Arsenio Lupin Contra Sherlock Holmes: Mauricio Leblanc

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MAURICIO LEBLANC

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES

AVENTURAS EXTRORDINARIAS DE ARSENIO LUPIN

MAURICE LEBLANC

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOMES

TRADUCCION DE C.D.

EDICIONES ORIENTE MEXICO, D.F. 2

MAURICIO LEBLANC

PRIMER EPISODIO LA DAMA RUBIA I EL NUMERO 514-SERIE 23

El 8 de diciembre del año próximo pasado, el señor Gerbois, profesor de matemáticas del liceo de Versalles, dio en el revoltijo de objetos de una prendería, con una papelera de caoba que le gusto por los muchos cajoncitos que tenía.  Esto es precisamente lo que necesitaba yo para el cumpleaños de Susana, pensó el profesor. Y como tenia empeño en hermanar sus módicos recursos con si vehemente deseo de ofrecerle un regalo a su hija, regateó cuanto pudo acabando por darle setenta y cinco francos al prendero. En el momento de dejar sus señas para que le llevaran el mueblecito, un joven de aspecto elegante, que ya desde hacía un rato estaba escudriñando entre aquel hacinamiento de objetos de todas clases, vió la papelera y preguntó: ¿Cuánto? Esta vendida contesto el comerciante. ¡Ah!... ¡Al señor quizá! El profesor saludó, satisfechísimo al ver que aquel caballero codiciaba su compra, y se retiró.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Más apenas había andado diez pasos en la calle, notó que se le acercaba el joven, con sombrero en mano y con cumplida cortesía, le dijo:

Ruego a usted me dispense, caballero por la indiscreta pregunta que voy a dirigirle… ¿Venia usted a esa tienda con el exclusivo fin de adquirir esa papelera? No: buscaba una balanza de precisión para ciertos experimentos de física. Por consiguiente, no tiene usted gran empeño en quedarse con este mueblecito… Es decir que, ya lo he comprado, me quedo con él. ¿Quizá porque es antiguo? Porque es cómodo En ese caso, ¿Consentiría usted en cambiarlo por otro tan cómodo, pero en mejor estado? Este está en buen estado y no veo la necesidad de un cambio. No obstante… El señor Gerbois que era de genio vivo, y un tanto suspicaz, contestó secamente: Le ruego a usted caballero, que no insista. El desconocido se planto ante él.

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MAURICIO LEBLANC Ignoro lo que ha dado usted por la papelera, señor mío, pero le ofrezco a usted el doble. No. El triple… Vaya, basta de ofrecimiento, exclamo el profesor impacientado, no compro para vender. El joven le miro fijamente, con aire que no había de olvidársele al señor Gerbois; luego, sin una palabra, dió media vuelta y se alejó. Una hora más tarde llegaba el mueble a la casita que el profesor ocupaba en el camino de Viroflay. Gerbois llamó a su hija. Esto es para ti Susana, suponiendo que te guste. Susana era una linda muchacha, expansiva y feliz. Abrazo a su padre con tanta alegría como si le hubiese ofrecido éste un regalo regio. Aquella misma noche, después de colocar en su cuarto la papelera, con ayuda de Hortensia, la criada, limpio la joven los cajones y en ellos encerró sus papeles: correspondencia, colección de tarjetas ilustradas, papel de cartas, más algunos recuerdos furtivos procedentes de su primo Felipe. Al día siguiente a las siete y media de la mañana, el profesor se fué a su liceo. A las diez, según costumbre diaria, su hija le esperaba a la salida, y era motivo de gran alegría para el padre el ver, en la acera opuesta a la verja, la graciosa silueta de la joven y su ingenua sonrisa. Regresaron juntos a casa. ¿Y tu papelera? 5

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Una maravilla! Hortensia y yo hemos estado limpiándole los cobres: parecen oro. ¿De modo que estás contenta? ¡Si estoy contenta! Es decir, que no sé cómo he podido pasar hasta ayer sin la tal papelera… Atravesaron el jardín que precede a la casa. El señor Gerbois propuso: Oye, podríamos ir a verla antes de sentarnos a la mesa… Muy bien pensado. Subió delante la joven, pero al abrir su cuarto, arrojo un grito… ¿Qué ocurre balbució el profesor. A su vez entro en el cuarto: ya no estaba allí la papelera.

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…Lo que asombro al juez de instrucción fue la admirable sencillez de los medios empleados. Aprovechando la ausencia de Susana, y mientras estaba en la compra la criada, un recadero provisto de su chapa –algunos vecinos la vieron—había parado un carrillo delante del jardín y llamado dos veces: Los vecinos ignorando que esta fuera la sirvienta, No cayeron en sospecha alguna; de suerte que el individuo efectuó su tarea con absoluta tranquilidad. 6

MAURICIO LEBLANC Observación importante: ningún mueble fracturado, ningún objeto movido de su sitio, Es más: el portamonedas de Susana, dejado por ella sobre el mármol de la papelera, fue hallado sobre la mesa vecina con las monedas de oro que contenía. De modo que, bien claramente determinado resultaba el móvil del robo, lo cual hacia a éste tanto más inexplicable, pues ¿Por qué exponerse a tales riesgos por tan escaso botín? El único indicio que pudo suministrar el profesor fue el incidente de la víspera. Manifestó el joven viva la contrariedad ante mi negativa, y comprendí muy bien que su mirada, al despedirse el de mí, cerraba una amenaza.

Muy vago resultaba todo esto. A las preguntas del juez contestó el prendero que no conocía a ninguno de aquellos dos señores. En cuanto al objeto lo había comprado él en cuarenta francos, en Chevreuse, en una venta efectuada después de la defunción del dueño, y creía haberlo vendido en su justo precio. Ninguna otra aclaración produjeron las indagaciones del juez. Pero el señor Gerbois aseguraba haber sufrido un perjuicio enorme: creía que una fortuna enorme estaba encerrada en el doble fondo de un cajón, y que, por estar el joven al tanto de aquel secreto, se había decidido a robarle el mueble. Pero, mi pobre papá ¿Qué hubiéramos hecho con esa pretendida fortuna? repetía Susana. ¿Lo preguntas? Pues con semejante dote podías haberte casado con un joven de gran posición. Susana que limitaba sus aspiraciones a su primo Felipe, persona modestísima como mérito, suspiraba amargamente.  En la casita de 7

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Versalles siguió la vida su curso, menos alegre, menos despreocupada, enturbiada por pesares y decepciones. Transcurrieron dos meses. Y, de repente, y uno tras otro, ocurrieron graves acontecimientos, una serie imprevista de sucesos felices y de catástrofes… El primero de febrero a las cinco y media de la tarde, el profesor, que acababa de regresar a su casa, con un periódico en la mano, se sentó, se puso los anteojos y comenzó a leer. Como no le interesaba la política, salto la primera pagina. Enseguida llamo su atención un artículo titulado: “Tercer sorteo de la lotería de las Asociaciones de la Prensa. “El numero 514 de la serie 23 gana un millón…” El diario se le cayó de las manos. Le pareció que las paredes se le movían, y su corazón ceso de latir. El numero 514, serie 23, ¡Era su número! Lo había comprado por casualidad, para favorecer a un amigo, pues no creía él en los favores de la suerte, ¡Y resultaba que la fortuna venia a visitarle! Miro su cuadernote de apuntes: en la primera pagina estaba inscrito para recuerdo, el numero 514, serie 23, Pero, ¿Y el billete? Se precipito a su gabinete de trabajo, en busca de la caja de sobres en donde había metido el precioso billete, y casi desde el umbral se detuvo, sofocado: ¡No estaba en su acostumbrado sitio la caja de sobres, y, cosa tremenda, en aquel momento recordaba que ya hacía tiempo que no estaba allí!, ¡Desde hacía varias semanas no la veía él ante sus ojos mientras estaba corrigiendo las composiciones de sus discípulos! Oyó ruido de pasos en la grava del jardín… Llamó: ¡Susana! ¡Susana!

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MAURICIO LEBLANC La joven regresaba de la calle. Subió precipitadamente. Su padre balbuceo con voz ahogada: Susana… ¿La caja… la caja de los sobres?... ¿Cuál? La que te traje yo de los almacenes de Louvre… y que estaba en ese ángulo de la mesa… …Recuerda, papa, que juntos la pusimos en otro sitio mejor… ¿Cuándo? La noche… ya sabes… la víspera del día… Pero, ¿Dónde?... ¡Contesta, por favor! ¿Dónde?... Pues en la papelera. ¿En la papelera que nos han robado? Repitió en voz baja, estas palabras, con una especie de espanto. Después tomando una mano de la joven, añadió con voz más baja aún: Contenía un millón hija mía… ¿Por qué no habérmelo dicho papa? Murmuro Susana.

cándidamente

¡Un millón hija mía! el premio gordo de la lotería de la Prensa. La enormidad del desastre los abrumaba, y por espacio de un buen rato Quedaron como sin habla. Por fin, dijo la joven:

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Pero así y todo te pagarán el millón. ¿Por qué? ¿Qué pruebas puedo yo presentar? ¿De modo que hacen falta pruebas? ¡Pues claro! ¿Y no las tienes? Si, una. ¡Pues entonces! ¡Pero estaba en la caja! ¿En la caja que ha desaparecido?  Sí, y el otro es quién cobrará. ¡Eso sería abominable! ¿Podrás hacer oposición?… ¡Quién sabe!, ¡quién sabe! ¡Es tan astuto ese hombre! ¡Dispone de tales recursos!... Fíjate en cómo nos ha quitado ese mueble… Más impulsado por repentina energía se levantó el profesor, y, golpeando reciamente el suelo con el pie, exclamó. ¡Pues no, no, y no! ¡No se llevara ese millón! ¿Y Porque habría de llevárselo? Después de todo, por astuto que sea, tampoco él puede hacer nada: si se presenta para cobrar, lo llevaran a la cárcel. ¡Nos hemos de ver las caras, amiguito! ¿Se te ocurre alguna idea papá?

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MAURICIO LEBLANC La de defender nuestros derechos hasta lo último… y saldremos vencedores… ¡El millón es mío y a mis manos ha de venir! Minutos después enviar a este Telegrama: Gobernador Credit Foncier. Calle Capucines París. Soy poseedor del número 514 - serie 23; pongo oposición por todas las vías legales toda reclamación extraña. Gerbois

Casi al mismo tiempo llegaba al Credit Foncier este otro telegrama: Se halla en mi poder número 514- serie 23. Arsenio Lupín

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Sabes que emprendo el narrar alguna de las innumerables aventuras de qué se compone la vida de Arsenio Lupín, siento verdadera confusión de tal manera me parece que hasta más sencilla de esas aventuras es conocida De cuántos van a leerme. En realidad no hay hazaña de nuestro “ladrón nacional”, como tan gráficamente ha sido llamado que no haya sido profusamente publicada, estudiada en otros sentidos y comentada con esa abundancia de detalles con que suele la prensa dar noticias de las acciones heroicas.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Quién no conoce?, por ejemplo, la extraña historia de “La Dama rubia”, con esos curiosos episodios que los reporters titulaban en gruesos caracteres: ¡El número 514, serie 23! ¡El crimen de la Avenida, Enrique Martín!... ¡El diamante azul!... ¡Qué ruido en torno de la intervención del famoso detective inglés Sherlock Holmes! ¡Qué es efervescencia después de cada una de las peripecias que señalaron la lucha de esos dos grandes artistas! ¡Y qué agitación en los Boulevares el día en que los vencedores de periódicos vociferaban!: “¡El arresto de Arsenio Lupín!” Arsenio Lupín ha robado la carta del Comandante con el billete de la lotería. ¡Que lo pruebe! Replicó Lupín a los periodistas. Pero ¡puesto que él es quien ha robado la papelera! exclamó Gerbois ante los mismos periodistas. Lupín insistió: ¡Que lo pruebe! Y fue un espectáculo nada vulgar, aquel Duelo público entre los dos poseedores del número 514 serie 23, aquellas idas y venidas de las repórters, aquella sangre fría de Lupín frente a la exacerbación del pobre señor Gerbois. ¡Desdichado llena estaba la prensa de sus lamentos… Contaba todo su infortunio con enternecedora ingenuidad. ¡Comprendan ustedes, señores que ese pillo me ha robado la dote de mi hija! Yo, personalmente, nada necesito; ¡pero Susana! ¡Y fíjense un millón, diez cien mil francos! ¡Ah, bien sabía yo que la papelera contenía un tesoro!

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MAURICIO LEBLANC Por más que le objetaban, que al llevarse aquel mueble, ignoraba su contrario que encerrara un billete de lotería, y que, en todo caso, nadie podía prever que aquél billete ganar el premio gordo, el profesor gemía: ¡Vaya si lo sabía!... Si no ¿por qué haber tomado la molestia de sustraerme ese mísero mueble? Por razones desconocidas; pero no ciertamente para apoderarse de un pedazo de papel que valía la modesta suma de veinte francos. ¡Que valía un millón! ¡Lo sabía… lo sabe todo!... ¡No le conocen ustedes al muy granuja!... ¡Bien se ve que no les ha privado a ustedes de un millón! Mucho me hubiera podido prolongarse el diálogo. Pero, doce días después de la desaparición del mueble, el señor Gerbois recibió de Lupín una misiva que ostentaba la mención “confidencial”. Leyó con creciente inquietud: ¿No le parece a usted que ha llegado el momento de que obremos con seriedad? Por mi parte, estoy firmemente resuelto a ello. La situación es clara: poseo un billete que no tengo derecho a cobrar, usted tiene derecho a cobrar un billete que no posee. Por consiguiente, nada podemos uno sin otro. Y es el caso que usted no ha de consentir en cederme SU derecho, ni yo asiento en concederle MI billete. ¿Cómo arreglarnos? Sólo un medio veo: dividamos. Medio millón para usted medio millón para mí. ¿No es esto equitativo? Este juicio a los Salomón, ¿no satisface esa necesidad de justicia innata en nosotros?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Solución justa, pero solución inmediata. Fíjese en que esto no es un ofrecimiento que usted puede discutir, sino una necesidad a la cual las circunstancias le obligan a doblegarse. Le concedo a usted tres días para reflexionar. Espero que el viernes próximo por la mañana leeré en los anuncios particulares del Eco de Francia, una discreta nota dirigida al Señor Ars. Lup., la cual contenga, en los términos velados, su adhesión de usted pura y simple al pacto que le propongo. Mediante lo cual vuelve usted ha verse enseguida en posesión del billete y cobra usted el millón.- a cambio de enviarme quinientos mil francos por la vía que ulteriormente le indicaré. En caso de negarse usted a mi pretensión, he tomado mis disposiciones para que el resultado sea idéntico. Pero a más de los graves disgustos que semejante decisión habría de acarrearle, tendría usted que perder veinticinco mil francos para gastos suplementarios. Reciba usted caballero la expresión de mis más respetuosos sentimientos. Arsenio Lupín Exasperado el señor Gerbois cometió la falta enorme de enseñar esta carta y dejar que sacaran copias Su indignación le empujaba toda clase de imprudencias. ¡Nada, ni un céntimo! Exclamo el profesor ante la asamblea de los reporters. ¿Partir con otro lo que es mío? Jamás. ¡Que rompa el billete si le da la gana! Sin embargo más vale recibir quinientos mil francos que no recibir nada.  No se trata de eso: se trata de mi derecho, el cual sabré yo hacer valer ante los tribunales.

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MAURICIO LEBLANC ¿Atacar a Arsenio Lupín tendría chiste la cosa? A él no al Credit Foncier: tiene este que darme un millón. Contra el billete de lotería, o, cuando menos contra la prueba de que se compró dicho billete. Existe la prueba puesto que Arsenio Lupín confiesa que ha robado la papelera. Sí; pero ¿les bastara a los tribunales la palabra de Arsenio Lupín? No importa entabló demanda. El público se apasionaba. Se cruzaron apuestas unos afirmaban que Lupín obligaré al señor Gerbois a someterse, y, otros que serían despreciadas sus bravatas. Pero la mayoría de la gente compadecía al profesor, semejante casi a un animal acosado, frente a la fiera y astuta acometida de Lupín. El viernes la gente se disputaba El Eco de Francia en la quinta página, en los anuncios, ni un renglón para el señor Ars. Lup. El profesor contestaba con el silencio. Lo cual significaba una declaración de guerra. Los diarios de la noche anunciaban el rapto de Susana Gerbois.

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Lo que nos regocija en lo que podría llamarse el teatro Arsenio Lupín es el papel eminentemente cómico de la policía. Todo ocurre a espaldas de ella. El habla, escribe, previene, ordena, amenaza, ejecuta, cuál Si no existiera jefe de la Seguridad, ni agentes, ni comisarios, ni nadie en fin que pudiera estorbar a sus planes. 15

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Toda esa maquinaria resulta como nula e inexistente Para él. Nada significa el obstáculo. ¿Y qué hacer contra semejante enemigo? a las diez menos veinte de la mañana, según declaración de la criada Susana salía de su casa. A las diez y cinco, al salir del liceo su padre no la veía en la acera en que acostumbra va a ella esperarle. Por consiguiente, el suceso había ocurrido durante los 20 minutos que me dieron en las entre la salida de Susana y su llegada al liceo, o cuando menos cerca de éste. Dos vecinos afirmaron haberla visto a unos trescientos pasos de la casa. Una señora había visto en la avenida a una joven cuyas señas respondían a las suyas. ¿Y después? Después, ya nada se sabía. Buscaron por todas partes, preguntaron a los empleados de las estaciones y del fielato: nada había notado aquel día, que se pareciera al rapto de una joven. No obstante, en Ville-Avray, un tendero de ultramarinos de Claro que había venido aceite a un automóvil cerrado que venía de París. Lo dirigía un watman, y en el interior se halla una señora rubia -excesivamente rubia, preciso el testigo. Una hora después el automóvil regresaba de Versalles. Unos carros que estaban en la carretera le obligaron a acortar el paso, lo cual le permitió al tendero ver que, al lado de la señora rubia ya entrevista, había otra señora, pero muy tapada. Sin duda esta era Susana Gerbois. Pero en este caso había que suponer que el rapto se había efectuado en pleno día, en un camino muy frecuentado, en el centro mismo de la ciudad… ¿Cómo? ¿En qué sitio? No sé yo grito alguno, ningún movimiento sospechoso fue observado.

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MAURICIO LEBLANC El tendero dio las señas del automóvil: máquina de 24 caballos de la casa Peugeon con caja azul obscuro. Por si por casualidad podría dar algún indicio, acudieron a la directora del Depósito Central madame Bob Whalthour, la cual se ha especializado en eso de raptos por automóvil. En efecto el viernes por la mañana vi a ella alquilado para todo el día un coche grande Marca Peugeon, a una dama rubia, a la que por cierto, no había ella vuelto a ver. Pero, ¿y el conductor? Era un tal Ernesto, contratado la víspera, merced a excelentes informes. ¿Está aquí? No; volvió con el coche al depósito, y no ha parecido más. ¿No sabe usted de nadie que nos dé noticias de él? Las personas que le han firmado certificados. He aquí los nombres de esas personas. Acudieron a dichas personas: ninguna de ellas conocía al tal Ernesto. Todas las indagaciones efectuadas para salir de las tinieblas, daban por resultado más tinieblas, más enigmas. El señor Gerbois carecía de Temple suficiente para sostener una batalla que comenzaba para el de tan desastrosa manera. Inconsolable desde la desaparición de su hija, atormentado por remordimientos, capítulo. Un corto anuncio insertó en el Eco de Francia, y que todo el mundo comentó, afirmó su sumisión pura y simple, sin segunda intención. Aquel anuncio era la victoria, la guerra terminada en cuatro veces veinticuatro horas. 17

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Dos días después el señor Gerbois atravesaba el patio del Crédit Foncier. Introducido en el despacho del gobernador, tendió el número 514 serie 23. El gobernador manifestó violenta sorpresa. ¿Ya lo tiene usted? ¿Se lo han devuelto? Estaba traspapelado y por fin di con él, contesto el profesor. Sin embargo pretendía usted… se ha hablado de… Cuentos y mentiras… De todas maneras, sería menester algún documento fehaciente. ¿Basta con la carta del comandante? Sí, Aquí está. Muy bien tenga usted a bien dejarnos ambos papeles; la ley nos concede 15 días para comprobación. Le avisaré Tan pronto como pueda usted presentarse a nuestra caja. De aquí a entonces, creo, caballero, que en su interés de usted está él no decir nada y en terminar este asunto en el silencio más absoluto. Tal es mi intención Nada dijo el señor Gerbois nada dijo el gobernador del crédito del Credit Foncier. Pero hay secretos que descorren los velos que nos ocultan sin que nadie cometa indiscreción alguna: ¡de repente se supo que Arsenio Lupín había tenido la audacia de devolver al profesor el número 514, serie 23! La noticia causó asombro y estupefacción. Muy seguro de sí mismo debía de estar quién se desprendía de semejante prenda; pero seguramente que la raba cambio de otra. Más, ¿y si se escapaba la joven? ¿y si conseguían apoderarse de ella?... 18

MAURICIO LEBLANC La policía se dio cuenta del lado flaco del enemigo y redobló sus esfuerzos. Arsenio Lupín desarmado, despojado por sí mismo, cogido en el engranaje de sus propias combinaciones, no cobrando ni un céntimo del millón codiciado… ¡Cómo sé cómo se iban a reír de él!... Pero había que dar con el paradero de Susana. Y no daban con él y tampoco se escapaba la joven… Bueno, decían Arsenio gana la primera jugada; pero queda lo más difícil. Susana si hay entre sus manos y no la soltará sino mediante quinientos mil francos… ¿Pero dónde y cómo se efectuará el cambio? Para que ese cambio se efectúe, preciso es que se haya cita, y, en ese caso, ¿quién le impide al Señor Gerbois avisar a la policía, y, por consiguiente recuperar a su hija y no soltar ni un céntimo? Se fueron a ver al profesor. Muy abatido, deseoso de silencio, no dio explicación alguna. Nada tengo que decir; estoy en espera de sucesos probables. ¿Y la señorita Gerbois? Prosigue sus indagaciones la policía. Pero, ¿Arsenio Lupín lo escrito a usted? No. Por consiguiente es: si. ¿Qué le dice usted? Nada no puedo contestarles a ustedes. Trataron de qué hablara el abogado: idéntico mutismo.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES El señor Lupín es cliente mío, contestaba el letrado afectando gravedad, pero comprendan ustedes que estoy obligado a la más absoluta reserva. Todos estos misterios irritaban al público. Era evidente que algo gordo se estaba tramando en la sombra. Lupín tendía y apretaba las mallas de sus redes en tanto que la policía organizaba en torno al Señor Gerbois una vigilancia incesante. Y la gente examinaba los tres desenlaces posibles: el arresto, el Triunfo, o el aborto ridículo y miserable. Más ocurrió que sólo de manera parcial había de quedar satisfecha la curiosidad del público, y aquí, en estas páginas, es donde por primera vez, se haya revelada la exacta verdad. El martes 12 de marzo el profesor recibió, bajo sobre de apariencia corriente, un aviso del Credit Foncier. El jueves a la una, tomaba el tren a París. A las dos, ya tenía en su poder los mil billetes de los mil Francos. Mientras uno por uno los estaba contando, temblándole la mano, por ver en aquel dinero el rescate de Susana, dos hombres conversaban en un coche parado a cierta distancia de la verja principal. Uno de ellos tenía pelo entrecano y una cara enérgica que formaba contraste con su traje y sus ademanes de empleado de poco sueldo. Era el inspector principal Ganimard, El viejo Ganimard, el implacable enemigo de Lupín, Y de Ganimard le decía al cabo primero Folenfant: Ya poco falta… Antes de cinco minutos asomara nuestro individuo. ¿Está todo listo? Todo. ¿Cuantos somos? Ocho, dos de los cuales tienen bicicleta. Y yo, que cuento por tres. Somos suficientes, pero ninguno sobra. Es de absoluta precisión que no se nos escape Gerbois…; si no, adiós: acude a la cita que ha debido de darle Lupín, entrega la joven contra el medio millón y ni visto, ni conocido.

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MAURICIO LEBLANC Pero, ¿porque no viene con nosotros el profesor? ¡Resultaría tan sencillo el golpe! Si se uniera a nosotros se quedaría con todo el millón. Tiene miedo… Si trata de engañar al otro, se quedará sin su hija. ¿Que otro? El. Ganimard pronuncio con tono grave esta palabra, se notaba en el cierto temor, el cual se hablará de un ser sobrenatural cuyas garras sintiera él en su carne. Resulta bastante chistoso, observó atinadamente Folenfant, que nos veamos reducidos a proteger al profesor contra sí mismo.  Con Lupín todo resulta al revés de lo corriente Suspiro Ganimard. Transcurrió un minuto. ¡Ojo! exclamó el policía. Salía el señor Gerbois. Al final de la calle de Capucines, se encaminó hacia los bulevares, a la izquierda. Se alejaba lentamente, junto a las tiendas, mirando los escaparates. Demasiado tranquilo, decía Ganimard. Un hombre que lleva un millón en el bolsillo no transita con tanta tranquilidad. ¿Que puede estar haciendo? Nada supongo… Pero, de todas maneras, me escamo. Lupín es Lupín. En aquel momento, el señor Gerbois se llegó a un kiosco, escogió algunos periódicos recibió el cambio de la moneda con que pagó, desdobló uno de los diarios, y, sujetando con ambas manos, y mientras seguía andando a paso corto, se puso a leer. De repente, de un salto se metió en un automóvil que esperaba a la orilla de la cerca. Estaba funcionando el motor, pues arrancó velozmente el coche, dobló la Magdalena y desapareció. ¡Voto a tal! Exclamó Ganimard. ¡Otro golpe de los suyos! Se precipitó y, al mismo tiempo que él, otros hombres corrían alrededor de la Magdalena.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Pero se echó a reír. A la entrada del bulevar Malesherbes el automóvil a consecuencia de una avería, se había detenido. El profesor salía del coche. ¡Pronto, Folenfant!... al conductor… es que acaso sea el tal Ernesto. Folenfant acudió al watman. Era esta un tal Gastón empleado de la Sociedad de los automóviles públicos. Diez minutos antes, un señor había dicho que tomaba aquel automóvil, mandándole que esperara “bajo presión”, cerca del kiosco, hasta la llegada de otro caballero. ¿Y el segundo cliente, preguntó el policía, qué dirección ha dado? Ninguna fija… “Bulevard Malesherbes… avenida de Mesina… propina doble… “Y no sé más. Mientras sin perder un minuto el señor Gerbois se había metido en el primer coche de punto que pasaba. Cochero, al metro (1) de la Concordia… El profesor salió del metro en una plaza del Palais-Royal, corridas a otro coche de punto y se hizo llevar a la Plaza de la bolsa, Segundo viaje en metro; luego, en la avenida de Villiers, tercer coche. Cochero al número 25 de la calle Chapeyrón. El 25 de la calle Chapeyrón está separado del Bulevard de Batignolles por la casa que hace esquina. Subió al primer piso y llamó. Un señor abrió la puerta. ¿Es aquí donde vive el abogado señor Detinan? Servidor de usted, y, sin duda, ¿el señor es el señor Gerbois? El mismo, caballero. Le esperaba a usted. Sírvase entrar. Cuando entró el profesor entró en el despacho del abogado, el reloj indicaba las 3 en punto. Dijo el señor Gerbois: Esta es la hora fijada por él. ¿No está aquí? Todavía no ha venido. El profesor se sentó, se enjugó la frente, sacó su reloj, como si no supiese que hora era, y repitió con ansiedad: ¿Vendrá? 22

MAURICIO LEBLANC El abogado contestó: Me pregunta usted, señor mío, una cosa que tengo grandísima curiosidad por saber. Jamás y sentir impaciencia semejante. En todo caso, si viene, corre gravísimo riesgo, pues desde hace quince días esta casa está muy vigilada… Desconfían de mí. Y de mí todavía más. Por eso no afirmó que los agentes me seguían hayan perdido mi rastro. En ese caso… No sería culpa mía, exclamó vivamente el profesor y nada tengo que reprocharme. ¿Qué prometí? Obedecer a sus órdenes. Bueno, pues se obedecido ciegamente a sus órdenes, he cobrado el dinero a la hora fijada por el, y he acudido aquí como él me indicó. Responsable de la desgracia de mi hija y cumplido mis compromisos con toda lealtad. A él le toca ahora cumplir sus promesas. Y añadió con la misma ansia en la voz: ¿Vendrá con mi hija, verdad? Espero que sí.  Sin embargo… usted le ha visto…  ¿Yo? ¡No señor! Únicamente me ha pedido por carta que les recibiera a ustedes dos, que despidiera a mis criados antes de las tres, y que no dejar entrar a nadie en mi casa entre la llegada y salida de usted. Y, caso, de no acceder yo a todo eso, me pedía que se lo participara por medio de dos renglones en el Eco de Francia. Pero me es harto grato el complacer a Arsenio Lupín, y a todo he dicho amén. El señor Gerbois gimió: ¡Hay! ¿Cómo acabará todo esto? Sacó de su bolsillo los billetes del banco y se puso a dividirlos en dos montones iguales. Reino silencio durante un rato. De cuando en cuando el señor Gerbois escuchaba atentamente… ¿No habían llamado? A medida que pasaban los minutos, crecía su angustia, y también el abogado sentía una impresión casi dolorosa. Por fin perdió su sangre fría el abogado. Se levantó bruscamente: 23

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES No le veremos… ¡ Cómo ha de venir!... Haría una locura viniendo!... Que tenga confianza en nosotros lo comprendo: somos gente decente, incapaces de delatarle. Pero no sólo existe aquí, el peligro. El señor Gerbois, abrumado, con las dos manos en los billetes balbuceaba: ¡Que venga, señor, que venga! Todo esto lo daría yo porque me fuera devuelta Susana. La puerta se abrió: Bastará con la mitad, señor Gerbois.

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En el umbral había una persona, un joven elegantemente vestido, en quién el señor Gerbois reconoció enseguida al individuo que se le acercó al salir de la prendería, en Versalles. Se precipitó hacia él. ¡Y Susana? ¿Dónde está mi hija? Arsenio Lupín cerró bien la puerta y al mismo tiempo que con ademán tranquilo se quitaba los guantes, le dijo al abogado: Le doy mil y mil gracias por la amabilidad con qué ha consentido usted en defender mis derechos. No lo olvidaré. El abogado murmuró: Pero no ha llamado usted… no he oído la puerta… Las campanillas y las puertas son cosas que deben funcionar sin que se las oiga. Heme aquí: lo demás es secundario. ¡Mi hija! ¡Susana! ¿Qué ha sido de ella? Repitió el profesor. ¡Que prisa la de usted, señor mío! dijo Lupín. Vaya, tranquilícese, y dentro de unos minutos tendrá usted en sus brazos a su hija. Se paseo; luego con aire de Gran Señor que distribuye plácemes. 24

MAURICIO LEBLANC Señor Gerbois le felicito por la habilidad con que hace rato ha obrado usted. De no haber tenido el automóvil aquella absurda avería nos hubiésemos visto tranquilamente la Estrella, con lo cual le ahorramos al señor Detinan el fastidio de esta visita… ¡En fin estaba escrito! Noto los dos montones de billetes y exclamó: Muy bien, ¡aquí está el millón!... No perdamos tiempo… ¿Permítame usted? Pero, objeto el abogado colocándose ante la mesa, la señorita Gerbois no ha llegado aún. ¿Y qué? ¿No es indispensable su presencia? Ya comprendo, ya comprendo… Arsenio Lupín sólo inspira una confianza relativa; se apodera del medio millón sin cumplir lo estipulado… ¡Ah mi querido abogado, no me conocen bien! Porque el destino me ha conducido actos de naturaleza un poco… especial, sospechan de mi buena fe… ¡Sospechar de mí, que soy el escrúpulo y la delicadeza personificados! Por cierto que, si tiene usted miedo, ahora la ventana y llame: hay lo menos doce agentes en la calle. ¿Usted cree? Lupín alzo el visillo.  Creo al Señor Gerbois incapaz de despistar a Ganimard… ¿Qué le decía yo a usted? Allí está, ese fiel amigo… Estoy asombrado, dijo el profesor; puedo jurarle a usted… ¿Que no me ha traicionado usted?... No lo dudo pero esos mocitos son listos. Mire: ahí veo a Folenfant… y a Gréaume…y a Dienzy… a todos mis buenos compañeros, en una palabra. El abogado le miraba con sorpresa. ¡Qué tranquilidad la de aquel asunto granuja, que se reía como de algo muy gracioso, cual si no le amenazara el peligro alguno!... Más aún que al ver allí a los agentes le tranquilizó el abogado aquella indiferencia. Se alejó de la mesa sobre la cual estaban los billetes.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Lupín cogió uno después de otro los dos montoncitos, quito de cada uno veinticinco billetes y tendiéndole al abogado los cincuenta mil francos, le dijo: Mi querido defensor, aquí tiene usted la parte de honorarios del señor Gerbois, y la de Arsenio Lupín. Es lo menos que podemos hacer. Nada me deben ustedes contestó el letrado. ¿Como que no? ¿Y todo el trabajo que le hemos ocasionado? ¿Y todo el placer que semejante trabajo me ha proporcionado? Es decir, señor mío, que nada quiere usted aceptar de Arsenio Lupín. A eso conduce el tener mala reputación… Tendió los cincuenta billetes al profesor, diciéndole: Caballero, en recuerdo de nuestro feliz encuentro, permítame que le entregue esto: será mi regalo de boda a la señorita Gerbois. El profesor cogió los billetes y contestó. Mi hija no se casa. No se casara si usted se opone a ello; pero arde en deseos de casarse. ¿Que sabe usted de eso? Sé que las jóvenes, sueñan con ciertas cosas sin permiso de sus padres. Por fortuna, hay genios benéficos que se llaman Arsenio Lupín, y que en el fondo de las papeleras descubren los secretos de esas simpáticas almas. ¿Sólo eso ha descubierto usted en la papelera? preguntó el abogado. Confieso que Tengo curiosidad por conocer el motivo que lo impulsó a usted a codiciar ese mueble. Razón histórica, mí querido defensor. Aunque contrariamente al parecer señor Gerbois, no encerraba más tesoro que el billete de la lotería cosa que yo ignoraba le tenía yo cariño, y ha tiempo que lo andaba buscando. Esa papelera, de madera de tejo y de caoba, decorada de chapiteles de hojas de acanto, fue hallada en la silenciosa casita que en Boulogne habitaba María Walewska, y en uno de sus cajones lleva esta 26

MAURICIO LEBLANC inscripción: Dedicado a Napoleón 1ro, Emperador de los Franceses, por su muy fiel servidor, Mansión. Y por encima, esas palabras grabadas con la punta de una de un cortaplumas: “A tí María”. Después Napoleón mandó hacer uno igual para la Emperatriz Josefina: de suerte que la papelera que todos admiraban en la Malmaisón (1) no era sino una imperfecta copia de la que, desde hace algunos días, forma parte de mis colecciones. El profesor gimió. ¡De haber yo sabido lo que iba a ocurrir, no me hubiera negado a ceder se lo usted! Lupín se echó a reír y dijo: Con lo cual habría usted logrado la doble ventaja de conservar para usted sólo el número 514, serie 23. Y, además, se le ocurrían usted raptar a mi hija, quién debe estar trastornada con tales sucesos. Está usted en un error, señor mío: la señorita Gerbois no ha sido raptada. ¿Mi hija no ha sido raptada? No señor. Quién dice rapto dice violencia. Ahora bien, ha servido de rehén para propia y libérrima voluntad. (1)

Dicha papeleras y hay actualmente en el Guarda-mueble Nacional.

¡Por propia y libérrima voluntad! repitió Gerbois confundido. ¡Y casi por pedirlo ella! ¡Cómo! ¿Una joven inteligente y como lo cual es la señorita Gerbois y que, además, cultiva en el fondo de su alma una pasión secreta, se habría negado a conquistar su dote?... Puede usted estar seguro de que no fue difícil hacerle comprender que no había otro medio de vencer su obstinación de usted.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Al abogado le advertía por demás por lo que oía. Objeto: Lo más dificultoso era entenderse usted con ella. Es inadmisible que la señorita Gerbois haya consentido en escucharle a usted. Como que no fui yo quien entabló las negociaciones: corrieron estás a cargo de una antigua amiga mía. Acaso la dama rubia del automóvil, interrumpió el abogado. La misma. Todo quedó arreglado en la primera entrevista, al lado del Liceo. Desde entonces la señorita Gerbois y su nueva amiga han viajado, por Bélgica y Holanda, de la manera más agradable y más instructiva para una joven. Además, ella misma Le explicará a usted… Llamaron a la puerta del vestíbulo: tres golpes rápidos, luego uno suelto, y luego otro. Ella es, dijo Lupín. El abogado fue abrir la puerta. Dos mujeres jóvenes entraron. Una de ellas hechó en brazos del señor Gerbois. La otra se acercó a Lupín. Era alta con busto armonioso y cara muy pálida; su cabello rubio, de un Rubio muy brillante. Se dividía en dos vertientes onduladas y muy flojas. Vestía de negro. Sin más adorno que un collar de azabache con cinco vueltas, aparentaba, no obstante, refinada elegancia. Lupín le dijo algunas palabras; luego, saludando a la señorita Gerbois: Pido a usted señorita me perdone tantas tribulaciones; pero sospecho que no le ha ido a usted demasiado mal…

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MAURICIO LEBLANC ¡Al contrario! Felicísima hubiera sido, de no haber quedado aquí mi pobre padre, sin saber dónde estaba yo. Entonces todo sale a pedir de boca. Vaya, abrácelo usted de nuevo, a ese acongojado papá, y aproveché la ocasión, que me parece robada para hablarle de su primo de usted. ¿Mi primo?... ¿Qué significa?... No comprendo. Vaya si comprende usted… Su primo Felipe… ese joven cuyas cartas conserva usted con tanto cariño. A Susana se le empurpuro el rostro, no supo qué decir, y por fin… siguiendo los consejos de Lupín, se echó de nuevo en brazos de su padre. Lupín los contemplaba ambos con mirada enternecida. ¡Dulce recompensa del bien que uno hace! Exclamó. ¡Dichoso padre! ¡Dichosa hija! ¡Y pensar que esa felicidad es obra tuya, Lupín! Día llegará en que esos dos seres te bendigan… Tu nombre será piadosamente transmitido a sus nietos… ¡Oh la familia!... ¡La familia!... Se dirigió hacia la ventana. Sigue ahí bueno el Bueno de Ganimard?... ¡Tanto que le gustaría a él presenciar estás tiernas efusiones!... No, ya no está ahí… No hay nadie… ni él ni sus compañeros… ¡Diablo, se agrava la situación!... Nada extraño habría en que estuvieran ya en el portal… Quizá en el cuarto mismo de la portera… o en la escalera… El profesor hizo un movimiento significativo. Ahora que ya le habían devuelto a su hija, el sentimiento de la realidad renacía en él. El arresto de su contrario representaba para el medio millón de francos… Instintivamente dio un paso… Como por casualidad Lupín se halló en su camino. 29

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES  ¿Adónde va usted, señor Gerbois? ¿A defenderme contra ellos? Mil gracias por la atención pero no se mueva. Además, crea usted que están más apurados que yo. Y prosiguió reflexionando: Pensándolo bien ¿Qué saben? Que está usted aquí. Y quizá también la señorita Gerbois, pues han debido de verla venir con una señora desconocida. Pero yo, ni siquiera ellos ni siquiera sospechan y presencia en esta casa. ¿Cómo haber podido introducirme en una casa registrada por ellos esta misma mañana desde la bodega hasta el desván? No, según toda probabilidad, me esperan a la salida para pillarme al vuelo… ¡Queriditos!... A menos que Adivinen que la dama desconocida es enviada por mí y que la supongan encargada de efectuar el cambio… En cuyo caso será detenida cuando salga. Sonó el timbre de la entrada. Con gesto brusco, Lupín inmovilizó al Señor Gerbois, y con voz seca imperiosa dijo: ¡Alto señor mío! Piense usted en su hija y sea razonable; si no… En cuanto usted señor Detinan, cuento con su palabra. El profesor quedó clavado en su sitio. El abogado no se movió. Sin la menor prisa Lupín cogió su sombrero. Como tenía este un poco de polvo, se lo quitó Arsenio con la manga. Mi querido defensor, si algún día necesita usted de mi… Buena suerte, señorita Susana, y dele recuerdos míos a su primo Felipe. Sacó de su bolsillo un soberbio reloj de oro señor.

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MAURICIO LEBLANC Señor Gerbois, son las tres cuarenta y dos minutos; a las tres cuarenta y seis usted podrá usted salir de este despacho… Y ni un minuto antes, ¿verdad? Pero van a tirar la puerta, dijo el abogado. ¿Y la ley? Se le olvida a usted la ley, mi querido defensor. Jamás se atrevería Ganimard a allanar el domicilio de un ciudadano francés. Sí quisiéramos podríamos jugar tranquilamente a las damas, al ajedrez… Pero me parecen ustedes un tanto emocionado los tres, y no quisiera abusar… Dejó su reloj sobre la mesa, abrió la puerta del salón, y, dirigiéndose a la dama rubia: ¿Está usted lista querida amiga? La hizo pasar delante, saludo una vez más a Susana, salió y cerró la puerta detrás de él. Se le oyó, en el vestíbulo, deciden alta voz: Buenos días, Ganimard, ¿qué tal si usted? Mi afectuoso saludo a su señora… Por cierto que uno de estos días y de almorzar con ustedes… Adiós Ganimard. De nuevo sonó el timbre brusca, violentamente; después ya no paró, al mismo tiempo que se oía ruido de voces en el descansillo. Las tres cuarenta y cinco balbució el profesor. Al cabo de algunos segundos, resueltamente, se fué al vestíbulo. Ya no estaba allí Lupín ni la dama rubia. ¡No vayas, papá!... ¡espera!... grito Susana.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Esperar? ¡Estás loca!...Guardar consideraciones con este granuja… ¿Y el medio millón?... Abrió. Ganimard se precipitó. ¿Esa señora… Dónde está? ¿Y Lupín? Estaba aquí… Estaba aquí. Ganimard arrojó un grito de triunfo: No se nos escapa… la casa está cercada por la policía. El abogado objeto: ¿Y la escalera de servicio? La escalera de servicio da al patio, y no hay más que una salida: La puerta principal. Diez hombres la vigilan. Pero no ha entrado por la puerta principal… No saldrá por ese lado… ¿Pues por dónde entonces? replicó Ganimard… ¿Por el espacio? Apartó una cortina. Quedó al descubierto un largo pasillo que conducía la cocina. Ganimard lo siguió y vio que la puerta de la escalera de servicio estaba cerrada con llave. Desde la ventana llamó a uno de sus agentes: -¿Nadie? Nadie. 32

MAURICIO LEBLANC En ese caso, están en las habitaciones interiores… Es materialmente imposible que se hayan escapado… Lupincito mío, mucho te has burlado de mí, Pero, esta vez me desquito.

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A las siete de la tarde al Señor Dudoius, jefe de la Seguridad, de extrañado de no recibir noticias de aquí al arresto, se presentó en casa del abogado. Interrogó a los agentes que vigilaban el inmueble, y después subió a ver al letrado. En una de las habitaciones de este vio a un hombre o, más bien, dos piernas que se agitaban sobre la alfombra, en tanto que el dorso al que pertenecían dichas piernas estaba metido en las profundidades de la chimenea. ¡Eh!... ¡eh!... chillaba una voz ahogada. Y una voz lejana, que venía desde muy alto, contestaba: Eh!... ¡eh!... El jefe de seguridad exclamó, riéndose: ¿Se ha vuelto usted fumista, Ganimard? El Inspector sé exhumó de las entrañas de la chimenea. Con la cara ennegrecida, con la ropa cubierta de hollín, con la mirada enardecida por la ira, resultaba desconocido. Lo buscó, gruñó el inspector. ¿A quién? 33

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES A Arsenio Lupín, Arsenio Lupín y a su amiga. ¡Pero hombre! ¿Se imagina usted acaso que conducto de la chimenea?

se ocultan en el

Ganimard se puso en pie, aplicó sobre la manga de su superior cinco dedos de color de carbón, y con voz sorda rabiosa contestó: ¿Donde quiere usted que estén, jefe? Preciso es que estén en algún sitio. Son seres como usted y como yo de carne y hueso. Y seres de esa clase no se desvanecen en humo. No, pero desaparecen. ¿Por dónde? ¿Por dónde? La casa está rodeada de agentes! hasta en el tejado hay agentes. ¿La casa vecina? Ninguna comunicación con ella. ¿Los cuartos de los demás pisos? Conozco a todos los inquilinos: no han visto a nadie… no han oído a nadie. ¿Está usted seguro de conocerlos a todos? A todos. El portero responde de ellos. Además, para mayor precaución, eh dejado a un policía en cada uno de esos cuartos. Pues es menester dar con ellos. Eso mismo dijo digo, jefe, eso mismo digo. Es menester, y así será, puesto que ambos están aquí… no pueden no estar. Este usted tranquilo jefe… Si no esta noche, mañana a caerán en mi poder… 34

MAURICIO LEBLANC ¡Aquí Pasaré la noche, aquí!... Y, en efecto, allí se quedó. Y allí pasó los días con sus noches. Y transcurridos tres días y tres noches, no sólo no había descubierto inagarrable Lupín y a su no menos inagarrable compañera, sino que no había dado con el más ligero indicio que le permitiera establecer la más mínima hipótesis. Razón por la cual no variaba su primitiva opinión. Desde el momento en que no hay rastro alguno de su huida, es que están aquí. Quizá, en el fondo de su conciencia, fuera menos robusta su convicción. Pero no quería confesárselo a sí mismo. No, mil veces no: un hombre y una mujer no se desvanecían cual los genios maléficos de los cuentos para niños. Y sin descorazonarse proseguía sus registros y sus investigaciones, como si contara con descubrirlos, disimulados en algún retiro impenetrable, formando cuerpo con las piedras de la casa.

