Aproximaciones a Vautrin

Apuntes sobre el personaje de Vautrin en “Papá Goriot” Por Wilbert Osorno Existen pocos antagonistas literarios que des

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Apuntes sobre el personaje de Vautrin en “Papá Goriot”

Por Wilbert Osorno Existen pocos antagonistas literarios que despierten valoraciones tan confusas como el Jacques Collin de Balzac, mejor conocido como Vautrin; el perverso personaje que atraviesa de manera misteriosa las novelas de “Papá Goriot”, “Las ilusiones perdidas” y “Esplendores y miserias de las cortesanas”1. A primera vista un criminal sin escrúpulos, la encarnación más viva del cinismo, pero el cual, sin demasiado esfuerzo, es transfigurado por el decadente universo balzaciano en la imagen de la fuerza, del arrojo, la resistencia, de una voluntad imposible de doblegar, aunque sea para violar la ley y los convencionalismos sociales. Vautrin desborda por muchas razones el tipo del delincuente ordinario, lo suficiente como para hacerlo gravitar de manera ambigua entre el terreno de la moralidad y la inmoralidad, o al menos hacer al lector preguntarse por la frontera entre uno y otro. En realidad, gran parte de la fuerza desprendida de la imagen de Vautrin está directamente relacionada con su entorno; si a lo largo de la novela el lector experimenta un sentimiento ambivalente hacia él, esto ocurre en parte porque Vautrin se desenvuelve en un ambiente de tal degeneración moral que resulta imposible no valorarlo en relación con dicha medida. Balzac no solamente se preocupa de construir un villano de suma complejidad, sino que, además, decide rodearlo de individuos tan abyectos que hacen destacar lo destacable en su persona. En pocas palabras, el rasgo que eleva a Vautrin sobre los demás huéspedes de la casa Vauquer es la coherencia; entre los juicios expresados por el prófugo y sus acciones no existe ni el más mínimo asomo de brecha. Cuando puede, Vautrin no duda en hacer explícita su desengañada visión sobre París, los hombres y la ética que considera más adecuada a los tiempos corrientes; lo que diferencia al criminal de Mme. Vauquer, Mme. Michonneau, Poiret, e incluso los propios Rastignac y Goriot, es su desdén por el sostenimiento de una moral que a todas luces está condenada, que se mantiene sólo por miedo a las consecuencias que podría traer su violación, puesto que si pudieran infringirla sin castigo, no dudarían en hacerlo. Vautrin atrae a sus contemporáneos porque en el fondo es un reflejo de ellos mismos, encarna los deseos reprimidos de una clase ávida de venganza; es él quien posee el 1 Para este trabajo me centraré tan sólo en la novela de Papá Goriot”.

coraje de enfrentarse a la ley, a los ricos, los poderosos, los magistrados, los policías, los recaudadores de impuestos; sólo él afirma sin dudarlo la realidad agónica de la sociedad parisiense decimonónica y asume su sitio en la conflagración. La simpatía de los huéspedes hacia Vautrin es tanta, que incluso toman partido por él contra Mme. Michonneau, quien, de una manera retorcida, representa su opuesto. Michonneau decide transgredir la moral “en favor de la ley”, la traición a Vautrin podría decirse fue realizada por el bien común; violó la confianza de un amigo, es verdad, pero sólo porque éste era un peligroso delincuente. En apariencia, su falta debería ser perdonada. La novela invierte esta valoración de pies a cabeza, los personajes parecen preferir al individuo que practica la inmoralidad decididamente al que obra de buena manera por equivocación. La irrupción de un personaje como Vautrin puede leerse acaso como el surgimiento de una ética que hiperboliza el cálculo racional propio de la clase burguesa; cínico, despiadado, en apariencia no existe restricción moral que pueda detenerlo, no hay medio lo suficiente ruin que deba evitar. Mas, esto no sería del todo correcto. La coherencia de la maldad no es el único atributo que hace de Vautrin un personaje moralmente ambiguo, a lo largo de la novela existen diversas circunstancias que hacen repensar al lector sobre su estatus de villano. Más allá del trato cotidiano de Jacques Collin, quien se muestra amable y jocoso con los demás huéspedes de la casa Vauquer, el prófugo de la justicia es reconocido por su propio perseguidor como un sujeto respetable, incapaz de traicionar la confianza de sus clientes, no por temor a las consecuencias, sino porque dicha afrenta socavaría su honradez. Y como si esta descripción de un delincuente no fuera suficientemente desconcertante, Gondereau apunta que, en el pasado, Vautrin asumió la responsabilidad de un delito para salvar a un joven “a quien quería mucho”, acción un poco extraña para un criminal sin escrúpulos. Respecto a este pasaje, me parece lícito preguntar por el recurrente interés vautraniano en los jóvenes, primero aquel jugador italiano que menciona Gondureau, después Eugenio de Rastignac y finalmente, Lucien de Rubempré. Si se toma en cuenta la homosexualidad de Collin, podría parecer que el frío deseo por servirse de algún muchacho para alcanzar la fortuna encubre acaso un interés pasional, o al menos una voluntad mucho más compleja que la simple instrumentalidad. La figura de Vautrin puede comprenderse mejor atendiendo a ciertas imágenes del criminal expuestas por Foucault en “Vigilar y castigar”. Para el francés, existe una

