Arturo Carrera - Arturo y Yo

Arturo y yo A Juan José y Bettina "La vida es una pintura sumi-é que debemos ejecutar de una vez y para siempre, sin v

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Arturo y yo

A Juan José y Bettina "La vida es una pintura sumi-é que debemos ejecutar de una vez y para siempre, sin vacilación, sin intelección, sin que sean permisibles ni posibles las correcciones". Suzuki UN DIA EN "LA ESPERANZA" a Esther y Martín Bruzzo Martincho y Luciana me tiraron pasto podrido y después Juan me escupió el agua verdinegra del mate sobre la libretita y el pantalón Esther (28 años) salió a defenderme. ¿Qué le hacen a Arturito? No le tiren pasto a Arturito que está escribiendo Pero Arturito no sabe escribir. Arturito es pasto de las llamas de los niños De todo podría decir él que ha sido, que ya fue escrito o apoyado todavía en una ciencia que la naturaleza debería imitar ¿Echó a los niños? Sólo les dijo: "vayan a la otra palmera Aquí tengo que escribir". "¿Molestamos? -dijo Luciana-. Y agregó: "¡Tonto, vos no conocés todo nuestro campo!" Florecillas. Círculos amarillos. Los chiquitos bajo la palmera más amplia y el dálmata sobre las manchas de luz en

copos que filtraban las lentísimas hojas acribilladas El gritito de Juan. Los ojitos celestes; la boca de viejita desdentada de Luciana. Los niños como antídoto después de una noche soñada para la fatalidad del sufrimiento ¡El Campo! Lo simple, la gratuita espera, el artificio remoto de un amor que embauca la costumbre. El paso veloz de los primatitos y el tiempo detenido, indestructible como el viento en los árboles como el agua en la luz Pasto de las llamas De los niños. Forzar el ideograma de la alegría: el cuerpo como único retrato, único espejo, único pie de la temible locura. Forzar la música de los nombres que se arrastran en la cacería de los estrechamientos y besos y gestos del amor e innumerables abrazos. Forzar y destruir todo simulacro de Belleza y atender el disimulo de estas bandadas de loros querellando a lo lejos, en las nubes, como ranas. Faltaba esta maldita música country y toda la demencia natural del atardecer: el sol obsceno como una gorda rubicunda en el bañadero de los patos y las 28 jóvenes bestiales jugando al tenis tan solas y tan tristes, con sus 28 años de vida masculina;

con las 28 raquetas junto al caserío del mar: es decir, del campo. 28 jóvenes y nade sale de mi deseo 28 jóvenes y ella va memorizando en nuestro sexo mi aciago destino: el disparate de no desear conocer en el conocimiento con su deseo. el sentido triturado por las disparatadas risas de los loros; el destino como una migración momentánea hacia una noche acaso momentánea con sus colores tenebrosos sus faisanes degollados y sus cabizbajos flamencos, Fermín y Anita -dije anoche. ¿Cómo luciré ya para vosotros, con este sombrerón fantasma y estos huesos porosos con el ligero dolor del mundo: ¡bufón! y con este bastón y esta caperuza y este sonajero contra el rumor de una indestructible carcajada Es la madrugada y estoy sollozando todavía, mordiendo la servicial almohada y comprendiendo que ustedes no están para saltar como monitos en nuestra cama y yo buscando sobre la risa o red del circo mi libretita de apuntes con mi terco dolor en "la boca del estómago". Pero esto es otra cosa: otro campo donde la pesadilla apaciguada se enriquece: malones de niños me atacan con pasto, con yerba y agua lavada tratan de cegarme, borronear las débiles comisuras de unos débiles caligrafiados labios: otro campo EL CAMPO. con todo su escozor y todo su derroche y toda la piratería para los sueños del dolor: ¿ debo escribir? O llorar, simplemente, bajo el gentío de infantes y

toda la chatarra enigmática de sus juguetes. De los pelos van arrastrando unas muñecas automáticas, con chupetes del tamaño de un clavo para techos: si le quitan "el clavete" las muñecas lloran con sonidos y timbres indescriptibles: una liebre agonizando imita con insensata maestría el llanto de un niño. ¿Por qué no se sintetiza o pasa por sintetizadores, para las muñecas, el llanto de las dulcísimas liebres agonizadoras? Oh Poeta, el rayo de la pequeña confianza te alimenta. El Dolor y su Moral. La desdicha de la antipatía. Los ojos de una enigmática mujer que crece en otros innumerables ojos cada día. La música y su sonrisa de cuartel, sonrisa desvaneciéndose entre aplausos y aplausos besos y aplausos Y el campo del Ser Humano, el campo de su Eternidad: Tomábamos el té y Martín dijo, como Séneca, la vida es brebe. Arturito asintió: tan breve, tan dichosamente breve tan brevísima hembra del colibrí libando la risa de nuestra eficaz confianza. Oh poeta: la tormenta y la tierra que avanza en virutas y los remolinos a través del monte borrando el indeciso arco iris. Oh, confianza. Breve musiquita embustera envuelta en la muerte.

