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Armando Almánzar Rodríguez

3 historias con un país de fondo Libros de Regalo 8

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3 Historias con un país de fondo Por Armando Almánzar Rodríguez Edición digital a cargo de Colección Libros de Regalo 8

Copyright ©2008, Armando Almánzar Rodríguez Todos los derechos reservados [email protected] ideació[email protected] Primera edición Febrero 2008 Santo Domingo, República Dominicana Diseño de portada: Aquiles Julián Este libro es cortesía de:

IDEACCION IDE Desarrollo del Capital Humano Cul de Sac Vista del Cerro No. 2, Edif. Robert Collier, Suite 3-B, Altos de Arroyo Hondo III, Santo Domingo, D.N., República Dominicana. Tels. 809-227-6099 y 809-565-3164 Email: ideacció[email protected] Se autoriza la libre reproducción y distribución del presente libro, siempre y cuando se haga gratuitamente y sin modificación de su contenido y autor. Si se solicita, se enviarán copias en formato PDF vía email. Para solicitarlo, enviar e-mail a [email protected]

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Contenido Presentación

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Vinicio y los extraterrestes

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Breve historia de una aventura erótica en autobús

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Viaje de ida y vuelta a la nada

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Sobre el autor

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Taller de PNL Pág.

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¿Quieres ser un lector eficiente? Ve a la Pág.

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Presentación Por años he leído con pasión, con fruición, con envidia, con admiración, con celo, con curiosidad, con malicia, con fervor, a Armando Almánzar Rodríguez. Armando vive en un orbe donde las realidades del cine y el cuento coexisten con las apariencias engañosas de la realidad social dominicana. Sus historias son a veces tensas, a veces densas, a veces lacerantes, a veces gráciles, siempre amenas, siempre cautivantes, siempre tocando fibras muy íntimas del corazón humano. Con su imaginación y las palabras, Armando Almánzar ha ido construyendo un retrato multiforme y detallado de nosotros, los dominicanos. Sus cuentos implican una reflexión honesta, implacable, continua, sobre nuestra sociedad. Es una reflexión que hay que inferir, pero que está ahí, presente. No son ejercicios verbales gratuitos, simple entretenimiento del ocio, sino una manera de dejar constancia del tiempo que le tocó vivir y su valoración del mismo. Y han sido tiempos tormentosos. Nacido y criado al calor de la Era de Trujillo, pudo vivir desde el miedo, los crímenes aleves y la represión implacable hasta la inmolación de lo mejor de nuestra juventud para sacudirnos del férreo yugo trujillista. Vivió la caída del sátrapa y la continuidad maquillada del Estado trujillista y sus modelos operativos, con otros nombres. Ha sido un testigo de excepción de pasiones y desvaríos, de purgas y desmanes, de abusos y tragedias, de engaños, traiciones y deserciones. Más de la mitad del siglo XX dominicano le tuvo de testigo y esa azarosa y desquiciante realidad impregnó sus cuentos para darnos un gran fresco de la vida dominicana de los últimos 50 años. Estos tres cuentos, por eso, tienen al país como fondo. Y son un espejo de palabras en donde terminamos viendo, asombrados, nuestra imagen.

Aquiles Julián 4

Vinicio y los extraterrestres No sé por qué razón específica, pero, cuando pienso en Vinicio, recuerdo el viejo chiste del hombre que estaba siempre nervioso porque, en las noches y en su hogar, cada vez que escuchaba un ruido, por insignificante que fuera, creía que era un ladrón. Tan mal de los nervios llegó a estar que le recomendaron visitar a un siquiatra y éste le convenció de lo absurdo de su forma de pensar haciendo hincapié en que los ladrones, eficientes en su oficio, no hacen ruido. Luego de unos días, un amigo le encontró y le preguntó que cómo le iba y le respondió que peor y, cuando le preguntó el porqué, le expresó: ahora, cada vez que siento la casa en silencio, creo que hay un ladrón en la casa porque, claro, los ladrones no hacen ruido. Vinicio, Vinicio H., un viejo amigo, un muchacho corriente, vocinglero y enamorado cuando vivíamos en los alrededores del parquecito del Faro, en la calle "19 de marzo", "cerca del mar y del mundo", como dijera él en una oportunidad mientras orinábamos desde lo alto de uno de los oxidados travesaños de acero del antiguo faro. Y, aunque dejé de verle por unos años cuando él ingresó a la universidad e hizo la carrera de ingeniería terminándola con honores mientras yo andaba de maestro por el interior, cuando regresé a Santo Domingo restablecimos de inmediato las relaciones y, tan amigos como antes.. Aunque sin orinarnos desde los travesaños del faro porque ya estábamos muy mayores para eso y porque, claro, al pobre viejo faro lo habían desaparecido para sustituirlo por una moderna estupidez desprovista de carácter. Y, se dirán ustedes ¿a qué viene todo eso?

