Amor divino y libertad creada_P Pacios MSC.pdf

AMOR DIVINO Y LIBERTAD CREADA OBRAS EN VENTA DEL MISMO AUTOR l. EL AMOR Barcelona, Ed. Acervo, 2.• ed. 1972-668 págs.

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AMOR DIVINO Y LIBERTAD CREADA

OBRAS EN VENTA DEL MISMO AUTOR l. EL AMOR Barcelona, Ed. Acervo, 2.• ed. 1972-668 págs. 2. LA VIRGEN Y EL CORAZON DE JESUS Barcelona, Ed. Acervo, 1971.-296 págs. 3. LA AMADA Barcelona, Ed. Acervo, 1974.-382 págs. 4. LA MADRE VIRGEN Barcelona, Ed. Acervo, 1976.- 536 págs. 5. MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA Barcelona, Ed. Acervo, 1978.-475 págs. 6. MADRE CELESTE Barcelona, Ed. Acervo, 1978. - 373 págs. 7. AMOR DIVINO Y LIBERTAD CREADA Barcelona, Ed Acervo, 1978. - 520 págs. 8. CONDICIONAMIENTOS DEL HECHO RELIGIOSO Barcelona, Ed. Acervo, 1975.-110 págs. 9. LA PASION DE LA IGLESIA Zaragoza, Ed. Círculo, 3.k ed. 1974.- 191 págs. 10. EL AMOR Y LA PREDESTINACION Barcelona, Ed. Acervo, 1979.-288 págs. 11. AMOR POR AMOR Barcelona, Ed. Acervo, 1985.-440 págs. 12. RELIGIOSIDAD DEL HOMBRE Y SALVACION Avila, Colección TAU, 1987.-206 págs.

Pedidos: Al autor. Rosellón, 175.- 08036 Barcelona Otras obras del mismo autor: CRISTO Y LOS INTELECTUALES (Agotada). Madrid, Ed. Rialp, 1955. 2. LO MUDABLE Y LO INMUTABLE EN LA VIDA DE . LA IGLESIA: (Agotada). Bilbao, Ed. Paulinas, 1967. 3. LA DISPUTA DE TORTOSA Madrid, C.S.l.C., 1957, 2 vols.- 390 ¡ 617 págs. l.

P. ANTONIO PACIOS, M. S. C.

AMOR DIVINO Y LIBERTAD .C READA

EDICIONES ACERVO Julio Verne, 5-7 - Apartado 5319

'

BARCELONA-6

© ANTONIO PACIOS, 1979 Con las debidas licencias

1.• edición: 1979 2.' edición: 1990

ISBN: 84-7002-261-X Depósito Legal: B. 23486- 1990

Impreso en España

Libergraf, S. A., Constitució, 19, 08014 Barcelona

PROLOGO Contemplamos en E l Amor ( 1) cómo Dios ama a todos los hombres y desea salvarlos. La objeción sube a labios de todos, se oye por doquier: ¿Cómo pueden los hombres condenarse, Dios los ama tanto? ¿Por qué unos se salvan y otros se condenan? La respuesta inmediata es común a todos, como revelada por Dios: Porque unos usan bien de su libertad y otros la usan mal. Mas surge la pregunta humana -que, según luego veremos, nos p arece irracional- : ¿Por qué unos la usan bien y otros mal? ¿No podría Dios hacer que todos la u sen bien, ya que por todos mu rió? Y como Dios no ha dado respues~a clara a est:. pregun· ta, los hombres la han respondido diversamente, y, justo es decirlo, harto insatisfactoriamente. Tres son las principales respuestas clásicas, que en esquema son como siguen: t.a Mediante el placez:, Dios mueve , i!1faliblemen te al acto libre salvador a cuantos se salvan; a quienes ese atractivo infalible del placer les es negado, se condenan (agustinianos).

