Baschet. La civilización feudal.

La civilización feudal: Europa del año mil a la colonización de América. Jerome Baschet II. Orden señorial y crecimiento

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La civilización feudal: Europa del año mil a la colonización de América. Jerome Baschet II. Orden señorial y crecimiento feudal El año mil es el momento en el que se afirma un movimiento de auge asociado a un proceso de reorganización social, cuyas bases se asentaron con anterioridad pero a partir del siglo XI se manifiestan sus resultados. En torno a este período se da un debate: aquellos que asociaban este momento a una mutación social de gran alcance y otros que hacen prevalecer la continuidad más allá del cambio de milenio. Esta polémica estuvo asociada con un antiguo debate sobre los temores del año mil. El tema de los temores del año mil es en esencia un mito historiográfico, forjado en el siglo XVII, y perfeccionado por la Ilustración, con el objetivo de cubrir a la Edad Media con el velo de un oscurantismo polvoriento. Existen tres tesis enfrentadas. Unos señalan que hacia el año mil hay indicios serios de que se espera con particular intensidad el fin de los tiempos, y esto lo interpretan como una reacción popular ante la violencia señorial y las convulsiones de la mutación feudal. Para otros, los textos no permiten fundar esta visión de los miedos del año mil, aunque si existe un momento de tensiones sociales. Otros, consideran que alrededor del año mil no ocurrió nada particular. Si bien algunos documentos dejan transparentar marcas de preocupaciones y de esperanzas milenaristas, tales sentimientos se encuentran a todo lo largo de la Edad Media. Sin embargo, una fase aguda y a menudo conflictiva de profunda restructuración de la sociedad puede ubicarse en el siglo que se extiende alrededor del año mil. 

El auge del campo y de la población (siglos XI a XIII)

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La presión demográfica

Entre los siglos XI y principios del XIV, la población de Europa occidental se duplica, y hasta se triplica en ciertas regiones. Semejante crecimiento demográfico nunca se había alcanzado en Europa desde la revolución neolítica y no se volverá a observar hasta la Revolución Industrial. Este resultado se obtiene por la conjunción de un incremento en la fecundidad y de una regresión de las causas de mortalidad. Al respecto insistiré en el retroceso de las grandes hambrunas. Durante la Alta Edad Media las hambrunas daban lugar a alimentos sustitutos, al consumo de carnes impuras e inadecuadas y también la antropofagia. Durante el siguiente período, las grandes hambrunas se siguen produciendo, pero su frecuencia es claramente menor. El resultado es un alza muy notable de la esperanza de vida. -

Los progresos agrícolas

Proteger de la hambruna a una población multiplicada resulta imposible sin un fuerte incremento de la producción agrícola. Las desforestaciones y la extensión de las superficies cultivadas son el primer medio. Hacia el año mil, occidente se caracteriza por una naturaleza rebelde o domesticada a medias, tres siglos más tarde, el paisaje es radicalmente distinto: la red de poblados ya está en pie. En una primera etapa, los poblados extienden de manera progresiva su dominio cultivado y

luego se multiplican nuevos establecimientos, aldeanos o monásticos, en el corazón de zonas antiguamente vírgenes. Los monasterios cistercienses tienen la preocupación por mejorar técnicas de la agricultura y de las artesanías. Según Marc Bloch, Europa vive entonces “el mayor incremento de las superficies cultivadas desde los tiempos prehistóricos”. Pero no habría bastado para alimentar a una Europa más numerosa. Todavía era necesario obtener un alza de los rendimientos de los cultivos de cereal. Es al término de un esfuerzo considerable, que combina varias innovaciones técnicas y un lento proceso de selección de las semillas más adaptadas a cada terreno, como pudo obtenerse resultados. Se debe tomar en consideración la densidad incrementada de los sembrados, permitida por un mejor uso de los abonos, humanos y sobre todos animales. Todavía faltaba elegir los cereales mejor adaptados de cada región. También interviene una mejor preparación del suelo: generalización de la práctica de las tres labranzas sucesivas, escardar, layar y rastrillar. Pero lo esencial es el progreso de las técnicas de labranza, con el paso del arado romano al arado de vertedera. Pero este progreso solo tiene verdadero sentido en la medida en que se integra en un nuevo sistema técnico igualmente caracterizado por la mejora de la tracción animal. Los bueyes van cediendo su lugar a los caballos, que son más fuertes y nerviosos. La utilización de caballos para la labranza se atestigua por primera vez en el siglo IX en Noruega, y al parecer se benefició desde la segunda mitad del siglo XI, de una amplia difusión. Fuera de la época de la labranza, el caballo proporcionaba grandes servicios para la transportación de gente y de mercancías, lo que favorece la llegada de los campesinos a las ciudades y la comercialización de sus productos. El auge del campo es también el de la crianza de caballos, de bovinos y de cerdos. Por último, un complemento notable lo aportan los cultivos no cerealeros, lentejas o chicharros entre los trigales. El principal es la viña. -

