Antonio Machado - VV. AA

NOVEDAD EDITORIAL 2 Antonio Machado Poeta en el exilio Monique Alonso Con la colaboración de AntonioTello Antonio Mac

Views 446 Downloads 4 File size 15MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

NOVEDAD EDITORIAL

2

Antonio Machado Poeta en el exilio Monique Alonso Con la colaboración de AntonioTello Antonio Machado. Poeta en el exilio es el fruto de un largo trabajo de investigación y de una intención muy precisa: ofrecer una documentación histórica capaz de corregir los errores y contradicciones en lo escrito y dicho sobre esta etapa última de Antonio Machado. Los documentos hallados y consultados, incluidos todos los escritos del poeta en estas fechas y los testimonios de quienes vivieron junto a él en esos días, arrojan una nueva luz para el estudio y conocimiento de lo que fue en realidad su exilio y muerte. El libro, pues, no pretende ser un estudio completo, definitivo en datos, pero sí en autenticidad y veracidad, como documento histórico. Monique Alonso, hija de refugiados españoles, nació en Lourdes. Ha realizado estudios de Filología en la Universidad de Pau, preparando su tesis de licenciatura sobre El exilio de los intelectuales españoles en Francia, bajo la dirección del profesor Manuel Tuñón de Lara, tema que en la actualidad es objeto de su tesis doctoral.

Últimos títulos aparecidos en la colección ÁMBITOS LITERARIOS NARRATIVA Félix GRANDE Lugar siniestro este mundo, caballeros Fernando del CASTILLO DURAN Lepsis Premio Ámbito Literario de Narrativa 1985 POESÍA Diego MARTÍNEZ TORRÓN Alrededor de ti GianninaBRASCHI La Comedia Profana Luis MARTÍNEZ DE MINGO Anacrónica y Fidel Alfonso LÓPEZ GRADOLÍ Las señales de fuego Premio Ámbito Literario de Poesía 1985 ENSAYO Monique ALONSO Antonio Machado. Poeta en el exilio Orlando GUILLEN Hombres como madrugadas: la poesía de El Salvador

3

Con la luz, con el aire, con los seres Vivir es convivir en compañía. Placer, dolor: yo soy porque tú eres. J. GUILLEN Aire Nuestro III, Homenaje

4

ANTHROPOS REVISTA DE INFORMACIÓN Y DOCUMENTACIÓN Junio 1985 Con motivo de la edición del n. ° 50 de nuestra revista ofrecemos este número extraordinario y doble en extensión, dedicado a Antonio Machado. Con ello nos sumamos a la celebración que en este año se viene haciendo de un hombre cuya presencia está viva entre nosotros. Director: Ramón Gabarros Redacción: Jordi Doménech, Esteban Mate, Francesc Roque, Jaume Roque; Ramón Farré-Escofet y Carmen Muntané (diseño); Assumpta Verdaguer y Cristina Villar (documentación) Asesores: Juan Baró (economía y estadística); Antoni Jutglar (historia y ciencias sociales); Montserrat Moix y Montserrat Gimó (psicología y ciencias de la educación); Manuel Oliva y Pedro Serra (filología y análisis del pensamiento); Juan Quílez (ciencias físicas y biológicas); Eloy Terrón y Vicente Romano (ciencias de la información) Diseño gráfico: AUDIOVISA Muntaner, 445, 4.° 1.a 08021 Barcelona Documentación: C.I.D.A. Centro de Información y Documentación de Anthropos Enric Granados, 114 08008 Barcelona © Grupo A Edita: Anthropos Editorial del Hombre Enric Granados, 114 08008 Barcelona Esta publicación es miembro de A.S.E.I. ISSN: 0211-5611 Depósito legal: B. 15318/81 Fotocomposición: Tecfa, S.A. - Barcelona Impresión: Cayfosa, Sta. Perpetua de Mogoda (Barcelona) Publicidad y suscripciones: Enric Granados, 114, entlo. 2.a 08008 Barcelona Tel.: 217 25 45 / 217 24 16 Suscripción año 1985 (12 números de 64 págs.): España: 3.750 ptas. Otros países: 45 $ Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en paite, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquimico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

N.°50 / 1985 2 Editorial ANTONIO MACHADO: POETA EN EXILIO. DESDE EL MIRADOR DE LA 5

GUERRA. TEXTOS, NOTAS Y ANTOLOGÍA 3 1. Situación de Antonio Machado: proceso de su último compromiso histórico 18 2. Teoría poética de Antonio Machado 22 3. «Desde el mirador de la guerra» 45 4. Antonio Machado, pensador de la heterogeneidad 59 5. Antología: poemas de un Poeta investigador de historias, caminos y paisajes 62 Apuntes biográficos Antonio Machado: datos cronológicos de una biografía 73 Documentación BIBLIOGRAFÍA DE Y SOBRE ANTONIO MACHADO 74 Obras de Antonio Machado 81 Estudios sobre Antonio Machado 100 Análisis y comentarios Tres glosas literario-filosóficas a Antonio Machado, por Juan David García Bacca 106 El cantar y el decir filosófico de Antonio Machado. Apéndice: los nombres de Antonio Machado, por José Echeverría 124 El sueño y la muerte en la poesía de Antonio Machado, por Rosario Hiriart 129 Con don Antonio Machado. Los niños en su obra, por Carmen Conde Información bibliográfica (cuadernillo en páginas centrales)

6

ANTONIO MACHADO: POETA EN EXILIO. DESDE EL MIRADOR DE LA GUERRA. TEXTOS, NOTAS Y ANTOLOGÍA Iniciamos la recogida de estas notas y textos referentes a la figura de Antonio Machado, destacando el título certero, sugestivo y preciso con que Mónica Alonso define, en su libro, la vida y la obra del Poeta y Pensador hispano. Se trata de una amorosa pesquisa, honda e indagadora, de alguien forzado a quedarse, sin pan y sin tierra, transterrado. Sólo podemos invitar a la lectura de este magnífico libro, fruto de 7

paciente búsqueda, afirmación y encuentro con los testigos de la historia; de la «España peregrina», como la califica doliente José Bergamín. Son documentos que centran la vida, la temática y las obras de un pensador de su pueblo que muere por su libertad. Poeta en exilio, hombre en exilio, historia de exilios: he ahí el tema entrañable y cordial que expresa el destino positivo del ser humano, irse de todo continuamente o expulsado cuando el otro vence cainíticamente por el odio, la venganza y la negación de su existencia. Hay dos formas de estar en destierro: impuesto o inventivamente conseguido. La expulsión y la clandestinidad son las dos formas en que puede concretarse la primera; y la diferencia creadora, heterogénea y plural, la segunda. Don Antonio Machado, poeta en exilio, lo fue de las dos maneras. Él siempre estuvo fuera de todo; pero con su pueblo, para quien desea trabajo y cultura, y con quien pasa la frontera de la patria. Él expresa en su creación y en su pensamiento la esperanza de una España con otro porvenir, con otra libertad, hacia la vida lograda desde la muerte. Un destierro, en definitiva, sembrado de miles de luces, semilla de múltiples esperanzas. Ya es hora de decidirse a crear un proyecto que realice el porvenir —de los que están en exilio—, donde vuelvan a vivir ellos —apócrifos innovadores—, aquí y ahora, cincuenta años después, resucitados a la vida en nuevo ser, en una historia abierta al cambio cordial, íntimo y material: donde la pluralidad sea un hecho y una propuesta, donde el Exilio sea una creación positiva, una categoría inventora de éxodos,buscados, y realizados en creaciones y cambios sorprendentes. Don Antonio Machado, poeta en Exilio está aquí, vuelve y con él están todos los que se fueron, los transterrados de la historia, los trabajadores de tierra y libertad, de pan y cultura, de utopías imposibles, de revoluciones sociales, que ponen en evidencia las intenciones, los hechos perversos y cobardes de las democracias formales e imperialistas de la Europa de los años 30, inerme frente a la consolidación del fascismo y la barbarie, la paz inicua. De todo ello nos hablara don Antonio Machado en los artículos «Desde el mirador de la guerra». Queremos traer el testimonio, el análisis y la presencia de tantos que se hacen presentes en Antonio Machado, en su paso, en su compañía, en su vida, en su muerte y en su resurrección. Entre ellos, destacamos las miles de vidas apócrifas que pasan la frontera desnudas. Aquí recogemos los documentos y testimonios de personas entrañables como J.M.a Castellet, J.D. García Bacca, María Zambrano, J.L. Abellán, Concha Zardoya, Rafael Alberti, A. Sánchez Barbudo, Ángel Viñas, José Echeverría, Aurora Albornoz, Mónica Alonso y tantos que han profundizado la vida y la obra de Antonio Machado desde dentro y desde fuera, o bien desde fuera, pero ahora realizada desde dentro. Ellos se sienten, los exiliados, recreados en la palabra de Antonio Machado, poeta en Exilio; poeta sencillamente, porque crea, inventa, innova la palabra y el poema: está más allá, siempre hacia lo mejor, excedido. Traspasa la frontera de las cosas, de los pensamientos, de los hombres. Antonio Machado busca, halla y está en la fuente. Allí nos lleva. Su método poético y reflexivo es camino, espejo y tránsito hacia lo otro y el otro. . . Antonio Machado, memoria viva de historia y exilio, indagación revolucionaria, apócrifa del otro, de la profunda heterogeneidad del ser, del encuentro innombrado, 8

silencioso, en el fondo, con él o con ella, con la gente del pueblo, trabajadores siempre de su libertad. Mónica Alonso abre su obra con este texto, que plantea la evolución del pasado y la llamada del porvenir de una forma poética, como presencia viva y renovada, encuentro. Dice así: «Incierto es, en verdad, lo porvenir. ¿Quién sabe lo que va a pasar? Pero incierto es también lo pretérito, ¿quién sabe lo que ha pasado?», nos decía Antonio Machado en boca de Juan de Mairena. Es cierto. ¿Quién sabe lo que ha pasado, lo que le pasó al poeta Antonio Machado en los años 1936-1939? Nadie. «Las cosas no se hacen inmutables al pasar de nuestra percepción a nuestro recuerdo», según dice nuestro poeta. Por ello, todo lo que podemos afirmar en este libro es «con relativa seguridad». Pero sí, de lo que sí estamos seguros es que cuanto hemos escrito en este libro está escrito con la mejor fe. Para que este libro sea realmente un libro de Historia, nos limitamos a referir únicamente datos que se pueden comprobar con documentos o confrontando varias entrevistas. Antes de dar luz a este libro hemos trabajado largos años para poder recoger material y confrontarlo. De lo recogido, más de la mitad ha tenido que eliminarse por falta de pruebas contundentes (no descartamos por ello poder averiguar su autenticidad algún día). Hemos seguido muchas pistas, muchas de ellas fueron arduos caminos o senderos con indicadores inverosímiles; no obstante allí hemos ido, nos hemos arriesgado hasta llegar al final. Algunas de estas pistas tenían como meta una recompensa, otras un fracaso. A pesar de todo, las consideramos todas fructíferas. Esperamos, así, que este pasado, que estos años trágicos de Antonio Machado no «sean trabajados ni moldeados a voluntad». (Monique Alonso, con la colaboración de Antonio Tello, Antonio Machado. Poeta en el exilio, Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre, 1985. Col. Ámbitos Literarios/Ensayo, 12, pp. 13-14.) Es una invitación a entender en realidad de verdad lo que le Es una invitación a entender en realidad de verdad lo que le 1939. Un acercamiento cordial y medido a la vida herida por el hacha de la barbarie, signada por la cruz. Amigos venid, salid de vuestro silencio, de vuestro olvido, creced en nuestra memoria. Llegan nuevas gentes a vuestro encuentro. Queremos entender y realizar vuestros anhelos. Queremos presencia viva, cooperante con vuestro pensamiento y vuestra obra: redimir la intimidad de la historia, cambiar los fantasmas por creaciones humanas plurales.

9

1. Situación de Antonio Machado: proceso de su último compromiso histórico En los documentos que vamos a transcribir, nos mueve la intención y la voluntad de hacer presente la palpitación de don Antonio; su creación, pensamiento y compromiso con la gente, con la República, especialmente durante la guerra civil. Nos gustaría que los jóvenes se encontraran con la memoria viva de esta historia, con la postura interior de estos hombres que hace ya casi cincuenta años expresaron la realidad paradigmática de 10

una cultura, una sociedad y unos hombres en estado permanente y antropológico de guerra civil. Es preciso volver y encontrar el hilo de las luchas, las pasiones, los intereses y la cobardía que han roto y siguen rompiendo la vida de millones de personas en nuestro dolorido y absurdo planeta. Pero también cómo la creación, la propuesta, es el nuevo método positivo capaz de establecer de nuevo la esperanza, la paz y los beneficios de una revolución social desde el fondo. Lo cual, ya nunca jamás, se podrá realizar por la fuerza de las armas ni de victorias militares, sino por la creación cooperante, por el paso a estado social de los individuos, los pueblos y las patrias. Sólo por construcción disolvente y positiva, nos parece que es posible ya una revolución social en realidad de verdad, pero vayamos a los testimonios y a los documentos capaces de darnos la memoria viva, operante y eficaz en el presente. La Memoria histórica que nos recuerda y presencializa, viva y doliente, la figura interior, en exilio, de Antonio Machado y sus amigos clandestinos o expulsados de la patria. En primer lugar, lo que nos dice Rafael Alberti en «Imagen primera y sucesiva de Antonio Machado». Con vital sintonía e insurgencia intelectual, Rafael Alberti nos enmarca de la siguiente forma a su personaje: en la calle, en su poesía, en el café, en la política, en el Quinto Regimiento, en Valencia y entre los álamos argentinos. Esta ubicación parece una proyección cinemática, desinstaladora, peregrina y en continuo estado de exilio de don Antonio Machado. He aquí el documento: 1. En la calle Yo no conocí a Antonio Machado hasta muy tarde, casi dos años después que a Juan Ramón Jiménez. Con mi hermana Pepita, mi pobre hermana Pepita, hoy joven viuda de la guerra de España, sabía de memoria sus poemas, que recitábamos en nuestras inseparables, puras mañanas del Jardín Botánico, el Retiro, la Moncloa, frente al crestado y niveo Guadarrama. Ningún paisaje como éste, tan de Machado, para repetir de recio su amor a la ancha y abierta serranía, divisoria de las dos Castillas. ¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo, la sierra gris y blanca, la sierra de mis tardes madrileñas que yo veía en el azul pintada? En 1924, alguien que ya no quiero nombrar me dijo: —Preséntate al Premio Nacional de Literatura. El jurado es muy bueno. Forma parte de él, con Gabriel Miró, Menéndez Pidal y Moreno Nfilla, Antonio Machado. A lo mejor te dan el premio.

11

Aquel «a lo mejor» que mi hoy ex amigo añadiera, se me quedóAntonio Machado brillando en la cabeza como una posible rendija de esperanza.

ANTHROPOS/3 t Por entonces, un entonces de lesión pulmonar, de escasez y desorden físico míos, yo 12

andaba casi siempre por las sierras de España, buscando en su aire puro de resina el alimento remozador y fuerte, necesario para mi sangre. Así, cuando me animé a presentarme al concurso, lo hice desde los montes de Córdoba, desde Rute, un extraño pueblo de locos, muy buenos aguardientes y olivares. Guardaba yo hacía algún tiempo mi primer libro, inédito, de poesía, Mar y tierra, cuyo título cambié por el de Marinero en tierra al publicarlo luego. Para mayor seguridad, acongojado de un terror infantil a que se perdiera, se lo mandé a aquel cubano tierno, inteligente y entusiasta que por aquellos años vivía en Madrid, José María Chacón y Calvo, quien tuvo que sobornar a no sé qué empleado del Ministerio, ya que la fecha de admisión de originales había terminado, llegando el mío con casi una semana de retraso. Después, y en espera del fallo del jurado, me eché a dormir, escéptico, convencido de la inutilidad de semejantes premios literarios, temeroso de las injusticias, atormentado, además, de remordimientos ético-estéticos por haber caído en la tentación —«como cualquier poetastro», me decía — de presentarme a tal concurso. Pasados varios meses de reposo por aquellos trágicos montes cordobeses, volví a Madrid. ¡Pero qué vuelta para mí entonces, con mis veintidós años, ostentando, a poco de llegar, en la cartera —la primera de mi vida— aquellas cinco mil pesetas del premio, las que voy a confesar en un paréntesis (me gasté casi íntegras en helados con una serie de raros e imprevistos amigos, salidos hoy no sabría decir de dónde). En seguida fui a saludar, para darle las gracias, a Gabriel Miró, que ya conocía, visitando también a don Ramón Menéndez Pidal y a José Moreno Villa. Pero, como era natural, a quien más quería agradecer su voto era a Antonio Machado. Me presenté en su casa sin aviso.1 No estaba. No vivía en Madrid. Su madre, una anciana pequeñita y fina, me lo dijo: —Mi hijo anda por Segovia. Viene muy poco por acá. Es difícil verle. Pasó algún tiempo. Del Ministerio de Instrucción Pública retiré el original de mi libro, adquirido por la Biblioteca Nueva para su publicación. Al andar, por la noche, revisándolo en mi cuarto, cayó de entre sus páginas un papelillo amarillento, medio roto, escrito con una diminuta letra temblorosa. Decía: MAR

y TIERRA

calmando, descendiendo a ese fondo donde esperan dormidas las cosas que no lograron su final, satisfacer su luz, cumplirla. Pero todo, de pronto, vuelve a emerger, a irrumpir, llamado desde fuera, desde la superficie menos insospechada. Subía yo una mañana por la calle del Cisne cuando por la acera contraria vi que bajaba, lenta, una sombra de hombre, que, aunque muy envejecida, identifiqué sin vacilar con la del retrato de Machado perdido en mi memoria. Bajaba lenta, como digo, con pasos de sonámbula, de alma enfundada en sí, ausente, fuera del mundo de la calle, en la mañana primaveral sonante a árboles con pájaros. «Es él, es él —me dije—. Si no me atrevo ahora a saludarle, a conocerle, no lo haré ya jamás.» Y mientras cruzaba, sofocado, de acera en acera, me fui recitando varias 13

veces los dos primeros versos del retrato que Rubén Darío le dibujara tan admirablemente: Misterioso y silencioso iba una y otra vez.

Aquél era, aquélla era: sombra misteriosa, silenciosa sombra de poeta que yo iba a osar detener un instante. —¿Don Antonio Machado? No olvidaré nunca los silencios que tardó en responderme con dos «Sí, sí» espaciados, como si hubiera tenido que hacer un llamamiento a la memoria para acordarse de su nombre. —Rafael Alberti... Quería conocerle y darle las gracias... —¡Ah, ah! —repitió, todavía mal despierto, tomándome la mano—. No tiene usted que agradecerme nada... Y ausentándose nuevamente, perdida sombra entre las laberínticas galerías de sí mismo, «mal vestido y triste», le vi alejarse en la mañana de nuestro primer encuentro, calle del Cisne abajo... 2. En su poesía La casa tan querida donde habitaba ella, sobre un montón de escombros arruinada o derruida, enseña el negro y carcomido maltrabado esqueleto de madera. La luna está vertiendo su clara luz en sueños que platea en las ventanas. Mal vestido y triste voy caminando por la calle vieja. Raiael Alberti: Es, a mi juicio, el mejor libro de poe sías presentado al concurso. Antonio Machado.

¡Con qué alegría y estremecimiento leí y releí aquel hallazgo inesperado! Todavía lo conservo en la primera página de un ejemplar viejísimo de mi Marinero en tierra, lo único que por casualidad salvé conmigo de la guerra española. Sí, «mal vestido y triste» iba siempre el poeta de las Soledades, con aire siempre de venir de provincia, de la «Soria fría» castellana, donde conoció a su esposa y adonde la perdió. Es esta muerte sola la que va a impelerle a caminar, como el «fantasma irrisorio» de sus versos, por esos largos corredores misteriosos, de oscuras bóvedas resonantes, sientiendo voces conocidas, como Bécquer, y la tibieza de una «mano de nieve» guiadora. Desde el umbral de un sueño me llamaron. Era la buena voz, la voz querida [...] Ni un seductor Manara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario-^ (...)

Así se retrataba el poeta en versos ya famosos; pero yo seguía sin conocerle ni de lejos. Me sabía, eso sí, de memoria una sola foto suya, aparecida al frente de sus poesías, en edición de la Residencia de Estudiantes: un Machado, aún bastante joven, grave y triste, con cara de caído de la luna, saliendo de un alto cuello duro chimenea, corbata de plastrón, anticuado, anacrónico. Poco a poco, aquel precipitado deseo de conocerle se me fue Sí, era dejado y triste 14

este noble poeta. Pero su dejadez, su abandono exterior, le venían del alma: alma desnuda, espíritu olvidado de su cuerpo, a quien lo conformaba con el atuendo más humilde. Su tristeza no era la literaria de cierta poesía, contemporánea suya, a la que nunca cuadró mejor el título de «modernista». Era tristeza fuerte de varón, de hombre sufrido, socavado en lo hondo de las raíces. Tristeza de árbol alto y escueto, con voz de aire pasado por la sombra. Y con la naturalidad, con la llaneza propia de lo verdadero, de lo que no ha brotado en la tierra para el engaño, hizo sonar sus hojas melancólicas en sus poemas. Hay que remontarse —como ya se viene repitiendo— hasta Jorge Manrique para encontrar en castellano manantial más auténtico, más natural en su fluir. Hubo muchos poetas que consiguieron lo más fácil: hablar en verso; pero él, en cambio, logró lo más difícil: hablar en poesía. Por eso digo que este venero suyo va a confluir con el más límpido de Jorge Manrique, hermanándose, ramificándose ambas aguas bajo la arena tornadiza de cinco siglos. ¡Con qué sereno acento familiar, con qué segura voz de hablada poesía va encadenando el viejo poeta guerrero del siglo XV sus desesperadas preguntas en las inmortales coplas dedicadas a la muerte de su padre, el maestre de Santiago! ¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores? Hay que bañarse un solo instante en el lago de Bécquer, poeta casi siempre del vocablo directo, para ir a dar en ese río de Machado y hallar en él, como digo, ¡y con qué plenitud!, esta misma sencillez de tono, parecida voz del alma, parecido temblor, austeridad y grandeza. Daba el reloj las doce... y eran doce golpes de azada en tierra... ...¡Mi hora! —grité—... El silencio me respondió: —No temas [...] Antonio Machado no amaba lo barroco, contra el cual arremete por boca de su Juan de Mairena. Era el anti-Góngora, aunque él reconociera la genialidad del poeta cordobés. Era, podríamos decir, el antiRenacimiento, en lo que éste tuvo para España de corteza verbal, de suntuosidad y grandilocuencia. Él mismo nos dejó dicho en un poema que su poeta favorito, el primero de todos, era el viejo Gonzalo de Berceo: El primero es Gonzalo de Berceo llamado, Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino, que yendo en romería acaeció en un prado, y a quien los sabios pintan copiando un pergamino. Y como andaluz, niño de infancia por jardines y patios del Palacio de las Dueñas de Sevilla, había bebido en el cántaro fresco de la copla popular, de la pasión directa, sin adorno, de la sentencia sabia, sin disfraces, subida escuetamente de la garganta honda de su pueblo. De ahí su preferencia, su escape continuo hacia los metros cortos, o hacia «la rima pobre», como dice en una canción; su tendencia a las asonancias, a la cadencia de romance, incluso cuando emplea los metros mayores, como el alejandrino, o el endecasílabo jugado con el heptasílabo, como silva asonantada. Un ejemplo de canción simple, de su natural habla andaluza: Érase de un marinero que hizo un jardín junto al mar, y se metió a jardinero. 15

Estaba el jardín en flor, y el marinero se fue por esos mares de Dios. Y las silvas asonantadas, romancescas, de los campos de Soria: ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, oscuros encinares, ariscos pedregales, calvas sierras, caminos blancos y álamos del río, tardes de Soria, mística y guerrera, hoy siento por vosotros, en el fondo del corazón, tristeza [...]! Así, mal vestida y triste, pobremente vestida, con un traje que de tan pobre nos transparenta ya la desnudez, anda también la poesía de Machado. Pero esa modestia, esa humildad de medios, esa diaria escasez, son su inmensa riqueza, el tesoro que nos ha dejado y que cada día que pasa logra una nueva altura y mayor resplandor. 3. En el café La segunda vez que vi a Antonio Machado fue en el Café Español, un viejo café siglo XIX, que había frente a un costado del Teatro Real, de Madrid, cerca de la plaza de Oriente. Empañados espejos de aguas ennegrecidas recogían la sombra de estantiguas señoras enlutadas, solitarios caballeros de cuellos anticuados, pobres familias de la clase media, con ajadas niñas casaderas, tristes flores cerradas contra el rendido terciopelo de los sillones. Un ciego, buen músico, según el sentir de los asiduos, tocaba el piano, mientras que una muchacha regordeta iba de mesa en mesa buscando el convite —un café con tostada, acompañado de algún que otro pellizco furtivo— de los ensimismados admiradores de su padre. Desde la calle, llovida y fría de enero, tras los visillos iluminados de las ventanas, adiviné la silueta de Machado, y entré a saludarle. Yo venía de una pequeña librería íntima, cuyo librero, gran amigo de los jóvenes escritores de entonces, acababa de conseguirme un raro ejemplar de los poemas de Rimbaud, sintiéndome infantilmente feliz aquella tarde sabiéndolo apretado bajo mi gabán para librarlo de la lluvia. Machado me saludó muy cariñoso, ofreciéndome en seguida un asiento a su lado, mientras me presentaba a sus contertulios. Muy ufano, al quitarme el gabán, le descubrí mi precioso volumen, que él hojeó con un débil gruñido aprobatorio, dejándolo luego sobre la silla que a su izquierda sostenía en el respaldo los abrigos y las bufandas. De los presentados, sólo recuerdo hoy a uno: al viejo actor Ricardo Calvo, gran amigo del poeta. Aquella tarde, rara ausencia, no se encontraba allí su inseparable hermano Manuel. Los demás que le rodeaban eran extraños señores pasados de moda y como salidos de alguna rebotica de pueblo. Y así creo que era, pues la conversación, durante el rato que yo estuve, aleteó siempre, cansina, alrededor de cosas provincianas; 16

preocupaciones y cosas bien lejanas y ajenas a aquellas tazas de café que tenían delante: el traslado de algún profesor de instituto, la enfermedad de no sé quién, la cosecha del año anterior, etc. Al cabo de algún tiempo observé que Machado fumaba y fumaba, bajando, distraído, el cigarrillo hacia el lugar donde yo calculaba debía hallarse posado mi precioso Rimbaud. Con un espanto mal reprimido quise mirar, primero, por encima del hombro de don Antonio, y luego, por debajo de la mesa, para cerciorarme de que la poesía del más excepcional poeta de Francia no estaba sirviendo de cenicero a las colillas del gran poeta español. Pero no me atreví, por encontrarlo poco delicado y considerar, además, mis sospechas indignas y exageradas. jAh, pero qué mal hice, qué mal hice! —iba reprochándome poco después bajo los farolones verdes y los altos monarcas visigodos de la plaza de Oriente—. Mas desde aquella tarde pude mostrar—no sin cierta sonrisa melancólica— a cuantas personas han venido pasando por mi casa, mi raro ejemplar de Rimbaud, aún más raro y valioso por las redondas quemaduras que los cigarrillos de Machado le abrieron en sus cubiertas color hoja de otoño. 4. En la política La época en que vi más a Machado fue la del Café Várela, adonde del Café Español había trasladado su melancólica tertulia. Allí conocí más de cerca a Ricardo Baroja, el dibujante hermano de don Pío, tratando un poco más íntimamente a Manuel, el inseparable hermano del poeta. Manuel Machado, cuya p de poeta nunca logró alcanzar ese tramo más alto de la mayúscula de Antonio, era el mismo ágil, simpáti

17

ANTHROPOS/5

co y gracioso de sus poemillas y coplas llenos de quiebros y requiebros, de cortes y recortes, de ángel y salero del más puro sevillanismo: un verdadero torero de la poesía, mejor peón que espada, siempre dispuesto al oportuno quite, al lujoso e insuperable par de banderillas. Ya todo esto nos lo había dicho él en su «Retrato»: Me acuso de no amar sino muy vagamente una porción de cosas que encantan a la gente... La agilidad, el tino, la gracia, la destreza, más que la voluntad, la fuerza y la grandeza... Medio gitano y medio parisién —dice el vulgo—, con Montmartre y con la Macarena comulgo... Y antes que un tal poeta, mi deseo primero hubiera sido ser un buen banderillero.

Segovia, días gloriosos que Juan de Mairena recuerda nostálgico durante la guerra: ¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos

18

republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia! Recordemos, acerquemos otra vez aquellas horas a nuestro corazón. Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la historia parecían fundirse en una clara leyenda anticipada, o en un romance infantil. La primavera ha venido del brazo de un capitán. Cantad, niñas, en corro: ¡Viva Fermín Galán!

Luego, después de la experiencia de la guerra, Antonio Machado, de vivir, hubiera ido muy lejos. No se le escapaba que España era, de toda Europa, el país destinado, el más predestinado para una revolución profunda. Pero... si ya no podrá verla, ésa será la única que vaya a recordarle y a escribir por sus muros —como los griegos con letras de oro los versos de Píndaro— muchas palabras suyas, nuncios de aquella alba que con él esperábamos. [...] España quiere surgir, brotar, toda una España empieza! ¿Y ha de helarse en la España que se muere? ¿Ha de ahogarse en la España que bosteza? Para salvar la nueva Epifanía hay que acudir, ya es hora, con el hacha y el fuego al nuevo día. Oye cantar los gallos de la aurora.

5. En el Quinto Regimiento Pero esta misma ligereza suya, esta facilidad para salir por pies le perdieron. Así, cuando los cuernos del toro de la guerra le anduvieron de cerca, rozándole la taleguilla, saltó del todo la barrera, tirándose de cabeza al callejón de donde ya no se atrevió a salir —habiendo quizá podido intentarlo—, apagándosele y apagándosenos definitivamente, dentro de aquella estrecha y dura sombra, las sedas y las luces de su traje. Fue el hermano preferido de Antonio, a quien éste quería de manera entrañable. En Madrid, siempre se les veía juntos. Pero si el hombre Antonio era el valor reposado, sereno, de claros ojos para mirar las cosas, el hombre Manuel, en cambio, menos profundo, más venal y marchoso, era —como sin broma nos lo había dicho ya en su «Retrato»— la comodidad, lo muelle, lo sensual, intentando, en muchas ocasiones, frenar aquella decisión tan espontánea y generosa de su hermano. Yo volvía por entonces —1933— de Francia y Alemania, habiendo visitado también la Unión Soviética, viaje de cerca de dos años que me había hecho comprender, viviéndola y sufriéndola, la trágica realidad de Europa, y aún más a lo vivo la de España. Regresaba otro: nuevo concepto de todo, y como era natural, del poeta y de la poesía. Con mi mujer fundé la revista Octubre, la primera española que dio el alerta en el campo de la cultura y que agrupó a una serie de jóvenes escritores, cuyo sentido del pueblo cada vez se fue haciendo menos vago, menos folklórico, es decir, más directo, real y profundo. Una tarde del Café Várela me decidí, no sin cierta cortedad, a pedirle a Antonio Machado una colaboración para Octubre. Lo que él quisiera: verso, prosa, un saludo, cualquier minúsculo trabajo. Nuestra sorpresa fue grande cuando a los pocos días me envió a casa un corto ensayo —que para mayor halago mío me dedicaba—, bajo este sorprendente e inesperado título: «Sobre una lírica comunista que pudiera venir de Rusia» (trabajo que no he visto reproducido en ninguna de las ediciones de la obra del poeta publicada en el destierro). En él, Machado, poniéndolo, como siempre, en boca de su Juan de Mairena, nos hablaba ya del poeta del tiempo, de su esperanza en una poesía, 19

expresión o síntesis, no del sentimiento individual, sino del colectivo. Cuando Machado escribía esto ya había aprendido mucho «por aquellos pueblos de Dios» de su meseta castellana. No era tan sólo entonces el poeta de las Soledades; lo era ya de Campos de Castilla y de Nuevas canciones. Los hijos de aquel Álvargonzález de su romance le habían mostrado, con una grandeza de tragedia antigua, el crimen de que es capaz la labriega ambición hasta por una exigua herencia en aquellos pobres y amargos campos — el trozo de planeta por donde él viera cruzar, errante, la sombra fratricida de Caín—. Sí; Machado había visto, gastado mucho con sus plantas cansinas los terrones malditos de aquellas duras tierras. Y de aquel su primer sentido o sentimiento, casi cristiano, de la pobreza resignada de los atónitos palurdos de Castilla había subido a comprender toda la triste y desgarrada miseria de España, la humana y urgente necesidad de trocar ese Ayer y aquel Hoy en un Mañana diferente. Y su esperanza la clavó, primero, en la República, trabajando, hasta activamente, por su advenimiento, llegando a organizar mítines por los pueblos e izar con otros republicanos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de 6/ANTHROPOS

En los días grandes y heroicos de noviembre, el glorioso Quinto Regimiento, flor de nuestras milicias populares, se ufanó en salvar la cultura viva de España, invitando a los hombres leales que la representaban a ser evacuados de Madrid. A la Alianza de 20

Intelectuales se le encomendó, entre otras, la visita a Antonio Machado para comunicarle la invitación. Y una mañana bombardeada de otoño, el poeta León Felipe y yo nos presentamos en su casa. Salió Machado, grande y lento, y tras él, como la sombra fina de una rama, su anciana madre. No se comprendía bien cómo de aquella frágil diminuta mujer pudo brotar roble tan alto. La casa, lo mismo que cualquiera, rica o pobre, de aquellos días de Madrid, estaba helada. Machado nos escuchó, concentrado y triste. «No creía él —nos dijo al fin— que había llegado el momento de abandonar la capital.» ¿Escasez, crudeza del invierno que se avecinaba? Tan malos los había sufrido toda su vida en Soria u otras ciudades y pueblos de Castilla. Se resistía a marchar. Hubo que hacerle una segunda visita. Y ésta, con apremio. Se luchaba ya en las calles de Madrid y no queríamos —pues todo podía esperarse de ellos— exponerlo a la misma suerte de Federico. Después de insistirle, aceptó. Pero insinuando, casi rozado de pudor, con aquella dignidad y gravedad tan suya, salir también con sus hermanos Joaquín y José... —No tiene usted ni que indicarlo... El Quinto Regimiento le lleva con toda su familia... —Pero es que mis hermanos tienen hijos... —Muy bien, don Antonio... —Ocho, entre los dos matrimonios —creo que dijo. Mas aunque en Madrid había otro organismo, la Junta de Evacuación, que se ocupaba de los niños, fue el Quinto Regimiento quien salvó a toda la familia de don Antonio, llevándola a Valencia. Y llegó la noche del adiós, la última noche de Machado en Madrid. ¡Noche inolvidable en aquella casa de soldados! Se encontraba allí lo más alto de las ciencias, las letras y las artes españolas —investigadores, profesores, arquitectos, pintores, médicos...— al lado de los jóvenes comandantes del pueblo Modesto y Líster, ambos aún con aquel traje entre civil y militar de los primeros días. Con una sencillísima cena, aquellos héroes, a quienes su vida y condición no habían permitido seguramente poner la planta en un museo, ver un laboratorio, cruzar siquiera un patio de instituto, despedían, a los hombres que tal vez iban mañana a enseñar a sus hijos lo que ellos nunca pudieron aprender. Afuera, el corazón de España latía a oscuras, con su alto cielo de otoño interrumpido ya de resplandores de los primeros cañonazos. Por los arrabales extremos —Toledo, Segovia, Cuatro Caminos, Ciudad Universitaria—, por los alrededores de la ciudad — Puente de los Franceses, Casa de Campo, El Pardo—, se cubrían de balas y de gloria, junto con las milicias populares y las Brigadas Internacionales, los defensores espontáneos de Madrid. Y, mientras, en aquel saloncillo del Quinto Regimiento, en medio del silencio que dejaba de cuando en cuando el feroz duelo de la artillería, un hombre extraordinario, aún más viejo de lo que era y erguido hasta donde su vencimiento físico se lo permitía, con sencillas palabras de temblor, agradecía, en nombre de todos, a aquellos nobles soldados, que así preciaban la vida de sus intelectuales, repitiendo razones de fe, de confianza en el pueblo de España. Hoy, pasados tan largos y catastróficos años, no puedo recordar con precisión lo que Machado en tan breve 21

discurso dijo aquella noche. Quizá se encuentre escrito en algún lado. Pero de su sencilla despedida no he podido perder—ni perderé ya nunca— el instante aquel en que don Antonio, con una sinceridad que nos hizo a todos brotar las lágrimas, dirigiéndose a Líster y a Modesto, ofreció sus brazos —ya que sus piernas enfermas no podían— para la defensa de Madrid. Poco más tarde, desde su huertecillo de Valencia, escribía el poeta, insistiendo una vez más en su creencia ciega en el pueblo de España: «En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre.» 6. En Valencia La última vez que vi a Antonio Machado fue en Valencia, en aquella casita con jardín de las afueras que su Gobierno le había dado. Su poesía y su persona ya habían sido tocadas de aquella ancha herida sin fin que habría de llevarle poco después hasta la muerte. La fe en su pueblo, aunque ya antes la hubo dicho, la escribía entonces a diario, volviendo nuevamente a adquirir su voz aquel latido tan profundo de su época castellana, ahora más fuerte y doloroso, pues el agua de su garganta borboteaba con una santa cólera envuelta en sangre. Mas, como siempre, a él, en apariencia, nada se le transparentaba. Estaba más contento, más tranquilo, al lado de su madre, de sus'hermanos y aquellos sobrinillos, de todas las edades, que le querían y bajaban del brazo al jardín, dándole así al poeta una tierna apariencia de abuelo. Desde los limoneros y jazmines —¡oh flor y árbol tan puros en su verso!— cercana, aunque invisible, la presencia del mar Mediterráneo, Machado veía contra el cielo cobalto las torres y azoteas de Valencia, bajo el constante moscardoneo de los aviones de guerra. Ya va subiendo la luna sobre el naranjal. Luce Venus como una pajarita de cristal. Ámbar y berilo tras de la sierra lejana, el cielo, y de porcelana

22

morada en el mar tranquilo.

Antonio Machado en un

mitin en Valencia el 1 de mayo de 1937

23

ANTHROPOS/7

Ya es de noche en el jardín —¡el agua en los atanores!— y sólo huele a jazmín, ruiseñor de los olores. ¡Cómo parece dormida la guerra, de mar a mar, mientras Valencia florida se bebe el Guadalaviar!

24

Valencia de finas torres y suaves noches, Valencia, ¿estaré contigo, cuando mirarte no pueda, donde crece la arena del campo y se aleja la mar de violeta?

...Y no pudo mirarla más, pues el poeta era ya una elegía, casi un recuerdo de sí mismo, cuando allá, solo, en Collioure, un pueblecillo cualquiera de Francia, cercano al mar, vino la muerte a tocarle, al borde de su «arreado» pueblo heroico, como a un soldado más, lo que real y humildemente llegó a ser. Desde entonces, allí, en otra tierra, y no en la suya junto al Duero, como él había soñado, esperan sus huesos. 7. Entre los álamos argentinos ¡La alameda de El Totoral! Me gusta más que ningún otro paseo de los posibles en este viejo pueblecito de Córdoba que me tiene en mi espera de retorno a la patria perdida, esta calle de álamos lombardos, de chopos, como diríamos en España. La calle arranca de la portada de dos antiguas quintas, yendo a finalizar, aunque ya bordeada de jóvenes paraísos, en la carretera que sigue a Santiago del Estero. ¡Calle amorosa y fresca, que cuando se le viene encima el viento sur cruje toda como un navio! Me la conozco, me la sé bien de dejarle mis pasos en su ablandada tierra invernal o en su fino polvo de los veranos. Me sé sin falla el número de sus troncos, de los que aún continúan levantando cortina contra los vendavales y de los derribados por éstos, con esa larga quejumbre de cosa humana que se extrae, que se descuaja de la profunda raíz terrena. Me sé también sus altos nidos de loros rayadores, la rama favorita del zorzal, la vara vigía para los benteveos. Trepan por las alambradas y los álamos de uno de sus bordes los pinchosos escaramujos de aéreas flores coloridas, enmarañados en los rápidos ligustrines de semillas moradas, dejando ver a trechos los maizales nacientes, las higueras oscuras, cuando no la cabeza melancólica de algún caballo o una vaca de la quinta de Aráoz Alfaro. Al otro borde, más desprovisto de verde protector, se abren cuadrados campos de alfalfares y ordenadas verduras de los huertos. Cuando en las noches, acompañado de «Tusca», mi nueva perra, voy golpeando a ciegas con la fusta las yerbas que a ambos lados corren formando acera, siempre domina un duro aroma como a anís descompuesto, brotado de los fuertes hinojos al sentirse heridos. Es en las noches de verano cuando más exaltada y solitaria se encuentra esta alameda. Los álamos se alargan hasta meterse en lo más hondo del azul estrellado, llegando las estrellas a temblar como hojas de sus ramajes. Me desorienta todavía el cielo de este hemisferio austral cuando lo miro. Busco, nostálgico, constelaciones que no encuentro, que yo sé que no están; estrellas familiares, que se quedaron por el otro, esperándome. ¿Dónde andará aquella Osa Mayor, que se iba abriendo, grande, con el girar de las horas, hasta correr, hacia la madrugada, en un ancho galope sobre los picos estivales del Guadarrama? La Cruz del Sur, más luminosa aún junto al profundo Saco de Carbón de la Vía Láctea, me mira, recordándome mi suerte. No ando, no, bajo las alamedas, las castellanas choperas de Antonio Machado. Y, sin embargo, su respiro, su aliento rumoroso me transportan, con su nombre, hacia aquellos caminos y lejanías, donde la grave resonancia del poeta se perdía, perdurable, entre las solitarias ringleras de sus árboles más queridos. En los chopos lejanos del camino parecen humear las muertas ramas [...] (Rafael Alberti, Imagen 25

primera de,.., Madrid, Turner, 1975, pp. 41-58.) Texto magnífico, poético, limpio y lúcido, para adentrarse como en río fluente en el pensamiento de don Antonio, de su postura ante los otros y los acontecimientos: visión interior de un caminante creador de imaginación y de vida. Amigo siempre del hombre esencial. Nos recuerda Rafael Alberti en su escritura, que su logro mayor y más difícil como poeta fue «hablar en poesía». Todo se le aparece, en la captación de Rafael Alberti a don Antonio, como peripecia vital acontecida, paisaje e historia. Repasa presencia en ciudades y jardines, chopos y encinas, mar y río, olmos viejos y rotos del camino, niño andaluz y profesor soriano en Campos de Castilla; militante del pueblo, guerrillero de la paz y la cultura, amigo de la gente. Poeta humilde de la sencillez; poeta del tiempo, poema y expresión del sentimiento colectivo. Hombre bueno padecido de historia, de hombres y ausencias; pobre en desnudez; conmovido por la defensa de Madrid; tocado por la ancha herida que le acompaña hasta la muerte. En Collioure dejó como un soldado más «lo que real y humildemente llegó a ser» y que hoy queda en mil presencias encendidas en nosotros. Desde la Córdoba argentina, Rafael Alberti evoca en exilio clandestino a su poeta y amigo; buscando en el cielo estrellado sus coordenadas cósmicas y vitales... Allí junto a los chopos lejanos del camino... Todo queda ya en el tiempo para siempre como memoria fluente. A través de esta escritura de Rafael Alberti podemos ver a Antonio Machado en su interior, caminante del tiempo. Otro texto de gran interés para penetrar en el clima de Antonio Machado, es el de Antonio Sánchez Barbudo, «Antonio Machado en los años de la guerra civil»: La evacuación de los «sabios» en noviembre de 1936 A instancias de Alberti y de León Felipe, Machado salió de Madrid, acompañado de su familia, en noviembre de 1936. Resonaba ya entonces el estruendo del cañón por las calles y el cielo de Madrid, y se luchaba a las puertas de la ciudad. El gobierno había ordenado la evacuación de los intelectuales. Al llegar a Valencia se le instaló con otros escritores, hombres de ciencia y artistas, en lo que se llamó Casa de la Cultura. Allí vivieron apiñados durante semanas y meses los «sabios», como generalmente se decía. Algunos de los que estuvieron al lado de Machado en Valencia, como Navarro Tomás, dos años después le acompañarían también en la penosa salida de España. En aquel mismo mes de noviembre, un grupo de jóvenes, que habían sido evacuados por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, planeaba en Valencia la creación de una nueva revista, más literaria que política, dedicada «al servicio de la causa popular». Solíamos reunimos en un café de la calle de la Paz. Allí vimos con frecuencia en los primeros días al pintor Gutiérrez Solana, a quien yo conocía por haberlo visto en la tertulia de Ramón Gómez de la Serna, en «Rombo», el cual bufando venía escapado de la Casa de la Cultura. O, como él decía de un modo desdeñoso y carpetovetónico, de la fonda. «No me gusta esa fonda», repetía. Solana, como persona, producía extrañeza, admiración y cierto 8/ANTHROPOS

26

horror. Una impresión análoga a la que a menudo producen sus cuadros. Con su pelo de cepillo y cara de madera en la que sólo se movían los labios, como si fuera un autómata, para dejar salir en pequeñas explosiones sus palabras ásperas y entrecortadas, tenía algo de monstruo genial. Algo de terroso, de desenterrado de un subsuelo muy hispánico. Y algo también, con sus manazas, rostro curtido y ojos saltones, de extraordinario carretero vagabundo por los campos de Castilla; de lunático. La idea pues que teníamos, por lo que él nos contaba, de lo que sería la vida en familia de los «sabios» en aquella casona, era más bien la imagen de la intimidad en una sórdida casa de locos. Solana se marchó pronto a Francia, donde encontró a Baroja (el cual en sus Memorias lo recuerda con antipatía, diciendo que era muy «cuco» y «rencoroso»). Luego creo fue a Italia, donde según nos dijeron acusó a los «rojos» y se declaró fascista. Nadie sin embargo tomó eso muy en cuenta a Solana. Pero fue él, que yo sepa, el único desertor entre los «sabios» evacuados por el gobierno de la República. Otra impresión muy distinta de la vida en la Casa de la Cultura nos daban, claro es, otras personas que veíamos, como el siempre discreto y pulcro Moreno Villa, que nos ayudó a encontrar el título para la nueva revista: Hora de España. Algún día estuve yo 27

en aquella casa legendaria, pero no recuerdo haber visto allí nunca a Machado. Durante la guerra no hablé con él sino hasta diciembre de 1936; pero entonces con toda calma y en un ambiente sereno, en el pueblecito de Rocafort, cercano a Valencia, al cual él acababa de trasladarse con toda su familia. Habíamos decidido poco antes, los que hacíamos Hora de España, cuyo primer número aparecería en enero de 1937, que sería bueno que Machado colaborase regularmente, siempre en primer lugar, con prosas «de Mairena», poesías o lo que él nos diera. Fui yo el encargado de hacerle esa petición por ser entonces el secretario de la revista; y además porque le conocía personalmente, aunque no mucho. La primera vez que vi a Antonio Machado La primera vez que le había visto fue hacia 1925, siendo yo casi un niño. Fue una de esas absurdas visitas «de cumplido», que entonces aún se hacían. Alguien de mi familia me forzó a que fuera a «saludarle», con el pretexto de que él había conocido a mi padre, y pensando sin duda que tal delicadeza podría serme útil algún día. Pero la entrevista aquella resultó más bien lamentable. Me recibió muy cortésmente, en una pequeña habitación del modesto piso que ocupaba con su familia cuando estaba en Madrid; mas al cabo de poco rato, y a pesar de su amabilidad, estábamos los dos en silencio, sentados frente a frente, mirándonos conr atención las rodillas. Aún recuerdo, sin embargo, una mirada suya. Una mirada llena de ternura, que no se dirigía a mí, sino hacia una niñita que estaba en la misma habitación, algo renuente y apartada, cohibida. Seguramente con mi llegada había yo interrumpido los animados juegos y diálogos de tío y sobrina; y por eso ahora la niña, aburrida, hostil, me miraba a hurtadillas, esperando con impaciencia que me marchase. Yo bien me daba cuenta de la situación; pero, azorado, no sabía qué hacer. Y Machado tampoco, aunque probablemente sentía alguna piedad de mí. Fue entonces cuando queriendo él sin duda aliviar la frustración de la chiquilla y darle una como leve esperanza para el inmediato futuro, después de haberme cariñosamente dicho a mí algo, volvió un poco la cabeza y la miró a ella reposadamente, con amor. Entonces vi en su rostro aquella ligera, iluminada sonrisa y aquella mirada que tanto me impresionó. Una mirada dulce y compasiva, que mucho más tarde comprendí era muy de Machado: una mirada bondadosa, llena de comprensión. Me fui pronto aquel día, sintiendo gran respeto hacia el gran hombre, pero humillado, odiándome a mí mismo, y jurando nunca más volver a presentarme en su casa, ni en la de ningún otro, para saludos de ninguna especie. Volví a verle sin embargo siete u ocho años después, en la época ya de la República. Era Machado entonces miembro del Patronato de las Misiones Pedagógicas, en las cuales yo trabajaba «fijo», como Cernuda, Casona, Ramón Gaya y algún otro, y le encontraba a veces en el pasillo, al salir él de las reuniones que tenían los consejeros. Siempre era amable con todo el mundo, y solía detenerse para hablar con alguno de nosotros. Lo que contaba resultaba casi siempre divertido. Una vez le oí imitar, serio pero con mucha gracia, la voz lacrimosa y monótona de cierta primera actriz, que según él hacía el papel principal —de una obra suya, creo recordar— exactamente «como una gotera». «¡Como una gotera!», repetía en tono lúgubre. Seguí viéndole y hablando con él así, de vez en 28

cuando, hasta poco antes de que estallase la guerra; y por tanto, cuando meses después fui a verle a Rocafort, no me sentía nada cohibido. Él aceptó pronto nuestra propuesta, el ruego de que nos diese colaboración mensualmente para Hora de España. Aceptó con gusto, entre otras razones porque necesitaba el dinero. Hablamos largo rato; de la revista, y sobre todo de la guerra, que él seguía siempre con gran interés. Y a partir de ese día y durante seis meses —hasta junio de 1937, fecha en que habiendo el gobierno llamado a filas a mi quinta, dejé la revista, me presenté y me mandaron a Madrid— fui a verle muchas veces al mismo pueblo, con el pretexto de recoger originales, llevarle pruebas y demás. Me sentía siempre bien recibido en aquella casa, tanto por él como por su familia; aunque pronto supe que empezaban a abrumarle ciertas visitas, sobre todo las de comisiones, más o menos oficiales, que acudían a pedirle algo o a rendirle homenaje. Pero a él le gustaba charlar libremente con los jóvenes; y más de una vez, aunque por discreción yo me dispusiera a retirarme pronto, él insistió en que me quedase un rato para seguir hablando. De aquellas conversaciones recuerdo sobre todo dos; y recuerdo también otra que tuve con él un año después, ya en Barcelona, que fue la última. A lo que él me dijo en esas tres ocasiones es a lo que voy ahora a referirme. Es lo que me parece más interesante de lo que recuerdo haberle oído. Pero además resulta que en esos tres casos él escribió sobre los mismos asuntos de que me había hablado, y así es posible complementar mi personal recuerdo, la impresión de cada uno de esos momentos — impresiones aún muy vivas, aunque no podría reproducir sus palabras—, con palabras exactas suyas. Palabras que ya me impresionaron cuando las leí por vez primera precisamente por ser tan semejantes a las que le había oído, y a veces las mismas, y con análoga significación. Pero antes diré algo de lo que se veía al llegar a Rocafort, aunque esto es cosa que ya otros han mencionado [...] Las caras de los milicianos Y ahora voy a la conversación primera de cierta importancia que recuerdo, que tuvo lugar muy al principio de mis visitas, quizás aún en diciembre de 1936. De lo que me habló, y con gran emoción, fue de los milicianos. De las caras de los milicianos, que él había observado en Madrid. Hablaba concentrándose, fijando su mirada en un punto al evocar aquellas caras, como si quisiera recordar los rasgos con toda exactitud, revivir su impresión, penetrar un secreto. Eran las mismas caras de siempre, decía, las de hombres jóvenes del pueblo que él había visto tantas veces. Mas en ellas se advertía ahora una transfiguración; y era la muerte, no cabía duda, la intuición de la muerte lo que ponía en esos rostros un sello noble y trágico. Se descubría oyéndole, aunque esto él no lo dijera explícitamente, su gran admiración a esos hombres, el respeto y amor que hacia ellos sentía. Resultaba evidente que quería sentirse solidario, hermano de ellos; compañero en una empresa alta, en una situación que trascendía la vida ordinaria. Hablaba de muerte, de tragedia; pero su voz revelaba a veces, al recordar a aquellos milicianos, un especial 29

ANTHROPOS/9

contento, una como callada y muy honda alegría. Y yo adiviné ya eéft tonces, aunque fuera oscuramente, y he comprendido luego con más claridad, por qué. La satisfacción que sentía era la de ver al fin realizado, realizándose, el gran sueño de toda su vida. Machado, el solitario, el triste, aspiró siempre al amor y a la fraternidad. Pero el amor era elusivo, algo ausente; y la fraternidad soñada de los hombres, sólo una aspiración, posibilidad remota, una fantasía. Como es bien sabido, es difícil para cualquier intelectual, por mucho que quiera éste amar al pueblo, y aunque en cierto modo en verdad lo ame, tener un contacto real con él, establecer con la gente sencilla una auténtica solidaridad. Pues bien, ahora de pronto esa unión, ese milagro se realizaba. Con esos hombres, camaradas entre sí que luchaban y morían aspirando a un mundo mejor, 30

era posible sentirse unido. En las caras de los milicianos veía él, pues, la muerte; pero al mismo tiempo fraternidad y nobleza, la esperanza. No es extraño por eso que la visión de esas caras obsesionara tanto a Machado. La primera vez que publicó reflexiones sobre los milicianos fue en un artículo aparecido en el número I de la revista Madrid, de la Casa de la Cultura, en febrero de 1937. Debió de escribirlo muy poco después de haber hablado conmigo de ese tema, pero ciertamente ya en enero de 1937, pues en él alude a la muerte de Unamuno, ocurrida el último día de 1936. Lo que sobre los milicianos dice en esas «Notas de actualidad» es en esencia muy parecido a lo que me dijo, aunque en el escrito aparecen sus reflexiones mezcladas con otras de Heidegger en El ser y el tiempo, obra sobre la cual debía él estar meditando por aquellos días. Ahora veremos lo que ahí dice. Pero antes he de mencionar un trabajo anterior, de agosto de 1936, que no se publicó, que sepamos, sino hasta un año después de haber sido escrito. Es interesante recordarlo aquí porque prueba que su obsesión con los rostros de los milicianos arrancaba desde el principio de la guerra. Lo dio a conocer en el discurso que pronuncio en Valencia en la sesión de clausura del Congreso Internacional de Escritores, y lo publicó poco después Hora de España, en agosto de 1937. En ese discurso, al comenzar, Machado intercaló dos páginas que, nos dice, había escrito «en los primeros meses de la guerra». Son las páginas que se titulan «Los milicianos de 1936», y tienen una fecha al final: agosto 1936. Empieza en ellas diciendo que las caras de los milicianos le hacen recordar ciertos versos de Jorge Manrique. Y agrega: «tienen en sus rostros el grave ceño y la expresión concentrada o absorta en lo invisible de quienes, como dice el poeta, "ponen al tablero su vida por su ley", se juegan esa moneda única—si se pierde no hay otra— por una causa hondamente sentida. La verdad es que todos estos milicianos parecen capitanes, tanto es el noble señorío de sus rostros». Intuía pues, ya en agosto de 1936, que era la muerte como posibilidad, el peligro, lo que al menos en parte determinaba la especial expresión en aquellas caras. Pero era sobre todo la decisión de jugarse la vida por una causa, por «su ley», lo que les daba un aire de nobleza. La muerte estaba al fondo, era preocupación, algo que podría ocurrir al ir a jugarse la vida. Mas lo que Machado destaca, lo que admiraba, era el «noble señorío» que de pronto habían adquirido las cabezas de esos hombres. Con ellos él estaba de todo corazón. Se refiere luego a la «insuperable dignidad del hombre», que el señoritismo quiere ignorar, y en defensa de la cual se habían levantado a pelear los milicianos. Y termina diciendo que «con toda el alma» cree él, espera, que han de triunfar «los mejores», esto es «nuestros heroicos milicianos». Machado, en agosto de 1936, se fijaba especialmente en la nobleza de esas caras y veía en ellas la esperanza, más que la muerte. En cambio en el escrito posterior, de febrero de 1937, que repetimos fue el primero publicado, aunque aún admire el «señorío» en el rosro de los soldados del pueblo, no era eso ya lo que subraya. Y de esperanza no dice nada, ni tampoco de la justicia de la causa por la cual luchaban. Lo que ve ahora en esas caras es la obsesión de la muerte presentida, inexorable; una como decidida voluntad de entregarse a ella. Y eso es lo que daba al miliciano, convertido en 31

hombre esencial, en hombre auténtico, su grandiosa y trágica expresión. Empieza hablando otra vez del señorito y de los milicianos. Menciona el fenómeno de la «desaparición del señorito», en la zona republicana, y la «no menos súbita aparición del señorío» entre los hombres del pueblo. Dos fenómenos que quizá tengan como causa común, dice, «la presencia de la muerte en los umbrales de la conciencia humana». Y entonces agrega, hablando aún de la muerte, y viendo esas caras a la luz de la filosofía heideggeriana: «sólo el hombre, nunca el señorito, el hombre íntimamente humano, en cuanto ser consagrado a la muerte (Sein zum Tode), puede mirarla cara a cara. Hay en los rostros de nuestros milicianos... el signo de una profunda y contenida reflexión sobre la muerte. Vistos a la luz de la metafísica heideggeriana es fácil advertir en estos rostros una expresión de angustia, dominada por una decisión suprema, el signo de resignación y triunfo de aquella libertad para la muerte (Freiheit zum Tode) a que alude el ilustre filósofo de Friburgo» (p. 598). Más de un año después, según vemos en unas notas publicadas en Hora de España en abril de 1938, vuelve otra vez a meditar sobre la expresión en la cara de los soldados. Pero ahora es ya otra cosa lo que descubre. Escribe entonces, en días de desaliento, cuando ya se adivinaba cuál sería el triste final de la guerra, después de tanto sacrificio: «Lo más terrible de la guerra es que, desde ella, se ve la paz, la paz que se ha perdido, como algo más terrible todavía. Cuando el guerrero lleva este pensamiento entre ceja y ceja, su semblante adquiere una cierta expresión de santidad» (p. 576). [...] Una actitud numantina La última vez que vi a Antonio Machado fue en abril de 1938. Estaba yo de paso en Barcelona y fui a visitarle al hotel Majestic, donde estaba instalado con su familia de un modo provisional. Habían llegado unos días antes desde Valencia. Tuvieron que salir de allí a toda prisa, pues iba a ser cortada de un momento a otro la carretera. El hotel estaba abarrotado. Machado y los suyos se arreglaban como podían en un par de habitaciones en el último piso. Me recibió en el pasillo, solo esta vez, sin el hermano; y allí estuvimos charlando un buen rato, sentados sobre unos baúles, mientras fumaba con avidez alguno de los cigarrillos que le había yo traído. Estaba muy viejo y parecía cansado y deprimido. Nos levantamos luego y fuimos hasta una ventana, en el extremo del pasillo, desde la cual se veían calles, aún animadas, de Barcelona. Era un hermoso día de sol. Se oía ruido de motores y el estampido de lejanas explosiones. La crisis causada por nuestras recientes derrotas parecía respirarse en el aire. El frente se había derrumbado poco antes en varias partes, aunque por esos días empezaba ya a estabilizarse. En Barcelona había aún cierto pánico; el mes anterior habían sido frecuentes e intensos los bombardeos. La actitud pesimista de Machado correspondía a ese estado general de crisis en la zona republicana. Hablamos casi exclusivamente de la guerra, pero la conversación resultaba algo incoherente, como a saltos. Machado preguntaba, ansioso de noticias, pero yo no sabía sino una muy pequeña parte de los hechos. Todo resultaba vago, confuso. Nadie sabía con exactitud lo que estaba pasando, o cuáles serían las consecuencias; mas se temía lo peor. Sucedieron muchas cosas, había habido grandes cambios durante el año, casi, que 32

yo no le había visto. Había por tanto mucho que contar, y por eso mismo no se precisaba nada. Mi recuerdo de lo que me dijo ese día es, en general, bastante turbio; mas algo hay que recuerdo con toda claridad. Algo que él dijo, de sentido inequívoco, y que me sorprendió. Estábamos aún junto a la ventana, y Machado triste, pensativo, como hablando para sí, murmuró unas palabras que no recuerdo exactamente, salvo que dijo «numantinos», pero cuya significación era esta: Si la guerra fuera a perderse, habría sin embargo que seguir luchando hasta el fin, morir todos incluso, como los numantinos. Me sorprendió lo que dijo porque no eran esas las palabras, ni la 10/ANTHROPOS

33

actitud o el tono a que estaba yo acostumbrado cuando le oía en Rocafort. Había habido en él un cambio, pensaba. Un cambio que aunque reflejase el ocurrido en la situación militar y política, no por eso dejaba para mí de resultar extraño. Parecía extraordinario oír de su boca tales palabras. Y a él mismo le costaba sin duda trabajo decirlas, porque para quien no es un combatiente y en peligro inminente de morir, proclamar la necesidad de una muerte heroica es siempre cosa difícil, por muy honda que sea la convicción que se tenga. A no ser, claro es, que el que proclame la necesidad de la muerte heroica de otros sea sólo un demagogo, un retórico y farsante. Pero Machado no era nada de eso. Si él hablaba de una necesaria actitud numantina, por dignidad y para dejar una esperanza abierta hacia el futuro, se refería a ese sacrificio con esfuerzo, con dolor, y pensando en su propia muerte también. Por esos mismos días, o muy poco después, debió él de escribir los apuntes 34

publicados en el número XVI de Hora de España, que tenía fecha de abril aunque se publicó más tarde. Dice ahí lo mismo que a mí me dijo, aunque ahora en tono pedagógico y sereno, frío casi, propio de Mairena por boca del cual hablaba. Un tono que no refleja la angustia que expresaban las palabras que le oí. Empieza, pensando seguramente en sí mismo, con la frase que se ha hecho luego famosa: «Es más difícil estar a la altura de las circunstancias que au dessus de la mélée». Agrega más adelante: «Si os encontráis algún día sitiados, como los numantinos, pensad que la única noble actitud es la numantina». Y a continuación, por si hubiera duda en cuanto a lo que quiere decir: «Y cuando os queden pocas horas de vida, recordad el dicho español: de cobardes no se ha escrito nada. Y vivid esas horas pensando en que es preciso que se escriba algo de vosotros» (pp. 575 y 577). La evolución de Machado durante la guerra En el hotel Majestic estuvieron un mes, dice en sus memorias, escritas en 1940, José Machado, hasta que encontraron alojamiento en un viejo caserón con jardín en las afueras de Barcelona: Torre Castañer, en el paseo de San Gervasio. Esa fue su última residencia en España. Yo no tuve ocasión de visitarle en ese lugar; mas al parecer los primeros meses allí debieron ser para él relativamente tranquilos. Como José Machado, Joaquín Xirau, que le visitaba en Barcelona con frecuencia, habla de tertulias y cantos en Torre Castañer; aunque agrega que la actitud de Machado no era «nada... optimista». El frente se había estabilizado, y luego la ofensiva nuestra a fines de julio, el paso del Ebro, que fue al principio un éxito aunque muy costoso, había levantado de nuevo la esperanza en muchos corazones. Pero esto duró poco. Pronto vino la contraofensiva. Faltaban armas y hombres, y la situación comenzó a resultar insostenible. Escaseaban ademas al final, como nunca antes, los víveres. El peligro, pesimismo y escasez se notaban sin duda en Torre Castañer. José Machado alude a meses de hambre y frío, tristeza y falta de luz; aunque dice también que su hermano, enfermo y debilitado, moviéndose con mucha dificultad, trabajaba sin cesar, como cumpliendo un deber. Y el curso de la guerra seguía apasionándole. El periodista Eduardo de Ontañón, que lo visitó por entonces, dijo que Machado le habló de «santa causa» y de «morir por la patria». En estos últimos meses escribía con regularidad artículos políticos en La Vanguardia de Barcelona. No querría en esos escritos, naturalmente, parecer pesimista. Ello no estaba además permitido. Sus artículos, aunque llenos de amargura, de despectivos reproches a Francia e Inglaterra, no resultaban demasiado lúgubres. Pero una vez, cuando ya se presentía inminente la catástrofe, cuando ya no pudo ocultar por más tiempo lo que pensaba, en un artículo publicado el 10 de noviembre de 1938, admitiendo como a regañadientes la posibilidad de un total derrota de la España republicana, escribe, sin usar su doble, sin nombrar a Mairena: «Aun suponiendo —y es mucho suponer— que pueda caer arrollada por la fuerza bestial de

35

y con mi más sincera admiración». Pero antes repite lo que ya otras veces había indicado: «yo no soy marxista, no lo he sido nunca... me falta simpatía por la idea central del marxismo» (pp. 690-691). Y meses antes, en Hora de España, en el primer número, advierte que la retórica 'guerrera es «la misma para los dos beligerantes» (p. 526). Más de una vez objetó también al uso, por entonces tan frecuente, de la palabra «masas»; y al concepto mismo de masa humana, que degrada y animaliza al hombre, privándole de su individualidad. Pero si alguna reserva había tenido, si alguna distancia sintió en algún momento con respecto a ideas, personas o hechos en la zona republicana, reserva y distancia desaparecieron luego completamente, cuando comenzó a verse claro cual sería el final de la lucha y qué destino trágico el del pueblo derrotado. En julio de 1938, en un artículo sobre «El Quinto Regimiento», publicado en Nuestro Ejército, elogia sin reserva al Partido Comunista Español, que tan importante papel tuvo en la creación de un nuevo y eficaz Ejército Popular. Meses después, en un artículo en La Vanguardia del 23 de octubre, recuerda la «gloriosa gesta» del paso del Ebro; y con emoción, con agradecimiento, habla de ese Ejército que «en los momentos de mayor angustia, nos ha hecho sentir el supremo orgullo de ser españoles». Poco más tarde, en el mismo periódico, el 13 de noviembre de 1938, responde a la petición que le habían hecho de comentar sobre los «13 puntos» del programa de paz de Negrín. Lo hace sin duda como un deber, pero también con sentimiento, y con gran humildad. Declara ahí, agregando una nota personal, que él como otros de su generación había sido básicamente apolítico, y que se arrepiente ahora de ello. «Yo siento mucho —dice—, no haber meditado bastante sobre política.» Mas tiene un consuelo, agrega: «Cábeme la profunda satisfacción de no haber sido totalmente recusado en mi vejez por los pecados de mi juventud, de que todavía se quiera escuchar mi voz». A última hora Machado quería sólo ser aceptado, fundirse del todo con su pueblo, sufrir con él. Y con buena parte de ese pueblo salió él de España poco después, cuando ya no le quedaba otro camino; y murió pronto fuera de ella. Las notas últimas de Juan de Mairena sus enemigos, su deber es caer con dignidad, resistir hasta el fin». Otra vez, pues, la misma exhortación. Y quizás siguió pensando así hasta el último momento. Si luego salió de España, junto a muchos miles de refugiados, fue porque el gobierno, sabiendo que sería imposible detener el avance enemigo, abandonó la idea de resistir hasta el fin en el frente de Cataluña, y planeó la retirada, que se hizo ordenadamente, dando así la oportunidad de escapar a muchos. Pero lo que nos importa destacar es que la posición política de Machado y su actitud ante la guerra, habían 36

cambiado bastante a partir de la primavera de 1938, si no antes. En los últimos meses fue más entrañable y completa, más dramática que nunca su identificación con los destinos de su pueblo en desgracia. Esto no quiere decir que hubiera habido duda, en ningún momento, en cuanto al lado hacia el cual él se inclinaba. Machado fue siempre fiel a sí mismo, a su tradición de liberal. No hay motivo para sospechar en ninguna ocasión de la sinceridad de sus múltiples declaraciones de adhesión al gobierno de la República. Había presenciado con gran admiración, recordó él casi dos años después, el «espíritu arrollador del pueblo madrileño» cuando el asalto al cuartel de la Montaña, al comenzar la guerra. En el periódico Ahora, el 3 de octubre de 1936, decía a los jóvenes socialistas que se preparaban para la defensa de Madrid: «Con vosotros estoy de todo corazón». Y el 7 de noviembre, cuando el enemigo estaba ya a las puertas de la ciudad, orgulloso, radiante al saber el buen comienzo de la resistencia, escribía: «¡Madrid, Madrid! ¡qué bien tu nombre suena [...] La tierra se desgarra, el cielo truena...» (p. 674). Meses después, en abril de 1937, en una carta publicada en Hora de España, declara estar «de todo corazón del lado del pueblo» (p. 669). En otra carta, año y medio más tarde, el 19 de noviembre de 1938, cuando estaba ya todo a punto de hundirse y no era por tanto prudente renovar su adhesión a los vencidos, vuelve a decir que desde el momento que comenzó la sublevación militar «yo estuve, incondicionalmente, al lado del gobierno... al lado del pueblo» (p. 687). Y casi lo mismo repetía dos días después, en una alocución por radio «a todos los españoles», que reprodujo La Vanguardia el 22 de noviembre. No hay duda, pues, en cuanto a su lealtad constante a la República. Pero se podría en cambio discutir el grado, modo y carácter, en diferentes momentos, de su adhesión o falta de adhesión a ciertas ideas y actitudes dominantes en la zona «roja». Hay que tener en cuenta que él escribió a menudo respondiendo a peticiones de aquí y allá, y debió de sentirse a veces como obligado a decir cosas que por su gusto quizá no hubiera dicho, o no de ese modo. Presionado, tal vez; pero moralmente solo, claro es. Obligado, porque sentía el deber de ayudar con su pluma, en lo que pudiera, a los que luchaban por lo que él creía ser una causa justa, cualesquiera que fuesen las reservas que pudiera tener. Por eso hay escritos suyos de esa época de la guerra que en tono y estilo parecen extraños, ajenos a él. Diríase a veces que hay frases suyas que brotaron de una parte sólo de su conciencia, la correspondiente al entusiasta, al admirador ingenuo, al esperanzado que en parte él era; mientras que otra parte de su yo, la del observador distante, escéptico y burlón, no intervenía, quedaba suprimida, o se limitaba sólo a contemplar con sorpresa sus propios escritos. Hay veces en que con la mejor buena fe, quizá sin darse cuenta, repetía clichés de la prensa que leía, como cuando escribe, en abril de 1937, en el comentario en prosa que se siente obligado a agregar a un poema suyo, «Meditación del día», que los militares rebeldes no lograrán vender a España, porque más allá de la «truhanería inagotable de la política internacional burguesa, vigila la conciencia universal de los trabajadores» (p. 648). Hay otras ocasiones, en cambio, en que de un modo suave, amigablemente, discrepa 37

u objeta a algo. En el «Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas», de 1 de mayo de 1937, asegura estar convencido que el socialismo es «una etapa inexcusable en el camino de la justicia social». Y acaba diciendo: «contáis con toda mi simpatía 12/ANTHROPOS

Y ahora finalmente veamos en rápida ojeada algunos de sus otros escritos, más literarios, publicados durante la época de la guerra civil. Casi todos ellos aparecieron en Hora de España. Sus notas, observaciones y comentarios tienen casi siempre tono y estilo muy parecidos al de los escritos en prosa publicados poco antes de la guerra, en el volumen primero de Juan de Mairena. Incluso los temas a veces vienen a ser los mismos. Pero como es bien natural, la guerra, la gran alteración que había en todo, es algo que se refleja con gran frecuencia, de un modo u otro, en lo que él escribe. Evita sin embargo siempre, como antes, las grandes palabras, los gritos. Se trata de reflexiones, consejos y advertencias, pero sin nunca caer en dogmatismo o pedantería. Expone lo que muchas veces es en verdad apasionado pensamiento, con cierta frialdad, con ironía; como si contemplara esas afirmaciones a distancia, inseguro de sí, dudando de sus propias ideas y emociones. Comenta en alguna ocasión, sobre todo hacia el final y en artículos periodísticos, como ya dijimos, la actualidad política internacional; pero aun esto suele hacerlo con 38

amplia perspectiva, mirando hacia el futuro, como cuando se refiere a esa «paz a ultranza» que persiguen las cobardes democracias europeas, la cual sin embargo no les evitará luego «la guerra grande». Y cuando tengan que ir a ella, irán vencidos de antemano, «tristes y solos» (pp. 606-7). Pero más a menudo habla de lo que tiene más cerca de sí. Comenta sobre lo que lee y oye, tratando de repensar lugares comunes; como ese, que tanto por entonces se repetía, de la necesidad de difundir y defender la cultura. Difundir la cultura no es repartirla «a voleo», piensa él; y defenderla no supone encastillarse en ella. Y así escribe: «difundir y defender la cultura son una misma cosa; aumentar en el mundo el humano tesoro de conciencia vigilante. ¿Cómo? Despertando al dormido» (p. 529). Y en la cuestión del «arte proletario», preconizado por los comunistas, frente a arte simplemente, arte verdadero, para el hombre, que era en general la posición de los de Hora de España, interviene él discretamente, diciendo tan sólo: «Todo arte verdadero será arte proletario; ya que —agrega—, éste es siempre para la prole de Adán» (p. 526). Más interesante es lo que, en el mismo número I de Hora de España, de enero de 1937, dice al criticar lo que «hay de supersticioso en el culto apologético del trabajo». Siempre preocupó a Machado el problema de la justicia social. Ahora, cuando tanto se hablaba de organizar una verdadera sociedad de trabajadores, quiere él contribuir a deshacer malentendidos y mentiras. Y expone esta opinión, que casi podríamos calificar de maoísta: «El divino Platón filosofaba sobre los hombros de los esclavos... nada nos autoriza ya a arrojar sobre la espalda de nuestro prójimo las faenas de pan llevar, el trabajo marcado con el signo de la necesidad, mientras nosotros vagamos a las altas y libres actividades del espíritu, que son las específicamente humanas». Y es que hay cierto trabajo necesario que no sólo difícilmente podrá coincidir con ninguna vocación, sino que por su misma naturaleza es degradante y embrutecedor. Y por eso sigue diciendo: «es este trabajo necesario que, lejos de enaltecer al hombre, le humilla... el que debe repartirse por igual entre todos, para que todos puedan disponer del tiempo preciso y la energía necesaria que requieren las actividades libres» (pp. 527-8). Meses después volvía a tratar de lo mismo: «La superstición del trabajo consiste en pensar que el trabajo es por sí mismo valioso». Esto oscurece el problema. Hay que repartir el trabajo necesario, trabajar todos, pero «libres de la jactancia del trabajador» (p. 551). Otro tema al que Machado vuelve también a menudo es el de las creencias y el escepticismo. Un tema viejo suyo, pero que en época de guerra, cuando se luchaba por ideas, adquiere especial urgencia e importancia. Se refiere por eso, en julio de 1937, a una muy necesaria investigación de las creencias, la cual —agrega con su habitual humor, pero con mucha justeza y razón— «sólo puede encomendarse a los escépticos propiamente dichos» (p. 544). Aludiendo a viejas polémicas entre idealistas y realistas en filosofía, mas pensando seguramente también en las luchas que había entonces en España entre espiritualistas y materialistas, dice que los de ambos bandos «se mueven con sus creencias, siempre en compañía de sus creencias. ¿Se mueven por ellas...? He aquí lo que convendría averiguar» (p. 545). Y meses más tarde avanza él mismo alguna 39

opinión: «Lo que constituye una creencia verdadera... es la casi imposibilidad de creer otra cosa, su hondo arraigo en nuestra conciencia» (p. 558). Los razonamientos que apoyan estas creencias raramente resultan, sin embargo, convincentes. Las creencias, dice, son «más fecundas en razones que las razones en creencias» (p. 557). Lo que viene él a recomendar desde el principio, situándose así en la posición suya de siempre, no es una firme creencia en algo, sino más bien el puro escepticismo. Un escepticismo apasionado, se apresura a agregar, que nada tiene que ver con el fácil, frío y vulgar escepticismo. «Nunca os aconsejaré el escepticismo cansino y melancólico de quienes piensan estar de vuelta de todo. Es la posición más falsa y más ingenuamente dogmática que puede adoptarse» (p. 541). Lo que él aconseja es «la duda poética, que es duda humana, de hombre solitario y descaminado, entre caminos» (p. 53). Quiere que se lleve la duda hasta el extremo, donde podríamos encontrar incluso un poco de esperanza. Decía ya en el número I de Hora de España: «Aprende a dudar, hijo, y acabarás dudando de tu propia duda» (p. 525). Y en el número de mayo de 1938, escribía: «el dicho socrático "sólo sé que no sé nada" contenía la jactancia de un excesivo saber, puesto que olvidó añadir y aun de esto mismo no estoy completamente seguro» (p. 579). En cuanto a los que luchan, su simpatía no está con el combatiente pretencioso, que dice estar seguro de la victoria, sino con ese otro más modesto que mucho anhela el triunfo pero que duda poder lograrlo. Comienza comentando, de un modo divertido, la jactancia usual entre boxeadores: cada uno de ellos afirma, sin sombra de duda, que derrotará al contrincante de un modo decisivo. Y Machado exclama: «¡Qué falta de respeto al adversario! Y, sobre todo, ¡qué falta de modestia!». Bien se ve, dice, que esas luchas «no siempre incruentas» no pueden tener ni «un átomo de heroísmo». Y entonces agrega, pensando sin duda en esos trágicos milicianos que él tanto admiraba: «Porque lo propio de todo noble luchador no es nunca la seguridad del triunfo, sino el anhelo ferviente de merecerlo, el cual lleva implícita —¿cómo no?— la desconfianza de lograrlo» (p. 532). También tiene relación con el tema de las creencias, lo que dice del valor ético de la posición de cínicos y marxistas, frente a la pomposidad, hipocresía y mentira de tantos falsos «espirituales». Estos espirituales pululaban por todas partes, pero más que en la zona roja en la otra, entre los azules y piadosos terratenientes de la «Cruzada». Su comentario es este: «El cinismo más auténtico, el que profesaron los griegos en el gimnasio de Cinosarges, es un culto fanático a la veracidad, que no retrocede ante las más amargas verdades del hombre. Os pondré un ejemplo: Si el hombre fuera esencialmente un cerdo —cosa que yo disto mucho de creer— sólo el cínico no se inclinaría —como los pragmatistas— a guardarle el secreto: la virtud cínica consistiría en reconocerlo, proclamarlo y en aceptar valientemente el destino porcuno del hombre a través de la historia. ¿Comprendéis ahora —sigue Machado diciendo—, por qué en épocas de pragmatismo hipócrita el cinismo es una reacción necesaria? ¿Comprendéis ahora cómo el marxismo, por muy equivocado que esté, en cuanto pretende señalar una verdad, en medio de un diluvio de mentiras, tiene un valor ético indiscutible?» (p. 548). Otros temas que aparecen más de una vez en sus apuntes de esa época, son el de la 40

fraternidad y el de la muerte. Temas viejos en él, pero que de pronto resultan de gran actualidad. Sobre ellos reflexiona con hondura y renovada emoción. Sus varias ideas sobre el tiempo, que lleva a la muerte, como fuente principal de la poesía; sobre el asombro ante el ser, ante lo que aparece, cuando el ser es percibido sobre un fondo de aniquilación, de nada; y sobre el insaciable anhelo de comunión y amor que siempre padece el hombre solitario, habían ya cuajado, adquirido forma bastante precisa en los años inmediatamente anteriores a la guerra. Heidegger le había sin duda ayudado a aclarar y completar su propio pensamiento. Por eso, en un famoso trabajo en Hora de España, hace una breve exposición —una de las primeras— y un gran elogio de El ser y el tiempo; obra que, como antes el ensayo del mismo autor ¿Qué es metafísica?, sirvió a Machado para confirmar y valorizar sus propias reflexiones e intuiciones. Pero él no coincide en todo con el filósofo alemán. Machado huía de lo grandioso, del tragicismo. Y no quiere entregarse el dolor. Siempre en él, como contrapeso de la tristeza y de la muerte, aparece el canto a la vida, una cierta esperanza. Por eso, incluso en la para él muy triste primavera de 1938, repite casi con las mismas palabras algo que ya había dicho en 1935: «El fondo de mi pensamiento es triste; sin embargo, yo no soy un hombre triste, ni creo que contribuya a entristecer a nadie. Dicho de otro modo: la falta de adhesión a mi propio pensar me libra de su maleficio» (p. 579). Y por eso es muy suyo, del mejor Machado, un trozo muy bello que apareció también en Hora de España meses antes. Debió de escribirlo a fines del 37, en Rocafort, cuando aún no era aguda la crisis, cuando aún debía de encontrar a veces cierto goce de vivir: «Siento —decía mi maestro— que mi vida es ya como una melodía que va tocando a su fin. Esto de comparar una vida con una melodía —comenta Mairena— no está mal. Porque la vida se nos da en el tiempo, como la música, y porque es condición de toda melodía el que ha de acabarse, aunque luego —la melodía, no la vida— pueda repetirse. No hay trozo melódico que no esté virtualmente acabado y complicado ya con el recuerdo. Y este constante acabar que no se acaba es —mientras dura— el mayor encanto de la música, aunque no esté exento de inquietud... el

culto. Cierto que el Cristo se dejaba adorar, pero en el fondo le hacía poca gracia. Le estorbaba la divinidad —por eso quiso nacer y vivir entre los hombres— y si vuelve no debemos recordársela. Tampoco hemos de recordarle la Cruz... Aquello debió de ser algo horrible, en efecto. Pero ¡tantos siglos de crucifixión!... Él quiso morir, sin duda, de una manera impresionante, pero ¡no tanto! Volverá el Cristo a nacer entre nosotros, los escépticos, que guardamos todavía un rescoldo de buena fe. Todo lo demás es ceniza: no sirve ya para la nueva hoguera» (p. 554). No parecerá raro que pensando en la «nueva hoguera», hablando de fraternidad y de 41

ese nuevo cristianismo que se anunciaba, recuerde a veces a Rusia. Desde hacía mucho tiempo, después de sus lecturas de Dostoyevski y Tolstoi, creía él en el «sentido fraterno del cristianismo» de los rusos, como decía en 1934. Es bien natural pues que ahora, en la época en que sólo Rusia ayudaba a España, lleno de agradecimiento, y con cierta ingenuidad e ignorancia (pues poco se sabía por entonces en España del verdadero carácter de las «purgas», o de los campos de concentración), repitiera en su artículo «Sobre la Rusia actual», publicado en septiembre de 1937, que Rusia, aun la Rusia marxista, es «el foco del cristianismo auténtico». Ahora es marxista, un fenómeno que a él le parecía «extraño». Pero esa Rusia marxista ha querido ensayar una «nueva forma de convivencia humana, de comunión cordial y fraterna». Y por eso Rusia es «mucho más que marxismo» (pp. 668-9). Y unos meses antes, cuando eran todavía grandes las esperanzas de victoria, también en Hora de España, en la carta a Vigodsky, hablaba del «sentido fraterno del amor», algo específicamente cristiano y ruso, que iba a encontrar «un eco profundo en el alma española» (p. 670). Grandes ilusiones, sueños éstos todos que, como tantas otras cosas, pronto el viento se llevó. (A. Sánchez Barbudo, Ensayos y recuerdos, Barcelona, Laia, 1980, pp. 9-14, 17-22, 2644.) encanto de la vida, el de esta melodía que se oye a sí misma —si alguno tiene—, ha de ser para quien la vive, y su encanto melódico, que es el de su acabamiento, se complica con el terror a la mudez» (pp. 554-5). Bello también es lo que escribió aún antes, en enero del 37, en época de mucho ruido, sobre el silencio y la armonía que de él se levanta. Lo que dice se aprecia mejor comprendiendo la relación que eso tiene con sus ideas sobre el ser y la nada. Así como sorprende la presencia de algo, del ser, al destacar éste sobre un fondo de nada (esa nada que Machado, con su a veces negro humor, decía era la «creación divina», o «el gran regalo de la divinidad»), igualmente de un fondo de silencio brota ese «mundo de armonías» que, con sorpresa, descubrimos de pronto entre las cosas. Escribe él: «Sólo en el silencio, que es, como decía mi maestro, el aspecto sonoro de la nada, puede el poeta gozar plenamente del gran regalo que le hizo la divinidad, para que fuese cantor, descubridor de un mundo de armonías» (p. 526). Sobre el viejo sueño suyo de una extendida y entrañable fraternidad entre los hombres — sueño que en aquellos días de revolución tenía gran vigencia y plausibilidad—, meditaba él también de nuevo, considerando esa utopía bajo una nueva luz. Lo mismo que antes, veía en esa fraternidad que se anunciaba «el hecho cristiano en toda su pureza» (p. 534). El antiguo mensaje iba, al fin, a ser oído. Volvería Cristo; pero sería un Cristo nada mítico. En 1934, en su pequeño ensayo «Sobre una lírica comunista que pudiera venir de Rusia», hablaba ya de la posibilidad de una «comunión cordial»; mas sería para ello necesario, entre otras cosas, agregaba, un «fundamento metafísico... ya que una fe religiosa parece cosa difícil en nuestro tiempo». Sería necesario creer «que existe una realidad espiritual, trascendente a las almas individuales, en la cual éstas pudieran 42

comulgar» (pp. 859-60). En 1937, en cambio, ya no habla de necesario «fundamento metafísico», ni de nada «trascendente» en que haya que creer. De lo que habla es de Cristo, que al parecer sería ahora la base del amor, el foco que iluminaría las almas. Una vuelta pues a lo religioso, diríase; a eso tan «difícil en nuestro tiempo». Mas en verdad, por lo que él mismo dice, vemos que el Cristo a que se refiere es un Cristo muy disminuido. Un símbolo y nada más. El nuevo cristianismo que Machado esperaba era, en todo caso, bastante herético y peculiar. «Creo yo —dice en el número de marzo de 1937 de Hora de España—, en una filosofía cristiana del porvenir, la cual nada tiene que ver —digámoslo sin ambages— con esas filosofías católicas, más o menos embozadamente eclesiásticas... Nosotros partiríamos de una investigación de lo esencialmente cristiano en el alma del pueblo, quiero decir en la conciencia del hombre, impregnada de cristianismo». Eliminaría incluso, en ese nuevo cristianismo, la Biblia, «ese cajón de sastre», que es otro «de los grandes enemigos del Cristo» (p. 534). Temía él —confiesa meses más tarde, en el número de noviembre— que ese «sacar el Cristo a relucir» pareciese a algunos cosa «propia de sacristanes y de filisteos», aunque la verdad es, dice, que ésos no sacan al Cristo «en función amorosa, sino para bendecir los cañones» (p. 553). Más tarde aún, en julio de 1938, una vez más, repitiendo algo por él ya dicho, niega la divinidad de Cristo, que no es el hijo de Dios, sino, «como pensamos los herejes», es «el hijo del hombre que se hizo Dios» (es decir, que el hombre lo convirtió en Dios) para así expiar «los pecados de la divinidad» (o sea, para suplir las deficiencias de la divinidad). Y entonces agrega: «En este sentido prometeico y de viva blasfemia parece anunciarse el cristianismo futuro» (p. 582). Y ya antes, en el número XI, en el mismo en que hablaba de «sacar el Cristo a relucir», volvía a él en forma que quizás parezca poco respetuosa, pero que no deja lugar a dudas en cuanto lo que habría de ser ese Cristo cuyo advenimiento esperaba: «Y el Cristo volverá —creo yo — cuando le hayamos perdido totalmente el respeto; porque su humor y su estilo vital se avienen mal con la solemnidad del 14/ANTHROPOS

43

El autor recoge en el texto tres tipos de temas en los que se refleja claramente la vida interior de Antonio Machado y su postura vital: en primer lugar aparecen los compañeros con él, en destierro cinemático; retratos de amigos hermanados en la ida hacia el lento exilio. Otro tema: el entrañable aprecio de las vidas del pueblo, de la gente: la cara de los milicianos que tanto le impresionaron por su señorío, nobleza y entrega, sabiéndose en peligro de muerte. A ellos los ve transfigurados; la intuición de la muerte ponía en ellos un sello noble y trágico: «Milicianos que parecen capitanes» por su señorío. Todo ello, en profunda simpatía y consonancia, surge como actitud numantina: «su deber es resistir hasta el fin» y fiel a sí mismo siempre estará «de todo corazón al lado del pueblo». Por fin el último tema son las notas de Juan de Mairena: la guerra, la justicia social; la creencia como hondo arraigo en la conciencia; hondura del pensamiento y comentarios en Hora de España, «la nueva hoguera» como sueño de fraternidad. Temas sobre los que escribe y siente don Antonio Machado en el discurrir de la guerra civil; certeras reflexiones desde el mirador de sí mismo en solidaridad con el Pueblo. Cerramos este primer apartado con dos testimonios que nos acaban de configurar la dimensión interior e histórica de Antonio Machado. J.M.a Castellet, en su colaboración al homenaje a Antonio Machado en el centenario de su nacimiento, centra su intervención en el tema de «La vida y la muerte de Antonio Machado en tierras catalanas». Dice así: 44

Mi presencia entre vosotros quiere ser el homenaje de los escritores catalanes al poeta y al hombre ejemplar que vivió sus últimos años y murió, también —lejos de su Andalucía natal y de su Castilla de adopción— entre las gentes de los Países Catalanes —desde el País Valenciano hasta el Rosellón— con quienes compartió esperanzas y desilusiones, privaciones y bombardeos, en el ocaso de la Segunda República española. En efecto, los azares de la guerra civil llevaron a Antonio Machado a realizar un doloroso peregrinaje, el último de su vida, a lo largo de las tierras de lengua catalana. Ya en noviembre de 1936, Machado es evacuado, desde el Madrid asediado, a Rocafort, pueblo cercano a Valencia, donde vivió hasta mediado el año 1938. En Rocafort se instala en un chalet veraniego, «Villa Amparo», junto con su madre y con su hermano José y su familia. Desde allí, se traslada, de vez en cuando, a Valencia, donde está la redacción de la revista Hora de España y donde participa en algunos actos públicos, como la Fiesta del Primero de Mayo de 1937 —en la que lee su famoso discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas— y el Congreso Internacional de Escritores, en cuya clausura y en un breve parlamento —tras citar su conocido texto que empieza: «Escribir para el pueblo [...], ¡qué más quisiera yo!»— concluye diciendo: «...yo escribí estas palabras que pretenden justificar mi fe democrática, mi creencia en la superioridad del pueblo sobre las clases privilegiadas». Por entonces, Hora de España se ha convertido en la principal revista intelectual de la guerra y en la primera que comparten ampliamente escritores de lengua catalana y castellana, es decir, una tribuna plural en la que se han olvidado recelos anteriores, ante la magnitud de la tragedia. En Valencia escribe Machado la continuación de su Juan de Mairena y algunos poemas en los que hace referencia a la tierra y al paisaje que le han dado acogida así como al mayor de los poetas de lengua catalana: [...] Valencia de finas torres, en el lírico cielo de Ausias March, trocando su río de rosas antes que lleguen a la mar pienso en la guerra. La guerra viene como un huracán (...)

