Alejo Carpentier: "De Lo Real Maravilloso-Americano"

ALEJO CARPENTIER De lo real maravilloso alv?zricano UNTySRSIDAD Necror.¡A¡, AuróN¡oMA on MÉxco De lo real maravillo

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ALEJO CARPENTIER

De lo real maravilloso alv?zricano

UNTySRSIDAD Necror.¡A¡, AuróN¡oMA on

MÉxco

De lo real maravilloso

americano

COLECCION

Pneusños GReNnos ENs.tYos

Universidad Nacional Autónoma de México Coordinación de Difusión Cultural Dirección General de Publicaciones y Fomento Editoúal

ou0ztJaruO osoutft0,rOru IOaJ oI

acI

uulJNgduYc ofg'Iv

kimera edición

en la colección Pequeños Grandes Ensayos: 2003

Primera reimpresión : 2004 Diseño : Mar¡zcarmen Mercado O D.R. UNIVERSIDAD NACIONAI

AI-TTCINOMA DE

MÉxlco

Ciudad l]niversitaria. 04510, México, D.F. DIRECCIC,N GENERAL DE PUBLICACIL]NES

Y FOMENTO EDIT0RIAL

Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorización escúta de su Iegítimo titulal de derechos

ISBN de la colección 970-32-0479-l ISBN de la obra 970-32-0801-5 lmpreso y hecho en México

PnnsnNrncróN Una de las contribuciones principales de Alejo Carpentier (La Habana, 1904 - París, 1980) a la

configuración de la novela latinoamericana del siglo xx es la tesis de "lo real maraülloso americano", expuesta, a manera de prólogo, en su novela

El rei,no de este mu,ndo (1949) y ampliada

con posterioridad en el ensayo que cierra su libro Tie'ntos E difere'ru:i,as (editado por primeravez en

el año de 1964 con el sello de la Universidad Nacional Autónoma de México), y que ahora publicamos de manera independiente. Los presupues-

tos de Carpentier expresados en ese ensayo no sólo son tema de sus reflexiones teóricas sino que

también se vuelcan en la práctica narrativa del autor y en buena medida definen su propia obra novelística. Para entender el pensamiento de Carpentier relativo a "lo real maravilloso americano" conüene hacer un poco de historia. En el temprano año de 1927, Carpentier escri-

be su primera novela, a la que pone por título ¡Ecué-Yamba-Ó!, voz lucumí que significa "¡Alabado sea Dios!" La redacta en el breve lapso de

nueve días en una prisión de La Habana, donde

fue encarcelado durante siete meses por firmar un manifiesto del Grupo Minorista -al que pertenecía- en contra de la dictadura de Gerardo Machado. Si bien esa novela intentaba ser moderna,

merced, sobre todo, a la utilización de algunas imágenes futuristas en el discurso narrativo, re-

sultó, como lo reconoce el propio autor, "un intento fallido por el abuso de metáforas, de símiles mecánicos [...] y por esa falsa concepción de

lo nacional que teníamos entonces los hombres de mi generación". En efecto, esta obra primeriza

no difiere significativamente de la tradición rea-

lista de la novela latinoamericana imperante en aquellos años, que, a pesar de su franca intención

denunciatoria, pocas veces llega a tocar el fondo de los problemas sociales y con mucha frecuencia se queda en lo meramente vernacular, cuando no en lo folclórico o en lo pintoresco. Una vezli-

berado, Carpentier se avecina en 1928 en Paús, de donde no regresará a

viür

en Cuba hasta 1939,

cuando estalla la Segunda Guerra Mundial. En la

capital francesa, entra en comunicación directa

8 o

con las vanguardias europeas de entreguerras. Thaba amistad con los poetas y los pintores del surrealismo -Louis Aragon, Tfistan Tzara, Paul Eluard, Georges Sadoul, Benjamin Péret, Chirico,

Tanguy, Picasso-, a quienes, en su conjunto, con-

sidera "la generación más extraordinaria que había surgido en FYancia después del romanticismo", e incluso es invitado por el propio André Breton a colaborar en Réuoluti,on Surt'éaliste,la revista del

movimiento que él encabezaba. Imbuido de las teorías freudianas

a

propósito

de la interpretación de los sueños, el surrealismo, en concordancia con los manifiestos teóricos que le dan sustento, se empeña en incorporar a

la creación artística el mundo onírico y las

que

Breton llamó "potencias oscuras del alma", através de la escritura automática y el irracionalismo.

Seguramente a la luz de este moümiento, que tiene un sentido más amplio de larealidad que el san-

tificado por la novela realista y más aún por la naturalista del siglo xx, Carpentier, que sigue pen-

sando obsesivamente en América a pesar de su deslumbramiento ante las vanguardias europeas, se propone reescribir su primera novela durante

largos meses de 1933. El resultado al parecer no satisface sus aspiraciones, y su autor acaba por

abjurar de ella, así sea parcialmente. En el año de 1943, Carpentier realiza un viaje a Haití, que va a ser decisivo en la conformación

de su pensamiento sobre la cultura y la literatura

Ia

latinoamericanas. Recorre los caminos rojos de la

meseta central, üsita las ruinas de Sans-Souci; la Ciudadel¿ La Ferriére, que había mandado cons-

truir Henri Christoph, aquel pastelero negro llegado a déspota ilustrado; la Ciudad del Cabo y el palacio habitado antaño por Paulina Bonaparte, y descubre, azoÍado, que en aquel país de las An-

tillas lo maraülloso existe en la realidad cotidiana. La fe colectiva que sus habitantes depositaron en su líder Mackandal los llevó, en tiempos napoleónicos, al milagro de su liberación, y esa fe, procedente de arcanas mitologías, no ha per-

dido su vigencia. Es entonces cuando el escritor se ve llevado a

enfrentar la realidad recién üüda,

que no vacila en calificar de maraüllosa ni en ha-

cerla extensiva a toda AméricaLatina, a las prácticas surrealistas, que si antes lo entusiasmaron, ahora lo defrauclan.