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Pues, muy sencillo. Es que tengo que dejar bien sentado el hecho de que a esa persona, a ese Vinicio H. cuyo nombre completo no revelo por no estar autorizado, le conozco bien a fondo, su forma de ser, su manera de reaccionar, sus gustos, sus manías. Vinicio estuvo casado con Laura M. durante poco más de tres años, pero, lo que había sido un romance florido y agradable de juventud se convirtió con el inexorable paso del tiempo en una relación tensa e incómoda que se fue agriando poco a poco hasta devenir en crudas, destempladas discusiones que terminaron en separación y luego, por supuesto, en el consabido divorcio por mutuo consentimiento. Nunca le pregunté a Vinicio el porqué de sus pleitos y discusiones con Laura, pero, en medio de tragos y conversaciones dejó entrever, simplemente, que ella no le entendía. ¿Entender? Pero.. ¿Entender qué cosa, qué asuntos, qué manera de pensar? No quise insistir, no quise saber, aunque tal vez hubiera sido mejor averiguarlo todo desde ese instante. Porque, luego del divorcio, viviendo sólo en un pequeño apartamento de soltero donde nos reuníamos con frecuencia a escuchar música (Armstrong, el "Duke", Parker, Monk, todo lo que oliera a jazz del bueno) y a bajar Martinis con sus respectivas aceitunas, Vinicio empezó a cambiar. Al principio no le puse mucho caso: podía estar repatingado en su mecedora favorita, los ojos entrecerrados, la copa en la mano derecha meciéndose al compás del saxo de turno cuando, de buenas a primeras, abría bien los ojos y movía la cabeza en alguna dirección, como escuchando o tratando de escuchar y de ver algo que yo, por supuesto, ni barruntaba. Pero, repito, no le hice mucho caso a esos detalles, ni siquiera cuando en una oportunidad le pregunté, ya con unos tragos en la cabeza, que qué diablos era lo que buscaba, si era al fantasma de Laura (un chiste de genuino mal gusto, tengo que reconocerlo), y me respondió, mal encarado (pensé que por estar también medio borracho), que me ocupara de mis asuntos y que dejara de estarle acechando. Empecé a sospechar que algo andaba mal con Vinicio cuando esas actitudes que adoptaba en su casa salieron al mundo exterior: en bares, viendo un juego de pelota, en una sala de cine, en restaurantes, en la calle, peor: en medio de una espléndida ejecución de la Novena de Beethoven se

