Antigua Alianza, y Nueva Alianza

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Antigua Alianza, y Nueva Alianza Alejandro Von Rechnitz II Parte 8. Antigua Alianza, y Nueva Alianza La Alianza no era un contrato legal, de tipo jurídico, que pudiera rescindirse; si ése hubiera sido su sentido, todo el libro de Oseas sería totalmente inútil. La Alianza era una relación viva, una situación concreta, en cuyo interior había vida, desarrollo y creación, como en la relación entre dos personas. Sólo en ese sentido es que se puede hablar de una “nueva” Alianza. La antigua Alianza, es verdad, aparece en la Biblia como una alianza condicionada, como si se dijera: Dios nos ama mientras seamos buenos o para que seamos buenos. La “nueva” Alianza se manifiesta siempre como incondicional, como si se dijera: Dios no nos ama porque nosotros seamos buenos o para que nosotros seamos buenos, sino porque El es bueno, sino porque El es amor. Por eso, en el capítulo primero del Evangelio (la “buena noticia”) según San Juan (versículo 17), se dice: si Moisés nos trajo la Ley, Jesús nos ha traído la gracia, el regalo, el don. La antigua Alianza se mantenía siendo demasiado exterior. La “nueva” exigirá una adhesión interior sin reservas (ver Jer. 31, 31-34; Ez. 36, 25-28). La antigua Alianza era muy “nacional” o nacionalista; la “nueva” es absolutamente universal (ver Is. 54, 1.10; 55, 3-5; Mt. 28, 19; Apoc. 7,9). El Nuevo Testamento, la “nueva” Alianza, coloca a Jesús en el lugar que, en la mentalidad judía, debía ocupar la Ley (corazón de la Alianza). Por ejemplo, cuando Mateo hace decir a Jesús que en donde se reúnan dos o tres seguidores en su nombre, allí está El en medio de ellos (ver Mt. 18, 19-20) no quiere decir sino que Jesús es ahora lo que, antes de Jesús, era la Ley de Moisés, porque los rabinos decían que en donde dos o más pronunciaban juntos las palabras de la Ley de Moisés, la Shekinah (la sagrada presencia de Dios), estaba entre ellos. Que Jesús ocupa ahora el lugar que antiguamente ocupaba la Ley de Moisés es lo que quieren decir frases como “Yo soy la luz”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (ver Jn. 1, 14; 14, 6; 12, 46); todo lo que los rabinos decían acerca de la Ley de Moisés es puesto en estos versículos en boca de Jesús acerca de sí mismo. San Pablo llegará a decir, en esta misma línea, que si la Ley salvara o siguiera estando en vigencia Jesucristo sería totalmente inútil (ver toda la carta a los Gálatas). Los Evangelios y las cartas de san Pablo quieren revelarnos que Jesús no quería enseñar una moral, ni siquiera si esa moral era la de la Ley, sino el valor de la misericordia, el valor

del amor incondicional de Dios. Pero ya en el Antiguo Testamento se cuestionaba el valor, para Dios, de la Ley o de la Alianza pactada con Israel; eso es lo que aparece en el fondo del libro de Jonás. En ese libro se cuestiona, de hecho, al dios que juzga, al dios que acaba manteniendo, contra la misericordia, la ortodoxia, en nombre del Dios que se siente padre de todos, en nombre del Dios que no cree en que la salvación es para “los suyos” o para los que respeten institucionalmente su Ley o su revelación. El Dios que aparece en el libro de Jonás es el Dios de quienes no tienen sino a Dios para apoyarse, para salvarse, de los que no tienen sino la misericordia de Dios como derecho para entrar en el Reino de Dios que, al fin y al cabo, es el Reino del amor incondicional. El Nuevo Testamento, la “nueva” Alianza, dice: La Ley sí, pero la Ley solamente tal como la entendió Jesús. La Ley sí, pero nunca por encima o en contra del hombre, que es quien, por la encarnación, tiene valor infinito. La Ley sí, pero sólo aquella que queda resumida en el amor y plenificada por él (ver Ro. 13, 9-10).

9. La Alianza como yugo o carga Nosotros los cristianos nos hemos acostumbrado a considerar la Ley, o los mandamientos, el contenido legal de la Alianza, como una carga dura, como un peso oneroso. Nunca fue ésa la mentalidad judía al respecto. Las palabras de la Ley, su contenido, fueron siempre consideradas como un honor, como un gran privilegio, concedido al pueblo de Israel, como su mayor honra. Podemos constatar estas afirmaciones leyendo el Talmud. Por ejemplo: “Con cuatro cosas se comparan las palabras de la Ley. Con el agua, con el vino, con el aceite y con la leche. Con agua pues da vida al mundo, viste la desnudez del mar y viene en gotas que se vuelven corrientes. Como agua va a las partes bajas y abandona las alturas. Es causa de frescura y alegría. Da vida al sediento, lava al impuro, refrigera al encendido. Como vino, porque envejece en la vasija y cuanto más viejo es mejor. Porque es causa de regocijo al hombre y da alegría al mundo. Como miel, porque endulza a los niños y da salud a los enfermos. Como el aceite, porque es medicina y da vida. Leche con miel y con vino es la mejor figura de la Ley” (ver Cant. R. 1, 2 ss.). “¿Con qué pueden compararse las palabras de la Ley? Las palabras de la Ley pueden compararse al fuego. Como el fuego vienen del cielo y como el fuego son perdurables. Si un hombre se acerca mucha a ellas se quema, y si se aleja se hiela. Si son instrumento

para su trabajo, salvan al hombre. Si se sirve de ellas como medio de ruina, lo pierden. El fuego deja la marca en todos los que lo usan. Eso mismo hace la Ley. Cada hombre dedicado al estudio de la Ley lleva impreso el sello de su fuego en sus hechos y en sus palabras” (ver Sifré Deut. Berakha, 343).

10. Los fiadores de la Alianza Es el pueblo entero de Israel el que se considera fiador de la Alianza con Dios, y así lo leemos en este relato del Talmud: “Los israelitas querían encargarse de la Ley, pero Dios exigió de ellos un fiador, para tener la seguridad de que siempre la cuidarían. --Nuestros piadosos padres, Abraham, Isaac y Jacob son nuestros fiadores, dijo el pueblo. --No puedo aceptar tales fiadores -respondió el Señor, pues hace mucho que han muerto. --Toma a los profetas como responsables. --Aún no han nacido --se negó Dios.

--Toma, entonces, a nuestro hijos. Alegróse el Señor y dijo: --Sea bien venida esa fianza. Que vuestros hijos estudien mi Ley y la transmitan a los hijos de sus hijos. Así mi enseñanza nunca caerá en el olvido.” 11. ¿Por qué fueron los judíos los elegidos para esa Alianza-Ley? Porque sí. Porque Dios es rico para con los pobres, para con aquellos que no tienen sino a Dios como apoyo. Porque la elección, en su origen, no era mirada como un privilegio, sino como una responsabilidad, como el compromiso para un testimonio ante todos los demás pueblos de la Tierra. El Talmud expresa así la razón: “Cuando Moisés llegó a las alturas, los ángeles oficiantes le preguntaron al Santo --bendito sea--:Señor del universo, ¿qué hace aquí, entre nosotros, un hijo de mujer? Les contestó: Ha venido para recibir la Ley. Los ángeles insistieron: ¡Cómo! ¿Este tesoro tan apreciado, que ha permanecido oculto junto a Ti durante novecientas setenta y cuatro generaciones antes de la creación del mundo, ¿lo vas a conceder a seres de carne y sangre? ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él y el hijo del hombre para que lo cuides? Señor, Dios nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la Tierra. Has puesto tu gloria sobre los cielos. El Santo --bendito sea-- le ordenó a Moisés: Refútalos; pero Moisés alegó: temo que me consuman con el ardiente aliento de sus bocas. Entonces Él le dijo: Agárrate al trono de la gloria...y (Moisés) le habló: Señor del Universo, ¿qué hay escrito en la Ley que tú me diste?: Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la

Tierra de Egipto y (a continuación) les preguntó (a los ángeles): ¿habéis estado en Egipto? ¿habéis sufrido la esclavitud de Faraón?...¿por qué, pues, ha de ser vuestra la Ley? Acto seguido les preguntó: ¿No está escrito en ella:No tendrás otros dioses? ¿Acaso habéis vivido entre pueblos idólatras?--¿Y qué más hay escrito en ella? Acuérdate del sábado, para santificarlo. ¿Acaso hacéis trabajos, para que os sea necesario descanso?...¿Y no está también escrito: Honra a tu padre y a tu madre? ¿Tenéis padres y madres?...Inmediatamente dieron (la razón) al Santo --bendito sea--, pues está escrito: Señor, Dios nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la Tierra...”(ver Talmud, Shabbat 88b-89a).

12. ¿Cuál es la esencia de la Ley? Este punto fue siempre materia de discusión entre los rabinos y maestros de Israel. Oigamos cómo lo planteaban, según el Talmud, dos de los maestros más prestigiosos de Israel: “Un pagano se presentó a Shammay, y le dijo: Me convertiré al judaísmo si eres capaz de enseñarme toda Ley, la Ley entera, mientras pueda sostenerme sobre un solo pie. Shamay le rechazó con la regla de constructor que tenía en la mano. Cuando se presentó ante Hillel (con la misma pretensión), éste le contestó de la siguiente manera): “Lo que no quieres para ti, no lo quieras para tu prójimo”. Esto es toda la Ley, lo demás sólo es comentario” (ver talmud, Shabbat 31a). Jesús dirá, después, que la Ley entera se resume en amar a Dios y al prójimo (ver Mt. 22, 35-40). San Pablo dirá que el que ama al prójimo ya ha cumplido la Ley (Ro.13,8-10;Gál.5,14;Col. 3,14). Según Pablo podríamos decir que ya no hay más Ley que la de amar.

13. Las tablas de la Alianza-Ley. Las dos tablas de la Alianza no fueron, como muchas veces se las ha pintado, dos tablas distintas en las que, en una iban tres mandamientos (“los que tienen que ver con Dios”) y, en la otra, los otros siete (“los que tienen que ver con el prójimo). Cuando se hacía un contrato entre dos personas, se hacían tres copias exactas del mismo contrato, una para cada uno de los contratantes y la tercera quedaba cerrada y sellada en el templo del dios de los dos contratantes (en el arca de las alianzas). Cuando el pueblo de Israel sella su alianza o pacto con Yavé se hacen dos copias exactas del mismo pacto, una para que el pueblo la tuviera y la leyera, y la otra se depositó en el arca sagrada porque, en este caso, el segundo contratante es Dios y no hace falta una tercera copia para caso de estafa o falsificación del contrato. El dividir la Ley en dos tablas, una con tres mandamientos y la otra con siete, lo único que hace es permitirnos la separación entre el amor a Dios y el amor al prójimo, como si pudiéramos permanecer fieles y gratos a Dios mientras violamos los otros siete (los que

“tienen que ver con el prójimo”). Todos los diez mandatos han sido mandados por Dios y en ellos, todos, pensaban los israelitas, está contenida la Alianza con El. El que viole un mandato que se refiera expresamente al prójimo ha ofendido a Dios al ir contra la voluntad expresa de El y ha roto su Alianza.

14. El arca de la Alianza. El arca de cada tribu es el sitio, en esa época, un arca, un baúl, en donde se guardaban todos los pactos o alianzas que la tribu hubiera contratado con cualquiera de sus vecinos. De allí que el arca tomara ese nombre. En el Israel posterior, ese baúl, guardado en el templo, se convirtió en una especie de trono o pedestal para Dios. De hecho, se convirtió en un símbolo genial: Dios manifiesta su presencia allí en donde se guarda (se cumple) su palabra, las tablas de la Ley .

15. Leyes entregadas por Dios a Moisés. Con el hecho de hacer que Dios mismo escribiera con su dedo las tablas de la Ley se quiso decir algo profundamente teológico y sólo eso: que la Ley por la que se rige el pueblo de Israel procedía de Dios, que sólo Dios podía dar leyes a su pueblo. Esta idea estaba ya en el ambiente del mundo oriental. El código de Hammurabi (redactado hacia el año 1800 antes de Cristo) fue grabado en varios bloques de piedra destinados a los templos de las principales ciudades de Babilonia. En uno de esos bloques aparece el dios Shamash entregándole el código a Hammurabi. Como se ve, aparecen, ya allí, los elementos esenciales de la tradición bíblica: leyes procedentes de Dios, grabadas en piedra, entregadas a un legislador (que no es quien las ha hecho), destinadas a conservarse en un recinto sagrado.

16. El rito de la Alianza. Está descrito en Ex.24,4-8, y preparado por Ex.19,5-25 y 20,18-21. La acción ritual está evidentemente relacionada con los ritos semíticos de participación en una misma sangre, es decir, ritos de comunión en una misma vida: una sacramentalización de la unión en la vida, porque por el rito de ser bañados en la misma sangre (símbolo visible de la vida, en Israel) se ha producido la unión de las vidas. Por eso, la aspersión de la sangre del sacrificio se hace sobre el altar, que representa a Yavé, y sobre el pueblo congregado. Segunda Parte: Los MANDAMIENTOS.

17. Diez mandamientos. Los diez mandamientos no son llamados así ni una sola vez en todo el Antiguo Testamento. Unicamente se le da el nombre de “las diez palabras” (ver Ex.34,28;Dt.4,13;10,4). Los judíos de todo el Antiguo Testamento le dieron mucha más importancia siempre al encabezamiento que a las normas que, como consecuencia de ese encabezamiento, le seguían. Fijémonos en el encabezamiento: “Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de la esclavitud de Egipto”(ver Ex.20,2). Para los judíos ésa era la razón de todas las demás

normas. Porque Dios es el Dios que libera, y los demás dioses no liberan, por eso:no tendrás otros dioses, por eso no tal cosa o tal otra.

18. Esos diez mandatos y Moisés. Pensemos en Moisés, que había conocido muy bien la cultura del imperio egipcio, que conocía por experiencia el trabajo de los escribas en el imperio, que conocía lo que había sucedido con el monoteísmo intransigente de Amenofis IV (Akhenatón) y que había visto muchas veces las tumbas de los faraones con toda la formulación del “libro de los muertos” en sus paredes. En la formulación del decálogo pueden haber influido las protestaciones de inocencia que los difuntos egipcios se veían obligados a declarar delante del tribunal de Osiris; también pueden haber influido las preguntas que el sacerdote, encargado de exorcizar a los enfermos (en esa época todo el mundo creía que cada una de las enfermedades era una “posesión” de parte de malos espíritus), hacía en Asiria. Veamos algunos ejemplos. “No he cometido injusticia, no he cometido fraude, no he robado, no he sido codicioso, no he matado a nadie, no he rebajado la medida del trigo...,no he mentido” (Protestaciones ante Osiris). “¿Ha ofendido a algún dios o despreciado a alguna diosa? ¿Ha despreciado a su padre o a su madre, o tenido en poco a su hermana mayor? ¿Ha dicho “es” en lugar de “no es”? ¿Ha usado balanza falsa y no ha usado balanza justa? ¿Ha penetrado en la casa de su prójimo? ¿Se ha acercado demasiado a la mujer de su prójimo? ¿Ha derramado la sangre de su prójimo?” (Interrogatorio del sacerdote asirio a un enfermo). Se discute si el decálogo tiene origen claramente en la persona de Moisés o no. Los expertos han llegado a la conclusión de que, aunque lo que ahora tenemos por tal no hubiera sido creado íntegramente por Moisés mismo, procede de Moisés la esencia que luego originó a lo que ahora tenemos.

19. Decálogo y negatividad. La formulación negativa que tiene el decálogo procede de que era no sólo un texto religioso, sino, también, una legislación civil. No olvidemos nunca que la Ley de Dios era, para Israel, el único código civil de leyes por las que se regía la vida diaria del pueblo. El código civil legal se usa para juzgar y hacer justicia y, por ello, tiene que ver con los actos delictivos y, por lo tanto, es siempre, en una u otra forma, un conjunto de prohibiciones. El concepto de premios o castigos del decálogo era completamente lógico con el sentido de retribución solidaria entre padre, hijos y nietos, propio de la mentalidad tribal, que sólo tiene en cuenta la existencia personal como miembro de un cuerpo. Sólo con el profeta Ezequiel (18 y 33), y por motivos que nada tienen que ver con la idea de individualismo, se da el paso de la idea de pecado colectivo a la idea de pecado personal. Tal como la tenemos en la redacción que está en nuestras biblias, la lista de los diez

mandamientos es, claramente, una lista para ser recitada, de memoria, dentro de un acto de culto, por una persona particular, o por toda una asamblea del pueblo, con ocasión de alguna de las renovaciones de la Alianza. Se enumeran prácticas que Dios rechaza; es decir: quien dice creer en Yavé no adultera, no roba, no asesina, etc. En la Biblia aparecen dos tipos de decálogo. Un decálogo ritual (ver Ex.34,10-26) y un decálogo moral (ver Ex.20,1-17 o Dt.5,6-21). Es evidente que el decálogo moral tuvo mucha más importancia popular que el ritual, lo cual es indicio de que los predicadores de la época daban prioridad a lo social por sobre los ritos cultuales.

