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Octubre 2015 $ 33.-

AÑO XL - Nº 445

Periódico Mensual Director / Propietario Lic. Miguel Kohan Redacción / Administración y Publicidad: Paso 505 4º Piso Of. 8 (C1031ABK) Buenos Aires Tel./fax: 4962.6288

PSICOLOGICA ACTUALIDAD

Los números atrasados se venden al precio del último número. ISSN 0325-2590 Dirección Nacional del Derecho de Autor: Nº 5222674 e-mail: [email protected] e-mail: [email protected] http// www.actualidadpsi.com

David Maldavsky - Alejandra P. Frías - Horacio R. Losinno Nahuel Krauss - Claudio Spivak - Silvia Cossio

Actualidad Psicológica

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Crisis de angustia e ideaciones suicidas David Maldavsky

Contagio afectivo n varias oportunidades me he referido a la eficacia del contagio afectivo en los vínculos intersubjetivos, los cuales suelen presuponer un proceso inoculatorio (que incluye una combinación entre proyección y expulsión) por parte de uno de los sujetos y uno identificatorio o incorporativo por parte del otro. Este contagio tiene tanto más poder cuanto más está en juego el desvalimiento somático, es decir, cuanto más quien inocula se encamina hacia su propia auto-destrucción, de manera voluntaria o sin que participe acción alguna de su parte en esta dirección. En consecuencia, pueden darse relaciones entre por un lado quien sufre un cáncer, una diabetes, etc., o tiene un estado de extrema delgadez por su negativa a comer, de extrema obesidad, o que se haya deteriorado por los excesos de alcohol, tabaco o cocaína, y por otro quien puede estar pendiente del estado somato-afectivo del primero. Suele ocurrir entonces que quien sufre el contagio se encuentre ante la tarea de elaborar los pensamientos y los afectos del primero, que este no logra dar cabida en sus propios procesos psíquicos, claudicación esta que suele ir acompañada de un fuerte compromiso orgánico. Más allá de estas consideraciones, deseo destacar que en quien se halla contagiado se desarrollan también procesos orgánico-afectivos que le resultan extraños, no tanto porque no sean ajenos al sujeto sino más bien porque son ajenos al contexto de su cotidianidad y a sus conflictos actuales, y más bien parecen determinados por el intercambio con el otro. Recordemos que Freud distinguía entre una atención reflectoria, pasiva, que podría estar determinada sobre todo por el estímulo, y otra activa, psíquica, derivada de las propias investiduras pulsionales. Los contenidos derivados de uno y otro tipo de atención son diferentes. En trabajos previos destaqué que los contenidos derivados de la atención reflectoria pueden promover el desarrollo de la atención psíquica, en que la vida anímica ya es activa. Para que ello ocurra es condición que tales contenidos derivados de la atención reflectoria armonicen con la vida psíquica. Pero en mis trabajos previos he aludido más bien a los contenidos psíquicos ligados con los estímulos sensoriales, y no tanto a los contenidos ligados con la vida afectiva, tema en el cual me estoy concentrando ahora, es decir los contenidos de la conciencia derivados de una atención reflectoria, dominada menos por las propias investiduras y en la cual el sujeto es pasivo ante el mundo . Se trata de contenidos que se hallan en el límite entre los afectos y los procesos orgánicos, como los contenidos sensoriales desmesurados (ruidos en el límite de la sensibilidad neuronal, sabores excesivamente intensos, contactos táctiles que generan dolor orgánico), y tanto unos como otros no armonizan con la economía pulsional, en la cual crean un desorden, del mismo modo que ocurre en las situaciones traumáticas, con el consiguiente desarrollo de una memoria de más difícil acceso a los procesos psíquicos. En estos casos los afectos no derivan del procesamiento de los propios procesos pulsionales sino de una fuente exógena, la cual por otra parte también parece carecer de recursos para procesar las desmesuras de las propias exigencias pulsionales y exógenas. Este es precisamente el aspecto que estoy considerando ahora. En el sujeto que sufre el conta-

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gio, a veces ocurre que las situaciones identificatorioincorporativas antes descritas despierten una serie de afectos y respuestas orgánicas inéditas hasta ese momento, del mismo modo como ocurre en las vivencias de satisfacción o de dolor descritas por Freud, mientras que en otras ocasiones más bien estas situaciones convoquen disposiciones pre-existentes, de mayor o menor peso en la vida psíquica. En consecuencia, puede darse luego una mayor o menor disposición al contagio, que pasa a tener peso en alguna de las corrientes psíquicas que constituyen el conjunto de la totalidad compleja de un sujeto. Este contagio afectivo suele coexistir con un tipo de comunicación entre las mentes sin mediación por las palabras o con independencia de ellas. Esta comunicación tiene un carácter telepático, e implica una captación de los procesos de pensamiento del interlocutor a los que en ocasiones ni siquiera este logra acceder y que solo son conjeturables por un cálculo, por una inferencia, en un trabajo psicoterapéutico. Además, estos procesos vinculares suelen interferir las posibilidades de separación y de diferenciación, que suelen ser una condición para el desarrollo de una creciente complejización psíquica. Tal vez se puedan aclarar algo más estos aspectos de la vida psíquica y vincular, de más difícil acceso a los estudios teóricos y clínicos, si avanzamos en una tentativa de diferenciar entre tipos de contagio afectivo como los que estoy considerando. Sugiero que estos pueden diferenciarse en cinco grupos: contagio de erotización, contagio de cólera, contagio de euforia, contagio de apatía, contagio de angustia. Cada uno de los cinco contagios promueve un estado afectivo combinado con alguna alteración corporal, conjunto que tiene un carácter tóxico. El contagio de erotización suele despertar en el destinatario una excitación extraña a sí mismo, de carácter hipertrófico, que tiende a poner el énfasis en algunos factores que operan como multiplicadores de la sensualidad, a veces a través de los celos, el poder institucional, los músculos del torso, las pantorrillas, etc., que se apodera de las mucosas erógenas del sujeto y que se suele tramitar mediante la masturbación y dejar un resto no tramitable. El contagio de cólera suele despertar en el destinatario una furia ingobernable, ciega, que se apodera de la motilidad voluntaria a través de algunos estímulos incitantes, como las provocaciones, las injurias, y que se suele tramitar mediante algún estallido que compromete a la musculatura, sobre todo de las extremidades y de la fonación, y deja un resto intramitable de insatisfacción. El contagio de euforia suele despertar en el destinatario una exaltación de una alegría desmesurada, como consecuencia de estímulos que generan trances sexuales orgásticos sucesivos e intensos, en el límite de lo que un organismo puede tolerar, o como consecuencia de estímulos que implican una obtención de lucros económicos exorbitantes, es decir, trances de ganancia agitada de goce corporal o de dinero, expresados uno y otro como grandes cifras, casi incalculables. El contagio de apatía suele despertar en el destinatario un estado de somnolencia y desgano que se apodera de la capacidad de concentración y de la motilidad de los párpados (que tienden a cerrarse, junto con los ataques de bostezos), a través de algunos estímulos incitantes, como las luces mortecinas, ciertos timbres de voz y modulaciones tonales gra-

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ves, y que suele tramitar mediante alguna entrega al dormir, que deja un resto de abulia insomne. El contagio de angustia suele despertar en el destinatario un estado de sobresalto que se apodera de la motricidad de las vísceras (como la frecuencia cardíaca, las dificultades respiratorias, la cerrazón de algún sector del sistema digestivo), a través de estímulos incitantes como los ojos muy abiertos y con lágrimas, el temblor de las manos, algún tic, y que se suele tramitar mediante un llanto como descarga que deja un resto de ansiedad. Este modo de describir los estados orgánicoafectivos tiende a sugerir que es conveniente encarar estos procesos en términos de desmesuras en cuanto a las capacidades del procesamiento de ciertas vivencias, que se van transmitiendo a lo largo de varias generaciones. Por lo tanto, el enfoque de estos problemas en el contexto de un tratamiento individual implica tomar en cuenta los procesos intrapsíquicos y también los vinculares, entendidos estos últimos en términos de intercambios correspondientes a ese yo que Freud denomina yo real primitivo, en el cual se da, según el creador del psicoanálisis, también la comunicación telepática. El modo de acceso a los procesos propios de este yo requiere tomar en cuenta no solo el mundo representacional sino también los nexos entre las manifestaciones orgánico-afectivos y los procesos de pensamiento. Recordemos que para Freud la identificación constituye uno de estos procesos de pensamiento, y tales procesos endopsíquicos se vuelven accesibles al yo actual gracias a otros tantos procesos de pensamiento, al establecer corre-

laciones entre determinadas disposiciones al contagio afectivo como el que acabo de describir, los episodios que pudieron promoverlo en la vida infantil de un sujeto y las situaciones recientes que despiertan o refuerzan su vigencia actual. De la ideación suicida a la crisis de angustia Considero conveniente exponer ahora un caso de manera bastante sumaria. Se trata de un paciente de un país sudamericano, de unos 65 años, quien debió exiliarse en una provincia argentina una vez que hubo salido de la prisión militar a la que estaba condenado de por vida por haber participado en la lucha contra el gobierno militar de su país. El paciente había participado en acciones guerrilleras de alto riesgo, entre ellas atentados contra personajes políticos y militares de alto rango, en algunos de los cuales fueron heridos soldados y un oficial. El paciente relató que él solía participar de los operativos de logística y de fuga de su grupo, y no había empuñado mayormente armas en estas luchas, pero igualmente fue enviado a prisión y torturado de diferentes maneras. Agregó que en varias ocasiones quedó inconsciente por los golpes y corrió riesgos de muerte por la mezcla de los tormentos y el descuido en el hospital de la guarnición en que cumplía el arresto. Durante un tiempo, luego de ser puesto en libertad, el paciente se trasladó con su esposa (a quien había conocido en prisión, donde ella estuvo también por un breve período) a Italia, dado que en su país corría peligro de que atentaran contra su vida. Allí tuvo

Instituto Argentino de Trastornos de la Alimentación 1999 - 2015

Diagnóstico y Tratamiento El Instituto Argentino de Trastornos de la Alimentación, es una institución dirigida al tratamiento de las patologías alimentarias dependiente de la Asociacion Civil Bienestar. Tiene como destinatarios de sus objetivos, a través del área de asistencia, a aquellas personas que padecen trastornos de la conducta alimentaria, su núcleo familiar y social.

sus tres hijos a lo largo de seis años y luego, por las dificultades que se le crearon para conseguir un trabajo estable y por la falta de una familia cercana (tenía primos allí, que vivían en ciudades distantes), se trasladó con la esposa y los hijos a una provincia argentina, donde empezó a trabajar en actividades periodísticas y en una biblioteca. Años después, con los hijos ya adolescentes, el paciente consultó por las frecuentes discusiones que tenía con su esposa, con lo cual se le creaba un ambiente hogareño que le resultaba insostenible. Según el paciente, la mujer era violenta, descuidaba a los tres hijos del matrimonio y no colaboraba en las actividades de la casa, como las ligadas con la limpieza, la alimentación, la salud de los niños. Tenían permanentes reyertas, que se multiplicaban cuando la mujer se alcoholizaba y tenía crisis en las cuales se descontrolaba y gritaba, y a veces se desmayaba o entraba en ataques de angustia. Ante estas escenas el paciente quedaba desconcertado y azorado, tendía a acudir en su auxilio y llevarla a servicios médicos de urgencia, donde no le encontraban nada serio y le recetaban ansiolíticos que ella se negaba a ingerir. Cuando el paciente consultó, había decidido separarse, y le costaba llevar adelante esta decisión, razón que pareció ser el motivo de consulta. El tratamiento duró unos 9 años, luego de los cuales el paciente con su familia (incluidos todos sus hijos) volvió a trasladarse a Italia. Durante un período inicial del tratamiento el objetivo central fue acompañar al paciente en sus esfuerzos por rescatarse de los estados de aturullamiento y parálisis ante las conductas de su esposa, y poco a poco pudo sustraerse de los mensajes que

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esta le dirigía, tener mayor lucidez, atenuar las exageraciones rotundas que ella hacía de las situaciones que consideraba sin salida. Pudo separarse y encontrar una vivienda para sí. Este momento inicial duró unos dos años, y hacia el final el paciente pasó a preocuparse más bien por el estado en que quedaba su ex esposa, quien a su vez no tenía una familia (padres, tíos, hermanos) que la acompañara, ni en la provincia argentina ni en su país de origen. En este período el terapeuta solo pudo agregar algunos comentarios sobre la equiparación que podría hacer el paciente entre el maltrato de su esposa y el de sus carceleros en la prisión militar. En respuesta a estos comentarios, el paciente contó algunos episodios de tortura que había padecido y aludió a las escenas en que su ex esposa entraba en crisis, lo atacaba a puñetazos, a veces alcoholizada, como si estuviera poseída, y en que él solo atinaba a dejarse golpear. Se refirió también a su vagar sin rumbo por las calles durante la juventud mientras sus padres, muy activos en sus respectivas profesiones (el padre, empresario teatral y la madre, intelectual y actriz de carácter), se concentraban cada uno en su propia carrera. Los padres se habían divorciado cuando el paciente era niño, cada uno tenía una nueva pareja con otros hijos, y el paciente parecía no tener cabida en ninguna de las nuevas familias, sobre todo en la paterna. En el período siguiente el paciente centró su atención en la relación con los hijos, dos de ellos ya adolescentes y otro en la pubertad, a quienes pasó a recibir con frecuencia en su propia vivienda. Entonces pareció descubrir el estado de ellos, sobre todo los dos mayores. Describió a su hija mayor como una joven desconectada, que no miraba a los ojos y que no parecía tener proyectos propios, que mantenía un noviazgo con un muchacho algo mayor, carente de trabajo y sin interés por conseguirlo, y que pasaba los días en el cuarto de la joven, donde el paciente encontró evidencias del consumo de drogas. Por la descripción del paciente, el terapeuta se enteró de que el segundo hijo, por su parte, tenía largos períodos de insomnio y sufría accidentes en la calle, sobre todo cuando circulaba en bicicleta por lugares peligrosos, donde en varias ocasiones fue asaltado, golpeado y robado. El paciente contaba estas situaciones con un tono de azoramiento indiferente combinado con una tendencia a naturalizar los hechos y justificar las conductas de los hijos con una aparente mirada “moderna” sobre la juventud actual. El terapeuta le recomendó que prestara más atención a sus hijos, los cuales tenían problemas que él no parecía advertir, y agregó que tal vez el paciente estuviera mostrando, con sus acciones, el modo en que sus padres lo desatendieron en la edad y banalizaron sus conductas, así como él trivializaba las de sus dos hijos adolescentes. El paciente aceptó la propuesta del terapeuta, por lo cual sus hijos pasaron a tener un vínculo más duradero con él, con largos períodos de convivencia. Durante esta época, el paciente entabló una relación afectiva con una mujer algo más joven que él, vital y atractiva, y tras un tiempo ambos se mudaron a otra vivienda, más amplia que la anterior. Por ese entonces las urgencias iniciales se habían atenuado, y en consecuencia en las sesiones alternaban varios temas. Los más importantes parecían ser tres: la relación con la ex esposa, de quien terminó divorciándose, la relación con los hijos, su historia infantil y adolescente. En re-

lación con este último tema, el paciente relató que el abuelo paterno se había suicidado cuando el paciente aún no había nacido. También había ocurrido otro tanto con un tío materno del paciente, quien había sido el único sostén afectivo y económico para su hermana menor (progenitora del paciente) y para la madre, separada del propio marido, quien vivía en otro país. Este tío del paciente se había ahorcado delante de su hermana mucho menor, madre del paciente. También contó que el propio padre, un par de años antes de morir, había puesto sus bienes a nombre de otro hijo y lo había omitido de la herencia. El paciente rechazó el comentario de que el padre lo había desheredado, y por ello mismo no aceptaba que sus medio hermano por parte del padre lo tratara con una amabilidad y una apariencia de afecto que en realidad eran manifestaciones falsas, acompañadas de una tendencia a evitar las alusiones a la cuestión de la herencia. Al aludir a estos hechos el paciente mantuvo la actitud calma con que tendía a justificar las acciones de los allegados para con él, inclusive su madre, quien parecía no haber reaccionado ante estos hechos. También el paciente contó que su padre no había ido a visitarlo cuando él estaba preso, ni su medio hermano del lado paterno, pero sí su madre, quien apoyó la iniciativa del paciente de estudiar bibliotecología y periodismo durante el período en que duró su condena. En cuanto al suicidio del tío materno, ocurrido cuando su madre era pequeña, el paciente contó que esta y su propia madre dejaron de disponer de recursos económicos y debieron reducirse a una vivienda en la cual su madre debió dormir con su propia abuela materna, de carácter violento e irracional, en un clima de pánico por la falta de recursos en que todos se sentían al bode de la miseria y con el riesgo de queda sin techo. A medida que se afianzaba el vínculo con los hijos y estos tenían cambios positivos en sus conductas, más conectados y con proyectos laborales y afectivos, el paciente fue describiendo períodos más extensos de bienestar en su cotidianeidad, y no parecía dispuesto a concentrarse en los momentos en que había sido duramente torturado durante su estadía en la prisión, pero sí relató que, en ocasión del aniversario de la muerte del padre, tuvo una reyerta callejera con dos camioneros, a quienes desafió e insultó al quedar atrapado con su auto de reducidas dimensiones entre dos pesados camiones. Terminó descendiendo de su vehículo para responder a las agresiones verbales y puso su rostro de manera provocadora, con lo cual terminó recibiendo dos golpes, uno en la mandíbula y otro en la nariz, zonas que había debido reconstruir penosamente con intervenciones quirúrgicas en su estancia en Italia, debido a que le habían quedado deformadas por los tormentos carcelarios. Al relatar el episodio con los camioneros el paciente pudo darse cuenta de que el lugar donde ocurrieron los hechos era cercano al consulado de su país en la provincia argentina y a una calle cuyo nombre coincidía con el de uno de los militares que él tenía por uno de sus carceleros. El otro modo en que aparecían los recuerdos de los momentos de tortura y maltrato vividos en prisión consistía en los malestares corporales, como los problemas en su columna vertebral, ya que durante los castigos se le quebraron algunas vértebras. A ello se agregaban problemas para la marcha, derivados de los golpes en las rodillas, problemas masticatorios derivados de los dientes que le habían arrancado brutalmente, que no terminó de resolver pese a sus

múltiples intervenciones odontológicas. También en estas ocasiones el paciente relataba sus malestares y los justificaba con argumentos lúcidos y carentes de matices afectivos. La lucidez y la simultánea desconexión de sus afectos, sobre todo los hostiles, parecían un rasgo de carácter que acompañó a este paciente a lo largo de su vida, y no tanto una consecuencia de las situaciones que vivió durante el período de cárcel, aunque luego pudieron reforzarse por tales experiencias. El paciente tenía rasgos de quienes han pasado por situaciones traumáticas, que se le actualizaban por caminos que no son los de los recuerdos sino a través de los malestares corporales, pero tales rasgos parecían secundarios a otros, más propios de quienes buscan auto-destruirse, como en esa situación en que provocó a los conductores de camiones en el aniversario de la muerte del padre. En esas situaciones el paciente parecía actuar como un personaje que desarrolla un libreto escrito por su padre, quien a su vez tomaba como modelo inspirador a su propio padre suicidado. Con ello estoy aludiendo a que en el paciente había una ideación suicida encubierta, como ocurre cuando un sujeto llega a la conclusión de que la vida es insensata, carece de sentido, resulta incomprensible. Tal conclusión suele ser consecuencia de que el sujeto posee determinada idea ilusoria o utópica, sin asideros en las experiencias vitales y derivada sobre todo de un proceso puramente intelectual, y cuando la realidad refuta de manera contundente esta idea, todo se vuelve incoherente, carente de sentido, como si faltara la clave para descifrar los hechos. Freud afirma que, cuando emerge un estallido psicótico, tiende a suponerse que las ideas delirantes son algo nuevo, cuando en realidad tienen un origen en la infancia y luego solo resultan sobre-investidas, y entonces adquieren mayor poder en la dinámica psíquica. La sobre-investidura de una idea delirante pre-existente puede deberse a frustraciones y decepciones de diferente tipo, solas o combinadas: fracasos en los vínculos afectivos, cuestiones de salud, de trabajo, pérdidas de objeto. Algo similar ocurre con las ideaciones suicidas, que a veces se desarrollan como pensamientos y otras como actos que las ponen en evidencia, más allá de las afirmaciones en lo contrario del mismo sujeto, como ocurre con esos fumadores empedernidos que han tenido ya internaciones por EPOC y continúan con su tabaquismo. Entre los elementos comunes a estas ideaciones suicidas se encuentra el interrogante acerca de la mente de los padres u otros personajes con los cuales existe una fuerte dependencia: hacia dónde se dirigen los pensamientos de estos, cuando se hallan retraídos en silencio, en lugar de prestar atención al hijo o la hija, y entonces el paciente “lee” en ellos el apego mudo a personajes muertos, y aspira a ser uno de esos personajes que son el centro de la atención de sus progenitores. Esta aspiración se une a la vivencia de que la realidad es incomprensible, caótica. Un factor central en la sobre-investidura de estas ideaciones suicidas parece ser que el paciente supone haber caído fuera de la mente o la memoria de un personaje del cual depende, y ese parece ser un factor para que pase a poner el énfasis en una realidad incomprensible. El darse muerte parece ser entonces un reaseguro para no ser olvidado, para quedar para siempre en la memoria del otro y para terminar con un torbellino incesante de pensa-