Por vos este día sin mis hijos, sin mi querida mujer en la oscuridad de la piel terrosa y perfumada del campo nocturno del campo de la diferencia del campo de la repetición Todo en un instante sumiyesco: "la centella entró y los niños se aferraron a los muslos delicados de la madre: una pequeña y estática mujer: una alegoría carnal de la distancia". ............................................................................................................... ..... está lloviendo Martín guarda en su estuche el arma que carga el diablo. Las palomas se adormecen y pasa tras la galería cerrada, Cora, con las palomas doradas atadas a la cintura. Murmullo del agua. Los juguetes enfriándose. Las manitas de los niños para la densidad del arco iris. Los cuerpos de los niños veloces ya en los bolsillos de unas huestes marsupiales. El poeta se encierra cómodamente en el Fairlaine de Martín: con la música altísima, la refrigeración, y hasta el perfecto anfitrión le alcanza un trago largo a través de la ventanilla baja. Mamarrachea Arturito en ese navío ¿pampeano? ¿Anclado en La Esperanza? Con sus canastas de lluvia y sombrillas

enceradas pasan las infantas empapadas; los chiquitos ya bañados y listos para la cena y el descanso y la cocinera con señas silenciosas, entre el barullo de los loros y los grillos llama a comer ¿con una campanilla? Esta ventanilla está empañada No veo bien.

LA TARDECITA

Se acerca la primavera, Marcia me odia, tanto como yo amo a Lesbia, y Catulo la amaba... Ella dice que es obscena la manera de referirme a mis amigos; que soy, en resumidas cuentas de collar, una máscara ya obscena y amenamente indeseable Una máscara del teatro de la infelicidad. Pero estamos en el campo. El sol alto y tardío. El sexo en los cogollos del almendro. La luna por despuntar... ...el durazno japonés relampagueante, brillante rosado como nunca ví. Vacío, vacío vertiginoso como tu voz brillante contra el viento iluminado y el infierno musical de tus estupideces. Tu voz brillante. Tu voz ¡poética! ¿Recuerdas que dijiste que la prioridad del artista estaba en hacerse reventar por los chongos de Floresta y después "narrarlo" mientras

se posa, ante un pintor, como una mariposa americana? El cielo es una lámina que finge un color, una desgracia, unos dibujos maravillosos para el feliz embaucamiento de unos niños que involuntariamente suspenden la credulidad; coléricos. Oh poeta, el pequeño vestigio de una tormenta atormentadora te alimenta con su rayo Te arrimás a los pies de un fulgor que quema como aquel caballo blanco que veo, ahora, pegado a su destello Estúpido caballo criollo del lenguaje. Una mujer entrevé tu Vacío en su boca estrepitosa Oh inebriante perrito faldero llorando aún por la pérdida de su mamá en las letrinas de Roma en una época cruel, en una época de niños Heligábalos tan putos como él, tan degenerados superiores como él. ¿Debí decir que citaba a Pessoa (mucho más, mucho más inteligente que yo. Más claro y menos oscuro en las razones de la amistad obscena con la tierra y el aire y el sol y la eternidad)? ¿se acerca la primavera? Sí, se acerca la revolución de las florecillas de la amable locura con sus sospechas escarlatas, con su Rimbaud, con sus mejores mujeres y sus lolitas en flor también a la sombra de un despertar anaranjado del verano en medio de cada insoportable estación. De todas maneras, una carcajada embrujada por la dicha "engama" los colores; unas manos frágiles precipitan la luz que sostiene las formas de unas serranías y unos árboles amarillos, ¿Vendrá? Todas las formas en todas las formas y la cabeza en la pica de la certidumbre, la angustiosa serenidad momentánea de la certidumbre,

Una cierta sombra en las fantasías del amor. Unas sombrías siluetas en la cabeza abigarrada y pulsante, la cabeza, la cabeza del amante sea quien sea. La primavera. El cielo como una lámpara en la mesita de luz y el día como una noche dispuesta para el obsceno Dolor y siempre unos niños bailando en un claro de mi sangre: un arco iris del deseo en mis venas. El cuerpo estratificado en el lecho ácido del pino, las semillas turgentes bajo sus madres arraigadas; el silbo de unas perdices mientras avanzo hacia la casa cerrada y el galgo y las tunas mordidas por los toros. El secreto en el aura de Alicia, la casera, que espanta las vacas con su Citroën amarillo y sus alaridos expertos. El celo. Tres rojas muchachas y yo. El celo sereno, el celo en la cabellera solar de la mujer ¿El hombre de mármol quejumbroso? ¿Vendrá? Todas las parteras oirían su nacimiento si se decidiera a verse nacer, estímulo de la pintura. Estímulo de las estéticas anarquistas de la pasión... Confuso esclavo de la maldad evaporando en la sombra toda la Literatura y todo el Mal. -Pero no pronuncies esa palabra obscena, por favor, Arturito... Ni dispongas puntos suspensivos donde políticamente no hay suspenso. Estamos en el campo y aquí me quedaría hasta ver amanecer y que la vaca me dé la teta con sus innumerables pezones... Terco poeta como la luna en el agua que se agita, el día se agita como yo. Estamos en el campo.

-¿Qué somos? -A-mi-gui-tos... Sonrisa en el coral de las sonrisas que miradas difícilmente se disuelven en el aire obsceno. Obsceno el tacto del pico de los patos. Obscena la algarabía de la quietud. Obscena la tarde con sus mates lavados. Obscena la invitación a la pintura en caballete. Obsceno el caballete en el desván del campo. Obsceno el diálogo más que el monólogo y más obsceno que este coloquio entre perros de interior... Obscena la mirada a la leña y el hacha, obsceno el conejo con sus orejas enterradas en el barro; obsceno el juego de repetir la hartura de la pintura... Del campo. ¿Vendrá? Su caballito volvió solo al lugar Espacio perfumado no importa con qué Estiércol de la atención humeante y perfumada La mirada bosta circular de las vacas como un cráter lunar en el aire en el verde del aire-césped Sangre en la pared. Sangre en la nariz de la niñita que sale del agua, Sangre escondida en los hilillos equidistantes de las venas poéticas Y es todo lo que no nos debería faltar. CREPUSCULO ARGENTINO a Elina y Alejandro Carrafancq El campo, un espacio donde los niños confunden la belleza con la felicidad;