20. Los mandamientos. Por lo que señalamos antes, el decálogo no fue primordialmente mandato sino evangelio (Buena Noticia) ,fue más revelación que moral. El texto bíblico no insiste en hablar de un Dios que pretende aplastar con su poder, sino de un Dios que se vale de todo su poder para liberar, como salvador, a Israel. El dios de los mandamientos no es cualquier dios. Dios es el Dios que se revela liberando al pueblo de la servidumbre que le había impuesto Egipto y, para eso, Dios se muestra más poderoso que el más poderoso de los imperios de la época. El decálogo es el texto concreto de la Alianza de Yavé con su pueblo. A toda obligación del pueblo precede una autoobligación de Dios para con su pueblo desde con cada uno de los grandes padres del pueblo (ver Dt.4,31;9,12). El decálogo empieza con “Yo soy Yavé, tu Dios, que te saqué de la esclavitud de Egipto” (ver Dt.5,6). La mutilación de algo tan fundamental como esta afirmación, transforma al decálogo, de una luminosa y orientadora manifestación de Dios, en cuanto liberador y salvador, en la revelación de una divinidad que manda y prohibe, que se presenta, con todo su poder, para imponer leyes y límites a los hombres, que amenaza y se venga contra quien se atreva a transgredirlos. Ese prólogo positivo del decálogo presentaba, más bien, a Dios como el futuro mismo, en persona, de Israel. “No tendrás otros dioses aparte de mí”. No se refería, exclusivamente, este mandato a que no se fuera a venerar a otros dioses en los santuarios, sino a que Dios nos quiere enteros para El, a que El no admite la división del corazón, del tiempo, o del espacio en lo que es enteramente suyo (ver Jer.24,7;Dt.6,5). En el Evangelio según San Mateo (6,24), en que se quiere presentar a Jesús como un nuevo Moisés, superior a Moisés, se vuelve a presentar este mandamiento, aunque con una formulación adaptada al pueblo del Nuevo Testamento. Allí se dice que “Nadie puede servir a dos señores...No pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. En nuestro corazón: ¡Yavé solo! Dios no quiere compartir nuestro corazón con nadie. “No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo soy Yavé, tu Dios, un Dios celoso, que castiga la maldad de los padres en los hijos, en los nietos y en los bisnietos, si ellos me ofenden; y tengo misericordia a lo

largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos” (ver Dt.5,8-10). Dios es “trascendente”, irrepresentable, inmanipulable. Toda imagen material es estática, adherida a un lugar, manipulable, con lo que, en cierto modo, “encierran” o limitan lo divino, para mantenerlo aprisionado. Y Dios no se deja asir, manejar o manipular por nadie. Porque, además, en ello existe otro peligro: que el pueblo sencillo pueda creer que manipulando la imagen manipula a Dios. En sus relaciones con Dios, Israel no debe atenerse a una imagen, como los pueblos paganos, sino sólo a la palabra de Yavé (ver Dt.4,9-20). El espíritu de la prohibición de las imágenes nos lleva a no forjarnos “imágenes de Dios” fijas o fijadas. Todas nuestras expresiones teológicas no son sino aspectos del único, pleno, inaprehensible, e imposible de encerrar en fórmulas: Dios. El cristianismo permitió las imágenes religiosas a partir del hecho histórico de que el Dios invisible tomó forma visible y humana en Jesús de Nazaret y con la advertencia expresa de que todo el culto dedicado a una imagen lo es, más bien, a la persona representada en ella. “No pronunciarás indebidamente el nombre de Yavé, tu Dios” (Dt.5,11). En la mentalidad judía, el nombre contiene la esencia del ser nombrado. Si se conocía el nombre de un dios se podía influir sobre él al pronunciar ese nombre. En este mandamiento se incluye, pues, la prohibición de usar el nombre de Dios para fórmulas mágicas. El que manipula el nombre de Dios cree poder manipularlo a El, y Dios no se deja manipular de ninguna manera, ni en imagen ni por evocación. Los profetas protestarán, en nombre de Dios, contra los que crean poder “domesticar” a Dios en el lenguaje que habla sobre El. “Observa el día sábado y santifícalo, como Yavé, tu Dios, te lo ha ordenado. Durante seis días trabajarás y realizarás todas tus tareas. Pero el séptimo es día de descanso en honor de Yavé, tu Dios. En él no harán ningún trabajo ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún otro de tus animales, ni tampoco el extranjero que vive en tus ciudades; así podrán descansar tu esclavo y tu esclava como lo haces tú. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que Yavé, tu Dios, te hizo salir de allí con el poder de su mano y la fuerza de su brazo. Por eso, Yavé, tu Dios, te manda observar el día sábado” (ver Dt.5,12-15). Comencemos por fijarnos en que la forma de observar el sábado, tal como se prescribe, se reduce a descansar. No se trata de introducir un tiempo para Yavé, para uso de El, sino de un tiempo para Yavé en cuanto liberador del pueblo de Dios. Por ello el día sábado hay que poner en libertad a hombres y animales, emancipándolos de la atadura de todo trabajo servil. Todo hombre, en Israel, según este mandamiento, debe recordar, por lo menos una vez por semana, que ha sido hecho para la libertad. Lo último que podía estar en la mente del legislador, en un mandamiento así, es que el mismo sábado se convirtiera en una atadura más, en otra esclavitud para el israelita. Según el Evangelio, la última de todas las ataduras, la muerte, ha sido rota con la resurrección de Cristo, por eso los cristianos celebrarán los domingos, día de la resurrección de Jesucristo, la definitiva liberación del hombre, la liberación que Cristo ha llevado a cabo.

“Honra a tu padre y a tu madre, como Yavé, tu Dios, te lo ha mandado, para que tengas una vida larga y seas feliz en la tierra que Yavé, tu Dios, te dará.” (ver Dt.5,16). El mandamiento, tal y como está, manda honrar, no “amar”. En hebreo, honrar significa “tener en cuenta”, “reconocer”, es decir: expresarse en gestos y ademanes que signifiquen respeto. Desde luego, el respeto es lo menos, no lo más, que el mandamiento quiere garantizar a los padres por parte de los hijos. Además, en una civilización en la que toda la cultura pasaba de padres a hijos y, muchas veces, oralmente, este mandamiento aseguraba la transmisión de las tradiciones religiosas y los conceptos esenciales de la Alianza del pueblo con su Dios.

“No matarás”(ver Dt.5,17). El término, la palabra que se usa, hebreo del original no dice “matar”, sino la palabra que corresponde, más bien, a “asesinar”. La palabra hebrea que aparece en el original se usa exclusivamente para significar la muerte privada de un hombre por otro hombre privado, sea esa muerte premeditada y planificada o por irreflexión y espontaneidad total. El mandamiento viene a declarar que quien, en cuanto individuo y en su propio nombre, derrama la sangre de otro, atenta contra la dignidad “divina” del prójimo. Para los profetas, cualquier tipo de expoliación económica y toda opresión jurídica o social equivale e implica derramamiento de sangre (ver Os.4,2;Is.1,15-17;Miq.3,10). Para los profetas es lo mismo “chupar la sangre “ a un prójimo que derramar su sangre. Y así, para ellos, pertenece al sentido de “asesinar” cualquier proceder contrario al prójimo que lo convierta en instrumento, de tal manera que pueda ser utilizado en beneficio del explotador. Jesús, en la misma línea profética, dirá que en el mandamiento de “no asesinarás” el cristiano tiene que incluir toda cólera, insultos e injurias al prójimo (ver Mt.5,21-22).

“No cometerás adulterio” (ver Dt.5,18). La preocupación que determina al legislador para imponer este mandamiento es la de mantener la claridad acerca de los hijos y las relaciones hereditarias, no, primordialmente, lo sexual implicado en la fornicación. Recordemos que adulterar, tener relaciones genitales con la mujer “ajena” era, en la antigüedad, una forma de estafar al prójimo, porque tanto la esposa, como los hijos que se tuvieran con ella, eran considerados parte de sus propiedades. Así, el adulterio no era visto como un pecado “sexual”, sino como un pecado social y económico. La fornicación de un varón, como tal, era tan poco importante en la mentalidad antigua de los judíos que las relaciones genitales de un varón con prostitutas eran recriminadas como un acto de imprudencia, y la masturbación no aparece mencionada de ninguna manera en todo el Antiguo Testamento.

“No hurtarás” (ver Dt.5,19). En hebreo, el verbo empleado para enunciar este mandamiento es mucho más amplio que nuestro término “robar”. En hebreo, el verbo incluye los sentidos de “secuestrar”, “robar-

hurtar”, “engañar”. La intención primera del legislador judío era excluir de entre el pueblo judío la práctica del secuestro. Se trataba, desde luego, del secuestro de una persona para venderla como esclava de otra. Así, el mandamiento tenía, como objetivo primero, la libertad de un ser humano y, como objetivo conexo, el respeto a las propiedades del prójimo (la esposa y los hijos que pudieran ser víctimas de estos crímenes),ver Ex.21,16 y Dt.24,7. La acumulación de tierras, en manos de un geófago latifundista, es parte de lo prohibido en este mandamiento , en un tiempo en el que se tiene a Dios como el único dueño legítimo de toda la tierra de Israel (ver Lev.25,8-17;23-55; Am.8,5; Is.5,8). Podríamos, muy bien, traducir el sentido original de este mandato diciendo: “No reducirás a tu prójimo a objeto, ni lo desnaturalizarás a simple instrumento de tu obsesión por poseer”. “No darás falso testimonio contra tu prójimo” (ver Dt.5,20). Como no se contaba con posibilidades científicas o tecnológicas de investigación, el testimonio de dos testigos resultaba definitivo y determinante, sobre todo en los casos de condena a muerte o para la honra y propiedades del acusado. La veracidad, como fondo de este mandamiento, está enteramente enfocada a tener en cuenta al prójimo (su vida, honra, o propiedades). No se trata , prioritariamente, de la veracidad en el orden privado, sino de la veracidad en los juicios públicos. El espíritu de este mandamiento incluye la prohibición de la calumnia y de cualquier atentado contra la honra ajena. No olvidemos, eso sí, que sólo cuando el otro tiene derecho a saber lo que pregunta, tenemos nosotros la obligación de responder. “No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni su campo, ni su esclavo o esclava, ni su buey o su asno, ni nada que sea de su propiedad” (ver Dt.5,21). Como ya expliqué antes, la mujer era considerada, en esa época, una de las propiedades del prójimo, a la altura, como podemos ver por el mandato, de la casa, la tierra, los esclavos o los animales. La fornicación con la esposa de otro era, claramente vista, como una estafa o robo al prójimo, como un pecado social o económico, pero no “sexual”. Lo que se recrimina en este mandamiento es tener pensamientos que vayan en la línea de robar algo al prójimo. Jesús dirá, en Mt.5,28, que quien mira a una mujer deseándola, ya cometió con ella el adulterio-robo que se prohibe por este mandato. En el fondo de este mandamiento se incluye la obsesión por poseer bienes que vayan más allá de la satisfacción de las necesidades reales.

Enero 15, 2009 por Gabriel Sandino | Noticia leida 728 veces

Desde aproximadamente el año 2000 antes de Cristo, allí ha habido:

1- Abraham y sus descendientes entre los Cananeos (¿De dónde salen los judíos y los árabes?) 1.900 a.C.: el culto religioso de los Cananeos, pueblo del que falsamente (en su deseo de dar pruebas de sus derechos sobre la tierra de Israel) quieren hacerse hoy descendientes algunos árabes musulmanes que se hacen llamar desde hace pocas décadas “Palestinos”, era quemar a sus hijos pequeños vivos dentro de una estatua de bronce al rojo vivo llamada “dios Molok” según nos relata la Biblia y los descubrimientos arqueológicos. 2- El éxodo y el asentamiento en la tierra (La primera fundación del estado de Israel) Hacia 1.300 a.C.: Tras unos 400 años de esclavitud en Egipto, los Israelitas vuelven a la tierra prometida por Dios a Israel, produciéndose la invasión de Canaan y el exterminio de las culturas paganas cananeas: según los arqueólogos modernos, de las más perversas de su época y que nada tienen que ver con los árabes o los musulmanes, No hay en este periodo ningún reino o cosa parecida llamado “Palestina”.

3- El exilio del pueblo Judío 70 d.C.-132 d.C.: En el año 70 d.C. el general romano Tito, conforme a las profecías del judío Jesús en Mateo 24 y ss. en la guerra contra los independentistas judíos, destruye Jerusalén y el templo santo. Hay cientos de miles de muertos judíos por defender su independencia frente a Roma. Después el emperador Adriano ,tras una nueva revuelta independentista en 132 d.C. expulsa a los judíos de Jerusalén, edifica un templo pagano sobre las ruinas del templo santo, y despectiva y burlonamente comienza a llamar a la tierra de Israel con el nombre de los enemigos bíblicos de los judíos: Palestina (por los Filisteos). Pese a esto, nunca dejó de haber presencia judía en la tierra de Israel. No hay en esta época ningún país o reino “árabe palestino”. 4- Dominio Bizantino (313-636 d.C.): En este tiempo tras la división del imperio Romano por Constantino, el verdadero fundador de la institución que vendría a ser llamada más tarde Iglesia Católico-Romana (el estudio al respecto en el siglo IV), que se consumó en 395 d.C. tras su muerte, la tierra del pueblo de Israel será parte del imperio Bizantino. No hay ningún reino o estado palestino en esta tierra en esta época. 5- Dominio musulmán (636-1099 d.C.): En esta época, con la aparición de la nueva religión predicada por Mahoma, los invasores musulmanes toman la tierra aprovechándose de la debilidad y decadencia del imperio Bizantino. Dejan entrar otra vez a los judíos que vivían desde siempre en la tierra de Israel en Jerusalén. Tras algunos siglos en los que

el centro espiritual del judaísmo se había establecido en Persia y Babilonia, donde residía el Exiliarca o jefe espiritual de los judíos en el exilio y los dos “Gaones” (jefes espirituales de las academias de Sura y Pumbedita). Durante los siglos VII y VIII este centro espiritual comenzó a desplazarse hacia tierra de Israel, donde florecieron las llamadas academias Tiberienses en la zona de Tiberiades (vemos una vez más que nunca ha dejado de haber presencia judía, y por cierto numerosa, en la tierra ancestral de Israel).En esta época la comunidad judía en Israel sufre un constante y creciente aumento, siendo numerosos los judíos procedentes de Sefarad (España) que emigran a Israel (varios siglos antes de la expulsión de los Reyes católicos). Hay que decir que en esta época la población mayoritaria en Israel era la cristiana y tras ella la judía. El Gaonato de Jerusalén, que durante unos siglos había vuelto a dirigir el judaísmo desde la cuidad de David, pierde también su posición preponderante en el siglo XI y desaparecerá totalmente tras la llegada de los salvajes cruzados. Ningún árabe en esta época se hace llamar “palestino” ni pretende establecer un reino o país con este nombre. 6- Los cruzados (1099-1291 d.C.): Época negra para los judíos, cristianos orientales y musulmanes, que son masacrados a cientos de miles por los católico-romanos cruzados que fueron a Israel enviados por el papa Urbano II en nombre de un falso “cristo” romano al blasfemo grito de “Dios lo quiere”Muchos judíos, en un principio, fueron asesinados o llevados como esclavos a Europa, pero después los cruzados comprendieron que necesitaban de las granjas agrícolas judías para su sustento y aprovisionamiento, por lo que muchos judíos consiguieron huir desde las peligrosas ciudades conquistadas por los cruzados y refugiarse en los campos. Después, a lo largo del siglo XII, la actitud de los cruzados se hizo algo más benevolente hacia los judíos permitiendo a éstos volver de los campos de las tierras de Israel a establecerse en ciudades como Ascalón, Cesarea, Tiro, Acre, etc. El conquistador Godofredo de Bouillon que conquistó Jerusalén con un auténtico baño de sangre impidió después, y durante largo tiempo, la entrada de judíos y musulmanes a la Ciudad Santa. No hay tampoco en esta época un estado palestino. 7- Dominio mameluco (1291-1516 d.C.): Tras la invasión de los musulmanes Mamelucos, la Tierra pasó a ser una retrasada provincia gobernada desde Damasco. Hacia fines de la Edad Media la comunidad judía en la tierra de Israel estaba agobiada por la pobreza. No hay estado o nación llamada Palestina 8- Dominio Turco-otomano (1517-1917 d.C.): Al comienzo de la era otomana en el siglo XVI, aproximadamente 1.000 familias judías vivían en el país, en su mayoría en Jerusalén, Nablus (Shjem), Hebrón, Gaza, Safed (Tzfat) y las aldeas de la Galilea (Se hace necesario decir que no había muchos más árabes). La comunidad estaba integrada por descendientes de los judíos que nunca abandonaron la Tierra, así como por inmigrantes de Noráfrica y Europa (Expulsados por los reyes católicos, etc.). A lo largo de los siglos de dominación Turca, el número de judíos en Israel es cada vez más creciente, especialmente llegados huyendo de los pogromos antisemitas de la Rusia zarista y otras zonas de Europa. Estos judíos comenzaron a comprar tierras y pusieron en marcha prósperas explotaciones agrícolas. Mientras tanto en estos años el movimiento sionista en Europa sueña con establecer un estado judío en las tierras del rey David. Este dominio acaba con la primera guerra mundial (los turcos fueron aliados de los alemanes). No hay estado palestino o árabe tampoco en esta época.