De esta experiencia vital nacen EI reino de este mundo y el prólogo que le da sustento teórico, en el que el autor expone la que habrá de ser su poética más persistente: "lo real maravilloso americano". La idea que subyace en ese prólogo y que Carpentier desarrolla a lo largo de su novela

l0

;

es, en síntesis, la siguiente: en

América-la Améri-

ca nuestra, se entiende-, lo maravilloso forma

parte de la realidad cotidiana, habida cuenta de la

fe de sus habitantes en el milagro, mientras que en Europa, donde los discursos (como afirmará más tarde en tros püsos perdidos) han sustituido a los mitos, lo maraülloso es invocado con trucos de prestidigitador.

Habríaque decirque tal ideatiene sus antecedentes en los remotos tiempos del que se ha dado

en llamar encuentro de culturas y obedece a la

üeja oposición que, del Gran Almirante a Hegel, pasando porAmerigo Vespucci, Joseph de Acosta,

el padre Las Casas y Rousseau, le atribuye a las Indias Occidentales o al Nuevo Mundo los valores de la inocencia, la ürginidad y la abundancia

-tierra

de la eterna primavera, país del noble sal-

vaje, generosa cornucopia- en tanto que caracte-

nzaalViejo Mundo por su decadencia y su decrepitud. TaI concepción se plantea de manera reiterada en la obra ensayística de Carpentier y anima la

escritura de las seis novelas que sucedieron a EI reino de este mu,ndo, a saber: Los pasos perdidos (1953),

El

Si,glo de las Luces (1962),

EI recurso

del método (1974), Concierto banroco (1974), La

consagración de Ia primauera (1978) y El arpa g la sombra(1979). En todas ellas se presenta,

aun- tl

que con las variaciones propias del caso, la con-

traposición de una América mítica y promisoria uersus una Europ a fatigada y exacerbadamente racional. El punto nodal del contraste estriba en las diferentes maneras en que una y otra culturas

conciben lo maraülloso. Según la tesis carpenteriana, en América lo maravilloso se suscita de manera objetiva en la propia realidad gracias a la fe de la colectiüdad en el milagro, mientras que en Europa es el resultado de la inventiva personal del escritor y tiene, por tanto, un carácter fantasioso y necesariamente subjetivo.

Ahora bien, en el prólogo de marras, Carpentier hace derivar lo maraülloso de una alteración inesperada de la realidad, que es perci,bi,da por el creyente en el milagro con unespíritu eraltado,lo que pondría en tela de juicio precisamente su presunta objetiüdad. Cabúa preguntarse, así

las cosas, si esta condición que Carpentier le adjudica a América es realmente tan objetiva como el autor sustenta o si, por lo contrario, proviene

de una mirada exógena, en este caso europea, que se posa en nuestra realidad, y al advertir que

la califica de maravillosa, como ocurrió desde los tiempos colombinos. Al parecer, la obra de Carno se ajusta a los paradigmas del Viejo Mundo,

T2 o

pentier responde a este segundo supuesto: si el autor creyera a ciencia cierta en que Io maraülloso es parte integral de la realidad americana y la viera de manera endógena, no la calificaría de ma-

raüllosa sino que laaceptaría simplemente como real y, por consiguiente, no hablaría de "lo real maravilloso" sino sólo de realismo. Como quiera que sea, la publicación de este ensayo es importante porque sintetiza el pen-

samiento de Alejo Carpentier con respecto a América Latina y define la propia obra narrativa del escritor cubano. Pero su importancia va m¡ís allá, pues los postulados que en él se exponen tras ciende n el ámb ito estrictamente carp ente ri ano

y pueden aplicarse, mutatis mutandis, a buena parte de laliteraturalatinoamericana del siglo xx, aquella que, de Miguel Ángel Asturias a Gabriel

Rulfo a Joáo Guimaráes Rosa, se inscribe dentro de lo que se dio en llamar "realismo mágico", término, por cierto, que no es ni de Carpentier ni de ningún escritor latiGarcía Márquez, deJuan

noamericano, sino que procede del alemán Franz Roh, quien lo acuñó en el año de 1924.

El ensayo que ahora publicamos es el que fi-

libro Ti,entos E diferenci,as con el nombre "De lo real maravillosamente [szcl americagura en el

1.3

no", en el que al prólogo original de EI reino de este mundo, que por cierto no figura en todas las ediciones de la novela, el propio autor le añadió cuatro pequeños capÍtulos, en los que refiere sus andanzas por la República Popular

China, el Medio Oriente, la Unión Soüética y la ciudad de Praga. Tales ¿ntecedentes le sirven de marco para exponer con mayor pertinencia, gtacias al contraste, su pensamiento sobre "lo real maraülloso americano", que se desarrolla a partir del capítulo 5, en el que retoma literalmente el prólogo al que hemos venido haciendo referencia. Optamos por modificar el título cambiando el adverbio marauillosamente por el adjetivo nrüraui,lloso, que es el que siempre utiliza

Carpentiery el que ha figurado en otras ediciones del mismo ensayo.

Gonzalo Celorio

L4 a

I L¿.-n¿,s

rouT

N'EST

que lune calme et uolu,pté.

La inütación al viaje. Lo remoto. Lo distante, Lo

di,sti,nto. La langoureuse Asie et Ia bru"Iante

Afríque de Baudelaire... Vengo de la República Popular de China. He sido sensible a la nada ficticia belleza de Pekín, con sus casas negras, sus techos de tejas ütrificadas en un nara4jo intenso donde retoza una fabulosa fauna doméstica de dragoncillos tutelares, de grifos encrespados, de graciosos penates zoológicos cuyos nombres ignoro; me he detenido, asombrado, ante las piedras montadas enpedestales, puestas acontemplación como objetos de arte, que se ofrecen en uno de los patios del Palacio

de Verano: afirmación en hechos y presencia de una nociónno figuratiua del arte, ignorada por las declaraciones de principio de los artistas oc ci dental es no fi gurativos, magnifica-

cióndelready-made de Marcel Duchamp, cántico de las texturas, de las proporciones fortuitas, defensa del derecho de elección qlue tiene el artista, detector de realidades, sobre ciertas materias o materiales que, sin haber sido trabajados por la mano humana, surgen de su ámbito propio con una belleza original que es la belleza del universo. He admirado la sutileza arquitectónica, comedida y ligera, de Nankin; las fuertes murallas sino-medievales de Nang-Chang, orladas en blanco sobre la adusta obscuridad de las paredes de choque; me he confundido con las multitudes bulüciosas de Shanghai, gimnasticas y divertidas, viüendo en una ciudad de esquinas redondas (sic) que, por lo mismo, ignora la angularidad occidental de las esquinas. He visto, desde los ma-