la luz los atonta, el flash doméstico y natural los oculta en catacumbas, agujeros negros, blancos conventos insonorizados, sin follaje... oh pequeños religiosos de la exigencia: una sonrisita fosforescente y acústica y un abracito afectado que se conoce en esa especie de Vacío Mundo en otra más lejana galáctica insaciable risita que lucha. Todas las astillas cósmicas. Todos los hilos agámicos. Todas las taciturnas vocecitas en la luz amarilla, intensa, de azufre fosforescente y de luciérnaga que agoniza. nosotros en ese campo expulsado donde la fatiga es imprevista con sus misteriosos eclipses... La insistencia de un pánico silvestre y los diminutivos con que Arturito recorre su paciencia, su olvido en todo lo que se afinca como parpadeo. Las cajas del sueño donde el poder dormir como volver a morir se precipita; el aire se funde con la luz oscura y el agua con los desplazamientos del rumor acuático imanes, imanes de felicidades remotas mímicas en los estados de belleza pura, y variaciones mágicas con dedos de reptil, pero ese reptil de miniatura africana que salta continuamente en el hirviente desierto de arena para no escaldarse y vivir al unísono, para que el día entre en él por todas sus semejantes, ínfimas, innumerables huellas para que la presencia insaciable del día no lo adormezca; sin embargo, a ellos otros espero, anhelo,

anillo sus múltiples exigencias. Puedo envejecer esperándolos en otra humanidad y puedo otra vez nacer; estar como un fruto en corona, esperando el picotazo de otros mundos, la vida de cada minúscula noche hacia el mar. Ellos, bienes dormidos bajo estatuas de olmos, gnomos, tesoros en cofres de pirotecnias perpetuas, aún en el vacío insonoro, atraídos como ranas En la inquietud de los estanques o el mar, sobre la vasta ola roma, sin cresta, alzándose silenciosa sobre el amor: minutos sin ley ni astros tiempos sin cuerpo ni deseo espacios donde se cortan los afectos a cada exiguo pie de un hombre. Son niños siempre y niños en un festín donde se desconocen los nombres Niños arrancados del cuerpo y del corazón, como raicillas que ya hubieran echado en otros niños su ligazón; en otros pensamientos su dolorosa espesura. Niños explosiones acústicas Niños ortigas del verano; a un punto en la seda vienen a mirar faisanes; un círculo luminoso donde caen todas las remotas ideologías naturales y todas nuestras cósmicas huellas estrelladas: los niños. Duelo de no pertenecer duelo de las sabidurías desconocidas sin órganos sin ostentación y sin goces duelo de apartarse dudando del patio de la dicha: donde allí todo nos

sosegaba como sofocado dolor aquí todo nos despierta aquí somos el sobresalto del lince aquí el sueño oculta la alegría del secreto Aquí la verdad solitaria derrumba el placer y el placer no sostiene el secreto no sostiene el despertar no me sostiene, su realidad, es más devastadora que el deseo ¿Qué es? Es la desesperación que nos impone como un sueño el vacío, el campo... Vaho amarillo y los diablitos riéndose. Arrastran un perrito, escriben una eme majestuosa; las brujas-lolita con sus mechones eléctricos y sus malcriadas muñecas, la voz del perrito; los dientes de las cosas; la acústica estirpe china del súbito día (el té). Los niños. Sus rasos borran la única fiesta, la única mentira, la única verdad, la única risa. No te alejes más. No te alejes más. ¿Qué haré sin los ojillos de tu faisán? Sin tus gestos como picotazos dorados. Mi desesperación clavada en el deseo como un colibrí salvaje en la gigantesca flor acuática. La hipertrófica magnolia del deseo: un limón escarlata y óxido de hierro la van

centrando con sus suavísimos ganchos: la abeja allí se empolva, los zánganos conocen y reconocen: desconocen El campo, la noche y sus caretas de olores que no enmascaran, los mensajes cortados y los gritos suntuosos; la noche con sus señales de amores de alfalfas y alfabetos de sapos y telarañas. Magnolia del zorrino con su chorro de humos acres ¿Nada sostendría? ¿Nada consentiría en su risa de chaparrones de blancos y agrios fuegos luminosos? Es la madrugada: ¿pero cómo...? Los niños se duermen: fácilmente se duermen sobre estos clavos de azúcar, fakires del infinito turbulento. El campo tiembla. El campo nuestro. (...el delirio, los surcos de la lava del alba. El agua donde amanecemos. Los terrores poderosos giran en torno a objetos sin valor. ¿Te acordás? Fase del desprecio, incluso por el no... El No de un amarillo vibratorio, los girasoles en el vozarrón del día y el humo del atardecer, los ojos en la cabeza leñosa en el espumoso anaranjado del sol. No te alejes más. No te alejes más. el deseo desdibuja en su plumosa tierra un espacio: "que no te despierten todavía, y que no hiervan la leche todavía". Multiplicidades. Multiplicidades

secretas Lo que pasa durante la tarde como los pequeños frutos de las intensidades se abre, como un último frutillo en las fogatas anaranjadas Deja que bajo nuestra incertidumbre croe lo incierto: el agro de la espera, la niñita que baila... la patria de San Juan y esas inquisitorias cartas que quemaste para cocer la langosta y las habas: La pintura es la extensión más sutil LA FAMILIA Sobre la familia de un dibujo cortado en los colores El vientre cortado, los juguetes. ¿Para qué volver a la unidad? La naturaleza era la imitación del padre, la mirada ilimitada de la Madre: y el amor, aunque probablemente no era el amor, reclamó una breve caída sobre otros silenciosos tiempos. Reclamó los niños que se hundían en el follaje estrenduoso, en la espuma de las ramas. Reclamó todo lo que fingía, para sí breves vidas, y toda la pequeña presencia que ardía, todas las misteriosas nominaciones, todas las mentiras fugaces de unos gestos en púas: el campo destruyó el dolor y eso se percibía como prueba de soledad en el paisaje. Después el pisoteo, la masacre del deseo: el no poder reducir a común denominador materno el padre malo y el abuelo tramposo.