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mientos que no llegan a conclusión alguna. Por este camino el paciente expresa su hostilidad y su poder sobre el otro, que deriva del alcance de su tendencia a la auto-destrucción. El núcleo de esta situación de caos cognitivo parece consistir en un aferramiento a una idea desconectada de los hechos, que en la vida adulta puede expresarse como apego a una utopía laboral, científica, afectiva, en la cual lo común es una confianza en el poder del pensamiento pese a que los hechos inmediatos lo descreditan. Cuando la realidad refuta este esfuerzo por consumar la utopía, entonces la furia y la vergüenza ante la decepción llevan a un incremento de esta idea suicida. En el paciente en cuestión, parecía central el hecho de que se suponía con la tarea de procesar los hechos “indigestos” para sus padres, sobre todo los suicidios en las familias de ambos padres. De modo tal que la utopía parece ser una tentativa de rescatarse de un clima de contagio afectivo de carácter inerte, como pudo haber ocurrido con los padres del paciente. Es posible que los momentos de mayor fracaso de las utopías que el paciente desarrolló, hayan correspondido a aquellas situaciones en que se sentía eliminado de la mente del padre, cuando lo dejó fuera de la herencia. El episodio de su actitud desafiante ante los camioneros para la fecha del aniversario de la muerte del padre parece orientar en esta dirección. En esta situación se reiteraban las escenas en que buscaba desplegar la conducta suicida y al mismo tiempo vengarse de un padre que lo había eliminado de su herencia. Claro que con lo que acabamos exponer damos más bien cuenta de la relación del paciente con el padre. Pero también requiere atención la situación de su larga dependencia de una esposa con periódicas crisis de angustia, como las descritas poco más arriba. Tales escenas parecían a su vez conectarse con los momentos en que su madre le había manifestado su intensa aprensión ante la falta de dinero y los riesgos de quedarse sin vivienda. En los momentos de angustia de su esposa, el paciente quedaba paralizado, como hipnotizado, y es posible que todo ello hubiera acen-

tuado las dificultades corporales que manifestaba en el momento de la consulta. Así que contamos con tres estados: uno arrogante, exultante, como cuando se lanzó a provocar a los camioneros, uno de brusco golpe corporal por una realidad violenta, y otro de crisis de angustia. De los tres estados, el de exaltación parecía una manera de encubrir el posterior, de golpe, como si se tratara de dos tiempos de una conducta suicida, mientras que el tercero, de desamparo, ya no resultaba arrogante sino que tenía algo de un pedido de ayuda. En estos tres estados participaban tanto la tendencia del paciente a la creación de una realidad más mental que objetiva, como en las utopías, y la tendencia a concebir una realidad que se expresa como números: la magnitud de los golpes sufridos, la magnitud de su exaltación arrogante, la magnitud de las deudas que podrían llevar a la pérdida de la vivienda. A lo largo de los años el trabajo clínico en esta terapia se orientó no tanto a hacer conscientes deseos inconscientes del paciente sino a que este desplegase pensamientos lúcidos que se hallaban en él en amago, y que requerían de un interlocutor para que pudiera formularlos y lo sustrajeran de los riesgos de golpes ante la realidad y de estados de azoramiento y confusión. Freud sostiene que lo inconsciente está constituido por representaciones y por pensamientos. Mientras que las representaciones derivan de las vivencias, sobre todo percepciones que han tenido un componente cualitativo en la conciencia (a menudo acompañado de afectos), el pensar es un proceso puramente interno, y es posible que nunca haya tenido cualidad ni conciencia, y deba recorrer un camino para acceder a ella, como ha ocurrido en este tratamiento. Comentarios El presente trabajo sugiere que es conveniente diferenciar entre ideaciones suicidas explicitadas y no explicitadas, quizá encubiertas por alguna justificación. Estas ideaciones suicidas puede quedar sobreinvestidas por diferentes decepciones y multiplicarse por un mutismo unido con el supuesto de que los interlocutores son banales, falsos o absurdos. En las ocasiones en que la ideación suicida no queda encubierta por una idealización euforizante se hace más notable la tendencia del sujeto a dejarse morir, situación esta que puede combinarse con la emergencia de una angustia duradera insoportable. Lo común a la tendencia a dejarse morir y a la crisis de angustia parece ser una combinación entre la vergüenza y las acometidas de una furia impotente, que suele ir acompañada de pensamientos lúcidos que no llegan a desplegarse, a menudo por la inexistencia de un interlocutor sensible. También resulta sugerente la relación entre un sujeto con ideaciones suicidas y otro sumido en angustia, al captar la disposición del primero a la auto-destrucción, y que anticipa un contagio posterior. En el conjunto suele cobrar importancia un momento de quiebre, intolerable, en el cual el sujeto realiza acciones que van contra sus valores, como puede ser que al ser objeto de intrusión y abuso sobrevenga un momento de placer, que luego se conserve como factor excitante inconfesable, sobre todo de carácter masturbatorio. Este parece un argumento decisivo para el incremento de la vergüenza.

La actividad auto-erótica juega un papel central en el incremento del poder de esa corriente psíquica en la cual prevalece la vivencia de que la realidad es caótica, incomprensible, en lo cual se expresa que lo incomprensible es también el haber gozado en una situación de intrusión y abuso. Existe una amplia bibliografía sobre los factores que parecen centrales para realizar una tentativa suicida. El presente trabajo tiene una perspectiva convergente con los estudios realizados, y pone sobre todo el énfasis en la importancia de la relación entre las mentes de los sujetos involucrados, sobre todo aquel en quien se desarrolla una ideación suicida y otro que tiene fuerte poder sobre él y que tiene una lógica enigmática, incomprensible, para descifrar la cual el sujeto dependiente no dispone de la clave. Breve apéndice sobre Primo Levi Primo Levi se suicidó en 1987. Antes había escrito sobre sus vivencias en un campo nazi de concentración, había realizado penetrantes reflexiones sobre lo ocurrido allí con otros y con él mismo, y había escrito además obras literarias (poesías, cuentos, una novela), de considerable repercusión. También se había casado y tenía hijos, además de sostener su trabajo, del cual finalmente se jubiló. El año previo a su suicidio había escrito Los hundidos y los salvados, libro en el cual intentó comprender la lógica del pensar de los nazis, y él mismo admitió que no estaba seguro de haberla captado de manera completa. Allí se refirió también a la sed en los campos de concentración, que vuelve loca a la gente, más que el hambre. Esta tentativa de entender la lógica de una mente ajena parece ser uno de los factores en juego en el incremento de las ideaciones suicidas. En otros textos hemos mencionado, en este sentido, que la sed constituye también una expresión de una desnutrición cognitiva, es decir, un padecimiento por la falta de información o por la falta de coherencia y de una clave para entender una realidad que se vuelve caótica. En su novela de pocos años antes, Si ahora no, ¿cuándo?, Primo Levi describe a un grupo de partisanos judíos de la Segunda Guerra Mundial, entre quienes se encuentra Leonid, un personaje con desvaríos, que se ha enamorado de una joven que no le corresponde a sus requerimientos afectivos. Poco después de esta decepción amorosa, en una acción de guerra Leonid no obedece la orden de refugiarse ante las balas del enemigo, marcha hacia ellas y logra forzar su resistencia, claro que a costa de resultar herido mortalmente en la acción. Esta acción puede ser tildada como heroica y simultáneamente como suicida. Estamos en presencia de dos modos del suicidio: el encubierto bajo la forma de una acción heroica, como en la situación de Leonid (poner el pecho a las balas), y el franco, como el del mismo autor. Quizá en los años transcurridos entre uno y otro texto el autor pasó de localizar el acto suicida en un personaje a ejecutarlo él mismo en su propia persona. En los hechos ocurridos en ese período intermedio entre la novela por un lado y el libro y el acto por el otro debió de tener su peso, como factor que potencia una sobre-investidura de la ideación suicida, el hecho de convivir con una madre anciana, en estado de deterioro, que introdujo el contagio afectivo, como otro de los factores en juego.

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“Crisis de Angustia”. Sorprendente inventario en el que testimonian hasta las puertas sin abrir.

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Alejandra P. Frías

“…Como un naufragio hacia adentro nos morimos, como ahogarnos en el corazón, como irnos cayendo desde la piel al alma…” P. Neruda(2) ara poder abordar el tema que nos convoca “Crisis de angustia”, es imprescindible, hacer un recorrido por el concepto de la angustia, tan bastamente estudiado y teorizado por el Dr. Freud. Desde 1890 en múltiples artículos fue enriqueciendo y descubriendo los derroteros humanos en relación a éste afecto, fue deslindando los síntomas físicos de los psicológicos. Fue aceptando la irrupción de sensaciones que excedían a la medicina de la época. Acuñando conceptos y atendiendo mediante la aplicación del método clínico continuó con su investigación, diferenció y corroboró los motivos de la angustia y la forma de trabajar con ella en la clínica. M. solicita una entrevista urgente. “me siento mal, estoy inquieto, tengo muchos síntomas, ya te contaré”. Telefónicamente se lo escucha “controlado”, tensado, su discurso es preciso. La premura y la textura de su voz, hace pensar en la irrupción de un estado angustioso. Etimológicamente, la palabra angustia, dice acerca de lo anímico. Desde su literalidad de angustura, expresa una dificultad, aflicción, congoja, temor opresivo sin causa precisa. Se transmite al cuerpo reflejándose, sobre todo, en la región torácica y/o abdominal y agregan: una estrechez del lugar y del tiempo. “La angustia no es causa es efecto”, es una precondición del humano” (3). No hay humano sin angustia como no hay humano sin palabras, sin el baño del lenguaje, estas son características esenciales que nos permite designarnos como tales. Ambas condiciones se unirán en un solo acto en la labor analítica. “Trabajo hace cinco años en un centro médico. Ingreso y derivo a los pacientes. Me recibí hace casi un año. Me quedé en éste trabajo con la promesa de un ascenso a un sector que tuviera que ver más con mi profesión, al momento de obtener mi licenciatura”. “Hace meses comencé a estar “raro”, no entendía por qué. Me cansaba, estaba inquieto, hasta que un día sentí que mi cuerpo se sofocaba y mi corazón iba a salirse de mí. Empecé a preocuparme. Desde ese día, estoy cada vez peor”. M. tiene un humor muy irónico, brillante, con una capacidad asociativa muy rica. Se ríe al contar, entre nervioso y sorprendido, que creía saber que se “daba manija” “que se contagiaba psíquicamente” pero que aun así, no podía frenar. Sus mecanismos defensivos no lo protegían y terminaba varias veces en la semana exponiéndose a la revisación de algún médico del instituto para ver “si estaba todo bien”. Efectivamente fisiológicamente estaba todo en orden, pero él sufría, se angustiaba,

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TRADUCCIÓN INGLÉS - ESPAÑOL Papers, artículos, libros y todo tipo de publicaciones Traductora especializada en Ciencias Sociales y Humanidades

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se le oprimía el pecho, le faltaba la respiración, tenía ideas oscuras, todas lo llevaban a la muerte súbita. “Creo que voy a morir con cada ataque de síntomas que no entiendo porque se inician y cómo se detienen”. “El cardiólogo me dice que padezco de “ataques de pánico” y que debe medicarme. Yo me opuse, ¿era para tanto? Mi tía es psicoanalista y al contarle lo que me pasaba, me dijo: esto se llama angustia y no necesitas medicación sino un análisis. Aquí estoy.” “Un ser para la muerte atravesado por la angustia de ser mortales. Al ingresar al dominio del verbo, de la palabra, quedamos todos inmersos en él y ello implica la pérdida de lo absoluto, y la pérdida, es el motor de la angustia. ¿De qué perdida estamos hablando en M.? Una pérdida que hace resto. Esa pérdida primordial que abre camino a una dimensión simbólica que lo resarcirá con una ganancia. La de ser Sujeto protagonista de su historia luego de atravesar los avatares de las operaciones simbólicas. Pero también lo confronta a la pérdida de una ilusión y la ganancia de una verdad. Como dice Lacan, la verdad de lo Real, con la que el humano, en su condición de mortal, finito e inconcluso, se acostumbra poco y mal”. (4) Un tanto más apaciguado, luego de algunas entrevistas, comenzó a relatar que sus crisis no sólo irrumpían en su lugar de trabajo. Los síntomas habían ganado lugar en su vida social, pero nadie conocía la existencia de ellos, ni siquiera su pareja (de la adolescencia) con la que convivía. Intermitentemente entre los relatos de su sintomatología que lo desesperaba, su angustia fue poblándose de palabras. Poco a poco comenzó a historizar, a hablar de su niñez, de su infancia, de su adolescencia y en todas las etapas se tropezaba en sus recuerdos con escollos largamente reprimidos sin que él lo supiera. “no sé si tiene que algo que ver, pero cuando era chico siempre contaban que cuando nací, sufrí un colapso respiratorio o algo así y que me dejaron internado por unos días, con cierto grado de riesgo”. “No le encuentro conexión pero por las dudas te lo cuento”. A partir de allí algo se abrió, desde ese momento se empezó a trabajar el valor de la recarga de las huellas mnémicas y la existencia del inconsciente. Ese estrechamiento, esa limitación que es la angustia, deja huella en el humano. Será el primer sentimiento del neonato, un rasgo, rastro, sello de la primera castración, al cual se eslabonarán las experiencias que irán acaeciendo a lo largo de su historia. Todo humano es susceptible y capaz de angustia. Y ese concepto es fundamental en nuestra práctica clínica porque en el horizonte de todo análisis y de todo analizante será el motor que comande el inicio o prosecución del tratamiento. Es la Dra. Françoise Dolto, quien define a la castración umbilical como la primera de las castraciones,

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le continúan la castración oral, anal, uretral y genital. En relación a ello dirá: “es desde la castración umbilical que la angustia o la alegría, en la triangulación padres-hijo por donde circula la vitalidad dinámica del inconsciente, marcan de manera simbolígena o no el psiquismo de un ser humano, independientemente de su organicidad… Esta potencia es procurada al sujeto con generosidad o mezquindad, según el narcisismo pacificado o conflictivo de los padres; y ella lo sostiene o lo perturba en la superación de las difíciles pruebas que son la mutación del nacimiento y los primeros días de adaptación a la vida aérea”. “Todos los peligros y temores que los adultos entretejen alrededor del recién nacido deja huellas indelebles en el psiquismo del bebe y propensión a la angustia. ”Éstas huellas desaparecen cuando en análisis, se ha podido poner en palabras la angustia umbilical vivida durante los primeros días de vida...”. “las dificultades de desarrollo han sido expresiones precoces y de afectos compartidos con el entorno que no pudieron ser significados con palabras dichas al niño a tiempo…” (5) La falta angustia, la castración angustia, pero a la vez son motores necesarios e indispensables para que el niño pueda entrar en el circuito deseante. La angustia entonces es estructural y estructurante. “Al paciente hay que desangustiarlo”, no así desculpabilizarlo sino responsabilizarlo. Entonces entendemos que la angustia está presente en todo proceso analítico, agazapada, revestida, disfrazada de diversas tramas. Será cuestión de vérnosla con ella, desenmascararla y hallar la riqueza de su existencia. Riqueza en tanto posibilitadora de arribar a la verdad del inconsciente que puja de diversas maneras por dejar de reprimir. En Freud de 1890 de acuerdo a la mirada del cuerpo médico de la época, si las afecciones orgánicas no se corroboraban con los síntomas que padecían, no había enfermedad. El médico convocaba la actividad voluntaria y la atención del enfermo haciendo que éste realizara movimientos que “supuestamente” no podría hacer por creerse paralizado. O podía rehusarse a examinar al angustiado que reclamaba su asistencia por una enfermedad sin duda inexistente, adoptando el tratamiento corriente. (6) Diremos entonces. M, en esa época, no habría sido atendido, ya que su cuerpo estaba sano de toda sanidad. Sin embargo dada su honestidad el Dr. Freud sigue investigando y anuncia que un ser puede sentirse angustiado por algo “supuestamente inexistente”, todo un avance que da lugar a la realidad del psiquismo, y a todo lo que ella conlleva. (Concepto que más adelante desarrollará). Si bien no habla de la angustia, aún, comienza a pensar por fuera del concepto del cuerpo médico. “Cada vez que salgo de sesión, me quedo pensando y muchas veces algo dispara recuerdos que me sorprenden, es más ni sabía que estaban dando vueltas dentro de mí. El otro día recordé que mi conducta temerosa, asocial y pudorosa no es actual. Mi primer recuerdo es desde que estaba en la escuela primaria. Mis hermanos eran divertidos, espontáneos, ganadores. Yo me paralizaba. Para mí todo era una complicación, un castigo, mi cabeza no dejaba de recriminar mis errores. Desde perder una pelota (en el futbol, deporte que nunca me gustó y lo hacía para no ser diferente) hasta usar ortodoncia. Siempre me culpaba o me avergonzaba. Lo loco era que nadie se daba