9- Dominio británico (1918-1948 d.C.): Tras la primera guerra mundial, con la derrota de los Turcos aliados de Alemania, en julio de 1922, la Liga de las Naciones encomendó a Gran Bretaña el Mandato sobre Palestina (el nombre con el que se conocía entonces la región que comprendía la actual Jordania y la Transjordania o actual Israel y “los territorios ocupados”). La provincia de Palestina pasa a ser parte del imperio británico. Más tarde, reconociendo “la histórica conexión del pueblo judío con Palestina”, Gran Bretaña fue llamada a facilitar el establecimiento de un hogar nacional judío en Palestina-Eretz Israel (Tierra de Israel). Dos meses más tarde, en septiembre de 1922, el Consejo de la Liga de las Naciones y Gran Bretaña resolvieron que las disposiciones para el establecimiento de un hogar nacional judío no regirían en el área al este del Río Jordán (futuro Reino de Jordania, hasta entonces inexistente: un invento occidental), que constituía tres cuartas partes del territorio incluido en el Mandato y que eventualmente se convirtió en el Reino Hashemita de Jordania (una invención inglesa). Tampoco hay en esta época ningún estado palestino o árabe. . 10- El Sionismo y el Holocausto: El Sionismo, al que los países árabes y pro árabes sujetos en muchos casos a la esclavitud del petróleo árabe-musulmán quieren hoy presentar como “racismo”, no es más que la reflexión que se desarrolla como consecuencia de las persecuciones y holocaustos milenarios por parte de las naciones gentiles contra los judíos (Egipcios con Moisés, Asirios, Babilonios, Imperio Romano, Iglesia católicoRomana en Europa en la Edad Media, los zares rusos y sus pogromos o matanzas de judíos en el siglo XIX, el incipiente nazismo, etc. etc.) y que plantea la necesidad de definir la identidad de los judíos en el mundo moderno y la necesidad de establecer a los judíos en su tierra ancestral de Eretz Israel. Comenzaron a cambiar por medio de duro trabajo y una inquebrantable fe la fisonomía de estas desoladas tierras y a hacerlas fértiles estableciendo los famosos Kibbutz o granjas autogestionadas.

11- LA FUNDACIÓN DEL MODERNO ESTADO DE ISRAEL Y LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA DE 1948. El Estado de Israel fue proclamado el 14 de mayo de 1948, de acuerdo con la legalidad internacional y el plan de partición de la ONU (1947) que dividía el protectorado inglés en Palestina -actuales Jordania e Israel- y no una inexistente nación o país de Palestina como se quiere hacer creer hoy en día, dando el 77% del territorio a los árabes (estableciendo el reino de Jordania que incluía los actuales territorios de la imaginaria “Palestina”) y el 23% para los judíos, y dejando Jerusalén como zona internacional. Los judíos aceptaron, pero los árabes no.

Menos de 24 horas más tarde, saltándose -ellos primero- la resolución de las naciones Unidas, los ejércitos regulares de Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak lo invadieron, forzando a Israel a defender la soberanía que había reconquistado en su patria histórica y

ancestral. En lo que pasó a ser conocido como la Guerra de la Independencia de Israel, las recientemente formadas y pobremente equipadas Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) rechazaron a los invasores en cruentos e intermitentes combates que se prolongaron por unos 15 meses, que demandaron más de 6.000 vidas (aproximadamente el uno por ciento del total de la población judía del país en ese momento). Israel no solo ganó la guerra, sino que demás extendió su territorio de 8.000 Km2 a 21.000 Km2 en una legítima guerra de autodefensa frente a los árabes invasores -del mismo modo en que se establecieron en siglos pasados las actuales naciones occidentalesLos refugiados árabes que salieron de sus casas engañados con la promesa de sus “libertadores” invasores de que pronto no quedaría ni un solo judío en Palestina, aún hoy continúan exiliados y hacinados y sin recibir ayuda humanitaria (pero si para sus fines terroristas) en sus campamentos de refugiados de sus riquísimas y poderosas naciones hermanas: Así nace el problema de los refugiados “palestinos”. A lo largo de estas primeras guerras muchos árabes engañados por las naciones hostiles a Israel decidieron salir de sus tierras hacia campos de refugiados en zonas vecinas, con la viciada esperanza de que los judíos iban a ser exterminados. Los árabes que se quedaron en Israel, hoy disfrutan de ciudadanía Israelí, de todos sus derechos como ciudadanos y viven en la única democracia que hay en esa parte del mundo. Es de justicia rechazar aquí, por no caer en un ciego maniqueísmo, los abusos y crímenes que aprovechándose de esta situación puedan haber cometido en el pasado o estar cometiendo en el presente el estado de Israel y la propia Autoridad Nacional Palestina y los grupos extremistas musulmanes con la población de los llamados “Territorios Ocupados” y las población de Israel y que no genera sino más odio, resentimiento, sufrimiento y dolor a ambas partes. Durante los primeros meses de 1949, se mantuvieron negociaciones directas, bajo el auspicio de la ONU, entre Israel y cada uno de los países invasores (excepto Irak, que se ha negado a negociar con Israel hasta la fecha); el resultado fue acuerdos de armisticio que reflejaron la situación al término de los combates. La planicie costera, la Galilea y todo el Néguev, quedaron bajo la soberanía de Israel, Judea y Samaria (la Margen Occidental) pasaron a dominio jordano, la Franja de Gaza bajo administración egipcia, y la ciudad de Jerusalén fue dividida, controlando Jordania la parte oriental, incluida la Ciudad Vieja, e Israel el sector occidental. Esto es, tampoco entonces existió una imaginaria nación de “Palestina” como quieren hacernos creer a los crédulos españoles. A ningún árabe se le llamaba “Palestino” entonces, y por el contrario los mismos árabes insultaban y se mofaban de los judíos llamándolos “palestinos”. 12- LA GUERRA DEL SINAÍ DE 1956.Después de la firma de una alianza militar tripartita entre Egipto, Siria y Jordania (octubre de 1956), la inminente amenaza a la existencia de Israel se intensificó: Egipto apostó 80.000 hombres armados en Sinaí, Siria 40.000 al norte de Israel, Jordania 40.000 al este, Arabia Saudita envió 20.000 soldados para ayudar a los Jordanos e Irak 5.000 para apoyar a los Sirios. La radio Egipcia comenzó a anunciar una “batalla tan grande donde los árabes tendrían un banquete en Israel” y un comandante Sirio que “acabarían en 4 días con Israel“. El líder egipcio Nasser anunció

que “cualquier batalla contra Israel sería total y con el objetivo de destruir totalmente a Israel“. Los radares Israelíes detectaron vuelo de bombarderos con destino a Israel. En el curso de una campaña de ocho días las Fuerzas de Defensa de Israel tomaron la Franja de Gaza y toda la península del Sinaí, deteniéndose a 16 km. al este del Canal de Suez. 13- LA GUERRA DE LOS SEIS DÍAS 1967Las esperanzas de alcanzar otra década de relativa tranquilidad pasaron a ser cada vez más remotas con la escalada de las incursiones de terroristas árabes a través de las fronteras de Egipto y de Jordania, los persistentes bombardeos de la artillería Siria contra asentamientos agrícolas en el norte de la Galilea, y el masivo equipamiento militar de los países árabes vecinos. Cuando Egipto nuevamente trasladó grandes cantidades de tropas al desierto del Sinaí (mayo de 1967), ordenó a las fuerzas de paz de la ONU (desplegadas desde 1957) retirarse de la zona, reimpuso el bloqueo a los Estrechos de Tirán y estableció una alianza militar con Jordania, Israel se encontró ante ejércitos árabes hostiles en todos los frentes. Dado que Egipto había violado los arreglos acordados después de la Campaña del Sinaí (1956), Israel apeló a su derecho inherente de defensa propia frente a la superioridad numérica y militar árabe lanzando (5 de junio de 1967) un ataque preventivo contra Egipto en el sur, seguido por un contraataque a Jordania en el este y la expulsión de las fuerzas sirias atrincheradas en las Alturas del Golán en el norte desde donde bombardeaban constantemente Galilea. Al término de seis días de combate, las líneas de cese de fuego anteriores fueron reemplazadas por otras nuevas, quedando bajo control israelí Judea, Samaria, Gaza, la península del Sinaí y las Alturas del Golán. Consecuentemente, los poblados del norte del país fueron liberados tras 19 años de constante bombardeo sirio; se aseguró el paso de embarcaciones israelíes por el Canal de Suez y los Estrechos de Tirán y Jerusalén, que había estado dividida entre Israel y Jordania desde 1949, fue reunificada bajo autoridad israelí. Israel pasó de tener 21.000 Km2 a poseer 67.000 Km2 de territorio.

14- LA GUERRA DEL YOM KIPUR 1973 Tres años de relativa calma en las fronteras fueron destrozados en Yom Kipur (Día de la Expiación), el más sagrado día del año judío, cuando Egipto y Siria lanzaron un sorpresivo y cobarde ataque coordinado contra Israel (6 de octubre de 1973), cruzando el ejército egipcio el Canal de Suez, y penetrando las tropas sirias en las Alturas del Golán. Durante las siguientes tres semanas, las Fuerzas de Defensa de Israel invirtieron el sentido de los combates y repelieron a los atacantes, cruzaron el Canal de Suez hacia territorio egipcio y avanzaron hasta 32 km. de la capital Siria, Damasco.

15- Tratado de paz con Egipto y devolución de la península del Sinaí. El ciclo de rechazos árabes a los llamados israelíes de paz fue roto con la visita del presidente de Egipto Anwar Sadat a Jerusalén (noviembre de 1977), seguida por negociaciones entre Israel y Egipto bajo los auspicios de Estados Unidos. Los Acuerdos de Camp David (septiembre de 1978), contenían un marco para una paz comprehensiva en el Medio Oriente, incluyendo una detallada propuesta para el autogobierno de los palestinos. El 26 de marzo de 1979, Israel y Egipto firmaron un tratado de paz en Washington D.C. poniendo término a 30 años de beligerancia entre ambos países. Israel hace frente a un enemigo especial: El Islam, que ha jurado literalmente (y en muchísimas ocasiones) “destruir Israel y echar a todos los judíos al mar“. No estamos hablando de una guerra normal o de un conflicto como tantos otros que desgraciadamente se dan en otras zonas “calientes” del globo, aquí no se trata de otra cosa que de una guerra de supervivencia donde el pueblo de Israel se juega el desaparecer para siempre de la faz de la tierra en un holocausto que dejaría el de Hitler en una mera anécdota. El Islam ve a los occidentales (no hay más que traducir un sermón cualquiera de una mezquita cualquiera en Europa) como gente débil, manipulable, sin moral ni principios, que “deja a sus hijas y mujeres vestir como ‘putas’” y cuyos hombres “se dejan dominar por las mujeres”, “cada día más afeminados”, “esclavos de la pornografía” y de la falta de moral, etc. Sin embargo, desgraciadamente, no hay un solo país musulmán o árabe democrático en el mundo. Las palabras democracia y derechos humanos son incompatibles con la cultura y el mensaje del Islam. No hay libertad religiosa en esos países, y mientras tanto, nosotros en nombre de una malentendida tolerancia (en realidad por necesidad de petróleo) les dejamos plantar mezquitas y centros islámicos desde donde se preparan atentados criminales en los nuestros. No hay derechos humanos, respeto por la mujer, libertades públicas, etc.

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9 respuestas a “PRUEBAS DE QUE NUNCA HA HABIDO EN LA HISTORIA UN ESTADO ÁRABE “PALESTINO” EN LA TIERRA DE ISRAEL” 1. JOSE VELEZ dice: Enero 16, 2009, 9:43 pm

QUE DIOS LO BENDIGA ES MUY IMPOTANTE LA INFORMACION QUE USTED A PUBLICADO LA HE COPIADO PARA LEERLA MAS DESPACIO. GRACIAS POR SU TIEMPO Y DEDICACION PARA ESTE INFORME ME VA A SER MUY UTIL 2. Juan dice: Enero 17, 2009, 7:03 pm

Me gusta su artículo, es digno de analizar, la crítica que le hago es que de pronto se vuelve unipolar y a veces mantiene un dejo religioso profético. Una apreciación a Barricada, la persona que se define como el quemón por favor no lo validen, la payasada que no tenga lugar en este espacio que se define serio, gracias. JIS 3. LENIN FISHER dice: Enero 18, 2009, 2:36 pm

Gabriel: Así que te basas en La Biblia. Ja, ja, ja. Pues tenés que recordar que el mítico Sansón fue el primer terrorista, según tu Biblia, porque hizo el primer atentado terrorista contra personas inocentes y nada más y nada menos que un templo. ¿Sansón, no era acaso hebreo, judío o israelita? Hey, no seas ingenuo, los estados-nación nacieron entre los siglos XVIII y XIX. Tenía razón Marx cuando dijo que la religión era el opio de los pueblos. 4. Gabriel Sandino dice: Enero 18, 2009, 5:25 pm

Según tu , yo uso la Biblia , pero los estudiados sabemos que la Biblia es una recopilación , de escritos de hombres que fueron testigos de hechos y pensamientos de otros hombres , algunos la interpretan a su manera . Pero la mayor parte de los datos que leíste tienen base histórica reciente. Cuando hablas de Sansón , creo que te estas refiriendo al de Hollywood , al de las películas de tu infancia. Se que eres marxista-leninista , y a lo peor , no lees la Biblia, ni como dato histórico. Pero si lo haces encontraras la historia del hombre real , pueda ser que magnificada un poco , pero un poco distante de tus fantasías. Dr. Fisher ,siempre he leído tus escritos , y aunque me parecen de un izquierdismo trasnochado , no te conocía tu faceta de burlón , la verdad no lo asocio a tu nivel de educación. Y me refiero al jajajaja y al señalamiento de Rafael Sandino y sus dificultades de escribir ; me imagino que durante la alfabetización , debiste haberte burlado a mas no poder.

Y solamente para tu información , conozco personalmente a Rafael y tiene un diploma universitario , con postgrado y maestría , pueda ser que no sea ducho con la mecanografía , pero inteligencia que si la tiene , porque aparte de sus meritos profesionales , es otro renegado. 5. Quemón dice: Enero 19, 2009, 9:29 am

A juan mi querido jhon! porque asi debes de entender mucho mejor bato! el dia que barricada me deje de publicar simp`lemente me lanzo mi último puero y me voy a otro lado a joder y a predicar la paz y la musica para poder vivir tu tolerancia mediatica no te permite ver o aceptar que yo tambien tengo derecho a expresarme a como lo haces vos a como lo hacen rafael , gabriel, lenin, y otros simpaticos pero vos me queres sensurar y eso no se vale mejor lanzate un pero payaso barato porque sos mas payaso vos que yo quererme sensurar vos crees que estamos en el tiempo del somozato pendejo! es mas la estoy cagan… mejor me lanzo mi puro para volver a equilibrarme y aceptar los pareceres de todos los que transitan por esta ruta! A gabriel le digo que voy a seguir por aca hasta que me corten los brotheres de barrikucha prix. 6. Gabriel Sandino dice: Enero 19, 2009, 3:23 pm

Al staff de barricada: Su política del sitio considero que es buena , a como la explicación que nos dieron en el articulo “porque barricada censura”. Pero una cosa es la libertad de expresión , y otra es el libertinaje , considero que todo tiene su limite , a veces hay ofensas y disputas agrias entre los blogueros. Pero cuando ese limite se traspasa , y se llega hasta la utilización de obscenidades , no solamente se transgrede la política del blog , sino tambien , las mas elementales normas de educación y de sociabilidad. Espero puedan indicar , a los que incurren o incurrimos en estas fallas , de las reglas , que para efecto tiene el blog. Mis mas sinceros aprecios y con el proposito de ayudar a la imagen del blog. Gabriel Sandino. 7. Quemón dice: Enero 20, 2009, 8:17 am

No seas sapo gaby que barrikada no te va a premiar! aguanta! y ya y sino te mando al negron! 8. Omer dice: Febrero 6, 2009, 2:12 pm

Shalom, Yah les guarde y les prospere.

Efectivamente, nunca hubo un estado Palestino Árabe, sino solo Palestina que fue el nombre dado por los Romanos a un conjunto de ciudades estados que en su mayoría estaba dominadas por Judios, samaritanos y griegos (Siria y el Libano). La ciudes más desarrolladas eran Damasco y Judea o Jerusalem. Los felicito por estas aclaraciones y como Judio les invito a conocer más de la cultura Israelita que sean Cristianos o no, pues esta ha tenido una gran influencia sobre las leyes del occidente y sobre nuestra manera de vivir. Les reitero mi gratitud y felicitaciones. Les invito a que apoyen la Restauración del menoráh (candelabro de 7 brazos) destruido en managua por los protestantes musulmanes. Shalom Alekem 9. aguire dice: Abril 9, 2009, 4:04 pm

Sobre el aunto de los pueblos que habitan israel hay hoy muchas dudas.Puede que los palestinos nunca hayan tenido un estado como puede que los israelies actuales no sean descendientes de los judios biblicos.Nunca hubo un exilio maxivo de judios de israel, no hay un solo trabajo academico o documentos antiguos que lo mencionen. Esto es distinto a la prohibicion de los romanos a los judios de vivir EXPECIFICAMENTE EN Jerusan. Los judios jamas fueron exiliados de palestina, por la sencilla razon de que los romanos no expulsaron a ningun pueblo a las orillas del mediterraneo y aunque quisieran hacerlo es dificil imaginar a una gente que sea definido siempre practica como los romanos movilizando recursos para exiliar a un solo pueblo.Deberia haber alguna mension romana a este hecho ya que habria requerido tanto personal como la guerra de las galias o una campaña de gran magnitud para el imperio, de hacerse en esa epoca hubiera sido un hito.Luego esta el hecho de que por los comentarios de romanos como plinio, josefo o el mismo seneca, el judaismo fue la primera religion proselitista. Se expandio por el norte de africa hasta convertir a los bereberes y llevarlo a españa. Llego a yemen,convirtio al reino kazaro a orillas del mar negro. Estos origines distintos de los judios no eran ignorados ni siquiera por los padres de israel como David ben Gurion que llegaron a mencionar (¡HORROR¡) QUE LOS AUTENTICOS DESCENDINTES DE LOS JUDIOS SERIAN LOS ACTUALES PALESTINOS. Es interesante que el movimiento sionista se inicie en el siglo XIX a la par con el nacionalismo en los demas paises europeos. Inclusive algunos rabinos llegan a afirmar que el estado de israel fue un error ya que la tierra prometida solo podia ser entregado por el mesias. Y sobre la afirmacion de que el estado de israel es plenamente democratico mi opinion es que es un oximoron. El estado israeli afirma que para ser ciudadano se necesita ser judio,o sea hijo de madre judia, de modo que aproximedemente un

cuarto de su poblacion que no es judia(o tal vez descendiente de conversos al judaismo) no son ciudadanos.

