August Strindberg - El Viaje de Pedro El Afortunado

El viaje de Pedro el Afortunado August Strindberg Proyecto y dirección: José Cubero-Pilar Rubio-Javier Villalba Título

Views 61 Downloads 5 File size 332KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

El viaje de Pedro el Afortunado August Strindberg

Proyecto y dirección: José Cubero-Pilar Rubio-Javier Villalba Título original: Lycko-Pers Resa Traducción: Jesús Pardo Adaptación libre: Carlos Álvarez-Nóvoa © Para esta edición: ALBORADA EDICIONES, S.A. 1988 Hermanos García Noblejas, 28 A. 28037 Madrid Teléf.: (91)408 84 02 Diseño portada: Iglesias-Gallego Diseño cubierta: Batlle-Martí ISBN: 84-7772-009-6 (obra completa) ISBN: 82-7772-067-3 (El viaje de Pedro el Afortunado) Depósito legal: M-14.130-1988 Fotocomposición: AMORETTI. Sánchez Pacheco, 62. 28002 Madrid Impresión y encuadernación: TEMI. Paseo de los Olivos, 89. 28011 Madrid Printed in Spain

ADVERTENCIA

Este archivo es una copia de seguridad, para compartirlo con un grupo reducido de amigos, por medios privados. Si llega a tus manos debes saber que no deberás colgarlo en webs o redes públicas, ni hacer uso comercial del mismo. Que una vez leído se considera caducado el préstamo y deberá ser destruido. En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquier responsabilidad o acción legal a quienes la incumplieran. Queremos dejar bien claro que nuestra intención es favorecer a aquellas personas, de entre nuestros compañeros, que por diversos motivos: económicos, de situación geográfca o discapacidades físicas, no tienen acceso a la literatura, o a bibliotecas públicas. Pagamos religiosamente todos los cánones impuestos por derechos de autor de diferentes soportes. Por ello, no consideramos que nuestro acto sea de piratería, ni la apoyamos en ningún caso. Además, realizamos la siguiente…

RECOMENDACIÓN

Si te ha gustado esta lectura, recuerda que un libro es siempre el mejor de los regalos. Recomiéndalo para su compra y recuérdalo cuando tengas que adquirir un obsequio. y la siguiente…

PETICIÓN

Libros digitales a precios razonables.

PERSONAJES (Por orden de aparición) El campanario

INVITADA

EL VIEJO LA RATA NINA LA RATA NONA EL DUENDE EL HADA PIRULADA PEDRO

La plaza mayor

LISA

LA ESTATUA DEL ALCALDE DE TODA LA VIDA EL ZAPATERO EL APRENDIZ EL CARRERO EL CALLISTA EL ALCALDE ACTUAL EL PARIENTE

La casa del rico

El palacio del califa

EL MAYORDOMO EL INSPECTOR DE HACIENDA SU AYUDANTE EL ABOGADO UN ALGUACIL EL CANDIDATO INVITADO 1.° INVITADO 2.°

EL MAESTRO DE CEREMONIAS EL GENEALOGISTA DE LA CORTE EL CAPELLÁN MAYOR DEL REY EL GRAN VISIR SU HIJA, SISA EL CRONISTA MAYOR DEL REINO

El bosque

Gente del pueblo, músicos y cortesanos, guardias...

EL VIAJE DE PEDRO EL AFORTUNADO Acto primero: A. CAMPANARIO DE UNA IGLESIA B. UN BOSQUE Acto segundo: SALÓN SUNTUOSO EN LA CASA DEL RICO Acto tercero: A. PLAZA MAYOR B. PALACIO DEL CALIFA Epílogo: A. CAMPANARIO B. BOSQUE

La acción puede parecer que se desarrolla en la Edad Media, aunque no sea verdad.

ACTO PRIMERO Interior en el campanario de una iglesia. A lo lejos, el pueblo: luz en las ventanas de las casas, nieve en los tejados y estrellas en el cielo. Se escucha lejano el canto del coro.

Escena 1.ª Pasos en la escalera. Por una puerta, al fondo, entra agachado el VIEJO. Trae consigo un cepo para las ratas, un saco de maíz y una fuente llena de gachas. EL VIEJO: Este año el duende se ha ganado las gachas de Nochebuena; siempre que se me olvidaba, tocó por mí las campanas. ¡Felices Navidades, duende! ¿Me oyes? (Habla hacia las vigas del techo). ¡Feliz Nochebuena! (Deja la fuente sobre un cajón. Coloca el cepo en una esquina). Hace tiempo que no cae ninguna. ¡Ratas del inferno! ¡A ver si dejáis de comeros la soga de la campana y la grasa del eje! (Toma puñados de maíz y va repartiéndolos por distintos comederos de barro, colocados en el exterior del campanario). ¡Maíz para los pajaritos! ¡Malditos pajarracos! ¡Malditas cagaditas! ¡Que el pueblo se entere: el párroco es muy generoso! ¡El maíz para los pajaritos lo paga la parroquia! Pero a mí no me suben el sueldo ni un ochavo desde hace veinte años... ¡Claro! Si me suben el sueldo, no se entera nadie, pero que todo el mundo sepa lo caritativa que es la Iglesia con los pajaritos de Dios. ¡Pajarracos del demonio! (Termina y se va refunfuñando).

Escena 2.ª Dos ratas, NINA —muy faca— y NONA —gordísima—, entran con sigilo, apareciendo en un rincón. Escuchan los pasos del VIEJO, que se pierden escaleras abajo. NONA: ¿No hueles a queso, Nina? NINA: Huelo a queso, Nona. (NONA corre hacia la esquina donde el VIEJO ha dejado el cepo). ¡Cuidado, Nona! (Se acerca). El cepo, ¡míralo! (Muy triste). En uno igual que ése cayeron mis hijos... NONA: ¡Viejo asqueroso! NINA: ¿Por qué no roemos las vigas? ¡Que le caigan las campanas en la cabeza! NONA: Sólo me queda un diente... NINA (enfadada): ¡Y a mí dos!... Se trata de querer... Lo que pasa es que a ti no te importa lo de mis hijos... NONA: ¡Nina, por amor de Dios! NINA: ¡Eres una egoísta, que sólo piensa en comer! NONA: ¡Cálmate, Nina! No discutamos en un día como hoy. ¡Es Nochebuena! (Cantando). ¡Hoy es Nochebuena y mañana Navidad! Dame la bota... NINA (interrumpiéndola):

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

¡Chisss! ¡Calla, Nona! Mira lo que hay ahí... NONA (embelesada): ¡Una fuente de gachas! Toman la fuente de las gachas y mientras siguen hablando se instalan y comen con fruición. NINA: La fuente que el viejo ha dejado... NONA: ... para el duende... NINA: ... y que nosotras... NONA: ...¡Vamos a comer! NINA (corriendo y riendo): ¡Menuda le va a caer! El duende creerá que el viejo se ha olvidado de las gachas. NONA: ¡Y bueno es el duende! NINA: Y, además, con el miedo que el viejo le tiene... NONA: ¡Cualquiera no se lo tiene! Esperemos que no se entere nunca que hemos sido nosotras. Cuando se enfada es terrible... NINA: Terrible y vengativo. (Ríe cruelmente). El duende vengará la muerte de mi ratito y mi ratita. (Se oye ruido en el tejado). ¡Alguien viene! ¡Vamos, corre! NONA: ¡Espera que acabe esto poquito...! NINA: ¡Rápido! ¡Ven!

10

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

Se esconden, desapareciendo al entrar en escena el DUENDE.

11

Escena 3.ª El DUENDE —pícaro y viejo— desciende por la cuerda de una campana. Busca olfateando. DUENDE: ¡Huelo a gachas! ¡Huelo a gachas! ¡Seguro que el viejo me ha dejado una buena fuente! ¡Por la cuenta que le tiene! (Sigue buscando). ¡Huelo a gachas! Espero que las haya hecho con mucha manteca, como a mí me gustan. ¡Mantecosas! (Se afoja el cinturón). ¡Estómago, prepárate! (Encuentra la fuente y la huele nervioso). ¡Huelo a gachas y no veo gachas! ¡Maldito viejo! ¿Es que quiere reírse de mí? (Indignado). ¡Reírse de mí! ¡Te vas a enterar! (Pasea de esquina a esquina). ¡Te vas a enterar! Te has comido las gachas y me has dejado la fuente vacía para que las huela... ¡Te vas a enterar! (Vuelve a pasear, cada vez más nervioso e irritado). ¿Qué te hago, qué te hago? ¡Lo que más te duela! (Se detiene iluminándosele la cara). ¡Ya está! ¡Pedro!... (Taimado). Ése va a ser mi regalo de Navidad... (Se dirige al público). El viejo tiene encerrado, desde que nació, a su hijo Pedro... La madre murió en el parto... No quiere que el muchacho, tiene ya dieciséis años, descubra ni la maldad de los hombres ni los placeres del mundo. Pedro sólo conoce lo poco que desde la torre puede ver; y yo sé que sueña con escapar de aquí; y vivir, y descubrir lo que sueña y lo que imagina... Y como la ilusión del viejo es que su hijo siga siempre aquí y le suceda como sacristán, pues... ¡voy a destrozarle esa ilusión! (Gesticula musitando un conjuro). ¡Llamaré al Hada Pirulada! (Continúa gesticulando hasta que la fgura del Hada se materializa).

Escena 4.ª El Hada madrina, con aspecto de bruja, sé apoya encorvada en un alto báculo. HADA: ¡Feliz Nochebuena, duende! DUENDE: ¡Feliz Nochebuena, Hada Pirulada! HADA: ¿Me has llamado para que comparta contigo, como todos los años, las gachas de Navidad? DUENDE: ¡La gachas! ¡Las gachas! El viejo se ha burlado de mí..., ¡de nosotros!... Hemos de darle una lección... Nuestro ahijado. HADA: ¿Pedro? DUENDE: Somos sus padrinos y debemos preocuparnos por él, por su educación. No conoce nada del mundo. Tiene que salir de aquí y hacerse un hombre de provecho... HADA: ¿Lo haces para vengarte del viejo? DUENDE: Bueno... principalmente por el chico. Le conviene... HADA: Pero en el mundo correrá muchos peligros. Y nuestro poder es sólo en el interior de la iglesia. DUENDE:

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

Debemos darle un regalo mágico cada uno. Algo que le ayude a vencer las difcultades y a sortear los peligros... HADA: ¿Qué le vas a dar tú? DUENDE: Los hombres conocen todas las trampas para intentar alcanzar sus deseos. Pedro, no... Como nunca ha salido de aquí, lo ignora todo. Por ello voy a regalarle mi anillo mágico. (Lo muestra). Este anillo le concederá cuanto pueda desear... HADA: ¿Y tú? Te quedarás sin él... DUENDE: Ya no deseo nada. No le pido nada a la vida; sé lo que puede darme... Y, la verdad, no me interesa. HADA: Es un buen regalo... Lo malo es que, si consigue todo lo que desea, no valorará nada; a nada le dará importancia. ¡Ya sé lo que yo le regalaré! Algo que le ayude a desear la realidad: una compañera para el viaje. DUENDE: ¡Perfecto! Ahora tú tienes que convencerle para que se vaya. HADA: Va a ser difícil; teme demasiado a su padre... DUENDE: Bastará con que le muestres el placer y la alegría. Las festas lujosas, por ejemplo... Toma mi anillo, entrégaselo tú. HADA: ¡Pobre Pedro! Temo que pueda pasarle algo... DUENDE: ¡Vamos, vamos! No creo que nadie haya entrado en el mundo tan protegido. ¿Preparada? (El Hada asiente). ¡Voy a hacer que venga! (Toca su fauta y desaparece entre las vigas).

14

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

El HADA se transforma. Bajo su manto de bruja aparece joven, resplandeciente, vestida de blanco.

15

Escena 5.ª Ruido de pasos en la escalera y voz de Pedro fuera de escena. VOZ DE PEDRO: ¿Quién anda ahí? (Entra en escena). Esa música... (Descubre, maravillado, al Hada). ¿Quién eres? HADA: Soy tu madrina, Pedro. ¿No me recuerdas? PEDRO: Tú me salvaste la vida cuando me caí de la torre... Me recogiste en tus brazos, ¿verdad? HADA (acariciándole): Mi pequeño... PEDRO: Muchas noches sueño contigo... así, como ahora: sueño que me acaricias y que... (Se corta). HADA (muy dulce): ¿Qué? PEDRO: ¡Oh! Nada... ¿Tú me habías llamado? HADA: Sí... PEDRO: ¿Para qué? HADA: Ya eres un hombre y quiero darte mi regalo de Navidad. PEDRO:

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

¿Qué es un regalo? HADA: Una muestra de cariño. PEDRO: ¿Cariño? ¿Y eso qué es? HADA: Tienes que aprender muchas cosas... ¿Nunca has sentido el deseo de marcharte de aquí y conocer lo que hay detrás de aquel bosque? PEDRO: ¿Aquello es el bosque? ¿Cómo es por dentro? HADA: Silencioso y tranquilo... El viento hace susurrar las hojas de los árboles; el canto de los pájaros... PEDRO (interrumpiéndola): ¡Los pájaros! Ayer pensé que me gustaría salir volando y llegar hasta allí, hasta el bosque... HADA: ¿Y no te gustaría ir aún más lejos? PEDRO: Pero, ¿hay algo detrás del bosque? HADA: El mundo. PEDRO: (repite con respeto): El mundo... ¿cómo es? HADA: ¿Te gustaría descubrirlo? PEDRO: ¿Es bonito? HADA:

17

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

Para unos, sí; para otros, no. Acércate. Mira aquella casa grande que tiene iluminadas todas las ventanas. ¿La ves? (Hace un pase mágico ante sus ojos. El decorado del fondo se aproxima siendo perceptible el interior de la casa). PEDRO: ¡Sí! ¡Cuánta gente! ¡Nunca había visto a la gente tan cerca como ahora!... ¿Qué hacen? HADA: Es una festa. Ahí vive un hombre rico: buena comida, buenos vinos, adornos, joyas, vestidos costosos, riquezas... PEDRO: ¿Y quién es aquella hada que está dando cosas a los niños? HADA: No es un hada. Es la madre. PEDRO: ¿Madre? HADA: Tú también tuviste una, pero se murió cuando tú naciste... PEDRO: ¿Por qué se murió? HADA: ¡Quién lo puede saber! PEDRO: ¿Y aquel hombre de barba blanca que sonríe en un rincón? HADA: El padre. PEDRO: ¿El padre? Pero... ¡si parece tan bueno! ¡Y está contento! HADA: Sí, porque ama a los demás: a su mujer, a los hijos, a sus amigos... PEDRO: ¿Y aquél que es como yo? ¿Qué hace?

