Antonino Ferro

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IX. Crisis de la edad-cremallera y crisis de eventos-cremallera He pensado utilizar la expresión "crisis de la edad-cremallera" para indicar esos rasgos comunes presentes en los momentos de pasaje entre edades significativas, que . se vuelven cada vez más complejas. Adolescencia, crisis de la mediana edad, crisis de la tercera edad y de la cuarta. En efecto, creo que la prolongación del promedio de vida ha duplicado por lo menos el número de estas edadescremallera. Una característica común es el "cambio catastrófico" que se debe atravesar, en el que coexisten el duelo por lo que se pierde, la disponibilidad hacia lo nuevo y la capacidad de metabolizar las emociones que se activan. Es decir, son reutilizados tanto los núcleos autistas que habitualmente se estratifican en las rutinas existenciales, cuanto la capacidad de duelo y la disponibilidad para hacer lugar a lo nuevo y sus significaciones. Naturalmente, cada uno de estos momentos-cremallera tiene sus propias peculiaridades y características, dentro de esos denominadores comunes de los que hablaba. Creo que cada uno es más complejo que el anterior, porque cada vez se acerca más, "concretamente", al último momentocremallera, que es el de la muerte. Recuerdo que la noche previa a cumplir 40 años, soñé que iba a la estación para adquirir el boleto de tren y entregaba también el papel plateado de una tableta de chocolate: ya comenzaba a pagar con el carnet plateado que se le concede a los sexagenarios. Hoy -a diferencia de la crisis única de la mediana edad (como la describió brillantemente Elliot Jacques en 1970)diría que hay una crisis de la edad-cremallera desde los cuarenta años en adelante cada diez años; al 155

menos, así me ha parecido observarlo en no pocos pacientes y en mí mismo. Simultáneamente, con la superación de estas boyas existenciales, se pone a prueba toda la constelación de angustias-defensas de cada uno. Naturalmente, son posibles diferentes soluciones y perspectivas: a veces complejas, radicales o de compromiso. Vemos borracheras maníacas de juventud y, a menudo, secuelas dolorosas, o la negación y la postergación del problema. También vemos la aceptación del paso del tiempo a través de un "viaje nostálgico" de elaboración. Creo que el "soñar" y la evitación del "actuar" son vacunas útiles. Es interesante observar que existe una infinidad de obras literarias, filmes, obras de teatro y pinturas que narran una y otra vez los problemas de las edades-cremallera, siempre considerándolos desde diferentes puntos de vista y con diversas soluciones. Teniendo clara conciencia de la arbitrariedad de la operación, se podrían tratar, como si fueran diferentes casos clínicos, diversas obras que nos relatan el grado de éxito o de fracaso de dichos procesos de duelo, o las eventuales defensas, puestas en acto como evasión, al menos mental, frente a semejante problema que ciertamente es ineludible. En los dos polos opuestos, al menos por ahora, pondré Las fresas silvestres,* de Bergman (entendido como exitosa elaboración de las problemáticas presentes, y sólo parcialmente resueltas, en El séptimo sello), por un lado, y El ángel azul de Sternberg, por otro, metáfora del intento vano, desesperado, maníaco, paranoico, de escapar al tiempo y a sus consecuencias. Las fresas silvestres atestigua, ya desde el principio, el problema del tiempo como central, a través del sueño del protagonista del reloj sin agujas y del funeral con su cadáver. *

o Cuando huye el día, en Argentina y otros países.

