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AL ENCUENTRO CON EL PADRE

OSHERSON SAMUEL Editorial Cuatro Vientos Santiago de Chile, 1993

CONTENIDO Prefacio ............................................................................................................................................. 3 Agradecimientos ............................................................................................................................... 5 Introducción: Los Asuntos Inconclusos de los Hombres .................................................................. 6 1. Deudas silenciadas: La lucha de los hombres por separarse del padre ................................. 16 2. Trabajando la autoridad: Mentores y Padres......................................................................... 34 3. Acerca de las esposas que trabajan y de la soledad de los esposos ...................................... 51 4. Vulnerabilidad y Rabia: Lo que la imposibilidad de tener hijos nos dice acerca de todos los hombres ........................................................................................................................... 69 5. La urna vacía: ¿Se embarazan también los hombres?........................................................... 89 6. La paternidad como experiencia sanadora y dolorosa .......................................................... 105 7. Sanando al padre herido ........................................................................................................ 122

Notas y Referencias .......................................................................................................................... 138

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PREFACIO En una ocasión, Mark Twain comentó que a los 12 años un niño comienza a imitar a un hombre, cosa que sigue haciendo por el resto de su vida. Sospecho que en la vida de la mayoría de los hombres, llega el momento en que se enfrentan a la pregunta acerca de qué porcentaje de su vida es imitación, en contraposición a tener una sensación rica y confiable de sus propias capacidades. Para mí, ese momento llegó durante un período de crisis personal, que hoy me parece muy lejano, hace alrededor de cinco años. Me sentía bloqueado en mi trabajo. Mi mujer y yo estábamos viviendo un descalabro tras otro mientras tratábamos de formar una familia. Además, estaba compartiendo con mi tutor su dolor, ya que su esposa luchaba con un cáncer que amenazaba su vida. Estas experiencias fueron mis primeros encuentros directos como adulto con la realidad de lo que significa una pérdida y con la impotencia humana frente a ella. Al principio casi no podía articular mi sensación de vulnerabilidad, al enfrentarse al hecho de que aquellos que yo amaba, dentro o fuera de mi familia, pudieran ser abatidos. La forma en que siempre he tratado de resolver las cosas es escribiendo. Durante toda mi vida, la fuerza de los libros me ha dado energía, por lo tanto, no es extraño que comenzara a llevar un diario cuando me sentí absorbido por experiencias que para mí eran difíciles de comprender. Este libro comenzó con ese diario. Para darme tiempo para este asunto personal, reduje mis compromisos de trabajo, y durante un año dediqué una parte del día a escribir. Al principio escribí acerca del presente y de las frustraciones en el trabajo y el amor, pero luego surgieron sentimientos y recuerdos del pasado, de mi infancia, de mi adolescencia, de mis padres. Cuando me centré en la conflictiva y difícil relación con mi padre, me di cuenta que había encontrado al hombre al que andaba buscando, el padre que, más en su ausencia que con su presencia, era la clave de la sensación de vacío y vulnerabilidad de mi vida. El diario me ayudó a expandir y dar vida gradualmente a mi relación con mi padre, y a apreciar su lado cariñoso y amoroso que siempre había estado ahí. Durante ese tiempo tuve la oportunidad de escuchar las vidas de muchos otros hombres. Yo estaba dirigiendo un estudio longitudinal en Harvard en el que participaba un gran número de hombres de aproximadamente 40 años. Esta investigación me dio la oportunidad de conversar en forma tranquila y relajada con hombres exitosos de diversas partes del país, acerca de muchos aspectos de sus vidas. A partir de estas conversaciones empecé a darme cuenta de lo profundas y dolorosas que eran las consecuencias de los predecibles desencuentros entre padres e hijos, situación que consideramos obvia en nuestra sociedad. Muchos de los conflictos entre hombres y mujeres de nuestro tiempo, se basan en las permanentes luchas ocultas que los hijos tienen con sus padres, y en las diversas formas en que los hijos adultos tratan de completar esta relación en sus carreras y matrimonios. Sin embargo, a pesar de su importancia, el padre se mantiene envuelto en misterio para muchos hombres, ya sea por una idealización, una degradación o simplemente ignorándolo. Y al hacer esto, terminamos imitándolo, aunque tratemos de ser diferentes.

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Las frustraciones y anhelos de los hombres con que conversé, me sonaron como propios y me conmovieron profundamente, tal vez porque pertenecemos a la misma generación y estamos en situaciones similares en el ciclo de la vida. De este modo, decidí escribir un libro acerca de los asuntos inconclusos de los hombres con sus padres. Quise juntar mis dos formas de comprender a los hombres, por una parte, la búsqueda personal a través de mi diario, y por la otra, el amplio conocimiento basado en lo que muchos hombres me habían contado. Quería que el libro tuviera una perspectiva profesional-racional, así como también una voz personal. Espero que la descripción de la vida de los hombres en este libro produzca tanta empatía como honestidad acerca de lo que hoy significa ser hombre.

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AGRADECIMIENTOS Durante el largo proceso que significó escribir este libro, hubo un gran número de personas que me apoyaron con sus honestas reacciones y críticas que todo escritor necesita para completar su proyecto. Quiero agradecer especialmente a Jane Barnes, Tracy Barnes, Larry Weinstein, Bill Novak, George Goethals, Stanley King, Shepherd Bliss, Barbara Schwartz, Bety Friedan, Carol Gilligan, Lael Wertenbaker, Anne Alonso, Donald Bell, Joan y Ethan Boker, Tracy MacNab, Zick Ruin, Elliot Mishler, Olivia y Rob Wilson, Diana Dill, Maureen Mahoney, Patricia Reinstein, Benson Snyder, George Vaillant, Douglas Heath y Nick Kaufman. Gerta Kennedy y Proesser me brindó una valiosa ayuda organizando las anotaciones erráticas del diario en material coherente e interesante para un libro. Sobre todo, me dio confianza y lucidez en un momento en que no estaba seguro si seguir adelante o no. Kitty Moore, en ese momento editora de The Free Press, vio el valor del libro que quería escribir y me ayudó a darle su forma inicial. Laura Wolf me brindó una valiosa ayuda editorial con su paciente motivación mientras sucesivos borradores se transformaban en la versión final. Joseph Pleck, del Wellesley Center for Research on Women, me regaló su tiempo e ideas a través de largas discusiones. Entre aquellos interesados en el campo de los estudios sobre el hombre, muchos piensan que Joe debería ser declarado patrimonio nacional. Este libro no habría sido escrito sin la contribución de los hombres y mujeres que me hablaron abierta y honestamente de sus vidas: los participantes de mi investigación, alumnos de cursos de desarrollo adulto en Harvard y otras partes, y pacientes en terapia. Sus nombres y vidas han sido disfrazados dentro del texto por razones confidenciales, pero esto no disminuye la deuda que siento hacia ellos por permitirme aprender de sus experiencias. Espero que acepten mis agradecimientos. Debido a que este libro pasó por varios borradores durante varios veranos, agradezco a mis amigos de New Hampshire por haberme facilitado lo más importante para un escritor: una pieza tranquila donde trabajar. Gracias a Barry y Karen Tolman, Mike French y Beth Williams, Pat y Prentice Colby. Invariablemente estas piezas tenían vista a la pradera, a antiguos muros de piedra y a espesos bosques. Este libro es mejor gracias a la vista que tuve. Mi mayor deuda es con mi mujer, Julie Show Osherson, por su amor, apoyo y excelentes consejos críticos en varios puntos, sin lo cual dudo que este libro hubiera existido. Finalmente quiero agradecer a mis padres, Adele y Louis Osherson, por su entusiasmo frente al proyecto. Yo soy el padre que faltó en tu niñez Y por el cual sufriste el dolor de la falta. Yo soy él No es magnífico ser arrastrado por el asombro Frente a la presencia de tu padre. Ningún otro Odiseo vendrá jamás, ya que él Y yo somos uno solo, el mismo. La Odisea, Homero Libro XVI

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INTRODUCCIÓN LOS ASUNTOS INCONCLUSOS DE LOS HOMBRES Este médico de 42 años se enderezó en su silla al hablar de la reciente visita a su padre. Sus padres están divorciados, igual que él, pero toda la familia volvió a reunirse en St. Louis con motivo del matrimonio del hermano menor. “Conversé largamente con mi madre, me contó todas las novedades familiares, pero mi padre estuvo callado y solo. Casi siempre parece estar tan lejos”. Se movió levemente en su silla. De pronto su tono de voz expresó un fuerte anhelo: “Mi padre me llevó ayer al aeropuerto; estuvimos los dos solos. Durante todo el camino quise hablarle, establecer algún contacto, saber qué opinaba de mí, hablar acerca de todo lo que ha pasado entre nosotros. Pero no me dijo prácticamente nada. Nos fuimos casi en silencio.” Aparecen lágrimas en sus ojos al reconocer el hecho: “En realidad me asustaba saber qué pensaba él de mí, temía que me echara en cara el tiempo que había estado con mi madre y no con él en el matrimonio… Igual que cuando era niño.” Llora, luego la rabia disimula su pena y anhelo al terminar diciendo: “¿Pero qué importancia tiene? No me hace bien tratar de hablar con mi padre.” * * * En este libro voy a explorar y explicar cómo las relaciones tempranas y actuales de los hombres con sus padres modelan la intimidad y crean dilemas que deben ser enfrentados en la madurez. Mi punto central será la vulnerabilidad emotiva del hombre adulto normal en su lucha con las exigencias laborales y familiares. Lo que espero demostrar es que, para comprender los sentimientos de los hombres acerca del amor y del trabajo, primero debemos comprender los asuntos inconclusos en relación al padre.1 Tuve la suerte de conocer al médico que cité más arriba, debido a que él estaba participando en el Proyecto de Desarrollo Adulto que yo dirigía en Harvard. Este era un estudio longitudinal de 370 hombres graduados de Harvard a mediados de los años 60, apoyado con el generoso financiamiento del National Institute of Education. Trabajé también en otras investigaciones, incluyendo entrevistas detalladas con 20 hombres que tuvieron cambios espectaculares en sus carreras al llegar a la edad mediana, y he considerado también mi experiencia clínica aconsejando hombres de distintas edades y circunstancias.2 El retrato que emerge se basa en lo que oí de los hombres, tanto en las investigaciones como en las sesiones terapéuticas, y en la comprensión gradual de mis propios conflictos como hombre. Nuestro trabajo no puede divorciarse con éxito de nuestra vida personal; al escuchar a otros hombres hablar de sus inseguridades en el amor, de la dificultad en sus interacciones con mujeres y de sus ambivalencias con respecto al trabajo, me sentí impulsado a examinar mi vida con más cuidado. Algo de lo que he 6

aprendido aparece en los capítulos siguientes. Hilando viñetas de mi propia vida con viñetas de algunos casos y con discusiones sobre la investigación y la teoría, he querido profundizar la textura de cada capítulo y penetrar el oculto silencio y vergüenza que muchas veces rodea la discusión de los hombres en torno a sus luchas comunes con la identidad y la intimidad. Mis conversaciones con hombres me han abierto los ojos y a veces han sido muy perturbadoras; a pesar de las cómodas oficinas y elegantes mansiones que visité, y a pesar también del tono de seguridad con que estos hombres hablan. Permanentemente afloran temas comunes. La generación de 1960 está llegando a la edad mediana. Estamos alcanzando posiciones de poder y nuestro proceso de madurez ha sido fuertemente influido por el movimiento femenino. Muchos hombres muestran confusión frente a la intimidad en sus vidas, particularmente con sus esposas, hijos y sus propios padres. Muchos hombres parecen estar preparados para las exigencias de una carrera – y aunque no triunfen o tengan conflictos con su trabajo, es una parte de sus vidas que intuitivamente tiene sentido para ellos y se sienten relativamente relajados al hablar de esto. Fue en el terreno del amor donde parece concentrarse gran parte de su dolor. Tarde o temprano, las conversaciones llegaban a temas como la conveniencia de que la mujer trabaje o deje de trabajar para tener hijos, o cómo involucrarse más en la familia para dejar de ser sólo “el proveedor”, o cómo manejar una reconciliación con el padre. Aquí la conversación se hacía más intensa y las voces se tornaban duras, menos confiadas. Es difícil cuantificar, pero en la mayoría de mis entrevistas, los hombres parecían estar impactados frente a los dilemas y contradicciones de la vida familiar moderna y querían hablar acerca de ellos. EL ROL DEL PADRE Para comprender estos problemas debemos empezar reconociendo la importancia especial que tiene el padre para los hombres, tanto en la infancia como en la edad adulta. El padre ha sido pasado por alto durante mucho tiempo, por los hijos y también por psicólogos y otros profesionales que se ocupan de las familias. Sabemos que el niño, desde los 3 años, busca profundamente a lo largo de toda su infancia un modelo masculino para construir el sentido de sí mismo. Las investigaciones demuestran que entre los 3 y 5 años, los niños empiezan a alejarse de su madre y de la feminidad, llegando a tener un pensamiento bastante estereotipado y dicotomizado acerca de lo que significa ser “como papá” o “como mamá”.3 Los niños comienzan a segregar según el sexo, se centran mas en las reglas que en las relaciones y dan importancia a los juegos de poder y fuerza y a los logros. Con el tiempo reprimen su deseo de ser acogidos, cuidados, regaloneados, y quieren “esconderse de las mujeres”4. La presión para identificarse con el padre, les crea un problema crucial a los niños. Deben renunciar a la madre por el padre, ¿pero quién es el padre? A menudo es una figura difusa, difícil de comprender. Rara vez los niños asocian al padre con calidez o suavidad. El objeto adulto más importante disponible para el niño es su madre u otra mujer encargada de cuidarlo. ¿Qué significa ser masculino? Si el padre no está ahí para otorgar un modelo rico y confiable de la masculinidad, el niño queda en una posición vulnerable: debe distanciarse de la madre sin un modelo claro y comprensible del género masculino sobre el cual poder construir su identidad emergente. La situación es de gran presión tanto para el hijo que está creciendo como para el padre. A menudo nos identificamos mal con el padre, mutilando nuestra identidad como hombres. En las 7

imágenes que hombres normales tienen de sus padres, aparecen distorsiones y mitos basados en el incómodo lugar periférico que los padres ocupan en sus propios hogares. Los niños se convierten en hombres con un padre herido en su interior, con un sentido interno de masculinidad conflictiva, basado en la experiencia de un padre rechazante, incompetente o ausente. Las entrevistas que he tenido con hombres entre 30 y 40 años, me han convencido que la ausencia física y psicológica del padre es una de las grandes tragedias subestimadas de nuestro tiempo.5 Creo que en los hombres hay un considerable sentido de pérdida oculto que tiene que ver con el padre. La encuesta de Shere Hite a 7.239 hombres reveló que “casi ningún hombre dijo haber estado o estar cerca de su padre”6. Judith Arcana nos dice que en las entrevistas hechas para su libro sobre madres e hijos, sólo “alrededor de un 1% de los hijos reconoció tener buenas relaciones con su padre”.7 El psicólogo Jack Sternbach examinó la relación padre-hijo en 71 de sus clientes hombres. Encontró que en el 23% de los casos, los padres estaban físicamente ausentes; el 29% tenía padres psicológicamente ausentes, demasiado ocupados con su trabajo, desinteresados de sus hijos, o con una actitud pasiva en casa; el 18% tenía padres psicológicamente ausentes, austeros, moralistas y emocionalmente desapegados; y el 15% tenía padres peligrosos, que provocaban temor a sus hijos, y aparentemente descontrolados. Sólo el 15% de los casos de Sternbach mostró evidencias de tener padres adecuadamente involucrados con sus hijos; con una historia de preocupación, contacto, calidez y confianza.8 En su reciente y excelente compendio sobre la relación padre-hijo, Father and Child: Clinical and Developmental Considerations (Padre e hijo: consideraciones clínicas y de desarrollo), los psiquiatras Stanley Cath y Alan Gurwitz, el psicólogo John Ross y otros investigadores enfatizan la importancia de llenar los vacíos para comprender “al progenitor olvidado”, al padre hombre, quien durante años ha permanecido como “una figura crepuscular” en la mente de los hombres. A lo largo de este provocativo libro se deslizan frases como “el hambre del padre” y “privación paterna”.9 Su aparición coincide con la llegada a la edad adulta de la generación de 1960, con su entrada a la fase parental de sus vidas, cuando dejan de ser solamente hijos para convertirse también en padres. En muchos de los recientes libros “confesionales” escritos por hombres, que a menudo quieren manejar bien sus opciones y dificultades laborales y familiares, el padre aparece como una figura crucial, tal vez perturbadora e impasible.10 En su columna “About Men” (Acerca de los hombres), el psicólogo Joseph Peck se refiere constantemente a estos conflictos de los hombres.11 La sensación de pérdida se prolonga hasta la edad adulta, momento en que muchos hijos tratan de resolver en forma silenciosa, oculta y ambivalente la culpa, rabia y vergüenza que sienten hacia sus padres. Algunos hombres inconscientemente buscan un padre mejor en el trabajo, alguien que los perdone y los haga sentirse un “buen hijo”. Además, muchas veces la relación del hijo con el padre influye sutilmente en la forma en que éste responde a su esposa e hijos. En su propio hogar, algunos hombres deciden evitar la pasividad o dependencia que vieron en sus padres. Otros se sienten incapaces como esposos o padres para vivir de acuerdo al heroico modelo montado por sus padres. Para aquellos que hemos llegado a la madurez durante y después de los años 60, el proceso de identificación con el padre se ha hecho aún más complejo, dadas las cambiantes expectativas sociales del género. Crecimos en medio de los roles sexuales tradicionales, donde los padres eran los proveedores financieros y las madres las proveedoras emocionales en la familia. Muchos hijos se han 8

identificado con padres que presentaban una imagen tradicional de masculinidad, pero luego, al interior de sus propias familias, se les pide desempeñar un rol diferente. Muchos de nosotros nos esforzamos para ser diferentes a nuestros padres, pero inconscientemente también tratamos de vivir de acuerdo a su imagen. La lucha Normal de los Hombres con la Separación y la Pérdida Hemos comenzado a entender bastante más acerca de la forma en que desde temprano la vida familiar modela la psiquis y la identidad sexual de niños y niñas. Las primeras experiencias afectivas con la madre y el padre tienen un profundo impacto en la vida psicológica de los niños, y existen diferencias entre las experiencias de un niño y de una niña. Las dos partes del proceso separaciónindividuación de la infancia son problemáticas para los niños: 1. Separación psicológica de la madre. 2. Identificación y vinculación con el padre. Todo niño comienza la vida en una unión total con la madre. Erickson describía esta primera etapa de la vida como una lucha entre la confianza y la desconfianza. La confianza se refiere a la sensación que tiene el niño de estar en un mundo seguro, estable y confiable. Esta sensación de confianza en el mundo es comunicada por la madre al dar pecho a su hijo. Durante la infancia sentimos que el mundo es como la madre: suave, cálido, armónico.12 En las primeras semanas y meses de vida, hay muy poca diferenciación entre el sí mismo y la madre. Sin embargo, para los hombres, la identificación adecuada del rol sexual significa que debemos renunciar a la madre e identificarnos con el padre. Para los psicoanalistas, ésa es la forma en que se resuelve el poderoso drama de Edipo: el hijo acepta que no puede aferrarse a la madre y comienza a girar hacia el padre. El hecho de alejarse de la madre a los niños con varios problemas. Primero, la organización de la familia en nuestra sociedad establece que el cuidado de los niños es una actividad femenina; generalmente los niños son cuidados por mujeres.13 La maternidad es táctil, cercana, acogedora, mientras que la paternidad es algo amorfo. Conocemos a nuestro padre a la distancia; puede ser cálido, pero generalmente es más bien remoto. El joven puede sentir una gran sensación de pérdida, terror y miedo al abandono, al darse cuenta que como hombre es diferente a las mujeres. A veces lucha por mantenerse apegado a la madre: ¿soy capaz de existir sin mi madre o siendo diferente a ella? Durante la infancia temprana se produce un proceso mutuo de separación y retiro entre madre e hijo; las madres esperan que sus hijos sean más independientes y menos apegados, mientras el niño quiere recalcar con fiereza su rudimentaria concepción de lo que significa ser hombre. Para muchos niños, la única manera de desprenderse de lo femenino es desvalorizándolo o ridiculizándolo (de donde se origina la tendencia masculina a denigrar a la mujer o aquellos aspectos “femeninos” de ellos mismos como la “dependencia”). Debemos reprimir y esconder (incluso de nosotros mismos) nuestro deseo de ser cuidados por más tiempo, de permanecer cerca de la madre.

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Sin embargo, el niño debe luchar con el problema de cómo mantenerse unido a aquellas partes de sí mismo que se parecen a su madre o que dependen de ella. Esas partes incluyen el deseo de ser acogido, reconfortado y mimado, siendo éstos a menudo los aspectos más divertidos e imaginativos del sí mismo. Muchos hombres a los cuales he aconsejado, recuerdan a sus madres como emotivas y entretenidas o asocian la creatividad, la capacidad de expresarse y la imaginación con alguna pariente mujer, por ejemplo, con alguna tía con aptitudes artísticas que les enseñó a pintar. Lo que sugiere mi teoría es que los hombres no tienen una verdadera oportunidad de lamentar la pérdida de la madre, vencer su deseo de ser mujer, seguir siendo cuidados por la madre y otras mujeres, y completar el proceso de separación e individuación de la mujer. Desde muy temprano sentimos que son las mujeres quienes nos satisfacen, reconfortan y cuidan, sin tener, mientras crecemos, la oportunidad de aprender a autoabastecernos y a sentirnos plenos al separarnos verdaderamente de la mujer. No aprendemos a cuidarnos, ni a nutrirnos, ni a tener intimidad a través de los hombres –comenzando por el primer hombre de nuestra vida, nuestro padre, y terminando con nosotros mismos. El resultado final de la lucha del niño por la separación-individuación es que como adulto lleva el peso de la vulnerabilidad, la dependencia o el vacío al interior de sí mismo, sigue sufriendo, reviviendo la época en que acudir a la madre para pedir ayuda era inadecuado, y no podía o no quería acudir al padre debido a la confusión, rabia o tristeza que sentía. Al ponerse hoy en contacto con esta pena, responde en forma ambivalente: con ira o vergüenza, intentando demostrar su independencia, pero también con curiosidad, tratando de sanar la herida que siente. Esto no significa que la infancia determine todo acerca de la conducta adulta de un hombre. Un hombre maduro no es un niño y no se comporta como lo hacía a los 3, a los 5 o a los 13 años. Sin embargo, nuestras experiencias infantiles modelas o dan forma a lo que esperamos de las mujeres y de otros hombres, de manera tal que influyen en cómo enfrentamos las presiones laborales y familiares en nuestro tiempo. Los hombres esperan que las mujeres los cuiden; las vemos como cuidadoras y no nos sentimos realmente capaces de cuidarnos solos. Como cualquier pérdida, ésta ocurre muy rápido o abruptamente, idealizamos lo que perdemos como un modo de aferrarnos a esa pérdida y le imprimimos en forma rígida cualquier signo de nuestra propia necesidad. Así como los niños admiran a su madre durante la infancia, los hombres piden sutilmente a sus esposas que se preocupen de ellos, a veces sin tener conciencia de estar haciéndolo. Cuando piden ayuda en forma directa, a menudo se sienten enojados o tristes. En un ejercicio de cambio de roles o durante una terapia familiar, es impactante la frecuencia con que los hombres se resisten a pedir ayuda a su mujer, ya que eso, dicen, los haría sentirse como niños chicos o “poco hombres”. Lo que están diciendo es que se sienten infantiles cuando necesitan a una mujer alrededor, porque se supone que las mujeres deben ayudar sólo a los niños chicos, y están reviviendo un aspecto de su desarrollo en el cual se quedaron pegados: pedir ayuda a la madre y sentirse luego avergonzados, inadecuados, como haciendo algo malo que hay que esconder. No aprendemos a negociar con las mujeres, ni a sentirnos cómodos con nuestra propia vulnerabilidad –ésta debe ser escondida y reprimida -, de modo que cuando pedimos algo, lo hacemos en forma manipuladora o sutil, tratando que nos den lo que necesitamos sin asumir la responsabilidad de pedir ni de recibir. Así, muchos hombres siguen siendo verdaderos niños chicos. 10

La Vida Familiar Hoy en día Las actuales situaciones familiares están reabriendo asuntos de separación y pérdida que no han sido trabajados por los hombres en su proceso de desarrollo. Estos asuntos se centran en nuestra propia vulnerabilidad y dependencia como hombres; inseguridad respecto a nuestra identidad e incertidumbre de lo que significa ser hombre; y en la necesidad de apoyo y seguridad que muchos de nuestros padres escondieron bajo la superficie ordenada de la familia tradicional y que traspasaron a sus hijos. Hoy en día, las exigencias normales de la vida familiar están poderosamente influidas por las experiencias tempranas de los hombres con sus padres y madres, y por las lecciones aprendidas de aquellas experiencias acerca de lo que significaba ser hombre. A menudo la reacción de los hombres frente al compromiso de sus esposas con el trabajo o con los hijos, refleja sentimientos infantiles de abandono y hambre de atención parental nutriente. Cuando nuestra esposa sale a trabajar, sin darnos cuenta sentimos algo de la vulnerabilidad y rabia que experimentamos de niños, tratando, por una parte, de aferrarnos a la Madre, y por la otra, de dejarla ir. El que la mayoría de nuestros padres saliera a trabajar todos los días dejándonos solos con nuestras madres, aumentó la importancia de ellas y debilitó el rol del padre como la figura de transición necesaria para completar el proceso normal de separación-individuación de la madre. Además, habiendo observado escasamente al padre que tomaba un lugar secundario frente a la madre, un hombre puede no saber cómo apoyar a la esposa que trabaja. En una ocasión, un exitoso abogado de 38 años me hablaba de su matrimonio en su lujosa oficina de Manhattan. El tono confiado y agradable de su voz se convirtió de pronto en dolor: “Sin el ánimo de ser condescendiente, siempre asumí que quienquiera que llegara a ser mi esposa, tendría su propia carrera. Nunca imaginé cómo sería la realidad”. La realidad se refiere a una mezcla de sentimientos de abandono, de pérdida, y a necesidades de dependencia no reconocidas que sentía en las tardes y durante los fines de semana en que su esposa dedicaba su tiempo y energía a su carrera en vez de a él. Este abogado no estaba solo en su lamento, ni en su sentimiento de abandono. Un prestigioso profesor universitario también se refirió al lado oscuro de los matrimonios en que ambos son profesionales. Considerado y gentil, se sentía orgulloso de los logros profesionales de su esposa ahora que los hijos estaban grandes. Sin embargo, se detuvo en un punto de nuestra conversación, diciendo que “la confianza es una ilusión, y yo necesito a mi esposa para que refuerce mi creencia de que yo puedo ser una persona exitosa, para poder escribir cada semana, para publicar mis artículos. Desde que mi esposa trabaja, tiene menos tiempo para mí, y mantener la confianza en mí mismo es una lucha continua.” Igualmente, el nacimiento de los hijos puede reactivar en el padre el deseo de ser cuidado de esa manera tan perfecta, así como también su desesperado anhelo de probar que ha renunciado a esos deseos y que es independiente. El hecho de convertirse en padre también puede gatillar una lucha de identidad en un hombre que, careciendo de modelos en el pasado, no tiene ninguna certeza acerca de cómo ser padre estando presente para sus hijos. Un ejecutivo de negocios me contó con orgullo lo involucrado que había estado en el nacimiento de su hija. Pero habló tímidamente de lo traicionado que se sentía por el compromiso que 11

su esposa seguía teniendo con su carrera de abogada, ahora que había nacido su primera hija. Durante diez años habían compartido su tiempo libre. Ahora, con su esposa haciendo malabares entre su práctica profesional y el cuidado de su hija, le parecía que “ella tiene tiempo para todo menos para mí”. Extendiendo sus manos en un tímido gesto de embarazosa necesidad, exclamó: “El nuevo bebé está bien, ¿pero qué pasa con el viejo bebé? ¡Yo! Hay numerosas circunstancias de la vida adulta que nos hacen sentir infantiles –necesitados, desamparados, sin poder para cambiar las cosas. En el proceso de crecimiento, los hombres tienen gran dificultad para enfrentar la dependencia y la vulnerabilidad. En general, esto se debe a que nuestros padres nos mostraron que esos sentimientos eran inaceptables, que para ser hombres exitosos, para ganarnos su aprobación, lo que contaba era el resultado. Nuestra vulnerabilidad y dependencia quedaron envueltas en una postura práctica, competente y centrada en lo que hacemos bien: nuestra habilidad para tener logros en el mundo laboral. Sin embargo, a pesar de nuestra seguridad en relación al trabajo, la incertidumbre abunda ahí por igual. Gran parte de esa incertidumbre se refiere a la obligación de tener éxito profesional; en nuestra parte esencial frente a la competitividad se produce un malestar que el trabajo estimula. Un desconcertado oficial de Washington, director asociado de una poderosa agencia gubernamental, me dijo consternado, después de una entrevista llena de exitosas y heroicas historias: “Tengo una gran preocupación que me molesta… Cada día me siento más como una herramienta bien afilada para mi jefe”. Hoy en día, muchos hombres se preguntan en qué medida su vida debe ser como la de su jefe o mentor. Obviamente, para una vida adulta sana, en esencia la capacidad de autonomía, independencia y una identidad separada. Pero enfatizar esas cualidades en los niños, dificulta la lucha por la separación del padre y de la madre. Debido a que no hemos sido capaces de alimentar las partes necesitadas y vulnerables de nosotros mismos, y vivimos con un residuo de rabia y tristeza infantil, que a menudo influye en nuestra relación adulta con nuestra esposa, hijos, jefe y con nuestros propios padres. Antes, los hombres se protegían de los asuntos inconclusos con sus padres por la tradicional división del trabajo. Pero aquellos que hemos vivido en las décadas en que el movimiento femenino se ha convertido en una fuerza poderosa, hemos sufrido cambios sociales de proporciones épicas: el movimiento claro y directo de las mujeres a posiciones de gran poder y, por otra parte, la mayor participación de los hombres en la vida familiar. Al margen de si esto último es una realidad o no (la evidencia sugiere que hay un pequeño movimiento en esa dirección), los hombres no están siendo protegidos de aspectos de la vida que han debido reprimir o desvalorizar para poder crecer14. Hoy en día, cuando la mujer sale a trabajar, cuando nace un hijo o cuando la familia se reorganiza después que los hijos se van a la universidad, el hombre es menos capaz de abocarse a los roles sexuales y a las expectativas tradicionales. A menudo se contacta nuevamente con sentimientos de desamparo e impotencia que nos dominó completamente de niño, y es tomado por sorpresa, sintiendo a veces un dolor que no es capaz de comprender. La naturaleza volátil de esta situación es exacerbada por la desconfianza mutua entre los sexos. Debido a que hoy los roles sexuales son cambiantes, hombres y mujeres se miran con recelo. Muchas mujeres se impacientan cuando los hombres se resisten al cambio, sienten que ellos están tratando de aferrarse a su poder o que su capacidad de intimidad es totalmente deficiente. Por otra parte, los hombres se ponen a la defensiva, se sienten acusados y criticados por el movimiento 12

femenino. Algunos hombres tratan de esconder detrás de una coraza emocional la impotencia o incompetencia que sienten. En muchos matrimonios actuales, ninguno de los esposos tiene mucha paciencia con los miedos y angustias infantiles del otro, ya que ambos están tratando de desarrollar un nuevo orden de trabajo familiar en su vida juntos. Hoy en día, ambos sexos parecen compartir el siguiente estereotipo: los hombres son distantes y desconectados, mientras que las mujeres son especialistas en relaciones humanas. Mucha gente cree que a las mujeres les importa más el amor que los hombres. Sin embargo, esta división de los sexos que establece que los hombres son racionales y las mujeres sentimentales, no es verdadera, es un mito dañino y peligroso. El feminismo ha contribuido a la cultura, pero también ha producido una idealización sutil de la mujer y una menos sutil denigración o incomprensión del hombre. Mi trabajo con hombres me ha convencido que existe una vulnerabilidad masculina en las relaciones, que se origina en las experiencias de separación y pérdida de la primera infancia. La clave para los asuntos inconclusos de los hombres está en desenmarañar y dejar salir nuestra dolorosa y distorsionada falta de identificación con nuestros padres. Para comprender los conflictos del hombre adulto con el trabajo y la intimidad, debemos comprender las experiencias del niño frente a sí mismo, las mujeres y los hombres, así como también sus actuales relaciones como hombre adulto con sus padres de la infancia. Cada capítulo de este libro identifica las diferentes vulnerabilidades y puntos de presión que sufren los hombres en su vida adulta, en el trabajo y en el hogar, como producto de relaciones conflictivas con el padre y la madre. Este libro también explora la lucha por la separación-individuación entre los hombres y sus padres, no sólo en términos de las dificultades que tienen en conjunto al crecer, sino también en términos de las formas simbólicas con que expresan sus asuntos inconclusos en sus carreras, a través de sus mentores. En estos capítulos se dibuja una danza “de toda una vida” entre padre e hijo; estos compañeros de baile parecen separados, pero están juntos, separándose, luego acercándose, a medida que el baile evoluciona, se ve cómo sus acciones aparentemente independientes están en realidad unidas por ritmos profundos. Al final examinaremos la familia adulta de los hombres, veremos cómo el padre herido interno de cada hombre es activado –y a menudo sanado- por las esposas que trabajan, por los embarazos tanto frustrados como exitosos y por la adquisición de un mayor compromiso como padres. Es posible sanar al padre herido interno. Los hombres no son víctimas pasivas; gran parte de su deseo de involucrarse más con sus hijos o de convertirse en mentores en el trabajo, gran parte del hambre de intimidad que muchos reconocen, es un intento de sanar la herida interna, para convertirse en seres más confiables y nutrientes. Cuanto más aprendemos del ciclo de la vida adulta, encontramos que hay más personas que reexperimentan situaciones de separación e individuación de los padres durante la vida adulta. El Dr. George Vaillant, director del Grant Study, estudio longitudinal de hombres de Harvard, concluye: “Una y otra vez a lo largo del estudio se repitió la lección: la infancia no termina a los 21 años. Incluso estos hombres, que fueron elegidos por ser psicológicamente sanos, continuaron durante las siguientes dos décadas en el proceso de desligarse de sus padres.”15 He hablado con muchos hombres y sé que tanto el trabajo como la familia pueden ser experiencias sanadoras para ellos; especialmente las experiencias en torno a la crianza de los hijos, ya que permiten liberar las fantasías opresoras que tuvieron durante la etapa de crecimiento. Pero hay muchos hombres que siguen viviendo a través de sus esposas y jefes los problemas inconclusos. 13

Lograr sanar al padre herido es un proceso psicosocial que se descubre con el tiempo, al explorar la propia historia, al probar un nuevo sentido del sí mismo y al comprender el complejo cruce de corrientes que se produce en las familias. Los últimos capítulos exploran lo que significa para un hombre adulto el proceso de sanación a través del trabajo y del hogar. Por cierto, también significa tolerar esos sentimientos de rabia y necesidad que provocan la familia y el trabajo, sin tratar de deshacerse rápidamente de ellos detrás de una postura de suficiencia o identidad masculinas. El Padre Herido Interno Hace varios años, en New Hampshire, vi a este niño pequeño dentro de mí Ocurrió en un período en que me sentía estancado y frustrado en mi trabajo. A pesar del sol que había afuera, yo estaba encerrado escribiendo un libro sin saber para qué. Tuve una sensación de hundimiento. Caminaba sobre nieve de palabras, hundido hasta la rodilla, aburrido, con rabia y frustración. Mi esposa observaba mi diario melodrama de frustración. Una mañana, tratando de alegrarme la vida, sugirió que diéramos un paseo. “No, no puedo. Quiero terminar este capítulo, Julie. No puedo perder tiempo”, contesté con los dientes apretados. “Bueno, ¿y cómo va?”. “Horrible. Lo odio. ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué es tan difícil?” Vi que por la cara de Julie se cruzó una expresión de pena, irritación y aburrimiento, el tipo de mirada que pone la gente cuando ve que alguien que ama se está haciendo daño. De la misma forma. Por enésima vez. Esta vez se descargo: “Has dicho esto millones de veces, Sam. ¿Cuándo vas a escucharte a ti mismo? ¿Por qué no te das un tiempo para pensar? No estás seguro de lo que quieres decir en ese libro, ni siquiera sabes si vas por el camino correcto. “Te comportas como un niño que va caminando por la calle, tirando su camión rojo lleno de piedras, llorando y pidiendo ayuda”. Así como los niños recurren a la madre, los hombres recurren a sus esposas en busca de cuidado para evitar tomar en serio su dolor. De niño iba donde mi madre con mi dolor (sintiéndome avergonzado e inadecuado), nunca logré ir donde mi padre. Aprecié la preocupación de Julie y decidí seguir su consejo y dejar de lado el libro. Al identificar mis expectativas y mi juego, Julie terminó con él. Sentí vergüenza y rabia. Una voz interna furiosa me gritó: “¡Estás en deuda conmigo!”. Este era el típico negocio entre hombres y mujeres: yo trabajo duro y sufro y tú serás comprensiva, me reconfortarás y me darás seguridad. A veces la inhabilidad de los hombres para soltar a la madre funciona como un premio de consuelo por la ausencia del padre. Y, heme ahí, en ese hermoso campo en New Hampshire, sufriendo -¡y se suponía que ella debía consolarme y no desafiarme para que creciera! No estaba representando su rol en mi obra de teatro pasional.

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Si mi rabia hubiera sido más fuerte, podría haber dicho: “Eres mujer, no puedes entender –no puedes saber lo que significa ser hombre.” Me viene a la mente una imagen de mi padre viendo televisión después de un duro día de trabajo. Mi madre contenta, energética, mi padre abatido y sin posibilidad de hablar de ello. Después de todo, él tenía gran éxito en su trabajo, pero la sensación de sentirse atrapado no era un tema adecuado para conversar en familia, o al menos eso pensaba yo en ese momento. Sentado en mi cabaña un día de verano, hace varios años atrás, descubrí impactado que, aún cuando me daba rabia la tristeza e impotencia que reflejaba la cara de mi padre, esa parte suya también estaba en mí. Y mi esposa me mostró esa parte mía atrapada y rabiosa que temía enfrentar. En unas lejanas vacaciones cuando uno puede verse a sí mismo claramente, tropecé con una aterradora verdad: me sentía incapaz de tomar el control de mi vida. Estaba convirtiendo a Julie en mi madre, mientras yo me convertía en mi padre, o al menos en mi imagen de él. Vino a mi mente una lección de John Updike, descrita en el viaje de Rabbit Angstrom hacia la vida adulta: el destino de los hombres estadounidenses es seguir siendo niños chicos, sin lograr jamás liberarse del padre ni de la madre. Para que los hombres se sientan calificados, para que encuentran su identidad y para que puedan funcionar con honestidad frente a sus esposas, hijos y exigencias laborales, es necesario sanar al padre herido interno, versión enojada-triste de nosotros mismos que nos hace sentirnos incapaces de amar y ser amados. Esto significa llegar a entender a esa persona tan distorsionada que nunca conocimos lo suficiente: el padre. El capítulo siguiente explora la vulnerabilidad y puntos de presión en la relación padre-hijo y sus consecuencias para la vida adulta de los hombres.

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CAPÍTULO 1 DEUDAS SILENCIADAS: LA LUCHA DE LOS HOMBRES PARA SEPARARSE DEL PADRE.

En un frío día de febrero, un analista de inversiones de 40 años, miembro de una prestigiosa firma de Wall Street, me contaba acerca de su infancia y del rechazo que había sentido por parte de su padre. Ambos eran graduados de Harvard. Estábamos en el living de su departamento de soltero en el East Side de Nueva York. Hablaba con calma y fría objetividad acerca de dolorosas desilusiones. Al poco rato, sus ojos se llenaron de lágrimas y se paró de la silla. Sin decir una palabra, salió de la pieza y entró al baño que estaba al otro lado del pasillo. Luego volvió con los ojos rojos y soñándose. No mencionó esta interrupción; igual podría haber salido de la pieza para contestar el teléfono. “Te sientes triste por la forma en que se dieron las cosas con tu padre”, me arriesgué a decir en tono compasivo. “Bueno”, dijo, limpiándose la nariz en un intento de alejar la angustia, “ya todo terminó, mi padre murió hace cinco años”. Su padre había muerto, pero no así su angustia y amargura. Como muchos hombres, este economista tenía conflictos con su padre. Trataba de actuar como si su padre no tuviera ninguna importancia, aunque su anhelo por ese hombre era expresado a través de sus lágrimas. No todos los hombres recuerdan a sus padres como rechazantes. Algunos tienen recuerdos heroicos. Un médico me describió con gran cariño a su padre disfrazado de George Washington en la fiesta anual del 4 de julio de su pueblo; en el escritorio de su oficina tenía una foto enmarcada de uno de esos eventos. En las conversaciones con hombres acerca de sus padres, sobresale una cualidad misteriosa, remota. Ya sea que lo describan como héroe, como villano o como cualquier otra cosa intermedia, la mayoría de los hombres saben poco acerca de la vida interna de su padre, de lo que pensaba o sentía. El primer hombre en nuestra vida: una criatura enigmática y prohibida. Existe fuerte evidencia de que los padres permanecen psicológicamente como figuras muy significativas para los hombres en la edad adulta. Los 30 y 40 son edades cruciales. El adulto joven puede ser capaz de manejarse en la vida asumiendo que las cosas están “solucionadas” con el padre o pensando que “quienquiera que sea mi padre, a mí no me importa”, pero a medida que se avanza a los 30 ó 40 años, la necesidad de reconectarse presiona más y más. El reencuadre de la imagen del padre, la profundización de la relación, es parte del gran cambio en las motivaciones y valores que marcan la edad mediana –lo que ha sido llamado “el segundo viaje” hacia la edad adulta. “Conocer al padre” – comprender quién es él realmente, despojándolo de las distorsiones de la infancia – es la clave de la habilidad que permite a todo hombre lograr esa identidad más rica que emerge con los años.

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En su artículo “Fathers and Sons: The Search for Reunion” (Padres e hijos: en busca del encuentro), el psicólogo Zick Rubin identifica un tema muy importante para los hombres de edad mediana en relación a sus padres: la búsqueda de una conexión más cercana, después de la distancia que se ha producido durante la adolescencia y juventud adulta. Lo que impacta de informe de Rubin es el bajo porcentaje de padres e hijos que logran esa conexión y la cantidad de hombres que sienten “hambre de padre”.1 Parte de los obstáculos en este camino de reconciliación entre padre e hijo es el conflicto que rodea la separación del padre. Así como el economista de ojos rojos, los hombres a menudo parecen, por un lado, querer el amor de su padre, y por el otro, no quererlo y probar que se pueden arreglar sin él. Creo que esto se debe a las dificultades que tienen los hijos en la infancia para comprender al padre, a la desesperanza de poder solucionar las cosas o a expectativas muy altas entre ellos. Como en la mayoría de los aspectos de nuestra vida, a menudo nos separamos de las figuras significativas, distanciándonos de ellas sin trabajar esos intensos sentimientos encontrados. Recientemente, un crítico de poesía masculina se sintió “muy conmovido por la poesía padrehijo”, pero demostró gran preocupación al referirse a un comentario de Yeats que la describe “no como una poesía de insight y sabiduría, sino de anhelos y lamentos”2. Anhelo y lamento por el padre. Un hijo escribe una “Carta al Padre Muerto” (“Letter to a Dead Father”) hace cinco años, pero el poeta está “aún esperando escucharlo decir mi hijo, mi querido hijo”. Y en el silencio, lanza una cruel acusación a su padre “¿Comprendes ahora que los padres/que no aman a sus hijos/ tienen hijos que no pueden amar?”. Y termina el poema con una amarga renuncia: “No fue tu culpa/tampoco fue la mía/ yo necesitaba / tu amor, pero me recuperé sin él / Ahora ya no necesito nada”.3 ¿Qué significa vivir como adulto tratando de probar que “ya no necesito nada”, como dando una lección de rabia al padre que también parecía incapaz de amar? La tristeza y el dolor inconclusos del poeta están presentes aunque lo niegue. Hablar de “culpa” es realmente un error. Padres e hijos están cazados en una trampa especial. Dada la tradicional organización de las familias, las desconexiones e incomprensiones “normales” pueden obsesionar a padre e hijos en su vida adulta. * * * La Rebelión del Kosher Durante años mi padre fue para mí un peso pesado, una fuerza inamovible a la que no podía aproximarme ni evitarla, presionando sobre mí con su tristeza lejana y juicio distante. Nuestra relación parecía haberse congelado en algún momento, probablemente en la adolescencia. Cuando llegué a los 30 me casé, él seguía siendo inalcanzable. A menudo los hombres describen sus padres usando términos de la naturaleza, como montañas, rocas u otros objetos inanimados, o bien con términos relativos a la distancia, elevado, alto, imputando al viejo hombre un juicio de calidad, como en el ruego de Dylan Thomas: “Y tú, mi padre, ahí en las tristes alturas, / Maldíceme, bendíceme ahora con tus violentas lágrimas, te lo ruego.”4 Crecí en la década de los 50 en una familia que reflejaba su propia versión de la lucha silenciosa y no reconocida en torno a los roles sexuales, la cual más tarde se expresaría en el movimiento femenino. Recuerdo que esa lucha hizo irrupción la noche que mi madre arrojó los platos 17

del kosher y llevó camarones a la mesa. La rebelión del kosher, primero de mi madre y luego mía, ocurrió durante mi adolescencia. Mi familia comenzó siendo bastante tradicional con respecto a la religión. Eramos una familia judía conservadora, más por parte de mi padre que de mi madre. Cumplir con el kosher significaba no comer carne junto con la leche, no comer camarones, ni ostras, ni langostas, ni ningún marisco con concha. Tampoco se podía comer cerdo, ni otras carnes que no hubieran sido sacrificadas a la manera de los judíos. Las familias judías cumplían con estas complejas reglas en diferentes formas. En mi familia se permitía comer carne no judía en restaurantes, excepto mariscos con concha y cerdo, que estaban siempre prohibidos. La combinación de leche y carne nunca fue permitida en una misma comida, ni en casa ni fuera de ella. Estas normas excluían las hamburguesas con queso, el jamón con huevo y, lo más importante, la carne de ternera a la parmesana, plato que ocupaba un gran espacio en mi menú psíquico. A mediados de los años 50, mi madre comenzó a trabajar fuera de casa. Había escrito cuentos con cierto éxito comercial, pero luego decidió que quería un trabajo más estable. Se especializó en editar y doblar guiones de películas extranjeras en Nueva York, ganó prestigio y comenzó a aportar un ingreso significativo para la familia. Luego ocurrió algo gracioso. Simultáneamente decidió que todo el asunto del kosher era demasiado y que no seguiría cumpliendo con él. Antes de casarse, ella comía camarones y langostas, y decidió hacerlo nuevamente. Comenzó comiendo disimuladamente camarones en los restaurantes, tratando de no molestar a mi padre. Luego los compraba y los escondía en el freezer y se los comía cuando estaba sola. Era un secreto. Nadie hablaba de esos paquetes que había en el freezer. Mi hermano y yo no decíamos nada; mi padre tiene que haberlo sabido, pero jamás lo dijo. Finalmente la resolución salió a la luz. Mi madre declaró simple y llanamente que comería mariscos en casa y que no cumpliría más con el kosher. ¿Cómo reaccionó mi padre frente a esto? Como reaccionan muchos hombres cuando se ven enfrentados a una crisis existencial de creencias o valores. Intentó dos estrategias masculinas básicas: agredió y amenazó, y como eso no dio resultado, enmudeció amurrado. Al menos así fue como lo vi en ese momento. Como adolescente, todo este asunto me aterró. Hay que comprender que todo esto no ocurrió el mismo día. Fue una lucha prolongada en la familia. A mi madre le costó años tener las agallas. Siempre sentí que fue el dinero lo que la llevó a afirmarse en la relación. Después de llevar tocino a casa, sintió que también podía llevar camarones. Cuando la rebelión explotó, mi hermano menor y yo tuvimos que optar por apoyar a uno o a otro. ¡Qué ganas tenía de apoyar a mi madre! Especialmente cuando estaba en un restaurante italiano, muriéndome por pedir ternera a la parmesana. Se me hacía agua la boca, podía sentir el sabor del queso burbujeante encima de la carne. La fruta prohibida. ¿Qué debe hacer un pobre adolescente? A los 14 años, habiendo hecho mi bar mitzvah, pedí ternera a la parmesana ahí frente a mi padre. Estaba aterrorizado. Aún me transpiran las manos cuando me acuerdo. El Vesubio, un elegante restaurante neoyorquino. Los cuatro Osherson absortos en sus menús. Mi padre estaba sentado a mi derecha, mi madre al frente y mi hermano a mi izquierda. Finalmente, mi papá pide pollo marsala y mi mamá camarones. Yo miraba fijamente el menú. ¿Debo seguirla en su rebeldía? ¿La

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vieja y aburrida berenjena o el suculento plato de ternera a la parmesana? ¿A qué lado del drama familiar estoy? El mozo se impacienta con su libreta en la mano, ignorando la agonía, la magnitud de la decisión que tenía que tomar. Mi padre mueve la cabeza y me mira una vez, luego vuelve a su menú. ¡Ay, esa mirada suya! ¿Tendrá que parecer siempre un volcán en actividad? “Ternera a la parmesana”, logré decir con voz ahogada, seguro de que mi padre se inclinaría hacia mí para estrangularme. ¿Me salvaría el mozo sacándome a mi padre de encima? Sería una escena horrible. ¿Y cómo reaccionó mi padre ante la traición de su hijo? No dijo ni hizo nada. El mozo anotó la orden y yo me comí mi plato. Finalmente mi padre terminó aceptando el cambio, aceptó toda la rebelión y nunca dijo una palabra acerca de la ternera y el queso –ni esa noche ni nunca. Fue sencillo, pensé. Durante años mi madre fue para mí la persona fuerte de la familia, que ayudó a mi padre a liberarse. Después de todo, su manía del kosher era una forma de mantenerse ligado a sus padres; lo sentía como una obligación. Con esto, mi madre estaba diciendo: “Yo quiero participar en la decisión de cómo debemos vivir”, y también le estaba diciendo a mi padre que no todo debe estar ligado al pasado. Le estaba dando la posibilidad de salir de su prisión, abriéndole una ventana a una mayor libertad en su vida. Ella extendió su visión estrecha, excesivamente responsable y ordenada de las cosas. De esta manera, también lo liberó en otros aspectos –en su carrera, por ejemplo. Mi padre se sentía atrapado y frustrado en el negocio familiar, que mantenía en parte como una obligación hacia sus padres inmigrantes muertos hace mucho tiempo. La rebeldía de mi madre lo ayudó a examinar la extensión de sus propias cadenas. Finalmente abandonó el negocio familiar y tomó algunas otras decisiones liberadoras. ¿Habría sido capaz de hacer esto si la familia se hubiera quedado para siempre metida en la esclavitud del kosher? Tuvo una esposa que se atrevió a correr algunos riesgos, que se consiguió un trabajo que le gustaba, creo que su ejemplo le sirvió mucho. Aún creo eso, y respeto mucho a mis padres por la forma cariñosa y responsable con que han manejado sus problemas manteniendo un matrimonio vibrante. Sin embargo, esa comida en el Vesubio me persiguió durante años. Mi madre parecía ser un modelo de adulto mucho más atractivo. Era optimista, vital, energética, y no estaba lastimeramente atada al pasado. Muy bien –aparentemente, las mujeres tenían lo que yo quería, ¿y qué ofrecía papá? Reglas, reglas y más reglas. Mamá al menos ofrecía ternera a la parmesana. Durante mucho tiempo pensé que no tenía realmente un padre y traté de llenar ese vacío en la forma tradicionalmente adecuada, con padres sustitutos: mi profesión, Harvard, mi empleador, mi jefe. Así actúa alguien cuando siente que la verdadera persona que necesita para solucionar sus cosas es inalcanzable o prohibida. Busca un sustituto. La distancia que traté de poner entre mi padre y yo no funcionó. Finalmente reconocí que su imagen estaba dentro de mí. Llevaba una versión triste, lastimera y crítica de mi padre. A veces, en realidad, muchas veces actué igual que él: rígido, crítico, lejano. Me descubrí buscando en textos de psicología una buena definición de introyección, un proceso psicológico mediante el cual incorporamos figuras conflictivas, tragándolas enteras de manera distorsionada antes que identificándonos con partes de ellas en una forma personalmente más satisfactoria.

