Apuntes Durkheim El Suicidio

Emile Durkheim – El suicidio Biografía Emile Durkheim nació en 1858 en Espinal, Francia. Descendía de una larga estirpe

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Emile Durkheim – El suicidio Biografía Emile Durkheim nació en 1858 en Espinal, Francia. Descendía de una larga estirpe de rabinos y él mismo comenzó los estudios para convertirse en uno, pero cuando llegó a la adolescencia rechazó su herencia. Sentía insatisfacción con la formación religiosa que había recibido y la educación en general, su hincapié en la literatura y las materias estéticas, hizo que creciese su ansia por aprender una carrera académica tradicional de morales necesarios para guiar la vida social. Se negó a seguir una carrera académica tradicional de filosofía y en su lugar se esforzó por adquirir los conocimientos científicos que se requerían para contribuir a la guía moral de la sociedad. En 1893 publicó su tesis doctoral, La división del trabajo social, y su tesis sobre Montesquieu. Su principal trabajo metodológico, Las reglas del método sociológico, apareció en 1895, y de la aplicación científica de esos métodos al estudio de El suicidio, publicado en 1897. Luego en 1912 publicó otra de sus obras famosas obras, llamada Las formas elementales de la vida religiosa. Durkheim ejerció una profunda influencia en el desarrollo de la sociología y otras de sus disciplinas; además, mediante la revista L’année sociologique, fundada por él en 1898, influyó también en otras áreas y alrededor de la revista surgió un círculo intelectual cuyo centro era Durkheim. Con ella, él y sus ideas dejaron una profunda huella en campos como la antropología, historia, lingüística y psicología. Resumen El estudio de Durkheim sobre el suicidio es el ejemplo paradigmático de cómo un sociólogo debe conectar con la investigación, de hecho, aclara que la finalidad de este estudio no sólo contribuye a la comprensión de un problema social específico, sino que también sirve como ejemplo de su nuevo método sociológico. Durkheim eligió estudiar el suicidio porque es un fenómeno relativamente concreto y específico para el que había datos disponibles comparativamente buenos; sin embargo, la razón más importante que tuvo para estudiarlo fue demostrar el poder de la nueva ciencia de la sociología. El suicidio suele considerarse como uno de los actos más privados y personales, y Durkheim pensaba que si podía demostrar que la sociología tenía una función que desempeñar para explicar un acto en apariencia tan individualista como el suicidio, sería relativamente fácil extender su dominio a fenómenos considerados como abiertos al análisis sociológico. Como sociólogo no le interesaba estudiar por qué algún individuo determinado se suicidaba, eso se lo dejaba a los psicólogos; en cambio, Durkheim estaba interesado en explicar las diferencias en las tasas de suicidio, es decir, le interesaba por qué un grupo tenía una tasa más alta de suicidio que otro. Los factores psicológicos o biológicos pueden explicar por qué se suicida un individuo específico de un grupo, pero asumió que sólo los hechos sociales podían explicar por qué un grupo presentaba tasas más altas de suicidio que otros. Durkheim propuso dos métodos relacionados para evaluar las tasas de suicidio: uno consistía en comparar diferentes sociedades u otro tipo de colectividades, y el otro en observar los cambios en la tasa de suicidios en la misma colectividad a lo largo del tiempo. En esencia, para cualquier caso (irtercultural o histórico) la lógica del argumento es la misma: si hay variación en las tasas de suicidio de un grupo a otro o de un período a otro, Durkheim pensaba que la diferencia sería en consecuencia de variaciones en los factores sociológicos, en especial las

