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Breve Historia de la Mazorca Origen del término “mazorca” Etimológicamente la palabra “mazorca” proviene del cruce de dos más antiguas “masurca” y “horca”. La primera deriva del árabe y significa canuto de lanzadera; la segunda representa una rueca; sintéticamente representaba el canuto de lanzadera de una rueca. Así es que el diccionario de Nebrija de 1495 define “mazorca” como “la porción de lino o lana que se va sacando del copo y revolviéndolo en el huso para asparla después” 1. A la llegada de los españoles a América, éstos tomarían contacto por primera vez con el maíz, cuya espiga se parece al copo que va formando la rueca. Por esa razón la habrían llamado “marlo”, palabra que deriva de “maslo”, que a su vez proviene del latín “masculum”, tomando el sentido del miembro masculino; de manera que, la palabra “marlo” pasó a responder a “espiga de la mazorca de maíz”2 Para el siglo XIX el término “mazorca” se había deslizado de “canuto de lanzadera” a “espiga de mazorca de maíz”, en el sentido de su formato de pene masculino. Cuenta Adolfo Saldías en su Historia de la Confederación Argentina que en ocasión de hacerse cargo de la gobernación de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas de su segundo gobierno en 1835 se ofreció en la iglesia de La Merced una misa de acción de gracias. A ella concurrió en persona el propio gobernador, sus ministros y demás autoridades. Los alrededores se vistieron de fiesta; las calles se iluminaron, las casas se embanderaron y se fueron armando alegorías al frente de los edificios con elementos preparados por los propios vecinos. Algunos eran simples carteles donde se improvisaban décimas. Una en la intersección de las calles Cuyo y Reconquista, se levantaba una pirámide de madera pintada con un cartel que decía: ¡Al héroe restaurador, al vencedor del desierto de honor y gloria cubierto. Salud, respeto y amor!

1 Corominas, Juan; Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, 1996; voz “mazorca” 2 Corominas Juan, op. cit., voz “marlo”.

Otro cartel. que se levantara frente a la casa del médico de policía José María Cordero, en un cuadro improvisado se muestra un marlo de maíz y abajo una composición titulada “¡Viva la mazorca!”, dedicada a los unitarios que se detengan a mirarla, continuando en tono castizo: Aqueste marlo que miras, de rubia chala vestido en los infiernos ha hundido a la unitaria facción. Y así, con gran devoción, dirás para tu coleto: “¡Sálvame de questo aprieto!, ¡oh! Santa Federación”. Y tendrás así dudas, al tiempo de andar, de ver si este santo ¡te va por detrás!3 Aclara este autor que esta composición había sido escrita por un jóven de 21 años de nombre José Rivera Indarte. Para el momento que escribió este poema de baja especie era un fanático rosista; más tarde, cuando tenga problemas personales con el régimen se muda a Montevideo y produce otro desliz de la palabra “mazorca”: en vez de una amenaza para amedrentar a unitarios la transforma en una institución conformada por miembros corruptos de la policía que a órdenes de Rosas asesinan pacíficos ciudadanos. Aprovecha una organización de existencia real llamada Sociedad Popular Restauradora y el angustioso clima que se formó en Buenos Aires desde el bloqueo francés de 1838 en adelante, para adecuarlo a

su nueva creación que será repetida y a la larga, creída. El autor del

neologismo había nacido en Córdoba el 13 de agosto de 1814; su apellido compuesto provenía del de sus progenitores: el de su padre Manuel Rivera, de actuación destacada durante la Reconquista en 1807 y el de su madre Trinidad Indarte. La familia, de origen humilde vino a Buenos Aires cuando José era pequeño. Como el dinero escaceaba en su 3 Saldías, Adolfo; Historia de la Confederación Argentina, Hyspamérica, Bs. As., 1987, tomo II, p.16. 2

casa, desde temprana edad, redactaba periódicos manuscritos que vendía a sus compañeros de clase. En ellos atacaba a las autoridades educativas y a sus mismos camaradas, entre quienes se hizo innumerables enemigos4. Vicente Fidel López lo recuerda vendiendo aquellos periódicos manuscritos a los alumnos y, cuando los injuriados conseguían atraparlo, lo molían a trompadas. Cuando se escapaba lo corrían a tropel. Una vez, no pudiendo hacerlo, se metió en el río, con el agua a las rodillas, mientras que de lo seco, sus compañeros, entre los que estaba el propio autor, le lanzaban piedras. Este lo caracteriza como “un canalla, cobarde, ratero, bajo, husmeante que, aunque humilde en apariencia, con mucho talento y “un alma de lo más vil que pueda imaginarse”5. Los acusados de “mazorqueros” Veamos suscintamente algunos actos de la vida de algunos de los representantes que la facción porteña triunfante en Caseros –siguiendo a Rivera Indarte– dió en llamar “mazorqueros”, como ser los casos de Ciriaco Cuitiño, Leandro Alén y Andrés Parra, pertenecientes todos ellos al cuerpo de policía de Buenos Aires. Empezamos por Ciriaco Cuitiño. El primer Cuitiño que tengamos memoria lo recuerda Raúl A. Molina en su Diccionario Biográfico de Buenos Aires6, con el nombre Domingo. De origen portugués y criado en Río de Janeiro, fue soldado poblador de Colonia del Sacramento, pasando luego a Buenos Aires donde daría información de soltería en 1690. Hugo Fernández de Burzaco aporta el dato que Domingo casaría al año siguiente con María Cortés 7. Probablemente, descendiente de este primer Cuitiño sea Juan, quién casara con Candelaria Sosa en el último tercio del siglo XVIII. Algunos sostienen que Juan y Candelaria se trasladaron a Mendoza y allí tuvieron a Ciriaco. Sin embargo Arturo Scotto, director del Archivo Nacional en su momento aseguró a José María Ramos Mejía cuando estaba escribiendo 4 Mitre, Bartolomé, Estudios sobre la vida y escritos de José Rivera Indarte, Buenos Aires, 1853, p. 6. 5 Fidel López, Vicente, Evocaciones históricas, Buenos Aires, 1945, p.8. 6 Molina, Raúl A., Diccionario Biografico de Buenos Aires, 1580-1720, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 2000. 7 Fernández de Burzaco, Hugo; Aportes biogenealógicos para un padrón de habitantes del Río de la Plata, Buenos Aires, 1986-91 3

“Rosas y su tiempo” que Ciriaco Cuitiño era natural de Buenos Aires 8. No sabemos su fecha de nacimiento, aunque su edad debe haber sido aproximadamente la misma de su amigo Leandro, que veremos luego. Asegura Cecilia González Espul9 –descendiente de Cuitiño–que se crió en Mendoza, que vino de joven a Buenos Aires y se estableció en Quilmes. En 1818 era teniente de milicias del partido y ejercía funciones de alcalde. Como tal se ocupaba de perseguir “vagos y mal entretenidos”, como se les llamaba entonces a los que no podían acreditar trabajo estable. Es tradición que en 1820 –aquél de la anarquía– Ciriaco recibió medalla de honor por su contribución al mantenimiento del orden. En 1825, el jefe de la Policía de Buenos Aires Somalo elogió su actuación en esos menesteres. Durante la guerra con Brasil, al acercarse a la costa quilmeña botes desprendidos de un buque enemigo, los atacó al frente de una partida de vecinos, obligándolos a reembarcar. Habiendo sido elegido otra vez alcalde “de los Quilmes” en 1827, renunció para dedicarse solamente a la milicia, como capitán del tercer regimiento de campaña. En su lugar se nombraba a Luciano M. Cabral10. Antecedentes de la familia de Leandro Antonio Alén El primer Alén que se recuerda es Juan Alén da Torre, tatarabuelo de Leandro, que vivía en Santa Eulalia de Mondaríz, Pontevedra, Galicia. El apellido, así compuesto marca un topónimo y quiere significar que la casa solariega de esta familia estaba ubicada más allá de una torre. Este primer Alén casó con María das Taboas a mediados del siglo XVII.11 Un hijo de ambos, llamado Pedro –bisabuelo de Leandro– casó a la edad de 26 años con María Mariño allá por 1696. Entre otros hijos tuvieron a Patricio, el abuelo; nacido en 1706. A su vez, éste casaría con María Fernández. El más grande de sus hijos, de nombre 8 Ramos Mejía, José María; Rosas y su tiempo, Buenos Aires, 1917, 1er tomo, pág. 334, nota al pié nº 1. 9 González Espul, Cecilia; “Ciriaco Cuitiño: un personaje tenebroso”; Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Nº 33, octubre-diciembre 1993, págs. 14-39. 10 Trelles, Rafael (editor); Índice del Archivo del Departamento General de Policía desde el año de 1812, tomo I (1812-1830), Buenos Aires, 1858, p.190. 11 Fernández Burzaco, Hugo; “Los antepasados de Alem fueron gallegos” en Revista Historia, Nº 1, Buenos Aires, 1955, pág. 157. 4

Francisco, padre de Leandro tentaría suerte en América. Contrae matrimonio en Buenos Aires el 29 de marzo de 1789 con María Isabel Ferrer. De esa unión nacieron cinco hijos. El 12 de marzo de 1795 nacía en Buenos Aires Leandro Antonio Alén, el tercero de sus hermanos. Ese mismo día sus padres lo bautizaban en la iglesia Nuestra Señora de Montserrat. Días después que Leandro naciera, Nicolás de Arredondo entregaba el mando del virreinato a Pedro de Melo. Francisco había llegado ya grande a estas costas: cuando nació su hijo Leandro, su padre tenía 59 años. Moriría cuando su hijo tenía tres años, dejando a su madre sola con otros cuatro huérfanos. Suponemos que la familia tenía un relativo buen pasar, porque contaban con varios esclavos negros y mulatos en su casa del barrio de Montserrat. Pero, aunque tal vez no tuvieran tropiezos económicos, faltó la figura paterna desde muy temprano. Himeneo y prole de Leandro y Ciriaco En la primavera de 1825 Leandro Antonio casó con Tomasa Ponce, también porteña; en la iglesia de Montserrat, cuando era presidente Bernardino Rivadavia 12. No sabemos a qué se dedicaba el novio, pero nos informa Manuel Gálvez13 que en el breve gobierno de Dorrego, es nombrado alférez de milicias, cargo que conservaba en 1829. Al quinto año del casamiento nacía Marcelina, su primera hija14. En tanto Ciriaco casó con Juana Miralles, quién le dio cuatro hijos, dos varones y dos mujeres intercalados: Paula, Francisco, Socorro y Gregorio. Los Miralles constituían una familia de prestigio en Quilmes. Pascual Miralles fue varias veces juez de paz del partido. La pareja, sin embargo, entró en crisis. De mutuo consentimiento se separaron a la vuelta de un viaje de él a Mendoza, adonde fue a recibir una herencia familiar15. Se alistan en la bonaerense Terminada la guerra con Brasil, el general Lavalle se alzó contra el gobierno el 1º de diciembre de 1828, y cometió magnicidio en la persona del gobernador Dorrego. El 12 Iglesia de Montserrat, libro 1 de matrimonios, folio 277. Casamiento del 30 de septiembre de 1825.

13 Galvez, Manuel; Vida de Hipólito Yrigoyen, Editorial Tor, Buenos Aires, sin fecha, pág. 15. 14 Marcelina Alén, madre del futuro presidente argentino Hipólito Yrigoyen nacía en Buenos Aires en 1830.

15 González Espul, Cecilia; “Ciriaco Cuitiño: un personaje tenebroso”, cit. pág. 16. 5

entonces comandante de campaña Juan Manuel de Rosas, antes de partir para Santa Fé a pedir ayuda, armó precipitadamente partidas que hostilizaran a los usurpadores. Los paisanos que se pudieron reunir, comandados por el coronel Manuel Mesa, tenían cada grupo un caudillo a la cabeza, ayudados por indios amigos. Lavalle al salir a campaña para ahogar la resistencia le faltó tropa. Viendo que los gauchos iban a reunirse a los caudillos tuvo que forzar una leva, de la que no se salvaron ni los extranjeros. Cuenta la tradición que estando Alén en una pulpería, entraron dos celadores a preguntar por la ocupación de los que allí habían. Temiendo que lo reclutaran Alén huyó a caballo a unirse a las fuerzas del caudillo Luis Molina16. Terminado el conflicto y electo gobernador Rosas, a Alén le dieron empleo como policía y Cuitiño fue nombrado comandante de policía de campaña con el grado de sargento mayor. En los partes se lo llama “comandante Cuitiño” durante 1829 17; a principios de 1830, “comisario”18. Una bofetada para Andrés Parra Al ingresar a la policía, no solo Leandro y Ciriaco se relacionaron entre sí, también tomaron contacto con el comisario Andrés Parra. Hombre muy devoto este último, casó dos veces: en primeras nupcias con Rosa Quiroga y, luego de enviudar, con Inés Araóz. De su primer matrimonio tuvo un hijo, Vicente, que lo seguiría en la profesión 19. Con Inés tuvo una hija: Aniceta20; además de otra hija natural –Rita Parra– que tenía tres años cuando falleció en 1850. Lo que más unía a los tres (a Alén, Cuitiño y Parra) era su fervor por el Restaurador. En 1832, a Alén le nacía la segunda hija de nombre Luisa 21. En ese mismo año 16 Manuel Gálvez, libro citado, pág.15. 17 Trelles, Rafael, op. cit., p. 338. 18 Ídem, p. 443. 19 El capitán Vicente Parra falleció en 1847, cfr.: Romay, Francisco L., op. cit., p. 181, nota a pie de página. 20 Aniceta Parra casó con Fernando María Fernández anota José María Ramos Mejía en Rosas y su tiempo, cit, pág. 337. 21 En 1856 Luisa Alén tiene un hijo con un sacerdote español que era preceptor de Leandro hijo, el futuro tribuno de Buenos Aires y cofundador del partido radical, Leandro N. Alem. Suponemos el escándalo para esa época; aunque la pareja no corre la misma 6

Cuitiño rifó, con autorización de las autoridades su casa de Quilmes para repartir lo recaudado con su esposa, que se quedaría a vivir allá con sus cuatro hijos, mientras él se establecía definitivamente en la ciudad. Su casa estaba en lo que hoy es el barrio de Almagro. En 1833, las cosas cambiaron. Subió de gobernador Balcarce; se rodeó de federales tibios y de no pocos unitarios disfrazados. La elección para representantes fue reñida. La lista de federales netos tenía un reborde punzó y fue llamada colorada; la opositora, un reborde negro y se la conocía como de lomo negro. Lo curioso era que ambas tuvieran el nombre de Rosas a la cabeza. Se votaba por entonces en el atrio de las iglesias. En la de la Concepción, Juan José Fernández, era oficial de mesa. El comisario Parra preservaba el orden durante los comicios. Como notó que Fernández rompía las listas coloradas se quejó. Por toda respuesta éste le estampó una sonora bofetada. Los policías que secundaban al comisario reaccionaron y uno de ellos hirió a Fernández con su espada. El comisario suspendió las elecciones en la mesa. Pero el gobierno reaccionó mal: quitó a Parra y a Cuitiño el mando sobre sus hombres y premió a Fernández con mil pesos. No se contentó con eso: destituyó al jefe de Policía Juan Correa Morales, sustiyéndolo por Epitacio del Campo. Al poco tiempo los vecinos se quejaban de los problemas de seguridad; atribuyéndolo a la falta de patrullaje en las calles de los hombres de Parra y Cuitiño. A los ojos de los federales netos el gobierno de Balcarce se desprestigió. Un pretexto como el juicio de imprenta a un periódico llamado “El Restaurador de las Leyes” fue la mecha que hizo estallar el polvorín político. El 11 de octubre de 1833; día fijado para el juicio, empezó a reunirse gente frente a la Casa de Justicia; de la cual se retiraron a los gritos de: “¡Viva Rosas!; ¡Viva el Restaurador de las Leyes!” Al día siguiente Balcarce dicta una proclama denunciando un movimiento anárquico en el que figuraba el mayor Ciriaco Cuitiño mandando una gruesa partida sobre el puente de Barracas; que desde esa fecha pasará a llamarse puente de los Restauradores. A los pocos días Balcarce renunció y le sucedió Viamonte. Como jefe de Policía fue nombrado el cuñado de Rosas, Lucio Mansilla que realizó una profunda reorganización de la fuerza, promulgó un reglamento de policía y puso en actividad la institución de serenos. A Parra y a Cuitiño se les asignó un cuerpo llamado “Comando Extraordinario de Policía” en la que figuraba Leandro Alén al

suerte que Camila O´Gorman y, el sacerdote, se vuelve a España. 7

frente de una de los dos regimientos de los que se formaba y Vicente Parra, el hijo de Andrés Parra, en el otro. Rosas por ese entonces estaba a orillas del río Colorado, en la campaña al Desierto. El 13 de enero de 1834 Parra y Cuitiño escriben al Restaurador: “los deseos míos y de mi compañero han sido trabajar siempre con honradez por la felicidad de nuestra patria, por el orden y seguridad individual, y perseguir al ladrón y holgazán” 22. Ambos se dedicaron con ahínco a sus funciones. En la búsqueda de malhechores muchas veces no esperaban la orden del juez o la prohibición de entrar de noche a un domicilio allanado. Por ese motivo, el entonces juez de primera instancia en lo criminal Baldomero García recomendó al jefe de Policía Mansilla el 17 de junio de 1834 que tanto Parra como Cuitiño se limitaran a “guardar por fuera mientras se obtenga el allanamiento si es de día, y si lo tienen y es de noche hasta que llegue el día”, reconociendo sin embargo que… “así lo ha ejecutado algunas veces el mismo comisario Cuitiño”23. Por entonces, Alén es ascendido al grado de vigilante 1º; se muda al barrio de Balvanera –en aquél tiempo un suburbio– y construye un par de casitas que le costarán 1.500 pesos, y; en una esquina de la calle Federación abrirá más tarde una pulpería. (hoy Rivadavia y Matheu). Al asumir Rosas su segundo gobierno en 1835, Mansilla siente que no es compatible su puesto de jefe de policía con su parentesco con el gobernador y renuncia. Lo sucede en el cargo Bernardo Victorica, quién nunca perderá su condición de “interino” como Jefe de Policía. Veamos como actuaba Alén en el seno mismo del Cuartel de Parra y Cuitiño. El 14 de julio de 1836 Victorica adjunta a Rosas un parte de Cuitiño que anuncia haber apresado un desertor del ejército. Rosas anota al pié. “Remítase al Jefe de Policía 50 pesos por la captura del desertor para que lo reparta entre los aprehensores” 24. Días más