si

1. El Amor , {!dit. Jant:s, Barcelona, 1952, 2: ed. Acervo, Bar·

celona, 1972. 5

2.3 Dios mueve infaliblemente por SÍ mismo (premoción física) al acto libre salvador a cuantos se salvan; a quienes esa moción de efecto infalible les es negada, se condenan (tomistas}. 3.• Dios dispone de toda eternidad unas circunstancias con las cuales está infaliblemente vinculado el acto libre salvador de cuantos se salvan, y el acto libre condenatorio de cuantos se condenan (molinistas). Decimos acto libre salvador o condenatorio para resumir, aunque en los tres sistemas la vinculación infalible se refiere a todos y cada uno de los actos libres de la creatura. Dada la diversidad de opiniones, no puede hablarse en este caso ni de doctrina de la Iglesia, ni de consentimiento de los teólogos, ni de principios comunes de la filosofía perenne, por otra parte bien delimitados en la Encíclica Humani Generis. Es, pues, lícito buscar otras soluciones si éstas · no satisfacen. Y que no satisfagan se deduce ya del solo hecho de que nadie las predica al pueblo, y ni siquiera sus defensores actúan prácticamente conforme a ellas. En efecto: a) Ninguna salva el deseo sincero que Dios tiene de salvarnos a todos, pues en todas ellas la salvación o condenación está ligada inexorablemente a un decreto divino antecedente a toda decisión libre creada, ya sea el decreto ti~ dar o negax: moción eficaz al bien -placentera o física- , ya sea el de ordenar unas condiciones en que la libertad creada obrará infaliblemente en un sentido determinado. Se afirmará que teóricamente puede obrar en otro sentido; pero una posibilidad en que entre tantísimos casos de actos libres jamás se convertirá en realidad, no pasa de posibilidad meramente nominal. b) Consiguientemente, si se aceptan como verdaderas y lógicamente se llevan a la práctica -pues la verdad objetiva debe ser la guía de nuestra acción-, conducen a un laxismo moral absoluto, a la renuncia a todo esfuerzo como a algo perfectamente inútil, pues si de hecho está infalible6

mente vinculada mi correspondencia al decreto eterno divino de la moción o circunstancia, a esa moción o circunstancias, y no a mi esfuerzo por corresponder, está ligada la salvación o condenación. ' Es más, es inútil preocuparse por esforzarse u or ar, pues de hecho me esforzaré y oraré según lo pidan esa moción o circunstancias de mí independientes, por lo cual lo mejor y más lógico sería echarse a dormir y dejarlo todo a Dios. De ahí que un filósofo seglar que había meditado mucho esos problemas me dijera un día: Si uno creyera alguno de esos sistemas corno verdadero, no daría golpe. e) Por lo mismo, todas las quejas que el Corazón de Jesús nos dirige por nuestro desamor carecen de sentido. Más bien habría de hacerlas a su Padre para que modifique su decreto, pues sólo por ese camino puede de hecho y en concreto mejorar o modificarse nuestra correspondencia: es a El a quien debería exhortar, y no a nosotros. d) Quitan el sentido de la verdadera responsabilidad moral, que se basa en una verdadera libertad -en que la voluntad sea verdaderamente dueña de su acto-, no en una libertad meramente nominal. Si de hecho obraré infaliblemente siempre, según la moción divina o según el influjo de las circunstancias por Dios decretadas, lo lógico es que a ellas atribuya mi acción, y no a mí mismo. · e) Destruyen en realidad la libertad, pues si a la moción o a las circunstancias sigue infaliblemente determinado el acto libre, éste no está ya en manos de la volun tad, sino determinado y contenido en eiementos a ella externos, que bastan a explicarlo. Cuanto más se exagera el influjo de los elementos externos, más se disminuye el ámbito de la libertad, porque tanto menos es la creatura dueña de su acto. Y no se diga que las circunstancias no influyen infaliblemente en el acto libre, pues en el sistema se afirma que Dios pudo decretar otras circunstancias en las que quienes ahora se salvan se condenasen, y quienes se condenan se salvasen, lo cual indica que con sólo variar las circunstancias .Dios

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puede lograr infaliblemente cualquier acto libre creado, lo cual equivale a afirmar que esas circunstancias influyen de tal modo ese acto libre, que infaliblemente lo traen consigo. Todos esos inconvenientes, y otros muchos que no añadimos, podrán solventarse con distinciones de escuela y sofismas filosóficos; pero jamás esas soluciones podrán satisfacer al recto sentido del pueblo. Por eso tales sistemas no pueden predicársele, porque le escandalizarían, le inducirían a pecado, renunciando a todo esfuerzo moral como algo perfectamente inútil. Y el pueblo pide una solución. Quizá la pregunta más constante sea ésta: ¿Cómo, si Dios ama tanto a cada hombre que por salvarlo murió, puede condenarlos? Y al carecer de respuesta, en no pocos se debilita la creencia en el infierno, con no poca ruina de las almas. Es, por lo mismo, urgente demostrarles que, lejos de oponerse la condenación de algunos o muchos al amor divino a ellos, es ese mismo amor divino lo que explica que puedan condenarse. Y como las soluciones clásicas no lo explican -en realidad cuantos, según ellas, se condenan, es por deficiencia del amor divino a ellos- , es lícito buscarlas nuevas, tanto más cuanto que, variando esas soluciones, nos hallamos en un caso de perfecta libertad en que ningún consentimiento de teólogos ni decisión alguna de la Iglesia parece ligarnos. A ello nos 'induce, sobre todo, el hallarnos en un ambiente más favorable para . acert~r, gracias al conocimiento más profundo que del amor divino nos ha dado la expansión de la devoción al Corazón de Jesús; conocimiento vital del que carecieron los teólogos que nos precedieron, y en cuyos principios nos inspiramos, quienes jamás hubieran ideado esas soluciones de haberse conocido entonces como ahora esa devoción. Es esa diferencia de ambiente en que especularon lo que hace que su doctrina sea hoy impredicable; lo que produce 8