En plenitud de sus facultades intelectuales, ya en Valencia, empieza, sin embargo, su desmoronamiento físico. En 1937, escribe a Daniel Vigodsky: «Las visceras más importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente su función.» Y así, es un hombre enfermo el que llega a Barcelona, tras el traslado del gobierno de la República, a mediados de 1938. En Barcelona y después de una breve estancia en el Hotel Majestic, Antonio Machado es alojado, junto con sus familiares, en una gran mansión, la «Torre Castañer», de amplio y viejo jardín romántico, en el barrio de San Gervasio, descrito por Bergamín. Enfermo y fatigado, el poeta lleva una vida retirada y de escasa actividad. Escribe ya, muy poca poesía y su producción más constante son los artículos que publica en La Vanguardia barcelonesa. Sabemos, sin embargo, por el testimonio de su hermano José, que en su ulterior huida a Francia se perdieron papeles inéditos que, verosímilmente, debía ser, todavía, prolongación de su apócrifo Juan de Mairena. Para nosotros, catalanes, hay un artículo muy significativo de esta última etapa. Corresponde a la serie «Desde el mirador de la guerra» y se publica el 6 de octubre de 1938. Su párrafo dice así: «En esta egregia Barcelona —hubiera dicho Mairena en nuestros días—, perla del 45

mar latino, y en los campos que la rodean, y que yo me atrevo a llamar virgilianos, porque en ellos se da un perfecto equilibrio entre la obra de la naturaleza y la del hombre, gusto de releer a Juan Maragall, a Mosén Cinto, a Ausias March, grandes poetas de ayer, u otros, grandes también, de nuestros días. Como a través de un cristal, coloreado y no del todo transparente para mí la lengua catalana, donde yo creo sentir la montaña, la campiña y el mar, me deja ver algo de estas mentes iluminadas, de estos corazones ardientes de nuestra Iberia. Y recuerdo al gigantesco Lulio, el gran mallorquín. ¡Si la guerra nos dejara pensar! ¡Si la guerra nos dejara sentir! ¡Bah! Lamentaciones son éstas de pobre diablo. Porque la guerra es un tema de meditación como otro cualquiera, y tema cordial esencialísimo. Y hay cosas que sólo la guerra nos hace ver claras. Por ejemplo: ¡Qué bien nos entendemos en lenguas maternas diferentes cuantos decimos, de este lado del Ebro, bajo un diluvio de iniquidades: "¡Nosotros no hemos vqndido nuestra España!" Y el que esto se diga en catalán como en castellano, en nada amengua ni acrecienta su verdad». ¡Qué tremenda confesión acerca de uno de los grandes problemas hispánicos, nunca resuelto, el del casi imposible diálogo de las lenguas y de los hombres! «Hay cosas que sólo la guerra nos hace ver claras», dice Machado, bajo el estruendo de los bombardeos, en la inminencia de la derrota. ¡Como si hubiera que apurar hasta el límite de la muerte para descubrir las trampas que algunas ideologías siempre conservadoras, cuando no abiertamente reaccionarias o fascistas, colocaban bajo un demagógico e irreal concepto de unidad! ¿Tendremos que repetirnos siempre, desde la desdicha y hasta el infinito, que la única viabilidad del Estado español pasa por la asunción de la pluralidad de pueblos y lenguas? ¿Hay todavía quien, con corazón limpio y mente despejada, puede negar una formulación como la de Salvador Espriu, referida a su mítica Sepharad/España: Diverses son les parles i diversos els homes, i convindran molts noms a un sol amor (Diversas son las hablas y diversos los hombres, y convendrán muchos nombres a un solo amor)

Cuando Antonio Machado escribe el artículo que hemos citado faltan sólo tres meses para que emprenda la última etapa de su peregrinaje, la que le ha de llevar al exilio. Es un hombre enfermo y derrotado, como su propio pueblo. Alrededor del 20 de enero de 1939, a través de los servicios de la Universidad de Barcelona, es evacuado, junto con su familia y con un grupo de profesores e intelectuales. Cerca de la frontera se encuentran con Caries Riba, nuestro gran poeta. De labios de éste recuerdo —más de un cuarto de siglo después— la alucinante descripción del paso de la frontera. Riba y su esposa, la poetisa Clementina Arderiu, iban con el escritor catalán Pous i Pagés en una ambulancia. En un alto en el camino encontraron a los Machado —don Antonio, su madre, su hermano José y la esposa de éste—. Eran como personas desvalidas y abandonadas, y les hicieron subir en la ambulancia, pero al llegar a la frontera tuvieron que cruzarla a pie. Allí estaba también Corpus Barga, que cargó en brazos con la madre de los Machado. En el tránsito, el grupo se disgregó y no volvió a reconstruirse hasta unas horas después. Según el testimonio de Clementina Arderiu, al reencontrarse, Riba le dijo a Machado: «Ya ve usted, don Antonio, ya estamos en Francia». Y Machado le contestó: «¡Hallarme en Francia y como un mendigo!» Y añadió: «¿Le parece a usted que me comprarán este 46

reloj de oro que perteneció a mi padre?» Era todo lo que de valor llevaba consigo. Después de pasar la noche en un vagón de tren, el grupo se separó definitivamente. Corpus Barga se hizo cargo de los Machado y encontró alojamiento para ellos en Collioure, pequeño pueblo pescador de la Cataluña francesa, en la fonda de madame Quintana. Eran las últimas semanas de don Antonio y de su madre. Enfermos los dos, apenas salían del hotel. No hay casi testimonios de esos últimos días. Uno de ellos ha sido recogido por Jean Cassou en un bello pasaje del ensayo que le dedicó en su libro Trois poetes, Rilke, Milosz, Machado. Después de recordar las dos evocaciones del mar que encontramos en el poeta mesetario de Campos de Castilla, Cassou concluye diciendo que las gentes de Collioure, que no habían olvidado la breve estancia de Machado entre ellos, le contaron cómo gustaba de conducir sus paseos, los últimos de su vida, hasta una roca que avanzaba sobre el mar: «La, s'asseyant et contemplant autour de luí le bleu du

del et le bleu de la mer, plongé, inmerge dans cette contemplation, il murmurait avec ravissement: C'est la Gréce». Se diría que, al borde del Mediterráneo, y como un segundo destino fatal volvían a recobrar sentido (os versos que lo tuvieron en una primera y triste ocasión, la muerte de Leonor: Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Antonio Machado murió el 22 de febrero. Terminaba así su periplo de guerra y exilio por los países catalanes, de uno y otro lado de la frontera. Desde entonces descansa, entre apellidos catalanes, en el cementerio de Collioure, lugar de peregrinación habitual para nosotros, tanto los supervivientes de una guerra que se lo llevó, como a muchos otros españoles, «ligero de equipaje» y «casi desnudo como los hijos de la mar», como los más jóvenes, los de las generaciones que no conocieron, felizmente para ellos, la guerra civil. Conste ahora el homenaje de los escritores catalanes al hombre y al poeta, a quien despediremos un día, cuando sus restos vuelvan a su tierra de origen, con la nostalgia de muchos años de convivencia, pero con la alegría de saber que el retorno a su patria habrá significado, también, el retorno de la paz civil a todo el ámbito de la «pe// de brau», esa «piel de toro» en la que cada día muchos miles de nombres siguen conservando los mismos ideales que iluminaron la vida de Antonio Machado. (J.M. Castellet, «Vida y muerte de Antonio Machado en tierras catalanas», Cuadernos para el Diálogo, noviembre 1975, extra XLIX, pp. 32-34). Antonio Machado deja su piel en el paisaje de la mediterránea y honda Cataluña. Su vida queda aquí florecida y cobijada en el mar. 47

Por fín, merece la pena terminar con el texto de Ménica Alonso: el relato de sus últimos instantes, ya entrañado en la desnudez de su muerte quijotesca. Dice así: madre y llevarla como una pluma desde la estación al pueblo, por toda la ancha calle que lo cruzaba y terminaba en el mar». Madame Figueres acogió a estos cinco refugiados en la tienda que tiene en la Placette desde 1928. Hay que señalar que esta tienda no ha sido nunca una tienda de antigüedades, como se ha venido diciendo repetidamente, sino de ropa interior para caballero. Allí, esta buena señora les ofreció la primera de tantas cosas que les tendría que ofrecer luego: una taza de café con leche y una silla para descansar. La familia Machado estaba tan agotada que no tuvieron siquiera fuerzas para cruzar el Oouy —arroyo que pasa por delante del Hotel Bougnol Quintana— y todavía menos para dar la vuelta para cruzarlo por el puente. Corpus Barga fue a buscar un taxi. Éste, coducido por el señor Ferrer, les llevó hasta el hotel, dando la vuelta por la calle del cementerio que lleva ahora el nombre de Antonio Machado. En el hotel en cuyo rótulo rezaba «Bougnol Quintana: La plus ancienne réputation», había muchos refugiados españoles, entre ellos el comandante Orgaz y su mujer. La dueña del hotel, la señora Pauline Quintana, les proporcionó dos habitaciones en el primer y único piso del hotel: una para Antonio y su madre, otra para José y su mujer. Para acceder a la segunda habitación había que pasar por la del poeta. Aquella noche, cuando regresó Jacques Baills al hotel para cenar, hacia las ocho o las nueve, le preguntó a la dueña si habían llegado unos viajeros que él había enviado. Pauline Quintana contestó: «Sí, ya se han acostado, no han querido cenar». Jacques Baills nos decía: «Cuando llegaron aquí, llegaron como todos los refugiados españoles; nadie les conocía, no sabíamos que era Machado ni mucho menos, y fueron recibidos como tenía costumbre de recibir la señora Quintana; o sea, sabía que trataba con refugiados y como tales estaba dispuesta a aliviar todos los tormentos que ella pudiera». Al día siguiente, José bajó a la tienda de la señora Figueres para darle las gracias por su acogida de la víspera. Luego bajaría casi todos los días para recoger los periódicos del día anterior y Match (en la actualidad París Match, revista francesa). No hay que olvidar que los Machado llegaron a Collioure con la ropa que llevaban puesta, «con un paraguas para cuatro» y sin ningún medio económico. Fue gracias a una ayuda de la Embajada de España en París que llegaron a sobrevivir económicamente y también gracias a una ayuda material de los nuevos amigos de Collioure. Por ejemplo, el señor Figueres era quien le compraba algo de tabaco a Machado, ya que nunca, aun en esos momentos tan difíciles, don Antonio no pudo dejar de fumar. Madame Figueres les proporcionó también algo de ropa. Sólo al cabo de dos o tres días se reconoció en aquel refugiado a la figura de Antonio Machado, gran poeta español. Jacques Baills tenía costumbre de ayudar a madame Quintana en la contabilidad del hotel. Este trabajo no lo hacía todos los días, sino cuando sus ocupaciones se lo permitían. Fue al recopilar la ficha de Antonio Machado, «profesor», que se acordó de las poesías estudiadas en la escuela, de cierto poeta español llamado Antonio Machado. 48

Entonces le preguntó a don Antonio si el que se había presentado como profesor era por casualidad el poeta. Este le contestó muy sencillamente, «sin sonreírse siquiera»: «Sí, soy yo». A partir de ese día, después de la cena, Jacques Baills iba a sentarse a su mesa y conversaba un poco con ellos, intentando sustraerles un momento de «esa soledad que llevaban entre cuatro». Pero nunca tuvieron conversaciones de fondo político. Sus conversaciones fueron más bien triviales. Otros días, don Antonio pedía permiso a madame Quintana para entrar en la cocina y oír las noticias en la radio. Pero don Antonio iba agotándose poco a poco. Veía claramente que se acercaba el fin de su vida y le decía a su hermano José: «Cuando ya no hay porvenir por estar cerrado el horizonte a toda esperanza, es ya la muerte lo que llega». El día 29 de enero de 1939, llegó por fin nuestro poeta a Collioure. Serían las cinco y media de la tarde cuando el tren repleto de viajeros llegó a la estación. En él llegaban «cuatro personas vestidas de negro», según Jacques Baills. Estas cuatro personas no eran ni más ni menos que Antonio Machado, su madre Ana Ruiz, y su hermano José con su esposa Matea. Las sobrinas de Machado, que salieron con ellos de Madrid, habían sido evacuadas en septiembre de 1938 a la URSS. Al bajar del tren preguntaron por un hotel al primer empleado que encontraron en la estación. Éste era Jacques Baills, quien les indicó el Hotel Bougnol Quintana, donde él mismo se alojaba. Este hotel estaba —y sigue estando— a mano derecha de la «Placette» según se baja la Avenida de la Estación. Aquella tarde de enero el tiempo estaba tan triste como el corazón de la familia Machado. Había llovido mucho y seguía lloviendo. El cielo estaba encapotado. Parece que la naturaleza, augurando el futuro, se había puesto de luto y lloraba al acoger al poeta en lo que sería ya su última estancia. La calle que iba de la estación al hotel estaba de obras y esto dificultó todavía más el caminar de nuestros viajeros para recorrer estos pocos metros. Así, antes de llegar al hotel la familia Machado tuvo que descansar. Así fue cómo la señora Figueres vio entrar en su tienda a «dos mujeres y tres hombres: madame Machado, la esposa de José, Antonio, José y un señor que les acompañaba, pero que hablaba muy bien francés». Este señor era el generoso Corpus Barga que, después de haber ido a Perpignan en busca de alguna ayuda, regresó a Cerbére a buscar a la familia Machado, «y cuyo comportamiento llegó hasta el punto de coger en brazos a nuestra anciana 16/ANTHROPOS

49

Un día José le preguntó a Jacques Baills si no tendría unos libros o algo con que distraer al poeta. Éste había conservado algunos libros de cuando iba a la escuela, y así prestó a Machado dos libros de Pío Baroja: El amor, el dandysmo y la intriga y El mayorazgo de Labraz, una traducción de Los vagabundos, de Máximo Gorki, y un folleto: Vicente Blasco Ibáñez: su vida, su obra, su muerte. Respecto a este folleto, Jacques Baills se arrepintió siempre de habérselo dejado al poeta, porque «pudo hacerle pensar en su fin próximo». Estos libros fueron, pues, los últimos libros que tuvo Machado en sus manos. Los que él trajera en sus maletas se perdieron con ellas, así como las últimas poesías escritas por el poeta. En Collioure, Machado no escribió. Sólo encontró José en el bolsillo de su gabán, días después'de su muerte, «un pequeño y arrugado trozo de papel». En él, tres anotaciones, la primera reproducía las palabras con que empieza el monólogo de Hamlet: «Ser o no ser»; la segunda contenía las últimas palabras en verso escritas por el poeta: «Estos días azules y este sol de la infancia»; la tercera no era más que una corrección a unos versos suyos ya publicados: Y te daré mi canción: se canta lo que se pierde, con un papagayo verde que la diga en tu balcón. Se ha dicho también que un día Machado fue hasta Saint Vincent, capillita cercana al 50

rompeolas, y que en el momento en que estaba escribiendo pasó por allí un pescador. Este pescador nos aseguró durante años que él todavía conservaba este papel, pero sin consentir jamás, a pesar de nuestra insistencia, en enseñárnoslo. A su muerte nos pusimos en contacto con sus herederos, quienes nos aseguraron que dicho papel no había existido. Pensamos que así sería, sobre todo si consideramos el estado físico de Machado y el pésimo estado del camino que conducía a dicha capilla. En los últimos días de su vida, don Antonio se recogió en sus pensamientos. ¿En qué pensaría entonces el poeta? ¿En todo lo que más amaba y que su destino le robaba? ¿En el patio sevillano? ¡Mi Sevilla infantil! ¡Tan sevillana! ¿En Leonor, que se durmió para siempre en los páramos de Soria que él no volverá a ver? En la memoria mía, tu recuerdo a traición ha florecido; Soria pura, entre los montes de violeta. su llegada al pueblo, el poeta bajó a darle las gracias a la señora Figueres. Por lo demás, salía algunas veces a sentarse en un banco que había delante del hotel y desde allí contemplaba a los jugadores de petanque. Sin embargo, unos días antes de morir, el día 17 de febrero, en su amor infinito a la naturaleza, le dijo a José: «Vamos a ver el mar». «Esta fue su primera y última salida —nos dice José—. Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban en la arena. »EI sol del mediodía no daba casi calor. Era en ese momento único en que se diría que el cuerpo entierra su sombra bajo los pies. Hacía mucho viento, pero él se quitó el sombrero, que sujetó con una mano en la rodilla, mientras que la otra mano reposaba en una actitud suya, sobre la cayada de su bastón. Así permaneció absorto, silencioso ante el constante ir y venir de las olas que, incansables, se agitaban como bajo una maldición que no las dejara nunca reposar. Al cabo de un largo rato de contemplación me dijo señalando a una de las humildes casitas de los pescadores: "¡Quién pudiera vivir allí, tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación!". Después se levantó con gran esfuerzo y andando trabajosamente sobre la movediza arena, en la que se hundían casi por completo los pies, emprendimos el regreso en el más profundo silencio.» Este sería el último paseo de don Antonio. El día 18, la afección de bronquios que padecía se empeoró y el poeta tuvo que guardar cama. Unos días después emprendería el viaje sin retorno, el de la muerte, conservando, no obstante, todas sus facultades hasta el último momento. Los últimos días de la vida de Machado llevan pues, para él como para sus familiares, el signo de la desgracia y de la fatalidad. Dañado en su cuerpo y en su alma, Antonio Machado tenía que expirar a las tres y media de la tarde del día 22 de febrero de 1939 (miércoles de ceniza, ¡triste coincidencia!). Cuando el poeta tuvo que guardar cama, le atendió el médico de Collioure, el doctor Cazabens, quien pronosticó una congestión grave. Sí, era grave el estado del poeta que agonizaba en la misma habitación que su madre. Todos los proyectos de don Antonio morían con él. Morían sus deseos de ir a la URSS, donde se disponían a recibirle como 51

huésped de honor. No llegó tampoco a ver la carta del hispanista John Brande Trend que le ofrecía un puesto para el lectorado del Departamento de Español de la Universidad de Cambridge. Moría sin terminar esta obra que tantas ganas tenía de terminar. Y también moría su esperanza de ver a su patria libre... ¿En su hermano Manuel, que se quedó en la otra zona? Aviva tu recuerdo, hermano. No sabemos de quién va a ser el mañana. ¿En Guiomar? Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre, miras hacia otro mar, la mar de España. La noticia de la muerte del poeta se divulgó muy rápidamente y sus nuevos amigos de Collioure fueron los primeros en estar a su lado. A las cinco de la tarde, el señor Jacques Baills fue al Ayuntamiento a declarar la muerte del poeta, y a correos para enviar un telegrama a la Embajada de España. También avisó a algunos amigos del poeta, como por ejemplo el profesor Sala, el poeta catalán Ventura i Gassol, el señor Santaló, cónsul en Port Vendres... (Monique Alonso, op. cit., pp. 483-492). ¿En la agonía de su madre que tanto amaba? En Collioure, don Antonio casi no salió. Una semana después de Hermosas palabras que nos dan a sentir a don Antonio Machado en la lúcida esplendidez de la orilla, su vida junto al mar, camino fluente del hondo ser.

2. Teoría poética de Antonio Machado Es preciso enmarcar la obra y el pensamiento de Antonio Machado en el ámbito de su teoría poética. Recogemos, entre múltiples análisis, unas notas y textos de Aurora de Albornoz sobre el tema, que lo centran con brevedad y concisión. Dice lo siguiente: Siempre he tenido la impresión —muy subjetiva, desde luego— de que, en cuanto a poética se refiere, Antonio Machado va de la negación a la afirmación. Aclaro: llega a una definición de «lo que la poesía es», pasando por un análisis de «lo que la poesía no es». Esto, creo que fácilmente captable a través de su prosa, está magistralmente dicho en unos pocos versos: Ni mármol duro y eterno, ni música ni pintura, sino palabra en el tiempo. Así dice el poeta al principio de un poema que es toda un arte poética. Añadiré algo más. Al definir lo que la poesía es, nos está hablando de su propia poesía. Es decir: lo que la intuición ha puesto en el poema la reflexión lo razona en la «poética». No se trata de una defensa de lo suyo: se trata, creo, de un perfecto acuerdo entre la intuición y la razón; entre el mundo mágico y el mundo lógico. Y se trata, desde luego, de la revelación de una gran «autenticidad». Uso este término —demasiado empleado ya con relación a Machado— con plena conciencia de mi decir, y no en forma arbitraria. Al calificar a Machado de poeta auténtico quiero significar que entre su concepto de poes/a 52

y su poesía —o, al menos, en buena parte de ella— hay una perfecta concordancia. [...] Lo que niega, o mejor, lo que rechaza como verdadera poesía, como «la verdadera poesía», la de hoy y la de mañana, es una serie de teorías—que se concentran en grupos, tendencias, modas...—. No suele, sin embargo, rechazar en bloque ni negar arbitrariamente. Podría decirse más bien que, tras un análisis detenido, suele aceptar lo que considera valores positivos de tal o cual tendencia y rechazar lo que considera negativo, falso o superficial. [...] En su búsqueda de lo que la poesía es —a través del camino de lo que la poesía no es—, el teórico reflexiona profundamente sobre todos aquellos elementos que una determinada tendencia proclama como base y fundamento de la poesía, ya sea la «música», ya la imagen poética, ya la función del intelecto... A mi juicio, podríamos hablar de un «Machado crítico» —el que estudia, acepta y, con frecuencia, niega— y de un «Machado creador», ya no sólo de poesía, sino de una interesante «poética». En una nota inédita de Los complementarios escribe Machado en 1914: El adjetivo y el nombre, remansos del agua limpia, son accidentes del verbo en la gramática lírica, del Hoy que será Mañana, y el Ayer que es Todavía. Tal era mi estética en 1902. Nada tiene que ver con la poética de Verlaine. Se trataba sencillamente de poner la lírica dentro del tiempo y, en lo posible, fuera de lo espacial. 18/ANTHROPOS ¿Podríamos aceptar plenamente que la conciencia poética de Machado era ya tan clara en 1902? ¿Quería, ya en 1902, «poner la lírica dentro del tiempo»? Me inclino a pensar, más bien, que en esa

53

fecha tan temprana intuía algo que con el paso de los años ha de llegar a precisar. Pero es importante señalar que acaso ya en aquel momento, al tiempo que Verlaine le atraía, sin duda, no aceptaba del todo la estética verleniana, y trataba de buscar la suya, la propia. [...] el primer Machado es un gran admirador de Verlaine, que, al mismo tiempo que oye de vez en cuando los «violines verlenianos», está comenzando a elaborar su propio decir, su auténtico decir. Por esta misma época escribe Machado, en su artículo sobre Arias tristes, de Juan Ramón: «Creo, sin embargo, que una poesía que aspire a conmover a todos ha de ser muy íntima. Lo más hondo es lo más universal». Hay un «pero»: «Pero mientras nuestra alma no se despierte para elevarse, será en vano que ahondemos en nosotros mismos. No lograremos hacer nada que nos satisfaga. Seremos confeccionadores de sensaciones narcóticas, con las cuales muchos gustarán de embriagarse; tallaremos tal vez, figurillas de exquisita labor que puedan adornar algo más sustantivo y allí donde no haya nada, no 54

estarán mal esas figurillas...». Es más que pura sensación personal lo que Machado busca, ya tan temprano, en la poesía. Años más tarde veremos cómo sueña la poesía de «los poetas de mañana». Por ahora, más que elaborar, más que definir, critica. (Aurora de Albornoz, prólogo a Antonio Machado, Antología de su prosa. II: Literatura y arte, pról. y selec. de Aurora de Albornoz, Madrid, Edicusa, 1976, pp. 1216.) Se concentra la autora en los párrafos siguientes, en la definición positiva de su poética y las posibilidades que ella encierra. Dice así: En versos citados al comienzo de estas notas hallamos esa definición: poesía es «palabra en el tiempo». Intentemos ver cuándo y cómo nació, y cómo al paso de los años se va cargando de nuevo contenido. La definición está en los citados versos del comienzo del poema «De mi cartera», último del libro Nuevas canciones. Como subtítulo —que pierde al pasar a Poesías completas— lleva estas palabras que intentan ser explicativas: Apuntes de 1902. Al pie, otra fecha: 1924. [...] me parece posible aceptar que el contenido "de los versos iniciales —es decir: la poesía no es mármol, no es música, no es pintura— estuviese pensado desde principios de siglo. Se trata de una respuesta a parnasianos y simbolistas, como obviamente se ve. Pero la definición de poesía como «palabra en el tiempo», que aparece tarde en la poética de Machado, es esencia y síntesis de muchos años de meditación. La definición está ya en una breve nota del cuaderno de Los complementarios, fechada en 1915. Pero es en los versos de 1924 cuando nos llega publicada por vez primera; reaparecerá, en la misma forma, o con variantes, en ocasiones posteriores: unas veces la comenta dentro de algún texto; otras, la amplía, llenándola de nuevas posibilidades de significación. En la «Poética» incluida en Antología (1931), de Gerardo Diego, afirma Machado que, como en los años del modernismo, los de su juventud, piensa que «la poesía es palabra esencial en el tiempo». Pocos años más tarde Juan de Mairena, en su ataque a la poesía pura, esgrime como arma principal la definición: «Decíamos, en suma, cuánto es la poesía palabra en el tiempo y cómo el deber de un maestro de poética consiste en enseñar a sus alumnos a reforzar la temporalidad de su verso». Esto, dicho en el momento en que ataca a la poesía pura, va llenándose de nuevos posibles significados. Nuevos significados podemos adivinar también en esta variante de la definición, que hallamos en el capítulo IX de Juan de Mairena: «La poesía es —decía Mairena— el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo. Ese diálogo, esa palabra, es lo que el poeta pretende eternizar sacándolo fuera del tiempo, labor difícil y que requiere mucho tiempo, casi todo el tiempo de que el poeta dispone. El poeta es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos; entendámonos: de peces que puedan vivir después de pescados». Creo que en este párrafo —amparándose en la velada, pero clara expresión maireniana— 55

ha condensado algunas ideas que había expresado unos años antes en «El arte poética de Juan de Mairena»: «Todas las artes —dice Juan de Mairena en la primera lección de su "arte poética" —aspiran a productos permanentes, en realidad, a frutos intemporales. Las llamadas artes del tiempo, como la música y la poesía, no son excepción. El poeta pretende, en efecto, que su obra trascienda de los momentos psíquicos en que es producida. Pero no olvidemos que, precisamente, es el tiempo (el tiempo vital del poeta con su propia vibración) lo que el poeta pretende intemporalizar, digámoslo con toda pompa: eternizar». Ya bastante antes, entre los apuntes del cuaderno de ¿os complementarios, hallamos una nota interesantísima que es, me parece, el germen de los dos párrafos que acabo de citar. Veámosla de cerca para entender en su totalidad el sentido de la definición machadiana de la poesía: «Es evidente que la obra de arte aspira a un presente ideal, es decir, a lo intemporal. Pero esto de ninguna manera quiere decir que pueda excluirse el sentimiento de lo temporal en el arte. La lírica, por ejemplo, sin renunciar a su pretensión a lo intemporal, debe darnos la sensación estética del fluir del tiempo. Es precisamente el flujo del tiempo uno de los motivos líricos que la poesía trata de salvar del tiempo, que la poesía pretende intemporalizar». Si tomamos en cuenta el momento en que fueron escritas estas notas recogidas en Los complementarios podemos deducir que es aproximadamente entre 1915 y 1920 cuando Machado llega a su concepción de una poesía cuyo gran problema es captar el tiempo — las cosas en el tiempo— y eternizarlo. En forma mucho más indefinida, sin embargo, pudo haber intuido algo mucho antes. Y en una posible primera intuición pueden haber influido algunas ideas de Unamuno; acaso la definición unamuniana de la poesía como «eternización de la momentaneidad». Posteriormente —ya se ha dicho— sus estudios de algunos «filósofos del tiempo»: Bergson, especialmente. Pero, sobre todo, cuenta, me parece, su capacidad de reflexión sobre poesía, sobre poetas y sobre algunos poemas, en concreto. Y poniéndonos a imaginar un poco, ¿no habrán dejado mucho las «Coplas» de Jorge Manrique, en esta definición machadiana? Al menos, creo que la ilustran como ningún otro poema de nuestra lengua. «Palabra en el tiempo» —poesía— es, pues, eternización de lo que pasa; de lo que necesariamente fluye. Es apresar el momento vivo, y hacer que ese momento siga viviendo en toda su fluidez. Es éste el decir básico, fundamental, que encierra la definición machadiana. Pero creo que cabe señalar la otra posible interpretación que la definición conlleva. La otra, he dicho; la otra que alcanzo a ver, cabría añadir. Está esa segunda interpretación implícita en el verso del poema de 1924, pero para mejor verla debemos recurrir a la variante que hallamos en el capítulo IX de Juan de Mairena, a la que hice ya referencia: «Diálogo del hombre con su tiempo». «Palabra en el tiempo» y «diálogo del hombre con su tiempo» nos llevan a pensar en un Machado «poeta social», además. Podemos interpretar que ese «tiempo» en el que la palabra se dice no es sólo un «tiempo 56

vital», sino, además, un «tiempo histórico». Así lo podemos aceptar, ya que cuando Machado habla de «tiempo» deposita en este término una serie de significaciones múltiples. Si tomamos en cuenta que la variante «diálogo del hombre con su tiempo» es muy posterior a la definición original, podríamos incluso pensar que, al correr de los años, Machado intuyó en su definición primera la nueva posibilidad que ahora vemos. Posibilidad que se añade a la primera, enriqueciéndola. De hecho, esta posibilidad de enriquecer puntos de vista —que a veces se han concretado pronto en formulaciones-^ me parece frecuente en Machado, en cuyo pensamiento hallamos, más que «cam

ANTHROPOS/19

bio», algo que no me atrevería tampoco a llamar «evolución», sino más bien 57

constante «revolución»; es decir, un movimiento circular alrededor de un punto —de una primera intuición— que se va ampliando, ensanchando, creciendo cada vez más, sin perder nunca de vista su centro. [...] En 1919 afirma su esperanza en «la edad que se avecina» y en «los poetas que han de surgir, cuando una tarea común apasione las almas»... Y añadirá: «¿Quién duda que el árbol humano comienza a renovarse por la raíz y de que una nueva oleada de vida camina hacia la luz, hacia la conciencia? Los defensores de una economía social totalmente rota seguirán echando sus viejas cuentas y soñarán con toda suerte de restauraciones; les conviene ignorar que la vida no se restaura ni se compone como los productos de la industria humana, sino que se renueva o perece. Sólo lo eterno, lo que nunca dejó de ser, será otra vez revelado y la fuente homérica volverá a fluir». La tarea no será de uno solo, sino de muchos; pero será una tarea «cordial», que nacerá del yo, del cada yo, al contacto con el mundo —con el «tiempo»— en que está inmerso. Que lo más íntimo sea lo más universal no implica un culto al yo. Ni significa que ese necesario mirarnos hacia dentro tenga como finalidad perdernos en esa contemplación, aislándonos del otro; de los otros. El poeta de mañana dirá su intimidad, pero la dirá a todos, firmemente anclado a su realidad: «El culto al yo como única realidad creadora — escribía en "Reflexiones sobre la lírica"— en función de la cual se daría exclusivamente el arte, comienza a declinar. Se diría que Narciso ha perdido su espejo, con más exactitud que el espejo de Narciso ha perdido su azogue, quiero decir, la fe en la impenetrable opacidad de lo otro, merced a la cual —y sólo por ella— sería el mundo un puro fenómeno de reflexión que nos rindiese nuestro propio sueño, en último término, la imagen de nuestro soñador. Pero como tampoco hay renuncia sin provecho, la canción de los nuevos poetas parecerá vibrar en un aire más puro y más claro, donde la luz tornase a su modesto oficio de hacernos más limpio y transitable el camino de los ojos. Si con la sensación estamos en parte en las cosas mismas, o si como seres conscientes ni fingimos ni deformamos nuestro universo; si el soñador despierta no ya entre fantasmas, sino firmemente anclado en un trozo de ¡o real, será el respeto cósmico a la ley que nos obliga y afinca en nuestro lugar y en nuestro tiempo, la fuente de una nueva y severa emoción, que podrá tener algún día madura expresión lírica». Los futuros poetas, dirá en el «Diálogo entre Juan de Mairena y Jorge Meneses», no se cantarán a sí mismos; no sentirán solos, «porque nadie siente si no es con otro, con otros... ¿por qué no con todos?». Serán cantores de una nueva sensibilidad: la suya, la más íntimamente suya, que estará, sin embargo, conformada por el tiempo en que les toque vivir. (Aurora de Albornoz, pról. a Antonio Machado, op. cit., pp. 27-34). Lo que importa es hablar o cuando menos escribir un pensamiento hablado. La novedad en la poética es la surgencia del otro. Yo nunca os aconsejaré que escribáis nada, porque lo importante es hablar y decir a nuestro vecino lo que sentimos y pensamos. Escribir, en cambio, es ya la infracción de una norma natural y un pecado contra la naturaleza de nuestro espíritu. Pero si dais en escritores, sed meros taquígrafos de un pensamiento hablado. Y nunca guardareis lo 58

escrito. Porque lo inédito es como un pecado que no se confiesa y se os pudre en el alma, y toda ella la contamina y corrompe. Os libre Dios del maleficio de lo inédito. Pero del mañana, se dirá, del nuevo siglo, que para muchos comienza después de la guerra y para algunos apenas si ha comenzado todavía, del mañana y de su poeta, de su hombre, ¿quién se atreve a vaticinar? ¡Bah!, cualquiera que no padezca del miedo pueril a equivocarse que es, en el fondo, el fatuo anhelo de sentar plaza de infalible. El mañana, señores, bien pudiera ser un retorno —nada enteramente nuevo bajo el sol— a la objetividad, por un lado, y a la fraternidad, por el otro. Una nueva fe —porque es en el campo de las creencias donde se plantean los problemas esenciales del espíritu— se ha iniciado ya. Comienza el hombre nuevo a desconfiar de aquella soledad que fue causa de su desesperanza y motivo de su orgullo. Ya no es el mundo mi representación, como era en lo más popular, la única verdad metafísica popular del ochocientos. Se tornó a creer en lo otro y en el otro, en la esencial heterogeneidad del ser. El yo egolátrico del ayer aparece hoy más humilde ante las cosas. Ellas están ahí y nadie ha probado que las engendre yo cuando las veo, enfrente de mí hay ojos que me miran y que, probablemente, me ven, y no serían ojos si no me viesen. (Antonio Machado, Antología de su prosa. H: Literatura y arte, pról. y selec. de Aurora de Albornoz, Madrid, Edicusa, 1976, pp. 53 y 77.) Cuando Machado expresa los problemas de la lírica, dice lo siguiente: No decimos gran cosa ni decimos siquiera [lo] suficiente cuando afirmamos que al poeta le basta con sentir honda y fuertemente y con expresar claramente su sentimiento. Al hacer esta afirmación damos por resueltos, sin siquiera enunciarlos, muchos problemas. El sentimiento no es una creación del sujeto individual, una elaboración cordial del YO con materiales del mundo externo. Hay siempre en él una colaboración del TÚ, es decir, de otros sujetos. No se puede llegar a esta simple fórmula: mi corazón, enfrente del paisaje, produce el sentimiento. Una vez producido, por medio del lenguaje lo comunico a mi prójimo. Mi corazón, enfrente del paisaje, apenas sería capaz de sentir el terror cósmico, porque aun este sentimiento elemental necesita, para producirse, la congoja de otros corazones enteleridos en medio de la naturaleza no comprendida. Mi sentimiento ante el mundo exterior, que aquí llamo paisaje, no surge sin una atmósfera cordial. Mi sentimiento no es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien NUESTRO. Sin salir de mí mismo, noto que en mi sentir vibran otros sentires y que mi corazón canta siempre en coro, aunque su voz sea para mí la voz mejor timbrada. Que lo sea también para los demás, éste es el problema de la expresión lírica. (Antonio Machado, op. cit., pp. 101-2.) Realmente es difícil poder sintetizar el hilo conductor de la poética machadiana con mayor claridad procesual y contenido real. Otra forma de ver la postura interior de Machado es entender su concepción del mundo poético y, en definitiva, del arte: la creación como expresión social del hondo sentimiento colectivo. Poesía en el tiempo, captación e invento del fluir que produce, obra y queda. He ahí el poema: río y piedra que documentan la corriente fluente del tiempo; el 59

diálogo del hombre con su tiempo, con su historia; poeta social. Poética, en fin, que adviene en conciencia viva, presencializadora de ámbitos e historias amanecidas en otros heterogéneos; Poética y poema del hombre en el tiempo, productora del tiempo. Señalamos a continuación dos textos del propio Machado sobre el tema, que confirman la lectura y análisis de Aurora Albornoz. 20/ANTHROPOS

No sólo en el sentir participa el tú, sino que el lenguaje como material poético, antes de ser recreado en poema, es de ellos, objetivo, de los otros. Pero el arte, y especialmente la poesía —añade Martín—, que adquiere tanta más importancia y responde a una necesidad tanto más imperiosa cuanto más ha avanzado el trabajo descualificador de la mente humana (esta importancia y esta necesidad son independientes del valor estético de las obras en que cada época se producen), no puede ser sino una actividad de sentido inverso al del pensamiento lógico. Ahora se trata (en poesía) de realizar nuevamente lo desrealizado; dicho de otro modo: una vez que el ser ha sido pensado como no es, es preciso pensarlo como es; urge devolverle su rica, inagotable heterogeneidad. Este nuevo pensar, o pensar poético, es pensar cualificador. No es, ni mucho menos, un retorno al caos sensible de la animalidad; porque tiene sus normas, no menos rígidas que las del pensamiento homogeneizador, aunque son muy otras. Este pensar se da entre 60

realidades, no entre sombras; entre intuiciones, no entre conceptos. «El no ser es ya pensado como no ser y arrojado, por ende, a la espuerta de la basura.» Quiere decir Martín que, una vez que han sido convictas de oquedad las formas de lo objetivo, no sirven ya para pensar lo que es. Pensando el ser cualitativamente, con extensión infinita, sin mengua alguna de lo infinito de su comprensión, no hay dialéctica humana ni divina que realice ya el tránsito de su concepto al de su contrario, porque, entre otras cosas, su contrario no existe. Necesita, pues, el pensar poético una nueva dialéctica, sin negaciones ni contrarios, que Abel Martín llama lírica y, otras veces, mágica, la lógica del cambio sustancial o devenir inmóvil, del ser cambiando o el cambio siendo. Bajo esta idea, realmente paradójica y aparentemente absurda, está la más honda intuición que Abel Martín pretende haber alcanzado. (Antonio Machado, op. cit, pp. 135-6.) El hombre nuevo no puede definirse por el sueño, sino por el despertar, para cualificar la realidad. Así la poesía nuevamente lo desrealiza. Otro texto importante en que centra su pensar en el tiempo, es el siguiente: El pensamiento lógico, que se adueña de las ideas y capta lo esencial, es una actividad destemporalizadora. Pensar lógicamente es abolir el tiempo, suponer que no existe, crear un movimiento ajeno al cambio, discurrir entre razones inmutables. El principio de identidad —nada hay que no sea igual a sí mismo— nos permite anclar en el río de Heráclito, de ningún modo aprisionar su onda fugitiva. Pero al poeta no le es dado pensar fuera del tiempo, porque piensa su propia vida que no es fuera del tiempo, absolutamente nada. Me siento, pues, algo en desacuerdo con los poetas del día. Ellos propenden a una destemporalización de la lírica no sólo por el desuso de los artificios del ritmo, sino, sobre todo, por el empleo de las imágenes más en función conceptual que emotiva. Muy de acuerdo, en cambio, con los poetas futuros de mi Antología, que daré a la estampa, cultivadores de una lírica, otra vez inmergida en las «mesmas vivas aguas de la vida», dicho sea con frase de la pobre Teresa de Jesús. Ellos devolverán su honor a los románticos, sin serio ellos mismos; a los poetas del siglo lírico, que acentuó con un adverbio temporal su mejor poema, al par que ponía en el tiempo, con el principio de Carnot, la ley más general de la naturaleza. [...] No hay mejor definición de la poesía que ésta: «poesía es algo de lo que hacen los poetas». Qué sea este algo no debéis preguntarlo al poeta. Porque no será nunca el poeta quien os conteste. [...] Las obras poéticas realmente bellas, decía mi maestro —habla Mairena a sus discípulos—, rara vez tienen un solo autor. Dicho de otro modo: son obras que se hacen solas, a través de los siglos y de los poetas, a veces a pesar de los poetas mismos, aunque siempre, naturalmente, en ellos. Guardad en la memoria estas palabras, que mi maestro confesaba haber oído a su abuelo, el cual, a su vez, creía haberlas leído en alguna parte. Vosotros meditad sobre ellas. [...] Si vais para poetas, cuidad vuestro folklore. Porque la verdadera poesía la hace el 61

pueblo. Entendámonos: la hace alguien que no sabemos quién es o que, en último término, podemos ignorar quien sea , sin el menor detrimento de la poesía. No sé si comprenderéis bien lo que os digo. Probablemente, no. (Antonio Machado, op. cit., pp. 167-8, 176, 189, 197.) Todo el conjunto del material y una lectura amplia de la prosa y poemas de Antonio Machado,"nos lleva a su interior, a su mirador habitado por un pensamiento creador revolucionándose siempre desde un centro. Vemos, entonces, al verdadero poeta, sencillamente porque crea, inventa, innova y adviene. Está más allá de todos los datos, de los hechos y las experiencias; siempre en exilio, excedido y centrado en el fondo, hondamente sentido y vivido. Su función es traspasar todas las cosas, los materiales, ir hacia... y estar en la fuente. Ser y estar en Fuente fluente y desde ahí, en ese estado, crear un poema como documento de conocimiento y vivir lo real, lo otro y al otro: la transida heterogeneidad del ser. La lectura sencilla de estos textos nos sitúa en la intimidad herida y creadora de A. Machado. Ahí podremos ya entender su postura histórica y vital que aparece en «Desde el mirador de la guerra». Se trata siempre de un acercamiento hondo al final del camino, donde permanecer siempre en proceso y resurrección; en producción renovada e invitadora a una lógica poética capaz de inventar al otro. En definitiva, como él mismo nos dice en el prólogo a Páginas escogidas, en respuesta a la cuestión del valor estimativo de su obra: «haber contribuido en ella [...] a la poda de ramas superfluas en el árbol de la lírica española, y haber trabajado con sincero amor para futuras y más robustas primaveras». Ello constituye, por tanto, un valor relativo: la fe cordial y honda creencia que el poeta descubre en sí mismo.

62

3. «Desde el mirador de la guerra» Hay un libro en prosa del poeta Antonio Machado, donde se recogen todas sus palabras, escritas o pronunciadas directamente, acerca de la guerra, más bien, en la guerra. Ménica Alonso vuelve ahora sobre este material, su itinerario y complementariedad testimonial. Lo recoge todo ello en este hermoso libro titulado Antonio Machado. Poeta en el exilio. De él entresacamos algunos documentos, especialmente aquellos que expresan su visión de la peripecia vital de la guerra civil y de Europa. Existen temas todavía palpitantes, no suficientemente aclarados. Como pórtico e introducción al tema, recogemos un artículo de María Zambrano, en Hora de España, en que comenta y elabora el significado y el sentido histórico y antropológico del libro de Machado. Se titula el artículo «La guerra de Antonio Machado». Es un texto para leer en silencio y soledad, y recobrar la memoria, la presencia de amigos que están en el hondo abismo de la historia. Se trata de un artículo importante, palabra elaborada, hablada y dejada en escritura. Su tesis produce tratados. 63

Cierra, María Zambrano, con estas palabras su trabajo, condensando al máximo su clara palabra de experiencia: «Sin melancolía y con austero dolor nos habla a lo más íntimo de nosotros este libro, La guerra, ofrenda de un poeta a su pueblo». He aquí el texto en su integridad: Un libro en prosa del poeta Antonio Machado, donde se recogen todas sus palabras, escritas o pronunciadas directamente acerca de la guerra o, más bien, en la guerra. La poesía española es tal vez lo que más en pie ha quedado de nuestra literatura, cosa que no nos ha soprendido porque su línea ininterrumpida desde Juan Ramón Jiménez es lo más revelador, la manifestación más transparente del hondo suceso de España, y si algún día alguien quisiera averiguar la profunda gestación de nuestra historia más última, tal vez tenga que acudir a esta poesía como a aquello en que más cristalinamente se aparece. Lo que estaba aconteciendo entre nosotros era de tal manera grave, que huía cuando se pretendía apresarlo y aparecía, en cambio, en casi toda su plenitud cuando el hombre creía estar solo, entregado a sus más íntimos y recónditos afanes. Por esto, y por otras razones, entre las que pudiéramos apuntar que la historia de España es poética por esencia, no por que la hayan hecho los poetas, sino porque su hondo suceso es continua transmutación poética, y quizá también porque toda historia, la de España y la de cualquier otro lugar, sea en último término poesía, creación, realización total; por todo esto que se apunta y por otras cosas que se callan, tal vez sea la poesía española, desde Juan Ramón Jiménez hasta hoy, el índice o documento mejor de nuestros verdaderos acontecimientos. Testimonio de nuestro suceso, la poesía, hasta en sus últimas consecuencias, ha tenido el testimonio extremo, ha tenido sus mártires y hasta sus renegados, si bien, es verdad que la poesía de estos últimos se ha desdibujado de tal manera que apenas existe. La poesía española hoy nos acompaña, justo es proclamarlo, y con tanta mayor imparcialidad por no ser quien esto afirma y siente de la estirpe de los poetas. Pero entre todos los poetas que en su casi totalidad han permanecido fieles a su poesía, que se han mantenido en pie, ninguna voz que tanta compañía nos preste, que mayor seguridad íntima nos dé, que la del poeta Antonio Machado.

64

No es un azar que sea así, por la condición misma poética que de Fragmento de la portada de un número de la revista Milicia Popular, diario del 5.° Regimiento siempre ha tenido Machado; nada nuevo nos brinda, nada hay en él que antes y desde el primer día ya no estuviera. Y si hoy aparece en primer término y con mayor brillo, se debe, no a lo que él haya añadido, sino a la situación de la vida española, a que por virtud de las terribles circunstancias hemos venido a volver los ojos en esa última mirada de vida o muerte, hacia lo cierto, hacia lo seguro, hacia la verdad honda que en horas más superficiales hemos podido quizá eludir. La voz poética de Antonio Machado canta y cuenta de la vida más verdadera y de las verdades más ciertas, universales y privadísimas al par de toda vida. ¿Qué sería de nosotros, de todo hombre, si no supiésemos hoy y no nos lo supiesen recordar el saber último que con sencillez de agua nos susurran al oído las palabras poéticas de Machado? Y aunque en última instancia, todo hombre, toda hombría en plenitud sepa de esas cosas, son necesarias siempre su formulación poética, porque en la conciencia de un poeta verdadero adquieren claridad y exactitud máxima y al ser expresadas, al ser recibidas por cada uno en su perfecto lenguaje, ya no nos parecen nuestras, cosa individual, sino que nos parecen venir del fondo mismo de nuestra 65

historia, adquieren categoría de palabras supremas, esa que todo pueblo ha necesitado escuchar alguna vez de boca de un Legislador, Legislador poético, padre de un pueblo. Palabras paternales son las de Machado, en que se vierte el saber amargo y a la vez consolador de los padres, y que con ser a veces de honda melancolía, nos dan seguridad al darnos certidumbre. Poeta, poeta antiguo y de hoy; poeta de un pueblo entero al que enteramente acompaña. Y si en días alegres podemos apartarnos de la voz de los padres, a ellos volvemos siempre en los días amargos y difíciles; las dificultades nos traen a la verdad, y en ella nos reconciliamos todos. Pero es preciso para que la paz sea perfecta que la voz paternal no la enturbien luego los reproches, la recriminación o el resentimiento por el olvido sufrido. Que como agua vaya vertiendo para todos, pero sintiéndola cada uno nacer al lado de su oído, la verdad humilde y antigua. Esta voz es hoy para nosotros, españoles que vivimos las más duras circunstancias que se han exigido a pueblo alguno, la voz de la poesía de Machado, no ya de la de ahora, sino de esa contenida en sus poesías completas y que estaba ahí ya de antes, ya de siempre, igual a sí misma a través de todas las alternativas de nuestra vida literaria; es el único consuelo posible, aquello que nos promete porque nos descubre y nos muestra nuestros claros, más claros orígenes. La palabra del poeta ha sido siempre necesaria a un pueblo para reconocerse y llevar con íntegra confianza su destino difícil, cuando la palabra del poeta, en efecto, nombra ese destino, lo alude y lo testifica, cuando le da, en suma, un nombre. Es la mejor unidad de la poesía con la acción o como se dice con la política, la mejor y tal vez única forma de que la poesía puede colaborar en la lucha gigantesca de un pueblo: dando nombre a su destino, reafirmando a sus hijos todos los días su saber claro y misterioso del sino que le cumple, transformando la fatalidad ciega en expresión liberadora. Y sin buscarlo, nos acude a la mente un nombre: Hornero, a quien de un modo literario en nada pretendemos cotejar con nuestro humilde cantor de los campos castellanos, el cantor—¿coincidencia?—de las altas praderas numantinas. No se trata de comparar méritos ni nosotros sabríamos discernirlo, pero es quizá una categoría poética que un poeta determinado puede llevar con más o menos talento, con más o menos fortuna literaria. Si acude con su grandeza impersonal —impersonal hasta en su ciega mirada— el divino cantor de la Grecia legendaria es por eso, justamente, por su impersonalidad, porque a su través ya no creemos escuchar a un hombre determinado, sino a un pueblo. Todo ello acude a decirnos que es Antonio Machado un clásico, un clásico que, por fortuna, vive entre nosotros y posee viva y fluente su capacidad creadora. Y es clásico también por la distancia de que su voz nos llega; con sentirla cada uno dentro de sí, se le oye llegar de lejos, tan de lejos que oímos resonar en ella todos los íntimos saberes que nos acompañan, lo que en la cultura viene a ser la paternidad, aquello que poseemos de regalo, de herencia. Por el solo hecho de ser españoles recibimos el tesoro con nuestro idioma, lo recibimos y llevamos en la sangre, en lo que es sangre en el espíritu, en aquello vivo, íntimo y que, siendo lo más inmanente, es lo que nos une: la sangre de una cultura que late en su pueblo, en el verdadero pueblo, aunque sea analfabeto. Y por esto 66

es también su viva historia lo que pasa y lo que queda. Poeta clásico. Una de las cuestiones que más falta haría aclarar y poner de manifiesto es la diferente manera de ser poeta o las diferentes formas de poesía. No cabe con una mínima honestidad intelectual abarcar lo mismo a fenómenos y sucesos tan desemejantes como el de Verlaine y Dante, por ejemplo. Aunque a todos abarque la unidad de la poesía, sin duda son varias las especies de ella, que hacen distinta la situación del poeta con respecto a su propia poesía y distinta la función histórica de la misma poesía. Porque hemos comenzado diciendo que La guerra es un libro en prosa —salvo dos poemas— de un poeta. Pensamientos de un poeta que en Antonio Machado forma ya además un volumen casi parejo en extensión al de su poesía; Juan de Mairena crece al lado de Antonio Machado. Quiere esto decir y lo dice, además, por la naturalidad y perfección de la prosa, y por la exactitud del concepto, que no se trata de un poeta que accidentalmente piensa. Y es él mismo quien nos lo dice: «Todo poeta —dice Juan de Mairena— supone una metafísica; acaso cada poeta debiera tener la suya —implícita, claro está, nunca explícita—, y el poeta tiene el deber de exponerla por separado, en conceptos claros. La posibilidad de hacerlo distingue al verdadero poeta del mero señorito que compone versos». Es esta relación entre pensamiento filosófico y poesía uno de los motivos más hondos para clasificar a un poeta, si la tal clasificación existiera. Un motivo hondo, moral, salta a la vista en el caso de Machado. Y es el sentimiento de responsabilidad. Machado, hombre, acepta lo que dice Machado, poeta, y pretende en último término darnos las razones de su poesía, es decir, que el poeta humildemente —hay que repetir de continuo está condición de la humildad tratándose de Machado— somete a justificación su poesía, no la siente manar de esas regiones suprahumanas que unas veces se han llamado Musas, otras inspiración, otras subconciencia, designando siempre, al poner su origen tan alto o tan bajo, mas nunca en la conciencia, que la poesía no es cosa de la que se pueda responder; que ello es cosa de misterio, cosa de fe, milagrosa revelación humana en que no interviene el Dios, pero sí lo que cerca del hombre sea más divino, esto es, más irresponsable. Machado que dice, sin embargo, en una de las páginas de este libro: «por influjo de lo subconsciente sine qua non de toda poesía», somete luego la poesía a razón diciendo que la lleva implícita, es decir, que en último término no cree en la posibilidad de una poesía fuera de razón o contra la razón, fuera de ley. Para Machado la poesía es cosa de conciencia. Cosa de conciencia, esto es, de razón, de moral, de ley. Y si miramos a su propia poesía, sin atender a los pensamientos que Juan de Mairena o el mismo Machado hombre nos da en La guerra, vemos que no le es ajeno el pensamiento. No sucede esto en el mundo por primera vez: que pensamiento y poesía, filosofía y poesía se amen y requieran en contraposición, y tal vez para algunos, consuelo de aquellas veces en que mutuamente se rechazan y andan en discordia. No es la primera vez, y así acuden a nuestra memoria, las diversas formas de esta unidad. Los primeros pensamientos filosóficos son a la par poéticos; en poemas se vierten los transparentes pensamientos de Parménides, de Pitágoras; poetas y filósofos son, al mismo tiempo, los 67

descubridores de la razón en Grecia. Poesía y escolástica encontramos en Dante, y pensamiento, clarividente y concentrado pensamiento encontramos en Baudelaire. Pero hay nombres más próximos a nosotros a quienes inmediatamente nos trae a la mente Antonio Machado: Jorge Manrique, o como él le llama, D. Jorge Manrique, queriendo tal vez señalar con ello la cercanía viviente en que le siente. De un lado Jorge Manrique, de otro la poesía popular,

ANTHROPOS/23

Misterios hondos en que juegan muerte y amor. En ellos se desenvuelve la poesía de Antonio Machado; su poesía y su pensamiento requeridos, engendrados por estos opuestos polos, Muerte y Amor. Porque es Machado en nuestra lírica un poeta erótico, honda y serenamente erótico. Y al llegar a este punto la voz de un maravilloso poeta aparece llena de alusiones: San 68

Juan de la Cruz. También él necesitaba comentar sus versos, empaparlos de razón y aun de razones. Razones de amor tan sabrosas de leer como su amorosa poesía. Razones de amor porque cumplen una función amorosa, de reintegrar a unidad los trozos de un mundo vacío; amor que va creando el orden, la ley, amor que crea la objetividad en su más alta forma. Mucho sabe de esto Machado y claramente lo expresa en su «Abel Martín» incluido en el volumen de Poesías completas. Maravillosos pensamientos de un poeta, razones de amor que algún día serán mirados como continuación de lo meor y más vivo de nuestra mística. Amor infinito hacia la realidad que le mueve a reintegrar en su poesía toda la íntima substancia que la abstracción diaria le ha restado. El pensamiento científico, descualificador, desubjetivador, anula la heterogeneidad del ser, es decir, la realidad inmediata, sensible, que el poeta ama y de la que no puede ni quiere desprenderse. El pensar poético, dice Machado, se da «entre realidades, no entre sombras; entre intuiciones, no entre conceptos». El concepto se obtiene a fuerza de negaciones, y «el poeta no renuncia a nada ni pretende degradar ninguna apariencia». Y en otro lugar: «¿Y cómo no intentar devolver a lo que es su propia intimidad? Esta empresa fue iniciada por Leibnitz, pero solamente puede ser consumada por la poesía». «Poesía y razón se completan y requieren una a otra. La poesía vendría a ser el pensamiento supremo por captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluente, movediza, la radical heterogeneidad del ser.» Razón poética, de honda raíz de amor. No podemos perseguir por hoy, lo cual no significa una renuncia a ello, los hondos laberintos de esta razón poética, de esta razón de amor reintegradora de la rica substancia del mundo. Baste reconocerla como médula de la poesía de Antonio Machado, poesía erótica que requiere ser comentada, convertida a claridad, porque el amor requiere siempre conocimiento. especialmente andaluza, en que nuestro pueblo dicta su sentir, sentir que es sentencia, esto es, corazón y pensamiento. Esta unidad de razón y poesía, pensamiento filosófico y conocimiento poético de la sentencia popular y que encontramos en todo su austero esplendor en Jorge Manrique, ¿de dónde viene? ¿Dónde se engendra? Una palabra llega por sí misma no más se piensa en ello: estoicismo; la popular sentencia y la culta copla del refinado poeta del siglo XV, parecen emanar de esta común raíz estoica, que aparece no más intentamos sondear en lo que se llama nuestra cultura popular. Menos azarante y problemático es el estoicismo de las coplas de Jorge Manrique que aquel que escuchamos resonar en nuestro cancionero y aun en los dichos con que nuestro pueblo se anima o se consuela en los trances difíciles. La época en que fueron escritas las coplas de Jorge Manrique coinciden con una ancha y extensa ola de meditación sobre la muerte que recorría toda la Europa culta. Pero sí tendríamos siempre que anotar el hecho de que sean estas coplas de meditación ante la muerte, lo que más honda y persistentemente nos ha legado nuestro pasado literario, lo que está siempre en el fondo de nuestro corazón presto a saltar a nuestra memoria. Todo ello y hasta la denominación estoica que le aplicamos lleva consigo graves cuestiones en las que no 69

podemos sumergirnos, aunque bien necesario sería para comprender en su integridad la poesía y el pensamiento de nuestro poeta. Seguramente que esta solución estoica, como explicación de su íntima unidad poético-filosófica, no sería aceptada sin más por Machado, quien dice en las mismas líneas de este libro que nos ocupa, refiriéndose a Unamuno: «De todos los pensadores que hicieron de la muerte tema esencial de sus meditaciones fue Unamuno quien nunca nos habló de resignarse a ella. Tal fue la nota antisenequista—original y españolísima, no obstante— de este incansable poeta de la angustia española». Parecería leerse en estas líneas un cierto reproche al senequismo español y a su resignación ante la muerte, como cosa de inferior estirpe que la angustiosa agonía de D. Miguel al querer vencerla, al no aceptarla. Pero más adelante dice: «Porque la muerte es cosa de hombres —digámoslo a la manera popular— o, como piensa Heidegger, una característica esencial de la existencia humana, de ningún modo un accidente de ella; y sólo el hombre —nunca el señorito—, el hombre íntimamente humano en cuanto ser consagrado a la muerte, puede mirarla cara a cara. Hay en los rostros de nuestros milicianos —hombres que van a la guerra por convicción moral, nunca como profesionales de ella— el signo de una profunda y contenida meditación sobre la muerte. Vistos a la luz de la metafísica heideggeriana es fácil advertir en estos rostros una expresión de angustia dominada por una decisión suprema, el signo de resignación y triunfo de aquella libertad para la muerte a que aludía el ilustre filósofo de Friburgo». Está aquí expresado por el propio poeta de modo transparente, lo que entiende por ser hombre en su integridad. De esta entereza humana arranca la unidad moral, poética y filosófica de la poesía de Machado. Es lo que está siempre en el fondo de ella como lo está en el rostro de nuestros milicianos. ¡Una profunda y contenida meditación sobre la muerte! Sin comprometernos ahora con la denominación estoica, sí cabe decir que lo que enlaza la poesía de Machado a la copla popular, a Jorge Manrique, y a ellos con la serena meditación de nuestro Séneca, es este arrancar de un conocimiento sereno de la muerte; este no retroceder ante su imagen, este mirarla cara a cara que lleva hasta el mismo borde del suicidio. Alguien ha dicho, y si no, ha podido decirlo, que el estoicismo es una filosofía de suicidas. Tal vez, y tal vez sea un género único de suicidio, el único suicidio noble por ser engendrador de realidades, nacido del amor a algo que queremos más que a nuestra propia existencia —tal, la Patria, la libertad—. Y tal vez el suicidio del estoico signifique una amorosa aniquilación del yo, para que lo otro, la realidad, comience a existir plenamente. 24/ANTHROPOS

70

Amor y conocimiento a través de estas páginas de La guerra, van directamente hacia su pueblo. La entereza con que el ánimo del poeta afronta la muerte, le permite afrontar cara a cara a su pueblo, cosa que sólo un hombre en su entereza puede hacer. Porque es la verdad la que le une a su pueblo, la verdad de esta hombría profunda que es la razón última de nuestra lucha. Y en ella, pueblo y poeta son íntimamente hermanos, pero hermanos distintos y que se necesitan. El poeta, dentro de la noble unidad del pueblo, no es uno más, es, como decíamos al principio, el que consuela con la verdad dura, es la voz paternal que vierte la amarga verdad que nos hace hombres. Voz paternal la de Machado, aunque tal vez al sentirla así contribuya, para quien esto escribe, el haber visto su sombra confundida con la paterna en años lejanos de adolescencia, allá en una antigua y dorada ciudad castellana. La sombra paterna... y la sombra de amigos caídos en la lucha común. El escultor Emiliano Barra!, que a un tiempo esculpiera también la cabeza de Machado y la paterna, muerto ahora hace un año por nuestra lucha en el frente de Madrid... Y tu cincel me esculpía. La poesía de Machado ha devuelto al escultor su obra, y las últimas palabras casi de este libro van a él dedicadas: «Cayó Emiliano Barra!, capitán de las milicias de Segovia, a las puertas de Madrid, defendiendo a su patria contra un ejército de traidores, de mercenarios y de extranjeros. Era tan grande escultor que hasta su muerte nos dejó esculpida en un gesto inmortal.» Y con Emiliano Barral todo un trozo de vida en la lejana y dorada ciudad, encendida de torres y altos chopos. La poesía 71

de Machado afronta sin debilidad la melancolía de estas pérdidas irreparables. Sin melancolía y con austero dolor nos habla a lo más íntimo de nosotros este libro, La guerra, ofrenda de un poeta a su pueblo. (María Zambrano, «La guerra de Antonio Machado», Hora de España, t. 3, n.° 12, 1937, pp. 68-74.) actividades libres, ni superfluas ni parasitarias, merced a las cuales el hombre se aventaja a los otros primates. Si queda esto bien asentado entre nosotros, podremos pasar a examinar cuanto hay de supersticioso en el culto apologético del trabajo. Quede para otro día, en que hablaremos de los ejércitos del trabajo. Destacamos, en síntesis, algunas ideas por su importancia y novedad: la historia de España es poética por esencia; su hondo suceso es continua transmutación poética; pero en el fondo -—comenta María Zambrano— toda historia es poesía, creación, realización total. La poesía como índice o documento de nuestros acontecimientos históricos. La voz del Poeta, como prestación de compañía y seguridad íntima. Por él nos llegan, sencillas y ciertas, las verdades más hondas, esto es, «nos parecen venir del fondo mismo de nuestra historia». El poeta crea conciencia, da nombre a su pueblo, por eso sus palabras son necesarias para conocer su destino. «El poeta le da nombre transmutándolo en expresión liberadora.» Meditación senequista de la muerte. Poesía y pueblo en unidad fundida. La poesía capta, por eso, la realidad fluente, movediza de la historia y la realidad; poesía en el tiempo. Pensamientos hondos y bellos los que María Zambrano elabora y devuelve a Antonio Machado y a nuestras presencias vivas en la historia. Seleccionamos algún texto de Antonio Machado sobre la guerra y la paz, y especialmente las relaciones de España y la República con Europa: Cuando los hombres acuden a las armas, la retórica ha terminado su misión. Porque ya no se trata de convencer, sino de vencer y abatir al adversario. Sin embargo, no hay guerra sin retórica. Y lo característico de la retórica guerrera consiste en ser ella misma para los dos beligerantes, como si ambos comulgasen en las mismas razones y hubiesen llegado a un previo acuerdo sobre las mismas verdades. De aquí deducía mi maestro la irracionalidad de la guerra, por un lado, y de la retórica, por otro. Escribir para el pueblo —decía mi maestro— ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Por eso yo no he pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, de saber popular. Siempre que advirtáis un tono seguro en mis palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo. (Antonio Machado, «Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín», Hora de España, n.° 1, enero 1937, en Monique Alonso, op. cit., pp. 92 y 94-5.) La revolución es siempre desde abajo y la nace el pueblo. Una gran parte de la 72

juventud española ha abrazado valientemente la causa popular, y España tiene hoy lo que hace mucho tiempo necesitaba: una juventud sana y enérgica, capaz de mirar serenamente al mañana: una juventud realmente joven. Yo no soy un verdadero socialista y, además, no soy joven; pero, sin embargo, el socialismo es la gran esperanza humana ineludible en nuestros días, y toda superación del socialismo lleva implícita su previa realización. Soy de los pocos viejos que no creyeron nunca en las falsas juventudes. Siempre pensé que la renovación de nuestra vieja España comenzaría por una estrecha cooperación del esfuerzo juvenil férreamente disciplinado. Confío en vosotros, que sois la juventud con que he soñado hace muchos años. Con vosotros estoy de todo corazón. (A. Machado, declaración al semanario Ahora, 3 octubre 1936, en Monique Alonso, op. cit, pp. 33-4.) De ningún modo quisiera yo —habla Juan de Mairena a sus alumnos— educaros para señoritos, para hombres que eludan el trabajo con que se gana el pan. Hemos llegado ya a una plena conciencia de la dignidad esencial, de la suprema aristocracia del hombre; y de todo privilegio de clase pensamos que no podrá sostenerse en lo futuro. Porque si el hombre, como nosotros creemos, de acuerdo con la ética popular, no lleva sobre sí valor más alto que el de ser hombre, el aventajamiento de un grupo social sobre otro carece de fundamento moral. De la gran experiencia cristiana todavía en curso, es ésta una consecuencia ineludible, a la cual ha llegado el pueblo, como de costumbre, antes que nuestros doctores. El divino Platón filosofaba sobre los hombros de los esclavos. Para nosotros es esto éticamente imposible. Porque nada nos autoriza ya a arrojar sobre la espalda de nuestro prójimo las faenas de pan llevar, el trabajo marcado con el signo de la necesidad, mientras nosotros vacamos a las altas y libres actividades del espíritu, que son las específicamente humanas. No. El trabajo propiamente dicho, la actividad que se realiza por necesidad ineluctable de nuestro destino, en circunstancias obligadas de lugar y de tiempo, puede coincidir o no coincidir con nuestra vocación. Esta coincidencia se da unas veces, otras no; en algunos casos es imposible que se produzca. Pensad en las faenas de las minas, en la limpieza y dragado de las alcantarillas, en muchas labores de oficina, tan embrutecedoras... Lo necesario es trabajar, de ningún modo la coincidencia del trabajo con la vocación del que lo realiza. Y es este trabajo necesario que, lejos de enaltecer al hombre, le humilla, y aun pudiera degradarle, el que debe repartirse por igual entre todos, para que todos puedan disponer del tiempo preciso y la energía necesaria que requieren las La patria —decía Juan de Mairena— es, en España, un sentimiento esencialmente popular, del cual suelen jactarse los señoritos. En los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera. Si algún día tuviereis que tomar parte en una lucha de clases, no vaciléis en poneros del lado del pueblo, que es el lado de España, aunque las banderas populares ostenten los lemas más abstractos. Si el pueblo canta La Marsellesa, la canta en español; si algún día grita: ¡Viva Rusia!, pensad que la Rusia de ese grito del pueblo, si es en guerra civil, puede ser mucho más española que la España de sus adversarios. 73

(A. Machado, «Sigue hablando Mairena a sus alumnos», Hora de España, n.° 3, marzo 1937, en Monique Alonso, op. cit, pp. 107-8.) Es importante destacar el proyecto teórico de guerra que aporta y su vinculación con la causa del pueblo, la revolución, la cultura y la patria. Conceptos e ideas vivos, sangrantes y comprometidos todos ellos, hasta la muerte, en el proyecto republicano de vida social y civil. De todas formas, en el «Juan de Mairena» nos ofrece A. Machado un texto amplio, donde expresa sus ideas sobre la guerra y la paz: i Algún día —habla Juan de Mairena a sus alumnos— pudiéramos encontrarnos con esta dualidad: por un lado, la guerra, inevitable, por otro, la paz, vacía. Dicho en otra forma: cuando la paz esté hueca,

horra de toda contenido religioso, metafísico, ético, etc. y la guerra cargada de razones polémicas, de motivos para guerrear, apoyada en una religión y una metafísica y una moral, y hasta una ciencia de combate, ¿qué podrá la paz contra la guerra? El pacifismo entonces sólo querrá decir: miedo a los terribles estragos de la guerra. La guerra, matribus detestata, tendrá de su parte a todos los hombres animosos, frente a una paz sólo acompañada por el miedo. En mala compañía irá entonces la paz. Os juro que no quisiera alcanzar esos tiempos. Algún día —habla Juan de Mairena, cinco años antes de estallar la guerra mundial— irá Europa a una guerra de proporciones incalculables; porque todas, o casi todas, las naciones de Europa son entidades polémicas, como si dijéramos: gallos con espolones afilados cuya misión es pelear. Todas se definen como potencias —de primero, segundo, o tercer orden—, el culto al poder es común a todas. Y, más que al disfrute del poder, a su ejercicio, a la tensión del esfuerzo combativo por el cual tiende a evaluarse la calidad humana en el mundo occidental. El struggle-for-life darwiniano se ha ido convirtiendo en un vivir para pelear que declara superfluas todas las actividades de la paz. Que esto sea un hecho, amigos míos, no quiere decir que existan razones absolutas para aceptarlo como norma de conducta universal. Por lo demás, no todos los pueblos ni todas las civilizaciones, han gustado de enaltecer al boxer, al hombre de pelea que se prepara para romperle alegremente el esternón a su prójimo; de modo que el hecho mismo es más limitado de lo que se cree. Son los ingleses, acaso, quienes más han contribuido a dar esta bélica tonalidad, esta tensión polémica al mundo occidental. Reconozcamos, sin embargo, que ellos lo han hecho con cierta elegancia y —me atreveré a decirlo— no sin cierta inocencia. Pueblo naturalmente de presa, el anglosajón, necesitado de vastos dominios para poder vivir con algún decoro en su archipiélago nada pródigo en mantenencias, no podía ser un pueblo 74

contemplativo, estático y renunciador; pero ha logrado ser —reconozcámoslo— algo más que pirata y dominador. Él ha creado formas de convivencia humana muy aceptables, que palian y cohonestan —en apariencia, al menos— el bellum omnium contra omnes, de Hobbes. Sobre una base agnóstica y escéptica —un escepticismo de corto radio, que no agota nunca el contenido negativo de sus premisas— él ha creado esa flor de la política occidental, el liberalismo, hoy en quiebra, un equilibrio dinámico de combate, que concede al adversario el máximum de derechos compatible con la intangibilidad del cimiento económico y social de un imperio. El mar y la Biblia han hecho lo demás para que fuese el inglés un tipo humano bastante recomendable, que algún día será en el mundo objeto de nostalgia. Pronto asistiremos —añade proféticamente Juan de Mairena— al ocaso de Inglaterra, que enseñó a boxear al Occidente, a mantenerse en perfecta disponibilidad polémica. Asistiremos a un rápido descenso de Inglaterra, debido, en parte, a que algunos pueblos de Oriente han aprendido demasiado bien sus lecciones, en parte a que en Europa misma la concepción bélico-dinámica del mundo ha sido desmesurada por el genio metafísico de los alemanes. Algo también —todo hay que decirlo— a causa de la incapacidad de los alemanes para la convivencia pacífica con otros pueblos, que sacará a Inglaterra, necesariamente, de su splendid isolation. sidad generosa. Ellos han buscado por encima de todo la razón metafísica (buscándola digo, sin encontrarla, claro es) que permita a un pueblo vivir para el exterminio de los demás. Ellos han creado, algo peor, han nacionalizado ese sentido de la tierra irremediablemente combativo, esa jactancia de grupo zoológico privilegiado, que hoy envenena y divide a Europa, y que mañana pretenderá agruparla en una más vasta entidad no menos polémica, cuando la palabra Occidente suene en nuestros oídos como grito de bandera para las guerras de color, intercontinentales, que la misma Europa, si Dios no lo remedia, habrá desencadenado. Es deseable, en efecto (añadía Mairena) que el Imperio alemán sea destruido en la próxima guerra y ello en beneficio de los mismos grupos germánicos que lo integran. Porque la Alemania imperial prusianizada tiende fatalmente a declarar superflua su admirable tradición de cultura, para quedarse a solas con su voluntad de poder, como ella dice, amenazando al mundo entero, y no menos del mundo entero amenazada y aborrecida. La verdad es que Zaratustra, por su jactancia ético-biológica y por su tono destemplado y violento, está pintiparado para un puntapié en el bajo vientre, que le obligue a ceder el campo a otros maestros más hondamente humanos, que la misma Alemania puede producir, a otros maestros que nos enseñen a contemplar, a meditar, a renunciar... Reparad en que los alemanes han contribuido en proporción enorme a crear en el mundo un estado de paz agresiva tan lamentable como la guerra misma, dominado por un concepto de rivalidad mucho más nociva que el mero campeonismo inglés, no exento de caballero 26/ANTHROPOS 75

II Los futuros maestros de la paz, si algún día aparecen (sigue hablando Mairena) no serán, claro esta, propugnadores de ligas pacifistas entre entidades polémicas. Ni siquiera nos hablarán de paz, convencidos de que una paz entre matones de oficio es mucho más abominable que la guerra misma. Ni habrán de perseguir la paz como un fin deseable sobre todas las cosas. ¿Qué sentido puede tener esto? Pero serán maestros cuyo consejo, cuyo ejemplo y cuya enseñanza no podrán impulsarnos a pelear, sino por causas justas, si estas causas existen, lo que esos maestros siempre pondrán en duda. ¿Pensáis vosotros que de una clase como esta puede salir nadie dispuesto a pelearse con su vecino, y mucho menos por motivos triviales? Perdonad que me cite y proponga como ejemplo: no encuentro otro más a mano. Reparad en que cuando yo elogio cosas o personas que dejan mucho que desear, como en el caso mío, no elogio ni estas cosas ni a estas personas, sino las ideas trascendentes de que ellas son copias borrosas, que pueden aclararse, o imperfectas y, por ende, perfectibles. Reparad en mi enseñanza. Yo os enseño, o pretendo enseñaros, a contemplar. ¿El qué?, me diréis. El cielo y sus estrellas, y la mar y el campo, y las ideas mismas, y la conducta de los hombres. A crear la distancia en este continuo abigarrado de que somos parte, esa distancia sin la cual los ojos —cualesquiera ojos— no habrían de servirnos para nada. He aquí una actividad esencialísima que por venturoso azar es incompatible 76

con la guerra. Yo os enseño, o pretendo enseñaros, a meditar sobre todas las cosas contempladas, y sobre vuestras mismas meditaciones. La paz se nos sigue dando por añadidura. Yo os enseño, o pretendo enseñaros, a renunciar a las tres cuartas partes de las cosas que se consideran necesarias. Y no por el gusto de someteros a ejercicios ascéticos o a privaciones que os sean compensadas en paraísos futuros, sino para que aprendáis por vosotros mismos cuánto más limitado es de lo que se piensa el ámbito de lo necesario, cuánto más amplio, por ende, el de la libertad humana, y en qué sentido puede afirmarse que la grandeza del hombre ha de medirse por su capacidad de renunciación. Espero que de esta enseñanza mía tampoco habréis de sacar ninguna consecuencia batallona. Yo enseño, o pretendo enseñaros, a trabajar sin hurtar el cuerpo a las faenas más duras, pero libres de la jactancia del trabajador y de la superstición del trabajo. La superstición del trabajo consiste en pensar que el trabajo es por sí mismo valioso, y en tal grado que, si los fines que el trabajo persigue pudieran realizarse sin él, tendríamos motivo de pesadumbre. Contra tamaño error de esclavos os he puesto muchas veces en guardia. Que vuestro culto al trabajo sea el culto a Hércules, a un semidiós, no a una plena deidad, porque los dioses propiamente dichos no trabajan. Merced a mi enseñanza, amigos míos, la palabra huelga, que tanto viene resonando en nuestro siglo —acaso sea ella la gran palabra de nuestro siglo— ha de perder en vuestros labios, si alguna vez la proferís, parte de su carácter polémico para revelar su más honda significación: tregua a las actividades necesarias para los capaces de actividades libres. ¡Paz a los hombres de buena voluntad! Yo os enseño, o pretendo enseñaros, oh amigos queridos, el amor a la filosofía de los antiguos griegos, hombres de agilidad mental ya desusada, y el respeto a la sabiduría oriental, mucho más honda que la nuestra y de mucho más largo radio metafísica Ni la una ni la otra podrán induciros a pelear: ambas, en cambio, os harán perder el miedo al pensamiento, mostrándoos hasta qué punto la mera espontaneidad pensante, bien conducida, puede ser fecunda en el hombre. Yo os enseño o pretendo enseñaros a que dudéis de todo: de lo humano y de lo divino, sin excluir vuestra propia existencia como objeto de duda, con lo cual iréis más allá que Descartes. Descartes tenía enorme talento; ninguno de nosotros le llegará nunca al zancajo. Pero nosotros podemos pensar mejor que Descartes, porque las pocas centurias que nos separan de él nos han hecho ver claramente que su célebre cogito ergo sunt, que deduce el existir del pensar, después de haber hecho del pensamiento un instrumento de duda, de posible negación de toda existencia, es lógicamente inaceptable, una verdadera birria lógica, digámoslo con todo respeto. Claro es que Descartes —en el fondo— no deduce la existencia del pensamiento, el sunt del cogito, mucho menos del dubito, sino de todo lo contrario: de lo que él llama representaciones claras y distintas, es decir, de las cosas que él reputa evidentes —no sabemos por qué— entre las cuales incluye la substancia, que sería la existencia misma. Aquí ya no hay contradicción, sino lo que suele llamarse círculo vicioso o viaje para el cual no hacen falta alforjas. 77

Fue Cartesio —creo haberlo demostrado más de una vez— un gran matemático que padecía el error propio de su oficio: la creencia en la indubitabilidad de la matemática y en la claridad de sus proposiciones, sin reparar en que si el hombre no pudiera dudar de la matemática, es decir de su propio pensamiento, no hubiera dudado nunca de nada. De tamaño error, el más grave de la filosofía occidental, desde Platón a Kant, está perfectamente limpia mi modesta enseñanza. Yo os enseño una duda sincera, nada metódica, por ende, pues si yo tuviera un método, tendría un camino conducente a la verdad y mi duda sería pura simulación. Yo os enseño una duda integral, que no puede excluirse a sí misma, dejar de convertirse en objeto de duda, con lo cual os señalo la única posible salida del lóbrego callejón del escepticismo. Espero que de esta enseñanza no habréis de salir armados para la camorra. Yo os enseño —en fin— o pretendo enseñaros, el amor al prójimo y al distante, al semejante y al diferente y un amor que exceda un poco al que os profesáis a vosotros mismos, que pudiera ser insuficiente. No diréis, amigos míos, que os preparo en modo alguno para la guerra, ni que a ella os azuzo y animo como anticipado jaleador de vuestras hazañas. Contra el célebre latinajo, yo enseño: si quieres paz, prepárate a vivir en paz con todo el mundo. Mas si la guerra viene, porque no está en vuestra mano evitarla, ¿qué será de nosotros —me diréis— los preparados para la paz? Os contesto: si la guerra viene vosotros tomaréis partido sin vacilar por los mejores, que nunca serán los que la hayan provocado, y al lado de ellos sabréis morir con una elegancia de que nunca serán capaces los hombres de vocación batallona. (A. Machado, «Algunas ideas de Juan de Mairena sobre la guerra y la paz», Hora de España, n.° 10, octubre 1937, en Monique Alonso, op. cit, pp. 173-8.) Los siguientes textos completan el anterior, en el sentido de poner en relación los dos conceptos de paz y de guerra y el ámbito de sus implicaciones sociales y antropológicas: Tiempo es ya, tiempo es acaso todavía, de que ios españoles intentemos los más hondos análisis de conciencia. ¿A dónde vamos? ¿A dónde íbamos? Preguntas son estas que llevan aparejadas otras, por ejemplo, ¿con quiénes vamos? ¿Quiénes van a ser en lo futuro nuestros compañeros en el viaje de la historia? ¡Si la guerra nos dejara pensar!... Pero la guerra es un tema de meditación. Los filósofos no pueden eludirlo en nuestros días. Cierto que para ellos la guerra plantea un problema difícil. Dentro de la guerra hay un deber imperioso, que el filósofo menos que nadie puede eludir: el de luchar y si es preciso el de morir al lado de los mejores. Para luchar, empero, hay que tomar partido, y ello implica una visión muy honda de los propios motivos —ciertamente tan honda que se les vea coincidir con las razones— y otra, digámoslo sin rebozo, demasiado turbia y harto superficial de los motivos del adversario. Esto pudiera cohonestar la conducta del filósofo que, para meditar sobre la guerra, pide apartamiento, del hombre que se abstiene filosóficamente de opinar, lo que, en cierto modo, supone abstención de la lucha. Mas en oposición a esta exigencia de distancia para la visión, hay otra de vivencia (admitamos la palabreja) que toda honda visión implica. Y acaso sea algo frivola 78

la posición del filósofo cuando piensa que la guerra es una impertinencia que viene por sorpresa para perturbar el ritmo de sus meditaciones. Porque la guerra la hemos hecho todos y es justo que la padezcamos; es un momento de la gran polémica que constituye nuestra vida social; nadie con mediana conciencia puede creerse totalmente irresponsable. Y si la guerra nos aparece como una sorpresa en el ámbito de nuestras meditaciones, si ella nos coge totalmente desprevenidos de categorías para pensarla, esto quiere decir mucho en contra de nuestras meditaciones, y en pro de nuestro deber de revisarlas y de arrojar no pocas al cesto de los papeles inservibles. (A. Machado, «Miscelánea apócrifa. Sigue Mairena...», Hora de España, n.° 20, agosto 1938, en Monique Alonso, op. cit., p. 379.) En las épocas de guerra hay poco tiempo para pensar. Pero las pocas cosas que pensamos se tifien de un matiz muy parecido al de la verdad. Por ejemplo: lo más terrible de la guerra es que, desde ella, se ve la paz, la paz que se ha perdido, como algo más terrible todavía. Cuando el guerrero lleva este pensamiento entre ceja y ceja, su semblante adquiere una cierta expresión de santidad. (A. Machado, «Notas y recuerdos de Juan de Mairena», Hora de España, n.° 16, en Monique Alonso, op. cit., p. 308.) Lo que nos ofrece y presenta en los anteriores planteamientos A. Machado en boca de un apócrifo, Juan de Mairena, es toda una propuesta pedagógica que puede cambiar a Europa como «entidad polémica». El nervio de su planteamiento, que va a adquirir expresiones concretas en la conducta de las naciones europeas en relación con la guerra civil española, lo constituye el siguiente principio: «Si quieres paz, prepárate a vivir en paz con todo el mundo.» Esto se ejercita realizando la enseñanza que propone: meditación, renuncia a sí mismo como ampliación del campo de la libertad, la huelga como tregua a las actividades necesarias para los capaces de actividades libres; afirmarse en la duda integral, es decir, duda del propio pensamiento, y por fin, practicar el amor al prójimo y al distante. El afianzamiento de la guerra radica en la constitución polémica de

Europa, especialmente de Inglaterra y Alemania. Su concepción burguesa de la realidad social. El liberalismo concede al adversario el máximo de derechos «compatible con la intangibilidad del cimiento económico y social del Imperio». Por esta razón, todo programa y voluntad de paz quedan vacíos. Se afirma un proyecto de vida para el exterminio de los demás. Un proyecto de paz implica un cambio profundo de toda concepción de Europa y de las relaciones internacionales. Nos vemos implicados en la polémica «porque la guerra la hemos hecho todos y es justo que la padezcamos; es un momento de la gran polémica que constituye nuestra vida social; nadie con mediana conciencia puede creerse totalmente irresponsable»: si la guerra se nos impone hemos de 79

tomar partido por los mejores y hemos de estar a su lado y hasta saber morir con elegancia. En sus escritos «Desde el mirador de la guerra» va simplemente a aplicar estos principios a diversos temas coyunturales todavía hoy llenos de vigencia y actualidad. He aquí una selección de estos documentos publicados en el periódico La Vanguardia, durante la estancia de A. Machado en Barcelona: Algunas veces os he dicho —así hablaría hoy Juan de Mairena a sus alumnos— que, en tiempos de guerra, es difícil pensar; porque el pensamiento es esencialmente amoroso y no polémico. Mas tampoco dejé de advertiros que la guerra es, a veces, un gran avivador de conciencias adormiladas, y que aun los despiertos pueden encontrar en ella algunos nuevos motivos de reflexión. Cierto que la guerra reduce el campo de nuestras razones, nos amputa violentamente todas aquellas en que se afincan nuestros adversarios; pero nos obliga a ahondar en las nuestras, no sólo a pulirlas y aguzarlas para convertirlas en proyectiles eficaces. De otro modo, ¿qué razón habría para que los llamados intelectuales tuvieran una labor específicamente suya que realizar en tiempos de guerra? La gran ventaja que proporciona la guerra al hombre reflexivo es esta: como toda visión requiere distancia, la hoguera de la guerra nos ilumina y nos ayuda a ver la paz, la paz que hemos perdido, o que nos han arrebatado, y que es la misma, aproximadamente, que conservan las naciones vecinas. Y vemos que la paz es algo terrible, monstruoso y tan hueco de virtudes humanas como repleto de los más feroces motivos polémicos. Y ello hasta tal punto que no habría excesiva paradoja en afirmar: lo que llamamos guerra es, para muchos hombres, un mal menor, una guerra menor, una tregua de esa monstruosa contienda que llamamos la paz. Os pondré un ejemplo impresionante para ilustrar mi tesis y elevarla al alcance de vuestras cortas luces. En los países más prósperos —no hablo de España— grandes potencias financieras, comerciales, fabriles, etc., hay millones de obreros sin trabajo, que se mueren literalmente de hambre, o arrastran una existencia tan mísera como las pensiones que les asignan sus gobiernos. En el seno de una paz ubérrima, de una paz que se dice consagrada a sostener y aumentar el bienestar del pueblo, que permite a esas naciones llamarse a sí mismas potencias de primer orden, hay muchos hombres que carecen de pan. Mas si la guerra estalla, esos mismos hombres tendrán muy pronto pan, carne, vino, y hasta café y tabaco. No ahondemos por de pronto en el hecho; formulémonos esta pregunta: ¿no es extraño que sea precisamente la guerra, la guerra infecunda y destructora, la que eche de comer al hambriento, vista, calce al desnudo, y hasta enseñe al que no sabe, porque la guerra no se hace sin un mínimum de técnica, que es fuerza aprender al son de los tambores? Colocados en este mirador, el que nos proporciona la guerra, claramente vemos que lo terriblemente monstruoso es lo que llamábamos paz. El mero hecho de que haya trabajadores parados en la paz, que encuentran, a cambio de sus vidas —claro está— trabajo y sustento en la guerra, en el fondo de las trincheras, en el manejo de los 28/ANTHROPOS