cuenta. Conclusión, a los catorce me puse de novio y me refugié en ella. Estábamos siempre juntos”. Es en el año 1893-1895, cuando Freud se dedica a examinar el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos donde, el acento recae sobre el psiquismo afirmando que: “en el caso de las neurosis traumáticas”, la causa de la enfermedad no es la lesión corporal, sino, el efecto de horror, el trauma psíquico. Entonces toda experiencia vivida que suscite, que convoque; los efectos penosos del horror, la vergüenza, el dolor psíquico hacen corresponder a la angustia con una “vivencia”, con un “recuerdo”; y a la recarga de la huella mnémica impresa y dejada por un suceso de características traumáticas. Marca, huella que serán revividas por el efecto de la repetición al enlazarse con nuevas experiencias traumáticas causando el mismo efecto de angustia. En ese tiempo podrá acuñar el concepto de fantasía, ya que relativiza la veracidad de la escena traumática. Da valor a la realidad psíquica de sus histéricas. Basta con que la experiencia vivenciada haya generado un monto de angustia tal, que le dé valor de trauma. La angustia será a partir de ese momento el afecto por excelencia, un afecto que produce efectos en el psiquismo, en el cuerpo y sobre todo el ser. El terror y la angustia, se caracterizan por la falta de aligeramiento reactivo y como la apnea, vértigo, sensación de fatiga, dolor precordial, y palpitaciones forman parte del síndrome asténico, caracterizado por la paralización. “es verdad, expresa Freud…en los afectos crónicos, la pena y la preocupación es decir, una angustia prolongada, existe la complicación de un estado serio de fatiga que deja subsistir la distribución desigual de la excitación y, con ella, la perturbación del equilibrio…” (7). Hasta aquí, todos los síntomas de M. relatados “como leídos de un libro”. Freud se ocupara de los afectos que son producidos por percepciones y representaciones y por el qué hacer en función de la angustia. La actividad asociativa, dice, son ineficaces en función, de la cólera o el terror que “hacen perder el sentido de las cosas”. Ante un miedo real, externo se huye en pos de la supervivencia, pero ¿cómo huir cuando no se trata del estímulo exterior? ¿Cómo huir del mundo de las representaciones, de los recuerdos, precisamente, de las vivencias? Freud aclarará: cuando la huida se hace ineficaz porque se trata algo interno, allí uno de los costos posibles es la represión, o sea: no querer saber de qué se trata. Pero el problema que se plantea es cuando ese mecanismo falla y el saber se impone. Desde luego que M. como la mayoría de los pacientes no conocen la teoría Freudiana, pero saben de sus síntomas y nosotros como practicantes desciframos sus mecanismos. ¿Serán los síntomas entonces, el retorno de lo reprimido? ¿Qué lugar tiene allí la angustia? Y nos adelantamos mucho en la teoría cuando afirmamos que la angustia y represión/ represión y angustia tienen un enlace preciso. “La angustia no engaña”, cuando el no querer saber de qué se trata falla por el orden de lo reprimido, lo tachado, lo censurado, aparece la verdad restallante y ese restallar, ese fulgor que encandila puede, y debe, ser una de las fuentes de la angustia.”(8) En el acápite “Predisposición originaria. Desarrollo de la angustia”. (9) Freud se expresa así. “tenemos en primer lugar los fenómenos ideogenos que son simplemente conversiones de una excitación afectiva... por repetición, se convierte en un síntoma histérico real, en apariencia puramente somático, mientras que la representación ocasionada pasa a ser

inadvertida; u objeto de la defensa y, por eso, es reprimida (desalojada) de la conciencia” Y he aquí lo que se incorpora como novedoso y jamás se abandonará: “la mayoría y las más importantes de las representaciones combatidas por la defensa poseen contenido sexual”. “Mis amigos pensaban que yo la pasaba genial con mi novia, era muy chico y estábamos todo el tiempo pegoteados. Por un lado me cargaban y pensaban que yo era un pollerudo, por otro me idolatraban porque a esa edad tener sexo era algo inalcanzable. Lo que nunca supieron es que también para mí era inalcanzable. Ella era celosa, no quería que saliera, que la dejara sola. Pero estaba traumada desde chica y nunca hasta ahora tuvimos una sexualidad “normal”. Nunca conté esto. Muchas veces quise dejarla pero me daba culpa ser su único novio, saber su historia y abandonarla. Pero recién ahora empiezo a darme cuenta que fue peor el remedio que la enfermedad. Fuimos a vivir juntos porque mi familia se fue del país. Ambos nos acompañamos. Desde hace años tengo fantasías de poder estar con otra mujer y eso me da culpa. Lo paso mal con ella y lo paso mal cuando fantaseo”. Ese no querer saber de qué se trata es funcional al equilibrio y la organización que la instancia yoica quiere mantener. De ahí la represión. M. ahora quería saber de qué se trataba, a fuerza de sufrir y sentirse morir cayó en la cuenta de que era necesario reinscribir su historia. Lacan sostiene que la angustia jamás es sin objeto, basado en la lectura de Freud, acerca de lo siniestro, donde dice que: ese objeto de la angustia viene a ocupar el lugar donde debe haber nada. Ese peculiar objeto emerge, irrumpe aparece es lo “UnHeimlich” donde Freud conjuga lo más familiar con lo más siniestro. Y si, es familiar porque alguna vez ese objeto participó del comercio del psiquismo pero fue desechado para que no aparezca, precisamente porque perturbaba; cuando si lo hace, ante su emergencia aparece la angustia. Por eso en Freud angustia y represión, se anudan y desanudan en tanto previa una a la otra, a lo largo de toda su obra. Aquello tramado y ordenado se desestructura, esa desamarra de los significantes, de la que habla Lacan, genera angustia y esto hace que aparezca el más absoluto sin sentido. Porque si bien el sin sentido estaría en el registro imaginario prevalentemente, no olvidemos que los tres registros, por su organización en nudo borromeo, hacen que disuelto uno se disuelven los tres. Disuelta la trama simbólica, genera efectos en los otros dos registros. M. conocía acerca de los avatares cotidianos, de su desvinculación familiar, de su sentimiento de abandono a edad temprana, de las irregularidades aceptadas con su pareja en relación a su vida íntima. Del malestar cada vez menos soportable cuando los síntomas minaban su cuerpo en busca de una salida para desandar un plus de goce comandado por una voraz voz superyoica. Pero si los aceptaba, debía decidir qué hacer con todo Ello. Vérselas con el sentimiento de culpa que esto le generaba. Entonces, sobrevenía la angustia. La bolsa o la vida. Jugar el papel de héroe trágico como hasta esos momentos o intentar ser un poco más feliz por vivir. ¿Cómo no entrar en crisis en semejante circunstancias, cuando todo su andamiaje de valores y “deber ser”, se desbarrancaban? ¿Perder, amar, partir? “…tu y yo sabemos demasiado de algo que no es nosotros y juega estas barajas en las que somos espadas o corazones pero no las manos que las mezclan y

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las arman, juego vertiginoso del que sólo alcanzaremos a conocer la suerte que se teje y desteje a cada lance, la figura que no antecede o nos sigue, la secuencia con que la mano nos propone al adversario, la batalla de azares excluyentes que decide las posturas y las renuncias” Dice Cortázar. (10) En 1912-13 Freud en “El tabú y la ambivalencia de las emociones”, (11) Está trabajando en relación a las neurosis obsesiva y destaca “los penosos escrúpulos de la consciencia moral como un síntoma reactivo frente a la tentación agazapada en lo inconsciente, y que al agudizarse la condición patológica se desarrollan a partir de aquellos los grados máximos de conciencia de culpa”. Está refiriéndose tanto a la ley, su prohibición, su transgresión y el consiguiente castigo. Pero en la interioridad, está hablando de las leyes que interdictan ciertos deseos. Y estamos entrando, de plano, en aquello que habíamos anticipado: la relación entre la culpa y la angustia. Algo desconocido y rechazado inconscientemente complejizado por no saber el motivo de su rechazo. “A esto desconocido, no consabido, corresponde el carácter angustioso de la consciencia de culpa”. Lo que para Freud queda claro es que “tras cada prohibición hay un anhelo” y este anhelo está presente en todo humano. ¿Qué hace el analista en ésta situación? Sostiene su posición de analista pagando con su silencio, no entrando en diálogo esperable. No explicando. El paciente sabe que está angustiado, lo que desconoce es qué convoca en sí mismo esa angustia, esa pérdida de sentido, ese resto no enlazado. “estoy pensando en ir a ver a mi familia, hace ocho años que no los veo, quiero saldar cuentas, pedir explicaciones, abrir, ver que me pasa. No estoy seguro, primero se me ocurrió ir con mi pareja pero creo que no es lo mejor” “Durante muchos años estar con ella hizo que no me sintiera con miedo, pero ahora esto ya no funciona, por algún lado tengo que empezar”. “Ella sabe que estamos mal, lo tomará como una despedida, será otra pérdida, no sé qué hacer “. M, se enfrentaba a un duelo, a una pérdida. Después de dos meses, decidió viajar solo, con temores, dudas. Con una gran valentía. “Tengo que resolver, reencontrarme, ver qué me pasa con todo, después veremos” La angustia en el duelo se presenta cuando la sombra del objeto recae sobre el yo. Lacan retoma esto para confirmar que la angustia no es sin objeto. Ese objeto es tan preguntante, que embarga al yo, lo desconstruye en su organización de imágenes y palabras, esas que constituyen una realidad. Ese mundo que quedará temporalmente cancelado porque ha caído y se debe construir nuevamente. Aquí ingresa el concepto de repetición. Esta situación que se duela en la actualidad está ligada a la angustia inaugural que es fundante y toda angustia será reedición de aquella. Por ello Freud aseverará que toda angustia es angustia de castración, esa misma que constituye al sujeto en su operatoria simbólica. “ cuando Lacan construye el matema del fantasma pone en primer nivel el goce, en segundo nivel la castración- la constitución del sujeto tras la apertura del inconsciente- y como resto de toda la operación, la producción del objeto “a” que, enlazado al Sujeto, conformará un fantasma o sea, las múltiples y posibles relaciones de ese sujeto con el objeto….al ser el fantasma el correlato del deseo- una pauta de estabilización y de respuesta ante el desaforado deseo del Otro, la emer-

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gencia de la angustia es la reacción , el efecto y afecto, ante el desanudamiento de la relación fantasmática. El deseo del gran otro irrumpe en toda su crudeza y el correlato se diluye y se verifica la máxima freudiana: la angustia surge ante la realización del deseo” (12) Entre 1915 y 1917 Freud lleva adelante sus “Conferencias de introducción al psicoanálisis” y la conferencia 25 dedicada, precisamente a la angustia. (13) Freud corrobora que la angustia es un afecto del que es susceptible todo humano. Diferencia entonces lo que él llama angustia realista (un estado de angustia esperable y no patológica), mediante la cual el humano huye por instinto de conservación ante un peligro. Angustia reducida a una señal. Y una angustia neurótica, (patológica- flotante, de espera o psíquicamente ligada a diferente grupos de fobias). Por el recorrido que se realiza de la obra de Freud observamos

que la angustia ha configurado un enigma y que el psicoanálisis se propone avanzar sobre su desciframiento. Freud diferencia tres conceptos. Angusia, Miedo, y Terror. Entonces: el hombre se protege del horror mediante la angustia. Nada de esto es lo que angustiaba a M. No se defendía de un peligro externo, no era una señal que lo alertaba. Lo suyo era más intenso e inconsciente. “La angustia de las fobias es directamente abrumadora”. Dice Freud en relación al tercer grupo que clasifica, otorgándoles el término de incomprensibles, por ser situaciones carentes de toda lógica. Esta forma de angustia neurótica nos plantea el enigma de no hallar fácilmente el nexo entre la angustia y la amenaza de un peligro. “En el caso de la histeria, éstos estados van acompañados de una exteriorización de afectos, pero no justamente de angus-

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tia; o bien puede aparecer desligada de cualquier condición, como un ataque gratuito de angustia tan incomprensible para nosotros como para el enfermo…” “la totalidad del ataque puede estar subrogado por un único síntoma, intensamente desarrollado: por un temblor, un vértigo, palpitaciones, ahogos; y el sentimiento general que individualizamos como angustia puede faltar o hacerse borroso”. Nos preguntamos entonces, ¿cuál es la diferencia entre los síntomas sufridos por M. al llegar al consultorio, “padeciendo el diagnóstico: “ataque de pánico” y las floridas sintomatologías teorizadas por Freud? Freud destaca que la angustia expectante, la angustia de espera y la angustia ligada o unida a las fobias, son independientes entre sí y que solo por excepción se presentan juntas. Esto es importante para la clínica porque se nos estaría indicando que debemos tratarlas por separado. Y en este punto entramos ya en una situación sumamente importante para la nosografía y la intervención de nuestra clínica. Es en este estado, (ataque o crisis de angustia) que surge, hoy desfigurado, por motivos comerciales; el llamado “ataque de pánico”. Una terminología lanzada al mercado –vía organización Mundial de la Salud- a expensas de los laboratorios psicofarmacológicos en función de la venta de Prozac en U.S.A. Un fenómeno “epidemiológico” incluido entre las enfermedades modernas que clasifica el DSM que avala y exige la respuesta de una medicina basada en la evidencia. La inclusión de cada caso y la seriedad de su etiología se tornan imposibles, cuando el resultando es una definitiva clasificación empobrecedora en tanto desubjetiva al ser. Si la premisa sostiene que la cura implica la eliminación de los síntomas manifiestos, entramos en una controversia de privilegios políticos más que en una síntesis dialéctica sutil. Sin duda esto incide en los criterios de salud y enfermedad. El ataque de pánico, no define otra cosa que el ataque o la crisis de angustia, trabajado por y desde el psicoanálisis. ¿Qué es según Freud un ataque de angustia? Él enuncia dos formas generales en que se presenta la angustia: la angustia expectante, libremente flotante y la unida a fobias y ha firmado que ambas son independientes. “Estas dos formas de angustia excepcionalmente se presentan juntas y solo es así por casualidad. Un estado de angustia generalizado no necesita de la fobia. Distingue dos tipos de fobias: fobias de aparición tardía que alcanzan a la edad madura (de mayor gravedad). Y otras que son más primarias y tempranas a las que relega al plano de “rarezas y caprichos”. Y en este punto hace una afirmación muy importante para nuestra clínica” (14) incluimos todas las fobias en la “histeria de angustia”, vale decir las con-

sideramos como una afección muy próxima a la conocida histeria de conversión. ¿Cuál es la radical diferencia entre una y otra- o sea, entre la histeria de angustia e histeria de conversión? Los caminos de la libido. En la primera la libido pasa a un objeto exterior y como tal puede plantearse la evitación; en la segunda la libido desprendida de la representación pasa a inervar el cuerpo y de allí no tiene salida. “Crisis de angustia”, Un ser, que ante la desamarra de significantes y la prolongada angustia en el tiempo real, queda agotado, ha perdido la posibilidad de metaforizar el discurso y se le sobreimpone este terror primario a la muerte. Estamos ante la presencia de una catástrofe subjetiva. El ser y la nada, la nada misma de sentido. Tierra fértil en la que germinarán la más variada y florida aparición de síntomas, siempre elevadas a la máxima potencia. Un ser arrasado, expulsado de la completud imaginaria de los ideales. A expensas del deseo del gran otro que le demanda una negociación que generará su extinción si queda a sus expensas. Nada importa, la precipitación al vacío por donde es conducido tras la ferocidad de los síntomas, ideativos o instalados en su cuerpo lo sumen en un estado de desesperación. Las moiras bailan a su alrededor esperando la señal de Hades para cortar el hilo que lo une a la vida. Pobre ser arrojado al vacío del mundo. El psicoanálisis advino como una práctica de ruptura y lo novedoso fue en su origen la posibilidad de encarar una aproximación etiológica a la existencia y sostén de la subjetividad. No estamos afirmando la innecesaridad o negando la seriedad del uso de algún medicamento, en forma temporal y específica, en algún paciente que atraviesa un momento crucial de su historia. Estamos dando cuenta de cómo llegan algunos seres diagnosticados con ataque de pánico luego de muchos meses de medicación y sin cambios. Nominados, por códigos que borran toda posibilidad subjetiva al tratar a toda la población idénticamente, borrando su rasgo único. No es difícil conocer las estadísticas de la población mundial, medicada en la actualidad bajo éste diagnóstico. Como tampoco es oculta la peligrosidad de la medicación prolongada. Aquellos síntomas que tanto estudio llevó al Dr. Freud, a diferenciar y actualizar a lo largo de su obra, se precipitan a una caída posmoderna, ávida de respuestas efectistas. El sujeto caído de su subjetividad, devenido puro ser de angustia, sólo a través de la palabra pacificadora podrá revitalizarse. Retomando el ritmo de su vida en consonancia de su deseo enlazado a nuevas subjetivaciones o reinscribiendo las antiguas marcas.

La palabra como recurso, la búsqueda interna lo podrá erigir en héroe por el hecho de sostener sus propios deseos. Ellos serán su Norte, acompañados con la aplicación del método, en la dirección de una cura que atiende la singularidad. Trabajo de orfebrería, vacilación calculada, apaciguamiento de las pasiones precipitadas al abismo. M. se fue de viaje, estuvo fuera del país un año, tiempo en que curó viejas heridas familiares. Pudo ensamblar ese tiempo cronológico donde se había detenido “su reloj infantil”, con ese tiempo lógico de la psiquis. Un tiempo fecundo y oportuno. Se separó de su pareja como también de su familia. Sin culpas ni sentimientos de abandono que lo desbordaran. Se produjo eso llamado desalienación. Trabajó en el exterior en diversos lugares hasta que finalmente inició un recorrido dentro de su propia profesión. Algunos llamados y correos eran usados como recursos para seguir “sosteniéndose”. No recurrió a la medicación. Aun cuando muchas veces sus síntomas amenazaban con atormentarlo nuevamente. Al volver al país retomó un nuevo tiempo analítico, solo se sostuvieron dos meses de entrevistas cuando él decidió “ seguir solo”, organizarse, empezar de nuevo. Le alcanzaba con saber que podía recurrir a su espacio cuando lo creyera necesario. Sostenidos en Lacan diremos, “Cuando el analizante piensa que es feliz por vivir, ya basta”. La angustia presenta un enigma y su desciframiento es tomado por el psicoanálisis como un desafío, como el motor del tratamiento analítico. Aseveramos junto al maestro S. Freud, que al paciente hay que desangustiarlo y responsabilizarlo para que active nuevamente las partes sanas de su psiquismo. Simbolizar y avanzar con el corrimiento de lo real inalcanzable. Es un compromiso, intenso, serio, que nos compete y nos convoca, precisamente por el deseo de analistas que nos habita. “Con su paciente vuelto todo dolor, el analista actúa como un bailarín que, ante el traspié de su compañera, la ataja, evita que vuelva a caerse y, sin perder el vuelo, lleva a su pareja a recuperar el ritmo inicial. Dar un sentido a un dolor insondable es, por último, encontrarle y disponerle un lugar en el seno de la transferencia en donde podrá ser gritado, llorado y gastado a fuerza de lágrimas y de palabras” (15) Bibliografía 1- Olga Orozco- “Andante en tres tiempos”. 2- Pablo Neruda-“Solo la muerte”. 3- Dra. Ana María Gómez. “Seminario de la angustia” año 2000 4- Dra. Ana María Gómez. “Seminario de la angustia” año 2000 5- Françoise Doltó. “La imagen inconsciente del cuerpo” E. Paidós 6- Freud Sigmund. “El tratamiento Psíquico de 1890”, E. Amorrortu 7- Freud Sigmund. Estudios preliminares sobre la histeria (18931895), E. Amorrortu 8- Dra. Ana María Gómez. “Seminario sobre la angustia” año 2000 9- Freud Sigmund. “Predisposición originaria. Desarrollo de la angustia”. E. Amorrortu 10- Cortázar Julio.” Modelo para armar”. 11- Freud Sigmund, “El tabú y la ambivalencia de las emociones”. 1912-13 .E. Amorrortu 12- Dra. Ana María Gómez “Seminario sobre la angustia “año 2000 13- Freud Sigmund. “Conferencias de introducción al psicoanálisis” Nro. 25”La angustia. 1915-17. E. Amorrortu 14- Freud Sigmund. “Conferencias de introducción al psicoanálisis” Nro. 25”La angustia. 1915-17. E. Amorrortu 15- Nasio Juan David. “El libro del dolor y del amor”, E. Gedisa

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Ataques de angustia - la hipnosis como instrumento de la

Introducción Los ataques de angustia pueden ser tratados de manera eficaz con psicoterapia psicoanalítica, con terapia cognitivo conductual y con psicofármacos. Pero, mal que nos pese, ninguno de estos tratamientos asegura buenos resultados a todos los sujetos que los padecen (ni aún cuando se suma el farmacológico al psicoanalítico o al cognitivo conductual). Por mi parte, desde hace casi quince años, vengo observando que la hipnosis es notoriamente efectiva en aquellos casos en los que a los pacientes se les hace difícil soportar la frecuencia o la intensidad de los ataques. Como se apreciará, si se apela de manera apropiada a este recurso, no sólo no se obstaculiza la exploración de las fantasías y los conflictos inconcientes (como sucede al utilizar la hipnosis para silenciar los síntomas), sino que, por el contrario, se la favorece. Los ataques de angustia

psicoterapia. Horacio R. Losinno

Siguiendo a Freud, llamamos ataques de angustia a lo que en el DSM-V se denomina «ataques de pánico». En Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de «neurosis de angustia», Freud (1895b [1894]) sostiene que, en el ataque de angustia, la angustia irrumpe «de pronto en la conciencia, sin ser evocado por el decurso de las representaciones» (pág. 94). Añade que el ataque: «puede consistir en el sentimiento de angustia solo, sin ninguna representación asociada» o «mezclarse con la interpretación

más espontánea, como la aniquilación de la vida» o «la amenaza de volverse loco» (pág. 94). Dice, también, que la angustia posee la cualidad de ser apta para contaminarse «con una parestesia cualquiera» (pág. 94) o con «perturbación de una o varias funciones corporales» (v. gr., espasmos en el corazón, disnea o sudoración) (pág. 94). El estado hipnótico Según la opinión popular, la hipnosis es un fenómeno misterioso e inquietante al que sólo pueden dominar unos pocos iniciados. Incontables películas y obras literarias colaboran a perpetuar ese mito. Lo curioso es que aprender a hipnotizar es algo relativamente sencillo, y que la hipnosis viene sirviendo, desde las primeras dinastías del Antiguo Egipto, para aliviar una vasta gama de aflicciones psíquicas y orgánicas. James Esdaile (1846), por ejemplo, practicó 73 operaciones exitosas durante el año 1845, en el Hospital de Hooghly (India), valiéndose de la hipnosis como único dispositivo para obtener anestesia. Entre esas operaciones, reporta la amputación de un brazo, la extirpación de un tumor del maxilar superior y la ablación de una mama. Las más llamativas fueron 14 remociones de grandes tumores escrotales. La extracción de dichos tumores era sumamente peligrosa a mediados del siglo XIX, con una mortalidad cercana al cincuenta por ciento. Recurriendo a la hipnosis para anestesiar a los pacientes, Esdaile redujo la mortalidad al cinco por ciento.