II EL DIAMANTE AZUL En la noche del 27 de marzo, en el 134 de la avenida Henry-Martín en el hotelito que seis meses antes le había dejado su hermano, al fallecer, el viejo general barón de Hautrec, embajador de Francia en Berlín en tiempo del segundo Imperio, dormía en una amplia y confortable butaca, mientras su señorita de compañía leía para él en voz alta, y mientras Sor Augusta le calentaba la cama y preparaba la lamparilla.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES A las once, la religiosa, que por excepción tenía que regresar aquella noche a su convento para velar a la superiora, le dijo a la señorita de compañía: Señorita Antonieta, ya he terminado, me voy. Bien hermana. Y, sobre todo, no olvide usted que la cocinera está fuera, con permiso, y que se queda usted sola en el hotel, con el criado. Descuide tocante al Señor barón: me acostaré en la habitación vecina, cómo está convenido, y dejaré mi puerta abierta. La monja se fue. Momentos después acudía Juan, el criado, en busca de órdenes. El barón se había despertado. El mismo fué quien contestó. Las órdenes de siempre, Juan: ver si funciona bien el timbre eléctrico en su cuarto de usted, y tan pronto como lo oiga, correr en busca del médico. Mi general se asusta demasiado. No; no estoy muy famoso… no estoy muy famoso. Vaya señorita Antonieta, ¿en qué habíamos quedado de esa lectura? ¿Que no se acuesta el señor barón? No, no; me acuesto muy tarde, y, además, no necesito de nadie para acostarme. Veinte minutos más tarde el anciano se dormía de nuevo y Antonieta se alejaba de puntillas. En aquel momento, Juan cerraba cuidadosamente, costumbre, todas las maderas de la planta baja. 36

como de

MAURICIO LEBLANC En la cocina, corrió el cerrojo de la puerta que daba en al jardín, y en el vestíbulo sujeto, además de una a otra hoja de la puerta, la cadena de seguridad. Hecho esto subió a su cuarto del tercer piso, se acostó y se durmió. Quizá una hora había transcurrido, cuando de repente, se tiró de la cama: sonaba el timbre. Sonó largo rato, siete u ocho segundos acaso. sin interrupción. Vaya, se dijo Juan tomando posesión de sí mismo: un nuevo capricho del barón. Se vistió bajo rápidamente La escalera, se detuvo ante la puerta, y, por costumbre, dio en ella con los nudillos. Ninguna contestación. Entró. ¡ Qué raro no hay luz! Murmuró. ¿Porque demonios habrán apagado? En voz baja, llamo. ¿Señorita? Ninguna contestación. ¿Está usted ahí señorita?... ¿Qué ocurre? ¿Está enfermo el señor barón? Silencio. Un silencio profundo que acabó por impresionarle. Dio dos pasos hacia delante: su pie tropezó con una silla; la tocó y notó que estaba caída. Y enseguida encontró su mano, en el suelo, un velador, un biombo. Inquieto regreso hacia la pared, buscando a tientas la manecilla eléctrica. Dio con ella y la hizo girar. En medio de la habitación, entre la mesa y el armario de la luna, yacia el cuerpo de su amo, el barón de Hautrec.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Cómo!... ¿es posible?... tartamudeaba el criado. No sabía qué hacer, y, sin moverse, espantado, contemplaba que el desorden: sillas caídas, un corpulento candelero de cristal, hecho pedazos, el reloj de la chimenea tirado sobre el mármol del hogar; rastros todos que revelaban una lucha espantosa y salvaje. No lejos del cadáver brillaba el mango de un puñal. La hoja estaba manchada de sangre. Del colchón colgaba un pañuelo manchado de sangre también. Juan grito, aterrorizado. Atirantado por un supremo esfuerzo, el cuerpo tenso todos los músculos, luego se hizo un ovillo… Dos o tres sacudidas… y quedó inmóvil. El criado se inclino: por una estrecha herida del cuello, salía la sangre, salpicando de manchas negras la alfombra, y cuajándose enseguida. La cara conservaba una expresión de indecible espanto. Lo han matado, balbuceo Juan, lo han matado. Y se estremeció ante la idea de otro crimen probable: ¿No dormía en el cuarto vecino la señorita de compañía? ¿No la había matado a ella también el asesino del barón? Empujó la puerta; la pieza estaba vacía. Supuso el criado que la mujer había sido arrebatada allí por la fuerza, o que se había marchado antes del crimen. Se volvió al cuarto del barón: sus miradas tropezaron con el mueble donde guardaba su amo sus papeles: no estaba fracturado. Es más, vio sobre la mesa, junto a las llaves y a la cartera que el barón dejaba allí todas las noches, un puñado de Luises de oro. Juan registro la cartera; Había en ella billetes del banco. Los contó: trece billetes de a cien francos.

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MAURICIO LEBLANC La tentación pudo más que él: instintivamente, mecánicamente, sin que su pensamiento tomará parte en lo que su mano hacia, cogió los trece billetes, los metió en un bolsillo de su chaqueta, bajó a escape las escalera, descorrió el cerrojo, desengancho la cadena, cerró la puerta y echó a correr por el jardín.

 



Juan era un hombre honrado. Tan pronto como, al cerrar la verja, le dio el aire puro, y apenas le hubo la lluvia refrescado la cara, se detuvo. Veía bajo su verdadero aspecto el acto que acababa de cometer, y se horrorizó. Pasaba un coche de punto; llamo al cochero. Camarada llégate a la comisaría y vuelve con el comisario… ¡Corre! han matado a un hombre. El cochero avivo al caballo. Pero cuando Juan quiso entrar a la casa, no lo pudo: el mismo había cerrado la verja y la verja no se abría por fuera.

Además, inútil era llamar, puesto que no había nadie en el hotel. Se puso a pasearse por aquél lindo sitio de París, lleno de Jardines de particulares, y sólo al cabo de una hora, cuando llegó el comisario, le fue posible contarle a este lo que sabía, entregándole en el acto los trece billetes de banco.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Mientras, un agente había ido en busca de una de un cerrajero al que le costó mucho trabajo forzar la verja del jardín y la puerta del vestíbulo. El comisario subió, y apenas hubo paseado la vista por la habitación le dijo al criado. Me había usted anunciado que el cuarto estaba en desorden. Se volvió Juan parecía clavado en el umbral, hipnotizado: ¡todos los muebles habían vuelto a su sitio de costumbre! Los pedazos del candelabro roto, ya no estaban en el suelo ni en la habitación. Atontado de estupor, el criado dijo: El cadáver… del señor barón… Justo; ¿Donde está la víctima, exclamó el comisario? Se fue hacia la cama. Bajo una amplia Sabana descansaba el general barón de Hautrec, antiguo embajador de Francia en Berlín. Lo cubría su capote, adornado de la cruz de la legión de honor. El semblante estaba sereno; los ojos estaban cerrados. El criado dijo: Ha venido alguien. ¿Por dónde? No sé, pero alguien ha venido durante mi ausencia… Había ahí en el suelo un puñal muy delgado, de acero, y un pañuelo manchado de sangre… Todo lo han vuelto a colocar en su sitio… Pero, ¿quién? ¡El asesino! Hemos hallado todas las puertas cerradas. 40

MAURICIO LEBLANC Pues, en ese caso, es que estaba ya en el hotel. Siendo así, aún debe estar en el, puesto que ha quedado usted en la acera. El criado reflexiono y pronunció lentamente: En efecto…. en efecto… no me he apartado de la acera… No obstante… ¿Quién estaba al lado del barón cuando se despidió usted de él? La señorita Antonieta, la señorita a de compañía. ¿Que ha sido de ella? Mi opinión es que, como su cama está intacta, había aprovechado la ausencia de la religiosa para salir ella también. No me extrañaría demasiado… es joven… bonita. Pero, ¿Por dónde ha podido salir? Por la puerta. ¿No había usted corrido al cerrojo y enganchado la cadena? Mucho más tarde. Cuando yo cerré, ya debía ella de haber salido. En ese caso, ¿El crimen se efectúo después de salir ella? Naturalmente. Toda la casa fue registrada; pero el asesino había huido. ¿Cómo? ¿En qué momento? ¿Era él un cómplice el que había regresado al sitio del crimen para quitar de allí lo que hubiese podido comprometerle? Todo esto tenía que aclarar la justicia. 41

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES A las siete vino el médico forense; a las ocho el jefe de la Seguridad. Luego acudieron el procurador de la República el juez de instrucción. También llenaban las habitaciones y los pasillos, agentes, inspectores, periodistas, el sobrino del varón de Hautrec, y otros miembros de la familia. Registraron, estudiaron la postura del cadáver según los recuerdos de Juan, interrogaron a la monja Tan pronto como regreso. Nada descubrieron. A la religiosa la extrañaba mucho la desaparición de Antonieta. Doce días antes ella había tomado la joven, quien venía provista de excelentes certificados, y se negaba a creer que Antonieta abandonará así al enfermo y la desobedeciera a ella, para ir a divertirse, sola, de noche. Sobre todo que, aunque si fuera ya estaría de vuelta, apoyo el juez de instrucción. Volveremos pues al mismo punto: ¿Que ha sido de ella? Mi opinión, dijo Juan, es que ha sido raptada por el asesino. La hipótesis era plausible y se armonizaba con ciertas apariencias. El jefe de la Seguridad opino: ¿Raptada?... quizá no sea inverosímil esa suposición. No sólo inverosímil, dijo una voz, si no en oposición absoluta con los hechos, con los resultados de las pesquisas: en una palabra, con la evidencia misma. La voz era ruda, el acento brusco, y nadie quedó sorprendido cuando reconocieron a Ganimard. Además sólo a él podía perdonarse esta manera un tanto viva de expresarse. ¡Hola Ganimard! dijo el jefe de la Seguridad, no le había yo visto a usted. Hace dos horas que estoy aquí.

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MAURICIO LEBLANC ¿Por lo visto se toma usted cierto interés por algo que no es el billete No. 514, serie 23, el asunto de la calle Chapeyrón, la dama rubia y Arsenio Lupín. No afirmaría yo, contesto sonriendo el inspector, que no estuviese Lupín mezclado en este asunto… Pero dejemos todo eso por ahora, y veamos de qué se trata.

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No es Ganimard uno de los policías el fuste cuyos procedimientos forman escuela, y cuyo nombre ha de quedar en los anales judiciales. Carece de esas geniales corazonadas que inmortalizan a los Lupín, Lecog, a los Sherlock Holmes. Pero posee excelentes cualidades medias, observación, sagacidad, perseverancia, y hasta intuición. Consiste en su mérito de trabajar con absoluta Independencia. Nada, excepto, quizá la especie de fascinación que sobre él ejerce Lupín, nada lo alteran ni le influencia. Ello es que su papel, en aquella mañana, no careció de brillo, y su colaboración resultó de esas que un juez puede apreciar. Por de pronto, comenzó le pediré a un criado aquí presente que precisa bien ese punto: todos los objetos que él vio, la primera vez, tirados al suelo que fuera de su sitio, ¿estaban cuando el regresó, en su sitio habitual? Exactamente De modo que resulta evidente que no han podido ser colocados de nuevo en su sitio, sino por una persona que conocía muy bien donde solía hallarse cada uno de sus objetos. 43

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES La observación impresiono a los asistentes. Ganimard prosiguió: Otra pregunta a la misma persona…Fue usted despertado por un timbre eléctrico… Según usted, ¿Quién le llamaba? El señor barón. Bien; pero, ¿En qué momento, según usted, llamó? Después de la lucha… en el momento de morir. Imposible, puesto que lo halló usted en el suelo inanimado, en un sitio que distaba más de cuatro metros del botón de llamada. Entonces llamó durante la lucha. Imposible, puesto que nos ha dicho usted que el timbre sonó normalmente, sin interrupción, y que duró la llamada unos siete u ocho segundos. ¿Cree usted que su agresor le hubiera permitido estar llamando tanto tiempo? Entonces, fue antes, en el momento de verse atacado. Imposible: nos ha dicho usted que entre la llamada y el momento en que penetró usted en el cuarto, apenas si transcurrieron tres minutos. De modo que, de haber llamado antes el barón, preciso es que la lucha, el asesinato, la agonía y la huida se efectuaran en ese corto espacio de tres minutos. Repito que eso es imposible. Sin embargo, dijo el juez de instrucción, alguien llamó. De no ser el barón, ¿Quién ha sido? El asesino. ¿Con qué fin?

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MAURICIO LEBLANC Lo ignoró. Pero el hecho de haber llamado nos prueba que sabía que el aparato eléctrico comunicaba con el cuarto de un criado. Ahora bien, ¿quién podía conocer ese detalle, sino una persona de la casa? El círculo de las suposiciones iba estrechándose. Con pocas frases rápidas, claras, lógicas, Ganimard colocaba la cuestión en su verdadero terreno: de tal manera se traslucía el pensamiento del viejo Inspector, que pareció muy natural que el juez de instrucción dijera, como conclusión: En resumen, que sospecha usted de Antonieta Brehat. No sospechó de ella, la acuso. ¿La acusa usted de ser la cómplice? ¡La acusó de haber matado al general barón de Hautrec! ¿Nada menos?... ¿Qué prueba le inclina a usted… a pensar tal cosa? Este puñado de pelos que he encontrado en la mano derecha de la víctima, en su carne misma, en donde la punta de sus uñas lo había incrustado. Enseño los cabellos: eran rubios, y brillaban como hilos de oro. Juan murmuró: Son, equivocarse.

en efecto,

pelos de la señorita Antonieta. Imposible

Y añadió: Además hay otra cosa… Me parece que el puñal… el que ya no vi cuando vine por segunda vez… era suyo… Con el cortaba las páginas de los libros.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Siguió un penoso y prolongado silencio, como si resultará más horrible el clima en por haber sido cometido por una mujer. El juez discutió. Admitamos, hasta, mayores pruebas, que el barón haya sido matado por Antonieta Brehat. Aun sería menester explicar qué camino pudo ella seguir para marcharse, una vez cometido el crimen, para volver después de marcharse el señor Juan, y para salir de nuevo antes de la llegada del comisario. ¿Tiene usted alguna opinión al respecto de esto señor Ganimard? Ninguna. ¿Entonces? Ganimard parecía indeciso. Por fin contestó, no sin visible esfuerzo: Todo lo que puedo decir es que veo en esto el mismo procedimiento que en el asunto del billete 514-23, el mismo fenómeno que podría ser calificado de: facultad de desaparición. Antonieta Brehat aparece y desaparece en este hotel, tan misteriosamente Cómo Arsenio Lupín penetró la casa del Señor Detinan y se escapó de ella en compañía de la Dama rubia. ¿Lo cual significa? Lo cual significa que no puedo menos de pensar en estas dos coincidencias cuando menos extrañas: Antonieta Brehat fue aceptada por Sor Augusta, hace doce días, es decir, un día después del que la Dama rubia se me escurría de entre los dedos. En segundo lugar, el cabello de la Dama rubia tiene precisamente ese color violento, ese brillo metálico con reflejos de oro, que vemos en estos pelos. Por consiguiente, y según usted, Antonieta Brehat… Es ni más ni menos la Dama rubia. ¿Y Lupín ha maquinado los dos sucesos? 46

MAURICIO LEBLANC Tal creo. Se oyó una risotada: el jefe de la Seguridad tomaba la broma esta declaración. ¡Lupín! ¡Siempre Lupín! ¡Lupín se halla en todo, Lupín está en todas partes! Está Dónde está, dijo pausadamente Ganimard, molestado por la risa y las palabras de su jefe. Así y todo, preciso es que tenga razones para estar en algún sitio, observó el señor Dudouis, y, en el caso presente, las razones me aparecen obscuras. No hay mueble fracturado, ni cartera robada. Hasta quedado oro sobre la mesa. Sí, exclamó Ganimard, pero ¿Y el famoso diamante? ¿Que diamante? ¡El diamante azul! El célebre diamante que formaba parte de la corona real de Francia y fue dado por el Duque de A… a Leona L…, y, que, después del fallecimiento de Leona, fue comprado por el barón de Hautrec en recuerdo de la famosa actriz a quién tan apasionadamente había el amado. Un viejo parisiense como yo no olvidaba semejantes recuerdos. Es evidente dijo el juez de instrucción, que si no damos con el diamante azul, todo se explica… Pero ¿Donde buscarlo? En el dedo mismo del Barón, contestó Juan. El diamante azul no se aparto nunca de su mano izquierda. Eh visto esa mano, afirmó Ganimard acercándose la víctima, y, según pueden ustedes cerciorarse, no hay en toda ella más que un simple un simple anillo de oro. 47

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Mire usted en la palma de la mano, repuso el criado. Desplego Ganimard los dedos crispados. La piedra estaba por dentro. ¡Diablo! murmuro el policía, ya no voy a no voy comprendiendo nada en este asunto. ¿Por lo cual renuncia usted, supongo, a sospechar del infeliz Lupín? Dijo con zumba el jefe de la Seguridad. Justamente cuando no veo claro en un suceso es cuando desconfío de Arsenio Lupín. Tales fueron las primeras indagaciones de la justicia al día siguiente de aquel extraño crimen. Vaguedad, incoherencia, no mayor luz arrojaron las indagaciones subsiguientes. Las idas y venidas de Antonieta quedaron inexplicadas, así como las de la Dama rubia y tampoco se supo quién era la misteriosa mujer de cabello de oro que había matado al varón de Hautrec, sin quitar de su dedo el fabuloso diamante de la corona real de Francia. Más que nada la curiosidad que dicha mujer excitaba hacía que aquel crimen tomará para la opinión pública ya exacerbada, proporciones de suceso de consideración.

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Semejante reclamo era beneficioso para Los herederos del barón. Organizaron en el hotel mismo una exposición de los muebles y objetos que habían de ser vendidos en la sala Drouot (1). Muebles modernos y de poco gusto objetos sin valor artístico… Pero, en el centro de la pieza sobre un 48

MAURICIO LEBLANC zócalo cubierto de terciopelo granate, protegida por un globo de cristal y guardada por los agentes de policía, centelleaba la sortija, el diamante azul. (1)

Hotel de ventas, edificio donde se centralizan las ventas importantes. (N. del T.)

Diamante magnifico, enorme, de incomparable pureza, de ese azul indefinido que el agua clara toma al cielo que ella refleja, de ese azul que se adivina en la blancura de su ropa. Todos admiraban, se extasiaban… Y miraban con espanto de cuarto de la víctima, el sitio en que yacía el cadáver, el suelo desnudo, sin la alfombra ensangrentada, y sobre todo, las paredes, las infranqueables paredes a través de las cuales había pasado la matadora. Se aseguraban de que el mármol de la chimenea no ocultaba un escondrijo, que las molduras del espejo no disimulaba los muelles que abrieran retiros seguros. Imaginaban Hoyos enormes, orificios de túnel, comunicaciones con el alcantarillado, con las catacumbas…. La venta del diamante azul se efectúo en el hotel Drouot. Había muchísima gente y las pujas alcanzaron sumas crecidísimas. Se había acudido todo el París de las grandes ocasiones, todos los que compran y todos los que quieren hacer creer que pueden comprar: bolsistas, artistas damas de todos los mundos, dos ministros, un tenor italiano, un rey desterrado, quién, para consolidar su crédito, pujó con mucha soltura y con voz vibrante hasta cien mil francos. ¡Cien mil francos! Ya podía, ya, ofrecerlo sin comprometerse. El tenor italiano se corrió hasta ciento cincuenta mil; un actor de teatro francés llegó hasta ciento setenta y cinco mil. No obstante, al llegar las pujas a doscientos mil, los aficionados se desanimaron. A los doscientos cincuenta, sólo dos caprichosos quedaban: Herschmann, el célebre financiero, rey de las minas de oro, y la Condesa de Crozón, la riquísima norteamericana cuya colección de diamantes de piedras preciosas tiene fama.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Doscientos sesenta mil… doscientos setenta mil…doscientos setenta y cinco…ochenta… profería el comisario, interrogando sucesivamente con la mirada a los dos competidores… Doscientos ochenta mil para la señora… ¿Nadie dice nada? Trescientos mil, murmuro Herschmann. Un silencio. Todos observaron a la Condesa de Crozón. En pie, sonriente, pero con palidez que delataba su inquietud, se apoyaba al respaldo de la silla colocada ante ella. En realidad, sabía ella, todos los circunstantes lo sabían también, como había de terminar aquel duelo: lógicamente, fatalmente concluía a favor del financiero, cuyos caprichos eran servidos por una fortuna de más de quinientos millones de francos. Sin embargo dijo la Condesa. Trescientos cinco mil. Otro silencio. Se volvió la gente hacia el rey de Las minas, en la espera de la Inevitable puja. Sin duda alguna iba a producirse está, considerable, brutal, definitiva. No se produjo. Herschmann. Permanece impasible, fijos los ojos en una hoja de papel que sujetaba su mano derecha, en tanto que en la izquierda se veían los pedazos de un sobre. Trescientos cinco mil repetía el comisario… Una… Dos… Aun es tiempo… ¿Nadie dice nada?... repito: una… dos… Herschmann no se movió. Un último silencio. Cayó el mazo. Cuatrocientos mil grito Herschmann, sobresaltado, cual si el ruido del mazo le sacara de su ensimismamiento. Acudía demasiado tarde. La adjudicación era irrevocable.

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MAURICIO LEBLANC Le rodearon amigos y conocidos. ¿Qué le había ocurrido? ¿Porque no haber hablado antes? Se hecho reír. ¿Qué me ha ocurrido? Pues no sé. He tenido un minuto de distracción. ¿Es posible? ¡Y tanto! Una carta que me han entregado. Y esa carta ha bastado… Para turbarme, si, al pronto… Ganimard estaba allí. Había asistido a la venta de la sortija. Se acercó a uno de los mozos de servicio. Usted es, Herschmann.

me parece, que han entregado una carta al señor

Sí. ¿De parte de quién? De parte de una señora. ¿Dónde está? …Mire usted… allí, aquella señora de tupido velillo. ¿La que se dispone a marcharse? Si.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Ganimard se precipitó hacia la puerta y vio a la señora, que estaba bajando la escalera. Corrió. Una ola de gente le detuvo cerca de la entrada. Ya fuera, no volvió a dar con ella. Regresó a la sala, acudió a Herschmann, se nombró y le interrogó acerca de la carta. Herschmann se la comunicó. Contenía, escritas con lápiz, a toda prisa, y con carácter de letra desconocido del financiero, estas simples palabras: “El diamante azul trae mala suerte. Acuérdese del barón de Hautrec”.

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Aún no habían terminado las tribulaciones del diamante azul. Ya conocido por el asesino del barón de Hautrec y por los incidentes del hotel Drouot, estaba destinado, seis meses más tarde, a ser celebérrimo. En efecto, durante el verano siguiente, le era robada a la Condesa de Crozón la joya cuya conquista tanto trabajo le había costado. Resumamos este curioso suceso cuyas emocionantes y dramáticas peripecias tan apasionada todos, y sobre el cual me es por fin permitido arrojar alguna luz. En la noche del 10 de agosto, los huéspedes de los señores de Crozón se hallaban reunidos en el salón del magnífico castillo que domina la bahía de Somme. La Condesa se sentó al piano y colocó sobre un mueblecito, cerca del instrumento, sus joyas, entre las cuales se hallaba la sortija del barón de Hautrec.

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MAURICIO LEBLANC Al cabo de una hora el Conde se retiró, así como sus primos, los de Ándelle, y la señora de Real, amiga íntima de la Condesa. Quedó está sola con el señor Bleichen, cónsul austriaco, y su mujer. Conversaron: después la Condesa apagó una voluminosa lámpara situada sobre la mesa del salón. En el mismo instante, el Señor Bleichen apagaba las dos lámparas del piano. Hubo un momento de oscuridad, sorpresa; luego el cónsul encendió una bugía, y cada cual se retiró a sus habitaciones. Pero, apenas llegaba a su cuarto, la Condesa se acordó de sus joyas, y mandó a su doncella que fuera a buscarlas. Volvió esta y las puso sobre la chimenea sin que su ama las mirara. Al día siguiente, la señora de Crozón notaba que le falta una sortija: la sortija del diamante azul. Avisó a su marido. Ambos coincidieron en lo mismo: como la doncella estaba por encima de toda sospecha, el culpable no podía si no el señor Bleichen. El Conde dio parte al comisario central de Amiens, quien con cautela órgano una activa vigilancia para que no pudiera el cónsul vender ni enviar fuera la sortija. Día y noche, agentes rodearon el castillo. Transcurren dos semanas sin el l menor incidente. El señor Bleichen se anuncia su próxima despedida. El comisario interviene oficialmente y da la orden de que sean visitados los baúles objetos del cónsul. En un saquito cuya llave no se aparta nunca del señor Bleichen ven un frasco de polvo de jabón; en el frasco la sortija… La señora de Bleichen se desmaya, El comisario pronuncia arresto contra su marido. Recordara él lector el sistema de defensa adoptado por el acusado: no puede explicarse decía, la presencia de la sortija, más que por una venganza del Señor Crozón. “El conde es brutal y hace desgraciada a su mujer. He 53

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES hablado largamente con ésta y le aconsejado que se divorcie. Enterado de esto, el conde se ha vengado cogiendo la sortija y metiéndola en el saquito dónde ha sido encontrada. “El Conde y la Condesa no se dejaron ablandar. Entre la explicación que daban y lo que daba el cónsul, ambas Igualmente posibles, el público podía escoger. Ningún un hecho nuevo hizo inclinarse uno de los platilos de la balanza. Un mes de charlas, de conjeturas y de investigaciones no produjo ningún elemento de certeza. Molestados por tanto ruido, y no pudiendo producir la prueba viviente de culpabilidad que justificara su acusación, los señores de Crozón pidieron que la seguridad les enviase de París un agente capaz de desenredar la madeja. Enviaron a Ganimard. Durante cuatro días, el viejo Inspector principal registro, charlo, se paseo por el parque, tuvo largas conferencias con la doncella, con el watman, con los jardineros con los empleados de correos, visitó las habitaciones ocupadas por el matrimonio Bleichen, por los primos de Andelle y por la señora de Real. Luego, una mañana desapareció sin despedirse del Conde y de la Condesa. Pero, una semana más tarde, recibían estos el siguiente telegrama: “Les ruego vengan mañana viernes cinco tarde al Té japonés, calle Boissy-d Anglas, Ganimard”.

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MAURICIO LEBLANC A las cinco en punto, el viernes el automóvil de los Conde se detenía ante el número nueve de la calle Boissy-d´Anglas. Sin una palabra de explicación, el viejo Inspector, que les esperaba en la acera, les condujo al primer piso del Té japonés. En una de las salas hallaron a dos personas que Ganimard les presentó: El señor Gerbois profesor del liceo de Versalles, a quién, recordarán ustedes, Arsenio Lupín robó medio millón.Don Leoncio de Hautrec, sobrino y heredero del varón de Hautrec. Los cuatro se sentaron. personaje: el jefe de la Seguridad.

Algunos minutos después llegó otro

El Señor Dudoius parecía estar de mal humor: Saludó y dijo: ¿Qué ocurre, Ganimard? Me han entregado, en la Prefectura, su aviso telefónico. ¿Va de veras la cosa? Muy de veras jefe. Antes de una hora, las últimas aventuras a las que he prestado mi concurso tendrán aquí su desenlace. Me ha parecido que la presencia es usted era indispensable. Y también la de Dieuzy y de Folenfant, a quiénes eh visto abajo, cerca de la puerta? Sí, jefe. ¿Y para qué? ¿Se trata de un arresto? En todo caso será un arresto un tanto teatral… Vaya Ganimard. Tiene usted palabra. Ganimard vacilo algunos instantes, y luego dijo, con la visible intención de asombrar a sus oyentes: Por de pronto, afirmó que nada tiene que ver el señor Bleichen en el robo de la sortija. 55

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Ho, Oh! Exclamó el señor Dudouis, eso es una simple afirmación… y muy grave. Y el conde pregunto: ¿Se limitan sus esfuerzos de usted ese… a ese descubrimiento? No, señor. Dos días después del robo, Los azares de una excursión en automóvil han conducido a tres de sus invitados de ustedes hasta el burgo de Crecy. Mientras dos de aquellas personas iban a visitar el famoso campo de batalla, la tercera acudía toda prisa a la oficina de correos y expedía una cajita, sellada conforme al reglamento, y declarada por valor de cien francos. El Conde objetó: Cosa muy natural. Acaso le parezca usted menos natural el que aquella, persona en vez de dar su verdadero nombre, haya efectuado la expedición bajo el apellido de Rousseau, y que el destinario un tal Beloux, domiciliado en París, se haya mudado de casa la noche misma del día en que recibía la caja, es decir la sortija. Acaso se trate de uno de mis primos de Andelle… No se trata de eso señores. Entonces, ¿De la señora de Real? La Condesa exclamo, asombrada: ¿Acusa usted a mi amiga la señora de Real? Una simple pregunta, señora, contestó Ganimard. 56

MAURICIO LEBLANC ¿Asistía la señora del Real a la venta del diamante azul? Sí, pero cada una por su lado. No estábamos juntas. ¿Le había aconsejado a usted que comprar esa sortija? La Condesa recogió sus recuerdos. Si… en efecto… hasta creo que ella fue la primera en hablarme de eso… Apuntó su contestación de usted, señora. Queda sentado que la señora del fue la primera en hablarle a usted de esa sortija, aconsejándole que la comprará. Sin embargo, mi amiga es incapaz… Dispense, dispense: la señora del Real no es, ni con mucho amiga íntima de usted, como han dicho los periódicos, lo cual ha dado por resultado el que nadie sospeché de ella. Sólo desde el invierno pasado la conoce usted. Ahora bien, me comprometo a demostrarle a usted que cuánto le ha contado usted acerca de ella, de su pasado, de sus relaciones es completamente falso: qué Doña Blanca de Real no existía antes de haberla conocido a usted, y que ya no existe en este momento. Y qué más. ¿Y qué más? Si; toda esa historia es muy curiosa, pero ¿En que puede aplicarse a nuestro caso? Aun suponiendo que la señora del Real haya cogido la sortija, lo cual no está probado, ni con mucho, ¿Por qué haberlo ocultado en un frasco de tocador del señor Bleichen? Creo que quién se decide a robar una joya como el diamante azul, la roba para quedarse con ella. ¿Qué puede usted contestarme a esto? 57

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Yo nada; Pero la señora del Real contestará. ¿De modo que existe? Existe… sin existir. En pocas palabras, he aquí lo que hay. Hace tres días, al leer el diario que leo cada día vi, encabezando la lista de los forasteros que acuden a Trouville: “Hotel Beaurivage: la señora de Real etc… De sobra comprenderá usted que aquella misma noche estaba yo entro Trouville, y que interrogaba al director de Beaurivage. Según las señas y ciertos indicios que recogí, dicha señora del Real era en efecto la persona a quien yo buscaba, pero se había marchado del Hotel, dejando su dirección de París: Calle del Coliseé 3. Me he presentado antes de ayer a estas señas, y he sabido que no había tal señora de Real, sino una señora Real que vivía en el segundo piso que ejercía el oficio de corredora de diamantes, y que con frecuencia se ausentaba. La víspera aun, llegaba de viaje. Ayer llamé a su puerta, y ofrecí a la señora Real, bajo un nombre supuesto, mis servicios para ponerla al habla con personas en situación de comprar piedras de valor. Hoy tenemos cita aquí. ¡Cómo! ¿La espera usted? A las cinco y media. ¿Y está usted seguro?... ¿Que es la señora de Real del castillo de Crozón? Tengo pruebas irrefutables. Pero… escuchen… la seña de Folenfant. Acaba de oírse un silbido. Ganimard se levantó vivamente. No podemos perder tiempo. Señor y señora de Crozón sírvanse pasar a la pieza vecina. Usted también señor de Hautrec… y lo mismo señor

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MAURICIO LEBLANC Gerbois… quedará abierta la puerta, y tan pronto como yo les llamé, Le ruego que acudan. Jefe tenga a bien quedarse. ¿Y si viene más gente? Observó el señor Dudouis. No. Este establecimiento es nuevo; y el patrón que es mi amigo mío, no dejar a subir a nadie… Salvo a la Dama rubia. ¡La dama rubia! ¿Qué dice usted? La Dama a Rubia en persona jefe, la cómplice y la amiga de Arsenio Lupín la misteriosa Dama Rubia, contra quién tengo pruebas positivas, pero contra quién quiero, además, y en presencia de usted, reunir los testimonios de todos aquellos a quienes ha robado. Se asomó a la ventana. Ya viene… Entra… Ya no puede escaparse: Folenfant y Dieuzy guardan la puerta… ¡La Dama rubia es nuestra, jefe!

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Casi al mismo tiempo, una mujer se detenía en el umbral de la puerta, alta delgada con cara muy pálida y cabello de un color de oro violento. Tal emoción se apoderó de Ganimard que quedó mudo, sin poder articular una sola palabra. ¡Estaba allí, frente a él, a su disposición! ¡Qué Victoria sobre Arsenio Lupín! ¡Y qué desquite! Y, al mismo tiempo, esta victoria le parecía ganada con tal facilidad, que se preguntaba si la Dama rubia no iba a escurrírsele dé entre las manos, merced a alguno de esos milagros tan acostumbrados en Lupín… 59

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES No obstante, la mujer esperaba, sorprendida de aquel silencio, y miraba en torno suyo, sin disimular su inquietud. ¡Va a marcharse! ¡Va a desaparecer! Pensó Ganimard aterrado. Bruscamente se interpuso entre ella y la puerta. La mujer se volvió y quiso salir. No, no; ¿Por qué quiere marcharse? Porque sus modales de usted me asustan. Déjeme libre… No hay razón alguna para que se marche usted, señora, y, al contrario, hay muchas para que se quede. Pero… Inútil. No saldrá usted. Más pálida aún que de costumbre, se dejó caer sobre una silla y balbuceó: ¿Que es lo que usted quiere? Ganimard vencía. Tenía a merced suya a la Dama rubia. Ya dueño de sí, artículo: Le presento a usted este amigo de quién le he hablado, y que desearía comprar joyas… y sobre todo diamantes. ¿Ha traído usted el que me prometió traer? No… no… no sé… no recuerdo nada. Sí, sí… Recuerde… Una persona a quien usted conoce de VIH entregarle a usted un diamante con una ligera tintura… “algo así como el

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MAURICIO LEBLANC diamante azul”…, le dije a usted riéndome, y usted me contestó: “Precisamente creo poder tener lo que usted desea”. ¿Recuerda usted? La mujer se callaba. Un retículo que llevaba ella de la mano, cayó al suelo. Lo recogió vivamente y lo apretó contra ella. Sus dedos temblaron un poco. Vaya, dijo Ganimard, veo, señora de Real, que no tiene usted confianza en nosotros; voy a darle a usted un buen ejemplo y enseñarle lo que yo poseo. Sacó de su cartera un papel, lo desdobló y sacó un mechón de pelo. He aquí, primeramente, algunos cabellos de Antonieta Brehat, arrancados por el barón y recogidos en la mano del muerto. He visto a la señorita Gerbois: ha reconocido positivamente el color de pelo de la Dama rubia… el mismo color, por cierto, que el cabello de usted… exactamente del mismo color. La señora Real le miraba, atontada, como si en efecto no comprendiera el sentido de aquellas palabras, Prosiguió el inspector principal: Y, ahora, he aquí dos frascos de olor, sin etiqueta, cierto, y además vacíos, pero todavía lo suficientemente impregnados de su olor para que la señorita Gerbois haya podido, esta mañana misma, distinguir en ellos el perfume de esa Dama rubia que fue su compañera de viaje durante dos semanas. Ahora bien, uno de los frascos procede del cuarto que la señora de Real ocupaba en el castillo de Crozón, y el otro del cuarto que usted ocupaba en el Hotel ve a Beaurivage. ¡Que está usted diciendo!... La Dama Rubia… el castillo de Crozón… Sin contestar, el inspector tendió sobre la mesa cuatro hojas de papel.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Finalmente, dijo, he aquí, sobre estas cuatro hojas, un espécimen de la letra de Antonieta Brehat, otro de la señora que le escribió al barón Herschmann cuando la venta del diamante azul, otro de la señora de Real, estaba en el castillo de Crozón, y, el cuarto… de usted misma señora… su nombre y su dirección, dados por usted al portero del hotel Beaurivage en Trouville. Compare usted los cuatro caracteres de letra. Son idénticos. Veo, señor mío, que está usted loco, pero loco de remate. ¿Qué significa todo esto? Significa, señora, exclamó Ganimard con enérgico ademán, que la Dama rubial, la amiga y cómplice de Arsenio Lupín, y usted, son una sola y misma persona. Empujó la puerta del salón vecino, se precipitó hacia el señor Gerbois, lo trajo casi empellones, y, poniéndolo frente a la señora de Real, le dijo: Señor Gerbois, ¿reconoce usted en la señora a la persona que raptó a su hija de usted, y a quién vio usted en el despacho del abogado Detinan? No. Hubo como una conmoción cuyo choque fue resentido por todos. A Ganimard le flaqueaban las piernas. ¿Es posible?... decía. Vamos reflexione usted… Repito lo dicho. La señora es rubia como la Dama rubia… pálida como ella… pero no se parece a ella. No puedo creer… semejante error es inadmisible… Señor de Hautrec, usted reconoce en esta señora a Antonieta Brehat… He visto Antonieta Brehat en la casa de mi tío… y digo que la señora que presente no es Antonieta. 62

MAURICIO LEBLANC Y tampoco es, la señora, la señora de Real afirmó el conde de Crozón. Esto fue el mazazo final. Ganimard quedó aturdido y sin movimiento, con la cabeza baja y la mirada incierta. Nada quedaba de sus combinaciones. El edificio se derrumba. El jefe de la Seguridad se levantó: La ruego nos excuse señora; ha habido un equipo una equivocación que le pida tenga a bien olvidar. Pero, lo que no comprendo bien, es su turbación de usted… su extraña actitud desde que entró usted aquí. Tenía miedo. Llevo conmigo por valor de más de cien mil francos de joyas, y los modales de su amigo no eran para infundir confianza. Pero, ¿Las continuas ausencias de usted? ¿No las exige mi género de ocupación? Nada podía contestar a eso el señor Dudouis, se volvió hacia su subordinado. Ha tomado usted sus informes con deplorable ligereza, Ganimard, y hace un rato se ha portado usted harto torpemente con la señora. Le esperó a usted luego en mi gabinete para explicarle sobre todo eso. Quedaba terminada la entrevista, y el jefe de la Seguridad se disponía a marcharse, cuando ocurrió un hecho verdaderamente desconcertante. La señora de Real se acercó al Inspector y le dijo: Oigo que le llamaban a usted señor Ganimard… ¿No me equivoco? No.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES En ese caso, esta carta debe de ser para usted: la he recibido esta mañana, y trae la dirección que usted puede leer: “Para Don Justino Ganimard, por mediación de la señora Real”. Al pronto creí que se trataba de una broma puesto que yo no le conoce usted por ese nombre; pero es de creer que ese corresponsal desconocido estaba al tanto de nuestra cita. Por singular intuición, a punto estuvo Ganimard, de hacer pedazos la carta; más no se atrevió delante de su superior, y rasgo el sobre. La carta contenía estas palabras, que el artículo con voz apenas inteligible: Había una vez una Dama rubia, un Lupín y un Ganimard. Es pues el caso que el malo de Ganimard quería hacerle daño a la linda Dama rubia, y el bueno de Lupín no quería permitirlo. Por eso, el bueno de Lupín deseoso de que la Dama rubia fuera admitida en la intimidad de la Condesa de Crozón, le hizo tomar el apellido de la señora de Real, que es un poco más o menos, el de una honrada comercianta cuyo cabello rubio y cuya cara es pálida. Y el bueno de Lupín se decía: “Si alguna vez el malo de Ganimard sigue la pista de la dama rubia, ¡qué útil puede hacerme el hacerle seguir la falsa pista de la tenderá! “Sabía precaución que hoy produce sus frutos. Un sueltecito enviado al diario que le el malo de Ganimard, un frasco de olor olvidado adrede por la verdadera Dama rubia en el Hotel Beaurivage, el apellido y la dirección de la señora Real escritos por dicha verdadera Dama rubia en el registro del hotel, y echa la jugada. ¿Que usted qué dice usted de esto, Ganimard? He querido contarle a usted detalladamente la aventura, persuadido de que a su fino ingenio le hará gracia la broma. La verdad es que tiene chiste, el golpe, le confieso a usted que por mi parte, mucho me he divertido. Le doy Pues a usted muchas gracias querido amigo, y le envió muchos recuerdos para el señor Dudouis. ARSENIO LUPÍN.

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MAURICIO LEBLANC ¡Pero si está enterado de todo! Gimió Ganimard sin gana alguna de reírse, ¡sabe cosas que a nadie le he dicho! ¿Cómo podía saber podía saber que había yo de pedirle a usted que viniera, jefe? ¿Cómo podía saber mi descubrimiento del primer frasco?... ¿Cómo podía saber?... Pataleaba, se arrancaba los pelos, presa de trágica desesperación. El señor Dudouis se compadeció de él. Vaya consuélese Ganimard; veremos de andar más listos otra vez. Y el jefe de la seguridad se alejó acompañado de la señora Real.

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Transcurrieron diez minutos. Ganimard leía y releía la carta de Lupín. En un rincón, el conde y la condesa, el señor de Hautrec y el señor Gerbois hablaban con animación. Por fin el conde se adelantó hacia el inspector y le dijo: De todo esto resulta, querido señor, que tan adelantados estamos como antes. Usted dispense. Mis investigaciones han establecido que la Dama rubia es la indiscutible heroína de esas aventuras y que Lupín la dirige. Es un paso enorme.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Y que de nada sirve. El problema es quizá más oscuro. La dama rubia mata para robar el diamante azul y no lo roba. Lo roba y se desprende de él en provecho de otro. Nada puedo contra eso. Bien; pero acaso pueda otro… ¿Que quiere decir usted? El Conde vacilaba pero la Condesa tomo la palabra, y dijo resueltamente: Existe un hombre, solo uno después de usted, que sería capaz de combatir a Lupín y de vencerlo. Señor Ganimard, ¿Le seria a usted molestó que solicitáramos la ayuda de Sherlock Holmes? Quedo desconcertado. Pero contestó. De ninguna manera… Sólo que no comprendo bien… Le diré a usted. Todos esos misterios me irritan. Quiero ver claro. El señor Gerbois y el señor de Hautrec opinan como yo, y nos hemos puesto de acuerdo para dirigirnos al célebre policía ingles. Dice usted bien señora, pronunció el inspector con una lealtad que no carecía de mérito, dice usted bien; el viejo Ganimard no puede luchar con Arsenio Lupín. ¿Será más afortunado Sherlock Holmes? Lo deseo, pues me inspira verdadera admiración… Sin embargo…, es poco probable… ¿Es poco probable que salga airoso? Tal creo. Consideró que un duelo entre Sherlock Holmes y Arsenio Lupín tendrá un desenlace que ya podemos predecir: el inglés será vencido.

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MAURICIO LEBLANC En todo caso, ¿puedo contar con usted? Por completo, señora. Me pongo incondicionalmente a sus órdenes. ¿Sabe usted su dirección? Sí: Parker Street, 219. Aquella misma noche, los condes de Crozón retiraban su queja contra el cónsul de Bleichen, y una carta colectiva era dirigida a Sherlock Holmes.

