Arqueologia de La Agricultura Korstanje y Quesada

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2 // arqueología de la agricultura: casos de estudio en la región andina argentina . korstanje y quesada (eds)

ESTE LIBRO CUENTA CON EL AUSPICIO ACADÉMICO DE LAS SIGUIENTES INSTITUCIONES:

ISBN: 978-987-1726-08-0

Foto de tapa: Verónica Williams // Andenes y acequias prehispánicas en Corralito (Angastaco, Salta) Diseño y maquetación:•El circo Comunicaciónm visual

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Este libro ha sido financiado con aportes de subsidios de investigación PICT de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y CIUNT de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Tucumán. Los editores desean agradecer los auspicios académicos del Instituto de Arqueología y Museo de la Universidad Nacional de Tucumán, de la Escuela de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca y del Instituto Superior de Estudios Sociales del CONICET y la Universidad Nacional de Tucumán. Agradecemos también a los evaluadores de los capítulos y a Gabriela Granizo quien prestó una ayuda valiosísima revisando la bibliografía de los trabajos.

EVALUADORES DE LOS CAPÍTULOS Por orden alfabético.

Carlos Angiorama. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET M. del Pilar Babot. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET Carlos Baied. Universidad Nacional de Tucumán Pablo Cahiza. INCIHUSA, CONICET Marilin Calo. Universidad Nacional de La Plata - CONICET Pablo Cruz. CONICET - FUNDANDES Patricia Cuenya. Universidad Nacional de Tucumán Daniel Delfino. Universidad Nacional de Catamarca Marcos Gastaldi. Universidad Nacional de Córdoba Marco Giovanetti. Universidad Nacional de La Plata - CONICET Juan Pablo Guagliardo. Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano Bernarda Marconetto. Universidad Nacional de Córdoba - CONICET Javier Nastri. Universidad Maimónides - CONICET Martín Orgaz. Universidad Nacional de Catamarca Norma Ratto. Universidad de Buenos Aires Clara Rivolta. Universidad Nacional de Salta Constanza Taboada. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET Mauricio Uribe. Universidad de Chile

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índice

índice // 5

INTRODUCCIÓN

PAG. 06

CAPÍTULO UNO ESTUDIOS DE AGRICULTURA PREHISPÁNICA: CASABINDO (1980-1993) Por María Ester Albeck

PAG. 12

CAPÍTULO DOS PRODUCCIÓN Y CONSUMO AGRÍCOLA EN EL VALLE DEL BOLSÓN (1991-2005) Por Alejandra Korstanje

PAG. 48

CAPÍTULO TRES AGRICULTURA CAMPESINA EN EL ÁREA DE ANTOFALLA (1997-2007) Por Marcos Quesada

PAG. 76

CAPÍTULO CUATRO AGRICULTURA, AMBIENTE Y SUSTENTABILIDAD AGRÍCOLA EN EL DESIERTO: EL CASO ANTOFAGASTA DE LA SIERRA (PUNA ARGENTINA, 26ºS) Por Pablo Tchilinguirian y Daniel Olivera.

PAG. 104

CAPÍTULO CINCO LOS LÍMITES DE LA AUTONOMÍA DOMÉSTICA EN LA AGRICULTURA DE REGADÍO. Antofalla y Tebenquiche Chico (s. III a XII d.C.) Por Marcos Quesada

PAG. 130

CAPÍTULO SEIS FORMAS Y ESPACIOS DE LAS ESTRUCTURAS AGRÍCOLAS PREHISPÁNICAS EN LA QUEBRADA DEL RÍO DE LOS CORRALES (EL INFIERNILLO-TUCUMÁN) Por Mario Caria, Nurit Oliszewski; Julián Gómez Augier; Martín Pantorrilla y Matías Gramajo Bühler

PAG. 144

CAPÍTULO SIETE PRIMERAS EVIDENCIAS PALINOLÓGICAS DE CULTIVOS EN PUEBLO VIEJO DE TUCUTE. PERÍODO TARDÍO DE LA PUNA DE JUJUY. NOROESTE ARGENTINO Por Liliana Lupo, Carina Sánchez, Nora Rivera y María Ester Albeck

PAG. 166

CAPÍTULO OCHO LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA EN UN SECTOR DEL VALLE CALCHAQUÍ MEDIO Por Verónica Williams, Alejandra Korstanje, Patricia Cuenya y Paula Villegas

PAG. 178

CAPÍTULO NUEVE CONSIDERACIONES SOBRE LA AGRICULTURA PREHISPÁNICA EN EL SECTOR CENTRAL DE LAS SIERRAS DE CÓRDOBA (ARGENTINA) Por Sebastián Pastor y Laura López COMENTARIOS FINALES

PAG. 208

PAG. 234

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ARQUEOLOGÍA DE LA AGRICULTURA CASOS DE ESTUDIO EN LA REGIÓN ANDINA ARGENTINA

introducción // 7

Hace unos años uno de nosotros (Korstanje 1996) señaló lo paradójico que resultaba el hecho de que, al tiempo que la introducción de la agricultura en la economía fuera considerada como una bisagra importante para la Historia, en nuestro país su estudio permaneciera con escaso desarrollo. Gran parte de nuestra Arqueología, en particular la arqueología del NOA, aborda el período histórico denominado agro-alfarero, pero es fácil notar que el estudio de la cerámica y la arquitectura corrieron mejor suerte que el de la agricultura. Eso no es igual en otras regiones de los Andes en particular y del mundo en general. El altiplano boliviano, la Sierra, -y sobre todo la Costa, peruana fueron escenarios de importantes investigaciones sobre las prácticas agrícolas de comunidades indígenas. Algunos de estos estudios -pocos-, fueron estrictamente arqueológicos; la mayoría sin embargo fueron realizados desde la etnografía, la geografía histórica y sobre todo, la sociología rural. Es importante señalar esto, no para levantar introducción barreras disciplinarias que en realidad nos interesa contribuir a derribar, sino porque a lo mejor puede explicar los motivos de los diferentes intereses de investigación en regiones que sabemos que estuvieron históricamente vinculadas. Una anécdota puede ilustrar esto. Hace unos años, el otro editor (Quesada), solicitó ser admitido en una maestría de sociología rural y explicó en su carta que su interés en la carrera radicaba en que estaba intentando orientar su formación al estudio de la vida agraria de comunidades campesinas del NOA. Recibió como respuesta que podía ser admitido, pero que dudaban que pudiera encontrar en las materias dictadas en la carrera la formación que esperaba, pues estas abordaban casi exclusivamente problemáticas rurales de la pampa húmeda. Resultaba claro, entonces, que la ruralidad que merecía ser estudiada no era la del campesinado de la región andina argentina, sino la latifundista y agroindustrial de la llanura. Podría interpretarse como síntoma de la misma situación el hecho de que en general las carreras de grado y postgrado en ciencias agronómicas en

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nuestro país suelen tener muy pocos –cuando los hay- contenidos relacionados a la agricultura andina con sus técnicas, sus cultivos, usos particulares del suelo y su forma de vincularse con la naturaleza. Consideramos que este vínculo entre organización social, producción agraria e identidad no debe ser tampoco olvidado por la Arqueología, que se ha orientado con frecuencia a los aspectos meramente técnicos de la producción agrícola dejando de lado sus implicancias políticas. Quizá la participación de la producción campesina en la economía actual de los distintos países que comparten los Andes Meridionales explique los diferentes grados de importancia que se le ha dado a su estudio. Pedro Krapovickas señaló la relevancia de lo que estamos planteando cuando se quejaba de la poca importancia que se le atribuía a la agricultura en la economía puneña prehistórica. En esa oportunidad indicaba que ello se debía más al lugar de procedencia de los investigadores (Buenos Aires, La Plata y Córdoba) que a la realidad histórica que estos buscaban aprehender (Krapovickas 1984). La discusión, por supuesto, no se agota aquí: las causas de que pocas veces la agricultura haya sido considerada un tópico de importancia en las investigaciones arqueológicas del NOA deben ser múltiples, complejas y concurrentes. Es posible notar, como lo ha hecho uno de nosotros (Korstanje 1997), que durante la década de 1970 se observó interés en el tema. Entre los aportes más influyentes podríamos contar los trabajos de R. Raffino: Agricultura hidráulica y simbiosis económica demográfica en la Quebrada del Toro (1973) y Potencial ecológico y modelos económicos en el N.O. argentino (1975), o aquellos presentados en la Mesa Redonda “El proceso de agriculturalización en los Andes Meridionales”en el marco del V° Congreso Nacional de Arqueología Argentina llevado a cabo en 1978 en San Juan. La realización de esta última, fue considerado por una de sus protagonistas como el comienzo de“una nueva etapa en el enfoque de los problemas arqueológicos” (Tarragó 1980:181). Podemos pensar que la introducción de perspectivas del materialismo histórico en las disciplinas sociales que se producía por aquel entonces, y su interés en los modos de producción pueden explicar este breve periodo de auge de los estudios de las agriculturas indígenas que prometía un ulterior desarrollo global del tema. Hasta hoy ello no parece haber sucedido, probablemente por múltiples causas. No es difícil imaginar entre ellas que la férrea oposición de los regímenes militares a las reformas agrarias que se producían en distintos puntos del continente hizo del estudio de las agriculturas indígenas y, en general de la organización de la producción campesina, un tema peligroso. Salvo pocas excepciones la arqueología se orientó, entonces, a temas espacial y temporalmente distantes, se encerró en las tipologías y prefirió las explicaciones naturalistas antes que las sociológicas o históricas. En los siguientes años sólo hubo una limitada atención al problema, con notables excepciones, como los trabajos de Augusto Cardich (1980,1987) quien realizaba investigaciones sobre la agricultura de los Andes Centrales mientras se desempeñaba como profesor en la Universidad de La Plata. En la actualidad vemos un interés renovado en el estudio arqueológico de la agricultura. Si se trata de un punto de partida de un proceso creciente es difícil decirlo en este momento pues, como se sabe, estas cuestiones sólo pueden analizarse seriamente en retrospectiva. Lo cierto es que en los últimos años un número de investigadores orientaron sus miradas a las prácticas agrícolas y han producido nuevos conocimientos

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sobre aquel viejo tema. Este volumen pretende dar cuenta de tal fenómeno compilando algunos de estos aportes. El libro comienza con tres trabajos de síntesis crítica que hemos expresamente pensado como necesarios por tratarse de las primeras tesis doctorales en Argentina que se han dedicado específicamente a este tema y que no han sido publicadas completas hasta el presente: En primer lugar, la de María Ester Albeck, alumna de Pedro Krapovikas en la Puna Jujeña, quien siguiendo la experiencia de Guillermo Madrazzo en la Quebrada de Humahuaca y bajo la dirección de Augusto Cardich en la Universidad de La Plata, desarrolló la primera investigación exhaustiva sobre las variaciones de los sistemas agrícolas en la puna de Casabindo (Jujuy). Albeck fue pionera en los estudios que implicaron la utilización no sólo de nuevas técnicas de datación como la liquenometría, y de estudios microambientales y experimentales en la zona, sino que fue el primer trabajo sistemático y prolongado que abordara el tema en nuestro país. La segunda de ellas, la de Alejandra Korstanje, ha sido realizada en el Valle del Bolsón (Catamarca), bajo la dirección de María Ester Albeck y co-dirección de Carlos Aschero, en la Universidad de Tucumán. La misma indagó desde el punto de vista teórico la importancia de la organización social del trabajo en la producción agrícola, buscando a su vez integrar en el concepto de territorio las esferas de producción, circulación y consumo de alimentos. Su principal contribución fue sin embargo metodológica, por ser el primer trabajo que abordó desde los microfósiles y estudios de suelos y emplazamientos paisajísticos, las prácticas de cultivo antiguas. El tercer artículo recoge algunos aspectos de la investigación doctoral de Marcos Quesada sobre la formación de los paisajes agrarios del sector norte del Salar de Antofalla (Catamarca). Dirigido por Alejandro Haber en la Universidad de Catamarca, su investigación se orientó principalmente a la reconstrucción de los procesos de trabajo implicados en la construcción y uso de las numerosas redes de riego y campos agrícolas - que registró en las quebradas de Antofalla y Tebenquiche Chico - y a indagar sobre las escalas sociales en torno a las cuales se organizaba la gestión de la tecnología agrícola. El segundo bloque de trabajos reúne algunos de los artículos que fueron presentados y discutidos en el Simposio Agriculturas indígenas en los Andes meridionales: sociedad, economía política, tecnología e identidad, que ambos editores organizamos en el marco del XVI Congreso Nacional de Arqueología Argentina, realizado en San Salvador de Jujuy (Argentina) en Octubre de 2007. En tal oportunidad se presentaron un buen número de trabajos que respondieron a los lineamientos de la convocatoria general, de brindar un ámbito de discusión y reflexión sobre la vinculación de las dimensiones técnicas y socio-políticas de la producción agrícola de las sociedades indígenas en los Andes meridionales. En el simposio se discutió y reflexionó tanto sobre las prácticas agrícolas concretas (aspectos técnicos), como sobre sus implicancias en la organización social de la producción. A continuación reseñamos brevemente algunos de esos trabajos, que luego de pasar por un proceso editorial de doble referato, fueron incorporados a este volumen. Pablo Tchiliguirian y Daniel Olivera presentan una caracterización de los espacios de

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cultivo de Corral Grande, Punta Calalaste, Campo Cortaderas, Paicuqui-Curuto, Miriguaca, Las Pitas y Bajo del Coypar, en la Cuenca de Antofagasta de la Sierra (Catamarca), correspondientes a distintos momentos históricos, y realizan una notablemente pormenorizada discusión de diferentes factores ambientales relevantes al funcionamientos de estos sistemas agrícolas con el objeto de evaluar si el abandono de los campos arqueológicos estuvo asociado a un cambio en las reservas hídricas o a eventos del proceso histórico-social de la región. Marcos Quesada revisa sus propuestas anteriores en relación a la autonomía doméstica en la gestión del agua de riego en Tebenquiche Chico y Antofalla (Catamarca), para introducir la discusión de la escala social de gestión de la tecnología agrícola en el marco de las tensas relaciones de cooperación y conflicto constitutivas de los modos de vida campesinos. Con tal fin estudia las formas de apropiación material del agua, objetivadas en el diseño de las redes de riego, y su vinculación con las viviendas y la movilización de ciertos sentidos vinculados a los ancestros en contextos de negociación por el acceso a los recursos. Mario Caria, Nurit Oliszewski, Julián Gómez Augier, Martín Pantorrilla y Matías Gramajo Bühler dan cuenta de las estructuras agrícolas arqueológicas de la Quebrada del río de Los Corrales en El Infiernillo (Tucumán), datados tentativamente en el primer milenio después de Cristo. La caracterización de este sistema agrícola incluye su vinculación con las distintas geoformas, las características constructivas y propiedades pedológicas de los andenes, la relación con estructuras no agrícolas y el manejo del agua para riego. Liliana Lupo, Carina Sánchez, Nora Rivera y María Ester Albeck exploran las potencialidades del análisis de polen para indagar acerca del uso de los espacios agrícolas aterrazados y la historia de ocupación de los recintos de habitación en Pueblo Viejo de Tucute (Jujuy). Muestran con ello que los datos palinológicos en espacios de cultivos arqueológicos de la Puna pueden aportan información relevante a la interpretación interdisciplinaria del sitio aún con muestras procedentes de suelos expuestos a la erosión hídrica y eólica por un lapso de varios siglos. Verónica Williams, Alejandra Korstanje, Patricia Cuenya y Paula Villegas presentan un estudio de paisaje agrícola del Valle Calchaquí Medio (Salta), tanto desde sus dimensiones materiales como ideológicas, con la finalidad de evaluar de qué modo los espacios de cultivo pertenecientes a las poblaciones locales fueron vinculados a la estructura imperial inca. En esa dirección articulan en su trabajo datos relativos a las áreas agrícolas aterrazadas, caminos, grabados dispersos entre las tierras agrícolas y asociados a los pukara, poblados preincas y asentamientos estatales. Por último, Sebastián Pastor y Laura López se oponen a que las Sierras Centrales sean consideradas fuera del área de dispersión de la agricultura surandina, idea fuertemente incorporada en las construcciones históricas de la región. Presentan, en cambio, una pormenorizada caracterización arqueológica de la práctica de la agricultura en el sector central de las Sierras de Córdoba en base a información sobre el patrón de asentamiento, distribución de las tierras agrícolas, análisis arqueobotánicos y estratigrafía de las parcelas de cultivo. Su importante discusión también se beneficia de datos sobre la agricultura actual y colonial.

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Los trabajos brevemente reseñados suponen acercamientos muy diferentes a los mismos objetos. En este libro conviven diversas aproximaciones teóricas y metodológicas, una variedad dispar de técnicas de observación y procedimientos analíticos que abordan procesos históricos separados en el tiempo y el espacio. Tal es el panorama actual de la arqueología de la agricultura y es esta saludable variedad lo que queremos mostrar en este volumen, antes que fijar una agenda común o estandarizar herramientas, enfoques o terminología. Sólo una idea fue consensuada entre quienes participamos en Jujuy del simposio antes mencionado: la importancia fundamental de conocer en detalle e historizar los paisajes agrícolas para profundizar en los aspectos sociales y políticos de la agricultura andina. Este tema cobra una marcada relevancia en el contexto actual de reemergencia campesina e indígena y nos mueve a reflexionar sobre el valor de las narrativas que forjamos mediante nuestra práctica disciplinaria toda vez que al hablar de espacio agrícola, sistema de cultivo, o cualquiera sea el término usado para designar nuestro objeto, estamos hablando de la tierra y de su historia. Hay un punto, entonces, en donde es importante retomar los saberes campesinos andinos. Es un debate al que los arqueólogos/as tenemos mucho que aportar, pero para eso, tenemos que orientar nuestro estudio también. Las preguntas que nos hagamos de aquí en más serán claves para encontrar respuestas más adecuadas a brindar un conocimiento más aplicable a los problemas señalados, y salir luego a mostrarlo, a contarlo a un público que se muestra reticente aún a comprender que en el pasado y el presente de los saberes campesinos hay herramientas alternativas a estos “paquetes tecnológicos” que nos invaden sin sustento cultural y sin sustentabilidad ambiental. Pensándolo bien, quisiéramos apuntar ese tema para una futura agenda de la arqueología de la agricultura I

REFERENCIAS CITADAS: CARDICH, A. 1980. El fenómeno de las fluctuaciones de los límites superiores del cultivo en los Andes. Su importancia. Relaciones 14, NS, Buenos Aires. 1987 Native Agriculture in the Highlands or the Peruvian Andes. National Geographic Research, 3 (1). KORSTANJE, M. ALEJANDRA 1996. Sobre la producción agrícolo-ganadera en el Formativo: Reflexiones para el camino. Actas y Memorias del I Congreso de Investigación Social: "Región y Sociedad en el NOA", 402-411.Facultad de Filosofía y Letras (UNT), Tucumán. 1997 Estructuras agrarias prehispánicas. Aportes historiográficos desde el Noroeste argentino. Población & Sociedad, 5: 187-208. KRAPOVICKAS, P. 1984. La economía prehistórica de la Puna. Runa. Archivo para las Ciencias del Hombre XIV:107121. RAFFINO, R. 1973. Agricultura hidráulica y simbiosis económica demográfica en la Quebrada del Toro. Salta, Argentina. Revista del Museo de La Plata. Nueva Serie,T.VII. Antropología N°49. UNLP, La Plata. 1975 Potencial ecológico y modelos económicos en el N.O. argentino. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología. Nueva Serie, T.IX. Buenos Aires. TARRAGÓ M. 1980. El proceso de agriculturización en el noroeste argentino, zona valliserrana. Actas del V Congreso Nacional de Arqueología Argentina (1978). Tomo I. Fac. de Filosofía, Humanidades y Artes. UNSJ, San Juan.

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ESTUDIOS SOBRE AGRICULTURA PREHISPANICA EN CASABINDO (1980-1993)

María Ester Albeck CONICET - Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales-UNJU. [email protected]

Parte elevada de las quebradas de Potrero y Capinte, al fondo la serranía de Casabindo.

estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 13

INTRODUCCIÓN Este capítulo corresponde a una reseña de los trabajos de investigación llevados a cabo en Casabindo (Departamento de Cochinoca, Provincia de Jujuy) en las décadas de 1980 y 1990. Comprende los estudios desarrollados en el marco de la Tesis Doctoral que lleva por título “Contribución al estudio de los sistemas agrícolas prehispánicos de Casabindo (Puna de Jujuy)” dirigida por el Ing. Agr. Augusto Cardich y que contó además con el asesoramiento y revisión de la Dra. Myriam Tarragó. El tema desarrollado se sustenta, principalmente, en el estudio de la agricultura prehispánica de la zona de Casabindo, ubicada en un ambiente puneño, y las principales líneas de investigación comprendieron el análisis de la ocupación del espacio y el estudio de la tecnología agrícola prehispánica. El abordaje de este tema fue disparado al experimentar la agricultura tradicional vigente en otros sectores del área andina, donde el cultivo resulta una actividad sustancial para las comunidades locales, y su marcada diferencia con la realidad vigente en la Puna de Jujuy, un área de producción casi exclusivamente pastoril con una baja densidad de población rural. Esto último, a su vez, contrasta con la información arqueológica que señala el alto desarrollo agrícola alcanzado por los pueblos de la zona de Casabindo, sumada a la presencia de una importante densidad poblacional prehispánica. El estudio de los sistemas agrícolas de la zona de Casabindo se inició en el año 1980 y los trabajos de campo tuvieron lugar entre 1980 y 1988. Entre 1989 y 1991 se trabajó exclusivamente en gabinete, la redacción final de la Tesis se realizó en el año 1992 y fue defendida en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata en septiembre de 1993. El texto respeta en gran parte el orden y el planteo desarrollado en el texto original aunque se centra específicamente en los datos referidos a las estructuras vinculadas con el cultivo arqueológico, haciendo una sucinta mención a los demás temas abordados en el manuscrito de la Tesis. Al transcurrir más de 20 años desde la realización de los trabajos de campo y al haber continuado investigando en la zona

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de Casabindo, resulta natural que algunas de las opiniones vertidas resulten obsoletas a la luz de nuevos datos o interpretaciones. Estos aspectos serán incorporados y discutidos en el texto cuando resulte pertinente, a la vez que se incorporarán citas bibliográficas de trabajos más recientes, principalmente cuando correspondan a trabajos propios que desarrollen temas relacionados con la agricultura o arqueología de la zona de estudio. PLANTEO DE LA INVESTIGACIÓN Para el análisis de los sistemas agrícolas prehispánicos de Casabindo, se tomó como área de estudio el territorio de influencia del poblado actual, considerándolo como el espacio donde poseían tierras los residentes en dicho poblado y también toda el área rural que tenía a Casabindo como centro social, cultural y de enlace con poblaciones mayores. Ubicado en un ambiente típicamente puneño, abarca la sierra homónima de origen volcánico y parte del bolsón de Guayatayoc, una cubeta sedimentaria. De la serranía mayor, que supera los 5000 msnm, baja una serie de pequeñas quebradas donde se registra la ocupación humana actual y los vestigios del uso agrícola arqueológico, entre cotas que van desde los 3450 a 4000 msnm (Figura 1).

FIGURA UNO Vista esquemática del área de estudio en Casabindo

El área definida a los fines de la investigación es mucho menor que la ocupada por los Casabindo en la etapa colonial o en épocas prehispánicas, cuando abarcaba el sector central, sur y oeste de la Puna de Jujuy (Albeck 2001, 2003; Albeck y Ruiz 2003, Albeck et al. 2007). Para el estudio detallado de los vestigios de cultivo prehispánico se definió un sector restringido que abarcaba tres quebradas adyacentes donde se analizaron los terrenos de cultivo, los sistemas de riego y demás obras vinculadas con la agricultura. Se definieron diferentes tipos de terrenos de cultivo, con modalidades constructivas par-

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ticulares que reflejarían distintos momentos de la ocupación agrícola. Como parámetro comparativo se consideraron vestigios ubicados en otros espacios de la zona de Casabindo. Las principales líneas de investigación encaradas tuvieron en cuenta el análisis de la ocupación del espacio, su aprovechamiento con fines agrícolas y el estudio de la tecnología agrícola prehispánica reflejada en los terrenos de siembra, sistemas de riego, control de la erosión, instrumental de labranza y estructuras de almacenamiento. Estos datos se complementaron con información etnoarqueológica sobre la tecnología agrícola vigente entre los pobladores de Casabindo en la década de 1980. Este estudio, que fue encarado a partir de encuestas y observación participante, consideró las áreas de cultivo, tipos de acequias de riego, vegetales cultivados, ciclo agrario, rituales relacionados con las prácticas agrícolas y los sistemas de intercambio de productos. Como marco de referencia se consideraron los diferentes asentamientos prehispánicos reconocidos en la zona de influencia de Casabindo y los datos aportados por los cronistas referentes a la tecnología agrícola propia del pasado indígena. Para este análisis se hizo uso de crónicas éditas del Noroeste Argentino, Area Andina Meridional y en menor medida del Area Andina Central. Las hipótesis de trabajo que orientaron la investigación consideraron el grado de desarrollo agrícola alcanzado por los antiguos pobladores de la zona y la perduración, hasta el presente, de patrones andinos de aprovechamiento y uso del espacio en la zona de Casabindo. Las hipótesis planteadas fueron las siguientes: H1) La ocupación del espacio agrícola prehispánico en la zona de Casabindo tuvo una ocurrencia gradual y progresiva. Esta hipótesis considera el ritmo según el cual se fueron anexando los diversos sectores del paisaje para su aprovechamiento agrícola en la etapa prehispánica. Así, se planteó la ocupación como gradual, es decir en diferentes tiempos, y progresiva al expandirse e ir incorporando al cultivo sectores previamente incultos. Esto último como resultado de la aplicación de tecnologías cada vez más sofisticadas. Los indicadores considerados fueron, por una parte la tecnología utilizada por los antiguos agricultores y, por otro, las dificultades intrínsecas ofrecidas por cada sector del paisaje aprovechado con fines agrícolas. H2) La agricultura en la zona de Casabindo alcanzó su máxima expansión en el Período Tardío. Aquí se considera el momento en que la agricultura alcanzó su clímax en la zona de Casabindo, incluyendo en el Período Tardío a los Desarrollos Regionales y la breve1 ocupación incaica. El clímax comprende tanto el dominio tecnológico, el área ocupada y la demografía, inferida a partir del número de sitios correspondientes a este momento. H3) La ocupación agrícola del espacio fue continuada desde la época prehispánica. Esta última hipótesis hace hincapié en la continuidad de las prácticas agrícolas en Casabindo desde épocas prehispánicas. Esto se reflejaría en las tecnologías agrícolas utilizadas por los pobladores de Casabindo en la década de 1980.

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REFERENTES TEÓRICOS2 El estudio de los sistemas agrícolas prehispánicos de Casabindo se orientó bajo una óptica regional (Binford 1964), entendiendo que una región, además de ser una abstracción (James, 1976), posee un carácter distintivo y permite ser analizada como conjunto. Así, la región de Casabindo puede delimitarse de manera concreta sobre referentes ambientales, al comprender las vertientes orientales de la sierra homónima, con características propias de orientación, nivel altitudinal, clima, basamento geológico y otras. Hacemos notar, sin embargo, que el área considerada no tiene la amplitud o la extensión convencional de una región, más correspondería a una microregión (Gonzáles de Olarte 1984). A pesar de constituir una unidad, se distinguen a su vez, dentro de dicha microrregión de Casabindo, diversos ambientes locales que han sido explotados de variadas maneras por los pueblos del pasado. Un aspecto teórico al que se dio énfasis en este trabajo es la relación hombre-ambiente. Es decir, la interpretación del pasado arqueológico desde una perspectiva ecológica, en la cual hombre y naturaleza se afectan mutuamente, actuando en un complejo interjuego entre el entorno biofísico y el sociocultural (Watson et al. 1971; Tarragó 1978; Hardesty 1980). Al tratar los sistemas agrícolas prehispánicos, es imperiosa la necesidad de enfocar el problema desde de este tipo de óptica, más aún en este estudio particular, habida cuenta las crudas condiciones climáticas imperantes en el área puneña, que actúan como severos limitantes al accionar de agricultores con un nivel tecnológico como el de los pueblos prehispánicos. Tanto el enfoque ecológico del pasado como la óptica región-microregiónambiente local constituyen aspectos fundamentales en el entendimiento del proceso socio-cultural del área. Así, se busca llegar a una interpretación de cómo el hombre en la antigüedad aprovechó los diferentes ambientes locales de la región, con patrones de uso del paisaje que no fueron uniformes a lo largo del tiempo. Por otra parte, importa también de qué manera se lograron resolver los problemas propios del entorno al incorporar diferentes sectores para el beneficio económico de la sociedad. En este contexto tenemos en cuenta, en particular, el estudio del paisaje arqueológico, un espacio en el cual habitaba el hombre del pasado y en el cual hizo determinada elección para el emplazamiento de su vivienda, terrenos de siembra y áreas de pastoreo (Holgate y Smith 1981). Dicha elección respondió a diversos aspectos, tanto ambientales y técnicos como económicos y sociales. Conforme se fueron modificando algunos de los factores enunciados, fue variando también la ocupación y uso del paisaje. Así, al estudiar las sociedades agrarias, es de suma importancia tener en cuenta las relaciones entre el paisaje, el uso del suelo y los patrones de asentamiento (Holgate y Smith 1981). La agricultura desarrollada en el área de estudio se engloba dentro de la esfera de cultivo andina, no sólo por el área geográfica que ocupa sino también por los vegetales cultivados y la tecnología agrícola empleada (Cardich 1987). Si exceptuamos los restos de mazorcas de maíz que se rescataron de algunos silos o tumbas, no existen mayormente restos de vegetales cultivados en el registro arqueológico de nuestra área de estudio3. Las condiciones climáticas imperantes en el área de Casabindo permitieron únicamente el cultivo de vegetales propios del área de domesticación andina (Har-

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lan 1978) y no las procedentes de las tierras bajas (Harlan 1978). La agricultura prehispánica de la zona se sustentó principalmente en el cultivo de los tubérculos microtérmicos y probablemente la quinoa, siendo un área marginal para el maíz. Con referencia a las técnicas agrícolas empleadas, destacamos el cultivo sin el uso de tracción ni la ayuda de animales, exclusivamente con fuerza humana, la construcción de andenes y terrazas y el uso del riego por acequias. La agricultura andina estuvo complementada desde sus inicios por la ganadería de camélidos americanos y, desde muy temprano también, se integró a un complejo sistema de intercambio entre diferentes zonas ecológicas (Dillehay y Núñez 1988; Albeck 1992), un patrón que sigue en vigencia en gran parte del Área Andina (Burchard 1974; Custred 1974; Lecoq 1987). En el pasado la práctica agrícola estuvo sujeta a las contingencias climáticas que limitaron su factibilidad en determinados momentos. Esto ha sido planteado para el Área Andina Central (Cardich 1975, 1980, 1985) pero todavía faltan estudios detallados para el Área Centro Sur Andina y el NOA. La ocupación extensiva con fines agrícolas de determinados espacios del NOA en el Período Temprano o Formativo (González 1963; Núñez Regueiro y Tartusi 1988) y su reducido aprovechamiento en épocas posteriores v. gr. Laguna Blanca (Albeck y Scattolin 1984); Falda del Aconquija (Scattolin y Albeck 1995) y el norte de la Quebrada de Humahuaca (Albeck 1994) apuntarían a la presencia de un fenómeno similar al registrado para el Área Andina Central. No es el propósito de este estudio, sin embargo, profundizar en las particularidades paleoclimáticas, cuyo análisis requiere un enfoque interdisciplinario. Dado lo disperso y escaso de las evidencias disponibles hasta el presente no se dispone de un panorama claro, razón por la cual es probable que algunas interpretaciones vertidas en este trabajo deban ser modificadas cuando se acceda a un mayor conocimiento de las variaciones climáticas del pasado, en especial en lo que concierne a temperatura y humedad En el análisis de las sociedades agrícolas arqueológicas se tuvo en cuenta el vínculo existente entre determinados aspectos de la tecnología y la complejidad social. Con referencia a esta relación se consideró fundamental el análisis de las obras de aterrazado y los sistemas de riego, en tanto ambos aspectos podrían reflejar, en parte, el grado de organización social de los grupos que las llevaron a cabo (Spooner 1974; Lees 1974; Hunt y Hunt 1974). La existencia del riego en sí surgiría como una respuesta a las serias limitaciones del aporte de aguas meteóricas para un buen desarrollo de los vegetales cultivados. El riego en un principio debió ser bastante rudimentario, probablemente utilizando recipientes para irrigar las plantas en forma individual. Aún el riego por acequias, mantenido a una escala reducida, no implicaría demasiada organización ni complejidad social (Kappel 1974). A medida que el aumento de la presión demográfica inducía una mayor producción, se debió expandir la extensión cultivada y en forma concomitante se debieron complejizar los sistemas de irrigación. Para la habilitación de amplios terrenos de siembra aterrazados y la construcción de extensas redes de riego, la organización debió descansar en una autoridad centralizada con poder suficiente para movilizar la cantidad de individuos necesaria para su realización. Esto implicaría una sociedad jerarquizada que, para nuestra área de estudio, podría corresponder a una jefatura o señorío (Albeck 1994 m.s.).

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METODOLOGÍA Para el estudio de los sistemas agrícolas arqueológicos de Casabindo se consideraron diferentes aspectos vinculados con la práctica agrícola prehispánica: el análisis del ambiente, los sitios de vivienda arqueológicos, las estructuras relacionadas con el cultivo, los datos etnohistóricos sobre agricultura y observaciones etnoarqueológicas sobre las prácticas agrícolas vigentes en la década de 1980. El ambiente: El análisis ambiental se inició con la interpretación fotogramétrica del área de estudio. Los datos obtenidos fueron completados y corroborados posteriormente en el campo con prospecciones“in situ”, en las cuales se reconocieron unidades geológicas, hidrológicas y vegetales y se efectuaron colecciones botánicas y geológicas para su identificación en laboratorio. Con referencia a la ocupación humana del paisaje se consideraron claves la disponibilidad de agua en superficie, el grado de protección que ofrece la topografía contra los rigores climáticos, la cota altitudinal y el tipo de roca del sustrato. Estos aspectos se contemplaron tanto para los espacios dedicados al cultivo como para los sitios de vivienda. Los sitios de vivienda arqueológicos: Para el tratamiento de los sitios de habitación, contamos fundamentalmente con los datos de campo, aunque gran parte de los sitios fueron identificados inicialmente a partir de fotografías aéreas. Las características consideradas más relevantes para nuestro estudio fueron: emplazamiento, disponibilidad de agua, protección, accesibilidad, patrón de asentamiento y modalidad constructiva. Estos dos últimos aspectos son considerados con mayor detalle, registrándose forma y disposición de los recintos y densidad de construcción. Con referencia a la modalidad constructiva se hizo hincapié en el tipo de pircado y en el tamaño y forma de las rocas empleadas en las paredes. Se realizaron colecciones de materiales de superficie en la mayoría de los sitios de vivienda y en algunos casos se efectuaron también sondeos exploratorios en recintos habitacionales. En cuanto a la asignación, fueron referidos exclusivamente a materiales ya conocidos para la zona de estudio (Casanova 1938; Ottonello 1973; Krapovickas 1958-59, 1968; Deambrosis y De Lorenzi 1973; Alfaro y Suetta 1967; Krapovickas et al. 1979). Estructuras relacionadas con el cultivo: Se distinguen como más importantes los terrenos de cultivo y las obras de riego, que son los vestigios que pueden permitir, además, alguna diferenciación cronológica. Terrenos de cultivo: La primera aproximación a la identificación de este tipo de estructuras se efectuó mediante el auxilio de fotogramas, ampliados x 4, de la zona de Casabindo. Las observaciones realizadas fueron verificadas posteriormente mediante intensas prospecciones en el terreno, completando los datos sobre rasgos difíciles de identificar en las fotografias (Escala aproximada E=I:12.500). El análisis de los fotogramas resultó sumamente provechoso pues permitió una buena identificación de los antiguos terrenos de siembra. Estos fueron agrupados en sectores según su proximidad y ubicación topográfica, discriminando entre fondo de valle o falda de cerro. Para cada uno de los sectores definidos se consideró el emplazamiento, modalidad constructiva y presencia de estructuras de riego asociadas. En el análisis del emplazamiento se consideró la orientación, pendiente, sustrato y cota altitudinal. Por modalidad constructiva se tuvo en cuenta el tipo de roca empleado, su angulosidad, forma, tamaño y disposi-

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ción en la pared de contención y se levantaron perfiles para algunos de los sectores. Las observaciones se completaron con datos sobre cobertura de líquenes y presencia de sedimento entre las rocas que conforman la pared. Líquenometría: para evaluar la diferencia cronológica entre distintas modalidades constructivas se utilizó la liquenometría como indicador independiente y de contraste. Este método consiste en el registro y medición de la cobertura de líquenes que crecen sobre un sustrato, en este caso las paredes de contención de terrazas y andenes. Los líquenes han sido utilizados como indicadores relativos del transcurso del tiempo para ubicar cronológicamente antiguas construcciones (Follmann 1961; Laundon 1980; Albeck 1995, 1998) Presencia de sedimento entre rocas: la mayor o menor presencia de sedimento entre las rocas de una pared levantada con “pirca seca” vale decir, sin mortero de barro, también fue tomado como indicador relativo del transcurso del tiempo. Se considera que las paredes con mayor acumulación de sedimento entre las rocas son más antiguas que las que tienen escaso o nulo sedimento acumulado (Albeck 2003-05). Obras de riego: para el tratamiento de este rasgo se tomó en cuenta, principalmente, la procedencia del agua de riego y luego la complejidad de la red y su extensión. Datos aportados por las crónicas: en la lectura de las crónicas éditas se hizo una búsqueda selectiva de datos correspondientes a la descripción de prácticas agrícolas, tecnologías de riego y de construcción de los espacios de cultivo, con el fin de contrastar los datos obtenidos para la zona de Casabindo. Observaciones etnoarqueológicas: se obtuvo información a partir de encuestas y observación participante entre agricultores de la zona de Casabindo. Si bien la economía actual es básicamente pastoril, se puso énfasis en el estudio de las prácticas agrícolas en uso en la actualidad4. El objetivo era obtener un marco comparativo para conocer diferentes aspectos del sistema agrícola, imposibles de lograr a partir del registro arqueológico. MARCO CONCEPTUAL Respecto al entendimiento y alcance del término “sistema agrícola”, consideramos a la agricultura como un sistema complejo en el cual tiene incidencia una multiplicidad de factores que abarcan un espectro que va desde lo ecológico, como el suelo y clima, pasando por aspectos de la economía, hasta detalles que son propios de la esfera cultural y social. Esta gama de particularidades del sistema agrícola (en nuestro caso: “sistema agrícola prehispánico” y “sistema agrícola tradicional”) interactúan en diferente grado una con otra. Sin embargo, no se puede comprender el todo sin conocer cada una de las partes y éstas tampoco se pueden aislar porque se encuentran íntimamente relacionadas. Al hacer el análisis de los sistemas agrícolas prehispánicos o arqueológicos forzosamente estamos expuestos a prescindir de muchos aspectos del sistema agrícola otrora viviente, razón por la cual el panorama que alcanzamos es de por sí incompleto. Nuestro intento por comprenderlo a través de la agricultura tradicional que pervive o por los datos de las crónicas, es tan sólo parte de una búsqueda por llegar algo más allá en la interpretación de lo que fue la agricultura en el pasado de Casabindo. Otro aspecto a considerar es la terminología referida a las obras agrícolas prehispá-

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nicas. Los trabajos de mayor envergadura que consideran los terrenos de cultivo americanos precoloniales (Donkin 1979 y Denevan 1980) utilizan terminologías en inglés o derivados de esta lengua. Al respecto, la palabra“terraza”en la lengua española tiene un significado muy distinto al “terrace” de la lengua inglesa. En español es bancal el vocablo correcto para definir un espacio de cultivo que ha sido rellenado con tierra y que puede presentar, o no, muro de contención. En nuestro país, sin embargo, bancal es un término muy poco utilizado y se ha popularizado la denominación “terrazas”o “andenes” para nombrar a este tipo de estructuras. En otras partes del Área Andina, por ejemplo Perú, tampoco se utiliza el término bancal. Allí es utilizado indistintamente andén o terraza por los estudiosos (Torre y Burga 1986). El vocablo quechua es pata y los campesinos actuales en Cusco designan a los bancales como “pata-pata” o “andén-andén” (Vries 1986). Es digno destacar aquí que los pobladores actuales de Casabindo llaman“patilla”a este tipo de construcciones. Raffino (1975) elabora una tipología de los terrenos de cultivo según la pendiente sobre la cual se ubican en: canchón o bancal, terraza y andén. Canchón o bancal de cultivo (pendiente de 2 a 8 %), terraza de cultivo (pendiente de 10 a 20 %) y andén de cultivo (pendiente de 20 a 45 %). Esta terminología, basada en una diferencia de grado, no resultó útil para nuestro análisis. La pendiente, de por sí, condiciona las características de los “bancales” porque el ancho y la altura de los mismos están en función de la pendiente, cuando ésta aumenta, se debe elevar el muro de contención y/o disminuir la superficie sembrada (Donkin 1979). Donkin (1979) y Denevan (1980), en cambio, distinguen lo que ellos denominan“terrazas” según su orientación con respecto al drenaje principal del área donde se emplazan. Los “lateral terraces”, “contour terraces“ o “terrazas en banca“ poseen un trazado paralelo al drenaje principal del área, mientras que los“valley floor terraces“, en cambio, se ubican transversales al mismo. Otro tipo definido por estos investigadores, y que hemos registrado en nuestra zona de estudio, son los “cross channell terraces“ que se ubican transversales a pequeñas cuencas en áreas sin drenaje activo. Aplicar la terminología de Donkin o Denevan, para nuestro estudio en particular, también resultaba confuso pues para denominar a los diferentes tipos identificados se utilizaba el término “terraza”, con el agregado de“lateral”o“de contorno”y“de fondo de valle”según fuera el caso. Esto dificultaba la comprensión y en particular la discusión de estas estructuras. Por esta razón y para este estudio se ha decidido adoptar la siguiente terminología: 1) Grandes líneas transversales. Se ubican en pequeña cuencas con cauces intermitentes, no tienen riego por acequias y forman grandes escalones transversales al drenaje principal5. Corresponderían a los “cross channell terraces“ (Donkin, 1979). 2) Cuadros o canchones. Se ubican en áreas de fondo de valle, a menudo son rústicos y se hallan construidos con grandes bloques. Delimitan amplias áreas cuadrangulares o irregulares de 100 m2 o más; pueden encontrarse irrigados o no. 3)Terrazas. Serían los “valley floor terraces“ o terrazas de fondo de valle. Estas construcciones, ubicadas en terrenos con poca pendiente, forman largas superficies rectangulares, transversales al drenaje principal de un valle o quebrada. El frente de cada terraza se eleva muy poco por encima de la adyacente y lo normal es que el desnivel

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entre una y otra no supere los 0,50 m, con un ancho superior a los 5 m y 15 m de largo. No obstante, la característica definitoria es su ubicación transversal al drenaje del valle o quebrada. Se trata de terrenos irrigados donde el sistema de riego consta de una acequia madre cuya traza tiene el mismo sentido que el drenaje principal y a partir de la cual se desprenden otras menores hacia ambos lados, que son las que irrigan las áreas de cultivo. 4) Andenes. Se emplazan sobre los faldeos serranos, paralelos al drenaje principal de un valle o quebrada y son las construcciones que alcanzan los niveles más monumentales. Al ubicarse sobre terrenos con mayor pendiente que los otros tipos descriptos, las paredes de contención se vuelven necesariamente más elevadas y normalmente superan los 0,50 m. El ancho de los andenes, por otra parte, es estrecho y con frecuencia resulta menor a los 5 m. El largo es muy variable, pero habitualmente tienen decenas de metros y pueden superar la centena. Estos terrenos se encuentran irrigados y la acequia madre corre por encima del andén más elevado y desde allí, por gravedad, se irrigan los andenes inferiores. En los sectores con un gran número de andenes, se observan acequias secundarias a media falda, desviados de la acequia madre para un mejor riego de toda el área cultivada. Corresponderían a los“lateral o contour terraces“ (Donkin 1979) o “terrazas en banca” (Denevan 1980). Con referencia a las obras hidráulicas o de riego, se diferencian las siguientes obras: 1)Acequia o canal: es el cauce por el cual fluye el agua de riego. Para la zona de Casabindo se han definido seis tipos diferentes con algunos subtipos (Albeck 1984). Estos son: 1) Acequia en tierra 2) Acequia pircada sobre ambos lados 3) Acequia pircada sobre un solo lado 4) Acequia pircada contra pared de roca 5) Acequia pircada, cavada parcialmente en roca (Figura 2) 6) Acequia excavada en roca. Los tipos 1 y 2 se han reconocido únicamente en el contexto del riego actual y el tipo 5 tan sólo para el riego prehispánico, los demás han sido registrados tanto para el cultivo actual como el arqueológico. Consideramos que los tipos 1 y 2 también estuvieron en uso en épocas prehispánicas, pero al contar exclusivamente con bordes de tierra, no han logrado perdurar en la zona de Casabindo (Albeck 1984). Para las acequias o canales se considera la toma de agua, que es la construcción por la cual se desvía el agua desde los arroyos o vertientes hacia la acequia, las cuales, por encontrarse sobre los cursos de agua, muy expuestos a las aguas torrenciales, han desaparecido. El trazado y rumbo de una acequia puede indicar, sin embargo, de qué curso fue tomada el agua de riego y aproximadamente en qué lugar pudo ubicarse la antigua toma. Denominamos acequia madre al canal principal que deriva el agua desde la toma hacia una serie de acequias menores que son las que riegan los terrenos de cultivo. 2)Acueducto: se trata de una especie de puente o terraplén elevado sobre el cual se conduce el agua. La característica principal es que estas construcciones llevan el agua a nivel, por encima de cursos o cárcavas cuyos cauces son perpendiculares al del agua de riego que corre por el acueducto6. 3)Represas: bajo esta denominación consideramos los endicamientos utilizados como reservorios de agua y que normalmente dan nacimiento a una acequia madre. Respecto a los vestigios relacionados con el laboreo del suelo debemos considerar a los: Despedres. Este término se refiere a las acumulaciones de piedras como el producto de la limpieza de los terrenos de cultivo. En la Quebrada de Humahuaca se los deno-

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FIGURA DOS Detalle de una acequia excavada en roca.

mina “ronque”, término utilizado por Madrazo (1969), Suetta (1967) para Coctaca los llama “caminos de cascajo”, mientras que otros se refieren a estas estructuras como “despedrados”. Una dificultad que debimos enfrentar en la investigación fue la falta de una secuencia arqueológica clara para la zona de estudio. A pesar de la larga historia que tiene la arqueología en la zona, iniciada hace más de un siglo, no existe un buen conocimiento de la zona. Bennett, a quien debemos el primer intento de sistematización de la arqueología del NOA (Bennett et al. 1948), englobó a los materiales arqueológicos de la puna en el “Puna Complex”, sin lograr discriminar diferencias temporales claras. Este “Complejo de la Puna”se caracterizaba básicamente por la presencia de materiales perecederos como maderas, calabazas, fibras animales, etc. Krapovickas, posteriormente, diferencia dos momentos: Casabindo I y Casabindo II, que corresponderían respectivamente a los materiales propios del Tardío-Desarrollos Regionales y del Incaico de la zona, (Krapovickas 1968). La escasa variabilidad del material cerámico en esta zona, que muestra ninguna o poca decoración, dificulta el uso de este tipo de material como indicador cronológico y sociocultural. A esto se debe agregar que la gran mayoría de los materiales conocidos provienen de tumbas y que existen pocas investigaciones que hayan aplicado métodos o técnicas más modernas. Se carece de prospecciones intensivas, estudios de patrones de asentamiento, análisis detallados de materiales cerámicos (exceptuamos el trabajo de Ottonello 1973) y líticos y los fechados radiocarbónicos son mínimos, por nombrar tan sólo algunos de los estudios más elementales para elaborar una secuencia de corte regional.

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Para la asignación cronológica tentativa de los asentamientos arqueológicos, y con el objeto de obtener un marco de referencia para el análisis de los sitios agrícolas, debimos valernos de criterios sustentados, en parte, en el conocimiento que se tiene de la arqueología de las áreas aledañas donde los sitios de vivienda de la etapa agroalfarera son asignados a cuatro momentos: Formativo o Temprano, Período Medio, Desarrollos Regionales o Tardío e Incaico. La ubicación cronológica de estos momentos para la zona de estudio es altamente hipotética y se caracterizó de la siguiente manera. Formativo: Se extendería desde los inicios de la ocupación agrícola hasta el siglo VIII. Para caracterizar este momento se tomó como criterio básico el patrón de asentamiento y el tipo de planta de las viviendas. Así incluimos inicialmente en esta etapa las viviendas de planta circular y el patrón de asentamiento disperso. Basamos este criterio en el conocimiento de otras áreas del NOA donde un patrón de viviendas y tipo de asentamiento análogo es incluido en el Período Temprano o Formativo (González 1963, Cigliano et al. 1976; Salas 1948; Tarragó 1980; Ottonello y Lorandi 1987). Período Medio y Desarrollos Regionales: Abarcaría desde el siglo VIII hasta el siglo XV. Los sitios ubicados tentativamente en este momento presentan viviendas de planta rectangular o cuadrangular y el patrón es nucleado (Ottonello y Lorandi 1987), en algunos casos semi-conglomerado y con menor frecuencia conglomerado (Madrazo y Ottonello 1966), mientras que la cerámica característica se encuentra pintada en negro sobre rojo. En varios poblados arqueológicos aparece además cerámica pintada con lunares blancos, como en Santa Ana de Abralaite (Krapovickas et al. 1979), Rinconada (Alfaro y Suetta 1970) y Doncellas (Alfaro y Suetta 1976). Los lunares blancos se vinculan en la Quebrada de Humahuaca con La Isla que sería, a su vez, contemporánea en parte con la expansión Tiahuanaco (Tarragó 1978)7, lo que indicaría el uso de los mismos asentamientos como espacios de residencia. Incaico: abarca desde mediados del siglo XV hasta la primera entrada de los españoles en 1536. El indicador es la presencia de cerámica con filiación incaica (Raffino 1981; Deambrosis y De Lorenzi 1973). Con frecuencia la ocupación incaica se halla sobreimpuesta a sitios de los Desarrollos Regionales (González 1980), aunque no se haya identificado este fenómeno en Casabindo (Albeck et al. 2007). CASABINDO El área de Casabindo se encuentra en el Departamento de Cochinoca en el centro de la Provincia de Jujuy, en un ambiente típicamente puneño. Comprende una serie de quebradas con agua permanente y parte del extenso bolsón de Miraflores-Guayatayoc-Salinas Grandes. Para una descripción más detallada de los aspectos geográficos, ambiente, recursos y población actual remitirse a otras publicaciones (Robles y Albeck 1996). La zona de Casabindo es muy rica en restos arqueológicos, entre los cuales se destacan los vestigios vinculados con la práctica agrícola prehispánica, actividad que, indudablemente, cumplió un importante rol en la economía de los antiguos pobladores del lugar como complemento del pastoreo. El cultivo ha desaparecido casi por completo como actividad económica, siendo dominante la ganadería de pequeños rumiantes y camélidos americanos (Albeck 1993). Las áreas agrícolas prehispánicas se ubican de manera coincidente con la “faja óptima”para el asentamiento humano defi-

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nida para el sector oriental de la puna (Ottonello y Krapovickas 1973). Existen en Casabindo tres grandes áreas de cultivo prehispánico (y probablemente también colonial) en las cuales se observa una gran abundancia de antiguos terrenos de cultivo y otros vestigios relacionados con las prácticas agrícolas. Dichas áreas se encuentran separadas por sectores en los cuales aparecen muy pocos vestigios de obras agrícolas indígenas o donde son inexistentes, coincidentemente se trata de áreas en las cuales no se observan fuentes de agua en la actualidad, donde ésta es escasa o salobre y en espacios donde el nivel altitudinal, la topografía o el tipo de suelo no permiten desarrollar un cultivo exitoso. De norte a sur las tres grandes áreas agrícolas son las denominadas: Sayate, Potrero-Tarante y Río Negro. 1) Sayate: Incluye las quebradas de Sayate y Tocoite y ocupa el sector más septentrional, limitando al norte con el área de Rachaite-Doncellas, también de importancia agrícola prehispánica. Es una zona amplia en la que se destacan los andenes que remontan las laderas de los cerros circundantes. Este sitio fue descripto por Boman (1908) quien, al no observar acequias de riego, propone la existencia de cultivo de secano para la puna en épocas prehispánicas. En la prospección realizada, sin embargo, se identificó claramente la acequia madre o principal que corre sobre la cota máxima del sistema de andenes. 2) Potrero-Tarante: Comprende tres quebradas adyacentes en la zona central del área de Casabindo y es el sector agrícola más cercano al poblado moderno. Las quebradas se denominan, de norte a sur, Potrero, Capinte y Tarante. Se trata del espacio agrícola más amplio y complejo de la región, gran parte del fondo de valle y la parte baja de las laderas circundantes se halla cubierta por terrenos de cultivo (Figura 3). 3) Río Negro: Es el área más meridional y abarca varias quebradas de diversa longitud, se trata de la más extensa y la más difícil de recorrer dadas las condiciones topográficas imperantes, determinadas por la presencia de un paisaje sumamente accidentado donde los cursos de agua, permanentes o temporarios, se hallan limitados por elevados farallones rocosos. En esta parte dominan los andenes mientras que las terrazas de fondo de valle son sumamente limitadas dada la estrechez de las quebradas. Para el análisis de la tecnología agrícola prehispánica nos hemos centrado en el área Potrero-Tarante, con menciones ocasionales a las particularidades observadas en las otras dos áreas definidas. LA TECNOLOGÍA AGRÍCOLA PREHISPÁNICA En la zona de Casabindo la tecnología agrícola prehispánica se observa en vestigios arqueológicos ubicados en diferentes sectores del paisaje, corresponden a terrenos de cultivo, sistemas de riego, obras de control de la erosión y estructuras relacionadas con prácticas agrícolas y de almacenamiento. A esto se suman los restos de implementos agrícolas observados en los terrenos de cultivo y espacios habitacionales prehispánicos. La quebrada de Potrero presenta la mayor superficie de obras agrícolas de toda la zona de Casabindo. Los antiguos campos de cultivo se extienden en forma casi ininterrumpida desde Peña Larga hasta Puerta de Potrero, ocupando una parte importante del ancho fondo de valle y también extensas superficies de la falda de los cerros. El tipo de formación geológica condiciona la extensión de los andenes emplazados sobre los fal-

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FIGURA TRES Vista general de la Quebrada de Potrero.

deos, son mucho más importantes las extensiones con andenes en la falda norte que sobre la falda sur. La ladera que forma el límite septentrional de la quebrada presenta un elevado y largo talud que permite el emplazamiento de extensas graderías, en cambio, los farallones verticales que forman el lindero sur de Potrero tienen un talud corto con escaso sedimento y afloran con frecuencia directamente de los sedimentos del fondo de valle. En esta quebrada las estructuras agrícolas de fondo de valle, las terrazas, superan en extensión a los andenes, lo que no sucede en las demás quebradas del área de Casabindo, exceptuando los lugares donde aparece exclusivamente este tipo de estructuras. En Capinte los restos de obras indígenas se extienden a lo largo de la quebrada, exceptuando su tercio inferior, y predominan las áreas cubiertas con andenes. La margen derecha se encuentra más densamente poblada de vestigios agrícolas que la opuesta, tanto el área de fondo de valle como el talud al pie de los farallones. La quebrada de Tarante, a su vez, se encuentra prácticamente cubierta por antiguas estructuras agrícolas, las más elevadas aparecen en la confluencia de los arroyos de Liviara y Aute, a 3.900 msnm, y se extienden en forma ininterrumpida hasta la desembocadura de la quebrada en Puerta de Tarante. No ocupan, sin embargo, una extensión uniforme a lo ancho de la quebrada. En ciertos lugares se limitan a los terrenos bajos próximos al arroyo, en otros, se ubican además sobre las faldas laterales hasta alturas considerables. En el curso inferior, los andenes ocupan la mayor parte del talud, por encima del cual se yerguen farallones rocosos sobre ambas márgenes. En el trayecto medio,

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el fondo de valle se halla prácticamente cubierto por terrazas mientras que en el curso superior las terrazas se restringen a las partes bajas próximas al curso de agua. Las prospecciones y observaciones de campo nos han llevado a formular la presencia de tres tipos básicos de andenes con una serie de tipos intermedios. Esta clasificación tuvo como base la descripción detallada de andenes ubicados en diferentes sectores del área de Potrero-Tarante donde se tuvieron en cuenta la orientación, altura sobre el nivel del mar, tipo de roca empleado, su angulosidad, forma, tamaño y disposición en el pircado. A esto se le agregaron datos sobre la altura y el ancho del andén, sistema de irrigación (no siempre se logró identificar) y tipos y cobertura de líquenes sobre las paredes. Los terrenos de fondo de valle también comprenden cuatro tipos definidos según su forma y tipos de pared. Los terrenos de cultivo de Potrero-Tarante pueden agruparse en dos series, una para las terrazas de fondo de valle y otra para los andenes. Según el tipo y la modalidad constructiva de las paredes de contención se distinguen cuatro grupos para las terrazas de cultivo de fondo de valle8: 1) El grupo 1 corresponde a los canchones. Están construidos con piedras irregulares de gran tamaño y ubicadas en forma desprolija. Este tipo de construcciones no se encuentra muy difundido y ha sido ubicado en la parte central y superior de Potrero. En algunos casos estos canchones se encuentran asociados a viviendas circulares dispersas en el fondo de valle. 2) El grupo 2 comprende terrazas bajas cuyo frente está formado por lajas clavadas de canto. Suelen aparecer intercaladas entre terrazas de otro tipo y lo más común es que se encuentre en zonas de fondo de valle con terreno arenoso. 3) Dentro del grupo 3 se ubican las terrazas cuya pared de contención se halla pircada, a veces con piedra menuda, en otras oportunidades con rocas más grandes y también puede tratarse de simples líneas de piedra. 4) El grupo 4 es un sector reducido identificado únicamente en Tarante que se distingue por presentar terrazas construidas con pircas dobles rellenas. Para los andenes identificados en el área de Potrero-Tarante, también se distingue la presencia de cuatro grupos con diferentes modalidades constructivas. A) Corresponde a andenes con muros de contención construidos con piedras menudas, ubicados en las partes bajas de Tarante y Capinte. Los andenes de este tipo se emplazan sobre terrenos con fácil acceso al agua y presentan, además, una gran cobertura de líquenes y abundante sedimento entre las piedras9. B) El segundo grupo comprende andenes construidos con rocas algo redondeadas, seleccionadas, dispuestas con el eje mayor en sentido longitudinal a la pendiente del faldeo. La superficie de las rocas cuenta con una abundante cobertura de líquenes. C) Este grupo abarca todos los andenes construidos con rocas angulosas que presentan una cara plana hacia el frente. Las pircas de estos andenes tienen una escasa cobertura de líquenes y muy poco sedimento entre las rocas que componen la pared. Se encuentran, además, emplazados en los sectores más elevados y difíciles de regar (Figuras 4 y 5). D) El cuarto grupo incluye una gran cantidad de andenes que constituyen categorías intermedias, poco claras y que no pueden incluirse en ninguno de los grupos anteriores.

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FIGURA CUATRO Detalle del sector de andenes Ta-G, con cara plana al frente.

FIGURA CINCO Perfil esquemático de los andenes del sector Ta-G.

Considerando el sistema de riego montado en el área de Potrero-Tarante se observa que alcanzó una gran complejidad. Se trataba de un sistema integrado que enlazaba las quebradas de Tarante, Capinte y Potrero y estaba alimentado por los arroyos de Liviara, Aute, Tarante, Potrero y Capinte. A éstos se sumaban pequeñas vertientes que sirvieron sólo a sectores reducidos. En Potrero la mayoría de los sectores agrícolas que se encuentran sobre la falda norte

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fueron regados con agua de los arroyos de Potrero. Para algunos de ellos se ha logrado identificar, nítidamente, el canal principal que parte de un estanque alimentado desde Peña Larga. Los sectores de fondo de valle pudieron ser regados tanto desde Potrero como de Tarante, la pendiente del fondo de valle permite cualquiera de las opciones; para los sectores ubicados en el sector sur de la quebrada, el agua de riego se traía desde Tarante. En Capinte existen sectores que aparentemente fueron regados con agua del arroyo homónimo, algo imposible realizar hoy en día debido a la exigua cantidad de agua que aporta el curso. La parte sur de Capinte, en cambio, estuvo alimentada por una larga acequia que corría sobre la falda rocosa, pircada contra la parte baja de la pendiente, mientras que el resto del cauce se halla cavado en la roca volcánica. El agua provenía de Tarante, pasaba por un abra existente entre ambas quebradas, donde llenaba una represa que daba nacimiento a la acequia antedicha. La falda norte de Capinte, en cambio, tomaba agua de la acequia principal de Potrero que a su vez se surtía de Tarante. En esta última quebrada hemos identificado la acequia madre y la procedencia del agua de riego para gran parte de los sectores de cultivo siempre provenía de la propia quebrada. Las acequias arqueológicas identificadas en Potrero-Tarante pertenecen a los tipos mencionados anteriormente (Albeck 1984), a veces recorrían grandes distancias (2-4 km) antes de alcanzar el sector agrícola irrigado. En Capinte varias de las acequias antiguas presentan piedras planas clavadas de canto delimitando el cauce. Sobre los farallones que limitan la quebrada de Tarante identificamos el curso de numerosos canales, hoy desaparecidos, algunas veces por el simple surco labrado en la roca por el golpeteo de las partículas arrastradas por el agua. En un caso se registró la presencia de dos líneas ubicadas a diferentes niveles sobre la misma roca. En Tarante se identificaron también dos tramos de canales cavados en la roca y varios exponentes de las acequias pircadas contra roca (Tipo 4), uno de ellos se conservaba en buen estado a lo largo de treinta metros. Se excavó una acequia de este tipo para verificar su modo de construcción. El canal se apoyaba sobre un relleno de grava protegido por la pirca de sostén de la acequia (Figura 6). En el fondo de valle hemos ubicado un canal con el lecho cubierto de lajas que atravesaba un medanal, donde la infiltración del agua es mucho más intensa. Con referencia a las represas arqueológicas se han reconocido cuatro en la zona de Casabindo, todas en el área de Potrero-Tarante. Las más interesantes son la de Capinte y una ubicada en la parte superior de Potrero. Esta última es la de mayores dimensiones (19 x 21m) y aprovecha en parte un afloramiento rocoso como contención. El frente está limitado por una pared construida con pirca doble y pirca doble rellena de tierra que alcanza hasta 4 m de ancho. En esta construcción se identifica claramente la acequia de desagüe, pircada sobre ambos lados hasta casi un metro de altura. La represa de Capinte se ubica en la divisoria de aguas entre Tarante y Capinte, en el sector superior de esta última quebrada, donde los farallones conforman un filo divisorio entre las dos quebradas nombradas. La parte de la represa que da a los sectores más bajos de la pendiente se encuentra limitada por una pirca doble. En la parte externa se registra una gran acumulación de sedimento, debido presumiblemente a la limpieza del reservorio. El estado de conservación es bueno y se reconoce nítidamente la acequia colectora en el interior del estanque.

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FIGURA SEIS Corte esquemático de una acequia pircada contra roca.