corrientes sociales; reconoció que los individuos podían tener razones para suicidarse, pero que éstas no eran la causa real. Éstas pueden aducirse para señalar los puntos que viene del exterior, incitándole a destruirse; pero no forman parte de esa corriente y no pueden, en consecuencia, ayudarnos a comprenderla. Durkheim concluyó que los factores decisivos en las diferencias de las tasas de suicidio se encontraban en las diferencias al nivel de los hechos sociales: diferentes grupos tienen diferentes sentimientos colectivos que producen diferentes corrientes sociales, y son éstas las que afectan las decisiones individuales acerca del suicidio; en otras palabras, los cambios en los sentimientos colectivos generan cambios en las corrientes sociales que, a su vez, modifican las tasas de suicidio. Comprenderemos mejor la teoría del suicidio de Durkheim, y la estructura de su razonamiento sociológico, si examinamos la relación entre los tipos de suicidio y sus dos hechos sociales subyacentes: integración y regulación. La integración es la fuerza del apego que tenemos con la sociedad, la regulación, el grado de constricción externa sobre las personas. Para Durkheim las dos corrientes sociales son variables continuas y las tasas de suicidio ascienden cuando éstas son muy altas o muy bajas; por tanto, para él hay cuatro tipos de suicidio: si la integración es alta hay suicidio altruista, y si es baja genera un aumento de los suicidios egoístas; el suicidio fatalista se relaciona con la regulación alta y el anómico con la regulación baja. En sí, la obra de Durkheim, se compone de una introducción, y tres partes o libros. En cuyos libros, analizaremos con el primero, los factores extrasociales (estados psicopáticos, los estados psicológicos normales, raza y herencia, factores cósmicos como el clima, y la imitación), con el segundo, las causas sociales y los tipos sociales (el método para determinarlos, el suicidio egoísta, altruista, anómico, y sus formas individuales), y con el libro tercero, el suicidio como fenómeno social en general (elementos, relaciones con el suicidio, y sus consecuencias prácticas). Así pues, nos haremos la primera pregunta para continuar: ¿Qué es el suicidio? Se llama suicidio a todo caso de muerte que resulte , directa o indirectamente, de un acto, positivo o negativo, realizado por la víctima misma, sabiendo ella que debía producir este resultado. La tentativa es el mismo acto que hemos definido, detenido en su camino, antes de que dé como resultado la muerte. Esta definición basta para excluir de la investigación todo los concerniente a suicidios de animales (estos pueden provocar su muerte, como por ejemplo negarse a alimentarse, pero su muerte es algo que no ha sido previsto). Ya sea la muerte aceptada simplemente , como una condición, sensible, pero inevitable, del fin a se tiende, o bien haya sido querida expresamente y buscada por sí misma, lo cierto es que el sujeto en uno y en otro caso renuncia a la existencia, y las distintas maneras de renunciar a ella no pueden constituir mas que variedades de una clase igual. Es indudable que, vulgarmente, el suicidio es el acto de desesperación de un hombre que no quiere vivir. Pero, en realidad, y puesto que el suicida está ligado a la vida en el momento que se la quita, no deja de hacer abandono de ella, y entre todos los actos por los que un ser viviente abandona aquél de entre todos los bienes que pasa por el más precioso, hay rasgos comunes, que son evidentemente, esenciales. Por el contrario, la diversidad de motivos que pueden dictar esta resolución sólo dará lugar a diferencias secundarias. Cuando la abnegación llega al sacrificio cierto de la vida, se trata, científicamente, de un suicidio. Libro primero. Hay dos causas extrasociales a las que se puede atribuir, a priori, una influencia sobre la cifra de los suicidios, son las disposiciones orgánico-psicológicas y la naturaleza del medio físico. Puede ocurrir que en la constitución individual o, por lo menos, en la constitución de una clase importante de individuos existiera una tendencia de intensidad variable según las razas, que arrastrase