80

cañones, y en la producción a destajo de máquinas destructoras y gases homicidas, es un lindo tema de reflexión para los pacifistas. Porque esto quiere decir que toda la actividad creadora de la paz tenía —vista a grandes rasgos— una finalidad guerrera, y acumulaba recursos cuantiosísimos e insospechados para poderse permitir el lujo terrible de la guerra, infecunda, destructora, etc., etc. Ni una palabra más sobre este tema; porque ello sería abusar de la retórica, es decir, de la predicación al convencido. Veamos otro aspecto de la cuestión. Seguimos en el mirador de la guerra. Veamos el caso de una nación, como la nuestra, pobre y honrada (unamos estas dos palabras por diezmillonésima vez, con perdón de la memoria de Valle-lnclán y olvidando la amarga ironía cervantina), una nación donde las cosas suelen estar algo mejor por dentro que por fuera. En ella, unos cuantos hombres de buena fe, nada extremistas, nada revolucionarios, tuvieron la insólita ocurrencia, en las esferas del gobierno, de gobernar con un sentido de porvenir, aceptando, sinceramente, como bases de sus programas políticos, un mínimum de las más justas aspiraciones populares, entre otras la usuraria pretensión de que el pan y la cultura estuvieran un poco al alcance del pueblo. Se pretendía gobernar, no sólo en el sentido de la justicia, sino en provecho de la mayoría de nuestros indígenas. Inmediatamente vimos que la paz era el feudo de los injustos, de los crueles, y de los menos. Y sucedió lo que todos sabemos: primero, la calumnia insidiosa y el odio implacable a aquellos honrados políticos, después 81

la rebelión hipócrita de los militares, luego la rebelión descamada, la traición y la venta de la patria de todos para salvar los intereses de unos cuantos. Y vosotros me diréis: ¿cómo es esto posible? Yo os contestaré: el porqué de esta monstruosidad se ve muy claro desde el mirador de la guerra. La paz circundante es un equilibrio entre fieras y un compromiso entre gitanos (perdón, ¡pobres gitanos!, es un decir), llamémosle mejor un gentleman agreement. La corriente belicista es la más profunda en todo el Occidente —aceptemos la palabra en el sentido germánico— porque su cultura es preponderantemente polémica. Esta corriente arrastra a todas las grandes naciones que se definen como grandes potencias. Todas están convencidas —con razón o sin ella— de la fatalidad de la guerra y a ella se aperciben. Pero los unos afectan creer en la posibilidad de la paz, los otros en la alegría de guerrear. La guerra —en el sentido militar de la palabra— se cotiza como amenaza y como medio de chantaje, antes de ser un hecho irremediable. España es una pieza en el tablero para la bélica partida, sin gran importancia por sí misma, importantísima, no obstante, por el lugar que ocupa. ¡Que nadie toque a ese peón! Dicho de otro modo: la independencia de España es sagrada. Tal era la voz de nuestros amigos, convencidos de que ese peón guarda la llave de un imperio, la frontera terrestre y las rutas marítimas de otro. Era un poco inocente pensar que ese peón iba a ser intangible. Ningún español había tan imbécil que lo pensara. Y ocurrió lo inevitable. Dos grandes potencias lo amenazaron, primero; se propusieron eliminarlo después. Con la noble España quedan condenados a muerte dos grandes imperios. Los españoles pensamos ingenuamente que la España propiamente dicha, no la que se vendía y se entregaba a la codicia extranjera, tendría de su parte a esos dos grandes imperios, puesto que los altos intereses de éstos coincidían con los hispánicos. No fue así. La lógica de los hechos era otra. Ambos concertaron la fórmula de no intervención, con permiso y participación de sus adversarios: «Que la guerra se detenga en las fronteras de España, que no surja de ella, antes de tiempo, la gran conflagración universal; que nuestros enemigos esperen hasta que nosotros podamos aniquilarlos». Algo tan lógico como ingenuo. ¿Ingenuo? No demasiado. Porque ellos supieron muy "pronto que sus enemigos no esperaban. La guerra iba decididamente contra ellos. Y entonces los pobres españoles pensamos que el patrimonio nacionalista estaría de nuestra parte. Pero el patriotismo no era ya nacionalista; en esos dos grandes imperios, vulgo grandes democracias, es hoy lo que, muy en el fondo, había sido siempre: un sentimiento popular, y una palabra en labios de los acaparadores de la riqueza y del poder. El patriotismo verdadero de esas dos grandes democracias, que es el del pueblo, está decididamente con nosotros; pero quienes disponen aún de los destinos nacionales están en contra nuestra. Ellos conservan todavía sus antifaces, superfluos de puro transparentes y pretenden engañar a sus pueblos y engañarnos a nosotros. En verdad no engañan a nadie. Ellos, los acaparadores del poder y la riqueza, los dueños de una paz que quisieran conservar a outrance, han concedido demasiado a sus adversarios para que sus pueblos no lo adviertan, y hoy están a dos pasos de ser dentro de casa motejados de traidores. El juego, por lo demás, era harto burdo para engañar un solo momento a quienes lo veían desde fuera. Ya es voz unánime de la conciencia universal que el pacto de no intervención en España constituye una de 82

las iniquidades más grandes que registra la historia. Desde el mirador de la guerra se ven otras muchas iniquidades de la paz. De la mayor de todas hablaremos otro día. (A. Machado, «Mairena postumo. Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 3 mayo 1938, en Monique Alonso, op.-cit, pp. 313-7.) Cuando vemos desde el mirador de la guerra la llamada política conservadora que domina hoy los Estados, no las naciones, de las llamadas democracias, advertimos claramente toda su ceguera, toda su insuperable estolidez. Los hombres que representan esta política (poned aquí los nombres que queráis, sin reparar en su filiación de partido), no vacilan en divorciarse de sus pueblos, en permitir que sean éstos amenazados, lesionados y hasta invadidos, con tal de poner a salvo los intereses de una clase privilegiada. La posición es un poco absurda: porque una clase privilegiada no puede llegar hasta el sacrificio... de todas las demás; pero, al fin, no es tan nueva en el mundo, que sea para nosotros motivo de escándalo. Lo verdaderamente monstruoso es que esos hombres sigan simulando echar sus viejas cuentas, como si entre el año 14 y el año 38 de nuestro siglo no hubiera pasado nada sobre el mísero planeta que habitamos. Su actitud ante una posible (para ellos inevitable) guerra grande es, agravada por el tiempo, aproximadamente la misma que tuvieron en vísperas de la guerra europea. Ellos nos hablan, como entonces hablaban, en nombre de sus respectivos países, como si ellos fueran los representantes legítimos de entidades compactas, suficientemente unificadas para ser arrastradas a una guerra mortífera, bajo el mismo uniforme y ¡a misma denominación (franceses, ingleses, etc.), sin cambio alguno de la estructura social, en el momento de ser atacadas por otras naciones no menos compactas, no menos unificadas, donde las discordias interiores se apagan al sonar los primeros tambores. En el año 14 la guerra, con todos sus horrores, fue una admirable simplificación de las contiendas íntimas, una tregua sangrienta de la paz. El mismo crimen que eliminó a Jaurés se silbó por superfluo. Jaurés era —¡cuántas veces se dijo!— francés antes que socialista, y nada había que temer de su influencia sobre las masas proletarias. Pero los políticos conservadores de nuestros días saben muy bien que esto ya no es posible. Lo saben y ni siquiera tienen el pudor de ocultarlo. Siguen, no obstante, y seguirán ahuecando la voz para hablar como antaño: «En los momentos decisivos para los cuales activamente nos apercibimos, contamos con enorme provisión de materias primas destinadas a industrias de guerra, con fábricas cuyo trabajo para la guerra será incesante, el enorme poder de nuestras escuadras, la fecundidad de nuestras mujeres, y el material humano, difícil de mantener en la paz, pero de oportuno empleo y fácil consumo en las horas marciales. Y todo ello arderá en la gran hoguera cuando llegue su día. Que nadie atente a la integridad de nuestro territorio, a la independencia de nuestra nación, a la intangibilidad de nuestro imperio colonial, o sea obstáculo a su futuro engrandecimiento». Todas estas palabras suenan hoy a retórica hueca, puesto que no contienen ya un átomo de verdad en labios de quienes las pronuncian. Porque sus pueblos saben, y ellos mismos no ignoran, lo siguiente: Primero.— Que estos políticos conservadores sólo representan a una clase que lleva el 83

escudo al brazo, una plutocracia en posición defensiva, cuyo cimiento no tiene la firmeza que tuvo en otros días. Segundo.— Que sus adversarios, los políticos que definen, alientan o impulsan una política amenazadora (un Mussolini, un Hitler) son algo más cínicos que ellos, pero acaso menos estúpidos, y que les asiste, en sus pueblos, una corriente de opinión más considerable. Son hombres, también con el escudo al brazo, pero representan el momento de suprema tensión defensiva de la burguesía (fascio), que se permite el lujo de la agresión. Espíritu de miedo envuelto en ira, que dijo nuestro Herrera. Tercero.— Que ellos, los políticos conservadores de las grandes democracias, tienden a simpatizar, necesariamente, con los jefes francamente imperialistas de los países adversarios, porque son lobos de la misma carnada, dicho de otro modo: defensores de una misma causa: el apuntalamiento del edificio burgués, minado en sus cimientos. Cuarto.— Que el pacto a que ellos tienden es un pacto entre entidades polémicas, un pacto entre fieras, y las fieras sólo pueden ponerse de acuerdo en dos cosas: o para devorar al débil o para devorarse entre sí. Quinto.— Que ellos, dadas su ideología y su estructura moral, y dado el ambiente en que operan, no pueden escaparse de esta terrible alternativa. Sexto.— Que su posición es hoy más falsa que nunca, más falsa y más débil que la de sus antagonistas, los jefes de las naciones desvergonzadamente imperiales. Porque carecen de milicias voluntarias que los amparen. Representan plutocracias engastadas en pueblos de tendencia realmente liberal y democrática, y no pueden aspirar a cambiar el sentido de la corriente más impetuosa y profunda de sus pueblos. Séptimo.— Que su actuación política es, no ya superflua, sino perjudicial a sus naciones, porque ella oscila necesariamente entre la amenaza y la claudicación, la amenaza, que irrita al enemigo y refuerza sus resortes polémicos, y la claudicación, que deshonra a los pueblos y los entrega moralmente vencidos al adversario. Octavo.— Que ellos no pueden responder a estas preguntas: ¿A dónde vamos? ¿Qué camino es el nuestro en el futuro histórico? Que ellos contribuyen a poner un tupido velo de mentiras ante los ojos de sus pueblos. Porque ellos ignoran —o aparentan ignorar— el hecho ingente de la Revolución rusa, y pretenden que se vea en ella un poder demoníaco y un foco de infección que puede contaminar a sus pueblos, en lo cual están de perfecto acuerdo con los llamados fascistas. Y pretenden, sobre todo, que nadie vea en Moscú, el aborrecido Moscú, el faro único de la Historia que hoy puede iluminar el camino futuro. Les aterra sobre todo —reparadlo bien— que la gran Revolución rusa haya pasado de su período demoledor al creador y constructivo y que lo que allí se hace sea la experiencia maravillosa de una nueva forma de convivencia humana. Noveno.— Que, honradamente, sólo pueden hacer una cosa: retirarse a su vida privada de cazadores aristocráticos o de no menos distinguidos pescadores de caña, y dejar los puestos de pilotos que hoy ocupan a los hombres que tengan la conciencia integral de sus pueblos, de su ruta y de su porvenir, porque sólo a éstos incumben la heroica faena y la terrible responsabilidad del timón. Y no sigo, por ahora, enumerando, porque no aspiro a los trece puntos, número 84

sagrado para nosotros, después del insuperable manifiesto del doctor Negrín. Dejemos para otro día el tratar de la diplomacia conservadora, que tanto hubiera hecho reír a un Maquiavelo, y que tanto nos recuerda los versos del coplero español: Cuando los gitanos tratan es la mentira inocente; se mienten y no se engañan. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 14 mayo 1938, en Monique Alonso, op. cit., pp. 320-8.)

rostro hay menos diferencia y, por de contado, menos distancia de lo que pensamos. Mucho se ha hablado de la hipocresía de los ingleses. No los midamos con ese metro: busquemos en ellos los valores reales a que esa hipocresía consagra un culto más o menos directo, las firmes, inevitables virtudes a que esa hipocresía rinde tributo más o menos forzado. Mucho se ha dicho de la pedantería de los alemanes. Cuando Alemania deje de ser pedante —y parece que lleve camino de ello— la turba filistea lapidará sus verdaderos sabios, y caerá en cuatro pies, y encontrará demasiado cómoda la postura. Y volviendo al grano de nuestro cuento, añadiremos, para que todos nos oigan: mal paso ha sido el de la política conservadora de las grandes democracias en Ginebra, como nos muestran el copioso abucheo de la opinión y la agria crítica con que la prensa de todos los matices (sin excluir a la retardataria) la señala y comenta. El sarcástico refrendo de la no intervención en España, precisamente allí donde se aportan pruebas abrumadoras de su falsía, ante conciencias saturadas de este amargo convencimiento, es un acto de cínica inverecundia que, a nuestro juicio, no puede realizarse impunemente. Contribuyen esos hombres a degradar a sus pueblos, presentándolos ante el mundo entero, desde la alta tribuna de Ginebra, como cómplices de una probada injusticia, como torpes disimuladores de una iniquidad sin ejemplo en la Historia. (De algo había de servir —digámoslo de pasada— la Sociedad de Naciones, y no sólo como pulpito donde alguna vez se encarame la hombría de bien para hablar al mundo, sino como lugar donde se pongan de resalto por su propia inepcia cuantas ruines maquinaciones ocultaba el secreto de las cancillerías.) Contribuyen estos hombres, tan incapaces de prever y cautelar lo futuro como ingenuos creyentes en la fatalidad de la guerra, a que ésta sea realmente ineluctable; porque allí donde a la razón y a la moral se jubila, sólo la bestialidad conserva su empleo. Y por el hecho de haber demorado la inevitable guerra serán ellos los culpables de su terrible agravamiento. Por fortuna, aún será tiempo de evitar los daños más irreparables, porque contra la política conservadora de las grandes democracias milita el instinto de conservación de los pueblos. 85

(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 22 mayo 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 329-32.) Uno de los errores más graves de la política conservadora de las llamadas grandes democracias (entran en ella todos cuantos la hacen, cualquiera que sea su denominación de partido) consiste en creer que ella puede permitirse el ser infiel a su mascara, y el lujo de una iniquidad desvergonzada, sin que la Historia, en plazo más o menos breve, le pida estrecha cuenta de su conducta. Confía demasiado en sus recursos materiales —los que posee y los que procura agenciarse— y se entrega a la gran corriente de cinismo que invade el mundo, alardeando, como sus adversarios, de una actuación realista y reconociendo, implícitamente, que una política cimentada en principios éticos sería una política de ilusiones. Las grandes democracias, para quienes la guerra es lo indefectible, se preparan mal para la guerra. Los hombres que la representan descuidan, malgastan o anulan anticipadamente su retórica (entiendo por retórica el empleo de la palabra para convencer al prójimo y persuadirle de las propias razones), descuidan, digo, su retórica y la despojan de toda virtud suasoria, al ajustar su conducta burdamente a normas dictadas por la retórica del adversario. Cuando Álvarez del Vayo, nuestro representante en Ginebra, pronuncia ante la Sociedad de Naciones un alegato repleto de dignidad y de lógica, todo él conducido a probar de un modo perfecto la actuación hipócrita y perversa de quienes, habiendo propuesto la no intervención en España, ayudan a los agresores intervencionistas y privan al agredido de su derecho más incontestable: el de procurarse los medios para su defensa, los representantes de Inglaterra y de Francia, lord Halifax y su compadre M. Bonnet, responden con sendos discursos, escritos de antemano, en que ni se intenta una refutación, con dos piezas de vulgarísima oratoria diplomática que ni siquiera pretende convencer a nadie. ¿Qué importan las razones ante los hechos que consuma la fuerza? No perdamos el tiempo. Porque no es este el único hecho monstruoso a que hemos de dar nuestra aquiescencia. Mas ahí queda, hincado en el blanco, sin agotar su impulso, el discurso de nuestro compatriota, como flecha trémula y vibrante para inquietud y escándalo de conciencias adormiladas; ahí quedan también las dos ineptas oraciones de sus colegas, para vergüenza de sus pueblos respectivos y prueba de la nociva inutilidad —casi todo lo inútil es nocivo— de una institución que, fundada para sustituir la fuerza material por la justicia y amparar el derecho de los débiles, mira con indiferencia la ruina de éstos, cuando no contribuye a acelerarla. La voz de España ha sonado serena, cortés y varonil, en boca de Álvarez del Vayo. Por fortuna, la voz de Francia y de Inglaterra, dos grandes pueblos orgullo de la Historia, no es la que ha sonado en labios de los homúnculos que pretenden representarlos. Pero nosotros nos preguntamos si el desprecio de las razones y de los principios morales puede, de algún modo, contribuir a fortalecer a los pueblos, si aun desde un punto de vista pragmático —que nunca será el nuestro— quienes amenguan el valor ético de sus pueblos no amenguan también la fuerza de sus resortes polémicos, si en una gran contienda puede, a la larga, recaer el triunfo sobre quienes ahincadamente se obstinaron en no merecerlo, en pueblos previamente deshonrados por la abyección de sus hábitos 86

políticos. Vista panorámicamente, la guerra europea, que estalló en 1914, nos parecía a muchos que los recursos marciales, técnicamente organizados, asistían a los imperios teutónicos; pero que algo más fuerte, una superioridad ética basada, cuando menos, en su mayor fidelidad a los tratados convenidos durante la paz y a las normas del derecho de gentes, militaba en favor de los aliados. Era una cierta confianza en el triunfo de la justicia lo que mantuvo enhiesto el ánimo de los francoingleses en las horas más amargas, una cierta fe en el triunfo del más noble, lo que parecía concitar contra la invasora Germania, deshonrada por su propia conducta, los enemigos más terribles. ¿La simplificación era un poco burda? Acaso. Ya hubo entonces alguien que se preguntó si era la máscara o el rostro de los que se jactaban de combatir por la libertad y por el derecho lo que tan fuerte sugestión ejercía sobre nosotros. Pero no sutilicemos demasiado. Entre la máscara y el 30/ANTHROPOS

Parece evidente que la política conservadora de Inglaterra y, en cierto modo, la francesa que le es tributaria y por ella conducida a remolque, es una política de clase, en pugna con la totalidad de los intereses nacionales, los de ambos imperios (el inglés y el francés), pero que, no obstante, se presenta ante el mundo y ante sus pueblos respectivos como política nacional. Es esto lo que vengo diciendo hace ya varios meses. Soy yo el 87

primer convencido de mi insignificancia como escritor político, y no ignoro que mi opinión carece de toda importancia. Ni siquiera contaría con mi adhesión decidida, si algo muy parecido no lo hubiera sostenido, hace muy pocos días, nada menos que sir Norman Angelí, un «premio Nobel de la paz», y una autoridad suprema como tratadista de política internacional. Mas no me complace tanto el éxito de una coincidencia a que nunca aspiré como el haber, merced a ella, encontrado quien cargue, por su mayor solvencia, con la responsabilidad de una opinión tan rotunda. Pero dejemos a un lado todo criterio basado en la autoridad, no sin antes recordar la frase de Mairena: «la verdad es la verdad dígala Agamenón a su porquero». Parece cierto que la política conservadora de las grandes democracias perjudica a sus pueblos. Por su torpeza, cuando no por su perversidad, esta política ha consentido y aun ha coadyuvado a que dos naciones, dos grandes imperios, hayan perdido antes sus adversarios ventajas que su posición geográfica y su historia les habían deparado. Es evidente que una España sometida a la influencia, cuando no al completo dominio, de Alemania y de Italia, supone, para Francia, una frontera más que defender y una esencialísima vía marítima perdida o interceptada a sus tropas coloniales, imprescindible en el caso de una guerra que obligue a la defensa de la metrópoli: supone, para Inglaterra, por lo menos la puesta en litigio de su hegemonía en el Mediterráneo, la pérdida probable de la más importante llave de su imperio. El Gobierno inglés, no obstante, y su obligado acólito, el de la República francesa, no sólo no han hecho nada para evitar estos peligros, sino que han contribuido con la llamada no intervención en la guerra de España (que es una decidida y obstinada intervención en favor de los invasores de nuestra península) a su más terrible agravamiento. Tal es la abominable guerra que brindan a sus pueblos respectivos, mientras, por otro lado, fuerzan el ritmo de los preparativos bélicos en proporciones vertiginosas. Norman Angelí ha señalado agudamente esta contradicción. «Inglaterra, viene a decir, se arma hasta los dientes contra Alemania, convencida de que no otro puede ser su enemigo; Inglaterra aplaude, alienta y ayuda a Alemania, en su tarea de adquirir ventajas para una próxima, acaso inminente contienda contra Gran Bretaña.» Para una mentalidad alemana —habla Juan de Mairena—, la contradicción sería más aparente que real: todo se explicaría fácilmente, con sólo reparar en que la «voluntad de poderío» ni puede ejercitarse contra pigmeos, ni contra enemigos descuidados, insuficientemente apercibidos, o desventajosamente colocados para una gran refriega. En pueblos como Inglaterra y Francia, abrumados de sentido común, esta explicación no puede ser válida. Queda la que Norman Angelí y otros con él, también muy autorizados, se inclinan a aceptar. Indecisos los gobiernos conservadores entre dos pavuras y dos imanes, germanismo y comunismo, su línea de conducta política es una resultante, no menos indecisa y temblorosa, de su posición de clase, ya que no personal. En ella decide, a última hora, la simpatía por la posición socialmente defensiva, su honda fascistofilia, el poderoso atractivo que ejercen los «totalitarios» sobre las conciencias burguesas. Y esta explicación puede ser, en efecto, la buena, pero hemos de reconocer que ella sólo explica los hechos más o menos lamentables de la turbia actuación conservadora; los explica sin cohonestarlos, porque de ningún modo pueden ellos inspirar normas para una conducta 88

política de porvenir, ni conservadora ni progresiva. Inglaterra y Francia podrán ser o no ser comunistas en un futuro remoto o inmediato; el comunismo podrá ser para ellas un peligro grave, como piensan algunos, o una solución conservadora del problema social, como piensan en la misma Inglaterra otros, que ni siquiera son comunistas; pero hay algo que Inglaterra y Francia no podrán ser nunca: amigos de la Alemania hitleriana y de la Italia de Mussolini, sin antes vomitar hasta la última miga del festín de Versalles y, lo que es más grave, sin renunciar a gran parte de sus vastos dominios coloniales. De modo que la contradictoria conducta conservadora que Angelí señala y pretende explicar, arguye en sus mantenedores una torpe visión del porvenir y una absoluta incapacidad política. Porque ellos, los políticos conservadores, deben saber que la Alemania del Führer y la Italia del Duce son la hostilidad misma contra Inglaterra y Francia, y que sin duda el eje Roma-Berlín y el mismo Berlín y la misma Roma, en cuanto focos de ambición imperial, no tienen otra razón de existencia que su aspiración al aniquilamiento de sus rivales. Si se nos rearguye que esos políticos conservadores de Inglaterra y Francia sólo aspiran a hacerse respetar y temer, como lo muestra la cuantía de sus aprestos marciales, para mantener la paz como equilibrio de tensiones polémicas —una práctica política del siglo XIX hoy en descrédito—, contestaremos que este mismo equilibrio de fuerzas y esta misma paz de fieras prevenidas y en acecho constante, tampoco puede conseguirse, sin el concurso de las energías que dominan en sus pueblos, los cuales no han de inclinarse, por instinto de conservación, a conceder ventajas a sus enemigos, ni a cambiar la dirección de sus corrientes políticas más impetuosas: las democráticas. En suma, esa política contradictoria a la que alude Norman Angelí, atenta a los intereses de clase, que cede, contemporiza, pacta con el enemigo o ante él claudica, acaso merece menos que nada, desde el punto de vista nacional, el nombre de política conservadora; porque nada puede conservar, como no sea el nombre que mereció antaño, cuando en verdad conservaba las conquistas del espíritu libe

89

Antonio Machado

ral y progresivo de sus pueblos. Hoy representa una remora en su camino, la reacción desmedida, que sólo puede conducir, dentro de casa, a la guerra civil; fuera de ella, a la pérdida o al apartamiento de sus aliados naturales, las grandes democracias ricas de porvenir, en el Viejo y en el Nuevo Continente, las democracias más propiamente dichas 90

cuyos nombres todos conocemos. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 2 junio 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 337-40.) Entre el hacer las cosas bien y el hacerlas mal —solía decir Juan de Mairena, cuando oficiaba de inmoralista— hay un término medio, a veces aceptable, que consiste en no hacerlas; porque, en verdad, mientras las cosas no se hacen, cabe esperar que han de hacerse bien algún día, pero hechas mal, fuerza será, primero, deshacerlas. Por eso, añadía, los malhechores deben ir a presidio. Reconozcamos que estos conceptos, poco simpáticos en un clima activista como el nuestro, contienen alguna verdad. Hay labores negativas que nos alejan del bien tanto o más que la inactividad y la holganza. Pongamos un ejemplo. Todos pensamos que la Sociedad de las Naciones había de trabajar para que los hechos, que constituyen la conducta de unas naciones con otras, se ajustasen a normas de Derecho, y nadie pensaba que tan altó fin, como es la paz basada en la justicia, pudiera alcanzarse en breve tiempo. No obstante, mientras la Sociedad de Naciones trabajase para acercarse a él, sería una institución útil y acreedora a nuestro respeto. Mas la Sociedad de Naciones aparece como un instrumento en manos de los poderosos, que pretenden cohonestar, merced a ella, las mayores injusticias. Y porque la influencia de la Sociedad de Naciones ha de ser necesariamente más de índole ética que de coacción material, no por ello han de ser menores los daños que su inepcia ocasione. A la brutalidad de los hechos la Historia nos tenía habituados. Nos consolaba la esperanza en la realización futura, más o menos remota, del Derecho. La Sociedad de Naciones nos aleja esta esperanza. Siglos antes que la Sociedad de Naciones viniese al mundo, se aceptaba como principio incuestionable de Derecho público que la conquista de un pueblo, el hecho bruto de la conquista, no abolía el derecho a la soberanía del soberano despojado, si éste no lo cedía y se obstinaba en mantenerlo. Los pueblos se ajustaron a este principio más de una vez; otras, procuraron soslayarlo; cínicamente nunca fue contradicho. Si la conducta de Ginebra con el pobre Negus de Abisinia se convierte en precedente jurídico, el Derecho público habrá retrocedido varios siglos, por obra y gracia de la Sociedad de Naciones. Esto quiere decir que la Sociedad de Naciones es una buena iniciativa fracasada por inepcia de sus ejecutores y que, antes de que esta institución responda a su fin pacifista, será preciso deshacer lo hecho, acaso violentamente, con lo cual la Sociedad pro paz universal tendría en Ginebra una reducción al absurdo en verdad grotesca y desorientada. Sólo lo bien hecho —en este caso la primitiva concepción de Wilson— puede perdurar: la obra de los malhechores es siempre negativa y abominable. noble, una verdadera traición. La idea traicionada, vieja como el mundo civilizado, es esta: «Deseamos la paz supeditada al imperio del amor y la justicia, de ningún modo basada en la iniquidad». Si el Homo sapiens de Linneo fuera un animal tan esencialmente batallón como incapaz de convivencia amorosa, ¿por qué no dejar que se devore a sí mismo? La guerra sería la forma más gallarda del homicidio y la más eficaz para el pronto y deseable exterminio de la especie. Porque sospechamos que esto no es así, y que la guerra, en el estado actual del hombre, carece de todo valor ético y es una 91

remora en el camino de la justicia, debemos erigirnos en defensores de la paz. La traducción ginebrina reza así: «Defendemos la paz como finalidad suprema, la paz a todo trance, y ello por el camino más corto, que es, naturalmente, el del exterminio de los débiles, es decir, defendemos la paz para mantener el imperio de la iniquidad». Llamar hombres honrados, honourable men, a quienes mantienen este error monstruoso, implica una ironía, que excede en mucho a la del Marco Antonio shakespeariano con los asesinos de César. La verdad es que ni Bruto era una buena persona, ni pueden ser ejemplos de alta moral los hombres que con una mano, envuelta en el guante de la no intervención, ayudan a los estranguladores de la República legítima de España y con la otra, no menos enguantada, nos indican la puerta de la Sociedad de Naciones, en previsión del día en que, con los más inicuos hechos consumados, se consideren abolidos nuestros más legítimos derechos. Por fortuna, ni la República española puede ser yugulada, ni muchos menos puede ser ya la actual y caduca y desorientada institución de Ginebra quien dicte la última palabra en ninguna cuestión de Derecho internacional. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 12 junio de 1938, en Monique Alonso, op. cit., pp. 340-3.) Hay demasiado polemismo en la paz —decía Juan de Mairena a sus alumnos—, para que, de cuando en cuando, no estalle la guerra entre los pueblos, parte como suma y homogenización total de copiosas rencillas, parte también, como acuerdo pacífico o tregua dentro de casa, para que todos los moradores de ella puedan consagrarse, con cierta alegría, a la demolición de la casa vecina. (Donde decimos «casa» léase «nación».) El hombre, en su aspecto de Homo faber, es constructor de máquinas, y las fabrica de guerra, con lo cual atiende a dos fines, que él estima humanos: primero, consagrar los trabajos de la paz a la preparación de la gran contienda; segundo, aquietar su conciencia, objetivando sus malas pasiones, desubjetivizándolas hasta hacerlas individualmente inocuas. Cierto que esas máquinas serán mucho más destructoras que la quijada asnal que esgrimió Caín; pero no ha de haber más odio en el técnico que las ponga en movimiento que hubo en su constructor. El hombre sobradamente batallón de la civilización occidental va para buena persona, excelente padre de familia, que gana el pan cotidiano contribuyendo, en la modesta medida de sus fuerzas, al futuro aniquilamiento de la especie humana. Los errores suelen ir forrados de iniquidad. Y viceversa. Las iniquidades suelen ir envainadas en las más torpes expresiones lógicas, de palabra o conducta. Por esto — decía Mairena— es disculpable la crítica acerba que combate los errores como iniquidades, y la otra, de apariencia benévola, que pretende refutar las iniquidades como errores. Porque es difícil distinguir al hombre que mantiene el error del pillo redomado, y al pillo redomado del hombre que se equivocó de medio a medio. Estas reflexiones de Juan de Mairena pudieran escribirse al margen del libro sobre «La naturaleza práctica del error», obra antifascista por excelencia, como todas cuantas ha escrito ese viejo amigo de España que es Benedetto Croce. 92

Reparad en que la actual Sociedad de Naciones sólo propugna un error monstruoso, que es a su vez la traducción villana de una idea 32/ANTHROPOS

La hipocresía inglesa —decía Juan de Mairena, buen amigo de los ingleses— es la vara con que suelen medir a Inglaterra sus enemigos. Ello implica una grave injusticia. Porque la hipocresía es la sombra de la virtud; y tanto más la sombra de cuerpos acentúa, cuanto más intensa es la luz que los ilumina. La hipocresía inglesa es la sombra del puritanismo inglés. Inglaterra es todavía, y acaso ha sido siempre, puritana. Aunque Shakespeare es su mayor poeta, y el más grande acaso de todos los pueblos, su poeta específico es John Milton, que a sí mismo parece retratarse por boca de su Jesús: «born to promote alltruth allrighteous things». El puritanismo es un áspero culto a la virtud, hondamente religioso, de estirpe cristiana. Si Inglaterra dejase algún día de ser puritana, alguien diría: ya se quitó la careta. Yo ANTHROPO diría más bien, que se ha quitado el rostro, para mostrarnos la abominable jeta de pueblo de presa de lo que algún día llamaremos, con expresión un tanto equívoca, pero irremediable: una gran potencia totalitaria. Y en el peor caso, siempre será un consuelo para la humanidad el saber que este día coincide con la total decadencia del imperio británico. 93

En agudo contraste con Shakespeare, ese gigante creador de conciencias, y con Milton el puritano, dos grandes poetas que son, sin duda, dos grandes hombres, aparece en Inglaterra más tarde, en la cumbre del dieciocho, Alejandro Pope, un excelente poeta, a través de cuyos escritos, algunos impecables, se trasluce una mala persona, mejor diré un hombre pequeño, esquinado, resentido, el espolón de cuyo ingenio se afila en la carne del prójimo. Una degeneración suya es el literato de tipo «acreedor», quiero decir de hombre a quien, no sabemos por qué, parece que siempre se debe algo. Se diría que este hombre —que rara vez logra objetivar sus motivos— no coge la pluma sino para vengar algún pequeño agravio personal o reclamar una pequeña deuda. Su agresividad es siempre ad hominem, pero nunca de radio metafísico, como en nuestro Miguel de Unamuno. Este hombre segrega una cierta baba difusa que todo lo mancha, y en la cual es él mismo quien se anega. Visto a la luz de la guerra, ha de aparecer como una ave de otro clima. En verdad, pertenece al pequeño mundo polémico de la paz. «Las más de las veces al vencedor lo hace el vencido», ha dicho el doctor Negrín en su magnífico discurso a la nación española, pronunciado en Madrid hace unos días. La frase, realmente lapidaria, del doctor Negrín tiene hoy un valor de circunstancias que iguala a su valor de verdad universal. Al vencedor lo hace, en efecto el éticamente vencido, el que se adelanta a su derrota con el convencimiento de merecerla. Por fortuna, en la España auténtica, en este rabo por desollar del Viejo Continente, no domina el hombre de esta laya. Tampoco abunda el puro pragmatista, que rinde culto al éxito que hace del éxito la vara con que se miden verdad y virtud, y a quien Cervantes definió con estas palabras de Don Quijote: «Bien se ve Sancho, que eres villano, de los que dicen: viva quien vence». El doctor Negrín no mienta en su discurso a nuestro Don Quijote; pero bien claro se ve que como buen español lo lleva en el alma. ¿Quién habla de rendirse —viene a decirnos— cuando estamos luchando contra los traidores de casa y la codicia de fuera? Y estos otros conceptos de estirpe platónica: cuando se lucha por la justicia, ¿quién puede estar au dessus de la mélée? (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 25 junio 1938, en Monique Alonso, op. cit., pp. 343-5.) Lo más terrible de la guerra que se avecina —habla Mairena un año ante de morir, hacia 1909— ha de ser la gran vacuidad de su retórica, y, sobre todo, las consecuencias literarias y artísticas que ella ha de tener una vez terminada. Los hombres saldrán algo idiotizados de las trincheras, preguntándose por qué han guerreado y para qué se guerrea. De un modo más o menos consciente, esta pregunta la hará el arte, el arte literario antes que ninguno —(¿para qué se escribe?, ¿para qué se pinta? y usted ¿para qué esculpe?)— y como no ha de saber responderse, el hombre de la postguerra será un hombre estéticamente desorientado, y dará en el culto del infantilismo, del non sens, del primitivismo rezagado y, por ende, en la copia del arte de razas inferiores, donde acaso encuentre algún elemento fecundo, mas nunca lo que él busca. Lo más característico de ese arte, será una total recusación de toda labor de continuidad. «Quien no sea capaz de poner una primera piedra, nada tiene que hacer en el arte.» Y como las primeras piedras 94

han sido puestas ya, se hará de las piedras un uso homicida, para tirárselas a la cabeza al primero que pase. Coincidirá todo ello con el auge del cinematógrafo, que es, estéticamente la inanidad misma, el cual, combinado con el fonógrafo, dará un producto estéticamente abominable. No basta moverse; hay que meter ruido. Yo os aconsejo, amigos míos —sigue hablando Mairena a sus alumnos— que no perdáis la cabeza en esa baraúnda. Porque todo ello será el resultado de una guerra vacía de sentido, o cuyo sentido no habrán alcanzado a comprender la inmensa mayoría de los combatientes, de una guerra preludio de otra mucho más honda, complicada y significativa que vendrá más tarde. Y aunque todo ello sea estéticamente de escaso valor (nunca de valor nulo), no por eso carecerá de importancia, como tema de reflexión desde otros puntos de mira. Habrá que reparar en cuan grande ha de ser el resentimiento, y cuan hondo el odio contra la tradición y contra la continuidad histórica de tantos miles de hombres que habrán visto inmoladas, segadas materialmente generaciones enteras en el gran choque de las plutocracias occidentales, cuántos los llevados en alas de una retórica rezagada a una guerra implacable, para defender el predominio del capital que los esclaviza y la forma de convivencia humana que sacrifica al individuo a la estadística. Como una reacción contra la retórica prebélica, aparecerá el absurdismo postbélico, con sus piruetas más o menos macabras, sus futuristas iconoclastas, sus incendiarios de museos... Los millones de hombres sacrificados al terrible Moloch de la guerra, despertarán en el alma resentida de los supervivientes una profunda corriente maltusiana, que bien pudiera acusarse en la literatura por una defensa más o menos embozada del uranismo y que difícilmente podrá ser compensada por el culto, en verdad gedeónico, al heroísmo anónimo del soldado desconocido. El «¿para qué engendra usted, señor mío?» y el «usted señora, ¿para qué da a luz?», serán preguntas postbélicas mucho menos carentes de sentido que las supradichas (¿para qué escribe?, etc.) y aunque no se formulen de un modo explícito, determinarán la conducta de los hombres y de las mujeres, que en las grandes ciudades se entreguen al abuso de las voluptuosidades infecundas, y a la exaltación del dandysmo prebélico, agravado por la desconcertada ñoñez postguerrera. Yo os aconsejo que os dediquéis a meditar sobre las múltiples manifestaciones de ese arte como fenómenos postbélicos. Ello no es más que un punto de vista para atisbar un aspecto del problema estético. Enfundad vuestras liras y consagraos a la filosofía, quiero decir a la reflexión, porque la tradición filosófica, menos de superficie que la literaria, no se habrá interrumpido. La continuidad histórica, en el fondo, tampoco. Las grandes potencias habrán chocado como carneros —Mairena habla siempre en 1909— o como ciervos enfierecidos hasta partirse el frontal. Pero un pueblo, entretanto, habrá tenido una ocurrencia genial, de esas que, una vez realizadas, recuerdan la experiencia entre ingenua y cazurra del huevo de Colón. Para combatir el imperialismo, es decir, las ambiciones desmedidas y forzosamente homicidas de las plutocracias, empecemos por arrojar nuestro Imperio a la espuerta de la basura. Después, con las armas en la mano, las armas que ese imperio nos obligó a empuñar para que le sirviéramos, vamos a servirnos a nosotros mismos y, de paso, a la 95

humanidad entera, proclamando nuestra voluntad de estructurar y de construir un orden social más en armonía con nuestras fatalidades y con nuestra libertad, con nuestras necesidades y con nuestras aspiraciones. Desde entonces se habrá iniciado el ocaso, no precisamente de las revoluciones, sino por el contrario, de las guerras imperiales y nacionalistas, porque toda guerra estará ya más o menos complicada con la Revolución. En el camino de esas nuevas guerras, más o menos catastróficas, pero desde luego menos vacías —lanzas contra escudos— en que todo el mundo va a saber por qué y para qué se lucha y hasta para qué se engendra, el arte tomará una actitud profundamente humana.

¿Surgirá un arte nuevo? Esa pregunta, sobradamente inepta, carecerá de sentido. Porque lo primero que ha de borrarse con una esponja empapada en la vieja sangre de los hombres, es el prurito de discontinuidad y de creación ex nihilo que se engendró en una postguerra embrutecida y desorientada. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra. Viejas profecías de Juan de Mairena», La Vanguardia, 24 agosto 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 374-6.) manejos pacifistas de Chamberlain. Al gesto de España, a las palabras del doctor Negrín, de insuperable valor moral, responde con su aquiescencia a controlar la retirada de nuestros voluntarios, cuidándose muy mucho —como decíamos los académicos— de no entorpecer en lo más mínimo la actuación salvadora del Comité de No Intervención, donde figuran los invasores de España. En esta egregia Barcelona —hubiera dicho Mairena en nuestros días—, perla del mar latino, y en los campos que la rodean, y que yo me atrevo a llamar virgilianos, porque en ellos se da un perfecto equilibrio entre la obra de la Naturaleza y la del hombre, gusto a releer a Juan Maragall, a mosén Cinto, a Ausias March, grandes poetas de ayer, y otros, grandes también, de nuestros días. Como a través de un cristal, coloreado y no del todo transparente para mí, la lengua catalana, donde yo creo sentir la montaña, la campiña y el mar, me deja ver algo de estas mentes iluminadas, de estos corazones ardientes de nuestra Iberia. Y recuerdo al gigantesco Lulio, el gran mallorquín. ¡Si la guerra nos dejara pensar! ¡Si la guerra nos dejara sentir! ¡Bah! Lamentaciones son éstas de pobre diablo. Porque la guerra es un tema de meditación como otro cualquiera, y un tema cordial esencialísimo. Y hay cosas que sólo la guerra nos hace ver claras. Por ejemplo: Qué bien nos entendemos en lenguas maternas diferentes, cuantos decimos, de este lado del Ebro, bajo un diluvio de iniquidades: «¡Nosotros no hemos vendido nuestra España!» y el que esto se diga en catalán o en castellano en nada mengua ni acrecienta su verdad. Grande fue el éxito de Chamberlain en el Parlamento inglés, antes de su último viaje a Alemania. (Hasta la reina María—too/c to the lady— se desmayó al oírle.) Su ingenio 96

inagotable había tenido una ideíca más: ¡Hay que salvar al fascio por encima de todo! ¡Que se hunda Inglaterra, pero que se salve la City! Los profetas a la manera de Juan de Mairena (que nunca tuvo la usuraria pretensión de acertar en sus vaticinios) somos los primeros sorprendidos cuando los hechos vienen a darnos la razón. ¿Con que era cierto que Francia no iría a la guerra por mor de Checoslovaquia? ¿Que mister Chamberlain no pensó jamás que había de achicharrarse todo él por tan poca cosa, cuando no consentía en quemarse los dedos por la cuestión de España? ¿Cómo es posible que cosas tan lógicas hayan podido coincidir con los hechos? Si se fuera (dentó de unos días, o de unas semanas, o de unos meses) a la guerra grande, podría decirse que nunca los hombres se decidieron a ella más convencidos de su inutilidad... Y con más horror a sus consecuencias. ¿Cómo —se preguntarían— si todos la aborrecemos, todos la hemos aceptado? Porque parece ser que ni el propio Hitler la quiere de verdad, y que su posición es, en efecto, la del chantajista, el cual sabe muy bien todo el provecho que puede rendirle la amenaza mientras no se cumple, y el poco que habría de rendirle su cumplimiento. Yo no creo, sin embargo, que esto sea tan verdad como parece. Porque hay muchos belicistas en el mundo, demasiados creyentes en la profunda fatalidad de la guerra; muchas almas armígeras y batallonas; sobradas gentes convencidas de que la verdad es guerrera y la paz una vana aspiración de los débiles; toda una ciencia pura cuyas hipótesis últimas no repugnan la guerra, y otra, aplicada al dominio de la Naturaleza, propicia a desviarse hacia el dominio de los hombres. Y demasiados intereses comprometidos en la fabricación de máquinas homicidas, gases deletéreos, etc. Porque el clima moral del Occidente es guerrero por excelencia, y el Homo sapiens, de Linneo, y el faber de los pragmatistas, se han trocado en un Homo bellicosus, dispuesto a tomarse con Satanás en persona, como Don Quijote, y sin ninguno de los motivos que tenía el buen hidalgo para pelear. Porque hay toda una filosofía y hasta una religión, bajo el signo de Marte, y sobrados motivos sociales, biológicos, metafísicos, que llevan al hombre a guerrear. Todo esto hay, como si dijéramos, en un platillo de la gran balanza y, en el otro, el Miedo, que es la ferocidad misma, el alma de la jungle... De modo que la guerra, en ninguno de sus aspectos, sin excluir el de la paz armada hasta los dientes, puede asombrarnos. Y ahora nos preguntamos unos cuantos románticos rezagados, almas perdidas en un melonar: ¿Seguirá interviniendo el Comité de No Intervención? La cuestión de España — ¡ían secundar/a!— y el problema ba/adf del Mediterráneo habrá que tratarlos —no obstante su levedad— en alguna parte. Que no sea, pedimos a Dios, en ese Huerto del Francés del honor internacional. Cuando llamamos Huerto del Francés al Comité de No Intervención, no pretendemos ensombrecer demasiado la memoria de Aldije; porque no es en él, precisamente, en quien pensamos. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 6 octubre 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 393-5.) Conviene no escuchar demasiado los cantos de las sirenas, o mejor dicho, conviene 97

no confundirlas con las voces leales. Porque los días se acercan de mayor peligro para este vasto promontorio de Occidente, ancha cola o rabo, ya no del todo por desollar, de la vieja Europa. Por las puertas de la traición han entrado nuestros enemigos, salvo aquellos que ya estaban dentro, dedicados a franquearlas. En verdad, no faltaron Laocoontes que denunciasen a tiempo lo que llevaba en el vientre el caballo de nuestra Troya republicana. Acaso no gritaron bastante; la verdad es que no fueron oídos. A costa de mucha sangre, saben hoy casi todos en qué consistía la faena de aquel infatigable ensanchador de la base de nuestra República. Pero aquello es ya lo irremediable, y aunque no conviene olvidarlo, fuerza es pensar en otras traiciones más graves, que todavía puede reservarnos un mañana más o menos, nunca demasiado, remoto. Por fortuna, los vigías están hoy en sus puestos; y los oídos son hoy más finos que lo fueron entonces. Conviene no olvidar, sin embargo, que toda vigilancia es poca, y que los gritos.de alerta no son todavía superfluos. La Sociedad de las Naciones, ese organismo de trágica opereta o, si lo preferís, ese esperpento, en el sentido que dio nuestro ValleInclán a la palabra, es una institución tan al servicio de la guerra, quiero decir tan al servicio del fascio, como los cañones de Hitler y los 34/ANTHROPOS

98

Conviene desconfiar, con máxima desconfianza, de todos aquellos que más allá del Pirineo, nos hablan todavía de la No Intervención en España, sobre todo cuando simulan ignorar que la No Intervención fue, desde un principio, una groserísima cobertura del convenio entre cuatro gobiernos intervencionistas, dos de los cuales eran auténticos invasores de España; los otros dos, sus indirectos coadyuvantes, pues negaban a España sus más legítimos medios de defensa. Entre esos simuladores hay algunos un tanto arrepentidos de su conducta, no por el daño que hicieron a España, sino por miedo a ser señalados entre los suyos como desleales a su patria, porque vendían como política nacional una política de clase. Entre ellos hay alguno que, no contento con contribuir al asesinato de España, vendía a su nación y, además, a su clase. De ese, menos que de nadie, hemos de contribuir nosotros a cohonestar la conducta. Toda nuestra gratitud, en cambio, será poca para nuestros verdaderos amigos de Francia y de Inglaterra, y para quienes, como el representante de la URSS, lucharon sin tregua por entorpecer los manejos hipócritas, y revelar al mundo el cinismo y mala fe de los cuatro gobiernos aludidos, a saber: Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. El tiempo continúa su marcha inexorable — fugit irreparabile tempus—, y del porvenir, la inagotable caja de sorpresas, hemos de confesar que sabemos muy poco. No tan poco, sin embargo, que todo nos sea absolutamente imprevisible: también lo esperado puede saltar como la liebre, cuando menos se espere; la caja de sorpresas nos reserva esa sorpresa más. España ha sido, en verdad, consecuente consigo misma cuando, bajo un diluvio de iniquidades, ha adelantado el pecho, para pasar el Ebro, y escribir a su margen la más gloriosa gesta de su historia. Entre las viejas cuentas del astuto abogado de la City, ha surgido esa cifra inesperada y desconcertante. Nosotros la esperábamos, aunque, al producirse, nos asombre. España ha sido consecuente consigo misma, cuando el doctor Negrín la ha proclamado como sustentadora de los valores éticos universales, cuando el doctor Negrín y Álvarez del Vayo han exaltado en Ginebra —la hoy lamentable Ginebra, tantas veces antaño patria y asilo de la libertad— el gesto españolísimo, y han sabido oponer la suprema hombría de bien al despotismo del fascio inverecundo y a la suprema avilantez del fascio encubierto. España ha sido consecuente consigo misma cuando, abrumados nosotros por la adversidad y en los momentos de mayor angustia, nos ha hecho sentir el supremo orgullo de ser españoles. De suerte que ya sabemos que no todo fue sorpresa en lo pasado, y sospechamos que no todo ha de serlo en el futuro. No hemos tampoco de apartar nuestros ojos de las iniquidades previstas, porque la mayor parte de todas tal vez se guisa ya en las cocinas de nuestros adversarios. Fuera de España, en la brumosa Albión, hay alguien que no duerme, porque, como Macbeth, ha asesinado el sueño, y no precisamente en su castillo de Escocia, sino en el corazón de la City. Es de esperar que en la pendiente del crimen y del miedo, también como Macbeth, no pueda detenerse. Por lo demás, sus brujas lo engañarán con la verdad, hasta el fin. Tampoco él ha de creer en el milagro del bosque semoviente, ni en el invulnerable ardimiento del hijo de la loba... romana. No agotemos el símil. Él irá hasta el fin, el suyo, 99

que no lleva trazas de ser demasiado gallardo. Procuremos nosotros apartarnos de su camino, mas sin quitarle ojo. Y cuando gritemos, que se nos oiga más allá del Atlántico. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 23 octubre 1938, en Monique Alonso, op. cit., pp. 399-401.) La segunda cortina de humo que, para hacer pendant a la centrooriental ya casi extinguida, ha de levantarse en el Occidente europeo, va a consistir en sobrestimar lo que se pretende escatimar a Hitler y Mussolini —por ejemplo: las colonias africanas que Hitler parece reclamar, etc.— para encubrir o paliar concesiones mucho más graves, no sólo para nosotros, los españoles, sino también y sobre todo, para Inglaterra y para Francia, las concesiones que en la zona española piensan hacer los defensores del fascio en Londres y en París. Es evidente, de toda evidencia, que el simple otorgamiento de la beligerancia a Franco, sin que Italia y Alemania hayan retirado la totalidad de las fuerzas invasoras de nuestra península, implica un apoyo, una ayuda y un aliento para los propósitos en España de Hitler y de Mussolini, y que ello supone para el porvenir de Francia y de Inglaterra un daño mucho más grave que la devolución de unas colonias que, digámoslo de paso, fueron arrebatadas a Alemania en aquel abuso de una justa victoria que se llamó tratado de Versalles. Alemania, por su parte, no ha de hacer demasiado hincapié para que se les devuelvan con premura, porque cree tener sobrada fuerza para recobrarlas, porque aspira a mucho más y porque, fiel a sí misma, no gusta de invocar sus razones, mientras pueda inventar alguna sinrazón monstruosa que aterre al mundo. Quienes disponen todavía de los destinos de Inglaterra y de Francia para servir intereses sin patria, complicados con el provecho de las patrias ajenas, pretenderán otra vez engañar a sus pueblos, haciéndoles creer que ellos son los más fieles guardadores de la integridad de sus respectivos dominios coloniales. El tratado de Versalles es intangible. Tal es una de las frases más huecas que pueden proferirse. En primer lugar, porque el tratado de Versalles viene siendo violado hace ya muchos años; en segundo, porque, en cuanto tiene de injusto y de inepto, no hay razón alguna para que sea intangible. Aun suponiendo que haya sido Alemania la única responsable de la guerra de 1914, cuesta algún trabajo creer que los alemanes que no habían nacido en aquella fecha puedan ser también culpables de la gran contienda. No creo que haya hoy en el mundo ningún hombre de mediana conciencia que no esté convencido de la perfecta tangibilidad de ese tratado. Frases de esta índole se profieren, no obstante, en Francia y en Inglaterra, con la complicidad de la inconsciencia por un lado, y, por otro, de la prensa venal para levantar una tolvanera, un remolino de polvo que encubra la complicidad del fascio anglofrancés en el chantaje de gran estilo que hoy perpetra en el mundo el eje Roma-Berlín. Hoy sabemos todos que ese chantaje ha sido y es posible, entre otras cosas, por la llamada no intervención en España, quiero decir por el apoyo que Inglaterra y Francia —los gobiernos, no sus pueblos— han prestado a los invasores. Merced a este apoyo, Hitler y Mussolini tienen en su mano las prendas que les permiten ejercer el chantaje, a saber: las posiciones estratégicas contra Inglaterra y Francia que han logrado tomar en el Mediterráneo y en nuestra península. Los gobiernos de Francia e Inglaterra, ¿lograrán su 100

propósito, el de engañar a sus pueblos? No me atrevo a creerlo. Ellos tienen gran fe en la lentitud con que se forman los verdaderos estados de opinión, y en el poder de la prensa afecta para retardarlos y para desorientar y desencaminar a los pueblos. Confían, no sin razón, en que cultivando el miedo, aumenta la eficacia de la amenaza de guerra. La lucha política, en cuanto tiene de artificial, les ayuda, porque las verdades más obvias se debilitan en boca de quienes las usan exclusivamente como arma polémica. Sin duda, la verdad no deja de serlo cuando se convierte en proyectil o coincide con intereses de partido, pero pierde para los neutros toda eficacia suasoria. El gran chantaje está perfectamente organizado. Los unos amenazan con la guerra, a que no están ni mucho menos, decididos; los otros, fomentan el miedo de sus pueblos, y les prometen una paz, que de ningún modo está en sus manos. La resultante de todo ello es, por de pronto, que el chantaje prospera. Con todo, yo no dudo que la verdad ha de abrirse paso en Inglaterra y en Francia. De Francia, sobre todo, espero la voz inconfundible del acusador, voz de timbre francés, que es, como tantas veces lo ha sido, el timbre de lo universal humano. Entre tanto, hemos de reconocer que el mingo de la incomprensión lo están poniendo nuestros buenos vecinos. Todavía hay en Francia quien cree de buena fe, que nosotros, los llamados rojos, luchamos contra una España auténtica amante de sus tradiciones, campesinos y falangistas auxiliados por marroquíes, también españoles, y que no ha reparado aún en el hecho insignificante de la invasión italogermana. Por fortuna, piensa el articulista a que aludo —nada menos que un miembro de la Academia Gon

101

ANTHROPOS/35

court— el labrador, en las tierras reconquistadas por los nacionales, a retrouvé son isolement, sa peine et sa venté. Y acaba citando las palabras de un oficial español, modelo —según él— de buenos patriotas y de hombres de ingenio sutil: ¿.a phalange... est une belle maitresse! Mais la monarchie.. c'est l'épouse! Cuando se piensa que hay todavía en Francia hombres de prestigio poseedores de tan insuperable estolidez... Por suerte, en caso de suprema incomprensión no ha de representar allí el nivel mental más frecuente en la Academia Goncourt. La opinión en Inglaterra no parece tan desorientada como en Francia. Ya son muchos los ingleses que ven el aspecto de dictadura que va adquiriendo la actuación de Chamberlain y de sus amigos. Mas todavía no han visto con suficiente claridad que esa dictadura es de una categoría moral muy inferior a las de Hitler y de Mussolini, porque 102

no se ejerce en favor de Inglaterra —ni como democracia ni como imperio— sino en favor de la City y del eje Roma-Berlín; que es, sencillamente, una tiranía encubierta y una traición al destino futuro de la Gran Bretaña. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra. La gran tolvanera», La Vanguardia, 23 noviembre 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 422-4.) gigantesca obra militar de nuestro Ejército, y de la política del doctor Negrín. Para un nuevo reparto del mundo, Alemania e Italia ocupan en España posiciones que no piensan abandonar, antes por el contrario pretenderán arraigar en ellas, posiciones que tampoco pueden impunemente conservar, en primer término porque España no soporta la invasión ni abdica de su independencia (sobre esto, como decía un filósofo, conviene que no quepa la menor duda); en segundo lugar, porque la permanencia del invasor en España obligaría a Inglaterra y a Francia a la defensa de sus intereses vitales amenazados de muerte. El nuevo Munich al que se encaminan les llevará a concesiones en el Mediterráneo, infinitamente más graves que las que han realizado hasta la fecha, en perjuicio no sólo nuestro, sino en daño de sus pueblos respectivos. Por de pronto, han pinchado en hueso en su entrevista de París. El patriotismo francés empieza a estar en guardia y ese patriotismo no puede ser fascista y es algo más serio de lo que muchos creen. La beligerancia a Franco tras la cual veía Mussolini el aplastamiento de la República española y su posición en España para una cínica política de beatí possidentes (la que tuvo en Abisinia), no ha podido ser concedida. La loba romana aulla desvergonzadamente y no parece que Mussolini renuncie a la empresa; tampoco es fácil que deje de contar con el apoyo del fascio anglo-francés. Pero el fascio anglo-francés comenzará a ser muy poca cosa ante el patriotismo integral de dos grandes pueblos. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra. Recapitulemos», La Vanguardia, 7 diciembre 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 433-5.) La política de Chamberlain se caracteriza por su incansable pertinacia para navegar en aguas turbias, por la ocultación constante de sus motivos y por la gran ceguera para el porvenir de Europa y, en primer término, para el porvenir de Inglaterra. Lo menos malo que puede pensarse de Chamberlain es que, convencido de la fatalidad de la guerra, considera el tiempo empleado en la fabricación de armamentos como una ventaja mayor para Inglaterra que la suma de sus claudicaciones puede serlo para sus adversarios. En este caso sólo podría acusársele de un cálculo que parece implicar un error monstruoso. Por muy abundantes que sean los elementos bélicos que Inglaterra y Francia puedan acumular en el plazo que sus adversarios les consientan, es evidente que una España totalmente sometida a Italia y a Alemania, la ocupación de Mallorca, el emplazamiento de las fuerzas enemigas en el norte de África y en el contorno de Gibraltar, de una línea ofensiva a lo largo del Pirineo y la existencia de todo un ejército en la Península perfectamente aguerrido y con hondas raíces en nuestro territorio, dueño de todas las posiciones estratégicas (todo esto supone el nuevo Munich a que parece encaminarse la política filofascista de Inglaterra y de Francia), son desventajas enormes de 103

compensación imposible. A esto hay que añadir que la política de claudicación ante el fascio, aunque sólo sea temporal, restará a Inglaterra y a Francia el apoyo de las dos grandes democracias del mundo. Es evidente que el viaje de Chamberlain a Roma, si llega a realizarse, abrigará el propósito de entregar España a la codicia italiana, como fue en Munich entregada Checoslovaquia a los manejos imperialistas de Alemania. Y el hecho es doblemente monstruoso, porque no hay la más leve razón, ni aun la más mínima apariencia de razón, para que sea mermada la independencia española. Pero el hecho es también infinitamente más grave para el porvenir de Inglaterra y de Francia. La sola concesión de la beligerancia a Franco, sin la retirada total de las fuerzas italianas invasoras de España, es, a todas luces, la aquiescencia a los propósitos del fascio y a su total dominio en el Mediterráneo occidental, la entrega definitiva de la más importante llave de un Imperio y de las rutas marítimas de otro. Cuesta trabajo pensar que nadie, de buena fe, pueda en Inglaterra y en Francia amparar esta política. Aunque los acontecimientos no marchen al ritmo de nuestra impaciencia, hemos de reconocer que tienden a seguir sus cauces naturales. En Inglaterra y Francia la opinión está cada día más despierta y menos desorientada. No es fácil ya que los gobiernos de Londres y París hagan demasiadas concesiones a los matones de Berlín, y Roma, sin que un abucheo universal los asorde. La ocurrencia genial de nuestro presidente, el doctor Negrín, de retirada total de nuestros voluntarios, y las justas palabras de Álvarez del Vayo, han eliminado del problema español la turbia zona de los equívocos, donde tanto provecho encontraron nuestros adversarios. Ya nadie puede engañarse, ni aun el número incalculable de los papanatas. España está invadida por potencias extranjeras. Del lado de la República no hay más que españoles. Frente a nosotros un pueblo mediatizado por la invasión, el que más directamente la padece, un pueblo al que se arrastra a una lucha contra nosotros (es decir contra España misma, la España libre aún de invasores), y las fuerzas militares de Italia y Alemania, que pretenden sojuzgar nuestro territorio y establecer en él las bases defensivas y los focos de agresión contra Inglaterra y Francia, las dos imperiales democracias de Occidente. Parece indudable que la retirada de fuerzas invasoras de nuestra península no ha de pasar de un mero y groserísimo simulacro, por razones tan obvias que, como decía un ateneísta, hasta las señoras pueden comprenderlas. El régimen dictatorial, basado en el éxito inmediato y progresivo, no puede sobrevivir a arrepentimientos de ese calibre, mucho menos cuando los tales arrepentimientos implicarían renuncias a ventajas positivas, verdaderas victorias estratégicas, obtenidas en la gran contienda ya entablada, y en la cual los totalitarios llevan, hasta la fecha, la mejor parte. En verdad, nadie piensa en la retirada de invasores de España, sin que éstos intenten por todos los medios, cotizar sus ventajas en pro de sus designios de expansión imperial. Alemania ha obtenido éxitos enormes para su expansión centro-orienal en Europa —Austria primero, después Checoslovaquia— sin haber abandonado un momento su presión en España, donde el Aquiles británico tiene su talón invulnerable. Italia reclama ya con impaciencia las 104

ventajas equivalentes en el Mediterráneo y, en parte, compensatorias, porque la anexión de Austria por Alemania supone un grave atentado al porvenir de su pueblo. Hablar en estos momentos de no intervención en España es un abuso descomedido de las palabras; porque todas las pretensiones de Alemania y de Italia —los máximos intervencionistas— están complicadas y lo estarán más de día en día con la presión en España. A medida que el tiempo avanza, el problema se agudiza, no para nosotros sino para todos. En verdad, nosotros lo hemos sacado de puntos para dejarlo reducido a sus propios términos. Tal ha sido la 36/ANTHROPOS

Mas no exageremos nuestra extrañeza. Gran parte de la prensa, a cuyo cargo está la labor de formar la opinión, sirve a intereses de clase sin patria, cuando no a intereses fascistas, literalmente vendida al adversario. En Francia no es un secreto para nadie la cantidad que invierte Alemania en la compra de plumas mercenarias. Pero no es esto todo, ni sería suficiente. En las esferas del Gobierno y de la plutocracia anglofrancesa imperante reina el terror a un despertar verdadero de la conciencia de los pueblos. El error monstruoso, o la iniquidad sin ejemplo, que supone la llamada no intervención en España, enderezada toda ella a hacer creer que la lucha en nuestra península es una mera guerra civil promovida por Rusia, una lucha de opiniones encontradas, cuya repercusión más allá de nuestras fronteras, sólo podría contribuir a precipitar la revolución social; la 105

ocultación del hecho verdadero que es, a todas luces, la invasión constante, sistemática y progresiva de nuestro territorio por quienes aspiran a un nuevo reparto del mundo en detrimento de los dos imperios democráticos del Occidente europeo, es algo que no admite el total desenmascaramiento sin una repulsa de fondo, ajena a todo juego polémico de partido, que llevaría a los pueblos de Inglaterra y de Francia, despiertos, a pedir cuentas demasiado estrechas, a imponer las más terribles sanciones a los culpables. Cierto que en Inglaterra y Francia han sonado ya voces acusadoras que suponen conciencias vigilantes; mas todo ello no ha roto la espesa costra del engaño. Para muchos, los más, estas voces cantan de falsete, responden a intereses políticos y sociales no siempre legítimos, simulan peligros inexistentes. Se ignora que, aun en el caso de que las voces apocalípticas no fuesen enteramente sinceras, coinciden con la realidad de los hechos, que en política se miente muchas veces con la verdad y que no falta quien señale peligros verdaderos sin creer en ellos. La turbia política de Chamberlain aprovecha el equívoco y lo cultiva. Contra lo que se cree, la opinión en Inglaterra está menos adormilada que en Francia, sin duda — también contra lo que se cree— porque el problema de Inglaterra es mucho más grave que el de Francia. Francia podría sobrevivir a su Imperio colonial; Inglaterra, no. Se dice, además, que el inglés es más tardo de comprensión que el francés, y esto es sólo cierto con una limitación, que suele omitirse: de cuanto pasa fuera de Francia, suele ser el francés el último en enterarse, porque su política y su diplomacia suelen estar en manos de hombres mediocres; las de Inglaterra —en cambio— han venido siendo hasta hace poco el patrimonio de una élite. Con todo, aun en la misma Francia la opinión despierta en el momento preciso en que los gobiernos filofascistas meditan la suprema iniquidad contra España y la suprema traición al porvenir de sus pueblos. Si contra lo que nosotros creemos, ambas se realizan, el naufragio moral de las llamadas democracias del Occidente europeo sería un hecho irremediable; Inglaterra y Francia habrían perdido no sólo sus posiciones estratégicas para la inevitable contienda futura, sino su razón de ser en la historia. Ni dignidad ni precio; ni honra ni provecho. Les quedaría una fuerza disminuida y degradada y una retórica manida, sin valor ideal, que no podrá convencer a nadie. Porque entre el deshonor y la guerra —recordemos las palabras de Churchill— habrían elegido el deshonor y tendrían la guerra, una guerra sin honor —añadimos nosotros— y que de ningún modo merecería la victoria. España, por fortuna, la España leal a nuestra gloriosa República, cuantos combaten la invasión exterior, sin miedo a lo abrumador de la fuerza bruta, habrán salvado, con el honor de la Europa occidental, la razón de nuestra continuidad en la Historia. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 6 enero 1939, en Monique Alonso, op. cit, pp. 436-8.) En el conjunto de los documentos se expresan diversos niveles de análisis y de pensamiento. Tanto aparecen pensamientos que constituyen principios de acción organizadores de realidad, como observaciones o comentarios circunstanciales, especial

106

ANTHROPOS/37

mente en lo referente al aislamiento en que los Estados democráticos van dejando a la República con su tesis de no intervención. ¿Qué es lo que observa don Antonio Machado «desde el mirador de la guerra»? Quizá lo primero y fundamental es la iniquidad de Europa y del mundo occidental, la perfidia de su neutralidad, de su no colaboración con el gobierno legítimo, bajo la aparente voluntad de parar la expansión de la guerra. Hay aquí documentos de una enorme lucidez y hondura de pensamiento, que el desarrollo posterior de la historia no ha hecho más que confirmar. Destacamos, como resalte, algunos de estos temas que valdría 107

la pena estudiar con mayor amplitud, en referencia al conjunto del pensamiento de A. Machado. Veamos algunos temas selectivos y precisos. Todo este conjunto de reflexiones parte de una situación social y concreta. «En tiempos de guerra, es difícil pensar, porque el pensamiento es esencialmente amoroso y no polémico.» Desde ahí ve don Antonio Machado verdades terribles que poco a poco va desgranando, con doliente dolor, bajo las bombas que caen sobre la Barcelona civil. Por eso la guerra puede ser un enorme despertador de conciencias dormidas. Describe así los falsos y tergiversados valores de la paz: la paz inicua. Se le revela el punto matricial que justifica la guerra y pervierte la paz: la defensa de los intereses de clase, el afincamiento de los intereses de la burguesía. Por eso la guerra genera trabajo, y la paz, paro. Observa la política conservadora de los imperios europeos, que comprometen la seguridad y el bienestar de sus pueblos con tal de salvar y consolidar los intereses y privilegios de clase. Queda evidente la inanidad de la política de no intervención de la Sociedad de Naciones. Pero A. Machado también reconoce que los pueblos europeos se van diferenciando cada vez más de sus gobiernos y de sus Estados. Los pueblos saben: que los políticos conservadores representan una clase; cómo colaboran con la barbarie fascista de forma directa e indirecta; con los portavoces eficaces del Estado burgués; sus pactos son entre entidades polémicas; y por consiguiente no pueden escaparse a su alternativa; pero su posición es falsa y perjudica a sus pueblos respectivos; no saben a dónde van; deberían retirarse la vida privada y dejar sus puestos a hombres que tengan la conciencia integral de sus pueblos. Su mayor error —el de la política conservadora— es creer que puede ser infiel a su máscara sin que la Historia le pida cuentas de su conducta. También son de interés los análisis de nuestra presencia en los foros internacionales defendiendo la causa de la República. Son documentos que merecen ser leídos con una atención y acogida cordial. Nos parece de gran interés aportar aquí nada más que un texto que sitúe desde hoy los temas que aborda A. Machado en sus escritos. Ofrecemos la síntesis que Ángel Viñas nos da acerca de la internacionalización de la guerra. Dice así: Estructura inicial de la internacionalización El proceso de internacionalización de la guerra civil se inició de forma determinada por los cinco factores siguientes: 1) Manteniendo una pauta de aislamiento ante los grandes problemas internacionales, que había culminado en la neutralidad espa 38/ANTHROPOS

108

ñola durante la primera guerra mundial, la República no había sentido la necesidad de apuntalar su política exterior con pactos o alianzas bilaterales ante la ascensión del fascismo. Al estallar la guerra civil, el autoaislamiento relativo español no encontró fácilmente interlocutores complacientes. 2) La carencia de medios bélicos suficientes para asegurar el triunfo, tanto por parte del gobierno republicano como de los insurgentes, incitó a acudir al exterior, donde podían encontrarse en la cantidad y calidad adecuadas. 3) Para el gobierno de Madrid, legalmente constituido y sorprendido por un golpe de fuerza, no había problema alguno en apelar al mercado externo, toda vez que en un principio lo que solicitaban eran, simplemente, armas y municiones. 4) Para los sublevados, algunos de los cuales habían anudado previamente tenues hilos exploratorios hacia las potencias fascistas (más intensos en el caso de Italia), su ayuda aparecía como la condición necesaria, aunque no suficiente, para mantener una guerra larga, frustrado el pronunciamiento. 5) Para estimular un apoyo más activo de las potencias extranjeras el conflicto se planteó crudamente en términos de la pugna fascismo-antifascismo, por un lado, o de comunismo-anticomunismo, por otro, lo que tuvo importantes repercusiones en la opinión pública y en la escena internacionales. Sobre estos factores incidió la posición asimétrica de los contendientes. El gobierno 109

republicano era, en un principio, el único reconocido internacionalmente, contaba con la legitimidad institucional y disponía de los recursos más centralizados del Estado (reservas de oro y plata del Banco de España). Los insurgentes carecían, al comienzo, de todo sfafus internacional, no tenían otros recursos que los que pudieran conquistar por la fuerza y su proyección hacia el exterior era más limitada, concentrándose esencialmente en las potencias fascistas. De aquí que el inicio del proceso de internacionalización estuviera, en primer lugar, marcado por estas asimetrías, y en segundo término, por las distintas reacciones que el estallido de la guerra civil provocó entre las potencias y la opinión pública extranjeras. Los sublevados vieron situarse a su lado los regímenes fascistas: Alemania e Italia abanderaron su causa con la colaboración complaciente de Portugal, en coqueteo con la tentación totalitaria. Más tarde la derecha europea y americana apoyó, en general, a los «cruzados» contra el comunismo ateo y «destructor de los valores de la civilización occidental». Los vaivenes tácticos del Vaticano no impidieron, por otra parte, que un amplio segmento del catolicismo militante ayudase, bien material o espiritualmente, a quienes se oponían a la «España roja». Para la República la situación fue menos nítida y el apoyo que aspiraba a obtener de las democracias occidentales no se materializó en la cuantía y calidad necesarias. En Francia los acontecimientos de España avivaron las tensiones internas y el frágil gobierno del Frente Popular de León Blum se dividió inmediatamente en tomo a la cuestión española. La ayuda fue esporádica y, en un principio, superficial. En Inglaterra, al sobresalto causado por el hundimiento del aparato estatal republicano y los excesos de la revolución, se unió el temor de que en España se instalara un régimen incapaz de mantener la ley y el orden burgueses. Las simpatías ideológicas del gobierno conservador de la época y de gran parte de la maquinaria del Estado —en particular en el Foreign Office y en las fuerzas armadas— no se decantaron inequívocamente hacia la República. En ello se vieron apoyados por la frialdad hacia ésta de los círculos conectados con la industria y las finanzas, que tenían intereses sustanciales en la España prontamente ocupada por las tropas de Franco. Así, pues, en los medios gubernamentales ingleses, que jugaron el papel más importante en la configuración de la actitud de los países occidentales no alineados con Franco, la República sólo encontró reticencias, cuando no hostilidad, aunque ésta no siempre saliera a flote. En los Estados Unidos la opinión pública se dividió, al igual que ocurría en otros países democráticos, pero el distanciamiento norteamericano de los problemas de Europa y la postura de neutralidad ante conflictos internos de otros países en que no se vieran involucrados los intereses nacionales, llevó a la administración de Roosevelt, después de algunas indecisiones, a decretar a principios de 1937 el embargo de material de guerra con destino a España. La República mantuvo cordiales relaciones con la gran potencia, todavía dormida, pero poco pudo conseguir de ella en términos de apoyo, salvo el de naturaleza humanitaria. La estructura del proceso de internacionalización de la guerra civil se vio marcada, 110

pues, entre los países más importantes que hubieran podido ayudar a la República, por la timidez y la acumulación de constreñimientos. Sólo México saltó en defensa del gobierno republicano. La administración de Cárdenas no vaciló en suministrar todo el apoyo material que pudo, pero los envíos de armas eran por necesidad pequeños y la ayuda no compensó la sequedad de otras fuentes. Esta sequedad fue «organizándose» a partir del mes de agosto de 1936. A propuesta francesa, contando con la entusiasta aprobación británica, no tardó en diseñarse lo que ha dado en denominarse «política de no intervención». Con cierta rapidez, a dicha política fueron adhiriéndose formalmente hasta 27 países europeos, incluso aquellos (como las potencias fascistas) que no dudaban en seguir apoyando a los rebeldes. También lo hizo la Unión Soviética, cuyas relaciones con el gobierno de Madrid eran, en aquel momento, bastante tenues. Dicha política de no intervención cristalizó en la creación, en septiembre de aquel año, del comité del mismo nombre, con sede en Londres, cuya misión estribaba, fundamentalmente, en aislar el conflicto español y prevenir todo posible desbordamiento hacia el resto de Europa. Pero la política de no intervención no tardó en convertirse en una mera farsa, aunque lastró considerablemente los esfuerzos republicanos por conseguir armas y material. En estas condiciones, el proceso de internacionalización de la guerra civil discurrió, en sus comienzos, por tres vías. La primera fue la táctica seguida por las autoridades republicanas para contornear las limitaciones e imposiciones de la no intervención apelando al mercado negro de armamentos. Una red de agentes, primero individualizadamente, luego de forma más organizada hasta llegar a la constitución, a finales de 1936, de la Comisión Técnica Española, con sede en París, se desparramó por los países europeos (y americanos) menos insensibles a los acontecimientos de España con el fin de adquirir pertrechos y productos de la más variada índole que destinar al esfuerzo de guerra. Es necesario señalar que en este ámbito las autoridades francesas hicieron en numerosas ocasiones la vista gorda a ciertas limitaciones de los acuerdos de no intervención y no dudaron en prestar su cooperación para que el trabajo de los agentes republicanos pudiera desarrollarse con los menores impedimentos posibles. La política cambiante de cierre y apertura sucesivos de la frontera francoespañola permitió que al territorio republicano llegara abundante material, bélico y no bélico, aunque nunca con la fluidez y seguridad suficientes a las que la República creía tener derecho. La segunda vía estribó en la realización de un importante esfuerzo organizado, impulsado por los partidos comunistas asentados en la Europa occidental y, más específicamente, por el francés, para canalizar el entusiasmo antifascista hacia la guerra de España. Naturalmente, la Unión Soviética no fue ajena a tales operaciones, aunque en principio se mantuviera en cierta reserva. Así, desde el mes de septiembre de 1936 luchadores antifascistas probados (muchos con experiencia de la primera guerra mundial, otros con la conseguida en la pugna contra la 111

ascensión y triunfo de los regímenes fascistas), izquierdistas de coloración varia, parados, románticos y aventureros procedentes de poco más de medio centenar de países europeos, americanos e incluso asiáticos y africanos, pasaron a englobarse en las denominadas «Brigadas Internacionales», que hicieron por primera vez acto de presencia en los frentes de España a comienzos de noviembre de 1936. Las Brigadas Internacionales respondían no sólo a una decisión calculada de la Comintern sino también al amplio soporte que en la opinión pública mundial de izquierdas y antifascista generó la lucha por la defensa de las libertades en España contra lo que se estimaba una agresión impulsada por los regímenes fascistas, que entonces se acercaban a la cima de su poderío y que estaban dando al traste con el orden internacional anclado en las disposiciones de los tratados de paz que concluyeron la primera guerra mundial. La tercera vía por la que discurrió este inicial proceso de internacionalización fue la ayuda soviética a la causa republicana. Fue, ciertamente, un apoyo cauteloso y lento en producirse. Cuando se demostró de manera inequívoca que ni italianos ni alemanes estaban dispuestos a observar los principios de la política de no intervención, Stalin decidió participar activamente en la guerra civil española. Su embajada en Londres lo dio a entender con claridad, aunque en velado lenguaje diplomático, a principios de octubre de 1936. La ayuda directa soviética se materializó en el suministro de grandes cantidades de armamento, que la República necesitaba desesperadamente, y en el envío de un grupo selecto de «asesores». El apoyo se desgranó en funciones muy diversas: desde la participación en ciertos combates a la colaboración en la organización de la defensa republicana (a veces de forma hiriente); desde la instrucción a los miembros del Ejército Popular a la ampliación de la influencia soviética en España. Pero esta presencia (cifrada habitualmente en torno al millar de hombres, en rotación) no podía pasar, ni pasó, desapercibida y tuvo efectos contradictorios: reforzó los temores de aquellos países (Inglaterra en primer lugar) que divisaban en la inicial radicalización ocurrida en la España republicana el comienzo de un despeñamiento hacia el establecimiento de un régimen «rojo» y justificó, por otra parte, la continuada intervención de aquellas otras potencias y segmentos de la opinión pública occidentales que divisaban en la guerra civil la inevitable confrontación con el comunismo. Sobre los motivos de Stalin podría discutirse interminablemente. Pero uno de los factores que, sin duda, debieron animar su intervención en un teatro de operaciones tan lejano como era España estaba relacionado con su deseo de preservar el sistema de seguridad colectiva de la Sociedad de Naciones frente a las agresiones fascistas. En ello le guiaba el propio interés: si el sistema no funcionaba, difícilmente podría contar en un caso de apuro el joven Estado soviético con la ayuda de las potencias democráticas occidentales. Si la Alemania nazi dirigía codiciosas miradas hacia el Este, para Moscú la alternativa era clara: o se aliaba con aquéllas, a fin de frenar la temida expansión germana en busca de Lebensraum, o llegaba a un acuerdo de contención con Hitler, que no era fácil de perfilar ni de instrumentar en aquellos momentos. 112

Ante tal dilema, la intervención soviética en España no fue nunca demasido activa ni implicó riesgos que pudieran poner en peligro los objetivos de la política exterior de Stalin. En esta situación global, ambigua para la República, el mantenimiento y la escalada de la intervención germano-italiana en favor de Franco tuvieron efectos muy importantes. Las potencias fascistas perseguían, aparte de metas ideológicas obvias (quizá más claras en el caso mussoliniano), intereses geoestratégicos evidentes que coincidían en el deseo común de debilitar la posición francesa en el Mediterráneo occidental. La intervención alemana era, ciertamente, la más espectacular y la que más interrogantes proyectó en la escena internacional, pero, retrospectivamente, sus motivos principales eran simples: Hitler impulsaba, todavía, una política exterior relativamente racional y si la afirmación de un régimen izquierdista favorable a Francia y apoyado por ella robustecía a esta última y permitía que España saliera de su neu

ANTH ROPOS/39

113

ca de escape a las responsabilidades gubernamentales de las potencias democráticas occidentales. El pronunciamiento había fracasado, ciertamente. La división de las fuerzas armadas españolas había contribuido a convertir en guerra civil la incapacidad de los sublevados para asestar un rápido golpe mortal al Estado republicano. Pero fue la intervención extranjera en favor de los rebeldes lo que, más que ningún otro factor, contribuyó a enderezar la balanza. De lo contrario, con el recurso al material extranjero, cuya compra difícilmente podría haberse impedido a un gobierno legítimo y reconocido internacionalmente, no hubiese sido improbable que la República, tarde o temprano, hubiese dado al traste con una sublevación aislada y carente de apoyos exteriores. La agresividad de las potencias fascistas y el apocamiento de los países democráticos destruyeron tal posibilidad. Y ésta no es, a su vez, comprensible sin tener en cuenta la política de «apaciguamiento» impulsada por Inglaterra hacia las reivindicaciones alemanas e italianas, que encontraba su origen en una meditación un tanto miope de los intereses británicos. La política exterior francesa, de «decadencia», según ha sido reiteradamente caracterizada, se plegó a los designios ingleses y la España republicana terminó pagando los platos rotos. En consecuencia, la guerra civil española ha de integrarse íntimamente en la dinámica de las relaciones intraeuropeas del período. Son éstas las que delimitaron su marco externo, las que proyectaron influencia sobre la evolución de las acciones de los contendientes, las que favorecieron a unos o a otros según las circunstancias y las que, en definitiva, permitieron que un golpe de fuerza fallido se transformara, irremediablemente, en larga y cruenta guerra civil. El proceso de internacionalización tralidad tradicional, cabía contar con que las posibilidades alemanas de debelar rápidamente al primer enemigo a abatir en el Oeste se vieran dificultadas. Sobre estas reflexiones estratégicas incidieron después consideraciones de prestigio, a las que Mussolini era muy sensible. La ayuda de ambas potencias a Franco no fue muy amplia, desde luego, en los primeros meses de la guerra (después se intensificaría notablemente, sobre todo a partir del reconocimiento común del gobierno de Burgos el 18 de noviembre de 1936, aunque Guatemala y El Salvador se les adelantaron en diez días), pero desempeñó dos papeles esenciales: a) Conectó a los sublevados con importantes fuentes exteriores de aprovisionamiento y estímulos. b) Aumentó extraordinariamente la complejidad de las relaciones intraeuropeas de la época. 114

En particular, la intervención nazi hacia el sur provocó una cierta consternación en el gobierno francés y, secundariamente, en el británico. Por primera vez, en efecto, un Tercer Reich en expansión, que luchaba por sacudirse de las trabas de Versalles, daba un zarpazo en una zona lejana a su tradicional —e implícitamente reconocida— esfera de influencia. Frente a la timidez y reticencias de las potencias democráticas occidentales los regímenes fascistas fueron desarrollando una actitud crecientemente agresiva y de apoyo descarado a Franco, lo que no descartaba vacilaciones muy frecuentes. A la vez, en los campos de batalla de España forjaban lo que no tardaría en convertirse en unidad de destino ulterior. El denominado «Eje» entre el Tercer Reich y la Italia mussoliniana empezó a materializarse, en efecto, en octubre de 1936. Así, pues, el proceso de ¡nternacionalización de la guerra civil en sus comienzos no puede enjuiciarse por la mera comparación —como se ha hecho en numerosas ocasiones por autores proclives a los sublevados— entre los suministros extranjeros relativos recibidos, de una u otra parte, por los contendientes. Su significación radica, más bien, en la dinámica generada por la asimetría inserta en dicho proceso. El apoyo externo dio alientos a los sublevados, proyectó indirectamente a Franco (que es quien lo recibía) hacia las cumbres del poder, inyectó una vena de justificación ideológica «moderna» (y homologable con la que parecía estar en ascenso en Europa) a un pronunciamiento fracasado, ayuno de cualesquiera principios que no fuesen estrictamente «anti» o «retrógrados», y favoreció el primer gran reconocimiento internacional del régimen que iba alumbrando el general Franco. No hay comparación histórica posible entre el abierto apoyo, de Estado, que prestaron a aquél las potencias fascistas y las ayudas, más o menos encubiertas, que Francia y otros países occidentales (pocos) otorgaron, más o menos vergonzantemente, a la República. La no intervención oficializó la farsa. Ya para el otoño de 1936 las asimetrías destacaban violentamente. Por un lado, las fuerzas franquistas se veían reforzadas por soldados alemanes (en torno a un millar) extraídos del ejército, de la marina y de la renovada aviación. El envío de la denominada Legión Cóndor, con unos 4.000 hombres en rotación, se anunció a Franco a principios de noviembre de 1936. Todos ellos contribuyeron a forjar un nuevo ejército. Y, por otro lado, unidades regulares y de milicias italianas empezarían a arribar en gran número a España (unos 15.000 hombres) a finales de aquel año y comienzos de 1937. Todos llevaban consigo equipamiento y medios bélicos propios, a la vez que por innumerables canales Alemania e Italia atendían a las solicitudes de suministros que les dirigían los sublevados. Frente a ello se encontraba una República que emergía de un intenso proceso de disolución de la autoridad central, que había cometido enormes errores tácticos y de organización, que chocaba con la reticencia, cuando no con la incomprensión, internacionales y que recibía, por la puerta falsa, armas y hombres del exterior en una dinámi 40/ANTHROPOS 115

En la segunda mitad de 1936 y gran parte de 1937 el conflicto de España ocasionó, sin duda, grandes preocupaciones entre las potencias. Cómo limitar los riesgos de su desbordamiento sobre el frágil sistema de seguridad colectiva y cómo evitar un creciente deslizamiento de aquéllas en el torbellino español fueron objetivos esenciales de quienes como los gobiernos británico y francés, deseaban mantener, aunque con retoques concedidos de antemano a Hitler y a Mussolini, el statu quo. Para 1938, sin embargo, la guerra civil española había retrocedido en la atención internacional. En el año del Anschluss de Austria y de la crisis de los Sudetes, cómo contener la expansión alemana en Centroeuropa y llegar a establecer un modus vivendi con los dictadores fascistas —sin que ello implicara otorgar a la Unión Soviética un mayor peso específico en la política internacional del período— pasó a obsesionar a las autoridades de Londres y, secundariamente, de París. Al final, la indiferencia hacia el destino de la República (indiferencia que ésta se negaba a aceptar: tercamente según algunos, ingenuamente según otros) y el continuado apoyo a Franco de Hitler y Mussolini decidieron el proceso de internacionalización. En esta dinámica, la actuación del Comité de No Intervención londinense generó más tinta, fintas diplomáticas e hipocresía que resultados y la Sociedad de Naciones, a cuyas reuniones anuales del Consejo acudían los más cualificados representantes republicanos, poco pudo hacer sino contemplar impotente cómo las decisiones que afectaban a la 116

guerra civil se tomaban en las cancillerías de las más importantes potencias europeas sin dar juego a ninguno de sus mecanismos. Con ello su desprestigio quedó consolidado. En 1937 el agente más «dinámico» de la política de no intervención fue, sin duda, Inglaterra, que continuó presionando a Francia para que no abandonara dicha línea de conducta, aprovechándose del temor de los franceses a quedarse solos frente a Hitler. Y no sorprende, pues, que cuando el embajador de Mussolini en Londres y representante en el Comité, Diño Grandi, proclamara abiertamente el 23 de marzo de aquel año, tras la derrota de Guadalajara, que por supuesto había tropas italianas en España y que no se retirarían hasta la victoría, tal afirmación apenas fue tomada en consideración por tan ilustre areópago de políticos, funcionarios y mediocridades. La ayuda italo-germana continuó sin penetrar en el Comité, cuya única medida había sido adoptar el 16 de febrero una resolución que extendía la no intervención al reclutamiento, tránsito y salida de no españoles que intentaban combatir en España. Esto afectaba en primer lugar a las brigadas internacionales, ya que en el envío de unidades militares regulares y de milicias por parte de las potencias fascistas difícilmente se haría caso de tales buenos deseos. El 20 de abril se puso en práctica un complejo plan, aprobado el 8 de marzo, para controlar puertos y fronteras. Y, de hecho, patrullas navales enviadas por Inglaterra, Francia, Alemania e Italia empezaron a vigilar las costas para evitar conculcaciones de la no intervención. Pero, quizá no paradójicamente, las potencias fascistas se encargaron de prestar servicio en las costas mediterráneas. Tras numerosos incidentes (caso del Deutschland, bombardeo alemán de Almería), Hitler y Mussolini se retiraron temporalmente de un control burdo e ineficaz para abandonarlo en el mes de julio, en tanto que el nuevo primer ministro británico, Neville Chamberlain, abanderado del «apaciguamiento», trataba de contemporizar una y otra vez, sin duda con el deseo de mejorar por todos los medios las relaciones anglogermanas. La única «victoria» que en esta dramática fase pudo apuntarse la República fue la no concesión de los derechos de beligerancia a ambos contendientes, medida sugerida por las potencias fascistas y que hubiera supuesto el fin de los controles y obligaciones de la no intervención para las partes en litigio. Ciertamente, el no reconocimiento de tales derechos se debió tanto a las presiones republicanas sobre Francia como a los temores ingleses de que ello provocase fricciones con el tráfico marítimo británico. Mientras tanto, la marina de Franco había ido estableciendo un bloqueo en torno a las costas del Mediterráneo que produjo, cuando menos, dos efectos: desestimuló la ayuda soviética (que hubo de discurrir por la frontera franco-española, más cerrada que abierta al tráfico según los vaivenes de la política de los gobiernos de París) y desincentivó el ritmo de suministros que recibía la República. Para que no quedara duda de cuáles eran los fines perseguidos, en el verano de 1937 (cuando el Vaticano reconoció a Franco) submarinos no identificados, pero italianos, sostuvieron una intensa campaña de ataques contra los buques que aprovisionaban la España republicana. Las víctimas fueron numerosas, incluidos barcos británicos, y esto indujo a que 117

Chamberlain no se opusiera a una iniciativa francesa para reunir una conferencia, celebrada del 10 al 14 de septiembre en Nyon (Suiza), a tenor de cuyas decisiones se preveían acciones navales para destruir todo sumergible que atacara o hubiese atacado a buques mercantes no españoles. Alemania e Italia no asistieron a la conferencia pero poco más tarde los incidentes cesaron como por ensalmo. Se ha afirmado que Nyon fue la única ocasión en que las potencias democráticas occidentales dieron signos de firmeza, y quizá sea cierto. Pero Nyon ha de situarse en el contexto de la enloquecida política de apaciguamiento de Chamberlain y, en particular, de sus intentos por llegar a algún tipo de acomodo con Mussolini. Para entonces, una evidente admiración del fascismo se extendía —con muchas excepciones, es cierto— en los círculos dirigentes británicos, y si Londres se decidió a apoyar la iniciativa francesa ha de entenderse que ello fue también por la preocupación que le inspiraba la seguridad del Mediterráneo, al fin y al cabo yugular del imperio. La marcha hacia Nyon había estado llena de sobresaltos: en numerosos incidentes muy espectaculares (de los cuales dos fueron todo un símbolo: Guadalajara y Guernica) se había puesto de manifiesto que en España operaban fuerzas regulares o unidades orgánicas de los Estados fascistas, que hacían la guerra a la República. Los intentos — desesperados— del gobierno republicano por hacer ver a las democracias, y en particular a Inglaterra, que la agresión había de ser parada en España, so pena de alentar aún más a los dictadores, toparon con un muro de incomprensión. Al gobierno de Londres lo único que parecía interesarle era que los alemanes no obtuvieran bases permanentes en España después del conflicto y, en el ínterin, que el débil régimen franquista no desviara demasiadas materias primas (de las que solían ir a parar tradicionalmente a Inglaterra, sobre todo, mineral de hierro) hacia Berlín. Tras Nyon el desbordamiento de la guerra civil era ya menos verosímil y, en consecuencia, el interés internacional decreció. Por otro lado, el fracaso de la ofensiva republicana en Brúñete y la pérdida del frente norte señalaban que, lenta pero inexorablemente, las tornas se volvían contra la República. Entonces empezaría en serio la búsqueda del acomodo con Franco: Inglaterra no tardó en despachar, en noviembre, a un agente oficioso, sir Robert Hodgson, hacia Burgos. Algunos países siguieron, más pronto o más tarde, su ejemplo: Japón y el Manchukuo reconocieron a Franco en diciembre. Yugoslavia lo había hecho de facto en octubre. A finales de año hubo un canje de notas con Uruguay y en los últimos días de marzo de 1938 Grecia, Turquía y Rumania procedieron también a un reconocimiento de facto del régimen franquista. De entre las grandes potencias sólo Francia y Estados Unidos permanecieron inconmovibles (aunque desde la primera se hicieran discretos sondeos para enviar otro agente, que no prosperaron). Tras la pérdida del Norte la República cometió un error estratégico que le costaría caro: incapaz de entender que no lograría volver a avivar, fuera de límites muy estrechos, el interés extranjero por su causa, se empecinó en una serie de grandes operaciones militares convencionales y muy ortodoxas que la desangraron inútilmente. Para entonces la superioridad de fuego y de aviación de las tropas franquistas era evidente y no existían 118

obstáculos insalvables a su reforzamiento. Con un ininterrumpido apoyo alemán e italiano en hombres y en material (la Legión Cóndor había renovado ya casi todos sus aparatos, adoptando máquinas muy modernas para la época), el montaje de ofensivas masivas desarrolladas con todo el arte de los ejércitos regulares más conservadores estaba condenado al fracaso y exponía a un continuo desgaste a tropas experimentadas, difícilmente sustituibles. El fracaso en Teruel y la acometida franquista en el Alfambra pusieron una vez más de manifiesto la precariedad republicana, aunque no se carecían de ciertos datos estimulantes, si bien no públicos. El 14 de febrero de 1938 Molotov comunicó al embajador español en Moscú, doctor Marcelino Pascua, que el Kremlim accedía a reanudar con la mayor rapidez posible los suministros de aviones, en especial de bombarderos. Por otro lado, los rusos deseaban que los ministros comunistas españoles desaparecieran del gobierno (había dos desde septiembre de 1936) y que Negrín formase su futuro gabinete con socialistas y republicanos, competentes y enérgicos, que permitieran ampliar el margen de maniobra internacional que necesitaba desesperadamente la República. Poco más tarde, Stalin concedía a ésta un crédito de 70 millones de dólares, del cual sólo la mitad estaba respaldada con oro (del poco que ya quedaba en Moscú, una vez que Largo Caballero y Negrín hubieran cursado numerosas órdenes de venta desde febrero del año anterior). Mientras la ofensiva franquista avanzaba incontenible, Negrín, en rápida visita a París del 12 al 14 de marzo, conseguía de León Blum (que formaba un segundo gobierno efímero) la reapertura de la frontera franco-española y pronto grandes cantidades de material de guerra, que veían obstaculizado su tránsito, se vaciaron en la España republicana. Sin embargo, en una dramática sesión del Comité Permanente de la Defensa Nacional del día 15 los dirigentes franceses examinaron y rechazaron la posibilidad de intervenir directamente en España. A pesar de las simpatías de Blum y de Paul-Boncour, su ministro de Asuntos Exteriores, asombrados de hasta qué punto la influencia británica había llegado a condicionar la política francesa hacia el conflicto, el miedo a una guerra contra Italia y Alemania, la impreparación

denció que la República carecía de margen de maniobra exterior. El destino de una nueva propuesta, del 5 de julio, del Comité de No Intervención sobre control naval que favorecía a los franquistas y fue displicentemente rechazada por éstos puso de manifiesto, por lo demás, que la guerra civil ya no estaba en primera línea de la atención internacional. Frente a este entorno, no quedaba más remedio que resistir. Pero se mantuvo una 119

línea que ya había resultado improductiva. La ofensiva sobre el Ebro, acometida con la frontera cerrada y con grandes dificultades para recibir nuevos envíos de material o para trasladar hacia España el que se adquiría más o menos subrepticiamente en el mercado negro, se saldó, tras cruentos combates, con un nuevo fracaso. Éste fue, sin duda, más rotundo y de consecuencias más profundas que las que implicaba el retroceso militar. Desconcertado por la acometividad republicana, Franco no dudó en echar toda la carne en el asador y en ceder a las presiones alemanas sobre ciertos temas económicos para garantizarse un suministro fluido de armas y material. También se intensificó el diálogo con Italia, con la que a finales de verano se llegaba a otros significativos acuerdos de aprovisionamiento. Así, mientras la República se desangraba inútilmente en el Ebro, Franco establecía las bases para una nueva ofensiva por su parte, mucho más devastadora que la del Alfambra. La asimetría del contexto internacional del conflicto era ya abrumadora. Hacia el fin militar de Francia y el temor a quedarse cortados de Gran Bretaña desaconsejaron a los franceses toda escalada en la delicada situación española. Este fue el punto más audaz al que llegó la política francesa, la cual, tras las emociones despertadas por el Anschluss en marzo, se orientaba hacia un acercamiento con Italia para, al igual que hacía Inglaterra, despegarla en lo posible de Alemania. Está hoy suficientemente claro que la postura francesa, en particular durante el gobierno Daladier (desde abril de 1938), estribaba en profundizar la relación con Inglaterra, precisamente cuando la política de Chamberlain empezaba a alcanzar sus más altas cotas en el camino del apaciguamiento. Una semana tras el Anschluss el primer ministro británico no ocultaba que Franco estaba ganando la guerra gracias a la ayuda alemana e italiana, que los soviéticos trataban de meter a Inglaterra en una guerra contra Alemania y que no cabía, en consecuencia, apoyar a Francia en el cumplimiento de sus obligaciones frente a Checoslovaquia o dar a esta última garantía alguna. El temor al Tercer Reich lo paralizaba todo y le inclinaba a mostrarse amable con Mussolini. Si ya se disponía a regalar Checoslovaquia a Hitler, difícilmente iba a endurecer su actitud a causa de la España republicana, por la que no sentía la menor simpatía. Que el horizonte no se dibujaba rosado para la República lo mostraron los acuerdos anglo-italianos del 16 de abril, que se suponía no entrarían en vigor hasta que no se arreglase la cuestión española. Dichos acuerdos fueron acompañados de un canje de cartas en el que el gobierno de Mussolini aceptaba una propuesta británica para una evacuación proporcional de los voluntarios extranjeros y confirmaba que al término de la guerra civil no quedarían en España soldados italianos. Implícitamente, Londres reconocía que, mientras tanto, podrían permanecer en ella. A medida que la evolución militar tomaba un curso desfavorable para la República, el único país (Francia) que por lo menos no la amenazaba, adoptaría una actitud bamboleante, presionado por Gran Bretaña. Así, el 13 de junio de 1938 la frontera franco-catalana dejó de ser permeable. Fue un duro golpe que los dirigentes republicanos 120

sintieron tanto más cuanto que Daladier y Bonnet (su ministro de Exteriores) se habían para entonces comprometido con ellos a no hacer nada hasta una fecha ulterior. Según comunicó Daladier a Pascua, nuevo embajador republicano en París, el cierre de la frontera se debía a incitaciones del gobierno británico, con el que era indispensable estar en buen acuerdo para capear la situación en Checoslovaquia. No cabía, desde luego, esperar cosas muy diferentes. El avance franquista hacia Levante, cortando en abril en dos partes el territorio republicano, la inacción de la escuadra (salvo el combate en que fue hundido el Baleares) y el derrumbamiento de la División 43, con su obligado paso de la frontera, habían producido en Francia gran impresión, tanto en medios periodísticos como políticos. En éstos se apreciaba, además, otro tipo de factores: las reservas, que empezaban a exteriorizarse, sobre la eficacia, estimada corta y tardía, de la ayuda soviética y la sorpresa, muy grande, sobre el escaso volumen de material de guerra de tal procedencia que había pasado en tránsito la frontera durante el período en que la apertura había funcionado a pleno rendimiento. En tales circunstancias la postura de Chamberlain aparece tanto más criticable, aun en la línea del apaciguamiento, cuanto que además de darse cuenta de toda la importancia internacional de la guerra civil, preveía una larga resistencia por parte republicana, cuya moral no le parecía abatida. Para entonces proliferaban los rumores sobre «mediación» y «armisticio» en el conflicto español, y el 20 de junio de 1938 el ministro de Estado Álvarez del Vayo señaló que el gobierno republicano estaba decidido a replicar a los continuos bombardeos sobre poblaciones civiles y que, preocupado por evitar sufrimientos a los españoles, trasladaría su respuesta a los lugares mismos de donde emanaban aquellas acciones, es decir, al extranjero. Implícitamente se apuntaba hacia Italia. La reacción franco-británica fue de duro distanciamiento y evi 42/ANTHROPOS