En Casabindo también se han observado diversos tipos de construcciones vinculados con prácticas de conservación del suelo y control de la erosión: Paredes de sostén en cauces: son un rasgo poco frecuente en Potrero, en cambio, en la quebrada de Tarante es habitual que aparezcan paredes de protección contra las barrancas. Esto ocurre en los lugares donde existen cursos de agua permanente o se encauzan las aguas meteóricas y son más frecuentes en los arenales ubicados en el fondo de valle (Figura 7). Líneas de piedra en cauces: estas estructuras han sido interpretadas como defensas para prevenir la erosión retrocedente de los cursos de agua. Se trata de paredes ubicadas de manera transversal en los cauces y que actúan conservando el sedimento de los terrenos de cultivo al mantener estable el nivel de base de los cursos de agua. Se han observado en diferentes lugares de Potrero mientras que en Tarante es común la presencia de líneas de piedras o pequeñas pircas en las áreas de escurrimiento en terrenos arenosos.

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FIGURA SIETE Paredes de sostén en cauce.

En cuanto a estructuras relacionadas con el laboreo agrícola debemos considerar a los despedres, identificados en Puerta de Potrero en un sector de terrazas con abundantes rocas menudas en superficie, donde aparecen algunos despedres de contorno circular y uno alargado. En Capinte se ubicaron despedres alargados y un pequeño despedre circular mientras que en Tarante hemos observado únicamente despedres del tipo longitudinal, siempre en áreas de fondo de valle con terrazas (Figura 8). Vinculados con el almacenamiento se registran silos construidos de piedra y mortero de barro, frecuentes en toda el área. En el área de Potrero-Tarante se ubicaron silos en Peña Agujero una quebradita elevada y seca, emplazada en las formaciones rocosas que separan a Tarante de Capinte, y en la falda sur de esta última quebrada. El emplazamiento de estas estructuras, amuradas a paredones rocosos elevados por encima del fondo de valle y normalmente con exposición al norte, indicaría la elección de los lugares más secos para su ubicación. Es probable que hayan servido preferentemente para almacenar maíz, ya que la papa y otros tubérculos necesitan humedad para no momificarse por deshidratación y la quinoa, en virtud de lo diminuto del grano, se almacena mejor en vasijas o en sacos tejidos. A esto se agrega que no es inusual encontrar restos de marlos en el interior de estas construcciones. Su presencia, aunque no evidencia la existencia de prácticas agrícolas a escala local, está relacionada directamente con la producción agrícola ya sea local u obtenida por intercambio10. La función de estas estructuras se ha debatido desde los inicios de la arqueología al discutir las características que las diferencian de las llamadas“chullpas funerarias” (Ambrosetti 1902; Debenedetti 1930; Vignati 1938, Márquez Miranda 1940).

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FIGURA OCHO Despedre circular.

Respecto a los implementos agrícolas prehispánicos son frecuentes los hallazgos de palas y azadas, estas últimas ligadas a un mango curvo de madera, tal como ilustrara von Rosen (1924). En las terrazas agrícolas de Casabindo, pero con mayor frecuencia en las excavaciones de los sitios de vivienda, han aparecido fragmentos de estos instrumentos de labranza. Los cuchillones de madera son elementos frecuentes en las tumbas y han sido interpretados de manera diversa. Latcham (1936) sugiere una funcionalidad agrícola, sin embargo, nuestras observaciones nos han llevado a plantear que estos instrumentos difícilmente hayan estado vinculadas con el cultivo. La gran mayoría de los cuchillones presenta una pátina de uso lisa y muy brillosa y, teniendo en cuenta la naturaleza pedregosa y arenosa de los suelos puneños, resulta difícil asimilarlos a la suave superficie que presentan los cuchillones. Si a esto se agrega la presencia de estrías de uso en los fragmentos de palas y azadores líticos, no se puede explicar por qué no las poseen también los cuchillones de madera. No sabemos cuál pudo haber sido la función de los cuchillones pero estamos convencidos que no cumplieron funciones vinculadas con las prácticas agrícolas. Donkin (1979) opina que la taclla, común en el área Andina Central, no fue empleada por los pueblos más meridionales11, sin embargo, en épocas recientes se ha registrado la presencia de palos cavadores, muy similares morfológicamente a las tacllas del Area Andina Central en la zona del Río Grande de San Juan (Krapovickas y Cigliano 1963) y en las cabeceras de la Quebrada del Toro (Raffino 1973). No obstante, en las encuestas realizadas en Casabindo los informantes desconocían totalmente la existencia de una herramienta de dicha naturaleza.

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LOS ASENTAMIENTOS En Casabindo se han ubicado 17 asentamientos arqueológicos, algunos con una larga ocupación y otros, al parecer, reocupados en diferentes momentos. El mayor número de sitios corresponde a los Desarrollos Regionales y reflejaría una gran población en esa época en el pasado. En el área de Tarante-Potrero ubicaríamos a Po-2, Pueblo Viejo de Potrero, como el más importante y Ta-l. La asignación cronológica de Cap-2, Capinte Arriba, en cambio, es dudosa, y es probable que haya tenido diferentes ocupaciones a lo largo del tiempo. Otros sitios asignables a este momento serían Sayate (Alfaro 1983), OjA-I, Ojo de Agua; Tu-2, Pucará de Tucute12. La mayor parte de los sitios de este momento se encuentran emplazados en lugares algo elevados por encima del fondo de valle o sobre terrenos poco aptos para las actividades agrícolas. La excepción la constituye el sitio Po-2, Pueblo Viejo de Potrero, asentado en la parte baja, en una zona de terrazas de cultivo. Muchos sitios de vivienda arqueológicos de Casabindo se ubican en lugares protegidos contra las inclemencias del clima puneño, en particular vientos, heladas y tormentas eléctricas. En algunos casos ha primado la búsqueda de una posición estratégica, como en el caso de OjA-l, Ojo de Agua; Tu-2, Pucará de Tucute y To-1 , Toraite. De estos sitios, el más dificil de interpretar resulta ser Toraite, asignado tentativamente a un momento Formativo por la presencia de recintos circulares y cuyo emplazamiento, sobre una elevada meseta, está reñido con los patrones de asentamiento habituales en este momento de desarrollo sociocultural13. Las formas de vivienda registradas corresponden a recintos de planta circular y rectangular. El sitio que mejor permite observar la complejidad que alcanzó el patrón de asentamiento en el momento indígena es Po-2 (Pueblo Viejo de Potrero). En este sitio se registran tres categorías de viviendas distintas funcionalmente. Las más pequeñas debieron servir como lugares de almacenamiento, las medianas fueron utilizadas como habitaciones y las de mayores dimensiones como patios. Las diferencias se observan no sólo en el tamaño sino también en la modalidad de la construcción de las paredes, donde los recintos habitacionales registran la mayor perfección constructiva. Los recintos de planta circular, en cambio, serían anteriores y pertenecerían al Formativo. Esto se ha planteado en función del conocimiento que se tiene para el resto del Noroeste Argentino. En Casabindo, sin embargo, esta forma de vivienda parece perdurar hasta el Período Medio, al menos para el caso de Pueblo Viejo de Tucute. Apreciación basada en la exhumación de materiales de filiación Isla (Casanova 1938) y la presencia de piezas con cabezas de llamas modeladas, propias de dicho momento en la Quebrada de Humahuaca. La perduración de esta forma de vivienda hasta el Período Medio también es planteada por Krapovickas y otros para Santa Ana de Abralaite, donde se encuentran asociadas a cerámica con lunares blancos (Krapovickas et al. 1979). La construcción de estas últimas viviendas, sin embargo, dista mucho de la perfección alcanzada por las habitaciones de Pueblo Viejo de Tucute14. La secuencia cronológica tentativa elaborada para Casabindo incluye 10 de los 17 sitios registrados y consideró el patrón de asentamiento y el tipo de cerámica asociado. Se inicia con los sitios de planta circular de patrón disperso y construcción rústica, y culmina con un pequeño sitio, asignado, en función del material cerámico, al momento in-

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caico. En algunos casos, como por ejemplo en Cap-2, Capinte Arriba y Tu-l, Pueblo Viejo de Tucute, es probable que el sitio haya sido ocupado en diferentes momentos a juzgar por la presencia de recintos con ambos tipos de planta: rectangular y circular. Quedan fuera de la secuencia tentativa varios sitios difíciles de ubicar cronológicamente. UNA SECUENCIA DE OCUPACIÓN AGRÍCOLA Para el área de Potrero-Tarante se han caracterizado diversas modalidades constructivas para los andenes, incluidas en tres grupos con diferente valor cronológico, y para los terrenos de fondo de valle que comprenden los canchones y las terrazas, se postulan cuatro momentos de construcción. En función de esto se ha elaborado una secuencia tentativa de la ocupación del espacio con fines agrícolas para Potrero-Tarante. La secuencia integra todas las categorías de terrenos de cultivo, y se basa, además de la modalidad constructiva y emplazamiento, en la cobertura de líquenes sobre las paredes de contención, el sedimento acumulado entre las rocas de las mismas y en la complejidad de las redes de riego que beneficiaron los diferentes sectores (Tabla 1). El primer momento de esta secuencia se inicia con los canchones y las grandes líneas transversales que son de construcción rústica y ocupan las áreas de fondo de valle. Los canchones pudieron estar irrigados por acequias mientras que las grandes líneas transversales no. Es probable que las rústicas líneas de piedra que limitan los canchones hayan sido cercados protectores contra los camélidos domésticos. Aparentemente, su función como nivelador para el riego o como moderadores climáticos es mínima dada la gran superficie que determinan. La existencia de un patrón agropastoril extensivo y poco desarrollado asociado con una baja demografía, como el que se podría plantear para el Formativo, probablemente haya llevado a la necesidad de levantar este tipo de pircados perimetrales para proteger los sembrados. En épocas posteriores este rasgo desaparece, sugiriendo que los rebaños eran mantenidos alejados de las áreas de cultivo. Esta práctica perduraría hasta la época colonial, al menos si nos atenemos a que

TABLA UNO Secuencia de terrenos de cultivo de fondo de valle y faldeos serranos.

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Pablo Bernárdez de Ovando cedió en usufructo tierras de pastoreo a los pobladores de Casabindo porque sus tierras eran “sólo para sembrar” (Madrazo 1982, Albeck y Palomeque 2009). En la actualidad, el cercado de las áreas de cultivo es un rasgo recurrente y se podría decir que tanto la baja demografia como la agricultura rudimentaria que se practica, sería comparable, en muchos aspectos, a la que estuvo en vigencia en el Formativo. El segundo momento de construcción correspondería a los andenes construidos con piedras pequeñas y emplazados en las partes bajas cercanas a los arroyos fácilmente irrigables. Este tipo de andenes es el que presenta la mayor cobertura de líquenes y abundante sedimento acumulado entre las piedras que conforman la pared. Al tercer momento pertenecerían los andenes presentes en Puerta de Potrero, con las rocas orientadas en sentido longitudinal a la pendiente y buena cobertura de líquenes, también se incluyen para este momento ciertos sectores de terrazas de Tarante. El cuarto momento comprende tanto andenes como terrazas y es el que ocupa mayor superficie. Abarcaría los andenes de la falda norte de Potrero, irrigados desde Peña Larga, las terrazas de Potrero y Capinte y los andenes de la falda norte de Capinte, irrigadas desde Potrero con agua proveniente de Tarante. Al quinto momento constructivo asociamos todos los andenes construidos con piedras angulosas, colocadas con una cara plana hacia el frente. Se emplazan en las cotas más elevadas o en áreas difíciles de regar, como por ejemplo la falda sur de Capinte. Esta falda se pudo ocupar al construirse la acequia cavada en la roca y la represa sobre el filo que separa a Capinte de Tarante (Figuras 9 y 10)15. En función de la secuencia de los momentos constructivos considerada para los sitios de cultivo y para los asentamientos, se ha establecido una correlación entre ambas series. A los sitios con recintos circulares Po-3, Potrero Fondo de valle y Po-4 los relacionamos con la construcción de los canchones y corresponderían a las primeras ocupaciones agrícolas de la zona de Casabindo. Las terrazas de la falda norte de Potrero, asignadas al cuarto momento constructivo, son obras de gran envergadura que implicarían mucha mano de obra y trabajo comunal organizado. Esto nos lleva a ubicarlas temporalmente en los Desarrollos Regionales. En este momento existiría una organización social más centralizada, una mayor población y jefes con poder suficiente como para nuclear y organizar la mano de obra necesaria para llevar a cabo las grandes superficies de andenes y obras hidráulicas. Al último momento constructivo de andenes, la modalidad de pared con roca plana al frente, lo relacionamos con los sitios más tardíos como Po-216 que presenta, además, la misma modalidad de construcción para las paredes de las habitaciones. Este momento coincidiría, en parte, con el incaico de la zona, también identificado en la presencia de muros ciclópeos y en anfiteatro en Puerta de Tucute (Figuras 11 y 12). DISCUSIÓN Habida cuenta las limitaciones ambientales de la puna jujeña u oriental, consideramos a Casabindo como un área excepcional para la instalación humana. Esto se manifiesta en la presencia de condiciones más favorables para el desarrollo de las actividades económicas, derivadas principalmente de las peculiaridades del paisaje. Un aspecto de gra-

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FIGURA NUEVE Acequia cavada en roca sobre faldeo sur de Capinte.

FIGURA DIEZ Sector de Andenes de clara factura incaica en Capinte.

vitación dentro de las condiciones ambientales de Casabindo es la gran altura que alcanza la serranía homónima, que le permite actuar como captora y conservadora de humedad, dando nacimiento a un gran número de corrientes de agua que bajan por sus

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laderas. El ciclo diario de congelamiento y fusión del agua de las alturas permite un flujo permanente del agua durante todo el año. Otro aspecto a considerar, es la naturaleza geológica del relieve que recrea variados paisajes en un área relativamente restringida. Las quebradas de Tarante, Capinte y Potrero, ubicadas en la parte central de la zona de estudio, presentan condiciones únicas dentro de la zona de Casabindo, habida cuenta la provisión de agua y las características del paisaje. Las tres quebradas, tomadas como unidad, constituyen tipos intermedios entre el amplio relieve propio de la parte norte y las estrechas quebradas que dominan las partes más meridionales. Se ubican además al pie de los picos más elevados de la serranía que las proveen de cursos de agua con un buen caudal. Las otras dos áreas agrícolas prehispánicas de relevancia son Sayate y Río Negro. La primera se encuentra en el amplio paisaje que domina las áreas más septentrionales de la zona de estudio y permite la instalación de enormes sistemas de andenerías prehispánicas. El área de Río Negro, en cambio, se caracteriza por un paisaje de origen volcánico sumamente recortado, donde las pequeñas y angostas quebradas corren entre elevados farallones y presentan poca superficie apta para la práctica agrícola. Sin embargo, en esa estrechez, el abrigo proporcionado por los paredones rocosos crea ambientes locales muy favorables que en la actualidad permiten el crecimiento y fructificación de árboles frutales. Con referencia a las limitaciones para la instalación agrícola en Casabindo resultan definitorias ciertas características del ambiente, en particular, las condiciones climáticas, la disponibilidad de agua de riego y la existencia de un sustrato o suelo adecuado. Dentro de las condiciones climáticas adversas tendríamos básicamente la frecuencia de heladas, fenómeno potenciado por la altura sobre el nivel del mar y las condiciones locales de protección, atemperado a su vez por fenómenos como la inversión de temperaturas y turbulencias en las faldas serranas que permiten el cultivo a grandes alturas. El límite altitudinal para las terrazas agrícolas prehispánicas de Casabindo se encuentra a casi 4000 msnm en Tarante (Sector Ta-P). El grado de protección contra vientos y bajas temperaturas ha sido un factor relevante en la elección del espacio agrícola. Esto se ve reflejado en la escasez de áreas cultivadas en las partes bajas, algunas con agua en abundancia, por ejemplo Puerta de Tarante y Puerta de Río Negro. Entre otros fenómenos, la inversión de temperatura e intensidad de los vientos no permiten el desarrollo de la agricultura en las partes bajas. La disponibilidad de agua resulta indispensable en un ambiente con insuficiencia crónica de lluvias, sobre todo para abastecer cultivos con un ciclo agrario extenso. Los sectores agrícolas arqueológicos de Casabindo se encuentran, casi sin excepción, en lugares donde existe actualmente provisión de agua. No obstante, la falta de agua en el pasado se pudo subsanar mediante una apropiada tecnología, trayendo agua desde lugares vecinos a través de complejas redes de canales y represas, como se observa en Capinte. La existencia de un sustrato adecuado resulta indispensable para el crecimiento de los vegetales, de allí que los terrenos con sedimentación natural sean los escogidos para la ubicación de las terrazas. Sin embargo, la construcción de andenes en el pasado, superó este obstáculo, creando suelos artificiales para cultivar, acumulados detrás de las

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FIGURA ONCE Andenes incaicos en Puerta de Tucute.

paredes de contención y cuya máxima expresión es la existencia de un sector de andenes ubicado sobre afloramientos rocosos apoyados sobre la roca desnuda. Los sedimentos formados a partir de las rocas volcánicas del Cenozoico parecen ser los más adecuados para formar suelos de utilidad agrícola. Este factor, probablemente, sea el causante de la poca extensión que presentan las terrazas en la zona de Río Blanco, al sur de Río negro, con áreas agrícolas prehispánicas muy reducidas. En esta parte de la serranía afloran rocas volcánicas Paleozoicas que al desintegrarse forman un sustrato de baja calidad; sucede lo mismo con algunas sedimentarias Paleozoicas, presentes en algunas partes de la quebrada de Tucute. La tecnología hidráulica refleja el alto grado de desarrollo que alcanzaron los pueblos agrícolas prehispánicos de Casabindo. En la actualidad, todas las quebradas con agua permanente presentan obras agrícolas arqueológicas, no así las quebradas secas que sólo en algunos casos exhiben restos de obras agrícolas. Los andenes y terrazas, además, se encuentran indefectiblemente sobre superficies factibles de regar. La agricultura prehispánica sin riego, es decir el cultivo “a temporal” o “de secano”, encuentra poco sustento en nuestras observaciones porque prácticamente todos los sectores de andenes o terrazas reconocidos presentan restos de acequias. Un sistema de cultivo de secano hubiera requerido lluvias más abundantes y prolongadas, considerando la du-

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ración del actual ciclo agrario en la puna. De hecho hubiera implicado la existencia de un clima similar al que rige actualmente en ciertas zonas ubicadas al este como Iruya y Santa Victoria, ambientes mucho más húmedos que Casabindo. Del análisis del sistema de riego que enlazaba las quebradas de Tarante, Capinte y Potrero se desprende que la tecnología hidráulica desarrollada a lo largo del tiempo alcanzó un gran nivel. Algunas acequias recorrían grandes distancias (3-4 km) antes de alcanzar el sector agrícola que regaban, en otros casos (Potrero, Capinte), cuando la superficie con potencial agrícola era amplia y el agua de riego insuficiente, se utilizó el agua proveniente de una quebrada vecina (Tarante) con abundante caudal. La economía del agua, que en ocasiones pudo tornarse crítica, se refleja además en la modalidad constructiva de las acequias. Se ha registrado la presencia de lajas para encauzar y tapizar el lecho de las acequias, en particular en las áreas arenosas donde la infiltración es intensa. La existencia de represas en diversas partes del área evidencia un excelente manejo del agua pues se conectaban con extensos sistemas de andenes. La técnica constructiva de los reservorios muestra, además de un gran conocimiento, una manifiesta habilidad. Actualmente puede observarse aún en buen estado de conservación la salida de agua de algunas de ellas. En cuanto a la construcción de acequias, las que corrían sobre pircas rellenadas con ripio arrimadas a paredones rocosos permitían llevar el agua a determinado nivel, en muchos casos han perdurado tan solo los surcos marcados en la roca por el agua que corría contra los paredones. Otras veces, se excavaba la acequia directamente en la roca viva y se ha registrado, además, la construcción de acueductos sobre torrenteras para evitar que el agua de lluvia destruyera los canales de riego. Las obras de control de la erosión también demuestran el conocimiento y manejo del ambiente para una mejor producción agrícola. CONCLUSIONES Al discutir la validez de las hipótesis planteadas se arribó a determinadas conclusiones, en función del marco teórico y los datos obtenidos. Algunas de las ideas vertidas en 1993 ya no se encuentran vigentes en el contexto del conocimiento adquirido en más de 15 años de investigaciones continuas sobre el tema. Por dicha razón, para cada hipótesis, a la conclusión correspondiente al texto final del manuscrito original se le agrega la opinión vigente en la actualidad. H1) La ocupación del espacio agrícola prehispánico en la zona de Casabindo tuvo una ocurrencia gradual y progresiva. En 1993 se opinaba: La secuencia de terrenos agrícolas se basa en el tipo de emplazamiento y la modalidad constructiva de la pared de contención de las terrazas y andenes. Estas evidencias, contrastadas con indicadores cronológicos relativos como cobertura de líquenes y presencia de sedimento entre las rocas de la pirca, reflejarían cómo el espacio físico se fue incorporando en forma gradual y progresiva a los sectores de cultivo de Casabindo. La ocupación más antigua se asentó en las áreas de fondo de valle, que también fueron utilizadas como áreas de cultivo. Posteriormente se habrían ido incorporando otras áreas, hasta abarcar casi todas las quebradas con agua permanente en la zona. Paralelamente se evidenciaría el cultivo en lugares cada vez más inaccesibles o difíciles de regar.

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En 2010: La visión de una ocupación gradual y paulatina del espacio agrícola resulta difícil de sostener actualmente, en tanto probablemente hubo momentos de retracción del cultivo y otros con un mayor énfasis en la creación de nuevos espacios agrícolas como por ejemplo el momento incaico, evidenciado claramente en los grandes sistemas de andenería con complejas redes de riego y la ocupación de sectores no utilizados previamente como los faldeos serranos de Sayate, la falda sur de Capinte y Puerta de Tucute. La ocupación habría sido gradual pero no sostenida, tal vez con saltos cuanti-cualitativos en determinadas épocas. H2 – La agricultura en la zona de Casabindo alcanzó su máxima expansión en el Período Tardío. En 1993 se opinaba: Las terrazas consideradas como las más recientes presentan una modalidad constructiva particular (orientación preferencial de una cara plana hacia el frente) observada también en la construcción de las paredes del sitio Po-2 ubicado en la quebrada de Potrero. Los vestigios culturales rescatados en este asentamiento evidenciarían que se trata de una ocupación perteneciente al momento Tardío y que habría perdurado hasta la etapa incaica. La anexión de las superficies más recientes a las actividades agrícolas, habría ocurrido en el Tardío. Este momento reflejaría el máximo esplendor agrícola en la zona, con la construcción de extensas graderías y complejos sistemas de riego. El mayor número de sitios correspondiente a este momento indicaría una alta demografía para esa época en Casabindo. En la época posthispánica se abandonaron grandes áreas de cultivo como producto del impacto de la conquista. La introducción del ganado del Viejo Mundo dio lugar al surgimiento de una economía orientada hacia la ganadería, especialmente ovina, en desmedro de la actividad agrícola. La agricultura actual en Casabindo es de escasa importancia productiva, la base económica es la ganadería. En 2010: Actualmente opinamos que, si bien existió en Casabindo el uso preincaico de andenes en gradería, probablemente a raíz de la instalación, en los inicios del segundo milenio después de Cristo, de una sociedad de raigambre altiplánica como la identificada en Pueblo Viejo de Tucute, la máxima expansión agrícola coincidiría con el momento de ocupación incaica que tal vez comprendería tanto el cuarto momento como el quinto momento de nuestra secuencia. H3 – La ocupación agrícola del espacio fue continuada desde la época prehispánica. En 1993 se opinaba: La reutilización de ciertos sectores de terrazas agrícolas y la perduración de algunos tipos de acequias de riego registrados para el momento prehispánico indicarían alguna continuidad en las prácticas agrícolas. El cultivo de especies autóctonas, como la quinua, papas y maíz de altura (“bolita”) reflejarían la perduración de determinados sistemas agrícolas de raigambre prehispánica. El almacenamiento en hoyos de algunos de los productos agrícolas cosechados, evidenciarían continuidad de cierta tecnología de raigambre prehispánica. El trueque de productos de la zona puneña por otros procedentes de áreas más cálidas indicarían la existencia de pautas tradicionales de intercambio entre diversas zonas ecológicas, patrón económico de raíces andinas. En 2010: Continuamos sosteniendo la perduración de determinadas tecnologías desde épocas prehispánicas asociadas a un modo de vida tradicional, vigentes en Casabindo hasta la segunda mitad del siglo XX. I

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FIGURA DOCE Secuencia de ocupación agrícola en el área de Potrero-Capinte-Tarante.

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NOTAS: 1 Hoy se reconoce alrededor de un siglo de ocupación incaica en la región. 2 El marco teórico no fue actualizado al 2010, en tanto hubiera sido un trabajo en sí, por dicha razón se mantuvo lo planteado en 1993. 3 En las excavaciones del recinto R-1 de Pueblo Viejo de Tucute se recuperaron restos de maíz y chuño carbonizados (Albeck 1999). 4 Década de 1980. 5 Su función sería retener parte de las aguas meteóricas que fluyen en superficie para riego. 6 Estos vestigios observados en Casabindo probablemente sean obras de la época republicana o reciente. 7 En el manuscrito original de la tesis se utilizó Formativo Inferior como sinónimo de Período Temprano, Formativo Superior como Período Medio y Desarrollos Regionales como Período Tardío, tratándolos por separado. Sin embargo el Formativo Superior fue discriminado a partir de la cerámica con puntos blancos mientras que los Desarrollos Regionales se caracterizaban por el patrón de asentamiento con recintos rectangulares, un claro ejemplo de la falta de elementos para comprender los procesos locales. Trabajos posteriores establecen la dificultad de separar los asentamientos del Período Medio y Tardío (Ruiz y Albeck 1997; Albeck 2007), además de la persistencia tanto de los recintos de planta circular como los lunares blancos en la cerámica hasta la época incaica o cercana a ella (Albeck y Zaburlín 2008). 8 Para las terrazas, al ser sus muros pocos elevados por encima del nivel del suelo, no es posible aplicar la liqueno-

metría ni evaluar la cantidad de sedimento acumulado como un indicador cronológico relativo. 9 Andenes del mismo tipo y emplazamiento han sido identificados en el área de Río Negro. 10 Actualmente (2010), nos resulta poco lógico el transporte de productos de intercambio a los lugares poco accesibles donde se encuentran los silos, a menudo distantes de los espacios de residencia, motivo por el cual pensamos que pudieron servir para guardar la producción local de maíz. 11 Es probable, sin embargo, que las tacllas hayan sido empleadas en la época incaica. La representación en un panel de la zona de Doncellas de personajes con chaqui-taclla vigilados (Alfaro 1988) testimonia su uso en la zona en algún momento del pasado. 12 En 1993 se consideraba al Pucará de Tucute como una instalación independiente del sitio de Pueblo Viejo de Tucute que se encuentra al pie. Actualmente se los considera parte de una misma ocupación (Albeck 2009, e.p.). 13 Fechados posteriores para Toraite indican su ocupación a fines de los Desarrollos Regionales (Albeck y Zaburlín 2008). 14 Actualmente se sabe que Pueblo Viejo de Tucute, con un patrón de asentamiento y construcción único para el NOA, corresponde a los Desarrollos Regionales (Albeck 2007). 15 Actualmente se considera a los andenes de la falda sur de Capinte como de factura netamente incaica (Albeck et al. 2007). 16 El único fechado obtenido para Po-2 (Albeck y Zaburlín 2008) lo ubica en los Desarrollos Regionales en una época preincaica, con lo cual este sitio estaría en realidad relacionado con el cuarto momento planteado en la secuencia.

// ANEXO 01 // ESTRUCTURA DEL MANUSCRITO ORIGINAL INTRODUCCIÓN // págs. 1-7 I. TEORÍA, MÉTODOS Y CONCEPTOS. HIPÓTESIS Aspectos teóricos // pág. 5 Metodología // pág. 7 Marco conceptual // pág. 9 Hipótesis // pág.13 II. SISTEMAS AGRÍCOLAS PREHISPÁNICOS // pág.15 La agricultura prehispánica en la parte serrana del NOA: Surgimiento de la agricultura // pág. 15 Las especies cultivadas // pág. 18

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Los grandes sitios de cultivo prehispánico // pág. 21 El riego // pág. 22 La ganadería // pág. 23 El cultivo prehispánico a través de las crónicas // pág. 24 Síntesis // pág. 29 III. CASABINDO, EL ÁREA DE ESTUDIO // pág. 31 Estudios previos en el área // pág. 33 El marco físico // pág. 35 La ocupación humana en el pasado // pág. 42 Síntesis // pág. 45 IV. El asentamiento arqueológico // pág. 46 Los sitios de vivienda // pág. 46 Síntesis // pág. 66 V. La ocupación agrícola prehispánica // pág. 67 Las áreas agrícolas de Casabindo // pág. 68 Los terrenos de cultivo // pág. 72 El riego // pág. 98 Obras de conservación del suelo // pág. 105 Estructuras relacionadas con el laboreo agrícola // pág. 106 Estructuras relacionadas con el almacenamiento // pág. 107 Implementos agrícolas prehispánicos // pág.108 Síntesis // pág. 109 VI. Observaciones etnoarqueológicas sobre agricultura // pág. 111 Asentamiento actual // pág. 111 Sistemas agrícolas actuales // pág. 114 Los terrenos de cultivo // pág. 114 Los vegetales cultivados // pág. 115 El ciclo agrario // pág. 118 Implementos agrícolas // pág. 124 Otros aspectos del sistema agrícola // pág. 125 Rituales y fiestas relacionadas con las tareas agrícolas // pág. 127 El trueque // pág. 128 Aprovechamiento del medio // pág. 132 Síntesis // pág. 135 VII. Comentarios y discusión // pág. 137 Las condiciones ambientales de Casabindo y la instalación humana // pág. 137 El asentamiento prehispánico // pág. 139 Los terrenos agrícolas // pág. 141 El riego // pág. 144 Secuencia de las labores agrícolas en el pasado // pág. 145 La población actual // pág. 146 Reducción de la superficie de cultivo // pág. 147 VIII. Conclusiones // pág. 149 Bibliografía // pág. 151-163.

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48 // korstanje . capítulo dos

PRODUCCIÓN Y CONSUMO AGRÍCOLA EN EL VALLE DEL BOLSÓN (1992-2005)

M. Alejandra Korstanje Instituto de Arqueología y Museo (FCNeIML-UNT) // Instituto Superior de Estudios Sociales (CONICET-UNT). [email protected]

Vista general del valle desde el sitio El Alto El Bolsón.

producción y consumo agrícola en el valle del bolsón // 49

INTRODUCCIÓN En este trabajo, extracto de mi tesis de doctorado en la Universidad Nacional de Tucumán1, sintetizo el aporte realizado al conocimiento de los sistemas agrícolas prehispánicos en el Noroeste argentino. En ella me proponía principalmente indagar acerca de los sistemas productivos Formativos, tomando como caso de estudio los sitios a cielo abierto del Valle del Bolsón (Dpto. Belén, Pcia. de Catamarca); pero a su vez esto era importante en el marco de poder explorar desde allí la desigualdad social asociada a una jerarquización política y a fuertes cambios en las estructuras del poder planteadas para el Período Formativo. Esto en tanto, en realidad, dicho cambio había sido planteado insistentemente para el NOA desde la interpretación de la iconografía cerámica y la arquitectura, pero nunca desde la perspectiva de los medios, infraestructura productiva y relaciones de producción, tal como era el planteo original de Núñez Regueiro (1975). Realizar esta tesis sobre agricultura prehispánica bajo la dirección de Mariette Albeck y con la valiosa co-dirección de Carlos Aschero fue realmente un placer. Quiero destacar esto una vez más ya que veo a los más jóvenes tan desesperados y estresados por cumplir lo que para ellos pasó a ser un “tramite sine que non” para poder sobrevivir. Deben terminar sus tesis de doctorado en cuatro años (o cinco), que son los tiempos que el cada vez más competitivo y cada vez menos científico sistema les exige. A mí me tomó diez años hacer la investigación y la tesis, sin presiones más que mi propia autoexigencia, pero a diferencia de ellos yo la disfruté. Lo que una tesis significa a nivel creativo y personal como individuos pensantes es una oportunidad única y maravillosa -que pocos tenemos- de poner en un lugar a jugar nuestras destrezas e inquietudes en diferentes ámbitos2. Quiero destacarlo no sólo porque trabajar en armonía es un derecho que nuestros evaluadores deben tener en cuenta, sino porque además sólo así se puede desarrollar esa capacidad lúdica que nos lleva al verdadero conocimiento -como nos muestra la historia de la ciencia-, tema que me empezó a inquietar y que empecé a desbrozar en un reciente artículo (Korstanje 2010b). Aquí retomaré sólo algunos puntos de esa tesis que están relacionados con los avances que la misma planteó para el conocimiento de la agricultura prehispánica. Por un lado, aquellos que pretendieron ser un aporte teórico (aporte a mi

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juicio no completamente concretado en la misma, pero que le dio forma y sigue adelante con mucha fuerza en mis investigaciones) y por otro, aquellos que fueron sin pretenderlo, quizás el mayor aporte de la misma para la arqueología del NOA: el estudio de microfósiles en suelos a partir del análisis múltiple de los mismos. Ambos temas han sido ya parcialmente desarrollados y publicados en otros trabajos que iré citando a lo largo del relato, por lo que aquí retomaré lo que quedó inédito de dicha tesis, desde una lectura autocrítica pero también insertándolo en una narrativa contextual que explique lo que hubo detrás de los bastidores de esta producción académica. En otras palabras no presento aquí la síntesis de los resultados de la tesis sino la síntesis de las preguntas y las metodologías que me permitieron llegar a resultados ya publicados. Cabe recordar, por otro lado, que esta investigación se desarrolló en una microregión del noroeste argentino escasamente estudiada en ese entonces: los valles de altura (Aschero y Korstanje 1996). Nuestras investigaciones integraron allí la concepción de territorios campesinos y las distintas formas que adquieren el paisaje productivo, doméstico, de tránsito e interacción y los espacios simbólicos (Korstanje 2007). Por último, espero que no quede la sensación de que es este un artículo autoreferente. La multitud de citas propias obedecen solamente a la necesidad de orientar al lector/a sobre qué ha sido ya publicado de la tesis y dónde encontrarlo si fuera de su interés3. LOS PROBLEMAS El objetivo general de la tesis fue analizar los sistemas productivos vinculados al Formativo Inferior y Medio, en función de distinguir cambios en la infraestructura productiva factibles de ser relacionados con cambios en las relaciones de producción. Mi formación en Historia me inclinó a posicionar como problema la idea de que el cambio en las estrategias de producción para la subsistencia puede provocar cambios en la organización social del trabajo que, a su vez, requieran de una mayor concentración de la autoridad o del poder efectivo en una sociedad. Este cambio puede provenir de innovaciones en las técnicas de producción, ampliación de la extensión de las mismas, decisiones de alternancia entre cultígenos y ganado, introducción de nuevas especies, incorporación de mayor número de trabajadores o la ampliación de las horas de trabajo, etc., y puede obedecer a cuestiones internas al grupo (tales como un aumento de población o deficiencias nutricionales) o externas (tales como presión o intercambio con otros grupos). Entonces, desde el punto de vista teórico busqué explorar las relaciones entre la organización del trabajo y su regulación social en función de distintas modalidades en la producción agrícola. Consideraba entonces que, si bien el cambio social no está determinado por ningún factor estandarizado -como variable de análisis independiente-, sí puede ser disparado por un cambio en el sistema productivo, tecnológico o de intercambio. Por eso partí desde allí, para explorar el problema del cambio social, enfocando específicamente en la organización del trabajo en torno a la producción de alimentos. Para esto, era necesario comprender integralmente los sistemas agrícolas en la larga duración y desde sus inicios, pero en el noroeste era prácticamente nula nuestra comprensión sobre el origen de la agricultura. Se argumentaba la falta de sitios apropiados

producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 51

para su conocimiento4. Hoy hay más investigaciones al respecto (ver síntesis en Yacobaccio y Korstanje 2007). Comencé entonces por estudiar los procesos de complejización de la organización del trabajo agrícola y productivo de subsistencia en general, ya que a pesar de que en ese aspecto sí contábamos con los sitios “apropiados”, eran escasos los trabajos sistemáticos sobre los mismos (Albeck 1993 y en este volumen). Desde allí partí, entonces, en aquella ocasión, empezado por el medio y no por el principio del proceso productivo (pero esto no fue en vano ni equivocado, ya que ahora sabría cómo estudiar ese inicio de la agricultura, sin esperar los sitios “adecuados”). Otro punto que problematicé fue la necesidad de explorar lo productivo desde un punto de vista mixto, esto es la agricultura andina y la ganadería de camélidos como coparticipes de un mismo proceso productivo, conectando las relaciones entre ambos de un modo integrado. Por último, si bien el foco sería sobre la producción, mi idea era tomar las tres esferas de la economía: producción, consumo e intercambio, dado que, si bien el consumo suele ser el componente más“visible”en muchos sitios arqueológicos y a partir del cual

FIGURA UNO Ubicación del Valle del Bolsón en Sudamérica y el NOA.

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se extrapolan ideas sobre la producción, es desde esta última donde se dan las mejores condiciones para entender la organización del trabajo y el cambio social. EL ÁREA DE ESTUDIO La elección de la región de trabajo -todo arqueólogo/a lo sabe- responde a muchos motivos. Muchos de ellos tan íntimos que no sólo definen nuestra elección de ese valle o ese sitio sino que nos definen como personas, aunque aquí interesen sólo los de índole arqueológica, como claves para entender por qué y cómo formulamos el problema. En tanto este incluía el explorar lo productivo –agricultura y ganadería- desde un punto de vista mixto, un ambiente de tipo ecotonal era ideal para su estudio. Entonces, para explorar este tema nos situamos en una microrregión localizada entre dos zonas productivas clásicas desde el punto de vista arqueológico: los valles altos localizados entre la puna mayormente especializada en ganadería y los valles bajos agrícolas. Intersectando el acceso a estos ambientes diferenciados se encuentra el Valle del Bolsón (Departamento Belén, Provincia de Catamarca, Argentina. Figura 1) entre los 26º52’ y 27º00’ de Lat. Sud y los 66º41’ a 66º49’ de Long. Oeste. LOS ASPECTOS TEÓRICOS: TRABAJO Y CAMPESINADO Debo aclarar que pretender hacer un aporte teórico en arqueología del trabajo y el campesinado fue ya toda una osadía de mi parte, si pensamos que en Historia estas discusiones son más comunes, pero no se trabaja desde la materialidad. Inicié dicha investigación reconociendo la importancia y a su vez el escaso conocimiento que tenemos acerca del desarrollo de los sistemas agrícolas andinos -en combinación o no con los sistemas ganaderos. Pensaba que si la agricultura y la ganadería son producciones sociales, entonces su percepción no puede estar disociada del análisis de las estructuras económicas y políticas que las han generado, reproducido y objetado. Pero principio tienen las cosas y, en tanto abarcar en su complejidad todos los aspectos involucrados en la historia de la agricultura andina será una obra conjunta de varias generaciones de arqueólogos, me parecía necesario empezar a explorar el problema de la organización del trabajo prehispánico como una dimensión social directa y específicamente vinculada a la producción que abriría a una posterior articulación con los aspectos políticos. El concepto de trabajo tiene, al menos, dos dimensiones semánticas: por un lado es un medio de producción, ya que la energía humana es un recurso al igual que el agua, la tierra, etc.; y por otro lado puede ser tomado en su dimensión organizativa, en tanto es un factor que forma parte de las relaciones de producción. La elección de la organización social del trabajo como variable indicadora del cambio, se fundamenta teóricamente, por un lado, en que es el trabajo humano el artífice del cambio tecnológico y, por otro, en que ambiente, tecnología y organización del trabajo son los factores que modelan los alcances y límites de la producción de alimentos. Respecto a la organización social del trabajo en el mundo andino, se han planteado interesantes análisis alrededor de los conceptos de reciprocidad y redistribución, tanto a nivel familiar, comunal como estatal (Alberti y Mayer 1974). Consideré que esta es una vía de análisis muy rica para generar hipótesis referidas al problema del trabajo desde la arqueología. El énfasis o la

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vía de acceso al reconocimiento del problema se pone en el sistema productivo de subsistencia por dos supuestos básicos de los sistemas de asentamiento formativos: el sedentarismo y la producción de alimentos. Considerando que este último factor puede ser tomado como un indicador sensible al estudio del cambio social y económico, opté por partir de allí para observar -desde lo productivo- el resto de los componentes del sistema y sus posibles relaciones. ¿Qué entendemos por campesino andino? El campesinado es una categoría clásica de la Historia, la Sociología, la Antropología, la Economía Política y, sobre todo, de las líneas materialistas de las mismas. Han sido definidos en numerosos trabajos y estas definiciones han sido discutidas en diversos niveles (Posada 1996). Uno de los pioneros en estudios campesinos ha sido A. Chayanov, a partir de su ampliamente utilizada definición de la familia campesina:“(...) una familia que no contrata fuerza de trabajo exterior, que tiene una cierta extensión de tierra disponible, sus propios medios de producción y que a veces se ve obligada a emplear parte de su fuerza de trabajo en oficios rurales no agrícolas” (1985:44). El autor consideraba que el modo de producción campesino se asentaba en su carácter de subsistencia y familiar. Esto implica que la familia campesina no requiere mano de obra externa a la misma y que tiene al menos una parcela de tierra bajo su dominio y sus propios medios de producción. Es importante observar, a partir de estas premisas, que la familia campesina se reserva no sólo la producción sino por lo menos una parte importante de la reproducción social del grupo. De ese modo, la economía campesina es una forma especial de organización familiar de la producción sobre la base de la producción agropecuaria, donde el objeto no es la acumulación de bienes sino la reproducción de las familias vinculadas a sus unidades al nivel de bienestar más alto posible. Es interesante para nosotros notar que la postura de Chayanov, aún dentro del marco pre-capitalista que contiene este contexto de investigación, delinea los aspectos que más nos interesan para nuestro enfoque arqueológico y que hemos visto representados en los casos etnográficos e históricos arriba citados: la familia como unidad de producción/ reproducción, la tierra como unidad productiva, el agro y la ganadería como medios de producción, y el beneficio de la explotación logrado mediante el balance trabajo-consumo. En cambio, para los estudios sobre el “campesinado” en la economía de mercado actual, la representación de Chayanov dio lugar a muchas ambigüedades por lo que muchos prefieren optar por la categoría de“pequeños productores”. Una de las críticas que hacen es que esta racionalidad campesina así entendida no permite superar el umbral de la acumulación y lleva forzosamente a establecer una relación directa entre campesinos y pobreza rural (Posada 1996). Pero, como hemos visto antes, esta condición no se da cuando los campesinos amplían sus redes de intercambio y distribución. En el mismo sentido, para Wolf (1970), el campesino también produce para sostener sus relaciones de parentesco, religiosas, etc. El mínimo denominador común de las sociedades campesinas estaría en tres factores fundamentales: la explotación agraria familiar, la aldea marco donde operan las explotaciones domésticas y donde se desarrollan las relaciones sociales, y los vínculos con el mundo exterior. En este último ámbito son importantes las plazas del mercado, mediante las cuales los agricultores ob-

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tienen artículos y servicios no producidos por ellos, y las redes de dominación por parte de otros sectores sociales. Ahora debemos afinar un poco el concepto en tanto estamos hablando de un campesino particular. Un campesino pre-sociedad de mercado, pre-dinero, pre-plus valía (en otras palabras, no son los campesinos clásicos del marxismo). Además es un campesino en los Andes Meridionales, y eso establece otro factor de diferenciación. Las comunidades que hemos interceptado en nuestra investigación son claramente comunidades campesinas, pero ¿hasta qué punto podremos diferenciarlas socialmente de pastores, artesanos, caravaneros o troperos? ¿Son categorías realmente distintas más allá de las actividades puntuales que realicen? ¿O son las actividades en la tierra las que definen a un campesino? ¿Realizan realmente distintas actividades cual especializaciones laborales en esta época que abarca aproximadadmente el primer milenio a.C. y el primer milenio d.C. ? Seguramente sí. Seguramente tomando un período de observación tan largo veremos muchas diferencias. Seguramente en algún momento hay agricultores, diferenciados de pastores, diferenciados de caravaneros, de ceramistas, de metalúrgicos, de jefes, de sacerdotes. Y sin embargo me sigue pareciendo que el concepto que mejor los define es “campesinos”... Veamos por qué. Las investigaciones sobre la población originaria en las zonas aledañas hacen hincapié en la tierra como centro de la identidad. Explica por ejemplo Isla, para el caso de los amaicheños: “Más allá de la inexorable penetración del mercado, ayudada por comuneros, el imaginario se asienta en entender y sentir la tierra, como territorio o terruño. Es la explicación reiterada para el retorno de los emigrados, cuando han cumplido su ciclo laboral en lugares distantes del país” (Isla 2002:125, las itálicas son mías). Para los aymaras del Titicaca plantea claramente cómo la base de la identidad étnica y social – o sea, convertirse en“persona”- la da la pertenencia a la tierra, pero no a cualquier tipo de tierra sino a aquella más ligada a sus ancestros, la sayana o parcela familiar (Isla 1992). Así, los campesinos que dependen de la tierra para la producción y reproducción social, se vinculan con ella no sólo de un modo formal, sino fuertemente simbólico. Algo similar observa Haber en Antofalla. Al interrogar a una persona de una pequeña comunidad campesina recientemente declarada comunidad indígena sobre qué significaba ser indígena, este le responde:“vivir en esta tierra”. El autor se pregunta entonces qué es lo que estamos diciendo los arqueólogos a los campesinos indígenas acerca de otros campesinos indígenas, desde la línea evolucionista que predominó en el discurso arqueológico y que ha negado la agencia campesina:“No estamos hablando de los campesinos del pasado como agentes, sino que los mostramos como controlados por agencias más poderosas que ellos”5 (2004: 4). Este planteo nos interpela acerca de cómo nos ligamos a modelos que se han ido armando, no a partir de la evidencia de la vida cotidiana campesina, sino de esquemas teóricos casi universales (ver al respecto también el Cáp. 3 de Quesada en este volumen). De ningún modo el replantearnos la investigación partiendo de la tierra misma – esa que los define como “indígenas” y como “personas”- implica negar que otras redes sociales hayan ido contribuyendo a modelar etapas y procesos sus vidas, y que pueden haber existido jefes o jerarquías sacerdotales que de algún modo los dominaran. Por el contrario, implica investigar y narrar la historia tomando como centro la vida de estos

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campesinos. Es, en definitiva, el objetivo que ha venido persiguiendo la Historia Social como tendencia disciplinar. Siguiendo esta línea argumentativa, yo no creo que alguna vez pueda hablar de los campesinos andinos desde el centro, desde “su centro”. Sería lógicamente una falacia. Tengo claro que hablamos siempre desde nuestro lugar. En mi caso, lo que cambia al dar el rol central de la historia que quiero contar a los campesinos andinos -y no a categorías abstractas arqueológicas- es que siento que puedo imaginarme a la gente, a los actores protagonistas de esta Historia que quiero contar, por más que siempre sea mi historia sobre ellos. Algo más hemos ido avanzando ya en otras publicaciones (Korstanje 2007, 2010) y es también parte del tema que sigo explorando6. LOS ASPECTOS TEÓRICO-METODOLÓGICOS: AGRICULTURA Y TIEMPO La agricultura como proceso social El término agricultura puede tomar en cuenta las tareas de laboreo del suelo, siembra y cosecha estrictamente, o incorporar ideas más amplias como molienda, cocina y almacenamiento (Guilaine 1991). En este caso tomé el concepto en su extensión máxima por considerar que de ese modo podía abarcar el fenómeno del trabajo en toda su complejidad, y porque desde el punto de vista estrictamente arqueológico resulta interesante no excluirlos del registro (por ejemplo, en el caso de los molinos). Para ello tuve en cuenta el uso de estos espacios en relación a las áreas productivas; las áreas de vivienda; las zonas de aprovechamiento de recursos naturales y/o actividades de otra índole, asumiendo que las construcciones arquitectónicas crean límites -en lo que de otro modo constituiría un espacio ilimitado- de tal modo que el uso de los mismos está dirigido a organizar dicho espacio ilimitado de un modo particular y no de otro (Kent 1990). Dicha organización del espacio también puede ser tomada como un indicador de complejidad y cambio social (Quiroga y Korstanje 2007). La agricultura andina es considerada, más que un conjunto de técnicas agrícolas eficientes, un modo de vida que por sus propios principios salvaguarda el equilibrio integral del mundo y del universo, en forma de crianza más que de habilidad (Calderón 2003). Así, el desarrollo de la agricultura andina no puede ser comprendido sin incluir los distintos ambientes, pueblos, y“modos de hacer y de sentir”, por eso hablamos aquí de“agriculturas andinas”en tanto entendemos que ha tomado muchas formas a lo largo del tiempo y de distintas regiones. Por ejemplo, los antropólogos han tomado conciencia sólo recientemente que la agricultura tradicional andina es una agricultura de cultivos asociados (Camino 1983). Estas diversidades han sido manejadas de una manera eficiente porque el problema no es sólo un problema técnico -desde el punto de vista de como manejar las plantas en cada nicho ecológico- sino también el problema técnico de la organización de la fuerza de trabajo en un ecosistema altamente diversificado en términos temporales y espaciales. Señala al respecto Zimmerer que no existe en las lenguas Quechua y Aymara un término equivalente a“cultivar”o“plantar”, y esto no es obviamente porque no exista dicha tarea, sino porque cada tipo de cultivo y cada forma de plantar (entre los cientos que hay) tiene una denominación particular, lo cual hace innecesario y banal un sólo término para denominar agricultura. Y agrega un punto interesante para la comprensión del tema en que nos introducimos:“Denominando a sus plantas alimenticias de un modo tan exhaustivo, los campesinos logran verbalizar un ro-

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sario de especificidades multifacéticas –agroecológicas, culinarias y nutricionales y simbólico culturales”(Zimmerer 1996: 26). Lo cierto es que la complejidad del sistema productivo andino no es sino fruto de un largo recorrido -en avances y retrocesos- de muchos pueblos que, finalmente, los incas supieron aprovechar para sí a través de un estado centralizado. La importancia de la agricultura fue tal en los Andes que Murra ha llegado a decir que“el logro del hombre andino consistió básicamente de cosas agrícolas. Una vez que se habría logrado la escala grande de la producción agrícola, se pudo construir el qhapaj-ñan (camino real), los depósitos, etc. del Tawantinsuyo” (Murra 1983:7). Implicó un gran esfuerzo humano en movimientos de tierra para aplanar laderas inclinadas, levantar camellones (o“campos elevados”), realizar la mínima labranza mediante la chaqui tajlla (arado de pie) y uso de surcos cortos intercalados para no producir erosión en ambientes de equilibrios tan frágiles, realizar complejos sistemas de riego con tomas de agua en fuentes hídricas a veces muy distantes de las parcelas que irrigaban, etc.“Toda esta tecnología fue posible solamente gracias a una organización de trabajo, actualmente aún persistente, para el aprovechamiento máximo del recurso humano” (Blanco 1983:23). Para introducirnos en el tema de los cambios tecnológicos y la organización social de la producción agrícola, Vessuri (1980) plantea que es crucial entender que la agricultura, a diferencia de otros sistemas productivos, está sujeta a heterogeneidades y regularidades debido a las características biológicas del proceso involucrado. Las regularidades están marcadas por la dependencia de las plantas que producirán los bienes deseados, de áreas extensas de tierra, de las condiciones climáticas adecuadas (agua, sol, temperatura), de un suelo adecuado en nutrientes y en posibilidades de que el proceso de transformación de los mismos sea posible. Pero estas mismas condiciones de por sí ya crean la heterogeneidad: la variedad de condiciones ecológicas, tipos de cultivos apropiados, extensiones diversas de tierras disponibles, son las que conjuntamente con la tecnología utilizada dan la enorme gama de sistemas de producción agrícola. Este condicionamiento y a su vez desafío ecológico, sin embargo, tiene una arista que Vessuri no ha contemplado en su momento, y es que estas condiciones ecológicas dejan de ser “condiciones” de la mano del ingenio, voluntad y trabajo humano. La apropiación de la naturaleza, su modificación positiva -y en algunos casos también perjudicial- , la relación cultural y tecnológica de la gente con la tierra, hacen que tierra, humanos y dioses estén integrados en la vida andina, por ejemplo, más allá de la producción. No me detuve a describir cada una de las formas de agricultura –que son muchas y variadas-, sino sólo a diferenciar tipos de cultivos y prácticas con riego artificial y sin riego que son las que me interesan particularmente para el caso arqueológico presentado. Teniendo en cuenta esta particular relación del campesino con la tierra, que puede ser generalizada a los Andes y a la cual ya me he referido, hice un enfoque desde las prácticas agrícolas como experiencias (Quesada y Korstanje 2010) más que desde la visión cosmogónico-simbólica de la misma, para la cual existe una abundante literatura. Por último, sigo pensando que la investigación debe integrar la evolución dinámica del ambiente y tener en cuenta todos los factores que hayan influido en la“fabricación” de estos mismos paisajes. Para ver las diferencias ambientales a lo largo de los Andes,

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son numerosos los trabajos de ecólogos, geógrafos y antropólogos que se pueden citar. Baste aquí referirnos a los trabajos de Troll y Brush (1987) como antecedente del marco conceptual que aún hoy se sigue en muchos trabajos ecológico-culturales. Entender la naturaleza de los cambios climáticos es también una parte importante de la descripción ambiental que contextualiza y participa en el modelado de la actividad humana en general. Para comenzar a situarnos en la problemática agraria, en tanto arqueólogos/as que estudiamos los largos procesos de innovación, cambio, intensificación y abandono agrícola, es necesario tener un panorama de la situación paleoclimática de los Andes Centro-Sur y Meridionales. En la tesis hago una síntesis del conocimiento que había hasta entonces del tema, pero también es una problemática que seguimos investigando, tratando de afinar la escala de análisis de modo que sea realmente útil para contextualizar la agricultura. Esto, se debe a que en la actividad agrícola en especial no sólo cuentan los largos períodos de sequías o bonanzas climáticas (Korstanje 2010), sino los sutiles cambios meteorológicos de año a año. Estos cambios pueden ser tan cruciales y son tan comunes que, campesinos y agricultores en general están entrenados en la observación aguda y el registro de las “señales de cambio” según una gran variedad de métodos que a los citadinos nos sorprenden por su precisión: los ciclos de la luna y su apariencia; los vientos; el color de las nubes cuando amanece y atardece; la mayor o menor actividad de los insectos y arañas, la forma en que crecen ciertas plantas como la tola y el cardón, el momento en que florece una hierba en particular, entre varios otros indicadores. El Formativo en los Andes Centro Sur y Meridionales No es fácil, desde el punto de vista arqueológico limitar los problemas campesinos y aldeanos al noroeste argentino, ya que los procesos socioculturales prehispánicos se extendieron más allá de nuestras fronteras actuales. El Noroeste argentino es la región de la que hablaremos en general y en particular nos referiremos a la subárea valliserrana. El NOA, ubicado dentro de los Andes Centro Sud y Meridionales (Lumbreras 1981), si bien comparte algunas características importantes con los Andes Centrales, presenta identidades y procesos marcadamente distintos. Es importante aclarar también, que si bien incluyo al NOA dentro del espacio prehispánico “andino”, en realidad soy consciente que estoy forzando un oscurecimiento reduccionista de la complejidad. Quiero decir que es más por desconocimiento que por propósito tipologista que todo el aporte cultural e inventivo de la vertiente de tierras bajas y costeras queda prácticamente ausente en este proceso, o bien reducido al intercambio de productos, que es hasta donde nuestro conocimiento ha podido llegar. En algún punto del camino llegará el día en que arqueólogas y arqueólogos hagamos una crítica teórico-metodológica a nuestra visión andinocéntrica del“mundo andino”al que hace referencia Murra en la cita de más arriba. Pero además, ahora nos toca ubicarnos en el tiempo, que al igual que el espacio, genera diversidades y homogeneidades. Las periodificaciones arqueológicas han ido perfilándose de acuerdo a las tendencias teóricas y contenidos que los diversos autores le han dado en el tiempo historiográfico. Nos interesa aquí dar un vistazo a las principales periodificaciones por cuanto son las que han ido modelando las ideas de un momento aldeano con producción de

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alimentos que es el que da el marco cronológico a esta investigación. El concepto de Formativo tiene originalmente para los Andes el contenido de estadío o momento dentro de una secuencia cultural “preparatoria” para lo que serán las altas culturas americanas, tal como lo formularan Willey y Phillips (1958). Estos autores lo enunciaron así para diferenciarlo del neolítico europeo, que era el paso de una tradición de la edad de piedra a otra nueva.“Formativo” será entonces un período que en América denota la formación de las primeras manifestaciones culturales aldeanas, pero también un concepto que hace referencia a particularidades históricas de cada zona de los Andes y por lo tanto tiene distintas cronologías y características. En Argentina ha sido definido además según modos de producción (Núñez Regueiro 1975), o estrategias adaptativas (Olivera 2001). Es este punto el que tiene un anclaje con el problema teórico que hemos planteado y es por ello que revisaremos brevemente el Formativo el NOA para poder comprender los procesos locales desde la perspectiva de la producción de alimentos. Según Yacobaccio en el Noroeste argentino la incidencia del paradigma histórico-cultural (en el sentido norteamericano del término) ha impactado con más fuerza aún que en el resto del país.“Producto del mismo (…) el escenario se cubrió de culturas, fases, tradiciones, períodos y horizontes. Durante muchos años el objetivo de los arqueólogos era ordenar sus materiales dentro de culturas preexistentes o generar nuevas” (Yacobaccio 1994:3). Si bien así se entiende que no haya habido profundización en aspectos económicos o sociales que trascendieran lo clasificatorio, considero que aquí Yacobaccio subestima los trabajos que fueron planteados desde otra perspectiva teórica más afín con el marxismo. Pero ésto se puede entender en parte debido a que estos aportes quedaron truncados a fines de los ’70 (la mayoría nunca publicados) y posteriormente fueron totalmente desvirtuados por sus mismos gestores, rompiendo la línea del marxismo en los estudios arqueológicos del NOA. Decíamos que los estudios arqueológicos en el NO argentino se han realizado buscando definir “culturas” (principalmente entre los años 50 y en algunos casos hasta los ´80) en base a la asociación de estilos cerámicos con otros elementos artefactuales (en hueso, piedra, etc) y tecnofacturas en general (funebria, arquitectura, arte rupestre, etc). El concepto de“cultura”resultó abstracto y difícil de anclar a la realidad social (aunque no a la material). Por ejemplo, González decía:“En los cementerios de algunas culturas existen tumbas que poseen un rico ajuar”(1980:101), o bien:“Los restos de la cultura que hemos denominado Tafí, se excavaron por primera vez (...)” (Ibíd.: 105). Pero en tanto no se supone que sean las culturas las que tengan cementerios o tumbas, ni ajuar; y en tanto no es posible imaginar ni entender cómo se excava una cultura, esto llevó a que en los textos y discursos se lo terminara asimilando a etnias, pueblos, sociedades, o sitios. Se hablaba y se escribía de “los Aguada” o “los santamarianos”, “sitios Condorhuasi”,“contactos culturales Ciénaga-Aguada”y hasta“invasiones de los Aguada sobre los Ciénaga”. La amplia variabilidad de los estilos cerámicos y la rigidez del concepto de Cultura hicieron que arqueólogos y arqueólogas comenzaran a buscar en los ’80 otras formas de organizar el conocimiento sobre el pasado. Sin embargo, el gran avance que esta categorización significó en su momento fue el de establecer una diacronía para la histo-

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ria del NOA, dándole mayor profundidad en el tiempo, y comenzando a diferenciar estilos de hacer las cosas, formas de vida y patrones de asentamiento. Se definieron así, entre otras para la Subárea Valliserrana, las culturas tempranas de Condorhuasi, Ciénaga y Aguada (González 1980). De este modo se armó lo que fue por mucho tiempo la secuencia madre para comprender el NOA, conocida como la “secuencia del Hualfín”. Esta se basó principalmente en las asociaciones de estilos cerámicos hallados en las tumbas excavadas a principios de siglo por Weiser y Wolters -de las expediciones Muñiz Barreto- y a posteriores sondeos estratigráficos realizados por González en distintos tipos de sitios del Valle del Hualfín (Dpto. Belén - Pcia. de Catamarca), dados a conocer en sucesivas publicaciones dentro y fuera del país (González y Pérez 1971, González y Cowgill 1975, entre otras). Esta periodificación inicial mostraba la siguiente secuencia: un Período Precerámico y otros que se entiende que entran dentro del Período Agro-alfarero7 . Tanto el período Precerámico como los Períodos Inka y Colonial son definidos con límites y contenidos claros, pero son llamativamente homogéneos en cuanto a contenidos culturales según las subáreas, como si no hubiera variabilidad cultural dentro de esos momentos. Durante el Período Agro-alfarero, en cambio, habría tres períodos bien diferenciados con culturas distintas entre cada subárea. El problema está en las subdivisiones del Período Agro-alfarero: no está claro en función de qué categorías han sido definidas. Al respecto sólo nos dicen: “Para una comprensión más clara de las culturas agroalfareras, que abarcan un período de algo más de 1700 años, las hemos agrupado en tres etapas principales: Período Temprano, Medio y Tardío. El Temprano corresponde desde la aparición de las primeras culturas hasta el año 650 después de Cristo. El Período Medio desde el año 650 d.C. hasta el 850 d.C. y el Tardío desde el año 850 d.C. hasta el 1480 d.C. aproximadamente, en que comenzaría el período que hemos denominado Incaico” (González y Pérez 1971:38). Aparentemente, entonces, es una mera segmentación del tiempo para que no sea tan largo el período agro-alfarero pre-incaico. Hacia 1975 Núñez Regueiro, desde una perspectiva materialista, llena ese vacío teórico de la periodización agro-alfarera con una de las periodificaciones que tuvo más aceptación en la arqueología del NOA, ya que es la primera en explicitar las bases teóricas de su construcción y primera en tomar el concepto de Formativo que había usado ya Lumbreras para otras zonas de los Andes. Efectuaba separaciones en Formativo Inferior, Medio y Superior, teniendo en cuenta en primer lugar, los elementos que se relacionan con el modo de producción y en segundo lugar, la forma en que se refleja la superestructura para formular dichos cambios. “Proceder a la inversa, y tomar como elementos primarios para lograr una periodificación, los estilos decorativos que aparecen en la cerámica, el desarrollo del arte escultórico, las prácticas inhumatorias, etc. es invertir la gravitación que en el proceso han tenido la base socio-económica y la superestructura de las entidades socio-culturales, a pesar de que en ambas se haya dado un permanente interjuego dialéctico” (Núñez Regueiro 1975: 174). De este modo se modificaba el esquema original de González no sólo con un contenido teórico para la definición de los distintos períodos, sino que se agregaba un período intermedio entre el Medio y Tardío del citado autor, que se denominó Formativo Superior. Es llamativo, sin embargo que mientras el Formativo Inferior y el Superior son definidos en base al modo

