ANDERSEN - Cuentos (Seleccionados)

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rase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía que ser con una pdncesa de uerdad. Recorió el mundo entero, y aunque en todas partes enconprincesas, tró siempre acababa descubriendo en ellas algo que no acababa de gustarle. De ninguna se hubiera podido asegurar con certeza que fuera una verdadera princesa; siempre aparecía algún detalle que no era como es debido. El príncipe regresó, pues, a su país, desconsolado por no haber podido encontrar una princesa uerdadera. Una noche se desencadenó una terrible tempestad: re1ámpagos, truenos y una Iluüa torrencial. ¡Era espantoso! Alguien Ilamó a 1a puerta de palacio y el anciano rey fue a abrir. Era una princesa quien aguardaba ante 1a puerta. Pero, ¡Dios mío!, ¡qué aspecto ofrecía con Ia lluvia y eI mal tiempol El agua chorreaba por sus cabellos y caía sobre sus ropas, le entraba por 1a punta de los zapatos y Ie salía por 1os talones. Y sin embargo. ;pretendía ser una princesa verdadera! «Bien, ya Io veremos», pensó 1a vieja reina, y sin decir palabra se dirigió a la alcoba, apartó toda Ia ropa de 1a cama y

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veinte colchones sobre éI y añadió todavía otros veinte edredones de plumas de ánade. Allí dormiría 1a princesa aquella noche. A la mañana siguiente, le preguntaron qué tal había descansado. teriblemente mal! respondió -¡Oh, princesa la . Casi no he pegado ojo en toda la noche. ¡Dios sabe qué habría en esa cama! He dormido sobre algo tan duro que tengo e1 cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible! Así se pudo comprobar que se trataba de una princesa de verdad, porque a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones de pluma, había sentido la molestia de1 guisante. Solo una verdadera princesa podía tener 1a piel tan delicada. El príncipe, sabiendo ya que se trataba de una princesa de verdad, la tomó por esposa, y el guisante fue trasladado al Museo de Palacio. donde todavía puede contemplarse, a no ser que alguien se lo haya llevado. ¡Como veréis, esta sí que es una historia verdadera!

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ar adentro, el agua es azul como los pétalos del más bello

hacía cargo de la casa; era una sabia mujer, orgullosa de su nobleza, pues llevaba doce ostras en la cola mientras que las demás personas importantes no podían 11evar más de seis.

Por otra parte, era digna de los mayores eiogios y sentía un profundo amor por las pequeñas clara como el cristal más puro princesas del mar, 1as hijas de su hijo. Eran y profunda, tan estas seis niñas encantadoras. si bien la más profunda que hermosa era la más joven; su piel era blanca y brillante como un péta1o de rosa y sus ojos tan ningún ancla podría alcanzar su fondo; sería preciso un gran número de campanarios. uno azules como las profundidades del océano. Mas tanto ella como sus hermanas carecían de piersobre otro, para llegar desde el fondo hasta 1a nas: su cuerpo terminaba en cola. superflcie. Y allí abajo tienen las sirenas su Du¡ante todo el día jugaban allí abajo, morada. Pero no creáis que e1 suelo está desnudo, en 1os grandes salones del castillo, donde las flores crecían en los muros. Los ventanales cubierto tan solo por arenas blancas; no, allí de ámbar amarillo permanecían abiertos y crecen las plantas y 1os árboles más extraños, 1os peces entraban nadando como entran las cuyos tallos y hojas son tan flexibles que se estremecen al menor movimiento de las aguas, golondrinas en nuestras casas cuando abrimos 1as ventanas; 1os peces se acercaban a las igual que si estuüeran vivos. Allí todos los princesitas, comían en su mano y se dejaban peces, grandes y pequeños, se deslizan entre las ramas como 1o hacen aquí los pájaros en el acariciar. En torno al castillo se extendía un gran aire. Y en el lugar más profundo se levanta el jardín, de con árboles de color rojo fuego y azul castillo del Rey de los Mares. Sus muros son intenso. Sus frutos brillaban como el oro, coral; sus altas ventanas puntiagrrdas, de un ámbar amarillo y transparente; y el tejado, de sus flores resplandecían como l1amas, mientras pétalos y tallos se mecían en continuo conchas que se abren y se cierran con los mobalanceo. El suelo era de la arena más fina, vimientos de las aguas; el efecto es bellísimo, y azu1, como las llamas de azufre. Un extraño las conchas encierran en su interior brillantes perlas, tan hermosas que una sola de ellas resplandor azulado lo envolvía todo, y cabía pensar que no se estaba en el fondo del mar, bastaría para adornar la corona de una reina. sino allá arriba, en el aire, por todas partes El Rey de los Mares había quedado '"'iudo ya y hacía rodeado de cielo. Cuando el tiempo era ca1mo, muchos años su anciana madre se de los acianos,

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Jo Platltó junto a la estatua un sauce lloróru ^R d,e color rojo que creció magnífico; sus frescos

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podía vislumbrarse el sol, semejante a una flor de púrpura irradiando luz desde su cáliz.

Cada una de las princesitas tenía un pee1 jardín, donde podía cavar y plantar a su antojo. Una daba forma de ballena a su parcela de flores, otra prefería que asemejara una pequeña sirena, pero la más joven hizo 1a suya tan redonda como el sol y no quiso más que flores tan rojas y brillantes como é1. Era una niña muy especial, caliada y reflexiva. Sus hermanas adornaban sus parcelas de jardín con los objetos más curiosos, procedentes de barcos naufragados; pero eIIa no quería tener, aparte de las flores rojas que evocaban aquel sol de allá arriba, nada más que una bella estatua de mármol; era un joven apuesto, tallado en piedra blanca, caído aI mar en un naufragio. Plantó junto a Ia estatua un sauce llo¡ón de color rojo que creció magníflco; sus frescas ramas colgaban en torno al joven hasta el sueIo de arena azui donde la sombra aparecía vioqueño rincón en

leta y se agitaba como las ramas; se diría que la copa y las raíces jugaban y se ablazaban. La mayor alegría de la sirenita era escu" char lo que se decía del mundo de los hombres, allá arriba; la anciana abuela tenía que contarle todo lo que sabía sobre barcos y ciudades, sobre hombres y animales. Lo que más maravillaba a la pequeña era el hecho de que, en tielra, las flores estuviesen perfurnadas, Ll que no ocurría en el fondo del mar'. y que los árboles fuesen verdes y que los peces que se movían en sus ramas pudiesen cantar tan sonola y dulcemente que fuese un verdadero placer escuchallos. La abuela llamaba peces a 1os pájaros, pues, de otra manera, la sirenita no habría comprendido: 1as niñas jamás habían visto un pájaro. tengáis quince años decía -Cuando -Ies Ia abuela- podréis subir a Ia superficie, sentaros en las rocas a la luz de Ia luna, observar el paso de los grandes navíos y contemplar los bosques y 1as ciudades.

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En el transcurso de aquel año una de las hermanas cumplió quince años, pero, como cada una tenía uno menos que 1a precedente, la más joven debería esperar todavía otros cinco antes de poder abandonar el fondo de1 mar ]' conocer nuestro mundo. Todas prometieron contar a las demás lo que hubieran üsto y lo que más les hubiera gustado en ese primer día: la abuela nunca les contaba suficiente, era mucho más lo que ellas querían saber. Ninguna se sentía tan impaciente como la más joven, la que era tan callada y pensativa 1- también la que, precisamente, debería esperar más tiempo. Con frecuencia se quedaba ¡or' la noche asomada a la ventana, mirando ::acia lo alto a través de1 azul oscuro de las :!uas que los peces agitaban con las aletas ',' Ia cola. Podía ver la luna y 1as estrellas, .:1'o fulgor era muy pálido, es cierto, pero :le a través del agua aparecían mucho más -andes de 1o que nosotros las vemos. Si algo s:mejante a una densa nube se deslizaba por :, agr-r a ocultando 1as estrellas, sabía que era :na ballena que nadaba por encima, o quizás ::r barco lleno de hombres que estarían lejos i. imaginar que bajo sus pies había una en,antadora sirena con 1os brazos tendidos hacia

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La mayor de 1as princesas cumplió quince -ios y pudo subir a la superficie. J{ucho era 1o que a su vuelta tenía que - lntar, pero 1o más maravilloso, decía, era ::rmbarse a la luz de la luna en una playa de

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arena ante eI mar en calma y contemplar la gran ciudad, próxima a la costa, donde las luces titilaban como cientos de estrellas, escuchar la música, el ruido y el bullicio de carros y gentes. ver las iglesias y sus campanarios y escuchar el tañido de las campanas; 1o que más lamentaba era no haber podido acercarse hasta allí. La más joven de las hermanas escuchó estas palabras con especial atención. Cuando más tarde, por la noche, se asomó a la ventana y miró hacia lo alto a través del azul oscuro de las aguas, se imaginó 1a gran ciudad con todo su ruido y su bullicio y creyó oír 1as campanas de la iglesia, cuyas notas descendían hasta el1a. A,1 año siguiente fue la segunda hermana que la obtuvo permiso para subir y nadar donde quisiera. Alcanzó la superficie en el preciso momento en que el sol se ocultaba y pensó que aquel era eI más bello espectáculo que podía contemplarse. De oro parecía el cielo e indescriptible, decía ella, era la belleza de las nubes que, rojas y violetas, habían surcado el cielo sobre su cabeza. Pero más velozmente que las nubes, como si fuera un enorme velo blanco, una bandada de cisnes voló por encima del mar en dirección al so1 poniente; se puso a nadar hacia allí mientras el sol se ocultaba en el horizonte y sus reflejos rosados se extinguían en las nubes y en la superficie de las aguas. Al año siguiente le tocó el turno a la tercera. Era la más atrevida de todas, así que

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Muchas ueces, por la noche, los cinco hermanas se cogían del brazo y juntas subíqn o lo superficíe. zeLaERDA

se adentró nadando por un anchuroso río que

vertía en el mar. Vio encantadoras colinas serdes con üñedos, castillos y granjas que se alzaban en medio de majestuosos bosques y pudo escuchar el canto de los pájaros; tanto calentaba eI sol que varias veces tuvo que sumergirse bajo el agua para refrescar su rostro arüente. En una pequeña cala se topó con un grupo de niños; estaban desnudos y chapoteaban en el agua; quiso jugar con ellos, mas los niños huyeron asustados. Un pequeño animal negro se Ie acercó; era un perro, y le ladró tan terriblemente que se atemorizó y buscó refugio mar adentro; la princesita nunca había risto un perro. Pero ya jamás olvidaría los mag¡íficos bosques, Ias verdes colinas y los graciosos niños que sabían nadar sobre las aguas aunque no tuviesen la cola de los peces. La cuarta hermana no fue tan atrevida: se quedó en alta mar y, según contó, allí se encontraba precisamente lo más bello: su üsta alcanzaba muchas leguas a su alrededor y eI cielo, sobre su cabeza, parecía una gigantesca campana de cristal. Había visto barcos, que en la lejanía parecían gaviotas, Ias volteretas de los divertidos delfines y las grandes bailenas arrojando tal cantidad de agua por la nariz que por todas partes parecía haber centenares de chorros. Y le IIegó eI turno a la quinta; cumplía los años en invierno, de tal forma que pudo ver cosas que las otras no habían visto la primera vez. EI mar estaba completamente verde y se

por todas partes se erguían enormes icebergs, su aspecto recordaba al de las perlas, aunque eran mucho más grandes que los campanarios construidos por los hombres- Tenían las formas más extrañas y brillaban cual diamantes. Se había sentado sobre uno de ellos y los veleros huyeron despavoridos mientras la joven

sirena dejaba que sus largos cabellos ondearan al üento. Al atardecer, el cielo se cubrió de nubes. Se desato la tormenta y eI mar oscurecido zarandeaba los enormes bloques de hielo, que resplandecían a la luz de los reIámpagos. Se arriaron las velas en los barcos, los navegantes se mostraban temerosos e inquietos, mas ella permanecía tranquila sobre su témpano flotante observando cómo la línea azul de los relámpagos fulguraba en zigzag y caía sobre el mar iluminado. La primera vez que las hermanas subieron a la superficie quedaron fascinadas por todas las cosas nuevas y maraüllosas que habían visto; pero poco tiempo después, como ya eran mayorcitas y podían subir tantas veces como quisieran, la superficie del mar les empezó a resultar inüferente y preferían permanecer en el fondo; en cuanto pasaba un mes, ya empezaban a decir que, a pesar de todo, el fondo del mar era Io más bello y que no había nada como el propio hogar. Muchas veces, por la noche, Ias cinco hermanas se cogían del brazo y juntas subían a ia superficie; sus voces eran deliciosas, mucho más dulces que las de cualquie¡ ser humano.