SHERLOCK HOLMES ATACA

¿Que desean los señores? Lo que usted quiera, contestó Arsenio Lupín, como hombre a quien le interesan poco los detalles de la comida… Lo que usted quiera pero ni carne ni alcohol. El mozo se alejo desdeñoso. Exclamé: ¿Qué, sigue usted siendo vegetariano? Cada vez más. ¿Por afición? ¿Por convicción? ¿Por costumbre? Por higiene. ¿Sin ninguna infracción a la regla?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Ah, sí!... cuando estoy convidado… para no singularizarme. Comíamos ambos cerca de la estación del Norte, en el fondo de un restaurancillo adónde Lupín me había dado cita. Le gusta, de cuando en cuando, fijarme, por telegrama, cita en algún Rincón de París. Siempre resulta muy animado, sencillo y bonachón, amigo de la vida; y cada vez recojo una anécdota, algún relato de aventura que yo ignoraba. Aquella tarde me pareció más exuberante que de costumbre. Se reía y charlaba con especial buen humor; daba rienda suelta a esa ironía tan fina suya, sin amargura ligera y espontánea. Era un placer el verle así, y no pude menos que expresarle mi extrañeza. Sí exclamó, tengo días en que todo me parece delicioso, en que siento que dispongo de la vida como de un tesoro infinito que jamás conseguiré agotar. ¡Y, cuidado que derrocho vida! Demasiado, quizá. Le digo usted que el tesoro no tiene fin… puedo gastar mis fuerzas abusar de mi salud… nada me ocurre: al contrario cuando gasto no hace más que dejar sitio para nuevas fuerzas y nueva salud, más potentes, más frescas… Además, ¡es tan hermosa, ahora mi vida!... Podría yo, con sólo quererlo, ser el día de la mañana, ¡qué sé yo!... orador, jefe de inmensos talleres, hombre político… Pues no, le juro que jamás se me ocurre desear tal cosa: Soy Arsenio Lupín, y seguiré siendo lo mismo. En vano busco en la historia una vida que pueda compararse con la mía, mejor empleada, más intensa… ¿Napoleón? Sí quizá… Pero, en ese caso, Napoleón al final de su carrera Imperial, durante la campaña de Francia, cuando Europa entera pesaba sobre él, y que se preguntaba, a cada batalla que daba, si no sería la última. ¿Hablaba en serio o en broma? El tono de su voz enardeció; prosiguió:

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MAURICIO LEBLANC ¡Esa es la dicha suprema, el peligro! ¡la ininterrumpida la ininterrumpida impresión del peligro! Respirarlo como el aire que respiramos; saber que nos acecha, que ruge, que se acerca… Y en medio de la tormenta, quedar tranquilo… impasible… Si no, hombre al agua. Sólo una sensación puede compararse con ésta: la del que dirige un automóvil de carrera. Pero una carrera de esas dura una mañana, en cambio la mía toda la vida… ¡Qué lirismo! Exclame… Supongo que no querrá usted hacerme creer que es excitación no obedece a un motivo particular… Se sonrío. Vaya, dijo, es usted un psicólogo penetrante. En efecto, hay algo más. Lleno de agua fresca un vaso, lo bebió y me dijo… ¿Ha leído usted el Temps de hoy? No Por cierto. Sherlock Holmes ha debido de atravesar la Mancha esta tarde; habrá llegado a París por eso de las seis. ¡Diablo! ¿Y para qué? Un viajecito que le ofrecen los Crozón, el sobrino de Hautrec y Gerbois. Se han visto en la estación del Norte, y desde ahí han ido a ver a Ganimard. En este momento están conferenciando los seis. Jamás, a pesar de la formidable curiosidad que me inspira, me permito interrogar a Arsenio Lupín sobre los actos de su vida privada, antes de que el mismo me hable de ello. Soy intransigente conmigo mismo respecto de esa

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES reserva. Además hasta entonces no había sido pronunciando su nombre, siquiera oficialmente, con motivo del diamante azul. Aguarde, pues. El prosiguió: También publica el Temps por interview del bueno de Ganimard, según el cual cierta dama rubia, mi amiga, según dicen, parece que a ser que asesinado al barón de Hautrec e intentado e intentado sustraer a la condesa de Crozón su famosa sortija. Y claro me acusa a mí de ser el instigador de tales delitos. Sentí un calofrío. ¿Era cierto aquello? ¿Debía yo creer en la costumbre del robo, su género de vida, la lógica misma de los acontecimientos, habían arrastrado aquel hombre hasta el crimen? ¡Parecía tan sereno, sus ojos miraban tan francamente! Examiné sus manos finas, inofensivas, elegantes, manos de artista. Ganimard es un alucinado, murmuré. Protestó: No, Por cierto; Ganimard tiene sutileza… hasta gracia algunas veces. ¡Gracia!... Lo que dijo. Por ejemplo es interview es un golpe maestro. Principia por anunciarme la llegada de su rival inglés para que me ponga yo en guardia y le dificulte cuanto pueda su tarea; y, luego, precisa el punto exacto hasta dónde ha conducido él el asunto, para no dejarle a Holmes más que beneficio de sus propios descubrimientos. Eso es portarse lealmente. De todos modos, veo se ve usted frente a adversarios, ¡Y qué adversarios! Uno de ellos no cuenta. 70

MAURICIO LEBLANC ¿Y el otro? ¿Holmes? Confieso que es temible. Pero justamente, eso es lo que me apasiona; por eso me ve usted tan de buen humor. Por de pronto, cuestión de amor propio: Comprenden que no sobra con célebre inglés para poder conmigo. Y, en segundo lugar, Imagínese usted qué placer debe sentir un luchador de mi temple ante la perspectiva de un duelo con Sherlock Holmes. En una palabra, que voy a tener que acudir a todos mis recursos, pues conozco a mi hombre y sé que no retrocederá. Es notable, en efecto. Mucho. Como policía, no creo que haya habido ni que haya quien le iguale. Solo que, le llevó una ventaja; la de que el que ataca, y, yo, me defiendo. Mi papel es más fácil. Además… Se sonrió imperceptiblemente, y terminó su frase:  Además yo conozco su manera de batirse, y, en cambio, él no conoce la mía. Por cierto que le reservó más de una treta que le haga reflexionar… Y mientras, sus dedos repiqueteaban alegremente sobre la mesa. Arsenio Lupín contra Sherlock Holmes… Francia contra Inglaterra… ¡Por fin tendremos un desquite de trafalgar!... ¡Pobrecito!... No sospecha que estoy preparado, y muy preparado… Se interrumpió súbitamente, sacudido por un golpe de tos, y oculto la cara en su servilleta, como quién se atraganta. ¿Una miga de pan? Le pregunté… beba usted agua. No, no es eso, dijo con voz ahogada.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES  Entonces… ¿qué? Necesito que me dé el aire. ¿Quiere usted que abran la ventana? No, saldré yo… déme enseguida me abrigó, mi sombrero, que me marcho a escape… Pero ¿Qué significa?... Esos dos señores que acaban de entrar… fíjese en el más alto… Bueno, pues al salir, ante usted a mi izquierda de manera que no pueda verme. ¿Ese que se sienta detrás de usted?... Ese… Por razones personales, prefiero… En la calle le explicaré a usted… Pero, ¿quién es? Sherlock Holmes. Hizo un violento esfuerzo sobre sí mismo, como si se avergonzara de su agitación, bajo la servilleta, bebió en un vaso de agua, y me dijo, sonriéndose, ya serenado: Es muy curioso lo que acaba de ocurrirme; no me altero fácilmente, pero esa repentina aparición… ¿Que teme usted, puesto que nadie puede conocerle, bajó sus continuas transformaciones? Yo mismo, cada vez que le veo usted, es un individuo distinto.

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MAURICIO LEBLANC Él me reconocerá, dijo Lupín. El sólo una vez me ha visto(1), pero sentí que me veía para siempre, y que veía, no mi apariencia con tanta frecuencia modificada, sino el ser mismo que soy… Y, además… que no le esperaba yo, en una palabra… ¡Que singular encuentro!... En este restaurante de mala muerte… Vaya, ¿salimos? No… no… ¿Pues qué va usted a hacer? (1) Arsenio Lupín Ladrón de Levita (capítulo IX, Sherlock Holmes llega demasiado tarde).

Lo mejor sería obrar francamente… darme a conocer, meterme entre sus garras… ¿Está usted en su juicio? ¡Y tanto!... Así podre interrogarle saber lo que sabe… Siento algo como si sus ojos se fijaran en mí nuca, en mis hombros… lo veo buscar… recordar… Reflexiono. Noté una maliciosa sonrisa dibujando se apenas en sus labios; luego obedeciendo, creo que en un capricho de su extraño temperamento más que las necesidades de la situación, se levanto bruscamente, dio media vuelta, e inclinándose, alegre: ¿Por qué feliz casualidad? ¿Qué suerte la mía?... Permítame que le presente uno de mis amigos…

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Durante uno o dos segundos, quedó desconcertado el inglés, al cabo del cual, por movimiento instintivo, a punto estuvo de agarrar Arsenio Lupín. Con mucha calma dijo este: Haría usted mal… Sin contar con lo que su acto sería poco elegante… y tan inútil… El inglés volvió a derecha izquierda, cual si buscará socorro… Tampoco eso, dijo Lupín… Además, ¿Está usted seguro de tener derecho de apoderarse de mí? Vaya, muestre una caballerosidad que también cuadra con su carácter. Mostrar caballerosidad en semejante momento, era poco tentador. Sin embargo, debió de pensar en inglés que esto era lo que más convenía en tan crítico instante, pues se levantó a medias, y fríamente presentó: El señor Wilson, mi amigo y colaborador. Don Arsenio Lupín. El estupor de Wilson éxito en todos la risa. Abrió de par en par sus ojos y su boca. La piel de su cara relucía y estaba atirantada como la de una manzana. Llevaba el pelo corto, y lo mismo la barba, y ambos eran muy poblados y recios. Wilson, no oculta usted lo bastante su asombro ante los acontecimientos más naturales de este mundo, dijo Holmes con risita un tanto zumbona. Wilson balbuceo: ¿Por qué no lo arresta usted?

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MAURICIO LEBLANC No ha notado usted, Wilson, que esté caballero está colocado entre la puerta y yo, a dos pasos de la puerta. No bien moviera yo un dedo, ya estaría el afuera. Que no quedé por eso, dijo Lupín. Dio la vuelta a la mesa y se sentó de manera a que quedar el inglés entre la puerta y él. Lo cual era ponerse a su entera disposición. Wilson miró a Holmes para saber si podía admirar tamaño audacia. El inglés permaneció impenetrable. Pero, al cabo de un momento, llamo: ¡Mozo!... Acudió el mozo. El policía pidió: Sodas, cerveza y whisky. Quedaban firmadas las paces…, hasta nueva orden. Poco después, sentados los cuatro a la misma mesa. Conversábamos tranquilamente.

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Sherlock Holmes es un hombre… como se ven todos los días. De edad de unos cincuenta años, parece un buen burgués que tuviera encima treinta años de teneduría de libros en una casa de comercio. Nada lo distingue de un honrado ciudadano de Londres, ni sus patillas rojizas, ni su 75

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES barbilla afeitada, ni su aspecto algo pesado Nada, salvo su mirada terriblemente aguda, viva y penetrante. Y, en fin, que era Sherlock Holmes, es decir, una especie de fenómeno de intuición, de observación, clarividencia, y de Ingenio. Creeríase que la naturaleza se divertirán tomar los dos más extraordinarios tipos de la policía que la imaginación ha producido: El Lupín de Edgar Poe, y el Lecoq de Gaboriau, para construir uno a su manera, más extraordinario aun y mas irreal. Y se preguntaba uno, al oír el relato de las hazañas que lo han hecho célebre en todo el universo, se pregunta uno si él si el mismo, si ese Sherlock Holmes no es un personaje legendario. Un héroe salido vivo del cerebro de una gran novelista, de Conan Doyle, por ejemplo. En seguida, en contestación a las preguntas de Lupín acerca de la duración de su estancia en París, colocó la conversación en su verdadero terreno. Mi Estancia aquí depende de usted, señor Lupín. ¡Oh! exclamó esté riéndose, si dependiera de mí le pediría a usted que esta noche misma regresará a Londres. Esta noche, no; más espero que de aquí a ocho o diez días… ¿Tanta prisa tiene usted? ¡Tengo tantas cosas en que ocuparme! el robo del Banco anglochino, el rapto de Lady Eccleston… Vaya, señor Lupín, ¿Cree usted que en una semana será suficiente? De sobra, siempre que se límite usted al doble de su al doble suceso del diamante azul. Además, ese espacio de tiempo es el que necesito para tomar mis precauciones, caso de que la solución de ese doble asunto que diera usted sobre mí ciertas ventajas peligrosas, para mí seguridad.

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MAURICIO LEBLANC El caso es que cuento alcanzar esas ventajas en el término de ocho a diez días. ¿Y hacerme arrestar el undécimo, quizá? El décimo, último plazo. Lupín reflexiono, y, con expresivo movimiento de cabeza, contesto. Difícil… difícil… Difícil, si pero posible, y, por consiguiente, cierto. Absolutamente cierto, dijo Wilson, cual si el mismo hubiese distinguido claramente a la larga serie de operaciones que había de conducir a su colaborador al resultado anunciado. Sherlock Holmes se sonrío: Wilson, que entiende de eso, opina como yo. Y prosiguió: Claro es que no poseen todos los elementos indispensables, puesto que se trata de asuntos que tienen ya varios meses de fecha. Carezco de indicios sobre los cuales acostumbro apoyar mis indagaciones. Como a las manchas de barro y las cenizas de cigarrillo, artículo Wilson con énfasis. Pero, a más de las notables conclusiones del señor Ganimard, tengo a mi disposición todos los artículos escritos sobre el asunto, todas Las observaciones recogidas, y, como consecuencia de todo eso, algunas ideas personales sobre el suceso.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Algunos pareceres que nos han sido sugeridos ya por análisis, ya por hipótesis, añadió sentenciosamente Wilson. ¿Es indiscreto, dijo Arsenio Lupín con el tono deferente que empleaba para hablar a Holmes, es indiscreto el preguntarle a usted la opinión general que ha sabido usted formarse? Era realmente cosa que apasionaba en sumó grado al ver aquellos dos hombres frente a frente, con los codos sobre la mesa, discutiendo grave y pausadamente, cual si tuvieran que resolver un arduo problema o ponerse de acuerdo sobre un punto de controversia. También ofrecía la situación una ironía superior, que la que ambos gozaban profundamente, cual diletantes y artistas que eran. En cuanto a Wilson, gozaba lo indecible. Sherlock ataco lentamente su pipa, la encendió y dijo: Estimo que este asunto es muchísimo menos complejo de lo que parece a simple vista. Mucho menos, repitió Wilson, eco fiel. Digo: este asunto, porque, para mí, no hay más que uno. La muerte del barón de Hautrec, la historia de la sortija, y, no olvidemos, el misterio del número 514, serie 23, no son sino las diversas fases de lo que podría llamarse el enigma de la Dama rubia. Ahora bien, según mi parecer, se trata simplemente de descubrir el lazo que reúne estos tres episodios de la misma historia, el hecho que pruebe la unidad de los tres métodos. Ganimard, cuyo juicio es algo superficial, de esa unidad en la facultad de desaparición, en el poder de ir y devenir permaneciendo invisible. Esa intervención del milagro no me satisface. ¿Entonces? Entonces, a juicio mío, enuncio netamente Holmes, la característica de esas tres aventuras es su intención de usted manifiesta, 78

MAURICIO LEBLANC evidentemente, que aunque inadvertida hasta la fecha, de traer el asunto al terreno previamente escogido por usted. Hay en eso, por parte de usted. Más que un plan, una necesidad, una condición sine quá non, de éxito. ¿Podría usted entrar en algunos detalles? Fácilmente. Por ejemplo, desde los comienzos del conflicto entre usted y el señor Gerbois, ¿no es evidente que la casa del abogado Detinan es el sitio escogido por usted, el sitio Inevitable en que hay que reunirse? Ninguno de los otros le parece usted más seguro, tanto, que en él da usted cita, públicamente podía decirse, a la Dama rubia y a la señorita Gerbois. La hija del profesor, preciso Wilson. Ahora, hablemos del diamante azul: ¿Trato usted de apropiárselo desde que el barón de Hautrec lo poseía? No. Pero el barón pasó a ocupar el hotel de su hermano: seis meses después, intervención de Antonieta Brehat y primera tentativa. Se le escapa a usted el diamante y con gran lujo de reclamo se organiza a la venta en el hotel Drouot. ¿Será libre, esa venta? ¿Tendrá seguridad, el más rico aficionado, de adquirir la joya? Nada de eso. En el momento en que va a quedar la victoria de parte del banquero Herschmann, una señora hace que le entreguen una carta de amenazas, y la Condesa de Crozón, preparada, influenciada por esa misma señora, es la que compra el diamante. ¿Va a desaparecer este enseguida? No: carece usted de medios para ello. Por consiguiente, intermedio. Pero la condesa se instala en su castillo. Esto es lo que usted esperaba. Desaparece la sortija. Para reaparecer en un frasco de tocador del cónsul Bleichen, extraña anomalía, objeto Lupín. ¡Vamos hombre! Exclamó Sherlock dando un puñetazo en la mesa, no es a mí a quien hay que contar cuentos tan imbéciles. Que los tontos caigan en el garlito, bien, pero no un viejo zorro como yo.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Lo cual significa? Lo cual significa… Se interrumpió Holmes, cual si quisiera dar con aquel con aquél compás de espera más relievé a lo que iba a decir. Por fin formuló: El diamante azul descubierto en el frasco del tocador es un diamante falso. El verdadero está en posesión de usted. Lupín quedó mudo por espacio de unos segundos; luego muy simplemente, fija la mirada en el inglés: Es usted todo un hombre, señor mío. Todo un hombre, subrayó Wilson como arrobado. Si afirmo Lupín, todo se ilumina, todo toma su verdadero sentido. Ni uno solo de los jueces de instrucción, y uno solo de los periodistas especiales que se han ocupado con empeño de esos asuntos, han llegado tan lejos en el camino de la verdad. Lo que acaba usted de decir es un milagro de intuición y de lógica. ¡Bah! Contestó el inglés halagado por el homenaje de un inteligente como Lupín; bastaba con reflexionar. Bastaba con saber reflexionar, ¡y son tan contados los que saben reflexionar! Más, ahora que queda tan reducido el campo de la suposiciones, que ya está allanado el camino… Bueno, pues ahora sólo me queda descubrir porque las tres aventuras han tenido su desenlace en el número 25 de la calle Chapeyrón, en el 134 de la avenida Henry Martín y entre las paredes del castillo de Crozón. 80

MAURICIO LEBLANC En eso estriba todo el asunto. Todo lo demás no es sino bobadas y charadas para niños. ¿No piensa usted lo mismo? Lo mismo. En ese caso, señor Lupín, ¿voy a descaminado al repetirle a usted que dentro de diez días habré dado por terminada mi tarea? Dentro de diez días, en efecto, conocerá usted toda la verdad. Y quedara usted preso. No. ¿No? Es preciso, para que me aprendan, tan inverosímil concurso de circunstancias, una serie de azares adversos tan asombrosos, que no admito esa eventualidad. Lo que no pueden las circunstancias ni los azares contrarios, lo podrán la voluntad y el tesón de un hombre, señor Lupín. Si toda vez la voluntad y el tesón de otro hombre no oponen a ese intento un obstáculo invencible, señor Holmes. No hay obstáculo invencible señor, Lupín. La mirada que cambiaron fue profunda, sin provocación por parte de ninguno, sino serena y atrevida. Era como el chasquido de dos espadas al comenzar un duelo. Aquello era claro y franco.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Estoy de enhorabuena! Exclamó Lupín; ese hombre es alguien. Un adversario leal y de empuje, es un verdadero mirlo blanco, y ese adversario es Sherlock Holmes. Vamos a divertirnos. ¿No tiene usted miedo? Preguntó Wilson. Casi, señor Wilson, dijo Lupín levantándose, y prueba de ello, es que voy cuanto antes a tomar mis disposiciones a ponerme en salvo… pues, de lo contrario, corro gran riesgo de ser cogido en la madriguera. Con que, hemos dicho diez días, señor Holmes. Diez días, hoy es domingo. Del miércoles en ocho, todo habrá terminado. ¿Y estaré en un calabozo? Sin género de duda. ¡Caracoles! Yo que me regocijaba tanto de mi vidita tranquila… Ninguna preocupación, una buena marcha de negocios, la policía despistada, y la reconfortante impresión de la universal simpatía que me rodea… ¡Va a ser menester cambiar todo eso! En fin, ese es el lado malo de la medalla… Después del tiempo bueno, la lluvia… Se acabó la risa… ¡Adiós! Dese usted prisa, dijo Wilson, lleno de solicitud por un individuo a quien inspiraba Holmes visible consideración. No pierda usted un minuto. Ni uno solo, señor Wilson: únicamente el tiempo necesario para decirle a usted cuánto me agrada este encuentro, cuánto le envidio al maestro de tener un colaborador tan precioso como usted. Se saludaron cortésmente, como, antes de un duelo, dos contrarios a quienes ningún odio divide, pero que, por circunstancias especiales, se ven

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MAURICIO LEBLANC obligados a batirse hasta que quede uno de ellos fuera de combate. Y, cogiéndome del brazo, me sacó Lupín, fuera del establecimiento. ¿Qué tal, querido? Vaya una comida cuyos incidentes harán buen efecto en las memorias que sobre mi está usted es redactando. Se detuvo algunos pasos del restaurant, y me preguntó: ¿Fuma usted? No, pero tampoco, creo. Yo tampoco. Encendió cigarro con ayuda de una cerilla que agitó varias veces en el aire para apagarla. Más enseguida tiró el cigarrillo, atravesó recorriendo la calle y se llegó a dos hombres que acaban de surgir de la sombra, como llamados por una seña. Hablo con ellos un rato, y volvió hacia mí. Pido a usted me dispense. Ese demonio de Holmes me va a dar quebraderos de cabeza. Pero le juro a usted que no sabe del todo quién es Arsenio Lupín… Ya lo verá ya… Hasta la vista… Dice bien el inefable Wilson, no puedo perder un minuto. Se alejó rápidamente. Así terminó al que extraña tarde o por lo menos, la parte de aquella tarde en la que figure yo. Pues ocurrieron, durante las horas que siguieron más acontecimientos, que las confidencias de otras personas me han permitido, por fortuna, reconstruir detalladamente.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES

En el momento mismo en que Lupín se separaba de mi, Sherlock Holmes miraba su reloj y se levantaba a su vez. Las nueve menos veinte. A las nueve tengo que verme, en la estación, con el conde y la condesa. ¡Andando!exclamó Wilson, tragando, una tras otra, dos copas de whisky. Salieron. Wilson, no vuelva usted la cabeza… Acaso nos sigan; y en ese caso, obremos como si no si no nos importa ser seguidos… Oiga, Wilson, deme usted su parecer: ¿por qué estaba Lupín en ese restaurant? Wilson no vaciló. Estaba allí para comer. Wilson, cuando más trabajamos juntos, más no por la continuidad de sus progresos, es usted un asombro. En la oscuridad, la cara de Wilson se empurpuro de place. Holmes prosiguió: Para comer, bien, y luego, muy probablemente, para asegurarse de si voy a Crozón, cómo lo anuncia Ganimard en su interview. Me marcho, pues, para no contrariarle; Pero, como se trata de ganar tiempo sobre él, no me marcho. ¡Ah!dijo Wilson atónito.

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MAURICIO LEBLANC Usted, amigo mío, lárguese por esa calle, tomé un coche, dos, tres coches. Vuelva más tarde para recoger las maletas que hemos dejado en el depósito, y a galope hasta el Elysée Palace. ¿Y en el Elysée Palace? Pedirá usted una habitación, se acostará, dormirá a pierna suelta, y esperara instrucciones mías. Wilson, enorgullecido Por el importante papel que le confiaba su jefe, se fue. Holmes tomó su billete y se encaminó hacia uno de los coches del expreso de Amiens en donde ya estaban instalados el conde y la condesa de Crozón. Se contento con saludarles, encendió una segunda pipa, y fumó tranquilamente, de pie en el pasillo. El tren hecho andar. Al cabo de diez minutos, fue a sentarse al lado de la condesa y le dijo: ¿Tiene usted ahí su sortija, señora? Si. Haga el favor de dejármela un momento. La tomó y la examinó. Es en efecto, lo que yo pensaba: diamante reconstituido. ¿Diamante reconstituido? Un nuevo procedimiento que consiste en someter polvillo de diamante a una temperatura enorme, de manera a reducirlo a fusión… y no tener más que reconstituirlo en una sola piedra..

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Cómo! Mi diamante es verdadero. El de usted sí, pero ese no es el de usted. Pues ¡dónde está el mío? En manos de Arsenio Lupín. ¿Y entonces éste? Este ha sido sustituido al de usted y metido en el frasco del Señor Bleichen, en dónde ha sido encontrado. ¿De manera que es falso? Por completo. Atónita, desencajada, la condesa se callaba, en tanto que su marido, incrédulo, examinaba atentamente la joya. La mujer acabo por balbucear: ¡Es posible! Pero, ¿por qué no haberlo robado sencillamente? Y, por otra parte ¿Cómo se han apoderado de él? Eso es precisamente lo que voy a tratar de averiguar. ¿En el castillo de Crozón? No, me apeo en Creíl, y de regreso a París. Allí es donde ha de jugarse la partida entre Arsenio Lupín y yo. Todo cuanto hago, tiene su importancia, y opino que es preferible que Lupín me crea fuera de la capital. Sin embargo… Para usted, lo esencial es su diamante, ¿No es eso? Sí. 86

MAURICIO LEBLANC Bueno, pues en este usted tranquila. Hace poco he adquirido un compromiso mucho más difícil de cumplir. Palabra de Sherlock Holmes, le devolveré usted su sortija. El tren acortaba su marcha. El policía metió en su bolsillo el diamante falso y abrió la portezuela. El Conde exclamó: ¡Cuidado, que baja usted a contravía! De esta manera, si Lupín me hace vigilar, pierden ni rastro. Adiós. En vano protestó un empleado. El inglés se dirigió hacia el despacho del jefe de estación. Cincuenta minutos más tarde se metían un tren que le dejó en París un poco antes de media noche. Atravesó vivamente la estación, volvió por la fonda, salió por otra puerta y se metió en un simón. Cochero a la calle Chapeyrón. Después de asegurarse que no le seguía nadie, mando parar en el comienzo de la calle, y se puso a examinar minuciosamente la casa donde vivía el abogado Detinan, y también casas vecinas. Por medio de pasos uniformes media ciertas distancias, y apuntaba notas y cifras en su cartera. Cochero Avenida Henry-Martín. En el ángulo de la avenida y de la calle de la Pompe pago al cochero, siguió la acera hasta el N° 134 y F y efectuó las mismas operaciones ante el Antiguo hotel del barón de Hautrec y las dos casas entre las cuales se hallaba dicho hotel, que el midiendo la anchura de las fachadas y calculando la profundidad de los jardincitos que preceden a la línea de esas fachadas. La avenida estaba desierta y muy obscura bajo sus cuatro filas de árboles entre los cuales, de trecho en trecho, un mechero de gas parecía

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES luchar inútilmente contra espesuras de tinieblas. Uno de ellos proyectaba una pálida luz sobre parte del hotel, y Holmes vio el letrero “se alquila” colgado de una verja, las dos sendas incultas que encerraban una banda de césped, y las amplias ventanas vacías de la inhabitada casa. Es verdad, se dijo, desde la muerte del barón no hay inquilinos… ¡Si pudiera yo entrar y efectuar una primera visita!... En el acto quiso llevar a cabo su pensamiento. Pero, ¿Cómo? La altura de la verja se oponía a que pasara por encima de ella; sacó de su bolsillo un farol eléctrico y una llave especial que siempre lleva consigo. Con gran extrañeza noto que una de las hojas estaba entreabierta. Se deslizó por el jardín cuidando de no cerrar la verja. Más, apenas había andado tres pasos, se detuvo: en una de las ventanas del segundo piso, una luz acababa de pasar. La luz pasó por una segunda y por una tercera ventana. Trato de distinguir a la persona que paseaba aquella luz pero no vio más que una silueta que se perfilaba en las paredes de las habitaciones. Del segundo piso, la luz bajo al primero, y, por espacio de largo rato anduvo de pieza en pieza. ¿Quién diablos puede pasearse a la una de la mañana en la casa en la que ha sido asesinado el varón de Hautrec? Se pregunto Sherlock, prodigiosamente interesado. Único medio de saberlo: entrar él también en la casa. No vaciló. Pero, en el momento en que atravesaba para llegar a las gradas de la entrada, la faja de claridad que desprendía del mechero de gas, sin duda que fue visto por el de la luz, pues se apagó está de repente, y Holmes no la volvió a ver. Suavemente apoyo sobre la puerta de entrada: también estaba abierta. No oyendo ruido alguno, se arriesgo; penetró en la oscuridad, y encontró la bola de la escalera y subió un piso. Y siempre el mismo silencio y las mismas tinieblas. 88

MAURICIO LEBLANC Ya en el descansillo, penetro en una pieza y se acercó a una ventana ligeramente banqueada por la luz de la noche. Entonces vio fuera de la casa al hombre quien después de bajar sin duda por otra escalera, y de salir por la otra puerta, se deslizaba la izquierda, a lo largo de los arbustos que costean el muro de separación entre los dos jardines. ¡Caramba se me va a escapar! exclamó Holmes. Bajo vivamente y trató de cortarle La retirada. Más ya no vio a nadie, y le fue menester algunos segundos para distinguir, en la tupida masa de los arbustos otra masa más sombría que no estaba del todo inmóvil. El inglés reflexiono. ¿Por qué no trato de huir el individuo, cuando tan fácil le era hacerlo? ¿Se quedaba allí para vigilar a su vez al intruso que le había estorbado en su misteriosa tarea? En todo caso, pensó, no es Lupín. Lupín sería más hábil. Sera alguno de su cuadrilla. Trascurrieron unos cuantos minutos que se le hicieron muy largos al policía. Sherlock no se movía, fija la mirada en el adversario que le acechaba. Más como tampoco se movía aquel adversario, y que no eran inglés hombre amigo de vacilaciones, miró si podía contar con su revólver, sacó su puñal de su vaina, y se fue derecho al enemigo con esa fría audacia y con ese desprecio del peligro que lo hacen tan temible. Un ruido seco: individuo armaba su revólver. Sherlock se precipitó. No tuvo, el otro tiempo para defenderse: el inglés lo tenía agarrado. Hubo una lucha violenta, desesperada, durante la cual adivinaba Holmes, los esfuerzos del hombre para sacar su navaja. Pero el policía, exacerbado por la idea de su próxima Victoria por el punzante deseo de apoderarse, desde los primeros momentos, de aquel cómplice de Arsenio Lupín, se sentía con fuerzas irresistibles. Derribo a su contrario, lo oprimió con todo su peso, e inmovilizándolo con sus cinco dedos plantados en la garganta del 89

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES desgraciado, cual uñas de una garra, con su mano libre busco su farol eléctrico, apoyo sobre el muelle y proyecto la luz sobre la cara de su aprisionado adversario. ¡Wilson! Grito el policía, espantado. ¡Sherlock Holmes balbuceo una voz estrangulada, cavernosa.

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Largo rato quedaron frente a frente sin cambiar una palabra, anonadados con la cabeza vacía. Se oyó la trompa de un automóvil. Un ligero viento las hojas. Holmes no se movía, ni soltaba la garganta de Wilson, quien exhalaba una respiración cada vez más débil. De repente, Sherlock, colérico, soltó a su amigo, pero fue para agarrarle por los hombros y sacudirlo con furia. ¿Qué hace usted ahí? Conteste… ¿Qué?... ¿Acaso le he dicho yo a usted que se mete entre arbustos y que espíe mis actos? Espiarle a usted gimió Wilson, pero si no sabía que era usted. Entonces, ¿qué? ¿Qué hace usted ahí? Le mandé que se acostara. Y me acosté. ¡Haber dormido! He dormido. 90

MAURICIO LEBLANC ¡No haberse despertado! Su carta de usted… ¿Mi carta?... Si, la que un mozo del número trajo de parte de usted al hotel… ¿De mi parte? ¿Está usted loco? Le juro a usted… ¿Dónde está esa carta? Su amigo le tendió una hoja de papel. A la claridad de su farol. Leyó con estupor: Wilson levántese y corra a la Avenida Henry-Martín. La casa está vacía. Entre, inspecciónela, levante un plano exacto, y vuelva usted a acostarse. Sherlock Holmes. Estaba midiendo las piezas, dijo Wilson, cuando vi una sombra en el jardín. Y en seguida quise… Apoderarse de la sombra… La idea era buena… Sólo que, escuche bien, Wilson, dijo Holmes ayudando a su compañero a que se levantará, otra vez, cuando reciba usted a una carta mía, asegúrese antes de que mi letra no ha sido imitada. ¿Pero, qué? preguntó Wilson, que ya comenzaba entrever la verdad, ¿no era de usted la carta? No. ¿Pues de quién entonces?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES De Arsenio Lupín. ¿Y con qué fin la escribió? No lo sé, y eso es justamente lo que me preocupa. ¿Por qué se ha tomado la molestia de sacarlo a usted de la cama? Si se tratara de mí, aún comprendería; pero tratándose de usted… Me preguntó qué interés… Me apresuro a regresar al hotel. También yo, Wilson. Llegaron a la verja. Wilson, que iba delante, cogió un barrote y tiro. ¿Cerro usted la verja? Pregunto. No; la deje entornada. Sin embargo… Sherlock tiro a su vez; luego, furioso, miro la cerradura. ¡Ira de Dios! ¡Está cerrada! ¡Cerrada con llave! Forcejeo cuánto pudo; pero, comprendiendo la inutilidad de sus esfuerzos dejó caer sus brazos, descorazonado, y dijo con voz entrecortada por el despecho: ¡Ahora me lo explico todo: esto es obra suya! Ha previsto que me apearia en el Creil, y me ha preparado aquí una linda ratonera para el caso de que se me ocurriera comenzar esta noche misma mis pesquisas. A más de eso, ha tenido la atención de enviarme un compañero de cautiverio. Todo ello para hacerme perder un día, y también, supongo, para probarme qué haría viene no meterme en lo que no me importa. 92

MAURICIO LEBLANC Es decir, que somos prisioneros de Lupín… Ni más ni menos. Sherlock Holmes y Wilson, prisioneros de Arsenio Lupín… ¡buen comienzo de Aventura!... Pero, no, no; no es admisible… Sintió una mano sobre un hombro, la mano de Wilson. Allá arriba… mire usted… una luz… En efecto una de las ventanas del primer piso estaba iluminada. Ambos se precipitaron, cada uno por su escalera, llegando al mismo tiempo al cuarto alumbrado. En medio de la habitación ardía un cabo de vela. Al lado, había una cesta, y de la cesta sobresalían el cuello de una botella, los muslos de un pollo y la mitad de un pan. Holmes se echó a reír. Siguen las maravillas: nos ofrecen una cena. Esto es un palacio encantado. Vamos, Wilson, no ponga usted esa cara de entierro; todo esto tiene muchísima gracia. ¿Está usted seguro de que tenga tanta gracia? Gimió, Wilson, lúgubre. ¡Y tanto! como que nunca he visto nada que tenga más chiste que esto. Es un paso cómico superior… ¡Que ironista más notable es el tal Arsenio Lupín!... Se burla de uno cierto, ¡pero con que sal!... Por todo el oro del mundo no quería yo haber perdido este lance… Wilson, amigo mío, me apena usted. ¿Me había yo he equivocado al su ponerle a ustedes a nobleza de carácter que ayuda a soportar los infortunios? ¿De que se queja usted? ¿No olvide que a estas fechas podíamos: usted, tener un puñal plantado en la garganta, y yo el de usted en la mía… Pues es sin duda lo que usted buscaba, mal amigo.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES A fuerza de ocurrencias y de sarcasmos cual siguió Holmes reanimar al pobre Wilson, y hacerle tragar un muslo de pollo y un vaso de vino. Más, cuando se apagó la bujía y que tuvieron que tenderse, para dormir, sobre el duro suelo, sin más almohada que la pared, se dieron cuenta exacta de lado penoso y ridículo de la situación. Y su sueño fue triste. Por la mañana, Wilson despertó; le dolían los huesos y estaba tiritando. Un ligero ruido atrajo su atención: Holmes de rodillas, hecho un arco, examinaba con una lente granos de polvo y apuntaba señales de tiza blanca, casi borradas, que formaban números. Escoltado por Wilson a quién le interesaba particularmente este trabajo, estudio cada pieza, y en dos otras noto señales idénticas. También se fijó en dos círculos sobre su cuarterón de roble, una flecha sobre un artesón, y cuatro cifras sobre cuatro peldaños de escalera. Al cabo de una hora Wilson le dijo: ¿Los números son exactos verdad? Exactos, no sé, contestó Sherlock, a quien tales descubrimientos habían devuelto su buen humor; en todo caso significaban algo. Algo muy claro, dijo Wilson; representan el número de hojas del entarimado. ¡Ha! Sí. En cuanto a los círculos indican que los cuarterones suenan a hueco, Cómo puede usted asegurarse, y la flecha va dirigida en sentido de la ascensión del montacargas. Holmes le miro, maravillado. 94

MAURICIO LEBLANC Pero, ¿cómo sabe usted todo eso, mi buen amigo? Su clarividencia casi me avergüenza. Muy sencillo, contestó Wilson hinchado como un pavo; yo mismo he trazado anoche esas señales, según órdenes de usted; o mejor dicho, según órdenes de Lupín, puesto que de él es la carta que usted me dirigió. Quizá corrió Wilson, en aquel minuto, más terrible peligro que durante su lucha con Holmes entre los arbustos. Dominándose, esbozó una mueca que en su sentir en una sonrisa, y pronunció: Superior, superior: excelente tarea y que nos adelanta mucho. ¿Se ha ejercitado sobre otros puntos su admirable espíritu de análisis y de observación? Me aprovecharía yo de los resultados adquiridos. No; a esto se limita mi tarea. ¡Lástima! Los comienzos prometían Pues en ese caso, sólo una cosa queda que hacer: marcharnos. ¡Marcharnos! ¿Y, cómo? Como acostumbran marcharse las personas honradas: por la puerta. Está cerrada. La abrirán. ¿Quién? Haga el favor de llamar a esos dos agentes que a paso lento recorren la avenida. Pero… Pero ¿Qué? 95

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Que esto es muy humillante. ¿Qué dirán cuándo sepan que usted, Sherlock Holmes y que yo, Wilson, hemos sido prisioneros de Arsenio Lupín? ¿Qué quiere usted que digan? Se destornillaran de risa, contestó Sherlock con voz seca y con sueño adusto. Mucho se reirá la gente, pero es el caso que no podemos pasar la vida en esta casa. ¿Y no intenta usted nada? Nada. Sin embargo, el que nos ha traído la sexta de provisiones no ha pasado por el jardín ni al llegar ni al marcharse. Por consiguiente, hay otra salida. Busquémosla y no tendremos que acudir a los agentes. Poderoso razonamiento. Sólo una cosa olvida usted; que, desde hace seis meses, toda la policía de París ha buscado esa salida, y que yo mismo, mientras usted dormía, he visitado todo el hotel de arriba abajo. Mi buen Wilson, Arsenio Lupín es un género de casa al que no estamos acostumbrados. Ese no deja cabos sueltos…

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…A las once, Sherlock Holmes y Wilson fueron sacados de su prisión… Y conducidos al más próximo puesto de policía, en donde el comisario, después de severo interrogatorio los puso en libertad con repetidas demostraciones de cortesía y de deferencia. Holmes debía de estar exasperado.

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MAURICIO LEBLANC Siento en el alma, señores, lo que les ocurre. Van ustedes a tener una triste opinión de la hospitalidad francesa. ¡Qué noche han debido ustedes de pasar! Realmente ese Lupín ha estado poco atento. Un coche los llevó al Eysée-Palace. En el despacho del hotel, Wilson pidió la llave de su cuarto. El empleado, después de consultar el registro de viajeros, contestó: Pero señor mío, usted mismo se ha dado de baja para ese cuarto. ¡Yo! ¿Y cómo? Por medio de una carta de usted que su amigo nos entregado esta mañana. ¿Que amigo? El caballero nos ha entregado su carta de usted… Es más, hasta hay una tarjeta de usted. Aquí están ambas. Wilson las tomo. En efecto, era que ella una de sus tarjetas, y el carácter de letra de la carta era el suyo propio. ¡Otra broma pesada! Murmuró. Y añadió inquieto. ¿Y las maletas? Pues se las llevó su amigo de usted. ¡Ah!... ¿y se las han entregado ustedes? Desde luego, puesto que nos autoriza usted a ello. En efecto… en efecto… 97

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Ambos se marcharon al azar, por los Campos Elíseos, con paso lento y sin pronunciar palabra. Un bonito sol de otoño bañaba de luz la avenida. El aire era suave y ligero. En la plazoleta, Sherlock encendió su pipa y prosiguió su marcha. Wilson exclamó: ¡No le comprendo a usted, Holmes, tiene usted una calma!... Se burlan de usted, juegan con usted como un gato con un ratón… ¡Y no dice usted una palabra! Holmes se detuvo y contestó: Wilson estoy pensando en su tarjeta. ¿Y?... …Ahí tiene usted a un hombre que, en previsión de una lucha posible con nosotros, se ha proporcionado especímenes de su letra de usted, y de la mía, y que posee, ya lista, en su cartera, una tarjeta de usted. ¿Se da usted cuenta de la precaución, de la voluntad perspicaz, del método y de la organización que representa semejante hecho?... Para luchar con un enemigo tan formidablemente armado, tan maravillosamente preparado, y para vencerle es preciso ser… es preciso ser yo. Y, aún así, ya lo ha visto usted, Wilson, añadió riéndose, y aún así no se alcanza la victoria en la primera refriega.

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MAURICIO LEBLANC A las seis, el Eco de Francia, en su edición de la noche, publicaba este suelto: Esta mañana el señor Thenard, comisario de policía del XVI° Distrito, a libertado a los señor Sherlock Holmes y Wilson, encerrados por mediación de Arsenio Lupín en el hotel del difunto varón de Hautrec, en dónde habían pasado una excelente noche. Aliviados además de sus maletas, han dado queja contra Arsenio Lupín. Lupín que, por esta vez, se ha contentado con darle una leccioncita, les súplica que no le obliguen a medidas más graves. ¡Chiquilladas! dijo Holmes arrugando el diario. Es el único reproche que le hago a Lupín: El de ser demasiado chiquillo… Tiene sobrado empeño en que le aplauda el público… Ese hombre tiene ocurrencias de pillete de las calles de París. ¿De modo que, Sherlock, siempre la misma calma? Siempre la misma calma, replicó Holmes con tono de voz que delataba tremenda ira. ¿Para qué irritarme? ¡ESTOY TAN SEGURO DE VENCER!

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES

ALGUNA CLARIDAD EN LAS TINIEBLAS Por bien templado que esté el carácter de un hombre Y Holmes es uno de esos seres en quienes nos hace mella el infortunio hay no obstante circunstancias en que el más intrépidos siente necesidad de juntar sus fuerzas antes de afrontar de nuevo las probabilidades de una batalla. Hoy me concedo asueto, dijo. ¿Y yo? Usted, Wilson vaya a comprar ropa blanca y ropa exterior para reponer la que los han quitado. Mientras descansaré. Descanse usted, Holmes. Yo velo. 100

MAURICIO LEBLANC Wilson pronunció estas dos palabras con toda importancia de un centinela avanzado, y, por consiguiente, expuesto a los mayores peligros. Bombeo el pecho, tenso sus músculos. Con mirada aguda escruto el espacio del cuartito del hotel en dónde habían decidido quedarse. Vele usted, Wilson. Aprovecharé para preparar un plan más en relación con el adversario a quién tenemos que combatir. Nos hemos equivocado respecto de Lupín. Hay que comenzar de nuevo. ¿Tendremos tiempo suficiente? ¡Nueve días, compañero! Es decir, cinco demás. Toda aquella tarde se la llevó el inglés fumando y durmiendo. Solo al día siguiente comenzó a sus operaciones. Wilson, estoy listo; ahora vamos a caminar de firme. Caminemos exclamó Wilson, lleno de ardor marcial. Confieso que, por mi parte, siento como un hormigueo en las piernas. Tuvo Holmes tres largas entrevistas. Primero, con el abogado Detinan, cuyas habitaciones estudio hasta en sus más mínimos detalles; luego con Susana Gerbois, a quién había telegrafiado que viniese y a quién interrogó acerca de la Dama rubia; y, por fin con Sor Augusta, la cual, desde el asesinato del Barón de Hautrec, se había retirado al convento de las Visitandinas. A cada visita, Wilson esperaba fuera, y cada vez preguntaba: ¿Contento? Muy contento.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Estaba seguro; ahora estamos en el camino verdadero. Sigamos. Y siguieron… Visitaron los dos inmuebles que avecinan, a derecha e izquierda, el hotel de la avenida Henry-Martín; después se fueron a la calle Chapeyrón, y, mientras examinaba la fachada el No. 25, Holmes decía: Es evidente que existen pasajes secretos entre todos entre todas estas casas… Pero lo que no comprendo… En lo más íntimo de sí mismo, y por vez primera, Wilson dudo de la omnipotencia de su genial colaborador. ¿Por que hablaba tanto y obraba tan poco? ¿Por qué exclamó Holmes contestando a los pensamientos íntimos de Wilson, porque, con ese demonio de Lupín, trabaja uno en el vacío, al azar, y que en vez de extraer la verdad de hechos precisos, tiene uno que sacarla de su propio cerebro, para luego comprobar que si se adapta bien a los acontecimientos. Sin embargo los pasajes secretos… ¿Y qué? Aún cuando los conociera, aún cuando conociera el que ha permitido Lupín entrar en casa de su abogado, o el seguido por la Dama rubia después del asesinato del barón de Hautrec, ¿habría adelantado algo? ¿Me dará eso armas para atacar a Lupín? Ataquemos de todas maneras, dijo Wilson. Apenas terminaba estas palabras, cuando retrocedió, arrogando un grito. Acababa de caer a los pies de ambos, un saco medio lleno de arena, que hubiera podido herirles gravemente. Holmes alzó la cabeza: unos obreros estaban trabajando sobre un andamio colgando del balcón de un quinto piso.

