Basch- Adela -Abran Cancha Que Aqui Viene Don Quijote de La Mancha

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Abran cancha que aquí viene Don Quijote de la Mancha - Adela Basch -

Carta a los chicos

A Patricia Fauring

Cuando me sacaron esta foto, yo estaba cerca de un río, en el Delta del Paraná. Una de las cosas más lindas que tiene un río es que uno puede sentarse en la orilla para inventar un cuento y ver cómo va pasando el agua. Siempre, desde que era chica, me encantó que me contaran cuentos. Historias que sucedieron alguna vez, cuentos que nunca sucedieron pero que, quién sabe si de tanto contarlos, alguna vez no terminan haciéndose realidad. Y a veces, de puro cariño que le tomaba a los personajes, les pedía que se quedaran un tiempo a vivir conmigo, para poder seguir inventándoles otras vidas y otras historias. Y cada cuento se transformaba así en muchísimos otros cuentos que no terminaban de contarse nunca, porque siempre aparecía una nueva forma de seguir contándolos. Hace un tiempo llegó a mis manos un libro que

me contó la historia de un hombre flaco y sorprendente que salió a recorrer el mundo. El libro me gustó muchísimo y me pareció que el autor se divertía a más no poder jugando con todos los libros que había leído. Al final, me dieron unas ganas tremendas de ponerme a escribir yo también. Entonces salí a caminar un poco, para aclararme algunas ideas. Y en una esquina, justo a la vuelta de un teatro, encontré una carpeta misteriosa que decía: ABRAN CANCHA, QUE AQUÍ VIENE DON QUIJOTE DE LA MANCHA. La abrí, y en la primera página decía no me acuerdo bien qué acerca de mirar el río y ponerse a inventar un cuento. Si por casualidad, después de leer las páginas que siguen, alguno de ustedes sale a la calle y encuentra unos papeles que cuenten estas aventuras de otra manera, le ruego que no deje de avisarme, porque me va a encantar conocer otras formas de seguir contando esta historia.

Abran cancha que aquí viene Don Quijote de la Mancha Personajes Presentador Don Quijote de la Mancha Sancho Panza Dulcinea del Toboso Mercader 1 y 2 Molino de viento 1 y 2 Consejero Viejo 1 y 2 Caballero de los Espejos Basilio Quiteria Padre de Quiteria Pretendiente

Prólogo Presentador —¡Queridos chicos y grandes, tengan ustedes muy buenas tardes! Hoy les vamos a contar una historia, que esperamos les guste y les quede en la memoria. Es la historia de un hombre muy singular, que hace mucho tiempo quiso ser caballero andante. Los caballeros andantes vivieron en tiempos ya lejanos; iban por el mundo con una lanza en la mano, con un caballo y una armadura buscando siempre alguna aventura, alguien a quien ayudar o a quien defender, una hazaña para realizar, una vida para proteger. El caba-

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llero de nuestra historia tenía por nombre don Quijote, era flaco, de mucha altura, y recorría el mundo buscando, aventuras. Vivió en un lugar llamado La Mancha, amó a una mujer llamada Dulcinea, y tuvo un escudero llamado Sancho Panza. Y como todo caballero andante, tenía un caballo, en este caso, de nombre Rocinante. Hubo en el mundo muchas historias de caballeros, y se escribieron sobre ellos libros enteros. Pero de todos, don Quijote fue, sin duda, el más famoso, porque su vida la contó un escritor grandioso, llamado Miguel de Cervantes, que hizo de don Quijote el caballero más importante. Nosotros les contaremos la historia a nuestra manera, y esperamos que las andanzas de don Quijote les resulten interesantes y divertidas, y que se acuerden de él durante toda la vida. Y a pesar de que esto es un cuento, también tiene algo de cierto, porque aunque pasó mucho tiempo, don Quijote no está muerto. Y ahora... ¡que se levante el telón, porque ya mismo comienza la función!

Episodio de los mercaderes Presentador —Don Quijote encuentra a unos mercaderes y les pide que admiren a su amada, pero sólo consigue que se burlen y tropieza con la incomprensión humana.

(Don Quijote avanza por el camino, canturreando.)

Don Quijote —No me gusta estar sin hacer nada y pasar los días en reposo; quiero que mis hazañas sean recordadas y conquistar a Dulcinea del Toboso. (Don Quijote camina y sus-

pira repitiendo el nombre de Dulcinea, mientras aparecen por el camino dos mercaderes.)

Don Quijote —¡Deténganse, deténganse, señores mercaderes! No sé si sabrán ustedes que para pasar por este camino hay que contestar una pregunta. Y si quieren pasar, tendrán que responder que no. Mercaderes —No. Don Quijote —Pero no se preocupen, es una pregunta muy fácil. Atención, atención, don Quijote les pregunta: ¿hay en todo el mundo entero una dama más hermosa que mi amada, Dulcinea del... Tobosa? Mercader 1 —Pero... ¿no se llamaba Dulcinea del Toboso? Don Quijote —¡Por favor! No se haga el gracioso. ¿No se da cuenta de que hermosa rima con Tobosa, y no con Toboso? Mercader 2 —(Muy confundido.) Por favor, hágase a un lado, que ya me tiene cansado. ¿No ve que estamos apurados? Don Quijote —Pasará, pasará, pero antes me contestará. Mercaderes —(A coro y fastidiados.) Bueno, pregunte de una vez. ¿No ve que ya son las tres? Don Quijote —Señores mercaderes, presten mucha atención y no se preocupen, porque es una pregunta muy fácil. ¿No es cierto que no hay dama más hermosa que mi amada Dulcinea del Tobosa? Tienen que decir que es cierto, que no hay dama más Tobosa que mi amada Dulcinea, Dulcinea del hermosa. Mercader 1 —(Al otro.) ¿Vos sabes quién es esta Dulcinea?

Mercader 2 —No, no tengo la menor idea. Mercaderes —(A coro.) No conocemos a esa Dulcinea. ¿Cómo sabemos si es linda o fea? Como nunca la hemos visto no sabemos si es hermosa. .. o si tiene una cara espantosa. (Ríen a carcajadas.) Ya que no conocemos a esa Dulcinea, muéstrenos una foto, aunque más no sea. Don Quijote —(Mete la mano en un bolsillo y

hace ademán de sacar algo pero se detiene bruscamente.) Pero, ¿qué estoy haciendo? Se

ve que les falla la memoria o que no saben nada de historia. ¿Dónde se creen que están? En esa época todavía no se habían inventado las fotografías. Mercader 1 —No conocemos a Dulcinea. ¿Cómo sabemos si es linda o fea? Mercader 2 —Muéstrenos aunque sea un retrato, así nos divertimos un rato. (Ambos ríen

a carcajadas.)