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Sus logros corroboran que las personas sumidas en trance hipnótico presentan un grado elevado de insensibilidad al dolor. En el campo de la psicoterapia, la hipnosis puede ser empleada con el objetivo de: 1- Explorar y elaborar experiencias traumáticas. 2- Detectar los sentimientos suprimidos que llevan a no comer o a vomitar a las mujeres que padecen anorexia nerviosa y bulimia. 3- Restablecer enlaces y vías afectivas originarias en sujetos que –anclados en un discurso catártico o por una pertinaz tendencia a intelectualizar– son refractarios a la psicoterapia psicoanalítica clásica. 4- Rastrear rápidamente el origen de la angustia desbordante que caracteriza a los ataques de angustia. El siguiente extracto de material clínico ilustra el último punto. Por su vehemencia y por su perennidad, los ataques de angustia eran extremadamente penosos para esta adolescente. Material clínico El tratamiento de Ludmilai –de 17 años– comenzó de un modo poco habitual. Sus padres me contactaron en Santiago de Chile, al finalizar mi exposición en el IV Congreso Sudamericano de Hipnosis.ii En la entrevista inicial, el señor y la señora Danglars plantearon que Ludmila estaba sufriendo «ataques de pánico» desde hacía aproximadamente un año. En los últimos meses se había visto obligada a abandonar sus estudios, no podía quedarse sola en ningún momento del día, dormía mal y lloraba sin entender qué le pasaba. Pensaban que todo había comenzado a partir de la ruptura con su novio (este se negaba a aceptar la separación y la llamaba constantemente por teléfono). Como les aclaré que en pocos días retornaba a Buenos Aires, me pidieron que viera a Ludmila una o dos veces antes de irme. Si todo marchaba como esperaban, argumentaron, ellos se trasladarían a la Argentina para que pudiésemos continuar con el tratamiento (el señor Danglars y su esposa dejaron entrever que eran empresarios exitosos y que se encontraban en una excelente posición económica). Atendí a Ludmila el día siguiente. Se la veía tensa y angustiada. Agregó al relato de sus padres que tenía miedo de morir en cada ataque de pánico y que le aterrorizaba recordar a Scream.iii También sentía pavor si se veía obligada a pasar por el pasillo que, en su casa, conectaba el garaje con el cuarto de las herramientas. Mencionó que uno de sus hermanos era tres años mayor que ella y que el otro era dos años menor. Después de explicarle en qué consistía la hipnosis, de garantizarle que no estaría realmente dormida y de asegurarle que recordaría perfectamente todo lo que habíamos hablado mientras estaba hipnotizada, pasé a hipnotizarla. Tras comprobar que estaba en un trance profundoiv dije: -«Voy a contar de cinco a uno, y cuando llegue a uno se te va a cruzar una idea, una imagen o un recuerdo que nos permita descifrar por qué estás tan

angustiada» (hablé de «angustia» para ayudarla a identificar correctamente el sentimiento que la inundaba). Para mi sorpresa –porque, por lo general, en el comienzo se deben hacer dos o tres intentos para que el paciente pueda cumplir con lo que se le solicita sin descartar lo que va surgiendo– Ludmila afirmó: -«Lo que pensé es que desde los nueve años hasta los catorce tuve relaciones con mi hermano». Indicó que se refería al mayor, y que la penetración había sido siempre por vía anal. Pasó a narrar que poco antes de cumplir quince años comenzó acostarse con un compañero de colegio y con el primo de este (simultáneamente). Así finalizó aquella sesión. En la segunda sesión, una vez que estuvo hipnotizada (tras pedirle que contemplara que se le cruzaba por la mente al pensar en su angustia y de contar de cinco a uno), refirió: - «Dejé de salir con esos chicos y me puse de novia con Damián. Por fin me sentí normal, ahora no era con mi hermano ni en un trío». Habló de su novio, de lo celoso que se solía poner y de las interminables peleas derivadas de su desconfianza. A continuación, comentó que ella no creía –como sus padres– que se sintiera mal porque él quisiera volver y porque intentara verla. Se fue distendiendo a medida que relataba los detalles de la ruptura. Al terminar la sesión, nos despedimos acordando proseguir en Buenos Aires. A pesar de haber avanzado considerablemente, todavía faltaba dilucidar, entre otras cosas, por qué venía padeciendo ataques de angustia y por qué estos habían aparecido unos doce meses atrás. En mi consultorio retomamos nuestro trabajo. Allí, antes de hipnotizarla, le anuncié que pronto conseguiríamos saber qué hacía que se sintiese tan mal. Aunque a esa altura había construido algunas hipótesis referidas a lo que estaba sucediendo en su mundo interno, sabía perfectamente que no era lo mismo que yo lo interpretara a que ella llegase a desentrañarlo por sí misma (con todos los sentimientos concomitantes, como suele suceder en el estado hipnótico). Al terminar el conteo, Ludmila, titubeante, razonó: -«Ahora lo entiendo... es que tengo ganas de volver a estar con mi hermano». Rápidamente fue narrando las fantasías que pugnaban por cristalizarse y la culpa que sentía al pensar en ello. Notó que, a diario, hacía un gran esfuerzo para «no pensar en esas cosas». Esta nueva conquista la incitó a concluir: -«Mientras estaba con mi novio me sentía normal... con mi hermano o con los otros dos todo era muy raro... no me atrevía a contárselo a nadie». En lo que quedaba de tiempo fue hablando pausadamente de la angustia que la inundaba en cada ocasión en que se excitaba pensando en su hermano y lo distinta que se sentía al resto de las chicas de su edad. Antes de despedirnos, y con una sonrisa en los labios, Ludmila destacó: -«Todavía nos falta descubrir por qué me dan miedo el pasillo y Scream». Tomé nota del orden en que se había referido a ambos fenómenos porque me pareció significativo. Cuando volvimos a vernos, Ludmila precisó que

se había animado a venir sola hasta mi consultorio. Era la primera vez que lograba hacer algo así desde que había comenzado a padecer los ataques de angustia. Se la veía feliz y muy dispuesta a seguir trabajando en su tratamiento. Habló un rato sobre lo que le estaba pasando con su hermano y parecía muy atenta a mis reacciones. Supuse que quería discernir si yo la juzgaba con la misma severidad con que ella lo hacía o si era capaz de comprender lo que estaba sufriendo. Afortunadamente, no me vi obligado a disimular. Sentía un gran aprecio por ella y valoraba el modo en que participaba en nuestro trabajo en común. La hipnoticé de nuevo y le avisé que al llegar a uno se le iban a cruzar alguna idea, alguna imagen o algún recuerdo que nos ayudara a entender por qué le daba miedo el pasillo. Al término del conteo, Ludmila arrojó nueva luz sobre este punto: -«Lo que me da miedo no es el pasillo, es el plafón que está en el techo. Ese pasillo tiene un plafón que me asusta». Como el plafón no formaba parte de los relatos previos, le pregunté cómo era. Respondió que blanco y redondo, de vidrio esmerilado. Al confirmar que no estaba en posición de explicarse por qué ese plafón la aterraba, repetí el expediente de contar hacia atrás.v En el instante en que llegué a uno, exclamó: -«Es redondo como un ojo… es el ojo de dios». Inmediatamente pasó a manifestar que en su casa se estaba hablando demasiado de dios en el último año, porque su padre, que había sido criado en el seno de una familia católica, acababa de ingresar a la iglesia evangélica (iglesia a la que concurría su madre desde la temprana infancia). Expresó que su padre, como tienden a hacer los conversos, se había vuelto fanático. Allí se hizo obvio para los dos que el plafón representaba al padre (a un padre que juzgaba imperdonables sus prácticas sexuales y sus fantasías). Nos quedaba pendiente determinar por qué temía que se le apareciera Scream. Intento completar el conteo hacia atrás y, al arribar al dos, Ludmila se disculpa: -«Lo veo… y me da mucho miedo… pero tiene una máscara». Mi sugerencia de que le quitara la máscara para que pudiese observar a quién cubría resultó infructuosa. El trance hipnótico no le otorgaba la intrepidez requerida para hacerlo. Se me ocurrió, entonces, proponerle que imaginase que yo estaba con ella. Aceptó y, antes del conteo le anticipé: -«Ahora sí vas a poder quitarle la máscara». Se arriesgó a fantasear que lo hacía y, al revelarme quién era, quedé atónito. Si bien había conjeturado que el asesino del film representaba a la madre de Ludmila, estaba lejos de haber notado lo parecidos que eran los rasgos más sobresalientes del rostro de esta mujer y los de la máscara que distingue a aquel siniestro personaje. Sólo atendí a Ludmila dos veces más. Ya no la aquejaban los ataques de angustia. En esos dos encuentros habló de su familia y pudo reconocer que varios sucesos coincidían en el tiempo. Recordó que había dejado a su novio en la época en que el padre –de origen católico– estaba por ingresar en la iglesia evangélica (a la que pertenecía, por tradición familiar, la señora Danglars). Ella ponderaba este cambio como una nueva maniobra de su padre para

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dar una falsa imagen de «espiritualidad»; imagen tan falsa, aseguró, como la que de él abrigaban –por un tiempo más o menos largo– todos los que lo rodeaban. Ludmila especificó que en el facebook, por ejemplo, su padre hablaba sistemáticamente del dolor que le causaban las privaciones que debían soportar «los desposeídos» y «la indiferencia de los otros». En paralelo, el señor Danglars vivía embaucando a todo el que tomaba desprevenido: nuevos y viejos amigos, clientes o instituciones bancarias (en estas últimas solicitaba préstamos a su nombre o al de su esposa y jamás pagaba las cuotas). A continuación, mencionó que los reclamos telefónicos de los estafados eran muy comunes. Su padre se limitaba a no atender más a los que llamaban –aunque fuesen «amigos de toda la vida»– y a responder «me da vergüenza poner la cara», si alguien quería saber por qué se escondía en lugar de pagar sus deudas en las etapas en que contaba con el dinero necesario para hacerlo. Del mismo modo, Ludmila admitió que caminar con él por las calles de Las Condes era un tormento. Las «víctimas» de su padre eran proclives a reclamarle airadamente la plata que les debía. Para colmo, sostuvo con enojo, si su padre hacía un buen negocio era doblegado por el impulso de comprar un auto importado de alta gama. Invariablemente, a los pocos meses lo vendía porque estaba en la ruina y era incapaz de pagar la luz y el gas de la vivienda familiar. En una oportunidad, se había visto obligado a entregar uno de esos autos como parte de pago de una deuda (al parecer, el acreedor formaba parte de un grupo que cobraba «con sangre» las deudas impagas). También pudimos detectar en qué momento habían empezado las relaciones incestuosas con el hermano. Cuando Ludmila estaba por cumplir nueve años, tras unas feroces peleas entre el señor y la señora Danglars, esta última comenzó a padecer una adicción a la bebida. Pese a que era habitual que sus padres les prestasen poca atención a ella y a sus hermanos, en esa época todo se había tornado más caótico. Su madre permanecía el día entero en la cama y sólo se levantaba para comer y para tomar alcohol. El señor Danglars estaba muy afectado por la muerte de su propia madre y hablaba de ella con asiduidad. Igualmente, acostumbraba a preguntarle a cada amigo que encontraba: «¿Tus padres están vivos?». Como en esos días me contactaron con una excelente psicoanalista que atendía muy cerca de la comuna de Las Condes, le recomendé a Ludmila que comenzara una psicoterapia con ella. Estuvo de acuerdo, y me pidió que le contara a su futura analista lo que habíamos hablado sobre sus experiencias sexuales con el hermano. Si sabía que su nueva terapeuta estaba al corriente de lo sucedido, argumentó, hablaría del tema con libertad. De otro modo, sospechaba, podría pasarse un año hasta decidirse. Durante nuestro último encuentro le pregunté si seguía pensando que era mejor que le notificara a mi colega lo que había surgido en nuestro trabajo –porque preferí corroborar que su decisión siguiera siendo esa– y volvió a pedirme que por favor lo hiciera. En noviembre de ese año la doctora B. me llamó para contarme que Ludmila estaba bien, que había retomado los estudios al regresar a su país y que nunca había vuelto a tener un ataque

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de angustia. Además, me comunicó que Ludmila le había confiado a su madre lo sucedido con el hermano en una sesión vincular. Comentarios finales Considero que lo expuesto hasta aquí proporciona algún esclarecimiento acerca del modo en que –atendiendo a los notables avances que se han efectuado en el seno de la teoría psicoanalítica– se puede utilizar la hipnosis muchísimos años después de ser dejada de lado por Freud. Es indiscutible que la hipnosis, usada como lo hemos hecho en este caso, al igual que el tratamiento psicoanalítico clásico, «no quiere agregar ni introducir nada nuevo, sino restar, retirar, y con ese fin se preocupa por la génesis de los síntomas patológicos y la trama psíquica de la idea patógena, cuya eliminación se propone como meta» (Freud, 1905a [1904], pág. 250). Como pudo verse, la hipnosis hacía que la conciencia de Ludmila se disociara. Sabía que estaba en mi consultorio hablando conmigo y sabía, asimismo, que estaba, v. gr., viendo a Scream. Su conciencia operaba de manera tal que se hallaba al mismo tiempo dentro de la experiencia –de ver a Scream– y fuera de ella, examinándola. Esa disociación hacía que ostentase «una lucidez que de ordinario sólo se alcanza en estado hipnótico» (Freud, 1918b [1914], pág. 13). Y a esa lucidez se le sumaba otro factor fundamental. Como puntualicé al comienzo del relato de lo sucedido en la primera sesión que tuvo lugar en Buenos Aires, para los fines de nuestro trabajo contra reloj era muy distinto que yo le interpretase algo a que ella lo experimentara de manera concluyente (registrando, a la par, todos NUEVO ESPACIO PSICODRAMA GRUPAL PAVLOVSKY Dir.: Dr. Eduardo PAVLOVSKY Lic. María C. PAVLOVSKY

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los sentimientos concomitantes). Freud (1895d) destaca con claridad esta ventaja del estado hipnótico en la epicrisis del historial clínico de Katharina: «Es cierto que la enferma admitió todo lo que yo interpolé en su informe como verosímil; empero, no estaba en condiciones de reconocerlo como algo vivenciado. Opino que para ello habría hecho falta la hipnosis» (pág. 148, bastardillas agregadas). Quedarían refutados, así, dos juicios –uno de existencia y otro de atribución– que, por lo común, se emiten si se alude a la hipnosis. Es habitual que se desconfíe de la existencia del estado hipnótico, y en simultáneo, se diga que la hipnosis no sirve porque Freud la desechó. Ambos juicios hacen que resulte sensato darle la razón a Kline (1955) cuando afirma: «La resistencia a la hipnosis parece constituir una característica fundamental de la hipnosis» (pág. 107). Cabe preguntarnos, para finalizar, por qué se había desplegado, en los últimos meses, la urgencia de Ludmila por retornar al vínculo incestuoso con el hermano. Conjeturo que la repuesta puede ayudarnos a forjar una idea clara tanto de la causa de esta urgencia, como de algunos aspectos del origen de dicho vínculo. Es muy posible que Ludmila haya sentido la necesidad de aferrarse nuevamente a su hermano al advertir que su familia se sumergía en un universo cada vez más perturbador y agobiante. La conversión religiosa del padre, como expresión de un nuevo intento por aumentar las apariencias de bondad (para aprovecharse mejor de la ingenuidad de los otros) y como indicio de que la madre estaba dominando más su mente (preludio de nuevos conflictos en el interior de la familia y con el en-

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torno), podría haberla llevado a añorar el vínculo incestuoso (del mismo modo que el alcoholismo de la madre la habría precipitado en él ocho años antes). Bank y Kahn (1982) señalan que los hermanos «a menudo se ven impulsados el uno hacia el otro por la ausencia de cuidado de los adultos» (pág. 175). Tras un acercamiento inaugural, añaden, los niños que sienten que sus padres los han defraudado o herido seriamente, se inclinan a «estar de acuerdo con continuar el incesto» (pág. 187). Esta forma de mitigar «el vacío y el dolor que caracterizan las relaciones con sus padres» (pág. 212), aclaran, puede perdurar sin ser descubierto porque: «Mientras que cualquier incesto siempre es un “asunto familiar” (…), el incesto fraterno tiene muchas más posibilidades de ser eficazmente encubierto que el incesto entre padre-hijo, donde suele ser necesaria la colusión del padre que no participa» (pág. 188, comillas en el original). De todos modos, estimo que, a la culpa que generaba la añoranza del comercio sexual per anum con el hermano, se debieron sumar otros factores para desencadenar los ataques de angustia. Es muy posible que la muerte de su abuela poseyese un lugar en la génesis del trastorno. He visto que, no pocas veces, los ataques de angustia se producen con posterioridad a la muerte de una figura relevante. A partir de dicha muerte se instaura una creencia matriz (Bleichmar, 1986) con el siguiente contenido: «Ya murió él/ella, ahora me toca a mí». Creo que esta fórmula es efectiva en los casos en que el paciente supone que el ataque es el preludio de «la aniquilación de la vida» (Freud, 1895b [1894], pág. 94). El padecimiento de Ludmila parecía ser, además, la consecuencia de un déficit en las funciones del yo (Maldavsky, 1986) ligadas a la identificación y la modulación de los afectos (Lanza Castelli, 2009; Losinno, 2011a, 2013, 2014). Este déficit

hacía que Ludmila careciese de la pericia indispensable para identificar la angustia como tal –desconcertándose por padecer unos enigmáticos «ataques de pánico»– y para determinar por qué se producía ese desarrollo de afecto en ciertos escenarios. Tampoco estaba en condiciones de regular adecuadamente la intensidad y la duración de la angustia. Si el yo funciona sin fallas en su función de modular la angustia (lo mismo vale para los otros desarrollos de afecto), esta es menos intensa y tiende a durar menos. Para ello se hace imprescindible: 1- advertir que lo que se siente es angustia, 2- detectar qué la genera en el presente y 3vincularla con los acontecimientos acaecidos en el pasado (otra paciente, v. gr., se sorprendió al constatar, en el estado especial de conciencia al que conduce la hipnosis, que la angustia y la extraña sensación de tener la cabeza grande que sentía al discutir con su pareja eran análogas a las que había experimentado en la infancia al escuchar, desde la cama, los descomunales altercados que se suscitaban a diario entre sus padres. Hasta allí no se figuraba que los sentimientos surgidos en un acontecimiento intersubjetivo actual pudiesen remitir a fuentes situadas en segmentos más tempranos del eje temporal).

Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V). Editorial Médica Panamericana (5ª ed.). Madrid. 2014. Bank, S. y Kahn, M. (1982) El vínculo fraterno. Paidós (1ª ed.). Buenos Aires. 1988. Bleichmar, H. (1986) Angustia y fantasma - Matrices inconscientes en el más allá del principio del placer. Adotraf (1ª ed.). Madrid. 1986. Duprat, E. (1956) Hipnotismo - Técnicas e indicaciones terapéuticas. Imprenta “Dellacasa” (1ª ed.). Buenos Aires. 1956. Esdaile, J. (1846) Mesmerismo en la India y sus Aplicaciones en la Cirugía y la Medicina. En: Cirugía mayor y menor bajo hipnosis. Editorial Crespillo (1º ed.). Buenos Aires. 1959. Freud, S. (1905a [1904]) Sobre psicoterapia. Obras completas. Vol. 7. Amorrortu editores. (1ª ed.). Buenos Aires. 1983. Freud, S. (1895b [1894]) Sobre la justificación de separar de la neurastenia un de terminado síndrome en calidad de «neurosis de angustia». Obras completas. Vol. 3. Amorrortu editores (2ª ed.). Buenos Aires. 1992. Freud, S. (1895d) Estudios sobre la histeria. Obras completas. Vol. 2. Amorrortu editores (2ª ed.). Buenos Aires. 1997. Freud, S. (1918b [1914]) De la historia de una neurosis infantil. Obras completas. Vol. 17. Amorrortu editores (2ª ed.). Buenos Aires. 1992. Kline, M. (1955) Aspectos teóricos y conceptuales de la psicoterapia. En Kline, M. (Comp.) Hipnosis y psicología dinámica. Editorial Psique (1º ed.). Buenos Aires. 1964. Lanza Castelli, G. (2009) “Mentalización y expresión de los afec-

El propósito de este trabajo estará cumplido si se ha vuelto evidente que, empleada como aquí lo expuse (es decir, con un enfoque psicoanalítico), la hipnosis –lejos de encaminarse a silenciar las manifestaciones clínicas a cualquier precio– hace factible el análisis de aquellos contenidos del aparato psíquico que las defensas patógenas consiguen rechazar y permite la identificación y la modulación de los afectos.

tos: Un aporte a la propuesta de Peter Fonagy”. Publicado en Aperturas Psicoanalíticas, Nº 31 el 25/03/2009. Losinno, H. (2011a) “Apatía y obesidad”. Actualidad Psicológica. Año XXXVI, Nº 395, abril 2011, págs. 19-22. Losinno, H. (2013) “Los deseos y las metas del tratamiento psicoanalítico”. Actualidad Psicológica. Año XXXVIII, Nº 418, mayo 2013, págs. 10-12. Losinno, H. (2014) “Fracasos clínicos - Las resistencias externas en el tratamiento de las jóvenes que padecen anorexia nerviosa”. Actualidad Psicológica. Año XXXIX, Nº 431, julio 2014, págs.

Referencias bibliográficas

21-24. Maldavsky, D. (1986) Estructuras Narcisistas. Amorrortu Edito-

American Psychiatric Association (2013) Manual Diagnóstico y

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res (1ª ed.). 1986.

Notas i) Con el propósito de mantener el total anonimato de la paciente y de su familia se han distorsionado ciertos datos, reemplazándolos por otros que, a mi entender, no perturban en nada la comprensión del material clínico. ii) Afortunadamente, en el Stadio Italiano, lugar en el que se desarrollaba el congreso, contaban con un consultorio que pude utilizar para la primera entrevista con ellos y las dos que tuve con mi paciente.

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iii) Alude al personaje de la máscara del film «Scream - Vigila

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iv) En lo que hace a la cuestión de la profundidad del estado

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quién llama» (1996), con guión original de Kevin Williamson y dirigida por Wes Craven. hipnótico, Duprat (1956) ha construido una tabla que indica cuáles son las manifestaciones objetivas que deben observarse en el paciente para dar por sentado que ha llegado a un grado de profundidad determinado. Los cinco grados son los siguientes: 1- Muy leve, 2- Leve, 3- Mediano, 4- Profundo y 5- Muy profundo (sonambúlico). En el trance profundo el paciente puede

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hablar sin salir del estado especial de conciencia en el que se encuentra y recordar una gran cantidad de hechos olvidados por la conciencia oficial.

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v) El conteo se utiliza, dentro de la misma sesión, en cada opor-

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tunidad en que se pretende que el paciente detecte o perciba algo nuevo.

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Plétora y desborde. Nahuel Krauss

“La multiplicación altera un estado de simplicidad del ser: un exceso derrumba los limites y lleva de alguna manera al desbordamiento. (…)Siempre se da un límite con el cual el ser concuerda. El identifica ese límite con lo que es. Es presa del horror cuando piensa que ese límite puede dejar de ser.” (Bataille G,El erotismo) alpitaciones, taquicardia, temblores, ahogo, opresión, nauseas, mareos, temor a la muerte, miedo enloquecer. El paciente se encuentra “desestabilizado”. Diagnostico difuso, el psicótico y el neurótico parecen habitar el mismo cuarto, al menos por ese eterno instante en el que el tiempo se petrifica. El efecto segregativo de ciertas nociones inherentes a la clínica suele obstruir nuestro entendimiento de la misma. Si fenómenos de despersonalización o pánico se presentan en un paciente psicótico, para poner un ejemplo, es recurrente escuchar referirse a su estado en términos de “estabilizado” o “desestabilizado”. Lo “estabilizado” de este tipo de pacientes, parece contraponerse al “anudamiento”, recurso más sofisticado con el que es común referirse a la neurosis. No obstante, si seguimos a Lacan, citado por Maleval en “Locuras histéricas y psicosis disociativas”, se observa que: “Algunos ven en los fenómenos de la despersonalización signos premonitorios de desintegración, siendo que no es en absoluto necesario estar predispuesto a la psicosis para haber experimentado mil veces sensaciones análogas” (Maleval,1980) Nos ocuparemos de este tipo de fenómenos más adelante. Por el momento nos limitaremos a subrayar que la despersonalización, fenómeno que es común que acompañe la crisis de angustia, no se reduce a ningún tipo clínico en particular, lo que no significa que su modo de presentación sea equiparable en una u otra estructura.

P

Cierto sector de psicoanálisis menospreció durante años al registro imaginario, recurriendo a este último término para desmerecer una amplia gama de fenómenos clínicos. No obstante, lejos estamos

Psicodiagnóstico de Rorschach On line Prof. Lic. Alicia B. Rowies SE EXTIENDEN CERTIFICADOS CUPOS LIMITADOS

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de poder obviar la recurrencia de estados de desestabilización del imaginario en la clínica de las neurosis, y no es de extrañar que dicha desestimación nos lleve a incurrir en errores, intervenciones apresuradas, que arriesgan el armado del dispositivo analítico. En pocas palabras, la importancia este registro en un primer tiempo no debe descuidarse, ya que la interrupción del tratamiento puede sobrevenir precipitadamente si la relación analítica no ofrece una posible suplencia del imaginario que ciertas intervenciones pueden conmover. Retomaremos esto en otro lugar, no sin antes situar las coordenadas que nos permitan un modo posible de pensar la “crisis de angustia”, a la que concebiremos desde un principio como la irrupción en el aparato psíquico de una cantidad inasimilable que desestructura al imaginario. Fenómenos que van desde la locura del cuerpo hasta la despersonalización nos orientaran en nuestro recorrido. Exceso y desorden. El DSM, en el transcurso de unos aproximados veinte años, ha ido calificando los signos de la crisis de angustia freudiana bajo diferentes divisiones y subdivisiones, hasta llegar, dentro de los trastornos de ansiedad, a los ya conocidos ataques de pánico. La operación política ejercida por la psiquiatría estadounidense, logró borrar por completo la terminología por la que Freud había introducido dichos fenómenos. Ni el término “neurosis”, ni el término “angustia”, tienen lugar en el manual. Levi Strauss afirma que, en cierto momento, el hombre se larga a hablar. Expresiones como “¡se largo a hablar de una!”, nos sugieren que no hay un aprendizaje gradual del habla, sino que un corte parece dar rienda suelta repentinamente a dicha capacidad. Una acumulación significante empuja al estallido de un aparato que es puesto a trabajar a partir de la extracción de un significante que el antropólogo llamará “cero”. El significante cero, ho-

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mologo a lo que en psicoanálisis denominamos “nombre del padre”, permite el funcionamiento de la cadena y el ordenamiento de las vías simbólicas donde la metabolización de un excedente acumulado se hará posible. Asimismo, Sigmund Freud se aproxima al fenómeno de la angustia a través de una noción similar a la mencionada por Levi Strauss. La acumulación desmedida, sin nada que haga de límite, parece ser un punto de cruce entre la antropología de Levi Strauss y el psicoanálisis freudiano. Es necesario que en cierto momento algo se extraiga y permita el funcionamiento del aparato. Habríamos de afirmar entonces que la lucha pulsional, el desborde, es primario, y los complejos, testimonio del orden simbólico, serán las vías de ordenamiento, el campo donde se acomode el afecto desparramado de un caos originario.i Se lee en esto último lo que Lacan, abrazando a Saussure y Levi Strauss, llamará la estructura. El orden simbólico y su puesta en función a través de complejos (Edipo, intrusión, destete) ordenan el desborde pulsional que aniquilaría al sujeto al quedar este último frente a la irrupción desmedida de una tensión para la cual ningún tipo de respuesta es suficiente. La hiflosigkeit, desamparo inicial, nos muestra la cara mortífera de la vida. Ahora bien, es necesario aclarar que el desamparo del sujeto no se da ante un hecho exterior ante el que no habría nada que hacer. El desamparo será respecto del propio goce, por lo que no se trata tanto de que uno tiene miedo, sino que “se” tiene miedo. Ese es el verdadero desamparo, alejado de cualquier concepción psicologista o ambientalista del asunto. Su único modo de tratamiento es el lazo social, el compromiso a un discurso. El discurso, entendido como lazo social, permite tratar un goce que es mortífero para el sujeto.ii Los “Panic attack”, descripta ya su sintomatología en el primer párrafo del presente trabajo, suponen en su denominación un temor que no se equipara al miedo, del que vale aclarar que se diferencia no tanto por una cuestión cuantitativa sino cualitativa. En efecto, conocemos la función de alerta con la que el miedo cuenta. Esta última nos permite cierta orientación, un “saber que hacer” del que el pánico está exentoiii. Por el contrario, el miedo a morir, a matarse, a enloquecer, propio del “pánico”, no identifica el objeto al que se le teme, por lo que no se nos ofrece ningún itinerario respecto a una situación ante la que estamos carentes de todo tipo de recurso. Estamos ante los ojos de la mantis. Se abre un abismo donde la realidad se disuelve y uno pierde todo punto de referencia en el imaginario en que su cotidianeidad se sostiene. Es en este punto donde uno requiere apoyo, el semejante, el grupo, salvaguardándose del horror de la caída.iv Entonces, la crisis de angustia se explicaría como crisis de los mecanismos que permiten metabolizar un exceso desbordante. ¿No es común, en situaciones críticas, escuchar a nuestros pacientes en términos de “estar desbordados”, “no aguantar más”? El estrés, y toda una serie de fenómenos psiquiátricos subdivididos en infinidades de categorías, no parecen nombrar mucho más de lo que Freud abordaba bajo la rúbrica de las neurosis actuales. Lo actual, en tanto no integrado en lo que en el “Manuscrito G” denomina “grupos de representación psíquicos”, se explica por lo que Freud llamo “tensión sexual so-

mática”, exceso que habría de quedar regulado al ser tomado por el orden representacional. Podríamos incluso ubicar en la tensión sexual somática, el primer antecedente de lo que Lacan llamara objeto “a”. Sabemos que este último es el objeto cuya extracción hace al mundo de los objetos posibles. El “a”, en tanto extraído del campo, permite el armado del imaginario que con su intrusión vuelve a desarmar. Retomaré esto más adelante. Nos interesa ahora, recurriendo a la interdiscursividad, dejar de lado las teorizaciones de Freud y Lacan para apoyarnos en los trabajos de quien puede ser considerado como uno de los más grandes pensadores del siglo veinte: Georges Bataille. La plétora. Tanto en “El erotismo” y “La parte maldita”, Bataille se encarga de elaborar una teoría de la angustia. Un breve recorrido por sus escritos nos permitirá ahondar en el asunto. “La parte maldita”, es el complemento de un trabajo de Bataille titulado “la noción de gasto”. En dicha obra, a diferencia de la clásica concepción de la economía como administración de recursos existentes, Bataille acentúa la administración de excedentes. No es que haya pocos recursos que hay que administrar lo mejor posible, sino que hay un exceso que debe ser gastado (gasto improductivo) y repartido de manera adecuada. El sol, fuente de energía constante, hace a la expansión de las formas vivas que se proliferan por el espacio, es decir, «Se puede hablar de presión en el sentido de que, si por cualquier medio, creciera el espacio disponible, este espacio quedaría inmediatamente ocupado de la misma forma que el espacio vecino» (Bataille G., 1987). Ahora bien, Bataille aclara que por más excedente que haya, y por más crecimiento que las formas vivas puedan llegar a tener, estas tienen un límite. El crecimiento tiene un límite, el excedente no, y debe ser eliminado: «Esta presión no puede ser comparada con la de una caldera cerrada. Aunque el espacio esté totalmente ocupado, aunque no tenga salida por ninguna parte, no estallará», Concluyendo que: «Su extrema exuberancia se expande en un movimiento siempre al borde de la explosión» (Bataille G., 1987) Este “al borde la explosión” es lo que en palabras variadas se hace escuchar en el desborde de angustia de ciertos pacientes.v Es respecto a esto último donde Bataille recurre a la noción de plétora, en tanto sobreabundancia de sangre u otro tipo de líquidos en el organismo o alguna de sus partes. En la plétora, afirma el autor, “el ser pasa de la tranquilidad del reposo a un estado de violenta agitacion”. Esta violenta agitación explica la sensación de muerte que los “panic disorders” testimonian, este es el sentido de la crisis. Cito: “La angustia elemental vinculada al desorden de la sexualidad es significativa de la muerte. La violencia de ese desorden, cuando el ser que la experimente tiene conocimiento de la muerte, vuelve a abrir en el abismo que la muerte le reveló. La asociación de la violencia de la muerte y la violencia sexual tiene ese doble sentido” (Bataille G, 2007)

Soberbio pasaje Batailleano donde, hermanándose con Freud, liga la crisis del desborde sexual a la violencia de la muerte en su etiología de la angustia. Como aclaramos previamente, siempre se trata del temor a las propias pulsiones, a la propia violencia, a la inminencia de un desborde que amenaza desde adentro. La catástrofe. Una paciente se presenta al consultorio. Al preguntársele porque viene solo puede nombrar la frase “estoy desbordada”. Su hermana, de quien muestra su foto apenas la nombra, padece una leucemia que habiendo estado estable durante el último año parece haber virado en una leucemia aguda, que anticipa final nada favorable. Expresiones del tipo “Tengo miedo de tirarme debajo de un auto” (tener”se” miedo) alertan al analista. “no me reconozco” “siento que la gente que me rodea es extraña”, describen un estado de despersonalización donde lo único que parecen esperar es la contención y el límite. Ninguna palabra consuela al paciente en cuestión, y nos enfrentamos a la impotencia a la que este tipo de situaciónes nos expone. “Esto no puede estar pasando, ¿Por qué no me paso a mi?”. Expresiones que indican el estado de locura por el que está tomada la paciente. El “no poder creer”, “no puede estar pasando”, atestigua del desborde angustiante y la desorganización de la realidad ante la irrupción del acontecimiento trágico. Comienza a nombrar diversas quejas en relación a su otra hermana y sus padres, que nada hacen por su hermana, y el peso que sobre ella recae al hacerse cargo de toda la situación, acompañándola todos los días durante más de ocho horas diarias. La posición de esta paciente, en tanto toma sobre si las riendas de toda la situación, dejando sus actividades y hasta su trabajo de lado, la deja tomada por una demanda excesiva ante la cual no hay recursos con que responder. “no puede ser que sea la única de mi familia que se sacrifique así por mi hermana”. Efectivamente, se trataba de un sacrificio. (Los muertos tienden a arrastrar consigo a los vivos) Ahora, este tipo de situaciones puede incluso presentarse en un sentido completamente inverso. ¿Cuántas veces nuestros pacientes nos relatan episodios “trágicos” sin verse en absoluto conmovidos? Alguien puede perder a su padre y no verse afectado de ninguna manera. No me refiero al caso de la defensa obsesiva según la cual, estando afecto y representación divorciados, no es afectado por la muerte de su padre y estalla en angustia al morírsele el canario. El duelo, lo sabemos, es de quien nos hace falta en tanto nosotros le hicimos falta (el deseo es el deseo del Otro), y puede no sentirse como perdida la muerte de un familiar si este no ha ofrecido de si lugar alguno.vi La desestabilización del imaginario se produce en tanto el soporte de la falta se ve cancelado, lo que justifica el modo en que Lacan define la angustia, la angustia real, como la falta de la falta. Por otro lado, no necesariamente se trata de pérdidas de quienes nos hacen de soporte de la falta, sino que el imaginario mismo se soporta y se organiza en derredor de aquella. En efecto, en el seminario 4, Lacan introduce al falo como lo que sostiene la imagen a una distancia necesaria como