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Asimismo, se podría hacer una reseña del ya citado El ángel azul (del cual el libro de H. Mann sigue siendo sin dudas el mejor), de La mujer del retrato de Fritz Lang, de ' Retrato de Dorian Grayde Wilde, de Valdemarde Poe, de Senilidad de Svevo, de Solo de Strindberg, de muchas obras de Ibsen y de una enorme cantidad de otras obras, ya que no hay escritor, dramaturgo o cineasta que no haya trabajado sobre este tema. Pero debo volver a lo mío específico y mostrar las emociones, las pasiones, las transformaciones que están en juego en algunas de las situaciones que he tenido la oportunidad de seguir. Mario es un ingeniero de unos 50 años, que ya ha hecho análisis, lo cual le permitió estabilizar su vida emotiva, y poner en crisis una disposición narcisista de cierta gravedad, que hacía que sus vínculos fueran precarios. Durante el análisis, Mario se había casado y, posteriormente, había tenido tres hijos. Vive y trabaja en una ciudad de Francia, donde se ha instalado un centro europeo de investigaciones televisivas. Algunos años después del final del análisis, recibo una llamada alarmante de Mario quien, en plena crisis, pide una cita: cree que se ha enamorado de una joven técnica de laboratorio que trabaja "codo a codo" con él. Me impresiona esta expresión de Mario, porque me recuerda esa otra de "empinar el codo", con la que se refería a borracheras, no muy frecuentes pero sí violentas, a las que se abandonaba para evitar el dolor mental y el caer en depresión. Vistas las dificultades de desplazamiento (debe venir desde Francia) y la imposibilidad de acudir a un colega francés, decidimos con Mario vemos una vez por mes durante dos horas consecutivas. Considero importante escuchar no solamente la secuencia de sueños que Mario me referirá y que van desde el "contagio" hasta la "cura", sino también los escritos y los apuntes que Mario ha tomado en parte al principio de la crisis, que atestiguan los 157

intentos autoanalíticos de Mario, y los apuntes que posteriormente tomaba con la intención de hacérmelos leer. Mario recuerda una fantasía inquietante que tuvo cuando se encontró por primera vez en compañía de Francoise en una cervecería, durante una pausa en el trabajo: "He mirado su yugular, sobresaliente". Él mismo ha captado el alcance vampiresco de su fantasía, la necesidad de estar fuera del tiempo del vampiro, que se abrevaba la "sangre fresca y joven"; apunta que, además de Drácula, se le viene a la cabeza Fausto y el pacto con el Diablo. Luego tiene un sueño en el que se encuentra en una ciudad desconocida donde se pierde, y no solamente no sabe ubicar el hotel donde están su esposa y sus hijos, sino que, además, no recuerda el nombre. Sin embargo, encuentra a un conductor de carrozas, un cochero, que conoce su lengua, y espera que él lo ayude. Hay un extravío, un perder las coordenadas, el olvido de mujer e hijos --o al menos de su "Iugar"-, pero también hay una capacidad autoanalítica, una función paterna que aún permanece alerta. Después tiene otro sueño en el que parece reencontrar mujer e hijos, y en que revive la historia de algunos amigos que han atravesado, con diferentes resultados, la crisis de la mediana edad. Pero la actitud de continencia de Mario dura poco, y no puede evitar irse por la tangente, como lo indica un sueño. En un primer momento estaba en un avión-torpedolancha-juguete que hacía recorridos a lo largo de canales subterráneos; no obstante, era un recorrido conocido, seguro y divertido. De repente, disparaba algo e, inesperadamente, se abría un nuevo camino, no previsto; el torpedo-juguete se había encendido, descubría un nuevo y extraño instrumento: una especie de barreno giratorio que podía abrir nuevos caminos a medida que avanzaba, más allá de los canales conocidos. Durante el sueño, Mario siente que está fascinado pero también cargado de miedo, "miedo a la aventura, miedo a separarme ... a no 158