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Muchas ueces, por la ruoche, las cinco hermanas se cogían d,el brazo y juntas subían a la superficie. rzeurERDA

por un anchuroso río que vertía en eI mar. Vio encantadoras colinas verdes con üñedos, castillos y granjas que se alzaban en medio de majestuosos bosques y pudo escuchar el canto de los pájaros; tanto calentaba e1 so1 que varias veces tuvo que sumergirse bajo el agua para refrescar su rostro ardiente. En una pequeña cala se topó con un

por todas pa.rtes se erg.uían enotmes icebergs, su aspecto recordaba aI de las perlas, aunque eran mucho más grandes que los campanarios construidos por los hombres. Tenían las formas más extrañas y brillaban cual diamantes. Se había sentado sobre uno de ellos y los veleros huyeron despavoridos mientras la joven sirena dejaba que sus largos cabellos ondeagrupo de niños; estaban desnudos y chapotea- ran al viento. Al atardecer, eI cielo se cubrió ban en el agua; quiso jugar con ellos, mas los de nubes. Se desató la tormenta y ei mar niños huyeron asustados. Un pequeño animal oscurecido zarandeaba los enormes bloques negro se 1e acercó; era un perro, y le ladró tan de hielo, que resplandecían a la luz de los reterriblemente que se atemorizó y buscó refulámpagos. Se arriaron las veJ.as en los barcos, gio mar adentro; la princesita nunca había los navegantes se mostraban temerosos e inquietos, mas ella permanecía tranquila sobre visto un perro. Pero ya jamás olvidaría los magníficos bosques, Ias verdes colinas y los su témpano flotante observando cómo Ia línea graciosos niños que sabían nadar sobre las azul de los relámpagos fulguraba en zigzag y peces. aguas aunque no tuviesen la cola de los caía sobre el mar iluminado. La primera vez que las hermanas subieLa cuarta hermana no fue tan atrevida: se quedó en alta mar y, según contó, allí se enron a la superficie quedaron fascinadas por precisamente contraba Io más bello: su vista todas las cosas nuevas y maraüllosas que habían visto; pero poco tiempo después, como ya alcanzaba muchas leguas a su áhededor y el cielo, sobre su cabeza, parecía una gigantescá eran mayorcitas y podían subir tantas veces campana de cristal. Había visto barcos, que en como quisieran, la superficie del mar les empezó a resultar indiferente y preferían permala lejanía parecían gaviotas, Ias volteretas de los divertidos delfines y ias grandes ballenas necer en eI fondo; en cuanto pasaba un mes, ya empezaban a decir que, a pesar de todo, el arrojando tal cantidad de agua por Ia nariz que por todas partes parecía haber centenares fondo del mar era lo más bello y que no había de chorros. nada como el propio hogar. Y Ie llegó el turno a la quinta; cumplía ios Muchas veces, por la noche, las cinco heraños en invierno, de tal forma que pudo ver manas se cogían del brazo y juntas subían a cosas que las otras no habían visto la primera la superficie; sus voces eran deliciosas, mucho ¡'ez. El mar estaba completamente verde y más dulces que las de cualquier ser humano. se adentró nadando se

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El sol acababa d,e ponerse. Les nubes brillaban todauía con los colores d.el oro y d.e La rosa y titilaba la estrellct uespertína, dídfana y marauillosa, en el aire pó.lid.emente roscrd.o d.e la tard.e. onnncaA.

Cuando la tempestad amenázaba y sobre los barcos se cernía el peligro deI naufr, igio, las si¡enas nadaban hasta ellos y, ensalzando con sus cantos 1as bellezas del fondr, del mar, invitaban a los marineros a visitarlo sin temor; pero ellos no comprendían sus palabras; confundían sus voces con el sonido del viento y nunca ninguno contempló el esplendor de los fondos marinos, pues, cuando un barco naufragaba, los hombres perecían ahogados y solo sus cadáveres llegaban al castillo del Rey de los Mares. Cuando las hermanas, cogidas de Ia mano, subían por la noche a través de las aguas, la hermana pequeña se quedaba sola, siguiéndoIas con la mirada; sentía ganas de llorar, pero las sirenas no tienen Iágrimas y eso hacía mayor su sufrimiento. quién tuviera quince años! Ia-¡Ay, -se mentaba-. ¡Cuánto amaría eI mundo de allá arriba y los humanos que Io habitan!... Por fin, llegó el día en que cumplió ios quince años. te dijo su -Y bien, vas a emancipar -le abuela, la anciana y noble reina-. Ven para que te engalane como aI resto de tus hermanas. Le ciñó la cabeza con una diadema de lirios blancos en la que cada pétalo de flor era una media perla y le engarzó ocho grandes ostras en su cola como distintivo de su elevado rango. quejaba la sirenita. daño! -¡Hace -se quieres estar bella tienes que sufrir -Si la anciana.

-respondió

De buena gana se habría despojado de todos los adornos y se habría quitado también

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pesada diadema; las flores rojas de su jardín Ie hubieran sentado mucho mejor. Pero, no obstánte, nunca se habría atreüdo a modificar sus galas.

-¡Adiós! -dijo,

y ligera como una burbuja

se elevó por las aguas.

Cuando sacó Ia cabeza fuera del agua eI sol acababa de ponerse. Las nubes brillaban todavía con los colores del oro y de la rosa y titilaba 1a estrella vespertina, diáfana y maravillosa, en ei aire pálidamente rosado de Ia tarde. El ambiente era suave y fresco, y eI mar estaba en calma. Muy cerca de allí se encontraba un gran barco de tres mástiles con una sola vela desplegada, pues no soplaba ni la más leve de las brisas; aquí y allá, en 1as jarcias y en las vergas, los marineros cantaban a1 son de la música. A medida que la

tarde se oscu¡ecía, se fueron encendiendo centenares de luces de variados colores; parecía que las banderas de todos ios países flotaban en eI aire. La sirenita nadó hasta la claraboya del salón y levantada por Ias olas pudo ver a través del cristai redondo y transparente numerosas personas elegantemente ataviadas; el más bello de todos era un joven príncipe de grandes ojos negros que no parecía tener más de dieciséis años; Ia fiesta se celebraba en su honor, pues aquel era el día de su cumpleaños. Los marineros bailaban sobre el puente y, cuando apareció eI joven príncipe en cubierta,

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lanzaron al cielo centenares de bengalas que 1o iluminaron todo como si fuera de día. La sirenita, asustada, se sumergió de nuevo bajo el agua, pero no tardó en volver a sacar Ia cabeza y 1e pareció entonces como si todas las estrellas del firmamento estuüesen cayendo sob¡e el mar. Jamás había üsto una magia de fuego semejante. Incandescentes remolinos iluminaban el cielo como soles, magníficos peces de fuego serpenteaban por Ios aires y todo aparecía reflejado sobre las aguas serenas y claras. El propio barco estaba tan iluminado que se podía distinguir hasta Ia más pequeña de las jarcias y, ciaro está, más fácilmente aún a las personas. ¡Qué hermoso era el joven príncipe! A todos estrechaba Ia mano sonriente mientras la música seguía sonando en aquella noche inolvidable. Aunque se hacía tarde. la sirenita no conseguía apartar su mirada del barco y de aquel príncipe encantador. Las multicolores luces se fueron apagando, no se lanzaron más bengalas ni se dispararon más salvas de cañón. Un rugido sordo se anunciaba desde las profundi dades del océano; la princesa permanecía en eI agua, mecida por Ias olas, de forma que podía observar 1o que ocurría en el salón; eI barco aceleró entonces su marcha, una tras otra se desplegaron las velas, arreció de pronto el oleaje, oscuros nubarrones se formaron en eI cielo y ya a 1o lejos fulguraban los relámpagos. ¡Oh, una horrible tempestad se aproximaba! Los marineros arriaron las velas. El barco

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parecía volar en alocada carrera, balanceándose sobre un mar embravecido; las olas se alzaban como inmensas montañas sombrías, deseosas de enguliir su mástil; pero el barco se escondía como un cisne sobre las eievadas crestas y de nuevo se dejaba levantar por el empuje de las aguas. La sirenita encontraba aquello divertido, pero no así los marineros. El barco crujía con gran ruido, Ios gruesos tablones se cimbreaban bajo 1as violentas embestidas de las olas, el mástil se partió por Ia mitad como una frágil caña y eI navío se escoró hacia un lado, mientras eI agua penetraba por Ia cala. La pequeña sirena comprendió entonces que la tripulación se encontraba en peligro; ella misma se üo obligada a esquivar las vigas y tablones empujados por las aguas. En un instante, la oscuridad se hizo tan intensa que nada podía distinguir, pero a la luz de los relámpagos pudo reconocer a todos los que estaban en el barco; cada cual se las arreglaba como buenamente podía; eIIa buscaba sobre todo aI príncipe y lo vio, cuando el barco se iba a pique, hundiéndose en las profundidades del mar. Por un momento, se sintió feliz al pensar que el príncipe descendía hacia ella, mas enseguida recordó que los hombres no pueden vivir en eI agua y se dio cuenta de que solo muerto Ilegaría al castilo de su padre. ¡No, no podía morir! Nadó sorteando las vigas y tablones esparcidos sobre el mar, sin pensar ni un momento que podía morir aplastada; se sumergió bajo las aguas y salió de nuevo entre las olas,

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rr.uo Sujefó la cabezo del príncipe manteniénd,o\a :¿era deL qgua y con él se d.ejó lleuar arrastrad.a por ,,:-. olos.

Ilegando por fin hasta donde el príncipe se encontraba, tan desfallecido que apenas podía ya nadar en aquel mar tempestuoso. Agotadas ia-. fuerzas de sus brazos y piernas, sus hermosos ojos se cerraban; habría muerto si 1a =i¡enita no hubiese acudido hasta é1. Sujetó la cabeza del príncipe ma¡teniéndola fuera del agua y con é1 se dejó llevar arrastrada por las olas. -{.1. amanecer, amainó la tempesrad: no se veía el menor rastro del ba¡co. El sol, rojo y radiante, se elevó en :l horizonte pare¡iendo reanimar las nejillas del príncipe, au¡que sus ojos per:ea¡ecían cerrados; -a sirena Ie besó en -a frente, hermosa y ,iespejada, retiran,io hacia atrás sus

:abellos empapados. [¿ recordaba a Ia -tatua de mármol que tenía aIIí abajo, en su ¡equeño jardín. Le besó de nuevo con ardien:es deseos de que üviera. Entonces vislumbró tierra firme: las altas ¡ontañas azules en cuyas cumbres brillaba Ia

nieve, como tapizadas por millares de cisnes. Cerca de 1a costa se extendía un bosque verde y maravilloso, y en él una iglesia o convento, no Io sabía con precisión, aunque, desde luego, era un edificio. Naranjos y limoneros crecían en el jardín y esbeltas palmeras custodiaban la entrada. EI mar se adentraba en una pequeña ensenada de aguas profundas y calmas hasta unas rocas cubiertas por finas arenas blancas; hacia allí nadó con el bello príncipe en sus brazos; lo tendió sobre la arena procurando que su cabeza quedara levantada y recibiera así los cáli dos rayos del sol. Las campanas repicaron en eI gran edificio blanco y un grupo de muchachas salió de él cruzando el jardín. La sirenita se retiró nadando a una cierta distancia, escondiéndose tras unas rocas que emergían sobre eI agua; cubrió sus cabellos y su pecho con espuma del mar a fin de que nadie pudiera ver su rostro y esperó a ver qué ocurría con el pobre príncipe.

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tneto Por firu uru d,ía, no pud,iendo aguantor mdq confió su pena a unct de sus hermarLes, que, a su uez, lo contó a las otras.

