustiaba el porvenir, ¿sería blanco o negro en el final?

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Huellas en el mar Él no dijo nada, quizás no había nada que decir. El caracol metálico ya había trazado su baba sobre el destino. El barco se perdía a la deriva, mientras que la fosforescencia lo cubría. El mar no reduce nuestros pecados, sólo lo hace más líquidos. En mi rostro se enmarca una imagen (es el filo de la muerte), donde el ojo de Neptuno todo lo ve. Es tarde y la calma antecede al tifón. No temo a los espectros porque soy uno. Tal vez encuentre una forma para entender, un patrón a seguir. Tal vez encuentre lo visible, aunque lo que llevo dentro seguirá gritando. No tengo mucho tiempo, la decisión es inevitable. Mejor será no pensar nada, quizás no haya que pensar.

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Versiones al sentir Miré una pintura. En ella los pies de una mujer caminaban sobre la arena, pero el pintor no advirtió como debió sentir ese contacto, no solo pintarlo. Debió ver en sus labios, el suave contacto con la arena y la fragancia del mar. Sus labios se entreabrieron ligeramente al tiempo que el dueño de esa perfección estaba casi frente a ella. Era un desperdicio afrontar el encuentro con un solo movimiento. Eso hubiera significado vivir el momento solo con uno de los sentidos. Olor, tacto, gusto, especialmente el gusto, debería estar convencido. Libar, morder, besar tiene tantas versiones al amar.

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Mis dos caras Si, ya lo había decidido, me compraría el vestido rojo, el de la discusión. Esa semana asistiríamos a una cena en la casa de su jefe. Cuando llegó la noche ya estaba preparada, pero me había puesto una bata sobre el vestido. Estaba excitada como una niña con un nuevo juguete. Nunca llegamos a la casa y todo por aquel vestido, igual tuve que jugar a abrir la bata tantas veces como me lo pidió. Ya estaba entrenada, después de todo su jefe también me lo había pedido antes y también lo tuve que complacer. Nunca olvidare el vestido rojo, aquel de la discusión.

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El que tenga esas tres cosas Recuerdo cuando se oscureció el patio y nunca volvió el sol a cubrir ese muro. Las hojas de la parra, cayeron, para nunca más crecer. Abrí su cuarto, cosa que no había hecho, desde su muerte. Aquella tarde las encontré escondidas en un cajón del escritorio de mi madre. Justo cuando se había decidido a hacer lo que se esperaba de ella. Eran cuatro cajas negras. Fue solo por eso que, esa tarde pude abandonar mi lectura diaria. Desde que ella murió, por primera vez decidí mirar. Abrí las cuatro, una a la vez. En ellas halle; salud, dinero y amor, en la cuarta la consigna final, ¡dale gracias a Dios!

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Viejas costumbres Ellos no saben nada de nosotros ¿Cómo les diremos? Estela prefiere que no se sepa. Yo quiero decirlo, sin embargo, mis promesas me atan. También sospecho que ellos en realidad saben más de lo que han dicho. ¿Por qué no hablamos claramente? Tan solo pienso en nuestros antepasados, los casi monos. Se comunicaban con gestos y entendían sus mensajes. Vivían, comían, tenían rituales y costumbres. Le hice un guiño a Estela, pegamos un grito. Saltamos sobre el aparador agazapados con nuestros palos. Cuando sea el momento, entenderán, aunque ahora les duela. A veces es bueno dejar claro el mensaje.

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La pecera La vanidad es el mejor de mis pecados, me regodeo en ella. Mientras que miro los peces transcurrir inevitable en la pecera, pienso en mí, inevitablemente. Sin embargo, a diferencia de lo que todos creen, odio los espejos. No deben confundir mi pecera con un espejo. Es que la verdad se aleja siempre de quien desea tocarla. Al día siguiente me fije inevitable, unas arrugas bordeaban mis ojos. Pero estuve en paz, porque mis peces, nadaban tranquilos. Al otro día, vi muchas arrugas, que inevitables rodeaban mi boca y el pelo, que caía inevitablemente y mis peces tan serenos. Al tercer día, mis peces flotaban sin aliento y yo preferí no verme en el espejo.