un divorcio siempre creciente entre lo que en el púlpito se predica o en el confesionario se practica -todo ello imbuido por la devoción al Corazón de' Jesús, no menos que los libros de piedad que el pueblo usa-, y la enseñanza teórica en las clases de Teología, mero resumen de teólogos antiguos en que el espíritu de esa devoción necesariament e está ausente. Por eso intentamos aquí una solución, inspirándonos en esa devoción, y sirviéndonos de los principios de los teólogos clásicos int erpretados a su luz, p rocurando así conciliar la predicación corriente con la enseñanza teológica , razonando aquella a la luz de los principios de la Teología. Es más que probable que a no pocos teólogos de hoy no les convenza la solución que como simple teoría proponemos: que la juzguen gratuita, inconsistente y h asta peligrosa. Por lo mismo, permítasenos hacer al respecto. algunas advertencias: t.a No es menester que la solución dada sea cierta o segura -ninguna de las dadas hasta hoy lo es, y, sin embargo, ocupan puesto honroso en las explicaciones teológicas-. Basta que sea posible, y lo es desde el momento que no se oponga a la doctrina revelada ni a nin gún principio evidente que como tal perciba la humana razón. Sabemos que nadie se condena por falta de amor divino, por falta de deseo en Dios de salvarle. Si mostramos un modo posible de condenarse sin que en nada padezca la sinceridad y eficacia de ese amor, eso basta: ello sólo sería un adelanto, que, como vimos, no han logrado las soluciones clásicas. Si fuera el untco modo posible de conciliación, sería el verdadero y cierto, como es cierta la sinceridad de ese amor que por revelación nos consta. Si se descubrier en otros que satisfactoriamente lo conciliasen, la explicación presente no pasaría de probable, o si se prefiere, de posible. Aunque ·los desconozcamos, no pret endemos que no haya otros; por eso la proponemos como meramente probable. 9

Aun así su utilidad es manifiesta: la sola existencia de una explicación viable sirve para hacer entender que, si ella no fuere la real, es porque hay otros medios de lograr la conciliación, aunque ellos de presente nos sean desconocidos, cosa que no acaecería con las solas explicaciones clásicas, en que nos empeñamos en resolver el problema pisoteando el amor divino por salvar una especie de dominio que no ha sido revelado. No se olvide que no estarnos estableciendo una tesis -eso lo hicimos en El Amor-, sino resolviendo una objeción, y para ello basta demostrar que hay hipótesis posibles, conformes con la fe y la razón, o al menos no disconformes, en que la objeción no procede: esto basta para desvirtuar la objeción, sin que sea menester demostrar con absoluta certeza que esa hipótesis es objetivamente cierta; mientras el objetante no demuestre con evidencia que es objetivamente falsa su objeción carece de validez. Por lo mismo, no nos empeñamos en dar nuestra solución como cierta y segura: lo que es seguro es que cualquier explicación debe dejar a salvo el amor divino a cada alma -en cuyo amor precisamente se basa la objeción-, que las clásicas no lo salvan, y que ésta, a nuestro parecer, lo deja a salvo. Así usarnos de la teoría de la libertad expuesta en El Amor, y de la existencia del acto final de libertad perfecta, defendido por no pocos autores modernos, entre ellos por el teólogo español Mañá, sin que la Iglesia haya dicho nada contra él. Las pruebas que de ambas cosas darnos podrán no convencer. No es ello necesario: basta que sean posibles, que no . tengan contra sí la doctrina revelada, ni la razón pueda demostrar con evidencia su falsedad, para que puedan usarse para una posible explicación, que se acercará tanto más a la certeza cuanto más esas dos cosas se probaren. 2.• Respecto a los peligros que nuestra explicación pudiera entrañar -entre ellos el de laxismo moral y disminu10