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MAURICIO LEBLANC Tenemos suerte, dijo: un paso más y recibimos sobre el cráneo el saco de uno de estos descuidados. Casi creería uno que… Se interrumpió, después se precipitó hacia la casa, subió al quinto piso, llamo, entro, con asombro y susto del criado, y se fue al balcón. Ya no había nadie. ¿Los obreros que estaban ahí?... Le preguntó al criado. Acaban de marcharse. ¿Por dónde? Por la escalera de servicio. Holmes se inclinó. Vio a dos hombres que salían de la casa, con sus bicicletas de la mano. Subieron a ellas y desaparecieron. ¿Hace tiempo que trabajan sobre ese andamio? ¿Esos? desde esta mañana. Habían venido hoy por primera vez. Holmes bajo y Se reunió con Wilson. Regresaron al hotel melancólicamente, coma y aquella segunda jornada terminó en un mutismo tétrico. Al día siguiente, idéntico programa. Sobre el mismo banco de la avenida Henry-Martín, y allí pasaron largas horas, frente a los tres inmuebles, con gran disgusto de Wilson, que se aburría… ¿Que está usted esperando, Holmes? ¿A que salga Lupín de esas casas? No.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿A que asome la Dama rubia? No. Entonces. Espero a que se produzca un hecho, un hecho cualquiera, que me sirva de punto de partida. ¿Y si no se produce? En ese caso se producirá en mí, una chispa que haga volar el polvorín. Sólo un incidente rompió la monotonía de aquella mañana, pero de manera desagradable. El caballo de un jinete, que seguía el paso de caballos situado entre los otros dos caminos de la avenida, dio una huida y vino al chocar contra el banco en que estaban sentados, de suerte que su grupa rozo el hombro de Holmes. ¡Hola, hola! dijo este con intencionada sonrisa, un poco más y me partía el hombro. El caballero trataba de dominar a su caballo. El inglés sacó su revólver y apunto. Pero Wilson le sujeto vivamente el brazo. ¡Está usted loco, Sherlock! ¡Vaya una broma… va usted a matar ese caballero! Suélteme usted, Wilson… suelte. Hubo lucha entre ambos; mientras, el jinete sereno al caballo, metió espuelas y desapareció.

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MAURICIO LEBLANC Tire usted ahora, exclamó Wilson triunfante, ya que estuvo el jinete a cierta distancia. Pero, triple imbécil, ¿no comprende usted que era un cómplice de Arsenio Lupín? Holmes temblaba de ira. Wilson dijo humildemente. ¿Qué, ese caballero? Cómplice de Lupín, lo mismo que los obreros que dejaron caer el sacó adrede. ¿Será cierto? Cierto o no, se nos ofrecía un medio de adquirir una prueba. ¿Matando al jinete? No, al caballo. Sin usted, tenía yo entre mis manos a uno de los cómplices de Lupín. ¿Se da usted ahora bien cuenta de su necedad? Mustia fue aquella tarde. No se dirigieron la palabra. A las cinco, mientras iban y venían por la calle Chapeyrón, cuidando de no acercarse a las casas, tres jóvenes obreros que venían cantando, cogidos del brazo, chocaron con ellos y quisieron proseguir su camino sin separarse. Holmes, que estaba de mal humor, les hizo frente. Los otros empujaron. El policía sacudió un puñetazo en su pecho, otro en una cara, y derribo a dos de los jóvenes. Sin esperar a más se levantaron y se alejaron con el otro compañero. Buen ejercicio, dijo Holmes; tenía los nervios de punta, y esto me los ha colmado… Pero, al ver a Wilson apoyado contra la pared, le dijo:

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Que le ocurre, camarada? Está usted muy pálido. El camarada designó su brazo, que colgaba inerte, y contestó con voz apagada: No sé que tengo… me duele el brazo. ¿Mucho? Si… si el brazo derecho… A pesar de cuántos esfuerzos hizo, no consiguió moverlo. Sherlock lo palpo, suavemente primero, y luego más rudeza, “para darse cuenta exacta de grado del dolor”. Tan elevado era grado del dolor que, muy inquieto, llevo a Wilson a una farmacia vecina, en donde sintió este la necesidad de desmayarse. El farmacéutico vio que el brazo estaba roto, y enseguida se trató de cirujano, de operación y de casa de salud. Mientras, desnudaron al paciente, quién, sacudido por el dolor, se puso a quejarse a gritos. Bien… bien… perfectamente, decía Holmes que había que se había encargado de sostener el brazo… un poco de paciencia, compañero… dentro de cinco o seis semanas, ni visto ni conocido… ¡Pero lo pagarán caro, los muy pillos! él sobre todo… porque también esto es obra suya… ¡Ah le juro usted que sí caen entre… Se interrumpió bruscamente y soltó el brazo, lo cual le produjo a Wilson tan violento dolor, y el desgraciado se desmayó de nuevo; se dio una palmada en la frente, dijo: Wilson, tengo una idea… ¿acaso?... No se movía, fija la mirada, retazos de frase.

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MAURICIO LEBLANC Pues claro… así, todo se explicaría… A veces buscamos muy lejos lo que tenemos a mano… Bien, sabía yo que no había sino reflexionar… ¡Ah, mi buen Wilson, creo que va usted a quedar contento! Y dejando a su compañero, salió a la calle y se fue al No. 25. Por encima de la puerta, a la derecha, en una de las piedras decía: Destange, Arquitecto, 1875. En el No. 23, idéntica inscripción. Nada normal había en esto; pero, ¿que leería él allá, en la avenida Henry-Martín? Pasaba un coche. Cochero, Avenida Henry-Martín, No. 134, y a escape. En pie en el coche, excitaba al caballo, ofrecía buenas propinas al cochero. ¡Más deprisa! ¡Todavía más! Grande fue su angustia al doblar la esquina de la calle de la Pompe. ¿Había entrevisto un poco de verdad?... En una de las piedras del hotel se leía: Destange, arquitecto, 1874. En los inmuebles vecinos de la misma inscripción: Destange, arquitecto, 1874. Tal sacudida produjeron en el estas emociones, que por espacio de algunos minutos se quedó arrebujado en el fondo del carruaje, calenturiento. ¡Por fin vacilaba un poco de claridad en medio de las tinieblas! Entre tantos caminos que se entrecruzan, por fin recogía la primera señal de una pista seguida por el enemigo… En una oficina de Correos pidió la comunicación telefónica en el castillo de Crozón. La Condesa misma fue quien le contesto. 107

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Allo!... ¿Es usted, señora? ¿El señor Holmes, verdad? ¿Buenas noticias? Buenas; pero, enseguida, haga el favor de decirme… ¡alló!... sólo una palabra. Escucho. ¿En qué época ha sido edificado el castillo de Crozón? Un incendio lo destruyó hace treinta años, y ha sido levantado de nuevo. ¿Por quién y en qué año? En una piedra de la entrada se lee: Luciano Destange, arquitecto, 1877. Gracias, señora, saludó a usted. Y se marchó murmurando: Destange… Luciano Destange… ese nombre no me es desconocido. Al pasar, vio un gabinete de lectura, consultó un diccionario de biografía moderna y copio la nota consagrada a “Luciano Destange, nacido en 1840, Gran premio de Roma, oficial de la Legión de honor, autor de obras muy apreciada sobre la arquitectura… etc.” Se fue a la farmacia, y, desde allí a la clínica particular donde habían llevado a Wilson. En su lecho de tortura, aprisionando el brazo de un cabestrillo, titiritando de fiebre, el compañero divagaba. ¡Victoria, victoria! exclamó Holmes; estoy en posesión de una punta del hilo. 108

MAURICIO LEBLANC ¿De qué hilo? Del que me ha de conducir a la verdad. Voy a pisar sobre un terreno firme en el que habrá huellas, indicios… ¿Ceniza de cigarrillo? preguntó Wilson, reanimado por el interés de la situación. ¡Y muchas cosas más! Fíjese, amigo, en qué he aislado el caso misterioso que unía entre ellas las diferentes aventuras de la Dama rubia. ¿Por qué haber escogido Lupín las tres moradas en las que se han desarrollado estas tres aventuras? Si ¿Por qué? Porque esas tres moradas, Wilson, han sido construidas por el mismo arquitecto. Dirá usted que la cosa era fácil de adivinar… Desde luego: por eso no se le ocurrió a nadie adivinarla. A nadie, salvo a usted. Así mismo; y por eso se yo ahora cómo arquitecto, combinando planos análogos, ha posibilitado el cumplimiento de tres actos, en apariencia milagrosos, en realidad sencillos y fáciles. ¡Que dicha! Y ya era tiempo de que diese yo con algo serio, pues comenzaba impacientarme… Porque, este es ya el cuarto día. Si. Quedan seis pero ya… No podía estarse quieto, exuberante y alegre contra su costumbre.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES La verdad, cuando pienso que antes, en la calle, esos granujas pidieron pudieron haberme roto un brazo, cómo rompieron el de usted… ¿Qué dice usted de eso, Wilson? Wilson se contentó con estremecerse ante tan terrible suposición. Y Holmes prosiguió: ¡Que esta lección nos sea provechosa! Fíjese, Wilson en que Nuestra culpa mayúscula ha sido hacerle frente a Lupín cara a cara exponiéndonos cándidamente a sus ataques. Menos mal, puesto que sólo usted ha resultado herido… Y que después de todo, sólo se trata de un brazo roto, gimió Wilson. Siendo así que pudieron romperle a usted los dos. Pero, no más bravatas. En pleno día y vigilado, soy vencido. En la sombra, y libre de mis movimientos, la ventaja es mía, cualesquiera que sean las fuerzas del enemigo. Ganimard podría ayudarle a usted. ¡Jamás! El día en que me sea permitido decir: Ahí está Arsenio Lupín, ese es su paradero, y he aquí cómo hay que apoderarse de él, iré en busca de Ganimard a una de las dos direcciones que me ha dado: su domicilio, Calle Pergolese, o la Taberna Suiza, Plaza Chátelet. Hasta entonces, obró sólo. Se acercó a la a la cama, poso su mano sobre el hombro de Wilson sobre el hombro enfermo, naturalmente y le dijo con gran cariño: Cuídese, mi buen amigo. Desde hoy, su papel de usted consistirá en ocupar a dos o tres de los hombres de Arsenio Lupín, quiénes esperarán en vano, para seguir mi pista, a que venga yo a saber noticias de usted. 110

MAURICIO LEBLANC Es un papel de confianza. Un papel de confianza, y se lo agradezco, contesto Wilson, penetrando de gratitud: me esmerare en desempeñarlo como es debido. Pero, según veo, usted no volverá… ¿Para qué? preguntó fríamente Holmes… En efecto… en efecto… Estoy todo lo bien que puedo estar. En ese caso un último favor, Sherlock: ¿Podría usted darme de beber? Si, me muero de sed, y con la fiebre que tengo… ¡En seguida amigo en seguida!... Tocó dos o tres botellas, vio un paquete de tabaco, encendió su pipa, y, de repente, cuál si no hubiese oído la súplica de su amigo, se marchó mientras el enfermo imploraba con la mirada un vaso lleno de agua fuera de su alcance.

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¡El señor Destange! El criado miró de pies a cabeza al individuo a quién acababa de abrir la puerta del hotel, del magnífico hotel que hace esquina entre la plaza Malesherbes y la calle Montchanin, y al ver a aquel hombrecillo entrecano, mal afeitado, y cuya larga levita negra, más o menos limpia, acusaba los

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES defectos de un cuerpo que la naturaleza había maltratado mucho, contesto con el desdén que convenía: El señor Destange esta, y no está; según. ¿Tiene el señor su tarjeta de su visita? El señor no tenía tarjeta, pero llevaba una carta de introducción, y tuvo el criado que presentar aquella carta al señor Destange, quién dio orden de que condujeran a su presencia al recién llegado. Fue Pues introducido en una inmensa pieza en rotonda que ocupa una de las alas del hotel, y cuyas paredes estaban cubiertas de libros, y el arquitecto le dijo: ¿Es usted el señor Stickmann? Si señor. Mi secretario que está enfermo y le envía a usted para continuar el catálogo general de los libros comenzado por el bajo mi dirección, y más especialmente el catalogo de los libros alemanes. ¿Tiene usted costumbre de esa clase de trabajos? Sí señor, una larga costumbre, contesto Stickmann con marcado acento tudesco. En tales condiciones, pronto se pusieron de acuerdo, y, sin más tardar, el señor Destange se puso a trabajar con un nuevo secretario. Sherlock Holmes estaba dentro de la plaza. Para sustraerse a la vigilancia de Lupín y para penetrar en el hotel de Luciano Destange papá con su hija Clotilde, el detective había tenido que hundirse en lo desconocido, acumular estratagemas, atraerse, bajo nombres

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MAURICIO LEBLANC supuestos, las habilidades y las confidencias de muchos personajes; en una palabra vivir, durante dos días, una vida sumamente complicada. Como informes, disponía de los siguientes: El señor Destange, de salud delicada y deseoso de descanso, se había retirado de los negocios y vivía en medio de colecciones de libros sobre arquitectura, reunidas por él. Nada le interesaba, salvo ver y hojear polvorientos libracos. En cuanto a su hija Clotilde tenía la reputación de ser muy rara. Siempre encerrada, como su padre, pero en otra ala del hotel, jamás salía. Todo esto, se decía el detective mientras apuntaba en un registro títulos de libros que el señor Destange le dictaba, todo esto no es aún lo decisivo, pero ¡que paso hacia adelante! Es imposible que no descubra yo la solución de uno de estos palpitantes problemas: ¿Es el señor Destange socio de Arsenio Lupín? ¿Sigue viéndole? ¿Existen documentos relativos a la construcción de los inmuebles? ¿No me darán, esos documentos, las señas de otros inmuebles que tengan también entradas y salidas secretas, que Lupín se haya reservado para sí y su cuadrilla? ¡El señor Destange, cómplice de Arsenio Lupín! Ese hombre venerable, oficial de la Legión de honor, trabajando en compañía de un Ladrón de oficio, poco admisible era la hipótesis. Además aún admitiendo tal complicidad, ¿Como el señor Destange hubiera podido prever, treinta años antes, las evasiones de Arsenio Lupín, quién sólo contaba entonces con algunos meses de edad? ¡No importa! El inglés se obstinaba. Con su prodigioso olfato, con ese instinto que le es peculiar, sentía algo misterioso en aquella casa. Se traducía el misterio por insignificantes poco concretas, pero que existían, que se notaban. En la mañana del segundo día, aún no había descubierto nada interesante. A las dos vio por vez primera a Clotilde, que venía en busca de 113

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES un libro. Parecía tener unos treinta años, morena; sus movimientos eran lentos y silenciosos, y su cara conservaba esa expresión indiferente de los que viven mucho en sí mismos. Cambio algunas palabras con su padre, y se retiró sin siquiera haber mirado a Holmes. La tarde resulto lenta, monótona. A las cinco el señor Destange anuncio que salía. Holmes quedo sólo en la galería circular colgada a media altura de la rotonda. Iba escaseando la luz natural; y también él se disponía a salir, cuando se oyó un crujido, y, al mismo tiempo, tuvo el la sensación de que había alguien en la pieza. Largos minutos se añadieron unos a otros. Y, de repente, sintió un calofrío; una sombra brotaba de la semioscuridad, cerca de él, sobre el balcón. ¿Era creíble? ¿Desde cuando le hacía compañía aquel personaje invisible? Y, ¿de dónde venía? Bajo el hombre los peldaños y se dirigió a un vasto armario de roble. Disimulado detrás de las colgaduras del pasamano de la galería, de rodillas, Holmes observó, y vio que el hombre registraba entre muchos papeles que contenía el armario. ¿Que buscaba? Y de repente se abrió la puerta y entró viva mente Clotilde diciendo a alguien que la seguía: ¿Entonces, no sales Papá?... en ese caso enciendo… Cuestión de un segundo… no te muevas. Empujó el hombre las hojas del armario y se ocultó en el hueco de una ancha ventana, corriendo hacia él las cortinas. ¿Como no lo vio Clotilde? ¿Como no lo oyó? Con gran calma dio vuelta al botón de la electricidad y abrió pasó a su padre. Se sentaron al lado uno de otro; había ella ha traído un libro y se puso a leer. ¿Que no está ahí tu secretario? dijo la joven al cabo de un momento. No… Ya lo ves…

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MAURICIO LEBLANC ¿Sigues contento con él? Prosiguió, cual se ignorara la enfermedad del verdadero secretario y su sustitución por Stickmann. Mucho… mucho… La cabeza del Señor Destange se tambaleaba: acabo por dormirse. Transcurrió un momento. La joven leía. Pero se apartó una de las cortinas de la ventana, y el hombre se deslizó lo largo de la pared, hacia la puerta, movimiento que lo hacía pasar por detrás del señor Destange pero por delante de Clotilde, y de tal manera que pudo Holmes verlo distintamente. Era Arsenio Lupín. El inglés sintió Un calofrío, tan intensa era su alegría. Sus cálculos resultaban exactos, había penetrado en el corazón mismo del misterioso asunto y Lupín se hallaba en el sitio previsto. Sin embargo, Clotilde no se movía, a pesar de ser inadmisible que se le escapara uno solo de los movimientos de aquel hombre. Ya estaba Lupín casi en la puerta, ya alargaba la mano hacia el botón, cuando un objeto cayó de una mesa, desviado por su ropa. El señor Destange despertó, sobresaltado. Ya estaba Lupín delante de él, sombrero en mano, sonriente. Máximo Bermond, exclamó con alegría el anciano… el bueno de Máximo… ¿A qué feliz casualidad debemos su visita de usted? Al deseo de verle a usted y a la señorita Destange. ¿Hace mucho o que ha regresado usted de su viaje? Ayer. ¿Y se queda a comer con nosotros? No; como en el restaurant, con unos amigos.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Mañana, entonces? Clotilde, insiste para que venga mañana. Nuestro querido Máximo… Justamente, en usted pensaba hace unos días. ¿De veras? Si; estaba ordenando unos papeles antiguos, en ese armario, y he hallado nuestra última cuenta. ¿Que cuenta? La de la avenida Henry-Martín. ¡Cómo! ¿Conserva usted esos papeles? ¿Para qué? Se fueron los tres a un saloncito que comunicaba con la rotonda. ¿Es Lupín? se dijo Holmes, invadido por repentina duda. Si, no había duda, era él, pero también otro hombre, que tenía ciertos parecidos con Lupín, y que, no obstante, conservaba su individualidad distinta, sus rasgos personales, su mirada, su color de pelo… De frac, corbata blanca, hablaba alegremente, contando historias que regocijaban al anciano y que movían a sonrisa a Clotilde. Y cada una de estas sonrisas parecía una recompensa codiciada por Lupín. Se mostraba cuan ingenioso y amable podía, e, insensiblemente al sonido de aquella voz clara rebosaba felicidad, el semblante de Clotilde se animaba y perdía aquella expresión de frialdad que la hacía poco simpática. Se quieren, pensó Holmes, pero ¿qué de común debe haber entre Clotilde y Destange y Máximo Bermond? ¿Sabe ella que Máximo y Arsenio son una sola y misma persona? Hasta las siete estuvo escuchando, aprovechándose de las más insignificantes palabras, Después, con infinitas precauciones, bajo y atravesó el lado de la pieza de donde no corría riesgo de ser visto desde el salón. 116

MAURICIO LEBLANC Fuera Holmes se aseguro de que no había automóvil ni coche de punto esperando, y se alejó, cojeando, por el bulevar Malesherbes. Pero, en una calle adyacente, hecho sobre sus hombros el abrigo que llevaba al brazo, dio otra forma a su sombrero, irguió su talle, y, así me metoforseado, volvió a la plaza, en donde espero, fija la mirada en la puerta del hotel Destange. A poco salió Lupín, y por las calles de Constantinopla y de Londres se dirigió hacia el centro de París. A unos cien pasos le seguía Sherlock.

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¡Deliciosos minutos para el inglés! Aspiraba ávidamente el aire, cuál perro de raza que olfatea una pista recién levantada. Gozaba lo indecible al pensar que seguía a su adversario. Ya no era él el vigilado, sino Lupín, el invisible Arsenio Lupín. Lo tenía por decirle así en la punta de su mirada, como atado por lazos imposibles de romper. Y se deleitaba mirando, entre los transeúntes, aquella presa que le pertenecía. Más no tardó en fijar su atención en un extraño fenómeno: en medio del intervalo que le separaba de Lupín, otros hombres se adelantaban en la misma dirección, especialmente dos mocetones con sombrero ancho que iban por la acera de la izquierda, y otros dos por la de la derecha, pero con gorra, fumando cigarrillos. Quizá fuera esto pura casualidad. Pero más suspenso quedó Holmes cuando, al entrar Lupín en un estanco, se detuvieron los cuatro hombres; y

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES mucho más aún al ver que prosiguieron su marcha al mismo tiempo que él, pero aisladamente, siguiendo cada cual por su lado la Chausée d´Antin. ¡Maldición, pensó Holmes, lo sigue la policía! La idea de que otros acosaban a Lupín, de que otros le quitaran a él no la gloria, que poco le importaba, si un placer inmenso, la ardiente voluptuosidad de agarrar, el solo, al más temible enemigo de cuentas hasta entonces le habían hecho frente, aquella idea le exasperaba. Más no era posible dudar: los hombres a que ellos tenían ese aire indiferente, ese aire harto natural de los que, al mismo tiempo que sujetan su pasó al de otra persona, quieren que nadie lo noté. ¿Sabrá Ganimard más de lo que me dice? murmuró Holmes… ¿Se burla de mí? Le dieron ganas de llegarse a uno de los cuatro individuos y de ponerse de acuerdo con él. Pero, como ya cerca del Bulevar era más densa la masa de los transeúntes, temió perder de vista Lupín, y apresuro el paso. Desembocó en momento en que Lupín subía al restaurante húngaro, en la esquina de la calle Helder. La puerta estaba abierta de tal suerte que Holmes, sentado en un banco del Bulevard, del otro lado de la calle, lo vio sentarse ante una mesa lujosamente servida adornada de flores, y a la que se hallaban ya tres caballeros de frac, y dos señora sumamente elegantes, quiénes le acogieron con demostraciones de simpatía. Sherlock Busco con la mirada a los cuatro individuos y los vio, diseminados entre grupos que luchaban la orquesta de tzíngaros de un café vecino. Cosa curiosa, no ocuparse Arsenio Lupín, sino mucho más de las personas que le rodeaban. De repente, uno de ellos sacó de su bolsillo un cigarrillo y se llegó a un señor de levita y de sombrero de copa. El señor presentó su puro, y Holmes comprendió que hablaban, y que hablaban mucho más de lo que exigía el 118

MAURICIO LEBLANC encender un cigarrillo. Después el señor subió hasta el restaurant, hecho una ojeada por la sala, y, viendo a Lupín, se llegó a él, conversaron unos instantes y el recién llegado se fue a una mesa vecina. Observó Holmes que aquél individuo era el jinete de la avenida Henry-Martín. Entonces comprendió. No sólo seguía a Lupín la policía, sino que aquellos hombres formaban parte de su cuadrilla… aquellos hombres velaban por él, eran su guardianes de corps, sus satélites, su atenta escolta… Siempre que corrían el amo un peligro, allí estaban los cómplices, prontos a avisarle, prontos a defenderle. ¡Cómplices los cuatro individuos! ¡Cómplice el señor de levita! El inglés se desesperaba. ¿Podría llegar el momento en que se apoderara de aquel ser inaccesible? ¡Qué poder ilimitado representaba semejante asociación dirigida por semejante jefe! Arrancó una hoja de su cartera, escribió con lápiz algunos renglones, metió la hoja en un sobre, y dijo a un chico de unos quince años que acaba de echarse sobre el banco: Joven toma un coche lleva esta carta a la cajera de la Taberna Suiza, Plaza de Chátelet. A escape… Le dio cinco francos, y el chico desapareció. Transcurrió media hora. La ola de gente había crecido, y ya sólo de cuando en cuando veía Holmes, los acólitos de Lupín. Pero alguien le tocó; y una voz le dijo al oído: ¿Que ocurre señor Holmes? ¿Es usted, señor Ganimard? Si: he recibido sus dos palabras en la taberna.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Qué novedad? Está ahí. ¿Qué dice usted? En el fondo del restaurant… inclínese a la derecha… ¿Le ve usted? No. Está vertiendo champaña a su vecina. No es él. Es él. Le aseguró a usted… Sin embargo… quizá… Ah pillo, ¡qué manera tiene de parecerse a el mismo! murmuro cándidamente Ganimard… ¿Y los demás Cómplices? No su vecina es lady Cliveden, la otra es la Duquesa de Clath y, enfrente, el embajador de España en Londres. Ganimard dio un paso. Sherlock Holmes le retuvo. ¡Qué imprudencia! Esta usted sólo. Él también. No, tiene gente en el bulevar… Sin contar, en el restaurant mismo, señor… Pero, una vez que tenga yo agarrado a Lupín y que grite su nombre, tendré a favor mío a toda la gente a todos los mozos. Preferiría yo algunos agentes. 120

MAURICIO LEBLANC Entonces sí que sé es que se escamarían los amigos de Lupín… No, señor Holmes, lo mejor es que demos el golpe. Tenía razón, y así lo comprendió también Holmes. Valía más intentar la aventura y aprovechándose de circunstancias excepcionales. Únicamente recomendó a Ganimard: Traté de que lo reconozcan a usted lo más tarde posible… Y él mismo se oculto detrás de un kiosco de periódico, sin perder de vista Arsenio Lupín, quien, inclinado hacia su vecina, se sonreía. El inspector atravesó la calle, con las manos en los bolsillos, cuál hombre que sigue derecho su camino. Más, apenas se vio en la acera opuesta, bifurco vivamente y de un salto llegó a la puerta. Un silbido estridente… Ganimard chocó contra el maestresala, que de repente se había plantado ante la puerta y que lo rechazó con indignación, cual si se tratara de un intruso coya mala facha hubiese deshonrado el lujo del restauran. Ganimard se tambaleo, en el mismo instante el señor de levita salía. Tomó partido por el inspector, y ambos, el maestresala y el, disputaban violentamente, pero sin soltar a Ganimard, uno empujándolo y el otro reteniéndolo. En fin, a pesar de todos sus esfuerzos, a pesar de sus protestas furiosas, fue expulsado hasta la acera. Acudieron transeúntes y demás. Dos agentes de policía, atraídos por el ruido, trataron de abrirse paso por entre aquella masa, pero una resistencia incomprensible los inmovilizó, sin que consiguieran desprenderse de los hombres que los estrujaban, y de las espaldas que le cerraban el paso… ¡ Y de repente, como por encanto, queda expedito el camino!... El maestresala, comprendiendo su error, se confunde en excusas, el señor de levita renuncia a defender al inspector, la gente se aparta, los agentes pasan, Ganimard se va la mesa de los seis comensales…

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Ya no son más que cinco! Mira en torno suyo, no hay más salida que la puerta. ¿Donde está la persona que se hallaba en este sitio? Les grita a los cinco comensales estupefactos… Si eran ustedes seis… ¿Dónde está la persona que falta? ¿El señor de Destro? ¡No, Arsenio Lupín! Un mozo se acerca: Ese señor acaba de subir al entresuelo. Ganimard se precipita. El entresuelo consta de saloncitos particulares y posee una salida especial sobre el bulevar… ¡Cualquiera da ya con él! Gime Ganimard.

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Pues no estaba muy lejos: a unos doscientos metros a lo sumo, en el ómnibus Magdalena Bastilla, el cual ómnibus rodaba tranquilamente al trote corto de sus tres caballos, pasaba por la Plaza de la Opera y continuaba por el bulevar de Capuchinas. En la plataforma, dos mocetones con un sombrero de alas anchas conversaban. En la Imperial un hombrecillo parecía dormitar: era Sherlock Holmes. 122

MAURICIO LEBLANC Mecido por el movimiento del vehículo, el inglés monologaba. Si mi buen Wilson me viera, ¡que orgulloso estaría de su colaborador!... ¡Bah!... fácil era de prever, al oír el silbato, que la partida estaba perdida, y que lo mejor era vigilar los alrededores del restaurant. Pero la verdad no carece de atractivos la vida con semejante hombre. En el punto de llegada, Sherlock, inclinándose, vio a Arsenio Lupín pasar ante sus guardias de corps, y le oyó murmurar: “A la Estrella”. A la Estrella, muy bien: se dan cita: Allí estaré yo. Dejémosle a él echar a correr en ese automóvil y, sigamos en coche a los dos compañeros. Los dos compañeros se fueron a pie, llegaron en efecto a la Estrella, y llamaron a la puerta de una estrecha casa situada en el N° 40 de la calle Chalgrín. En el recodo que forma esta callecita poco frecuentada, pudo Holmes ocultarse en la sombra de un hueco de la casa. Una de las dos ventanas de la planta baja se abrió, un hombre de sombrero de alas anchas cerro las maderas. Por encima de estas la imposta se iluminó. Al cabo de diez minutos, un señor vino a llamar a la misma puerta, y, seguidamente, otro individuo. Por fin, un automóvil se paró, y Holmes vio que de él bajaban dos personas, Arsenio Lupín y una señora envuelta en un manto y tapada la cara con un tupido velillo. La Dama rubia, sin duda, se dijo Holmes, mientras se alejaba el automóvil. Dejo que transcurriera un momento, y se acercó a la casa, escaló el reborde de la ventana y, puesto de puntillas, pudo, por la imposta, echar una ojeada sobre la pieza.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Lupín, apoyado contra la chimenea hablaba con animación. En pie ante los demás le escuchaban atentamente. Entre ellos, Holmes reconoció al Señor de levita y creyó reconocer al maestresala del restaurant. En cuanto a la dama rubia, le volvía la espalda, sentada en la butaca. Están en consejo, pensó… Los acontecimientos de esta noche los han inquietado y sienten la necesidad de deliberar. ¡Qué placer sería el poder cogerlos a todos a un tiempo, de un golpe! Uno de los cómplices se movió; Holmes salto a tierra y regresó a su escondrijo. El señor de levita y el maestresala salieron de la casa. Enseguida se iluminó al primer piso; una mano tiro de las maderas de las ventanas. Y todo quedó a oscuras, arriba como abajo. Sherlock pensó: Ella y él se han quedado en la planta: baja los dos cómplices habitan el primer piso. Espero parte de la noche sin moverse, temiendo qué Lupín se fuera durante su ausencia. A las cuatro, viendo a dos agentes de policía en la extremidad de la calle, se llegó a ellos, les explicó la situación y les confió la vigilancia de la casa. Después, se llegó al domicilio de Ganimard, calle Pergolese, e hizo que le despertaran. Otra vez es nuestro. ¿Arsenio Lupín? Sí. Si lo tiene usted tan agarrado como antes, más vale que vuelva a la cama. En fin vayamos a la comisaría. 124

MAURICIO LEBLANC Se fueron a la calle Mesnil, y de allí al domicilio del comisario, señor Decointre. Luego, acompañados de seis agentes. Regresaron a la calle Chalgrín. ¿Hay novedad? preguntó Holmes a los dos agentes de facción. Nada. Despuntaba el alba cuando, ya tomadas sus disposiciones, llamo comisario y se dirigió hacia el cuarto de la portera. Asustada por aquella invasión, la mujer contestó que no había inquilino en la planta baja. ¡Como que no hay inquilino! Exclamo Ganimard. No, señor; sólo en el primer piso los señores Leroux… Han amueblado la planta baja para parientes de provincia… ¿Un señor y una señora?  Si. ¿Quienes vinieron a noche con ellos? Quizá… yo estaba durmiendo… Sin embargo, creo que no: aquí está la llave… no la han pedido… Con dicha llave abrió el comisario la puerta que se hallaba del otro lado del vestíbulo. Sólo dos piezas contenía la planta baja: estaban vacías. ¡Imposible! profirió Holmes, los he visto a ella y a él. El comisario sonrío: No lo dudo, pero ya no están. Subamos al primero. Deben de estar allí. El primer piso lo habitan los señores Leroux.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Interrogaremos a los señores Leroux. Subieron todos la escalera, y el comisario llamó. Al segundo campanillazo, un individuo, que no era sino uno de los guardias de corps, apareció, en mangas de camisa y de muy mal humor. ¡Qué ruido es ese!... ¿No es posible dormir tranquilo? Pero se detuvo confundido: ¿Estoy soñando?... No creo… ¡El señor Decointre!... ¿Y usted también señor Ganimard? ¿En qué puedo servirles? Estalló una formidable carcajada. Ganimard se destornillaba. Leroux… decía… ¡Que gracia!... Leroux cómplice de Arsenio Lupín… ¡Que gracia!... ¿Y su hermano de usted, Leroux, está visible? ¿Estás ahí Edmundo? Es el señor Ganimard… ¡Pero, es posible!... jamás se ha visto cosa igual… ¡Buena le espera a ustedes!... Gracias a que el viejo Ganimard está alerta, y, sobre todo, que tiene amigos que le ayuden… amigos que vienen de lejos. Y volviéndose hacia Holmes, presentó: Víctor Leroux, inspector de la seguridad, uno de los buenos entre los mejores de la brigada de gente escogida… Edmundo Leroux, oficial primero del servicio antropométrico…

V UN RAPTO

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MAURICIO LEBLANC Sherlock Holmes permaneció impasible. ¿Protestar? ¿Acusar a aquellos dos hombres? Era inútil. A menos de pruebas que no poseía y que no quería perder tiempo en buscar, nadie le creería. Rabioso, con los puños apretados, sólo pensaba en no dejar ver, ante Ganimard triunfante, su ira y su decepción. Saludo respetuosamente a los hermanos Leroux, sostenes de la sociedad, y se retiró. En el vestíbulo se desvío hacia una puerta baja que indicaba la entrada de la bodega, Y recogió una piedrecita de color encarnado: Era un granate. Fuera, volvió la cabeza y leyó cerca del No.40 de la calle esta inscripción: “Luciano Destange, Arquitecto. 1877”. Idéntica inscripción en el número 42. Siempre la doble salida, pensó. El 40 y el 42 comunican. ¿Cómo no haber yo pensado en ello? Debí de haberme quedado con los dos agentes, la noche pasada. Dijo a estos: Durante mi ausencia, dos personas han salido por esa puerta, ¿verdad? Y designaba la puerta de la casa vecina. Si, un señor y una señora. Tomo el brazo del Inspector principal, y echando andar con él, le dijo: Señor Ganimard, se ha reído usted demasiado para guardarme rencor por las molestias que le acarreo… No le guardo rencor alguno, señor mío.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Gracias, Pero las bromas, cortas, y soy de parecer que conviene poner término a las mías. Como usted guste. Estamos hoy en el séptimo día. Es indispensable que dentro de tres días Éste yo en Londres. ¡Oh, oh! Estaré, señor mío, y le ruego a usted que esté listo en la noche del martes al miércoles. ¿Para una expedición del mismo género? Dijo con zumba Ganimard. Sí, señor, del mismo género. ¿Y que terminara? Con el apresamiento de Lupín. ¿Usted cree? Se lo juro a usted por mi honor. Holmes saludo, y tomó una habitación en el hotel más cercano, para descansar un poco. Después reanimado, confiado en sí mismo, volvió a la calle Chalgrín, deslizó cuarenta francos en la mano de la portera, se aseguró de que los hermanos Leroux se habían marchado, supo que la casa pertenecía a un tal señor Harmingeat, y, provisto de una bujía, bajó a la bodega por la puertecita junto a la cual había recogido el granate. Al pie de la escalera recogió otro de forma idéntica. No me equivocaba, pensó, por ahí está la comunicación… A ver mi llave especial abre la puerta reservada al inquilino de la planta baja… Sí… muy 128

MAURICIO LEBLANC bien… examinemos estás hileras de vino… ¡Hola, hola! aquí hay sitios que no tienen polvo… y en el suelo hay rastros de pasos… Un ligero ruido fijo su atención. Rápidamente empujó la puerta. Apagó la bujía y se escondió detrás de un montón de cajas vacías. Al cabo de unos segundos noto que uno de los portabotellas de hierro giraba suavemente arrastrando con el todo el lado de la pared al que estaba sujeto. Penetró en la bodega la claridad de un farol. Un brazo asomó. Un hombre entro. Estaba encorvado, como quien busca algo en el suelo. Con la punta de los dedos removía el polvo, y varias veces se levantó y hecho un objeto en una caja de cartón que llevaba en la mano izquierda. Después borró el rastro de sus pasos, así como las huellas dejadas por Lupín y la dama rubia, y se acercó al portabotellas. Arrojó un grito ronco y cayó: Holmes se había tirado a él. El ataque fue rápido y sencillo; al cabo de un minuto, el hombre se hallaba tendido en el suelo, con las muñecas y los tobillos atados. Él ingles se inclino sobre él: ¿Cuánto quieres por hablar… por decir lo que sabes? El hombre contestó con una sonrisa tan irónica, qué Holmes comprendió la vanidad de su pregunta. Se contentó con registrar los bolsillos de su cautivo, pero sus rebuscas sólo le valieron un manojo de llaves, un pañuelo, y la cajita de cartón que llevaba el individuo y que contenía una docena de granates parecidos a los que Holmes había recogido. ¡Escaso botín! Por otra parte, ¿Que iba a hacer con aquel hombre?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Esperar a que sus amigos acudiesen en socorro suyo y entregárselos a todos a la policía? ¿Y para qué? ¿Qué ventaja le valdría a él aquello contra Arsenio Lupín? Vacilaba, cuando el examen de la caja le decidió. Tenía estas señas: “Leonard Joyero, calle de la Paix”. Resolvió simplemente abandonar al hombre. Empujo el portabotellas, cerró la bodega, y salió de la casa. Desde una oficina de correo se envió un despacho al señor Destange, avisándole que no podía ir hasta el día siguiente. Después se fue al joyero, a quien entregó los granates. La señora me envía para estas piedras. Se han soltado de una joya que ella ha comprado aquí. Holmes caía bien. El joyero contestó: En efecto… Esa señora me ha telefoneado. Me dice que ella misma vendrá luego. Solo a las cinco de la tarde fue cuando Holmes, apostado en la acera, vio a una señora cuya cara está oculta por un tupido velillo, y cuyo aspecto le pareció sospechoso. A través del cristal la vio dejar sobre el mostrador una joya antigua adornada de granates. Se marchó casi enseguida, fue a pie a varios sitios, subió hacia Clichy. Y se metió por las calles que el inglés no conocía. Al oscurecer penetraba detrás de ella, y sin que le viera la portera, en una casa de cinco pisos, de dos cuerpos, y, por consiguiente, llena de muchos inquilinos. En el segundo piso, se detuvo y entró. Dos minutos después, el inglés probaba fortuna, y, una tras otra, ensayaba las llaves que le había quitado al hombre. La cuarta hizo jugar la cerradura.

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MAURICIO LEBLANC A través de la sombra que las llenaba, vio todas las piezas absolutamente vacía como las de un cuarto desalquilado, y cuyas puertas estaban todas abiertas. Pero al final de un pasillo, la claridad y una lámpara filtro, y acercándose de puntillas, vio, por un amplio cristal que separaba al salón de un cuarto contiguo, a la dama velada quitarse su abrigo y su sombrero colocarlos sobre el único asiento de que el cuarto, y ponerse una bata de terciopelo. Y la vio también llegarse a la chimenea y empujar un botón de timbre eléctrico. La mitad del lienzo de pared que se extendía la derecha de la chimenea se movió, corrió en el sentido mismo de la pared, y se insinuó en el espesor del lienzo vecino. Ya que hubo sitio suficiente, la dama paso… y desapareció, llevándose la lámpara. El sistema era sencillo; Holmes lo utilizó. Anduvo en la oscuridad, a tientas, pero enseguida tropezó a su cara con cosas blandas. Encendió una cerilla y vio que estaba en el gabinetito lleno de vestidos y de ropas colgadas de varillas. Se abrió pasó y se detuvo ante el hueco de una puerta cerrada por una tapicería o mejor dicho por el revés de una tapicería. Consumida su cerrilla, vio luz que calaba por la trama floja y gastada de la tapicería., Entonces miro. La dama rubia estaba allí, bajo sus ojos, al alcance de su mano. Apago la lámpara y encendió la electricidad. Por primera vez pudo Holmes ver su rostro en plena luz. Se estremeció. La mujer a quien por fin veía el de cerca al cabo de tantas vueltas y revueltas no era sino Clotilde Destange.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES





¡Clotilde Destange la homicida del Barón de Hautrec y la ladrona del diamante azul! ¡Clotilde Destange, la misteriosa amiga de Arsenio Lupín! ¡La dama rubia, en fin! En verdad que no soy más que asno, pensó el detective. Porque es rubia la amiga de Lupín y morena Clotilde, no se me ha ocurrido que una y otra fuera la misma mujer… ¡Como si pudiera seguir siendo rubia la Dama rubia después del homicidio del barón y el robo de la sortija! Veía Holmes parte de la pieza, elegante cuarto tocador de mujer, adornado de colgaduras claras y de baratijas costosas. Clotilde se había sentado sobre un diván, y permanecía inmóvil, con la cabeza entre sus manos. Al cabo de un instante noto Holmes que lloraba. Gruesas lágrimas caían sobre sus pálidas mejillas, corrían hacia su boca, y cayendo a gota a gota sobre el terciopelo de su cuerpo. Y otras lágrimas la seguían indefinidamente, cuál si salieran de inagotable Manantial. Era un tristísimo espectáculo, aquella tétrica y resignada desesperación que se manifiesta por el lento correr de aquellas lágrimas. Pero una puerta se abrió detrás de ella. Arsenio Lupín entró. Se miraron largo rato, sin decir una palabra; después él se arrodilló junto a ella, y le apoyó la cabeza contra su pecho, la abrazo, y había en aquel abrazo una ternura profunda y mucha compasión. No se movían. Un dulce silencio los unió, y las lágrimas de la joven eran menos abundantes. ¡Deseaba yo tanto hacerte feliz!

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MAURICIO LEBLANC Soy feliz. No, puesto que lloras… Tus lágrimas me acongojan, Clotilde. A pesar de todo, la mujer era ganada por aquella por aquella voz acariciadora, y escuchaba ávida de esperanzas y de felicidad. Una sonrisa hablando su semblante, pero una sonrisa muy triste todavía… Dijo él con tono de súplica: No estés triste, Clotilde, no debes estarlo. No tienes derecho a estar triste. Le enseñó a ella sus manos blancas, finas y flexibles, y dijo gravemente: Mientras sean mías estas manos estaré triste. Máximo. Pero, ¿Por qué? Han matado. Máximo exclamó: ¡Cállate! no pienses en eso… el pasado ha muerto, el pasado no cuenta ya. Y besaba el aquellas largas y pálidas manos, y le miraba ella con sonrisa más animada, cuál si Cada beso del hombre borrar un poco del horrible recuerdo. Es preciso que me ames, Máximo, es preciso porque, ninguna mujer te amará como yo. Para complacerte, he obrado, obro aún, no según tus mandatos, si no según tus más secretos deseos. Efectuó actos contra los cuales se revelan mis instintos y mi conciencia toda: pero no puedo resistir… Cuánto hago, lo hago máquina maquinalmente, porque te reporta utilidad, porque tal es tu deseo… y estoy pronta a comenzar de nuevo mañana… y siempre. 133

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Dijo él con amargura: ¡Ah, Clotilde, porque haberte yo mezclado a mi azarosa vida! Debí haber seguido siendo el Máximo Bermond a quien amaste, hace cinco años, y no hacerte conocer… al otro hombre que hay en mí. Contestó ella en voz muy baja: También amo al otro hombre, y no Lamento nada. Si, lamenta su vida pasada, la vida franca, la luz del día. ¡Nada hecho de menos cuando te veo! dijo ella apasionadamente. Toda falta, todo crimen se borra de mi recuerdo cuando mis ojos te ven. Poco me importa ser desgraciada lejos de ti, y padecer, y llorar, y horrorizarme de cuánto hago: tu amor lo borra todo… todo lo acepto… ¡Pero es preciso que me ames!... No te amo porque es preciso que te amé, Clotilde sino por la única razón de que te amo. ¿Estás seguro? dijo ella confiada. Estoy seguro de mí como de ti. Sólo que, mi existencia es violenta y febril, y no siempre puedo consagrarte cuánto tiempo quisiera. La joven se asustó. ¿Que hay? ¿Otro nuevo peligro? Habla, pronto. ¡Oh! nada grave aún. No obstante… Me persigue… ¿Holmes?

