Auge, Marc. Por Una Antropologia de La Movilidad

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Marc Auge

POR U N A AN TRO POLOGÍA OH LA MOVILIDAD

V3 X

o MjtcAu^ 2007 Diteño dt Ucoleociön; Svlvia5itn« 1‘nneta cdKXSn; ocrubre de 300~. Ddirebvu

SrlulirMÚl OeditA. S A A»d. T.W1J.U.. tJ. i08022 BxkcImmCDfc^xü» l'niKcdui !»paia QuixUpruiubxii la repcudixcidn muí o ftrciil por nMlmpreiían ligados. Así pues, al Itablar de urbanización del mundo nos referimos a

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1, dichas ideas de un modo un tanru automáticoi sobre Q

todo cuando tratamos ei tema de la violencia en las ciudades, los problema.s de los jóvenes o U cuestión dc la inmigración. En las descripciones arr¡os que podrían ser propios de ia pc-riferia. En las ciudades del Tercer Nfundo, los barrios expuestos a la precariedad y a la pobreza -y a se trate de las favelas o dc cualquier otro ii|>o- sue­ len infiltrarse en el centro de la ciudail para derruir los impedimentos que, como si se tratase de acanti­ lados, Ies impiden entrar en los barrios ricos - donde el acceso está reservado- y acaban |jor inundarlos, avanzando entre los monumentos de la riqueza y del jMxier como sí de un océano de miseria se tratase. Sin embargo, este tipo de formas «periféricas» no son propias únicamente del Tercer Mundo: el problema dc la vivienda y de la pobreza urbatía existe incluso en el corazón de las megalópolisoctulentales más impre­ sionantes: así como en Africa o en América Latina hay barrios privilegiados, directamente conectados a las redes mundiales, también hay algunas zonas tiu cua­ lificadas y tiescalificadas, en las que los Índivior obte­ ner las miraíias, ya que. si se trató de acontecimientos graves, fue, precisamente. j>orque reflejaban el senti­ miento de exclusión de una jxirte de la juventud, aun­ que la forma que tomó fiie la de una protesta sin un contenido ideológico en concreto. 5. N o se deben confundir estos estallidos de vio­ lencia - y los incendios que supusieron- con otro tipo de fenómenos violentos, ya que se sitúan a otra escala y con otras perspectivas. Dicho dc otro modo, no creo que haya que relacionarlas con la acción proseiittsta de 1a pane política del islam. Llegado el momento, dichos movimientos proselitistas jjodrían llegar a explotarlas, por ejemplo, como una contribución al restablecimiento del orden pero, en todo caso, no son la caiLsa que los desencadenan, ya que utilizan otros medias de presión e intervención.

6. Los jóvenes, ai revelarse, no están luchando por una petición subversiva: simplemente, quieren partici­ par de la revuelta, consumir como los demás. 1:1 hecho de que incendien escuelas u otros lugares públicos no tiene más significado «revolucionario» que IncctuHar

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P ar u na an in D oloeía d t l a mw tltdeui

< cl coche de los vecinos dcl barrio; lo que quieren es, g princijjalmence, ser visibles, cxiscir de un modo v iit ble. 7 . Los jóvenes «nacidos de la inmigración» proce­ den de orígenes complerdmente diversos. Sólo en lo que se refiere a África, lógicamente, ya existen grantlcs diferencias entre ei Magreb y el Áfric'a negra, así como otras diferencias consideraldes en el interior de esta.s dos zonas: por ejemplo, no codas las familias que pro­ vienen a,