22 Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra a Rosas, Buenos Aires, 13 de enero de 1834; A.G.N., Sala X, 33-2-2, folio 1541. 23 Baldomero García a Lucio Mansilla, Buenos Aires, 23 de septiembre de 1834, A.G.N.n Sala X 33-2-2, N° 29. 24 Bernardo Victorica a Rosas, Buenos Aires, 14 de julio de 1836, A.G.N., Sala X, 33-2.2, N° 17. 8

tarde, Cuitiño anuncia a Victorica que el vigilante 1º Alén ha capturado otro desertor en la quinta de un tal Moreno25. Conflicto con Francia El 30 de noviembre de 1837 el joven vicecónsul francés en Buenos Aires protestó ante el gobierno de Rosas por la detención de los que dijo ser súbditos franceses César Hipólito Bacle y Pierre Lavié, así como haber sido incorporados a la milicia sin consentimiento otros26. El ministro de Relaciones Exteriores Felipe Arana contestó el 12 de diciembre que analizaría los hechos y contestaría. Al día siguiente de esta nota el vicecónsul declaró no que no admitiría prórroga en la discusión a menos que Rosas ordenara la libertad de Bacle, se sustanciase la causa de Lavié rapidamente y se desligara de la milicia a los franceses enrolados en ella27. El 4 de enero fallecía Bacle en la cárcel por una gastritis ocasionada por exceso de opio según atestiguaba el médico de la policía Fernando María Cordero. El 8 respondía Arana la nota de Roger del 30 de noviembre. Señaló que el país ejercía su soberanía y tenía derecho a fijar los requisitos que debían reunir los extranjeros domiciliados. En definitiva que estaba obrando conforme a derecho y no se ajustaría a exigencias como las que el vicecónsul invocaba, sugiriendo que no creía que tuviera órdenes de su gobierno para hacerlo28. Al día siguiente Roger cursó otra nota en la que dijo que probaría que no había excedido en nada las instrucciones, al mismo tiempo que bajaba el escudo de su país de la puerta del Consulado, arriaba la bandera de su país y pedía sus pasaportes. Estos fueron entregados inmediatamente, así que

se trasladó a

Montevideo para entrevistarse con el jefe de la estación francesa en América del Sur, contralmirante Luis Leblanc que a la sazón viajaba con parte de su flota de Río de Janeiro para esa ciudad. Dejó a cargo mientras tanto de los asuntos del consulado a Alfonso Petitjean, su ayudante. El contralmirante Leblanc llegaba a Montevideo el 27 de febrero, se entrevistó inmediatamente con Roger y el cónsul francés en Montevideo Raymond 25 Bernardo Victorica a Rosas, Buenos Aires, 19 de julio de 1836, A.G.N., Sala X, 33-2.2, N° 19. 26 Aimé Roger a Felipe Arana, Buenos Aires 30 de noviembre de 1837; Diario de la Tarde de Buenos Aires, Nº 2023. 27 Aimé Roger a Felipe Arana, Buenos Aires, diciembre 13 de 1837, en idem. 28 Arana a Aimé Roger, Buenos Aires, 8 de enero de 1838, en ibídem. 9

Baradère. El jóven e impetuoso Roger propuso romper relaciones con la Confederación Argentina; pero ni Leblanc ni Baradère estuvieron de acuerdo en ese momento con elarbitrio. El contralmirante pidió a Roger que antes de decretar un bloqueo valía la pena intentar de nuevo en Buenos Aires hacer un último intento de arreglo 29. El vicecónsul volvió a Buenos Aires el 28 de febrero y pidió entrevistarse directamente con Rosas, quién accedió a una entrevista oficiosa, ya que el jóven francés no estaba acreditado como diplomático. Se efectuó el 7 de marzo en horas de la noche en la casa particular del gobernador. Rosas advirtió a Roger que para discutir estos temas debía presentar acreditación. Roger, poco hábil como diplomático, amenazó con unirse a los enemigos del gobierno para combatirlo. Rosas contestó que si tal cosa ocurriese todo el país se le reuniría para ayudarlo y que no habría separación entre unitarios y federales; que los franceses podrían tomar Buenos Aires pero no encontrarían más que ruinas30. Se separaron sin haber llegado a un acuerdo. El 10 Roger insistió por nota sus reclamaciones o por el contrario que se le entregara el pasaporte, lo que efectivamente sucedió. Enterado Leblanc del fracaso de Roger se presentó ante Buenos Aires a bordo de la corbeta de guerra Expeditive. El 24 de marzo envió una nota a Rosas pidiéndole que reflexionase, que no se guiara por un mal entendido amor propio, insistiendo en el sentido del pedido de Roger 31. Rosas contestó que se negaba a negociar bajo amenaza de fuerza lo que debía concederse por tratado. Leblanc declaró entonces el bloqueo riguroso de Buenos Aires y del litoral platense el 28 de marzo de 183832. Este acontecimiento paralizó todo tipo de operaciones de comercio internacional que permitieran desahogo fiscal, lo cual produjo una crisis de proporciones33. 29 Gabriel A. Puentes; La intervención francesa en el Río de la Plata, Buenos Aires, 1958, pág. 63. 30 John F. Cady; La intervención Extranjera en el Río de la Plata 1838-1850, 1943, pág. 53 31 Leblanc a Rosas, Buenos Aires, a bordo de la Expeditive, 24 de marzo de 1838, Diario de la Tarde de Buenos Aires, Nº 2035 32 Leblanc a Rosas, A bordo de la corbeta Expeditive, frente a Buenos Aires, 28 de marzo de 1838, La Gaceta Mercantil Nº 4620 de 12 de noviembre de 1838. 33 Saldías, Adolfo; Buenos Aires en el centenario, Hyspamérica; Buenos Aires, 1988, tomo II, p. 19. 10

Consecuencias económicas del conflicto Con el bloqueo (que va a durar más de 900 días) la situación económica de la provincia de Buenos Aires se detuvo abruptamente. La exportación de cueros vacunos, que significaba más del 80% del negocio externo, cae en picada. El gobierno se ve en la necesidad de emitir billetes; se produce inflación, carestía y faltantes; la situación obliga a una economía de guerra. Lo económico afecta lo social. El 17 de abril el gobierno cierra la Casa de Expósitos y reparte los niños que alberga entre las personas que “tengan la caridad de recibirlos”. Días más tarde suspende los sueldos de los maestros de escuelas públicas de varones, tanto en la ciudad como en la campaña, y solicita a los padres que se hagan cargo de los gastos para mantener los establecimientos abiertos y si no se reuniese la cantidad necesaria “cese la escuela o escuelas hasta que triunfe la república del tirano que intenta esclavizarla (se refiere a la guerra que se sostiene en el norte con la confederación peruanaboliviana del general Santa Cruz), y (se) libre del bloqueo (francés) que hoy sufre injustamente, (y) pueda el erario volver a costear estos establecimientos, tan útiles a la sociedad en general” Lo mismo le pide a la Sociedad de Beneficencia a cargo de las Escuela de niñas: que requiera a los padres que paguen a “maestros, monitores y útiles de cada escuela”, y si no, que también cese de operar. Suspende los sueldos de los profesores de la Universidad y pide de la misma manera que los padres o deudos se hagan cargo de los gastos. El 25 de abril deja de pagar la asignación al Hospital de mujeres y de Hombres pidiendo se levante una suscripción popular voluntaria para mantenerlos funcionando. Como el trigo (que se obtenía importándolo) aumenta desmesuradamente ante la faltante, no pudiendo de todos modos importarlo, prohíbe su exportación el 1º de mayo. Cuenta Saldías que el 25 de mayo de 1838 aparecieron en Buenos Aires unos carteles que decían “¡Viva el 25 de Mayo!¡Muera el tirano Rosas!” 34. Ese mismo día el gobernador enviaba a la Sala de Representantes, las notas intercambiadas con el cónsul y el contralmirante francés para ser debatidas por la Sala35. El 30, según un relato que Pedro Regalado Rodríguez (oficial de la secretaría de Rosas) contó a Saldías, todo estaba preparado para que estallara 34 Saldías, A., Historia de la Confederación Argentina, Hispamérica, Buenos Aires, 1987, tomo II, p.78. 35 Rosas a la H. Legislatura de la Provincia, Mayo 25 de 1838, Registro Oficial, 1838, p. 52. 11

un movimiento a partir de de un discurso desaprobatorio de la política oficial preparado por Mansilla, cuñado de Rosas. Si esto fuera cierto, las expectativas se vieron frustradas cuando la Sala finalmente autorizó la conducta del gobernador y el discurso de Mansilla no se produjo. Por el contrario, el diputado Garrigós se pronunció a favor del gobierno y otros lo siguieron. Hubo gritos y protestas a la salida, el descontento de los particulares que habían asistido al debate se hizo sentir. El 8 de junio La Junta de Representantes envió una nota al Poder Ejecutivo aprobando su conducta “oficial y privada” sostenida con el cónsul y contralmirante francés en contestación a la nota del ejecutivo de 25 de mayo 36. El 2 de julio, Rosas reglamentó el modo de realizar los pagos de la Contribución directa, dividiendo la forma de hacerlo entre los que vivían en la ciudad de los que vivían en la campaña para evitar que ni unos ni otros terminaran pagando una “cuota diminuta” 37. Necesitaba perentoriamente recaudar para que el Estado funcionara minimamente. La labor rutinaria de los vigilantes a caballo El trabajo de la policía continúa siendo la misma. A partir de 1838 la Comandancia Extraordinaria comienza a llamarse “de vigilantes a caballo”. A principios de ese año a Alén le nace el primer hijo varón a quién bautiza Domingo Hipólito 38. Parra, además de su posición en el cuartel, desempeña funciones de policía (se lo llama juez de los Corrales) en el matadero del barrio de Recoleta, cobrando multas y mandando puntualmente los importes recaudados a la Contaduría. Lo secunda en esas funciones el vigilante Fermín Suárez, que vive en esa parroquia. Un vecino de Balvanera denuncia que ha sido asaltado y sospecha que los ladrones se esconden en una casa de tejas cercana. Victorica pide a Cuitiño que mande alguien a 36 H. Junta de Representantes a Rosas, junio 8 de 1838, Registro Oficial, 1838, p. 71. 37 Decreto arreglando el modo de verificar el pago de la Contribución Directa, en la ciudad y campaña, Registro Oficial, 1838, p. 83. 38 “En cinco de febrero de 1838 yo, el cura interino bauticé solemnemente a Domingo Hipólito que nació el treinta del pasado y es hijo legítimo de don Leandro Alén y doña Tomasa Ponce, fueron sus padrinos don Mariano Pereyra y doña Dolores Cernadas a quienes advertí el parentesco espiritual y obligaciones, doy fé, Saturnino Rodríguez”.Libro 2º de bautismos, año 1838, folio 35, vuelta. 12

vigilarla. Alén efectúa las averiguaciones e informa que allí no viven ladrones, sino “un viejo achurador; hombre de bien” (achurador era el que elaboraba achuras del animal vacuno) y la reunión de que se habla es la unos parientes que lo visitan a veces. La información se la ha suministrado el teninte alcalde de la zona, que vive al lado de la de la casa vigilada39. En otra oportunidad, el 21 de septiembre de 1838, Parra informa a su jefe haber salido de ronda la noche anterior con una partida “que salió al mando del primer vigilante Don Leandro Alén”; la que no tuvo ninguna novedad 40. En octubre Rosas asciende a Parra y a Cuitiño al grado de coronel. En la mañana del 29 de octubre de 1838, Alén pasa por la puerta de una pulpería y ve salir corriendo un paisano señalando a otro que venía detrás diciendo que le había robado el poncho. El ladrón al ver a Alén vuelve sobre sus pasos y reingresa en la pulpería con la prenda en la mano. Alén desmonta y le sigue. Recobra la prenda y la devuelve a su dueño. Adentro hay tres sujetos más, bebidos todos. Los echa a la calle. El mozo, un portugués de nombre Nicolás Acosta lo increpa porque le está echando la clientela; echa mano de un palo con el cual; dice, le va a romper el alma. Alén contesta que va a dar parte y se retira. Cuitiño manda citar al mozo al cuartel, pero no viene. Al día siguiente repite la citación pero éste sigue sin aparecer. Entonces se presenta con una partida en la pulpería, pone de testigo a un vecino, un tal Antonio Ruiz y lo manda detenido a la cárcel (le llaman depósito de presos), previo paso por el cuartel. El hombre fue llevado a los gritos diciendo que algún día se la iban a pagar. Se lee en el parte a Victorica: “…los insultos…que este hombre ha hecho al tiempo de su conducción al depósito y los que manifestó en la puerta del cuartel…han obligado al infrascrito a dar parte a Ud.”41. Una última: el 13 de noviembre de 1838 Victorica solicita a Parra que mande a alguien a hacer el reconocimiento de un sujeto que estaban buscando a ver si era el que

39 Ciriaco Cuitiño a Bernardo Victorica, Buenos Aires, 25 de julio de 1838, A.G.N., Sala X, 33-37, folio 125. 40 Andrés Parra a Bernardo Victorica, Buenos Aires, septiembre 21 de 1838, A.G.N., Sala X, 33-37, folio 61. 41 Ciriaco Cuitiño a Bernardo Victorica, Buenos Aires, 1° de noviembre de 1838; A.G.N., Sala X 33-2.6, N° 97. 13

tenía preso. Parra envía a Alén, quién asegura que el recluso aunque fuera del mismo apellido no era el que estaban buscando42. El homicidio de Vicente Maza Estamos en 1839, hace una semana que comenzó el invierno y anochece más temprano. La puerta de entrada a la Honorable Junta de Representantes está entreabierta; la penumbra domina: solo hay tres candiles encendidos que poca luz producen en toda la casa: uno en el cuarto vacío del portero por cuya ventana enrejada se ve enfrente la casa del gobernador; otra en la secretaría, dónde el portero Arias departe con el ordenanza Ramírez. La tercera en el despacho del presidente; allí el doctor Manuel Vicente Maza sentado en su escritorio conversa con el oficial 2º de la Secretaría, el joven Domingo Cabello. Como ambos acaban de dar las gracias al sirviente Plácido que les cebaba mate para dar por concluida su tarea; éste lleva el servicio al ordenanza para que siga tomando. Vivian en la casa el portero Arias y el sirviente Plácido; como el ordenanza planea quedarse a dormir esa noche; Ramírez le da a aquél cuatro pesos para que fuera a comprar carne para la cena que prepararía el portero. Cuando el sirviente Plácido llega al zaguán, lo sorprende en la penumbra un hombre embozado con un puñal en la mano que le increpa: –“¡Decime! ¿Dónde está el doctor Maza?”– El muchacho avanza temblando hasta la puerta del despacho seguido por el desconocido. –“Aquí es señor”– musita. Cuando aquél entró, Plácido corrió hacia la puerta balbuceando: –“¡Jesús!,¿qué es esto?”–. Al querer salir tropezó con un segundo individuo, al que no reconoció, pero pudo sortear felizmente y correr hacia la esquina. Ni el portero Arias ni el ordenanza Ramírez los vieron entrar. El joven Cabello, como dijimos oficial 2°, empleado de la Honorable Junta, de pronto sintió inmanejable el pánico que se apoderó de él. No supo, si eran negros o blancos; si eran dos o cuatro; si llevaban poncho o capa; solo supo que de allí tenía que salir y rápido. Aunque nadie lo detuvo, sintió que nadaba en aceite espeso al salir del despacho; se dirigió al interior de la casa, al cuarto iluminado del portero y allí se quedó en agonía. El que iba daga en mano asestó dos puñaladas casi juntas: una al corazón, otra al pulmón de su víctima. Si dijo algo nadie lo escuchó al doctor Maza; que tardó en caer. El ordenanza Ramírez, ajeno a lo que estaba pasando, vio dos sujetos como en puntas de pié que salían en penumbras 42 Andrés Parra a Bernardo Victorica, Buenos Aires, 13 de noviembre de 1838; A.G.N., Sala X 33-2.6, N° 96. 14

hacia la puerta de calle y les preguntó a quién buscaban. Tapaba en ese momento con su cuerpo la visual del portero Arias. –“Cállese, paisano, que no es nada”–, dijo uno de ellos. En ese momento se escuchó al cuerpo de Maza caer: un ruido como si algo se quebraba. Ya no prestaron atención a los que, como exhalación salían a la calle. Fueron a ver que pasaba con el presidente de la Honorable Junta 43. Ninguno de los testigos pudo reconocer a los dos asesinos de Manuel Vicente Masa. La tradición refiere que Manuel Gaetán y José Custodio Moreira perpetraron el asesinato; ambos habrían sido fusilados por Rosas por este y otros hechos44. Del segundo se sostiene que habría sido padre del famoso bandido Juan Moreira. A Gaetán, con nombre Juan, grado de teniente y filiación cordobesa, lo hace figurar Rivera Indarte como fusilado por Rosas en 1842 en sus célebres Tablas de Sangre. A Moreira lo menciona José María Ramos Mejía junto al nombre de otros supuestos degolladores. Santiago Calzadilla lo evoca guiando un carro donde llevaba la cabeza cortada de un unitario cantando –“¡A los buenos duraznos!”–, pero recordemos que enfrentamos mitos: a Moreira no lo fusiló don Juan Manuel; y el nombre de su supuesto hijo Juan Moreira era un apodo: su verdadero nombre era Juan Gregorio Blanco; hijo de Mateo Blanco y de María Ventura Nuñez de San Nicolás según el diccionario biográfico de Vicente Osvaldo Cutolo 45. ¿Quién era José Custodio Moreira? En el archivo que fuera de Fitte, ahora en la Academia Nacional de la Historia hay un “Expediente de la causa seguida contra Custodio José Moreira por falseamiento de los sellos de correo” de fines de 1822, diligenciado por el juez García del Cossio46. Si bien el delito fuera comprobado, el asesor Villegas consideró que el valor de los sellos falsificados “son de un interés muy miserable para un hombre de las 43 Sumario de la causa de la muerte del salvaje unitario Manuel Vicente Maza (causa célebre), 1839; A.G.N. Sala X, 44-6-4. 44 Sostiene José María Rosa que “la policía supo que los matadores eran los federales Manuel Gaetán o Gaitán y José Custodio Moreira (padre del célebre Juan Moreira)…Rosas no los culpó, pero en octubre de 1840 ambos serían fusilados como culpables de excesos en el terror de ese mes”. Rosa, José María, Historia Argentina, Buenos Aires, 1965, tomo IV, p. 401, nota al pie de página. 45 Para profundizar sobre Juan Moreira, cfr.: Rojas, Nerio; El verdadero Juan Moreira, Buenos Aires, 1951; Estrada Liniers, Marcos; Juan Moreira, realodad y mito; Buenos Aires, 1956. 15