Don Quijote —Ya me tienen cansado. ¡Vayan a burlarse a otro lado! ¡Fuera de aquí! ¡Lejos de mí! (Los mercaderes salen. Don

Quijote busca a su caballo, que lo espera junto a un árbol y monta sobre él.) ¡El camino nos espera! ¡Adelante, adelante, mi valiente Rocinante!

Episodio de la segunda salida Presentador —Después de ésta y otras aventuras, don Quijote volvió a su casa, y se dedicó por completo a la lectura. Los libros lo hacían soñar con hazañas grandiosas y proezas fabulosas. (Sale. Entra don Quijote

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cabalgando sobre Rocinante. Desmonta y camina de un lado a otro, muy concentrado en sus pensamientos.)

Don Quijote —He oído decir que todo caballero necesita tener un escudero. Buscaré algún vecino que esté dispuesto a acompañarme a recorrer el mundo entero. A lo mejor puede ser el jardinero... ¿Y si le digo al verdulero? En realidad, no creo que ellos quieran venir. Entonces... ¿a quién le puedo decir?

(Entra Sancho caminando lentamente.)

¡Por mi casco y por mi lanza! ¡ALLÍ viene Sancho Panza! Pero qué distraído. .. ¿Cómo no se me había ocurrido pensar en ese vecino? Enseguida le voy a preguntar si me quiere acompañar. (A Sancho.) Buenas tardes. Sancho —(Con algo de indiferencia.) Don Quijote —Lindo día, ¿no? Sancho —Sí, sí, muy lindo. (Hace ademán de

retirarse. Don Quijote le corta el paso.) Don Quijote —(Con entusiasmo que va creciendo a medida que avanza la escena.) Decime una cosa, Sancho. Cuando ves que el mundo es tan lindo y tan ancho, ¿no te dan ganas de abandonar tu rancho? Quiero decir, ¿no te gustaría conocer otros lugares, andar por mil caminos y atravesar cien mares? ¿No te dan ganas de visitar otras regiones y tener aventuras a montones? Sancho —Mire, lo siento, pero tengo poco tiempo. (Hace ademán de irse, pero Don

Quijote le corta el paso.)

Don Quijote —Te voy a explicar lo que pasa, y por qué quiero que dejes tu casa. (Con fervor.) Decidí recorrer el mundo como caballero

andante, que son caballeros como los que había antes, que hacían hazañas muy importantes. Pero necesito un amigo que venga conmigo, un amigo verdadero que me sirva de escudero. Sancho —No, no. Yo no puedo. Don Quijote —¿Qué pasa? ¿Tenés miedo? Sancho —No, pero no puedo. Don Quijote —Pero Sancho... Tendremos grandes aventuras. Yo te defenderé con mi espada y mi armadura. Sancho —Yo aquí tengo una vida segura, trabajo la tierra y planto verduras. ¿Para qué quiero tener aventuras? Don Quijote —Cuando hay aventuras la vida es más hermosa. Suceden las cosas más maravillosas y todo es como andar entre rosas. Sancho —Pero yo tengo que hacer mis cosas. Don Quijote —¡Qué cabeza dura! ¿No te interesa tener aventuras? ¡Cuando hay aventuras todo es mejor, brilla más la luna, alumbra más el sol! Además, los aventureros están siempre contentos. Sancho —¿No me miente? Don Quijote —No te miento. Por otra parte, yo conquistaré un imperio y seré emperador. Y si venís conmigo te daré una isla para que seas... ¡gobernador! Sancho —¿Yo, señor? No señor. Don Quijote —(Desconcertado.) Pues, entonces, ¿quién lo tiene? Como te decía, Sancho, te daré una isla para que seas gobernador. Sancho —(Eufórico.) Sí, señor. ¡Qué gran honor! Voy a ser gobernador. Don Quijote —(Muy entusiasmado.) ¡Nos

esperan hazañas a millones! ¡Andaremos por el mundo como dos campeones! Sancho —Sí, pero no se olvide que algún día seré gobernador. Don Quijote —Quizás hasta llegues a ser algo mejor. Quién sabe... tal vez pueda conseguirte un reino. Sancho —¡Me va a parecer un sueño! Creo que sería demasiado honor. Yo me conformaría con ser gobernador. Don Quijote —No, Sancho. No rebajes tus pretensiones. Trata de que se cumplan todas tus ilusiones. Sancho —Muy bien, desde hoy en adelante seré el escudero de un gran caballero andante, y juntos haremos cosas muy importantes. Además, ¡tengo la esperanza de ser algún día el rey Sancho Panza!

Episodio de los molinos de viento Presentador —En su afán de luchar por la justicia don Quijote tiene alguna confusión, y en el camino ve seres gigantescos que sólo existen en su imaginación.

(Don Q uijote y Sancho avanzan por el camino, el uno montado sobre Rocinante, el otro, sobre su burro.)

Don Quijote —Espero que se nos presente pronto alguna aventura. Tengo muchas ganas de realizar grandes hazañas, y no me detendré ante ríos ni montañas. Quiero combatir a los malvados y proteger a los desdichados. Además, quiero ser muy famoso, para que Dulcinea me tome por esposo.

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Sancho —Todo eso me parece muy bien, pero si Dulcinea en verdad lo ama, se casará con usted aunque no tenga fama. Don Quijote —Tenés razón, Sancho. Entonces no me importa tanto ser famoso. Pero igual quiero tener aventuras y andar por el mundo ayudando a los que me necesiten. Leí muchos libros de caballeros y me dieron ganas de ser aventurero.

(De pronto se sobresalta.)