Las otras trasformaciones técnicas

En la Edad Media hay pocas invenciones técnicas verdaderas, y sin embargo opera en ese tiempo una difusión de técnicas conocidas con anterioridad, pero que habían permanecido sin aplicación práctica. La estructura social desempeña un papel determinante en esto, porque si las técnicas conocidas en la Antigüedad se usaban poco, se debe en parte a que la esclavitud permitía disponer de una abundante fuente de energía humana, poco costosa y de uso fácil. La decadencia de la esclavitud vuelve más urgente el recurso a energías alternativas. El molino de agua tal vez es el mejor símbolo de esto. En el imperio romano permanece como una curiosidad intelectual sin utilidad práctica. Entre mediados del siglo X y el siglo XI había un molino por cada tres poblados en promedio, en el siglo XIII es de uso generalizado. Igualmente importante es el desarrollo de una metalurgia artesanal. Es una novedad con respecto a la Antigüedad romana, que no daba a los metales más que un débil uso productivo. Al desplazarse el centro de gravedad europeo hacia el norte, se comprueba un auge de la metalurgia a partir de la mitad del siglo X. las minas de donde se extraen el mineral de hierro se multiplican, también la búsqueda de hulla destinada a alimentar las fraguas. Estas se instalan en regiones plantadas de árboles y se benefician de abundantes ríos. Se desprende una rápida multiplicación del utillaje de

hierro. El herrero se vuelve el primer personaje del poblado. Además, en los poblados de los siglos XI y XII aparecen los talleres en los que se trabaja la piedra y la madera, vidrierías, alfarerías, cervecerías y hornos para pan. En cuanto a las telas, se trata sobre todo de una producción urbana. Estas producciones aldeanas no se destinan únicamente al consumo interno y en parte se venden en los mercados de los poblados próximos. Por último, la historia ha podido demostrar la existencia de variaciones climáticas significativas durante la Edad Media (Bois crítica que se tome este factor en el análisis). Después de una fase fría, que llega a su fin en la época carolingia, empieza a darse un calentamiento entre 900 y 950, para prolongarse hasta finales del siglo XII. Este incremento de las temperaturas basta para provocar un retroceso de los hielos, una ganancia de altitud de la vegetación, una elevación del nivel de las aguas subterráneas, que aumenta las posibilidades de instalación de poblados. Si bien provoca un exceso de calor, esta modificación crea condiciones óptimas para los cereales y los árboles de Europa del norte, con los que contribuyen todavía un poco más al desplazamiento del centro de gravedad europeo. -

¿Cómo explicar el auge?

En cuanto al auge europeo de los siglos XI al XIII, no se ha dado una explicación satisfactoria o capaz de provocar la menor unanimidad. Se han formulado las concepciones más diversas. Para unos, es el aumento de la población lo que permite producir más. Bloch apunta que sólo se logra que se desplace el problema, porque ¿Cuál es la razón de que la población europea aumente? Otros autores otorgan el papel principal al progreso técnico, pero uno puede preguntarse de nuevo que es lo que desencadena dicho progreso. Bonnassie combina dos factores: la presión del hambre incita a aumentar la producción, mientras que la aplicación de técnicas nuevas permite realizar este objetivo explotando suelos más dóciles. Duby pone el acento en una casualidad de tipo social. La reorganización feudal confiere un mejor asentamientos los señores, deseosos de obtener mayores dividendos y capaces de someter a las poblaciones a un control más estricto. A ésta pueden combinarse otras causas de naturaleza social, como la decadencia de la esclavitud. Por último, puede mencionarse el papel de los monasterios, cuyo ideal ascético se traduce en una práctica del esfuerzo redentor. De manera más general, hay una actitud característica de la Iglesia cristiana, que mezcla concepción penitencial del trabajo y actitud nueva ante una naturaleza en vías de desacralización a veces con cierto exceso, cuanto predispone a la innovación técnica (Perry Anderson). Puede excluirse la explicación unicausal y un fenómeno esencial se debe quizás a los efectos de retroalimentación y de enlaces circulares entre los diferentes factores. Las causalidades sociales parecen las más pertinentes. Resulta imposible entender el auge occidental sin reconstituir la lógica global de la sociedad medieval, que es la condición fundamental del auge, su causalidad no inicial pero envolvente.



La feudalidad y la organización de la aristocracia

Puede considerarse que la aristocracia se caracteriza por la conjunción del dominio sobre los hombres, del poder sobre la tierra y de la actividad guerrera. La nobleza, como grupo social no es

sino la forma tardía y establecida de la aristocracia medieval. Ser noble es ante todo una pretensión para distinguirse de los comunes, mediante un modo de vida, mediante actitudes y mediante signos de ostentación. Pero sobre todo mediante un prestigio heredado de la ascendencia. La nobleza es en primer lugar la distinción que establece una separación entre una minoría que despliega su superioridad y la masa de los dominados, confinados a una existencia vulgar y sin esplendor. -

“Nobleza” y “caballería”