facultades y vasto giro como Moreira”, por lo que recomendó absolverlo definitivamente. Rivadavia aceptó el dictamen y lo sobreseyó. ¿Cual era el negocio de Moreira? En el Almanaque de Blondell para 1826 figura con un Almacén al por mayor en la calle Universidad. Actuaba como representante del fuerte comerciante portugués Juan de Sousa Couitiño; otrora sindicado como contrabandista. El 20 de mayo de 1836 –2º gobierno de Rosas–, la señora Mercedes Lasala de Riglos denunciaba a Victorica que los dependientes de la tienda de la calle Universidad “descerrajaron tiros sobre las ventanas de su casa”. Por la dirección dónde los ubica pudieron ser los dependientes de Moreira. Veamos un caso posterior al asesinato de Maza. El 6 de diciembre de 1839, el juez de paz de San Nicolás ha mandado a la cárcel a un dependiente de Moreira de nombre Patricio Valsa. Este pide a Rosas por nota que le permita, previas precauciones del caso, tener elementos de escritura en la prisión para arreglo de sus intereses. Rosas escribe de su puño, al dorso: “Como se solicita, por una vez, y al efecto pase al Jefe de Policía”. Sigue, con letra de Victorica: “Hecho”47. Parece ser que Custodio José Moreira era de aquellos comerciantes que podían tener influencias bajo cualquier régimen aunque tan distintos como fueron el de Rivadavia y el de Rosas. Caído el Restaurador, sabrá congraciarse con Valentín Alsina, donde lopudimos seguir como quintacolumnista. El coronel Lynch intenta fugarse Descubierto el complot de los Maza, verificado el alzamiento de Lavalle y producida la revolución de los hacendados del sur, muchos opositores fueron arrestados. En febrero de 1840 entre los papeles de Victorica figura Isidro Oliden “preso por este Departamento a disposición de S.E. (Rosas) con grillos”48. El alcalde de la cárcel Antonio Tejedor (padre del conocido más tarde Carlos Tejedor) avisa al Jefe de Policía el 21 que Oliden se halla bastante enfermo y adjunta el parte médico49. El médico de policía Fernando Maria Cordero certifica que se halla con una infección grave “imposible asistir en el local 46 Causa seguida contra Custodio José Moreyra por falseamiento de los sellos del correo, Buenos Aires, octubre 29 de 1822, Archivo Fitte /Academia Nacional de la Historia, Secc.IV-65; doc. N° 352 del catálogo. 47 Custodio Moreira a Rosas, Buenos Aires, diciembre 6 de de 1839, A.G.N., Sala X, 33-4-1, N° 80. 48 A.G.N., Sala X. 33-4-2 16

que se halla50, pidiendo su traslado para ser atendido, por cuyo motivo se lo manda al Hospital. Por esos días, entre los mismos papeles de Victorica figura una orden de Rosas de vigilar a José María Riglos, junto a otros sospechosos51. Esta atestiguado el espianonaje que hacía verificar el dictador entre los sospechosos de aydar al enemigo. Otro era Carlos Mason, un marinero preso desde el 29 de diciembre anterior. Si bien no encontré las órdenes para hacerlo, todos ellos habrían quedado en libertad entre marzo y abril de 1840. A fines de abril Rosas es informado que el coronel Francisco Lynch, ex jefe del Puerto de Buenos Aires junto con Isidro Oliden y otros, intentan escapar a Montevideo en una embarcación que los va a buscar al anochecer de no sabe que día por el bajo de La Residencia. Verbalmente, el dictador le pide a Andrés Parra que vigile el lugar y los capture si los descubriese; además, que avise a su jefe Victorica del operativo y le pida a Cuitiño que lo ayude en el operativo. Al mando de una partida se hace del procedimiento una rutina pasan varias noches al acecho sin resultado. El día 3 de mayo, en un atardecer con río picado, como venía la marea desde varios días atrás, la partida camina por el bajo; se oculta y espera. Aunque enfermo, Cuitiño también concurre; y como es de rigor, Leandro Alén también está. Serían las siete y media –hora que ya es noche en mayo– cuando aparecen; por lo menos tres personas embozadas, al tiempo que otras dos quedan en espera. Se les da la voz de alto. Dos, tal vez tres individuos disparan armas de fuego contra los policías; la partida contesta del mismo modo; algunos de los sospechosos (al menos dos) caen muertos. Al día siguiente, Victorica al adjuntarle el parte de Parra le escribe a Rosas que: “a virtud de orden recibida hace noches que acechaba (Parra) a cinco salvajes unitarios que iban a fugar, los cuales en la noche anterior, como a las siete y media, los había sorprendido en el acto de la fuga, haciendo estos una obstinada resistencia por lo que murieron en ella”. Adjuntaba

49 Antonio Tejedor a Bernardo Victorica, Buenos Aires, febrero 21 de 1840; A.G.N., Sala X. 33-4-2. 50 Fernando María Cordero a Bernardo Victorica, Buenos Aires, febrero 21 de 1840, A.G.N., Sala X. 33-4-2 51 Idem. Los otras personas que Rosas pide “espiarlas” en este apunte de Victorica de fines de febrero de 1840 son Pedro y José María Echenagucía y Carlos Lamarca, que escapará a Chile. 17

papeles, dinero y dejaba en el departamento solo la ropa, que detalla en un adjunto 52. El parte habla de cinco personas; ¿quiénes eran? Rivera Indarte anota que acompañando a Lynch iban tres: “Isidro Oliden; José Maria Riglos, porteños y Carlos Maison, inglés”. De allí tomó libreto José Mármol para redactar el nudo de su novela Amalia, que comienza con este evento. En ella inventa un Eduardo Belgrano, que en la ficción se salva; afrancesa el apellido restante a “Maisson” y dice que son todos argentinos. Ahora bien, los que cayeron muertos con seguridad fueron Francisco Lynch e Isidro Oliden; y ¿los otros tres? Uno era José María Salvadores (el Belgrano de Mármol) que zafó no sabemos como: supongo debe haber fugado. Actuó como testigo en el juicio de 1853 contra Alén y Cuitiño; en el que dicho sea de paso no figura mencionado Riglos. Los que conjeturablemente no habrían opuesto resistencia eran los dos que esperaban: el dueño de la embarcación que los venía a esperar y el marinero que los conduciría de la orilla al barco. El primero era Manuel Joaquín de los Santos. Este personaje en 1853 actuó como principal testigo en el juicio de Cuitiño. Lo demoró Andrés Parra para tomarle declaración. Era brasileño, nacido en San Pablo; dijo haber llegado de Mercedes de la Banda Oriental y que iba a la punta de San Fernando. Como no se convenciese, le pidió al comisario de la seccional 4ª Ramón Torres que lo entregara a Victorica en la Jefatura. En un borde de la nota de Parra con la declaración de este hombre una nota de Victorica advierte: “No remitió el sospechoso” 53, es decir Torres no lo habria trasladado. ¿Qué había pasado? En vez de enviarlo a la Jefatura como pidiera Parra, el comisario Torres lo hizo acompañar hasta lo de José Custodio Moreira; quien le remitió a Parra una nota aclarando que: “El individuo que Ud. se sirvió mandarme es Manuel Joaquín de los Santos, natural de San Pablo, cuyo ha estado ocupado en mi estancia por término de cuatro años”. Continúa exponiendo que venía de la Capilla de Mercedes en la Banda Oriental; que en el trayecto lo habían capturado los franceses y le quitaron la embarcación; que tenía que pasar a la punta de San Fernando a cobrar del juez de paz del lugar una cuenta que se le debía. Ni una palabra del evento sangriento

52 Bernardo Victorica a Rosas, Buenos Aires mayo 4 de 1840, Romay, Francisco L., Historia de la Policía Federal Argentina, Buenos Aires, 1964, tomo III, 1p. 178. 53 Andrés Parra a Bernardo Victorica; Buenos Aires, mayo 5 de 1840; A.G.N., Sala X, 33-4-3, N° 102. 18

acaecido54. Victorica archivó la nota que le remitió el comisario sin más trámite. Manuel Joaquín de los Santos no fue nunca a la cárcel. ¿Qué Pasó con el marinero? Manuel Mason; que así se llamaba el marinero del que hablamos antes, por unos días no sabemos nada de él. Un mes después, el 23 de junio,en el departamento de Policía se elabora su prontuario, cuya ficha dice: “Manuel Mason; patria: sardo; edad: 56 años; estado: casado en su país; profesión: marinero. Dice que no posee ninguna propiedad y que es absolutamente pobre”. Parece ser que se sindicó como dueño de la embarcación que iba a llevar a la otra orilla a Lynch a un tal Fernández y que Mason no era marinero de ese barco; lo que surgiría de la instrucción llevada a cabo por el juez Dr. Cárdenas. Que el verdadero marinero que iba con el bote a buscarlos para llevarlos a bordo de nombre Rodríguez habría fugado. Consultado también el gobernador delegado Felipe Arana opinó que Mason era inocente. El pliego concluye con letra y firma de Rosas: “Póngase en libertad por el jefe de Policía” 55. Como vemos, este era un procedimiento oficial; donde, en tiempos de guerra, un oficial del ejército junto a presos que tienen la ciudad por cárcel van o a desertar o a escapar a sus arrestos; se los sorprende in fraganti, disparan sus armas y algunos son muertos en la refriega, otros escapan. Las muertes de Lynch, Oliden y la supuesta de Mason; fueron tres de las once que se atribuyeron a Cuitiño para condenarlo por homicida. Martín Amarillo Martín Amarillo, porteño, vecino de Balvanera, tenía 49 años en 1839 y trabajaba en un horno para fabricar ladrillos, cuando el 21 de octubre Ciriaco Cuitiño lo remitiera preso por salvaje unitario sospechoso de cooperar “con los amotinados” 56. Se había casado 54 Custodio José Moreira al comisario Ramón Torres, Buenos Aires, nayo 6 de 1840, en ídem. 55 Clasificación de Manuel Mason, Buenos Aires, junio 23 de 1840, A.G.N., Sala X, 33-4-3, libro N° 102, doc. 47. 56 ¡Viva la Federación! Nº 81. Clasificación del preso de la cárcel pública. Nombres: Martín Amarillo. Patria: Buenos Aires. Edad 49 años. Estado: casado. Ejercicio hornero. No ha prestado servicios a la causa de la Federación. Fue preso por el coronel graduado don Ciriaco Cuitiño el 21 de octubre próximo pasado como salvaje unitario. Buenos Aires, febrero 11 de 1840. Bernardo Victorica. A.G. N., Sala X., 33-4-2. Hacía cuatro meses que se le había puesto preso cuando se lo clasifica. 19

joven con Cipriana Pavón57; tenía cuatro hijos grandes al momento de su detención: Juana, Micaela, Anacleto e Hilaria. La mayor, Juana, llevaba seis años de casada con Mariano Herrera58. Por su parte, Micaela, esposa de Felipe Casas, vivía con sus padres, y hacía dos años que se había casado59. Anacleto e Hilaria habían realizado la ceremonia nupcial el mismo día en la iglesia de Balvanera el año anterior 60. Salvo Micaela, todos se habían casado con primos, ceremonia que requirieró la dispensa del obispo Medrano para efectuarla. Tuvo que sufrir el tormento de tener remachados grillos en sus piernas los primeros días61. Su prisión duró seis meses. En abril de 1840 Rosas le da la ciudad por cárcel, no pudiendo salir a más de una legua, condenándolo a poner personeros para el ejército62. 57 Al momento del casamiento tendría 22 años más o menos. 58 “En 16 de agosto de 1833 después de leídas las tres conciliares proclamas en tres días feriados al tiempo del ofertorio de la misa parroquial sobre el matrimonio que libremente intentaba contraer don Mariano Herrera, natural de esta ciudad, hijo legítimo de don Antonio Herrera y de doña Isidora Amarillo, con doña Juana Amarillo, también natural de esta ciudad, hija legítima de don Martín Amarillo y doña Cipriana Pavón, y no habiendo resultado impedimento alguno, pues le fue dispensado el de consanguinidad en segundo grado por el ilustrísimo señor obispo, vicario apostólico de esta diócesis Doctor don Mariano Medrano, estando hábiles en la doctrina cristiana y sacramentalmente confesados yo el cura rector…los casé según el rito de la Santa Madre Iglesia, fueron testigos don Dionisio Herrera y doña Toribia Amarillo” Al margen dice las edades: Mariano 26 y Juana 18 años. Parroquia de Balvanera; libro de Matrimonios Nº 2, folio 3. 59 Felipe Casas era porteño, hijo de José Casas y Juana González; se casó con Micaela el 29 de marzo de 1837. Cfr.: Libro 1º de matrimonios (de 1833 a 1844) de la Parroquia Nuestra Señora de Balvanera, folio 42. 60 Las dos parejas contrajeron matrimonio el 1º de octubre de 1838, anotados en idem, folio 55. 61 Nota: Martín Amarillo, octubre 21 de 1839. Unitario preso por el coronel Ciriaco Cuitiño a disposición de S.E. (Rosas) (con grillos) A.G.N. Sala X, 33-4-3. 62 “Salvajes unitarios pertenecientes a la cárcel pública que han puesto personeros y no pueden salir a mas distancia de una legua de la ciudad”. Hay 15 nombres a continuación 20

Cinco meses más tarde –según confesión del propio Alén– Parra le pidió que señalara la casa de Juan Barragán, un proveedor de carne del barrio y la de de Juan Arce, al que llamaban “el cabezón” al vigilante Víctor Martínez. Eran ellos unitarios que habían reincidido en acciones conspirativas. Tiempo después, el juez de paz de Balvanera, Eustaquio Ximénez, miembro además de la Legislatura le pidió que señalara la casa de Martín Amarillo a otro colega. Como Parra también se lo había solicitado accedió (no se llevaba nada bien con este juez). En el juicio sumario que se le siguió a Alén en 1853, Felipe Casas, el yerno de Amarillo declaró que “los que fueron a buscar a su suegro eran Leandro Alén, Manuel González y un indio Fuentes”. El indio Fuentes no pertenecía a la fuerza pero González sí: era ordenanza. El hecho ocurrió el 2 de octubre de 1840 cuando recién comenzaba el mes del terror. Micaela, la hija de Amarillo ratificó lo dicho por su marido, agregando “que no sabe que los mismos individuos que sacaron de su casa a su finado padre fuesen los que lo degollaron”. Alén aseguró que cuando salieron “una vez que lo vio a Amarillo montado se retiró a su casa”. Su actuación se habría resumido a señalar el domicilio a un compañero y asistir a la captura, como se lo había pedido su jefe y luego el juez de paz. Alén se declaró inocente, y no había pruebas concretas que hubiera participado del asesinato.Si no fue Alén ¿quién mató a Martín Amarillo? Refiere Saldías en su “Buenos Aires y el Centenario” que después de 1853, un hombre sintiéndose culpable en trance de muerte confesó que él y no Alén había matado a Amarillo: que habían ajusticiado a un inocente. Saldías no especifica su nombre pero anota sus iniciales: “M.G.”. Estas iniciales, chequeadas con la lista de miembros de la fuerza concuerdan sólo con las de Mateo Grela. Este agente había entrado a la policía pocos meses antes: el 5 de enero de 1840 se lo nombra vigilante tercero. Parra le tomó con el tiempo mucha estima. Cuando Alén se enfermó; Grela tomó su puesto; es más cuando Parra enfermó y Cuitiño estaba tullido; Parra pidió a Rosas que Grela lo reemplazara. No tenemos ninguna prueba, pero sospechamos que Mateo Grela pudo haber sido el matador de Amarillo. Tropelías del vigilante 1º Leandro Alén El 7 de abril de 1842 nacía su segundo hijo varón al cual bautizaría con su nombre. En el libro de bautismos de Balvanera, al lado del nombre Leandro hay un espacio como si entre los que figura Martín Amarillo. El documento lleva fecha 24 de octubre de 1840 y firma el jefe de policía Bernardo Victorica. A.G.N. Sala X, legajo 33-4-3 21

se hubiera querido intercalar otro, pero no se hizo63. Era el futuro creador del Partido Radical; que como vemos se llamaba Leandro Alén como su padre y no Leandro N. Alem como se lo llama. Por aquéllos días, la salud mental del vigilante 1º comenzó a tener problemas. Sobre todo durante la vigilia sufría de apariciones y por la noche tenía sueños terroríficos. Lo trató el doctor Alejandro Brown. Este médico, escocés de origen, lo había tomado el almirante homónimo durante la guerra con Brasil. Santiago Wilde lo recuerda brusco, imperativo y lacónico. Más de una vez le habría dicho a algún paciente: “Ud. muere; su mal es sin remedio”. No parecía el más indicado para un paciente que padecía de depresión grave. Por esa época las enfermedades mentales eran escasa y malamente tratadas. Después del nacimiento de Tomasa Modesta en 1844 su estado impidió poder prestar servicios en el cuartel. Recibió la promesa de Parra y Cuitiño que mientras ellos estuvieran al mando seguiría cobrando el sueldo sin necesidad de presentarse. El tiempo no mejoró su situación; después del casamiento de su hija Marcelina en enero de 1847 con el vasco Martín Irigoyen64, su estado mental empeoró. A sus depresiones periódicas, se le sumaron ciclos de euforia. En ellos se volvía hiperactivo, violento, peligroso. En una oportunidad dio tal empellón a un tal Benítez, sentándolo violentamente sobre un brasero encendido que le quemó los genitales. Después de estos ciclos, bebía y volvía a estados depresivos. Su pulpería se convirtió en garito donde se estafaba con naipes. Padecía de delirios obsesivos. En otra ocasión quiso obligar a un paisano hábil con las cartas, de apellido Vidal, miliciano del 1º de caballería que le sirviera de grupín. Como se negara intentó obligar a su esposa para que enviase una carta al jefe del paisano en el regimiento, para que lo mandara preso. Como seguía sin lograrlo, vistiendo de uniforme, acompañado de su ex subordinado Lorenzo Baca salió a buscarlo. Sus compañeros lo secundaban. Lo encontró en otra pulpería, lo sacó de los pelos. El dueño del local, quien además era alcalde trató de convencerlo que él lo llevaría a la seccional. Alén comenzó a proferir insultos; mientras Baca tratando de amarrar a Vidal rodaban por el suelo y otro agente presente, José María Frías, temiendo que Alén matara a Vidal le quitaba el facón de su cintura. Como este trató de evitarlo tomándolo por el filo se produjo un corte en la mano. Baca se distrajo y 63 Parroquia de Balvanera, libro de bautismos N° 2, folio 35 vuelta. 64 Padre del futuro presidente