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levantó (y nada menos que en platea centro, fila T, butaca 12, en medio de toda aquella multitud antes ensimismada), haciendo caso omiso al estentóreo "o freuden" del barítono e hizo ademán de escuchar en tanto miraba en dirección al pasillo trasero de la platea, ladeando poco a poco la cabeza hacia la derecha, como si el sonido que persiguiera o aquello que "veía" se estuviera desplazando en esa dirección. Claro, no hubiera sido problema alguno el gesto si, como otras veces, hubiera durado apenas unos segundos. Pero, ya metidos de lleno en el asunto de Schiller el tenor, la soprano y la contralto, Vinicio seguía mirando fijo en la misma dirección, una mano haciendo hueco junto al pabellón de la oreja derecha y dos docenas de fanáticos de Beethoven haciendo toda clase de señas, gestos, ademanes y mascullando toda suerte de improperios que culminaron con la llegada de un atildado acomodador que hubo de hacer esfuerzos para sentarle. Entonces comprendí que el asunto, fuera lo que fuera, iba en serio. Y así empecé una especie de campaña para hacer que Vinicio me explicara lo que le estaba pasando. Mi trabajo me tomó porque se me reveló ceñudo, hosco y negado a hablar sobre cualquier tópico relacionado con ello. Pero, a costa de muchos malos ratos, de más de una borrachera y de un acopio tal de paciencia que hubiera hecho pasar a Job por atolondrado adolescente, logré que me revelara su secreto. - Me están vigilando, - dijo en voz muy baja, mirando hacia todas partes, los ojos vidriosos luego de cinco Martinis. -Todo el tiempo me están vigilando, estudiando lo que hago, lo que como, lo que siento. Se acurrucó en la mecedora mirando, con aire atemorizado, en dirección a su aposento. - Son seres del espacio, son alienígenas, y vienen a todas horas.. - Su rostro se contrajo cuando se escuchó un ruido en la parte trasera del apartamento, una mueca de terror se dibujó con claridad en su rostro. -Están ahí, siempre están ahí esperando a que me acueste para empezar con.. con su trabajo.. - Pero.. a mí, como podrán imaginar, ni me salían las palabras. No estaba preparado para semejante revelación y no sabía cómo enfrentarla, qué hacer, qué preguntar. - pero.. ¿Qué es lo que hacen? ¿Qué es lo que quieren contigo? Pronuncié esas palabras sin mucho convencimiento porque, por supuesto, no creía nada de lo que estaba diciendo.

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- No sé, no me lo han dicho. Pero por lo que hacen me parece que están analizando lo que somos, que yo soy su.. vamos, como un conejillo de Indias, por eso examinan todos los alimentos que como, lo que bebo, el agua, los refrescos, hubo uno que casi explota cuando se disparó un trago de Martini.. Fíjate que, una noche, no había agua en el inodoro y yo creí que era algún problema con la cisterna o qué se yo, pero luego me percaté de que no querían que bombeara para poder examinar la orina sin que se mezclara y.. ¿te imaginas? Otra noche me llevaron fuera, me durmieron y me llevaron fuera y cuando desperté estaba en un lugar donde no podía ver nada porque la iluminación era de enorme intensidad, era como un laboratorio y me estaban examinando por todas partes, metiéndome tubos y jeringas por la boca, por la nariz, por los oídos, por.. no puedes siquiera imaginar lo que he sufrido, el terror que me domina minuto a minuto.. no te lo he dicho, pero hace ya casi un mes que me despidieron de la firma, estoy viviendo de mis ahorros y lo peor es que no sé qué hacer..- Se movió en la mecedora cubriéndose el rostro con los brazos - No sé qué hacer, pero no puedo escapar, ellos saben todo el tiempo a dónde voy, donde estoy, siempre hay alguien.. algo que me está vigilando.. Esa noche me quedé en el apartamento pero, no tienen que esforzarse en saber: no apareció nada ni nadie en toda la noche, aunque, claro, Vinicio lo dijo desde el principio. - Si te quedas no vienen, no se hacen presentes, quieren que todo permanezca en secreto. De todos modos, es a mí a quien quieren y saben que, por más que quieras, no podrás quedarte todo el tiempo conmigo. Unos días después, y como no hubo forma de convencer a Vinicio de que fuera a la consulta de un doctor amigo, logré que éste último me acompañara a "beber tragos" una noche. Cuando salimos de la casa, el amigo, siquiatra, por supuesto, me dijo que Vinicio no era un simple caso de alucinado, que su problema estaba muy avanzado, que el único remedio que veía era internarlo de manera permanente. Mas, una cosa es con guitarra y otra muy distinta con violín: quién diablos iba a convencer a Vinicio de que siquiera fuera a la consulta del doctor, y menos a que permitiera que le internaran en una clínica. Incluso llegó a decirme que, si seguía insistiendo, no volvería a abrirme la puerta de su casa, ni siquiera me respondería al teléfono. No me quedó más remedio, entonces, que seguir visitándole, quedarme algunas noches en su casa luego de haberle explicado el problema con pelos y señales a Marcela, mi esposa, y tratar de ayudarle de alguna manera, 8