121

En tanto que Franco mejoraba sus posibilidades de futuro, Negrín —que trataba secretamente de entrar en contacto con círculos adversarios para llegar a algún tipo de paz negociada— explicaba con toda claridad que las agresivas iniciativas alemanas en Europa estaban determinadas, esencialmente, por la inhibición de los potencias democráticas occidentales. Así ocurría, según él, en el caso español, que no era indisociable del problema checoslovaco. Tras ello aleteaba la idea de que, en la medida en que la resistencia republicana no desfalleciera, cabría contar con ella como un poderoso elemento del sistema defensivo de las democracias. La política negrinista descansaba en el supuesto de que, ante la amenaza del Tercer Reich, tarde o temprano las democracias terminarían oponiéndole una voluntad firme. Para Negrín, y para muchos, la guerra española —en su dimensión internacional— no era sino un preludio de la europea. En la crisis de Munich se puso de manifiesto la fragilidad de tales percepciones. La actitud franquista sufrió incomprensibles retrasos y fue extremadamente inhábil a la hora de poder aprovechar su postergada declaración de neutralidad en un eventual conflicto europeo, lo que molestó a alemanes e italianos casi por igual. Tampoco, sin embargo, parece que fuese mucho más inteligente la actitud de Negrín, hasta ahora no documentada fehacientemente en la literatura. En la madrugada del 28 de septiembre, víspera del acuerdo de Munich, comunicó a Pascua que no creía que se produjeran 122

movimientos bélicos en Europa, pero que debía informar a Daladier de que la actitud del gobierno republicano, en relación con el francés u otros, sería la de acomodarse a las disposiciones del pacto constitutivo de la Sociedad de Naciones. El embajador, en el período de gestación de la crisis, había carecido de instrucciones precisas, y éstas, cuando le llegaron, fueron incomprensibles o rígidas. No están claras las razones que impulsaban al presidente del Consejo a obrar de esta manera: el anuncio, en Ginebra, el 21 de septiembre, de que la República retiraría unilateralmente a los voluntarios extranjeros que aún combatían bajo su bandera había causado gran impresión, pero resulta difícil pensar que Negrín creyese que la reacción internacional al desmembramiento de Checoslovaquia podría ser canalizada con eficacia por los mecanismos de la Sociedad de Naciones. En general se ha afirmado que la solución de Munich condenó a la República. Y, ciertamente, en la medida en que de haberse producido entonces un conflicto general quizá se hubiera establecido una conexión con el español, es evidente que ello no favoreció a los republicanos. A pesar de la renovación del apoyo soviético (materializado en la concesión, en agosto, de un crédito de 60 millones de dólares —cuya formalización y ejecución se reservó Negrín— y en el envío de más suministros bélicos a finales de año), la intensa ofensiva sobre Cataluña desmoralizó la resistencia republicana. Previamente, tras varias semanas de forcejeo, el gobierno británico, humillándose un poco más, había aceptado que la retirada italiana de 10.000 «voluntarios» cumplía los requisitos del acuerdo con Mussolini del 16 de abril, que entró en vigor el 16 de noviembre. Naturalmente, las democracias reaccionaron a la nueva crisis checoslovaca cuando el 15 de marzo las tropas alemanas ocuparon lo que quedaba del desmembrado país. La política de «apaciguamiento» había fracasado y Hitler mostraba que no era posible creer en sus promesas. El acuerdo de Munich, que había aspirado a preservar la paz en Europa, se revelaba ahora como una candidez más de las democracias, a menos de seis meses tras su conclusión. Empezaba la reacción. El 23 de marzo Polonia declaró la movilización parcial y tres días más tarde rechazaba, con toda claridad, las pretensiones alemanas. Alarmado y humillado, el 31 de marzo Chamberlain se decidió, por fin, a iniciar el giro de su política anterior. La garantía entonces extendida a Polonia fue rápidamente asumida por Francia y no tardó en ampliarse a Rumania, Grecia y Turquía. La contención de los dictadores fascistas adoptaba ya formas concretas que implicaban la posibilidad de intervención efectiva de las democracias en los conflictos que originara en el futuro la expansión germanoitaliana. Todo esto llegaba demasiado tarde para la República. Incluso antes del nuevo zarpazo hitleriano en lo que quedaba de Checoslovaquia, ante el XVIII Congreso del PCUS Stalin había extraído el 10 de marzo las consecuencias del fracaso de la no intervención y, con una afirmación sibilina («por nuestra parte, nosotros nos relacionaremos tanto con los agresores como con sus víctimas»), abierto el paso al posterior acomodo con Hitler. 123

Pero en España el desmoronamiento y la desmoralización republicanos habían minado la voluntad de resistencia. El 27 de febrero Inglaterra y Francia habían reconocido a Franco. Otros países, incluidos los Estados Unidos, siguieron el ejemplo. El Estado republicano se vio, así, privado de una de sus más importantes cartas en la escena internacional, y poco más tarde el golpe de Casado hizo el resto. Franco había ganado la guerra intensificando su orientación hacia las potencias fascistas, en particular hacia Alemania. Ya el 31 de julio de 1938 se había firmado un acuerdo de cooperación policial. El 24 de enero se concluyó un convenio cultural bastante amplio. El 27 de marzo se firmó la secreta adhesión española al acuerdo anticomintern (establecido por Alemania, Italia y Japón) y cuatro días más tarde la España «nacional» y el Tercer Reich daban a conocer un convenio de amistad. En el futuro los vencedores habían de hacer frente a las repercusiones de la inseguridad internacional, lastrados por los compromisos, tácitos o expresos, del pasado. Los derrotados que no se hubieran exiliado se enfrentaban por su parte a la cárcel, la humillación o la ejecución. (Ángel Viñas, Guerra, dinero, dictadura. Ayuda fascista y autarquía en la España de Franco, Barcelona, Crítica, 1984, pp. 21-38.) Dejamos que el lector saque sus conclusiones. Pero nos parecen muy válidas las reflexiones de A. Machado y que la historia posterior ha confirmado. El conjunto de Europa se ha de replantear múltiples cuestiones sobre sí misma, sus relaciones internas y particularmente sobre España. Igualmente nosotros hemos de poner en cuestión determinadas posturas de política internacional, el carácter absoluto de determinados conceptos y tesis que refrendan los pueblos y los Estados. Los intereses de clase y la ideología con el bienestar y el progreso general de todo el conjunto de la colectividad nacional e internacional. Es preciso recordar para saber y para pensar. Los cambios y las propuestas innovadoras sólo pueden aparecer como verificación concretados sobre los hechos históricos profundamente investigados y asumidos. Aportamos, a continuación, algunos elementos de los escritos y sentencias de A. Machado como cierre y referencia a la mutua imbricación de la guerra y la paz. Lo importante es destacar que el fondo del tema consiste en sacar a la luz la intención de los proyectos materiales que se ha decidido realizar. En definitiva, ¿quiénes son la fuente que da sentido y consistencia a la guerra y a la paz? Si la vida es la guerra, decía Juan de Mairena, ¿por qué tanto mimo en la paz? Pero nada hemos de concluir contra el sentido cordial de la vida. Existen afectos humanos muy profundos, cariños paternales, filiales y fraternos, que, aun confinados en los estrechos límites de la familia, son depósitos sagrados, cuando no fecundos manantiales de amor. De ningún modo hemos de envenenarlos o contribuir a que se aminoren y extingan. Debemos confesar, sin embargo, que son insuficientes, no ya para asegurar la paz, la cual —digámoslo de pasada— es poca cosa por sí misma, y, asentada sobre la iniquidad, muy inferior al estado de guerra, sino para asegurar la amorosa convivencia humana. Y no sólo son insuficientes, sino tales como aparecen, negativos. La familia, esa célula social a que aludía Augusto Compte, cuando carece de un sentido religioso, quiero 124

decir de un sentido cordial de radio infinito, aunque trascienda por mera analogía de los vínculos más estrechos de la sangre, tiende a encerrarse en un contorno arisco, y a constituirse en entidad polémica, en la cual el egoísmo aparece más acusado que en el mero individuo. Y, siguiendo esta ley, son más peleonas las tribus que las familias, las ciudades que las tribus, las naciones que las ciudades, las federaciones de potencias que las naciones mismas, y cuando todos los hombres de un continente o de una raza se unan bajo una misma bandera o un mismo color, constituirán los más abominables equipos de pelea, dispuestos a tomarse—como decía Don Quijote— con los hombres de otros continentes o de piel diversamente colorida. Tienden los hombres al homicidio en masas cada vez mayores, y para ello perfeccionan hasta lo infinito la asnal quijada abelicida; que en esto consiste el tercio, por lo menos, de lo que suele llamarse fecundas actividades de la paz. Y ello es tan perfectamente lógico como profundamente monstruoso. Lo que se extiende y se generaliza, lo que se objetiva y, en cierto modo, se racionaliza, lo que tiende a totalizarse, no es el sentido fraterno de la vida, el amor de hombre a hombre y, en cierto sentido, el culto al hombre esencial, al hombre como capaz de libertad y de superación de sus fatalidades zoológicas, sino estas fatalidades mismas, a saber el egoísmo genésico y la voluntad de perdurar en el tiempo, con desdeño de toda espiritualidad, su apego al interés material de la especie, y, sobre todo, su capacidad para la pugna biológica y para el trabajo puramente cinético. Sé muy bien lo que digo, aunque acaso no acierte a expresarlo con entera justeza. Una enorme oleada de cinismo, o si os place mejor, de realismo, nos arrastra a todos. La labor dominante de la cultura occidental —sin excluir ni a su ciencia ni a su arte ni a su metafísica— tiende a despojar al hombre de todos sus atributos divinos. ¡Perdón! Cuando digo divinos quiero decir humanos, aquellos por los cuales el hombre excede o se diferencia de otros grupos zoológi

eos enteramente sometidos a sus fatalidades orgánicas. Y en esta corriente tan esencialmente batallona, que es la guerra misma, ¿cómo pensar que la guerra, ni aun la totalitaria, puede ser enfrenada? Sin la tendencia de sentido contrario, a saber: la amorosa, la ascética, la contemplativa, la espiritual, de la cual sacamos toda nuestra retórica y muy poco de nuestras realidades efectivas, es muy difícil que lleguemos a intentarlo siquiera. Perdonad que me haya apartado tanto del tema concreto que me propuse tratar: las bombas criminales sobre las ciudades abiertas. Porque escribo a la luz de una vela, en plena alarma, y son estas mismas aborrecibles bombas, que están cayendo sobre nuestros techos, las que me inspiran estas reflexiones. (A. Machado, «Desde el mirador de la guerra. Para el congreso de la paz», La 125

Vanguardia, 23 julio 1938, en Monique Alonso, op. cit., pp. 357-8.) I Casi todo cambia —habla Juan de Mairena a sus alumnos—, sin que eso quiera decir que, como suelen pensar los viejos progresistas, casi todo haya de mejorar con el tiempo, sin que tampoco ello nos obligue a afirmar lo contrario, a saber, que el cambio en el tiempo sólo supone desgaste y deterioro; porque también en el tiempo florecen los rosales y maduran las brevas. Casi todo cambia, amigos míos, y no digo todo, a secas, por quitar rotundidad y absolutez a mis afirmaciones, y, además, porque hay gran copia de hechos insignificantes, como el de haber nacido en viernes, por ejemplo, que los mismos dioses no podrían mudar. Son estos los hechos por cuya averiguación se pirran los eruditos, ansiosos de verdades inconmovibles y que nosotros desdeñamos con demasiada frecuencia. Casi todo cambia; digamos mejor que cambia todo lo importante y profundo; y lo que parece quedar como inmutable es puro'símbolo. Así pensamos al menos los hombres de fe heraclitana, contra el célebre aforismo goethiano que parece afirmar todo lo contrario. Y lo que está más sometido a cambio, amigos míos, es lo que solemos llamar el pasado histórico, el cual, en cuanto vive en nuestras almas, es decir, en cuanto es algo, claro está que cambia, además y necesariamente, en función de lo que esperamos o tememos del porvenir. De suerte que lo más modificable, lo más revisable y, en cierto sentido, lo más reversible es todo aquello que creíamos cumplido y consumado definitivamente en el tiempo. Quedan, en cambio, y se sobreviven, las palabras, los signos con que ayer señalábamos algo muy importante, que es hoy muy otra cosa. Bien hacía el príncipe Hamlet en desdeñar las palabras. El sabía, sin embargo, que nada hay en la vida del hombre que dure tanto como ellas. II hubiera añadido: «Claro está que el pobre inglés que se gloriaba de tener a Shakespeare en su familia no sería, a su vez, de ninguna de las ilustres familias que mantienen hoy la política de no intervención en España». III De la política inglesa —sin excluir a la conservadora— se ha dicho frecuentemente que es una política democrática. Se ha dicho, siempre con alguna reserva, mas nunca sin alguna razón, porque, al fin, todo es relativo. Es extraño, sin embargo, que se siga diciendo todavía; cuando de esa política aparece totalmente eliminado el demos, es decir, las diecinueve vigésimas partes de la total Albión. Si encontráis alguna exageración en mis palabras, pensad que yo incluyo en ese demos eliminado a una gran parte de la burguesía, puesto que también se dice, sin bordear demasiado la contradictio in adjeto, que hay democracias burguesas o burguesías democráticas. En suma, como decía Mairena, que las cosas pasan y se mudan mucho antes que las palabras con que las designábamos. Un ejemplo de la dureza, impermeabilidad y resistencia de las palabras a los embates del tiempo, nos lo da esa política francesa de no intervención en España, tan semejante a la de Mr. Chamberlain, y que ha sido, al fin, la política del ¡Frente Popular!, con M. Blum, ¡un socialista!, a la cabeza. (Claro que M. Blum ha cohonestado su conducta haciéndonos comprender que él propuso y defendió una verdadera —y no 126

ficticia— no intervención en España, porque él ignoraba —aunque no lo dijo, es fuerza suponerlo— lo que sabía todo el mundo: que dos de las grandes potencias no intervencionistas eran, precisamente, los invasores de la Península ibérica.) IV Asusta pensar hasta qué punto pueden los hombres propugnar la paz y trabajar para la guerra futura, defender el orden social establecido y contribuir a su más implacable subversión; aterra pensar cuánta es la fe de la política europea en la retórica mala, en la virtud de las palabras horras de todo contenido, como parapetos defensivos contra las realidades futuras, como banderas para alistar incautos, o como armas arrojadizas con que achocar al adversario. (A. Machado, «Atalaya. Desde el mirador de la contienda», La Vanguardia, 9 agosto 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 368-70.) La cuestión shakespearíana —sigue hablando Mairena a sus alumnos—, la de si hubo o no hubo en tiempos de la reina Isabel un llamado Shakespeare que escribió tantas maravillas, parece responder a que no faltó en Inglaterra un hombre a quien estorbara la gloria de Shakespeare, y que, no pudiendo destruir la obra inmortal, la tomó con su autor, para demostrarnos que aquel hombre tan grande ni siquiera había existido. Si esta versión, un tanto gedeónica, no os satisface, buscaremos otra más seria y verosímil. Por ejemplo: hubo un inglés que quiso dar a roer cebolla, como vulgarmente se dice, a un compatriota suyo que se jactaba de tener en su familia un tal Shakespeare que había escrito Hamlet. Y engendró la cuestión shakespeariana, para demostrarle que ese Shakespeare no fue un gran poeta, sino un burgués insignificante que no escribía mejor que su portera. Afortunadamente (para que no siempre las malas personas se salgan con la suya), sabemos de Shakespeare, del hombre Shakespeare, tanto como muchos clásicos ingleses de cuya existencia nadie ha dudado todavía. Así hablaba Juan de Mairena a sus alumnos. En nuestros días, 44/ANTHROPOS

127

Un pensamiento guía todo el fondo de su reflexión: «Asusta pensar hasta qué punto pueden los hombres propugnar la paz y trabajar para la guerra futura, defender el orden social establecido y contribuir a su más implacable subversión...». Todo ello tiene como resultado el vaciado de la palabra, su perversión y que al vencedor lo haga y convierta en tal el vencido. ¿Por qué? ¿Por qué se realizan proyectos contrarios a aquellos que expresan los discursos y sus aparentes buenas intenciones? Hay una respuesta muy sencilla, pero de hondas consecuencias, que necesitaría amplio desarrollo teórico y experimental: todos estamos trabajando para una clase privilegiada. Vivimos en el orden general del salario y la delegación ingenua y desentendida de los auténticos y reales problemas afectantes de la realidad social y del proceso histórico. La realidad puede ser otra, pero si efectivamente se cambia su óptica, su perspectiva, su proyecto social. Antonio Machado está vivo y presente en su «palabra en el tiempo»: en su pensamiento y realidad apócrifa, por su compromiso con los expulsados al exilio. Se trata de una presencia cordial y entrañable que hace vigente a tantos apócrifos con los que él se encontró y caminó en exilio hacia el Exilio. Antonio Machado, Poeta y Pensador del tiempo, siempre en exilio.

128

4.

Antonio

Machado,

pensador

de

la

heterogeneidad Queremos finalizar estas notas y textos con una alusión y la inclusión de dos documentos que cierren este perfil de A. Machado como poeta y hombre en Exilio. Introducimos el análisis del pensar de Antonio Machado con un tema que aparece en varios de los trabajos de J.L. Abellán, con relativa insistencia y tino, el apócrifo, como definición de su personalidad y de su pensamiento. He aquí, en síntesis, algunas referencias textuales: La palabra «apócrifo» es de origen griego y significa lo mismo que «absconditus» en latín. En el lenguaje corriente apócrifo es lo «supuesto o fingido» y una filosofía de lo apócrifo es la que desvela por medio de la imaginación eso que está oculto. Por eso Machado, cuando trata de definir el nuevo concepto, propone como notas consustanciales al mismo el estar construido por nuestro pensar y el carecer de fundamento. La filosofía de lo apócrifo es, pues, la filosofía de la imaginación o de la fe, ya que ambas quedan confundidas en el pensamiento machadiano. La fe tiene en este 129

pensamiento un carácter voluntarista como en Unamuno; igual que en éste creer es en Machado «crear lo que no vemos», es decir, inventarlo imaginativamente. Ahora quizá se entienda mejor por qué «fe poética» y «fe cristiana» se identifican con Antonio Machado. El sentido filosófico de lo apócrifo es el de una exaltación de la imaginación como facultad esencial humana. Usando términos técnicos que Machado nunca empleó diremos que el hombre es un ser ontológica o constitutivamente imaginativo, y sólo así cobra pleno sentido esta frase reveladora de Mairena: «Vivimos en un mundo esencialmente apócrifo, en un cosmos o poema de nuestro pensar, ordenado o construido todo él sobre supuestos indemostrables, postulados de nuestra razón, que llamamos principios de la lógica, los cuales, reducidos al principio de identidad que los resume y reasume a todos, constituyen un solo y magnífico supuesto». El mundo en que vivimos los hombres es, pues, para Machado un mundo apócrifo, porque la razón y la lógica se han impuesto a la realidad construyendo su propia verdad, es decir, inventándola. «Lo apócrifo —dice— de nuestro mundo se prueba por la existencia de la lógica, por la necesidad de poner el pensamiento de acuerdo consigo mismo, de forzarlo, en cierto modo, a que sólo vea lo supuesto o puesto por él, con exclusión de todo lo demás. Y el hecho —digamos de pasada— de que nuestro mundo esté todo él cimentado sobre un supuesto que pudiera ser falso, es algo terrible, o consolador. Según se mire.» El hombre occidental se ha «inventado» un mundo lógico y racional, del que se ha derivado esta sociedad industrial y consumista en que vivimos; pero puesto que la verdad se inventa, la teoría machadiana ofrece unas posibilidades revolucionarias cuyo sentido podremos ver más adelante. De momento, recordemos uno de los proverbios que dedica a José Ortega y Gasset en su libro Nuevas canciones, y que dice así: Se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa. La imaginación o fantasía es la facultad fundamental del hombre, y por falta de ella se puede llegar a mentir, puesto que el hombre es el hacedor de su propia verdad. La verdad se inventa y por eso todo el mundo es apócrifo; lo que pasa es que unos lo saben y otros no. Machado cobra conciencia de ello a lo largo de su vida, y en especial a partir de 1926 a raíz de su amor con «Guiomar». Machado se inventa su mundo, que es un mundo de profesores-poetas, poetas-filósofos y profesores-filósofos, hasta llegar a los quince apócrifos. [...]

Por un lado, lo apócrifo ejerce en Machado una función heurística y hermenéutica de comprensión de uno mismo. Este es el sentido que tienen los poetas, a través de los 130

cuales Machado indaga en su propia realidad personal. Busca tu complementario, que marcha siempre contigo, y suele ser tu contrario. dice uno de sus cantares, que se corresponde con estos dos versos: Mas busca en tu espejo al otro, al otro que va contigo. Pero, junto a este sentido de comprensión y de investigación de su propia personalidad, lo apócrifo cumple en Machado otra función de carácter utópico, como medio de cambio y transformación de lo real. Que esta acepción está en Machado parece muy claro en párrafos como el que reproducimos a continuación: «Cuando una cosa está mal, decía mi maestro —habla Mairena a sus alumnos—, debemos esforzarnos por imaginar en su lugar otra que esté bien; si encontramos por azar algo que esté bien, intentemos pensar algo que esté mejor. Y partir siempre de lo imaginado, de lo supuesto, de lo apócrifo; nunca de lo real». El mundo es siempre apócrifo para Machado, pero a un mundo apócrifo lógico — racional e inhumano— Machado opone un mundo apócrifo poético —cristiano y humano, al mismo tiempo—. A partir de aquí podemos vislumbrar el sentido utópico que adquiere lo apócrifo como un intento de inversión de la historia o de reconstrucción crítica de la misma. La idea aparece ya en una de las estrofas finales de «E/ Dios ibero», aquella que dice: ¡Qué importa un día! Está el ayer alerto al mañana, mañana al infinito, hombres de España; ni el pasado ha muerto, ni está el mañana —ni el ayer— escrito. Es un buen método para adentrarse en el estudio serio de su pensamiento, de su visión imaginaria de la realidad, de su soñar para despertar y traspasar las cosas, la historia, las teorías y los límites, es decir, transfinitar siempre la realidad histórica. El primer documento-comentario, que sigue una línea de configurar la postura interior de A. Machado, es un trabajo de J.D. García Bacca: «Antonio Machado, ¿poeta o filósofo?». Nos parece de gran interés para concretar el hilo conductor de los pasos que, procesual e indagadoramente, le llevan a configurar su pensamiento. ¿De qué se trata? Sencillamente de mostrar de forma muy comprensible el proceso interior de autoconstrucción y configuración —poema a poema, pensamiento a pensamiento— del asentamiento cinemático e indagador de la realidad en Antonio Machado. En definitiva, cómo se elabora y conforma una vida en creación e invento. Todo aquello, importante, que se va sedimentando y perfilando como interioridad, tesis alentadora de su intimidad, en la que él mismo se acoge con su pueblo, se recrea, vive, convive y su presencia se renueva aún hoy. Reproducimos el texto en su integridad porque constituye el deslinde e investigación de la realidad temática que la historia de la ciencia y la filosofía ha recorrido, y su incidencia en el vivir concreto de A. Machado y la elaboración de su pensar vivo y en devenir, siempre hacia una puerta abierta al campo. He aquí el texto: «Hay hombres, decía mi maestro, que van de la poética a la filosofía; otros que van de la filosofía a la poética. Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en esto, como en todo lo demás.» (Obras completas, de A. Machado, Editorial Séneca, México, 1940, p. 557.) ¿Fue Antonio Machado de la poética a la filosofía? ¿Le fue inevitable ir de la una a la 131

otra? ¿A qué filosofía llegó? (I) (1899-1907) Machado no fue de la poética a la filosofía; estuvo yendo siempre de aquélla a ésta. En Soledades hace decir al Viajero: Sonríe al sol de oro de la tierra de up sueño no encontrada; y ve su nave hendir el mar sonoro, de viento y luz la blanca vela hinchada. Esta afirmación aparentemente críptica de que «el ayer no está escrito» adquiere plena luminosidad cuando la contrastamos con algunas de las prosas que aparecen en Juan de Mairena; por ejemplo cuando dice: «Para nosotros lo pasado es lo que vive en la memoria de alguien, y en cuanto actúa en una conciencia, por ende incorporado a un presente y en constante función de porvenir. Visto así —y no es ningún absurdo que así lo veamos—, lo pasado es materia de infinita plasticidad, apta para recibir las más variadas formas. Por eso yo no me limito a un snobismo de papanatas que aguarda la novedad caída del cielo, la cual sería de una abrumadora vejez cósmica, sino que os aconsejo una incursión en vuestro pasado vivo, que por sí mismo se modifica, y que vosotros debéis con plena conciencia corregir, aumentar, depurar, someter a nueva estructura, hasta convertirlo en una verdadera creación vuestra. A este pasado llamo yo apócrifo, para distinguirlo del otro, del pasado irreparable que investiga la historia... Mas si vosotros pensáis que un apócrifo que se declara deja de ser tal, puesto que nada oculta para convertirse en puro juego o mera ficción, llamadle ficticio, fantástico, hipotético, como queráis». Machado no emplea aquí la palabra utópico, y sin embargo probablemente es la más apropiada, como queda bien claro en este otro párrafo, escrito ya en plena guerra civil: «Incierto es, en verdad, lo porvenir —dice—. ¿Quién sabe lo que va a pasar? Pero incierto es también lo pretérito: ¿quién sabe lo que ha pasado? No dudo que haya en nuestra conciencia una pretensión a fijar lo pasado, como si las cosas pudieran hacerse inmutables al pasar de nuestra percepción a nuestro recuerdo. Pero si lo miramos más de cerca, veremos que el devenires uno y que es su totalidad (porvenirpresente-pasado) lo sometido a constante cambio. También es cierto que como el punto de mira y los puntos de 46/ANTHROPOS

132

referencia varían de continuo —cuantitativa y cualitativamente—, ningún acontecimiento de nuestro pasado ha de aparecemos dos veces como exactamente el mismo. De suerte que ni el porvenir está escrito en ninguna parte, ni el pasado tampoco». Es decir, que como señalaba el verso que antes comentábamos, «no está el mañana —ni el ayer— escrito». (J.L. Abellán, «La filosofía de Antonio Machado y su teoría de lo apócrifo», El Basilisco, n.° 7, 1979, pp. 81-3.) No hay aquí una sola palabra que no pudiera haberla dicho, y las dijo, Hornero. Y, puestas en griego clásico, jónico, y en música de hexámetros.sonaranle al viejo bardo griego, como suyas. Y los rapsodas siguientes, más precedentes a Pericles, incorporándolas al río de hexámetros de la «futura» Ilíada. Mas ni Hornero ni ellos hallarán modo —aun puestos en los más armoniosos y acompasados hexámetros— de hacer desembocar en la Ilíada u Odisea aquellos otros versos de Machado en ese mismo poema: «Apenas desamarrada la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera, se canta: no somos nada. Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.» 133

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría. (Yo pensaba: ¡el alma mía!) Y me detuve un momento, en la tarde, a meditar... ¿Qué es esta gota en el viento que grita al mar: soy el mar? Heráclito no se reconociera en tales hexámetros, a pesar de sonarle pertinazmente en sus oídos algunas de sus predilectas y obsesionantes palabras: río, ribera, agua, gota. Mas en caso de haberlos encontrado en prosa, fuéranle o inspiración o confirmación. Y en caso de haberlos hallado sueltos algunos de los recogedores de fragmentos de los Presocráticos, los incorporaran con ambigua delicia y honra a los de Heráclito. Se reconocería Heráclito en lo de «nada somos». Mas no tanto en lo de «Yo» pensaba: ¡el alma «mía»! «Me» detuve un momento en la tarde a meditar: ¿qué es esa gota en el viento que grita al mar: «yo soy» el mar? El poeta Antonio Machado, joven aún, está yendo ya de poeta a filósofo: hacia Heráclito. ¿Llegará a «ser», con años y poemas, filósofo heraclitiano? ¿Era inevitable llegar a «ser»-lo, quien decía de sí «...este rincón vanidoso, oscuro rincón que piensa»? Parece dudoso. Machado se encargará, a lo largo de años, y de poemas —que son su vida auténtica— de mostrarlo; y, si nos empeñamos, con la pedantería de la palabra, en demostrarlo. Mas la obsesión por agua, río, mar, viento... o por lo que Ir hacia lo infinito; mas horror de llegar a «ser, moverse, vivir» en Él. ¿Qué hacer o qué inventar para ir hacia-y-no llegar a nada menos que hasta Infinito? Entre «los grandes inventos» el primero, para Machado, es «La noria»: La tarde caía triste y polvorienta. El agua cantaba su copla plebeya en los cangilones de la noria lenta. Soñaba la muía, ¡pobre muía vieja!, al compás de sombra que en el agua suena. La tarde caía triste y polvorienta. Yo no sé qué noble, divino poeta, unió a la amargura de la eterna rueda la dulce armonía del agua que suena, y vendó tus ojos, ¡pobre muía vieja!... Mas sé que fue noble, divino poeta, corazón maduro 134

de sombra y de ciencia. Las más hondas palabras del sabio nos enseñan lo que el silbar del viento cuando sopla o el sonar de las aguas cuando ruedan. no abandonará a Machado. Sabio en oír lo que dicen el silbar del viento y el sonar de las aguas. Oír lo que dice, y enseña, una infinidad móvil, indistinta, inarticulable, cuando silba sin llegar a «sílabas», cuando suena sin llegar a «sonidos», a asonancias, consonancias, pretenciosas por explícitas y ganosas de hablar. El poeta está yendo hacia infinidades o inmensidades reales, absorbentes y disolventes. Él piensa [-.] antes de perderse, gota de mar, en la mar inmensa. «Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.» Filosofar hablando en verso: en palabra «corriente», palabra «en el tiempo» (el «Arte poética» de Juan de Mairena) es, por una parte, heraclitiano, por lo de corriente. Pero caer en cuenta de que tal corriente, tal río de palabras, conduce a una infinidad, inmensidad, absorbente y disolvente, sean cuantas hayan sido las vueltas y revueltas, remansos y meandros del camino hacia el Mar, produce en quien no «es» heraclitiano —con esa eternidad vaga, de condenación eterna que «ser y es» sugieren, y el principio de identidad remacha—, la reacción que la bellamente seria estrofa declara: ¡Ay del noble peregrino que se para para meditar, después de largo camino en el horror de llegar! Ir hacia infinidad, inmensidad, concretamente reales, y horror de llegar. Para ir hacia infinidad, absorbente y disolvente, sin ser absorbido por ella y por ella disuelto, gran remedio es —remedio invento de «grande y noble poeta»— vendarse los ojos y dar vueltas y más vueltas en círculo, que es figura encarnación o enmaterialización de la identidad: de lo mismo, por lo mismo, hacia lo mismo, sin mirar a nada más, sin querer ver, por y para estar pensando todo según identidad, sintiéndola a cada vuelta, oyéndola a cada compás del agua que suena, aceptando la dulce armonía, no de lira, sino la eterna rueda. Parménides reconocería a Machado por suyo. Así rueda, se mueve hacia eternidad, su «esfera bellamente circular», «pártase de donde se partiere, se llega siempre a lo mismo»; principio y norma del movimiento del pensar. «El mismo permanece, en lo mismo permanece, por sí mismo es el ente.» Y vendar los ojos del pensamiento respecto de lo aparencial: «Fuerza al pensamiento... a que se aleje en su investigación de aquel otro camino por donde los mortales, de nada sabedores, bicéfalos, yerran perdidos». Así Parménides. «Noble y divino poeta», «corazón maduro de sombra y de ciencia», maduro en ontología —y eso que quien la inventa, o la halla y dice en palabras inaugurales, aun no acabadas de repetir— fue Parménides. Hacia el año treinta decía Antonio Machado de los poetas —no sé si él se da por aludido —: «Los poetas pueden aprender de los filósofos el arte de las grandes metáforas, de 135

esas imágenes útiles por su valor didáctico e inmortales por su valor poético: el río de Heráclito, la esfera de Parménides». Machado estaba aún yendo (1899-1907) de lo uno a lo otro: de poética a filosofía —y hacia Heráclito, hacia Parménides—. No estaba aún cerca de la desembocadura del río en el Mar, y podía aguantar aún «el horror de llegar». Si tanto tanto le apretaba tal horror, quedábales la solución, la metáfora, de Parménides: la Noria del Pensar; cegarse a lo externo temporal, mundanal, y dar las decorosísimas vueltas, omnidemostrativas, del principio de identidad. Que según él son idénticamente verdaderos los axiomas, la identidad de su verdad se propaga, mediante las reglas de deducción, de los axiomas a los teoremas, y de éstos puede ascenderse, por la escala de reversiones

o reidentificaciones, a los axiomas, a la verdad inicial, o como dirá (hacia 1914) Machado: De la mar al percepto, del percepto al concepto, del concepto a la ¡dea —¡oh, la linda tarea!—, de la idea a la mar. ¡Y otra vez a empezar! La Noria, ahora del Pensamiento —de un Pensar, con Noria de modelo, o de una noria con pensar por modelo— le permitía al poeta ser [...] esa gota en el viento que grita al mar ¡soy el mar! (II) (1907-1917) De lo uno a lo otro: de poética a filosofía. ¿Hacia Heráclito, hacia Parménides, hacia cuál más, hacia quién menos? La filosofía era, aún, para Machado cielo estrellado. Estrellas son en él, y para Machado, Heráclito, Parménides. ¿Quién de los dos la Polar? Así resonaba en castellano lo de Heráclito, al cabo de unos tres mil años. «Si tu pensamiento no es naturalmente oscuro, ¿para qué lo enturbias? Y si lo es, no pienses que pueda clarificarse con retórica. Así hablaba Heráclito a sus discípulos.» Así hacía hablar Machado a Heráclito. Machado escuchó a Heráclito, pues su voz resuena aún al cabo de unos tres mil años, impresa, ahora, después de copiada y vuelta a copiar. El pensamiento de Machado, claro, de claro heraclitismo, lo expresó él en claros versos, Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar, el monte, y el ojo que los mira. Agua del buen manantial, siempre viva, fugitiva; 136

poesía, cosa cordial. ¿Constructora? —No hay cimiento ni en el agua* ni en el viento—. Bogadora, marinera, hacia la mar sin ribera.(Baeza, 1913.) Algo hubiese tenido que envidiar Heráclito, de haber podido oír esos versos de Machado de boca de la «Sibila... cuya voz resuena, por virtud de Dios, miles y miles de años»; podía, pues inspirarlos ella a Machado, al cabo de unos tres mil años. O ser versos que oyó Machado en sueños, en griego, y los puso en castellano, de palabras, ritmo, armonía y período. Pudo oírlos quien como él en sueños lucha con Dios; y depierto, con el mar. Huye de la ciudad... Pobres maldades, misérrimas virtudes y quehaceres de chulos aburridos, y ruindades de ociosos mercaderes. [...] Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! —¡carne triste y espíritu villano!—. No otra cosa hizo Heráclito, hace sus buenos miles de años. Huyó de su patria nativa, Éfeso. Y según nos cuenta un viejo historiador ¡ay [de] saltar impaciente las bardas del corral? * En todas las ediciones aparece «alma», y no «agua»; mantenemos la corrección de J.D. García Bacca. También en el poema anteriormente citado de «La noria», v. 18, mantenemos «del agua que suena», en vez de «sueña». [N. del E.] 48/ANTHROPOS

137

«cuenta cuentos», depositó sus escritos en el templo de Diana para que allí tuvieran que ir a leerlos los que no fueran mercaderes, chulos, mediocres en virtudes y vicios, ruines, ociosos, tristes de carne y villanos de espíritu. Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos... para marcharse. i Éfeso, tan lindo para marcharse! «Si no se espera no se da en lo in-esperado, que lo inesperado es in-encontrable e inasequible», decía Heráclito. Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra! [...] en versos profundos cuyo secreto era de él. —así nos lo dice, en versos, Rubén Darío. La constelación celestial de filósofos: Heráclito, Parménides, se acrece en este tiempo 138

con Bergson. Los datos inmediatos de la conciencia. Sobre mi mesa Los datos de la conciencia, inmediatos. No está mal este yo fundamental, contingente y libre, a ratos, creativo, original; este yo que vive y siente dentro la carne mortal ¡ay! por saltar impaciente las bardas de su corral.» (Baeza, 1913.) ¿Que algún corral, o alguna filosofía, acorralaba ya a Machado? —por este tiempo, cronológico y poético—. Parménides no ha desaparecido del todo; Heráclito presente, luciente, no ha llegado a ser estrella polar. Bergson, más pariente de Heráclito que de Parménides; Bergson, el de la Evolución creadora, con sus notas antiparmenídeas de «contingente, libre, creativa, original», de «surtidor de novedades» —jaillissement de nouveautés— «no está mal», es lo más que dice Machado de la obra de Bergson, que es ésta el real Bergson, el cuerpo auténticamente suyo, y no es otro de judío que en él veían y verían otros, imbéciles y asesinos. ¿Qué vio Machado, o leyó —y visto y oído, lo dejó sobre la mesa— en los Datos inmediatos de la conciencia y que le despertó dentro de su carne mortal las ganas Que el poeta, en su camino de «lo uno a lo otro», de «poética a filosofía» percibió en Bergson las huellas, rastros e improntas del determinismo mecanicista de Spencer, del que Bergson trataba, con más palabras que éxito filosófico, de evadirse, allá por 19071917; tiempo poético éste de Machado; y la impaciencia de saltar las bardas del deterninismo latente y latiente en el entendimiento —por tanto en el suyo: el de Bergson también y en todo entendimiento, por ser su función la de espacializar todo, ser órgano de inserción en la realidad externa material, mecánica—, impacientaba a Bergson, y por contagio o por coincidencia entre filósofo que iba hacia lo otro, hacia poeta, con poeta que estaba yendo hacia filósofo, impacientaba a éste: a Machado. Las bardas, ciertas bardas, hay que saltarlas a tiempo; mientras no llegue tal tiempo hay que aguantarse las ganas de saltarlas. Bergson se las aguantó y las saltó; saltó las bardas sistemáticas de Spencer, de Kant... en Las dos fuentes de la moral y de la religión (1932). Y salió, o creyó salir a Mística. (III) (1917-1930) Han cegado mis ojos las cenizas del Fuego heraclitano. El mundo es, un momento, transparente, vacío, ciego, alado. «Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses, ni ninguno de los hombres, sino que fue desde siempre, es y será Fuego siempre vivo que se enciende mesuradamente y mesuradamente se apaga.» «El rayo, timonel de todas las cosas.» «Cuando sobrevenga el Fuego, el Fuego mismo discriminará y prenderá en todas las cosas.» «El Fuego, al mezclarse con los aromas, del deleite de cada aroma recibe un nuevo nombre.» Fuego que se enciende mesuradamente, según cuenta-y-razón (logos) y mesuradamente según la misma cuenta-y-razón (logos), según el mismo compás se 139

apaga, y según cuenta-y-razón destruye todo y rehace todo, prende todo y se desprende de todo: de dioses y hombres..., resulta tan determinista como el Ser de Parménides. En su esfera bellamente circular todo oía o sabía a «ser», a «ente», a «identidad». «Ente es el aroma de todas las cosas al serse ellas ser», o serlas el Ser. Aquí: el Fuego, el mismo, prende en todas las cosas, no según identidad atempera!, sino según identidad real de período, de repetición rítmica de lo mismo. Total: mecánica estática universal; mecánica ondulatoria universal. Deterministas ambas. Las cosas —dioses, hombres, aguas...— terminan sabiendo a Ente: terminan oliendo a Fuego aromático. Siempre según determinismo ontológico: identidad, de una vez; identidad, en infinitas veces. Total: lo mismo. Machado que estaba ya yendo, desde hacía años y poemas, hacia Heráclito, puede decir con verdad, resultado de su experiencia de esa frase en que Fuego ha prendido en todo y del todo en todo, y no quedan ya más que cenizas aromáticas: Han cegado mis ojos las cenizas del Fuego heraclitano. El Mundo, este Mundo, uno y el mismo para todos [...] es, un momento, transparente, vacío, ciego, alado. No otra cosa dijo Heráclito, en sentencia, para algunos oscura, ahora tal vez clara: «el orden cósmico, el Mundo más bello, es algo así como desperdicios echados a voleo». Dudo de que Machado conociera esta sentencia. La edición clásica ya ahora, y difundida, de Fragmente der Vorsokratiker, de DielsKranz, es de 1936. Desperdicios echados a voleo dan un mundo, el estado momentáneo del Universo: el «transparente, vacío, ciego, alado». Mientras llega ese momento final, o fin del mundo, y comienza a desencenderse el Fuego y a encenderse las cosas, Fuego hácese ser río de fuego, río de lava, solidificándose mesuradamente, enfriándose según cuenta-y-razón, según Logos, que Logos es la cuenta y razón de todo, de cada cosa; cuenta y razón mayor en dioses que en hombres, en libres que en esclavos; siempre cuenta «corriente». Machado está haciendo experiencia de tal fase, en su ida de lo uno a lo otro: de poeta a filosofante, a filósofo. El río despierta. En el aire oscuro, sólo el río suena. —¡Oh rumor de agua lejana!—. La tarde despierta al río. ¿Sabes, cuando el agua suena, si es agua de cumbre o valle, de plaza, jardín o huerta? «Transformaciones del Fuego: primera, Mar; del Mar, una mitad se transforma en tierra; la otra, en tempestad con rayos.» «De tierra se hace agua; y de agua, alma.» Palabras son de Heráclito. Así, Machado. ¿Cuál es la verdad? ¿El río que fluye y pasa donde el barco y el barquero son también ondas del agua? ¿O este soñar del marino siempre con ribera y anclas? «Y las transformaciones de Mar se conmensuran según la misma cuenta-y-razón que regía antes de hacerse tierra», insiste Heráclito. Y recalca: «Si se escucha no a mí, sino a Cuenta-y-Razón, habrá que convenir, como puesto en razón, en que todas las cosas son unas». ¿Quién lo dijo, Heráclito o Parménides? 140

«No es posible —hace decir Machado a Abel Martín— un pensamiento heraclitano dentro de una lógica eleática.» «Cuando se fija el pensamiento por la palabra, hablada o escrita, debe cuidarse de indicar de alguna manera la imposibilidad de que las premisas sean válidas, permanezcan como tales, en el momento de la conclusión. La lógica real no admite supuestos, conceptos inmutables, sino realidades vivas, inmóviles, pero en perpetuo cambio. Los conceptos o formas captoras de lo real no pueden ser rígidos, si han de adaptarse a la constante mutabilidad de lo real. Que esto no tiene expresión posible en el lenguaje, lo sabe Abel Martín. Pero cree que el lenguaje poético puede sugerir la evolución de las premisas asentadas, mediante conclusiones lo bastante desviadas o incongruentes para que el lector o el oyente calcule los cambios que, por necesidad, han de experimentar aquéllas, desde el momento en que fueron fijadas hasta el de la conclusión, para que se vea claramente que las premisas inmediatas de sus aparentemente inadecuadas conclusiones no son, en realidad, las expresadas por el lenguaje, sino otras que se han producido en el constante mudar del pensamiento. A esto llama Abel Martín esquema extemo de una lógica temporal en que A no es nunca A en dos momentos sucesivos. Abel Martín tiene, no obstante, una profunda admiración por la lógica de la identidad que, precisamente por no ser lógica de lo real, le parece una creación milagrosa de la mente humana.» Tal es la barda que Machado está impaciente, cada vez más, cada poema o pensamiento, de saltar. Y cada vez tal barda es más alta y firme: «la lógica de la identidad»: la de «a la vez» «de una vez», o la de «según veces», en períodos mesurados, medidos, por cuenta y razón, por Logos; «creación milagrosa de la mente humana». Machado es ya «filosofante». Y con esta palabra declaraba Sócrates en su Apología o Defensa pública ante sus jueces, en qué consistía su profesión y quehacer diario. Jamás se llamó Sócrates a sí mismo «filósofo».

141

ANTHROPOS/49

Poeta que va para filósofo; así que filosofante aún, como Machado, aprende, experimenta a su cuenta y riesgos, lo que él mismo, consciente cada vez más, cada poema más, de lo que le está pasando, resumirá en aquella sentencia: «Decía mi maestro: Pensar es deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta dar en un callejón sin salida. Llegados a este callejón pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y entonces es cuando se busca la puerta al campo». Al poeta que va de lo uno a lo otro, de poeta a filósofo, le pasa precisamente eso. «También de los filósofos pueden aprender los poetas a conocer los callejones sin salida del pensamiento, para salir, por los tejados, de esos mismos callejones.» 142

Machado ha entrado ya en la calle, espaciosa todavía, de Heráclito, Parménides, Bergson «ensistematizados». Deambulan portal calle Abel Martín, Juan de Mairena, Antonio Machado, tres que son uno, o uno que es tres. Es lo mismo. No le cercan bardas de corral. Lo van encerrando y encaminando los «palacios encantados de la lógica», la concepción mecánica del mundo, la Crítica de Kant... que, a derecha e izquierda, hacen de calle, Calle Real. La bordean, en realidad, alterando las palabras de Machado, palacios, cada uno de ellos: lo pronto; deambular desde Heráclito —Río universal, Cosmos, como el Grande y Único Río—, desde Parménides —la Esfera infinita del Ser-Calle Real— a Kant, río del tiempo, o tiempo cual canal de todo lo externo e interno, sentidos, categorías, razón, ideas, lógica. Por ser el tiempo de una dimensión, por ser hilo, enhebra, enhila todo, por muchas y aun infinitas dimensiones que una cosa tenga, si pretende, ilusa en superlativo, volar y ser. De calle en calleja. «En la jaula encantada del espacio y tiempo construye el espíritu cuerpos tales cual Velázquez Las Meninas, y Kant la Crítica de la Razón pura.» «La Crítica de la Razón pura, con su belleza incomparable de poema lógico, es una ingente tautología, en cuya base se halla la fe en la ciencia físico-matemática.» «El tiempo, realidad última... inevitable.» «Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en esto como en todo.» Aquí, lo es ir de calle en calleja. Ya ha ido Machado, y está en ésta. (IV) De calleja a callejón sin salida (1930-1936) El soneto «Al Gran Cero» termina cantando: «transparente, vacío, ciego, alado» brinda, poeta, un canto de frontera a la muerte, al silencio y al olvido.

Y a ratos, a sentencias, parece cual si Machado estuviera encantado o se dejara conscientemente encantar por Filosofías «palacios encantados de lógica». Éstos, o algunos de ellos, colindan con la calleja que, a la Calle Real de Heráclito, Parménides, Bergson, Kant... sigue. No entremos por impaciencia o curiosidad en la calleja que llevó a Machado al callejón sin salida. Detengámonos a contemplar con Machado —Martín o Mairena— «el palacio encantado» de Kant. De él vale superlativamente aquello de Machado: «de los filósofos pueden aprender los poetas a conocer los callejones sin salida del pensamiento, para salir, por los tejados, de esos mismos callejones». «Hay una poesía que se nutre de superlativos. El poeta pretende elevar su corazón hasta ponerlo fuera del tiempo, en el topus uranios de las ideas. Esta poesía, acompañada a veces de una emoción característica, que es la emoción de los superlativos, puede ser realmente poética, mientras el poeta no logra su propósito. Lo que quiere decir que el propósito, al menos, es antipoético. Si leyerais a Kant —en leer y comprender a Kant se gasta menos fósforo que en descifrar tonterías sutiles y en desenredar marañas de conceptos ñoños— os encontraríais con aquella su famosa parábola de la paloma que, al sentir en las alas la resistencia que le opone el aire, sueña 143

que podría volar mejor en el vacío. Así ilustra Kant su argumento más decisivo contra la metafísica dogmática, que pretende elevarse a lo absoluto por el vuelo imposible del intelecto discursivo en un vacío de intuiciones. Las imágenes de los grandes filósofos, aunque ejercen una función didáctica, tienen un valor poético indudable... Conste ahora, no más, que existe —creo yo— una paloma lírica que suele eliminar el tiempo para mejor elevarse a lo eterno y que, como la kantiana, ignora la ley de su propio vuelo.» Espacio, tiempo, categorías... conscientemente sentidos, cual condiciones restringentes de conocimiento, acción, ilusión, cual leyes del vuelo metafísico o lírico — vuelos «superlativos»— son ya Calle Real que se estrecha y enfila hacia «calleja». A «la emoción de los superlativos», la del «ancha es Castilla», la rebaja, estrecha, angosta el tiempo, superlativamente. Y lo hace por igual a metafísica y a lírica. «Poesía es diálogo del hombre con el tiempo», «es palabra en el tiempo». «En cuanto nuestra vida coincide con nuestra conciencia es el tiempo la realidad última, rebelde al conjunto de la lógica, irreductible, inevitable, final.» «Lo importante es ir de lo uno a lo otro»: «de calle a calleja», por 50/ANTH ROPOS

«Algún día, habla Mairena a sus alumnos, se trocarán los papeles entre los poetas y los filósofos. Los poetas cantarán su asombro por las grandes hazañas metafísicas, por la mayor de todas, muy especialmente, que piensa el ser fuera del tiempo, como si 144

dijéramos el pez vivo y en seco, y el agua de los ríos como una ilusión de los peces. Y adornarán sus liras con guirnaldas para cantar esos viejos milagros del pensamiento humano. En cambio los filósofos irán poco a poco enlutando sus violas para pensar, como los poetas, en el fugit irreparabile tempus. Y por este declive romántico llegarán a una metafísica existencialista, fundamentada en el tiempo; algo en verdad, poemático más que filosófico. Pero que será el filósofo quien nos hable de angustia, la angustia esencialmente poética del ser junto a la nada, y el poeta quien nos parezca ebrio de luz, borracho de los viejos superlativos eleáticos. Y estarán frente a frente poeta y filósofo — nunca hostiles— trabajando cada uno en lo que el otro deja.» Allí, en el callejón sin salida, se encuentra Machado con Heidegger, ambos impelidos «irremediablemente» por el tiempo kantiano que, Río heraclitano ontológico, arrastra — no, según medida, así vagamente, cual el Río de Heráclito—, sino arrastra, encajona, ordena y contiene todo: lo sensible, lo inteligible, lo externo, lo interno, según las cuatro funciones o actuaciones trascendentales: Zeit-reihe (enseriación temporal), Zeit-inhalt (contención), Zeit-ordnung (ordenamiento), Zeit-inbegriff ^encajonamiento, comprehensión). Oigamos el «Canto de Frontera», de Machado, puesto ahora por él en prosa, cual prosa es el lenguaje de Heidegger, el de Bergson, compañeros de callejón sin salida: «Los que buscábamos en la metafísica una cura de eternidad, de actividad lógica al margen del tiempo nos vamos a encontrar —bueno es tener prejuicios sin los cuales no es posible pensar— definitiva y metafísicamente cercados por el tiempo. ¿Por una viva eternidad como la durée bergsoniana? Algo peor. El tiempo de Heidegger, su tiempo primordial, como en Bergson, ajeno a toda cantidad, esencialmente cualitativo, es, no obstante, finito y limitado. No pierde el tiempo, en Heidegger, su carácter ontológico por su limitación y finitud; antes lo afirma. No olvidemos que este ser en el tiempo y en el mundo es la existencia humana; es también el ser que se encuentra, al encontrarse con la muerte». «Llegados a este callejón sin salida pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y entonces es cuando se busca la puerta al campo.» Es el momento —o la coyuntura que, pedantes, diríamos ahora— de que Machado busque, y nos la enseñe, la puerta al campo. La gracia estaría en eso; y las gracias que le daríamos estarían dadas a punto, y bien merecidas. Por la calle han venido, sueltos, en grupitos, sin orden ni concierto, proposiciones, reglas, ocurrencias, trucos... de Tales, Pitágoras, Teeteto...; han llegado a callejón sin salida: a callejón-plaza cerrada, bien cerrada por Definiciones (23), Postulados (5), Nociones comunes (9). Plaza de la Constitución de Elementos de Geometría, de Euclides. Allí, proposiciones sueltas, trucos, reglas, mirándose en «Elementos» se han acicalado o arreglado, y, dando la vuelta callejón-plaza sin salida, han desfilado calle abajo —cual «teoremas», en serie ordenada, en fila irrompible—, en la dirección de callejón sin salida a calleja, de calleja a calle, de calle... ¿a dónde? Fase primera: «De la Mar al percepto», a calle; «del percepto al concepto», a calleja; «del concepto a la idea», a callejón sin salida. 145

Fase segunda: «—¡Oh, la linda tarea!—, de la idea», de callejón sin salida a calleja, «a la Mar. ¡Y otra vez a empezar!» Desde el trescientos antes de nuestra era, hasta nuestros días, han ido entrando, desde el Mar de los conocimientos que surgen, al azar, en el mundo, nuevas proposiciones, nuevos trucos, nuevos aparatos, que en compañía de los «teoremas», entrarán por la calle de la «Ciencia» geométrica euclídea, pasarán, aún sueltos, a calleja, para llegar a «Plaza, en callejón sin salida, euclídea», reformada ahora, hacia 1900, en Plaza de la Constitución: Fundamentos de la Geometría, de Hilbert. 20 axiomas en 5 grupos. Plaza de la Constitución tan perfectamente cerrada en «sistema» que, aparte de no contradecirse entre sí, son suficientes —Veinte en Cinco— para dar estatuto de «Teorema» a las proposiciones recién llegadas, revalidar el título de las antiguas, poner en fila ordenada e irrompible a todos los ya «Teoremas», y salir en procesión todos por el mismo camino, inevitable: de Axiomas a Teoremas; de Plaza —callejón— a calleja, de calleja a calle, de calle a... «a la Mar» «—¡Oh, la linda tarea!—» «¡Y otra vez a empezar!» E iguales pasos, paseos, idas y venidas, vueltas y revueltas desde Mar hasta callejón, desde callejón a Mar, en filosofía, teología, física, lógica, y cualquier aspirante a Ciencia. ¿Y qué conocimiento o conocimientos —sean de sociología, economía, biología, política...— no aspira a pasar de Mar a Calle-callejón —Plaza de Constitución Axiomática—, y salir graduado de «teorema» —en reata, fila o procesión? A Machado le fue inevitable, lo sintió cual inevitable, el ir de lo uno a lo otro: de poética a filosofía. Partió de Mar. Que fue su obsesión de por vida. Mar: enmaterialización de una infinidad absorbente, desarticulante, disolvente. ¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?... Todo el que camina anda, como Jesús, sobre el mar. Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar.

146

147

ANTHROPOS/51

148

Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.

Pero el Mar deshace presta y fácilmente las estelas del mejor y más pretencioso navio. Entre callejón sin salida, o, «Plaza de la Constitución Axiomática», el uno de los extremos, y Mar, el otro de los extremos, en que «Teoremas» —aun los graduados con «superlativas» notas—, son nada más «estelas», caminos que no se pueden volver a pisar porque el Mar, la Infinidad, los disuelve, ¿habrá, pues, que, inevitablemente, ir de lo uno a lo otro, de lo otro a lo uno, y otra vez, otra vez, otra vez... a empezar? tución sistemática del Universo», cual final de calles, callejas, callejones de pensamientos. Los filósofos, los grandes, con conciencia de lo que han hecho, son los que se sienten seipsiencerrados en su propio sistema; y sálense —a la lógica, que se la lleve el diablo— por los tejados de los callejones y por los de los edificios de la «Plaza de la Constitución sistemática del Universo». Los filósofos, los pequeños, no se notan encerrados, pues no se han encerrado ellos a sí mismos, y les vienen anchas y tranquilizantes calles, callejas, callejones y «Plaza de la Constitución». Machado llegó a semejantes Plazas filosóficas: Heráclito, Parménides, Bergson, Kant, Heidegger. Se sintió encerrado; y de la encerrona salió, no por los tejados—camino de ladrones, gatos, presos vulgares o avergonzados carceleros de sí mismos—, sino por la puerta que lleva al Campo. Aquello es «filosofar»; esto otro es «Pensar». (VI) «Filosofar», dicho sea poniendo mis pecadoras manos de filósofo sobre las palabras de Machado, es «deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta llegar a ese callejón sin salida que es Plaza de la Constitución sistemática del Universo». «Filosofar en grande» es llegar a tal Plaza, saltar por sus tejados y salir a la Mar. «Filosofar en pequeño» es llegar a tal Plaza, quedarse encandilado ante «sistema»; dar vueltas y más vueltas de procesión, y terminar en embobados, comentadores, glosistas, escolastiqueros y repetidores. «Pensar», y ahora es Machado quien habla, «es deambular de calle a calleja, de calleja a callejón, hasta llegar a un callejón sin salida. Llegados a este callejón sin salida pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y entonces es cuando se busca la puerta al Campo». Antonio MACHADO no es filósofo. Es «pensador». Lo que es ser más, mucho más, muchísimo más que filósofo. Más y mejor. 149

(J.D. García Bacca, «Antonio Machado, ¿poeta o filósofo?», Cuadernos para el Diálogo, extra XLIX, noviembre 1975, pp. 350-7.) (V) «Pensar», a diferencia de «filosofar», o de hacer ciencia, sea la que fuere, consiste, y se reconcentra, en «buscar la puerta al Campo». No, en volver a la Mar, tras el consabido paseo, desfile o procesión. Es este el momento preciso, la oportunidad apropiadísima, para «buscar la puerta al Campo». No, para volver a la Mar. La traza de disimular puerta en pared de lisas, firmes, inocentes apariencias, y el truco de apretar un botón, de hallar dónde está —y otros trucos, dejando aparte las palabras mágicas, cual las de «Sésamo, ábrete»— es viejo; y fuera el gran entretenimiento y esperanza para presos en cualquier clase de cárcel. La «Plaza de la Constitución axiomática» euclídea dio por muchos siglos, más de mil años, la impresión de estar perfectamente cerrada y no caber más paseo que el de noria: vueltas y más vueltas a lo mismo: de teoremas a axiomas; de axiomas a teoremas. Los matemáticos se propusieron tapar una pequeña y sospechosa raja: el postulado de las paralelas. Lo cual, caso de conseguirse el cerrarla, cerraba mejor la geometría, y los encerraba mejor a ellos. No se sintieron «encerrados» y «seipsiencerrantes». No buscaron la puerta al Campo. Taparon a cal y canto, con pretendidas pruebas, la sospechosa raja, ¿o puerta? Que así y a sí mismos, se encierran, y hácense «seipsiencerrantes» quienes creen que la verdad es única en cualquier orden, sea o no el geométrico. Al fin, de tanto tantear, de «tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe», los matemáticos del siglo pasado evadiéronse de la «Plaza de la Constitución euclidiana» por lo que no era raja, sino puerta, y salieron al Campo de la Geometría, de las geometrías no euclídeas, y otras más, más amplias y mejor cruzadas de caminos, más sutiles y elásticos. Salieron no a un Mar de errores, ni a un Mar de indefinidos, donde no hay caminos, sino borrables huellas y estelas. Salieron a «Campo» de leyes. Mar es desierto de leyes. Campo es tierra de leyes —tierra de pan llevar, y aun de «todo llevar», epíteto homérico de la madre Tierra. Hay que buscar —dice Machado: el rebelde a seipsiencerramiento— la puerta que da a Campo. Nada de derribar muros, ni saltar bardas. Los poetas no han de «aprender de los filósofos a conocer los callejones sin salida del pensamiento, para salir, por los tejados, de esos mismos callejones». Que de los callejones del pensamiento que los filósofos, algunos de los grandes, han construido cual «palacios encantados de lógica» —aceptemos los filósofos la ambiguamente benévola frase de Machado— es mala costumbre la de salirse por los tejados de esos mismos callejones, salirse por los tejados de sus «sistemas». Se sale, y salen, entonces y así, a una Mar, no a un Campo. Salen a un «desierto de leyes»; no, a una «tierra de leyes». Todo ello es «filosofar»: afanoso construir la «Plaza de la Consti 52/ANTHROPOS 150

Como se desprende con claridad de la lectura del texto, J.D. García Bacca elabora cinco pasos o secuencias para resolver lógica y realmente el problema propuesto: Antonio Machado, ¿poeta o filósofo? Ni lo uno ni lo otro: pensador. ¿Cómo surge en este proceso indagador hacia tal actividad de abrir puerta al campo? He aquí, en resumen, el diseño del proceso. El primer paso constata lo horrible que es el hecho de caminar hacia infinito, sin detenerse y disolverse en un mar. ¿Cómo se ha resuelto en la historia y resuelve A. Machado este problema? Vendar los ojos y dar vueltas: el gran invento de la Noria. Es un repaso breve pero hondo de la filosofía. Su solución suspende el «horror de llegar». El poeta toma la Noria como modelo de su pensar. En el segundo paso, se propone ir de lo uno a lo otro: de poética a filosofía. Surge, así, la impaciencia por «saltar las bardas del corral». Heráclito no es todavía su estrella Polar, para saltar los límites del determinismo latente y latiente en todo sistema. Pero no basta la inquietud, se necesita el tiempo. El tercer paso descubre un hecho sorprendente: Parménides y Heráclito son dos versiones de la identidad lógica y ontológica: dos teorías complementarias del ser por las que pasa la investigación machadiana. Así el Fuego heraclitiano que todo lo enciende y 151

apaga con cuenta-y-razón (Logos), resulta ser encierro determinista tan radical y evidente como el Ser de Parménides: ser, ente, identidad. El Fuego, el mismo, prende en todas las cosas según identidad real de período, de repetición rítmica de lo mismo. En resumen: mecánica estática universal o mecánica ondulatoria universal. Deterministas ambas. Por eso, la lógica de la identidad, por no ser lógica de lo real, es una creación milagrosa de la mente humana. Y tal es la barda que A. Machado está impaciente, en cada poema o pensamiento, por saltar. Experimenta, de este modo, ser filosofante como Sócrates. Por ello, es donde A. Machado se siente cercado, no ya en el corral y sus bardas, sino en «los palacios encantados de lógica»: la concepción mecánica del hombre. Parece como si conscientemente se dejara encantar por filosofía sistemática. Este tercer paso le conduce a la «metafísica del tiempo», al callejón sin salida de ciencia y filosofía, que dura desde el trescientos antes de Cristo hasta nuestros días, incluido Heidegger. Todo, hasta ahora, en lo referente al conocimiento ha quedado limitado en el callejón sin salida de axiomas y teoremas, en sistemas definidos. El círculo sistémico consiste en ir de lo uno a lo otro y de éste a lo uno. Y volver a empezar... El cuarto paso se abre al pensamiento. ¿Qué es pensar? Pensar, a diferencia de filosofía y ciencia, consiste siempre en buscar la puerta al campo; esto es, buscar la puerta que da al campo. El quinto paso es la conclusión, la tesis que nos ofrece J.D. García Bacca, respecto a Antonio Machado: no es filósofo, ni puede ensistematizarse en ninguna filosofía, habida o por haber. Antonio Machado es Pensador. Lo que es más y mejor. El segundo documento recoge un estudio de María Zambrano como el mejor cierre de este trabajo sobre Antonio Machado. Es la biografía más válida que conocemos. Es un acertado itinerario hacia la intimidad: el ser constituyéndose en la unidad y alteridad del amor, en un pensamiento de amor. He aquí el texto: Muéstrame, ¡oh Dios!, la portentosa mano que hizo la sombra: la pizarra oscura donde se escribe el pensamiento humano. (Abel Martín, «Los complementarios») Leyendo un claro día mis bien amados versos, he visto en el profundo espejo de mis sueños que una verdad divina temblando está de miedo, y es una flor que quiere echar su aroma al viento. «Galerías» (Introducción) Si un grano del pensar arder pudiera, no en el amante, en el amor, sería la más honda verdad lo que se viera. 152

(«De un cancionero apócrifo») Un pensador, mas de un pensamiento único que exige, como es ley de lo único, multiplicidad de formas o de «géneros», y aun pluralidad de personas en quienes darse. El hombre habitado por un pensamiento único, tal vez a imagen y semejanza de la divinidad, necesita, además de la persona que lleva su nombre propio y manifiesta su ser individual, de otras personas que no siempre el ser así habitado alcanza a «crear», a dar vida y formas a su ser al modo humano o pretendidamente sobrehumano. Poeta, por esto sólo, es él qué lo logra, como es el prodigioso caso de Antonio Machado. Poeta, aunque poemas no hubiera nunca escrito. Antonio Machado se nos aparece de inmediato como poeta desde el principio; mas veamos lo que él mismo entiende por ser poeta. Lo declara nítidamente en su madurez cuando, dicho sea de paso, de los elementos —«Raíces del ser» los llamó su descubridor Empédocles— el fuego ha ido ganando en su pensamiento a los demás: a la tierra ante todo, al aire, y también sin esquivarla al agua misma. No ha esquivado a ninguno de ellos, pero el agua corre por las venas de su poesía como si fuera su sangre misma. Esa sangre que toda palabra ha de tener sin que deje de ser agua: «Di, ¿por qué acequia escondida, / agua, vienes hasta mí, / manantial de nueva vida / en donde nunca bebí?», invoca cuando su madurez alborea. Es en el «Cancionero apócrifo» (Juan de Mairena) en el capítulo «La metafísica de Juan de Mairena» donde leemos: «Todo poeta —dice Juan de Mairena1- supone una metafísica; acaso cada poema debiera tener la suya implícita —claro está, nunca explícita —, y el poeta tiene el deber de exponerla, por separado, en conceptos claros. La posibilidad de hacerlo distingue al verdadero poeta del mero señorito que compone versos», citando del tratado de metafísica Los siete reversos. Mas, esta metafísica resulta ser teología, una singular teología de la que sería demasiado simple decir que invierte los términos del acto creador según la teología judeocristiana: «Cuando el Ser que se es hizo la nada», dice al comienzo del soneto «Al Gran Cero», de Abel Martín, que Mairena declara «inmortal» al comentarlo. Tiene, pues, un doble comentario el soneto revelador de su singular teología. Singular porque no se trata de moverse en un pensamiento dentro de una tradición, codificándola o alterándola, sino de un concebir al ser divino extrayéndoselo de las entrañas del sentir del hombre, de este hombre, Antonio Machado, a quien amenazan por igual el ser y la nada. Y como poeta declaradamente, y no sólo por hombre sin más, le resultan irrenunciables sensaciones y sentires, y pensares diríamos ante todo. Pensares que nacen del pensamiento único, de su fondo insondable y que vienen a ser un sentir propio del pensamiento. Porque este pensamiento es de un ser confinado, amenazado, herido también. Una especie de astro en el universo. ¿Mónada? Abel Martín señala a Leibniz como el filósofo del porvenir, cuando reclama la restitución al universo de su intimidad. Intimidad pura es este pensamiento único y no «interioridad del hombre» agustinianamente. Aunque diga «Mirando un claro día / mis bien amados versos / he visto en el profundo espejo de mis sueños / que una verdad divina temblando está de miedo». El profundo espejo de los sueños refleja la verdad divina, la muestra temblando. ¿Manifiesta acaso el dentro de lo divino, que tiembla por darse en un espejo? 153

Y esa verdad divina «es una flor que quiere echar su aroma al viento». Debería bastarle al poeta el verla temblar en el espejo de sus sueños y asistirla, pues que tiene miedo; darle su aliento de vida para que eche su aroma al viento. Les bastaría, quizás, a toda una cadena de poetas, a toda una tradición poética, bastaría quizás a la poesía toda. Mas a Antonio Machado, poeta ante todo, no. Lo que quiere decir que la poesía toda no le basta. No le basta con la verdad divina, aunque sea ella la que pide, ella la que quiere echar, como una flor, su aroma al viento, nada más. Mas a él le pide pensar para que se cumpla su querer. Y pensar, por lo que vemos, es llegar hasta Dios mismo, saber de él, entender su creación para insertarse en ella, tal como al

ANTHROPOS/53

enunciado en el proceso de su cumplimiento, según se vaya manifestando, y no sólo en el pensar, sino en el modo de vivir, de este sujeto a quien rige y que, tanto más 154

dócilmente le siga, más irá quedándose en libertad. Y él mismo, el hombre Antonio Machado, irá haciéndose visible, irá poniéndose de manifiesto. Su más recóndita intimidad se irá dando, y no solamente en palabra y en conducta, sino que irá haciendo de él una figura inequívoca, una forma indeleble y viviente, como si hubiera nacido entero de la cabeza de Zeus, al modo de Palas y armado como ella. Tan inerme que se le veía que había nacido. Pues que lejos de borrar el ser de nacimiento, la criatura nacida, esta figura apta para la historia que no pasa, la revela o la trasluce. Aquel su andar vacilante, buscando no pesar sobre la tierra, apenas rozaba el suelo con sus pies, y sentado se recogía y aun se encogía tendiendo a borrarse; por no ocupar espacio se sentía que eso no era así. Su «torpeza» de movimientos no era sino resistencia a ocupar lugares, a decir «aquí estoy yo». Corpulento, se deslizaba al andar entre las gentes, se ahilaba como si pasara por un laberinto. Sólo cuando había de comparecer ante la «polis» y más allá de ella, se diría que ante un invisible ojo que lo miraba, se erguía y se quedaba firme, descubierto, casi desnudo como uno de los «hijos de la mar» ya desde antes de subir a bordo de nave alguna. Un pensamiento indestructible, pues, que si destruye será reduciendo, alquitarando, y si nos atreviéramos diríamos, purificando en una no declarada áscesis, como si la acción incesante de un fuego sutil, del mismo pensamiento se ejerciera de por sí a oscuras del sujeto, que así conserva su candor ganando en sabiduría. «Corazón maduro de sombra y de ciencia.» Mayor sea la indestructibilidad de este pensamiento, más necesitado está para pensarse y vivirse a un tiempo. Esto que podría ser un átomo quizás, una enigmática figura, una palabra sólo, pide plurales modos de manifestación y aun de expresión. Aun porque este pensamiento no viene a dar en servir de expresión a un individuo, a satisfacer una pasión mediocre. Pide verdad y realidad a un tiempo, como un ser que ya es de por sí. Y ofrece plenitud dentro de la cual su portador puede quedar semiescondido, sin acabar de aparecer, casi anónimo, como le sucedió a Miguel de Cervantes. El corazón mismo es su aposento y el pensar, su indispensable oficina, y aun pediría la sangre y la pide, en efecto, cuando ha de verificarse, haciendo del derramarse de la sangre algo universal. Y si abre alguna herida, es la herida del hombre sin más; borra las características individuales, se alimenta de ellas, eso sí, o las deja bajo un velo que acentúa el misterio último de esta vida singular y de todos a la vez; se hace en uno solo y le confiere soledad, siendo para todos los hombres en principio. Y por ello es verdaderamente pensamiento. Es una proporción insoslayable de lo humano, un teorema, en cierto modo, que se verifica haciendo del individuo un hombre verdadero. Un pensamiento, pues, dotado de vida propia que hace del hombre donde habita antes que un filósofo o un sabio o un poeta explícito, un pensador o meditador; un ser pensante a toda hora, hasta en sueños; y, precisamente, en sueños, es como se ve Antonio Machado, arquetipo de esta especie de seres pensantes. Y como tratándose de pensar se entiende desde siglos de «occidental cultura» que ha de estar solo o ser, más bien, solo el pensante, que ha de ser, en suma, un existente, hay que señalar de seguido que esta especie de pensador no estará solo nunca, aunque de sus «soledades» nos diga en seguida. Porque estas soledades no provienen de ese género de 155

soledad del hombre sin mundo y sin dios, sin ser y sin sueños y tampoco de la duda al modo cartesiano. Hay que entender estas soledades como una plenitud de un ser balbuciente que se asoma, con una inocencia que no perderá nunca, al universo. Y que sabe con inmediatez de su lugar propio, de su situación en el pensamiento. Está bajo la sombra y al lado del pensamiento vivo: dentro del ser pensante y sin desprenderse de él, configurándolo, sellándolo, tal como algunas criaturas no humanas se nos aparecen, selladas en su piel o en su caparazón, o en las figuras del plumaje de ciertas aves, y que también en las nubes, a veces, se señalan. hombre-poeta corresponde hacer. ¿Hacer algo o hacerse dentro de esa divinidad? Y esta exigencia íntima de entender a Dios viene a ser en Machado, como lo que es en Nietzsche, en Hólderlin, en Novalis — Unamuno no llegó a eso— un concebir a Dios en la intimidad del pensamiento y del ser, casi un re-crearlo. Y aunque sea sólo como enunciado, digamos, el que no deje de ser un tanto sorprendente que se estudien las «concepciones del mundo» mientras quedan flotando estas concepciones de Dios o de lo divino que a partir del Romanticismo alemán — Goethe el primero— se vienen dando en poetas-filósofos y en filósofos-poetas —Hegel incluido—. Su fondo, próximo o remoto, es, sin duda alguna, el Dios que el místico concibe o muere por concebir. Eckhart, Boehme, San Juan de la Cruz. Lo que no quiere decir que estos poetas-filósofos y filósofospoetas sigan la misma vía del místico arquetípico. Por el contrario, declara Mairena de Abel Martín que tenía escasa simpatía por los místicos a causa de ese su separarse del mundo de la sensación, de los sentimientos, de lo sensible, en suma. Quede en pie únicamente este concebir lo divino en la intimidad del pensar y el sentir humanos, esta búsqueda de la intimidad conjunta de la divinidad, del hombre y del universo total. Y en esta más que búsqueda de la intimidad, del dentro de lo divino universal y humano, el eros es agente insoslayable, hacedor tal vez. Abel Martín, en quien el eros se deposita más que en ningún otro de sus heterónomos, es un gran erótico, mas se nos dice que no platónicamente, a causa de la belleza, sino en modo metafísico, porque el ser es heterogéneo. Por nuestra parte añadimos que este eros no entra dentro de las honduras de la carne. Y no deja de haber un paralelismo entre el rechazo del dios creador judeocristiano, el del «Génesis», y esta ausencia total del eros carnal, del que ni una brizna vemos aparecer en la poesía de Machado, ni en la metafísica de sus heterónomos, ni por levemente que sea en sus complementarios. Y tan puramente aparece así que ni tan siquiera se echa de ver esta ausencia de la pasión de la carne que pide reproducirse, engrendrar y... ser reengendrada en la resurrección, que tanto llamea en el pensamiento de Miguel de Unamuno. Esta ausencia de pasión de la carne es agente de transparencia entre Dios y hombre. Las entrañas del hombre no claman ni reclaman; su inexistencia deja todo el lugar al ser y al no-ser, al pensar y al pensamiento. No sueña este ser encarnarse. Se diría que el misterio cristiano de la Encarnación no le toca, ni el de la pasión ni el del dolor divino a lo humano: «No puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero / sino al que anduvo en la mar». No pide, pues, ni acepta la humanización de Dios. No reclama existir. No pide ni 156

tan siquiera tiempo. ¿De qué dios se trata? Pues que revelador es, de la divinidad que se concibe o se quiere concebir, aquello que el hombre le pide: la súplica y la subsiguiente ofrenda. Dos comentarios metafísicos nos ofrece, decíamos, el soneto «inmortal» «Al Gran Cero», y dos poemas aún en que se ahonda y a la par se aclara: el de su autor Abel Martín y el de su discípulo Mairena. Observemos, de paso, que si no encontramos trazas de ansia de generación carnal ni existencia!, en cambio la relación de Martín y de Mairena se nos aparece como una suerte de generación del pensamiento; de sentires y pensares. Una génesis del pensamiento único, lo que corrobora que se trata de un pensamiento que apetece concebir y generar. Un pensamiento de amor, pues ha de ser. Un pensamiento único, que toma toda una vida humana, ha de ser un cierto modo de ser pensamiento o del ser del pensamiento, que podrían y aun deberían ser señalados a priori. Se nos aparecen de inmediato tres a priori de este pensamiento único: ser indestructible, poseer, sin hacer del sujeto en quien se da un «poseído» y, ya que toma para sí toda la vida, darla. Ser, pues, un pensamiento que es vida. Y al ser pensamiento verdadero, ser universal, trascendente. Contener en sí algún aspecto irrenunciable de la condición humana. Un imperativo que no es necesario se enuncie como tal, que se irá 54/ANTHROPOS

Y así: «Olivo solitario, / lejos del olivar, junto a la fuente, / olivo hospitalario / que 157

das tu sombra a un hombre pensativo / y a un agua transparente», leemos en «Olivo del camino», que abre Nuevas canciones. Todo es revelador: el olivo no está solo, sino que es hospitalario al modo de una alma viviente. Paralelamente a «Y todo el campo un momento / se queda mudo y sombrío, / meditando» de los primeros poemas de su primer libro Soledades. ¿Puede sentirse solo quien siente el campo meditar? Soledades y no soledad, estados del ser como «mudo» y «sombrío», como «solitario», sentidos inmediatamente en los campos, en el árbol, como la transparencia es sentido y vista en el agua. Sí, ya sabemos que a tales expresiones se les llama metáforas o transposiciones, y más de acuerdo con la antepenúltima estética, «proyección sentimental». Ya que la mente moderna rompió con lo inmediato, salvo con la inmediatez del sujeto a través de su duda, en lo que ya inmediatez no hay. Y no puede aceptar el sentir directo de un modo de ser humano originado en una realidad que no llega al ser; realidad, sí ciertamente, mas sin ser; y si se tratara de seres, si se perciben y viven esas realidades como lo que son (¿seres?) entonces la cuestión aparece bien diferente. De otra parte, la acusación, o al menos diagnóstico, de «panteísmo» saltaría sin esfuerzo, si nos colocásemos en los esquemas del pensar occidental: es el hombre y sólo él, el pensante, y sólo él, quien tiene relación directa con la divinidad. Y sentir lo divino y lo definitorio de lo humano como es el pensamiento en identidad, entonces, si no es metáfora, es panteísmo. Pues que el pensamiento divino así mirado sería divino, mas sin existir. No lo hay, siquiera. Mas sucede que el pensamiento original, originario y, al par universal, no procede de estos señalados modos; su proceso es otro. ¿Existencialmente, existencializando al sujeto en cuestión? Mas para definirlo así no habría más inconveniente que el que no se trate de que el sujeto existe, sino de alguna otra cosa que si se pone en relación con el existir es para llegar a su opuesto, el des-existir. El hombre donde tal sujeto del pensamiento vénico anida se va quedando libre para hacerse responsable de modo inmediato, moral y aun políticamente, para la acción, si necesario fuese algún día por él no previsto. Se podía también decir, cediendo a las formulaciones últimas, que este pensamiento «estructura» al sujeto, al hombre mismo. Y para ello no se presenta mayor obstáculo que el caer en la cuenta de que ese hombre que se presenta ya en plenitud no está estructurado, sino configurado, conformado y que se trata de que el despliegue del pensamiento abra las posibilidades de pensar y de ser en activo, mientras el sujeto íntimo se va acercando, como lavado por las aguas incesantes en que se baña, a la simplicidad primera y última, la de ser criatura viviente y, luego, la de ser sin más, en la nada. En una nada —como se ha visto— que no le devora, ni le resiste, ni le acuna tampoco, como si fuera a llevárselo de nuevo. En una nada que viene a ser la hospitalidad del creador. Y así el hombre pensativo está amparado por el olivo solitario, «olivo del camino», que se ha ido a estar solo, justamente para estar al borde del camino por donde transitan los hombres, las bestias, el polvo y el camino también. Y amparado por esta sombra buena (no olvidemos que Antonio Machado era de Andalucía, donde la sombra y el que sea buena es algo de mucha monta) el hombre 158

pensativo está en sí porque está en el lugar de su pensamiento. Es hospitalario el solitario olivo. Hospitalaria la venta o la mujer, como en Cervantes —de paso sea dicho—: «¡Blanca hospedería, / celda del viajero, / con la sombra mía!» (CLIX, «Canciones»). La blanca hospedería equivale al olivo hospitalario, del camino que da su sombra. Mas aquí, la sombra es la suya, es él quien da su sombra, esa misteriosa sombra que lo acompaña siempre; la suya a veces, o la de otro, de otro o de uno, la del más hondo sí mismo tal vez. Y el amor es ante todo, y más allá de todo, un pensamiento de amor. Un pensamiento y no un lugar como hemos procurado señalar; el campo, el olivo y aun la hospitalidad. Y misteriosamente y sobre todo, sueño. El pensamiento de amor roza la «verdad divina» que está temblando. Y no es el simple temblor que encontramos en el campo también, es el desvanecimiento, especie de temblor en su propio corazón entre el despertar y el sueño. «...El limonar florido, el cipresal del huerto, el sol, el campo, el iris —el agua en tus cabellos—. Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón al viento.» Mas el perderse, que no llega a ser olvido, en el corazón-memoria es algo cósmico. Lo más alejado de un pensamiento. El pensamiento de amor nace entero. Sólo con este pensamiento se podría vivir, lo que decir quiere que este pensamiento solo tomaría toda una vida. Mas, ¿acaso, cuando el pensamiento de amor se ha dado —Dante, Petrarca, Quevedo...—, ha sido solamente lo que se entiende por amor, amor entre hombre y mujer, entre «gacela y león»? Tal como si análogamente a lo que se cree establecido acerca del pensar y de su sujeto humano, con el amor aconteciera también. Es decir, como si el Amor, él, de sí mismo viviera, mientras se cree, y hoy obstinadamente, que el suceso del amor pudiera darse en términos solamente psicológicos y sociológicos, sin un a prior/, sin un pensamiento que germina en un ser. Como si de Guiomar pudiera cualquier hombre enamorarse (incluido el mismo Antonio Machado'en otra estación de su ser) sin que el pensamiento de amor lo haya dispuesto así. Y así, la identificación de Guiomar con la existencia real de una mujer amada viene a ser subsidiaria de ese pensamiento de amor, sin el cual, ese amor concreto o no hubiera existido, o se hubiese dado en forma diferente. Y para que este pensamiento de amor, que no discutimos para nada que llegara a encarnarse, era indispensable Abel Martín. Fue desde él, a través de él y con él cómo el hombre real Antonio Machado llegó a vivir ese amor concreto que sería corroboración, respuesta (si es que así realmente se le dio). Mas, cómo fue posible, ya que en la metafísica estoica de Abel Martín aparece que la amada es imposible. ¿Será, acaso, aquella que «no acudió a la cita»? Leemos: «En la metafísica intrasubjetiva de Abel Martín fracasa el amor, pero no el conocimiento, o mejor dicho, es el conocimiento el premio del amor. Pero el amor, como tal, no encuentra objeto; dicho líricamente: la amada es imposible.» Y antes: «El gran ojo que todo lo ve al verse a sí mismo es, ciertamente, un ojo ante las ideas, en actitud teórica, 159

de visión a distancia; pero las ideas no son sino el alfabeto o conjunto de signos homogéneos que representan las esencias que integran el ser. [...] Hijas del amor, y, en cierto modo, del fracaso del amor, nunca serían concebidas sin él, porque es el amor mismo o conato del ser por superar su propia limitación, quien las proyecta sobre la nada o cero absoluto, que también llama el poeta cero divino, pues, como veremos después, Dios no es el creador del mundo —según Martín—, sino el creador de la nada. No tienen, pues, las ideas realidad esencial per se, son meros trasuntos [...]. Estas esencias no pueden separarse en realidad, sino en su proyección ilusoria, ni cabe tampoco — según Martín— apetencia de las unas hacia las otras, sino que todas ellas aspiran conjunta e indivisiblemente a lo otro, a un ser que sea lo contrario de lo que es, de lo que ellas son; en suma, a lo imposible». Y así el verdadero conocimiento corre la suerte del amor, como hijo de su fracaso. Queda en pie y brillando como una columna de luz ya sin fuego, diríamos, esta aspiración de las ideas conjunta e indivisiblemente hacia lo otro. Como imantadas por ese imposible contrario a ellas mismas, aspiran, decimos, a su propia destrucción. Porque «no es tampoco para Abel Martín la belleza el gran incentivo del amor, sino la sed metafísica de lo esencialmente otro». Lo otro del que ama, lo otro del que piensa, lo otro del que mira. O lo otro en sí mismo, como sugiere, aunque califica a esta expresión de hiperbólica, «de un apasionado culto a la mujer» que «la mujer es el anverso del ser», que no podríamos sin más interpretar como el no-ser en esta forma de pensa

160

ANTHROPOS/55

miento que no se atiene a las premisas y que más decisivamente aún, disuelve o supedita los contrarios a la heterogeneidad del ser. ¿Qué sería, nos preguntamos, este «anverso del ser»? Un absoluto impensable, se nos ocurre. Y que sea impensable no supone forzosamente su inexistencia, mas, ¿quedaría la mujer entonces como un absoluto y el absoluto puede ser acaso uno que admita otro? O será un más allá del ser, ya que el ser no subsiste ante la nada, la nada divina. Antesala sería entonces la mujer para el varón, de la verdad última alcanzada por el pensamiento en la metafísica de Abel Martín. Mas ¿vivible? Vivible también como ese «deseerse» que anuncia, como vía negativa tan de la mística toda. «Mas nadie logrará ser el que es, si antes no logra pensarse como no es.» Y esta vía Abel Martín, a través de Machado, la expone con nítida claridad al hacer 161

en breves líneas la crítica del pensar que aún padecemos. «La concepción mecánica del mundo —añade Martín— es el ser pensado como pura inercia, el ser que no es por sí, inmutable y en constante movimiento, un torbellino de cenizas que agita, no sabemos por qué ni para qué, la mano de Dios.» Y comenta así este pensamiento originario de Martín: «Cuando esta mano, patente aún en la chiquenaude cartesiana, no es tenida en cuenta, el ser es ya pensado como aquello que absolutamente no es. Los atributos de la substancia son ya, en Espinosa, los atributos de la pura nada. La conciencia llega, por ansia de lo otro, al límite de su esfuerzo, a pensarse a sí misma como objeto total, a pensarse como no es, a deseerse. El trágico erotismo de Espinosa llevó a un límite infranqueable la desubjetivación del sujeto». Y aquí, es donde se nos da la solución, la salida de la aporía y de su interminable laberinto, pues que continúa diciendo con sólo un punto y seguido de separación el pensamiento decisivo de Martín, su revelación: «"¿Y cómo no intentar —dice Martín— devolver a lo que es su propia intimidad?". Esta empresa fue intentada por Leibniz — filósofo del porvenir, añade Martín—; pero sólo puede ser consumada por la poesía, que define Martín como "aspiración a conciencia integral"». Mas como la poesía a su vez, se nos dice, es hija del fracaso del amor, he aquí una hija que logra lo que la metafísica, el conocimiento no puede. Se trata, pues, de crear o de descubrir al menos alguna creación posible, una creación no de otro ser, sino de una conjunción entre el pensar y el amor. Quizás esta: «Si un grano del pensar arder pudiera, / no en el amante, en el amor, / sería la más honda verdad lo que se viera». ¿Y el verla sólo, nos decimos, nos bastaría? Nos bastaría, aunque su inmediata acción se nos enuncia así: «y el espejo de amor se quebraría, / roto su encanto». «Quiere decir Abel Martín que el amante renunciaría a cuanto es espejo en el amor, porque comenzaría a amar en la amada lo que, por esencia, no podrá nunca reflejar su propia imagen.» Lo que nos entrega la clave del pensamiento que el hombre Antonio Machado, encerrado en los confines de las sociales, intelectuales e históricas circunstancias, no pudo por sí mismo declarar. ¿Cómo hubiera podido sin apartarse de su vía decirse ni tan siquiera a sí mismo, y menos aún a sí mismo, un pensamiento, el central de toda mística y determinadamente de las más cristalina de este Occidente —la del maestro Eckhart, que aparece en cada uno de los pasos de su pensamiento, un pensamiento único si los ha habido—? Elegimos este por su simplicidad y su adecuación: «Ninguna imagen nos abre la deidad ni el ser de Dios. Si alguna imagen o semejanza permanece en ti, jamás llegarás a ser uno con Dios» («Sermón surrexit autem Saulus»). No podía Antonio Machado formularse así este pensamiento ni a través de Abel Martín. Como poeta le es irrenunciable el olor, el sabor, el reflejo. Como pensador, la sombra y como metafísico del amor la heterogeneidad del ser —de la mujer como hombre—. Como habitante de un país, de una historia, de alma y espíritu irrenunciable. (Y dicho sea de paso, solamente cuando así sucede se tiene, aunque se pierda, una patria.) Y por todo ello pasó Antonio Machado sosteniendo al par con su vida esta especie de «Ars Amandi» de la que nos atrevemos a decir que contiene la metafísica y, por tanto, la ética de Martín y 162