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En nuestra silenciosa danza masculina aprendí poco de la vida interna de mi padre. ¿Cómo hubiera podido hacerlo? El y yo estábamos encerrados en un patrón familiar que podemos llamar negación protectora, donde madre e hijos se unen para “proteger” al padre de los temas familiares emocionalmente difíciles, negando además que la familia haya aislado e infantilizado a papá. Entonces uno recurre a la madre para tener información y pedir explicaciones, confirmando que el trabajo “femenino” es ser el conmutador emocional de la familia. La vulnerabilidad del padre se convierte en un tabú, tema temible en este sistema. Solo años más tarde vi la culpa contra la que él luchaba, la pasión silenciosa: sentía que estaba defraudando a sus padres. No lograba mantener a su familia en línea en torno a las creencias y valores esenciales tanto a su juicio como al de sus padres: ser un judío bueno, ortodoxo, fiel. Y probablemente se sentía traicionado por todos nosotros, especialmente por su esposa. El pensó que todo estaba claro cuando se casaron: ella mantendría una casa limpia de acuerdo al kosher, él tendría buenos ingresos para vivir. Ahora ella estaba cambiando las reglas acerca de algo que para él era un artículo de fe. Cuando recuerdo la rebelión del kosher, me duele darme cuenta de la imagen ridícula, inalcanzable e inamovible que tenía de mi padre. ¿Por qué insistió en esas reglas que tenían tan poco sentido? El no podía explicar por que teníamos que mantener el kosher, salvo por el hecho de que Moisés lo había decretado importante hace dos mil años. Mi padre no podía decir que esto tenía que ver con el amor, ni con mantener vivas las tradiciones familiares. Para él, tal vez, una esposa con ideas propias significaba la muerte del padre que él estaba tratando de mantener vivo. Su dilema es comprensible si consideramos que los hombres muestran su amor simbólicamente, a través de su conducta y no de sus palabras. “No me digas que me amas, demuéstramelo” fue una frase favorita de esa generación. Tales imperativos despojan a los hombres de la posibilidad de expresar verbal y emocionalmente su amor. En vez de eso, es nuestra conducta la que debe enviar el mensaje; nos vemos atrapados teniendo que ejecutar proezas como señales de nuestro amor. Entonces muchos hombres se convierten en iracundos cautivos de opciones que no son satisfactorias para ellos, pero que constituyen la única forma de demostrar su amor a sus padres y a su familia. Es así como mi padre no podía darnos una explicación ni separarse de sus padres. Y yo, en plena adolescencia, no iba a preguntarle cuál era su problema. En cambio, se identificó con una polvorienta capa de reglas, porosidad, falsedad y una vulnerabilidad de la cual no se podía hablar. Era algo molesto, ridículo, heroico y exigente a la vez. Durante algún tiempo, ésta fue la base de mi relación con los demás hombres y con las figuras de autoridad. El Padre Herido El padre herido es el sentido interno de masculinidad que los hombres llevan dentro. Es la imagen interna del padre que, dependiendo de la relación que hayan tenido, puede ser crítica y rabiosa o necesitada y vulnerable. Cuando un hombre dice que no puede querer a sus hijos porque a él no lo quisieron lo suficiente, es el padre herido con quien está luchando. Hay tres aspectos de nuestra imagen del padre herido, unidos pero separables. El hijo puede recordar al padre como herido, con profunda tristeza, incompetencia o rabia, dominando éstas su imagen de hombre. También puede recordar al padre como provocando heridas, evocando la pérdida y 20

los sentimientos de necesidad que sentía al ser rechazado o sentirse desilusionado del padre. Y en tercer lugar, el hijo puede introyectar e internalizar imágenes y recuerdos distorsionados o idealizados del padre, mientras lucha por sintetizar su identidad como hombre. Consideremos el siguiente ejemplo. Un biólogo de edad mediana me contó con cierta frustración de un intento por acercarse a su padre después de estar casado y con hijos. Invitó a su padre a comer a su casa, pero éste se sentó en silencio y tenso entre su nuera y sus nietos. La escena le recordó al biólogo la actitud periférica que tenía su padre cuando él era niño. “No era un hombre con el que resultara fácil conversar –hice varios intentos y fui rechazado”. Al recordar la muerte de su padre, presenta una imagen herida de él: “Fue bastante penoso cuando mi padre murió a los 70 años. Me sentí verdaderamente desolado, porque nunca lo conocí realmente. El jamás, jamás perdió el control. Tenía que imaginarme lo que él sentía, escuchar entre líneas. Y le tenía mucha lástima. Pero el sentimiento principal fue de una pérdida terrible, porque nunca llegué a conocerlo. Dudo que alguien lo haya logrado”. Este hombre describe primero a su padre como herido, silencioso, lejano y excluido de la familia. “Le tenía mucha lástima”. Sin embargo, el padre también hiere al hijo, el biólogo nos dice que “el sentimiento principal fue de una pérdida terrible”. Esa es la necesidad y el lamento del hijo por el padre. Y, finalmente, el padre herido yace en el sentido de masculinidad que este científico internalizó, basado en la imagen distante y controlada que el padre demostraba en el hogar. Luchó a lo largo de su vida con la idea de que el rol adecuado de un hombre adulto consiste solo en ser un distante proveedor y una figura autoritaria. “El síndrome completo del padre-dios, como si hubiera sido puesto en la tierra sólo para imponer normas disciplinarias.” El Padre Herido como Error de Identificación El padre herido, internalizado, se basa en la experiencia que tiene el hijo acerca del padre, una mezcla de fantasía y realidad, que no siempre corresponde a lo que el padre era realmente, ni a lo que exactamente ocurría en la familia. No estamos hablando de realidad literal. Para comprender esto debemos examinar el impacto psicológico que se produce en el hijo a raíz del padre ausente. Todos enfrentamos una doble lucha de separación: de la madre y del padre. En nada ayuda sostener que los problemas de separación se relacionan más con uno de los padres. Es obvio que todos tratamos de comprender la realidad de ambos padres, y el clima familiar en el que crecemos es obra de todos los participantes y no de uno solo. Sin embargo, hay problemas específicos de cada uno. La ausencia, física o más comúnmente psicológica, complica la relación padre-hijo. Cuando una persona está ausente, ya sea física o psicológicamente, es necesario explicar por qué no está. La ausencia del padre proporciona un terreno fértil para que el hijo tenga imágenes erradas de él. Es crucial que el hijo comprenda la ausencia del padre. Aquí es donde los hijos comienzan a idealizar o denigrar al padre, identificándose equivocadamente con él y luchando al mismo tiempo con la vergüenza y la culpa. La fundamental vulnerabilidad masculina basada en la experiencia del padre reside en nuestras fantasías y mitos para explicarnos por qué él no está. Para el hijo, esto constituye una falta de comprensión, generalmente inconsciente y a menudo aterradora, que mutila su propio sentido de 21

masculinidad. El hijo puede vivenciar la preocupación del padre por el trabajo o la indisponibilidad emocional en el hogar como su propia falta. El padre no presta atención a su hijo por algo que éste hizo. El hijo puede no sentirse lo suficientemente bueno como hombre frente a este padre exitoso y poderoso que no tiene tiempo para él. O puede percibir en el padre una secreta debilidad, sintiendo que es menos que un hombre –y tomar la determinación de evitar el mismo destino. Muchos de los hombres que he entrevistado llevan consigo, por una parte, el sentimiento de haber traicionado a su padre, y por la otra, el de sentirse traicionados por él. Debido a la separación emocional entre padres e hijos, no es fácil desenredar estas equivocaciones. Numerosos estudios indican que el padre pasa relativamente poco tiempo en contacto cercano y tranquilo con sus hijos. Los investigadores familiares Rebelsky y Hanks establecieron que un padre pasa un promedio de 37 segundos al día interactuando con sus hijos en los primeros 3 meses de vida. Pedersen y Robson encontraron un promedio de casi 1 hora al día de juego directo entre el padre e hijos de 9 meses, incluyendo el tiempo que pasaban juntos el fin de semana.5 La pauta se mantiene a medida que los hijos crecen. Nuestros padres trabajaron duro. No es que no amaran a sus hijos, pero su amor se expresaba a la distancia. En una revista dirigida a los padres, James Carroll destaca lo siguiente: “La maldición de la paternidad es la distancia, y los buenos padres se pasan la vida tratando de superarla.”6 El amor de los padres fue claramente resumido por un intrigado padre que entrevistó el profesor Zick Rubin. Este hombre no podía entender el resentimiento de su hijo por la falta de afecto entre ellos, ya que “si el afecto se puede interpretar por lo que uno hace, entonces pienso que soy una persona afectiva”7 Nuestros padres nos amaron; trabajaron duro, nos mantuvieron, estaban fuera de la familia en muchos aspectos, y en su hacer silencioso se encontraba la expresión de su amor. Tradicionalmente, así es como los hombres expresan el amor: ejecutando, siendo prácticos y mostrando su preocupación al proteger y proveer. Pero al hijo esto le crea problemas para llegar a conocer a su padre, y a los demás hombres, como personas reales. ¿Cómo maneja papá el fracaso, el éxito, el conflicto de una elección, los deseos ambivalentes y los sueños en su vida? ¿Cómo es con su esposa y con las otras mujeres? El hijo debe elaborar las respuestas a estas preguntas, contando sólo con sutiles claves y chispazos acerca de lo que su padre siente y piensa. Esto no es novedoso; hay mucha literatura respecto al problema del padre ausente. ¿Pero cuáles son las consecuencias para el adulto de hoy que tuvo en su infancia una relación distante con su padre? En primer lugar, descubrimos que muchos hombres llevan consigo la imagen del padre que tenían en la infancia. Estas imágenes son como dibujos animados, dan una visión del padre construida al mirar a una persona desde lejos. Lo impresionante es que a menudo los padres en estos dibujos animados están enojados o desilusionados. Son imágenes que un niño puede construir en torno a una figura mayor, grande, intimidadora y confusa. Aparentemente ocurren en algún momento clave cuando la relación está atascada o congelada –la pubertad, la adolescencia y la primera infancia son puntos clave de tensión. Un terapeuta que trabaja con padres e hijos adultos, comenta riéndose que a menudo los hombres describen a los padres más grandes de lo que en realidad son. “¿El Gran Al? ¿Quieres que venga el Gran Al?”, me pregunta un hombre después de trabajar los conflictos que ha tenido con su padre. Su voz suena temblorosa y extraña. 22

“Y aparece el Gran Al en mi consulta, y resulta ser un hombrecito pequeño y gentil de 85 años. Pero el padre de la infancia sigue viviendo en la mente de estos hombres”. Este problema se da con ambos padres. Hay muchos desencuentros entre hijos y madres, muchas pasiones y tensiones que distorsionan la relación. Sin embargo, en general me ha impresionado la cantidad de hombres que reconocen haber sido capaces de niños de hablar con sus madres pero no con sus padres. Esto continúa siendo así a lo largo de sus vidas. En varios estudios, hombres y mujeres declaran tener una relación más cercana con sus madres. Komarovsky, en sus trabajos hechos en el Ivy League College con alumnos de los años 70, descubrió que éstos hablaban más de sí mismos con sus madres que con sus padres y estaban más satisfechos con la relación con la madre. Los alumnos se quejaban que los padres eran fríos y desinteresados, recibiendo muy poco de ellos.8 Como veremos más adelante, los hombres reconocen que son capaces de probar los límites y la realidad con sus madres, pero aparecen incapaces de hacerlo con sus padres. Emociones exageradas se asocian con el padre: rabia, tristeza, necesidad, miradas o juicios críticos se convierten en los ladrillos sobre los que se construye la experiencia del padre. A continuación se describen algunas variaciones del padre herido que los hombres llevan dentro, y sus consecuencias para la vida adulta de los hijos. El siempre Sufrido Padre El actual Gobernador de Nueva York, Mario Cuomo, nos da una impactante descripción de un padre sufrido, que es una de las formas en que lo puede ver un niño. Cuomo pensó frecuentemente en su padre durante su amarga y difícil campaña electoral. En un momento, recuerda: “Sólo lo conocía como una persona que trabajaba 24 horas diarias. Nunca o rara vez, nos sentábamos a comer –los días feriados, en los últimos años. Jamás me llevó a pasear. Jamás conversó conmigo de hombre a hombre. Nunca lo vi relajado – solo años más tarde cuando había de cerrar la tienda los domingos en la mañana después de las 10… Lo recuerdo como una persona afectiva, pero jamás me abrazó. Daba la sensación de no tener grandes sentimientos hacia los demás. Lo veía como proveedor, cosa que hacía con gran esfuerzo. Nunca hacía algo para él –nunca se compraba nada, nunca de divertía… De esta manera, la abrumadora impresión que teníamos era que este hombre nos estaba ofreciendo su vida: no tenía que abrazarnos”9 Cuomo nos presenta aquí a un padre “idealizado”, para quien el sacrificio personal y el trabajo duro son los principales componentes de la identidad masculina. Esta imagen idealizada se construye en gran medida a partir de las fantasías que tiene el hijo acerca de él. Para algunos hijos, el padre herido reside en la expectativa de tener que vivir de acuerdo a los sacrificios que hizo el padre: dio tanto por mí, ahora debo pagarle siendo como él o justificando su tristeza, su carga. No hacerlo significa no cumplir con él y ver nuevamente frente a mí su mirada triste y sufrida. Algunos hombres tratan de huir de las exigencias de ese padre herido, sintiéndose incapaces de cumplir con las expectativas; otros tratan de vivir de acuerdo a ellas y se convierten en el padre sacrificado que vieron en su niñez. Desde el punto de vista del hijo adolescente, el hecho de tener un padre que le ofrece su vida, significa un regalo que prácticamente es imposible rechazar. La magnitud de ese regalo dificulta que 23

aparezcan otros temas tales como: “¿Papá, qué estás sintiendo? ¿Por qué trabajas tanto? ¿Qué esperas de mí? ¿Por qué me siento con rabia y sobrecargado por ti?” –todas éstas son preguntas existenciales que normalmente se plantean no sólo los adolescentes sino también los hijos más pequeños, y que deben ser contestadas a medida que crecen. Para llenar el vacío, muchos hijos recurren a la fantasía, desarrollando inconscientemente explicaciones acerca de por qué el padre y la relación son como son. Un hijo inconscientemente puede sentir que sacó a su padre del hogar, ganando así la batalla edípica – sólo mamá y yo estamos en casa, mientras papá está trabajando afuera. Estas “victorias” son terroríficas y llevan a algunos hombres a trabajar duro para vivir según la imagen del padre y evitar así su ira imaginaria o real. Un hijo que crece viendo sufrir al padre, puede llegar a considerar que el sufrimiento y el encierro son el destino masculino. El padre jamás escapó: trabajó duro, y ésa se convierte también en la tarea del hijo. Ser un buen hijo significa trabajar duro y sufrir como papá. No hacerlo significa abandonar al padre. Resulta difícil liberarse y compartir la felicidad como adulto cuando el padre ha sido infeliz y sufrido. Podemos llegar a identificarnos con un padre profundamente infeliz, demasiado “bueno” para caer en el egoísmo de ser feliz. En el mundo laboral, el amor y el sufrimiento se confunden. Esta es la versión masculina de algo que con frecuencia se considera característico de la dinámica femenina: amar significa sufrir. El Padre Santo o Heroico El ir y venir del padre puede ser algo especialmente atractivo para el hijo joven; el mundo de su padre, de la familia, puede parecer banal y estrecho comparado con las historias que le escucha a su padre acerca del intrigante mundo del trabajo y de los “negocios de hombres”. Los roles familiares tradicionales estimulan la idealización de papá y la desvalorización de mamá, porque en algunas familias, papá, por cuenta de su carrera fuera de casa, aporta novedades y entretención a la familia a su regreso al final del día. El hijo adulto siente que jamás podría llegar a ser como su heroico padre a menos que él también sea idealizado –visto como héroe- dentro de su familia. Puede querer aparecer frente a su esposa e hijos como “el Caballero de la Armadura Brillante” con la misma aparente libertad que tenía su padre para ir y venir a su antojo, con importantes negocios y otros asuntos.10 Sus excesivas expectativas de adoración por parte de su familia pueden dejarlo muy vulnerable cuando trate de asumir el rol paterno realista y comprometido, a través del cual sus hijos pueden tanto admirarlo como criticarlo por ser humano. Uno de los hombres con que conversé, que había asumido una gran responsabilidad en el cuidado y educación de sus hijos, me contó lo mal que se había sentido al recordar los éxitos de su padre como oficial de ejército, llegando a casa rebosante de historias de “misiones” y logros; el hecho de no imitar esta visión de masculinidad lo hacía sentirse a veces como un débil niño chico. En conversaciones con hombres, escuchamos que tradicionalmente los hijos aprenden muy poco de la vida interna de sus padres –de sus sentimientos, pensamientos, o de la incomodidad que sienten frente a la lucha con sus inseguridades como adultos. Algunos hombres saben poco de las verdaderas expectativas y sentimientos de sus padres o acerca de cómo enfrentaron los problemas normales de la vida: mujeres, envejecimiento, vicisitudes del poder, frustraciones. Al enfrentar como adultos estas preguntas tan comunes, algunos hombres quedan con una sensación de vacío u orfandad. Entonces no resulta sorprendente que muchos de nosotros nos dediquemos a trabajar y prefiramos tener nuestra mente ocupada en “algo”.

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El Padre Secretamente Vulnerable Es verdad que muchos hombres tienen imágenes positivas, incluso heroicas, de sus padres. Pero al describir a estos padres exitosos, de mundo, con frecuencia sorprende encontrar una nota compensatoria, como si estuvieran al tanto de alguna secreta debilidad del padre que para el hijo fuera intolerable de ver o imaginar. Esto también viene de la estructura familiar tradicional y del lugar que el padre ocupa en ella. La familia tradicional, por una parte, glorifica al padre, pero por la otra, degrada y socava el sentido de masculinidad del hijo. Un ejecutivo de banco decidió que la mejor manera de hablar de su padre era comparándolo con Paul Bunyan, un héroe de folklore estadounidense. Describió a su padre con reverencia, sentado en la terraza de su casa de verano en Maine, contando sus increíbles hazañas de inteligencia realizadas para la Oficina de Servicios Estratégicos durante la Segunda Guerra Mundial. El hálito de sabiduría y la fuerza del carácter de su padre maravillaron con temor al ejecutivo. Un padre al que jamás podría igualar, obsesionado con la pregunta: “¿Llegaré a ser tan exitoso como él?”. El padre herido del ejecutivo reside en la imagen de un padre secretamente vulnerable. Más tarde, él mismo dio la clave al hablar de su madre: “Ella lo cuestionaba permanentemente siempre estaba jodiéndolo, nunca la perdonaré por eso”. Este gran hombre no podía imponerse en su familia, y su hijo, ahora casado, circula por el mundo con una rabia peligrosa hacia las mujeres. El trata de evitar el destino de su padre al asegurarme a mí, y por lo tanto a sí mismo, que “en mi familia, yo tomo las decisiones”. El rol tradicional del padre en la familia comunicaba secretamente una sensación de debilidad a los hijos, lo que hoy en día constituye la base de padre herido interno de los hombres. El convenio tradicional establecido por nuestros padres era que la mujer se ocupara de la parte afectiva, expresiva de la familia, y que el esposo fuera el proveedor financiero y material. El se encarga del mundo real, ella del mundo emocional. Este arreglo da a las madres un enorme poder en la familia. Se convierten en el “conmutador afectivo”, en el centro de la comunicación; los niños preguntan a la madre cómo manejarse con el padre, mientras éste llega a depender de ella para saber lo que ocurre cuando él no está y para saber más del mundo familiar. A medida que los hijos crecen, el padre puede ser empujado aún más a la periferia de la familia. Aquí es cuando el patrón de “negación protectora” se convierte en algo particularmente destructivo para los hijos, ya que su visión del padre pasa a ser moldeada en gran medida por la madre. Los profesores Michael Farell y Stanley Rosenberg, de Dartmouth, escriben acerca de este patrón en su libro Men at Midlife (Los hombres en la edad mediana): Madres e hijos con frecuencia forman alianzas secretas –engañando, riéndose y simultáneamente protegiendo al padre. La esposa reconoce el esfuerzo del marido por mantener una autoimagen de patriarca. Ella trata de evitar cualquier confrontación que menoscabe esa creencia de que él controla la familia y que cuenta con el apoyo y respeto de todos. De esta manera, la relación se enreda en una trama de engaño11. Algunos hombres pueden llegar a tener ideas pavorosas y degradantes de sus padres. Un químico, con rabia y asustado de las mujeres, inseguro de sus propias capacidades como padre y esposo, me contó lo siguiente acerca de sus padres:

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“Crecí sintiendo disgusto por mi padre, a veces odio. Con desagrado y desconfianza, me preguntaba qué tipo de persona era él, y más tarde me di cuenta que todo esto era producto de lo que mi madre me había dicho de él. No exactamente dicho, sino más bien insinuado. Ella había logrado que mi padre rompiera con algunas amistades que tenía desde muy joven, y yo intuía que era porque tenían ciertas características homosexuales o algo así. Quizás ella no pretendió poner eso en mi cabeza, pero ése fue el resultado –no era bueno que los amigos de un hombre tuvieran tanta importancia para él. Su familia era quien lo necesitaba. Y de niño yo pensaba lo mismo.” Al parecer, le preocupaba más la identidad sexual que la amistad. Qué terrible es tener dudas respecto a la sexualidad del padre. Le pregunté si alguna vez había sentido rabia de no poder contar con su padre. “¡No! Era mi madre la que tenía rabia y ella hablaba mucho conmigo”. Insistí, diciendo: “Pensé que estabas de acuerdo con ella”. Y aquí su rabia se desató: “Bueno, sí, mi madre me contó, ¡a quién se supone que debe creerle un niño! Creía que en realidad él se aprovechaba de ella, que él abusaba. ¿Te basta?” De esta manera, dependiendo de su madre para comprender a su padre, se sentía furioso y avergonzado de su relación con ella. Esa rabia lo persiguió a través de los 20, los 30 y los 40 años. Llevaba una imagen “herida” del padre. Como muchos hombres, tuvo que “leer entre líneas” para entender el cuadro. El “padre herido” interno de este hombre reside en su experiencia personal amenazadora de sentir a su padre como “menos que un hombre” (¿significaba eso que él también era menos?), y en la imagen crítica del padre que se siente excluido del estrecho lazo entre su hijo y su esposa. A partir del miedo de un padre débil y vulnerable, este hombre construyó un padre castigador y amenazante. Esos miedos lo llevaron a tener que hacer grandes esfuerzos para cumplir con sus responsabilidades de hombre en su familia, pero teniendo al mismo tiempo el temor de que algo estuviera “mal” en él. Lo que su madre realmente le dijo de su padre, no lo sabe ni él ni nosotros; estaba respondiendo a insinuaciones, a tonos de voz. Su madre puede haber expresado alguna oculta frustración sexual o envidia y resentimientos propios de una esposa cuyo marido valora más sus amistades que su matrimonio. Sin embargo, el resultado es ilustrativo de lo que ocurre con muchos hijos en matrimonios tradicionales: aprenden a conocer a su padre a través de su madre, absorbiendo una imagen distorsionada del padre y de la masculinidad. A veces los hijos se convierten en el compañero ideal o sustituto para sus padres. Muchos hijos se han convertido en perfectos “maridos” para las madres frustradas por sus esposos, especialmente cuado se le dio voz a esa frustración a través del movimiento femenino de los años 60. Los hijos se convierten en aliados inadecuados de sus madres en la lucha por los roles familiares y el poder conyugal. Sin embargo, debemos prestar atención a los errores de interpretación y fantasías del hijo acerca de lo que ocurre, y no poner el letrero de “culpable” en la puerta de ninguna persona. La corriente subterránea de la vulnerabilidad masculina –la sensación de que algo no funciona con el padre y que nunca fue discutido –que el hijo absorbe en la niñez, puede convertirse en un tema tabú en los hijos adultos. Según el mito, nuestros padres eran exitosos y poderosos en el mundo real. Pero en casa, nos parecían necesitados y vulnerables en relación a algo de lo cual no se podía hablar. Ese padre herido en nuestra propia historia, convierte el tema de la vulnerabilidad masculina en algo que parece peligroso. Guardamos el secreto de sentir a nuestro padre débil y necesitado, y tal vez nosotros somos la causa -¿no tendré yo también la misma enfermedad? No nos sentimos cómodos con las necesidades emocionales, ni con la vulnerabilidad de otros hombres, porque nos recuerdan al padre 26

que nunca pudimos ayudar o nuestras propias necesidades, frente a las cuales fuimos abandonados por nuestro padre. Al llegar a la edad adulta, a muchos hombres les desagrada el recuerdo de su padre envejeciendo. Al ver que sus padres nunca aceptaron el hecho de envejecer, con la consiguiente pérdida de poder y potencia, les aterra tener el mismo destino –el comportamiento adulto de hombres que tratan de negar que están envejeciendo, que tratan desesperadamente de aferrarse a un frágil sentido de poder. Estos sentimientos se relacionan con la forma en que sus padres manejaron su propia vejez. Ser padre también puede generar cosas como éstas. Un hombre contó acerca de la dificultad de tener que llegar a casa a jugar con sus hijos, lo que los psicólogos llaman “regresión adaptativa”, al referirse despectivamente al padre como “el hijo menor de la casa”. Este hombre estaba decidido a evitar ese destino, aún cuando ello significara renunciar a entrar libremente al mundo de sus hijos. El poeta Wallace Stevens dijo: “Puede ser que una vida sea el castigo / Para otra, como la vida del hijo para la del padre.”12 Debido a la secreta debilidad de nuestros padres, la familia puede convertirse en un lugar muy incómodo para los hijos mayores, un terreno donde el padre nunca manejó realmente las cosas. Pasó del heroísmo externo a la tristeza y vulnerabilidad dentro del hogar. No sólo los hijos mayores luchan con un sentimiento de no saber comportarse como hombres, sino que también hay una sombra emocional sobre toda la familia –es un lugar donde los hombres se convierten en seres débiles, en niños necesitados. Es fácil subestimar los poderes mágicos que los hombres atribuyen a las mujeres. Ellas son expertas en lo interpersonal, en el mundo de los sentimientos. Si las mujeres tienen el poder de convertir a los hombres en seres débiles, se puede tomar la determinación de evitar ser vulnerable frente a la esposa. A medida que la familia se hace más compleja, el hombre puede sentirse atrapado en innumerables miedos. Un psiquiatra de 35 años habló abiertamente de “la llegada a casa después del trabajo; entrar por la puerta principal y sentir realmente temor de la parte de atrás de la casa, la cocina, donde podía oír a mi esposa cocinando y a los niños jugando; sentía que me tragarían”. El patrón familiar tradicional puede producir una imagen herida de la madre y las mujeres, al igual que del padre y la masculinidad. Así como el niño puede llegar a detestar la secreta debilidad del padre, también puede temer el secreto poder de la madre. Los hombres que han crecido viendo padres débiles y madres fuertes, pueden interpretar que la dinámica madre-padre significa que las mujeres son peligrosas, castradoras y destructivas. El hijo puede no ser atraído por las cualidades femeninas. Puede llegar a temer lo que él ve como femenino, ya que destruye a los hombres, los hace débiles, necesitados y desamparados. Entonces el hijo puede culpar a la madre por el sentido de pérdida que tiene por la ausencia de su padre, o puede ver a éste como víctima, demasiado “bueno” o “moralista” para luchar en contra de lo que el hijo puede interpretar como el deseo injusto de la mujer por dominar al marido. Como adultos, estos hombres necesitarán dominar a sus esposas, domarlas, desarmarlas antes de que descarguen su poder en el hogar. En esos matrimonios, el marido trata a la esposa casi como a una niñita, enfatizando sus vulnerabilidades y la necesidad de cuidarla, en contraste con la competencia, empuje e independencia de su mundo real.

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El Padre Enojado Muchos hombres llevan consigo un padre enojado, crítico. Sentimos que nuestro padre interno está desilusionado de nosotros. Imaginamos que la autoridad masculina es fácilmente provocada, estallando en ira, y que en sí misma es básicamente iracunda y violenta. El tema del padre enojado refleja la tensión entre padres e hijos mayores que se sienten rivales y con pocas posibilidades de sanar su relación. Para algunos hombres, el padre enojado y hostil puede reflejar la fantasía del hijo al sentirse responsable de haber dañado o herido al padre. El químico antes citado, por ejemplo, me contó que a veces sentía “que me había casado con mi madre, yo era su esposo”. En otras palabras, sentía que había reemplazado a su padre. Otros sintieron el rechazo de su padre o el de ellos hacia él. Un pintor de 45 años, ahora divorciado (al igual que sus padres), ofrece una versión extrema del terrible sentido de traición con que los hombres llegan a la vida adulta: “Cuando tenía 7 años era muy unido a mi madre. El día de mi cumpleaños llegué a casa esperando ver a mi padre, pero él no estaba. Se suponía que traería regalos, todos nos desilusionamos. Vivíamos en un lugar aislado. Era invierno. Se había acabado el petróleo y no teníamos calefacción, mi padre no había pagado la cuenta. Su ausencia era muy notoria. “Sentí mucho odio hacia él, una gran desilusión. Deseé que no volviera más. No llegó esa noche; tampoco la mañana siguiente. Mi madre trataba de sacar ventaja de esto. Estaba secretamente feliz y yo la apoyaba. En la tarde oímos en la radio que mi padre había sufrido un accidente en su auto durante una tormenta de hielo. Se quebró una cadera. Era impactante verlo en el hospital totalmente inmovilizado. Sentí que yo le había hecho esto en forma mágica. Sentí mucha culpa, y después mucho temor a mi padre en mi etapa de crecimiento”. Inconscientemente imaginamos que el padre se vengará debido a nuestra traición. El pintor temía a su padre y empezó a inventar cuentos para explicar sus continuas ausencias de este desavenido matrimonio: el gran hombre (era banquero) partía en largos viajes de negocios, realizando grandes cosas. Y la típica defensa de un hijo: para el padre, el hogar puede ser un desastre, pero el trabajo le da un sentido de grandeza que lo redime. Y de tal palo, tal astilla.13 Sin embargo, el infeliz pintor da una clave de la dinámica padre-hijo: dice que teme al poder de su padre pero se acerca más a su verdad cuando reconoce que es su propio poder al que más le teme. Hablando del accidente, dice: “Sentí que yo le había hecho eso, lo que me hizo temer de mí mismo. Mis poderes me creaban un sentimiento de culpa por la confabulación con mi madre”. Este asunto inconcluso con sus padres afectó su propio matrimonio, ya que luchaba con el poder de su esposa que quería engañarlo y seducirlo para alejarlo de su esfuerzo por ser “hombre”. Como padre y esposo, quería agradar a su padre, siguiendo una línea masculina que apenas conocía, con temor a “confabularse” demasiado con su esposa-madre; no sabía cómo enfrentar a su mujer con firmeza y honestidad, sentía que ella tenía todo el poder. Este es un hombre que fue dejado solo con su madre, en cuya vida ganó la madre sobre el padre. En cierta forma, se sentía muy fuerte frente al padre, tenía poder sobre él, pero temía lo 28

opuesto: que su padre se vengara. Muchos hombres idealizan a sus padres, lo hacen más grandes que la vida, porque en algún momento se sintieron muy poderosos y ahora imaginan a un padre que los castigará por sus pecados. Las Violentas Lágrimas del Padre Pero los hijos no sólo experimentan su propia agresión; a menudo intuyen la rabia oculta pero real del padre. Muchos de nuestros padres no fueron hombres felices. Muchos vivían la rabia y la depresión en secreto, frente al tradicional arreglo al que llegaban con sus esposas, exiliados de sus familias, consignados al mundo público del trabajo. Al cerrar ese trato, cosa que parecía muy natural y que ellos no podían cambiar, muchos de nuestros padres se sintieron atrapados; así lo expresa un hombre muy resentido que me dijo que él podía ser amante o proveedor, pero no ambas cosas: “Un esposo responsable, va a trabajar… Se mete de cabeza en eso, y trabaja para que sus hijos tengan comida, ropa, casa y todo lo demás. Es una opción. Si un hombre –casado o no – está tremendamente enamorado de una mujer, eso debe continuar después de casados y seguir siempre así… Y no puede dedicarse a nada más. En otras palabras, hay una división entre la energía y el trabajo, de modo que cultivamos el rol de amante o el de proveedor, pero tiene que ser lo uno o lo otro. En mi caso, nunca supe que tenía una opción. Me criaron para ser responsable, para ser el proveedor.” Su rabia y su sensación de pérdida brotan cuando relata con amargura que nunca conoció a sus hijos sino como objetos: “No miraba a mis hijos como personas para amar, regalonear o jugar. Los miraba para examinarlos y asegurarme que no estuvieran enfermos. También me preocupaba de que no hicieran nada peligroso… Los niños siempre me decían que había un muro insalvable. Sentía que ante todo eran una responsabilidad”. Un escritor de 60 años, exitoso padre de cuatro hijos, reconoce: “Por supuesto que me deprimía, me sentía furioso por el trato hecho con mi mujer, ella aportaba cuidado y seguridad mientras yo trabajaba duro afuera. Pero cómo me iba a enojar con ella –era el trato que todos los hombres hacían, trabajar duro y dar la vida por la familia. Cuando uno tiene rabia y no puede expresarla, se deprime.” Hoy en día, muchos hombres que tratan de pasar más tiempo en casa, están respondiendo a una valiosa experiencia de intimidad y contacto que sus padres no tuvieron. ¿Pero cuánta de esa rabia y depresión sintieron nuestros padres? Introyectamos esa versión, de modo que cuando somos padres aparece el conflicto, especialmente cuando queremos involucrarnos con la familia. Muchos de los conflictos de los nuevos padres en torno a la paternidad, nacen del miedo de convertirse en el padre enojado que llevan en la cabeza, como uno que decía que cada vez que imponía disciplina en sus hijos, escuchaba una rabiosa voz autoritaria que les gritaba “¡No!”. Aquí puede haber una especie de revancha intergeneracional, donde los hombres expresan la rabia oculta de sus padres frente a sus esposas e hijos, aún cuando estos hombres adultos están tratando de ser esposos y padres más nutrientes. Se supone que la falta de un repertorio emocional más completo entre padre e hijo se debe a que cuando los hijos crecen, carecen de modelos masculinos de accesibilidad emocional. Es así como los hombres hablan de tener que “inventarse” como padres o esposos participativos. Pero se escapa el punto más importante: la falta de un repertorio emocional

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más completo y rico, también significa que no somos capaces de resolver las cosas con nuestros padres, y por lo tanto, como adultos llevamos una imagen conflictiva del padre. Quizás nuestros padres también nos temían secretamente. El amor ambivalente entre padres e hijos es subestimado. Es el lado oscuro del alto valor que la sociedad otorga a los hombres jóvenes. Debido a que la identidad masculina se basa en gran medida en la actuación, llegará el día en que los hijos sobrepasen a papá. Nos convertimos en sujetos ambivalentes, amados y temidos por nuestro padre. Es indudable que cada día aprendemos más acerca de padres e hijos. Los investigadores han propuesto la frase “complejo de Layo” para referirse a la amenaza que siente el padre por parte del hijo, y por lo tanto, a la necesidad de hacerlo caer. En el drama de Edipo, el rey Layo se niega arrogantemente a moverse del camino para que pase su hijo, precipitando su mortal destino.14 El hijo puede representar la mortalidad del padre en formas muy desagradables. A medida que el hijo se convierte en hombre, el padre debe reconocer que está envejeciendo. Donald Hall describe esta idea con mucha fuerza en su poema “My Son, My Executioner” (Mi hijo, mi verdugo).15 Para padres e hijos puede resultar mucho más fácil demostrar rabia y hostilidad que cariño y afecto, debido a la conflictiva influencia de la madre sobre el hijo –al sentirse el padre desplazado y celoso de su hijo – y a las escasas oportunidades que tienen los hombres de expresar sentimientos entre ellos. Un alumno graduado de 33 años recuerda “haber sentido que podía asustar a mi padre para que se alejara, pero no lograba acercarlo a mí”. Con mucha amargura, un paciente me relató lo que en una oportunidad le había dicho su padre casi como una concesión: “No sabía que podía ser tanto tu amigo como tu padre”. Algunos hombres temer herir a sus padres con su agresión, como el pintor citado anteriormente, y sienten que llevan dentro una rebelión que podría destruirlos. De aquí puede surgir la sensación de ser personalmente destructivo, de tener que pagar, al llegar a la edad adulta, por los pecados cometidos en la juventud. El hijo también puede sentir terror ante la ira de su padre. El mismo hombre que dijo que podía asustar a su padre para alejarlo, reconoció momentos después que él también estaba asustado: “Podía probar los límites con mi madre, presionar sin problema, pero no con mi padre – si iba muy lejos, me miraba como si me fuera a matar. Tengo muchos recuerdos de niño en que mi padre perdía el control, se veía furioso, con la cara roja, a veces incluso me perseguía por la casa”. Por lo tanto, la rebelión adolescente y la lucha normal por lograr la separación al crecer, pueden mezclarse con violencia y agresión. Y, obviamente, muchos hombres niegan que el verdadero lenguaje de la intimidad pueda mantener bajo control las emociones, ya que es sobrecogedor cuando su vida sentimental se quiebra. De manera que el padre no es ni tan fuerte ni tan débil. Dos personas se combinan en una: poderosa y vulnerable. Nuestro miedo es herirlo o que él nos hiera. Estos dos temas se representan una y otra vez en la vida adulta de los hombres: la búsqueda de y el rechazo al padre. Queremos redención y queremos destruirlo; “amamos a nuestro padre, pero también deseamos comerlo”, bromeaba un hombre. El Rol de la Madre Volvamos al rol de la madre en la familia, ya que no podemos comprender la relación rota entre padres e hijos sin considerar a la madre. Debido a que con frecuencia es la madre quien dirige 30

las comunicaciones familiares, padres e hijos deben expresar sus problemas en forma indirecta o simbólica, más que confrontándose o conectándose directamente. Una mujer mayor, muy astuta, defendía su rol de controladora de emociones en su familia, diciéndome: “La hora de comida sería muy silenciosa si yo no hablara. Sólo se hablaría de las actividades del día. No surgiría ningún sentimiento si yo no abriera la boca”. Es fácil culpar a la madre. Sentí ira cuando me di cuenta hasta qué punto mi madre se había metido entre mi padre y yo. Pero todos funcionamos bajo presiones conflictivas y lealtades divididas. Muchas madres han tratado de “proteger” de buena fe a sus maridos, porque temían que cayeran muertos de un infarto al ritmo en que funcionaban; o porque en la privacidad del dormitorio, ellos habían revelado su incapacidad frente a los hijos. El resultado de esta comunicación más abierta entre madre e hijo, es que éste tiene una mejor y más temprana posibilidad de solucionar el tema de la separación con ella que con su padre. Wright y Keple, en estudios hechos a alumnos de enseñanza media, descubrieron que los jóvenes veían a sus padres como “ayudadores en un sentido utilitario”, pero “carentes de un compromiso personal y emocional significativo”.16 En agudo contraste con la visión que tenían de sus padres, Wright y Keple encontraron que los adolescentes veían a relación con la madre como algo único, apoyador e irremplazable. Uno se pregunta qué pasaría si los padres desempeñaran un rol afectivo-expresivo más prominente durante los primeros años de vida del hijo, especialmente antes de los 5 años. Es probable que durante la adolescencia no puedan desempeñar ese rol porque la tensión intergeneracional es muy fuerte. En el pasado ha habido muchas culturas que realizaban rituales de iniciación para los adolescentes, incorporándolos a grupos de hombres mayores que les daban su bendición. Dentro del judaísmo ortodoxo, el bar mitzvah cumple esta función. Estos rituales y ritos disminuyen la intensidad de la relación individual padre-hijo, proporcionando a ambos lo que desesperadamente necesitan: la bendición de la comunidad masculina, la bienvenida de los padres a sus hijos y el agradecimiento de los hijos a sus padres; un ritual que purga la tensión y la traición entre ambos. El Deseo Imposible de Ser un Buen Hijo Tengo la impresión que el deseo de perdón y reconciliación con el padre no es frecuente. Dentro de la familia, el padre no puede comunicar el sentido de masculinidad bondadosa a sus hijos, y culturalmente hemos distorsionado los rituales sociales y las ceremonias de iniciación. Los ritos de hoy consisten en integrarse a instituciones tales como el ejército, equipos de fútbol, escuelas de medicina y grandes corporaciones. Estas instituciones inciden en el deseo de los jóvenes de tener un padre ideal, ofreciendo una forma de vida exageradamente masculina y enseñando a ser un buen hijo. Un veterano de Vietnam recordaba sus difíciles tareas de combate en la Infantería de Marina y sentía que le debía a la institución una sola cosa: haber logrado el reconocimiento y el amor de su padre. Decía: “Mi padre y yo nunca tuvimos una relación. No era un hombre malo. Simplemente no mostraba sus emociones. Estaba trabajando en casa el día que volví de la guerra. Andaba con mi uniforme y me acerqué a él. Era la primera vez que veía a mi padre sonreírme en toda mi vida. Se dio vuelta y me dijo: ‘Eres un hombre’. Tenía 21 años.”17

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Quizás dentro de la familia no se da el tipo de pelea que lleva a la reconciliación entre padres e hijos; ésta pudo haber sufrido un cortocircuito durante mi generación, proyectándose en la pantalla social de protesta antibélica más que en nuestros padres individualmente. La imagen del padre demasiado débil / demasiado fuerte inhibió la lucha real, el conflicto entre padre e hijo. Como dijo un alumno graduado: “Siempre podía probar los límites con mi madre, pero no con mi padre”. Describió además haber sentido el odio de su padre, pero jamás el de su madre. “Mi padre realmente podía eliminar su amor. Lo hacía de una manera muy rígida, mi madre no lo hacía. Cuando él hacía esto, yo pensaba que jamás volvería”. El padre puede ser percibido lleno de ira y secretamente furioso frente al hijo que lo desafía, listo para explotar en cualquier minuto, o puede ser percibido como alguien herido o dañado, demasiado bueno para enojarse, pero terriblemente desilusionado en secreto. De este modo, nuestros padres se convierten en nuestro superego, juzgándonos críticamente por haberlos traicionado. Así como las madres se convierten en dadoras de vida en el inconsciente de los hombres, los padres se convierten en dioses iracundos y críticos. Dada la aparente imposibilidad de resolver la difícil relación con sus padres, muchos hombres buscan padres sustitutos para lograr seguridad. Como veremos en el Capítulo 2, frente a esto tratamos de arreglar las cosas o continuar el diálogo con los padres a través de los mentores. Para los hombres, la familia pasa a ser el terreno donde las cosas no se pueden arreglar. Debemos desplazarnos hacia el trabajo y ahí inconscientemente buscamos resolver los asuntos inconclusos con el padre. Ya que las rebeliones no pueden solucionarse en su origen, las llevamos a otro lugar. Pero lo que no se puede evitar es el deseo de los hijos de obtener el amor de sus padres y de lograr ser buenos hijos. Antes, los hombres se esforzaban por rendir silenciosos homenajes a sus padres, asegurándose una vida parecida a la de ellos – paterfamilias, exitosos en su trabajo. Pero esto ya no es posible, debido al movimiento femenino y a otros cambios sociales. La distancia y el anhelo que sentimos por nuestro padre, nos llevan a tratar de vivir subrepticiamente como él, para pagar la deuda no hablada, es decir, nos llevan a ser buenos hijos, y al mismo tiempo, a enfrentar las exigencias sociales que nos piden ser diferentes a él. Si no prestamos atención al hecho de que el movimiento femenino intensifica la tristeza de los hombres y el terror ante la pérdida del padre, estaremos negando uno de los principales dilemas de nuestro tiempo. Muchos hombres de la generación de los 50 y los 60 fueron atraídos por la madre. El movimiento femenino estaba comenzando a despegar y había una sensación general de optimismo en relación a las mujeres, una sensación de fuerza y vitalidad que contrastaba con la pasividad de los hombres. Como resultado de esto, muchos hombres se sienten culpables de haberse coludido con la madre rechazando al padre, lo que agrega una nueva connotación emocional a la relación adulta hombre-mujer: colaborar y trabajar con la esposa significa abandonar a papá. Tal vez el movimiento femenino, al pedir a los hombres que participen más en la familia, está tocando una de las peores fantasías de los hombres: convertirse en aliados de la madre, abandonando totalmente al padre, o sea, no tendrían padre. Siguiendo en el contexto sociohistórico, quiero presentar una especulación acerca del cambio histórico más profundo en la vida de los hombres de la generación de los 60. La degradación de los 32

padres se relaciona con la guerra de Vietnam, confirmándole a muchos hombres la existencia de una corriente subterránea de maldad masculina. Muchos hijos fueron atraídos por el movimiento femenino, porque expresaba preocupación por la justicia, la moralidad y el cariño, cosas que algunos padres simplemente ignoraban.18 El Deseo de Odiseo Mi propósito en este capítulo no es lamentar todas las complicaciones de la relación padrehijo, sino más bien enfatizar la necesidad de los hombres de sanar al padre herido interno. Como en muchos otros aspectos de los lazos de los hombres con aquellas personas a quienes aman, hemos sobredimensionado el rol de la separación y no hemos prestado suficiente atención a la conexión. La relación padre-hijo tiene una nota de tragedia griega. La Odisea, en la escena del gran reconocimiento, capta el deseo de ambos hombres de mejor forma que el famoso drama de Edipo. Cuando el gran guerrero y rey Odiseo regresa después de una década, él y el príncipe Telémaco casi no se reconocen. En un momento impactante, el inconquistable guerrero se revela ante su hijo adolescente: “Yo soy el padre que faltó en tu niñez y por el cual sufriste el dolor de la falta. Yo soy él… No es magnífico ser arrasado por el asombro frente a la presencia de tu padre. Ningún otro Odiseo vendrá jamás, ya que él y yo somos uno solo, el mismo…” Echando sus brazos alrededor de este padre maravilloso, Telémaco comenzó a llorar. Lágrimas saladas surgían de la fuente de anhelo de ambos hombres, y su llanto explotaba tan vehemente y agitado como él, del gran halcón cuyos pichones son atrapados antes de volver por los campesinos. Lloraban con desesperanza, derramando lágrimas, y podrían haber seguido hasta el atardecer.19 La fuente de anhelo de ambos hombres. El mito de Odiseo apunta al profundo lamento de ambos y contiene una lección para nuestros tiempos. Como muchos hombres, Telémaco pasó su infancia entre mujeres. Fue como muchos de nosotros –su padre había partido a las guerras lejanas; el gran hombre era una leyenda y un rumor para los oídos de su hijo. En la saga, Telémaco enfrenta un grave problema. Habiendo ido a luchar a la guerra de Troya, el barco de Odiseo desaparece durante el viaje de regreso, casi todo su reino asume que ha muerto. Entonces, una banda de viles pretendientes se reúne en la ciudad, intentando casarse con la reina Penélope para usurpar el reino. El joven Telémaco casi no sabe cómo defender a su madre de esta amenaza. Y así, el milagroso retorno de su padre impulsa a Telémaco a lograr un sentido de masculinidad fuerte y confiable. ¿No es acaso la misma tarea que tienen los hombres hoy en día? Este es el mensaje: para que un hombre crezca, debe encontrar la bondad y la fuerza de su propio padre –debe encontrar el heroísmo en una figura que apenas conoce. La alternativa es dejarse dominar por las imágenes viles y degradantes de la masculinidad, representadas por los pretendientes que amenazaban el reino. El final de la Odisea puede ser mal interpretado: Odiseo y Telémaco salen a asesinar a los pretendientes en una sangrienta batalla. Nuestra primera reacción es: “¡Ah, qué bien! La misma historia de siempre, el padre le enseña al hijo a ser brutal. ¡Los entrenadores de fútbol pueden hacerlo aún mejor!”. Pero la verdadera realidad es metafórica. Odiseo le enseña a su hijo a ser hombre y lo hace confiar en su fuerza. Hoy la tarea puede parecer diferente, pero es la misma. Necesitamos al 33

padre para que nos ayude a definir la fuerza masculina en un mundo cambiante, lo que Robert Bly ha llamado “el padre suculento”, fuerte y cariñoso.20 Nuestros conflictos son con la familia, los amigos y compañeros de trabajo. Sin embargo, la tarea es la misma: ser un hombre fuerte, con presencia, en situaciones nuevas y desconocidas. Hemos crecido pensando en la rivalidad edípica entre padre e hijo, en el anhelo culpable de sobrepasar al padre, pero también debemos considerar el tema de Odiseo, el deseo de ser como el padre, de encontrar al padre, un hombre fuerte en quien podamos confiar. Recordemos una escena actual de reconocimiento. Al final de La Muerte de un vendedor, Biff, el hijo mayor de Willy Loman, busca un terreno común de sentimiento con su padre, tarde en la noche en la cocina de la casa. Biff, más alto que su padre, se inclina y abraza a Willy, quien está sentado como un rey en su silla, desafiando todo su fracaso. Llorando y lamentándose, Biff, en un gesto patético, trata de alcanzar a Willy, y éste sigue impasible y perplejo, encogiéndose de hombros frente a su esposa (quien luego tratará de “explicar” las cosas a Biff), y no le devuelve el abrazo. Aquí no hay sanación, no hay reconciliación entre padre e hijo. Willy, incapaz de tolerar su fracaso, morirá pronto en un suicida accidente automovilístico, mientras Biff seguirá destinado a prolongar una vida que será el pago de la de su padre. Creo que es imposible desarrollar un sentido de masculinidad nuevo y satisfactorio hasta no haber aceptado y entendido cómo aprendimos lo que significa ser hombre y ser mujer, de parte principalmente de nuestros padres y madres. Mientras no “conozcamos al padre”, lo veamos claro y lo aceptemos como es y fue, es muy difícil que podamos crecer y convertirnos en padres de nuestros hijos, en esposos o en mentores de una generación joven en nuestro trabajo. Esa es la tarea de todo hombre: sanar al padre herido interno.