aunque era cada vez más evidente que no hacía caso alguno a opiniones que no secundaran sus asertos. Una noche de esas, un sábado a eso de las doce, se recostó de la verja del balcón, el infaltable Martini en la mano derecha, y me hizo señas de que me acercara. Charlie Parker hacía gemir el saxo entonando "Stella by starlight" cuando me dijo, en un susurro casi gemido. - Me van a llevar.. ya han hecho todas las pruebas que se pueden hacer aquí y ahora me van a llevar, y creo que va a.. En ese instante se escuchó un ruido como de un perro volcando un zafacón (o, por lo menos, eso fue lo que me pareció a mí, años oyéndolo, aunque.. nunca se sabe), y Vinicio se movió con brusquedad, me empujó hacia un lado volcándome encima el Martini y fue a dar a la mecedora en la que se zambulló cubriéndose el rostro con los brazos. No pude sacarle una sola palabra más esa noche y, como me había comprometido con Marcela a ir temprano a la playa en la mañana, me fui, a pesar de la expresión de angustia que advertí en él cuando le dije me marchaba. Esa fue la última vez que le vi. Cuando regresé, el lunes siguiente a eso de las nueve de la noche, me cansé de tocar el timbre y no abrió. No podía colegir si era que no estaba o que no quería verme y me retiré sin pensarlo demasiado. En la mañana siguiente le llamé por teléfono, pero tampoco respondió. Pasada una semana sin que ni yo ni nadie le viera, conseguí una orden de las autoridades y derribamos la puerta de su apartamento. Todo estaba como siempre, los muebles en su lugar, los platos sucios en el fregadero, la cama revuelta, un vaso de jugo casi lleno sobre la mesa del comedor, un diario abierto en la sección de deportes sobre el sofá, la luz del balcón encendida, el abanico de su aposento girando en la velocidad más lenta, el aparato de música encendido en espera de otro CD.. como si Vinicio estuviera en el baño, como si hubiera salido a botar la basura, como si.. Esa noche, asomado en el balcón de mi propio apartamento, lo decidí: no le buscaría más. Porque tal vez era verdadera su angustia, real su terror. Porque temía seguir buscándole y un buen día encontrarle desvanecido, apestando a alcohol barato, tirado en una cuneta.

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Breve historia de una aventura erótica en autobús Ya estaba sentado y hasta tratando de conciliar el sueño cuando llegó ella y le pidió permiso para ocupar el asiento junto a la ventana. Antes de que pudiera verla con claridad le envolvió su perfume, aquel olor a jazmín tan peculiar, tan penetrante, tan inolvidable desde aquel mismo instante. No hizo más que acomodarse cuando, al tiempo que le clavaba aquellos ojazos verdes orlados de espesas pestañas, levantó el brazo que separaba ambos asientos y movió aquellos muslos increíbles escapados de la ínfima minifalda en su dirección, apuntándole a él, enervándole a él, enloqueciéndole a él. Era el autobús de las 6.00 p.m. de Santiago a Santo Domingo, por lo menos dos horas le esperaban envuelto en jazmín, asaltado por aquellos muslos, arrobado por aquel verde soñador y, culminación divina, acariciado por aquella voz ligeramente ronca que le llegaba enervante desde unos labios de ensueño, una voz que le hizo saber que sentía frío para que entonces él, caballero, aunque dolido por tener que ocultar aquellos muslos, la cubriera con su chaqueta. Cuando el autobús emprendió la marcha y las luces internas se apagaron, sintió cómo ella se aproximaba aún más, las rodillas cubiertas por la chaqueta tocaron las suyas, sus cabellos rozaron su frente, sintió su aliento en el rostro y vio el reflejo de las bombillas del alumbrado público