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MAURICIO LEBLANC Si. Él es quien ha lanzado a Ganimard en el asunto del restaurante húngaro. Él quien puso el asecho, anoche, a los dos agentes de la calle de Chalgrín… Tengo pruebas de ello. Ganimard ha registrado la casa esta mañana, Y Holmes lo acompañaba. A más de esto… ¿Qué? Pues hay otra cosa; nos falta uno de nuestros, Jeanniot. ¿El portero? Sí. Pero si lo envié yo esta mañana a la calle Chalgrín, para que recogiera unos granates que se me habían caído de mi broche. Pues no hay duda: habrá sido apresado por Holmes. No, puesto que los granates han sido llevados al joyero. En ese caso, ¿qué ha sido de él, desde entonces? ¡Oh, Máximo, tengo miedo! No hay por qué asustarse. Pero confieso que la situación es muy grave. Que sabes Holmes? ¿Donde se oculta? Su fuerza reside en su aislamiento. Nada puede delatarle. ¿Que decides? Una extremada prudencia, Clotilde. Desde hace tiempo estoy resuelto a mudarme allá, al asilo inviolable que tú sabes. La intervención de Holmes me obliga a mudarme enseguida. Cuando un hombre como él sigue una pista, preciso es decirle que fatalmente llegará al cabo de esa pista. Por consiguiente, todo está preparado. Pasado mañana, miércoles, se efectuara la la mudanza. A mediodía todo quedará terminado. A las dos, podré yo 135

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES marcharme, después de haber borrado las últimas huellas de nuestra instalación, lo cual no es poca tarea. De aquí a entonces… ¿De aquí a entonces?... No debemos vernos, y nadie debe vernos, Clotilde. No salgas. Nada temo por mí, pero todo lo temo tratándose de ti. Es imposible que ese inglés llegué hasta mí. Todo es posible con él, y desconfío. Ayer, cuando estuve a punto de ser sorprendido por tu padre, había yo ido a tu casa para registrar el armario que encierra los antiguos registros del señor Destange. Esos documentos son un peligro. Por supuesto, en todo hay peligro. Adivino al enemigo que me acecha en la sombra que se va acercando. Siento que nos vigila… que tiende sus redes en torno nuestro. Esa intuición mía no me engaña nunca. En ese caso, vete, Máximo, y no pienses en mis lágrimas. Tendré valor, y esperaré a que desaparezca el peligro. Adiós, Máximo. Le dio la joven un prolongado y tierno abrazo, y ella misma fue la que le obligó a marcharse. Holmes oyó alejarse el sonido de sus voces. Resueltamente, sobreexcitado por la necesidad de obrar contra todo y contra todos, que desde la víspera le estimulaba, se aventuró en una antecámara al cabo de la cual había una escalera. Pero, ya a punto de bajar, oyó una conversación en el piso inferior, y juzgó preferible seguir un pasillo circular que le condujo a otra escalera. Al final de la escalera le sorprendió mucho ver muebles cuya forma y sitio conocía el ya. Había una puerta entreabierta. Penetró en una amplia pieza redonda: Era la biblioteca del señor Destange. ¡Superior, admirable! murmuro; me doy cuenta de todo. El cuarto tocador de Clotilde, es decir, de la Dama rubia, comunica con uno de los 136

MAURICIO LEBLANC cuartos de la casa vecina, y esa casa vecina tiene su salida, no a la plaza Malesherbes, si no a una calle adyacente, la calle Montchanin, me parece… ¡Muy bien! ahora me explico como Clotilde va juntarse con su amado, mientras, mientras para todos resulta una joven que no sale nunca. Y también me explico como Lupín surgió cerca de mí, ayer tarde, en la galería: debe haber otra comunicación entre el cuarto vecino y dicha biblioteca. Y concluía. ¡Otra casa con trampa, y construida, sin duda, por Destange! Ahora se trata de aprovecharme de mi pasó por aquí para examinar el contenido del armario… Y para documentarme sobre las demás cosas que tienen también trampa. Holmes subió a la galería y se escondió detrás de la colgadura del pasamano. Allí quedó hasta el final de la velada. Un criado vino a apagar las lámparas eléctricas. Una hora después, el inglés hizo funcionar el muelle de su farol y se dirigió hacia el armario. Contenía este, ya lo sabía él, los antiguos papeles del arquitecto: legajos, proyectos, libros de contabilidad. En segundo término, una serie de registros, clasificados por orden de antigüedad: Tomó alternativamente los de los últimos años, examinando enseguida la página de recapitulación, y, más especialmente, la letra H. Por fin. Ya que hubo descubierto la palabra Harmingeat, acompañada del número 63, se fue a la página 63 y leyó: “Harmingeat 40, calle Chalgrín.” Seguía el detalle de obras ejecutadas para dicho cliente para instalar un calorífero en su inmueble. Al margen, esta nota: “Ver legajo M.B.” Justamente, el legajo que necesito ver, el legajo M.B. Por él, conoceré el domicilio actual del señor Lupín. 137

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Sólo al ser ya casi de día fue cuando, en la segunda mitad de un registro, descubrió aquel famoso legajo. Tenía quince páginas. Una de ellas reproducía la página consagrada al Señor Harmingeat de la calle Chalgrín. Otra detallaba las obras efectuadas para un señor Vatinel, propietario, 25, calle Chapeyrón. Otra estaba reservada al barón de Hautrec, 134, Avenida Henry-Martín, otra al castillo de Crozón, y las once restantes a varios propietarios de París. Copio Holmes aquella lista de once nombres y de once señas, colocó de nuevo en su sitio los legajos, abrió una ventana, y saltó sobre la plaza desierta, cuidando de empujar las maderas. En su cuarto del hotel encendió su pipa con la gravedad que aportaba a este acto, y, rodeado de nubes de humo, estudió las conclusiones que podían sacarse del legajo M.B. o, mejor dicho, de legajo Máximo Bermond, alias Arsenio Lupín. A las ocho enviaba a Ganimard el siguiente neumático: Iré sin duda, esta mañana a la calle Pergolese y le confiaré una persona cuya captura es de suma importancia. En todo caso, está usted en su casa esta noche, y mañana miércoles hasta mediodía, y vea de disponer de treinta hombres. Después tomó el bulevar un automóvil de punto cuyo watman le gustó por su cara alegre y poco inteligente, y se hizo Conducir a la plaza Malesherbes, cincuenta pasos más lejos que el hotel Destange. Cierre usted su coche, le dijo al conductor, alce el cuello de su abrigo de pieles, porque el viento es frío, y espérenme tranquilamente. Dentro de una hora y media, ponga en marcha su motor; Y Tan pronto como yo regresé, andando a la calle Pergolese.

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MAURICIO LEBLANC En el momento de traspasar el umbral del hotel, tuvo una última vacilación: ¿No era una falta el ocuparse así de la dama rubia mientras terminaba Lupín sus preparativos de marcha? ¿No hubiese sido mejor, con ayuda de la lista de los inmuebles, buscar enseguida el domicilio de su contrario? ¡Bah! pensó, una vez que me haya apoderado de la dama rubia, seré dueño de la situación. Y llamó.

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Ya estaba el señor Destange en su biblioteca. Trabajaron un momento, y buscaba Holmes un pretexto para subir hasta el cuarto de Clotilde, cuando entró la joven, dio los buenos días a su padre, se sentó en el saloncito y se puso a escribir. Desde su sitio la veía Holmes, inclinada sobre la mesa; a ciertos momentos se detenía, muy pensativa. Espero; después, tomando un volumen, dijo el señor Destange: He aquí justamente un libro que la señorita Destange me ha pedido que le lleve tan pronto como diera con él. Se fue al saloncito y se colocó delante de Clotilde, de manera que no pudiese verla su padre, y dijo: Soy el Señor Stickmann, el nuevo Secretario del Señor Destange. 139

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Ah! Contestó la joven sin moverse. ¿Por lo visto mi padre ha cambiado de secretario? Sí señorita, y desearía hablarle a usted. Tómese la molestia de sentarse, he terminado. Añadió algunas palabras a su carta, firmo, cerro sobre, pidió comunicación telefónica con su modita, la obtuvo, rogo a esta que apresurara la confección de un abrigo de viaje que le urgía tener, y, por fin, volviéndose hacia Holmes: Le escucho a usted, caballero. Más ¿No puede efectuarse ante mi padre nuestra conversación? No, señorita, y es más, la suplicare que no alce la voz. Es preferible que no oiga el señor Destange. ¿Preferible para quién? Para usted señorita. No admito conversación que mi padre no pueda oír. Sin embargo, es preciso que admita usted está. Uno y otro se levantaron, cruzando sus miradas: Dijo ella. Hable usted, caballero. En pie, comenzó el.

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MAURICIO LEBLANC Usted me dispensara si me equivoco sobre ciertos puntos secundarios. Lo que garantizo es la exactitud general de los incidentes que expongo. Nada de frases, por favor. Hechos. Esta interrupción, lanzada bruscamente, le hizo comprender que la joven estaba en guardia; y prosiguió: Bien, pues iré derecho al grano. Dice nada de frases. Por favor. Hechos. Esta interrupción, lanzada bruscamente, le hizo comprender que la joven estaba en guardia; y prosiguió: Bien, pues sí iré de hecho al grano. Hace cinco años, su señor padre de usted trabó conocimiento con un tal Don Máximo Bermond, quién se presentó a él como un contratista de obras… o arquitecto, no pudo precisar. El hecho es que el señor Destange le tomó cariño aquel joven, y como el estado de su salud no le permitía ocuparse de sus asuntos, confío al Señor Bermond la ejecución de algunos encargos aceptados por él, por tratarse de antiguos clientes, y que parecían en relación con las aptitudes de su colaborador. Sherlock se detuvo. Le pareció que la palidez de la joven se había acentuado. No obstante dijo ella con mucha calma: No estoy al tanto de tales cosas, y, sobre todo, no veo en que puedan interesarme. En esto, señorita: Que el verdadero nombre de Don máximo Bermond, y esto lo sabe usted mismo que yo, es Arsenio Lupín. La joven se echo a reír.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿De veras? ¿Arsenio Lupín? ¿Con que don Máximo Bermond se llama Arsenio Lupín? Tal y como tengo la honra de decírselo a usted, señorita, y puesto que se niega usted a comprenderme con palabras cubiertas, añadiré que Arsenio Lupín ha hallado en esta casa, para el cumplimiento de sus proyectos, una amiga, más que una amiga, una cómplice ciega y apasionadamente devota de él. Se levantó Clotilde y sin emoción, o cuando menos con tan poca emoción que maravilló a Holmes la dueña que era de sí misma, declaró: Ignoro que qué fin se propone usted, y quiero ignorarlo. Le ruego No añada ni una palabra más y salga de aquí. No ha sido mi intención el imponerle usted indefinidamente mi presencia, contesto Holmes, tan sereno como ella. Solo que, he resuelto no salir solo de este hotel. ¿Y quién ha de acompañarle caballero? ¡Usted! ¿Yo? Si, señorita; saldremos juntos de este hotel, y usted me seguirá, sin una protesta, sin una palabra. Lo que de extraño había en aquella escena era la calma absoluta de los dos adversarios. Más bien que un duelo implacable entre dos poderosas voluntades, si hubiera creído, por la actitud de ambos y por el tono de su voz, que aquello era una discusión cortés entre dos personas que no son del mismo parecer.

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MAURICIO LEBLANC En la rotonda toma por la amplia luna transparente, veíase al señor Destange manejando sus libros con movimientos acompasados. Clotilde se sentó en cogiéndose ligeramente de hombros. Sherlock sacó su reloj. Clotilde se sentó en cogiéndose ligeramente de hombros. Sherlock saco su reloj. Son las diez treinta dentro de cinco minutos nos marchamos. ¿Si no? Si no, me llegó al señor Destange y le cuento… ¿Qué? La verdad. Le cuento la vida Mentirosa de Máximo Bermond, y le cuento la doble existencia de su cómplice. ¿De su cómplice? Si de la conocida por: La Dama rubia, de la que fue rubia. ¿Y Qué pruebas le dará usted? Lo llevaré a la calle Chalgrín, y le enseñaré el pasaje que Arsenio Lupín, aprovechándose de las obras cuya dirección estaba encargada, ha hecho abrir por su gente entre 40 y el 42, el pasaje que les ha servido a ustedes, a ambos, hace dos noches. ¿Y qué más? Luego, llevaré al señor Destange a la casa del señor Detinan, bajaremos la escalera de servicio por la cual bajo usted con Arsenio Lupín para sustraerse a Ganimard. Y ambos buscaremos la comunicación sin duda 143

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES análoga que existe con la casa vecina, casa cuya salida da al Bulevard de Batignolles y no a la calle Chapeyrón. ¿Y qué más? Luego, llevaré al señor Destange al castillo de Crozón, y le será fácil, a él qué sabe qué género de obras ejecutó Lupín cuando fue restaurado el castillo, descubrir los pasajes secretos que Lupín ha hecho efectuar por su gente. Vera que esos pasajes le han permitido a la Dama rubia introducirse, de noche, en el cuarto de la condesa, y tomar sobre la chimenea el diamante azul; y, después, introducirse en el cuarto del señor Bleichen y ocultar ese diamante azul en un frasco de tocador… acto bastante extraño, lo confieso, venganza de mujer quizá; no lo sé, y poco me importa. ¿Y que más? La acuso a usted de haber matado al barón de Hautrec, al No. 134 de la avenida Henry-Martín, y veremos de averiguar como el señor Destange… ¡Cállese, cállese! balbuceo la joven con repentino espanto… ¡le prohíbo a usted!... de modo que se atreve usted a decir que soy yo quien… usted me acusa. La acuso a usted de haber matado al barón de Hautrec. No, no, eso es una infamia. Ha matado usted al varón de Hautrec, señorita. Entró a su servicio con el nombre de Antonieta Brehat, con objeto de robar el diamante azul, y lo ha matado usted. De nuevo murmuró, rendida, suplicante: Cállese, caballero, por favor…. Puesto que no he asesinado al barón.

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MAURICIO LEBLANC No he dicho que lo haya usted asesinado, señorita. El barón padecía accesos de locura que sólo Sor Augusta podía calmar: Ella misma es quién me lo ha dicho. En ausencia de la religiosa, es de suponer que el barón haya querido maltratarla a usted, y durante la lucha, y para defender su propia vida, le hirió usted. Espantada por semejante acto, llamó usted y huyo, sin siquiera arrancar del dedo de su víctima aquel diamante azul que le habían mandado a usted que robara. Poco después, volvía usted con uno de los cómplices de Lupín, criado de una casa vecina, transportaban ustedes al barón a su cama, ponían en orden el cuarto…. Pero siempre sin atreverse a coger a coger el diamante. Esto es lo que ha ocurrido. Repito, pues, que no ha asesinado usted al varón. Sin embargo, sus manos de usted son las que le han herido de muerte. Las tenía ella cruzadas sobre la frente, aquellas sus finas y pálidas manos, y así las tuvo largo rato, inmóviles. Por fin descruzando sus dedos descubrió su semblante doloroso, y dijo: ¿Y eso es todo lo que se propone usted decirle a mi padre? Si, y le diré que tengo como testigo a la señorita Gerbois, quien reconocerá a Dama rubia; a sor Augusta, quién reconocerá Antonieta Brehat; a la Condesa de Crozón, quién reconocerá a la señora de real. Esto es lo que le diré. No se atreverá usted, dijo la joven, recobrando su sangre fría ante la amenaza de un peligro inmediato. Holmes se levantó un paso hacia la biblioteca. Clotilde detuvo: Un instante, caballero. Reflexionó, ya dueña de sí misma, y con serenidad le preguntó:

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Es usted, Sherlock Holmes, verdad? Sí. ¿Qué quiere usted de mí? ¿Lo que quiero? Se está, entre Lupín y yo, riñendo un duelo del que he de salir vencedor. En espera de un desenlace que no puede tardar, estimó que rehenes de la importancia de ustedes me dan sobre mi adversario una ventaja que no puedo desaprovechar señorita, y la dejaron depositada en manos de un amigo mío. Tan pronto como allá yo alcanzado el fin que me propongo, quedará usted libre. ¿Es todo? Es todo. No pertenezco a la policía de su país de usted, y por consiguiente, carezco de todo derecho…. De justiciero. Parecía estar decidida. No obstante, exigió un momento más de tregua. Sus ojos Se cerraron, y Holmes la miraba repentinamente se había tranquilizado, casi indiferente a los peligros que la cercaban. ¡Se cree siquiera en peligro? pensaba el inglés. No, puesto Lupín la protege. Con Lupín está uno a salvo de todo. Lupín es todopoderoso. Lupín es infalible. Señorita, hable de cinco minutos, y ya van transcurridos más de treinta. ¿Me permite usted, caballero, que suba a mi cuarto para tomar mi abrigo y mi sombrero? Si usted quiere señorita, iré a esperarla a la calle Montchanin. Soy muy amigo del portero Jeanniot.

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MAURICIO LEBLANC ¡Ah! ¿Está usted enterado?... dijo ella con visible espanto. Estoy enterado de muchas cosas más. Bien; llamaré. Le trajeron su sombrero y su abrigo, Holmes le dijo: Es preciso que de usted al Señor Destange es una razón que explique nuestra salida, y que esa razón pueda, en caso necesario, explicar su ausencia de usted por espacio de algunos días. Inútil. Estaré de vuelta Dentro de poco. De nuevo se desafiaron con la mirada, irónicos ambos y sonrientes. ¡Qué segura está usted de él! Dijo Holmes. Ciegamente. ¿Cuánto hace bien hecho, verdad? Cuánto quiere, lo realiza. Y usted lo aprueba todo, y a todo está usted pronta por él. Le amo dijo ella con un estremecimiento de pasión. ¿Y usted cree que la salvará? Se encogió de hombros, y, adelantándose hacia su padre le dijo: Me llevó al Señor Stickmann. Vamos a la Biblioteca Nacional. Vuelves para el almuerzo. Acaso… es decir, no… tonto pero no estés con cuidado… Y declaró firmemente a Holmes:

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Le sigo a usted, caballero. ¿Sin segunda intención? Con los ojos cerrados.  Si intenta Usted escaparse, llamo, gritó, la arrestan a usted, y a la cárcel. No olvide que la justicia busca a la Dama rubia. Le juro a usted por mi honor que no intentaré nada para escaparme. La creo a usted. Vamos. Juntos, como él lo había predicho, salieron del hotel.

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En la plaza esperaba el automóvil, vuelto en sentido opuesto. Veíase la espalda del conductor y su gorra, medio oculta por el cuello de su abrigo de pieles. Al acercarse Holmes oyó el ronquido del motor. Abrió la portezuela, pidió a Clotilde que subiera, y se sentó junto a ella. El coche arrancó bruscamente, ganó los Boulevares exteriores, la avenida Hoche, la avenida de la Grande Armée. Sherlock, pensativo, combinaba sus planes. Ganimard está en su casa…. Dejó la joven entre sus manos... ¿Le diré quién es esta joven? No, la llevaría derechita al Depósito central, y todo quedaría estropeado. Una vez sólo, consultó la lista de legajo M.B., y me pongo en busca de mi hombre. Y esta noche o mañana a más tardar, voy a 148

MAURICIO LEBLANC ver a Ganimard, según quedó convenido con él, y le entregó Arsenio Lupín y su cuadrilla… Se refregó las manos, feliz al ver que iba a alcanzar el fin apetecido y que ningún obstáculo serio le estorba. Y, cediendo una necesidad de expansión que contrastaba con su temperamento, exclamó: Perdone usted, señorita, si muestro tanta satisfacción. La batalla fue reñida, y el éxito me es particularmente grato. Éxito legítimo, señor mío, y qué le da usted derecho a regocijarse. Gracias. Pero, ¡Que extraño camino seguimos! ¿No habrá comprendido bien el conductor? En aquel momento salían de París por la puerta de Neuilly. ¡Qué demonio! Sin embargo la calle Pergolese no estaba afuera del recinto de la capital. Holmes bajo el cristal. Oiga, conductor, se equivoca usted... ¡Calle Pergolese!... El hombre no contestó. El detective repitió más recio: Le digo a usted que vaya a la calle Pergolese. El hombre no contestó. ¿Está usted sordo, amigo por lo hace usted adrede?... Nada tenemos que hacer por aquí... ¡A la calle Pergolese!... Le mandó a usted que de media vuelta inmediatamente.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Siempre el mismo silencio. El inglés tuvo un sobresalto. Miró a Clotilde: Una indefinible sonrisa plegaba los labios de la joven. ¿Por qué se ríe usted? le preguntó malhumorado... Este incidente nada tiene que ver... En nada cambia los sucesos... En nada, absolutamente, contestó ella. De repente, una idea lo trastorno. Levantándose a medias, examino más atentamente al conductor. Los hombros serán menos fornidos la actitud era más elegante,... Un sudor frío cubrió su cuerpo, sus manos se crisparon una espantosa convicción se impuso a su espíritu: Aquel hombre, era Arsenio Lupín. Oiga, señor Holmes, ¿qué dice usted de este paseíto? Delicioso, querido señor, realmente delicioso, contesto Holmes. Quizá no había, hasta la fecha, tenido que hacer sobre sí mismo esfuerzo tan tremendo como el que necesito entonces para articular aquellas palabras sin que se le alterara la voz, sin que tras luciera la ira formidable qué zumbaba en todo su ser. Más enseguida, una terrible reacción se produjo, una ola de rabia y de odio rompió los diques, arrastró su voluntad, y con gesto brusco, sacando su revólver, apunto a Clotilde. Parece en el acto, Lupín, o mató a esta joven. Le recomiendo usted que apunte a la mejilla para alcanzar la sien, contesto Lupín sin volver la cabeza. Clotilde dijo: Máximo, no vaya tan deprisa, el suelo está resbaladizo, y soy muy medrosa.

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MAURICIO LEBLANC Seguía sonriéndose, fija la mirada en el camino, que parecía alzarse ante el vehículo. ¡Que pare, que pare enseguida, le dijo Holmes, loco de ira, ya ve usted que estoy dispuesto a todo! El Cañón del arma rozo el pelo de la joven. Murmuró está: ¡Ese máximo es de una imprudencia! Si sigue así, vamos a tener un fracaso. Holmes metió el arma en su bolsillo y agarró la manecilla de la portezuela, dispuesto a tirarse del coche, a pesar de lo absurdo de semejante acto. Clotilde le dijo: Cuidado, caballero, que lo sigue un automóvil. Holmes Se inclinó. El coche seguía en efecto, enorme, de aspecto inquietante con su proa aguda, de color de sangre, y los cuatro hombres, con pieles de animales, que lo montaban. Vaya, pensó, estoy bien guardado, tengamos paciencia. Cruzó los brazos sobre su pecho, con esta sumisión orgullosa de los que se inclinan Y esperan, cuando el destino se vuelve contra ellos. Y mientras atravesaban el Sena, dejando atrás a Suresnes, Rueil, a Chatou, inmóvil, resignado, dueño de su ira y sin amargura, sólo pensaba en descubrir por qué milagro había Lupín sustituido al otro conductor. Qué el bonachónote watman escogido por el horas antes en el Bulevard fuese un cómplice colocado allí de antemano, esto no lo admitía Holmes. Sin embargo, era preciso que Lupín recibiera algún aviso, y no podía haberlo

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES recibido sino después del momento en que él, Holmes, había amenazado a Clotilde, puesto que nadie, antes, sospechaba su proyecto. Ahora bien, el momento, Clotilde no se había apartado de él. Recordó: La comunicación telefónica pedida por la joven, su conversación con su modista. Y enseguida comprendió. Aún antes de que dijera él una palabra, con solo anunciarle a la joven que deseaba decirle algo a solas, había ella olfateado un peligro, y, fríamente, naturalmente, cuál sí en efecto hablara ella con su modista, había llamado a Lupín en socorro suyo, empleando fórmulas convenidas entre ellos. Cómo había venido Lupín, como aquel automóvil en espera, con su motor en movimiento le había parecido sospechoso, cómo había sobornado el conductor, todo eso era secundario. Lo que apasionaba a Holmes hasta el punto de calmar su furor, era la evocación de aquel instante en que una simple mujer, pero enamorada, no hay que olvidarlo domando sus nervios, refrenando su instinto, inmovilizando sus músculos de su cara, sometiendo la expresión de sus ojos había engañado al viejo Sherlock Holmes. ¿Qué hacer contra un hombre servido por tales auxiliares, y que, por el sólo ascendiente de su autoridad, infundía a una mujer tales provisiones de audacia y de energía? Franquearon el Sena subieron la cuesta de Saint Germain; pero, a unos quinientos metros más allá de esta ciudad, el vehículo a corto el paso. El otro coche se llegó al primero, y ambos se detuvieron punto No había nadie en las cercanías. Señor Holmes, dijo Lupín, tenga la amabilidad de mudarse de coche. El nuestro es demasiado lento… ¡Con mucho gusto! Exclamo Holmes, tanto más solicito cuanto que no podía evadirse. 152

MAURICIO LEBLANC También me permitirá usted que le preste este abrigo de pieles, pues vamos a andar algo de prisa, y que le ofrezca estos emparedados… Sí, sí, tómelos, ¡Quien sabe cuándo podrá usted sentarse a la mesa! Los cuatro hombres se habían apeado. Uno de ellos se acerco, y, como se había quitado los anteojos que ocultaban su verdadera expresión de cara, Holmes reconoció al señor de la levita del restaurante húngaro, Lupín le dijo: Devuelva este automóvil al conductor a quien se lo alquile. Está esperando en la primera tienda de vinos a la derecha de la calle Legendre. Le entregara usted los segundos mil francos prometidos. Se me olvidaba: Dé usted sus anteojos al señor Holmes. Estuvo hablando un momento con Clotilde, luego tomó el volante, y arrancó. A su lado estaba Sherlock Holmes, y, letras, uno de sus hombres. No había exagerado Lupín al decir que irían de prisa. Desde los primeros momentos, la velocidad fue vertiginosa. El Horizonte venía a su encuentro, cómo atraído por una fuerza misteriosa, y desapareció enseguida como tragado abismo hacia el cual otras cosas, en el acto, árboles, casas, llanuras y bosques, se precipitaban con el tumultuoso apresuramiento de una sima. Ni una palabra cambiaron Holmes y Lupín. Por encima de sus cabezas, las hojas de Los álamos hacían un ruido de alas, bien acompasado por el espacio regular entre árbol y árbol. Las ciudades se desvanecían: Nantes, Vernon, Gaillón. De uno a otro cerro de Bon-Secours a Canteleu, Rouen, sus alrededores inmediatos, su puerto, sus kilómetros de muelles, Rouen parecía no más la calle de un villorio. Después vinieron Duclair, Caudebec, el país de Caux, cuyas ondulaciones rozo la máquina con su poderoso vuelo; y Lillebonne, y Quillebenf. Y hete que de repente se hallaron a orilla del Sena, en la extremidad de un muellecito, cerca del cual esperaba un yate de líneas sobrias y robustas, y cuya chimenea lanzaba espirales de humo negro.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES El coche se detuvo. En dos horas habían recorrido poco menos de doscientos kilómetros.

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Un hombre se adelantó con traje de Marino; su gorra tenía un galón de oro. Saludo. ¡Muy bien capitán! Exclamó Lupín. ¿Recibió usted el telegrama? Lo recibí. ¿Está lista la golondrina? La golondrina está lista. En ese caso, señor Holmes... El inglés miro en torno suyo, vio un grupo de personas en la terraza de un café, otro más cerca, vacilo un momento, y, comprendiendo que antes de que acudiera nadie, sería apresado, atado y metido en el fondo del barco, siguió a Lupín al camarote del capitán. Era amplio, sumamente aseado; todo en el relucía. Lupín cerró la puerta, y sin preámbulo, casi brutalmente, le preguntó a Holmes: ¿Qué sabe usted? Todo. 154

MAURICIO LEBLANC ¿Todo? Precise. Ya no había en el tono de su voz aquella cortesía un tanto irónica con qué extremaba las frases dirigidas al inglés; ahora hablaba como un amo que acostumbra a mandar y ante quién todo el mundo baja la cabeza, así se tratara de un Sherlock Holmes. Se midieron con la mirada, ya enemigos, prontos a la lucha. Un tanto enervado, Lupín prosiguió: Ya son muchas las veces, caballero, qué le hallo a usted en mi camino; todas ellas sobran, y estoy harto de perder tiempo en burlar las trampas que usted me prepara. Por eso, le prevengo que mi conducta con usted dependerá de su contestación. ¿Qué sabe usted de fijo? Todo caballero, le repito a usted. Lupín se contuvo, y con voz cortante: Voy a decírselo a usted, yo, lo que sabe. Sabe usted que, con el nombre Máximo Bermond, he... retocado quince casas edificadas por el señor Destange. Sí. De esas quince casas, conoce usted cuatro. Si. Y tiene usted la lista las once siguientes. Sí. Ha tomado usted esa lista de la casa del señor Destange, anoche, sin duda...

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Sí. Y como supone usted qué, entre esos once inmuebles hay fatalmente uno que me reservo para mí y mis amigos, ha confiado usted a Ganimard el encargo de averiguar me retiro. No. ¿Lo cual significa? Lo cual significa que obro solo, y que me disponía a descubrir ese escondrijo. Entonces, nada es de temer, puesto que está usted entre mis manos. Nada ha de temer usted mientras que yo esté entre sus manos de usted. ¿Lo cual quiere decir que se escapara usted de entre ellas? Sí. Lupín se acercó más al inglés, y, poniéndole suavemente la mano en el hombro: Escucha, señor mío, no estoy para discusiones, y por desgracia, para usted, no sé haya en condiciones de vencerme. Por consiguiente, acabemos. Acabemos. Va usted a darme su palabra de honor de que no tratar a usted escaparse de este barco antes de llegar a aguas inglesas. Doy a usted mi palabra de honor de tratar, por todos los medios de escaparme de aquí, contestó Holmes, indomable.

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MAURICIO LEBLANC Pero, caracoles, sabe usted que no tengo más que decir una palabra para que quede usted en la imposibilidad de moverse. Todos estos hombres no obedecen ciegamente con sólo que lo indique, le ataran a usted por el cuello con una cadena de hierro. Las cadenas se rompen. .... Y le tiraron al agua a diez millas de toda costa. Sé nadar. Bien contestado, exclamó Lupín riéndose. Estaba enfadado. Perdone maestro... Y acabemos. ¿Admite usted que teme cuantas medidas son necesarias para mí conversación y la de mis amigos? Desde luego; pero todo es inútil. Así creo. Sin embargo, no me guardará usted rencor si tomó precauciones. Es su deber de usted. Pues allá voy. Abrió Lupín la puerta y llamó al capitán y a dos marineros. Cogieron estos al inglés, y, después de haberle registrado sus bolsillos, le ataron las piernas y lo amarran a la cama del capitán. ¡Basta! Mandó Lupín en verdad, es menester su obstinación, caballero, y la excepcional gravedad de las circunstancias, para que me atreva a permitirme... Los Marineros se retiraron. Lupín le dijo al Capitán: Las dos y cinco.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES

Capitán, aquí quedará un Marinero a la disposición del señor Holmes y usted mismo le hará compañía siempre que pueda. Téngase con él toda clase de miramientos. No es un prisionero, es un huésped. ¿Qué hora señala el reloj de usted capitán? Lupín miró su reloj, y también otro colgado del tabique del camarote. Las dos y cinco... Muy bien. ¿Cuánto tiempo necesita usted para ir a Sauthampton? Nueve horas, sin darse prisa. Pues empleará usted once. Es preciso que no desembarque hasta después de la salida del paquebote qué parte de Sauthampton a las doce y media de la noche y que llega a Havre a las ocho de la mañana: ¿Ha oído usted bien capitán? Repito: Cómo sería muy peligroso para nosotros señor regresar a Francia por dicho barco, es menester que no llegue usted a Sauthampton hasta la mañana la una de la madrugada. Entendido. Saludó a usted, maestro. Hasta el año que viene, en este mundo o en el otro. Hasta mañana. Minutos después oyó cielo Holmes que el automóvil se alejaba. Y no tardó en salir La Golondrina. A eso de las tres habían franqueado el estuario del Sena y entraban en altamar. En aquel momento tendido sobre la cama la que estaba atado, Sherlock Holmes dormía profundamente.

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MAURICIO LEBLANC

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Al día siguiente por la mañana, décimo y último día de la guerra que se reñía entre los dos famosos rivales, el Eco de Francia este delicioso suelto: Ayer, un decreto de expulsión ha sido decidido por Arsenio Lupín contra Sherlock Holmes, detective inglés. Expedido a mediodía, el decreto era ejecutado el día mismo. A la una de la madrugada, Holmes ha sido desembarcado en Sauthampton.

VI EL SEGUNDO ARRESTO DE ARSENIO LUPIN Desde las ocho de la mañana, doce coches de mudanzas llenaron la calle Crevaux entre la avenida del Bois-de-Boulogne y la avenida Bugeaud. Don Félix Davey dejaba el cuarto ocupado por él en el cuarto piso del No. 8. Y el señor Dubreuil, perito tasador, que había convertido en un solo cuarto al quinto piso de la misma casa y el quinto piso de de las dos casas contiguas, expedía el mismo día pura coincidencia, puesto que estos dos señores no

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES se conocían las colecciones de muebles por los cuales tantas visitas recibía de corresponsales extranjeros. Detalle que muchos notaron en el barrio, pero del cual sólo más tarde se habló: Ninguno de los doce coches llevaba el nombre y la dirección del amo de la casa de mudanzas, y ninguno de los mozos visitó las tiendas de vinos vecinas. Tal maña se dieron que a las once todo quedaba terminado. Nada quedaba, salvo los trapos y papeles que deja toda mudanza en las habitaciones vacías. Félix Davey, joven elegante, vestido siempre según la moda más refinada, pero que llevaba de continuo un bastón cuyo peso demostraba el vigor de su brazo, se marchó tranquilamente y se sentó sobre el banco del camino transversal que corta la avenida del Bosque, frente a la calle Pergolese. Cerca de él, una mujer, con traje de burguesilla, leía un periódico, en tanto que, a su lado, un niño se divertía haciendo montoncitos de arena. Al cabo de un rato, Davey dijo la mujer, sin mirarla: ¿Ganimard? Se marchó esta mañana a las nueve. ¿A dónde? A la prefectura de Policía. ¿Sólo? Sólo. ¿Ningún telegrama anoche? Ninguno. ¿Sigue teniendo confianza en usted? 160

MAURICIO LEBLANC Sí. Prestó algunos servicios a la señora de Ganimard, y me cuenta todo lo que hace su marido... Hemos pasado la mañana juntas. Muy bien. Hasta nueva orden, siga usted viniendo aquí todos los días, a las once. Se levantó Davey, y, por la puerta Dauphine, se fue al Pabellón chino en donde tomó un almuerzo frugal compuesto de huevos, legumbres y fruta. Después regresó a la calle Crevaux y le dijo a la portera: Voy a echar una ojeada allá arriba y le devuelvo a usted las llaves. Termino su inspección por la pieza que le servía de gabinete de trabajo. Allí, cogió la extremidad de un tubo de gas cuyo codo era articulado y que colgaba a lo largo de la chimenea, quito el tapón de cobre que lo cerraba, adapto un aparatito de forma cónica, y sopló. Un ligero silbido le contesto. Llevo el tubo a su boca, murmuro. ¿Nadie, Dubreuil? Nadie. Puedo subir? Sí. Volvió a poner el tubo en su sitio, diciéndose: ¡Hasta dónde llega el progreso! Nuestro siglo nos ofrece mil inventitos que hermosean y alegran la vida, sobre todo para quién, como yo, saber jugar a la vida. Hizo girar una de las molduras de mármol de la chimenea. Hasta la tabla misma de mármol se movió, el espejo que la dominaba se deslizó por invisibles ranuras, dejando al descubierto una abertura por donde se veían 161

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES los primeros peldaños de una escalera construida en el cuerpo mismo de la chimenea; todo ello muy limpio, de hierro de fundición, y, las paredes, de porcelana blanca. Subió. En el quinto piso, idéntico orificio por encima de la chimenea. Dubreuil esperaba. ¿Terminó ya todo, aquí? Sí. ¿No queda nada? Nada. ¿El personal? Únicamente los tres hombres de guardia. ¡Andando! Uno tras otro subieron por el mismo camino hasta el piso de la servidumbre, y desembocaron en una buhardilla en la que había tres individuos; ellos estaban mirando por la ventana. ¿Nada nuevo? Nada, patrón. ¿Está tranquila la calle? Por completo. Dentro de 10 minutos me marcho definitivamente... Ustedes también. De aquí a entonces, la menor cosa que ocurra, en la calle, avísenme. Tengo siempre el dedo sobre el timbre de alarma, patrón.

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MAURICIO LEBLANC ¿Recomendó usted, Dubreuil, a los que hicieron la mudanza, que no tocarán los hilos de este aparato? Desde luego; funciona muy bien. Entonces, estoy tranquilo. Los dos individuos bajaron de nuevo hasta el cuarto de Davey. Y este, después de haber encajado de nuevo la moldura de mármol, dijo alegremente: Dubreuil, quisiera ver la cara de los que descubran todas estas admirables combinaciones: Timbres de alarma, red de hilos eléctricos y de tubos acústicos, pasajes invisibles, tablas del piso que se entreabren escaleras secretas... ¡Una verdadera maquinación para comedia de magia! ¡Qué reclamo para Arsenio Lupín! Un reclamo que no hacía falta. Lástima de dejar semejante instalación. Vuelta a empezar; Dubreuil... Y sobre nuevo modelo, pues no hay que repetirse. ¡Demonio de Holmes! ¿No ha regresado? ¿Y cómo? De Sauthampton, sólo un paquebote, el de medianoche. Desde el Havre, sólo un tren, el de las once de la mañana, que llega a París a las once y once. De no haber tomado el paquebote de medianoche, y no lo ha podido tomar, dadas mis instrucciones al capitán, no podrá estar en Francia hasta esta noche, vía Newhaven y Dieppe. Dado que vuelva. Holmes no se da nunca por vencido. Volverá, pero demasiado tarde: Ya estaremos lejos.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Y la señorita Destange? Iré a verla dentro de una hora. ¿En su casa? ¡Oh no! No regresara a su casa hasta dentro de unos días, después de la tormenta... Y cuando no tenga yo más que ocuparme de ella. Pero usted, Dubreuil, dese prisa. El embarque de nuestros bultos pedirá tiempo, y su presencia de ustedes necesaria en el muelle. ¿Está usted seguro de que no estamos vigilados? ¿Por quién? Sólo a Holmes temía yo. Dubreuil se retiró. Davey efectuó una postrera visita por el cuarto, recogió dos o tres cartas rotas, y, viendo un pedazo de tiza, lo cogió, dibujo sobre el oscuro papel del comedor un amplio marco, inscribió según se hace en una losa conmemorativa: "AQUÍ VIVIÓ DURANTE CINCO AÑOS, A COMIENZOS DEL SIGLO VEINTE, ARSENIO LUPIN, LADRÓN DE LEVITA". Esta broma pareció haber le ha agradado mucho. La contemplo silbando un aire alegre, y exclamó: Y ahora que estoy en regla con los historiadores de las generaciones futuras, larguémonos. Dese prisa, maestro Sherlock Holmes; antes de tres minutos dejaré mi escondrijo y la derrota de usted será completa... ¡Todavía dos minutos! Me hace usted esperar maestro.... ¡Un minuto! ¿Que, no viene usted? Bueno, proclamó su derrota absoluta y mí apoteosis. Y dicho esto, me escurro. ¡Adiós reino de Arsenio Lupín, ya no te veré más!... ¡Adiós a las cincuenta y cinco piezas de los seis cuartos sobre los cuales reinaba yo! ¡Adiós, cuartito mío, austero cuartito mío! 164

MAURICIO LEBLANC Un toque eléctrico paralizó de repente aquel exuberante lirismo, un toque, agudo, rápido y estridente, qué se interrumpió dos veces, y volvió a sonar otras dos, y cesó. Era el toque de alarma. ¿Qué ocurre? ¿Qué peligro improvisto? ¿Ganimard? No... A punto estuvo de huir. Pero comenzó por mirar por la ventana. Nadie en la calle. ¿Estaría ya en la casa el enemigo? Escucho y creyó discernir rumores confusos. Sin vacilar, corrió a su gabinete de trabajo, y, al pasar el umbral, distinguió el ruido de una llave que alguien trataba de introducir en la puerta del vestíbulo. Diablo, ya era tiempo, murmuró. Acaso este la casa guardada por la policía... Gracias a aquella chimenea... Empujó vivamente la moldura: No se movió. Hizo un esfuerzo más violento: No se movió. En el mismo instante tuvo la impresión de que la puerta se abría del otro lado y que retumbaban pasos. Mil demonios, murmuró, estoy perdido si este maldito mecanismo... Sus dedos se retorcían en la moldura. Empujó con todo su peso. Nada Se movió. ¡Nada! Por una mala suerte increíble, por una maldad de la suerte, el mecanismo, qué ha poco funcionaba, ya no se movía... Se deshacía los dedos, tratando de abrir. El pedazo de mármol quedaba insensible. ¡Maldición! ¿Era admisible que aquel estúpido obstáculo le cerrara el camino? Se puso a descargar puñetazos en el mármol, a injuriarle... ¿Qué ocurre señor Lupín? ¿Hay algo que no anda como usted quisiera?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Lupín se volvió sacudido de espanto. ¡Sherlock Holmes estaba delante de él!