56/ANTHROPOS

Mairena. Mas quizá difiera de la mística de Eckhart —hombre activo despierto a su histórico quehacer en su hora—, la acción que cambiaría, que transmutaría todo al revelar la «más honda verdad», «Si un grano del pensar arder pudiera, / no en el amante, en el amor». Que se sepa una tal acción divina, humana, o humana y divina conjuntamente no ha sido propuesta ni Asonada declaradamente nunca. Se trata de algo inédito. Un inédito pensamiento de amor que reclama su lugar propio allá en la constelación de los pensamientos únicos al modo de los astros e indelebles como ellos, indestructibles en tanto que la vida humana no se desmienta, no se desdiga, cosa que no hay que dar por imposible. ¿Y nos podemos permitir identificar esta verdad («lo más hondo que se viera») con «la verdad divina temblando de miedo», en el profundo espejo de sus sueños, vista cuando un claro día miró sus bienamados versos? ¿La verdad divina tiembla, nos preguntamos, por estar reflejándose en el espejo? Y si, como insinuábamos al referirnos a ella, nos pide algo más que el ser vista, si acaso tiembla por algo propio del hombre siendo divino, si es que es la verdad un ser divino que pide al hombre. Y es entonces la verdad del amor que se produce cuando lo uno —el uno— se hace lo otro, pidiendo al otro o a los otros que se hagan uno, unos en el amor, salvándose así de la heterogeneidad del ser y de los seres. Y si es así en el caso del amor 163

hombre-mujer se daría, que este anverso del ser que es la mujer, pide enigmáticamente al hombre, que la siga más de lo que entiende al modo espontáneo propio del hombre; que se niegue trascendiéndose, y aun abismándose, «Gracias, Petenera mía: / en tus ojos me he perdido: / era lo que yo quería». Pues que tiembla también esta verdad divina por flotar en el humano sueño. ¿Tiembla al despertar dentro del sueño humano? Y entonces temblaría de la historia que de los sueños humanos procede, y pediría una clara historia, una historia creadora y transparente, esa que el «hombre pensativo» crea unificando la sombra que cubre su cabeza y el agua transparente que sin sombra le acompaña al borde del camino, del histórico camino mientras aún serpea. Y así, aunque conserve algo de su propia imagen, llega a pensar y a amar conjuntamente, en la intimidad del ser y de la historia. Y la historia misma se le hará íntima, la intimidad de la historia se hará verdad manifiesta y no habrá contraposición entre el actuar y el pensar. La Petenera es también una figura de la historia que nos mira. El pensamiento único contiene o acaso está contenido en la visión dada al poeta Antonio Machado (su verdadero punto de partida, motor de su poesía) en la «verdad divina» vista en sus «Bienamados versos». En el «profundo espejo de mis sueños» que, así como espejo se le revela dándole sus sueños. Obtener la revelación de los propios sueños por la poesía y luego en ella por directa visión, es sustancia de poesía y de conocimiento unidamente. Mas sería acaso posible una poesía que no sea conocimiento en sí misma, pensamiento visible, pensamiento nacido, crecido como una flor, según se dice de esa «verdad divina». Y así la dialéctica entre el ver y el mirar, entre el ojo y el ver tiene su raíz o fundamento divino y es cosa de amor, como es sabido. «El amor es el ojo con que el amante ve a lo amado», enunció Plotino precisando. Precisando no solamente la tradición platónica, sino como todo pensamiento certero —único— hace el sentir difuso y tratándose de amor particularmente confuso, que alienta en el corazón humano que no ha llegado a estar «maduro de sombra y de ciencia». No encontramos trazas de que Machado-Martín-Mairena hayan bebido en este pensamiento de Plotino. Mas la filiación de un pensador o de un pensar no depende, como se sabe y se olvida, del conocimiento de los textos que por otra parte, pueden haber sido conocidos un día y hundirse en el fondo creador de la memoria. La unidad indestructible del pensamiento único de Antonio Machado se muestra también en el arranque común de su poesía y de la metafísica de Abel Martín, el primero de sus heterónomos, «poeta y filósofo» que escribió en la primera página de su libro de poesías Los complementarios: «Mis ojos en el espejo / son ojos ciegos que miran / los ojos con que los veo». Y continúa: «En una nota, hace constar Abel Martín que fueron estos tres versos los primeros que compuso, y que los publica, no obstante su aparente trivialidad o su marcada perogrullee, porque de ellos sacó, más tarde, por reflexión y análisis, toda su metafísica». Y no es cosa que deba de extrañamos el que la poesía propiamente dicha, comience o se origine en una revelación y la metafísica se abra a partir de una revelación también, mas negativa; «Mis ojos en el espejo» que dan a conocer la existencia ¿inevitable? del espejo 164

que toda visión encuentra, aunque no sea en los bienamados versos, responde aquí a una pregunta que por informulada no deja de ser determinante. Ha puesto sus ojos en el espejo y entonces le miran ciegos, se miran ciegos a ellos mismos en una frustrada, identidad. De la identidad, eje de toda verdad metafísica, y de todo verdadero amor. No hay metafísica que no vaya haciéndose filosofía inevitable, impávida y hasta heroicamente sino en busca de la identidad: del ser y del pensar, del sujeto y del objeto más íntegramente del sí mismo y del todo, de la vida y del ser; del amor uno y múltiple, del que ve y de lo visto, del amor. Del centro y de la circunferencia. Y para llegar a lo menos a las puertas de la identidad o tan siquiera verla como posible — sintiéndola ya— ha sido siempre indispensable eliminar algo de la simple vida y del simple, dado, pensar. Por lo menos se presenta una escisura: un abismo o una sola línea, límite; el límite que el pensamiento humano ha de establecer, aunque solo fuera para hacer el indispensable vacío o hueco por donde corra el camino. Ese camino al lado del que se yergue el «olivo solitario» como su guardián; el olivo hospitalario que da su sombra al hombre que piensa bajo su sombra como en lugar propio junto a una agua transparente representación del pensar mismo cuando se cumple. Esta figura poética del lugar del pensamiento único —el olivo único a su vez— se nos revela ahora como un método. Y la metáfora contenida en tan * breves palabras se nos figura perfecta. Pues que el camino es una separación en un territorio que antes estaba junto, una apertura en lo indiferenciado. Encontramos que esta revelación negativa que hace posible la metafísica, el pensar humano, se origina nada menos que en un acto divino. Lo enuncia poéticamente Abel Martín y lo comenta, lo hace aún más explícito «La metafísica de Juan de Mairena». Y más íntegramente, pues que en sólo cuatro versos, aparece la conjunción de la mirada con el acto creador de la nada: «Dijo Dios: Brote la nada. / Y alzó la mano derecha, / hasta ocultar su mirada. / Y quedó la nada hecha». Los ojos ciegos que miran no ya en el espejo, sino tras del espejo de la nada, «pizarra en la que se escribe el pensamiento humano», y entonces, mientras exista esa pizarra, espejo, mientras rija el «Fiat umbra» de donde «brotó el pensar humano, ¿podrá haber visión, la visión por el amor apetecida que es la única identidad posible que este pensamiento nos muestra?» Y declara así él, este él único que por momentos forman Abel Martín y Juan de Mairena. Pues que si Mairena es otro es porque estaba llamado a ser maestro de pensar en una aula semivacía que se ha ido llenando de innumerables oyentes y como sucede de sólito, de ellos habrán salido y saldrán algunos verdaderos discípulos como él, lúcidos y rezumando ironía; la indispensable ironía que sella la unidad entre razón y piedad, la grande Piedad. Aunque sea dada al menudeo. Y así entre la metafísica de estos heterónomos, no hay sino complementariedad. Explica Machado estos cuatro versos: «Así simboliza Mairena, siguiendo a Martín, la creación divina, por un acto negativo de la divinidad, por un voluntario cegar del gran ojo, que todo lo ve al verse a sí mismo». Dios como el «gran ojo que todo lo ve al verse a sí mismo» había quedado denunciado antes. Y prosigue: «Se preguntará: ¿cómo, si no hay problema de lo que es, puesto que lo 165

aparente y lo real son una y la misma cosa [...] puede haber una metafísica?». Y responde Mairena: «Precisamente la desproblematización del ser, que postula la absoluta realidad de lo aparente, pone ipso facto sobre el tapete el problema del no ser, y éste es el tema de toda futura metafísica». Al poner el problema del no ser, libera el pensamiento poético, decimos, según se muestra con precisión en el propio Abel Martín, el que «sacó» toda su poesía metafísica de sus tres primeros versos, o sea, de una intuición y un sentir y pensar poético («Mis ojos en el espejo / son ojos ciegos que miran / los ojos con que los veo»), Abel Martín el teólogo-poeta libera y revelación a lo humano del pensamiento poético como pensamiento divino. Comentando de inmediato su soneto, base de su teologizar, «Al Gran Cero», dice: «Dios regala al hombre el gran cero, la nada o cero integral, el cero integrado por todas las negaciones de cuanto es. Así, posee la mente humana un concepto de totalidad, la suma de cuanto no es, que sirva lógicamente de límite y frontera a la totalidad de cuanto es». Y repite «Fiat umbra! Brotó el pensar humano. Entiéndase: el pensar homogeneizador, no el poético, que es ya pensamiento divino». Se da en el hombre gracias al poeta, el pensamiento divino. Mas ¿y el ver? La visión que divina habría de ser, ¿qué suerte corre? Y que de ver se trata y, por tanto, de un Dios de la visión, lo mostraría en modo suficiente la súplica del hombre. Pues como ya apuntamos, se puede identificar al dios en quien el hombre cree por la súplica que al ser ese dios el suyo no puede acallar. Y la encontramos precisamente en el poema ofrecido como de Abel Martín (Los complementarios) donde se ofrece una vez más la revelación negativa: «Muéstrame, ¡oh Dios!, la portentosa mano / que hizo la sombra: la pizarra oscura / donde se escribe el pensamiento humano». Y esta súplica al modo de casi todas las nacidas de lo más hondo, queda en el texto sin comentario. Curiosamente en la poesía, en la metafísica misma, en todo aquello que el hombre «crea» y expresa lo más revelador, queda sin explicación, tal como en los sueños sucede. La verdad íntima, el motor del último fondo ya es mucho que aparezca. La verdad entrañable queda ahí como dejada, como si por sí misma saliera. Porque la verdad está tan emparentada con el sueño que se funde en él. La humana verdad que el hombre grita a su dios o a solas si dios no tiene o cree no tener, es como un sueño. Su sueño originario. Su verdad. Y antes, en el período diríamos ingenuo de la poesía de Antonio Machado antes de que Mairena y Martín hubiesen nacido o antes de que se muestren encontramos... Pero aun antes, en las no muy frecuentes apariciones de la luz, «Luz en sueños» (Galerías). La luz, medio de la visión directa, de la visión verdadera inmediata, ¿está en sueños? Encontramos en Nuevas canciones en «Iris de la noche» una verdadera plegaria de la visión: «Y tú, Señor, por quien todos / vemos y que ves las almas, / dinos si todos, un día, / hemos de verte la cara». ¿Será esta, acaso, la «más honda verdad», quebrado el espejo que mantiene encantado el amor? Amor que muere por ver y que tiembla por ser visto. ¿Y ha de seguir así el amor? El pensamiento poético, que es «pensamiento divino», no lo ha rescatado porque es cosa de visión. Y sólo hay la visión más allá del espejo, sea de los sueños o el de la pizarra oscura que el dios voluntariamente ciego tendió al hombre que 166

ha de reflexionar. Habría de verificarse una acción divina, o quizás humana, si posible le fuera al hombre disponer de un grano de pensar enteramente divino, enteramente pensar. No aparece referencia alguna al «pensamiento de pensamientos» del Dios de Aristóteles cuyo acto es vida, pensamiento puro que no es creador como el Dios de la tradición judeo-cristiana que Martín recusa. Mas la nada, ¿existiría sin este acto creador? Bien es cierto que esa nada de Martín-Mairena no es la nada propiamente dicha, sino un espejo, una pizarra, un lugar dado al pensar humano. Y del pensar divino, poético en el hombre, es donde viene como posible el rescate. Ha de suceder algo extraordinario, casi impensable, para que la conjunción pensamiento-visión, sentido de la visión y del amor conjuntamente, vida, pues, se verifique. Y es el amor, el lugar donde únicamente puede darse. Aire tiene de ple

a ser la hospitalidad del creador. María Zambrano concentra en la siguiente frase muchos siglos de indagación antropológica: «El hombre pensativo está en sí porque está en el lugar de su pensamiento [...]. Y el amor es ante todo, y más allá de todo, un pensamiento de amor [...] y sobre todo, sueño». «El pensamiento de amor nace entero.» El Amor, él no puede darse sin un pensamiento, sin un a priori que germine en ser. Es, pues, así cómo hay que entender que el incentivo del amor no es la belleza, sino la «sed metafísica de lo esencialmente otro», o lo otro en sí mismo: aspiración a conciencia integral. Es preciso devolverle a lo que de su propia intimidad crea la conjunción entre el pensar y el amar: «Revelar la más honda verdad». De ahí viene el tercer a priori; se trata de algo «inédito»; un inédito pensamiento de amor, el cual reclama un lugar propio. Por eso, la verdad del amor se produce cuando lo uno se hace lo otro, pidiendo al otro o a los otros que se hagan uno: «Unos en el amor». Se salva, así, la heterogeneidad del ser y de los seres. Por fin, el lugar del pensamiento único se nos revela como método, que nos conduce a la ruptura del encanto del espejo y al encuentro con la realidad gozada y en sí. Se trata de un artículo que merece una meditación profunda y más amplia. María Zambrano nos ofrece en él la imagen interior y más verdadera de Antonio Machado. garia, y de tímida y ardiente plegaria recóndita, un arcano que al fin se abre, ese soneto donde leemos: «Si un grano del pensar arder pudiera, / no en el amante, en el amor». Se rompería el encanto del espejo y sería la más honda verdad la que se viera. Se vería de verdad. Y de verdad se amaría. Sería vida de verdad, nos decimos. Y el amor no temblaría. Haría arder y ardería inextinguiblemente. (María Zambrano, «Un pensador (Apuntes)», Cuadernos para el Diálogo, extra XLIX, noviembre 1975, pp. 398-404.) María Zambrano entiende a Antonio Machado como persona de un solo 167

pensamiento. Esto exige la presencia de otras personas en quienes logre crear, dar vida, formas de ser al modo humano. Poeta —afirma— es sólo quien logra el éxito en tal empresa. Poeta con poemas, con escritura o sin ella. Antonio Machado es, pues, poeta en este sentido profundo, desde el principio. A él le nacen las personas del pensamiento único, en su fondo insondable y que viene a ser «un sentir de su propio pensamiento». Pensar de un ser confiado, amenazado o herido: intimidad pura. Sigue su análisis hacia el fondo María Zambrano; desentrañando la vida humana y poética de Antonio Machado, con delicada y penetrante sensibilidad. Así nos dice que pensar es llegar hasta un quién profundo, último, principio, modelo vivo de toda génesis: Poeta creador del Universo. Es el Dios presente y presentido de María Zambrano, cordial, que habita las entrañas del cosmos. Su creador es poeta, no científico. Pero es justo reconocer que éste, el científico, deshace el universo natural, lo cual nos facilita ser hombres poetas, en advenimiento. La exigencia íntima de A. Machado —dice— de entender al quién-Dios viene a ser —como en otros poetas-pensadores— en concebir a Dios en la intimidad del Pensamiento y del ser, casi en re-crearlo. Enuncia María Zambrano profundas verdades en su análisis: la intimidad del hombre es intrínseca alteridad, otredad, diálogo y apertura en el silencio del solo con el Solo. Silencio y estancia, habitación, tiempo de ir y encontrarse en el amor trascendido. Todo el artículo rebosa de observaciones finísimas y profundas: revelación única de la biografía de A. Machado. María Zambrano concreta en esta frase su exposición: «Concebir lo divino en la intimidad del pensar y el sentir humanos; esta búsqueda de la intimidad conjunta de la divinidad, del hombre y del universo total». Así, la búsqueda del «dentro de lo divino universal y humano», el eros es agente insoslayable, hacedor de la heterogeneidad del ser. Pero este eros no entra en la hondura de la carne. Así la génesis de un pensamiento único que apetece concebir y generar sólo puede ser un «pensamiento de amor». Él toma toda la vida. De este pensamiento único se nos aparecen tres a priori. El primero es «ser indestructible», poseer para sí toda la vida, darla. Ser, en pensamiento que es vida. Y al serlo en verdad será universal y trascendente. Un pensamiento tal hace del hombre un poeta, un meditador: «ser pensamiento a toda hora, hasta en sueños». Así quien medita no puede sentirse solo jamás. El segundo a priori es que este pensamiento estructura al sujeto, al hombre mismo: ser sí mismo en la nada, lo cual viene 58/ANTHROPOS

168

Resumimos, en síntesis, algunos de los pensamientos de Antonio Machado, elaborados y publicados en situación de guerra, porque creía en la paz. Todo cambia, especialmente aquello que es importante y profundo; también el pasado histórico está sometido a cambio, a innovación y recreación. Ello es lo que constituye proyecto y meditación de actualidad, de las leyes del porvenir. Pero lo más interesante es el cambio del a priori, del previo interior configurante y organizador práxico de la realidad histórica. La decisión íntima de ser, el ámbito de creación de un quién inédito; la consiguiente teoría del conocimiento, del pensamiento y obra. Lo que importa, pues, es cambiar el fondo de la producción y del productor de la historia; convertir sus materiales en nuevos inventos y enseres capaces de habitar un mundo recreado. De ahí, surgirá pujante «una conciencia vigilante», eso es lo que por otra parte significa difundir y defender la cultura frente al estado antropológico de guerra civil y de barbarie, aumentar en el mundo la conciencia vigilante, el número de hombres despiertos. Es preciso asumir desde la experiencia de la guerra y del pelear humano, la emergencia de los profundos manantiales de amor soterrados en la historia. Crear amor. Nunca se ha de concluir algo contra el «sentido cordial de la vida». Antonio Machado está aquí y ahora, persona resucitada en sí y por sí, pero también en todos los apócrifos-personas que viven y están insurgiendo de las entrañas de la historia y del universo. Son, en definitiva, los quiénes audaces, en exilio y heterodoxia, 169

quienes cambian e inventan la realidad en novedad y libertad. Antonio Machado permanece y vive como luminaria apócrifa de historias que se condensan en pensamientos de amor.

5. Antología: poemas de un Poeta investigador de historias, caminos y paisajes En un breve y certero estudio titulado «Los caminos de Antonio Machado», Concha Zardoya nos lleva metódicamente por el recorrido interior y expresivo de la obra machadiana, pero vista desde la metáfora y método del camino. Estos son los caminos machadianos: el caminante; el camino de la vida; el camino y la realidad; el camino y la región; el camino, el monte y el aire; los caminos del mar; los caminos y el tiempo; los caminos del sueño; los caminos de la visión onírica; los caminos del amor; el camino, la locura y la ficción literaria; el camino de la soledad; caminos sin nadie; los caminos de la muerte; la muerte del camino; sin caminos; camino intuido; encrucijadas; el atajo; caminos del alma. Veamos la variedad de aspectos y la riqueza de contenidos poéticos y antropológicos que se encierra en la metáfora machadiana de «camino». Concha Zardoya los va analizando paciente y analíticamente. Una idea rige todo el estudio: caminar es vivir. Vivir es hacer camino. El camino no está, no es; hay que 170

hacerlo, hay que crearlo, hay que vivirlo. No es previo al hombre, sino coetáneo de su vivir y de su hacer. Así lo resume en un final apretado y sintético Concha Zardoya: El poeta es alma siempre en camino y, por tanto, siempre haciéndose y siempre por hacer: alma en camino que escapa hacia el sueño. Si Heráclito es asociado siempre a su imagen o metáfora del río, a Antonio Machado hemos de asociarlo al camino: camino que se da en el espacio, pero que se recorre en el tiempo. Camino, sí, que devora el tiempo, pues vivir —en palabras de Juan de Mairena — es esto: «devorar tiempo». El camino machadiano es una fuerza dinámica que impulsa al hombre: que es el hombre vivo, viviente, viviendo. Línea abierta que se opone al estatismo —peso— de ciudades y pueblos quietos, detenidos en el espacio y en el tiempo, en donde éste, a su vez, se ha parado. El camino es la imagen objetiva del tiempo vital que progresa hacia su vivir —su futuro— y hacia su muerte. Los caminos de Antonio Machado se oponen a la paz de los muertos en sus tumbas, pues son vida por vivir, vida que se vive. Mirar hacia atrás es mirar lo ya vivido, y soñarlo es revivirlo. Y por esto el camino machadiano es negación de la nada y de la muerte, aunque hacia ella progrese lenta o velozmente: es una prueba existencia!. Camino que habría que definir como Ortega definía la vida: como un «fluido indócil que no se deja retener, salvar, pues, mientras va siendo, va dejando de ser inmediatamente». Como una cosa estática que permanece y persiste: actividad que se consume a sí misma. El camino machadiano es imagen que ilustra claramente aquella idea orteguiana de que «vivir es, de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar con él, ocuparse de él». Juan de Mairena se burla de los hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas, porque, según el, «no han ido nunca a ninguna parte». «Porque ya es mucho ir; volver, ¡nadie ha vuelto!» Lo único importante, lo único válido es ir, es caminar: es ser camino hacia el morir, mar del que nunca se volverá. Antonio Machado anduvo caminos para no circular o rodar, obligadamente, sobre rieles. Vivir era, para él, hacerse el propio camino: caminar libremente, con los ojos puestos en la tierra y, también, en el cielo: «Camina... En el azul, la estrella». Antonio Machado recorrió los caminos españoles y se sintió cami

no de España por amor a la libertad. Y tal amor se ve implícito en los versos meditativos y metafóricos de «Poema de un día»: bajo una encina casta, en tierra de tomillos, donde juegan mariposas doradas... Algo importa que en la vida mala y corta que llevamos

171

libres o siervos seamos.

Y en su final: Allí el maestro un día soñaba un nuevo florecer de España. Baeza, 21 de febrero de 1915. (Campos de Castilla) No está mal este yo fundamental, contingente y libre, a ratos, creativo, original; este yo que vive y siente dentro de la carne mortal ¡ay! por saltar impaciente las bardas de su corral.

Antonio Machado saltó las bardas del corral y se fue por los caminos de España y de Francia —al final de sus días—, libre y sin equipaje, como Don Quijote. (Concha Zardoya, «Los caminos de Antonio Machado», La torre (San Juan de Puerto Rico), XII, n.° 45-46, 1964, pp. 97-8.) Nada mejor que este texto para introducción de la presente antología poemática indagadora de historias, caminos y paisajes, donde el hombre concreto ha prendido y se ha quedado como «poeta en el tiempo»: el hombre esencial de Antonio Machado. El otro moviéndose como «poesía en el tiempo»: donde al final y al principio confluyen en acontecimiento fluente: «Estos días azules y este sol de la infancia». Últimas palabras poéticas escritas por el Poeta en exilio, Antonio Machado. Iris de la noche A D. Ramón del Valle-lnclán.

Hacia Madrid, una noche, va el tren por el Guadarrama. En el cielo, el arco iris que hacen la luna y el agua. ¡Oh luna de abril, serena, que empuja las nubes blancas! La madre lleva a su niño, dormido, sobre la falda. Duerme el niño y, todavía, ve el campo verde que pasa, y arbolillos soleados, y mariposas doradas. La madre, ceño sombrío entre un ayer y un mañana, ve unas ascuas mortecinas y una hornilla con arañas. A don Francisco Giner de los Ríos Como se fue el maestro, la luz de esta mañana me dijo: Van tres días que mi hermano Francisco no trabaja. ¿Murió?... Sólo sabemos que se nos fue por una senda clara, diciéndonos: Macedme un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma. Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas! Y hacia otra luz más pura partió el hermano de la luz del alba, del sol de los talleres, el viejo alegre de la vida santa. ...¡Oh, sí!, llevad, amigos, su cuerpo a la montaña, 172

a los azules montes del ancho Guadarrama. Allí hay barrancos hondos de pinos verdes donde el viento canta. Su corazón repose Hay un trágico viajero, que debe ver cosas raras, y habla solo y, cuando mira, nos borra con la mirada. Yo pienso en campos de nieve y en pinos de otras montañas. Y tú, Señor, por quien todos vemos y que ves las almas, dinos si todos, un día, hemos de verte la cara. (Nuevas canciones, «Canciones de tierras altas») Nel mezzo del camin, pasóme el pecho la flecha de un amor intempestivo. Que tuvo en el camino largo acecho mostróme en lo certero el rayo vivo. Así un imán que, al atraer, repele (¡oh claros ojos de mirar furtivo!), amor que asombra, aguija, halaga y duele, y más se ofrece cuanto mas esquivo. Si un grano del pensar arder pudiera, no en el amante, en el amor, sería la más honda verdad lo que se viera; y el espejo de amor se quebraría, roto su encanto, y roto la pantera de la lujuria el corazón tendría. (De un cancionero apócrifo, «Abel Martín») Siesta (En memoria de Abel Martín) Mientras traza su curva el pez de fuego, junto al ciprés, bajo el supremo añil, y vuela en blanca piedra el niño ciego, y en el olmo la copla de marfil de la verde cigarra late y suena, honremos al Señor —la negra estampa de su mano buena— que ha dictado el silencio en el clamor. Al dios de la distancia y de la ausencia, del áncora en la mar, la plena mar... Él nos libra del mundo —omnipresencia—, nos abre sendas para caminar. El tren devora y devora día y riel. La retama pasa en sombra; se desdora el oro de Guadarrama. Porque una diosa y su amante huyen juntos, jadeante, los sigue la luna llena. El tren se esconde y resuena dentro de un monte gigante. Campos yermos, cielo alto. Tras los montes de granito y otros montes de basalto, ya es la mar y el infinito. Juntos vamos; libres somos. Aunque el Dios, como en el cuento fiero rey, cabalga a lomos del mejor corcel del viento; aunque nos jure, violento, 173

su venganza; aunque ensille el pensamiento, libre amor, nadie lo alcanza. Con la copla de sombra bien colmada, con este nunca lleno corazón, honremos al Señor que hizo la nada y ha esculpido en la fe nuestra razón. (Cancionero apócrifo) Canciones a Guiomar III Tu poeta piensa en ti. La lejanía es de limón y violeta, verde el campo todavía. Conmigo vienes, Guiomar; nos sorbe la serranía. De encinar en encinar se va fatigando el día. Hoy te escribo en mi celda de viajero, a la hora de una cita imaginaria. Rompe el iris al aire el aguacero, y al monte su tristeza planetaria. Sol y campanas en la vieja torre. ¡Oh tarde viva y quieta que opuso al panta rhei su nada corre, tarde niña que amaba tu poeta! ¡Y día adolescente —ojos claros y músculos morenos—, cuando pensaste a Amor, junto a la fuente, besar tus labios y apresar tus senos! Todo a este luz de abril se transparenta; todo en el hoy de ayer, el Todavía que en sus maduras horas el tiempo canta y cuenta, se funde en una sola melodía, que es un coro de tardes y de auroras. A ti, Quiomar, esta nostalgia mía. (Cancionero apócrifo, «Canciones a Guiomar»)

174

175

ANTHROPOS/61

APUNTES BIOGRÁFICOS Antonio Machado: datos cronológicos de una biografía Mis ojos en el espejo son ojos ciegos que miran los ojos con que los veo. En una nota, hace constar Abel Martín que fueron estos tres versos los primeros que compuso, y que los publica, no obstante su aparente trivialidad o su marcada perogrullez, porque de ellos sacó, más tarde, por reflexión y análisis, toda su metafísica. Antonio Machado, «De un cancionero apócrifo» (Abel Martín). Sevilla 1875. Antonio Machado nace en Sevilla, el 26 de julio, en el seno de una familia de la burguesía media, liberal y progresista. Es el segundo hijo del matrimonio de Antonio Machado Álvarez y Ana Ruiz (hija de un confitero de Triana), después de Manuel, nacido en 1874, a los que siguieron José (1879), Joaquín (1881), Francisco (1884, ya en Madrid) y Cipriana (1885, que murió siendo niña). El padre, Antonio Machado Álvarez, había nacido en Santiago de Compostela y era licenciado en Derecho y Letras, aunque su gran dedicación era la de folklorista (a él se debe la introducción de esta palabra en castellano); alentado por Fernán Caballero, se consagró a los estudios de folklore, especialmente recopilando cantares populares. Fundó la revista El Folklore Andaluz y publicó obras como la Biblioteca de tradiciones populares y la Colección de cantes flamencos. Fue masón, intelectual positivista y anticlerical, amigo de Joaquín Costa y Francisco Giner de los Ríos; escribió en periódicos, entre ellos La Justicia (periódico republicano de Nicolás Salmerón), firmado con el seudónimo de «Demófilo» (amigo del pueblo). Con ellos vivían también los abuelos paternos: Antonio Machado Núñez y Cipriana Álvarez Duran (sobrina del insigne polígrafo Agustín Duran, compilador de un Romancero general, muy bien conocido de Antonio Machado). El abuelo, Antonio Machado Núñez, krausista, era catedrático de ciencias naturales de la Universidad de Sevilla. Nació en Cádiz, de joven emigró a Guatemala, estudió medicina en París con el eminente sabio español Orfila, y fue profesor de las universidades de Santiago de Compostela y Sevilla (de la que sería rector); fundó con Fernando de Castro, rector de la Universidad de Madrid, la Revista de Filosofía y Ciencias. En 1875 renunció a la cátedra a raíz de la expulsión de Giner de los Ríos y otros profesores krausistas por el gobierno Cánovas (no volvería a ella hasta 1881, con la restitución de los profesores durante el gobierno liberal de Sagasta). 1881. Antonio Machado asiste, junto con su hermano Manuel, a la escuela de párvulos de don Antonio Sánchez. Madrid 1883. Cuando Machado tiene ocho años, su familia se traslada a Madrid, donde el abuelo ha sido nombrado catedrático en la Universidad Central. Antonio Machado y Manuel ingresan como alumnos en la Institución Libre de Enseñanza (fundada en Madrid 176

en 1876 por los profesores separados de la universidad oficial, y bajo la inspiración de Francisco Giner de los Ríos; entre las secciones de primera y segunda enseñanza asistían más de 250 niños y eran profesores, entre otros, José de Caso, Francisco Giner, Manuel Bartolomé Cossío, José Ontañón, Francisco Quiroga). Este mismo año, el padre de Antonio Machado consigue un puesto de registrador de la propiedad en Puerto Rico, adonde se traslada, pero enferma de tuberculosis poco después de llegar. 1889. Comienza sus estudios de bachillerato en el Instituto de San Isidro y, al año siguiente, como alumno libre, en el Instituto Cardenal Cisneros. Empiezan las aficiones literarias de Machado, sobre todo por el teatro, y junto con su hermano Manuel frecuentan ambos toda clase de tertulias y ambientes literarios de Madrid; traban amistad en estos años con Ricardo Calvo (hijo de Rafael Calvo, director del Teatro Español). 1893. Muere el padre de Machado, cuando regresaba de Puerto Rico. En este año, Antonio Machado publica, con seudónimo, algunas colaboraciones juveniles en el semanario La Caricatura (nacido en la tertulia de jóvenes poetas bohemios del café Tornos, y dirigido por Enrique Paradas). 7595. Muere el abuelo, Antonio Machado Núñez. La familia queda en una situación penosa, viviendo de la renta de la abuela; por decisión familiar, el hermano menor, Joaquín (tiene 14 años) emigra a Guatemala (de donde regresará sin éxito a los pocos años, en 1902; en un principio se pensó en enviar a América a Antonio Machado, debido a su mayor edad); Manuel se traslada a Sevilla para cursar y finalizar los estudios de Filosofía y Letras. Antonio Machado asiste a la tertulia de don Eduardo Benot, lingüista, erudito y ex ministro de la I República, tertulia a la que asistían destacadas personalidades (Nicolás Estébanez, F. Pi y Margall); allí conoce a Valle-Inclán, a quien habría de dedicar una constante admiración y amistad. Como trabajo remunerado, Machado colabora en el Diccionario de ideas afines que dirigía Benot, encargándose de la parte correspondiente a verbos. 1898. Acompaña a Manuel (marzo) a Sevilla (Machado tiene 23 años); allí ve de nuevo el palacio de las Dueñas donde nació y el entorno familiar de sus años de infancia. 1899. En junio, viaja a París, donde se reúne con su hermano Manuel, para trabajar como traductor en la editorial Garnier. Se instalan en el hotel Mediéis, donde se alojó Verlaine en sus últimos años, en pleno Barrio Latino; conocen a Osear Wilde (un año antes de su muerte) y viven el ambiente de bohemia del «fin de siglo» de París. Allí traban amistad con el joven diplomático y escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (quien había publicado ya un primer libro, de crónicas, Bohemia sentimental) y con Pío Baroja (que al año siguiente publicaría también su primer libro, de no menos significativo título, Vidas sombrías). En París, Machado escribe la mayor parte de poemas que más tarde formarían Soledades. Regresa a Madrid en octubre. 1900. Trabaja esporádicamente en la compañía teatral de Fernando Díaz de Mendoza. En septiembre obtiene el grado de bachiller, en el Instituto Cardenal Cisneros. 1901. Publica sus primeros poemas en la revista modernista Electro. Electro (revista 177

quincenal, marzo-mayo 1901) sería, junto a las predecesoras Germinal Germinal 1898, Vida Nueva (1898-1899), Arte Joven (1901) y las posteriores Juventud (1901), Alma Española (1903) y Helios (1903-1904), la plataforma —junto a la prensa progresista del momento— del amplio movimiento renovador de la

Antonio Machado

«gente nueva» (frente a la «gente vieja», defensora del statu quo social y literario de la Restauración). La revista estaba dirigida por un grupo integrado por Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, ValleInclán, Villaespesa y Manuel Machado como secretario de redacción; en ella colaborarían, además de Antonio Machado, Benavente, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, etc. Es el momento de la eclosión del movimiento modernista y de los jóvenes escritores más tarde encuadrados como «generación del 98». Muchos de estos nuevos escritores (nacidos la mayor parte entre 1865 y 1875), aparte su actividad inicial de publicistas, habían ya publicado sus primeras obras: citamos, por ejemplo, a Unamuno (1864-1936), mentor de la generación, que publica En torno al casticismo (1895) y Paz en la guerra (1897); Ganivet (1865-1898), Idearium español (1897) y Los trabajos del infatigable creador Pío Cid (1898); Valle-Inclán (1866-1936), Femeninas (1895) y Epitalamio (1899); Benavente (1866-1954), La comedia de las fieras (1898) y Lo cursi (1901); Pío Baroja (1872-1956), La casa de Aizgorri y Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox (ambas en 1901); José Martínez Ruiz, después «Azorín» (1873178

1967), El alma castellana (1900) y La voluntad (1901); Manuel Machado publica este año Alma, Alma, 1958), Almas de violeta y Ninfeas (1900). Una oleada iconoclasta en la atonía ambiente. Antonio Machado, que no publicará su primer libro hasta 1903, colabora sin embargo en la mayor parte de las revistas mencionadas. 1902. Segundo viaje de Antonio Machado a París (abril-agosto), donde Gómez Carrillo le ha conseguido un modesto empleo en el consulado de Guatemala. Allí conoce a Rubén Darío, padre del modernismo hispanoamericano y escritor y poeta ya consagrado; ambos trabarían amistad, que se mantendría hasta la muerte de Rubén Darío en 1916. En una carta a Unamuno, Machado resume su experiencia de París, donde tras expresar que la vida allí era poco fecunda para el arte, devenido superfluo, dice: «Pasa lo contrario en España, donde aparte algunas capitales que tienen alma postiza, la vida, que se ignora a sí misma, corre más espontánea y verdadera, y tiene mayor encanto para el arte. [...] Empiezo a creer, aun a riesgo de caer en paradojas, que no son de mi agrado, que el artista debe amar la vida y odiar el arte. Lo contrario de lo que he pensado hasta aquí» (carta publicada por Unamuno en Helios, agosto de 1903). A su regreso de París, Machado comienza su amistad con Juan Ramón Jiménez, a quien visita en el Sanatorio del Rosario en Madrid. En septiembre colabora con Manuel y Francisco Villaespesa en una adaptación en verso castellano del drama de Víctor Hugo, Hernani. 1903. Aparece Soledades, primer libro de poesías de Antonio Machado. Está dedicado a Antonio Zayas y Ricardo Calvo, contiene 42 poemas y se divide en cuatro secciones: «Desolaciones y monotonías», «Del camino», «Salmodias de abril» (dedicada a Valle-Inclán) y «Humorismos. Los grandes inventos» (el libro sufriría una notable transformación en su segunda edición de 1907). En este año aparecen también dos importantes libros modernistas: Arias tristes, de J.R. Jiménez, y La paz del sendero, de Ramón Pérez de Ayala; el año anterior, Valle-Inclán había publicado Sonata de otoño. Soledades —y sobre todo nos referimos ahora a su nueva edición de 1907— es un complejo libro donde Machado asimila y objetiva la quintaesencia del pensamiento poético que vivió y que recibió

179

ANTHROPOS/63

En esta última, publica un elogioso artículo sobre el libro de Unamuno Vida de don Quijote y Sancho, aparecido este año: «...sus bellos sermones [de Unamuno] no son voces de apocalipsis, sino palabras vivificadoras, como él dice, que exhortan a una interna renovación. Existe hoy más trajín espiritual y buen deseo de saber, de enseñar, de trabajar, que en la época anterior a nuestros desastres definitivos. Injusticia sería negar la labor que realiza la juventud: todos, aunque por diversos caminos, vamos en busca de mejor vida» (La República de las Letras, 9 de agosto de 1905). Firma el manifiesto de protesta con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Echegaray (el más atacado entre los escritores de la anterior generación; 180

encabezaron la protesta ValleInclán y Grandmontaigne, apoyada por Unamuno, Azorín, Darío, Maeztu, Antonio y Manuel Machado, Baroja, etc.). 1906. Prepara oposiciones a cátedras de francés de Instituto de segunda enseñanza. Soria

Fachada del palacio de los duques de Alba en la calle Dueñas de Sevilla, donde nació el poeta

1904. Colabora en Helios, Blanco y Negro y Alma Española (1903-1904, semanario no menos importante que Helios, donde colaborarían, entre otros, Maeztu, Azorín, Eduardo Marquina, Rubén Darío, Valle-Inclán, Unamuno, Baroja, etc.). Antonio Machado mantiene en estos años una estrecha relación con su hermano Manuel, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío y Valle-Inclán. Después de la publicación de Soledades inició también su amistad y correspondencia con Unamuno (a quien envió un ejemplar del libro, dedicado «A don Miguel de Unamuno. Al sabio y al poeta. Devotamente Antonio Machado»), a quien Machado considerará como un maestro y será para él una firme y constante referencia hasta su muerte en 1936. En una carta a Unamuno, Machado expresa: «Yo veo la poesía como un yunque de constante actividad espiritual, no como un taller de fórmulas dogmáticas revestidas de imágenes más o menos brillantes... Pero hoy, después de haber meditado mucho, he llegado a una afirmación: todos nuestros esfuerzos deben tender hacia la luz, hacia la conciencia. He aquí el pensamiento que debía unirnos a todos. Usted, con golpes de 181

maza, ha roto, no cabe duda, la espesa costra de nuestra vanidad, de nuestra somnolencia. Yo, al menos, sería un ingrato sí no reconociera que a usted debo el haber saltado la tapia de mi corral o de mi huerto. Y hoy digo: Es verdad, hay que soñar despierto» (carta a Unamuno, publicada fragmentariamente por éste en su artículo «Almas de jóvenes», Nuestro Tiempo, mayo de 1904). 1905. Colabora en Renacimiento Latino, Blanco y Negro y La República de las Letras. en herencia. En su núcleo íntimo, es una «escenificación» del fracaso romántico y del mundo burgués (del «mundo viejo», cuya ruina Machado vivió incluso en su entorno familiar pocos años antes, casi a la par con el desastre finisecular); es el «paisaje» de la ruina de la conciencia burguesa, enredada en el laberinto fantasmal del yo (falacia que está en la raíz del solipsismo decimonónico, es decir, el mundo como representación especular, tal como expresan los versos de Machado citados al inicio de esta cronología). La asimilación y objetivación que lleva a cabo en Soledades, le permitirá a Machado emprender la búsqueda de una nueva base objetiva, es decir, el pueblo como sujeto humano real (que culminará en Campos de Castilla, de 1912). En 1917, en el prólogo de su edición en Páginas escogidas, Machado veía así Soledades: «Las composiciones de este primer libro, publicado en enero de 1903, fueron escritas entre 1899 y 1902. Por aquellos años, Rubén Darío, combatido hasta el escarnio por la crítica al uso, era ídolo de una selecta minoría. Yo también admiraba al autor de Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí—y reparad en que no me jacto de éxitos sino de propósitos— seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo. Y aun pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la voz viva de los ecos inertes; que puede también, mirando hacia dentro, vislumbrar las ideas cordiales, los universales del sentimiento. No fue mi libro la realización sistemática de este propósito; mas tal era mi estética de entonces». En este año, empieza su colaboración en la revista Helios (revista mensual, abril 1903-mayo 1904), fundada por J.R. Jiménez, y que había de ser una de las publicaciones más significativas del movimiento renovador, en literatura y arte, del modernismo. 64/ANTHROPOS

182

1907. Obtiene una de las cátedras de francés (abril) y elige la de Soria. En mayo realiza una breve visita de tres días a Soria para tomar posesión de la cátedra. A su regreso, Machado escribe el poema «Orillas del Duero», que aún tiene tiempo de incluir en la nueva edición de Soledades ya en prensa. En septiembre (Machado tiene 32 años), al inicio del nuevo curso, se traslada a Soria. Allí se alojará, en diciembre, en la pensión de doña Isabel Cuevas, donde Machado conoce a Leonor Izquierdo, hija de aquélla, y con la que contraerá matrimonio dos años después. Colabora en Renacimiento (marzodiciembre 1907, revista fundada por Gregorio Martínez Sierra y heredera de Helios) y en la Revista Latina. A finales de año aparece Soledades. Galerías. Otros poemas (Madrid, Librería de Pueyo, Bibl. HispanoAmericana), nueva edición de la anterior de 1903 (de la que n.° 50 / junio 1985 ANTHROPOS, Revista de Información y Documentación

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA Bibliografía temática 183

Reseña de materiales referidos a Antonio Machado y su obra y de ediciones recientes de obras del autor GARCÍA BACCA, Juan David Invitación a filosofar según espíritu y letra de Antonio Machado Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre, 1984,210 pp., Col. Pensamiento crítico / Pensamiento utópico, 11 Aurora de Albornoz ha dicho de esta obra: «Del espíritu y de la letra de don Antonio Machado, García Bacca ha recogido algo fundamental: el deseo de "escribir para el pueblo". De "filosofar para el pueblo"... O mejor, con el pueblo; y, siempre, como el pueblo. Porque el pueblo es nuestro único verdadero maestro, afirma García Bacca. Pero, al lado del magisterio del pueblo, García Bacca reconoce el magisterio de aquel tímido filósofo que fue don Antonio: tan tímido que tuvo que inventarse a otros filósofos para poner en boca de ellos sus pensamientos...». Este libro es una de las más fundamentales obras de Juan David García Bacca, filósofo, teólogo, físico, matemático y una de las más relevantes figuras del pensamiento español contemporáneo. Pero es también al mismo tiempo uno de los más notables estudios sobre el pensamiento de aquel otro pensador español que fue —y es aún en la conciencia de muchos— Antonio Machado. El libro está dividido en cinco partes, más unas «Palabras iniciales» y un «Epílogo: El filósofo». La primera parte, «Antropología filosófica», contiene los capítulos y apartados siguientes: 1.°) Hombre y habla. I: Un hombre, los hombres; El Hombre. II: Nos los hombres. Conocimiento y reconocimiento. 2.°) Surgimiento y establecimiento de sociedad. Nos los hombres. I: De cosas a enseres. De universo a mundo. II: Mundo y hermanos. 3.°) Hombre y conciencia. I: Conciencia contemplativa. II: Conciencia activa. III: Conciencia práctica. Esta primera parte recorre sistemática y procesualmente la constitución del sujeto humano, es decir de la Sociedad, desde el reconocimiento subjetivo de la mirada hasta la conciencia, pasando por el núcleo central de la Producción y el reconocimiento objetivo en el trabajo y la creación de Mundo. La segunda parte, «Teoría del pensar», contiene sólo dos capítulos: 1.°) Pensar y conocer. I: Pensar y ser. II: Conocer y método. 2.°) Objetividad. Kant y Velázquez. Es de una gran importancia, en esta parte de carácter epistemológico, sobre todo el segundo capítulo sobre la «Objetividad», que fundamenta a su vez el capítulo segundo («Surgimiento y establecimiento de sociedad. Nos los hombres») de la parte primera. Las partes tercera y cuarta, «Ontología» y «Teología», respectivamente, son las fundamentales de este libro de J.D. García Bacca, en el sentido que ofrecen los parámetros conceptuales sobre que se apoyan sus análisis y original pensamiento. Se divide la tercera parte, «Ontología», en los capítulos: 1.°) Ser, caos, nada, creación, trabajo. I: Caos, orden, creación. II: Nada, creación, trabajo. 2.°) Novedades. I: Novedades en nada. II: Novedades en ser. (Este segundo capítulo es de una enorme originalidad, y conecta, por otra parte, con la especial concepción metafísica de J.D. García Bacca.) 184

La cuarta parte, «Teología», contiene un único capítulo: Ver y hablar con Dios y hablar con Dios sin verlo. Finalmente, la última parte, titulada «Humanismo», posee un carácter conclusivo, y está dividida en dos capítulos: 1.°) Hombre y pueblo. 2.°) Nacimiento, vida, muerte. En resumen, se trata, como ya se ha dicho, de una obra fundamental de este gran pensador español que es Juan David García Bacca, libro construido a su vez sobre la base de un riguroso estudio del pensamiento de Antonio Machado. Libro con dos vertientes, pues, y libro, también, extremadamente hermoso, por su sencillez, su claridad de estilo, su finura de pensamiento. En las «Palabras iniciales», García Bacca presenta el libro recogiendo una cita de Machado: «"Escribir para el pueblo... ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe". Aquí, en esta obrita, el autor ha intentado imitar a Antonio Machado. También el autor querría escribir para el pueblo. Aunque los temas y su desarrollo parezcan dirigidos a una clase distinguida, apelan a lo que, filósofos o no, tengan todos de pueblo, que aquí es casi todo —por suerte. El autor mismo ha tenido que hacer un esfuerzo para descender a su estrato popular —de abuelos labradores; de padres, sencillos maestros de escuela. Esta obra es, pues, un acto de democracia». ALONSO, Monique (con la colab. de Antonio Tello) Antonio Machado. Poeta en el exilio prólogo de Carmen Conde, Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre, 1985,541 pp., Col. Ámbitos Literarios / Ensayo, 11 El presente estudio de Monique Alonso, secretaria de la Fundación Antonio Machado de Collioure (Francia), tiene dos vertientes. En primer lugar, se trata de una documentada investigación sobre los últimos años de vida de Antonio Machado, desde que inició su salida de Madrid en noviembre de 1936 hasta su muerte en el exilio en febrero de 1939. Muchos años de paciente y laboriosa búsqueda, entrevistas, acopio de informaciones, etc., han sido necesarios para llevar a buen fin

185

la crónica personal de este último Antonio Machado a menudo muy desconocido. El libro, pues, no sólo trata la biografía de Machado en su exilio de Collioure, sino que comienza la crónica a partir de su salida de Madrid, evacuado junto a otros intelectuales por el gobierno republicano (evacuación que llevó a cabo el Quinto Regimiento, entre los días 24-26 de noviembre de 1936); sigue con el relato de la estancia de Machado en Valencia (de noviembre de 1936 a abril de 1938), concretamente en el pueblecito cercano de Rocafort, hasta su traslado a Barcelona, donde permaneció Machado desde abril de 1938 a enero de 1939, última residencia del poeta y pensador en España. El 22 de enero de 1939, Machado emprendía junto a millares de personas (cuatrocientas mil, dicen los historiadores) el paso de la frontera hacia Francia, instalándose en Collioure, hasta el 22 de febrero de 1939 en que murió. Fueron los años de guerra de 1936-38 los de más intensa actividad de Antonio Machado, a pesar de su avanzada edad y de su precaria salud. Actividad no sólo muy densa en cuanto a colaboraciones en revistas y la prensa del momento (el libro recoge numerosos artículos publicados en la prensa de guerra, casi desconocidos), sino de intervenciones y participaciones en actos públicos, manifiestos, etc. Quienes hayan estudiado, aun someramente, la biografía de Machado, sabrán que fueron los años de guerra en los que Machado desarrolló su más intensa actividad, enteramente entregado a 186

la causa de la República y con una enorme claridad de conciencia desde el primer momento. La segunda vertiente del libro de Monique Alonso es la recogida de toda la producción escrita (artículos, poesía, cartas...) de Antonio Machado, desde noviembre de 1936 hasta su muerte. Este, creemos, es uno de los aspectos más loables del libro, no ya por reunir toda la producción escrita —y debidamente ordenada y fechada— de Machado en estos importantes años, sino por los numerosos escritos inéditos, o bien casi desconocidos que se publican. Ya se ha dicho que 1936-38 fueron los años de más intenso trabajo de A. Machado. Baste recordar aquí los artículos de «Juan de Mairena» que publicó mensualmente desde el primer número de la revista Hora de España (enero de 1937 a noviembre de 1938), las colaboraciones en la prensa de guerra (Madrid, La Voz de España, Ahora, Servicio Español de Información, Ayuda, Nuestro Ejército, etc.), o la serie de artículos publicados en La Vanguardia de Barcelona, bajo el título de «Desde el mirador de la guerra» (27 de marzo de 1938 a 6 de enero de 1939). Se completa el libro con la publicación de testimonios sobre A. Machado en estos años, toda su poesía publicada, y diversas cartas que ha podido recoger Monique Alonso, reproducidas en facsímil junto a su transcripción. En conjunto, como afirma Carmen Conde en el prólogo «Ante este libro»: «Algo tan hermoso, cual su noble poesía, infunde la ternura hacia el inolvidable don Antonio Machado. Esta ternura hacia él es lo que mueve el amoroso desvelo de Monique Alonso, la infatigable secretaria de la Fundación Antonio Machado [...]. Este documentado libro de Monique Alonso, prolijo en detalles, fechas, acontecimientos, asume el penoso tránsito de los últimos días del poeta en tierra francesa tan inmediata a la nuestra. Testimonios, cartas, poemas de los años de funesta guerra española [...]. Una afanosa y apasionada indagatoria para poder afirmar lo auténtico de aquel breve tiempo. Con su franciscana humildad, don Antonio pasa por estas páginas, tan llenas de admiración y cariño, tal como le conocimos: humildad pura y desinteresada, fervor por sus ideas nacidas y heredadas a favor del pueblo que, justamente, no le ha olvidado ni olvidará». El libro se acompaña de numerosas ilustraciones y fotografías. MACHADO, Antonio Soledades. Galerías. Otros poemas ed. de Geoffrey Ribbans, Madrid, Cátedra, 1983,280 pp., Col. Letras hispánicas, 180 Geoffrey Ribbans es uno de los más destacados estudiosos del primer Machado. En este sentido, su edición crítica de Soledades. Galerías. Otros poemas es ejemplar e impecable. La edición que se presenta de SGOP sigue la última versión publicada en vida de Machado, es decir la aparecida en sus Poesías completas de 1936 (en notas a pie de página, además de los datos de la primera publicación de los poemas —la mayor parte de poesías de SGOP aparecieron en revistas modernistas de la época: Helios, Renacimiento, etc.—, se relacionan las variantes respecto a anteriores ediciones, además de cuantos detalles pueden interesar al lector atento de la obra de Machado), y presenta los siguientes apartes: en primer lugar, una muy útil «Introducción» de G. Ribbans, 187

seguida de una «Bibliografía selecta»; a continuación, la edición de SGOP (en sus seis secciones: «Soledades», 1899-1907, «Del camino», «Canciones», «Humorismos, fantasías, apuntes», «Galerías» y «Varia»), y como Apéndices figuran los «Poemas anteriores a 1907 no incluidos en las secciones de Poesías completas correspondientes a SGOP» (entre ellos, los 13 poemas suprimidos por Machado de la primera edición de Soledades de 1903), una relación bibliográfica comentada de las ediciones de Soledades (1903) y SGOP (1907) y, finalmente, un importante apartado de «Documentos» que contiene diversos prólogos de Machado a SGOP, cartas, etc. En resumen, esta edición de G. Ribbans publicada por Cátedra es sin duda la más completa y elogiosa de las ediciones críticas de tan importante obra de Machado. MACHADO, Antonio Campos de Castilla ed. de José Luis Cano, Madrid, Cátedra, 1984,183 pp., Col. Letras hispánicas, 10 La obra incluye la edición de Campos de Castilla según su última versión en Poesías completas (es sabido las notables transformaciones que sufrió el libro de Machado en sus sucesivas ediciones, desde la primera en 1912, que contenía sólo 54 poemas, hasta la PC, con 123). Abre el libro una Introducción de J.L. Cano con el título «Vida de AAtonio Machado», seguida de una/«Bibliografía»; asimismo se incluye el prologo de Machado a la edición de su obra en Páginas escogidas, de 1917. Homenaje a Antonio Machado La Torre, Rev. general de la Universidad de Puerto Rico (San Juan de Puerto Rico), año XII, n.° 45-46, enero-junio 1964,556 pp. Este número doble de la revista La Torre de la Universidad de Puerto Rico, está monográficamente dedicado a Antonio Machado, al cumplirse los 25 años de su muerte. La Torre recogió en este número del año 1964 colaboraciones de los más destacados críticos y estudiosos de Machado, constituyendo una de las primeras y más importantes publicaciones monográficas sobre A. Machado. Participan en la revista un total de 30 colaboradores y los trabajos están agrupados en dos secciones: «A.M., vida» y «Cartas y documentos de A.M. y poesía», precedidas por una Introducción a cargo de Federico de Onís, «A.M. (1875-1939)», que abre el número.

188

La primera sección incluye los siguientes trabajos: H. Carpintero, «Un texto olvidado (discurso de A.M. en el homenaje a Pérez de la Mata)»; C. Beceiro, «Sobre la fecha y circunstancias del poema "A José María Palacio"»; J. Campos, «A.M. y Giner de los Ríos (Comentario a un texto olvidado)»; R.A Molina, «A.M. y el paisaje soriano»; C. Zardoya, «Los caminos de A.M.»; J. Casalduero, «Machado, poeta institucionista y masón»; J. Ruiz de Conde, «La crisis de A.M. hacia 1926»; W. Barnstone, «Sueño y paisaje en la poesía de A.M.»; R.S. Piccioto, «Meditaciones rurales de una mentalidad urbana: el tiempo, Bergson y Manrique en un poema de A.M.»; R.A González, «Las ideas políticas en A.M.»; J. Echeverría, «Con Juan de Mairena, años después»; C. Lascaris, «El Machado que se era nada»; J. Enjuto, «Apuntes sobre la metafísica de A.M.»; J.L. Abellán, «A.M., "filósofo cristiano"». La segunda sección presenta los siguientes trabajos: J. Bergamín, «A.M., el bueno»; J. Serrano Poncela, «Borrosos laberintos»; J. Cassou, «Mi alegre leyenda olvidada...»; G. de Torre, «Teorías literarias de A.M.»; F. Ayala, «Un poema y la poesía de A.M.»; B. Gicovate, «La evolución poética de A.M.»; R. Gullón, «Simbolismo y modernismo en A.M.»; J.E. González, «Imagen espiritual de Machado desde su poesía»; Ch. Rosario, «La realidad y A.M.»; C. Blanco Aguinaga, «Sobre la "autenticidad" de la poesía de Machado»; O. Macrí, «Algunas adiciones y correcciones a mi edición de las poesías de A.M.»; T. Navarro Tomás, «La versificación de A.M.»; G. Diego, «A.M. y el soneto»; H.F. Grant, «Ángulos de enfoque en la poesía de A.M.»; J.C. Cano, «Machado y la generación 189

poética del 25». Finaliza la revista con una «Bibliografía de A.M.», a cargo de Aurora de Albornoz (pp. 505-553). Entre los trabajos, destacamos especialmente, en primer lugar, el de José Luis Abellán («A.M., filósofo cristiano», pp. 221-239), notable estudio, a pesar de su carácter descriptivo, de las coordenadas fundamentales del pensamiento de das fundamentales del pensamiento de 264), C. Zardoya (pp. 75-98), J. Echeverría (pp. 171-185) y C. Blanco Aguinaga (pp. 387-408). Es también de un gran interés el estudio de Charles Rosario («La realidad y A.M.», pp. 369-386), sobre el proceso de objetivación en la poesía de A.M., y en otro orden, el del profesor J. Navarro Tomás («La versificación de A.M.», pp. 425-442). PÉREZ GAGO, Santiago Razón, «sueño» y realidad. Niveles de percepción estética en la semántica «sueño» de Antonio Machado Salamanca, Eds. Universidad de Salamanca / Ed. San Esteban, 1984,379 pp., Acta Salmanticensia, Serie Filosofía y Letras, 154 Se trata de un detenido análisis del campo semántico, plural y diverso, de «sueño» en Machado. Santiago Pérez Gago se esfuerza en este estudio por descubrir la posible unidad de sentido tras la compleja dispersión y pluralidad del «sueño» en la poesía de Machado, la cual analiza paso a paso a lo largo de los cuatro capítulos que componen el libro: I, Sueño, realidad y símbolo. II, Sueño y adivinación. III, Sueño en Antonio Machado. IV, Machado: sueño poético. Completan la obra una amplia Bibliografía y un índice de autores. ROJAS, Carlos Machado y Picasso: arte y muerte en el exilio Barcelona, Dirosa, 1977,187pp., Col. Documentos y ensayo, 18 Carlos Rojas, catedrático de literatura española contemporánea de la Universidad de Emory (Atlanta, Georgia), novelista y ensayista, Premio Nacional de Literatura 1968, presenta en este libro dos ensayos, respectivamente titulados «Antonio Machado y Ruiz» y «Pablo Ruiz Picasso». «Con un estilo peculiarísimo, Carlos Rojas nos ofrece revividas, para meditación de los españoles todos, otras dos complejas actitudes de sendos nombres singulares, Pablo Picasso y Antonio Machado, ante la dramática circunstancia histórica que padecieron», dice en el prólogo José M.a Balcells. Ambos ensayos se completan con sendas bibliografías. entonces tan lejana a su propio entorno vital», dice la autora en las «Palabras iniciales» a esta segunda edición. El libro está dividido en las siguientes partes y capítulos. Primera parte: La poesía de Antonio Machado: I) búsqueda de la voz propia. II) Algunas notas en la poesía de A. Machado. III) Los temas. Segunda parte: Machado y Soria: IV) Soria descubierta para la poesía. V) El paso del poeta por la ciudad. VI) Visión subjetiva (interpretación de Soria). VII) Visión real. VIII) Paisaje urbano. IX) El paisanaje. Tercera parte: Soria en el recuerdo: X) Última parte en la obra de A. Machado. XI) Baeza, Segovia, Madrid. El final. Concluye con una sección de «Versos a Machado», dos 190

apéndices documentales y una bibliografía. El libro se presenta ilustrado con numerosas fotografías. Revista de Soria (Diputación Provincial de Soria), año X, n.° 30, segundo trimestre de 1976 (dedicada a Leonor Izquierdo Cuevas) El presente número está monográficamente dedicado a Leonor Izquierdo, con quien A. Machado contrajo matrimonio en Soria, en 1909. Contiene, entre otras, las siguientes colaboraciones: B. del Riego, «De mi reciente visita a Leonor en el alto Espino»; A. Cuenca, «Leonor, esposa breve y musa permanente de A.M.»; M. Moreno, «Algunas noticias más sobre Machado y Leonor» y V. Higes Cuevas, «Almenar, donde nació la musa inspiradora de Machado». La revista se presenta profusamente ilustrada. Zona Universitaria (Comissió Cultural de la Facultat de Filología, Univ. Central de Barcelona) n.° especial [1985] (monográfico sobre Antonio Machado) PÉREZ ZALABARDO, M.a Concepción Antonio Machado, poeta de Soria Soria, Diputación Provincial de Soria, 1975 (2.a ed.), 163pp. Pormenorizado y cuidadoso estudio sobre Antonio Machado y Soria, en su vida y en su poesía. «Parece asombroso que un hombre nacido en Andalucía, recriado en Madrid y París descubra con tanta profundidad las esencias castellanas, implicándose en una realidad hasta Incluye las colaboraciones siguientes: Aurora de Albornoz, «A.M.: sobre poesía»; Monique Alonso, «Ruta del exilio de A.M.»; J.L. Cano, «La poesía del 27 y A.M.»; Ricardo Gullón, «Simbolismo en A.M.»; Lluís Izquierdo, «La lectura en A.M.»; José M.a Moreiro, «D. A.M. y Guiomar»; Luis Romero, «Memoria de aquel aniversario»; José M.a Valverde, «De "El profesor de español"» (poema), y M. Vázquez Montalbán, «Un educador liberal». Cierran el número los poemas ganadores del I Certamen poético «Viu i pensa» en homenaje a Antonio Machado.

191

Selección y reseña MUÑOZ PETISME, A. Cosmética y terror Zaragoza, Olifante Eds. de Poesía, 1984, 49 pp. «Durante mucho tiempo vagó confusa por los círculos hécticos de mi precocidad la idea —no sufrida— de que la belleza no es nada sino el comienzo de terror que nosotros mismos somos capaces de soportar. Rilke, claro. En diciembre de 1980, motivado por las lecturas recientes de la alquimia y los románticos alemanes, compuse —apenas en quince días— el primer esqueleto de la Cosmética. Obscurum per obscuriusl ignotum per ignotius. Durante el 81, tras unos meses de "fascinación" exclusiva por la música y la moda, reescribí definitivamente el poema, esta vez con unos propósitos más o menos mixtificadores. El resultado es esta Cosmética y terror de la que no reniego, pero tampoco puedo defender. Cómo defender el relato tapizado de una desestabilización. Debo añadir que tanto la foto como el color de la portada son un intento por recomponer la época a la que aludo. Exorcismos y nuevas sofísticaciones. Finalmente quiero dedicar la edición a los amigos que ya desde el principio creyeron en los textos e hicieron lo posible por sacarlos a la luz. 192

También el distanciamiento juega sus malas artes.» SAINZ RODRÍGUEZ, P. Introducción a la historia de la literatura mística en España Madrid, Espasa-Calpe, 1984,326 pp., Col. Espasa Universitaria, Literatura, 18 El presente libro apareció en 1927, y obtuvo el Premio Nacional de Literatura; se agotó y ha llegado a alcanzar precios exagerados en el mercado de librería. Es esta una de las razones por las que se imprime ahora, para facilitar su adquisición, pues, a pesar de los años transcurridos, la obra sigue siendo de utilidad para cuantos estudian los temas místicos en nuestra literatura. No es, como su título indica, una historia de la literatura mística, sino una investigación general con la que se pretende preparar al estudioso. Es, en realidad, una exploración del misticismo universal, buscando situar nuestra literatura mística en ese panorama. En la página 125 aparece un cuadro sinóptico de la evolución de la literatura mística de cada país y en realidad el libro no es más que una justificación de este cuadro sinóptico. También al estudiar los problemas doctrinales del misticismo se pretende encauzar los esfuerzos de los investigadores de estas cuestiones en un sentido doctrinal, para lograr que la investigación erudita pueda llegar a conclusiones definitivas de tipo constructivo, sin perderse en minuciosidades de carácter externo o en apologías literarias o devotas. La historia de nuestro misticismo vendrá a corroborar los resultados del presente estudio. Se trata de una obra ya clásica e importante. CUNQUEIRO, A. Obra en galego completa. Poesía. Teatro, I Vigo, Galaxia, 1980,341 pp. La editorial Galaxia de Vigo acomete una labor valiosa y encomiable: publicar las obras completas de un importantísimo escritor: Alvaro Cunqueiro. En este primer volumen se recogen los siguientes poemas: Mar ao ñor de; Cantiga nova que se chama riveira; Poemas do si e non; Dona do corpo delgado; Herba aquí ou acola; y las obras de teatro: O incerto señor Don Hamlet, príncipe de Dinamarca; A noite vai coma un rio; Palabras de víspera. LOPE DE VEGA Las hazañas del segundo David Auto sacramental autógrafo y desconocido, publicado por Juan Bautista Avalle-Arce y Gregorio Cervantes Martín Madrid, Gredos, 1985,186 pp., Biblioteca Románica Hispánica, Textos, 16 El auto sacramental es producto tan netamente español como lo fue Lope de Vega, autor del que hoy sale a la luz por vez primera. No tiene nada que ver con los misterios cíclicos medievales de la Europa cristiana, y tiene todo que ver con la liturgia del Corpus Christi, vale decir, con el misterio de la Eucaristía. El propio Lope de Vega intentó una definición en la Loa entre un villano y una labradora, que apareció postuma, en 1644, gracias a los esfuerzos del licenciado José Ortiz de Villena, quien se encargó de recoger doce autos sacramentales de Lope, con sus respectivas loas y entremeses. Allí pregunta la Labradora: «¿Y qué son autos?». Y el Villano contesta: 193

Comedias a honor y gloria del pan, que tan devota celebra esta coronada villa: porque su alabanza sea confusión de la herejía, y gloría de la fe nuestra, todos de historias divinas. Tres criterios definitorios fundamentales discierne Lope de Vega en ese tipo especial de comedia que se llama auto sacramental: primero, tiene que celebrar la Eucaristía; segundo, tiene que ser espectáculo público y colectivo; tercero, tiene que combatir los errores heréticos y defender los dogmas de la fe católica. REYES, G. Polifonía textual. La citación en el relato literario Madrid, Gredos, 1984,290 pp., Biblioteca Románica Hispánica, Estudios y ensayos, 340 «En este libro se estudian los mecanismos lingüísticos de la traslación discursiva: cómo se hacen simulacros de palabras con palabras, cómo se reproduce una enunciación por medio de otra. El fenómeno es analizado en el lenguaje de la conversación y en algunos textos escritos, pero sobre todo en la literatura. El texto literario es, en sí mismo, un simulacro. En cuanto estructura verbal representativa de discurso (y conjuntamente de la realidad que el discurso articula) la literatura es simulacro lingüístico por excelencia, imagen de discurso desarraigada de un yo-tú, de un aquí y de un ahora determinables e históricos, es enunciación imaginaria sujeta a infinitas actualizaciones. Propongo en la Introducción que la literatura es cita de discurso: es lengua mostrada en uso, es análisis, tergiversación, explotación de virtualidades y juego con las convenciones,

194

limitaciones y glorías de nuestros actos de habla corrientes. Estudio los simulacros en el simulacro.» MOLINA, C.A La revista «Alfar» y la prensa literaria de su época (1920-1930) La Coruña, Ediciones Nos, 1984,397 pp. Paralelamente a la reciente aparición facsimilar de la revista Alfar, que yo mismo preparé, se edita este ensayo. Una sección del mismo forma parte del estudio epilogal (tomo V y último) del facsímil, junto al magnífico trabajo que J.M. Bonet dedicó a la parte artística de dicha publicación. Por lo tanto Alfar y la prensa literaria de su época (1920-1930) es el corpus completo. Los dos primeros capítulos, «Panorámica de las revistas literarias españolas durante las tres primeras décadas» y «Las revistas literarias en Galicia durante las tres primeras décadas», son el amplio esquema de un trabajo mucho más denso y en vías de conclusión, con el que se pretenderá realizar un primer acercamiento a una necesaria y futura historia definitiva de la prensa literaria española. Se trata de una obra de incalculable valor documental, muy bien editada. DARÍO, Rubén Prosas profanas y otros poemas Edición de Ignacio M. Zuleta, Madrid, Ed. Castalia, 1983,218 pp., Coi. Clásicos Castalia, 132 La obra editada, Prosas profanas y otros poemas, es, en palabras del profesor Zuleta, 195

«el libro axial de Darío» y sin duda el más representativo punto de arranque del fecundo movimiento modernista. La edición que de él se ofrece es la más completa de cuantas existen y puede considerarse como definitiva: toma como base la segunda edición (París, 1901), que agrega veintiún poemas a la primera (Prosas profanas, Buenos Aires, 1896) y la última que cuidó personalmente el autor. Se han tenido presentes, además de ambas ediciones, las versiones periodísticas que de algunos poemas publicó Rubén, los escasos manuscritos conservados y las ediciones críticas más solventes. Aspirando a «ofrecer un sólido instrumento de trabajo a aquellos interesados en profundizar en el conocimiento de la obra de Rubén Darío», el autor de la edición ofrece, además de la historia textual de cada poema, un «índice onomástico y glosario» (incluido al final) y algo extraordinariamete útil: una bibliografía específica de cada uno de los poemas de Prosas profanas La «Introducción biográfica y crítica» preparada por Ignacio M. Zuleta está dividida en cuatro partes: 1) el poeta; 2) el libro; 3) los poemas (agrupados para su estudio en tres categorías: poemas cardinales, poemas emblemáticos y poemas «varios»); y 4) la crítica. Además de la «Noticia bibliográfica» y de la «Bibliografía selecta», la presente edición se enriquece con tres apéndices: el primero recoge tres poemas de Darío contemporáneos de Prosas profanas pero no recogidos en ninguna de las ediciones, el segundo ofrece una cronología de todos los poemas y el último una clasificación de los mismos basada en la.métrica. PRIETO, A. La poesía española del siglo XVI. I: Andáis tras mis escritos Madrid, Cátedra, 1984,283 pp., Col. Crítica y estudios literarios «La poesía situada en la cronología de este volumen es, en importante medida, producto del ayuntamiento de dos vertientes poéticas que tuvieron su común raíz en la lírica cultivada por los trovadores. Términos como cansó, canzone, canción exteriorizan muy claramente su comunidad. De Provenza, una poesía se extiende, con sus intermediarios, a la península española y a Italia, y en estas tierras sufre un lógico proceso de nacionalización que implica un distanciamiento, unas características, que luego intentaré precisar en algún punto, matizando con formas poéticas como el soneto, la octava, la canción o la sextina provenzal. Pero, obviamente, poesía de cancionero española y poesía de arte italiana mantuvieron gustos comunes hasta llegar a su encuentro, como cierto conceptismo, cierta predilección por la antítesis, por los juegos de palabras, las aliteraciones o los bisticci. (A ello uniré después el gran camino de una poesía tradicional.) El encuentro (es sabido) tuvo lugar, para la trayectoria de la poesía española, en Granada, en 1526. Es una importantísima fecha en la historia de nuestra literatura, y si ese encuentro arrastra recuerdos medievales (el ensayo del Marqués de Santillana con el soneto), es ya un encuentro acogido por una madurez en la que corren el humanismo, la conciliación platónica y el alto ejemplo de Petrarca, con sus comentaristas.» CAMPANA, D. Cantos órf icos 196

Selección, trad., pról. y notas de Carlos Vítale Zaragoza, Olifante Eds. de Poesía, 1984, 67 pp. A principios de siglo confluyen en Italia dos movimientos literarios (y artísticos, en general): el crepuscularismo y el futurismo. Ambos movimientos fueron juzgados por G.A Borgese «un mismo momento espiritual desarrollado de dos maneras psicológicamente distintas», es decir, dos respuestas, no extrañas en su origen, a los cambios que empezaban a producirse en la sociedad. El primero de ellos, el crepuscularismo, mira hacia el pasado; sus temas son cotidianos, nostálgicos: la naturaleza, la inocencia, la vuelta al hombre primitivo. Esta tendencia regresiva no impide que en ciertos aspectos, especialmente formales, pueda ser considerada una poesía moderna. El futurismo, fundado en 1909 por Filippo Tommaso Marinetti, pretendía, a su vez, «matar el claro de luna». La suya era una poesía netamente urbana, que hacía un verdadero culto de la velocidad y de la máquina: «Los futuristas son los místicos de la acción»; era, o quería ser, un arte del futuro, antirromántico. Campana no es ajeno a estos movimientos, aunque no se adhiere por completo a ninguno de los dos. Su influencia, no obstante, puede rastrearse fácilmente en su obra, como así también la de los simbolistas franceses, la de Poe y Whitman, pero la asistemática reelaboración que hace de sus principios imposibilita cualquier clasificación. La poesía de Campana es, como escribiera Gianni Pozzi, una «desordenada furia». Está llena de elementos dispares, intentos fallidos y logros admirables, fragmentos que anticipan el hermetismo de Ungaretti y otros que remiten a la poesía del siglo XIX. En Campana, podría decirse, no hay un estilo, sino muchos estilos superpuestos y a menudo antagónicos. Su riqueza es eminentemente verbal, exaltada; Campana se deja llevar por la melodía y en ocasiones corre el riesgo de quedarse en un simple experimento o juego de palabras. Sin embargo, no debe olvidarse lo que esto implica en cuanto búsqueda de un lenguaje «poético»: la tajante separación entre lengua coloquial y lengua poética es una de sus características más notorias. Diño Campana sacrifica el significado a lo irracional, órfico; prefiere lo inconsciente a lo consciente, la alucinación a la realidad. La disgregación del mundo encuentra su correspondencia en el desdoblamiento del yo. Años más tarde T.S. Eliot volvería por el mismo camino en La tierra baldía. CELAYA, G. Penúltimos poemas Barcelona, Seix Barral, 1982,230 pp., Col. Serie Mayor Rafael Gabriel Múgica Celaya, más conocido por Gabriel Celaya, aunque también ha firmado otros libros con los nombres «Rafael Múgica» y «Juan Leceta», nació en Hernani (Guipúzcoa) en 1911. En 1935 publica su primer libro y a los pocos meses obtiene también su primer premio, Premio del Centenario Bécquer. La obra de Celaya, muy extensa y muy compleja, puede dividirse, según él, en cuatro etapas (surrealista, existencialista, marxista y órfica), que aparecen muy cumplidamente expuestas en el prólogo de este libro, así como en la «Cantata a cuatro voces» que se incluye en este 197

volumen, que el autor titula Penúltimos poemas, pero que. quizá sea la síntesis de toda su obra. sólo aparecen al contemplar la causa»; IV) ...De los dioses. «A veces los dioses, prodigiosos en todo, terribles, coinciden con nosotros, se marchan.» ARBELOA, V.M. La aventura del tú Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, 1983,113 pp. A modo de prólogo, expone José Hierro su impresión de este librito: «Hay poesía de invención y poesía de experiencia. La del autor, la contenida en esta Aventura del tú (primer premio Arga de poesía en castellano 1982) es, sin duda alguna, poesía de experiencia, de experiencia gozosa. Él no es un poeta que cante lo que perdió, sino lo que posee: vida, amor... Es este un libro erótico —en el más puro sentido—. Es un libro escrito desde los sentidos, capaces de captar las cosas: ellas son, no los nombres, lo que satisface al poeta... Esta sed de vida, este afán de vivir amando, lógicamente exige una expresión directa... que es la que predomina en el libro... La sorpresa es la materia prima de sus versos y el amor está siempre recomenzando, renaciendo: "Quisiera no quererte para empezar de nuevo"». JIMÉNEZ LOZANO, José y MARTÍN, Miguel (fotografías) Guía espiritual de Castilla Valladolid, Ámbito Eds, 1984,321 pp., 80 fotogr. ESCOBAR, Julia Fluyen permanentes Valencia, Pre-Textos, 1984,69 pp., Col. Pre-Textos/Poesía Julia Escobar nació en Madrid en 1946. Este libro, con el que obtuvo el premio Francisco de Quevedo 1980 del Ayuntamiento de Madrid, es el primero que publica. Agrupa la autora sus poemas en cuatro apartados: I) Fluyen permanentes... «La mirada al alma es toda mía. Entreveo su ausencia en la mirada fría, ocasional, de los otros»; II) ...El espacio y el tiempo... «Tantas cosas se oponen a las cosas. Es un hoy no y un mañana tampoco cuántas horas perdidas en preparar las horas y luego traicionarlas...»; III) ...En la memoria reiterada... «Cierto, los recuerdos no empiezan por el final José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930) es autor de una extensa obra ensayística y narrativa (entre otras, Duelo en la Casa Grande, Anthropos, 1982; Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda, Anthropos, 1985). Transcribimos la «Explicación» introductoria de J. Jiménez Lozano: «Esta Guía espiritual de Castilla es algo muy sencillo: digamos que las glosas y confidencias que pueden surgir espontáneamente al peregrinar por esta tierra, disfrutar sus bellezas artísticas y evocar su memoria histórica. No se trata, pues, de una guía turística pero tampoco de ninguna clase de documentalismo académico, y mucho menos, de propuestas interpretativas e inútiles acerca de lo que Castilla sea. En este libro, se ofrecen simplemente algunas claves y mediaciones para acercarse a las expresiones del arte o a la vida misma de nuestro pasado, que, obviamente, es res nosíra con la que se une nuestra existencia de ahora mismo...». El autor de las excelentes fotografías que acompañan el libro, Miguel Martín, ha perseguido el propósito, como afirma él mismo, de «fotografiar la luz y el espíritu de 198

Castilla». OSTEN SACKEN, C. von der El Escorial. Estudio iconológico Bilbao, Xarait, 1984,174 pp. + 49 ilustr. Col. Libros de arquitectura y arte El Escorial es descrito aquí más bien como la expresión de los complejos intereses que configuran un momento clave de la cultura europea, cual es el final del siglo XVI y del Renacimiento, cuando contrarreformismo religioso y absolutismo político, culto dinástico y exaltación personal, progreso científico y afición a las ciencias ocultas se entremezclan de manera inextricable. La autora, que sigue la línea interpretativa de algunos compatriotas suyos como L. Pfandl y G. Weisse, confiesa que en otros libros el Escorial es exaltado separadamente bien como centro de la Contrarreforma, bien como símbolo del absolutismo civil y religioso, unas veces como escuela de diferentes saberes teológicos, bíblicos y humanísticos y otras como nuevo templo de Salomón, sin que estas referencias se fundamentasen en un análisis sistemático de sus profundos contenidos culturales. Lo que se ha realizado en esta monografía es el estudio metódico de la compleja totalidad del monasterio, integrando y vertebrando todos sus aspectos significativos al considerarlos desde un único punto de vista iconográfico: La autora no ha pretendido ser exhaustiva en la utilización de las fuentes documentales e informativas, sino ha elegido únicamente aquellas que le convenían para su fin, comenzando por la siempre sugestiva crónica del P. Sigüenza. Sin duda su postura fundamentalmente interpretativa de los mensajes de la fundación y del edificio filipinos puede provocar puntos polémicos con los que no todo el mundo estará conforme, pero esperamos que este sea uno de los alicientes y condimentos más sabrosos del libro. La presente obra nos ofrece un ejercicio de lectura iconológica de un monumento como El Escorial, con amplitud de aspectos, materiales y sociales. Estos son los temas en que se centra el análisis: ubicación histórica de la producción artística; El Escorial como lugar de protección y defensa de los contenidos de la fe y de las formas de culto católicos atacados por el protestantismo; El Escorial como monumento a la lucha por la victoria; El Escorial como centro de lucha espiritual contra el protestantismo y como lugar universal de investigación y formación; El Escorial como expresión simbólica del derecho al poder y de la conciencia sagrada del soberano; y por fin, El Escorial como nuevo templum salomonis. Se trata de una obra de gran interés y valor analítico y didáctico. MAISO GONZÁLEZ, J. La peste aragonesa de 1648 a 1654 Zaragoza, Universidad de Zaragoza, Departamento de Historia Moderna, 1982, 212 pp., Estudios/80 La epidemiología histórica, en manos de historiadores de la medicina desde que A. Hirch publicó su Handbuch en 1881, ha llevado una trayectoria muy irregular. Son los historiadores sociales de la medicina como Ackerknecht en sus estudios sobre el paludismo o Rosen, en el análisis de las enfermedades profesionales y las enfermedades mentales, así como cultivadores de la medicina social como McKeown, los que han sabido conjugar los resultados provinientes de campos distintos a la investigación históricomédica. Conceptos aclarados por la «nueva demografía histórica», como gusta 199

llamarla Jordi Nadal, son de una utilidad indiscutible para el historiador social y de la medicina. Un ejemplo: al estudiar Jesús Maiso en esta monografía la evolución del número de matrimonios, describe el fenómeno de que en 1653 prácticamente se duplican (413) y que sin embargo en pleno período de peste se altera en muy poco la carrera al altar (281 matrimonios en 1652 y 263 en 1651); el autor concluye que la cantidad de viudas y huérfanos a consecuencia de la epidemia algo tiene que ver con el fenómeno. Sin embargo dicho fenómeno es independiente de la variable viudas o huérfanos. La demografía histórica ha demostrado que en tiempo de plétora demográfica se retrasa la edad del matrimonio y disminuye su número; inmediatamente después de una hecatombe, las parejas se forman más de prisa y en mayor proporción. En este sentido Fierre Chaunu ha podido hablar del retraso de la edad del matrimonio como de la verdadera arma anticonceptiva de la Europa clásica. Ciertamente que después ae una epidemia la población tiende a recuperar sus pérdidas, pero el ritmo de esta recuperación dependerá de una serie de factores complejos y en gran medida independientes de las características de la crisis. En el caso concreto de Zaragoza será un proceso muy lento ya que en 1661 todavía contaba, excluyendo la inmigración, con 24.685 habitantes, es decir, 2.949 menos que al principio de 1652. En definitiva, cada situación histórica habrá tenido la fecundidad que le haya convenido. Vistas así las cosas cada vez más se le resta importancia a las repercusiones demográficas de la mortalidad catastrófica. Se trata de un trabajo de gran interés para la historia social de la población. RUIZDOMÉNECH,J.E. La memoria de los feudales Prólogo de Georges Duby Barcelona, Argot, 1984,267 pp. De lo que se trata es de encontrar la memoria colectiva. Georges Duby resume en el prólogo el sentido de la presente obra: José Enrique Ruiz Doménech emprende así la tarea de releer ciertos textos y su relectura es particularmente novedosa, pues posee sobre la mayoría de los medievalistás, la ventaja de haber recibido una formación de filósofo, y en las mejores escuelas. Esto hace que observe la sociedad feudal desde un punto de vista algo insólito; considerándola bajo un ángulo inhabitual percibiendo así fenómenos que escapan generalmente a la observación corriente, reclama nuestra atención sobre ellos. Por eso, todo lo que publica conduce a reflexiones, a discusiones fecundas. Acerca de la memoria del pueblo en la época feudal no sabemos prácticamente nada. Mucho mejor se ha conservado la que procede de la caballería, es decir de la parte profana de la aristocracia. En todo caso, sólo quedan fragmentos dispersos. Uno de los méritos de este brillante ensayo consiste en haber elegido entre estos residuos los más significativos y de haberlos relacionado, no sin audacia. [...] En contraposición, la luz se concentra sobre un período corto, el siglo XII, entre el momento en que la cultura caballeresca surge de las tinieblas que la enmascaraban y aquel otro en que comienza a perder su ingenuidad bajo la influencia de la cultura sabia, la de los clérigos». GONZALO DE BERCEO Milagros de Nuestra Señora Edición modernizada, estudio y notas de Vicente Beltrán Pepió Madrid, Alhambra, 1985,129 pp., Clásicos modernizados Alhambra, 3 200

Para una cabal comprensión de la personalidad literaria de Gonzalo de Berceo, resulta imprescindible partir de su condición social de clérigo. La nobleza medieval descendía, en principio, de aquellos germanos que en el siglo VI habían destruido el Imperio romano y que conservaron durante muchas generaciones su lengua de origen; sabemos, por ejemplo, que la aristocracia franca no adopto el romance hasta el advenimiento de la dinastía capeta (987). Este factor hizo que las clases dominantes, en lo que podríamos llamar el poder civil, se desentendieran en general de la cultura y la escritura, ligadas al uso del latín; todo ello, sumado a la decadencia económica y la desintegración política de Europa en la Alta Edad Media, hizo que el saber quedara confinado a los ambientes eclesiásticos y, especialmente, a los monasterios. En la Baja Edad Media, la difusión de la literatura trovadoresca y caballeresca aseguró el desarrollo de las letras seculares en lengua vulgar y la difusión de la lectura y la escritura entre la aristocracia, pero lo que solemos conocer como «cultura», ligada a la escuela y a la erudición, siguió siendo hasta el Renacimiento patrimonio de la Iglesia. De ahí que en el siglo XIII, y durante mucho tiempo, «clérigo» sea sinónimo de lo que hoy denominaríamos «letrado». La contraposición de las armas y las letras, inherente a la vida medieval, tuvo una abultada expresión literaria que arranca en castellano con la Disputa de Elena y María, del siglo XIII, y llega hasta el Quijote (I, 38). En la primera mitad del siglo XIII aparece la prosa castellana y se adopta esta lengua en la cancillería de Castilla y León, sustituyendo al latín. Desde fines del siglo XII, se afirma asimismo en este reino el uso del gallego como lengua de la lírica cortés y paralelamente surge una escuela literaria, el mester de clerecía, que intenta verter al castellano los contenidos y recursos propios de la rica tradición latina en la Edad Media.