1.6

Iecones de la ciudad, durante horas, el paso de los sampanes de velamen cuadrado, y volando luego sobre el país, a muy baja altitud, he podido entender el papel enorrne que las nieblas y neblinas, las brumas y nubes detenidas, desempeñan en la prodigiosa imaginería paisajista de los pintores chinos. También, contemplando los arrozales, viendo el trabajo de labradores vestidos de juncos trenzados he en-

tendido las funciones desempeñadas por el verde tierno, el rosado, eI amarillo, los difunlinos, en el arte chino. I sin embargo, a pesax de h¿rber pasado horas frente a los puestos esquineros de agua caliente servida en vaso, de los mostradores de peces colorados y desdibu¡jados

alavez por el movimiento encubridor de sus aletas levemente abanicadas; después de escuchar los cuentos de narradores de cuentos que

no entiendo; después de haberme admirado ante la obra maestra, en belleza y proporciones, de una prodigiosa esfera armilar que, mon-

tada sobre cuatro dragones, combina portentosamente la armoniosa geometría de los asfros

con el encrespamiento heráldico de los monstruos telúricos, en el Museo de Pekín; después de visitar los viejos observatorios, erizados de aparatos singulares, pasmosos por una operación de mensuración sideral cuya trascendencia escapa a nuestras nociones keplerianas; después de haberme cobijado a la sombrafría de las grandes puertas, de la casi femenina To-

rre-Pagoda de Shanghai, enorme y tierna mazorca de ventanas y aleros punzantes, de haberme maravillado ante la relo.i era efi ciencia de los teatros de títeres, regreso hacia el poniente

l:

con una cierta melancolía. He üsto cosas profundamente interesantes. Pero no estoy seguro de haberlas entendido .Pata entenderlas realmente -y no con la aquiescencia del papanatas,

del turista que en suma he sido- hubiese sido necesario conocer el idioma, tener nociones claras acerca de una de las culturas mas anti guas del mundo: conocer las palabras claras del

dragón y de la máscara. Me he divertido mucho, ciertamente, con las increíbles acrobacias de los actores de un teatro que, para el consumo de occidente, se califica de ópera, cuando no es sino la reahzación cimera de lo que ha querido conseguirce en el espectdmlo totol --ob-

sesión generalmente insatisfecha de nuestros autores dramáticos, directores y escenógrafos.

1.8

Pero las acrobacias de quienes interpretaban óperas que jamas pensaron en ser óperas, sóIo eran el complemento de unamateriaverbal que me es inaccesible de porvida. Dicen que Judith Gautier dominabalalectura del idioma chino a la edad de veinte años. (No creo que "hablara el chino" porque eI chi,no no se habla, ya que el pequinés, por ejemplo, no es entendido a cien kilómetros de Pekín, ni tiene que ver con el pintoresco cantonés o el dialecto semimeridional

de Shangai, aunque la escritura sea la misma para todos los idiomas en presencia, elemento de inteligibilidad general.) Pero, en cuanto amí, sé que no me bastarían los años que me quedan

de existencia para llegar a un entendimiento verdadero, cabal, de la cultura y de la civilización de China. Me falta, para ello, w enterldi,mi,ento de los tertos. De los textos que se inscriben en las estelas que sobre sus carapachos de piedra yerguen las enormes tortugas -sÍmbolo de lalongevidad, me dijeron- quepueblan, andando sin andar, tan antiguas que se les ignora la fecha del nacimiento, señoreando ace. quias y labrantíos, los aledaños de la gran ciudad

de Pekín. 2

Vengo del Islam. Me he emocionado gratamente

ante paisajes tan sosegados, tan deslindados por Ia.mano del sembrador y Ia mano de las podadoras, tan ajeno a todo elemento vegetal superfluo -con la presencia de sus rosales y granados con algún surtidor por fondo- que puede evocax, ante ellos, la gracia de algunas de las mejores miniaturas persas, aunque, a la

19 a

verdad, hallándome bastante lejos del Irán y sin saber, a ciencia cierta, si las miniaturas evocadas tenían mucho que ver con eso. Anduve por

calles silenciosas, perdiéndome en laberintos de casas sin ventanas, escoltado por el fabuloso olor a grasa de carnero que es característica del Asia Central. Me admiré ante Ia diversidad de manifestaciones de un arte que sabe renovarse y jugar con las materias, con las texturas, venciendo el temible escollo de la prohibición -aún muy observada- de figurar la figura humana. Pensé que en eso de arnar las texturas, los serenos equilibrios geométricos o los enrevesarnientos sutiles, los artistas mahome-