ción de la imputabilidad que algunos, creemos que infundadamente, han querido ver en ella-, deben ponderarse comparativamente a las explicaciones clásicas precedentes. Si ésta, aun teniéndolos, los tiene en menor grado que ellas, ya.. es un adelanto, y no se ve por qué deba proscribirse y anatematizarse cuando las otras, más peligrosas, se autorizan en la Iglesia y se enseñan en las cátedras de Teología. Toda nueva búsqueda supone peligro, y pocos son los descubridores, aun geográficos, que no murieran desgraciadamente en la empresa, mas gracias a ellos se conquistó el mundo; y menos serán aún los investigadores que antes de llegar a la verdad nueva no dieran muchos pasos en falso y erraran muchas veces·. Si el peligro nos detiene e impide actuar en orden a buscar nuevas soluciones cuando las antiguas son insatisfactorias, el resultado será el estancamiento, el anacronismo, el empobrecimiento, que, por desgracia, aqueja a la Teología en contraste con el avance siempre creciente de las demás ramas de la ciencia. Y no se olvide que todos estamos propensos a exagerar el peligro de toda solución que aporte siquiera un matiz nuevo. Ejemplo de ello es la renovación teológica aportada por Santo Tomás, -juzgada tan peligrosa por los contemporáneos de su Orden, que a su muerte estuvieron a punto de quemar todas sus obras. Y ejemplo sc:J. las soluciones aportadas al tema que nos ocupa por Báñez y Molina, tachadas de heréticas por no pocos teólogos eximios hasta que la Iglesia prohibió aplicarl6i censura alguna. Todo ello prueba lo prudentes que debemos ser en dogmatizar peligros o censuras cuando se trata de una explicación nueva, aunque naturalmente sea lícito y obligatorio el combatirla cuando se cree falsa: falsedad que solamente podrá probarse, en el terreno teológico, a base de demostrar que se opone evidentemente a lo que en la Iglesia se ha considerado como revelado. Respecto al laxismo moral que pudiera imputársenos, sólo diremos que no pocos seglares cultos lo han leído, dicién-

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donos que es la única explicación en que se sienten movidos a poner todo su esfuerzo en el perfeccionamiento · moral; mas no parece pueda ser laxista una doctrina que mueve al lector no teólogo a multiplicar sus esfuerzos perseverantes de perfeccionamiento. Y de todos modos, ya vimos que las soluciones hasta ahora propuestas provocaban, lógicamente, un laxismo mucho mayor con la renuncia lógica a todo esfuerzo como inútil, aun más, como imposible de hacer si elementos externos no lo determinaban a existir. 3.a Como se verá, damos importancia exclusiva a la cor:_respondencia libre en cuanto libre. Esto nos parece lo más conforme a la doctrina revelada, que atribuye la condenación al mal uso de nuestra libertad, declarando culpable al hombre -no a Dios o a las circunstancias- de su condenación; y sabido es que un hombre es responsable o culpable de sus actos en la medida en que sean libres, es decir, en la medida que ha estado en su mano el ponerlos o no ponerlos, en la medida en que de ellos fue verdaderamente dueño y señor. Con esto se evita todo laxismo, moviendo al hombre a esforzarse en el recto uso de su libertad -única cosa que en realidad está en su mano-; como que de ese esfuerzo depende su suerte futura. Se objetará que disminuimos más de lo justo el ámbito y perfección de la libertad a lo largo de la vida. Fuera de que las soluciones clásicas, aunque rotundamente la afirmen, la disminuyen lógicamente mucho más que nosotros, hasta prácticamente anularla; una cosa es cierta y por todos admitida: que esa libertad está disminuida, como consecuencia del pecado original: disminuida por la ignorancia del entendimiento que había de guiarla en su elección, por · la concupiscencia que la presiona dificultando el dominio de su acto, por la debilidad en que tras ese pecado quedó la voluntad. La medida justa de esa disminución en cada acto concreto sólo Dios la sabe -y por eso sólo El es juez de los actos humanos-, y, que sepamos, ningún teólogo se ha atrevido a 12