201

Novedades editoriales Acribia (Zaragoza) BAILEY, L., Patología de las abejas, 1984, 139 pp. El desarrollo científico de la apicultura ha permitido un conocimiento a fondo de las enfermedades de las abejas, de las que este libro constituye un valioso manual. La obra, con un enfoque técnico, clasifica las enfermedades en función de su origen, describiendo la sintornatología, diagnóstico, factores facilitadores de la enfermedad, tratamiento y medidas profilácticas. El texto se acompaña con abundantes gráficos, fotografías y una extensa bibliografía. Alianza (Madrid) GARCÍA LORCA, Federico, Libro de poemas (1918-1920), ed., introd. y notas de Mario Hernández, 1984, 271 pp., Obras de Federico García Lorca, 14. Libro de poemas es el primer libro publicado por Federico García Lorca, en 1921 (Madrid, Imprenta Maroto). Con posterioridad a la muerte del poeta granadino se han efectuado diversas ediciones del libro: Guillermo de Torre (Buenos Aires, 1938), Arturo del Hoyo (Madrid, 1954), M. García-Posada (Madrid, 1980), lan Gibson (Barcelona, 1982) y Marco Massoli (Pisa, 1982). Para esta edición dentro de las «Obras de Federico 202

García Lorca» que viene publicando Alianza, se ha encargado Mario Hernández, que establece con rigor prácticamente definitivo el complejo libro lorquiano. En este sentido, son de destacar las «Notas al texto» que se incluyen al final de la edición, así como la amplia «Introducción» del propio Mario Hernández. EINSTEIN, A., Sobre la teoría de la relatividad especial y general, 1984,140 pp., Col. El libro de bolsillo, 1.048. El libro se propone dar una idea lo más exacta posible de la teoría de la relatividad, pensando en aquellos que, sin dominar el aparato matemático de la física teórica, tengan interés por esta teoría. Amarantos (Barcelona) MOLINA CORTÉS, Manuel, Poesía romántica de una imagen enmurada. Poesía romántica d'una imatge entre parets, trad. de Joan Badell, 1984, 131 pp. Manuel Molina Cortés nació en Úbeda, de donde emigró primero a Cataluña y luego a Suiza e Inglaterra, para regresar de nuevo a Barcelona. Ha publicado Trashumarían (ed. bilingüe castellano-francés), Contestación y otros poemas, Gritos, En el vuelo de la aurora y Cosas de mi vida. Este libro, el último que publica, se inscribe en el marco de la actual neopoesía amorosa. Hay que destacar la cuidada traducción al catalán, a cargo de Joan Badell. SABORIT I CODINA, Pere, Breu assaig sobre res, 1984, 65 pp. Componen el libro (Breve ensayo sobre nada), meditaciones y aforismos en torno a los siguientes capítulos: «De un excedente de conciencia», «Palabra versus silencio», «Eso que de forma grandilocuente llamamos pensar», «Saber y no saber», «El suicidio al acecho», «Y el hombre en todas las encrucijadas», etc. Citas de Cioran, Nietszche, Hume, H. Miller, Pessoa entre otros, introducen los distintos capítulos. Antoni Bosch (Barcelona) BOWRA, C.M., Poesía y canto primitivo, trad. de Carlos Agustín, 1984, 308 pp. Obra de gran interés y novedosa por su planteamiento. El propio autor indica su propósito: «Este libro intenta adentrarse en un campo que, en la medida de mi conocimiento, no se ha explorado en ninguna historia de la literatura a pesar de que constituye una parte indudablemente fundamental en un estudio de ese tipo. El origen del arte de las palabras permanece oculto en un pasado inmemorial, pero todavía es posible reconstruir parte de sus primeros procesos y evoluciones a través del estudio comparativo de los pueblos más primitivos que aún existen en el mundo. El examen de la parte que conocemos de sus cantos y de sus otros esfuerzos por ordenar las palabras en una secuencia rítmica, nos permite extraer ciertas conclusiones reveladoras acerca de las formas incipientes de literatura». Ariel (Barcelona) 203

GEYMONAT, Ludovico, Historia del pensamiento filosófico y científico. VII: Siglo XX (I), ed. y pról. de Eugenio Trías, equipo traductor: Juana Bignozzi, Juan Andrés Iglesias y Carlos Peralta, 1984, 575 pp., Col. Ariel filosofía. En la obra se articula históricamente el proceso a través del cual se configura tanto el pensamiento científico como el filosófico y su articulación en el contexto histórico-social, en el entramado de fuerzas que dan el marco adecuado a los avances tecnológicos y a la elaboración de teorías científicas. Centro de Estudios Bajoaragoneses (Alcañiz) Varios autores, La Semana Santa del Bajo Aragón. Antología, 1985, 137 pp. Aparte de dar a conocer algunos textos inéditos y recuperar otros de difícil acceso sobre el tema, la presente edición pretende suplir la penuria de trabajos de investigación y ofrecer al lector un instrumento de aproximación al conocimiento de un hecho complejo y cambiante como es la Semana Santa del Bajo Aragón. Donostiarra (San Sebastián) ÁLVAREZ LÓPEZ, J., Plan general y contabilidad de sociedades, 1981, 8.a ed. revisada, 570 pp. Obra didáctica y de consulta para quienes estudian o trabajan en el campo de la administración empresarial. Expone, de forma instrumental, la aplicación del plan general de contabilidad a las diversas formas jurídicas que pueden constituir una empresa. Desborda el campo estrictamente contable y considera en su exposición la legalidad actual. ÁLVAREZ LÓPEZ, J., Plan general y contabilidad de sociedades. Supuestos y soluciones, 1983, 4." ed. revisada, 234 pp. Obra complementaria de la del mismo autor. Instrumento que facilita la labor del profesor, mediante el planteamiento de problemas y soluciones en la aplicación del plan general de contabilidad a las sociedades. ÁLVAREZ LÓPEZ, J., Análisis de balances. Auditoría, agregación e interpretación, 1984, 14.a ed. revisada, 555 pp. Plantea criterios de valoración de balances. De interés para administradores, auditores y contables. Tras exponer los criterios previos, la obra se desarrolla en los siguientes capítulos: análisis de balances; análisis patrimonial; análisis financiero; análisis económico; comparación de datos en el espacio (comparación interempresarial y muestras representativas para el análisis). ÁLVAREZ LÓPEZ, J., Supuestos y soluciones de análisis de balances. Auditoría, agregación e interpretación, 1984, 5.a ed. revisada y ampliada, 214 pp. Obra instrumental orientada a ia labor didáctica del profesor. Ofrece una amplia gama de problemas, en el campo de la administración empresarial, y sus soluciones. El balance, en todas sus vertientes, es objeto de análisis (problema/solución). Edicions 62 (Barcelona) Epistolari de Joan Salvat-Papasseit, por Amadeu-J. Soberanas i Lleó, 1984, 212 204

pp., Antología catalana, 100. Es de celebrar que la reconocida colección «Antología catalana» haya querido publicar en su número 100 este importante libro. Joan Salvat-Papasseit (1894-1924), hijo de un fogonero de barco, anarcosocialista, colaborador tempranamente en Justicia Social, Los Miserables, etc. (donde firmaba con el significativo pseudónimo de «Gorkiano»), poeta vanguardista y de rebelde antiesteticismo, es, a menudo, un escritor y persona a quien no se le ha

prestado quizá la debida atención. La presente recopilación de cartas, efectuada por el profesor de literatura catalana de la Universidad de Barcelona, A.-J. Soberanas, posee un valor inestimable, no ya porque se recogen todas las cartas que se han conservado, sino porque constituye además un importantísimo documento para el conocimiento del gran escritor y personalidad que fue Joan SalvatPapasseit. Hay que destacar que las cartas están cuidadosamente anotadas con todo lujo de aclaraciones y abundantes referencias documentales y aparato crítico. Poesía galaico-portuguesa. Antología. Del segle XII al XIX, a cargo de Josep M. Llompart, 1984, 264 pp. Les millors obres de la literatura universal, 36. Antología de poetas gallegos y portugueses, desde el siglo XII hasta 1900, dividida en seis partes: «Els trobadors», «Tradició i Renaixement», «Barroc, Neoclassicisme, Preromanticisme», «Romántics i postromántics», «El Rexurdimento gallee» y «Portugal: 205

la fi del segle». Josep M. Llompart ha preparado la edición y traducido al catalán los poemas. SCHRÓDINGER, Erwin, Qué es la vida? La ment i la materia, trad. de Nuria Roig, ed. a cargo e Joan Senent-Josa y J. Wagensberg, pról. de Jordi Flos, 1984,218 pp., Col. Clássicsdel pensament modern, 17. En el primer ensayo el autor plantea dentro de un contexto realista y científico, y de acuerdo con las leyes físicas conocidas, preguntas sobre la vida. En el segundo se pregunta por el lugar que ocupa la conciencia en la evolución de la vida, repasando los problemas de la evolución biológica. PLANCK, Max, El coneixement del món físic, trad. de Jaume Gascón i Roda, ed. a cargo de David Jou, pról. de Manuel Cardona, 1984, 3% pp., Col. Clássics del pensament modern, 18. El libro recoge una serie de ensayos de Max Plack sobre temas muy diversos y redactados en diferentes épocas. Incluye finalmente, una cronología de Max Planck. Eunsa (Pamplona) ARTIGAS, M., Introducción a la filosofía, 1984, 141 pp., Col. Libros de iniciación filosófica, 7. Se intentan compaginar los dos aspectos que puede tener una introducción a la filosofía: utilidad didáctica y consistencia propia. En este libro se dedica amplia atención a las relaciones entre filosofía y teología. Consta de tres partes: 1) Naturaleza de la filosofía, 2) División de la filosofía, y 3) Filosofía y cristianismo. FERRER, U., Guía de los estudios universitarios. Filosofía, 1984,359 pp., Col. Ciencias de la Educación. Es esta una obra de marcado carácter orientador. Permite introducirnos, de forma clara y sintética, en los contenidos de las diferentes materias que se imparten en los estudios universitarios de filosofía. Es de resaltar la bibliografía comentada que ofrece de estos estudios, así como las observaciones metodológicas y las salidas profesionales que hoy existen. Se trata, pues, de una guía de especial interés tanto para estudiantes que han de elegir carrera como para interesados en el tema. HERVADA, Javier y MUÑOZ, Juan Andrés, Guías de los estudios universitarios. Derecho, 1984, 310 pp., Col. Ciencias de la Educación. Dirigida a alumnos de BUP y COU el libro ofrece una panorámica de lo que son los estudios de Derecho, sus posibilidades, sus posteriores salidas profesionales, y un posible enfoque a dar a estos estudios, con una descripción de los materiales que deberá utilizar. Fernando Torres (Valencia) VICEN GONZÁLEZ, V., De Kant a Marx. (Estudios de historia de las ideas), 1984, 238 pp., Col. El derecho y el Estado. En el presente volumen se reúnen cierto número de trabajos en los que el autor trata de poner en claro un punto concreto en la historia de la ideas, y cuyo único denominador común es de naturaleza metódica, a saber, aquella premisa de todo el historicismo europeo, esto es, entender el objeto desde sí mismo, no desde puntos de vista abstractos, sino desde el horizonte en el que el objeto se hace real y cobra sentido. Hacer (Barcelona) 206

BERNERI, M.L., El futuro (viaje a través de la utopía), trad. de Elba Leite, 1984, 363 pp. Redactado en 1948, el libro desarrolla una crítica sistemática al lado cuadriculado de las utopías clásicas y plantea nuevos interrogantes y nuevas alternativas. Incluye una biliografía de la edición original sobre las utopías. Juventud (Barcelona) VOLTES, P., Femando VII. Vida y reinado, 1985, 267 pp., Col. Grandes biografías. Alejado de limitaciones de carácter erudito, este libro aspira a interesar al lector que sienta curiosidad por los capítulos culminantes de la historia de las Españas de los dos lados del Atlántico, unidas por última vez bajo la corona de Fernando VIL Libro de oro de la poesía en lengua castellana. (España y América). I: Siglos XIIXIX. II: Siglo XX, 2 vols., selec., pról. y notas biográficas de M.» Luz Morales, 1984,2.a ed., 1.348 pp., Col. Libros de bolsillo Z, 176-177 y 178-179. Los dos volúmenes que componen esta antología de la poesía hispanoamericana, reúnen —como dice la antologa en el prólogo— una selección de poemas desde el Cantar de Mío Cid hasta Claudio Rodríguez. Es de destacar la precisa inclusión de poetas de Hispanoamérica, así como las breves pero certeras notas biobibliográficas que encabezan los poemas de cada uno de los autores antologados. TOLSTOI, León, Resurrección, trad. de Mariano Orta Manzano, 1984,2.a ed., 515 pp., Col. Libros de bolsillo Z, 193. Resurrección (1899) figura entre las mejores novelas de Tolstoi. Narra la historia de una seducción, pero en la que los valores éticos del arrepentimiento y la redención confieren un nuevo cariz a la novela, revelador de la personalidad del gran escritor ruso. TOLSTOI, L., La muerte de Ivan Ilitch, trad. de M. Orta, 1984, 2.* ed., 153 pp., Col. Libros de bolsillo Z, 138. Ampliamente reconocida como una obra maestra de León Tolstoi, «la mejor sin duda que haya salido de su pluma», esta narración contiene su «mensaje»: la novela es de tesis y su lectura requiere atención. Un admirable testimonio sobre la sociedad rusa del siglo XIX. Col. Juventud: BOJUNGA NUNES, L., Los compañeros, 1984,144 pp. KAESTNER, E., Las dos Carlotas, 1984,128 pp. KAESTNER, E., Emilio y los detectives, 1984,126 pp. GRIPE, M., El papá de noche, 1984,128 pp. HAUGEN, T., Los pájaros de la noche, 207

1984, 144 pp. KURTZ, C., Óscar y la extraña luz, 1984, 175 pp. LINDGREN, A., Ronja, la hija del bandolero, 1985, 222 pp. Labor (Barcelona) HAWKE, G.R., Economía para historiadores, 1984, 256 pp., Col. Labor universitaria, Manuales. El autor, consciente de que, cada vez más, entre los conocimientos básicos de los estudiantes de historia debe encontrarse la economía, ha ordenado esta presentación de principios económicos de una manera adecuada a este grupo de lectores. Los ejemplos que se presentan en el texto están pensados también para llamar la atención sobre los distintos grados de abstracción de las ideas en economía y para demostrar cómo se encuentran incorporados en las razones históricas. Magisterio Español (Madrid) TORRE, Joseph M. de, WUliam James: Pragmatismo, 1983,130 pp., Crítica filosófica, n.° 40. Partiendo del profundo impacto de William James sobre la vida y el pensamiento americanos, el autor analiza críticamente capítulo a capítulo la obra del filósofo tomando como eje su Pragmatismo, un hombre nuevo para antiguos modos de pensar (1907). Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (Madrid) Varios autores, Estudios económico-financieros de los planes generales, Centro de Estu

208

dios de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente, 1979, 150 pp., Serie Manuales, n.° 1. Este título es el primero de una serie de manuales destinados a ios profesionales relacionados con los planes generales de ordenación. El presente estudio se ha elaborado en función de la normativa legal sobre este tema y aborda, de forma sistemática y metodológica, los aspectos cualitativos y cuantitativos de los recursos financieros para la ejecución de la planificación territorial. Mitre (Barcelona) LLATSE NAVARRO, J., Jesús: el esenio. Los años desconocidos de Jesús de Nazareth, 1984, 212 pp., Col. Libro exprés. El libro pretende resaltar el aspecto humano de Jesús, su origen y existencia, la iniciación que recibió, de quién, dónde y por qué. Busca la identidad de Jesús en los años más desconocidos de su vida, en los que «tuvo que estar preparándose para enseñar a los hombres la verdad de Dios». La escasez de pruebas de que se dispone, convierte la obra de Llatse Navarro en una lectura más en torno al personaje de Jesús, cargada de afirmaciones hipotéticas y de especulaciones. El valor que puede atribuírsele es la intención, manifestada, de descifrar la historia humana real de Jesús, al margen de revelaciones divinas. Molino (Barcelona) Biblioteca práctica de la salud: 209

Estos cuatro volúmenes, los primeros de esta colección sobre salud con los que Molino inicia una nueva línea en su larga historia de edición, responden a sendos problemas de la vida cotidiana de la gente. En cada uno de ellos encontraremos, de manera sencilla, concisa y práctica, el planteamiento del problema concreto, explicaciones y aplicaciones teóricas y prácticas del mismo, y cómo poder prevenirlo, cuidarlo y, quizás, sanarlo. Colección redactada totalmente por médicos, que puede facilitar respuestas a muchas preguntas que preocupan respecto a la salud. Los primeros cuatro títulos, son los que siguen: Pasquet, Abanou y Majdalani, Dres., Prevenir y combatir el dolor de espalda, 1984,112 pp. Roquebrune y Joussemet, Dres., Prevenir y combatir el estrés, angustia y depresión, 1984,127 pp. Lumbroso, P., Dr., Prevenir y combatir el exceso de peso, 1984, 155 pp. Roquebrune, J.P., Dr., Prevenir y combatir el infarto, 1984,127 pp. Col. Julio Verne: VERNE, J., El volcán de oro, 1984, 283 pp. Robur el conquistador, 1984,181 pp. El chancellor, 1984, 191 pp. El dueño del mundo, 1984, 164 pp. Una ciudad flotante, 1984, 160 PP. ASIMOV, I., Como descubrimos los orígenes del hombre, 1984, 52 pp., Col. Cómo descubrimos..., 3. Col. Clásicos Juveniles Molino: SABATINI, R., El capitán Blood, 1984,264 pp. AMICIS, E. de, Corazón, 1984, 197 pp. TWAIN, M, Las aventuras de Tom Sawyer, 1984,199 pp. ORCY, B. de, La Pimpinela Escarlata, 1984, 203 pp. LONDON, J., La llamada de la selva, 1984,151 pp. Col. Trebizón: DIGBY, A., Problemas en Trebizón, 1984,179 pp. Tenis en Trebizón, 1984, 150 pp. Campamento de verano en Trebizón, 1985, 148 pp. Cuarto curso en Trebizón, 1985,156 pp. BRANDEL, M., Misterio de la paloma mensajera, 1984, 148 pp., Col. Alfred Hitchcock y los tres investigadores, 37. Museo de Bellas Artes de Asturias (Oviedo) Catálogos de exposiciones: 100 estampas escogidas de la R.D.A. 1983. Exposición conmemorativa del 35 aniversario de la R.D.A. Del 19 de octubre al 3 de noviembre de 1984. Vicente Pastor. Frescos. Obra realizada en 1984 con la aportación de la beca de artes plásticas concedida por el Ayuntamiento de Aviles. Del 3 ai 21 de octubre de 1984. Juan Martínez. Cuadros pintados, cuadros escritos. Enero-febrero 1985. Gruber. Febrero-marzo de 1985, 47 pp. Ángel Guache. Las islas (Pinturas 1982-84). Textos de Juan Manuel Bonet, «Norte de la pintura», y de Ángel Guache, «Fragmentos (de un cuadro de anotaciones)». Marzo de 1985, 54 pp. Península (Barcelona) DETIENNE, Marcel, La invención de la mitología, trad. de Marco-Aurelio 210

Galmarini, 1985, 206 pp., Col. Historia, ciencia, sociedad, n.° 192. El problema planteado es el de la legitimidad de una «ciencia de los mitos». Se considera al mito como una forma inacabada: no es ni un género literario ni una narración específica. Se propone volver a pensar la mitología entendida tanto como objeto del conocimiento como de la cultura. COMALADA, Ángel, España: el ocaso de un Parlamento, 1921-1923, 1985, 172 pp., Col. Temas de historia y política contemporánea, n.° 18. El estudio se propone analizar las secuelas del desastre de Annual (1921). A tal objeto se han centrado monográficamente los debates de las Cortes y cómo sintieron y opinaron los españoles que ocupaban puestos representativos dentro del sistema parlamentario de la época. Prensa Científica (Barcelona) Varios autores, El nuevo sistema solar, Selec. e introducciones de Ramón Canal, 1984, 243 pp., Libros de Investigación y Ciencia. Conjunto de artículos que empiezan con la descripción del último modelo de explicación del origen del sistema solar. El resto de artículos trata de los últimos descubrimientos sobre el sol, los planetas, sus satélites y los cometas. Pre-Textos (Valencia) GAYA, R., Diario de un pintor, 1952-1953, 1984, 84 pp. Ramón Gaya, pintor español en el exilio, vuelve a Europa después de permanecer más de trece años en México. Su visita, que durará un año (1952-1953), y que plasmará en este Diario, constituye una aproximación honda al París y a la Venecia de los grandes artistas (Miguel Ángel, Cézanne, Gide...), acercándonos con una sensibilidad extrema a la realidad cotidiana de estas ciudades. Rondas (Barcelona) ESTÍBALIZ, Mercedes, Edad de la mañana. (Poemas), 1984, 29 pp., Col. El poeta ante el espejo, XXV. Poemas de factura clasicizante, en la forma, y de tono intimista y apegado en la intención. La autora ha publicado además Estrofas de una mujer, El alma iluminada y El limbo dorado. Seix Barra! (Barcelona) FERNÁNDEZ SANTOS, J., Los jinetes del alba, 1984, 289 pp., Biblioteca Breve. Esta novela es un relato en el que el amor y la muerte corren al filo de un tiempo y de unos hechos que influyeron de modo decisivo en la vida de los actuales españoles. Violento y poético, este relato conmovido es una de las mejores muestras de la creatividad narrativa y estilística de J. Fernández Santos. 211

Universidad de Valencia SEOANE, E., El corcho y plantas endémicas de la Comunidad Valenciana, 1984, 72 pp. En esta publicación se resumen las líneas de investigación del Departamento de Química Orgánica de la Universidad de Valencia. Los trabajos se centran fundamentalmente, en el conocimiento de la composición química del corcho y de las plantas endémicas de Valencia, así como de la obtención y síntesis de compuestos de interés industrial. edición del autor HERNÁNDEZ, P.-P., Desaparecer y permanecer, Madrid, 1985, 54 pp. Libro de aforismos y meditaciones poéticofilosóficas, dividido en dos partes: «Desaparecer y permanecer» y «Creer en la realidad es superstición».

Publicaciones periódicas Agora. Papeles de Filosofía 212

Universidad de Santiago de Compostela, Departamentos de Historia de la Filosofía, Lógica y Ética de la Sección de Filosofía. Avda. de Juan XXIII, Santiago de Compostela. La idea de la revista, como sugiere el término griego de su título, es «crear un espacio abierto, una plaza pública, donde sea posible el diálogo razonable». Escribiendo la misma palabra sin acento en gallego significa ahora y da sus señas de identidad: «se localiza en Galicia y quiere estar en el aquí y el ahora, incluso si se ocupa de lo lejano y lo antiguo». El cuerpo de cada uno de los tres números aparecidos está constituido por las secciones «Estudios», «Notas y comentarios» y «Recensiones», y los escritos proceden en su mayoría de profesores de los departamentos responsables de la publicación y están referidos a las temáticas que les son propias. Puede dar idea del interés de la publicación la enumeración de los estudios que aparecen en el número 3: F. Montero, «La teoría del yo de Ortega y Gasset»; J.M. Rodríguez R., «Orixe do Ortega teórico e crítico da arte»; A. Leyte, «¿Un punto de vista sociológico sobre la ciencia?»; X.L. Pintos, «¿Ateísmo o crítica de la religión? (Apuntes para una nueva lectura de un tema polémico, con ocasión del primer centenario de K. Marx)»; E. Guisan, «Comte, Marx y el fundamento racional de la Ética»; M.X. Agrá, «J. Rawls, El análisis del concepto de justicia»; M. Gondar, «El mundo de los aparecidos. Claves para una lectura antropológica de la sociedad gallega tradicional»; L.R. Camarero, «Repercusiones teóricas de las observaciones del microscopio sobre el pensamiento de Malebranche y de Leibnitz»; J.L. González, «Aproximaciones a la teoría del inconsciente en la fenomenología y en el psicoanálisis»; L. Villegas, «Autorreferencia, tensión y crisis de identidad: problemas de filosofía del lenguaje». Arbor. Ciencia, pensamiento y cultura C.S.I.C. C/ Vitruvio, 8, 28006 Madrid. N.° 469, enero 1985, 136 pp. La revista empieza con este número una nueva etapa bajo la dirección de Miguel Ángel Quintanilla. En el editorial, que firma el nuevo director, quedan perfectamente definidos los objetivos propuestos: «...será preciso que científicos e intelectuales realicemos un esfuerzo conjunto para restablecer cauces de comunicación. Es preciso que la sociedad conozca y valore lo que significa la empresa científica y técnica; como es preciso también que la comunidad científica sea sensible a las necesidades de la sociedad que la mantiene y apoya. Pero sobre todo es preciso que unos y otros contribuyamos a construir esa nueva cultura que está exigiendo la propia realidad de nuestro tiempo y que nunca podrá cuajar al margen de la ciencia y de la técnica. [...} propiciar la comunicación entre las ciencias y las humanidades, y en especial para promover el estudio, la reflexión, el debate y la crítica en torno a la ciencia y la técnica, a sus dimensiones sociales, culturales, educativas, políticas, económicas, históricas y filosóficas». El número contiene los siguientes trabajos: Pedro Laín Entralgo, «Respuesta a la técnica»; Carlos Solís, «Astros y zanahorias»; Arturo García Arroyo, «Realidad y perspectivas de la política científica en España»; Luis J. Boya, «Panorama de la microfísica actual (Los Nobel de Física 1984); Ernest Giralt Lledó, «Síntesis de péptidos sobre soportes poliméricos»; Francisco Garfias, «Jaroslaw Seifert, Premio Nobel de Literatura 1984»; Fernando Broncano, 213

«Los milagros del universo abierto. Comentarios a K.R. Popper». Ateneu. Revista de Cultura Ateneu Barcelonés. C/ Canuda, 6, 08002 Barcelona. De la presentación que se hace en el primer número traducimos el siguiente párrafo: «...con la pretensión de que sea órgano de la Casa, pero que no se abstenga de incidir en la problemática del momento. La experiencia de años en amasar cultura, su tribuna abierta a todos los vientos del pensamiento y el hecho de aglutinar un número importante de socios dedicados a las más diversas facetas de las ciencias humanas, virtudes acumuladas por nuestra entidad, son garantía fiable de que en estas páginas podrán ofrecer provechosas lecciones del pasado y nuevas perspectivas de futuro». L'Avene. Revista d'História Rambla de Catalunya, 13, 3.°, 2. a, 08007 Barcelona. N.° 81, abril de 1985, 90 pp. En su «Dossier» presenta un estudio sobre la presencia de los judíos en la Cataluña medieval a partir de los siguientes trabajos: Sánchez Martínez, M., «Els jueus i el poder reial»; Alsina, T., «La imatge visual i la concepció deis jueus a la Catalunya medieval»; Riera, J., «Les sinagogues medievals»; Feliu, E., «El cercle de cabalistes de Girona ais segles XIIXIII»; Romano, D., «Metges jueus a Catalunya»; y un breve estudio sobre la presencia de los judíos en la Cataluña contemporánea: Cuüa i Clara, J.B., «Els jueus a la Catalunya contemporánia». Canelobre. Revista del Instituto de Estudios Juan GH-Albert Diputación Provincial de Alicante, Alicante. N.° 2, otoño 1984, 125 pp. Contenido del número: «Portada», María Chana; «El nostre Mar», Salvador Espriu; «El Tio Cuc», Jaime Lorenzo; «Cinco ciudades: Alicante, Alcoy, Elche, Benidorm y Orihuela», Salvador Forner, Vicente Manuel Vidal, Luis Alonso de Armiño Pérez, Juan Luis Piñón Pallares, María del Carmen Blasco Sánchez, Joan Calduch, Gaspar Jaén, Jesús Millán; «La revolución de París de 1848 vista desde Alicante», Juan A. Ríos; «Xavier Soler: paisaje interno», María Chana y Xavier Lorenzo;. «Portafolio de Xavier Soler», José Carlos Rovira; «Carlos Palacio: algunos acordes»; «L'aigua, la guerra i ('economía», Josep Antoni Ybarra; «Los libros», Francisco Espinosa; «Debate sobre la paz»; «Hacia un nuevo orden de paz europeo», Johan Galtung; «Los temibles obispos oriolanos del siglo XVIII», Mario Martínez Gomis. Claridad Secretaría Confederal de Imagen, Comisión Ejecutiva Confederal de UGT, Madrid. III época, N.° 1, mayo-junio 1984, 95 pp. En la presentación se definen las intenciones de la revista: «Emprendemos esta tercera época de Claridad persuadidos de que a través de los años, de la ausencia y el silencio, enlazamos con una destacada publicación que hizo de la información y la crítica importante instrumento de la reflexión y el pensamiento socialista. Desde la asunción crítica de nuestro pasado y de nuestra memoria, aparecemos hoy nuevamente con la voluntad de continuar la herencia centenaria de un modo de hacer sindicalismo en nuestro país. [...] La necesidad de dotar al conjunto de los trabajadores y a los cuadros sindicales de un lugar de reflexión y pensamiento que genere instrumentos útiles para orientarse en la encrucijada en que nos 214

sitúa la realidad que vivimos es la razón que nos mueve a continuar una publicación que hizo también historia. En esta tercera y nueva etapa, Claridad quiere ser una revista donde se aborden todas las cuestiones pertinentes que atañen al movimiento obrero». Tres temas destacan en el presente número: «La transición sindical: una aproximación»; «La acción institucional»; «Sociología del sindicalismo». Con Dados de Niebla. Literatura. Revista semestral Diputación Provincial de Huelva. Gran Vía, Huelva. N.° 1, octubre de 1984, 62 pp. Con la nueva publicación «se desea apoyar, promover y difundir la creación literaria desde Huelva y con Huelva como punto de particu

lar interés, pero sin ridículos criterios empobrecedores ni torpes provincianismos. Si es arte, es universal. [...] Por eso junto a la escritura de poetas onubenses y a un cuento popular recogido de viva voz a una anciana de la sierra de Huelva, aparecen en la Revista trabajos de muy diversa procedencia y originales inéditos de tres Premios Nobel: uno español, Jacinto Benavente, otro chileno, Pablo Neruda y un tercero griego, Elytis. Asimismo se ha querido prestar atención preferente a la creación plástica, con dibujos que abarcan desde pintores consagrados, como el onubense José Caballero, a jóvenes que ya despuntan. También está en nuestro ánimo acercarnos a los creadores hispanoamericanos, a los que Huelva desea mirar con especial interés». El Croquis. Publicación trimestral de Arquitectura 215

O General Arrando, 18, 28010 Madrid. N.° 18, agosto-octubre 1984, 90 pp. Número monográfico dedicado a Juan Daniel Fullaondo, con suplementos dedicados a proyectos fin de carrera y a viviendas unifamiliares. Inventarío de Estadísticas de España Consorci d'Informació i Documentació de Catalunya. Área de Producción de Bases de Datos Documentales. C/ Urgell, 187, 08036 Barcelona. Suplemento N.° 2, 1984, 61 pp. Sumario: Introducción; índice de publicaciones por organismos; índice alfabético de títulos; índice de materias; Fichas de publicación. Mayurqa. De Geografía, Historia iArt Facultat de Filosofía i Lletres, Universitat de Palma de Mallorca. Apartado 598, 07080 Palma de Mallorca. N.° 20, 1981-1984. En su sección de historia moderna y contemporánea publica los siguientes artículos: Ubaldo de Casanova i Todolí> «Las primeras Cordo de Casanova i Todolí> «Las primeras Cor 1520)»; Eberhard Grosske Fiol, «La libertad de prensa en Mallorca durante la guerra de la Independencia»; Sebastiá Serra Busquéis, «La Veu de Mallorca. Una publicació nacionalista entre el 1900 i 1931»; Pere Roca Rodríguez y Guillem Alemany, «L'evolució demográfica de Sta. María al segle XVII»; Pere Roca Rodríguez y Guillem Alemany, «Aproximado a l'estudi de les estructures de poder a Campanet». Pensamiento Iberoamericano. Revista de economía política Instituto de Cooperación Iberoamericana. Avda. de los Reyes Católicos, 4, 28040 Madrid. N.° 6, julio-diciembre 1984, 527 pp. El número está centrado en el tema «Cambios en la estructura social», y se inicia con la siguiente presentación: «Las décadas de postguerra fueron el escenario de transformaciones profundas y de órbita universal que han sido objeto de innumerables estudios e investigaciones. Ahora que parece vivirse el ocaso de ese tiempo y el ingreso a otro todavía incierto y no poco amenazante, se redobla el interés por desentrañar la naturaleza y el legado del primero. Los trabajos aquí reunidos se proponen abordar esa tarea en lo que se relaciona con los cambios experimentados por las estructuras sociales en América Latina, principalmente, y también en España y Portugal. Las diferencias nacionales y de formación histórica explican la mayor atención al mundo latinoamericano que, por otra parte, ha experimentado cambios muy sustanciales en un período relativamente breve». Revista de Occidente Fundación José Ortega y Gasset. C/ Fortuny, 53, 28010 Madrid. N.° 47, abril 1985, 155 pp. El número está dedicado a «Medicina y humanismo: homenaje a Gregorio Marañón», y ofrece los siguientes artículos: «Expulsión y diáspora de los moriscos españoles» (extracto de un inédito), Gregorio Marañón; «Marañón: su vida y su traducción escrita», Alejandra Ferrándiz; «Hacia el verdadero humanismo médico», Pedro Laín Entralgo; «Medicina y humanismo: perspectivas», Juan Rof Carballo; «Viejas y nuevas humanidades médicas», Diego Gracia; «Problemas actuales sobre la muerte y el morir», Salvador Urraca; Notas: «El sentido social de la enfermedad», Darío Páez; «Medicina y humanismo, hoy», Manuel Várela Uña; «La bioética», Marciano 216

Vidal. Revista Española de Pedagogía tervención preventiva con menores difíciles»; G. Vázquez Gómez, «La elaboración de esquemas de aprendizaje en la prevención y tratamiento de la desviación social juvenil»; J.V. Merino Fernández, «Epílogo». Telos. Cuadernos de Comunicación, Tecnología y Sociedad FUNDESCO (Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones). C/ Serrano, 187, 28002 Madrid. N.° 1, enero 1985. Como queda expresado en el editorial, la nueva publicación se propone constituirse en instrumento para un debate abierto sobre las tecnologías de información y comunicación que permita profundizar en los problemas, impulsar la investigación y progresar constantemente hacia soluciones concretas. Parte de las experiencias e investigaciones existentes y de los análisis realizados en países altamente industrializados donde la aplicación de las nuevas tecnologías es ya intensa, adaptando sus decisiones a nuestras peculiares circunstancias socioeconómicas y culturales. El número está distribuido en los apartados siguientes: Editorial, Tribuna de la comunicación, Perspectivas, Cuaderno central: «El teletexto»; Debate: «La batalla de la Unesco»; Experiencias, Legislación, Secciones y Libros, Revistas, Agenda. Se resaltan en portada los trabajos de A. Mattelart, «Olvidar la comunicación», de S. Giner, «Tecnología y cambio social» y de J.M. Martín Pallín, «El orden informático». Vuelta Leonardo da Vinci, 17 bis, Mixcoac, 03910 México, D.F. Año IX, N.° 100, marzo 1985. «¿Qué les diremos a nuestros lectores, hoy que llegamos al número 100 y estamos cerca de cumplir los diez años? No acabamos de creerlo. Por primera vez en México una revista literaria se sostiene sin ser el órgano de una institución ni el suplemento de otra publicación. En 1976 nadie se imaginaba que el público mexicano había llegado al nivel en que era viable una revista literaria independiente. [...] Cien números después, nos alegra vivir la experiencia de que ese público ya existe. Nos sentimos agradecidos, animados por esa inmensa minoría que se reúne a leer, escribir, anunciarse, en las páginas de Vuelta. Una revista es como un lugar de reunión, como una plaza pública en días de fiesta, como una feria, como una costumbre. Eso no se construye con dinero o por decreto, como se ha visto repetidamente cuando se improvisa una revista con muchos millones, las mejores firmas, el mejor papel, pero sin público.» C.S.I.C. C/ Serrano, 127, 28006 Madrid. N.° 164-165, abril-septiembre 1984. Número especial dedicado al curso de «Modificación de conducta en Educación Especial» que se celebró en marzo de 1984 bajo los auspicios de la Sección de Educación Especial de la Sociedad Española de Pedagogía. Se compone de los siguientes trabajos: A. PolainoLorente, «Presentación»; J.L. Pinillos, «Introducción a la modifícación de conducta en la educación especial»; R. Fernández Ballesteros, «Diagnóstico funcional de la conducta»; V. Pelechano Barbera,.«Programas de socialización en deficiencia mental»; A. PolainoLorente, «Modificación de conducta en hiperactividad infantil»; M.C. Luciano Soriano, «Implantación de conducta verbal en 217

niños no-verbales»; A. Riviére, «La modificación de conducta en el autismo infantil»; L. Martín Barroso, «La Reto: un programa de modificación de conducta en menores conflictivos»; C. Bragado Álvarez, «Modificación de conducta en la enuresis»; J. de Antón, «Modelos de in

PUBLICACIONES NOVEDAD EDITORIAL

coleccion pensamiento critico/ pensamiento utopico PARMÉNIDES • MALLARMÉ (s.Va.C.) (s.XIXd.C)

218

PERIÓDICAS

NECESIDAD Y AZAR Juan David García Bacca «Han sido y son altavoces —amplificadores siempre— de Necesidad, filósofos, matemáticos y físicos, muchos y grandes de todos los tiempos; y un solo poeta grande: Lucrecio, en De rerum Natura. Han sido y son altavoces —amplificadores a veces— de Azar, matemáticos y físicos, muchos y grandes..., y poetas, pocos y grandes, de nuestros días: uno de ellos Mallarmé. Actualmente —1901 a 1985— el problema o cuestión de las relaciones entre Necesidad y Azar se plantea en siete niveles: poemático, filosófico, matemático, físico, biológico, cósmico y nuclear, primariamente; y, secundariamente, en los campos político, social, económico, religiosa.. [...]. En esta obra se propone el autor, y propone al lector, definir Necesidad y Azar, señalar los linderos de sus dominios, las transgresiones e interacciones entre ellos; y, una vez explicado tal evidentemente previo tema, tomar conciencia, autor y lector, de que Necesidad y Azar físico-matemático nos sub-tienden, sostienen y sus-tentan; son nuestra base y fondo realísimo, sin los cuales, a la una, acordes, no tendrán ni sentido ni fuerza real Leyes y Libertad: reales las dos.» Juan David García Bacca, filósofo, teólogo, físico, matemático... es una de las más relevantes figuras del pensamiento español contemporáneo. Exiliado republicano, ha seguido su labor docente en varias Universidades de América Latina. Su obra sigue viva y en construcción con nuevas aportaciones en el área de la ciencia, el arte, la técnica y la poesía, enriqueciendo las perspectivas de toda producción social desde el saber de un sujeto científico actual.

219

220

N1STOHIA M MCASTILLAYLEONl M.

221

uwobra ¿fue está Mmiemo debato ¿jwe merecía. Donde se estudian ios asentamientos humanos del Valle del Duero desde los más remotos tiempos del Paleolítico hasta las vísperas de la invasión de Hispania por los ejércitos romanos. G. Delibes J. Fdez. Manzano F. Romero Carnicero R. Martín Valls Se analiza la trayectoria seguida por la Meseta Norte desde su conquista por los romanos hasta la invasión musulmana J. Mangas J. M.° Solana

Las Juntas Municipales de los distritos I y II de Sevilla, convocan la cuarta edición del PREMIO NACIONAL DE POESÍA ANTONIO MACHADO que se fallará el 22 de febrero de 1986 • El período de recepción de originales empieza el 1.° de diciembre y finaliza el 15 de febrero. • Extensión máxima: 150 versos. • Para información y entrega de originales dirigirse a: Junta Municipal Distrito I Alameda - Multicentro, 2.a Pl. Of. 202 41002 SEVILLA

222

GONZALO TORRENTE BALLESTER Aparición

durante

el

mes

223

de

Junio

LA ROSA DE LOS VIENTOS La imaginación, el humo; la cultura, en una opereta sin música ÁMBITO Ediciones S.A. Héroes del Alcázar, 10, Ediciones Destino47001 Valladolid. Telfs. 35 41 61/51

224

GUAPEÓOS HISPANOAMERICANOS Presidente: Director: Jefe de Redacción: Secretaria de Redacción: JOSÉ ANTONIO MARAVALL FÉLIX GRANDE BLAS MATAMORO MARÍA ANTONIA JIMÉNEZ Número 419 Mayo de 1985 Morkos MEKLED: GARCÍA MÁRQUEZ, el patriarca, el extranjero y la historia Poemas de Luis ROSALES, Elena ANDRÉS y Rafael MONTESINOS Centenario de David Herbert LAWRENCE Otilia LÓPEZ FANEGO: La influencia española en CORNEILLE Y las habituales secciones de notas y críticas de libros. Número 420 J unió de 1 985 Premios Cervantes : Discursos de Luis ROSALES, Rafael ALBERTI y Ernesto S ABATO Mario BOERO: La teología de la liberación Czeslaw MILOSZ: Desde mi otra Europa Francisco RIVERA: Roberto J U ARROZ o el descenso a las profundidades Roberto J U ARROZ: Poesía vertical Dirección, Secretaría Literaria y Administración: INSTITUTO DE COOPERACIÓN IBEROAMERICANA Avda. de los Reyes Católicos, 4 - Teléis. 244 06 00, exts. 267 y 396 Ciudad Universitaria 28040 MADRID PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN Pesetas $USA Un año (doce números) 3.500 30 Dos años 6.500 60 Ejemplar suelto 300 2,50 NOTA: El precio en dólares es para las suscripciones fuera de España

225

226

Machado desechó 13 poemas, reestructurando el libro y ampliándolo hasta un total de 95 poemas, muchos publicados ya en revistas con anterioridad). 1908. Es nombrado vicedirector del Instituto de Soria (marzo). Colabora en La Lectura («Revista de ciencias y artes», Madrid, 1901-1920, dirigida por Francisco Acebal) y en el periódico local Tierra Soñaría. En éste publica un importante artículo, titulado «Nuestro patriotismo y la marcha de Cádiz», donde uniendo el recuerdo de la conmemoración del 2 de mayo de 1808 y el desastre de 1898, afirma: «[...] Acaso el golpe recibido nos pondrá en contacto con nuestra conciencia. Por lo pronto, nuestro patriotismo ha cambiado de rumbo y de cauce. Sabemos que ya no se puede vivir del esfuerzo, ni de la virtud, ni de la fortuna de nuestros abuelos [...]. Somos los hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra donde todo está por hacer. He aquí lo que sabemos. [...] Sabemos que la patria es algo que se hace constantemente y que se conserva sólo por la cultura y el trabajo. El pueblo que la descuida o abandona, la pierde, aunque sepa morir. Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra; que no basta vivir sobre él, sino para él: que allí donde no existe huella del esfuerzo humano, no hay patria, ni siquiera región, sino una tierra estéril, que tanto puede ser nuestra como de los buitres y de las águilas que sobre ella se ciernen... No sois patriotas pensando que algún día sabréis morir para defender esos pelados cascotes; lo seréis acudiendo con el árbol o con la semilla, con la reja del arado o con el pico del minero a esos parajes sombríos y desolados donde la patria está por hacer». 1909. Contrae matrimonio con Leonor Izquierdo (30 de julio). Machado trabaja en los poemas de su libro Campos de Castilla. Años después, ya en Baeza, Machado expresará respecto de estos años: «Si la felicidad es algo posible y real —lo que a veces pienso— yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer» (carta a don Pedro Chico, 1919).

227

Antonio Machado y Leonor Izquierdo el día de su boda

1910. Realiza una excursión a las fuentes del Duero (septiembre). La excursión siguió este itinerario: en coche de Soria a Cidones; a Vinuesa, a pie; a Cobaleda, en caballo; subida al monte Urbión; de regreso descendieron por la Laguna Negra, trágico escenario del poema «La tierra de Alvargonzález». En este año, Machado publica el poema «Por tierras del Duero» (luego cambiado de título en «Por tierras de España»), que tanto había de impresionar a Unamuno. A finales de año entrega ya el manuscrito de Campos de Castilla al editor Gregorio Martínez Sierra, para su publicación en la Editorial Renacimiento. Obtiene una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios para cursar filología francesa en París. 79/7. Viaja con Leonor a París (13 de enero), donde Machado asiste a los cursos de filología de Bédier y, con mayor interés, a los de filosofía de Henri Bergson, en el Collége de France. En París escribe y termina «La tierra de Alvargonzález» (un relato en prosa fue publicado en la revista Mundial de París, en enero de 1912, que dirigía Rubén Darío; apareció también una primera versión del poema en La Lectura, abril del mismo año). En julio, Leonor enferma de tuberculosis, regresando ambos a Soria en septiembre (Rubén Darío, a petición de Machado que había gastado todo su dinero en la hospitalización de Leonor, costeó noblemente el viaje de regreso de ambos). 228

7972. Aparece, en julio, Campos de Castilla (Madrid, Ed. Renacimiento), obteniendo un éxito inmediato (Ortega y Gasset y Azorín publicaron elogiosos artículos, y Unamuno se apresuró a escribir a Machado). La edición incluía el extenso e importante poema en romance «La tierra de Alvargonzález». En el prólogo a la edición del libro en Páginas escogidas de 1917, escribe Machado: «...pensé que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano, historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este propósito responde La tierra de Alvargonzález. Muy lejos estaba yo de pretender resucitar el género en su sentido tradicional..., mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental humano, al campo de Castilla y al libro primero de Moisés, llamado Génesis». A los pocos días de la aparición del libro, muere Leonor (1 de agosto). Machado abandona Soria y se instala en Madrid, para gestionar su traslado a otro Instituto. En octubre es nombrado catedrático del Instituto de Baeza, adonde se incorpora el 1 de noviembre. Culmina aquí una etapa de Machado —iniciada en torno a sus años de 1899—, abriéndose una nueva etapa en que, por sobre el poeta, queda el hombre y el pensador, en contacto constante y compromiso con la realidad y los múltiples acontecimientos que habrán de sucederse. En una entrevista publicada en La Voz de España, de París, en 1938, Machado resume su experiencia soriana: «Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en que vivo. La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu. Allá, en 1907, fui destinado como catedrático a Soria. Soria es lugar rico en tradiciones poéticas. Allí nace el Duero, que tanto papel juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormaz y Medinacelli, se produjo el monumento literario del Poema del Cid. Por si ello fuera poco, guardo de allí re

229

ANTHROPOS/65 cuerdo de mi breve matrimonio con una mujer a la que adoré con pasión y que la muerte me arrebató al poco tiempo. Y viví y sentí aquel ambiente con toda intensidad. Subí al Urbión, al nacimiento del Duero. Hice excursiones a Salas, escenario de la trágica leyenda de los Infantes. Y de allí nació el poema de Alvargonzález». Baeza 7973. Desde Baeza, Machado prosigue sus colaboraciones en La Lectura y en el periódico soriano El Porvenir Castellano (promovido en Soria por Machado y dirigido por su amigo José María Palacio). Lee intensamente filosofía y mantiene una continuada correspondencia con Unamuno. En una carta de este año a Unamuno, expresa Machado su abatimiento, tanto por la muerte de Leonor como por su confinamiento en Baeza: «Esta Baeza, que llaman Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de segunda enseñanza, y apenas sabe leer un 30 por cien de la población. No hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos 230

clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y la ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta. La profesión de jugador de monte se considera muy honrosa. Es infinitamente más levítica [que Soria] y no hay un átomo de religiosidad. Se habla de política —todo el mundo es conservador— y se discute con pasión cuando la Audiencia de Jaén viene a celebrar algún juicio por Jurados. Una población rural, encanallada por la Iglesia y completamente huera. Por lo demás, el hombre del campo trabaja y sufre resignado o emigra en condiciones lamentables que equivalen al suicidio». Y más adelante, en la misma carta, se refiere a la muerte de Leonor: «La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella, pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiese preferido mil veces morirme a verla morir. Hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por esto viniera Dios al mundo. Pensando

Casa donde vivió Antonio Machado en Baeza

en esto me consuelo algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es también absurda. Sin embargo, el golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca, y algunas veces creo firmemente en que la he de recobrar. Paciencia y humildad». 231

En otras cartas a Ortega y Gasset y a Juan Ramón Jiménez, Machado expresa sus preocupaciones y ocupaciones en estos duros años de 1913-1914. En una carta a Ortega y Gasset, en mayo de 1914, dice: «Ya empiezo a trabajar con algún provecho. Desde hace poco empiezo a reponerme de mi honda crisis que me hubiera llevado al aniquilamiento espiritual. La muerte de mi mujer me dejó desgarrado y tan abatido que toda mi obra, apenas esbozada en Campos de Castilla, quedó truncada. Como la poesía no puede ser profesión sin degenerar en juglaría, yo empleo las infinitas horas del día en este poblachón, en labores varias. He vuelto a mis lecturas filosóficas, únicas de verdad que me apasionan. Leo a Platón, a Leibnitz, a Kant, a los grandes poetas del pensamiento». Y a Juan Ramón Jiménez: «Yo trabajo lo que puedo, repuesto por voluntad desesperante de una honda crisis que me llevaba al aniquilamiento. A veces me apasiona el problema de nuestra patria y quisiera... Pero no se puede hacer nada inmediato y directo. Hay un ambiente de cobardía y de mentira que asfixia. Es verdaderamente inicuo este tácito acuerdo que hemos establecido para respetar todo lo huero y ficticio y desdeñar todo lo vital. Parece como si pensáramos todos, con honda convicción, que hay una cosa sagrada: la mentira... En fin, trabajemos pacientemente nuestras armas. Pero, al fin, es preciso ir a la guerra». Machado se desplaza con frecuencia a Madrid («siempre sobre la madera / de mi vagón de tercera») donde sigue y está en contacto con la animación que hacia 1914 cobra la vida intelectual española, a la par de las rápidas transformaciones que experimenta la sociedad. Surge una nueva generación de intelectuales (la llamada «generación de 1914», con José Ortega y Gasset a la cabeza: Manuel Azaña, Fernando de los Ríos, Luis de Zulueta, Salvador de Madariaga, Pablo de Azcárate, Luis Bello, Américo Castro, Luis de Araquistáin...), que aportará un nuevo sentido al papel del intelectual, más integrado en la sociedad, y a la altura de las circunstancias y acontecimientos del nuevo siglo (guerra mundial de 1914-18, revolución rusa de 1917, creación de la III Internacional en 1919...; en España, creciente participación de amplios sectores sociales en la vida pública, industrialización y modernización general de la sociedad, auge del movimiento obrero y de la conflictividad social, progresiva derechización que desembocará en la Dictadura de Primo de Rivera en 1923, etc.); papel y responsabilización del intelectual que, sin embargo, derivaría hacia posiciones encontradas, más o menos elitistas, unas, o bien de carácter populista, otras. Machado no es ajeno a estas transformaciones y, como antaño en los años de la crisis finisecular —así como después en los años de la guerra civil—, participará en los nuevos tiempos y colaborará en los más destacados periódicos y revistas del momento, junto a la nueva generación de escritores. En Baeza, Machado inicia el cuaderno de apuntes editado tras su muerte con el título de Los complementarios (intensificado luego en Segovia). En noviembre de 1913 participa en el homenaje a Azorín, en Aranjuez, junto con Baroja, J.R, Jiménez, Ortega y Gasset, etc. 7975. Inicia estudios de Filosofía y Le tras, por libre, examinándose en la Uni versidad de Madrid. En este año comien za sus colaboraciones en el semanari< España 232

(Madrid, 1915-1924, «Semanarii de la vida nacional»), fundado por Orte ga y Gasset. España sería el periódico político de la nueva corriente intelectual; su consejo de redacción estaba integrado por R. de Maeztu, R. Pérez de Ayala, Luis de Zulueta, Eugenio d'Ors, G. Martínez Sierra, Juan Guixé y Pío Baroja. En 1916 cambiaría sustancialmente de orientación, tras pasar a dirigirlo el socialista Luis de Araquistáin y, a partir de 1922, por Manuel Azaña. En él colaboraron todos los escritores de ambas generaciones, la del 98 y la del 14, e incluso alguno de la del 27 (Salinas, Guillen). Machado, ya en el número de 26 de febrero, publicó el poema elegiaco «A don Francisco Giner de los Ríos» (muerto el día 18 de aquel mes), su antiguo maestro de la Institución Libre de Enseñanza, que desde el poema de Machado, proclama: Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas! En julio, firma el manifiesto de adhesión a la causa de las naciones aliadas (junto a Azcárate, Azorín, Araquistáin, Américo Castro, Cossío, Marañón, Menéndez Pidal, Maeztu, Enrique de Mesa, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Pérez Galdós, F. de los Ríos, Unamuno, ValleInclán, Zuloaga, etc.) La guerra europea —así como la revolución rusa de 1917— será un acontecimiento de primera magnitud; Unamuno, Valle-Inclán y otros intelectuales visitaron los frentes aliados. Al respecto, en una carta a Unamuno el 16 de enero de este año, afirma Machado: «Nuestra neutralidad hoy consiste [...] en no querer nada, en no entender nada. Lo verdaderamente repugnante es nuestra actitud ante el conflicto actual y épico, nuestra conciencia, nuestra mezquindad, nuestra cominería. Hemos tomado en espectáculo la guerra como si fuese una corrida de toros, y en los tendidos se discute y se grita. Se nos arrojará un día a puntapiés de la plaza, si Dios no lo remedia. Los elementos reaccionarios, sin embargo, aprovechan la atonía y la imbecilidad ambiente para cometer a su sombra indignidades como la que usted fue víctima [la destitución de Unamuno como rector de la Universidad

233

de Salamanca el año anterior]. Si no se enciende dentro la guerra, perdidos estamos. La juventud que hoy quiere intervenir en la política debe, a mi entender, hablar al pueblo y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia y el pan, promover la revolución, no desde arriba, ni desde abajo, sino desde todas partes. Gentes de buen talento hay entre ellos y de noble intención, pero me parecen todos tocados de un mal disimulado aristocratismo que malogrará su obra. Importa, sobre todo, que el empujón que vendrá de fuera no nos coja dormidos». 79/6. Escribe el poema «A la muerte de Rubén Darío» (fallecido en febrero, en Nicaragua). En junio tiene un encuentro con Federico García Lorca, que llega a Baeza en viaje de estudios, como estudiante de la Universidad de Granada. Machado prosigue sus colaboraciones en España y en La Lectura. 1917. En abril aparece Páginas escogidas (Madrid, Ed. Calleja) y en julio la primera edición de Poesías completas (publicadas por la Residencia de Estudiantes, que orientaba J.R. Jiménez). Machado prosigue sus anotaciones en el cuaderno de Los complementarios; de este año es el escrito que lleva por título «Problemas de la lírica»: «No decimos gran cosa ni decimos siquiera suficiente cuando afirmamos que al poeta le basta con sentir honda y fuertemente y con expresar claramente su sentimiento. Al hacer esta afirmación damos 234

por resueltos, sin siquiera enunciarlos, muchos problemas. El sentimiento no es una creación del sujeto individual, una elaboración cordial del YO con materiales del mundo externo. Hay siempre en él una colaboración del TÚ, es decir, de otros sujetos. No se puede llegar a esta simple fórmula: mi corazón, enfrente del paisaje, produce el sentimiento; una vez producido, por medio del lenguaje lo comunico a mi prójimo. Mi corazón, enfrente del paisaje, apenas sería capaz de sentir el terror cósmico, porque aun este sentimiento elemental necesita, para producirse, la congoja de otros corazones enteleridos en medio de la naturaleza no comprendida. Mi sentimiento ante el mundo exterior, que aquí llamo paisaje, no surge sjn una atmósfera cordial. Mi sentimiento no es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien NUESTRO. [...] Un segundo problema: Para expresar mi sentir tengo el lenguaje. Pero el lenguaje es ya mucho MENOS MÍO que mi sentimiento. Por de pronto, he tenido que adquirirlo, aprenderlo de los demás. Antes de ser NUESTRO —porque MÍO exclusivamente no lo será nunca— era de ellos, de ese mundo que no es ni objetivo ni subjetivo, de ese tercer mundo en que todavía no ha reparado suficientemente la psicología, del mundo DE LOS OTROS YOS». Escrito que se completa con otro que Machado escribió en 1914 para el prólogo al libro del republicano Hilario Ayuso, Helénicas: «Manuel Ayuso hace política y poesía. Ambas cosas son perfectamente compatibles. Me atreveré a decir más: ha sido casi siempre la poesía el arte que no puede convertirse en actividad única, en profesión. Un hombre consagrado a la poesía, paréceme que no será nunca un poeta. Porque el poeta no sacará nunca la poesía de la poesía misma. Crear es sacar una cosa de otra, convertir una cosa en otra, y la materia sobre la cual se opera no puede ser la obra misma. Así, una abeja consagrada a la miel —y no a las flores— será más bien un zángano, y el hombre consagrado a la poesía y no a las mil realidades de su vida, será el más grave enemigo de las musas». 1919. Aparece la segunda edición de Soledades. Galerías. Otros poemas. En el prólogo a esta segunda edición, Machado se hace eco de los nuevos poetas por venir: «La ideología dominante [cuando escribió Soledades} era esencialmente subjetivista [...]. Yo amé con pasión y gusté hasta el empacho esta nueva sofística, buen antídoto para el culto sin fe de los viejos dioses, representados ya en nuestra patria por una imaginería de cartón piedra. Pero amo mucho más la edad que se avecina y a los poetas que han de surgir cuando una tarea común apasione las almas. Cierto que la guerra no ha creado ideas nuevas —no pueden las ideas brotar de los puños—; pero ¿quién duda de que el árbol humano comienza a renovarse por la raíz, y de que una nueva oleada de vida camina hacia la luz, hacia la conciencia?». En octubre le llega una real orden trasladándole al Instituto de Segovia, adonde Machado se incorpora el 26 de noviembre. Segovia 1920. Desde su llegada a Segovia, Machado colabora en la creación de la Universidad Popular, incorporándose al grupo fundador (entre otros, Blas Zambrano, profesor de la Escuela Normal y padre de María Zambrano, y que será compañero de Machado en los años segovianos); en la Universidad Popular de Segovia, Machado da 235

una clase semanal gratuita de francés (además, hizo donación de libros suyos para la biblioteca ambulante creada por la Universidad). Frecuenta la tertulia que se reúne en el taller del ceramista Fernando Arranz, y a la que asisten también Blas Zambrano y el escultor Emiliano Barral. Comienza sus colaboraciones en el periódico El Sol, en la revista La Pluma (fundada por Manuel Azaña), en Los Lunes del Imparcial y prosigue las de La Lectura. Emprende Machado en estos años una gran actividad en la prensa y revistas de amplia difusión, publicando artículos con un claro sentido de formación y pedagógico; esta actividad, que centra el trabajo de Machado a partir de ahora, culminará durante los años de la República con la publicación del «Juan de Mairena» (en el Diario de Madrid y en El Sol), y después en los años de guerra de 1936-1938. Desde Segovia, se desplaza regularmente a Madrid (los fines de semana y vacaciones, en su piso de General Arrando, 4), donde sigue la actualidad cultural y del país (en este año, Unamuno publica su poema El Cristo de Velázquez, que tanto elogia Machado; Valle-Inclán publica su primer esperpento, Luces de bohemia, en la revista España).

Café Castilla de Segovia, frecuentado por Antonio Machado

7927. Colabora en la revista índice (Madrid, 1921-1922, fundada por Juan Ramón Jiménez junto con la editorial del mismo nombre; en ella, así como en La Pluma, 236

publicarán sus primeras obras los jóvenes poetas y escritores de la generación del 27). Son años también de tensiones políticas en el país (asesinato de Dato, desastre de Annual) que preludian la crisis que llevará a la Dictadura de Primo de Rivera. En una carta a Unamuno de este año, Machado expone su visión de la realidad política española: «[...] hay una desorientación grande y una falta de visión clara del problema político entre los que más se precian de comprensivos y aun, tal vez, no faltan hombres de buena voluntad descaminados y descaminantes. Yo tengo buenos amigos, personas dignas de aprecio por muchos conceptos entre los llamados reformistas. Creo, sin embargo, que como políticos han hecho una labor negativa, porque son los saboteurs más o menos conscientes de una revolución inexcusable. Comenzaron proclamando la accidentalidad de la forma de gobierno, muy a destiempo y en provecho inmediato de la superstición monárquica y del servilismo palatino. Con ello han conseguido anular la única noble, aunque de corta fecha, tradición política que teníamos, y la labor educadora de Pi y Margall y Salmerón y otros dignos repúblicos, que emplearon cuarenta años de su vida en convencer al pueblo de todo lo contrario. Abandonaron el republicanismo; algunos fueron más allá sin vocación suficiente para ello; otros, los más, quedaron en actitud torpemente pragmática, sin dignidad ideal y sin alcanzar tampoco el aprecio y la eficacia. [...] El pueblo hablaba de una idea republicana y esta idea era, por lo menos, una emoción, ¡y muy noble, a fe mía! ¿Por qué matarla? En vez de ahondar el foso donde se hundiese la abominable España de la Regencia y de este reyezuelo, afirmando al par republicanismo y acrecentándolo, depurándolo, enriqueciéndole de nueva savia, decidieron echar un puente levadizo hasta la antesala de las mercedes. Pecaron de inocentes y también, quizás, de fatuos y engreídos, porque pensaron, acaso, que ellos podrían, una vez dentro de la olla grande, dar un tono de salud al conjunto pútrido del cual iban a formar parte, ¡gran error! Creo que es preciso resucitar el republicanismo meneando las ascuas de la ceniza y hacer hoguera con leña nueva» (carta a Unamuno, 24 de septiembre de 1921). 7922. Colabora en España y en La Voz de Soria. En este periódico escribe Machado un breve artículo titulado «Extensión Universitaria», donde toma posición respecto a un polémico debate: «No soy partidario del aristocratismo de la cultura, en el sentido de hacer de ésta un privilegio de casta. La cultura debe ser para los más, debe llegar a todos; pero antes de propagarla será preciso hacerla. No pretendamos que el vaso rebose antes de llenarse. La pedagogía de regadera quiebra indefectiblemente cuando la regadera está vacía. Sobre todo, no olvidemos que la cultura es intensidad, concentración, labor heroica, callada y solitaria; pudor, recogimiento antes, mucho antes, que extensión y propaganda». Pronuncia un discurso «Sobre literatura rusa», en la Casa de los Picos de Segovia (6 de abril). 7923. Publica «Proverbios y cantares» en la Revista de Occidente (Madrid, julio 1923-junio 1936, en su 1.a etapa), fundada por José Ortega y Gasset. Revista de Occidente será una de las publicaciones culturales más importantes no ya de España sino de la Europa de entreguerras; la lista de colaboradores destacados de dentro y fuera de 237

España sería interminable. Antonio Machado colaborará regularmente en ella ya desde su primer número, donde publica la serie de «Proverbios y cantares», dedicados a José Ortega y Gasset, y quizá una de las composiciones poéticas más genuinas de Machado. Se trata de 99 coplas «soleares», la quintaesencia de la copla popular andaluza (un terceto octosílabo con rimas asonantes alternas), y que Pedro Salinas calificará de «cantares de pensador» (en el sentido fuerte de la palabra; ¡cuánta distancia, por otra parte, con el pensamiento alemán en boga —Heidegger iniciaba este año sus clases en Marburgo; en 1927 publicaría Ser y tiempo— de que quería hacerse eco la Revista de Occidente!). Prosigue sus colaboraciones en La Pluma y España. Un grupo de jóvenes poetas, entre ellos Salinas, Bacarisse, Ardavín y Chabás, dedican un homenaje a Machado en Segovia. 1924. Se estrena en Madrid (enero) una adaptación de El condenado por desconfiado, de Tirso de Molina, realizada por Manuel y Antonio Machado. A este arreglo seguirán otros de varias comedias de Lope de Vega (uno de ellos estrenado en Salamanca en 1925). Aparece, en abril, Nuevas canciones (Madrid, Ed. Mundo Latino), que recoge poemas de Baeza y Segovia hasta la fecha. En una entrevista publicada en el semanario La Internacional (17 de septiembre de 1920), Machado había dicho: «Yo, por ahora, no hago más que Folk-lore, autofolklore o folklore de mí mismo. Mi próximo libro será, en gran parte, de coplas que no pretenden imitar la manera popular—inimitable e insuperable, aunque otra cosa piensen los maestros de retórica— sino coplas donde se contiene cuanto hay en mí de común con el alma que canta y piensa en el pueblo. Así creo yo continuar mi camino, sin cambiar de rumbo». Forma parte del jurado que otorga a Rafael Alberti el Premio Nacional de Literatura (por su obra Marinero en tierra). Colabora en Alfar, de La Coruña. 7925. Aparece la segunda edición de Páginas escogidas. Publica «Reflexiones sobre la lírica» en la Revista de Occidente. Es elegido miembro correspondiente de la Hispanic Society of America. 7926. En febrero, es estrenada la primera obra teatral de Manuel y Antonio Machado, Las desdichas de la fortuna o

238

Antonio y Manuel Machado

Julianillo Valcárcel, en el teatro Princesa de Madrid, con gran éxito de público y crítica. En años sucesivos, Antonio y Manuel Machado, aprovechando las estancias del primero en Madrid, escribirán y estrenarán cada año una obra (Juan de Manara, 1927; Las adelfas, 1928; La Lola se va a los Puertos, 1929; La prima Fernanda, 1931; La duquesa de Benamejí, 1932). En este mismo mes, Antonio y Manuel Machado reciben un homenaje por parte de sus antiguos compañeros de la Institución Libre de Enseñanza; el acto tuvo lugar en los jardines de la Institución y fue ofrecido por el profesor institucionista Manuel Bartolomé Cossío. Comienza la publicación del «Cancionero apócrifo de Abel Martín» en la Revista de Occidente (abril-junio). Abel Martín tuvo una larga gestación, quizá en torno a los diez años. En Los complementarios se referirá a un «cancionero del siglo XIX»: «Los poetas han hecho muchos poemas y publicado muchos libros de poesías; pero no han intentado hacer un libro de poetas. Un cancionero del siglo XIX sin utilizar ninguna poesía auténtica»; y a renglón seguido comenzaba Machado un «cancionero apócrifo» de 14 poetas (junto también a cinco posibles ensayistas y una lista de «filósofos españoles del siglo XIX», con la anotación: «Seis filósofos que pudieron existir, con seis metafísicas diferentes»), entre los que figura también el siguiente: «Antonio Machado. Nació en Sevilla en 1875. Fue profesor en Soria, Baeza, Segovia y Teruel. Murió en Huesca en fecha todavía no 239

precisada. Alguien lo ha confundido con el célebre poeta del mismo nombre, autor de Soledades, Campos de Castilla, etc.». Todos estos poetas y filósofos decimonónicos se resumirían, al fin, en uno, Abel Martín, y a quien a su vez sucederá su discípulo Juan de Mairena (Machado esbozó otros apócrifos ya del siglo XX, pero que no llegó a cuajar). En una carta a E. Giménez Caballero (publicada en La Gaceta Literaria, 15 mayo 1928), dice Machado: «Abel Martín y Juan de Mairena son dos poetas del siglo XIX que no existieron, pero que debieron existir, y hubieran existido si la lírica española hubiera vivido su tiempo. Como nuestra misión es hacer posible el surgimiento de un nuevo poeta, hemos de crearle una tradición de donde arranque y él pueda continuar. Además, esa nueva objetividad a que hoy se endereza el arte, y que yo persigo hace veinte años, no puede consistir en la lírica —ahora lo veo muy claro—, sino en la creación de nuevos poetas —no nuevas poesías—, que canten por sí mismos. El verdadero sermón poético, a la española, ha de engendrarse en el espíritu como se engendra en la carne y, por ende, impregnar a la musa para nuevos poetas que, a su vez, nos den en el porvenir las nuevas canciones». Firma el llamamiento de la Alianza Republicana (conglomerado republicano constituido este año gracias al impulso de José Giral y Manuel Azaña, y con el objetivo común de poner fin a la Dictadura y a la monarquía; a ella se adhirieron personalidades de diversa procedencia: Clarín, Marañón, Luis de Tapia, Ayala, Eduardo Ortega y Gasset, Unamuno, etc.). 7927. Estreno de Juan de Manara, de Antonio y Manuel Machado, en el teatro Reina Victoria de Madrid. Este mismo mes, Machado es elegido miembro de la Real Academia Española (aunque no llegó nunca a formalizar su entrada en la Academia; en 1931, redactó un proyecto de discurso de ingreso, que quedó en borrador). En una carta a Unamuno (12 de junio), dice: «Le agradezco su felicitación por mi nombramiento de académico. Es un honor al cual no aspiré nunca. Pero Dios da pañuelo al que no tiene narices». Del borrador de discurso, redactado en 1931, entresacamos dos fragmentos; el primero es una presentación de sí mismo, que dice: «No creo poseer las dotes específicas del académico. No soy humanista , ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo de latín, porque me lo hizo aborrecer un mal maestro. Estudié el griego con amor, por ansia de leer a Platón, pero tardíamente y, tal vez por ello, con escaso aprovechamiento. Pobres son mis letras en suma, pues aunque he leído mucho, mi memoria es débil y he retenido muy poco. Si algo estudié con ahínco fue más de filosofía que de amena literatura. Y confesaros he que con excepción de algunos poetas, las bellas letras nunca me apasionaron. Quiero deciros más: soy poco sensible a los primores de la forma, a la pulcritud y pulidez del lenguaje, y a todo cuanto en literatura no se recomienda por su contenido. Lo bien dicho me seduce sólo cuando dice algo interesante, y la palabra escrita me fatiga cuando no me recuerda la espontaneidad de la palabra hablada». Más adelante apunta unas reflexiones sobre la lírica del siglo XIX; después de afirmar que «quiero hacer constar que la poesía, y especialmente la lírica, se ha convertido para nosotros en problema», dice: «A través de todo el siglo romántico resuena un tema 240

negativo: el de la irrealidad de cuanto trasciende del sujeto individual. Nunca se insistirá demasiado sobre el escepticismo [...] y el solipsismo del ochocientos. Todo el siglo fue, en lo profundo, una reacción monstruosa contra los dos temas esenciales de la cultura occidental que son —¿quién puede dudarlo?— el de la dialéctica socrática, que inventa la razón humana, la comunión mental de una pluralidad de sujetos en las ideas trascendentales, y el de la otra más sutil dialéctica del Cristo, que revela el objeto cordial y funda la fraternidad de los hombres emancipada de los vínculos de la sangre. Sólo Platón y el Cristo supieron dialogar, porque ellos más que nadie, creyeron en la realidad espiritual de su prójimo. El ochocientos, en cambio, se mostró, en lo profundo, incapaz para el diálogo, lo que explica el carácter egolátrico de su lírica. Su pensamiento parte siempre del yo para tornar a él. Ninguna de sus metafísicas implica la realidad irreductible y absoluta del tú. Esto es lo que quería decir mi apócrifo Juan de Mairena cuando afirmaba que el hombre del ochocientos no creyó seriamente en la existencia de su vecino». Y sigue, a continuación: «El mañana, señores, bien pudiera ser un retorno — nada enteramente nuevo bajo el sol— a la objetividad, por un lado, y a la fraternidad, por el otro. Una nueva fe —porque es en el campo de las creencias donde se plantean los problemas esenciales del espíritu— se ha iniciado ya. Comienza el hombre nuevo a desconfiar de aquella soledad que fue causa de su desesperanza y motivo de su orgullo. Ya no es el mundo mi representación, como era en lo más

241

popular, la única verdad metafísica popular del ochocientos. Se tornó a creer en lo otro y en el otro, en la esencial heterogeneidad del ser». 1928. Conoce, probablemente, a Guiomar en junio. En octubre tiene lugar el estreno de la obra de Manuel y Antonio Machado, Las adelfas. Aparece la segunda edición de Poesías completas (Madrid, Espasa-Calpe). Colabora en la joven revista Manantial, de Segovia, y en La Gaceta Literaria. 1929. Estreno de La Lola se va a los Puertos, en el teatro Fontalba, el mayor éxito teatral de Antonio y Manuel Machado. Publica las «Canciones a Guiomar» en la Revista de Occidente (julioseptiembre). De este año es una carta a Unamuno (exiliado desde el inicio de la Dictadura, primero en París y luego en Hendaya, después de haberse evadido de la isla de Fuerteventura adonde fue desterrado), donde Machado se refiere a la situación política del momento: «[...] De política, acaso sepa usted desde ahí, más que nosotros, los que vivimos en España. Aquí, en apariencia al menos, no pasa nada. Y lo más triste es que no hay inquietud ni rebeldía contra el estado actual de cosas. Las gentes parecen satisfechas de haber nacido. Nadie piensa en el mañana. Para muchos una caída en cuatro pies tiene el grave peligro de encontrar demasiado cómoda la postura. Yo, sin embargo, quiero pensar que tanta calma y tanta conformidad, son un sueño malo, del cual despertaremos algún 242

día...». 7937. El 14 de abril es proclamada la República. Antonio Machado es uno de los republicanos que en este día izan la bandera republicana en el Ayuntamiento de Segovia. En un artículo titulado «El 14 de abril de 1931 en Segovia» (publicado en La Voz de España, abril de 1937, en conmemoración de aquel día), dice Machado: «Fue un día profundamente alegre —muchos que ya éramos viejos no recordábamos otro más alegre —, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños. »Mi amigo Antonio Ballesteros y yo izamos en el Ayuntamiento la bandera tricolor. Se cantó La Marsellesa; sonaron los compases del Himno de Riego. La Internacional no había sonado todavía. Era muy legítimo nuestro regocijo. La República había venido por sus cabales, de un modo perfecto; como resultado de unas elecciones; todo un régimen caía sin sangre para asombro del mundo. Ni siquiera el crimen profetice de un loco que hubiera eliminado a un traidor [se refiere a Lerroux] turbó la paz de aquellas horas. La República salía de las urnas acabada y perfecta como Minerva de la cabeza de Júpiter. »Así recuerdo yo el 14 de abril de 1931. »Desde aquel día —no sé si vivido o soñado— hasta el día de hoy que vivimos demasiado despiertos y nada soñadores, han transcurrido seis años repletos de realidades que pudieran estar en la memoria de todos. Sobre esos seis años escribirán los historiadores del porvenir muchos miles de páginas, algunas de las cuales acaso merecerán leerse. Entretanto, yo, los resumiría con unas pocas palabras. Unos cuantos hombres honrados, que llegaban al poder sin haberlo deseado, acaso sin haberlo esperado siquiera pero obedientes a la voluntad progresiva de la nación, tuvieron la insólita y genial ocurrencia de legislar atenidos a normas estrictamente morales, de gobernar en el sentido esencial de la historia, que es el del porvenir. Para estos hombres eran sagradas las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo; contra ellas no se podía gobernar, porque el satisfacerlas era precisamente la más honda razón de ser de todo gobierno. Y esos hombres nada revolucionarios, llenos de respeto, mesura y tolerancia, ni atrepellaron ningún derecho ni desertaron de ninguno de sus deberes. Tal fue a grandes rasgos, la segunda gloriosa República española, que terminó, a mi juicio, con la disolución de las Cortes Constituyentes. Destaquemos este claro nombre representativo: Manuel Azaña». Este mismo mes se estrena La prima Fernanda en el teatro Victoria de Madrid. Junto a Manuel, es nombrado hijo adoptivo de Sevilla. En septiembre, Machado es trasladado al Instituto Calderón de la Barca de Madrid, adonde se incorpora en octubre para ocupar la cátedra de francés. Madrid 1932. Estreno de La duquesa de Benamejí (marzo) en el teatro Español. Es nombrado hijo adoptivo de Soria (octubre). Participa en el homenaje a ValleIncíán. 1933. Aparece la tercera edición de Poesías completas, que incluye los cancioneros apócrifos de Abel Martín y de Juan de Mairena. Es elegido miembro del Patronato de las Misiones Pedagógicas. El teatro universitario «La Barraca», creado este año y dirigido por Federico García Lorca, escenifica La tierra de Alvargonzález. 243

1934. Comienza la publicación de «Juan de Mairena» en el Diario de Madrid («Juan de Mairena» se publicó por capítulos en este periódico a partir del 19 de noviembre, y después en El Sol, desde el 17 de noviembre de 1935 hasta la edición de los artículos en forma de libro, en junio de 1936; Machado continuará la publicación de «Juan de Mairena» en la revista mensual Hora de España, desde su primer número en enero de 1937 hasta el último en octubre de 1938). 1935. Se adhiere a la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, constituida a raíz del I Congreso Internacional de Escritores celebrado en París este año (estaba presidido por una junta de 12 miembros, entre ellos Valle-Inclán; en España la Asociación tendría un desarrollo escaso y en febrero de 1936 se disolvió para constituir la Alianza Internacional de Escritores Antifascistas, que pronto alcanzaría una gran repercusión). Antonio y Manuel Machado terminan el drama El hombre que murió en la gue

rra (estrenado por Manuel, en Madrid, en 1941). 7936. Aparece en volumen Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (Madrid, Espasa-Calpe), que contiene todo lo publicado en la prensa desde 1934. El libro consta de cincuenta capítulos y en él se despliega todo un amplio compendio de reflexiones sobre temas de filosofía, sobre 244

literatura, sobre política y cultura, etc., constituyendo una de las obras fundamentales no sólo de Machado sino de la literatura y el pensamiento español contemporáneo. Aparece también la cuarta edición de Poesías completas (la última edición en vida de Machado). Al estallar la guerra civil, Machado se adhiere a la República. El día 24 de noviembre tiene lugar la evacuación de intelectuales a Valencia, dispuesta por el gobierno republicano y organizada por el V Regimiento; la expedición llega a Valencia el día 26, instalándose en la Casa de la Cultura (Machado salió de Madrid con su madre, sus hermanos José, Francisco, Joaquín y las familias de estos últimos). Pocos días después, Machado se traslada a Villa Amparo, cerca del pueblo de Rocafort y próximo a Valencia. Colabora en el semanario Ahora. En noviembre firma la resolución del Secretariado Internacional de la Asociación de Escritores para la Defensa de la Cultura (junto con Rafael Alberti, José Bergamín, Ilya Ehrenburg, André Malraux, etc.). Por último, en este año mueren Valle-Inclán (el 5 de enero) y Unamuno (el 31 de diciembre); la muerte de Unamuno sobre todo afectará en gran manera a Machado. 1937. Prosigue la publicación de «Juan de Mairena» a partir del primer número de la revista Hora de España, editada en Valencia. Hora de España Hora de España octubre 1938, subtitulada «Ensayos. Poesía. Crítica. Al servicio de la causa popular») sería el órgano de los intelectuales republicanos y una de las publicaciones más importantes de los años de guerra (junto a El Mono Azul). Fue fundada y dirigida en Valencia por Rafael Dieste, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya y Juan Gil-Albert, a los que se unieron a mediados de año María Zambrano y Arturo Serrano Plaja; en su consejo de colaboración figuraban, además de los mencionados, León Felipe, José Moreno Villa, Ángel y Alberto Ferrant, Antonio Machado, José Bergamín, Tomás Navarro Tomás, Rafael Alberti, José Fernández Montesinos, P. Bosch Gimpera, Rodolfo Halffter, José Gaos, Dámaso Alonso (muchos de ellos residían en la Casa de la Cultura de Valencia y figuraban también como colaboradores de El Mono Azul; el equipo de redacción estaba formado por Sánchez Barbudo, Serrano Plaja, Rafael Dieste, GilAlbert, Gaya —ilustrador de la revista—, Gaos y Manuel Altolaguirre; colaborarían además, con artículos y poemas, Rosa Chacel, B. James, Huidobro, Octavio Paz, Aleixandre, Cernuda, M. Hernández, etc.). Los artículos de «Juan de Mairena» de Antonio Machado abrían cada número, en la primera sección de «Ensayos». Participa en la Conferencia Nacional de Juventudes Socialistas (12 de enero) en Valencia. En un acto público al aire libre, el 1.° de mayo en Valencia, lee su «Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas». Son los meses álgidos de la guerra. Machado está enfermo (tiene 62 años), y así lo dice en una carta al escritor ruso David Vigodsky (publicada en Hora de España, n.° 4, abril 1937): «En efecto, soy viejo y enfermo, aunque usted por su mucha bondad no quiera

245

ANTHROPOS/71

Finalizamos esta cronología con una cita con que comienza uno de los más notables estudios sobre el pensamiento de Antonio Machado, Invitación a filosofar según espíritu y letra de Antonio Machado, de Juan David García Bacca: «Escribir para el pueblo —decía mi maestro— ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Por eso yo no he pasado de folklorista, 246

aprendiz, a mi modo, de saber popular. Siempre que advirtáis un tono seguro en mis palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo» (Antonio Machado, en Hora de España, n.° 1, enero de 1937). Bibliografía básica: creerlo: viejo, porque paso de los sesenta, que son muchos años para un español; enfermo, porque las visceras más importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente su función. Pienso, sin embargo, que hay algo en mí todavía poco solidario de mi ruina fisiológica, y que parece implicar salud y juventud de espíritu, si no es ello también otro signo de senilidad, de regreso a la feliz creencia en la dualidad de substancias. «De todos modos, mi querido Vigodsky, me tiene usted del lado de la España joven y sana, de todo corazón al lado del pueblo, de todo corazón también enfrente de esas fuerzas negras —¡y tan negras!— a que usted alude en su carta. »En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos —nuestros harinas— invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud». En julio interviene en el II Congreso Internacional de Escritores, organizado por la Alianza Internacional de Escritores Antifascistas como demostración de solidaridad de los intelectuales de todo el mundo con la causa de la República (la delegación española estaba formada por Jacinto Benavente, Álvarez del Vayo, Ricardo Baeza, Margarita Nelken, María Teresa León, José Bergamín, Rafael Alberti, T. Navarro Tomás y León Felipe); Machado lee en el Congreso reunido en Valencia su «Discurso sobre la defensa y la difusión de la cultura». Es nombrado presidente del Patronato de la Casa de la Cultura, colaborando en Madrid (Cuadernos de la Casa de la Cultura); colabora además, en este año, en numerosas publicaciones de la guerra: La Voz de España, Ahora, Servicio Español de Información, Ayuda, Nuestra Bandera, Mediodía, etc. (además de sus artículos mensuales en Hora de España). En el «Juan de Mairena» de Hora de España insiste en los temas de 1934-1936: «Entre nosotros, españoles, nada señoritos por naturaleza, el señoritismo es una enfermedad epidérmica, cuyo origen puede encontrarse, acaso, en la educación jesuítica, profundamente anticristiana y —digámoslo con orgullo— perfectamente antiespañola. Porque el señoritismo lleva implícita una estimativa errónea y servil, que antepone los hechos sociales más de superficie —signos de clase, hábitos e indumentos— a los valores propiamente dichos, religiosos y humanos. El señoritismo ignora, se complace en ignorar —jesuíticamente— la insuperable dignidad del hombre. El pueblo, en cambio, la conoce y la afirma, en ella tiene su cimiento más firme la ética popular. "Nadie es más que nadie" reza un ada 72/ANTHROPOS 247

gio de Castilla. ¡Expresión perfecta de modestia y de orgullo! Sí, "nadie es más que nadie" porque a nadie le es dado aventajarse a todos, pues a todo hay quien gane, en circunstancias de lugar y de tiempo. "Nadie es más que nadie", porque —y este es el más hondo sentido de la frase—, por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre. Así habla Castilla, un pueblo de señores, que siempre ha despreciado al señorito». Publica su último libro, La guerra (Madrid, Espasa-Calpe), ilustrado por su hermano José. 1938. Ante el avance de los nacionalistas, en marzo se traslada a Barcelona. Machado se instala provisionalmente en el hotel Majestic y, a los pocos días, se aloja en la torre Castañer (en el paseo de San Gervasio). Prosigue sus colaboraciones en Hora de España (la revista se había trasladado a Barcelona en enero) y comienza su serie de artículos en La Vanguardia con el título «Desde el mirador de la guerra»; continúa también su colaboración en Servicio Español de Información y Nuestro Ejército (escribe además los prólogos a los libros de Manuel Azaña, Los españoles en guerra, y de ValleInclán, La corte de los milagros). 1939. El día 22 de enero marcha con su familia y junto a otros intelectuales en dirección a la frontera de Francia, adonde llegan tras duras penalidades el día 27. La frontera es un éxodo. Antonio Machado, enfermo, tiene 64 años; su madre Ana Ruiz que 248

le acompaña, 88. El paso de la frontera es a pie y bajo la lluvia que cae en este fatídico día, junto a una multitud de gente (el 14 de enero cayó Tarragona y pocos días después los nacionalistas llegaban a la línea del Llobregat; el gobierno republicano se traslada de Barcelona a Gerona —la última sesión parlamentaria celebrada en suelo español, con Negrín al frente, fue en Figueras el 1 de febrero—; Barcelona cayó el 26 de enero: hasta el 10 de febrero pasaron a Francia en torno a las 400.000 personas, entre ellas Machado). El día 29 de enero, Machado, su madre y su inseparable hermano José llegan a Collioure, instalándose en el hotel Bougnol-Quintana (Machado declina diversos ofrecimientos de asilo, entre ellos el de trasladarse a la URSS). En febrero, Machado cae enfermo, agravándose el día 18. El día 22 de este mes, muere Antonio Machado; tres días después moría también su madre. Ambos fueron enterrados en el cementerio del pueblecito de Collioure. Obras de A. Machado: Soledades. Galerías. Otros poemas, ed. de Geoffrey Ribbans (Barcelona, Labor, 1975, Textos hispánicos; Madrid, Cátedra, 1983, Letras hispánicas); Campos de Castilla, ed. de Rafael Ferreres (Madrid, Taurus, 1970, Temas de España) y ed. de José Luis Cano (Madrid, Cátedra, Letras hispánicas); Los complementarios, ed. de Domingo Ynduráin (2 vols., Madrid, Taurus, 1972) y ed. de Manuel Alvar (Madrid, Cátedra, 1980, Letras hispánicas); Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo, ed. de J.M. Valverde (Madrid, Castalia, 1971, Clásicos Castalia); Juan de Mairena (1936), ed. de J.M. Valverde (Madrid, Castalia, 1973, Clásicos Castalia); toda la producción escrita de Machado entre 1936-1939, incluido el «Juan de Mairena» de Hora de España y los artículos de La Vanguardia, etc., está recogida en la edición y estudio de Monique Alonso, Antonio Machado. Poeta en el exilio (Barcelona, Anthropos Ed. del Hombre, 1985, Ámbitos literarios/Ensayo). Como introducción a su vida y obra puede verse Manuel Tuñón de Lara, Antonio Machado, poeta del pueblo (Barcelona, Laia, 1981, 4.a ed.) y José María Valverde, Antonio Machado (Madrid, Siglo XXI, 1983, 4.a ed.); un estudio en profundidad del pensamiento de Antonio Machado es la obra del pensador español Juan David García Bacca, Invitación a filosofar según espíritu y letra de Antonio Machado (Barcelona, Anthropos Ed. del Hombre, 1984, Pensamiento crítico/Pensamiento utópico).

BIBLIOGRAFÍA DE Y SOBRE ANTONIO MACHADO En Antonio Machado concurren, a nivel de documentación, varios aspectos diversos y curiosos. Es difícil el poder comprobar las citas de la edición de sus obras, dada la cantidad de ediciones realizadas y, por otra parte, la disparidad de los diversos autores que le estudian, en referencia a las mismas. Por ello, no nos hemos extendido en secuenciarlas. La edición de Obras Completas, publicada junto con su hermano Manuel, no son tales. Muchos trabajos de A. Machado se conocen con posterioridad a esta edición y algunos están aún en manos de los estudiosos para su determinación. No obstante, las ediciones más referenciadas en los estudios sobre A. Machado, son la de la Editorial 249

Losada, de Buenos Aires (muy difícil de adquirir hoy) y la más asequible en el mercado actual, editada por la Editorial Plenitud. En cuanto a ediciones críticas sobre la obra completa de Machado, resalta entre todas, las ediciones preparadas por Oreste Macri, «Poesía» y «Prosa», con estudios, bibliografía, etc., publicadas por la Editorial Lerici, de Milán. En cuanto a los estudios sobre A. Machado, mucho hay escrito, y pueden comprobarse las reediciones del mismo artículo en diversas revistas y a veces, con una distancia en el tiempo de años. Muchas citas —y algunas hallará el lector en la documentación que sigue— son breves: unas por ser poesías dedicadas a su memoria, otras por ser testimonios de contemporáneos y otras muchas, por ser simples reseñas de obras editadas, o reeditadas. Un capítulo bastante voluminoso de estas citas, lo configuran los Homenajes, destacando, entre ellos, el Homenaje realizado por la Revista La Torre (S.J. de Puerto Rico), por ser muy citada a nivel de trabajos. Hallará el estudioso, los artículos aparecidos en la misma, en la documentación que hoy presentamos. A nivel español, otro Homenaje importante es el de la Revista Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), que publicó en dos tomos, y que incorpora al homenaje a su hermano Manuel. Por todo este cúmulo de aspectos, queremos indicar que esta documentación es una selección orientativa. No están todos los libros y artículos aparecidos, aunque hemos tratado de recoger una pequeña presencia de todos los aspectos que se han estudiado sobre Machado. La organización temática la hemos simplificado en grandes apartados temáticos, pues la subdivisión que es posible hacer es muy extensa. Como complemento del apartado «Fuentes y documentos», adjuntamos una selección de revistas que han dedicado sus páginas a la memoria de Antonio Machado: Rev. Hispánica Moderna, Nueva York, t. XV, en.-dic. 1949; Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, 11-12, 1949; Grímpola, 7, 1957; Acento Cultural, Madrid, 5,1959; Sep. de la Revista Cuadernos, París, 36, 1959; Caracola, Málaga, 84-87, 1959-1960; ínsula, Madrid, 158, 1960; 212-213, 1964; 344-345, 1975; Ruedo Ibérico, París, 1962; Rocamador, Falencia, 32, 1963; La Torre, S.J. de Puerto Rico, XII, 45-46,1964; Puerto, S.J. de Puerto Rico, 1,1967; La Estafeta Literaria, Madrid, 569-570, 1975; Revista de Soria, Soria, 27, 1975; Peña Labra. Pliegos de Poesía, Santander, 16,

250

ANTHROPOS/73

1975; Cuadernos para el Diálogo, Madrid, XLIX, 1975; Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, 304-307, 1975-1976; Celtiberia, Soria, XXV, 49, 1975; Curso Superior de Filología Hispánica. Cursos Extraordinarios, Salamanca, 1,1975; Journal of Spanish Studies Twentieth Century, vol. 4, n.° 1, 1976; Partido Socialista Obrero Español, Madrid, 1979; Universidad Complutense, Madrid, 1979; Aula Magna «Tirso de Molina», Diputación Provincial, Dpto. de Cultura, Soria, 1985; Zona Universitaria, Comissió Cultural de la Fac. de Filología, Universidad Central de Barcelona, número especial. De entre los libros destacamos: A Don A.M. al cumplirse 251

los veinte años de su muerte, Antiguos alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, México, 1961; Paseos con A.M., Madrid, Gráf. Bergaz, 1966; Cien del Sur sobre la Épica, Granada, Universidad de Granada, 1975; A.M. y Soria. Homenaje en el primer centenario de su nacimiento, Soria, Centro de Estudios Seríanos, 1976; Homenaje a A.M., Salamanca, Sigúeme, 1977. Por último, una recopilación bibliográfica es la publicada por el Ministerio de Cultura, Bibliografía Machadiana, 1976, que recoge tanto las obras propias como los artículos de Manuel y Antonio Machado. Finalmente, queremos agradecer a Mónica Alonso su colaboración en la elaboración de la presente Bibliografía.