¡Mira, Sancho, ahí adelante! ¿No ves un grupo de enormes gigantes? Sancho —(Mira con atención hacia todos lados.) ¡No, señor, lo lamento, pero son molinos de viento! Don Quijote —¡Pero Sancho! No te quedes ahí tan campante. ¡Por el tamaño de los brazos se nota que son gigantes! Sancho —Discúlpeme si soy desconfiado, pero usted está equivocado. Don Quijote —¡Pero Sancho! No te quedes ahí tan pancho. Tal como te dije antes, ésos que están ahí son gigantes. Sancho —Perdóneme señor, pero eso es un error. Le diré lo que yo siento. Esos no son gigantes, sino molinos de viento. Don Quijote —Por favor, déjate de pavadas, no sabes nada de nada. (Se dispone a embestir los molinos.) ¡Vamos, mi Rocinante, a vencer a los gigantes! ¡Ya van a ver esos atorrantes quién es este caballero andante! Sancho —¡Don Quijote! ¡Espere un momento! ¿No ve que son molinos de viento?

(Don Quijote da algunas vueltas por el esce-

nario, lanza en mano, y se abalanza sobre los molinos, tratando de pelear.)

Sancho —¡Pero qué atolondrado! No se da cuenta de que está equivocado. ¿Cómo no sabe que en estos tiempos los gigantes existen sólo en los cuentos? ¡Qué barbaridad! ¡Confunde los cuentos con lo que pasa de verdad! Me parece que está un poco trastornado porque ha leído demasiado.

(Se oye en off el sonido del viento. Las aspas de los molinos se mueven cada vez más velozmente y Don Quijote cae al suelo. Sancho corre en su ayuda.) ¿Vio, señor, que son mo-

linos? No son gigantes ni son enemigos. Don Quijote —Bueno, tal vez tengas razón. Puede haberme fallado la visión. Sin embargo, tenemos que averiguar bien qué son, para salir de la confusión. Sancho —¡Qué hombre tan testarudo! ¡Todavía no está seguro! Bueno, si usted quiere averiguar, a ellos mismos se lo vamos a preguntar. Que nos digan en este mismo instante si son molinos o son gigantes. Don Quijote —Muy bien. ¡Atención, atención! Vamos a resolver esta confusión. (A los molinos.) Don Quijote de La Mancha les hará una pregunta muy importante. Molinos —(A coro.) Con mucho gusto, ¿cuál es el interrogante? Don Quijote —Atención, atención. Queremos saber cuál de los dos tiene razón-. Yo venía por el camino con Sancho y con Rocinante. Sancho dijo que vio molinos, yo dije que eran gigantes. ¿Puedes decirnos, por favor, quién de los dos está en un error?

Molinos —(A coro.) Mi querido amigo, usted está confundido. ¿No sabe que en estos-tiempos hay gigantes sólo en los cuentos? ¡¡¡Somos molinos de viento!!! Movemos los brazos, como ustedes verán, para moler el trigo con que se hace el pan. (Convidan a Don

Quijote y Sancho con un pan.)

Don Quijote —Me siento muy contento, porque aunque me he equivocado, es mejor que sean molinos y no gigantes malvados. Sancho.—Vio, señor, no había que alarmarse. Pero no se preocupe, cualquiera puede equivocarse. Don Quijote —Adiós, amigos molinos. Sancho y yo seguimos nuestro camino.

Episodio de Sancho gobernador Presentador —Sancho descubre que para ser feliz no hace falta ser grande ni importante, por eso renuncia a ser gobernador y vuelve con el caballero andante. Don Quijote —(Alborozado.) Sancho, Sancho, tengo que darte una noticia extraordinaria. ¡Te nombraron gobernador de la isla Barataria! Te hiciste tan famoso como escudero, que quieren que gobiernes un pueblo entero. Sancho —(Eufórico.) ¡Qué alegría me dan sus palabras! ¡Voy a ser gobernador de la isla Barataria! (Comienza a saltar y a bailotear por

el escenario. Canta.)

Por fin voy a ser importante y me van a decir "señor", desde hoy en adelante voy a ser gobernador.

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(De pronto se pone muy serio.) Pero... en

realidad yo fui siempre un campesino y de gobernador no sé un comino. Yo sé trabajar la tierra con la pala y con la azada, pero de gobernar no entiendo nada. Don Quijote —Bueno, gobernar no es fácil, pero tampoco es muy complicado. Lo más importante es que seas honrado. Sancho —Voy a tratar de acordarme, pero tengo miedo de equivocarme. No sé cómo gobernar. ¿No me quisiera enseñar? Don Quijote —Muy bien, ya que conseguimos una isla para que gobiernes, te daré algunos consejos y espero que los recuerdes.

(Camina de una punta a otra del escenario, muy pensativo. Sancho se dispone a escuchar con atención.)

Primer consejo" del caballero don Quijote a su escudero Sancho Panza, para que su gobierno merezca alabanza: cada vez que hagas algo no pienses solamente en darte el gusto, trata de hacer siempre lo que sea más justo. Sancho — (Repite, modulando cuidadosamente cada palabra.) Cada vez que hagas algo no pienses solamente en darte el gusto, trata de hacer, siempre lo que sea más justo. Don Quijote —Segundo consejo del caballero don Quijote a su escudero Sancho Panza,: si querés que tu gobierno sea excelente, trata de ser honesto con toda la gente. Sancho —Si querés que tu gobierno sea excelente, trata de ser honesto con toda la gente. Don Quijote —Tercer consejo del caballero don Quijote a su escudero Sancho Panza: en

todo lo que hagas, pone imaginación, porque de esa forma lo vas a hacer mejor. Con justicia, honestidad e imaginación serás un grandioso gobernador. Sancho —En todo lo que hagas pone imaginación, porque de esa forma lo vas a hacer mejor. Don Quijote —Estos consejos, Sancho, guárdalos en tu pensamiento, sirven para cualquier lugar y cualquier momento, y aunque no siempre seas gobernador, te ayudarán a vivir mejor. (Don Quijote sale y Sancho queda

solo un instante. Entra el consejero con un cetro y una banda que le coloca a Sancho como emblema de gobernador.)

Consejero —Buenos días, señor gobernador. Hoy tiene muchos asuntos para atender. Espero que esté preparado para trabajar. Sancho —Claro que sí, pero antes quisiera desayunar. Consejero —Me parece que usted no conoce las costumbres de este lugar. Aquí no estamos acostumbrados a desayunar. Sancho —Bueno, pero yo soy el gobernador, y le pido que me haga un favor. (Juguetón.) Déle, traiga, alguna cosita para comer. Consejero —Lo siento, no voy a poder. Sancho —(Ofendido.) Bueno, no importa. Pero le ordeno que a la tarde me traiga una torta. Consejero —Ya vamos a ver. Ahora hay otros asuntos para atender.