No tardó en aproximarse una muchacha. Parecía muy asustada, pero al momento fue a buscar a las demás y ia sirena vio cómo el príncipe se reanimaba y sonreía a las jóvenes que 1o rodeaban. Mas a ella no Ie sonreía: no sabía que había sido e1la quien 1e había salvado; se sintió tan desolada que, cuando el príncipe fue conducido aI gran edificio, se sumergió de nuevo bajo las aguas y muy triste regresó a su hogar, aI castillo de su padre. Siempre había sido callada y soñadora, y a partir de aquel momento aún 1o fue mucho más. Sus hermanas le preguntaron qué había visto en su primer ascenso a la superficie, pero el1a nada respondía. Muy a menudo, por la mañana o por la tarde, regresaba al lugar en que se había separado del príncipe. Vio madurar los frutos del jardín, cómo los recogían y cómo Ia nieve se fundía en 1as cumbres de las montañas, pero no pudo ver al príncipe y cada vez regresaba más triste a su hogar. Su único consuelo era sentarse en eI jardín y rodear con sus

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brazos Ia bella estatua de mármol que tanto se le parecía. Ya no cuidaba de sus flores, que crecían al azar por los senderos y entrelazaban sus taI1os y sus hojas con las ramas de los árboles, de modo que aquel hermoso lugar se mantenía siempre en una triste penumbra. Por fin un día, no pudiendo aguantar más, confió su pena a una de sus hermanas, que, a su vez, 1o contó a las otras. Solo el1as y otras dos sirenas, que 1o dijeron nada más a sus amigas más íntimas, conocían lo ocurrido. Una de e11as sabía quién era el príncipe: también había visto la fiesta del barco y sabía de dónde nrocedía y dónde se hallaba su reino. herma-Ven, nita dijeron las otras princesas, y con los -le brazos entrelazados subieron hasta eI lugar en que se encontraba eI palacio del príncipe. Una gran escalinata de mármol descendía hasta el mar desde el palacio, construido con piedras amarillas, claras y brillantes. Espléndidas cúpulas doradas coronaban el tejado, y entre las columnas que enmarcaban el edificio

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había estatuas de mármol que parecían estar vivas. Por los cristales transparentes de los altos ventanales se podía observar el interior de Ios magníficos salones, donde colgaban preciosos tapices y cortinajes de seda y cuyos muros aparecían decorados con grandes y bellísimas pinturas. En eI centro del más espacioso de los salones, un surtidor de agua se elevaba hacia lo alto, hacia la cúpula de cristal, por la que se filtraban los rayos del sol iluminando eI agua y ias maravillosas plantas que crecían en eI estanque. La sirenita sábía, por fin, dónde se encontraba Ia morada del príncipe y allí volvía, con frecuencia, por las tardes y las noches. Se acercó a tierra mucho más de 1o que ninguna de sus hermanas se hubiera atrevido, Ilegando incluso hasta el estrecho canal cuyas aguas discurrían bajo la soberbia terraza de miirmol que proyectaba su sombra sobre el agua. AIIí se sentaba a contemplar al joven príncipe, que creía estar solo a Ia luz de la luna. Muchas tardes lo vio navegar en una bar. ca majestuosa, engálanada con banderas que ondeaban aI viento; escondida entre los juncos, podía contemplar cómo el viento alzaba en el aire su largo manto de blancura de plata: era como un cisne desplegando las alas. Por las noches oía hablar a los pescadores cuando se hacían a Ia mar a la luz de las antorchas; solo cosas buenas decían del príncipe y ella se alegraba de haberle salvado Ia vida cuando, aI borde de Ia muerte, se encontraba

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a merced del oleaje; y recordaba el beso que le diera mientras 1o sostenía, la cabeza recostada en su pecho. Pero él nada sabía de todo eso y ni siquiera sospechaba su eústencia. Amaba cada vez más a los hombres y cada vez más anhelaba vivir entre ellos. El mundo de los humanos Ie parecía mucho más vasto

que el suyo. Surcaban los mares con sus barcos, podían ascender a las altas montañas por encima de Ias nubes, y sus tierras, cubiertas de campos y de bosques, se extendían más allá de 1o que alcanza Ia vista. Había muchas cosas que Ie hubiera gustado saber, pero sus hermanas no tenían respuesta para todo. Interrogó a su anciana abuela, que conocía bien el mundo de allá arriba, que llamaba, muy justamente, «el país que se eleva sobre el man». hombres que no se ahogan -¿Los -preguntaba Ia sirenita- viven eternamente? ¿No mueren, como nosotros, aquí en eI mar? Ia anciana-. También -¡Sí! -respondió ellos deben morir, y su vida es incluso más corta que Ia nuestra. Sin embargo, nosotros podemos vivir trescientos años, pero cuando dejamos de existi¡ nos convertimos en espu. ma de mar; ni siquiera tenemos una tumba aquí abajo, entre nuestros seres queridos. No tenemos un alma inmortal: jamás volveremos a vivir. Somos como la caña verde que, una vez cortada, no puede rebrotar. Los hombres, por el contrario, tienen un alma que vivirá siempre, que vivirá incluso después de que sus cuerpos se hayan fundido con la tierra.

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dos pesadas columnas, que ellos llaman pierSu alma se eleva entonces por el aire luminoso hasta las resplandecientes estrellas; lo mis- nas, para poder se¡ bella. La sirenita suspiró, al tiempo que miraba mo que nosotros salimos del mar y podemos observar las tierras de los hombres, así tamcon tristeza su cola de pez. bién ellos ascienden a lugares maravillosos y sentirnos satisfechos --conti-Debemos jamás nuó la anciana-, pues podemos saltar y jugar remotos que nosotros contemplaremos. qué no tenemos un alma inmortal? durante los trescientos años que tenemos de -¿Por vida. Es mucho tiempo, podremos descansar la sirena entristecida-. ¡Daría -preguntó después con satisfacción. Esta noche se celecon gusto todos los años de mi vida por cony poder vertirme en ser humano un solo día brará un baile en Ia Corte. participar así de su mundo celestial! EI baile fue realmente espléndido, como la ancianunca se vería sobre Ia tierra. Los muros y los debes pensar eso -¡No -dijo y na-, nuest¡a üda es mucho mejor somos techos del gran salón de baile eran de cristal grueso y transparente. Centenares de conchas más felices que los hombres allá arriba! entonces morir y desaparecer enormes, de colores rosa y verde, se alineaban -¿Debo como espuma sobre el mar y renunciar a la sobre las paredes a ambos lados, irradiando música de las olas, a las cautivadoras flores una luz azulada que alumbraba eI salón eny al resplandor rojo del sol? ¿No puedo hacer tero y cuyo resplandor, a través de los muros, nada para conseguir un alma inmortal? iluminaba incluso el mar. Se podían ver peces Ia anciana-, a no ser que un a millares, pequeños y grandes, nadando ha-dijo -No hombre te ame más que a su padre y a su ma- cia los muros de cristal; los había que tenían dre, que te consagre todos sus pensamientos Ias escamas de reluciente púrpura, otros parey todo su amor, y que haga que el sacerdote cían de oro y plata. Por el centro del salón disuna tu mano derecha con Ia suya prometiendo curría una ancha corriente de agua en la que sirenas y tritones danzaban al son de sus can. serte fiel aquí y en Ia eternidad. Entonces su y participatos deliciosos. Los habitantes de Ia tierra no alma se derramará en tu cuerpo rás en la felicidad de los hombres. É1 te d*á tienen voces tan bellas. La que mejor cantaba un alma y, al mismo tiempo, conservará Ia era, sin duda, la sirenita, a la que todos aplausuya. ¡Pero eso es imposible! Lo que aquí en el dían entusiasmados. Por un instante sintió su mar nos parece tan hermoso, tu cola de pez, es corazón rebosante de alegría, pues sabía que precisamente Io que los hombres consideran tenía Ia voz más bella jamás oída en Ia tierra repugnante; allá arriba, en tierra, no entieno en el mar. Pero pronto sus pensamientos se den nada de esto, creen que es preciso tener dirigieron de nuevo hacia eI mundo de allá

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qué no tenemos un elmo infiLorta\? -¿Por -i,eguntó lq sirena enlrislecido -. debes pensar eso! la ancíana

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-dijo

:riba: no podía olvidar al hermoso príncipe ni hierbas marinas; solo la desnuda arena gris = el dolor de no poseer, como éI, un alma in- se extendía hacia el abismo donde el agua bra-¡rtal. Salió sin que nadie se diera cuenta del maba como rueda de molino, se arremolinaba :e.-.tillo de su padre y, mientras todo

allí era i'Jlicio y alegría, ella se sentó tristemente en ::: pequeño jardín. Escuchó a través del agua :- sonido de un cuerno y pensó: "Es él segura-

:¿nte quien ahora ::ar-ega allá arriia: aquel al que

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más que a mi y a mi maadre ; i:e. a quien están '.:ridos todos mis

::nsamientos y a :^::ien confiaría Ia i¿licidad de mi vida. .l¡ i¡tentaré todo ; ara conseguirlo, :-rnseguirle a él y

:-,,nseguir un alma

-:mortal! Mientras =is hermanas bai-:n en el castillo i: mi padre, iré en i:¡sca de 1a bruja del mar; siempre he tenido :iedo de ella, pero tal vez ahora pueda aconjarme y ayudarme». La sirenita salió del jardín y se dirigió iacia el rugiente remolino tras el cual se =:rcontraba la casa de Ia bruja. Jamás había ==tado en aquel lugar, donde no crecían flores --

destrozando todo lo que encontraba a su paso y lo arrastraba hacia las profundidades. La pequeña sirena debía atravesar los amenazadores torbellinos para llegar a la guarida de la bruja: un largo trayecto para el que no había otro camino que pasar por encima de Ia ciénaga hirviente, a la que la bruja llamaba su turbera. Se llegaba así a su casa, situada en e1 centro de un extraño bosque. Los árboles y arbustos eran pólipos, mitad animales, mitad plantas, que parecían serpientes con centenares de cabezas brotando de la tierra; Ias ramas eran brazos largos y viscosos con dedos que se movían como gusanos, retorciéndose desde Ia raíz hasta la punta. Todo cuanto caía a su alcance lo atenazaban férreamente para no soltarlo jamás. La sirenita se detuvo horrorizada a la vista del bosque; el corazón le palpitaba violentamente por el miedo y a punto estuvo

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:.¡roceder, pero pensó en el príncipe y en =, :--rra humana y consiguió hacer acopio de : ,i:s sus fuerzas. Recogió cuidadosamente en : - ,:beza su larga y flotante cabellera a fin :. :::, ofrecer presa a los pólipos y, juntando -:. :iranos sobre su pecho, voló a través del ::--:i. como saben volar los peces, por entre los :- : -:bles pólipos que tendían sus brazos hacia --,-. tratando de apresarla con sus ágiles ten:.--:-os. Vio cómo tales tentáculos mantenían i:'-rrados. como cepo de hierro, los más diver-: . ,bjetos, entre los que pudo distinguir los .-..:'.ieletos blanquecinos de náufragos arras-::.irs hasta las profundidades; y también ti : , ::¿s. cofres y restos de animales terrestres. :=:-, Io más espantoso de todo era e1 cadáver := :na joven sirena a la que habían capturado " ..:rangulado. Detr'ás. se abria en el bosque un espacio :=.peiado y viscoso donde grandes serpientes : :áticas se retorcían mostrando su repug-.-:::e vientre amarillento. En el centro de ::-::l claro se alzaba una casa construida con : ,:-:.cas osamentas humanas. Allí vivía la ::-:'a del mar. Estaba dando de comer a un ::!., con la boca, de la misma forma en que 1os - . :-bt es dan de comer azúcar a un canario. -:- --,.s horribles culebras, gordas y grasientas, -:= -jamaba sus polluelos y 1as dejaba enros, :':¿ en torno a su pecho fungoso. perfectamente 1o que quieres -Sé -dijo -.. :ruja-. Es una gran tontería por tu par:. :e|o de todas formas se hará tu voluntad

y ello causará tu desgracia, mi encantadora princesita. Quisieras deshacerte de tu cola y tener en su lugar los dos muñones con que andan los humanos, para que el joven p¡íncipe se enamore de ti y tener, con é1, un alma inmortal. Y, diciendo esto, la bruja lanzó una carcajada tan escalofriante que hasta el sapo y las serpientes cayeron a tierra y se retorcieron por el suelo. en buen momento ----continuó-. -Llegas Desde mañana a la salida del sol, ya no te hubiera podido ayudar en todo un año. Voy a prepararte un brebaje; con é1 nadarás hasta llegar a tierra, antes de que salga el sol. Allí te sentarás y 1o beberás; entonces tu cola se dividirá en dos y se transformará en 10 que los hombres llaman dos hermosas piernas. Pero has de saber que eso te producirá tanto dolor como si una afilada espada te rajase. Todos cuantos te vean dirán de ti que eres la más encantadora criatura que jamás hayan encontrado. Conservarás la gracia de tus movimientos, ninguna bailarina será tan ágil como tú, pero cada paso que des será como si anduvieras sobre cuchillos afllados y de tus pies manará la sangre. Si estás dispuesta a sufrir todo esto, te ayudaré. la sirenita con voz temblorosa. -¡Sí! -dijo príncipe y Pensaba en el en el alma inmortal que pretendía conseguir. que. una -Y recuerda -dijo la brujavez hayas tomado forma humana, no volverás

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jamás a ser sirena. Nunca más descenderás con tus hermanas al castillo de tu padre y, si no conquistas el amor del príncipe de modo que por ti olüde a su padre y a su madre y se una a ti con todo su pensamiento y haga que eI sacerdote junte vuestras manos para que seáis marido y mujer, no conseguirás el alma inmortal. La primera mañana después de haberse casado con otra, se romperá tu corazón y te convertirás en espuma sobre el mar. Ia sirenita, pálida como -¡Acepto! -dijo un cadáver. la bruja-, debes pagarme -dijo -Pero y no es poco lo que pido. Posees la voz más encantadora de cuantos vivimos en el fondo del mar, y sin duda confías en conquistar con ella eI amor del príncipe. Tienes que dármela. Quiero lo mejor de ti por el precioso brebaje; te Io prepararé de mi propia sangre para que sea tan agudo como una espada de dos filos. la si me quitas Ia voz -respondió -Pero sirenita-, ¿qué me quedará? gracia encantadora dijo la bru-Ie -Tu ja-, tu caminar armonioso y tus ojos que parecen hablar; es suficiente para seducir el corazón de un hombre. Vamos, no te acobardes. Saca Ia lengua. La cortaré y tendrás a cambio el poderoso brebaje. --dijo la sirenita. Y Ia bruja cogió -¡Sea! su marmita para preparar la mágica bebida. la limpieza es importante -dijo -La bruja frotando la marmita con un manojo de culebras.