Israel, el pueblo de dios – no se a cual se refiere – sigue masacrando impunemente con la venia gringa! Publicado el Julio 24, 2009 por despabilar

Israel comete sus crímenes con la aprobación de EE.UU. Sheila Samples Information Clearing House Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens 23/07/09 Si no dejas de excusar, terminas por aprobar el campo de esclavos, la fuerza cobarde, los verdugos organizados, el cinismo de grandes monstruos políticos; terminas por entregar a tus hermanos – Albert Camus No hay tema más restringido ni más controlado en EE.UU. que una discusión crítica de Israel. Se ignora una discusión equilibrada y cada palabra es analizada, y condenada. Es extraño que se nos permita despotricar a gusto y señalar los crímenes de guerra de nuestro propio gobierno – de todos los demás gobiernos en todo el mundo – pero no los de Israel. Los pocos que se atreven a cuestionar el daño que ha causado Israel en todo Oriente Próximo durante décadas son inmediatamente etiquetados de “antisemitas” y corren peligro de perder sus amigos, sus puestos de trabajo, sus reputaciones y, si persisten, su país – porque EE.UU. tiene tolerancia cero para los que reconocen la brutalidad de Israel. ¿A qué se debe esto? ¿No hablamos precisamente de crímenes contra la humanidad, no importa quién los cometa? Por ejemplo, si se recluye a un millón y medio de seres humanos como animales enjaulados, sin alimento, electricidad, atención sanitaria, agua potable, y luego se les extermina como si fueran otros tantos insectos – despedazados, calcinados con armas ilegales prohibidas por las Convenciones de Ginebra – ¿no se trata de un crimen contra la humanidad? ¿No son humanos los hombres, mujeres y niños atrapados tras los muros de Gaza sin tener hacia dónde escapar – sin escape? Mátenlos a todos Si habéis estado escuchando a la dirigencia israelí durante los últimos 60 años, los últimos 10 años – el último año – sabéis perfectamente que los palestinos son muchas cosas, pero no humanos. En 1982, el antiguo líder del Likud y primer ministro Menahim Begin dijo que los palestinos “son bestias que caminan con dos piernas.” El año pasado, el jefe de Estado Mayor del ejército israelí, Raphael Eitan se regodeó al decir: “Cuando hayamos colonizado la tierra, todo lo que podrán hacer al respecto los árabes será andar correteando por ahí

como cucarachas drogadas en una botella.” Y, en 1988, Yitzhak Shamir, miembro del Likud elegido dos veces primer ministro, dijo a los colonos que se apoderaban de tierra palestina: “Los palestinos serán aplastados como saltamontes… sus cabezas aplastadas contra las rocas y los muros.” Pero fue nuestro propio evangélico, judeo-cristiano (sic) oximorónico (sic) artiodáctilo Pat Robertson, quien habla a menudo con Dios, el que nos presentó la verdad desnuda sobre el salvajismo “moral” de Israel. Robertson explicó la justificación de Dios a los 700 miembros de su Club en mayo de 1985… “Las guerras de exterminio han causado problemas a mucha gente, a menos que haya sabido lo que estaba sucediendo. La gente en la tierra de Palestina era muy malvada. Se dedicaba a la idolatría; sacrificaban a sus hijos; tenían toda clase de prácticas sexuales abominables; tenían sexo, al parecer, con animales; tenían sexo hombres con hombres; y mujeres con mujeres; cometían adulterio, fornicación; adoraban ídolos, sacrificaban a sus hijos; y abandonaban a Dios. “Dios dijo a los israelitas que los mataran a todos – hombres, mujeres y niños, que los destruyeran. Y parece que hacerlo es algo terrible. ¿Lo es? ¿O no lo es? Bueno, supongamos que hubiera 2.000, o 10.000 de ellos viviendo en el país, o sea cual sea la cantidad que haya habido. No tengo la cifra exacta. Escoged una cifra. Dios dijo: ‘¡Matadlos a todos!’… La abominación existía como un contagio. Dios vio que no tenía cura. No iban a cambiar; sus corazones no iban a cambiar; y todo lo que harían es causar problemas a los israelitas, apartar a los israelitas de Dios, e impedir que la verdad de Dios llegara a la Tierra. Así que Dios, por amor, quitó a unos pocos para no tener que quitar a muchos.” Bestias. Insectos. Víctimas de un genocidio implacable y metódico que desgasta, día tras día, año tras año, sin análisis, sin reflexión, sin preguntas – subvencionado con equipamiento de EE.UU., apoyo político de EE.UU., dinero del contribuyente de EE.UU. Con qué facilidad hemos no sólo excusado, sino aprobado los crímenes de Israel: hemos entregado a nuestros hermanos, desde el ataque en 1967 contra el USS Liberty – utilizando aviones franceses financiados por EE.UU., dejando 34 marinos estadounidenses muertos y 174 heridos – a masacres con armas suministradas por EE.UU. en Jenín, Rafa, Sabra y Chatila en el Líbano, y repetidamente en Gaza. Cómo guardamos silencio el 16 de marzo de 2003 cuando un soldado israelí en una aplanadora Caterpillar estadounidense aplastó y mató a Rachel Corrie de 23 años – cuando dispararon e hirieron a Brian Avery de 26 años el 5 de abril de 2003 – y el 11 de abril de 2003, dispararon y mataron a Tom Hurndall de 21 años mientras trataba de salvar a tres niños palestinos aterrorizados a quienes disparaban mientras jugaban. El Nuevo Israel de Dios es la iglesia Written by Samuel Pagán January 15, 2009

Cada vez que llegan las noticias en torno a las dificultades, crisis y guerras en el Oriente Medio, algunos creyentes incorporan en el diálogo la afirmación de que Israel es el pueblo de Dios. Posiblemente es una manera solapada y teológica de apoyar de forma acrítica las acciones del ejército y las políticas del Estado de Israel. Esa declaración teológica tiene, a la vez, un carácter histórico y religioso, al mismo tiempo que incluye repercusiones políticas e ideológicas contemporáneas. Solo hay que leer las Sagradas Escrituras una sola vez para percatarse que en sus narraciones se presenta la historia de las relaciones entre el pueblo de Israel y Dios. Esos relatos van desde el llamado de Abraham y Sara, la liberación de los antiguos hebreos de las tierras de Egipto bajo el liderato de Moisés, la selección de David como rey de Israel, las experiencias dolorosas de deportación y exilio en Babilonia, y los esfuerzos de reconstrucción y liberación nacional luego del retorno de los deportados a Jerusalén. La afirmación de que Israel es el pueblo de Dios está presente aún en medio de las críticas más acérrimas de infidelidad que le hacen los profetas. Con el ministerio transformador de Jesús de Nazaret y la irrupción de la iglesia al plano histórico, la interpretación sencilla de Israel como pueblo de Dios se complica y debe ser revisada para dar lugar y hacer justicia a las lecturas cristianas de las narraciones históricas de la Biblia. Aunque Jesús siempre fue judío, y la gran mayoría de sus primeros seguidores provenían de esa misma extracción étnica y religiosa, con el crecimiento de las iglesias en el mundo gentil, particularmente en el Asia Menor, nuevas interpretaciones del concepto de «pueblo de Dios» surgen, para responder de forma efectiva a los reclamos teológicos y las necesidades espirituales de los nuevos convertidos no judíos y para afirmar la nueva relación de Dios con las iglesias cristianas. Para Pablo, el dilema de quién es el «pueblo de Dios» se resolvió, al declarar que la iglesia cristiana es «el Nuevo Israel», el Israel de Dios. El apóstol entendió, con meridiana claridad, que Dios inauguró una nueva época teológica con el ministerio de Jesús y el nacimiento de la iglesia. A esa afirmación apostólica debemos añadir las reflexiones en el Evangelio según San Juan, que indican que Jesús vino primeramente a los judíos, pero al no recibirlo como Mesías, Dios llamó a los gentiles a formar parte del nuevo pacto. Y ese nuevo pacto se afirma continuamente en la Cena del Señor, que constituye una forma de visible, espiritual y ceremonial de recordar que la iglesia cristiana ahora es parte del pueblo de Dios y se constituyó en el nuevo Israel. El Estado de Israel actual, que nace en el 1948, luego de la segunda guerra mundial y sus consecuencias devastadoras para la comunidad judía europea, entre otros grupos, proyecta sus orígenes a los tiempos bíblicos y afirma ser el heredero de esas promesas divinas que se ponen de manifiesto en las Escrituras. Esa afirmación teológica, junto a las ideologías nacionalistas que surgieron en la Europa de finales del siglo diecinueve, deben ser interpretadas a la luz de las realidades sociales y políticas que imperaban en Palestina durante esa época de crisis mundial. Con el establecimiento del nuevo Estado de Israel, en los territorios que pertenecían anteriormente a diversas comunidades palestinas, comienza un período casi ininterrumpido de guerras fratricidas entre israelís, palestinos y árabes. Todavía en el siglo veintiuno se

libran algunas de esos antiguos conflictos, como son los casos de las guerras en el Líbano y en Gaza. Lo que ha caracterizado la región del Oriente Medio en los últimos sesenta años es una serie interminable y compleja de guerras y terrorismos, que lejos de propiciar la paz en la región lo que han traído ha sido dolor, muerte y desesperanza. Los esfuerzos por establecer un ambiente de paz en Israel y Palestina han fracasado de forma repetida, pues van acompañados de intervenciones militares que incentivan el espiral de violencia entre los dos grupos. En medio de estas guerras, los ejércitos de Israel, que es una de las milicias más desarrolladas, poderosas y eficientes del mundo, ocupan los territorios palestinos; y los grupos militantes palestinos responden a la invasión de los colonos y militares judíos con lo que tienen, p.ej., piedras, cohetes y ataques suicidas. Muchas personas piensan que Israel debe tener la razón todo el tiempo en el conflicto, porque es «el pueblo de Dios». A esa afirmación teológica sencilla e ingenua hay que añadir que en los territorios palestinos hay iglesias cristianas milenarias y viven creyentes de diversas persuasiones denominacionales; es decir, que también en Palestina está «el Nuevo Israel de Dios», los creyentes en Cristo. Además, que alguien afirme ser pueblo de Dios no le autoriza a cometer injusticias económicas, opresiones políticas, violaciones a los derechos humanos y matanzas militares de forma impune. Las personas creyentes en Cristo, que es también reconocido como el Príncipe de la Paz, deben estar al lado de la gente que sufre en estos conflictos, que en esta particular ocasión son los miles y miles de ciudadanos de Gaza que están sometidos diariamente a bombardeos indiscriminados y mortíferos, que han herido injusta y mortalmente un grupo sustancial de civiles y personas inocentes. También debemos solidarizarnos con los ciudadanos del sur Israel, que sufren los embates continuos de los cohetes asesinos lanzados por Hamás, desde el territorio de Gaza. El desafío militar y político en la región es formidable. Nuestra oración es que termine la guerra y se eliminen las causas que hacen que Hamás lance sus cohetes a Israel. Nuestra plegaria también es que finalice esta jornada de guerra bombardeos, que solo complican los procesos de paz, y afectan, de forma nefasta y definitiva, la vida de miles y miles de personas en Gaza e Israel. El verdadero «pueblo de Dios» en esta crisis es el que está al lado de la paz duradera, que se fundamenta en la implantación de la justicia. Dr. Samuel Pagán For More Information Peter Makari Area Executive Middle East and Europe 700 Prospect Ave. Cleveland,Ohio 44115 216-736-3227 Phone: 866-822-8224 ext. 3227

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El antiguo Israel es la nación de las 12 tribus que Dios escogió como su pueblo de todos los pueblos del mundo. Sí, Dios es selectivo y su pueblo es exclusivo de todos los demás en el mundo. Ellos son la generación escogida (pueblo de nacimiento) de todo el mundo. El nombre Israel le fue dado a Jacob el nieto de Abraham (Génesis 32:28). Cuando a Jacob se le dio este cambio de nombre, fue dicho de él: "porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido." El nombre se desglosa así en cuanto al significado: Is=Hebreo Ishi (Os. 2:16): hombre, hombre poderoso en el sentido de un príncipe, esposo; (De aquí, como hombre o príncipe) ra=una contracción del Hebreo "sa-rah,": vencer, antiguamente ra significaba poder para vencer; (De aquí, tener poder) el=una contracción del Hebreo "elohim:" que significa Dios; (De aquí, con Dios). El nombre Israel fue aplicado a los descendientes de Jacob en Génesis 32:11. Aquí los descendientes son llamados los hijos de Israel, que quiere decir los descendientes. Jacob edificó un altar en Shalem (más tarde Salem, y Jerusalén). Él llamó al lugar de su altar "El-elohe-Israel" (Génesis 33:20). Esto quiere decir "El Poderoso Dios de Israel." Una posterior corrupción Griega de esto fue traducida como alleluia. El-e-lo-he se convirtió en al-le-lu-ia. La alabanza a El fue cambiada en una alabanza para Ia, o Yah (que se dice significa alabanza al señor), y ahora nosotros sabemos que éste es el dios de la luna. Israel tiene en su nombre "el" y no yah, para que sepamos que el nombre de Dios no es "yah" como algunos nos han hecho creer o el nombre de Jacob habría sido Israyah. Seamos como hijos aquí y recibamos la simple verdad que el nombre Israel identifica a un hombre y más tarde a un pueblo que son especiales para Dios de todos los pueblos del mundo. Es una realidad, que Jacob dio nacimiento a todos sus 12 hijos de cuatro diferentes mujeres Gentiles. Antes de que la nación de Israel fuera creada no había pueblo santo ni simiente santa. Todos eran Gentiles y ninguno Judío. Es otra realidad que los 12 hijos de Jacob dieron nacimiento a todos sus hijos de las matrices de mujeres Gentiles que ellos tomaron como esposas. Entonces toda la nación de Israel era de simiente Gentil pero convertida en el pueblo de Dios por la promesa Divina y el Pacto. Es en Éxodo 3:7 que Dios llama por primera vez a los descendientes de Jacob "su pueblo."

Dios dice "mi pueblo, los hijos de Israel" en Éxodo 7:4. Cuando Dios toma a una persona o un pueblo para él y ellos no son literalmente suyos, él entonces los adopta como suyos. Con esto concuerdan las palabras de Pablo en Romanos 9:4--"Que son Israelitas, de los cuales son la adopción." Dios trajo a los descendientes de Jacob a su propia familia espiritual por la adopción. De todos los pueblos del mundo, éstos tenían un lugar especial con Dios. Por causa de este lugar especial con Dios, a los Israelitas se le dieron leyes, ordenanzas, y mandamientos: en donde mandato sobre mandato y mandamiento tras mandamiento, se estableció un sistema de moral y pureza espiritual. Los Israelitas estarían por encima y serían la cabeza de todas las naciones porque ellos exclusivamente tenían una relación con Dios. Dios no trató directamente con ninguna otra nación o pueblo y por esa razón ellos seguían siendo paganos y ateos. Pero con Israel, esto iba a ser diferente. Ellos serían la cabeza y no la cola y serían exaltados sobre todos los pueblos (Dt. 28:13, Éxodo 19:5, Dt. 7:6, Dt. 26:19). ¿Qué harían todas estas leyes por los Israelitas? Los harían santos. Ellos se convertirían en los adoradores exclusivos de Dios. Israel como pueblo santo tenía garantía mientras ellos continuaran en la senda que Dios colocó delante de ellos. Había una advertencia dada a la nación entera en Levítico 26:1520: Y si desdeñareis mis decretos, y vuestra alma menospreciare mis estatutos, no ejecutando todos mis mandamientos, e invalidando mi pacto, Yo también haré con vosotros esto: enviaré sobre vosotros terror, extenuación y calentura, que consuman los ojos y atormenten el alma; y sembraréis en vano vuestra semilla, porque vuestros enemigos la comerán. Pondré mi rostro contra vosotros, y seréis heridos delante de vuestros enemigos; y los que os aborrecen se enseñorearán de vosotros, y huiréis sin que haya quien os persiga. Y si aun con estas cosas no me oyereis, yo volveré a castigaros siete veces más por vuestros pecados. Y quebrantaré la soberbia de vuestro orgullo, y haré vuestro cielo como hierro, y vuestra tierra como bronce. Vuestra fuerza se consumirá en vano, porque vuestra tierra no dará su producto, y los árboles de la tierra no darán su fruto. Israel no tenía un Pacto inquebrantable con Dios. Aunque ellos eran la simiente de Abraham, no obstante, si ellos rechazaban a Dios él los rechazaría. Esto fue impuesto en una base individual y para toda la nación. Un pueblo santo se podía convertir en un pueblo condenado. Y esto fue lo que le sucedió al antiguo Israel. Ellos abandonaron a Dios, adoraron ídolos, sacrificaron sus hijos a dioses falsos, e hicieron toda clase de mal. Profetas