Se considera comúnmente que la aristocracia es resultado de la convergencia de os grupos sociales distintos. Por una parte, podría tratarse de grandes familias que se remontan a veces a la aristocracia romano-germánica, o al menos a los grandes de la época carolingia. Dicha aristocracia perpetúa un “modelo real degradado”, un conjunto de valores que expresan su antigua participación en la defensa del orden público, pero deformados a medida que éste va borrándose en un pasado cada vez mpas lejano. Por otra parte, habría que darles un lugar a los milites, en principio simples guerreros. Pero un ascenso parece claro a finales del siglo XI a medida que reciben tierras y castillos en recompensa. La fusión que se lleva a cabo es muy relativa, al seguir siendo importantes las diferencias entre los grandes que invocan para si altos cargos de origen carolingio y los simples caballeros del castillo. En una primera etapa, no hay equivalencia entre nobleza y caballería, ya que numerosos no nobles son armados caballeros. Pero poco a poco hubo una asimilación entre nobleza y caballería (los términos miles y nobilis tienden a volverse sinónimos). Se vuelve difícil reivindicarse noble sin ser caballero. El espaldarazo no hace al hombre, pero la equiparación de las dos nociones tiende a reservar el acceso a la caballería a los hijos de nobles. También por medio del espaldarazo se lleva a cabo la integración a la nobleza de hombres nuevos. Sin tal apertura, un grupo social tan reducido como la aristocracia pronto se habría visto encaminada a la decadencia, por no decir a la extinción. La aristocracia feudal descansa en un doble fundamento discursivo. Se define primero por el nacimiento, pero a medida que la caballería se vuelve importante se trata al mismo tiempo de una pertenencia adquirida. Espaldarazo: a la caballería se accede mediante la celebración de este ritual, que está provisto de un código ético. Es una creación tardía, quizá de finales del siglo XI: pero en ese momento no es más que una simple entrega de armas y no es sino en la segunda mitad del siglo XII cuando adquiere un carácter ritual más desarrollado. Se practica al final de la adolescencia, una vez que se ha seguido la formación ideológica y militar. Da lugar a grandes festejos, las más de las veces durante Pentecostés. El joven recibe su espada y sus armas de manos de un noble que lleva a cabo después la palmada, golpe violento en la nuca o en el hombro con la mano o con la parte plana de la espada, rito de pasaje que simboliza quizás los ideales del grupo al que se integra el joven promovido. La Iglesia desempeñó un papel importante en la puesta a punto del ritual del espaldarazo, que bien podría derivarse de la liturgia y bendición y de entrega de armas a los reyes y a los príncipes. El ritual a menudo está precedido por una noche de oración en la Iglesia, y la espada se coloca previamente en el altar y se bendice.

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Las formas de poder aristocrático

Entre los siglos X al XII, los castillos son los puntos de anclaje alrededor de los cuales se define el poder aristocrático y el termino de miles son quienes realizan la dominación social directa de un espacio organizado por los castillos. A finales del siglo X y durante el siglo XI, los castillos se multiplican por cientos, a partir del siglo XII deja de ser una simple torre, se le van añadiendo diversas extensiones y recintos concéntricos. El castillo donde vive el señor, sus parientes y sus soldados. Asociado con construcciones agrícolas, es también un centro de explotación rural y artesanal, es ahí donde los campesinos pagan sus rentas, y donde se reúne el tribunal señorial. Manifiesta la hegemonía de la aristocracia. La actividad principal de la aristocracia es la guerra. Esta consiste en incursiones breves y con pocos muertos. Hay que evitar reproducir la visión tradicional de la guerra privada entre señores, violencia sin límite. La guerra responde a una lógica propia, la de la faide. Su fundamento es el código de honor, que impone un deber de venganza. El resultado es una violencia entre señores, regulada y codificada. La guerra faidale permite ña reproducción del sistema señorial, al movilizar las solidaridades en el seno de la aristocracia, también al manifestar cuanto necesitan los campesinos, victimas principales de los saqueos, la protección de sus amos. La guerra noble se practica a caballo. Se estima que es necesario disponer de alrededor de 150 hectáreas para sumir los gastos necesarios para el ejercicio de la actividad caballeresca. Los torneos son otra manera de exhibir el estatuto dominante de la aristocracia y de regular las relaciones en su seno. Demostraciones de fuerza destinadas a impresionar (batallas ritualizadas). El torneo es para que los especialistas tengan la ocasión de recibir fuertes sumas de dinero. Pero tales prácticas suscitan fuertes condenas de la Iglesia a partir de 1130. Subraya que los torneos hacen correr inútilmente la sangre de los cristianos y desvían la atención de los caballeros de los justos combates que legitiman su misión. La caza también es condenada por la Iglesia. Su función económica es poco importante. -

Ética caballeresca y amor cortés

A media que se profundiza la unificación del grupo caballeresco, se consolida también su código de valores. Los primeros valores por considerarse son la “proeza”, la fuerza física, el valor y la habilidad en el combate, pero también el honor y la fidelidad, sin olvidar un sólido desprecio por los humildes. Su ética descansa también en la generosidad, un noble se distingue por su capacidad para gastar y distribuir. La generosidad aristocrática se distingue de la caridad, se trata de distribuir y consumir con exceso y ostentación, para afirmar mejor su superioridad. Pero estos valores esenciales no tardan en resultar insuficientes, la Iglesia intenta obtener de los guerreros que no ataquen a aquellos que no pueden defenderse. Insiste también en los inconvenientes de las guerras entre cristianos y hace esfuerzos por desviar el brío combativo hacia los infieles musulmanes. Este ideal, que tiende a hacer del caballero un servidor de Dios y de la caballería una milicia de Cristo no es por completo nuevo, pero se reformula de manera que constituya el eje que estructure al grupo de los milites. Existen innumerables conflictos y rivalidades entre clérigos y caballeros, y los valores de unos y otros están lejos de convergir en todos los aspectos. Y sin embargo, una vez pasada la primera mitad del

siglo XII, las tensiones se hacen menos agudas y los acercamientos se acentúan. Un ejemplo es el amor cortés (fin´amors, el amor más fino). El fin´amors es la afirmación de un arte refinado del amor, que contribuye a marcar la superioridad de los nobles y a distinguirlos de los dominados, cuyo conocimiento del amor no puede sino ser vulgar u obsceno. Pero el fin´amors contiene también una dimensión subversiva. Además, invierte la norma social de sumisión de la mujer en beneficio de una exaltación de ésta, que asume ante su pretendiente una posición de señor feudal respecto de su vasallo. -