A continuación se hizo un corte en el pecho y de la herida brotó 1a sangre negra. Los vapores que desprendíá Ia marmita tomaban formas extrañas y grotescas que hubieran aterrorizado al más valiente. A cada momento, la bruja añadía algún nuevo ingrediente; después, todo empezó a hervir produciendo un ruido semejante ai llanto de los cocodrilos. Por fin el brebaje estuvo a punto. Tenía el aspecto del agua más pura. la bruja. lo tienes! -exclamó -¡Aquí Y cortó la lengua de Ia sirenita, que quedó muda, sin poder hablar ni cantar. los pólipos te atrapan cuando atra-Si vieses mi bosque, no tienes más que aruojarles unas gotas del líquido y sus brazos y dedos se romperán en mi1 pedazos. Pero Ia pequeña sirena no tuvo necesidad de hacer nada: los pólipos se apartaban asustados a su páso cuando veían la bebida lumi nosa brillando entre sus manos cual estrella deslumbrante. Así atravesó con prontitud ei bosque, la turbera y el rugiente torbellino. Vio, a lo lejos, el castillo de su padre; Ias luces estaban ya apagadas en el gran salón de baile; sin duda todos dormían y no se atrevía a presentarse allí, ahora que estaba muda e iba a separarse de ellos para siempre. Le pareció que el corazón se le desgarraría de pena. Se adentró sigilosamente en eI jardín, cogió una flor de la parcela de cada una de sus hermanas, envió con Ia mano mil besos a1 castillo y subió nadando por el mar azul oscuro.

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Todavía no había amanecido, cuando putlo disthguir eI castillo del príncipe. LIegó hasta él¡'ascendió por la magnífica escalinata de má¡mol. La luna brillaba diáfana y maravillosa. La sirenita bebió aquel líquido ardiente y áspero y sintió como si Ie hendieran su deLicado cuerpo con una espada de dos filos. Se desvaneció y quedó como muerta. Cuando el sol apareció en el horizonte, se despertó y volvió a sentir un agudísimo dolor; ante eila se encontraba eI joven príncipe mirándola tan fijamente con sus profundos ojos negros, que bajó los suyos y comprobó entonces que su cola de pez había desaparecido y que tenía las piernas más bellas que una muchacha podía desear. Estaba completamente desnuda y se cubrió con su Iarga cabellera. El púncipe Ie preguntó qüén era y cómo había llegado hasta aIIí; ella Ie miró muy dulcemente. con una profunda tristeza reflejáda en sus ojos azules y oscuros, pues no podía hablar.

tomó de la mano y la condujo al castillo. Tal como la bruja Ie había advertido, cada paso que daba era como si caminara sobre agujas y cuchillos afilados, pero soportó el dolor con alegría; de la mano del príncipe subió la escali nata con la ligereza de una burbuja y eI príncipe y todos los demás admiraron su andar grácil y ondulante. Le ofrecieron hermosos vestidos de seda y muselina. En el palacio, era entre todas la más bella, pero estaba muda y no podía ni hablar ni cantar. Hermosas esclavas ataviadas con sedas y oro se adelantaron para cantar ante el príncipe y sus reales padres. Había una que cantaba mejor que las demás y el príncipe le aplaudía y sonreía. La sirenita se ent¡isteció, sabía que eIIa hubiera cantado aún mucho mejor y se decía: «¡Oh, si supiera que por estar a su lado he perdido para siempre mi voz...!tt. A continuación, las esclavas bailaron sugestivas danzas al compás de una música É1 Ia

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admirable. Entonces Ia sirenita levantó sus blancos y hermosos brazos, se irguió sobre la punta de sus pies, se balanceó suavemente y bailó como nadie Io había hecho nunca. Cada movimiento parecía añadirle nuevos encantos y sus ojos hablaban al corazón con mayor elocuencia que 1os cantos de las esclavas. Todos estaban fascinados, en particular el príncipe, que la llamaba «mi precioso hallazgo». Y ella bailaba sin cesar, aunque cada vez que sus pies tocaban el suelo era como si se apoyase sobre cuchillos afiIados. El príncipe Ie pidió que se quedara para siempre a su Iado y le permitió dormir a su puerta sobre un almohadón de terciopelo. Mandó que Ie hiciesen un traje de hombre, a fin de que pudiera acompañarle en sus paseos a caballo. Cabalgaban a través de bosques impregnados de fragantes aromas, donde las ramas de los árboles les acariciaban Ia espalda mientras los pajarillos cantaban desde eI tupido follaje. Ascendió con el príncipe a Ias montañas más

altas, y aunque sus pies delicados sangraban tanto que todos 1o podían ver, ella se reía sin dejar de seguir a su príncipe; desde las cimas contemplaban las nubes surcando el cielo bajo sus pies, cual bandadas de pájaros volando hacia países remotos. Por la noche, cuando todos dormían en palacio, ella bajaba por Ia escalinata de mármol y refrescaba sus pies ardientes en las frías aguas del mar. Entonces pensaba en los que había dejado allí abajo, en las profundidades. Una noche, sus hermanas aparecieron nadando en Ia superficie. Iban cogidas por el brazo y entonaban una triste melodía. Les hizo señas, llamándolas, y ellas la reconocieron y le hablaron de 1a pena que a todos había causado su partida. Desde aquel día, sus hermanas subieron a verla cada noche, y en una ocasión pudo ver, a Io lejos, a la anciana abuela, que no subía a la superficie desde hacía muchos años, y también a su padre, el Rey de los Mares, con la corona de oro en la cabeza. Tendieron los brazos

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iacia ella, pero no se atrevieron a acercarse :, 1a playa tanto como las princesas. Cada día que pasaba, el príncipe sentía :-.;mentar su afecto por 1a sirena. La amaba :.:mo se puede amar a una niña buena y cari::rsa. pero sin Ia menor intención de conver:rrla en reina. Y. sin embargo. era necesario :-ue 1a aceptase como esposá; de lo contrario, :,r conseguiría un alma inmortal y, al día siJuiente de las bodas del príncipe, se convertiáa en espuma de mar. es a mí a quien amas más que a na-¿No ie? decir sus ojos cuando él la to-parecían naba entre sus brazos y la besaba en Ia frente. eres para mí la más querida -Sí, -decía el príncipe-, pues no hay nadie con tan buen .-orazón ni que me quiera tanto como tú. Me ¡ecuerdas a una muchacha que vi en una ocasión y a Ia que nunca más encontraré. Cierto üa. mi barco naufragó y las olas me arrojaron a la costa cerca de un templo sagrado atendiio por jóvenes muchachas. La más joven me :ncontró en Ia playa y me salvó la vida; solo Ia Le risto dos veces; el'la es la única a quien yo podría amar plenamente en este mundo, pero :ú te le pareces. En mi alma, su imagen casi se iesvanece ante tu vista; aquella joven perte:rece al templo sagrado y por eso Ia fortuna te ia enviado hasta mí, ¡nunca nos separaremos! «¡Ay, no sabe que fui yo quien Ie salvó! Ia sirenita-. Yo le llevé por el mar -pensaba iasta la playa, junto al bosque en el que se ¿ncuentra el templo; yo estaba escondida tras

la espuma y observaba si alguien se acercaba. He visto a la joven que ama más que a mí». Y Ia sirena suspiró profundamente. No podía llorar. «Dice que esa joven pertenece aI templo Ia sirenita-. No saldrá jamás al -pensaba mundo, nunca se encontrarán. Yo estoy a su lado y le veo cada día. Le cuidaré, ie amaré y le ofreceré mi vida entera». Un día empezó a correr la voz de que eI príncipe se iba a casar con ia hija del rey de un país vecino. Se equipó un suntuoso barco en el que viajaría eI príncipe acompañado de numeroso séquito para visitar a dicho rey, aunque en realidad el motivo era, más bien, conocer a su hija. La sirenita sacudía la cabeza y sonreía; conocía mejor que nadie los pensamientos del príncipe. ir - Ie habia dicho- a üsitar a -Debo princesa. hermosa Mis padres así Io quieesa ren, aunque no pretenden forzarme a que la traiga como prometida. Sé que no podré amarIa, porque no se parecerá a la bella muchacha del templo junto al mar, a la que tú tanto me recuerdas. Si algún día debiera elegir una esposa, serías tú, «mi precioso hallazgo», ¡oh, mi niña muda de mirada que habla! Y Ia besó en sus labios rojos, acarició sus largos cabellos y apoyó suavemente la cabeza en su corazón, que soñaba con la felicidad humana y el alma inmortal. Tú, al menos, no tienes miedo al mar, decía mientras mi preciosa niña muda

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subían a bordo del magnífico barco que los conduciría aI país del rey vecino. Y le habló de tempestades y bonanzas, de extraños peces que surcan los abismos marinos y de cuanto los buzos habían visto en las profundidades. La sirena sonreía ai escuchar su relato: nadie conocía el fondo del mar mejor que ella. En la noche iluminada por Ia luna, cuando todos dormían a excepción del timonel, se apoyaba contra la regala y, penetrando con su mirada las límpidas aguas, Ie parecía percibir ei castillo de su padre. Y aIIí, en la torre más alta, a la anciana abuela, con su corona de plata en la cabeza, mirando fijamente hacia lo alto, hacia Ia quilla del barco. Sus hermanas subieron a Ia superficie y la miraron con itísteza, agitando sus blancas manos; ella 1as saludó sonriente; hubiera querido contarles que todo marchaba bien y se sentía feliz, pero el grumete se aproximó y las hermanas se sumergieron. El muchacho creyó que la blancura que había percibido era solamente la espuma del mar. Al día siguiente, por la mañana, el barco atracó en el muelle de la espléndida ciudad del rey vecino. Repicaron las campanas de todas las iglesias y sonaron las trompetas en las torres, mientras los soldados, con sus bayonetas relucientes, rendían honores bajo Ias banderas ondeantes. Todos los días se celebraban fiestas, se sucedían los banquetes y los bailes, pero Ia princesa no se encontraba en la

las saludó sonriente.

ciudad; estaba educándose en un templo lejos de alií, aprendiendo Ias virtudes propias de Ia realeza. Por fin, un día, Ilegó. La sirenita estaba impaciente por comprobar su belleza, y aI verla tuvo que reconocer que jamás había visto una persona tan encantadora. La princesa tenía la piel blanca y delicada, y tras sus largas pestañas oscuras sonreían dos ojos azules de mirada leal. tú! ---+xclamó el príncipe-. ¡Tú, -¡Eres 1a que me salvaste cuando estaba tendido en la arena al borde de la muerte! Y eI príncipe estrechó entre sus brazos a Ia ruborizada joven. soy inmensamente feliz! -¡Oh, -le dijo a la sirenita-. Se ha realizado mi mayor esperanza; se ha cumplido 1o que jamás me había atrevido a soñar. Tú, que me quieres más que nadie, alégrate de mi felicidad. La sirenita besó sus manos y sintió que su corazón se desgarraba. La mañana siguiente a la boda, debería morir y convertirse en espuma de mar. Repicaban las campanas de todas las iglesias y ios heraldos recorrían las calles a caballo anunciando los esponsales. En los altares ardían resinas perfumadas sobre preciosas lámparas de plata. Los sacerdotes hacían osci'lar los incensarios y los novios unieron sus manos para recibir Ia bendición del obispo. La pequeña sirena, vestida de seda y oro, sostenía la cola de la novia, pero ni a sus oídos llegaba la música, ni sus ojos veían la ceremonia