La mirada dulcísima en esa noche que sólo se abriría para dormir... que acaso ya no sostenía un ritmo: grillos esquizofrénicos. ¿Amantes? Cuerpo fascinante y pequeña dominación. Vibración de unas caricias que todavía crujen en nosotros como suavísimos derrumbes de luz. ¿Amantes? Y en la felicidad de los gritos ¿quién consintió apoderarse de un nombre único pero querellante? ¿Quién, durante la vida, en el vapor urticante de todo un secreto? EL AGUA ROSILLA in memoriam Silvia Redondo ¿suena un teléfono? Es imposible, aquí, en el campo. A menos que obedezcamos a otras razones, a otras malas costumbres iconográficas. Es un pájaro que suena igual; o la mixtura informe de dos frases trinadas, que saltan a la vez de un gaznate abierto al cielo, a otro... volcando una materia multicolor y tan densa en "estados" que... Ningún orden nos vincula al pasado. No obstante...Eramos el sentido de una desaparición, la pérdida absoluta del sentido: nos buscábamos como piedades escondidas, todavía invisibles, todavía impalpables. feliz fue la noche confusa y feliz el vaivén de nuestros cuerpos

alarmados por el último beso. El último beso y mientras ella desenvolvía sus puntas de secreto en la oscuridad lechosa él bebía Tang y fue feliz la noche fue feliz El último beso. (no pudo disimularse en lo pequeño: se simuló en lo más enigmático de una ostentación: el humillo de un nombre.) Amantes confundidos. Amantes en el agua del jardín de los deseos que se bifurcan: volados los cuerpos y la utilería del amor deseo pequeño deseo pequeño deseo pequeño deseo y poder y sumisión... animal necesariamente en la esponjosa sombra de las miniaturas: del brevísimo instante en que aparecemos como títeres de la confusión alada entre dichosos por hastío, por hambre. a cada paso nuestra secreta carga y nuestro falso deber. el hormiguero del sueño, el sueño de tu hermosa tierra (dentro de lo posible) el hormiguero y la desaparición: El campo, pasto o brizna de luz, hormiga o escarabajo tanque Y el perro Arturo que fue tu lazarillo en Roma, y compartió las fugas en tu duelo paterno, molecular: pasional, Arturo

¿dónde estarás, ahora? ¿Contra qué valla de sombras sin espinas dejarás caer a tu amo? El sol se extingue bruscamente y un insectito con lunares negros, bruscamente anaranjado se posa en mi muñeca: "Mirá, papá. Una vaquita de sanatorio." -dice Ana. Más pequeño que nuestro retrato en la cerrazón y más pequeño que el mundo sostenido por lo que desaparece. La hierba, la luz, la piel, el agua. Espacio con olor a vainillas. espacio del vómito instantáneo de un niño ácido del niño como esperanza: (secreto aliento aplastado en la desesperación esperanzada...) Espacio perfumado y espacio medroso Espacio sombrío de las tímidas frutillas Espacio de los tilos y las naranjas espacio del cerezo escarchado picado por los pájaros. Espacio y espacio donde tenso se abre el secreto de una palabra y de todas las deliciosas porquerías de los niños. Espacio para el barullo de lo pequeño que no desaparecerá por el envión de la mañana y espacio para la enumeración cada vez más simple y más imperfecta sintaxis de multiplicidades de olvidos Atrajo para ellos la vida para sí: la vida-juguete la vida-moscardón tornasol zumbando en la viruta de otra luz y las lisísimas hojas del verano soplado en la luz sonajero, sonajero de un secreto mortal que únicamente los niños comprendían.

Fuiste la risita contraída en la recova del caracol la risita de los niños del sol y otro sol en otros niños mutantes: la diferente paternidad pueril de lo viviente Con ellos, hacías, escribías con abrelatas del deseo esta vez cada vez más vivir y en lo viviente, espacio, cada vez más oir el secreto de lo vivido Oh, por tu culpa debí enloquecer puesto que vivir es sólo presentir el deseo. los niños no lo saben los niños lo presienten en su rotunda sensatez de pequeños. los gritos, las risitas, las carcajadas en el agua porosa y el sol en las piedras azucaradas: Vos los obligabas a que saltaran la barrera donde un señor estaba con su sombrero negro y una señora posaba con su sombrilla salitrosa. Mujeres, niñas, reinas: todas con sus posesiones felices estentóreas. ¿Te acordás de los patos arlequinados? ¿Te acordás que hundí el dedito meñique en el tintero el primer día escolar? ¿Y el día que me cagué encima, y corriste alertando el aquelarre de las constantinoplas tías? ¡Oh madonas de una sombra cuadrada y aciaga! (madaminas del alba y del azar junto a los niños) Dueñas del ocaso cuando las estrellas se preparan en vano, para guiñarle el ojo a las gallinas. ¿Te acordás de Olga Rapún, los ataques en malón, el vidrio en la Yale? ¿La envidia afrontada al miedo