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para que esta no tome el estatuto que Freud ubico en “lo siniestro”. Al introducir la falta en la imagen el estatuto del imaginario cambia radicalmente respecto a sus seminarios anteriores. La paloma de Wallon jamás hubiese dicho “acá falta un palomo”. Si no estaba el palomo, no estaba, y el desarrollo de sus gónadas no tenía lugar. La falta introduce en la imagen un orden sin el cual la realidad misma se desorganiza. Una paciente se queja constantemente de que “no tiene tetas”. A lo que el analista responde que eso es imposible. Su respuesta parece tan lógica como convincente. No obstante, el “no tener tetas” era la queja con la que su realidad se ordenabavii. En efecto, la paciente entra en crisis al realizarse una cirugía estética. Viéndose despojada en su imaginario del sostén de la falta. Su mirada se dirige ahora hacia un lugar corporal mucho más comprometido. Es necesario aclarar, respecto a esto último, que la angustia de la que se trata en los casos de “crisis” es la angustia real. A diferencia de la angustia de castración en la que Freud insiste, esta modalidad de la angustia afecta al Ser. La angustia de castración recae sobre el tener. La real, se trata del ser, lo que supone un peligro respecto la propia existencia. No se trata entonces de amenazas que recaen sobre el órgano sino sobre la propia vida. Tiene su valor clínico diferenciar los modos de emergencia de la angustia que en un tratamiento se presentan. Cuando el otro sostiene la función de la falta para alguien, sostiene la existencia de uno, y la caída de este “otro” pronostica la catástrofe. Sin recurrir a un ejemplo tan extremo como el del agujero efectivamente real que la pérdida de un ser querido puede conllevar, las separaciones en cierto tipo de relaciones amorosas llegan a tener un efecto catastrófico comparable al de una muerte efectiva.viii En efecto, en sus “Fragmentos de un discurso amoroso” Roland Barthes define la “catástrofe” como una: “Crisis violenta en cuyo transcurso el sujeto, al experimentar la situación amorosa como un atolladero definitivo, como una trampa de la que no podrá jamás salir, se dedica a una destrucción total de sí mismo.” Continúa: “La catástrofe amorosa está quizás próxima de lo que se ha llamado, en el campo psicótico, una situación extrema, que es “una situación vivida por el sujeto como algo que debe destruirlo irremediablemente”; la imagen surge de lo que pasó en Dachau. ¿No es indecente comparar la situación de un sujeto con mal de amores a la de un recluso de Dachau? Estas dos situaciones tienen, sin embargo, algo de común: son, literalmente pánicas: son situaciones sin remanente, sin retorno: me he proyectado en el otro con tal fuerza que, cuando me falta, no puedo recuperarme: estoy perdido, para siempre”. Barthes mismo llega a comparar el punto de “no retorno” de una ruptura amorosa con el agujero que una tragedia como el holocausto cavó en lo real de nuestra historia. En ambos casos, podemos afirmar que “estamos perdidos”. La falta del objeto desorienta. Cancelada la función de soporte de la falta que el otro ofrece, las coordenadas del imaginario se deshacen bruscamente. La desorientación del imaginario es por un lado

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la desorganización de la realidad. Las coordenadas de esta llegan a atrofiarse de modo tal que la despersonalización no es un riesgo del que estemos exentos en la experiencia de la catástrofe. Desde no saber el lugar donde estamos parados hasta el punto donde el otro más familiar se nos vuelve extraño. El cuerpo se extraña, y no solo en el nostálgico sentido que la expresión toma. La angustia es un cuerpo extraño, y el cuerpo llega a extrañarse, a perderse, separándose de sí mismo y recuperándose con el abrazo que otro pueda ofrecer. ¿No explica, el padre que pierde y reencuentra a su pequeño hijo, el efecto de dicho reencuentro como un retorno del alma al acuerpo? “Me volvió el alma!” El cuerpo vuelve al cuerpo en la envoltura del abrazo.

iii) Podríamos afirmar en este punto que lo que le falta al pánico es la fobia. Esta última ofrece, en el objeto fóbico, coordenadas imaginarias que permiten la huida o defensa frente a aquel. La fobia resguarda, asegura, protege, localiza el desborde angustiante delimitando un imaginario a punto de desmoronarse. La agorafobia es un claro ejemplo de cómo la fobia sitúa un adentro-afuera asegurándole al sujeto una morada particular, ¿A dónde se sentiría seguro sin su fobia el agorafóbico? iv) La función del otro en una catástrofe de este calibre será retomada más adelante. v) Tampoco es de extrañar que frases semejantes describan la sensación previa al orgasmo en ciertas mujeres. La frigidez en muchos casos funciona como defensa ante el estallido. En efecto, Freud mismo relacionaba las sensaciones corporales de los ataques de angustia con los que acompañan el estado de excitación sexual.

Para concluir, vale subrayar que el pánico propio del “panic attack” no es más que una de las tantas formas en las que puede observarse el desborde. Lo que nos importó recorrer en el presente trabajo es como la violencia pulsional irrumpe en el imaginario ahí donde el simbólico no logra tramitar la excitación. En épocas de frágiles pantallas, sujetos carentes de compromisos con cualquier tipo de discurso, el pánico o su proximidad son moneda corriente. No obstante, reducir la crisis de angustia al ataque de pánico sería un descuido que nos impediría considerar la relevancia de otro tipo de situaciones en las cuales la forma (amorfa) desorganizada del imaginario irrumpe. Quizás, antes de hablar de despersonalizaciones, debamos referir estos fenómenos bajo el concepto mucho más amplio de “desestructuración del yo”. No obstante, debemos ser prudentes al recurrir a nociones de mayor alcance. En efecto, Jean Claude Maleval, en “locuras histéricas y psicosis disociativas”, advierte que este concepto evita distinguir: “(…) el síndrome de despersonalización, por una parte, de los trastornos del esquema corporal, por otra; se trata, en ambos casos, de una perturbación de los puntos de referencia del conocimiento especular, la cual puede extenderse más allá de estos fenómenos (…)” (Maleval,1980) Efectivamente, la despersonalización no es propiedad de ninguna estructura en particular, aunque sus modos de emergencia no pueden ser equiparados en uno u otro caso. Rara vez escucharemos una histérica denunciar el robo de un órgano de su propio cuerpo. Tanto en la psicosis como en la neurosis se trata de, al ser conmovida una identificación de las que el sujeto se sostiene, una “perturbación de los puntos de referencia del conocimiento especular”, es decir, del cuerpo y de la realidad en la que él se proyecta. Es en estas situaciones donde la dimensión del abrazo, del contacto corporal, o algunas palabras contenedoras, encuentran su justa razón, restableciendo en el mejor de los casos los límites difusos de un cuerpo anonadado. Notas i) Si esto último fuese cierto, si el desborde precede el ordenamiento que los complejos, la familia, la política metabolizan, la guerra precedería la política, inversamente a la idea fundamental de Calusewitz. ii) En un libro llamado “El Pánico”, el sociólogo Jean-Pierre

vi) Por esta razón, Freud aclara en “duelo y melancolía”, que el melancólico sabe lo que ha perdido, pero ignora lo que de si mismo se fue con quien se ha ido. El melancólico no sabe de tangos (“algo de mí se fue con ella”). El duelo se ve arrebatado en estos casos. vii) Es común que las quejas de los neuróticos tengan esta función de sostén. Por más que en la queja la posición ante el deseo sea de las menos serias, es difícil imaginarse en ciertos casos lo que de tal o cual sujeto seria si la queja se viese anulada. No temo confesar en este punto, que nunca fueron buenas decisiones de mi parte haber sugerido separaciones. En estos casos, al cancelarse la función de la queja como sostén del imaginario las consecuencias fueron más que agravantes. viii) Quizás debamos distinguir ambos situaciones por el hecho de que en la pérdida real de un ser querido la sustitución del objeto perdido es imposible. En las relaciones amorosas, por más intensas que sean, la pasión suele llegar a ser transferida hacia otro partenaire, aunque no en todos los casos.

Bibliografía Bataille G. El erotismo. Ed. Tusquets. Barcelona, 2007 Bataille, G. La Parte Maldita. Barcelona: Icaria, 1987 Maleval, J. C. Locuras histéricas y psicosis disociativas, Paidós.1980 Lacan, J. El Seminario, Libro X, La angustia, Paidós, 2006 Barthes R. Fragmentos de un discurso amoroso, Siglo XXI, 2007 Lacan, J. El Seminario, Libro IV, La relación de objeto, Paidós, 1994. -American Psychiatric Association. DSM-IV-TR: Breviario: Criterios diagnósticos. Barcelona: Masson, 2003

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La angustia, el cuerpo sexuado y sus

De este modo, la angustia tendrá como referencia y condición a lo real. Ya en la primera clase del seminario R.S.I., Lacan señala que la angustia parte de lo Real. Y que esa angustia va a dar sentido a la naturaleza del goce que se produce en el recorte de lo real y lo simbólico. En ese recorte se encajará el goce fálico. De modo que esa angustia permitirá dar sentido a la naturaleza del goce fálico. Quizá el gráfico de la cadena borromea nos sirva de orientación y permita hacer sensible el avance de lo real sobre el cuerpo y sobre lo imaginario.

tratamientos Claudio Spivak Gráfico 1

n el trabajo que iniciamos nos interesa localizar una concepción particular de la angustia que trabaja Lacan, en la que sería su última enseñanza, así como al tratamiento que le provee el psicoanálisis. También, hacia el final, nos orientaremos hacia los diversos tratamientos, que encontramos en la época, para hacer con ella.

E

El nudo y la angustia. Entre los años 1974 y 1975 el caso del pequeño Hans reaparece, en la enseñanza de Lacan, como referencia para pensar la angustia. En conferencias, reportajes y en el mismo Seminario, las menciones al pequeño Hans y la angustia se repiten y nos presentan una orientación en torno al traumatismo sexual que afecta al parletre. No se trata aquí ya de la angustia del sujeto sino de la angustia en relación al parletre y al cuerpo marcado como sexuado. Lo que nos presenta es la emergencia de la angustia pero sin referencia al Otro, al deseo del Otro. Acaso podamos decir que se trata de una angustia que emerge en la complejidad de la cadena borromea. La angustia de la que se trata se deriva de la existencia del nudo. A partir del anudamiento de lo real, lo simbólico y lo imaginario es que hay condiciones para la angustia. Acaso así se entienda una afirmación de Lacan: el cuerpo, al natural, hay que entenderlo como desanudado de lo real. Es a partir de la existencia del anudamiento de ese real y el cuerpo, que hay goce del cuerpo. Sin embargo ese real, al cuerpo, no deja de resultarle opaco por ex-sistirle a título de constituir su goce. En esto, lo real le ex-siste al cuerpo y constituye su goce.

En el anudamiento de lo real, lo simbólico y lo imaginario, se producen una serie de intersecciones, con un agujero central, trabazón central que constituye el objeto a, plus de gozar. Lacan señala que el objeto a, en su carácter de plus de gozar, es condición respecto de cualquier goce. Todo goce está conectado con este objeto plus de gozar. Siendo así, se presentan goces diferentes, condicionados por el anterior, los que quedan denominados como goce fálico, goce del Otro y sentido. En el gráfico 1, las distintas consistencias aparecen señaladas por su inicial en mayúscula; lo real aparece como R, lo imaginario como I y lo simbólico como S. Por otra parte el objeto plus de gozar está indicado allí con la “a”, el goce fálico con la “Gϕ”, el goce del Otro como “GA”, mientras que el sentido aparece simplemente como “Sentido”. Así mismo, lo imaginario queda asociado al cuerpo, mientras que el goce fálico, “Gϕ”, tal como mencionábamos es el campo, que por aplanamiento del nudo, se especifica como la intersección, la juntura, de lo real y lo simbólico. En el anudamiento, el goce fálico, queda fuera del campo del cuerpo, de lo imaginario, y entre ambos se ubica la trabazón que constituye al objeto a. Al respecto, Lacan señala que resulta asombroso que el objeto a separe al goce fálico del goce del cuerpo. Acaso, en el anudamiento, se produzca una separación y ordenamiento del goce. Cuerpo. Ya señalamos que el cuerpo, al natural, hay que entenderlo como desanudado de lo real. Al natural hay que entenderlo por fuera del nudo, separado. Con el nudo borromeo se pone el acento en que el cuerpo participa primero de la economía del goce a partir de la imagen. Allí la imagen del cuerpo es el medio por el cual el cuerpo entra en dicha economía. Se establece entonces una relación del parletre con su cuerpo que es imaginaria y que es mediada por la imagen del cuerpo. Un tiempo después Lacan nos dirá que el hombre está captado por la imagen de su cuerpo. Este punto explica muchas cosas. En especial el privilegio que tiene para él la imagen de su cuerpo. Pero, el hombre no tiene la menor idea de lo que sucede en ese cuerpo. Se vislumbra entonces una distinción entre cuerpo y la imagen del cuerpo.

El goce del Otro. En el seminario del 17 de diciembre de 1974, Lacan nos indica una orientación que vincula a la angustia con el goce del Otro, ese que en el gráfico quedaba señalado como “GA”. Explica que este goce no es el que interesaría al Otro del significante, sino al otro del cuerpo, al otro del otro sexo. Aquí tenemos una nueva distinción: no estamos a nivel del significante, del Otro del significante, sino del cuerpo, del otro del cuerpo, del otro sexo. A continuación nos introduce en la no relación sexual. Expone que esta no relación sexual es un hecho, un hecho que está en la experiencia. Allí se pregunta por qué Freud no ha dado cuenta de esto y se condujo a calificar al “uno” como Eros y a reflexionar acerca del mito del cuerpo unido, del cuerpo de dos espaldas, del cuerpo totalmente redondo, en clara consonancia con el mito platónico. Agrega que es un hecho que de otro cuerpo, por más que lo estrechemos, no obtenemos más que el signo del más extremo embarazo. Recordemos que “embarazo” ya había sido trabajado en el Seminario de la Angustiai. Allí este “embarazo” era considerado como una ligera forma de angustia. En el párrafo que leemos esa ligera forma de angustia se presenta en su carácter mas extremo al estrechar otro cuerpo. Lacan continúa exponiendo que aparte de hacerlo pedazos, verdaderamente no se ve lo que puede hacerse con otro cuerpo, con otro cuerpo que se dice humano. Aquí justifica que, si buscamos con qué puede estar bordeado este goce del otro cuerpo, en tanto que seguramente hace agujero, lo que encontramos es la angustia. En eso que bordea al goce del otro cuerpo hay encuentro con la angustia. Un goce anómalo. En la Conferencia conocida como La Tercera, Lacan parte de una verificación. Indica algo que ya se notó cien veces, que el goce fálico devenga anómalo para el goce del cuerpo es algo notorio. E intentando entender el goce fálico como fuera-del-cuerpo, recurre a un ejemplo. Se trata de un recuerdo del escritor Mishima, quien, en su libro “Confesiones de una máscara”, se había referido a su primera eyaculación. En la acción, el joven Mishima había recurrido a una imagen de San Sebastián. La imagen en cuestión es una reproducción de la pintura de Guido Reni, en la que se representa al santo atravesado por flechas. Lacan explica que esa eyaculación debe de haberlo pasmado a Mishima. Y agrega que se trata de algo que vemos todos los días, tipos que cuentan que nunca olvidarán su primera masturbación, que eso revienta la pantalla. Dicha pantalla hace referencia al cuerpo y a la imagen. Y si esa pantalla revienta es por algo que no proviene del interior de la pantalla. En síntesis, por algo que es fuera de la pantalla. La anomalía en que consiste el goce fálico, lo es, en la medida en que en él se expande y despliega la no relación sexual. Angustia y goce fálico. Volviendo a la clase del 17 de diciembre de 1974, Lacan pone a la angustia en relación al goce fálico, ese goce anómalo al goce del cuerpo. Señala que la angustia es lo evidente, “es lo que del interior del cuerpo ex-siste cuando hay algo que lo despierta, que lo atormenta”. Tal como venimos señalando el goce fálico quedaba del lado de lo que ex-siste al cuerpo, como un fuera-del-cuerpo. En la cadena borro-

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mea lo que ex-siste al cuerpo, al campo que constituye al cuerpo, es el goce fálico. Eso despierta y atormenta al cuerpo. A continuación retoma el caso de Hans. Allí nos conduce nuevamente hacia la experiencia. Nos indica ver que sucede en Hans, cuando se vuelve sensible la asociación de un cuerpo macho, es decir sexuado, a un goce fálico. Allí surge la angustia. Y luego se precipita la fobia. En el caso de Hans la precipitación en la fobia es para dar cuerpo al embarazo que tiene por ese falo. Mas arriba habíamos señalado al embarazo como lo que surge cuando se está en contacto con otro cuerpo. Sin embargo, en el momento previo a la fobia, antes del principio de la fobia, tenemos a Hans en la angustia. Esta angustia es, si se puede decir, “pura”. Desde allí es que llega Hans, como todos, a acomodarse con este falo. La referencia al “todos” nos conduce a leer allí una mención al lado macho de las fórmulas de la sexuación. Con ese falo, Hans como todos los que se encuentran llevando su carga, es preciso que se acomode. Con ese falo, con el goce ese que hace estallar la pantalla, se está casado. Es con eso que el hombre no puede nada. Angustia, lo genital y el falo. El 3 de febrero de 1975 Lacan brinda una conferencia en Londres. Durante la exposición distinguirá falo de pene. Dirá que luego de Freud vuelve a resurgir el falo. Y distingue que este falo no es el pene. Lo fálico se refiere a la sexualidad, que aquí llama sexo. Y algo de la sexualidad pone en cuestión al cuerpo-pantalla del parletre,

ese cuerpo que se relaciona con el yo. En esta línea, cuando es preguntado acerca de la angustia, indica que es un concepto ligado al encuentro con el falo. Y agrega que para eso hay que orientarse con el pequeño Hans. Seguimos, entonces, esa orientación. La sexualidad traumática. A medida que avanzamos, se vislumbra que la sexualidad, el cuerpo marcado como sexuado, tiene relaciones con la angustia. El goce fálico, como fuera del cuerpo y distinto del goce del cuerpo, surge no sin consecuencias. Siendo así, una derivación aparece entre angustia y lo traumático de la sexualidad. En las intervenciones que Lacan realiza durante su visita a los Estados Unidos, vuelve a referirse a Hans. Esta visita tiene lugar entre noviembre y diciembre de 1975. Allí la referencia es el traumatismo sexual, al que señala como el primer tipo de trauma. Comienza diciendo que la sexualidad es siempre traumática en tanto que tal. Allí recurre al caso del pequeño Hans para indicar un momento. Es la constatación de que tiene un órgano que se mueve. Y a ese órgano quiere darle un sentido. Pero por más sentido que pueda darle, “ningún varoncito experimenta nunca que este pene le esté fijado naturalmente”. Explica entonces que el varoncito siempre considera al pene como traumático. Con esto quiere decir que se piensa que el órgano pertenece al exterior del cuerpo. Allí el trauma es lo que viene de fuera del cuerpo. Por eso es que lo mira como una cosa separada, y luego, durante la fobia, Hans lo ubica en el caballo, ese que comienza a levantarse y a cocear.

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A continuación Lacan nos provee una indicación clínica. Dice que Hans todavía no ha logrado domar a ese órgano, a eso traumático sexual, con palabras. Esas palabras serán provista por el padre de Hans, que oficia de analista, como intermediario de las palabras que Freud lo apremia a decir. Allí son las palabras lo que calmarán a Hans. El inconsciente disarmónico. En la clase del 21 de junio de 1974, que corresponde al Seminario XXI, Lacan se encuentra exponiendo una serie de críticas. Entre los criticados desfilan algunos trabajos presentados en el Congreso de la IPA, aspectos de la segunda tópica freudiana, algunos desarrollos de la lingüística y ciertas nociones de la biología. La crítica, un tanto extendida, se cierne en torno a la idea de la vida y de la adaptación supuesta de cuerpos vivientes al mundo que habitan. Acaso podamos ubicar el comienzo de la crítica cuando se refiere a la segunda tópica freudiana. El punto criticado es en relación a la supuesta adaptación del cuerpo al mundo que lo rodea. Allí señala que el cuerpo, en la segunda tópica freudiana, queda situado por una relación con el Ello. Expresa Lacan que esta es una idea extraordinariamente confusa. Lo que resulta confundido es el Ello y el inconsciente. Al articularlo así, Freud, no hace más que significar que el Ello es el inconsciente cuando se calla. Y que ese silencio es un callar. El inconsciente se callaría y en ese punto sería el Ello. Entonces se pregunta si el Yo es el cuerpo. Señala que lo que torna difícil reducir al Yo al funcionamiento del cuerpo es el hecho de considerar

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que, en el esquema propuesto por Freud, el Yo se desarrolla sobre el fundamento de ese saber inconsciente. El fundamento del Yo sería ese saber, en tanto que se calla, y que toma en él, lo que podría llamarse, su alimento. Entonces Lacan señala que lo encontrado en la práctica analítica es algo diferente. Ese inconsciente, con relación a lo que acoplaría tan bien el Yo al mundo, ese inconsciente callado, se presenta como esencialmente disarmónico al mundo y al mismo Yo.

lengua que procede lo que llama la “animación”. Aquí el uso del término animación deriva de la idea de alma y de ánima que ha trabajado en esa clase del seminario. Explica que se trata de la animación “en el sentido de un revolver, de un cosquilleo, de un rascado, de un furor”; para decirlo todo la animación del goce del cuerpo. Y eso se transporta en los semas. Tenemos aquí el transporte, pero nos falta ubicar la procedencia.