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LA SIR;[N'I1],.L

AB^ro El lugqr eru que ca!ó se tiñó de rojo, como si gotas de sdngre hubiesen subid,o hasta la superfr.cie d,e

las aguas, y sintió que su cuerpo se d.isoluía en

espulfLQ-

sagrada. Pensaba en su última noche de vida, en todo lo que había perdido en este mundo. Por Ia tarde, Ios recién casados subieron a bordo del navío. Tlonaban los cañones y ondeaban al viento las banderas. En el centro del barco se había levantado una carpa real de oro y de púrpura, con un suntuoso tálamo donde la pareja dormiría bajo la noche calma y fresca. Las velas se hincharon al viento y el barco se desliz6lígero sobre las aguas transparentes y serenas. Al anochecer, se encendieron lámparas de todos los colores y los marineros bailaron alegres sobre el puente. La si¡enita recordó su primera salida a Ia superficie del mar cuando vio aquel mismo fasto y aquella misma alegría. Y se lanz6 en el torbellino de la danza, balanceándose con el estremecido movimiento de un cisne perseguido. Todos la admiraron y aclamaron: jamás había baiIado de forma tan fascinante- Sus delicados

pies estaban heridos por cuchillos afilados, pero ella ni siquiera Io notaba; mucho más dolorosa sentía Ia herida de su corazón. Sabía que era Ia última noche que veía a aquel por quien todo había abandonado, su familia y su hogar; aquel por quien había perdido su voz exquisita y sufrido todos los días tormentos infinitos sin que él se diera cuenta. Era Ia última noche que respiraba eI mismo aire que é1, que contemplaba el mar profundo y el cielo estrellado y azul. Una noche eterna, sin pensamientos ni sueños Ia aguardaba, carecía de alma y no había ya esperanza de conseguirla. Hasta bien entrada la noche, todo fue bullicio y alegría sobre el barco, y ella bailaba y reía con el pensamiento de la muerte guardado en su corazón. El príncipe besó a su bella esposa mientras esta le acariciaba sus cabellos negros; cogidos de la mano, se retiraron a Ia suntuosa carpa.

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EI silencio y Ia calma se restablecieron sobre eI navío; solo e1 timonel quedaba en pie. La sirenita apoyó sus blancos brazos en la regala y dirigió la mirada hacia el oriente atisbando el alba; sabía que el primer rayo de so1 la mataría. Vio entonces a sus hermanas salir de1 mar entre las olas. Estaban tan pálidas como ella, y sus largos y hermosos cabellos ya no flotaban al viento: se los habían cortado. los hemos dado a la bruja dije-ie -Se para que tú no mueras esta noche. Nos ronha entregado un puñal, aquí lo tienes. ¿Ves 1o aguzado que está? Antes de que salga el sol, deberás hundirlo en el corazón del príncipe, ¡ cuando su sangre cálida se derrame sobre rus pies, tus piernas se unirán en una cola de pez y volverás otra yez a ser sirena. Podrás descender a 1as profundidades con nosotras y rirü tus trescientos años antes de convertirte ¿n espuma muerta sobre e1 agua. ¡Apresúrate! L-no de los dos ha de morir antes del alba: Él o tú. La vieja abuela está tan afligida que ¡us cabellos blancos han caído, como cayeron -os nuestros bajo las tijeras de la bruja. ¡Da :ouerte al príncipe y regresa! ¡Date prisal ¿No ves el resplandor rojizo de la aurora? En pocos :ni¡ utos sa'ldrá el sol y morirás. Lanzando un profundo suspiro, desaparecieron entre 1as olas. La sirenita apartó la cortina púrpura que r'erraba Ia tienda y vio a la hermosa desposada que dormia con Ia cabeza reclinada sobre el pecho de1 esposo. Se inclinó y besó al príncipe

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en la frente. Elevó los ojos hacia el cielo, donde ya empezaba a despuntar la aurora, miró eI aguzado puña1 y fijó de nuevo su mirada en eI príncipe, que pronunciaba en sueños el

nombre de su esposa. ¡Solo para ella eran sus pensamientos! E1 puña1 tembló en 1a mano de 1a sirena... mas 1o arrojó a lo lejos entre las olas del mar. E1 lugar en que cayó se tiñó de rojo, como si gotas de sangre hubiesen subido hasta la superficie de 1as aguas, y sintió que su cuerpo se disolvía en espumá. EI sol se elevó sobre el mar y sus rayos cayeron dulces y cálidos sobre la espuma helada de las olas. La pequeña sirena no sintió la muerte. Vio el luminoso sol y. por encima de ella, centenares de seres transparentes que flotaban en el aire; a través de ellos podía distinguir las velas blancas del barco y 1as nubes rojas en el cielo; aquellos seres etéreos tenían voces melodiosas, si bien eran tan inmateria1es que ningún ojo terrestre hubiera podido verlos; sin alas, flotaban en el aire sostenidos por su propia ligeteza. La sirenita se dio cuenta de que también ella tenía un cuerpo como el suyo y de que se elevaba cada vez más por encima de 1a espuma.

y su voz resonó como Ia de los otros seres, tan sutii que ninguna música del aire se le hubiera podido comparar. ¡Hacia las hijas del aire! -respondieron las voces-. Las sirenas no tienen alma inmortal y no la tendrán nunca a menos que

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-preguntó,

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consigan ganarse el amor de un hombre; su existencia eterna depende de un poder que les es ajeno. Las hijas del aire tampoco tienen alma, pero pueden creársela eilas mismas mediante sus buenas acciones. Volamos en dirección a los países cálidos, donde el aire corrompido hace morir a los hombres; nosotras le i¡suflamos eI frescor. Esparcimos por eI aire la fragancia de las flores y dispensamos aiivio y consuelo. Cuando, después de trescientos años, nos hemos esforzado en hacer todo el bien posible, adquirimos un alma inmortai y participamos de la felicidad eterna de los hombres. Tú te has esforzado 1o mismo que nosotras, pobre y pequeña sirena, con todo tu corazón. Has aceptado y padecido eI dolor, y por eso te has elevado al mundo de los espíritus del aire; ahora, a 1o Iargo de estos trescientos años, también tú puedes, por tus buenas acciones, crearte un alma inmortal. Y Ia sirenita levantó sus blancos brazos hacia el sol de Dios y, por primera vez, sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.

No se oía ningún ruido ni se percibía movimiento alguno sobre el barco. Vio aI príncipe y a su bella esposa que la buscaban angustiados. Observaban con tristeza Ia espuma de las olas, como si adivinaran que se había convertido en espuma de mar. Invisible, sin que nadie 1o notara, besó al príncipe en Ia frente, sonrió y se unió a las hijas del aire que surcaban el cielo sobre nubes rosadas. de trescientos años, entraremos -¡Dentro también en eI reino de Dios! podamos llegar antes -murmu-Quizá ró una de ellas-. Entramos invisibles en las casas de los hombres donde hay niños y cada vez que encontramos un niño bueno que da alegría a sus padres y se hace merecedor de su amor, Dios acorta nuestro tiempo de prueba. El niño no sabe cuándo estamos en su cuarto; y cuando, al verlo, alegremente sonreímos, se nos perdona uno de los trescientos años. Pero, cuando vemos un niño malo, lloramos de tristeza y cadalágtima derramada alarga en un día nuestro tiempo de prueba.

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EL 'I]Rj}.JE

N'U E'I O :DDL

EjTIPER,IDOR

prnncr¡e rr'Dios tenga piedad de mí! d.ijo a sí -se mismo el viejo mínistro abriendo los ojos desmesurad,amente-. iSi no veo nad,ab. Pero mucho se

guardó de confesarlo.

ace muchos años üvía un

emperador tan aficionado a los trajes nuevos y elegantes, que era capaz de gastarse toda su fortuna con tal de ir bien vestido. No se preocupaba por sus tropas ni por el teatro, ni le gustaba dar paseos por el bosque, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día y de la misma forma que se dice de un rey: «Está en el Consejo», de él siempre había que decir: «Su Majestad está en eI guardarropa». La ciudad en que vivía era alegre y bulliciosa, visitada a diario por numerosos forasteros. Un buen día se presentaron allí un par de granujas haciéndose pasar por tejedores y afirmando ser capaces de tejer la más hermosa tela que imaginarse pueda. No solo los colores y el dibujo eran excepcionalmente bellos, sino que, además, las prendas confeccionadas con ella tenían Ia maravillosa propiedad de resultar invisibles a toda persona que no fuera merecedora del cargo que ocupaba o que fuese irremisiblemente estúpida. «Maravillosos trajes, sin duda eI -pensó emperador-; si tuüera uno, podría descubrir a todos aquellos que son ineptos para el cargo que desempeñan y distinguir a los inteligen-

tes de los tontos. Sí, debo encargar que me hagan un traje de inmediato». Entregó a los dos granujas una importante suma de dinero y les ordenó que diesen comienzo a su trabajo. Los dos bribones instalaron sus telares y fingieron empezar a trabajar, mas nada absoIutamente había en ellos. Con toda urgencia pidieron que se les facilitaran la seda más fina y el oro más puro. Los guardaron en su equipaje y siguieron trabajando con los telares vacíos, a veces incluso hasta muy entrada la noche. «Me gustaría saber cuánto han adelantado con la tela»», se decía el emperador, pero se sentia un tanto cohibido al pensar que quien fuera estúpido o indigno de su cargo no lograría ver nada. Estaba seguro de que éI mismo no tenía nada que temer, pero Ie pareció mejor enviar primero a otro para ver cómo andaban las cosas. La historia de la maravillosa propiedad que Ia tela poseía se había difundido ya por la ciudad y todos sus habitantes estaban ansiosos por conocer el grado de estupidez o incompetencia de sus vecinos. «Enviaré a mi viejo y leal ministro a visitar a los tejedores eI emperador-. -pensó juzgar Es eI más indicado para las cualidades de Ia tela, pues es inteligente y nadie mejor que é1 podría desempeñar su cargo». El viejo y honrado ministro se dirigió a Ia sala en que los dos farsantes trabajaban en sus telares vacíos. «¡Dios tenga piedad de mí! dijo a -se mismo sí eI viejo ministro abriendo los ojos

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rst¿o tejid,o, ¿no es cierto? d.ijeron -Hermoso los dos pícaros m¿entras mostraban y clescribíart el encq,ntador e inexistente diseño.

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desmesuradamente-. ¡Si no veo nada!». Pero mucho se guardó de confesarlo. Los dos bribones le rogaron que tuviera la amabilidad de aproximarse y le preguntaron si no eran un bello dibujo y unos preciosos colores. Y le mostraban el telar vacío mientras eI pobre y anciano ministro abría desesperadamente los ojos sin conseguir ver nada, puesto que nada había. «¡Dios mío! ¿Seré tonto? iJa-pensó-. más Io hubiera creído! ¡Debo evitar que alguien se entere! ¿Será que no sé desempeñar mi cargo? ¡No, no puedo decir que soy incapaz de ver Ia tela!»>.

bien, no decís nada... -Y -dijo los tejedores. es preciosa... magnífica!

-ioh... nistro miraba a través

uno de

-el de sus gafas-.

mi-

¡Qué estampado! ¡Qué coloresl Sí, transmitiré aI emperador 1o mucho que me complace. alegramos de que os guste -Nos -dijeron los tejedores al tiempo que describían Ios colores y comentaban el singular dibujo. El viejo ministro les escuchaba con atención, a fin de poder repetir lo que oía ante eI emperador, cosa que hizo a continuación. Los truhanes volvieron a pedir más dinero, y también más seda y más oro para el tejido. Se 1o guardaron todo sin que una sola hebra fuese a parar al telar y siguieron como hasta entonces, trabajando en Ios telares vacíos. AI cabo de unos días, el emperador envió a otro alto funcionario de su confianza para que inspeccionara la marcha del trabajo y Ie informase de si la tela estaría pronto lista. Y le ocunió lo mismo que al

ministro: miró y remiró, mas, como nada había en los telares vacíos, nada vio.