(Entran dos viejos. Uno de ellos trae un bastón pero no lo usa para apoyarse.)

Viejo 1 —-Señor gobernador, venimos a verlo porque tenemos un problema muy serio.

Sancho —Cuéntemelo y le encontraré el remedio. Viejo 1 —(Señalando al viejo 2.) Un día él me pidió que le prestara diez monedas de plata, yo se las di, se las llevó... y nunca me las devolvió. Viejo 2 —(Tiene el bastón tomado con fuerza.) Este señor miente porque tiene mala memoria y no se acuerda cómo fue la historia. Yo las monedas se las pedí, pero hace unos días se las devolví. Viejo 1 —-No digas pavadas, no me las devolviste nada. Viejo 2 —No digas tonterías, te las llevé hace unos días. Viejo 1 —Señor gobernador, le aseguro que soy sincero, nunca me dio mi dinero. Viejo 2 —Le aseguro que soy honrado, le di todos sus centavos. Sancho —(Camina de un lado a otro muy pensativo y habla para sí.) A ver, a ver, ya entiendo... ¡Si uno dice la verdad, el otro está mintiendo! Pero, cuál dice la verdad y cuál está mintiendo? Eso es lo que no entiendo. (Salta súbitamente.) ¡Al gobernador de la isla Barataria se le ocurrió una idea extraordinaria! (Al viejo 2.) Por favor, dé un paso adelante y escuche con atención, que aquí está la solución. Jure que le devolvió a este señor todo el dinero que él le prestó. Viejo 2 —Juro y rejuro y recontra-juro... que... que... Sancho —A la una, a las dos y a las tres: le ordeno que jure de una vez. Viejo 2 —Juro, rejuro, rerejuro, re-contrajuro y recontrarecontrajuro que... que...

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Sancho —¡Qué cabeza dura! ¿Qué hace que no jura? Viejo 2 —Bueno, ya va. Espere un momentito. (Al viejo 1.) ¿No me quiere hacer un favorcito? Téngame el bastón por un ratito. (El

viejo 1 vacila un instante pero finalmente lo toma.) Bueno, ahora sí, juro que ya le di toda la platita que le pedí. (Le arrebata bruscamente el bastón al viejo 1.) Sancho —¡Ya está! ¡Ya está! ¡Ya sé cuál es la verdad! (Le arrebata el bastón al viejo 2 y se lo entrega nuevamente al viejo 1.) Ahora me doy cuenta de que usted era sincero. Llévese el bastón, que aquí adentro está su dinero. Viejo 1 —(Muy sorprendido, saca la tapa del bastón y caen las monedas.) ¡Qué inteligente es este gobernador! ¿Cómo se dio cuenta de que las monedas estaban en el bastón? Sancho —Porque antes de jurar que le había devuelto sus monedas, dijo: (Imita la voz del viejo 2, que es muy aflautada.) "¿No me quiere hacer un favorcito? Téngame el bastón por un ratito". (El viejo 2 sale rápidamente.) Viejo 1 —Señor gobernador, estoy asombrado de que haya resuelto un asunto tan complicado. Sancho —(Con mezcla de satisfacción y humildad.) Vea, amigo, le diré cuál es mi lema: siempre hay una solución para cualquier problema.

(El viejo 1 sale. Sancho se dirige al consejero.)

Este problema me costó mucho esfuerzo. ¿Qué le parece si me trae el almuerzo? Consejero —(Muy serio.) ¡Imposible! Quedan muchos asuntos para resolver, y un go-

bernador no puede comer mientras haya trabajo para atender.

(Le entrega a Sancho una enorme carpeta llena de papeles. Sale, La luz disminuye ligeramente y adopta un matiz rosado que indica la llegada del crepúsculo. El consejero entra. Trae un libro de gran tamaño.)

Sancho —Me pasé todo el día resolviendo problemas. Me parece que ya es hora de comer la cena. Consejero —Muy bien, muy bien, pero antes de comer... Sancho —(Preocupado.) Antes de comer... ¿qué? Consejero —Antes de comer, hay algunas cosas que tiene que aprender. Un gobernador no es como cualquiera, no puede comer siempre lo que quiera. Un gobernador solamente puede comer... lo que puede comer un gobernador. (Abre el libro.) Sancho —¿Qué es eso? ¿Para qué me trae un libro? Tengo ganas de comer, no de ponerme a leer. Consejero —Este libro grande y gordo es el libro de la comida. Tendrá que comer lo que él mande durante toda la vida. Sancho —No estoy acostumbrado, pero imagino que en el libro habrá algo de mi agrado. Debe tener muchas comidas, porque es un libro enorme. Seguro que voy a quedar conforme. Consejero —Bueno... eh... en realidad...

(Repite esto gran cantidad de veces, cada vez con ritmo más acelerado, al tiempo que da vueltas de un lado a otro.)

Sancho — ¿Qué le pasa? ¿Se volvió loco? Haga el favor de callarse un poco. Consejero —Bueno... eh... en realidad. .. un gobernador tiene que entender que hay cosas que no se pueden comer. Este es el libro de la comida... ¡qué está totalmente prohibida! Sancho —¡Basta! Terminemos con esta tontería. Yo soy el gobernador y trabajé todo el día. (Enojado.) ¿Usted cree que voy a estar toda la función sin comer? Ya me cansé de esta escena. Vaya a traerme la cena. Consejero —No se enoje. ¿No ve que el público está mirando? Tenemos que seguir representando. Puede comer lo que al gobernador le está permitido. Lo demás está prohibido. Sancho —Por favor, tráigame lo que le pido. Para empezar quiero... un bife con papas fritas y algunas ensaladitas, una fuente de milanesas y una torta de cereras... algunos sandwichitos de jamón y unas tajadas de melón, un colchón de arvejas y un guisito de lentejas, ravioles con salsa de tomate y un flan de crema y chocolate, un pollito a la parrilla y una leche con vainillas, tres docenas de bananas y un panqueque de manzana, un plato de tallarines y veinte chocolatines... Consejero —No se lo puedo traer. Son cosas que un gobernador nunca podrá comer.

(El diálogo que se desarrolla a continuación tiene un ritmo cada vez más vertiginoso.) Sancho —Entonces, aunque sea tráigame una milanesa. Consejero —Le hace mal a la cabeza. Sancho —Una docena de factura.