de jugar? el miedo a ser aun más niños, y a la usurpación de ellos (sin vos), en una memoria enterrada que yo exhumo en tiras, en franjas y en fragmentos para vos. Ya que con todas tus fuerzas comprendiste su energía, la velocidad remota de sus guiños. Gritos y bailes. Supiste separarte de lo pequeño perpetuamente un momento Separándote casi eternamente un momento de toda tu muerte en llamas y separando con ellos del orgullo reificado de lo grande, la contaminación de lo pequeño y los pequeños los chicos gozaban los chicos entraban en la boca del amor, la boca del confín de los poderosos donde salta la gran dentadura de la locura... ¿Y aquellos novios en aras de un deseo inicial? Todavía impalpables... ...invisibles todavías. Demasiado correr hacia el extremo de la noche y corriendo en tu horroroso silencio hacia ningún extremo y en todos, Todas las palabras se deslizaban allí los niños detienen esa escintilación de lo mundano en su brevísimo pico de tristeza. Saltando sobre la arena tiñen, borran, opacan en la luz las formas y los efectos Los niños pegados a la gran costa y a la dulcísima espuma del Mal. Anita dramatizaba el movimiento de una ola avanzando y encrespando en su alegría una mirada celeste turbulenta. Fermín cortaba las olas más altas con su pitito.

......................................................................................... Estamos hechos para soportar el estallido de la muerte en la infancia: Aún no, no termines, no acabes, todavía ......................................................................................... alguien quiso que todo quedara al alcance de un pescador orgulloso de su trabajo con el agua. El silencio, el silencio el silencio del agua cuando es presa de los niños El agua. UN BALCON Tomás tiene dos años, vive en Buenos Aires en un exiguo Dpto. de la calle Defensa. Cuando llegó al campo dijo: "¡balcón, mamá, balcón!" El campo como un balcón infinito, con sus terrones azules y sus pastos infinitos, con sus perfumes y sabores infinitos y los enormes perros, los cañones enterrados, las esfinges de piedra entre los abedules y la casa de noche con su galería encendida, su resplandor de arroz en la humedad de noche de caza acuática, rosada Pero llegamos casi al mediodía. Los árboles arrojaban de sus copas ácidos sagrados:

la untuosa fragancia de los verdes vacíos la luz en rayas frases de los gnomos silenciosos, en los baldíos inesperados, en los incendios donde recorren niños bajo el crujir del sol las cenizas que al llegar nos miraban... Debería insistir. Nos esperaban las flores dispuestas en los candelabros de hielo, las bolas de nieve siempre nunca tan blancas sino ligeramente verdes y aplastadas al tapiz donde cruzan un río niños chinos cotorras y cacatúas petrificadas, lavadas en azul, los picos rojos, las crestas como moños de niñas embalsamadas -¿Puedo fumar? -dijo Alicia Y así comenzaron a reir los comensales Tomás invadía la mesa. Jaime lo mimaba. Tomás invadía lentamente las cosas indiferentes y las muequeantes salas, los retratos, del comedor los retratos, las pinturas, las piedras bajo la estufa, los preciosos vacíos, caracoles, y los ojos de Pupa, saltones y verdes como de libélula espantada. Las voces italianas, francesas, el inglés de los huesos de las tentadoras comidas, sustancias almibaradas Arturito comía y comía levantando sistemáticamente su ceja casi postiza y el rabillo ciliado, el cristalino visor camaleónico y el ojillo esmerilado Sonar, radar del ojo Y la nodriza elemental que allí guiñaba

Arturito sin escribir nada. Hundido en los espejos. Tendía el puente colgante de una complicidad con ibis; pájaros y picos que picoteaban el vidrio; el vitral del goce; goce... En sobremesa más pequeña, redonda, y sobre sillones de mimbre enfundados, chillones, Jaime (50 años) se arrojó sobre Tomás que se reía. Los rulos de la ceniza de oro en la luz y los ojitos sombríos: fuertemente iluminados por otros ojazos que de adentro salían más locos, chorrera de millones, hipnotizados niños, celestiales, amarillos, verdes, el mar junto a un gato zarco: y las manitas aferradas a ese tumulto de falsas imágenes: las mismas que leo: las velocísimas cruzadas por umbrales y a la risa las manos de Jaime, otra vez, "Aquí, aquí" -decía. Le hacía cosquillas en el pitito, en las ingles, la pancita... "Aquí, aquí" -decía. "Esto es la realidad. Esto es la vida. Esto". Y señalaba acariciándole la espalda al niñito que reía felicísimo, "Está vivo, viviente..." -repitió, corrigió. "Todo esto es la realidad" -repitió una vez más y ajeno a todo estímulo y a toda realidad gimió: "¡Viva!" Un frío me recorrió ¿la médula? Y me hundí un poquito en el crujido de mimbre. Tuve un raro pudor ante tanto reconocimiento. Una nostalgia muy pueril y pétrea me oprimía. Y siguió murmurando, para su cabeza y la mía (no recuerdo, no ví lo que hacían los otros convidados...) murmurando entre cortadas tiras un pensamiento célibre, agudo, agrio, triste, sutil entre los escombros de las palabras que metía, y acaso harto triviales para él, que acaso todo lo concebía (la apreciación es mía) como Belleza: una aristocracia de la cultura...

Nini miraba en Vogue los Rolls Royce japoneses. Jaime pudo saltar de pronto, desprenderse, y cayó como una brasa en la palma de un ciego: "Son japoneses, y uno debería entrar y hacer ¡Tac! Y quedar sentado en ellos". Las rimas internas, ía, ía La pura monotonía de nuestra enorme desdicha. Enorme desdicha usada como se "usa" el cuerpo. Jaime y Nini que hablaban dándose la espalda, súbitamente pálidos, como adultos siameses. Que decían y amaban con cascabeles e improntus de otros idiomas de otras lenguas, sus chistes, lapsus y bacanales, festines desnudos con guiños y muchas mímicas y acertijos cruzados, rebus, donde cortaban pequeñas imágenes las brevísimas encantadas, conductas fugacísimas o historiolas de la historiola del Arte: que leer a Gide o Dostoievsky, aburría hoy. que una obra alcanza el apogeo de su trascendencia en la misma época en que "trasciende". No va más allá. ¡No estoy de acuerdo! -dijo Nini. Yo ante un Donatello... Y me miró guiñando... Y Jaime se atrevió a decir: "En todo caso, acepto hoy, la vigencia de los arcaísmos." "Sos tarada -prosiguió- si te embelesás con el Quijote: está escrito en un pésimo castellano. No obstante, Shakespeare... -dudó-. "vengan -dijo-: en mi cuarto tengo todo lo más arcaico que amo, y todo lo que deseo." Atravesamos una biblioteca escarlata: los dos escritorios vestidos, de brocato escarlata. Cortinados escarlata. Los libros encuadernados color escarlata.