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EL TRá.JD .N'UE\ O DNL E-\,[Pf RA.DOR

dijetejido, ¿no es cierto? -Ie mientras mostraban y desron los dos cribían eI encantador e inexistente diseño. «¡Yo no soy tonto! el buen hom-pensaba bre-. ¿Será que soy indigno de ocupar mi cargo? Es extraño, pero es preciso que nadie se percate de eIIo». Elogió Ia tela que no veía y manifestó su entusiasmo por los hermosos colores y e1 soberbio estampado. luego es realmente magnífica! -dijo -¡Sí, al emperador. En Ia ciudad no se hablaba ya más que de la espléndida tela. El emperador decidió ir a verla por sí mismo en el telar. Rodeado de un séquito de cortesanos eminentes entre Ios que se contaban los dos funcionarios que ya habían ido, se dirigió a üsitar a los astutos farsantes que seguían tejiendo afanosamente sin una sola hebra. los dos funes admirable? -dijeron -¿No cionarios-. Observe Vuestra Majestad... ¡Qué señalaban el telar übujos, qué colores! -y vacío convencidos de que los demás estaban contemplando Ia tela. «¡Cómo! dijo el emperador para sus -se adentros-. ¡Si no veo nada! Es horrib1e... ¿Seré tonto? ¿Será que no rnetezco ser emperador? ¡No podía ocurrirme nada más terrible!». el emperador-. es muy bella! -dijo -¡Oh, Doy mi más absoluta aprobación. Y haciendo un gesto de asentimiento con Ia cabeza, miraba hacia el telar vacío sin atreverse a confesar que nada veía. Todo e1 séquito

-Hermoso pícaros

allí congregado miraba y remiraba sin poder ver más que los demás, pero, al igual que el emperador. todos exclamaban: qué bonita! que se -jOh, -aconsejándole hiciera un traje con 1a nueva y suntuosa tela para 1a gran procesión que pronto se celebraría. admirable, magnífica, perfectal -¡Es -repetían todos a coro entusiasmados. El emperador concedió a cada uno de los bribones la Cruz de Caballero para que Ia ostentaran en el ojal y el título de Tejedores de la ReaI Casa. La üspera del día señaiado para Ia procesión, Ios dos granujas trabajaron toda la noche con más de dieciséis velas encenüdas. Las gentes podían comprobar cómo se afanaban para terminar a tiempo e1 nuevo traje del emperador. Simularon sacar la tela del telar, cortaron después el aire con sus grandes tijeras, cosieron con agujas sin hilo y por fin anunciaron: ¡Mirad!, el traje está listo. Acudió el propio emperador acompañado de sus más distinguidos coriesanos y los tunantes, Ievantando los brazos como si sostuvieran algo, dijeron: los pantalones! ¡Esta es la casaca! -¡Ved está el manto! Es liviano cual tela de ¡Y aquí araña. Se diría que no se lleva nada sobre eI cuerpo y en ello reside precisamente su virtud. cierto todos los cortesanos, -decían -Es aunque nada podían ver, porque nada había. Vuestra Majestad Imperial -Dígnese desnudarse, para que podamos vestiros con el nuevo traje delante del espejo.

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Tf,fEBDA santo, qué b¿en le sienta! ¡Cómo -¡Dios lc w! ----exclamaban tod,os-. ¡Qué d.ibujo! ¡Qué

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¡Sin duda es un trqje d,igno de un

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El emperador se despojó de sus vestiduras y los bribones hicieron ademán de entregarle lrs nuevas prendas. Simularon atarle algo a Ia cintu¡a: la cola del manto. El emperador daba teltas y más vueltas delante del espejo. santo, qué bien le sienta! ¡Cómo le -¡Dios el --exclamaban todos-. ¡Qué dibujo! iQué olor,es! ¡Sin duda es un traje digrro de un rey! esperan con eI palio bajo el cual -Afuera rarthará Vuestra Majestad durante Ia proce¡iin el maestro de ceremonias. -anunció -§í, estoy listo -dijo eI emperador-. ¿Yerdad que me sienta bien? Y dio otra vuelta ante el espejo para que ¡dm lo vieran contemplar su vestido de gala. Los chambelanes que debían sostener Ia -¡- del manto bajaron las manos hasta eI sueb "imulando levantarla; así continuaron, con hs manos en alto, sin atreverse a confesar que r veían nada. EI emperador desfiló en 1a procesión bajo d magnífico palio, mientras el gentío, desde lrs ventanas y en las calles, exclamaba:

espléndido es el nuevo traje del emperador! ¡Qué cola más hermosa! ¡Qué bien le sienta! Nadie quería que los demás se diesen cuenta de que no veía nada para no descubrir su estupidez o su incapacidad para el cargo que desempeñaba. Ningún traje dei emperador había tenido un éxito semejante. si no lleva nadal un niño. -¡Pero -gritó mío, escuchad la voz de la inocen-¡Dios padre. cia! eI -dijo Cada uno cuchicheaba a su vecino 1o que niño había dicho. el lleva nada encima! ¡Un niño dice -¡No que no lleva nada! lleva ningún traje! flnalmente -¡No -dijo todo eI pueblo. EI emperador sintió un escalofrío; le daba la impresión de que la muchedumbre tenía razón, pero consideró que era preciso seguir el cortejo hasta el final. Adoptó una actitud aún más anogante y los chambelanes siguieron en sus puestos portando Ia inexistente cola.

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Ill. I, \l',:t]t(, :FI,lf) ABA¡I Dominand,o el paisaje se alzaba un antiguo castillo rod,eado por un hond,o foso- Entre el muro y el agua crecían bard.aruas d.e hojas enchas.,.

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allí había construido su nid.o unq hembra

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pato.

ué hermoso estaba eI campo aquellos días! Era verano, los trigos estaban dorados, la avena, verde, y el heno, recién segado, había sido amontonado en los prados. La cigüeña, caminando sobre sus patas largas y rojas, hablaba en egipcio, idioma que Ie había enseñado su madre. Alrededor de las huertas y los prados se extendían espesos bosques, y en medio de los bosques, lagos de aguas profundas. Sí, realmente el campo estaba bellísimo. Dominando el paisaje se alzaba un antiguo castillo rodeado por un hondo foso. Entre el muro y el agua crecían bardanas de hojas anchas y tan altas que los niños podían esconderse detrás de las más grandes. El lugar era tan salvaje como el bosque más tupido, y ailí había construido su nido una hembra de pato. Hacía ya mucho tiempo que empollaba los huevos de los que saldrían sus patitos y ya empezaba a cansarse de tanta espera, pues, además, apenas recibía visitas. EI resto de los patos preferían nadar en 1as aguas de1 foso a quedarse charlando con ella bajo una hoja de bardana. Por fin Ilegó eI día en que los huevos empezaron a romperse, uno por uno. «¡crac, crac!», se oía: las yemas de huevo se habían

»anrcue. Por fin llegó eL d,ía en que los hueuos empezaron q romperse, uno por uno. «¡Croc, crac.' se oía: las lemas de hueuo se hqbíen conuertído en seres uíuos que asomaban la cabecita entre la; cáscaras r e sque b r aj adas.

convertido en seres vivos que asomaban la cabecita entre las cáscaras resquebrajada-., cuac! 1a pata mientras -¡Cuac, -decía los patitos se movían a su alrededor, mirani: en todas direcciones por entre las hojas verdes. La madre los dejaba mirar cuanto querían, pues el verde es bueno para la vista. grande es eI mundo! lo= -¡Qué -decían pequeños. En efecto, disponían de un espaci: mucho más amplio que cuando estaban encerrados en sus huevos. que esto es todo el mundo? -¿Pensáis decía la madre-. Pues no; el mundo lj-ies ga incluso más allá del jardín, ;hasta la huerta del párroco!, aunque yo nunca he llegado hasta allí... ¿Estáis ya todos?

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-preguntó.

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ar,l.;o Por fin, el hueuo grand.e se a€rietó. pip! el pequeño abandonand.o -dijo -¡Pip, el hueuo. Era grande y feo. La mad.re se lo quedó

mirqndo.

levantándose-. No, no los tengo todos. Falta todavía el huevo más grande. ¿Hasta cuándo va a durar esto? ¡Ya me estoy cansandol -y se volvió a sentar en el nido. tal va? -le dijo una vieja -¡Hola! ¿Qué pata que venía de visita. un huevo que está tardando mu-Hay la pata que empollaba-, chísimo -respondió parece que no quiere romperse. Pero ya ves los otros: son los patitos más preciosos que he visto nunca. Igualitos que su padre, ese sinvergüenza que nunca viene a verme.

ver ese huevo que no se quiere ¡Pero si es un huevo -dijo de pava! Puedes creerme, también a mí me engañaron una vez y las pasé negyas con los pequeños: le tienen un miedo horrible al agua. ¡Qué te voy a contar! No había forma i: convencerlos. Les rogaba y les regañaba. per: ni aun por esas... Déjame ver... Sí, sí, segurc es un huevo de pava. Sería mejor que 1o abardonaras y enseñaras a nadar a los otros. todas formas, me quedaré encima -De un poco más. Hace ya tanto tiempo que esro:,' aquí, que bien puedo continuar un rato. quieras 1a vieja pata mar-

-Déjame la vieja-. abrir

-Como

chándose.

-dijo

Por fin, eI huevo grande se agrietó. pip! el pequeño abandonar-¡Pip, -dijo grande y feo. La madre se -: huevo. Era do eI quedó mirando. un patito terriblemente grande -Es pata-. la No se parece a ninguno de -dijo los otros, pero tampoco tiene pinta de se¡ u pavipollo. En fin, pronto lo veremos. Se meterá en el agua aunque tenga que empujark a patadas. Al día siguiente, hacía un tiempo esplér.dido. EI sol brillaba sobre las bardanas serdes. La madre pata se acercó al borde del foso con toda su familia y ¡plaf! de un salto metió en el agua. Y los patitos se cuac! -llamó. -¡Cuac, zambulleron uno tras otro. El agua les cub-: la cabeza, pero enseguida aparecieron de

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nuevo en la superficie, nadando airosamente y moviendo las patas con soltura. Todos se habían tirado aI agua, y el grande y gris, el que era tan feo, nadaba también junto a los demás. no es un pavo -No, Ia pata-. No hay -dijo más que ver lo bien que nada y 1o erguido que se mantiene: es hijo mío. ¡Cuac, cuac! Venid conmigo ahora para que os enseñe el mundo y os presente en el corral de los patos. Manteneos siempre junto a mí para que nadie os pise, ¡y mucho cuidado con el gato! Y llegaron al corral. Había allí un bullicio espantoso porque dos familias se disputaban una cabeza de anguila, aunque, al final, fue el gato quien se la llevó. veis, ¡así -Ya es eI mundo, hijos míos! Ia madre

-dijo

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rzeurERDA Pero el pobre

el último y erq. d,e un lad,o gallinas.

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feo, fue picotead.o, zarq,rud,ettd.o

para otro

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uilipend.iad.o por patos y

pata relamiéndose el pico, pues también ella hubiera querido apropiarse de la cabeza de anguila-. ¡Vamos, vamos! Moved las patas dijo a los pequeños-. Daos prisa y ai -Ies Ilegar ante la vieja pata hacedle una reverencia: es Ia más importante de todos los que estamos aquí. Tiene sangre española y por eso es tan rolliza. Como veréis, Ileva una cinta roja en la pata; es la más alta distinción que un pato pueda ostentar; significa que no quieren deshacerse de ella y que su nobleza ha de ser reconocida por hombres y animales. Vamos, moveos... no os metáis entre mis patas, un patito bien educado anda siempre con los pies hacia afuera, como papá y mamá. ¡Está bien! Ahora inclinad Ia cabeza y decid:

Todos muy hermosos... a excepción de aquei. ¿No Ie sería a usted posible hacerlo de nuevo?

imposible, señora la pata -dijo madre-. No es guapo, pero tiene buen carácter y nada tan bien como cualquier otro. lncluso me atrevería a añadir que. en mi opinión, su aspecto mejorará con el tiempo y quizás se quede del tamaño de sus hermanos. Ha estado demasiado en eI huevo y de ahí que no tenga Ia talla normal. Y, alisándole el plumaje, continuó: es macho, así que su aspecto -Además, exterior no tiene demasiada importancia. Creo que se hará fuerte y se desenvolverá bien. otros patitos son lindos Ia -Los -dijo anciana-. Considérese como en su casa y, si ¡cuac, cuac! Y los pequeños obedecieron. Los otros pa- encuentra una cabeza de anguila, tráigamela. tos, a su alrededor, los miraban y comentaban A1Ií se quedaron y, efectivamente, estuen voz alta: üeron como en su casa. Pero el pobre patito, el que había salido eso, vamos a tener una familia -Mirad más; ¡como si no fuéramos ya bastantes! ¡FieI úItimo y era tan feo, fue picoteado, zaranjaos qué pinta tiene aquel! ¡A ese no Io quere- deado de un lado para otro y vilipendiado por patos y gallinas. mos aquí! Y al momento, uno de los patos se lanzó sodemasiado grande todos. -Es -decían El pavo, que se creía eI rey del corral porbre el patito, dándo1e un picotazo en eI cuello. tranquilo! dijo }a madre-. que había nacido con espolones, se infló como -¡Déjalo No hace mal a nadie. un buque con las velas desplegadas, cloqueó, -.._No el otro-, pero es dese le puso la cabeza completamente roja y se -respondió masiado grande y resulta ridículo. Hay que precipitó sobre é1. El pobre patito no sabía hacerlo rabiar. ya dónde meterse, estaba desolado por su ashijos son realmente hermosos pecto tan feo y por ser el hazmerreír de todo -Sus Ia anciana de la cinta en Ia pata-. el corral.