18

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

HADA: Está acariciando a una chica. PEDRO (nervioso): Y la abraza... Y acerca su cara... y sus labios. ¡Han pegado sus labios! ¿Se habla así en el mundo? HADA: Así habla el amor. PEDRO (excitado): ¡El amor! ¡Yo quiero conocer el amor, y el mundo, y la vida...! ¡Yo quiero irme de aquí! HADA: ¡Espera! (Juego mágico con sus manos. Cambia el decorado del fondo viéndose una escena miserable). PEDRO: ¡No me gusta! Yo no quiero ver eso... Están tristes... son pobres... HADA: Eso también es la vida. PEDRO: ¡No me gusta!... Conozco bien la pobreza y la tristeza... HADA: También hay pobres alegres (Nuevo juego y cambio a la visión en la casa del rico. Dos personas discuten. Una de ellas llora). Ahí también puede haber tristeza... Pedro, ¿quieres ir al mundo y descubrir la vida? PEDRO: ¡Claro que quiero! HADA: La tristeza y la alegría, la pobreza, la riqueza, lo bueno y lo malo... PEDRO: Lo malo ya lo conozco de sobra. ¡Quiero disfrutar de lo bueno! HADA: Pronto aprenderás que ni todo lo bueno es bueno, ni tampoco es malo todo lo malo...

19

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

PEDRO (impaciente): ¡Quiero irme de aquí! HADA: Te irás... Antes te daré algo que no tienen los demás hombres... Tendrás más que nadie, pero, algún día, se te exigirá más que a ninguno. PEDRO: ¿Qué es? HADA: Este anillo... Con sólo pedírselo, todos tus deseos te serán cumplidos... PEDRO: ¿Todos? HADA: Con sólo una condición: que el deseo que formules no haga daño a nadie. PEDRO: ¡Es fantástico! (Transición). Pero... ¿y mi padre? HADA: Recibirá el castigo que su egoísmo merece. PEDRO: Me da lástima... HADA: No te preocupes. Yo le consolaré... ¿Quieres algún consejo? PEDRO: Gracias. Es lo único que me sobra. Mi padre se ha pasado la vida dándome consejos... No me gustan... HADA: Sólo te daré uno, no lo olvides: no importa que termines siendo rico o pobre, sabio o ignorante, poderoso u oprimido... Lo único que merece la pena es que, al fnal de tu viaje, seas de verdad un ser humano. ¡Suerte! El HADA se desvanece y PEDRO queda, durante un momento, desconcertado.

20

Escena 6.ª PEDRO (restregándose los ojos): ¿Estaré soñando? ¡No! ¡Aquí está el anillo! ¡Es increíble! (Salta feliz). ¡Me voy! ¡Me voy a recorrer el mundo! ¡Me voy de aquí!... ¡Adiós, campanas! ¡Adiós, torre! (Se corta)... ¿Me despediré de mi padre? ¡No! No me dejaría marchar; me ataría con esa soga. ¡Es capaz de matarme con tal de que no me vaya! Me tengo que ir, ¡ya! (Mira el anillo). ¿Cuál será mi primer deseo? La puerta se abre de improviso y entra el VIEJO. PEDRO se azara y esconde el anillo tras su espalda.

Escena 7.ª El VIEJO y PEDRO. VIEJO: ¿Qué estás haciendo? ¿Hablabas solo? PEDRO (turbado): No... digo... estaba cantando... VIEJO: ¿Cantabas? ¿Así que estás contento?... ¿Por qué estás contento? PEDRO: No... no es que esté especialmente contento... cantaba... sin darme cuenta... VIEJO: ¡Todo esto me suena raro!... ¿Qué ha pasado aquí? PEDRO: Nada... no ha pasado nada... VIEJO: Bien... si algo ha pasado, ya me enteraré. Es tarde. Vete a acostarte. Entra en tu habitación para que pueda echar la llave. PEDRO (estallando): ¡Siempre encerrado! ¡Padre, quiero irme! ¡Quiero conocer el mundo! VIEJO: ¡No merece la pena! Yo lo conozco bien: pecado, pecado y pecado. Por eso quiero protegerte. PEDRO: ¡Mira! ¡Mira aquella gente! ¡Son felices! ¡Se aman! VIEJO: ¡Se mienten!

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

PEDRO: ¡Míralos! ¡Se acarician! ¡Se están besando! VIEJO: ¿Qué dices? ¿Quién te ha enseñado eso? PEDRO: ¡Y aquél es el padre! ¡Y está feliz! Y la madre quiere a sus hijos y les da golosinas y frutas. VIEJO: ¡Lujuria! ¡Codicia! ¡Gula! ¡Pecado, pecado, pecado! PEDRO: ¡Yo me quiero ir! VIEJO: ¡Claro que te irás! ¡A la cama! ¡Ahora mismo! PEDRO: ¡Quiero irme de aquí! ¡Quiero conocer por mí el mundo! ¡No quiero que tú me lo cuentes a tu manera! VIEJO (descubre el anillo): ¿Qué tienes ahí? ¿Qué es eso? ¿Quién te lo ha dado? ¿Quién ha estado aquí? (Intenta arrebatárselo). PEDRO (se libra del acoso): ¡Adiós, padre! ¡Entiéndelo! ¡Es mi vida! (Manipula el anillo) ¡Al bosque! (Salta bajo el arco de una de las ventanas del campanario y desaparece en la noche).

23

Escena 8.ª El VIEJO. VIEJO (corre a asomarse): ¡Hijo mío! (Regresa desesperado). ¡Ha atravesado volando el pueblo! Esto es cosa del duende, seguro. ¡Maldito duende! (Se escucha la risa del DUENDE, primero en el escenario y después en todo el teatro). ¡Maldito y mil veces maldito! (Vuelve a asomarse). ¡Pedro! ¡Pedro! ¡Pedro, regresa! ¡Sólo aquí podrás ser feliz! ¡Pedro, regresa! ¡Vuelve conmigo! ¡Pedro! Se hace el oscuro entre los gritos del VIEJO y las risas del DUENDE, que poco a poco se van apagando al tiempo que la luz en escena. Oscuro breve para mutación de decorados.

Escena 9.ª Un bosque nevado, cruzado por un arroyo de aguas heladas. Amanece. PEDRO observa todo a su alrededor. PEDRO: Así que esto es el bosque... ¡Cuántas veces he soñado con estar aquí!... ¡Y la nieve! Haré bolas para tirarlas... ¡Voy a pasarlo tan bien como los niños de la escuela. (Juega un rato. Ríe forzadamente, se nota que intenta pasarlo bien, sin conseguirlo. Reduce el ritmo de su actividad al tiempo que va quedándose serio). ¡Qué divertido! ¡Ja, ja, ja! ¡Sí, sí, es muy divertido! Tiraré allí otras cuantas más... La verdad es que tan divertido no es... Y la nieve está muy fría; y este dedo se me está quedando morado... ¡Qué aburrimiento! No entiendo por qué se reían tanto los niños de la escuela. (Deja de jugar y se acerca al arroyo). ¡Está helado! Una vez vi patinar a la gente, en el río que cruza el pueblo. Se lo pasaban muy bien; voy a probar. Entra en el arroyo y resbala. Queda tendido, inconsciente, en la nieve.

Escena 10.ª Asoma LISA. Ve a PEDRO y se dirige corriendo a su lado. LISA: ¡Debe ser Pedro!... El Hada Pirulada me dijo que lo encontraría en el bosque. Está sin sentido... Se va a quedar helado. (Ve el anillo tirado en el suelo y lo recoge). ¡Un anillo! ¡Pobre chico, se va a morir de frío!... ¿Qué puedo hacer? Si fuese verano y luciese el sol. (Habla jugando con el anillo). ¡Me gustaría tanto que hiciera calor!

Escena 11.ª El decorado de invierno se transforma mágicamente en paisaje de verano: sol en el cielo, verdes praderas y el agua que fuye transparente en el arroyo.

LISA (asombrada): ¿Qué ha pasado? PEDRO (volviendo en sí y creyéndose solo): ¿Dónde estoy? ¡Ah! Escapé de la torre y vine al bosque... y estaba todo nevado. ¡Era invierno! Y me caí... ¡han pasado seis meses! (Se mira en el arroyo). ¿Estaré vivo? Pues no tengo mala cara... estoy sonrosado... (Viendo a LISA refejada en el agua). ¿Qué veo? ¡Una chica! ¡Qué guapa es! ¡Es la que estaba en aquella festa! El mismo pelo suelto, la boca como una canción, los ojos como palabras. ¡Me está llamando!... ¿Es a mí? ¡Voy enseguida! PEDRO hace ademán de tirarse al arroyo, creyendo que ella, LISA, está en el fondo. LISA ríe y PEDRO se vuelve. PEDRO (asombrado): ¡Hola! LISA: ¡Hola! PEDRO: Hace un momento estabas en el fondo del arroyo y ahora estás ahí... LISA: Ya ves... No debes creer sólo a tus ojos... PEDRO: No entiendo nada... ¡Qué raro es el mundo!... Y tú, ¿quién eres? ¿Eres la chica que estaba en la festa? (Se acerca un poco). ¡Yo también quiero abrazarte por la cintura! (Corre hacia ella, pero se detiene al descubrir el anillo en manos de LISA). ¡Mi anillo! ¡Me has robado mi anillo! Por eso me decías

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

que no creyese en lo que ven mis ojos... Quería abrazar a un ángel y descubro a una ladrona. LISA: Te he dicho que no creas sólo en tus ojos. No estés nunca seguro de nada. Antes de juzgar a los demás, procura descubrir la verdad. PEDRO: Bien. Voy a descubrir la verdad. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? LISA: Me llamo Lisa... Pero hasta que no llegue el momento no podrás saber quién soy... Digamos que pasaba por aquí y te encontré sin sentido. Encontré tu anillo en el suelo y, sin conocer sus poderes mágicos, dije en voz alta que me gustaría que hiciese calor, para que no te murieses de frío... Y ¡ya ves! Es verano. PEDRO: Perdóname, Lisa. Me has salvado la vida... Perdóname. ¿Por qué no vienes conmigo? LISA: ¿Contigo? PEDRO: De viaje. LISA: ¿De viaje? ¿A dónde? PEDRO: A descubrir la felicidad. LISA: ¿Crees que existe? PEDRO: ¡Claro que sí! LISA: ¿Y podrás conseguirla? PEDRO: Puedo conseguir todo lo que quiera con mi anillo. 28

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

LISA: Quizá todo, no... PEDRO (tímidamente): ¿Puedo abrazar tu cintura? LISA (con naturalidad): ¡Claro! PEDRO (enlaza su cintura): ¿Y puedo darte un beso? LISA: ¡Claro que sí! No hay nada malo en ello. Se besan. Un pajarillo canta en la copa de un árbol. PEDRO: ¡Qué calor tengo! ¿Nos bañamos en el arroyo? PEDRO comienza a desnudarse. El canto del pájaro aumenta su intensidad. LISA: Espera, Pedro. PEDRO: ¿Eh? ¡Vamos, desnúdate! Quiero verte desnuda. LISA: Pedro... ¿sabes lo que dice el pájaro? PEDRO: ¿Tú lo entiendes? LISA: Dice que no nos bañemos... todavía. PEDRO: ¿Por qué? LISA: No lo sé. PEDRO: 29

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

Al menos desnúdate, para que yo te vea. LISA (pausa): Me da vergüenza... PEDRO: ¿Por qué? (Mirando alrededor). ¡Sólo te voy a ver yo! LISA: Por eso... porque me vas a ver tú... PEDRO: Pues a mí no me importa desnudarme delante de ti. (Inicia el ademán de quitarse los pantalones). LISA: ¡Pedro, por favor! No te desnudes. PEDRO: ¿Por qué? No te entiendo... LISA: Porque también me da vergüenza verte... PEDRO: ¡Ay! ¡Me ha picado un mosquito! (Se rasca). ¿Y esto qué es? LISA: Una hormiga. PEDRO: ¡Qué harto estoy de mosquitos y de hormigas...! Estoy harto de la Naturaleza. ¡Vámonos! LISA: Pedro, no te enfades así. En la vida no hay nada perfecto. Tienes que acostumbrarte a aceptar lo bueno y lo malo. PEDRO: Lo malo para los malos. Para nosotros prefero lo bueno... ¡Estoy harto del bosque! ¡Vámonos a otra parte! (Transición). ¿Qué es lo que más aprecian los hombres? (Se da un manotazo en la espalda). ¡Otra vez los dichosos mosquitos!...