CAPÍTULO 2 TRABAJANDO LA AUTORIDAD: MENTORES Y PADRES

“Siempre ando buscando figuras paternas –dan mucha seguridad”, me dijo un director de cine, en tono confiado y con una sonrisa torcida. Tiene 42 años y está en medio de una prometedora carrera. ¿Quiénes han sido las figuras paternas en la vida de este hombre? Menciona al padre de su esposa. “Mi suegro, desde luego –muchas veces quise que hubiera sido mi propio padre. Pero también he encontrado otras figuras en mi trabajo”. Me habló de un destacado director para quien había trabajado durante muchos años. “Me incentivó, me enseñó gran parte de lo que sé. Tenía fe en mí”. Su voz se arrastró como recordando algo doloroso. “Pero no podría volver a trabajar con él. Las cosas nunca fueron iguales desde que me fui, hace cinco años. Pero de todas maneras, él fue mi mentor”. Un mentor o tutor es una persona mayor que, en el mundo laboral, ayuda a alguien más joven en su transición al mundo adulto del trabajo, traspasándose también valores y creencias personales. Son más las personas que creen tener mentores que las que realmente los tienen, en el verdadero

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sentido del término: una relación cercana y nutriente entre la madurez y la juventud en el mundo laboral. Dependiendo de la naturaleza del trabajo, el mentor generalmente es de sexo masculino, especialmente en el caso de los hombres. El mentor ejerce funciones muy importantes y saludables que ayudan al joven a llegar a la edad adulta. El Dr. George Vaillant, en una investigación que ha llegado a llamarse el Grant Study, examinó en detalle la vida adulta de exitosos académicos. Descubrió que para el éxito profesional de los hombres y para su madurez como personas, es esencial la presencia de mentores. “El nuevo modelo de rol de los 30 años parece estar asociado con una sólida identificación con la carrera”.1 Hombres relativamente poco exitosos en sus carreras, no tuvieron mentores hasta los 40, o los tuvieron sólo en la adolescencia. A su vez, el joven ejerce una función esencial para el mentor: al educar a una persona joven, el mentor mantiene vivos sus propios valores y esperanzas, lo que le ayuda a manejar el tema de la mortalidad y le permite desarrollar partes más “generativas” de sí mismo. Muchos hombres han descubierto que el trabajo como mentores les permite curar algunas de las heridas relacionadas con la paternidad: la sensación de frustración con los propios hijos, ya que ven a sus colegas más jóvenes como “hijos sustitutos”. Daniel Levinson, uno de los más minuciosos investigadores de la relación de tutoría, dice que “la tutoría es una de las relaciones más complejas e importantes para el desarrollo de un adulto joven”. Su investigación revela un hecho muy curioso: “La tutoría se comprende mejor como una relación de amor… Con frecuencia… una relación de tutoría intensa termina en un fuerte conflicto y con sentimientos negativos por ambos lados.”2 La relación de tutoría adolece de las mismas deficiencias y tensiones que otras relaciones entre hombres, particularmente aquella entre padre e hijo. No obstante sus aspectos positivos, los hombres representan a través de esta relación los conflictos inconclusos con sus propios padres y familias. A veces, la “socialización” que se da en esta relación sólo sirve para reforzar el lado instrumental y silenciosamente oprimido de los hombres. Algunos tutores pueden ser inconscientemente destructores en su labor y algunos jóvenes pueden exigir un amor inalcanzable e inadecuado de parte del mentor, lo que interfiere en el trabajo de ambos. En este capítulo voy a explorar algunos de los lados oscuros de esta relación y sus raíces en las tensiones de la relación padrehijo. El Hambre de Padre en los Hombres Inseguros de sus propios padres, algunos hombres buscan hombres mayores que les ayuden a solidificar una identidad masculina frágil, la cual generalmente es de tipo práctico, enfatizando los logros profesionales y las demostraciones públicas de poder y fuerza. Esas identidades pueden llevar a debilitar la capacidad del hombre para tolerar su lado más receptivo, menos público y menos orientado a la acción. Un tutor poderoso puede apelar al hambre que los hombres jóvenes y vulnerables tienen de un padre-héroe fuerte y aceptador, al cual puedan amar y venerar en forma no ambivalente. “Yo soy el padre que faltó en tu niñez y por el cual sufriste el dolor de la falta”, dijo Odiseo a Telémaco.

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George Vaillant menciona sólo al pasar un dato impactante del Grant Study. La mayoría de los exitosos científicos, hombres de negocios y académicos que él entrevistó, habían olvidado o negaban los roles modelos y los ideales con que se habían identificado en la adolescencia. Esas figuras fueron reemplazadas por los mentores. Vaillant nos revela una estadística alarmante: “Sin embargo, reconociendo que los mentores con frecuencia eran ‘figuras paternas’, los hombres se preocuparon de diferenciar a estos mentores de sus padres. En más del 95% de los casos, los padres fueron citados como ejemplos negativos o como personas que no ejercieron ninguna influencia”. Para muchos hombres jóvenes, el tutor se convirtió realmente en ese mejor padre que anhelaban. La conexión mentor-padre es ejemplificada por un abogado, exestrella de basketball, quien diseñó para sí mismo un rol como asistente ejecutivo o “detector-solucionador de problemas” de una gran institución bancaria. Llegó a la edad adulta sintiendo a un padre demasiado débil, una madre demasiado fuerte, y necesitando un espacio para expresar su propia agresión, y encontró al hombre que identificó como su mentor, el gerente general de su compañía. Mientras me explicaba sus difíciles y exigentes deberes, cambiaba su lenguaje de sala de directorio por el de la cancha de basketball, refiriéndose a un jugador que cubre a un oponente para que un compañero de equipo pueda tirar al arco: “Básicamente le doy a mi jefe oportunidades para que él pueda lanzar un buen tiro”. Describe a su jefe en forma idealizada, enfatizando su gentileza y habilidad para tomar decisiones sin involucrarse en los roces provocados por su joven asociado. El personaje que está representando en su trabajo es el de un enojado “protector” de su jefe-padre, cumpliendo con su deber al defenderlo de la agresión de la corporación. La relación con su mentor se basa en gran medida en la dinámica entre su padre, su madre y él. Ve a su padre como un hombre “enigmático” que desarrolló un enfoque aceptador, pasivo y no violento de la vida (“Mi padre siempre me aconsejó que no respondiera a peleas con mis compañeros en el colegio”), pero que parecía estar dominado por su madre (“Nunca paró en seco a nadie, incluyendo a mi madre, y eso que ella lo molestaba bastante”). Recuerda con agrado la única vez que sí enfrentó a la madre durante un paseo familiar al campo: “El iba conduciendo, mi madre hablaba y hablaba criticándolo todo. Mi padre la miró y dijo: ‘Cállate’. Ella lo hizo de inmediato”. Con tono triste, concluye la historia: “Esa fue la única vez que ocurrió”. Recuerda su adolescencia con cierta vergüenza, debido a algunos rabiosos actos de rebeldía que parecieron herir a su padre. Mientras escuchaba la descripción de su rol en el banco, yo me preguntaba si lo que él pretendía era encontrar una solución a su propio drama familiar. En el rol de asistente de su jefe, salva a su padre de su madre y al mismo tiempo hace penitencia por la agresión que sintió hacia este hombre “notablemente pacífico”. Al comenzar nuestra primera entrevista, este abogado me muestra su agenda: “Me he hecho el tiempo para esto, porque espero aprender algo nuevo de mí mismo a través de esta conversación”. Cuando terminamos nuestras largas y agradables pláticas, me hizo una pregunta: “Tú eres psicólogo. ¿Por qué crees que mi padre se la jugó tan poco por mí y por él mismo?”. Creo que ésta era la pregunta que quería pero temía hacer a su padre. Para otros hombres, la autoridad se convierte en objeto de ira hacia sus padres. Nuestra ambivalencia puede oscilar entre dos direcciones: querer mucho a los mentores u odiarlos mucho. Un abogado no podía hablar sobre varios de sus antiguos socios sin deslizar comentarios como “los payasos para los que tengo que trabajar”. Sin embargo, eran los mismos que lo habían aceptado en la

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firma y cuya ayuda él buscó desesperadamente. Pero ello, al igual que su padre, eran figuras de las cuales él no podía escapar; tenían que ser degradados. El Deseo de Ser un Buen Hijo en una Época de Cambio Social En esta época de cambios en los roles sexuales, miramos a nuestros mentores para tener una visión del futuro. Queremos que ellos atestigüen que el futuro será positivo –que será posible envejecer sanamente, con integridad y fuerza. Después de todo, en ciertos aspectos, los tutores nos conocen mejor que nuestros propios padres. Comprenden mejor la parte laboral de nuestras vidas, las exigencias y peculiaridades de nuestras carreras, y las características especiales de nuestra situación en el trabajo –qué socios se harán cargo de qué caso en una firma de abogados, dirán cómo está la situación en nuestra área, sabrán cómo enfrentar un caso delicado de posiciones en la universidad, etc. Vemos una versión idealizada de ellos en el trabajo, donde se valoran ciertas habilidades cognitivas, racionales y sociales. A veces también queremos que nos den su aprobación a algún cambio en la balanza trabajofamilia. Los hombres de la década del 60 pueden estar buscando diferentes soluciones a las mismas presiones trabajo-familia con que lucharon los tutores en las décadas del 40 ó 50 (si deben comprometerse con logros profesionales antes que con la familia, cómo dar más tiempo a los hijos o cuánto deben sacrificarse por la carrera de su esposa) y resolviéndolas de manera distinta. El hombre joven necesita aprobación del tutor para las diferentes opciones que está tomando, pero puede no ser capaz de pedirla. Quizás estos hombres estén usando un lenguaje diferente acerca del trabajo y la familia, como también acerca de las emociones y los sentimientos. A continuación relatamos dos ejemplos. El primero es de una pareja donde ambos tienen su profesión y se enfrentan a tener que tomar una decisión nueva respecto a sus carreras. En el segundo caso, un abogado debe enfrentar un difícil desafío moral. En ambos ejemplos, el tutor juega un rol crucial y sombrío. “¿Debo Ser Tan Insensible como mis Profesores?” “Hay tutores que me podrían mostrar cómo ser cirujano de acuerdo a los antiguos patrones – completamente dedicado a mi trabajo, excluyendo todo lo demás, sin prestar atención a las necesidades y sentimientos de la gente, y escalando insensiblemente para alcanzar el éxito.” El joven médico se detuvo, pensó un momento y luego se lanzó de nuevo: “Pero no hay tutores, o al menos yo no los he encontrado, que me puedan ayudar a convertirme no sólo en un médico sino también en un hombre con sentimientos, con poder personal”. Este médico y su esposa, que también estudia medicina, están conversando conmigo en el living de su departamento en Brooklyn, acerca de una reciente experiencia traumática que han tenido. El es cardiólogo y acaba de terminar su residencia en un prestigioso hospital neoyorquino. Es muy bueno en lo que hace –tan bueno que el médico jefe del hospital, un hombre de prestigio internacional en cirugía cardiovascular, le ofreció el cargo de jefe de residentes del Departamento de Cardiología del hospital.

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“Ese puesto era el primer premio de la carrera”, rió. “Todos lo queríamos, no tanto por el sueldo como por el prestigio. Significaba mucho para mí –me sentía además muy unido al médico jefe que me lo ofreció. “El hecho de habérmelo ofrecido significaba un voto de confianza en mi trabajo”. Su voz se debilitó, como si la herida a raíz de lo que ocurrió a continuación aún no hubiera sanado. Su esposa, un poco más joven que él, irrumpió: “Entonces aparecí yo enredando las cosas, Eric”, dijo irónicamente. “No, no, Beth”, interrumpió él con un movimiento de la mano, pero ella pareció no percibir su intento de tranquilizarla. “Este año termino mi carrera y decidí dedicarme a una subespecialidad llamada cardiología pediátrica. Me interesa particularmente la microcirugía en recién nacidos, un campo muy interesante que puede salvar la vida de bebés que hasta hace algunos años no tenían ninguna posibilidad de sobrevivir. “En todo caso, el lugar para estudiar esta especialidad es Washington –donde se está haciendo el mejor trabajo. Y el mes pasado me ofrecieron una residencia en uno de los principales hospitales de esa ciudad”. ¿Qué podían hacer? Ambos tenían ofertas de primer orden, pero en distintas ciudades. Esta talentosa pareja se enfrentaba a un problema que no es tan raro en estos tiempos en que ambos trabajan: sus carreras los llevaban a una separación geográfica. Fines de semana juntos, días de trabajo separados. Dos departamentos. “Pensamos que deberíamos vender nuestro auto y comprarnos un abono en la línea aérea.” Eric contó lo que pasó después. “Beth había hecho muchos sacrificios por mi carrera en años anteriores y ahora tenía esta oferta que era muy importante. Sentí que verdaderamente era su turno. “Entonces busqué la posibilidad de un buen trabajo en el National Institute of Health en Washington – no era óptimo como lo de Nueva York, pero bastante bueno. Pero aún no estábamos totalmente seguros –significaba renunciar a ser jefe de residentes, al trabajo con mi tutor, y anteponer la carrera de Beth a la mía por un tiempo. Fui a ver a mi jefe de departamento, este hombre con el que había trabajado durante tanto tiempo. Quería compartir mi problema con él. Le conté lo que habíamos pensado hacer, le pregunté qué opinaba y le dije que necesitaba cartas de recomendación suyas.” Horas más tarde, ese mismo día, su tutor lo llamó y le dio la respuesta. “Me dijo que yo estaba rechazando el puesto de jefe de residentes porque obviamente no me sentía 100% seguro en mi trabajo”. Eric tomó un sorbo de té y continuó diciendo con cierta amargura: “No dijo prácticamente nada acerca de mi matrimonio o de lo que pensaba de nuestra decisión. ¿No te parece increíble? Con esto comprobé un sentimiento que tuve a lo largo de toda mi carrera en la escuela de medicina: no hables con otras personas de tus sentimientos e indecisiones”. Luego lanzó una pregunta aterradora: “¿Para llegar a la cima en medicina, debo ser tan insensible como parecen ser mis profesores?”. Beth dijo con tristeza: “Siento lástima por los hombres de hoy. Yo tuve como tutoras a mujeres poderosas y nutrientes –incluso en la escuela de medicina -, pero creo que los hombres no son así”. Las exigencias de las instituciones y los compromisos que las mujeres han tenido que asumir, podrían estar perjudicando mucho su verdadera habilidad para combinar el poder y el cariño. Si los hombres jóvenes tuvieran tutoras, tal vez encontrarían en ellas modelos más humanizados. ¿Qué

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significa para estos hombres la falta de modelos masculinos más humanos? ¿Llegará la gente a comprenderlos o serán vistos como “femeninos” en algún sentido o como “el hijito bueno de mamá”? La madre de Eric fue de visita una de las tardes que yo pasé con ellos. Oyó parte de la conversación que tuve con su hijo y su nuera, y más tarde habló a solas conmigo, agregando una nueva dimensión a la dinámica tutor-padre. Esta mujer de 60 años, profesora de inglés, habló con fuerza y aclaró en parte los asuntos inconclusos entre Eric y su padre. Sabía lo que había pasado con el tutor de su hijo y lo explicó desde un punto de vista que su hijo no veía. Habló con impaciencia: “A estos hombres más viejos nunca se les ha permitido tener sentimientos, no saben cómo ser más humanos. “Pero lo que me preocupa es el efecto que ha tenido sobre Eric. Se ha tomado esto como un rechazo, más fuerte de lo que realmente es. Aunque decida no quedarse en Nueva York, hay una parte de él que quiere llegar lejos, que quiere llevarlo a ser el mejor y que haría cualquier cosa para vivir según ese ideal. Por eso la reacción de su jefe en el hospital le dolió tanto. Le estaba reprochando que no llegaría donde quería.” Luego de algunas bocanadas a su cigarrillo, reveló la dinámica familiar que había debajo de la relación de tutoría. “Eric siente que tiene muchas obligaciones con su padre, eso es lo que le pasa. Quiere demostrarle lo bueno que puede llegar a ser. Pero ya ha hecho suficiente, es un buen hijo… Lo pasaron muy mal mientras Eric estuvo en la universidad”. Contó acerca de la participación de Eric en una protesta antibélica en 1969 en la Universidad de Columbia, y el recelo que esto creó entre padre e hijo. Se lanzaron amargas acusaciones, ya que el padre de Eric, profesor de biología, no comprendía la rebelión de su hijo. “Jamás lo reconocerá, pero creo que Eric aún está pagando por sus pecados. Quiere que lo perdonen, que su padre le diga que todo está bien. Pero nunca hablan. Desde que Eric era adolescente que no lo hacen. Y Eric no se desconecta nunca. No puede obtener el perdón de su padre, ni del pésimo sustituto que encontró en el hospital”. Mientras escuchaba, empatizaba con Eric en su deseo de ser un niño bueno y en su silenciosa lucha con esa áspera voz interna que dice, después que ha pasado la rebelión: “O lo haces como papá, o no lo hagas”. Es tarea del desarrollo personal escapar de esa voz, sin disociarse del padre o de lo mejor de uno mismo. La madre de Eric continuó. “He conversado con mi esposo para tratar de lograr que hablen entre ellos. Le he dicho a Alex que su vida es diferente de la de Eric. Alex no tuvo muchas opciones – su padre murió joven y él tuvo que mantener a la familia. Y eso es lo que Alex ha hecho en su vida – trabajar duro, siendo muy nutriente -, pero no supo hablar con sus hijos, les mostró su afecto bañándolos, abrazándolos, besándolos, pero no hablando. Es como la mayoría de los hombres de su generación; no contó con su propio padre y ahora no sabe bien qué son los sentimientos. Cuando se mira hacia adentro, cree que no hay nada. Yo soy como el conmutador de la familia, tratando de engancharlos entre sí. ¡Haz lo que Tienes que Hacer!

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El segundo ejemplo es el de un abogado de poco más de 30 años, que acaba de formar una familia. Su esposa trabaja media jornada como profesora de música en un colegio en Los Angeles. El ha trabajado mucho para tener éxito en un trabajo muy exigente. Decidió convertirse en “abogado litigante”, cosa que le exige confrontación y capacidad para manejarse en los tribunales. Estaba fascinado por “la oportunidad de probarse –como en un juego”. Sin embargo, el nacimiento de un hijo ha variado su compromiso: ¿vale la pena todo este enfrentamiento, las largas horas de trabajo y los viajes? El es socio de la firma donde trabaja, status que logró en parte gracias al patrocinio de su tutor, quien se hizo famoso en su carrera por sus conocimientos de tácticas para trabajar en los tribunales. Este ejemplo nos muestra cómo algunos hombres recurren inconscientemente a sus mentores pidiendo permiso para ser más receptivos, comprometidos y cariñosos, al igual como recurrieron a su padre en algún momento de la niñez. Como adultos planteamos a nuestros mentores las más profundas interrogantes en el lenguaje codificado que usamos para hablar entre nosotros; las preguntas lógicas, racionales, relacionadas con la profesión, a menudo expresan profundos dilemas personales en el área de la preocupación por los demás versus el área profesión-trabajo. Las ideas de este hombre comprometido y sensato se refieren a un conflicto que enfrentó en los tribunales: estaba convencido que uno de sus testigos estaba mintiendo. El era el demandante en el caso de un adolescente muy impopular de la ciudad, que estaba acusado de robo. Un testimonio crucial que parecía no estar disponible esa mañana (¿quién había sido el último en ver los bienes robados?) apareció de pronto, milagrosamente, después que él comentara con algunas autoridades de la ciudad que el caso estaba en una posición muy débil sin ese testimonio. “Minutos más tarde regresé a la sala y uno de los miembros del grupo dijo: ‘Abogado, recién lo recordé’, y describió con todo detalle una historia muy convincente”. Pero había un problema: “Estaba totalmente convencido que me estaba mintiendo.” El abogado estaba impactado y confundido. “Llamé por teléfono a mi socio… El tenía gran experiencia en este tipo de cosas. Le pedí consejo”. Y el consejo que recibió fue: “Pon al hombre en el estrado, hazle preguntas, contestará tranquilamente, y es el abogado defensor quien debe destacar otros aspectos de los hechos, si es que existen, y es la Corte quien debe tomar la decisión. Mi colega dijo: ‘Tú no sabes que está mintiendo’. “Desde el punto de vista de un abogado, es un problema intelectual, es casi como un silogismo. Juntas las piezas y automáticamente sacas una conclusión.” El consejo no fue algo terrible, pero el mensaje subyacente sí lo era: ignora tus sentimientos y valores y haz lo que tienes que hacer. Creo que tal vez había una pregunta más de fondo: ¿qué hago con las experiencias que desafían mis valores? ¿Puedo ser fiel a mí mismo en mi trabajo de abogado? Estas preguntas nunca fueron discutidas entre el abogado y su mentor, debido a que los temas personales, emocionales, eran disfrazados y escondidos detrás de las preguntas orientadas a la carrera y al trabajo. Tal como Eric preguntaba a su jefe: ¿puedo ser un buen médico si le cedo a mi esposa parte de mi ambición? En ambos casos, la respuesta codificada del mentor puede parafrasearse así: “No. Para tener éxito, debes realizar tu trabajo como yo te lo he enseñado”. Según el abogado, él sintió que la respuesta que recibió era correcta, pero para convencerse necesitó muchos argumentos: “Desde que entramos a la escuela de derecho, nos meten en la cabeza –y 40

la Corte Suprema siempre está destacando este punto – que todo ciudadano, persona, corporación, municipalidad o lo que sea, tiene el derecho de contratar a un abogado para que lo represente en la Corte, lo que constituye la naturaleza del sistema jurídico anglosajón, que…” Y siguió defendiendo el consejo que había recibido. Aparentemente, este hombre no se daba cuenta de la profunda pregunta que estaba planteando, ni de su necesidad de “cumplir” con su mentor. Cuanto más escucho a hombres de aproximadamente 40 años hablar de su relación con los tutores, más claro me queda que ambos tienen dificultades en la relación: las vulnerabilidades, las trampas que se les presentan en sus carreras y trabajos, los momentos de indecisión cuando uno quiere inclinar la balanza hacia sí mismo y alejarla del trabajo, los problemas para manejar las demás cosas de la vida (envejecimiento, familia, presiones y oportunidades de la esposa), y la forma en que los hombres desarrollan valores más nutrientes, interconectados, y los expresan en el trabajo o fuera de él. En otras palabras, los detalles básicos de la vida emocional e intimidad de los hombres. Son los aspectos cruciales para que tanto el tutor como el aprendiz sigan creciendo. Un destacado internista de Chicago, por ejemplo, habló de su lucha por equilibrar los límites de su poder y la dolorosa realidad de la mortalidad. Contó lo alterado que se sentía cuando se le moría algún paciente a pesar de todos sus esfuerzos por salvarlo. Reveló que a veces iba a los funerales y lloraba descontroladamente. Moviéndose con incomodidad en la silla de su oficina, me dijo que “a veces ayuda mucho el solo hecho de hablar de todo esto”. ¿Y con quién habla? “Bueno, con los médicos más jóvenes o con empleados del servicio. Jamás voy donde los médicos mayores, jamás les diría que asisto a los funerales de mis pacientes. Nunca lo entenderían, lo encontrarían raro”. Sin embargo, habla con los más jóvenes acerca de su dolor, y ha sido recompensado, ya que ganó el premio de profesor-del-año de la escuela de medicina. Sospecho que hay una conexión entre su habilidad para compartir su experiencia interna de las “preguntas difíciles” para un médico y su popularidad con los alumnos. Para aquellos que crecimos en la década del 60, la relación con los tutores fue más complicada por el bagaje inconcluso de esos años tumultuosos. Algunos hombres jóvenes descalificaban a los mayores como si esa generación fuera corrupta y no tuviera ninguna lección moral ni ayuda que aportar. De modo que muchos hombres no aceptaron tener mentores. Las rebeliones y el sentido de traición entre las generaciones correspondientes a los años de Vietnam y Watergate, dejaron a los hombres mayores desconfiando de la juventud, sintieron que los jóvenes sólo querían cambiar la elegante estructura social del orden existente sin remplazarla por nada mejor. Por eso no querían “apadrinar” a los jóvenes en su búsqueda de soluciones mejores, ya que ellos mismos podían encontrarlas. Para los que crecimos en la década del 60, el slogan “No confíes en nadie sobre 30” captó la desconfianza y la rebelión en la sociedad y en las familias, lo que complicó la relación con los mentores. El rompimiento de la estructura masculina lleva a los jóvenes a buscar la sanación; quieren ser buenos hijos para sus mentores y, a través de ellos, para sus padres. Esta experiencia, ser un buen hijo para el padre, indudablemente puede ser sanadora, pero si no se cumple este anhelo, puede ser completamente desastrosa. Separaciones y Rechazos 41

Los asuntos inconclusos con mi padre los conocí primero a través de mi mentor. Para muchos hombres, la experiencia de tratar de desligarse del padre, tiñe la relación con sus tutores, convirtiendo la separación y el rechazo en componentes críticos de la dinámica con el tutor. Cuando empecé esta investigación, no estaba en absoluto interesado en los mentores. Hablé largamente de ellos, pero eso fue más bien porque mis entrevistados me lo pidieron y no porque yo quisiera. Los hombres más viejos, mayores, no eran relevantes para la generación más joven; criaturas canosas, imperturbables, exigentes e incompasivas –para mí, desagradables. Y con eso, yo seguía distanciándome de mi padre, tratando de actuar como si él no fuera importante. Ese acto me apena, ahora que me doy cuenta de lo mucho que dependía de los mentores para obtener amor, y obviamente los busqué y encontré, y me enfurecía si no me daban lo que quería. El día que fui a decirle a mi mentor que me iba a tomar un año libre, sentí terror. Era un momento en que necesitaba espacio y tiempo lejos de mis responsabilidades e investigaciones académicas. La persona más difícil a quien explicarle mi planeada ausencia era el director de mi departamento, mi mentor, a quien llamaré Robert. Yo temía que el hecho de irme hiriera sus sentimientos. Aparentemente, había una tácita obligación de estar ahí. La separación y el rechazo eran temas difíciles en ese momento. Y también me daba miedo que se alejara de mí. Un gris día de octubre, partí temprano en la mañana a la oficina de Robert a contarle mis planes para ese año. Al bajarme del metro y mientras caminaba hacia el hospital donde estaba nuestro departamento, se me apretó el pecho. El lugar se veía sombrío y deprimente. Su presencia opacó mis planes para ese año. Dado todo el sufrimiento que albergaba ese lugar, ¿qué motivo había para que yo dejara salir mi propio dolor? Me sentía como un cobarde abandonando el campo de batalla. Durante el almuerzo, rodeado de otros colegas, incluyendo a Robert, tuve un colapso nervioso. Evité decirles que me verían poco y desvié hábilmente el tema cuando surgió. Descubrí que un aparte de mí estaba abortando cuidadosamente mi pensado plan para el año. Casi empecé a ofrecerme para más trabajo cuando fue requerido. ¿Podría supervisar a los nuevos psiquiatras? “¿Podrías dar algunas conferencias para los cursos nuevos, Sam?”. “Sam, juntémonos regularmente para redactar ese proyecto del que hablamos”. “Tal vez, tal vez”, sentí que murmuraba. “Déjame pensarlo”. Cuando llegué esa noche a casa, estaba convertido en una pelota de “stress”. Julie, mi esposa, me preguntó cómo había sido mi día. “Supongo que bueno. Almuerzo del departamento. Vi mucha gente”. Le di salida a mi terror disfrazado. “Hay mucho que hacer. Creo que tomaré algunas supervisiones y redactaré un proyecto”. En esos improvisados comentarios había un pedido de auxilio. Indirectamente estaba preguntando: “¿Está bien si digo NO a todo eso? Necesito apoyo, de lo contrario, perderé todo el año en esos compromisos, ¡y no quiero!”. “Escucha, Sam”, dijo Julie. “¿No crees que ya tienes suficientes cosas en tu horario? ¿No vas a dejar algo de tiempo para ti?” Cuando dijo eso, sentí que se acumulaban lágrimas en la parte de atrás de mis ojos, era una prueba verbal de su fe en mí, ella estaba de mi lado. Era más de lo que podía decir a mí mismo. Su respuesta fue como un destello de cálida luz, y en esa calidez pude ver la parte derrotada de mí mismo,

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la cual había estado todo el día acumulando trabajo, enterrando la esperanza de un año tranquilo, reflexivo, feliz, dedicado al descubrimiento personal. ¿Dónde estaba el origen de mi ambivalencia? No podía sacarme la cara de Robert de la mente. Me sonrió en el corredor cuando nos encontramos antes del almuerzo. Estaba feliz de verme. Yo, en cambio, me sentía portador de un sucio secreto: lo estaba abandonando. Ya no pasaríamos los días juntos, haciendo nuestro trabajo como de costumbre. Robert se sienta en su oficina a trabajar, fumando su pipa, pensando, en forma cuidadosa, precisa, ordenada. A mí me parecía una persona demasiado precisa y moderada. Sentía la necesidad de alejarme, pero eso era un abandono. Era algo imposible de justificar y explicar. Durante los últimos cinco años, nos habíamos reunido una vez a la semana. Analizábamos información y luego conversábamos. Cuando lo necesité, hace ocho años, ahí estuvo. Sintiéndose sin destino como profesor en una universidad, confusamente consciente que debía encontrar otra cosa, comencé desesperadamente a buscar becas y redactar proyectos. Entonces, ante la sugerencia de un amigo, fui a ver a Robert. Nos entendimos de inmediato. Mis proyectos para estudiar el desarrollo adulto estaban financiados. A Robert le interesaban y pronto estaba trabajando con él en su departamento. En contraste con mi experiencia en la facultad, donde el estímulo había sido escaso, como si hubiera habido un déficit mundial de niveles críticos, con Robert todo era bueno, más no suficiente. Cosas que yo decía en nuestras conversaciones, se convertían en tesoros que debían ser examinados y pensados Robert encontraba fascinante mi trabajo. El era una eminencia en este campo. Y yo estaba trabajando con él de igual a igual. Su confianza en mí era una experiencia excitante. La forma en que me valoraba era un alimento del cual nunca me saciaba. Pero de repente sentí que necesitaba alejarme de él. Debido a una mala jugada del destino, ese año él estaba en crisis también. Su mujer tenía una enfermedad mortal, recortes en el presupuesto amenazaron sus investigaciones, y yo sentía que me necesitaba. Quería ser un buen hijo para él, el buen hijo que según todos yo ya era para él. Su esposa está segura que yo soy su amigo, ya que él habla en casa lo que conversamos en la oficina. Los colegas, preocupados por él, me preguntan a mí cómo le está yendo con todos sus problemas. ¿Y cómo le está yendo? Está haciendo lo que debe: cuida a su esposa, solicita financiamientos, se sienta pacientemente en su oficina, prepara más científicos, conversa con los alumnos, asiste a todas las reuniones. ¿Cómo puede hacerlo? ¿No le dan ganas de gritar, llorar, destruir unos cuantos edificios? ¿Dónde están sus sentimientos? Yo no podría soportar ese tranquilo y doloroso silencio. ¡Robert aguanta todo! El me estaba entregando un silencioso mensaje que decía que ése era el destino de los hombres, tragarse sus emociones, sobreponerse a ellas y seguir trabajando. Y en el fondo de mi alma, comprendí que para demostrarle mi amor a este hombre, para ser el buen hijo que él y yo queremos, debía seguir su ejemplo. Tendríamos que pasar el año juntos conversando y comentando información. ¿Quiere que alguien se preocupe de él? No lo sé. ¿Hay alguien que se esté preocupando de él ahora? No. Se ve arrugado y ojeroso, pero no parece notarlo. Al mirarlo, veo mucho dolor o 43

reconocido y siento una pena terrible. Es espantoso y brutal vivir con alguien que necesita cuidados pero que no los acepta. Yo quería que habláramos de su esposa enferma, acerca de pedir y obtener los cuidados que uno necesita. ¿Cómo se aceptan las desgracias? Sus respuestas habrían sido muy significativas para mí, dado lo mucho que había idealizado a este hombre. ¿Habría podido decirle todo esto? Sentía que era algo imposible, como si fuera un tabú. Quería cuidarlo, acogerlo, reconfortarlo, pero él no lo permitía. ¿Cómo reconforta uno a su padre? ¿Cómo le ayudas a enfrentar la muerte de su esposa? Pocas penas en la vida son tan intensas como el reconocimiento de querer proteger a alguien, pero saber que hay una sola forma de hacerlo: renunciar a uno mismo. El estaba en la etapa defensiva de sus crisis personal, cuidando a su esposa, tratando de mantenerlas lo más posible fuera del hospital. Este gran hombre solo quería “terminar con todo”. ¿Pero cómo se hace eso? Existe una prohibición más profunda: no hablaremos acerca de esta experiencia. Reconozco que es absolutamente aterrador que un ser querido se encuentre enfrentando un riesgo y no ser capaz de descubrir qué pasa por dentro. Y también reconozco que, para los hijos, en relación a sus padres, esto es una rutina que luego se extiende a las experiencias de los hombres con sus mentores y con su trabajo. El día que me contó de la enfermedad de su mujer, Robert dejó en claro la prohibición. Golpeó mi puerta y me preguntó si podíamos hablar unos minutos. Se dejó caer pesadamente en la silla y fue directo al grano: “Ruth tiene cáncer”. Mientras hablábamos, respondió a todas mis preguntas. Ella ya había estado enferma antes; éste no era el primer incidente. Sí, se veía mal, pero había esperanzas. Le diría al resto del equipo. Tendría menos tiempo para la oficina. Podía contestar todo –menos lo más importante. “¿Qué sientes con todo esto?”, pregunté. Movió la mano como desechando la pregunta. “Es duro, duro, pero…”. Sus ojos me miraron de frente, suplicantes: “Tú entiendes”. ¿Qué era lo que yo entendía? ¿Qué un hombre no necesitaba apoyo cuando es golpeado? ¿Qué yo no tenía nada que ofrecerle? ¿Qué yo mismo no debería buscar apoyo ni cariño cuando estuviera en una situación dolorosa? Mi rabia hacia Robert se debía tal vez al hecho de sentirme obligado con él y a la sensación de haber sido valorado sólo en términos de lo que yo le proporcionaba. Si vivo de acuerdo a él, me amará; si trato de ser diferente, se pondrá furioso. La sensación de sentirse “asfixiado” en una relación, refleja el temor de que nuestra personalidad desaparezca bajo el peso de otra. Creo que mi mentor sintió cierto alivio estando conmigo; ambos estábamos profundamente satisfechos que yo fuera como su hijo. Sin embargo, en ese requerimiento había una opresión de la cual no se podía hablar, quizás la misma opresión que las mujeres han identificado como la objetivación de parte de los esposos u otros hombres al considerarlas “meros objetos sexuales”, o como lo que han vivido con las madres al sentirse queridas sólo cuando “por fin se casaron”. Pasa lo mismo con los hijos varones.

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Queremos cumplir con esa obligación de sufrir en silencio, para distanciarnos de nuestros sentimientos y seguir con la tarea. La prohibición de hablarlo, nos ata a la obligación y a tratar de alejarnos del problema. Yo seguí adelante con la idea de mi año libre, pero no pudimos hablar del por qué lo estaba haciendo. Ese año productivo para mí, fue para él como una traición, lleno de acusaciones y rechazos, con consecuencias muy desagradables que costaría años resolver. Esos sentimientos, tratándose de un tutor, eran “inadecuados”. Son así especialmente para aquellas personas que no les gusta que la vida adulta sea contaminada con tristezas infantiles. Es necesario distinguir cómo el joven se acerca al mentor. Cuando lo hace como un niño necesitado en busca de un padre sabio y tierno, ambos hombres se enfrentan a una postura difícil: el mentor puede sentir rabia, represión y confusión (sin estar seguro por qué, ya que es difícil ver el significado parental de la relación), mientras que el joven se sentirá fácilmente desilusionado, culpable y rabioso. Cuando ambos hombres se sienten lo suficientemente cómodos con sus sentimientos, valores e identidad, y pueden expresarse honestamente y explorar en forma relativamente abierta sus mutuas debilidades y fuerzas, hay menos dificultad. Esto ocurre a veces, pero debemos comprender que el tema de la vulnerabilidad se torna muy denso debido a las historias con sus respectivos padres. La pregunta no es: ¿es “correcto” buscar un tutor? Dada la experiencia masculina, a menudo es inevitable. La derivación de la palabra mentor es ilustrativa al respecto. Mentor era el consejero de Odiseo y luego se convirtió en guardián y maestro de Telémaco en ausencia de su padre. Los hijos varones necesitan figuras masculinas para consolidar su identidad como hombres; el precio que pagamos es que la dinámica padre-hijo puede reaparecer cuando menos lo esperamos. Más que tratar de eliminar la vulnerabilidad de la relación, viejos y jóvenes deberían aprender a tolerarla mejor. Cuando me alejé del trabajo, durante meses me sentí como un mal hijo y una terrible pregunta me ensombrecía: ¿cómo pude haber abandonado a mi padre? Mi Padre, Mi Mentor Al terminar esa agonizante reunión almuerzo con Robert, me surgieron recuerdos de mi padre y de la rabia y culpa que sentía ante la obligación de tener que vivir de acuerdo a su modelo: Me sentía unido a mi padre por una obligación que él quería que yo cumpliera en silencio. ¿Qué él quería o que yo quería? Nunca cumplí con esa obligación. Más allá de mi mentor, estaba mi padre, reprochándome sin palabras, con la historia de su vida, por mi preocupación centrada en mis sentimientos. Reprochándome también ahora, en este momento, por no trabajar tan duro como él. Delante de mí está parado un hombre alto con traje de oficina, con el peso del mundo sobre los hombros, responsable de todo, preocupándose de todos menos de sí mismo, con toda su infelicidad, dolor y arrepentimiento por aquello que no hizo. Cada mañana, alrededor de las 8, mi padre salía de casa, muy infeliz, y se dirigía a su tienda, volvía a las 6 P.M. agotado y enojado. Enojado con los clientes que iban todos los días a molestarlo por los precios o la calidad. Eso es lo que hace la gente todo el día en el Bronx: molestar y hacer críticas mezquinas. “Sí, trajeron la alfombra, pero no han terminado el trabajo” o “Qué vergüenza, esta alfombra está dos centavos más barata en Rug City”. O peleaba con sus socios. Continuamente los culpaba por no haber tomado la decisión de arriesgarse, por no haber hecho nunca “plata grande”, convirtiendo a Osherson’s Inc. en el 45

negocio multimillonario que él quería. Como muchos hombres, sólo más tarde se dio cuenta que formar una familia saludable y honorable era un éxito suficiente para cualquier hombre o mujer. Pero él tenía el sueño del éxito concentrado en el trabajo. Y era comprensible –al igual que muchos hombres de su época, estaba cazado en una trampa generacional e histórica. Quería ese éxito como un regalo para sus padres, que habían llegado de Polonia e instalado el negocio de las alfombras. En su mente, se la habían jugado y habían ganado, mientras que él había jugado pero perdido. Sus padres habían dejado el viejo país e iniciado, con sudor y coraje, un pequeño negocio que dejaron a su hijo. Cuando mi padre se retiró, lo cerró. Ese negocio, ese trabajo, era un lazo de obligación y de amor entre él y sus padres. Era el único hijo, de modo que cuando salió del ejército después de la Segunda Guerra Mundial, no había ninguna esperanza que le permitiera estudiar historia en Columbia, a pesar de su deseo de hacerlo. Tenía hermanas inteligentes y energéticas, que ya estaban comprometidas en el negocio, que perfectamente podrían haberse hecho cargo, pero eso no estaba en discusión. Sobre el hijo, el único hijo, caía la obligación de demostrar su amor a través de la continuidad. Debía cumplir con esta obligación a costa de su felicidad. Siempre restringido por su familia, mi padre tenía respuestas para todas las preguntas acerca de por qué no corrió ningún riesgo. “Estuve rodeado de personas negativas, Sam. No dejes que eso te ocurra a ti”. Encadenado. Si hubiera sido capaz de liberarse –continúa el engaño – qué grandes cosas habría aportado al mundo. Mi padre desencadenado… ¿quién sabe qué podría haber pasado? Tal vez tendría que haberse enfrentado al fracaso, sin excusas. O habría tenido que lidiar con sentimientos, impulsos y deseos demasiado complejos. Así, llegaba cada noche a casa tenso y enojado. Había cumplido con su deber en las minas saladas del Bronx y sólo quería “relajarse”, lo que significaba horas de televisión cada tarde. “Relajarse” era una palabra importante en nuestra familia, al igual que “soltar amarras”. Me enfurecía cuando mi madre decía: “Necesitas soltar amarras, ándate de vacaciones”. El horrible mensaje que encierra esa frase es que el trabajo es un lugar de sufrimiento donde uno se pone el apretado arnés de la responsabilidad. Las cadenas. No existe agrado ni placer en el trabajo. Entonces, hay que sobreponerse a esta dificultad soltando amarras. ¿Pero si el trabajo te ata con nudos, no sería acaso probable que algo ande mal con el trabajo o que la forma en que lo asumimos sea equivocada? En mi familia, si el trabajo no nos extenuaba, quería decir que algo andaba mal. Y la casa era el lugar para sanarse. Las alternativas eran la TV, comer harto o acostarse temprano. El tiempo pasivo. De esta manera, la actividad y la pasividad, el trabajo y la entretención, estaban en una oposición arbitraria. La entretención era pasiva y no conducía a nada. La creatividad activa y la imaginación no se relacionaban para nada con los problemas reales de la vida. Siento a mi padre como un peso sobre mí. En un sentido profundo, estoy unido a él, pero no comprendo cómo. Quiero abrazarlo y acogerlo. Quiero fundir su pena con la mía. Pero también quiero remecerlo y acusarlo. En su “trabajo” nunca tuvo tiempo para mí –no pude sanar su dolor ni él el mío. Nunca se dejó llevar. ¿Significa eso que yo tampoco puedo?