Toda la estética de la pieza se desmoronaba ante una chimenea cuasi barroca, de piedra peinada, herencia de unos huéspedes arquitectos benedictinos. -Es horrible -dijo Jaime-. Es del mismo autor de San Benito, en Belgrano. Los pájaros estrenduosos en el silencio nublado de la siesta. Nos alejamos con Alicia hacia una porqueriza donde gozaban a los gritos dos animales pintados o disimulados, los hocicos y los flancos erizados de barro. Hablábamos con Alicia, de los mosquitos, que nos picaban, y en ese ardor y sopor, de envenenados, todas las cursilerías de la ética y estética improbables de los matrimonios... Hacía 4 meses que ambos, por distintos motivos, de nuestros amantes nos veíamos separados. Tristezas y terrores, asperezas y esperanzas, odiosos ojos y dudosas aserciones, acechanzas de lo venidero como una epopeya inmóvil bajo ámbar del deseo. Invasora jerga de nuestra suspendida cháchara también inmóvil. Y la naturaleza como una alfombra voladora detenida: balcón para las cinco mil Hetairas que nos amedrentaban con sus vaselinas y arpas y ese kool para cuervos en la laguna fosca. De agua amarga. Pupa -la condesa veneciana que se casó con Jaime -me pregunta al servirme una presa de pollo: "¿Prefiere negro o blanco?" Blanco, dije, estimulado por mi lectura de la mañana. Y ella agregó: "Claro, como buen descendiente de italianos, gusta el blanco de pollo." Señalando la carcaza dorada y crocante del resto, Nini exclamó: "Yo amo, fijate, el negro". Y añadió mirando fijamente el dorado del plato: "¡Parece un transatlántico!" El campo no. Ya. El mundo. Océanos. Las palomicas no. Ya. Las cigüeñas y las garzas plateadas.

Las calandrias tampoco. Los ruiseñores al alba. ¿Se despierta, Pupa, entre ruiseñores? No sé -dice Jaime-, si todavía quedan. Los he escuchado. Preciosos, ¿no? Nini con su dulzura habitual nos trae el desayuno a la cama. Alicia sonríe. Tomás refunfuña. Me despierto a las risas. Toda Nini invita a una noble y catártica carcajada. Desde muy temprano comienzan sus trabajos con relatos de sueños, piezas de amena conversación y ámbitos mágicos, embrujados. ¿Sarcasmos? Imágenes del placer milenario apenas ella dice: ¡Qué placer! Secreto triunfo de la risa sin que en su aspecto feliz nada de ella ridículo nos invite a reir. La simpatía crece en su boca. Su palabra nos envuelve y nos llena de estupor y sorpresa, como en el carnaval de antaño la ligera serpentina. Pero hay una palabra oscura que pasa por sus labios y va penetrando como un fruto obsceno en nuestra imaginaria boca: c o n g o j a. Pero no esta congoja que notamos una lentitud extrema en el desplazamiento del sol y que el poeta Girri, señalaba como una "cualidad" desde el tiempo... Pues si de ella aprendí las mil maneras imposibles de creer, de "esbozar", de inventar para experimentar algo que fuera el modelo o el mimo de otras congojas, ¿para quién retuve, entonces, la sordina de la imaginación? Nuestra amistad austera. Nuestra congoja agámica. El paso veloz sobre las piedras de nada parecido al sexo, ni al amor, ni al fuego de la irrisoria congoja. La urticante y nocturna congoja.

La deliciosa piel de sabandija que deshace los guantes de vivísimos élitros en realidad. Y en deseo, el paso de Tomás en el balcón de la hojarasca. El oído de Minerva (la perra Dogo) y lo que de sus pisadas escucha Tomy, confundido por la infinita escala de murmullos y de alas. Y la Señora con su aire de domadora de jirafas. ¿Yo escribo en este claustro de muros encalados? El cuadro que miro dice: Doménico Theotokopuli: El Greco (1547-1614). En el espejo veo mis pies, que los mosquitos deformaron: hormas gigantescas y máquinas de planchar; esa misma ojiva metálica; las variadas y envenenadas manos tergiversadas, efímeras formas: el cuerpo el espejo El Greco. los pies. Oigo a Minerva que se arrastra por los pasillos hacia otro claustro. Alicia tose. Nini duerme. ¿Sueña Tomás? Las hojas gigantescas y los kinotos como turgentes tetillas pintadas, mojadas naranjas... Mujeres anaranjadas en los superpuestos e impalpables balcones El pingüino de yeso que Nini trajo un día del pueblo. Enano cabizbajo. Tomás lo toca. El olor lo sueña. El agua cenagosa de la pileta y acaso mi cara gorda y barbuda. Mi horrible cara gorda y mi terca sonrisa o Acaso mi sonrisa sin cara pero barbuda,