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Consejero —Le hace mal a la cintura. Sancho —Un chorizo y dos morcillas. Consejero —Le hace mal a las rodillas. Sancho —Una bolsa de caramelos. Consejero —Son muy malos para el pelo. Sancho —Un buen plato de ensalada. Consejero —No se lo traigo nada. Sancho —Café con leche con medialunas. Consejero —Ya no me queda ninguna. Sancho —Huevos fritos con papas fritas. Consejero —Le hace mal a la pancita. Sancho —Entonces, papas fritas con huevos fritos. Consejero —Le hace mal al apetito. Sancho —Un sandwich de jamón y queso. Consejero —No le puedo traer eso. Sancho —Entonces, un sandwich de queso con jamón. Consejero —Le va a hacer mal al pulmón. Sancho —Tráigame un plato de arroz. Consejero —Es malo para la voz. Sancho —Una torta de ciruelas. Consejero —Le va a hacer mal a las muelas. Sancho —(Furioso.) ¡Estoy harto! Me voy al restorán de al lado. Consejero —Es tarde, ya está cerrado. Sancho —Aunque sea tráigame una taza de café con leche. Consejero —Imposible. Eso es muy malo para el cocopocosocomeche. Sancho —(Muy desconcertado.) ¿Y qué es el cocopocosocomeche? Consejero —¿Cómo? ¿No sabe qué es el cocopocosocomeche? Es algo a lo que le hace muy mal el café con leche.

Sancho — Bueno, entonces tráigame leche con café. Consejero —No, no, eso le hace mal al pie. Sancho —Mire, estoy cansado y quiero dormir. Hágame el favor de salir.

(El consejero sale.)

Sancho —Esto no puede ser, necesito algo para comer. ¡Menos mal que en los bolsillos tengo queso y dulce de membrillo! La verdad es que ser gobernador no es como yo pensaba. Hay que trabajar mucho y no se puede comer nada. Voy a volver con don Quijote a recorrer los caminos y realizar hazañas, y aunque a veces coma poco, es mejor eso y no tener un consejero loco.

(Se despoja de los emblemas de gobernador mientras canta.) Ya no quiero ser importante ni que me llamen "señor", prefiero vivir como antes y no ser gobernador.

Episodio del caballero de los Espejos Presentador —Después de reencontrarse con su queridísimo escudero, don Quijote tiene un extraño encuentro con insólito caballero

(Don Quijote y Sancho cabalgan por el escenario.) Sancho —Don Quijote, si a usted no le molesta, quisiera dormir la siesta. Don Quijote —Yo también voy a dormir. Me parece buena idea. A lo mejor tengo suerte y sueño con Dulcinea.

(Dejan el caballo y el burro pastando junto a un árbol y se recuestan. Se quedan dormidos y

roncan muy fuerte, con ronquidos rítmicos y graciosos. De pronto don Quijote despierta sobresaltado. Se acerca un hombre con un traje muy brillante y Heno de pequeños espejos. No los ve y cree estar solo.)

Caballero de los Espejos —¡Qué silencioso y tranquilo es este lugar! Me quedaré un rato para descansar.

(Se recuesta y se escucha gran estrépito.) Don Quijote —(Para sí.) Eso es ruido de

armadura cayéndose al suelo. Aquí habrá aventura. (Husmeando el aire.) Sí, sí. Ya la huelo. ¡Por mi casco y por mi lanza! ¡Despertaré a Sancho Panza! Sancho, ¡despertáte, despertáte! Sancho —¿Qué pasa? ¿Eh? ¿Ya está el mate? Don Quijote —¡Qué mate ni mate! Creo que habrá combate. Sancho —¿Y con quién vamos a combatir? (Bostezando.) Yo lo que quiero es dormir. Don Quijote —¿Ves ese caballero? Acaba de llegar... Sancho —¿Y por qué nos tenemos que pelear? Don Quijote —Yo no sé si nos vamos a pelear, pero algo interesante va a pasar. Sancho —¿Y usted como lo sabe? Si ni siquiera le vio la cara... Don Quijote —Sí, sí... es una cosa muy rara. Pero te lo voy a explicar. Cada vez que huelo a aventura el corazón me late con tanto furor, que parece que alguien tocara el tambor.

(Sancho lo mira con incredulidad.)

Vení, acércate y vas a ver que es verdad. Sancho —(Acerca la cabeza al pecho de don

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Quijote y se oye un redoble de tambor.) ¡Uy, uy! ¡Qué barbaridad! Don Quijote —Te digo una cosa cierta, acá hay aventura en puerta. Cuando hay aventura siempre lo presiento. Me doy cuenta por la forma de las nubes o por la voz del viento.

(Comienza a oírse el sonido del viento, que se transforma en una voz.)

Voz del viento —Vamos, vamos, don Quijote, que aquí empieza una aventura. Anda a buscarte la lanza y ponete la armadura. Don Quijote —(Bruscamente.) Silencio, no hagamos ruido. Recién escuché un sonido. Sancho —¿No habrán sido sus latidos? Don Quijote —No, no. Era otro ruido.

(Se acerca lentamente el caballero de los Espejos. No los ve, don Quijote y Sancho se ocultan atrás de un árbol.)

Caballero de los Espejos —De todos los caballeros andantes, yo soy sin duda el más importante, el más elegante... Sancho —Pssst... ¡Si parece un elefante! Caballero de los Espejos —Me pareció oír a alguien... Pero aquí no veo a nadie. Bien, como decía antes, de todos los caballeros yo soy el más importante... Sancho —¡Qué atorrante! Don Quijote —¡Qué disparate! Este hombre está loco de remate. Caballero de los Espejos —Otra vez escuché un sonido. ¿Habrá alguien escondido? Bien, como iba diciendo, yo conocí muchísima gente, pero como yo, no hay nadie tan valiente. Don Quijote —(Sale de atrás del árbol.) Creo

que usted es demasiado fanfarrón. Puede llevarse una desilusión. Caballero de los Espejos —¿Quién será este monigote? Don Quijote —¡Más respeto, más respeto, que me llamo don Quijote! Caballero de los Espejos —(Muy fanfarrón.) Y yo soy el caballero de los Espejos. Sancho —Y yo... ¡yo mejor me rajo lejos! (Se

sube a un árbol.)