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Por primera vez veo lo mucho que significaba para mí su dolor, cómo hubiera querido que fuera feliz, o haberlo hecho sentirse mejor. No podíamos hablar sobre esas cosas -¿ser como él, era acaso la única manera de demostrarle mi amor y ser un buen hijo? La imitación es la forma más sincera de adulación. Invitación que acepté y luego rechacé. Quería ser amigo de mi padre, y quizás el dolor más grande fue saber que no lo lograría. Mi padre iba a trabajar, yo iba al colegio; íbamos por rumbos paralelos. Yo avanzaba penosamente hacia el paradero del bus, mientras él tomaba la autopista hacia el Bronx. ¡Cómo odiaba el colegio! Esas interminables fechas y datos que había que memorizar, las eternas repeticiones y rutinas de los profesores, lecciones tan desconectadas de la vida real, de lo que yo necesitaba. El tenía sus clientes, con sus mezquinas exigencias, yo mis profesores –justicia poética. De tal palo, tal astilla. Convertirse en hombre era aceptar una odiosa carga de interminable trabajo y estupidez. ¡Cómo me habría gustado hablar con mi padre acerca de ese destino, pero no podía o no quería! Estaba tan ocupado, cansado, deprimido, preocupándose de todos nosotros, soportando tan bien el arduo mundo masculino, para el cual mi colegio era sólo el terreno de entrenamiento. ¿Pero es en realidad ése el punto? La mayor lección que aprendí de mi padre fue que, día tras día, él soportó. Tomaste lo que la vida te dio y lo trituraste. Fuiste capaz de hacer el trabajo. Y eso lo hacía por nosotros, optó por toda esa mierda por su esposa e hijos. ¿Y ésa es mi obligación con él? ¿Aceptar toda la mierda que la vida ofrece? Cuando se trata se soportar un dolor mental, los hombres son fuertes. Pero cuando hay que expresarlo, revelándolo, dándole una vía de escape, no son tan fuertes. Mi padre no pudo -¿no quiso? – arriesgarse a examinar su dolor, su depresión. Su opción, si es que podemos llamarla así, fue cumplir con sus responsabilidades como él las veía. Cosa que hacen muchos hombres. Hay una gran nobleza en eso, ¿pero cuál es el mensaje para los hijos? Para ser como yo, debes sufrir voluntariamente. Padre e hijo tienen muy poca experiencia en quererse, en darse estímulo, en acogerse emocionalmente uno al otro. Recuerdo un día de invierno, a las 7 de la mañana. Había que levantarse para ir al colegio. Mi madre me fue a despertar. Le dije que estaba muy resfriado. ¿Podía quedarme en casa? Su expresión fue amistosa, pero con duda. Tal vez sabía que no estaba realmente enfermo, pero no estaba segura. “Está bien, quédate”, dijo, y mi corazón dio un brinco. Pero aún faltaba pasar la barrera de mi padre. Tuve que convencerlos a todos, incluyéndome a mí mismo, que estaba enfermo. Me quedé en la cama con los ojos cerrados, haciéndome el dormido. Mi padre estaba vestido con su traje de oficina, a punto de bajar las escaleras, cuando me vio en la cama. Entró a mi pieza. Sentí terror. No quería hablar con él. No sabía manejarme con él. Se acercó a mi cama. No abrí los ojos, actué como si estuviera durmiendo. Puso su mano en mi frente. Es lógico –el hijo enfermo, veamos si tiene fiebre. Seguí sin moverme. No quería que me dijera que me levantara y fuera al colegio. Sentía su mano en mi frente como un peso. Qué ridículo me sentía. ¡Cómo podía estar durmiendo con su mano presionando mi frente! No hablaría con él, no iría al colegio. ¿Es posible que él no se esté preguntando cómo puede estar tan profundamente dormido? Si está

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tan enfermo, mejor llamemos a una ambulancia. No dijo una palabra. Amable como era, me dejó dormir. Salió de la pieza con pasos firmes. El iba camino al Bronx, mientras yo ya estaba disfrutando el placer de un día maravilloso: leer, soñar, escuchar música, pensar, hablar con mi madre. Oí cómo bajaba apurado las escaleras. La puerta principal se cerró. El auto partió. “Tú, fresco de mierda”, murmuró una voz en mi cabeza. “El puede soportarlo sin ceder. ¿Por qué tú no?”. Odiseo estaba equivocado. No es verdad, Telémaco, que te encuentras con tu padre sólo una vez y para siempre; te encuentras con él una y otra vez en diferentes circunstancias a través de toda tu vida. Con nuestros tutores revivimos nuestra ambivalencia provocada por el mensaje del padre en cuanto a lo que significa ser hombre. Muchos hombres aprenden de sus padres que estar en el mundo del trabajo significa sufrir, que el hecho de ser hombre ya es una obligación terrible. Con nuestros mentores tratamos de vivir de acuerdo a esa exigencia, pero también intentamos ser excusados de ella. Canibalismo Si la relación con el tutor termina normalmente en ruptura, como dice Levinson, puede ser reflejo de la común dificultad que se da en el proceso de desarrollo: la diferenciación y el crecimiento son percibidos como rechazo. Una persona puede sentir que los cambios dentro de la relación, el ser tal vez más “realista” en el énfasis en cuanto a la autonomía y a un cierto éxito, son un rechazo del otro. Sin embargo, la dificultad normal de la relación con el tutor puede reflejar también las dificultades normales entre los hombres, basadas en la relación padre-hijo. Desde el punto de vista del mentor, la creciente independencia de su protegido puede reencender conflictos internos acerca de sus propias decisiones. Si el joven presenta rasgos de rebeldía, que pueden reflejar o no aspectos eliminados del tutor, éste puede rechazar con rabia a su protegido por las decisiones a las cuales él ya ha renunciado durante su carrera. Alternativamente, el mentor puede estimular en el joven, en forma irreal o desadaptada, aspectos suprimidos de él mismo. Puede incitar al joven a rebeldías que él no fue capaz de llevar a cabo. En un nivel más profundo, la lucha por la separación-individuación en que ambos están comprometidos puede reencender en ellos sentimientos conflictivos acerca de la separación: alejarse es rechazar a los seres queridos. Rechazar una forma de trabajo o un estilo de vida puede considerarse como un fuerte rechazo a la persona, ya que generalmente ninguno de los dos se da cuenta que hay profundos sentimientos de amor paternal involucrados en lo que aparentemente es sólo una relación de trabajo. Además, las vulnerabilidades que impregnan el proceso de desarrollo y crecimiento pueden ser un tema muy candente y, por lo tanto, inmanejable por ellos. Puede ocurrir que en algunos casos los viejos traicionen a los jóvenes –tal como ellos fueron traicionados – al inducir a aquellos que tienen entre 30 y 40 años a que renuncien a sus pasiones originales, a su capacidad de agresión, a sus motivaciones idealistas o a su deseo de una vida más plena, a favor de una vida chata y rígida que suele llamarse “madurez adulta”. La tutoría es algo muy de moda en estos días. Es un tema que aparece en las conversaciones; muchos adultos jóvenes asumen que tienen un tutor, como si no fuera posible alcanzar el éxito sin tenerlo. Los libros de psicología y de negocios hablan poéticamente de la importancia del tutor. Tanto la paternidad como la tutoría unen a 48

las generaciones –metafóricamente, Eric Erikson llama a esta volátil relación “tornillo”. En el transcurso del proceso, los viejos encuentran una forma de ver sobrevivir sus ideales y valores, mientras los jóvenes encuentran hombres mayores firmes y confiables que les dan una visión estable del futuro. ¡Ah, la belleza y perfección de la naturaleza y del orden social! Detrás de estos textos se escucha a Mozart como música de fondo: todo calza a la perfección en un gran esquema. Dadas las complicaciones que hemos analizado hasta el momento, especialmente el rápido cambio social y la heterogeneidad de los patrones de la vida contemporánea, ese “atornillamiento” de las generaciones no parece tan armonioso. A veces cuando recuerdo las experiencias de mis compañeros y algunas propias, me surge una metáfora más violenta: una relación depredadora intergeneracional que sólo puede llamarse canibalismo. Una generación puede “canibalizar” a otra robándole su energía, sus ideas, y a menudo literalmente lo que produce. En la universidad, alumnos o ayudantes a veces hacen trabajos que luego el profesor titular publicita como propios. Pero eso no es nada al lado de robar a los jóvenes su energía, absorbiendo el fresco entusiasmo y las pasiones, para convertirlos en insensatos o destructivos proyectos y metas definidos por los mayores. En muchas instituciones se hacen reuniones e informes huecos que no llevan a ningún cambio. Se trata de un trabajo inútil creado por la plana mayor para mantener ocupados a los jóvenes y probar su lealtad. ¿Pueden los candidatos jóvenes tolerar la estupidez mental de esta burocracia, sin pedir información o sin cuestionarla? Quizás, sin darse cuenta, las mayores quieren enseñar el cinismo a los jóvenes, el mismo cinismo que ellos han llegado a sentir en su propia impotencia, como resultado de los compromisos que han asumido. Cinismo puede no ser la palabra correcta; semiparálisis puede ser mejor. A los mayores les duele ver el idealismo y energía de los jóvenes, al sentirse ellos mismos cínicos e impotentes, aunque sólo se permiten expresar su dolor como una irritación. En consecuencia, se impulsa a las víctimas del grupo de jóvenes a pensar que su trabajo no aporta nada, engendrando así dudas personales y sentimientos de fracaso. Un colega mío, mayor, se refirió una vez a la necesidad de “disciplinar al rebelde”, como una justificación por una evaluación anual negativa hecha a un profesor joven. Para las viejas generaciones, también es relativamente fácil amargar el vivo entusiasmo e intuiciones de los jóvenes, haciéndolos sentirse inadecuados. Esto ocurre permanentemente en las universidades y – estoy seguro – también en otras instituciones. De manera sutil o no tanto, se deja en claro que el tema emocional molesta: distánciate de lo que ves delante de tus ojos; no prestes atención a tus claves o diálogos internos. Me impresiona el agradecimiento de muchos hombres jóvenes cuando encuentran estímulo para hablar de sus inquietudes, y el shock y las dudas que sienten cuando se les habla de la importancia y legitimidad de los impulsos internos, que debieran ser reactivados con mayor frecuencia. Algunos rechazan la idea de hacer esto, porque creen que los sentimientos personales no constituyen el mejor mecanismo para resolver las cosas, pero muchos la rechazan de plano porque ese enfoque los hace sentirse desnudos, expuestos: es una libertad que no quieren. Prefieren sentir resentimiento y opresión. Un amigo mío, sociólogo, hace algunos años escribió un libro muy personal acerca de un grupo que estuvo en Vietnam y de su experiencia como consejero de jóvenes negros en la década del 60. Lo escribió al terminar la universidad y al comenzar una exitosa carrera académica. El libro no se adecuaba a la forma en que lo habían entrenado para trabajar como sociólogo. Mandó una copia a su tutor, ansioso de saber su reacción, esperando que ese hombre eminente le diera su aprobación. Un día 49

mi amigo estaba revisando su correspondencia y encontró el libro, que había sido devuelto por su tutor. Cuando lo abrió, halló un mensaje garabateado sobre el título: “¿Qué mierda estás haciendo?”. La Crueldad de los Jóvenes Pero ya protesté bastante. Los jóvenes también son depredadores. Exigen que los viejos sean firmes (rígidos), resueltos y fuertes. Necesitan creer eso, y quizás también “canibalizan” a los viejos. Los jóvenes de 20 años son ante todo depredadores; se sienten presionados a llegar a algún lugar, a cumplir con el desafío de ser hombres. Deben tomar decisiones respecto a sus carreras y formar familias exitosas para la sociedad, entre otras cosas. Se sienten atrapados en el ímpetu de esas decisiones; quieren que las viejas generaciones atestigüen que todo esto funciona, que las opciones que han tomado traerán éxito y sabiduría. No podrían tolerar que algún viejo realmente sabio, que ha pasado por todo, dijera: “Quizás no funcione de esta manera. Tenemos que empezar de nuevo. Y necesitamos tu energía e intuición para que nos ayudes a cambiar las cosas”. Tal vez algunos jóvenes no tolerarían mentores más humanizados como el que Beth quería para Eric. Es obvio que para muchos hombres y mujeres jóvenes, la amabilidad en sus tutores es muy importante, ya que está demasiado cerca de las dolorosas heridas aún no curadas del padre. Preferimos sentirnos privados de ella. Como dijo un ejecutivo: “No me gusta la autoridad débil”. Queremos degradarlos y nos odiamos por hacerlo. No queremos ver la realidad del fracaso, ni siquiera del fracaso noble, en nuestros héroes. Los criticamos si fallan o muestran “debilidad”. Los jóvenes pueden ser tan crueles como los viejos. Quizás ambos están igualmente estancados –incapaces de verse, contactarse. Destinados a tergiversarse unos a otros. La vieja generación siente que los jóvenes son implacables en sus esfuerzos por probarse, por probar y sobrepasar a los mayores, por mostrar lo grandes y fuertes que son. Vaillant destaca la “torpeza e intolerancia” de los hombres durante la fase de consolidación de sus carreras, que generalmente ocurre entre los 20 y 30 años. Vaillant resume la competitividad en esta relación con una historia de un hombre de 40 años que habla de su tutor. “Fui el principal orador durante la comida que dio con motivo de su jubilación.” Tengo la sospecha permanente de que jóvenes y viejos se mantienen en este baile más por miedo que por estar disfrutando de él. En algún remoto escondite de nuestra conciencia, todos, jóvenes y viejos, tememos no ser en realidad tan fuertes como parecemos, y tememos haber permutado algo muy importante –un centro interno relacionado con el mundo de los sentimientos – por nuestro poder en el mundo mercantil. Necesitamos encontrar caminos para permitir que la amabilidad se dé en esta relación, necesitamos un lugar de apertura y “propiedad emocional” donde los hombres se sienten tan incómodos y al cual muchos renuncian. Quizás los jóvenes deben permitir a los viejos ser ellos mismos y viceversa, renunciando a la ilusión de pensar que sólo si hacemos lo que ellos dicen, los viejos nos darán cariño y seguridad. Tal vez sea el miedo al vacío en torno a la imagen masculina, nuestro linaje paterno, lo que nos hace obligar a los mayores a ser más fuertes de lo que pueden. Esto también nos impulsa a ser más como ellos, y no menos, adoptando una postura de fuerza invencible, coludiéndonos con el mito que parte del terror primitivo de revelar la vulnerabilidad de nuestra esencia.

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CAPÍTULO 3 ACERCA DE LAS ESPOSAS QUE TRABAJAN Y DE LA SOLEDAD DE LOS ESPOSOS

Un Sentimiento de Descuido “No anticipé que fuera a tener esta dificultad cuando ella comenzó a trabajar, y estoy sorprendido. No me he acostumbrado al sentimiento de descuido.” Este atractivo abogado hace resaltar la palabra “descuido”, su ceja derecha se arquea como cuestionando las palabras que elige su boca. Se reclina en el sillón de su oficina. Es un hombre comprometido, coherente, que ayudó a su esposa a cambiar el trabajo de la casa por una exitosa carrera como asistente social. Le gustaba que ella trabajara y apreciaba que ganara dinero: los ingresos de ella no eran para él plata de juguete, sino una gran contribución económica y mayor libertad profesional para él. Sin embargo, cuando las mujeres ya no son lo que eran en los viejos tiempos, cuando las mamás eran mamás, se produce un problema para los hombres. La primera vez que se sienten abandonados por sus esposas es cuando ellas salen a trabajar. El sentimiento de descuido es un problema no sólo para los hombres que han formado matrimonios tradicionales, cuyas esposas vuelven al trabajo sólo después de que los hijos han crecido. Incluso hombres que esperan que sus mujeres sean más autónomas –casados generalmente con mujeres que tienen su carrera – han hablado de un sentido de pérdida y abandono cuando la esposa tiene un compromiso fuerte fuera de la familia. Un economista de 38 años, con hijos pequeños y una esposa profesional, contaba que siempre asumió que su mujer trabajaría, pero luego con tristeza habla de “una desemocionalización de ciertas relaciones. Durante los últimos años, el matrimonio ha sido menos excitante de lo que era… ocurre algo así como un divorcio emocional”. Una exitosa periodista de 32 años, sin hijos, contó que “entre mi esposo y yo se produce este típico esquema: cuando tengo que salir de viaje por trabajo, días antes mi marido empieza a actuar como un niño de 2 años –malhumorado, amurrado, mostrándose herido y molesto. Cuando tratamos de hablarlo, él dice que no le pasa nada, pero sé que nuestras peleas tienen que ver con el hecho de que yo me vaya”. Muchos de los hombres con que he hablado han revelado un serio conflicto como resultado de haber mantenido una autoimagen no tradicional, en el sentido de aceptar y estimular a sus esposas para que trabajen, pero actuando finalmente en forma molesta y distanciada cuando ellas han llegado a ser realmente más autónomas o menos centradas en ellos. En muchos casos, los maridos no pueden explicar la discrepancia entre lo que realmente sienten y lo que les gustaría sentir.

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En este capítulo quiero mostrar el impacto que causa en un hombre el hecho de que la esposa trabaje, y las vulnerabilidades y presiones que pueden convertirlo en un padre herido, enojado y asilado a medida que los hijos crecen y la familia se va reorganizando. Para comprender el verdadero impacto que se produce cuando las esposas trabajan, debemos colocar el fenómeno en su contexto más amplio, como un cambio sustancial en la vida familiar. Con frecuencia las mujeres empiezan o vuelven a trabajar cuando sus hijos crecen y se independizan. Creo que hay una experiencia generalizada de la vulnerabilidad masculina en la edad mediana, debido especialmente a la creciente autonomía que adquieren esposas e hijos en ese momento. Estos dos cambios revelan la disfrazada dependencia en la familia que tienen los hombres. Por eso es que he usado como ejemplo central para este capítulo el patrón de la familia tradicional, en el cual la mujer comienza o vuelve a trabajar cuando los hijos crecen. La inconformidad que demuestran muchos hombres de edad mediana debido a la autonomía que adquieren esposa e hijos, revela claramente la dinámica de cambio que enfrentan también otros hombres con patrones de vida no tan tradicionales. El Esposo Tradicional en la Edad Mediana Los Henderson, un abogado y su esposa, ejemplifican las dificultad normal de los hombres de edad mediana, provocada por la reorganización de sus familias, cuando los hijos adolescentes son “arrojados” de casa para ir al college y la esposa presiona para tener más autonomía ya sea regresando al trabajo o iniciando uno. Cerca del 50% de las mujeres de este país vuelven a trabajar cuando sus hijos crecen.1 Casi el 25% de los hombres de nuestra muestra, graduados de Harvard a mediados de los años 60, optaron por el modelo tradicional trabajo-familia. Yo les puse los “tempraneros”, ya que al terminar la universidad se comprometían de inmediato con el esquema trabajo-familia, que los sitúa en el rol tradicional de profesionales ambiciosos y padres de una familia que depende de ellos para su supervivencia económica.2 La información que tengo me indica que los hombres de edad mediana tienen ahora el problema del “nido vacío”, que antes era más característico de las mujeres de esa edad. La frase “nido vacío” se refiere generalmente a la depresión de la mujer y a la sintomatología en torno a la pérdida de sus principales deberes como madre. Sin embargo, hoy los más recientes estudios demuestran que sólo una minoría de las mujeres viven esa depresión y síntomas cuando sus hijos crecen. En los hombres, este trance se ha hecho evidente sólo ahora último, en un momento de cambio de roles sexuales, cuando las mujeres están menos atrapadas en el nido vacío. Para muchas mujeres de hoy, la reestructuración familiar es una positiva oportunidad para dar expresión a aspectos de sí mismas dejados de lado al tomar la decisión de convertirse en mamás de tiempo completo. Baruch, Barnett y Rivers, en su artículo en el New York Times Magazine, comentan acerca de “las nuevas imágenes positivas para la mujer de edad mediana”: “Si algunas mujeres de edad mediana sienten que fueron menoscabadas en el pasado, no piensan lo mismo respecto del futuro. Miran hacia delante con optimismo. En vez de obsesionarse con el fracaso de ‘cumplir’ con las expectativas juveniles –como ocurre con los hombres -, están asumiendo nuevos riesgos y desafíos”.3

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Según la información que ellos dan, las mujeres que pueden desarrollar trabajos nuevos bien pagados, en conjunto con sus roles de madre y esposa, demuestran gran satisfacción con sus vidas y se ven poco afectadas ante el crecimiento de los hijos. En contraposición, las investigaciones indican que son los hombres los que tienen dificultades cuando sus mujeres se comprometen con actividades fuera de la familia y cuando los hijos van a la universidad.4 Frente a una mujer que vuelve o comienza a trabajar y a la “partida” de los hijos, el hombre se contacta con su necesidad de dependencia y con un sentido de pérdida que no ha aprendido a manejar. Un hombre de 35 o 40 años que siente que su hogar se fragmenta o se destruye, se confronta al anhelo por su padre y su madre. La pena y la rabia del esposo en la edad mediana se convierten a menudo en algo invisible, no reconocido ni por él ni por su familia; el hombre se resiste sutilmente a los cambios que le trae la vida, experimentando gran dificultad con la crucial tarea de desarrollo que es evolucionar hacia metas y propósitos nuevos, aferrándose en vez al gastado mito de su poder instrumental. Por otra parte, la esposa que trabaja puede ayudar al hombre a liberarse del mito de la autoimportancia y del aislamiento personal que es la esencia de la identidad estrecha e instrumental que se ofrece a los hombres en nuestra sociedad. A los 30 o 40 años, un hombre puede descubrir que la reestructuración familiar puede ayudarlo a sanar al padre rabioso, necesitado y herido que lleva dentro. Examinemos las vulnerabilidades y oportunidades que tiene un hombre frente al nido vacío. El Hombre Vulnerable en el Nido Vacío Recuperándose de la palabra “descuido”, el Sr. Henderson sigue contando que “sin duda, el mayor cambio de mi vida durante el último año” es que su esposa terminó sus estudios y encontró un trabajo de tiempo completo. Sus palabras nos recuerdan que a medida que una mujer presiona por tener más autonomía y entra al mundo laboral, cambia el equilibrio afectivo del matrimonio, convirtiéndose en una persona diferente para su marido. Ahora ella sale temprano a la oficina, igual que él. Conoce gente nueva y llega a casa contando ideas y experiencias de las cuales él sabe poco. Ya no está centrada en las necesidades de su esposo y de su familia. Ahora tiene un nuevo entusiasmo que él no comparte. Cuando las mujeres reanudan o empiezan sus carreras después que sus esposos, se produce una ironía en la vida de ellos en la edad mediana: la mujer vive un entusiasmo nuevo y está ansiosa por comenzar esta nueva etapa de su vida (el trabajo) justo en el momento en que él está llegando a la cumbre o manteniendo el equilibrio en su carrera. Para él, la carrera es un cuento viejo, para ella, una experiencia maravillosa después de estar años en la casa. El hombre puede sentirse más viejo de lo que es. Los hijos se van y también la esposa. Muchos hombres sienten que todos en la familia se van a hacer algo más importante y mejor, menos ellos. Ambos cónyuges están en una nueva etapa de la vida, pero el marido a veces no es capaz de percibirlo tan bien como su esposa. No encuentra una forma de articular el impacto del cambio del sistema familiar. Se siente compitiendo con su mujer: ¿va a ser mejor ella en el ámbito de la vida en el cual él ha buscado siempre su autoestima: el trabajo? Y pueden haber secretas inseguridades: ¿cómo lo mide ella en relación a los otros hombres que ahora está conociendo en el trabajo? La esposa está adquiriendo una nueva perspectiva en el lugar de trabajo y él puede parecerle menos competente y admirable ahora que tiene otros hombres exitosos con quienes compararlo. Su autoestima puede verse amenazada por el diario viaje con ella a la oficina.

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Este desafío al mito del centralismo del hombre es lo único que puede sanar al esposo, porque ya no está “ahí afuera solo” sin forma de probar algunas de sus ideas preconcebidas acerca de sí mismo y de sus compromisos laborales. El matrimonio puede ser un importante agente de cambio para ambos esposos –proporcionando formas de aprender nuevas defensas y actitudes – si los dos tienen igualdad dentro de la relación. Una mujer con experiencia en el mundo laboral y sentido de competencia que nace de un trabajo, puede entrar en un diálogo con su esposo. Puede llegar a tener una muy buena autoestima y autoridad en casa provenientes del hecho de ser tomada en serio y ganar dinero en el mundo del trabajo. Un crecimiento personal de este tipo la deja mejor capacitada para entender los valores y compromisos que definen su matrimonio. Su esposo deja de ser la única fuente de información sobre las exigencias y desafíos del “mundo real”. Ella tiene sus propias ideas, basadas en su propia experiencia, respecto a los complicados asuntos que tradicionalmente atormentaban en forma más directa al marido, incluyendo la frecuencia con que se puede anteponer el trabajo a los compromisos familiares, la importancia del éxito profesional o cómo manejar la competitividad o la distorsionadas exigencias personales del trabajo. Como resultado, la mujer que trabaja puede desafiar los típicos mitos e ideas preconcebidas de su esposo respecto a su trabajo e identidad, algunos de los cuales son bastante opresores para los hombres, aunque se aferren desesperadamente a ellos. Por ejemplo, muchos esposos se sienten aliviados cuando sus esposas trabajan y se dan cuenta que la mantención económica de la casa no depende completamente de su éxito laboral. Esto reduce la necesidad del marido de tener que cuidar su autoridad en el hogar y le permite abrirse a relaciones más íntimas con su esposa e hijos o experimentar con nuevos aspectos de sí mismo menos atados al tradicional compromiso profesional. Los hombres también aprenden de sus esposas nuevas estrategias para enfrentar problemas comunes en el trabajo tales como la competitividad y el poder. Mi esposa se ha dedicado tiempo completo a su carrera, y me ha impactado el desafío que ha significado para mí su capacidad de comprender el mundo del trabajo, confrontando plazos, manejando conflictos interpersonales y temas como el éxito y el fracaso. Descubrí que tenía mucho que aprender de ella. Mi tendencia a sobrecontrolar a la gente, era contraria a la suya; me intrigaba su forma de enfrentar el trabajo, la cual me parecía menos competitiva y aislada. Doug Heath, en sus investigaciones hechas con graduados de universidades de la década del 60, descubrió que los hombres consideraban que sus esposas tenían un efecto en su madurez igual o superior que sus carreras.5 Un hombre de 38 años hizo el siguiente comentario al referirse al regreso de su mujer al mundo laboral: “Nos ayudó a comprendernos más el uno con el otro. Fue una experiencia enriquecedora. Sobre todo, reforzó nuestra relación al tener que pasar por un período de stress y caos”. Una de las razones del “caos” es que queda expuesta la disfrazada necesidad de intimidad y dependencia del marido. El Sr. Henderson, por ejemplo, hizo una comparación de cómo eran las cosas antes y cómo son ahora: “Ahora hay algo que falta, y no sé que es. Durante un tiempo, estuvo bien. Había una sensación de estar trabajando juntos, avanzando hacia metas comunes. Antes, nuestros amigos eran en realidad mis amigos. El proceso de convertirse en socio toma mucho tiempo, en cierta forma es como un conflicto. Ella estaba muy interesada en eso. Yo me sentía adorado y el centro de todo”. Esta familia parece depender de él, pero él también depende de ella. El necesita sentir el olor y calor de ese pequeño refugio, para que le dé seguridad mientras desempeña su rol de “la fuerza”: el protector y proveedor de la familia. 54

“Me gustaría que hiciéramos más cosas en familia, como antes. Ir a patinar, los sábados en la tarde”. Yo me pregunté en voz alta qué le impedía hacer esas cosas. Su cara se entristeció. “Bueno, los niños han crecido y ya no les interesa la caminata familiar, que es la expresión que ellos usan. Me he sentido dejado de lado o pasado a llevar innecesariamente. Ella siempre trata de hacer las cosas, pero debe planearlo cuidadosamente. Cuando lo hace, siento que ha asignado una hora para esa actividad y que si tardamos dos, ella comienza a sentirse presionada.” El Sr. Henderson habló con cierta ironía acerca de cómo solían ser las cosas: “Era una relación en la cual yo era adorado y la fuerza de todo. Era el sostén de la familia y me sentía bien en casa. Definitivamente superior a mi mujer –que por cierto es muy capaz y talentosa”. Hablaba con timidez pero con humor, sentado en el sillón de cuero de su oficina: “Creo que probablemente era una clásica perspectiva machista, chauvinista y paternalista”. Esta descripción irónica me llevó a preguntarme si proveer y proteger son las formas en que los hombres buscan la calidez y seguridad que necesitan. Para muchos, el tipo de intimidad con el que se sienten más cómodos es cuidando y no siendo cuidados. El matrimonio y la familia es donde encuentran a quien cuidar y donde se sienten poderosos, logrando así satisfacer sus secretas necesidades de dependencia e intimidad. Un “padre protector” se describió a sí mismo como “el tipo de persona que no se siente padre a menos que se sienta como una fortificación donde sus hijos puedan vivir”.6 Muchos hombres que se casan jóvenes y forman una familia, parecen sentirse más cómodos con ese tipo de intimidad, que podríamos llamar “intimidad paternal”. Cuando los hijos crecen y llegan a la adolescencia, pasando a ser personas más autónomas y confiadas en sí mismas, estos hombres tienen gran dificultad al tener que centrarse en sus propias confusiones y necesidades. Es como si, habiendo trabajado mucho para llegar a ser fuertes y poderosos, se encontraban sin los recursos psicológicos para transitar hacia una nueva etapa de la vida. A estos hombres les cuesta enfrentar la autonomía e intentos de separación de los hijos, respondiendo con tristeza o rabia, tratando subrepticiamente (o no) de mantenerlos dependientes, generalmente sin darse cuenta. Acostumbrados ver sus necesidades de dependencia proyectadas en quienes los rodean, prefieren preocuparse de los sentimientos de sus hijos y esposa (como máscara de sus propios sentimientos) más que de los suyos. El Sr. Henderson, por ejemplo, introdujo el tema del trabajo de su esposa diciéndome que ahora su hija estaba más sola. Mucho después reconoció sentirse él desplazado. Un hombre que piensa así, probablemente contará primero que su esposa ha estado “muy alterada por los cambios que ha habido en casa”, luego mencionará que cuando ella se negó a acompañarlos en un viaje de vacaciones –debido a sus compromisos de trabajo-, él se sintió muy molesto porque estaba “rompiendo el sentido de familia”. Cuando nuestros hijos adolescentes empiezan a tomar sus propias decisiones y a correr sus propios riesgos, no podemos seguir protegiéndolos de los peligros de la vida como cuando eran pequeños. Entonces el padre queda expuesto a las consecuencias de la conducta de sus hijos y puede verse enfrentado a una incómoda sensación de impotencia y angustia. La siguiente es la descripción que hace un padre recordando un momento peligroso que compartió con su hijo, cuando una tormenta

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en el mar se convirtió en una metáfora del proceso normal de separación entre un adolescente y su padre: “Es entretenido e interesante ver crecer a mis hijos. Aunque me produce cierta angustia darme cuenta que ya no me necesitan. Siento orgullo por ellos y tristeza por mí, porque estoy envejeciendo. A veces quedo atónito, simplemente abrumado por las cosas que pasan. El verano pasado salimos a navegar por cinco días y nos tocó muy mal tiempo. Hubo un temporal inesperado, muy fuerte, el mar rizado. En un momento, mi hijo y mi esposa, con chalecos salvavidas y atados a unas cuerdas, tuvieron que ir hacia delante para bajar la vela mayor. Sesenta nudos de viento, era casi un huracán, las olas arrastraban la embarcación. Mi hijo es bajo y muy delgado. Pero ahí estaba bajando del mástil la enorme vela, con el agua hasta la cintura, siendo empujado por dos toneladas de agua cada vez que venía una ola. Estaba aterrado, pero lo hizo todo sin una sola falla. Si se hubiera caído por la borda, jamás lo habría podido rescatar. Tuve mucho miedo”. Confrontados a lo profundo de su vulnerabilidad, muchos hombres pueden sentir que la parte adulta de su ser está siendo secretamente socavada por su familia. Un padre para quien la madurez es tener control y estar a cargo, puede tener graves problemas con la adolescencia de sus hijos. Al reconectarse con su necesidad de la familia y al darse cuenta de sus miedos y angustias, puede sentirse impulsado a convertirse en un niño consentido, posición que tal vez él o su padre ocupaban en la infancia, o bien puede sentirse avergonzado por no cumplir con la imagen de “hombre fuerte” que tenía su propio padre. El padre lucha además con la pena y el sentido de pérdida al “lanzar” al hijo. Cuando los hijos comienzan a irse, el padre siente que su paternidad está terminando y quiere hacer “bien” las cosas sin saber cómo. Según Wright y Keple, muchos hijos en esta etapa buscan apoyo material de su padre pero no apoyo emocional.7 El hijo adolescente puede no buscar apoyo afectivo de su padre, a medida que la relación padre-hijo comienza a distorsionarse y la posibilidad de acercamiento se aleja demasiado. Así, el padre puede verse atrapado en una posición aislada y periférica dentro de la familia, soportando una pérdida que no puede lamentar, ya que tiene que dejar partir a sus hijos. El pintor estadounidense Fairfield Porter capta algo del solitario lamento de un padre en su poema “The Loved Son” (El hijo amado). Al irse su hijo, Porter recuerda algunas de las partidas previas del muchacho, y nos advierte directamente que si un padre no puede tolerar su arrepentimiento, se convertirá en un ser “sin corazón”. El lamento de Porter se refiere a la falta de conexión con su hijo y al deseo de intimidad con él que nunca se dio: Cuando el hijo, ya grande, vuelve la espalda y se va Mirando hacia la universidad o incluso hacia el ejército Feliz de ser adulto, feliz de irse Considerando su nueva dependencia como independencia Pienso en lo poco que lo consideré Lo poco que lo conocí Sin escuchar el hermoso talento Que marcó la agudeza de su mente observadora El padre termina el poema anhelando la “fácil intimidad” que su hijo encontrará entre “los compañeros de su edad”, quienes sin “el bagaje de la infancia”, se ven transparentes unos a otros, y

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En un destello de luz mirando sus ojos Conocí las profundidades de su ser y lo amé instantáneamente.8 El deseo del padre de sanar las heridas de la infancia en su hijo que se va, nos ayuda a comprender el terror de ese padre atrapado en la tormenta con su hijo, que pudo haberse ahogado; el padre se da cuenta de improviso que su hijo ya se vale por sí mismo antes de haber podido arreglar la situación entre ellos, y lo más probable es que nunca se arregle. Entonces el padre vuelve hacia atrás y recuerda cuando él se fue de su casa y la forma en que se despidió de su padre. Así, cuando “el hijo amado” deja el hogar, el padre se conecta nuevamente con su anhelo de haber sido un hijo amado para su propio padre. Veamos ahora el dilema de muchos hombres de edad mediana: están estancados porque no pueden evolucionar para dar a su vida un nuevo sentido y propósito. El Sr. Henderson habla de sentirse “dejado de lado o pasado a llevar innecesariamente”. Todos los demás tienen algo que hacer, alguna visión del futuro que les da energía –ser asistente social, ir a la universidad. El Sr. Henderson se siente acabado, envejecido, inútil y dejado atrás ahora que nadie lo necesita. Esta es exactamente la sensación del “nido vacío” que sentían antes muchas mujeres. El Sr. Henderson, como socio de un poderoso estudio de abogados de Wall Street, es considerado un miembro estable y exitoso de esa comunidad. Sus socios dependen de él para atraer nuevos negocios y ganancias. Sus secretarias y asistentes jóvenes lo admiran. Y su familia ha dependido económicamente de él durante años. Ahora pueden verlo como “papá”, la persona que trabaja duro, que es exitosa y que no habla mucho de sus sentimientos. ¿Qué tipo de cambio hará él? Aquí hay una crucial tarea de desarrollo para los hombres. Feministas han dicho que los hombres tienen algo que aprender de las mujeres, que se relaciona con la capacidad de tener mayor intimidad, empatía, un enfoque de la vida más cariñoso e interdependiente. Investigaciones tradicionales hechas a adultos, apoyan esta visión. El crecimiento sano de la personalidad de los hombres de edad mediana, es descrito con frecuencia en términos de atributos que nuestra sociedad define como “femeninos”. David Guttman dice que normalmente en los hombres hay un cambio que va de la preocupación por el poder mientras son adultos jóvenes a un interés por la receptividad y calidez cuando son adultos mayores. La etapa mediana del adulto es descrita por Erikson como positiva, ya que hay una búsqueda de formas para llegar a ser interpersonalmente “generativo” antes que personalmente inactivo y aislado. Daniel Levinson, psicólogo de Yale, en sus estudios de “las estaciones de la vida de un hombre”, sostiene que la lucha con las polaridades de masculinidadfeminidad, entre otras, marca el desarrollo de un hombre de edad mediana. Destaca que la transición y el cambio marcan la edad adulta de los hombres porque “ninguna estructura de vida permite la expresión de todos los aspectos del ser”. 9 Veamos qué implican estas teorías: los hombres salen de la niñez y luego de la adolescencia no “enteros”, sino más bien con un sentido de estar autoorganizados en torno al logro y a la acción personal en el mundo. Por lo tanto, el movimiento femenino debiera ser bienvenido, ya que ofrece una solución a un problema de los hombres: un cambio durante la edad mediana para recuperar las partes de sí mismo dejadas atrás o desvalorizadas en el apuro por convertirse en hombre. Sin embargo, eso no es así. Los datos empíricos sobre el envejecimiento de los hombres, por ejemplo, no dan seguridad, no demuestran lo mismo que aquellos artículos más “teóricos” o esperanzadores. Una investigación reveló que sólo un tercio de una amplia muestra de hombres normales de edad mediana lograron lo que los investigadores describen como una “solución 57

trascendente-generativa”. Muchos hombres se quedan pegados en el dudoso mito de su poder personal, alienados de los demás aspectos de sí mismos.10 Aunque sin duda hay resistencia en los hombres de edad mediana para cambiar o extender sus identidades, resistencia que examinaremos más adelante, en esencial no subestimar tampoco las poderosas fuerzas del trabajo y la familia que bloquean el cambio de los hombres que quieren, en parte, ampliar su sentido del sí mismo. Al entrevistar a hombres que cambiaron de carrera en la edad mediana, uno de ellos me dijo: “Cuando quieres hacer un gran cambio en tu vida, otras personas harán todo lo posible para impedírtelo”. Al principio pensé que era una extraña paranoia, pero a través de los años he comprobado que es verdad. Otras personas dependen de nosotros, porque sus identidades y necesidades dependen de que nosotros seamos quienes somos. Un hombre como el Sr. Henderson necesitará defenderse de las presiones, tanto externas como internas, que lo mantienen muy bien encasillado, para poder comenzar a desarrollar un nuevo sentido y objetivo que dé energía a su vida y lo haga sentirse menos “pasado a llevar”. Hay un antiguo refrán que dice que nadie en el reino tiene menos libertad que el rey. Muchos de estos exitosos paterfamilias estarían de acuerdo si comprendieran la magnitud de la trampa en que están metidos. Al defenderse de las fuerzas familiares que lo tienen atrapado, un esposo o padre se arriesga a desatar la rabia que siente y la que los miembros de la familia sienten hacia él. El padre siente rabia frente a lo que él considera la ingratitud de su familia –él, que se ha sacrificado durante tantos años trabajando para ellos, y ellos parecen tan ingratos. La esposa y los hijos están buscando nuevos compromisos, dejándolo atrás. Puede haber envidia que esté despertando la rabia del marido, ya que él también quiere pasar a una etapa más emocionante de la vida. La rabia puede surgir tanto de la desilusión del padre con su familia como de la desconocida vulnerabilidad que siente –él ha dado tanto para llegar sólo a esto, los hijos abandonando el hogar y la mujer independizándose. Finalmente, la rabia puede surgir del temor que tiene el padre de su familia. Después de años de aparentar controlar y dominar la vida familiar, ve que otros miembros de la familia se están convirtiendo en seres autónomos y poderosos. ¿Qué harán ellos?, puede preguntarse. ¿Buscarán vengarse del “Rey” o simplemente tratarán de exponer la desnudez del Emperador desafiando sus creencias y valores más queridos? A menudo ocurre que las decisiones de los hijos respecto a matrimonio o profesión que no se amoldan a las creencias del padre, constituyen sutiles desafíos al poder de éste. La rabia de la familia hacia el padre reside en los años de bienestar durante los cuales fueron cómplices. Mientras los hijos crecen, ven al padre como patriarca. Los miembros de la familia se relacionan con él tratando de aplacarlo, manipularlo o adularlo para evitar enfrentamientos directos con su poder. El padre puede ser una figura odiada y temida como también adorada. Debido a que la familia no ha permitido a sus miembros encontrar formas sanas de discrepar directamente con el padre, los hijos y la esposa pueden sacar con mucha fuerza la rabia que tienen. En el caso de algunas familias que van a terapia, la esposa y los hijos adolescentes actúan como si fueran siervos rebelándose contra el poderoso terrateniente. La rabia que sienten los miembros de la familia puede protegerlos también de la tristeza subyacente al dejar atrás al padre. Cuando la familia se reorganiza, la esposa y los hijos adultos están mirando hacia el futuro –hacia una nueva carrera o compromisos amorosos que los esperan -, y para todos los involucrados puede resultar difícil reconocer su tristeza por irse, por dejar todo lo que fue 58

hasta ese momento. Generalmente es más fácil sentir rabia que tristeza. Esto ocurre tanto con la tristeza que sienten la esposa y los hijos como con la tristeza que siente el padre al ver el cambio en su familia. En algunas familias, la esposa y los hijos se confabulan para mantener el engaño de que el padre es “la fuerza de todo”. Hablando de este patrón de “negación protector”, los sociólogos Farrell y Rosenberg lo relacionan en parte con la rabia y el temor de la familia frente al padre: A medida que la mujer aumenta su autonomía, lo hace en un clima de engaño delicadamente equilibrado. Madre e hijos forman alianzas secretas –engañando, riéndose y simultáneamente protegiendo al esposo. La mujer reconoce los esfuerzos del marido para mantener su imagen de patriarca. Trata de evitar enfrentamientos que puedan poner en duda la creencia del marido de que él lo controla todo y que tiene el apoyo y respeto de su familia… Las parejas tienden más a no herirse o a protegerse entre ambos que a compartir las experiencias. Así, al esposo se le niega la oportunidad de llegar a un acuerdo con su propia vida. Este parece ser uno de los precios del modelo de intimidad paternal. Este tipo de tregua es utilizado parcialmente para controlar la rabia de la esposa e hijos contra el padre. Habiendo eliminado el temor que le tenían, el resentimiento acumulado se puede convertir en una fuerza explosiva en la familia. Se expresa a través de bromas entre los hijos, dichas a media voz, y al percibir que “el viejo” ya no tiene la fuerza emocional para acallarlos. Esta debilidad evoca una sensación de desprecio, pero también de lástima.11 ¿Y cuáles son las consecuencias en la familia? El desprecio por el padre que envejece, crea la circunstancia que provocará el terror del hijo por la vulnerabilidad masculina. El padre herido se va transmitiendo de una generación a otra, con el temor de que bajo la frágil fuerza del padre, yace una secreta debilidad. La Familia Como Madre Finalmente, hay otro tipo de pérdida que deben enfrentar los hombres cuando sus esposas salen a trabajar: la reestructuración familiar lleva al tema de la separación de la madre, evocando épocas anteriores en el ciclo de la vida cuando los hijos varones debían desprenderse del cuidado de la madre antes de estar preparados para hacerlo. Volvamos al Sr. Henderson para ilustrar esto, ya que antes él expresó perplejidad por la corriente subterránea de tristeza que había en él: “¡Mierda! No puedo creer que yo esté diciendo esto –un demócrata liberal, blanco y orgulloso. Simplemente no me siento cómodo con esta relación de iguales. Creo intelectualmente en lo que ella ha hecho, y estoy orgulloso. Me gusta el cheque que trae a casa. Creo que está más contenta y productiva, pero yo no tenía idea cómo me iba a afectar esto”. Con una sonrisa tímida, como sintiéndose acorralado, reconoce su depresión y rabia. “He subido cinco kilos este año, cosa que me da rabia. Me gustaba mucho correr, pero he dejado de hacerlo. No tengo la motivación. Siento que yo 59

soy el que provoca la mayoría de las discusiones en casa. Yo soy el que está descontento, más frustrado, exigiendo cosas”. Sus cejas se arquean en forma interrogadora, cuando vuelve a referirse a su esposa: “Bety está feliz, los niños están felices”. Como muchos hombres, tiende a agrupar mujer e hijos en una sola unidad, separada de él. Farell y Rosenberg también comentan esto: La constelación familiar más común es aquella en que la esposa es el punto central de la red de comunicación de la familia. Estamos permanentemente escuchando que tanto los hijos como el marido la ven como la persona que “los comprende” y que escucha sus preocupaciones. Ella es percibida como la principal fuente de calidez y apoyo en el núcleo familiar. Su posición también le da la oportunidad de formar coaliciones con los hijos.12 Con frecuencia el marido está en la periferia; la esposa se convierte aún más en la Madre para sus hijos. Es obvio que el Sr. Henderson se siente ahora más solitario en su casa. Ya habló anteriormente de haberse sentido “dejado de lado o pasado a llevar innecesariamente”. Cuando dice que ha “subido cinco kilos”, haciendo notar que le “gustaba mucho correr, pero he dejado de hacerlo”, está demostrando –como muchos hombres de edad mediana con síntomas de depresión –que se encuentra en medio de una reacción de dolor, luchando con un sentimiento de pérdida. El sentimiento más fuerte que demostró el Sr. Henderson durante la tarde fue cuando dijo que el trabajo de su esposa lo dejaba con un sentimiento “de descuido”, palabra que implica desatención o daño intencional. El sabe que su esposa no lo está hiriendo intencionalmente. Su buena fe es evidente, al igual que la de ella: el matrimonio es importante para ambos. El sentimiento de descuido nace de algún dolor más profundo, más inconsciente, provocado por la ausencia de su esposa. Entonces él habla de ser “dejado de lado”, innecesariamente, de la atención de su familia. Describe la separación como castigo, un confuso sentimiento de algo perjudicial que le está ocurriendo, debido a que la atención de su esposa no se centra en él, al ser ella más autónoma e independiente. Mientras el Sr. Henderson y yo hablamos, el sol desciende lentamente en el cielo. El fuego artificial de la chimenea de su oficina lanza una cálida llama contra el gris día que hay más allá de la ventana. El está sentado con los codos sobre las rodillas, su elegante traje está arrugado. Está como ausente, profundamente concentrado, recordando algo, ponderando. Luego, lentamente, hace una importante asociación. A los 40 años, se acerca a su verdad: “Mi madre murió cuando yo era joven. De cáncer, muy sorpresivamente. O al menos así pareció. Tal vez tenga una hipersensibilidad frente a esto, con mi esposa trabajando, la casa se siente sola y vacía. Soy sensible a las pérdidas. Quiero a mi esposa en casa”. Asocia el trabajo de su esposa con la muerte de su madre, cuando la alegría y calidez se fueron de su vida, dejándolo solo y abandonado. Esto no significa que trate a su esposa como si fuera su madre –él es un hombre competente, decidido, capaz de ayudar a su esposa a avanzar en la vida. La experiencia de una esposa fuerte, con intereses propios y una identidad separada, evoca en él sentimientos asociados con pérdida, abandono. Para muchos hombres, la familia sustituye a la madre, y buscan en la esposa lo que perdieron al separarse de la madre. Al no tener una buena imagen del padre como presencia emocional en la familia, y llevando a menudo el recuerdo de un padre “mimado”

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en casa, los hombres terminan en una posición similar a la de sus propios padres, aunque traten de ser diferentes. El psicoanalista británico Elliot Jacques nos recuerda que los cambios de la vida en la edad mediana, hacen regresar a muchas personas a lo que él llama “la posición depresiva infantil”, cuando el mundo dependía de la Madre.13 Dada la presión que los hijos varones sienten para desligarse de la madre e identificarse con el padre o –si éste está muy “herido” – con un sustituto, creo que hay mucho dolor asociado a la separación de la madre cuando niños y al abandono del hogar como adolescentes, antes de estar preparados para hacerlo y convertirse en “adultos”. Hay pocas palabras con tanta resonancia emocional como “hogar”. Cuando E.T., con su vocecita débil, dice ansioso “vuelvo al hogar”, está tocando uno de los anhelos más profundos del público adulto. Cuando los hombres transitan hacia la edad adulta fuera de sus familias o lugar de origen, las esposas y las familias se convierten en depositarias de la falta de hogar y de madre. Tradicionalmente, el camino era casarse para tener una compañera que proporcionara un “refugio en un mundo cruel”, mientras el hombre se abría camino en la universidad o escalaba posiciones en alguna empresa. Al igual que el Sr. Henderson, muchos hombres recuerdan tiernamente los primeros años de matrimonio, cuando la atención estaba puesta en él y en sus necesidades. El esposo joven tiene lo mejor de ambos mundos: es tratado como niño en casa y propaga en su familia el mito de que él es independiente y “la fuerza”. La familia, que es donde él regresa y lo cuidan, se convierte en la Mamá benevolente, dándole siempre la seguridad de ser un hombre trabajador y exitoso. Representación: Cómo Resisten los Hombres la Presión de sus Esposas por la Autonomía El hombre puede asociar el hecho de que su mujer trabaje con su experiencia anterior de la madre. ¿Fue esa separación vivida como un rechazo de la madre, como un acto de rabia o como un castigo? ¿Cómo una pérdida inevitable que tenía que ser aceptada con resignación? ¿Cómo un alivio, liberando al hijo de la sensación de asfixia que le provocaba esa madre que él tanto necesitaba? La respuesta del hombre ante la búsqueda de autonomía de la esposa, estará influenciada por su previa experiencia de separación. En la mayoría de los casos, el hombre se pondrá de nuevo en contacto con el anhelo infantil por la madre y con su vergüenza y rabia ante el deseo de ser “mimado” y cuidado por ella. Así, el trabajo de la esposa hace revivir al padre herido que hay en nuestro corazón. Un hombre puede sentirse decidido a evitar la pasiva dependencia de su padre o puede tratar de vivir según el rígido ideal de un padre que aparentemente nunca “necesitó” a su esposa. En ambos casos, el peligro –de nuevo me puede abandonar o privar de algo. Como la mayoría de nosotros no podemos hablar de este sentido de pérdida y traición, entonces lo representamos. Un ex oficial del ejército, por ejemplo, me contó que estaba muy cerca de su familia, que para él era muy importante ser un buen padre, estar disponible, y que su mujer lo había ayudado mucho a enfrentar algunas decisiones claves en su trabajo. Nos sentamos solos en el living de su elegante casa en Nueva York una tarde de invierno, rodeados por la evidencia de una cálida atmósfera familiar. Insistió en mostrarme recortes y fotografías, contando con orgullo pequeñas historias de cada miembro de su familia. A este hombre yo lo habría recomendado para el púlpito, ya que era muy amable y preocupado y mantenía con su esposa una relación de mutuo apoyo. 61

Sin embargo, ella –también a solas conmigo – habló en forma un poco vacilante sobre su trabajo en carpintería, que él jamás mencionó, y de la rabia con que respondió su esposo a algo tan importante para ella. Desde el colegio, su hobby había sido tallar madera y estaba tratando de convertirlo en su trabajo rentable, cosa que estaba logrando con cierto éxito. Pero su esposo explotaba cada vez que llegaba de la oficina y la encontraba en su taller trabajando. Decía que su trabajo era horrible, que nadie lo compraría, que debería darle vergüenza estar perdiendo el tiempo y el dinero de otras personas. Cansada, dice que no está segura, tal vez él tenga razón y deba dejar de hacerlo. Cuando la esposa sale a trabajar, algunos hombres se sienten traicionados por ella, otros abandonados; algunos se sienten fracasados, otros intrigados y curiosos. Los hombres responden de maneras muy diferentes a los cambios familiares: 1. Furia y rabia, postura amenazante, sutil o explosiva, que refuerza el status quo, como el ex oficial del ejército. 2. Tristeza o manipulación pasiva, ejemplificadas en algunas actitudes del Sr. Henderson. 3. Curiosidad y ansiedad, oportunidad de dominio y crecimiento, ejemplificadas también por el Sr. Henderson. 4. Evitación, refugiándose en el trabajo o definiendo los cambios familiares como un “problema de mi esposa”. 5. Exageración de la participación en el hogar, tratando de resolver el “problema de la esposa”, socavando así sutilmente su autonomía. De hecho, la mayoría de los hombres adoptan combinaciones de estas reacciones, entrelazando una apertura al cambio con una resistencia a él. Examinemos dos ejemplos donde las esposas están en esta situación dentro de su matrimonio. Ambos ilustran cómo los hombres expresan su rabia; en el primer caso, ocurre en el matrimonio propiamente tal, y en el segundo, sumergiéndose en el trabajo y evitando al padre herido de su propia infancia. El Hombre que Aisló el Estudio de su Mujer Una pareja de edad mediana está sentada en mi oficina, ha venido en busca de orientación. La esposa es una atractiva mujer de 40 años. Tienen el pelo castaño rojizo, bien arreglado. Ha vuelto a la universidad para hacer un master en educación. Su esposo es dueño y presidente de una agencia ejecutiva de empleos. Su hijo menor ya ingresó a la universidad, dejando la casa vacía por primera vez en veinte años. Con la idea de celebrar, ambos volaron con él a California para dejarlo en su universidad. En el vuelo de regreso, ella habló con ansiedad acerca del nuevo semestre que estaba a punto de comenzar en su escuela de graduados. Sintió que todo el viaje fue un monólogo: “Durante el regreso a Boston, mi esposo estuvo ido, callado, no pudimos hablar. Lo presioné, pero me dijo que se sentía triste y no sabía por qué. Me molestó que estuviera tan ‘bajoneado’, justo ahora que yo estaba en éxtasis. Nuestro último hijo instalado en la universidad. ¡Labor cumplida! Ahora podré hacer lo que quiero: dedicarme a mis estudios”. La escuela de graduados significaba un gran paso para ella. Estaba nerviosa ante el hecho de salir de su casa todos los días. Quería dejar la casa limpia y organizada antes de empezar las clases.