30

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

LISA: Antes de contestarte, déjame que te diga una cosa... Los hombres te van a disgustar tanto como los mosquitos y nunca te ofrecerán tanta paz como la Naturaleza... PEDRO: ¡La Naturaleza! Es preciosa vista desde la torre, pero de cerca no me gusta nada. No me gustan los mosquitos, no me gustan las hormigas, no me gusta que los árboles estén siempre en el mismo sitio... Quiero ver movimiento, oír ruidos... Y si los hombres son como los mosquitos (se espanta varios que rondan su cabeza), supongo que será más fácil espantarlos... LISA: Ya lo descubrirás por ti. PEDRO: Contéstame a lo que te pregunté antes. ¿Qué aprecian más los hombres? LISA: El oro. PEDRO: ¿Aprecian más el oro que a los otros hombres? LISA: Mucho más. Con oro se puede comprar todo... incluso a los hombres. Sirve para todo y para nada. Es el metal más valioso; nunca se oxida, pero puede llenar de herrumbre, de suciedad el alma de los hombres. PEDRO: Ya. Bueno... ¿Nos vamos? (LISA asiente). Déjame que abrace otra vez tu cintura. El pájaro canta. LISA se separa de PEDRO. LISA: Ahora no iré contigo, Pedro. No iré a tu lado, pero cuando me necesites me encontrarás. PEDRO: ¿Por qué no me dejas que te abrace y te bese otra vez? El pájaro insiste en su canto.

31

August Strindberg

El viaje de Pedro el Afortunado

LISA: Pregúntaselo al pájaro. PEDRO: No entiendo lo que dice. Pregúntaselo tú. LISA: No puedo. El pájaro dulcifca su canto. PEDRO: ¡Quiero saberlo! LISA: Ahora no canta para nosotros, sino para su amada. PEDRO: ¿Y qué dice? LISA se separa corriendo. PEDRO hace ademán de seguirla, pero se detiene. LISA: ¡Algún día te lo diré! (Desaparece).

32

Escena 12.ª PEDRO PEDRO: Se ha ido... ¿Por qué?... (Grita). ¿Por qué te has ido, Lisa? (Para sí). Quería abrazarte y besarte... (Se abate. Se recupera y cambia de tono). Bueno... así que el oro. (Toma el anillo). Pues quiero un palacio, manjares, vinos, caballos, carruajes, lacayos y oro, ¡mucho oro! Oscuro.

ACTO SEGUNDO Salón suntuoso. Los criados sirven manjares y vinos selectos. Otros distribuyen por la estancia objetos de oro.

Escena 1.ª PEDRO (paseando y observándolo todo): ¡Así viven los ricos! ¡Traedme mis ropas de gala... de oro, por favor. (Le ayudan a ponerse una casaca bordada en oro). Y mi sillón... de oro. (Se sienta). Y ahora... ¡a disfrutar! ¡A gozar de la vida! ¡Bien te lo mereces, Pedro! Se acabó el madrugar, el barrer, el fregar y el refregar... Se acabaron el pan seco y los arenques. Vinos exquisitos, en vez de agua, y mullidos colchones en lugar de broza mal trillada. ¡A disfrutar!

Escena 2.ª PEDRO toca palmas; aproximándose el MAYORDOMO. MAYORDOMO: Perdón, excelencia. Aún no está todo a punto. PEDRO: ¿Qué falta? MAYORDOMO: Los asados, excelencia. Aún tardarán un par de horas. PEDRO: ¡Un par de horas! ¡Está loco! ¡Vamos! ¡Sírvame de eso o de aquello! ¡Lo que sea! MAYORDOMO: ¡Imposible, señor! No está permitido comenzar, sin que todo esté a punto. PEDRO: ¿Quién se atreverá a prohibirme que coma lo que quiera en mi propia casa? MAYORDOMO: La etiqueta, señor. PEDRO: ¿La etiqueta? MAYORDOMO: La etiqueta, el buen gusto, las buenas formas, excelencia. PEDRO: ¡Y a mí qué me importan la etiqueta, el buen gusto, las buenas formas ni...! MAYORDOMO (interrumpiéndole):

¡Tienen que importarle, señor! Hay que respetar la etiqueta, porque, si usted no la respeta, no será respetado. ¿Qué dirán de usted? Si no respeta usted la etiqueta, está usted perdido. PEDRO (impresionado por el empaque del MAYORDOMO). Bueno... habrá que conformarse... Lo que pasa es que estoy muerto de hambre. (El MAYORDOMO hace ademán de retirarse, pero PEDRO lo retiene). ¡Espere! Se me ha ocurrido algo. (Saca de su faltriquera unas piezas de oro). ¿Cree usted, señor Mayordomo, que el oro ablandará a esa señora tan severa...? MAYORDOMO: Excelencia, yo estoy por encima de todos los criados. Usted está por encima de mí. ¡Pero la etiqueta está por encima de todos! Sus leyes son eternas porque se basan en la tradición. PEDRO: ¿Y no se puede cambiar la tradición con oro? MAYORDOMO: La tradición es incorruptible, excelencia. PEDRO: Entonces, ¿de qué me sirve ser rico si no puedo comer cuando tengo hambre?

36

Escena 3.ª Entra un INSPECTOR DE HACIENDA acompañado de su AYUDANTE. Registran y anotan cuanto hay en la estancia. El MAYORDOMO se coloca tras la mesa como un centinela, para evitar que PEDRO comience a comer. PEDRO (al MAYORDOMO, que le escucha impávido): ¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué quieren? ¿Qué vienen a hacer a mi casa? INSPECTOR (acercándose a la mesa): La declaración de la renta, señor. AYUDANTE (voz afautada): De la renta, señor. PEDRO. ¿Cómo dicen? INSPECTOR: Se trata simplemente de una inspección... AYUDANTE: Una inspección... INSPECTOR: ... para asegurarnos de que usted va a declarar cuanto posee. Impuestos, ¿comprende? AYUDANTE: ¿Comprende? PEDRO: ¿Impuestos? ¿Qué es eso? INSPECTOR: ¿Lo ignora? Mal empezamos. Si un ciudadano ignora sus deberes con el Fisco, mal ciudadano es.

AYUDANTE: Mal ciudadano. PEDRO: No entiendo nada (levantándose). Y me estoy hartando... Y no de comida, precisamente. ¿Qué quieren ustedes? ¿Quiénes son? INSPECTOR: Soy el Inspector de Hacienda, señor mío. AYUDANTE: Es el Inspector de Hacienda, señor suyo. PEDRO: ¿Y usted? ¿Usted, quién es? ¿Otro inspector? AYUDANTE: ¿Yooo? INSPECTOR: Aquí el único inspector soy yo. Y usted es el contribuyente. Y déjese ya de preguntas... Usted lo que tiene que hacer es pagar y callarse. Cada hombre tiene un precio. PEDRO: ¿Y cuál es mi precio? INSPECTOR: ¡Oh! ¡Eso está por determinar! Así, a primera vista, calculando que su base impositiva oscile entre un treinta y siete coma cero siete por ciento y un treinta y nueve coma ocho y medio por ciento, punto más o menos, y sin ningún tipo de desgravación, ya que es usted soltero, no tiene hijos, ni cotiza a la Seguridad Social, Montepíos laborales, ni se le retiene cantidad alguna..., su precio... Veamos... cuota líquida... menos la cuota diferencial, veintiocho coma treinta y dos por ciento, multiplicado por cero cero siete y dividido por sus ingresos brutos anuales, elevados a tres veces el cero coma cero cero por ciento... unos siete millones trescientas cuarenta y siete mil doscientas veintitrés coronas, con veintisiete ochavos... Más o menos. AYUDANTE: Más o menos. PEDRO:

38

No entiendo absolutamente nada. Y tengo hambre y sueño... Aunque ya no sé siquiera si sigo teniendo hambre... Señores, les dejo... me voy a donde me dejen tranquilo. INSPECTOR: ¡No es posible, señor! Toda estipulación de bienes ha de hacerse en presencia del propietario. (Continúan su trabajo enumerando y anotando, mientras PEDRO se derrumba en su sillón de oro). Dos docenas de platos con bordes moldeados. Cubetas de hielo en oro para enfriar el vino rosado. Un azucarero de oro macizo, salsera de plata, media docena de cuchillos con mango de nácar... AYUDANTE: ... Mango de nácar... (La cantinela —mesa de comedor de roble con tableros extensibles... extensibles... seis sillas de nogal... nogal...— continúa mientras comienza la siguiente escena).

39

Escena 4.ª Entra el ABOGADO y se dirige a la mesa. Saluda solemne. ABOGADO: Conforme a la presente citación, habéis sido convocado por el excelentísimo Ayuntamiento de esta ciudad para inscribir en el día de hoy, antes de las doce del mediodía, este inmueble, según parece, de vuestra propiedad, con el número 2.867, libre de cargas y servidumbres, pendiente de la oportuna valoración, a efectos del abono de derechos reales, según la estimación catastral correspondiente... PEDRO (visiblemente fatigado): ¿Es usted otro inspector? INSPECTOR: ¡Yo soy el único inspector! AYUDANTE: Él es el único inspector. ABOGADO: Soy el abogado. (Le tiende su tarjeta). Del ilustre colegio de letrados de esta demarcación... Para servirle. PEDRO: ¡No quiero saber nada de abogados! ¡Ni de pleitos! ¡Ni de Ayuntamientos! ABOGADO: No se trata de ningún pleito, señor mío: sólo dejar constancia de un hecho... PEDRO: Es que yo tampoco quiero dejar constancia de ningún hecho. ABOGADO: Señor mío, se trata solamente de someter el caso a priori...

PEDRO: Yo no quiero someter ningún caso ni a priori... ABOGADO: Ni a posteriori. PEDRO (al borde del llanto): ¡Lo que quiero es comer! ¡Y que me dejen ustedes en paz! MAYORDOMO (niega enfático): Aún no está el asado, excelencia. Faltan treinta y siete minutos. PEDRO: ¿Y ni siquiera un bocadillo? MAYORDOMO (escandalizado): ¡Excelencia!

41

Escena 5.ª Haciendo reverencias entra el ALGUACIL. ALGUACIL: ¡Señor Inspector de Hacienda! ¡Señor Ayudante! ¡Señor Letrado! ¡Mayordomo Mayor! ¡Excelencia! PEDRO: ¡Otro más! ALGUACIL: ¡Excelencia! Permitidme que os transmita una citación de puro trámite, ¡puro trámite!... Se os cita por orden del Juzgado de Distrito número 5 de esta localidad, antes de Primera Instancia, mañana veintitrés, a las once en punto de la mañana, más o menos, puesto que, con todos los respetos, se os ha incoado un juicio de faltas por negligencia temeraria... ABOGADO: ¡Protesto! La negligencia nunca es temeraria... temeraria puede ser la imprudencia, pero nunca... ALGUACIL: ¡Oh, señor Letrado! Tenéis razón... Son tantas las citaciones y exhortas... PEDRO (haciendo un gran esfuerzo): ¿Podéis explicarme de qué se trata? ABOGADO: ¡No digáis nada que pueda volverse en contra vuestra...! Si deseáis un abogado..., ¡a vuestra disposición! PEDRO: ¡Ya le he dicho que no quiero abogados! (Al ALGUACIL). Explíqueme eso de la negligencia. ALGUACIL (dándose importancia):

Decía que ha sido usted citado por negligencia (mira al ABOGADO) no temeraria en la limpieza de la calle. PEDRO: ¡Lo que me faltaba por oír! ¿Qué tengo que ver yo con la limpieza de la calle? ALGUACIL: Según las ordenanzas municipales, la obligación de todos los ciudadanos de esta villa es tener limpia la calle delante de su casa. PEDRO: Hace un rato que tengo esta casa, ¿entiende? ¡Yo antes no tenía casa! Aquí, antes, no había ninguna casa. INSPECTOR: Pero ahora la hay. AYUDANTE: La hay. ABOGADO: Pero si no la hubiere o hubiese... ALGUACIL: El señor Inspector tiene razón: la hay. Hay una casa. Hay una calle. Y hay basura. ABOGADO (intentando hacer méritos): Basura retroactiva... que, sin duda, ya habrá prescrito (en oratoria forense). ¡Basura que no es, que no debe ser, en ningún caso y bajo ningún concepto, objeto de litigio, porque, Señorías...! ALGUACIL: ¡Señor Letrado! Guarde su discurso para mañana. La citación dice que hay basura y que este señor... ABOGADO: ¡Excelencia! ALGUACIL: Bien... pues que la señora excelencia tiene que comparecer mañana en el juzgado número 5, porque ésta es su casa y ésa es su basura. PEDRO (desesperado, oprimiendo la cabeza entre sus manos): 43

¡La etiqueta! ¡Los impuestos! ¡Los pleitos! ¡Las multas! ¡El hambre! ¿Ésta es la vida de los ricos? Señor abogado, señor inspector, señor alguacil, ¿no hay ninguna ley que proteja a los ricos? ¿Es que la ley se ha hecho sólo para los pobres? ABOGADO: Usted está por encima de los pobres y de los ricos... PEDRO: ¿Por eso estoy fuera de la ley? ABOGADO: ¡Por encima de la ley, excelencia! ¡Por encima! ¡Pobre! ¡Pobre de usted si fuera pobre!