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en sus pupilas en medio de unos destellos de picardía que le hacían ya estremecer de placer. La besó. La besó en los suaves cabellos, en el lóbulo de las orejas, en los ojos, en la boca y se hundió en ella poco a poco, disfrutando sin prisa el placer de los besos. Su mano se deslizó bajo la chaqueta y acarició los senos, primero por encima de su blusa, luego, desabotonada con presteza por ella, sobre la piel tersa y firme, sobre los pequeños, erectos pezones sintiendo como se estremecía toda ella. Luego los cinco aventureros bajaron prestos y se sumergieron bajo la minifalda, palpando, rozando, acariciando con suavidad e insistencia mientras ella gemía por lo bajo y se estiraba abriendo más las piernas, dejándole espacio vital para el disfrute. Miró a su alrededor con disimulo pero en la semipenumbra del autobús los que no dormían ya conversaban en voz baja o auscultaban las sombras de los campos vecinos. Los besos se sucedieron, las caricias continuaron mientras los kilómetros quedaban atrás, su rostro apuntando al frente como si quisiera adivinar lo que venía al encuentro del autobús, su mano izquierda descansando en los hombros de él, los muslos desnudos bajo la chaqueta, fríos bajo la caricia que no cesaba, los pezones blandos como si ya no disfrutara, toda ella abandonada a lo que él quisiera o hiciera, él, él mismo perdiendo interés a medida que pasaban los minutos y los kilómetros por aquella dejadez que tanto contrastaba con el ímpetu inicial, con la lujuria desatada de los minutos iniciales, por la evidente falta de correspondencia, ¿qué te pasa, no te gusta? El susurro quedo junto al oído y ella que ni siquiera responde, que continúa impertérrita mirando al frente, los ojos abiertos, fijos en un punto indefinido, los ojos sin luz de aquella mujer hermosa y muerta quién sabe desde cuál beso o kilómetro o caricia.

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Taller de PNL

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Viaje de ida y vuelta a la nada Te levantarás en la mañana, a eso de las siete, como si aún estuvieras trabajando en tu consuetudinaria posición de archivista, como si aún estuvieras devengando un muy magro sueldo por ello, como si nada jamás hubiera sucedido. Te levantarás como antes, sólo que sin esperanza, las moscas zumbando a tu alrededor, el desayuno inexistente, a recorrer el mismo camino que tantas veces recorriste, sólo que ahora caminando lento, sólo que ahora sin apuro alguno, porque cuando llegues a las oficinas de Dummitt and Co. ya ni siquiera entrarás porque ese puesto que tuviste durante años ahora lo ocupa un jovenzuelo atildado y perfumado que gana, por el mismo trabajo que tú hacías, mucho más de lo que tú jamás ganaste porque es el sobrino preferido de la esposa de Dummitt..y, según las malas lenguas, algo más que eso.. pero esa es otra historia y no puedes tú contarla. Llegarás a la puerta de entrada de las oficinas y te detendrás ante ella a mirar a los empleados entrar lentos y encorvados antes de las ocho y treinta; adivinarás cuando marquen su tarjeta en el reloj del vestíbulo como lo hiciste tú tantas y tantas veces que ya ni tenías que mirar para hacerlo, y luego los imaginarás caminando a cada uno de ellos en dirección a su cubículo, enfrentando sus máquinas de escribir o de calcular, que ahora son computadoras, para empezar sus labores luego de un par de frases de rutina: que cómo está el tiempo, que qué calor está haciendo, que todo está subiendo de precio, las mismas que decías cuando eras tú quien se sentaba en aquella oficina amplia, cerrada, gris. Dejarás la entrada de las oficinas y los talleres e irás a sentarte al parquecito vecino a rumiar tu hambre de siglos, a cumplir tu horario de siempre, a estar allí tal y como si estuvieras allá, espantando las moscas que dejan sus cagarrutas en tu rostro, un par de vueltas entre los senderos que 14