Las relaciones feudovasalláticas y el ritual de homenaje

El vasallaje se considera como uno de los rasgos más característicos de la sociedad medieval. Actualmente hay una tendencia a restringir la importancia del feudo y del vínculo vasallatico. Pero, no puede eliminarse toda la importancia a la relación vasallatica que formaliza entre dominantes (puede implicar a prelados) un vínculo de hombre a hombre entre un señor y su vasallo. Se trata de una relación a la vez muy próxima y jerárquica: el señor es el mayor, el padre, el vassus es el joven, cuando no se lo califica como homo o como fidelis. En su forma clásica, esta relación implica un intercambio asimétrico. El vasallo es el hombre de su señor y se compromete a servirlo conforme a las obligaciones de la costumbre feudal. Esta varía de manera importante según las épocas y las regiones, pero tres aspectos se vuelven esenciales: la obligación de incorporarse a las operaciones militares emprendidas por el señor, la ayuda financiera y el deber de aconsejar bien al señor. La primera resulta particularmente determinante, ya que es la base principal sobre la que se forman los ejecitos feudales. A cambio, el señor debe a su vasallo protección y respeto, le da testimonio de su generosidad mediante regalos y asume generalmente la educación de los hijos del vasallo, quienes dejan la casa paterna durante la adolescencia para vivir con el señor. Por último, el señor provee a su vasallo con un feudo, el feudo debe considerarse como la concesión de un poder señorial. La relación vasallatica está instituida por un ritual, el homenaje. Puede dividirse en tres partes principales. El homenaje propiamente dicho consiste en un compromiso verbal del vasallo, que se declara el hombre del señor, y va seguido de la immixtio manuum, en la que el vasallo, arrodillado coloca las manos juntas entre las de su señor. La segunda parte del ritual, denominada fidelidad, consiste en un juramento, prestado sobre la Biblia, y un beso entre el vasallo y el señor, a veces en la mano, pero casi siempre en la boca. Por último, viene la investidura del feudo, manifestada ritualmente con la entrega de un objeto simbólico, como un trozo de tierra, un bastón, una rama o un atado de paja. Como lo mostró Le Goff, el ritual de vasallaje instaura de manera visible y concreta, una “jerarquía entre iguales”. Los orígenes de la relación vasallatica se remontan a la época carolingia. Desde mediados del siglo VIII se observa la práctica del juramento, mediante el cual el rey o el emperador se esfuerza por garantizar la fidelidad de los grandes, a quienes confía los “honores”. Luego, en la época de Carlomagno y de Luis el Piadoso, el comportamiento vasallatico se generaliza como forma de subordinación. Hay una diversidad regional en cuanto a este ritual pero, a pesar de las grandes diferencias regionales, se pueden señalar algunas evoluciones en conjunto, empezando con la difusión de la fidelización. En los siglos X y XI existen todavía muchos alodios, tierras libres que sus propietarios

mantienen en forma directa. Estos gozan de privilegios, pero también están obligados al servicio militar y a la participación en los tribunales condales. Después, durante los siglos XI y XII las tierras de Occidente dejan poco a poco de ser alodiales. Los alodios más importantes se ceden generalmente a un poderoso que luego los concede como feudo. En el siglo XIII, los alodios subsisten solo de manera marginal, lo que significa que todas las tierras quedan integradas al sistema señorial. Es necesario tener en cuentas las tierras de la Iglesia, de las cuales una proporción notable escapa a las relaciones feudovasalláticas. Al mismo tiempo, los vínculos feudovasalláticos son víctimas de su éxito, y su eficacia tiende a reducirse a medida que su uso se hace más frecuente y la red de las dependencias vasalláticas, más densa. Una de las principales dificultades aparece cuando se vuelve común que un mismo caballero preste homenaje a varios señores. Afecta al buen cumplimento del servicio vasallático y puede incluso pone en duda el respeto de la fidelidad jurada, en los casos en que habría que servir a dos amos rivales entre sí. Durante un tiempo se cree haber encontrado el remedio al instituir el homenaje ligio, homenaje preferencial, pero la solución no dura mucho, pues el homenaje ligio se multiplica. Por último se debe al hecho de que el control del señor sobre los feudos que otorga se atenúa sin cesar. Si bien al principio se trataba de una concesión acordada personalmente al vasallo y destinada a recuperarse a su muerte, el feudo se trasmite cada vez más como herencia del vasallo a sus descendientes. A veces, el señor exige el homenaje de todos los hijos del difunto, otras elige al hijo mayor. Al señor ya no le queda sino hacer esfuerzos por mantener el reconocimiento de las obligaciones vasalláticas. El señor conserva el derecho de castigar las faltas de los vasallos, e incluso la posibilidad de confiscar el feudo (derecho de comiso) en caso de falta grave. Pero, en la práctica, la confiscación es cada vez más difícil y se limita a los caos de traición. -