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de producción en primera instancia, tal como se propone desde el párrafo anteriormente citado, el Formativo Medio es definido a partir de la superestructura del culto al felino, sin hacer siquiera mención al modo de producción (o sea, aquí no hay “interjuego dialéctico” alguno). Esta discordancia nos llamó desde el principio la atención y es en parte motor de nuestra postura teórica actual respecto a la periodificación del Formativo en los valles del NOA. También es interesante notar que en esa época, Núñez Regueiro cuestiona el uso que se estaba dando al concepto de contexto cultural y su corolario cultura:“A esta deficiencia debe sumársele el hecho de que frecuentemente, en la práctica se termina pensando en cada “cultura” como si constituyese un sistema unitario que pudiese ser tomado como una válida unidad de análisis en la investigación arqueológica” (Núñez Regueiro 1975:171). En ese sentido, cómo veremos, no es muy distinta esta crítica a la que posteriormente hacen los arqueólogos y arqueólogas procesuales en los ’80 o los conductivistas en los años ’90. En los años ’80 Olivera propone desde la perspectiva adaptativa, que “un sistema formativo se caracteriza por organizarse en función de cierta opción productiva (agrícola y/o pastoril), complementada por caza y recolección, que obliga a determinado grado de sedentarismo y a incorporar cierta tecnología adecuada (de la cual la cerámica es sólo una de las opciones)” (Olivera 1988:88, las itálicas son mías) y agrega posteriormente “Pero debe ser definido y explicado por la red de relaciones internas y externas que el sistema establece” (Olivera 2001:92). Esta perspectiva tiene a su favor el despojar al concepto de Formativo de su dimensión original de búsqueda de “contextos culturales” y remitirse a una forma de apropiación económica; pero a la vez, el basar su definición sólo en lo adaptativo, le permite decir que puede haber sociedades Formativas hasta el día de hoy, lo que finalmente le quita la historicidad a los procesos, iconizándolos en una caracterización universal que a mi entender disminuye la utilidad al concepto como herramienta para comprender los cambios en las sociedades prehispánicas. Si bien incluye una caracterización socio-política: “A nivel político y de relaciones de poder se piensa que la organización del Formativo debió ser bastante igualitaria con bajos mecanismos de estratificación social y jerarquización política poco acentuada” (Olivera 2001:92), ésta no está relacionada al núcleo de la definición de formativo en sí, sino que es un argumento que se adhiere al anterior predominante (el económico) y que por lo tanto dificulta la posibilidad de percibir el camino inverso: el de las relaciones sociales como eje o centro posible de los cambios económicos. Para el Formativo Medio, a partir de la intensificación de las investigaciones sobre sitios con contextos cerámicos Aguada, se han ampliado algunos criterios para considerar su importancia como un“fenómeno”en sí mismo que merece una denominación de más jerarquía que el viejo “Formativo Medio” o “Período Medio”. Algunos hablan incluso de un estadio“Cultista”instalado poco antes de comienzos de nuestra era“caracterizado por la existencia de sociedades organizadas sobre la base de los centros ceremoniales no unificados, que existieron, primero en el valle de Tafí, y más tarde en el sector nororiental del Campo del Pucará”(Tartusi y Núñez Regueiro 2001:132). También se habla de un período de Integración Regional que comenzaría hacia el 450 d.C. definido a partir del desarrollo de jefaturas (ver Pérez 1992, Tartusi y Núñez Regueiro 2001, y nueva postura en Núñez

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Regueiro y Tartusi 2002). Si bien Pérez es más cuidadoso y sólo extiende esta jefatura o señorío al valle de Ambato (Pérez 2000), hemos optado por no seguir ni desarrollar estas líneas en la periodificación debido a sus debilidades teóricas (ver Nielsen 1995, entre otros, para las limitaciones de las categorías evolucionistas) y por sobre todas las cosas, a importantes debilidades empíricas. Al menos en el estado actual de las investigaciones no hay información suficiente para pensar ni que el culto estuviera definitivamente separado de lo doméstico (como para hablar de un estadio cultista en el NOA), ni como corolario la existencia de una integración regional en torno a lo que se denomina“fenómeno” Aguada, si por región entendemos al NOA o incluso a la subárea valliserrana. Opté entonces por utilizar en la tesis la periodización de Núñez Regueiro (1975) ya que consideraba que era la más sólida desde el punto de vista teórico y adecuada para este planteo. Sin embargo, preferí tomar al Formativo como un pan de larga duración8 por dos motivos: por un lado, el concepto de larga duración permite ver los procesos como un juego dialéctico entre la continuidad y discontinuidad histórica; y por otro nos libera de la tradición“cultural”que ha seguido esta periodización, ya que no asumimos a priori ni culturas, ni cambios políticos, ni jerarquización social ante una acumulación determinada de rasgos culturales, sino que pretendemos partir desde una perspectiva agrícola como vía de acceso al problema social y para ello es más adecuado tomar el período aldeano completo. De este modo pasan al centro de la escena, como protagonistas, los actores sociales que denominamos campesinos formativos, y será su accionar -sus elecciones, su vida cotidiana, su forma de producir, consumir e intercambiar- la expresión histórica de la materialidad (en este caso, el territorio) que hemos elegido como hilo conductor de este relato. Ese núcleo “campesino y su territorio” es el que esperamos que nos de la idea de los cambios económicos, sociales y políticos en el segmento temporal elegido. En otras palabras, los campesinos formativos que presenté en la tesis comparten el sistema económico y las estrategias adaptativas definidas por Olivera; la cultura material definida por González y Pérez; y la organización económica definida por Núñez Regueiro; pero no son universales ni pueden llegar hasta la actualidad sino que tienen su historia en los valles altos del NOA antes de que surjan sistemas sociopolíticos que anulen o disminuyan su autonomía como campesinos; no se definen por su cerámica ni por la forma de hacer sus casas; y pueden o no haber formado parte de procesos de religiosidad e integración en torno al“culto al felino”. Mi planteo no buscó entonces ni contrastar desde el ámbito productivo la secuencia cultural propuesta por González, ni proveer un modo de producción al Formativo Medio de Núñez Regueiro, sino conocer el sistema productivo de las sociedades formativas en un período de larga duración, tema que considero que ha sido bastante descuidado hasta hace poco tiempo, a pesar de su importancia. Analizado el concepto de Formativo y sus implicancias revisé después la producción arqueológica sobre agricultura en general, tema que está prácticamente publicado completo en un trabajo anterior (Korstanje 1997) por lo que no volveré a desarrollar aquí, pero que es importante mencionar para comprender la trama de toda la tesis. Solamente insistiré en que si en la Arqueología del NOA hay inmensas lagunas en el conocimiento de lo que es básico para entender los mecanismos de una sociedad productora de alimen-

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tos (qué, cómo y cuánto y por qué se producía) debemos ser conscientes que será más difícil aún intentar saber qué incidencia tiene esa producción en temas como el intercambio, en la estructura de la población, en la formación de redes de solidaridad, en la jerarquización de ciertos segmentos de la sociedad, en las bases del poder de los mismos, en el proceso de urbanización, en los componentes simbólicos y rituales, y en todo lo concerniente a los caminos que conducen a la complejidad social y a la variabilidad cultural. Paradójicamente, el Formativo es el momento menos conocido desde esta perspectiva. Digo paradójicamente porque la producción de alimentos está, como ya vimos, en el núcleo de la definición misma de Formativo. En realidad, si lo pensamos desde este punto de vista, la mayor parte de la secuencia cultural agroalfarera del NOA se ha construido en el más absoluto desconocimiento de su base económica. Es por ello que es necesario mencionar que la deuda más grande está en el abordaje del problema más básico: la estructura de los sistemas agrícolas y agropecuarios. Se asumen actividades agrícolas y pastoriles complementadas con caza y recolección de especies vegetales locales, pero comparativamente son pocos los estudios sobre tales actividades con respecto a los estudios sobre cerámica, arquitectura y temas simbólico-cúlticos en dicho período. En general, como ya hemos dicho, los hallazgos se limitaron al reconocimiento de especies cultivadas o semillas de alguna especie recolectada, generalmente incluidas en contextos domésticos. Esta falta de información no es atribuible, sin embargo, a dificultades particulares en el abordaje de los sistemas productivos, sino a la orientación tradicional de la investigación al estudio de los sitios de vivienda, funebria y ergología de los grupos formativos. LOS ASPECTOS METODOLÓGICOS: EL APORTE DESDE LOS SUELOS Y MICROFÓSILES La tesis se centró en los campos agrícolas y corrales propiamente dichos, pero reconociendo la importancia y correspondencia de los enfoques macrobotánicos en sitios residenciales y funerarios y micro desde los sitios de producción. Para enfrentar la problemática expuesta uno de los desafíos consistía en desarrollar metodologías apropiadas para el abordaje de las modalidades de producción mixta de alimentos agrícolas y/o pastoriles y sus distintas dimensiones en la escala de análisis presentada. Varias de las líneas inicialmente propuestas para tal fin no habían sido aún utilizadas en Argentina, por lo que su uso no sólo debía adecuarse a la problemática, escala y condiciones particulares de los sitios en estudio, sino que además debían ser desarrolladas desde el inicio, o bien ampliadas y puestas a prueba según los casos. En líneas generales la orientación partió de las metodologías desarrolladas por Albeck (1993) y Olivera (1991) para el estudio de sistemas productivos, pero el desafío de este trabajo era combinar y/o de-sarrollar nuevas estrategias de análisis, en tanto estamos haciendo énfasis en el aspecto mixto de estas economías. Para ello nos propusimos delimitar en principio las áreas de ocupación con producción agrícolo-ganadera y producción de manufacturas, concentrando nuestra atención en sitios de instalación humana referentes a la producción de recursos en la región y a su inserción en la vida cotidiana. El trabajo se centró en los campos agrícolas y corrales propiamente dichos, y se inscribe dentro de lo que se conoce como“Arqueología de la Agricultura”o“Arqueología de campos y jardines” (Miller y Gleason 1994). El estudio de las áreas de producción mismas

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puede hacerse de diversas y combinadas formas: estudios de suelos, sistemas de regadío, macro y micro restos vegetales, condiciones ambientales, etnoarqueología, etc. Pusimos el énfasis en el estudio de microfósiles provenientes de los suelos y sedimentos. No existían trabajos anteriores a esta tesis sobre las especies efectivamente cultivadas en los contextos arqueológicos de la producción misma (o sea, en los campos de cultivo, canchones, andenes, etc.), por lo cual consideramos que este fue un aporte útil y original, que sigue siendo utilizado para responder nuevas preguntas (Korstanje y Cuenya 2008b). Una vez planteado el panorama ecológico-ambiental general para el área de estudio y delimitadas las áreas productivas y domésticas relacionadas con las mismas, concentramos la investigación en su caracterización, descripción y análisis específico. Las áreas de ocupación domésticas -en el sentido de unidades donde se desarrollan actividades cotidianas relativas a la vivienda, preparación y consumo de alimentos y otras actividades técnicas- fueron estudiadas solo como “ventanas” que nos permitieran visualizar la conexión entre esas actividades, la cronología específica de la zona, la relación con los estilos cerámicos conocidos para valles y puna, la organización laboral y las actividades de producción de alimentos que específicamente nos interesan. Es por ello que estos espacios son estudiados en un nivel básico de análisis y sin innovaciones metodológicas (Korstanje 2007). En las áreas específicamente productivas las estructuras fueron relevadas planialtimétricamente (Korstanje 2007, Quesada y Korstanje 2010) y se desarrolló un muestreo estratificado al azar para la delimitación de las unidades de muestreo intensivo. La estratificación se diseñó según la morfología arquitectónica de las estructuras en superficie: aterrazamientos de línea simple, de línea compuesta, círculos dobles y simples; corrales en núcleos de vivienda, y habitaciones (Korstanje y Cuenya 2008). Así se delimitó de cuáles estructuras se tomarían muestras de sedimentos. Estos incluyeron la realización de sondeos exploratorios y calicatas para la obtención de muestras de suelo para análisis físico-químico, micromorfología, obtención de microfósiles y realización de test de infiltrometría. Además se exploraron y calibraron -en una escala preliminar en tanto no existían trabajos específicos para la zona- las variables ambientales que pueden afectar la producción, comparativamente, en los distintos sitios y microambientes, tanto a través de herbarios como instalando pluviómetros caseros controlados. Para abordar el problema de la producción mixta de alimentos, nuestra propuesta original fue explorar el estudio de micro vestigios vegetales (Korstanje 1996). Dentro de estos, específicamente los silicofitolitos ocupaban un lugar importante por cuanto las expectativas de conservación son más altas, sobre todo en casos de sitios a cielo abierto como son los corrales y los campos de cultivo. Así es que pensamos que los silicofitolitos, según los estudios realizados para otras áreas agrícolas del mundo, nos permitirían abordar temas como identificación de especies, índices de productividad, sistemas de regadío y riego a secano, rotación de cultivos, etc. También sería posible abordar el tema del abonado de los campos, y desde allí, la interacción planta/animal y la producción mixta de alimentos. Las promesas de los silicofitolitos nos encandilaron y estimularon a la vez, sin embargo, las dificultades eran numerosas (tales como: limitaciones de la metodología, diversidad en las clasificaciones, obstáculos logísticos

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como la precariedad de nuestros laboratorios, la falta de colecciones de referencia y el difícil acceso a la bibliografía especializada) y fueron opacando muchas de estas promesas preliminares (Korstanje 2009). Sin embargo, con el avance de las investigaciones fuimos percibiendo que las limitaciones del estudio de silicofitolitos se constituían en ventajas comparativas al considerar todo el conjunto de microfósiles para analizar el problema que intentábamos comprender en toda su complejidad. La primera de las alternativas que comenzamos a explorar cuando iniciamos este proyecto es el análisis de silicofitolitos en un sitio doméstico caracterizado como “cocina”, con un trabajo que fue pionero en la arqueología del NOA por ser el primero en el que se aplicaba esta metodología (Würschmidt y Korstanje 1998-99). Posteriormente, durante una pasantía realizada en el Laboratorio de Estudios del Cuaternario del UNCIEP (Fac. de Ciencias, Universidad de la República, Uruguay), bajo la dirección de Laura del Puerto y Hugo Inda, se procesaron el resto de las muestras de sedimentos arqueológicos provenientes de los sitios El Alto El Bolsón y Morro Relincho, siguiendo la metodología en uso en dicha unidad de investigación (Del Puerto 1998). Finalmente, en el marco de una beca de investigación Fulbright obtenida para trabajar en el Laboratorio de Estudios Paleoetnobotánicos de la Universidad de California, Berkeley, bajo la dirección de Christine Hastorf, concluí con la investigación y desarrollo de las estrategias de laboratorio necesarias para afinar la metodología de investigación de microfósiles en agricultura prehispánica (Coil et al. 2003). Tierra a la vista... ( o el análisis múltiple de microfósiles como metodología) La búsqueda de métodos analíticos que nos permitieran superar los límites que los silicofitolitos oponían a nuestras preguntas, nos llevaron a explorar las posibilidades de analizar los otros microfósiles que se encontraban en nuestras muestras. Así, comenzamos a desarrollar lo que hoy llamamos “análisis múltiple de microfósiles”, metodología ligada al seguimiento de un protocolo de extracción de bajo impacto químico (Del Puerto 1998, Coil et al 2003). Descubrimos que el conteo de cada tipo de microfósil nos permitía visualizar un panorama más claro de los procesos biológicos y antrópicos que habían tenido lugar en los suelos y sedimentos analizados, dándonos la doble ventaja de comprenderlos y a su vez diferenciar niveles culturales no observables a simple vista en los sedimentos de los sitios. Este conteo, conjuntamente con un análisis más pormenorizado de fitolitos y almidones que incluyera la identificación taxonómica en los casos posibles, es lo que finalmente nos permitió elaborar un panorama del uso agrícola de los sitios en cuestión (Korstanje y Cuenya 2008, 2010). A continuación definiremos y describiremos a cada uno de ellos, con sus correspondientes alcances y limitaciones de acuerdo al problema planteado9. 1) SILICOFITOLITOS: Los silicofitolitos son partículas microscópicas de sílice amorfo (ópalo) que se encuentran en determinadas células o intersticios celulares, dentro de algunos grupos o especies vegetales. Al desintegrarse la planta que los contiene, por acción natural o provocada, los fitolitos persisten quedando como micro vestigios en distintos medios como sedimentos, cenizas, instrumentos de piedra o metal, contenedores de cerámica, dentaduras y coprolitos de humanos y de animales herbívoros. Su presencia constituye una característica útil para la determinación taxonómica en los

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casos en que presentan elementos diagnósticos. En algunos casos no sólo puede identificarse la planta que los originó, sino también a qué parte de la misma pertenecen, ya que pueden encontrarse en distintos órganos de la planta, inclusive en el leño. Algunas formas son únicas y sirven como diagnóstico sobre todo a nivel Familia, pero dentro de las debilidades que tienen los silicofitolitos para la identificación taxonómica podemos nombrar su multiplicidad (producción de muchas formas diferentes en un mismo taxón) y redundancia (presencia de una misma forma en muchos taxa). A su favor, está el tema de su excelente conservación, aún en condiciones adversas donde, por ejemplo, no se preserva el polen. 2) GRÁNULOS DE ALMIDÓN: Los gránulos de almidón constituyen cuerpos de origen orgánico (polisacáridos: amylosa y amilopectina), de estuctura semi-cristalina, que se forman en los plástidos de las plantas. Constituyen el principal mecanismo de almacenamiento de nutrientes de las plantas y se depositan especialmente en semillas y frutos, tallos y raíces, tubérculos, rizomas y bulbos. Estos gránulos difieren según el tipo de plástido en el que crecen, lo cual tiene implicancias en la formación de los conjuntos arqueológicos. En este caso nos ocupamos principalmente del almidón que se forma en los amyloplastos de las plantas superiores como reservorios alimenticios de las mismas, en tanto son los únicos que hasta el momento pueden identificarse taxonómicamente por tener una estructura genéticamente controlada y morfológicamente definida. Las propiedades físico-químicas difieren entre especies y varían según las partes de la planta donde los gránulos crecen. Sin embargo, conviene aclarar que la forma y tamaño de los gránulos depende no sólo de la localización de éstos en la planta y la edad de la misma, sino de las condiciones ambientales en que dicha planta se desarrolla. Para la identificación taxonómica se toman principalmente en cuenta algunos de los atributos de los gránulos tales como tamaño, forma general y de las lamelas, posición del hilium y posición de la cruz. En nuestro caso, por las características ambientales de la zona, los probables cultígenos adaptados a la misma y la escala de nuestro análisis, tomamos en consideración solamente tres grupos diagnósticos principales para la identificación: Tubérculos andinos: Oxalis tuberosa (“oca”), Tropaeolum tuberosum (“mashua”), Ullucus tuberosus (“ulluco”), Solanum tuberosum (“papa”) y Canna edulis (“achira”); Cereales: Zea mays (“maíz”); Pseudocereales o Chenopodiáceas: Amaranthus spp. (“amaranto”) y Chenopodium quinoa W. (“quínoa”). 3) ESFERULITAS: Las esferulitas constituyen el único micro vestigio de origen animal estricto que observamos en nuestros conjuntos. Las esferulitas se producen en los estómagos de los grandes mamíferos, tanto herbívoros (en grandes cantidades) como en los no-herbívoros (bajas cantidades) y se observan principalmente en el estiércol o heces de los mismos. Fueron originalmente descriptos a partir de los especímenes fósiles de especies de herbívoros y carnívoros europeos, a partir de excavaciones arqueológicas. El estudio del estiércol en contextos arqueológicos sigue dos tradiciones principales: los macro vestigios (principalmente a partir de las semillas que sobreviven en los mismos) y micro vestigios (hasta ahora, principalmente polen). En ambos casos estos estudios se realizan a los efectos de responder inquietudes sobre el uso del estiércol como combustible, o distinguir el uso de pasturas para los animales, fertilizantes, y en algu-

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nos casos incluso las áreas de aprovisionamiento de alimentos de los animales. Si el estiércol está bien conservado es un vestigio muy importante para responder también otras preguntas relacionadas con la nutrición, enfermedades y muerte del animal. En tanto nuestro foco de interés es el uso de la tierra para la producción agrícola y ganadera en el pasado arqueológico, y dado que las expectativas son que no encontremos el estiércol de camélidos (o guano) bien conservado, nos centramos en el estudio de los microfósiles como perspectiva. Hasta el momento no se sabía si los camélidos producían esferulitas como otros grandes herbívoros del viejo continente. Nuestros estudios demostraron que sí, que efectivamente, hay presencia de esferulitas en el estiércol de los cuatro camélidos americanos: Lama pacos, Lama glama, Lama vicuña y Lama guanicoe (Korstanje 2004). Una vez más, la escasa diversidad biológica nos brindó una ventaja comparativa, puesto que para la zona de estudio no es esperable encontrar otros grandes herbívoros (las tarucas -Hippocamelus anticencis- no están registradas para la zona) y entonces, si hay esferulitas, lo más probable es que sean de camélidos. 4) POLEN Y ESPORAS (PALINOMORFOS): Los pólenes son granos minúsculos producidos por el aparato reproductor masculino de las flores en las plantas productoras de semillas (Angiospermas y Gimnospermas) y transportan las células espermáticas al aparato reproductor femenino para fecundarlas. Las esporas son granos microscópicos que constituyen el aparato reproductivo de las plantas sin flor o Criptógamas (como los helechos, musgos y algas por ejemplo). La pared del grano de polen está construido por dos capas: la exterior es resistente y se denomina exina, y la interior está formada por celulosa y se denomina intina. La que sobrevive en el registro fósil es la exina, que es un compuesto orgánico muy resistente (en su mayor parte una sustancia conocida como esporopolenina y cantidades menores de polisacáridos conocidos como glycocalux), pero que puede ser atacado por bacterias y por lo tanto no sobrevive en todos los medios. La oxidación de los suelos es el proceso natural más destructivo para el polen y por ello se eligen principalmente ambientes reductores o saturados de humedad (lagunas, pantanos, turberas) para los muestreos. La esporopolenina y materiales similares se encuentran en grupos tan diversos como las algas, hongos, pteriodophytas y angiospermas. Debido a sus morfologías y superficies distintivas (estructura y escultura de la exina) los granos de polen y las esporas pueden distinguirse a nivel familia, y a menudo hasta especie. Sin embargo, la identificación taxonómica y de las investigaciones que integren estos microfósiles ha tenido un desarrollo mucho mayor en el caso del polen que de las esporas. Para este estudio y de acuerdo al problema que nos ocupa, sólo tomamos tres tipos de granos de polen taxonómicamente fáciles de identificar: Poáceas en general, Zea mays en particular, y Chenopodiáceas en general. El polen no es tomado aquí como indicador ambiental sino de actividad antrópica y por ello no es necesario en este caso realizar las comparaciones actualísticas. En el caso del polen de maíz, este es el que tiene menos probabilidades de dispersarse a grandes distancias, debido a su gran tamaño. 5) DIATOMEAS Y CRISOFÍCEAS (SILICOALGAS): Las diatomeas son algas unicelulares que poseen una envoltura de sílice que permanece tras la muerte del organismo. Se acumulan en el fondo de cualquier masa de agua, como sedimentos lacustres y costeros y también en la turba. Sus formas y diseños bien definidos permiten identificarlas con gran preci-

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sión y sus conjuntos reflejan directamente la composición de la flora y la productividad de las comunidades de diatomeas acuáticas e, indirectamente, la salinidad, alcalinidad y nivel nutriente del agua. Según las exigencias medioambientales de las distintas especies en cuanto al hábitat, salinidad y nutrientes, se puede determinar cuál era su entono inmediato en épocas diferentes. En este caso y debido a que los estudios regionales específicos para las mismas aún están desarrollándose, sólo las tomamos cuantitativamente como indicadoras de humedad. Las crisofíceas son también algas, del orden de las Chrysophyta, denominadas comúnmente “algas marrón dorado”. Están recubiertas también por cápsulas de sílice que se preservan una vez muerto el organismo. Son buenas indicadoras de ambientes con amplia disposición de nitrógeno en condiciones de ser absorbido por las plantas (al igual que las“algas verdes”o Chloropytes). 6) OXALATOS DE CALCIO (CALCIFITOLITOS): Los fitolitos de calcio, se producen y depositan en los tejidos y células de las plantas vivas generalmente como subproductos de procesos biológicos. El calcio es así otro de los elementos minerales que las plantas absorben del suelo y que retorna a él una vez que las mismas mueren en forma de carbonato de calcio, fosfato cálcico o, mayormente, oxalatos de calcio. Su preservación en la forma típica cristalizada es menor, ya que requieren condiciones ambientales alcalinas y además son frágiles y se rompen fácilmente. Por otro lado, dado que crecen en formas cristalinas (prismas, drusas, rafidios, estiloides) su rango de identificación taxonómica es menor. Sin embargo se han encontrado oxalatos de calcio asociados a otros microfósiles de los excrementos de herbívoros, como un patrón de asociación (ej. anillos de celulosa), y es de esa manera que se los tomó en esta tesis. 7) CELULOSA: La celulosa es un material que es común en la morfología de las plantas, e incluso forma parte de la constitución del polen. Aquí nos referiremos solamente a los anillos de celulosa que forman parte de las células parenquimáticas del xilema dando rigidez y resistencia a maderas, hojas y tallos, y que en ciertas condiciones se preservan con su forma celular en los suelos antiguos. Están formados por hidratos de carbono. La presencia de celulosa en los casos aquí analizados constituye un indicador de probable ingesta animal de tallos que no han sido completamente digeridos, ya que es frecuente encontrarlos en las heces de los camélidos. 8) MICRO CARBONES: El estudio de micro carbones tiene ya una tradición entre los palinólogos que comenzaron a contarlos dentro de sus muestras de polen. Es el resultado de la combustión de las plantas y se observa en micro pedazos de las mismas. Siguiendo las líneas de investigación de la antracología se podría llegar a un acercamiento taxonómico de los mismos, pero la complejidad de tal análisis no sería adecuada a un estudio de análisis múltiple, donde la variabilidad de taxones esperados no es muy amplia y se pueden distinguir con mayor facilidad a partir de los otros microfósiles. En nuestro caso es tomado más bien como indicador de episodios de quema antiguos en base a un criterio cuantitativo. ¿En qué consiste el análisis múltiple de microfósiles? Definimos análisis múltiple de microfósiles a aquel procedimiento que busca maximizar la extracción combinada, observación e integración de la mayor variabilidad posi-

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ble de tipos de microfósiles por sobre el enfoque especializado sobre uno solo de ellos. La combinación de múltiples líneas de evidencia se empezó a vislumbrar como necesaria aún en el campo más fuerte de los silicofitolitos: la caracterización paleoambiental a partir del análisis de Poáceas, pero haciendo hincapié en la multidisciplina y no en los múltiples microfósiles. A partir de los obstáculos ya mencionados con que nos encontramos al encarar el estudio de silicofitolitos, comenzamos a explorar otras posibilidades en esa dirección aprovechando la circunstancia de que las extracciones iniciales de fitolitos las habíamos realizado siguiendo una técnica de bajo impacto de productos químicos. Uno de los indicadores importantes para tal cambio surgió del análisis específico de los distintos tubérculos y raíces andinas: estas plantas pueden no producir silicofitolitos distinguibles, pero producen almidones; si se preservaran en los suelos valdría la pena explorarlos (Korstanje y Babot 2007). Entonces, sin pretender desconocer los problemas que el manejo de la tecnología de almidones y los procesos postdepositacionales implican para estudios de suelos arqueológicos, nos pareció importante tenerlos en cuenta en nuestros conjuntos, ya que los almidones se conservaban en nuestras muestras. Al respecto, se hicieron también ensayos de laboratorio para ver en qué medida el protocolo de extracción podía afectarlos y para evaluar las condiciones de preservación diferencial que observábamos en los mismos. Una vez abiertas las perspectivas al constatar la presencia de almidones en las muestras arqueológicas, y a partir del cambio epistémico que ello significó en nuestra forma de razonar, un microfósil vendría detrás del otro: celulosa, micro carbones, diatomeas, eventuales granos de polen, todo podría colaborar para una mejor respuesta a los problemas en cuestión. La intuición de que era necesario explorar sus posibilidades se hizo certeza, y fue metafóricamente como la apertura de un telón. Por supuesto, sabíamos que todo microfósil tenía su utilidad pero en tanto cada uno constituye una especialidad en sí mismo, era imposible ser especialista en todos ellos. Esto nos limitaba poniendo severas restricciones a nuestra audacia cognitiva, inquietud e interés. Casi como un mandato paterno de parcelamiento cognoscente. Recalco esto porque no es un tema menor en el desarrollo de una investigación el de las barreras mentales que nos auto-oponemos y que tantas veces la parte conservadora de la academia se deleita en reproducir y adiestrar (Korstanje 2010b). Sin embargo, si nuestras preguntas exigen una adecuación metodológica es necesario incorporar y desarrollar dicha metodología para responderlas apropiadamente. En nuestro caso, una solución de compromiso, pero a su vez adecuada al problema, era no tomar cada microfósil posible en todo su detalle, caracterización taxonómica específica, composición química, etc. sino solo tomarlos instrumentalmente como conjuntos cuya variación permitiera establecer patrones de cambio, intensificación o estabilidad. Como ejemplo podríamos decir que no es sólo la identificación de silicofitolitos en forma de cruz, variedad 1, tamaño extra grande lo que nos llevaría a plantear que en tal lugar se cultivó maíz (o sea, la identificación precisa de un tipo de microfósil), sino un conjunto de formas correspondientes a maíz (entre las cuales puede estar la variedad 1 o no), conjuntamente con la posibilidad de polen de maíz si hubiere (claramente diferente a los granos de polen de los otros pastos), y junto a un conjunto de diatomeas que sugieran que la zona estuvo inundada más que la de al lado, y quizás la presencia de algunos almidones circulares, etc.

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Respecto a las evidencias de fertilizantes naturales incorporados para enriquecer los suelos, si bien las asociaciones de fitolitos podrían haber sido indicativas, no son evidencia por sí mismas tal como ya mencionamos. Sin embargo, las esferulitas -microfósil de origen animal- podrían ser indicadores directos de presencia de guano o excremento de grandes herbívoros. En este punto, nuevamente no sabíamos si las esferulitas sobrevivirían el protocolo de extracción general usado, y por lo tanto se realizaron distintos experimentos para control del mismo, sobre todo en los puntos en que existía mayor peligro de daño. Pero además, como ya dijimos, no se sabía si los camélidos producían esferulitas, por lo que se hizo un estudio de tipo exploratorio y clasificatorio de las formas de las mismas, en las cuatro variedades de camélidos sudamericanos. Como ejemplo de la importancia del análisis múltiple de microfósiles podemos decir que sin bien, la presencia de esferulitas implica la presencia de excrementos y por lo tanto de animales, su estudio debe ser realizado en relación al resto del conjunto microfósil para determinar si se trata de guano incorporado como fertilizante o si se trata de una estructura de corral específica. Los procedimientos de laboratorio son muy extensos para explicar en un volumen como este, por lo que remito a los lectores a la bibliografía sobre el tema, que es amplia, al igual que aquella que da cuenta de los procesos tafonómicos y las pruebas en laboratorio. En síntesis, podemos decir que para abordar el problema de la producción mixta de alimentos hemos comprobado que el estudio de silicofitolitos es insuficiente, por lo que desarrollamos el método de extracción múltiple de microfósiles, incluyendo toda la gama de micro especimenes fósiles posibles. De este modo, si un microfósil no fuera adecuado para responder una pregunta determinada, a una determinación taxonómica más específica o simplemente estuviera ausente por procesos tafonómicos, podemos recurrir al análisis de otro que nos proporcione datos complementarios. PALABRAS FINALES Para terminar nos vamos a apartar de los Andes, la Historia, la Etnohistoria y la Antropología, para volver nuestra mirada al interior de lo que queremos contar. Un poco, como tomar aire, respirar profundo y, como nos enseñó Bourdieu, pensar también en las prácticas de la investigación (la ciencia haciéndose) al volver la mirada una y otra vez sobre la consistencia, los límites, los supuestos que yacen detrás de nuestro relato (Bourdieu et al 1996). En parte es una re-introducción, pero considero que sobre todo, y más importante aún, es una introducción a las investigaciones por venir, o bien una nueva definición de los problemas. No pretender lograr respuestas en sentido estricto, pero sí mejores preguntas sigue siendo parte del desafío apasionante de nuestro quehacer... Desde que comencé este trabajo de investigación, me resultaba difícil depurar del libreto general -lleno de imágenes sueltas-, cuál sería el hilo conductor que llevaría a la escena principal, al nudo de la investigación y mi relato sobre ella. No pensaba ni en una obra hiperrealista (o neopositivista, si lo traducimos a la jerga científica), ni en una obra vanguardista (de las llamadas postmodernas). Sabía que estaba pensando en una obra más bien clásica: la economía, la agricultura y el trabajo, pero que paradójicamente no se había puesto antes en escena.

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También tenía elegido un teatro: el Valle del Bolsón, como una muestra de lo que llamaríamos Valles Altos. Tenía un tema: la agricultura antigua y las prácticas tecnológicas y de organización laboral que se asociaban a ella. Sabía que para ese tema podría presentar una probable escenografía, con un paisaje actual de fondo, pero con recursos didácticos que toman imágenes del presente para modelarlas como ventanas al pasado, aunque pequeñas e incompletas. Tenía en mente escenas introductorias, desarrollos para el tema, escenas claves y hasta me había imaginado los posibles finales. Sabía quiénes seríamos los productores, maquilladores, directores y regisseurs, y conocíamos parte de nuestra rutina de trabajo y nos entusiasmamos buscando nuevas alternativas... Después de mucho pensarlo, elegí al “territorio” como hilo conductor de todas esas escenas construidas con mis colegas y mis amigos (todos los que figuran en los agradecimientos de la tesis). Pero lo único que no podía terminar de definir es quiénes eran los actores más apropiados para esta obra. No entraba ya en mis proyectos darle el papel a las“culturas”y los“contextos culturales”-no eran apropiados y venían con muchas mañas. Tampoco podía contar con los“tafíes”, ni los“pulares”, ni los“inkas”.., y en parte me alegré, porque eso me liberaba de los juicios encasilladores previos. Por supuesto que tampoco era tanta mi improvisación y había elegido en realidad ya a“las sociedades formativas”, pero no como actores y actrices sino como historia a contar, quería contar su historia. Mucho pensé. Mucho me contradije, fui y volví. Mucho me desesperé de no poder comprender quiénes eran los actores y actrices de esta historia. Y a veces buscaba con más ahínco sus tumbas para poder “verlos” de algún modo. Me preguntaba si debería excavar más casas (“viviendas”o“unidades domésticas”). Lo cierto es que sólo me podía imaginar la continuación de mi relato cuando elegía para los ensayos de algunas escenas a la gente del lugar, los “lugareños”, los “vallistos”. Ahí sí que, viéndolos actuar en ese paisaje imaginario, me venían en mente más ideas. Lo conversé con muchos colegas en el camino. Todos esos diálogos me ayudaron. Me preguntaba, cuando veía la pobreza material de los sitios que excavaba, si había diferenciaciones de riqueza en el pasado, como ahora, una suerte de“arqueología de la pobreza” que pudiera distinguir a los descastados, a los marginales dentro de las mismas sociedades formativas. Me preguntaba por la imagen del “agricultor feliz”, aquella que me surgió mirando una vivienda perfecta, en el lugar perfecto, con la visión hacia el valle más bella, pero aislada de otras viviendas y metida entre campos de cultivo. Me preguntaba por sus colores, sus olores, su jornada de trabajo cotidiano, sus alegrías y tristezas. Sólo podía imaginármelos un poco pensando en todos los atuendos que se conservaron en Chile y costa peruana, y pensando en la vida cotidiana de los lugareños. Finalmente, definí los actores y actrices de este relato, como campesinos andinos, a partir de las conversaciones con Alejandro Haber para el simposio“Los campesinos en la Arqueología”que organizamos en el WAC del 2003 (Haber y Korstanje 2003). Soy honesta y por lo tanto quiero que sepan que no comencé pensando en ellos, sino en categorías mucho más abstractas. Y por eso no tenía actores para las escenas. Ahora estoy más conforme con los resultados de mi búsqueda, sin embargo siempre nos quedará el sabor amargo de saber que esta obra, que es nuestra actual visión de su propia historia contada muchísimos años después, ha sido contada seguramente de un modo muy distinto del que ellos la hubieran querido contar I

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// ANEXO 01 // ESTRUCTURA DEL MANUSCRITO ORIGINAL LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO EN TORNO A LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS EN SOCIEDADES AGROPASTORILES FORMATIVAS (PROVINCIA DE CATAMARCA, REPÚBLICA ARGENTINA) ÍNDICE INTRODUCCIÓN // págs. 1-7 PARTE I: DESDE LA EPISTEMOLOGÍA, LA TEORÍA ARQUEOLÓGICA, LA HISTORIA, LA ETNOHISTORIA Y LA ANTROPOLOGÍA: LA PROBLEMÁTICA DEL TRABAJO Y LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS EN LOS ANDES CENTRO SUR. CAPÍTULO UNO // págs. 8-31 DESDE LA EPISTEMOLOGÍA Y LA TEORÍA ARQUEOLÓGICA: TRABAJO Y ORGANIZACIÓN SOCIAL Introducción. El Trabajo en Karl Marx. El Trabajo en Emile Durkheim. Otros Aportes del Pensamiento Contemporáneo a esta Construcción. Algunos Problemas en Relación a la Confrontación Neopositivismo Neomarxismo en Ciencias Sociales. Una Breve Revisión del Pensamiento Marxista en Arqueología. CAPÍTULO DOS // págs. 32-53 DESDE LA HISTORIA Y LA ANTROPOLOGÍA: ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL TRABAJO EN TORNO A LA TIERRA EN LOS ANDES Dos Formas Clave de Organización del Trabajo: Reciprocidad Y Redistribución. El Trabajo en el Ámbito del Grupo de Parentesco. Las Relaciones Laborales en el Ámbito Comunal. La Tierra y las Formas de Tenencia. Algunos Aspectos de las Relaciones Laborales Estatales Prehispánicas: los Inkas. Algunos Aspectos de las Relaciones Laborales Estatales Coloniales. Volviendo a las Preguntas Iniciales. CAPÍTULO TRES // págs. 54-81 DESDE LA HISTORIA Y LA ANTROPOLOGÍA: AGRICULTURAS ANDINAS Introducción. Situación Paleoambiental Regional. El Problema de la Domesticación y de las Especies Domesticadas. El Problema de la Producción. Agricultura con Riego. De la Relación entre lo Agrícola y lo Ganadero. CAPÍTULO CUATRO // págs. 82-107 DESDE LA ARQUEOLOGÍA: LOS PRIMEROS CAMPESINOS EN LA REGIÓN El Formativo en los Andes Centro Sur y Meridionales. El Formativo en el Noroeste Argentino. De los Primeros Asentamientos Campesinos. De la Producción y los Productos Agrícolas. PARTE II: DESDE EL VALLE DEL BOLSÓN: LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS PREHISPÁNICA Y EL TERRITORIO CAMPESINO. CAPÍTULO CINCO // págs. 108-127 METODOLOGÍA GENERAL PARA EL ESTUDIO DE LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS EN EL PASADO Consideraciones Teóricas Herramientas Metodológicas para esta Intervención Arqueológica. Fase Inicial: Prospección. Segunda Fase: Caracterización Ambiental. Tercera Fase: Excavación. Cuarta Fase: Análisis de Estructuras, Artefactos y Ecofactos. CAPÍTULO SEIS // págs. 128-163 EL ANÁLISIS MÚLTIPLE DE MICROFÓSILES COMO NUEVA METODOLOGÍA PARA EL ESTUDIO DE LA AGRICULTURA ANTIGUA Los Inicios de la Investigación: Explorando los Silicofitolitos. Tierra a la Vista... ( o el Análisis Múltiple de Microfósiles como Metodología). ¿Que son los Microfósiles? ¿En qué Consiste el Análisis Múltiple de Microfósiles? Procedimientos de Laboratorio. Poniendo a Prueba el Laboratorio y la Teoría: Consideraciones sobre Preservación e Identificación de Múltiples Microfósiles. Material Comparativo de Referencia. Síntesis.

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CAPÍTULO SIETE // págs. 164-194 LA TRAMA ACTUAL GENTE-PAISAJE Consideraciones Teórico-Metodológicas. El Valle del Bolsón: la Gente y Sus Recursos. El Ambiente en el Valle (con los Ojos Puestos en la Agricultura). Sectorización del Valle. Vida Cotidiana, Economía y Poder en el Valle. Actitudes de la Población ante las Labores Científicas Desarrolladas (y un ¿Para Qué? de la Arqueología). CAPÍTULO OCHO // págs. 195-256 EL MORRO Y EL ALTO: DOS CASOS ELEGIDOS PARA ESTUDIAR LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS Consideraciones Metodológicas. Morro Relincho (SCatBe 2(6)). El Alto El Bolsón (SCatBe 3(3)). CAPÍTULO NUEVE // págs. 256-294 EL MORRO Y EL ALTO: LA AGRICULTURA PREHISPÁNICA EN MICRO-DOCUMENTOS INÉDITOS Expectativas de Correlación entre Asociaciones de Microfósiles, Características Físico-Químicas de los Suelos y Actividades. Morro Relincho: Resultados. El Alto El Bolsón: Resultados. Síntesis Parcial sobre las Evidencias. CAPÍTULO DIEZ // págs. 295-362 INTEGRANDO EL TERRITORIO CAMPESINO Consideraciones Teóricas y Herramientas Metodológicas. Distribución Espacial de los Sitios: Implicancias en la Elección del Asentamiento. Los Espacios Edificados y Utilizados como Ocupaciones Duraderas: Domesticidad Producción. Los Espacios Utilizados y Modificados para Ocupaciones Discontinuas: Abrigos, Puestos y Dormideros. Los Espacios Simbólicos: Jerarquización del Paisaje y de la Sociedad. Los Espacios Utilizados: Circulación, Tránsito e Interacción. Los Fechados. La Cerámica en la Periferia del Problema. Algo Sobre la Población Prehispánica del Área desde el Punto de Vista Biológico. DISCUSIÓN // págs. 363-373 CONCLUSIONES // págs. 374-375 EPÍLOGO // págs. 376 BIBLIOGRAFÍA // págs. 377-405

NOTAS: 1 “La organización del trabajo en torno a la producción de alimentos, en sociedades agropastoriles formativas (Pcia. de Catamarca, Rep. Argentina)”. Dirección: María Ester Albeck. Co-dirección: Carlos A. Aschero. Facultad de Ciencias Naturales e IML, Universidad Nacional de Tucumán, Mayo de 2005. 2 Creo que ya lo dije en otra ocasión (quizás en el cuerpo de la tesis misma), pero estas sabias consideraciones no son originales mías. Son palabras de la entonces colega y hoy también amiga, Virginia Abdala, dirigidas a mí en un momento de pánico con mi tesis. 3 Si alguien está interesado en la tesis completa, puede solicitármela vía email. 4 Por “apropiados” se entiende aquí sitios con evidencias de cultígenos tempranos, en zonas aptas para el cultivo, y con buena preservación orgánica. 5 Por “agencias poderosas” se refiere desde las jefaturas y elites

sacerdotales, hasta las tendencias climáticas y las imposiciones de la tecnología. 6 Beca Fulbright-CONICET 2010: Ancient, Native and Post colonial Traditional Agriculture Practices: A comparison between Mexico and Argentina in the intersection of continuities, changes and challenges. 7 González y Pérez dicen al respecto: “En la Argentina las más antiguas culturas agroalfareras –vale decir, técnicamente poseedoras de alfarería y económicamente basadas en el cultivo de plantas- aparecen plenamente formadas” (1971: 36). 8 En el sentido braudeliano, con el cual también L. Quiroga (2002) ha desarrollado las investigaciones en el Valle del Bolsón para el período post-Formativo. 9 No citaré aquí toda la bibliografía de referencia ya que excede las posibilidades de este trabajo, pero la misma puede consultarse en el cuerpo de la tesis (ver nota 3).

producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 73

REFERENCIAS CITADAS: Albeck, M. E. 1993. Contribución al estudio de los sistemas agrícolas prehispánicos de Casabindo (Puna de Jujuy). Tesis Doctoral inédita. Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata, La Plata. Alberti, G. y E. Mayer. 1974. Reciprocidad Andina: Ayer y Hoy. En Reciprocidad e intercambio en los Andes peruanos, editado por G. Alberti y E. Mayer, pp. 13-33. Instituto de Estudios Peruanos, Lima. Aschero, C. A. y M. A. Korstanje. 1996. Sobre figuraciones humanas, producción y símbolos. Aspectos del Arte Rupestre del Noroeste argentino. En Volumen del XXV Aniversario del Museo Arqueológico “Dr. Eduardo Casanova”, pp. 13-31. Instituto Interdisciplinario Tilcara, Universidad de Buenos Aires, Jujuy. Blanco, O. 1983. Tecnología de producción andina. En Evolución y Tecnología de la Agricultura Andina, editado por A. M. Fries, pp.17-24. IICA, CIID e Instituto Indigenista Latinoamericano, Cuzco. Bourdieu, P., J.C. Chamboredon y J.C. Passeron. 1996. El oficio del sociólogo. Siglo XXI, Madrid. Calderón, C. 2003. La Agricultura Andina. Revista electrónica Volveré Año II, Nº 5. Instituto para el Estudio de la Cultura y Tecnología Andina (IECTA), Iquique. Camino, A. 1983. Agricultura tradicional en los Andes y Amazonia: una aproximación comparativa y el factor tiempo en la diversificación de los sistemas agrícolas. En Evolución y Tecnología de la Agricultura Andina, editado por A. M. Fries, pp.31-38. IICA, CIID e Instituto Indigenista Latinoamericano, Cuzco. Chayanov, A. 1985. La organización de la unidad económica campesina. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires. Coil, J., M. A. Korstanje, S. Archer y C. Hastorf. 2003. Laboratory goals and considerations for multiple microfossil extraction in archaeology. Journal of Archaeological Science 30:991-1008. Del Puerto, L. 1998. Silicofitolitos: su aplicación para la reconstrucción de los sistemas prehistóricos de subsistencia. “Cráneo Marcado- Laguna de Castillos”: un caso de estudio. Tesis de Licenciatura inédita. Universidad de la República, Montevideo. González, A. 1980. Arte Precolombino de la Argentina. Filmediciones Valero, Buenos Aires. González, A. y G. Cowgill. 1975. Cronología del Valle del Hualfín, Argentina, obtenida mediante el uso de computadoras. En Actas y Trabajos del Primer Congreso de Arqueología Argentina, pp. 383-395. Buenos Aires. González, A. y J. Pérez. 1971. Primeras Culturas Argentinas. Filmediciones Valero, Buenos Aires. Guilaine, J. 1991. Pour une archéologie agraire. Armand Colin, París. Haber, A. 2004. Teorías arqueológicas y la negación de la agencia campesina. Trabajo presentado en el XV Congreso Nacional de Arqueología Agentina. Universidad Nacional de Río Cuarto, Córdoba. ms. Haber, A. y A. Korstanje. 2003. Peasants in Archaeology. Session G4. Theme G: Empowerment and Exploitation: NorthSouth and South-South Archaeological Encounters (S. Oyzman, G. Martínez y R. Torrence orgs.). Simposio presentado al Fifth World Archaeological Congress. Washington D.C. Isla, A. 1992. Dos regiones, un origen. Entre el “silencio” y la furia. En Sociedad y articulación en las tierras altas jujeñas. Crisis terminal de un modelo de desarrollo, editado por A. Isla, pp. 167-215. ECIRA – ASAL – MLA, Buenos Aires. 2002. Los usos políticos de la identidad. Indigenismo y Estado. Editorial de las Ciencias. Buenos Aires. Kent, S. 1990. Activity areas and architecture: an interdisciplinary view of the relationship between use of space and domestic built evironments. En Domestic architecture and the use of space: an interdisciplinary cross-cultural study, editado por S. Kent, pp.1-8. Cambridge University Press, Cambridge. Korstanje, M. A. 1996. Sobre la producción agrícolo-ganadera en el Formativo: Reflexiones para el camino. En Actas y Memorias del I Congreso de Investigación Social: “Región y Sociedad en el NOA”, pp. 402-411. Facultad de Filosofía y Letras (UNT), Tucumán. 1997. Estructuras agrarias prehispánicas. Aportes historiográficos desde el Noroeste argentino. Población & Sociedad 5:187-208.

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producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 75

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AGRICULTURA CAMPESINA EN EL ÁREA DE ANTOFALLA (1997-2007)

Marcos N. Quesada CONICET. Escuela de Arqueología, UNCa. Instituto de Arqueología y Museo/ISES, UNT/CONICET. [email protected].

El pequeño oasis de Encima de la Cuesta en la quebrada de Antofalla.

agricultura campesina en el área de antofalla // 77

INTRODUCCIÓN En este capítulo intentaré presentar una versión resumida de algunos de los tópicos que he abordado en mi Tesis Doctoral1 que fue leída en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata en Agosto de 2007. He preferido seleccionar aquellos elementos que me permitieron en aquella ocasión argumentar que la agricultura de riego en el área de Antofalla fue gestionada principalmente a escala doméstica a lo largo de los dos últimos milenios. Sin embargo, en otro trabajo en este mismo volumen buscaré explorar algunos límites de esta interpretación. En general, la producción campesina en la Puna de Atacama fue abordada desde la perspectiva de “arriba hacia abajo” particularmente desde dos modelos teóricos en algunos puntos muy cercanos que llamaré neoevolucionista y de los enclaves y que voy resumir. En el modelo neoevolucionista intervienen dos variables principales: la presión demográfica y la centralización política. La idea es que el aumento del nivel de población fue tanto el estímulo como la condición de posibilidad para el desarrollo de la tecnología agrícola: más bocas que alimentar y más fuerza de trabajo disponible para lograr áreas agrícolas más extensas y complejas. A su vez, esta tecnología requirió de un control político centralizado capaz de movilizar la fuerza de trabajo y administrar su empleo. Esto último está claramente inspirado en la hipótesis hidráulica de Wittfogel y Steward, la cual ejerció un poderoso atractivo para la arqueología pues es capaz de establecer una relación entre un objeto material, la infraestructura de cultivo, y una forma de organización social. Pero se debe destacar que esta relación está planteada como una relación “necesaria” que se da entre estados de variables. Es decir a cada nivel de desarrollo de la tecnología de irrigación le corresponde una forma de organización política que puede estar tipificada (señorío, estado), o no (más centralizada, menos centralizada). De allí que para conocer las relaciones sociales que tomaban forma en torno a la práctica de la agricultura desde esta perspectiva resulta metodológicamente suficiente observar la magnitud de los espacios de cultivo y posicionar sus componentes en una escala de complejidad tecnológica. El otro modelo teórico propone que la ocupación humana de la Puna de Atacama en el segundo milenio d. C. puede ser caracterizada por medio de la lógica de los enclaves. Estos consistirían básicamente en asentamientos gestionados desde áreas linderas a la Puna y orientados a la extracción de recursos específicos de una zona donde primaría una economía extractiva, pasando a cumplir un rol secundario la producción agrícola para el autoabastecimiento. El principal supuesto de este enfoque es que los enclaves poseían la capacidad de organizar la producción campesina en función de generar excedente y apropiarse de este. El modelo de los enclaves, al menos en su aplicación en el noroeste argentino, no ha desarrollado aún una metodología específica de trabajo para el estu-

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dio de los enclaves agrícolas. En general, la sola presencia de objetos diagnósticos de una sociedad jerarquizada fuera de su“hábitat originario“ hace suponer la existencia de un enclave e inmediatamente se interpreta la organización del espacio en términos de estrategias de dominación. De tal modo, la estrategia metodológica de los enclaves es, en buena medida, compatible con la del modelo neo-evolucionista. Pero la mayoría de las veces se presta realmente poca atención a las características de la tecnología agrícola y su eventual modificación en el marco de nuevas relaciones de poder. La historia agraria de la Puna de Atacama producida desde estos modelos puede resumirse de la siguiente manera: durante los primeros tiempos del formativo existía una agricultura muy rudimentaria en el marco de una economía predominantemente pastoril. Si bien se reconoce que la importancia de la práctica del cultivo pudo haber aumentado a comienzos del primer milenio d.C., es recién a partir de comienzos del segundo que la agricultura alcanza un verdadero desarrollo. Sin embargo, esto sólo pudo suceder bajo la gestión de una elite dirigente local o una estructura política jerárquica extrapuneña según sea el modelo desde donde se observa el proceso. Pero en todos los casos se asume que las unidades de producción campesinas habrían perdido en ese momento la autonomía sobre las decisiones vinculadas al trabajo agrícola de la que habían gozado durante siglos, ya porque la resignaron en manos de un señor administrador, ya porque sus tierras y sus cuerpos fueron capturados por un señorío belén, el imperio Inca, o luego el imperio español o haciendas con cabeceras en los valles, sucesivamente (Olivera y Vigliani 2000-2002; Quiroga 2005; Raffino y Cigliano 1973). El principal problema que encuentro en este tipo de enfoques es que no pueden, de hecho no intentan, explicar por qué las familias campesinas que hasta cierto punto mantuvieron un relativo grado de autonomía en las decisiones vinculadas a la producción agrícola, comienzan en algún momento de la historia a producir más de lo que necesitan y además se desprenden de ese excedente. El incremento de la producción y la separación del excedente de quienes lo producen se asume como un hecho natural, que no requiere de mayores explicaciones. Pero no partí en mi investigación de esta discusión, sino que Tebenquiche Chico y Antofalla me trajeron a ella o me hicieron llevarla hasta allí. Cuando digo Tebenquiche Chico y Antofalla no me estoy refiriendo sólo a los lugares y los restos arqueológicos allí presentes, sino también a los múltiples discursos y prácticas que a lo largo del siglo anterior y lo que va de este los constituyeron como objetos de investigación arqueológica. No hace mucho indicamos con Alejandro Haber y Miguel Ramos (Haber et al. 2005), mientras analizábamos una serie de cartografías de Tebenquiche Chico producidas por Vladimiro Weiser (Libreta de Campo, Colección Museo de La Plata), Pedro Krapovickas (1955), Omar Barrionuevo (Menecier y Barrionuevo 1978) y nuestro equipo, la manera en que diferentes miradas, interesadas por diversos tópicos, agregaron una variedad de capas de sentido a ese mismo objeto. Las primeras representaciones de Tebenquiche Chico no le prestaron mucha atención a la infraestructura de cultivo, más bien estaban fuertemente interesadas en el registro de la cámaras funerarias que proporcionaban objetos para proveer a la colección de su patrocinador, en el caso de Weiser, o datos de utilidad para la elaboración de su tesis de grado, en el caso de Krapovickas. Sin embargo, a diferencia de Weiser que en su libreta de campo no hace mención al paisaje agrícola2, Krapovickas le dedicó en

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cambio algunas líneas:“Las construcciones se dividen en dos tipos: ruinas de casa circulares y andenes de cultivo [...] Entre los andenes los hay longitudinales que se escalonan sobre los cerros que limitan por el SSW, donde se elevan hasta considerable altura, y en los bordes del zanjón por donde corren las aguas. Los andenes eran alimentados por acequias que, siguiendo el curso del arroyo se continúan hasta arriba. Se destaca otra categoría de construcciones que está formada por recintos cuadrangulares que cubren toda la superficie en ruinas. Son cuadrados de una decena de metros por lado, limitados por pircas muy bajas que apenas sobresalen de la superficie del suelo y que se van escalonando hacia la desembocadura del arroyo a medida que va descendiendo el nivel del terreno” (1955: 11-12). Con todo, estos datos fueron muy poco aprovechados por el autor en la interpretación del sitio que presentó como tesis de grado en 19533. En cambio, fueron de gran importancia varios años después cuando buscó elementos para argumentar a favor de su hipótesis de que la agricultura no sólo era una práctica ampliamente difundida en la región puneña en tiempos prehispánicos sino que además su desarrollo tenía una antigüedad considerable. Sostenía incluso que en algunos sectores la agricultura pudo tener un grado de importancia igual o mayor que el pastoreo como actividad económica (Krapovickas 1984; Krapovickas et al. 1980). Esta importante propuesta de Krapovickas no fue de todos modos muy tenida en cuenta en las posteriores investigaciones. La agricultura siguió siendo vista como un problema secundario, ya que esa era la importancia que se le otorgaba en la economía prehistórica de la región, y la arqueología de la Puna de Atacama continuó como una arqueología del pastoralismo (Haber 2006). Yo comencé a involucrarme con el estudio de las prácticas agrícolas de una forma más bien casual. Desde el inicio mismo de mi carrera de grado me incorporé al equipo de trabajo de Alejandro Haber quien realizaba investigaciones arqueológicas en Tebenquiche Chico desde la Universidad Nacional de Catamarca. Durante una campaña en noviembre de 1997 me ocupé de la corrección de una cartografía del sector de mayor densidad de estructuras que unos meses antes habían relevado unas estudiantes de agrimensura pero que había resultado afectada por ciertos errores de poligonación y, principalmente, la frecuente falta de correspondencia de las formas arquitectónicas reales con su representación cartográfica. A poco de haber comenzado, comprendimos que era más conveniente iniciar un nuevo relevamiento antes que proseguir con la corrección. A partir de allí, en sucesivos trabajos de campo, la cartografía de Tebenquiche Chico, y luego la de Antofalla, fueron ganando en extensión y grado de detalle siendo el paisaje agrícola uno de los principales elementos registrados en nuestras versiones cartográficas del sitio. No es que antes hubiera pasado desapercibido, por el contrario, las estructuras de cultivo son los rasgos arqueológicos más visibles, y de hecho, como ya he indicado, habían sido mencionadas por Krapovickas varios años antes. Lo que sí resultaba novedoso de este paisaje era una comprensión más acabada de su magnitud en términos de extensión y cantidad de estructuras involucradas y, sobre todo, de su diseño espacial. Para entonces Haber se encontraba elaborando una propuesta sobre la importancia de la escala doméstica para comprender el desarrollo de los oasis, formas de organización aldeana que parecen caracterizar el paisaje puneño durante el primer milenio d.C. (Haber 2006). El “descubrimiento” de un espacio de cultivo bajo riego de gran extensión en el marco de una organización que parecía articularse principalmente en torno a la escala

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doméstica parecía señalar una contradicción que el avance de la investigación mostraría que era sólo aparente. Sin embargo, en este punto sí la investigación debió vincularse a las discusiones ya reseñadas. Por un lado, con la de Krapovickas ya que la magnitud del espacio de cultivo parecía apoyar su propuesta sobre la importancia de la agricultura en tiempos prehispánicos, y por otro lado con los modelos neoevolucionistas y de los enclaves, ya que si este paisaje agrícola era gestionado a escala doméstica parecía contradecir el supuesto de la necesidad de un control centralizado. No obstante, estaba claro que el involucramiento en esos temas requería de cambios en la aproximación teórico-metodológica y que la discusión debía ser planteada en otros términos si queríamos comprender el fenómeno de la agricultura de riego en la puna. Por un lado, porque Krapovickas formulaba su discusión de la importancia de la agricultura en la economía puneña en términos de su aporte a la subsistencia, en cambio aquí debía ser replanteada como un problema no de economía, sino de economía política, es decir sobre las relaciones sociales que se generan en torno a la práctica de la agricultura y su importancia en la conformación de las unidades sociales. Por otro lado, debía buscar estrategias metodológicas alternativas a las de los modelos neoevolucionistas y de los enclaves pues la idea de un control centralizado para la administración del riego no resultaba apropiada para los casos de Tebenquiche Chico y Antofalla, como tampoco lo eran las nociones de extensión y complejidad de los sistemas de irrigación para comprender las escalas sociales involucradas en su gestión. Propuse, entonces, que si lo que nos interesaba era comprender las relaciones que los agricultores de Tebenquiche Chico y Antofalla establecían entre ellos a propósito de la gestión de la tecnología agrícola, la atención debía estar menos puesta en las características de los objetos (extensión y complejidad) que en las prácticas de los sujetos, es decir, debía intentar reconstruir aquellos contextos de interacción social dónde estas relaciones se establecían, negociaban y transformaban. Sin embargo, esta opción metodológica implicó la articulación de una estructura conceptual capaz de habilitar un abordaje del problema desde la arqueología dónde la noción de paisaje agrario tenía un lugar de importancia. Los paisajes agrarios corresponden a formas concretas de apropiación y de puesta en producción del suelo. Su construcción es parte de la definición de los territorios de los grupos sociales. De tal modo, el estudio de los paisajes agrarios involucra tanto la caracterización de las tecnologías de producción como de las relaciones de producción que se generan en torno a estas. Apropiación y producción no son actividades separadas y secuenciales, sino que las prácticas del trabajo productivo suponen siempre formas de apropiación4. “Paisaje agrario” es entonces una categoría sintética, por cuanto se refiere tanto al aspecto técnico como al político de la producción campesina. Justamente por ese carácter sintético resultaba de utilidad en el análisis ya que daba lugar a la interpretación de los procesos históricos en el marco de la lógica de la apropiación campesina (ver mi otro artículo en este volumen para una discusión más desarrollada de esta noción) Los paisajes agrarios fueron considerados tanto estructurados por, como estructurantes de, las prácticas campesinas. Imponen condiciones para los procesos de trabajo agrícola, pero son estos los que los producen y modifican. No los consideré aquí, del modo en que lo hacen las aproximaciones estructuralistas al paisaje, como imágenes mentales que resultan luego materializadas. Tampoco como formas espaciales determinadas por el ambiente natural o social, como suponen la arqueología distribucional,

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la geoarqueología y otras aproximaciones funcionalistas al paisaje. En cambio, resultaba más útil imaginar el paisaje como condición y resultado de instancias dialógicas, las prácticas del trabajo agrícola, donde los campesinos y el paisaje se constituyen mutuamente y negocian sus relaciones (Bender 2002; Ingold 1993). Los espacios agrícolas son constitutivos de los paisajes agrarios y su estructura espacial informa acerca de la segmentación técnica del espacio. Para el caso de la agricultura en la Puna, donde sólo puede practicarse agricultura bajo riego, la definición del diseño de las redes de riego equivalía a la definición de la estructura del paisaje agrícola. Con la noción de red de riego hago referencia a un conjunto de canales, tomas, estanques, y cualquier otro dispositivo hidráulico, relacionado funcionalmente y destinado a la irrigación. Se trata de una definición sencilla que, sin embargo, resulta del todo adecuado para el análisis de las condiciones sociales de producción bajo las cuales fue puesta en uso. La red de riego, tal como fue definida, se trata una categoría sintética pues refiere simultáneamente a una unidad tecnológica, o funcional si se quiere, y a una unidad de gestión. Es unidad tecnológica en dos sentidos. Por un lado, porque es funcionalmente independiente de otras redes de riego y por otro lado, porque todos sus componentes se hallan relacionados funcionalmente. Esta independencia funcional la convierte también en la mínima unidad de gestión, por cuanto su administración y/o control puede ser independiente del de otras unidades similares. En virtud de estas características la red de riego resulta una unidad de análisis relevante y útil para estudios comparativos, pues la irrigación por gravedad siempre da lugar a la conformación de redes de riego. La red de riego es, entonces, una categoría universal pero sus diseños son de carácter particular. Con“diseño de la red de riego”me refiero a la configuración espacial que estas adoptan. La lógica social del agua (Barceló 1996) expresada en diseños particulares de redes de riego objetiva las condiciones sociales bajo las cuales tomó forma el trabajo campesino y por ello resulta una vía de entrada relevante para su estudio. A través del diseño de las redes de riego es que podemos aproximarnos a la organización de la fuerza de trabajo, la estructura espacial y temporal de las prácticas agrícolas, la forma en que se representan espacialmente las relaciones de propiedad y continuidades y cambios en los objetivos de producción. Antes de continuar con los avances de la investigación de campo será conveniente que introduzca al lector en los ámbitos dónde esta tuvo lugar EL ÁREA DE INVESTIGACIÓN El salar de Antofalla es uno de los rasgos paisajísticos más destacados del sector catamarqueño de la Puna de Atacama (Figura 1). Se encuentra cubriendo el fondo de una alargada depresión tectónica que, con dirección SSE-NNO, se extiende por aproximadamente 120 km. La sierra de Calalaste (con alturas de hasta 5564 m snm, C° Calalaste) constituye el límite oriental de la cuenca de Antofalla y la separa de la extensa cuenca de Antofagasta de la Sierra. Hacia el oeste se extiende la Sierra de Antofalla que alcanza alturas mayores (Volcán de Antofalla: 6409 m snm C° Tebenquiche Grande 5837 m snm). La vertiente occidental de la cuenca de Antofalla está cortada por numerosas quebradas por las que descienden cursos de agua que no alcanzan el salar en superficie. Estas quebradas (Las Quinoas, Botijuela, Las Minas, Las Cuevas, Antofalla, Teben-

Cartografía de la cuenca del Salar de Antofalla. Se indican las quebradas que descienden del las sierras de Antofalla, a la izquierda, y Callaste, a la derecha, para desaguar en el Salar de Antofalla, al centro.