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P or una an trap oiosía dc la nto v iltd a d

las cifras no serían muy distintas, y lo peor es que | reflejan la indiferencia de los |>oderes públkos ton 1. relación al atentado contra los fundamentos dcl ideal democrático que supone esta realidad. 9. F.n iodos los campos y desde cualquier pumo lí>

cica dc carácter ñuniliar que permitía que las familias dc los inmigrantc*s con permiso dc residencia fueran a vivir a Francia- con cl objetivo dc estabilizar la situa­ ción de los llamados «trabajadores inmigrantes», al fecilitar que sus femilias pudieran vivir en Francia y, asimismo, que se «integrasen» en la categoría dc obre­ ros franceses. Sin embargo, la situación dc paro que se inició a finales de la década de 19^0 cambió cl orden tie las cosas y afectó, en primer lugar, a los trabajado­ res inmigrantes no capacitatlos. F.l mietlo al paro alcanzó a la clase obrera, |>or lo que, en el interior dc los barrios obreros, la mayoría de los inmigrantes representaron ci «polo negativo» -al que se refirió el antropólogo Gcrard Althabc

que dio lugar a b apa­

rición de una nues'a forma de racismo originada por cl miedo de ser Incluido en diclio polo. Hay aún otra clase tie inmigrantes: los llamados «clandestinos», es decir, los que trabajan sin estar declarados y que representan codos los jieligros de b deslocalización (aunque, para los empresarios -s i no todos, algunos-, supongan todo tipo dc ventajas). Así pues, para los tralmjadores clandestinos, cl paro tan sólo está a un paso. D e esta manera vemos tjue la mcz-

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P or u n a an tro b o lo íta d t ¡a mo t'ilid a d

cía de las diferentes categorías se da con mayor frc- * cuencia a meortes públicos de las mcgalópolis occidentales. A estas observaciones deben añadirse algunos ele­ mentos im jx)nantcs que aumentan las consectiencias y contribuyen a distorsionar la percepción; son, entre otros, la demografía, la.s rupturas generacionales, el contraste entre campo y ciudad -q u e , a pesar de la urbanización, aún sujione una imp>ortanie diferencia en el imaginario francés y en cl dc otros países (por ejemplo, se relaciona la violencia con la ciudad y sus periferias)-, el terrorismo internacional y cl incre­ mento del islamismo extremista (se ha hallado en Afganistán y en Irak a algunos franceses procedentes de las periferias, como Moussaoui, y se ba descubier­ to que algunos terroristas se camuflaban en ciertos barrios traiu|uilos situados a las afueras de Londres). Tras c) paisaje del nuc'vo urbanismo, como si fuera un dtxorado de fondo, se perfilan algunos csptxtros, pero también ciertas amenazas reales. En este contexto, ajielaf al respeto o al diálogo

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£ cnttc aiicuras no resulta en absoluto adecuado, ya X que. de hecho, no roncieme ni al movimiento extremista ni a las nuevas generaciones dc orígenes diver­ sos que han creado o i^articijiaido en U c r r a c i^ de turas urbana^carentes J e cualcjuicr tipo dc referencia a una tradición anterior.

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IV El escándalo del turism o

lin ¿ 7 tiempo e» ruinas intenté demostrar (jue el espec­ táculo de las ruinas nos ofrecía una visión del tiempo, pero no de la historia propiamente dicha. Y así es, puesto (jue las ruíiia.s de la.s distintas é;>ocas se acu­ mulan y dan lugar a lo que hoy en día llamamos rui­

nas o campos de ruinas. Los constructores, por lo gene­ ral, casi siempre han edificado, uno tras otro, sobre las ruinas dc sus ancestros y. en el momento en que han dejado dc construir, la naturaleza ha vuelto a ejercer sus derechos, la vegetación se ha apoderatlo de las pie­ dras y las ha modelado, originando excéntricas estruc­ turas, como las que podemos ver en Ciamboya, México o Guatemala, lin dichos lugares, cl bosque, tras haber sufrido.una tala total de sus árl>oIes. se ha retirado, vencido, a otro lugar. Pero lo que atjuí se descubre es un paisaje inédito, en el que ninguno de nuestros