Diseminación y anclaje espacial del poder

La difusión de las relaciones feudovasalláticas acompañó un proceso de diseminación de la autoridad, inicialmente imperial o real (del poder de mando y de justicia que se denomina el ban). Desde la segunda mitad del siglo IX, los vínculos de fidelidad se vuelve cada vez más frágiles, y las entidades territoriales confiadas a la alta aristocracia afirman su creciente autonomía. El siglo X es así el tiempo de los “principados”, grandes regiones constituidas en condados o en ducados, cuyo amo confunde lo que concierne a su propio poder, militar y territorial y la autoridad pública antes conferida por el emperador o el rey. Condes y duques utilizan el vasallaje como uno de los medios que le permiten garantizar la fidelidad de los nobles locales, disponer de un entorno confiable y de un contingente militar importante. Luego, la cohesión de los principados cede a su vez a finales del siglo X o durante el siglo XI, lo que la evolución hacia la transición hereditaria de los feudos no hace sino acentuar. Una parte importante del poder de mando se inscribe a partir de entonces en el marco de los vicecondados y de las “castellanías”, a las que se conceden el ejercicio de la justicia y el derecho de construir castillos. Señoríos de extensión todavía más reducida se vuelven, a finales del siglo XI y durante el siglo XII, uno de los marcos elementales del poder sobre los hombres. La norma de la lógica feudal consiste así en una diseminación de la autoridad hasta los niveles más locales de la organización social. Hace de los reyes personajes dotados de una muy reducida capacidad de mando.



El establecimiento del señorío y la relación de dominium

El vasallaje no podría constituir la relación social principal en el seno del sistema feudal. Esta debe tratarse de la relación entre los señores y los productores que dependen de ellos. Guerreau da a esta relación el nombre de dominium (o dominación feudal), implica, por un lado, a un dominus (amo o señor) y, por el otro, a productores ubicados en posición de dependencia (hombres del señor o villanos). El término villano engloba a todos los aldeanos, sea cual sea su actividad y no indica un estatuto jurídico (libre/no libre). La base fundamental de esta relación social es de orden espacial: designa a todos los habitantes de un señorío, los villanos que sufren la dominación del amo del lugar. Los villanos están, respecto del señor feudal, en la misma posición que los hombres ante Dios. -

El nacimiento de la aldea y el encelulamiento de los hombre

El hábitat rural de finales de la alta Edad Media se encuentra disperso y es inestable. Las construcciones son ligeras y son abandonadas de manera periódica. Todavía hacia 900, las poblaciones rurales de Occidente están estabilizadas de manera imperfecta. Luego, en momentos diferentes según las regiones, opera un amplio reacomodo del campo. Junto a la conquista de nuevos suelos, se debe hacer lugar a la reestructuración de los patrimonios eclesiásticos, que dan lugar a una intensa práctica de cesiones, ventas o intercambio, misma que permite dar una mayor cohesión espacial a los dominios de la Iglesia. Esto contribuye a que la división en parcelas quede establecida más claramente y a que se estabilice la red de caminos. Pero lo esencial es quizás el reagrupamiento de hombres y la estabilización del hábitat rural. El resultado es “el nacimiento de la aldea en occidente” (Fossier), una aldea supone un “agrupamiento compacto de casas fijas, aunque también una organización coherente del terruño circundante, y sobre una toma de conciencia comunitaria, sin la cual no hay “aldeanos”, sino sólo “habitantes”. Hacia 900 no hay aldeas conformes a esta definición, hacia 1100, lo esencial del campo occidental está organizado de esta manera. Entre ambas fechas se estableció la red del hábitat rural que va a perdurar hasta el siglo XIX. Se trata de una mutación considerable. Este proceso se llevar a cabo de acuerdo con cronologías y modalidades muy variadas según las regiones, precoz en Italia central donde, por iniciativa de los señores, se da el reagrupamiento del hábitat en aldeas adosadas a un castillo señorial y rodeadas por una muralla fortificada. Estas aldeas fortificadas adoptan el nombre de castrum, de donde surge la expresión de incastillamiento. En otras regiones mediterráneas o pirineicas, las aldeas castrales coexisten con las “aldeas eclesiales”, igualmente fortificadas aunque centradas en un edificio de culto. En la Europa del norte, el reagrupamiento empieza después, y se puede señalar un papel importante de las comunidades aldeanas en formación. El reagrupamiento de las casas campesinas parece menos forzado. Por último, en las zonas de colonización (península ibérica y este de Alemania) se trata a veces de reagrupar un hábitat antiguo, y a veces de dar en seguida a una nueva implantación la forma de aldeas densamente pobladas. Este fenómeno puede definirse como un proceso de “encelulamiento”” para designar el reagrupamiento en el seno de entidades sociales localizadas, definidas por un centro (la aldea, el castillo). El resultado es claro: los hombres están reagrupados en aldeas más estables e integradas

en el seno de estas unidades de base que se nombran señoríos. El encelulamiento asocia varios procesos: el nacimiento de las aldeas, la generalización del señorío, y la del marco parroquial. En ambos lados del año mil siguen siendo la aristocracia y la Iglesia las que dominan la organización social, pero ambas sufren una vigorosa reorganización. De ahí en adelante la dominación aristocrática se ancla localmente y se vuelve más eficaz gracias a la remodelación espacial del campo. -