-dijo

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-Eso

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el,ruo Al final d.ecidió huir y echó a uolar por enctma d,el seto. Los pajarillos que estaban posad,os en los arbustos huyeron espan tados.

Esto ocurrió eI primer día; los siguientes, Ias cosas fueron de mal en peor. El pobre patito era perseguido y acosado por todos, e incluso sus hermanos y hermanas Io despreciaban, diciendo: se te lleve el gato, adefesio! -¡Así Y hasta su madre Ie decía: me gustaría perderte de vista! -¡Cómo Los patos lo mordían, las gallinas le daban picotazos y hasta la niña que echaba de comer a los animales lo trataba a puntapiés. Al 6nal decidió huir y echó a volar por encima del seto. Los pajarillos que estaban posados en los arbustos huyeron espantados. «Huyen por 1o feo que so¡»r, pensó el patito.

Cerró los ojos y, sin dejar de correr, se alejó del cor¡al. Llegó a un pantano en el que vivían unos patos salvajes y allí, muy cansado y triste, pasó la noche. Por 1a mañana, cuando los patos salvajes echaron a volar, descubrieton a su nuevo compañero. preclase de pájaro eres tú? -¿Qué -le g'untaron. EI patito, haciendo reverencias a un lado y a otro, les saludó 1o mejor que pudo. verdaderamente feo 1os -Eres -dijeron patos salvajes-, aunque eso nos da 1o mismo. a condición de que no pretendas casarte con nadie de nuestra familia. ¡El pobre! ¡Como si en algún momento hubiera pensado en casarse! Tan solo quería que le dejaran acostarse entre las cañas y beber un poco de agua del pantano. Se quedó allí dos días, hasta que llegó una pareja de ocas, o más bien de gansos, porque eran salvajes; eran dos machos. No hacía mucho que habían salido del huevo, y aún eran muy insolentes. compadre -Escucha, -le dijeron-. eres tan feo que nos gustas.;Quieres venir con nosotros y convertirte en ave migratoria? Muy cerca de aquí hay otro marjal en ei que viven unas ocas asilvestradas encantadoras. Son todas solteras y se pasan el día diciendo ¡cuac, cuac! A lo mejor tienes éxito, a pesar de 1o feo que eres... En aquel momento, se oyó por encima de ellos: ¡Pim, pam! Y los dos gansos cayeron

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Eacuchq, compadre d,íjeron los gan-le que gustcts. nos feo ¿Quieres uenír con nosotros y conuertirte en aue migratoria?

^BAJ} sos-, eres tan

muertos entre las cañas, tiñendo eI agua de rojo con su sangre. ¡Pim, pam!, retumbó de nuevo, y bandadas de gansos salieron huyendo de los cañizales. Siguieron más disparos de escopeta: e¡a una cacería en toda regla. Los cazadores estaban situados alrededor de la laguna, e incluso algunos se habían apostado entre las ramas de los árboles que se extendíán por encima de las aguas. El humo azulado de Ia pólvora formaba una nube entre los árboles oscuros que se quedaba suspendida sobre la superficie del pantano; los perros chapoteaban por eI barro, ¡plaf, plaf'!, y los juncos y las cañas se inclinaban en todas direcciones. Fue algo espantoso para e} pobre patito, que metía su cabeza bajo el ala en el preciso instante en que un perrazo enorme y de aspecto terrible apareció ante é1. Tenía una lengua larga que le colgaba y unos ojos malvados horribiemente brillantes. El perro acercó el hocico hasta el patito, le mostró sus afilados colmillos... y se dio media vuelta sin tocarlo. gracias, Dios mío! el pa-¡Oh, -suspiró tito-. Soy tan feo que ni siquiera el perro ha querido morderme. Al1í se quedó, sin mover una pluma, mientras duró eI granizo de plomo y eI tronar de Ios disparos. Caía la tarde cuando se restableció 1a calma. El pobre patito no se atrevía todavía a levantarse, y esperó varias horas antes de mirar a su alrededor y decidirse a abandonar

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EI patito fue admitido por tres semanas, el pantano, cosa que hizo Io más deprisa que pudo. Corrió por huertas y praderas con un a ver qué ocurría, pero ningún huevo apareviento tan fuerte que casi Ie impedía avanzar. ció en ese tiempo. El gato se creía el dueño y Era ya de noche cuando llegó a una cabaña señor de la casa y la gallina 1a dueña. Por eso cuando hablaban siempre decían: «nosotros de labradores. Estaba en un estado tan ruinoso que si se tenía en pie era sin duda porque y el mundo». Pensaban que ambos formaban no sabía de qué lado caerse. La tempestad Ia mitad del mundo y, por supuesto, la mejor. El patito pensaba que las cosas podían verse cobró tal fuerza que ei patito debió sentarse de otra forma, pero Ia gallina se negaba a sobre su cola para que no se lo llevase el viento, que soplaba con intensidad creciente. admitir esa opinión. poner huevos? preguntó la Advirtió entonces que 1a puerta había perdido -Ie -¿Sabes gallina. uno de sus goznes, de forma que quedaba una rendija por ia que podía introducirse en la -No. 1o único que puedes hacer es cabaña, y así lo hizo. -Entonces, callarte. Vivía allí una vieja con un gato y una gallina. El gato, al que llamaba Fiston, sabía Y e1 gato Ie decía: y arquear e1 lomo ronronear, e incluso era caarquear el lomo, ronronear y -¿Sabes paz de echar chispas, aunque para eso había echar chispas? que acariciarlo a contrapelo. La gallina tenía -No. las patas muy cortas, y por ese motivo llevaba Entonces, no tienes por qué opinar por nombre KykeliPatas Cortas. Era buena cuando habla la gente razonable. ponedora y la muier Ia quería como si fuese Y el patito se quedaba de mal humor en su rincón. Al cabo de un tiempo, terminó por su hija. añorar el aire libre y el resplandor del sol. Por Ia mañana, Ios dos animales descuSintió especial deseo de nadar en el agua y brieron al forastero. El gato se puso a ronrodecidió hablar de ello con la gallina. near y 1a gallina a cacarear. ella . Lo te ocurre? ¿Qué pasa aquí? preguntó 1a mujer -¿Qué -preguntó que sucede es que no haces absolutamente mirando a su alrededor. Pero como no veía bien creyó que se trataba de una pata grande nada y por eso se te antojan semejantes caprique se había extraviado-. ¡Vaya sorpresal chos. ¡Pon huevos o ronronea y verás cómo se te pasa! Ahora tendré huevos de pata. -exclamó-.que Esperemos no sea un pato. En frn, ¡ya en eI agua es algo maravilloso -Nadar patito-. se verá! eI ¡Es una auténtica delicia

-dijo

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Llegó el otoño y las hojas de1 bosque se pusieron amarillentas; el viento se las llevaba danzando de aquí para allá, y arriba el aire se sentía frío. Las nubes estaban cargadas de granizo y de nieve, y los cuervos graznaban «¡ñac, ñac!» de tanto frío como tenían. Verdaderamente, el tiempo era horrible. El pobre patito se encontraba en una situación diffcil. Un atardecer, cuando el sol se ocultaba en todo su esplendor, apareció una bandada de aves grandes y bellísimas saliendo de los matorrales: jamás el patito había visto unos animales tan hermosos. Su plumaje tenía una blancura deslumbrante y sus cuellos eran Iargos y flexibles. Se trataba de unos cisnes. que, con un grito peculiar, extendieron sus espléndidas alas y emprendieron eI vuelo en dirección a los países cálidos, más allá de 1os mares. Volaban alto, muy alto, y aI verlos el patito se sintió presa de una inhabitual inquietud. Se puso a girar sobre sí mismo como una peonza, estiró eI cuello hacia el cielo y lanzó un grito tan fuerte y tan extraño que hasta él mismo se asustó. ¡Oh, nunca olvidaría aquellas aves encantadoras y que tan felices parecíanl Cuando las perdió de vista, se nearyasacarchispas. que me voy a ir a recorrer mundo sumergió hasta el fondo del agua y a1 volver -Creo a 1a superficie se encontraba como fuera de e1 patito. -dijo sí. No conocía el nombre de aquellas aves ni tú sabrás lo que te haces... -le -Bueno,gallina. sabía hacia dónde se dirigían, pero 1as amaba contestó la Y el patito se marchó. Tuvo oportunidad de como nunca había amado a nadie. Sin embar'go, no sentía la menor envidia de ellas, ¿cómo nadar y zambullirse bajo eI agua, pero todos habría podido permitirse la idea de desear los animales 1o desdeñaban por su fealdad.

meter la cabeza bajo el agua y zambullirse hasta eI fondo! pues vaya un placer! Ia -dijo -iBueno... gallina-. Estás completamente loco. Pregúntale al gato. No conozco animal más inteligente que é1; pregúnta1e a ver si le gusta nadar en el agua... o zambullirse. No hablo de mí, no... Pregunta a nuestrá ama, la vieja, no hay nadie en el mundo más inteligente, ¿crees que a ella le gusta nadar o meterse bajo el agua? no me comprendes el -Tú -respondió patito. Pues si yo no te comprendo, -¡Vaya! ¿quién te comprende? No pretendas, a} menos, ser más inteligente que el gato y la vieja, por no citarme a mí misma. No digas tonterías, niño, y da gracias al Creador por todo el bien que te ha hecho. ¿No estás en una casa caliente y entre gente de la que tienes mucho que aprender? Pero tú eres un papanatas y no es divertido tratar contigo. Puedes creerme, te quiero bien, te digo cosas desagradables pero en eso se reconoce precisamente a los verdaderos amigos. Lo que tienes que hacer es tratar de poner huevos y aprender a ronro-

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IzeuIERDA Pero, ¿qué uio reflejado en el agua

cristalíne? Vío bajo él su propi.a imagen, que ruo ere ya la de w pájaro gris, d,eforme, feo y d.esagrad,able... Poco importa haber ndcid,o erl un corral cle pcttos si se ha salíd,o de un hueuo de cisne.

para sí tanta belleza? Para ser feliz le hubiera bastado con que los patos del corral le hubiesen admitido entre ellos... ¡pobre patito feo! El invierno fue extremadamente frío. E1 patito debía nadar incesantemente para no quedarse completamente helado, pero e1 espacio en que nadaba se reducía progresivamente porque la capa de hielo crujiente iba estrechando el círculo a su alrededor. El patito se veía obligado a mover sin descanso las patas para impedir que el hielo lo aprisionara. Finaimente, el agotamiento se apoderó de él y fue incapaz de seguir nadando. Toda la superficie del agua se transformó en una espesa capa de hielo en la que quedó preso eI pobre animal. A la mañana siguiente lo vio un campesino que pasaba por allí. Rompió el hielo con sus zuecos, liberó al patito y 1o llevó a su casa para entregarlo a su mujer. Ellos lo reanimaron. Los niños querían jugar con é1, pero, cre¡.endo que pretendían hacerle algún daño, huyó espantado, yendo a meterse justo en ei Iebrillo de la leche, que se derramó por toda Ia cocina. La dueña de la casa levantó los brazos al cielo gritando, y el patito, aún más asustado, fue a caer en Ia artesa de Ia mantequilla y a continuación en un barril de hadna. ¡Qué aspecto tenía al salir del barril! La mujer chillaba y 1o perseguía con las tenazas de la lumbre en la mano, mientras los niños corrían y se atropellaban para atraparlo, en medio de risas y gritos. Por fortuna, la puerta

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estaba abierta y por el1a escapó, metiéndose entre los arbustos cubiertos por 1a nieve recién caída, y allí quedó, medio atontado. Sería demasiado triste contar las desdichas que sufrió el patito en aquel invierno riguroso... Estaba en la marisma, entre las cañas, cuando el so1 volvió a calentar de nuevo. Ya cantaban las alondras... Había llegado la primavera. EI patito desplegó las alas y observó que hacían más ruido que otras veces y que 1o llevaban con mayor vigor y rapidez. AI instante se encontró en un gran jardín lleno de manzanos en flor y de lilos que perfumaban eI ambiente y cuyas largas ramas se inclinaban sobre serpenteantes riachuelos. AIIí Ia primavera se mostraba en toda su fragancia y esplendor. Justo frente a é1, salieron de Ia espesura tres hermosos cisnes que, moviendo suavemente las alas, surcaron eI agua con ligereza. Reconoció a aquellas magníficas aves y se sintió dominado por una extraña tristeza. hacia vosotros, pájaros regios, -¡Volaré me deis muerte por mi osadía de aunque acercarme a vuestro lado, yo, que tan feo soy! ¡Mas poco me importa! Preflero ser muerto por vosotros a picoteado por los patos, maltratado por las gallinas o echado a puntapiés por 1a niña que cuida del corral, o a quedarme helado de frío en invierno. Se lanzó al agua y nadó hacia los soberbios cisnes que, aI verlo, corrieron hacia él batiendo las alas.