directamente al hombre al suicidio; por otra parte, el clima, la temperatura, etc., pueden, por la manera con que obran sobre el organismo, tener los mismos efectos. Entonces, si el estado orgánico-psicológico del individuo está alterado de alguna manera, como puede ser el caso de enfermedades como la esquizofrenia, el hombre sólo atenta contra su vida cuando está afectado de su delirio, el suicida está alienado. Otras enfermedades como la monomanía, que es una locura parcial, limitada a un solo acto, enfermedad cuya consciencia del sujeto está perfecta salvo en punto; resultan siempre de una perturbación más extensa, accidentes particulares y secundarios de enfermedades más generales, el suicidio no sería pues una locura específica. El único medio de proceder metódicamente consiste en clasificar, según sus propiedades esenciales, los suicidios cometidos por los locos, constituyendo así el tipo principal de los suicidios vesánicos (o determinados por motivos puramente imaginarios). Para saber si el suicidio es un acto especial de los alienados, es preciso determinar las formas que afecta en la enajenación mental y ver a continuación si estas son las únicas que toma. Esta clasificación viene tomada por Jousset y Moreau de Tours: 1). El suicidio maniático. Se produce como consecuencias de alucinaciones o de concepciones delirantes. El individuo se mata para escapar a un peligro o a una vergüenza imaginarios o para obedecer a una orden misteriosa que ha recibido de lo alto, etc. Las ideas, los sentimientos más diversos y contradictorios se suceden, con una extraordinaria ligereza. 2). El suicidio melancólico. Se relaciona con un estado general de extrema depresión, de exagerada tristeza, que hace que el enfermo no aprecie seriamente los vínculos que tiene con las personas y cosas que le rodean, los placeres carecen de atractivo, y lo ve todo vestido de negro. Suele ir acompañado de alucinaciones e ideas delirantes, muchas veces viene de carácter crónico. 3). El suicidio obsesivo. En el que el suicidio no se causa por motivo alguna real ni imaginario, sino sólo por la idea fija de la muerte que, sin razón sólida alguna, se ha apoderado subversivamente del espíritu del enfermo. 4). El suicidio impulsivo. Automático. Resulta de una impulsión brusca e inmediatamente irreversible. Entre la alienación mental propiamente dicha y el perfecto equilibrio de la inteligencia existe toda una serie de estados intermedios: son las diversas anomalías que se reúnen de ordinario bajo el nombre común de neurastenia. Es una perversión profunda del sistema nervioso, un trastorno funcional afectivo. Como consecuencia de la extremada sensibilidad del sistema nervioso, sus ideas y sus sentimientos están siempre en equilibrio inestable. En una sociedad, cuya organización está definida, el individuo no puede mantenerse mas que a condición de tener una constitución mental y moral igualmente definida; y esto es lo que falta al neurópata. El estado de estremecimiento en que se encuentra hace que las circunstancias le dominen sin cesar de una manera improvista. Como no está preparado para responder a este dominio, se ve obligado a inventar formas originales de conducta. Pero cuando se trata de adaptarse a situaciones tradicionales, las combinaciones improvisadas no pueden prevalecer sobre aquellas que ha consagrado con experiencia, y fracasan muy a menudo; por esto que cuando más fijeza tiene el sistema social peor se adapta a él un sujeto de esta movilidad.