FIGURA UNO

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quiche Grande, Tebenquiche Chico y Antofallita) han sido en mayor o menor medida ocupadas a lo largo de la historia (Escola et al. 1993; Haber 1999, 2006; Menecier y Barrionuevo 1978). Los vestigios arqueológicos de Tebenquiche Chico y Antofalla, que son las quebradas donde se desarrolló mi investigación, son particularmente extensos, y se destaca a primera vista la gran inversión de fuerza de trabajo en la construcción de infraestructura de cultivo. Se pueden postular para la Puna de Atacama en general las siguientes condiciones: extrema aridez con precipitaciones de régimen estival (diciembre a marzo), siendo las

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lluvias más habituales en enero y febrero, con valores medios anuales inferiores a los 100 mm o 150 mm (Olivera 1991), con una evaporación potencial de aproximadamente 570 mm, de modo que existe un acusado déficit hídrico durante todo el año (Morlans 1995). La frecuencia de las lluvias es, por otra parte, sumamente irregular y por lo tanto impredecible y variable a lo largo del año y entre años consecutivos (Yacobaccio 1990). Prácticamente no existe período libre de heladas (Morlans 1995) aunque son menos probables y severas en verano (Argerich 1976). La extensión a todo el ámbito de la región de la anterior descripción general del ambiente puneño provocó, en gran medida, que la Puna de Atacama fuera percibida como un ambiente homogéneo, terriblemente agresivo para el hombre y más aún para los cultivos. Tal visión ha influido en gran medida las interpretaciones de los arqueólogos sobre la economía local. Algunos investigadores se han hecho diversas propuestas de modelos de variación microclimática a nivel local (Ottonello de García Reynoso y Krapovickas 1973; Raffino 1975; Olivera 1991; Albeck 1993; Haber 2006). La importancia de estos modelos radica en que señalan un panorama ambiental heterogéneo que permite una aproximación más realista a las condiciones bajo las cuales se desarrolló la agricultura en esta región. Los dos principales factores de variación microclimática en los Andes son las precipitaciones y las temperaturas. A su vez, los más importantes determinantes de estos factores son el relieve y la altura, que por ser estos mismos sumamente variables, es de esperar una importante heterogeneidad ambiental. A escala local, las condiciones que presenta la vertiente occidental del salar de Antofalla son coherentes con estos principios. Existe una variación altitudinal importante desde aproximadamente 3.300 m snm (superficie del salar) hasta los 6.409 m snm (cumbre del Volcán Antofalla), en tan sólo 23 kilómetros de distancia horizontal. En el caso particular de la quebrada de Tebenquiche Chico esta variación va desde los 3.300 m snm hasta los 5.837 m snm (Cerro Tebenquiche) en 16 km de distancia horizontal. Dentro de este rango altitudinal se pudieron definir cuatro microambientes ordenados altitudinalmente de abajo hacia arriba: Salar de Antofalla, Suni, Puna y Janca (Figura 2). Se ha propuesto en varias oportunidades que los límites para la agricultura en la Puna de Atacama estaban fijados por su marcada aridez, el frío o por su gran elevación. Esto no es del todo correcto. Para el desarrollo exitoso de los cultivos es necesa-

FIGURA DOS Perfil de la Sierra de Antofalla desde el salar de Antofalla, a la derecha, hasta el Cº Tebenquiche Chico, a la izquierda. Obsérvese en la escala altitudinal el pronunciado desnivel entre los dos extremos. Se indica la situación altitudinal de las cuatro zonas ambientales definidas. Cada barra en la escala horizontal equivale a 1000 m. Escala vertical exagerada x2.

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ria la conjunción de al menos tres factores: suelos apropiados en cantidad y tipos de nutrientes y libres de químicos nocivos para el metabolismo de las plantas, humedad en cantidad suficiente y en momentos oportunos, y temperaturas apropiadas. Estos requerimientos, por supuesto, varían de acuerdo al tipo de cultivo. Pero lo importante aquí es que el hombre, si bien puede controlar en algún grado los dos primeros, tiene muchas menos posibilidades de manipular el tercero. Ahora bien, ninguno de los cuatro ámbitos reúne simultáneamente las tres condiciones señaladas arriba. Así, el fondo de cuenca, ocupado por el salar de Antofalla parece ser el ámbito menos propicio para la agricultura ya que no posee ninguno de ellos. La suni, si bien cuenta con temperaturas y suelos aptos para el cultivo, reciben precipitaciones insuficientes y en un ritmo sumamente irregular. En la puna los suelos son apropiados y las precipitaciones más abundantes y quizá más regulares. Sin embargo, las temperaturas (principalmente las nocturnas) son extremadamente bajas. Por último, la janca, recibe las más abundantes y regulares precipitaciones. Pero los suelos y las temperaturas distan de ser las apropiadas. Esta situación muestra que el cultivo a secano en Tebenquiche Chico y Antofalla no habría sido posible y además da cuenta del porqué de la irrigación. Dado que la temperatura puede ser modificada en un grado muy reducido, las únicas alternativas viables son la irrigación y la preparación de los suelos. En consecuencia, son las laderas bajas de suni los ámbitos más apropiados para el cultivo. La irrigación fue la solución al problema de la discordancia espacial entre las temperaturas apropiadas y la humedad necesaria en tanto que la preparación de los campos de cultivo resolvió la discordancia entre estas dos y los suelos aptos para la agricultura. Pero la misma dependencia de la irrigación es la causa de que no toda la faja de suni posea el mismo potencial para la práctica de la agricultura. La ubicación de los acuíferos es sumamente discontinua y en la suni se encuentran confinados al fondo de las quebradas derivando agua desde la puna y janca. De modo que es al interior de las quebradas en donde se construyeron las estructuras de riego. Las distintas topografías de las quebradas implicaron distintas posibilidades de diseños de redes de riego como mostraré más adelante. TEBENQUICHE CHICO La orientación general de la quebrada de Tebenquiche Chico (Figura 3) se desvía apenas unos grados del norte magnético. El arroyo que la recorre se origina en una serie de manantiales u ojos de agua entre los 4220 y 3970 m snm, que se ubican en el interior de una gran cuenca imbrífera en los faldeos del cerro Tebenquiche. Los arroyos así formados se van uniendo sucesivamente. Los dos últimos tributarios, uno procedente del oeste y otro del este, se unen en el lugar llamado Las Juntas conformando un cauce único que en adelante recorrerá el fondo de la quebrada hasta que se insume poco más al sur del Puesto de Ceferino. Teniendo en cuenta el relieve general de la quebrada se pueden distinguir dos sectores bien diferenciados. Aguas arriba del cerro Bola los numerosos arroyos tributarios han dado lugar a un relieve complejo surcado por pequeñas quebradas de fondo estrecho y laderas abruptas. Aguas abajo (hacia el sur) del cerro Bola, en cambio, la quebrada se ensancha notablemente. Hacia el este se desarrolla una amplia terraza aluvial de relieve muy uniforme. El arroyo circula casi toda la extensión de la quebrada por el

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FIGURA TRES Vista en perspectiva hacia el norte de la quebrada de Tebenquiche Chico. Se indican las localidades mencionadas en el texto. (La imagen de base fue tomada de Google Earth™).

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fondo de un profundo cañadón delimitado por empinadas barrancas. Este permanece adosado a la ladera oeste excepto por un corto tramo en el sector medio de la quebrada donde se aleja de ella dando lugar a la formación de una estrecha franja de terraza aluvial hacia el oeste. En el interior del cañadón se desarrolla un nivel inferior de terraza aluvial, que si bien no alcanza gran desarrollo, impone condiciones a la conducción del agua. Aunque el relieve es, en general, relativamente uniforme, a menor escala las barrancas del arroyo, los diferentes niveles de terrazas aluviales y una serie de pequeños cañadones o huaicos matizan tal uniformidad. He seleccionado para esta investigación un tramo de quebrada de Tebenquiche Chico de 3,62 km de longitud que se inicia en el Ojo Chico (3970 m snm) hasta su insumisión en la boca de la quebrada (3556 m snm). La superficie relevada equivale a 265,85 ha. ANTOFALLA La quebrada de Antofalla (Figura 4), recorrida por el arroyo homónimo, tiene una longitud de aproximadamente unos 18 km desde el manantial llamado Ojo Grande (4136 m snm), hasta su desembocadura en la orilla del salar de Antofalla, en el lugar llamado “Baja l’agua” (3331 m snm). Se extiende por una zona deprimida entre los imponentes complejos estratovolcánicos de Antofalla, al sur y Tebenquiche, al norte. En tal ubicación recoge agua de las dos vertientes, sumándose al cauce principal el agua procedente de los manantiales “Ojo Chico” (4084 m snm) y “Ojito de Encima de la Cuesta” (3688 m snm), en la margen izquierda y “Aguas calientes” (3931 m snm) en la margen derecha. El eje principal de la quebrada se orienta en dirección NO-SE, pero al describir una marcada curva al sur en su tramo medio adopta un recorrido sinuoso. Desde su nacimiento en Ojo Grande, hasta su desembocadura en Baja l’Agua, a una distancia de unos 21,22 km, el arroyo desciende unos 805 m. Esto significa una pendiente promedio de 3,79%, aunque la pendiente es variable, alcanzando, en sectores como La Cuesta, valores del 15%. La quebrada es estrecha a lo largo de su recorrido, aunque se ensancha levemente en el vallecito de Encima de la Cuesta y aguas abajo en la desembocadura donde se ubica el poblado de Antofalla. Encima de la Cuesta es un pequeño valle atravesado por el arroyo que ingresa a él por un angosto demarcado por abruptos riscos rocosos. Las laderas, si bien de pendiente más moderada que el resto de la quebrada, son de superficie irregular conformada por depósitos aluviales y eólicos intercalados con afloramientos de rocas volcánicas y plutónicas. El arroyo abandona el vallecito ingresando en otro angosto, no tan estrecho como el anterior. En ese punto comienza el sector denominado La Cuesta. Allí, el fondo de la quebrada cambia bruscamente la pendiente para descender 130 m en un recorrido de poco más de 800 m. La pendiente se suaviza marcadamente en Pie de la Cuesta, un sector comprendido entre La Cuesta y la desembocadura de la Quebrada Seca, un tributario de caudal ocasional. El tramo de la quebrada de Antofalla comprendido entre la desembocadura de la Quebrada Seca y el angosto aguas arriba de Encima de la Cuesta es uno de los sectores en los cuales concentré la atención en esta investigación. Poco antes de llegar al poblado de Antofalla, la quebrada, que hasta allí poseía un perfil estrecho y de laderas empinadas, comienza a ensancharse dando lugar a la for-

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FIGURA CUATRO Perspectiva de la quebrada de Antofalla vista hacia el noroeste. Se indican las localidades mencionadas en el texto. (La imagen de base fue tomada de Google Earth™).

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mación de un fondo relativamente plano formado por depósitos aluviales; en la desembocadura al salar de Antofalla alcanza ya los 620 m de ancho. Luego de la desembocadura de la quebrada, los sedimentos transportados por el arroyo formaron un gran cono aluvial denominado Campo de Antofalla. En general, la granulometría de los sedimentos superficiales del Campo de Antofalla es fina, aunque en pocos lugares hay depósitos de clastos algo más grandes. El relieve del cono aluvial es también muy uniforme, ambas características fueron aprovechadas por los campesinos locales para desarrollar sus espacios de cultivo. La quebrada de Antofalla, desde poco más arriba del poblado, y el Campo de Antofalla conforman otro sector donde focalizamos nuestra atención. El espacio intermedio entre ambos sectores de registro posee también evidencias de redes de riego antiguas pero resultan menos claras y continuas. La sumatoria de las superficies relevadas en ambos sectores de interés equivale a 327,07 ha. LOS PAISAJES AGRARIOS DE TEBENQUICHE CHICO Y ANTOFALLA Para satisfacer la propuesta metodológica que resumí unos párrafos atrás, gran parte del trabajo debía orientarse a la comprensión de la estructura espacial de las áreas de producción agrícola existentes en Tebenquiche Chico y Antofalla. Es decir, la definición de las redes de riego. Esta tarea tiene, sin embargo, cierto nivel de complejidad ya que la definición de los diseños de las redes de riego no es posible sólo mediante el registro de sus componentes, sino que también debe establecerse la vinculación funcional entre estos (Kirchner y Navarro 1996). Esta es una consideración metodológica fundamental que guió el trabajo de campo y gabinete. La reconstrucción teórica de las redes de riego requirió un cuidadoso y detallado relevamiento planialtimétrico de las estructuras arqueológicas. Sin embargo, dado el desigual estado de conservación y visibilidad de las estructuras de riego a lo largo del área bajo estudio, el relevamiento topográfico de aquellos sectores en los cuales los canales no eran visibles debió proceder con la misma calidad de observación que la aplicada en los sectores en los cuales los canales sí lo eran; atendiendo especialmente a las pendientes del terreno puesto que son la más importante vía para vincular aquellos segmentos de la red que aparecen desvinculados. Entonces, en términos de la práctica concreta tanto en el campo como en el gabinete, los distintos componentes de las redes de riego se presentan como un gigantesco rompecabezas cuyas piezas no coinciden exactamente. Debemos entonces arriesgar un diseño posible a modo de hipótesis y observar si este resulta confirmado por las evidencias materiales. En este juego de interpretación mediada por el cuerpo, los objetos y los instrumentos de relevamiento intervinieron activamente algunos jóvenes de la comunidad de Antofalla que escrutaron el terreno con sus conocimientos campesinos de manejo del agua y la tierra y beneficiaron enormemente la comprensión de los paisajes agrarios. Mediante esta metodología de campo y gabinete alcanzamos a relevar y definir 61 redes de riego en la quebrada de Antofalla, a las que se suman un gran número de redes de riego destinadas al cultivo de la vega, y otras 53 redes de riego en la quebrada de Tebenquiche Chico. La variedad de topografías sobre las cuales estas redes de riego fueron construidas tuvo como consecuencia que cada red de riego tenga una forma en planta particular. En

Representación esquemática de redes de riego con diseño centrífugo, a la derecha; y centrípeto, a la izquierda.

FIGURA CINCO

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mi tesis doctoral describí con detalle cada una de ellas. Aquí, introduciendo un grado de abstracción de las variaciones particulares puedo decir que las redes de riego del área de Antofalla adoptaron los dos diseños básicos representados en la (Figura 5) que, de acuerdo a la dirección hacia donde canalizan el agua en relación al acuífero, pueden ser caracterizados como centrífugos y centrípetos (Quesada 2006). Así, en las redes de riego de diseño centrípeto el agua tiende a regresar al acuífero en tanto que en las de diseños centrífugos tiende a alejarse de él. Uno y otro diseño se relacionan, en primera instancia, a topografías particulares. De tal modo, las redes de riego de diseño centrípeto suelen ser más comunes en el interior de las quebradas, y particularmente en sectores de pendientes fuertes en sentido transversal al arroyo. En Tebenquiche Chico las redes de riego centrípetas son las que irrigaban el sector alto, al norte del Cerro Bola y en la ladera occidental de la quebrada. En Antofalla, las redes de riego de Encima de la Cuesta, La Cuesta y Pie de la Cuesta son exclusivamente de este tipo. Pero en la desembocadura de la quebrada, en los alrededores del pueblo actual también existen redes de riego centrífugas estando las centrípetas construidas sobre ambas laderas. Las redes de riego de diseño centrífugo se asocian a relieves de pendientes más suaves en sentido paralelo al arroyo. De tal suerte, este tipo de red de riego fue la empleada para irrigar, en Tebenquiche Chico, la terraza aluvial superior al este del arroyo. Los sectores de escasa pendiente en la desembocadura de la quebrada de Antofalla y el Campo de Antofalla también fueron irrigados por redes de riego centrífugas. No es que las redes de riego centrípetas y centrífugas consistan en elecciones técnicas alternativas. Por el contrario, en muchos casos se trata de recursos técnicos complementarios en una misma red de riego. No es raro que distintas secciones de una misma red de riego alternen entre centrífugas y centrípetas de acuerdo a la topografía que atraviesan.

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TRANSFORMACIONES Estas redes de riego no corresponden al mismo momento histórico. Pero algunas de ellas sí pudieron ser contemporáneas conformando diversos paisajes agrarios a través del tiempo. Para caracterizar estos paisajes agrarios debí asignar cronología a las redes de riego. Los métodos de datación absoluta, que son las principales herramientas de asignación cronológica empleada por la arqueología, encuentran numerosas limitaciones en su aplicación a los espacios de cultivo. La principal de ellas es la dificultad de hallar muestras suficientemente confiables como para realizar el fechado. En esta investigación, la cronología de construcción y uso de las redes de riego fue establecida de acuerdo a la asociación de las estructuras agrícolas a otro tipo de artefactos que pudieran proveernos una asignación temporal. El principal de ellos es la cerámica. De tal modo, durante el relevamiento de las redes de riego recolecté fragmentos asociados a las estructuras de riego o de cultivo. En otros casos fue posible vincular las redes de riego a estructuras no agrícolas con cronología conocida ya por datación radiocarbónica, ya por categorías cerámicas presentes. Este método de cronología relativa consiste en asignar a la red de riego (o sección de la red de riego) la edad indicada por la categoría cerámica más temprana hallada en asociación. Sin embargo, puesto que las redes de riego pueden tener un período de vida útil muy prolongado, categorías cerámicas más tardías podrían indicar hasta cuándo fueron empleadas o si fueron reutilizadas. Para el período posterior a las guerras de independencia disponía de información documental y procedente de nuestros trabajos arqueológicos en el Trapiche de Antofalla y la instalación minera de Volcancito (Haber 1999, Haber et al. 2002 y Haber y Quesada 2004), activos a mediados del s. XIX. Para el siglo XX contaba con fotografías de Antofalla y Tebenquiche Chico tomadas por V. Weiser en 1923 y de Antofalla tomadas por L. Catalano poco tiempo después (Catalano 1930). Disponía también de las fotografías aéreas tomadas en el marco del Plan Cordillera Norte, que fue ejecutado por la Secretaría de Minería de la Nación entre 1966 y 1970. Esta secuencia fotográfica permitió elaborar una secuencia de construcción de espacios agrícolas a lo largo del siglo pasado, la cual fue confrontada y complementada con la historia oral de los comuneros de Antofalla. Resumiré la secuencia resultante de la siguiente manera: conocemos que, a partir de mediados del siglo III d.C., o quizá antes, y hasta los siglos VII u VIII, se construyó en Tebenquiche Chico un importante número de viviendas agrupadas en tres conjuntos, o aldeas, en los sectores alto, medio y bajo de la quebrada. Junto con las casas, se comenzó a confeccionar una larga serie de redes de irrigación que en conjunto alcanzaron a regar prácticamente todo el fondo de la quebrada y buena parte de las laderas, lo cual comprendió una superficie de aproximadamente 186 ha (Quesada et al. 2006). Es posible que aproximadamente a partir del siglo VIII d.C. los sectores alto y bajo de la quebrada de Tebenquiche Chico hayan quedado en desuso tanto para producción como para vivienda. Sin embargo, el sector medio permanece claramente ocupado hasta momentos próximos al siglo XII d.C., cuando son abandonados y no serán reocupados sino hasta el período colonial temprano o hispano-indígena de los siglos XVI y XVII. En este momento se reocupan casi todas las viviendas abandonadas desde comienzos del segundo milenio d.C. en los sectores medio y bajo de Tebenquiche Chico y se ponen en producción las secciones iniciales de las redes de riego vinculadas a estas. Tras ello, la

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quebrada sufre una nueva desocupación hasta mediados del siglo XX cuando se construyen una serie de pequeñas redes de riego que aún permanecen activas. En la quebrada de Antofalla también se verifica un momento de máxima expansión del espacio irrigado durante el primer milenio d.C. Tanto en Encima de la Cuesta, La Cuesta y Pie de la Cuesta, como en Antofalla se construyeron un importante número de redes de riego. También corresponde a este momento el amplio sector agrícola de Campo de Antofalla. Luego del siglo VIII se produjo en Encima de la Cuesta un incremento en la construcción de viviendas en sectores elevados en las laderas. En Pie de la Cuesta es posible notar la ampliación del número de viviendas, pero no hay evidencias claras de un proceso similar en cuanto al espacio agrícola. Por su parte, el registro de Antofalla no proporcionó indicios de cambios marcados en los espacios de vivienda, ni en los espacios de cultivo en relación a momentos anteriores al siglo VIII. Durante el período Tardío o de Desarrollos Regionales (siglos X a XV) se nota una marcada reducción del paisaje agrario. En Encima de la Cuesta sólo un pequeño sector permanece bajo cultivo al tiempo que La Cuesta y Pie de la Cuesta son desocupados. En Antofalla quedan en desuso las extensas redes de riego de Campo de Antofalla y las ubicadas en el fondo de la quebrada, permaneciendo ocupados algunos núcleos residenciales y redes de riego en las laderas este y oeste. Durante el período Inca se nota el comienzo de un leve proceso expansivo. Todas las viviendas que registran ocupación durante el Tardío/Desarrollos Regionales continúan ocupadas. Pero además, en Antofalla, se reocupan algunas viviendas del sector de la ladera este que habían permanecido abandonados desde alrededor el siglo XII, que a su vez permanecen ocupadas durante el colonial temprano, momento en que se agrega una pequeña red de riego en la ladera este. Durante el siglo XVIII y quizá la primera mitad del XIX se verifica un nuevo proceso de retracción del paisaje agrario. El pequeño valle de Encima de la Cuesta, que había estado poblado y bajo cultivo desde comienzos del primer milenio, es por primera vez abandonado. La población se concentra en Antofalla, más precisamente en la desembocadura de la quebrada. Finalmente, desde mediados del siglo XIX comienza un nuevo proceso de expansión agrícola a partir de la instalación del trapiche de Antofalla y un potrero poco más al sur. Este proceso continúa hasta la actualidad con la reocupación de Encima de la Cuesta y Pie de la Cuesta. Para resumir la secuencia podemos decir que el paisaje agrícola en el área de Antofalla alcanzó su máxima expansión en algún momento del primer milenio d.C., probablemente antes del siglo VIII. Los períodos Tardío e Inka corresponden a un momento de fuerte retracción del espacio irrigado. Durante el colonial temprano se verifica una marcada recuperación agrícola y demográfica. En el siglo XVIII y posiblemente los comienzos del XIX el espacio agrícola sufre un nuevo proceso de retracción alcanzando sus niveles más bajos. Finalmente, desde mediados del siglo XIX se nota un progresivo aumento de la superficie de cultivo que indica un periodo de expansión que dura hasta el día de hoy.

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CONTINUIDADES Ahora bien, la secuencia de ocupación-desocupación que acabo de presentar, si bien informa acerca de tendencias de largo plazo de los paisajes agrarios, nos deja aún lejos de los contextos de la práctica del trabajo agrícola, que es donde creo que debemos buscar aquellos elementos que nos informen de las relaciones sociales de producción. Pero podemos de todos modos aproximarnos a estos procesos de trabajo desde el análisis del diseño de las redes de riego. Presenté algunos aspectos de lo que sigue en un trabajo anterior (Quesada 2006), pero el avance de la investigación me permitirá aquí retomar esta discusión con más detalle, incluir la quebrada de Antofalla y considerar períodos históricos distintos al Formativo. En primer lugar, explorando las posibles formas de expansión del espacio agrícola, debemos notar que la gran cantidad de redes de riego informan de un espacio agrícola altamente segmentado en redes de riego independientes. En su momento de máxima expansión, en algún momento quizá a mediados del primer milenio pudieron estar en uso al menos 79. Esto indica que el paisaje agrario se amplió mediante la agregación de

FIGURA SEIS Esquema hipotético de crecimiento modular mediante la agregación de redes de riego.

redes de riego. En tal caso tendríamos identificado un primer proceso de ampliación que es la agregación de redes de riego (Figura 6). La extensión de las redes de riego es verdaderamente variable con superficies que fluctúan entre unos pocos metros cuadrados hasta algo más de 60 has. Establecer correlaciones entre el tamaño de la red de riego y la unidad social que se ocupaba de ella, como suele hacerse desde el modelo neoevolucionista nos pondría, sin embargo, en una perspectiva engañosa pues es posible identificar un segundo proceso de crecimiento modular. Independientemente de la extensión total de cada red de riego, en ningún caso el canal principal recorre una gran longitud sin que de él se desprenda una derivación secundaria para irrigar un conjunto de parcelas. De este modo, cada red pudo haber incrementado secuencialmente su perímetro de riego por medio de una corta prolongación del canal principal y una derivación secundaria (Figura 7). Se trata de un proceso de crecimiento mediante la agregación de módulos funcionales mínimos. Cada uno de estos módulos agregados pudo estar disponible para su cultivo en un plazo de tiempo corto, quizá una temporada anual de cultivo. He medido el tamaño de

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FIGURA SIETE Esquema hipotético de crecimiento modular mediante la agregación de unidades funcionales mínimas.

estos módulos, tanto de la longitud de los canales como de la superficie agregada en cada evento constructivo y he encontrado que esos tamaños son por lo general menores que las que realizan las unidades domésticas actuales5 y por lo tanto que pudo no haber excedido las posibilidades de organización y movilización de fuerza de trabajo familiar. Aún cuando es posible que existieran formas de trabajo corporativo que hayan involucrado a grandes grupos de trabajadores coordinados a nivel supradoméstico, no es necesario postular su existencia para explicar el paisaje agrícola de Tebenquiche Chico y Antofalla. Sin embargo, queda por demostrar que las redes de riego con diseño modular efectivamente fueron construidas de forma paulatina y no mediante un único evento constructivo. Para ello resultó útil intentar reconstruir la secuencia constructiva de algunas redes de riego según las relaciones de superposición que pueden ser observadas y otras características de sus diseños. El sector del Campo de Antofalla fue particularmente interesante no sólo por la buena visibilidad de las estructuras agrícolas, sino también porque a primera vista se presentaba como un parcelamiento sumamente regular. Ello invitaba a considerarlo como la realización práctica de un diseño elaborado previamente, más propio de un evento único de construcción con una coordinación centralizada del trabajo que de pequeños eventos constructivos, en muchos casos desvinculados unos de otros y dispersos en un largo período. Sin embargo, fue posible notar que la primera red de riego construida fue la 54 que se expandió no sólo me-

Secuencia hipotética de expansión del paisaje agrícola en el Campo de Antofalla

FIGURA OCHO

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diante la prolongación del canal principal, sino mediante la prolongación de sus canales secundarios motivo por el cual estos alcanzaron una gran longitud (Figura 8a). Posteriormente se agregaron las redes de riego inferiores, cuyos canales principales intersectaron los canales secundarios de la 54 incorporándolos y, eventualmente, agregando algún otro en una posición intermedia a los ya existentes (Figura 8b). Al parecer esto sucedió antes de que la red de riego 54 alcanzara su máxima extensión, ya que los canales secundarios de esta red ubicados más al este, no suelen coincidir con los de las redes inferiores. Lo mismo sucede con las demás redes de riego que se ubican más abajo, lo que sugiere que a partir de ese momento las redes de riego se expandieron de forma independiente (Figura 8c). La secuencia presentada es de carácter hipotético. No podría asegurar, por ejemplo, si las redes de riego construidas más abajo de la 54 fueron agregadas simultáneamente. Pero algunos indicios podrían indicar que no se expandieron a la misma velocidad. Podemos observar esto en el siguiente caso. Al parecer las redes de riego 58 y 59 se expandieron hasta determinado punto sin que hubiera superposiciones entre ellas (Figura 9a). Sin embargo, el crecimiento de la red de riego 59 se detuvo y a partir de allí se pro-

FIGURA NUEVE Secuencia hipotética de expansión de las redes de riego 58, 59 y 60 de Antofalla.

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longaron los canales secundarios de la red 58 para irrigar el sector que hubiera quedado en el perímetro de riego de la 59 si esta hubiera continuado expandiéndose (Figura 9b). Estos canales secundarios muy prolongados fueron luego intersectados por el canal principal de la red de riego 60, que cambia bruscamente su trazado disminuyendo la pendiente para avanzar sobre el terreno no aprovechado por la red de riego 59, incorporando de esa forma los extremos distales de esos canales secundarios (Figura 9c). Luego las redes de riego 58 y 60 continuaron ampliándose sin volver a contactarse (Figura 9d). Esta secuencia constructiva con discontinuidades, cambios de dirección y de pendiente de canales principales, intersecciones de canales principales y secundarios y superposiciones de perímetros de riego, no condice con un único proceso constructivo planificado y coordinado centralmente. Por el contrario, en algunos casos evidencia detenciones del proceso constructivo, diferentes ritmos de crecimiento en otros y seguramente numerosas instancias de conflicto y negociación entre los usuarios de las redes de riego. Estas situaciones son más fácilmente observables en el Campo de Antofalla, pero también están presentes en las relaciones entre algunas redes de riego de Tebenquiche Chico. Por otro lado, el diseño modular de las redes de riego se mantuvo a lo largo del tiempo y conocemos que las redes de riego recientes, aún en uso, se ampliaron mediante el proceso de agregación de pequeños módulos indicando que la mecánica del proceso de expansión del paisaje agrícola se mantuvo en el tiempo. ¿Qué implicancias tiene una y otra forma de ampliación del paisaje agrícola en relación a la gestión del riego? Si bien tanto el proceso de crecimiento de las redes de riego como el de agregación de redes de riego pudo proceder en la práctica a través de la construcción de uno, o unos pocos pequeños módulos mínimos, las consecuencias de uno y otro proceso son diferentes. En tanto que cada módulo mínimo agregado a una red de riego es necesariamente dependiente de eventos constructivos anteriores, no sucede lo mismo con la agregación de las redes de riego que son funcionalmente independientes de otras redes de riego. Esto significa que los procesos de crecimiento de las redes de riego favorecen la centralización técnica, en tanto que los procesos de agregación de redes de riego favorecen la descentralización puesto que implican una segmentación del espacio en unidades productivas funcionalmente autónomas. Esto no es una mera abstracción analítica, sino un principio que los comuneros de Antofalla conocen y tienen en consideración al momento de definir sus estrategias de producción. En la historia de los paisajes agrarios de Antofalla coexistieron ambos procesos, y aún lo hacen. A lo largo del siglo XX y lo que va del presente, se produjo un proceso de expansión del espacio agrícola que comenzó con la ampliación de la red de riego 42 a partir de las instalaciones del Trapiche de Antofalla. De tal modo, la red de riego 42 integró funcionalmente mayor cantidad de dispositivos y espacios agrícolas volviéndose progresivamente más centralizada (Figura 10). Hasta la década de 1960 sólo tres familias usufructuaban la red de riego 42. Cuando los hijos de estas familias formaron sus propios hogares se incrementó el número de unidades domésticas que requerían de agua para sus cultivos. Una consecuencia de este proceso demográfico fue que los turnos de riego rotativos se hicieron más espaciados. Debido al sistema de reparto del agua, algunas familias quedaron en posición desventajosa en relación a otras y en general todas se quejan de

Áreas agrícolas irrigadas por la red de riego 42 de Antofalla en torno al poblado actual. Fotografía de Enrique Moreno.

FIGURA DIEZ

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la lenta cadencia de los turnos de riego. Una estrategia empleada por estas familias para mejorar sus condiciones de acceso al agua fue construir y cultivar una serie de otras redes de riego río arriba por la quebrada de Antofalla y en Tebenquiche Chico, y también en otras quebradas del salar, algunas bastante alejadas. Todas estas redes se encuentran técnicamente desvinculadas entre sí y, claro está, de la red de riego 42, conformando un complejo altamente descentralizado. Todos los campesinos coinciden en que de esa forma ganan autonomía en cuanto a la frecuencia del riego. En tanto que en la red de riego 42 el acceso al agua de cada unidad doméstica se encuentra altamente restringido por el sistema de turnos, en las otras redes de riego se practica la“toma libre”donde el campesino accede a voluntad al agua. Al parecer, a lo largo de la historia de Antofalla y Tebenquiche Chico existió una marcada tendencia a limitar el grado de centralización del paisaje agrario, manteniendo siempre un alto grado de segmentación técnica del espacio agrícola.Ya vimos como durante el primer milenio en el Campo de Antofalla se produjo un proceso de fragmentación de la extensa red de riego 54 en varias redes de riego pasando así de una red centralizada a un complejo descentralizado. La ocupación agrícola de los demás sectores de la quebrada de Antofalla durante el primer milenio aparecen desde el principio como complejos descentralizados. También el paisaje agrario de los períodos Tardío, Inka, Colonial y Republicano hasta mediados del siglo XIX, parece ser mejor conceptualizado como un complejo descentralizado. En Tebenquiche Chico ninguna red de riego alcanzó a integrar funcionalmente superficies tan extensas como la de la red de riego 54 ni las demás redes contemporáneas del Campo de Antofalla. Aunque menos nítidamente, pueden observarse en Tebenquiche Chico algunos casos en los cuales parte de la superficie irrigada por una red de riego fue capturada por otra red de riego mediante la construcción de un canal principal. Tal es el caso de la red de riego 6 que incorporó a su infraestructura los extremos inferiores de los canales secundarios

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de la red de riego 7 y parte de la superficie que esta irrigaba. El mismo proceso es visible en el caso de las redes de riego 49 y 51. Con todo, el proceso de descentralización en Tebenquiche Chico parece ser, entonces, menos intenso, probablemente porque el espacio agrícola se presenta allí como un complejo descentralizado desde el inicio mismo de la ocupación. La autonomía en el acceso al agua implicada en la autonomía en el uso de los dispositivos de riego es algo deseado por las familias campesinas de Antofalla y si la segmentación técnica del espacio agrícola es expresión de esa apropiación doméstica, entonces podemos aceptar que la marcada descentralización de los paisajes agrarios de Antofalla y Tebenquiche Chico podría ser la expresión de la baja escala de las unidades sociales de apropiación de la tierra. También podría ser posible interpretar la fuerte vinculación espacial de las unidades de viviendas individuales con las redes de riego como otra forma de expresión de esta apropiación doméstica. Tanto en Tebenquiche Chico como en Antofalla es posible notar el predominio de una modalidad de asentamiento donde a cada casa se asocia una red de riego estando la casa frecuentemente a pocos metros del trazado del canal principal de la respectiva red. Esta modalidad, que llamé A para distinguirla de otras modalidades de vinculación entre casas y redes de riego (B, C y D), es holgadamente preponderante a lo largo de todos los períodos considerados en esta investigación (ver el otro trabajo de mi autoría publicado en este volumen para un desarrollo más extenso de este argumento). Ahora bien, aunque la escala de los agregados modulares es ciertamente modesta, el resultado final de tales agregados conformó, tanto en Antofalla como en Tebenquiche Chico, complejos hidráulicos de dimensiones notables y, en apariencia, desproporcionados en relación a la escala doméstica que estamos sosteniendo como principal escala de gestión. Esta apariencia se agudiza entre los siglos II y XII, cuando el paisaje agrícola alcanza su máxima expansión. Tal situación podría hacernos pensar que en algún momento el tamaño alcanzado por el espacio irrigado habría superado las posibilidades de gestión y control de las unidades domésticas. Sin embargo, es posible sostener para este mismo período la existencia de una combinación de regímenes intensivo y extensivo organizado espacialmente como el cultivo a modo de huerta de las parcelas con pared de piedra, bien niveladas y despedradas en proximidades de las casas y el cultivo bajo un sistema de barbecho sectorial de otras parcelas sin pared, estas con menor inversión de trabajo en su preparación, en sectores más alejados, dentro de la misma red de riego y en otras redes de riego. La marcadamente mayor cantidad de fragmentos de hojas líticas de palas en las parcelas próximas a la casas podría indicar que estar fueron cultivadas más intensamente. De modo que en cada ciclo anual se activaban pequeñas secciones de los complejos hidráulicos, permaneciendo inactiva la mayor parte de los mismos. De ser así, la escala de la superficie irrigada y la porción de red o redes de riego que cada unidad doméstica puso en uso y debió mantener en un momento determinado era sólo una fracción de la totalidad de la superficie con posibilidades de riego y de la extensión total de los canales existentes. Esta forma de estructuración espacio-temporal del ciclo agrícola no tiene correlatos en períodos posteriores, sino hasta mediados del siglo XIX, pero con diferencias notables. En los períodos Tardío, Inca y Colonial el paisaje agrario del área de Antofalla sufre

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cambios notables, no sólo por la marcada reducción de la superficie agrícola, sino porque desaparece la distinción entre las categorías de parcelamiento que tan claramente daban forma y temporalidad a la agricultura del primer milenio. Parece desaparecer el espacio de menor intensidad agrícola, y el cultivo en estos períodos queda confinado a las áreas adyacentes a las casas. Sólo son puestas en producción las parcelas con pared de piedra cuando ya predataban del primer milenio d.C., como en algunas redes de riego de Encima de la Cuesta, que permanecieron en uso durante el período Tardío hasta el Colonial temprano, o las parcelas próximas a las casas de Tebenquiche Chico, reutilizadas durante el período Colonial temprano. En las redes de riego que fueron construidas durante estos períodos no suele emplearse esta técnica constructiva, sin embargo, las parcelas aparecen bien elaboradas, o al menos cuidadosamente despedradas. El reducido tamaño de las redes de riego o espacios destinados al cultivo, podría indicar que las parcelas eran cultivadas con bastante continuidad, o al menos con cortos períodos de descanso. Al parecer, entre los siglos XIII y mediados del XIX, el ciclo agrario de los campesinos de Antofalla y Tebenquiche Chico, sólo involucró el cultivo a modo de huerta de las parcelas próximas a las casas mediante la reactivación de viejas parcelas con pared de piedra o la construcción de nuevas, estas sin pared, pero cuidadosamente despedradas. El cultivo extensivo vuelve a ser puesto en práctica recién a partir de mediados del siglo XIX con la introducción de la Alfalfa en el marco de un breve período de vinculación de la Puna de Atacama a las redes de circulación mercantil, combinado, entonces, con los regímenes más intensivos de los cultivos chicos (maíz, papas, habas, etc.) y la hortaliza (huertos próximos a las casas donde se cultiva principalmente verduras de hoja y flores). Hasta hoy estas categorías agrícolas son gestionadas a nivel familiar. Esta baja escala de gestión es también posible debido al establecimiento de un calendario agrícola escalonado y flexible, que distribuye en el tiempo los momentos de mayor inversión de trabajo, principalmente la siembra y la cosecha, con lo cual se disminuye las probabilidades de que en un momento en particular se concentren las actividades agrícolas superando la fuerza de trabajo y la capacidad de organización familiar. Conocemos que el calendario vigente en la actualidad en Antofalla tiene estas características, pero muy poco sabemos de los empleados en la antigüedad. Sin embargo, se está recuperando cada vez más evidencia que sugiere, en contra de lo que generalmente se sostiene, que la agricultura puneña pudo, en tiempos prehispánicos, involucrar una importante variedad de cultígenos (Babot 2004; Oliszewski y Olivera 2009), lo cual es requisito para una programación laboral como la actual. Esto quiere decir que también en el pasado se pudo haber implementado calendarios agrícolas escalonados y flexibles capaces de distribuir el trabajo en el tiempo. CONCLUSIONES El análisis del diseño de las redes de riego permitió identificar una serie de elementos constitutivos del paisaje agrario que ponen de manifiesto que las familias, como unidades de producción, pudieron mantener un elevado grado de autonomía en relación a la gestión de los espacios de cultivo. La marcada segmentación del paisaje agrícola en unidades técnicamente independientes, la diseminación de los procesos de trabajo en el espacio y en el tiempo mediante formas de expansión modular del espacio de cultivo, la combinación

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de regímenes de cultivo intensivos y extensivos, calendarios agrícolas escalonados y flexibles, fueron parte de las estrategias mediante las cuales esa autonomía fue posible. En el largo término, las familias campesinas de Antofalla, articularon hábilmente sus economías domésticas con sus propias condiciones comunales y con entidades políticas y económicas extrapuneñas a lo largo de la historia. De ese modo mantuvieron casi permanentemente la autonomía de gestión y un margen de negociación, al tiempo que se vinculaban ventajosamente (o menos desventajosamente) a las nuevas estructuras políticas y económicas que tomaban forma más allá y a través del desierto. La tecnología agrícola no fue ajena a este proceso, por el contrario, fue parte importante de las estrategias sociales desarrolladas por los campesinos locales para mantener el control sobre los procesos productivos. A lo largo de la historia de los dos últimos milenios se produjeron, en ocasiones, marcadas modificaciones en los paisajes agrarios del área de Antofalla que serían la expresión espacial de correspondientes cambios en los procesos de trabajo agrícolas. Pero lo destacable es que en el marco de procesos de expansión y retracción del paisaje agrícola, de cambios en las intensidades del cultivo, de introducción de nuevas técnicas, herramientas y cultígenos, la gestión de la tecnología agrícola se mantuvo siempre a muy baja escala. En ningún momento de la historia abordada en esta investigación se advierte que la tecnología agrícola y su empleo o administración hayan superado las posibilidades de las unidades domésticas o, en algunos aspectos, la comunidad local. La vinculación de las familias campesinas del área de Antofalla con entidades políticas poderosas - señoríos extrapuneños, el imperio Inca, la economía mercantil colonial y de épocas republicanas tempranas, las empresas que dieron forma al ciclo minero de la plata en la Puna de Atacama a mediados del siglo XIX entre otras-, no significó la resignación de la autonomía sobre la producción agrícola, como predicen, en cambio, los modelos teóricos neo-evolucionista y de los enclaves. Sin embargo, muy poco de esto puede ser observado por fuera de las prácticas campesinas y en particular de los procesos de trabajo agrícola, donde las agencias de las diversas entidades y escalas sociales se cruzan, niegan y reproducen. Por esa senda nos lleva el análisis del diseño de las redes de riego. Prestando atención a los contextos de la práctica, los campesinos puneños dejan de ser un mero telón de fondo sobre el cual el poder deja su impronta para transformarse en protagonistas de la historia. Tal vez así, podamos ver la infinidad de matices que las estrategias locales de reproducción social superponen al panorama uniforme de la historia regional que la arqueología, la antropología y la historia han modelado, imagen en la cual sólo las entidades políticas extrapuneñas (señoríos, estados, imperios) son representadas. AGRADECIMIENTOS Muchas personas e instituciones apoyaron de distinta manera la investigación de los paisajes agrarios del área de Antofalla. Quiero agradecer especialmente a Alejandro Haber y Gustavo Politis, Director y Codirector de tesis. Durante los cuatro años que duró la elaboración de la tesis gocé de una beca doctoral otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas con lugar de trabajo en la Escuela de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca. La investigación se desarrolló en el marco de los Proyectos de Investigación Estudio Arqueoló-

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gico de los Límites Agrícolas de los Oasis de Antofalla (SECyT - UNCa), PICT 2002 Arqueología e Historia de la Puna de Atacama (ANPCyT), dirigidos por A. Haber; y Paisajes Agrarios en el Área de Antofalla. Procesos de Trabajo y Escalas Sociales de la Producción Agrícola (SECyT - UNCa) dirigido por mi. Pablo Aroca, Luciana Carunchio, Ulises Coria, Leandro D´Amore, Marcos Gastaldi, Gabriela González, Gabriela Granizo, Carolina Lema, Mabel Mamani, Soledad Meléndez, Fernanda Minotto, Enrique Moreno, Claudio Revuelta, David Rosetto, Natalia Sentinelli y Ana Vargas participaron en los trabajos de campo que produjeron la información presentada aquí. Agradezco enormemente el esfuerzo y la buena voluntad que pusieron para llevar adelante el trabajo y los enriquecedores diálogos que mantuvimos en el campo. También participaron Miguel, Olguita, Zulema e Isidro Ramos y Javier Alancay de la Comunidad de Antofalla. Los menciono aparte para destacar lo importante que resultó su mirada campesina para la comprensión de los paisajes agrarios. Agradezco también a Mariana Maloberti por ocuparse de revisar el borrador final. Este artículo debe su existencia a la amable insistencia e infinita paciencia de Alejandra Korstanje. Las interpretaciones vertidas en este trabajo son de mi exclusiva responsabilidad I

// ANEXO 01 // ESTRUCTURA DEL MANUSCRITO ORIGINAL DE LA TESIS DOCTORAL: PAISAJES AGRARIOS DEL ÁREA DE ANTOFALLA. PROCESOS DE TRABAJO Y ESCALAS SOCIALES DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA. (PRIMER Y SEGUNDO MILENIOS D.C.). CAPÍTULO I // PLANTEO DEL PROBLEMA // págs. 7-24 Modelos teóricos. El modelo evolucionista. El modelo neo-evolucionista. El modelo de los enclaves. ¿Cómo se miden las variables relevantes? Apuntes para una arqueología del campesinado. CAPÍTULO II // EL DISEÑO DE LAS REDES DE RIEGO // págs. 25-38 Fuerza de trabajo. Relaciones de propiedad. Objetivos de producción. La estructura espacial y temporal de las prácticas agrícolas. CAPÍTULO III // METODOS Y TÉCNICAS DE REGISTRO DE CAMPO Y GABINETE // págs. 39-52 El Relevamiento del Sitio, el sitio del relevamiento CAPÍTULO IV // EL AMBIENTE A ESCALA REGIONAL Y LOCAL // págs. 53-70 El Ambiente a escala regional. El ambiente a escala local. Paleoambiente. ENSO (Oscilación Meridional El Niño). Geología y geomorfología. CAPÍTULO V // COMPONENTES DE LAS REDES DE RIEGO // págs. 71-90 CAPÍTULO VI // REDES DE RIEGO DE TEBENQUICHE CHICO // págs. 91-216 Redes de riego de Tebenquiche Chico CAPÍTULO VII // REDES DE RIEGO DE ANTOFALLA // págs. 217-334 Redes de riego de antofalla. Riego de la vega

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CAPÍTULO VIII // LOS PAISAJES AGRARIOS DEL ÁREA DE ANTOFALLA // págs. 335-384 Cronología de las redes de rego. Tebenquiche chico. Encima de la cuesta, La cuesta y pie de la cuesta. Antofalla. Relatos de viajes, fotografías y tradición Oral. Los paisajes agrarios del area de Antofalla. CAPÍTULO IX // EL DISEÑO DE LAS REDES DE RIEGO Y LAS ESCALAS SOCIALES DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA // págs. 385-444 Expansión del paisaje agrario. Centralización de la gestión del riego. Casas, aldeas y canales. Práctica y representación. Herramientas y materiales agrícolas. Estructura del ciclo agrícola. Regímenes de cultivo. Calendario agrícola. Relaciones de producción extrafamiliares. CAPÍTULO X // EL PAISAJE AGRARIO EN EL LARGO TÉRMINO Y LA ARTICULACIÓN REGIONAL // págs. 445-470 Complejidad. Señoríos e imperios. La frontera. Los potreros y la articulación colonial. La expansión de las relaciones capitalistas. La minería de la plata en el área de Antofalla. Alfa. CONCLUSIÓN // págs. 471-474

NOTAS: Paisajes Agrarios en la Puna de Atacama. Procesos de Trabajo y Escalas Sociales de la Producción agrícola (primer y segundo milenios d.C.). 2 Aunque siempre estuve tentado a creer que cuando Weiser expresaba en su libreta de campo que “Tebenquicho Grande y Chico valen según mi opinión, de ser estudiados más prolijio” lo hacía pensando también en las estructuras de cultivo que tenía ante su vista. Pero eso no es más que una conjetura. 1

3

Se trata del trabajo ya citado publicado en 1955. “Toda producción es apropiación de la naturaleza por parte del individuo en el seno y por intermedio de un forma de sociedad determinada” (Marx 1984 [1857]). 5 Aunque son datos muy valiosos, sería muy largo detallar aquí los resultados de la medición de la productividad del trabajo de las unidades domésticas campesinas actuales que sirvió como valor de referencia para interpretar la escala de equivalentes arqueológicos. 4

REFERENCIAS CITADAS: Albeck, M. E. 1993 Contribución al estudio de los sistemas agrícolas prehispánicos de Casabindo (Puna de Jujuy). Tesis Doctoral inédita. Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata, La Plata. Argerich, F. R. 1976. Fisiografía de la Provincia de Catamarca. Dirección Provincial de Cultura, Catamarca. Babot, M. del P. 2004. Tecnología y utilización de artefactos de molienda en el Noroeste prehispánico. Tesis Doctoral inédita. Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán. Barceló, M. 1996. Saber lo que es un espacio hidráulico y lo que no es o al-Andalus y los feudales. En El agua que no duerme. Fundamentos de la arqueología hidráulica andalusí, editado por M. Barceló, H. Kirchner y C. Navarro, pp. 75-88. Sierra Nevada 95/El legado andalusí, Granada. Bender, B. 2002: Time and Landscape. Current Anthropology 43 (Supplement): 103-112. Catalano, L. 1930. Puna de Atacama (Territorio de los Andes). Reseña geológica y geográfica. Universidad Nacional del Litoral. Escola, P., A. Nasti, J. Reales y D. Olivera. 1993. Prospecciones arqueológicas en las quebradas de la margen occidental del salar de Antofalla, Catamarca (Puna Meridional Argentina): resultados preliminares. Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano 14:171-189. Haber, A. 1999. Informe de impacto arqueológico de la fase de exploración (plan de perforación) del Área de reserva minera Antofalla Este. Secretaría de Ciencia y Tecnología, Universidad Nacional de Catamarca. Catamarca.

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04 AGRICULTURA, AMBIENTE Y SUSTENTABILIDAD AGRÍCOLA EN EL DESIERTO: EL CASO ANTOFAGASTA DE LA SIERRA (PUNA ARGENTINA, 26ºS) PABLO TCHILINGUIRIAN1 Y DANIEL E. OLIVERA2 1 CONICET - Instituto Nacional de Antropologia y Pensamiento Latinoamericano (INAPL). Universidad de Buenos Aires. [email protected] 2 CONICET - Instituto Nacional de Antropologia y Pensamiento Latinoamericano (INAPL). Universidad de Buenos Aires. [email protected]

agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 105

INTRODUCCIÓN El presente trabajo tiene como objetivo describir y evaluar los aspectos del medio ambiente actual y pasado en relación con la ocupación cultural, especialmente referida a las actividades agrícolas en la cuenca del río Punilla, Departamento de Antofagasta de la Sierra, Catamarca (26º S, 67.5º O). Los resultados del trabajo indican la existencia de alrededor de 560 Ha de cultivo irrigados por una compleja red de canales de riego que fueron construidos en diferentes sectores de la cuenca. Las reservas hídricas actuales permiten un riego potencial de 630 ha, sin embargo los cultivos actuales cubren 80 ha, es decir que se utiliza el 14% del terreno ocupado por los sistemas arqueológicos. Nuestro interés es analizar el posible funcionamiento de los antiguos sistemas agrícolas, su filiación cronológico-cultural y si el abandono de los campos arqueológicos estuvo asociado a un cambio en las reservas hídricas, relacionado a la evolución climática, o a eventos del proceso histórico-social de la región. Finalmente, realizamos algunas observaciones sobre el posible impacto que tiene en el ambiente la agricultura practicada en el desierto. ÁREA DE ESTUDIO Los campos de cultivo arqueológicos se ubican en las cercanías de la localidad de Antofagasta de la Sierra (3800 m), situada en la Puna Austral Argentina (26ºS, 67.5ºW). Se identificaron seis conjuntos de campos de cultivo arqueológicos: Fondo de Cuenca (Bajo del Coypar), Campo Cortaderas, Corral Grande, Punta Calalaste, Miriguaca, Paicuqui - Curuto, Las Pitas (Figura 1).

FIGURA UNO

ÁREAS DE CULTIVO ARQUEOLÓGICAS, HISTÓRICAS Y ACTUALES. 1) Fondo de Cuenca (Bajo del Coypar) 2) Campo Cortaderas 3) Corral Grande 4) Punta Calalaste 5) Miriguaca 6) Paicuqui-Curuto 7) Las Pitas

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MÉTODO DE TRABAJO El desarrollo del presente estudio consistió en varias etapas. En primer lugar se identificaron y cartografiaron los campos de cultivo y canales de riego arqueológicos a partir de la interpretación de imágenes satelitales a escala 1: 2000 y 1: 5000. Posteriormente se realizó el reconocimiento en el campo con el fin de comprobar el mapeo previamente efectuado. En los sitios arqueológicos estudiados se registraron: 1) la superficie cubierta con campos, 2) la longitud total de canales de riego troncal, 3) la distancia máxima entre los campos y el punto de toma de agua, 5) el tamaño promedio de los campos, 6) los tipos de muros de los campos 7) el sistema fluvial donde se ubica la toma de agua , 8) la distancia del sitio considerado hasta el fondo de cuenca, 9) el tipo de paisaje en donde se ubican los sistemas de cultivo. Los datos climáticos se obtuvieron de la estación meteorológica Antofagasta de la Sierra durante el período 1999-2006 que es operada por la Dirección de Ganadería de la Provincia de Catamarca. Para ese período se obtuvieron registros diarios de temperatura máxima, mínima y media y de precipitación. Los valores de evapotraspiración se calcularon a partir del método de Thornwaite (1948). Con el fin de caracterizar a los recursos hídricos se midió la profundidad de la capa freática del río Punilla en el período 1999-2006. La medición se efectuó aproximadamente cada 15 días por personal de la Dirección de Ganadería en un freatímetro de 3 m de profundidad y de 5 cm de diámetro ubicado a 50 m de las oficinas de la institución. En el verano del año 2001 se tomaron medidas de los caudales en los ríos a partir de datos de velocidad y secciones transversales medidas con nivel topográfico. Se realizó un muestreo en ríos con dos alícuotas: una para el análisis químico y otra para los análisis isotópicos. Los análisis químicos se efectuaron la Facultad de Agronomía de UNC por técnicas convencionales (Tchilinguirian y Olivera 1999). La evaluación de la calidad química del agua de riego se basó en los métodos definidos por el Handbook Agriculture del U.S. Department of Agriculture (U.S. Salinity Laboratory Staff 1994) y en los estudios efectuados en zonas áridas de la provincia de Mendoza (Avellaneda et al. 2004). Se utilizaron como indicadores de calidad de riego al pH, la conductividad y la relación de absorción de sodio (RAS). Se analizaron 2H, 18O y 3H en el río Los Colorados (26.031ºS, -67,448ºW, 3421 m) y Las Pitas (26,028ºS, 67.343ºW, 3581 m) con el objetivo de determinar el origen, altitud y edad de la recarga. Los análisis de isótopos estables fueron realizados en los laboratorios del INGEIS siguiendo las técnicas de Coleman et al. 1982 (Tchilinguirian y Olivera 1999) y Panarello y Parica (1984) para 2H y 18O, respectivamente. El volumen de agua necesario para riego y para el crecimiento de cultivos se controló a partir de parcelas de cultivo de alfalfa efectuadas en el fondo de cuenca por pobladores locales. La evolución paleohidrológica de la cuenca del río Punilla se determinó a partir de estudios geológicos efectuados en depósitos de edad holocena tardía de los diferentes ambientes fluviales de las cuencas de drenaje y lagunas (Tchilinguirian y Olivera 2005a, 2005b, 2009, Tchilinguirian et al. 2008). En los diferentes sondeos se describieron las capas sedimentarias según color, espesor, granulometría, estructuras sedimentarias y las características paleopedológicas. Se describieron los suelos y las tierras según su capacidad de uso para fines agrícolas en base a criterios establecidos por la FAO (1985) y de los autores (Olivera y Tchi-

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linguirian 2000). Las propiedades del suelo seleccionadas fueron aquellas que ejercen influencia en los cultivos como la textura, estructura, estabilidad estructural, infiltración, condiciones de drenaje natural, capacidad de retención del agua disponible, contenido de carbonato de calcio, yeso, sales y pH (Tchilinguirian y Olivera 1999). EL CONTEXTO AMBIENTAL PARA EL CULTIVO Clima El contexto ambiental para el cultivo que tiene una región está determinada por varios factores fundamentales: el clima, el agua (disponibilidad, calidad química) y el suelo. Estos factores están ligados al tipo de cultígeno y el contexto cultural. La región tiene precipitaciones medias anuales inferiores a los 130 mm/año. El 97% de la precipitación ocurre en los meses de verano (diciembre-marzo) y el 3% restante en invierno (Figura 2b). La variabilidad anual (80%), estacional (90-120%) y mensual (80-240%) de la precipitación es muy acentuada. Asimismo, ésta aumenta en la estación más seca (variabilidad precipitación invernal: 144-200%) lo que indica que la distribución de lluvias es más impredecible cuando aumentan las condiciones de aridez (Tabla 1). En el período 1999-2006 hubo 132 eventos de precipitación, donde la moda presentó un valor de 5 mm y una media de 10 mm. Sólo se registró un 7% de lluvias con valores mayores a 30 mm (Tabla 1). La temperatura media anual ronda los 10ºC (Figura 2c). El mes más cálido es enero cuando la temperatura máxima media alcanza los 21º y el mes más frío es agosto con 0ºC. Durante el inverno y parte de otoño y primavera, las heladas son frecuentes y hay congelamiento de suelos. El período de crecimiento de las plantas cultivadas está definido térmicamente por la temperatura media mensual superior a los 5ºC (Kreutzmann 1999) y la temperatura mínima por debajo de los 0ºC. Según este criterio, los meses aptos para el cultivo y el crecimiento serían desde noviembre hasta abril, es decir cinco meses. El valor de evapotraspiración anual media alcanza 550 mm/año, y el balance hídrico es negativo todos los meses del año. Hidrología Los ríos Punilla, Miriguaca, Las Pitas, Mojones y Calalaste son los cursos de agua más importantes y de régimen permanente (Figura 1). Tienen aguas de escasa conductividad (200 a 400 microohms) y bajos valores de RAS (Relación Absorción de Sodio: 0,75-1,3). El caudal del río Punilla es de 2000 l/seg., mientras que en los ríos Las Pitas, Los Colorados y Miriguaca rondan entre 500 a 700 l/seg. Los valores isotópicos de oxígeno (•18O: -6,6±0,2), deuterio (•2H: -50±1) y tritio (Unidades tritio: 0,0±0,6) de las aguas superficiales del río Las Pitas, Punilla y Los Colorados tienen improntas hidroquímicas e isotópicas semejantes. Estos últimos estarían indicando que las aguas provienen de lluvias acontecidas a más de 4500 m de altura y que no corresponden a valores estacionales recientes, sino estimadamente de más de 60 años de antigüedad. De esta manera, los ríos están alimentados y regulados por vertientes de régimen permanente cuyas aguas provienen de las precipitaciones ocurridas tiempo atrás en los cordones montañosos. El comportamiento de la capa freática en el curso inferior del colector regional (río Punilla), indica que para el período enero 1999-enero 2007 fue más somera en invierno

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FIGURA DOS Parámetros climáticos en Antofagasta de la Sierra (período 1999-2006).

TABLA UNO

Valores de precipitación y variabilidad mensual y anual (periodo años 1999-2006, Antofagasta de la Sierra)

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con respecto al verano (Figura 2a). La variación relativa de la profundidad de la capa freática es del 9% al 11% entre invierno y verano. Esta variación estaría asociada a la menor evapotranspiración presente durante invierno-otoño, y no a las lluvias, las cuales denotan el mínimo valor en esta estación. La zona no presenta nieves permanentes y los deshielos ocurren en primavera (nevadas invernales) o en verano (nevadas de verano). Por lo tanto, la ausencia de aumentos significativos del caudal del río Punilla en primavera o luego de las nevadas veraniegas, permite suponer que la cobertura nival se evapora o se infiltra, luego de fundirse. El registro freatimétrico presentó una escasa variación anual de la profundidad de la capa de agua (9% al 15%) lo que implica que el caudal del río Punilla (Colector troncal del área) se mantuvo prácticamente constante e independiente del valor de las lluvias anuales (Tabla 2). El agua de la cuenca del río Punilla posee una buena calidad para el riego. Los valores de pH (6,5 a 8,4), conductividad (250 a 750 mhos /cm.) y RAS (Relación Absorción de Sodio) (0,75-1,3) se encuentran dentro de los límites tolerables para el riego (Olivera y Tchilinguirian 2000).

TABLA DOS Valores de precipitación y profundidad de la capa freática media anual (río Punilla, Antofagasta de la Sierra, período 1999-2006).

Suelos Los suelos en los campos de cultivo arqueológicos se clasifican como Entisoles (Torriortentes Borólicos, Torrifluventes Borólicos, fase pedregosa). El suelo no tiene horizontes diagnósticos, es arenoso, la estructura es masiva, posee 40-70% de fragmentos gruesos y elevada pedregosidad (10%-20%). A continuación se describe un perfil de suelo característico de las zonas con antiguos campos de cultivo: 0-5 cm- Horizonte vesicular Av. Textura arenosa, color gris claro en seco, pedregosidad 10-20%, estructura masiva con vesículas que ocupan el 30 a 40%, ligeramente resistente, no plástico, no adhesivo, no salino. Elevada cantidad de montículos de Ctenomys sp. (50%). 5-20 cm- Horizonte de laboreo Ap. Textura arenosa, color gris claro en seco, pedregosidad 10-20%, estructura masiva, ligeramente resistente, no plástico y no adhesivo. Elevada cantidad de cuevas abiertas y desmoronadas de Ctenomys sp. (50%). +20 cm- Horizonte C. Textura arenosa, color gris claro en seco, pedregosidad 10%-

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40%, estructura primaria horizontal, poco resistente, no plástico y no adhesivo. El contenido de materia orgánica es de 0,2% a 0,6%, el valor de conductividad es de 2 a 20000 (mho/cm2). El material originario es de origen aluvial y poseen estratificación horizontal o entrecruzada. La infiltración básica es alta (20 a 30 cm/h) con valores iniciales de 70 a 100 cm/h debido a la presencia de cuevas de Ctenomys sp. Son suelos ligeramente alcalinos (pH:7,8-8,6), poco salinos, saturados en calcio y magnesio (Tabla 3). Todos los campos de cultivo estudiados se ubican en zonas no inundables, con freáticas profundas (más de 3 m), suelos no salinos y sin rocosidad. Son suelos jóvenes, de muy escaso desarrollo, saturados, sin lixiviación y que presenta temperaturas por debajo del punto de congelación, al menos durante el invierno y parte del otoño. El análisis de los datos climáticos y edafológicos permite efectuar las siguientes conclusiones: a) Las condiciones climáticas determinan necesaria la operación de riego debido que el déficit hídrico ocurre durante todo el año y la medida del déficit es significativa. La red de drenaje permanente permite disponer de una fuente de agua con escasa variabilidad de caudal y buena aptitud química a lo largo del año.

TABLA TRES Propiedades de los suelos agrícolas en Bajo del Coypar (Modificado de Olivera y Tchilinguirian 2000).