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Sherlock Holmes! Lo miro guiñando los ojos, cómo molestado por una cruel visión. ¡Sherlock Holmes en París! Sherlock Holmes expedido la víspera por el a Inglaterra como un fardo peligroso, y que se erguía frente a él, victorioso y libre... Para que se realizará semejante milagro en contra de la voluntad de Lupín, precisó era un trastorno completo de las leyes naturales, el triunfo de todo lo ilógico y anormal. ¡Sherlock Holmes frente a él! Irónico a su vez, y con aquella desdeñosa cortesía con que en repetidas ocasiones le había Lupín cruzado la cara, dijo el inglés: Señor Lupín, pongo en su conocimiento que a partir de este minuto ya no volveré a pensar en la noche que me hiciste pasar en el hotel del Barón de Hautrec, ni en el daño hecho a mi amigo Wilson, ni a mi rapto en automóvil, ni tampoco en el viaje que acabo de efectuar, atado por orden de usted sobre una cama poco confortable. Este minuto lo borra todo. Ya no recuerdo nada. Estoy pagado. Estoy regiamente pagado. Lupín no contestó. El inglés prosiguió: ¿No piensa usted lo mismo? Parecía insistir, cual si solicitara una conformidad, una especie de finiquito respecto del pasado. Al cabo de un momento de reflexión, durante el cual el inglés se sintió registrado hasta lo más íntimo de su alma, Lupín declaró: 166

MAURICIO LEBLANC Supongo, caballero, que su conducta actual se apoya sobre motivos serios... Sumamente serios. El hecho de haberse sustraído a mi capitán y a mis marineros no es sino un incidente secundario de nuestra lucha. Pero el hecho de estar usted aquí, delante de mí, sólo, entienda bien, frente a Arsenio Lupín, me hace creer que su desquite es tan complicado como posible. Tan completo como posible. ¿Esta casa? Cercada. ¿Las dos casas vecinas? Cercadas. ¿El cuarto por encima de este? Los tres cuartos del quinto piso ocupados antes por el señor Dubreuil, cercados. De suerte que... De suerte que está usted cogido, señor Lupín, irremediablemente cogido. Lo mismo que sentía Holmes en el automóvil sintió Lupín: Idéntico furor, idéntica rebelión. Pero, también, la misma lealtad le hizo bajar la cabeza ante la fuerza de las cosas. Tan poderoso uno como otro, aceptaban la derrota como un mal provisional al que hay que resignarse. Estamos en paz, caballero, dijo Sencillamente Lupín. 167

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Pareció halagarle en extremo al inglés Está confesión. Se callaron. Después, ya dueño de sí mismo y sonriente dijo Lupín: Y no me desagrada. Se hace monótono el ganar siempre. No tenía yo más que alargar el brazo para herirle a usted en pleno pecho. Esta vez, a mí me toca recibir la estocada. Ha sido bien enviada, maestro. Se reía con ganas. ¡Lo que se va a divertir la gente! Lupín está en la ratonera: ¿Cómo saldrá de ella? ¡En la ratonera!... ¡Qué aventura!... Maestro, le debo a usted una emoción indecible. No es otra cosa la vida. Apretó sus sienes como para comprimir la desbordante alegría que hervía en él, y tenía también gestos de niño que se divierte más de lo que alcanzaban sus fuerzas. Por fin se acercó al inglés. ¿Y ahora, qué espera usted? ¿Lo que espero? Si. Ganimard está ahí, con su gente. ¿Por qué no entra? Le he pedido que no entre. ¿Y ha consentido? No he acudido a él sino bajo condición absoluta de que me dejara guiar por mí. Además, cree que Davey no es más que un cómplice de Lupín... Entonces. Repito mi pregunta bajo otra forma. ¿Por qué ha entrado usted solo? Quería primero hablarle a usted. 168

MAURICIO LEBLANC ¡Hola, hola! ¿Con que tiene usted que hablarme? Esta idea pareció agradarle sobremanera a Lupín. Hay circunstancias en que preferimos las palabras a los actos. Señor Holmes, lo siento no tener butacas que ofrecerle a usted. ¿Le basta con ese cajón medio desvencijado, o con el de esa ventana? También supongo que no sería mal recibido un vaso de cerveza... Pero, siéntese, por favor. Inútil. Hablemos. Escucho. Seré breve. No vine a Francia para entregarle a usted en manos de la policía. Si le he perseguido, es porque ningún otro medio había de conseguir mis deseos. ¿Que eran?... Recuperar el diamante azul. ¿El diamante azul? Desde luego, puesto que el encontrado en el frasco de Bleichen no es el verdadero. En efecto. El verdadero fue expedido por la Dama rubia; lo hice copiar exactamente, y, como tenía yo entonces ciertos proyectos sobre las joyas de la condesa, y que Bleichen era ya sospechoso, dicha Dama rubia, para ahuyentar las sospechas, metió el diamante falso en la maleta del tal cónsul. Mientras usted se quedaba con el verdadero. Por supuesto. 169

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Bien; pues necesito ese diamante. Imposible. Lo siento. Se lo he prometido a la Condesa de Crozón. Lo tendré. ¿Cómo, puesto que lo tengo yo? Precisamente porque lo tiene usted. ¿Es decir, que habré de devolvérselo yo a usted? Si. ¿Voluntariamente? Se lo compró usted. Lupín no pudo contener su risa. Es usted realmente de su país: Trata usted esto como un negocio. Es un negocio. ¿Y qué me ofrece usted? La libertad de la señorita Destange. ¿Su libertad? Pues no creo que esté presa. Daré al Señor Ganimard las indicaciones necesarias. Privada de la protección de usted, pronto caerá también en manos de la policía. De nuevo se rió Lupín.

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MAURICIO LEBLANC Querido señor, me ofrece usted lo que no tiene. La señorita Destange está en un sitio seguro y no teme nada. Pida otra cosa. El inglés vacilo, visiblemente embarazado; sus pómulos se empurpuraron. Bruscamente, puso la mano sobre el hombro de su contrario: Y si le propusiera usted... ¿Mi libertad? No... Pero, en fin, puedo salir de esta pieza, hablar con el señor Ganimard... ¿Y dejarme reflexionar? Sí. ¿Y para que, puesto que no funciona ya este maldito mecanismo? Dijo Lupín empujando con ir a la moldura de la chimenea. Ahogó un grito de estupefacción: Esta vez, capricho de las cosas, regresó inesperado de la suerte, el bloque de mármol se había movido... Aquello era la salvación, la huida posible. En ese caso, ¿Para que someterse a las condiciones de Holmes? Anduvo de un lado para otro, cuál si meditara su contestación. A su vez pasó su mano sobre el hombro del inglés. Después de meditarlo bien, señor mío, prefiero arreglar solo mis asuntos. No obstante... No, de veras, no necesito de nadie.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Cuando Ganimard le tenga usted agarrado, se acabó; no le ha de soltar. ¡Quién sabe! Vamos, su resistencia de usted es una locura: No hay medio de escaparse. Sí. ¿Cuál? El que yo escoja. ¡Palabras! Puede usted considerarse como apresado. No lo estoy. ¿De modo que?.... Pues que me quedo con el diamante azul. Holmes saco su reloj. Son las tres menos diez. A las tres llamo a Ganimard. Por consiguiente, disponemos de diez minutos para charlar. Aprovechemos los, señor Holmes, y, para satisfacer la curiosidad que me devora, dígame cómo ha conseguido usted tener mi señas y mi nombre de Félix Davey. Mientras vigilaba atentamente a Lupín, cuyo buen humor le preocupaba, Holmes tuvo a bien dar la explicación pedida tanto más cuánto que halagaba su amor propio. Dijo: ¿Sus señas? La dama rubia me las ha dado. 172

MAURICIO LEBLANC ¿Clotilde? Ella misma. Recuerde usted.... Ayer mañana... Cuando quise raptarle en automóvil, teléfono a su modista. En efecto. Bien; pues más tarde comprendí que la modista, era usted. Y anoche, en el barco, por un esfuerzo de memoria que es quizá una de las cosas de qué más puedo enorgullecerme, conseguí reconstituir las dos últimas cifras del número de teléfono de usted: 73. Con esto, y con la lista de las casas "retocadas" por usted, me ha sido fácil, desde mi llegada a Paris esta mañana a las once, buscar y descubrir en el anuario del teléfono el nombre y las señas de Don Félix Davey. Una vez conocidos nombre y señas, pedí auxilio al señor Ganimard. ¡Admirable! ¡De primer orden! Me inclino. Pero lo que no comprendo es que haya usted tomado el tren de la mañana en él Havre. ¿Cómo se ha arreglado usted para evadirse de La Golondrina? No me he evadido. ¿Cómo que no? Mandó usted al Capitán que no me desembarcará en Southampton hasta la una de la madrugada. Me desembarcaron a medianoche. Por eso pude tomar el paquebote que iba al Havre. ¿Y me ha engañado El capitán?... No creo... No le ha engañado. ¿Entonces? Su reloj de engaño.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Su reloj? Si: Lo adelante una hora. ¿Cómo? Cómo se adelanta un reloj, haciendo girar las agujas. Charlábamos, al lado uno de otro; le contaba historias que le interesaban. .. No se dio cuenta de nada. Superior. ¿Pero, el reloj colgado del tabique en su camarote? Esto era ya más difícil, pues tenía yo las piernas atadas; pero el marinero que me guardaba en ausencia del capitán, tuvo a bien mover las agujas. ¿He? ¡Vamos, hombre!... Hay que decir que ignoraba la importancia de su acto. Le dije que me era absolutamente preciso tomar el primer tren para Londres, y... se dejó convencer... Mediante... Mediante un regalito que, cuál hombre leal, se propone transmitirle a usted. ¿Qué regalo? Casi nada. ¿Qué es ello? El diamante azul. ¡El diamante azul! 174

MAURICIO LEBLANC El falso, el que sustituyó usted al diamante de la condesa, y que ella me ha confiado. Lupín se desternillaba, lloraba de risa. ¡Que gracia! ¡Mi diamante falso dado como premio al marinero! ¡Y el reloj del capitán, y el otro!... Nunca había sentido Holmes tan violenta la lucha entre Lupín y el. Con su prodigioso instinto, adivinaba, bajo Aquella alegría excesiva, una formidable concentración del pensamiento, algo así como un aunamiento de todas las facultades. Poco a poco, Lupín se había acercado. El inglés retrocedió y, distraídamente, metió los dedos en el bolsillo del chaleco. Son las tres, señor Lupín. ¿Ya las tres? ¡Qué lástima! ¡Nos divertíamos tanto!... Espero su contestación. ¿Mi contestación? ¡Qué exigente está usted! De modo que, lo que jugamos es el final de la partida, y la apuesta es mi libertad... O el diamante azul. Está bien... Juegue usted primero. ¿Qué carta hecha a usted?  Triunfo, contesto Holmes, disparando un tiro de revólver. Y yo, dijo Arsenio dándole un puñetazo al inglés. Holmes había tirado al aire, para llamar a Ganimard, cuya intervención le parecía urgente. Pero el puño de Lupín se fue derecho al estómago de Holmes, quien se tambaleó y palideció. Dio un salto Arsenio hasta la chimenea, y ya iba a desaparecer... ¡Demasiado tarde! 175

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES La puerta se abrió. Ganimard, que sin duda estaba más cerca de lo que Lupín suponía, Ganimard estaba allí, apuntándole con su revólver. Y, detrás del Inspector, diez, veinte, treinta hombres que se apiñaban, mocetones y robustos y sin escrúpulos, quienes le habrían matado como a un perro, a la menor resistencia. Muy sereno, alzó la mano. ¡No tocarme! Me entregó. Y cruzó sus brazos sobre su pecho.

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Hubo como un estupor. En la pieza vacía, las palabras de Lupín se prolongaban como un eco." ¡Me entregó!" ¡Palabras increíbles! A todos se les figuraba que iba a desaparecer por algún hueco repentinamente abierto en el piso, o que un lienzo de pared, abriéndose como por ensalmo, lo sustrajera una vez más a sus agresores. ¡Y se entregaba!... Ganimard se adelantó, y, muy emocionado, con toda la gravedad que semejante acto requería, lentamente, extendió la mano sobre su adversario, y sintió la infinita alegría de pronunciar: Lupín queda usted preso. Caracoles, me asustó a usted, mi querido Ganimard, dijo Lupín fingiendo cómico terror. ¡Qué cara tan lúgubre! Diríase que está usted

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MAURICIO LEBLANC hablando sobre la tumba de un amigo. Vamos, que no le vea yo usted esa cara de entierro. Queda usted arrestado. ¿Y a usted le extraña eso? En nombre de la ley, de la cual es fiel ejecutor, Ganimard, inspector principal, arresta al malo de Lupín. Minuto histórico de cuya importancia se da usted bien cuenta... Y esta es la segunda vez que semejante hecho se produce... ¡Bravo, Ganimard, hará usted carrera! Y ofreció sus muñecas para que las maniataran... Fue aquel un acontecimiento que se efectuó de una manera un tanto solemne. Los agentes, a pesar de su brusquedad habitual y de la rabia que le tenían a Lupín, obraban con reserva, extrañados de que les fuese permitido tocar a aquel ser intangible. ¡Mi pobre Lupín, suspiró el famoso burlador de la policía, qué dirían tus amigos te la aristocracia si te viesen humillado de este modo! Apartó las muñecas con un progresivo y continuo esfuerzo de todos sus músculos. Las venas de su frente se hincharon. La cadenilla de acero penetró en su carne. Por fin cedió, dijo. Otra, camaradas, ésta no vale nada. Había roto la cadena. Le pusieron dos. Así me gusta, dijo; nunca tomarán ustedes sobradas precauciones conmigo. Luego, contando a los agentes añadió: 177

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Cuántos son ustedes amigos míos? ¿Veinticinco?, ¿Treinta?.. Es demasiado... Imposible intentar nada. ¡Si no fueran ustedes más de quince... Resultaba realmente notable; parecía un actor genial que desempeñaba su papel con instintivo brío, con una soltura elegante y un tanto impertinente. Sherlock Holmes le miraba como solemos mirar un hermoso espectáculo cuyas bellezas y cuyos matices sabemos apreciar. Estimó que la luchar igual entre: De un lado, aquellos treinta hombres, protegidos por todo el aparato formidable de la justicia, y, del otro, aquel hombre sólo, sin armas y encadenado. Los dos partidos se valían. Esta es su obra de usted, maestro, le dijo Lupín... Merced a usted, Lupín se pudrirá en un lóbrego y húmedo calabozo. Confiese que no tiene usted muy tranquila la conciencia y que le tortura el remordimiento... A pesar suyo, el inglés se encogió de hombros, como quien dice: " de usted dependía..." ¡Jamás, jamás! exclamó ¡Lupín! ¿Devolverle a usted del diamante azul? No Por cierto, bastantes disgustos me ha proporcionado ya. Le tengo cariño. En la primera visita que tenga la honra de hacerle usted en Londres, la cual efectuare en el mes que viene, sin duda le dure le diré a usted qué razones tengo para... Más, ¿estará en Londres el mes que viene? ¿Prefiere usted Viena, San Petersburgo? Se estremeció. De repente, en el techo sonaba un timbre. Y no se trataba del timbre de alarma, sino de la llamada del teléfono cuyos hilos daban a su despacho, entre las dos ventanas, y cuyo aparato no había sido quitado. ¡El teléfono! ¡Ah, quién iba a caer en la trampa puesta por una abominable casualidad! Lupín hizo un gesto de ira contra el aparato, cual si 178

MAURICIO LEBLANC hubiese querido romperlo, reducirlo a polvo, ahogando así la voz misteriosa que pedía hablar con él. Pero Ganimard descolgó el receptor y se inclino. Alló... Alló.... El número 648.73... Si, es aquí. Vivamente, con autoridad, Holmes lo aparto, cogió los dos receptores y extendió su pañuelo sobre la placa para hacer más indistinto el sonido de su voz. En aquel momento miro a Lupín; la mirada que cambiaron las probó que ambos se les había ocurrido el mismo pensamiento, y que ambos preveían hasta las últimas consecuencias de esta hipótesis posible, probable, casi segura: La dama rubia era quién telefoneaba. Creía telefonear a Félix Davey, o, mejor dicho, a Máximo Bermond, ¡y Holmes a quién iba a recibir su comunicación! El inglés llamo de nuevo. Un silencio. Holmes contestó: Sí, soy yo, Máximo. Enseguida se dibujó el drama, con trágica precisión. Lupín, el indomable y burlón de Lupín, no pensaba siquiera en ocultar su ansiedad, y con semblante pálido por la angustia, así esfuerzos por oír, por adivinar. Holmes proseguía, en contestación a la voz Misteriosa: .... Sí, sí, todo ha terminado, y me disponía a ir a verla a usted, cómo quedó convenido... ¿Dónde?... Pues donde se haya usted. ¿No le parece que ese es el sitio más a propósito?... Vacilaba, buscando palabras atinadas, y se cayó. Claramente se veía que trataba de interrogar a la joven sin venderse él, y que ignoraba su por completo su paradero. Además parecía molestarle la presencia de Ganimard... 179

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Ah, si algún milagro hubiese podido cortar el hilo de aquella diabólica conversación! ¡Lupín lo llamaba con todas las fuerzas de su ser! Holmes continúo: ¿No Oye usted?... Yo tampoco... Muy mal... Apenas y distingo sus palabras... ¿Escucha usted? Bueno; pues pensándolo bien, es preferible que regrese usted a su casa... ¿Qué peligro? Ninguno... ¡Pero si está en Inglaterra! He recibido un telegrama de Sauthampton confirmándome su llegada. ¡Qué ironía, la de estas palabras! Holmes las artículo con inexpresable bienestar Y añadió: Así, pues, no pierda usted tiempo, querida amiga; allá voy. Y colgó los receptores. Señor Ganimard, le pido a usted tres de esos señores. ¿Se trata de la dama rubia, verdad? Si. ¿Sabe usted Quién es, dónde está? Sí. ¡Caramba! Bonita captura. Con Lupín..... Día completo. Folenfant, tomé consigo a dos agentes y acompañe al señor. El inglés se alejó, seguido de uno de los tres policías. Todo había terminado. La dama rubia iba a caer bien en poder de Holmes. Merced a su admirable obstinación, merced a la complicidad de acontecimientos fortuitos, la batalla terminaba para él en victoria, y, para Lupín, en irreparable desastre. 180

MAURICIO LEBLANC ¡Señor Holmes! El inglés se detuvo. ¿Señor Lupín? Lupín parecía trastornado por completo. Arrugas surcaban su frente. Estaba lacio y tristísimo. Sin embargo, apelando a su enérgica voluntad, de repente cambio de aspecto. Con soltura dijo: Convendrá usted en que la suerte se ensaña contra mí. Hace poco, me impedía evadirme por esta chimenea y me entrega entre sus manos de usted. Esta vez, utiliza el teléfono para regalarle a usted la dama rubia. Me inclino ante los mandatos de la suerte. ¿Lo cual significa? Que estoy pronto a reanudar las negociaciones. Holmes tomó aparte al Inspector y solicitó, entono que por cierto no admitía réplica, autorización para conversar un momento a solas con Lupín. ¡Coloquio supremo! Comenzó en tono seco y nervioso. ¿Qué quiere usted? La libertad de la señorita Destange. Ya sabe usted a qué precio... Sí. ¿Y acepta usted? Acepto todas las condiciones que usted me imponga. ¡Ah! Exclamó el inglés, extrañado... Pero... Usted se negó antes. 181

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Se trataba de mí, señor Holmes. Ahora se trata de una mujer... Y de una mujer a quien amo. En Francia, señor mío, tenemos ideas muy particulares acerca de eso; y no porque se llame uno Lupín va a obrar de distinta manera... ¡Al contrario! Dijo esto muy Sencillamente. Inclino ligeramente la cabeza, y murmuró: Entonces, ¿el diamante azul? Coja usted mi bastón, ahí, en el rincón de la chimenea. Con una mano apriete usted del Puño, y coma con la otra de vueltas a la virola que remata el extremo opuesto del bastón. Tomó Sherlock Holmes el bastón e hizo girar la virola; noto que el puño se destornillaba. Dentro del puño había una bola de masilla. En dicha bola, un diamante. Lo examinó. Era el diamante azul. La señorita Destange queda en libertad, señor Lupín. ¿Ahora y después? ¿Nada tiene que temer de usted? Ni de nadie. ¿Suceda lo que suceda? Suceda lo que suceda. Desde este momento ignoro su nombre y su dirección. Gracias. Y Hasta la vista. Pues, supongo que nos volveremos a ver, señor Sherlock Holmes... No lo dudó.

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MAURICIO LEBLANC Hubo entre el inglés y Ganimard una explicación bastante agitada a la que Holmes puso fin con cierta brusquedad. Siento mucho señor Ganimard, de no ser del parecer de usted; pero no dispongo de tiempo suficiente para convencerle. Dentro de una hora, salgo para Inglaterra. Sin embargo... ¿La dama rubia? No conozco a esa persona. Hace apenas un rato... No me pregunté usted más: Queda usted en posesión de Lupín. Aquí está el diamante azul... Qué tendrá usted el placer de entregar, en persona, a la condesa de Crozón. Me parece que no tendrá usted queja de mí. Pero, ¿la dama rubia? Búsqueda. Se encasqueto el sombrero y sale y se alejó rápidamente, cuál hombre que no acostumbra quedarse más tiempo que el exigido por sus asuntos.

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Buen viaje, maestro, grito Lupín. Y crea que jamás olvidaré las relaciones cordiales que han mediado entre nosotros. Recuerdos al Señor Wilson. No tuvo contestación alguna, y dijo, sonriéndose: 183

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Esto es lo que se llama despedirse a la inglesa. La verdad, ese digno insular carece de esa flor de cortesía que nos distingue a nosotros los franceses. ¡Imaginé, Ganimard, qué salida hubiera efectuado un francés en semejante circunstancias!... ¡Bajo que refinamientos de cortesía hubiese disimulando su triunfo!... Pero, dios me perdone, ¿que está usted haciendo, Ganimard? ¿Que está usted buscando? Ya no queda nada, mi pobre amigo, ni un papel. Mi archivo se halla en sitio seguro. ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! Lupín se resigno. Sujetado por dos inspectores, rodeado de todos los demás, asistió con paciencia a las varias operaciones. Pero, al cabo de veinte minutos, suspiró: ¡Lo que tarda usted, Ganimard! ¿Tanta prisa tiene usted? Muchísima: Una cita urgente... ¿En la cárcel preventiva? No, en casa de una persona. ¿De veras? ¿Y a qué hora? A las dos. Son las tres. Justamente, llegaré con retraso, y nada Hay que yo deteste tanto como el llegar tarde a una cita. ¿Me concede usted cinco minutos? 184

MAURICIO LEBLANC Ni uno más. Gracias por la atención... Voy a tratar de... No hable tanto... ¿Esa alacena? Está vacía... Sin embargo, aquí hay cartas. Antiguas facturas. No, un paquete atado con cinta de seda. ¿Una cinta de color de rosa? Por lo que usted más quiera, Ganimard, no habrá ese paquete. ¿Son cartas de mujer? Sí. ¿De mujer distinguida? ¡Y tanto! Su nombre. La señora de Ganimard. ¡Muy gracioso, muy gracioso! Exclamó con avinagrada sonrisa el inspector. En aquel momento, los policías enviados a las demás habitaciones anunciaron que sus rebuscas no habían alcanzado resultado alguno. Lupín se echó a reír. Pero, ¿acaso esperaban ustedes descubrir la lista de mis compañeros, o la prueba de mi relaciones con el emperador de Alemania? Lo

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES que convendría buscar es los misterios de de estas habitaciones, amigo Ganimard. Por ejemplo, este tubo de gas es un tubo acústico. Esta chimenea encierra una escalera. Esa pared está hueca. ¡Y no digo nada de la combinación de timbres eléctricos! Mire, Ganimard, oprima ese botón... Ganimard obedeció. ¿No Oye usted nada? Interrogó Lupín. No. Yo tampoco. Sin embargo, ha dado usted orden al comandante de mi parque aerostático de que prepare el globo dirigible qué no ha de tardar en llevarnos por los aires. ¡Vaya, dijo Ganimard, después de terminada su inspección, basta ya de tonterías! ¡Andando! Dio algunos pasos; los agentes le siguieron. Lupín no se movió. Sus guardianes le empujaron. En vano. ¿Qué es eso, se niega usted a seguirnos? Dijo Ganimard. No. Pues en ese caso... Pero depende... ¿De qué? De adónde me lleve usted. ¡A dónde ha de ser, al Depósito! 186

MAURICIO LEBLANC Siendo así, no me muevo; nada tengo yo que hacer en el depósito. ¿Está usted loco? ¿No he tenido la honra de decirle a usted que tenía yo una cita urgente? ¡Lupín! Vamos, Ganimard, la dama rubia espera me visita; no me supongo usted lo bastante grosero para dejarla en la inquietud. Eso sería indigno de un caballero. Escuché, Lupín, dijo el inspector, ya quemado por tanta zumba, harto complaciente he sido ya con usted; pero todo tiene sus límites. Sígame. Imposible. Tengo una cita y es preciso que acuda a ella. Por última vez... Im-po-sí-ble. Ganimard hizo una seña. Dos hombres levantaron a Lupín. Pero soltaron la presa enseguida, arrojando un doloroso gemido: Con sus dos manos, Arsenio les hundió en la carne dos largas agujas. Locos de ira, los demás se precipitaron, y deseosos de vengarse a sí mismos De tantas afrentas, y sacudieron puñetazos a porfía. Uno de estos tocó una sien. Lupín cayó. Si lo estropean ustedes, gritó Ganimard, ha de costarles Caro. Se agachó, dispuesto socorrerle. Pero, al notar que respiraba libremente, mandó que lo quieran por los pies y por la cabeza, y él lo sostuvo por los riñones.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Y vayan despacito!... Sin sacudidas... ¡Qué bárbaros, si los dejó Me matan! ¿Qué tal, Lupín? Lupín abrió los ojos y balbuceo: Poco amable, Ganimard... Ha dejado usted que me estropeen. ¡Por culpa de usted, qué demonio, con su testarudez! Contesto Ganimard apenado... ¿Le duele a usted algo? Llegaban al descansillo. Lupín gimió: Ganimard... El ascensor... Me va a despedazar.... Buena idea, excelente idea, aprobó Ganimard. Además es tan estrecha la escalera... No sería posible… Hizo subir el ascensor. Instalaron a Lupín en el asiento, con toda especie de precauciones. Ganimard se sentó a su lado y dijo a su gente: Bajen al mismo tiempo que nosotros. Espérenme en la portería. ¿Han oído? Tiro de la puerta. Más, apenas la hubo cerrado, se oyeron gritos. De un salto, el ascensor se había elevado como un globo cuyo cable se rompe. Resonó una risotada sardónica. Ganimard bramo de ira, buscando frenéticamente en la oscuridad el botón de bajada. A no dar con él, gritó: ¡El quinto! Guardad la puerta del quinto. A escape subieron la escalera los agentes. Pero se produjo este hecho extraño, el ascensor pareció agujerear el techo del último piso, desapareció de la vista de los agentes, sobresalió de las bohardillas de los criados, y se detuvo. Tres hombres, que estaban en acecho, abrieron la puerta. Dos de 188

MAURICIO LEBLANC ellos sujetaron a Ganimard, quién, atontado, atajado en sus movimientos, no pensaba en defenderse. El tercero se llevó a Lupín. Ya se lo dije a usted Ganimard... Un rapto en globo... ¡Y Merced a usted! Otra vez, sea menos compasivo. Y, sobre todo, no olvide que cuando Lupín se deja maltratar, es porque le tiene la cuenta. Adiós Quedó de nuevo cerrada la puerta, y el ascensor a los pocos segundos, depósito a Ganimard en los pisos inferiores. Tan rápido había sido esto, qué el Inspector llegó a la portería al mismo tiempo que los agentes. Sin siquiera concertarse, atravesaron corriendo el patio y de nuevo subieron por la escalera de servicio, único medio para llegar al piso de la servidumbre, por donde se había efectuado evasión. Un largo pasillo con varios recodos, y limitado por cuartitos numerados, conducía a una puerta que no estaba más que entornada. Del otro lado de dicha puerta, y por consiguiente en otra casa, partía otro pasillo, formando también recodos y limitado por cuartitos semejantes. Al final, una escalera de servicio. Ganimard la bajó, atravesó un patio, un vestíbulo, y llegó a una calle, la calle Picot. Entonces comprendió: Las dos casas, muy profundas, se tocaban, y sus fachadas daban a dos calles, no perpendiculares y no paralelas, mediando entre ellas más de sesenta metros. Entró a la portería, enseño su tarjeta y preguntó: ¿Acaban de pasar cuatro hombres? Si, los dos criados del cuarto y del quinto pisos, y dos amigos. ¿Quien vive en el cuarto y en el quinto pisos? Los señores Fauvel y sus primos Provost... Se han mudado hoy. No quedaban más que esos dos criados...

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Acaban de marcharse. ¡Ah, pensó Ganimard dejándose caer en un sofá de la portería, qué golpe tan hermoso hemos errado! Toda la banda ocupaba esta manzana.

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Cuarenta minutos después, llegaban en coche a la estación del Norte y se apresuraban hacia el rápido de Calais, seguidos de un mozo de estación que llevaba sus maletas. Uno de ellos tenía un brazo en cabestrillo, y su cara pálida denotaba padecimiento. El otro aparentaba alegría. Corriendo, Wilson, se trata de no perder el tren... ¡Ah, Wilson, jamás olvidaré estos diez días! Ni yo. ¡Qué hermosas batallas! Soberbias. Apenas algunos disgustillos... Insignificantes. Y, finalmente, triunfo completo: ¡Lupín arrestado, el diamante azul reconquistado! ¡Mi brazo roto! ¡Al lado de semejante satisfacciones, qué importa un brazo roto! 190

MAURICIO LEBLANC Sobre todo el mío. Desde luego. Recuerde usted, Wilson, que justamente cuando estaba usted en la farmacia, sufriendo como un héroe, descubrí yo él hilo que me ha guiado entre tantas tinieblas. ¡Qué suerte! Algunas portezuelas se cerraban ya. Dense prisa, señores. El mozo de estación subió a un compartimiento vacío y colocó las maletas en la red, mientras Holmes ayudaba al infortunado Wilson. ¡Vamos, hombre, acabé de subir!... ¡Ánimo, compañero, ánimo! No es ánimo lo que me falta. ¿Que, entonces? Sólo una mano tengo disponible. ¡Creía que se trataba de algo más serio! Exclamó alegremente Holmes... ¡Tantas quejas para tan poco! ¡Como si fuera usted el único hombre que se haya en ese estado! ¿Entonces, los mancos, los verdaderos mancos?... ¿Está usted ya ha gusto?... No habrá sido sin trabajo. Tendió al mozo una pieza de cincuenta céntimos. Tomé, amigo. Gracias, señor Holmes. El inglés alzo los ojos: Arsenio Lupín. ¡Usted... Usted! Balbuceo alelado. 191

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES  Y Wilson tartamudeo, blandiendo su única mano con gestos de alguien que demuestra un hecho: ¡Usted, usted! ¡Pero si está usted preso! Holmes me lo ha dicho. Lo dejo a usted en manos de Ganimard y de sus treinta agentes... Cruzó Lupín los brazos; y con aire indignado contesto: ¿De modo que ha podido usted suponer que les dejaría marcharse sin despedirme de ustedes? ¡Después de las excelentes relaciones de amistad que han mediado entre nosotros! Incorrecta por demás hubiera sido mi conducta. ¿Por quién me toma usted? El tren iba a salir. Vaya, le perdonó... Pero, ¿tienen cuánto necesitan? Tabaco, cerillas... ¿Sí?... Bueno. ¿Y los diarios de la tarde? En ellos verán ustedes detalles de mi arresto, su última hazaña de usted, maestro. Y, ahora, hasta la vista. ¡Mucha satisfacción tengo en haberles conocido!... ¡Mucha, de veras!... Si en algo puedo servirles, manden, sin reparo; tendré mucho gusto de serles útil... Bajo y cerró la portezuela. Adiós, adiós, siguió diciendo, mientras agitaba su pañuelo. Adiós... Les escribiré... ¿Ustedes también, verdad? Señor Wilson, dime noticias de su brazo roto; y Usted, maestro, una tarjeta postal de cuando en cuando... Cómo señas: Lupín, parís... Basta con esto... No hace falta sello... Adiós... Hasta pronto...

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MAURICIO LEBLANC

SEGUNDO EPISODIO LA LÁMPARA JUDÍA

I Sherlock Holmes y Wilson estaban sentados a derecha izquierda de una amplia chimenea, con los pies cerca de un confortable fuego de cok. La pipa de Sherlock Holmes, una corta pipa de brezo con abrazadera de plata, se apagó. Vacío la ceniza, la lleno de nuevo, la incendio, recogió sobre sus rodillas los faldones de su bata y sacó de su pipa largas bocanadas de humo, divirtiéndose en enviarlo hacia el techo en forma de espirales. Wilson le miraba. Le miraba como un perro acostado sobre una alfombra mira a su amo, con ojos redondos, sin parpadeo, ojos cuya única esperanza es la de reflejar el gesto esperado. ¿Iba el amo a romper aquel silencio? ¿Iba a revelarle el secreto de sus reflexiones presentes, admitirle en el reino de la meditación, cuya entrada le parecía a Wilson que le estaba prohibida? Holmes Se callaba. Wilson se arriesgo. 193

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Calma chicha. Ningún asunto. Holmes Se callo más violentamente, pero sus espirales resultaban cada vez más perfectas, y otro que no fuera Wilson hubiera comprendido que le halagaba mucho aquel tino, cómo nos halaga en esos menudos éxitos de amor propio en horas en que nuestro cerebro del todo vacía de pensamientos. Wilson, desanimado, se levantó y se acercó a la ventana. La triste calle se extendió entre las oscuras fachadas de las casas, bajo un cielo negro del cual caía una lluvia obstinada y violenta. Paso un cab, y luego otro. Wilson anotó sus números en su cuaderno de apuntes. Nadie sabe lo que puede ocurrir. ¡El cartero! Exclamó. El hombre entró, precedido de un criado. Dos cartas certificadas, caballero... ¿Si hace usted el favor de firmar? Holmes firmó, acompañó al hombre hasta la puerta, y volvió, abriendo una de las cartas. Parece usted estar muy contento, le dijo a Wilson al cabo de un rato. Esta carta contiene una proposición muy interesante. Usted que pedía un asunto, aquí tiene usted uno. Lea... Wilson leyó: Muy señor mío: Solicitó el Socorro de su experiencia. He sido víctima de un robo importante, y las investigaciones efectuadas hasta la fecha no me parecen encaminadas hacia una solución favorable. 194

MAURICIO LEBLANC Por el mismo correo envío usted cierto número de periódicos que le informarán sobre ese asunto, y si gusta usted de tomarlo a su cargo pongo mi hotel a su disposición y le ruego inscriba en el adjunto cheque, firmado por mí, la suma que le plazca fijar para sus gastos de viaje. Tenga a bien telegrafía arme su contestación y creas, señor, en mis sentimientos de respetuosa consideración por su persona. BARÓN VÍCTOR IMBLEVALLE Calle Murillo, No. 18. ¡Hola, hola! Dijo Holmes, esto se anuncia bien... Un viajecito a París, ¿y por qué no? Desde mi famosa lucha con Arsenio Lupín no he tenido ocasión de volver allá. No me disgustaría ver la capital del mundo en condiciones más tranquilas que entonces. Rompió el cheque en cuatro pedazos, y mientras Wilson, cuyo brazo no había recobrado su antigua elasticidad, pronunciaba palabras amargas contra de París, abrió el segundo sobre. Enseguida se le escapó un movimiento de irritación, frunció el ceño durante la lectura de la carta, y, arrugando el papel, hizo con él una bola y la tiró violentamente al suelo. ¿Qué ocurre? Exclamó Wilson asustado. Recogió la bola, la desplegó y leyó con creciente estupor:

Mí querido maestro: Sabe usted cuánto lo admiro y cuánto interés me inspira su reputación. Por eso mismo, créame, no se ocupe del asunto para el cual solicitan su ayuda. La intervención de usted haría mucho daño, todos sus esfuerzos no producirían más que un mísero resultado, y se vería obligado a confesar públicamente su fracaso.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Profundamente deseoso de ahorrar le semejante humillación, le suplicó, el nombre de la amistad que nos une, que se quede tranquilamente al lado de la chimenea. Mis afectuosos recuerdos al Señor Wilson, y, para usted mi querido maestro, el respetuoso saludo de su siempre seguro servidor. ARSENIO LUPIN. ¡Arsenio Lupín! Repitió Wilson, confundido. Holmes Se puso a dar de puñetazos en la mesa. ¡Principia a fastidiarme, ese animal! ¡Se burla de mí como un chicuelo! ¡La pública concesión de Mi fracaso! ¿No le he obligado a devolver el diamante azul? Tiene miedo, insinúo Wilson. ¡Dice usted tonterías! Arsenio Lupín no tiene nunca miedo, y prueba de ello es que me provoca. ¿Pero, cómo ha tenido conocimiento de la carta que nos envía el barón de Imblevalle? ¡¡Yo qué sé! ¡Me hace usted preguntas estúpidas, querido! Creía yo... Me imaginaba... ¿Qué, que soy un duende? ¡No, pero he visto a usted hacer tales prodigios!... Nadie hace prodigios... Ni yo ni nadie. Meditó, deduzco, sacó conclusiones, pero no adivino. Los imbéciles son los únicos que adivinan. Tomo Wilson la humilde actitud de un perro castigado, y se esforzó, para no ser un imbécil, de no adivinar porque Holmes se paseaba violentamente por la habitación. Pero, llamar Holmes a su criado y encargarle que le tuviera alista su maleta, Wilson se creyó con derecho, puesto que en 196

MAURICIO LEBLANC aquel acto había un hecho material, de reflexionar, de deducir y de sacar como conclusión que el maestro se marchaba de viaje. La misma operación de espíritu le permitió afirmar, como hombre que no le teme al error: Sherlock, usted va a París. Posible. Y va usted, más aún que para contestar a la provocación de Lupín, para sacar del apuro al barón de Imblevalle. Posible. Sherlock, lo acompaño a usted. ¡Cómo! Exclamó Holmes rompiendo su paseo, ¿no teme usted, amigo, que su brazo izquierdo corra la misma suerte que su brazo derecho? ¿Que puede sucederme? A usted acudiré. Vaya, veo que es usted un valiente. Vamos a demostrarle a ese caballerito que acaso hace mal en arrojarnos el guante con tanto descaro. Andando, Wilson: cita en el primer tren. ¿Sin esperar los periódicos anunciados por el barón? ¡Para qué! ¿Envió un telegrama? Inútil; Lupín sabría qué voy, y no quiero que lo sepa. Esta vez, Wilson, hay que obrar consumo Tino.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES

Por la tarde, los dos amigos embarcaban en Douvres. La travesía fue inmejorable. En el rápido de Calais a París, Holmes se ofreció tres horas de profundo sueño, mientras Wilson vigilaba en la portezuela del coche, y, con mirada vaga, meditaba. Holmes despertó alegre y bien dispuesto para el trabajo. Le encontraba la perspectiva de un nuevo duelo con Lupín, y se refregó las manos con júbilo, cuál hombre que se dispone a gozar de abundantes felicidades. ¡Por fin vamos a desentumecernos! Exclamó Wilson para sí. Y se refregó las manos con aire no menos satisfecho que su jefe. En la estación, Holmes cogió las mantas, y, seguido de Wilson que llevaba las maletas cada cual su carga dio los billetes y salió alegremente. Hermoso tiempo, Wilson... Sol... París está de fiesta para recibirnos. ¡Qué de gente! Mejor, Wilson, así no corremos riesgo de que se fijen en nosotros. Nadie nos reconocerá en medio de tal gentío. ¿El señor Holmes, verdad? Se detuvo extrañado. ¿Quién diablos podía designarlo así por su nombre? A su lado estaba una mujer, una joven vestida muy sencillamente, pero de tipo muy distinguido, y cuyo lindo rostro expresaba una inquietud dolorosa. Repitió: ¿Usted es el señor Holmes, no es eso? 198

MAURICIO LEBLANC Como no contestar como no contestara el inglés, tanto por sorpresa como por habitual prudencia, dijo ella por tercera vez: La persona a quien tengo la honra de dirigirme es en efecto el señor Holmes, ¿no es cierto? ¿Que me quiere usted? Contestó con cierta brutalidad Sherlock, temiendo algún encuentro sospechoso. Se plantó ella delante de él. Escuché, caballero, se trata de algo muy grave, sé que va usted a la calle Murillo. ¿Qué dice usted? Ya sé... Ya sé... A la calle Murillo... Al número 18. Bueno, pues no vaya usted... Le aseguro que sentiría usted el haber ido. Si le digo esto, no crea que es por interés alguno. Es por razón, es por conciencia. Trato de apartarla, pero la joven insistió: ¡Se lo suplico, no se obstine! ¡Ah, sí supiera yo como convencerle! Mire usted en el fondo de mi misma, en lo más recóndito de mis ojos... Son sinceros... Dicen la verdad. Ofrecía con ansia, hermosos ojos graves y límpidos, en donde parece reflejarse el alma toda. Wilson intervino: Esta señorita Parece sincera. Claro que sí, imploró la joven, hay que tener confianza en lo que digo: Tengo confianza, señorita dijo Wilson. ¡Oh, qué felicidad! Y también su amigo, ¿verdad? ¡Siento que sí... estoy segura!... ¡Que dicha, todo va a arreglarse!... ¡Ah, qué buena idea he tenido!... Mire usted, señor, dentro de veinte minutos sale un tren para 199

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Calais... Tómelo... Pronto, sígame... Por aquí; Tiene usted justo el tiempo preciso para tomarlo... Trataba ella de que la siguiera. Holmes le cogió un brazo, y, con voz que trató de dulcificar, le dijo: Perdone, señorita, que no pueda acceder a su deseo; pero, tarea emprendida por mí, jamás la abandonó. Se lo suplico... Se lo suplico... ¡Ah, si pudiera usted comprender! Holmes Se alejó rápidamente. Wilson dijo la joven: Tenga usted confianza... ira hasta el final.... hasta la fecha, jamás ha tenido un fracaso. Echó a correr y se juntó con Holmes.

SHERLOCK HOLMES  ARSENIO LUPIN.

Desde los primeros pasos tropezaron con estas palabras, que se destacaban en gruesos caracteres negros. Se acercaron: Una serie de emparedados (1) transitaban, unos tras los otros, llevando además en la mano pesados bastones con cantera de hierro; golpeaban acompasadamente el suelo; sobre su espalda, enormes carteles decían:

EL DESAFÍO SHERLOCK HOLMES  ARSENIO LUPIN. LLEGADA DEL CAMPEÓN INGLÉS. EL GRAN DETECTIVE ACOMETE EL MISTERIO DE LA CALLE MURILLO. LÉANSE LOS DETALLES EN “EL ECO DE FRANCIA”.

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MAURICIO LEBLANC (1) así llaman en París a los hombres que pasean por las calles anuncios entre los que van metidos; anuncios dobles por delante y por detrás del individuo, pegado sobre las tablas altas y anchas. (N. del T.)

Dijo Wilson con expresivo movimiento de cabeza. ¡Oiga, Sherlock, y nosotros que nos alegrábamos de poder trabajar de incógnito! No me extrañaría que nos estuviera esperando en la calle Murillo la guardia republicana, y que hubiese recepción oficial, con brindis y champaña. Cuando se pone usted a ser chistoso, vale usted por dos, amigo Wilson, replicó Holmes con voz que rechinaba. Se fue a uno de aquellos hombres con decidida intención de cogerlo entre sus poderosas manos y hacerlo polvo, a él y su anuncio. La gente se agolpaba en torno de los anuncios aquellos; bromeando, se reía. Reprimiendo un furioso acceso de rabia, le dijo al hombre: ¿Cuando han sido ustedes contratados? Esta mañana. ¿Cuánto hace que han comenzado su paseo? Una hora. ¿Los anuncios estaban listos? Ya lo creo... Cuando fuimos a la agencia, esta mañana, ya estaban allí. Así pues, Lupín había previsto que Holmes aceptaría la batalla. Es más, la carta escrita por el probaba que deseaba esa batalla, y que en sus planes al

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES entraba medirse una vez más con su rival. ¿Por qué? ¿Qué motivo le incitaba a una nueva lucha? Sherlock bacilo un segundo. Muy seguro de la victoria debía estar Lupín para mostrar tanta insolencia; y, ¿no era para caer en la trampa el acudir así al primer llamamiento? ¡Andando, Wilson! Cochero, calle Murillo, número 18, exclamó Holmes con nueva energía. E, hinchadas las venas, y apretando los puños, cuál si se preparara aún pugilato, subió al coche.

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La calle Murillo está limitada, en sus dos orillas, por lujosos hoteles particulares cuya fachada posterior da al parque Monceau. En el número 18 se alza una de las más suntuosas de esas moradas. El barón de Imblevalle, que la habita con su mujer y sus hijos, la ha amueblado suntuosamente, como artista y como millonario. Patio de honor precede al hotel; a derecha y a izquierda hay cuartos para el servicio general. En la parte trasera, un jardín mezcla las ramas de sus árboles con los árboles del parque. Después de llamar, los dos ingleses atravesaron el patio y fueron recibidos por un ayuda de cámara que les condujo a un saloncito situado en otra fachada. Se sentaron, y con rápida ojeada inspeccionaron los objetos preciosos que apenas dejaban sitio en aquella pieza. Lindas cosas, murmuró Wilson, gusto y capricho...