Algunos datos, para relacionar la locura con el suicidio, según Durkheim, nos muestra los siguientes casos de interés: -La intensidad de la tendencia a la locura en los diferentes cultos varía. Por ejemplo, la locura es mucho más frecuente en los judíos que en las demás confesiones religiosas, pero por el contrario, la tendencia al suicidio es muy débil. -En todo los países la tendencia al suicidio crece regularmente desde la infancia hasta la vejez más avanzada. Es durante la madurez, cuando la locura se presenta con más frecuencia (hacia los treinta y cinco años es cuando los locos resultan más numerosos en relación con el total de población). -Los países que hay menos locos son aquellos en que hay más suicidios (téngase en cuanta que los datos fueron recogidos hasta finales del siglo XX). -La locura parece crecer regularmente desde el siglo XIX, y ocurre lo mismo con el suicidio. En las sociedades inferiores en que la locura es muy rara, el suicidio, por el contrario, resulta demasiado frecuente. La cifra social de los suicidios no sostiene relación alguna con la tendencia a la locura ni, por vía de inducción, con la tendencia a las diferentes formas de neurastemia. Existe un estado psicopático particular, al cual se tiene a imputar desde hace algún tiempo casi todos los males de nuestra civilización, el alcoholismo. En las clases más cultivadas y más ricas es donde el suicidio hace más víctimas, las determinan las perturbaciones mentales que éste genera. No existe ningún estado psicopático que sostenga con el suicidio una relación regular e incontestable. Porque una sociedad contenga más o menos neurópatas o alcohólicos no se darán en ella más o menos suicidios. Hablando de los estados psicológicos normales, tales como la raza o la herencia, podremos decir que la raza no influye para nada en el suicidio, excluyendo las tendencias religiosas, los hechos concurren a demostrar que si en una región (por ejemplo, Alemania) se matan más que los otros pueblos, la causa no hay que buscarla en la sangre que corre por sus venas, sino en la civilización cuyo seno han sido educados. Por otra parte no se puede decir que el suicidio es un acto hereditario que se transmite a través de los genes, sino es más probable que enfermedades psicológicas tales como la depresión, monomanías, neurastemias, etc. Existen suicidios epidémicos, en los que se producen con asombrosa uniformidad, estos cesan en el momento en que desaparece el objeto material que evoca la idea de ellos. Muchos sujetos tienen arraigado el sentimiento de que, al obrar como sus padres (que se han quitado la vida voluntariamente), ceden el prestigio del ejemplo. Las causas favorables a la herencia del suicidio, no bastan para demostrar la existencia de ella, y de otra, se prestan sin violencia a una aplicación distinta. El carácter heredado aparece en los descendientes, aproximadamente en la misma edad que en los padres. Pero en el caso del suicidio al pasar de los diez a quince años, se encuentra en todas las edades. La manera de variar el suicidio, según las edades, prueba que un estado orgánico-psíquico no puede ser su causa determinante. El suicidio sólo llega a su punto culminante en los estrechos límites de la carrera humana, siendo muy escasos los suicidios infantiles sea de la población que sea. La causa que hace variar el suicidio no puede consistir en una impulsión congénita e inmutable, sino en la acción progresiva de la vida social. El suicidio sólo es posible cuando la constitución de los individuos no lo rehúsa. Las predisposiciones individuales no son causas determinantes del suicidio, desarrollan casi una mayor acción cuando se combinan con ciertos factores cósmicos. Entre los factores de esta especie existen solamente dos a los que se ha atribuido una influencia suicidógena; son el clima y las temperaturas de las diferentes estaciones. Es un hechos constante que se desarrolla en todos los