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b) Los suelos poseen elevados valores de infiltración, escasa a moderada concentración de sales y buena capacidad de drenaje. Estas propiedades permiten tener un buen requerimiento hídrico para realizar riego sin grandes riesgos de salinización y degradación de las tierras durante el fin de la primavera y el verano. Reservas hídricas y uso del agua para cultivo El volumen de agua disponible del río Punilla, arroyo los Colorados y río Las Pitas en el fondo de cuenca durante el verano es 4000 m3/h. Este valor implica una reserva mensual de casi 3000000 m3/mes durante el periodo estival. A partir de parcelas experimentales de 1 ha, trabajadas por una pobladora de Antofagastai, se efectuó el seguimiento del crecimiento de cultivos de alfalfa y del uso del agua. Los resultados obtenidos en el año 2005 indican que el volumen de agua utilizado en agricultura de alfalfa fue de: 1) Laboreo y siembra: 4500 m3/ha a lo largo de los dos primeros meses (2250 m3/ha. mes), 2) Crecimiento: 40 m3/ha durante los siguientes 5 meses hasta el inicio del periodo invernal. Estos datos suman un volumen de agua necesaria de 4700 m3/ha a lo largo de los 7 meses. Esta información permite calcular que se pueden regar, en forma potencial, 630 ha, si se tiene en cuenta una reserva de 3.000.000 m3/mes y un uso de 2250 m3/mes para el crecimiento. Estos datos deben extrapolarse cuidadosamente en forma comparativa hacia situaciones del pasado debido a que los eventuales cultivos, como el maíz o las especies forrajeras, requieren necesidades de riego sensiblemente diferentes. Paleohidrología El análisis de facies sedimentarias en sondeos y perfiles del Holoceno Tardío permitió inferir la variabilidad de las condiciones de humedad y del régimen de los ríos a lo largo de los últimos 2000 años. Esto se logró a partir del reconocimiento de trasgresiones y regresiones lacustres y de humedales. Las trasgresiones lacustres como las expansiones de humedales se tomaron como indicadores de un aumento de la disponibilidad de agua como así también del ascenso de la capa freática. Caso contrario, las regresiones lacustres como la degradación de humedales fueron indicadores de un decrecimiento del balance hídrico y por lo tanto de la disponibilidad de agua. El análisis de las facies sedimentarias indica que desde el Holoceno Tardío hay dos grandes fases paleohidrológicas: a) fase más húmeda que la actual entre ca. 4500 y 1600 años AP y b) fase más árida entre ca. 1600 años AP hasta el presente. La fase húmeda 4500-1600 AP se registra en la transgresión lacustre en Laguna Colorada y en la expansión de diversos humedales como las registrados en los ríos Mojones, Curuto, Miriguaca y Las Pitas (Tchilinguirian y Olivera 2005a, Tchilinguirian et al. 2008). Luego del 1600 AP, las condiciones son más áridas, la laguna de Los Colorados desaparece. Parte de los humedales se degradan o se circunscriben a las partes más elevadas de la sierra. En este momento árido, existen dos subfases húmedas de menor duración: a) 700-600 AP evidenciadas por los fechados de expansiones lacustres en laguna Carachipampa (644 ±43 años AP) y de humedales en la cuenca inferior del río Ilanco (695±30 años AP, Martínez et al. com. per.). Hay testimonios estratigráficos de que esta expansión pudo haberse registrado también en la laguna Antofagasta, cerca de

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los campos de Fondo de Cuenca; b) 300-150 años AP con expansiones de humedales en Las Pitas (241± 38, 305± 43, 200 ±35 años AP) y en el río Mojones a la altura del sitio Corral Grande (202 ±38, 115 ±87 años AP). Los registros sedimentarios indicarían que el escurrimiento siempre estuvo activo en el sistema de drenaje con cambios en la capacidad de transporte, profundidad de la capa freática y longitud de los humedales. Por lo tanto, en la cuenca existió una disponibilidad permanente de la fuente de agua, aunque el comienzo del Período Tardío (ca. 1000-500 AP, ver infra) se desarrolló durante una importante fase árida. Durante las fases más húmedas el caudal de los ríos fue mayor y los humedales se ensancharon o se alargaron a lo largo de la cuenca superior e inferior. Por otro lado, durante las fases más secas el caudal de los ríos descendió y parte de los humedales y los cauces se secaron. Hay evidencias que los ríos Las Pitas, Calalaste, Mojones, Miriguaca y Curuto (en orden creciente de sensibilidad) se secaron y fueron efímeros durante las fases secas. Por otro lado, los ríos Punilla, Los Colorados y Aguada Cortaderas siempre fueron permanentes. Sistemas de cultivo y registro arqueológico En la región de Antofagasta de la Sierra se ha registrado ocupación humana desde ca. 10000 años AP. Hasta ca. 5000 años AP las evidencias se refieren a diferentes tipos de sociedades con economías cazadoras-recolectoras correspondientes a los denominados Períodos Arcaico Temprano y Medio. Se ha planteado que a continuación se desarrolla un posible proceso de domesticación de los camélidos sudamericanos que deriva en la presencia de economías que paulatinamente incorporan una economía productiva basada principalmente en el pastoreo de la llama (Lama glama) y que, en algún momento aún no determinado, incorporan estrategias agrícolas. Hacia ca. 3000 años AP estos cambios estarían definitivamente establecidos, dando comienzo el denominado Período Formativo. Durante el Formativo Temprano el pastoreo es la estrategia logística principal, ocupando aparentemente la agricultura una posición secundaria. Sin embargo, a partir de ca. 2000 años AP comienza a incrementarse la importancia del cultivo, quizás en relación con una creciente influencia de los grupos originarios de los valles mesotermales más bajos. Finalmente, hacia los 1000 años AP se inicia la consolidación de la agricultura intensiva y extensiva, especialmente en el Fondo de Cuenca, dando inicio al Período Tardío que culminará en un incremento poblacional importante y verdaderos centros urbanos asociados a importantes sistemas de producción agrícola. La llegada de los Incas en el s. XIV parece continuar esta estrategia agrícola pero donde, al igual que en los períodos anteriores, el pastoreo cumple también un rol fundamental. A continuación se incluye una descripción de las características de los sistemas de cultivo en la cuenca de Antofagasta (resumidas en la Tabla 4) y una breve referencia al registro arqueológico de sitios asociados o en la cercanía inmediata (Tabla 5). Los sitios que poseen dataciones radiocarbónicas están incluidos en la Tabla 4. Campos de cultivo en el fondo de cuenca El Fondo de Cuenca agrupa una región que engloba varios sitios arqueológicos de distinta edad y tipología como Bajo del Coypar, La Alumbrera y Quebrada de Petra (Tabla 5)2. Como su nombre lo indica, esta zona abarca el curso inferior del río Punilla, curso

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TABLA CUATRO: Cuadro comparativo de las características principales de los sistemas de cultivo en la Cuenca de Antofagasta de la Sierra (Catamarca, RA).

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troncal de la cuenca. Comprende la desembocadura del río Punilla en las lagunas de Antofagasta de la Sierra, el humedal del río Punilla y los terrenos marginales como terrazas, abanicos y coladas volcánicas. Uno de los sitios más importante del fondo de cuenca es el centro habitacional de La Alumbrera (ver Olivera y Vigliani 2000-2002; Salminci et al. 2009). El asentamiento evidencia fuertes relaciones con los valles mesotermales de Hualfín y Abaucán, manifestándose especialmente en las etapas más tardías del desarrollo Belén y con claras evidencias de la presencia incaica. Bajo del Coypar (BC), ubicado 1 Km. al noroeste de La Alumbrera, comprende una extensa área de campos agrícolas que ocupan un espacio de aproximadamente 470 ha, dentro de un área potencial apta estimada en alrededor de 800 ha. Poseen cuatro tipologías constructivas: 1) parcelas con bordos de suelos y de forma regular de 30x50 m, 2) parcelas de forma rectangulares de 100 x 40 m con bordos de suelos, 3) parcelas regulares de 30x50 m con muros de bloques de basalto y 4) cuadros aterrazados con muros de basalto. Las dos primeras se engloban con el nombre de Bajo del Coypar I, sector 1 (Figura 3b) y las dos restantes en el sector II (Figura 3a). El sector I (BCI, sector 2) abarca 470 ha y se extiende en una terraza aluvial que se eleva +2 m sobre el río Punilla, la cual inclina 0,8% al sur (Olivera y Tchilinguirian 2000). Casi el 20% de este sector está cubierto por campos de cultivo actuales, sin embargo se reconoce la antigua trama de bordos en las imágenes de alta resolución lo que permite englobar al mapeo este paisaje transformado. El segundo sector (BC I, sector 2), abarca 40 ha y esta más elevado que el sector I. Los terrenos regados abarcan conos aluviales, pendientes y taludes. Los sedimentos superficiales de los suelos con parcelas de cultivo (0-20 cm) registran un leve aumento de la conductividad respecto a los horizontes subsuperficiales (20-40 TABLA CINCO Dataciones radiocarbónicas de sitios arqueológicos de Antofagasta de la Sierra que guardan relación con sectores agrícolas. REFERENCIAS: UGA: Center for Applied Isotope Studies (University of Georgia, EEUU) LP: LATYR Laboratorio de Tritio y Radiocarbono (La Plata, Argentina) AA: NSF-Arizona AMS Laboratory. Las correcciones de las fechas por d C13 fueron realizadas por los laboratorios correspondientes, AA no proporciona la fecha C14 original. S/C: sin corrección porque el laboratorio no efectuó el cálculo de d C13.

SITIOS: BCII: Bajo del Coypar II QP: Quebrada de Petra LA: La Alumbrera CCT: Campo Cortaderas LC2.1: Laguna Colorada 2.1 PP9: Punta de la Peña 9 CC1A: Cueva Cacao 1 A.

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cm.) y con respecto a los terrenos no regados, los cuales poseen valores de 100 a 500 mho/cm. El aumento de la conductividad habría sido originado por el riego de los campos durante la ocupación Belén e Inca (Tchilinguirian y Olivera 1999). El impacto en los suelos habría sido de baja magnitud y de extensión puntual, es decir que no se extendió en todos los campos de cultivo. El hallazgo de razas de maíz en un sitio asociado a los campos de cultivo del Fondo de Cuenca (sitio Quebrada de Petra) permite argumentar que se cultivó este tipo de plantas, sin embargo no se descartan el cultivo de forrajeras. Ambas plantas son muy tolerantes a las sales (Avellaneda et al. 2004), en consecuencia la salinización de los campos de cultivo arqueológicos no habría afectado los rendimientos de estos cultivos. El agua de riego se tomaba de los ríos Punilla y Las Pitas y del Arroyo de Los Colorados lo que requirió, para cada caso, del desarrollo de técnicas de canalización artificial de diferente envergadura. Los registros considerados sugieren que la población local preincaica habría utilizado los sectores de la planicie aluvial (Sector 1), y que con la presencia imperial se habría ampliado el área productiva y utilizado los cerros y el abra sur (Sector 2) (Olivera y Vigliani 2000-2002). Se distingue un canal troncal con un recorrido total de 4,6 km dispuesto en BC1, sector 2 que tomaba agua de arroyo Los Colorados y que tuvo una orientación nortesur. Este canal se disponía en terrenos altos y marginaba el límite oeste de todo el sistema de cultivos (Figura 3a). Canales secundarios, con escurrimiento al este y sudsudeste recorrían el sector 1 de BC1. Estos tienen longitudes de 400 a 1800 m y atraviesan las parcelas de cultivo. En la desembocadura de estos se encuentran procesos

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erosivos y acumulativos como cárcavas y conos aluviales (Figura 3b). En una saliente del faldeo e inmediatamente relacionado al Sector 2 se encuentra un conjunto de estructuras (Bajo del Coypar II), cuya disposición espacial y la presencia de un Rectángulo Perimetral Compuesto permitieron adscribirlo a la etapa más tardía del proceso regional y específicamente relacionado a la ampliación del sistema durante la época incaica (Figura 3a)(Olivera y Vigliani 2000-2002). Las investigaciones en BC II determinaron que entre ca. 1090 y 670 AP, antes de la época incaica, actuó como área habitacional de pequeños grupos familiares dedicados, entre otras cosas, a las tareas agrícolas. Posteriormente, el sector se abandonaría como área de habitación permanente, destinándoselo a actividades más directamente relacionadas a la producción agrícola como el procesamiento y el almacenaje de productos cultivados (Olivera y Vigliani 2000-2002; Olivera y Tchilinguirian 2000). En una pequeña quebrada lateral, la Quebrada de Petra, se detectaron construcciones de aparente funcionalidad de almacenaje. Algunas corresponden a construcciones sobre nivel de lajas con argamasa y cierre cónico y otras son a bajo nivel de piedra y planta rectangular que parecen estar cavadas en la roca de base. En una de estas últimas construcciones se obtuvo una muestra con abundante cantidad de marlos de maíz que arrojaron un fechado de 710 ± 30 AP años C14 (940 ± 30 años AP corregidos por 13 C, ver Tabla 5). Fue posible identificar siete razas: Pisincho, Morocho, Morocho amarillo, Marrón, Harinoso amarillo, Capia y Chullpi (Oliszewski y Olivera 2009). Aún no podemos asegurar en forma absoluta si estas variedades fueron cultivadas en los campos de BC, aunque dado que en la actualidad existen pequeñas parcelas de cultivo de maíz en la zona resulta probable que haya existido el cultivo de esas variedades de maíz en su totalidad o en parte. Asociados a este sistema agrícola se ubican numerosas evidencias arqueológicas, entre ellas arte rupestre tardío con evidencias de llamas cargueras (sitio Derrumbes). Entre los sitios habitacionales se destacan La Alumbrera y Coyparcito. El primero es un gran asentamiento conglomerado localizado a orillas de la Laguna Antofagasta, mientras Coyparcito corresponde a una fortificación ubicada en una de las elevaciones de los Cerros de Coypar y asociada a la ocupación Inca de la región. El material de superficie en todos los casos mencionados se encuentra dominado absolutamente por la cerámica tipo Belén, con evidencias de material Santamariano e Inca provincial en proporciones mucho menores, y conjuntos líticos correspondientes a épocas tardías del proceso agropastoril. (Olivera et al. 2004, 2008) Campos de cultivo de Campo Cortaderas Campo Cortaderas se ubica en el sector intermedio de la cuenca, a unos 15 km al noroeste de la actual villa de Antofagasta de la Sierra, con una altura promedio de 3550 m (25°57’50”S 67°28’50”O). Consta de cuatro sitios tardíos e históricos (CCT1, CCT2, CCT3, CCT4 y Virgen Cortaderas 1) con estructuras de diversa índole (Figura 4). Los campos de cultivo ocupan 2 ha y son de dos tipos: aterrazamientos y parcelas delimitadas por bloques. Los campos aterrazados se ubican en suelos formados por lapilli volcánicos depositados a barlovento de las laderas de pequeñas quebradas; las parcelas de cultivo se encuentran en abanicos aluviales a la salida de pequeñas quebradas. Los sitios están unidos por un canal de riego arqueológico cuyo punto de toma se

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FIGURA TRES CAMPOS DE CULTIVO DE FONDO DE CUENCA. 1) Canal de riego arqueológico, 2) Terrazas de cultivo, 3) Erosión por drenaje de riego en pendientes, 4) sedimentación por drenaje de riego, 5) zonas sin cultivo en la terraza aluvial inferior, 6) vega y llanura de inundación del río Punilla.

encuentra en la vega del Arroyo Cortaderas. El canal tiene una longitud total de 1,5 km, 1,5 m de ancho y una pendiente regular de 1 m de desnivel cada 100 m lineales (1%) al sur. Tanto el canal como el punto de toma de agua, hacia las cabeceras de la vega, siempre se ubican a mayor

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cota que los campos de cultivo. El canal en parte coincide con el actual sistema de riego, atraviesa un puesto actual y llega a la primera abra con construcciones prehispánicas a la que denominamos Campo Cortaderas 1 (CCT 1). Respecto del registro arqueológico de superficie y excavación se destaca que los tres grupos cerámicos principales definidos en Bajo del Coypar II (Vigliani 1999) están también presentes en Campo Cortaderas y en La Alumbrera (Olivera et al. 2004). En su trabajo Vigliani (1999) determina una serie de grupos (G1A, G1B, G2A, G2B) de acuerdo a sus características tecnológicas que los asocian potencialmente a diferentes funciones. El G1A, asociado potencialmente a funciones de almacenaje y procesamiento representa más de la mitad de las muestras de los tres sitios. En cambio, el asociado a actividades culinarias (G1B) tiene mayor representación en el centro habitacional de La Alumbrera que en los sectores de producción agrícola de Bajo del Coypar II y Campo Cortaderas. El G2B, que al igual que el G1B está asociado a contextos domésticos, apa-

FIGURA CUATRO Sistema de riego Aguada Cortaderas.

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rece bien representado en La Alumbrera pero también en Campo Cortaderas. Dataciones radiocarbónicas en fogones de CCT indicaron edades de 620± 49, 670± 38 y 853±39 años AP (Tabla 5, Elias com. pers.) lo que consolida la contemporaneidad entre ambos sitios. Finalmente, el G2A, que representa los tipos decorativos Belén y Belén Inca, aparece representado en todos los sectores de recolección de los sitios, aunque es mayor su presencia en la superficie de Bajo del Coypar II. Campos de cultivo de Corral Grande Los campos de cultivo de Corral Grande (CG) se encuentran a 22 km al norte de la localidad de Antofagasta de la Sierra, repartidos en dos sitios: CG1 (25°51’30”S 67°25’45”O) y CG5 (25°52’39”S, 67°26’6”O). Los campos de CG1 ocupan 0,4 ha, están a 100 m del sitio arqueológico residencial y se extienden en un pequeño cauce efímero con suelos arenosos. El canal de riego tiene el punto de toma en el arroyo Mojones-Beltràn, también llamado ¨El Otro Río¨, y tiene una longitud de 500 m. En CG 5 hay parcelas grandes que ocupan 7 ha y se extienden en antiguas vegas actualmente secas. El predio habría sido regado por un canal de 600 m de largo que tendría la toma en la cuenca inferior del río Mojones. Se han identificado, por lo menos, tres sitios arqueológicos residenciales (CG1, CG2 y CG6) de características similares, sobre las terrazas del río Mojones-Beltrán (Figura 5). Los principales trabajos se realizaron en el sitio CG1, el más septentrional de los registrados hasta el momento (Olivera et al. 2008). Se trata de un sitio multicomponente de gran relevancia, con evidencias asignables tanto al Formativo como al Tardío y a momentos históricos. Incluso algunos hallazgos de puntas de proyectil en superficie relacionan el sector a las poblaciones cazadoras recolectoras del Arcaico. Las recolecciones de superficie se concentraron en el sector sudeste de un recinto circular (Recinto 4), ubicado en lo que posiblemente sería el sector de más intensa ocupación en el Formativo. En el mismo, se relevaron once posibles manos de moler y fragmentos de otras, así como gran cantidad de material lítico correspondiente a artefactos realizados sobre vulcanitas oscuras. Otras materias primas (obsidianas, vidrios volcánicos, calcedonia, sílice y minerales cúpricos) también están representadas en menor proporción. Asimismo, se ha recolectado gran cantidad de cerámica (gris incisa y gris-gris negro pulidas como dominantes, acompañadas de gran variedad de tipos). Todo el contexto se corresponde muy bien con los de Casa Chávez Montículos y el resto de los sitios con ocupaciones del Formativo en la región, especialmente para momentos posteriores a ca. 2000 años AP con importantes componentes valliserranos y especialmente del Valle de Abaucán. Por otro lado, se realizaron recolecciones en distintos sectores del sitio registrando una cantidad considerable de manos de moler, morteros y molinos, asociados a una enorme cantidad de artefactos líticos, cerámica formativa, cerámica tardía, histórica y ordinaria. Llama la atención un fragmento de interior negro similar a los denominados Pucos Interior Negro habituales en contextos de la Puna norte y la Quebrada de Humahuaca, donde se asocian a contextos tardíos y que en la región podría estar relacionado con la presencia incaica. Campos de cultivo en Punta Calalaste Los campos de cultivo de Punta Calalaste (25°52’32”S 67°27’40”O) se ubican a 21,6 km de la

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localidad de Antofagasta de la Sierra. Se construyeron en terrazas aluviales de edad Pleistocena que se elevan a 7 m y 14 m del cauce del río Calalaste. Ocupan 2,3 ha y son cuadros con muros de rocas adosados a un promontorio rocoso de brechas volcánicas. En el extremo sur de los cuadros ubicados en terraza aluvial superior, se ubicaron tres estructuras, posiblemente habitacionales, en cuyo interior se registró la presencia de cerámica Belén y ordinaria tardía. Con respecto al material lítico se observó la presencia de artefactos sobre una vulcanita de buena calidad y color negro, probablemente procedente de fuentes secundarias muy próximas al sitio (Olivera et al. 2008). Campos de Miriguaca Los campos arqueológicos de Miriguaca (Figura 6) se ubican entre 2,5 a 3 kmal norte del

FIGURA CINCO Sistema de drenaje en Corral Grande.

Fondo de Cuenca y está integrado por 6 sectores de campos arqueológicos: 1) Desembocadura Miriguaca (8 ha), 2) Miriguaca Sur 1 (MS1: 7 ha), 3) MS2 (5 ha), 4) MS3 y MS4 (3 ha), 5) MS5 (8 ha), 6) Miriguaca Norte (4 ha). Los campos que se ubican en la desembocadura del río Miriguaca con el río Punilla (DM) se extienden en un nivel de terraza aluvial de edad Holocena que se eleva a 5 m sobre el cauce. El abastecimiento de agua se efectuaba desde la cuenca inferior del río Miriguaca por medio de un canal de riego de 950 m. Los campos de MS1, MS2, MS3, MS4 y MS5 se ubican al sur de la cuenca inferior. Son agrupaciones de parcelas de 30 x 50 m atravesadas por un canal de riego arqueológico cuya toma está ubicada en la cuenca media del río Miriguaca. El canal de riego

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se divide en dos trazas: una que alimentaba a los campos de cultivo MS1, y la restante que abastecía a los campos MS2, MS3, MS4 y MS5. Los campos MS1 se ubican a 3,4 km del punto de toma y constituyen 90 parcelas que se agrupan en una franja de 1,6 km de largo y 40 m de ancho. Los campos MS2, MS3, MS4 y MS5 se ubican entre 2,5 km a 4,2 km del punto de toma y forman 4 agrupaciones de 20 a 30 parcelas de cultivo. Respecto del registro arqueológico, en prospecciones anteriores se habían detectado evidencias del Formativo (sitios Río Miriguaca 1 y 2, curso inferior) y del Tardío (campos agrícolas y recintos con cerámica en superficie, curso inferior y medio). En el caso de los campos de Miriguaca Norte se recogieron fragmentos de cerámica ordinaria y Belén Negro sobre Rojo. Recientemente, el equipo dirigido por P. Escola inició investigaciones más sistemáticas que agregaron numerosas evidencias nuevas (Escola et al. 2007) En el curso inferior del río, se ubicó el sitio Las Escondidas que comprende un conjunto de estructuras, en líneas generales, de forma circular. El material cerámico muestra la presencia de tipos negros y rojos pulidos, similares a cerámicas del norte de Chile, asociados a marrones-rojizos pulidos, de recurrente aparición en contextos formativos puneños. Ambas están presentes en el Componente Inferior de Casa Chavez Montículos (Fondo de Cuenca), con una cronología de ca. 2400 a 2000 años AP. Por su parte, el material lítico está representado por fragmentos de artefactos de molienda, fragmentos de palas y distintos tipos de artefactos unifaciales y bifaciales en variedades de vulcanita, obsidiana y cuarcita. Se destacan puntas de proyectil pedunculadas y limbo lanceolado o triangular de bordes convexos, que se adscribirían a una cronología de 3200-2500 años AP, lo que podría indicar una cronología más temprana para Las Escondidas. Otras evidencias del Formativo son el sitio Los Morteros (material lítico y cerámico en superficie), en el curso inferior, y el sitio Alero Sin Cabeza (arte rupestre, material en superficie y capa), curso medio, con evidencias que podrían ir desde el Arcaico Final hasta el Tardío. A estos se agregan los sitios Alero La Pirca y El Aprendiz, con estructuras y material en superficie asociado al Formativo Temprano y Aguada. Por su parte, el sitio Corral Alto se ubica sobre una terraza sobreelevada, característica de emplazamiento que permite un amplio control visual de la quebrada del río desde el sitio. Es posible diferenciar dos grandes sectores o espacios arquitectónicos discontinuos, compuestos por un número escaso de recintos (alrededor de 7) y diferenciados por una marcada pendiente entre ellos. Entre los artefactos líticos de diversas materias primas, se destacan puntas de proyectil de obsidiana, muy pequeñas, pedunculadas con aletas entrantes y limbo triangular, habituales en los contextos Tardíos. En cuanto al material cerámico se registraron fragmentos Formativos rojos alisados pulidos, fragmentos pintados tipo Aguada Negro sobre Rojo, y fragmentos pintados tipo Belén Negro sobre Rojo y Negro sobre Rojo o Ante. También, en el sitio El Suri se recogieron fragmentos pintados tipo Belén Negro sobre Rojo y, finalmente, Los Antiguos aporta un interesante arte rupestre que estilísticamente se ubica entre el Formativo y el Tardío, lo que concuerda con la cerámica que muestra tipos adscribibles al Formativo y fragmentos tipo Belén Negro sobre Rojo. En resumen, parecería que el curso inferior del río estuvo ocupado especialmente en

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momentos Formativos mientras que el curso medio muestra evidencias de ocupación desde el Arcaico Tardío, pasando por el Formativo, hasta los momentos Tardíos o de Desarrollos Regionales (Escola et al. 2007). Campos de cultivo en Paicuqui-Curuto Se encuentran a ambas márgenes del río Punilla a 16 Km. al NNE de Antofagasta de la Sierra (25°55’13”S 67°21’48”O) y en la cuenca inferior del río Curuto (Figura 1). Son campos que actualmente están cultivados por medio de terrazas. Las parcelas actuales fueron construidas a partir de campos arqueológicos y las antiguas parcelas todavía pueden ser percibidas. También se pueden encontrar fragmentos de palas/azadas líticas arqueológicas. Ocupan 8 ha y se extienden en abanicos aluviales y terrazas de edad Holocena a ambos laterales del río Punilla. El agua para riego es tomada del río Punilla por medio de una red de tres canales que tienen una longitud total de 1,7 km. En las cercanías e interior de los sectores de cultivo se registraron evidencias de material arqueológico, la mayoría asociado a ocupaciones del Formativo posteriores a ca. 2000 años AP (cerámica gris incisa, palas/azadas líticas, puntas de proyectil pedunculadas de limbo triangular) pero también fragmentos de cerámica tipo Belén. En la quebrada lateral de Curuto existen numerosas evidencias de ocupación arqueológica (aleros y cuevas con arte rupestre y material en sedimento, áreas agrícolas). Si bien aún no se han iniciado trabajos sistemáticos, los sectores de campos se ubican sobre las

FIGURA SEIS Campos de Cultivo arqueológico en Miriguaca.

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márgenes del arroyo y al pie de los farallones que encierran la quebrada. Tienen muros de hilada simple pero no puede ser tomado como definitivo debido a las reutilizaciones históricas y actuales. En superficie se ubicó material cerámico Formativo y Tardío. El sitio más investigado es Cueva Cacao 1A (Olivera et al. 2003) que posee un destacado Arte Rupestre, parte del cual corresponde a épocas Tardías. La mayoría de los fechados del sitio le otorgan una cronología de ca. 1000 años AP3, que es coincidente con fragmentos de cerámica y asociada a la presencia de evidencias importantes de macrorestos vegetales entre los que deben destacarse, por los intereses de este trabajo, maíz (Zea mays) y quínoa (Chenopodium quinoa Wild.). Respecto del maíz se pudo identificar la presencia de cuatro variedades: Zea mays var. indurata: morocho, Z. m. var. oryzaea: Pisingallo y Z. m. var. amilacea: capia y culli (Oliszewski y Olivera 2009). DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES Lo reseñado en las páginas precedentes permite concluir la importancia de las evidencias de sistemas de cultivo prehispánicos en la cuenca de Antofagasta de la Sierra y, asimismo, la llamativa disminución de las superficies cultivadas desde épocas históricas hasta la actualidad. Es interesante evaluar, entonces, si el abandono de los sistemas se debió a una causa o una suma de varias, como ser, a cambios en la disponibilidad de agua a causa de factores climáticos de escala mayor o a otro tipo de causas de tipo históricas y culturales. Desde el punto de vista del registro arqueológico, la gran mayoría de los campos (BC, CCT, PC) parecen claramente asociados al período Tardío (ca. 1000 a 500 años AP). Los materiales en superficie y las excavaciones realizadas indican una presencia casi excluyente de contextos Belén e Inca, confirmados por los abundantes fechados radiocarbónicos disponibles (Tabla 5). En los casos de Corral Grande (CG) y Miriguaca la importante presencia de materiales del Formativo (cerámica y lítico) en sitios cercanos, implica considerar la posibilidad de que, por lo menos en parte, algunos de estos sectores ya fueran explotados durante esa época. Sin embargo, dado que estructuralmente los campos y sistemas de riego no difieren de los casos anteriores, la presencia de cerámica del Tardío y la casi ausencia de material arqueológico Formativo en superficie (especialmente palas/azadas líticas), nos lleva a considerar la hipótesis de que en su mayoría también estos sistemas corresponderían a momentos tardíos. Es importante tener en cuenta que en otro sector de la región, Tebenquiche Chico (Antofalla), existe un interesante ejemplo de campos con irrigación asociados a una cronología (ca. 1500-1100 años AP) del Formativo regional. Los importantes trabajos de Quesada (2006) en Tebequiche Chico pueden ser un ejemplo, como otros en el mundo andino, de sistemas de cultivo con irrigación cuyo desarrollo y manejo se efectivizara a nivel de unidades domésticas. Si bien en Casa Chavez Montículos (ca. 2400-1400 años AP), ubicado en el Fondo de Cuenca en la otra margen del río Punilla y frente a BC, no ubicamos evidencias estructurales de campos de cultivo, siempre consideramos posible el uso de la planicie aluvial del río Punilla para fines agrícolas (Olivera 2006), sea de manera similar a Tebenquiche Chico o con estructuras de riego por inundación aún más simples. Lamentablemente, la fuerte alteración antrópica actual en la vega impidió hallar registros claros de actividad agrícola, pero la existencia de numerosas evidencias de azadas/palas líticas en el sitio y en la superficie aledaña sumada a escasa evidencias de

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cultígenos dejan abierta esa posibilidad. Como sostiene Quesada (op. cit. 2006), es solo un supuesto que la existencia de sistemas de irrigación y grandes extensiones de cultivo deban asociarse necesariamente a estructuras jerarquizadas de poder. Sin embargo, también consideramos que sería un error el opuesto de pensar que no exista relación entre procesos de complejización social y política y consecuencias económicas, por ejemplo expansión de la producción agrícola. No se trata solo de considerar la tecnología involucrada, sino de manejar un contexto arqueológico global de cada sociedad para definir su situación socio-política. Citando a Quesada“…no es mediante la observación del resultado final de un largo proceso histórico que podemos evaluar las escalas de las unidades sociales involucradas, sino por medio de la reconstrucción de los procesos de trabajo, que son los ámbitos de interacción social donde en buena medida se establecen y legitiman las relaciones de producción” (Quesada 2006: 44). En los casos que venimos mencionando, además de la tecnología y expansión de los sistemas agrícolas, parece tratarse de un proceso que se iniciaría con bases residenciales pequeñas y estructuras de producción muy probablemente domésticas (BCII) pero paulatinamente parecería existir un crecimiento de la población, mayor estandarización en la producción artesanal y la aparición de centros habitacionales semiurbanos con un interesante grado de planificación. Estos elementos permitieron considerar la hipótesis de un creciente proceso de complejización social, sin que ello implicase necesariamente estructuras jerarquizadas de poder aunque tampoco lo descartase. Las complejas asociaciones contextuales requeridas implican que solo profundizar las investigaciones permitirá avanzar en uno u otro sentido. Así, por el momento, deberíamos concluir que a partir de comienzos del segundo milenio de la Era comenzó un decidido aumento de la explotación agrícola, como recurso alimenticio y/o forrajero, por parte de las sociedades de la Puna Sur. Podríamos asociar esto con la llegada de nuevos grupos provenientes de los valles mesotermales o con cambios producidos en las poblaciones precedentes del Formativo regional. Cualquiera sea el caso, tenemos la hipótesis que los cambios climáticos producidos alrededor de ca. 1000 años AP debieron jugar un rol importante en este proceso. Entre ca. 4500 a 1600 años AP, los registros sedimentarios de freáticas estables, formación de turbas y arcillas lacustres, constituyen evidencias que permiten argumentar que el caudal de los arroyos no presentó variaciones muy importantes a escala centenial y siempre fueron de régimen permanente. Ello puede atribuirse al aporte de agua constante de vertientes, que actúan como reguladores subterráneos de los deshielos de alta montaña. Alrededor de los 1600 años AP, comienza un proceso de aridización con dos subfases más húmedas de menor duración: a) 700-600 AP y b) 300-200 AP (Pequeña Edad de Hielo, Liu et al. 2005; Valero Garces et al. 2003, Valero Garces y Ratto 2005). Ambas subfases húmedas podrían haber atenuado el stress hídrico en la cuenca. Es interesante anotar que el sistema de Tebenquiche Chico parece abandonarse hacia el s. XI (Haber 1999, Quesada 2006), fecha coincidente con el aparente abandono de otro sistema de campos fuera de la Puna en El Infiernillo (Tafí del Valle) (Caria et al. en este volumen), considerando que la Anomalía Climática Medieval fue un fenómeno climático global es imposible no considerar que estos sucesos pueden guardar alguna relación. Podríamos agregar dos elementos más para evaluar esta situación de alteración climática-ambiental hacia comienzos del segundo Milenio: 1- una datación a techo de estrato de

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turba en el perfil del río Chaschuil (3050 msnm) que arrojó una fecha de 1.828±38 AP marcando la transición de una dinámica fluvial de acumulación a la actual dominada por el encajamiento fluvial y la erosión (Valero Garcés y Ratto 2005; Ratto 2007); 2- en el caso del bolsón de Fiambalá la etapa tardía está documentada con presencia artefactual incaica (ca 1300-1400), relacionando la ausencia de asentamientos tardíos (ca 1000 AP) con procesos de inestabilidad ambiental posiblemente relacionados con el evento volcánico y piroclástico de la caldera del Cerro Blanco (Montero et al 2009, Ratto com. per.). Adicionalmente, es interesante anotar que a la falta de registro arqueológico para el Tardío regional de Fiambalá se agrega una situación similar para el sector de Laguna Blanca ubicado en la Puna al sur-este de Antofagasta de la Sierra (Delfino 1999) Los campos de cultivo de Antofagasta de la Sierra se comenzaron a construir y se habrían expandido durante la fase paleohidrológica árida, es decir entre 1600-700 AP y 600-300 AP. Estos datos podrían proponer que la sociedad decidió, en lugar de trasladarse a zonas con paisajes más aptos o disminuir su número de integrantes, incorporar tecnología y esfuerzo de trabajo (construcción de terrazas, canales de riego y diques) para contrarrestar la disminución de recursos. Esto quedaría evidenciado en la construcción de largos canales de riego en Campo Cortaderas (2,7 km), Miriguaca (12,5 km) y Bajo del Coypar 1, sector II (4,6 km) o en el Fondo de Cuenca (11 km). Las evidencias indican que el sistema agrícola de Bajo del Coypar funcionó aparentemente en forma ininterrumpida durante alrededor de 500 años (entre ca. 1000 años AP y comienzos del siglo XVI), incluido un posible proceso de expansión durante la ocupación Inca. Posteriormente se lo habría abandonado, abrupta o paulatinamente, en épocas hispano-indígenas. Se puede argumentar que el caudal extraído para mantener todo el sistema de cultivo era muy semejante al incorporado por escorrentía superficial al humedal. Ante esta situación pequeños cambios en el clima pudieron afectar parte de los sistemas de cultivo en el máximo de extensión del sistema y si se intentara, lo que no es probable, cultivar al mismo tiempo la totalidad del espacio. El factor limitante para el cultivo habría sido el caudal de los primeros meses de la cosecha, es decir durante los meses de noviembre y diciembre. En estos meses el caudal de los ríos es suficiente para bastecer el riego y, según el registro 1997-2005, puede tener el 30% de variación anual. Estas variaciones de escala anual podrían ser el reflejo de diferentes fenómenos del ciclo hidrológico como ser la duración e intensidad de las nevadas invernales y estivales y la duración e intensidad de la época de deshielo. De acuerdo a la cronología del sitio BC II, el sistema agrícola de Bajo del Coypar habría comenzado a construirse casi coincidentemente con la Anomalía Climática Medieval, quizás el evento de mayor aridez del Holoceno Tardío. Por lo tanto, las condiciones de sustentabilidad no pudieron ser peores ni aún en la actualidad lo que lleva a pensar que las reservas hídricas de la cuenca, adecuadamente manejadas y asociadas a criterios óptimos de cultivo (rotación de especies, descanso alternado de suelos, abono), habrían asegurado la explotación de la mayoría de los sectores total o parcialmente. Como mencionáramos, se reconocen dos subfases húmedas dentro del último milenio. La primera de ellas, alrededor de 700-600 años AP, podría haber contribuido a ampliar los sectores de cultivo y a sostener el aparente aumento demográfico asociado a la complejización

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social y del que una evidencia sería el sitio semiurbano de La Alumbrera. En la etapa colonial, aparece una segunda pequeña subfase húmeda (300-150 AP) y con ella una mayor abundancia de recursos de forraje asociados a los cursos de los ríos. Sin embargo, durante esta fase de expansión de las pasturas y humedales no se registraría un aprovechamiento de recursos similar a épocas anteriores debido a que la sociedad indígena habría sido muy desestructurada por la conquista hispana. A diferencia de otras sociedades agrarias en zonas áridas y semiáridas, la ocupación humana no originó procesos de salinización de campos de cultivo y abandono por decrecimiento del rendimiento (Olivera y Tchilinguirian 2000). La buena calidad de los suelos (alta infiltración, bajo contenido de sodio, baja a moderada conductividad), del tipo de agua (baja salinidad y sodio) y el bajo valor de la evapotraspiración (menor que en los valles mesotermales) permitió que las tierras no se degraden en forma generalizada. Finalmente, la utilización actual de algunas hectáreas de Bajo del Coypar para el cultivo de alfalfa produjeron un excelente rendimiento (ca. 4.000/5000 Kg./ha) a lo largo de cinco años los cuales, paradójicamente, muestran los peores registros de lluvias desde 1999 (ver Tabla 2). Esto apoya la hipótesis de que el abandono generalizado de los sistemas agrícolas arqueológicos debe asociarse principalmente a circunstancias históricas y culturales producidas a la llegada de los españoles. Es posible que el reasentamiento de las poblaciones en dirección a explotar las importantes riquezas minerales de la región (oro, plata, ónix, etc.) tenga que ver con la desestructuración de los sistemas económicos de las sociedades indígenas prehispánicas. Los sistemas agrícolas arqueológicos de la cuenca de Antofagasta de la Sierra constituyen una evidencia destacada del aprovechamiento de las tierras y aguas en zonas áridas y demuestran que la racionalidad tecnológica puede asegurar importantes cuotas de sustentabilidad a largo plazo. Los cálculos de disponibilidad hídrica apuntan a que se podría regar en forma potencial alrededor de 630 ha, mientras que la extensión aproximada de la totalidad de los sistemas agrícolas prehispánicos descubiertos hasta el momento fue estimada en algo más de 550 ha. Sin embargo, se debe tomar en cuenta que actualmente se utiliza mucha mayor cantidad de agua que en la antigüedad en las redes de agua potable y cloacales del pueblo de Antofagasta. Actualmente, solo se cultivan alrededor de 80 ha (solo un 14,3 % de las arqueológicas) y se desperdicia mucho caudal en el riego de vegas. Esto último no solo se estima como excesivo, sino como una de las causas de la degradación de las mismas por procesos de erosión y salinización. Por lo tanto, es posible estimar que un uso racional del recurso hídrico podría incrementar sensiblemente las posibilidades agrícolas destinadas para alimentos y/o forraje para el ganado. Sería importante que estas lecciones de la historia y las poblaciones originarias de la Puna se utilizaran para apoyar y mejorar las deterioradas economías agropastoriles regionales, hoy seriamente amenazadas y en un proceso de abandono alarmante lo que repercute en condiciones de pobreza para la población local. AGRADECIMIENTOS Al equipo del Proyecto Arqueológico Antofagasta de la Sierra por su apoyo y colaboración en las tareas de campo y gabinete, especialmente a Pedro Salminci por sus siempre útiles observaciones sobre manejo del espacio. A los pobladores de Antofagasta de la Sierra por su hospitalidad y valiosa información, muy especialmente a la

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Sra. Santos Claudia. A los editores por su invitación a participar en esta obra y su paciencia para esperar el manuscrito final. A los evaluadores del manuscrito cuyas importantes consideraciones contribuyeron a mejorar el resultado final. Al INAPL (SCN) por brindar la infraestructura para las investigaciones. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, la Universidad de Buenos Aires y la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica otorgaron el apoyo financiero para las investigaciones. A todos ellos nuestro mayor agradecimiento. Los contenidos son de exclusiva responsabilidad de los autores I

NOTAS: 1 La Sra. Santos Claudia preparó el terreno y trabajó las parcelas desde el año 2004. Su inestimable colaboración permitió controlar las variables principales, actuando siempre como una informante generosa, confiable y desinteresada. 2 Todos los fechados contemplados fueron realizados por el pro-

yecto de investigación, con excepción de UGA 9066, UGA 8627 y LP 1632 de CC1A y los de PP9 realizados por el equipo del Lic. Carlos Aschero con quienes trabajamos estrechamente. 3 También se ubicaron ocupaciones del Formativo y el Arcaico, pero están muy alteradas por las ocupaciones del Tardío.

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05 LOS LÍMITES DE LA AUTONOMÍA DOMÉSTICA EN LA AGRICULTURA DE REGADÍO ANTOFALLA Y TEBENQUICHE CHICO (S. III A XII D.C.)

Marcos N. Quesada CONICET - Escuela de Arqueología, UNCa. Instituto de Arqueología y Museo, UNT. [email protected]

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INTRODUCCIÓN: LA APROPIACIÓN CAMPESINA. Cardozo y Pérez Brignoli (1987), señalaron que la mayoría de las veces las investigaciones sobre la producción campesina optan por uno de dos enfoques: (1) hacen hincapié en el grado de dependencia de las unidades de producción campesinas de estructuras económicas más poderosas o (2) hacen énfasis en su autonomía estructural. Esta es la principal diferencia entre las llamadas perspectivas “desde arriba hacia abajo” y “desde abajo hacia arriba”. Las interpretaciones históricas que surgen de cada una de estas perspectivas resultan frecuentemente muy diferentes. Si bien, de acuerdo a los intereses de investigación, se han empleado una variedad de factores a la hora de conceptualizar la racionalidad de la producción campesina -por ejemplo, la vinculación a sistemas económicos mayores, el acceso al crédito, el estatus de posesión de las tierras, etc.-, es posible encontrar tres características básicas para definir esta lógica de producción económica y reproducción social: (1) acceso estable a la tierra, ya sea en forma de propiedad, ya sea mediante algún tipo de usufructo, (2) fuerza de trabajo predominantemente familiar, sin excluir el empleo ocasional de fuerza de trabajo extrafamiliar y (3) producción orientada a la reproducción doméstica, sin excluir la posibilidad de producir excedente. El primer punto implica que el campesino ha invertido fuerza de trabajo en la construcción de los medios de producción y depende de ellos para su reproducción. El segundo, que la familia campesina reúne en sus miembros y capacidad de organización los recursos necesarios para efectuar todo el ciclo productivo. Por último, el tercer punto hace referencia a que los objetivos de la producción campesina son finitos y no existe en esta una tendencia (pero sí la posibilidad) de incrementar la producción más allá de la satisfacción de aquello que es percibido como “necesario”. De lo dicho se destaca, en primer lugar, que la familia campesina1 como unidad de producción aparece con un elevado grado de autonomía. Capaz de completar con éxito todas las tareas productivas, no parece haber motivos inmediatos por los cuales debería establecer relaciones de dependencia con otras unidades y conformar así esferas sociales supradomésticas. Esto es, sin embargo, sólo parcialmente cierto puesto que tal autonomía se verifica a corto y quizá a mediano plazo. A largo plazo, no obstante, la doméstica es una unidad social muy inestable, en principio, por la siguiente razón: no reúne en sus miembros el número suficiente para garantizar la formación de parejas que asegure su reproducción biológica (Meillassoux 1984). Ello implica que las unidades domésticas necesitan relacionarse con otras para efectuar intercambios matrimoniales y establecen de esa manera vínculos entre ellas. Pero además vamos a considerar otra circunstancia que Vicent (1991) ha señalado con precisión. El rendimiento diferido que involucra la práctica agrícola implica una concentración de riesgos. Un agricultor concentra todo un año de riesgos en el momento de la cosecha. Esto es además agravado por la simplificación ecológica que significa la agricultura (Cohen 1984) y la disminución en la adaptabilidad, es decir el aumento de la vulnerabilidad a las fluctuaciones imprevistas, que conlleva su práctica (Rindos 1988). El establecimiento de vínculos de ayuda mutua y redes de alianzas son estrategias bien documentadas entre grupos campesinos para afrontar estas situaciones de riesgo (Browman 1987; Halstead y O’Shea 1989; Rindos 1988; Vicent 1991). Ahora bien, en la medida en que el campesino depende de los resultados de la cosecha para la reproducción de su familia debe

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asegurar, por un lado, el éxito técnico del proceso productivo y, por otro lado, el acceso a sus resultados, es decir a lo producido, y a los medios de producción que le permitirán reproducir el ciclo agrícola. El modo de vida campesino exige, como decía Vicent“la institucionalización de la apropiación”. Esto normalmente implica la definición del grupo de producción y consumo, aquellos que tienen derecho de acceso al producto social. Es decir la definición del grupo familiar (Vicent 1991). Pero la definición del grupo familiar, implica la exclusión de otros grupos, aquellos con los cuales, sin embargo, se deben mantener lazos de reciprocidad y de intercambio de miembros. El dilema suscitado en el hecho de que se deba excluir a quienes se debe integrar, abre todo un campo para el análisis de la negociación que implica el mantenimiento de estas relaciones contradictorias que son estructurales, constitutivas del modo de vida campesino. Las formas concretas que adoptan estas relaciones tensas de cooperación y conflicto son, sin embargo, propias de cada contexto específico. En adelante, tomando como caso las aldeas agrícolas de las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla (Figura 1) durante los siglos III a XII d.C.2, vamos a explorar aspectos de estas tensiones entre escalas sociales. Ello nos dará, además, la oportunidad de revisitar algunas interpretaciones sobre la relación de los campesinos con la tierra que se han hecho en los últimos años (Quesada 2001, 2006, 2007) con el fin de ampliarlas, matizarlas y enfatizar algunos aspectos a la luz de los avances de la investigación.

FIGURA UNO

Ubicación de las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla.

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LA APROPIACIÓN MATERIAL DEL AGUA El asentamiento en las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla se dispone en conjuntos de viviendas más o menos cercanas entre sí, e igualmente más o menos alejadas de otros conjuntos, conformando de ese modo pequeños caseríos o aldeas. Entre los siglos III y XII se construyeron en Tebenquiche Chico los agrupamientos de viviendas que denominamos como sector alto (6 casas), medio (13 casas) y bajo (2 casas). En Antofalla otro conjunto de viviendas tomó forma en la mitad norte del pequeño valle de Encima de la Cuesta (7 casas), al tiempo que un pequeño caserío ocupaba el sector de Pie de la Cuesta (3 casas). Por último, un conjunto más importante se conformó en la desembocadura de la quebrada de Antofalla3 (21 casas en los sectores no afectados por la construcción del trapiche y el pueblo actual) (Figura 2). Esta forma de agrupación de las casas nos informa acerca de una marcada importancia de alguna esfera social supradoméstica alrededor de la cual se articulaba la vida aldeana. Sin embargo, tan clara como la expresión espacial de la integración aldeana resulta la de la escala doméstica.

FIGURA DOS

Fotografías aéreas de las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla con indicación de la ubicación de los distintos conjuntos de viviendas referidos en el texto. Haber llamó la atención acerca de la alta definición de la escala doméstica en Tebenquiche Chico en relación a la estructura espacial del asentamiento:“en lo referente a los núcleos de viviendas, podemos identificar 6 unidades domésticas. Estas unidades domésticas son agrupaciones de estructuras perfectamente separables de otras similares…” (Haber 1996:77). El avance de las investigaciones en Tebenquiche Chico dio lugar

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a la identificación de un número mayor de unidades de vivienda (21) manteniéndose sin embargo, la misma lógica de emplazamiento. La separación espacial de las viviendas, tan clara en Tebenquiche Chico, puede ser advertida también en las distintas aldeas de la quebrada de Antofalla. Aún en Af21, un conjunto de viviendas cuya proximidad le otorga un aspecto abigarrado, discontinuidades arquitectónicas permiten advertir que el conjunto está conformado por al menos 9 compuestos domésticos diferentes. Ahora bien, lo interesante de esto no es haber constatado la coexistencia de las esferas sociales aldeana y doméstica, sino, haber encontrado que ambas esferas tienen expresiones espaciales claramente identificables. Pero nuestra búsqueda no está orientada a la determinación de una y otra escala, sino a la indagación acerca de la forma en que ambas se relacionaron con respecto al manejo del agua y la apropiación de los espacios de cultivo. ¿Podemos identificar formas de ordenamiento espacial de casas, aldeas y redes de riego que puedan expresar relaciones de propiedad? Existe una expresión espacial que podría ayudarnos a interpretar las relaciones que se generan entre los grupos sociales en relación a los medios de producción. Algunos investigadores encontraron vínculos espaciales que consideraron no azarosos entre las casas o conjuntos de casas y redes de riego o conjuntos de parcelas (Berberián y Nielsen 1988; Cruz 2004; Scattolin 2001, 2007). Generalmente estos patrones son interpretados de dos formas no excluyentes: como expresión de una relación funcional (en las casas vive la gente que trabaja en los campos) y/o de una relación de propiedad (en las casas vive la gente dueña de los campos). Ninguno de los dos tipos de relación resulta descabellado y es factible esperar que las casas y los campos, extremos del circuito cotidiano del trabajo campesino (Gastaldi 2007; Quesada y Korstanje 2010), se relacionen espacialmente de forma definida. Si bien la distribución de las viviendas es relativamente discontinua, la de los campos de cultivo es, en cambio, espacialmente continua pero tecnológicamente discontinua pues se trata de un espacio altamente segmentado en una gran cantidad de redes de riego (Quesada 2006, 2007). Hemos alcanzado a relevar en ambas quebradas 114 redes de las cuales al menos 79 pudieron estar activas entre los siglos III y XII4 Hemos identificado 4 formas posibles de vinculación entre las casas y las redes de riego, a las que llamamos modalidades A, B, C y D (Figura 3). La modalidad A expresa una relación espacial de proximidad y correspondencia entre una casa y una red de riego. Es decir, a cada casa le corresponde una red de riego y viceversa. Una segunda modalidad, que hemos llamado B, muestra la relación espacial entre una red de riego cuyo canal principal se divide en dos trazados secundarios y dos viviendas que se asocian a cada uno de ellos. La modalidad C consiste en un conjunto de viviendas que se disponen agrupadas sin que se pueda establecer una relación espacial clara entre una de ellas y una red de riego (como en la modalidad A) o parte de una red de riego (como en la modalidad B). Por último, en la modalidad D las casas aparecen agrupadas y relacionadas a una red de riego cuyo canal principal se divide en dos canales secundarios. Un conjunto de casas se ubica en el perímetro irrigado por el canal secundario superior y otro conjunto en el perímetro irrigado por el canal secundario inferior. En Tebenquiche Chico las casas y redes de riego sólo se vinculan mediante las modalidades A y B, siendo claramente mayoritaria la A. En Antofalla fueron detectadas además las modalidades C y D pero también allí la modalidad más clara y recurrente

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por cierto es la A. En el lapso comprendido entre los siglos III y XII, 20 casas y por lo tanto 20 redes de riego se relacionaron espacialmente según esa fórmula en ambas quebradas. Esta alta recurrencia de casos impide pensar que estemos ante efectos del azar, más aún cuando se presentan otras formas posibles de articulación espacial entre unidades de vivienda y redes de riego. En Tebenquiche Chico, donde la modalidad A fue identificada inicialmente, fue interpretada como una expresión de la apropiación doméstica de los espacios agrícolas (Haber 2001, 2006; Quesada 2001, 2006): en la casa residía el grupo social que trabajaba y controlaba la red de riego asociada, estableciéndose una relación tanto funcional como de propiedad. La modalidad B no parece mostrar una relación enteramente diferente. En todo caso podríamos decir que en esta forma de vinculación espacial, las unidades domésticas expresaban la apropiación de una parte de una red de riego antes que de toda una red. Sin embargo, ninguna de las familias involucradas tendría ya la posibilidad de gestionar autónomamente su sección de la red toda vez que el funcionamiento de la parte de la red de riego bajo su control dependía técnicamente de dispositivos hidráulicos compartidos con otra familia. En la modalidad C, en cambio, no es visible ninguna forma de apropiación de las redes de riego por parte de las familias individuales. En cambio, son los conjuntos de casas los que se disponen cerca de una red de riego, o lejos de todas. En este último caso debemos suponer sin embargo que las familias accedían de todos modos a tierras irrigadas, aunque tal acceso no fue expresado en la disposición de las casas. Es sugerente que en los casos donde las casas y las redes de riego se disponen de acuerdo a la modalidad C, también otras estructuras que probablemente fueron corrales se asocian a los conjuntos de casas, en tanto que en Tebenquiche Chico (exclusivamente modalidades A y B), los probables corrales se vinculan a viviendas individuales. Pareciera que es posible interpretar que la modalidad C enfatiza la relación entre las familias en lo que respecta a la apropiación de los recursos (tierras agrícolas y, a juzgar por la disposición de los corrales, también la hacienda) antes que su autonomía. La modalidad D se trata de un esquema muy similar a la modalidad B, con la diferencia de que en esta forma de articulación de los ámbitos de vivienda con los espacios de producción son los conjuntos de casas, y no las casas individuales los que se vinculan a sectores claramente identificables de una red de riego. Es posible que las modalidades A, B y D representen diferentes momentos de procesos históricos de desarrollo de algunas redes de riego. De hecho, podemos fácilmente imaginar la forma en la cual se puede pasar de la modalidad A (Figura 2a) a la modalidad B mediante la agregación de una derivación secundaria en posición inferior y la construcción de una casa vinculada a esta nueva sección (Figura 2b). Del mismo modo, de la modalidad B se puede pasar a la D por medio de la agregación de casas vinculadas a cada uno de los canales secundarios de la red de riego (Figura 2c). La modalidad C, en cambio, no puede ser de ningún modo incluido como parte o resultado de un proceso como el señalado. De todos modos, si realmente estas modalidades representan procesos de transformación del paisaje agrario como el que acabamos de señalar, estos parecen haber sido excepcionales ya que durante los siglos III a XII sólo dos casos adoptaron la modalidad B y apenas uno la D.

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LOS ANCESTROS La voluntad de las familias campesinas de Tebenquiche Chico y Antofalla -quizá vinculadas entre sí por lazos de parentesco-, de conformar núcleos aldeanos nos reubica en el plano de tensión conformado por dos formas de apropiación: por un lado la apropiación doméstica del agua mediante la técnica de la irrigación y por otro la apropiación común del agua mediante la pertenencia de las distintas unidades de producción a un grupo de descendencia o linaje. Esto último supone, como bien anota Haber (2006:239), “la construcción cultural de la ascendencia” (cf. Meillassoux 1984; Vicent 1991). La arqueología y etnohistoria andinas han abordado con frecuencia este tema buscando explorar las prácticas de construcción de los ancestros y pusieron en evidencia dos aspectos del problema: por un lado la variabilidad regional y temporal del culto a los antepasados y, por otro lado, la importancia que estos tuvieron en la negociación de los derechos sobre los recursos, en tanto poseedores últimos de los mismos (Duviols 1979; Isbell 1997; Lau 2008; Nielsen y Boschi 2007; Pérez Gollán 2000, entre otros). De acuerdo con Haber, en Tebenquiche Chico la construcción cultural de los ancestros implicó al ritual funerario. Este tuvo una espacialidad particular ya que, a diferencia de las redes de riego, que con el predominio de la modalidad A aparecen bien relacionadas a las viviendas, los enterratorios aparecen agrupados entre sí y separados de estas. De tal modo que el autor consideró que “su disposición espacial no es comprensible ni explicable mediante el desarrollo de la lógica agrícola a través de la cual se describió el asentamiento y crecimiento de las células domésticas” (Haber 2006:239), y propuso que“el proceso de creación de los ancestros y la delimitación del grupo de descendencia común, ya fuera esta real o ficticia, debieron realizarse a través de la participación colectiva en el ritual de los muertos ancestrales” (Haber 2006:254). En Antofalla no se ha avanzado en el estudio del patrón funerario, tarea que además podría ser allí más compleja ya que las ocupaciones posteriores al siglo XII -más intensas y extensas que en Tebenquiche Chico-, pudieron haber afectado áreas de tumbas. No vamos a profundizar en ese aspecto, pues no es la finalidad de este trabajo sino señalar algunos aspectos que resultan relevantes para esta discusión. Aquí será suficiente indicar que las prospecciones y relevamientos permitieron detectar 49 enterratorios5. Los que, de acuerdo a la cerámicas diagnósticas asociadas a estos, podrían corresponder a los periodos Tardío, Inca y Colonial temprano se ubican en sectores elevados, sobre las laderas de la quebrada y alejados de las casas y áreas agrícolas. Los que podrían ser asignados al primer milenio d.C. se presentan de dos formas a) agrupados y alejados de las viviendas, de un modo similar a lo encontrado por Haber en Tebenquiche Chico o b) adosados a estas. Este último modo de relación es del todo interesante. Se trata de 9 enterratorios asociados 1 al núcleo residencial Af1646 (Figura 4) mientras que los 8 restantes lo hacen a distintas unidades de viviendas que conforman el conjunto Af21 (Figura 5). Lo llamativo es que estas viviendas corresponden, respectivamente, a los únicos casos identificados de modalidades C y D entre los siglos III y XII, es decir, aquellas que son menos enfáticas en la relación espacial entre las redes de riego y las casas individuales. Se trata de un interesante juego de espejos: cuando los canales se vinculan a las casas individuales, los enterratorios se hallan lejos de ellas, cuando los canales se vinculan a grupos de casas o se hallan lejos de estas, las tumbas

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FIGURA TRES

Modalidades de relación espacial entre las casas y las redes de riego en Tebenquiche Chico y Antofalla.

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FIGURA CUATRO

Núcleo residencial Af1646 en la quebrada de Antofalla. La flecha indica la posición de la cámara funeraria subterránea junto al muro que delimita una suerte de patio.

aparecen junto a las casas individuales. A MODO DE CONCLUSIÓN: PRÁCTICA Y REPRESENTACIÓN Las interpretaciones anteriores sobre las relaciones que establecían las familias campesinas con respecto al acceso al agua (Quesada 2001, 2006) estaban basadas en unos pocos casos de redes de riego y núcleos residenciales de Tebenquiche Chico donde la modalidad A constituía la única forma de vinculación entre estos elementos, salvo por un caso de modalidad B que aparecía entonces como anomalía. En tal situación resulta fácil explicar porqué se hizo mayor énfasis en la autonomía doméstica que en sus límites. El avance de las investigaciones permitió reconocer otras formas de relaciones espaciales donde la apropiación es menos representada. Aún así, con un marcado predominio de la modalidad A6, el paisaje agrario de Tebenquiche Chico y Antofalla es enfático en la representación de la apropiación doméstica de las redes de riego. Esto sugiere a su vez que las familias podrían haber mantenido un elevado grado de autono-

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mía en las decisiones relacionadas a la producción agrícola. En alguna medida pudo haber sido así, pero hay algunas razones para matizar esta observación y explorar los límites de tal autonomía. Una de ellas ya fue señalada y es la existencia de otras formas de relación entre las áreas residenciales y las redes de riego donde las familias individuales no podían ya gestionar autónomamente la totalidad de la red de riego. Estos casos, no obstante, son pocos. La otra razón es la siguiente: las mediciones del caudal del arroyo que realizamos en el sector medio de la quebrada de Tebenquiche Chico dieron un resultado de sólo 26,3 litros por segundo. Esto significa que difícilmente podría haber abastecido a más de unas pocas bocatomas abiertas simultáneamente. El volumen de agua transportado por el arroyo de Antofalla, aunque no ha sido medido, no es muy diferente. Aún suponiendo que los caudales de los arroyos pudieron haber disminuido en el último milenio7, la cantidad de redes de riego en funcionamiento entre los siglos III y XII superaba ampliamente las posibilidades de emplearlas simultáneamente. Esto significa que de algún modo debió convenirse entre las familias un sistema de reparto del agua. La principal consecuencia de este hecho para nuestro análisis es que la apropiación doméstica de las redes de riego no implica un acceso irrestricto al agua y la apertura de las bocatomas debió ser motivo de permanentes conflictos y numerosos sucesos de crisis. El acceso al agua debió ser, por lo tanto, constantemente negociada. Es posible que los sistemas de reparto hayan sido dejados de lado, o en todo caso, flexibilizados durante los períodos de retracción agrícola, al menos entre redes de riego alejadas. Por ejemplo, durante los períodos agroalfareros Tardío e Inca y el Colonial Tardío, siendo nuevamente establecidos durante el Colonial Temprano, en particular en Tebenquiche Chico, donde un gran número de redes de riego muy próximas pudieron haber sido reactivadas. Pero cualquiera haya sido el sistema de reparto, volvemos a la idea de que la apropiación de las redes de riego por sí sola no asegura a las unidades domésticas individuales el acceso irrestricto al agua, aunque sí garantiza que ese acceso no esté mediado por dispositivos técnicos no controlados por ellas, una situación muy deseable en contextos de conflictos por el uso del recurso. Entonces, bajo la modalidad A, las familias campesinas debían, por un lado, negociar su acceso al agua pero, por otro lado, mejoraban sus condiciones de negociación mediante la apropiación doméstica de los dispositivos técnicos de manejo del agua y la auto-apropiación de la fuerza de trabajo invertida en ellos. Por otro lado, así como no debe entenderse que la independencia de las redes de riego aseguraba a las familias la apropiación doméstica del agua, tampoco debe entenderse que la vinculación de los enterratorios a las viviendas debe significar necesariamente que no existía en tales casos una participación colectiva en los rituales funerarios. De hecho, nada dice que aún en esta condición el ritual funerario no involucraba a las demás familias. Quizá sea significativo en relación a esto que si bien los enterratorios en Af1646 y Af21 aparecen junto a las casas, lo hacen adosados a los muros exteriores. No se trata precisamente del espacio más íntimo o restringido de las viviendas. Sin embargo, lo que sí marca una diferencia en relación a lo hallado por Haber (2006) en Tebenquiche Chico es que en estos contextos las casas aparecen claramente vinculadas al proceso de construcción de los ancestros. Al parecer esta relación fue materialmente enfatizada ya que, y también contrastando con las formas funerarias de Tebenquiche

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FIGURA CINCO:

Af21. Se indica la posición de las cámaras funerarias junto a las viviendas.