bordean los árboles, los raquíticos arbustos con flores desteñidas a la hora del almuerzo, pensando, recordando lo que comías antes durante esos años, cuando sacabas tu cantina y engullías un par de panes con margarina y, a veces, queso, o un resto de espaguetis sobrados del domingo, o un par de pedazos de plátano con picadillo de carne. Y luego te recostarás en el banco de nuevo, a esperar la hora de partida, a aguardar la salida de los compañeros de turno que no eran los tuyos, a contraer el rostro en una mueca de odio al observar el flamante, reluciente, enorme automóvil Lincoln verde oscuro que ha sustituido al flamante y reluciente Mercedes de antes, ambos ocupados siempre por el mismo sapo gordo que firmaba la carta de apenas tres líneas con que te liquidaron: “Reconocidos y agradecidos de los años que ha trabajado para la empresa, lamentamos profundamente tener que prescindir de sus servicios, siempre tan útiles..” por ese Don Ambrosio al cual todos, absolutamente todos deseaban la muerte en la compañía, todos juraban habrían de matar algún día o por lo menos golpear, ensuciar, insultar y cantarle una infinidad de verdades aunque tú sabías, como sabes ahora, que nadie nunca hizo nada ni lo haría después, que todos fueron cambiando corroídos por los mismos deseos pero partiendo un día cualquiera, a fin de cuentas, sin llevarlos a cabo, y que lo mismo pasaría con los de ahora hasta que también desaparecieran del escenario, y que Don Ambrosio seguiría lo mismo, siempre unas cuantas libras más, cambiando no de modales, no de cicatería, no de estilo de vida, apenas de auto y siempre por otro más grande, más caro, más reluciente, siempre alguno que, como decía Marrerito, uno de los contables, costaba más que lo que cualquiera de ellos ganaría en toda su maldita vida, lo que corroboraba Ureña, uno de los encargados de cobros, que tuvo en sus manos la factura de pago del tal carricoche, el Mercedes, posiblemente, pero agregando que lo pagaba la empresa dentro del capítulo "gastos de representación", por lo cual, a finales de año, se declaraban menos ganancias porque había que restar la enormidad del enorme aparato y por ende a ellos les tocaba menos en el ya esmirriado bono que recibían en marzo y que, encima tenían que agradecer con sonrisas y zalemas mil. Por eso juraste que no ibas a ser como los demás y que vengarías todas las afrentas e injurias a tus ex-compañeros, los desaparecidos, los exprimidos, los expoliados, hasta que, sin que un dedo siquiera hubieras movido en ese vindicador sentido, también tú recibiste la cartita y fuiste a dar de culo a la calle. Y ahora, después de ver pasar el flamante Lincoln Continental verde oscuro con el orondo Don Ambrosio repatingado dentro, terminarás tu turno y caminarás como lo hacían todos tus ex-compañeros, como lo hacen los de ahora, encorvados los de antes y los presentes, en dirección a esos hogares suyos que no valen, ninguno de ellos, lo que el auto, ellos en 15

autobús, en carro público, tú a pie como viniste, no importa lo lejos donde esté la pieza que alguna vez alquilaste para vivir junto a tus miserias. Caminarás, las moscas zumbando alrededor de tu rostro, hasta llegar a la derruida casa de vecindad, a tu miserable tabuco, entrarás en el viciado, apestoso ambiente oscuro y, sin prisa, irás hasta el camastro y te acostarás, las moscas zumbando alrededor de tu rostro, junto al cadáver, junto a ese tú cadáver que te espera todos los días mientras tú cumples tu horario cotidiano de rumiar tus eternos, inútiles deseos de desquite

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Sobre el autor Armando Alfredo Almánzar Rodríguez Armando Almánzar Rodríguez, nacido en Santo Domingo en 1935, inició sus actividades intelectuales en 1963 escribiendo sobre cine en el periódico “Listín Diario”; desde entonces, ha escrito en los principales diarios y revistas del país, ha presentado programas radiales y de TV de manera interrumpida hasta hoy, cuando ya cumple 40 años en esas actividades. En lo que se refiere a la literatura, es en 1966 cuando incursiona por vez primera al participar en el Primer Concurso Dominicano de Cuentos organizado por la sociedad cultural La Máscara, que fue la semilla de lo que es hoy Casa de Teatro. En dicho concurso, que contaba entre sus jurados al laureado Juan Bosch, Almánzar ganó el Primer Premio Exaequo junto a Abel Fernández Mejía y Miguel Alfonseca, con su cuento “El Gato”, uno de los más antologados relatos dominicanos en toda la historia de nuestras letras, tanto en antologías nacionales como extranjeras, apareciendo incluso una traducción al alemán en una revista literaria de esa nación europea. En ese mismo concurso también ganó una Mención con su cuento “Límite”. Es en 1967 cuando aparece el primero de sus libros, “Límite”, editado por Alfa & Omega, libro cuya primera edición se agotó. Luego se hizo una segunda, en 1979, también agotada.