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MAURICIO LEBLANC Se deduce de esto que las personas que han reunido tales objetos tienen cierta edad... Unos cincuenta años quizá... No termino. Se había abierto la puerta, y entraba el señor de Imblevalle, seguido de su mujer. Al revés de las deducciones de Wilson, ambos eran jóvenes y de aspecto elegante; hablaban y se movían con rapidez. Ambos dieron repetidas gracias a Holmes. ¡Cuánta amabilidad, el haberse puesto en camino, y con tanta premura! Nos alegramos de tanta molestia, puesto que nos proporciona el placer... ¡Qué seductores con estos franceses! Pensó, Wilson, a quien no arredraba una observación profunda. Pero el tiempo es oro, exclamó el barón... El de usted sobre todo, señor Holmes. Así es que al grano. ¿Qué piensa usted de este asunto? ¿Cree usted poderlo solucionar satisfactoriamente? Para conseguir tal, lo primero que hace falta es conocerlo. ¿No lo conoce usted? No; le ruego que me lo explique detalladamente y sin omitir nada. ¿De qué se trata? De un robo. ¿Cuando se ha efectuado? El sábado pasado; en la noche del sábado al domingo. De modo que, hace seis días. Ahora le escucho usted. He de comenzar por decirle, caballero, que mi mujer y yo, aunque siguiendo el género de vida exigido por nuestra situación, salimos poco. La educación de nuestros hijos, algunos saraos, y el embellecimiento de nuestra 203

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES morada, tal es nuestra existencia: aquí pasamos todas las veladas, o casi, aquí, en esta pieza, saloncito particular de mi mujer, en donde hemos reunido algunos objetos de arte. El sábado, pues, a eso de las 11, apague la electricidad, y mi mujer y yo nos retiramos a nuestro dormitorio, como de costumbre. ¿Ese dormitorio se halla?... Al lado: Esa puerta que usted ve. Al día siguiente, es decir, el domingo, me levanté temprano. Cómo Susana, mi mujer, dormía aun, vine a este saloncito lo mas quedó posible, para no despertarla. ¡Cuál fue mi asombro al notar que esa ventana estaba abierta, siendo así que, la víspera, la habíamos dejado cerrada! Algún Criado... Nadie entra aquí por la mañana antes de que llamemos. Además, siempre tengo la precaución de correr el cerrojo de esa segunda puerta, la cual comunica con la antecámara. Por consiguiente la ventana había sido abierta desde fuera. Prueba de ello: El segundo cristal de la ventana de la derecha, cerca de la falleba, ¿Y esa ventana? Esa ventana, como usted puede verlo, da aún terradito rodeado de un balcón de piedra. Estamos aquí en el primer piso, y ve usted del jardín que se extiende detrás del Hotel, y la verja que lo separa del parque Monceau, qué franqueo la verja por medio de una escalera, y que sube hasta el terrado. Dice usted estar seguro de eso. Se ha encontrado de cada lado de la verja, en la tierra blanda de los arriates, agujeros dejados por los dos montones de la escalera; los mismos agujeros existían al pie del terrado. Y, finalmente, el balcón tiene dos ligeras rozaduras, efecto, sin duda alguna, del contacto de los montantes. ¿No está cerrado de noche el parque Monceau?

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MAURICIO LEBLANC Cerrado, no; pero en todo caso, en el n° 14 hay un hotel en construcción. Era fácil penetrar por allí.

Reflexiono Holmes un instante, y prosiguió: Llegamos al robo. Dice usted que ha sido cometido en la pieza en que estamos... Sí. Había aquí, entre esa Virgen del siglo XII y este tabernáculo de plata cincelada, una lamparita judía. Ha desaparecido. ¿Es cuánto tenía usted que decirme? Sí, señor. Ante todo, ¿qué entiende usted por: Una lámpara judía? Una de esas lámparas en uso antiguamente, compuestos de una varilla y de un recipiente En dónde se pone el aceite. Del recipiente sobresalen dos o más mecheros destinados a las torcidas (1). Después de todo, un objeto de escaso valor. Sí; pero en la lámpara en cuestión contenía un escondrijo en donde acostumbramos colocar una magnífica joya antigua, una quimera de oro, cuajada de rubíes y de esmeraldas, qué vale una fortuna. ¿Por qué tal costumbre? No podría decírselo; quizá por la simple diversión de utilizar dicho escondrijo. ¿Nadie conocía el escondrijo? Nadie. Salvo, evidentemente, el ladrón de la quimera, objeto Holmes... pues, de lo contrario, no se hubiera tomado la molestia de robar la lámpara. 205

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Por supuesto. ¿Más, cómo podría conocerlo, puesto que sólo la casualidad nos ha revelado el mecanismo secreto de dicha lámpara? La misma casualidad ha podido revelar a alguien... A un criado... A un familiar de la casa... Pero prosigamos. ¿Ha dado usted parte? Sin duda. El juez ha abierto una sumaría. Los cronistas detectives de los diarios de gran circulación, también han tomado con interés el asunto. Pero, según le decía yo a usted de mi carta, dudo que pueda resolverse ese problema. Holmes levanto, se fue a la ventana, la examinó, examinó también el terrado, el balcón, acudió a su lente para estudiar las dos rozaduras de la piedra, y pidió al señor de Imblevalle que lo condujera al jardín. Fuera, Holmes se sentó en una butaca de mimbre y con aire contemplativo estuvo mirando el tejado de la casa. Luego se fue a dos cajoncitos de madera con los cuáles habían cubierto, para conservar la huella exacta, los agujeros que al pie del terrado había dejado la escalera. Aparto los cajones, se arrodilló sobre el suelo, y escruto, tomó medidas. Idéntica operación a lo largo de la verja, aunque de menos duración. Y nada más. Ambos regresaron al saloncito en donde les esperaba la señora de Imblevalle. Guardó silencio Holmes un rato, al cabo del cual dijo: (1)

El Antiguo velón. (N. del T.)

Desde los comienzos de su relato, barón, me ha sorprendido la extrema sencillez del robo en cuestión. Aplicar una escalera, cortar un cristal de ventana, escoger un objeto y marcharse... No, no suelen suceder así las cosas. Todo es demasiado Claro, demasiado neto. ¿De suerte que?... 206

MAURICIO LEBLANC De suerte que el robo de la lámpara judía ha sido cometido bajo la dirección de Arsenio Lupín... ¡Arsenio Lupín! Exclamó el varón. Bajo su dirección, pero sin estar el presente sin que nadie haya entrado en este hotel... Algún criado, quizá, que haya bajado de su cuarto al terrado, por un canalón que he visto en el jardín. ¿En qué pruebas se apoya usted para...? Arsenio Lupín nos hubiera marchado con las manos vacías. ¡Las manos vacías! ¿Y la lámpara? Coger la lámpara no le habría impedido apoderarse de esa caja para rapé enriquecida de brillantes, o de ese collar de ópalos antiguos. Total: dos movimientos más. Si no los ha efectuado, es que no pudo efectuarlos. ¿Sin embargo, los rastros observados? ¡Comedia! Apariencias para despertar sospechas. ¿Las rozaduras de la balaustrada? ¡Mentira! Han sido hechas con papel de lija. Mire usted, he recogido algunos pedacitos de ese papel. ¿Las señales dejadas por los montantes de la escalera? ¡Pura farsa! Examine usted los dos agujeros rectangulares de la parte baja del terrado, y los agujeros situados cerca de la verja. Su forma es semejante, pero los de aquí son paralelos, y los de la verja no lo son. Mida la distancia que media entre cada agujero y su vecino: La separación varía según el sitio. Junto al terrado es de 23 cm a lo largo de la verja mide 28 cm. ¿De lo cual deduce usted?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES De lo cual deduzco, puesto que en su forma es idéntica, que los cuatro agujeros han sido hechos por medio de un solo y único pedazo de madera tajado a propósito. El mejor argumento sería que ese pedazo de madera. Aquí lo tiene Usted, dijo Holmes, lo he recogido en el jardín, bajo el cajón de un laurel. El barón se inclinó. Hacía cuarenta minutos que estaba el inglés en aquella casa y nada subsistía ya de cuánto hasta entonces habían creído apoyándose en el testimonio mismo de los hechos aparentes. La realidad, otra realidad, se iniciaba, fundada sobre algo mucho más sólido, sobre el razonamiento de un Sherlock Holmes. Muy grave es la acusación que pronuncia usted contra nuestro personal, caballero, dijo la baronesa. Nuestros criados son antiguos servidores de la familia, y ninguno de ellos es capaz de traicionarnos. De no tradicionales a ustedes ninguno de ellos, ninguno de ellos, ¿cómo explicar que esta carta llegará a mis manos el día mismo y por el mismo correo que la que el barón me escribió? Tendió la baronesa la carta de Arsenio Lupín. La señora de Imblevalle quedó atónica. Arsenio Lupín... ¿Cómo ha sabido?... ¿No ha dado el varón conocimiento a nadie de su carta? A nadie: El otro día, en la mesa, fue cuando se nos ocurrió escribirle a usted. ¿Delante de los criados? No había más que nuestras dos hijas. Y tampoco... Sofía y Enriqueta se habían marchado ya; ¿verdad, Susana?

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MAURICIO LEBLANC En efecto, estaban ya con su aya. ¿Su aya? Interrogó Holmes. Si, la señorita Alicia Demún. ¿No come con ustedes esa persona? No, la sirven aparte, en su cuarto. A Wilson se le ocurrió una idea. La carta escrita a mi amigo Sherlock Holmes ha sido puesta en el correo. Naturalmente. ¿Quien la llevó? Domingo, mi ayuda de cámara desde hace veinte años, contestó el barón. Inútil Buscar por ese lado. Nunca es inútil Buscar, dijo silenciosamente Wilson. Las primeras investigaciones habían terminado. Holmes pidió permiso para retirarse. Una hora después, en la comida, vio a Sofía y a Enriqueta, las dos hijas de los Imblevalle, dos lindas niñas de ocho y de seis años. Se hablo poco. Contesto Holmes tan ásperamente a las amabilidades del varón y de su mujer, que optaron por callarse. Sirvieron el café. Trago Holmes el contenido de su casa y se levantó. En aquel momento entró un criado: traía un mensaje telefónico para el inglés. Le abrió este y leyó:

Envío a usted mi entusiasta admiración. Los resultados que En tan poco tiempo ha conseguido son asombrosos. Estoy desconcertado. 209

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Arsenio Lupín.

Frunció el seño el inglés, y dijo, enseñándole el despacho al barón: ¿Principia usted a creer, señor mío, que sus paredes de usted tienen oídos? No sé qué pensar, murmuró el señor de Imblevalle atónito. Ni yo. Más que sí entiendo es que nada se hacen esta casa sin que él lo vea; ni una palabra se pronuncia sin que él la oiga.

 



Aquella noche, Wilson se acostó con la conciencia ligera de un hombre que ha cumplido con su deber y al que no le queda más tarea que dormirse así se durmió enseguida, y soñó que perseguía solito a Lupín y que estaba a punto de apresarlo. Tan real fue la sensación de aquella carrera, qué despertó. Alguien rozaba su cama. Cogió su revólver. Un paso más, Lupín, y tiro. ¡Diablo! Qué terrible está usted compañero! ¡Cómo, es usted Holmes! ¿Necesita usted de mí? Necesito de sus ojos. Levántese... 210

MAURICIO LEBLANC Lo llevó a la ventana. Mire... Del otro lado de la verja... ¿En el parque? Sí. ¿No ve usted nada? No veo nada. Si, ve usted algo. ¡Ah! En efecto, una sombra...Dos... ¿Verdad? Contra la verja... Fíjese, mueven... No perdamos tiempo.

A tientas, agarrándose al pasamano, bajaron la escalera, y llegaron a una pieza que daba a la gradería del jardín. A través de los cristales de la puerta vieron las dos siluetas en el mismo sitio. Es raro, dijo Holmes, me parece oír ruido en la casa. ¿En la casa? ¡Imposible! Todo el mundo está durmiendo. Escuché, sin embargo. En aquel momento, un ligero silbido libro del otro lado de la verja, y percibieron una vaga luz que parecía venir del Hotel. El matrimonio ha debido de encender luz, murmuro Holmes. El dormitorio de ellos está situado por encima de nosotros. Pues de ahí sin duda parte el ruido, dijo Wilson. Acaso están vigilando la verja. Un segundo silbido, mas atenuado aun. No comprendo, no comprendo, dijo Holmes agriado. 211

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Yo tampoco, confeso Wilson. Holmes dio vuelta la llave de la puerta, descorrió el cerrojo, y empujó suavemente la hoja. Un tercer silbido, pero más acentuado, y modulado de otra manera. Al mismo tiempo, por encima de ellos creció el ruido, se precipitó. Más bien se diría que es en el terrado del saloncito, dijo Holmes en voz baja. Pasó la cabeza por la abertura, retrocedió. A su vez, Wilson miró. Cerca de ellos, una escalera se alzaba contra la pared, apoyada en el balcón del terrado. ¡Como que hay alguien en el salón! Dijo Holmes. Ese es el ruido que oíamos. Quitemos la escalera. Pero, en aquel momento, una forma se deslizó desde lo alto, la escalera fue quitada, y el hombre que la llevaba se dirigió, a escape hacia la verja, el sitio en donde le esperaban sus cómplices. Sherlock Holmes y Wilson correr detrás, y alcanzaron al hombre pero cuando colocaba este la escalera contra la verja. Del otro lado partieron dos disparos. ¿Herido? Gritó Holmes. No, contesto Wilson. Se agarró este al hombre y trató de inmovilizarlo. Pero el hombre se volvió, lo cogió con una mano, y con la otra le hundió una navaja en pleno pecho. Wilson exhaló un suspiro, vacilo y cayó. ¡Condenación! Rugió Holmes, si me lo han matado, mató. Tendió a Wilson sobre la hierba y se precipitó hacia la escalera... Ya era tarde: El hombre había subido, he recibido por sus Cómplices, huía por entre la espesura de los árboles. 212

MAURICIO LEBLANC Wilson, Wilson, ¿no es nada, verdad? Un simple rasguño. Las puertas del Hotel se abrieron bruscamente. El primero en acudir fue el señor de Imblevalle; después vinieron criados, con bujías. ¿Qué ocurre, exclamó el varón, está herido el señor Wilson? Nada, un simple rasguño, repitió Holmes tratando de hacerse ilusiones. La sangre corría en abundancia; Wilson estaba lívido. El médico, veinte minutos después, declaró que la punta de la navaja se había detenido a cuatro milímetros del corazón. ¡Cuatro milímetros del corazón! ese Wilson ha tenido siempre una suerte increíble, dijo Sherlock Holmes con tono de envidia. ¡Vaya una suerte! Gruñó el doctor. ¡Pues claro! Dada su robusta constitución, eso es cosa de... De seis semanas de cama, y de dos meses de convalecencia. ¿Nada más? No, a menos de complicaciones. ¿Y por qué demonios quiere usted que haya complicaciones? Ya tranquilizado, Holmes se fue al saloncito, en dónde estaba el barón. Esta vez, el misterioso ladrón había sido más ambicioso. Sin pizca de miramiento se había apoderado de la caja de rapé, del collar de ópalos, y, en general, de cuánto había podido caber en los bolsillos de un ladrón distinguido.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES También esta vez estaba abierta la ventana, uno de los cristales había sido recortado con limpieza y, ya que amaneció, pesquisas someras, al establecer que la escalera procedía del hotel en construcción, indicaba que camino habían seguido los malhechores. En resumen, dijo con cierta ironía el señor de Imblevalle, esto es una repetición exacta del robo de la lámpara judía. ¿Qué, no la adopta usted aún? Este segundo robó, ¿no modifica en nada su opinión de usted? La confirma, señor mío. Parece increíble. Tiene usted la prueba irrefutable de que la agresión de anoche ha sido cometida por alguien de fuera, y persiste usted en sostener que la lámpara judía ha sido sustraída por alguien de esta casa... Por alguien que vive en este hotel. Entonces, ¿cómo explica usted?... No explicó nada, señor mío, comprobó dos hechos que sólo relaciones de apariencia tienen uno con otro; los juzgó aisladamente, y buscó el lazo que les une. Tan profunda parecía su convicción, tu manera de obrar se fundaba el motivo es tan poderosos, que el barón se inclino: Bueno. Vamos a dar parte al comisario... ¡De ninguna manera! Exclamó vivamente el inglés, ¡de ninguna manera! Quiero no dirigirme a esos señores sino cuando necesite de ellos. ¿Pero los tiros?... ¡No importa! 214

MAURICIO LEBLANC ¿Su amigo de usted?... Mi amigo, sólo está herido... Consiga usted que el médico se calle. Yo respondo de todo tocante a la justicia.

 



Transcurrieron dos días, vacíos de incidentes pero durante los cuales prosiguió Holmes su tarea con meticuloso esmero y con un amor propio exasperado por el recuerdo de aquella audaz agresión, llevaba a cabo en presencia suya, y sin que pudiera impedir su éxito. Infatigable, registro del hotel y el jardín, preguntó a los criados y pasó largo ratos en la cocina y en la cuadra. Y aunque no recogió indicio alguno que le ilustrara, no se desanimó. Encontraré lo que busco, pensaba, y aquí es donde lo encontraré. No se trata, como en el asunto de la Dama rubia, de caminar al azar, y de llegar, por otros caminos ignorados de mí, a un fin que yo no conocía. Esta vez, estoy en el terreno mismo de la batalla junto ahora, el enemigo, no es sólo el inagarrable e invisible Lupín, es el cómplice de carne y hueso que vive y se mueve en los límites de este hotel. Un detalle, por mínimo que sea, y sabré a qué atenerme. Ese detalle, del que había de sacar tales consecuencias, y con tan prodigiosa habilidad que bien puede considerarse el asunto de la lámpara judía como uno de los en qué con más fulgor brilla su genio de policía, ese detalle le fue suministrado por casualidad. En la tarde del Tercer día, al entrar Holmes en una pieza situada por encima del saloncito, y qué servía de sala de estudio a las niñas, vio en ella a Enriqueta, la más pequeña de las dos hermanas. Buscaba sus tijeras. 215

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Oye, le dijo Holmes, también yo hago papeles como el que recibiste la otra noche. ¿La otra noche? Si, al final de la comida. Recibiste un papel con tiras pegadas... Ya sabes, un telegrama... Bien, pues yo también sé hacerlos. Y salió. Para otro cualquiera, estas palabras sólo hubieran significado la insignificante reflexión de un niño. El mismo Holmes escucho distraídamente y continuó su inspección. Pero, de repente, echo a correr en busca de la pequeña cuya última frase acaba de interesarle mucho. La alcanzó en lo alto de la escalera, y le dijo: ¿De modo que, tú también pegas tira sobre papel? Enriqueta, halagada de claro: Si, recortó palabras y las pegó. ¿Y quién te ha enseñado a hacer eso? Mi aya... Toma palabras de periódicos y las pega... ¿Y qué hace con ellas? Telegramas, cartas, y las envía. Volvió Holmes a la sala de estudio, singularmente intrigado por aquella confidencia y tratando de extraer de ella las deducciones a que se prestaba. Había un paquete de periódicos sobre la chimenea. Los desdoblo, y vio en efecto que faltaban palabras y hasta renglones; habían sido reportados con mucha limpieza. Pero le bastó leer las palabras que procedían o que seguían, para ver, las que faltaban, habían sido recortadas al azar, sin duda

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MAURICIO LEBLANC por Enriqueta. Quizá, entre aquellos diarios, hubiese algunos recortado por él aya misma. Más, ¿cómo averiguarlo? Maquinalmente, Sherlock ojeo los libros de clase puestos en montón sobre la chimenea, más otros que descansaban sobre las tablas de un armario. Sintió un repentino alegrón. En un rincón de aquel armario, bajo número de antiguos cuadernos de clase, acababa de dar con un álbum para niños, un alfabeto adornado de grabados, y, en una de las páginas de aquel álbum, acababa de ver un vacío. Examinó. Era la nomenclatura de los días de la semana. Lunes, martes, miércoles, etc. Faltaba la palabra sábado. Ahora bien, el robo de la lámpara judía se había efectuado en la noche de un sábado. Sintió Sherlock una emoción especial: La que, en cada " asunto", me anunciaba que había dado en el clavo. Febril y confiado, se apresuró a hojear el álbum. Un poco más lejos, otra sorpresa le esperaba. De una página compuesta de letras mayúsculas, seguidas de una línea de números, nueve letras y tres cifras habían sido quitadas con cuidado. Holmes las escribió en su cuaderno de apuntes, en el orden que hubiesen ocupado, y obtuvo el resultado siguiente: CDEHNOPRZ237 Poco significa esto, murmuró el inglés a primera vista. ¿Se podía, mezclando aquellas letras y empleándolas todas, formar una, dos o tres palabras completas? En vano lo intentó Holmes. Una sola solución se imponía a él, solución a la que siempre volvía después de imaginar otras, y que finalmente, le pareció ser la verdadera, así

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES como porque correspondía la lógica de los hechos como porque concordaba con las circunstancias generales. Dado que en la página del álbum sólo una vez figuraba cada una de las letras del alfabeto, era seguro que se hallaba uno en presencia de palabras incompletas, y que esas palabras habían sido completadas por letras tomadas de otras páginas. En tales condiciones, salvo error, el enigma quedaba planteado de esta manera: REPOND.ZCH237 La primera palabra resultaba Clara: répondez, conteste; faltaba una E, por no quedar disponible la letra E, ya empleada. En cuanto a la segunda palabra sin terminar, formada indudablemente, con la cifra 237, las señas que daba al expedir al destinatario de la carta. Primero proponían que el día fijado fuera un sábado, y luego pedían contestación a las señas CH.237. O bien era CH.237 una fórmula de lista de correos, o bien las letras CH formaban parte de una palabra incompleta. Sherlock Holmes ojeo el álbum: Ningún otro recorte se notaba en las páginas siguientes. Era pues preciso, hasta nueva orden, atenerse a la explicación encontrada. ¿Verdad que es divertido? Había vuelto Enriqueta: Holmes contesto: ¡Mucho! ¿Pero, no tienes más papeles... o palabras ya recortadas que podría yo pegar? ¿Papeles?... No... Además, se disgustaría mi aya. ¿De veras? Si, ya me ha reñido. 218

MAURICIO LEBLANC ¿Por?... Por haberle dicho a usted que le he dicho; dice que no hay que decir cosas de aquellos a quienes queremos. Tienes razón. Pareció satisfechísima Enriqueta de la aprobación, tanto, te saco de un saquito de tela sujeto a su vestido con un alfiler, unos trapitos, tres botones, dos terrones de azúcar, y, finalmente, cinta de papel. La atendió a Holmes diciéndole: No importa, también te doy esto. Era un número de coche de punto, 8279. ¿De dónde viene, ese número? Se ha caído de su portamonedas. ¿Cuándo? El domingo pasado, en misa, al coger el dinero para la colecta. Muy bien. Ahora voy a decir todo lo que has de hacer para que no te riña tu aya, no le digas que me has visto. Se fue Holmes a ver al barón, y sin ambages le pidió su opinión exacta sobre Alicia Demún. El barón hizo un movimiento que significaba viva sorpresa, y añadió: ¡Alicia! ¿Acaso sospecha usted?... No, imposible. ¿Cuánto hace que está con ustedes?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¡Solo un año! Pero es persona tranquilísima y tenemos toda la confianza en ella. ¿Cómo es que no la he visto aún? Ha estado ausente durante dos días. ¿Y ahora? Desde su regreso ha querido instalarse a la cabecera de su amigo de usted. Posee todas las cualidades de una buena enfermera... dulce... solicita.... El señor Wilson parece muy satisfecho de ella. ¡Ah! Exclamo él ingles, quien no había vuelto a acordarse de su camarada. Reflexiono, y se informó: El domingo por la mañana, ¿ha salido esa joven? ¿Al día siguiente del robo? Sí. El varón llamó a su mujer transmitió la pregunta de Holmes. La baronesa contesto: Alicia salió, como de costumbre, para ir a misa de once con las niñas. Pero, ¿antes? ¿Antes? No... Es decir... ¡Pero estaba yo tan trastornada por ese robo!... Sin embargo, recuerdo que la víspera, me pidió ella permiso para ausentarse el domingo por la mañana, dándome como motivo que tenía que ver a una prima recién llegada a París y que había de estar pocas horas en la capital. Pero, ¿supongo que no sospecha usted de ella? 220

MAURICIO LEBLANC No... Sin embargo, quisiera verla. Subió al cuarto de Wilson. Una mujer, vestida cual suelen estarlo las enfermeras, estaba inclinada sobre el enfermo y le daba de beber. Holmes reconoció a la joven que le había hablado en la estación del Norte.

 



No hubo entre ellos la menor explicación. Alicia se sonrío dulcemente sin cortedad alguna, sin que nada se alterara su bonita y grabé expresión de ojos. El inglés quiso hablar, esbozó algunas palabras y se cayó. Entonces prosiguió la joven su tarea tranquilamente, con gran extrañeza de Holmes coloco en su sitio algunos frascos, desenrollo y enrollo vendas, y, de nuevo, miró al inglés y se sonrío. Sherlock dio media vuelta, bajo, yo en el patio el automóvil del barón, subió a él y mandó al conductor que le llevará a Levallois, al depósito de coches cuya dirección figuraba en la papelera dada por la niña. Como no estaba allí el cochero Duprét, que era el que condujo el n° 8279 en la mañana del domingo, despidió Holmes el automóvil y espero hasta la hora en que tenía que regresar el cochero para tomar nuevo carruaje y nuevo caballo. Dijo Duprét qué en efecto, había subido a su coche, cerca del Parque Monceau, una señora joven, vestida de negro, con tupido velillo, y que parecía muy agitada. ¿Llevaba un paquete?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Si, un paquete bastante largo. ¿A donde la llevó usted? A la Avenida de Ternes, ángulo de la plaza Saint Ferdinand. Allí estuvo diez minutos, y después regresamos al parque Monceau. ¿Reconocería ustedes la casa de la avenida de ternes? ¿Ya lo creo quiere usted que le lleve? Después. Vamos primero a la prefectura de policía. En la prefectura, tuvo la suerte de dar enseguida con Ganimard. Señor Ganimard, ¿está usted libre? Si se trata de Lupín, no. Se trata de Lupín. En ese caso, no me muevo. ¡Cómo! ¿Renuncia usted? Renunció a lo imposible. Estoy harto de una lucha desigual, en la que estamos seguros de ser vencidos. Esto es cobarde, es absurdo, es todo lo que usted quiera... ¡Poco me importa! Lupín es más ducho que nosotros. Por consiguiente, no hay más que inclinarse. No me inclino. Pues él le inclinara a usted, cómo a los demás. Bueno; el espectáculo de nuestra lucha le agradará a usted.

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MAURICIO LEBLANC Sí, por cierto, dijo ingenuamente Ganimard. Y puesto que no le parecen a usted suficientes las derrotas que usted ha sufrido, vamos allá. Ambos subieron al coche de punto. Dio la orden al cochero de que parara un poco antes de la casa y del otro lado de la avenida delante de un cafetín en donde se instalaron, por fuera. Atardecía. Mozo, dijo Holmes, el recado de escribir. Escribió, y llamó de nuevo al mozo. Llevé usted esta carta al portero de la casa de enfrente. Debe ser ese hombre con gorra que está fumando debajo de la puerta principal. Acudió al portero, y, después de haberle dicho a Ganimard quién era, Holmes pregunto si en la mañana del domingo, había venido a su casa a una señora de negro. ¿De negro? Si, a eso de las 9 - la que sube al segundo. ¿La ve usted con frecuencia? No, pero desde hace algún tiempo viene más a menudo... Durante la quincena pasada ha venido casi a diario. ¿Y desde el domingo? Sólo una vez... Sin contar hoy. ¡Cómo! ¿Ah venido? Está ahí. ¿Esta ahí?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Hará unos diez minutos. Su coche espera en la plaza SaintFerdinand, como de costumbre. Me he cruzado con ella bajo la puerta. ¿Qué inquilino hay en el segundo? Hay dos; una modista, la señorita Langeais, y un señor que han alquilado las habitaciones, amuebladas, desde hace un mes, dando por nombre: Bressón. ¿Por qué dice usted “dando por nombre”? Porque se me figura que es su nombre supuesto. Mi mujer, qué es la encargada del aseo de esas habitaciones, me ha dicho que no tiene dos camisas con las mismas iniciales. ¿Qué género de vida? Fuera, casi siempre. A veces se está hasta tres días sin venir. ¿Ha pasado aquí la noche del sábado al domingo? ¿La noche del sábado al domingo?... Espero usted a que recuerde... Si, volvió el sábado por la noche, y no se movió de su cuarto. ¿Qué clase de hombre es? No podría decírselo a usted, de tal manera cambia... Es alto, es bajo, es grueso, es flaco... moreno y rubio. No siempre le reconozco. Holmes y Ganimard se miraron. Es el, murmuró el inspector, es él. Se efectúo en el viejo policía cierto trastorno que se tradujo por un bostezo por una crispación de sus dos puños.

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MAURICIO LEBLANC También Sherlock Holmes, aunque mucho más dueño de sí mismo, sintió violenta emoción. ¡Ojo! Dijo el portero, ahí viene la joven. En efecto, Alicia salía de la casa, y atravesó la plaza. Y ahí viene el señor Bressón. ¿El señor Bressón? ¿Cuál? El que lleva un paquete bajo el brazo. Pero no se ocupa de la joven. Sube sola a su coche. He de decir que nunca los he visto juntos. Los dos policías se levantaron precipitadamente. A la claridad de los faroles reconocieron la silueta de Lupín, quién se alejaba en dirección opuesta a la plaza. ¿A quién prefiere usted seguir? Preguntó Ganimard. A él, sin vacilación alguna. Es la tajada principal. Entonces, yo sigo a la joven, propuso Ganimard. No, no, dijo vivamente el inglés, que no quería revelarle a su colega nada del asunto, la joven, sé dónde encontrarla... Venga usted conmigo. A distancia y utilizando el momentáneo resguardo de los transeúntes y de los kioscos, echaron a andar detrás de Lupín. Tarea fácil por cierto, pues no se volvía y andaba rápidamente, cojeando ligeramente de la pierna derecha, tan ligeramente, que era menester ser muy observador para notarlo. Ganimard:

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Finge cojera. Y añadió: ¡Ah, si pudiéramos recoger a dos o tres agentes y apresar a nuestro individuo! Corremos el riesgo de perderlo. Mas no vieron a ninguna gente antes de la puerta de Ternes, y, fuera de las fortificaciones, no podían contar con socorro alguno. Separémonos, dijo Holmes, el sitio éste está desierto. Estaban en el Boulevard Víctor-Hugo. Cada uno de ellos tomo por una acera y se adelantó siguiendo la hilera de árboles. Así anduvieron Por espacio de 20 minutos hasta el momento en que Lupín giro a la izquierda y hasta el Sena. De repente vieron que Lupín bajaba hacia el río, y durante unos segundos les fue imposible ver lo que hacía. Volvió a subir y se dirigió hacia la población. Los dos policías, que le estaban acechando, vieron que ya no tenía paquete alguno. A cierta distancia, otro individuo se destacó de la rinconada de una casa y se deslizó por entre los árboles. Holmes dijo en voz baja: Parece seguirle también, ese. Si, ya me ha parecido verle, a la ida. De nuevo comenzó la caza, pero complicada Pero complicada por la presencia de aquel individuo. Seguía Lupín el mismo camino que al venir, pasó por la puerta de Ternes y se metió en la casa de la plaza Saint - Ferdinand. Estaba cerrando el portero cuando se presentó Ganimard. 226

MAURICIO LEBLANC ¿Lo ha visto Usted, verdad? Sí estaba yo apagando el gas de la escalera; ya ha echado la llave de su puerta y corrido el cerrojo. ¿No hay nadie con él? Nadie, ningún criado... Nunca come aquí. ¿No hay escalera de servicio? No. Ganimard dijo a Holmes. Lo más sencillo es que me instale a la puerta misma de Lupín, mientras va a usted en busca del comisario de policía. Voy a darle a usted dos palabras para él. Holmes objeto: ¿Y si se escapa mientras? ¡Puesto que estoy aquí!... Uno contra uno, la lucha es desigual con él. No puedo, sin embargo, allanar su morada, no tengo derecho a ello, sobre todo de noche. El inglés se encogió de hombros. Si prende usted a Lupín, nadie le buscará quisquillas acerca de los medios que haya usted empleado. Además no se trata sino de llamar. Veremos lo que ocurre después.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Subieron. En la izquierda del descansillo había una puerta de dos hojas. Ganimard llamo. Ningún ruido. Llamó de nuevo. Nadie. Entremos, murmuro Holmes. Eso es, entremos. No obstante, quedaron inmóviles, indecisos. Cuál persona que vacila en el momento de efectuar un acto decisivo; temían obrar, y les parecía repentinamente imposible que Lupín estuviese allí, tan cerca de ellos, detrás de aquella frágil puerta tan fácil de derribar. Conocían demasiado uno y otro al diabólico personaje, para admitir que se dejará coger tan estúpidamente. ¡Que había de estar allí! Por las casas contiguas, por los tejados, por una salida propicia, de seguro que se había fugado y, una vez más, iban a encontrarse con la sombra de Lupín. Se estremecieron. Un ruido imperceptible, del otro lado de la puerta, había como rosado el silencio. Y tuvieron la impresión, la certeza, de que en efecto estaba allí, detrás de una débil puerta, y de que les escuchaba y les oía. ¿Qué hacer? La situación era Trágica. A pesar de su sangre fría de policías que de todo habían visto, tal emoción les embargaba que se imaginaban percibir los latidos de su corazón. Ganimard consultó a Holmes, con la mirada. Y, violentamente, con el puño sacudió la puerta. Ahora se oía ruido de pasos, ruido que no trataba ya de disimularse... De nuevo llamo Ganimard; pero Holmes, con irresistible empuje, la derribó con el hombro, y ambos se precipitaron hacia dentro.

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MAURICIO LEBLANC De repente se detuvieron. Un tiro acaba de sonar en la pieza avecina. Otro más, seguido de la caída de un cuerpo. Cuando entraron, vieron al hombre tendido, la cara contra el mármol de la chimenea. Tuvo una convulsión. Su revólver se deslizo de su mano. Ganimard se inclino y volvió la cabeza del muerto. La cubría sangre que brotaba de dos heridas, una en la mejilla, y otra en la sien. Está desfigurado, murmuró. ¡Cómo que no es el! Contesto Holmes. ¿Cómo lo sabe usted, si no lo ha examinado? El inglés se sonrío: ¿Cree usted que Arsenio es de los que se matan? No obstante, hemos creído reconocerle, en la calle... Hemos creído, porque queríamos creer. Ese hombre nos obsesiona. Entonces es uno de los cómplices. Los Cómplices de Lupín no se matan. ¿Entonces quién es? Registraron El cadáver. En un bolsillo, Sherlock encontró una cartera vacía; en otro Ganimard encontró unas cuantas monedas de oro. Ninguna marca en la ropa toda. En los baúles un voluminoso baúl y dos maletas, sólo ropa. Sobre la chimenea, un paquete de periódicos. Ganimard los desdoblo. Todos hablaban de la lámpara judía. 229

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Una hora después cuando Ganimard y Holmes se separaron, nada concreto sabían acerca del personaje a quien la intervención de ambos había empujado al suicidio. ¿Quién era? ¿Por qué haberse matado? ¿Qué lazo lo unía al asunto de la lámpara? ¿Quién le había seguido en el transcurso de su paseo? Preguntas todas tan complejas Unas con otras.... Otros tantos misterios...

 



Holmes se acostó de muy mal humor. Por la mañana, apenas despierto, recibió el siguiente despacho neumático: Arsenio Lupín tiene la honra de darle a usted parte de su trágica muerte en la persona de un tal Bressón, y le ruega asista a sus funerales, los cuales se efectuaran por cuenta del estado, el jueves 25 de junio.

II Lo que me exaspera, querido amigo, decía Holmes a Wilson blandiendo el despacho de Lupín, lo que exaspera en esta aventura es sentir de continuo sobre mí la mirada de ese endemoniado hombre. Ninguno de mis más íntimos pensamientos se le escapa. Obro como un actor cuyos pasos todos están sujetos a reglamentación rigurosa, que va a tal parte del escenario y dice tal cosa, porque así lo quiso una voluntad superior. ¿Comprende usted Wilson? Wilson hubiera comprendido, seguramente de no impedir solo el profundo sueño en que se hallaba sumido, efecto de su temperatura, qué oscilaba entre cuarenta y cuarenta y un grados. Más, que oyera o no, poca importancia tenía esto para Holmes, quien prosiguió: 230

MAURICIO LEBLANC Tengo que apelar a toda mi energía y poner en juego todos mis recursos, para no desanimarme. Por fortuna, dado mi temperamento, todas esas contrariedades son otros tantos alfilerazos que me estimulan. Una vez apagado el escozor, una vez cerrada la herida de amor propio, repito siempre los dos lo mismo:" Diviértete bien, amiguito, tú mismo te delataras". Porque, vamos a ver, Wilson, ¿no es Lupín mismo quien, por su primer despacho y por la reflexión que sugirió este a Enriquetita, no es él quien me ha revelado el secreto de su correspondencia con Alicia Demún? Olvida Usted ese detalle, mi antiguo camarada. Iba y venía por el cuarto, con un paso sonoro, sin cuidarse de que pudiera despertar al antiguo camarada. En fin, no se presenta demasiado mal el asunto, y, sí son algo oscuros los caminos que sigo, siquiera comienzo a ver un poco claro. Por de pronto, comienzo a saber a qué atenerme acerca del tal Bressón. Tengo cita con Ganimard a orillas del Sena, en el sitio en que Bressón tiró su paquete, y sabremos, qué papel ha desempeñado este individuo. Lo demás se reduce a una partida que ha de ser jugada entre Alicia Demún y yo. Poco pesa entre mis manos semejante adversario, ¿verdad Wilson? ¿Y no le parece a usted que dentro de poco ha de conocer la frase del álbum, y lo que significan esas dos letras aisladas, esa C y esa H? Porque todo estriba en eso, Wilson. Entró la joven En aquel momento, y al ver a Holmes gesticulando le dijo amablemente: Señor Holmes, voy a ir a reñirle a usted sí despierta a mí enfermo. Obra usted mal molestado lo así; el médico exige absoluta tranquilidad.

La contemplaba sin pronunciar palabra, extrañado, como lo fue el primer día, de aquella inexplicable serenidad. ¿Por que mirarme de esa manera, señor Holmes? ¿Por nada? No, qué es por algo. Tiene usted, respecto de mí, algún pensamiento secreto... ¿Cuál? conteste, por favor.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Le interrogaba con todo su rostro puro, con sus ojos ingenuos, con su boca sonriente, y con toda su actitud, con sus manos cruzadas, con su busto ligeramente inclinado hacia adelante. Y tal candor había en ella, que el ingles se encolerizo. Se acercó a ella, y en voz baja le dijo: Anoche se ha matado Bressón. Repitió la joven sin parecer comprender: Anoche se ha matado Bressón... Ninguna contracción alteró su rostro, nada reveló el esfuerzo de la mentira. Estaba Usted prevenida, le dijo, irritado, el inglés... De no ser así, se hubiera usted estremecido... Tiene usted más doblez de lo que yo creía... más, ¿por qué disimular? Cogió el álbum de grabados que acababa de dejar sobre una mesa vecina, y, abriéndolo en la página recortada, añadió: ¿Podría usted decirme en qué orden hay que colocar las letras que faltan aquí para conocer la significación exacta del billete enviado por usted a Bressón cuatro días antes del robo de la lámpara judía? ¿En qué orden?... ¿Bressón?... ¿El robo de la lámpara judía?... Repetía las palabras lentamente como para desentrañar su sentido. Sherlock Holmes insistió.

Sí. He aquí las letras empleadas... En este pedazo de papel. ¿Qué le decía usted a Bressón? Las letras empleadas... Lo que yo decía... De repente se echó a reír:

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MAURICIO LEBLANC ¡Ya comprendo! ¡Soy la cómplice del robo! Un tal Bressón ha robado la lámpara judía y se ha suicidado. Y yo soy una amiga de ese señor. ¡Tiene gracia la cosa! ¿A Quién ha ido usted a ver ayer tarde en el segundo piso de una casa de la avenida de ternes? ¿A quién? Pues a mí modista la señorita Langeais. ¿Acaso serían una sola y misma persona mi modista y mi amigo el señor Bressón? A pesar de todo, Holmes dudo. Es posible fingir, hasta el punto de engañar el terror, la inquietud, todos los sentimientos, mas no La indiferencia, no la risa feliz y despreocupada. No obstante, le dijo aun. Una última palabra: ¿Porque, la otra tarde, vino usted a decirme aquello en la estación del Norte? ¿Y porque me suplicó usted que me volviera enseguida a Londres sin ocuparme de ese robo? Es usted demasiado curioso, señor Sherlock Holmes, contestó la joven riéndose y con el mismo tono natural. Como castigo, va usted a quedarse vigilando al enfermo mientras voy a la farmacia... corre prisa el que vaya... me escapó. Y salió. Resultó burlado, murmuró Holmes no sólo no he podido sacarle una palabra, sino que me he delatado. Y recordaba el asunto del diamante azul y el interrogatorio a que había sido sometido el a Clotilde Destange. ¿No manifestaba Alicia la misma serenidad que la Dama rubia, y no se las había él con uno de esos seres que, protegidos por Lupín, bajo la acción directa de su influencia, conservaban en la angustia misma del peligro la más asombrosa calma? Holmes... Holmes... Se acercó a Wilson que llamaba y se inclino hacia él. 233

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Qué hay, compañero, le duele algo? Wilson movió los labios sin poder hablar. Por fin, después de grandes esfuerzos, dijo: No... Holmes... No es ella... Es imposible que sea ella... ¿Que me está usted contando? Yo le digo a usted que sí ese ya. Sólo frente a una persona adiestrada y aleccionada por Lupín, sólo Entonces es cuando pierdo la cabeza y obro tan neciamente... Ya está al tanto, esta, de toda la historia del álbum... Le apuesto a usted que antes de una hora estará enterado de todo Lupín. ¿Antes de una hora? ¡Ca! ¡Enseguida, ahora mismo! ¡La farmacia... Un medicamento que corre prisa... Mentira y más mentira! Echó a correr, bajo la avenida de Messine, y vio a Alicia entrar en una farmacia.10 minutos después reapareció con frascos y una botella envuelta en papel blanco. Pero, en el momento de subir la avenida, se acercó a ella un hombre que la persiguió, gorra en mano y aparentando humildad, como si le pidiera limosna. Se detuvo la joven, le dio socorro, y continúo andando. Alicia le hablado, se dijo el inglés. Más que una certeza, aquello fue una intuición, lo bastante poderosa, sin embargo, para qué cambiará de táctica. Dejando a la joven, sitio la pista del falso mendigo: Así llegaron, uno detrás del otro, a la plaza Saint-Ferdinand, el hombre Estuvo largo rato yendo y viniendo alrededor de la casa de Bressón, mirando de cuando en cuando a las ventanas del segundo piso, y vigilando a las personas que estaban en la casa. Al cabo de una hora subió a la imperial de un tranvía que iba en dirección de Neuilly. Subió también Holmes y se sentó detrás del individuo, un poco más lejos, y al lado de un señor que desaparecía a medias detrás de las hojas abiertas de su periódico. En las fortificaciones, el del diario se bajó, Holmes vio a Ganimard y Ganimard le dijo al oído, designando al individuo:

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MAURICIO LEBLANC Es el hombre de anoche, el que seguía a Bressón. Hace una hora que anda de un lado para otro en la plaza. ¿Nada nuevo respecto a Bressón? Preguntó Holmes Si, una carta llegada esta mañana para él. ¿Esta mañana? Por consiguiente ha sido echada al correo anoche, antes de saber el expedidor, el fallecimiento de Bressón Así es la tiene el juez de instrucción. Pero la recuerdo bien. No acepta transacción alguna. Lo quiere todo, tanto lo primero como las cosas del segundo asunto. De lo contrario obrará. Sin firma, añadió Ganimard. Como usted ve, esos renglones, de poco nos sirven. No pienso como usted, señor Ganimard esos renglones me parecen, al contrario, muy interesantes. ¿Por?... Por razones particulares, contestó Sherlock Holmes con su habitual desembarazo. El tranvía se detuvo en la calle del Chateau, punto de parada. El individuo bajó y se alejó tranquilamente. Holmes le escoltaba, y tan de cerca, que Ganimard se asustó. Si vuelve la cara, trabajo perdido. No la volverá. ¿Usted que sabe?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Es un cómplice de Arsenio Lupín, y el hecho de que un cómplice de Lupín vaya así, con las manos en los bolsillos prueba dos cosas: Qué sabe que le siguen, y que no teme nada. Sin embargo, no nos será difícil echarle el guante. No lo crea usted: No me extrañaría que antes de poco se nos escurre ese de entre los dedos. Está demasiado seguro de él. Vaya, vaya, tiene usted gana de broma. A la puerta de aquel café hay dos agentes ciclistas. Si decido mandarles que prendan al individuo, me pregunto cómo podrás zafarse de nuestras uñas. No me parece que al tal le asusté mucho esa eventualidad. Mire usted, el mismo se dirige a ellos. ¡Caracoles con el sinvergüenza! Profirió Ganimard. En efecto, el individuo se había llegado a los dos agentes en el momento de disponerse estos a montar en sus bicicletas. Les dijo unas palabras, y de repente, saltó el sobre una tercera bicicleta que estaba apoyada contra la pared del café, y se alejó rápidamente con los dos agentes. El inglés se echó a reír a carcajadas. ¿Qué tal? ¿Sucedió como me lo figuré? Ni visto ni conocido. Lo escoltan dos colegas de usted, Ganimard... No se priva de nada, ese Lupín; hasta tiene bar alta sobre el personal de la Prefectura de policía... ¡Cuando le decía yo a usted que me resultaba demasiado tranquilo el individuo! Entonces, ¿qué había de hacer? Exclamó Ganimard, quemado. ¡Muy cómodo es reírse! Vaya, vaya, no sé enfadé usted; nos vengaremos. Por ahorita, necesitamos refuerzo. Folenfant me espera al final de la avenida de Neuilly.