44

Escena 6.ª Música brillante de mitin y entrada del candidato con las manos llenas de propaganda electoral. Aplausos de los presentes. CANDIDATO (discursea con voz detonante y ligero acento andaluz): ¡El dinero para quien lo tiene! ¡Los intereses para quien sabe invertir! ¡Vote Coalición Señorial! ¡Coalición! ¡Señorial! ¡Coalición! ¡Señorial!... PEDRO le mira sin fuerzas para preguntar nada. El CANDIDATO se acerca a la mesa. CANDIDATO:

¡Se estará usted preguntando qué deseo de usted! (PEDRO niega con la cabeza). ¡Pues yo se lo voy a decir! ¡Un voto! ¡Simplemente eso! ¡Un voto! ¡Un voto de calidad! PEDRO (desfallecido): ¿Para qué? CANDIDATO: ¡Para gobernar! PEDRO: ¿Qué es gobernar? CANDIDATO (desconcertado): ¿Gobernar? (Otra vez en tono muy seguro). Gobernar es... ¡Gobernar! (Aplausos de los presentes). (Apabullando a PEDRO). ¡Gobernar! ¡Tome, lea, entérese de nuestra oferta electoral! (Va entregándole documentos). ¡El eslogan y los puntos esenciales de la flosofía que nos inspira! ¡El programa resumido! ¡El programa detallado, corregido y ampliado! ¡El esquema de organigrama en el supuesto seguro de triunfo en las urnas! Reduciremos el gasto público de la forma más sorprendente: aumentando el número de Ministerios hasta el infnito: «Un voto hoy, un Ministro mañana». ¡Lea! ¡Lea! PEDRO.

¿Debo leer todo esto? CANDIDATO: Realmente no hace falta. Con frmar aquí es sufciente. (Da lectura al papel que le muestra): «Voto por Coalición Señorial, y con mi voto, el de todos mis siervos, familiares y amigos...» Su frma computa 347 votos... No tiene que leer nada. ¡Otórguenos su confanza y no le defraudaremos! ¡Coalición Señorial es garantía de orden, de tranquilidad! ¡Es garantía de que todo quedará igual, para que no cambie lo que no tiene que cambiar! (Aplausos). PEDRO: ¿Firmo, entonces, sin leer todo esto? CANDIDATO: ¡Claro, excelencia! Usted ya conoce el espíritu de nuestra candidatura. (PEDRO frma). ¡Gracias, excelencia! (Más aplausos). El MAYORDOMO golpea el suelo con su bastón. Entran los criados con el asado y lo colocan sobre la mesa. MAYORDOMO: ¡La mesa está servida! Señores, pueden retirarse. Tras una reverencia, todos se van. PEDRO: Sigo sin entender nada... Yo soy el señor, soy el rico, y, sin embargo, a mí no me hacen eso, y a usted, sí. ¿Por qué le han obedecido? MAYORDOMO: No obedecen mis órdenes, excelencia, sino a las leyes de la etiqueta... que están por encima. PEDRO: De mí, de usted... ya... y de todos. Creo que ya no tengo nada de hambre... Señor mayordomo, ¿las leyes de la etiqueta me permiten comer en compañía? MAYORDOMO: Depende de qué compañía... Seguro que en el Salón Azul aguarda algún invitado. ¿Lo aviso, señor? PEDRO: ¡Haced lo que queráis!

46

MAYORDOMO (acudiendo a la puerta y alzando la voz): ¡Primer invitado de hoy!

47

Escena 7.ª Entra el PRIMER INVITADO y saluda efusivamente a PEDRO. INVITADO 1.º: ¡Amigo mío! ¡Amigo mío del alma! ¡Al fn te veo! ¡Qué buen aspecto tienes! ¿Quizá un poco más delgado? (PEDRO no contesta). ¿No dices nada? ¿Me equivoco? ¡Oh, claro! ¿Quizá un poco más gordo? ¡Qué buen aspecto! (Sentándose al lado y palmeándole la espalda). ¡Qué buen aspecto! ¿Y qué tal, amigo mío, qué tal? PEDRO: Bien... gracias... bien... Siéntate... INVITADO 1.º: ¡Oh, no! ¡Por favor, amigo mío! Ya he comido. Volveré a sentarme en el salón y allí esperaré a que acabes... PEDRO: ¿No quieres acompañarme a la mesa? INVITADO 1.º: Si me lo pides con tanto interés, te complaceré. Comeré otra vez, aunque no tenga ganas, sólo por complacerte. Lo que no quisiera es que nadie pudiera pensar que he venido precisamente a la hora de comer, para que me invites... PEDRO: ¿Y si así fuera? INVITADO 1.º: ¡Qué horror! No pensarás eso. ¿Verdad, amigo mío? PEDRO: No, yo no pienso nada. Vamos a comer. INVITADO 1.º:

Bien, amigo mío, comamos. (Empieza a comer con prudencia, pero poco a poco se va animando hasta devorar todo lo que alcanza). ¡Bebamos y olvidemos las penas! PEDRO: ¿Las cosas no te van bien? INVITADO 1.º: No tan bien como a ti, amigo mío. Mi familia... PEDRO (interrumpiéndole): ¡No quiero que me cuentes ninguna pena, por favor! Quiero sólo oír cosas alegres. Y si no tienes nada alegre que contar, calla y come. INVITADO 1.º: Como quieras, amigo mío... PEDRO: ¡Deja ya de decir «amigo mío»! Llámame por mi nombre, por favor. INVITADO 1.º: ¡Oh, sí! Amigo... perdón, Cristóbal. ¡Claro! Cristóbal, te haré el favor de llamarte por tu nombre. PEDRO: Gracias. Nunca se debe negar ningún favor a nadie... INVITADO 1.º: ¡Cierto, Cristóbal! ¡Qué perdiz más exquisita!

49

Escena 8.ª Entra el SEGUNDO INVITADO sin haber sido anunciado. Se dirige directo a la mesa y saluda a PEDRO con mucha confanza. INVITADO 2.º: ¡Hola, Jorge! Pasaba por aquí y me dije: seguro que Jorge está solo y desea compartir su mesa con alguien. ¡Qué olor! ¿Faisán o perdiz? INVITADO 1.º: Perdiz, ¿no lo ves...? INVITADO 2.°: Lo veo. (Empieza a comer). Siempre estoy dispuesto a complacerte, Jorge. ¿Quieres que coma contigo? Como contigo. ¿Que cene? Ceno contigo. Si tienes el capricho de que use tus vestidos para que pierdan el apresto, sólo tienes que decírmelo. (Al INVITADO 1.º). Y vos, ¿quién sois? INVITADO 1.º: (con retintín): El amigo que llegó primero, el invitado número uno. INVITADO 2.°: ¡Jorge! ¡Mucho cuidado con los falsos amigos! Les ofreces un muslo de perdiz y te comen los dos. (Rebusca en la fuente). INVITADO 1.º: ¡Cristóbal! ¡Cuidado con los falsos amigos! (En secreto). ¡Seguro que ése te pide dinero prestado! PEDRO (se nota que la comida y el vino le van animando): ¡Mayordomo! La reunión sería más agradable en compañía femenina. Invitad a una amiga. MAYORDOMO (en la puerta): ¡Invitada de honor!

Escena 9.ª Entra la INVITADA envuelta en sonrisas y coqueterías. INVITADA: ¡Alfonso! ¡Alfonsito! ¡Qué alegría verte! Pero... ¡habéis empezado a comer sin mí! (PEDRO hace ademán de ir a disculparse, pero ella continúa sin dejarle hablar). ¡Oh, no, no, no! ¡No me digas nada! (Mimosa). ¡Alfonsito, yo te perdono!... Ahora sé bueno y sírveme algo, estoy desfallecida... ¿Y estos señores? ¿Son tus amigos? INVITADO 1.º: Soy su mejor amigo. INVITADO 2.°: Yo soy su mejor amigo. PEDRO: Ya los conoces: son mis mejores amigos. INVITADA (sentándose al lado de PEDRO): Pues tenías contigo a tus mejores amigos... y ahora tienes a tu mejor amiga. (Se sirve rebuscando en la fuente). No encuentro ningún muslo. (Mira a los otros invitados y musita). Groseros... PEDRO: ¡Muchas gracias, mejores amigos míos! Levanto mi copa para brindar por la amistad. La amistad que es pura como el oro... INVITADA (sin dejar de comer): ¡Qué bien hablas, Alfonso mío! PEDRO: ... La amistad que es como la luz... TODOS (aplaudiendo): ¡Bravo, bravo, bravo!

PEDRO: ... porque toma su oro del sol. (Los invitados se miran entre sí)... Y se oscurece cuando el sol se pone. ¿No es cierto? INVITADO 1.º (receloso): Bien dicho... LOS OTROS (igual): Sí, bien dicho... PEDRO: Pero la amistad es un fuego que ha de alimentarse, si se quiere que siga ardiendo... Vosotros me habéis dado vuestra compañía... ¿Qué os puedo yo dar a cambio? (Los invitados miran a su alrededor, brillando sus ojos codiciosos al ver tantos objetos de oro). Miráis mi oro, ¿os atrae? ¡Bah! Comparado con vuestra amistad, sólo es polvo. INVITADA (con cautela): No hay que desdeñar lo material... Del espíritu, sólo del espíritu... no se vive. INVITADOS: ¡Bien dicho! PEDRO: ¡De acuerdo! Recompensaré vuestro cariño y vuestra lealtad... ¿Veis todos los objetos de oro que hay sobre el arca? ¡Son vuestros! Los invitados se abalanzan sobre los objetos de oro, disputándoselos. Repentinamente, PEDRO comienza a quejarse y a pasear por la habitación con la mano en la mejilla. PEDRO: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! INVITADA (sin dejar de coger objetos): ¿Qué te pasa, Alfonso? PEDRO: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! INVITADO 1.º (igual): Pero, Cristóbal, ¿qué te sucede?

52

PEDRO: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! INVITADO 2.º: ¡Por favor Jorge! (Recogiendo una jarra que ha rodado por el suelo). ¡No te quejes así, por favor! PEDRO: ¡Me muero! ¡Me muero de dolor! ¡Ay, mis muelas! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! INVITADO 1.º: ¡Ah! Un dolor de muelas. ¡Eso no es nada! ¡Se te quitará enseguida... Cualquier día de estos volveré a verte. (Dirigiéndose a la puerta). ¡Que te mejores, Cristóbal! PEDRO: ¡No me dejes solo ahora! ¡Me duele mucho! ¡Es ahora cuando necesito de tu ayuda! INVITADO 2.º: Jorge, enjuágate la boca con agua fría y verás cómo se te quita enseguida. Si a la primera no da resultado, inténtalo unas cuantas veces. ¡Ánimo! (Yéndose). ¡Hasta la vista! INVITADA (intentando llevar otro objeto más): ¡Ay qué quejicas sois los hombres! ¡Tendríais que pasar lo que pasamos las mujeres! ¡Chao! PEDRO: ¡No os vayáis, por favor! INVITADO 1.º (disputando con el 2.º): ¡Déjame pasar! ¡Yo he llegado antes! (Se le cae un candelabro y el otro se lo arrebata). ¡Dame eso, ladrón! Cuando la INVITADA llega a la puerta, pugna también por salir. Varios objetos más ruedan por el suelo. Pelean. Gritos, golpes, insultos. PEDRO (alzando la voz por encima del griterío): ¡Vamos! ¡Marchaos de una vez! ¡Maldigo ese oro y os maldigo a vosotros, falsos amigos! Los objetos de oro se transforman en negro.

53

LOS TRES: ¡Nos ha engañado! ¡Mirad! ¡No es oro! (Repentinamente los tres sienten un terrible dolor de muelas) ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! PEDRO (ya sin dolor): ¿Os duelen las muelas? ¡No os preocupéis! ¡Enjuagaos con un poquito de agua fría y veréis cómo se os pasa enseguida! LOS TRES: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! PEDRO: ¡No seáis quejicas! ¡Es sólo un dolor de muelas! (La INVITADA se desmaya). Pero, ¿cómo es posible? ¡Una mujer no se puede desmayar por tan poca cosa! ¡Fuera! (Los invitados salen quejándose y corriendo). ¡Corred al barbero! ¡Que os saque todas las muelas! ¡Y a comer sopitas!

54

Escena 10.ª La INVITADA y PEDRO. INVITADA (volviendo en sí): ¡Alfredo! (Mira a su alrededor). Todos te han abandonado... menos yo. Yo sigo junto a ti. (Intenta abrazarlo). ¡Alfredito! (Seductora). ¡No seas malo...! PEDRO (azarado intenta desasirse): Puedes marcharte también... Te advierto que soy tan pobre como el más pobre de los hombres. INVITADA: ¿Y la casa? PEDRO: Vendrá el Inspector de Hacienda y se llevará todo lo que hay aquí. Me embargarán porque no puedo pagar los impuestos. Y los del juzgado me... INVITADA: Yo me quedaré contigo... a tu lado siempre (toma su mano y con habilidad le roba el anillo) para tenderte una mano amiga... PEDRO (sincero): ¿Lo dices de verdad? INVITADA: Mírame a los ojos. PEDRO (intenta mirarla, pero se ruboriza): Me dijeron que las mujeres eran más falsas que los hombres... INVITADA: Más falsas, no. Pero más listas, sí... ¡Ah! Déjame sentarme. Estoy agotada con tantas emociones... PEDRO:

Siéntate, amiga mía... Siento haberte asustado... Mi nombre es Pedro... ¿Por qué me llamabas Alfredo y después Alfonso? INVITADA: Para que los falsos amigos que estaban contigo no pronunciaran tu verdadero nombre manchándolo... Yo sabía que te llamabas así... Mírame por última vez (manipula el anillo) y aprende a no farte de las mujeres. ¡Adiós! ¡Pedro el Burro! La pared se abre y la INVITADA desaparece riendo a carcajadas.

56

Escena 11.ª PEDRO corre hacia la ventana. Se asoma. Al volverse hacia el público, trae puestas unas enormes orejas de burro. PEDRO: ¡Me ha robado el anillo! ¡Maldito sea el oro, la amistad y las mujeres!... Sólo tengo dos orejas de burro... Si llego a saber que la vida es así de miserable, me hubiera quedado en la torre, encerrado; triste, pero tranquilo. ¿Qué va a ser ahora de mí? Sin amigos, sin dinero, sin casa... sin anillo. ¡Si al menos no estuviera tan solo...! ¡Maldito sea el mundo, malditas las mujeres, maldita la amistad!