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¿Y qué decide hacer su esposo? Comienza con un enorme y polvoriento proyecto de remodelación de la casa: para aislar los muros y el techo del estudio de ella para el invierno. Caen los muros, herramientas por todos lados, polvo filtrándose por todas partes. El no le hace caso cuando ella le sugiere que no haga todo este esfuerzo, y ahí está tratando de limpiar. Pronto se siente sobrepasada por el desorden y pierde la esperanza de tener todo limpio y ordenado antes de empezar sus clases la semana siguiente. Ella no quería realmente interrumpirlo, porque pensaba que el proyecto lo haría sentirse mejor. Pero el desorden la estaba volviendo loca, el polvo era más de lo que ella podía limpiar, y de pronto todo esto le empezó a dar más y más rabia. Ella le dice que deben hablar, y un fin de semana en la tarde se sientan a hacerlo. “Esta casa me está volviendo loca, tú estás metido en los arreglos y no me hablas, pero lo que yo creo es que tú estás molesto y eso tiene que ver con mis clases y con la partida de Davey a la universidad”. “No, no hay nada malo con eso –todo está claro, tú vas a ir a clases, ¿correcto?”. “Es decir”, respondió ella insistente, “quiero conocer tus sentimientos en relación a mis estudios y a la partida de todos nuestros hijos”. “Bueno, sólo quiero que estés bien en el invierno. Va a estar muy frío, y cuando pienso lo helada que es esta casa”, se ríe, “ya te veo sentada estudiando y tiritando. Querida, sólo quiero que tengas calefacción para el invierno”. De pronto aparece un brillo en los ojos de la esposa. “Bueno, cariño, ¿qué pasa contigo? ¿Sientes que el clima se ha enfriado últimamente en la casa?”, preguntó ella con picardía. El tenía frío y quería dar calor a su mujer. A medida que habla de sus sentimientos, comienza a emerger un cuadro de su obsesión por aislar el estudio de su mujer. El hijo menor se estaba convirtiendo en adulto, con lo cual el padre se sentía más viejo y obsoleto. Irónicamente, ese hijo, muy unido a su padre, había hablado de la posibilidad de estudiar a la larga en la escuela de graduados de negocios y convertirse en ejecutivo igual que papá. Esto sólo logró reforzar la sensación de sentirse superado por la generación más joven. Y ahora, además de sentirse anticuado, su esposa también lo dejaba, para tomar un nuevo rol, para comenzar una nueva vida sin él. “Me siento estancado”, le dice a su esposa con pena, “todos tienen algo que hacer, y yo me muevo con dificultad, dando pasos en falso y solo”. Aquí de nuevo está la evidencia de lo que siente el marido dentro de la organización tradicional de los roles sexuales. Cómo él ha sido el proveedor durante todos estos años y su esposa al centro de la familia, la reconciliación con sus hijos, el proceso de dejarlos ir, está bloqueado. Es tan difícil como reconocerse a sí mismo y a la familia la necesidad de buscar nuevas direcciones. No ha aprendido a prestar atención a sus necesidades y sentimientos, mucho menos a expresarlos en palabras a su esposa e hijos. Depende de su esposa para eso. Pensando en la tarea terapéutica que había por delante entre los tres, me di cuenta de su ironía: su esposa es quien lo trajo hasta aquí, un lugar donde puede empezar a hablar de sus sentimientos. Por lo tanto, es parte de la agenda de su esposa, no de la suya. “¿Qué ha pasado con el proyecto de aislamiento?”, pregunta su esposa impaciente. “Bueno, ¿es que acaso tendré que deletrearlo?”, contestó él con tono exasperado. “Durante todo el año he sentido que he ido perdiendo la calidez en mi vida, los hijos se fueron, la casa está vacía y ahora tú te vas a estudiar.” 63

“¿O sea que tu impulso era mantenerme a mí calientita en mi estudio, en circunstancias que eres tú quien tiene frío? Me apena mucho oír todo esto. Estas últimas semanas, en vez de preocuparme de ti, me he ido poniendo cada vez más furiosa”. Se ríe. “No has recibido nada cálido de mí, salvo mi furia acalorada”. Aparentando estar desconectado, desinteresado y lejano, su deseo de aislar el estudio de ella era un intento de poder manejar sus sentimientos de pérdida. Era un esfuerzo simbólico para sanar en forma no verbal una pérdida. Expresaba la rabia que tenía con su esposa en un intento inconsciente por detenerla, desorganizando la casa y complicando la transición (“Haré tanto desorden que jamás podrás organizarte”). Expresaba la penitencia de alguien que supone que debe pagar por un fracaso personal (“Ahora haré mejor las cosas, ¿te quedarás?”) –aquí nuevamente aparece esa ecuación masculina de asociar la autonomía femenina con el castigo. El arreglo de la casa ofrecía la simbólica esperanza de retener la calidez y el amor en su vida. Este es sólo un ejemplo de muchos en que un hombre intenta preocuparse de su mujer, cuando las acciones de ella lo han dejado sintiendo secretamente la necesidad de su cariño. Muchos observadores han notado que los hombres son más capaces de lograr la intimidad a través de la fortaleza. Ser poderoso, “la fuerza de todo”, tener el control, es lo que aprendemos, es la forma de estar cerca de los demás, especialmente de las mujeres. A un nivel de fantasía más profundo, el hombre cree que la esposa sale a trabajar porque él no es lo suficientemente bueno. Tales sentimientos pueden ser residuos de la anterior separación de la madre y de la identificación con un padre instrumentalmente fuerte. Si él, de niño, hubiera sido bueno, podría haberse quedado en el protegido mundo femenino.14 Cuando decodificamos las acciones, queda claro el mensaje que el esposo envía a través de sus esfuerzos: “Necesito mantener la calidez en mi vida, y tú –mi esposa- eres eso”. Su proyecto era un SOS de su corazón en código morse. En este caso, la pareja fue capaz de captar que ambos estaban viviendo un cambio familiar y que era necesario establecer nuevos patrones de apoyo y cuidado. Más adelante veremos que una pareja en proceso de cambio puede adoptar nuevos patrones. Pero primero veamos el caso de una pareja que tiene gran dificultad para reconocer el cambio de circunstancias en su matrimonio, cuando los hijos se han ido y la mujer ha salido a trabajar. El Sr. Alvarez: La Necesidad de Domar a la Esposa Una forma que tienen los hombres de edad mediana de convertirse en seres emocionalmente empobrecidos, es localizando sus propias luchas emocionales en otros, a menudo esposas e hijos, en vez de ubicarlas al interior de ellos mismos. Los hombres intentan evitar los sentimientos provocados por los cambios familiares, dedicándose completamente a su trabajo. El Sr. Alvarez, ejecutivo de Silicon Valley, en las afueras de San Francisco, se enfrenta, a los 42 años, a un típico conflicto con su mujer, que él ve sólo en términos de las necesidades de ella. Se casaron hace quince años y tienen dos hijos casi adolescentes. El se considera una “persona que va hacia arriba”. Con título de ingeniero, está a punto de asumir un puesto de mayor responsabilidad e independencia, ya sea en su actual empresa o con un competidor. Su actual trabajo lo tiene hace varios años, durante los cuales ha resuelto numerosos y difíciles problemas de producción. Su división camina ahora sobre rieles, y está a la expectativa de enfrentar nuevos desafíos. Quiere también que su esposa tenga otro hijo, y es aquí donde ha surgido el problema. 64

Este hombre, desde joven, ha enfocado su vida en torno al éxito profesional. Se casó con una mujer cuya disposición para preocuparse de la casa y asumir la responsabilidad de los hijos, prometía contribuir a ese éxito. Se casó al año de haberse graduado, como reacción por el rompimiento de otra relación que lo había dejado “muy perturbado”. Describe a su novia como una “mujer fuerte y atractiva”. Pero los roles en la familia estaban claros. Con orgullo dice: “Yo siempre he sido el líder y ella la seguidora”. A pesar del heroico retrato que hace de sí mismo, dependía de la familia como entidad estable, conocida y amistosa, para enfrentar las confusas ambigüedades del mundo postuniversitario, especialmente mientras iniciaba una exigente carrera en el área de negocios. Esta pareja tuvo hijos rápidamente, él asumió su trabajo en San Francisco en una corporación multinacional. En casa, él es el jefe, y la disciplina es estricta. Dice: “Me pongo furioso y grito cuando las cosas no se hacen como yo quiero”. Valora la vida familiar y no acepta que nada la altere. Este arreglo funcionó durante los primeros años, pero últimamente él reconoce que con su esposa han estado “peleando más abiertamente”. El dice: “Me preocupa mi matrimonio, es más hostil que antes”. Su esposa no quiere tener otro hijo, aunque él sí lo desea con mucha fuerza, y le confunde su negativa. Ella quiere un trabajo, cosa que también lo confunde, porque “no necesitamos más dinero, mi sueldo es más que suficiente”. Su deseo de tener más hijos, sin duda proviene de muchas fuentes, pero en parte se debe a la esperanza de mantener el status quo. Al hablar acerca del futuro, repite constantemente que le preocupa lo que hará su esposa ahora que los niños han llegado a la adolescencia y son tan independientes: “Son muy maduros, es casi como si tuvieran 20 años”. Sufre el destino de una persona que necesita controlar todo lo que le rodea: los espejos que crea no son satisfactorios; las rutinas que crea se convierten en prisión. No sólo identifica el conflicto matrimonial como algo propio de su esposa, también estima que su solución –tener otro hijo- es la única alternativa. El “se aburre” en su matrimonio y dice que “el problema es que ella no quiere cambiar”. Pero los cambios que él quiere de ella son sus cambios: él dice que el principal problema es que ella no es partidaria de que él siga escalando en su profesión. El cargo que tiene involucra muchos viajes y mucho tiempo fuera de casa. Ella no quiere que él asuma más deberes. “Ella se asusta frente a mis cambios de trabajo”, dice. Ella dice que debido a que él está tan poco en casa, recibe escaso apoyo para poder dedicarse a algo fuera de la casa. Cuando les pregunté cómo manejaban esto, él respondió: “La tranquilizo”. El Sr. Alvarez presenta un cuadro de direcciones de crecimiento conflictivas entre marido y mujer. El construye profesión y familia de este modo: primero está la carrera, y la familia debe ser un apoyo o anexo que le ayude a avanzar en su trabajo. La esposa, en su mente, no tiene una existencia separada, por lo tanto, no puede hacer exigencias legítimas. Parece desinteresado en ayudar a su esposa a cambiar. Dice que está preocupado, pero que todas las dificultades han “sido resueltas antes”, estableciendo que no es necesario hacer cambios reales. Claramente, la descripción que hace de su mujer como “asustada de los cambios”, contiene imprecisiones y proyecciones: él también tuvo problemas con la última transición larga, del hogar a la universidad, usando el matrimonio como un medio para enfrentar las nuevas exigencias que se le presentaban, estableciendo un hogar nuevo, de transición, diferente pero parecido al de sus padres. Gran parte de su éxito y progreso ha funcionado dentro del contexto de una familia estable. No es arriesgado preguntarse si el Sr. Alvarez está teniendo algunas dificultades inconscientes con la transición al nido vacío.

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La relación de sus padres no le aportó mucho para enfrentar esta fase de la vida, ya que hubo poca evidencia de negociación entre ellos. El recuerda a su padre como una persona “muy dependiente”, mientras “mi madre hacía todos los quehaceres domésticos… Ella siempre se quejaba de él con nosotros”. No fue capaz de preguntarle a su padre su versión de la historia: “Mi padre me dejó solo a mí y yo a él”. El Sr. Álvarez no tiene una imagen de un padre comprometido y vital, capaz de manejar cambios y transiciones familiares. Esto nos puede ayudar a comprender mejor por qué, en la reestructuración de su propia familia, parece sentirse más cómodo centrándose en sus propios planes y ambiciones, mientras ignora los cambios de su esposa, prefiriendo que ella cambie sólo en aquellos aspectos que calzan con sus planes y necesidades. Su autopercepción como el Hombre a Cargo es mucho más cómoda para él que la del Padre Necesitado que conoció en su infancia. Sin duda, él prefiere que sea su esposa y no él quien tenga necesidades y quiera protección, aún si esto significa no reconocer que ambos están cambiando, enfrentando una nueva realidad, al terminar con los compromisos que asumieron durante los primeros años de matrimonio. Ambos esposos necesitan encontrar un nuevo sentido y propósito para avanzar hacia el futuro; probablemente sienten una mezcla de ansiedad y duda en torno al equilibrio entre familia y trabajo; enfrentan el desafío de reevaluar el pasado y determinar qué es importante y qué debe ser dejado atrás. Ambos necesitan afirmar su confianza y alimentar su autoestima, ahora que los hijos se están independizando. Si él es incapaz de hablar de la situación con su mujer, ambos pagan el precio: un matrimonio frustrante y hostil, convirtiéndose él en una persona aislada al centrarse demasiado en el trabajo. La última vez que hablamos, el Sr. Álvarez estaba ansioso por contarme acerca de un nuevo plan que tenía para instalar un negocio de computación aparte de sus responsabilidades ejecutivas. El cambio familiar parecía no estar en su mente, aunque la tensión en el matrimonio no estaba resuelta. En este ambiente de familia tradicional, los hombres generalmente tratan de “domar” a sus esposas, manteniéndolas bajo control. Las mujeres parecen representar un elemento indispensable pero potencialmente incontrolable en sus vidas. A veces he pensado que la necesidad de los hombres de mantener a sus mujeres bajo control, nace de la temprana necesidad de “domar” a sus madres. Veamos la desvalorizada imagen que el Sr. Álvarez tenía de su padre: su madre se quejaba de él con su hijo, ella estaba sutilmente a cargo, el Sr. Álvarez se distancia de su padre, un enigma que no pudo resolver. A su vez, el viejo tiene en su memoria esa “cualidad herida”, por lo que para el joven Sr. Álvarez la familia se convierte en un lugar donde los hombres fuertes se convierten en débiles. Así, vemos por qué se distanció, por qué se retiró a un rol instrumental, al primer signo de necesidad – “debilidad” – frente a su esposa; ella debe permanecer débil para darle seguridad. Es como si su madre hubiera sido demasiado poderosa; en forma sutil, inarticulada, socavó la visión de masculinidad del niño. Quizás ahora él está controlando a su mujer en la misma forma que a su madre: satisfaciendo sus necesidades de manera subrepticia, pareciendo ser fuerte mientras es cuidado por ella. Para estos hombres, cuya madre fue entrometida pero indispensable, la experiencia del nido vacío repite el dilema de la infancia: ¿cómo me mantengo cerca de alguien que necesito desesperadamente, sin sentirme sobrepasado? Esta lucha se revela más claramente cuando la familia se reestructura en la edad mediana y el marido se siente amenazado por las posibles pérdidas. Pero hay otros hombres que viven esta tensión en cualquier relación de intimidad.15 La tendencia a convertirse en seres instrumentales y distantes en momentos de necesidad, persigue a muchos hombres a lo largo de la vida familiar, ya que un hombre puede perder a su mujer muchas veces (aunque sea 66

temporalmente) –por ejemplo, con el nacimiento de un hijo, ya que ella se dedica a la maternidad, o cuando se enfrenta a problemas de fertilidad, porque ella se centra en su propio dolor y sentido de pérdida. Ayudando al Esposo en el Nido Vacío La mujer puede estar en mejores condiciones que el marido para reconocer que su trabajo lo afecta profundamente. Ella puede llegar a involucrarse tanto con su trabajo, que olvida el impacto que está provocando en su esposo. Por lo tanto, ambos deben poner atención a la angustia irracional pero real del hombre. Por ejemplo, una periodista de 32 años me contó acerca de los “efectos regresivos de mis viajes de trabajo” en su esposo; se preocupaba mucho de preparar bien sus frecuentes viajes, olvidándose de su marido varios días antes de partir. “Para él era muy difícil decirme que quería estar conmigo –se sentía dejado de lado”. Ella descubrió que si identificaba lo que estaba ocurriendo y se lo señalaba a su esposo, podrían conversar directamente sobre sus mutuas necesidades. “Si yo verbalizo el conflicto, podemos hablar, pero si no lo hago, generalmente no ocurre nada, él no puede hablar, siento que es muy inmaduro.” El problema que se presenta cuando la mujer asume toda la responsabilidad para hacer hablar a su esposo, es que ella queda en una posición de estar cuidándolo y puede sentirse, como me lo confesó una esposa, “haciendo el trabajo de los dos en la relación”. Si hay mucha asimetría en la relación, siendo la esposa la que hace todo el trabajo emocional y sintiendo que nadie se preocupa de ella, se producirá resentimiento. De modo que, mientras mis comentarios se centran en la experiencia de los hombres, debemos recordar que la pareja necesita encontrar formas en que la mujer también sienta que se preocupan de ella. Además, el marido debe asumir la responsabilidad de expresar claramente, sin manipulaciones, cuáles son sus necesidades en el momento del cambio familiar. Para la pareja, generalmente es útil hablar acerca de los temores irracionales del hombre, los cuales a menudo se refieren a su esposa (tal vez le parezca menos atractivo que otros hombres que encuentra en su trabajo, o tal vez ella no sepa cuidarse en sus viajes de negocios y quizás “le pase algo”). Para muchos hombres es difícil hablar del temor de perder a sus esposas cuando ellas se convierten en personas más autónomas. La pareja debe prestar atención al sentido de vergüenza del esposo, el cual se manifiesta en sentimientos desagradables que parecen fuera de control. La vergüenza se relaciona con la creencia de que ellos deben ser fuertes, tener todas las respuestas, y que si se sienten confundidos o necesitados, es por culpa de alguien –de su familia, de su terapeuta o de ellos mismos. En momentos así, muchos hombres temen reconocer estas necesidades porque podrían aplastarlos a ellos o a sus familias, entonces deciden no reconocer nada. A veces hay rabias que la pareja no logra comprender, y hablar ayuda mucho. Cuando se inicia el “segundo viaje” de la vida –la etapa posterior a los hijos -, el marido puede sentirse traicionado por su familia. Siente que ha trabajado mucho y está cosechando muy poco. A veces siente temor frente a la propia rabia. Bajo esa rabia se esconde una profunda tristeza y soledad. Las parejas deben recordar que muchos hombres prefieren pelear que llorar. Conocer más a fondo esa tristeza es un paso necesario para redefinir la visión de uno mismo y avanzar hacia el futuro con confianza. 67

Maridos y esposas deben prestar atención al sentido de pérdida y a los asuntos inconclusos que siente el esposo, en general con sus hijos: ¿cuáles son las tensiones y conflictos que él desea resolver ahora que el tiempo se le acorta? Algunos necesitan hablar y compartir mucho con sus hijos adolescentes, pero no en forma autoritaria como antes, sino más bien compartiendo con ellos su propia confusión, sus experiencias, las formas de enfrentar y resolver las opciones de vida que sus hijos ahora deben tomar. Farell y Rosenberg dicen que “los adolescentes y sus padres de edad mediana enfrentan similares problemas de identidad. Sus intentos simultáneos de manejar estos problemas pueden exacerbar las dificultades de ambos, pero también crean la posibilidad de una ayuda mutua”.16 Asimismo, el marido necesita hablar de su propio padre: ¿cómo envejeció, cómo enfrentó la vejez y el cambio en su matrimonio? El hombre puede descubrir que anhela tener más contacto con su padre o madre al revivirlos, ya que en momentos así se siente niño. Pero también puede sentir terror de envejecer y convertirse en la imagen negativa de su padre, refugiándose en una actitud pasiva y dependiente de una esposa fuerte. Hablar acerca de estos deseos o temores en el matrimonio, ayuda a enfrentar en forma más madura todas estas posibilidades. En la edad mediana, los hombres se ven a sí mismos diferentes de su esposa e hijos, pero la contradicción es que en realidad comparten un lazo común. Cada uno está enfrentando la tarea de redefinirse en la vida: la mujer explora nuevas opciones; sus sentimientos de inseguridad al aventurarse a otros confines más allá del rol de madre, se equilibran gracias a su curiosidad ante las nuevas posibilidades que le esperan. Los hijos se lanzan a la universidad, enfrentando opciones, posibilidades, identidad, carrera e intimidad. Son más o menos las mismas cosas que debe enfrentar el padre: ¿cuál es el equilibrio que necesito entre trabajo e intimidad? ¿Cuáles son los principales valores y resoluciones que llenarán esta nueva etapa de mi vida? ¿Cómo mantengo la confianza en mí mismo y la autoestima a través de este período de cambio? El padre, con o sin la ayuda de la familia, puede aislarse y ser rechazante. Sin embargo, la tarea crucial consiste en comprender que todos los miembros de la familia están pasando por una experiencia compartida de autoexploración y cambio.

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CAPÍTULO 4 VULNERABILIDAD Y RABIA LO QUE LA IMPOSIBILIDAD DE TENER HIJOS NOS DICE ACERCA DE TODOS LOS HOMBRES Un Dolor Silencioso Pocos días después del primer cumpleaños de mi hijo, estaba hablando por teléfono con otro papá, con la esperanza que me diera algunos textos impactantes para un artículo que yo estaba escribiendo acerca de lo que significaba convertirse en padre. El era un abogado a quien yo no conocía, un amigo me había dado su nombre. Me contó que la infancia de su hijo había sido para él un período de sanación. Como veterano de Vietnam, había sufrido la destrucción y brutalidad de la guerra. Debido a esto, se tomó varios años libres y se dedicó a cuidar a su hijo mientras su esposa estudiaba medicina. Estábamos en medio de una agradable conversación acerca de lo que era ser padre, intercambiando anécdotas y recuerdos familiares, cuando de pronto las palabras de este hombre me sobresaltaron: “Antes de adoptar a Adam, pasamos por momentos muy difíciles en nuestro matrimonio”. “¿Adoptar?”. Se rió entre dientes. “¿No te lo había dicho? Probablemente porque ya no importa –Adam es mi hijo ahora y punto”. Siguió dando explicaciones: “Estuvimos varios años tratando de tener hijos y no pudimos. Fue muy duro. Queríamos desesperadamente tener hijos, pero Pat, mi esposa, nunca se embarazó. Los médicos nunca supieron con seguridad dónde estaba el problema –si era ella o era yo o qué. Nos hicieron miles de exámenes y nunca descubrieron nada claro. Hubo momentos en que deseábamos que encontraron algún problema médico, por lo menos para saber algo”. Se rió de la ironía de su frase: desear un problema para tener una respuesta. Yo lo comprendía. Julie y yo tuvimos tres fracasos antes del nacimiento de vuestro hijo. Una de cada siete parejas en este país no tiene hijos involuntariamente; una de cada cinco tiene graves dificultades reproductivas en algún momento de sus vidas.1 Sabemos bastante de las inquietudes de la mujer, en una pareja infértil, pero muy poco de las del hombre. Para ambos es un período de gran tensión y vulnerabilidad emocional. El abogado y yo seguimos con nuestra charla telefónica acerca de la infertilidad, sintiéndonos de pronto muy cercanos, unidos por un lazo dulce-amargo. Esta experiencia que compartimos nos hizo sumarnos a lo que un hombre llamó el “secreto subterráneo de los hombres que han pasado por dificultades reproductivas”.

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Nuestra última pérdida fue hace más de dos años, pero aún siento la desesperación, soledad e impotencia de aquellos años. Pocas experiencias han sido tan fuertes e instructivas para mí. Aunque en ese momento no me di cuenta, estos embarazos frustrados fueron los responsables más directos del período de introspección y redacción de mi diario personal; necesitaba tiempo para expresar el dolor y la confusión provocadas por las “dificultades reproductivas”. Al principio no lo vi así, y durante meses mi diario se llenó con temas sobre el trabajo y recuerdos de la infancia, pero luego empezaron a aparecer sentimientos relacionados con este problema. Lo que me impresiona ahora es comprobar lo centrado que estaba en Julie y cuánto me costaba sacar mis propios sentimientos y aceptarlos. Las dificultades reproductivas –infertilidad, pérdidas, abortos – toman a los hombres por sorpresa. Pareciera que sólo les ocurren a las mujeres: un investigador ha dicho que los hombres son “figuras fantasmas” en los dramas reproductivos.2 Un obstáculos para saber más de la experiencia masculina con la infertilidad, es el retraimiento emocional de los hombres que viven este problema. Científicos y directores de cine a menudo han dicho que es difícil encontrar hombres que quieran hablar de esto. Una reciente disertación del Dr. Tracy MacNab de Boston es un compendio de información sobre este tema, sin embargo, un comentario que no está en el informe, arroja un matiz especial. “Lograr que los hombres me hablaran sobre esto, fue difícil y desmoralizador”, dice en un momento. Hubo mucha resistencia. MacNab explica más en su disertación. Da una elaborada descripción de la búsqueda de los hombres. La revisión literaria lo lleva a concluir que “la mayoría de las declaraciones de los hombres en torno a la infertilidad son inferencias, suposiciones o mitos”.3 Por eso él quería entrevistar directamente a hombres que hubieran tenido esta experiencia. Mandó cartas a personas conocidas, a través de amigos y colegas, describiendo su investigación, su interés personal en el tema, en forma tranquilizadora y pidiendo referencias, luego siguieron otras cartas. Al mismo tiempo contactó a numerosos ginecólogos, urólogos, endocrinólogos, clínicas de fertilidad, médicos generales, servicios de salud en universidades, y también a Resolve, una organización nacional para parejas infértiles. Respondió escrupulosamente a preocupaciones sobre el anonimato, dando seguridad de buenas intenciones. Además de todo esto, distribuyo más de cuatrocientos cuestionarios de esta manera y cien más a través de sus contactos personales. ¿El resultado? Fue como para pensar que estaba distribuyendo fiebre tifoidea. “Tres meses después de todas las etapas antes mencionadas, quince de los cuestionarios iniciales habían sido devueltos”4. Era obvio que algo impedía a los hombres hablar de esta experiencia. Los comentarios de MacNab con respecto a esto son tan importantes como cualquiera de sus descubrimientos estadísticos: “Las clínicas explicaron que comúnmente el paciente de infertilidad masculina no volvía por segunda vez, a menudo evitando hasta el más simple procedimiento evaluativo. Un urólogo dijo que los hombres que él había tratado, generalmente estaban tan destruidos que no podían hablar de esta experiencia.”5 ¿Por qué? ¿Qué se esconde detrás de ese alejamiento emocional? Muchos factores están influyendo: soledad emocional, sueños frustrados, sentido del fracaso y desafío de la autoestima. El abogado con quien hablé por teléfono, se refirió a sentimientos familiares: “Todo lo que tratas de hacer para crear vida está de pronto fuera de tu control. Hay una sensación de futilidad que se siente por mucho tiempo”. Tener hijos es una forma de expresar un nuevo tipo de creatividad; no poder concebir, afectaba su visión de sí mismo y bloqueaba su desarrollo, cosa que él valoraba. Continuó explicando: 70

“La infertilidad significa llegar a comprender la desilusión. Cuando teníamos recién 30 años, mi esposa y yo desarrollábamos nuestro trabajo orientados hacia el éxito. La vida está centrada en uno mismo cuando no hay hijos”. Habló de sus esperanzas en relación al niño no nacido, de la evolución de un nuevo ser. Mirando hacia atrás, “desde un punto de vista personal, la vida es vacía antes de la paternidad”. Para el marido, un embarazo interrumpido es una pérdida, y dificulta la relación con la esposa. Plantea un desafío al matrimonio y provoca stress psíquico en ambos esposos. Los problemas reproductivos pueden hundir a un hombre en la desesperanza, la impotencia y una rabia que difícilmente puede imaginar o entender. Como en la mayoría de los eventos familiares, el hombre vive el cambio en su matrimonio en un contexto de soledad y aislamiento. Finalmente, la experiencia de la infertilidad nos instruye acerca de cómo educar a los hombres. Podemos aprender cómo la violencia y el amor se entretejen en los hombres. Al igual que en otras crisis familiares, hemos llegado de nuevo a los asuntos inconclusos con padres y madres. El hombre que sintió a su padre distante y lejano de las experiencias afectivas de la familia, o que lo vio abrumado por ellas, recibió pocos elementos que le permitieran comprender y explorar esos complicados sentimientos que producen experiencias como la infertilidad. La tendencia es mantenerse al margen del evento del embarazo, así como papá se quedó al margen del “mundo femenino” de reproducción y embarazos. Nuestra tendencia retirarnos a una posición emocionalmente remota y práctica, nos aproblema cuando tratamos de reducir el aislamiento que sentimos y entonces buscamos apoyo, especialmente de otros hombres. El cambio en el matrimonio y esa mezcla volátil de amor y rabia que sentimos por nuestra mujer en esos momentos, lanza a muchos hombres a conectarse también con los asuntos inconclusos con la madre. Mientras el hombre lucha con sus necesidades, y su mujer, con sus crisis de infertilidad, él revive algunas de las formas en que manejó esa exigencia que le impusieron de niño de tener que crecer y separarse de la madre. El cambio familiar durante la edad mediana, lleva a muchos hombres a sentir la pérdida de la madre, y les ocurre lo mismo en una crisis de infertilidad o durante un embarazo. Sólo después del nacimiento de mi hijo, me di cuenta de la rabia y la culpa que había sentido después de cada intento fracasado. Trabajé duro para “salvar” a nuestro bebé, cuidando a mi esposa, como si de alguna manera mágica pudiera evitar con mi propia fuerza y cuidado, una nueva pérdida.6 Qué poco sabía acerca de cuidarme a mí mismo, qué fácil era decir en voz baja: “Mi esposa está muy nerviosa”, como conociendo bien el tema, pero qué difícil era saber, o decir, lo que yo sentía. Sin embargo, las pérdidas se convirtieron en eventos sanadores, ya que me ayudaron a comprender mi rabia y vulnerabilidad. Me ayudaron a tomar algunas decisiones respecto a mi trabajo y mi vida sentimental, que tal vez no habría tomado sin la crisis. Estos episodios vividos junto a mi esposa, me ayudaron lentamente a reevaluar mi trabajo, el rol de la intimidad y de la competitividad en mi vida, y también mi relación con las mujeres (con mi esposa en particular). Con la ayuda de mi esposa, las pérdidas abrieron un período de mi vida muy reflexivo y extremadamente productivo. Sin embargo, aún me impresiona el enorme conflicto que se produjo en mi interior, el cual fue mantenido en silencio durante esos años. El pensamiento de un hombre representa el de muchos: “Me pregunto si me escondí en mi trabajo para ocultar mis sentimientos acerca de la infertilidad”. En este capítulo recurriré mucho más al material de mi diario y trataré de 71

relacionarlo con las numerosas investigaciones que han empezado a aparecer sobre la experiencia de los hombres frente a la infertilidad. El Gusano de Seda Amenazado El día que ocurrió la primera pérdida, Julie tenía cinco semanas de embarazo y todo parecía estar bien. Durante toda mi vida, el principal miedo que sentí frente al sexo era provocar un embarazo. Ahora que lo habíamos decidido y estábamos en esto, yo suponía que la naturaleza seguiría su curso: en nueve meses, el niño nacería y listo. Error. Estando ese día en mi oficina, muy ocupado en mi investigación, recibí un llamado de mi esposa, siempre fuerte y confiada, ahora llorando. “He estado sangrando toda la mañana. El médico dice que puede ser una pérdida, voy a su consulta”. No había tiempo para hablar del sangramiento. Salté a un bus para reunirme con ella. Mientras miraba por la ventana, me sentí de pronto muy solo. Mis frenéticos esfuerzos mentales por probar la firmeza de mi imaginario envoltorio de invulnerabilidad y buena suerte (“nada realmente malo me puede pasar”) se disiparon al sentir, a los 33 años, el temor de que el envoltorio se rompía. Años más tarde me impactaría ante los resultados de un estudio sobre la adaptación de los hombres a la infertilidad: “Los hombres que han vivido la infertilidad han perdido el sentido estadístico normal de seguridad y confianza en sí mismos”.7 El bus serpenteaba a través de la ciudad, el conductor parecía decidido a llegar último en una carrera de caracoles. Sentado ahí, me preguntaba: “¿Qué mierda es una pérdida?”. Aún no sabía que uno de cada cinco embarazos terminaba en pérdida, el nacimiento prematuro de un feto antes de que pueda sobrevivir por sí mismo. Debido a que las dificultades reproductivas aumentan con la edad, éste es un problema familiar para los que tienen 30 años o más y que han demorado la paternidad al punto que el reloj biológico se acerca a la medianoche, para encontrarse de pronto sumergidos en el oscuro mundo dominado por la duda de si serán o no capaces de tener hijos. “De la generación de 1960 a la generación del Clomid”, se quejaba un amigo durante el cóctel de Navidad de ese año, mientras un grupo de nosotros (los del “contacto subterráneo”) conversábamos sobre las drogas para la fertilidad con el mismo fervor que veinte años antes le habíamos dedicado a otra droga. La tasa de infertilidad entre mujeres de 35-39 años es de 24,6%, según el National Center for Health Statistics, casi doblando el 13,6% entre mujeres de 30-348. A los 20 años, el porcentaje de embarazos que terminan en pérdidas es sólo del 12% según algunos expertos, y a los 40, la cifra sube a más del 30%.9 El Esposo Herido El médico estaba examinando a Julie cuando llegué. Al entrar a la sala, se estaba sacando un guante quirúrgico con manchas de sangre. De pronto, nuestro intento por dar vida parecía estar contaminándose con sangre y violencia. Me senté en el rincón detrás de mi esposa, que estaba tendida sobre la camilla, tapada en parte con una sábana. Me sonrió con sus ojos llorosos cuando le tomé la mano. El médico se veía pensativo, y nosotros esperábamos su veredicto: “Bueno, aún no sabemos si está perdiendo o no”. “No sabemos”, dijimos juntos, incrédulos. “El cuello está cerrado, lo que es un buen signo, el sangramiento paró y el feto podría estar bien. Aún no podemos asegurar nada.” 72

Los problemas reproductivos rara vez tienen un diagnóstico definitivo, lo que aumenta la angustia y la sensación de pérdida del control. Al no poder sentir nada en su propio cuerpo, ya que el escenario del drama es el cuerpo de la esposa, el marido se concentra totalmente en éste. ¿Qué está pasando ahí? ¿Qué estás sintiendo? Puede pasar a depender de ella para su seguridad, cosa que para él es difícil pedir, ya que generalmente es a él a quien se le pide ser fuerte. En verdad, la pareja debe desempeñar una tarea muy delicada: ambos necesitan ser necesitados y dependieres y fuertes frente al otro. El dilema para el hombre es que con frecuencia recibe mensajes para que sea fuerte o para que cuide a su esposa, cuando él mismo siente una extraña angustia y no sabe qué preguntar acerca de este ajeno mundo femenino habitado por mujeres (su esposa, las enfermeras, otras madres) u hombres fuertes (los médicos, que siempre actúan bajo control). Una de las tareas más difíciles que enfrenté –y lo he oído de muchos otros hombres- fue poder tomar en serio mi necesidad de seguridad, encontrar formas de plantear mis tontas preguntas, generalmente basadas en profundas necesidades, tolerar mi intolerable miedo de parecer estúpido, tonto o emocionalmente descontrolado. A menudo era más fácil competir con el equipo medio actuando en forma práctica y controlada. “Bueno, ¿y ahora qué hay que hacer? Remedios, em, em”. Los maridos deben dividir su lealtad: por una parte, están emocionalmente ligados a la esposa y al feto, con todos los sentimientos que esto genera, pero además se les pide (con razón) que sean fuertes y capaces de mediar entre médicos y esposas, quienes se presume que también están emocionalmente involucrados. ¿Hay que aliarse con los sentimientos de la esposa o con la objetividad del equipo médico? En general, se espera que el marido esté acompañando a su mujer. De modo que poco se sabe sobre la experiencia del hombre frente al embarazo, sea exitoso o frustrado, ya que él recibe escaso estímulo para ser vulnerable y enfrentarse con su miedo, rabia y tristeza, a menos que cuente con instructores expertos o enfermeras (nótese, mujeres) que lo estimulen a “¡preguntar lo que quiera!”. Finalmente llegué a la conclusión que esa división de nuestro matrimonio en la cual yo era el Fuerte / Controlado / Protector-Defensor y Julie la Llorosa / Emocional / Expresiva (la embarazada), no funcionaba. Muchas veces reaccioné en forma exagerada, siendo muy competitivo o desconfiado de los médicos, o viéndome atrapado en mi identificación con el feto, mientras Julie era capaz de ver todo con más claridad. Una de las cosas que aprendí fue que podía soltarme y sentir tristeza y vulnerabilidad y dejar que Julie me protegiera, al igual como yo podía protegerla a ella. El esposo sentirá la presión interna y las expectativas sociales que lo conducirán a una postura defensiva y emocionalmente aislada. El Dr. MacNab, que ha entrevistado a muchos hombres que han vivido el problema de la infertilidad, escribe, con cierta ironía, que “los roles tradicionales de cada sexo están vivos y funcionando en nuestra sociedad”. El sugiere que “para los hombres puede ser muy útil ser capaces de apoyar a sus esposas sin sentirse ellos mismos abrumados por los aspectos emocionales de la infertilidad (al menos en las primeras etapas)”, sin embargo, a continuación acota que “los hombres reconocen sentirse atrapados al interior de esta imagen de invulnerabilidad”.10 MacNab señala que el intento de los hombres para vivir de acuerdo a las expectativas de tener que enfrentar cualquier situación sin quejarse o sin pedir apoyo, inicialmente puede servir para mantener la esperanza y la energía necesarias para continuar con las tareas de la vida a pesar de la desilusión de la infertilidad. Sin embargo, a la larga, ese mecanismo psicológico se torna disfuncional para el bienestar de los hombres: se convierten en personas socialmente aisladas, aumentando la distancia con sus esposas. Los problemas médicos de infertilidad en los hombres pueden quedar estancados si no tienen 73

una comunidad de pares con quien discutir la experiencia. El autoprotector desapego emocional de los hombres, concluye MacNab, “en algunos casos puede… conducir incluso a evitar los procedimientos médicos que podrían diagnosticar con mayor precisión y tratar el problema. El precio de la lealtad a este rol es muy alto”11 En algunas parejas que enfrentan el problema de la infertilidad, se da un patrón de negación protectora en el cual se sigue asumiendo que es la esposa quien tiene problemas, aún después de que el marido ha sido declarado estéril. En sus comentarios sobre las reacciones de las parejas frente a la infertilidad, Schecter señala que en esos casos la esposa está protegiendo a un marido frágil: Las esposas intuitivamente sienten que esa deficiencia afectará severamente el ego masculino… por lo que están dispuestas a asumir el defecto. La aguda sensibilidad de estas mujeres frente al posible daño narcisista del esposo, a menudo conduce a dilatar la petición de adopción. Así, muchas mujeres… definitivamente sienten que tienen un hijo más (su esposo) que cuidar –y con frecuencia su apreciación de esta realidad es extremadamente exacta.12 Al terminar el examen, el médico nos anima. “Crucemos los dedos y esperemos que ocurra lo mejor. Les voy a dar una hora para otro examen dentro de algunas semanas”. Fue compasivo. “No hay realmente nada más que hacer por ahora”. Tomamos nuestras esperanzas y nos fuimos a casa. El Embarazo Frustrado Visto como Pérdida Un abogado señalaba que “algunas personas pueden eliminar el dolor de la pérdida de un feto, porque asumen que no se invirtió mucho en él… Pero el apego al niño comienza mucho antes del nacimiento”.13 Para un hombre, el feto puede representar una futura esperanza, una visión inarticulada pero real de sí mismo como padre. En ese momento no expresé esto en palabras, pero el bebé representaba una visión de mí mismo como dador de vida y protector, una tarea diferente en la cual estaría menos atado a las recompensas del mundo externo y más centrado en el mundo privado de la familia. En este mundo podría surgir un ser más cariñoso y dedicado. Ese es un tipo de pérdida –la pérdida de una visión de sí mismo – con el que luchan los hombres durante las dificultades reproductivas. Como me comentó un abogado con mucha precisión: “Después de darme cuenta que quería tener un bebé, el trabajo me parecía vacío, menos importante”. El Dr. MacNab dice que “el deseo frustrado de tener hijos tiene sus raíces reales en el desarrollo de la identidad masculina.” Como orientador de hombres con problemas de fertilidad, él aconseja que “los hombres se permitan considerar y responsabilizarse de estos importantes anhelos.”14 A menudo el esposo crea un lazo real con el feto, y es comprensible que pueda perderse en sus propias fantasías acerca de éste. Lo imaginamos pateando, moviéndose, vivo y familiar aún antes de nacer. Con la tecnología moderna, muchos padres ven y oyen a sus bebés en el útero. El ultrasonido, una especie de televisión en miniatura, entrega imágenes en movimiento in útero del bebé. Un hombre que reflexionaba sobre el “triste año” en que su hijo nació muerto, escribió: “En el mismo hospital (donde nació muerto), con el mismo equipo, unos días antes de Navidad, observamos con una mezcla de orgullo y extrañeza la pantalla que mostraba una imagen en blanco y negro en constante movimiento, en la cual (con la ayuda del médico) pudimos ver claramente el cuerpo bien desarrollado

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de nuestro hijo de 4 meses: sus piernas saltaban, sus brazos se movían, su corazón palpitaba con regularidad estable. Esa noche, al mirar incrédulos, no había imágenes, solo una pantalla vacía.” También puede producirse una identificación exagerada con el feto, proyectando en él nuestra propia vulnerabilidad, intensificando así el sentido de pérdida y dolor. La progesterona es la hormona que asegura la implantación del feto en la pared uterina; había cierta duda acerca de si una temprana deficiencia en la función de la progesterona podía haber causado nuestras pérdidas. Durante esas semanas de incertidumbre, imaginaba al feto de sólo unas semanas agarrándose del útero de Julie con tenaces dedos de progesterona. Movilicé toda mi energía para salvarlo, para revertir la muerte: si hago todas las tareas domésticas y dejo a Julie en cama y la cuido, seguro que podrá sobrevivir. Mirando hacia atrás, hoy me parece que algo de todo eso expresaba mi propio sentido de fragilidad y soledad en el mundo, mi terror al vacío, al abandono. Los hombres crecen viendo a las mujeres como la fuente húmeda y jugosa de la vida. En nuestra cultura, los hijos varones deben renunciar psicológicamente a la madre a temprana edad. Los hombres llevan consigo una sensación inconclusa de vulnerabilidad y soledad debido al hecho de tener que mostrarse en la infancia independientes de la madre, aún cuando anhelaran permanecer más tiempo con su cálida presencia. Hay muchos eventos en la vida que gatillan este Abandono Materno, el cual puede provocar una especial rabia y tristeza, la vulnerabilidad masculina debido a la separación. Pérdidas, abortos y niños nacidos muertos son ejemplos convincentes. La Angustia del Esposo: Haciendo Penitencia Bueno, hicimos lo que nos aconsejó el médico. Esperamos que ocurriera lo mejor, pero no importó. Siete semanas después, Julie sangró nuevamente y un ultrasonido de rayos X reveló la pérdida del feto. De hecho, su desarrollo se había detenido en la quinta semana. Y a partir de entonces nos sumergimos en el mundo médico de exámenes y máquinas donde el cuerpo humano queda expuesto. Mi esposa fuerte y sana fue hurgada, aguijoneada, examinada y radiografiada. Aquí hay cierta impotencia terrible para los hombres: observar o escuchar acerca de exámenes médicos que son invasiones en el cuerpo de sus esposas. Cuando hay problemas de infertilidad, a los hombres se les pide que experimenten el cuerpo de sus esposas de una manera distinta quizás a cualquier manera previa. Para el hombre, el cuerpo de la mujer tiene poderosos significados que se relacionan con dar vida, ser acogido y ser abandonado. Este es un aspecto muy fuerte de la vida al cual de pronto los hombres son obligados a mirar, y lo que se les pide es que vean el cuerpo de la madre invadido, el fin de la vida, fetos que no se retienen. Julie y yo nos vimos sumergidos tres veces en el mundo de la medicina moderna, impregnados con sus maravillas tecnológicas. Para un hombre no es fácil ver a su esposa pasando por todos esos procedimientos mientras nada le hacen a él. Esto es lo opuesto de cómo se supone que deben ser las cosas, o de cómo han sido: se supone que nosotros debemos sufrir mientras ellas observan y nos reconfortan, no viceversa. Cuando imaginé a mi esposa tendida en la mesa del hospital después de una de las pérdidas, con varias sondas metálicas y otros instrumentos penetrando las partes más privadas y misteriosas de su cuerpo, sentí que se ejercía violencia sobre ella. Aislada, cansada y acosada con instrumental médico totalmente desconocido, es fácil confundirse. ¿Era yo responsable de su dolor? ¿Por qué no 75

estaba yo cumpliendo con la función de hombre de soportar ese dolor, de proteger y defender a mi mujer? ¿Cómo me atrevía a sentir, en mi parte cobarde, alivio al no tener que pasar por todo eso? El Dr. Tracy MacNab nos informa lo siguiente en su estudio de las reacciones de los hombres frente a la infertilidad: Para muchos hombres fue muy duro ver a sus esposas sometidas a intervenciones médicas. En todos los casos… en que hubo procedimientos quirúrgicos o farmacológicos extensivos, las mujeres recibieron el máximo de atención médica. Los hombres expresaron su preocupación por los efectos secundarios de las drogas para la fertilidad y su aprensión durante los procedimientos de inseminación artificial. Un participante recordó la furia que tuvo cuando una exploración quirúrgica con la que él no estaba de acuerdo, dio resultados negativos. Varios hombres señalaron haber tenido reacciones positivas frente a la parte médica. A través de la experiencia y el estudio de literatura médica sobre la infertilidad, desarrollaron un sentido de igualdad con sus médicos. “Vi a los médicos más humanos y falibles”. Esto llevó a una colaboración entre médico y paciente que dio a éste una sensación de poder15. La mayor dificultad que han debido enfrentar los hombres con problemas de infertilidad que yo he aconsejado, ha sido el temor por sus esposas. El marido puede estar simplemente asustado por la salud de su mujer –preocupado de que pueda terminar físicamente dañada por las intervenciones médicas o por las dificultades ginecológicas que están provocando el problema, o bien atemorizado al verla emocionalmente perturbada, luchando contra la desilusión, la depresión o la rabia. Algunos hombres temen que sus esposas no se recuperen de la tristeza o del dolor psicológico que sienten. Como resultado de esto, muchos hombres luchan con la culpa. Un observador de casos de abortos señaló que “la culpa es una emoción frecuente. Los hombres se sienten responsables de haber metido a la mujer en problemas… Muchos quisieran tomar el lugar de su pareja”.16 Los hombres tienden a sentirse excesivamente responsables. Estas son algunas citas dadas por hombres para un estudio de casos de embarazos frustrados: Paul: “Me quedaba pensando… no quisiera ponerla nunca más en esta situación”. Tom: “Vicky estaba muy alterada y con mucho dolor. Quería rescatarla y quitarle el dolor, y no podía hacer absolutamente nada aparte de verla llorar”17 Esta dificultad de ver a la esposa en peligro no se limita sólo a problemas de fertilidad. Después del nacimiento de su hijo, un hombre feliz y orgulloso de haber ayudado en el parto, me dijo con voz alarmada: “Es la primera vez que veo a mi esposa sintiendo tanto dolor”. En algún momento escribí en mi diario acerca de mis miedos y de la lucha de mi esposa: Sigo sintiendo que quiero disculparme con Julie, por no protegerla mejor, por no haber sido capaz de evitar la pérdida, es como si fuera mi culpa. Qué hace uno cuando encuentra en la basura una nota escrita por su mujer que dice: “La tercera vez que pasó, me sentí totalmente sola en un mundo extraño. ¿Qué es todo esto?”. Sé que éste es el dolor y la desilusión normales. Julie es una persona sana, sólo estaba sacando su temor y desesperación. Y yo no ando siempre revisando la basura, generalmente conversamos estas cosas.