20 a

tanos daban muestras de una imaginación en la inventativa abstracta que sólo es compaxable a la que puede contemplarse, yendo a México, en el pequeño y maraülloso patio del Templo de Mitla. (Para ellos el arte verdadero sigue siendo rigurosam ente no fi, g ur ati,uo, mantenido a una altanera distancia de donde se polemiza en tomo areali,smos harto manoseados...) Fui sensible a Ia esbeltez de los alminares, a la policromía de los mosaicos, a la potente sonoridad de las guzlas, al sabor milenario, pr€coránico, de los panes sin levadura, desprendi-

dos porpeso propio, al a)canzar su punto, del horno del tahonero. Volé sobre el mar de AraI, tan raro, tan extraño, en formas, colores y con-

tornos, como el lago Baikal, aquel que me admira por sus complementos montañosos, sus rarezas zoológicas; por lo mucho que tal lugar remoto tiene común, en la extensión, la desmesura, la repetición -inacabable taiga, trasunto de nuestra selva; inacabable Ienissei, acrecido a cinco leguas de ancho (cito a Vsevolod Ivanov) por lluvias semejantes a las que acrecen algún Orinoco en las mismas cinco o seis leguas de sus desbordamientos... Pero, sin embargo, al regresar, me invadió la gran melancolía de quien quiso entender y entendió a medias. Para entender el Islam apenas entre-

visto me hubiese sido preciso conocer algún idioma allí hablado, tener noticias de algún antecedente literario (algo más consistente, desde luego, que el de los Rubayatas leídos en español, o de las andanzas de Aladino o de Simbad, o de las músicas de Thamar de Balakirew, o de Sherezada o Antar de Rimsky Korsakoff...), de la filosofía si es que la hubiese en verdadera función filosófica, de la gran literatura gnómica de aquel vasto mundo donde

21 a

ciertos principios atáücos siguen pesando sobre las mentes aunque distintas contingencias políticas hayan quedado atrás. Pero quien quiso entender entendió a medias porque desconocía el idioma o los idiomas que aIIí se hablaban. Se enfrentaba, en las libreúas, con tomos

herméticos cuyos títulos se dibujaban en signos arcanos. Conocer esos signos hubiese sido

mi deseo. Me sentía humillado ante una ignorancia que también era la del sánscrito o la del hebreo clásico -lenguas que, por lo demás, no se enseñaban en las universidades latinoamericanas de mi adolescencia,z'llí donde el mismo

griego, el latín, eran mirados con desconfianza como cosas que un pragmatismo de nuevo cuño situaba entre los ociosos devaneos del intelecto. Tenía conciencia, sin embargo (y habría de comprobarlo desde mi llegada a Bucarest) que para entender lenguas romances sólo necesita el latinoamericano una convivencia de pocas semanas. Así, frente a los signos ininteligibles que se me pintaban, cada mañana, en los titulares de periódicos locales, sentía como un descorazonamiento siempre renovado, pensando que no me bastarían los 22 a

tiempos que me quedan de üda (¿qué represen-

tan veinte años de estudio para saber d,e a,l"go?), para llegar a tener una visión de conjunto, fundamentada y universal, de Io que es la cultura islámica, en sus distintos fraccionamientos, modalidades, dispersiones geográficas, diferencias dialectales, etcétera. Me sentía minimizado por Ia grandeza cierta de lo que se me había revela-

do; pero esa grandeza no me entregaba sus medidas exactas, sus voliciones auténticas. No me daba los medios de expresar a los míos, al regresar de tan dilatadas andanzas, lo que había de universal en sus raíces, presenciay trans-

formaciones actuales. Para ello hubiese tenido que poseer ciertos conocimientos indispensables, ciertas claves, que, en mi caso, y en el caso

de muchos otros, hubiesen requerido una especialización, una disciplina, de casi una vida entera. D

Cuando, al regreso del largo viaje, me hallé en

la Unión Soviética, la sensación de irtcopaci,dad d.e mtendi,mier¿to se me ativió en grado sumo, a pesa-r de desconocer el idioma. La ar-

quitectura magnífica, a Ia vez barroca, italia-

23 a

na, rusa, de Leningrado, me era grata antes de

verla. Conocía esas columnas, conocía esos astrágalos, conocía esos arcos monumentales, abiertos en bloques de edificios, evocadores de

Vitruvio y de Viñola, y acaso también del Piranesi. Rastrelli, el arquitecto italiano, había estado por ahí después de mucho pasearse

por Roma. Las columnas rostrales que se alzabanjunto al Neva eran de mi propiedad. El Palacio de Inüerno, hondamente azul y espumosarnente blanco, con su neptuniano, acuático barroquismo, me hablabaporvoces conocidas. Allá, mas allá del agua, la Fortaleza de Pedro y Pablo se me perfilaba con domesticada silueta. Y esto no era todo: la Gran Catalina

había sido amiga y protectora de Diderot. Potemkine había sido amigo de Miranda, el venezolano precursor de las independencias de

América. Cima¡osa viüó y compuso en Rusia. La Universidad de Moscú, además, lleva el nom-

bre de Lomonossof, autor de una "Oda a la gran Aurora Boreal." que es una de las mejores rea-

Iizaciones de cierta poesía del siglo xvIII,

24 a

cientificista, enciclopédica, que la vincula -más por el espíritu que por el estilo, desde luegocon Fontenelle y con Voltaire. Puchkin me ha-

cía pensar en el "Boris" cuya deficiente versión francesa modifiqué, en lo eufónico musical,

hace unos treinta años, a megos de un cantante que habría de interpretar el papel en el Teatro Colón de Buenos Aires. Turgenief fue amigo de Flauber[ ("eI hombre más tonto que he conocido", decía, admirativamente). Dostoievski me fue revelado por un ensayo de André Gide. Leí a Tolstoi, por vez primera, en una edición que de sus relatos hizo, hacia el año L920,

la Secretaría de Educación de México.

Bien o mal traducidos, los Cuadernos fi,IosóJicos de Lenin me hablan de Heráclito, de Pitá-

goras, de Leucipo, y hasta del "idealista con quien uno se entiende mejor que con el materialista estúpido". Una función del Bolshoi (con estatua ecuestre de Pedro eI Grande, en el decorado) me sugiere la oportunidad de üsitar las salas altas, terminales, del Museo del Ermitage. Allí me encuentro con Ida Rubinstein en un retrato raxo, a Iavez afectuoso y cruel, de Serof; también con Sergio de Diaghilev y tam-

bién con Anna Pavlova que, hacia el año 19f 5 y regresando después cada año a La Habana, re-

veló al cubano las técnicas trascendentales de la da¡tza clásica. Más aIIá, de modo inespera-