Inconciente parasito. Señala que la relación con el mundo no es una simple relación de intercambio. Y en esa relación con el mundo, el inconsciente es parasitario. Surge como parasito. Claro que es un parásito al que parece adaptarse bien el ser hablante. Esto solo en la medida en que no experimente sus efectos patógenos. Afirma entonces que dicha relación pretendidamente armónica entre lo que vive y aquello que lo rodea, está perturbada. Y lo que perturba es la insistencia de ese saber. El ser hablante habita ese saber inconsciente, pero no sin toda clase de inconvenientes. En esto hay desplazamiento. El ser hablante pasa a habitar en ese saber inconsciente y no en el mundo. Y esto no sin inconvenientes.

Procedencia de la animación. Y esa animación, nos indica, no proviene de cualquier parte. El cuerpo, en su motricidad, esta animado, pero en el sentido de la animación que da un parásito. Esa animación proviene de un goce privilegiado distinto del goce del cuerpo; es lo que proviene de aquello donde se sitúa el goce fálico. El goce fálico es aquél que transportan y aportan los semas. Es un goce parasito que se sobreagrega al goce del cuerpo. En ese punto pasa a explicar qué es el sema. El sema es lo que constituye sentido. Todo lo que constituye sentido en lalengua muestra estar vinculado a la ex-sistencia de esa lengua, a saber: a lo que esta fuera del asunto de la vida del cuerpo. Y es en la medida en que el goce fálico, dicho goce semiótico, se sobreagrega al cuerpo que surge un problema. Este “problema” es el que leemos se presenta en el pequeño Hans. Lacan nos propone una solución para pensar este problema. O al menos en parte. Se trata de una comprobación. Es esa semiótica resbaladiza que cosquillea el cuerpo en la medida en que no hay relación sexual. La solución vendrá por el sentido sexual. Es porque el cuerpo hablante habita ese conjunto confuso de semas que encuentra una suplencia. Pero se trata de una suplencia especial. De algo que no hay. Es por habitar en los semas que el cuerpo hablante encuentra el medio de suplir el hecho de que nada lo conduciría hacia “otro”. Y es con el término “otro”, término que habita lalengua, y que está hecho para representar que, con el compañero sexual, no hay otra relación sino es por intermedio de aquello que constituye sentido en lalengua. Lo que hace sentido se presenta al modo de una suplencia para lo que no hay. Lacan afirma que no hay relación natural. Esto no significa que si fuera natural se la podría escribir. Por el contrario no se la puede escribir porque no hay nada natural en la relación sexual de ese ser que es “menos ser hablante que ser hablado”. El pene no es el falo. Lacan señala que resulta grotesco imaginar al falo en el órgano sexual masculino. Al menos eso es lo que revela la experiencia analítica. Sin embargo es en ese órgano masculino que hay algo que constituye una experiencia de goce que está aparte de los otros. Sin embargo no deja de resultar curioso que nazca un goce privilegiado alrededor de ese órgano. Al menos privilegiado en cuanto a los placeres del cuerpo, como es el placer que se puede obtener de hacer gimnasia, saltar o correr. La experiencia analítica muestra que alrededor de ese órgano se pone a pivotear esa suerte de suplencia. La suplencia aludida es la del sentido sexual. Pero, hay que entender, que el sentido es sexual porque sustituye a lo sexual que falta. Entonces el sentido no refleja lo sexual sino que lo suple. Pero el sentido, cuando no se lo trabaja, es opaco. La confusión de sentimientos es todo lo que lalengua esta hecha para semiotizar.

El goce del cuerpo. Aquí realizamos un salto hasta el punto en que Lacan trabaja la ética de Aristóteles. Señala que Aristóteles adhirió al hecho de que el individuo sólo cuenta cuando se supone allí el goce. Lo que constituye el “uno” de ese individuo es que para toda clase de signos, signos en su desplazamiento, en su moción, hay signos de que él goza. Así Aristóteles convoca a la figura de Hedoné. Este Hedoné es lo que pone al cuerpo en una corriente que es de goce. Goce que se varía y se avería. Mas abajo Lacan continúa señalando que ese goce, en el que es puesto el cuerpo como en una corriente, está ligado a la lógica de la vida. Pero lo que descubrimos, explica Lacan, es que en el ser hablante, esa vida se varía (se verie) o incluso se avería (s’avarie), se avería al punto de diversificarse. Se trata de una vida que se avería y se varía en la diversificación. Y se pregunta entonces en qué se “varía” y “avería” la vida. La respuesta es en los semas, a saber, de ese algo que se encarna en lalengua. Así la vida queda diversificada, fragmentada, encarnada en los semas. Y si se encarna es que se trata de algo que hace carne en lalengua. Una semiótica especial, de sentido y sentimiento. Allí nos convoca a pensar que lalengua es solidaria de la realidad de los sentimientos que ella significa. Si palabras que él ha trabajado en su Seminario de La Angustia, palabras como impedimento, turbación y embarazo tienen sentido, sólo lo tienen vehiculizadas sobre las huellas que abre lalengua. Aquí, siguiendo el razonamiento que expone Lacan, esas huellas sobre las que se proyecta el sentido y lo que comporta los sentimientos son los semas. Y sobre ellas no sólo se proyecta sentido sino también “lo que comporta los sentimientos”. Se trata de una semiótica bastante especial. Si Lacan se estaba refiriendo a la lógica de la vida, cuando presenta esta semiótica especial, esa de los semas y de lalengua, explica que es de la-

La interpretación y la semiótica propia. Lacan se refiere entonces a esa operación analítica que es la interpretación y a su función. Señala que al ponernos en estado de “atención flotante”, cuando el analizante emite un pensamiento podemos tener otro muy diferente. Es una feliz casualidad “de la que brota un relámpago”. Es allí que puede producirse la interpretación. Es en la atención flotante, que puede oírse lo que el analizante ha dicho, a veces simplemente debido a una especie de equívoco. Aquí el “equívoco” quiere decir, una equivalencia material. No se trata de una traducción o un agregado de significación. Explica que en ese punto nos percatamos de que lo que ha dicho el analizante podía ser oído todo “de través”. Al oírlo “todo de través” es que le permitimos al analizante advertir de donde emergen sus pensamientos, su semiótica propia. Esa semiótica propia no emerge de otra cosa que de la ex-sistencia de la lengua. Lalengua ex-siste, ex-siste en otra parte que en lo que el analizante cree pueda ser su mundo. Lalengua y el goce fálico; parásitos. Lacan señala que Lalengua tiene el mismo parasitismo que el goce fálico con relación a todos los otros goces. Lalengua es “lo que determina como parasitario en lo real lo que tiene que ver con el saber inconsciente”. En ese punto nos propone una imagen para concebir a lalengua en su relación con el goce fálico. La lalengua estaría en relación con el goce fálico como las ramas con el árbol. Así lalengua, cualquier elemento de lalengua, es con respecto al goce fálico una brizna de goce. De allí que extienda sus raíces tan lejos en el cuerpo. La crítica había partido de la idea de una armonia entre cuerpo y mundo. En el camino nos hemos encontrado con que el cuerpo se encuentra bañado por los semas, los cuales transportan goce. De este modo, el inconsciente no es un conocimiento, no es un conocimiento que permita adaptarse al mundo o salir a buscar el compañero sexual. Es un saber, y un saber definido por la conexión de significantes. Y se trata de un saber disarmónico que de ningún modo se presta a un matrimonio feliz o a la armonía. El pequeño hans y la droga. Ahora volvemos al pequeño angustiado Hans. Se trata de una intervención que Lacan realiza en abril de 1975. Decimos “angustiado” Hans porque nuevamente la referencia es el momento de angustia pura. Lacan nos señala que la angustia está localizada muy precisamente en un momento del desarrollo del bicho humano. Como venimos leyendo, no hay en esta época mención al sujeto. Aquí es bicho y en eso algo de lo extraño y de lo vivo se transmite. El momento del desencadenamiento de la angustia es cuando Hans se da cuenta que esta casado con su pito. Ya habíamos leído acerca del matrimonio del cuerpo con el falo. Allí nos dice que ese pito se hincha. Y en eso se advierte que no hay nada mejor para hacer de falo. Agregamos, para dar cuenta de ese goce privilegiado que es el fálico. Insiste en señalarnos que el surgimiento de la angustia está en relación al descubrimiento del pito, al descubrimiento de saberse casado con ese pito. Y allí, el que está casado, está afligido, aquejado. Entonces Lacan señala que todo lo que permite escapar a ese casamiento es evidentemente bien recibido. De allí el éxito de la droga, explica. No hay ninguna otra defi-

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nición de la droga que ésta: es lo que permite romper el casamiento con la cosita de hacer pipí. Nos interesa en particular esta mención, dado que orienta hacia una tramitación de la angustia que es diversa de la encontrada por el pequeño Hans, una que se relaciona con el intento de domar a ese pene con la palabra. Mas adelante Lacan señala, en línea con lo que venimos trabajando, que lo imaginario tiene por soporte el tener un cuerpo. Y aquí hay algo interesante. En tanto ese cuerpo se desanuda del goce fálico, es que lo imaginario puede tener consistencia. Aquí la angustia relativa al encuentro del cuerpo con el goce fálico, hace que el cuerpo se afecte de tal modo que deja de ser soporte de lo imaginario. Un camino, entonces, es el desanudamiento del goce fálico, posibilitado por la droga, modo en que el cuerpo volvería a dar soporte a lo imaginario. Es lo que sugiere la mención a la droga como lo que permite romper el matrimonio del cuerpo con el pequeño pipi. Lacan continúa señalando que en tanto el goce fálico sucedía en otra parte, y es un tema de historia señalar que se lo escamoteaba, en esa medida surgió la idea del mundo. La idea del mundo, según sus desarrollos, surge de la idea del cuerpo. En la misma conferencia había hecho mención a la religión católica, que daba un tratamiento específico al cuerpo, a partir de un mecanismo, que es jugar con lo bello. Recordemos que si hay algo escamoteado en la representación religiosa, es justamente el goce fálico. Algo de esto aparece en la actualidad, cosa que veremos en el próximo parágrafo. Seguido a esto menciona que en la medida en que se opera la castración, donde hay menos de falo, subsiste lo imaginario. Aquí pareciera referirse a un tercer modo de hacer; el pasaje por la castración. Entonces, a partir de la castración, a partir del menos de falo, lo imaginario subsiste. La sexomanía. Por noviembre de 1974, contemporáneamente a la ya mencionada conferencia La Tercera, durante un reportaje, Lacan es consultado acerca de la angustia. Señala que muchos de los miedos, de las angustias, al nivel que nosotros percibimos, tienen algo que ver con el sexo. Entonces la entrevistadora retruca a Lacan, señalando que el sexo no parece estar en la causa de la angustia. El sexo se encuentra en todas partes, en el cine, en el teatro, en las publicidades. Agrega que los tabúes han caído, y el sexo no da más miedo. En síntesis, el sexo ha dejado de estar escamoteado. A esto Lacan responde con algo que llama sexomanía. Explica que la sexomanía es un fenómeno publicitario. Que el sexo sea puesto al orden del día y expuesto en todas las esquinas de las calles, no constituye absolutamente una promesa de algún beneficio. Simplemente no sirve para curar las angustias y los problemas singulares. Finaliza señalando que eso es parte de la moda, de esta falsa liberación que nos ha sido provista por la supuesta sociedad permisiva. Pero no sirve al nivel del psicoanálisis. Y durante la pregunta que le habían realizado en torno a la angustia, Lacan había agregado una indicación para los practicantes del psicoanálisis. Allí decía, la sexualidad, para el animal parlante que llamamos hombre, no tiene remedio ni esperanza. Y de eso surge uno de los deberes del analista: encontrar en las palabras del paciente el lazo entre la angustia y el sexo, ese gran desconocido.

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En esto último sigue lo indicado como la solución brindada al pequeño Hans. Allí donde Hans se precipita en la fobia, es en el momento posterior a la angustia pura. A partir de la fobia, y por la vía de la palabra, es que se realiza un trabajo con su semiótica propia, en la que encontrará una solución sintomática. Y esto no sin el recurso al padre, ese que actuaba como analista a partir de lo indicado por Freud. Momento de concluir. En el desarrollo del trabajo nos hemos demorado en las diversas lecturas que Lacan realiza del caso del pequeño Hans, a partir de la enseñanza relativa a la cadena borromeana. En esas lecturas encontramos una serie de modos de pensar la angustia. En el recorrido nos topamos con la llamada angustia pura y su conexión con la sexualidad. Podríamos declinar en un momento de angustia pura, y una solución que implica un trabajo con la palabra. Esa angustia pura es correlativa al cuerpo imaginado como uno, aquel del que se soporta lo imaginario. Esta angustia pura surge del encuentro con el goce fálico y correlativo al problema sexual, esto es, a la no relación sexual. A nivel de lo imaginario, el cuerpo aparece como unitario. Es el cuerpo que Lacan caracteriza como imagen. Sin embargo hay en el parletre al mismo tiempo goce del cuerpo y goce que se traslada fuera del cuerpo. Este goce fuera del cuerpo es el goce fálico. Y este goce, que ha quedado asociado a un goce semiótico, permite una derivación diversa del goce. No desconocemos, en esto, que la angustia relativa al goce fálico, guarda relaciones con el objeto a.

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Otras derivaciones para el tratamiento de la angustia son las propuestas por la época. La encontramos, a modo de ejemplo, en el recurso a la droga, como modo de obtener nuevamente un cuerpo soporte de lo imaginario, o en la religión, escamoteando el goce fálico, o en el recurso a la sexomanía. Se trata, claro está, de tratamientos diversos a los del psicoanálisis. Bibliografía Miller, Jacques-Alain. El inconsciente y el cuerpo parlante. En Revista Lacaniana de Psicoanálisis. Publicación de la Escuela de Orientación Lacaniana. Año IX. N° 17, noviembre de 2014. Jacques, Lacan, “La tercera”, en Intervenciones y Textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988. -Entrevista a Jacques Lacan. Periodico Panórama. http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/practicas_profesionales/162_hospital_dia/material/docentes/freud_por_siempre.pdf -El seminario de Jacques Lacan: Libro X: la angustia – 1° ed.- Buenos Aires: Paidos, 2006. -Cierre de Jornadas de Estudio de Carteles de la Escuela Freudiana. En Revista Lacaniana de Psicoanálisis. Publicación de la Escuela de Orientación Lacaniana. Año IX. N° 17, noviembre de 2014. -El Seminario de Jacques Lacan. Libro XXI. Inédito. -El Seminario de Jacques Lacan. Libro XXII. Inédito. -Conférences et entretiens dans des universités nord-américaines. en Scilicet, nº 6/7, aux Conferencia pronunciada en Éditions du Seuil, Paris, 1976, pp. 5-63. -Conferencia en Londres. 1975. Inédito.

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Cuando el destino está en casa Silvia Cossio

“Llamo desastre lo que no tiene lo último como límite: lo que arrastra lo último en el desastre” M. Blanchoti Crisis de angustia olemos asociar la idea de “crisis” con un estado pasajero, con una fase de mutación o cambio. El diccionario nos implica además en una esfera de separación y de quiebre, pero lo cierto es que se puede estar en un estado permanente de crisis. Por supuesto esto conllevaría el hecho de que se destiña como patológico lo que de tránsito por la estofa de grieta hace al atributo más pregnante de una crisis, naturalizando esa fase de ruptura quizás como un meneo precario del psiquismo en el intento de encajar lo inaudito dentro de un encuadre que deviene así exigido y dilatado. De este modo un día de pronto y sin anuncio ese estado fragmentado y pesadumbroso deja de comprometer al individuo más que en su dolor o sufrimiento ya que ha pasado a vivir en estado de emergencia pero sin urgencia subjetiva. Así que lo primero que debiera aislarse en el sintagma “crisis de angustia” es la implicación de estas dos palabras en dicha asociación: si una crisis afecta a una persona entonces hay una discontinuidad temporo-espacial en la historia del sujeto que además puede eternizarse, pero si esta crisis es de angustia, aparece necesariamente una clara urgencia subjetiva que la crisis por sí misma no trae, un compromiso singularísimo del sujeto con esa zona de quiebre que la pone en apremio desde un tiempo propio. Distingamos aquí dos tiempos distintos, uno lineal que el individuo puede transitar de modo inmutable y el otro radial y ciertamente turbulento cuya travesía implica siempre una novedad -y no

