Benjamin Walter - Sobre La Facultad Mimetica

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Benjamin, Walter Ensayos escogidos I Walter Benjamin; seleccionado por H . A. Murena. I ed. - Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010. 192 pgs.; 21x14 cm. - (Teoría y ensayo) a

Traducido por: H . A. Murena I S B N : 978-987-1228-98-0 1. Filosofía. I. Murena, H . A., selec. II. Murena, H . A., trad. III. Título C D D 190

SOBRE A L G U N O S T E M A S EN BAUDELAIRE

I

Ensayos escogidos, I

a

edición, Sur, Buenos A i r e s ,

1968.

© D e la t r a d u c c i ó n : herederos de H . A . M u r e n a . © 2 0 1 0 . E l c u e n c o de plata.

El cuenco de plata S . R . L . Director: Edgardo Russo Diseño y producción: Pablo Hernández Av. Rivadavia 1559 3 A (1033) Buenos Aires www.elcuencodeplata.com.ar [email protected] o

Hecho el depósito que indica la ley 11.723. Impreso en septiembre de 2010.

Prohibida la reproducción parcial o toral de este libro sin la autorización previa de los herederos y/o editor.

Baudelaire confiaba en lectores a los que la lectura de la lírica pone en dificultades. A tales lectores se dirige el poema inicial de Les fleurs du mal. Con la fuerza de voluntad de éstos, así como con su capacidad de concentración, no se va lejos; tales lectores prefieren los placeres sensibles y están entregados al spleen, que anula el interés y la receptividad. Causa sorpresa encontrar un lírico que se dirija a semejante público, el más ingrato. Enseguida se presenta una explicación: Baudelaire deseaba ser comprendido, dedica su libro a quienes se le asemejan. La poesía dedicada al lector termina apostrofando a éste: «Hypocrite lecteur, - mon semblable, - mon frére!» Pero la relación resulta más fecunda en consecuencias si se la invierte y se dice: Baudelaire ha escrito un libro que tenía de entrada escasas perspectivas de éxito inmediato. Confiaba en un lector del tipo del descrito en el poema inicial. Y se ha comprobado que su mirada era de gran alcance. El lector al cual se dirigía le sería proporcionado por la época siguiente. Que tal sea la situación, que, en otros términos, las condiciones para la recepción de poesías líricas se hayan tornado menos propicias, es cosa probada al menos por tres hechos. En primer término, el lírico no es considerado más

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SOBRE LA FACULTAD MIMÉTICA

La naturaleza produce semejanzas. Basta con pensar en el mimetismo animal. Pero la más alta capacidad de producir semejanzas es característica del hombre. El don de percibir semejanzas, que posee, no es más que el resto rudimentario de la obligación en un tiempo violenta de asimilarse y de conducirse de conformidad con ello. Pero esta facultad tiene una historia, tanto en sentido filogenético como en sentido ontogenético. En lo que respecta a este último, su escuela es en muchos sentidos el juego. El juego infantil se halla completamente saturado de conductas miméticas, y su campo no se encuentra en modo alguno limitado a lo que un hombre puede imitar en otro. El niño no juega sólo a «hacer» el comerciante o el maestro, sino también el molino de viento y la locomotora. ¿Qué utilidad extrae de esta educación de la facultad mimética? La respuesta presupone la comprensión del significado filogenético de la facultad mimética. Para lo cual no basta con pensar en lo que hoy entendemos mediante el concepto de semejanza. Es sabido que el ámbito vital que en un tiempo se aparecía como gobernado por la ley de la semejanza era considerablemente más amplio: tal ley gobernaba tanto en el microcosmos como en el macrocosmos. Pero esas correspondencias naturales conquistan todo su peso solamente cuando se sabe que son, en su totalidad, estimulantes y

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ENSAYOS

reactivos de la facultad mimética que responde a ellas en el hombre. Además es preciso tener en cuenta que ni las fuerzas miméticas ni los objetos miméticos han permanecido inalterables en el curso de los milenios. Hay que suponer en cambio que la facultad de producir semejanzas - p o r ejemplo, en las danzas, cuya más antigua función es precisamente ésa-, y por lo tanto también la de reconocerlas, se ha transformado en el curso de la historia. La dirección de esta transformación parece determinada por un creciente debilitamiento de la facultad. Puesto que es evidente que el mundo perceptivo del hombre moderno no contiene más que escasos restos de aquellas correspondencias y analogías que eran familiares a los pueblos antiguos, el problema aquí consiste en determinar si se trata de la decadencia de esta facultad o más bien de su transformación. A propósito de la dirección en la cual ésta podría producirse, algo se puede inferir, aunque sea indirectamente, de la astrología. Es preciso tener en cuenta el hecho de que, en tiempos más antiguos, entre los procesos considerados imitables debían entrar también los celestes. En las danzas y en otras operaciones culturales se podía producir una imitación y utilizar una semejanza de esa índole. Y si el genio mimético era verdaderamente una fuerza determinante de la vida de los antiguos, no es difícil imaginar que debía considerarse al recién nacido como dotado de la plena posesión de esta facultad y, en particular, en estado de perfecta adecuación a la configuración actual del cosmos. La apelación a la astrología puede proporcionar una primera indicación respecto a lo que es necesario entender con el concepto de semejanza inmaterial. Es verdad que en nuestra realidad no existe más aquello que permitía, en un tiempo, hablar de esta semejanza y, sobre todo, evocarla. Pero también nosotros poseemos un canon que puede ayudarnos