climas. Es en la naturaleza de esta civilización, en la manera como se distribuye entre los diferentes países y no en las virtualidades misteriosas del clima, donde hay que buscar la causa que origina la desigual tendencia de los pueblos al suicidio. De los sociólogos italianos, Ferri y Morselli, han probado que la temperatura tiene una influencia directa sobre la tendencia al suicidio; de que el calor, por la acción mecánica que ejerce sobre las funciones cerebrales, arrastra al hombre a matarse. El calor aumenta la excitabilidad del sistema nervioso, como en la estación cálida no hay necesidad de consumir tanto material deseado, resulta una acumulación de fuerzas disponibles, que tienen, naturalmente a encontrar su empleo. La enajenación mental, bajo todos sus aspectos, se desenvuelve preferentemente en esta época. Las temperaturas extremas, cualquiera que sean, favorecen el desenvolvimiento del suicidio. Si fuese la temperatura la causa fundamental de las oscilaciones en la tasa de suicidios, debería variar, como ella, regularmente, pero no ocurre eso. Hay muchos más suicidios en primavera que en otoño, aunque haga en aquella época mucho más frío. Durkheim nos dice lo contrario, las variaciones termométricas y las del suicidio no tienen, pues, ninguna relación. Si la temperatura tuviese la influencia que se le supone, ésta debería dejarse sentir del mismo modo en la distribución geográfica de los suicidios. Entonces, los países más cálidos deberían ser los más afectados. En toda estación la mayor parte de los suicidios tiene lugar de día. Esto es así porque es el momento en que los negocios son más activos, en que las relaciones humanas se cruzan y entrecruzan, en que la vida social resulta más intensa. Dos franjas horarios en donde alcanza su pico, son la mañana y el mediodía, en donde los movimientos de los negocios es más rápido. El suicidio disminuye a fin de semana, a partir del viernes, donde se hace más lenta la vida pública. La vida urbana es también más activa durante el buen tiempo. Desde la primavera, todo comienza a despertarse, las ocupaciones de reanudan, las relaciones se estrechan de nuevo, los cambios se multiplican, movimientos de población, etc. Digamos entonces en síntesis, que si las muertes voluntarias son más numerosas de Enero a Julio, no es porque el calor ejerce una influencia perturbadora sobre el organismo, es porque la vida social resulta más intensa. Existe otro fenómeno, un factor psicológico, en consideración de la gran importancia que se le ha atribuído en la génesis de los hechos sociales en general y del suicidio en particular. Se trata de la imitación. Tiene su origen en ciertas propiedades de nuestra vida respectiva, que no resultan de influencia colectiva alguna. En el seno de un mismo grupo social, se produce entre las diferentes consciencias una especie de nivelación, en virtud de la que todo el mundo piensa o siente al unísono. Es una necesidad que nos impulsa en convivencia con la soledad de que formamos parte y a adoptar, con este fin, las maneras de pensar o de hacer que son generales en los que nos rodean. Así es como obramos a menudo cuando actuamos en el orden moral. En todas ocasiones en que no encontramos la razón de la máxima moral a que obedecemos, nos conformamos con ella, únicamente porque este tiene a su favor la autoridad social. Puede ocurrir que reproduzcamos un acto que para delante de nosotros o que conocemos, sólo porque ha ocurrido a nuestra presencia o porque hemos oído hablar de él. Obrar por respeto o por temor de la opinión, no es obrar por imitación. Tienen lugar en efecto, en virtud de un carácter que es inherente a ellos, y que nos hace considerar su realización como un deber. Hay imitación cuando un acto tiene como antecedente inmediato la representación de otro acto semejante, anteriormente realizado por otro, sin que entre esta representación y la ejecución se intercale ninguna operación intelectual, explícita o implícita, que se relacione con los caracteres

intrínsecos de los actos reproducidos. De ahí surge la imitación recíproca, que digamos que es un fenómeno inminentemente social que consiste en la elaboración común de un sentimiento general. La idea no nace de un sujeto en particular, para extenderse a los otros, sino que es elaborada por el contingente del grupo que, colocado por entero en, una situación desesperada, se sacrifica colectivamente a la muerte. Siendo cierto que el suicidio es contagioso de individuo a individuo, jamás se ve a la imitación de propagarlo de modo que influya en la cifra social de los mismos. Reducida a sus propias fuerzas, la imitación no influye de manera directa a las tasas de suicidio. El suicidio contagioso sólo se encuentra en los individuos fuertemente predispuestos. Libro segundo En este segundo libro Durkheim habla sobre las causas sociales y los tipos sociales. Resulta que el suicidio debe depender necesariamente