suspendida allá en el claqueteo de las hojas: Arturo... El sátiro hipnotizado por las velocísimas hojas agitadas y rosigantes con sus decibeles y sus secretas acústicas ¡Oh, monjes y poetas! Nini vuela alto, lejos, en la escoba de Rauchemberg con sus pajas ornamentales. Jaime hojea Vogue y se detiene ante la contessa Marta Marzzotto, fotografata da R.Granata. Arturito lee un libro que tomó de la biblioteca luciferina: "A la sombra de los monasterios tibetanos" -un libro de Jean M. Rivière. Jaime dormita, ahora, un poco. Se sobresalta por la llegada de Tomás. En el paseo Nini repitió "embaumée" La tierra -el balcón ambomé... con todos los estiércoles, con todos los osarios de flores. Acacias, jazmines. Contó una historia de merengues y otra de profiteroles. Pupa pasa silenciosa portando en sus blanquísimas manos una llavecita y enredadas, dos pequeñas copas de cristal ahumado Forzado el ideograma de la alegría. Forzada la faz silenciosa de la memoria en este campo. El ánade canta como un ventrílocuo en un ejemplar "demasiado estudiado" de Liquid Ambar. Todo lo que ellos conocen acerca de él se va vidriando en mi resentida memoria; se va endurenciendo como un dulce que lentamente

decolora, azucara, envenena. Hipóstasis de la perfección del campo en su "paz", en su melancolía focalizada... Pero de pronto yo sé que en todo este silencio no estás. No están tus movimientos secretamente envueltos en la impostura de tu papel de caramelos Y no sabemos por el sol ni por el follaje plateado en los árboles, donde tu risita se expande y envejece y donde despierta unánime tu alegría colmándome, donde tus manos en la cabeza del amigo celebran los trabajos y el amor como los días sus noches el campo. donde la obligación con sus destrezas parte de mí y te ocupa: último secreto de la luz en la tarde y último parte del secreto en mí sepultándote. Olvido, pero intermitente. De pronto tu mirada se enciende para mí iluminando cada hoja de cada rama, cada corteza de cada ramaje vacilante: los árboles: los claros ínfimos donde se abalanzan a besos las palomas la mirada extraviada en el vapor de los árboles celeste; celeste; desconociendo para mí y desconociendo todo en mí para este campo Una nueva manera de amarnos arrojados por todos los convidados incluido yo, en el secreto que ya no nos escucha que ya no retrocede

que ya no hiere ¿Más? EL POTLATCH DE LAS SIESTAS Un coloquio remoto se hundía en la exageración (miniatura de una incertidumbre que lo amparaba): Algo querrá ahorrarnos siempre, la pena de la escritura El campo. Todas sus cruzadas de comadronas invisibles. La arena de oro el sentido y del sentido, madres desaparecidas. Vuelvo a una patria de terrores pueriles y asaltos a la pequeña oscurecida urbe de la memoria: Oh, tristeza Me has enfrentado al lujo insoportable de mi desnudez. Aquí está el mapa de lo reído y de lo por reir. Los lugares que deslizan su ritmo reificado en lo alarmante: El tiempo que contrae el abismo de los niños. Hay que enfermarse. Hay que enloquecer. "Hay tres minas jugando al Ludo, podés creer?" -dijo Mariano. "Parece que juegan y cuando las mirás fijamente desaparece el tablero". "Estás en pedo -dijo Julio. "Más borracho que ellas". Busca el agravio de la alucinación

compuesta (se despereza en estos campos) Sus patios para dar mis vueltas. Sus sótanos para retocar heroicamente los homenajes al cuadrado. El campo. Unas cartografías silbadoras. Colores repetidos en los timbres, oh, monjes: Vosotros que de la plegaria hicisteis una partitura, un mapa para el acting de escoger de la luz la calentita sombra quejumbrosa. Vosotros, para quienes el mal y el bien son el paisaje: el paseo más puro de la contemplación Estamos en Indio Rico, a escasos kilómetros de Pringles y es la industria de los noveleros, con sus flechas de macizo oro y sus boleadoras de pepitas áureas forradas de billetes de cuero... Estas son dunas, dunas mínimal, y estas son napas con láminas de mica traspapeladas. Ahora estoy en Pringles, en la azotea de mi casa donde soy Vatek, con mis astronomías lanares y gozo, como también de día gozo, tendiendo desnudo la ropa: paso por el silencio costumbres que el almuédano corta al llamar a la Meca: duda, por todas sus geometrías secretas donde la luna entierra unas cerezas frías... Hijo, y padre. Pero con un juego limpio bajo la nariz ganchuda: el amor, el equilibrio tumultuoso del "galpón" donde unos tumultuosos quemaban los juguetes y el trigo.

Malones. Malones señores pintados con su crueldad que cunde como el fuego del deseo en la pampa. Pero hay el barullo de lo pequeño, aún, cruzando el cielo matizado sobre cardos y escobas albinas y estolas plateadas. El brillo del panadero, erizo suavísimo con su relámpago tieso de madrugada, y también el llanto, el llanto ameno del siringo, angustiante, y prolongado... Estímulo de la secreta alegría de la sensación de simular tantos discursos y prometer más mímicas, más mordeduras. Algo que quiere ahorrarnos la pena de la escritura: No hace mucho le dije a Emeterio: No he fundado ningún sistema nuevo de lectura; nada original: ni siquiera, volverme imperceptible... ahora enmascararnos los brazos, las manos... (No dijo nada y después pensando que iba al mar con los chicos dijo: "Comprate una sombrilla, es algo que puede durarte años"). Genet sabe que el goce le es negado por principio -dijo Sartre. ¿Yo busco el agravio de la muerte? No; enumero el sentido de una desaparición escrupulosa: el arco iris no. los niños no. un amor no. un cuerpo que al pasar deja que el deseo nómade se precipite en él como una nevisca incandescente, como una lluvia fulminante. No. una idea célibe no. viuda no. una frase fastuosa que aparece