Obras de Antonio Machado Poesía y prosa Soledades (1899-1902), Madrid, Imprenta de A. Álvarez, 1903, 112 pp. (de la col. de la Rev. Ibérica); Reed. Madrid, Imprenta de Valero Díaz, 1904 (idéntica). Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Lib. Pueyo, 1907,186 pp., Biblioteca Hispano-Americana; Madrid, Calpe, 1919 (2.a ed.), 81 pp. 2 h., Col. Universal, 27; Madrid, Espasa-Calpe, 1943 (3.a ed.), 93 pp. Soledades. Galerías. Otros poemas, Edición, prólogo y notas G. Ribbans, Barcelona, Labor, 1975, 271 pp., Col. Textos Hispánicos Modernos, 29. Soledades (Poesías), Edición, estudio y notas Rafael Ferreres, Madrid, Taurus, 1968 (5.a ed., 1977), 144 pp. 1 h., Col. Temas de España, 69. Soledades. Galerías. Otros poemas, Edición de G. Ribbans, Madrid, Cátedra, 1983, 280 pp.. Col. Letras Hispánicas, 180. Campos de Castilla, Madrid, Ed. Renacimiento, 1912,198 pp.; Madrid, Afrodisio Aguado [1949], 157 pp. Campos de Castilla, Ed. J.L. Cano, Madrid, Anaya, 1964, 128 pp., Col. Biblioteca Anaya; 1967. Campos de Castilla, Edición, Estudio y notas de Rafael Ferreres, Madrid, Taurus, 1970 (4.a ed., 1977), 247 pp., Col. Temas de España, 84. Campos de Castilla, Edición J.L. Cano, Madrid, Cátedra, 1976 (2.a ed.), 183 pp. 1 h., Col. Letras Hispánicas, 10; 1977 (4.a ed.); 1978 (5.a ed.); 1980 (6.a ed.); 1982 (8.a ed.). Páginas escogidas, Madrid. Imp. Bernardo Rodríguez, 1917, 325 pp. Páginas escogidas. Autocrítica y comentarios del autor, Santander-Madrid, Aldus S.A.-Artes Gráf. Ed. Saturnino Calleja, 1925, 524 pp. Poesías Completas (1899-1917), Madrid, Imprenta Fortanet, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1917, 1.a ed., 284 pp. Poesías Completas (1899-1925), Madrid, Espasa-Calpe, 1928 (2.a ed.), 392 pp. Poesías Completas (1899-1930), Madrid, Espasa-Calpe, 1933 (3.a ed.), 428 pp.; 1936 (4.a ed.), 434 pp. Poesías Completas, Oración por A.M. por Rubén Darío. Vida, prólogos, poética por A.M., Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1940, 346 pp.; Madrid, 1971 (13.a ed.), 300 pp., 252

Col. Austral, 149. Poesías Completas, Prólogo de Dionisio Ridruejo, Madrid, EspasaCalpe, 1941 (5.a ed.), XV + 402 pp. Poesías Completas, Buenos Aires, Losada, 1943, 275 pp., 1973 (10.a ed.). Poesías Completas (recoge las poesías de la edición de 1936, con nuevos textos machadianos, poemas y prosas de otros tiempos), Madrid, Espasa-Calpe, 1979 (11.a ed.), Col. Ediciones especiales. Poesía, Estudio, notas y comentarios de texto M.a Pilar Palomo, Madrid, Narcea, 1971, 330 pp. Poesías Completas, Prólogo Manuel Alvar (Nueva edición de Poesías Completas, publicadas en 1940 en Espasa-Calpe), Madrid, EspasaCalpe, 1975, 424 pp.; 1984 (10.a ed.), Selec. Austral, 1. 74/ANTHROPOS

Poesía, Introd. y antología de Jorge Campos, Madrid, Alianza Editorial, 1976 (5.a ed., 1981), 144 pp., Col. Libro de bolsillo, 602. 253

Poesías, Introd. y Prólogo Dr. Virgilio Be jarano, San Cugat del Valles (Barna), Libros Río Nuevo, 1982, 215 pp. 8 h. Poesía, Barcelona, Orbis, 1982, 362 pp., 2 h., Col. Historia de la Literatura española, 12. Poesía, Barcelona, Bruguera, 1983 (2.a ed.), 277 pp., 3 h., Col. Club, 74. Poesía, Barcelona, Seix Barral, 1983, 279 pp., Col. Obras maestras de la literatura contemporánea, 21. Nuevas canciones (1917-1920), Madrid, Mundo Latino, 1924, 22Q pp. Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo, Edic., Introd., y notas José M.a Valverde, Madrid, Castalia, 1971, 263 pp., Col. Clásicos Castalia, 32; 1975, 1980. Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, Madrid, Espasa Calpe, 1936, 344 pp. Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (2 vols.), Buenos Aires, Losada, 1943; 1958. Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, 1936. Edic. José M.a Valverde, Madrid, Castalia, 1972, 284 pp. Juan de Mairena, Madrid, Espasa-Calpe, 1973, 236 pp., Col. Austral, 1.530; 1982 (3.a ed.); 1984 (4.a ed.). Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, 1936. Precedido de: Apuntes inéditos (1933-34), Edic., prólogo y estudio comparativo de Pablo del Barco, Madrid, Alianza, 1981, 320 pp., Col. Libro de bolsillo, 855. La Guerra (1936-1937), Dibujos de José Machado, Madrid, EspasaCalpe, 1937, 115 pp. Abel Martín. Cancionero de Juan de Mairena. Prosas Varias, Buenos Aires, Losada, 1943 (4.a ed., 1975), 156 pp., Col. Biblioteca Clásica y Contemporánea, 20. Antología de Guerra, La Habana, Ucar, García y Cía., 1944,150 pp. La Guerra. Escritos: 1936-1939, Selec., introduc. y notas J. Rodríguez Puertolas y G. Pérez Herrero, Madrid, Emiliano Escolar, Edit., 1983, 481 pp. La tierra de Alvargonzález y Canciones del Alto Duero, Ilust. de José Machado, Barcelona, Nuestro Pueblo, 1938, 76 pp. La tierra de Alvargonzález, La Habana, El Ciervo Herido, 1939, 58 pp. Obras, Edic. y Prólogo de José Bergamín, México, Séneca, 1940, 929 pp. Obras Poética, Edic. y epílogo de R. Alberíi, con un retrato y autógrafo del poeta, Buenos Aires, Pleamar, 1944, 365 pp., Col. Mirto. Obras Completas de M. y A. Machado, Texto al cuidado de H. Carpintero, Madrid, Ed. Plenitud, 1947, 1.336 pp., 1951 (2.a ed.), 1955 (3.a ed.), 1957 (4.a ed.), 1973 (5.a ed.), 1.279 pp.; Madrid, Biblioteca Nueva, 1978, 1.316 pp. Poesías escogidas, Nota prelim. F.S.R., Madrid, Aguilar, 1947, 486 pp., Col. Crisol; 1958 (3.a ed.), 475 pp. Canciones, Madrid, Afrodisio Aguado, 1949, 152 pp. 254

Obra Inédita: Los complementarios. Papeles postumos. Obra varia, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 243-286. Obras completas. Poesías completas, Buenos Aires, Losada, 1951, 269 pp. Cuaderno de literatura. Baeza 1915, Pról. de E. Casamayor, Bogotá, Prensas de la Universidad Nacional, 1952, 90 pp., Facsímil. Los Complementarios y otras prosas postumas, Ordenación y nota preliminar de Guillermo de la Torre, Buenos Aires, Losada (1957), 248 pp. (Biblioteca Contemporánea). Los Complementarios, Edic. crítica por Domingo Ynduráin, Vol. I. Facsímil, 208 pp., Vol. II. Transcripción, 244 pp., Madrid, Taurus, 1972. Los complementarios, Edic. y prólogo Manuel Alvar, Madrid, Cátedra, 1980, 360 pp., Col. Letras Hispánicas, 117; 1982 (2.a ed.). Campos y nombres de España, Toulouse, [1960], 32 pp. Obras. Poesía y prosa, Edic. de Aurora de Albornoz y Guillermo de Torre, Ensayo prelim. Guillermo de Torre, Buenos Aires, Losada, 1964, 1.068 pp., Col. Obras Cumbres; 1974 (2.a ed.). Prosas y poesías olvidades, Recop. y prólogo R. Marrast y R. Martínez-López, París, Centre de Recherches de l'Institut d'Études Hispaniques, 1964, 153 pp. A.M. y Ruiz, Expediente académico y profesional (1875-1941), Prólogo Juan Velarde Fuertes, Colaboración de: L. Rosales Camacho y A. Cerrolaza Armentia, Madrid, Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1975, LX+ 291 pp., Col. Expedientes administrativos de grandes españoles, 1. Canto a Andalucía, Madrid, Edic. de Arte y Bibliografía, 1984, 82 pp., Col. Tiempo para la Alegría. Teatro (Antonio y Manuel Machado) Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel. Tragicomedia en cuatro actos y en verso (Estrenada el 9-II-1926 en el teatro de la Princesa), Madrid, Fernando Fe, 1926; Madrid, Espasa-Calpe, 1928, Col. Universal; Recog. en: Teatro Completo, T.I., Madrid, C.I.A.P., 1932; Madrid, Edic. Españolas, 1940; Barcelona, Edit. Cisne, 1942. Juan de Manara. Drama en tres actos, en verso (Estrenada en 1927 en el Teatro Reina Victoria), Madrid, Espasa-Calpe, 1927, 155 pp. Las adelfas. Comedia en tres actos, en verso y original (Estrenada en el Teatro del Centro, de Madrid, el día 22 de octubre de 1928). Dibujos de José Machado, Madrid, Estampa, 10 de noviembre de 1928, 98 pp., Col. La Farsa, año II, n.° 62. La Lola se va a los puertos. Comedia en tres actos (Estrenada el 8-XI-1928), Madrid, La Farsa, 1930, 120 pp.; Madrid, EspasaCalpe, 1951. La Lola se va a los puertos. Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel, Madrid, Espasa-Calpe, 1978 (4.a ed.), 222 pp., Col. Austral, 1.011. La prima Fernanda (Escenas del Viejo Régimen). Comedia de figurón, en tres actos original (Estrenada en Madrid en el Teatro de la Victoria, el día 24 de abril de 1931). Dibujos de José Machado, Madrid, Estampa, 23 de Mayo de 1931, 109 pp., Col. La Farsa, año V, n.° 193. 255

La prima Fernanda. Comedia en tres actos y en verso, Buenos Aires, EspasaCalpe, 1942. La duquesa de Benamejí. Drama en tres actos, en prosa y verso (Estrenada en Madrid, en el Teatro Español, la noche del día 26 de marzo de 1932). Dibujos de José Machado, Madrid, Estampa, 9 de abril de 1932, 78 pp., Col. La Farsa, año VI, n.° 239. Las Adelfas. La Lola se va a los puertos, Madrid, Edic. Españolas, 1940. El hombre que murió en la Guerra (Estrenada el 18-1V-1941 en el

ANTHROPOS/75

Teatro Español), Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947, 166 pp., Col. Austral, 706 (incluye la Edic. «Las Adelfas»). La duquesa de Benamejí. La prima Fernanda. Juan de Manara, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1942; Madrid, 1944 (2.a ed.), Col. Austral, 260. 256

Teatro Completo. I-Desdichas de la fortuna; Juan de Manara. II-Las Adelfas; La Lola se va a los puertos, Madrid, Renacimiento, 1932. Adaptaciones (teatro) MACHADO, M. y A. y LÓPEZ HERNÁNDEZ, J. (Refundidores), El condenado por desconfiado (Obra de Tirso de Molina, estrenada en 1924 en el Teatro Español). Dibujos de Caballero, Madrid, La Farsa, 1924; Madrid, Editora Nacional, 1970,133 pp. HUGO, V., Hernani, Trad. de A. y M. Machado y F. Villaespesa. Madrid, La Farsa [1924], 70pp., Col. La Farsa, 42. MACHADO, M. y A. y LÓPEZ PÉREZ-HERNÁNDEZ, J. (Refundidores), La Niña de Plata. Comedia famosa de Lope de Vega Carpió en tres actos y ocho cuadros (Estrenada en el Teatro Lara de Madrid, el 19 de enero de 1926). Dibujos de Barbero, Madrid, Estampa, 27 de julio de 1929, 68 pp., Col. La Farsa, año III, n.° 97. —, El Perro del Hortelano (Obra de Lope de Vega, estrenada en 1931 en el Teatro Español). Dibujo de Merlo. Madrid (Rivadeneyra), 1931, 86 pp., Col. La Farsa, 206. MACHADO, M. y A. Hay verdades que en amor... (Obra de Lope de Vega, estrenada en Salamanca, en 1925). Inédita. MACHADO, M. y A. y LÓPEZ PÉREZ-HERNÁNDEZ, J., El príncipe constante (obra de Calderón). Inédita. Selección de antologías MACHADO, A., Antología, Selec. J.L. Cano, Salamanca, Anaya, 1961, 100 pp., Col. Biblioteca Anaya, 17; 1969. —, Antología, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 595-603. —, Antología poética, Prólogo y selec. José Hierro, Barcelona, Marte, 1968; 1971. —, Antología de su Prosa. I-Cultura y Sociedad (19701), 238 pp. II-Literatura y Arte (19711), 249 pp. 1 h. III-Decires y pensares filosóficos (19711), 211 pp. 1 h. IVA la altura de las circunstancias (19721), 178 pp. Prólogo y selec. Aurora de Albornoz, Madrid, Edicusa, 19762, Col. Divulgación Universitaria, 27, 29, 33, 39. —, Poesía, Introduc. y antología Jorge Campos, Madrid, Alianza, 1976, 144 pp., Col. Libro de bolsillo, 602; 1981 (5.a ed.), 143 pp.; 1983. —, Poemas. Antología de urgencia, Selec. y pról. L. Izquierdo, Madrid, Guadarrama, 1976, 368 pp., Col. Eds. de bolsillo, 431. —, Antología poética, Prólogo Julián Marías, Barcelona, Salvat Edit., 1969,190 pp., Col. Biblioteca Básica Salvat, Libros RTV, 16; hay una ed. 1982, 189 pp. en la Col. Biblioteca Básica Salvat, 13. —, Antología poética, Selec. e Introduc. Luis Jiménez Martos. Madrid, E.M.E.S.A., 1976, 114 pp. —, Antología, Introduc. y Selec. Ángel González, Madrid, Júcar, 1976, 154 pp. 3 h., Col. Los Poetas, 19. —, Antología poética, Prólogo, Selec. y notas Margarita Smerdou Altolaguirre. Madrid, E.M.E.S.A., 1977, 137 pp. —, Antología poética, Introduc. Carlos Ayala, Barcelona, Círculo de Lectores, 1977, 150 pp. 1 h., Col. Pequeño tesoro. 257

—, Antología poética, Barcelona, Nauta, 1982, 178 pp. —, Selected Poems, Traduc. y original de Alan S. Trueblood., Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1982. —, Los mejores versos de A.M. [Buenos Aires, 1956], 40 pp., Cuadernillos de poesía, 13. —, Yo voy soñando, Barcelona, Labor, 1984 (3.a ed.), 96 pp., Col. Labor Bolsillo Juvenil, 23. —, Amor Poesía (Selec. de Poemas), Valencia, Conselleria de Cultura de la Generalitat, 1984, 110 pp. —, A.M. para niños. Poesía, Edic. a cargo de Francisco Caudet, con ilustraciones de Araceli Sanz, Madrid, La Torre, 1983 (2.a ed.), 114 pp., Col. Alba y Mayo. —, Soria en la poesía de Machado (Del libro «Poesías Completas» 1933). Prólogo Santiago Aparicio Alcalde, Soria, Publicaciones de la Excelentísima Diputación Provincial de Soria, 1985, 47 pp. MACHADO, A. y M., Poemas de A.M. y M.M., Selec. e impresiones Carlos Pellicer, México, Ed. Cultural, 1917. MACHADO, M., Antología poética, Edic. de J.L. Cano (se ha utilizado la edic. de Poesía. Opera Omnia Lyrica, Barcelona, 1940), Madrid, Anaya, 1972, 105 pp. 2 h., Col. Biblioteca Anaya, 99. MACHADO, A.; JIMÉNEZ, J.R.; GARCÍA LORCA, F., Antología poética, Selec. de A. y R. Alberti; prólogos de R. Alberti. Ilustraciones de Jaume Pía., Barcelona, Nauta, 1970, 569 pp. Anthologie de ('esperance (Textos de A. Machado, Hernández, Alberti, Garciasol, Celaya, Crémer, Nora, de Otero, Hierro, SalvatPapasseit, Riba, Espriu, Porcel). Esprit, 242, (1956). Prosa y poesía en revistas y periódicos POESÍA MACHADO, A. (Cabellera, pseudónimo), Algo de todo. Afición taurina, La Caricatura, Madrid, 1893, II, núm. 52. —, Palabras y plumas. Los bohemios, La Caricatura, Madrid, 23 de julio de 1893, II, núm. 53. —, Función de aficionados. En el Liceo Rius, La Caricatura, Madrid, 30 de julio de 1893, II, núm. 54. —, Dios los cría y ellos se juntan, La Caricatura, Madrid, 6 de agosto de 1893, II, núm. 55. —, Moscardón literario, La Caricatura, Madrid, 13 de agosto de 1893, II, núm. 56. —, Que no vuelva, La Caricatura, Madrid, 20 de agosto de 1893, II, núm. 57. —, La gente de puños, La Caricatura, Madrid, 27 de agosto de 1893, II, núm. 58. —, Una y no más, La Caricatura, Madrid, 3 de septiembre de 1893, II, núm. 59. —, Un par de artistas, La Caricatura, Madrid, 10 de septiembre de 1893, II, núm. 60. —, Por amor al arte. I, La Caricatura, Madrid, 14 de septiembre de 1893, II, núm. 61. —, Por amor al arte. II, La Caricatura, Madrid, 24 de septiembre de 1893, II, núm. 62. 258

MACHADO, A. Galerías. «Desgarrada la nube». Soledades, Madrid, Helios, 14 (1904), 12-13. Campos de Castilla (Siete poemas), Madrid, La Lectura, X, 110, (1910), 135-137. A un olmo seco (fechado en Soria, 4-V-1912), Soria, El Porvenir Castellano, 20-111913, p. 1. Un Loco (poema), Soria, El Porvenir Castellano, n.° 61, 27-1-1913, p.2. Hombres de España (Del pasado superfluo) [Se llamará después en la ed. de Poesías Completas, «Del pasado efímero» (CXXXI)], Soria, El Porvenir Castellano, 6-IIM913, p. 3. El amor y la sierra (Poemas), La Corana, Alfar, IV, 37 (1924), p. 2. Canciones y apuntes, La Corana, Alfar, IV, 43 (1924), p. 2. Cinco Sonetos, La Corana, Alfar, V, 52 (1925). Apuntes líricos para una Geografía emotiva de España, La Corana, Alfar, VI, 55 (1925-1926), 2-4. Recog. en Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, marzo, 1960 (con un artículo por RobertMarrast). Cancionero apócrifo de Abel Martín, Madrid, Rev. Occidente, XII, 35 (1926), 189203, 36 (1926), 284-300. Canciones (A Guiomar), Madrid, Rev. Occidente, Rev. Occidente, 291. Cancionero apócrifo (Abel Martín), Los Complementarios. Recuerdos de sueños, fiebre y duermevela, Madrid, Rev. de Occidente, XXXIV (1931), 121-132. El crimen fue en Granada. A Federico García Lorca, Madrid, Ayuda, 17-X-1936, y en Murcia, El Liberal, 23-X-1936. Recog. en: Poetas en la España Leal, Madrid, Hispamerca, 1976, pp. 13-16, Col. Cuatro Vientos, I. El crimen fue en Granada. ¡Todo vendido! A Líster, jefe en los ejércitos del Ebro, en: Romancero de la Resistencia española. (1936-1965), México, Era, 1967, pp. 151154. ¡Madrid!, Madrid, Servicio Español de Información, n.° 280, 7-XI1937; y como Introduc. a: Álbum de Homenaje a la Defensa de Madrid, Valencia, Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad, 1937. Verso («La primavera», «El poeta recuerda las tierras de Soria», «Amanecer en Valencia (desde una Torre)», «La muerte del niño herido», «A Líster. Jefe en los ejércitos del Ebro», «A Federico de Onís»), Barcelona, Hora de España, 18 (1938), 5-11; Barcelona, Laia/Topos Verlag, Vol. IV, 1977, pp. 217-223, Col. Biblioteca del 36. «Simpatías», Un poema inédito, Madrid, Poesía Española, 13, (1953), p. 1. Un poema inédito («Y nunca más la tierra de ceniza») (Edic. de E.C.), Madrid, índice de Artes y Letras, X, 78, (1955), p. 1, con fotografía de los autógrafos de dos versiones distintas del mismo soneto. Campos de Soria. Guadalquivir. Las dos Españas, A una España joven. El mañana efímero, en: El tema de España en la poesía contemporánea.contemporánea. 224, Col. Temas de España, 105 (Recog. los poemas de «Obra poética», Buenos Aires, Pleamar, 1944, pp. 130, 161, 197, 223-224). PROSA (artículos) 259

(TABLANTE DE RICOMANTE. Seud. de M. y A. Machado), La Semana, I (Gamazo y los vinos. Ya era hora, Choque y descarrilamiento. Viaje de la Corte), La Caricatura, Madrid, 30 de julio, 1893, II, núm. 54. — , La Semana, II (Al otro barrio. Lo de Siam. Lo de Pino), La Caricatura, Madrid, 6 agosto 1893, II, núm. 55. — , La Semana, III (Las verbenas. Empresarios cómicos y tore ros. Los ingleses. La política), La Caricatura, Madrid, 13 agosto 1893, II, núm. 56. — , La Semana, IV (Suma y sigue. Partidos y partidas. Cosas que pasan), La Caricatura, Madrid, 20 agosto 1893, II, núm. 57. — , La Semana, V (Dios nos coja confesados. Pan y toros. A mis compañeros. Última hora), La Caricatura, Madrid, 27 agosto 1893, II, núm. 58. — , La Semana, VI (El calor y el desnudo. Dos hienas. De incógnito), La Caricatura, Madrid, 3 septiembre 1893, II, núm. 59. — , La Semana, VII (La cosecha. El telégrafo. ¡Ni agua! Las verbenas), La Caricatura, Madrid, 7 septiembre 1893, II, núm. 60. — , La Semana, VIII (La hecatombe. Un diputado barbero. De regreso. Lo que puede el poder), La Caricatura, Madrid, 10 septiembre 1893, II, núm. 61. — , La Semana, IX (Calladito. El suplicio. Rayos, truenos y agua. Las víctimas. ¡Horror!), La Caricatura, Madrid, 24 septiembre 1893, II, núm. 62. MACHADO, A. «Arias Tristes» (de Juan Ramón Jiménez), Madrid, El País, El País, 1904. Recogido en: Santander, Peñalabra, Pliegos de Poesía, 20 (1976), 55-56. y en: El modernismo visto por los modernistas, Madrid, Guadarrama, 1980, pp. 331-334, Col. Punto Omega, 257. Divagaciones (En torno al último libro de Unamuno), Madrid, La República de las letras, n.° 14, 9-IX-1905. Algunas consideraciones sobre libros recientes «Contra esto y aquello», de Miguel de Unamuno, Madrid, La Lectura, XIII, 151 (1913), 260-265. Sobre pedagogía, El Liberal, 5-III-1913, p. 2; Soria, El Porvenir Castellano, 10-1111913, p. 1. Prólogo a: Helénicas, de Manuel Hilario Ayuso, Madrid, Lib. de Victoriano Suárez, 1914. Don Francisco Giner de los Ríos (Crónica necrológica), Baeza, Idea Nueva, 23-11-1915, Recog. en: Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, XXXIX, 664 (1915), 220-221. Las «Meditaciones del Quijote», de J. Ortega y Gasset, Madrid, 260

La Lectura, XV, 169 (1915), 52-64. El señor importante y los que soplan fuera, Soria, La Voz de Soria, 22-VIII-1922. El amor tuerto y Werther en España. Leyendo a Valera; Leyendo a Unamuno, Soria, La Voz de Soria, n.° 27, l-IX-1922. La carta de un poeta (Sobre Gerardo Diego: «Romancero de la Novia; El Simbolismo»), Soria, La Voz de Soria, n.° 29, 8-IX1922, Recog. en: G. Diego, Romancero de la Novia, Madrid, Biblioteca Hispánica, 1944. Reflexiones sobre la lírica. El libro «Colección» del poeta andaluz José Moreno Villa, 1924, Madrid, Rev. Occidente, VIII, 24 (1925), 359-377; Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, XV, 45 (1953), 279-291. A Saulo Torón, Prólogo al libro de este autor: El caracol encantado, Madrid, 1926. Sobre el porvenir del teatro, Segovia, Manantial, abril 1928. Soria, Soria, El Porvenir Castellano, l-X-1932. Sobre una lírica comunista que pudiera venir de Rusia, Madrid, Rev. Octubre, 1934, y en: S. José de Costa Rica, Repertorio Americano, 23-VI-1934, pp. 369-370.

261

ANTHROPOS/77 Saludo a Cuba. (Autógrafo dirigido a Juan Marinello desde Rocafort, Valencia 1937), La Habana, Mediodía, II, 48 (1937). Notas al margen, Valencia, Suplemento Literario del Servicio Español de Información, Agosto, 1937. Voces de Calidad. Juan Ramón Jiménez, La Habana, Mediodía, II, 45 (1937), p. 11 y en: Tegucigalpa, Repertorio de Honduras, II, 40 (1938). Reproduc. en: J.R. Jiménez, Guerra en España, Barcelona, Seix Barral, 1985; 1985 (2.a ed.), p. 23-24. Meditación del día (fechado en Valencia, febrero 1937), recogido en: La Guerra, Madrid, Espasa-Calpe, 1937. El Quinto Regimiento del 19 de Julio, Valencia, Nuestro Ejército, n.° 4, 18-VII-1938. Prólogo a Los españoles en guerra, de M. Azaña, Barcelona, Ramón Sopeña, 1939; Barcelona, Crítica, 1977,129 pp., Col. Temas Hispánicos, 22; 1982 (3.a ed.). Obra inédita. Proyecto del discurso para su recepción en la Academia Española, Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XV (1949), 235-247. De «Papeles postumos» y obra varia, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 265-286. Divagaciones sobre la cultura, 1912-1914. III: Los Complementarios. Primer Vol. 262

Baeza. Madrid. Segovia, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, VII, 20 (1951), 169-185. Fragmento de pesadilla (fechado en Baeza 2-V-1914), Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 22 (1951), 15-19. Notas sobre la poesía, 1912-1924. II-Los Complementarios (Primer Vol.). Baeza, Madrid, Segovia, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 19 (1951), 13-29. Los milicianos de 1936, en: // Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Vol. Hl-Ponencias, Documentos y testimonios, Barcelona, Laia, 1977, pp. 177-186. A los voluntarios extranjeros, en: Homenaje de despedida a las Brigadas Internacionales, Madrid, Hispamerca, 1978, pp. 5-6, Col. Cuatro Vientos, VIL Diario de Madrid (Madrid) MACHADO, A. Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, 4-XI-1934, con el mismo título: 13-XI-1934; 18-XM934; 28-XI-1934; 6-XII-1934; 13-XII1934; 21-XII-1934; 3-1-1935; 7-1-1935. Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena (fragmentos de lecciones), 11-1-1935 y el 20-1-1935. Miscelánea apócrifa. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena). 3-II-1935. El pragmatismo, el españolismo, los deportes y otros excesos. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena), 10-11-1935. De la Poética a la Retórica, 17-11-1935. De lo uno a lo otro (Sentencias, donaires y discursos de Juan de Mairena), 27-111935. Ni en serio ni en broma. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena), 5-III-1935. Sobre esto y aquello y lo de más allá. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena), 14-111-1935. Miscelánea apócrifa. (Anécdotas, aforismos, ocurrencias y pronósticos de Juan de Mairena), 23-111-1935. El gran climatérico (Juan de Mairena diserta sobre una futura renovación del teatro), 29-111-1935. Miscelánea apócrifa. (Fragmentos de varias lecciones de Mairena), 12-IV-1935. Miscelánea apócrifa. Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, 19-VI-1935. De lo uno a lo otro. (Recuerdos de Juan de Mairena), 26-IV-1935. Miscelánea apócrifa. (Apuntes tomados al oído en la clase de Sofística de Juan de Mairena), 26-1V-1935. Recapitulemos. Apuntes tomados por los alumnos de Juan de Mairena, 14-V-1935. Los alumnos de Juan de Mairena, 23-V-1935. Habla Mairena a sus discípulos, 3-VI-1935. Habla Mairena a sus alumnos, 17-VM935. Habla Mairena a sus discípulos, 28-VI-1935. Sigue hablando Mairena a sus alumnos de Retórica, 15-VII1935. Mairena empieza a exponer la poética de su maestro Abel Martín, 29-VII-1935. Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 15-VIII-1935. 263

Sigue Mairena, no siempre «ex-cathedra», 29-VIII-1935. Sigue hablando Mairena, 12-IX-1935. Habla Mairena sobre el nombre, el trabajo, la Escuela de Sabiduría, etc., 30-IX1935. Sobre otros aspectos de la Escuela de Sabiduría, 24-X-1935. El Sol (Madrid) MACHADO, A. Miscelánea Apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos, 17 de noviembre de 1935, p. 1. Miscelánea Apócrifa: Habla Mairena a sus alumnos, 1-XII-1935. Así hablaba Mairena a sus alumnos, 22-XII-1935. Mairena continúa conversando con sus discípulos, 5-1-1936. Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 19-1-1936. Sigue hablando Mairena, 9-II-1936. Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 23-11-1936; con el mismo 23-11-1936; con el mismo V-1936. Mairena y su tiempo, 28-VI-1936. La Vanguardia (Barcelona) MACHADO, A. A.M. en Valencia, 29-XI-1936. Notas inactuales, a la manera de Juan de Mairena, 27-111-1938; y en: Buenos Aires, Pan, IV, 150, (1938), p. 4. Glosario de los Trece fines de la guerra. (Punto XII), 13-XI-1938, p. 4. Desde el mirador de la guerra, 1,3-V-1938. II, 14-V-1938. III, 22-V1938. IV, 2-VI1938. V, 12-VII-1938. VI, 7-VIII-1938. VII, Lo que recuerdo yo de Pablo Iglesias, 16-VIII-1938. VIII, l-IX-1938. IX, 6-X-1938. X, 23-X-1938. XI, 10-XI-1938. XII, La gran tolvanera, 23-XM938. XIII, Recapitulemos, 7-XII-1938. XIV, 6-1-1939. Hora de España (Valencia); Laia/Topos Verlag (Barcelona) MACHADO, A. Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín, 1 (1937), 7-12; 1977 (vol. I.), pp. 7-12, Col. Biblioteca del 36. Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 2 (1937), 5-10; 1977, Vol. I, pp. 85-90, Col. Biblioteca del 36. Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 3 (1937), 5-12; 1977, Vol. I, pp. 165-172, Col. Biblioteca del 36. Carta a David Vigodsky, 4 (1937) 5-10; 1977, Vol. I, pp. 245-250, Col. Biblioteca del 36. Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, 5 (1937), 5-12; Vol. I, 1977, pp. 325-332, Col. Biblioteca del 36. Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, 6 (1937), 5-10; Vol. II, 1977, pp. 5-10, Col. Biblioteca del 36. Habla Juan de Mairena a sus alumnos, 7 (1937), 7-12; Vol. II, 1977, pp. 103-108, 264

Col. Biblioteca del 36. Sobre la defensa y la difusión de la cultura. (Discurso pronunciado en Valencia en la Sesión de Clausura del Congreso Internacional de Escritores), 8 (1937), 11-19; Vol. II, 1977, pp. 203-211, Col. Biblioteca del 36. Sobre la Rusia actual, 9 (1937), 5-11; Vol. II, 1977, pp. 293-299, Col. Biblioteca del 36. Algunas ideas de Juan de Mairena sobre la guerra y la paz, 10 (1937), 5-12; Vol. II, 1977, pp. 389-396, Col. Biblioteca del 36. Miscelánea Apócrifa. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena), 11 (1937), 5-9; Vol. III, 1977, pp. 5-9. Miscelánea Apócrifa. Palabras de Juan de Mairena, 12 (1937), 5-11; Vol. III, 1977, pp. 101-107, Col. Biblioteca del 36. Miscelánea Apócrifa. Notas sobre Juan de Mairena, 13 (1938), 7-16; Vol. III, 1977, pp. 199-208. Miscelánea apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos, 14 (1938), 5-10; Vol. III, 1977, pp. 293-298. Miscelánea apócrifa. (Notas y recuerdos de Juan de Mairena), 15 (1938), 5-11; Vol. III, 1977, pp. 401-407, Col. Biblioteca del 36. Notas y Recuerdos de Juan de Mairena, 16 (1938), 5-10; Vol. IV, 1977, pp. 5-10. Sobre algunas ideas de Juan de Mairena, 17 (1938), 5-9; Vol. IV, 1977, pp. 105-109. Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 19 (1938), 5-12; Vol. IV, 1977, pp. 297-304. Miscelánea Apócrifa. Sigue Mairena..., 20 (1938), 5-12; Vol. V, 1977, pp. 5-12, Col. Biblioteca del 36. Mairena Postumo, 21 (1938), 5-12; Vol. V, 1977, pp. 113-120, Col. Biblioteca del 36. Mairena Postumo, 22 (1938), 9-15; Vol. VI, 1977, pp. 229-235, Col. Biblioteca del 36. Mairena Postumo, 23 (1938), 7-13, (este número fue secuestrado y no pudo repartirse, apareciendo 34 años después algunos ejemplares); Vol. V, 1977, pp. 331-337. Entrevistas MACHADO, A., ¿Qué opina usted de ABC?, España, n.° 22 25-VI-1915, p. 7. VIU, F. de, Los hermanos Quintero y Manuel y Antonio Machado disertan como convencidos republicanos (Entrevista), Madrid, Ahora, abril 1931. OLMO, R. del, Al comenzar el año 1934. Deberes del arte en el momento actual (Entrevista con A.M.), Madrid, La Libertad, La Libertad, 1-1934, Recog. en: Los novelistas sociales españoles (1928-1936). Antología, Madrid, Peralta-Ayuso, 1977, pp. 65-67. PRATS, A., Conversación con el insigne poeta Don A.M., Madrid, El Sol, 9-XI1934; Recog. por R. Marrast en Rev. La Torre, 45-46, y en versión incompleta en Almanaque Literario, Madrid, 1935; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 35-40 (reproduce el original). A.M. en Valencia. El insigne poeta español dice: «El Museo del Prado y la Biblioteca Nacional»..., Barcelona, La Vanguardia, 29-XI-1935, p. 1. Entrevista a A.M. (entrevista sin firma), Madrid, Heraldo, Heraldo, 1936. 265

MACHADO, A., Declaración al diario Ahora, Ahora, 3-X-1936. OROZCO, J., A.M. habla a los estudiantes, La Hora, l-V-1937. V.D.M., Voz de Madrid: A.M., Tegucigalpa, n.°608,13-XI-1938, pp. 15-16. Fuentes y documentos MACHADO, A., Varias cartas inéditas, en: «Soria y Machado» por José Tudela, Soria, Celtiberia, III, 6 (1953), 275-279. —, Cartas de... a Juan Ramón Jiménez, con un estudio preliminar de Ricardo Gullón y prosa y verso de... y Juan Ramón Jiménez, La Torre (San Juan, Puerto Rico), 1959, VII, n.° 25, mayo, pp. 159-215. —, Cartas de... a Juan Ramón Jiménez, con un estudio preliminar de Ricardo Gullón y prosa y verso de... y Juan Ramón Jiménez, San Juan (Puerto Rico), Ed. de La torre, 1959, 73 pp. facsímil; Publicaciones de la Sala Zenobia-Juan Ramón de la Universidad de Puerto Rico, Serie B, n.° 1. —, Desde mi rincón (Colee, de 10 litografías originales directamente realizadas sobre plancha por B. Falencia), Madrid, Edic. de Arte y Bibliofilia, 1977, 12 pp., Col. Tiempo para la alegría, 25. (sin firma), Cultura compra 36 cartas inéditas de A.M. (36 cartas de A.M. a Pilar de Valderrama), Madrid, El País, 8-VII-1984 (Ed. de Barcelona), p. 32. (MACHADO, A.), Valencia a Machado, Present. J. Lerma i Blasco. Pról. de J. Muguet Pérez (Recoge la obra literaria escrita en Valencia), Valencia, Generalitat Valenciana, 1984, 230 pp. ALBORNOZ, A. de, La prehistoria de A.M. (Recoge los artículos de A.M. que aparecieron en La Caricatura bajo la firma de «Cabellera», y los escritos en colaboración con su hermano firmados como «Tablante de Ricomante»), S.J. Puerto Rico, Edic. La Torre, Universidad de Puerto Rico, 1961, 105 pp. + 2 h. —, Cartas y documentos de A.M. Comprende: «Un poema olvidado: canción de despedida»; Dos entrevistas; Las masas lo que desean es no ser masas; Los géneros literarios y los progresos técnicos; El sueño y la acción; «A Méjico» (poema); Cinco cartas inéditas (a Federico de Onís; Tomás Navarro Tomás; Pío Baroja; José Bergamín), S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 241-256. ALONSO, D., Poesías olvidadas de A.M., con una nota sobre el arte de hilar y otra sobre la fuente, el jardín y el crepúsculo, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 335-381; y en: Poetas Españoles Contemporáneos, Madrid, Gredos, 1952, 103-159, 1965, 97-147, y en: Obras Completas, Vol. IV, Madrid, Gredos, 1975, pp. 594-645. AMOROS, A., Dos cartas inéditas de A.M. a Pérez de Ayala, Madrid, ABC, 17-XI1968. ARANA, J.R., A.M.: Cartas a Miguel de Unamuno. Introd., selec. y esbozo biográfico, J.R. Arana, México, Edic. Monegros, 1957, 114 pp. CANO, J.L., Cartas de A.M. a Juan Ramón Jiménez, Caracas, El Nacional, 29-X1959. —, A.M.: «Cartas a Juan Ramón», París, Cuadernos, 40 (1960), 119-120. 266

—, Una carta inédita a A.M., Madrid, ínsula, 255 (1968), p. 7. —, Tres cartas inéditas de Machado a Ortega, Madrid, Rev. Occidente, 3.a Época, 56 (1976), 26-33. —, El epistolario de A.M. a Ortega, Madrid, ínsula, 440-441 (1983), 14-15. CARPINTERO, H., Unas páginas casi desconocidas de A.M., Madrid, ínsula, X, 116 (1955), 3. —, Un texto olvidado. Discurso de A. Machado en el «Homenaje a Pérez de la Mata» (Soria, 1910), S. Juan de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 21-38. —, Un texto olvidado. Prólogo de A.M. al Libro «Helénicas» de M.H. Ayuso, (Madrid, 1914), Soria, Celtiberia, XV, 28 (1964), 167-183. CARBALLO PICAZO, A., Poesías olvidadas de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, XXIV, 67 (1955), 119-121. CHAMPOURCIN, E. de, A propósito de unas cartas de A.M. (Cartas de A.M. a Juan José Domenchina), Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, (T.I) (1975-1976), 432-434 (+ 10 h. con reproduc. de las cartas). DIEGO, G., Una página desconocida de A.M., Madrid, Poesía Española, 105 (1961), 1-2. EXPEDIENTE, Expediente Matrimonial de A.M. (fotocopia del original reproducida), Soria, Celtiberia, XXV, 49 (1975), 139-148. FEAL BEIBE, C., Una carta inédita de A.M., Madrid, ínsula, 328 (1974), p. 1. GARCÍA BLANCO, M., Un poema olvidado de Unamuno y una carta inédita de A.M., Florencia, Cultura, XXXIV (1952), 59-70. —, Cartas inéditas de A.M. a Unamuno, N. York, Rev. Hispánica Moderna, XXII, 2 (1956), 97-114 y n.° 3-4, pp. 270-285. —, Las cartas de A.M., en: En torno a Unamuno, Madrid, Taurus, 1965, pp. 215-291. GRANT, H.F., «La tierra de Alvargonzález» (Estudio crítico y reproducción, por primera vez en España, de la versión en prosa de este poema), Soria, Celtiberia, 5 (1953), 57-90. GRIS, J., Tres cartas a Gerardo (Diego) (De A. Machado y J.R. Jiménez), Madrid, Punta Europa, 112-113 (1966), 15-18. GULLÓN, R., Mágicos lagos de A.M. (contiene varios poemas olvidados y varios totalmente inéditos), Palma Mallorca, Papeles de Son Armadans, XXIV, 70 (1962), 2661. —, Relaciones entre A. Machado y J.R. Jiménez (Correspondencia), Pisa, Universiíá, 1964, 89 pp., Istituto di Letteratura Spagnola e Ispano-Americana, 7. MACRÍ, O., Poesie di Antonio Machado. Studi introduttivi, testo criticamente riveduto, traduzione, note al testo, commento, bibliografi, Milano, Lerici, 1959 (2.a ed., 1961), 1.389 pp., 1969 (3.a ed.), Col. Poeti europei, 3. —, Algunas ediciones y correcciones a mi edición de las Poesías de A.M., Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 409-424. MACHADO, A., Prose di A.M. Edic. de Oreste Macrí., Milano, Lerici, Ed., 1968. —, Poesía, Antología bilingüe a cura di Oreste Macrí, Milano, Academia, 1972, 270 pp., 267

Col. II Maestrale. MARRAST, R., Unos poemas olvidados y unas variantes más de A.M., P. Mallorca, Papeles de Son Armadans, XVI, 48 (1960), 353-358. —, Un texto olvidado de Machado sobre teatro, Madrid, ínsula, XIX, 212-213 (1964), p. 19. —, Diez nuevos textos olvidados de A.M., Puerto Rico, Puerto, VI, 1 (1967), 72-95. —, A.M., Collaborateur de «La Vanguardia», París, Les Langues Néo-latines, 183-184 (1968). —, A.M.: Trois nouveaux textes oubliés, París, Les Langues Néolatines, 194 (1970). MOREIRO, J.M., Carta inédita de A.M. a Guiomar, Madrid, Blanco y Negro, n.° 3.530 (1979). PÉREZ PERRERO, M., La última tertulia de A.M., Madrid, ABC, 19-V-1946. PHILLIPS, A.W., Un artículo olvidado de A.M. (Encarte: A.M., «España y la Guerra»), Santander, Peña Labra. Pliegos de poesía, 23 (1977), 19-21. Primer aniversario de su muerte. (Incluye: «Fragmentos de la obra de Antonio Machado publicada en Hora de España y no recogidos aún en volumen»; «Fragmentos de un artículo publicado por Waldo Frank, poca después de la muerte del poeta»; «Carta de José Machado en la que habla del poeta» y «Una nota sobre su muerte»), Romance. Revista Popular Hispanoamericana (México), 1940, Año I, n.° 3, enero, p. 17. RUIZ DE CONDE, J., ¿Un nuevo soneto de A.M.?, Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XXVI (1960), 116-125. RIBBANS, G., Un desconocido artículo de Machado sobre Benavente, Madrid, ínsula, 344-345 (1975), p. 12. —, Un texto desconocido (Trabajando para el porvenir) de A.M., Burdeos, Bulletin Hispanique, LIX, (1957), 415-417. SANTOS TORROELLA, R., Don A.M. se examina. (Una carta inédita), Madrid, ínsula, XIV, 158 (1960), p. 6. SLOMAN, A.S., La fecha de un poema de A.M., Madrid, Clavileño, 27 (1954), p. 56. SOLA, S., A.M.: un autógrafo reaparecido y variantes del texto impreso, Deusto, Letras de Deusto, I (1971), 91-105. TREND, J.B., Antonio Machado... With an appendix of verse and prose not included in the collected editions, Oxford, The Dolphin Book, 1953, 58 pp. (Recoge varios poemas de A.M., publicados en revistas y no recogidos en sus libros.) TUDELA, J., El primer escrito de A.M. sobre Soria, Soria, Celtiberia, XI, 21 (1961), 65-79; S.J. Puerto Rico, La Torre, X, 38 (1962), 127-137. 268

—, Textos olvidados de A.M., Madrid, ínsula, 279 (1970), 1 y 12. TUÑÓN DE LARA, M., Un texto de Don A.M. (Reproducción del texto aparecido en la Rev. Internacional, n.° 48, del 17-IX-1920, en el que, A.M. responde a las cuestiones ¿qué es Arte?, Copla, ¿qué debemos hacer?), Burdeaux, Bulletin Hispanique, LXXI, 1-2 (1969), 312-317. VEGA DÍAZ, F., A propósito de unos documentos autobiográficos inéditos de A.M., P. Mallorca, Papeles de Son Armadans, LIV, 160 (1969), 49-99; 161 (1969), 165-216 y 162 (1969), 295-328. VIVANCO, L.F., «Retrato en el tiempo», un poema inédito de A.M., Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, II (1956), 249-268. ZAMBRANO, M., Pérdida y aparición del último escrito de «Juan de Mairena», por A.M. (Contiene: «Don Blas Zambrano», por A.M.), Madrid, índice, 248 (1969), 8-9.

Estudios sobre Bib«°9rafías Antonio Machado Bibiligrafica Bibliografía en: A.M. Obras. Poesía y prosa, Buenos Aires, Losada, 1973, pp. 1.094-1.163. (Ed. de A. de Albornoz y G. de Torre). Número Monográfico a A.M. Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949). MACRÍ, O., Studi introduttivi a «Poesie di A.M.», Milano, Lerici, 1961. ZUBIRÍA, R. de, La poesía de A.M., Madrid, Gredos, 1969, pp. 227-264. Biblioteca Nacional, Bibliografía Machadiana. (Bibliografía para un centenario). Referencias sobre Manuel y Antonio Machado, Madrid, Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1976, 295 pp., Col. Panoramas Bibliográficos de España, 2. A.M. y Soria, en «Celtiberia» (1951-1975). (Referencias bibliográficas aparecidas en la Rev.), Soria, Celtiberia, Celtiberia, 153. VAL VERDE , J.M.a, Sobre A.M. (Comentario a la Bibliografía existente sobre A.M.), Madrid, Arbor, XI, 36 (1948), 560-564. VALLE, R.H., A.M.: bibliografía, Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XV (1949), 81-98. ALBORNOZ, A. de, Bibliografía de A.M., San Juan Puerto Rico, La Torre, T. XII, 45-46 (1964), 505-553. —, Para unas Obras Completas de A.M., Buenos Aires, Sur, 272 (1961), 69-74, y en México, Cuadernos Americanos, XX, 5 (1961), 270-275. Traducciones: Para una relación de Obras traducidas a otras lenguas, véase: A. de Albornoz, Bibliografía de A.M., San Juan Puerto Rico, La Torre, T. XII, 45-46 (1964), 517-519. LUIS, Leopoldo de, Breve bibliografía comentada, Madrid, Cuadernos para el 269

Diálogo, XLIX, Extra (1975), 115-122. RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, J. y PÉREZ HERRERO, G., Notas a los textos y Bibliografía, en: en: 1939, Madrid, Emiliano Escolar, 1983, pp. 381-473. SOBRE SU VIDA Biografías generales ALBORNOZ, A. de, Cronología de A.M. y «Cabellera» o «Pre-Antonio Machado», Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 8-13; 28-31. ALTOLAGUIRRE, M., A.M., Buenos Aires, Sur, LXIV (1940), 107-108; y en La Habana, Nueva España, 1 (1939), 52-62. AMORÓS, A., A.M. y Ruiz 1875-1939, Buenos Aires, Crónica de la guerra española no apta para irreconciliables, 170 (1966). ARMIJO, R., Breve semblanza de A.M., Buenos Aires, Cultura, 27 (1963), 88-91. ASÍS, M.aD. de, Las voces de A.M. Su biografía y poesía a los cien años de su nacimiento, Madrid, Ya, 9-III-1975. ASTURIAS, M.A., A.M., París, Les Lettres Franqaises, 554 (1955). AUBRUN, Ch.V., A.M., París, Les langues Néo-latines, LUÍ, 2 (1959), 28-30. BO, C., Observaciones sobre A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12, (1949), 427-434. BULA PIRIZ, R., A.M. (1875-1939), Montevideo, La Casa del Estudiante, 1954, 128 pp. CAMPOAMOR GONZÁLEZ, A., A.M., 1875-1939, Madrid, Sedmay, 1976, 219 pp. CANO, J.L., A.M. Su vida, su obra, Madrid, Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1976. —, A.M. Biografía ilustrada, Barcelona, Destino, 1975, 178 pp., Edic. de bolsillo, Barcelona, Destino, 1982, 225 pp., Col. Destino libro, 188. CRISTÓBAL, M., A.M. en su morada, Madrid, Cuaderno de Poesía, 5 (1941). CHAVES, J.C., Itinerario de Don A.M., Madrid, Editora Nacional, 1968, 440 pp., Col. Vida y pensamiento español. Serie Biografías. DOMÍNGUEZ REY, A., A.M., Estudio y prólogo de..., Madrid, Edaf, 1979, 368 pp., Col. Escritores de todos los tiempos. GIL NOVALES, A., A.M., Barcelona, Fontanella, 1966,157 pp., Col. Testigos del Siglo XX, 16, 1970 (2.a ed.). GUILLEN, N., Don Antonio, París, Les Lettres Fran$aises, 554 (1955). LUIS, L. de, A.M., ejemplo y lección, Madrid, Sociedad General Española de Librería, S.A., 1975, 258 pp. + 1 h., Clásicos y Modernos, 1. MAC VAN, A.J., A.M., with translations of selected poems, Nueva York, The Híspanle Society of America, 1959, V + 249 pp. -I- 6 lám. MANRIQUE DE LARA, J.G., A.M., Madrid, Unión Editorial, 1968, 197 pp., Col. Grandes Escritores Contemporáneos, 1. PAGEARD, R., A.M. (1875-1939): notes et impressions, Cahiers du Sud, XLIX, 369 (1962), 77-86. 270

PAOLI, R., A.M., Firenze, La Nuova Italia, 1971, 123 pp., Col. II Castoro, 59. PEERS, E.A., A.M., Oxford, Clarendon Press, 1940, 44 pp. PÉREZ PERRERO, M., Vida de A.M. y Manuel, prólogo G. Marañón, Madrid, Rialp, 1947, 330 pp., Col. El Carro de Estrellas, 3; Madrid, Espasa-Calpe, 1952, 1953 (2.a ed.), 1973 (3.a ed.), 214 pp., Col. Austral 1.135. PRADAL RODRÍGUEZ, G., A.M. Vida y obra, New York, Hispanic Instituí, 1951, 49 pp. —, A.M. (1875-1939). Vida y obra, Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XV (1949), 1-80. PREDMORE, M.P., Juan Ramón Jiménez's second portrait of A.M., Baltimore, Modem Language Notes, Modem Language Notes, 270. REVILLA, A., La vida y la obra de A.M., Segovia, Estudios Segovianos, 11 (1952), 345-357; Recog. en: Academia de Historia y Arte de San Quirce, Segovia: Homenaje a Antonio Machado, Segovia, 1968, pp. 7-21. RODRÍGUEZ, C.C., El retrato de A.M., Mérida (Venezuela), Fac. Humanidades y Educación, Universidad de los Andes, 1965, 95 pp. RUIZ DE CONDE, J., Para una vida de A.M., México, Cuadernos Americanos, XX, 1 (1961), 223-236. SERRANO PLAJA, A., A.M., Buenos Aires, Schapire, 1944, 116 pp. SERRANO PONCELA, S., A.M. Su mundo y su obra, Buenos Aires, Losada, 1954, 226 pp. -H 2 h. SESÉ, B., A.M. (1875-1939). El hombre. El poeta. El pensador, prólogo de Jorge Guillen, vers. de Soledad García Mouton, Madrid, Gredos, 1980, 2 vols., 966 pp., Col. B.R.H. Estudios y Ensayos, 299. SOREL, A. , Guía popular de A.M., Madrid, ZYX, 1975,1976 (2.a ed.); 62 pp., Col. Lee y discute, Serie V, 56. TUÑON DE LARA, M., Entorno histórico de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos,Cuadernos Hispanoamericanos, 253. —, A.M., París, Pierre Sghers, 1960. VALVERDE, J.M.a, A.M., México, Siglo XXI, 1975 (1.a ed.), Madrid, Siglo XXI, 1978 (3.a ed.), 303 pp. + 2 h., Col. Crítica Literaria; 1983 (4.a ed.) Infancia y juventud ÁLVAREZ SIERRA, J. , Infancia y juventud de A.M., Hoja del Lunes, 28-VII1975. CANO, J.L., A.M., estudiante, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, LXXIV, 222 (1968), 642-648. CHAVES, J.C., A.M. y Madrid, La Nación, 12-111-1967. —, A.M. en Sevilla, La Nación, ll-IX-1966. JIMÉNEZ MARTOS, L., A.M. y la luz de la infancia, Madrid, ABC, 23-VIII-1975. LÓPEZ-ESTRADA, F., A.M. y Sevilla, en: Curso en Homenaje a Machado,a Machado, 164.

271

OSUNA, J.M.a, En estos campos de la tierra mía..., A.M. y Lora del Río, Sevilla, ABC, 21-X-1965. PINEDA NOVO, D., A.M., exégeta del Guadalquivir, Jaén, Bol. del Instituto de Estudios Giennenses, XVI, 66 (1970), 41-68, 2 láms. TUÑÓN DE LARA, M., A.M. y la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 98-104. Soria y Leonor AYUNTAMIENTO, El Ayuntamiento de Soria y A.M. (sobre gestiones del traslado de los restos de A.M. a Soria), Soria, Celtiberia, VII, 14 (1957), 307-308. BECEIRO, C, A.M. y su visión paradójica de Castilla, Soria, Celtiberia, 15 (1958), 127-142. —, A.M. y el Instituto de Soria, Alto Duero, 2 (1961). —, La primera versión del poema «Campos de Soria», de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 1.005-1.013. —, A.M., poeta de Castilla, Valladolid, Ámbito Edic., S.A., 1984, 129 pp., Col. Ámbito Castilla y León, 23. BERNÁRDEZ, Feo. L., Soria y Leonor en Machado, Buenos Aires, La Nación, 13VII-1958. CANO, J.L., Leonor y Guiomar en algunos poemas de A.M., en: Poesía española en tres tiempos, Granada, Ed. Don Quijote, 1984, pp. 31-44. CARAZO, F., A.M. es nuestro. La paz debida a los muertos sería más paz en un sepulcro común para Leonor y Antonio, Soria, Campo Soriano (1.710), 10-XII1957. CARPINTERO, H., Historia y poesía de A.M.: Soria, constante de su vida. (Biografía soriana del poeta), Soria, Edit. Centro de Estudios Sorianos, 1951, 50 pp. (Separata de: Celtiberia, 2, 1951, 307-355). —, Soria, en la vida y en la obra de A.M., Madrid, Escorial, 33 (1943), 111-127; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 69-85. —, Los amores-sueños de A.M., Madrid, Fotos, 749, 7 julio 1951. —, Boda de A.M., Madrid, ABC, 16-11-1957, p. 19. —, 1912-1962. Leonor y «Campos de Castilla», Madrid, ABC, 23-IX-1962, pp. 37 y 39. —, A.M. y Soria. 1907-1912, Soria, Rev. de Soria, IX, 27 (1975), 9-11. —, A.M., «corresponsal» en París de «Tierra Soriana», Soria, Celtiberia, XXV, 49 (1975), 93-113. CONDE, C., Por la Soria de A.M., Montevideo, El Día (Supl. Dominical), ll-X-1959. —, Soria, El Día, Supl. Dominical, 27-IX-1959. CHACÓN Y CALVO, J.M., El poeta en Soria; Recog. en: Ensayos Sentimentales, San José de Costa Rica, 1923 y en: Ensayos de Literatura española, Madrid, Hernando, 1928, pp. 171-183. CHICO Y RELLO, P., A.M., cantor de Soria y sus pinares (Texto íntegro del discurso como mantenedor en el IX Día de la Provincia, en Covaleda, el 10 272

de agosto de 1974), Soria, Rev. de Soria, VIII, 24, (1974), 4 h. —, A.M. en su época feliz de Soria, Soria, Celtiberia, XII, 24 (1962), 223-249, y en: Rev. de Soria, IX, 27 (1975). DICENTA, M., Ante el olmo de Machado, Soria, Rev. de Soria, IX, 27 (1975). DIEGO, G., Soria en la poesía de A.M., Soria, Cuadernos de la Cátedra A.M. del Instituto de Enseñanza Media, 1960. GARCÍA NIETO, J., Recuerdo del poeta por tierras de Alvargonzález, Madrid, El Español, 10-IV-1943, p. 5; Sí, 27 junio 1943. GARCIASOL, R. de, Leonor Izquierdo de Machado, Madrid, La Estafeta Literaria, 438 (1970), 7-9. GIL MONTERO, J., Soria, amor y dolor de A.M., Madrid, ABC, 3-XM960. HENNICK, J.M., El paisaje de Soria y la visión de España en A.M. (Un capítulo de su tesis: A.M. y su camino del alma, leída en el Wellesley College, Massachussets, en 1952), Soria, Celtiberia, 8 (1954), 199-228. LAÍNEZ ALCALÁ, R., Recuerdo de A.M. en Soria, en: Strenae. Estudios de Filología e Historia dedicados al profesor Manuel García Blanco, Salamanca, Univ., 1962, pp. 249-257. LAPESA, R., A.M. y Soria, Soria, Centro de Estudios Sorianos, 1976. LAPUERTA, F., Machado, entre Castilla y Andalucía, Soria, Rev. de Soria, IX, 27 (1975). MARCO IBÁÑEZ, A., Machado, Soria y Leonor, Prólogo J.A. Pérez Rioja, Soria, Tall. Las Heras, 1967, 119 pp. MARTÍNEZ LASECA, J.M.a, A.M.: su paso por Soria, Soria, Autor, 1984, 240 pp. MOLINA, R.A., A.M. y el paisaje soriano, Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 65-73. MORENO Y MORENO, M., Machado y su nombre en Soria, Soria, Celtiberia, XXV, 49 (1975), 127-138. NUEZ, S. de la, Amor y ausencia en unos poemas de A.M. (De Leonor a Guiomar), Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, año XXI, T. LXXXIII, CCXLIX (1976), 223-247. PÉREZ-RIOJA, J.A., Alma y color en «Campos de Soria», Soria, Celtiberia, XXV, 49 (1975), 79-92. PÉREZ ZALABARDO, M.aC, A.M., poeta de Soria, Soria, Publicaciones de la Excma. Diputación Provincial de Soria, 1960, 1975 (2.a ed.), 163 pp., 2 h. RUIZ DE AZCÁRRAGA, A., Una visión pictórica de Soria, Soria, Celtiberia, 7 (1954), 59-67. TUDELA, J., El primer escrito de A.M. sobre Soria, S.J. Puerto Rico, La Torre, X (1962), 127-137. —, Soria y Machado. (Reproduce y comenta algunas cartas dirigidas al autor por A.M., entre 1919 y 1924), Soria, Celtiberia, III, 6 (1953), 275-279.

273

Baeza CABEZAS, J.A., A.M. en Baeza, Madrid, Lectura, CLX (1966), 29-32. CHAMORRO LOZANO, J., A.M. en la provincia de Jaén (con antología referente a la provincia de Jaén y documentación del expediente personal de A.M. en el Instituto de Enseñanza Media de Baeza), Jaén, Bol. del Instituto de Estudios Giennenses, V, 16 (1958), 17-108. —, A.M. en la provincia de Jaén. II: Campos de Baeza, Paisaje, 105 (1958), 1.8421.848. CHAVES, J.C., A.M. en Baeza, La Nación, 24-XII-1966. DÍAZ PLAJA, G., A.M. en Baeza, Madrid, Atlántida, IV, 23 (1966), 541-546; Recog. en: Las lecciones amigas, Barcelona, Edhasa, 1966, pp. 99-107. ESCOLANO, F., A.M. en Baeza, Madrid, El Español, 14-XI1942, p. 3. GALLEGO MORELL, A., Cuando Federico leyó a Machado..., Madrid, La Estafeta Literaria, 16 (1944), p. 25. LAÍNEZ ALCALÁ,LAÍNEZ ALCALÁ, 1918); en: Strenae. Estudios de Filología e Historia dedicados al Profesor Manuel García Blanco, Salamanca, Acta Salmanticiensia, Serie de Filosofía y Letras, t. XVI (1962), 249-257; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 87-98. LAPUERTA, F. y NAVARRETE, A., Baeza y Machado. Evocación de la ciudad y el poeta, Madrid, Ed. Vassallo de Mumbert, 1969, 40 pp. con láms., Col. Siglo Ilustrado. MOREIRO, J.M.a, Machado, cien años después. Baeza de Don Antonio, Madrid, Ya, 19-1-1975. OROZCO DÍAZ, M., Recuerdo de A.M. en Baeza, Málaga, Caracola, 84-87 (19591960). RODRÍGUEZ AGUILERA, C., A.M. en Baeza, Exordio por A. Puig Palau, Barcelona, A. Puig Palau editor, 1967, 118 pp. URBANO PÉREZ ORTEGA, M., Colaboraciones de A.M. en la Prensa de Baeza, Jaén, Bol. del Instituto de Estudios Giennenses, 90 (1976), 107. Segovia ALBORNOZ, A. de La presencia de Segovia en A.M., Madrid, ínsula, 212-213 (1964), 9-10.

274

ANTHROPOS/83 ALLER, C., Segovia y recuerdos de A.M., Madrid, La Estafeta Literaria, 362 (1967), p. 16. ARDILLAS, A., Machado y Segovia. Exactamente lo mismo, Madrid, Pueblo, 29VII-1975. BALLESTEROS Y US ANO, E., Una institución segovianaSan Quirce, amparo de la cultura, Madrid, La Gaceta Literaria, t. II, 47 (1928). BERGAMÍN, J., A.M., academiza ble, Murcia, La Verdad, La Verdad, VI-1924. CARDENAL IRACHETA, M., Crónica de Don Antonio y sus amigos en Segovia, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 301-306. Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 99-103. CASLA, A.M., Hace 50 años, A.M. llegaba a Segovia, Vanguardia Segoviana, n. °611, 15-X-1969. CELA, C.J., La maison de Machado á Segovia, París, Les Lettres Franqaises, 762 (1959), p. 5. —, A.M. en Segovia, Montevideo, Deslinde, 1, (1956). 275

COBOS, P. de A., Recuerdos. Don Blas y Don Antonio en Segovia, índice, XII, 111 (1958), 7-8. —, A.M. en Segovia. Vida y obra, Madrid, ínsula, 1973,165 pp., 14 láms. La Nación, 22-VDÍEZ CAÑEDO, E., A.M. en la Academia, 1927, y en: Conversaciones literarias. Tercera serie 1924-30, México, J. Mortiz, 1964, pp. 186-192. FEBREL, S., El alto espino donde está su tierra, Soria, Rev. de Soria, IX, 27 (1975). FLORES, R., Machado en Segovia, Madrid, ABC, 4-II-1975, P-22., GONZÁLEZ RUANO, C., Machado y Segovia, Informaciones, octubre 1962. GRAU, M., A.M. en Segovia, Segovia, Estudios Segovianos, 11 (1952), 359-368. Reproduc. en Homenaje a A.M., Segovia, 1968, pp. 23-33. HERNÁNDEZ RUIZ DE VILLA, R., «Reseña histórica del Instituto Nacional de Enseñanza Media "Andrés Laguna" de Segovia», Segovia, Estudios Segovianos, XX, 58 (1968), 47-76. MONTERO PADILLA, J., A.M. En su casa-museo de Segovia, León, Ed. Everest, 1979. —, A.M. y Segovia, Segovia, Estudios Segovianos, XXII (1970). TUDELA, J., Segovia y Machado, Segovia, Estudios Segovianos, XXII (1970). Guiomar CABEZAS, J.A., El secreto amor de A.M., Caracas, El Universal, 2-IV-1957. CANO, J.L., Un soneto de M. a Guiomar, Málaga, Caracola, 84-87 (1959-1960); S.J. Puerto Rico, Asomante, XV, 4 (1959), 59-62; Turín, Quaderni Ibero-Americani, IV, 26 (1961), 71-73. —, 74 Un amor de A.M.: Guiomar, Madrid, Poesía Española, (1959), 9-11; París, Cuadernos para la Libertad de la Cultura, 36 (1959), 39-41. —, A.M. y Guiomar, Caracas, El Nacional, —, Guiomar. Un amor tardío de A.M. En: Temas, 20-11-1959. New York, nov. 1956, y en: Homenaje a A.M., Salamanca, Sigúeme, 1977, pp. 95-114. —, Un amor tardío de A.M.: Guiomar, en: Poesía española del siglo XX, Madrid, Guadarrama, 1960, pp. 109-126 (nueva versión). Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 105-113. —, Guiomar, la Diosa de A.M., Madrid, Triunfo, 875 (1979), p. 49. DIEGO, G., En la vida de A.M.: Guiomar, estrella, Buenos Aires, La Nación, 3XIM950. ECHEVERRY, J.E., El otro amor de A.M., Ahora, 16-11-1951. ESPINA, C., De A.M. a su grande y secreto amor, Madrid, Lifesa, 1950, 183 pp. con 21 facs. + 3 láms. MALLO, J., Sobre el «grande y secreto amor» de A.M., México, Cuadernos Americanos, LXI (1952), 214-236. MOREIRO, J.M.a, Guiomar, un amor imposible de Machado, Prólogo Rafael 276

Lapesa, Madrid, Espasa-Calpe, 1980,1982 (edic. corregida y aumentada), 278 pp., Col. Selecciones Austral, 97. NAVAS-RUIZ, R., Guiomar y el proceso creador de A.M., Madrid, Rev. de Literatura, XXXV (1969), 105-110. QUINTANA, J., Guiomar-Machado: razones pascalianas del corazón, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 457. RUIZ DE CONDE, J., A.M. y Guiomar, Madrid, ínsula, 1964, 192 pp. —, La crisis de A.M. hacia 1926, Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 111-126. —, ¿Un nuevo soneto de A.M.?, Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XXVI (1960), 116-125. —, Por qué la llamó Machado Guiomar, Puerto Rico, La Torre, 32 (1960), 61-92. VALDERRAMA, P. de, Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida, Barcelona, Plaza y Janes, 1981, 367 pp. Exilio y muerte ABRIL, X., En la muerte de A.M., El Tiempo, 19-111-1939. AGUADO, E., Solo bajo la tierra de Collioure, Madrid, Arriba, 23-11-1964. ALBERTI, R., Cuando Machado dejó Madrid, Buenos Aires, España Republicana, 19-VII-1943. ALBORNOZ, A. de, Poesías de guerra de A.M., S.J. Puerto Rico, Asomante, 1961, 101 pp., 2 h. —, A.M.: Un miliciano más..., La Calle, 56 (1979), 40-43. ALONSO, M., A.M. Poeta en el exilio, prólogo Carmen Conde, Barcelona, Anthropos, Ed. del Hombre, 1985, 550 pp., Col. Ámbitos Literarios/Ensayo, 11. —, Ruta del exilio y últimos días en Collioure, en: A.M. «Viu i pensa», Barcelona, Zona Universitaria (número especial), Universidad Central de Barcelona, s/a, pp. 6-7. ARAGÓN, L., La halte de Collioure, Les Llettres Franqaises, Les Llettres Franqaises, II-1959; Recog. en: Les poetes, París, Gallimard, 1970; y en Versos para A.M., París, Ruedo Ibérico, 1962. ATHAYDE, A. de, Gaceta Hispana, A morte do cantor da libertade, t. IV, 140 (1939), p. 2. BERGAMÍN, J., Ante la tumba de A.M., Norte, Rev. Hispano Americana, 215 (1967). —, Jardín en flor y en sombra, y en silencio, Valencia, Hora de España, 21 (1938), 21-23; El Universal, 15-1-1939; Nosotros, IX, 1939, 125-127. BRAVO TELLADO, A., El peso de la derrota, Madrid, Edifrans, 1974, 364. CASTELLET, J.M.a, Vida y muerte de A.M. en tierras catalanas, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 32-34. COBOS, P. de A., Sobre la muerte de A.M., Madrid, ínsula, 1972, 152 pp. CONDE, C., A la muerte del poeta A.M., Valencia, 3-III-1939. CORBALÁN, P., Madrid 1936, Collioure 1939: El largo éxodo y la muerte de Antonio Machado, Madrid, Tiempo de Historia, año 1, 4 (1975), 24-37. CORPUS BARGA (García de la Barga, A.), La muerte de A.M., Bogotá, El Tiempo, 7277

IIM948. —, Machado en la emigración, París, Bull. de l'Union del Intellectuels espagnols, 4041 (1948). —, El destierro de A.M. Relato de un testigo, Caracas, El Nacional, 1-III-1956. —, Hay contradicción, Madrid, La Estafeta Literaria, 349 (1966), 6.—, A.M. ante el destierro, Lima, La Nación, 29-VII-1956.

—, Los últimos días de Don A.M., Madrid, La Estafeta Literaria, 343 (1966), 3940. CORREDOR, J.M., La tomba d'A.M., en: Homes i situacions, Barcelona Selecta, 1976, pp. 71-76, Col. Antilop, 9. XXIVCROW,

J.A., The death of A.M.,

Modern Language,

(1939), 133-140. COUFFON, Cl., II y a vingt ans, en exil, un des plus grands poetes espagnols mourait a Collioure, París, Le Fígaro Littéraire, 28-11-1959. CUNEO, D., Notas para la muerte de A.M., Gaceta Hispana, IV, 140 (1939). CHAVES, J.C., Itinerario de Don A.M. (De Sevilla a Collioure), Madrid, Editora Nacional, 1968, 439 pp. —, A.M. y Valencia, La Nación, 28-V-1967. DARMANGEAT, P., Écrire pour le peuple, París, Les Lettres Franqaises, 554 (1955). —, A.M., clair témoin de son temps, París, Europe, 345-346 (1958), 160-166. DÉNNÍS, N., Asilo en Cambridge para A.M. (Un ofrecimiento del profesor J.B. Trend con una carta inédita de José Machado), Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976),445-449. ESPRIU, S., Agonía d'Antonio Machado (poema), en: Los últimos días de A.M. (edic. de J. Issorel), Collioure, Fondation A.M., 1982, pp. 121-122. FERNANDEZ PALACIOS, J., Mil novecientos treinta y nueve, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, t. I, 304-307(1976), 50-51. FERRERES, R., A.M. en Valencia, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, t. I, 304-307 (1975-1976), 374-385. FRANK, W., La muerte del poeta de España: A.M., Costa Rica, Repertorio Americano, 22-IV-1939; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 53-60, Col. Persiles-63. Serie El escritor y la crítica. GALLEGO MORELL, A., Machado en Collioure, Madrid, ABC, 22-XI-1957. GAOS, V., Recuerdo de A.M.: El recuerdo de las horas inolvidables, El Español, 61-1945, 7; Buenos Aires, Revista Asociación Patriótica Española, XVIII, 214 (1946), 17-18; Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 47;51. Col. Persiles-63. Serie El escritor y la crítica. GARCÍA BAYÓN, C., Collioure y M., Santiago de Compostela La Noche, 29-11-1964. GÓMEZ BURÓN, J., Exilio y muerte de A.M., Madrid, Sedmay, 1975, 252 pp. GONZÁLEZ, A., Camposanto en Collioure, en: Grado elemental, París, Ruedo Ibérico, 1962; Recog. en: Poemas (de A. González), Madrid, Cátedra, 1980, pp. 93-94. ISSOREL, J., Collioure 1939. Les derniers jours d'Antonio Machado. Últimos días 278

de A.M., Prefacio Manuel Andújar, Selec. de Poemas escritos en Homenaje a A.M. exiliado, Collioure, Fondation Antonio Machado, 1982, 170 pp. —, «Mort á Collioure», (I). Témoignage de M. Jacques Baills, París, Les Langues Néo-latines, 205 (1973), 55-63. —, «Mort á Collioure», (II). Témoignage de Mme. Juliette Figuéres, París, Les Langues Néo-latines, 217 (1976), 28-36. —, A.M. par Henri Frére, Burdeos, Bull. Hispanique, LXXVII, 1-2 (1975), 72-73. JEREZ GALLEGO, F., invierno 1939: el último viaje de A.M., Barcelona, Destino, 1.790 (1972), 26-29. LÁZARO CARRETER, F., El Ultimo Machado; en: Homenaje a M., Salamanca, Universidad de Salamanca, 1975, pp. 119-134; y en: Historia Crítica de la literatura española. Vol. IX: Modernismo y 98, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 447-454. LUIS, L. de, Don A.M. va al destierro, en: Homenaje a A.M. en el 40 aniversario de su muerte, Madrid, Partido Socialista Obrero Español, 1979, p. s/n. —, El último Machado, Madrid, ínsula, XXIX, 335 (1974), 3 y 10. MACHADO, J., Últimas soledades del poeta Antonio Machado. (Recuerdos de su hermano José) (s.p.i), 175 pp., 4 láms., Ih . MACHADO RUIZ, J., Últimas soledades del poeta A.M. (Recuerdos de su hermano José). Semblanza de A.M. por Luis A. Santullano, Ciclostilado, Santiago de Chile, 1948; nueva edición, Soria, Imp. Provincial, 1971, 175 pp. MARINELLO, J., Responso alegre por la voz de A.M., México, Eurindia, X (1939), 10-11. —, Primer año de A.M., México, Romance, I, 7 (1940), 1-2. MOREIRO, J.M.a, El último viaje de A.M., Madrid, ABC, Suplemento dominical, 2611-1978, pp. 6-16. (Recuerdos de Matea Monedero de Machado, recogidos por...). PLA Y BELTRÁN, P., Mi entrevista con A.M., México, Cuadernos Americanos, XII (1954), 233-238; Recog. en A.M., Madrid, Taurus, 1972 (2.a ed.), pp. 41-46. RIOJA, E., Último sol en España, México, Diálogo de las Españas, 4-5 (1963); Recog. en A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 115-120. ROJAS, C., Machado y Picasso: Arte y muerte en el exilio. Prólogo José M.a Balcells, Barcelona, Dirosa, 1977, 187 pp. 1 h., Col. Documentación y ensayo, 18. —, A.M. y Ruiz (1875-1939), en: Diez figuras ante la Guerra Civil, Barcelona, Nauta, 1973, pp. 272-329, Col. Serie Documentos, 6. ROSALES, L., Muerte y resurrección de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 435-479; Recog. en: Lírica Española, Madrid, 1972, pp. 263-344, y en A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 391-431. SÁNCHEZ BARBUDO, A., A.M. en los años de la Guerra

279

ANTHROPOS/85 Civil; en: Ensayos y recuerdos, Barcelona, Laia, 1980, pp. 9-48, Col. Laia Bolsillo, 4; y en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 259-296. TARÍN IGLESIAS, J., La larga agonía de A.M., BarcelonaMadrid, Historia y Vida, 47 (1972), 55-71. TORRE, G. de, Tríptico del Sacrificio: Unamuno, García Lorca, Machado. (Contiene también un ensayo sobre la emigración intelectual y sobre los poetas ingleses en la guerra de España), Buenos Aires, Losada, 1948, pp. 87-113. TURNER, D., Machado explicado por Machado, Madrid, ínsula, 212-213 (1964), 89. SOBRE SU OBRA Estudios generales ABELLÁN, J.L., A.M.: La teoría de lo apócrifo y su radicalización ideológica, Zaragoza, Diwan, 11 (1981), 57-74. —, El mito de Cristo en A.M.; en: Mito y Cultura, Madrid, Seminario y Ediciones, 1971, pp. 43-97. —, La prosa de A.M., Madrid, El Urogallo, 21-22 (1973). 280

—, La novela personal de A.M., Salamanca, Bol. Informativo del Seminario de Derecho Político, 31, (1964), 227-236. —, A.M., filósofo cristiano, S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 221239. —, La filosofía de A.M. y su teoría de lo Apócrifo, Oviedo, El Basilisco, 7 (1979), 77-83. AGOSTA MONTORO, J., Machado, Dios, la muerte y el mar, El Universal, 4-III1958. AGUIRRE PRADO, L., La naturaleza en A.M., Amsterdam, Norte, 59 (1954). ALPERA, J.G., Thé theme of «el otro» in the works of A.M., Atlanta, Tesis inédita, 1969. ÁLVAREZ, G.G., La idea del tiempo en Machado, Madrid, Crisis, Rev. Española de Filosofía, 68 (1970), 345-374. ÁLVAREZ SANTULLANO, L., El poeta y el hombre, Las Espartas, n.° 8, 29-IV1948. ANDÚJAR, M., Resonancias de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304307, t. II (1975-1976), 913-921. ARCE, M., El poeta A.M., S.J. de Puerto Rico, Rev. de la Asociación de Mujeres Graduadas, 4 (1942), 36-38 y 40. ARANGUREN, J.L.L., Esperanza y desesperanza de Dios en la experiencia de la vida de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 383-397; Recog. en: Catolicismo día tras día, Barcelona, Noguer, 1955, pp. 93-109; y en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 293-308. AUB, M., La seriedad de A.M., México, Cuadernos Americanos, XV, 2 (1956), 211216. AUBERT, P., La cultura y los intelectuales en la obra y la vida de A.M., Bol. de la Asociación de Profesores de Español, 16 (1977). —, En torno a las ideas pedagógicas de A.M., Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 105-113. A Y ALA , F., A.M.: el poeta y la patria; en: Histrionismo y representación (Ejemplos y pretextos), Buenos Aires, Edit. Sudamericana, 1944, pp. 163-175. 86/ANTHROPOS —, El escritor y su imagen. Ortega y Gasset. Azorín, Valle Inclán. Machado, Madrid, Guadarrama, 1975, pp. 87-108, Col. Punto Omega, 194. AYENSA, A., La memoria de Machado y el surgir de la solidaridad española, New York, España Libre, 12-VM959. BAKER, A.F., A.M. y las galerías del alma, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 647-678. BALBONTÍN, J.A., La filosofía de A.M., Madrid, índice, 196 (1965), 3-5. —, El pensamiento filosófico de A.M., Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 69-72. BARIA, C., A.M., en: Libros y autores contemporáneos, Madrid, Librería General de 281

Victoria Suárez, 1935, pp. 422-438. BARTRA, A., Los temas de la vida y de la muerte en la poesía de A. Machado, García Lorca, M. Hernández, México, Cuadernos Americanos, 5 (1962), 191-212. BELÉ, O., Ser y tiempo en la poética de A.M. y otros ensayos, Buenos Aires, Impr. López, 1945, 112 pp. BENITO LOBO, J.A., A.M., el antihidalgo, Madrid, El Uroga • lio, año VI, 34 (1975), 48-50. BERGAMÍN, J., A.M. el bueno, Puerto Rico, La Torre, La Torre, 46 (1964), 257-264; y en: De una España peregrina, Madrid, Alborak, 1972, 85-97; Recog. en: Antología Periodística, I, Málaga, Litoral, 142-144 (1984), 177-184. BIEMEL, W., La ironía romántica y la filosofía del idealismo alemán, Barcelona, Convivium, 13-14 (1962). BLANCO-AGUINAGA, C., El realismo progresista de A.M., Madrid, Triunfo, 708 (1976), 40-43. —, De poesía y de Historia: El realismo progresista de A.M., en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 53-72. BLANCO GARZÓN, M., Gloria y pasión de A.M., Buenos Aires, Patronato HispanoArgentino de Cultura, 1942, 90 pp. BRATTON, J., A.M. y el lenguaje de la intuición, Madrid, ínsula, XIV, 158 (1960), p. 8. CABRAL, M. del, Hojeando a M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 427-434. CALVO, R., Nuevo perfil humano de A.M., Madrid, Poesía Española, 70 (1958). CANO, J.L., Machado y la generación poética del 25, S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 483-504. —, A.M., hombre y poeta en sueños, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 653-665. CANO-BALLESTA, J., A.M. y la crisis del hombre moderno, en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 73-96. CARPINTERO, H., Tres momentos en la obra de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 301. CARREÑO, A., La persona como «oíredad»: A.M., en: La dialéctica de la identidad en la poesía contemporánea. La persona, la máscara, Madrid, Credos, 1982, pp. 82-98, Col. Bibl. Románica Hispánica, 317. CARRERAS ROCA, M., Bosquejo caracterológico de A.M. a través de sus poemas, Barcelona, Publicaciones Médicas Biohorn, 1969, 15 pp. CARVALHO-NETO, P. de, La influencia del Folklore en A.M. Contribución al estudio de la literatura de inspiración folklórica en España y nueva aproximación a la obra de este escritor, Madrid, Ed. Demófilo, 1975, 118 pp., Col. El duende, 1;

282

Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 302-357. CASALDUERO, J., Machado, poeta institucionista y masón, S.J. Puerto Rico, La Torre, 45-46 (1964), 99-110. CASSOU, J., Antonio Machado, París, Híspanla, Híspanla, 248; y en: Panorama de la littérature espagnole contemporaine (lié), París, Kra, 1931, pp. 102-108; y en: Madrid, Revista de Indias, XXV, 79 (1945), 131-133. —, Sur un poete espagnol: Machado, París, Europe, octubre 1936. —, La magie de Machado, París, Les Langues Néo-latines, 217 (1976), 26-27. —, Le génie de Antonio Machado, París, Mercure de France, CLVI (1922), 525-528. —, Mi alegre leyenda olvidada..., S.J. Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 285295. CAUCCA. P., Invito alia lettura de A.M., Milán, Mursia, 1980. CERDÁN TATO, E., Acotaciones al ideario político de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 358-373. CEREZO GALÁN, P., Palabra en el tiempo. Poesía y filosofía en A.M., Madrid, Gredos, 1975, 614 pp., Col. B.R.H., 237. CLAVERÍA, C., Dos estudios norteamericanos sobre A.M., Madrid, Cuadernos 283

Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 617-622. COBOS, P. de A., Ocios. Sobre el amor y la muerte (Capítulo sobre la teoría del amor de Abel Martín), Madrid, ínsula, 1966, 17-19. —, La muerte personal en A.M., S.J. Puerto Rico, La Torre, XVII, 65 (1969), 5-69. —, Sobre la muerte en A.M., Madrid, ínsula, 1972, 149 pp. —, Una identificación en Machado, Madrid, ínsula, XXV, 279 (1970), p. 13. —, Humor y pensamiento de A.M. en la metafísica poética, Madrid, ínsula, 1963, 175 pp. COMBET, L., La poétique de la réverie chez A.M., París, Les Langues Néo-latines, 156 (1961). CORREA, G., Mágica y poética de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 462-492. DARMANGEAT, P., L'homme et le réel dans Antonio Machado, París, Librairie des Édit. Espagnoles (1957), 75 pp. —, El hombre y lo real en Antonio Machado, en: Antonio Machado, P. Salinas y García Lorca; prólogo J.M. Blecua; trad. y nota J.L. Guereña, Madrid, Eds. ínsula, 1969, 92 pp. —, Machado ou le lyrisme de la conscience, París, Europe, 419-420 (1964), 32-39. DUQUE, A., El Machado de izquierdas, Barcelona, Camp de ¡'Arpa, 23-24 (1975), p. 23. DURAN, A., A.M. y «El Otro», Caracas, Rev. Nacional de Cultura, XXIX, 181 (1967), 33-39. DURAN, M., A.M., el desconfiado prodigioso, Madrid, ínsula, XIX, 212-213 (1964), pp. 1 y 18. —, A.M. y la «Máquina de Trovar», en: Estudios sobre A.M.; Ed. de José Ángeles, Barcelona, Ariel, 1977, pp. 183-194. ENJUTO, J., Apuntes sobre la metafísica de A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 209-220. FLORENTINA DEL MAR (Seudónimo de Carmen Conde), Cuando los poetas hablan de Dios. Antonio Machado. En los sueños y en la fe de sus poesías, Madrid, El Español, 2-IX1944, 12. FLORES, F.G., Romanticismo y humanismo en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, t. I, 304-307 (1975-1976), 254-285. FRUTOS CORTÉS, E., La esencial heterogeneidad del ser en A.M., Madrid, Rev. de Filosofía, XVIII, 69-70 (1959), 271-292. —, La dialéctica de los sentimientos y los conceptos en A.M., Zaragoza, Cuadernos de Filosofía y Letras, XLIV, 1-2 (1967), 9-29. GABRIEL FLORES, F., Romanticismo y humanismo en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 1976), 254-285. GABRIEL Y GALÁN, J.A., La segunda vida de A.M., Madrid, Europeo, XII, 581 (1975), 38. GALLEGO MORELL, A., Lugares de Machado, en: En torno a Garcilaso y otros 284

ensayos,a Garcilaso y otros ensayos, 143, Col. Punto Omega, 105. GAOS, V., Notas en torno a A.M., en: Temas y problemas de la Literatura Española, Madrid, Guadarrama, 1959, pp. 309-319; Recog. en: Claves de la Literatura Española, vol. II, Madrid, Guadarrama, 1971, pp. 81-89. —, A.M., en Diez siglos de poesía castellana. Selec. e Introduc. V. Gaos, Madrid, Alianza, 1975, 1983 (3.a ed.), pp. 334-354. GARCÍA-ABAD, A., Revisión de la idea de Machado sobre Castilla y España, Soria, Celtiberia, XXVII, 53 (1977), 7-27. GARCÍA BACCA, J.D., Invitación a filosofar según espíritu y letra de A.M., Mérida (Venezuela), Univ. de Los Andes, 1967, 227 pp.; Barcelona, Anthropos Edit. del Hombre, 1984, 210 pp., Col. Pensamiento Crítico/Pensamiento Utópico, 11. —, Glosas filosóficas a unos versos de A.M., Medellín (Colombia), Universidad de Antioquia, 1959,13 pp.; resumen en Rev. Universitaria de Antioquia, 1960. —, A.M., ¿poeta o filósofo?, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extraordinario (1975), 14-21. —, Glosa a un proverbio y cantar de A.M., Caracas, Crítica Contemporánea, 8 (1962), p. 5. —, Hablar al Hombre según A.M., Caracas, El Nacional, 27-VII1975. —, A.M. (Lenguaje y hombre), México, Cuadernos Americanos, 6 (1975), 55-63. GIGLIOLI, G., A.M. y el argumento ontológico, Costa Rica, Rev. de Filosofía, 12 (1974), 71-85. GIL NOVALES, A., Raíces decimonómicas de A.M., en: Homenaje a A.M., Salamanca, Sigúeme, 1977, pp. 19-41. —, La ética de Machado, México, Nueva Rev. de Filología Hispánica, 28 (1979), 384-395. GIRARDOT, R., El humor en Machado, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 73-80. GÓMEZ MOLLEO A, D., Guerra de ¡deas y lucha social en Machado, Madrid, Narcea, 1977, 180 pp., Col. Bitácora, 54. GONZÁLEZ, A., A.M. y la tradición romántica, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 22-27; Recogido en: Aproximaciones a A.M., pp. 9-38 (corregido y ampliado). GONZÁLEZ, R.A., Pensamiento filosófico de A.M., S.J. Puerto Rico, La Torre, V, 18 (1957), 129-160. —, Las ideas políticas en A.M., S.J. Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 151170. GONZÁLEZ BLANCO, A., Antonio Machado, Madrid, Nuestro Tiempo, XIV, 185 (1914), 176-194.

285

ANTHROPOS/87

GONZÁLEZ RUIZ, J.M. a, La teología de A.M.; prólogo José Bergamín, Barcelona-Madrid, Fontanella-Marova, 1975, 178 pp., Col. Nuevas Fronteras. —, A.M., teólogo, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 8189. —, A.M., Hombre de Dios, en: Homenaje a A.M., Salamanca, Sigúeme, 1977, pp. 6393. GUEREÑA, J.-L., A.M. en realidades y dominantes, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 761-791. GUILLEN, J., El apócrifo A.M., en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 217-230. 286

GULLÓN, R., Distancia en A.M., New York, Revista Hispánica Moderna, XXXIV (1968), 313-329. —, Lenguaje, humanismo y tiempo en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 567-581. —, Unidad en la obra de A.M., Madrid, ínsula, IV, 40 (1949), p. 1. —, El primer A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 307, v. I (1975-1976), 584-594. —, Simbolismo en A.M., Spring, Journal of Spanish Studies Twentieth Century, IV, 1 (1976), 9-27. HOFFMANN DE GABOR, M., El Dios de A.M., Costa Rica, Revista de Filosofía, 4 (1965), 339-345. HUTMAN, N.L., Machado: a dialogue with time, Alburquerque Univ. of New México Press, 1969. ILIE, P., A.M. and the grotesque, Cleveland, JournalofAesthetics and Art Criticism, XXII, 4 (1963), 209-216. ISSOREL, J., «Últimas soledades»... ou A.M. raconté par son frére José, París, Les Langues Modernes, 1 (1976), 108-124. IZQUIERDO, L., La coherencia personal en la obra de A.M., Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 29 (1966), 26-28. JAREÑO, E., A.M. en Italia, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 263-264 (1972), 475-478. JIMÉNEZ LOZANO, J., El anticlericalismo de Machado. La aventura religiosa de A.M., en: Retratos y Soledades, Madrid, Edic. Paulinas, 1977, pp. 263-274. JIMÉNEZ RUIZ, J.M.a, Aproximación al pensamiento de A.M., Madrid, Aporía, 1314 (1981), 51-75. LAFRANQUE, M., Un philosophe en marge, A.M., en: Penseurs Heterodox.es du monde hispanique, Toulouse, Association des Publications de l'Université de ToulouseLe Mirail, Serie A, t. 22, 1974, pp. 223-289. —, Poétique et métaphysique du temps chez A.M., en: Le Temps eí la Morí dans la philosophie espagnole contemporaine, París, P.N.F., et Privat, Nouvelle Recherche, 1968, pp. 87-106. LAMPREAVE, Bl., El mundo clásico de A.M., en: Actas del II Congreso Español de Estudios Clásicos, Madrid, Sociedad Española de Estudios Clásicos, 1964, pp. 489-500. LAÍN ENTRALGO, P., Tiempo, recuerdo y esperanza en la poesía de A.M., en: La espera y la esperanza, Madrid, Rev. Occidente, 1957; Madrid, Alianza, 1984 (2.a ed.), pp. 240-436. —, Dios en la poesía de A.M., Madrid, ABC, 24-IV-1948. —, Díptico machadiano. I: Intimidad y pueblo en la obra de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 1976), 7-15. LAPESA, R., Amor y muerte en tres poemas de A.M., en: Homenaje a Sánchez Barbudo. Ensayos de Literatura española moderna, Madison, University of Wisconsin, 1981, pp. 81-88. 287

—, A.M., crítica e interpretación, en: Tres poetas ante la Soledad 88/ANTHROPOS

(Bécquer, R. de Castro y A. Machado), Madrid, UNED, Dpto. de Lingüística General, 1983, 34 pp. LARRALDE, P., Ideas y creencias de A.M., Buenos Aires, Sur, XIV, 117(1944), 84-88. LÁSCARIS, C, El M. que se era nada, S.J. Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 187-207. —, Consideraciones en torno a la filosofía de A.M., Costa Rica, Rev. de Filosofía, 13 (1975), 235-257. LIBERMAN, A., Vida, libertad y muerte de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 741-751. MAINER, J.C., La regeneración moral: de Campos de Castilla (1912), de Machado, a Abel Sánchez (1977), de Unamuno, en: La Edad de Plata (1902-1939), La Edad de Plata (1902-1939), 159. —, Tres poetas simbolistas de 1903: A.M. y Soledades, J.R. Jiménez y Arias Tristes, R. Pérez de Ayala y la Paz del Sendero, en: La Edad de Plata (1902-1939), Madrid, Cátedra, 1981, pp. 47-51. 288

MALLO, J., La ideología religiosa y política del poeta A.M., Syracuse, New York, Symposium, IX (1955), 339-347. MARRAST, R., A.M., poete du peuple, París, Les Lettres Francaises, 762 (1959), 5. MARÍAS, J., A.M. y su interpretación poética de las cosas, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 307-321; Recog. en: Aquí y ahora (1954). —, La experiencia de la vida de A.M., Boletín de la Real Academia Española (Madrid), 1975, año LXII, t. LV, Cuaderno CCV, mayo/agosto, pp. 227-239. MARTÍNEZ BLASCO, A., El problema religioso en la obra de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 1976), 595-613. MARTÍNEZ LORCA, A., A.M. como intelectual: evolución literaria y opción filosófica, Málaga, Analecta Malacitana, 1 (1980), 61-73. MASIP, P., Don A.M., México, Romance, II, 21 (1941), 1-2 y 14. MELICH ORSINI, J., En torno al pensamiento de A.M., Caracas, Rev. Nacional de Cultura, VII, 58 (1946), 67-87 y en Florencia, Cultura, LXVI-LXVII (1959). 16-31. MOLINA, R. A (ÁLVAREZ), Anoche cuando dormía... Itinerario místico de A.M., Madrid, ínsula, 158 (1960), pp. 1 y 16; y en Estudios (Francisco Ayala, A.M., Amado Ñervo y otros ensayos), Madrid, ínsula, 1961, 33-42. MORENO VILLA, J., Leyendo a San Juan de la Cruz, Garcilaso, Fray Luis de León, Bécquer, R. Darío, J.R. Jiménez, J. Guillen, F. García Lorca, A.M., Goya, Picasso, México, Colegio de México, 1944, 155 pp. MURILLO ZAMORA, R., A.M., ensayo sobre su pensamiento filosófico, Costa Rica, Ed. Fernández Arce, 1975, 281 pp. NEWTON, N.A., Structures of cognition: A.M. and the «vía negativa», Baltimore, Modern Language Note, 90 (1975), 230-251. OROZCO DÍAZ, E., El paisaje de A.M. como visión de caminante, Málaga, Caracola, 84-87 (1959-1960). PACHECO, F. A., La acción salvadora de los entes en la poesía de A.M., Costa Rica, Rev. de Filosofía, 44 (1978), 175-185. —, Machado: teoría de la acción, Costa Rica, Rev. de Filosofía, 13 (1975), 225-234. PALLÉY, J., Los tres tiempos de A.M., Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XXX (1964), 257-260. PANERO TOREADO, L., A.M. en la lejanía, Madrid, El Sol, ll-X-1931. PAZ, O., Antonio Machado, Buenos Aires, Sur, 211-212 (1952), 47-51; Recog. en: Las peras del olmo, Barcelona, Seix Barra!, 1978, pp. 167-174; y en: A.M., Madrid, Taurus, 1979, pp. 61-66, Col. Persiles-63 Serie El escritor y la crítica. PEMÁN, J.M.a, El tema castellano y el andaluz en A.M. (Conferencia pronunciada en 1954 en el ciclo «Figuras de la España Contemporánea», organizado por la Cátedra Francisco Suárez, Universidad de Granada). PÉREZ GAGO, S., Razón, «sueño» y realidad en A.M. (Niveles de percepción estética en la semántica «sueño» de A.M.). Prólogo Mariano Álvarez, Salamanca, Universidad de Salamanca/Ed. San Esteban, 1984, 385 pp. QUINTANILLA, M., El pensamiento de A.M., en: Homenaje a A.M. (Conferencias 289

dadas en los cursos de verano para extranjeros en Segovia, días 25 a 28 de julio de 1951), Segovia, Estudios Segovianos, t. IV, 11 (1952), 369-382; Reproducido en: Homenaje a A.M., Segovia, 1968. RAMA, A., Rubén Darío, lector de A.M., S.J. Puerto Rico, Puerto, VI (1968), 57-64. RIBBANS, G., A. Machado's attitude to Symbolism, en: Waitingfor Pegasos: Studies ofthe Presence of Symbolism and Decadence in Hispanic Letters, An Essays in Literature Book, Macomb, III, 1979, pp. 39-56. ROCA, A., Cartas religiosas de Unamuno y Machado, La Habana, Islas, II, 2-3 (1960), 639-642. ROCAMORA, P., A.M., más allá del dualismo hispánico, Madrid, Arbor, LXXIV, 288 (1969), 273-285. RODRÍGUEZ HERNÁN, Conflicto de vida y muerte de A.MV Buenos Aires, Minerva, 1 (1944). RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, J., Machado: Bondad y drama de España, Madrid, Europeo, XII, 581 (1975), 34-37. ROIG, R., A.M. El español integral en cuatro tiempos, Madrid, Razón y Fe, 927 (1975), 333-344. ROSARIO, Ch., La realidad y A.M., Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 369386. RUBIO, F., Un poeta por rescatar (A.M.), Madrid, El País, El País, 1980. SALVADOR JOFRÉ, A, La erótica en A.M., Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, año XIII, t. LXXXIX, CCLXVI (1978), 101-124. SÁNCHEZ BARBUDO, A., El pensamiento de A.M., Madrid, Guadarrama, 1974 (3.a ed.), 125 pp., Col. Punto Omega, 179. —, Ideas filosóficas de A.M., Buenos Aires, Rev. de la Universidad de B.A., vol. I, 27 (1953), 195-237; vol. II, 28 (1953), 481-532; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 189-225. —, El pensamiento de A.M., en: Estudios sobre Caldos, Unamuno y Machado, Barcelona, Lumen, 1959, 1981 (3.a ed.), pp. 275-397, Col. Palabra en el Tiempo, 140. SERRANO PONCELA, S., Del romancero a Machado, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1962, 197 pp. SALGADO, M.aA., Dos caricaturas líricas de A.M. por J.R. Jiménez, S.J. de Puerto Rico, La Torre, XVII (1969), 90-97. SÁNCHEZ VÁZQUEZ, A., Humanismo y visión de España en A.M., México, Filosofía y Letras, XXIV (1952). —, A.M., su poesía y su España, México, Nuestro Tiempo, 5 (1952). SIGUÁN, M., El tema del otro en A.M., en: «Homenaje a Jaume Bofill i Bofill», Barcelona, Convivium, 21 (1966), 267-286. SOCRATE, M., II linguaggio filosófico della poesia di A.M. Presentazione di Cesare Segre, Padova, Marsilio, 1972, IX + 174 pp., Col. Saggi Marsilio. SOREL, A., Vigencia de A.M., en: Homenaje a A.M., Salamanca, Sigúeme, 1977, pp. 115-134. 290

TORRE, G. de, Identidad y desdoblamiento de A.M., París, Cuadernos, 36 (1959); Recog. en: El fiel de la balanza, Madrid, Taurus, 1961, pp. 143-167. TRUEBLOOD, A.S., A.M. and the Lyric of Ideas, Águila: Chestnut Hill Studies in Modern Languages and Literatures, IV (1979), 193-218. TUÑÓN DE LARA, M., A.M., hombre de su tiempo, Madrid, Europeo, XII, 581 (1975), 32-33. —, A.M. y sus Españas, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 140 (1975), 278-280. —, A.M., poeta del pueblo, Barcelona, Nova Terra, 1967, 396 pp.; Nova Terra-Laia, 1975 (2.a ed.), 296 pp., Col. Laia Bolsillo, 456, 1976 (3.a ed.), 397 pp. URBANO, M., El cante jondo en A.M. Propuesta para una lectura andaluza, Córdoba, Demófilo, 1982, 98 pp., Col. ¿Llegaremos pronto a Sevilla...?, 13. VACCARO, H., El estilo existencialista de A.M., New York, Rev. Hispánica Moderna, 3-4 (1948), 272-276. VALDERREY, C., A.M. o la metafísica de la nostalgia, Madrid, Arbor, XCVII, 377 (1977), 59-70. VALENTE, J.A., A.M., La Residencia y los quinientos, Madrid, ínsula, 169 (1960), p. 3; Recog. en: Las palabras de la Tribu, Madrid, Siglo XXI, 1971, pp. 219-227. VALIÑO VIDAL, M., El panteísmo de A.M., Madrid, Rev. de Filosofía y Didáctica Filosófica, 1 (1983), 25-47. —, El conocimiento en A.M.: una superación de Kant y Bergson, Madrid, Rev. de Bachillerato, 23 (1982), 3-7. VAL VERDE , J.M.a, Evolución del sentido espiritual de la obra de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 414; Recog. en: Estudios sobre la palabra poética. Madrid, Rialp, 1952, y en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 309-325. —, Cuestiones de poesía y política, Madrid, Rev. Estudios Políticos, XIX, 35-36 (1947), 150-160. VÁRELA, J.L., Machado y la Nueva Epifanía, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 435-444. —, A.M. ante España, Filadelfia, Hispanic Review, XLV, 2 (1977), 117-147. VIU, F. de, Los hermanos Quintero y Manuel y A.M. disertan como convencidos republicanos, Madrid, Ahora, 1931. YNDURÁIN, D., Ideas recurrentes en A.M. (1898-1907), Prólogo Aurora de Albornoz, Madrid, Turner, 1975, 212 pp., 1 h. ZAMBRANO, M., Un pensador (Apuntes), Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 62-68. ZARAGOZA SUCH, F., Lectura ética de A.M., Murcia, Editora Regional, 1982, 309 pp. Estudios/poesía ABAD, J., El romancero en la poesía de A.M., Maracaibo, Universidad de Zulia, Anuario de Filología, 2-3 (1963-1964), 313-336.