de causas sociales y constituir un fenómeno colectivo. Durkheim estudiará la cifra social de los suicidios, a través de los datos estadísticos sabrá de que distintas confluencias resulta el suicidio, considerado como un fenómeno social. Para ello, dejará al individuo, a sus motivos, a sus ideas, se preguntará cuáles son los estados de los diferentes medios sociales (confesiones religiosas, familia, sociedad, política, grupos profesionales, etc.) que determinan las variaciones del suicidio. Hablaremos a continuación del capítulo segundo de este libro, del suicidio egoísta. La manera en como influyen sobre el suicidio las diversas confesiones religiosas, puede demostrarse en los países puramente católicos, como España, Portugal e Italia, el suicidio está muy poco desarrollado, mientras que llega a su máximun en los países protestantes. Los protestantes producen mayor número de suicidios que los fieles de otros cultos. Muchos más que los católicos. La inclinación por este debe en relación con el espíritu de libre examen, que amina esta religión. La decadencia de las creencias tradicionales, hay menos creencias y prácticas comunes. Todo esto viene de que si la sociedad religiosa a la que pertenecen no tienen sólidos cimientos, da hincapié a un mayor pensamiento individual dentro de esta sociedad. Y por ello la integridad moral y la unidad de la religión se vuelve frágil (con ello una mayor tendencia al suicidio). Si el protestantismo no produce los mismos efectos que en el continente, es por que la sociedad religiosa está más fuertemente constituida, y por eso se asemeja a la Iglesia Católica. El aislamiento en una integridad familiar es importante a la hora de sacar las tasas de suicidio en una población. Se puede sacar algunas conclusiones al respecto: los viudos de una misma edad se matan más que cualquier otra clase de la población, los matrimonios muy precoces ejercen una influencia agravante en el suicidio (sobre todo a hombres), el temperamento orgánico psíquico que más predispone a matarse, es la neurastemia, bajo todas sus formas. La sociedad doméstica, igual que la sociedad religiosa, es un poderoso medio de preservación contra el suicidio. Esta preservación es mucho más completa cuanto más densa es la familia, o sea cuando comprende un mayor número de elementos. Tanto mejor está preservada, más poderosamente está constituída. Hablando de política, lo que más suicidios egoístas produce es la que agita pasiones. La guerra, por ejemplo, no ha producido toda su acción moral sino sobre la población urbana, más sensible, más impresionable y, también, mejor informada de los acontecimientos que la población urbana. Cuando la sociedad está fuertemente integrada tiene a los individuos bajo su dependencia, considera que están a su servicio y, por consiguiente, no les permite disponer de sí mismo a su antojo. Se

opone, pues, a que eludan, por la muerte, los deberes que ella tienen. Rehúsan aceptar como legítima esta subordinación. En resumen, éste se produce por una alienación del individuo con respecto a su medio social, una integración baja, es la causante de este tipo de suicidio. El capítulo cuatro, del segundo libro, hablará Durkheim, del suicidio altruísta. Si una individualización excesiva conduce al suicidio, una individualización insuficiente produce los mismos efectos. Cuando el hombre está desligado de la sociedad se mata fácilmente; fácilmente, también, se mata cuando está con demasiada fuerza integrado en ella. La muerte, cuando se la espera, es, según ellos, el deshonor de la vida; así no rinden ningún honor a los cuerpos que ha destruído la vejez. Algunas situaciones es las que este tipo de suicidio sucede con frecuencia son: los suicidios de hombres llegados al dintel de la vejez o atacados de enfermedad, suicidios de mujeres a la muerte de su marido, suicidios de clientes o de servidores , a la muerte de sus jefes. Suceden porque creen que ese es su deber. Si falta a esta obligación, se le castiga con el deshonor, y también, lo más a menudo, con penas religiosas. Egoísmo es el estado alterado en que se encuentra el yo cuando vive su vida personal y no obedece más que a sí mismo, la palabra altruísmo expresa bastante bien el estado contrario, aquél en el que el yo se pertenece, en que se confunde con otra cosa que no es él, en que el polo de su conducta está situado fuera de él, en uno de los grupos de que forma parte. El