poder volver atrás ... "; intenta entonces retroceder, después de haber puesto en marcha el barreno ... es posible ... Mario no sabe qué hacer: teme aventurarse en territorios desconocidos ... Sin embargo, está fascinado por la nueva perspectiva. La situación es potencialmente explosiva, las fuerzas en juego son violentas, cierta manía ya está en marcha ... Pero, está el sentido del peligro, que lo frena. Mientras tanto, no solamente sube la "temperatura de los sueños", también los encuentros con Francoise le encienden sentimientos, emociones que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Estudia cada palabra suya, cada gesto, cada frase deviene fuente de posibles promesas o de grandes sufrimientos. ¿Por qué Francoise se sonroja cuando le habla de algún tema personal? ¿Y por qué baja la mirada, incómoda, cuando habla de la crisis con su novio, al que está por dejar? ¿Son señales de interés y disponibilidad? Imagina una historia con Francoise, se da cuenta de que querría volver a vivir sus últimos quince años, casarse, tener hijos pequeños ... Los suyos ya son adultos y siguen su propio camino. Entiende que sería un autoengaño, que el tiempo pasa de todos modos ... Mario tiene otro sueño en que hay personas que le muestran cómo se hace el vino, confía en ellos ... Cuántas botellas ... Mario pierde la cabeza. Decide confesarle a Francoise su amor; le dice que, después de estar juntos, tiene fiebre. Francoise dice estar interesada pero que tiene miedo: él está casado, tiene hijos ... Por qué ha hecho todo tan precipitadamente ... pide tiempo para pensar. .. Se alejará por dos semanas para reflexionar. .. Mario se encuentra increíblemente aliviado, la indecisión de Francoise le parece maná caído del cielo, se le va toda la angustia... Insiste apasionadamente declarándole su amor: sabe que así alejará aún más la posibilidad de un sí pleno de Francoíse. Es a esta altura cuando Mario me llama por teléfono y,

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después del primer encuentro, en el que me explica el problema, decidimos vernos "como podamos", con la intención de reactivar su autoanálisis. Se da cuenta rápidamente de que no renunciará a su mujer y a sus hijos, y que le espera un profundo duelo respecto de "otras historias posibles"; me cuenta, con signos de estar conmovido, el filme Así es la vida, de Blake Edwards, con Jack Lemmon, que vio por casualidad en televisión, y que narra justamente la crisis de un hombre que se ve envejecer. El peligro y el sustraerse de él son señalados por un sueño en que Mario corre riesgo de ser aplastado por un hombretón violento e impulsivo, del que logra sustraerse como se sustrae posteriormente -cual novel Ulises con las sirenas- de las seducciones de un grupo de mujeres con rasgos muy marcados y exhibidos. Comenta el sueño, destacando el riesgo de una reactivación de aspectos narcisista-caracteropáticos en función anti-duelo respecto al deseo de un tiempo circular, que no termine nunca y que vuelva siempre sobre sí mismo. Un conjunto de sueños muestra después esta "lucha" entre la posibilidad de afirmarse de las capacidades de duelo y el deseo de negar el tiempo y vivir dejando vía libre a su narcisismo. Así, en un sueño, tira al río la Parker que le ha regalado su padre por la "madurez"* y, en otro, sueña con un jardinero que se ocupaba de los cipreses en un cementerio. Vuelve a soñarse alternativamente como un adolescente, justamente con la vestimenta que le gustaba en esa edad de la vida, y como encargado de las "reformas" de un edificio. Después se sueña como un marginado, un pobre, un gitano pero, en la misma noche, como alguien que busca las llaves para irse a vivir a una "casa nueva confortable". Se da cuenta, poco a poco, de las ventajas de la nueva situación, la seguridad económica y laboral, el crecimiento de los hijos, la solidez de los afectos. Posteriormente sueña que recorre las calles del pueblo, introduciéndose en • "Maturttá" significa madurez y también cuela media superior. (N. de T.)

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el diploma obtenido tras cursar la es-

calles desconocidas donde hay negocios como "válvulas unidireccionales", sólo se delante, es imposible retroceder. He aquí ilusiones acerca de la posible circularidad aceptación de su unidireccionalidad.