291

ANTHROPOS/89

ADOUM, J.E., Notas a la poética de A.M., Ecuador, Letras del Ecuador, 115 (1959). AGUIRRE, J.M.a, A.M., poeta simbolista, Madrid, Taurus, 1973 (1.a ed.), 1872 (2.a ed:) correg. y aumentada, 397 pp., Col. Persiles, 59. ALBERTI, R., A.M. en su poesía, Santander, Peña Labra, 16 (1975), 15-16. ALBORNOZ, A. de, El paisaje en la poesía de A.M., (Tesis para el grado de Maestro en Artes), Rio Piedras, Univ. de Puerto Rico, Dpto. de Estudios Hispánicos, 1959. —, El paisaje andaluz en la poesía de A.M., Málaga, Caracola, 84-85-86-87 (19591960). —, Paisajes imaginarios en la poesía de A.M., Madrid, ínsula, 158 (1960), 9 y 18. 292

—, Alerta, un poema de A.M., Perú, Garcilaso, diciembre 1960. —, España, 1920, y un poema de A.M. casi desconocido, S.J. Puerto Rico, La Torre, IX, 33 (1961), 121-129. —, Un poema poco conocido de A.M. (El quinto detenido), Madrid, ínsula, 170 (1961), p. 3. —, De un árbol sonoro a un olmo seco, S.J. Puerto Rico, Asomante, XVII (1961), 44-50, y en: Oviedo, Archivum, XI (1962), 430-438. —, «El olvidado otoño» de A.M., Madrid, ínsula, XVII, 185 (1962), p. 13. —, A.M., crítico de poetas, Madrid, El Urogallo, Año VI, 34 (1975), 51-56. —, A.M.: «De mi cartera». Teoría y creación, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 1.014-1.028. —, Breve aproximación a la poética de A.M., en Homenaje a A.M., Salamanca, Sigúeme, 1977, pp. 43-62. ALFONSO SEOANE, M.aJ. y al., A.M., verso a verso (Comentarios a la poesía de A.M.), Prólogo Feo. López Estrada, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1975, 246 pp., Col. Bolsillo 42. ALLEN, J.J., Suspensión of formal unities a Poetic Device in a poem by A.M., Chapel HUÍ, N.C., Romance Notes, Romance Notes, 148. ALONSO, D., Fanales de A.M., en: Cuatro poetas españoles (Garcilaso, Góngora, Maragall y A.M.),cilaso, Góngora, Maragall y A.M.), 180, y en: Obras Completas, Obras Completas, 430. —, Muerte y tras-muerte en la poesía de A.M., Madrid, Rev. de Occidente, 3.a época, 5-6 (1976), 11-24. ALVAR, M., Acercamiento a las Poesías de A.M., en: De Caldos a Miguel Ángel Asturias,Caldos a Miguel Ángel Asturias, , 142. ÁNGELES, J., El mar en la poesía de A.M., New York, Hispanic Review, XXXIV, 1 (1966), 27-48. —, «Soledades» primeras de A.M., en: Homenaje a Sherman H. Eoff, Madrid, Castalia, 1971, pp. 9-38, Col. Homenajes. ARCE, M., Sobre «El viajero» de A.M., S.J. de Puerto Rico, Rev. de la Asociación de Mujeres Graduadas, IC, 1 (1939), 20-25. AYALA, F., «A.M., el poeta y la patria» y «Un poema (LXXVII) y la poesía de A.M.», en: Realidad y ensueño, Madrid, Gredos, 1963, pp. 125-133 y 134-143, Col. Campo Abierto, 9. —, Un poema y la poesía de A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 313-319, Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 383-389. Realidad y Ensueño, Madrid, Gredos, 1963, pp. 134-143. vo de dos textos de A.M.), Monterrey (México), Armas y Letras, I, 2 (1958), 57-74. El Salvador, Cultura, 18 (1959), 128-136. • AZCOAGA, E., Alrededor de la poesía de A.M. (Fragmento de un ensayo), Madrid, El Sol, 1,19-VIM936, Madrid, El Sol, II, 23-VII-1936. AZORÍN, Juicios sobre la producción literaria. La poesía de A.M., Buenos Aires, 293

La Prensa, l-IV-1934. —, El paisaje en la poesía, en: Clásicos y modernos, Madrid, Renacimiento, 1913, pp. 99-105. BACARISSE, M., Sobre «Soledades, Galerías y otros poemas» (Recensión), Madrid, Rev. de Libros, 1919, pp. 7-11. BALLAGAS, E., Del sueño y la vigilia en la poesía de A.M., Caracas, Rev. Nacional de Cultura, VII, 52 (1945), 100-106. BARJAU, E., A.M.: entre la poesía y la filosofía (Idealismosolipsismo-«salto al otro»), Barcelona, Convivium, 35 (1971), 49-75. BARNSTONE, W., Sueño y paisaje en la poesía de A.M., Puerto Rico, La Torre, t. XII, 45-46 (1964), 127-139. BECEIRO, C., Sobre la fecha y circunstancias del poema «A José María Palacio», Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 39-57. —, El poema a José María Palacio, de A.M., Madrid, ínsula, XII, 137 (1958), 5. —, Notas para la poética machadiana, Madrid, ínsula, ínsula, 213 (1964), 23-24. —, Notas a una edición crítica de la obra poética de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 167 (1963), 441-445. —, «La tierra de Alvargónzalez», un poema prosificado, Madrid, Clavileño, VII, 41 (1956), 36-46. BENAVIDES, R.F., «Rosa de Fuego»: ejercicio de lectura, en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 21-51. BERENGUER, A., Sociogénesis y evolución del discurso poético en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 374 (1981), 347-364. BERGAMÍN, J., Jardín en flor, y en sombra, y en silencio..., Barcelona, Hora de España, XXI (1938), pp. 21-23; Barcelona, Laia, yol. 5 (1977), pp. 129-131. BERMÚDEZ-CARRETE, F., Notas sobre el paisaje en la poesía de A.M., Madrid, La Estafeta Literaria, 610 (1977), 4-6. BLANCO AGUINAGA, C., Sobre la autenticidad de la poesía de M., Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 387-408. BOUSOÑO, C., El símbolo en la poesía de A.M. El símbolo en Machado, en: Teoría de la expresión poética, vol. I, Madrid, Gredos, 1976 (6.a ed.), pp. 273-351 (edic. aumentada y definitiva). CABALLERO, A., Lectura del poeta A.M., en De Cervantes a la poesía (Ensayos literarios), Madrid, Alhambra, 1944, pp. 63-132, Col. «La Vida en la Mano», Biblioteca del Adolescente. CANO, J.L., El símbolo de la primavera en la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 698-715; Recog. en: Poesía Española en tres tiempos, Granada, Ed. Don Quijote, 1984, pp. 13-30. CANSINOS-ASSÉNS, R., A.M., en: La nueva literatura, Madrid, Imp. Calleja, 1925 (2.a ed.), t. I, pp. 139-154, y t. III, pp. 239-246. —, Nuevas Canciones, Ellmparcial, 10-VIII-1924; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 355-359. 294

CARAVAGGI, G., I paesaggi «emotivi» di A.M. Appunti sulla genesi delP «Intimismo», Bologna, R. Patrón Ed., 1969, 235 pp., AYALA, J.A, La tierra de Alvargónzalez (Estudio comparatiCol. Testi e Saggi di Letterature Moderne, Saggi, 14. 90/ANTHROPOS

CARBONELL, R., Más notas estilísticas sobre la poesía de A.M., Pittsburg, Duquesne Híspame Review, I, 1 (1962), 11-23. CARENAS, F., En torno a la poética de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 679-689. CARILLA, E., La poesía de A.M., Rev. Hispánica Moderna, XXX, 3-4 (1964), 245256. CARPINTERO, H., Historia y poesía de A.M., Soria, Celtiberia, I, 2 (1951). —, Precisiones sobre el retrato de A.M., Madrid, ínsula, 344-345 (1975), p. 10. CASAMAYOR, E., Los 17 poetas que había en A.M., Buenos Aires, Mairena, 3 (1952), 28-49. CASTELLET, J.M.a, El arte poético de A.M., en: Un cuarto de siglo de poesía española (1939-1964), Barcelona, Seix Barral, 1960, 1965 (5.a ed.), pp. 57-64. CASTILLO, G., El misterioso Xavier Valcarce, Madrid, Cuadernos 295

Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 1.042-1.049. CERNUDA, L., A.M. (Poesía y crítica en Machado): El «Arte del pueblo», «Soledades» y «Campos de Castilla», «Nuevas Canciones»; Metafísica en la poesía de Machado, en: Estudios sobre poesía española contemporánea, Madrid, Guadarrama, 1975,' pp. 78-90, Col. P.O., 82. CIPLIJAUSKAITÉ, B., Las sub-estructuras en «Campos de Castilla», en: Estudios sobre A.M., Estudios sobre A.M., 120. CLAVERÍA, C, Notas sobre la poética de A.M., Stamford (California), Hispania, XXVIII, 2 (1945), 166-183; Recog. en: Cinco estudios de Literatura española moderna, Salamanca, Universidad de..., 1945, pp. 93-118, Col. III Temas Científicos, Literarios e Históricos. COLINAS, A., A.M.: dudas de hoy, poesía de siempre, Madrid, ínsula, 344-345 (1975), 6. CUAN-PÉREZ, E., Motivos de la angustia de un poema de A.M.j Madrid, Religión y Cultura, 131 (1982), 655 y ss. CHABAS, J., Crítica concéntrica: A.M., La Corana, Alfar, 43 (1924), 15-21. DAMIÁN PERÓN A, J., El dios ibero. Estudio de un poema de «Campos de Castilla», en: Estudios literarios dedicados al Profesor Mariano Saquero Goyanes, Murcia, Univ. de Murcia, 1974, pp. 507-522. DARÍO, R., Nuevos poetas de España, en: Opiniones, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1906, pp. 219-227. —, Nuevos poetas de España (Antonio y Manuel Machado), en: Obras Completas,Obras Completas, 415. DARMANGEAT, P., Machado: poet of solitude, ColumbusOhio, Cronos, II, 4 (1948), 51-63. —, Soledades de A.M., Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 4146. DAVID PEYRE, Y., El eclesiastés en la obra poética de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 232 (1969), 122-137. DEBICKI, A.P., La perspectiva y el punto de vista en poemas descriptivos Machadianos, en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 163-175. DELGADO, J., Vida y poesía en A.M., Salamanca, Edic. Álamo, 1975, 31 pp. DIEGO, G., A.M. y el soneto, Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 443-454. —, «Tempo» lento en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 421-426; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 267-272. —, El cante hondo de A.M., Madrid, ABC, 19-1-1947. DIEZ BORQUE, J.M. a, Consideraciones en torno al color en «Campos de Castilla», A.M., Soria, Celtiberia, XIX, 38 (1969), 257-284. DÍEZ CAÑEDO, E., A.M., poeta español, en: Estudios de poesía española contemporánea, México, Mortiz, 1965, pp. 42-53. —, A.M., poeta japonés, Madrid, El Sol, 20-VI-1924; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 361-363. 296

—, Soledades, Galerías y otros poemas, Madrid, La Lectura, VIII, 1 (1908), 57-58. DOMÍNGUEZ REY, A., En torno a «Los Complementarios» de A.M. (Aproximaciones a una poética), Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 375 (1981), 669-679. —, Lenguaje y conocimiento poético en A.M., Madrid, La Estafeta Literaria, 569570 (1975), 4-6; Recog. en: A.M., Madrid, Edaf, 1979, pp. 132-140. DOS PASSOS, J., A.M., poet of Castilla, en: Rocinante to the road again, Nueva York, H. Doran, 1922, pp. 140-158; Versión castellana: «A.M., poeta de Castilla», en: Rocinante vuelve al camino, Madrid, 1930. EMBEITA, M., Tiempo y espacio en la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 716-728. ENJUTO, J., Sobre la poesía metafísica de Machado, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 47-52. —, Comentarios en torno al poema «Siesta» de A.M., Madrid, ínsula, XIX, 212-213 (1964), p. 13. FERNANDEZ FERRER, A.R., Campos de Castilla. Antonio Mavhado, Barcelona, Laia, 1982, 92 pp., Col. Guías Laia de Literatura, 1. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, A.R., Sobre teoría poética en A.M. (De la imagen y los símbolos), en: Estudios sobre literatura y arte dedicados al Prof. Emilio Orozco Díaz, Granada, Universidad de Granada, 1979, vol. I, pp. 459-467. FERNÁNDEZ MORENO, C., Análisis de un soneto de A.M.: «Rosa de Fuego», New York, Rev. Hispánica Moderna, XXVI, 3-4 (1960), 108-115; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 433-444. FERRATÉ, J., Ideas del alma, Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, IV, 11 (1957). FERRERES, R., Etapas de la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, LIX, 117 (1964), 303-319; Recog. en: Los límites del modernismo y del 98, Madrid, Taurus, 1964, pp. 163-186. —, Sobre la interpretación de un poema de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, XX, 55 (1954), 99-111; Recog. en: Los límites del modernismo y del 98, Madrid, Taurus, 1964, 111-128. FINZI, A., El análisis numérico como instrumento crítico en el estudio de la poesía de A.M., Barcelona, Prohemio, I (1970), 203-224. FOSTER, D.W., «La tierra de Alvargonzález». Una contribución machadiana al romance español, Caracas, Rev. Nacional de Cultura, 166 (1964), 98-110. FRUTOS CORTES, E., Creación poética, Madrid, PorrúaTuransas, 1976. GAOS, V., En torno a un poema de A.M., en: Temas y problemas de la Literatura española, Madrid, Guadarrama, 1959, pp. 279-307; DOCUMENTACION Recog. en: Claves de la Literatura española, vol. II, Madrid, Guadarrama, 1971, pp. 57-80. GARCÍA BACCA, J.D., Creación y producción. Glosas a unas'coplas de A.M., 297

México, Cuadernos Americanos, 5 (1962), 119424. GENER CUADRADO, E., El mar en la poesía de A.M., Madrid, Edit. Nacional, 1966, 40 pp., Col. Ateneo, 31. GENESTE, P., Le théme de l'optimisme et de l'espoir dans la poésie d'A.M., Bordeaux, Iberia, 2, V (1947). GICOVATE, B., La evolución poética de A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 321-328; Recog. en: Ensayos sobre poesía hispánica, México, Edic. de Andrea, 1967, 56-61; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 243-250. —, El testamento poético de A.M., Nueva York, Publications of the Modern Language Association of America, LXXI (1956), 42-50; Recog. en: Ensayos sobre poesía hispánica, México, Edic. de Andrea, 1967, pp. 46-55. GIMÉNEZ CABALLERO, E., A Occidente por Oriente. Valor proverbial de A.M., Madrid, La Gaceta Literaria, 15-V1928. GIUSTI, R.F., A.M.: De «Soledades» a «Campos de Castilla», Galicia, Nos, X (1939), 5-16. GONZÁLEZ, A., Identidad de contrarios en la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 1976), 544-558; Recog. en: Aproximaciones a A.M., Univ. Nacional Autónoma de México, 1982, pp. 39-80 (corregido y ampliado). —, «El Viajero» (Comentarios al poema de A.M.), en el vol. I, Estudios ofrecidos a Emilio Atareos Llorach, Oviedo, Univ. de Oviedo; Recogido en: Aproximaciones a A.M., México, Univ. Nacional Autónoma, 1982, pp. 81-103. —, Aproximaciones a A.M., (Recoge 4 estudios sobre poesía: «Identidad de contrarios en la poesía de A.M.», Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, 1975; «A.M. y la tradición romántica», Madrid, Cuadernos para el Diálogo, Extra, XLIX, 1975; estos dos artículos se publican corregidos y ampliados; «El Viajero», incluido en el vol. I de Estudios ofrecidos a Emilio Atareos Llorach, Univ. de Oviedo; «Afirmación, negación y síntesis: coherencia del proceso creativo de A.M.», conferencias), México, Univ. Nacional Autónoma de México, 1982; 136 pp. GONZÁLEZ, A.; RODRÍGUEZ, A., La elegía como forma poética en Machado, Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, año XXII, t. LXXXVII, CCLIX (1977), 23-51. GONZÁLEZ, J.E., Imagen espiritual de Machado desde su poesía, S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 349-367. GRANT, H.F., Ángulos de enfoque en la poesía de A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 455-481. —, Apostillas a una edición de 1917 de las «Poesías Completas» de A.M., Madrid, ínsula, 158 (1960), 7 y 17. —, A.M. and «La tierra de Alvargonzález», London, Atlante, II, 3 (1954),^ 139-158. GUILLEN, Cl., Campos de Castilla, en: Historia Crítica de la Literatura española, vol. IX: Modernismo y 98, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 441-446. —, Proceso y orden inmanente en «Campos de Castilla», en: Estudios sobre A.M., 298

Barcelona, Ariel, 1977,195-216. Col. Letras e Ideas: Maior, 11. —, Estilística del Silencio. (En torno a un poema de A.M.), Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XXIII, 1 (1957), 260-291; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 445-490, Col. Persiles-63. Serie El escritor y la crítica. GULLÓN, A., Símbolos de luz y sombra, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 450-461. —, La formación del símbolo en A.M. (Percepción y Lenguaje), en: El Simbolismo [Nueva versión del ensayo Símbolos de luz y sombra, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 1976), 450-461], Madrid, Taurus, 1979, pp. 259-282. GULLÓN, R., Las secretas galerías de A.M., Madrid, Taurus, 1958, 61 pp., Cuadernos Taurus, 3. —, Las secretas galerías de A.M., Segunda edición aumentada, Santander, Publicaciones de «La Isla de los Ratones», 1967, 89 pp., Narración y Ensayo, 9. —, Simbolismo y modernismo en A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 329-347. —, Simbolismo en la poesía de A.M., Madrid, Clavileño, IV, 22 (1953), 44-50; y en: Direcciones del Modernismo, Madrid, Gredos, 1971 (2.a ed.), 166-189. —, Espacios de A.M., París, Mundo Nuevo, 20-21 (1968), 75-83. —, Las «Soledades» de A.M., Madrid, ínsula, XIV, 158 (1960), pp. 1 y 16; Recog. en: Direcciones del modernismo, Madrid, Gredos, 1971 (2.a ed. aum.), pp. 151-165. —, Sombras de A.M., Madrid, ínsula, XIX, 212-213 (1964), p. 7. —, Una poética para Machado, Madrid, Gredos, 1970,270 pp. Col. BRH-II, Estudios y ensayos, 139. GUTIÉRREZ-GIRARDOT, R., Poesía y prosa en A.M., Madrid, Guadarrama, 1969, 241 pp., Col. Punto Omega, 65. HERRERO, J., El sistema poético de la obra temprana de M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 559-583. HORÁNYI, M., Las dos soledades de A.M., Budapest, Akaadémiai Kiadó, 1975, 163 pp. —, La formación de la poética de A.M. (Separata del Acta Literaria Acad. Sci. Hung., VII, fase. 3-4), Budapest (s.e.), 1965, pp. 378-393. HUTMAN, N.L., Machado, a dialogue with time. Nature as an expression of temporality in the poetry of A.M., Alburquerque, University of New México Press, 1969, XI, 207 pp. J ARENO, E., Milagro de la primavera. (A propósito de un tópico literario), Madrid, C.H.A., 374 (1981), 364-373. JAURALDE POU, P., La evolución poética de A.M. y la poesía de vanguardia. Evolución, permanencia y etapas en la poesía de A.M., Granada, Publicaciones del INEM, 1978, 31 pp. —, Teoría del estilo en A.M., Madrid, Bol. de la Real Academia Española, 220 (1980), 245-259. 299

JIMÉNEZ, J.R., Tres poetas en A.M., Buenos Aires, Rev. de la Asociación Patriótica Española, XVIII, 207 (1945). —, Soledades. Poesías, por A.M., Madrid, El País, marzo 1903; Recog. en: Crítica paralela, Madrid, Narcea, 1975, pp. 237-241; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 345-348. LACALLE, A., Notas a la obra de A.M., Valencia, Mediterráneo, XXIII, 1-4 (1943), 91-107. LAMÍQUIZ, V. y al., La experiencia del tiempo en la poesía de A.M. Interpretación lingüística, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1975, Col. Bolsillo, 41, 143 pp. LAPES A, R., Sobre algunos símbolos en la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 386-431. LÁSCARIS, C., El despertar de la conciencia moral en «La tierra de Alvargonzález», de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 128-129 (1960), 236-247. LAUXAR (CRISPO AGOSTA, O.), A.M. y sus «Soledades», California, Híspanla, XII (1929), 225-242; Reproduc. en: Motivos de Crítica, Montevideo, 1965. LÁZARO CARRETER, F., Glosa a un poema de A.M., Madrid, ínsula, X, 119 (1955), pp. 11 y 13. —, ¿Claves de la poética de A.M.?, Madrid, Nueva Estafeta, 3 (1979), 47-53. LEFEBVRE, A, Notas sobre la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 323-332. LEVI, E., La poesía de A.M., en: Motivos hispánicos, Florencia, G.C. Sansoni Edit., 1933, pp. 123-132. LOHE, T.H.L., A.M., poeta y pensador, Santiago de Chile, Bol. de Filología, X (1958-1959), 151-160. LÓPEZ DE MARTÍNEZ, A, El claroscuro en la poesía de A.M., Soria, Celtiberia, 44 (1972), 220-235. LÓPEZ LANDEIRA, R., «A un olmo seco»: Machado en su poema, Baltimore, Modern Language Notes, LXXXVI, 2 (1971), 280-284. LÓPEZ-MORILLAS, J., A. Machado's temporal interpretation of poetry, The Journal of Aesthetics and Art Criticism, VI, 2 (1947), 161-171; Trad.: «A.M. y la interpretación temporal de la poesía», en: Intelectuales y espirituales. Unamuno, Machado, Ortega, Lorca, Marías, Madrid, Rev. de Occidente, 1961, pp. 71-78; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 251-266. MACRÍ, O., La épica humana de «Campos de Castilla», Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 36-40. MARICHAL, J., A.M. Poesía y vida nacional (1898-1917), Buenos Aires, Sur, 311 (1968), 52-58. MARRAST, R., Un poema de A.M., Madrid, Poesía de España, 9 (1963),. MARTIN, E., Un texto desconocido de A.M. sobre la poesía de guerra, Madrid, ínsula, 413 (1981), p. 3. MARTÍNEZ BLASCO, A., Un error de A.M. atribuido a Villaespesa, Palma de 300

Mallorca, Papeles de Son Armadans, año XXI, t. LXXXIII, CCXLVII (1976), 5-12. —, Notas a los «Apuntes» de A.M. (Poema CLIV de sus Poesías Completas), Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, año XXII, t. LXXXVII, CCLIX (1977), 53-58. MARTÍNEZ MENCHÉN, A., La tierra de Alvargonzález en la poética de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 307, t. II (1975-1976), 986-1.004. MARTÍNEZ NADAL, R., Notas marginales a tres versos de A.MV Madrid, El Urogallo, año VI, 34 (1975), 45-48. MARTÍNEZ SIERRA, G., Soledades, poesías por A.M., Madrid, Helios, IV (1903), 499 y ss. MAYA, R., La poesía de A.M., Bogotá, Bol. Cultural y Bibliográfico, XV, 1 (1978), 50-61. MEYERS, J., El recuerdo, las galerías y el espejo en las primeras poesías de A.M., Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XX, 1-2 (1954), 1-13, Sec. escolar. MILAZZO, E., A.M. (I motivi della lírica di Machado), Lugano, Cenobio, 1958, 90 pp. -I- 2 h.; Col. Quaderno del Cenobio, 18. MOLINA, R. A., Ver y mirar en la obra poética de A.M., Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, III (1956), 241-264. —, Variaciones sobre A.M. El hombre y su lenguaje, Madrid, ínsula, 1973, 109 pp. —, A.M., poeta de la España contemporánea. (Conferencia, anotada, con motivo del centenario del poeta), Soria, Celtiberia, XXVI, 52 (1976), 177-193. MONTES, E., Nuevas Canciones, Madrid, Rev. de Occidente, 1.a época, 12 (1924). MONTSERRAT, S., A.M., poeta y filósofo, Buenos Aires, Losada, 1943, 60 pp., Córdoba (Argentina), Direc. General de Publicidad, Univ. Nacional, 1961, 83 pp., Col. Ensayos y Estudios. MORENO MORENO, M. y L., Apuntes y ocurrencias sobre la tierra de «Alvargonzález» y «Campos de Castilla», Soria, Autor, 1975, 96 pp., Alberca, 1. MOSKOWITZ, M., El tema del amor en la poesía de A.M., Nueva York, Tesis de Columbia University, 1958. MOSTAZA, B., El paisaje en la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 623-641. MUÑOZ ALONSO, A, Sueño y razón en la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 643-651. NAVARRO TOMÁS, T., La versificación de A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, t. XII, 45-46 (1964), 425-442; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 273289. NORA, E. de, Machado ante el futuro de la poesía lírica, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 583-592. ONÍS, F. de, A.M., poeta predilecto, en: Antonio Machado, Nueva York, Hispanic Institute of the United States, 1951. OLIVIO JIMÉNEZ, J., La presencia de A.M. en la poesía española de posguerra, 301

Society of Spanish and Spanish-American Studies, Nebraska, University of NebraskaLincoln, 1983, 232 pp. —, La presencia de A.M. en la poesía de posguerra, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, t. II, 304-307 (1975-1976), 870-903. OLÍ VER, A, A.M. Ensayo crítico sobre el tiempo y su poesía, Bilbao, Edic. de Conferencias y Ensayos, 1950, 48 pp. OROZCO DÍAZ, E., A.M. en el camino. Notas a un tema central de su poesía, Granada, Universidad de Granada, 1962, 185 pp.; Reed. en: Paisaje y sentimiento de la naturaleza en la poesía española, Madrid, Prensa Española, 1968, pp. 257-370. ORTEGA, J., Nueva reflexión sobre «Poema de un día. Meditaciones rurales», Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 307, t. II (1975-1976), 972-985. ORTEGA Y GASSET, J., Los versos de A.M., Madrid, ElImparcial, 22-VII-1912, Madrid, Rev. Hispánica, enero-febrero 1949; y en: Obras Completas, vol. 1,1961 (5.a ed.), pp. 570-574; y en: A.M., Madrid, Taurus, 1979, pp. 349-353. PALLEY, J., Las secretas galerías de A.M., México, Cuadernos Americanos, XXXIV (1975), 210-226. PEDEMONTE, H.E., A.M. y la poética, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 493-507. —, Visión de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, t. LXVI, 197 (1966), 249-277. PEMÁN, J.M.a, El tema del limonero y la fuente en A.M., Madrid, Bol. de la Real Academia Española, XXXII (1952), 171-191. PHILLIPS, A.W., La tierra de Alvargonzález: verso y prosa, México, Nueva Rev. de Filología Hispánica, IX (1955), 129-148. PINO, F., El simbolismo en la poesía de A.M., Chapel HUÍ, N.C., University of North Carolina, 1978,187 pp., Col. Estudios de Hispanófila, 48. POPEANGA CHELARU, E., A.M.: poesía y lenguaje. Un estudio sobre los espacios poéticos, Madrid, Universidad Complutense, 1983, VIII + 207 pp. PREDMORE, M.P., Una España joven, en la poesía de A.M., Madrid, ínsula Ed., 1981, 228 pp. —, Teoría de la expresión poética and Twentieth-Century Lyric Poetry, Baltimore, Modern Language Notes, Modern Language Notes, 218. —, The nostalgia for paradise and the dilemma of solipsism in the early poetry of A.M., Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XXXVIII, 1-2 (1974-1975), 30-52. QUIROGA CLÉRIGO, M., Vida y poesía en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos,Cuadernos Hispanoamericanos, 1.140. RAMÍREZ, A., La tierra en la poesía de A.M., Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, XXVIII (1962), 276-286. REXACH, R., La soledad como sino en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 629-646. RIBBANS, G., Temas de Soledades, en: Historia crítica de la literatura española, vol. 302

IX: Modernismo y 98, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 424-432. —, A. Machado's «Soledades» (1903): A critical study, Philadelphia, Híspame Review, XXX, 3 (1982). —, The unity of Antonio Machado's «Campos de Soria» (número especial dedicado a Arnold G. Reichenberger), New York, Hispanic Review, XLI (1973), 285-296. —, La poesía de A.M. antes de llegar a Soria, Soria, Publicaciones de la Cátedra Antonio Machado del Instituto de Enseñanza Media, 1962, 35 pp., 1 h. RODRÍGUEZ, A.; RODRÍGUEZ, L.; RUIZ FABREGA, T., El uso de «tarde» en la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 690-697. RODRÍGUEZ FORTEZA, A., Comentario del poema XXIX de Poesías Completas de M., Puerto Rico, Puerto, VI (1968), 96-104. —, La naturaleza y A.M. Contribución al estudio de la naturaleza en su poesía, S.J. de Puerto Rico, Edit. Cordillera, 1965, 362 pp., 4 h. RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, J., Los niños en la poesía de A.M., México, Nueva Rev. de Filología Hispánica, XIX (1970), 118 y ss. RODRÍGUEZ SANTIBÁÑEZ, M., En torno a una dialéctica poética en la obra de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 752-760. —, El intimismo en A.M. Estudio de la evolución de la obra poética del autor, Madrid, Eds. Iberoamericanas, S.A. y Eds. y Pubs. Españolas, S.A., 1971, 160 pp.; Madrid, Gráficas Cóndor, 1971, 159 pp. DIEGO, G. y ALONSO, D., A.M. (Conferencia pronunciada en la Fundación Universitaria Española, los días 3 y 13 de mayo de 1975), Madrid, F.U.E., 1983, 75 pp., Col. Conferencias, 50. ROSALES, L., Un antecedente de «yo voy soñando caminos», Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 1.029-1.041. —, Un momento único en la poesía de Machado, Madrid, Blanco y Negro, LXXXV, 3.299 (1975), p. 24. ROSELLI, F., Contributo a una temática genérale della poesía di A.M., Pisa, Universitá di Pisa, 1970. RUIZ RAMÓN, F., Algunas aproximaciones al problematismo del tema de la muerte en la poesía de A.M., en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 231-258. —, El tema del camino en la poesía de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 151 (1962), 52-76. —, En torno al sentido de «El espejo de los sueños» en la poesía de A.M., Madrid, Rev. de Literatura, XXII, 43-44 (1962), 74-83. SALINAS, P., A.M., en: Literatura Española del Siglo XX, (Reseña a: Poesías Completas, 3.a ed.), Madrid, Alianza, 1970, 1980 (4.a ed.), pp. 139-144, Col. Libro de Bolsillo 239; y en: Ensayos Completos, I, Madrid, Taurus, 1983, pp. 131-134. SÁNCHEZ, J.J., El tema de Dios en la poesía de A.M., Madrid, 303

El Escorial (Nueva Etapa), 44 (1980), 11-26. SÁNCHEZ BARBUDO, A., Los poemas de A.M. Los temas. El sentimiento y la expresión, Barcelona, Lumen, 1967,1981 (4.a ed.), 473 pp., Col. Palabra en el Tiempo, 20. —, Soledades, Galerías y otros poemas, en: Historia crítica de la literatura española, vol. IX: Modernismo y 98, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 432-440. SÁNCHEZ VÁZQUEZ, A., Trayectoria poética de A.M., México, México en la cultura (Suplemento de Novedades), Novedades), 1955. SANCHO SÁEZ, A., La «enigmática sencillez» de A.M., Jaén, Bol. del Instituto de Estudios Giennenses, año XXII, 87 (1976), 9-30. SCORSONE, M., El concepto de «tiempo vital» en la poética de A.M. (Tesis doctoral), Syracuse, New York, 1968. SCHRAIBMAN, J., La estructura simbólica de un soneto machadiano, en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 297-307. SEGÓVIA, T., Machado desde otra orilla, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 359 (1980), 397-412. SEGRE, C., Sistema y estructura en las «Soledades» de A.M., y «Las variantes de las Soledades VI», en: Crítica bajo control, Barcelona, Planeta, 1970, pp. 103-150. SENABRE, R., Amor y muerte en A.M. (El poema «A José M.a Palacio»), Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 944-971. SERRANO PONCELA, S., Borrosos Laberintos, S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 265-284. SESÉ, B., L'Ivresse cosmique dans la poésie d'A.M., en: Mélanges offerts a Charles Vincent Aubrun (vol. II), París, Édit. Hispaniques, 1975, pp. 291-301. —, La fable de l'eau dans la poésie d'A.M., Burdeos, Mélanges á Marcel Bataillon, 1962, pp. 666-676. —, Nuevas Canciones, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 53-60. SIEBENMANN, G., ¿Qué es «un poema típicamente machadiano»? (sobre XIII), Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, LUÍ, 157 (1969), 31-49. SOBEJANO, G., La verdad en la poesía de A.M.: de la rima al proverbio, Spring, Journal of Spanish studies Twentieth century, vol. 4, 1 (1976), 47-73. —, Notas tradicionales en la lírica de A.M., Frankfurt, Romanische Forschungen, LXVI, 1-2 (1954), 112-151. TERRY, A., A.M.: Campos de Castilla, Londres, Grant & Catler, 1973, Col. Critical Guides to Spanish Texts, 8. 304

TILLIÉTTE, X., A.M., poete philosophe, París, Rev. de Littérature Comparée, XXXVI (1962), 32-49. TORRE, G. de, Teorías literarias de A.M., Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 297-312; Recog. en: A.M., Edic. R. Gullón y A.W. Phillips, Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 227-242. —, Poesía y ejemplo de A.M., en: La aventura y el orden, Buenos Aires, Losada, 1943. TRUEBLOOD, A.S., Apuntes sobre la metáfora en la poesía de A.M. hasta 1907, en: Estudios de historia, literatura y arte hispánicos ofrecidos a Rodrigo A. Molina, Madrid, ínsula, 1977, pp. 329-343. —, Posturas constantes en la expresión poética de A.M., en: Actas del VI Congreso Internacional de Hispanistas (Toronto, 1977), Toronto, University of Toronto, 1980, pp. 745-747. UCEDA, J., Aproximaciones a una estética de A.M. (Las Andalucías), Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 508-526. URRUTIA, J., Bases comprensivas para un análisis del poema «Retrato», Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, vol. II (1975-1976), 920-943. VÁZQUEZ, F., El transfondo filosófico en la poesía de A.M., Madrid,_La Estafeta Literaria, 569-570 (1975), 12-15. VILARINO, I., Grupos simétricos en la poesía de A.M., Montevideo, Número, III (1951), 348-355. VILLEGAS, J., El tema del tiempo en un poema de A.M., Wallingford, Híspanla, XLVIII (1965), 442-451. VIVANCO, L.F., Comentario, a unos pocos poemas de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 541-565. YNDURÁIN, D., Tres símbolos en la poesía de Machado, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 223 (1968), 117-149. ZARDOYA, C., El cristal y el espejo en la poesía de A.M., en: Poesía española del Siglo XX (Estudios temáticos y estilísticos), Madrid, Gredos, 1974, vol. I, pp. 295-330. —, El «yo» en las Soledades y Galerías de A.M., S.J. de Puerto Rico, Asomante, XXV, 2 (1969), 39-60; Recog. en: Poesía Española del Siglo XX, vol. I, Madrid, Gredos, 1974, pp. 263-294. —, Los autorretratos de A.M., en: Estudios sobre A.M., Barcelona, Ariel, 1977, pp. 309-353. —, Los caminos de A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 75-98. Integrado posteriormente en: Los caminos poéticos del 98 (Poesía Española del 98 y del 27), Madrid, Gredos, 1968, pp. 102-103 y Nueva Edic. Poesía española del Siglo XX, vol. I, 1974, pp. 205-239; y en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 327-341 (versión abreviada). ZUBIRÍA, R., El tema del sueño en la poesía de A.M., Soria, Celtiberia, 9 (1955), 27-63. —, La poesía de A.M., Madrid, Gredos, 1955,307pp., Col. B.R.H.I., Estudios y 305

Ensayos, 21; 1973 (3.a ed.), 268 pp. ZULUETA, L. de, Nuevas canciones, Madrid, La Libertad, 23-V1924. Estudios/prosa ANDERSON IMBERT, E., El picaro Juan de Mairena, Buenos Aires, Sur, IX, 55 (1939), 54-56; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 371-375. ANDRENIO (E. Gómez de Baquero), Aspectos. En torno a tres poetas: A. Machado, Abel Martín y Juan de Mairena, Madrid, La Voz, 17-V-1928. ASTRADA, C., Autenticidad de Juan de Mairena, Buenos Aires, La Nación, 12-1111939. BARBACHANO, C. y SÁNCHEZ VIDAL, A., Tres pilares del diálogo en la prosa de A.M.: Sócrates, Cristo y Cervantes, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. I (1975-1976), 614-624. BARCE, R., La escuela de Sabiduría de Juan de Mairena, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos Hispanoamericanos, 855. BARJAU, E., Teoría y práctica del apócrifo, Barcelona, Convivium, III, 43 (1974), 89-120. —, A.M.: Teoría y práctica del apócrifo. Tres ensayos de lectura, Barcelona, Ariel, 1975, 158 pp., 1 h., Col. Letras e ideas. Minor, 6. BECEIRO, C., Un texto de A.M.: Sobre Pedagogía, S.J. Puerto Rico, La Torre, XVI, 61 (1968). —, Una frase de Juan de Mairena (Problemas e interpretación de un libro de A.M.), Madrid, ínsula, 158 (1960), pp. 13 y 15. BERNARD, J.P., Estudio sobre los apócrifos de A.M. (Tesis), París, Faculté de Lettres (inédito), 1957. CARAVAGGI, G., Sulle genesi degli «apocrifi» di A. Machado, Studi e problemi di critica testuale, 10 (1975), 183-215. CARBALLO PICAZO, A, El «Cuaderno de Literatura» de A.M., Madrid, Rev. de Literatura, XIX, 37-38 (1961), 92-102. CASAMAYOR, E., A.M. y sus inéditos «Complementarios». Un Cancionero apócrifo con quince poetas de invención machad i ana, Madrid, Clavileño, VI, 33 (1955), 35-45. —, A.M.; profesor de literatura, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 481-498. COBOS, P. de A., Humor y pensamiento de A.M. en Abel Martín, Madrid, índice de Artes y Letras, XIV, 139 (1960), 10 y 141 (1960), (separata, 1960, 12 pp.). —, Humor y pensamiento de A.M. en sus apócrifos, Madrid, ínsula Edit., 1963 (2.a ed., 1972), 16 pp. —, Humorismo de A.M. en sus apócrifos (portada y dibujos de Pepe Pía), Madrid, Ancos (1970), 180 pp. —, El pensamiento de A.M. en Juan de Mairena, Madrid, ínsula, 1971, 238 pp. COLINAS, A., En torno a los «Apócrifos» de A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos,Cuadernos Hispanoamericanos, 1.149. 306

CRIADO, S., Las ideas pedagógicas de Abel Martín, Sevilla, Autor, 1972. DÍAZ DE CASTRO, F., El último A.M. Juan de Mairena y el ideal pedagógico, Palma de Mallorca, Inst. Ciencias de la Educación. Universidad de Palma de Mallorca, 1984,104 pp., Col. Investigación Científica. DIESTE, R., «Juan de Mairena» de A.M., Valencia, Hora de España, III (1937), 5657; y en: Testimonios y Homenajes, Barcelona, Laia, 1983, pp. 152-154. ECHEVARRÍA, J., Con Juan de Mairena, años después, S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 171-185. GARCÍA MALDONADO, A, Las enseñanzas de Mairena, Caracas, El Nacional, 2311-1956. GONZÁLEZ, R.A, La prosa de A.M. (Tesis Doctoral Inédita), Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, 1955. GONZÁLEZ OLLÉ, F., A.M.: versión en prosa de la elegía a Giner, Madrid, Nuestro Tiempo, 102 (1962), 696-714. GULLÓN, R., Machado comentado por Mairena, Buenos Aires, Sur, 272 (1961), 6268. Recog. en: Direcciones del Modernismo, Ma

ANTHROPOS/95 drid, Gredos, 1971, 2.a ed. aumentada, pp. 197-209. Col. Campo Abierto, 12. 307

LAPESA, R., Las «Últimas Lamentaciones» y la «Muerte de Abel Martín» de A.M., en: Estudios Literarios dedicados al Profesor Mariano Baquero Goyanes, Murcia, Universidad de Murcia, 1974, pp. 313-332. LIDA, R., Elogio de Mairena, Buenos Aires, Sur, VII, 36 (1936), 59-63; México, Letras Hispánicas (1948), 179-184; México, Universidad de México, XII, 6 (19571958). Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 365-369. MAINER, J.C., Los Apócrifos de A.M., en: La Edad de Plata (1902-1939), Madrid, Cátedra, 1981, pp. 312-314. MARRAST, R., Tres versiones de un texto en prosa de A.M. («Casares», «Perico Lija», «Gentes de mi Tierra»), Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 1.050-.1063. MATEOS MUÑOZ, A., Diálogo con Juan de Mairena, La Habana, Nuestra España, 3 (1939) y 7 (1940), 71-75. MILHAU, J., «Juan de Mairena» ou d'une critique de la puré croyance, París, La Pensée, 74 (1957), 89-100. MOLINOS, J., Diálogos con Juan de Mairena, La Habana, Nuestra España, 3 (1939), 43-48; y 6 (1940), 61-64. ORS, E. d', Carta de Octavio de Romeu al profesor Juan de Mairena, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 289-299. PHILLIPS, A.W., Sobre una prosa de A.M. (comentario a «Perico Lija», posteriormente titulado «Gente de mi tierra»), Madrid, ínsula XXXII, 367 (1977), pp. 1 y 15. PRETEL, D., El pensamiento filosófico de A.M. (Comentarios a «Abel Martín» y «Juan de Mairena»), La Habana, Universidad de La Habana, 180 (1966), 7-68. ROMERO, F., Apócrifo del apócrifo. Sigue hablando Mairena, Buenos Aires, Buenos Aires Literaria, II, 14 (1953), 1-6. ROVIRA, J.C., Acerca del modelo moral del Mairena de «Hora de España», Barcelona, Camp de l'Arpa, 23-24 (1975), 20-21. SÁNCHEZ BARBUDO, A., El pensamiento de «Abel Martín» y «Juan de Mairena» y su relación con la poesía de Antonio Machado, Hispanic Review (Philadelphia), 1954, Vol. XXII, n.° 1, pp. 32-74, 1954, vol. XXII, n.° 2, pp. 109-165. SERRANO PONCELA, S., Juan de Mairena, Caracas, Rev. Nacional de Cultura, XXV, 156-157 (1963). TORRE, G. de, A.M. y sus poetas apócrifos, Madrid, ínsula, XII, 126 (1957), pp. 12. VALENTÉ, J.A., Machado y sus apócrifos, en: Las palabras de la tribu, Madrid, Siglo XXI, 1971, pp. 102-108. VALVERDE, J.M.a, Los apócrifos de Machado, en: Historia Critica de la Literatura española, vol. IX. Modernismo y 98, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 454-462. —, «Introducción biográfica y crítica», a: Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo, Madrid, Castalia, 1971, Col. Clásicos. —, «Introducción biográfica y crítica», a: Juan de Mairena. Sentencias, donaires, 308

apuntes y recuerdos de un profesor Apócrifo, 1936, Madrid, Castalia, 1972, pp. 7-38, Col. Clásicos, 42. ZAMBRANO, M., Notas. «La guerra» de A.M., Valencia, Hora de España, XII (1937), 68-74, Recog. en: Los Intelectuales en el drama de España. (Ensayos y notas, 1936-1939), Madrid, Hispamerca, 1977, pp. 74-83. Comparaciones con otros autores AGUIRRE, J.M.a, José Ortiz de Pinedo y A.M.: Coincidencias, Madrid, Rev. Occidente, 3.a época, 18 (1977), 37-42. —, A.M. y Antonio de Zayas (Un texto olvidado de A.M., ), Palma de Mallorca, Papeles de Son Armandans, XIX, CCXXXIVV, 234-235 (1974), 265-280. ALBERTI, R., Sobre una amistad: Machado y Juan Ramón, Bogotá, El Tiempo, (Suplemento Literario), 20-IV-1952. ALBORNOZ, A. de, La presencia de Miguel de Unamuno en A.M., Madrid, Gredos, 1984, 374 pp., Col. B.R.H.-II- Estudios y ensayos, 106. —, Miguel de Unamuno y A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, IX, 35-36 (1961), 157-188. Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 123-153. ÁNGELES, J., Presencia de Bécquer en las «Soledades» primeras de A.M., Madrid, ínsula, XXV, 289 (1970), p. 6. ARIENTI, O., A.M. e la poética di E.A. Poe., Pisa, Studi Ispanici, 1979, pp. 131140. AZORÍN, Antonio y Manuel, Madrid, ABC, 13-IV-1947. BAAMONDE, M.A., A.M. y Domínguez Berrueta. Ensayo en torno a un trabajo desconocido de A.M., Madrid, ínsula, XXIV, 269 (1969), pp. 1 y 12. BALBONTÍN, J.A., Three Spanish Poets: Rosalía de Castro, Federico García Lorca, A.M. With an introduction by José Picazo, London, Reaman, 1961, 157 pp. BARTRES, J.R., A.M. y Pío Baroja: dos hombres buenos. (Síntesis de una amistad), Barcelona, La Vanguardia, 31-VII1975, p. 31. BECEIRO, C., En torno a «Árbol Añoso». Narciso Alonso Cortés y A.M., Valladolid, El Norte de Castilla, 11-111-1969, pp. 3 y 9. BELL VER , C.G., Abstracto. Rafael Alberti y A.M.: amistad y tributo, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 840-844. CAMINERO, J., Una desmitificación del Barroco: Calderón en la estética poética de A.M., Bilbao, Letras de Deusto, vol. 11, 22 (1981), 23-53. N.° Extraordinario con ocasión del III Centenario de Calderón (1681-1981). CAMPOS, J., A.M. y Giner de los Ríos. (Comentario a un texto olvidado), Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 59-64. CANO, J.L., Quimera y poesía: una nota sobre Bécquer y Machado, San Juan de Puerto Rico, Asomante, VII, 4 (1951), 16-24. —, De Machado a Bousoño. Notas sobre la poesía española contemporánea, Madrid, ínsula Edic., 1955, 228 pp. —, Tres poetas frente al misterio. (Darío, Machado, Aleixandre), México, Cuadernos Americanos, XIX, 1 (1960), 227-231. 309

CARBALLO CALERO, R., Machado desde Rosalía, Madrid, ínsula, XIX, 212-213 (1964), p. 12. CARBALLO PICAZO, A, A.M. y Valle Inclán, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, LIV, 160 (1963), 6-17. CARILLA, E., Perfiles (Balzac, A.M., Picasso, Alfonso Reyes), La Habana, Casa de las Américas, 1964 (Cuadernos de la Casa de las Américas). CASSOU, J., Trois poetes: Rilke, Milosz, Machado, París, Pión, 1954, 119 pp. CERNUDÁ, L., A.M. y la actual generación de poetas, Liverpool, Bull. of Spanish Studies, XVII, 67 (1940), 139-143; y en Madrid, ínsula, XXIV, 267, 1969, 4 y 14. COBOS, P.A. de, A.M. y Mariano Quintanilla, Segovia, Estudios Segovianos, XXII, 64 (1970), 61-80. COMIN, A.C., Deux inspirateurs: Mounier et Machado, París, Esprit, 342 (1965), 451-467. En castellano: Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 38 (1966), 26-28, y en: España: ¿País de misión?, Barcelona, Nova Terra, 1966, pp. 235-266. CORTÉS VÁZQUEZ, L., Ronsard y Machado. Del «Aubépin verdissant» al «Olmo seco», en: Strenae. Estudios de filología e Historia dedicados al Prof. Manuel García Blanco, Salamanca, Acta Salmanticensia. Serie Filosofía y Letras, XVI (1962), 121-130. —, Unamuno y Machado. Las coplas por la muerte de D. Guido ¿son de inspiración unamuniana?, Salamanca, Cuadernos de la Cátedra de Miguel de Unamuno, XVI-XVII (1966-1967), 93-98. CHAVES, J.C., La admiración de A.M. por Unamuno, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 155 (1962), 223-235. FRUTOS CORTÉS, E., El primer Bergson en A.M., Madrid, Rev. de Filosofía, XIX, 73-74 (1960), 117-168. GARCÍA PAZ, M., O motivo do «Giavo» en tres versiones: Campoamor, Rosalía e Machado, Vigo, Gríal, Gríal, 359. GARFIAS, F., Juan Ramón y A.M., Madrid, ABC, 7-V-1960, pp. 39-41. GLENDINNING, N., The philosophy of H. Bergson in the poetry of A.M., París, Revue de Littérature Comparée, 36 (1962), 50-70V GULLÓN, R., Relaciones amistosas y literarias entre A.M. y Juan Ramón Jiménez, S.J. de Puerto Rico, La Torre, 25 (1959), 159-176. Recog. en: Estudios sobre Juan Ramón Jiménez, Buenos Aires, Losada, 1960, pp. 53-68. Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 155-169. —, Mágicos lagos de A.M. Machado y Juan Ramón, Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, XXIV, 70 (1962), 26-61; también: Buenos Aires, Ficción, 35-37 (1962), 132-143; Recog. en: Direcciones del Modernismo, Madrid, Credos, 1971 (2.aa 196. ILIE, P., Dos formas de lo grotesco (Machado y Solana), en: Los poetas surrealistas españoles, Madrid, Taurus, 1972; 1.a Reimp. 1982, pp. 37-65. —, Verlaine and Machado: The aesthetic role of time, Eugene (Oregón), Comparative Literature, XIV, 3 (1962), 261-265. LAIN ENTRALGO, P., La memoria y la esperanza. San Agustín, San Juan de la Cruz, A.M., Miguel de Unamuno. (Discurso de Ingreso en la Real Academia), Madrid, 310

Edit. Real Academia Española, 1954, 188 pp. LAPES A, R., Bécquer, Rosalía y Machado, Madrid, ínsula, IX, 100-101 (1954), Recog. en: De la Edad Media a nuestros días; Madrid, Gredos, 1967, pp. 300-306. LÁZARO CARRETER, F., Juan Ramón, A.M. y García Lorca. (Aproximaciones), Madrid, ínsula, 128-129 (1957), pp. 1, 5 y 21. LÓPEZ-BARALT, M., Vigencia de A.M.: La temporalidad en la poesía de José Hierro, Puerto Rico, Rev. de Estudios Hispánicos, II (1972), 143-167. MACRÍ, O., Amistades de A.M., Madrid, ínsula, 158 (1960), 3 y 15. MARÍAS, J., Machado y Heidegger, Madrid, ínsula, 94 (1953), pp. 1-2 y en Al margen de estos clásicos, Madrid, A. Aguado, 1966, 159-192. MARTINENGO, A., Su Bécquer e Machado, Turín, Quaderni Ibero-Americani, 39-40 (1971), 239-242. MATOS, V., A.M. a la luz de las teorías poéticas de Johannes Pfeiffer, Puerto Rico, Atenea, I (1964), 37-42. MEREGALLI, F., A.M. e Gregorio Marañón, Milano, Ugo Mursia, 1962, 20 pp. (separata de Annali di la Fosean, 1962). NAVARRO GONZÁLEZ, A., A.M. y Calderón de la Barca, Madrid, ABC, 16-VIII1975. OLIVER, A., La amistad entre J.R. Jiménez y A.M., Madrid, Rev. de Archivos', Bibliotecas y Museos, LXIX (1961), 871-878. PÉREZ DELGADO, R., Ida y vuelta a los clásicos con A.M. y contraluz de Unamuno, Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, XLVI, 136 (1967), 11-93. PÉREZ PERRERO, M., A. Machado, en: Algunos españoles, Madrid, Cultura Hispánica, 1972, pp. 145-151. PHILLIPS, A.W., A.M. y Rubén Darío, S.J. de Puerto Rico, Sin Nombre, vol. II, 1 (1971). Recog. en A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 171-185; y en: Temas del Modernismo hispánico y otros estudios, Madrid, Gredos, 1974, pp. 220-237. —, Algo más sobre A.M. y Valle-Inclán, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 186 (1965), 557-564. Recog. en: Temas del Modernismo hispánico y otros estudios,nismo hispánico y otros estudios, 219. PICCIOTO, R.S., Meditaciones rurales de una mentalidad urbana: el tiempo, Bergson y Manrique en un poema de A.M., S.J. de Puerto Rico, La Torre, XII, 45-46 (1964), 141-150. POLO GARCÍA, V., Juana de Ibarborou y A.M., al aire de unos poemas; en: Estudios literarios dedicados al Profesor Mariano Baquero Goyanes, Murcia, Univ. de Murcia, 1974, pp. 538-546. QUINTANA, J., A.M. y Canarias en el primer centenario de su nacimiento. (Relación A.M. con Fernando González y Saulo Torón), Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 904-909. RIBBANS, G., La influencia de Verlaine en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 91-92 (1957), 180-201. —, Unamuno and Machado, Liverpool, Bull of Hispanic Studies, XXXIV (1957), 10311

28. —, Nuevas precisiones sobre la influencia de Verlaine en A.M., Buenos Aires, Filología, XIII (1968-1969), 295-303. —, Niebla y Soledad. Aspectos de Unamuno y Machado, Madrid, Gredos, 1971, 332 pp., Col. B.R.H., Estudios y Ensayos, 162. —, Recaptured Memory in J.R. Jiménez and A. Machado, en: Studies in modern Spanish literature and art. Presented to Helen F. Grant., Londres, Támesis, 1972, pp. 149-161. —, A.M. y Mallarmé, Nueva York, Rev. Hispánica Moderna, t. XXXIX (1976-197J), 4 [1980], 183-197. ROBLEDO GARCÍA, M.N., El mundo clásico en el pensamiento español contemporáneo: Unamuno, A. Machado, Baroja y Pérez de Ayala, Madrid, Rev. de la Universidad de Madrid, XIV (1965), 255-256. ROGERS, D., Bécquer, Rosalía y Machado, buceadores de sombras, Madrid, ínsula, 241 (1966), p. 1. RUIZ DE CONDE, J., Coincidencias entre A.M. y Robert L. Trost, Madrid, El Urogallo, año VI, 34 (1975), 57. SÁNCHEZ BARBUDO, A, Estudios sobre Unamuno y Machado, Madrid, Guadarrama, 1959, 326 pp. + 3 h., Col. Crítica y Ensayos, 19. SCHULMAN, LA., A.M. and Enrique González Martínez: A study in Internal and Externa! Dynamics, Spring, Journal of Spanish Studies Twentieth Century, vol. 4, 1 (1976), 29-46. SERRANO PONCELA, S., Machado y Don Sem Tob, Caracas, Cultura Universitaria, 59 (1959), 7-15. SOS, E., A.M. y la nueva poesía, Madrid, Raíz (Cuadernos de Literatura de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid), 6 (1949). SUÁREZ RIVERO, E., Machado y Rosalía: Dos almas gemelas, Wallingford (Conn), Híspanla, XLIX (1969), 748-754. TITONE, V., Machado e García Lorca, Ñapóles, Giannini edit., 1967, 168 pp., Col. Geminae Ortae, 4. URRUTIA, J., A.M. y Juan Ramón Jiménez. La superación del modernismo, Madrid, Cincel, 1982, 80 pp., Cuadernos de Estudio, Serie Literatura, 21. VÁZQUEZ DODERO, J.L., De A.M. a Ramiro de Maeztu, Madrid, ABC, 29-X-1959. YOUNG, H.T., The victorious Expression. (A study of four contemporary Spanish Poets: M. de Unamuno, A. Machado, J.R. Jiménez and F. García Lorca), Wisconsin, Wisconsin University Press, 1964, 223 pp. ZAMBRANO, M., Machado y Unamuno, precursores de Heidegger, Buenos Aires, Sur, VIII, 42 (1938), 85-87. Recog. en: Los Intelectuales en el drama de España (Ensayos y notas, 1936-1939), Madrid, Hispamerca, 1977, pp. 129-130. ZAPATA, C., Ecos de A.M. en Leopoldo Panero, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 275 (1973), 385-397. ZARDOYÁ, C., La técnica metafórica española contemporánea (Unamuno, A. 312

Machado, J.R. Jiménez, Salinas, Guillen, Dámaso Alonso, V. Aleixandre, Alberti), México, Cuadernos Americanos, 3 (1961), 258-279. sibilidad de ser, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 1.095-1.110. GUERRA, M.H., El teatro de Manuel y Antonio Machado, Madrid, Mediterráneo, 1966, 208 pp. LAPUERTA, F., A.M. y «La Duquesa de Benamejí», Soria, Celtiberia, XXV, 49 (1975), 115-125. MARQUERÍE, A., El teatro de Machado (Extracto de la conferencia dada en los cursos de verano, el 28-VII-1951), Segovia, Estudios Segovianos, IV, 11 (1952), 383387; y en: Homenaje a A. Machado, Academia de Historia y Arte de San Quirce, Segovia, 1968, 51-56. MONLEÓN, J., El teatro de los Machado, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 1.064-1.087. —, Manuel y A.M., los conflictos de una colaboración equívoca, en: El teatro del 98 frente a la Sociedad española, Madrid, Cátedra, 1985, pp. 249-294. MORENO VILLA, J., Palabras sobre A.M., en: Los autores como actores y otros intereses literarios de acá y de allá, Madrid, F.C.E., 1951; 1.a reimp., 1976, pp. 126132. NOUGUE, A, Los poetas Manuel y A.M. o la tentación del teatro, Bol. de la Instit. Fernán González, 185 (1975), 659-677. ORTIZ NUEVO, J.L., El mundo flamenco en la obra de los hermanos Manuel y A.M.: «La Lola se va a los puertos», Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304307, t. II (1975-1976), 1.088-1.094. PACO, M. de, El teatro de los Machado y «Juan de Mairena», en: Estudios literarios dedicados al Profesor Mariano Saquero Goyanes, Murcia, Universidad de Murcia, 1974, pp. 463-478. Antonio Machado y el teatro ACKERMAN, S.H., The Machados and Don Juan, Madrid, Rev. Estudios Hispánicos, t. I (1967), 157-182. AGUIRRE, A.M., El personaje femenino en el teatro de Manuel y A.M. (Tesis inédita), Stanford, 1969. BAAMONDE, M.A., La vocación teatral de A.M., Madrid, Gredos, 1976, 306 pp. COBB, C.W., A.M., Nueva York, Twayne Publishers, 1971, 188 pp., Col. Twayne's World Authors Series, 161. CHABÁS, J., Hermanos Machado: Juan de Manara, Madrid, La Gaceta Literaria, I, 7 (1927). CHICHARRO CHAMORRO, D., En el contexto de teatro en verso: los Machado y Ángel Lázaro. (Un intento de aproximación a través de la crítica), Granada, Universidad de Granada, Facultad Filosof. y Letras, Dpto. Literatura Española, 1976, 38 pp., Col. Tesis Doctorales. DÍEZ-CANEDO, E., Las Adelfas, Madrid, El Sol, 23-X-1928. Recog. en: A.M., 313

Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.), pp. 377-379. —, Seis críticas dedicadas a los correspondientes estrenos de los Machado, en: El Teatro Español de 1914 a 1936, México, Joaquín Mortiz, vol. II, pp. 137-157. FEAL DEIBE, C., Sobre el tema de Don Juan en A.M., Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 729-740. —, Los Machado y el psicoanálisis (En torno a «Las Adelfas»), Madrid, ínsula, XXIX, n.° 328, 1974, 1 y 14. GARCÍA LORENZO, L., El teatro de los Machado o la impo Generación del 98 ABELLÁN, J.L., Visión de España en la Generación del 98, Madrid, Magisterio Español, 1968, pp. 20-21. —, A.M., en: Sociología del 98, Sociología del 98, 133. —, Machado y el 98, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, XLIX, Extra (1975), 92-97. BARINAGA FERNÁNDEZ, A., La generación del 98, en: Movimientos literarios españoles en los siglos XIX y XX, Madrid, Alhambra, 1969, pp. 81-93. CERNUD A, L., A.M. y la actual generación de poetas, Madrid, ínsula, 267 (1969), pp. 4 y 14. DÍEZ BORQUE, J.M.a, A.M., crítico literario, enjuicia la prosa de sus contemporáneos, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 810-839. GRANJEL, L.S., La generación del 98 y A.M., en: Maestros y amigos de la Generación del Noventa y Ocho, Salamanca, Univ. de Salamanca, 1981, pp. 229-250. GUILLEN, J., Jardines españoles: A.M., Pedro Salinas, Dámaso Alonso y F. García Lorca, Bogotá, Univ. Nacional de Colombia, 6^(1946), 153-165. GULLÓN, R., Machado reza por Darío, en: La invención del 98 y otros ensayos, Madrid, Gredos, 1969, pp. 33-36; y en ínsula, XXII, 248-249 (1967), 3. LAÍN ENTRALGO, P., La generación del Noventa y Ocho: cap. VI: «El tiempo y la evocación en Azorín y en A.M.», Madrid, Espasa-Calpe, 1947, 1959 (4.a ed.), pp. 168171, Col. Austral 784. LÓPEZ-MORILLAS, J., A.M.: ética y poética, en: Hacia el 98. Literatura, sociología, ideología,Literatura, sociología, ideología, 269. LUIS, L. de, A.M. ante la crítica, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 792-809. TUÑÓN DE LARA, M., La superación del «98», por A.M,, Barcelona, Camp de l'Arpa, 25-27 (1975), 11-22. —, La superación del 98 por A.M., Bordeaux, Bulletin Hispanique, LXXVII, 1-2 (1975), 34-71. —, A.M. y la superación del 98, en: Historia crítica de la literatura española, vol. IX: Modernismo y 98, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 420-424. Sobre Manuel y Antonio Machado AZORÍN, Antonio y Manuel, Madrid, ABC, 13-IV-1947. BARRERA, L. A., Modernismo y poesía. Los Machados en España, Zipaquirá, 314

Virtud y Letras, XII (1953), 33-39. BARTOLOMÉ COSSÍO, M., Homenaje a los poetas Manuel y Antonio Machado, Madrid, El Sol, 23-11-1926, p. 4; Madrid, Bol. de la Institución Libre de Enseñanza, L, 791 (1926), 63-64. DARÍO, R., Los hermanos Machado, Buenos Aires, La Nación, 15-VI-1909; Recog. en: Puerto Rico, Puerto, 1 (1967),65-71, acompañado de un artículo de Ángel Rama, «Rubén Darío, lector de A.M.», pp. 57-64. DÍ AZ-PLAJA, G., El autorretrato en los Machado, Boletín de la Real Academia Española (Madrid), 1975, año LXII, tomo LV, Cuaderno CCV, mayo/agosto, pp. 219226. GARCÍA-ABRINES, L., Los acentos rítmicos endecasílabos en los Machado, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 304-307, t. II (1975-1976), 1.111-1.117. GÓMEZ DE LA SERNA, R., Los Machado, en: Nuevos Retratos contemporáneos, Buenos Aires, Sudamericana, 1945, pp. 41-49. GONZÁLEZ ALONSO, P., Cartas a los Machado, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1981,340pp., Col. Literatura, n.° 11. LÓPEZ ESTRADA, F., Los «Primitivos» de Manuel y Antonio Machado, Madrid, Cupsa, 1977,302 pp., Col. Ensayos Planeta, 54. LUCA DE TENA, T., Antonio y Manuel Machado y el poema paralelo de sus vidas, Boletín de la Real Academia Española, Ma Ma 218. MACHADO, J., Carta de José Machado en la que habla del poeta, México, Romance, 3 (1940). MOLINA, C.A, Antonio y Manuel Machado, en: La Revista «Alfar» y la prensa literaria de su época (1920-1930), La Coruña, Edic. Nos, 1984, pp. 105-111. SÁNCHEZ ZAMARREÑO, A, Manuel y A.M., poetas: Contribución a un estudio comparativo, Salamanca, Studia Philologica Salmanticensia, IV (1980). TUDELA, J., Mi amistad con los Machado, Soria, Celtiberia, XXV, 49 (1975), 7578.

315

Foto familiar de Antonio Machado poco antes de la guerra. En ella aparece su madre, su hermano José, la mujer de éste y sus hijas

316

ANTHROPOS/99

ANÁLISIS Y COMENTARIOS Tres glosas literarip-filosóficas a Antonio Machado* Juan David García Bacca CREACIÓN Y PRODUCCIÓN ¿Dices que nada se crea? No te importe, con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano. ¿Dices que nada se crea? Alfarero, a tus cacharros. Haz tu copa y no te importe si no puedes hacer barro. ANTONIO MACHADO, Obras completas, Ed. Séneca, México, 1940, p. 238. Los griegos griegos —el «verde que te quiero verde»— no fueron tontos, como raza, o, si nos repugna la palabra, digamos como pueblo; griegos sueltos, no sólo no fueron tontos, sino han sido los más inteligentes hombres que ha habido. Los hebreos hebreos fueron tontos * Título nuestro bajo el cual agrupamos los trabajos originales de J.D. García Bacca, «Creación y producción», «Pensar, amor y verdad» y «Glosa a un proverbio y cantar de Antonio Machado». [N. del E.] como raza, o como pueblo; y pasearon su cerrilismo y cerrazón mental por toda el Asia menor, y sus linderos. Algunos hebreos que frente a su pueblo «de dura cerviz» —y es palabra de su Dios— se destacaron, advínoles la inteligencia por inspiración divina, de la que necesitaban para cosas tan elementales como decir «no matarás, no robarás, no codiciarás los bienes ajenos, no tomarás en vano el nombre de tu Dios...», o para recoger sin discriminación leyendas babilónicas o egipcias, o quedarse pasmados ante un canto nupcial o un drama teológico que ningún literato —ni griego griego ni clásico posterior ni romántico moderno— firmaría, a no ser por obligación de conciencia religiosa. Esto no es lo peor —pues «cada cual es como Dios lo hizo», di jólo Sancho Panza —. Lo peor fue que ciertos griegos, no tontos —tampoco de los más inteligentes—, y algunos hebreos, mediocres de natural —lo que no obstó para que se creyeran inspirados nada menos que por su Dios—, se dieran por obligación de conciencia moral, religiosa y política cambiar de vocación: griegos, a tomar en serio, con seriedad filosófica, leyendas mesopotámicas y palabras de vago, hiperbólico e híbrido sentido; hebreos, a querer hablar en griego, o en romano, de lo que no entendían ni por lenguaje ni por sentido —a tomar en serio, la filosofía con la seriedad propia de profecía y según los modos antifilosóficos de apocalipsis, epifanías y evangelios—. De esas cuestiones, híbridos de profecía y apofansis, de mitología mesopotámica griega, de logos y evangelio hemos heredado nosotros, bajo el nombre de teología, un buen número: bueno, por grande; pésimo, por sus pretensiones de solución salvadora, respuesta definitiva y sanseacabó. Una de ellas, y no por cierto la menor o marginal, es la creación de nada, con sus indisimulados desdén y menosprecio por la producción o cualidad humanas. 317

Machado tuvo que hacerse, a no dudar, violencia a lo que de cristiano tenía —y por herencia tenemos casi todos—, para exclamar: ¿Dices que nada se crea? No te importe, [...] ¿Dices que nada se crea? [...] no te importe si no puedes hacer barro. Tres son, entre otros, los prejuicios que ese híbrido de filosofía y mitología semítica, que es la noción de creación, nos ha inoculado/y circulan por nuestras venas desde siglos. Primero: El de que nada se crea ya —desde que Dios creó, a golpes de palabra, los cielos y la tierra, y cerró al cabo de seis días el período creador, y se puso a descansar; y, claro está, continúa descansando de crear cielos, tierra, estrellas y animales...—. Segundo: Que producir algo de nada, sin material preexistente, constituye la hazaña de las hazañas; o que lo importante no es lo hecho; lo importante es que, de lo hecho, sea lo que fuere, no haya habido nada antes. Sobre todo que 100/ANTHROPOS

318

no preexista el barro, o materia informe a reformar. Tercero: Producir algo por sólo decirlo, por la sola, nuda y simple palabra; tal ha de ser el modelo supremo de producción, descalificador automático de manos —y de alfareros que no producen cacharros y vasos por palabras mágicas o sacramentales, sino por obra de sus manos, como operarios u obreros—. Tratemos de reivindicar para nosotros las categorías de barro, obrero e inventor, dejando para quien las quisiere las de nada, oráculo y creador. I ¿Dices que nada se crea? No te importe, [...] Las cosas no tienen más importancia que la que nosotros les damos. Pero tanta y tanta, y por tantos siglos, puede haberles dado a algunas la humanidad que, a lo último, 319

resulten importantísimas y lo único y más importante —que, a tal paso, el más pobre de este mundo llegaría a ser el más y el único rico, si todos los ricos se pusieran, ¡oh inverosimilitud de inverosimilitudes!, a regalarle su dinero, y la consiguiente importancia de Don Dinero—. La abstracción —total, formal, fenomenológica...— sacude las cosas concretas, y cáenseles sus individualidades al primer remezón, sus diferencias específicas al segundo... y al cabo de pocos más despréndense hasta las categorías, quedando limpio, mondo y puro el ser en cuanto ser. Frente a su universalidad de universalidades, ultratransparente pureza y supradiamantina simplicidad lo demás: de Dios a protón, de sustancia a relación... carece de calidad ontológica. La ontología es la descalificación misma de los entes. La importancia constituye el correlativo método o procedimiento de limpieza valorativa de las cosas. Importancia es abstracción valoral. Afirmación, negación: potencias lógicas. Importancia, no importancia: potencias valórales. Ponerse a afirmar o a negar: poderes del Yo lógico. Dar importancia, no dar importancia: poderes del Yo libre. Descartes y Husserl percibieron con deslumbrante claridad el abismo sin fondo que se abre entre afirmación y ponerse a afirmar; negación, y ponerse a negar; y el correlativo entre verdad, y ponerse a afirmarla; falsedad, y ponerse a negarla. El abismo lo franquea la libertad —no la verdad ni la lógica ni la ontología ni la teología—. Yo soy quien, libremente, se pone o se da a afirmar o a negar. La libertad lo es, inclusive y principalmente, frente a la verdad y falsedad, afirmación y negación. La libertad posee, por tanto, función y poderes supraontológicos. Abstenerse de ponerse a afirmar o abstenerse (epokhé) de ponerse a negar no son abstracción, formal o lógica, cual las llamadas abstracción total, formal o funcional... Es abstracción real: poder por el que el Yo se abstrae o separa, digno y pulcro, de todos, aun de verdad y falsedad, sin descender a discutir con ellas en su terreno, en su contenido. Podrá ser algo verdad tan grande como un templo; no por serlo tengo yo —tiene un Yo— que ponerse a afirmarla. La verdad no puede arrancar a un Yo la afirmación. Se trata de un poder del Yo, descalificador de verdad y falsedad. Por muy bien que nos demuestren que Dios existe, o que 2 + 2 = 4, entre esas verdades y el Yo se interpone el abismo sin fondo de mi libérrimo ponerme a afirmarlas o abstenerme de ello. A la verdad le hacemos, a veces, la gracia de afirmarla; a la razón o razones les damos, a veces, razón; y casi iba a añadir que, es natural, mas no necesario, que se haga. Lo mismo pasa con bienes y valores. Podrán ser la justicia, la lealtad, el amor, la urbanidad... valores tan excelsos unos, excelentes todos, cuanto que se quiera, o pretenda una jerarquía o teoría de valo

320

res. Y tribunales de justicia, Cortes supremas, códigos, amigos, personas educadas... apreciabilísimos bienes son y concreciones peculiares de tales o cuales valores; si no nos da la gana de darles importancia, quedan reducidos a la impotencia, a no poder hacer valer el valor que son. El valor no puede hacerse valer, en definitiva y última instancia, sino mediante un acto de libérrima, supravaloral, decisión del Yo. La importancia no es, pues, un valor; es el originalísimo poder de hacer que los valores realmente valgan, o dejen realmente de valer. Podrá una realidad estar cargada, recargada y sobrecargada de Bondad; si no nos ponemos a darle importancia, si nos da la gana de dársela, resultará impotente para hacerse ella, la Bondad en persona, valer. El valor es desvalido sin nuestra libertad. No tiene importancia alguna, ni ontológica ni valoral, el que haya o no haya algo, nada o ser, antes de ponerse a crear o a hacer. Con todo el ser a cuestas, el uranio lleva miles de millones de años desintegrándose, tonta y pertinazmente —dicen que calentando la tierra: algo tenía que hacer, según la ley de conservación—. Cuando el hombre se puso a hacer algo con él, entró el uranio en la historia, o dominio de novedades. Fue creado; y tal día de tal año —¿1936,1944?— fue el día de su creación. El otro, el uranio natural, igual pudo ser hace dos mil millones de 321

años que cien mil millones de millones de años, que un quintillón de años... que un segundo, que una millonésima de segundo..., y pudo quedarse tal cual por otros tantos y más millones de siglos, por los siglos —casi iba a decir Amén—. Que si no hubiera habido uranio natural no se hubieran inventado la bomba o reactor atómicos, es cierto; pero por sólo haber habido tal uranio natural, no se sigue que se inventaran bomba o reactor. De realidad a invención, no hay paso. Porque una cosa no sea real, no por eso sólo tiene que venir al ser por creación; de ser esto verdad, no sería real este segundo de este minuto de este año en que estoy escribiendo, puesto que esta novedad, por ínfima que sea —y por mucho que la queramos ningunear—, nunca antes fue, nunca después será. Surge entera ahora, de golpe, sin causa necesaria y suficiente. Adviene porque sí. Existía, no existir son, respecto de creación, cosas neutrales. Y no han sido ni creados ni no creados el ser y la nada. Mejor lo dijo Machado, sin metafísicas o filosofemas: [...] no te importe si no puedes hacer barro.

ANTHROPOS/101

322

II y semitas, helenizados a medias y a cua dros para los que pensar y decir serán las bienvenidas y decorosas vestimentas de la pereza y del desdén por la realidad: por las categorías de barro, obrero e inventor; o por la historia: serie de inventos, para los que todo el ser —natural o no, genético, jurídico, social, económico, religioso— sirve, sin más remilgos ni respetos, de simple material: de barro. El magnifícente desplante de otro español españolísimo: D. Miguel de Unamuno: que trabajen ellos, ha llevado en nuestra desdichada España, a que no nos importe, ni haya importado por siglos —sea dicho trastocando las palabras de Machado— el que tantos hermanos nuestros carezcan de copa —casa, higiene, alimentos, ropas, tierra, trabajo, instrucción...—, y nos paguemos de grandes palabras: Catolicismo, Orden, Civilización cristiana, Voluntad de Dios... Aunque no lo parezca, todo ello se sigue, con malditamente feroz lógica, de preferir las categorías de nada-oráculocreador a las humildes y humanas de barro-operarioinventor. Tomemos en serio, y no sólo va la cosa por España, lo de Machado: Alfarero, a tus cacharros. Haz tu copa y no te importe si no puedes hacer barro. [...] con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano. Platón es, precisa y justamente, eso: un grano del pensar que, puesto a arder en amor, dio al mundo la luz de la más grande verdad que se ha visto en la historia. Platón es la luz emanante de la fusión de pensar, amor y verdad; o de Idea, Bien y Verdad, puestos a arder. Lo demás que fue Platón cae en el orden de lo insignificante, o en el de condición próxima o remota —necesaria, cuando más, nunca suficiente—, para determinar quién es. La pregunta elévase así de nivel: Primero, para que el pensar pueda arder —aparte de sus ordinarias funciones que, son, entre otras, explicar las cosas definidas, sólidas y cristalinas— ¿qué combustible adecuado emplear: amante o amor? Segundo: ¿Qué forma o estado ha de tomar el pensar para que pueda arder? —basta para ello que sea pensar discursivo, definidor, opinable...—. Tercero: Hallado el estado del pensar, adecuado para arder en amor, ¿será verdad, y, sobre todo, la más grande verdad, lo que se vea? Cuarto: Admitiendo que sea la más grande verdad lo que brote de fundir pensar y amor, ¿la verdad resultante será del tipo relámpago o del de la serena y firme luz del sol? Y basta con estos interrogantes para desencadenar la reacción en cadena de otros, y dejarlos todos en suspenso, pues el autor de este artículo no sabe, con saber digno de esta palabra, la respuesta. PENSAR, AMOR Y VERDAD I 323

Difícil —entre otros motivos, por aventurada— es la empresa de caracterizar, inequívoca y adecuadamente de vez, la figura filosófica de Platón. Todo lector asiduo y reverente, y todo traductor con ojos de literato y filosofo, se ha visto, al final del trabajo, emplazado, y aun retado, por el interrogante: ¿quién y qué, por fin, será Platón? Y cada uno ha dado su respuesta —o ha renunciado prudentemente a ello—. Machado, sin proponérselo, dio, a mi parecer, la más acabada y penetrante caracterización de Platón, al escribir en uno de los tercetos de un soneto suyo —de los atribuidos modestamente por él a Abel Martín: Si un grano del pensar arder pudiera, no en el amante, en el amor, sería la más honda verdad lo que se viera [...] Lo importante no se cifra en sacar algo de la nada o del ser; sino en lo que se saca; en el producto, en lo hecho, y en quien lo hace. Dando una mirada al mundo circundante, decía con uno de sus típicos desplantes Pío Baroja: esto..., lo hace cualquiera. La cosa es peor metafísicamente; y será Sartre quien lo diga: el mundo natural, el ente, para ser lo que es tiene que recobrarse de sus causas, y ponerse a serlo en sí. Si es que hubo causas, el ser, para ser, las borra. Ser es borrón y cuenta nueva de causas. Llegada la hora de nacer, el hombre tiene que respirar él, de por sí; y por el sólo respirar y latir el corazón no sabríamos que hemos tenido madre; lo sabemos por otros, que, a su vez, saben sólo por sí que respiran y viven. Que el ser ha sido creado sólo puede saberse, a lo más, por verlo pasar a otro, y a manos de su causa, y aun así llegará un momento: el de la realidad de verdad, en el que el ser sea y tenga que ser lo que es por sí, en sí, so pena de que la causa misma no haya hecho nada sino mirarse cara y manos en un espejo que ni siquiera es espejo en sí ni sirve para mirarse y verse obrar y ver en él lo hecho. Encontrarse con el ser —natural o inmediato, material o no, espiritual o no...— está ahí —hecho o no hecho—, carece de importancia. Los griegos lo comprendieron; y crear de la nada les pareció un sinsentido, por anterior e indiferente a todo sentido y contrasentido. La Biblia no dice otra cosa. Dentro de ese cajón de sastre de la sabiduría semítica, como llamó Machado al Antiguo Testamento, una de las tradiciones cosidas en el Génesis sírvese constantemente de la palabra amasar, y no de la de crear, usada en el paño o retazo insertado en el comienzo del Génesis. La tradición de barro, ladrillos, amasijo... babilónicos hablaba en esa palabra, inteligible a semitas de aquella región. Nada les importó no poder hacer barro; lo tomaron sin más requilorios. Alfarero, a tus cacharros. Se pusieron a fabricar, y dejaron monumentos... y no palabras, inspiradoras de futuros bizantinismos conceptuales, híbridos de griego y semita. Por decoro, mal podía Dios descansar de sólo decir: hágase, hágase. Descansó Dios de realmente amasar, en siete días, nada menos que cielos, tierra, plantas, animales y hombre. Eso se llama trabajar, en firme y en grande. Y merece descanso, y es un buen ejemplo para trabajadores. Lo otro de decir: hágase, hágase ha sido el mal ejemplo justificativo de la pereza multisecular de tantos arios 102/ANTHROPOS 324

ANTONIO

MACHADO,

Obras

completas. Ed. Séneca, México, 1940, p. 365. Forma del pensar capaz de arder La pólvora arde, regada por el suelo; explota, comprimida en cartucho. El uranio arde, dejado en su mina, con no visibles rayos, pero sí con radiaciones durísimas y penetrantes: rayos gamma; mas el uranio explota montado en bomba, con cantidades críticas debidamente aproximadas en tiempo y lugar. Arde el sol, y sábese ahora que su luz y calor provienen de explosiones nucleares —fusión y fisión—. Arde-y-explota. ¿Qué forma dar al pensar para que o simplemente arda o arda por explotar? Si todas las circunferencias vistas hubieran ostentado siempre ante los ojos el color rojo, creyéramos, dice Aristóteles, que rojo era una propiedad tan esencial de circunferencia como lo es ahora su curvatura constante. Y sería preciso gran sutileza de pensamiento para deslindar, por definición adecuada, una cosa de otra. Hasta Platón, y aun después de él casi siempre, el pensar había presentado ante la mente varias formas o estados: pensar intuitivo de ideas de simplicidades lucientes típicas y recortadas, o la de pensar ser, despensando opiniones y fenómenos, o la de pensar discursivo, o la de pensar corriente, cotidiano, común, y otras. La opinión o pensar opinativo, la recta opinión misma, el pensar científico mediante eidos o esencialidades dan, sin lugar a dudas, cada uno su luz —tranquila, segura, definida—. 325

Platón, como buen griego, padeció —si es que se puede llamarlo enfermedad o pasión— de obsesión solar —de heliotropismo—. Nosotros la hemos perdido a manos de ese invento que es la luz eléctrica. Hemos perdido la obsesión por el sol, por el hágase luz: petición, anhelo y necesidad diaria en otros tiempos; y, al perderla, desvanecióse el halo de divinidad del sol —o su más modesto de modelo metafísico—. El sol luce y arde con luz y ardor descubrientes y engendradores. ¿Qué más natural o inmediata exigencia, pues, que la de pedir a la lucecita mental que es el pensar que se ponga a altura del sol: arda y luzca? Implícito y ejercitado proyecto de Platón. La pólvora, regada por el suelo, arde; mas no explota. El pensar discursivo, pólvora es, derramada cual reguerito por cosas, uniéndolas una con otra mediante más o menos intermedios, siempre con un término medio común. Y da su luz. El eidos o definiciones de hombre, piedad, justicia, amistad... o de tierra... foquitos son de luz, de alcance delimitado —mas dentro de él, discretos en iluminación—. Pero el sol es sol. Y ahí, cual omnividente ojo del cielo, que dijera Esquilo, está, tranquilamente desafiante. Su luz no es eidos concreto y delimitado —cual los de hombre y agua, de circunferencia...—, es idea y no pequeña (La República, 507 e -508 a). La obsesión por el sol continúa presente y actuante. Y lo que es peor, o más profundo, descalificando las demás luces, aun las esenciales (eide). La luz del sol —luz calor, luz ardor— ¿ha de emplearse para hacer que la mirada converja hacia él, cual hacia Principio, o bien servirse de ella como de simple medio para ver las cosas —agua, tierra, plantas, animales, hombre...—, siendo éstas el fin y el final, el ápice y acto último del conocimiento y del ser? Se trata, sabérnoslo ahora, no de un problema teórico, sino de una decisión previa a todo filosofar, y de la que depende el tipo mismo de filosofar. Es cuestión no de verdad o falsedad, sino de

326

«La

Tierra

de

Alvargonzález» según interpretación de Vázquez Díaz

ponerse (Husserl), por un acto libérrimo, a tratar sol cual principio, y cosas cual principiadas; o ponerse a dar la primacía a las cosas, y el carácter de medio a sol y a luz. Platón, con tanto derecho al menos como Aristóteles, se puso a, se decidió por mirar todo hacia sol, cual principio; por el mero hecho de tal decisión lo sensible quedó orientado hacia lo eidético, y esto hacia Idea de Bien —hacia IdeaAmor—. Difícil cosa es poner a arder un grano de arena, o un diamante. Más dificultoso resulta poner a arder una esencia o eidos, que son los granos supradiamantinos de la realidad. El pensar posee también su esencia, y más dura y reticulada que las esencias de opinión, ver, discurrir..., hombre, agua, tierra, dos... Para poner a arder al hidrógeno y que, fundido, dé helio —y, por ello, estrellas—, hacen falta unos centenares de millones de grados de temperatura. Para que arda el pensar no basta con el combustible de un amante, o amor concretado; hace falta el «Amor puro, sencillo, sin mezcla, no infectado de carnes, ni de colores ni de tantas otras mortales naderías» (Banquete, 211 e.). Tal es el combustible; y tal, su grado de temperatura, capaz de hacer arder la esencia de mente que es el pensar. Lo que de la mente es capaz de arder se reduce al sólo pensar; lo demás es escoria o materia volátil. Lo que de los eidos concretos resista al ardor del amor será lo que tengan de idea; lo demás no pasa de imitación, semejanza, similor, silueta, sombra: todo ello escoria eidética, idolillos. II Luz y Verdad. Démonos, por unos momentos, a imaginar, y, sobre todo, a pensar qué imagen, y experiencias, sacaríamos del mundo actual si tuviésemos unos ojos dotados de la finura de nuestros espectrocopios, que el humor vitreo poseyera la sensibilidad para iones de las 327

cámaras de Wilson y Millikan, y nuestra pupila fuera tan fina como ciertos preparados fotográficos; supongámonos dotados, además, de un sentido del movimiento y equilibrio tan delicado al menos como los mejores sismógrafos de los observatorios; y nuestro tacto, de una sensibilidad para los cambios de temperatura, superior o igual a la de los mejores termómetros y termostatos. Es un prejuicio —es decir, una convicción anterior a todo juicio, sea ella misma verdadera o falsa— creer que el sentido de todos los hombres —la sensibilidad cual totalidad de todos los sentidos o todos ellos en grado de coafinación — haya sido, sea o será siempre el mismo. Platón fue un hombre que, según todas las apariencias documentales, tuvo sensibilidad de sismógrafo para el mundo; lo notó sometido a continuo y arrítmico movimiento, en estado de terremoto (seísmos), y tembló por su realidad —la suya: la del hombre y por la de las cosas—. No acusaremos a un sismógrafo de falsificador o alarmista porque escriba en una cinta una curva oscilante o porque nosotros no tengamos la sensación de temblor —fuera de casos extre

ANTHROPOS/103

328

mos, raros e impresionantes por su brutalidad—. Aristóteles tuvo, en este punto, sensibilidad normal; macroscópica y roma. Los dos, Platón y Aristóteles, tienen razón acerca de la realidad: macroscópica o global, el uno; microscópica y fina, el otro. La solución no puede consistir en enfrentarlos y ver quién tiene razón, sino en unir de alguna manera sus experiencias, al modo que, en nuestros días, Bohr intenta, por el principio de correspondencia, vincular sin desdibujar mundo clásico —macroscópico—, y mundo cuántico. En este punto Platón y Aristóteles son diversos en cuanto hombres. Y lo es Platón respecto de casi todos los hombres, mientras que Aristóteles es, en este punto, igualito a la inmensa mayoría de los humanos. Pero Platón fue griego, por los ojos; y lo fue Aristóteles. Ser griego de ojos consiste en una cosa muy sencilla: en ver la luz del sol como bloque simple, y no cual tamizada por un prisma y descompuesta en colores, menos aún en espectro infrarrojo y ultravioleta. En este aspecto nuestros ojos fisiológicos continúan siendo griegos, mas nuestros aparatos, los ojos artificiales o científicos —tan nuestros como es nuestra la ciencia física actual—, ya no lo son. Y aquí está el punto crítico. La mente no puede ya tomar los datos de sus sentidos cual si fueran componentes de un orden esencial, único posible: elevar el ojo a aparato científico. El que no estén a la altura de un prisma, microscopio, cámara Wilson, contador Geiger... no exige descalificarlos en su ámbito; mas tampoco elevarlos a norma única y absoluta, a proveedores de la inteligencia. La luz natural es, sin duda, una potencia de verdad: de descubrimiento de lo que las cosas son o tienen de visible —a lo que el griego llamó eidos—. Poco es lo que de una realidad corporal aparece en el espejo; la imagen especular es algo, no mucho, de la cosa; y eso mismo que es, lo es por modo de simple presencial, reducido a inoperancia física. Preferirlo como declaración fidedigna y rica de las cosas define al griego, mas no al hombre, y menos aún al científico, y todavía menos al filósofo, que del hombre natural y del hombre científico, cual de proveedores, tiene que vivir —