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Musical destino Nunca me ha gustado el jazz, pero eso no me hace culpable. Tomo una copa de vez en cuando, pero el sonido no me interesa tanto como parece. Es esa molesta repetición, el estruendo de los saxofones que no soporto y los tambores, me suenan a tiros apagados. Una partitura se parece a un destino escrito, esto claro, ¡hasta que uno quiera! El saber que mi verdugo tiene su propia versión de muerte, me sigue a cualquier lado donde vaya. Pedí una partitura para entenderla. Una, dos, tres hojas lo explicaban. Subían, bajaban, se agrupaban y se soltaban. Las rompí, los músicos tuvieron que improvisar, mi perseguidor quedo desorientado, mi muerte queda postergada.

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La careta del predicador Llegue a la calle. Volví la cabeza. Tras de mí quedaba un tendal de criaturas angustiadas y llorosas. No fue fácil, aunque una cierta y morbosa sensación me invadía, al transmitir lo que uno sabe. Se espera ver en las caras, lo que se supone y la sorpresa. Les advertí que la verdad no era fácil. Ahora se lamentan. Los mismos que antaño prometieron que no había horror, ni fealdad capaz de hacer flaquear el amor que por mi profesaban. Es duro destapar la verdad, cuando se puede hacer. Quedara por cierto, el inmenso espacio para decidir qué parte se cuenta, aunque no siempre es fácil, controlar la fuerza de las aguas de un dique, cuando se decide abrir sus compuertas.

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El expreso de occidente Como si hubiera estado esperándome, encontré un tren a punto de partir. Una hermosa cinta de plata, que muy pronto estaría andando, llevando y trayendo almas. Cadena de ilusiones que no deberían frustrarse. Cruzar silencios y ruidos, no involucrarse ni molestar. El suave murmullo, un monótono repiquetear. Almas participando de un corte en vidas que ni conocen ni les interesan conocer. Pedí un deseo y salte a la vía justo cuando tomo la curva. Quise coronar la locomotora como lo hacen las sirenas de las proas de los barcos, en los cuentos que leí de niño. Faltaba el festejo final. Corté la cinta.

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Umbral “Sentado en el umbral de casa había un hombre. Al verme se puso de pie con dificultad y salió a mi encuentro…” El escritor bebió otro sorbo de café frio, maldiciendo el fastidioso párrafo que tan difícil de completar le estaba resultando. El umbral es justo el sitio, dijo mi interlocutor. Donde empezar y donde llegar. ¿Por qué no empezar todo, desde este lugar? Deberíamos ponernos de acuerdo. Así seguimos, una vez más personaje y autor dialogaban. Para bien o mal, se necesitaban. “… y salió a mi encuentro; note su cuchillo asomando del gris gabán, sin embargo, sin pronunciar palabra, giro bruscamente y volvió en sus pasos.”

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Matar a Aníbal He pensado en numerosas formas de matar a Aníbal. Su asesinato es imprescindible, pero no soy un hombre imaginativo. Lo único seguro que sé es que debe sufrir. Se me dirá que puedo pedir consejos al respecto, pero ¿cómo consultar a mis amigos acerca de algo tan importante? Mis amigos también son amigos de Aníbal y esto podría complicar mis planes. Una y otra vez he pensado en tenderle emboscadas, envenenarlo y hasta arrojarlo al vacío. Lo encuentro a cada rato, me persigue, lo presiento. Ya lo veo sufrir, mis amigos también lo ven, son ellos los que repiten –Aníbal, si seguís así te vas a matar.

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Verdad y mentira La verdad es la simple deformación individual de hechos ciertos. La historia es una deformación colectiva de la verdad. Por eso, tome como regla que el silencio sea mi mejor política. A partir de ese día la verdad y la mentira se desorientaron. Nadie supo quien era culpable o inocente, sincero o mentiroso. Intentaron construir una regla, que los ordenara, aunque les advertí que no serviría. Hicieron algo, lo llamaron hipocresía, por muchos años vivieron felices. Hasta que llegaron a la verdad. Todos los días escucho, sobre verdad, mentira.