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En los años 70, la prestigiosa e importante editora norteamericana Harper´s & Row solicitó a los escritores dominicanos de cuentos que enviaran sus obras a esa editora para editar un libro sobre la cuentística latinoamericana, y dos de sus cuentos fueron aceptados y pagados. Por desgracia, el libro “Antología del Cuento Latino-americano Contemporáneo” que fuera editado, nunca llegó a nuestro país. En 1969, la Editorial Monte Avila, de Venezuela, publicó “Narradores Dominicanos”, en el cual se incluyen dos cuentos de Almánzar, “El Gato” y “Tríada”, junto con cuentos de autores fundamentales en nuestra literatura como Bosch, Hilma Contreras, Virgilio Díaz Grullón, Iván García, Marcio Veloz Maggiolo y otros. El segundo libro de Almánzar, “Infancia feliz”, aparece editado también por Alfa & Omega, en 1978, y es muy bien recibido por la crítica. El cuento que le da título había ganado el Primer Premio en 1977 en el concurso anual de cuentos de Casa de Teatro. En 1985, la Colección Orfeo, de la Biblioteca Nacional, lanza al mercado el tercer libro de cuentos de Almánzar, “Selva de agujeros negros para Chichí ‘La Salsa’”, siendo el cuento de ese mismo nombre uno de los más celebrados y populares del autor dominicano. “Cuentos en corto metraje”, colección de cuentos que hace alusión directa al primer oficio del escritor, el cine, aparece en 1993, y tiene un éxito fulminante y fue premiado como “Libro del Año” por el Círculo de Escritores Dominicanos versión cuento. Desde la década de los noventa y luego de la inclusión de “El Gato” en la “Antología Didáctica del Cuento Dominicano”, publicada por Editora Susaeta, (1997) Almánzar es consultado continuamente por estudiantes, que tratan de conocer sobre sus técnicas para escribir. 1995 es el año de “Marcado por el mar”, quinto volumen de cuentos de Armando Almánzar R.; editado por el Banco de Reservas, institución que selecciona con sumo cuidado los autores a publicar, recibió la distinción del Premio Nacional de Literatura versión cuento de parte de la Secretaría de Educación. En ese libro se destaca el cuento que le da título, pero también otros que han sido profusamente comentados en los círculos literarios. En 1996 aparece la antología “Dos Siglos de Literatura Dominicana (S XIX – XX)” Prosa, Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional, con selección, prólogo y notas de José Alcántara Almánzar, en la