suicidio altruísta resulta de un altruísmo intenso. Pero no todo suicidio altruísta es necesariamente obligatorio. Existe el suicidio altruísta religioso, casos extremos propios de los mártires, que ofrecen su vida para trascender en su religión. Lo que caracteriza esencialmente es la idea de que lo que hay de real en el individuo es extraño a su naturaleza, que el alma que lo anima no es un alma y que, por consiguiente, no hay existencia personal. Donde este tipo de suicidio se presenta en estado crónico, es en el ejército. Los individuos prefieren darse muerte antes que la humillación que supone una derrota. Este sentimiento se incrementa con la duración del servicio que ofrecen. Podemos poner por ejemplo, los samurais y su seppuku o harakiri, o corte de vientre, en el que su código ético les incitaban a quitarse las tripas para morir con honor antes de caer en manos enemigas o al responder serias ofensas. Los pueblos donde el ejército está más predispuesto al suicidio, son también aquéllos menos adelantados, y cuyas costumbres se acercan más a las que se observan en las sociedades inferiores. En el capítulo cinco, Durkheim hablará sobre el suicidio anómico. En el suicidio egoísta es a la actividad propiamente colectiva a quien hace falta, dejándola así desprovista de freno y de significación. En el suicidio anómico son las pasiones propiamente individuales las que la necesitan y quedan sin normas que las regule. El suicidio egoísta procede de que los individuos no perciben ya la razón de estar con vida; el suicidio altruísta, de que esta razón les parece estar fuera de la vida misma; la tercera clase de suicidio, es debido a su actividad desorganizada y de los que por esta razón sufren. Surgen de unas perturbaciones de orden colectivo. Toda rotura de equilibrio, aun cuando de ella resulte un bienestar más grande y un alza de la vitalidad general, empuja a la muerte voluntaria. Cuantas veces se producen en el cuerpo social graves reorganizaciones, ya sean debidas a un súbito movimiento de crecimiento o a un cataclismo inesperado, el hombre se mata más fácilmente.

En nuestras sociedades modernas, cuando los prejuicios aristocráticos empezaron a perder su ascendiente antiguo. Este estado de quebrantamiento es excepcional; no tiene lugar sino cuando la sociedad atraviesa alguna crisis enfermiza. En efecto, en los casos de desastres económicos, se produce como una descalificación, que arroja bruscamente a ciertos individuos en una situación inferior a la que ocupaban hasta entonces. Es preciso que rebajen sus exigencias, que restrinjan sus necesidades, que aprendan a contenerse más. Todos los frutos de la acción social se pierden en lo que les concierne; se ha de rehacer su educación moral. Ahora bien, cuando menos limitado se siente uno, más insoportable le parece toda limitación. No sin razón, pues, tantas religiones han celebrado los beneficios y el valor moral de la pobreza. Es porque ella es, en efecto, la mejor de las escuelas para enseñar al hombre a contenerse. Al obligarnos a ejercer sobre nosotros una disciplina nos prepara a aceptar dócilmente la disciplina colectiva, mientras que la riqueza, exaltando el individuo, está en peligro siempre de despertar ese espíritu de rebelión, que es la fuente misma de la inmoralidad. No hay duda de que esto no es una razón para impedir a la humanidad el mejoramiento de su condición natural. Pero si el peligro moral que trae consigo todo acrecentamiento del bienestar no es irremediable, es preciso, con todo, no perderlo de vista. Si, como en los casos precedentes, la anomalía no se produjera sino por accesos intermitentes y bajo la forma de crisis agudas, podría hacer variar de vez en cuando el porcentaje social de suicidios, pero no sería in factor regular y constante. Pero hay una esfera de la vida social donde está actualmente en estado crónico: la del mundo del comercio y de la industria. Seguramente este suicidio y el suicidio egoísta no dejan de tener relaciones de parentesco. El uno y el otro se producen por no estar la sociedad bastante presente ante los individuos. La anomia económica no es la única que puede engendrar el suicidio. Existe la anomia doméstica, que resulta de la muerte de algún integrante doméstico. Esto produce un trastorno en la familia y el superviviente sufre la influencia. La anomia puede, igualmente, asociarse al altruísmo. Una misma crisis basta para trastornar la