que funcionan puede ir hacia la salida de las del tiempo y la

Sueña aún la cura de un niño autista que señala la salida de la "burbuja ahistórica" en la que se había refugiado en determinado momento, perdiendo el contacto con la realidad y el tiempo. Sigue un coletazo depresivo con alguna punta maníaca y erotizada, pero pronto recupera su nueva disposición "reestructurada y satisfactoria". Diez años después vuelvo a ver a mi ingeniero: su vida ha transcurrido serenamente, ha tenido reconocimientos en el trabajo, los hijos se han casado y me cuenta cuán difícil ha sido volver a vivir solos con su esposa: estuvieron a punto de tomar el camino del actuado conflicto para enmascarar el duelo -del tipo La guerra de los Rases de Danny de Vito- pero lograron evitar la trampa. Pero el motivo por el que viene a verme es para con- . tarme que, próximo a cumplir los 60 años, ha tenido una nueva "crisis" que le recordaba la anterior que había vivido. Esta vez "la celestina" había sido una línea de chateo: había conocido, "chateando" de noche, a una mujer relativamente joven con la que se había involucrado en forma creciente intelectual, emotiva y, al final, eróticamente. La mujer también estaba casada, tenía cerca de 40 años y, pese a que se daba cuenta de que ambos buscaban una evasión "erotizada", respecto de la aceptación de una ulterior "boya" existencial, el juego los había llevado progresivamente no sólo a intercambiar las direcciones de email (y esto no podía no recordarle Tienes un email de Nora Ephron y, por asociación, Enamorarse de Ulu Grosband), sino que también se habían escrito extensas cartas y, finalmente, se habían pasado sus respectivos números de teléfono, celular. Ambos habían decidido "encontrarse" una tarde en una ciudad cercana, ya decididos a dejarse llevar cuando, a 161

último momento y en total sintonía, eligieron "renunciar", al entender el significado analgésico y erotizado de su "pasión telemática". A esta altura, Mario me cuenta que ha tenido el siguiente sueño: estaba en un tren, posiblemente era el único pasajero, se encontraba junto al conductor del tren, que lo manejaba con tranquilidad y seguridad; luego entraban en un túnel donde había centrales eléctricas, transformadores con alta tensión, que centelleaban, pilares, gotas de agua (¿lágrimas?), curvas bruscas; pero el tren, pese a estos peligros potenciales, avanzaba. Él estaba preocupado pero la seguridad del conductor lo tranquilizaba. Luego había una cuesta más bien empinada, el tren parecía patinar pero, con mano firme, el "conductor" lo llevaba fuera del túnel superando tremenda pendiente ... Finalmente, se encontraba fuera. En otro sueño, aparece con un compañero de la escuela que es fuerte y seguro, que lo protege de la agresión de algunos malintencionados: está sorprendido y contento por la fuerza y el temple del amigo que lo protege. Esta "segunda crisis de cremallera" se agota más rápidamente; Mario parece haberse enriquecido con la crisis anterior, diez años atrás, y parece procurarse esa cantidad de analgésicos y euforizantes necesarios para afrontar y superar la nueva fase depresiva, parece que atraviesa las violentas tensiones emotivas y sale de ellas sintiendo que tiene una parte de sí en la cual puede confiar plenamente. Por último, me relata un sueño que me ha resultado muy significativo, tanto respecto de una incrementada capacidad de introspección, cuanto de la capacidad de nuevos proyectos y expectativas: iba a Venecia, entraba en un cine para ver un filme; de repente, alguien le daba la oportunidad de acceder a algo oculto y secreto: se abría una especie de trampa por la cual se ingresaba a un subterráneo donde vivían hombres y mujeres, o mejor dicho "homúnculos" no desarrollados, bajos, toscos, alguno deforme, alguno en un tonel, alguno "en la caca", abandonados en la miseria, segregados, asfixiados, sucios ... arriba, 162