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Hemos hablado mucho sobre esto. Ella comenzó a trabajar tiempo completo este año y, en cierto sentido, fue caído del cielo. Me ha dicho lo bien que se siente trabajando, ya que la mantiene alejadas de la frustración que ambos sentimos. Pero veamos, ¿dónde trabaja? ¡Dirige un programa extracurricular para niños! Está rodeada de niños pequeños, felices, que juegan toda la tarde, y luego, todos los días a las 5, ve a los padres que los van a buscar para llevarlos a casa. ¡Fantástico! ¡Qué manera de alejar la mente del tema! Me vuelve loco ver a Julie expuesta a ese mar de emociones que generan los problemas de fertilidad. No puedo dejar de pensar en ella y en lo que está viviendo, quiero sacarla de eso, que no viva todo esto. Es estúpido, porque no puedo hacerlo. Y así, todos los días va a trabajar, se enfrasca en los trámites burocráticos de su trabajo, piensa en el embarazo y duda de estar en el camino de llegar a ser mujer. Y yo la observo y la apoyo, y ella me observa y me apoya. Pero eso es una parte. Hay un punto más allá de todo esto en el que Julie navega sola a través de esta tempestad emocional. Quizás mi crecimiento sea más lento que el de otros, pero aquí hay una soledad a la cual no estoy acostumbrado. Durante esos años conflictivos, me di vueltas en torno al temor de mi propia destructividad; el dolor y la vulnerabilidad física de mi esposa desataron olas de terror y culpa respecto a mi capacidad de herir a quienes amo. Hice mucha penitencia durante ese tiempo, como si cada pérdida fuera una señal de mi propia maldad, como si por alguna oscura razón fuera mi culpa. Como veremos luego, creo que las dificultades reproductivas gatillan conflictos infantiles de los hombres en relación a su capacidad de dañar a quienes aman. El Esposo Invisible Las dificultades reproductivas provocan en los hombres un tipo especial de aislamiento. Cuando se produce el primer embarazo, aún somos inocentes, le contamos a todos a los pocos días (minutos) después de saberlo. Luego a esas mismas personas hay que contarles lo de la pérdida. Me impresiona ahora recordar lo duro que fue para mí concentrarme en lo que sentía, incluso cuando me preguntaban. Quería seguir haciendo cosas, cuidar a Julie para hacerla sentirse mejor. La ayudaba a subir y bajar las escaleras, acarreaba las bolsas de las compras, aún cuando ya no era necesario. Ella me dejó hacerlo durante un tiempo, pero finalmente se molestó y dijo que no necesitaba todo ese “infantilismo”. En esos momentos emocionalmente dolorosos, con frecuencia el hombre se retrae hacia una actitud práctica: centrándose en su mujer, tratando de hacer algo eficaz, cuidándola y eliminando sus propios sentimientos. Julie lloraba mucho; eso era normal, era lo que se esperaba de ella. Y a mí me preguntaban con voz preocupada: “Y tú, Sam, ¿cómo estás?”. Pero mi labio superior estirado y el movimiento de mi mano, los llevaba de vuelta a Julie. Mi actitud y sus expectativas estaban en completa sincronía. Además, aquellas personas de las cuales uno espera apoyo, a menudo nos sorprenden. Un abogado de 33 años me contó una conversación telefónica con su madre. “Ella llamó después de nuestra segunda pérdida. Estábamos intercambiando bromas cuando de pronto su tono cambió. Con impaciencia estalló y dijo: ‘¡Steve, deja de embarazar a Joan!”.

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Me miró asombrado y dijo: “Mi propia madre creía que yo estaba obligando a mi esposa quedar embarazada contra su voluntad, arriesgando su salud. Me puse furioso y la reté, explicándole que en todo caso era Joan, debido a sus 35 años, quien se sentía presionada a tener luego un hijo. Sentí pena. Luego mi madre entró en razón: ‘Ah, perdona. Estaba expresando como mujer mi preocupación por Joan, no pensé en lo que tú estabas sintiendo”. Con tanta atención y expectación centrada en la mujer, es fácil que el hombre se torne invisible. Un hombre cuya esposa había tenido una pérdida, le contó a un investigador que su hermana, quien también había perdido un bebé y que, por lo tanto, estaba en condiciones de empatizar, evitó hablar con él porque era algo “muy personal”.18 Arthur Shostack, en su estudio sobre los hombres y el aborto, descubrió que el 40% de los hombres hablaban sólo con sus esposas.19 Esto ejerce una tremenda presión en el matrimonio para contener las necesidades de intimidad del esposo en esos difíciles momentos. La mujer también tiene conflictos emocionales y hay muchas presiones que cambian la relación entre ellos. La dificultad de concebir provoca cambios en las relaciones sexuales, ya que la pareja tiene que programarlas para maximizar la posibilidad de concebir, o bien debe evitarlas mientras la mujer se recupera de una pérdida, etc. Sintiéndose como animales entrenados, al tener que seguir las órdenes del médico domador, la sexualidad pierde su espontaneidad. Además, ambos están luchando con los desafíos de su imagen corporal y su autoconcepto. Es fácil sentirse alienado de su propio cuerpo y luego, lentamente, del de la pareja. Debido a las dificultades reproductivas y a las intervenciones médicas, la esposa puede sentirse poco atractiva o poco femenina. Puede sentir angustia al pensar que “las mujeres de verdad tienen hijos, no los pierden”, lo que refleja una feminidad herida. Puede sentirse traicionada por su propio cuerpo. Puede sentir una rabia irracional hacia los hombres, por haber sido pinchada, aguijoneada, y por tener que seguir dependiendo de la institucionalidad médica. A su vez, el hombre puede sentirse poco masculino debido a su dificultad para concebir. Puede tener privadamente pesadillas en torno a la responsabilidad que debe enfrentar: el embarazo frustrado puede activar, por ejemplo, el secreto deseo del joven de causar daño, de provocar destrucción con el pene considerándolo un arma. La pareja lucha con la angustia frente al compromiso, como también frente al temor de no ser capaz de responderle al otro. ¿Por qué estamos casados si no podemos tener hijos? Hay mucha rabia y frustración en torno a la infertilidad, a menudo debido a problemas no diagnosticados o a remedios que pueden no dar resultados, por lo que es fácil para la pareja descargar su frustración, desilusión y rabia en el otro, o lentamente alejarse y aislarse, a veces para proteger inconscientemente al otro de una rabia irracional. El desafío de la pareja es poder desarrollar nuevos patrones de preocupación mutua. El marido y la esposa deben equilibrar su deseo de “terminar con todo esto” con la necesidad real que ambos tienen de apoyarse y reconfortarse durante este difícil período, sintiéndose acompañados frente al temor y al desamparo. Entre las numerosas maneras que tienen de preocuparse el uno por el otro, quiero enfatizar la importancia de la relación con el cuerpo, tanto del propio como del otro. Es frecuente que las parejas entren en conflictos respecto al sexo –sintiéndose distantes -, en circunstancias que están luchando por sentirse queridos, por sentir que sus cuerpos están bien y no son repulsivos para el otro, por sentir la seguridad al ser tocados y acogidos en el dolor. Y todo esto se lo gritamos al otro a través del megáfono del sexo. Creo que una de las principales causas del aislamiento de los hombres en estos períodos difíciles, se debe a la naturaleza de su relación con otros hombres. Yo descubrí que con mis amigos 78

hombres, la posibilidad de ser escuchado se diluía con facilidad, y sin embargo, probablemente éstos eran los hombres con quienes más quería hablar. La posibilidad de conversar sobre las frustraciones y miedos con un amigo del mismo sexo, puede eliminar parte de la presión de la relación con la esposa. Pero es difícil hablar de problemas de infertilidad; su conexión con la sexualidad puede provocar competitividad o vergüenza entre los hombres. “Los demás no lo comprenden”, es una queja que se escucha a menudo, o la sensación de que “algo anda mal en la gente que no puede tener hijos”.20 Sin embargo, más allá de la competitividad y la desconfianza, ¿no hay acaso, en la mayoría de las personas, una necesidad de sentirse validadas por aquellas del mismo sexo? El hombre puede confrontarse con sus anhelos infantiles de validación o aprobación o con un momento muy especial de conexión con su padre, y como adulto puede ocurrirle algo similar con otros hombres, sintiendo que es inapropiado o inseguro hablar de esa confusa mezcla de vulnerabilidad, esperanza y desilusión que provoca el problema de la infertilidad. Al hablar de este tema con hombres, muchas veces he tenido la impresión de que les gustaría hablar con sus padres acerca de esta experiencia, pero generalmente ese deseo no es reconocido ni expresado. Para que los hombres puedan apoyarse entre sí, tendrán que superar la incomodidad que sienten frente al “apoyo emocional”, a los silencios y dudas que hay que vencer para hablar de las frustraciones y el dolor de un aborto, una pérdida y cosas similares. Debemos superar nuestra tendencia de querer hacer algo rápidamente, convirtiendo así la confusión en un instrumento para proporcionar apoyo emocional. Después de nuestra última pérdida, un amigo cercano llamó en cuanto supo la mala noticia. Tiempo atrás nos había ayudado en una mudanza. “Siento lo ocurrido, Sam”. “Sí, es difícil, pero estamos bien”. Preguntó por Julie. Le conté que había vuelto al trabajo, luego de unos días de descanso. El silencio se apoderó del teléfono. Con obvio malestar, quizás más por lo último que dije que por lo primero, me dijo cariñosamente: “Por la mierda, Sam, me gustaría poder hacer algo por ustedes –ayudarlos en la mudanza, cualquier cosa para ayudar”. Ni él ni yo dijimos que el simple hecho de escuchar, validando las legítimas emociones, era una forma de ayudar. Romper esta tendencia a ser prácticos, a mantenernos a la defensiva, a ver el contacto humano cálido como algo que no necesitamos, a desvalorar y negar nuestras cualidades humanas –eso es lo que debemos aprender del encuentro con la infertilidad. El hecho de enfrentarnos a un problema insoluble, del cual no podemos escapar, puede humanizarnos, al igual que muchas experiencias familiares. Nos confronta con nuestras vulnerabilidades de tal forma que podemos verlas. En el trabajo podemos aprender la misma lección, pero es más silenciada: podemos racionalizar y así protegernos de nuestros fracasos, sintiéndonos a veces invulnerables. Las dificultades reproductivas pueden ayudar a sanar al padre herido que llevamos en nuestro corazón, haciéndonos comprender que el dolor y la vulnerabilidad son parte de la vida, y no un símbolo del fracaso. Un hombre puede llegar lejos comprobando que todo lo hace bien, que trabaja duro, que es ingenioso, despierto, hábil, y aún así la vida le da un puntapié en el culo. Puede conocer la realidad de su interconexión con aquellos a quienes ama: la importancia de consolar y permitirse ser consolado. Puede aprender, lentamente, que para ayudar y amar a otro, es necesario permitirse recibir 79

ayuda y amor de parte del otro. Aquellos que no pueden tolerar el dolor en los demás, no se han contactado verdaderamente con su propio dolor, no han sido acogidos, ni ayudados a sanarse. Escenas de un Matrimonio frente a un Embarazo Frustrado Concentrémonos ahora en el conflicto psicológico interno que enfrentan los hombres entre la necesidad y la rabia, basado en la experiencia de desarrollo y crecimiento masculinos, y reactivado por las tensiones de los problemas de infertilidad. Nuestro martirio comenzó cuando el médico sugirió el uso del Clomid (clomifeno), una droga para la fertilidad, después de nuestra tercera y última pérdida. Yo tenía muchas dudas acerca de su inocuidad. Una mañana, en medio de nuestra indecisión, nuestro ginecólogo, el Dr. L., me llamó. El era también el especialista en fertilidad en nuestra clínica, y Julie me había sugerido que lo llamara para tratar de aclarar mis dudas sobre el Clomid. Julie había hablado con tres amigas que lo habían tomado, todas tenían más o menos su misma edad y todas se embarazaron y tuvieron hijos después de usar la droga. Ellas se mostraron confiadas. “Querida, son personas inteligentes, y no sólo tecnócratas excéntricos dispuestos a dejarse arrollar por el establishment médico”. El Dr. L. fue muy cortés y tuvo mucha paciencia. Me explicó que me había estado llamando el día anterior, pero que yo no estaba. Consideró de mal gusto nuestras bromas acerca de los médicos despiadados, ya que yo había apostado cuántas veces tendría que llamarlo antes de poder comunicarme con él. A la primera me devolvió el llamado. “Sr. Osherson, quiero que tenga confianza en el uso del Clomid”. Inicialmente, él pensó que a mí me preocupaba el impacto de la droga en el feto, por lo que me explicó que el Clomid se da cinco a diez días antes de la ovulación y es eliminado por el cuerpo antes de la gestación. Lo único que hace es gatillar la acción de la glándula pituitaria, aumentando la producción de progesterona durante la segunda mitad del ciclo menstrual. “De todos modos, a su esposa se le hará una amniocentesis, porque tiene más de 35 años, para asegurarnos que el bebé no tenga defectos congénitos”. Todo eso estaba bien. Pero lo que me costaba explicar era mi angustia respecto a los efectos a largo plazo en Julie. Todos estaban tan orientados hacia el bebé, que me sentía raro diciendo que mi verdadera preocupación era por mi mujer. Un día, al salir de la clínica después de otro examen más y luego de haber tenido una discusión preliminar sobre el Clomid, sus riesgos y ventajas, nuestra enfermera, que estaba embarazada, miró a Julie con mirada experta. “Usted haría cualquier cosa por tener un hijo, ¿no es cierto?”. La enfermera hacía alusión a un lazo oculto que existe entre las mujeres Me sentí aturdido, sabía que yo no haría “cualquier cosa”, si existiera la posibilidad de daño severo en mi cuerpo. Ahora que tengo un hijo, pienso de otro modo, pero en ese momento, pre-bebé, me sentía desagradablemente arrastrado por el primitivo deseo de mi mujer de reproducirse. Mientras hablaba con el Dr. L., corría dentro de mí un resentimiento por la excesiva preocupación por el bebé. “Puede sentir algunas molestias en los ovarios”, me explicó con paciencia. “¿Y los efectos a largo plazo?”, le pregunté apurado. El se expresaba con paciencia y calma, yo parecía una caldera llena de temores. Es un año más joven que yo, me di cuenta de pronto impactado, pero siento como si tuviera ocho más. “Bueno, se ha usado en Europa durante los últimos veinticinco años”. 80

“¿Se han hecho estudios que prueben su inocuidad?”. Bueno… no… pero él le tenía confianza. Luego, para tranquilizarme, me contó otros usos que tenía, pero básicamente yo necesitaba un golpe de fe, por ejemplo, el Clomid se usó originalmente para tratar el cáncer de las mamas, ¿entonces cómo podría ser cancerígeno? (¿Pero qué pasa con la radiación y la quimioterapia, que destruyen el cáncer pero son el Enemigo Número 1 de cualquier persona sana?). Sin embargo, yo comprendía su argumento: el Clomid soluciona un problema de corto plazo, pero simplemente no se sabe qué produce a largo plazo, aunque todos están actuando como si lo supieran. El Dr. L. fue compasivo –incluso me llamó un día feriado – y yo sentía que él quería que yo confiara, pero en ese momento sólo pensaba en que uno puede ser llevado por el camino errado tanto por un guía compasivo como por uno hostil. Sin embargo, su actitud amistosa era un alivio. Al final dijo: “Quieren tener un hijo, ¿no es cierto?, y ambos ya se están acercando a los 40”. Julie estaba en el living cuando terminé de hablar. Nos sentamos en el sofá en nuestra posición favorita, los pies entrelazados. “¡Hablaste media hora, increíble! ¿Te ayudó hablar solo con él, de hombre a hombre?” “Un poco”. “Me gustaría intentarlo. ¿Estás dispuesto? “Mmmm… supongo que sí. dice que las posibilidades de perder de nuevo son altas sin el Clomid”. “Si yo no me inclinara por ninguna de las dos alternativas, ¿lo intentarías de nuevo sin la droga?”. “Tal vez. Podríamos ir donde otros médicos, informarnos por otro lado”. “Escucha, es mi cuerpo y no tengo fe ni en la acupuntura ni en las hierbas medicinales, ni en los médicos que dicen tener la respuesta cuando han tratado a dos personas. El Dr. L. ha tratado a cientos. ¿Crees que puedes ponerte optimista con el Clomid? Siento que es el primer rayo de esperanza en seis meses”. “Sí”. Su voz se endureció. “Mira, necesito seguridad. Me aterra tener otra pérdida. No me conviertas en un conejillo de indias por cuenta de tu rabia contra la medicina tradicional. Necesito esperanza.” “Bueno, claro, yo también, pero no quiero que hagas algo que te pueda dañar a ti. O al bebé. Yo también tengo ciertos derechos en todo esto”. Es su cuerpo, pero yo estoy conectado a él. Hoy en día los hombres se enfrentan a una situación delicada en la toma de decisiones en torno a la reproducción. Muchas mujeres argumentan con rabia que les ha tomado generaciones ganar el control de sus cuerpos, y ahora la entrada de los hombres en el dominio reproductivo puede erosionar este control. Sin embargo, los hombres están emocionalmente conectados tanto a sus esposas como al feto, y sufrirán emocionalmente si no sienten que pueden participar en la toma de decisiones. Aunque nada engendraría más rabia en las mujeres que el argumento de que los hombres también tienen “derechos” en esto. Tomar decisiones justas en torno al tema reproductivo es uno de los mayores desafíos que enfrenta un matrimonio. “Aquí ambos tenemos derechos”, contestó Julie contrariada. “Y no me puedes atropellar. ¿Has sido capaz de proponer una alternativa decente?” “No, necesito más tiempo…”. “Bueno, no lo tenemos. Si vamos a comenzar con el Clamad durante este ciclo, debo tomarlo la próxima semana. A mí me parece bien. De hecho, me siento bien con la idea de tomarlo. Siempre se corren algunos riesgos. Necesito estar optimista. Temo que tu te vayas a un extremo y yo al otro.”

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Observando la situación hasta ahí, sentí que ella tenía razón. El Clomid era nuestra única posibilidad real. Ya había pasado horas en el teléfono, explorando alternativas, pero ninguna parecía sólida. El presidente de la New Age Health Foundation me dio una larga charlas sobre los millones de problemas que había tratado su “especialista en hierbas” – desde daño cerebral hasta padrastros -, pero cuando le reiteré que el problema era retener un embarazo, se fue por las ramas: “Ah, bueno, sí. Eh, veamos, hay una hierba de China, una mujer de Maine de 45 años la tomó y le funcionó. Escuche, ¿por qué no viene y tratamos? Si no resulta, no le cobramos”. ¿Qué era lo esencial en todo esto? No había respuesta. Más allá de todas las técnicas, explicaciones confiables, rutinas, buen humor y optimismo, nadie tiene realmente ninguna seguridad. Uno paga sus cuentas y uno toma sus decisiones. Muy bien, se perdió el control. Vamos en un avión sin piloto. La sensación de sentirse solo y en el límite, hacía las cosas particularmente difíciles. En ese momento escribí: En todo esto, no hay lugar para mi terror, mi rabia y mi miedo, mientras observo cómo el cuerpo de Julie se convierte en el campo de batalla, me doy vueltas por ahí mientras ella está drogada y le hacen exámenes después de esperar dos horas en la sala de emergencia, durante el último embarazo frustrado, y ella se queda ahí y yo me voy a casa por las oscuras calles de la ciudad… Detrás de las llamadas a los médicos, de las conversaciones con los amigos, de las preguntas acerca de cómo está Julie, está mi terror gritando por salir y sin tener dónde ir, estoy rodeado de caras que me dicen que todo está bien, caras sonrientes que piden que sólo tenga calma. Teléfonos, guías de turismo, píldoras y tratamientos, pero qué pasa con nuestros sentimientos, no han sido invitados a la fiesta. Y así fui a buscar el Clomid a la farmacia del Community Health Plan Clinic. Eran azules, grandes, de 50mg. La vendedora registró la venta, y yo saqué mi billetera y le pasé un billete de los grandes. “Oh, no, señor”, me dijo sonriendo, “el seguro de su esposa también cubre esto”. Con alegría dijo: “¡Es fantástico! Guau, todo esto le cuesto sólo un dólar”. Guau, me pregunté cuánto costaría un brazo y una pierna. * * * Para mí, la situación llegó a su punto culminante cuando Julie llevaba un mes tomando Clomid. Sentía una desesperanza que sólo puedo asociarla con mi niñez, quizás con la última vez que se juntaron férreamente el amor, la necesidad y la rabia. Ese fin de semana, Julie se fue por sábado y domingo a un taller. Me sentía desamparado, abandonado. Pensé en irme solo a nuestra casa en New Hampshire. En vez de eso, decidí trabajar en un artículo. No logré hacer nada. No podía concentrarme en escribir. En la tarde salí a comprar ropa que hace tiempo necesitaba, pero no compré nada, sólo vagué por Cambridge hasta el atardecer. Es curioso –quería hacerme un regalo a mí mismo, algo en que apoyarme, una camisa, un disco, un libro, cualquier cosa, pero no lograba hacerlo, como si yo mismo boicoteara mis esfuerzos por sentirme mejor. El domingo amanecí con un dolor en la rodilla derecha, que me tomó por sorpresa. Este dolor me había comenzado hace algunos años, después de correr durante dos décadas. Había ido a ver a un 82

kinesiólogo para solucionar el problema. En general mi rodilla anda bien, si no corro. Y ese día sólo caminé con un amigo, y me empezó a doler. No sólo eso, también me dolía la espalda. Me estaba quejando de esto con mi amigo, que también es corredor, quien me dijo: “Bueno, Sam, creo lo de la rodilla, pero no lo de la espalda. Es psicosomático. Tu espalda siempre ha sido sensible”. Estaba tratando de tranquilizarme, pero le falló la empatía: para él, el dolor mental no era parte de la ecuación. Con frecuencia los hombres somatizan su dolor, como un modo de obtener alivio cuando están mentalmente heridos. Nos quejamos de cosas físicas cuando buscamos apoyo y seguridad emocional. Durante el resto de ese fin de semana estuve obsesionado con el miedo: ¿se estaba desintegrando mi cuerpo? ¿Y si de pronto mi espalda descargara todo el dolor hacia las piernas, si se me paralizaran los pies? Inmovilizado en cama días enteros… Julie volvió el lunes en la mañana, yo aún estaba deprimido, y cuando terminé de atender a mi último paciente, alrededor de las 8 P.M., mi espalda estaba realmente mal. Quizás se debía al hecho de haber estado todo ese rato sentado oyendo a los pacientes. Antes de acostarnos empezamos a pelear. Yo estaba de muy mal humor, era imposible estar conmigo. Saqué todo el instrumental que había juntado durante años para mis dolores musculares, cosa que enloquece a Julie: cojines eléctricos, varias almohadas, aceite para masajear los músculos. Ella estaba tratando de leer en cama, después de un día muy cansador, mientras yo montaba un hospital de campaña. Si hubiera sabido ponerme los tirantes para una fricción, lo habría hecho. Y al mismo tiempo murmuraba algo en relación a las virtudes del hielo versus las del calor para los problemas en las articulaciones, cuando ella llegó al límite de su paciencia. Asomándose sobre su libro, dijo: “¿Estás seguro que es para tanto? Lo que quiero decir es que yo me he torcido la espalda en clases de gimnasia y el dolor desaparece a los pocos días”. Fue mucho. “¡Fantástico, gracias, eso me ayuda! ¿Cómo sé que mi espalda no se está desintegrando como la de nuestra amiga Alice?”. (Nuestra amiga tenía una discopatía y pasaba la mayor parte del tiempo en cama). “Pero tú te cuidas mucho la espalda”, insistió mi racionalista esposa. “Eres muy sensible con tu cuerpo. Te lo pasas leyendo libros de tratamientos y echándote aceites. ¿Estás concursando para ser el hipocondríaco del mes?”. ¡Basta! ¡Ese fue el límite! Exhibiendo todo el dolor y para que se sintiera culpable, le dije razonablemente: “Mira, por qué no me apoyas, o al menos ten un poco de compasión. Estoy sufriendo y lo sabes”. Funcionó. Una mirada de dolor apareció en su rostro. “Sí, lo sé, tienes razón. Cuando estoy enferma, te preocupas de mí sin criticarme. Cuántas veces me has dado masajes en la espalda, me has dejado dormirme sobre tu pecho mientras me calmas…”. Nos besamos y nos reconciliamos; ambos estábamos cansados, nos acomodamos y dorminos. Pero habíamos soslayado varios problemas. ¿Cómo le trasmites la angustia a alguien que está ocupado tratando de mantener bajo control sentimientos similares? Tal vez Julie, a esas alturas, no quería oírme, a pesar del tono infantil en que le estaba pidiendo ayuda, porque mi dolor y mi miedo eran muy perturbadores para ella. Y con respecto al tono infantil que usé: una parte de mí no quería realmente pedir. Guardé secretamente una rabia contra ella por no haberme dado masajes en la espalda, para quitarme el dolor. Pero no le pediría; mi resentimiento era un viejo enojo al cual no quería renunciar. ¿Cómo lo hacen otros hombres para pedir ayuda emocional –no económica, ni 83

profesional, sólo apoyo y cariño? En la etapa de crecimiento, tales necesidades a menudo conducían a sentir vergüenza o una sensación de fracaso, por lo que ahora nos castigamos a nosotros mismos o a otros cuando nos sentimos desamparados y necesitados. Al día siguiente, aún de muy mal humor, fui a ver a Michael, mi kinesiólogo. Echaba humo. “Hace casi un año que estoy viniendo, ¿y dónde estoy? En pésimo estado, igual que siempre”. Le describí la variedad de dolores y molestias que tenía. Con arrogancia le pregunté: “¿Qué puedo hacer con mi espalda?”. El vio una expresión de rabia mortal en mi cara, respiró profundamente y dijo: “Quiero que hablemos de tu espalda y de tu rodilla. Pero debemos empezar con un masaje. Parece que tienes mucho dolor. ¿Qué tal si yo te doy el masaje y tú hablas?” La sensación de una mano en mi espalda, trabajando para quitarme el dolor, era casi como el perdón, una invitación a volver a integrar la raza humana. Disipaba suavemente la rabia que sentía contra Julie y contra mí mismo, así como el miedo frente a esa rabia. También sentía que lo que se esconde en la parte oscura de la conciencia puede ser admitido a la luz del día. Son muy pocas las veces en que dos hombres realmente se tocan y se apoyan. La respuesta de Michael a mi obvia necesidad, validó el dolor que sentía; y fue particularmente importante que la respuesta viniera de otro hombre. El tema de ser emocionalmente apoyado por otro hombre, aparece permanentemente en los relatos de los hombres con respecto a su crecimiento emocional. No tiene nada que ver con la homosexualidad; no necesita ser un apoyo físico. Es un apoyo emocional. En algunos talleres para hombres, los participantes se sostienen la cabeza con las manos unos a otros, en silencio. Sostener el dolor de la otra persona. Ser tomado emocionalmente en serio por otro hombre significa sentirse menos poco hombre al tener sentimientos tan profundos respecto a algo. “¿Sam, hay algo que esté pasando ahora que pudiera estar centrándose en tu espalda y en tus rodillas?”, preguntó Michael. Por supuesto, la huella me condujo justo al solitario fin de semana en que me sentí a la deriva sobre un pedazo de hielo, sin calor en mi vida. Julie y yo nos habíamos interceptado emocionalmente y ambos luchábamos para mantener nuestra angustia bajo control. Ese es el precio de pasar por todos los exámenes, dudas y decisiones que tuvimos que enfrentar. Ninguno de los dos quería mover el bote con sentimientos difíciles de manejar. Las parejas funcionan muy bien en el “tener que pasar por”, pero luego pierden lo que Julie llama el “lubricante” en las relaciones humanas, el lubricante que se genera al hacer contacto en niveles emocionales y físicos más profundos. Y yo he sido separado de Julie a raíz de mi propia rabia hacia ella, una rabia primitiva, irracional e infantil a la cual sólo puedo dar un vistazo antes de que se escabulla fuera de mi vista. Si no quisiera ver esta rabia, probablemente tampoco querría escribir sobre ella. Habría preferido hacer cualquier otra cosa, como dormir durante varios días. La rabia contra alguien que amas, te puede volver loco: Admítelo: una parte de mí está enojada con Julie por tener 38 años y no poder mantener un embarazo. A esa parte mía le gustaría que tuviera 24, como esas atractivas alumnas que veo cada día en la universidad. ¿Pero cómo puedo sentir algo así por Julie, con todo lo que ha hecho por ambos, todo el dolor que ha soportado mientras yo me doy vueltas por ahí sintiendo pena por ella y por mí? Por ejemplo, el último examen que tuvo fue una dolorosa biopsia del tejido uterino. Biopsia –autopsia, Dios, no puedo sacarme la imagen de mi mente. La 84

acompañé para apoyarla, para tomarle la mano. En el muro había un afiche con el sistema reproductivo femenino, todo muy detallado en blanco y negro… y luego se supone que uno debe ser romántico. Algo en mí quiere un útero joven sin manchas de médicos, ni de agujas, ni de la tristeza del fracaso. Una parte de mí aún grita: para eso son las mujeres, la imagen de la perfección, de la belleza; alivian la tensión en lugar de producirla, dan suavidad y éxtasis a la vida, no se asustan por estar enfermas, ni al llevarte a través de una pesadilla real de sangre, exámenes internos y diagramas reproductivos, a un mundo donde jamás has estado. Los avisos publicitarios nos recuerdan constantemente lo que se supone que son las mujeres. Nos sonríen como estrellas de cine, jóvenes actrices, cantantes, belleza y placer que pueden cambiar tu vida, no con el amor que conocemos sino con una transformación en eterno goce. ¿Todos los hombres tienen problemas para llegar a entender la realidad de las mujeres, en oposición a la ilusión de que en el amor de una mujer reside todo lo que necesitamos para funcionar, para salir de lo mundano? Comparada con esta ilusión, falsamente estimulada por los mercaderes de la publicidad, cada mujer es, después de todo, como me lo dijo una vez un amigo, una desilusión. Ridículo, absurdo. Estoy furioso conmigo mismo por albergar, aunque sea momentáneamente, esta ilusión. Toda la historia regresa a mí como un boomerang que vuelve a su dueño. Me acuso: “Yo te metí en esto, Julie, lo siento”. Al minuto siguiente la acuso a ella: “Tú me metiste en esto”. ¿En qué? En el pesado trabajo de mantener funcionando la relación, de tener que nutrir y apoyar al otro, de destetarnos de la ilusión de lo fácil que sería la vida adulta. Hay algo muy infantil en esta postura desvalida y pobre-de-mí; el lado racional de mi mente lo ve como el comportamiento de un niño que ha sido abandonado, que ha perdido la única fuente nutriente de su vida: su mamá. Esto fue lo que escribí en mi diario durante aquellos días. Pensamientos similares corrían por mi mente en la oficina de Michael. “¿Puedes entender”, le dije a Michael, levantándose sobre un codo en la mesa de masajes, queriendo con desesperación que mi confesor oyera mis pecados, “que yo ame a Julie y esté furioso con ella?” Michael asintió y dijo: “Sam, tú eres un hombre; ¿se te ha ocurrido que quizás estés llevando parte de tu pena en tus rodillas y en tu espalda? ¿Hay alguna forma en que puedas conseguir el calor que necesitas de Julie? Dile que necesitan tiempo para conversar y que tal vez lo que tú tienes que decir sonará muy infantil por un momento, pero que igual quieres que te escuche, que hay cosas que necesitas sacar”. “Para él es fácil decirlo, él no tiene que hacerlo”, pensé, mientras Julie y yo nos sentamos a conversar con un vaso de vino esa tarde. ¿Cómo mierda le iba a hablar acerca de este montón de lodo que se había formado en mí? “Este no es el momento”, susurraba una voz insistente y asustada dentro de mi cabeza. ¿Cuándo es el momento? “En otro momento”. Me sentía adormilado. ¿Cómo está tu espalda?”, preguntó Julie. “Mejor. Michael me ayudó mucho. Y necesito hablarte de algo”, irrumpí. “Siento que hay un stock de mierda que se está acumulando”. 85

“Bien. ¿Y es muy pesado? Si te vas a poner a criticarme o vas a empezar una pelea, no quiero oír nada”. “Querida, estoy alterado –está bien, no debemos asustarnos, ambos tenemos emociones por lo de los embarazos. Si hablamos, podremos verlo más claro”. “¿Sí?”. Me miró esperanzada. “Sí, en este momento la angustia nos ayudará, no nos dañará. Y no sólo me pasa a mí. Siento que tú tampoco has estado –casi- emocionalmente aquí – te quiero de regreso. Me siento tan débil. Desamparado, cansado, vacío. Escucha, déjame tratar de decir lo que quiero: estoy asustado. Por ti y por mí. Te necesito. Quiero sentirme cerca de ti nuevamente”. “Cuando lo planteas así, está bien. Yo también he estado tan asustada que ni siquiera he querido tocar el tema. Mírame. Tengo ganas de llorar de nuevo. ¿Por qué tú nunca lloras?”. “Sí lo hago. Tú no me ves”. “Está bien”, dijo Julie riéndose. “Yo trabajé mis miedos hace semanas, y sólo quería hablar superficialmente del asunto de los embarazos y resulta que ahora tú estás asustado. Antes te veías seguro. Detesto tener que hablar de todo esto hoy día, cuando estoy tratando de tener una ‘actitud militar’ para salir adelante. Pero en todo caso, hablar así realmente ayuda, querido”. Seguimos conversando y dije: “¿Sabes?, creo que no estoy tan resignado a que tomes Clomid como pensaba”. “Para mí está bien. Quizás ambos somos muy sensibles con nuestros cuerpos; creo que mis células pueden manejarlo”. “Bueno…”. “¿Sabes?, creo que no tomaré 100 ó 150 mg. Todos los meses. ¿Crees que nos ayude saber que hemos decidido no seguir tomando las píldoras indiscriminadamente? Quiero intentarlo este mes, pero no mes tras mes”. “No había pensado en eso; ayuda verlo de ese modo”. “Te preocupa lo que me pueda pasar a mí, ¿no es así?”. Su pregunta fue como una repentina liberación de la oscura noche interna en la que estaba a la deriva hace varios días. “Sí, sí. Así es”. Tuve que esforzarme para no llorar. “Tú sabes que soy fuerte. Vengo de una familia sana. También tu madre. ¿Recuerdas que también te preocupabas mucho por ella? Porque fumaba cuando eras niño, y todavía fuma. Recuerda que una vez me contaste la rabia que esto te daba cuando eras niño, y a todos en tu familia, todos sentían que era algo muy peligroso”. Dios, pensé, ella está llegando a la médula del asunto. La salud de mi madre nos obsesionaba a todos, y se centraba, obviamente, en el cigarrillo. Todos tratábamos de detenerla –mi hermano, mi padre, yo. Ella se pasaba dejándolo, pero luego volvía a fumar. Cuando tenía 10 años, tuvimos una larga conversación al respecto, y ella nos dio a mi hermano y a mí su último cartón de cigarrillos, y nosotros, felices lo fuimos a botar. Pero muy pronto compró más. En nuestra familia había mucha energía centrada en mi madre –en que estuviera a salvo. “¡Babar!”, le grité a Julie. “ ¿Qué ? ¿Esos cuentos infantiles sobre los elefantes ?” “Sí”, dije, mientras mi memoria se desbordaba hacia atrás. “Siempre he odiado la serie completa de los libros de Babar. Cuando los veo en alguna librería o en la casa de alguien, retrocedo. 86

Esos abominables libros son terriblemente populares, pero odio al tipo que los escribió, debido a una de las historias. En el primer libro, un cazador mata a la madre de Babar, mientras caminaba con su hijo. Era horrible, aún recuerdo las imágenes, Babar con su madre, linda y cálida, salen a caminar, llenos de amor. De pronto, el cazador dispara y la madre de Babar cae al suelo. Hay una imagen de ella entera destrozada. No puedo explicarte cómo me afecto, y aún me afecta, con sólo pensar en ella – su piel grisácea, destrozada, muerta. No puedo describir el terror que sentí –la madre de Babar muerta…”. Cuando uno realmente llora, es curioso cómo las lágrimas parecen rodar por las mejillas como suaves rocas líquidas. Es increíble lo importante que es la madre para un niño chico, el temor que siente de perderla –separación a la que todo niño debe sobreponerse a su manera. ¿Se sobreponen realmente alguna vez? “A mí también me dan ganas de llorar, Sam”, dijo Julie acercándose. “Fue tan injusto. ¿Por qué tuvieron que matarla en ese cuento? Y el pobre Babar se quedó solo”. Exclamé: “La madre era tan grande y fuerte y de pronto está muerta. ¡Es difícil ser más grande y fuerte que un elefante! Y muere por culpa de un payaso estúpido que no sabía qué mierda estaba haciendo.” Tanto para los adultos como para los niños, las madres son figuras extremadamente poderosas, y los hombres traspasan gran parte de los miedos en relación a la madre a la mujer con que viven. Creo que todo hombre siente que hay una parte de él que no puede existir sin el calor y el apoyo emocional de una mujer y siente terror de ser abandonado cuando está separado de ella. ¿Qué podemos hacer con la rabia de los hombres frente al abandono que comienza tan temprano en la vida? Quizás en esa necesidad que tenemos de defender y proteger constantemente a las mujeres, estamos tratando de disimular la rabia que sentimos cuando nos dejan mucho tiempo solos. En la mente de los hombres, la separación y la violencia parecen estar muy interconectadas. El psicólogo infantil Bruno Bettelheim nos insta a que pongamos mucha atención a los cuentos de hadas. “Estos cuentos comienzan donde se encuentra el niño psicológica y emocionalmente, dando un sentido mucho más profundo que cualquier otro material de lectura. Hablan de sus severas presiones internas de una manera que el niño comprende inconscientemente, y – sin el ánimo de disminuir las duras luchas internas que conlleva el proceso de crecer – ofrecen ejemplos de soluciones tanto permanentes como temporales a las dificultades que lo presionan”.21 ¿Qué “dura lucha interna” describe la historia de Babar? La lucha del niño con su rabia e ira hacia la madre, el temor de que su violencia la dañe, el fantasioso sentido de responsabilidad del niño que supone que su ira hará daño a la madre. Después de todo, es Babar quien lleva a su mamá hacia la trampa, ella salió para llevarlo a dar un paseo. Hay una página clave: la escena de Babar llorando sobre su madre muerta, el cazador corriendo hacia ellos (decididamente un cazador fálico, con un gorro en forma de callampa y cabeza circuncisa). Esta historia diagrama el curso de la vida masculina en un puñado de simples imágenes. Después de la muerte de su madre, Babar arranca del cazador y se encuentra en un pequeño pueblo lejos de la pródiga, infinita y maternal selva en que vivía. ¡Y en ese pueblo hay muchas cosas que le interesan a Babar! Especialmente los adultos que ve, los elefantes machos con fina ropa. El también compra. Y parece un elefante idiota con botines y traje de tres piezas, tomando clases con profesores e integrándose al mundo de los automóviles, de las tiendas por departamentos, de los colegios, el mundo de hacer y lograr cosas. Sin embargo, “a menudo se sienta en la ventana y piensa con tristeza en su infancia y llora cuando recuerda a su madre”. Estoy seguro que lo hace, pero igual sigue adelante con su trabajo para convertirse en un buen elefantito macho. 87

Lo que aquí vemos es la ejecución de la lucha para separarse de la madre. Nótese que la separación se logró con violencia: Babar crece llevando a cuestas el asesinato de su madre. ¿Quién comete el asesinato? ¿La sociedad, papá, a profesora asexuada y “civilizada” que lo lleva de la mano – o es el propio Babar? En realidad, todas esas fuerzas, pero en el fondo, el cuento está describiendo la fantasía interna del niño, en la cual abandona la feminidad por la masculinidad, “destruyendo” a su madre: degradando y rechazando la feminidad y sobreidentificándose con la masculinidad. Para lograr una identidad masculina exitosa, es esencial renunciar a las mujeres. Sin embargo, cuando el mundo femenino es tan vitalmente importante para el niño, y el mundo masculino, representado pesadamente por máquinas, información e instrumentos, está tan divorciado del mundo femenino de cariño y apoyo, ¿en qué medida es un despojo para el niño dejar atrás el suave y cálido mundo del cuerpo, de la preconciencia, de la imaginación, todos los aspectos de la vida atribuidos a las mujeres por los hombres, y que todos necesitamos para nutrir y ser nutridos sintiendo nuestras raíces en la humanidad? Cuando el apoyo emocional y el cariño es una tarea femenina y la masculinidad es actividad y conquista, el niño se encuentra en una posición precaria al tener que identificarse con esa imagen. Cumplimos con la “tarea del desarrollo” al identificarnos con nuestro padre, asesinando lo femenino que hay en nuestro interior. Yo creo que el residuo que deja esa lucha es lo que lleva a los hombres a sentir que en lo más profundo son básicamente destructivos o “no queribles”, y es lo que nos conduce a aislarnos emocionalmente y permanecer en silencio frente a la vulnerabilidad. Resolvemos no sentirnos nunca más necesitados. Y acarreamos internamente al padre herido: ese residuo rabioso y triste de la lucha. Un aspecto poco considerado de la psiquis de los hombres es su miedo a causar daño o ser dañados por sus seres queridos. Muchos hombres con los que he trabajado y hablado tienen una sensación no examinada, muchas veces jamás reconocida ni verbalizada, de ser destructivos o violentos. Un tema clave para los hombres de 30 ó 40 años es qué hacer con la rabia inconsciente provocada por sus experiencias familiares. Hablar con la esposa tanto de la rabia como de la vulnerabilidad puede ayudar. De lo contrario, es difícil estar emocionalmente presente si uno tiene el secreto temor de llevar adentro un demonio que está tratando de salir. Las pérdidas que no se pueden tolerar o que no han sido tratadas adecuadamente, con frecuencia terminan en idealizaciones; glorificamos de manera falsa y desesperada lo que hemos perdido, para aferrarnos a ello. ¿En qué medida los intentos de los hombres por convertir a las mujeres en madonas, criaturas suaves y sanadoras de la imaginación, son compensaciones por la temprana pérdida de nutrición en la vida? Un afiche en una vitrina de una agencia de viajes lo dice todo: una hermosa mujer seductoramente sentada en una playa blanca, con una suave camisa de dormir, reflejando su piel inmaculada en un mar verde y cálido. Arriba, con grandes letras, dice: “Club Med, el Antídoto para la Civilización”. Renunciamos al cuidado de las mujeres, al contacto táctil, al placer que ellas representan para nosotros, pero jamás podremos escapar de la necesidad, por eso tratamos de aferrarnos a ellas y satisfacer esas necesidades en formas disfrazadas. Pero cuando estamos emocionalmente vulnerables, nos da rabia y miedo que nuestras necesidades queden expuestas. Esa es la consecuencia de un patrón infantil donde la madre es la cuidadora emocional, y el padre, una figura distante e instrumental. Hoy en día, la vida familiar de un hombre puede verse alterada no sólo por eventos dolorosos como la infertilidad, sino también por hechos felices como un embarazo y la transición a la paternidad. Y en cada caso debemos prestar atención a la lucha silenciosa del marido con su necesidad y rabia. 88

CAPÍTULO 5 LA URNA VACÍA: ¿SE EMBARAZAN TAMBIÉN LOS HOMBRES?