Escena 12.ª Entra LISA. LISA: No maldigas, Pedro... Me tienes a mí. Te prometí que, cuando me necesitaras, me tendrías a tu lado. PEDRO: ¡Lisa! ¡Cómo pude olvidarte! No me acordé de ti en los momentos de fortuna y tú vienes cuando nada tengo... LISA: Los amigos verdaderos son para los momentos difíciles... PEDRO: ¿Amigos? ¡Maldigo la amistad! LISA: ¿Por qué, Pedro? Hay amigos falsos y amigos verdaderos. ¿Tú no confías en mí? PEDRO: Tú eres distinta... Tú eres otra cosa... Eres, Lisa (gime). ¡Lisa! He buscado lo bueno de la vida y he encontrado sólo mentira, egoísmo y vanidad... LISA: Lo has buscado a tu manera, como lo hacen los jóvenes: descubren un poquito del mundo, lo juzgan y creen haberlo vivido todo. Ahora vas a ser hombre. Tu mirada de niño ha descubierto la injusticia y la maldad. Trata ahora de encontrar lo bello. Intenta hacer algo por los demás... PEDRO: ¡Eso! Me convertiré en un gran hombre... LISA: Grande o pequeño es lo mismo. Lo importante es ser útil en algo a los demás...

PEDRO: ¡Seré un reformador social! ¡Salvaré a los hombres de la opresión y...! LISA: Yo creo que los hombres están un poco cansados de salvadores... PEDRO: ¿Por qué? LISA: Porque los salvadores se suelen salvar a sí mismos... a costa de los demás. PEDRO: ¡Yo no! Yo pensaré sólo en el pueblo... Todos me admirarán... Mi nombre estará en boca de todos... LISA: Vuelves a equivocarte, Pedro. Deseas ser un gran hombre nada más que por vanidad. ¿Deseas fama, halagos, honores...? Los tendrás... Será otra nueva experiencia. PEDRO: Pero, ¿cómo conseguiré todo eso, si he perdido mi anillo? LISA: Mírate la mano. (PEDRO asombrado descubre el anillo). Parece que tu anillo mágico no se puede perder... Creo que tiene el poder de estar siempre con su dueño. PEDRO: ¡Qué maravilla! ¡Anillo! ¡Fuera orejas de burro! (Las orejas desaparecen). ¡Ya está! ¡Decidido! ¡Seré un gran reformador social! Y tú, Lisa, vendrás conmigo. LISA: Aún no. Pero, como siempre, te seguiré a distancia. Y si las cosas volvieran a torcerse, de nuevo estaré a tu lado. ¡Vamos! Vuelve a lanzarte a la vida. Descubrirás fores entre escombros. Descubrirás que en el mundo hay sitio para lo bello y para lo feo, para la alegría y la tristeza, para la desgracia y también para la felicidad... Salen juntos, mientras lentamente se hace el oscuro.

59

ACTO TERCERO Plaza Mayor. A la derecha, balcón del Ayuntamiento, con asientos para el Alcalde y algún concejal. A la izquierda, la zapatería. Bajo el letrero que ¡a anuncia trabajan el ZAPATERO y el APRENDIZ! En el centro de la plaza, la estatua del ALCALDE DE TODA LA VIDA con un adoquín en la mano y la frente laureada; en el pedestal, una placa conmemorativa. Junto a la estatua, una pequeña tarima con un poste, a modo de picota. Al fondo, fachadas y tejados.

Escena 1.ª El ZAPATERO y el APRENDIZ conversan mientras trabajan.

APRENDIZ: Maestro, ¿se ha enterado usted? ZAPATERO: Yo me entero de todo. APRENDIZ: ¡Ah! Y, ¿qué le parece? ZAPATERO: ¿El qué? APRENDIZ: ¡Qué va a ser! Lo del reformador. ZAPATERO: ¿Qué reformador? APRENDIZ:

¿Pero no ha dicho usted que se entera de todo? El reformador social. ZAPATERO: ¡Ah, claro! El reformador social... ¿Y qué pasa con el reformador social? APRENDIZ: Pues que ha llegado. ZAPATERO: Que ha llegado, ¿quién? APRENDIZ (pacientemente): El reformador social. ZAPATERO: Eso ya lo sabía. Pero, ¿a qué viene? Aquí no hay nada que reformar. APRENDIZ (misterioso): Yo he escuchado que pretende cambiar el adoquinado de las calles... ZAPATERO: ¿Cambiar el adoquinado de las calles? (Se dirige a la estatua). ¡Excelentísimo señor Alcalde de toda la vida! ¿Habéis oído semejante insensatez? ¡Cambiar el adoquinado de las calles! Cuando, vos, señor Alcalde de toda la vida, empedrasteis con adoquines toda la ciudad. (Tono de discurso). Esta ciudad, que, por suscripción popular y ¡Eso! ¡Un revolucionario...! Pero no tiene ningún tua que perpetuará vuestra memoria... APRENDIZ (carraspea): Perdón, maestro... Me parece que el reformador no quiere adoquinar las calles, sino quitar los adoquines para colocar losas, ¿comprende?, losas lisas... Como las que el señor Alcalde de toda la vida colocó desde su casa hasta el Ayuntamiento... como ésas, pero en toda la ciudad. ZAPATERO: ¿En toda la ciudad? ¿Losetas lisas en toda la ciudad? ¡Lo que me faltaba por oír! APRENDIZ: Sí... para que todo el mundo pueda caminar bien, sin tropezar. ZAPATERO: ¡Está claro! ¡No es un simple reformador! ¡Un revolucionario! ¡Es un revolucionario!

APRENDIZ: ¡Eso! ¡Un revolucionario...! Pero no tiene ningún partido que le apoye, como a ustedes... ZAPATERO: ¡No es un partido! ¡Es una asociación! La U.CE.D.A. UNIÓN CIUDADANA EMPEDRADORA DE ADOQUINES. (A la estatua). ¡Fundada por vos! APRENDIZ (rápido al público, mientras el ZAPATERO, que se ha levantado y acercado a la estatua, saca brillo a la placa conmemorativa): En ese partido o en esa asociación o lo que sea son cuatro: el alcalde actual, que es el yerno del Alcalde de toda la vida; el carrero, el callista y el maestro zapatero. Al carrero le interesaban los adoquines para que se rompieran muchos ejes de los carruajes. Al callista, nunca le faltó trabajo, con tanto pie sufrido... (Señalando el interior de la zapatería). Y aquí, ¡cientos de zapatos para reparar...! Por eso organizaron la U.CE.D.A. ZAPATERO (regresando junto al APRENDIZ): El Excelentísimo señor Alcalde de toda la vida convirtió nuestra ciudad y sus calles en una urbe moderna. Por eso le erigimos la estatua... Y ese revolucionario ya se puede andar con cuidado (amenazador) y quien con él simpatice. ¿Usted no comparte sus ideas, verdad? (El APRENDIZ baja la vista). Supongo que no, por la cuenta que le tiene. ¡Pobre de quien se atreva a ultrajar la memoria de nuestro ilustre Alcalde de toda la vida! ¡Y aún menos hoy! ¡Precisamente hoy, el día del aniversario! Debo ausentarme, para hablar con el alcalde actual y con mis correligionarios... Y tú a trabajar sin perder tiempo: antes de que anochezca debe estar puesto al día el trabajo pendiente. (Se va). APRENDIZ (al público): El Alcalde de toda la vida se murió hace diez años. El cura hizo su elogio fúnebre por 20 ducados. El empedrador que se había enriquecido con la contrata levantó el pedestal. Entre el callista y el carrero pagaron la placa. El zapatero con el alcalde actual organizaron la suscripción de tal forma que nadie en el pueblo se atrevió a negarse. ¡Así se levantó la estatua!... ¡Ahí vienen! (Se pone a trabajar precipitadamente).

Escena 2.ª El CARRERO —portando una bandera—, el CALLISTA y el ZAPATERO avanzan en fla hasta aproximarse a la estatua. Ante ella forman un semicírculo. CALLISTA: Hemos de darnos prisa. Amenaza tormenta. CARRERO: ¿Cree usted que lloverá? CALLISTA: Cada uno entiende de lo suyo... Como callista sé cuándo y por qué me duelen los juanetes: cuando va a llover. CARRERO: ¿Y hoy le duelen? CALLISTA: Me duelen. Por eso digo que debemos darnos prisa. Y dígame, señor Carrero, ¿dónde está el pueblo, el gentío, la inmensa multitud? ZAPATERO: Usted era el encargado de la publicidad... CARRERO: Y usted de la movilización de las masas... ZAPATERO: Pero usted tenía que hablar con el impresor para dar publicidad al acto. Si no vienen las masas, yo no las puedo movilizar. CARRERO: ¿Cómo van a venir si usted no las moviliza? CALLISTA: ¡Señores! ¡No discutan ustedes! Pasaremos el tema a la Comisión de Competencias. (Viendo al APRENDIZ). De momento, como Presidente en

Funciones y a Perpetuidad de la Unión Ciudadana Empedradora de Adoquines, U.CE.D.A., le convoco para que asista, en representación del pueblo, al homenaje que seguidamente rendiremos a la memoria del excelentísimo señor Alcalde de toda la vida. ZAPATERO: ¡Vamos, acércate! APRENDIZ: ¿Y el trabajo pendiente? ZAPATERO: Ya lo harás después... Si no acabas al atardecer, seguirás un ratillo por la noche. (El APRENDIZ se acerca al grupo, situándose en segundo plano). CALLISTA: ¿Y el señor Alcalde actual, señor Carrero?... Usted es el responsable de las relaciones con los poderes fácticos. CARRERO: Lo soy y le he avisado... No es culpa mía si se ha quedado dormido... El señor Alcalde actual, como todo el mundo sabe, tiene la rara habilidad de quedarse dormido con frecuencia. CALLISTA: ¡Señores! No perdamos más tiempo. Como Presidente en Funciones y a Perpetuidad de la U.CE.D.A. declaro abierta la sesión: Comencemos por cantar el himno. (Da el tono y marca la entrada). LOS TRES: ¡Gloria a ti, benefactor! ¡Alcalde de toda la vida! ¡A ti, Alcalde, gloria y honor! Canta tu ciudad querida: ¡Gloria y honor! ¡Alcalde de toda la vida! CALLISTA (recitando enfático): En este valle de lágrimas todo es mutable. De este pueblo, las ánimas tu obra admirable perpetuarán en las lápidas.

Aunque miserable la envidia intente matarlas, tus obras nunca serán olvidadas. (Aplausos). ¡Al estribillo! TODOS: ¡Gloria a ti, benefactor! ¡Alcalde de toda la vida! ¡A ti, Alcalde, gloria y...! (etc.). Al acabar el himno vuelven a aplaudir todos, menos el APRENDIZ. ZAPATERO: ¡Aplauda! (El APRENDIZ aplaude sin convicción, sonando tristes y solas sus palmas). CALLISTA: ¡Viva nuestro ilustre señor Alcalde de toda la vida! LOS TRES: ¡Viva! ZAPATERO: ¡Todos! APRENDIZ (solo y con miedo): ¡Viva! CALLISTA: ¡Mueran los revolucionarios! LOS TRES: ¡Mueran! ZAPATERO: ¡Todos! (Acosando al APRENDIZ). ¡Mueran los revolucionarios! APRENDIZ: ¡Vivan las losas lisas! ¡Losas lisas para todos! ¡Viva la revolución! (Escapa corriendo). ZAPATERO (al borde del infarto): ¡Te arrepentirás! ¡Te arrepentirás! ¡Quedas despedido! ¡Te denunciaré!

CALLISTA: ¡Calmaos, señor Zapatero! (con reproche). Y aprended a elegir mejor a vuestros colaboradores. Terminemos esto y vayámonos de una vez. ¡Viva la U.CE.DA! LOS TRES: ¡Viva! ¡U.CE.DA! ¡U.CE.DA! ¡U.CE.DA! CALLISTA: ¡Señores! ¿Qué les dije? (La lluvia, que ha comenzado, arrecia). ¡Está lloviendo! ¡Vámonos! ¡El acto se da por fnalizado! ZAPATERO: ¿Y mi discurso? CALLISTA (con prisa): Este año habrá que omitirlo... ZAPATERO: Es que, señor Presidente, la subvención que tenemos... CALLISTA: La subvención no nos cubre la pulmonía. CARRERO: ¡Bien dicho! CALLISTA: Discurso dado por dicho. ¡Andando! Se van, dejando solo al ZAPATERO.

Escena 3.ª El verdadero discurso del ZAPATERO. (se asegura de que nadie le escucha y se dirige a la estatua): ¡Viejo estúpido! Lo único bueno que hiciste en tu vida fue lo de los adoquines. ¡Y ni siquiera eso fue idea tuya...! ¡Bien que te aprovechaste de todos! ¡Bien que nos sangraste! ¡Pues escucha! ¡Escucha el discurso que nunca te han dicho! Despreciable marrano... (Se corta al ver acercarse al PARIENTE del Alcalde de toda la vida. Disimula y rectifca). ¡Inolvidable ciudadano!...

ZAPATERO

Escena 4.ª El PARIENTE y el ZAPATERO. PARIENTE (interrumpiendo): ¿Dónde están los demás? ¿El callista, el carrero, el alcalde actual...? ZAPATERO: ¡Señor Pariente del ilustre ciudadano, el excelentísimo señor Alcalde de toda la vida...! Ilustre señor Pariente, los ilustres miembros de la U.CE.D.A. han rendido ya su respetuoso homenaje a su ilustre pariente... PARIENTE (interrumpiendo): ¿Y mi otro pariente, el alcalde actual? ZAPATERO: Lo ignoro, señor Pariente de todos los ilustres alcaldes de esta ilustre... PARIENTE (interrumpiendo): ¿Tendrá noticia del atentado? ZAPATERO: Yo me entero de to... ¿Atentado?... PARIENTE: ¡Ha llegado a la ciudad un reformador! ZAPATERO: ¡Ah! ¡Sí! Estoy informado: se trata de un revolucionario, que pretende atraer adeptos... PARIENTE (interrumpiendo y mostrando una octavilla): ¡La ciudad está llena de octavillas! ¡Es terrible! ¡Escuche! «Hace poco más de diez años que el entonces alcalde de esta ciudad empedró las calles con adoquines irregulares...» ¿Qué le parece? ZAPATERO: No me parece bien... pero tampoco demasiado grave...