señalarla, ni nosotros lo pretendemos. Parece, sin embargo, comprobado por las modernas investigaciones psicológicas - que la extensión y profundidad de ese debilitamiento es bastante mayor de lo que supusieron los teólogos clásicos, y ello se armoniza maravillosamente con la increíble misericordia que Dios muestra con el pecador. Por lo demás, si es peligroso minimizar demasiado la libertad, cosa que llevaría a un laxismo resignado en el pecado, no lo es menos exagerarla más de lo que realmente es, lo cual llevaría, por desaliento, a entregarse deliberadamente y sin lucha a un pecado contra el cual testifica la experiencia que no han valido sus propósitos. Lo importante no es, pues, señalar el grado exacto de libertad en cada acto concreto -cosa imposible-, sino dejar bien sentado que ese acto será dañino o provechoso para la eternidad según el grado de libertad que lo informe, sea el que sea, y que precisamente en cuanto libre pesará en la decisión final. Ello nos· llevará a esforzarnos en la libre correspondencia a Dios, pese a todos los fracasos, que en más o en menos todos experimentan, sabiendo que no serán los éxitos o fracasos los que cuenten, sino el esfuerzo libre de continuo empeñado y renovado. 4_.. En la explicación de la disminución de esa libertad, por todos admitida, insistimos en la idea de que el acto libre no tiene explicación suficiente fuera de sí mismo. Esto nos parece conforme, no sólo con la definición de la libertad, sino con las enseñanzas de los grandes maestros (1) y especialmente de Santo Tomás -Cf. Esencia del l. Ya San Agustín, en la Ciudad de Dios, XII, cap. 6, insiste en que la mala voluntad no tiene causa eficiente que la explique fuera de sí misma, ni siquiera los objetos-motivos a que adhiera: «Si se busca la causa eficiente de esta mala voluntad no se halla, porque, ¿qué es lo que hace la mala voluntad, siendo ella misma la autora de la obra mala? De aquí que la causa eficiente de la obra mala sea la mala voluntad, y de la mala voluntad no haya causa eficiente alguna_,. A demostrar este aserto dedica todo el capítulo, y aún en gran parte los dos siguientes (caps. 7 y 8).

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libre albedrío y proceso del acto libre según F. Romeo, Santo Tomás y Suárez, por Jesús Muñoz-, según los cuales lavo· luntad tiene en su mano el acto libre aun después de pro· puestos los motivos y dadas las circunstancias. Con relación al acto libre, el motivo no es más que el objeto racionalmente conocido como bien y limitación de bien. El hace posible el acto libre, que no puede darse sino en orden a un bien racionalmente conocido; él lo hace razonable, explica su racionalidad, pues siempre se dirigirá a un bien conocido por la razón, o lo rechazará como limi· tación de bien, también por la razón testificada; y en eso consiste su racionabilidad, en que se dirija, si se ejerce, a un bien por la razón conocido; él pone el acto libre en manos de la voluntad, que sólo entonces puede ejercer .su dominio. Pero no explica la existencia concreta del acto libre, ni la dirección concreta y determinada en que se ejerza, ya que, puestos los motivos, y aun todas las circunstancias y mociones externas, el acto libre sigue en el dominio de la voluntad, que puede ponerlo o no ponerlo, en ima dirección o en otra, por sí misma, sin que los motivos ia fuercen o determi· nena ello. Por consiguiente, esa posición determinada y concreta del acto libre no halla explicación ni razón suficiente en los motivos, pues explicar una cosa es mostrar que está conte· nida en otra, y el acto libre no está contenido en los motivos ni se deduce de ellos con necesidad. Y si el acto es libre en cuanto la voluntad tiene dominio de él y es dueña de ponerlo como le plazca, todo lo que· disminuya ese dominio disminuirá también la libertad, y por lo mismo será tanto menos libre cuanto los motivos o las circunstancias más violentamente la inclinen en una di· rección determinada, mermando o dificultando la autonomía de su elección. De ahí que pensemos que las soluciones intentadas -nin· guna de ellas por los grandes maestros doctores de la lgle· sia, salvo tal vez la agustiniana- destruyen la libertad, al