Yrigoyen. Parroquia de Balvanera, libro de

matrimonios N° 2, folio 18. 22

Vidal aprovechó para huir. La mujer del alcalde, en avanzado estado de preñez, caía desmayada. El escándalo era completo65. Horas más tarde de noche, Alén, que había rcibido información que Vidal se escondía en la casa de un vecino del mismo cuartel, ahora acompañado por Ramón Sustaita, otro de sus ex subordinados entraba en la casa del vecino José Castro, lo ataba a una silla y buscaba en el interior a Vidal; mientras su esposa preguntaba a los gritos por orden de quién se registraba su casa. Alén contestaba de la misma manera que por orden de la policía 66. Pero al frente del Departamento de Policía ahora se hallaba Juan Moreno, quien le estaba imponiendo la impronta de su experiencia y firme personalidad. Alertado por el comisario Ojeda de lo que ocurría preguntó a Parra si él había ordenado el procedimiento. Para apañar a Alén contestó que sí 67; pero Moreno no le creyó y pidió que Alén se presentara a su despacho el lunes 23 de agosto a las 10 de la mañana. El día antes, el paisano Esteban Molina ofrecía a la esposa del vecino Raimundo Llano una recompensa de 500 pesos por declarar en la Jefatura que él le había ganado en juego un poncho a Vidal. Doña Joaquina se negó. Al rato aparecen Alén y Sustaita haciendo una nueva oferta. Como doña Joaquina amenaza con denunciarlo al Juez de Paz, Alén irrumpe en insultos contra Eustaquio Ximénez, que efectivamente, además del cargo de diputado en la Sala de Representantes se desempeñaba como juez de paz de Balvanera 68. El lunes Alén no se presenta; se lo busca en toda la ciudad. A las 3 y media de la tarde aparece en la trastienda de una pulpería frente al mercado jugando a las cartas. Sustaita, que lo ha ido a buscar deja que escape. Días después, cuando comienza la fase depresiva de su mal, Alén vuelve a su casa; y es su propia mujer quién lo suba a un coche de alquiler y lo entregue en la Jefatura de Policía. Como Leandro repite que se siente enfermo, el jefe de 65 Comisario de la 3ra. Sección Esteban Ojeda al Jefe de Policía Juan Moreno, Buenos Aires, agosto 17 de 1847, en Romay, Francisco L., Historia de la Policía Federal Argentina, tomo III, Bs.As., 1964, p. 285. 66 Borrador del Jefe de Policía Juan Moreno a Rosas, s. f., en A.G.N., Sala X, libro N° 147 (1847), 33-5-3 67 Andrés Parra a Juan Moreno, Buenos Aires, agosto 18 de 1847, en Romay, Francisco L., op. cit., p. 285. 68 Alcalde Manuel González al comisario de la 3ª- sección Manuel Ojeda, Buenos Aires, agosto 22 de 1847, en Romay, Francisco L., op. cit., p. 286. 23

policía lo envía al Hospital de Hombres69. Está allí varios días atendido por el doctor Claudio Mamerto Cuenca, el futuro mártir de Caseros. Aún con dudas, dictaminó que “su enfermedad es de poca importancia”70. La Comisión del Hospital de Hombres bajo la firma de Felipe Lavalloll y de José Ralasa remitió el preso al Departamento Central. Moreno impuso a Rosas de todo lo sucedido el 10 de septiembre de 1847, luego de recibir información del juez de paz Eustaquio Giménez 71. La decisión de Rosas sobre su futuro se hizo esperar. Recién el 9 de julio del año siguiente el oficial escribiente Luis Fontán acusa recibo a su nombre diciendo que pasaba la causa al juez en primera instancia en lo criminal Eustaquio Torres para ponerla en estado de sentencia. Que Alén fuera conducido a la cárcel del cabildo con una barra de grillos. Cuando salió la sentencia, Rosas lo indultó, así que estuvo preso relativamente poco tiempo. Al salir de la cárcel, como las depresiones de Alén continuaban, Tomasa lo hizo ver por el doctor Ventura Bosh. Era éste un especialista eminente para la época especializado en enfermedades mentales. Abriría el primer hospicio que tuvo Buenos Aires. Con el tratamiento Alén mejoró, sin curarse del todo. En 1849 nacía Lucio Francisco el sexto hijo de Leandro y Tomasa. Su hija Marcelina ya le había dado dos nietos. Quedó atendiendo su pulpería; no volvió al cuartel; pero religiosamente siguió recibiendo sueldo y ración de vigilante 1º. Parra y Cuitiño enfermos En 1849 el cuerpo de vigilantes a caballo está en crisis. Cuitiño se había agravado de una artrosis en las manos que le impedía manejarse. Parra faltaba de hacía tiempo con parte de enfermo. Alén cobraba su sueldo pero no iba al cuartel. Se averiguó cual era el mejor lugar para que Cuitiño curara; alguien recomendó baños terapéuticos en Ecuador. Rosas encomendó al capitán del Puerto Pedro Ximeno que le sacara pasajes vía Valparaíso y le entregara una letra por sesenta onzas de oro y el permiso para usar dos más en Chile, si 69 Juan Moreno a los Sres de la Comisión Administrativa del Hospital de Hombres, Buenos Aires, agosto 25 de 1847 en A.G.N., Sala X, 33-5-3. 70 Claudio M. Cuenca a los Sres de la Comisión Administrativa del Hospital de Hombres, Buenos Aires, agosto 29 de 1847; en A.G.N., Sala X, 33-5-3. 71 Eustaqui Gímenez a Rosas, Buenos Aires 2 de septiembre de 1847, en Allende, Andrés R., “Un juez de paz de la tiranía. Aspectos de la vida de na parroquia de Buenos Aires”, en Investigaciones y Ensayos N° 14, La Plata, 1973, p. 196. 24

le hicieran falta. Cuitiño había vuelto a formar pareja con Ana Bustamante, con quién ya tenía tres hijos. Ella lo acompañó porque él no podía arreglarse solo. Salieron por tierra para Mendoza, con una escolta de cuatro policías que Rosas asignó para la travesía. En Mendoza toma baños que lo alivian, pero el deshielo impide continuarlos. El 10 de noviembre, en Buenos Aires, Parra avisaba a Rosas que no podría asistir a la fiesta del patrono de la ciudad a causa de “una penosa enfermedad de la que adolece hace largo tiempo, la que le impide en su actual gravedad el caminar”. A principios de 1850, la enfermedad de Cuitiño empeora; resuelve darse baños en Puente del Inca y redacta su testamento. El doctor Bernardo de Irigoyen, que escribe sus cartas sale de albacea; mientras nombra otro para Buenos Aires. No viaja a Ecuador. Ana queda embarazada de su último hijo (el octavo) a quién le pondrá su mismo nombre. Pronto volverá a Buenos Aires. El 16 de febrero de 1850, Andrés Parra pide a Rosas a través de Manuelita permiso para retirarse a una chacra a recuperar su deteriorada salud. Al concederla nombra interino, mientras dura su enfermedad a Mateo Grela. Ya no volverá al cuartel, muere el 25 de mayo de 1850. Rosas decretó exequias con honores que encarga rendir al batallón Nº 1 de Policía. Vino Caseros y todo se trastocó; las cosas no eran igual que antes para el vigilante 1º y pulpero de Balvanera. Sus hijos habían sido bautizados todos en la cercana parroquia; pero cuando nació su tercer nieto en julio de 1852, la familia andaba como escondida. Hipólito Irigoyen, el futuro presidente se bautizaría mucho después de la muerte del abuelo, que ocurriría pronto. Aquel largo 4 de febrero Lo temido después de la batalla de Caseros ocurrió. En la tarde del tres en la calle Larga de la Recoleta, dos pulperías eran asaltadas por dispersos del ejército federal. En esa acción fue mencionado por testigos que el policía Fermín Suárez comandando un grupo como de 50 hombres estuvo cometiendo los primeros robos.72 Pronto le siguieron otros negocios y el saqueo se generalizó. En Buenos Aires, pocos durmieron la noche de ese día. A las 3 de la mañana del 4, el general Lucio Mansilla, a la sazón comandante militar de la 72 Comisario de la 3ª seccional José María Pizarro al jefe de Policía Antonio Pillado, Buenos Aires agosto 14 de 1853; Andrés R. Allende, La reacción de Buenos Aires después del sitio de Lagos, La Plata, 1941, apéndice documental, pág. 140. 25

ciudad, golpeaba la puerta de la casa del obispo Mariano Escalada para pedirle que fuera en comisión a Palermo a decirle a Urquiza que las pequeñas fuerzas con que contaba no ofrecerían resistencia, pero que vinieran a controlar la turba que se enseñoreaba de la ciudad. Acompañaron al obispo su hermano Bernabé Escalada, titular de la Casa de la Moneda; el ex Ministro de Hacienda José María Roxas y Patrón y Vicente López y Planes, Presidente del Tribunal de Justicia. Los momentos eran de urgencia. Urquiza se había mostrado duro en los primeros momentos. El sargento mayor José Aguilar; aquél que comandara la asonada que mató a Aquino fue fusilado por la espalda, colgado de los pies. Corrían la misma suerte soldados pertenecientes a la división sublevada. Fueron pasados por las armas el coronel Martín Santa Coloma y el general Martiniano Chilavert. Urquiza tenía una antigua animadversión hacia los hermanos Chilavert, Vicente y Martiniano. Cuenta Martín Ruiz Moreno73, que Urquiza sospechaba que le había querido conquistar su novia. No la nombra pero podría tratarse de la inquietante Segunda Calvento, hermana de Delfina, la mítica compañera de Pancho Ramírez. Las sospechas del novio celoso habrían dado origen a la controversia. En el caso de Martiniano, la cosa fue distinta. Cuenta Juan Isidro Quesada74 que en la invasión federo-unitaria de 1830-31 a Entre Ríos, Urquiza comenzó a protestar por lo mal dirigida que estaba la operación. Martiniano Chilabert, que tenía una graduación superior a la de Urquiza le ordenó callarse. Como no lo hiciera, le asestó un botellazo. Urquiza, herido y furioso, lo amenazó con que, en la siguiente vez que se vieran se iba a vengar. Quiso el destino que esa siguiente vez fuera después de Caseros... Volvamos al relato. Mansilla había mandado a ver a Urquiza a los ministros extranjeros en la tarde del 3; pero no lo encontraron en ese momento, recién lo lograrían al día siguiente. Al menos, don Lucio consiguió que desembarquen las pocas tropas que tenían a bordo los buques que estaban a la vista de la ciudad para defensa de algunos puntos. Los norteamericanos distribuyeron 40 marinos del vapor de guerra Jamestown en lugares estratégicos. El comandante de ese buque, el comodoro Mc Keever establecía su cuartel general en las oficinas del bajo, en el edificio de la firma americana Zimmerman, Frazer y 73 Martín Ruiz Moreno; Contribución a la Historia de Entre Ríos, Buenos Aires, 1910, tomo II, pág. 116. 74 Juan Isidro Quesada, “Unitarios y federales en Entre Ríos (1830-1831)”, Revista de Historia entrerriana, Nº 4-5; Buenos Aires, 1969, pág. 81, nota al pié. 26

Compañía. Su ayudante, también fue a ver a Urquiza para pedirle más tropas. Los ingleses, por su lado pusieron defensores en diferentes puntos, aunque a todas luces suficientes. Mansilla solicitó al teniente de navío Hipólito de la Motte, comandante del vapor francés Flambart, que le transmitiera al almirante brasileño la consigna de no hacer hostilidad alguna sobre la ciudad. A la una de la mañana del 4, un oficial enviado por de la Motte, hablaba con el almirante brasileño, quien admitía la tregua propuesta. El almirante Grenfell fletaba entonces al vapor Paranaense para avisarle las nuevas al diplomático brasileño Honorio Hermeto Carneiro Leao que estaba en Montevideo. Cuando esto estaba ocurriendo, el ministro inglés Robert Gore conseguía dejar a bordo del vapor Locust en calidad de asilados, a Rosas, Manuelita y su comitiva, que pronto partirían para Inglaterra. Al regreso de esa tarea humanitaria que mantuvo secreta en ese momento, se unió al grupo que tomaba el camino de Palermo a ver a Urquiza que muchos parecían tratar en ese momento. Llegan a destino a las 6 de la mañana: los demás ministros lo esperaban también. A las 10 los atendió. Dijo unas palabras corteses a cada uno; aceptó mandar tropas a Buenos Aires. Cuando le tocó hablar con Vicente López y Planes, le dijo que lo nombraba Gobernador interino de la Provincia y que tomara los recaudos necesarios para hacerse cargo. Para formalizarlo, redactó una nota 75. La sorpresa de Don Vicente fue mayúscula. Cuando la comitiva emprendió su regreso, encontró que la ciudad estaba siendo saqueada por los dispersos de la batalla, que por momentos aumentaban de número. Los presos habían escapado de la cárcel, todo se había convertido en un caos. Mansilla, abandonado por sus soldados, se asiló en el vapor francés Flambart, junto al coronel

Hilario Lagos. Esto hizo que la rapiña se generalizara; siendo las

parroquias más afectadas las que lindaban con la campaña, sobre la calle Federación (actual avenida Rivadavia) y sus alrededores. A las once de la mañana se produjo un choque entre un pelotón de infantes de marina norteamericana al mando del guardiamarina Walker que guardaba la casa del cónsul. El incidente se produjo cuando un grupo de cómo treinta individuos trataba de asaltar un negocio. Los asaltantes dispararon sobre los marinos

75 Urquiza a Vicente López, Cuartel General en Palermo de San Benito, febrero 4 de 1852; Justo Maeso, La Regeneración Argentina, Reproducción facsimilar de la versión original de 1870, presentación de Ernesto J. Fitte, Bs As, 1980, pág. 71. 27

norteamericanos76. En ese momento llegaba al consulado John Pendleton que venía con el ayudante del comodoro Mc Keever. También se hacía presente el Jefe de Policía interino teniente coronel Ángel María Herrero. Grover, que así se llamaba el ayudante del comandante Mc Keever era encargado de volver a Palermo junto a Herrero para pedir a Urquiza que mandara con urgencia las tropas prometidas, que se estaban demorando. Urquiza envió enseguida al coronel Ramón Lista con un batallón. Cerca del mediodía del 4, el flamante Gobernador llegaba al centro y se detenía un rato en la casa de Pedro de Angelis; calle 25 de Mayo, frente a la Catedral, en momentos en que la cercana platería de Silva en la calle Piedad, entre Florida y Maipú era saqueada, como así también, otros negocios. En tanto, Antonio Somellera77, un antiguo marino, había encontrado al joven y prometedor comerciante Mariano Billinghurst frente a su oficina de remates y se pusieron de acuerdo en hacer algo por contener la situación. Había trascendido que Vicente López era el nuevo Gobernador, pero no había notificación oficial. Juntos -Somellera y Billinghurst- meditaron la forma de detener los desmanes. Primero pensaron cabalgar hasta Palermo, pero la soldadesca los hizo volver. Fueron al Fuerte y le pidieron armas al único que no había abandonado su puesto: el obeso sargento mayor músico de Patricios Victoriano Aguilar que allí tenía su asiento. Este entregó las armas que había en el fuerte y se dispuso a ayudar. Los tres salieron a la Plaza y llamaron a las armas; a los gritos primero y pidieron a alguien que pasaba que hiciera tañer las campanas del Cabildo, para ser más expeditos después. A los que acudían le entregaban armas. Uno de los que colaboró en esta tarea fue Benito Hortelano, el editor del Diario de la Tarde, aunque en sus Memorias se describe como protagonista casi principal78. El sol caía a plomo y el grueso sargento 76 John Pendleton al Secretario de Estado Seward, Buenos Aires, febrero 8 de 1852, Ernesto J. Fitte, “Después de Caseros”, Revista Historia Nº30, Buenos Aires, 1963, pág. 135. 77 Memorándum redactado por Somellera en 1885, A.G.N., Sala VII, Archivo Andrés Lamas, legajo Nº 59, reproducido por Ernesto J. Fitte, “Después de Caseros”, citado, pág. 136. 78 Memorias de Benito Hortelano, Eudeba, Buenos Aires, 1973, pág.89. 28

Aguilar que sentía mucho el calor, pidió permiso para ir hasta el Fuerte a cambiarse de ropa y volver. “Vaya” – le dijo Somellera – “y después pase a casa del Sr. Angelis y trate de que el señor Don Vicente López que está en ella, se traslade al Fuerte donde estará mejor para que le consultemos sobre lo que deba hacerse”79. López se dirige al Fuerte; no parece haber hecho ceremonia alguna de toma del puesto bajo juramento u otra: la situación no estaba para formalidades. La ciudad estaba siendo desvalijada. Cuando el coronel Ramón Lista llegó a la Plaza de la Victoria, pidió a Somellera que lo llevara en presencia de Vicente López. Lo encontraron en el Fuerte, en la habitación de Aguilar. Lista le dijo que Urquiza le había pedido se hiciera presente con el batallón “Orden” formado casi todo por italianos que venían de la defensa e Montevideo. Cuando López le preguntó cuál eran sus órdenes, Lista contestó con precisión: “La de pasar por las armas en término de diez minutos a todo el que se tome robando o con indicio de haber robado sea lo que sea” 80. Los fusilamientos fueron numerosos en las horas que siguieron. También fueron cuantiosas las propiedades robadas; joyas, pianos, objetos de todo tipo. Pero la actividad de los defensores fue eficaz; gran cantidad de los objetos se recuperaron por el celo que pusieron los encargados de hacerlo. Los enseres que se tomaban de manos de los saqueadores los almacenaron en los corredores del edificio de Policía y en el patio de la cárcel lindera; que estaba cruzando la Plaza, en el edificio del Cabildo. Había pasado el agitado primer día sin Rosas en el Gobierno.