PARIENTE: ¿No le parece grave? ¿No le parece grave que se nombre a nuestro Excelentísimo e Ilustrísimo señor Alcalde de toda la vida, simplemente como «el entonces alcalde de esta ciudad»? ¡Un atentado! ¿Y cómo dice que son los adoquines? ¡Irregulares! No es grave, ¿verdad? ¡I-rre-gu-la-res! ¡¡Un atentado!! ZAPATERO (conciliador): ¡Señor Pariente! Comprendo su contrariedad, por la evidente falta de respeto al citar sin los títulos correspondientes... y tan merecidos... Y en lo que atañe a los adoquines... la verdad es que muy regulares no son... PARIENTE: ¡Cuidado, señor Zapatero! Hace tiempo que le observo (amenazador). Y observo que es usted de los tibios... Ándese con cuidado... ZAPATERO: ¿Yo, tibio? PARIENTE: Sí, tibio... He dicho «tibio». Y aún me atrevería a añadir algo más: «es-cépti-co». ZAPATERO: ¡Por Dios, señor Pariente! ¿Yo, tibio? ¿Yo, escéptico?... ¿No estaba yo aquí bajo la lluvia, cuando usted ha llegado, repitiendo mi discurso al Excelentísimo e Ilustrísimo y Magnífco señor Alcalde de toda la vida, su ilustre pariente, el inolvidable ciudadano... PARIENTE (interrumpiéndole): ¿Reconoce usted que se trata de un atentado? ZAPATERO: Sí, señor Pariente, ¡el más terrible y execrable de los atentados! Y nosotros, la U.CE.D.A., como usted sabe, estamos contra toda violencia, venga de donde venga, y, sobre todo, si viene de los revolucionarios que atentan contra la memoria del Excelentísimo e Ilustrísimo... PARIENTE (interrumpiendo): ¡Escuche ahora y preste mucha atención! Esta noche, a las nueve, ese ser inmundo ha convocado al pueblo para exponer su programa. ZAPATERO:

¡Hay que prohibírselo! ¡Es inadmisible! PARIENTE: No se le puede prohibir... Ya lo he intentado. Las nuevas Ordenanzas Municipales de esta legislatura lo permiten. ¡Maldito cambio y malditas ordenanzas! ¡Antes no pasaba esto!... ¿Y sabe cuál es el eslogan de su programa? «Losas lisas...» ZAPATERO: «... para todos». El PARIENTE y el ZAPATERO escuchan encolerizados el rumor de una manifestación lejana que progresivamente se acerca, mientras se hace un oscuro de transición: «Si pisas... ¡losas lisas! ¡Losas lisas! ¡Losas lisas para todos!... ¡Si pisas! ¡Losas lisas!...»

Escena 5.ª Se ilumina el reloj del Ayuntamiento, cuando marca las nueve en punto. En el balcón, el ALCALDE actual, algún EDIL y PEDRO. En la plaza dos grupos bien diferenciados: a la derecha, el grupo del PARIENTE con los miembros de la U.CE.DA., a la izquierda, gente del pueblo encabezada por el APRENDIZ, que ya ha perdido su miedo. ALCALDE: ¡Amado pueblo! Nos hemos reunido aquí en un día tan señalado para dar una muestra más de civismo, de aperturismo, de madurez política, invitando a participar en nuestra tribuna a un reformador social. (Aplausos en el grupo de la izquierda e inquietud en el de la derecha). PEDRO: ¡Amigos! He venido a vuestra ciudad... CARRERO (grita): ¡A ofendernos! PEDRO (asombrado): ¿A ofenderles? ¡Oh, no! ¡A intentar mejorar su situación! ZAPATERO: ¡Usted ha ofendido al Excelentísimo señor Alcalde de toda la vida! CARRERO: ¡Y al ofenderle a él nos ha ofendido a todos! PEDRO: Pero... ¿por qué les he ofendido? PARIENTE: ¡Usted nombra a nuestro ilustre procer, el Excelentísimo señor Alcalde de toda la vida, como un alcalde a secas, como a un alcalde cualquiera...! ¡Y esto es muy grave! Está claramente tipifcado en nuestro código como un delito de injurias...

PEDRO: ¡Mire usted! Yo no he pretendido injuriar a nadie y... PARIENTE (sin escucharle): Y en segundo lugar, usted ha dicho que los adoquines de nuestras calles son irregulares... PEDRO: ¡Claro! ¡Así es! PARIENTE: ¡Eso es una calumnia! Nuestros adoquines no son irregulares, sino que están sometidos a un proceso constante de regularización, lo cual es sensiblemente distinto... ¡Señor alcalde actual, ese sujeto ha venido a injuriarnos y a calumniarnos! ¿Va usted a permitir que siga haciéndolo impunemente? (Protestas y aplausos). PEDRO: ¡Perdón! ¡Discúlpenme! No les entiendo muy bien... Mi única intención es sustituir los adoquines por losas lisas... PUEBLO: ¡Losas lisas, sí! ¡Losas lisas, sí!... CALLISTA: ¡Demagogo! (Sus compañeros de grupo corean el insulto). ALCALDE (hace una seña al pregonero para que redoble el tambor): ¡Ciudadanos! ¡Gracias por vuestra participación! Con esta confrontación de pareceres damos por terminado el acto. PEDRO: ¡Señor alcalde! Lo que yo quisiera es exponer mi programa, el proyecto de realización y los principios que lo sustentan. PUEBLO: ¡Que hable! ¡Que hable! ¡Que hable!... ALCALDE: ¡Naturalmente que hablará, ciudadanos! Nuestra voluntad política es que hable quien tenga algo que decir... En este caso, por una simple cuestión de procedimiento, será el secretario quien dará lectura al resumen redactado por esta Corporación sobre el proyecto por él presentado. (Aplausos en el grupo de la derecha y protestas en la izquierda).

PEDRO: ¡Protesto! Soy yo quien debe presentar mi proyecto. ¡No quiero que ustedes lo modifquen a su antojo! (Aplausos y protestas). ALCALDE: ¿Cómo se atreve? Hemos estudiado su proyecto a fondo y tenemos la consideración, aunque esté rechazado de plano, de ofrecer un resumen a los ciudadanos que se han interesado por el mismo. Nuestra decisión está perfectamente fundamentada, sin que en este caso le asista ninguna posibilidad de recurrir. Por tanto, como alcalde actual de este Ayuntamiento ordenó que se dé lectura al informe y a la decisión de esta Corporación... Señor secretario, proceda a la lectura. SECRETARIO: «Un loco llamado Pedro, cuyo apellido no fgura, pretende que todos, todos, andemos sobre losas lisas. Y si Dios creó al hombre desigual, desiguales deben ser las calles. En base a los fundamentos expuestos, esta Corporación resuelve rechazar el proyecto presentado.» APRENDIZ: ¡Dios no creó a los hombres desiguales! ALCALDE: ¡Antes de hablar, haga el favor de pedir la palabra! El APRENDIZ levanta la mano, pero el ALCALDE concede la palabra al PARIENTE. PARIENTE: Todos pensamos como usted y como la digna Corporación que usted preside. La desigualdad es el motor de nuestra sociedad. Si todos fuésemos iguales, nadie lucharía por mejorar. ¡No habría progreso! (Aplausos en su grupo. Se estimula y trata de convencer a los del otro). ¡Si fueseis iguales que nosotros, no lucharíais por ser como nosotros! ¡Os conformaríais con lo que tenéis! Estando abajo, se siente el noble deseo de trabajar más y más para ascender en la escala social. (Aplausos entusiastas en su grupo. Alguno aislado en el contrario). Para mejorar... APRENDIZ: ¡Para mejorar vuestras ganancias! ALCALDE: ¡Cállate de una vez! Como sigas interrumpiendo a quien esté en el sagrado uso de la palabra, ordenaré que te detengan.

PARIENTE: ¡Acuso a ese forastero! ¡Y ya no sólo por las injurias y calumnias que nos ha infringido, sino, además, porque ha venido a atentar contra el orden en nuestra ciudad! PEDRO: ¡Yo no he venido a atentar contra nada! Simplemente quiero que ustedes, todos ustedes, no unos pocos, vivan mejor. ALCALDE: ¡Orden, por favor! ¡Respeten el orden del día! Han pasado ustedes al segundo punto. Antes debemos dejar defnitivamente concluido el primero: El proyecto queda denegado. (Aplausos y protestas). Segundo punto: Se acusa al forastero, llamado Pedro, cuyo apellido no consta, de injurias, calumnias y atentado contra el orden social. ¿Qué castigo debemos imponerle? PEDRO: ¡Yo no he atentado contra nada! APRENDIZ: ¡No ha atentado contra...! ALCALDE: ¡Por última vez, cállese! Mientras yo no le conceda la palabra, como moderador que soy de la sesión, no tiene usted derecho a intervenir... ¡Señor Zapatero! ¡Su turno! ¿Qué castigo debemos imponerle? ZAPATERO: El castigo que mejor le parezca, señor Alcalde. ALCALDE: ¡Señor Callista! CALLISTA: ¡De acuerdo con lo expresado por el señor Zapatero! ALCALDE: ¡Señor Carrero! CARRERO: Tengo el honor de compartir la opinión de quienes me han precedido en el uso de la palabra...

APRENDIZ: ¡Pregúntenos a nosotros! ¡Al pueblo! ALCALDE: ¿Pretende insinuar que quienes han hablado no pertenecen a nuestro pueblo? Cada vez que usted interrumpe es para atacar a sus conciudadanos. Como vuelva usted a intervenir, será considerado secuaz del acusado. (Aplausos y vítores en la derecha. Silencio temeroso en la izquierda). Bien. En vista de las alegaciones presentadas y en base a las irrefutables pruebas obtenidas, podemos resolver y resolvemos que el forastero llamado Pedro, de apellido desconocido, sea desterrado de nuestra ciudad, después de haber permanecido amarrado dos horas en la picota (dirigiéndose al grupo de la izquierda) para escarmiento general. ¡Llévenselo! Dos alguaciles se abalanzan sobre PEDRO arrastrándolo al interior del Ayuntamiento. PUEBLO: ¡Pedro! ¡Pedro! ¡Pedro! ALCALDE: ¡Insensatos! Tendremos que aprobar un presupuesto extraordinario para que se amplíen los calabozos municipales. Tercer punto del orden del día: Dada la desagradable circunstancia de que los perros de esta ciudad desahogan sus instintos orgánicos con harta frecuencia en el pedestal de nuestro ilustre benefactor, solicito una contribución especial para levantar una verja de hierro en torno al susodicho pedestal. ¿Alguien se opone? (El ZAPATERO levanta la mano.) APRENDIZ: ¡Es la primera vez que se atreve a oponerse al alcalde! ALCALDE (señalando al APRENDIZ): ¡Detengan a ese hombre! (Los alguaciles detienen al APRENDIZ, mientras el ZAPATERO disimula con su mano en alto, como si estuviera saludando a alguien. El ALCALDE sonríe forzadamente y prosigue). ¿Nadie en contra? (El ZAPATERO baja la mano). ¡Aprobado por unanimidad! PUEBLO: ¡Beeee! ALCALDE:

¡Se levanta la sesión! (El ALCALDE y los concejales se retiran del balcón).

Escena 6.ª Corrillos en la calle. En primer plano habla el PARIENTE con los miembros de la U.CE.DA. Aires de satisfacción general. ZAPATERO: Les invito a tomar unas cervecitas, ¿les parece? Asienten y se dirigen a la puerta de la zapatería. Beben y conversan. CALLISTA (al PARIENTE): No se dignó usted asistir esta mañana al homenaje... PARIENTE: ¡Por supuesto que me digné! Pero cuando llegué, ya no estaba usted ni el señor Carrero. Sólo vi al señor Zapatero iniciando su discurso. CALLISTA: Antes nos habíamos reunido toda la Asociación. ¡La Asociación en pleno! CARRERO: ¡Los tres! PARIENTE: ¿Y cantaron su himno? CALLISTA: Completo y a dos voces mixtas. PARIENTE: ¿Y había mucha gente del pueblo? CARRERO: Ni un alma. CALLISTA:

¡Señor Carrero! Tiene usted una visión demasiado pesimista de la realidad... No había una nutrida representación del pueblo, pero sí estaba representado el pueblo... ZAPATERO: Mi aprendiz. (El CALLISTA le da un codazo y se calla). PARIENTE: ¿Cómo dice usted? ZAPATERO: ¡Oh, nada, nada...! PARIENTE: Por cierto, su aprendiz es ese botarate que... ZAPATERO (precipitadamente): ¡Era, era mi aprendiz! ¡Ya no lo es! ¡Hace tiempo que ha sido despedido! PARIENTE: Bien... muy bien... Y el alcalde creo que no estuvo, ¿verdad? CARRERO: Me parece que volvieron a pegársele las sábanas. PARIENTE: ¿Han leído ustedes El Gallo Vespertino? Escuchen, por favor: «HOMENAJE. El tradicional homenaje que la U.CE.D.A. tributa al Excelentísimo señor Alcalde de toda la vida, ante el monumento que en su memoria se eleva en la Plaza Mayor, ha constituido una verdadera muestra de adhesión, cariño y respeto a quien tanto hizo por nuestra ciudad. Una inmensa multitud aplaudió con entusiasmo el himno entonado por los dirigentes de la U.CE.D.A. El discurso de conmemoración fue pronunciado por el señor Zapatero, quien, un año más, con voz vibrante y emocionada, recordó los insignes méritos de nuestro benefactor. Entre las fuerzas vivas de nuestra ciudad se hallaba el Ilustrísimo señor Alcalde actual y el Pariente principal del homenajeado». (Aplauden todos). CALLISTA: ¡Magnífco! Se nota su pluma, señor Pariente... PARIENTE (sonriendo con modestia):

¡Oh! ¡Sólo escarceos... divertimentos...! ¡Y miren la caricatura de ese pobre diablo! CARRERO: ¡Ahí lo traen!