Un Marido en la Amniocentesis Mi esposa tenía diecisiete semanas de embarazo cuando llegamos al hospital para una amniocentesis. Después de tres fracasos, habíamos logrado pasar el primer trimestre. Sin embargo, temerosos, aún pisábamos sobre huevos, con la esperanza de no sufrir una nueva desilusión. Entré al hospital caminando en puntillas para no llamar la atención sobre nosotros. La amniocentesis consiste en insertar una aguja a través de la pared abdominal de la mujer hasta el saco amniótico, para sacar una muestra del líquido que contiene células desechadas por el feto. Las células obtenidas a través de este procedimiento permiten realizar pruebas genéticas para detectar defectos de nacimiento. Aunque es considerado un procedimiento de rutina para las mujeres sobre 35 años, una amniocentesis tiene riesgos. Puede inducir una pérdida, pero en nuestro caso, debido a la edad, debíamos confrontar ese riesgo contra una mayor posibilidad de defectos de nacimiento. (Además, nos metimos en un cálculo mental más terrible y, por último, inútil: ¿si había evidencias de defectos de nacimiento, aceptaríamos abortar? Después de haber intentado durante cuatro años tener un hijo, estábamos bastante preparadas para lo que fuera). Sentíamos que la amniocentesis era el último escollo: si todo salía bien, por fin nos permitiríamos creer en este embarazo. Nos dirigimos al departamento de radiología para el examen. La recepcionista le sonrió a mi esposa, le indicó dónde tenía que ponerse su bata quirúrgica, luego me miró y advirtió: “No hay problema si quiere acompañar a su esposa, pero recuerde, si siente que le va a dar una fatiga, por favor salga de la sala. La semana pasada tuvimos un marido que le dio fatiga, se pegó en la cabeza y causó mucho disturbio. Hubo que llevarlo a la sala de emergencias”. Dijo todo esto en tono de reto, casi me disculpé por él. ¿Era alto?, me pregunté: ¿Cayó desde muy arriba? Rodillas temblorosas, cabeza golpeando el suelo. ¡Qué vergüenza! Me di cuenta que jamás había visto a un hombre adulto con fatiga. Su tono y una repentina tensión en mi estómago, me impidieron preguntarle qué pasaría si un hombre cae inconsciente durante una amniocentesis. El examen se hizo en una sala pequeña, poco más grande que un closet. Primero estuvimos en radiología, porque durante la amniocentesis se usa un ultrasonido. Un ultrasonido, llamado también Scan-B, es un dispositivo que utiliza ondas sonoras para proyectar en el monitor una imagen del feto dentro del útero. Sabiendo la ubicación precisa del feto en su oscura cueva, disminuye la posibilidad de dañarlo al insertar la aguja. Sin embargo, el ultrasonido nos había ensombrecido durante todos los embarazos. Había sido constantemente un presagio negativo, y ahora por fin traía buenas noticias. Dos años antes, en esa misma sala, una imagen de un ultrasonido efectuado en la duodécima semana de nuestro primer embarazo, confirmó definitivamente la pérdida. La imagen buscada contaba la historia sin piedad, mientras el médico explicaba que “el embrión dejó de desarrollarse después de la quinta semana; en este momento realmente no hay nada aquí”. De ahí, Julie tuvo que hacerse unos

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exámenes, mientras yo volvía solo a casa por las oscuras calles de la ciudad aún húmedas por la lluvia. Al entrar a la sala de “la amnio”, recordamos a nuestros bebés que nunca nacieron, y un residuo de superstición me hizo preocuparme de la carga viviente que llevaba ahora mi esposa. La sala parecía igual, una típica sala de hospital –insistentemente funcional, decididamente antisentimental. Contra el muro vacío, reconocí la mesa de metal y las sillas donde nos sentamos cuando el médico nos dio la mala noticia. Julie, cubierta con una camisa amarilla, estaba acostada en la mesa de exámenes. La experta en ultrasonido ajustó el equipo y luego se sentó en una silla cerca de la cabeza de mi mujer. Entró el Dr. L., el médico, nuestro ginecólogo, con su uniforme blanco de cirugía, un hombre silencioso de pocas palabras. Sus delicadas facciones de tipo asiático chocaban con la rigidez metálica de la maquinaria instalada en la sala y con el austero blanco de los muros del hospital. Nos atendimos con él desde nuestra segunda pérdida; ambos sentíamos mucho afecto por él. Nos sonrió, conversó brevemente y luego se puso su máscara quirúrgica. El médico se paró al lado de Julie, palpando su estómago. Yo no tenía dónde sentarme, salvo cerca de los pies de Julie, en una esquina. Julie levantó la cabeza y miró a través de la mesa hacia mí; parecía estar a tres kilómetros de distancia. Me sonrió animosa y me preguntó: “¿Quieres tomar mi pulgar?”. Y así lo hicimos, pulgar en mano. La mujer del ultrasonido encendió la máquina. Nuestro bebé apareció en la pantalla, era difícil distinguirlo con claridad, pero se veía sorprendentemente grande y bien formado. El desarrollo del bebé a estas alturas permite a veces identificar su sexo con la imagen de ultrasonido. No queríamos saber, esperando conservar la sorpresa. “Muy bien”, nos informó, “el bebé está de cabeza”. Agolpados en torno a la difusa pantalla del monitor de ultrasonido en la oscura sala, con la experta frente a su aparato ajustando los botones, era como estar al interior de un submarino deslizándonos en las profundidades del océano. La mujer encontró la ubicación exacta del bebé, asegurando así que la aguja fuera insertada lejos de él. Increíble, una parte de la tecnología protegía a nuestro bebé de otra. Previamente yo había llegado a odiar el ultrasonido por su implacable juicio al determinar un embarazo frustrado; ahora lo amaba por su poder protector. La experta parecía tener unos 25 años, y su pelo rojo moderaba el blanco de su uniforme de enfermera. Tomó un lápiz a pasta e hizo una X en el estómago de Julie, señalando el punto donde el médico debía insertar la aguja. Luego desconectó la máquina, se sentó al lado de la mesa y puso tiernamente su mano en la frente de Julie, dándole confianza, mientras esperaba que el médico comenzara. El pulgar de mi esposa estaba todavía firmemente agarrado de mi mano. El estómago de Julie fue pintado con una solución antiséptica naranja. Luego le pusieron anestesia local y comenzó el procedimiento. El médico, con pliegues alrededor de los ojos, lo que reflejaba una concentración no censurada por la máscara quirúrgica, insertó lentamente una vaina donde la experta había señalado, luego insertó delicadamente una aguja en la vaina. Con cuidado fue dejando que el vacío actuara como una bomba para sacar el líquido amniótico. Pero el barril de la jeringa permanecía vacío: el líquido no fluía. Un pozo seco. Muy callado, el médico le indicó a la mujer que aplicara nuevamente el ultrasonido. Ella giró su asiento y lo puso en marcha. 90

“Bien”, dijo ella, señalando un punto en la pantalla, “penetró la pared muscular del útero; la aguja no está en la bolsa amniótica propiamente”. Hubo una breve pausa y dijo suavemente: “Mueva la aguja un centímetro hacia el medio”. “Um, ¿hacia el medio? ¿O sea, hacia la izquierda?”, preguntó el médico con inseguridad. Durante un horrible momento dudé de la verdadera competencia de este hombre. Movió la aguja, dentro de la vaina, un centímetro a la izquierda. No había líquido. Otro pozo seco. “El útero se ha contraído y se ha alejado de la aguja”, explicó ella. Un útero astuto. “La pared está contraída”. De nuevo esa palabra, “contraer”. En un momento particular de la vida es sorprendente cómo algunas palabras se convierten en algo temible. Su sonido se siente como buitres dando vueltas sobre la cabeza. Las contracciones precedían todas las pérdidas. “Siento pequeñas contracciones, como si estuviera menstruando”, me dijo Julie una vez, describiendo el comienzo de las pérdidas. La tecnóloga se acercó y puso un dedo sobre el estómago de Julie. “Aquí”, instruyó al médico, indicando dónde debía poner la aguja. Su argolla de matrimonio brilló bajo la tenue luz del hospital. El médico parecía no darse cuenta de la tensión que había en la sala. Para mí era como estar buceando en la profundidad del mar, la presión hundía mi pecho. Pero él parecía inalterado, su atención estaba totalmente concentrada en el procedimiento y en el útero frente a él. Casi no nos miraba. Una amiga que había perdido su bebé después de una amniocentesis, estaba convencida que el médico no supo hacerla y dañó el feto o la placenta con la aguja. Había sangre en el líquido que entró a la aguja. Me imaginé pegándole un puñete en la cara a nuestro médico si eso ocurría hoy día, sabiendo que jamás lo haría. ¿Y, sin embargo, cómo sería la rabia que sentiríamos si perdiéramos este bebé, nadie a quien culpar por las “dificultades reproductivas”, nada que hacer? ¿Hay alguna forma de cuantificar ese tipo de rabia? ¿Es de más de un centímetro de largo? El médico tenía la aguja frente a él, preparando el tercer intento. La aguja parecía enorme. Mi esposa estaba tendida en la mesa, con un médico introduciéndole una gruesa aguja, un largo arpón metálico que penetraba cerca del bebé, ignorante del peligro en un mar secreto. Imágenes de ballenas y arpones disparados en su contra en el mar. Una frase de un libro sobre barcos que leí una vez, quizás de niño: La ballena madre es empujada hacia el barco factoría. Sentado ahí no podía sacar de mi mente las imágenes de violencia y sadismo. No corría riesgo de tener una fatiga, pero quería gritar, detener el procedimiento. Sentía que mi esposa y el feto eran intolerablemente vulnerables. Y también quería llorar frente a mi propia vulnerabilidad. De pronto la vida me pareció muy valiosa y frágil. Quizás la parte más dura era ser sólo un observador, quería hacer algo, proteger a Julie, al bebé. Pero no había nada que hacer, fuera de sostener su pulgar y apoyarla con mi presencia. Comprendí a los esposos que les da fatiga. Entrenados para hacer, ser prácticos, sólo debemos observar. Y no pedimos ayuda, ni la seguridad que rutinariamente se da a nuestras esposas. En vez de eso, nos sentamos en silencio, con una actitud adecuada. Y con fatiga. Mientras esperábamos que el médico insertara nuevamente la aguja, otro médico entró a la sala por una puerta que había a mi derecha. ¿Por qué está aquí?, me pregunté. ¿Hay acaso una emergencia que nadie quiere reconocer? Quizás los médicos tienen un botón secreto en el suelo, como 91

los que aprietan los cajeros de un banco cuando hay un robo, para pedir ayuda sin alertar a los clientes. Este médico era como de mi edad, bajo y de aspecto ordenado. Llevaba ropa de calle, pantalones de vestir y camisa rallada, un beeper colgaba de su cinturón. Al cerrar la puerta, me miró hacia abajo y se presentó: “Hola, soy el Dr. Phillips. Sólo quería saber qué estaba pasando aquí, si puedo ayudar en algo”. Diciendo esto, se deslizó con cuidado hasta donde su colega, nuestro ginecólogo. Cuando pasaba, tuve un fuerte impulso de decirle: “¿Me tomaría mi mano?” Quería que me tocaran para sentirme seguro. En la sala, el aire estaba denso, el tiempo también. ¿Llevábamos aquí dos días o tres? Se me olvidó respirar, me sentía vacío. Quería contacto táctil, de pronto sentí que me dolía la necesidad de ser acogido, apoyado, de sentirme menos solo, y quería todo eso de un hombre. Quería que otro hombre legitimara el sentimiento de miedo, de sentir tanta preocupación por el resultado. Pero no le pedí nada. Me negué a pedir. Tuve miedo de hacerlo sentirse mal, temí parecer débil o tonto. Cuando este hombre pasó a mi lado, mi cuerpo se evadió, me sentía muy lejos de mi piel, protegido por la dura caparazón de la rudeza masculina. Una roca. Momentáneamente consciente de mi necesidad de contacto, sentí una angustia familiar. ¿Es posible que los hombres puedan reconfortarse unos a otros sin temor a la homosexualidad? Una enfermera me habría tomado la mano, pero lo sentía como algo regresivo: siempre han sido las enfermeras quienes tradicionalmente lo han hecho. La enfermera se acerca al esposo tomándole la mano, hablando con voz tranquilizadora: “Todo está bien, ¿no prefiere esperar afuera en el pasillo conmigo?”. Mamá saca al niño asustado y lo aleja del trabajo de los hombres. O se da un elemento de sexualidad, como si el hombre dijera: “Toma mi mano, cariño, por favor. ¡Oye, eres tierna cuando te preocupas de mí!”. La seducción de la fragilidad masculina. Esta ayuda que sólo pedimos a las enfermeras, seguirá siendo una actitud infantil o sexual, hasta que los hombres legitimen también este tipo de cuidados. Los dos médicos conferenciaron durante un momento. Luego la aguja entró nuevamente. De pronto un líquido claro, amarillento, inundó el recipiente. Líquido amniótico, parecido a la orina. Se llenó un cilindro y fue remplazado por otro. Este también se llenó, asegurando líquido suficiente para los exámenes. (Exámenes que debían revelar la existencia de un bebé tan sano como pudiera certificarlo la ciencia; veinticuatro semanas más tarde nació nuestro hijo, con tres semanas de atraso). “Muy buen líquido, claro y de aspecto saludable. Sin sangre, un excelente signo”, explicó nuestro médico. Luego salió de la sala a buscar unos formularios que debíamos llenar. La tecnología tomó la mano de Julie, moviéndose para mirarla a la cara. Se acercó y, dándole seguridad, le dijo: “Todo fue completamente normal. El líquido está bien, el ultrasonido muestra que su bebé se está desarrollando como debe. Es frecuente tener que hacer varios intentos para sacar la muestra. Nada resultó mal”. Julie parecía aturdida, su cabeza y sus brazos temblaban levemente, como si quisiera llorar. Pero era evidente que había comprendido las palabras de la mujer. Esta acarició la cabeza de Julie. Parecía que toda la angustia que mi esposa había sentido quería explotar, como las aguas de una inundación tratando de destrozar el embalse. “¿Me cree?”, preguntó la mujer con tono fraternal. “Sí”, contestó Julie, mirando para otro lado y riendo, secándose con cuidado una lágrima de los ojos. Me acerqué a mi esposa y tomé su cabeza en mis manos, feliz de haber terminado. De pronto me invadió un gran aprecio por la tecnóloga y por nuestro médico. Al irnos, le di la mano al Dr. L. y exclamé: “¡Gracias!”. Me miró, sonrió y respondió con timidez: “De nada, Sam”. Dijo mi nombre tan

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despacio que casi no lo oí. Era la primera vez, en dos años, que ese hombre gentil y reservado me llamaba por mi nombre de pila. La Vulnerabilidad Emocional del Esposo ¿Qué significa realmente para un hombre entrar al ciclo reproductivo, una parte de la vida que tradicionalmente ha estado reservada para las mujeres? Hoy en día, los esposos están presenten en la mayoría de los partos, y es impresionante el creciente número de hombres que eligen esta experiencia. En 1973, el 27% de los padres estaba en la sala de partos cuando nacieron sus hijos; en 1983, el 79% estaba presente, según una encuesta nacional1. Los hombres no sólo están “presentes en la creación”, ayudando a sus hijos a nacer en un hospital o en casa, sino que también acompañan a sus esposas al médico y a los exámenes durante el embarazo. Ese fenómeno es claramente positivo. Las investigaciones demuestran que el desarrollo de la identidad paterna comienza antes del parto, y la presencia del padre en el proceso del nacimiento puede fortalecer los lazos entre padre e hijo y entre marido y mujer.2 Sin embargo, también existe un lado oscuro en los embarazos modernos, ya que muchos futuros padres sienten una fuerte vulnerabilidad emocional. Las psicólogas Abby Stewart y Nia Lane Chester, de la Universidad de Boston, compararon parejas que esperaban un hijo con parejas que ya lo habían tenido. En una prueba de medición de la adaptación emocional al entorno, descubrieron que los resultados de los hombres eran menores durante el embarazo que después del nacimiento del hijo. En el caso de las mujeres se dio lo opuesto: las nuevas madres mostraron una baja significativa en el nivel de adaptación en comparación con las mujeres embarazadas. Stewart y sus colegas señalaron que para los hombres el embarazo representa el principal cambio o transición en sus vidas, “mientras que para las mujeres el nacimiento del bebé es la transición principal.”3 En muchos hombres, el embarazo de sus esposas genera fuertes sentimientos ambivalentes que pueden intensificarse al pasar a integrar el mundo femenino de la gineco-obstetricia. Durante el embarazo, muchos hombres vivencian una renovada lucha por sus partes masculina y femenina, así como también un sentido de pérdida (y alegría) al imaginar y anticipar lo que será su rol como padres. La vulnerabilidad que surge al tener que enfrentarse a esos sentimientos tan confusos de rabia y tristeza, empuja a algunos hombres a alejarse de su familia, y a otros, con la misma fuerza, los acerca. En primer lugar, el esposo moderno siente que entra al mundo femenino. En la mayoría de los centros médicos, el servicio gineco-obstetra refleja “maternidad”. Los suelos alfombrados, las cómodas sillas y sillones, todo decorado con alegres colores primarios, están destinados a los recién nacidos con sus madres, o a las redondas mujeres embarazadas, algunas acompañadas por sus esposos. El marido entrará al centro médico sin recibir del ambiente la confirmación de que él también está en un momento de cambio. Las mujeres están relajadas, redondas. El esposo no se ve muy diferente de cualquier hombre que vaya caminando por la calle. A veces se sienta a leer revistas, o a revisar algún trabajo, si viene saliendo de la oficina. Recuerdo que mientras esperábamos en la consulta del médico para nuestro primer chequeo de embarazo, mi esposa observaba con aire distraído unas tiras cómicas del New Yorker. Yo pensaba 93

en una reunión que tenía más tarde con un cliente, observaba mi reloj esperando que esto terminara pronto, para tener tiempo para preparar mis apuntes para la conferencia de esa noche. Sentía que mi trabajo era como un ancla a la cual podía aferrarme, atándome a un mundo más familiar. Mientras esperaba preocupado, tenía una sensación incómoda en mi interior. Quería estar en silencio, en quietud, recordando los retos de las profesoras del colegio, tratando de no llamar la atención. Quería impactar con mi actitud. Oye, viste, estoy tranquilo. Pero debajo de todo había un primitivo temor o angustia en relación a las mujeres. John Updike escribe acerca del extrañamiento de los hombres del “oscuro, húmedo y pantanoso mundo de las mujeres”, y Joan Didion se refiere al “mundo de agua” en que viven las mujeres.4 El embarazo nos hace regresar a ese mar secreto, a ese mundo de mujeres al que los hombres renuncian en su desarrollo. Durante los embarazos obtenemos una visión diferente del cuerpo de la mujer, ya no es un terreno sexual sino una fuente de vida. En nuestra primera consulta, la enfermera hizo un examen interno a mi esposa, mientras yo esperaba en una esquina de la sala, sujetando los abrigos. Al final, la enfermera se volvió hacia mí, sin dudar mientras se sacaba los guantes de goma, me preguntó: “¿Sam, has visto alguna vez el cuello del útero de Julie?”. La pregunta me tomó desprevenido. “No, en realidad no lo he visto”. “¿Te gustaría acercarte y echar un vistazo?”. La idea de mirar, de mirar realmente al interior del sistema reproductivo de una mujer, gatilló un miedo primitivo. Una cavidad tan extraña, oscura y misteriosa, que conducía ¿a dónde exactamente? Esta deferencia de la enfermera me estaba dando una entrada al mundo del embarazo. Tímidamente le pregunté a mi esposa si le importaba, y riéndose respondió: “No.”. La enfermera me cedió el espacio y me ayudó a identificar el músculo redondo con forma de donut al interior de la vagina, que servía para proteger a nuestro bebé del mundo externo. El cuello del útero de mi esposa me recordó un fuerte, poderoso y seguro puño apretado. Así, el marido logra tener una visión poderosa de la feminidad como dadora de vida. La mujer se “completa” con el bebé en su interior. En el ambiente gineco-obstetra, las mujeres se preocupan de las mujeres, demuestran la habilidad que tienen para apoyar la vida y apoyarse mutuamente. Al ver la naturaleza creadora de la feminidad, un hombre puede desear ser creativo a la manera “femenina”. Hace algunas décadas, la psicoanalista Edith Jakobson estudió por qué tantos hombres en terapia expresan en forma casi estridente su desinterés en concebir y parir un hijo. Su conclusión fue que “el conspicuo desinterés de los hombres por tener ellos los hijos, prueba regularmente que es una porfiada defensa contra una envidia profundamente reprimida de las capacidades reproductivas de las mujeres”.5 Antropólogos orientados hacia la psicología han creado una rica literatura en la cual examinan los mitos y rituales de la fertilidad que han desarrollado culturas foráneas para proteger a los hombres y contener los sentimientos provocados por la temible y misteriosa capacidad de las mujeres para crear vida en sus cuerpos. No tenemos que aceptar la noción de que un hombre desea tener útero para poder hacerse cargo de un hijo y nutrirlo, así como para reconectarse de una manera más completa con las partes “femeninas” de sí mismo. A algunos hombres, esto puede producirles una dolorosa lucha con su propia identificación tanto femenina como masculina. En el Simmons School of Social Work, hicimos 94

un estudio en el que entrevistamos a algunas parejas durante el período del embarazo. Los investigadores escucharon repetidamente de parte de los esposos preocupaciones relativas al trabajo, lo que reflejaba una preocupación simbólica acerca de su habilidad para ser fecundos o nutrientes. El estudio concluía: “Envidia del útero, sentimiento de ser dejado fuera, frustración por su incapacidad de compartir en la creatividad del embarazo y el parto. Estas expresiones aparecieron en casi todas las entrevistas hechas a hombres”.6 La pérdida de potencia frente a la esposa embarazada, puede ser insoportable para algunos hombres. En su libro Baby Love (Amor de bebé), Joyce Maynard describe la batalla que da un hombre frente a este compromiso: Lo bueno de embriagarse con champagne es que no dura mucho, pero mientras dura, es lo mejor. Mark, normalmente, hubiera preferido la cerveza. Pero esta cosa no estaba mal. Está sentado a orillas del río Contoocook, detrás de la fábrica donde trabaja. Donde trabajaba. Tiene 63 dólares en el bolsillo, parte de su último sueldo. El resto se fue en champagne, y ya le queda poco. Está pensando en su hijo que hoy cumple 5 meses. Recuerda el día que nació Mark Junior. Sandy cree que él se fue de la sala de partos por la sangre. Ella siempre lo culpa por eso. Dice que él arruinó el vínculo. No fue en absoluto la sangre. Había visto bastante sangre y tripas en las cacerías de venados. Lo que no pudo tolerar fue la expresión en la cara de Sandy. Ni siquiera parecía Sandy. Podría haber sido su madre o su abuela. De hecho, podría haber sido un hombre. Mark nunca había visto a alguien con tanto dolor, trabajando tan duro. Lo hizo sentirse como un tonto, ya que era su esposa, y no él, quien trabajaba tanto. Comparado con esto, nada de lo que había hecho en su vida importaba. Y desde entonces, parece que ella también lo sabe. El creía que ella era tan delicada y frágil. Ahora sabe que sólo era un truco. Ella le hace bromas, como si fuera un niño. Ella sabe, y algún día también lo sabrá su hijo, que cuando hubo que jugársela, fue Sandy la más fuerte. Mark simplemente se quedó en el pasillo vomitando7. Crecer pensando que los hombres son fuertes, las mujeres débiles; que el poder masculino conquista; que la fuerza sólo reside en el mundo externo, puede llevar a una verdadera crisis existencial al confrontarse con el poder del embarazo. Muchos hombres se miran internamente y se preguntan si también ellos pueden ser nutrientes. Cuando los hombres se involucran muy intensamente en los embarazos de sus esposas, surgen sentimientos acerca de su propia creatividad, de su habilidad para apoyar la vida. En mi caso, muchas veces pensé en el apoyo femenino, en el centro, simbolizado por la vida que mi esposa sostenía dentro de su zona pélvica. ¿Cuál es, me pregunté, el equivalente masculino al cuello del útero? ¿Al parto? Las preguntas se complicaron más: ¿puedo, yo como hombre, nutrir y sostener a otros como lo hace una mujer? Me pregunté en qué forma podemos “sostener” a otros emocionalmente, apoyándonos y nutriéndonos mutuamente. Esa manera evocativa o receptiva de sostener parecía muy diferente del tipo de preocupación orientado a la solución de problemas, a las opiniones, a lo práctico, que por tanto tiempo fue masculino para mí. La búsqueda para llegar a ser más “sostenedor” con los demás se reflejaría en mi trabajo como terapeuta e investigador. La vida dentro del vientre de la esposa presenta aún otro conjunto de sentimientos inquietantes: muchos hombres se identifican con el feto y descubren que sus propios deseos se funden 95

con una reactivada madre perfecta y cariñosa. Muchos hombres con los que he hablado relatan su sentimiento de desconexión, una sensación interna de menoscabo, un vacío mezclado con la alegría que sienten antes del nacimiento. En general, ese sentimiento aparece al final del embarazo, bajo diferentes formas y texturas. Un hombre que trabajaba a una hora de su casa, contó que temía que su esposa diera a luz cuando él no estuviera, llegando a obsesionarse durante las últimas semanas por trabajar tan lejos de ella. Desconexión. Otros hombres experimentan un sentimiento más visceral; algunos dicen sentir frío durante las últimas semanas antes del nacimiento. Durante el último trimestre del embarazo de Julie, muchas veces me sentí vacío, seco. Un frío y gris día de febrero, esperando a nuestro ya atrasado bebé, tuve una hora libre entre dos pacientes. Me recosté en la silla de mi oficina e imaginé ser una urna vacía lanzada a la nieve por unos soldados romanos, tendido impasible a los pies de los Apeninos. Tenía más frío que de costumbre; buscando a propósito en mi closet, encontré un poncho de lana suave que casi nunca usaba. Lo saqué y me envolví en él, sintiendo de inmediato más calor. De pronto recordé que era un regalo de mi madre me lo había traído hace años de un viaje a Sudamérica. Reconocí mi deseo de ser cuidado, de sentir calor que viniera de una figura materna. Necesitaba mucho tiempo, no sólo para apoyar a Julie y preparar el nacimiento, sino también para rastrear las fuentes de calidez y plenitud en mi vida. Al estar con una esposa embarazada, al ver crecer la vida en ella mientras se convierte en una figura paterna “completa”, puede renacer en el esposo una percepción, aunque silenciosa, acerca de cómo fue acogido de niño. Puede activar sus deseos táctiles, su sensación de piel, de calor corporal, su anhelo de ser acogido y cuidado. Muchos hombres dejaron de lado hace tiempo atrás esas experiencias sensuales, táctiles, la difusa conexión con el cuerpo se quebró en la transición a la vida adulta, canalizando la sensualidad hacia los genitales. A medida que la esposa embarazada crece más y más, el mundo se torna más solitario y frío. Nuestro vacío se realza. Con gran sabiduría, las tribus primitivas crearon el ritual covada, en que el esposo se retira a una choza y representa los síntomas del embarazo. Al hacer la mímica de la realidad de su esposa, se siente pleno y completo con las costumbres y rituales sociales que se le ofrecen como hombre embarazado.8 En estas circunstancias, se intensifican las preguntas acerca de qué significa ser hombre, así como también nuestros más profundos deseos de ser cuidados. Esto ocurre porque de alguna manera el esposo realmente se vuelve más dependiente y necesitado, aún cuando se le diga y se espere que sea el hombre fuerte y apoyador para la familia y para la mujer embarazada. Actualmente, el embarazo pone a muchos hombres por primera vez en una situación donde tienen que colaborar con mujeres (a veces con médicos, pero siempre con enfermeras y matronas), generalmente en una posición inferior y en un contexto nuevo. Como no están acostumbrados a ser vulnerables y dependientes de las mujeres, o a cooperar cuando están aproblemados, muchos hombres tratarán de aliarse en primer lugar con el médico o necesitarán degradar a las enfermeras aún cuando estén siendo cuidados por ellas. Para algunos hombres que están acostumbrados a tratar con mujeres en el trabajo, como secretarias y subordinadas, enfrentar a una enfermera gineco-obstetra puede ser una experiencia amenazadora. Desde la perspectiva de la enfermera, la aparición de los hombres puede tocar cuerdas inesperadas. Muchas enfermeras de este servicio ingresaron a él porque querían trabajar con mujeres. Muchas están muy sensibilizadas respecto a los temas femeninos y feministas –y resulta que ahora encuentran que ahí también hay esposos. 96

A veces el marido no posee la información que la esposa tiene, debido a que el embarazo se produce en su cuerpo, y por lo tanto, es ella quien recibe más claves corporales táctiles acerca de lo que está ocurriendo. El debe confiar en ella para obtener la información que desea. Con frecuencia el esposo sentirá que no puede influir en la situación. Durante este período, comúnmente surgen sentimientos de desamparo e impotencia en los hombres.9 Muchos dicen “sentirse como observadores”. Un asistente social de 36 años, señalaba haber tenido sólo un rol “reactivo” durante el embarazo de su mujer. “Ella era la que estaba cambiando físicamente. Era ella quien se había subido a la montaña rusa… Yo no podía hacer nada por ella”. Además, el marido ve que su esposa recibe muchísimos cuidados y atención, lo que puede aumentar su deseo de recibir lo mismo. El orden espacial en que se da el encuentro marido, esposa y enfermera o médico, está hecho de tal forma que el marido queda en la periferia. La esposa estará en la mesa de exámenes, con los pies en los estribos; la enfermera o el médico de pie, atendiendo a la esposa. El marido estará sentado o parado en una esquina, sujetando los abrigos. A lo largo de nuestras visitas al médico (excluyendo el nacimiento), me sentía en el límite, en la periferia, mientras mi esposa era el centro. Hasta cierto punto, así debe ser: la salud de la mujer y del feto es la preocupación principal. Pero el alto grado en que muchos esposos se convierten en personas emocionalmente “invisibles” durante el embarazo, afecta el normal curso de éste y el bienestar de la familia. Sin idealizar el lazo “fraternal” que se crea entre las mujeres debido a que están más sintonizadas entre sí, el esposo en esta situación tendrá que expresar más abiertamente sus temores y angustias. Se puede sentir vulnerable y con rabia al tener que mostrarse necesitado ante una mujer en un contexto femenino, donde ella podría atacarlo o reírse de él. Muchos hombres jamás logran superar estas preocupaciones adolescentes. Otros se sienten infantiles y descubren que necesitan a la madre. Cuando terminó el chequeo del tercer mes, la enfermera dijo: “¿Quieren hacer alguna pregunta?”. Su tono de voz trasmitía tanto una viva eficiencia como la intención de tranquilizarnos. Era nuestra primera cita con ella desde las pérdidas, y lo más lejos que habíamos llegado. Quería preguntarle un millón de cosas, todas escondiendo la pregunta fundamental que hacía saltar mi corazón: ¿qué podemos hacer para que este embarazo no termine en pérdida? En otras palabras, la única pregunta real no tenía respuesta. En vez de eso, pregunté: “¿El sexo durante el embarazo puede causar daño, eh, aumentar las posibilidades de una nueva pérdida?”. Esa pregunta contenía, al igual que un camión blindado de Brinks que lleva su oculto tesoro de barras de oro, toda mi esperanza de que este embarazo no terminara nuevamente en tristeza y dolor. Eso era lo que realmente quería decir: el temor que ambos teníamos, salir de ahí con nuestras esperanzas comprometidas. Es adecuado que los hombres se preocupen del tema sexual, pero no del temor a la pérdida. Al oír a la enfermera decir: “¿Quieren preguntar algo más?”, demostrando una preocupación generalizada implícita en la pregunta, a pesar de su tono de eficiencia médica (con ingenio se las arregló para trasmitir ambos mensajes al mismo tiempo), me sentí como un niñito mostrándole una astilla a su Madre. Pagamos el precio de haber aprendido a esconder nuestro dolor. La enfermera contestó mi pregunta sobre el sexo con seguridad; mis temores de la pérdida permanecieron ocultos. Me negué a mostrarme vulnerable frente a esa enfermera, me negué a que ella se preocupara de mí, me 97

negué a hacer el trabajo más difícil de pedirle ayuda, encontrando una salida a través de una excusa médica. Me sentí como un niño de 5 años, un adolescente y un adulto al mismo tiempo. Sentado en esa sala de exámenes, mirando a la enfermera hacia arriba, parada, muy compuesta y hermosa con su uniforme blanco, mi ira se hizo palpable. No estaba dispuesta a admitir que me sentía fuera de control, ni a admitir mis temores de dañar al feto por las relaciones sexuales, de no ser capaz de proteger y conducir a este bebé en desarrollo hacia la vida, ni lo mucho que me importaba que el bebé lo lograra. No quería reconocer todo esto frente a esta atractiva rubia de 30 años. Recuerdos de las chicas del colegio invadieron mi mente. Muchachas, adolescentes paradas cerca de la entrada del colegio, en formidables manadas, hablando con susurros entre ellas. En la adolescencia hay una línea trazada entre los sexos. Ahí está la dificultad: esta vulnerabilidad –que me hace sentir como una bolsa rota de esperanzas y miedos, mientras esa mujer se ve tan compuesta y competente – puede producir la verdadera ira de los hombres. La herida silenciosa: al desarrollarnos como hombres, suprimimos nuestras necesidades o dependencia, y como no manejamos estos aspectos con madurez, nos da rabia cuando de pronto volvemos a enfrentarnos con nuestra vulnerabilidad. Un viejo demonio que regresa y nos persigue. ¿Y dónde se exponen más comúnmente nuestras necesidades si no es en la relación con las mujeres, durante las nuevas y exigentes transiciones al matrimonio y a la paternidad? En ese momento, escribí lo siguiente en mi diario: Temblor en la psiquis masculina durante el embarazo. Veo el cuerpo de la mujer como un mundo extraño del cual fui apartado, primero de niño y luego de adulto. Ahora se supone que debo tratarlo como una familiar pista de carreras. No hay cambio. Recuerdos de tragos combinados, de citas en bares, de sexo depredador, del sexo como competencia para probar mi estima, del sexo como salvación para la soledad de mi alma. El útero, un pantano misterioso, oscuro y vaporoso en el que ahora me pierdo. ¿Cuál es mi rol, qué debo hacer? Muchachas rechazantes, insolentes, juzgadoras, tentadoras. ¡Ahora trabajemos juntos! Las vulnerabilidades de la vida real y la sensación de necesidad de los hombres durante el embarazo, residen también en el reconocimiento de su dependencia del feto. Como lo señalamos en el capítulo anterior, las investigaciones demuestran que muchos hombres están fuertemente unidos a sus bebés aún antes de nacer. Lo que sentimos es también nuestra vulnerabilidad: cuánto nos importa el bebé y qué poco podemos hacer, excepto dejar que la naturaleza siga su curso. En el último trimestre, fuera de practicar las técnicas de respiración y de parto, no hay mucho que hacer. El marido puede querer hacer algo, realizar algo, salvaguardar lo que necesita y ama, como se le ha enseñado, pero no puede hacer nada. Debe sentarse y esperar. Entramos en contacto con lo que Gilligan llama la dimensión “trágica” de la vida: nuestra vulnerabilidad y necesidad de otros no pueden ser escondidas detrás de acciones impersonales y decisiones prácticas.10 Obviamente, los hombres de hecho no acarrean al bebé. Sin embargo, su profunda conexión con el feto hace del embarazo la primera ocasión de la vida adulta en que sienten que la vida surge lenta y pacientemente, como lo “femenino”, sin dominar o conquistar la situación, sino dejándola emerger, sintiendo la textura de la propia vulnerabilidad, respetando la singularidad del contacto con el otro (el feto, la esposa) como un ser humano mortal y limitado. Al hacernos cargo sin conquistar, aprendemos a tolerar nuestra vulnerabilidad y la de los demás, a respetarla un poco más. 98

Un hombre también puede sentirse vacío y vulnerable durante el embarazo debido a los problemas de la vida real que enfrenta al desplegar o anticipar una imagen competente de sí mismo como padre. Ya hemos visto que la mayoría de las claves sociales le dicen que es la esposa la que se embaraza. Sin embargo, es muy importante que piense en sí mismo, que ensaye, que anticipe en forma satisfactoria y completa su rol de padre, de manera que se sienta emocionalmente conectado con el niño, unido, como hombre. El hecho de imaginarse a uno mismo sujetando al bebé, jugando con él, cuidándolo, puede contrarrestar el triste vacío que provoca el embarazo. Durante el embarazo, el esposo puede luchar con el sentimiento de no saber cómo ser totalmente nutriente y paternal. Este sentimiento de vacío puede surgir de la sensación de ser alejado del trabajo en un momento en que éste sirve como “ancla” de seguridad en un mundo nuevo. Uno debe tener fe en que esa parte nutriente del sí mismo pueda llenar el vacío creado, dejando ir lentamente algo de ese ser práctico y centrado en el trabajo. Dentro de cada nuevo padre existe una lucha por lograr un sentido de cuidar. Durante este período, yo tenía una imagen de mi bebé sobre mi pecho, con su cabeza descansando sobre mi hombro. El temor profundo era tomar mal a mi hijo, dejar caer este suave paquete –literalmente por falta de fuerza- del cual yo era responsable. Sin embargo, el miedo también era metafórico. Hay muchas maneras de dejar caer a un niño; una de ellas es no estando psicológicamente con él. El miedo de no ser capaz de tomarlo corresponde a una lucha que se da en muchas relaciones: no permitirme entrar en su mundo, ruptura de la conexión entre ambos por mis compromisos de trabajo. El problema es que muchos futuros padres pueden recibir mensajes del mundo social y laboral que juegan con sus fantasías de ser un mal padre o un padre “frustrador”. Cuando un hombre hace público el embarazo de su mujer, en el trabajo o entre los amigos, puede sentir una corriente subterránea de pérdida y menoscabo de parte de ellos. Por supuesto que las reacciones iniciales son: “¡Ah, qué fantástico!” o “¡Un bebé, magnífico!”. Sin embargo, formar una familia significa desplazar compromisos de trabajo y amigos en la vida. Significa optar por las exigencias del niño, en perjuicio del trabajo o de los amigos. Sin darse cuenta, las personas que dependen de ese marido en el trabajo, querrán asegurarse de que su compromiso común no se vea afectado por el nuevo bebé. Los amigos se pueden sentir rechazados o heridos. Es como si todos estuvieran diciendo ¡no me abandones! Como terapeuta –trabajando con temas básicos como la separación y la pérdida -, cuando revelé a mis pacientes que me tomaría dos semanas libres porque mi esposa iba a tener un bebé, ellos reaccionaron con fuertes sentimientos de pérdida y rabia. Muchas personas van a terapia porque se sienten básicamente incapaces de amar y ser amadas. Algunos pacientes respondieron como parientes desplazados, otros como amantes despechados. ¿Me importaban ellos también? ¿Tendré tiempo para ellos? Cada uno respondió según su propio carácter y conflictos, pero todos reaccionaron, y la ola de sentimientos –de pérdida, de haberlos echado, de no ser suficientemente buenos, de no importar realmente – rebotó de vuelta en relación a mi propio temor de no ser un buen padre. Un hombre de 30 años, soltero, con gran dificultad para establecer relaciones con mujeres, había desarrollado a través de los años una conexión humorística pero profunda conmigo. Cada semana antes de entrar a mi oficina, se detenía en el umbral, me miraba y decía en forma medio sarcástica: “En la hora del show de Sam y Ted”, refiriéndose a nuestra terapia como una especie de show de TV dirigido por mí. Esa era su forma irónica y cariñosa de describir la terapia, muy diferente de la conexión menos personal y centrada en los deportes que él establecía anteriormente con los 99

hombres. Poco después de haberle contado acerca de mi bebé y de mi breve “permiso de paternidad”, subió las escaleras, se detuvo, me miró y dijo tristemente: “Se acabó el show de Sam y Ted”. Al informarle lo mismo a una paciente de edad mediana, comentó que la oficina estaba muy fría. Jamás había hablado de la temperatura en un año de terapia, pero esa vez me preguntó si podía prender la estufa, la oficina estaba tan “helada”. Por lo tanto, además de los sentimientos positivos que las personas sienten por el esposo, también puede haber una sensación de pérdida y desplazamiento provocada por el futuro padre. Los hombres de generaciones más viejas eran protegidos de esas sutiles corrientes subterráneas al asumir el rol de Papá Orgulloso: debido a que las expectativas no eran que el padre alterara fuertemente sus compromisos laborales y sociales (aunque, por supuesto, muchos lo hacían), en esa época había una sensación menor de competencia entre los amigos, el trabajo y la familia. El padre recibía menos mensajes de abandono. Para los hombres de hoy en día, muchos de los cuales quieren estar presentes en su familia, hay una tensión básica entre su preocupación por ser padres nutrientes y el mensaje que les lanza el mundo real: eres desconsiderado al dejarnos por tu familia. Permaneciendo a Salvo con el Sexo y el Trabajo Un nuevo papá de 30 y tantos años, recordaba pensativamente su experiencia señalando que “los hombres ya no desempeñan su antiguo rol de apartarse del embarazo; ya dejamos de pasearnos nerviosamente en la sala de espera, lejos de todo. Ahora se supone que debemos estar con nuestra esposa dando a luz, pero no hemos definido de qué se trata realmente este nuevo rol, cómo es esta nueva experiencia”. Dentro de nuestra sociedad, la tradicional división del trabajo ha servido para proteger a los hombres de la experiencia del embarazo. Nuestros padres sólo necesitaban verse fuertes y controlados, y contonearse como pavos reales en la sala de espera, mientras su esposa y los médicos “traían” al bebé. Así se reprimía la angustia del hombre. El ritual covada de las tribus primitivas reprimía la angustia, rabia y tristeza del esposo, a través de actos socialmente aceptables. Al hacer la mímica de los “síntomas del embarazo”, el esposo recibía apoyo social, permitiéndole expresar su participación en esta experiencia. El hecho de retirarse a un lugar físicamente distante, lo separaba de la familia, protegiendo a todos los participantes de su rabia y celos de la esposa y el bebé. Los hombres de hoy se han quedado sin rituales que les permitan expresar su participación en la experiencia del embarazo o asumir el rol social distante de Papá Orgulloso en la sala de espera. ¿Y entonces qué pasa? Sospecho que muchos hombres sexualizan sus interacciones con las mujeres o se convierten en seres altamente instrumentales, para reafirmar su poder o control durante el embarazo. Vemos primero los sentimientos sexuales del esposo durante el embarazo de su mujer. Los terapeutas familiares saben que el embarazo y los primeros años de paternidad son etapas delicadas para las parejas. La atracción sexual por otras mujeres es una típica broma en muchas parejas; para los terapeutas es común encontrarse con matrimonios en que el esposo hace despliegue de su sexualidad durante el embarazo de su mujer.

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Para algunos hombres, la sexualidad se convierte en un asidero, en una forma de definir su rol durante el embarazo. Su rol sexual como fecundador de la mujer puede ser una manera de confirmar su rol creativo en esta experiencia. Y la sexualidad puede ser una forma de aminorar la terrible vulnerabilidad e impotencia que sienten con las mujeres –su esposa y las enfermeras, por ejemplo – durante este período. En los momentos en que me sentí más vulnerable, también me sentí físicamente atraído por nuestra enfermera. Un día en la sala de exámenes, la enfermera, mi esposa y yo habíamos estado discutiendo acerca de las vitaminas adicionales necesarias para el embarazo. Ella se dio vuelta hacia Julie, quien permanecía tendida en la mesa de exámenes. Sentado en un rincón, pensé cuán atractiva era: nariz fina, piel hermosa y suave; piernas delgadas y bronceadas bajo su oh-tan-profesional uniforme. Hizo una lista de las vitaminas que mi esposa necesitaría, mientras yo me preguntaba cómo sería ella en la cama. Era como si Richard Gere hubiera entrado bailando vals a la sala, remplazándome. Grandes espacios de mi mente estudiaban a esta mujer, aún mientras escuchaba a medias las preguntas que mi esposa le hacía. La imaginé en un bar para solteros. En esta escena imaginaria, me acerco a ella e inicio una conversación, sintiendo una atracción mutua. Coquetamente gira la cabeza hacia mí, sonríe… Mientras tanto, la conversación sobre alimentos adicionales y dietas seguía monótonamente su curso; incluso participé en ella, como si mi mente tuviera dos sendas. Mis meditaciones acerca de una posible cita con la enfermera en una vida diferente, eran suficientemente inocentes, estaban totalmente bajo control y subordinadas a mi certeza de ser un marido racional, responsable, preocupado. Probablemente emanaban de muchas fuentes: el tonto deseo de estar libre de la telaraña de esperanza, apego y posible pérdida en que estaba viviendo ahora. De las exigencias del matrimonio y de la inminente paternidad en contraste con la libertad y la vida fácil de un hombre soltero. Sin embargo, la corriente subterránea sexual era muy fuerte. Recordé el caso de muchos hombres que se involucraron sexualmente con otras mujeres. Quizás esto nos diga algo acerca de la experiencia masculina del sexo como confirmación de poder. En mi fantasía, ya no era un marido vulnerable, fuertemente atado a la esperanza de vida en el vientre de mi esposa y a la seguridad de las enfermeras. No, ahora era un hombre sexualmente poderoso, no un hombre vulnerable que necesitaba la ayuda de esta competente mujer, la enfermera. En vez de eso, en mi gimnasia mental, a través del poder de la fantasía sexual fálica, ella se sentía atraída por mí y dependiente de mí. Por lo tanto, aferrarse a una actitud sexual fálica hacia las mujeres es una de las formas en que los hombres enfrentan la vulnerabilidad que sienten, es una manera de restaurar una relación de poder desequilibrada, desconocida e inaceptable para ellos, en la que pasan a depender de mujeres competentes. Es obvio que muchos hombres necesitan encontrar una salida a su vulnerabilidad. Una segunda ruta de escape consiste en retirarse a un rol rígidamente instrumental. El marido se puede sentir seguro identificándose con los médicos, convirtiéndose en experto y concentrándose específicamente en lo que debe hacer por su mujer, la persona que está necesitada. Un padre de dos hijos respondió así a los embarazos de su mujer, intentando trasladarse de una posición de “afuerino” a una de “experto”. Como instructor de clases prenatales para futuros padres, asumió un rol instrumental, autoritario, en un terreno donde de otro modo habría sido un observador pasivo. (Irónicamente, él contó que el tiempo destinado a dar estas clases se convirtió en una fuente de conflicto con su esposa). 101

Muchas de las claves sociales empujarán al hombre hacia una actitud práctica y controlada durante el embarazo. A menudo las clases de parto se centran en técnicas de respiración para controlar el dolor y la angustia durante el proceso de parto propiamente tal. Al esposo se le asigna el rol de “entrenador de parto”, él debe apoyar y ayudar a llevar a cabo la concentración mental y las técnicas de respiración aprendidas en clase. Tales procedimientos constituyen una excelente ayuda, pero no dan al esposo la oportunidad de explorar sus sentimientos. Se queda embotellado solo en su “rol de entrenador”. Además, hay una carencia de modelos masculinos. Consideremos que los otros hombres en este contexto son los médicos, modelos de eficiencia, poder y control. Los hombres nos comunicamos nuestras limitaciones de una manera silenciosa, no verbal: “Nosotros los hombres, nos estamos haciendo cargo de la situación”. El lazo de eficiencia masculina une al marido con los médicos. El esposo puede sentirse “femenino” o raro por sus atípicos sentimientos y necesidades, que mantendrá ocultos detrás de una actitud de competencia. La búsqueda por parte del marido de un lugar instrumental puede crear tensiones en la pareja. Una mujer, que había estado 32 horas en un horrible trabajo de parto, reveló muy molesta que “el equipo médico actuó como si estuviera enseñándole a mi esposo a ser médico… Estaba concentrado en lo científico, lo biológico, lo educativo. El médico le permitió examinar la placenta y le mostró todo lo que estaba ocurriendo en la sala. Cuando el bebé nació, mi esposo ni siquiera me besó, no hizo nada. Yo estaba desilusionada y molesta por su reacción. Miraba un poco al bebé y luego observaba lo que estaba haciendo el médico. Y, entonces, todo terminó”. Debido a que el equipo médico debe manejar tanto las necesidades del esposo como las de la mujer, la presencia de éste aumenta la complejidad del evento. Otro marido ejemplifica las expectativas autoimpuestas y las presiones sociales para que los hombres actúen de la manera tradicionalmente masculina en la sala de partos. Con orgullo contaba que él había despejado los pasillos, abriéndole paso a su esposa hacia la sala de partos. “Llegué directo a la sala. Sabía lo que había que hacer y hacia dónde íbamos. Había algunas bandejas y mesas rodantes, avancé a zancadas y las retiré, preguntando dónde había que ponerlas para comenzar con el show”. A menudo los hombres descubren vías “profesionales” para convertirse en personas más nutrientes. Un mayor compromiso con el trabajo puede compensar la sensación de aislamiento y las incómodas preguntas que surgen acerca del poder masculino. Un nuevo padre me dijo: “Sentía que andaba buscando una ‘pseudointimdad’ con la gente con que trabajaba”. Pero el anhelo de intimidad no es falso. El esposo practica una actitud más nutriente y receptiva, tratando de expresar una preocupación que está bloqueada por la forma en que se ve a sí mismo o por las expectativas qe otros tienen de él. En nuestra investigación en Simmons, descubrimos que hay un importante número de maridos para quienes el embarazo de sus esposas hace surgir preguntas inconscientes acerca de su propia creatividad. Para varios, el trabajo, o actividades relacionadas con él, o los proyectos especiales cumplían la función de involucrarlos vicariamente en un proceso del cual habían sido excluidos fisiológicamente por la naturaleza. Para ellos, los proyectos y metas laborales se convertían en un “embarazo simbólico”. Un científico de 35 años, cuya esposa estaba embarazada de siete meses, habló 102

largamente de un informe profesional en el que estaba trabajando mucho para terminarlo. Llegó a considerarlo como “un embarazo paralelo… en cierto sentido, quiero terminar mi informe antes de que nazca el bebé”. Para los hombres, el trabajo puede convertirse en una manera de buscar simbólicamente sus preguntas no contestadas acerca de la identidad del género. Un estudiante graduado de servicio social, cuya esposa es actriz, eligió el tema para su tesis estando ella embarazada: un estudio acerca de si las personas creativas están más o menos enfermas mentalmente que el resto de la población. Consejos para Parejas Embarazadas El embarazo puede ser el hecho que permita finalmente a un hombre crecer, venciendo sus celos y resentimiento del poder creativo de la mujer y comenzando a explorar cómo podría él también ser nutriente y cariñoso de una manera más completa. También puede superar algunos de sus resentimientos hacia otros hombres y su ambivalencia como hombre, permitiéndose así asumir un rol más fuerte y asertivo en la familia. Estos pensamientos pueden conducir al esposo en esa dirección: No tenga miedo de hacer preguntas, obtener información, dejar ver su vulnerabilidad. Trate de traspasar las antiguas expectativas de que enfermeras y médicos sabrán lo que está pensando y se ocuparán mágicamente de usted. Recuerde que les incomoda encargarse de las necesidades emocionales de los hombres, y trate de comunicarse con ellos. Surge un enorme poder al no tener que permanecer en silencio. Exprese sus sentimientos a su esposa, recordando que ni usted ni ella seguirán sintiendo siempre lo mismo. La reacción de la esposa frente a su embarazo y frente a su marido es importante para dar forma a la participación de éste. Un estudio reciente de Feldman, Nash y Aschenbrenner señalaba que la reacción de la mujer ante el embarazo predecía mejor los futuros patrones de paternidad que la reacción del hombre. Los rasgos de personalidad y el rol materno que ella desarrolló sirvieron para predecir el compromiso paterno: mujeres de actitud introvertida y aislada durante el embarazo, tenían esposos menos satisfechos con la paternidad después del parto. Hipotéticamente podemos decir que la calidad de la interacción y comunicación de un matrimonio en esa situación, tuvo algo que ver con el desarrollo de la identidad paterna.11 Permítase sentir su ambivalencia. Su vida está cambiando; el embarazo es el primer paso del enorme cambio de vida que implica la paternidad. Todas las grandes transiciones de la vida significan cambios de identidad y toman tiempo. La transición a la paternidad no es diferente. ¿Qué cambios parecen más difíciles? ¿Qué está perdiendo y que está ganando al convertirse en padre? Para los hombres, un buen punto de partida durante el embarazo es la agenda incompleta con sus propios padres. Considere cómo fue el apoyo de su padre. ¿Cuáles cree que fueron sus expectativas con usted? ¿En qué espera ser diferente y en qué parecido a él? ¿Qué pasaba con su madre? ¿Le ha pedido a su esposa cosas que su madre no le dio? ¿Cuál es su agenda oculta y secretas expectativas acerca de lo que tiene derecho a recibir de su esposa? Comuníquese con otros hombres. Creo que es muy importante buscar fuentes de apoyo social de otros hombres: padres nuevos y antiguos, así como amigos sin hijos. A mí me ha impactado el 103

aislamiento de muchos futuros padres – sin pedir ayuda a otros hombres para hablar de lo que sienten. En parte, esto refleja el problema de los hombres entre ellos: no nos damos apoyo ni comprensión. Las mujeres se apiñan en las fiestas para discutir la maternidad; a veces mujeres con bebés provocan conversaciones en supermercados o lavanderías. De este modo trasmiten el folklore de la maternidad, ayudando a socializarse en una identidad materna. Rara vez los hombres hacen algo así. La triste realidad entre los hombres es que, después de tener un hijo, están menos disponibles que antes. La nueva obligación del cuidado del niño, además de las exigencias laborales, matrimoniales y propias, aísla aún más. En una reciente conferencia llamada “When Therapists Become Fathers” (Cuando los terapeutas se convierten en padres), uno de los principales puntos que surgió fue la soledad de la transición a la paternidad. En la reunión se mantuvieron intensas conversaciones y los desacuerdos abundaban; se alargó mucho más del tiempo asignado. Varios hombres querían salir a almorzar más tarde para continuar la conversación. Dudas. Un hombre dijo tímidamente: “No sé si puedo darme ese tiempo, debo estar a la 1 en casa para hacerme cargo del bebé”. Otro dijo: “No puedo salir a almorzar con todos ustedes. Sólo tengo este día para estar fuera de la familia y quiero ir a otras conferencias.” Un médico contó que recientemente se había unido a un grupo de práctica compuesto sólo por médicos que acababan de tener hijos. La situación de trabajo se formó en parte por la sola razón de que todos estos hombres compartían la experiencia de ser padres. El buscaba apoyo y comprensión de sus colegas en el trabajo. Muchas veces los hombres no buscan ayuda porque se sienten fracasados debido a los confusos sentimientos de rabia y tristeza. Piensan que a otros hombres no les pasa. También se sienten abatidos por expectativas imposibles, ya que para vivir de acuerdo a la imagen masculina, no pueden reconocer sus miedos e inseguridades. Imagínese de papá. ¿Qué siente? ¿En qué se parecerá a su esposa como padre? ¿En qué será diferente? Imagínese tomando en brazos a su bebé y transportándolo. Recuerde también que, dado el estado actual de las relaciones hombre-mujer, muchas mujeres hoy sienten rabia hacia los hombres y se disgustarán con los que buscan un lugar en la experiencia del embarazo. La resaca político-sexual aumenta la dificultad para encontrar un lugar más completo dentro de un evento mutuo que la mayoría –hombres y mujeres- siente como algo principalmente femenino. Aunque sólo la mujer vive esa realidad única de estar físicamente embarazada, no debe disminuir ni negar el hecho de que el esposo necesita información, seguridad y apoyo mientras explora esta parte misteriosa de la vida y construye para sí mismo el nuevo rol de Padre, una importante transición en la vida.