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en el sentido de descubrimiento de algo que ya estaba allí de algún modo ignorado- sino que es novedoso por nuevo, ya que experimentar ese tiempo alborotado puede resultar también en una actividad creadora, y creadora de… sujeto. Se puede traer el peso de una crisis a una cura, y con ello los avatares de una historia. Quien la traiga pondrá en palabras un pasado, un presente y un futuro lineal, puede con esas palabras ir y venir en el tiempo, manejar su entrada y su salida de esa historia, podrá reconocerse allí, incluso recordarse, y esto sin que el tiempo, los hechos, o el sujeto sufran ningún cambio más que el alivio de una lábil descarga discursiva. Es que el peso de esa crisis que indudablemente atañe al individuo no está amarrado a un necesario factor de cambio. Distinto es cuando alguien habla desde el apremio angustioso en transferencia, ya que está en condiciones de justamente “transferir” a otro espacio -y no precisamente físico- el fundamento de esa angustia. Cuando la crisis es de angustia quien la padece se siente exigido a apostar en el juego de la vida, quiera o no. La urgencia se hace presente porque responder es la llave de salida de la situación angustiosa ya que la existencia que atañe al individuo de semejante crisis lo concierne radicalmente, no es una situación límite es “su” situación límite que precisa una respuesta sobre su estatus de ser antes de dar cualquier paso. La angustia como plus en una crisis subjetiva marca lo último como un límite para quien la transita, balizando al sujeto en un borde que hace de su diferencia la condición primera. La angustia hace la diferencia. Aquí podemos situar una clave fundamental: una crisis puede convivir con lo mismo, la angustia no. No tardamos en asociar la desesperanza y concomitantemente cierta depresión, a esa “naturalización de la crisis” como “inclinación sigilosa hacia la mismidad”. Pero estar angustiado es sentirse en juego. Y atravesar una crisis de angustia quiere decir que se está viendo el mundo a través de la ventana de la propia muerteii, para lo cual se tuvo que haber introyectado un referente para que esa muerte que se acoge parta en dos el corazón de erosiii, quien haya entrado en el juego de la vida podrá contar con ese filo, y poder como una “facultad de poder” como un logro psíquico, potestad obtenida por la inserción en tiempos revoltosos. La angustia más grande es la antesala de un acto decidido que requiere apostar con lo que de ser no se es para expirar con un soplo el aliento de lo eterno. La angustia y lo unheimlich Cuando Freud piensa Lo Unheimlich 1919 se interroga del siguiente modo: “quisiéramos saber cuál es ese núcleo, ese sentido esencial y propio que permite discernir, en lo angustioso, algo que además es siniestro”. Ubicado en el espacio de un entre -entre lo Uno y lo Otro- propone al sujeto su rasgo exclusivo al precio de un excursus por el centro abierto de su mismidad. “Lo” Otro inunda lo simbólico desde dentro y lo desborda. Captado así como “lo extraño tan familiar” dio en llamarse Unheimlich bajo la pluma de Freud. “De modo que heimlich es una voz cuya acepción evoluciona hacia la ambivalencia, hasta que ter-

mina por coincidir con la de su antítesis, unheimlich. Unheimlich es, de una manera cualquiera, una especie de heimlich”. En castellano la palabra más cercana a heimlich, como una voz que tiene la condición de poder ascender en su significado hacia su opuesto es “acogedor” pudiendo progresar hasta “sobrecogedor”. Puede pensarse de este modo que en lo ominoso hay pues un acogimiento vivo de un elemento que tiene que ver de modo distintivo respecto de alguien. Nos resulta importante mantener esta condición señalada por Freud acerca de la evolución intrínseca de este par antónimo, ya que este rasgo resaltado en el término intenta captar la enjundia paradojal del sujeto. Lo Siniestro es pensado de este modo expresando cierta clase de retornos. Por un lado aquel puesto en juego en la articulación del “semejante”. Así lo que en un principio fue constitucionalmente una medida de seguridad contra la destrucción del yo pasa a ser un siniestro mensajero de la muerte. La autocrítica que se presenta oponiéndose al resto del yo funciona como censura psíquica. Pero entonces dicha instancia es “susceptible de tratar al resto del yo como si fuera un objeto” implicando la posibilidad tenebrosa de que el hombre sea capaz de autoobservación. De igual forma en los fenómenos del doble un sujeto quedará petrificado frente a un doble que ominosamente posea la marca de lo vivo ya que la imagen aunque se mueva debe seguir los pasos del sujeto, no puede anteponerse porque esto implicaría que el “ánima” está de su lado. A lo largo del texto Freud puede afirmar que todas las posibilidades de nuestra existencia dejan restos y la imaginación no se resigna a abandonarlos. La actividad psíquica inconsciente está dominada así por un automatismo o impulso de repetición compulsiva siendo necesario reconocer en lo angustioso aquello que de lo reprimido retorna. Otro retorno se abre paso en este poderoso ensayo, uno que no es precisamente un retorno verdadero sino más bien un “sentimiento de retorno” como la sensación de “haber sido previamente”. Ahí donde supura cierta atmósfera de “lo extraño tan familiar” se conjuga sagazmente lo siniestro. Ist Daheim: “está en casa”, es una expresión de uso en países como Austria o Suiza para remitir al lugar del sujeto. Ese lugar es el espacio (vacío) del ser, en tanto se percibe como deprendido de ese espacio porque allí encuentra sus marcas, que cualquier Heim (hogar) no tiene, esas marcas son la placenta misma del sujeto. Pero el hogar puede ser entrañable o extraño. Lo siniestro se devela ante los ojos de Freud como algo que debiendo quedar oculto se ha manifestado. Lacan vinculará lo siniestro a cierta forma de presencia, la presencia de algo que hace que “la falta falte”. Pues si por algo el hogar es entrañable es por contener la “falta de ser” del sujeto, no su ser sino su “no-ser”, su fundamento vacío. Es entonces cuando lo Unheimlich acaricia la angustia: cuando por turbio cobra presencia la usencia de hiato, que discrimine y distinga la alteridad velada en la constitución misma, estableciéndose una continuidad indeseada entre lo acogedor y lo sobrecogedor. Si lo siniestro es angustiante es en tanto se sirve de los velos de la subjetividad para abrirse paso, vapores que como recursos subjetivos el ser humano acopia cual si fueran hálitos o gasas para apañar la psiquis.

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Lo que la angustia revela Pero ¿qué sucede cuando la Angustia fluye sin filtro desde su tierra “ab-origeniv” llamada aquí: “espacio crítico”? Abordemos una definición de crisis señalada por Yafar en Amor y perversión 1989. “Se produce crisis cuando en un Ministerio dimiten gran parte de los integrantes o sus miembros, hasta que se nombran los reemplazantes”. Como bien señala el autor es crítico aquel espacio donde todavía no hay nombramiento. Abordar una Crisis de Angustia como psicoanalistas converge en una tarea por demás compleja pues: • Por un lado señala descarnadamente el develamiento del nudo del sujeto a la existencia • Así mismo implica el desbaratamiento de un velo estructural y operativo para la economía de los afectos que ha dejado en carne viva cierta abertura de cimiento • Semejante status crítico suspende la operatividad psíquica, siendo la angustia el único capital disponible • Revela a su vez que el psiquismo se sostiene de una función dinámica capaz de cultivar su tiempo singular y que su fundamento es en realidad un “sin fundamento” puesto en marcha • La crisis de angustia anuncia que este engranaje “complejo y dinámico” se ha interrumpido y en lugar de un fluir dinámico el sujeto parece haber pasado a manejarse por espasmos donde los actos desesperados o las inmovilizaciones panicosas se hacen lugar en un fuera de tiempo • De igual modo si la crisis es de angustia dicha situación implica un pasaje que “habilita o empuja” al sujeto a un “universo expandido” cuya diáspora demanda conquistar las coordenadas de lo Otro como una alteridad en “fascinante o salvaje” dispersión y al mismo tiempo anidando en el soporte mismo de un ser abierto. • Dado que semejante alteridad sólo se congrega por la abertura en el fundamento del ser, el trabajo comienza por la estabilización necesaria con un referente que ponga en eje la ventana al mundo • Así mismo y en palabras de Sara Vassallov: “Según el analista que aborde el problema y según su concepción del tiempo (lineal o discontinuo-retroactivo), se perfilan dos niveles: los que encaran la crisis como un momento para después volver a lo normal, y los que comprendieron que la crisis es de estructura”, he aquí un rasgo distintivo del psicoanálisis, atravesar semejante angustia implicará el trabajo de una nominación que autorice al sujeto a ser otro en su nombre. La ventana del fantasma El fantasma introduce en su texto, de contrabando y como objeto imaginario lo que simbólicamente está perdido para el ser: su fundamento vacío. De la necesidad de alojar también simbólicamente ese estatuto real nace para el sujeto la trama del fantasma que pretende contar de alguna forma con esa porción de su identidad perdida. Ciertamente el fantasma estabiliza la estructura, siempre que la respuesta no alcance una condensación máxima, porque lo que hace a la efectividad del fantasma es también que su respuesta se mantenga en conveniente suspenso. Ubiquemos al respecto ciertos matices: • Una persona puede tener un “desbalanceo”

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fantasmático, en este sentido digamos que pesa la eventualidad, desde allí puede tener problemas con sus recursos usuales. Si esta persona se organizó además y se sostuvo “siendo” el objeto de su fantasma, “toda mi vida fui una mierda para ella” esto implica que logró una estabilización al costo de taponar el yacimiento dinámico de fondo cuyo sesgo cardinal es su carácter vacío siempre renovado en el flujo de excitaciones del aparato. Habiéndose “sos-tenido” de este modo el suspenso concomitante a la operatividad fantasmática ha sido controlado de manera eficaz, aunque no muy feliz. El foco de angustia fue así lacrado. Pero de repente algo pasa quizás alcance con la aparición de un amor que no responda a la premisa de relación con la respuesta de siempre, entonces el fantasma se desbalancea, el tapón se desarma, la angustia se cuela, porque ahora es interpelado y la pregunta aparece bajo la forma de un “pero entonces… qué me quiere?”. Será en el lugar implacable del suspenso que se abre paso una falta en el Otro, el sujeto que ya no logra obturar con un objeto de goce se angustia un paso antes de hacer de esa falta una instancia de deseo. • Otra cuestión sería lo que atañe a una “articulación insuficiente o una desarticulación” del fantasma, que nunca haya estado bien acoplado o que por alguna causa se desacople. Que la persona se haya acomodado en su supervivencia hablaría de cómo llegó hasta hoy con esa articulación insuficiente y que esté siendo agobiado por una demanda de coyuntura habla más de una desarticulación. En esta instancia de coyuntura fantasmática la angustia masiva se presenta cuando el sujeto es intimado a responder por su falta en ser y ya no por la falta en el Otro. De modo que: • o siempre vivió en estado crítico sólo que ahora quiere responder por algo de algún modo • o siempre respondió más menos en su vida y ahora está frente a una eventualidad para la que el referente se impone: paternidad?, sexuación? asunción de un cargo jerárquico?. ¿Cuál es entonces el referente? Digámoslo sin vueltas: la muerte. Un saber ineluctable de la muerte, sobre un ser que sabe que tiene infinitas posibilidades pero que siempre está la posibilidad de morir. Es en relación a este referente que el sujeto entra a la –sólo así- “su” existencia pulsando con un cuerpo erógeno, estableciendo un lazo ineludible entre sexo y muerte ya que además entra como significante lo cual involucra que ingresa como el efecto de una función del lenguaje que lo atraviesa. Aquí se dividen aguas en cuanto al diagnóstico, digamos brevemente que si el sujeto acaba respondiendo desde afuera estamos en el terreno de la psicosis y si el sujeto logra “decantarse” como significante en el intento de responder, ya entramos en el aura de la neurosis. Cuando responde desde fuera el sujeto se entera de “qué” es en el sitio del no-ser: “marrana!”. Cuando el sujeto responde desde dentro asume “quién” es, un quién que también se ubica en el lugar de un no-ser pero que se reduce a la precipitación de un significante exclusivo de sí que le permite conservar su estatus agujereado con un nombramiento. Atañe aquí al andamiaje del fantasma fundamen-

tal como último muelle subjetivo. Independizarse, convertirse en padre o madre, casarse pueden ser situaciones donde se conjuguen brutalmente estas variables. También observemos que dentro de las crisis de angustia hay distintas posibilidades personales. Quién está atravesado por tal crisis conserva su cuerpo? aunque paralizado en el horror, un ataque de pánico es un ataque de alguien que todavía puede situar el horror por fuera de él, espacializa y proyecta el espanto, y si lo hace es porque puede desplazarlo más allá de un borde todavía conservado: su cuerpo. En una agorafobia por ejemplo este borde no se encuentra en el sujeto, y el encierro pasa a tomar la posta de ese borde erógeno desvencijado, se arma entonces una fortaleza rígida y estática desprendida de la carne, cuando lo propio del sujeto es su temporalidad dinámica multiplicando las pequeñas fobias de todo tipo, cualquier cosa que se mueva, cualquier cosa que haga ruido, la luz, el sol provocando que los retraimientos se hagan cada vez más severos porque el sujeto no puede al fin y al cabo organizar sus pulsiones en un interior psíquico. Falta un significante capaz de anclar al sujeto en un mapa interiorizado de goce. El sujeto de la angustia, un sujeto paradojal “Existir es poner en acción la relación absoluta” Kierkegaard Tanto Winnicott como Kierkegaard asumieron una paradoja en la fibra misma de la tensión psíquica. Cuando Kierkegaard en Fragmentos Filosóficos 1844 examina La paradoja dice lo siguiente: es “así es como la mayor paradoja del pensamiento es querer descubrir algo que él mismo no puede pensar” de este modo se pregunta cuál es pues ese desconocido contra el cual se lanza la inteligencia en su pasión paradojal y llega a perturbar el conocimiento que el hombre tiene de sí. Visualizado pues como un límite hacia el cual no se deja de ir, como lo diferente, lo absolutamente diferente. Pero “la inteligencia no puede pensar la diferencia absoluta” y no pudiendo ir más allá de ella misma no hace más que prolongarse en el intento de atraparla. De esta manera “el Desconocido está en una diáspora y la inteligencia no puede sino escoger lo que sí está al alcance de su imaginación, lo monstruoso, lo ridículo, etc.” La paradoja también subyace a la estructura general de la obra de Winnicott. En Realidad y Juego 1971 donde se anclan sus contribuciones más importantes, la paradoja es inherente al desarrollo del jugar, la creatividad, el objeto y los fenómenos transicionales. De modo que puede afirmar: “La paradoja debe ser aceptada, no resuelta”. Porque cuando se tolera y respeta la paradoja se otorga al pensamiento un carácter dialéctico, un movimiento que origina y sostiene una tercera tópica: el espacio potencial o transicional. Incluye así lo dinámico como movimiento que inscribe lo vivo. Para Winnicott, lo “transicional” se rige por la lógica paradojal que implica precariedad y, por tanto, riqueza de significación: riqueza psíquica. Sin experiencia no hay vida y sin paradoja no hay experiencia. Es necesaria la experiencia de un espacio transicional como zona intermedia. El juego viene a inscribir así un deslizamiento continuo de paradojas porque la paradoja es dinámica y se opone naturalmente a la rigidez y parálisis de la certeza. Winnicott

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Sumario I 445

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cuestiona la existencia de una verdad racional única y absoluta por lo que ve en la paradoja la posibilidad de sostener los contrarios proporcionando al sujeto la nutrición de lo diferente. Tolerar la paradoja del sujeto es contribuir a la riqueza psíquica ya que es en un espacio transicional donde se articulan las relaciones entre naturaleza, individuo y cultura. He aquí el sesgo necesario del alma humana. Freudianos desde el inicio sabemos que hay un fuego poderoso sostenido en la “tensión psíquica” del sujeto dividido de la “Spaltung”. Sin embargo la armonía de discordantes exige un tablado propio para el carnaval de su hiato. La angustia del fantasma y el tiempo de un acto

Octubre 2015 Ilustración de tapa: Rodolfo López Martino Distribución en Interior: D.I.S.A Imprenta: Mundo Gráfico S.R.L. Zeballos 885. Buenos Aires Los artículos firmados son de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no reflejan necesariamente la opinión de la dirección.

2 Crisis de angustia e ideaciones suicidas. David Maldavsky 7 “Crisis de Angustia”. Sorprendente inventario en el que testimonian hasta las puertas sin abrir”. Alejandra P. Frías 11 Ataques de angustia - la hipnosis como instrumento de la psicoterapia. Horacio R. Losinno 15 Plétora y desborde. Nahuel Krauss 18 La angustia, el cuerpo sexuado y sus tratamientos. Claudio Spivak 22 Cuando el destino está en casa. Silvia Cossio

Próximo número: Noviembre 2015 El paciente bipolar

Cuando Lacan en El Seminario 10 (1962—63) abordaba el tema de la angustia hacía resonar ya el condimento del acto desprendido desde allí: “arrancarle a la angustia su certeza”, pero a esta altura y ya sudada por el fantasma el concepto de angustia no se debate en términos críticos sino más bien estructurados. El sujeto puede preguntarle al Otro ¿Qué me quieres? en lugar de estar intimado a responder por ¿que soy?. La respuesta siempre de algún modo pasmada vela azulinamente un distrito mucho más descarnado y nodal, al tiempo que no ahoga la función dinámica de la angustia que sigue pidiendo un acto pero con el amarre en escena. Quizás no sea casual que cuando aborda el problema del tiempo, Lacan, Escritos, El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma (1966), introduzca por medio de un juego el problema de la prisa. Citemos: “Muy por el contrario, la entrada en juego como significantes de los fenómenos aquí en litigio hace prevalecer la estructura temporal y no espacial del proceso lógico” A través de esta propuesta puede decir que lo que no se considera en el problema planteado allí es justamente ese “carácter de apertura temporal del significante”, de modo que “hace falta suponer también lo que los sujetos no ven”. Esta consideración le permitió el acceso a otra lógica temporal en curso. Serán las “mociones suspendidas”, las que permitan a los sujetos (los prisioneros del juego) impulsarse hacia la solución. Lacan observa que generalmente se excluye el tiempo de suspensión en las instancias reflexivas. Dichas instancias sin embargo permiten reconocer taxativamente otra lógica discurriendo en esas “mociones suspendidas”. Otra intención se pesquisa en la modulación del tiempo que circunscribe el “instante” de la mirada, el “tiempo” para comprender y el “momento” para concluir. Ese tiempo de suspensión es también muy Heideggeriano, allí podemos encontrar cierta sazón al “instante del Sorge” (cuidado) como cicatriz inherente al Dasein (Ser/ahi) de un espíritu resuelto: se precisa cierto atravesamiento para que el Ser/ahí decaído -ya que uno de sus tres elementos es el vivirse como un “ser arrojado ahí”, siendo los otros dos: el “ser previamente” y el “ser ya en el mundo”- se apropie de un sentido singular ante su “ser para la muerte”. Efectivamente el ser/ahí aparece siempre como siendo previamente así mismo, porque en el momento en que se interroga existe ya. La angustia en Heidegger es un fenómeno que revela la estructura del Dasein, es su sentimiento más profundo, principio y fuente de todos los demás: voluntad, ansia, deseo, inclinación, impulso pero que

permanece velado bajo las apariencias del cuidado o “Sorge”. El ser/ahí precisa enlazarse al tiempo y lo logra subiéndose en la angustia existencial intrínseca de ese “ser para la muerte”. Nótese que la angustia es un efecto de la relación del sujeto al saberse mortal como referente. Es el ingreso a un “tiempo propio” al que se accede así y nada menos, que desde el alojo de la única certidumbre de un ser que se sabe mortal. Esta condición entonces es la necesaria para que el ser se apropie de su instante y se revele. La urgencia lógica de anticiparse se nos presenta así como el punto de angustia que posibilita el cambio de chip, ya que puede alterar el tiempo desde su materia misma. Esta revelación que no se vive sin el acopio del ser para la muerte se contrapone a otro tiempo ensombrecido y eterno. La Angustia que paradojalmente es el sentimiento insoportable por excelencia se vuelve una oportunidad y la prisa, además de hormigueo anárquico, una vía regia. Esta anticipación temporal que involucra un cierto “Verstehen” (comprensión), Heidegger Ser y Tiempo (1927), alude a una anticipación como acción que liga los elementos desamarrados de “lo abierto” como introduciéndolos en una “proyección anticipada”. Diremos entonces que: • esta proyección anticipada hace fantasma • en tanto liga con lo abierto • y se sirve del suspenso Gracias a esa facultad del significante de concebir un campo de alteridad no significado, y de resonar por él, es posible tener en cuenta un elemento tercero que se instala en todo choque de dos lógicas distintas: el hiato tierra exclusiva de la angustia existencial. El Fantasma sólo terminará de integrarse tras la inscripción de ese hiato revelado realmente en la puesta en juego de la posición sexuada. Así es preciso contar con un fantasma para vérselas con el malentendido echando raíces en las mociones en suspenso. Pues el hiato como espacio “vacío” entre dos lógicas distintas es donde puede germinar: • un malentendido tal que consista un objeto a reabsorbible por el goce narcisista o • el juego, la sublimación, la seducción, el magnetismo, el erotismo, capaces de decantar otro tipo de objetos “a” absolutamente insospechados que otorgarán un goce que no solo no puede reabsorberse por el narcisismo sino que además profundiza su grieta como aljibe insondable de la división subjetiva. Notas i) Blanchot, M. La escritura del desastre, (1983). Madrid. Editora nacional de Madrid. 2002 ii) Bataille, G. El amor, el erotismo y la literatura Buenos Aires. Adriana Hidalgo Editora. 2008 iii) Klossowsky, Un tan funesto deseo, Buenos Aires Editorial Las Cuarenta. 2008. Klossowsky observa que cuando Nietzsche dice “Dios ha muerto” parte en dos el corazón de Eros, siendo de esta fisura de donde se desprenden dos voluntades simultaneas: la voluntad de lo eterno creadora de dioses y la voluntad creadora que por tal se nutre de la discontinuidad que introduce la muerte iv) La palabra aborigen tiene toda su intención aquí, viene del latín ab-origine, designa aquellos que vivían en un lugar concreto desde el principio y antes de ninguna colonización v) Sara Vassallo, comunicación personal.