un arriba no mejor definido, había otro "piso" con escudos de nobles, de espadachines ... pero eran del setecientos, privados de sentido, anacrónicos. Salía impresionado del cine y veía una especie de verdugo-guardián con martillo y guadaña que se dirigía hacia el piso inferior para segar con la "martellina" el surgimiento de cualquier grito, cualquier necesidad, cualquier solicitud. El sueño "abre" ante la vista de Mario este plano profundo de sus necesidades nunca escuchadas, nunca realizadas, le muestra el anacronismo de elecciones narcisistas del pasado y le abre la posibilidad de una nueva escucha de sus exigencias vitales, que habían sido calladas por el terrible verdugo superyoico, que se situaba como "muerte" de cualquier impulso vital. Desde entonces, no he tenido mayores noticias de Mario; sigue viviendo en Francia y cada Navidad recibo puntualmente su tarjeta deseándome felicidades. Otro breve ejemplo es el de un hombre, publicista, que a los 55 años comienza a mostrar una sintomatología depresiva y ansiosa que intenta en vano curar con fármacos. De pronto, en su primer encuentro conmigo, me habla muy alarmado de la crisis de su empresa, cuyas perspectivas futuras ya no logra entender, cuyo estado de "salud" tampoco entiende, que su destino lo atormenta durante todo el día, y también de noche. Ante todo, yo trato de abrir recorridos afectivos, de hacer transitables las emociones ligadas al tiempo que pasa, a su cumpleaños número 55, a la diferente manera de verse en familia ahora que los hijos crecen. Pero todos los "senderos" se interrumpen porque él niega cualquier tipo de emoción ligada a talo cual evento, para volver a referirse a su empresa; recién ahí, jugando con el "sonido" de las palabras, le digo que me hace pensar en Luis XIV, que decía: "L'Etat c'est moi!", y que él parecía decir: "¡La empresa soy yo!" Para él es una especie de resplandor, y acepta la idea de una serie de encuentros que podrían terminar en la elección de un tratamiento de tipo psicológico. Una vez abierta esta brecha, surgen una serie de alarmas relativas 163

"al tiempo de vida que le queda", a calcular la edad en que han muerto sus padres y amigos, alarmas relativas también a cuándo jubilarse, y lo que esto implicaría: un período de vacaciones permanentes o el terrible aburrimiento del "ahora qué hago", después de la lectura matutina del diario. Otras alarmas relativas a la soledad y, poco a poco, un rosario de recorridos que, narrados, sustituyen la depresión y la inquietud.

En el título del capítulo he citado también las "crisis de eventos-cremallera", queriendo destacar que, más allá de las crisis en el eje de los cambios en el tiempo, existe también el tema relativo a esos "eventos" que cambian el curso previsto y previsible de una vida. Estos "eventos", por los cuales queda inscrita en la memoria una línea divisoria profunda y significativa entre "el antes" y "el después". Se trata de eventos que se presentan como cambios catastróficos, que implican un duelo, una recomposición y una nueva disposición. Una metáfora extraída de la física podría ser la del salto de órbita. La mayoría de las veces son hechos traumáticos e imprevistos, como una muerte, un accidente, una enfermedad grave que echan totalmente por tierra las disposiciones anteriores y la escala habitual de valores (Guignard, 2000). Sigue un período de profundo dolor por la pérdida de la disposición anterior, seguida de una fase de recomposición y adquisición de una nueva Gestalt a menudo dolorosa, cuando las cosas funcionan. Cuando no funcionan, se pone en marcha toda una serie de vías de escape, incluso extremas: desde el suicidio hasta las enfermedades y actos de diferente naturaleza. Una particular declinación de estas situaciones ha sido muy bien descrita por autores argentinos, a propósito de los análisis en situaciones extremas, como por ejemplo durante dictaduras militares (Puget, Wender, 1987). Pero, más comúnmente, es lo que sucede en ocasión de duelos graves, o a los padres de niños con enfermeda164