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Los detalles Desde aquí, desde la mesa de autopsias, donde he sido depositado, todo se ve nuevo y hasta casi se podría decir, maravilloso. Los detalles, es lo que siempre he pensado, son lo más importante del mundo. Lo veo a mi asesino, podría en un segundo demostrar su culpabilidad. Descubrirlo ante todos, aunque nadie sabe que es culpable. Pero creo que mucho más divertido seria jugar con él, saberse mi asesino y ocultarlo. Ver como transpira al adivinarme muerto o en tránsito a la muerte. Mirando si mis pupilas están quietas y en sintonía sus dedos tiemblan involuntariamente. Adivinando si el sudor que corre por mis mejillas es previo a mi muerte o se lo dedico, para que piense lo hecho. Evidentemente, los detalles son lo más importante. Es inevitable, nos encontraremos.

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Reflejos Anna se ha negado a mirarme, mi sola presencia consigue frustrar sus mejores intenciones de verse bella, o simplemente mirarse. Cuando me presiente llegar, cierra sus ojos y se deja guiar por instinto. Sus esfuerzos por ignorarme son ciclópeos. Me espía (se espía), se hace trampa. Aunque crea que me podrá evitar, la seguiré donde vaya. Será porque al verme, siente la presencia de sí misma y eso la irrita. Allí donde vaya le mostrare su reflejo, pero debería aceptarlo, no es la única en este juego de dos mundos. Aunque pretenda evitarse, se mirará.

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Nunca están conformes Hace una semana decidí este trabajo, me gustaba y ahora estoy dudando. Las cosas no salieron como esperaba. Llegue a la ciudad. Volví la cabeza. Tras de mí quedaba un tendal de criaturas angustiadas y llorosas. No pueden esperar todo de mí, apenas les di los elementos para que sepan andar. Aquel reniega, el otro quiere más y por fin pelean, sin hablar. No puedo complacerlos a todos, pensé que tampoco querrán ser complacidos. Un buen día los saludare, y hasta otro día no los quiero volver a ver, si yo quiero. Soy Dios y mis caminos son misteriosos. Ellos deberían saberlo.

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El y yo El hombre se paro al verme llegar, parece que estuviera esperando, nada era casual. Salió a mi encuentro, no me evito. La vereda era estrecha y éramos casi iguales. Aun era temprano y el sol dibujó las sombras sobre el muro. Nada era sorpresa, ni para él ni para mí, sin embargo alguien tenía que tomar la decisión, porque sabíamos cómo debía terminar. Avanzó y se quedo quieto, debería matarlo, ¿qué mejor razón para matarme? Supe que tenía razón, y si yo no lo hacía, cualquier otro tomaría la oportunidad. Su cráneo se hizo blando al golpe y cayó al suelo. Su sangre se convirtió en un tenue espejo brillante y rojo, que reflejó mi rostro muerto. El mismo rostro que hoy salió a mi encuentro.

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La última clase -¿Me permite sentarme en sus rodillas? –le dijo tímidamentemientras el profesor, pretendiendo conservar la calma, intentaba continuar con la clase. Aun no terminada la frase, ya se estaba arrepintiendo de lo dicho. Ella no había pretendido humillarle. "No se pueden decir estas cosas, Rosa, cuando llevas la falda tan corta", se reprocho a sí misma. El la miraba, pero sin entender. Era corta, aunque podría subirla siempre un poco más. Apretó con disimulo la cruz que colgaba de su cuello varonil. Sus contradicciones alteraban las respuestas: -¿Cuál ha sido mi nota profesor? -La que esperábamos, Rosa.

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Corre en la espalda El médico forense creyó oír una risa ahogada a su espalda, mientras cuidadosamente le cerraba los ojos al cadáver. Luego de hacerlo, comprendió que estaba solo, que en todo momento lo estuvo. El edificio enorme, los pasillos vacíos y los compañeros de trabajo, siempre ausentes y lejanos. No se puede manipular el cuerpo y estar atento a lo que pasa afuera. Siempre tarde y solo, se había prometido acabar con estas guardias. Es muy posible y una vez más lo había comprobado. En ese momento alguien mas esta cerca del muerto sin estarlo. Siempre solos a esta hora, ellos y yo en ceremonia.