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Chico, al menos en Af21 la posición de las tumbas fue demarcada por medio de hileras de piedras paralelas a los muros de las casas o ubicándolas en el espacio entre dos hileras de muros que luego sería rellenado de sedimentos. Tal vez sea posible pensar entonces, siempre ubicándonos en el plano conflictivo de la apropiación campesina, que la apropiación doméstica del agua cuando no existía una relación clara y visible de las casas con la tecnología que la facilitaba pudo requerir de una mayor representación de estas en otra esfera de sentido, en este caso la construcción de los ancestros, para legitimar los derechos de la familia sobre los recursos comunes. Parece entonces que los patrones espaciales no deben entenderse como reflejo de las reales condiciones de producción o relaciones sociales de producción concretas. Antes bien, deben ser interpretadas en aquella superficie de fricción entre escalas sociales que señalamos al comienzo de este trabajo, sobre la cual buscamos permanentemente posicionar nuestro análisis. En ella se descubre que sólo hasta cierto punto lo representado fue realmente practicado. Allí podemos notar la voluntad de las familias, quizá vinculadas entre sí por lazos de parentesco, de conformar vínculos sociales comunitarios, pero al mismo tiempo, resulta claro el interés que estas mismas familias tenían de mantener algún grado de autonomía sobre la gestión de sus medios de producción I

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NOTAS: No se debe interpretar que con la noción de familia o unidad doméstica pretendemos caracterizar un tipo particular de familia o unidad doméstica. Es sabido que la configuración específica de estos colectivos sociales en aspectos tales como tamaño, composición y formas concretas en que se reproducen y negocian sus relaciones, es sumamente variable según los contextos culturales. Sin ignorar la densidad teórica que suponen los conceptos de unidad doméstica y familia y las discusiones sobre su relación (ver por ejemplo Mayer 2004) en este trabajo emplearemos tales términos en forma laxa para referir a una escala social de bajo nivel de inclusión que creemos haber identificado en la arquitectura residencial y agrícola de los casos que estudiamos. Estimamos que también resulta relevante para comparar con una segunda escala de integración social más inclusiva a la que preferimos referirnos como suprafamiliar, supradoméstica o aldeana. 1

2

En adelante todas las referencias cronológicas corresponden a siglos después de Cristo. En otro artículo en este mismo volumen (capítulo 3) he repasado con más detalle las problemáticas particulares de carácter histórico en el marco de las cuales se han desarrollado las investigaciones en Tebenquiche Chico y Antofalla. Remito al lector a aquel trabajo para profundizar en esos aspectos. También allí encontrará descripciones más detalladas de los aspectos geográficos y ambientales de estas localidades. 3 La separación de los conjuntos de viviendas no es uniforme. Por ejemplo, en Tebenquiche Chico el conjunto del sector alto se halla mucho más distante del conjunto del sector medio (1,4 km), que este último del conjunto del sector bajo (0,49 km). Es probable que los dos últimos conjuntos hayan conformado un mismo grupo aldeano. En la quebrada de Antofalla la separación de los conjuntos de viviendas es más marcada. El conjunto de Encima de

la Cuesta dista 0,9 km del de Pie de la Cuesta en tanto que este último queda a 2,27 km del conjunto de la desembocadura. Es posible que el término aldea no sea del todo apropiado para hacer referencia a grupos de tres unidades de viviendas, pero lo que nos interesa destacar con esa denominación antes que un número concreto de casas, es la posibilidad de que hubieran existido contextos cotidianos de interacción y relaciones de vecindad con la inmediatez que podrían caracterizar la vida aldeana. 4 La asignación cronológica de las redes de riego se realizó comparando las cerámicas asociadas a los canales, recolectada durante el relevamiento, con la secuencia cerámica elaborada a partir de los depósitos de la vivienda TC1 en Tebenquiche Chico cuya estratigrafía fue datada mediante una serie de 14 fechados radiocarbónicos (Granizo 2001; Haber 2006). En Quesada (2006) puede hallarse una descripción más detallada del procedimiento. 5 La prospección, que abarcó toda la extensión de la quebrada de Antofalla, fue de cobertura total organizada en transectas separadas por 45 m. El relevamiento fue realizado en los sectores de Encima de la Cuesta, Antofalla y Campo de Antofalla. Procedió mediante taquimetría con teodolito. En ambos procedimientos se logró un registro espacial de alta resolución. 6 Al parecer, la modalidad A es mayoritaria también durante los períodos Tardío e Inca. Durante el período Colonial, y probablemente a comienzos del Republicano, siglos XVI a primera mitad del XIX, la modalidad A es definitivamente la más común. La reocupación en los siglos XVI y XVII de los sectores medio y bajo de Tebenquiche Chico tras su abandono en el siglo XII no parece haber afectado la estructuración de los espacios domésticos y de producción del primer milenio basado en la modalidad A, excepto un caso de modalidad B. 7 Se trata sólo de una suposición que expresa simplemente la posibilidad de que tal fenómeno pudo haber sucedido, pues no disponemos de ningún indicio de fluctuación del caudal del arroyo.

REFERENCIAS CITADAS: Berberián, E. E. y A. E. Nielsen. 1988. Sistemas de asentamiento prehispánicos en la etapa formativa del valle de Tafí (Pcia. de Tucumán – República Argentina). En Sistemas de asentamiento prehispánicos en el valle de Tafí, editado por E. Berberián, pp.21-51. Ed. Comechingonia, Córdoba. Browman, D. L. (ed.). 1987. Arid Land Use Strategies and Risk Management in the Andes. A Regional Anthropological Perspective. Westview Press, Boulder y Londres. Cardozo, C. F. S. y H. P. Brignoli. 1987. Historia económica de América Latina. I sistemas agrarios e historia colonial. Crítica, Barcelona. Cohen, M. N. 1984. La crisis alimentaria de la prehistoria. La superpoblación y los orígenes de la agricultura. 2da. edición. Traducido por F. Santos Fontenla. Alianza Editorial, Madrid.

los límites de la autonomía doméstica en la agricultura de regadío. antofalla y tebenquiche chico // 143

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06

FORMAS Y ESPACIOS DE LAS ESTRUCTURAS AGRÍCOLAS PREHISPÁNICAS EN LA QUEBRADA DEL RÍO DE LOS CORRALES (EL INFIERNILLO -TUCUMÁN)

Mario Caria¹; Nurit Oliszewski2; Julián Gómez Augier3; Martín Pantorrilla4 y Matías Gramajo Bühler5 ¹

Instituto de Geociencias y Medio Ambiente (INGEMA). CONICET. [email protected] Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES). CONICET. Universidad Nacional de Tucumán. [email protected] 3 Instituto de Geociencias y Medio Ambiente (INGEMA). CONICET. [email protected] 4 Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES). CONICET. Universidad Nacional de Tucumán. [email protected] 5 Instituto de Arqueología y Museo (IAM). Universidad Nacional de Tucumán [email protected] 2

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INTRODUCCIÓN En los últimos años, el estudio arqueológico de la agricultura se orientó a generar nuevos medios de obtención de evidencias sobre las formas de la práctica agrícola y específicamente sobre qué especies se cultivaban. Al respecto han sido pioneros los trabajos de Babot (2004) y Korstanje (2005), quienes han desarrollado técnicas analíticas a nivel de microfósiles aplicados en sitios prehispánicos del NOA. De igual modo, se ha intentado avanzar en la problemática de la asignación cronológica mediante la aplicación de dataciones absolutas de muestras obtenidas directamente de estructuras de cultivo (Korstanje et al. 2010 y capítulo 8 en este volumen) y que permitirían comprender mejor las relaciones productivas de los grupos prehispánicos a lo largo del tiempo. Los estudios sobre los sistemas agrícolas en sitios arqueológicos de Tucumán no han tenido una dedicación importante por parte de los investigadores, solo pueden citarse algunos ejemplos como es el caso del valle de Tafí, donde Sampietro (2002) realizó una serie de caracterizaciones en cuanto a los paleosuelos de los andenes de cultivo y a la distribución espacial de las diferentes estructuras agrícolas en el cono del río Blanco según su red hidrográfica, distinguiendo canales de riego y líneas de despedre para el control de la erosión. En cuanto al extremo meridional del sistema Sierras del Aconquija y Cumbres Calchaquíes recién se está comenzando a generar información sobre los espacios productivos (Caria et al. 2006 y 2007; Franco Salvi 2008). En consecuencia, podemos decir que las investigaciones arqueológicas sistemáticas sobre sistemas agrícolas en la provincia de Tucumán son relativamente escasas y no han explotado aún el alto potencial que tiene en toda su extensión geográfica. La mayoría de las investigaciones han sido enfocadas al ámbito del valle de Tafí, dejando otras áreas sin ser estudiadas, a pesar de la gran importancia que puede llegar a tener en el proceso explicativo del desarrollo sociocultural prehispánico de toda la región. Esto generó una visión parcial del pasado prehispánico en la provincia que debería cambiar. Por ello, el objetivo principal del presente trabajo es realizar una caracterización de las estructuras agrícolas arqueológicas ubicadas en un sector de la quebrada del río de Los Corrales (El Infiernillo-Tucumán). Al mismo tiempo se intenta establecer posibles vinculaciones de las mismas con otros tipos de estructuras arqueológicas presentes en la quebrada. Cabe destacar que la agricultura, en este sector ubicado a ca. 3100 msnm, habría funcionado por siembra“a temporal”o “de secano”, ya que no se han registrado sistemas de riego artificial. Asimismo, según los resultados de dataciones asociadas al área y de los materiales cerámicos y de la arquitectura presente en este sector, podemos inferir que las estructuras agrícolas serían anteriores al 1000 AP.

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ANTECEDENTES A NIVEL REGIONAL1 Las investigaciones relacionadas a los espacios agrícolas tienen una larga data en la arqueología del NOA. Trabajos sustanciales realizados para diferentes áreas han provisto de herramientas clasificatorias y analíticas para abordar esta temática. La mayoría de estos estudios están referidos a sitios agrícolas de altura con sistemas de riego y son especialmente conocidos para el Período Tardío (ca. 1000-1500 años AP). Muchos de ellos se encuentran ubicados en ambientes de Puna y Prepuna. La agricultura del 1° milenio d. C. Uno de los sectores del NOA que mayor información aportó al estudio de la arqueología agrícola para este momento es Laguna Blanca, ubicada a más de 3400 msnm en la Puna catamarqueña (Delfino 1999). Allí existen numerosos vestigios de trabajos agrícolas prehispánicos que pueden asociarse a momentos del 1° milenio d. C. Las estructuras agrícolas se encuentran emplazadas en lugares cercanos a las fuentes de agua y con un diseño de irrigación muy denso en algunos sectores bien definidos. Por ejemplo, Albeck y Scattolin (1984) constataron, en base al análisis de fotografías aéreas, la incidencia que tuvo el diseño de la red hídrica en la selección del lugar de asentamiento agrícola, constituyéndose ésta en factor primordial. Asimismo, Scattolin (1990) relevó varias estructuras agrícolas asociadas a unidades domésticas en un sector de la falda Occidental del Aconquija, también anteriores al 1000 AP. En investigaciones mas recientes, Quesada (2006) estudió el sistema de redes de regadío en un espacio agrícola ubicado en la quebrada de Tebenquiche Chico en la Puna de Atacama, estableciendo diferentes escalas temporales y espaciales en el trabajo agrícola durante el 1° milenio d. C. Especialmente destaca que el “paisaje agrícola alcanzó una notable extensión sin necesariamente implicar escalas sociales supradomésticas” (Quesada op cit.: 31). La agricultura del 2° milenio d. C. Al respecto es importante destacar que según Albeck (1984), en la Puna Húmeda o Normal es posible el cultivo“a temporal”o“de secano”, al menos de los tubérculos andinos y otros vegetales microtérmicos, aunque no se han registrado hasta el momento sitios con estas características. En la Puna Seca o Espinosa, la agricultura se efectúa exclusivamente bajo riego y los sectores cultivables se emplazan de acuerdo a la disponibilidad de agua; aun así se encuentran relativamente cercanos unos a otros, ocupando fajas que bordean los bolsones puneños. En la Puna Salada o Desértica, el ambiente adquiere las características de un verdadero desierto. Allí el cultivo, de regadío, se encuentra solamente en lugares con condiciones de humedad y temperatura excepcionales y por tanto se presenta muy espaciadamente. Se considera que para el Período Tardío la agricultura estaba plenamente desarrollada y la utilización de los terrenos cultivables fue posible gracias al desarrollo tecnológico que había incorporado el regadío en forma sistemática. Tarragó (2000) sostiene que tres grandes sistemas agrícolas se practicaron al mismo tiempo durante el Período Tardío: el cultivo de fondo de valle, el cultivo de ladera en andenes y la explotación de cuencas de alto rendimiento. Entre estos sistemas sobresalen los de Coctaca, Rodero y Alfarcito en la Quebrada de Humahuaca (Jujuy) con unas 5000 hectáreas bajo riego. Coctaca puede

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vincularse a momentos incaicos y las superficies de cultivo se encuentran entre los 3100 y 3500 msnm, destacándose los recintos de cultivo que ocupan una importante área. En cuanto a Rodero, este se encuentra entre los 3200 y 3700 msnm. Para ambos sitios se ha calculado unas 6000 hectáreas de campos de cultivo (Albeck y Scattolin 1991). Otra zona agrícola importante es Casabindo (Cochinoca-Jujuy), a unos 3500 msnm. Esta zona está caracterizada por una serie de quebradas y es en estas donde aparecen las antiguas obras agrícolas indígenas. Albeck (1984, 1993) sostiene que en la actualidad todas las quebradas con agua permanente presentan restos de antiguas obras agrícolas en Casabindo. Dentro de ellas distingue dos categorías, las que se vinculan con la superficie de siembra y las que están conectadas con las obras de irrigación, en estas últimas ha determinado varios tipos de acequias para riego. Siguiendo con el Período Tardío, Tarragó (2000) menciona diferentes ámbitos agrícolas como la quebrada del Toro (Salta), donde se encuentran alrededor de 1000 hectáreas con regadío; Las Pailas, en el valle Calchaquí, con un espacio agrario constituido por intrincados canchones y terrazas de cultivo al igual que canales de irrigación y de drenaje. También menciona los presentes en el valle de Santa María donde se destacan Caspinchango (al oriente) y Quilmes en la parte occidental con un sofisticado sistema de riego que incluye una represa y los campos agrícolas de Huasamayo (El Cajón). Por último destaca en el valle de Hualfín, la andenería de Azampay caracterizada por 6 km² con sistemas de terrazas regadas por canales que se alimentaban mediante estanques y bocatomas. EL ÁREA DE ESTUDIO La zona de la quebrada del río de los Corrales se ubica sobre el Abra de El Infiernillo (Departamento Tafí del Valle, Provincia de Tucumán), con una cota altimétrica promedio de 3100 msnm, la cual es una zona de hundimiento dentro del sector norte del sistema del Aconquija (Figura 1). Para una descripción más detallada consultar Caria et al. (2006, 2007) y Oliszewski et al. (2008). El área de estudio está atravesada por el río de Los Corrales que corre en sentido SN y constituye el cauce principal que da formación a la quebrada del mismo nombre. Al mismo confluyen los sistemas de escorrentía derivados de la ladera oeste. Actualmente, este río es de cauce permanente mientras que los sistemas de escorrentía son temporales, dependiendo de los aportes pluviales estivales. Las investigaciones arqueológicas realizadas hasta el momento en la quebrada del río de Los Corrales, abarcaron la cuenca media/inferior de dicho río y sus márgenes entre las cotas de ca. 2900 y 3200 msnm. De este modo se recorrieron 5,5 km lineales, es decir desde la confluencia de la ruta provincial 307 y el río de Los Corrales (que después da origen al río de Amaicha), hasta un sector donde la quebrada del río homónimo se reduce en su ancho a sólo 5 m. La prospección cubrió también los sectores marginales y quebradas laterales, superando en algunos casos 1 km en sentido transversal al río. A partir de los trabajos de prospección realizados podemos distinguir al menos cinco tipos de evidencias inmuebles (Caria et al. 2006): 1) cueva2; 2) corrales; 3) andenes de cultivo; 4) recintos habitacionales; y 5) estructuras de piedra de funcionalidad no definida3. En este trabajo nos interesa abordar específicamente la problemática de las estructuras agrícolas [andenes de cultivo sensu Treacy (1994)].

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FIGURA UNO Mapa de ubicación del área de estudio.

Las evidencias arriba mencionadas se relacionan directamente con tres espacios ocupacionales bien definidos que habrían funcionado de manera articulada y contemporánea en la quebrada del río de Los Corrales en momentos prehispánicos (Figura 2): 1) Septentrional: con la ocupación de una cueva (Cueva de Los Corrales 1); 2) Medio: dominado por un sistema agrícola-pastoril (andenes y corrales) que habría constituido un sector espacial dedicado a la producción de alimentos, objeto de estudio del presente trabajo y las estructuras de piedra de funcionalidad no definida; y 3) Meridional: donde se ubica una concentración de recintos habitacionales.

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FIGURA DOS Mapa geomorfológico y arqueológico del área de estudio (Caria et al. 2006, 2007).

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ASPECTOS CRONOLÓGICOS El lapso temporal de ocupación prehispánica de la quebrada del río de Los Corrales habría estado acotado a un rango de ca. 2300-600 años AP. Este rango está determinado, en primer término, por dos fechados radiocarbónicos realizados sobre muestras de poáceas que formaban parte de camadas de paja dispuestas en forma intencional provenientes de Cueva de Los Corrales 1 (CC1). El primer fechado correspondiente a la Capa 2 (3º extracción, microsector C3A) arrojó una edad de 2060 ± 200 AP y el segundo fechado procedente de la Capa 1 (2º extracción, microsector B2D) una edad de 630±140 AP (Oliszewski et al. 2008). Por otra parte, si tenemos en cuenta la presencia de recintos habitacionales (mencionados más adelante en el punto 4) de planta circular/subcircular, la ocupación prehispánica puede ubicarse tentativamente, siguiendo a Berberián y Nielsen (1988) entre ca. 2100-1200 años AP. Además, el material cerámico de recolección puede ser asignable a los estilos conocidos en la literatura especializada como Tafí, Candelaria, Ciénaga y Vaquerías, correspondiente al rango temporal ca. 2100-1200 años AP. Por lo tanto, consideramos, hasta tanto se realicen dataciones absolutas asociadas directamente a las estructuras agrícolas, que los inicios de ocupación del área se dieron hacia ca. 23002100 años AP. No sabemos, en el estado actual de conocimiento cuándo fueron abandonados los recintos habitacionales. Si nos guiamos por las características arquitectónicas y el material cerámico registrado en superficie, podemos decir que su ocupación llegó hasta ca. 1200 años AP. METODOLOGÍA Para realizar la caracterización de las estructuras agrícolas se tuvieron en cuenta los siguientes criterios: 1) unidades de paisaje sobre las que se encuentran dichas estructuras; 2) características constructivas y propiedades pedológicas de las mismas; 3) relaciones entre estas estructuras y otras previamente identificadas con funcionalidades diferentes (e.g. corrales, estructuras de funcionalidad no definida, estructuras habitacionales); 4) manejo del agua para riego. Se trabajó con fotografías aéreas a escala 1:50000. Estas fueron utilizadas para la realización de un mapa geomorfológico y para la ubicación de los diferentes tipos de estructuras arqueológicas. Operativamente la quebrada del río de Los Corrales ha sido dividida en tres partes como mencionáramos antes: Septentrional, donde se localiza CC1; Media, donde se ubican las estructuras agrícolas, los corrales y las estructuras de piedra de funcionalidad no definida y Meridional, donde se encuentran los recintos habitacionales. Particularmente, la parte Media fue subdividida en tres sectores: I (estructuras de piedra de funcionalidad no definida), II (estructuras de funcionalidad no definida y agrícolas) y III (estructuras agrícolas y corrales). A su vez el sector II (objeto de estudio del presente trabajo y que fuera relevado planialtimétricamente con teodolito digital) se encuentra subdivido en dos Subsectores: II.A (conformado por estructuras de piedra de funcionalidad no definida) y II.B (conformado por 21 andenes de cultivo) (Figura 3). Asimismo, se realizaron excavaciones en diferentes estructuras de los Subectores II.A y II.B con la finalidad de determinar las características y funcionalidad de las mismas. De igual manera se realizaron calicatas para obtener muestras de sedimentos y ca-

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FIGURA TRES Plano planialtimétrico de los Subsectores II.A y II.B donde se visualizan las diferentes estructuras analizadas.

racterizar el sistema de construcción de los andenes. De dichos sondeos se tomaron muestras para diversos análisis pedológicos y de microfósiles. Los análisis pedológicos4 estuvieron orientados a determinar: a) tipo de sedimentos (el análisis textural fue rea-

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lizado con el método de Bouyoucos y tamizado en seco y húmedo), b) fósforo (método Bray-Kurtz), c) pH (método potenciométrico – en agua relación 1:2,5), d) carbonatos (método del calcímetro de Bernard), e) carbono y materia orgánica (método de Walkley-Black), f) color (en seco con tabla Munsell) y g) nitrógeno (método de Kjeldah). El estudio de los microfósiles está en proceso de análisis y consiste en la detección e identificación de ostrácodos y silicofitolitos, lo que permitiría inferir condiciones paleoambientales, las características paleohidrológicas de los andenes y posibles géneros y/o especies cultivadas. CARACTERIZACIÓN DE LAS ESTRUCTURAS AGRÍCOLAS 1) Unidades de paisaje sobre las que se encuentran las estructuras agrícolas A partir del análisis de las fotografías aéreas y de los controles de campo se pudo establecer que la geomorfología del área de estudio (Figura 2) se caracteriza por la presencia de laderas y depósitos de remoción en masa. Las laderas constituyen cerca del 95% de las geoformas. Estas presentan pendientes de entre 5º y 35º. Se pueden definir dos tipos de laderas según su sustrato litológico superficial: laderas denudativas con sustrato granítico (LDSG) y laderas con sustrato loesico (LSL). Esta distinción es importante porque las LSL permiten su utilización para la práctica agrícola. Los depósitos de remoción en masa (DRM) son producto de procesos de deslizamientos de algunos sectores de laderas con sustrato basal, las que conformaron un espacio tipo aterrazado sobre un sector de las márgenes del río de Los Corrales (Caria et al. 2006). Se determinó, también, que el área asociada a los diferentes tipos de estructuras arqueológicas detectadas en la fotointerpretación y en los controles de campo se corresponde con un total de 600 hectáreas aproximadamente. De dicha área 160 hectáreas corresponde a la superficie cubierta por las estructuras agrícolas-ganaderas (26,6%) en tanto 33 hectáreas (5,5%) corresponden al sector de estructuras habitacionales. Por otra parte, el 95% de los sitios detectados se ubican sobre las laderas y margen oeste del río de Los Corrales. Asimismo, las estructuras agrícolas y los corrales se encuentran ocupando las laderas con depósitos de loess, mientras que los recintos habitacionales se encuentran concentrados sobre los depósitos de remoción en masa y en las laderas con sustrato de basamento granitoide (Caria et al. 2006). El sector agrícola-ganadero (espacio definido por laderas cubiertas por un sustrato de loess y asociadas a un sistema de escorrentía natural) estuvo ocupado por actividades de producción doméstica como la cría de ganado (probablemente llama) y cultivo de vegetales (¿maíz, quinoa, tubérculos microtérmicos?)5. Este espacio estuvo aprovechado al máximo, ya que la modificación de la superficie de las laderas por el sistema de andenes y corrales es muy alto (26,6%). 2) Características constructivas y propiedades pedológicas de los andenes La estructuración de los andenes indica un sistema de construcción pensado y adaptado a las geoformas específicas y particulares de cada una de ellas. Los andenes tienen cuatro funciones básicas: profundización del suelo, control de la erosión, control microclimático y control de la humedad. Estas funciones no son mutuamente excluyentes y es probable que algunas de ellas reflejen la intención consciente y dominante de quienes construyeron los andenes, pero algunas de las funciones son epifenoménicas o imprevistas (Treacy 1994).

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Los andenes ubicados en el área de estudio se caracterizan por presentar diferentes dimensiones, según el sector del terreno en el que se encuentran, es decir, de acuerdo al grado de pendiente de las laderas. Las estructuras agrícolas se detectaron en sectores de laderas de entre 5º y 35º de pendiente, lo cual generó terrazas escalonadas de anchos y alturas variables (Figura 4). La construcción de estos sistemas de cultivo implicó una gran inversión de trabajo y diseño, involucrando un muy buen manejo de técnicas constructivas con rocas, material empleado para los muros de contención. En sectores con mayor pendiente se detectaron andenes de no más de 0,40 m de ancho en sus plataformas, mientras que en los sectores de menor pendiente, las plataformas de los andenes varían entre 1 a 7 m. Asimismo, el desnivel vertical varía entre 0,25 m y hasta 1,50 m en sectores de mucha pendiente. Cabe aclarar que este sistema de andenes de cultivo no presenta conexión topográfica alguna con el curso fluvial del río de Los Corrales, lo cual permite inferir que este sistema agrícola tuvo como única fuente de riego el manejo del agua de lluvia.

FIGURA CUATRO Vista de un sector de laderas con andenes.

El sistema de drenaje que abarca gran parte del área estudiada constituye un sistema natural integrado a las diferentes unidades arqueológicas mapeadas. Existe una relación directa entre este sistema y el sistema de andenería. Es visible el aprovechamiento de varias de las escorrentías, que surcan o atraviesan las áreas de cultivos prehispánicos, mediante el encauzamiento y desvío del agua hacia las estructuras de los andenes. Este sistema fue aprovechado siguiendo las estructuras naturales de escorrentía las cuales fueron modificadas antrópicamente para controlar la velocidad y drenaje del agua. Por otra parte, la retención y concentración de sedimentos formadores del suelo de los andenes está definido por el tipo de construcción de los mismos. Es de esperar que los distintos tipos de andenes (según su forma y tamaño) presenten un comportamiento diferencial en cuanto a sus componentes pedológicos. Al respecto, existen algunos tra-

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bajos que caracterizan la pedología de sitios agrícolas tempranos en el valle de Tafí (Tucumán). Por ejemplo, Sampietro (2002) y Roldán et al. (2005) determinaron los indicadores geoquímicos producidos por el uso agrario sostenido de los suelos en el sitio El Tolar (Tafí del Valle). En nuestra área de estudio realizamos cinco sondeos estratigráficos en cuatro de las estructuras agrícolas del Subsector II.B (andenes Nº 4, 8, 14 y 17) (Figura 3), el quinto sondeo se realizó en un área externa a los andenes con la finalidad de utilizarlo como muestra patrón en la constitución de las características pedológicas. El material sedimentológico recuperado del andén 14 y del sondeo muestra fueron sometidos a análisis de laboratorio. Las descripciones sedimentológicas que se presentan de los andenes 4, 8 y 17 fueron realizadas en campo. Estos sondeos permitieron avanzar en la caracterización funcional específica y establecer la técnica de construcción de los andenes. Andén 4: el mismo se ubica en la zona del “ápice” del Subsector II.B. Su plataforma tiene un ancho de 7 metros y el largo de su pared es de 12 metros. Se realizó un sondeo contiguo a la pared de la plataforma. Se determinaron 4 capas naturales que arrojaron el siguiente resultado: capa 1 (0-5 cm) con abundantes raíces, matriz arenosa con un 90% de clastos. Capa 2 (5-17 cm) con abundantes guijarros de 2 a 7 cm de diámetro, con una matriz franco limo arenosa de consistencia húmeda (30%) y clastos en un 70%. La capa 3 (17-31 cm) presenta un 40% de matriz limosa de color ceniciento y un 60% de clastos de 2 a 6 cm de diámetro. La matriz es más húmeda que la de la capa 2. La capa 4 (31-50 cm) presenta 90% de matriz franco limo arenosa de consistencia muy húmeda y pocas raíces. En todas las capas el límite es claro y uniforme. En cuanto a la estructura de la pared del andén se constató una altura de 40 cm. La base de la misma contenía rocas dispuestas con rumbo E-O, semejando un pequeño talud a modo de tabique de contención sobre la que se depositaban las rocas superficiales. Es importante destacar que los primeros 20 cm del sondeo presentaban una gran acumulación de clastos de variados tamaños (2-15 cm) producto de la erosión. Andén 8: parte de este andén se ubica en lo que actualmente es una línea de escorrentía. Mide 8 metros de largo con una plataforma de 10 metros en su parte más ancha. En el sondeo realizado se identificaron tres capas naturales. La capa 1 (0-3 cm) constituida por arena fina con grava mediana a gruesa y clastos redondeados. La capa 2 (315 cm) presentaba una estructura migajosa, con grava mediana a fina (1-5 cm) en un 30% con 70% de matriz de arena media. Presentaba abundantes raíces y una consistencia húmeda, su límite es transicional con la capa 3. La capa 3 (15-40 cm) presentaba una estructura más compacta de su sedimento, con menor porcentaje de raíces. Matriz de arena media a fina más húmeda que la capa anterior y clastos de 1 cm de diámetro. El muro de este andén tenía una altura de 25 cm promedio. Por debajo de la pared superficial presentaba rocas más pequeñas formando una especie de tabique. Andén 14: este andén mide 12 metros de largo en sentido N-S con una plataforma de 6 metros de ancho en sentido E-O. Las paredes del andén, que sobresalen sobre el terreno, tienen un promedio de 30 cm de altura (Figura 5). Este andén se diferencia del resto de los andenes analizados en este trabajo por la técnica de construcción observada. Se trata de una pared de contención de la humedad subsuperficial que presenta tres sectores bien diferenciados: a) en superficie y hasta los 5 cm. de profundidad se observa un tamaño de rocas grandes (20-30 cm. de diámetro) que evitan la escorrentía superficial;

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FIGURA CINCO Croquis del Anden 14.

FIGURA SEIS Croquis del corte estratigráfico del Anden 14.

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b) entre 5 y 20 cm. de profundidad se observan rodados homogéneos y de tamaño regular (5-7 cm. de diámetro) conformando un entramado de alta densidad cuya función habría sido la de retener la humedad subsuperficial, actuando como un “bolsón de relleno” sensu Treacy (1994); c) entre 20 y 60 cm. de profundidad se observan los mismos rodados homogéneos y de tamaño regular (5-7 cm. de diámetro) presentes en b) pero con una densidad notablemente menor, lo cual habría permitido el drenaje subsuperficial pendiente abajo del agua infiltrada en cada andén (Figuras 6, 7 y 8). Según Treacy (op cit: 147) existirían tres posibles razones –no excluyentes entre sí- que explicarían la presencia de “bolsones de relleno” en los andenes: 1- servirían como depósito para las piedras sobrantes; 2- sería una forma de economizar tierra de relleno necesaria para nivelar el andén; y 3- era una forma de posibilitar un drenaje rápido cuando el andén estaba saturado de agua. En nuestro caso, y en base a que no se observan estos bolsones en los otros andenes analizados y que la plataforma del mismo coincide con un desvió

FIGURA SIETE Perfil estratigráfico del Andén 14.

de la escorrentía que desemboca en éste, consideramos que esta última alternativa sería la que justificaría su presencia en el andén 14. Es importante destacar una característica que es propia de la mayoría de los sistemas agrícolas andinos y que es la existencia de los despedres en forma constante. Estos son el producto de la acumulación paulatina de piedras despejadas de los terrenos en las tareas previas a la siembra, cuando se efectúa la limpieza de la superficie destinada al cultivo o al practicar el laboreo posterior. Estas adquieren diferentes formas: alargadas,

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elípticas y circulares. Los despedres pueden alcanzar hasta dos metros de altura y a veces varios kilómetros de largo (Albeck y Scattolin 1991; Treacy 1994). En nuestro caso, no se han localizado estos despedres, esto es importante de remarcar puesto que introduce una modalidad que hasta ahora había sido una constante en los sitios agrícolas del NOA. Queda como interrogante analizar el o los mecanismos de limpieza durante la construcción y laboreo de los andenes y si efectivamente, como plantea Treacy (op. cit.) sirvieron en todos los casos para la construcción de los “bolsones de relleno”. Aunque esta última alternativa no se habría dado en la construcción de todos los andenes, como queda demostrado en la edificación de los andenes 4, 8 y 17 del Subsector II.B. Andén 17: este andén ubicado en el sector “distal” del Subsector II.B presenta FIGURA OCHO características similares a las descriptas para el andén 8. Guijarros de tamaño regular que formaban parte del Análisis pedológicos: se realizaron sobre muro interno del Andén 14. muestras de sedimentos provenientes de dos calicatas -locus-: 1) andén 14 (ubicado en una ladera de pendiente moderada: 7-15 %) y 2) sondeo muestra (ubicado en una zona deprimida sin presencia de estructuras agrícolas, concentradora natural de la humedad ambiente: lluvias estivales torrenciales y nubosidad). Los contenidos de carbono (C), materia orgánica (MO) y fósforo (P) son muy pobres a pobres en ambos loci (C: 0,004-0,4 %; MO: 0,07-0,69 %; P: 2,7-18,8 ppm) a excepción de la capa superficial del locus 2 que presenta valores moderados (C: 1,38 %; MO: 2,37 %; P: 31,3 ppm). En cuanto a los valores de nitrógeno, varían en valores casi imperceptibles (0,060 a 0,177 %) para ambos loci. Esto podría estar dado por los procesos erosivos que afectaron a las estructuras luego de su abandono. Asimismo, los resultados texturales de los sedimentos de ambos loci arrojaron valores definidos como franco arcillo arenoso. Estos valores corroboran, por una parte, que el locus 2 funciona actualmente como receptor natural de la humedad ambiente y abre el interrogante acerca de si habría funcionado de la misma manera en momentos prehispánicos pudiendo ser utilizado como campo de cultivo. Por otra parte, denotan una erosión eólica y pluvial post-depositacional muy intensa en el locus 1 (inferida de la diferencia de valores registrados entre uno y otro locus), el cual forma parte de las 21 estructuras de andenería mapeadas, que probablemente alteraron los valores originales propios de los suelos utilizados para cultivo. 3) Relaciones entre las estructuras agrícolas y otras identificadas con funcionalidades di-

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ferentes (e.g. corrales, estructuras de piedra de funcionalidad no definida y recintos habitacionales) a) Los corrales son estructuras subcirculares de 15 m promedio de diámetro que están adosadas de a pares y tienen un pequeño recinto en un sector de unión de las mismas. Los muros de estas estructuras son simples, con un promedio de 0,70 m de espesor y 0,80 m de altura conservada. Se registra en superficie material cerámico sin decoración y material lítico sin formatización (dominantemente en cuarzo y andesita). En algunos casos se observa en el interior de estos corrales, algunas hileras de piedra a modo de andenes de cultivo, lo cual podría implicar la combinación en cuanto a su uso como corral y estructura agrícola6. Se ubican en diferentes situaciones altitudinales y de emplazamiento, aunque siempre en sectores de laderas y taludes de remoción en masa asociados a las estructuras agrícolas. b) Las estructuras de piedra de funcionalidad no definida están compuestas por dos grandes rocas alargadas en posición vertical, situadas a modo de puerta que se orientan en dirección N-S, es decir abriendo hacia el E y O respectivamente. Dos de estas estructuras fueron detectadas en distintos sectores pero, presentando en ambos casos una clara asociación con una estructura monticular artificial, destacándose su excelente grado de preservación. Una de estas estructuras se halla situada en el Subsector II.A y se asocia por su ubicación al subsector II.B (andenes de cultivo presentado en este trabajo). Dicha estructura presenta una planta subcuadrangular donde, como ya se mencionó, se destacan dos rocas alargadas en posición vertical situadas a modo de puerta, asociadas a una estructura monticular conformada por piedras (Figura 3). Un sondeo estratigráfico en la misma determinó que se trata de una acumulación intencional, no caótica, de rocas de tamaño uniforme (40x30x20 cm aproximadamente). El interior de la estructura presenta alineaciones de piedra a modo de escalones con un desnivel de 20 cm entre ellos. Un sondeo estratigráfico nos permitió observar que estos escalones estarían conformados por un relleno intencional de piedras de diferentes tamaños. Es importante hacer notar que el tipo de construcción permitió descartar de plano que estos escalones hayan funcionado como estructuras agrícolas. Por otra parte, no se registró ningún hallazgo arqueológico en estratigrafía. Las evidencias que anteceden nos llevan a plantear la posibilidad de que se trate de una estructura de posible función ceremonial. La presencia de este tipo de estructuras asociadas a las estructuras agrícolas indicaría, además de su significado socio-simbólico, un referente espacial en la toma de decisiones respecto a las oportunidades de siembra en relación directa con la disponibilidad del agua de lluvia (al respecto consideramos la posible relación de estas estructuras ceremoniales con los equinoccios y solsticios, quedando pendiente un estudio al respecto). c) Las estructuras habitacionales se encuentran ubicadas en el sector meridional de la quebrada, en ambas márgenes del río de Los Corrales sobre depósitos de remoción en masa y en laderas con sustrato de basamento granitoide, a diferencia de las estructuras agrícolas que se localizan sobre depósitos loéssicos (Caria et al. 2006). Los recintos habitacionales se presentan como unidades subcirculares compuestas, ubicadas a ca. 3115 msnm y ocupan un área aproximada de 0,33 km2. Entre los materiales recuperados en superficie podemos mencionar, material lítico: núcleos y lascas en andesita y cuarzo; material cerámico: fragmentos de diversas facturas, algunos sin decoración y otros con decoración incisa (éstos últimos son asignables al estilo cerámico Ciénaga, co-

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rrespondiente al rango temporal ca. 1800-1200 AP). El único sondeo estratigráfico realizado hasta el momento apoya la hipótesis de la función doméstica de estas estructuras7. La existencia en la quebrada del río de Los Corrales de dos sectores con características propias: uno conformado exclusivamente por estructuras agrícolas y corrales, el otro compuesto en exclusividad por recintos de planta circular/subcircular de posible función doméstica, nos permite proponer como hipótesis una posible vinculación entre ambos. Es decir que los grupos prehispánicos que ocuparon los recintos habitacionales del sector meridional de la quebrada, habrían sido los mismos que estuvieron dedicados a la producción agropastoril en el sector intermedio de la misma. Somos conscientes del estatus de hipótesis de nuestra propuesta lo cual plantea numerosos interrogantes, entre ellos: ¿las ocupaciones en ambos sectores fueron simultáneas y continuas a lo largo de todo el lapso de ocupación (ca. 2100-1200 años AP)? ¿La producción agropastoril habría sido para consumo interno únicamente o se habrían producido intercambios con otros valles y quebradas situados a mayor, igual o menor altitud? 4) Manejo del agua para riego En los inicios de las primeras investigaciones realizadas sobre sitios agrícolas por ejemplo, en la Puna, había surgido la idea de la existencia de cultivos“a temporal”o de“secano”en épocas prehispánicas. Entre ellos podemos mencionar a Boman (1908), sin embargo trabajos posteriores identificaron los canales de riego, desechando dichas premisas. Ottonello (1973) planteaba el cultivo por secano para un sector cercano a Casabindo, sostenía su idea en la existencia de un cerro totalmente aislado cubierto de terrazas, sin la posibilidad de llevar riego. Investigaciones posteriores ubicaron acequias en algunos andenes de dicho cerro (Alfaro y Suetta 1976). Teniendo en cuenta estos antecedentes Albeck (1984) sostiene que para muchos de los sitios agrícolas del NOA, especialmente los ubicados en los sectores de Puna, el cultivo“a temporal”estaría ligado a una oscilación climática, ya que en la actualidad es totalmente imposible cultivar sin riego, e implicaría, además, una variación significativa: no solo tendría que haber llovido más, sino también regularmente y durante un lapso más prolongado del año. Por ejemplo, al iniciarse las lluvias en octubre con la siembra y prolongarse durante todo el período de crecimiento de las plantas. Teniendo en cuenta esta característica, sostiene por ejemplo para Casabindo, que la agricultura prehispánica durante el PeríodoTardío fue fundamentalmente una agricultura de regadío. Esta idea se apoya en: a)-la gran cantidad de acequias antiguas ubicadas en el área, b)-el emplazamiento de los antiguos terrenos de siembra: en las quebradas con agua permanente y sobre superficies factibles de regar y c)en la gran complejidad que llegó a tener el sistema de irrigación en la zona. Por otra parte, Silva-Santisteban (1990) menciona, aunque no especifica los sitios, que en Perú se aprovechaba el agua de lluvia a través de“esponjas hídricas”. Estas consistían en delicados mecanismos de infiltración del agua de lluvia en las laderas de los cerros, mediante zanjas y huecos que no dejaban correr el agua sino que permitían más bien que percolase debajo de la cobertura vegetal, formando en cada cerro una verdadera esponja llena de humedad. Según este autor esta sería la respuesta al interrogante de muchos sitios de altura con andenería y sin la posibilidad de que se hubiera podido conducir el agua hasta ellas. Dada las características geográficas actuales de la Quebrada del río de Los Corrales: pronunciada aridez, pendientes entre 5% y 35% de las LSL, una altitud promedio de

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3100 msnm, podría esperarse la ausencia de sistemas agrícolas prehispánicos en el área. Berberián y Giani (2001), consideran que la zona de El Infiernillo es un área improductiva desde el punto de vista agrícola. Nosotros proponemos mirar al paisaje no como un conjunto de elementos naturales estáticos en el tiempo y el espacio, sino con una dinámica sujeta a los cambios ambientales del pasado y asumiendo en esa mirada una aproximación al mundo andino (Caria 2006). En este sentido, concordamos con Treacy (1994) al sostener que muchos de los elementos del paisaje que podríamos considerar como limitantes constituyen características beneficiosas para las formas agrícolas prehispánicas. Una forma de aproximarnos a esa comprensión es infiriendo las condiciones paleoambientales que actuaron al momento de la elección y decisión de los grupos prehispánicos de instalarse en la quebrada. La modificación con estructuras agrícolas de un porcentaje importante de las LSL debió implicar una fuerza de trabajo que justificara la antropización de ese paisaje. Y no nos referimos especialmente a un “método agrícola diseñado para rendir excedentes considerables” (Treacy 1994:32) sino más bien, a la importancia social que debió significar para esos grupos instalarse en esta área. El encauzamiento artificial (entendida aquí como la desviación del agua a través de surcos que salen de las escorrentías principales) de las escorrentías naturales hacia los diferentes pisos o niveles de los andenes permite inferir un manejo estacional del agua, aunque es importante señalar que esta característica no se observa en todos los andenes analizados. Por las características estructurales de estos encauzamientos y por la ubicación altitudinal de los andenes sin conexión con el río, éstos dependían, exclusivamente, de las precipitaciones estacionales. Se han localizado, en algunos sectores deprimidos entre laderas, espacios que podrían haber servido como pequeños reservorios de agua a través de los cuales se la distribuiría hacia los andenes (aunque esto queda por ser analizado). En este sentido es útil considerar lo señalado por Treacy (1994) sobre la recolección de agua de escorrentía el cual es un método que consiste en captar el agua de lluvia y de escorrentía en una presa que dirige el lavado del suelo a una superficie cultivada. La humedad acumulada y almacenada dentro del suelo sostiene el cultivo entre episodios de tormentas. A su vez, una variante de la técnica de recolección de agua de escorrentías consiste en controlar las escorrentías de presas “naturales” (laderas laterales naturales o de cima de cerro), quizás dirigidas mediante muros de desviación de piedra (Denevan 1980). Es importante mencionar que la mayoría de los andenes se encuentran ubicados sobre las laderas que miran al Este de la quebrada, ubicación que coincide con la entrada de los vientos húmedos que proceden del valle de Tafí, facilitando la concentración de humedad en las tierras cultivables. Sin embargo, queda por realizar un estudio específico sobre la relación entre disponibilidad hídrica por agua de lluvia y la altitud, particularmente en cuanto a la nubosidad casi permanente característica del área. Esto permitiría entender con mayor precisión el comportamiento pluviométrico (y por ende de las escorrentías temporales y su posible uso como elemento principal de riego) en el área de estudio, especialmente considerando su altitud sobre el nivel del mar. Para ello tendremos en cuenta, en investigaciones futuras, aspectos metodológicos desarrollados por García (1987) y aplicados en algunos sectores de los Andes Septentrionales, el cual toma el modelo de regresión lineal comparando entre las funciones lineal, exponencial,

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logarítmica, potencial y cuadrática del Statical Package for the Social Sciences. Este examen estadístico intenta aportar elementos que sirvan para entender el comportamiento pluviométrico asociado al problema agrícola del área en estudio. CONCLUSIONES. Del análisis de los resultados se desprenden las siguientes conclusiones: 1) Se determinó la presencia de tres geoformas recurrentes: laderas denudativas con sustrato granítico (LDSG), laderas con sustrato loesico (LSL) y depósitos de remoción en masa (DRM). 2) Los fechados absolutos de CC1 y los aspectos arquitectónicos de los recintos habitacionales permiten proponer un rango temporal de ocupación del área de ca. 2100 a 1200 años AP quedando por definir el momento de abandono de las estructuras a cielo abierto tanto residenciales como agrícolas. 3) La presencia de un sistema agrícola con andenes de cultivo y encauzamiento de las escorrentías indica un aprovechamiento de los recursos del suelo y del agua en su máximo nivel. El gasto energético puesto en la elaboración de este sistema agrícola sólo se justifica si las condiciones de humedad ambiental fueron favorables para que pudiera utilizarse el agua de lluvia estacional. El control de las escorrentías en muchos de los sectores de los andenes junto con la “monumentalidad” constructiva de alguno de estos últimos derivó, seguramente, en un alto control u organización social del trabajo agrícola. 4) Se ha podido establecer, por lo menos para el Subsector II.B, que las técnicas de construcción de los andenes son diferentes según las circunstancias de la microtopografía y estarían sujetas por ejemplo al quiebre de pendiente, control de humedad (andén 14) y de erosión. 5) Por otra parte, la baja concentración de MO, P y C, registrados en los sedimentos constitutivos de los locis 1 y 2, evidencian procesos erosivos sobre dichas estructuras agrícolas, que al ser abandonadas sufrieron los procesos de erosión laminar y por infiltración, producto de las escorrentías. Estas últimas, evidentemente, al no contar ya con el mantenimiento y control antrópico provocaron el lavado de los materiales. 6) Existe una relación directa entre el tipo de andenes y la pendiente de las laderas sobre las que se encuentran. La relación entre pendiente y formas de las estructuras agrícolas permite dimensionar, preliminarmente, la magnitud de los espacios ocupados. Así mismo, permite también, inferir un manejo racional y sistematizado de las geoformas asociadas a dicho sistema. 7) Berberian y Giani (2001), consideran que la zona de El Infiernillo (Tafí del Valle) es un área improductiva desde el punto de vista agrícola, los datos aportados en este trabajo modifican esta afirmación, presentando al área de El Infiernillo como un sector donde la producción agrícola prehispánica, a través de andenerías, fue una práctica común entre ca. 2100 y 1200 años AP. 8) En cuanto al análisis textural, es importante aclarar que, por ejemplo, para el cultivo de tubérculos (como la papa) es ideal un suelo con textura franco a franco-limoso, en tanto que una textura arenosa no es buena pues no retiene la humedad necesaria y finalmente una textura arcillosa no es apropiada pues termina pudriendo el tubérculo (Huerta 1987). A pesar de que los suelos de estas estructuras presentan evidencias de intensos procesos erosivos, que facilitaron la eliminación de las fracciones más finas,

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el perfil del andén Nº 14, muestra una textura franco arcillo arenoso, que estaría reflejando las condiciones texturales del suelo al momento de su utilización. Aunque podríamos pensar, en función del análisis textural, que en los andenes se habrían cultivado tubérculos esto no excluye su utilización para el cultivo de otros vegetales, tales como la quínoa, que necesita de una textura con buen contenido arcilloso (para la retención de mucha humedad) para la germinación de sus semillas o el maíz (si bien su crecimiento óptimo se produce en valles mesotermales hasta 2000 msnm, algunas variedades de maduración temprana como Pisingallo -que está presente en el registro arqueológico de CC1- podrían haberse cultivado en este valle alto de Prepuna a 3200 msnm) (Oliszewski 2009). 9) Que la agricultura dependiera de las lluvias estacionales, según se desprende de la ausencia de canalización del agua del río hacia los andenes, se explicaría desde el punto de vista paleoambiental. En base a los datos paleoambientales que existen a nivel regional para el 1º milenio d. C., éste habría sido un período de humedad generalizado y que habría favorecido el desarrollo cultural de muchos de los grupos prehispánicos del NOA (Caria et al. 2001). Específicamente, para la zona de El Infiernillo, Garralla (1999) determinó en base a un perfil polínico, que antes del 2000±50 AP se evidencia el predomino de vegetación herbácea con una asociación polínica característica de la estepa graminosa. Desde este momento hasta el 875±20 AP, se registra un incremento en el porcentaje de polen arbóreo y arbustivo con especies típicas del bosque montano subtropical conjuntamente con vegetación herbácea, sugiriendo un cambio en las condiciones frías y secas de la base del perfil a más húmedas. A partir de 875±20 AP hasta la actualidad, el porcentaje de polen arbóreo y arbustivo volvió a disminuir con dominancia de las especies herbáceas sugiriendo una disminución de humedad respecto al período anterior. Para el valle de Tafí, sector asociado también a nuestra área de estudio, se determinaron para el lapso 2000-1200 años AP condiciones de mayor humedad que en la actualidad (Sampietro 2002). A nivel regional, en un sector del piedemonte tucumano, específicamente el valle de Trancas, se determinaron condiciones de mayor humedad que las actuales en sitios tempranos y condiciones más secas para sitios tardíos (Caria 2004; Caria y Garralla 2003, 2006). Por otra parte, la localización de tres niveles de turba (en proceso de datación) en un sector de la quebrada del río de Los Corrales indicaría condiciones de humedad local, corroborando los datos paleoambientales regionales (Caria et al. 2009). Si tenemos en cuenta estos datos, podría entenderse que el sistema de andenería que analizamos dependiera en exclusividad de los aportes pluviales estacionales. En base a las conclusiones arribadas, podemos decir que el área de estudio posee un alto potencial para llevar a cabo diferentes líneas de investigación relacionadas con los estudios agrícolas prehispánicos. Asimismo, la obtención de datos que se desprenden de la transformación del paisaje natural en un paisaje social (de producción en este caso) de la quebrada permite generar un corpus de información tendiente a interpretar estos espacios construidos y la forma en que se dieron las diferentes relaciones entre el sistema de producción agrícola y las redes sociales que actuaron en dicho sistema. Al mismo tiempo, pretendemos involucrar este sistema con otros que se encuentran ubicados en áreas próximas como los Valles de Tafí y de Amaicha, para poder integrarlos en una explicación holística referida a la ocupación prehispánica de esta porción de la provincia de Tucumán.

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AGRADECIMIENTOS. Deseamos expresar nuestro agradecimiento a la Dra. Miriam Collantes y al Dr. Jorge Martínez por sus sugerencias tanto en el campo como hacia el manuscrito. El presente trabajo fue financiado mediante los proyectos CIUNT G318 (Consejo de investigaciones de la Universidad Nacional de Tucumán) y PICT 01245 (Agencia Nacional de promoción Científica y Tecnológica) I

NOTAS: 1 Se presentan sólo algunos de los antecedentes existentes sobre la agricultura prehispánica para el NOA, especialmente aquellos que consideramos pueden relacionarse o plantear semejanzas o diferencias con nuestra área de trabajo. Uno de los autores del presente trabajo está realizando un análisis más detallado sobre la problemática agrícola-ganadera donde pormenoriza los antecedentes regionales sobre dicha temática (Caria 2009 ms). 2 Cueva de Los Corrales 1 se caracteriza por el excelente grado de preservación de los restos orgánicos. Se trata de una cueva de probable uso estacional donde se habrían desarrollado diferentes actividades: procesamiento, consumo y descarte de recursos vegetales alimenticios; consumo y descarte de recursos animales alimenticios; producción y aplicación de mezclas pigmentarias empleadas como coberturas cerámicas; y producción y mantenimiento de artefactos líticos (Oliszewski et al. 2008). 3 En un trabajo anterior (Caria et al. 2009) asignamos a estas estructuras a priori como posiblemente ceremoniales, pues constituyen un patrón arquitectónico muy diferente al resto y que por su orientación cardinal y monumentalidad hacen pensar en actividades relacionadas con eventos astronómicos asociados a la siembra y la cosecha, aunque un estudio particular sobre el

tema está pendiente. Estos análisis fueron realizados por la Cátedra de Suelos de la Facultad de Ciencias Naturales e IML-UNT. 5 En CC1 se registró la presencia de granos y marlos de maíz tanto en estratigrafía como formando parte del relleno de morteros excavados en la roca de base (Oliszewski 2008, 2009); gránulos de almidón de quinoa, tubérculos microtérmicos y maíz fueron detectados en artefactos de molienda móviles de CC1 (Babot 2007). Todas estas especies podrían haberse cultivado en las estructuras agrícolas bajo estudio ubicadas a ca. 500 m de CC1. 6 Korstanje (2005) reporta para el Valle de El Bolsón (Catamarca) este tipo de prácticas. También podría plantearse la posibilidad de la existencia y utilización previa de estos andenes y una posterior reutilización del espacio mediante la construcción de un corral sobre los mismos. 7 Las evidencias que apoyan la función doméstica del recinto son las siguientes: material lítico (lascas y desechos de talla en cuarzo y andesita), material cerámico (fragmentos pequeños de 4 x 4 cm aproximadamente sin decoración, algunos de factura muy fina), material óseo (fragmentos óseos de camélido) y espículas de carbón. 4

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07

PRIMERAS EVIDENCIAS PALINOLÓGICAS DE CULTIVOS EN PUEBLO VIEJO DE TUCUTE. PERÍODO TARDÍO DE LA PUNA DE JUJUY NOROESTE ARGENTINO

Liliana Lupo1, Carina Sánchez 2, Nora Rivera3 y María Ester Albeck 4 1

CONICET - Facultad de Ciencias Agrarias- UNJU [email protected] Facultad de Ciencias Agrarias- UNJU. - A 3 Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales-UNJU. 4 CONICET - Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales-UNJU. [email protected] 2

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INTRODUCCIÓN La arqueopalinología ha comenzado a ser un componente de interés en las investigaciones arqueológicas en Sudamérica y, si bien la mayoría de los trabajos hasta el momento se han orientado a la reconstrucción de la historia de la vegetación y el clima, mayormente en sitios de cazadores recolectores de zonas áridas y semiáridas, interesa desde una perspectiva interdisciplinaria la posibilidad de estudiar palinológicamente el pasado reciente y la complejidad de los cambios culturales. Además de la reconstrucción de la vegetación, en situaciones particulares este análisis puede ser utilizado para determinar un amplio rango de otros fenómenos que incluyen dietas prehistóricas, patrones de subsistencia, uso de plantas nativas y cultivadas o de ciertos artefactos, entre otros (Bryant 1989). Esta investigación interdisciplinaria tiene el propósito de integrar la metodología de trabajo arqueopalinológica al estudio de sitios arqueológicos de la puna y explorar la posibilidad de obtener información sobre la vegetación vinculada especialmente con diferentes pautas culturales (cultivo, pastoreo, sobrepastoreo, abandono y reocupación de diferentes espacios) para el Período Tardío (1000 a 1430/80 d.C.). Se presentan aquí los avances obtenidos para la quebrada de Tucute, los cuales constituyen los primeros antecedentes en sitios agrícolas de la Puna y reflejan un interesante potencial de estudio. ANTECEDENTES A diversas escalas de trabajo, adquieren relevancia los análisis polínicos integrados a la interpretación arqueológica. El principal interés de la palinología en sitios prehispánicos ha radicado en problemáticas de carácter“local”o“extralocal”, que delimitan el tipo e intensidad de las actividades antrópicas. Muy particularmente, la palinología arqueológica aporta elementos de discusión a la problemática propia de cada yacimiento, informa sobre el entorno, su antropización, el establecimiento de cultivos (fundamentalmente cereales y leguminosas), la utilización selectiva de alguna especie, la introducción de especies exóticas, la presencia de pastoreo e incluso el nivel de antropización de un yacimiento, en el sentido de poder cuantificar el grado de ocupación y las fases de abandono del mismo (D’Antoni 1973, 1979; Faegri e Iversen 1989; RenaultMiskovsky et al 1985, Renault-Miskovsky y Lebreton 2006; Prieto 1994; entre otros). Debe destacarse que en el Noroeste Argentino hay escasas experiencias arqueopalinológicas en sitios con ocupación sedentaria y con actividad agrícola. En contextos arqueológicos con detallada cronología radiocarbónica de la Puna húmeda, como la quebrada del río Yavi, los estudios polínicos evidencian variaciones en la composición de las asociaciones vegetales con presencia de indicadores de agricultura y ganadería incipiente para el Holoceno Medio, con un mejoramiento climático que ya se observa desde 4500 años AP. Se reconoce, a su vez, la influencia prehispánica sobre el paisaje natural, con indicadores de desertificación que se intensifican en la época de dominio hispánico y que actualmente se observan generalizados a escala regional (Ruthsatz 1983; Kulemeyer y Lupo 1998; Lupo 1998; Lupo y Echenique 2001). Para la quebrada de Humahuaca existe información, en procesamiento, de los sitios

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arqueológicos de Muyuna y Los Amarillos, que cubren aproximadamente los lapsos temporales de 900 a 1200 y de 1200 a 1500 d.C. respectivamente (Nielsen y Lupo 2002), con datos sobre los cambios en la vegetación, momentos de ocupación y correlaciones con modelos generales de cambio climático en este período. En la Puna de Jujuy, la zona de Casabindo se destaca por las importantes áreas agrícolas arqueológicas que contiene, a pesar de tratarse actualmente de una zona marginal para la agricultura. La quebrada de Tucute, ubicada al suroeste del poblado de Casabindo, no escapa a esta generalidad (Albeck 1993 y capítulo 1 en este volumen). Dicha quebrada, con una topografía muy escarpada, aloja extensos sistemas de andenes, algunos de los cuales corresponderían al momento incaico. La vegetación de la zona pertenece a la provincia puneña (Cabrera 1976), donde se destaca la presencia de la estepa arbustiva de Baccharis boliviensis y Fabiana densa, los pastizales puneños, la vegetación propia del cauce de los ríos y arroyos y la presencia de bosques de queñoas (Polylepis tomentella) y cardones. Los datos polínicos para sitios arqueológicos de esta región y para los Andes Centrales resultan normalmente difíciles de documentar por problemas de preservació, vinculados con las condiciones propias de estos contextos. El polen es removido o lavado en superficies expuestas a la erosión eólica e hídrica y a la manipulación humana y muchas veces las condiciones de oxidación de los sitios favorecen la destrucción del polen. EL ESPACIO ARQUEOLÓGICO Pueblo Viejo de Tucute es un poblado arqueológico de gran tamaño ubicado en las proximidades de Casabindo en la Puna de Jujuy (Figura 1) y conocido en la literatura arqueológica desde fines del siglo XIX (Albeck 1999). El patrón arquitectónico que lo caracteriza es único para el Noroeste Argentino y se define por la presencia de espacios nivelados por muros de contención sobre los cuales se ubican las viviendas construidas con piedras canteadas de forma prismática (Albeck et al. 1998). El área habitacional arqueológica ocupa diferentes sectores contiguos (Albeck 2009), algunos con una marcada pendiente, en los cuales se han identificado alrededor de 600 unidades habitacionales, donde la abrumadora mayoría es de planta circular y los de planta rectangular no alcanzan el 5%. Las dos principales áreas de asentamiento (Figura 2) han sido denominadas Loma Alta y Loma Baja (Albeck 2007, 2009) y existe un marcado desnivel entre ambas, separadas además por el curso del arroyo que constituye el único sector con humedad en la actualidad. En el centro del gran complejo habitacional se yergue un afloramiento rocoso de paredes verticales que funcionó como un reducto defensivo o pucará, aún sin investigar. Dos casas circulares han sido excavadas de manera completa (R-1 y R-3) y se han realizado sondeos exploratorios en 7 viviendas circulares y en 4 rectangulares, además de algunos sondeos en sectores no residenciales. En la excavación de una de las viviendas (R-1) se recuperaron macrorestos vegetales, entre los cuales se destaca la presencia de semillas de maíz y chuño carbonizados, además de restos de una semilla no identificada. También se han recuperado fragmentos de palas líticas en estratigrafía arqueológica y en superficie en diversos sectores del antiguo asentamiento. Se han obtenido 11 fechados radiocarbónicos para el antiguo poblado que lo ubican

FIGURA DOS Ubicación de los recintos muestreados en la Loma Alta y en la Loma Baja de Pueblo Viejo de Tucute.

Ubicación del Sitio Pueblo Viejo de Tucute. Jujuy-Argentina.