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cual aparece el cuento “Límite”. Esta antología incluye a los principales autores dominicanos de estos siglos. “El Elefante y otros relatos extraños”, sexto volumen de cuentos de Almánzar, aparece en 1997 publicado por la Editora de Colores. Ese cuento, junto a otros del autor, ha sido motivo de estudios por parte de estudiantes universitarios en Medellín, Colombia, donde la profesora dominicana, Dra. Elisa Lister, los usa como material de lectura y trabajo para sus cátedras de Literatura. También en 1997 se publica la excelente edición en cuatro tomos de “El cuento hispanoamericano en el Siglo XX”, compilada y comentada por el profesor universitario chileno Fernando Burgos, quien ejerce su profesión en la Universidad de Memphis, Estados Unidos de Norteamérica. “El Gato” fue el relato seleccionado por el Profesor Burgos para esta edición que, por desgracia, no se encuentra a la venta en nuestro país. En 1999, el séptimo de los volúmenes de cuentos de Armando Almánzar R. hace su aparición, editado por la Colección del Banco Central y su Departamento Cultural, institución que es muy cuidadosa en la selección de las obras que publica. Su título: “Arquímedes y El Jefe y otros cuentos de la Era”, también fue muy bien recibido por la crítica nacional. En 2001, la Editora Cole pone en circulación la “Antología casi personal” de Almánzar que recoge, para alegría de los más jóvenes que nunca pudieron adquirir los primeros libros del autor, 21 de sus mejores relatos, seleccionados por el licenciado Alberto Perdomo, el escritor José Alcántara Almánzar y el también escritor y dramaturgo Arturo Rodríguez Fernández, con la ayuda del autor: tres cuentos de cada uno de sus siete libros en una espléndida colección que ha tenido una formidable acogida. En abril de 2000, apareció en nuestro país la edición “I Cactus non temono il vento”, edición publicada en idioma italiano por la Editorial Feltrinelli, una de las más importantes de esa nación europea, que contiene cuentos de varios autores dominicanos, entre ellos tres de Almánzar. La selección de los cuentos estuvo a cargo del escritor, poeta e intelectual italiano Danilo Manera. La Editorial Alfaguara y el suplemento educativo Plan Lea del “Listìn Diario” escogieron para su concurso Terminemos el cuento, año 2001, el relato “Muchacha Bonita con rejas y un gato”, de la autoría de Almánzar, que luego fue publicado en junto a otros autores latinoamericanos bajo el tìtulo “Terminemos el cuento”, III Premio Internacional de Literatura.

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En 2001, la Editorial Siruela, también de gran importancia, pero en España, presenta otro volumen llamado “Cuentos dominicanos” (Una antología), compilada también por Danilo Manera, en la cual aparecen otros tres cuentos de Armando Almánzar R. En 2003, aparece el último de los libros de cuentos de Almánzar, “Ciudad en Sombras”, editado por Editorial Norma, de Colombia, de gran importancia en el ámbito de la lengua española. “Ciudad en sombras” ofrece la novedad de que presenta 18 cuentos todos ellos protagonizados por el mismo personaje, un capitán detective al servicio de la Fiscalía, y ha sido recibido, como todos los de este autor, con sumo beneplácito por la crítica. En ese mismo año pone en circulación su primera novela, “Un siglo de sombras”, obra de corte histórico que tiene como trasfondo la corrupción en Dominicana durante todo el siglo XX. Esta publicación estará a cargo de la Editora Cole de Santo Domingo. Además, tiene otros proyectos con la Editora Norma, entre ellos dos novelas y otro volumen de cuentos. Reconocimientos Casa del Escritor Dominicano Diploma de Reconocimiento en la Categoría de Narrativa 9 de octubre del 1995 Secretaría de Estado de Educación Bellas Artes y Cultos Premio Anual de Cuentos “José Ramón López” 26 de diciembre del 1996 Embajada de Italia Premio Internazionale Lumiere, 16 de junio de 2000 Secretaría de Estado de Cultura Feria del Libro y la División Nacional de Literatura de la Secretaría de Estado de Cultura, Abril de 2003

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Libros de Regalo Colección gratuita enviada por email, obsequio de IDEACCION, S.A.

Títulos publicados 1. Llevar a Gladys de Vuelta a Casa y otros cuentos 2. Letras sin Dueños (Selección de parábolas) 3. Música, Maestro 4. Una Carta a García 5. 30 Historias de Nasrudín Hodja 6. Historias para Crecer por Dentro 7. Acres de Diamantes 8. 3 Historias con un país de fondo

Aquiles Julián Aquiles Julián Aquiles Julián Elbert Hubbard Aquiles Julián Aquiles Julián Russell Conwell Armando Almánzar R.

Próximos envíos 9. Pequeños prodigios 10. El Go-getter 11. Mujer que llamo Laura 12. El hombre más rico de Babilonia 13. Historias para reír más de una vez 14. Como un hombre piensa… 15. El viejo y el mar

Aquiles Julián Peter Kyne Aquiles Julián George S. Clason Arkadi Averchenko James Allen Ernest Hemingway.

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