La relación de dominium

Ya no se cree que todos los productores dependientes del señor feudal eran siervos, Duby ha mostrado que la servidumbre no era la forma central de explotación del feudalismo. La servidumbre al final es la forma estabilizada de un estatuto intermedio entre la esclavitud y la libertad: el siervo ya no es una propiedad del amo. Pero su libertad está gravada con importantes limitaciones. Tres marcas principales expresan la limitación de libertad del siervo: la capitación o infurción, tributo mediante el cual se compra el cautiverio; la mainmorte o nuncio, que significaba la incapacidad de propiedad plena de un patrimonio; y por último, el formariage u ossa, tributo pagado en el momento de contraer matrimonio y que manifestaba la limitación de la libertad matrimonial. Habría que añadir la importancia de las corveas, servicio en trabajo que se le debía al amo, que no son exclusivas de los siervos, pero que quedaban más al arbitrio del señor. La servidumbre es sólo una forma de explotación entre otras. Se puede concluir que la servidumbre medieval no es ni dominante ni marginal. “No es el corazón del sistema, pero su uno de sus cerrojos”. La servidumbre puede, según las regiones y las épocas, concernir a la mitad de los aldeanos o desaparecer por completo y, en situaciones promedio, afecta de 10 a 20 % de la población rural. Hay que analizar la forma más general de la dominación feudal, la que se instaura entre un señor y los villanos. La relación de dominium establecida entre ambos se manifiesta mediante un haz entremezclado y variable de obligaciones. El señor explota de manera directa una parte del suelo claramente más reducida. La mayor parte del ager (parte explotada del territorio) queda constituida por las tenures (conjunto de parcelas, dispersadas en zonas distintas de la circunscripción territorial) que los aldeanos cultivan de manera individual y libre, y que transmiten a sus descendientes. Pero tienen, respecto del señor, un conjunto de obligaciones y deben pagarle múltiples rentas, unas de las cuales se cobran en el lugar mismo de producción, otras, deben llevar al castillo (ejemplo: en una ceremonia ritualizada que incluye expresiones de sumisión). Este ritual es la forma visible de la relación de dominación feudal. Puede evocarse aquí la amplia gama de ventas y deberes impuestos por los señores, pero es conveniente subrayar que su combinación misma y más todavía su carácter variable son características fundamentales del dominium. Una de estas rentas se denomina la “talla” y es posible atribuirle un origen banal, puesto que se pretende que se recauda a cambio de la protección de los aldeanos. También hay que pagar el censo, que parece ser la renta de la tierra y que consiste a menudo en una parte de la cosecha, pagada en especie. La proporción varía mucho según los tipos de suelo y las regiones entre una tercera y una quinta parte. La evolución más importante del censo es su progresiva transformación, a partir de principios del siglo XII, en una renta pagada en dinero. Queda por añadir el derecho de albergue (albergar y alimentar al señor y a sus allegados cierto número de días al año), los “regalos” y ayudas

excepcionales que exige el señor en ciertas ocasiones, como el paso de un rescate, la partida en peregrinación. Otros elementos confluyen en la dominación de los señores, que mandan a construir el molino de la aldea y el lagar y el horno, y obligan a los habitantes a utilizarlos mediante el pago de fuertes impuestos. Por último, los derechos de mutaciones y los peajes sobre las mercancías. Otro aspecto del poder del señor es la posibilidad de ejercer por sí mismo la justicia. Aquí también las cronologías regionales son muy variables: en ciertos casos (Cataluña) los tribunales de los condes dejan de reunirse desde 1030-1040 y los tribunales señoriales toman muy rápido el relevo; en otras partes (más al norte), la justicia condal resiste hasta finales del siglo XI. Por otra parte, no todos los señores tienen las mismas competencias jurisdiccionales. La justicia señorial impone multas o la confiscación de algún bien, por numerosas infracciones (ej. Impuesto que no se pague). Al señor lo ayudan sus servidores, los sargentos que vigilan las cosechas y las corveas, quienes inspeccionan los bosques y aplican las decisiones de justicia; al preboste. Ciertos señores acaparan una competencia completa, que puede llegar hasta la condena a muerte (derecho de alta justicia). Las corveas, trabajo debido en las tierras del amo, y a veces también actividad doméstica en el castillo y en sus granjas, pasan por ser el emblema del sistema señorial. Sin embargo, es más bien en el sistema dominal característico de la alta Edad Media donde desempeñaban un papel central: los poseedores de los mansos debían dar servicio tre veces por semana, con el fin de explotar las tierras de la reserva del amo. Las corveas disminuyen, y puede concluirse que dejaron de ser un aspecto central de la punción ejercida por los dominantes. Sin embargo, conservan un fuerte valor simbólico y concentran muy a menudo la animosidad de los dependientes, que no dejan de reclamar su limitación y su monetarización. De manera inversa, los mecanismos que garantizan los mejores ingresos a los señores en general son los menos cuestionados. A los ya mencionados hay que añadir el endeudamiento de muchos aldeanos que aumenta el vínculo de dependencia. -

Tensiones en el señorío

La dominación aparece como muy opresiva. Para la mayoría de los siervos, el yugo a menudo resulta agobiante, y muchas familias libres no disponen del mínimo vital y no pueden tener otra preocupación. Pero los aldeanos pueden encontrarse en una situación más ventajosa, siempre que dispongan de una superficie un poco mayor, de buenas tierras con rendimientos crecientes. Liberan entonces un excedente que vende en el mercado local. Por último, sobre todo en el siglo XII, aparece en la aldea una elite de labradores quienes se elevan a tal punto de recurrir al trabajo de los aldeanos más desprotegidos para explotar sus tierras. Así, se produce entre los siglo XI y XIII una muy marcada diferenciación interna en el seno de las aldeas. Una vez pasados los sobresaltos del establecimiento del marco señorial y al menos hasta mediados del siglo XII, un equilibrio relativo en el seno de los señoríos beneficia tanto a dominante como a dominados. A pesar de que durante los siglos XII y XIII no es frecuente que lo rompan revueltas abiertas, este equilibrio siguen siendo frágil. Se mantiene a pesar de infinitos conflictos, enfrentamientos permanentes y ocultas resistencias. En la segunda mitad del siglo XII y durante el siglo XIII, estas tensiones se acentúan de manera notable. Para cada uno de los aspectos de la dominación señorial existen cruentas luchas entre dominantes y dominados. Estas se incrementan fuertemente debido a la necesidad creciente de liquidez por