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incurrir en el grav1s1mo defecto de querer explicar de un modo u otro y en mayor o menor grado, el acto libre en cuanto tal por algo externo a él, sean mociones o circunstancias, con las que infaliblemente lo vinculan en su ser concreto. A nuestro parecer, pretender explicar el acto libre es una contradicción en sí, por pretender mostrarlo incluido en algo precedente cuando por definición está en manos y bajo el dominio de la voluntad hasta el momento mismo en que ·lo ejecuta: es como querer hacer un círculo cuadrado, un acto libre y no libre a la vez. De ahí que pensemos que un .acto es tanto menos libre cuanto más pueda explicarse o conjeturarse de antemano, pues tal conjetura la hacemos en virtud de circunstancias o motivos que suponemos disminuirán la indiferencia de ejercicio en la voluntad, inclinándola y presionándola en una dirección determinada. Tanto más probable será nuestra conjetura cuanto mayor sepamos va a ser esa presión; pero cuanto mayor sea esa presión, tanto menos indiferente se sentirá la voluntad, y en tanto menor grado tendrá en su mano la decisión, que por lo mismo, será tanto menos libre. Con esto no pretendemos negar la libertad, sino consig· nar la limitación de que es objeto a lo largo de la vida, mitación que todos conceden, aunque nadie pueda precisar su grado. . Ni ponemos en peligro la responsabilidad moral, pues ésta permanece, bien que dismiÍmida, mientras quede poder físico en la voluntad para resistir esas presiones, por difícil que ello le sea. Así sabemos ·que, precisamente por las dificultades y presiones de los elementos exteriores, nadie pasaría largo tiempo sin cometer pecado formal grave, si la gracia, que con la oración se obtiene, no le socorre; y es porque de hecho, debido a esas dificultades, cederá cuando en rigor aun podía resistir.

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Como se ve, la responsabilidad se mantiene, aun para el pecado grave, mientras permanezca algo de liber tad, por disminuida que sea; aunque naturalmente, el grado de malicia en un mismo pecado grave variará enormemente, según varíe la perfección de la libertad, y tanto más susceptible a la divina misericordia será uno cuanto más disminuida estuvo su libertad en el pecado. La gracia subsana esta debilidad en cuantos oran, de modo que no sólo físicamente, sino también moralmente pueden evitar todo pecado grave. Pero no la subsana del todo, ya que nadie, sin especial privilegio, puede evitar durante esta vida el pecado venial, cosa que no acaecía en el paraíso, ni acaeciera en nosotros si no fuera por la herencia del pecado original que tanta debilidad y falta de dominio engendró. Sólo cuando un acto concreto de la voluntad pudiera infaliblemente preverse a vista de los motivos y circunstancias bajo cuyo influjo va a producirse, habría lugar para declarar que no fue libre, y que de él no es el hombre directamente responsable - aunque sí tal vez en causa, v. gr., por no haber orado-; pero tal previsión infalible por parte nuestra no sólo no la creemos frecuente, sino que nos parece sumamente rara. Por lo mismo · no negamos la libertad de los actos humanos, sino que la afirmamos, aunque consignando, como lo han hecho todos hasta hoy, que suele ser una libertad más o menos mediatizada, disminuida; y que los actos libres in· fluyen en la s~erte eterna del hombre, no por lo que tienen de mediatizados, sino por lo que tienen de verdaderamente libres, pues sólo en cuanto tales están en nuestras manos, y sólo nuestra libertad busca y aprecia Dios. Por eso ponemos el acto final de libertad perfecta, tanto porque con ello es Dios más honrado, cuanto porque así parece clara, plena e inexcusable la culpa del hombre al condenarse y el amor de Dios que, respetando esa libertad como verdadero amante, permite se condene. 16

Y para que eso no favorezca el laxismo con una vana esperanza de última hora, nos esforzamos en demostrar cómo todo acto de la vida influye en cuanto libre en esa decisión final, formando unidad con ella, y así es ello un acicate eficacísimo para esforzarse en obrar el bien día a día, pese a todos los fracasos y desengaños. S.• Hablamos de la irretractabilidad del acto de libertad perfecta, y a base de ella explicamos la situación psicológica del condenado. Esto, pese a las pruebas que de ello damos, podrá parecer gratuito a más de uno; pero adviértase que con ello no hacemos más que aplicar al alma condenada lo que Santo Tomás dice de los ángeles que pecaron, y nos parece que no hay motivo para suponer que la condición psicológica del alma condenada sea fundamentalmente distinta de la del demonio, siendo ambos espíritus. Ello sirve para explicar el amor de Dios a los mismos condenados, de modo que nada odie de cuanto hizo. 6.• Hablamos a veces de dar gracias a Dios por los pecados cometidos. El recto sentido de esa frase lo explicamos en el último capítulo de El Amor.. Mas por que alguno no se escandalice conviene la expliquemos algo aquí. Debe darse gracias a Dios por todo lo que El hace. El pecado no podría hacerse sin su permisión. Parece, pues, que podemos y debemos darle gracias· de que lo haya permitido, en sus amorosos designios. Y esto hizo el mismo Jesucristo al darle gracias ·p or la infidelidad de los que a sí mismos se tenían por sabios y prudentes. Y si le hemos de dar gracias por haber permitido los pecados ajenos, no vemos por qué no hayan de dársele por haber permitido los propios. Y en el cielo ciertamente se las daremos, porque, si allí vamos, todo cuanto Dios permitió habrá cooperado a nuestro bien, y parece debemos agradecerle sus disposiciones, siquiera sean permisivas, que a nuestro bien eterno cooperaron. i7