Don Quijote —Sancho, ¿qué estás haciendo ahí arriba? Vení para acá enseguida. Sancho —Ahí hace calor. Aquí arriba estoy mejor. Caballero de los Espejos —(Presumido y prepotente.) Yo soy el caballero más valiente de todos los continentes. Don Quijote —¡Qué insolencia! ¡Voy a perder la paciencia! Caballero de los Espejos —Todos saben que soy el caballero más famoso, más grandioso y más... Don Quijote —¡Mentiroso! Caballero de los Espejos —Mire, usted es un papanatas. Don Quijote —Y usted es un... pela-papas. Caballero de los Espejos —Y usted es un... abrelatas. Don Quijote —Y usted es un... pa-palatas. Caballero de los Espejos —Y usted es un... abrepapas. Don Quijote —Y usted es un... na-taspapas. Caballero de los Espejos —Y usted es un... lataspapas. Don Quijote —Y usted es un... pela-latas.

Caballero de los Espejos —¡Qué sanata! Terminemos con esta estupidez y vamos a batirnos de una vez. Don Quijote —Si usted quiere pelear, yo no me voy a negar. Caballero de los Espejos —El que gane, será el más valiente; se lo diremos a toda la gente. Y yo seré el ganador, porque soy muchísimo mejor. Don Quijote —Mire, le voy a hacer un pedido: no sea tan presumido. Las cosas no salen siempre como queremos, hay veces que ganamos y hay veces que perdemos. Caballero de los Espejos —Déjese de hablar y vamos a pelear. Don Quijote —(Con fervor.) Acompáñame en esta pelea, mi querida y adorada Dulcinea.

(Entra Dulcinea. Su aparición tiene algo de irreal, de sueño. Don Quijote le besa la mano y Dulcinea sale. El caballero de los Espejos y Don Quijote se paran frente a frente, cada uno en una punta del escenario, lanza en mano.) Don Quijote —A la una, a las dos, a las tres y a las cuatro. (Don Quijote avanza. El caballero

de los Espejos permanece inmóvil.)

Don Quijote —Vamos, ¿qué se cree, que estamos en un teatro? Caballero de los Espejos —Quiero moverme, pero no puedo. Don Quijote —Bien, bien, empecemos de nuevo...

(Repiten los mismos movimientos y el caballero de los Espejos vuelve a permanecer en su lugar.)

Caballero de los Espejos -—Quiero mo-

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verme, pero no puedo. Don Quijote —Bien, bien, empecemos de nuevo. Sancho —¿Qué les pasa? ¿Se les rayó el disco? Hace dos horas que dicen lo mismo. Esto es una representación, y hay que seguir con la función. Caballero de los Espejos —Se me quedó la lanza clavada, y por más que la muevo no pasa nada. Don Quijote —Muy bien, dése por vencido; yo creo que usted ha perdido. Caballero de los Espejos —Entonces, ¿ya no podré ser caballero? Yo, que tenía tantas ganas... Don Quijote —Pero, hombre, déjese de macanas. Todavía puede ser caballero. Pero escuche esto con mucha atención: si quiere ser caballero, deje de ser fanfarrón. Caballero de los Espejos —(Hace una reverencia, muy conmovido.) El caballero de los Espejos le agradece su hermoso consejo. (Con mucha emoción.) Adiós Sancho, adiós, don Quijote. Don Quijote —Adiós. Sancho —Adiós. Don Quijote —Vamos, Sancho, el camino nos espera. Después de cada aventura hay una aventura nueva.

Episodio de los amores de Dulcinea y don Quijote Presentador —Don Quijote y su amada Dulcinea tienen un encuentro audaz y cando-

roso, y descubren que el amor une a los seres con un lazo sutil y poderoso.

(Don Quijote y Sancho duermen al pie de un árbol en una punta, del escenario. Roncan con sonidos rítmicos y graciosos. Al cabo de unos instantes se despiertan y se incorporan bostezando. En la otra punta del escenario duerme Dulcinea, que sólo despierta cuando don Quijote y Sancho salen.) Don Quijote —Sancho, ¡Tuve un sueño tan hermoso! Soñé que me casaba con Dulcinea del Toboso. Yo le decía que la quería, y ella respondía que también me amaba, pero cuando desperté... Dulcinea ya no estaba. A veces pienso que puedo derrotar a cualquier enemigo, pero no sé si Dulcinea se casará conmigo. Me voy a caminar un poco. Tal vez se me ocurra alguna idea que me ayude a conquistar a Dulcinea. (Don Quijote y Sancho

salen. Dulcinea sigue durmiendo. Se escucha la voz de la madre que la llama.)

Voz de la Madre —Vamos, Dulcinea, levántate, tenés que ir a plantar tomate. Dulcinea —(Dormida.) Ya voy, ya voy. Voz de la Madre —Vamos, vamos, tenés que ir a cuidar las vacas y a regar las plantas de espinaca. Dulcinea —(Se va incorporando a medida que habla.) Sí, sí, ya voy. (Con voz muy dulce.) Me gustaría dormir un poco más porque tuve un sueño muy hermoso. ¡Soñé que don Quijote quería ser mi esposo! Desde que conocí a don Quijote me lo paso pensando en él, y me muero de ganas de volverlo a ver. Pero no sé qué hacer, tengo miedo de que él no me vaya a

querer... El es un caballero andante que vive lleno de gloria, y no se va a fijar en una campesina que se lo pasa plantando zanahoria. Además, los caballeros siempre se casan con reinas o con princesas, y yo no tengo nada que ver con ésas. Me voy a dar una vuelta por el sendero. Tal vez se me ocurra cómo conquistar a ese caballero.

(Sale. Un instante después Dulcinea y Don Quijote entran simultáneamente te al escenario por distintos lados, sin verse. La luz se intensifica mucho.) Don Quijote —¡Qué raro! ¡Desde hace un momento todo me parece más hermoso! Dulcinea —¡Qué extraño! ¡Desde hace un instante todo está más luminoso!

(De pronto se encuentran frente a frente, chocan el uno con el otro y se sobresaltan. Los dos están muy nerviosos y turbados.) Don Quijote —(Temblando por la emoción.) ¡Du du du Dulcinea! Dulcinea —¡Do do do don Quijote! Don Quijote —Bu bu buenas tardes. (Para sí.) Pero, ¿qué me pasa? ¡El corazón me arde! Dulcinea —Tardes buenas. (Para sí ) Pero, ¿qué me pasa? ¡El corazón me vuela! Don Quijote —Qué grata sorpresa encontrarte. (Muy tímido.) Justamente tenía ganas de hablarte. Dulcinea —(Se pone coqueta, pierde súbi-

tamente la timidez y se hace un poco la interesante.) Ah, ¿sí? ¿A mí?