Proceso a los mazorqueros A la caída de Rosas muchos militares y policías que le habían sido fieles fueron dados de baja. Al estallar el sitio de Buenos Aires de Hilario Lagos, algunos ex–policías como Cuitiño, Alén y Troncoso o serenos como Silverio Badía, lo acompañaron en el sitio; otros formaron entre los defensores de la ciudad; entre estos últimos figuraban Bernardo Victorica, Oller, Ramón Sustaita, etcétera. Concluido el levantamiento de Lagos a mediados de julio de 1853 las nuevas autoridades de la provincia de Buenos Aires quisieron ganar 79 Memorándum Somellera en Fitte, artículo citado, pág. 138. 80 Idem, pág. 140. 29

popularidad cobrando en cabeza de algunos infelices tantos meses de zozobra; tanta necesidad en la población; tanta inflación desatada que provocaba la carestía que sufrían; en fin, tantos muertos de una y otra parte. No tenía que ser notado que en el poder estaban mezclados viejos unitarios con nuevos federales, que ayer aclamaban a Rosas y hoy lo denostaban. Lorenzo Torres, particularmente tenía que disimular que había estado con los revolucionarios y después los había traicionado. Era urgente buscar otros culpables que pagaran por lo sucedido y sirvieran de cortina de humo que ocultara sus propias faltas. En medio de la excitación que produjo el final del sitio, aparecieron de nuevo en la ciudad algunos de los personajes que habían estado en el campo federal, que volvían al amparo del indulto dictado por el gobierno. Entre ellos los llamados “mazorqueros” Silverio Badía, Manuel Troncoso y Felix Reynoso, que llegaban con el aspecto desaliñado propio de haber estado en una larga campaña. No faltó quien se molestara con su presencia y les gritara cosas. Badía y Troncoso, en realidad, se habían pasado a la plaza en los últimos días del sitio, recibiendo el premio establecido. Badía ya había recibido otro premio por haber participado en la revolución de Septiembre. 81 A ninguno se los había molestado después de Caseros, tanto cuando se hizo cargo de la situación Urquiza y Vicente López, como cuando vino la contra revolución del 11 de Septiembre. Concluido el sitio se transformaron en espléndidos candidatos para sellar con sangre la afrenta recibida. Es mas, se podía buscar otros cabecillas, para realizar un castigo ejemplar y desviar la atención pública. Lorenzo Torres los hizo apresar el 13 de julio, y pidió la captura de varios más. El Progreso del 15, a la par que describe el júbilo de la gente por la terminación del sitio menciona: “...los cobardes asesinos de 1840, Badía, Troncoso y Reynoso se presentaron en las calles de la ciudad, con el cinismo de los grandes criminales, insultando y poniendo a dura prueba con su aspecto la paciencia de los habitantes. El pueblo, sin embargo, contentóse con pedir a gritos su castigo merecido y la policía se hizo cargo de ellos en la cárcel pública, prometiéndose la justicia a que son acreedores por su largo catálogo de crímenes”.82

81 Andrés R. Allende, La reacción en Buenos Aires después del Sitio de Lagos, La plata, 1941, pág. 130. 82 El Progreso, Nº 400, Buenos Aires, julio 15 de 1853. 30

En ese mismo momento, Antonino Reyes, de vuelta en la Guardia de Lujan, donde había llegado con Flores se encontró con que Lagos había partido a Rosario y le escribió: “Algunas horas después de haber marchado Ud., llegué a este punto solo para verlo ¡Cuánto he sentido no conseguirlo! Me consuela la idea que pronto llegará el día que venga entre mis amigos. Mucho quisiera decirle de su separación, pero Ud. con bastante juicio, sabrá mejor que yo lo que debe hacer. Adios General, un abrazo...”.83 Se corría el rumor que Reyes sería apresado. Las señoras Millán, conocidas suyas entrevistaron a Flores para preguntarle por su seguridad. “Contesté a dichas señoras” – dice Flores – “que le dijeran a Reyes que no tuviese temor, que el Gobierno respetaría a todos los Jefes”.84 Pedido de Tribunal especial Al comenzar agosto El Progreso da cuenta que junto a Badía, Troncoso y Reynoso; ya están en la cárcel Ciriaco Cuitiño y Leandro Alén, agregando que se encontraba en la Sala de Representantes de la provincia un proyecto de ley a punto de tratarse que indicaba “como deben considerarse los diversos individuos que tomaron parte en el motín del 1º de diciembre, y establece la forma en que deben juzgarse aquellos grandes criminales”.85 El 2 de agosto, el propio Torres, que ha sido confirmado como ministro de gobierno por Obligado, presenta a la Sala este proyecto de decreto fechado el 1º de mes, proponiendo que los hombres que el gobierno designara entre los apresados desde el 13 de julio fueran juzgados “breve y sumariamente” por un jury “salvándose las formas esenciales del juicio”. El mismo gobierno sería el encargado de nombrar los integrantes del jury. Al fundamentar ante la Sala el proyecto de decreto, Torres dijo que el gobernador... “...había tratado de ir capturando y poniendo en seguridad a todos los famosos criminales de que habla el proyecto, y que esperaba además por las órdenes que se habían impartido a diversos puntos de la provincia, tener en su poder a muchos otros que andaban 83 Antonino Reyes a Hilario Lagos, Guardia de Luján, julio 15 de 1853; A.G. N., Archivo Lagos, Sala VII, legajo 273, folio 126. 84 José María Flores al Dr. Miguel Estévez Seguí, Carmelo, febrero 13 de 1854; Manuel Bilbao, Vindicación y Memorias de Antonino Reyes, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1883, pág. 194. 85 El Progreso, Nº 413, Buenos Aires, martes 2 de agosto de 1853. 31

errantes por ella. Que el gobierno, si hubiera seguido los impulsos de su corazón o los dictados de su conciencia, los hubiera fusilado sin más demora; pero que se encontraba atado en el estrecho círculo de sus atribuciones, de las que por ningún motivo quería salir, y por eso venía a la Sala a recomendarle la consideración pronta de este negocio. Que había querido redactar un decreto, poniendo a disposición de los jueces del crimen a los hombres, pero que había convencídose de que este medio es muy moroso por la tramitación e infinitos recursos de nuestras leyes; y que era necesario y deseaba el gobierno satisfacer al público, para lo que esperaba que la Sala halle en su juicio un medio de salvar la ansiedad con que todos reclaman un pronto castigo de aquellos criminales”. Hizo luego una distinción de las varias clases de criminalidad que reconocía entre los rebeldes. Dijo que bastaría para conseguir el objeto deseado que se derrame solo la sangre de algunos de los implicados, evitando así que...“por un exceso de tirantez cayésemos en un extremo peligroso; bastando a su juicio ese castigo para moralizar y contener a muchos malvados”. La crónica recoge que al oír esto, la barra aplaudió estrepitosamente. Torres terminó su alocución pidiendo que se le diera al proyecto presentado un pronto despacho.86 Prisión de Antonino Reyes. A principios de agosto de 1852 –un día muy temprano– se presentó en la Guardia de Luján un oficial al frente de una partida intimándole prisión a Antonino Reyes, pese a las seguridades que recibiera del general Flores. Cuando venían camino a la ciudad, se acercó un pelotón al mando del capitán Peralta que acompañaba al oficial de justicia Angel Sagasta, encargado de llevarlo a prisión. Ambos eran amigos de Reyes, y le instaron que se escape. Reyes se negó a huir porque le pareció impropio, y se sabía inocente de todo delito. Llegaron a la ciudad a las 4 de la tarde y lo llevaron a la cárcel, que estaba contigua al Cabildo, seguido de muchos curiosos. Lo recibió el alcalde principal Oliden y le asignaron el calabozo Nº 5, dónde permaneció incomunicado. No se contentó el gobierno con poner presos a “los mazorqueros”, también desterró a los desafectos. Diciendo que “la sola presencia de algunos malos ciudadanos” turbaba al resto, y no pudiendo soportar “la impunidad con que se presentan y la impavidez con que se pasean, confundiendo así indiscretamente el indulto que ha acordado el Gobierno” decidió 86 El Progreso, Nº 414 del miércoles 3 de agosto de 1853. 32

que una lista de personas consideradas desafectas al nuevo régimen fueran desterradas; debiendo salir de la provincia por agua en el perentorio término de 24 horas.87 Tampoco estuvo el régimen conforme con la composición de la Cámara de Justicia, que tal cual estaba formada podía no ser tan dócil a sus proyectos de enjuiciamientos sumarios; razón por la cual mandó jubilar a algunos de sus miembros (Juan García del Cossio, Bernardo Pereda, Eduardo Lahite y Roque Saénz Peña); despide a otros tres (la Cámara era de siete miembros desde 1830) y nombra en su lugar a Valentín Alsina, como presidente y cuatro vocales (Dalmacio Vélez Sarsfield, Marcelo Gamboa, Alejo Villegas y Juan José Cernadas). Con esta medida vuelve a tener el número (5 miembros) que marcaba el Reglamento Provisorio de 1817.88 También nombró a Eustaquio Torres, hermano del ministro, Fiscal del Estado (en lugar del doctor Miguel Estévez Seguí, que lo había sido hasta entonces); un juez civil pasó al fuero criminal en primera instancia (Domingo Pica) y el doctor Andrés Somellera (padre del marino homónimo) fue nombrado juez civil en 1ª instancia y a quién le tocara el caso de Antonino Reyes. 89 Pocos días más tarde habría otra reorganización de estos cargos. La presidencia de Valentín Alsina en la Cámara aseguraba al Ejecutivo que se haría todo lo que éste pidiese. Debate en la Sala de Representantes Para discutir el proyecto presentado por Lorenzo Torres de fecha 1º de agosto para enjuiciar mediante un jury especial a los llamados criminales célebres de 1840 y 1842, se reunió la Sala de Representantes en la noche del 8, sesión que continuó en la del martes 9. Con presidencia de Marcelo Gamboa, abrió la sesión Estévez Seguí, miembro informante de la comisión que estudiaba el asunto. Habían preparado una minuta donde declaraban que las leyes con que contaba la Provincia eran suficientes para realizar los 87 Decreto del 8 de agosto de 1853, firmado por Obligado y Torres. Los deportados eran Manuel Olazábal, Pedro José Agüero, Bernardo Romero, Juan Ramón Nadal, Juan Montes de Oca, Carlos Horne, Julián Aranda, Ciriaco Díaz Vélez y José María Pita; La Tribuna, agosto 9 de 1853. 88 Decreto del 8 de agosto de 1853 firmado por Obligado, Torres, De las Carreras y Paz; La tribuna, agosto 9 de 1853. 89 Decreto del 8 de agosto de 1853 firmado por Obligado y Torres; La Tribuna, agosto 9 de 1853. 33

enjuiciamientos y el Ejecutivo podía señalar los procedimientos para realizarlo con prontitud que la Sala se los aprobaría. Vélez Sársfield salió a decirle que encontraba la opinión del miembro informante en contradicción: que por un lado sostenía que las leyes con que se contaba eran suficientes y por otro que se le aprobaría al Ejecutivo el uso de los procedimientos que consideraba más expeditivos, lo que significaba una ampliación de esas mismas leyes. Aclaró Estévez Seguí que “...esta ampliación de formas es, por si el Gobierno halla ociosa la 1ª instancia elevará directamente a la Cámara las causas”. Vélez Sársfield: comenzaba comenzaba -“¿Cree el Sr. Diputado que el proyecto no autoriza al Gobierno para entregar los reos a un Juez e imponerle que los juzgue en 24 horas?-”. Sin esperar la respuesta gira la vista buscando al ministro de Gobierno y le pregunta: “-¿ Van a hacer un juicio por jurados?-”. El ministro Ireneo Portela, presente en la sesión, se excusó contestar escudándose en que la minuta aún no había sido aprobada. Insistió Vélez: “-Quiero saber si tengo facultad como diputado para crear jurados y si es conveniente dar esa ampliación tan lata al Ejecutivo”-. Estévez Seguí: -“Si el Gobierno ultrapasara su poder cualquier diputado presentaría una moción para atajarlo en su marcha”-. Ortiz Vélez: -“Siempre estuve por el juicio por jurados. En mi concepto, la autorización que se da al Gobierno es para usar jurados si lo cree conveniente”-. Vélez Sársfield: -“Es más noble dar la latitud de jurado a los Tribunales existentes, que no a un portero hacerlo jurado...”-. Portela acepta que tal vez el Gobierno quiera dar el carácter de jurado a la Cámara. Vélez Sarsfield: -“No conozco una legislación más fuerte que la española...ni el más hábil abogado, ni el reo más suspicaz pueden escapar a su alcance...Calculo que va a encontrarse con reos confesos, con 500 testigos, que no hay recurso a la Cámara. De ninguna manera podrá el Gobierno expedirse mas pronto que por las leyes españolas. La única excepción que pueden alegar los reos es la de Santos Pérez. –“Me mandaron”-; pero Rosas la salvó mandándolo fusilar”.90 90 Cuando Vélez Sarsfield se refiere a las leyes españolas que rigen, esta mencionando las leyes heredadas de España que eran concretamente el Fuero de las Leyes, 34

Estévez Seguí: -“Nuestra legislación tiene vicios: Recientemente un sereno fue asesinado; el ejecutor fue uno de los complicados en los asesinatos del año 40; fue pillado in fraganti delante de cinco testigos. Pues, todavía la acusación fiscal no esta hecha... ¡desde abril!”-. El ministro Portela intentó cortar la discusión diciendo que el gobierno no pedía que se creara una ley nueva para juzgar a estos hombres; que proponía lo que la Sala hizo el 9 de diciembre anterior cuando decidió juzgar a los rebeldes militarmente.-“Los crímenes que se van a juzgar” –dijo- “aunque de notoriedad pública son de tiempo atrás...nuestra legislación exige el cuerpo del delito y éste no existe”. La discusión siguió, dando vueltas por un rato. Portela aceptó que las leyes no habían sido pensadas “para castigar tiranos”; pero estaba seguro “que los hombres que la opinión pública señala como asesinos de la época de Rosas, lo son”. Manifestó que el Gobierno no iba a hacer mal uso del poder discrecional que la Sala le confiara; que no quería que el Gobierno se quejara de la Sala parecía que no quería ayudarlo y lo desamparaba. El diputado Escalada, para apoyarlo recomendó la aprobación de la minuta tal cual había sido presentada. Vélez insistió en que se podía llegar por las vías ordinarias a la averiguación de los hechos. Recordó que en el asesinato de Lynch, por ejemplo, tenían a mano al Jefe de Policía, que había estado frente al cadáver, y que este podía declarar cuáles eran los asesinos. Escalada supone que no van a haber confesiones ni comprobantes

mas conocido como Libro de las siete partidas, por ser éste el número de capítulos que contaba y la Recopilación de las Leyes de Indias, siendo la usada la Novísima Recopilación, llamada comúnmente Recopilación de Castilla. Se mencionaba las leyes indicando en forma abreviada primero el número de la ley, luego el número del título, por último la partida; ó en el caso de la recopilación se agregaba el numero del libro. Por ejemplo cuando se cita: Ley 2, tit. 10, p.7, significa Ley 2, título 10 de la partida (capítulo) 7 del Código de las Siete Partidas; ó Ley 4, tít. 14, Libro 4; R.C. significa Ley 4, título 14, libro 4 de la Recopilación de Castilla. Este cuerpo jurídico eran común a toda la América española; por eso un abogado de un país revalidaba su título en otro con cierta facilidad, como hizo Alberdi que estudió en Argentina; se recibió en Uruguay y ejerció la profesión en Chile. 35

precisos con lo que acepta que si fuera fiscal no podría acusar. Sostiene que “si se salvan las formas esenciales del juicio, está lleno lo principal”. El jefe de policía de entonces –entre 1840 y 1842– como lo evoca Vélez Sarsfield era Bernardo Victorica: se había quedado en la ciudad durante el sitio de Lagos y estaba en ella; aunque por esos días en cama, enfermo. No ocurrió lo mismo con el último jefe de policía de la época de Rosas Juan Moreno, que se había plegado al sitio. Cuando éste concluyera había seguido a Urquiza en su retorno a Entre Ríos donde era nombrado intendente de policía en Paraná, cargo que estaba ejerciendo en ese momento. Se votó si se admitía la minuta en general y resultó por la afirmativa. Luego de la discusión de cada párrafo en particular, la minuta de nota al Ejecutivo que debía firmar el presidente de la Sala quedó como sigue para su despacho: “La Honorable Sala de Representantes, después de tomar en consideración el proyecto del Gobierno de 1º del corriente, ha dispuesto... manifestarle, que las leyes que tenemos son muy suficientes para clasificar y penar prontamente los crímenes públicos y privados que cometidos antes y durante la rebelión se hallen todavía impunes... El espíritu de la Sala, pues, está de acuerdo con que se proceda activa y prontamente... Confía la Sala que V.E....no dejará de allanar los obstáculos que a su juicio entorpezcan aquél objeto esencial, a cuyo fin lo autoriza suficientemente”.91 Con estos elementos en la mano que le daban anchas posibilidades a su accionar, el gobierno dispuso que los jueces de primera instancia, tanto en lo criminal como en lo civil procederían a juzgar con absoluta preferencia a los casos que el propio gobierno le pasase debiendo concluirlas a la mayor brevedad. Estos jueces quedaban autorizados para acortar todos los términos de proceso para lo cual debían trabajar día, noche y aún feriados. Se les remitió diez personas para su procesamiento que por entonces ya estaban en la cárcel: Silverio Badía, Manuel Troncoso, Antonino Reyes, Fermín Suárez, Estanislao Porto, Manuel Gervasio López ex juez de paz de Quilmes, Leandro Alén, Manuel Leiva, Ciriaco Cuitiño y Torcuato Canales.92 91 Marcelo Gamboa al Poder Ejecutivo de la Provincia, Buenos Aires, agosto 9 de 1853; La Tribuna, agosto 11 de 1853. 92 Decreto del gobierno firmado por Obligado, Torres, Carreras y Paz, Buenos Aires, agosto 11 de 1853; La Tribuna, agosto 12 de 1853. 36