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MAURICIO LEBLANC Bien, pues ande en busca suya, y vengan a juntarse conmigo. Ganimard se alejo; mientras, Holmes seguir los rastros de las bicicletas, tanto más visibles en el polvo del camino, cuando dos de las máquinas tenían neumáticos estriados. Pronto notó que aquellos rastros le conducían a orillas del Sena, y que los tres hombres habían girado Hacia dónde giro Bressón, la víspera. Así llegó al sitio en donde Ganimard y él se habían ocultado, y, un poco más lejos, noto un revoltijo de líneas estriadas lo que le probó que allí se habían detenido los tres hombres. Justo enfrente había una lengüeta de terreno internada en el río a cuyo extremo está amarrada una barca vieja. Allí era donde Bressón debía de haber tirado su paquete, o más bien, dónde lo dejó caer. Bajo Sherlock Holmes al detective y vio que, por estar muy bajo el agua y ser muy suave la pendiente, fáciles sería dar con el paquete, a menos de haberse adelantado a ello los tres hombres. No, no, se dijo, no han tenido el tiempo suficiente...A lo sumo de un cuarto de hora... Y, sin embargo, ¿por qué han pasado por aquí? Un pescador estaba sentado en la barca. Sherlock Holmes le preguntó: ¿No ha visto usted a tres hombres en bicicleta? El pescador movió la cabeza en sentido negativo. El inglés insistió: Sí..... Tres hombres... Acaban de detenerse a dos pasos de usted... El pescador puso su caña bajo el brazo, sacó de su bolsillo una cartera de apuntes, escribió en una de las hojas, la arranco y la tendió a Holmes. El inglés sintió frío de hielo desde los talones hasta la nuca. Con una ojeada había visto, en medio del papel que tenía en la mano, la serie de las letras recortadas del álbum. CDEHNOPRZEO-237

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES

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El sol daba de lleno en el río. El hombre seguía pescando, resguardado bajo la amplia campana de un sombrero de paja; a su lado estaban doblados su chaleco y su chaqueta. Parecía estar muy atento a lo que hacía. Transcurrió un largo minuto, un minuto de solemne y terrible silencio. ¿Es él? Pensaba Holmes con ansiedad casi dolorosa. La verdad le iluminó, y se dijo: ¡Es el, es el, sólo él es capaz de quedarse tan tranquilo, sin un estremecimiento de inquietud, sin preocuparse por lo que va a ocurrir!... Por otra parte, ¿quién más que él podría estar al tanto de esa historia del álbum? Alicia le ha avisado por medio de su mensajero. De repente sintió el inglés que su mano, que su propia mano, acaba de agarrar la culata de su revólver, y que sus ojos se fijaban en la espalda del individuo, un poco por bajo de la nuca. Un ligero movimiento, y todo quedaba terminado, la vida del extraño aventurero terminaba miserablemente. El pescador no se movió. Holmes apretó, nervioso, su arma. Sentía a la vez: vivísimo deseo de disparar y de acabar cuanto antes, y horror hacia un acto que repugnaba a su temperamento. El golpe sería certero. Todo quedaba terminado. ¡Ah! Pensaba, que se levante que se defienda... si no, peor para él... Un segundo más... Y tiro... Más oyó ruido de pasos; volvió la cabeza, y vio a Ganimard en compañía de los inspectores.

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MAURICIO LEBLANC Entonces, cambiando de idea, dio un paso atrás para tomar carrera, y de un salto se plantó en La Barca, cuya Amarra se rompió bajo la fuerza del empuje; se agarró al hombre, y ambos rodaron al fondo de la embarcación. ¿Y qué? Exclamó Lupín tratando de desasirse, ¿qué pretende usted? ¿Qué habría conseguido el que consiga dominar al otro? No sabrá usted qué hacer conmigo, ni yo con usted. Así quedaremos los dos imbéciles... Los dos remos se cayeron al agua. La Barca se fue a Merced de la corriente. Exclamaciones entre cruzaban a lo largo de la orilla, y Lupín proseguía: ¡Cuánta tontería inútil! ¿Ha perdido usted quizá la noción de las cosas?... ¡Semejantes chiquilladas a la edad de usted!... ¡Vamos hombre!... Consiguió desasirse. Exasperado, resuelto a todo, Sherlock hecho mano a su bolsillo. Soltó una exclamación de ira: Lupín había cogido su revólver. Entonces se arrodilló y trato de agarrar uno de los remos para ganar la orilla, en tanto que Lupín hacía por coger el otro, pero para alejarse más. Qué se le escapa... Qué se le escapa... Decía Lupín. Además, eso no tiene importancia... Aunque consiga usted agarrar un remo, no le dejaré servirse de él... Y lo propio ara usted conmigo. En la vida, nos afanamos mucho por alcanzar ciertas cosas... Y hacemos mal, puesto que, muchas veces, la suerte decida lo contrario... Ya ve usted ahora: La suerte favorece a su querido Lupín... ¡Victoria! ¡La corriente está de mi parte! En efecto, la barca tendía a alejarse. ¡Ojo! Gritó Lupín. Alguien, desde la orilla, apuntaba con su revólver, bajo Lupín la cabeza, se oyó una detonación, y un poco de agua salto cerca de ellos. Lupín se echó a reír. 239

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Anda, si es el amigo de Ganimard... Muy feo es lo que está usted haciendo, Ganimard: no tiene usted derecho a tirar si no en caso de legítima defensa... Por lo visto, el pobre de Arsenio le enfurece a usted hasta el punto de olvidar todos sus deberes... ¡Pues se dispone a tirar de nuevo!... Pero, desdichado, fíjese en que a quién le va usted a dar esa mi querido maestro... Se puso delante de Holmes, en pie en la barca, frente a Ganimard: Vaya, ahora estoy tranquilo... Apunté usted aquí, Ganimard, en medio del corazón... Más arriba... A la izquierda... ¡Pero qué torpe es usted! A ver otra vez… ¿Tampoco será menester que tome yo el mando?... ¡Una, dos, tres, fuego! Nada... ¿Será que el gobierno les da a ustedes armas como las de los niños? Sacó un revólver macizo y plano, y, sin apuntar, tiro. El inspector hecho mano a su sombrero: Una bala lo había agujerado. ¿Qué dice usted de eso Ganimard? Este sí que es de buena fábrica. ¡Saluden, señores, es el revólver de mi noble amigo, el maestro Sherlock Holmes! Y arrojó el arma a los pies mismos de Ganimard. No podía Sherlock Holmes impedirse de sonreír y de admirar. ¡Qué desbordamiento de vida! ¡Qué alegría tan joven y tan espontánea! ¡Y como parecía divertirse! Hubiérase dicho que la sensación del peligro le producía un placer físico, y que, para aquel hombre extraordinario, la existencia no tenía más fin que el de ir en busca de peligros coma para luego burlarlos. Pero, las dos orillas se iban llenando de gente, y Ganimard y sus subordinados seguían en la embarcación que se mecía en medio del río, suavemente arrastrada por la corriente. Estaban seguros, matemáticamente seguros de capturar a Lupín. Confiese Usted, maestro, exclamó Arsenio volviéndose hacia el inglés, que no daría supuesto todo el oro del Transval, como el que está usted en la primera fila de butacas… Pero, ante todo, el prólogo... Después de lo cual saltaremos de un golpe al quinto acto: La captura o la evasión de 240

MAURICIO LEBLANC Arsenio Lupín. Por consiguiente, querido maestro, tengo que hacerle a usted una pregunta, y le suplicó, para evitar todo equivoco, que conteste sí o no. Renuncia usted a ocuparse de este asunto; aun es tiempo y puedo reparar el daño que usted ha hecho. Más tarde, no lo podría. ¿Convenido? No. La cara de Lupín se contrajo. Resultaba visiblemente irritado por aquella obstinación. Repuso: Insisto. Más aún por usted que por mí, insisto, seguro de que será usted el primero en lamentar el haber tomado parte de este asunto. Por última vez, ¿sí o no? No. Lupín se agachó, quito de su sitio una de las tablas del fondo, y, por espacio de algunos minutos, ejecutó una tarea cuya naturaleza no pudo Holmes discernir. Después se levantó, se sentó junto al inglés, y le dijo: Creo, maestro, que ambos hemos venido a la orilla de este río por razones idénticas: Estar con el objeto soltado por Bressón. Por mi parte, ya había dado cita algunos compañeros, y apuntó estaba mi trajes somero lo indica de efectuar una corta exploración en las profundidades del Sena, cuando mis amigos llegada de usted. Le Confieso que no me extrañó su visita, por estar yo enterado, hora por hora de los progresos de sus investigaciones de usted. ¡Y Si viera usted qué sencillo es el procedimiento! No bien ocurren en la calle Murillo algo que pueda interesarme, un aviso telefónico, ya sé a qué atenerme... Comprenda que en tales condiciones... Se detuvo. La tabla apartada por él se alzaba ahora, y entraba el agua por menudos brotes. ¡Diablo! No sé cómo me las he arreglado, pero Se me figura que esta vieja barca hace agua. ¿No tiene usted miedo, maestro? Holmes encogió de hombros. Lupín se continúa:

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Comprenderá usted, en tales condiciones, y sabiendo yo de antemano que provocara usted un combate con tanto más ardor más me esforzaba yo en evitarlo, me era muy grato reunir con usted una partida cuyo resultado es seguro, puesto que tengo todos los triunfos en mano. Y ha querido dar a nuestro encuentro el mayor realce posible, un objeto de que su derrota fuera universalmente conocida, y que no les viniera más en gana a otra Condesa de Crozon o a otro varón de Imblevalle el solicitar su socorro de usted contra mí. Por cierto que no vea usted en todo esto, querido maestro... Se interrumpió de nuevo y, utilizando cuál anteojos sus manos medio cerradas, observó las orillas. Caspita la nación han fletado una soberbia Canoa, un verdadero buque de guerra, y vienen hacia aquí, remando con denuedo. Antes de cinco minutos habrá abordaje, y estoy perdido. Señor Holmes, un consejo: sujéteme, áteme y entrégueme a la justicia de mi país... ¿Le agrada Este programa? A menos que naufraguemos muy pronto, en cuyo caso no nos quedan sino preparar nuestro testamento ¿que contesta usted? Sus miradas se cruzaron. Esta vez Holmes se explicó la maniobra de Lupín: Había este agujerado el fondo de La Barca. Y el agua subía. Llegó a la suela de su calzado. Cubrió sus pies; no hicieron un movimiento. Subió más arriba de los tobillos; el inglés sacó su petaca, lio un cigarrillo el incendio: Lupín prosiguió: Y no vea usted de mí proposición, querido maestro más que la humilde confesión de mi impotencia frente a usted. Es inclinarme ante usted el aceptar las únicas batallas en que este seguro de la victoria, a fin de evitar aquellas en que no pudiera yo elegir el terreno. Es reconocer que Holmes es el único enemigo a quien yo tema, y proclamar que no estaré tranquilo mientras no se aparte Holmes de mi camino. Esto es, querido maestro, lo que quería yo decirle, puesto que el destino me concede la honra de una conversación con usted. Sólo una cosa lamentó: Que se efectúa esta conversación mientras estamos tomando un baño de pies... Situación que 242

MAURICIO LEBLANC carece de gravedad, lo reconozco... Un baño de pies.... ¡Más bien un baño de asiento! En efecto, el agua llegaba al banco en que estaban sentados y la barca se iba hundiendo. Sherlock Holmes, imperturbable, fumando su cigarrillo, parecía absorto en la contemplación del cielo. Por nada del mundo, frente aquel hombre rodeado de peligros, acosado por la muchedumbre y por los agentes, y que no, obstante, conservaba su buen humor, por nada del mundo hubiese el consentido en mostrar la más mínima agitación. ¡Cómo! Parecían decir ambos, ¿acaso hay que emocionarse por tales pequeñeces? ¿No ocurre a diario que gente se ahoga en un río? ¿Merecen tales acontecimientos ocupar un minuto de la atención? Y uno charlaba, el otro soñaba, ocultando ambos, bajo la misma carita de indiferencia, el choque formidable de sus dos orgullos. Un minuto más, y se iban a pique. Lo esencial, formuló Lupín, es a ver si nos iremos a pique antes o después de la llegada de los campeones de la justicia. Eso es lo principal. Pues, tocante al naufragio, quién se ocupa de tal cosa... Maestro, ha llegado la hora el testamento. Dejó toda mi fortuna a Sherlock Holmes, ciudadano inglés, a cambio de qué... ¡Pero qué ligeros acuden, los campeones de la justicia! Realmente, da gusto verlos. ¡Precisión en el golpe de Remo! ¡Hola, cabo Folenfant!! Superior la idea del buque de guerra le recomendare a sus jefes, cabo Folenfant... ¿Es la medalla lo que usted desea? Convenido... Cosa hecha. ¿Y su compañero Dieuzy, dónde está? ¿En la orilla izquierda, verdad, en medio de un centenar de indígenas?... De suerte que, sí me salvo del naufragio me veo recogido: A la izquierda, por Dieuzy y sus indígenas, o, a la derecha, por Ganimard y la gente de Neuilly. Triste dilema… Se efectúo un remolino la embarcación giro sobre sí misma, y Holmes tuvo que agarrarse al anillo de los remos. Maestro, dijo Lupín, le suplicó que se quite su americana; estará usted más a gusto para nadar. ¿No? En ese caso, me vuelvo a poner la mía.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Se puso su americana, la abrochó herméticamente como la de Holmes, y suspiró: ¡Es usted todo un hombre! ¡Qué lástima que se obtiene usted en este asunto... en el que también va no da la medida de todo lo que vale!... Señor Lupín pronunció Holmes, saliendo por fin de su mutismo, habla usted demasiado, y suele pecar por exceso de confianza y por ligereza. El reproche es severo. Así es como, sin saberlo, me ha dicho usted algo que yo deseaba saber. ¡Cómo! ¡Deseaba usted saber algo y no me lo decía! No necesito de nadie. Dentro de tres horas daré a conocer a los señores de Imblevalle la clave del enigma. Esta es la única contestación... No terminó su frase. La Barca se hundió súbitamente arrastrándolos a los dos. Enseguida sobresalió, con el casco de aire. Se oyó una gritería en las dos orillas, a la que sucedió un silencio preñado de angustia: Y casi enseguida retumbaron nuevas exclamaciones: Uno de los náufragos había reaparecido. Era este Sherlock Holmes. Excelente nadador, se dirigió rápidamente hacia la Canoa de Folenfant. ¡Ánimo, señor Holmes, gritó el cabo, ya llegamos... no desmayé... después nos ocuparemos de él.... ya no se nos escapa... animo, coja usted la cuerda!... El inglés se agarró a la cuerda que le tendían. Pero, en el momento de izarse a bordó, una voz, detrás de él, le interpeló: La clave del Enigma querido maestro, si que la tendrá usted. Hasta me extraña que no le tenga usted ya... Bueno, ¿y qué? ¿De que le servirá a usted? Entonces es cuándo, justamente, ha de perder usted la batalla.

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MAURICIO LEBLANC A caballo sobre el casco, al que, mientras perforaba, se había subido, Lupín prosigue su discurso con gesto solemnes, y cual si esperara convencer a su interlocutor. Compréndalo bien, querido maestro, no hay nada que hacer, nada... Se halla usted en la deplorable situación de un señor... Folenfant apunto: Entréguese, Lupín. Carece usted de Educación, cabo Folenfant me ha interrumpido usted en medio de una frase. Decía, pues... Entréguese, Lupín. Pero comprenda usted, cabo Folenfant, que nadie que no esté en peligro se entrega. Y supongo que no tiene usted la pretensión de creer que corra yo el menor riesgo... Por última vez Lupín, le mandó que se entregue. Cabo Folenfant, no está en su ánimo en matarme; a lo sumo herirme, de tal manera teme usted que me escapé. ¿Y si, por casualidad, fuera mortal la herida? Piense en el remordimiento que le quedaría desgraciado en su vejez envenenada... El tiro salió. Lupín se tambaleó, se agarró un momento al casco, soltó presa y desapareció.

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Eran las tres en punto cuando estos acontecimientos se efectuaron. A las seis, según lo había anunciado, Sherlock, con un pantalón demasiado 245

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES corto y una americana harto estrecha, prestados por un tabernero de Neuilly y luciendo además una camisa de franela como las que gastan los obreros de París, entró gorra en mano, en el saloncito de la calle Murillo, después de haber pasado recado al barón y la baronesa de que tenía que hablarles. Le hallaron paseándose por la pieza; y tanto les chocó su aspecto, que les costó trabajo no reírse. Con aire pensativo, cabizbajo, andaba como un autómata desde la ventana a la puerta, y desde la puerta a la ventana, dando cada vez el mismo número de pasos, y girando cada vez en el mismo sentido. Se detuvo, cogió un objeto de arte, lo examinó maquinalmente, y prosiguió su paseo. Por fin, plantándose delante de ellos, preguntó: ¿Está aquí la señorita Alicia? Si, en el jardín con los niños. Barón, siendo definitiva la conversación que vamos a tener, quisiera que la señorita Demún asistiera a ella. ¿Es que, decididamente...? Tenga usted un poco de paciencia, la verdad saldrá claramente de los hechos que, con la mayor precisión posible, voy a exponer ante ustedes. Bien. ¿Quieres Susana?... La baronesa se levantó y volvió casi en seguida, acompañada de Alicia Demún. Algo más pálida que de costumbre, quedó está en pie apoyada contra una mesa y sin preguntar siquiera por lo que la llamaban. Pareció Sherlock Holmes no verla, y, volviéndose bruscamente hacia el señor de ingle Valle, artículo con Tono que no admitía réplica: Al cabo de varios días de investigaciones, señor mío, y a pesar de que ciertos acontecimientos ha modificado un instante mi manera de ver, le

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MAURICIO LEBLANC repito a usted lo que dije desde el primer momento: La lámpara judía ha sido robada por alguien que vive en este hotel. ¿El nombre del culpable? Lo conozco. ¿Las pruebas? Las que tengo bastarán para confundirlo. No basta con quedé confundido; es menester que nos restituya... ¿La lámpara judía? Está en mi posesión. ¿El collar de ópalos? ¿La caja de rapé? El collar de ópalos, la caja de rapé: En una palabra, todo lo que le ha sido robado a usted es robado la segunda vez se halla en mi posesión. Le gustaban a Holmes aquellas escenas teatrales y aquella manera algo seca de anunciar sus victorias. Realmente, el barón y su mujer, parecían estupefactos, y le miraban como una curiosidad silenciosa que era la mejor de las alabanzas. Luego detalladamente lo que había hecho durante aquellos tres días. Cuento el descubrimiento del álbum, escribí en una hoja de papel la frase formada por las letras recortadas, contó la expedición de Bressón a orilla del Sena y el suicidio del aventurero, y, por fin, la lucha, que él, Holmes acaba de sostener contra Lupín, el naufragio de la barca y la desaparición de Lupín. Ya que hubo terminado, el barón le dijo en voz baja: Sólo le queda a usted el revelarnos el nombre del culpable. ¿A quién acusa usted? Acusó a la persona que ha recortado las letras de ese alfabeto, y comunicado, por medio de dichas letras, con Arsenio Lupín.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES ¿Cómo sabe usted que el corresponsal de esa persona es Arsenio Lupín? Por Lupín mismo. Tendió un pedazo de papel mojado y arrugado. Era la hoja que Lupín había arrancado de su cartera de apuntes, en la barca, y en la cual había escrito la frase. Y conste, observó Holmes con satisfacción, que nada le obligaba a darme esa hoja, y por consiguiente, a darse a conocer. Simple chiquillada por parte suya, y que me ha confirmado. Qué le ha informado a usted... Dijo el varón. Sin embargo, no veo... Holmes acusó más con el lápiz las letras y los números. CDEHNOPRZEO-237 Lo cual es, ni más ni menos, la fórmula que usted mismo acaba de enseñarme. No. Si hubiera usted examinado está Fórmula en todos sentidos, hubiese usted visto en seguida, como yo lo vi, que no era semejante a la primera. ¿En qué, pues? Tiene 2 letras más, una E y una O. En efecto, no había observado... Una usted esas dos letras a la C y la H que quedaban fuera de la palabra “respondez” (contesté), y verá usted que la única palabra posible es HECHO (Eco). ¿Lo cual significa? Lo cual significa: Eco de Francia, el periódico de Lupín, su órgano oficial, el diario al que reserva él sus “comunicados”. “Contesté al Eco de Francia, sección de la correspondencia particular, número 237”. Esa es la 248

MAURICIO LEBLANC clave del Enigma, tan buscada por mí, y que Lupín me ha suministrado con suma amabilidad. Acabo de estar en las oficinas del Eco de Francia. ¿Y ha encontrado usted? Toda la historia detallada de las relaciones de Lupín con...su cómplice... Sherlock Holmes presentó siete números de periódico abiertos en la cuarta página, de los cuales destacó los siete renglones siguientes: 1º. Ars. Lup. Dama impl. Protecc. 540. 2º. 540 Espero explicaciones Ars. Lup. 3º. A. L. Bajo domin. Enemigo. Perdida. 4º. 540. Escriba a señas. Averiguare. 5º. A. L. Murillo. 6º. 540. Parque a las tres. Violetas. 7º. 237. Entendido. Sab. estaré domin. mañ. parque. ¿Y a esto le llama a usted una historia detallada? Exclamó el varón. Sí, señor, y por poco que se fije usted, será de mí parecer. Primeramente, una señora que se firma 540, implora la protección de Arsenio Lupín, a lo cual contesta Lupín pidiendo explicaciones. La señora contesta que se halla bajo la dominación de un enemigo, de Bressón sin duda alguna, y que está perdida Si no viene alguien en Socorro suyo. Lupín, que desconfía, que no se atreve todavía ponerse al habla con la desconocida, exige la dirección y propone efectuar averiguaciones. La señora vacila durante cuatro días, consulte usted las fechas; por fin, impelida por los acontecimientos, influenciada por las amenazas de Bressón, da el nombre de su calle, Murillo. Al día siguiente, Arsenio Lupín anuncia que estará en el parque Monceau a las tres, y pide a su desconocida que lleve, cómo distintivo coma un ramillete de violetas. Aquí, una interrupción de ocho días 249

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES en la correspondencia. Lupín y la señora no necesitan comunicarse por medio del periódico: Se ven o se escriben directamente. Queda trazado el plan: Para satisfacer las exigencias de Bressón, la señora dará la lámpara judía. Que va en fijar el día. La señora, que, por prudencia, corresponde por medio de palabras recortadas y pegadas, se decide por el sábado y añade: Contesté Eco 237. Contesta Lupín que queda Enterado y que, además estar en el parque el domingo por la mañana. El domingo por la mañana se efectuaba el robo. En efecto, todo se encadena, aprobó el varón, y toda la historia está completa. Holmes prosiguió: Se efectúa el robo. La señora sale el domingo por la mañana, dar cuenta a Lupín de lo que ha hecho, y lleva a Bressón la lámpara judía. Entonces ocurren las cosas según Lupín lo había previsto. La justicia, engañada por una ventana abierta, cuatro agujeros en la tierra y dos rozaduras en un balcón, admite enseguida la hipótesis del robo por fractura. La señora queda tranquila. Bien, dijo el varón admito esa explicación muy lógica. Pero, el segundo robó... El segundo robo fue provocado por el primero. Al referir los diarios como habían desaparecido la lámpara judía, alguien tuvo la idea de repetir la agresión y de apoderarse de lo que aún quedaba. Y, esta vez, ya no se trató de un robo simulado, sino de un robo verdadero, con fractura escalada, etc. Lupín por supuesto... No, Lupín no obra tan estúpidamente. Lupín no dispara su revólver por motivos tan fútiles. Entonces, ¿quién? Bressón, seguramente, y sin que lo supiera la señora a quién él le sacaba los cuartos. Bressón es Quién ha entrado aquí, a él es a quién he perseguido, el ah herido a mi pobre Wilson.

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MAURICIO LEBLANC ¿Está usted seguro? Segurísimo. Uno de los cómplices de Bressón le escribió ayer, antes del suicidio, una carta que prueba que se había entablado negociaciones entre ese cómplice y Lupín para la restitución de todos los objetos robados en su hotel de usted. Lupín exigía fuera devuelto, “así el primer objeto (es decir la lámpara judía) como los del segundo asunto”. A más de esto, vigilaba a Bressón. Cuándo fue este ayer a orilla del Sena, uno de los compañeros de Lupín le seguía al mismo tiempo que nosotros. ¿A que iba Bressón a la orilla del Sena? Avisado de los progresos de mis pesquisas... ¿Avisado Por quién? Por la misma señora, la cual temía, y con razón, que el descubrimiento de la lámpara judía pusiese de manifiesto su aventura... De manera pues, que, ya sobre aviso, reúne Bressón en un solo paquete cuánto puede comprometerle, y lo deja caer en un sitio de donde le será fácil sacarlo, una vez pasado el peligro. A la vuelta es cuando, acosado por Ganimard, y por mí, y por tener sin duda más delitos sobre la conciencia, pierde la cabeza y se mata. ¿Pero, que contenía el paquete? La lámpara judía y los demás objetos de usted. ¿De modo que se hallan en manos de usted? No bien hubo desaparecido Lupín, aproveche el baño que me había obligado a tomar, para hacerme conducida al sitio escogido por Bressón, y encontrado, envuelto en un pedazo de tela Blanca, y en hule, cuánto le fue robado a usted. Aquí está sobre la mesa. Sin pronunciar palabra, el barón cortó el cordelillo desgarro el trapo mojado, sacó la lámpara, dio vuelta a una tuerca colocada bajo el pie, apoyo con las dos manos sobre el recipiente, lo abrió en dos partes iguales, y descubrió la quimera de oro, realzada de rubíes y esmeraldas. 251

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Estaba intacta.

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Había en toda aquella escena tan natural en apariencia, y qué consistía en una simple exposición de los hechos, algo que la hacía espantosamente trágica: La acusación formal, directa, irrefutable, que, cada una de sus palabras, lanzaba Holmes contra Alicia Demún. Y, también, el impresionante silencio de la joven. Durante aquella larga, aquella cruel acumulación de pruebas añadidas unas a otras, ningún músculo de su rostro se había movido, ningún relámpago de revuelta o de temor habían turbado la serenidad de su límpida mirada. ¿Qué pensaba? Y, sobre todo, ¿qué iba a decir en el minuto solemne en que tuviera que contestar, en que tuviera que defenderse y romper el círculo de hierro en el cual Sherlock Holmes la aprisionaba tan hábilmente? Había llegado aquel minuto, y la joven se callaba. ¡Hablé, hablé usted! Exclamó el señor de Imblevalle Alicia no hablo. Insistió el varón. Una palabra la justificara a usted... Defiéndase, y creeré que dice usted la verdad. Alicia siguió muda. El varón atravesó vivamente la pieza, volvió, hecho andar otra vez, y, dirigiéndose a Holmes: ¡Pues no, no, no puedo creer que eso sea cierto! Hay crímenes imposibles, y éste está en oposición con todo lo que se, con todo lo que veo desde hace un año. 252

MAURICIO LEBLANC Aplico su mano sobre el hombro del inglés. Pero usted mismo, señor mío, ¿tiene usted absoluta seguridad de no equivocarse? Holmes vacilo, cuál hombre atacado de improviso y que tarda un poco en contestar. No obstante, se sonrió y dijo: Únicamente la persona a quien acusó podía, por la situación que ocupa en su casa de Usted, saber que la lámpara judía contenía esa magnífica joya. No quiero creerlo, murmuró el barón. Pregúntenselo. Era esto, en efecto, lo único hasta que entonces no había intentado, tal era la ciega confianza que le inspiraba la joven. Embargo, ya no era posible querer sustraerse a la evidencia. El varón se acercó a la joven, y, mirando la cara a cara: ¿Ha sido usted señorita? ¿Ha sido usted quién ha cogido esa joya? ¿Es usted quien la correspondido con Arsenio Lupín y simulado el robo? Alicia contestó: Yo, sí, señor. No bajó la cabeza. Su semblante no expresó vergüenza ni encogimiento. ¡Es posible! Murmuro el señor de Imblevalle... Jamás hubiese creído... Jesús es la última persona de quién sospechara... Pero, ¿de qué manera ha llevado usted a cabo ese robo, desgraciada? He hecho lo que el señor Holmes ha referido. En la noche del sábado al domingo baje a este saloncito, y cogí la lámpara, y, por la mañana, se la lleve a... Al hombre.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES No, objeto el varón, lo que usted pretende es inadmisible. ¿Inadmisible?... ¿Y por qué? Porque por la mañana encontré yo corrido el cerrojo de la puerta de este salón. Se puso muy colorada, se turbo, y miró a Holmes cual se le pidiera consejo. Más aún que la objeción del barón, le impresionó a Sherlock el trastorno de Alicia. ¿Qué, no tenía nada que contestar? Las declaraciones que consagraban la explicación que él, Sherlock Holmes, había dado sobre el robo de la lámpara, ¿ocultaban acaso una mentira que quedaba destruida por el examen de los hechos? El barón prosiguió: Esa puerta estaba cerrada. Afirmó que hay el cerrojo tal como lo deje la víspera por la noche. De haber usted pasado por esa puerta, cómo pretende, menester fuera que alguien le abriera desde dentro, es decir, desde aquí o desde nuestro dormitorio. Ahora bien, no había nadie en esas dos habitaciones... Nadie, excepto mi mujer y yo. Holmes se dobló vivamente y cubrió su cara con ambas manos para ocultar su sonrojo. Algo así como una luz demasiado viva le había herido, quedaba deslumbrado, disgustado todo le aparecía claro, cuál un paisaje oscuro del que de repente se orientarán las tinieblas. Alicia Demún era inocente. Alicia Demún era inocente. Había que estar ciego para no verlo; y al mismo tiempo porque, desde el primer día, sentía tanto reparo en dirigir contra ella la terrible acusación. Ahora veía Claro. Ahora sabía. Un movimiento, una mirada de otra persona, y, enseguida se ofrecía a él aprueba irrecusable de tal inocencia. Alzo la cabeza, y al cabo de algunos segundos, lo más naturalmente que pudo, volvió los ojos hacia la baronesa. 254

MAURICIO LEBLANC Estaba pálida, tenía esa palidez que nos invade en las horas implacables de la vida. Sus manos que trataba a ella de ocultar, temblaban imperceptiblemente. Un segundo más, pensó Holmes, y ella misma se delata. Se colocó Entre ella y su marido, con el imperioso deseo de apartar el espantoso peligro que, por culpa de él, amenazaba a aquel hombre y aquella mujer. Pero, al ver al varón, se estremeció en lo más profundo de su ser. La misma revelación secreta que le había deslumbrado a él iluminaba ahora al Señor de Imblevalle. El mismo trabajo se efectuaba en el cerebro del marido. ¡Comprendía éste a su vez! ¡Veía! Desesperadamente, Alicia hizo frente a la verdad implacable. Dice usted bien, señor, me equivocaba... En efecto, no entré por aquí. Pasé por el vestíbulo y por el jardín, y con ayuda de una escalera de mano... ¡Esfuerzo supremo de abnegación… pero esfuerzo inútil!... Sus palabras resultaban huecas. Su voz carecía de firmeza y yo no tenía la dulce criatura aquellos sus ojos límpidos y aquel su aire de intachable sinceridad. Bajo la cabeza, vencida. El silencio fue atroz. La baronesa esperaba, lívida, rígida por la angustia y el espanto. El barón parecía luchar, a un, cuál si se resistiera a creer en el hundimiento de su dicha. Por fin, balbuceo: ¡Habla! ¡Explícate!... Nada tengo que decirte, mi pobre amigo, contestó ella en voz muy baja y con semblante desencajado. Entonces... Está joven...

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Alicia me ha salvado... por abnegación... por cariño... y se acusaba a sí misma... ¿Te ha salvado de qué? ¿De quién? De ese hombre. ¿Bressón? Sí, a mí es a quién tenía sujeta por sus amenazas... Le conocí en casa de una amiga... y tuve la locura de escucharle... ¡Oh! nada que no puedas perdonar... Sin embargo, escribir dos cartas... Cartas que verás... Las he rescatado... ya sabes cómo... ¡Oh, ten compasión de mí.... he llorado tanto! ¡Tú! ¡Tú! ¡Susana! Alzo hacia ella los puños cerrados, dispuesto a maltratarla, a matarla. Pero sus brazos cayeron, y de nuevo murmuro: ¡Tú Susana!... ¡Tú!... ¡Es posible!... Con frases breves y entrecortadas refirió ella la tristísima y vulgar aventura, cómo volvió en sí, espantada, ante la infamia del personaje, sus remordimientos, su trastorno; y refirió también la admirable conducta de Alicia, la joven adivinando la desesperación de su ama, obligándola a que le confiará su tormento, escribiendo a Lupín, y organizando esa historia de robo para salvarla de Las garras de Bressón. Tu Susana, tu, repetía el señor de Imblevalle, doblado en dos, anonadado... ¿Cómo has podido…?

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En La noche de aquel mismo día, el steamer Ville-de Londres, qué hace el servicio entre Calais y Douvres, se deslizaba lentamente por el agua 256

MAURICIO LEBLANC inmóvil. La noche estaba oscura y serena. Se adivinaban nubes apacibles por encima del barco, y, alrededor, ligeros velos de bruma lo separaban del espacio final en que había de esparcirse la blancura de la luna y de las estrellas. La mayoría de Los viajeros habían regresado a los camarotes y a los salones. Algunos, sin embargo, más intrépidos, se paseaban sobre cubierta o dormían en amplias mecedoras, protegidos por espesas mantas de viaje. En varios sitios se veían débiles luces rojas, producidas por los cigarrillos puros, y Se oía, mezclado con el dulce soplo de la brisa, el murmullo de voces que no usaban alzarse más para no turbar aquel solemne silencio. Uno de los pasajeros, que se paseaba con acompasado pasó, se detuvo cerca de una persona tendida sobre un banco, le examinó, y como se movía un poco la persona, le dijo: Creía que dormía Usted, señorita Alicia. No, no señor, Holmes, no tengo ganas de dormir. Estoy pensativa. ¿En qué piensa usted? ¿Es indiscreto el preguntárselo? Pensaba en la señora de Imblevalle. ¡Qué triste debe estar! ¡Su vida esta estropeada para siempre! No, no, dijo el vivamente. Su error no es de esos que no se perdonan el señor de Imblevalle olvidara aquel momento de flaqueza. Ya cuando nos despedimos la miraba menos duramente... Quizá... pero tardara en olvidar... y, mientras, ella padece. ¿La quiere usted mucho? Mucho. Ese cariño es el que me dio tanta fuerza sonreír cuando temblaba yo de miedo, y para mirarle a usted cara a cara el momento en que hubiera querido sustraerme a su mirada. ¿Y se siente usted muy desgraciada al dejarla?

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Muchísimo. No tengo parientes ni amigos... No tenía más que a ella. Tendrá usted amigos, dijo el inglés, entristecido por aquella onda pena, tendrá usted amigos, se lo prometo a usted… tengo relaciones... mucha influencia... le aseguro a usted que no ha de echar de menos su antigua situación. Quizá, pero no estaré con la señora de Imblevalle... No mediaron más palabras entre ellos. Sherlock Holmes sepas yo otro poco más sobre cubierta, y volvió a instalarse junto a su compañera de viaje. El velo de bruma se disipaba, y las nubes parecían abrirse. Algunas estrellas centellearon. Sacó Holmes su pipa y frotó sucesivamente cuatro fósforos sin conseguir que se inflamaran. Como no tenía más, se levantó y dijo a un señor que estaba sentado un poco más lejos: ¿Me aria usted el favor de un poco de fuego? El interpelado abrió una caja de fósforos especiales, sacó uno y frotó. En el acto brotó una llama. A su resplandor, Holmes vio a Arsenio Lupín. De no haberse efectuado en el inglés un ligero movimiento de sorpresa, Lupín hubiera podido suponer que su presencia a bordo era conocida de Holmes, de tal manera quedó este dueño de sí mismo, y de tal manera fue natural la soltura con la cual tendió su mano a su adversario. ¿Sin novedad en su salud, señor Lupín? ¡Bravo! Exclamó Lupín, a quién semejante imperio sobre sí mismo arrancaba un grito de admiración. ¿Bravo? ...¿Y por qué?

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MAURICIO LEBLANC ¡Cómo, porque! Me ve usted reaparecer, cuál fantasma, después de haber asistido a mi chapuz el Sena, y por orgullo, por milagro un milagro de su orgullo que calificaré de puramente británico, no tiene usted un movimiento de estupor, ni una palabra de sorpresa... Repito que,bravo, admirable. Nada de admirable. En su manera de caer de la barca comprendí que se caía usted adrede y que no le había herido la bala del cabo. ¿Y se marchó usted sin saber que era de mí? Eso, ya lo sabía yo. Había en las dos orillas unas quinientas personas ocupando un espacio de un kilómetro. De no morir, su captura era cierta. Sin embargo, heme aquí Señor Lupín, hay en el mundo dos hombres de quiénes nunca me extrañará nada: Yo, primero, y luego usted. Quedaban hechas las paces. Sí Holmes no había conseguido salir airoso en sus empresas contra Arsenio Lupín, si Lupín seguía siendo el enemigo excepcional, si en el transcurso de sus luchas con Sherlock Holmes conservaba la superioridad, no menos cierto era que el inglés, por medio de su formidable tenacidad, había recuperado la lámpara judía, así como había recuperado el diamante azul. Acaso, la segunda vez, fuera menos brillante el resultado sobre todo respecto a del público, puesto que tenía Sherlock que callar las circunstancias en que había sido descubierta la lámpara judía, y proclamar que ignoraba el nombre del culpable. Más, de hombre a hombre, de Lupín a Holmes, de policía a ladrón, no había, en toda equidad, ni vencedor ni vencido. Cada uno de ellos podía pretender a iguales victorias. Conversaron pues, cuál adversarios corteses que han soltado sus armas y se estiman en todo lo que valen. A ruegos de Holmes, Lupín contó su evasión.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Si toda vez, dijo Arsenio, puede llamarse a es una evasión, por lo sencilla que resultó. Mis amigos estaban a la mira, puesto que nos habíamos dado cita para sacar del agua la lámpara judía. Así es que después de haberme quedado Por espacio de lo menos media hora bajo el casco vuelto al revés de la barca, aproveché un momento en que Folenfant y algunos agentes buscaban mi Cadáver a lo largo de los ribazos, y de nuevo me puse sobre el casco. Mis amigos No tuvieron más que recogerme, te pasó, en su Canoa automóvil, y salir a escape, ante las miradas atónitas de los quinientos curiosos, de Ganimard y de Folenfant. ¡Muy bonito! Exclamó Holmes..., ¡soberbiamente combinado!... ¿Y ahora, tiene usted asuntos en Inglaterra? Si, unos arreglos de cuentas... Pero, se me olvidaba... ¿El señor de Imblevalle? Lo sabe todo. ¡Qué le dije yo a usted, querido maestro! Ahora el daño no tiene remedio. ¿No fuera mejor dejarme obrar a mi antojo? Uno o dos días más, y le sacaba yo a Bressón la lámpara judía y las otras baratijas, se las devolvía a el matrimonio, y marido y mujer hubieran seguido viviendo tranquilamente juntos. En vez de eso... En vez de eso, dijo con risa mordaz Holmes, he enredado el asunto he introducido la discordia en el seno de una familia protegida por usted. Sí, mi protegida, en efecto. ¿Acaso es indispensable estar siempre robando, engañando y haciendo daño? ¿De modo que también hace usted obras buenas? Cuando tengo tiempo. Y, además, me divierte. Me resulta sumamente chistoso el que, en la aventura que nos ocupa, sea yo el genio protector que socorre y que salva, y usted el genio nocivo que trae desesperación y lágrimas. ¡Lágrimas, lágrimas! Protesto en inglés. 260

MAURICIO LEBLANC Ni más ni menos: El matrimonio de Imblevalle queda desvencijado, y Alicia Demún llora. No podía estar darse allí... Ganimard habría acabado Por descubrirla... y por ella se llegaba hasta la baronesa. Estoy conforme con usted, maestro; pero, ¿por culpa de quién? Pasaron dos hombres delante de ellos. Sherlock Holmes dijo a Lupín con voz ligeramente alterada. ¿Sabe usted quiénes son esos dos caballeros? Uno de ellos, es, me parece, el comandante del buque. ¿Y el otro? Lo ignoró. Pues es el señor Austín Gillett. Dicho señor ocupa en Inglaterra un cargo que corresponde al de señor Dudouis, jefe de la Seguridad, en Francia. ¡Hombre, qué suerte! ¿Tendría usted la amabilidad de presentarme? El señor Dodouis es uno de mis buenos amigos, y me gustaría de poder decir otro tanto del señor Austín Gillette. Los dos caballeros reaparecieron. Va usted a quedar satisfecho, señor Lupín, dijo Holmes levantándose. Había cogido la muñeca de Arsenio y la apretaba con mano de hierro. ¿Por qué apretar tanto, maestro? Estoy dispuesto a seguirle a usted. En efecto, se dejaba llevar, sin la menor resistencia.

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ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Los dos caballeros se alejaban. Holmes aceleró el Paso. Sus uñas penetraban en la carne misma de Lupín. Vamos... Vamos... Profería sordamente él ingles demostrando prisa febril por acabar cuanto antes... ¡Vamos! Más ligero. Pero se detuvo de repente: Alicia les seguía. ¿Qué hace usted señorita? Es inútil... No venga usted. Lupín fue quien contestó: Le ruego observe usted, maestro, que esta señorita no viene por voluntad propia. Le aprieto yo la muñeca con energía igual a la que usted despliega conmigo. ¿Y por qué? ¡Cómo que por qué! Por desear yo presentarla también. Su papel en el asunto de la lámpara judía es aún más importante que el mío. Cómplice de Arsenio Lupín, cómplice de Bressón, tendrá Igualmente que referir la aventura de la baronesa de Imblevalle, lo cual ha de interesar muchísimo a la justicia... Con lo cual habrá usted llevado su bienhechora intervención hasta sus últimos límites, generoso Holmes. El inglés soltó a Lupín. Lupín dejo libre Alicia. Quedaron Por espacio, de algunos segundos, inmóviles, unos frente a otros. Holmes Se fue a su banco y se sentó. Lupín y la joven volvieron a ocupar sus respectivos sitios.

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MAURICIO LEBLANC

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Un largo silencio los dividió. Y Lupín dijo: Mire usted maestro, por más esfuerzos que hagamos, nunca podremos caminar juntos. Usted está de un lado de la zanja, y yo del otro. Podremos saludarlos, tendernos la mano, conversar un momento, pero sigue abierta la zanja. Siempre será usted Sherlock Holmes, detective, y yo Arsenio Lupín, ladrón. Y siempre Sherlock Holmes obedecerá, espontáneamente, con más o menos tino, a su instinto de detective, el cual consiste en acosar al ladrón y en meterlo en la cárcel, si es posible. Y siempre Arsenio Lupín seguirá los impulsos de su alma de ladrón evitando Las garras del policía, y burlándose de él sí le ayuda la suerte. Y, esta vez, la suerte me ha favorecido. Soltó una carcajada zumbona, cruel y detestable... Luego, repente serio, se inclinó hacia la joven. Tenga usted la seguridad, señorita, de que, aún en el trance más apurado, no la hubiera yo delatado. Arsenio Lupín no traiciona nunca, sobre todo a aquellos a quienes quiere y admira. Y Permítame decirle que quiero y que admiro a la valerosa y amable mujer que resulta usted ser. Sacó de su cartera una tarjeta de visita, la partió en dos, tendió la mitad a la joven, y, con la misma voz emocionada y respetuosa añadió: Si el señor S Holmes no consigue para usted lo que le ha ofrecido, preséntese, señorita, en casa de Lady Strongborough (fácil le será a usted dar con su domicilio actual) Y entregué le está mitad de tarjeta, diciéndole estas dos palabras: “Recuerdo fiel”. Lady Strongborough será para usted como una hermana. Gracias, contestó la joven, mañana iré a casa de esa señora. 263

ARSENIO LUPIN CONTRA SHERLOCK HOLMES Y ahora, maestro exclamó Lupín con el tono satisfecho de quién ha cumplido con su deber, le deseo a usted feliz noche. Aún nos queda una hora de travesía; voy a aprovecharla. Se tendió cuan largo era, y cruzó sus manos detrás de su cabeza. El cielo se había abierto ante la luna. Entorno de las estrellas y al ras del mar, su radiante claridad se esparcía. Flotaba en el agua, y la Inmensidad, en la que se disolvían las últimas nubes, parecía pertenecerle. La línea de las costas se destacó del oscuro horizonte. Pasajeros subieron sobre cubierta. El señor Austín Gillett pasó en compañía de dos individuos en quienes Holmes reconoció dos agentes de la policía inglesa. Sobre su banco, Lupín dormía.

FIN DE LA OBRA

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