Don Quijote —Este... quería proponerte algo... pero no sé si yo valgo... (Para sí.) ¿Cómo le digo? ¿Cómo le digo? ¿Cómo le

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digo? Dulcinea —¿Qué? Don Quijote —(Confundido.) Que cómo le digo si se quiere casar con-mig... No, nada... Dulcinea —¿Qué querías proponerme, don Quijote? ¿Vas a invitarme a pasear en bote? Don Quijote —No... este... no. (Para sí.) ¿Cómo le digo si se quiere casar conmigo? Dulcinea —Entonces, don Quijote de La Mancha, ¿me vas a invitar a pasear en lancha? Don Quijote —(Inspira profundamente.) No, no te invito a pasear en bote ni en lancha a motor; te invito a que nademos juntos por las aguas del amor. Dulcinea —Ah, me parece mucho mejor. Además, yo no soy muy instruida, pero creo que en esa época a motor no había. Bueno, ¿qué me querías decir? Habla, te escucho. Don Quijote —Es que... te quiero... te quiero decir algo... pero me da vergüenza. Dulcinea —Hay que tener una paciencia... Don Quijote —Discúlpame si tardo un poco. Lo que pasa es que me tenés loco. Dulcinea, ¡tu belleza me hace perder la cabeza! Dulcinea —(Impaciente.) Bueno, concretemos de una vez. ¿Qué me querías decir? Don Quijote —Que yo... sin vos... no puedo vivir. (Muy solemne.) Yo te pregunto, Dulcinea del Toboso, si no quisieras que yo fuera tu esposo. Dulcinea—¡Sí, sería grandioso! (Se pone súbitamente seria.) Pero no sé... Tengo entendido que los caballeros siempre se casan con reinas o con princesas, y yo no pertenezco a la nobleza.

Don Quijote —No importa. No sos la reina de ningún pueblo, ni la princesa de una nación, pero sos la princesita del país de mi corazón. Dulcinea —(Suspirando.) Ay, don Quijote, qué imaginación. Pero yo soy sólo una campesina. Don Quijote —Sí, pero sos divina. Y me tenés que creer, te quiero con todo mi ser. Me gusta mucho como sos. Dulcinea —Y yo no hago más que pensar en vos. Te quiero con todo mi corazón. Don Quijote —Y yo, con todo mi corazón, mi cabeza, mi pulmón, mi hígado, mi riñón... bueno, te quiero muchísimo. Dulcinea —Y yo también, porque sos... quijotísimo. Don Quijote —Entonces, casémonos mañana mismo. Dulcinea, tu pelo parece un campo lleno de duraznos dorados, y tu sonrisa es como el sol en las mañanas de verano. Dulcinea —Tu mirada es como un lago brillante y profundo donde corren las aguas más claras del mundo. Don Quijote —Tus labios son como pétalos de una flor, vibrantes de perfume y tibio color. Dulcinea —¡Sos un amor! ¡Qué cosas que me decís! Se ve que estás inspirado. Don Quijote —No, e-na-mo-ra-do. Y las cosas que te digo no son invento mío, son palabras que el amor me dicta al oído. Dulcinea —Te quiero tanto, tanto, que con vos todo tiene más encanto. Don Quijote —Sos tan hermosa, que tu presencia hace más lindas todas las cosas. Dulcinea —Juntos recorreremos miles

de caminos. Don Quijote —Y uniremos por siempre nuestros destinos.

(Salen de la mano.)

Episodio de las bodas de Basilio y Quiteria Presentador —Don Quijote intenta hacer justicia y ayudar a todo desdichado, por eso lucha contra la adversidad para casar a dos enamorados.

(Don Quijote, Sancho y Dulcinea avanzan canturreando por el camino. De a poco comienza a oírse un lamento en la lejanía, que se va tornando más claro y audible.)

Don Quijote —Un momento, un momento. ¿No escucharon un lamento? Sancho —¿Está seguro de que no fue el viento? Dulcinea —A ver... escuchemos bien atentos. Don Quijote —O me fallan las orejas, o acá hay alguien que se queja. Dulcinea —Alguien tiene algún problema, una dificultad o una pena. Sancho —Creo que tiene razón. Es buena oportunidad para que entremos en acción. Don Quijote —Alguien necesita nuestra ayuda, no tengo ninguna duda. Dulcinea —Amigos, estoy segura, ¡aquí empieza una aventura! (Entran Basilio y Quiteria

sollozando. Dulcinea es la primera en advertir su presencia.)

Dulcinea —Creo que son ellos los de los

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lamentos. No parecen muy contentos. Sancho —Sí, sí, se los ve muy tristes. Por lo que vemos, necesitan que los ayudemos. Don Quijote —Parece que alguna pena les aflige el corazón. Tratemos de encontrarles una solución. (A la pareja, que aún no ha advertido su presencia.) Buenas tardes. Basilio —Les decimos buenas tardes, porque somos educados. Quiteria —Pero para nosotros son malas, porque somos desdichados. Sancho —Sí, a nosotros ya nos parecía que en sus caras no había alegría. Dulcinea —Cuéntennos qué les pasa. ¿Tienen algún problema en su casa? Sancho —Dígannos qué les sucede. Su tristeza, ¿a, qué se debe? Don Quijote —Si logramos hacer algo por ustedes seremos muy afortunados. Basilio —(Sollozando.) Es que... estamos enamorados. Don Quijote —¿Y eso es motivo para ser desgraciados? Quiteria —(Sollozando.) Es que... quieren obligarnos a vivir separados. Pero nosotros... nosotros nos amamos. (Se pone muy román-

tica..)

Basilio —(Con fervor.) Cuando estamos juntos el corazón nos late vertiginosamente. Quiteria —Nosotros nos amamos inmensamente. Basilio—(Exaltado.) Cuando estoy con mi amado todo es más hermoso, el cielo es más claro y el sol más luminoso. Basilio y Quiteria —Cuando uno está ena-

morado, escucha música por todos lados. Don Quijote —(Como en un sueño.) Y claro, lo dice don Quijote de La Mancha, cuando uno ama, el corazón se ensancha. Basilio —(Quebrando el clima romántico.) Sí, sí, pero pronto nos tendremos que separar y no nos veremos nunca más. Don Quijote —No lo vamos a permitir. Dulcinea —Nosotros los vamos a ayudar. Pero cuéntennos por qué se tienen que separar. (Basilio comienza a ir de un lado a otro

en actitud vigilante, como si temiera la llegada de alguien.)