Tras el debate, tanto el presidente de la Sala Marcelo Gamboa, como Dalmacio Vélez Sarsfield presentaron sus renuncias. Estas precipitaron un nuevo corrimiento en las designaciones. Se nombraron en sus lugares a Eustaquio Torres, que no tuvo actividad como Fiscal del Estado por el brevísimo tiempo de su gestión, y el ahora juez en primera instancia en lo criminal Domingo Pica. En su lugar fue nombrado el agente fiscal en lo civil Manuel Escalada. Como Fiscal del Estado se nombró a Juan Andrés Ferrera y agente fiscal en lo civil y criminal a Emilio Agrelo. 93 Ferrera venía a desempeñar el cargo que había perdido cuando Rosas subió al poder en abril de 1835; más tarde se convertiría en secretario del general Paz. Estaba entrado en años, pero ardía en deseos de volver a su antigua profesión. Curiosamente su compañero en la fiscalía de aquél entonces era Pedro José Agrelo, el fiscal recio que mandó a la horca entre otros a Martín de Alzaga en 1812. Pedro murió en la pobreza en 1848. Ahora; su descendiente, Emilio Agrelo ocupaba ese lugar. Ambos tenían razones para vengarse, la habían pasado muy mal durante el período rosista, pero eran muy diferentes: Ferrera tenía muy alto concepto del derecho; Agrelo carecía de escrúpulos. Comienzan los juicios Mientras estos cambios tenían lugar, actuando como juez en 1ª instancia en lo criminal para juzgar a Silverio Badía, Manuel Troncoso y Antonino Reyes; el doctor Domingo Pica abrió el expediente. Lorenzo Torres pidió al juez en la nota que sirve de cabeza al proceso “se esmere en desplegar toda la actividad y energía que la vindicta pública y esta sociedad reclaman...”94 Al pié de la misma el juez puso la primera providencia: “Fíjense edictos en los parajes públicos y en los periódicos, llamando a las personas que tengan que deducir acciones o puedan suministrar datos sobre hechos criminales cometidos por los expresados individuos...Líbrese oficio al señor Jefe de Policía para que remita los antecedentes que tenga o pueda adquirir con relación a la conducta de

93 Decreto del 13 de agosto de 1853 firmado por Obligado y Torres; La Tribuna, agosto14 de 1853. 94 Lorenzo Torres al juez en 1ª instancia Domingo Pica, Buenos Aires, agosto 11 de 1853; Manuel Bilbao, Vindicación y Memorias de Antonino Reyes, Buenos Aires, 1883, pág.91. 37

los mismos”.

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Tanto por los parajes públicos como en los periódicos de la época se

publicaron los edictos, donde se citaba reiteradamente “a todas las personas de cualquier clase o condición que sean, para que dentro de tres días...a toda hora, comparezcan a este juzgado a formar acusaciones, declarar y presentar datos y conocimientos contra los procesados, para poder, según el grado de criminalidad, obrar en consecuencia”. 96 Se prejuzgaba en las notas, se hacía lo mismo en los periódicos. Los imputados estaban condenados antes de ir a juicio. La Tribuna del 11 de agosto decía en un editorial con el título: “El castigo a los criminales”: “¡Justicia!, justicia y nada mas es lo que pide el pueblo vencedor...es lo que pide esta pobre sociedad tantas veces ultrajada por los asesinos del año 40...¿podemos acaso titubear un instante en elegir los medios que deben poner término a la existencia de estos hombres sin cuya desaparición nuestra sociedad no puede levantarse nunca del cataclismo?...”. Refiriéndose a Cuitiño, Reynoso, Alén, Badía y Troncoso se preguntaba: “...¿cómo perdonar a los matadores de Nóbrega, Linch y tantos otros?”; y en relación a Reyes seguía: “...cómo olvidar tampoco la perversidad del hombre que lleno de serenidad y sangre fría cooperó a la muerte de la desgraciada Camila O´Gorman”. Para terminar sentenciando: “Si no aplicáramos inmediatamente la última pena a esos verdugos abriríamos para lo futuro las puertas a un mal que difícilmente podríamos contener”.97 Días después en la cárcel, el 2º alcalde, al que los presos llamaban Torquemada, -su verdadero nombre era Martín Monteiro- hizo señas a Antonino Reyes, echándole miradas cómplices al plato que le traía. Cuando se retiró, encontró debajo de él una carta de su familia, que siguieron llegando en los días sucesivos, hasta que le levantaron la incomunicación y los pudo ver en persona.

95 Domingo Pica, Buenos Aires, agosto 12 de 1853; Vindicación y Memorias de Antonino Reyes, Buenos Aires, 1883, pág.91. 96 Edictos de Tiburcio de la Cárcova para Alén, Cuitiño y Leiva; del juez Domingo Pica para los presos Troncoso, Badía y Reyes y para el resto, del juez Somellera, fechados el 12 de agosto en Suplemento a la Tribuna de agosto 13 de 1853. 97 La Tribuna, jueves 11 de agosto de 1853. 38

Los juicios de Badía, Troncoso y Reyes los tomó poco después el juez Andrés Somellera, mientras que el de Cuitiño Reynoso y Alén, el doctor Claudio Martínez. A efectos prácticos, ambos se complementaban, actuando un juez como ayudante del otro en los diferentes casos; debiendo informar semanalmente –los días sábado– a la Cámara el estado de las causas. Se produjo entonces una verdadera maratón para llegar a la sentencia. Los juicios de Manuel Troncoso y Silverio Badía Manuel Troncoso carecía de dinero para costearse un abogado defensor. En esos casos recaía la tarea en la Asesoría del Defensor de Menores y Pobres. Había sido nombrado en ese cargo desde marzo de 1852 el doctor Rufino de Elizalde98; posición que aceptaba mas como una carga; sobretodo para alguien que tenía un instalado un bufete de abogado desde hacía años. No le convenía la defensa de personas del régimen al que él mismo había pertenecido y debía hacer pasar lo mas desapercibido posible. Elizalde pudo alegar que su mandato había caducado (duraba un año en funciones) pero que asistiría al que fuera nombrado en su lugar en la tarea. En realidad la mayoría de los cargos administrativos habían cesado: el sitio de Lagos había impedido todo mecanismo de reemplazo. Fue nombrado en su lugar el doctor Eduardo Costa 99. A su vez, Silverio Badía que había tratado de nombrar infructuosamente como defensor a los doctores Luis Saenz Peña y Manuel de Irigoyen; como estos se negaron uno tras otro; se quedó finalmente que Rufino de Elizalde defendería a Manuel Troncoso y Eduardo Costa a Silverio Badía.100 98 Valentín Alsina, ministro de gobierno a Rufino de Elizalde, Buenos Aires, marzo 9 de 1852 ofreciendo el cargo de asesor general de defensor de pobres y menores y Elizalde a Alsina, marzo 11 de 1852, aceptándolo; El doctor Rufino de Elizalde y su época vista a través de su archivo, Buenos Aires, 1973; tomo III, págs. 12 y 13. 99 Lorenzo Torres a Rufino de Elizalde, Buenos Aires, agosto 11 de a 1852; El doctor Rufino de Elizalde y su época vista a través de su archivo, Buenos Aires, 1973; tomo III, pág. 44. Como defensor de menores fue nombrado Francisco Chas. 100 Andrés R. Allende; La Reacción en Buenos Aires después del sitio de Lagos, La Plata, 1941, pág. 128, nota al pié. Las costas del caso se les cargaron a ambos por haber sido condenados. Ascendieron a dos mil trescientos noventa pesos con 2 reales; que debían pagar los deudos de ambos, por mitades. Cfr. Tasación de las costas en la presente causa criminal, Buenos Aires, junio 19 de 1854; planilla presentada por Pedro Calleja de Prieto, 39

Las declaraciones de Badía y Troncoso implicaron a Manuel Oller, que fue detenido y procesado. Pero Oller había dejado el campo sitiador al comienzo de la contienda y se presentó a las autoridades de la ciudad, que lo enrolaron entre sus defensores; situación que le sirvió para pedir su perdón. El fiscal se dirigió así al Juez para salvarlo: “Oller, señor Juez, no ha sido hombre que perteneciese a esas hordas de forajidos del año 1840 y 42, porque para haber tenido esos mismos instintos, habría estado entre ellos; pero él, al contrario, huyó de su contacto, se separó de esos rebeldes que han hecho derramar tanta sangre, y poniéndose al lado del gobierno legal, ha combatido a esos mismos degolladores, sosteniendo en las trincheras los derechos y las instituciones del pueblo de Buenos Aires”101. Manuel Oller fue sobreseído. No pudiendo –y tal vez no queriendo– objetar el fondo de las causas que defendían, los doctores Eduardo Costa y Rufino de Elizalde atacaron cuestiones procesales. Elizalde, en la defensa de Troncoso, alegó: “Los asesinos del 40 y 42 han sido indultados por todas las autoridades que han subseguido desde el 3 de febrero hasta la fecha. El crimen indultado no puede ser penado”.102 Ambos, ayudados en esto por el fiscal, alegaron nulidad de la causa dado que los jueces que la seguían (Somellera y Martínez) no la habían recibido a prueba y también porque los testigos del sumario no se habían ratificado. Declararon que la mayoría de los testigos no debían ser admitidos, sea porque acusaban de referencia (me contaron, lo supe, era notorio, decían); por ser algunos testigos cómplices en las causas que se ventilaban; por ser parientes de las víctimas o por dar testimonio singular (un solo testimonio no alcanzaba para dictar pena de muerte). Alegaron que sus defendidos actuaron obedeciendo órdenes superiores, que las causas estaban prescriptas y que les cabía el indulto por excepción. Por

Andrés Allende, libro citado pág. 144. 101 Andrés R. Allende; La Reacción en Buenos Aires después del sitio de Lagos, La Plata, 1941, pág. 131. 102 Causa seguida contra Manuel Troncoso y Silverio Badía por varios delitos cometidos en los años 40 y 42; Archivo Histórico de la Provincia de Buenos aires, Juzgado del crimen, legajos de los años 1835-1868; reproducido en Andrés R. Allende; La Reacción en Buenos Aires después del sitio de Lagos, La Plata, 1941, pág. 130. 40

otra parte buscaron todos los testigos que pudieran dar testimonios favorables a los procesados. Después de dos sesiones maratónicas en la Cámara de Justicia; seis horas el 28 de septiembre y dos horas y media el 29; ésta resolvía el 1º de octubre conceder el trámite de prueba que habían pedido los defensores “por ocho días comunes e improrrogables”. Sin duda, molestos sus miembros por la demora; pedían tanto al fiscal como a los defensores “que no acumulen pruebas sobre hechos que, probados, nada pueden aprovechar a sus respectivas intenciones”; que se ratificaran todos los testigos del sumario, o al menos todos los que se pudieran en el lapso de tiempo fijado y que vencido el mismo se remitiera los autos a la Cámara para resolver.103 El plazo que la Cámara había dado a Somellera para expedirse en el caso BadíaTroncoso vencía el día 9 de octubre. Un día antes, el juez detallaba lo que había hecho desde que se remitiera el día 1º el caso a prueba: “...se han ratificado diecinueve de los testigos del sumario, se han examinado veinticinco presentados por los defensores de los acusados, se han librado diez oficios...concernientes todos a la prueba que se está produciendo”. A las nueve de la mañana del día 9, El juez Andrés Somellera daba por terminada – primero en la lista de los acusados que por entonces había- la doble causa de Badía y Troncoso (que también firmaba el juez Martínez), en un tiempo record: le había puesto poco más de 60 días para dictar sentencia. Los condenó a la pena de muerte con calidad de aleve, sentencia que fue confirmada el 14 de octubre por la Cámara. Ambos imputaron a los reos los asesinatos de Manuel Archondo, Luciano Cabral, Miguel Llané, Sixto Quesada, Juan Nóbrega, Felipe Butter, Pedro Echenagucía, Clemente Sañudo y Agustín Duclós. Los reos debían ser ejecutados en la plaza 25 de Mayo (así se llamaba por entonces a la Plaza de Mayo, de la Recoba para el Fuerte), y sus cuerpos, suspendidos de una horca debían ser expuestos por espacio de 8 horas. Estas se redujeron a cuatro a pedido de Carlos María

103 La Tribuna, octubre 2 de 1853. 41

Álvarez, el nuevo Procurador de Pobres.104 La Tribuna puso de manifiesto la rapidez con que se había expedido el juez en estos términos: “Para probar la actividad desplegada por el doctor Somellera nos bastaría recordar que él ha sido el primero en dar concluida y sentenciada una causa doble grave, tabajosísima e intrincada”.105 Desde las ocho de la mañana del día 17 de octubre –fecha fijada para la ejecucióntodas las azoteas, balcones y alrededores a la plaza comenzaron a llenarse de gente que arremolinaba el patíbulo y se aglomeraba en los tejados. A las 10 de la mañana en punto se abrió la puerta de la cárcel y salió primero Manuel Troncoso, de talla gigantesca, vestido de pantalón azul de paño con poncho color vicuña, crucifijo en mano; acompañado de un sacerdote. Lucía pálido pero de buen ánimo. Hizo luego su aparición Silverio Badía, vendados los ojos; conducido del brazo con dificultad, vacilante y débil. Al llegar al lugar de la ejecución, Manuel se sacó el poncho y el chaleco y los distribuyó. Luego tomó asiento y se dejó vendar. El coronel Echenagucía comandaba el piquete que los fusiló. Una de las muertes atribuidas a Troncoso y Badía era la de su hermano Pedro; el coronel sirvió de testigo en la causa. Se le daba la chance de vengar la muerte de su hermano. Mucha gente, sobretodo mujeres fueron a las iglesias cercanas a orar por el alma de los reos. Al día siguiente la imprenta por donde salía La Tribuna, fue poco menos que asaltada para leer en el periódico la crónica del suceso. Fue incesante la demanda durante todo el día y hasta de la campaña venían a llevársela.106 El diario de los Varela no dejó de ponderar la actuación de los defensores: “...no debemos pasar en silencio un hecho altamente honroso al foro de Buenos Aires, y es el esfuerzo noble que los Señores doctores Costa y Elizalde han hecho por salvar a sus defendidos. Las defensas que ambos han hecho y que algún día han de ver la luz pública los colocan en una escala elevadísima como oradores y como jurisconsultos. Habiendo desempeñado tan dignamente sus tareas, la Cámara de Justicia y el pueblo todo, 104 Carlos María Álvarez a la Exima. Cámara de Justicia, Buenos Aires, octubre 17 de 1853; Andrés R. Allende, La reacción en Buenos aires después del Sitio de Lagos, La Plata, 1941, pág. 143. 105 La Tribuna del 18 de octubre de 1853. 106 Ídem. 42

han de apreciar su laudable aunque inútiles esfuerzos...”.107 La defensa de Troncoso y Badía, sin embargo nunca fue publicada.108 No interesaba a sus autores hacerlo. El caso Fermín Suárez El comisario de la seccional 3ª, le mandó el 14 de agosto al jefe de Policía Antonio Pillado los antecedentes de Fermín Suárez, que el juez Salas pedía y reclamaba con premura. Le detallaba que Suárez era...“Ladrón y asesino desde el año 20. Fue de la partida del degollador Vicente Parra en los años 40 y 42. Degolló, según es pública voz y fama, al respetable anciano Dr. Ferreira, y al yerno de éste. En el año 49, asesinó a un panadero por las inmediaciones de la capilla del Carmen, por cuyo hecho estuvo preso en la Cárcel, y el sumario respectivo debe existir en el Juzgado del Crimen”.109 El 19 de octubre la Cámara debía tratar el caso de Fermín Suarez. Así lo anunciaba La Tribuna: “El miércoles 19 del presente deberá verse en la Excelentísima Cámara de Justicia la causa de Fermín Suárez, también perteneciente a las hordas de degolladores del año 40, y sentenciado en 1ª Instancia a la pena ordinaria de muerte por los Sres. Jueces Somellera y Salas. Su defensor, es el Sr. Dr. D. Manuel M. Escalada, que según se nos dice, ha presentado una defensa tan brillante como la de los Sres. Elizalde y Costa”.110 En este caso, el juez Basilio Salas actuaba como el titular y el doctor Somellera como ayudante. El 12 de septiembre Salas había pedido al reo que nombre defensor. Como se había excusado el defensor de pobres, el 13 el juez nombró de oficio al doctor Manuel M. Escalada para que lo defendiera. Se le dio un plazo de 48 horas para que se expidiera. El joven doctor Escalada era hijo del ministro de Guerra y Marina; a quién se le pedía la defensa en tan corto tiempo. No solo debía ocuparse del caso de Suárez, sino también el de 107 Ibídem. 108 Andrés R. Allende encontró en 1938 la causa original de Troncoso y Badía en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, junto a otros expedientes. El que no apareció hasta ahora es la causa de Cuitiño y Alén. 109 José María Pizarro a Antonio Pillado, Buenos Aires, agosto 14 de 1853; Andrés R. Allende, La reacción en Buenos aires después del Sitio de Lagos, La Plata, 1941, pág. 140. 110 La Tribuna, Buenos Aires, octubre 18 de 1853. 43