Mas considerado el pecado como acto nuestro positivo, aun debemos distinguir en él dos cosas: la debilidad y miseria de nuestra voluntad, presionada por elementos externos, y la malicia libre COJ;J. que ella por sí misma lo eligió. De esa debilidad y miseria hemos de alegrarnos y agradecerla a Dios, porque El quiso dejárnosla después de redimidos, y es conformarnos a su voluntad el complacerse en ser débiles y miserables. · Mas la malicia libre con que ella elige, de sólo ella proviene, y no de Dios, y así no puede ser agradecida a Dios, pues que no proviene de El: a cada cual ha de agradecerse lo que de él proviene, no lo que se debe a otro. Y de Dios no prOIV:iene la malicia libre del pecado, ni a ella coopera. Coopera, sin embargo, a la materialidad del acto, y eso también hay que agradecérselo, pues no es sino muestra del infinito amor que nos tiene, que hasta tal punto respeta nuestra libertad. Respecto a los bienes que del pecado se nos siguen, o pueden seguírsenos, en cuanto manifiesta nuestra malicia libre oculta, y cómo su permisión es en ese aspecto un beneficio de Dios que debe agradecerse, se hablará más adelante. 7.a Permítasenos, finalmente, decir unas palabras respecto al consentimiento de los teólogos o al de la filosofía Perenne. Respecto a esta última están claros los principios que todo filósofo debe respetar en la Encíclica Humani Generis. No creemos que se nos pueda objetar que en ningún lugar les obviemos; y todo lo demás serán opiniones muy dignas de alabanza, pero nada más: es fácil decir que todos los fi· lósofos coinciden con ellas, pero no es fácil probarlo. Respecto al consentimiento de los Teólogos y Padres, conviene advertir lo siguiente: a) Nada más fácil que hablar de ese consentimiento; en realidad, nada más difícil que el probarlo, e incluso el que se dé. Sólo en las cosas claramente reveladas suelen

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estar de acuerdo, y aun no siempre: muchas veces no pocos disintieron de dogmas luego definidos. Añádase que no basta citar un texto de un autor para saber su opinión, pues muchas veces la mudaron después. b) Para que ese consentimiento tenga verdadera fuerza dogmática, no basta que se dé, sino que coincidan en dar alguna cosa como revelada, o necesariamente conexa con doctrinas reveladas. Cuando se trata de meras opiniones filosóficas puede haber más o menos unanimidad en unos siglos para cambiar en los siguientes, merced a las corrientes de moda, y así, verbigracia, con el triunfo del aristotelismo en el siglo XIII se abandonaron muchas doctrinas filosóficas de origen platónico que hasta entonces habían sido más o menos uniformemente profesadas desde San Agustín. Como ejemplo, en el_ orden dogmático, tomemos el limbo. La verdad dogmática, en tiempo de San Agustín, después y siempre, es que todo el que muere con pecado mortal, siquiera sea original, se condena. Con esta verdad había que conciliar la suerte de los niños, cuya solución dependía o podía depender de la' cuestión filosófica de si eran o no capaces de acto libre antes de morir. San Agustín creyó que no lo eran, aunque de esto nada diga la revelación ni en pro ni en contra; por eso, lógicamente, dio por cierto que todos los niños no bautizados van al infierno, y así se tuvo por cierto durante siglos. · Poco a poco la Escolástica elaboró otra solución, por parecerle muy dura la de Agustín: la solución del limbo. Pudo haber cambio, precisamente porque no se trataba de una verdad dogmática, sino de una explicación referente a ' una verdad dogmática. Y en esta nueva explicación nunca hubo verdadera uniformidad; siempre hubo teólogos, y no pequeños, que con más o menos acierto intentaran otras que dejaran a los niños no bautizados mejor atendidos. No puede, pues, hablarse 19