25 a

do, me sale al paso una vasta exposición retrospectiva de Roerich, el escenógrafo y libretista de La consagraci,ón de La pri,mauera de Stravinslqy, cuya partitura puso en entredicho

todos los principios composicionales de la música occidental... En Leningrado, en Moscú, volvía a encontrar, en Ia arquitectura, en la lite-

ratura, en el teatro, un universoperfectamente i,nt eli, g i,ble,

inteli gible por mis propias deñ cien-

cias en cuanto a los medios técnicos, mecánicos, de entender Io situado mas allá de ciertas

fronteras cuiturales. (Como difícil me fue en Pekín, un día, entender los razonamientos de

un lama tibetano que pretendía identificar el tantrismo con eI marxismo, o aquel inteligentísimo hombre del África que, en París, hace poco, me habl¿ba de ritos mágicos, tribales, en

términos de materialismo histórico.) Cadavez más se afirmaba la convicción de que la vida de un hombre basta apenas para conocer, entender, explicarse, la fracción del globo que le ha tocado en suerte habitar -aunque esta convicción no le exima de una inmensa curiosidad por ver Io que ocurre más allá de la línea de sus 26 a

horizontes. Pero la curiosidad no es premiada, en muchos casos, con un cabal entendi,mi,ento.

4

No hay ciudad de Europa, creo yo, donde el drama de la Reforrna y de la Contrarreforma se haya inscrito en vestigios más duraderos y elo-

cuentes que en Praga. Por un lado se aJzanla dura y recia iglesia de Tln, enzada de agujas,

la capilla de Belén, con sus techumbres empinadas, vestidas de austeras pizarras medieva-

les, donde hubo de resonar un día la palabra vertical y tremebunda del maestro Juan Huss; por otro se abre el encrespado, envolvente, casi

voluptuoso barroquismo de la iglesia de San Salvador del colegio Clementino, al cabo del puente Carlos, frente a las ojivas retadoras de la otra orilla, como un suntuoso escenario jesuítico -mas tiene de teatro que de iglesiapoblado de santos y apóstoles, mártires y doctores, confundidos en una coreográfica concertación de estolas y de mitras -bronce sobre blanco, sombras sobre oro- pregonando

laüc-

toria momentánea del latín de Roma sobre el idioma popular, nacional, praguense, más que nada, de los salmos y cantos taboritas... Arriba, en la ciudadela, las ventanas de la Defenes-

tración famosa; abajo, en la Mala Straná, el pa-

2:

lacio de Wallestein, en cuya sala de audiencias dejó el último gran condottiero, esculpida en el cielo raso, toda la estrepitosa sinfonía de la Guerra de Tfeinta Años, con una profusa figuración de cornetas, tambores y sacabuches, re'urrelto con los arneses, penachos y estandar-

tes de las alegorías bélicas. Ahí puedo entender mejor a Schiller y el ánimo que lo llevó, en la primera parte de su trilogía famosa, alahazaña insóIita de escribir un drama sin protagonista, donde los personajes se llaman: "unos

croatas", ttunos ulanes", *un corngtatt, "un recluta", "un capuchino", "un furiel"... Pero eso no es todo: si la Reformay la Contrarreforma están presentes en las piedras de Praga, también nos hablan sus edificios y lugares de un pasado siempre suspendido entre los extremos polos de lo real y de Io irreal, de lo fantastico y Io comprobable, de la conseja y del hecho. Sabemos que Fausto, el alquimista, hace su primera aparición -¿imaginaria?- en la Praga donde las generaciones futuras habrían de palpar los instrumentos astronómicos, exactos o casi, de Tico Brahe, antes de visitar la casa del con28 a

templador de estrellas llamado Juan Kepler, en tanto que los buscadores de la piedra

filo-

sofal, los preparadores del mercurio hermético, conservan su calle, todaúa, con retortas y hornachas, en el burgo de Ca¡los el Grande. Mucho se evoca la leyenda del Golem, aquel autómata que un sabio rabino hacía trabajar en su provecho, en las cercanías del cementerio

judío y de las soberbias sinagogas. Y lo mas extraordinario es que el antiguo cementerio judío, con sus dramáticas estelas de los mil quinientos y seiscientos, paradas lado al lado, o una detras de otra, en desorden, como puestas en almoneda -en un final de marzo que les iluminaba las inscripciones hebraicas con pin-

celadas de cierzo- conviven, en terreno de igualdad, con el angosto teatro Tllovo donde, cierto día de 1787, tuvo lugar el estreno del DonJuan de Mozart, obrafáustica, auto sacramental extrañamente plantado por el genio en un siglo de las luces que para nada creía en convidados de piedra, aunque muy cercale bailaban obispos y doctores de bronce en el suntuoso escenario teológico de la iglesia del Clementino. No hay piedra muda en Praga para el entendedor a medias palabras. Y para ese entendedor surge, de cada esquina, de cada bocacalle, la silueta queda, afelpada, sin som-

29 a

bra como el personaje de Chamisso, presente en todas las contingencias, en debates que de la literatura trascienden a la política, del Franz Kafka que, en su "intento de descripción de un combate", nos dio, sin quererlo, acaso por medios metafóric os, indire ctos, la más estup enda sensación de una atmósfera praguense üvida en sus misterios y posibilidades. Cuando en

Di,ario dice (en 1911) que se encuentra conmovido por una visión de escaleras situadas a la derecha del puente Cech, recibe "por unapequeñaventana triangular" (sólo en aquella ciudad asimétrica, donde se conjugan todas las su

ocu¡rencias de una arquitectura fanlástica, pue-

de haber una aentana triangular...) toda la gracia y la vigencia barroca de las escalinatas que ascienden hacia la ilustre ventana de la Defenestración... De Kafka, dando un salto al pasado, montando en una diligencia imaginaria, sin tiempo, llegamos a Leipzig, donde nos espera el órgano tras del cual Ana Magdalena descubriera, emocionada, la presencia tremebunda -tal la de un dragón inspirado- de Juan Sebastián, y recordalnos que allí se cantaron, con muy pocas voces y orquestas mÍnimas, unas 30 a

Pasi,ones que nos incumben muy directamente

eu€, desde hace dos siglos, no cesaron de crecer, de llenarse con un mayor número de figu-

V

ras, de cruzax el Atlántico para a)canzar las riberas de América, por lapartitura, la ejecución o el disco, sugiriendo a Heitor Villa-Lobos, por

operación de sus allegros,la posibilidad de titular banchianas unas composiciones inspiradas en el alkgro -movimiento continuo,perpetum, mobi,Ie- de las batucadas cariocas o bahianas...