Torcuato Canales, el de José María Martínez y el de Jerónimo Lugones; habiendo sido los dos últimos agregados a la causa de Suárez. Escalada trató de excusarse, pero el juez no dio lugar. Procedió por escrito recién el 17.111 Adujo que las causas complejas no podían defenderse con un Código de cientos de años atrás y que el reo (en el caso de Suárez) ya había sido sentenciado por la misma causa. Pidió una audiencia oral que le fue concedida para el 19 de octubre, como lo anuncia La Tribuna, en la que defendería los tres casos a un tiempo. Instalada la misma, primero pidió la palabra el fiscal, quién pasó a referirse a la defensa escrita de Escalada, diciendo “que no podía permitir que se atacase el Código de las Partidas, que forma parte del que actualmente nos rige”. También observó que había hecho una aseveración inexacta, al llamar sentencia a la que se pronunció en 1848 contra Suárez en una causa que se le siguió por homicidio: se fundó en que esa sentencia fue pasada en consulta a la Cámara y ésta nunca se expidió debido a que Rosas lo indultó, y “no se indulta al que es inocente”... Le tocó hablar al defensor. Había gente común en el recinto, que seguía el caso con atención. La crónica periodística recoge que Escalada produjo un discurso fuerte, elocuente que arrancó por momentos aplausos del auditorio. Mencionó que solo Dios podía juzgar a estos presos; que la justicia humana nada tenía que hacer con ellos. Dijo que si Suárez o los otros presos hubiesen pertenecido a la defensa de la ciudad durante el Sitio de Lagos, lejos de formárseles causa hubieran sido premiados. El caso de Oller era elocuente en ese sentido. Sostuvo derechamente que se los juzgaba por haber pertenecido a la rebelión. Habló de indultarlos. Dijo “que se juzgaba a Suárez por haber pertenecido a la Mazorca, cuando en Buenos Aires se paseaban tranquilamente tantos otros que se hallaban en igual caso que él”. Agregó que “los crímenes de los años 40 y 42 nacían de una enfermedad moral de esta sociedad, de un fanatismo contra los hombres, a quiénes la incesante prédica de la dictadura presentaba como enemigos y traidores”. Concluyó el alegato diciendo que “nada estaba probado y que Suárez debía ser puesto en libertad”. Dejó a todo el mundo pensativo. Se le preguntó al fiscal si tenía algo que agregar. Este dijo “que no tenía nada

111 Juez de 1ª Instancia en lo criminal Basilio Salas a la Cámara de Justicia, Buenos Aires, septiembre 17 de 1853; La Tribuna, martes 20 de septiembre de 1853. 44

que decir”. Se dio por levantada la sesión. La Tribuna criticó el papel tanto del Fiscal como el del doctor Manuel Escalada. Lo hizo en estos términos: “...hemos sufrido un desencanto, no tanto con el Fiscal público, que ya nos había dado pruebas de su inhabilidad para el desempeño de su cargo, cuanto en la conducta de un joven hábil y patriota como es el Sr. Dr. Escalada. Esperamos que el tiempo y la reflexión le persuadan de que ha llevado la defensa a un punto adonde su habilidad como jurisconsulto se pierde de vista, comprometiendo irreflexivamente ese crédito y el de su propia patria: lo decimos con verdadero sentimiento”.112 Una cosa era la defensa de Costa y Elizalde que solo soslayaba la cuestión de fondo. Pero atacarla de frente, y de la manera que lo estaba haciendo Escalada era considerado por el núcleo de opinión en Buenos Aires en ese momento como una agresión tanto como un foco de descrédito para quién la emitía. Y en ese sentido, poco importaba la cuestión jurídica: la “Sociedad” no podía ser culpada y los reos debían pagar sus crímenes, porque así se había establecido de antemano. De todos modos la sentencia de primera instancia fue confirmada, señalándose la Plaza Libertad, el lugar de la ejecución y la fecha el 31 de octubre. La causa de Suárez, también se había seguido contra José María Martínez, Jerónimo Lugones y Benito Aldana; pero éstos tuvieron más suerte. El doctor Oliden había defendido a Benito Aldana; y, como dijimos el doctor Escalada al resto. José María Martínez fue condenado al servicio de trabajos públicos en la isla de Martín García por el término de dos años. Lugones y Aldana sólo debían pagar las costas del juicio para que se les compurgara la culpabilidad, aunque se los apercibía seriamente. A Fermín Suárez se le atribuyó los asesinatos del doctor Rafael Macedo Ferreira (que era el suegro de Mariano Lorea); el de Antonio Monis y el de Florencio Rodríguez. También de haber participado en los saqueos del 4 de febrero de 1852. A José María Martínez, por presunción de haber querido asesinar a un vecino, por haber participado en el saqueo del saladero de Miguel Quirno y otros desmanes. A jerónimo Lugones y Benito Aldana por presunción de ocultamiento de los asesinos de Ferreira. Otra vez fue inmensa la concurrencia de público a la ejecución de Fermín Suárez, a pesar que el día anterior, había llovido copiosamente y las calles estaban anegadas. Se presentaron en el lugar un piquete de infantería, otro de artillería, uno de caballería del 112 La Tribuna, Buenos Aires, octubre 23 de 1853. 45

general Hornos; quedando todos al amando del coronel Tejerina. Suárez vestía un traje de paño azul, un pañuelo a la frente; se mostraba alto, flaco, canoso; algo agobiado. Acompañaba un sacerdote al reo al banquillo; mostró gran arrepentimiento al despedirlo. Producida su ejecución, su cuerpo fue exhibido también por cuatro horas.113 El juicio de Floro Vázquez. Este era el único caso reciente. A Floro Vázquez, mas conocido por Secundino Pereira, se le imputaba haber formado parte de la pandilla que aprehendió a los jóvenes guardias nacionales Romero y Andrade, siendo uno de los tres que asesinó a Romero. Vázquez contaba entonces 20 años. El juez, Andrés Somellera lo condenó el 7 de noviembre a la pena ordinaria de muerte con calidad de aleve y a ser expuesto su cadáver a la expectación publica por cuatro horas. La crónica señala que cuando escuchó el veredicto dijo: – “Está bien; no sabe el país lo que en mi se pierde” –-.114 La sentencia fue confirmada y el elevada al gobierno el 21 de noviembre. La ejecución tuvo lugar en el Hueco de los Sauces, lugar próximo a donde se habían producido los asesinatos por los que se lo castigaba. Mostró firmeza de carácter al vendarse los ojos por sí mismo y señalar al pecho para que el piquete apuntase. El turno de Alén y Cuitiño A Cuitiño y Alén se les buscó un defensor que tomara el caso. Hubo que hacerlo entre los abogados jóvenes, recién recibidos. Cubría esos requisitos el doctor Marcelino Ugarte: se había recibido el año anterior, frisando los treinta años. Era uno de los jóvenes cuya familia se había asilado en Montevideo en el crítico año de 1840. Hacia 1848, estando en esa ciudad, faltándole aún la práctica de tres años en la Academia de Jurisprudencia consultó a Elizalde sobre la conveniencia de volver a Buenos Aires y conseguir el título para ejercer.115 Su familia era opositora al régimen de Rosas, pero hacia 1848 muchos 113 Carlos F. García, El proceso a los mazorqueros en el año 1853; IIº Congreso Internacional de Historia de América, Buenos Aires, 1938, tomo II, pág. 238. 114 Carlos F. García, El proceso a los mazorqueros en el año 1853; IIº Congreso Internacional de Historia de América, Buenos Aires, 1938, tomo II, pág. 239. 115 Marcelino Ugarte a Rufino de Elizalde; Montevideo, julio 18 de 1848; El doctor Rufino de Elizalde y su época vista a través de su archivo; Buenos Aires, 1973, tomo II, pág. 265. 46

emigrados regresaban. Elizalde le pintó un cuadro favorable si lo hacía. Le explicó que las circunstancias políticas en nada influían porque “si el mismo Lavalle volviese al mundo y quisiera venir a ésta, sería tan respetado como cualquiera”116. Ugarte regresó a su ciudad natal “abrumado por los desengaños, y envejecido por lecciones útiles aunque dolorosas”; confesaba a Elizalde que “la tierra extranjera, por benigna que sea, es siempre poco simpática comparada con aquella en que se ha nacido”.117 Aquí siguió la Academia de Jurisprudencia y después de su tesis obtenía el título ansiado en 1852. Ahora –agosto de 1853– tomaba en sus manos la defensa de Alén y Cuitiño. Las declaraciones tomadas a Cuitiño implicaron a Mateo Grela, que también fue detenido y procesado, pero se hizo una excepción, y fue sobreseído porque lo único que lo indicaba como uno de los asesinos era “la exposición de Cuitiño, insuficiente en derecho para fundarse en acusación”.118 Hubo que suspender la confesión que el juez Claudio Martínez le estaba tomando a Leandro Alén porque éste se descompuso. El médico de policía certificó el 1º de octubre que se trataba de una “congestión cerebral”. “Proceso de perturbación mental” la llama el defensor119 el que viene sufriendo Alén desde 1847, época en que lo trataron los doctores Brown y Ventura Bosch; éste último un médico eximio; que por esos días estaba proyectando abrir el primer Hospicio que tuvo el país.

116 Rufino de Elizalde a Marcelino Ugarte, Buenos Aires, julio 24 de 1848; El doctor Rufino de Elizalde y su época vista a través de su archivo; Buenos Aires, 1973, tomo II, pág. 266. 117 Ugarte a Elizalde Montevideo, agosto 31 de 1848; El doctor Rufino de Elizalde y su época vista a través de su archivo; Buenos Aires, 1973, tomo II, pág. 266. 118 Causa Criminal contra Mateo Grela, perteneciente a la partida de Cuitiño, por sospechoso de los asesinatos de esa época, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Juzgado del Crimen, legajos de los años 1835-1868. Andrés R. Allende, La reacción de Buenos Aires después del sitio de Lagos, La Plata, 1941, pag. 131. 119 Defensa de Ciriaco Cuitiño y Leandro Alén por el doctor Marcelino Ugarte; El Plata científico y literario. Revista del los estados del Plata sobre legislación, jurisprudencia, Economía Política, Ciencias Naturales y Literatura; publicado bajo la dirección de Miguel Navarro Viola, Buenos Aires, 1854, volumen I, pág. 78. 47

No obstante el episodio, tres días mas tarde el mismo médico de Policía certificaba que Alén ya estaba “en aptitud de recibir cualquiera declaraciones”. Al día siguiente –5 de octubre– se le tomó declaración indagatoria y se lo dejó comunicado. Dos días más tarde se pasó la causa al Fiscal para la vista del proceso.120 Le tocó al doctor Ugarte actuar en el caso de Cuitiño y Alén, cuyas causas habían sido fundidas en una para hacer mas expeditivo el caso. Presentó el escrito de la defensa el 6 de noviembre. Siguió la pauta marcada por los doctores Costa y Elizalde para la defensa de Badía-Troncoso. Agregó, sin embargo algunos ingredientes interesantes y aunque obtuvo el mismo resultado de aquellos, hizo publicar su defensa en la prestigiosa revista de Jurisprudencia de Miguel Navarro Viola al año siguiente.121 El 9 de diciembre el juez Claudio Martínez sentenciaba a Alén y Cuitiño también a la pena de muerte, con la misma calidad de aleve que a los otros, que tendría lugar 24 horas después de haber sido notificada a los reos. El fiscal Juan Andrés Ferrera pasaba vista del caso el 17 confirmando la sentencia. La audiencia pública tuvo lugar los días 19, 20 y 21 de diciembre. Cuitiño guardó silencio durante toda la lectura, en tanto que Alén interrumpía diciendo: “es falso, no ha sucedido tal cosa, yo no dije eso”, etcétera.122 El presidente de Cámara de Justicia, Valentín Alsina remitía al ministro de gobierno Ireneo Portela el 24 la aprobación de la sentencia, cuya resolución firman al pie sus integrantes los doctores Alsina, Villegas, Torres (Eustaquio), Pica y Carreras.123 Se imputaba a Cuitiño haber participado en once asesinatos (Pedro Echenagucía, Clemente Sañudo, Pedro Varangot, Francisco Lynch, Isidro Oliden, N. Mesón, Felipe Butter, Juan Nóbrega, José María Dupuy, Sixto Quesada y Manuel Archondo.

120 Claudio Martínez a la Excelentísima Cámara de Justicia, Buenos Aires, octubre 8 de 1853; La Tribuna, octubre 10 de 1853. 121 Defensa de Ciriaco Cuitiño y Leandro Alén por el Dr. Don Marcelino Ugarte; El Plata Científico y Literario, Buenos Aires, 1854; Archivo Mitre 21-5-26, págs. 74 a 95. 122 Carlos F. García, El proceso a los mazorqueros en el año 1853, Buenos Aires, 1938, II Congreso Internacional de Historia de América, volumen 2º, pág. 240. 123 Sentencias y Vista Fiscal de la causa criminal seguida de oficio contra Ciriaco Cuitiño y Leandro Alén por crímenes cometidos los años 1840 y 42; Diario El Pueblo, año 1 Nº 19, viernes 30 de diciembre de 1853. 48

A Alén se le imputó las muertes de Martín Amarilla, de Juan Barragán y de un tal Arce, a quien se lo conocía por el apodo de “Cabezón”. El 29 de diciembre a las 9 de la mañana tuvo lugar la ejecución de Alén y Cuitiño. Otra vez el escenario cambió. Se usó la plaza de la Independencia, mas conocida como de la Concepción (Tacuarí e Independencia). Asistió a los condenados el padre franciscano Nicolás Aldazor. Llegado al patíbulo Cuitiño no permitía ser atado ni vendado y vociferaba fuertemente. En el camino desde la cárcel, al pasar por la casa de gobierno gritó “¡Viva Rosas!”, diciendo que moría por él y por su causa. Alén se mostró como el reverso de la medalla; parecía una sombra y no paraba de temblar. Al llegar a la plaza un buey se espantó y estuvo andando a sus anchas hasta que algún intrépido lo ató a un poste, desde dónde –dice la crónica que dio El Pueblo– “oyó tranquilo las descargas”.124 Un piquete del batallón Nº 6 al mando del coronel Martín Tejerina apuntó al lugar en el pecho que indicaba Cuitiño con ademanes e hizo los disparos a uno y otro. Este jefe, al dar cuenta de su cometido al coronel Bartolomé Mitre (que por entonces tenía el cargo de Inspector General de Armas desde el 8 de agosto) dijo “que los cuerpos que han concurrido a la formación del cuadro para este acto, han escuchado el discurso análogo que ha pronunciado un religioso dominico”.125 Este era el padre Olegario Correa, que terminaba diciendo: “Pedid por ellos; que las oraciones y ruegos de todo un pueblo injuriado y perseguido levante las manos a Dios y pida ante su bondad por sus perseguidores”.126 Sus cuerpos también fueron suspendidos de la horca durante cuatro horas, como se venía haciendo en todos los casos. A folios 14 y 15 del proceso, Alén había declarado que por orden del juez de paz de Balvanera Eustaquio Ximénez enseñó las “casas de Don Martín Amarillo y de Juan Barragán a Pedro Islas (a) Gallego y a Pancho Ferreira, con quiénes sabe que aquél” (por Ximénez) “los mandó prender y degollar”. Agrega que estuvo presente cuando lo alzaron a Amarilla en las ancas del caballo y después se retiró a su casa y no oyó la orden que el juez les hubiera impartido a Islas y Ferreira; pero que sabe que lo degollaron en la tapera de la difunta Pelliza, un lugar solitario frente a la quinta de Mariano Lorea y que lo mismo 124 Diario El Pueblo, diciembre 30 de 1853. 125 Francisco L. Romay; El barrio de Montserrat, Buenos Aires, 1971, pág. 48. 126 La Tribuna, diciembre 30 de 1853. 49

hicieron con Juan Barragán. Por entonces el ex juez de paz y camarista Eustaquio Ximénez se había asilado en la ciudad de Mercedes, en Uruguay. Preocupado por las declaraciones de Alén que lo involucraban en estos crímenes, teniendo la intención de volver algún día se puso a redactar una auto-defensa. Le pidió a su amigo y ex vecino Mariano Lorea que le diera una mano. Este se puso en contacto con el ahora juez de paz de Balvanera, Laureano Bonorino, el mismo que le hizo de guardaespaldas después de Caseros para que pudiera caminar en las calles, cuando estuvo escondido en la casa de Custodio José Moreira. Éste último, también al tanto por Lorea, con buenos contactos en el poder invitó a su quinta a Valentín Alsina para interesarlo por Ximénez. A éste le escribió contándole que además de hablar con Alsina manifestó el propósito de: ...”contarle todo al Sr. doctor Portela...y tengo la intención de hacer lo mismo con el Sr. Obligado. Su compadre Lorea me dice que todos sus amigos por aquellos contornos están indignados contra este infame Alén por la calumnia que ha vertido contra Ud. en sus declaraciones y así me encarga diga a Ud. que no tome aprehensión en las declaraciones de ese malvado porque todos, como le vuelvo a repetir, están cerciorados de la falsedad de ella y de la honradez de Ud.”.127 Quien esto escribía es sospechado de ser el asesino del Manuel Vicente Maza. En cuanto a la intención de publicar su defensa, Bonorino le escribió diciéndole: “Me he impuesto de lo escrito por Ud. y su determinación a publicarlo, pero después de bien reflexionado le di mi franca opinión a Don Mariano (Lorea) haciéndole conocer lo intempestivo que me parecía su resolución...persuádase Ud. Sr. don Eustaquio que en esta tierra todos nos conocemos; a Leandro Alén todos lo conocieron por degollador del año 40 y a Ud. por su nombre y apellido, vecino laborioso y honrado Federal; si estas causas en Ud. fuesen crimen, habría que incriminar a medio Buenos Aires...he hecho saber a todos que conocía a Ud. bastante incapaz de hacer mal a nadie...que no había un solo individuo vecino del destino ni Unitario ni Federal que levantase el dedo contra Ud. y que solo Alén, a falta de Ud. se habría agarrado del mismo Rosas si hubiese calculado que así podía salvarse, pero se acordó de Ud. en la oportunidad por los dos años que lo tuvo en la 127 Custodio José Moreira a Eustaquio Ximénez, Buenos Aires, febrero 1º de 1854; Andrés R. Allende, Un juez de paz de la tiranía, aspectos de la vida de una parroquia de Buenos Aires, Revista Investigaciones y Ensayos Nº 14, La Plata 1973, pág. 201. 50