parte de los aristócratas, ya que se estima que por la devaluación monetaria, los gastos se duplican en el transcurso del siglo XIII. Es necesario subrayar las formas de autoorganización de la población aldeana. Sus orígenes y sus modalidades difieren mucho según las regiones. Las cofradías de aldea que son a menudo su primera expresión. Al ser asociaciones de devoción y de ayuda mutua, son los cimientos de la unidad de los aldeanos, asumen las obligaciones de caridad hacia los pobres. En muchas regiones, la comunidad aldeana construye y garantiza el mantenimiento de la iglesia. Las cofradías contribuyen a la cristalización de una verdadera organización comunal en el seno de la aldea. La comunidad se encuentra dotada de una personalidad moral: a partir del siglo XII se reúne en asamblea para tomar las decisiones importantes y elige por un año a sus representantes. A menudo, las aldeas están dotadas de fueros que establecen las obligaciones respectivas del señor y de sus dependientes. Más que considerar los fueros como conquistas logradas por los villanos, hay que ver en ellos el compromiso resultante de una relación negociada. Los fueros ratifican el abandono de ciertas exigencias señoriales, garantizar la utilización de los viene comunales y a veces transfiere el cobro de ciertas rentas y el ejercicio de una competencia jurisdiccional a la comunidad. Ésta dispone entonces de un presupuesto propio y de un tribunal autónomo. Los campesinos están lejos de sufrir pasivamente la dominación señorial y la aldea sabe organizarse independientemente del castillo y de la Iglesia. No por ello podría idealizarse la democracia aldeana. Sus asambleas excluyen a las mujeres, y los fueros expresan los intereses de la elite campesina. Esta organización afianza la conciencia comunitaria. -

El auge comercial y urbano

En es tema coincide con Bois, en que el auge del mercado comienza desde las bases, con el intercambio de productos de consumo diario.

Las ciudades de Occidente tienen un fuerte crecimiento durante la segunda mitad de la Edad Media. Se forman primero burgos alrededor de las murallas antiguas, dan su nombre a los “burgueses” (en el sentido medieval no tiene nada que ver con la clase a la que con este término designamos usualmente). Las ciudades grandes usualmente alcanzan entonces 300.000 habitantes (Paris, Milán), 150.000 (Florencia, Venecia, Génova). Además, se crean muchas nuevas. Su plano en damero indica una iniciativa planificada y las distingue de las ciudades antiguas.



Orden señorial y crecimiento feudal

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El mundo de las ciudades

El auge de las ciudades da lugar a la formación de las comunas, presentadas como resultado de la lucha triunfante de la “burguesía” en “su aspiración revolucionaria a la libertad”, que rompe con un orden aristocrático y feudal. Pero sería incorrecto aplicar a esta época una concepción moderna de la libertad, pues las libertades consisten esencialmente en obtener franquicias urbanas y privilegios

que permiten una organización política autónoma, el ejercicio de una justicia propia y la formación de milicias urbanas. El movimiento comunal a veces da lugar a enfrentamientos violentos. Pero es común ver a duques y condes desempeñar un papel favorable al origen de las comunas. De hecho, la formación de comunas urbanas es paralela a la afirmación de las comunidades rurales y a la multiplicación de sus fueros. Los fueros urbanos a menudo son objeto de un acuerdo negociado, en este caso entre comerciantes, aristócratas y autoridad condal. La idea de un choque entre la “burguesía” y la aristocracia aparece como una proyección historiográfica sin mucho fundamento. De hecho, la hostilidad principal a la formación de las comunas proviene de los clérigos. Debe ponerse en duda la supuesta “democracia” de los gobiernos urbanos. La ciudad, fuertemente jerarquizada, está en manos de los más ricos. Las comunas son resultado de una colusión entre la aristocracia caballeresca y la élite de los maestros artesanos y comerciantes. Al menos en los siglos XII y XIII, los comerciantes y los artesanos no forman un grupo aparte separado de la aristocracia: están mezclados y se fusionan, al menos en forma parcial, dentro de una misma élite urbana que combina actividades artesano-comerciales y reivindicación de “nobleza”. Los conflictos urbanos enfrentan por lo general a facciones de la élite, esto ofrece un espacio al popolo minuto. Pero, aun cuando éste obtiene asambleas y representantes propios, se está lejos de una situación democrática. El verdadero poder lo detentan los maestros artesanos más influyentes (pañeros, orfebres, peleteros), y excluye los oficios considerados inferiores (albañiles, carpinteros, carniceros). Las más de las veces, algunas familias logran acaparar los cargos municipales. No es sino a finales del siglo XIII y durante el siglo XIV cuando el popolo minuto de los oficios inferiores y de los trabajadores asalariados adquiere mayor fuerza, hace valer sus reivindicaciones y logra un espacio de participación en el seno de las instituciones urbanas. En cuanto a las actividades específicamente urbanas (comercio y producción artesanal), se encuentran lejos de corresponder a las normas de la racionalidad económica que el sistema capitalista establecerá a partir del siglo XVIII. En la ciudad, las actividades productivas están organizadas en corporaciones cuyas exigentes reglamentaciones fijan las normas de producción y de calidad de los productos, los precios, los salarios y las condiciones de trabajo. Están fuertemente jerarquizadas. El maestro del taller dirige a los compañeros que contrata, a los aprendices (períodos de 8 a 10 años, hospedados y alimentados pero privados de salario). Semejante estructura corporativista manifiesta sin duda el “rechazo visceral de la Edad Media a la competencia” (Fossier). La exigencia de calidad, sigue siendo más importante que el aumento de la producción. No obstante, sin la menor duda la ciudad es, a partir del siglo XII, un mundo nuevo. En ella se desarrollan actividades nuevas y se trazan mentalidades singulares, mientras que la Iglesia diaboliza la ciudad. Pero los clérigos dudan, importantes sectores de la iglesia se abren al hecho urbano, optan por garantizar la redención de los citadinos y colaboran en la creación de una “religión cívica”. Es normal encontrar al interior de las murallas de las ciudades medievales con tierras cultivadas e incluso con ganado, pero se impone la calle con sus casas de varios pisos y puestos repletos de diversos productos. También hay que evocar la plaza pública (donde se levantan el palacio municipal y la atalaya), muchas tabernas, baños públicos, etc. La ciudad asimismo, implica en algunos casos notables una actividad intelectual animada, que se concentra alrededor de las escuelas catedralicias, de los colegios, y luego de las universidades, y que