Escena 7.ª Los alguaciles conducen maniatado a PEDRO, amarrándolo al poste de la picota. Entra una VIEJA con un tablero, como aquéllos de los ciegos en las ferias, que reproduce escenas alusivas al romance que entona. VIEJA: Erase un pobre joven que el bien del pueblo quería en contra de los poderosos que cerveza allí bebían. Al pueblo el joven le dijo: «Os pondré losas muy lisas.» Los poderosos dijeron: «No tengas tanta prisa.» Una orden del alcalde y en picota acabó, como en casa de Caifás el gallo pronto cantó. Los poderosos imponen sus normas y autoridad para que nadie ataque su moral, su propiedad. Que cante de nuevo el gallo, canto de liberación, el pueblo explotado espera la señal de rebelión... En la zapatería fngen no escuchar la canción. El grupo del pueblo rodea a la VIEJA colmándola de limosnas. PARIENTE (intentando hablar por encima del canto de la VIEJA, que comienzan a corear los del pueblo. Al ZAPATERO): ¿Y qué? ¿Tiene usted mucho trabajo últimamente?

ZAPATERO (gritando): ¡No me puedo quejar! VIEJA (aproximándose al grupo de la zapatería mientras atrás canta el pueblo): ¡Una limosna para esta pobre vieja! CALLISTA: ¡Está prohibido pedir limosna! ZAPATERO. Quizá no mendigue. (En voz baja). A lo mejor está pidiendo una subvención... VIEJA: A ustedes les dan una subvención por cantar y creo que esta mañana no han cantado mucho... Yo, sin embargo, sí he cantado... PARIENTE: ¡Váyase ahora mismo o mando que la lleven al calabozo! Suenan truenos. Viento y lluvia. Revuelo en la plaza. ZAPATERO: ¡Otra vez la lluvia! ¡Señores! Refúgiense en mi casa... PARIENTE: Si mi ilustre pariente se queda ahí a pie frme y sin protestar bajo la lluvia, igual puede quedarse ese payaso revolucionario. CALLISTA: ¡Así se le apagarán los ardores combativos! (Se dirige hacia el interior de la zapatería y tropieza con un adoquín del empedrado, dando un violento traspiés). ¡Malditos adoquines! (Entra cojeando en la casa. Risas y burlas de la gente del pueblo, que escapa también de la lluvia, protegiéndose en las sombras del fondo).

Escena 8.ª Quedan solos en la plaza, bajo la lluvia, PEDRO, amarrado al poste, y la VIEJA. VIEJA (quitándose el disfraz): ¡Pedro! LISA: Ya veo que te has convertido en un hombre famoso. Todo el mundo habla de ti. El pueblo te aclama y los poderosos te temen. ¿Estás contento? PEDRO: La verdad es que ya estoy un poco harto de todo este lío. LISA: ¿Abandonas sin terminar tu obra? PEDRO: Me conformo con terminar sano y salvo. LISA: Buscabas el honor y la fama... PEDRO: ¡Como todo el mundo! LISA: Todo el mundo, no (pausa). Habías conseguido el apoyo del pueblo. PEDRO: El pueblo no pinta nada. LISA: Hubieras preferido el apoyo de los poderosos? ¿No creías en la causa que defendías? PEDRO: No lo sé... En el fondo me parece igual que la gente ande sobre adoquines o sobre losas...

LISA: Quizá sea igual para quienes llevan botas de cuero. Pero, ¿para los que van descalzos? PEDRO: Calzados y descalzos... La sociedad está muy mal organizada... Habría que cambiarla... LISA: ¡Lucha por ello! PEDRO: Me falta el Poder... LISA: Pídeselo a tu anillo. Temo que, aunque lo consigas, no logres cambiar el mundo. (LISA lo desata). PEDRO (toma las manos de LISA): Lisa, ¿qué cantaba aquel pájaro del bosque? LISA: Algún día te lo diré. PEDRO: ¡Dímelo ahora! LISA: Está bien. Dijo: «te quiero». PEDRO: ¿Y tú me quieres a mí, Lisa? LISA (mirándole muy fja a los ojos): Creo que algún día te querré, cuando tú me ames a mí. PEDRO: ¡Yo te amo! LISA: No, Pedro, no me quieres. Aún no quieres a nadie. Sólo te amas a ti mismo... Ya irás aprendiendo. Sigue cumpliendo tus deseos. Ahora vas a conseguir uno de los más ambicionados por el hombre: el Poder.

¡Cuidado! Quien abusa del poder se convierte en el más culpable de los hombres, en una caricatura de los dioses. ¡Adiós, mi rey! Tu corona te espera. PEDRO: Reina mía... Oscuro en el cambio, para mutación del decorado.

Escena 9.ª Interior de un palacio oriental. Mesa con insignias reales ante el trono. Un diván. Cojines en el suelo. Alfombras y cortinajes. El GENEALOGISTA de la Corte dibuja sobre un gran papiro que cuelga del techo. Entra el MAESTRO DE CEREMONIAS. MAESTRO DE CEREMONIAS: ¿Está concluido el árbol genealógico de nuestro joven Califa? GENEALOGISTA: Casi, excelencia. MAESTRO DE CEREMONIAS: ¿A quién habéis puesto como fundador de su linaje? GENEALOGISTA: Al califa Omar, por supuesto. MAESTRO DE CEREMONIAS: ¿No habría quedado mejor Harum al Rashid? GENEALOGISTA: Como mejor os parezca, señor... Quizá resultaría más popular, pero con menos empaque. MAESTRO DE CEREMONIAS: Dejadlo como está. Al fn y al cabo son sólo matices.

Escena 10.ª Entra, afable y soberbio, el CAPELLÁN MAYOR DEL REY. CAPELLÁN: ¡Allah ekbar barai! MAESTRO DE CEREMONIAS: ¡Allah eloin! Muy bien, ¿y usted? CAPELLÁN: Divinamente. ¿Está ya redactada el acta de abjuración? MAESTRO DE CEREMONIAS: Por duplicado. Revísela usted, si le parece bien, y así el califa sólo tendrá que frmar. (Le tiende el documento). CAPELLÁN (leyéndolo por encima): Veamos... Dejadme que me sitúe. ¿De qué abjura el califa: del cristianismo o del mahometanismo? MAESTRO DE CEREMONIAS: Del catolicismo, reverendo. CAPELLÁN (lee en voz alta): «Nos, Omar XXVII, abjuramos mediante este documento de la religión católica apostólica romana, adoptando la fe mahometana, tal como aparece revelada por Alá al profeta Mahoma y fjada en el Corán...» MAESTRO DE CEREMONIAS: ¿Es correcta la redacción, señor Capellán? CAPELLÁN: Más que correcta, señor Maestro de Ceremonias. MAESTRO DE CEREMONIAS: ¡Muchas gracias, señor Capellán Mayor del Rey!

CAPELLÁN: ¡De nada, señor Maestro de Ceremonias y Usos de la Corte!

Escena 11.ª Entra PEDRO, acompañado por el GRAN VISIR y por el CRONISTA MAYOR DEL REINO, quien no deja de tomar notas observando, con exagerada atención, todo lo que PEDRO diga o haga. VISIR: Dignaos, alteza, examinar el árbol genealógico que vuestro Genealogista acaba de concluir. ¡Ése es vuestro linaje! PEDRO: ¿Mi linaje? VISIR: Vuestros antepasados, alteza... PEDRO (acercándose con curiosidad): ¿Dónde está mi padre? Es el único antepasado que conozco. Sacristán y campanero... VISIR (haciendo como que no le ha oído): La dinastía de vuestra alteza comienza con un soberano grande y glorioso, el glorioso califa Omar el Grande. PEDRO: ¿Y mi padre? VISIR: Omar XXVI, el Chico. PEDRO: Mi padre no se llama así. VISIR: Alteza, un califa debe sacrifcar sus asuntos personales a los intereses de su pueblo. Y éste es el árbol genealógico que vuestro pueblo os exige... (Tendiéndote una bella pluma de ave en oro). Firmad, señor...

PEDRO: ¡Bueno!... (Escribe mientras el VISIR le dicta). VISIR: Ratif-co... con-frmo... y frmo. ¡Perfecto, alteza! PEDRO: Bien empezamos con esta sarta de mentiras... A ver cómo terminamos... VISIR (El GENEALOGISTA —antes de irse— enrolla el papiro donde está dibujado el árbol y se lo entrega al GRAN VISIR, quien se lo pasa al MAESTRO DE CEREMONIAS. El CAPELLÁN entrega el acta de abjuración al VISIR): Una segunda formalidad, alteza... Tened la bondad de estampar aquí también vuestra frma y sello. CAPELLÁN: Es sólo un trámite... un puro trámite de ofcio... MAESTRO DE CEREMONIAS: Pero preciso antes de la coronación. PEDRO: ¿De qué se trata? VISIR: No merece la pena, alteza, que os esforcéis en leerlo. Es un simple trámite de abjuración. ¡Pura rutina! PEDRO (leyendo el papel): ¿De qué pretenden que abjure? CAPELLÁN: Vuestra religión. ¡Que más da una religión que otra! Dios sólo hay uno y un solo profeta. ¡Qué más da San Juan que Mahoma! MAESTRO DE CEREMONIAS: El califa no puede ser católico, sino mahometano..., aunque en nuestro reino convivían las dos comunidades... CAPELLÁN: Así es, alteza. Miradme a mí... Fui ministro cristiano y ahora soy sacerdote musulmán... PEDRO:

¿Pretenden que abjure de la religión de mis padres? ¡Que me haga mahometano!... VISIR: Consideraciones políticas lo exigen... El bien del pueblo... PEDRO: Entonces no podré beber más vino ni comer carne de cerdo... VISIR (quitando importancia al asunto): ¡Oh! En política hay solución para todo: Componendas... ajustes... preacuerdos... PEDRO: Trampas, ¿no? VISIR (carraspea): Alteza, frmad sin preocupación alguna. CAPELLÁN: Y sin ningún problema moral... Estad seguros de que Alá y Dios Padre bendicen vuestra decisión... PEDRO: Es que yo no creo ni en Alá ni en Mahoma. (Todos se tapan los oídos). ¿Cómo voy a mentir así? ¡Mi pueblo me despreciará! VISIR: No, alteza, el pueblo os admirará, comprendiendo que su califa ha sacrifcado sus convicciones personales por el bien de sus súbditos. ¡Sus súbditos! ¡Siempre dispuestos a ofrecer su sudor y su sangre por su califa! Por eso también tienen derecho a exigir de vuestra alteza sacrifcios como éste... PEDRO: ¿Hay algo más que me obligue a hacer esto? MAESTRO DE CEREMONIAS: Las leyes del reino, alteza. PEDRO: ¿Quiénes promulgaron las leyes? MAESTRO DE CEREMONIAS:

Nuestros antepasados. PEDRO: ¿Nuestros antepasados? ¡Muy bien! Hombres como nosotros, simples mortales. Ya está: voy a cambiar las leyes. VISIR: ¡Imposible, alteza! Los califas no pueden cambiar ley alguna. Sois un califa constitucional y la Constitución no os otorga poder legislativo alguno. PEDRO: ¿Qué sistema político rige en este país? ¡A ver si me entero de una vez! VISIR: ¡El despotismo constitucional! PEDRO: Y yo soy el califa, ¿sí o no? MAESTRO DE CEREMONIAS: Lo seréis cuando hayáis frmado ese documento. CAPELLÁN: ¡Hacedlo por amor de Dios, digo, de Alá! PEDRO: Traed acá. (Firma. Aplausos y reverencias). Segunda frma y segunda falsedad. ¿Y ahora? ¿Qué toca ahora? ¿Debo arrojarme por esa ventana? VISIR: ¡Oh! ¡Qué gran sentido del humor tenéis, majestad! ¡Asomaos! (Mientras habla el VISIR, el MAESTRE DE CEREMONIAS coloca la corona sobre la cabeza de PEDRO). ¡El pueblo espera vuestra aparición! (Música de timbales y trompetas. PEDRO saluda en el balcón, de espaldas al público). VOCES DEL PUEBLO (afuera): ¡Viva el califa Omar Vigésimo Séptimo! ¡Alá! ¡Alá! ¡Alá! (Vítores y aplausos). VISIR: Ahora ya vuestra majestad puede sentarse en el trono y comenzar a gobernar. PEDRO: ¡Menos mal! ¿Ya no tengo que frmar nada más? ¡Que pase el pueblo!