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Ultimo vuelo Durante aquellos breves segundos, sintió que la sangre le golpeaba las sienes con la rapidez e insistencia que un pájaro picaba un tronco vacío, así se sentía. Los pájaros vuelan enceguecidos hacia el sol, como quien corre a un destino inevitable. Debió pensar de nuevo si valía la pena, si el momento por el que pasaría, lo justificaba. ¿Por qué no fue escuchado, si al fin se arrepintió y lo dijo? Siguió sin distraerse la trayectoria de aquel pájaro, aun después que dejara de golpear. Su vuelo fue corto. No duró mucho, el pelotón no tardaría más de un minuto en cumplir su tarea.

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Otra vez Lentamente, se dejo caer en el lecho de agua, y espero a que el río decidiera a donde quería llevarla. Ni siquiera tenía tiempo, de disfrutar con aquella caída. Se canso de luchar. Se habían olvidado de ella, hasta para herirla fueron crueles. Solo por divertirse; y pronto caerá la tarde. Había luchado demasiado y en esta ocasión, había quedado muy lastimada. Al caer la noche, la naturaleza repetiría, como cada ciclo, una nueva generación, cada temporada una nueva camada de pescadores las verían morir.

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No debió hacerlo Una vez había un perrito llamado Rabo. Era muy pequeño y joven, pues de lo contrario se habría portado mejor. Era muy feliz jugando al sol en el jardín con un cordón amarillo, si no hubiera hecho nunca lo que hizo. Todas las mañanas, corría, saltaba y perseguía a cualquier pequeño objeto que flotara en el jardín. Era tan pequeño y juguetón, que tal vez si no lo hubiera sido, no hubiera causado tanta gracia cuando torpemente caía una y otra vez, sobre los espejos que se formaban entre el césped. Aquella tarde, el cable rojo quebró un espejo. Rabo no salto más, nunca debió hacer lo que hizo.

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El tiempo Con seguridad no se diferenciaba de otras historias de pueblo, o leyendas que por ahí se contaban, pero en todo caso parecía que se habían empeñado en borrarla de la memoria colectiva. Habían hecho tan bien su trabajo que ya iban tres generaciones y parecía que aquello se había convertido en una danza de fantasmas indeseables. Al fin hasta las paredes hicieron silencio, ni que hablar de los chicos a quienes se les oculto mientras pudieron. Solo aquellos arboles, que tortuosamente dejaron de crecer. Nadie se percato, porque eran solo arboles. Alguna fotografía, de un turista al paso, vino a descubrir que el lugar señalaba, lo que allí sucedió. Si no hubieran sido ellos, con el tiempo los hubieran encontrado en ese lugar. Llego la gente de la ciudad y la tierra descubrió su historia, nada se ocultara al paso del tiempo. 80

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Cardos azules Hermosos cardos azules, altos y salvajes. Era su esencia ser salvajes, alejaban al que se acercara, por eso y por algunas otras, aquel campo se conservo verde y frondoso. Cualquiera que lo veía a la distancia envidiaba el paisaje, era digno de una postal, así a lo lejos y con mirada de visitante. Nuestro pueblo se destacaba por ser muy limpio, la envidia de otros pueblos. ¿Qué ocultaban los cardos azules, que no lo supiera alguien? ¿Acaso la dejadez humana habría conseguido que crecieran, sin mostrarnos escondían dentro? Aquella tarde decidí averiguarlo, solo para conseguir un héroe en la familia o ser un simple curioso declarado. La naturaleza es sabia y maneja su propio equilibrio. Un manto azul, de espinas, me dificulto llegar. Por fin, basura, montañas de basura, y un pestilente arroyo casi muerto, cerraron las dudas. 82

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Desde el aire Por aquellos días, el aire siempre pesaba. Turbio el aire y turbia la ciudad. El viento traía retazos, como hojas sin color. El río era mi consultado paisaje, y no me explicaba. El cielo invitaba a desentrañar, qué contenía el azul que no era azul, y ni siquiera rojo, ¿tan vez hubiera sido mejor? Los retazos que cubría el aire, algún día tendrían que depositarse en la tierra. Los buitres fueron develados, batiendo bultos en el más allá, vaciando bolsas con retazos sin color, que se habían encargado de despedazar. No te preocupes desparrama.

ya

caen,

el

aire

los

Cada pedazo, tiene un lugar donde caer y entonces, resucitarán. 84

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Brotes [Historias en blanco y negro] Oscar Gagliano ©2011

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