De Leipzig nos lleva la imaginaria diligencia, con su cochero que hace sonar una trompa muy conocida por Mozart y hasta por Mórike, al Weimar de Goethe, en cuya casa nos esperan las monstmosas réplicas de esculturas griegas ejecutadas en dimensiones heroicas, dignas de alzarse en el ámbito de un templo, pero que el au-

tor de Fausto colocó en habitaciones tan

pe-

queñas que, en ellas, un tablero de ajedrez obli-

gariaa los visitantes a soslayarse. Bsas enorrnes

divinidades griegas metidas de cabeza -porque de cabeza están presentes en realidad- en las exiguas estancias de la casa de Weimar me re-

cuerdan ciertas retóricas epónimas, muy usadas en América Latina, que son las de vestíbulos ministeriales presididos por estatuas de héroes que los hincha, amplia, eleva, encun-

3.1

bra, ados o tres tallas mayores que las que correspondieron a su cabal estatura humana, llegándose al absurdo de una República que se yergue en el capitolio de La Habana -con pechos de bronce que pesan toneladas- en una dimensión tan estúpidamente ciclópea que, a su lado, lapobre gigante de Kafkapasaríapoco menos que inadvertida. 5

Vuelve el latinoamericano a lo suyo y empieza a entender muchas cosas. Descubre que si el

Quijote le pertenece de hecho y derecho, através del Discarso a Los cabreros aprendió palabras, en recuento de edades, que le vienen de

Los trabajos y

Los

días. Abre la gran crónica

de Bernal Díaz del Castillo y se encuentra con el único libro de caballeúa real y fidedigno que se haya escrito

-libro de caballería donde los

hacedores de maleficios fueron teules visibles

32 a

y palpables, auténticos los animales desconocidos, contempladas las ciudades ignotas, vistos los dragones en sus úos y las montañas insólitas en sus nieves y humos. Bernal Díaz, sin sospecharlo, había superado las hazañas de

Amadís de Gaula, Belianis de Grecia y Florismarte de Hircania. Había descubierto un mundo de monarcas coronados de plumas de aves

verdes, de vegetaciones que se remontaban a los orígenes de la tierra, de manjares jamiás probados, de bebidas sacadas del cacto y de lapalma, sin darse cuenta aún que, en ese mundo, los acontecimientos que ocupan al hombre sue-

len cobrar un estilo propio en cuanto a la trayectoria de un mismo acontecer. Arrastra el latinoamericano una herencia de treinta siglos, pero, a pesar de una contemplación de hechos absurdos, a pesar de muchos pecados cometidos, debe reconocerse que su esti\o se va a-firmando a través de su historia, aunque a veces ese estilo puede engendrar verdaderos monstruos. Pero las compensaciones están presentes: puede un Melgarejo, tirano de Bolivia, hacer beber cubos de cerveza a su caballo Holofernes; del Mediterráneo Caribe, en la misma época, surge un José Martí capaz de escribir uno de los mejores ensayos que, acerca de los pintores impresionistas franceses, hayan aparecido en cualquier idioma. Una América Central, poblada de analfabetos, produce un poeta -Rubén Darío- que transforma toda la

oo

D¿)

a

poesía de expresión castellana. Hay también ahí

quien, hace un siglo y medio, explicó los postulados filosóficos de la alienación a esclavos que

llevaban tres semanas de manumisos. Hay ahí (no puede olvidarse a Simón Rodríguez) quien

creó sistemas de educación inspirados en el Emi,Lio, donde sólo se esperaba que los alumnos aprendieran a leer paxa ascender socialmente por ürtud del entendimiento de los libros -que era como decir: de los códigos. Hay quien quiso desarrollar estrategias de guerra napoleónica con lanceros montados, sin monhrra ni estribos, en el lomo de sus jamelgos. Hay la prometeica soledad de Bolívar en Santa Mar-

ta, las batallas libradas al arma blanca durante nueve horas en el paisaje lunar de los Andes, Ias Torres de Tikal, los frescos rescatados a la selvade Bonampak, el ügente enigma de Tiahuanacu, Ia majestad de la acrópolis de Monte Alb¿in, la b ell eza abstracta -abs olutamente abstracta- del templo de Mitla, con sus variaciones sobre temas plásticos ajenos a todo empe-

ño figurativo. La enumeración podría ser inacabable. Por ello diré que una primera no34 a

ción de lo real maravilloso me vino a la mente cuando, a fines del año 1943, tuve la suerte de

poder visitar el reino de Henri Christophe -las ruinas, tan poéticas, de Sans Souci; la mole, imponentemente intacta a pesar de rayos y terremotos, de la ciudadela La Ferriére- y de conocer la todavía normanda Ciudad del Cabo, el Cap Frannais de la antigua colonia, donde una casa de larguísimos balcones conduce al pala-

cio de cantería habitado antaño por Paulina Bonaparte. Mi encuentro con Paulina Bonaparte, ahí, tan lejos de Córcega, fue, para mí, como una revelación. Vi la posibilidad de establecer ciertos sincronismos posibles, americanos, recurrentes, por encima del tiempo, relacionando esto con aquello, el ayer con el presente. Vi la posibitidad de traer ciertas verdades europeas alas latifudes que son nuestras actuando a contrapelo de quienes, viajando contra la trayectoria del sol, quisieron llevar verdades nuestras a donde, hace todana treinta años, no había capacidad de entendimiento ni de medidaparaverlas en su justa dimensión. (Panlina Bonaparte fue, paramí,Iazanllo y guía,

tiento primero -a partir de la Venus de Canovade los ensayos de indagación de los personajes

que, como Billaud-Varenne, Collot d'Herbois, Victor Hugues, habrían de animar mi "Siglo de