del limbo como de verdad dogmática, ni siquiera como de una explicación en que todos consintieran. . Si en tales explicaciones se hubiera aplicado el principio de que nunca se hubiera podido contradecir las de los anteriores, la Teología no hubiera dado un paso desde el siglo segundo. e) Adviértase finalmente que una cosa es contradecir a una doctrina dada como revelada, o al menos como filosóficamente cierta por el consentimiento unánime de los teólogos, y otra muy distinta el establecer asertos de que ellos no hayan tratado. Lo primero es error en la fe si se trata de doctrinas tenidas por ellos como reveladas, y es temerario si se trata de doctrinas meramente filosóficas, a no ser, en este último caso, que se les obvie por graves razones y descubrimientos nuevos y con todo el respeto que se merecen. Aunque tampoco en esto se ha de extremar tanto la prudencia y el respeto que se cierre el paso a toda innovación, pues nos parece indudable que, cuando en el medievo sucedió a la platónica la corriente aristotélica entre los escolásticos, hubo de contradecirse a muchas doctrinas filosóficas tenidas generalmente como ciertas por sus predecesores inspirados casi exclusivamente en el platonismo patrístico y agustiniano. Lo segundo es cosa laudable, y que debe procurarase, pues si la verdadera devoción a los maestros es su imitación, así lo hicieron ellos, tanto por lo que respecta a la teología como a la filosoña. Piénsese si no, en lo que añadió San Agustín, Santo Tomás y tantos otros, que no se contentaron con lo recibido; y en los problemas nuevos que han ido suscitándose, como el de los universales que lleva la Escolástica a su florecimiento, y el de la predestinación que aguzó a nuestros teólogos del siglo de oro, que desarrollaron tanto ingenio en resolver el problema. Y adviértase que aunque el problema no llegue a solucionarse satisfactoriamente, cual pasó en este último caso, es de utilidad suma su planteamiento y discusión, porque

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obliga a remozar todos los conceptos, precisándolos más y más. Todo problema nuevo supone una revisión de los principios antiguos, para mejor entenderlos y aplicarlos, e incluso no pocas veces para accidentalmente modificarlos, y no debe confundirse esta modificación accidental con una simple oposición al pensamiento de los predecesores. Por lo que a nosotros atañe, no creemos que nos opongamos nunca en nada al pensamiento unánime de nuestros predecesores, ni siquiera en lo filosófico. Y en cuanto a añadir cosas nuevas, que sería perfectamente lícito, pensamos que difícilmente se hallará aserción nuestra -fuera de la explicación de la libertad que damos en El Amor, y de la cual usamos aquí- que no haya enseñado mil veces el más humilde curita de aldea. Si algo original hay en nuestra exposición, es el intento de sistematizar y razonar teológicamente esas enseñanzas es· porádicas, que todos dan, tomándolas, a veces sin saberlo, de la devoción al Sagrado Corazón que ha invadido el ambiente. S.a Al tratar del orgullo colectivo, denunciamos ciertos males de las asociaciones religiosas. Ante el peligro de escandalizar, pedimos consejo a muchos. Todos coincidieron en que los males que criticamos eran públicos, así como también en el principio de que así como las sociedades civiles necesitan un mínimo de crítica constructiva que corrija los abusos, así también la necesitan las sociedades religiosas. Pero mientras algunos me dijeron temían causara escándalo, otros, la gran mayoría, opinaron que siendo los males de todos conocidos, y la comidilla del pueblo, lejos de causar escándalo causaría edificación, al ver que se intentaba corregirlos. Me atuve al parecer de los más, que me pareció más razonado. Si con ello he o no acertado, no puedo asegurarlo, sino tan sólo que me he decidido por lo que mejor me pareció. 9.• El presente volumen, Amor Divino y libertad-creada,

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forma unidad con Predestinaci6n y vias de salvaci6n, de próxima publicación. Ambos fueron escritos al mismo tiempo que El Amor (año 1952), como su complemento, para responder a las objeciones que contra el amor divino suelen ponerse. Y, como El Amor, estaba dividido en siete libros, de capítulos breves. Posteriormente lo fuimos publicando todo (excepto el último libro, Vías de salvaci6n) en la Revista fi. losófica Crisis, entre 1954 y 1967, en forma de artículos. La naturaleza de esa revista llevaba consigo, no sólo una cierta condensación del texto original, sino también la supresión de aquellos apartad