FIGURA UNO

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cronológicamente entre los siglos XI y XV d.C. (Albeck 2007). El fechado más antiguo corresponde al recinto circular R-3 (LP-1798 1000±70) y el más reciente al recinto rectangular R-9 (LP-1798 1000±70) (Albeck y Zaburlín 2008). Aguas abajo del poblado, los faldeos en pendiente sobre ambas márgenes de la estrecha quebrada de Tucute se hallan cubiertos por sistemas de andenería prehispánica, algunos de los cuales corresponden al momento incaico (Albeck et al. 2007). Se trata de andenes longitudinales, que corren paralelos al curso de agua (Albeck 1993) y cuyo frente presenta una pared de piedra que retiene el suelo agrícola. Se considera que los habitantes de este antiguo poblado pertenecían a una sociedad – de probable origen altiplánico - diferente de los demás grupos propios de la Puna de Jujuy durante el Período de Desarrollos Regionales y, hasta el momento, no se han registrado restos arqueológicos que corroboren la continuidad de la ocupación del poblado hasta la llegada de los incas y españoles (Albeck 2007; Albeck et al. 1999); a pesar de que los fechados radiocarbónicos del recinto R-9 coincidirían con el momento de la conquista incaica de la región. MATERIALES Y MÉTODOS Las muestras obtenidas para el análisis polínico corresponden a controles de superficie, áreas de vivienda, andenes de cultivo y una barranca con restos arqueológicos en estratigrafía. Los controles de superficie pertenecen a diferentes sectores de ocupación prehispánica y a los andenes de cultivo ubicados en las áreas agrícolas prehispánicas más cercanas al poblado arqueológico. Se tomaron en total 7 muestras en la Loma Alta (S: LA), Loma Baja (S: LB) y Andenes (S: A 1, 2, 3) para contrastar con los datos arqueopalinológicos. Las viviendas arqueológicas muestreadas se ubican tanto en la Loma Alta como en la Loma Baja y corresponden tanto a recintos circulares como rectangulares. En la Loma Alta se tomaron muestras para análisis polínico en los recintos circulares R-6 y R-7 y en el recinto rectangular R-9, en todos los casos las muestras fueron extraídas de pozos de sondeo arqueológicos. Los tres recintos se encuentran en el área cuspidal de dicho sector, a 100 m por encima del arroyo. El recinto rectangular R-9 es uno de los únicos 3 recintos con ese tipo de planta en la Loma Alta y el que ha proporcionado el fechado radiocarbónico más reciente del sitio. Los recintos circulares R-6 y R-7 corresponden a recintos que fueron desmantelados durante la ocupación del poblado arqueológico, probablemente en un evento de remodelación del espacio habitado. En la Loma Baja se efectuaron muestreos en un recinto circular y en uno rectangular. El recinto rectangular R-12 se encuentra en la parte más baja de este sector, próximo al arroyo, y la muestra procede de un sondeo arqueológico. El recinto circular R-3, en cambio, pertenece a una de las viviendas excavadas en su totalidad y la muestra fue tomada de los niveles más profundos. Esta vivienda se ubica en la parte más elevada de la Loma Baja, aproximadamente a 50 m por encima del curso del arroyo y a 100 m de distancia del mismo. Se colectaron muestras de 3 andenes de cultivo, ubicados sobre la margen derecha del arroyo de Tucute a diferentes niveles por encima del mismo, en un sector con exposición norte. Las estructuras muestreadas son relictos de sistemas de andenería, fuertemente erosionados en razón de su abandono y la marcada pendiente del faldeo sobre el cual

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se encuentran emplazados. Por último, el perfil muestreado corresponde a una barranca ubicada sobre la margen izquierda del curso de agua, en el área intermedia entre la Loma Alta y la Loma Baja. Dicha barranca fue labrada por el arroyo de Tucute en los sedimentos de un cono de deyección, correspondientes a un cauce temporario adyacente. Las muestras fueron procesadas en el laboratorio mediante técnicas estándar para sedimentos superficiales y cuaternarios (Faegri e Iversen, 1989), con algunos ajustes según las particularidades del sedimento arqueológico (a veces muy arenoso). Aunque con diferencias en cuanto a la concentración y preservación de polen, las muestras resultaron, en su mayoría, palinológicamente fértiles. El conteo incluyó un mínimo de 300 granos por preparado, lográndose en algunos casos valores inferiores (bajas concentraciones) y en otros mayores (altas concentraciones). La identificación de los tipos polínicos se realizó con la ayuda de la palinoteca de referencia para la zona (Lupo 1998) y la literatura clásica (Heusser 1971; Markgraf y D’Antoni 1978; Moore y Webb 1983). El cálculo de porcentajes, de concentración polínica por volumen de muestra y gráficas se efectuaron con el programa Tilia (Grimm 2004). RESULTADOS Y DISCUSIÓN En los sistemas agropastoriles de los Andes, el espectro polínico varía temporalemente, diferenciándose netamente los elementos hispánicos de los prehispánicos. Entre las típicas plantas culturales del altiplano pueden destacarse el maíz (Zea mays), la quinoa (Chenopodium quinoa), la papa (Solanum tuberosum) y la oca (Oxalis tuberosa). Después de la llegada de los españoles aparecen en los espectros polínicos elementos introducidos como manzanos, naranjos, arvejas, trigo, cebada, entre otros. De la misma forma la asociación polínica de plantas indicadora de actividad antrópica (poáceas, umbelíferas, Eryngium spp, Urtica spp, Plantago spp, Erodium spp, Rumex sp) varía cronológicamente marcando el límite entre hispánico-prehispánico en los diferentes pisos altitudinales (Graf 1992). Los tipos polínicos encontrados en Pueblo Viejo de Tucute se agruparon con un criterio ecológico en árboles, arbustos puneños, pastizales y las asociaciones indicadoras de actividad humana en diverso grado de disturbio (pastoreo, cultivos, malezas, entre otros). Entre éstos, los tipos polínicos como Amaranthaceae (incluye Amarantus spp.), Gomphrena spp, Asteraceae, Chenopodiaceae (incluye Chenopodium spp., cultivados y malezas), Poaceae (con granos de gramíneas de más de 40 micras o tipo cereales), Zea mays, Fabaceae Papilionoideae (leguminosas entre las que se ubican Astragalus spp., Lupinus spp) y otras indicadoras de sobrepastoreo como Malvaceae, que reflejan diferentes actividades humanas. Controles de Superficie Se tomó como base para la interpretación de los resultados el modelo regional de dispersión-sedimentación polínica en relación con la vegetación actual (Lupo 1998). A estos se agregaron los controles de superficie locales en los sitos, donde se observa la asociación polínica de estepa arbustiva con predominio de Asteracae y estepa pastizal con Poaceae. Se encontraron bajos porcentajes de Chenopodiaceae-Amaranthaceae y ausencia de Zea mays en las muestras actuales como se observa en la Figura 3 (Zona A)

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Andenes de cultivo Los tres andenes de cultivo ubicados sobre la Quebrada del Arroyo Tucute (Figura 3, Zona B, Andén 1, 2, 3), fueron muestreados entre 5 y 15 cm de profundidad. En los andenes 1 y 2 se destaca la diversidad polínica y el predominio de Poaceae sobre Asteraceae, que condice más bien con un ambiente húmedo de pastizal. En el Andén 2 están presentes tipos polínicos del borde del arroyo como Polylepis sp., destacándose el polen de Zea mays, esta última vinculada con los cultivos nativos del área. Los recintos El estudio de las muestras provenientes de cinco recintos, tomadas en perfiles de hasta 20 cm de profundidad (Figura 3, Zona C), brindaron datos sobre la vegetación natural y de origen antrópico en el antiguo poblado. En la vivienda circular ubicada en la Loma Baja, se destacan los resultados polínicos con alta representación de Poaceae tipo cereales, con diámetros promedio de 75 um ( Zea mays) en el Recinto 3-Nivel V (Figura 3, Zona C, R3-V). Estos indicarían una fase vinculada con cultivos de maíz a escala local. Entre los recintos de planta circular emplazados en la Loma Alta se presentan los resultados del Recinto 6 (Figura 3, Zona C, R6) donde se destaca la diversidad de tipos polínicos, especialmente con altos porcentajes de Ephedra sp y Poaceae, típicas de los sectores más húmedos de las quebradas. A otras condiciones corresponden las muestras del Recinto 7, donde son mayores los valores de Asteraceae, representativas de las estepas arbustivas. En las casas de planta rectangular, Recinto 12-1 de la Loma Baja (Figura 3, Zona C, R12-1) y Recinto 9 de la Loma Alta (Figura 3, Zona C, R9), se observan altos porcentajes de Chenopodiaceae-Amaranthaceae, probablemente vinculadas con un evento de abandono y expansión de estas plantas como ruderales (malezas invasoras). Perfil Paleoecológico “Arroyo Tucute” En las muestras de una secuencia sedimentaria en las márgenes del arroyo Tucute, en estratigrafía y con restos arqueológicos, pudo observarse material cerámico removido en el sitio con muy buen estado de preservación (vasija completa). La secuencia principal se ubica en un pequeño cono de deyección y pudo tratarse de un antiguo borde de cauce donde se realizaban diversas actividades y donde además hubo aporte de material de los sectores más altos (Loma Alta). Se destacan entre los tipos polínicos (Figura 3, Zona D), las Poaceae, indicadoras de un pastizal puneño más húmedo que el entorno y la presencia de Zea mays en uno de los niveles con cerámica (Figura 3, Zona D, P-A). Estos resultados muestran una metodología diferente, que aporta información a los estudios de los asentamientos arqueológicos de la región, si bien se trata aún de datos preliminares en una etapa de integración con la información arqueológica. Para Pueblo Viejo de Tucute es posible comprobar, con la evidencia que aportan las asociaciones polínicas (Figura 4), la presencia de actividad antrópica con cultivos y cultígenos (Zea mays, Amaranthaceae-Chenopodiaceae) tanto en recintos habitacionales como en andenes de cultivos, vinculados con materiales arqueológicos y en secuencias sedimentarias del Holoceno Superior. Respecto a este intento exploratorio de integrar

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información polínica con la obtenida de los estudios arqueológicos en contextos tardíos de la Puna de Jujuy, cabe destacar diferentes aportes. En primer lugar, si se toman en cuenta los datos brindados por las muestras procedentes de las antiguas viviendas, la presencia de polen de maíz en el interior de los recintos domésticos coincide con los datos previos correspondientes a macro-restos carbonizados recuperados en otra vivienda, pero permitirían asumir el cultivo local de este grano durante la ocupación del poblado arqueológico, ya que la presencia de las semillas podría, en cambio, atribuirse a prácticas de intercambio con otras sociedades agricultoras. Resulta también de gran interés el registro de especies vinculadas con eventos de abandono en los dos recintos de planta rectangular, uno de los cuales (R-9) ha brindado el fechado más tardío para el asentamiento. Esto permitiría asociar la forma arquitectónica del recinto (la planta rectangular) con un momento tardío en la historia del sitio. El reemplazo paulatino de las casas circulares por las de planta rectangular a partir del siglo XV en el área altiplánica, se inicia con la incorporación de dicha región al estado incaico. Esto daría mayor fuerza a la idea de un despoblamiento generalizado de Pueblo Viejo de Tucute a instancias de la administración inca planteada en otras oportunidades (Albeck 2009). Estos estudios constituyen avances que demuestran que los datos palinológicos en espacios de cultivos arqueológicos de la Puna pueden aportan información relevante a la interpretación interdisciplinaria del sitio. En este contexto merecen especial atención las variaciones en la preservación de los tipos polínicos en Pueblo Viejo de Tucute, donde la conservación del polen se vincula probablemente con el uso diferencial del espacio (andenes, recintos habitacionales y otros). Los recintos, andenes y el perfil paleoambiental reflejan presencia de vegetación y una cobertura diferente a la actual, asociada a distintas actividades culturales. Se observa especialmente baja conservación polínica en los andenes de cultivo, relacionada con la degradación o lixiviado que sufrieron estos suelos, provocando así la degradación del polen. No obstante resulta sorprendente que, a pesar del avanzado estado de deterioro de las estructuras agrícolas, se haya logrado recuperar datos polínicos de utilidad para el conocimiento de las sociedades prehispánicas agrícolas de la Puna de Jujuy. AGRADECIMIENTOS A los Proyectos: PIP-CONICET 6364, Secter-UNJu, que financian estas investigaciones. A Natalia Batallanos por sus tareas técnicas de laboratorio y colaboración en las actividades de campo. A los evaluadores por sus importantes comentarios I

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FIGURA TRES Diagrama Polínico de Pueblo Viejo de Tucute. Se observan los tipos polínicos hallados en las muestras de controles de superficie (Zona A), andenes de cultivo (Zona B), recintos habitacionales (Zona C) y el Perfil del Arroyo Tucute (Zona D).

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FIGURA CUATRO Diagrama Polínico Sintetizado mostrando los principales indicadores polínicos (árboles, pastizales, arbustos puneños, helechos, humedad local). Se destacan los tipos polínicos indicadores de actividad antrópica en contextos arqueológicos del Período Tardío.

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08 LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA EN UN SECTOR DEL VALLE CALCHAQUÍ MEDIO Verónica Williams 1, M. Alejandra Korstanje2, Patricia Cuenya3 y María Paula Villegas4 1

Instituto de Arqueología, F F y L (UBA) / CONICET. [email protected] Instituto de Arqueología y Museo (FCNeIML-UNT) / Instituto Superior de Estudios Sociales (CONICET-UNT.). [email protected] 3 Instituto de Arqueología y Museo (FCNeIML-UNT) / Cátedra de Pedología (FCNeIML-UNT.) [email protected] 4 Instituto de Arqueología, F F y L (UBA) / CONICET. [email protected] 2

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INTRODUCCIÓN En este trabajo intentaremos observar las diferentes marcas que el paisaje socialmente construido ha ido dejando en el espacio agrícola. Para ello, no sólo debimos observar ese paisaje desde una perspectiva integral que reuniera política, economía y sociedad, sino que a su vez fue necesaria una perspectiva temporal amplia que nos permitiera contraponer, o al menos distinguir, las modificaciones en el paisaje a partir de los cambios producidos históricamente en los ejes ya citados. En tal sentido, discutiremos aquí algunos aspectos que ayudarán a comprender ese paisaje agrícola formado en más de cinco siglos de historia, en el valle Calchaquí Medio, hoy provincia de Salta. Dentro de los lineamientos de la Arqueología del Paisaje consideramos que el espacio es ante todo una construcción social, creado por la objetivación de la acción humana tanto material como imaginaria. De esta manera, el paisaje pasa a ser un sistema político e histórico que no debe ser entendido solamente como una entidad física, siendo inseparable del sistema de saber de una sociedad particular en un tiempo dado, producto de la interacción dinámica entre naturaleza y cultura (Anschuetz et al. 2001; Criado Boado 1995). Se ha propuesto que la conquista y dominación del actual territorio del Noroeste argentino (NOA) por parte del estado Inca fue realizada a partir de la aplicación de una serie de políticas coordinadas que integraron el control militar, el reclamo ideológico, la hospitalidad ceremonial, la reubicación demográfica, el tratamiento preferencial de algunos grupos étnicos y la intensificación minera y agro-pastoril (Williams y D´Altroy 1998). Aunque estas políticas se aplicaron simultáneamente, en algunos casos los Incas tomaron en cuenta las variaciones locales en la organización social, los recursos y la historia de las relaciones políticas de las poblaciones preexistentes. Para los Andes del sur las políticas empleadas por el estado inca fueron: 1) la instalación de fortalezas a lo largo de sus fronteras y de la red vial para mantener la seguridad; 2) la instalación de centros estatales a lo largo del camino principal y vías secundarias (Hyslop 1984, 1990; Raffino 1983; Vitry 2000); 3) la intensificación de la producción minera y artesanal (Raffino 1983); 4) el reclamo del paisaje sagrado a través de la construcción de santuarios en más de 50 elevaciones que superan los 5000 m snm (Ceruti 1997; D´Altroy et al. 2000; Reinhard 1985; Schobinger 1966) y 5) la intensificación de la producción agro-pastoril a partir del desarrollo de recursos separados de aquellos de las sociedades nativas. La información etnohistórica señala la existencia de tierras del estado destinadas a la agricultura. La descripción del Padre Cobo (1979 [1653]: 211, 215) de la división tripartita de las tierras y los animales es la visión clásica de una economía inca ordenada, aunque menos idealizada que la de Garcilaso, quien señala que las comunidades practicaban una antigua forma de asistencia mutua (Garcilaso 1960 [1609]: Cap. XIV, Libro 11). En general, en las tierras altas andinas los enclaves de producción fueron establecidos en valles fértiles aptos para el cultivo de alimentos, en especial maíz, como en Abancay y Cochabamba (aunque el término maíz pudo ser la mínima expresión de una variedad amplia de granos) (Polo 1916 [1571]; Gyarmati y Vargas 1999; Wachtel 1982). Arqueológicamente se ha podido constatar en los

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FIGURA UNO Mapa del NOA con sitios agrícolas y área de estudio.

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Andes Centrales la existencia de tierras agrícolas estatales en Cusco, Huánuco Pampa, Arequipa, Abancay e Islas del Sol y de la Luna en el lago Titicaca (Bandelier 1910; Espinoza Soriano 1973; La Lone y La Lone 1987; Niles 1987). En el NOA también se encuentran evidencias de la producción agrícola a gran escala como las de la quebrada de Humahuaca, valle de Santa María y Calchaquí (Figura 1)1. En el primero de los casos, las más grandes se ubican en Coctaca (Albeck 1992-93; Casanova 1936; Nielsen 1995), en donde hay un amplio sistema de campos aterrazados que cubren cerca de 3900 ha sobre los abanicos aluviales y el piedemonte (3700 m snm) y en Rodero, ubicado al norte de Coctaca, que cubre una superficie de 2280 ha (Albeck y Scattolin 1991). Por su parte en el valle de Santa María, se han identificado áreas de agricultura intensiva en la región de Rincón Chico (Tarragó 1987), en Quilmes, donde se estima que la zona de producción agrícola ubicada al sur del asentamiento habría cubierto aproximadamente 500 ha (Raffino et al. 1983-85), y en El Pichao, donde se han registrado andenes de cultivo (Bengtsson et al. 2001). En el sector norte del valle Calchaquí, especialmente en el río Potrero y entre Potrero de Payogasta y Corral Blanco, la producción agrícola estatal se evidencia en diversas áreas asociadas con asentamientos incas y en la construcción de canales a ambos lados del río. Esta misma situación se da en La Poma y Palermo en el Calchaquí norte, donde las tierras irrigadas están asociadas a las instalaciones arqueológicas imperiales. Un canal de varios kilómetros de largo que irriga las tierras ubicadas en frente del complejo La Paya-Guitián fue construido a unos 40 km al sur de Payogasta. Aquí la producción agrícola debió localizarse en las terrazas bajas del río Calchaquí donde existen grandes posibilidades de cultivo hasta la actualidad. El sector medio del valle Calchaquí, en las cuencas de Angastaco y Molinos (aproximadamente 180.000 ha), el paisaje arqueológico está dominado por las extensas áreas de cultivo con estructuras para el manejo del agua superando las 350 ha y “custodiadas” por sitios denominados pukara (sensu Ruiz y Albeck 1997), naturalmente defendidos y estratégicamente ubicados. El potencial agrícola del área se evidencia en grandes sectores, superficies aterrazadas (andenes, terrazas) y cuadros o canchones, despedres y sistemas de irrigación (acequias, canales, etc.) (Albeck 20032005). Algunos de ellos son los complejos de andenerías de Mayuco (aproximadamente 30 ha), La Campana-Roselpa-La Despensa (aproximadamente 125 ha), Corralito (aproximadamente 101 ha), Pucarilla (5 ha), Gualfín (36 ha), Gualfín LC (20 ha) y Tacuil (30 ha), entre otros, ubicados en las quebradas tributarias del río Calchaquí (como las de Colomé o Gualfín). Los valles subsidiarios o laterales del Calchaquí presentan ciertas características ambientales propicias para la agricultura, especialmente sobre los contrafuertes de los cerros occidentales donde se producen neblinas diarias en las cabeceras de las quebradas transversales creando condiciones especialmente favorables para la agricultura e incrementando notablemente la productividad del área (Baldini y De Feo 2000). También son vías de comunicación enclavadas dentro de las serranías occidentales del valle Calchaquí que conectan con los salares de Ratones, Diabillos y Hombre Muerto en el altiplano puneño.

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En el valle Calchaquí Medio la presencia Inca en la zona está reflejada en seis sitios con clara arquitectura imperial que fueron ubicados en lugares relativamente alejados de los asentamientos locales y áreas productivas. Sin embargo, se observa una desproporción entre la población preinca y el área cultivada, por lo que la amplia infraestructura desplegada para la producción agrícola puede corresponder a la misma intervención inca, quienes al igual que en otros lugares de los Andes, habrían intensificado la producción a partir del acondicionamiento de grandes extensiones para cultivo, la construcción de canales, represas, estructuras de almacenamiento y asentamientos estatales, trabajados por mano de obra local como una forma de tributación agrícola organizada como prestación rotativa de trabajo o por mano de obra especializada (mitmaq). En el marco de las relaciones sociales y políticas planteadas para la zona y el momento histórico mencionado, nos proponemos aquí integrar paisaje, tierra, trabajo en infraestructura y producción. Nuestra perspectiva va desde el paisaje históricamente construido como una unidad general, al sitio agrícola mismo, para entender su rol específico en la problemática citada y evaluar cómo fueron incluidos estos espacios productivos pertenecientes a las poblaciones locales, dentro de la órbita imperial. Realizamos entonces una aproximación interdisciplinaria que incluye el estudio del paisaje arqueológico en las dimensiones tanto física como ideológica, a partir de las marcas en andenes, caminos, el arte representado en los campos de grabados dispersos entre las tierras agrícolas y asociados a los pukara, poblados preincas y asentamientos estatales. Para esto, integramos arqueología, arqueobotánica de microvestigios y suelos. Un tema de especial interés que aquí también incorporamos, es la cronología absoluta de los espacios agrícolas aterrazados, cuya discusión metodológica presentamos en otro trabajo (Korstanje et al. 2008 y 2010). EL CONTEXTO SOCIAL QUE ENMARCA LA PRODUCCIÓN Durante el Período Intermedio Tardío (PIT) o Período de Desarrollos Regionales (PDR), las sociedades andinas se caracterizaron por un incremento demográfico, la elevada producción de bienes de subsistencia, la ampliación de las redes de intercambio y tráfico caravanero, la producción de “bienes de prestigio” y la aparición de pukaras como ya mencionamos. Estos últimos asentamientos se localizan en terrenos naturalmente defendidos, de difícil acceso y con elevada visibilidad de su entorno. Son interpretados generalmente como reflejo de una situación de conflicto entre las poblaciones (Cieza de León 1947 [1553]). La extensa presencia en el área Circumtiticaca de este tipo de asentamientos defensivos – pukara- (Stanish et al. 1997) apoyarían este supuesto aunque hay otra postura que pone “[...] en duda la gravedad, duración o hasta la realidad de aquellos enfrentamientos[...]” (Nielsen 2003:75). Esta postura se basa en el registro arqueológico obtenido de excavaciones de sitios defensivos en donde no se han recuperado claras evidencias de conflicto, sino más bien actividades domésticas, de grupos corporativos y de festividades patrocinadas por grupos de elite (Frye y de la Vega 2005; Stanish et al. 1997). Sin embargo, la guerra en los Andes era concebida con mayor frecuencia como una serie de batallas separadas por relaciones normales, antes que como un estado

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constante de beligerancia. Su objetivo pudo ser la expansión territorial, así como la venganza de muertes o la captura de prisioneros y/o mujeres. El concepto etnohistórico y etnográfico de tinku (o batallas rituales), tendría como función la predicción de la cosecha (Alencastre y Dumézil 1953; Gorbak et al. 1962; Hartmann 1972, 1978). Muchos autores coinciden en que los asentamientos defensivos deben contar con una serie de rasgos como parapetos, bastiones, muros perimetrales múltiples, puestos de control, localización alta y/o inaccesible y entradas diseñadas para la defensa del sitio, entre otros. Sin embargo, el tipo de defensa que una población requiere dependerá en gran medida de la capacidad de organización y tecnología, tanto propia como de sus potenciales atacantes. Es por ello que la ausencia de algunos indicadores no debe ser tomada como una evidencia de ausencia de conflicto o asociada directamente a una violencia puramente ritual, sino que deben ser evaluadas en conjunto la mayor cantidad de líneas de evidencia posible (Arkush y Stanish 2005; Arkush 2006). La etnografía señala que la superioridad numérica es uno de los principios que determinan la victoria en enfrentamientos entre pueblos premodernos (Hayden 1995:74; Keeley 1996) y es probable que las comunidades más pequeñas hayan sido las que necesitaran protección. Este podría haber sido el caso en el área de investigación ya que no se han detectado grandes conglomerados residenciales del PDR, mostrando los datos una relación inversa entre el tamaño de los asentamientos y las ventajas defensivas que ofrece su localización. En la cuenca de Angastaco (valle Calchaquí Medio), los mayores asentamientos habitacionales son aquellos que ofrecen mejor visibilidad y menor accesibilidad, como si buscasen “compensar su vulnerabilidad numérica maximizando las características defensivas del terreno y reduciendo el riesgo de ser atrapados (Nielsen 2003: 88)2. Uno de nuestros interrogantes más puntuales es saber cómo funcionaron la economía y la vida cotidiana en el área en una situación de conflicto permanente entre vecinos. Bajo la vigilancia de los enemigos, ¿cómo accedería cada comunidad a sus campos de cultivos, algunos de ellos situados a más de una hora de marcha de su asiento permanente? (Nielsen 2003:94). ¿Cómo se desarrolló la producción agrícola en tiempos de conflicto? Esta última pregunta es la que exploramos en este trabajo a través de herramientas arqueológicas, pero no consideramos que pueda ser logrado desde perspectivas estrechas. Por el contrario, deberá ser estudiada tendiendo puentes constantemente entre las perspectivas sociales y ambientales. EL CONTEXTO ARQUEOLÓGICO A partir del relevamiento fotogramétrico y prospecciones en el terreno en el área citada se han ubicado unos 25 asentamientos arqueológicos con diferente cronología y funcionalidad (Villegas 2007) (Figura 2). Es notable la agregación de asentamientos preincas en locaciones de elevada altitud que ocupan entre 1,5 a 4 ha (como Fuerte de Tacuil, Peña Alta de Mayuco, Peña Punta, Fuerte Gualfín, Pukará Cerro La Cruz, Pueblo Viejo, El Alto, La Angostura y Ellencot) (Figura 3). Es interesante además marcar la distribu-

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FIGURA DOS Área de estudio con sectores con sitios de diferente tipo.

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FIGURA TRES Fotografías de algunos de los fuertes o pukara citados y panel de arte rupestre y maqueta en Quebrada Grande.

ción de estos pukara ya que en una distancia lineal de 75 km N-S entre la quebrada de Luracatao y la de Gualfín, se han localizado 10 de ellos (uno de época Inca y nueve del PDR). Estos sitios están rodeados por extensas áreas de cultivo que incluyen aterrazados y campos agrícolas (“canchones”), asociados a grandes bloques rocosos con grabados de motivos abstractos de líneas serpenteantes unidas a horadaciones o depresiones circulares u ovoidales llamadas cochas en los Andes Centrales y pie-

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dras esculpidas (Briones et al. 1999). Por ejemplo, en Quebrada Grande y en Tacuil se localizaron grabados en bloques pétreos, con motivos de líneas paralelas concéntricas, tipo andenes (chacras o miniaturas de campos de cultivo) o en forma de tumi o cuchillo y ancoriformes (Figura 3). Es característico de este sector del valle Calchaquí que los grabados estén inmersos en sitios que corresponderían al momento previo a la llegada de los incas, como los pukara. Ahora bien, ¿por qué el Inca se adueña de estos espacios o territorios? Para responder esta pregunta se debe retomar el concepto de pukara que va más allá de la idea de “fortaleza”, e incluye dos dimensiones simbólicas que aluden a la Pachamama y a los antepasados. Estos parajes con características especiales por su aislamiento y por la presencia de bloques rocosos aptos para recibir inscripciones y dibujos, o los campos de piedras grabadas o petroglifos, también debieron ser lugares de peregrinaje y de reunión en relación con las creencias y la concepción del mundo de los pueblos de los valles calchaquíes (Tarragó 2000: 291). Para Van de Guchte (1990), las piedras talladas, por su ubicación en las cercanías de canales, ríos o vertientes, serían marcadores de la organización del espacio con relación a cuerpos de agua y de la organización del tiempo en relación con el calendario agrícola. Sherbondy (1986:46) sostiene que para el imperio inca los canales de irrigación no tenían solo un valor económico, sino que también servían a funciones cosmológicas debido a que las fuentes de los canales eran consideradas huacas. A su vez, Meddens (2002) sugiere que la estructura de distribución de los grabados asociados al sistema de riego en el valle de Chicha (sur oeste de Perú) puede corresponder a una variante del concepto de ceque y constituiría un sistema que semeja quipus en el paisaje, en el que las piedras grabadas con cúpulas corresponderían a los nudos, mientras que los canales y los ríos aludirían a los hilos. Desde esta perspectiva, la presencia de determinados motivos rupestres y sitios que pueden estar vinculados con la dinámica ritual y ofrendas, reforzaría la idea de que se trata de actividades integradas, dirigidas a reafirmar la apropiación simbólica del paisaje (Hernández Llosas 2006). Sin embargo, algunas de estas rocas grabadas podrían ser muy antiguas en el diseño del paisaje andino como se observa en ejemplos de Antofagasta de la Sierra, Catamarca (Aschero et al. 2009). Muchas veces, los incas usaron la intervención artística, sin imponerla visualmente, para revelar la naturaleza de un importante rasgo natural. Por ejemplo, el Pucará de Angastaco, uno de los más conspicuos sitios incas en el área, en la confluencia de los ríos Calchaquí y Angastaco, no se localiza sobre una geoforma tan imponente como los pukara preincaicos dado que las construcciones en su cima pueden ser vistas desde el fondo del valle. Este asentamiento parece haber sido construido con la intención de ser visible desde todos los ángulos, representando un cambio radical en la estructura del paisaje local. Los otros sitios incas del área, tales como los tambos de Gualfín, Las Cuevas y Compuel -todos localizados en sectores separados de los asentamientos locales-, pueden ser vistos como una forma de “segregar” el espacio estatal del de las poblaciones del área. Finalmente, para las cuencas de Angastaco y Gualfín no podemos dejar de men-

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cionar la red de caminos incas que comunican instalaciones estatales, asentamientos defensivos preincaicos y áreas agrícolas. Esta aparente paradoja entre discontinuidad espacial e inclusión plantea la pregunta de por qué el Inca conquistó estos espacios y territorios. La desproporción entre población y tierra cultivada en el área de estudio ha llevado a algunos investigadores a concluir que estas tierras recibían la contribución de trabajadores estacionales de otros sectores (Salas 1945). En ese sentido, es interesante contemplar la propuesta de Berenguer de que el camino inca pudo haber funcionado como un geoglifo, como un marcador espacial primordial en la territorialidad simbólica de los incas (Berenguer 2005). Desde esta perspectiva, la presencia de determinados motivos rupestres y sitios que pueden estar vinculados con actividad ritual y ofrendas reforzaría la idea de que se trata de actividades integradas dirigidas a reafirmar la apropiación simbólica del paisaje (Debenedetti 1918; Frye 2006: 204; Hernández Llosas 2006; Meddens 2002; Tarragó 2000; Williams 2002-2005, 2008). Volviendo al tema de la producción de alimentos, en esta parte del valle los sitios residenciales inca no están directamente asociados a áreas agrícolas, pero estas últimas sí están directamente relacionadas al camino inca, como La Campana, Mayuco, Tacuil y Gualfin. Considerando que una de las consecuencias de la guerra podría haber sido la intensificación de la explotación económica, ocasionando la agregación poblacional en un área y la construcción de nuevos sistemas de irrigación, es importante destacar que en el NOA los incas se apropiaron de recursos naturales por medio de la intensificación3 de la producción agrícola (Williams 2007a). En varios casos, como quebrada de Humahuaca (Jujuy), Calchaquí Norte (Salta) y bolsón de Andalgalá (Catamarca) los incas parecen haberse apropiado de gran parte de las áreas productivas poco utilizadas en el período previo. Esta estrategia pudo haber aminorado el impacto en la productividad agrícola de la población local y disminución de la presión de ser explotados en trabajo y recursos. Como se menciona en las crónicas, una vez que los incas tomaban el control de nuevos territorios, el personal estatal se asentaba asegurándose que hubiera comida suficiente y reservando tierras para el estado que eran cultivadas por los trabajadores locales como parte de su servicio en trabajo. Esta parece haber sido una práctica habitual para garantizar los derechos de usufructo de la tierra de los mitmaqkuna para su propio sostén. Las chacras estatales estaban ubicadas a menudo cerca de los centros provinciales, pero algunas más grandes se localizaban en sectores especialmente favorables para la agricultura. EL ESPACIO GEOGRÁFICO PARA EL PAISAJE AGRÍCOLA Para entender estas relaciones deberemos contextualizarlas en un espacio geográfico claramente definido en los aspectos relacionados con la agricultura: suelos, agua y vegetación. Así, podemos comenzar por observar que, en su sector medio, el río Calchaquí recibe afluentes que bajan de las cumbres del bloque Calchaquí, situado a occidente. Las cuencas de Molinos y Angastaco y sus correspondientes tributarios, son las que constituyen los principales aportes de agua permanente al río, sirviendo asi-

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mismo como vía de comunicación entre los valles bajos y el ambiente puneño. La zona presenta un paisaje de montañas y valles por los que discurren los principales ríos de la región, convergiendo así dos ambientes morfológicos: la puna y las quebradas y valles intermedios que forman el borde montañoso de Puna (Daus 1959:104). Este último, presenta un clima árido (aproximadamente unos 250 mm de precipitaciones anuales), con escasas precipitaciones invernales y una gran amplitud térmica. El basamento geológico está formado mayoritariamente por afloramientos graníticos, ignimbritas del neógeno, sedimentos cuaternarios (arenas finas, pelitas y tobas volcánicas intercaladas en conglomerados) y depósitos fluviales (Hongn y Seggiaro 2001). Estas características y la escasez de vegetación resultante no favorecen el desarrollo edáfico, por lo que los suelos presentes pertenecen al orden de los Aridisoles y Entisoles, con perfiles del tipo A/C o A/Cr/R (USDA 2006). La vegetación general corresponde a la provincia de Prepuna, caracterizada por la presencia de cactáceas columnares y variedad de poáceas, asteráceas achaparradas y xerófilas. Entre ellas se observa la “pichana” (Psila spartoides) y “pichanilla” (Cassia aphylla), “molle” (Schinus molle), “molle castilla o aguaribay” (Schinus areira), “churqui” (Acacia caven), algarrobo (Prosopis sp.), “paja o pasto iro” (Stipa ichu), “viscol”, cardón (Trichocereus pasacana), y variedades de cactáceas como “quiepo” y “airampo” (Opuntia spp.). No existe una gran diversidad vegetal y aunque el análisis del herbario local esta en curso, es bastante homogéneo en todos los sectores estudiados. La zona, en cambio, constituye un paisaje heterogéneo en lo que respecta a las áreas productivas próximas entre sí: a) el fondo de valle del río Calchaquí y sus tributarios (entre los 2200 y 1900 m snm), zona apta para los cultivos mesotérmicos con irrigación como el maíz, poroto, ají y calabaza; b) las porciones medias y altas de las quebradas tributarias, la cabecera del valle troncal y los piedemontes (entre 3000 y 2500 m snm) donde hay cursos de agua permanente que ofrecen oportunidades para el riego y donde prosperan cultivos mesotérmicos y microtérmicos como papa, oca y quinua; y c) las cotas por encima de las áreas agrícolas donde se encuentran los recursos de pastoreo y caza como Compuel y la cabecera de Mayuco, Río Blanco (Tacuil) y Gualfín (entre 4000 y 3500 m snm). Debido a la amplitud del área de estudio (aproximadamente 180.000 ha) y dada la imposibilidad de recorrerla en toda su extensión en el terreno, se realizaron en un primer momento tareas de teledetección por medio de fotografías aéreas (Villegas 2006, 2007). Gracias a esto y previo al inicio de los estudios intensivos sobre agricultura, pudieron relevarse la mayor parte de los sectores agrícolas de la zona y la relación espacial entre ellos y con respecto a otros sitios arqueológicos, ayudando a comprender la dinámica entre ambiente y paisaje domesticado. METODOLOGÍA PARA EL ESTUDIO DE LA AGRICULTURA PREHISPÁNICA Desde el punto de vista de las estructuras agrícolas mismas, se trabajó en tres líneas articuladas. Una incluye el análisis arquitectural y espacial, considerando a la producción agrícola como uno de los temas centrales de la vida cotidiana y de las

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relaciones entre sociedad y estado. La otra es más específica para cada sitio e incluye las propiedades de los suelos y los microvestigios vegetales y animales que han quedado como remanentes de la actividad agrícola misma(ver capítulo 2 en este volumen). Finalmente, y teniendo en cuenta la importancia que tiene para nuestro problema la incidencia de la ocupación inca en la región como un factor diferencial en las relaciones de producción, hicimos un esfuerzo para lograr dataciones absolutas y confiables de los espacios de cultivo construidos. Este trabajo se inscribe dentro de la primera línea, pero se presentan algunos resultados preliminares de las otras dos, por lo que las incluiremos en la descripción metodológica. Siguiendo experiencias anteriores (Albeck 1992-1993), la metodología implementada en este estudio comienza por localizar las estructuras en el espacio y en el ambiente, su descripción detallada con diferentes medidas y todo su contexto material incluyendo cerámica de superficie. Sobre esta base se eligen las estructuras a ser muestreadas, para lo cual requerimos una planialtimetría de las mismas tan eficiente como las realizadas para estructuras residenciales, pero con mayor énfasis en el buen trazado de las curvas de nivel (Korstanje 2005). En esta ocasión los planos se habían realizado con Estación Total Leica4, sin embargo, en una segunda campaña hemos debido corregir estos planos y realizar nuevos croquis que son los que usaremos en este trabajo, por lo cual no están representadas aquí las curvas de nivel que usamos en la interpretación. La descripción de las laderas no está dada por su posición respecto al sol, sino por su posición geográfica sensu stricto. Así, por ejemplo, la ladera ubicada geográficamente al Sur, tendrá su exposición solar hacia el Norte. Para la descripción de las estructuras en base a las formas que toman en el paisaje, hemos consultado varios autores (Albeck 1993; Raffino 1975; Schulte 1996; Treacy 1994, entre otros), pero si bien seguimos en especial los lineamientos de Albeck (1993 y capítulo 1 en este volumen), hemos diferenciado los siguientes grupos, donde los tipos son simplificados para dar más espacio a la descripción de sus características particulares5: Andenes: construcciones rectangulares en piedra que modifican sustancialmente la pendiente, suavizándola generalmente en varios grados menos respecto a la pendiente natural. El largo mayor de los rectángulos que forman es paralelo al drenaje natural o curso de agua principal. Las paredes de contención son elevadas y su construcción implica importantes movimientos de tierra del tipo “corte y relleno”. En la terminología local de esta zona se denomina patillas a los andenes, y cimientos a los muros. Paños: cada sector de andenería separado por un muro o despedre transversal al mismo. Terrazas: Construcciones en piedra que modifican la pendiente, suavizándola en superficies rectangulares o irregulares de diferentes dimensiones. Siguen el mismo principio general de a los andenes, pero de menor complejidad constructiva y no implican movimiento de suelo en su construcción. Como resultado de esto, el frente de una terraza se eleva muy poco por encima de la terraza adyacente. Pueden ser perpendiculares o paralelas al drenaje principal. Canchones: espacios delimitados por muros someros de piedra, a veces sin superposición de bloques alguna. Pueden ocupar espacios con pendiente o sin ella,

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pero en el primer caso la pendiente es modificada más por la práctica del uso del suelo que por grandes movimientos de tierra previos. Toman diversas formas, variando entre cuadrangulares, circulares e irregulares. Despedres: Acumulaciones de piedras pequeñas y medianas, que son el producto de limpieza de los terrenos, y que en algunos casos forman parte de los tabiques de contención laterales de los andenes. Acequias: cualquier tipo de cauce artificial, por el cual fluye el agua de riego. Una vez correctamente mapeadas y descriptas las estructuras en el sentido arquitectónico y localizadas en su emplazamiento topográfico, procedemos a realizar los sondeos/calicatas para la descripción y caracterización de los suelos (Korstanje y Cuenya 2008a). En base a las preguntas y problemas que se estén buscando resolver, las calicatas se hacen aguas arriba o aguas abajo de la superficie aterrazada, pero manteniendo en todo el muestreo la misma definición. Los distintos horizontes pedológicos son definidos en el campo, tomando las siguientes características: color, estructura, límites y espesores de los horizontes. En cada horizonte definido de esta manera, procedemos a tomar muestras para realizar tres tipos de análisis: sedimentos, microfósiles en general y polen en particular. Cabe remarcar entonces que el muestreo no es sistemático, sino cualitativo: no se toman muestras estandarizadas de un perfil cada tantos centímetros, sino que se toman muestras idénticas de sedimentos de cada horizonte pedológico. A su vez, se toman muestras de control en espacios cercanos, pero que no muestren signos de haber sido utilizados para la producción agrícola (“campo abierto”). Estas responden, a los fines comparativos, como muestras de suelo no usado. Para la descripción de los suelos se siguen las normas de reconocimiento estándares (Echevehere 1976). En laboratorio se hacen las siguientes determinaciones: textura (métodos de Bouyoucos); pH (relación suelo-agua 1:2,5); porcentaje de Carbono y materia orgánica (método de Walkley y Black) y, en algunos, Fósforo Total (método de Bray – Kurtz6). En la medida en que estos resultados disparan nuevas preguntas, se toma otra porción de muestra para realizar estudios más específicos, por ejemplo: Nitrógeno, Peso Específico Real (PER), Peso Específico Aparente (PEA), etc. Las muestras de microfósiles (entre los cuales se puede incluir el polen, pero según las circunstancias y debido a su alto valor diagnóstico conviene separar en muestras especiales) son analizadas siguiendo la metodología de análisis múltiple (Coil et al. 2003; Korstanje 2003, 2004 y 2009). Las muestras son contabilizadas y caracterizadas en microscopio petrográfico, con método de alícuota y test ciego (Korstanje y Cuenya 2008b). Los resultados de ambos análisis (y del polen en caso de que se haya estudiado separadamente) se revisan conjuntamente. Para la interpretación se toman en cuenta y se discuten no sólo los resultados de los análisis de sub-superficie, sino también los perfiles, la ubicación de los sitios, la pendiente, la orientación al sol y el resto de los vestigios materiales culturales (Korstanje y Cuenya 2008a y 2008b). LA INFRAESTRUCTURA AGRÍCOLA EN LOS SECTORES MUESTREADOS A partir de la teledetección y prospecciones citadas arriba, se eligieron para traba-

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jar en profundidad dos sectores -Río del Remate/Gualfin y Río Pucarilla/Corralito, que presentaban las variables necesarias para avanzar en la fase analítica (accesibilidad, visibilidad, extensión, localización, estado de conservación). En todos los casos se trata de aterrazamientos en pendientes pronunciadas, del tipo andenería, acompañados por importantes líneas de despedre con o sin riego por acequias. Sin embargo, dentro de estos dos sectores, se seleccionaron a su vez dos sitios porque los rasgos arquitectónicos de las estructuras de producción sugerían la idea inicial de que su construcción y/o uso podría haber sucedido en distintos momentos del

FIGURA CUATRO Foto aérea de la zona del Río del Remate/Gualfin y los sitios mecionados en el texto.

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lapso cronológico que va desde el Tardío hasta el Inca. A continuación caracterizamos los dos sectores con andenería y los cuatro sitios analizados para este trabajo: 1) El primer grupo, al que aquí denominaremos Grupo del Remate/Gualfin, está conformado por los sitios Gualfin 2 y Quebrada Grande 1, sobre la margen derecha del Río del Remate (Figura 4). En el sector del Río del Remate, hay dos laderas con andenería (Oeste y Sur) y en ambas se distingue una tecnología constructiva diferente en lo que a los muros de andén respecta. Esto puede estar denotando distintas épocas en su construcción –no hay señales de reciclaje por uso. No es claro si estos andenes estuvieron regados: hasta el momento no hemos detectado ninguna acequia antigua. Habría una acequia muy grande siguiendo el probable camino prehispánico (hoy usado como camino y en parte como senda de bicicletas), pero no se observa actualmente la conexión para el riego de estos sectores. La vegetación presente está compuesta sobre todo por Asteráceas de porte mediano, tolar mixto (Parastrephia spp.), arbustivas xerófilas (ej. Schinus Molle sp.) y cactáceas bajas (ej. Airampo spp.), escasas cactáceas columnares (Trichocereuns Pasacana sp.) y muy baja representativad de Poáceas (tanto en variedad como en abundancia). Además de las estructuras netamente agrícolas, hay otro tipo de estructuras de piedra de forma subcircular -que pueden constituir residencias o corrales-, en la explanada inferior, sobre el nivel de terraza del río. Hemos denominado Gualfín 2 a la ladera oeste, donde las estructuras están localizadas sobre una pendiente de 18-20%. Sobre esta ladera es que se han realizado los muestreos y dataciones. Consiste en un grupo de terrazas bastante rústicas que cubren un total de 0,26 ha. Los diferentes paños están separados entre sí por líneas de despedre compactas y muestran una litología diferente en las rocas que los constituyen. En el sector Norte de los mismos, los muros parecen más prolijos, porque la roca es metamorfita angulosa y está acomodada en paños uniformes, pero no hay canteado ni técnica constructiva especial. La distancia entre un muro de contención del andén y otro puede llegar a los 10 m. Cada paño tiene como mínimo 7 líneas de andenes hasta llegar al curso de agua. En Gualfin 2, paño 1 (Figura 5) el despedre -donde tomamos muestras para dataciones-, tiene una litología de grandes rocas tipo vulcanitas-granitos rosados. Este despedre mide 8 m de ancho y un máximo de 0,70 de alto. El paño estudiado y muestreado para suelos y microfósiles tiene 10 líneas de andenes. Mientras la pendiente natural es del 23%, en los andenes disminuye a un 5%. El muro de los andenes tiene una altura máxima de 1,10 m, altura que se repite en la mayoría de los bien conservados. Todos los muros son de pirca simple y el ancho es el ancho de la roca (máximo 0,55 m). En los extremos, la mayoría de ellos tiene un sector sin muro para permitir el paso del agua. Los andenes inferiores son los más dañados y derrumbados. En superficie se encuentra cerámica de estilos tardíos y material lítico expeditivo en basalto y cuarcita. En el sector Sur, en cambio, la pendiente es mucho mayor (un 45 %) y el pircado es más alto. Los muros llegan medir entre 0,50 y 1 m en algunos sectores. Sólo hay un paño de andenería en este sector, que finaliza en canchones amplios por la baja

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FIGURA CINCO Plano del anden muestreado en Gualfin 2.

pendiente. Un dato interesante como rasgo de no-utilización reciente, es el crecimiento de grandes cardones añosos. Siguiendo el curso del río del Remate hacia arriba, poco después de una curva que cambia el recorrido del mismo hacia el Oeste, se encuentra la “Quebrada Grande”. Entre Quebrada Grande 1 y el pukara conocido como Fuerte de Gualfín, median unos 1,3 km de distancia, con visual directa entre ambos. Las laderas de la vertiente sur, están prácticamente todas cubiertas con andenería. En algunos paños se ha llegado a contar 18 líneas de andenes. A diferencia del caso anterior, la apariencia de los mismos es más homogénea en litología y en técnicas constructivas, y se observan las acequias con claridad. La manufactura de los andenes es bastante rústica. La piedra es la más cercana (ignimbrita o metamórfica) y de acuerdo a eso es su angulosidad. En algunos sectores, sobre todo los más cercanos al fuerte o pukara, la ausencia de abundante suelo y la fuerte pendiente no sugieren un lugar naturalmente apto para el cultivo y que, de haber sido elegido para tal fin, sería porque

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FIGURA SEIS Plano del anden muestreado en Quebrada Grande 1.

Foto aérea de la zona del Río Pucarilla/Corralito con los sitios indicados en el texto.

FIGURA SIETE

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mediaron condiciones sociales de presión sobre el territorio. Quebrada Grande 1 es el paño que hemos estudiado en detalle (Figura 6). El sitio muestra una pendiente promedio de 40% (considerablemente mayor que el sitio anterior). A diferencia de lo observado para Gualfin 2, aquí se registraron tres líneas de acequias para riego, dos de ellas abandonadas7 y ubicadas en el sector más alto de la loma, mientras que la que aun está en uso, es la más cercana al curso de agua actual. En la parte superior de la ladera y muy cercana a una de las acequias, existe un gran panel con grabados rupestres, que hemos denominado “Panel de los Suris” (Figura 3). En cuanto a los andenes -que como decíamos, están bastante deteriorados-, la altura máxima de los muros es de 0,95 m. El despedre es similar a los antes descritos, con un tamaño promedio de las rocas de 10-20 cm (son rodados aplanados). El resto de las características son semejantes al sitio arriba detallado. 2) El segundo grupo estudiado, que denominaremos Grupo Pucarilla/Corralito, (Figura 7) se encuentra a una distancia de 13,5 km respecto al grupo anterior. Está

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FIGURA OCHO Plano del paño de andenes muestreado en Corralito 4.

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cercano al caserío de Pucarilla y al paraje de Corralito, camino hacia Compuel (borde de puna), sobre la margen izquierda del Río Pucarilla y de uno de sus tributarios. La vegetación es similar a la del sector anterior, pero con algunas diferencias interesantes, como la mayor presencia de cardonal y monte xerófilo y la ausencia cuasi absoluta del tolar y de cobertura de gramíneas. Los dos sitios muestreados -Corralito 4 y 5-, están muy cercanos uno del otro, pero sobre sustratos litológicos diferentes. Sin embargo, no es esta circunstancia lo que los diferencia a nivel de apariencia constructiva, sino propiamente la forma en que han sido construidos. Corralito 4 está ubicado sobre una ladera con el afloramiento rocoso muy superficial y un promedio de pendiente del 30%. Rodeando el conjunto de las estructuras se observa un muro en forma de anillo grande y otro más pequeño, de pirca doble línea. El sitio está formado además por una serie de aterrazamientos, despedres perpendiculares a los mismos y estructuras subcirculares -aparentemente de tipo residencial- encerradas entre ambos o recostadas sobre los mismos (Figura 8). A diferencia de los otros sitios con arquitectura agrícola estudiados, hay gran cantidad de cerámica en superficie (Santamariana bicolor, tricolor y con modelado, entre otras menos frecuentes). La contemporaneidad y/o el reuso con adaptación de estas estructuras es un factor que aún está en estudio. Desde el punto de vista de las estructuras agrícolas en sí, el sitio presenta grandes despedres de rocas de distintos tamaño, que no constituyen un conjunto acomodado –como en el caso siguiente-, sino que por el contrario llaman la atención por su falta de prolijidad. En algunos casos estos despedres se presentan paralelos, y en otros perpendiculares a la pendiente. Lo más llamativo es que, además de los despedres, hay muros dobles en los lados de los andenes pero estos muros a veces se abren para incluir las citadas “unidades residenciales”. Hay muchos de estos círculos de pirca simple y baja en el medio o a los costados de los campos, pero no es claro por qué los límites de los paños son muros dobles y sobre ellos se realiza una tarea de despedre tan poco sistematizada. No se observan acequias ni existen posibilidades de riego ya que la topografía impediría llevar agua de los cursos de agua cercanos. El último sitio en estudio, Corralito 5, está ubicado enfrente del anterior, en la ladera occidental de un pequeño río tributario del Pucarilla, con una pendiente media de 45%. La regular distribución de los muros y los aterrazamientos, así como la prolijidad de sus despedres es una de las características que lo diferencia claramente del resto de los sitios agrícolas de estos sectores en estudio. Contrastando con esta gran diversidad y heterogeneidad, el sitio Corralito 5 es el de manufactura más estandarizada que hemos observado hasta aquí. El pircado es muy parejo y bien hecho, simil aparejo, aunque sobresalen rocas. La altura máxima de muro conservado es de 1,50 m, siendo los muros de andén más altos de los conjuntos estudiados. Los despedres son bastante homogéneos en tamaño de piedra despejada y hay paredes laterales (o sea, perpendiculares a la pendiente) hechas también como muro. En el paño muestreado (Figura 9) contamos 9 andenes de muy buena construcción, pero con varios niveles de derrumbe. Es muy interesante ver que el paño está

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FIGURA NUEVE Plano del paño de andenes muestreado en Corralito 5.

delimitado por dos líneas de despedres que se van abriendo hacia abajo (NW) y que están contenidos por un lado con muro y del otro lado no. Una sola acequia estaría regando este sitio, pero es llamativo que la misma es cortada en uno de los grandes despedres, y luego sigue hacia otros campos, como si este despedre fuera posterior e impidiera la continuación de la misma. SUELOS, MICROFÓSILES, DATACIONES Y PRIMEROS RESULTADOS DEL USO AGRÍCOLA DE LOS ANDENES: SORPRESAS Y PRECAUCIONES En tanto el análisis específico de los suelos y microfósiles ha presentado nuevos desafíos que están en estudio, presentaremos aquí sólo los primeros resultados que nos llevan a plantearnos nuevos interrogantes. Se hicieron los estudios pedológicos citados arriba (campo y laboratorio) y el análisis múltiple de microfósiles a un total de ochenta y seis muestras de suelo (N= 86). En primer lugar, es importante destacar que, con muy pocas excepciones, los va-

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lores de pH varían entre 5,27 a 8,14, como valores extremos, presentando por lo tanto condiciones normales para la preservación de los microfósiles silíceos. Las texturas varían entre franco arenoso, a franco arcillo arenoso; mientras que la materia orgánica oscila entre porcentajes de 0,20 a 2,89. Los más altos valores de material orgánica son aquellos de los depósitos más profundos de los despedres y aquellos de las muestras a “campo abierto” (o extra sitio). En ambos casos, y de acuerdo a la dinámica de uso de los suelos, esto implica que no fueron utilizados para propósitos agrícolas, como ya hemos mostrado en casos anteriores (Korstanje y Cuenya 2008a). Lo que es sorprendente, respecto a lo originalmente asumido, es que hasta el momento no hemos encontrado silicofitolitos ni almidones de maíz. Por el contrario, aun los fitolitos de Poáceas en general son muy escasos y en muchas muestras no hay fitolitos en absoluto (Korstanje y Cuenya 2008c). Esto sin embargo, cobra sentido al analizar con más detenimiento la flora local. Lo mismo sucede con las diatomeas. Hemos encontrado muy pocas diatomeas en las muestras escaneadas. El análisis independiente de diatomeas para la región realizado por Kligmann también muestra ausencia de diatomeas en las muestras de suelo, a pesar de que las fuentes de agua muestran el desarrollo normal de ellas (Débora Kligmann comunicación personal 2008)8. Por otra parte, los valores de pH no permiten tampoco esgrimir tal razón tafonómica para explicar su no-preservación. El resto de los microfósiles presentes también es escaso (polen, microcarbones), excepto por los gránulos de almidón de tubérculos (afines a Solanum tuberosum sp. y otros aun no identificados), que son muy frecuentes en ciertas muestras. También hay un número interesante de esferulitas de carbonatos cálcicos (residuos de origen animal, asociados a estiércol generalmente frágiles para su conservación). A pesar de estos tentadores indicios de cultivo de papas (denotado por los almidones) en los andenes, con uso de fertilizantes (esferulitas) y sin regadío aparente (ausencia de diatomeas y crisoficeas)9, por ahora no podemos arriesgar un resultado seguro en ese sentido, ya que las consecuencias teóricas que implicarían esta inesperada ausencia de maíz y abrumadora frecuencia de papa -pero también de otros almidones, excepto de maíz-, nos obliga a tomar precauciones de control tafonómico, ampliación de muestreos, etc. En cuanto al problema cronológico, dado que hemos desarrollado metodológicamente las posibilidades y limitaciones para la datación absoluta de estructuras agrícolas en otro trabajo (Korstanje et al. 2010), reproduciremos aquí solo los resultados de tales dataciones, a los efectos de poder después integrar todos estos datos en una interpretación preliminar del uso agrícola y estrategias de producción en la zona estudiada del valle Calchaquí Central. Cuatro muestras de sedimentos -tomados de las bases de un despedre de cada uno de los sitios aquí presentados- fueron datadas con el método de carbono 14 (Tabla 1). Estas dataciones indican, entonces, el momento en que se comenzó a despedrar el terreno y construir la infraestructura para la producción agrícola organizada. Los fechados no sólo son confiables en sí mismos por la metodología utilizada sino que, como decíamos antes, los valores de materia orgánica también son coherentes con

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TABLA UNO Cronología post quem (inicio de las construcciones agrícolas) en cada uno de los sitios.

esta fase de pre-uso agrícola intensivo. Estos resultados nos indican al menos tres momentos de inicio en la construcción de la infraestructura de andenes: uno pre-Tardío (Formativo Medio), uno claramente de Desarrollos Regionales, y otro claramente Incaico. El más temprano es el fechado de Quebrada Grande, que muestra una andenería más tosca y casi destruida, por cuya ladera pasan tres acequias a diferentes niveles y que presenta en la cima de la ladera un panel con arte rupestre de diferentes estilos y momentos prehispánicos. Este fechado calibrado entra dentro del rango del Perío-do Medio, lo cual lo hace interesante no sólo porque se puede relacionar con los diferentes niveles de acequia (que pueden indicar variaciones en el nivel de base de río y su correlación con las posibilidades de tomar el agua para riego a diferentes altitudes), sino porque el despedre fechado es uno de los pocos que tiene también escasos gránulos de almidón de tubérculos, que podríamos interpretar como un uso del suelo para agricultura relacionado con las prácticas de los períodos anteriores (Korstanje y Cuenya 2008c). En ese sentido, tanto las citadas acequias como la forma de la arquitectura agrícola, indican un reuso permanente en este sector, cuyo abandono no podemos precisar aún. Por otro lado, en otras áreas prospectadas en el valle, también hay arte rupestre y hallazgos correspondientes al Periodo Medio, como por ejemplo en Tacuil, a 22,7 km al norte de este sitio. El segundo momento, es el que corresponde a los sitios Gualfín 2 y Corralito 4, cuyos inicios de construcción y uso están claramente comprendidos en el Período de Desarrollos Regionales. La datación inicial es coherente con el registro cerámico, la arquitectura productiva y la presencia de los fuertes o pukaras situados en el área (Williams et al. 2005, Cremonte y Williams 2007). No obstante ello, al igual que en el caso anterior, Corralito 4 muestra signos de reuso y resignificación del espacio, cuya duración y carácter no podemos calibrar ni explicar aún. Por último, el sitio Corralito 5, por su datación es contemporáneo a la ocupación

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incaica; pero su infraestructura y arquitectura muestran diferencias tan notables respecto a los otros sitios, que no sólo es interpretada como correspondiente a este período, sino también como un diseño verdaderamente incaico. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES En el NOA y para el PDR se ha planteado un fuerte crecimiento demográfico y la aparición de sociedades con territorios bien controlados y defendidos en todos los oasis de Puna y valles mesotermales que entraron en competencia con otras por la apropiación de los recursos. Las técnicas más avanzadas de regadío sistemático y control de la erosión por medio de andenería posibilitaron el cultivo de tierras fértiles en quebradas altas y de pendientes pronunciadas con lo que el uso de terrenos cultivables se amplió hasta límites que superan los actualmente explotados. A pesar que el patrón de asentamiento pueda estar representando situaciones de conflicto, la amplia distribución espacial de ciertos rasgos arquitectónicos y estilísticos hace pensar en redes de intercambio que mantendrían una comunicación entre las poblaciones. Es por esto que consideramos que el estudio de la relación entre una serie de rasgos arqueológicos presentes en el paisaje y producto de un constructo social que son los pukara, las tierras agrícolas, campos de grabados o de petroglifos y centros estatales, nos ayudará a comprender los procesos sociales que se dieron entre el 900 y 1536 DC al interior de las poblaciones locales y en relación con la dominación Inca (Williams 2007b). En ese sentido, el sector medio del valle Calchaquí presenta una serie de asentamientos prehispánicos tardíos del tipo conglomerado, grandes extensiones de tierras destinadas a la agricultura, sitios fortificados o pukaras y sitios con clara arquitectura inca. Si bien la idea de una época de conflicto endémico en los Andes -como se ha propuesto sustentado por datos históricos-, no está tan claramente plasmada en el registro arqueológico, hemos tomado esta hipótesis como vía de análisis a la producción agrícola. De ese modo, el paisaje arqueológico observado en el área nos genera nuevas preguntas: ¿cómo se relaciona la producción con los tiempos de guerra y de conflicto? Más allá de las estrategias de almacenamiento, treguas políticas, alianzas circunstanciales u otros, ¿hay una adaptación de la agricultura en sí misma a estos momentos? Especialmente, cuando la guerra ocurre durante el tiempo que va de la siembra a la cosecha... ¿hay planes alternativos para la producción? Seguramente sí, ¿pero cuáles? ¿Cultivos más seguros y sencillos? ¿Con menos necesidad de cuidados intensivos y riego? Dedenbach Salazar (1985) ha recopilado el vocabulario inca agrícola y deduce que existen programas agrícolas definidos según especie en sincronía con el clima y la estación del año, pero no hay referencias a los momentos de zozobra o conflicto social. Todo el vocabulario hace referencia a una agricultura cíclica, pautada, que requiere de estabilidad o paz social. Es probable que los poblados en las alturas o zonas inaccesibles hayan sido edificados como refugios temporales para momentos de peligro por poblaciones que habitaban mayormente en la zona baja con una ubicación más favorable y próxima

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a recursos de subsistencia. La extensión y calidad de la infraestructura agrícola muestra que el área era un importante sector de producción de alimentos antes de la llegada del inca. La inversión de trabajo en infraestructura de riego es igualmente muy importante (Figura 10). Sin embargo toda esta amplia red agrícola no tiene contrapunto con una gran instalación humana en áreas residenciales en los alrededores (Williams 2007b). Queda por verificar, con un mayor muestreo, si la siembra realizada en los andenes era principalmente de tubérculos, ya que ello cambiaría las perspectivas teóricas que se están manejando en torno a la producción de cultivos con otra capacidad alimentaria y simbólica, como el caso del maíz. Se ha sostenido que el Estado inca habría incorporado grandes extensiones para cultivo a cotas más elevadas y con mayor pendiente que en momentos anteriores

FIGURA DIEZ Vista general de andenería y acequias, camino a Compuel.

(Albeck 1992-1993, 2001), construyendo canales, represas, estructuras de almacenamiento y asentamientos estatales, trabajados por mano de obra local como una forma de tributación agrícola organizada (prestación rotativa de trabajo) o por mano de obra especializada recibiendo el aporte estacional de trabajadores de otros lados debido a la desproporción entre población y área cultivada. En relación a esto, para el valle Calchaquí Medio, la producción agrícola ha sido también de fundamental importancia a la llegada del inca, no sólo por el manejo de lo ya existente, sino también con la ampliación de áreas y mejoras tecnológicas. Pero los asentamientos incas -diferenciados por su calidad constructiva, forma de las estructuras y fechados radiocarbónicos-, no se encuentran directamente asociados a las áreas agrícolas. Esto, sumado a que los asentamientos preincaicos no parecen haber mantenido una gran cantidad de población local, podría estar indicando que el estado invirtió energía en ampliar las áreas agrícolas como una estrategia de producción y administración de bienes y servicios a través del dominio del espacio productivo.

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La red de caminos incas, eje a partir del cual se estructuró la administración estatal, incluyó en este sector tanto a los pukara como a las áreas agrícolas (más de 300 ha en total), constituyendo un recordatorio constante de su dominio. Por lo arriba señalado, el Inca habría materializado su poder apoderándose de estos lugares con un significado ritual para las poblaciones locales, convirtiéndolos en huacas o manteniéndolas como tales (Hernández Llosas 2006). Sin embargo, hay casos que han llamado particularmente nuestra atención, como la construcción de inmensas obras de andenería en laderas que desde el punto de vista pedológico no son aptas para tal fin. Este constreñimiento en espacios reducidos y cerrados (pero muy cercanos al Fuerte de Gualfín) nos puede estar indicando algo más que un desarrollo tecnológico. Nos preguntamos si no se trata de una agricultura en tiempos de conflicto, y en ese caso conflicto entre quienes (¿contra los incas?, ¿contra los españoles?, ¿los locales entre sí?) pero para evaluarlo debemos afinar algunas metodologías, tarea que está actualmente en curso. AGRADECIMIENTOS: Las autoras desean agradecer especialmente la colaboración y amistad brindadas por María, Juan y Santos, en diferentes parajes de Gualfin, a la familia Bonner, propietarios de la Finca Gualfin y a Mike Follet por su hospitalidad. Esta investigación fue financiada por Wenner Gren Foundation; FONCyT y CONICET, y contó con la autorización del Museo de Antropología de Salta I NOTAS: 1 Aunque debemos considerar que existe consenso sobre la dificultad de relacionar áreas agrícolas del momento inca especialmente en el NOA, donde existe una larga tradición de agricultura prehispánica. Albeck ha planteado una serie de líneas de evidencia interesantes de analizar como es la ubicación de las áreas de cultivo, especialmente la expansión hacia los espacios más marginales de producción agrícola durante el Período de Desarrollos Regionales (PDR), áreas que fueron de cultivo en épocas anteriores pero que probablemente se encontraban abandonadas a la llegada del Inca (Albeck 2003-2005). 2 En cuanto a las causas que pudieron haber desencadenado el conflicto, existe cierto consenso para el Área Andina sobre los cambios climáticos como una de las más importantes, especialmente una prolongada sequía que se dio en las tierras altas andinas a partir del siglo XI siendo severas entre ca. 1250-1310 D.C, además del crecimiento demográfico o la disputa por el control del tráfico interregional. Esto, que posiblemente causó el colapso Tiwanaku, pudo afectar a poblaciones que debieron migrar a localidades más benignas enfrentándose a comunidades ya instaladas (Guamán Poma 1980 [1615] I:52). Sin embargo, las causas últimas deberán ser investigadas para cada región particular. 3 La intensificación es considerada como un cambio en el uso de la tierra que permite una mayor cantidad de producción de alimen-

tos que la previamente obtenida en un área de terreno dada (Boserup 1965: 43). 4 Los planos originales de los sitios Corralito 4 y Gualfín 2 fueron realizados por Mariano Mariani sobre el relevamiento de Williams y equipo con Estación Total (2005) y posteriormente modificados según observaciones de campo, al igual que la realización de los croquis de los sitios Corralito 5 y Quebrada Grande, por Villegas y Korstanje en 2006. Todas las figuras presentadas aquí fueron realizadas por Villegas. 5 En el simposio que dio lugar a este libro, se discutió el uso flexible de las diferentes categorías de estructuras agrícolas, en tanto ninguna de ellas da cuenta de toda la variabilidad existente. 6 Si bien seria ideal realizar análisis de Fósforo Total en todas las muestras, es necesario elegir solo algunas por cuestiones de costo. 7 Una de estas acequias fue vista ya en ruinas en 1910 por el abuelo de nuestro informante (Esteban Alancay) y pasaba por arriba como canal, sin regar este sector, sino sólo como conector hacia otros paños, incluido el de Gualfin 2 antes descrito. 8 Es importante notar que Kligmann no está siguiendo un protocolo de extracción múltiple de microfósiles - donde cabría la posibilidad de que estas sean submuestradas- sino un protocolo especial para la extracción de este tipo de algas. 9 Situación extraña, ya que en dos de los sitios las acequias están presentes.