diferencia clara entre la representación del criminal propia del Medievo, de la época del suplicio, y una representación surgida en la modernidad, con el ascenso de la burguesía. En su detallado análisis de las instituciones penitenciarias, Foucault halla que una de las principales razones de las autoridades para abandonar el espectáculo del suplicio fue la glorificación del criminal, su elevación, por el sufrimiento soportado, a una especie de héroe negro. Las historias de los folletines, cuyo fin era principalmente moralizante, terminaban por inmortalizar las hazañas de los condenados; el pueblo se mostraba ambiguo respecto a estos personajes porque se reconocía en ellos. Así, cada vez más parecía tomar forma una imagen del delincuente que pertenecía a las clases bajas, como un hombre bestial, salvaje, carente de razón, pero que congregaba en sí tanto el miedo de sufrir la fuerza desmesurada de la ley, como el deseo de enfrentarse a los amos. En realidad, esto no es otra cosa que una imagen idealizada del ilegalismo popular; el único en verdad temido por el Estado. Para Foucault, el surgimiento de una “estética del crimen” fue un movimiento inverso al del criminal nacido de las entrañas populares, incluso podría hablarse de un “aburguesamiento” en las representaciones del delincuente. El estructuralista da cuenta de este proceso al referirse a las novelas policiacas, en las que los villanos destacan ante todo por su capacidad de cálculo, de generación de intrigas, atributos que se vinculan con la racionalidad de tipo burgués. El criminal no sólo ejerce sus fechorías de manera distinta, sino que incluso adquiere una apariencia burguesa, un ethos burgués; es muchas veces un hombre de “mundo”, con todos los rasgos que ello implica. El criminal se torna un sujeto excepcional, sobresaliente; el ámbito de la delincuencia, según Foucault, pretende serle arrebatado por la clase dominante al pueblo. Vautrin podría representar este tránsito de una imagen a otra, en los albores de la ascensión del proyecto burgués. Lo interesante en Vautrin es que no termina por pertenecer a ese nuevo ideal del delincuente, si bien todo parece indicar lo contrario. Aquello que impide a Vautrin encarnar dicho ideal es nada menos que su cuerpo; su anatomía no deja de revelar ciertos rasgos que lo asemejan a esas tipologías propuestas por científicos como Lombroso. Las espaldas anchas, el pecho bien desarrollado, los músculos marcados, el excesivo vello corporal; todas características que describen a un sujeto en el que la cercanía con lo animal es muy patente. Estos elementos contrastan con la personalidad de Collin, gracioso, amable, ingenioso y claro, sumamente cauto y calculador en lo que respecta a sus relaciones con la criminalidad. En el punto álgido de su captura, Vautrin

no puede sino ceder a toda la carga de su genética; abandona su personalidad medida y distante para darle rienda suelta a lo que hay de “bestia” en él, ya sugerido por su aspecto físico. Balzac lo describe de la siguiente manera: “La sangre se le subió al rostro y sus ojos brillaron como los de un gato montés. Dio un brinco con un movimiento tan enérgico, dio tales rugidos, que arrancó gritos de terror a todos los huéspedes de la pensión. Ante este gesto de león, y apoyándose en el clamor general, los agentes sacaron las pistolas.” (1997: 148) Así, Jacques Collin mantiene en el fondo un vínculo inexorable con ese viejo criminal nacido de las clases bajas, pasional y feroz, pero que ya ha dado pasos importantes hacia la concepción burguesa del ilegalismo. Estos breves apuntes sobre Vautrin son apenas una muestra de su amplia complejidad, a mi parecer sería muy interesante profundizar en un análisis de las éticas individuales en “Papá Goriot” o tal vez realizar una lectura foucaltiana de la criminalidad presente en la novela; por ejemplo, preguntarse en qué sentido Vautrin ejerce una práctica de resistencia o si acaso es posible atribuirle una, bajo la premisa de si este personaje representa una nueva forma de subjetivación. En cualquier caso, estos temas podrían retomarse en trabajos posteriores.

Bibliografía Balzac, H, (1997) Papá Goriot. Madrid: Alba. Foucault, M, (2003) Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Argentina: Siglo veintuno editores.