viene a sostener una producción creciente de libros manuscritos en los talleres laicos que pronto superan a los scriptorium monásticos. -

Ciudades e intercambios en el marco feudal

Para Le Goff, existe en la Edad Media “una red urbana inscrita en el espacio y en el funcionamiento del sistema feudal”. Lo que he dicho del papel de los poderes señoriales, episcopales y condales, en el auge de las ciudades, del desarrollo paralelo de las comunidades rurales y de las comunidades urbanas, así como de la importancia de las aristocracias en las ciudades, confirma esta integración de las ciudades al sistema feudal. Resulta riesgoso describir el sistema feudal como una economía dual, separando una economía rural de autosuficiencia y una economía de mercado animada por las ciudades. “el feudalismo no es la antítesis del comercio. Al contrario, hasta cierto punto, sistema feudal y auge de los intercambios fueron de la mano”.

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La tensión realeza/aristocracia

Los siglos IX a XI están marcados por una diseminación de la autoridad, que finalmente acapararon castellanos y señores. Son ellos quienes, con algunos condes y duques, así como también obispos, comparten lo esencial del mando sobre los hombres. El poder de los reyes no es con mucho sino simbólico. El soberano francés sólo tiene poder real en el dominio exiguo que controla de manera directa, el resto del reino se concede en feudos, que prácticamente se vuelve autónomos y quedan bajo el control de grandes nobles. En Alemania, el efecto mosaico se acentúa todavía más y el soberano ni siquiera se beneficia de un dominio directo. Las monarquías escandinavas y eslavas, no disponen más que de un poder restringido en extremo. No obstante, los reyes existen y disfrutan incluso de un prestigio que por lo general no se cuestiona. Las fuentes de su legitimidad son diversas: la conquista militar; la elección, principio en retroceso, al que se recurre en ciertos casos de interrupción dinástica; la designación por el rey precedente o la sucesión dinástica. El prestigio de la figura real en la Edad Media se debe sobre todo a la consagración. Durante este, el soberano es ungido con aceite santo, a la manera de los reyes del Antiguo Testamento, lo que le confiere un carácter sagrado. Algunos signos parecen hacerlo entrar en el cuerpo eclesiástico. Sin embargo, los clérigos occidentales se apresuran a subrayar que el rey sigue siendo un laico y rechazan con vehemencia toda evocación explícita de los reyes-sacerdotes bíblicos. Si bien la consagración no es suficiente para que el rey quedara integrado al clero, al menos lo eleva un poco más arriba de los demás laicos, ya que está investido con una alta misión deseada por Dios. El poder monárquico se concentra en lo esencial en la persona misma del rey. Ciertamente, tienen una capital privilegiada, o a menudo dos, pero tienen que desplazarse todo el tiempo, pues su presencia física es necesaria para dar fuerza a sus decisiones. El rey no está solo: su familia desempeña a menudo un papel político, su entorno doméstico se reparte los cargos de la casa real, que poco a poco se convierten en funciones políticas que permiten participar en el consejo del rey. Por último, los grandes vasallos se reúnen en la corte del rey, en compañía de un número creciente de expertos, clérigos y juristas, y también astrólogos y médicos. No es sino durante el siglo XIII

cuando la corte real tiende a fraccionarse en órganos especializados, como el Parlamento, que se dedica a los asuntos de justicia, o el Tribunal de Cuentas, encargado de los ingresos reales. El rey dispone de una variada gama de medios para expandir su dominio directo o su reino. Entre estos se cuentan, además del arte de manejar el derecho feudal, el de las adecuadas alianzas matrimoniales. Pero la conquista sigue siendo el medio más seguro. Dos funciones fundamentales se le reconocen al rey, debe garantizar la paz y la justicia. En lo que refiere a la justicia, éste es el deber esencial de los reyes, quienes se dedican a ejercer de manera efectiva esta función. Los reyes hacen valer su derecho a legislar (mediante edictos, ordenanzas o fueros) y reivindican la ley como base de su poder.



Conclusiones

Los tres órdenes del feudalismo. Tres relaciones sociales fundamentales se convocaron aquí para dar cuenta de la organización feudal: la relación señores//dependientes, la distinción nobles/no nobles; la interdependencia y la oposición ciudades/campo.