venían generación tras generación para volver sus corazones a Dios. Aun cuando había esfuerzos de tiempo en tiempo para quitar el mal y maldad de entre el pueblo, el pueblo continuaba quebrantando los Pactos de Dios y adorando otros dioses. Fue este pecado el que causó que Dios permitiera que destructores entraran en la tierra de la promesa donde estos paganos despiadados sacrificaron, quemaron, violaron, y asesinaron, y destruyeron a Israel. Dios predijo esto en Jeremías 22:6-8. Por causa de la gruesa inmoralidad y pecados de Israel, las diez tribus del norte se fueron cautivas a Asiría alrededor del 606 a.C. y éstas nunca han regresado a Israel y son llamadas las tribus perdidas. Los únicos de estas tribus que escaparon fueron los pobres de la tierra. Dios dejo un remanente en la tierra. Luego alrededor del 587 a.c. Judá y Benjamín fueron llevados cautivas a Babilonia. Toda la nación llegó a un fin. El trono de David cesó. Y los Israelitas comenzaron a lamentarse por su calamidad. Fue justo antes de estos eventos que Dios profetizó por Isaías y Jeremías de un futuro tiempo de restauración, un regreso, un aliyeh (viaje de regreso a Dios), una reconstrucción del lugar santo y la nación, y lo más importante, un Nuevo Pacto (Jer. 31:31). A Daniel se le dio una revelación que todo esto ocurriría cuando el Mesías llegara (Dn. 9:24-27). El antiguo Israel estaba ahora en tierras paganas, dispersado, desnudo, despellejado, y corrompido. Pero un nuevo Israel vendría a nacimiento y esto fue profetizado en Isaías 66:8. Este nuevo Israel aparecería en la escena un día. Sabemos que éste es la Iglesia nacida en el día de Pentecostés. Pues tan pronto como Sion estuvo de parto ella dio a luz. ¿Ahora quién y qué es este Sion y cómo explicamos esto? Sion es uno de los siete montes de Jerusalén. Es ese lugar donde David edificó su castillo y su simiente vivió allí hasta que la ciudadela fue capturada y quemada. La simiente femenina de David era llamada las hijas de Sion. Todos los que descendían de David eran los Sionistas de Israel. Los que sienten una conexión espiritual a David se llaman a sí mismos Sionistas. Algunos piensan que esto debería ser aplicado al Monte Moriah y al celo para reedificar el Templo. La verdad es, Jesús mismo es el verdadero Sionista y todos los que son del fundamento que él colocó en Sion, éstos son los verdaderos Sionistas. Sí, hay falsos Sionistas lo mismo como hay falsos Cristianos. Algunos confiesan su herencia y otros la maldicen. Es correcto aquí, el verdadero Judaísmo de Israel tiene su identidad. Fue aquí en Sion, la Ciudad de David, David debía ser sepultado junto a toda su simiente que se sentó sobre su trono. Ninguno de los reyes rebeldes de las diez tribus del norte podía ser sepultado aquí. ¡Ninguno lo fue! Esto era una montaña exclusiva porque aquí sería puesto el fundamento sobre el cual la Iglesia del Nuevo Testamento seria edificada. Un pueblo exclusivo. Sion representaba la realeza de Israel. ¿Es alguna maravilla que Pedro le dijera a la Iglesia que nosotros éramos real sacerdocio? Uno que no está basado sobre la simiente de Aarón o Leví, sino sobre una simiente real, incluso Cristo. Hay un sacerdocio del Nuevo Testamento en Cristo, el de Melquisedec, de quien somos todos los que somos verdaderos Ministros Apostólicos en el Ministerio de Cinco Partes. Este es el real sacerdocio en la Iglesia y ahora en el mundo. Esto es un alto llamamiento y cada hombre que es bendecido para ser llamado a este cadre de hombres debería mantenerse fiel a altos estándares. ¡Los hombres que fallan este test de auto-humildad se privan de la ordenación que podrían haber recibido y deben

ser contados como nada, no más que un portavoz para Cristo, su doctrina, o su mensaje del Evangelio! Aquí en el Monte Sion existía el aposento alto. Aquí el Espíritu Santo cayó en el día de Pentecostés (no en el Monte del Templo). Aquí el tabernáculo (casa) de David que estaba derrumbado sería erigido nuevamente y re-establecido por Cristo (Hechos 15:16). Y aquí Dios visitaría y redimiría a su pueblo. Sion debe ser considerado en todo su cumplimiento profético separado del Monte Moriah el monte del templo. Sion es el lugar del nacimiento de la Iglesia. Sion estuvo de parto cuando 120 oraban, lloraban, adoraban, durante 7-10 días por el derramamiento del Espíritu Santo. Estos dolores de parto dieron a luz la Iglesia. De igual forma cualquier Iglesia que esté de parto también dará a luz. No hay misterio aquí por qué muchos Pastores hablan de la familia de la iglesia cuando ellos hablan que Sion está de parto. Lo predicamos, ahora debemos ver a la Iglesia como Sion, Israel, en su cumplimiento profético. Sion, vendrá al enfoque en el tiempo del fin así también como el Monte Moriah. Pero es este Sion el que se levantará sobre las naciones cuando Jesús regrese a reinar y gobernar desde este lugar de la opción Divina. El antiguo Israel pasará de las escenas y un Nuevo Israel vendrá a nacimiento en un día. Este nuevo Israel llamado el Reino de Dios por Juan el Bautista y Jesús es también una nueva nación exclusiva. Nuevamente, un pueblo aparecerá en la escena para recibir el Nuevo Pacto y se convertirá en el pueblo santo de Dios por la adopción. Esta nueva nación estará hecha de Judío y Gentil en un cuerpo y Jesús será Señor sobre todos. Es Jesús el que será rey sobre toda la tierra. Será su reino que ahora está aquí como la Iglesia en la cual todas las naciones están invitadas a entrar. En ésta Judío y Gentil hallan comunión con un Dios y Salvador. Jesús ha llegado. El escogido de Dios, el Israel de Dios, es la Iglesia Apostólica. En este gran cuerpo de Creyentes hay personas de todas las naciones. Pedro dijo así: "Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia" (1 Pedro 2.10). Pablo nos dice más acerca de este nuevo Israel glorioso, la nueva simiente de Abraham: "Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham" (Gá. 3:7). Si nosotros somos la simiente de Abraham entonces nosotros también somos herederos de los pactos y promesas de Abraham: "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa." (Gá. 3:29). Este pueblo, los que no éramos pueblo, los que somos de la fe, ésos que en Cristo por salvación según Hechos 2:38, éstos son herederos. Ellos son coherederos al mismo nivel de todos los Judíos e Israelitas. Abraham siendo nuestro padre nos hace igual el uno al otro.

No obstante Judíos e Israelitas que no están en Cristo son inferiores a los que hemos nacido de nuevo. Ellos no comparten las mismas bendiciones. De hecho, Pablo nos dice que solamente un remanente será salvo de toda la simiente de Israel (Romanos 9:27). Ahora es tiempo para que el pueblo Apostólico alrededor del mundo se levante y tome su derecho de nacimiento como la simiente de Abraham y confiese que ellos son el Israel de Dios. "Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios" (Gá. 6.16). Salgamos adelante como pueblo Apostólico y alcancemos a Judíos y evangelicémoslos en la Iglesia del Nuevo Pacto, la Iglesia Apostólica del día de Pentecostés. PÁGINA DE INICIO Israel Pueblo de Dios, Tierra de Dios Retorno al Indice Un anciano se irguió en la ladera del monte. Frente a él, silenciosos y expectantes, los israelitas esperaban que continuara. Este era su pueblo, el rebaño que pastoreaba desde hacía 40 años. La voz de Moisés sonó clara a través del aire del desierto: "Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra" (Deuteronomio 7:6). "No por ser vosotros más que todos los pueblos," les recuerda Moisés. Dios nunca ha dado importancia al número de personas que le sirven. Para él la calidad es más importante que la cantidad. "Sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa," continuó diciendo Moisés (versículos 7-8). Cuánto los había amado a pesar de su espíritu rebelde y su nostalgia por Egipto, de donde los había llamado. Cuatro décadas comiendo maná, soportando disciplina y errando por el desierto, habían convertido a los hijos de Israel en una nación única, un pueblo con una historia y un destino. La nación elegida ¿Era Moisés demasiado soñador o estaba demasiado cercano a los israelitas como para ver las cosas con realismo, cuando habló de ellos como "pueblo escogido"? La respuesta es un rotundo "no." Casi 1000 años más tarde, aun después que aquel espíritu rebelde los había llevado a la cautividad en Babilonia, el profeta Zacarías pudo todavía escribir al pueblo de Judá:

"Así ha dicho Jehová de los ejércitos . . . el que os toca, toca a la niña de su ojo" (Zacarías 2:8). No hay nada que consideremos más valioso que nuestros ojos. Tocar el globo ocular ocasiona dolor instantáneo y una reacción violenta. Así es como se sintió Dios cuando las naciones oprimieron al pueblo que amaba. Quinientos años más tarde, después que los judíos habían matado al hijo de Dios y rechazado el evangelio, el apóstol Pablo pregunta: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? Luego replica enfáticamente: "En ninguna manera." También declara: "En cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios" (Romanos 11:1, 28,29). Como el padre del hijo pródigo en la parábola de Jesús, el amor de Dios por Su pueblo nunca ha cambiado, aunque ellos con frecuencia lo han decepcionado. La idea de que Dios tiene una relación especial con la nación de Israel no es aceptada en la actualidad. Nuestra sociedad está preocupada por la igualdad personal y de oportunidades. ¿Por qué Dios habría de escoger una nación entre tantas que llenan el globo? ¿Qué hay de especial en esa pequeña franja de tierra entre los continentes, el país que ahora llamamos Israel, por el cual El parece tener tan profundo interés? Una respuesta breve a esta pregunta sería que siendo Dios el Creador, no tiene por qué responder ante nosotros por las cosas que hace. Nosotros vemos Su obra durante un brevísimo período de tiempo comparado con la eternidad en la cual Él opera. Debemos estar preparados para esperar un largo tiempo si queremos saber por qué Él hace las cosas de cierta manera. El plan de Dios Es como pasar por un sitio en construcción cuando un nuevo edificio comercial está siendo construido. Observamos por una rendija de la cerca y todo lo que vemos es lodo y agujeros, grúas y andamiaje, actividad ruidosa sin ningún producto final obvio. Pero nosotros sabemos, por supuesto, que la actividad en realidad no carece de propósito. En la oficina del ingeniero hay gavetas con planos, diagramas de desarrollo y listas de datos por medio de los cuales los fundamentos, paredes, techos y servicios serán construidos. Si entendiéramos el dibujo técnico, podríamos hojear los planos y visualizar la apariencia final del edificio, admirando la gracia y solidez del diseño. Pero a primera vista, al sólo pasar por allí podríamos irnos a casa quejándonos de que se estaba desperdiciando mucho dinero. A veces pensamos de la misma manera cuando observamos la obra de Dios. Nunca veremos las cosas en perspectiva, a menos que entremos en la oficina del ingeniero para ver los planos. Aquí es donde esperamos ayudar con este folleto: abrir el gran plan de Dios revelado en la Biblia. Dios tiene un conjunto de planos y un itinerario con el orden de las operaciones cuidadosamente establecido. El edificio que Él está construyendo es llamado el reino de Dios, y un día cuando todas las etapas de preparación estén completas, Él revelará una tierra llena de gracia y belleza, habitada por personas de todos los siglos pasados

quienes lo han amado y han esperado en Él. Con Jesús como su Rey, gobernarán los pueblos de la tierra en una era de paz donde al fin se hará la voluntad de Dios. La nación de Israel será vista en aquel día como el marco de la estructura, las columnas y vigas que sostienen las habitaciones y pasillos. Veamos entonces a través de la Biblia, desde el punto de vista de Dios, lo que ha estado sucediendo durante estos últimos 4,000 años. En el pasaje de Romanos, capítulo 11, que citamos anteriormente, Pablo dice que los judíos son amados "por causa de los padres." El hombre que todos los judíos consideran como el padre de su raza es Abraham, el hijo de Taré. Abraham nació en una ciudad llamada Ur de los caldeos, cerca del río Éufrates, donde ahora es Iraq. A una edad en la que la mayoría de la gente está pensando en jubilarse, Abraham tuvo una visita de Dios diciéndole que abandonara la ciudad de Ur: "Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré" (Génesis 12:1). Abraham, padre de la nación israelita Fue mucho pedir a alguien, pero con lo que se volvió una singular fe en Dios, Abraham se deshizo de todo y emprendió el viaje sin saber exactamente a dónde iba. Después de un largo viaje por las riberas del Eúfrates, fue guiado hacia el suroeste hasta llegar a una faja de tierra de unos 300 Kms. de largo entre el Mediterráneo y el Mar Muerto, montañosa en el centro, con planicies costeras al oeste y el desierto de Sinaí al sur. Nadie hasta entonces había reconocido la posición estratégica de la tierra de Israel, situada en la unión de tres grandes continentes. Tampoco pudieron prever la belleza que tendría algún día, cuando el desierto florecería como la rosa. Todo eso estaba guardado en la gaveta de los planos de Dios. Este simplemente prometió a Abraham: "A tu descendencia daré esta tierra" (Génesis 12:7). Había mucha ironía en esta declaración. Aunque Abraham y su esposa habían estado felizmente casados por muchos años, para su inmenso pesar, ellos no habían tenido hijos. ¡Aun así Dios estaba prometiendo la tierra a sus descendientes! La promesa fue repetida y expandida con el correr de los años, pero Abraham y su esposa anduvieron por la tierra en sus tiendas, aún sin hijos y cada vez menos cerca de poseer la tierra que cuando arribaron por primera vez. Cierta noche Abraham tuvo la oportunidad de preguntar más de cerca al mensajero de Dios. Solamente le había sido dicho: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra." Instantáneamente Abraham descargó su ansiedad preguntando: "Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar?" (Génesis 15:7,8). Para confirmar y garantizar Su promesa, Dios procedió a realizar un pacto solemne con Abraham de acuerdo a la costumbre de aquella época, sellándolo con la sangre de un sacrificio. Al mismo tiempo, Él resumió sus planes:

"Tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Más también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. . . Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí" (versículos 13, 16). Isaac, Jacob y las doce tribus Esta extraordinaria profecía ilustra cuán detallados son los planes de Dios, y cuán precisa es su anticipado conocimiento. Véase ahora con cuanta precisión fue cumplida. Abraham llegó a ser padre de un hijo llamado Isaac. Su nieto Jacob tuvo 12 hijos, cuyos descendientes formarían las 12 tribus de Israel. Tal como fue predicho, los israelitas emigraron al sur, hacia Egipto, una tierra extranjera, en una época de hambre. Se multiplicaron grandemente y fueron esclavizados por los faraones. Moisés, quien se mencionó al inicio de este folleto, recibió la tarea de sacarlos de Egipto. Después de 10 dramáticas plagas o desastres que pusieron a los egipcios de rodillas, finalmente llegó la noche cuando los israelitas habían de partir. Tan temerosos estaban los egipcios del Dios de Israel, que ellos mismos entregaron sus objetos de valor a sus anteriores esclavos. "Alhajas de plata, y de oro, y vestidos. . . les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios" (Éxodo 12:35,36). La Biblia hace notar casi de manera casual: "El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue 430 años" (versículo 40). Solamente una nota ocasional. Pero cada detalle de la profecía había llegado a realizarse. La peregrinación en tierra extraña, la esclavitud, el despojo de los egipcios y los 400 años. Todo sucedió precisamente como se había profetizado. Pero también había implicaciones morales en la profecía. Dios había juzgado a los egipcios por medio de plagas catastróficas, por su maltrato al pueblo de Abraham. Además, los israelitas estaban ahora en camino a la misma tierra donde Abraham había colocado sus tiendas. Cuatro generaciones habían pasado y los habitantes la habían llenado de violencia y abierta inmoralidad. A los ojos de Dios, la iniquidad de los amorreos (habitantes de la tierra de Canaán) había llegado a su colmo. Así Moisés les explicó a los ansiosos israelitas: "No por tu justicia. . . entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones Jehová tu Dios las arroja de delante de ti" (Deuteronomio 9:5). Esta breve introducción nos muestra el inmensamente complejo control de Dios sobre los asuntos humanos. Como Creador y sustentador de la tierra, Él supervisa el levantamiento y la caída de las naciones, de acuerdo a sus normas morales. Él retuvo a los israelitas en Egipto para que, habiendo experimentado la esclavitud y el sufrimiento, aprendieran a valorar la libertad. Al mismo tiempo Dios permitió a cuatro generaciones de amorreos la oportunidad de arrepentirse de los malos caminos de sus antepasados, y luego dio su tierra a los israelitas. Así el apóstol Pablo escribió una vez refiriéndose a Dios: "¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (Romanos 11:33). Sigamos adelante para examinar la siguiente etapa del gran plan de Dios para Israel y su tierra.