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S O B R E LA FACULTAD

MIMÉTICA

a esclarecer, por lo menos en parte, el concepto de semejanza inmaterial. Y este canon es la lengua. Siempre le ha sido reconocida a la facultad mimética una cierta influencia sobre la lengua. Pero ello ha ocurrido sin sistema: sin que se pensase con ello en una más remota importancia o, mucho menos, historia de la facultad mimética. Y tales consideraciones han quedado sobre todo estrechamente limitadas al campo normal, sensible de la semejanza. Así se ha dado un puesto, con el nombre de onomatopeya, al comportamiento imitativo en la formación del lenguaje. Y si la lengua, como resulta obvio, no es un sistema convenido de signos, será necesario siempre acudir a ideas que se presentan, en su forma más rudimentaria, como explicaciones onomatopéyicas. Se trata de ver si pueden ser desarrolladas y adecuadas a una comprensión más profunda. «Toda palabra y toda la lengua -se ha d i c h o - es onomatopéyica.» Es difícil precisar aunque sólo sea el programa que podría hallarse implícito en esta proposición. El concepto de semejanza inmaterial proporciona sin embargo algunas indicaciones. Es decir que ordenando palabras de diversas lenguas que significan la misma cosa, alrededor de este significado como centro de ellas, sería necesario indagar cómo todas ellas -que pueden a menudo no tener entre sí ninguna semejanza- son similares a ese significado en su centro. Pero esta especie de semejanza es ilustrada sólo por las relaciones entre las palabras para la misma cosa en las diversas lenguas. Así como, en general, la investigación no puede limitarse a la palabra hablada. Tal semejanza tiene además relación con la palabra escrita. Y resulta sintomático que la palabra escrita esclarece -en muchos casos quizás en forma más manifiesta que la hablada-, mediante la relación de su forma escrita con el objeto significado, la naturaleza de la semejanza inmaterial. En resumen, la semejanza inmaterial fundamenta las tensiones no

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ENSAYOS

sólo entre lo dicho y lo entendido, sino también entre lo escrito y lo entendido y también entre lo dicho y lo escrito. La grafología ha enseñado a descubrir en las escrituras imágenes que en ellas esconde el inconsciente de quien escribe. Es necesario pensar que el proceso mimético que se expresa así en la actividad de quien escribe era de máxima importancia para el escribir en los tiempos remotísimos en que surgió la escritura. La escritura se ha convertido así, junto con la lengua, en un archivo de semejanzas no sensibles, de correspondencias inmateriales. Pero este aspecto de la lengua y de la escritura no marcha aislado junto al otro, es decir al semiótico. Todo lo que es mimético en el lenguaje puede revelarse sólo -como la llama- en una especie de sostén. Este sostén es el elemento semiótico. Así el nexo significativo de las palabras y de las proposiciones es el portador en el cual únicamente, en un rayo, se enciende la semejanza. Porque su producción por parte del hombre -como la percepción que tiene de ellaestá confiada en muchos casos, y sobre todo en los más importantes, a un rayo. Pasa en un instante. N o es improbable que la rapidez en el escribir y en el leer refuerce la fusión de lo semiótico y de lo mimético en el ámbito de la lengua. «Leer lo que nunca ha sido escrito.» Tal lectura es la más antigua: anterior a toda lengua -la lectura de las visceras, de las estrellas o de las danzas. Más tarde se constituyeron anillos intermedios de una nueva lectura, runas y jeroglíficos. Es lógico suponer que fueron éstas las fases a través de las cuales aquella facultad mimética que había sido el fundamento de la praxis oculta hizo su ingreso en la escritura y en la lengua. De tal suerte la lengua sería el estadio supremo del comportamiento mimético y el más perfecto archivo de semejanzas inmateriales: un medio al cual emigraron sin residuos las más antiguas fuerzas de producción y recepción mimética, hasta acabar con las de la magia.

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PARA LA CRÍTICA DE LA VIOLENCIA

La tarea de una crítica de la violencia puede definirse como la exposición de su relación con el derecho y con la justicia. Porque una causa eficiente se convierte en violencia, en el sentido exacto de la palabra, sólo cuando incide sobre relaciones morales. La esfera de tales relaciones es definida por los conceptos de derecho y justicia. Sobre todo en lo que respecta al primero de estos dos conceptos, es evidente que la relación fundamental y más elemental de todo ordenamiento jurídico es la de fin y medio; y que la violencia, para comenzar, sólo puede ser buscada en el reino de los medios y no en el de los fines. Estas comprobaciones nos dan ya, para la crítica de la violencia, algo más, e incluso diverso, que lo que acaso nos parece. Puesto que si la violencia es un medio, podría parecer que el criterio para su crítica está ya dado, sin más. Esto se plantea en la pregunta acerca de si la violencia, en cada caso específico, constituye un medio para fines justos o injustos. En un sistema de fines justos, las bases para su crítica estarían ya dadas implícitamente. Pero las cosas no son así. Pues lo que este sistema nos daría, si se hallara más allá de toda duda, no es un criterio de la violencia misma como principio, sino un criterio respecto a los casos de su aplicación. Permanecería sin respuesta el problema de si la violencia en general, como principio, es moral, aun cuando sea un medio para fines

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