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Por una antropoloefa lie ia motiliJa J

antepasados Ha potlidn vivir ni ha podido ver. Es un | paisaje que ha emergido de la noche dc lo$ tiempos, 1 pero que sólo ha podido existir, en su forma actual, para nosotros. En esce sentido, es una visión del tiem­ po «puro». Este es]>ectáculo suscita la curiosidad y la fescinación, |V>r lo que no resulta sorpreiiílente que las ruinas constituyan uno dc los destinos preectáculo de las ruinas les hablalxi más de la humanidad que de la historia. Aquellos en ios (|ue el sentimiento de superioridad era mayor, como Cliateaubriand, hallafc^n en ello una ocasión de ver reflejado, en las civiliza­ ciones afecido, lo efímero de su pro­ pia existencia. E>e alguna manera, iban más allá de la historia, la trascendían para mcdirar sobre el hombre en general, sobre el hombre genérico, con el que, durante un insrante a lo largo de su meditación, creían sentirse identificados.



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4 Hoy en día, esta cxpc-ricncia se ha «demorratizao >5 d o*, en el sentido dc que está al alcance de la clase I* media de los j^aíses más desarrollados. Pero el hecho de que esta experiencia sea posible para un mayor número de personas se suma al balance de una reali­ dad que tavorece la ubicuidad y lo instantáneo y en la que ya no queda lugar para el largo viaje hacia las rui­ nas dc las civilizaciones perdidas, ni para vagar por el pensamiento. En los programas (jue ofaxcn las agen­ cias dc viajes, los países {>arecen estar en línea recta, uno tras otro, por lo que resulta completamente posi­ ble visirarlos. Así pues, ios futuros turistas dudan entre las cataratas del Niágara, la Acrójiolis, la isla dc Pascua o Angkor. Así es como todas las jiosibilidades de desplazarse en el espacio y el tiempo se reúnen en una especie de museo de imágenes en cl que, si bie^n todo es c-vidente, nada es niás necesario. Ix>s paisajes (incluidas las ruinas) se ban convertido en un producto más y se amontonan, unos sobre otros, en los catálogos o en las pantallas de las agen­ cias de viajes. Por otra parte, esta acumulación va ligada a ia que he emplrado para tratar de definir las ruinas, aunque no concierne al mismo tipo dc tempo­ ralidad. fX' hecho, el tiempo que tjucda reflejado en



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Por una antroboloeia d éla mot'diáad

< las ruinas no informa acorta de la historia, pero hace ^ alusión a ella; su encanto se debe, cjuizás. al hecho dc I que lo incierto de esta referencia se asimilaba a un recuerdo que pondría en contacto a cada individuo consigo mismo y con las regiones desconocidas en las que la memoria se pierde. En cuanto al tralrajo exhaustivo que las agencias de viajes aparentan reali­ zar, el sentimiento genera! es, por el contrario, el de una lista desordenada, en la que lo que se impone ya no es el lento trabajo del tiempo, sino la tiranía de un espiado planetario que ha sido nxorrído de punca a punta y de cuyos lugares se ha hecho una simple enu­ meración. Más que las ruinas, lo sible que existan las rui­ nas. ya que lo que muera no dejará huella alguna, sino grabaciones, imágenes o imitaciones.

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M a n A u er

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En este pumo, se podría trazar una comparación

X entre el turista y el etnólogo: ambos pertenecen a la parte J e l mundo más favorecida, en la que es posible organizar viajes de placer o con el objetivo dc estudiar el entorno de un país extranjero. El que todos los hombres pudieran ser turistas o einólogos no resulta­ ría un hecho chocante si el desplazamiento de unos no fuera un lujo, mientras que el de otros es producto del destino o de la fetalidad. Tampoco sujmndría ningún tipo de escándalo si codos los hombre.s, sin diferencia alguna, pudieran ejercer como sus propios esjsectadores. Pero éste es el t*scándalo que supone la etnología, puesto ijue, por ejemplo, hay etnólogos japoneses en África, j>ero no etnólogos africanos en Japón. Sin embargo, el cij>o de etnólogo al areciendo y por­ que. después dc todo, tampoco constituye —sin lugar a dudas- e! objeto del estudio de la etnología. Ésta le sobrevivirá; ya le sobrevive. En cuanto a los turistas, nunca han sido tantos».ya que nos encontramos en la é]xx:a del turismo en masa. En pocas palabras, se podría decir que la clase media y superior de los países ricos realiza viajes cada vez más