Bendiciones y maldiciones Al comienzo de su viaje por el desierto, Moisés entregó a los israelitas la ley de Dios. Este gran pacto nacional no sólo reprimía la delincuencia sino que también estimulaba al pueblo para que mostrara amor y respeto por el pobre, por el extranjero y hasta por sus enemigos. En las faldas del monte Sinaí Moisés unió el pueblo a Dios en un gran pacto, sellado como el de Abraham con la sangre de sacrificios bajo el cual acordaban obedecer esos mandamientos. De hacer esto ellos, Dios les prometía una vida larga y próspera en la tierra que les estaba dando. Sin embargo había ciertas condiciones. Su posesión permanente de la tierra dependería de su obediencia. Si manchaban la tierra con sangre e idolatría como los amorreos lo habían hecho, entonces su posesión de ella llegaría a su término. Esto nos conduce a la siguiente extraordinaria profecía acerca de Israel, en la que Moisés predijo la historia del pueblo durante varios siglos y aun milenios. Para conmemorar el pacto del pueblo con Dios, pronunció una serie de bendiciones y maldiciones que ellos habrían de recitar en voz alta, escribiéndolas para testimonio al entrar en la tierra. Estas se encuentra en el capítulo 28 de Deuteronomio. Los primeros 14 versículos se refieren a las bendiciones que gozarían si fuesen obedientes. El resto del largo capítulo enumera los problemas que Dios traería sobre el pueblo con creciente intensidad si fallaran en honrar su promesa. Para comenzar, su economía iría mal. Las lluvias serían escasas y las cosechas se secarían. Sus enemigos los vencerían y reyes extranjeros los gobernarían. A medida que aumentaran las maldiciones los israelitas serían invadidos, sitiados y llevados al cautiverio. Finalmente Moisés los previene: "Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo. . . ni aun entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo. . . estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida" (versículos 64-66). Versículo a versículo fue un aterrorizante catálogo de creciente calamidad. Lo más maravilloso es que todo esto se cumplió. Después de 40 años de errar por el desierto, los israelitas quitaron la tierra a los amorreos. Después de ser gobernados durante 500 años por líderes llamados jueces, alcanzaron la cumbre de su poder y prosperidad en el tiempo de dos de sus primeros reyes, David y Salomón. Su devoción a Dios y obediencia a Su ley les produjo las bendiciones prometidas por Moisés. Pero luego, poco a poco, se apartaron de Dios. Introdujeron la adoración de los dioses falsos de las naciones extranjeras que rodeaban a Israel. Preservaron una forma externa de piedad observando las fiestas y sacrificios de la ley, pero olvidando el cuidado de los pobres y los oprimidos. Inevitablemente, las maldiciones comenzaron a realizarse. Naciones vecinas como los sirios y los edomitas invadieron su territorio. Los poderosos asirios cruzaron el Éufrates, los sometieron a tributo y luego se llevaron a 10 de las 12 tribus al cautiverio. Dios fue extremadamente paciente con su pueblo. Por medio de los profetas, grandes hombres como Isaías, Jeremías y Ezequiel, les envió constantes recordatorios de que ellos estaban rompiendo su promesa de guardar Sus leyes. Isaías les rogó: "Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos" (Isaías 1:16). Pero los israelitas no hicieron caso al llamado de Dios..

Finalmente, alrededor de 586 años antes de Jesucristo, los babilonios capturaron Jerusalén y llevaron las tribus de Judá y Benjamín al exilio. Durante 70 años la tierra estuvo vacía, excepto por los más pobres de los judíos. Después de ese tiempo se le permitió retornar de Babilonia a una cierta cantidad de personas. Ellos reanudaron el hilo de la vida nacional, pero sin rey, y quedaron sometidos por turnos a los persas, griegos y romanos. Fue en este mundo oprimido donde nació Jesús de Nazaret. El Hijo de David El envío de Jesús constituyó el más impresionante llamado de Dios a su pueblo. En la parábola de los viñadores Jesús compara al pueblo de Israel con los arrendatarios de una viña. Cuando Dios, el dueño, envió a Sus siervos los profetas a recoger la renta, ellos los maltrataron y los enviaron vacíos. "Entonces el señor de la viña dijo: ¿Que haré? Enviaré a mi hijo amado; quizás cuando le vean a él, le tendrán respeto. . . Y le echaron fuera de la viña, y le mataron" (Lucas 20:1315). Jesús sabía muy bien lo que le esperaba. También sabía que la ira de Dios pronto estallaría sobre sus oyentes. Por eso dijo: "¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres!" (Mateo 23:32). Así como los amorreos, anteriores a ellos, Israel estaba llenando la medida del vaso de su iniquidad. La viña sería entregada a otros. Treinta años después de la crucifixión de Jesús los judíos se rebelaron contra el imperio romano. Un fuerte ejército sitió y capturó Jerusalén, llenando de cadáveres las calles y destruyendo el templo. Sesenta años más tarde, la revuelta de 132 d.C. selló su destino. Cientos de miles de judíos fueron vendidos como esclavos, incrementando la ya sustancial población judía de muchas provincias del Imperio Romano y más allá. Los israelitas, tal como Moisés había predicho, se convirtieron en judíos errantes, siendo encontrados prácticamente en todos los países del mundo, despreciados, insultados y perseguidos de ciudad en ciudad. Durante largos siglos, exactamente como las maldiciones habían prevenido, no tendrían descanso para la planta de sus pies. El propósito de Dios manifestado en Su Hijo La muerte del Hijo de Dios fue el más definitivo acto de rebeldía del pueblo elegido. Sin embargo, hasta ese malvado hecho había sido anticipado en el plan de Dios. El apóstol Pedro, hablando a los judíos en Jerusalén seis semanas después de la crucifixión, insistió en que Jesús había sido "entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hechos 2:23). De hecho, el profeta Isaías, en su conmovedor capítulo 53, había predicho mucho antes los sufrimientos de Jesús: "Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto" (Isaías 53:3).

¿Por qué, se preguntará usted, permitió Dios que su único Hijo muriera en vergüenza y agonía? La respuesta es compleja; sin embargo, ocupa un lugar céntrico del plan de Dios para salvar a los hombres de sus pecados. En aquella colina en las afueras de Jerusalén, Dios demostró el sacrificio, la gracia y el amor de Jesús y los enfrentó con tres deseos que residen en el corazón humano y a los cuales la Biblia llama pecados: el orgullo, la envidia y la crueldad. Por tres días el pecado parecía haber triunfado; pero Jesús, el hombre sin pecado, se levantó de la tumba después de ese corto tiempo, quebrantando así el poder de la muerte para aquellos que creen en él. Isaías dice al respecto: "Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. . . y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5). Así que cuando aquellos judíos arrepentidos se dieron cuenta de que habían matado al Hijo de Dios y preguntaron a Pedro en el día de Pentecostés qué debían hacer, él les explicó que el Cristo resucitado había llegado a ser el sacrificio que podía quitar su pecado: "Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados" (Hechos 2:38). La respuesta inmediata fue impresionante: 3,000 judíos fueron bautizados. Pero con el paso del tiempo fue evidente que la mayoría del pueblo escogido permanecía incrédula. El orgullo que sentían por ser descendientes de Abraham los cegó frente a la necesidad de tener fe, el atributo que a Abraham le había hecho merecer que se le llamara "amigo de Dios." "¿Ha desechado Dios a Su pueblo?" El rechazo del evangelio por los judíos, seguido de su esparcimiento, podría llevarnos a concluir que Dios había desechado definitivamente a los judíos. Pablo mismo reflexiona sobre este tema en Romanos capítulo 11: "No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció" (Romanos 11:2). Aunque como nación, Israel había vuelto la espalda a Dios, había individuos dentro de la nación que respondieron, tales como aquellos que escucharon a Pedro en el día de Pentecostés. Eso era todo lo que importaba. Como Moisés lo había enseñado, los números no son importantes para Dios. Es más importante la calidad que la cantidad. Pablo continúa diciendo: "Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia" (Romanos 11:5). El plan de Dios no se había descaminado. El esparcimiento de Israel simplemente significaba que había entrado a una nueva fase. Mientras que la nación judía se tambaleaba hacia su destrucción, el llamado del evangelio fue dramáticamente extendido. Por primera vez fueron invitados los gentiles a compartir el privilegio del conocer al Dios eterno. Pablo fue el primero y el más enérgico líder de esta predicación a los gentiles. Declaró a los judíos de Antioquía, "A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios." Al pueblo de Dios se le había dado la primera oportunidad de escuchar las buenas nuevas acerca de Jesús. "Mas puesto que la desecháis," continuó diciendo Pablo, "y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos

volvemos a los gentiles" (Hechos 13:46). Los gentiles son las naciones no judías. Por medio de la obra de los apóstoles y la difusión de las Escrituras en todo el mundo, se ha dado a personas como usted y yo la oportunidad para llegar al conocimiento de Dios. Podemos convertirnos en pueblo escogido, con las mismas promesas y gozando del mismo cuidado paternal que Dios concedió a Abraham y a sus descendientes. Pablo escribió a los gálatas: "Ya no hay judío ni griego. . . porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa" (Gálatas 3:28-29). A esto agrega Pedro, citando la profecía de Oseas: "Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia" (1 Pedro 2:10). En Romanos 11, Pablo compara a Israel a un excelente olivo, el cual, lamentablemente, no había producido fruto. Dios ha cortado las ramas estériles del olivo y las ha reemplazado con renuevos de olivo silvestre, injertándolos en el tronco original. Estos renuevos de olivo gentil ahora comparten la rica savia del árbol padre. La caída de Israel fue la oportunidad de los gentiles. Es digno de notar que tanto para Israel como para los gentiles, la respuesta al llamado es aún limitada a individuos. El principio del "remanente" todavía se aplica. El apóstol Jacobo lo expone con vividez cuando describe el llamado a los primeros gentiles, Cornelio y su casa: "Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre" (Hechos 15:14). Siempre habrá solamente unos pocos escogidos, seleccionados por haber respondido al llamado de arrepentimiento. Y las condiciones de aceptación de parte de Dios siguen siendo la fe y obediencia, tal como lo fueron para Abraham. Esta nueva fase del plan de Dios, el llamado de los gentiles, ha estado operando cerca de 2,000 años, un período tan largo como el llamado de Israel mismo. Ahora estamos listos para seguir adelante y preguntar si la Biblia revela todavía etapas futuras del plan de Dios aún pendientes de cumplirse. El regreso de Israel En el campus de la Universidad de Tel Aviv en Israel hay un impresionante museo llamado Beth Hatuphutsoth (Casa de la Dispersión). Es un elegante edificio nuevo equipado con lo mejor en ayudas audiovisuales. Pretende mostrar a los jóvenes judíos de hoy cómo sus antepasados preservaron sus creencias y cultura durante siglos de dispersión, cómo lograron evitar el matrimonio con no judíos y cómo retornaron a la tierra de sus sueños. En una sala oscurecida y en forma de tazón, brillantes rayos de luz proyectan en el cielo curvo encima

de las cabezas del público un mapa del mundo donde pequeñas estrellas representan las comunidades de judíos que han existido desde los tiempos de Asiria, Babilonia y Roma en adelante. Prácticamente todos los países del mundo han recibido judíos alguna vez. Con el paso de los siglos las estrellas en el mapa se mueven misteriosamente en la medida en que la persecución lleva a los judíos de un país a otro. Francia, Alemania, España, Polonia, Inglaterra, cada acto de terror es catalogado con luces. Algunas veces las luces se apagan cuando todas las comunidades en determinada área del mundo pasan al olvido. Luego, sorprendentemente, los puntos de luz comienzan a moverse hacia la tierra de Israel, cuando el retorno se realiza en el siglo XX. Todas las galerías del museo Beth Hatuphutsoth están dedicadas a la suerte de las comunidades judías en ciertos territorios–una sinagoga estilo pagoda similar a la de Beijing, la reconstrucción de una boda en Ucrania, un rabino judío suplicando por su vida ante un sacerdote jesuita durante la Inquisición. En la más conmovedora de todas las galerías del museo se despliegan en letras de fuego, las últimas palabras escritas por judíos que enfrentaban la muerte en el Holocausto alemán. El paso y la emoción se avivan cuando la exhibición alcanza las últimas y más gozosas etapas del retorno. Toda la historia es relatada minuciosamente. Primero aparecen la idea de un hogar nacional, promovida por Weizman en Rusia bajo los zares y la publicación del libro El Estado Judío de Herzl en 1896 y el Congreso Sionista de 1897. Luego sigue la lenta y agobiadora labor de establecer los primeros asentamientos en Palestina cuando era gobernada por los turcos. El mandato británico después de la Primera Guerra Mundial permitió que retornaran más judíos todavía. Finalmente, la agonía de la represión de Hitler creó una presión irresistible en Europa y provocó una cadena de acontecimientos que finalmente condujeron a la formación del Estado de Israel en 1948. Desde aquellos emocionantes días, tal como lo sabemos, difícilmente pasa un día sin que haya alguna mención del pequeño Estado de Israel en los periódicos del mundo. Aunque posee un territorio no más extenso que el de El Salvador y sólo los dos tercios de la población de la zona metropolitana de Los Angeles, California, Israel sobresale en los asuntos mundiales. La crisis de Suez de 1956, la Guerra de los Seis Días en 1967, la de Yom Kippur en octubre de 1973, la invasión del Líbano en 1984–ya sea que uno resienta o admire sus proezas, los israelitas tienen un nuevo y vital espíritu nacional que desafía todas las reglas de la historia. Nunca antes una nación fue expulsada sistemáticamente de su tierra, sobrevivió 25 siglos de desarraigo, y regresó a la vida en sus antiguas colinas con un vigor tan excepcional. Debemos preguntarnos, ¿cuál es el significado de todo esto? ¿Es una coincidencia un tanto fantástica el que el pueblo de Dios sobreviva cuando otras muchas naciones han perecido? Hay una respuesta clara y sencilla. Al final de las bendiciones y maldiciones que vimos en el libro de Deuteronomio, Moisés pronunció estas significativas palabras: "Cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios, y te convirtieres a Jehová tu Dios. . . entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los pueblos

adonde te hubiere esparcido Jehová tu Dios. Aun cuando tus desterrados estuvieren en las partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, . . . y te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y será tuya" (Deuteronomio 30:1-5). El retorno no es un accidente de la historia. Es el acto deliberado de un Dios amoroso y misericordioso. Jeremías lo expone claramente: "Porque yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí; pero a ti no te destruiré" (Jeremías 30:11). ¡Cuán ciertas son esas palabras! Los asirios, los babilonios y los romanos, quienes esparcieron a Israel, han desaparecido, pero los judíos sobreviven. Así lo señala el profeta: "Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia" (Jeremías 31:3). También Ezequiel dice: "Yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias. . . Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros. . . Y la tierra asolada será labrada, en lugar de haber permanecido asolada a ojos de todos los que pasaron" (Ezequiel 36:24-26,34). Podríamos continuar. Hay muchas profecías similares en el Antiguo Testamento que describen diferentes aspectos del retorno de los judíos que estamos viendo en nuestro propio tiempo. No cabe duda que esto es obra de Dios mismo. Ahora pregúntese Ud.: ¿por qué será que Dios desea llevar a los judíos de regreso a su antigua tierra natal? ¿A qué conducirá esto? La respuesta a tal inquietud es la más dramática de todas: ¡el advenimiento del reino de Dios! Antes de descartar de esta idea, escuche las palabras del ángel Gabriel a María, la que posteriormente sería madre de Jesús: "Este será grande. . . y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre" (Lucas 1:32,33). ¿Reinó Jesús sobre los judíos cuando estuvo en la tierra? La verdad es que no lo hizo. "No tenemos más rey que César", gritaron los judíos. Rechazaron a Jesús y lo crucificaron. Pero Jesús se levantó de entre los muertos a una vida inmortal. Un rey que ha de reinar para siempre necesita ser inmortal. La profecía de Gabriel requiere que un Mesías inmortal regrese a Jerusalén, donde estuvo el trono de David, y gobierne sobre una nación poblada de judíos. Hace 100 años esto no hubiera sido posible. Los judíos aún permanecían dispersos y los turcos administraban la Ciudad Santa. En la actualidad encontramos la tierra habitada por cerca de 4 millones de judíos (además de otros grupos étnicos), y Jerusalén la capital de Israel una vez más. Considere de nuevo la promesa de Jesús a sus apóstoles:

"Yo, pues, os asigno un reino, como mi padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel" (Lucas 22:29-30). De acuerdo a esta sencilla y directa bendición dada a Pedro, Santiago, Juan y sus compañeros, ellos deberán levantarse de entre los muertos, pues ninguno de ellos reinó sobre Israel durante su vida. También deberá existir un Israel sobre el cual podrá reinar con Jesús. Todo esto es ahora enteramente posible. Los judíos han sobrevivido e Israel ha renacido; Dios ha traído de nuevo a los judíos a su tierra en preparación para el reino de Dios. No hay absolutamente ninguna duda de que Jesús va a regresar del cielo, y entonces llegará el tiempo de recompensar a quienes, como los apóstoles, le hayan seguido con fidelidad. Jesús nos dice esto claramente en la parábola del hombre noble que fue a un país lejano a recibir un reino y después volver (Lucas 19:11-27). Durante su ausencia dejó a sus siervos atendiendo sus intereses económicos. Significativamente, los ciudadanos del país enviaron tras él un mensaje diciendo: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lucas 19:14). Jesús dijo esta parábola, según Lucas, "por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente" (Lucas 19:11). Jerusalén era el sitio del trono de David. Jesús, según creían sus discípulos, era el legítimo rey de Israel y ellos pensaron que reinaría en ese mismo tiempo. Pero en realidad el momento adecuado no había llegado. Jesús tendría que sufrir por los pecados de los hombres, levantarse de entre los muertos y trasladarse a la derecha de su Padre por 19 largos siglos. Jesús mismo es el hombre noble; y el cielo, el país lejano. Los judíos, que supuestamente eran su pueblo, lo rechazaron, tal como dice la parábola. Pero veamos cómo concluye. A su regreso, habiendo recibido el reino, el hombre noble inspecciona su casa y asciende a sus siervos leales e industriosos a puestos de honor, con autoridad sobre 5 o 10 ciudades de acuerdo a su habilidad. Al mismo tiempo sus enemigos son muertos. El momento del regreso del hombre noble está muy cerca. Debemos prepararnos para el día del juicio. Examinando el futuro Hasta este punto hemos estado siguiendo ininterrumpidamente el plan de Dios hasta el siglo XX. ¿Nos permitirá la Biblia subir el telón y ver de antemano la secuencia de sucesos que ocurrirán cuando el reino de Dios comience a reemplazar los gobiernos actuales? La respuesta es un "sí" calificado. El problema es que hay muchas profecías que deben asociarse. Es como ensamblar las piezas de un gran rompecabezas del cual los rasgos generales son claros, pero los detalles todavía no encajan en su lugar. En primer lugar es evidente que los judíos mismos deberán experimentar una renovación espiritual antes de que estén en condiciones de tener a Jesús como rey. Es una verdadera lástima que la devoción a Dios, que fue tan real durante la dispersión y persecución de los judíos, haya sido abandonada por muchos de ellos ahora que han retornado a su tierra. Tendrán que experimentar un cambio de corazón antes de que puedan verdaderamente

volverse pueblo de Dios. Vemos esto en un bellísimo pasaje de Ezequiel que describe el retorno: "Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias" (Ezequiel 36:25). Malaquías afirma que el "profeta Elías" será enviado, como lo fue Juan el Bautista, "antes que venga el día de Jehová, grande y terrible" para preparar al pueblo de Dios para la venida de Jesús (Malaquías 4:5-6). No es de dudar que sólo una minoría del pueblo responderá a este mensaje, como lo hicieron en el primer siglo. Para la mayoría, sin embargo "viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará" (Malaquías 4:1). La catástrofe que purgará a los judíos que viven en la tierra de Israel será una poderosa invasión por un ejército compuesto de muchas naciones, combinando fuerzas para atacar y finalmente capturar Jerusalén, la joya de la corona de Israel. El tema aparece en numerosos pasajes: "Yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas" (Zacarías 14:2). "Reuniré a todas las naciones, y las haré descender al valle de Josafat (en las afueras de Jerusalén: Joel 3:2). Ezequiel dice a Gog, príncipe de Mesec y Tubal: Vendrás de tu lugar, de las regiones del norte, tú y muchos pueblos contigo . . . y subirás contra mi pueblo Israel como nublado para cubrir la tierra" (Ezequiel 38:15-16). En cierta manera esta invasión no es solamente contra Israel, sino contra Dios mismo y su Hijo. David escribe en el salmo 2: "Se levantarán los reyes de la tierra y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas" (Salmos 2:2-3). Será un día negro para Israel cuando sus ciudades sean capturadas, sus ciudadanos hechos prisioneros y multitudes de ellos asesinadas. Pero el resultado es claro. Es en aquel día de tribulación en el que Jesús aparecerá a su pueblo como Salvador. No sólo le traerá alivio de sus enemigos, mas también perdón para sus pecados. Zacarías lo expresa de este modo: "Mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito. . . En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia" (Zacarías 12:10; 13:1). Pablo también cita a Isaías diciendo: "Vendrá de Sión el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad" (Romanos 11:26). El modo de destrucción para los enemigos que rodean a Israel es extraordinario, pero devastadoramente efectivo. Un poderoso terremoto sacudirá la tierra dividiendo el monte de los Olivos y un fuego extraterrestre consumirá los ejércitos en el campo abierto.

"Por Jehová del ejércitos serás visitada con truenos, con terremotos y con gran ruido, con torbellino y tempestad, y llama de fuego consumidor. Y será como sueño de visión nocturna la multitud de todas las naciones que pelearán contra Ariel (Jerusalén)" (Isaías 29:6-7). Ezequiel asegura que se necesitarán siete meses para enterrar los muertos (Ezequiel 39:1116). El resultado es asombroso. Habiendo sido forzosamente conducidos a comprender cuánto se han alejado de Dios, los judíos retornarán a Él y encontrarán la paz de la reconciliación y el perdón. Comenzará un poderoso éxodo judío de todas las naciones de la tierra hacia Israel, empequeñeciendo el retorno actual, con dos grandes oleadas de judíos que retornarán del norte y del sur. Al respecto escribe Zacarías: "Los esparciré entre los pueblos, aun en lejanos países se acordarán de mí; y vivirán con sus hijos, y volverán. Porque yo los traeré de la tierra de Egipto, y los recogeré de Asiria" (Zacarías 10:9,10). Isaías agrega: "Levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra" (Isaías 11:12). Así como en el Éxodo original, los rebeldes serán eliminados y los que completen el viaje serán reunidos en la tierra de Israel con sus hermanos que han sobrevivido a la invasión del norte. Ahora el pueblo arrepentido se convertirá en el núcleo de un poderoso imperio gobernado por el rey Jesús, cuyo reino traerá paz y felicidad a todas las naciones de la tierra. Por esto se regocija Jeremías, diciendo: "En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén" (Jeremías 3:17). También Miqueas dice: "De Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y él juzgará entre muchos pueblos" (Miqueas 4:2,3). E Isaías escribe: "Juzgará con justicia a los pobres . . . con el espíritu de sus labios matará al impío . . . no harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar" (Isaías 11: 4,9). El desierto transformado Al final, el plan de Dios llegará a su punto culminante. Después de miles de años de preparación, los ciudadanos del reino serán reunidos. Los príncipes y gobernantes serán los discípulos fieles de todas las épocas, resucitados de entre los muertos con los apóstoles para reinar con su rey. Los súbditos del reino serán el pueblo israelita restaurado y las naciones de la tierra que compartirán su felicidad. Ahora, finalmente se vuelve clara la razón por la que Dios escogió esa pequeña tierra en medio de tres continentes para constituir la sede de la administración del Cristo. Ahora las promesas hechas a Abraham acerca de sus

descendientes serán cumplidas. Estas promesas fueron hechas hace mucho tiempo, pero nunca fueron olvidadas por el Dios de Abraham. A medida que Jesús traiga alivio a los oprimidos y enseñe a los hombres de todo el mundo a amarse unos a otros, las bendiciones de Dios que antes fueron prometidas comenzarán a llenar la tierra. El desierto se convertirá en jardines y huertos para dar alimento a los hambrientos. El salmista lo dice de este modo: "Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; su fruto hará ruido como el Líbano" (Salmos 72:16). Aun en las colinas, que han quedado estériles por el descuido y la explotación de hombres avaros, abundantes cosechas serán provistas por un Dios generoso: "Según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos" (Isaías 65:22). ¡Cuán gloriosa es esta esperanza, en la cual todos podrán tener parte! La tierra será librada de guerras y violencia, de enfermedades, lágrimas y sufrimiento. Isaías promete: "Tus ojos verán al rey en su hermosura. . . Tus ojos verán a Jerusalén, morada de quietud" (Isaías 33:17,20). El mismo profeta concluye diciendo: "Los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sión con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido" (35:10). Juan escribió en Apocalipsis: "Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con el mil años" (Apocalipsis 20:6). Durante todo ese tiempo, Jesús y sus príncipes inmortales reinarán sobre la tierra. Así escribe el apóstol: "Preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte" (1 Corintios 15:25,26). Aunque durante el reino la enfermedad y el hambre habrán disminuido y la vida habrá sido alargada, la muerte no será eliminada sino hasta que todo pecado, la causa de la muerte desde el principio, haya sido desarraigado de los corazones de los hombres. Aquellos que vean ese glorioso fin y vivan eternamente en el tiempo posterior, serán unidos con Dios y su Hijo para siempre. Este reino, del cual habla la Biblia, se encuentra justo a la vuelta de la esquina, pero las invitaciones para formar parte de él ya se han distribuido. Tal como hemos visto, en el transcurso de los últimos 2,000 años personas de todas las naciones han sido llamadas a prepararse para su establecimiento. Nuestra participación en sus beneficios es independiente de la raza. No tenemos que ser judíos para estar allí. Todo lo que necesitamos es la fe que tuvo Abraham, y la voluntad de obedecer. En una de sus parábolas Jesús habló del reino de Dios como de una fiesta de bodas, para la cual se invitó a la gente de las calles de la ciudad a sentarse a la mesa. Qué honor sería recibir por medio del correo una invitación a cenar con nuestro soberano o presidente terrenal. La realidad es que hemos sido invitados a participar en un evento mucho más importante todavía. Por medio de la Biblia hemos sido invitados a sentarnos a la mesa con Jesús, el rey del reino de Dios. Usualmente, cuando somos invitados a una boda pensamos en salir a comprarnos un nuevo traje o vestido. Pero en este caso, la vestimenta para la boda es proporcionada por el anfitrión, sin costo alguno para nosotros. La misma sangre de Jesús

cubre nuestros pecados y solamente tenemos que ponérnosla en la ceremonia del bautismo para volvernos limpios y aptos para estar en la presencia de Dios. Pablo escribió en un pasaje que ya hemos visto: "Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos" (Gálatas 3:27). El reino venidero Pablo también dice: "Si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa" (Gálatas 3:29). Imagine eso: ¡poder gozar hoy de la misma misericordia y perdón que Dios mostrará a Israel en su reino! Cuando se establezca el reino seremos herederos de la tierra de Abraham, restaurada en toda su belleza, y coherederos del trono de David y de un mundo donde las naciones vivirán en paz. Pero primero una advertencia. La venida de Jesús traerá un día de juicio, cuando los corazones de judíos y gentiles serán inspeccionados por el rey Jesús. Debemos estar preparados para ese día. Pablo nos previene, diciendo: "La revelación del justo juicio de Dios . . . vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia" (Romanos 2:5-8). Gloria, honor e inmortalidad, todas estas cosas pueden ser nuestras en el reino de Dios. En su última carta, Pablo describe esta gran recompensa como "la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2 Timoteo 4:8). El día de la venida de Jesús podría estar muy cerca. No hay nada en el mundo que nos impide aferrarnos a las maravillosas promesas que Dios hizo a Abraham. El camino ha sido preparado por medio de su gran plan. Él nos ha mostrado a través de la historia de su pueblo escogido, los judíos, que podemos confiar en su palabra, el mensaje del evangelio contenido en la Biblia. Pero tenemos que creer y bautizarnos; luego llevar la vida que Jesús requiere de sus discípulos. "El que creyere y fuere bautizado será salvo" (Marcos 16:16 ). David M. Pearce Publicado por la Misión Bíblica Cristadelfiana Pueblo de Dios Categoria: Religión Cristiana Propiedad del contenido: Ediciones Rialp S.A. Propiedad de esta edición digital: Canal Social. Montané Comunicación S.L.

Prohibida su copia y reproducción total o parcial por cualquier medio (electrónico, informático, mecánico, fotocopia, etc.) 1. La iniciativa de Dios. «En todo tiempo y lugar son aceptos a Dios los que le temen y practican la justicia (cfr. Act 10,35). Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con el que estableció un pacto, y al que instruyó gradualmente manifestándosele a Sí mismo y sus designios divinos a través de su historia, y santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. 'He aquí que llega el tiempo, dice el Señor, en que haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán, afirma el Señor' (Ier 31,31-34). Alianza nueva que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre (cfr. 1 Cor 11,25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se consumara en una unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios» (Conc. Vaticano II, Const. Lumen gentium, n° 9). Con este párrafo, el Magisterio de la Iglesia ha condensado una amplia doctrina relativa al complejo concepto teológico de P. de D. ya su sucesiva constitución en la economía salvífica, primero del A. T. y luego delN. T. Una primera enseñanza se desprende: el título de P. de D. se aplica a dos realidades sucesivas y diferentes: el pueblo de Israel y la Iglesia de Cristo. La aplicación del mismo título no puede ser, pues, unívoca, sino análoga. Pero tal analogía nos está diciendo también que existen ciertas relaciones de finalidad, instrumentalidad, etcétera, entre ambas realidades sucesivas. Y una idea queda firme: el veterotestamentario pueblo de Israel fue P. de D., en su etapa histórica, y la Iglesia de Cristo es el P. de D., en el periodo de la historia humana a partir de Jesucristo; pero no idéntico al anterior, sino el nuevo Pueblo de Dios (novus Populus Dei). Nos ocuparemos, por tanto, de captar qué sentido teológico tiene la expresión P. de D., primeramente aplicado al veterotestamentario pueblo de Israel; después trataremos de la Iglesia, en cuanto que considerada desde ese aspecto de P. de Dios. Finalmente, extraeremos las consecuencias, es decir, analogías y diferencias entre ambos «pueblos», sus puntos de unión y de diferenciación, la continuaciónsustitución del antiguo pueblo por el nuevo. 2. Israel, Pueblo de Dios. El pueblo de Israel del A. T. no constituye una mera realidad étnica, como lo eran los demás pueblos de la tierra. Su origen radica en una singular providencia divina, distinta de los otros pueblos: cuando Abraham (v.) era viejo, y su esposa Sara anciana y estéril, contra todo pronóstico humano Dios prometió al patriarca una descendencia tan innumerable como las estrellas del cielo (cfr. Gen 15,5); por Abraham serán bendecidos todos los pueblos de la tierra (cfr. Gen 12,3). Por esta promesa hecha a Abraham y reiterada a sus inmediatos descendientes Isaac (v.) y Jacob (v.), el pueblo que nació del viejo patriarca tendrá un carácter único y sagrado. Sobre todo, a partir de la Alianza (v.) hecha por Dios con el pueblo de Israel por medio de Moisés (v.) en el SinaíHoreb aparece ese carácter único y sagrado del pueblo elegido. En virtud de esa Alianza, Yahwéh se constituye en el Dios de Israel, e Israel en el pueblo de Yahwéh (cfr. Dt 29,12; Lv 26,12; Ier 7,23; Ez 11,20). Por ese pacto, sellado con la sangre de un sacrificio (cfr. Ex 24,8), a la usanza de aquellos tiempos y pueblos, se establece un vínculo singular entre Dios y el pueblo de las doce tribus israelitas.

3. Naturaleza de Israel como Pueblo de Dios. Diversos pasajes del A. T. nos componen la figura, los títulos, la naturaleza del pueblo israelítico constituido en P. de Dios. Así, Israel es el pueblo santo, consagrado a Yahwéh, separado para Dios de entre los demás pueblos (Dt 7,6; 14,2), su propiedad peculiar (Ex 19,5; ler 2,3), su herencia (Dt 9,26). Es, al mismo tiempo, un reino de sacerdotes (Ex 19,6), en el que Dios es Rey sobre súbditos que le están consagrados. De aquí surge una función universal: este pueblo es el testigo del Dios único cerca de las otras naciones (Is 44,8); es el pueblo que hará función de mediador entre Dios y la humanidad entera, de modo que se eleve a Dios la alabanza de todos los hombres (Is 45,14 s., 23 s.); por medio de Israel todas las naciones participarán en la bendición de Dios (Gen 12,3; Ier 4,2; Eccli 44,21). Yahwéh cuida a su pueblo como a una viña (Is 5,1; Ps 80,9), se enternece como un pastor por su rebaño (Ps 80,2; 94,7), incluso como un padre por su hijo (Ex 4,22; Os 11,1) y un esposo por su esposa (Os 2,4; Ier 2,2; Ez 16,8). Israel constituye, pues, un caso singular entre todos los pueblos: de un lado, como P. de D., es una gran comunidad religiosa, que trasciende por su origen y naturaleza el orden normal de la historia humana, y no puede ser estudiado sólo a través de las causalidades meramente naturales. De otro lado, es un verdadero pueblo étnicamente considerado, una magnitud histórica, con todos los componentes temporales como los demás pueblos, componentes que serán observables por sus contemporáneos y por la historia. 4. Israel, Pueblo de Dios, comunidad religiosa. Ya la misma existencia de Israel como pueblo o nación fue fruto de una providencia especial de Dios (Dt 7,7; Is 41,8); su llamada no se debió a su renombre, su fuerza o sus méritos (Dt 7,7; 8,17; 9,4; Is 48,12), sino al gratuito amor de Dios (Dt 7,8; Os 11,1), lo mismo que su subsistencia al sacarlo de la esclavitud de Egipto (Dt 6,12; 7,8; 8,14; 9,26; etc.), hasta convertirlo en nación independiente (Is 48,15), cuidándolo como a un niño (Is 44,22.24). Toda esta prolongada y amorosa providencia divina en favor del pueblo israelítico fue comprendida por éste mediante la acción y predicación proféticas. Así, Israel llegó a tomar conciencia viva de su dependencia completa de Dios, que era, por tanto, su creador, su rey, su padre. Pero la constitución del pueblo israelítico en una verdadera comunidad de carácter religioso y transcendente se concreta sobre todo en el llamado «día de la asamblea» (héméra tes ekklésías de la versión griega de los Setenta, yóm haggahal, del texto hebreo). Así, p. ej., cuatro textos del Deuteronomio (Dt 4,10; 9,10; 10,4; 18,16) pronuncian solemnemente la expresión «día de la asamblea» para referirse, sin más determinación, al día en que Yahwéh mandó a Moisés convocar en asamblea al pueblo (ekklésiasson pros mé ton laón, haghel-r ha-`ám, «convoca a asamblea ante mí al pueblo»), le entregó las dos tablas de piedra con los diez mandamientos y se selló ritualmente la Alianza de Yahwéh con el pueblo israelita. Desde aquel día, el pueblo israelita, los hijos de Israel (óené-yisrael) fueron constituidos por Dios en el géhal-Yawéh, la ekklésía toú Theoü (iglesia de Dios). El estudio de los muchos textos en que aparece la fórmula géhizl-Yahwéh, o equivalentes, da por resultado que la revelación veterotestamentaria consideraba al pueblo israelita constituido en una comunidad verdaderamente de carácter religioso, sobre la subestructura de un pueblo de constitución étnica (cfr. J. M. Casciaro, El concepto de «Ekklésía» en el A. T., cit. en bibl.); todo un pueblo consagrado a Dios, en medio de los demás pueblos de la tierra; portador de las promesas y de las bendiciones dadas antes a los patriarcas; portador también de la revelación divina y de la esperanza mesiánica, esto es, de una futura y definitiva era de paz y de justicia absolutas, instauradas en la plenitud de los tiempos, por un nuevo acto fundacional de Yahwéh, mediante una nueva Alianza, definitiva y perfecta, que se llevará a cabo por medio