existencia del individuo, romper el equilibrio entre él y su medio y, al mismo tiempo, poner sus disposiciones altruístas en un estado que le incite al suicidio. Este es el campo especialmente de lo que hemos llamado suicidios de obsesión. Por ejemplo, un hombre arruinado se mata, tanto porque no quiere vivir en una situación menguada cuanto por evitar a su nombre y su familia la vergüenza de la ruina. (Véase el cuadro, pág. 322). Existe un cuarto tipo de suicidio, poco mencionado, el fatalista. Mientras el anómico tiende a ocurrir cuando la regulación es demasiado débil, el suicidio fatalista sucede cuando la regulación es excesiva. Durkheim describía a los más propensos a cometer este tipo de suicidio como, las personas cuyo futuro está implacablemente determinado y cuyas pasiones están violentamente comprimidas por una disciplina opresiva. El ejemplo a esto sería el esclavo que se quita la vida por la desesperación que le ocasiona la reglamentación opresiva de todas sus acciones. Demasiada regulación libera corrientes de melancolía que, a su vez, causan un aumento de la tasa de suicidio fatalista. Durkheim sostuvo que las corrientes sociales ocasionaban cambios en las tasas de suicidios y que los suicidios individuales están afectados por las corrientes básicas de egoísmo, altruísmo, anomia y fatalismo; lo que le demostró que estas corrientes eran más que sólo la suma de los individuos: eran fuerzas sui generis, pues dominaban las decisiones de los individuos. Sin este supuesto no podría explicarse la estabilidad de la tasa de suicidios de ninguna sociedad. Libro tercero (en verdad aquí habla del suicidio fatalista) Durkheim habla aquí sobre el suicidio como fenómeno social en general, y sus consecuencias prácticas.

Según la teoría de Durkheim, los suicidios son consecuencia de corrientes sociales que, en su forma menos exagerada, son benéficas para la sociedad: no querremos detener todos los auges económicos porque éstos generan suicidios anómicos, ni dejaremos de valorar la individualidad porque genera suicidios egoístas y el suicidio altruísta se debe a nuestra tendencia virtuosa a sacrificarnos en bien de la comunidad. La búsqueda del progreso, la creencia en el individuo y el espíritu de sacrificio, todo tiene su lugar en la sociedad y no puede existir sin generar algunos suicidios. Durkheim admite que cierta cantidad de suicidios es normal, pero sostiene que en la sociedad moderna hay un aumento patológico de los egoístas y anómicos. Esta postura puede remontarse a otra obra suya La división del trabajo, donde argumenta que la anomia de la cultura moderna se debe a la anormalidad con la que el trabajo se divide, de manera que genera aislamiento y no la independencia, por tanto, lo que se requiere es una forma de equilibrar estas corrientes sociales. Para él, en nuestra sociedad estas corrientes están fuera de equilibrio, en especial el grado de regulación e integración sociales es demasiado bajo, lo que genera una tasa anormal de suicidios anómicos y egoístas. Con todo esto hay que valorar el trabajo de Durkheim en este capítulo ya que propuso una solución social a un problema social, basado en la creación de instituciones diferentes basadas en grupos profesionales. Y para finalizar, mi crítica personal. Durkheim utiliza su estudio sobre el suicidio, de manera para refutar su pensamiento al respecto de la sociedad. No es de menospreciar su obra ya que fue una importante aportación al campo de la sociología para hacerla formar parte de la ciencia. Pero su distinción entre el individuo y la sociedad, es en cierta manera radical. Algunos hechos individuales son modulados también por su entorno que a la vez están incluidos en la sociología. Utilizó Durkheim para elaborar su teoría, solamente factores sociales, que explicarían las causas de la actitud suicida propia de cada sociedad. Es pretencioso estudiarlo a través de su método, puesto que su enfoque estaría limitado, ante los factores individuales, muy relevantes a la hora de estudiar el suicidio. En el que intentó explicarlos en el capítulo IV del primer libro, pero lo redactó brevemente, ya que era consciente de ello. Para finalizar, a medida que se va leyendo la obra, se puede apreciar que las consecuencias que conlleva el suicidio, no están claras, varía su punto de inflexión entre una tendencia social única y de una serie de factores sociales. Lo cual lo hace confuso e inexacto.