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CONSIDERACIONES SOBRE LA AGRICULTURA PREHISPÁNICA EN EL SECTOR CENTRAL DE LAS SIERRAS DE CÓRDOBA (ARGENTINA) Sebastián Pastor1 y Laura López2 1 2

CONICET - Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”. [email protected] CONICET - Laboratorio de Prehistoria y Arqueología (U.N.Cba.). [email protected]

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INTRODUCCIÓN La existencia de prácticas agrícolas durante el período prehispánico en las Sierras Centrales de Argentina ha sido unánimemente aceptada por los especialistas, quienes concibieron a la región como uno de los límites de la dispersión de la agricultura andina. Con un fuerte apoyo en la documentación histórica del período colonial temprano -siglos XVI y XVII-, los primeros textos académicos afirmaron la imagen de los habitantes de las sierras -los comechingones- como pueblos asentados en aldeas y dedicados al cultivo del maíz, zapallos, porotos y otras especies (Aparicio 1936; Canals Frau 1953; Outes 1911; Serrano 1945). Dicha imagen se difundió luego por medio de la literatura escolar y museográfica. Años más tarde, con las investigaciones arqueológicas iniciadas en la década de 1950, se definió una prolongada secuencia para la ocupación prehispánica, que se remontaba hasta el Holoceno Temprano. Se reconoció una extensa etapa precerámica, correspondiente a grupos móviles con una economía de caza y recolección, continuada por una etapa agroalfarera que -como su nombre lo indica- se definía por la producción agrícola y cerámica, además de un marcado sedentarismo (Berberián 1984; González 1960; Marcellino et al. 1967; Menghin y González 1954). Entre otros aspectos, la profundización de esta propuesta requería precisar la cronología y el origen -local o externo- del proceso implicado por la etapa agroalfarera. Así, su antigüedad fue estimada en 1000 o 1500 años AP -según las primeras dataciones radiocarbónicas e indicadores indirectos-, mientras que su origen fue ligado al desplazamiento de grupos agricultores provenientes de la mesopotamia santiagueña y el bajo río Dulce (Cocilovo 1984; González y Pérez 1972; Marcellino 1992; Montes 2008). En la literatura más reciente el problema de la introducción de la agricultura aparece ligado al proceso de cambio experimentado a nivel local por los grupos cazadores-recolectores, aunque no se produjo una elaboración sistemática en dicho sentido (Berberián 1999; Berberián y Roldán 2001; Bonnín y Laguens 2000; Laguens 1999). El cálculo de su antigüedad fue extendido hasta unos 2000 años, de acuerdo a datos isotópicos y a la cronología de los contextos más tempranos con restos cerámicos (Laguens y Bonín 2009). La diversificación de enfoques y orientaciones teóricas generó variados temas de interés. Se analizó el rol de la agricultura en relación a procesos de diversificación económica y, en tal sentido, se insinuaron diferencias sobre su definición como una estrategia económica central o complementaria. Se intentaron estimaciones cuantitativas sobre su aporte a la subsistencia (Laguens 1999, 2000) y se consideraron posibles estrategias destinadas a enfrentar el riesgo ambiental (Berberián y Roldán 2003). También se evaluó la distribución de sitios arqueológicos y su articulación con terrenos potencialmente cultivables (Berberián y Roldán 2003; Medina y Pastor 2006) y se usó información histórica y etnográfica como fuentes para la interpretación arqueológica (Medina y Pastor 2006). Es preciso destacar que el amplio consenso sobre la existencia de una agricultura prehispánica ha encontrado más apoyo en las lecturas de los documentos del período colonial, que en lo sugerido por los materiales arqueológicos de momentos anteriores a la conquista. En general se acepta que el registro arqueológico tardío -ca. 1500/1000 a 300 AP- puede ser atribuido a sociedades agricultoras similares a las descriptas por

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las fuentes históricas, aunque se han tenido en cuenta indicadores indirectos e incluso ambiguos, entre ellos el empleo generalizado de la tecnología cerámica, la abundancia de artefactos de molienda y la existencia de probables herramientas asignadas al trabajo en los terrenos cultivados -i.e. azuelas o hachas-, que nunca fueron objeto de estudios funcionales específicos. La ausencia de evidencias más concretas, como restos de plantas cultivadas o de infraestructura productiva no es un detalle menor, ya que permitiría cuestionar la propia existencia de prácticas agrícolas prehispánicas, o bien conducir a una reconsideración de su probable antigüedad, características o importancia económica. En este artículo se abordan algunos de estos problemas atendiendo a diferentes líneas de evidencia, en su mayoría relacionadas con investigaciones propias recientes. En primer lugar, se tratan generalidades de los patrones de asentamiento en el sector central de las sierras de Córdoba, de acuerdo a los datos obtenidos por un programa de prospecciones intensivas, con referencias puntuales sobre la variabilidad microambiental y sobre la ocupación de las tierras potencialmente cultivables. Luego se presenta información preliminar sobre el consumo de plantas cultivadas, en su mayor parte resultado de los primeros estudios arqueobotánicos efectuados en la región. Por último, se consideran evidencias directas de cultivo a partir del análisis de un rasgo detectado en Arroyo Tala Cañada 1, un sitio tardío del valle de Salsacate. En las últimas dos secciones se considera el problema de la dispersión agrícola en la región a partir del análisis e integración de estos datos, con apoyo en la información disponible sobre dos sistemas agrícolas de características similares y cercanos en el tiempo y/o espacio: la agricultura campesina contemporánea y la agricultura indígena practicada durante el período colonial temprano. VARIABILIDAD AMBIENTAL Y USO DEL ESPACIO EN EL SECTOR CENTRAL DE LAS SIERRAS DE CÓRDOBA En los últimos años, el proyecto PIP CONICET 02433, bajo la dirección de Eduardo Berberián, desarrolló un programa de prospecciones intensivas en el sector central de las Sierras de Córdoba. Las mismas se llevaron a cabo en distintas microrregiones y hasta el momento alcanzaron una amplia cobertura, de más de 500 km2. Estas tareas permitieron reconocer unos 700 sitios arqueológicos de diferentes períodos prehispánicos, así como registro de baja densidad -pequeñas concentraciones, hallazgos aislados-. A diferencia de los trabajos sobre sitios puntuales (Berberián 1984; Marcellino et al. 1967) o de las prospecciones de reducida magnitud (Laguens 1999), la información obtenida por este programa permite una aproximación inicial aunque firme a la variabilidad del registro arqueológico a escala regional. El sector central de las sierras de Córdoba (Figura 1) comprende diferentes microambientes, no todos ellos apropiados para el tipo de producción agrícola al que aluden las fuentes históricas. Ésta pudo desarrollarse en los piedemontes, valles y quebradas de altitud baja y media -400 a 1400 msnm-, dada la convergencia de condiciones favorables en cuanto a suelos, precipitaciones -600 a 900 mm anuales-, temperaturas -medias de 16 a 18º C.- y la existencia de una red hídrica permanente, entre otros (Vázquez et al. 1979). Sin embargo, las superficies cultivables representan un reducido porcentaje del total, ya que predomina una accidentada topografía serrana. La mayor parte de las

Sector central de las Sierras de Córdoba.

FIGURA UNO

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tierras agrícolas se localiza en los fondos de valle, donde también se concentran los bosques de algarrobo (Prosopis spp.) y los principales cursos de agua. Mas allá de los fondos de valle los terrenos son poco extensos y de distribución discontinua. Se debe destacar que los mismos ofrecen diferentes condiciones para la producción agrícola, ya que varían sus altitudes, pendientes, orientaciones, suelos, humedad, exposición a las heladas, horas de sol, etc. Por otra parte, los faldeos, altiplanicies y cumbres del cordón serrano central o Sierras Grandes -1100/1400 a 3000 msnm- presentan condiciones adversas, especialmente por las bajas temperaturas -medias de 10 a 12º C.- y el extenso período de heladas -casi 10 meses-. En estas zonas de altura se originan las cuencas hídricas de régimen permanente que favorecieron el desarrollo agrícola en las áreas más bajas, mencionadas en primer término. Las mismas cuentan con una cobertura de arbustos y extensos pastizales, que sostuvieron especies faunísticas de importancia como los guanacos (Lama guanicoe) y venados de las pampas (Ozotoceros bezoarticus). Por último, los encadenamientos del cordón occidental -Sierras de Pocho, Guasapampa y Serrezuela-, así como los valles, bolsones y piedemontes cercanos -300 a 900 msnm- muestran una acentuada aridez, con suelos pobres y disponibilidad hídrica escasa y estacional. Las precipitaciones anuales no alcanzan los 400 mm, normalmente acumulados en unas pocas tormentas torrenciales de verano. Esto último, junto a la acentuada evapotranspiración provocada por las altas temperaturas, establece condiciones adversas para el desarrollo de una agricultura a secano. El bosque chaqueño provee variados frutos comestibles -algarrobo, chañar (Geoffroea decorticans), mistol (Zizyphus mistol)-, mientras que las áreas de vegetación abierta, localizadas en las planicies aledañas que descienden hacia las Salinas Grandes -200 msnm-, son habitadas por guanacos y ñandúes (Rhea americana). El poblamiento de la región se remonta a la transición Pleistoceno-Holoceno, con episodios de exploración entre 11.000 y 9000 AP y una fase de colonización efectiva entre 8000 y 7000 AP. En todos los sectores de las sierras se localizan sitios pequeños y hallazgos aislados atribuidos a este último período, con las características puntas de proyectil de tipo Ayampitín y la tecnología bifacial asociada. La mayoría de los sitios se encuentra en las altiplanicies y cumbres de las Sierras Grandes, consistentemente con un modo de vida estructurado en torno a la cacería del guanaco (Rivero 2007; Rivero y Berberián 2008). Se observan cambios significativos durante el período estimativamente comprendido entre fines del Holoceno Medio y comienzos del Tardío, entre 4500 y 1500 AP. Se reconoce una ocupación más intensa de los fondos de valle, con la presencia de extensos sitios residenciales -hasta 1 ha de superficie (Pastor 2007a)-. Entre los diferentes restos se destacan las puntas de proyectil triangulares, abundantes artefactos de molienda y enterratorios. A diferencia de los sitios del Holoceno Temprano, que sugieren la existencia de grupos pequeños y muy móviles, éstos del Holoceno Medio y comienzos del Tardío acusarían una cierta disminución de la movilidad residencial y un aumento en el tamaño de los grupos co-residentes. En tal sentido, es probable que se produjera una fase de fusión durante la estación estival, vinculada al aprovechamiento de recursos chaqueños como la algarroba.

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En los pastizales de altura, paralelamente, se localizan sitios pequeños y hallazgos aislados, así como contextos estratificados en abrigos rocosos. Estos últimos son el resultado de la instalación reiterada de campamentos de corta duración, vinculados a las actividades de caza. Los conjuntos faunísticos están dominados por los camélidos, aunque también se consumieron cérvidos y fauna menor. En este aspecto se perciben diferencias con los materiales del Holoceno Temprano, que muestran el amplio dominio de los camélidos junto a escasos cérvidos y una limitada representación de la fauna menor (González 1960; Menghin y González 1954; Rivero 2007; Rivero et al. 20072008). Estos sitios son asociados a una fase de fisión o dispersión estacional. En cuanto a los microambientes áridos del cordón occidental, hasta el momento sólo se reconocieron pequeñas concentraciones y hallazgos aislados de material lítico, tal como se observó para momentos previos. Dichas circunstancias indicarían que, por milenios, predominó un uso poco intenso e incluso esporádico de estas zonas (Recalde 2009; Pastor 2010). Los cambios se acentúan con posterioridad a ca. 1500 AP. En primer lugar, se registra una ocupación residencial más intensa de los fondos de valle. La mayoría de los sitios de períodos anteriores fueron reocupados y se instalaron otros nuevos, en ocasiones considerablemente más extensos, con dispersiones de restos de hasta 4 ha. En los fondos de los valles de Punilla y Salsacate se encuentran numerosos sitios poco distanciados entre sí, con un patrón de distribución ajustado a las descripciones históricas del siglo XVI, que aluden a poblados o caseríos cercanos, en íntima articulación con los espacios productivos o chacaras (Figura 2; Pastor 2007a; Pastor y Berberián 2007; ver más abajo). Se observan variados restos en superficie, aunque no se distinguen estructuras arquitectónicas habitacionales o agrícolas. A diferencia de los sitios más tempranos, se destaca la presencia de abundante alfarería. En ocasiones, las tareas de excavación o ciertos procesos postdepositacionales permitieron identificar restos de viviendas semisubterráneas de planta rectangular (Berberián 1984) o bien indicios concretos de su presencia (González 1943; Serrano 1945). Las mismas eran parcialmente excavadas en el sedimento y completadas con estructuras perecederas de vegetales y posiblemente cueros. Se registraron paredes verticales, pisos consolidados, fogones excavados en el sedimento, agujeros de postes y rampas de acceso. Otros rasgos y estructuras frecuentes en estos sitios corresponden a tumbas -muchas de ellas ubicadas debajo de los pisos de las habitaciones- y áreas de descarte o basureros (Berberián 1984; Marcellino et al. 1967; Pastor y Berberián 2007). Otro aspecto significativo deriva de la presencia de sitios residenciales emplazados en una amplia variedad de terrenos cultivables, en general incluidos en las quebradas laterales o tributarias que descienden desde los faldeos serranos. Aquí, a diferencia de los fondos de valle, las tierras cultivables son poco extensas -ca. 1 a 50 ha- y presentan una distribución discontinua. De acuerdo a las características de los terrenos, se encuentran desde sitios grandes como en los fondos de valle -ca. 1 a 3 ha-, hasta sitios pequeños con dispersiones de 0,1 a 0,5 ha (Figura 3). Salvo excepciones, ninguno de estos terrenos parece haber sido ocupado con fines residenciales en momentos previos (Medina 2008; Pastor 2007a).

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FIGURA DOS Sitios arqueológicos del fondo del valle de Punilla y tramos finales de algunas quebradas tributarias, arriba, y del fondo del valle de Salsacate y quebrada de Pitoba, abajo.

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FIGURA TRES Sitios arqueológicos del oriente del valle de Salsacate y faldeos de las cumbres de Gaspar, arriba, y del oriente del valle de Salsacate, Musi y Cerro La Higuerita, abajo.

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En los restantes microambientes serranos también se reconocen indicadores de una ocupación más intensa del entorno para momentos posteriores a ca. 1500 AP. Tanto en las altiplanicies de las Sierras Grandes como en los encadenamientos del cordón occidental se multiplica el número de sitios. Según los sectores, éstos se localizan con preferencia en abrigos rocosos o a cielo abierto. Se trata de ocupaciones estacionales relacionadas con la apropiación de los variados recursos silvestres disponibles en los medios circundantes. Las diferencias de tamaño justifican la distinción entre una escala doméstica, atribuida a una amplia mayoría de sitios pequeños, y una escala extra-doméstica o comunitaria, representada por un conjunto de sitios de mayor tamaño. En los pastizales de altura sobre las Sierras Grandes predominan los sitios pequeños en abrigos rocosos, aunque se conocen algunos de grandes dimensiones, también localizados en aleros o cuevas (Pastor 2005, 2007a, 2007b). Los primeros tienden a confirmar la persistencia de los mecanismos de fusión y dispersión estacional, posiblemente establecidos a fines del Holoceno Medio, por medio de los cuales era complementada la ocupación del microambiente de pastizales de altura y la de los entornos chaqueños circundantes. Los sitios de mayor tamaño no cuentan con antecedentes claros anteriores a 1500 AP, a partir de lo cual se infiere, con posterioridad a esa fecha, una intensificación en las prácticas extractivas y de consumo asociadas. Entre otros vestigios, estos sitios muestran notables huellas producidas por la preparación y el consumo grupal de alimentos -vg. numerosos útiles de molienda, abundancia de restos faunísticos, etc-. Como en momentos más tempranos, los conjuntos faunísticos analizados, tanto de sitios grandes como pequeños, muestran la importancia de los camélidos, aunque también se registran cérvidos y pequeños vertebrados -roedores, armadillos-. En cuanto al cordón occidental, en el sur del valle de Guasapampa predominan los sitios pequeños en abrigos rocosos (Recalde 2007-2008, 2009), y más al norte son frecuentes los sitios a cielo abierto, en ocasiones en puntos de almacenamiento natural del agua de lluvia, en relación a geoformas conocidas en la zona como pozos o cajones (Pastor 2010). La presencia de sitios arqueológicos numerosos y variados define una situación claramente opuesta a la identificada para momentos anteriores a 1500 AP, constituyendo un indicador firme de la intensificación de las prácticas extractivas por parte de las sociedades tardías, en este caso por medio de la incorporación efectiva y regular a los circuitos estacionales de movilidad de zonas hasta entonces poco frecuentadas. Los datos obtenidos en depósitos estratificados muestran la importancia de los recursos chaqueños -algarroba, chañar, cabras del monte (Mazama guazoupira), armadillos-, al igual que otros provenientes de los pastizales adyacentes -camélidos, venados de las pampas, huevos de ñandú (Recalde 2007-2008, 2009)-. La información disponible indica, en suma, que el proceso de apropiación de los terrenos cultivables, que tuvo lugar en los valles y piedemontes serranos con posterioridad a ca. 1500 AP, no puede ser entendido al margen de lo ocurrido en los microambientes adyacentes, los cuales contenían una significativa variedad de recursos silvestres que fueron concomitantemente aprovechados.

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EL CONSUMO DE PLANTAS CULTIVADAS Sólo contamos con un panorama preliminar del consumo de cultígenos en la región, resultante de datos arqueobotánicos e isotópicos muy recientes. Se debe destacar que la conservación de macrorrestos vegetales carbonizados es muy baja y que habitualmente no se emplearon técnicas específicas para su recuperación. En tal contexto resulta promisoria la continuidad de las investigaciones arqueobotánicas, en particular sobre microfósiles. Los datos disponibles para momentos anteriores a ca. 1100 AP son escasos y se limitan a una sola especie: el maíz (Zea mays). En el sitio Cruz Chiquita 3, en el fondo del valle de Salsacate (Figura 1), se localizó un enterratorio en una fosa sin delimitaciones laterales y con una tapa de piedras, en la cual se colocó un individuo masculino adulto en posición flexionada (Pastor 2008). Se obtuvo una datación por AMS para una muestra de colágeno óseo, que dio una antigüedad de 2466 ± 51 14C AP (AA-68146; cal. BC 95% 792-401). Se observaron los silicofitolitos asociados al tártaro de las piezas dentarias. Éstos pertenecen a los morfotipos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel) y estróbilo de cabeza encrespada (ruffle-top rondel; Bozarth 1993), asignados a la fracción comestible de la planta de maíz. El valor de d13C (-16.1‰), estimado durante el proceso de datación radiocarbónica, sería consistente con una dieta mixta que incluyó plantas C4 (Novellino et al. 2004). Se debe destacar que se trata de una fecha temprana para este cultígeno, tanto a nivel local como en general para el Área Andina Meridional. Yaco Pampa 1 es un sitio pequeño a cielo abierto localizado en el sur del valle de Guasapampa (Figura 1). Presenta restos líticos y cerámicos en superficie, 11 instrumentos de molienda fijos y un contexto en posición estratigráfica datado en 1360 ± 60 14 C AP (LP-1812; cal. AD 95% 599-777; Recalde 2009). Este último incluye una mano de molino que cuenta con el análisis de microfósiles adheridos a las caras activas. Se reconocieron silicofitolitos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel), quebrados como consecuencia de la actividad de molienda. Por su parte, Fabra et al. (2006) resumen la información radiocarbónica e isotópica extraída de nueve individuos procedentes de la región, con fechas distribuidas en el rango 4500-300 AP. Los autores plantean una mayor incidencia del consumo de recursos C4, probablemente maíz, durante el momento tardío de la secuencia, posterior a ca. 2000 AP. Se dispone de más datos para el período 1100/300 AP, provenientes de tres poblados respectivamente localizados en el valle de Salsacate -sitio Arroyo Tala Cañada 1 (ATC1)-el norte del valle de Punilla -sitio Las Chacras o C.Pun.39- y la pampa de Olaen -sitio Puesto La Esquina 1 (PE1)- (Figura 1; Medina 2008; Pastor 2007-2008). Se constata una baja recuperación del maíz a nivel de macrorrestos. Sólo se identificó un grano en C.Pun.39 y un fragmento de marlo en PE1 (Figura 4). Siguiendo a Cámara Hernández y Rossi (1968), este último fue asignado a la raza pisincho. Los restantes macrorrestos corresponden a cotiledones carbonizados de Phaseolus spp., presentes en los tres sitios. De acuerdo a criterios macroscópicos (Esau 1993) se diferenciaron dos especies domesticadas: P. vulgaris var. vulgaris (poroto común cultivado) y P. lunatus (poroto pallar; Figura 4). En PE1 también se reconoció un taxón silvestre: P. vulgaris var. aborigeneus (poroto común silvestre), según los caracteres diagnósticos definidos por Babot et al. (2007). Estos macrorrestos se encontraron dispersos entre los sedimentos en con-

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FIGURA CUATRO Restos pertenecientes a plantas cultivadas.

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textos de descarte. Un cotiledón de Phaseolus vulgaris var. vulgaris de ATC1 fue datado en 1028 ± 40 14C AP (AA-64820; cal. AD 95% 901-1150), mientras que otro cotiledón de la misma especie, procedente de C.Pun.39, cuenta con una fecha de 525 ± 36 14C AP (AA-64819; cal. AD 95% 1327-1441). Los microfósiles aportan un valioso registro ya que proceden de contextos claros de procesamiento y consumo. El maíz está representado en C.Pun.39 y PE1 por silicofitolitos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel) y de cabeza encrespada (ruffle-top rondel), hallados enteros entre las sustancias carbonosas adheridas a las paredes internas de fragmentos cerámicos. En C.Pun. 39 también fueron observados sobre las superficies de molinos, en este caso fragmentados como consecuencia de la actividad de molienda. En ATC1 se registraron silicofitolitos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel) y de cabeza encrespada (ruffle-top rondel) en sedimentos extraídos de contextos de descarte. Finalmente, un tercer taxón identificado en fragmentos cerámicos de C.Pun.39 y entre los sedimentos de ATC1 es una cucurbitácea (Cucurbita sp.), con el morfotipo esferas facetadas (spherical facetate; Bozarth 1987), indicativo del consumo del fruto y descarte de la corteza (Figura 4)1. EL ESPACIO PRODUCTIVO Como mencionamos, los sitios residenciales del Período Tardío no presentan estructuras arquitectónicas reconocibles en superficie. Se los considera poblados o caseríos debido a que en diferentes ocasiones se detectaron viviendas semi-subterráneas o rasgos que permiten inferir su presencia. En Potrero de Garay, el sitio mejor conocido correspondiente a fines del período prehispánico, los recintos se agrupaban sobre una suave lomada del fondo del valle de Los Reartes (Berberián 1984). Se observaron concordancias con las descripciones de las fuentes históricas tempranas, aún en detalles como el acceso a través de rampas o la inclusión de tumbas debajo de los pisos (Pastor y Berberián 2007). Estas mismas fuentes se refieren a la íntima articulación entre los espacios habitacionales y productivos. Por ejemplo el cronista Diego Fernández (1571), al destacar el carácter semi-subterráneo de las viviendas de los habitantes de las sierras de Córdoba, señalaba que los poblados no parecían tales a la distancia a no ser “por los maizales”, que superaban la altura de las habitaciones (citado por Berberián 1987). El sitio ATC1 corresponde a un pequeño poblado localizado en el sector oriental del valle de Salsacate, próximo a los faldeos de las cumbres de Gaspar, a 1325 msnm (Figuras 1, 3 y 5; Pastor 2007-2008). Se emplaza sobre un terreno cultivable de reducida extensión, recorrido por un curso estacional afluente del arroyo Tala Cañada. La dispersión de restos superficiales, principalmente fragmentos cerámicos y desechos de talla, alcanza la media hectárea. En rocas diseminadas se localizaron tres morteros y un molino fijos. La excavación de un área de 4 m2 permitió detectar un piso consolidado a 0,60 m de profundidad, al que se asociaban restos cerámicos y faunísticos en posición horizontal, así como dos posibles agujeros de poste. Este contexto, interpretado como un espacio interior o adyacente a una vivienda, cuenta con una fecha de 900 ± 70 14C AP (LP-1511; cal. AD 95% 1000-1277), obtenida por C14 convencional a partir de una muestra de carbón. A sólo ocho metros de distancia se excavaron otros 6 m2. Entre los 0,25 y 0,40 m de

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FIGURA CINCO Panorámica desde los faldeos de las cumbres de Gaspar. Disposición y reconstrucción hipotética a partir de los razgos detectados en las excavaciones. La forma y dimensiones de la vivienda en base a Berberián (1984).

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FIGURA SEIS Sitio Arroyo Tala Cañada 1. Parcela Arqueológica.

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profundidad se registró un rasgo consistente en surcos subparalelos de 0,20 m de ancho. Los mismos parecen extenderse más allá del área intervenida, cobrando una apariencia similar a una parcela de cultivo (Figuras 5 y 6). No observamos indicadores arqueológicos o geomorfológicos que sugieran que dichos surcos pudieran corresponder a eventos post-hispánicos o subactuales de ocupación del lugar. Se hallaron abundantes restos en asociación directa con los surcos, como así también sobre y debajo de los mismos -de-sechos e instrumentos líticos, fragmentos cerámicos, material arqueofaunístico y macrorrestos botánicos carbonizados (poroto común y poroto pallar, restos antracológicos)-, cuya presencia estaría relacionada con el volcado de residuos desde viviendas cercanas. El cotiledón de Phaseolus vulgaris datado en ca. 1030 AP (ver supra) fue hallado en asociación directa con los surcos. Este fechado daría cuenta de cierta concomitancia con el uso habitacional del sector mencionado en primer término, cuya datación radiocarbónica es estadísticamente contemporánea. Con el fin de avanzar en la caracterización de este probable espacio productivo se analizaron los microfósiles presentes en el sedimento. Se destacan dos resultados. En primer lugar, se registraron silicofitolitos del morfotipo forma de cruz (cross-shaped), afín a las hojas de Zea mays, con un alto porcentaje de la variedad 1 descripta por Piperno (1984). Además se observó un silicofitolito característico de las hojas de Phaseolus sp. -tricoma unicelular con espacio interior y finalización en gancho (unciform unicelular hair cell; Bozarth 1990; Figura 5)-. La presencia de ambos morfotipos daría cuenta del cultivo in situ de maíz y poroto, aunque debemos mantener recaudos en la interpretación a partir del hallazgo de un único silicofitolito de Phaseolus sp., el cual no deja de constituir, sin embargo, un indicio de producción. El cultivo de ambas especies es tenido como una posibilidad firme, dada la morfología diagnóstica de los microfósiles y la existencia de datos históricos y etnográficos locales sobre el policultivo de maíz y poroto en las mismas parcelas. El segundo resultado deriva de la aplicación de la propuesta presentada por Rosen y Weiner (1994), quienes exponen un método para identificar antiguos campos de cultivo irrigados en base al incremento en la depositación de sílice en los cereales, y a las características distintivas de los silicofitolitos producidos por dichos vegetales. El agua de irrigación, en oposición al agua de lluvia, adiciona un 30% de sílice disponible a las plantas, mientras que la precipitación de ácido monosilícico sobre las mismas mejora en ambientes con alta evapotranspiración. La adición de sílice a los cereales cultivados por irrigación, con un índice de evapotranspiración constante, resultaría en un aumento en el desarrollo de silicofitolitos. Aunque no puede establecerse la cantidad de silicofitolitos en las plantas arqueológicas, el número de células que integran los silicofitolitos multicelulares (espodogramas) sí se ve afectado. Los resultados de los experimentos sugieren dos parámetros significativos para estimar el uso de irrigación en muestras arqueológicas: 1) el porcentaje de espodogramas con más de 10 células unidas; y 2) la frecuencia de silicofitolitos con más de 100 células unidas. En este punto es necesario considerar que un aumento en el régimen de precipitaciones pudo generar una menor evapotranspiración y una menor producción de espodogramas, situación que debe ser atendida en el momento de analizar las muestras arqueológicas. En las muestras sedimentarias del sitio ATC1 se identificaron espodogramas perte-

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necientes a especies silvestres de Poaceae. Tanto la muestra arqueológica como la muestra testigo de sedimento actual contienen abundantes espodogramas de dos y tres células unidas, disminuyendo a medida que aumenta el número de uniones. No se detectaron esqueletos silicios de 10 o más células unidas. Los espodogramas de tres células están más representados en la muestra arqueológica que en la muestra testigo, sin que esto altere la tendencia decreciente en cuanto al número de uniones celulares. Este mayor porcentaje de espodogramas de tres células para la muestra arqueológica podría ser relacionado con el riego manual esporádico. En cualquier caso, es manifiesta la referencia a una agricultura a secano, en la que el agua de lluvias habría constituido el principal aporte para el crecimiento de las plantas2. LA AGRICULTURA CAMPESINA CONTEMPORÁNEA Y LA AGRICULTURA INDÍGENA DURANTE EL PERÍODO COLONIAL TEMPRANO La información que comentamos da cuenta de profundas transformaciones en la organización de los cazadores-recolectores serranos, ocurridas a lo largo del Holoceno Tardío. Al menos en parte, dichos cambios tuvieron relación con el proceso de dispersión agrícola. Hemos visto que las evidencias vinculadas a la agricultura prehispánica local constituyen un conjunto heterogéneo, preliminar y sumamente fragmentario. Aunque la continuidad de las investigaciones podrá mejorar la calidad de la documentación, resultan no menos evidentes las dificultades que se presentan en el momento de dar sentido a estos restos arqueológicos. Se acepta que dichos materiales pueden ser significativos para nuestra comprensión del pasado al ser controladamente relacionados con situaciones conocidas -al menos en forma parcial- y consideradas semejantes. En esta sección nos detendremos en dos casos cercanos en el tiempo y/o espacio, por entender que un estudio arqueológico sobre la agricultura prehispánica en las Sierras de Córdoba (A.Pr.) no los podría dejar de considerar. Nos referimos a la pequeña agricultura campesina contemporánea (A.Ca.) y a la agricultura indígena practicada en los primeros años de la conquista española, someramente descripta en los documentos coloniales tempranos (A.In.).Ya señalamos que esta última aportó la base con la cual los arqueólogos atribuyeron el registro prehispánico tardío a sociedades agricultoras. Lamentablemente, la investigación sobre ambos sistemas productivos está poco de-sarrollada. Como ocurre con los restos arqueológicos, sólo contamos con datos fragmentarios con los cuales se obtiene una visión esquemática de los mismos, aún cuando -por la misma naturaleza de la información- se accede a facetas más variadas (Bixio y Berberián 1984; Medina y Pastor 2006; Ochoa de Masramón 1977; Piana de Cuestas 1992; Río y Achával 1904; Tell 2008). Atendiendo al espacio disponible para este artículo, nos limitaremos a generalidades que, sin embargo, conllevan importantes consecuencias para el avance en el estudio del período prehispánico, tal como se intenta demostrar. Desde tiempos coloniales se ha practicado en las sierras de Córdoba y de San Luis una agricultura de pequeña escala, integrada a una economía campesina diversificada de base ganadera (Tell 2008). Se trata de una producción destinada al consumo familiar y para complemento de la alimentación de los animales domésticos. Actualmente, en el sector central de las Sierras de Córdoba es una actividad desaparecida o en acelerado

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retroceso. En tal sentido, es claro el contraste entre la situación presente y las superficies cultivadas a principios del siglo XX, según las estimaciones de Río y Achával (1904). Algunas de sus características nos son conocidas por numerosos testimonios que hemos obtenido, como parte de nuestras investigaciones, entre antiguos pobladores de zonas donde ya no se cultiva, además de observaciones directas en otras donde estas prácticas aún persisten, como es el caso del sudoeste del valle de Salsacate (Medina y Pastor 2006). Para las Sierras de San Luis son valiosos los aportes de Ochoa de Masramón (1977). Se trata de una agricultura a secano, poco tecnificada, basada en el policultivo y en el uso simultáneo de parcelas espacialmente discontinuas. En el sudoccidente de Salsacate las familias cultivan distintas parcelas localizadas en terrenos con diferentes condiciones para la producción. Atendiendo a numerosas variables, los agricultores evalúan la productividad de cada parcela disponible y las ordenan jerárquicamente, lo cual implica considerar para cada una de ellas ventajas y desventajas. Por ejemplo, si se compara la situación de las quebradas altas y del fondo de valle, en las primeras se presentan reducidas extensiones cultivables y temperaturas más bajas, aunque los suelos retienen la humedad por más tiempo -circunstancia decisiva en los años secos- y en general reciben un menor impacto directo de las heladas, que tienden a depositarse en los terrenos bajos. Normalmente se practica una roturación escalonada. Las parcelas comienzan a ser trabajadas con el inicio de la temporada de lluvias -septiembre/octubre-, una tras otra respetando la jerarquización relativa a sus condiciones percibidas de productividad. En años lluviosos se pueden sembrar varias chacras, según la cantidad de tierras y la mano de obra disponibles, mientras que en años secos puede cultivarse sólo una o incluso ninguna. El principal cultivo es el maíz. En las últimas décadas se ha registrado la utilización de pocas variedades (vg. blanco, amarillo, pisingallo, moro, pinchudo y capia; Medina y Pastor 2006; Ochoa de Masramón 1977), aunque recogimos información oral sobre la primera mitad del siglo XX, que indican que algunas familias utilizaban más de 10. Más allá de los aspectos nutricionales, algunas variedades presentan diferencias en los ritmos de maduración o una mayor resistencia relativa a la escasez de agua. Estas características resultan estratégicas, ya que permiten distribuir las tareas a lo largo del tiempo -evitando la demanda concentrada de fuerza de trabajo- así como enfrentar factores de riesgo ambiental, entre ellos, las sequías o las heladas tempranas. Otras especies cultivadas en las mismas parcelas son las Cucurbita de diferentes especies -angola (Cucurbita mixta), anko (C. moschata) y criollo (C. maxima)-, porotos, sandías (Citrullus lanatus), melones (Cucumis melo), y en San Luis también girasol (Helianthus annuus), en especial “para entretener a los loros y catas” (Cyanoliseus patagonus, Bolborhynchus sp.; Ochoa de Masramón 1977). La exploración y conquista de las Sierras de Córdoba por parte del imperio español se produjo durante el siglo XVI. Transcurridas algunas décadas tras la instalación del régimen colonial, las fricciones interétnicas desestructuraron a las comunidades indígenas y junto a ellas a la agricultura aborigen. A través de su saqueo sistemático, la producción agrícola nativa fue una de las bases aprovechadas por los españoles para explorar y más tarde someter al territorio y sus habitantes (Berberián 1987; Piana de Cuestas 1992). La guerra de conquista y los posteriores desmembramientos de pueblos y familias, así como la imposición del servicio personal, afectaron profundamente

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a la agricultura que, al igual que toda la cultura local, sufrió un profundo impacto. Se debe recordar, por ejemplo, que el abandono de las prácticas agrícolas y la dispersión fueron respuestas frecuentes de la población indígena para evadir la presión impuesta por los conquistadores (Montes 2008). A pesar de tratarse de un contexto de rápidas transformaciones, del carácter fragmentario de los datos y de la escasez de estudios sobre el problema, podemos identificar las principales características de la A.In. a fines del siglo XVI. Se puede sostener, en tal sentido, que el secano, la dispersión de parcelas y el policultivo constituyeron rasgos fundamentales de dicho sistema productivo. Las fuentes aluden al cultivo de numerosas especies como el maíz, zapallos, frijoles (Phaseolus sp.), quinua (Chenopodium sp.), mani (Arachis hypogaea) y camote (Ipomea batatas o quizás Solanum sp.; vg. Bibar 1558; Sotelo de Narváez 1582; citados por Berberián 1987). No hay menciones acerca de obras de infraestructura productiva -vg. andenes, regadíos-; por el contrario, se encuentran algunas afirmaciones más o menos explícitas sobre su inexistencia (por ejemplo Sotelo de Narváez 1582, citado por Berberián 1987; Archivo Histórico de Córdoba -AHC-, Escribanía 1 -E1Legajo 1 -L1-, Expediente 10 -E10-, año 1586, citado por Piana de Cuestas 1992)3. La Relación Anónima de 1573 señalaba que los indígenas de las sierras eran “grandes labradores, que en ningun cabo hay aguas o tierra bañada que no la siembren por gozar de las sementeras” (citada por Berberián 1987). Creemos que dicha afirmación no podría ser vinculada a una estrategia de intensificación agrícola. Por el contrario, daría cuenta de una producción a secano, con el trabajo simultáneo en numerosas parcelas o chacaras dispersas en el paisaje, aprovechando diferentes tipos de terreno. Ya vimos que las fuentes describen maizales cercanos a los poblados y viviendas (Fernández 1571, citado por Berberián 1987), pero también hacen referencia a chacaras ubicadas a cierta distancia, en las cañadas, huaycos y laderas de cerros. En un proceso judicial de 1581, correspondiente a la zona de Los Reartes, un testigo declaraba haber visto “en la dicha cañada habrá quatro años poco más o menos cinco o seis chacaras de los dichos yndios” (Bixio y Berberián 1984). En el valle de Punilla algunos grupos autorizaban a sus parientes a sembrar en sus tierras, debido a que estos últimos buscaban para dicho fin ciertos “parajes más calidos” localizados a orillas del arroyo Culanpacaya (Piana de Cuestas 1992). En el marco de las averiguaciones ordenadas en un proceso judicial de 1586, los caciques del pueblo de Saldán, al oriente de las Sierras Chicas, informaron sobre algunas tierras que les pertenecían pero no cultivaban. Ellos declararon que, por no contar con regadíos, debían colocar sus chacaras en diferentes lugares, “segun como van los años”, para poder obtener cosechas (Piana de Cuestas 1992). El conjunto de datos permitiría sostener, en síntesis, que tanto la A.Ca. como la A.In. constituyeron pequeños sistemas productivos integrados a economías diversificadas que, respectivamente, encontraron un fuerte apoyo en la actividad pastoril y en la caza y recolección. Más allá de sus particularidades, ambos sistemas compartieron rasgos fundamentales como el policultivo, la escasa tecnificación y el uso simultáneo de parcelas discontinuas. En ambos casos parece manifiesta la existencia de una lógica campesina orientada hacia la minimización del riesgo productivo a través de la diversificación, tanto de las actividades económicas, como en lo relativo al uso de distintas especies y variedades domesticadas y diferentes tipos de terrenos cultivables.

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DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES Nuestro objetivo para esta etapa de la investigación ha sido avanzar sobre dos problemas: 1) evaluar si efectivamente el registro arqueológico prehispánico puede ser relacionado con la existencia de prácticas agrícolas, desde cuándo y según cuáles indicadores; y 2) en caso afirmativo, delinear las características y el significado económico del sistema productivo. Ya vimos que el registro arqueológico del Holoceno Tardío muestra cambios en la organización de los cazadores-recolectores, muchos de ellos directa o indirectamente vinculados al proceso de dispersión agrícola. Las transformaciones parecen desarrollarse en forma paulatina y sólo al final de la secuencia se presentan datos más concretos sobre una producción local (apropiación de tierras agrícolas y un probable rasgo definido como una parcela de cultivo). En la mayoría de sus aspectos, los contextos datados entre 2500 y 1500 AP muestran similitudes con aquellos pertenecientes a momentos más tempranos, con antecedentes que se remontan hasta 4500 AP. Se observan persistencias a nivel de estilos tecnológicos, del tipo de uso de algunas localidades y en cuanto al aprovechamiento de los recursos silvestres. Sobre esta base fundamentalmente continua se confirman dos innovaciones: 1) el consumo de maíz, documentado desde ca. 2500 AP; y 2) la utilización de recipientes cerámicos en casi todos los sitios con fechas posteriores a 2000 AP, aunque evidenciada por muy escasos tiestos (Austral y Rocchietti 1995; Gambier 1998). Se plantea que estas transformaciones muestran facetas de la inserción de los cazadores-recolectores serranos en redes de interacción macrorregionales, activadas o más posiblemente expandidas a lo largo de este período. A través de las mismas, los habitantes de las sierras habrían accedido a recursos exóticos como el maíz y quizás otras plantas cultivadas, como así también a recipientes cerámicos y/o los conocimientos técnicos necesarios para su elaboración. Hacia 2500/2000 AP, el espacio macrorregional -por entonces en formación a través del sostenimiento de dichas interacciones- habría integrado a: a) sociedades agricultoras asentadas en la porción norte del Centro Oeste Argentino (COA), la subárea valliserrana del Noroeste Argentino (NOA) y quizás más tardíamente en el Chaco santiagueño (Bárcena 2001; Gambier 1977; Olivera 2001; Togo 2007), al oeste, noroeste y norte de las Sierras de Córdoba; b) grupos cazadores-recolectores en el sur del COA, quienes obtendrían variados cultígenos por medio de intercambios con sus vecinos agricultores septentrionales (Gil 2006); y c) grupos cazadores-recolectores en las tierras bajas orientales y sudorientales, que desarrollaban procesos locales de intensificación, con incremento de las interacciones macrorregionales y un amplio dominio de las técnicas alfareras (González 2005; Politis y Madrid 2001; Politis et al. 2001; Rodríguez y Ceruti 1999). Se entiende que el desarrollo agrícola sobre la vertiente oriental andina, al norte de los 35º S, habría favorecido la circulación y consumo de cultígenos entre grupos cazadores-recolectores que habitaban regiones, por entonces no productivas, que se extendían hacia el sur (Gil 2006) y hacia el oriente en las Sierras de Córdoba (Pastor 2008). Las características de dichas redes de interacción, así como el tipo de relaciones -económicas, políticas, rituales, etc.- que las sustentaban, son problemas que exceden los límites de este artículo y, en general, las posibilidades de la información disponible.

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En cuanto a la adopción de la tecnología cerámica, los materiales de las Sierras de Córdoba presentan similitudes técnicas y estilísticas con conjuntos de las tierras bajas orientales, en particular en momentos tempranos, ya que con posterioridad a ca. 1100 AP se acentúan los rasgos locales. Posiblemente no se accedió a la tecnología cerámica a través de las mismas relaciones por medio de las cuales se obtendría el maíz y otros cultígenos. La adopción de los recipientes cerámicos pudo responder a nuevas necesidades asociadas a la preparación de vegetales cultivados, aunque también pudieron ser útiles para lograr una mayor extracción de los nutrientes de partes animales a través del hervido. Con respecto a este último punto, son notables los cambios en los patrones de procesamiento y fragmentación de los conjuntos arqueofaunísticos tras la introducción de la cerámica. Los cambios se acentúan durante el período 1500/1100 AP. Los sitios Río Yuspe 11 y Yaco Pampa 1, con contextos estratificados pertenecientes a esta época, muestran la generalización del uso de recipientes cerámicos (Pastor 2007b; Recalde 2009). Los estudios de microfósiles efectuados en algunos tiestos sólo revelaron la presencia de maíz en el caso de Yaco Pampa 1. Por otra parte, existen claros testimonios de la intensificación de las prácticas extractivas, denotada por una ocupación más marcada de los diferentes microambientes serranos, por la aparición de sitios ligados al procesamiento y consumo grupal de alimentos y por la composición de los conjuntos arqueofaunísticos, que si bien continúan dominados por los camélidos, muestran la importancia económica de los pequeños vertebrados -i.e. armadillos, roedores- y de los huevos de ñandú, así como un mayor procesamiento de las partes esqueletarias de la fauna mayor. Sin embargo, no se registran evidencias directas de una producción agrícola local. Se debe considerar, en tal sentido, que es muy poca la información disponible para el período y que ésta no permite precisar la mayoría de los aspectos del proceso. Por el momento, el intento de relacionar el registro arqueológico con la existencia o no de una agricultura local, constituye un recurso ajustado a las características, escalas y niveles de resolución de los datos disponibles. Por cierto, esto no implica desconocer la amplia diversidad de situaciones que pudieron existir entre un extremo sin agricultura y otro en el que ésta comprendió una estrategia fundamental para la reproducción económica del grupo. Se acepta, por el contrario, que dicha profundización requiere un significativo aporte de nuevos y diferentes tipos de evidencia. Sí se cuenta con mayores indicios de una agricultura local para momentos posteriores a ca. 1100/1000 AP. Durante esta época continuó la expansión en el uso de la tecnología cerámica, tal como fue reconocido en sitios clásicos como San Roque (Serrano 1945), Los Molinos (Marcellino et al. 1967) o Potrero de Garay (Berberián 1984). Otros indicadores están más directamente relacionados con las prácticas agrícolas. Existen datos sobre el procesamiento, consumo y descarte de diferentes especies y variedades cultivadas, además del maíz. Por otra parte, se registra un importante movimiento de apropiación residencial y productiva de la mayoría de las tierras agrícolas, tanto en los fondos de valle como en las quebradas laterales y tributarias. Aunque no se podrían descartar antecedentes de este último proceso hasta 1500 AP, parece clara su mayor incidencia a lo largo del Período Tardío -ca. 1100/300 AP-. Por último, en el sitio ATC1 ca. 1030/900 AP- se detectó una parcela arqueológica y se obtuvieron evidencias directas del cultivo de maíz y posiblemente poroto.

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Estos datos arqueológicos, relacionados con las distintas consecuencias materiales estimadas u observadas para el caso de la A.Ca. y la A.In., permiten atribuir a la A.Pr. algunas características generales como el policultivo, el secano y la dispersión de parcelas. El hallazgo de restos pertenecientes a diferentes especies y variedades vegetales domesticadas -maíz, zapallo, poroto común y poroto pallar- constituye un indicio del primero. La continuación de los estudios arqueoboánicos, en particular de microfósiles, permitirá ampliar esta lista en el futuro e incrementar las evidencias directas de producción local. El estudio de la parcela arqueológica de ATC1, por su parte, aportó información sobre el cultivo de maíz y poroto en un mismo espacio. Con respecto al secano, no se han detectado hasta el momento elementos que sugieran una alta tecnificación del sistema productivo. No se registran, como dijimos, obras de regadío ni dispositivos destinados a la retención de suelos. Consistentemente con el contexto general, los espodogramas de gramíneas silvestres hallados en la parcela de ATC1 acusan una agricultura basada en el aporte hídrico de las precipitaciones, a lo sumo complementada con el riego manual esporádico. Finalmente, la presencia de sitios en una cantidad y variedad de terrenos cultivables daría cuenta del uso de parcelas diseminadas en el paisaje, bajo un sistema de barbechos prolongados, posiblemente alternando en el largo plazo el uso residencial y agrícola de los mismos espacios4. Las descripciones emanadas de la Relación Anónima (1573) encuentran una firme correspondencia con la distribución de sitios prehispánicos tardíos: “Las poblaciones tienen muy cercanas unas de otras, que por la mayor parte á legua y á media legua y á cuarto y á tiro de arcabuz y á vista una de otra… Son los pueblos chicos, quel mayor terná hasta cuarenta casas y hai muchos de á treinta y á veinte y á quince y á diez y á menos… [los indios] son grandes labradores, que en ningun cabo hay aguas o tierra bañada que no la siembren por gozar de las sementeras…” (citada por Berberián 1987). Se trata de la misma situación que resumía Aníbal Montes (1944), cuando afirmaba haber “explorado centenares de paraderos indígenas de superficie y puedo asegurar, que no hay chacra cercana al agua en las sierras, que no sea uno de dichos paraderos”. Aquí también encontraríamos la lógica de minimización del riesgo productivo a través de la diversificación económica.Ya vimos que la intensificación de las actividades de caza y recolección está claramente documentada a una escala regional, con una importante ocupación de los diferentes microambientes serranos y el aprovechamiento de variados recursos silvestres -vg. camélidos, cérvidos, fauna menor, huevos de Rhea, frutos chaqueños (Medina 2008; Pastor 2005, 2007a, 2007b, 2007-2008; Recalde 20072008, 2009)-. Claramente, la intensificación de las prácticas extractivas fue un proceso inseparable e íntimamente articulado con la adopción de la agricultura, lo cual justifica la definición de una economía prehispánica tardía de tipo mixto (Pastor 2007a). La información recuperada muestra que la dispersión agrícola en las Sierras de Córdoba comprendió un proceso prolongado, complejo, con diferentes etapas, no todas ellas definidas por una producción local. La A.Pr. se extendió por los piedemontes, valles, quebradas y aún altiplanicies entre los 400 y 1400 msnm, con posterioridad a ca. 1100/1000 AP. Desde hacía siglos, los cazadores-recolectores estaban implicados en procesos locales de intensificación productiva, con una mayor incidencia de las interacciones macrorregionales y acceso a vegetales cultivados como el maíz.

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Ningún elemento sugiere que la A.Pr. o la A.In. pudieran ser caracterizadas como producciones máximas y óptimas, con tecnología de riego y uso simultáneo de la totalidad de terrenos cultivables (Laguens 1999). Por el contrario, se presentan como agriculturas de muy pequeña escala, integradas a economías domésticas altamente diversificadas. Como ocurre con la A.Ca. y la A.In., la A.Pr. debió distinguirse por la limitada inversión de trabajo, con una baja productividad y elevados niveles de pérdida. Con respecto a la A.In., Piana de Cuestas (1992) estimó que, durante el período 1573-1620 AD, ocurrieron crisis agrícolas en uno de cada tres años. Las mismas se desencadenaron por el accionar aislado o combinado de diferentes factores como plagas, tormentas torrenciales, granizo, heladas y sequías. La dispersión en busca de sustento en los montes o en las vertientes de la sierra de Viarapa -nombre dado en aquella época a las Sierras Grandes-, eran las respuestas más comunes ante el fracaso de la producción agrícola (AHC, E1, L1, E5 -años 1584/85-; AHC, E1, L4, E2 -año 1592-; referencias en Bixio y Berberián 1984; Martín de Zurita 1983; Montes 2008 y Piana de Cuestas 1992). Otra importante fuente de inseguridad con respecto al aporte agrícola derivaba de las guerras intergrupales y los subsiguientes saqueos de la producción. Para el caso de la A.In., ya señalamos que el saqueo de las cosechas fue una de las bases de la empresa de exploración y conquista europea. Así por ejemplo, el conquistador Hernán Mejía Mirabal señalaba en su informe de servicios haber obtenido sustento para los pobladores del asiento español, saliendo en muchas ocasiones por orden del gobernador con gente de guerra y retornando al fuerte con “tres mil fanegas de maiz, frijoles y zapallos” (citado por Piana de Cuestas 1992). Dicho testimonio muestra que, si bien no sería posible definir a la agricultura como la base de la organización económica, o sostener el desarrollo de una estrategia de intensificación agrícola, las prácticas productivas aportaban significativos recursos a la economía indígena durante el siglo XVI. En los tiempos coloniales y poscoloniales, las economías campesinas mantuvieron la pequeña agricultura, aunque el eje de las mismas se desplazó desde la caza y recolección hacia las actividades pastoriles. Dichas economías integraron las prácticas agrícolas a su lógica de diversificación, sólo que la ocupación de nuevos territorios o el aprovechamiento de recursos silvestres hasta entonces poco considerados dejaron de constituir opciones, y todo intento de diversificación debió desarrollarse en articulación con el estado y sus sociedades urbanas. Así, en el sudoeste de Salsacate, las actividades pastoriles y agrícolas se complementan en la actualidad con el trabajo asalariado, la percepción de planes de asistencia estatal y la venta de leña o artesanías en hojas de palma (Trithrinax campestris). En síntesis, y aún cuando desconocemos cómo se articularon los cambios y continuidades en torno al proceso que conectó a las A.Pr., A.In. y A.Ca., creemos detectar rasgos comunes que en ningún caso acusan un centralismo o intensificación de la estrategia agrícola. En las últimas décadas, el avance sobre los territorios campesinos y los nuevos términos de interacción han provocado profundas transformaciones, entre ellas el acelerado abandono de la agricultura basada en técnicas tradicionales, que hoy sólo subsiste en puntos aislados de las sierras. Es posible que en el sudoeste del valle de Salsacate documentáramos una de las últimas expresiones de la A.Ca. En 2007 algunas familias dejaron de trabajar las chacras, luego que una empresa minera interesada en ejecutar un

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estudio detallado del subsuelo negociara desde su posición ventajosa el arriendo de las tierras. El desafío para estas familias no será otro más que enfrentar un mundo que hace tiempo dejó de ser como era… AGRADECIMIENTOS A Eduardo Berberián, director del proyecto, por la supervisión general de las tareas y los valiosos comentarios al manuscrito. Matías Medina aportó materiales e información sobre los sitios del norte del valle de Punilla y la pampa de Olaen. A Nilda Dottori y Teresa Cosa (Fac. de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, U.N.Cba.) quienes brindaron sus conocimientos y permitieron la utilización del laboratorio. A Pilar Babot, Aylen Caparelli, Alejandra Korstanje y Alejandro Zucol por su colaboración. Participaron en los trabajos de campo Mariana Dantas, Matías Medina, Germán Figueroa y Esteban Pillado. El trabajo fue mejorado a partir de las agudas observaciones y comentarios de dos evaluadores anónimos. La investigación fue financiada por el CONICET y el FONCyT con el otorgamiento de un subsidio PIP al director y sucesivas becas a los autores. I

NOTAS 1. Las medidas de los silicofitolitos asignados a Cucurbita sp. son inferiores a las consideradas diagnósticas para las especies domesticadas de dicho género. Sin embargo, se debe tener en cuenta que los zapallos silvestres, en especial C. maxima ssp. andreana (maleza), cuya distribución abarca el centro de Argentina, no son aptos para el consumo humano por su sabor amargo. Nos inclinamos por suponer que los silicofitolitos arqueológicos pertenecieron a vegetales domesticados y consumidos. Es importante destacar, en tal sentido, que su presencia fue observada concretamente entre las sustancias adheridas a tiestos, así como su completa ausencia en el sedimento testigo. 2. Las diferencias entre los espodogramas del sedimento testigo y los del sedimento arqueológico podrían ser relacionadas con el riego manual esporádico. En el sedimento arqueológico se obtienen espodogramas con tres, cuatro y cinco células en mayor porcentaje que en el testigo, lo que indicaría una incorporación extra de sílice, posiblemente a través de este medio. Los datos paleoclimáticos para la región de estudio y para el período en cuestión dan cuenta de un evento subhúmedo y templado, con características similares a las actuales, aunque con inviernos más moderados, mayores precipitaciones y un gran excedente hídrico (Medina 2008). En términos de la interpretación de los espodogramas, dicha situación ambiental reforzaría la propuesta de una agricultura a secano ya que, siguiendo a Rosen y Weiner (1994), la ambigüedad en cuanto a la interpretación se presentaría ante la aparición de silicofitolitos multicelulares con más de 10 células. 3. Se conoce una referencia temprana (1573) sobre dos cequias

existentes en el pueblo de Quilino, con las que sus habitantes habrían regado los cultivos (Montes 2008). En aquella época Quilino constituía una importante formación política -en la escala regional- y un fértil oasis agrícola, que se auto-asignó en encomienda el gobernador J. L. de Cabrera, como el más pingüe repartimiento de la jurisdicción. Otras referencias muy aisladas sobre regadíos (Montes 2008) se vinculan, al igual que Quilino, con comarcas de las sierras del Norte de Córdoba, sector de la provincia al que no extendemos las presentes consideraciones sobre la A.Pr. y la A.In. 4. Los resultados de las investigaciones en C.Pun.39, un extenso sitio emplazado en el norte del valle de Punilla (Figura 1; Medina 2008), avalan este planteo. Según los fechados radiocarbónicos el mismo fue utilizado a lo largo de varios siglos, aunque con eventos de abandono durante los cuales crecían malezas características de los sitios que sufrieron el impacto y perturbación antrópica (de acuerdo a información polínica; Medina et al. 2008). La escasa inversión arquitectónica, constatada a escala regional, apunta en el mismo sentido. La acentuada movilidad residencial de los aborígenes serranos fue recurrentemente destacada por las fuentes coloniales tempranas, por ejemplo por un testigo español, quien declaraba que se trataba de “gente fazil de moverse de una parte a otra” (citado por Piana de Cuestas 1992). Los datos arqueológicos disponibles tienden a debilitar la imagen de estabilidad residencial o sedentarismo, tradicionalmente asociada a la utilización de estos sitios (Berberián 1984; Laguens y Bonnín 2009).

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consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 233

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234 // arqueología de la agricultura: casos de estudio en la región andina argentina . korstanje y quesada (eds)

COMENTARIOS FINALES . M. Alejandra Korstanje Marcos N. Quesada // Tucumán - Catamarca, mayo de 2010

Es difícil evaluar cuánto hemos avanzado en el conocimiento de las diferentes facetas que una Arqueología de la Agricultura implica. Es posible, y así lo vemos en los trabajos aquí publicados, los presentados en el simposio y en otras publicaciones sobre el tema producidas en los últimos años, que estemos en un momento de nuevo auge de los estudios sobre agriculturas prehispánicas e indígenas. Lo que sin duda ha sucedido es que se han multiplicado y complejizado las técnicas de análisis y se han incorporado nuevas áreas geográficas de investigación. Queda por averiguar hasta que punto estas nuevas técnicas y casuísticas nos permiten abordar el estudio de la organización social de la producción agrícola y discutir sobre otras formas de articular estos datos y prácticas con ese fin. No se trata de estandarizar o unificar categorías, conceptos y metodologías, por el contrario, creemos que la diversidad es el mejor indicador de una comunidad de investigadores saludable. Lo que buscamos al proponer este espacio es poner en perspectiva las plataformas desde las cuales estamos trabajando al confrontarlas con otras igualmente posibles y válidas. Si fuera como pensamos, que en los últimos años se nota un nuevo impulso en las investigaciones sobre el tema, no sólo desde la arqueología sino desde otras disciplinas, entonces ahora debe preocuparnos también que en alguna parte aparezca el efecto social de nuestro discursos históricos acerca de la agricultura, de las sociedades campesinas y de su relación con la tierra. En este punto nos preguntamos de qué manera podemos articular nuestras investigaciones con las preocupaciones de los campesinos e indígenas, en contextos de proyectos de desarrollo, radicación de proyectos agroindustriales y en general la presión sobre las tierras campesinas. En tanto este proceso está fuertemente signado por una marcada recuperación de la capacidad de agencia de cara a las políticas de desarrollo local, las comunidades demandan ya no sólo que los planes de desarrollo tengan en cuenta las trayectorias históricas locales, sino que reclaman su participación activa en la misma construcción y circulación de esos conocimientos históricos. Son numerosos los ejemplos de la creciente interacción entre arqueología y comunidades. Por citar sólo algunos más cercanos a los editores podemos mencionar el Centro de Interpretación de Punta de la Peña (Antofagasta de la Sierra), el Museo Integral de Laguna Blanca, la Carta Acuerdo entre la Comunidad India de Quilmes y el Instituto de Arqueología y Museo de la UNT. Sin embargo, esta interacción sigue teniendo algunas dificultades, que están tratando de ser zanjadas en diferentes encuentros entre comunidades y arqueólogos (ej. “Primer Encuentro de Gestores Culturales Comunitarios y Universitarios”

comentarios finales // 235

realizado en Quilmes, Tucumán, en julio 2008; el Plenario del “IV TAAS – WAC I-C” en Catamarca, julio de 2007; o el “1º Encuentro sobre práctica arqueológica y comunidades del Noroeste argentino: Reflexiones acerca del posicionamiento del arqueólogo en el contexto global”, realizado en Tilcara en Septiembre 2009). Más allá de lo interesante y estimulante que es la emergencia de estos espacios de dialogo y la creación de estos centros de interacción cultural, falta aun un largo camino para que la Arqueología aporte desde el conocimiento y la práctica a que estos caminos conduzcan a soluciones de producción primaria, por ejemplo. Si bien hay en los Andes una larga trayectoria de Arqueología Aplicada que ha contribuido a recuperar canales de riego y campos de cultivo en Bolivia, Ecuador y Noroeste argentino, todavía es una fase donde aparentemente el conocimiento lo tenemos los académicos y lo brindamos generosamente a los nativos de cada lugar. Estas instancias de dialogo gnoseológico son difíciles, pero los caminos parecen irse abriendo poco a poco. Paralelamente, la promoción estatal al desarrollo rural ha tomado en cuenta en algunos casos la importancia de apoyar este proceso de fortalecimiento identitario. Esto en tanto vemos que, de modo sugestivo, hay una incipiente preocupación oficial en el tema (reflejada en proyectos especiales para cultivos andinos, tanto desde la investigación como desde la aplicación en la industria del turismo gastronómico). Los cambios profundos ocurridos en los modelos de desarrollo agrícola requirieron de un enfoque que tenga en cuenta las evoluciones de las sociedades locales, las dinámicas territoriales y regionales, las articulaciones entre dinámicas rurales, urbanas y periurbanas. Surgieron así modelos de desarrollo agroalimentario basados en la valorización de los recursos locales, más respetuosos del medio ambiente, más atentos a la diversidad y a la calidad de los productos agrícolas y alimentarios, más preocupados por las dinámicas de desarrollo local y, por sobre todas las cosas, más adaptados a las condiciones sociales particulares y su historia. Así, por ejemplo, la promoción del desarrollo local y valorización de productos agroalimentarios con identidad territorial que está incentivando el INTA-Belén conjuntamente con otras instituciones nacionales y provinciales a través de la Red Villa Vil, se inspira en desarrollos dentro de un contexto de crisis de las sociedades rurales y agravamiento de los problemas medioambientales y alimentarios (Proyecto de Apoyo al Desarrollo Territorial para el Distrito de Villa Vil – Belén - Catamarca) La otra cara de estos procesos son los conocidos avances de las multinacionales sobre los bancos genéticos locales y sobre el patentamiento del conocimiento ancestral andino de manejo de plantas y recursos en general. Incluso, el avance de la soja y otros monocultivos sobre nuestros bosques y sobre la diversidad vegetal es parte de la quasi eliminación del campesinado en esta nueva reparticipación de tareas. Y mucho más fuerte, aunque menos conocida, el reemplazo de una agricultura sustentable y diversificada a una que consume más energía (principalmente derivados del petróleo) de la que produce. Como ejemplo de esto, la expansión incontrolada de los biocombustibles, muestra o mostrará una ecuación claramente desequilibrada en ese aspecto. Hay un punto, entonces, en donde es importante retomar los saberes campesinos andinos. Es un debate al que los arqueólogos/as tenemos mucho que aportar, pero para eso, tenemos que orientar nuestro estudio también. Las preguntas que nos hagamos de aquí en más serán claves para encontrar respuestas más adecuadas a brindar un conocimiento más aplicable a los problemas señalados, y salir luego a mostrarlo, a contarlo a un público que se muestra reticente aún a comprender que en el pasado y el presente de los saberes campesinos hay herramientas alternativas a estos “paquetes tecnológicos” que nos invaden sin sustento cultural y sin sustentabilidad ambiental. Gracias por su atención y su compañía en esta lectura.