del Mesías (v.), muy superior a Moisés en todos los sentidos (aquí los textos del A. T. son numerosísimos, sobre todo en los libros proféticos). 5. Pertenencia al Pueblo de Dios del Antiguo Testamento. En principio sólo pertenecen a este P. de D. los descendientes según la carne de las doce tribus israelíticas. Pero ésta no es una condición absolutamente necesaria ni suficiente. A esa descendencia según la carne han de añadirse unas condiciones de pertenencia: la más significativa y constatable es la circuncisión (v.). Este rito es signo de participación en la Alianza de Yahwéh y, consecuentemente, de pertenencia al P. de D., en cuanto comunidad religiosa (Gen 17,10-14; los 5,2-9). Evidentemente sólo son circuncidados los varones. Las mujeres se incorporan a la Alianza, a la comunidad, por la pertenencia al pueblo y la observancia de las prescripciones de culto (observancia del sábado: Ex 31,13-17; de las comidas: Lv 11; 17,10-14; de pureza legal: Lv 12-15; de la Pascua: Ex 12,2-28.43-49; Num 9,1-14; Dt 16, 1-8), que también afectan a los varones. Pero al P. de D. pueden incorporarse también otras personas que no descienden según la sangre de las doce tribus israelíticas. Todo el que confiese la fe en Yahwéh, bendiga a Abraham y su descendencia, se proponga sinceramente practicar la ley de la Alianza y sus ritos, puede recibir la circuncisión e incorporarse así al P. de D. veterotestamentario (Ex 12,48; Num 10,29-32; Dt 23,8 s.; 1 Reg 8,41 ss.; Esd 6,21; Idt 14,10; Is 2,2,ss.; 19,22-25; Mich 4,1 ss.; Zach 8,23; cfr. también Gen 12,3; 22,18; 26,4; 28,14; Ier 4,2; etc.; v. PROSÉLITOS). Por el contrario, quien infringe los preceptos de la Alianza que se estiman sustanciales debe ser borrado de su clan, en el que estaba inscrito, se le ha de expulsar de la comunidad, sea o no descendiente de Abraham según la carne (Gen 17,14; Ex 12,15.19; 30,33.38; 31,14; Lv 7,20; 17,4.9.14; 23,29; Num 9,13, etc.). Todo ello nos indica que existe un cierto, aunque restringido, universalismo y, sobre todo, que a la infraestructura racial se puede asociar un injerto puramente religioso, sin descendencia según la carne, o estirpar el vínculo meramente racial, cuando falla sustancialmente el religioso. Tal es la constitución humano-religiosa del P. de D. en el A. T. 6. El nuevo Pueblo de Dios del Nuevo Testamento. En la historia de la salvación Dios cumple más de lo que promete, o quizá mejor dicho, cuando Dios hace una promesa al hombre, la expresa en términos que éste pueda de alguna manera entender: ese entendimiento humano parte de capacidades muy reducidas, a las que Dios condesciende, para luego irle elevando por encima de sus estrechos horizontes humanos. Por lo que a nuestro tema atañe, Dios había hablado muchas veces en el A. T. de que haría una nueva y definitiva Alianza, renovaría a su pueblo, convirtiéndolo en uno nuevo, etc. Todo esto quedó cumplido y como «superado» en Jesucristo (v.), no sólo Mesías excelso pero sólo humano, sino Mesías Hijo de Dios, Dios (v. MESÍAS). En efecto, por la muerte redentora de Jesucristo, Dios hizo la nueva Alianza ya prometida, sellada no con sangre de animales, sino con la del Hijo de Dios Encarnado. En virtud de esa nueva Alianza, el Nuevo Testamento, quedaba creado un nuevo pueblo, que tiene aspectos de continuidad con el antiguo, pero aún más de sustitución de él, de novedad. En este nuevo pueblo se cumple de modo trascendente lo previsto por Dios en el A. T.: «Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios» (2 Cor 6,16, cfr. Lv 26,12; Heb 8,10, cfr. Ier 31,33; Apc 21,3). La primera idea, pues, que da el N. T. acerca de la Iglesia (v.) de Cristo es que es el nuevo y definitivo P. de Dios. Esta noción de Iglesia se complementa con aquella otra profundísima que, partiendo de la revelación, expresada claramente en S. Pablo, de que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo (V.'CUERPO MÍSTICO; IGLESIA III), intenta también

definir la naturaleza de la Iglesia con la fórmula de que ésta es el Cuerpo místico de Cristo. Ambas nociones complementarias de la Iglesia, como P. de D. y Cuerpo de Cristo, no son fácilmente aprensibles por la profunda naturaleza de la Iglesia, que transciende los marcos mentales humanos. El Conc. Vaticano II ha redactado párrafos de admirable enseñanza, que deberán ser meditados por los cristianos con el alma y el corazón abiertos a la penetración de la fe. Así enseña el Magisterio: «E1 cual pacto nuevo lo estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que consumara en una unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios... Ese pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, que `fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación'» (Const. Lumen gentium, n° 9). «El Hijo de Dios, Encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura (Gal 6,15; 2 Cor 5,17), superando la muerte con su muerte y resurrección. A sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente como su Cuerpo, comunicándoles su Espíritu» (Lumen gentium, n° 7). El Magisterio, pues, enseña la íntima comunicación y complementariedad de ideas al llamar a la Iglesia, siguiendo a la S. E., nuevo P. de D., pueblo mesiánico, cuerpo místico de Cristo, al que tiene por Cabeza, etc. 7. Naturaleza del nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia. Este nuevo Pueblo ha sido santificado por medio de la sangre de Cristo (Heb 13,12), que expió por los pecados de ese Pueblo (Heb 2,17). La revelación del N. T., recurriendo a las imágenes del A. T., enseña los títulos del nuevo Pueblo. Así, la Iglesia es el pueblo particular de Dios (Tit 2,14, cfr. Dt 7,6); es la raza elegida, la nación santa, el pueblo adquirido (1 Pet 2,9, cfr. Ex 19,5 e Is 43,20 s.); es la esposa del Señor (Eph 5,25, cfr. Os 2,4); es su viña (Mt 21,33, cfr. Is 5,1 s.);es su rebaño (lo 10,1-10, cfr. Is 40,11 y Ez 34,11 ss.); es la casa de Dios (1 Tim 3,15, cfr. los 6,24; 1 Sam 1,24; 3,15; 1 Reg 7,12; Ps 5,8; etc.). Las imágenes, pues, del antiguo pueblo son cumplidas plenamente en el nuevo. Allí eran más bien una figura; en el nuevo P. de D., que es la Iglesia, son la realidad. El pueblo de la antigua Alianza había experimentado la providencia de Dios en los sucesos de su propia historia, que por ello consideraba sagrada. De modo semejante, los autores inspirados del N. T. expresan en el lenguaje figurado del A. T. los..caminos..de salvación, que Dios tiene preparados para el nuevo Pueblo: éste saldrá del destierro de la Babilonia, ciudad del mal (Apc 18,4), mediante un caminar hacia el reposo de la tierra prometida (Heb 4,9), para reunirse en la Jerusalén o ciudad del gran Dios (Apc 21,3)... Ahora bien, la visión que dan los autores sagrados del N. T. es una visión que trasciende los planos meramente temporales e intrahistóricos, para elevarse al plano celestial. Es más, ambos planos, terrestre y celestial, se hallan entremezclados en lo referente a la Iglesia. Semejante superposición es común a todos los escritos del N. T., pero quizá se encuentren más continua e íntimamente mezclados en el Apocalipsis (v.) de S. Juan, que como conjunto es el escrito más netamente profético del N. T. En efecto, en el Apc el sentido anagógico (realidades celestes que son representadas en figuras por los acontecimientos y cosas terrenales, v. NOEMÁTICA) impregna muchísimos pasajes del libro, de modo que no pueden interpretarse sólo como referentes a la Iglesia terrestre, sino que han de ser entendidos como referencias, revelación, acerca de la Iglesia celestial, que además, no es sólo futura (V. ESCATOLOGÍA), sino que está ya, ahora, también en los cielos. Todo ello nos está enseñando que el nuevo P. de D. o Iglesia es a la vez terrestre y celestial, visible e invisible, presente y futura, histórica y metahistórica: es un pueblo que peregrina en la tierra (Iglesia militante) en marcha hacia el cielo, pero que ya ha llegado en parte a ese cielo

(Iglesia triunfante: Cristo resucitado, los bienaventurados, los ángeles), al mismo tiempo que en parte también se purifica fuera de los ámbitos espaciales y temporales de este mundo (Iglesia purgante). De este modo, el nuevo P. de D., al mismo tiempo que es un reino sacerdotal (1 Pet 2,9) en esta tierra, no pertenece a este mundo (lo 18,36); viviendo en esta tierra no tiene en ella ciudad permanente, sino que su patria verdadera está en los cielos (Heb 11,13), donde tiene derecho de ciudadanía (Philp 3,21), pues sus ciudadanos son los hijos de la Jerusalén de lo alto (Gal 4,26), ciudad que al final de los tiempos descenderá a la tierra desde los cielos (Apc 21,1 ss.). La naturaleza, pues, del nuevo pueblo es trascendente al espacio terrestre y al tiempo, aunque también vive en ellos: historia, escatología (v.) y anagogía (v. NOEMÁTICA) son dimensiones necesarias para entender el profundo misterio que para nosotros es la realidad compleja del nuevo pueblo o Iglesia. Ésta rebasa la consideración meramente histórica y humana, mucho más plena y hondamente que el antiguo pueblo también trascendía los métodos de investigación exclusivamente histórica. 8. El nuevo Pueblo de Dios y la salvación universal. Aunque Jesucristo predicó el Evangelio, o buena nueva de la llegada del Reino de Dios (v.), primeramente a sus compatriotas los israelitas, muere no sólo por los de su nación, sino por todos los hombres, hijos de Dios, que vivían apartados de Él (lo 11,52), derribó el «muro» que separaba a Israel de las otras naciones (Eph 2,14), puso fin a la primera economía e inauguró la nueva, en la cual se convoca un nuevo pueblo de entre todas las naciones (Act 15,14), de modo que los que no eran antes su pueblo lo sean ahora (Rom 9,25 s.; 1 Pet 2,10) y participen en la herencia de los santificados (Act 26,18). El nuevo Pueblo santo constituido por Jesucristo está, pues, integrado por personas «de todas las tribus, pueblos, naciones y lenguas» (Apc 5,9; 7,9; 11,9; 13,7; 14,6), desapareciendo toda discriminación entre unos y otros (Gal 3,28). «Ese pueblo mesiánico, pues, aunque de momento no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunicación de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por Él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra» (Lumen gentium, n° 9). Consecuente con la naturaleza del nuevo Pueblo, la salvación (v.) universal (de la que la Iglesia es instrumento como en manos de Cristo) es también de carácter netamente religioso, moral y espiritual. «Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra (cfr. lo 17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés para que indeficientemente santificara a la Iglesia y, de esta forma, los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu (Eph 2,18). Él es el Espíritu de la vida o la fuente del agua que salta hasta la vida eterna (lo 4,14; 7,38-39), por quien vivifica el Padre a todos los muertos por el pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (Rom 8,10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (1 Cor 3,16; 6,19) y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (Gal 4,6; Rom 8,15-16.26). Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia (Eph 4,11-12; 1 Cor 12,4; Gal 5,22), a la que guía hacia toda verdad (lo 16,13) y unifica en comunión y ministerio» (Lumen gentium, n° 4). 9. Terminología esencial respecto a «Pueblo de Dios». Las dos palabras hebreas goy y `ám designaban originariamente el mismo concepto de pueblo o nación. Pero muy pronto, en la lengua original hebrea del A. T., 'am, en singular, se empleó preferentemente para

designar al pueblo israelítico, mientras goy, en plural (=goyim), designaba a los pueblos o naciones no israelíticos y, por tanto, paganos, gentiles; de aquí que 'am equivaliera a pueblo de Dios, mientras goyim eran los pueblos que no adoraban al único Dios verdadero. Del sentido étnico se pasó al religioso. En la traducción griega de los Setenta y después en el texto original griego del N. T., 'am se vertió por laós y goyim por éthné (pl. de éthnos), acentuándose aún más el predominio del valor técnicoreligioso. Junto al término fundamental `itm (=1aós, pueblo), el A. T. usa otros nombres con valor técnico-religioso predominante: `edáh (=multitud con unos lazos comunitarios), qahal (=asamblea o comunidad reunida en acto por un motivo de culto) y migrá' (=convocación, grupo o parte del pueblo convocado para una reunión sagrada). En la versión de los Setenta `edáh fue traducida preferentemente por la palabra griega synagógé (de la que procede sinagoga); gahal por ekklésía (=iglesia), y miqrá' permaneció flotante entre synagógé, ekklésía y otros vocablos. Los traductores de la versión de los Setentadieron, pues, nuevo valor religioso a la palabra griega ekklésía, que en el mundo griego significaba la asamblea del demos (el conjunto de los habitantes libres de la pólis), y, por tanto, tenía un valor profano, político. Partiendo del vocablo qahal, la ekklésía neotestamentaria o Iglesia ha sido el vocablo genuinamente cristiano para designar específicamente al P. de D. del N. T., connotando su convocación por Jesucristo, su constitución por la nueva Alianza en la sangre de Jesús y su vínculo eucarística y bautismal. Por esta causa, cuando en el lenguaje cristiano se emplea la expresión Pueblo de Dios, no pueden separarse de ella esos caracteres constitutivos sobrenaturales, que se concentran en el sacrificio cruento de Cristo en la cruz, renovado en el sacrificio incruento de la santa misa, y del que participan, cada uno a su modo, todos los sacramentos. 10. Recapitulación: el «tertium genus». Los teólogos intentan encuadrar las relaciones entre el antiguo y el nuevo P. de D. haciendo intervenir los conceptos antitéticos de continuidad y discontinuidad o sustitución. Pero son conscientes de que la realidad de la Iglesia, el «nuevo Pueblo», no se deja fácilmente clasificar y encuadrar en moldes meramente humanos. Entre la inmensa riqueza de la revelación neotestamentaria nos vamos a fijar, por motivos de brevedad, sólo en dos textos de S. Pablo: «Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación (kainé ktísis). Las cosas antiguas han pasado; he aquí que todo ha sido renovado. Todo ha sido obra de Dios que nos ha reconciliado con Él por medio de Cristo»... (2 Cor 5,17-18). En otro lugar, hablando el apóstol de los efectos del bautismo, del «revestimiento de Cristo», llega a decir: «Ya no hay, pues, judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28). Pero S. Pablo no era hombre para emplear metáforas delicuescentes. Cuando usa la palabra creación, ktísis, no deja de percibir la analogía con la creación del primer hombre. Los cristianos son verdaderamente una nueva creación. Ante esta realidad, los moldes antiguos se rompen, como explica en Gal 3,28. El apóstol S. Pablo ha entendido, y por medio de él Dios nos revela, que la antigua división entre judíos y gentiles ha sido superada por una realidad que convoca a sí a unos y a otros (v. HOMBRE 11, 3). Uno de los primeros apologistas cristianos, Arístides de Atenas (v.), dirigiéndose al emperador Adriano (v.), explicará admirablemente la afirmación paulina, diciendo que además de los judíos, que siguen aferrados a su A. T., y de los gentiles, que adoran a los llamados dioses, hay un tercer género de hombres, los cristianos (Arístides, Apología, cap. 2). En conclusión, el «nuevo Pueblo de Dios», fundado por Cristo, trasciende los cuadros

étnicos, políticos, sociales..., absorbiendo toda diferenciación. Ese Pueblo realiza, finalmente, los designios de Dios esbozados en el primer Israel, para alcanzar el Israel ideal: «el Israel de Dios» (Gal 6,16). Se ha constituido, pues, el tertiunt genus, el Pueblo que no es ni israelítico ni gentil, sino simple y únicamente la Iglesia, el Pueblo de Dios. V. t.: ALIANZA [Religión] II; ANTIGUO TESTAMENTO I; CUERPO MÍSTICO; ELECCIÓN DIVINA; EUCARISTÍA; GENTILES; IGLESIA; ISRAEL, RESTO DE; MESÍAS; NUEVO TESTAMENTO I; REINO DE DIOS; SALVACIÓN.

EL RECHAZO DE ISRAEL Por Rev. Ramón Herrera

" Por eso os digo que el reino de Dios os será quitado y será dado a una nación que produzca sus frutos". De este texto se desprende que Israel según la carne ha sido rechazado sin ningún género de dudas.¿ Cuál ha sido la razón? El Nuevo Testamneto es testigo, que Israel como nación, y la gran masa del pueblo rechazó tanto a Cristo así como su mensaje del Reino. Jesús estuvo llamando a un pueblo rebelde que mostró su incredulidad en todo momento: Romanos 10 21 " Pero en cuanto a Israel, dice:-Todo el día he extendido mis nanos a un pueblo desobediente y rebelde-". Durante todo el ministerio de Jesús el se dirigió a sus hermanos. Pero, El no se hacía iluciones, muy a pesar de lo que piensan los