Quiteria —Mi padre no quiere que me case con Basilio porque dice que es muy pobre. Quiere que me case con alguien a quien la plata le sobre. Basilio —Yo la quiero mucho a Quiteria, pero estoy en la miseria; no tengo ni un centavo, por eso estoy desesperado. Don Quijote —Atención, atención, buscaremos la solución. El problema es realmente grave, pero no dejaremos que el amor se trabe. Sancho —Tengan un poco de paciencia. .. Don Quijote —Y tratemos de usar la inteligencia. Dulcinea —Usando la cabeza y la imaginación, encontraremos la solución. Don Quijote —Sí, aunque la situación es realmente adversa, a veces la maña es más poderosa que la fuerza. (Piensa muy concentrado. De pronto pega un salto.) Basilio, pronto el padre de Quiteria será su suegro. Me apareció una idea en el cerebro. Usaremos un

engaño... Sancho y Dulcinea —(Con desaprobación.) ¿Cómo? Don Quijote —...Que no causará ningún daño. Sancho y Dulcinea —Ah... Don Quijote —Usaremos un engaño que no causará daño, y con él vamos a lograr que los enamorados se puedan casar. Vamos a convencer al padre de Quiteria de que Basilio ya no está en la miseria. Le diremos que venimos a buscarlo de parte de un tío de Basilio que es muy rico y vive en el reino de Fra-trubilio... Sancho —¿Y qué es el reino de Fra-trubilio? Dulcinea —Es donde vive el tío de Basilio.Basilio —Pero... yo no tengo ningún tío. Don Quijote —Jovencito, no haga lío. Esta es una historia que inventamos para que el amor y la cabeza puedan vencer a la pobreza. Le diremos al padre de Quiteria que venimos de parte de un tío de Basilio que lo nombró su heredero y le regaló un montón de dinero. Basilio —¡Quiteria, ahí viene tu padre! ¡Rápido, a escondernos!

(Se esconden e inmediatamente aparece el padre de Quiteria.)

Don Quijote —Buenas tardes. Padre —Buenas tardes. (Intenta seguir de

largo y Sancho le corta el paso.)

Sancho —¿Es usted de este lugar? Padre —Sí, sí, yo vivo en esta aldea. Dulcinea —Mucho gusto. Nosotros somos don Quijote, Sancho y Dulcinea. Don Quijote —Y estamos buscando a un hombre...

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Sancho —Que hasta ayer era muy pobre... Dulcinea —... Y gracias a un hecho extraordinario desde hoy será millonario.

(El padre de Quiteria muestra cada vez más interés en la conversación.)

Sancho —¿Por casualidad no conoce a un joven llamado Basilio? Padre —Sí, ¡y ya me tiene cansado con eso de que él y mi hija están enamorados! ¿Para qué lo buscaban? Don Quijote —Para... para... para... Ah, sí. Venimos de parte de un tío de Basilio... Dulcinea —Que es muy rico... Sancho —Y vive en el reino de Fra-trubilio. Padre —¿Y qué es el reino de Fra-trubilio? Sancho —¡Donde vive el tío de Basilio! Padre —Ah... claro. Don Quijote —Nos envía el tío de Basilio porque lo nombró su heredero y le regaló un montón de dinero. Dulcinea —Queremos avisarle a Basilio que es dueño de una fortuna. Sancho —Que esperamos le resulte oportuna. Padre —Bueno, este... yo siempre dije que era un jovencito muy inteligente. Y sería bueno que se casara con mi hija aunque ella tenga otros pretendientes. Voy a buscarlo. Esperen un momentito que se los traigo en un ratito.

(Salen. Entran Basilio y Quiteria.)

Quiteria —Pero, ahora, ¿la fortuna, de dónde la sacamos? Don Quijote —Eso enseguida lo solucionamos. (Se miran los tres y empiezan a poner monedas en una bolsa.) Les daremos todo lo que tenemos, y creo que con eso los ayudaremos. Basilio —¡Qué alegría! ¡Qué felicidad! Quiteña —Nos ha salvado su generosidad.

(Entra de súbito el pretendiente de Quiteria y le arrebata la bolsa a don Quijote.)

Pretendiente —Qué felicidad ni qué felicidad. Traiga esa bolsita para acá. Basilio —¡Ese es mi enemigo! Quiteria —El que se quiere casar conmigo. Sancho —¡Suelte esa bolsita inmediatamente! Dulcinea —¡Pedazo de insolente! Don Quijote —¡Voy a utilizar la espada, para que Basilio se case con su amada. ¡Abran cancha, abran cancha, que aquí viene don Quijote de La Mancha!

(Espadea con el pretendiente. Don Quijote es mucho más hábil y está a punto de vencerlo.)

Pretendiente —Detenga esa estocada, pelear con usted no me gusta nada. Don Quijote —Está bien, pero vayase de aquí enseguida. Me pone muy malhumorado que quiera separar a estos enamorados. (El

pretendiente sale.)

Sancho —Ya ven, amigos, el problema está

solucionado. Espero que muy pronto estén casados. Quiteria —¿Ustedes no necesitan el dinero que nos dieron? Don Quijote —No, no. Tenemos que realizar un largo viaje, y si llevamos las monedas es más pesado el equipaje. Basilio —Les agradecemos mucho que nos hayan ayudado. Gracias a ustedes ya no somos desdichados. Quiteria —¿Cómo podremos pagarles su inmensa generosidad? Gracias a ustedes recuperamos la felicidad. Don Quijote —Si quieren hacer algo por nosotros, sigan su camino, y cuando encuentren a dos enamorados, ayúdenlos como nosotros los hemos ayudado.

(Se despiden, todos muy emocionados. Don Quijote, Sancho y Dulcinea emprenden nuevamente el camino. Mientras tanto, entra el presentador.) Presentador —Y así siguieron su marcha, en pos de mil aventuras. Para unos hacían hazañas; para otros, sólo locuras. Pero por donde pasaban dejaban una esperanza; por eso nadie se olvida del Quijote y sus andanzas. TELÓN