des graves, agudas o crónicas. En muchos de estos casos la resignación no es simple porque hay, además, un sentimiento de culpa respecto de la propia salud o del hecho de estar todavía vivo, que complica los procesos de elaboración de las emociones activadas por el "cambio". A veces, se trata simplemente de hechos que incluso podrían ser considerados banales, como ocurre, por ejemplo, en el ya citado filme La guerra de los Rases, en el que una pareja que no sabe elaborar el alejamiento de sus dos hijos, que se han ido a la universidad, no puede acostumbrarse a la nueva situación y, después de algunos intentos de recomposición existencial, entra en una situación de conflicto sumamente violento -que, en realidad, tapa la imposibilidad del duelo- que llevará a la pareja a actos con el distintivo de la violencia caracteropática y de la destrucción, hasta llegar a la muerte de ambos. Es también lo que sucede, por ejemplo, en muchas parejas con la llegada de un hijo gravemente discapacitado, donde no es poco frecuente que el más débil abandone el territorio (y el sufrimiento que le ha causado) para iniciar otra relación más gratificante. La irrupción de una enfermedad grave hace precipitar todo el sistema de seguridades precedentes y quita valor a los investimientos que antes eran significativos mientras deben hacerse nuevos investimientos. Resurgen antiguas heridas narcisistas, vivencias de injusticia, sentimientos de culpa y de dolor por el otro. No es fácil elaborar todo esto, y hay situaciones en que es sano que esta elaboración no se logre hasta el final, como nos lo prueban los duelos de Freud por su hija Sophia y por el nietito, y como también, desgraciadamente, muchos ejemplos de la vida diaria. El sentimiento de culpa tiene que ver tanto con "lo no hecho" como con darse cuenta de no ser capaces de proteger a la persona querida de los golpes que el destino puede infligirle. Entendiendo por destino esa suma de casualidades que terminan guiando la vida en una dirección o en otra, independientemente de las posibilidades de autodeterminación del individuo. 165

La dificultad del duelo está bien representada en una novela breve de Dino Buzzati, El gran retrato, en que un científico, el profesor Endriade, al no poder resignarse ante la pérdida de la persona amada, construye una enor~e máquina que reproduce sus características. Una especl~ de representación de la "no cosa" de Bion, cuan.do esta impedido el acceso a la elaboración de la ausencia. Una temática relativa a la dificultad del duelo la reencontramos en el reciente filme de Nanni Moretti, La habitación del hijo, donde se narra la vivencia humana y ~~otiva de un psicoanalista que pierde trágicamente un hijo y, encontrándose ante la imposibilidad de seguir trabajando con sus pacientes, les comunica la suspensión -no se sabe si temporal o definitivade su actividad laboral. Cito estos ejemplos, pero podrían ser infinitas las variaciones sobre el tema que podemos descubrir en cada forma de expresión artística.

x. Psicoanálisis y narración En la primera sesión de análisis, un paciente trae muchos tinteros; cada uno de ellos corresponde a un tema por desarrollar. Algunos de estos tinteros ya están listos para su uso; algunos tienen la tinta demasiado "seca" y necesitarían un diluyente provisto por el analista; otros sólo tienen residuos de tinta o están vacíos; con éstos será más difícil poder escribir "historias perdidas". En buena medida el trabajo del analista consiste en esta cooperación narrativa por la cual, con el paciente, mojarará la "pluma narrativa" para desplegar en historias todo lo que está condensado, aglomerado, en el tintero (Ferro, 2000d). En realidad, las cosas son un poco más complicadas, ya que lo que he descrito corresponde a la situación ideal de un paciente idóneo para el análisis; en otras palabras, un paciente suficientemente fácil para el analista. Sucede a menudo que la tinta, en vez de ser traída en los tinteros, es salpicada sobre el analista, quien debe trabajar sobre esta "mojadura", con su pluma narrativa, para desplegarla en una historia que el paciente pueda asumir. Sucede también que el paciente no dispone de plumas, de papel, o que los tinteros donde debería estar la tinta son planos, bidimensionales, como en "Flatlandia". Entonces, hay todo un trabajo cuesta arriba sobre los tinteros, las plumas, el papel, antes de poder dar inicio al trabajo más clásico de escritura (Arrigoni, Barbieri, 1998). Pero sobre estos aspectos volveré más adelante. Ahora, quisiera destacar que una particularidad de todo análisis es "la elección del género narrativo". Éste lo elige el analista según el modelo teórico empleado: una reconstrucción de la infancia y de la novela familiar, un re-

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