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ABAJ} Unos niños llegaron entonces al jarclín, echaron pan j trigo en el ogua y el más jouen exclamó:

-¡Hay

uno nueuo!

sueño

ei pobre anisi queréis -dijo mal, inclinando la cabeza sobre la superficie del agua, esperando la muerte... Pero, ¿qué vio reflejado en el agua cristalina? Vio bajo él su propia imagen, que no era ya la de un pájaro gris, deforme, feo y desagradable. ¡Se había convertido en un hermoso cisnel Poco importa haber nacido en un corral de patos si se ha salido de un huevo de cisne. Se sentía sobradamente compensado de todas las desdichas y penalidades que había padecido. Apreciaba así mejor su alegría de ahora y la felicidad que se ofrecía ante é1. Los cisnes grandes revoloteaban a su alrededor y lo acariciaban con el pico.

-Matadme

ornrcue Y los uiejos cisnes se inclinq.ron ante el recién llegado, que sintíó mucha uergüenza y ocultí' lct cebeza bajo el ala. ¡Aquello le parecía casí un

!

Unos niños llegaron entonces al jardín. echaron pan y trigo en el agua y e1 más joven exclamó: uno nuevo! -¡Hay Los otros niños lo confirmaron llenos de

júbilo: sí, hay uno nuevo! Entre aplausos y gritos de alegría, colrieron a buscar a sus padres y 1es echaron en el

-¡Sí,

agua pan y gailetas. nuevo es el más bello! to-iEl -decían joven y tan hermoso! dos-. ¡Tan Y los viejos cisnes se inclinaron ante el recién llegado, que sintió mucha vergüenza rocultó Ia cabeza bajo el ala. ¡Aquello le parecía casi un sueñol Era inmensamente feliz. :: bien en ningún momento se sintió orgulloso. pues un buen corazón jamás es presa del orgullo. Pensaba en cómo había sido escarnÉcido y perseguido en sus días pasados. .{hora todos decían que entre 1as aves más hermo.a. é1 era el más be1lo. Los lilos se inclinaron hasta tocar el agua con sus ramas y el sol br:llaba cálido en e1 cielo. Esponjó sus plumas. irguió su esbelto cuello y, exultante de gozc, en su corazón, exclamó: pude soñar tanta felicidad cu¿:. -¡Jamás do era un patito feo!

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ranse una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, pues todos habían sido fundidos de un viejo cucharón de plomo. Llevaban un hermoso uniforme azul y rojo, el fusil a1 hombro y Ia cabeza erguida. Las primeras palabras que oyeron en este mundo, cuando alguien levantó la tapa de Ia caja en que estaban guardados, fueron: de plomo! -¡Soldados Era un niño quien había lanzado eI grito, palmoteando con alegría. Se los habían regalado por su cumpleaños; los sacó de la caja y los puso en fila sobre la mesa. Todos los soldados parecían iguales; solo uno era ligeramente diferente: nada más tenía una pierna. pues 1o habían fundido eI úItimo y ya no quedaba plomo suficiente. Sin embargo, se mantenía tan firme sobre su única pierna como los otros sobre las dos, y es é1, precisamente, el protagonista de esta curiosa historia. Había otros muchos juguetes encima de la mesa en que eI niño había colocado los soldados, pero el que más llamaba la atención era un precioso castillo de cartón. A través de sus ventanas se podían ver los salones del interior. Delante, unos arbolitos rodeaban un trozo de espejo que hacía las veces de lago sobre eI que nadaban y se reflejaban unos cisnes de cera. Todo él era una maravilla, pero lo más

encantador era una damita que permanecía de pie a la entrada del castillo. También ella estaba recortada en cartón, iba vestida con un traje de la más fina muselina y llevaba una cinta azul que Ie cubría los hombros a manera de chal; sobre la cinta llevaba prendida una Ientejuela tan grande como su rostro. La damita tenía los brazos en alto, pues se trataba de una bailarina. y levantaba una pierna hacia arriba de forma que escapaba a la vista del soldadito, 1o que le hizo creer que, como é1. solo tenía una pierna. «He ahí la mujer que podría ser mi espopero es demasiado distinguida: sa -pensó-, vive en un castil1o, y yo, en cambio, solo tengo esta caja en la que ya somos veinticinco; no es lugar adecuado para e1la. De todas formas,

trataré

de conocerla».

Se tendió cuan largo era tras una tabaquera que había en la mesa, desde donde podía contemplar a Ia delicada damita que continuaba sosteniéndose sobre una sola pierna sin perder el equilibrio. AI caer Ia noche, los demás soldados de plomo regresaron a }a caja y los morado¡es de Ia casa se fueron a dormir. Entonces todos los juguetes se pusieron a jugar: se hacían visitas, se peleaban o bailaban. Los soldados de plomo se movían alborotados en su caja. pues también querían salir de allí para jugar. pero no conseguían levantar ia tapa. EI cascanueces daba volteretas y eI trozo de tiza bromeaba con Ia pízanra. Armaron tal escándalo que

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hasta eI canario se despertó y se puso a parIotear por los codos, y encima en verso. Los únicos que no se movieron de su sitio fueron el soldado de plomo y Ia pequeña bailarina: ella se sostenía erguida sobre Ia punta deI pie con los brazos levantados; é1, firme sobre su única pierna, sin apartar los ojos de Ia damita ni por un instante. Cuando dieron las doce, ¡zas!, saltó la tapa de la tabaquera. No contenía ni una brizna de tabaco, sino un duendecillo negro: se trataba de una caja de sorpresas. de plomo! eI duende-. -dijo -¡Soldado ¿Quieres dejar de mirar 1o que no te importa? Pero eI soldado de plomo hizo como si nada hubiera oído. bien, ya verás Io que ocurre ma-¡Está ñana! -dijo el duende. A Ia mañana siguiente, cuando llegaron los niños, eI soldado de plomo fue a parar a la repisa de Ia ventana y, ya fuera a causa del duende o bien por Ia corriente de aire, el caso es que 1a ventana se abrió de golpe y ei soldadito se precipitó a Ia calle desde el tercer piso. Fue un viaje terriblemente rápido. Se quedó de cabeza, apoyado en la gorra, con la pierna única hacia arriba y la bayoneta clavada entre dos adoquines. La criada y el niño bajaron corriendo a buscarlo pero, aunque estuvieron a punto de pisarlo, no lograron dar con é1. Si eI soldado de plomo hubiera gritado «¡aquí estoy!>>, Io habrían descubierto con facilidad, pero no 1e

pareció pertinente ponerse a dar gritos estando de uniforme. Entonces comenzó a llover. Fue un verdadero aguacero Io que cayó. Cuando cesó la lluvia, pasaron por ailí un par de golfiIlos. uno de ellos-, un soldado -¡Mira -dijo de plomo! ¡Vamos a darle un paseo en barco! Hicieron un barco con un periódico, metieron dentro aI soldado de plomo y dejaron que 1o arrastrara la corriente, corriendo a su lado y palmoteando. ¡Dios santo, qué olas había en el arroyo! ¡Y qué corriente! Realmente, había llovido a cántaros. El barco de papel se balanceaba, subía, bajaba, a veces giraba sobre sí mismo con tal brusquedad que hacía estremecerse al soldadito. Pero, pese a todo, él permanecía impasible, manteniéndose firme, con la mirada al frente y el fusil al hombro. De repente, el barco se adentró bajo el puente de una alcantarilla tan oscura como la caja en que había estado encerrado con sus compañeros. «¿Dónde iré a parar? preguntaba-. -se ¡Ay, es por culpa del duende! Si por 1o menos estuviera aquí la damita, poco me importaría estar a oscura$). En aquel momento apareció una enorme rata de agua que vivía bajo el puente de Ia

alcantarilla. pasaporte? la -preguntó rata-. ¡Enséñame tu pasaporte! Pero el soldado de plomo agarró su fusil con más fuerza y no respondió nada. EI ba¡co

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la rata. ¡Uf, cómo Ie rechinaban los dientes mientras chillaba a voz en grito! ¡Detenedlol ¡No ha pagado -¡Detenedio! e1 peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte! La corriente se hizo cada vez más fuerte y e1 soldadito podía ver ya la luz del día aI flnal de la alcantarilla. Pero oyó también un fragor que hubiera asustado al más valiente; imaginaos: allí donde terminaba la alcantarilla, el arroyo desembocaba directamente en un gran caaa1, 1o que para él resultaba tan peligroso como sería para nosotros el ser arrastrados hacia unas enormes cataratas.

Estaba tan cerca, que ya no 1e era posible detenerse. E1 barco salió despedido y el pobre soldado de plomo se mantuvo tan firme como pudoi nadie podría reprocharle que hubiera siquiera pestañeado. El barco dio tres o cuatro vueltas sobre sí mismo y se llenó de agua hasta los bordes: el naufragio era inminente. A1 soidadito 1e llegaba ya el agua aI cuello y e1 barco se hundía cada vez más a medida que e1 papel se reblandecía. El agua le cubrió Ia cabeza aI soldado... Pensó en la pequeña bailarina, a Ia que no volvería a ver más, y a sus oídos llegó esta canción:

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peligro, guerrero ! ¡La muerte es tu destino! ¡ Peligro,

Luego el papel se rajó, e1 soldado de plomo se hundió... y un gran pez se lo tragó. ¡Qué oscuridad allí dentro! Era aún peor que en la alcantarilla y, además, con apreturas. Pero eI soldado se mantuvo firme, tumbado, pero siempre con el fusil al hombro. Poco después, el pez empezó a retorcerse con hordbles contorsiones, hasta que a1 fin se quedó inmóvil. De pronto, un relámpago pareció traspasarlo, la 1uz brilló y una voz grit6: soldado de plomo! -¡Un Alguien había pescado el pez y lo había llevado al mercado. Allí fue vendido y pasó a la cocina donde la criada lo había abierto con un cuchillo. Cogió al soldado por la cintura con dos dedos para enseñárselo a los demás. Todos querían conocer a1 notable personaje que había viajado en el estómago de un pez. Pero el soldado de plomo no se sentía nada orgulloso. [,o pusieron en la mesa, y... ¡hay que ver 1as cosas tan raras que pasanl... El soldadito se encontró en la misma habitación en la que había estado, vio los mismos niños y los mismos iuguetes; volvió a contemplar el precioso cas-

seguía sosteniéndose sobre una sola pierna, con la otra ievantada, tan inmóvil como é1. El soldadito se sintió tan emocionado que estuvo a punto de

llorar, pero

se contuvo, porque no

hubiera estado bien. É1 ]a miró. ella io miró a é1, pero nada se dijeron. De pronto, uno de los niños cogió al soldado y, sin motivo, 10 arojó a la estufa. El culpable, sin duda, era el duende de la tabaquera. El soldado de plomo quedó deslumbrado y sintió un calor espantoso, pero no sabía si procedía del fuego o era el amor que sentía lo que le quemaba. Sus colores se habían desvanecido, aunque nadie podría decir si había sido por el viaje o a causa de su pena. Sentía que se fundía, pero aún se mantenía firme con el fusil aI hombro. Entonces se abrió una puerta y una corriente de aire se llevó a Ia bailarina, que voló como una sílflde hacia la estufa, junto al soldado de plomo; la envolvieron las llamas y desapareció. El soldado de plomo se convirtió en un pegote y cuando, a la mañana siguiente, la criada sacó las cenizas de la estufa, encontró un pequeño corazón de plomo. De la bailarina no quedaba más que Ia lentejuela, negra como eI carbón.

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