en la mitad de un ingenuo momento, de una ingenua desaparición Del campo. No. Del fauno o silvano que aflojó los cordones soltó los ojos en los manojos de doradas espigas. No. Un sileno no. Un coribante con su falo serruchado en la mano, bailando y restallando de dolor, bailando y restallando. No. Genet sabe que el goce le es negado por principio: Natachita me trajo su libro de cuentos y Natacha, la madre, leyó en ruso. Un cuento que no entendí, pero que disfruté bestialmente como una bestia que se sale de su ajustada maya. Natachita me miraba. Liliana agachó la cabeza y alzó, imperceptiblemente, los difíciles hombros: Ella también escuchaba... Natacha cantaba, en realidad, ese cuento maravilloso. Cuando terminó, alguien dijo: "¡Qué lindo!" Natacha se apresuró a explicarnos que era un cuento que le leían asiduamente a Pushkin. Me despedí de todos ellos, como siempre, besando a cada niño: coronando con un acto de malsana estupidez aquella estupenda "lección" de poesía.

LA MAÑANA a Chiquita Gramajo Todo lo que deshaces en lo que oyes te escucha: el aleteo de dormir... Más que vivir el aleteo prohibido, el escándalo disipado de un sueño: Las voces, los rostros borrados. Las bocas como esferas

y los ocultos ritmos, enterrados pasos súbitos de un huésped auspicioso: La noche en la casa vacía. El sapo que en el umbral espera el duro beso de la esponjosa luna. El brazo cortado en lo lejano. la mano que se hunde en la cabeza que se va a despertar: "colmame conociendo tu muerte, enfrentame a tu infinita reducción". Pero desnudo, de pie, bajo la ducha, más ácido el rocío en las flotas de la mañana; desnudo, bajo la mueca imprecisa de un gorjeo prolongado y la visita, en la jactancia de la luz en la penumbra ya es toda la mañana ya es toda la repetición bulliciosa de la colmada mirada enamorada no contenida en la erudición de los saberes, la obra, el creer conocer y su "conciencia culpable". Hay que conocer esta muerte. Se amplía y se reduce su infinito deseo: es el deseo de la obra y la pequeña diferencia de su duradera dureza... Es la simulación de la amordazable libertad, que nos impone como en dos sueños sospechosos, un breve y confuso reconocimiento del caos: la mañana. El déjà vu es la muerte, una escena oscura recortada de sus danzas; un cascabel que agita para el halcón jactancioso, una alarma obscena y brevísima durante el pacto de mirar. La muerte que sólo escucha y desechando. Deshecha continuamente, en lo que oye, en lo que escucha...

la muerte con sus jugueterías y sus gatos. Dijiste: "debo permanecer siempre pequeña." Más que el sueño: nos impone a los bostezos el vacío, La breve lluvia que nos abre una acacia. Los duros hexámetros envarados por el sueño. La pesadilla de la bruma recortada, donde aparecen las miedosas geometrías de la sombra. Los bailes y las máscaras de un finísimo "óleo": la mañana. Alguien declina el nombre de su gato y el nombre del felino se encarama a la sombra. ¿Me despierto? ¿Tratas de despertarme con un puñado de sílabas de cuatro hojas? Alguien despliega en esta misma mesa donde escribo, un mantel crocante en la luz y los intactos, pegajosos pliegues. Y apoya una taza, un plato, una servilleta de papel sobre las pequeñísimas, pintadas flores. ¿Se inicia la mañana? ¿O ella nos va desocultando otra vez lo que para nosotros recomienza? Los pequeños d'annunzzios, brevísimos en su aparición, en las veladas luces y vuelcos de las vestidas de papel. Desnudo bajo la ducha, desnudo en el hilo que sostiene las encantadas imágenes. Desnudo en la única sucesión presentida, casi dolorosa. La insistencia desgarradora de insolubles aspersiones

del deseo: desnudo y la mañana del verano frotándome. Un gato viene a caer sobre mi pecho como una lluvia de azúcar dorado, impalpable. Desnudo y para mirar si "estableciera" desde afuera otros vínculos. Empapado de rocío avanza en otra fiesta que no me excluye. Los pliegues del agua en la piel, la luz despertándose en las cribillas del papel: gozo, solamente el sonido puro que rapta al deseo. Y yo iré, con la lengua quemada por la lluvia del sol: el vaivén del disco de carbón de la comadre cocinera, y yo también alejándome a mil años luz si este día me "retuviera". Entorna los postigos para protegerme de un resplandor naranja y dice, murmura, "ya está"; el tazón de leche perfumada con el pintado café. El gusto de la leche, el café. Esfuerzo de reconocer los dos sabores unidos para el sabor de la mañana. La manteca fría y su rocío en la espiral, el caracol con que la enervan bajo el metal de unas grasosas formas. El cuchillo apoyado en el frasco de miel marcando con su resplandor sombrío la distancia al primer parpadeo ese "hoy". Conoce tu muerte el agua, el macareo del azúcar: el cuerpo desnudo pasando por la voz

de mi lengua: "Mientras escribo, todo se desvanece menos lo que contemplo." El que pasó por él traga la leche y los sabores desconcertados. Tendrás tu cuerpo colmado por sus veloces huellas de pasante: te busco y no estás, oigo tu voz detrás de la bruma bajo la mujercita de los pájaros: "ser pequeña, quiero". huésped de la mañana (todavía secreta para mí) y huésped desnudo acribillado de certeza: contemplo. Escucho el molinillo de chocolate del deseo, y esa repetición en su nombre nombrado ¿dónde está? El campo.