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las Luces", visto en función de luces americanas.) Después de sentir el nada mentido sorti-

legio'

de las tierras de Haití, de haber hallado

advertencias mágicas en los caminos rojos de la Meseta Central, de haber oído los tambores del Petro y del Rada, me

ü

llevado a acercar la

re alidad re cién vivida a la agotante pretensión de suscitar lo maravilloso que caractenzó ciertas literaturas europeas de estos últimos treinta años. Lo maravilloso, buscado a través de los viejos clisés de la selva de Brocelianda, de los caballeros de la Mesa Redonda, del encantador Merlín y del ciclo de Arturo. Lo maravilloso, pobremente sugerido por los oficios y deformidades de los personajes de feria -¿no se cansarán los jóvenes poe-

maravillosa

tas franceses de los fenómenos y payasos de la Jéte

foraine, de los que ya Rimbaud se habÍa

despedido en su Alquimia del Verbo? Lo maravilloso, obtenido con trucos de prestidigitación, rPaso aquí aI texto del prólogo a la primera edición de mi novela -Ol d,e est,e m,lr,ndo (1949) que no apareció en ediciones sucesivas, aunque hoy lo considero, salvo en algunos detaues, tan ügente como entonces. El srrreaüsmo ha dejado de consiituir, para nosotros, por proceso de imitación muy activo hace todana quince años, una presencia errónea¡rente manejada. Pero nos queda la ¡eal m,rt ra uil.Iaso de índole muy distinta, cadavez más palpable y discernible, que empieza a proliferar en Ia novelística de algunos noveüstasjóvenes de

¡'nino

36 a

nuestro continente.

reuniéndose objetos que para nada suelen en-

contrarse: la vieja y embustera historia del encuentro fortuito del paraguas y de la máquina de coser sobre una mesa de disección, generador de las cucharas de armiño, los caracoles en el taxi pluüoso, Ia cabeza de león en la pelüs de una viuda, de las exposiciones surrealistas. O, todavía, lo maravilloso literario: el rey de la Juli,eta de Sade, el supermacho de Jarry el monje de Lewis, la utilería escalofriante de la novela negra inglesa: fantasmas, sacerdotes emparedados, licantropías, manos clavadas sobre la puerta de un castillo. Pero, afuerzade querer suscitar lo maraülloso a todo trance, los taumaturgos se hacen burócratas. Invocando por medio de fórmulas consabidas que hacen de ciertas pinturas un monótono ba¡atillo de relojes amelcochados, de maniquíes de costurera, de vagos monumentos fálicos, lo maravilloso se queda en paxaguas

o langosta o máquina de coser, o lo que sea, sobre una mesa de disección, en el interior de un cuarto triste, en un desierto de rocas. Pobreza imaginativa, decía Unamuno, es aprenderse códigos de memoria. Y hoy existen códigos de lo fantástico, basados en el principio del

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ót o

burro devorado por un higo, propuesto por los Cantos de Maldoror como suprema inversión de la realidad, a los que debemos muchos "niños amenazados por ruiseñores", o los "caballos devorando pájaros" de André Masson. Pero obsérvese que cuando André Masson quiso dibqjar la selva de la isla de Martinica, con el increíble entrelazamiento de sus plantas y la obscenapromiscuidad de ciertos frutos, lamaravillosaverdad del asurto devoró al pintor, dejándolo poco menos que impotente frente al papel en blanco. Y tuvo que ser un pintor de América, el cubano Wifredo Lam, quien nos enseñara la magia de la vegetación tropical, la desenfrenada creación de formas de nuestra naturaleza -con todas sus metamorfosis y simbiosis-, en cuadros momunentales de una expresión única en la pintura contemporánea.z Ante la desconcertante pobrezaimaginativa de un Tanguy, por ejemplo, que desde hace veinticinco años pinta las mismas larvas pétreas bajo el mismo cielo gris, me dan ganas de repetir una frase que enorgullecía a los surrealistas de

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2Obsérvese con cuanto americano prestigio sobresale, en su honda originalidad, las obras de Wifredo [¿m sobre las de otros pintores reunidos en el número especial -panorámico de la plástica modernapublicado en 1946 por Cah,ierc d'Art.

la primera hornada: Vous qui ne uoAez pas, pensez ü ceu"r qui, aoi,enl. Hay todavía demasiados "adolescentes que hallan placer en violar los cadáveres de hermosas mujeres recién muertas" (Lautreamont), sin advertir que lo maravilloso estaría en violarlas vivas. Pero es que muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que Io ma¡avilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de Ia realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de Ia realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de Ia realidad, percibidas con particular intensidad en virfud de una exaltación del espíritu que lo conduce aun modo de "estado límite". Para empezar, la sensación de lo maraülloso presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cue{po, alma y bienes, en

el mundo de Amadís de Gaula o Ti,rante el Blanco. Prodigiosamente fidedignas resultan ciertas frases de Rutilio en tros trabajos de Persiles y Segismunda, acerca de hombres

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transformados en lobos, porque en tiempos de Cervantes se creía en gentes aquejadas de ma-

nía lupina. Asimismo el viaje del personaje, desde Toscana a Nomega, sobre el manto de

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una bruja. Marco Polo admitía que ciertas aves volaran llevando elefantes entre las garras, y Lutero üo de frente al demonio a cuya cabeza arrojó un tintero. Victor Hugo, tan explotado por los tenedores de libros de lo maravilloso, creía en apa.recidos, porque estaba seguro de haber hablado, en Guernesey, con el fantasma de Leopoldina. A Van Gogh bastaba con tener fe en el Girasol, para fijar su revelación en una tela. De ahí que lo maraülloso invocado en el descreimiento -como lo hicieron los surrealistas durante tantos años- nunca fue sino una artimaña literaria, tan aburrida, al prolongarse, como cierta literatura onírica "arreglada", ciertos elogios de la locura, de los que estamos muy de vuelta. No por ello va a darse Iarazón, desde Iuego, a determinados partidarios de un regreso a lo real -término que cobra, entonces, un significado gregariamente político-, que no hacen sino sustituir los trucos del prestidigitador por los lugares comunes del literato "enrolado" o el escatológico regodeo de ciertos existen-

cialistas. Pero es indudable que hay escasa defensa para poetas y artistas que loan el sadismo sin practicarlo, admiran el supermacho por impotencia, invocan espectros sin creer que

respondan a los ensalmos, y fundan sociedades secretas, se ctas literarias, grup os vagaJnente filosóficos, con santos y señas y arcanos fines -nunca aicanzados-, sin ser capaces de concebi¡ una mística válida ni de abandonar los más mezquinos hábitos para jugarse el alma sobre Ia temible carta de una fe.

Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en HaitÍ, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar Io real maraailloso. Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. C

onocía ya la historia prodigiosa de Bouclcnan,

el iniciado jamaiquino. Había estado en la ciudadela La Ferriére, obra sin antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada por las Pri

s

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one s i,m ag i,nari,o.s

del Piranesi. Había res-

pirado la atmósfera creada por Henri Christophe, monarca de increíbles empeños, mucho

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más sorprendente que todos los reyes crueles

inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real marauilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y ügencia de lo real maraviJloso no eraprivilegio único de

Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías.

Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en Ia historia del continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la fuente de la eterna juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de

nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza como la coronela Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaxan todavía a

42 a

la busca de El Dorado, V eü€, en días de la Revolución francesa -¡üvan la Razón y el Ser Supremo!-, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la ciudad encantada de los Césares. Enfocan-

do otro aspecto de la cuestión, veúamos que, así como en Europa occidental el folklore dan-

zano, por ejemplo, ha perdido todo carácter mágico o invocatorio, rara es la darza colectiva, en América, que no encierre un hondo sentido ritual, creándose en torno a él todo un proceso iniciado: tal los bailes de Ia santería cubana, o la prodigiosa versión negroide de la fiesta del

Corpus, que aún puede verse en el pueblo de San FYancisco de Yare, en Venezuela.

Hay un momento, en el sexto canto de Maldoror, en que el héroe, perseguido por toda la policía del mundo, escapa a "un ejército de agentes y espías" adoptando el aspecto de

animales diversos y haciendo uso de su don de transportarse instantáneamente a Pekín, Madrid o San Petersburgo. Esto es "literatura maraüllosa" en pleno. Pero enAmérica, donde no se ha escrito nada semejante, existió un Mackandal dotado de los mismos poderes por la fe de sus contemporáneos, y que alentó, con esa magia, una de las sublevaciones más dramáticas y extrañas de la historia. Maldoror -lo confiesa el mismo Ducasse- no pasaba de ser

un "poético Rocambole". De él sóIo quedó una escuela literaria de vida efÍmera. De Mackandal

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el americano, en cambio, ha quedado toda una

mitología, acompañada de himnos mágicos, conservados por todo un pueblo, que aún se cantan en las ceremonias del Vaudou.s (Hay, por otra parte, una rara casualidad en el hecho de que Isidoro Ducasse, hombre que tuvo un excepcional instinto de lo fantástico-poético, hubiera nacido en América y se jactara tan enfáticamente, al final de uno de sus cantos, de ser Le Monteuidéen.) Y es que, porlavirginidad del paisaje, por laformación, por la ontología, por la

presencia fáustica del indio y del negro, por Ia revelación que constituyó su reciente descubrimiento, porlos fecundos mestizajes que propició, América esta muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías. ¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?

'{h f,/""h 44 a

rVéase: Jacques Roumain, Le sacñ.fice d'u Lambour Aso¿o (r).

Cronolo$a 1904 Nace el 26 de diciembre en La Habana, Cuba 1923 -24 Trabaja como periodista y forma parte del Grupo Minoritario y participa en las movilizaciones en contra de la tiranía de Gerardo Machado y el imperialismo

1927

Es encarcelado por firmar un manifiesto contra el dictador. En la prisión escribe su primera novela ÉcueYam,ba-Ó

1928 Se establece en París en donde residirá once años. Forma parte del movimiento surrealista 1937 Participa como miembro de la delegación cubana en el Congreso de Escritores antifascistas en Madrid durante la Guerra Civil 1939 Regresa a Cuba y trabaja en la radio al tiempo que realiza importantes investigaciones sobre la música popular cubana

1945 Vive en Caracas, Venezuela 1956 Regresa a Cuba con el triunfo de la Revolución 1976 Es galardonado con el Premio Cervantes 1980 Muere en París siendo enrbqjador de Cuba

Bibliografia mínima Conci.erto be,rroco, Editorial Siglo XXI, México, 1974; EI recurso del método, Editorial Siglo XXI, México, 1974; EI arpa

y In sombru Editorial Siglo XXI, México,

L979; La nopela Iati.noameri,cune en uísperas d,e un nuer¡o siglo, Editorial Siglo XXI, México, L984; Obras completas, vols. I al 16, Editorial Siglo XXI, México

Es-Te Lleno SE TERMINÓ DE IMPRIMIR

EL 17 DE I\{AYO DE 2004, EN S],

IX

TXWNRS¡.NIO

DE LA PUBUCACIÓN DE LAS CRÓNICAS DE ALEJO CARPENTIER EN EL pERróDtco

lNFonaActón os Le H¡e¡¡,¡e

De ln real marauilloso america,no, de la colección Pequeños Gra¡rdes Ensayos, editado por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, fue impreso en Formación Gráfic4 s.e. de c.v., Matamoros LLZ, col. Raúl Romero, 57630, Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México. En su composición se usaron tipos iTc Century Book 9/13, 8/12 y Bell M"t 20/21 pts. Para la impresión de los interiores se usó papel Cultural de 90 g; para los forros, cartulina Clásico ma¡fil de 210 g y para el guardapolvo, Clásico premier marfil de 90 g. La formación estuvo a cargo de Ma. Dolores Rod¡íguez. La edición consta de 2000 ejemplares y estuvo al cuidado de Ana Cecilia I-azcano, Ma¡iana Alatriste y Juan Ca¡los Rodríguez

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