VISIR. Majestad, os recuerdo que estamos en un despotismo constitucional... El pueblo no tiene nada que ver con el Gobierno. MAESTRO DE CEREMONIAS: Gobernad sin el pueblo, pero como si fuera con el pueblo. (Tiende la carpeta de asuntos del día al VISIR). PEDRO: ¿Y cómo gobierno? VISIR (acercándose y mostrándole la carpeta abierta): Por escrito, majestad. PEDRO: Comencemos de una vez. VISIR: Para no fatigar a su majestad en el primer día de su gobierno, he aplazado los asuntos graves y los engorrosos. Hoy sólo le planteo uno, muy sencillo, aunque urgente... Se puede solucionar en un segundo: una simple denegación. PEDRO: ¿De qué se trata? VISIR: El jeque Ahmed suplica (leyendo): «... con la humildad y desde lo más hondo de su corazón, que se le autorice abrazar la doctrina sunnita (gestos y ademanes escandalizados del CAPELLÁN y del MAESTRO DE CEREMONIAS) y practicar sus ritos.» PEDRO: ¿Qué doctrina es ésa? CAPELLÁN: Una secta... una secta peligrosa, majestad. PEDRO: ¿En qué se diferencia de la... (titubea)... verdadera? MAESTRO DE CEREMONIAS:

Un musulmán verdadero, un verdadero creyente debe invocar a Alá de esta manera (cruza las manos sobre su pecho). Los sectarios sunnitas lo hacen así (eleva las manos hacia el cielo y después introduce los dedos índices en las orejas). PEDRO (ríe): ¡Ah, ya! O sea que lo que ustedes no quieren es que ese jeque se meta los dedos en las orejas... CAPELLÁN: Esa invocación va en contra de nuestros ritos... VISIR: Y nuestras leyes la prohíben expresamente. PEDRO: Pero, ¿en este país no hay libertad religiosa? CAPELLÁN: Sí, majestad: plena libertad para la religión verdadera. PEDRO: ¿Y para las otras? VISIR: No puede haber otras. PEDRO: ¡Proclamaré la libertad religiosa! CAPELLÁN: ¡Imposible! ¡Su majestad no puede hacer eso! PEDRO: ¿Cómo que no? ¿No decía usted antes que sólo había un dios para todos y que no importa que se llame Alá, Buda o como se quiera llamar? ¡Visir! ¡Papel y pluma! Les guste o no les guste, decretaré la ley de libertad religiosa. VISIR: Majestad, ya os he dicho que nuestra Constitución no os otorga poder legislativo alguno. Vos no podéis decretar ninguna ley. PEDRO:

¿Quién legisla entonces? VISIR: El Gobierno, majestad. PEDRO: ¿Y quién es el Gobierno? Todos hacen señas de silencio llevándose el índice a los labios. MAESTRO DE CEREMONIAS: Ése es el gran secreto del despotismo constitucional. VISIR (muy misterioso): Nadie debe saber nunca quién forma el Gobierno... hasta el mismo califa debe ignorarlo. PEDRO: ¿Por qué? MAESTRO DE CEREMONIAS (tono mágico): ¡La silenciocracia!... ¡Chisss! Todos repiten el gesto de indicar silencio. VISIR (en tono de confdencia): Si nadie sabe quién forma el Gobierno, se evitan los atentados políticos, las críticas destructivas... se evitan las crisis... Nadie puede ser relevado en su cargo, porque nadie sabe quién está a cargo... de nada. PEDRO (visiblemente desconcertado): Bueno... volvamos al asunto. Yo pregunto: ¿No pude yo abjurar y cambiar de religión? VISIR: Razones de alta política, majestad... CAPELLÁN: Y habéis cambiado a la religión verdadera... Ésa es la inmensa libertad otorgada por Alá y recogida en las leyes humanas: Todo hombre puede abjurar de su religión y abrazar la fe verdadera... PEDRO (al VISIR):

¿Y voy a comenzar mi reinado denegando una petición? ¿Políticamente os parece acertado? VISIR: El Gobierno ha pensado en ello, majestad. Y si el asunto no fuera tan urgente, lo hubiéramos aplazado... Y, por otra parte, tenemos en contra la desafortunada coincidencia de que todos los asuntos pendientes son denegaciones... ¡Es tan difícil aprobar algo en este país!... MAESTRO DE CEREMONIAS: Y tened en cuenta, majestad, que no podéis comenzar de mejor manera... No es una denegación, eso no es lo importante. Lo importante es que comenzáis gobernando, acatando, respetando, reafrmando las leyes del reino. PEDRO: ¿Y si me niego a frmar? VISIR (quitándole toda importancia): ¡Oh, no os preocupéis, majestad! Dicha posibilidad está perfectamente prevista en nuestra Constitución, artículo trece, apartado decimotercero: «Cuando el monarca optare por no frmar cualquier concesión o denegación, será sobrentendido que delega su confanza en el Gobierno, quien podrá hacerlo en nombre del califa, y con las mismas consecuencias y efectos.» PEDRO (asombrado): ¿Y yo que pinto? MAESTRO DE CEREMONIAS (quitándole la corona y arreglando su peinado): Los califas constitucionales pueden pintar lo que deseen: paisajes, retratos, bodegones... ¡Qué magnífca idea acabáis de tener! ¡Como todas vuestras buenas ideas! ¡Pintar! Os aconsejo que por hoy descanséis de las graves responsabilidades del Gobierno y os dediquéis a pintar hasta que llegue vuestra novia. PEDRO: ¡Al fn! ¡Lisa! ¿Qué esperáis para hacerla pasar? MAESTRO DE CEREMONIAS: Ahora mismo será avisada... Vuestras indicaciones son órdenes para nosotros.

Profundas reverencias. Van saliendo los tres, sin volver en ningún momento la espalda al CALIFA. PEDRO: ¡Visir! Dejadme allá encima la carpeta de asuntos pendientes para ir estudiándola y... VISIR: No es necesario, majestad... Yo los estudiaré y los dispondré concediendo o denegando para que vuestra majestad, o en su caso el Gobierno, los frme... No os preocupéis por nada, majestad... ¡Que Alá os proteja! (Se van todos menos PEDRO y el CRONISTA. PEDRO se mira en el espejo, arregla su ropa y su peinado. Repara en el CRONISTA MAYOR, quien silencioso no ha dejado de tomar notas.) PEDRO: ¿Y tú a qué esperas? ¿Qué haces ahí? CRONISTA: Siempre, siempre debo estar a vuestro lado, para escribir la crónica de vuestro reinado. PEDRO: ¿Y sobre qué vas a escribir si yo no he hecho ni pienso hacer ninguna guerra? CRONISTA: De eso precisamente quería hablaros, aun a riesgo de incomodaros. PEDRO: Hablad... CRONISTA: Lo que hasta ahora he escrito no tiene mucho interés, se lea de derecho o del revés... Si queréis que la crónica tenga emoción, llamad al Ministro de la Gobernación... PEDRO: Y al del Ejército y al de Asuntos Exteriores, si supiera quiénes son... Y pedirles que me organicen una guerra para que el pueblo vaya a luchar (el VISIR asoma por la puerta y escucha lo que PEDRO dice) y nosotros nos quedamos en palacio para recibir los honores de las victorias, porque, naturalmente, en su crónica no puede haber derrotas, ¿verdad?

VISIR (entrando): ¡Señor cronista, no importunéis a su majestad...! Ya os pasaré yo los datos habituales para que podáis redactar la crónica del día. ¡Retiraos! (Hace una reverencia a PEDRO y se va). ¡Majestad, vuestra novia espera ansiosa! Debéis frmar... PEDRO: ¿Firmar qué? VISIR: No os enfadéis, majestad... Sólo el documento de esponsales, la promesa de matrimonio... Nuestras leyes no permiten entrar en la cámara real a una doncella que no sea vuestra prometida... PEDRO: ¡Mi prometida! ¡Menos mal que frmo algo a mi gusto! (Firma el documento que le tiende el VISIR sin leerlo). ¡Llamadla!

Escena 12.ª Entra la PROMETIDA entre cantos y danzas. Oculta su rostro tras un velo. La comitiva la acompaña hasta el centro de la estancia, retirándose enseguida. Música suave. PEDRO (acercándose a ella): ¡Lisa! ¡Lisa! ¡Lisa! ¡Siempre llegas, como un rayo de sol en un día nublado...! PROMETIDA (retirando su velo. Con coquetería): ¡No me llamo Lisa! ¡Sisa, Sisa, amor mío! PEDRO: ¿Qué quiere decir esto? ¿Quién eres tú? SISA (desconcertada): Vuestra prometida, gran califa: Sisa al Rachid, hija del gran Visir Rachid al Rachid... PEDRO: ¿Mi prometida? SISA: ¡Claro, majestad! Si no fuera vuestra prometida, ¿cómo iba a atreverme a entrar en vuestra cámara, siendo doncella? Habéis frmado la promesa de matrimonio en el documento de esponsales, ¿no es cierto? El Gobierno tenía tres candidatas, y ha estado a punto de ser elegida la hija del Aduanero Mayor, puesto que su padre ofrecía la más alta reducción en las tarifas aduaneras... Pero mi padre, el gran Visir Rachid al Rachid hará entrega al Fisco de una emisión de bonos amortizables... PEDRO: ¿Es que todos ustedes están locos? SISA: Majestad, la política exige que sacrifquemos nuestros sentimientos...

PEDRO: ... por el bien del pueblo... Quizá los pueblos serían más felices sin príncipes que los gobernaran... O mejor dicho: los príncipes serían mucho más felices sin pueblos que gobernar... SISA: Yo no entiendo de política, majestad... Sólo sé que estamos prometidos y debemos casarnos... y tratar de ser felices... PEDRO: ¿Tú eres feliz? SISA: Yo seré sólo la califa consorte y sonreiré y presidiré asociaciones benéfcas y pariré hasta que nazca un hijo varón que pueda sucederos en... PEDRO: Pero, ¿me amáis? SISA: Las califas consortes no están obligadas a amar... sino a respetar. Vos amáis a Lisa, yo amaba a Alí... Ambos debemos olvidar el pasado y sonreír al futuro... El pueblo exige que sus soberanos sean felices o, al menos, que lo parezcan... Eso me dijo el Gran Visir... PEDRO: ¡Mundo de mentiras! ¡Mundo de hipocresía! ¡Falsedad y falsedad! ¡Aquí se acaba mi viaje! ¡Ya he aprendido lo que tenía que saber! (Toma su anillo). Sólo quiero ver cumplido mi último deseo: ¡Volver a ser Pedro; Pedro sin anillo; Pedro el hijo del campanero; Pedro volviendo a empezar a vivir y a descubrir todo con sus esfuerzos, con su sola razón, con su único corazón! ¡¡Pedro!! (Al tiempo que arroja el anillo). ¡Desaparece, anillo, y no vuelvas nunca más conmigo! Oscuro y mutación instantánea.

EPÍLOGO

Escena 1.ª Campanario en la torre de la iglesia. El DUENDE desciende de su viga. DUENDE: ¡Hada Pirulada! HADA (apareciendo mágicamente): ¡Hola, duende! DUENDE: No fue el viejo... HADA: ¿De qué me hablas? DUENDE: Cuando se estaba muriendo, se lo pregunté... Y me juró que me había dejado el plato lleno... Hoy he descubierto que fueron las ratas... HADA: Cuando decidiste regalarle el anillo a Pedro, pensabas más en tu venganza que en su bien... Y ahora resulta que el pobre viejo no tenía la culpa... DUENDE: También los inmortales nos equivocamos... Quisiera reparar mi equivocación... HADA:

Esperemos que no sea demasiado tarde. Mira (le muestra y le entrega el anillo). Tu anillo ha vuelto a mí porque Pedro no lo quiere... Se ha convertido en un desengañado... DUENDE: ¿Y qué piensa hacer? HADA: Intentar vivir como un hombre cualquiera... Sin ilusiones... ¿Quieres ayudarle y reparar así tu equivocación? DUENDE: ¿Cómo? HADA: Destruye tu anillo, sólo tú puedes hacerlo, para que nunca más pueda poseerlo... Y yo le pediré a Lisa que vuelva junto a él... y dejemos que, sin nosotros, ellos solos empiecen a vivir... Que intenten vivir la realidad, ¿no te parece? El DUENDE asiente. El HADA sonríe y desaparece. Tras un pase mágico, el anillo se convierte en polvo, que el DUENDE esparce en el aire. Oscuro y mutación.

Escena 2.ª PEDRO duerme en el bosque. A su lado, el HADA MADRINA lo despierta con un toque mágico de su varita. PEDRO: ¡Madrina! (Mira a su alrededor). ¡Otra vez en el bosque! (Se abraza a ella). ¡Escucha las quejas de un corazón desgarrado! HADA: Habla, hijo mío, te hará bien... PEDRO: ¿Cómo voy a liberarme de mis sueños? HADA: ¡Ya lo estás haciendo! PEDRO: Quisiera empezar de nuevo... En mi viaje no he hecho más que correr y desear... Riqueza, gloria, poder... Y he sacrifcado mi dignidad... HADA: Parece que has dejado de quererte por encima de todas las cosas. PEDRO: Noto como si estuviera empezando a librarme de mí mismo... pero no sé cómo seguir... HADA: Amando a otra persona. PEDRO: ¿A quién, madrina? El HADA repite en el aire su toque mágico y aparece USA. El HADA sonríe y se esfuma.

Escena 3.ª En la que triunfa el amor, acaba esta historia y comienza otra distinta. PEDRO (abrazado a LISA): ¡Ahora ya nunca te separarás de mí! LISA: ¡Nunca, Pedro! ¡Ahora sé que me quieres! PEDRO: El hada madrina te ha traído hasta aquí... ¿Qué te ha dicho? LISA: ¡Pedro! No sigas creyendo ni en hadas ni en duendes... Mira, cuando nace un niño en el mundo, nace una niña en algún otro lugar de la tierra. Y desde ese momento comienzan a buscarse... A veces, no se encuentran nunca y entonces sus años pasan con tristeza. Otras, se equivocan de persona y son desgraciados... Pero cuando se encuentra a la persona que te está destinada, si sabes conservar ese amor, alcanzarás la paz y la alegría. PEDRO: Es como recuperar el paraíso perdido... LISA: ... dentro de nosotros mismos. Se besan. Canto de pájaros. Mientras cae el telón.