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P o r tu ta a p im tei/teú/ de L i mot lìtd a d

alejados dc sus fmiueras. Por su pane, los pa.ists ile i .|sur ven cn cl turismo una fuente de ingresos puesto T ado cl lugar de Hcstia: podría simbolizar ranto la televisión -tju c es, sin embargo, cl nuevo centro dc la vivienda- como cl ordenador o el teléfono móvil, lista sustitución se debe a lo (pie cl filósofo Jean-T,uc Nancy llamó «cri­ sis de la «comunidad». Sin lugar a dudas, se podría hablar acerca de este «desccntramiento»; al dcscenrramicnto del mundo se unen (con la aparición dc las nuevas mcgalópolis y an

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P or un a a aíT op oloeia J t la m m iliJa J

< el lugar dcl hogar) y c l descentramicnto del mismo ^ individuo (originado por el conjtinto dc insirumcntos 1 de comunicación de los que dispone -auriculares, celctbnos móviles

y que le mantienen cn (permanente

relación con el exterior y, (por así decirlo, fuera de sí mismo). Dcsop ejemplo, algunas panorámicas de las

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Por una antrotniosia de la matiUdacl

afueras de Roma de L a DoUe Vita dc rd liiii (19 6 0 ). ^ o A.SÍ pues, el ideal dc la época era el dc una felicidad \ basada en si misma, aunlo de vivir en casa y entre sí fue la gente jifocedetitc del extranjero. 1.a aparición del (>aro a gran escala, al final de la década de 1 9 7 0 , agravó, como ya se ha visco, esta con­ tradicción. Uno tie los problemas de los barrios cn los t)ue vive hoy en día la mayoría tie los inmigrantes o descen­ dientes de inmigrantes es que cuando se cerraron los comercios, cuyos consumÍdorc*s eran esta j>oblación inmigrante, entre la que se encontraban también sus propietarios -e s decir, que vivían de ellos y, al mismo ciempo, le.s |>efmicían vivir—, dejaron en el Jugar una especie de contradicción espacial. La dc 1 9 7 0 era aún la época en la que el ideal

que aún se mantenía

podía resumirse en la fórmula «trabajar en el país». Sin embargo, p^cradójicamente, este ideal de arraiga­ miento se projjonía -o im ponía- a la pane de la

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3 'i población cuyos orígenes eran, precisamente, cxterioQ res, en un momento en el que at|uellos para ios tpie dicho ideal tlrliería haber estado desi inado y deberían habcc sido sus principalc-s beneficiarios, ya no se reco­ nocían como tales. F.l c*sfuerzo que se necesitaba para mejorar la relación, por un lado, entre los inmigran­ tes y los que no lo eran y. por cl otro, entre los inm i­ grantes y sus hijos, no se llevó a cabo o se realizó dc una maneta iasuficiente. Obligar a los extranjeros a vivir en un lugar determinado originó la segregación entre los inmigrantes y los tjue no lo eran, a.sí como una doble escisión: el tiemjxs, por un lado, fue distan­ ciando cada vez más a las distintas generaciones; el espacio, })or el otro, supuso otra escisión, en la que se distinguió a los «jóvenes descendientes ara tratar de comprender las contradicciones que perjudican a nuestra historia, las cuales están siempre* relacionadas con I» movili­ dad. Los Lstados Unidos favorecen la creación dc un mercado común americano y, sin embargo, alzan un

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P or un a ctnlroOúio fia eíc la m oi iltd a d _

muro cn la frontera con M cxko. Europa parixc estar ^ por fin tomando conciencia de