cárcel por sus conocidos crímenes y quiso vengarse incriminando a Ud. con tanta injusticia. Repito a Ud. que se olvide por ahora de vindicaciones; no necesita Ud. dar tal paso, deje Ud. correr un poco de tiempo mas y verá que volviendo a su País encontrará los mismos amigos que siempre tuvo”.128 Ximénez le hizo caso a Bonorino; dejó pasar bastantes años antes de volver al barrio, cosa que hizo recién en 1868. Fuga de Antonino Reyes En la causa de Reyes actuaba como agente fiscal el Dr. Emilio Agrelo y de abogado defensor el Dr. Miguel Estévez Seguí, que hasta hacía poco se había desempeñado como fiscal y había sido miembro informante de la Sala de Representantes en la comisión que estudió los poderes que se conferían al Ejecutivo para tratar estos casos. El 6 de octubre el juez Somellera, a instancias de la Cámara trabó embargo de los bienes de Reyes, debiendo efectuar el secuestro el oficial de Justicia Angel Sagasta, el mismo que días antes le había ofrecido escaparse cuando fue a detenerlo.129 Para conocer la catadura del agente fiscal, baste saber que el doctor Emilio Agrelo pidió a la esposa de Reyes -Carmen Olivera de Reyes- $500.000 al contado para “disponer el ánimo del Juez de la causa”. 130 La pobre mujer propuso transferirle la casa de la familia a su nombre, pero Agrelo rehusó cualquier cosa que no fuera dinero en efectivo. Desesperada, juntó a duras penas $300.00 y se los ofreció, pero el fiscal le dijo que si no le llevaba la suma pedida y rápido, “se expediría de un modo aciago” para Reyes131. Carmen no contaba con otros medios, después del embargo de sus bienes. El 3 de diciembre de 1853, el fiscal Emilio Agrelo pidió la pena de muerte también para Reyes 132,

128 Laureano Bonorino a Eustaquio Ximénez, Buenos Aires, marzo 14 de 1854; Andrés R. Allende, Un juez de paz de la tiranía, aspectos de la vida de una parroquia de Buenos Aires, Revista Investigaciones y Ensayos Nº 14, La Plata 1973, pág. 200 129 Andrés Somellera a la Excelentísima Cámara de Justicia, Buenos Aires, octubre 6 de 1853; La Tribuna, octubre 10 de 1853. 130Manuel Bilbao, Vindicación y Memorias de Antonino Reyes, Buenos Aires, 1883, pág.125. 131 idem pág. 126. 51

pero su concreción comenzó a demorarse, tal vez para que alguno de los casos que seguía el juez Martínez tuvieran ejecución a continuación de los de Somellera. Con la desesperación que a su marido lo mandaban a la muerte, la esposa de Antonino Reyes pidió ayuda a los amigos de su esposo. Uno de ellos, José Montoro buscó la forma de ponerse en contacto con los oficiales que estaban de servicio en la cárcel para intentar convencerlos que le permitieran la fuga. No pudieron hacer menos que ofrecer una gruesa suma para que lo hicieran. Uno de ellos –el teniente Mariano Ruiz– denunció el hecho a sus superiores y a Reyes se le remachó una barra de grillos. 133 Como no había constancia del hecho en el expediente, su defensor Miguel Estévez Seguí denunció esta situación, solicitando su renuncia porque la causa ya estaba decidida de antemano, y se veía amedrentado por las amenazas que recibía. La defensa la continuó el Dr. Manuel María Escalada. Al principio se le negó la vista de la causa. Quiso renunciar pero no se le permitió; no podían dejarlo sin abogado defensor. A comienzos de marzo la Sala de Representantes comenzó a discutir un proyecto de Constitución para el “Estado” de Buenos Aires”. El 3 de abril dicta una resolución que tomando como considerando que un pequeño círculo (los exiliados) conspiraba contra las autoridades “sostenido por una mano enemiga” (Urquiza); autorizaba al gobierno a “destruir, arrestar y extrañar fuera de la Provincia” a los que pretendieran perturbar el orden público.134

Uno de los desterrados fue el Coronel Carlos Terrada, aquél mismo que

publicara el famoso artículo en La Regeneración y que fuera secretario del general Madariaga en la infortunada expedición a Entre Ríos. Lo hacían por opiniones contrarias al 132 La imprenta de La Tribuna publicó la acusación del fiscal en 1854; Cfr.: Emilio Agrelo, Acusación del agente fiscal Dr. D. Emilio Agrelo contra el reo Antonino Reyes, Buenos Aires, Imprenta de La Tribuna, 1854. Esta encuadernada junto a la defensa de Miguel Estévez Seguí en la Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, ubicación RE 01-03-34. 133 Ver noticia en La Tribuna del 21 de febrero y la declaración de Ruiz en el mismo diario, el número del 4 de marzo de 1854. 134 Sesión de la Legislatura porteña del 3 de abril de 1854, James R. Scobie, La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina 1852-1862, Buenos Aires, 1964, pág. 135. 52

gobierno publicados en un periódico fundado por él llamado “La Ilustración”. Curiosamente, ese mismo día se acababa de discutir en la Sala de Buenos Aires la nueva Constitución. Desde Montevideo Terrada le escribía a Hilario Lagos: “Hace dos días que he llegado a esta capital desterrado por el gobierno, después de borrarme de la lista militar; la mancomunidad que han tenido para proceder, con mengua del honor del país, a recobrar facultades extraordinarias de la Sala, y atropellar una porción de hombres inocentes e insignificantes como hombres políticos en Buenos Aires, encarcelando y desterrando, ha sido la verdad pura y patrióticamente vertida en el periódico “La Ilustración” que fundé en Buenos Aires”.135 Esto ocurría al mismo momento que se ponía en régimen la nueva Constitución de la Provincia, cuyo artículo 141 decía: “Ningún habitante del Estado pude ser penado por delito, sin que proceda juicio o sentencia legal”. La Constitución de la Provincia de Buenos Aires se promulgó con un lucido festejo coronado de discursos. Días después, el 4 de mayo de 1854, los jueces Andrés Somellera y Claudio Martínez, cediendo a la presión del Ministerio de Gobierno y de la prensa condenaron a la pena de muerte a Antonino Reyes, cuya ejecución debía tener lugar en lugar, fecha y hora que el gobierno designara. 136 Vale destacar que no todo el personal del poder judicial era corrupto como el agente fiscal Emilio Agrelo. Cuando le tocó actuar al fiscal del Estado Juan Andrés Ferrera, a quien Pastor S. Obligado (el hijo del gobernador; que lo conoció a Ferrera trabajando de cadete) lo recuerda en sus deliciosas “Tradiciones Argentinas” con una anécdota que lo pinta de cuerpo entero. Por hacer caridad la señora Petrona, esposa del fiscal, a la salida de la iglesia compró una rifa a una viejita que las vendía. El premio era una casa y quiso el azar que el número saliera premiado. Pero Ferrera sostenía que “una persona honrada jamás debe pedir al azar lo que solo del trabajo debe esperar”, y le pareció una inconsecuencia aceptar el premio. Petrona, “digna consorte del más honrado fiscal”, rompió la rifa sin inmutarse. Y no era que Ferrera tuviera fortuna: vivía en la misma oficina del Fiscal y el mismo hacía la 135 Carlos de Terrada a Hilario Lagos, Montevideo, abril 11 de 1854, A.G.N., Archivo Lagos, Sala VII, legajo 273, folio 182, reproducido por Vicente D. Sierra, Historia de la Argentina, Bs. As, 1980, tomo X, pág. 237. 136 Manuel Bilbao, Vindicación y Memorias de Antonino Reyes, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1883, pág. 219. 53

limpieza porque no le alcanzaba el sueldo para pagar sirvientes según Obligado lo cuenta. 137 El general Venancio Flores, entonces presidente del Estado Oriental, a presión de amigos de Antonino Reyes (Reyes era oriental), se interesó por el preso, mandando al gobernador un comisionado con una carta pidiendo la conmutación de la pena, salida del país y la promesa de que no mezclarse más en política. Obligado pidió a la Cámara conocer el estado de la causa, y ésta al fiscal que se expidió con una vista en la que le hacía saber al gobernador: “... el Fiscal no puede informar a V.E. sobre el mérito legal de este proceso...Entretanto, el estudio imperfecto que ha podido hacer el Fiscal del proceso en los 21 días que a duras penas le ha registrado, apenas le autoriza para asegurar a V.E.: 1º Que no está conforme con el carácter criminal que se le ha dado a este trámite. 2º Que está inclinado a creer que es injusta, imprudente e inconstitucional la pena de muerte discernida contra el preso. 3º Que sostiene ya ser abiertamente ilegal la calidad de aleve, que expresa el pronunciamiento en 1ª Instancia, y 4º Que considera hallarse V.E. en todo tiempo autorizado para ejercitar la atribución que designa el artículo 108 de la Constitución”...138 El artículo 108 se refería a la capacidad del gobernador de la Provincia para emitir indultos. Disponía: “Podrá conmutar la pena capital, previo informe del Tribunal, mediante graves y poderosos motivos...”. Sin duda, el fiscal Ferrera no quiso avalar otra muerte como las que ya había favorecido con la vista que pasó por las causas de Badía y Troncoso. Hizo mas Ferrera; a través de una señora conocida de Carmen Olivera le mandó un borrador para que presentara un pedido de indulto al gobernador. Con él, la esposa de Reyes redactó una nota en la que se presentaba al Gobernador Obligado pidiendo clemencia: “A V.E. suplico” – decía en ella – “que en atención al carácter político de los antecedentes que mantienen en prisión a mi esposo, Don Antonino Reyes, se sirva mandar 137 Pastor S Obligado, Victor Gálvez; Tradiciones de Buenos Aires, Selección de Bernardo González Arrili, Eudeba, Buenos Aires, 1977, pág.11. 138 Juan Andrés Ferrera a Pastor Obligado, Buenos Aires, mayo 22 de 1854; Manuel Bilbao, Vindicación y Memorias de Antonino Reyes, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1883, pág. 242. 54

sobreseer en su causa, designándole residencia fuera o dentro del Estado de Buenos Aires, según bajo las condiciones que lo estime V.E. necesario para poder responder a la tranquilidad pública, de que está V.E. encargado”.139 El gobernador estaba en su despacho con el general Escalada, padre del defensor de Reyes y como dijimos ministro de guerra y Marina cuando le entregaron la nota que le traía en persona la esposa de Reyes. Una vez que la leyó se levantó encolerizado y, dirigiéndose a Escalada le increpó diciendo como se atrevía su hijo a hacer aquella solicitud que calificó de libelo insultante a su respeto. Escalada, asombrado, contestó que aseguraba al gobernador que su hijo no había sido el autor de aquel escrito. El Gobernador preguntó a Carmen quién le había redactado la nota. Ella contestó que, efectivamente no era el doctor Manuel María Escalada, defensor de su esposo, sino un amigo que había tenido la bondad de hacerlo. Obligado se lo devolvió diciéndole que solo un insolente y atrevido podía haber aconsejado semejante escrito, que se retirase, que él en su calidad de Gobernador nada tenía que hacer, que se dirigiera a los tribunales con un pedido semejante.140 Por esos días el preso Torcuato Canales –uno de los implicados en la causa de los “mazorqueros”– era conducido a la Isla de Martín García por orden de la Cámara de Justicia.141 Antonino Reyes no lo dudó más. Se las ingenió, con los pocos elementos que contaba para sacar un molde de cera de la llave de la cárcel y la trabajó a mano hasta obtener una réplica, guardándosela para cuando llegara el momento oportuno. El 6 de junio de 1854 se fugó de la cárcel, ayudado por el propio personal de guardia y por otras personas de su amistad:

139 Carmen Olivera de Reyes a Pastor Obligado, ? de mayo de 1854, Manuel Bilbao, Vindicación y Memorias de Antonino Reyes, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1883, pág. 247, nota al pié. 140 ídem, pág 247. 141 Manuel Escalada (ministro de guerra y Marina) al juez Claudio Martínez, Buenos Aires, mayo 19 de 1854; Academia Nacional de la Historia, Fondo Enrique Fitte, documento Nº 667 del catálogo, pág. 106, Sección V-27 (2) . 55

“Abrí la puerta con la llave que había hecho – cuenta Reyes – “me metí en la garita que se encontraba cerca de mi calabozo. “Tomé el fusil del centinela que allí estaba y que estaba convenido conmigo; me dio su gorra, su capote, la consigna”.142 Salió: la noche le pareció clara como el día; bajó a la vereda empedrada que circundaba la Plaza de la Victoria, sintió el grito del centinela llamando al cabo de guardia: todo normal. Se dirigió a la calle Defensa, pasando en diagonal junto a la pirámide bajo los arcos de la Recova Nueva; se encontró con amigos que lo abrazaban en silencio. Pasó luego junto a su casa; golpeó la ventana con la señal convenida para avisar que estaba libre; se reunió a los soldados que desertaban de la cárcel, para seguirlo. Lo esperaban caballos descansados por la calle Venezuela, cerca de la antigua cancha de pelota; montados se dirigieron al puente del Arroyo Maldonado. Como no apareció la embarcación que debía llevarlo a Montevideo, se –ahora solo con un gúia– se dirigió al bañado de San Fernando. Sorteando sombras que a cada momento le parecían posibles captores ocultos, rumbeó a los tapiales de Ramos Mejía; de allí decidió irse por tierra a Rosario, a encontrarse con Hilario Lagos; el guía lo llevó a la chacra del coronel Pedro José Díaz, amanecía. Díaz lo recibió con los brazos abiertos y casi lo obligó a quedarse. Allí estuvo dos días. Se le proporcionaron varios hombres, caballos y todo lo necesario para el viaje. Al llegar al Arroyo del Medio – el límite de la Provincia donde podía respirar a salvo – fue invitado por una partida de indios de Pascual Rosas a su toldería, y era tanta su insistencia que le costó negarse. En la estancia de Guascochea, lo recibieron con hospitalidad y desde allí se le dio aviso al coronel santafecino Andrade, que le mandó 4 soldados para que lo acompañasen. En Rosario se encuentra con Hilario Lagos y con el general Gerónimo Costa, quienes ya estaban pensando en invadir la provincia de Buenos Aires; pero necesitaban recursos y la aprobación del Gobierno nacional. Lagos le ha cedido a Costa el comando de la acción a emprender poniéndose caballerescamente a sus órdenes. Se ponen de acuerdo en que Reyes vaya a solicitar las cosas que necesitaban al mismísimo Urquiza. El 23 de junio llega Reyes a Paraná. No encuentra a Urquiza, pero informa a Lagos lo que ha hecho: “Desde el 23 que me hallo en este punto donde he sido perfectamente recibido por el vicepresidente, los señores ministros y el Sr. General Galán a quienes en su carácter

142 Idem, pág. 252. 56

particular he hecho visitas, y me han manifestado, tanto estos Señores, como otros muchos amigos su complacencia por haberme podido evadir de mis enemigos”.143 Pero lo importante era hablar con Urquiza, y va en su busca. En Gualeguay finalmente lo encuentra y le pide colaboración. Le comunica la entrevista a Lagos: “El Sr. Presidente ha estimado altamente mi relato y me ha dicho que es preciso trabajar en el sentido de una unión general entre nosotros, como principal base de operaciones que puedan desenvolverse contra nuestros enemigos, ofreciendo expresamente su cooperación sin límites; con la recomendación de algún sigilo, porque cree que así conviene a los intereses generales. Sobre esta base puede Ud. y el General Costa trabajar, ya sea dirigiéndose al Sr. Presidente, ya con nuestros amigos en nuestra Patria, según lo estimen Uds. conveniente, al mejor logro de lo que se quiera intentar...Yo sigo a Montevideo, acompañado de varios amigos...144 Cuando Reyes llegó a Montevideo se puso al habla con todos los emigrados porteños que allí había. Sabe que el Coronel Laprida solo esperaba un aviso para lanzarse sobre el norte de la Provincia. Nota que hay muchos que señalan al general Guido como un posible participante de la acción a emprender y se lo recomienda a Lagos y a Costa: “En Uds. pende ahora que lo participen en algo”, les dice. Avisa también que se ha puesto en contacto con los amigos de Buenos Aires, asegurando que: “nos ayudarán pronunciándose decididamente en el momento que sea preciso”. Pide saber el momento en que se produzcan los acontecimientos para combinarlo todo y que para ello le escriban indicando como están las cosas.145 Antonino Reyes no volverá más a Buenos Aires. Su provincia natal seguirá dividida del resto de la nación hasta después de Pavón. Es el único sobreviviente de los acusados de “mazorqueros” que había acompañado a Lagos en su sitio de Buenos Aires.

143 Antonino Reyes a Hilario Lagos, Paraná, junio 28 de 1854, Archivo Lagos, A.G. N., Sala VII, legajo 273, folio 191. 144 Antonino Reyes a Hilario Lagos, Gualeguay, julio 12 de 1854, A.G. N., Archivo Lagos, Sala VII, legajo 273, folio 192. 145 Antonino Reyes a Hilario Lagos, Montevideo, agosto 20 de 1854, A.G. N., Archivo Lagos, legajo 273, folio 201. 57