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CAPÍTULO 6 LA PATERNIDAD COMO EXPERIENCIA SANADORA Y DOLOROSA.

Poco después del nacimiento de su primer hijo, el escritor E.B. White escribió a un amigo: “Siento una mezcla de orgullo y opresión en la base misma de la espina dorsal”.1 Llegamos a la paternidad cuando estamos en el proceso de reconocimiento de la lucha de los hombres con el padre herido. Generalmente, los hijos adultos se convierten ellos mismos en padres. Los niños siempre encienden la vida emocional de sus padres, pero hoy en día hay una intensidad especial en los sentimientos de los hombres que tienen hijos. Al conocer el precio que pagamos por tener padres lejanos, queremos ser diferentes. Muchos hombres ponen bastante buena voluntad y ganas para cambiar la forma de desempeñar esta tarea, pero también vivimos en el mundo real de presiones sociales tradicionales, exigencias de la realidad y expectativas internalizadas. ¿Cómo es la transición a la paternidad para los hombres de hoy? Las palabras citadas arriba, las escribió E.B. White a mediados de los años 40, pero siguen siendo una descripción adecuada de los sentimientos ambivalentes que sienten los hombres al convertirse en padres. En este capítulo hablaré acerca de esos sentimientos encontrados, especialmente de los aspectos sanadores y dolorosos de la paternidad. Para muchos hombres, el convertirse en padres genera una lucha interna entre el niño necesitado y el padre herido interno, que lleva a una evasión hacia el trabajo. Para otros, la paternidad puede significar el desarrollo de un sentido más completo del sí mismo y el logro de una relación sana con el propio padre, ya que surge una nueva perspectiva en sus vidas. Creo que los sentimientos acerca de nuestro padre son la clave para poder evolucionar hacia un rol más completo de nosotros mismos como padres. La transición a la paternidad es uno de los procesos más significativos en la vida de un hombre.2 Daniel Levinson, psicólogo de Yale, considera esta transición como un “evento que marca” la vida de un hombre. Muchos hombres comparan su impacto con otro evento que marca pero que es muy diferente: la muerte de los padres. En ambos casos, se siente una mezcla de temor y liberación al ser llamado por la vida a tener que crecer. Hoy en día hay mucha literatura sobre la importancia que tiene para el hijo estar unido al padre. En este capítulo veremos por qué la transición a la paternidad es importante para el desarrollo adulto del hombre y cómo este proceso continuo se extiende por años después del nacimiento de nuestros hijos. El padre como un Niño Necesitado El Sr. Baker es un responsable hombre de negocios de Filadelfia, jefe de una cadena de tiendas de alimentos. Tiene 35 años. Su esposa es corredora de la bolsa de comercio. Tienen un hijo de 2 años, y le pregunté a él cómo había sido su vida desde que se había convertido en padre. Comenzó en tono positivo:

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“La vida ahora es diferente, un verdadero placer. Lo disfrutamos. Mi esposa ahora está muy ocupada”. Después de varios meses libres, había vuelto a su exigente trabajo en la bolsa. “Los niños exigen mucho tiempo y esfuerzo, y ella pensó que sería capaz de tener el bebé y seguir trabajando, que no habría ninguna diferencia. Lo que ocurrió fue que llegó a un agotamiento extremo”. Se quedó en silencio mientras un sentimiento daba vueltas en su mente. Luego dijo: “Ella le presta mucha atención a nuestro hijo. Las cosas fueron bastante aburridas el año pasado. No había mucho entusiasmo, sólo exigencias. Nuestro hijo nos toma mucho tiempo”. Duda un poco, antes de llegar al punto. “Tomó bastante tiempo que mi esposa pusiera en correcto equilibrio a nuestro hijo, el nuevo bebé, y a mí, el viejo bebé. Probablemente me sentí un poco dejado de lado… Si las cosas hubieran seguido así, si no hubiéramos podido hablar al respecto… llegué a entender por qué los matrimonios se rompen”. Nótese que el Sr. Baker comenzó hablando del “verdadero placer” de tener un hijo, y concluyó con el “aburrimiento” que le producía todo esto. Sus palabras, parecidas a las de otros nuevos padres, me dejaron pensando: ¿qué es lo que ocurre al convertirse en padre, que lleva a los hombres a sentirse como niños necesitados? En primer lugar, la transición de esposa a madre y la presencia de un bebé dependiente ponen al hombre nuevamente en contacto con su propia necesidad de ser cuidado y apoyado, la cual ha sido dejada de lado en la urgencia por convertirse en hombre. Ver al bebé siendo amamantado, tomarlo en brazos y transportarlo, cambiar sus pañales, etc., revive nuestros más tempranos recuerdos y sensaciones de lo que significaba ser cuidados por nuestra madre y padre. Para desarrollar una verdadera identidad paterna, el hombre debe recurrir a recuerdos y sentimientos de sus padres. Si ha debido renunciar muy tempranamente a sus deseos de ser acogido y cuidado, se le puede crear un grave conflicto. La presión de esos deseos puede ser muy perturbadora para un hombre cuyo sentido del sí mismo depende de una identidad como hacedor-proveedor. La psicóloga Louise Kaplan señala que “la disposición paternal de un hombre se enriquece tanto por la aceptación de sus esfuerzos femeninos e infantiles como por los recuerdos de una tierna cercanía con su propio padre… Cuando un hombre se convierte en padre, es especialmente importante que recupere el contacto emocional con su historia infantil”. 3 Sin embargo, para algunos hombres ese contacto puede ser doloroso. En una ocasión, un abogado describió lo mucho que le costaba llegar a su casa y jugar con sus hijos, porque eso le recordaba a su padre, quien “siempre actuaba en forma infantil en casa”. Lo que él está diciendo es que esa regresión adaptativa con sus hijos lo pone de nuevo en contacto con el resentimiento hacia su padre, quien ocupaba un gran espacio en la casa, dándole a él muy poco. Otro hombre fue aún más directo. Me dijo: “Cada vez que le doy algo a mi hija, me enfurezco por lo poco que mi padre me dio a mí.”. Kaplan comenta que “muchos hombres que han sido bien cuidados en la temprana infancia, no pueden revivir los recuerdos y emociones asociados a una buena actitud maternal, porque en nuestra cultura los valores asociados a la masculinidad exigen a los niños varones renunciar a la unión con la madre y rechazar la dependencia y las necesidades.”4 106

El nuevo padre puede sentir mucha rabia sin comprenderla, y siente la necesidad de proteger de ella a su familia. Por otro lado, la paternidad puede sanar la relación de un hombre con su propio cuerpo y parte de la rabia que siente. Un hijo puede acoger al padre, tanto como el padre acoge al hijo. El o ella restituye al padre su cuerpo, a través del tacto, de una boca ávida, de dos grandes ojos, de un abrazo ansioso, de la fuerza que se palpa debajo de la suavidad del bebé. Hablando con padres, me ha impresionado la importancia de la conexión táctil entre padre e hijo. Al tener un hijo, el padre se contacta con las partes más nutrientes de sí mismo como hombre. Al tomar al niño, alimentarlo, transportarlo, sentir la presión de su puño aferrado como un mono alrededor de sus hombros y su cuerpo suave-fuerte colgado del suyo como si fuera el Árbol de la Vida, el hombre puede sentirse dando vida. El poeta Robert Bly puede haber sentido algo similar cuando escribió a su hijo de 10 años: “El hombre bondadoso se acerca, pierde su rabia”.5 Nos identificamos con nuestros hijos, y al entregarnos a ellos, sanamos los aspectos resentidos de nosotros mismos que nunca han sido bien trabajados. Otros hombres con los que he hablado, dicen que la paternidad les ha ayudado a ubicar y actualizar al ser nutriente que llevan dentro. Un veterano de Vietnam, que hoy es un exitoso abogado, fue durante cuatro años dueño de casa después que nació su hijo: “Estaba tratando de sobreponerme a la guerra, convertirme en una persona sana dentro de una sociedad insana. Mi hijo me lo permitió”. En el matrimonio también ocurren cambios importantes que llevan al esposo sentirse como un niño necesitado. La paternidad comienza con privaciones y también con alegrías: el sueño es interrumpido, las nuevas exigencias complican los compromisos de trabajo, el hogar se convierte en un lugar más exigente, y en la relación del hombre con su esposa también aumentan las exigencias. Para muchos hombres, el hogar tiene la connotación de un lugar donde es acogido, donde descansa y se relaja del exigente mundo público en que muchos de nosotros vivimos nuestra vida. Obviamente, muchos saben que el hogar no está ahí sólo para cuidar de ellos, y que sus esposas también necesitan cuidados. Pero la paternidad significa que el hogar cambia en aspectos concernientes a nuestros deseos de recibir cariño maternal. El marido es desplazado por el bebé como centro de atención de la esposa. El dúo se convierte en trío, más cargado para un lado que para otro, ya que la relación madre-hijo sobrepasa a la de madre-padre o a la de padre-hijo. Muchos hombres se sienten excluidos, aún queriendo involucrarse. “No hay ninguna relación tan cercana como la de una madre y un hijo de pecho”, comentó una vez un hombre con tono anhelante. Algunos hombres se sienten incapaces de atravesar ese estrecho lazo entre madre e hijo. Pero, para todo nuevo padre, es crucial la tarea de abrirse un espacio en la familia. Los nuevos padres pierden a sus esposas de maneras más sutiles. Por ejemplo, en familias donde la esposa deja de trabajar o cambia sus compromisos laborales, la vida de la pareja se desincroniza. Veamos el caso del Sr. y la Sra. Abrams. El es ingeniero en computación; me habla acerca de las “conflictivas presiones” de su vida, sentados en su oficina, rodeados de una decoración “funcionalmoderna”, mirando los ondulados cerros de Westchester County. Desde que nació su hija, su esposa ya no trabaja. La Sra. Abrams trabajaba tiempo completo como analista financiera de una empresa. 107

Ahora ella cambió y también su matrimonio. Dejó su trabajo y “ha decidido quedarse en casa y ser mamá de tiempo completo. Ella siente que esto le ha significado ciertos sacrificios”. De modo que él se enfrenta a una nueva situación cuando llega a casa, ya no está la mujer interesante, apoyadora, que durante años tuvo el tiempo y la energía para relajarse con él y hablar de sus respectivos trabajos: “Al final de la semana, ella siente –y creo que con razón – que ha tenido una semana larga y pesada, con la total responsabilidad de mantener a la niña interesada y entretenida. Entonces, como ha estado toda la semana de niñera, el domingo quiere salir de casa y yo quiero quedarme y descansar”. En muchas parejas, el marido y la esposa están psicológicamente desincronizados en forma bastante profunda. El marido generalmente mantiene la conexión principal con su trabajo y con sus compromisos profesionales, mientras que la esposa, al menos en los primeros meses o años de maternidad, reduce su trabajo. Para muchas mujeres que se han desarrollado en el mundo laboral, es muy difícil restringirse sólo al hogar. Mi impresión es que hoy en día tanto hombres como mujeres subestiman la dificultad de la transición a la maternidad para las mujeres que han crecido con la esperanza de ser capaces de combinar carrera y familia, decididas a evitar el destino de sus madres de ser “sólo dueñas de casa”. En varios estudios recientes sobre nuevos padres, las esposas informan que el principal impacto negativo del hijo es en su trabajo; a muchas les sorprende el desbaratador efecto que tiene la maternidad en sus carreras.6 En tales casos, puede que la esposa esté luchando con el temor de que su ser adulto haya sido socavado al pasar la mayor parte del tiempo en casa con su hijo. El marido, a través de su trabajo, mantiene relativamente intactos sus compromisos con el “mundo adulto”, lo que puede generar un comprensible resentimiento y celos de la esposa por sus opciones. Al sentir que ha sido “tragada” por la maternidad, quizás la mujer tenga menos paciencia y menos deseos de dar “ternura maternal” a su marido, como tradicionalmente lo hacía. Como dice el Sr. Abrams, su esposa siente que ha hecho “sacrificios” al convertirse en madre de tiempo completo y quiere salir de la casa justo cuando él llega. El problema es que el marido generalmente llega a casa con la esperanza o deseos de relajarse después de un duro día de trabajo. Obviamente, aún cuando la Sra. Abrams accediera a quedarse en casa, sería difícil “relajarse” con dos hijos pequeños. El Sr. Abrams comenta que la casa le parece “desordenada y fuera de control”. Muchos hombres me han dicho que la familia se torna caótica cuando nacen los hijos. Ello exige habilidades afectivas, paciencia, tolerancia a las incesantes y a veces no negociables exigencias de los niños. Habiendo dependido del hogar como un nutriente sistema de apoyo que le ayuda a enfrentar sus luchas diarias en el mundo público, el hombre puede sentirse traicionado y abandonado por su ahora exigente esposa y familia.7 Desarrollo de la Identidad Paterna Al igual que muchos cambios profundos en la vida, la paternidad es un proceso que se extiende en el tiempo. Muchos de los padres que entrevisté para el Proyecto de Desarrollo Adulto tenían hijos entre 1 y 5 años, pero era evidente que el desarrollo de su sentido “de paternidad” seguía por años después del nacimiento.8 Una de las tareas en el desarrollo de una nueva identidad es la exploración e integración de una mezcla de sentimientos complejos que vivimos durante un período de cambio. Muchos nuevos 108

padres se encuentran sin pautas claras que les indiquen lo que significa ser padre, además de proveer económicamente. La esposa debe evolucionar hasta convertirse en madre, pero las claves fisiológicas y sociales le ayudan a descubrir el significado de esto, lo que en cierto modo reduce la enorme angustia de creer que no es capaz. Subestimamos el aislamiento del nuevo padre. Si el marido ha dependido de la mujer para interpretar las experiencias familiares, el hijo lo privará de esta alianza, simplemente porque ella no tendrá el tiempo ni la energía para cumplir con esa función. El aislamiento social de los nuevos padres al alejarse de otros hombres, tenderá a aumentar a medida que se vayan centrando más en la familia y tengan que luchar más contra el aumento de la presión por el tiempo. Así, el esposo queda solo con muchos sentimientos inesperados, en medio de un ambiente familiar que de pronto parece fuera de control. Uno de estos nuevos sentimientos es el embebecimiento del padre con el niño. La palabra “embebecimiento” se refiere a la profunda unión psicológica y fascinación que el padre siente hacia su bebé recién nacido.9 Pero hay otra perspectiva de este “embebecimiento”. Podemos sentirnos agotados y abrumados, con poco tiempo o energía para nosotros y para nuestra esposa. A veces es fácil centrar toda la atención en el niño, olvidando que tenemos existencias y necesidades propias. Algunos estudios revelan una disminución del 50% en la interacción marido-mujer durante el período postparto.10 Recuerdo la cantidad de tiempo y energía que destinamos a Toby cuando nació, sintiendo a la vez tristeza, rabia y celos. Sentarnos a tomar un café y conversar, ayudaba. Es fácil subestimar lo frío y solitario que se torna el mundo para los hombres después de convertirse en padres. El padre se preocupa de tener la capacidad para mantener a su nueva familia y lucha con compromisos conflictivos fuera de ésta. Recuerdo que durante el primer año me sentía cansado, más frágil y con menos energía para las ocupaciones del mundo externo. Los cambios de valores y de prioridades provocados por la paternidad, pueden hacernos sentir vulnerables. El nacimiento de mi hijo disminuyó el interés por las formas tradicionales que había aprendido para sentirme bien conmigo mismo. De pronto, preocuparme de los negocios y mantenerme vigente en mi carrera –tener contactos, explorar nuevas posibilidades, asegurar mi sueldo – me parecían cosas insignificantes. Anhelaba quedarme en casa con mi hijo recién nacido y observarlo, quería enfrascarme en la cálida escena familiar, tomando un lugar entre la madre y el bebé. La intensidad del sentimiento que un padre puede sentir hacia su hijo, también puede ser inquietante. El amor no ambivalente puede ser un sentimiento nuevo e incómodo para los hombres acostumbrados a una testaruda búsqueda de metas externas, observables, probables, que se alcanzan con rapidez, el tipo de metas al que generalmente se llega a través de una carrera. Puede ser perturbador darse cuenta que existe otro mundo más allá del trabajo y el éxito público. Uno de pronto puede sentirse muy vulnerable si se da cuenta que el mayor esfuerzo que ha hecho, ha sido dominar el mundo público, buscar seguridad, éxito y tranquilidad en el reconocimiento, un buen sueldo y contactos con gente poderosa, cosas que se logran a través de la profesión. Muchos hombres sienten ambivalencia acerca del tiempo que deben dedicar a la familia, lo que es una fuente de emociones conflictivas. Los hombres con que he hablado reconocen haber sentido un problema doble: por una parte, no están acostumbrados a tener tantos sentimientos que los unan al hogar, y por la otra, se sienten empujados hacia el trabajo. Durante mucho tiempo me pasó que estando en casa pensaba en el trabajo, y estando trabajando, pensaba en la familia. Un profesor expresó lo mismo pero con más agudeza cuando habló de su pequeño hijo: “Me encanta estar en casa 109

con él, mirarlo gatear por el suelo, jugar juntos. Hay tanto desafío en responder y observar sus valientes y tentativas exploraciones del mundo. Sin embargo, con frecuencia descubro que no puedo dejar de pensar en el trabajo. A veces siento que mi mente fue traída a este mundo para realizar las tareas analíticas y ordenadas del trabajo. A ratos siento que la lánguida y lenta tare de cuidar a mi bebé es como una miel pegajosa que se escurre por mi mano. Gatea, juega solo. ¿Tendré que traer una pelota de la otra pieza y tirársela? ¿Será mejor dejarlo solo? Mientras él juega a mi lado, me pongo a leer el diario. Ambos en un juego paralelo, en cajones de arena diferentes. Horas más tarde regreso a mi oficina y mi mente ahora me juega un nuevo truco: trato de prestar atención a lo que estoy haciendo, ¡pero no puedo dejar de pensar en mi hijo! De pronto quiero estar en casa con él, lejos de mi oficina, que ahora me parece extrañamente árida”. Finalmente, durante el período postparto, la casa puede convertirse en un lugar donde el marido se sienta incómodamente secundario en relación a su esposa. En muchas familias existe una colusión entre ambos esposos para convertirla a ella en la “experta familiar” a quien él debe recurrir para obtener guía y ayuda. Debido a que ella es percibida (a veces correctamente) como la persona que ha leído acerca de cómo cuidar al bebé y “sabe qué hacer”, el esposo le cederá las decisiones. La esposa en esa situación puede sentirse sobrecargada, pero el marido está renunciando al poder y se pueden seguir tomando decisiones en las que él no participa. Este es el caso de un hombre que habla de una decisión clave de su mujer: ella dejaría el trabajo para dedicarse tiempo completo a la casa. Esta decisión significa que él deberá aumentar sus ingresos y ella tendrá una sensación de pérdida al dejar su carrera. “Ella tenía toda la intención de retomar su trabajo después de un par de años. Leyó mucho acerca de la crianza de los hijos y concluyó que no sería bueno abandonarlos por más de ocho diarias para ir a trabajar.” Nótese las palabras usadas: fue la decisión de ella. Uno no queda con la sensación de que él está en desacuerdo, sino más bien que está afuera, alejado de las decisiones que afectan dramáticamente su vida. Para muchos maridos, el patrón esposa-como-experta-familiar es una gran trampa, porque también les dificulta establecer una sensación cómoda de sí mismos como padres, y cuando recurren a la esposa, generalmente es como el niño chico que recurre a la madre, necesitando ayuda. De hecho, muchos nuevos padres reaccionan como niños que ven a la madre como la persona que sabe lo que pasa en la familia, y al padre como incompetente o ausente. Para el nuevo padre, asumir un rol más activo puede ser inadecuado o riesgoso. Para poder desarrollar un verdadero sentido de paternidad, el marido necesita estar con su nuevo hijo, y la esposa debe darle la oportunidad de experimentar con ese rol, frente al cual se siente vulnerable, por ser un rol femenino. Después del nacimiento de mi hijo, quise aprender a mudarlo, para lo cual practicaba con un oso de peluche, porque tenía miedo de dañarlo o pincharlo con los alfileres. El Padre Herido a la Hora de Comida A menudo las discusiones marido-mujer relativas al diario regreso del padre a la casa, son un microcosmos de las tensiones que mantienen al hombre en la periferia de la familia. Volvamos al Sr. Abrams, para una ilustración. Me dice, con un claro tono de tristeza y pena en su voz, que “ha habido períodos de varios meses en que la mayor parte del tiempo uno de los dos ha estado enojado con el otro”.

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¿Podría contarme acerca de esos períodos? No tuvo problemas para encontrar un ejemplo: “Bueno, anoche. Una pelea”. Su mente se dirigió a esa tramposa transición del trabajo al hogar, entre las 5 y 7 P.M., horas potencialmente explosivas para muchas parejas. “Ibamos a salir a las 7:30, yo llegué a las 6:30; subí a cambiarme de ropa, bajé y le pregunté cuál era el programa para la cena. ¿Alcanzaba a tomarme un trago, sentarme, revisar el correo antes de la comida? Ella dijo: “Tuve un día tan malo que no alcancé a programar nada”. Hay un tono punzante en su intento por comprender la exasperación de su mujer: “Era obvio que ella pensó que yo le estaba pidiendo un programa planificado en un momento en que ella no quería pensar en eso”. Para los hombres, este cambio al final del día, del trabajo al hogar, puede definirse como un cambio de switch. Después de un día de racionalidad, respondiendo a millones de exigencias de otra gente, llegan a casa y sin tregua deben sumergirse en un nuevo mar de personas con exigencias, su esposa e hijos. En las grandes empresas, se hacen talleres donde se analizan las tensiones familiatrabajo, y este cambio aparece en forma permanente. “Voy subiendo las escaleras después de aguardar el auto y escucho a mi mujer en la puerta principal diciendo con entusiasmo a los niños: ‘¡Ahí viene papá, llegó papá!’, y pienso ‘¡Oh, no!’”. Este participante de un taller agregó: “Por supuesto que quiero ver a mis hijos, pero necesito un descanso. Pero cuando abro la puerta, ahí están todos esperándome” También ve la perspectiva de su mujer: “Ella ha estado todo el día en casa, quiere un poco de alivio y ayuda. Pero es como si todo el trabajo que hice durante el día no contara; cuando llego a la puerta de mi casa, me pasan una cuenta”. En esos momentos, lo más frecuente es que ambos esposos defiendan sus necesidades. La mujer está agotada de cuidar niños y el marido está cansado de las exigencias del día de trabajo. Como no existe un acuerdo claro acerca del tiempo que cada uno debe invertir en los hijos, hay una tensión inexpresada en relación a quién hace más y quien obtiene más. Además, el marido está revelando el residuo psicológico adulto de su experiencia infantil con su propio padre. Si a éste se le permitió llegar a casa y escapar de las exigencias de la vida familiar, el marido puede sentirse con derecho a las mismas prerrogativas. Al ser confrontado por su esposa, el hombre puede sentirse humillado o privado de la oportunidad de entrar a la familia como lo hizo su padre. Sin embargo, las exigencias de los cambios pueden permitir a un hombre entender el comportamiento de su padre. Un ejecutivo que se preocupaba mucho de llegar a casa a tiempo para jugar con sus hijos, me dijo que “después de unos meses de meterme a la autopista a las 6 P.M. y sentir que lo que quiero es arrancar lejos para tener algunos momentos privados después de un pesado día de trabajo, finalmente comprendí por qué mi padre durante todos esos años entraba directamente al mueble de los licores. Siempre me sentí rechazado y con rabia por su comportamiento tan distante en casa, como si no hubiera tenido tiempo para mí. Me preguntaba si prefería más su vodka con tónica que estar conmigo. Ahora veo que en realidad no tenía nada que ver conmigo –se sentía agotado y asustado. Ese trago le servía de muro entre nosotros y él. Sin ser yo como él cuando cruzo el umbral de la puerta, entiendo por qué era así”. En términos de la familia, el problema puede enfocarse considerando que cuando el padre (o la madre) vuelve del trabajo es un tiempo de transición. El padre debe ser integrado a la familia, hay que darle tiempo y espacio para que lo haga. Ese es, en general, el significado de sentarse y abrir el diario. El darse momentáneamente un espacio, dentro de la familia pero levemente apartado, permite a 111

esa persona desconectarse del día de trabajo y ajustarse a las nuevas circunstancias hogareñas. Los hombres a veces hacen esto camino a casa, parando a tomarse un trago, pero esto encierra graves peligros, ya que el alcohol es con frecuencia el detonante de amargas disputas familiares. En un taller, un hombre contó que “las cosas mejoraron muchísimo cuando dejé el alcohol y me detenía sólo para un café y un donut”. En un nivel más profundo, sin embargo, en esos momentos, ambos esposos deben reconocer que están necesitados, que sus experiencias cotidianas valen la pena y que ninguno de los dos tendrá sus necesidades completamente satisfechas. La pareja enfrenta el desafío de tener que cumplir con las necesidades propias y las de sus hijos. ¿A qué se Exponen los Hombres? Es esencial recordar que los hombres tienen mucho que ganar, si logran tolerar la incomodidad de entrar en la familia: puede ayudarles a manejar su propia rabia y abandonar sus fantasías de ser cuidados en forma perfecta por su esposa-madre, permitiéndoles convertirse en personas más nutrientes para los demás. Un destacado abogado de Washington, por ejemplo, me contó que él creía que convertirse en padre, con una esposa que también trabajaba, le permitiría ser más sensible y empático. Durante los últimos años, este hombre, el Sr. Shea, ha estado mucho más abierto y disponible en su relación con los abogados jóvenes de su firma, llegando a realizar un cambio en su carrera al convertirse en el principal socio a cargo del desarrollo profesional de los jóvenes asociados. Parecía estar muy sincronizado con las necesidades emocionales de aquellos que lo rodeaban. Pero, al principio, yo lo entendí al revés, y desplegué los estereotipos culturales en la asignación de prioridades. Le dije con un murmullo: “¿Podría afirmar que lo que ha aprendido siendo un buen padre para sus asociados, lo ha podido aplicar también en casa?”. Su respuesta fue rápida y directa: “No. Es al revés. Lo que aprendí en casa, lo aplico aquí”. El Sr. Shea siguió hablando de su esposa e hijos, modestamente pero con honradez. Su mujer tenía un trabajo muy exigente en la administración universitaria y sus hijos estaban en educación básica. “Lo principal es que ya no puedo seguir suponiendo que ella estará siempre dispuesta a escucharme, que podré desahogarme, quejarme de algo o usarla para relajarme. Estoy mucho más sensible a lo que ella está viviendo. Y muchas veces tengo que guardarme las cosas hasta que ella esté en una actitud más receptiva”. Así, él tuvo que luchar y reconocer su deseo de ser apoyado, cuidado – cosa que había estado oculta, porque su esposa lo hacía en secreto cuando no tenían hijos. Al enfrentarse a sus propias necesidades disfrazadas, se acercó a las necesidades de los asociados jóvenes y a su ambivalencia frente a la posibilidad de tener que revelarlas. “Definitivamente estoy menos aquí y más en casa que el año pasado. Apoyo a mi esposa”. “¿Cómo?” “Estando cerca, ayudando con los niños, haciendo cosas en casa. Estando ahí para escuchar sus problemas, tanto sus cosas emocionales como los problemas objetivos que tiene en su trabajo, viendo cuál es la mejor manera de manejar la situación”. En estas nuevas vivencias encontró elementos de sí mismo. Sin idealizar a este hombre, podemos decir que, en cierto sentido, estaba aprendiendo a ser padre: un padre para sus hijos, un padre para su esposa y un padre para sus asociados jóvenes; una figura empática que se encarga de las necesidades emocionales de la situación, que puede 112

dar al preocuparse humanamente de los demás, no sólo a través de su dinero. A los 35 años, como muchos otros hombres, estaba descubriendo lo que significaba para él cuidar de los demás, para lo cual tuvo que desarrollar habilidades con las que no estaba familiarizado. “Esto no se aprende en los libros, definitivamente es un esfuerzo personal. En vez de decir: ‘Quiero algo para mí’, hay que decir: ‘Un momento’, sabiendo que la situación exige un enfoque más maduro en esta circunstancia en particular. Simplemente hay que detenerse, sobreponerse a la necesidad inmediata y hacer algo constructivo para esa situación”. El Sr. Shea está describiendo un proceso sobre el cual ha adquirido cierta maestría. Sin embargo, cuando habla de la “necesidad inmediata” que quiere satisfacer e insinúa su tentación de hacer algo menos “maduro” y “constructivo” cuando llega a casa, se está refiriendo al niño dentro de sí mismo que es provocado por la familia –su deseo de ser apoyado por su esposa, por ejemplo, y no viceversa. También habla del cambio de switch al final del día, al llegar a casa, donde lo esperan dos niños chillones y una esposa cansada. ¿Qué “antiguo elemento” se gatilla en el hombre a través de esa escena tan común? Lo que muchos hombres quieren es gritar ellos mismos y no estar en el rol de autoridad paterna. Los niños reviven nuestro deseo de regresar a su nivel, y si hemos tenido que “crecer” demasiado rápido, podemos sentir resentimiento y envidia de su libertad, naturalidad y despreocupación. Después de estar todo un día en el rol de autoridad, algunos hombres no soportan la represión de su lado infantil. Ven en sus hijos lo que ellos eran y a lo que han tenido que renunciar. Esta frustración aparece con frecuencia en los dramas familiares entre las 5 y 7 P.M.; la rabia silenciosa de los hombres por el pesado trabajo que han tenido que hacer y su anhelo reprimido de ser nuevamente niños, de tener a alguien que los cuide. El abogado se detuvo y rió. “Cuando uno llega a casa y los dos niños están gritando y tu esposa despotricando, una posibilidad sería decir: ‘A la mierda con todo esto’, y seguir al bar de la esquina o algo parecido. La otra posibilidad es respirar hondo, tomar en brazos a uno de los niños, tratar de calmarlo y decir: ‘Hola, ¿cómo va todo?’”. Al “respirar hondo” y tomar en brazos al niño, podemos sanar la rabia y tristeza que sentimos por lo que perdimos en nuestra propia infancia. Esto no significa negar que los padres deseen por momentos cierta paz y tranquilidad y un respiro para aliviar su fatiga. Sin embargo, sospecho que recién nos estamos empezando a dar cuenta que el acercamiento a los hijos produce, a largo plazo, un crecimiento mucho más positivo de la personalidad, que ha sido negado a los hombres por falta de un compromiso real, de una participación emocionalmente nutriente para la familia.11 Pero algunos hombres, para seguir con la metáfora, no “tomarán en brazos” a sus hijos. Se alejan de ellos y no pueden dar apoyo emocional ni a los hijos ni a la esposa. Examinemos con más detalle qué es lo que dificulta a algunos hombres ese respirar hondo que les permitiría convertirse en padres seguros. La Renovada Lucha con el Padre Herido El Sr. Shea dice que para muchos hombres es difícil ese respirar hondo, porque al desarrollar el sentido de paternidad, se remiten a su propia experiencia de ser hijo frente a un padre. Muchos hombres no pueden asumir la paternidad separada de la imagen del padre herido interno. 113

Un hombre puede temer o desear convertirse en la imagen de su propio padre. Por ejemplo, al llevar una imagen idealizada de su padre como una figura poderosa y juiciosa o santa y calmada, algunos hombres se pueden sentir privados de la idolatría familiar al no ser considerados padres perfectos. Goldstein describe el deseo de convertirse en el “caballero de armadura brillante” que se incorpora a la familia “sólo cuando quiere, despreocupado de la ambivalencia que se crea cuando no se cumplen las expectativas excesivas”.12 Puede que tales hombres se sientan muy vulnerables al asumir un rol masculino realista en el cual la esposa y los hijos pueden tanto respetarlos como criticarlos por ser humanos. Para muchos de los hombres con que he hablado, la angustia no se relaciona con el deseo de ser idealizados, sino con el miedo de ser severos y críticos como sus propios padres. A muchos hombres les cuesta imaginar cómo ser padres de una manera no autoritaria, sobrecontroladora o instrumental. Al sentir que el único rol paterno es ser el proveedor familiar, hombres como el Sr. Baker piensan que ahora que tienen un hijo será necesario trabajar más. Si la esposa trabajaba, generalmente se reduce el nivel de ingresos cuando ella sale con el permiso de maternidad o cuando deja de trabajar. Así, la paternidad se define como proveedor y sostén de la familia –como lo fue para nuestros padres -, sin mucha claridad con respecto a cómo el padre debe enfrentar la participación familiar. El hombre puede preguntarse si la identidad de proveedor lo absorberá por completo. “Angustia del proveedor” es el término usado para referirse al temor que siente un hombre de no ser capaz de mantener a su familia, dada la creciente responsabilidad económica. Pero esta angustia puede tener menos que ver con el dinero y más con la intimidad. Entre muchos hombres, el temor no es sólo de no ser capaces de ganar suficiente dinero, sino también de perder la intimidad y la familia en el proceso de convertirse en padres tradicionales. Al tener un hijo, uno teme tener menos intimidad y no más. Ese es el momento en que se nos dice, y nosotros lo creemos, que debemos sentar cabeza, dedicarnos a la carrera, ganar más y proveer suficiente para la familia. Irónicamente, ese rol tradicional amenaza con separar más al nuevo padre de la intimidad que cuando no tenía hijos. Justo en el momento en que anhela quedarse en casa y participar en la nueva familia, siente que debe salir al mundo y hacer grandes cosas. Detrás de esa preocupación, hay una realidad. Ya que carecemos de una imagen de padre verdaderamente participativo y emocionalmente involucrado, muchos hombres confrontarán las expectativas internas con las sociales, viendo que su tarea esencial y primordial es salir del mundo y proteger y proveer a la familia. Ese mensaje no es malo per se –es básicamente verdadero -, pero a falta de otros acerca de lo que significa ser padre, este mensaje nutre la alienación que siente una generación completa de hombres. Nos convertimos en padres no sólo para nuestros hijos, no sólo a juicio del mundo externo, sino también de nuestra esposa. Cuando una mujer se convierte en madre, siendo de pronto protectora del recién nacido, pasando por enormes cambios de roles, también se preocupa del rol del esposo en la familia. Inconsciente o conscientemente, puede presionarlo para que sea más “paternal”. Necesita saber que puede depender de él, que él puede encargarse de las cosas. Tal como los anhelos de los hombres por la madre, los anhelos de la esposa de ser cuidada por una figura paterna pueden ser activados al ver al esposo convertido en padre. Ella puede querer que su marido siga siendo 114

responsable y estable como es tradicional. Y, además, inconscientemente puede menospreciar sus esfuerzos más “femeninos” de nutrir y cuidar al hijo de una manera masculina no tradicional. Esas presiones por ser tradicionalmente “paternal” pueden provocar un profundo sentido de pérdida en algunos hombres, recreando sentimientos asociados con transiciones anteriores del hogar a la vida adulta. Inconscientemente, un hombre puede sentir que está siendo arrojado del Edén al difícil mundo público del trabajo. Si un hombre ha vivenciado la tarea de crecer como una dolorosa exigencia o una vil traición –por ejemplo, colegio, universidad o profesión elegidos por otros-, las características implícitas de la transición a la paternidad pueden hacer reaparecer esos sentimientos ambivalentes en relación a sus compromisos profesionales (ambivalencia que con frecuencia se presenta en hombres abiertamente exitosos), sentirá doblemente vacía la opción por la carrera. Para algunos hombres, en la cara austera de la paternidad hay más rabia y tristeza de la que pueden soportar; necesitan distanciarse de su familia e hijos, tal vez para “salvar” a sus hijos de esa rabia o para “salvarse” a sí mismos de la tristeza y desilusión sufridas con su propio padre. Puede que algunos hombres exageren, abandonando a su familia o distanciándose de ella con una actitud de rabia, ira y culpa, trabajando más duro para compensar los sentimientos inexpresados del fracaso y desilusión, o sintiéndose “internamente vacíos”, al reprimir sentimientos de temor o confusión. El poeta Reg Saner reflexiona sobre este legado generacional en su poema “Passing It On”. El narrador recuerda el oscuro amor entre él y su padre, cuya ira hizo temblar su mundo, y lamenta su repentina muerte. El padre herido aún vive, ya que el narrador se da cuenta que está repitiendo el mismo patrón de ira con su propio hijo, quien lo observa con una mirada cautelosa y autoprotectora.13 Un profesor universitario de 35 años se sienta llorando en mi oficina, porque había comenzado un romance con otra mujer mientras su esposa estaba embarazada, y a los seis meses del nacimiento de su hijo, había abandonado a su familia. Cada vez que habla de su hijo, llora, imaginando lo mucho que debe extrañarlo y lo que debe ser para un niño no contar con su padre. De hecho, este hombre se ha identificado en parte con su hijo, repitiendo la situación de privación emocional que vivió de niño, al tener que lidiar con una madre difícil y un padre psicológicamente ausente. Se identifica en parte con el padre –el frustrador- exagerando su rol de inalcanzable, y también se identifica con su hijo, castigándose y recreando al mismo tiempo la conducta de su padre. Es muy importante que el nuevo padre mantenga vigente la relación con su propio padre. Psicológicamente, el proceso se llama “desidealización”, y significa que llegamos a ver más claramente a nuestro padre, comprendiendo sus luchas, ganando una nueva perspectiva al sufrir el tipo de dilemas que él ha vivido. Al desidealizar al padre, éste se torna más real, pasa a ser una figura humana con fortalezas y debilidades, más que un dios o un demonio imaginario al cual hemos adorado, pero contra quien también nos hemos rebelado. La paternidad puede generar el proceso de desidealización al menos en dos formas: ayudando al hijo adulto a comprender mejor la conducta de su padre y ayudando a recuperar recuerdos del padre como una figura cariñosa y nutriente. Un hombre puede descubrir que se ha identificado con aspectos de su padre que él había rechazado desde el comienzo. Esto puede no ser siempre agradable. “Al disciplinar a mi hijo, me doy cuenta que le grito. Me escucho a mí mismo gritando ‘¡No!’ con la misma voz que usaba mi padre. Me desespera caer en eso”. Podemos internalizar inconscientemente, sin desearlo, patrones de conducta. 115

Por otro lado, la paternidad nos da una nueva perspectiva de nuestro propio padre. Vemos que ser padre es una lucha constante por estar con la familia en medio de las difíciles exigencias de tener éxito profesional. Con esto, podemos entender mejor la lucha silenciosa y oculta de nuestro propio padre, una visión desde el lado opuesto que no veíamos siendo niños. Al considerarnos padres razonables aunque no perfectos, podemos llegar a comprender que nuestro propio padre también fue razonable aunque no perfecto. En mi lucha por tratar de estar con mi hijo Toby, sentí una nueva comunión con mi padre. Un día, sentado en mi oficina, después de haber tenido que salir corriendo de casa debido a un compromiso temprano en la mañana y anhelando estar todavía en la cocina de mi casa con mi bebé y mi esposa, me pregunté cómo habrá sido para mi padre caminar cada mañana a su auto para comenzar su largo viaje al Bronx, dejando atrás una agradable escena de desayuno, para entrar en el áspero mundo público de los hombres. ¿Sentí él, como yo, un breve alivio al volver al mundo seguro y ordenado del trabajo? ¿Sentía él también la sensación de estar exiliado del hogar donde trababa de encontrar su lugar? Gran parte del comportamiento de mi padre empezó a tener sentido para mí. Cuando tenemos un hijo, nuestro padre se convierte en abuelo, generalmente una presencia adorada por el niño, mientras nosotros enfrentamos los duros desafíos cotidianos de la paternidad. Hay una ironía en esto: mientras el hijo adulto enfoca ahora el interés hacia su padre, éste se centra en su nieto. Nuevamente están desincronizados. Papá ha asumido el rol de abuelo y es un hombre diferente del que fue. Ya no es el padre que solía ser, así como tampoco yo soy el hijo que solía ser. Sin embargo, el amor entre el nieto y el abuelo también nos ayuda a recordar aquellos aspectos más nutrientes de nuestro padre. Y al ver y recordar esos aspectos, estamos literalmente sanando al padre herido que hay en nuestro corazón, porque podemos identificarnos con un sentido de masculinidad más completo. Eliminamos el odioso resentimiento por lo que no tuvimos, que bloquea nuestra capacidad de dar a nuestros hijos y a los demás. Un vendedor de 43 años me contó que sentía una deliciosa sensación nueva cuando su padre lo visitaba ahora que él tenía hijos. “Antes de que nacieran mis hijos, ver a mis padres era su obligación, un ritual que detestaba. Ahora, cuando vienen, me produce un enorme placer ver a mi padre con mis hijos. Salimos a caminar, a explorar juntos”. Su padre es un profesor jubilado de crianza de animales de la Universidad de Midwestern. “Le cuenta a los niños todo acerca del comportamiento básico de los cerdos, trucos para manejar a los animales, su experiencia en el predio de la universidad. Me fascina verlo en este plan –algo que en casa dejamos de hacer cuando yo crecí”. Este padre se está identificando tanto con sus hijos como con su propio padre –el que recibe y el que da. A través de sus hijos, este hombre siente el amor de su padre y se produce la sanación, una corriente que fluye hacia abajo a través de las generaciones y regresa nuevamente. Estoy convencido que el observar el cariño y amor de mi padre por su nuevo nieto, su seguro sentido de autoridad, así como la profundidad con que le responde mi hijo, me ha ayudado a reconocer aquellas partes de mi padre en mi propia vida. Me surgieron recuerdos que habían sido borrados por las tensiones de la adolescencia: esos sábados que pasé feliz en su tienda de alfombras jugando entre los enormes rollos, maravillosos veranos en que viajamos por todo el país, los partidos de fútbol que veíamos juntos en la TV o las idas al estadio. Así logré darme cuenta que mi padre había estado ahí

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par mí cuando pequeño: él fue una presencia cálida y nutriente, hasta que sus problemas en los negocios y mi adolescencia conspiraron en contra de nuestra relación. Al ver a nuestro padre de “abuelo”, al enfrentarnos a dilemas similares a los suyos y al sentir el amor entre abuelo y nieto, podemos recuperar los recuerdos perdidos en la transición a la masculinidad adulta. El Vuelo al Trabajo Una forma importante a través de la cual los hombres se convierten en padres heridos, es aferrándose mucho a sus carreras. Los nuevos padres rara vez reconocen que la paternidad interfiere con sus compromisos laborales de la misma manera que a sus esposas.14 A menudo los hombres hablan de cómo la “estructura de su lugar de trabaja” inhibe sus compromisos familiares, citando la relativa inexistencia del permiso de paternidad o las dificultades sociales y prácticas de llevar a sus hijos a la oficina. Sin duda que éstos son problemas reales, pero en mis entrevistas también me ha impactado la cantidad de nuevos padres para quienes el trabajo se vitaliza psicológicamente después del nacimiento de un hijo, haciendo una fuerte separación entre trabajo y hogar. Veamos por qué el trabajo se convierte en algo tan atractivo para muchos hombres, usando como ejemplo al Sr. Adams, ingeniero en computación. El describe más “las conflictivas presiones” de su vida. Su esposa quiere que esté más en casa, pero él se siente impulsado hacia el trabajo. El amor por su trabajo se refleja cuando dice: “El trabajo con los computadores me parece intensamente satisfactorio”, y describe los problemas técnicos que puede resolver por sí mismo en la oficina. Hay aún más presión cuando el jefe trabaja normalmente sesenta horas semanales. “Mi jefe es un año mayor que yo, y se ve diez años mayor”. El ejemplo de su jefe lo persigue – quiere el amor de esa figura paterna: “Estoy dispuesto a hacer lo mismo durante un período corto, pero no por mucho tiempo”. Pero, en verdad, siente una ambivalencia, porque el trabajo es realmente un placer. “El principal problema es que mi esposa no está conforme. A mí personalmente no me molesta, porque disfruto lo que hago”. Nótese que reconoce la urgencia de estar en casa con su esposa, pero lo vive como algo que viene de ella, más que como un impulso interno de su parte. La necesidad, el hambre de trabajo parece ser muy fuerte: aún se está probando como ingeniero; su identidad todavía depende de poder demostrar a su padre que él también puede ser exitoso. Uno podría preguntarse por qué un hombre que está llegando a la edad mediana aún debe probarse en el trabajo, y sin embargo, éste es un hecho que crece en importancia en la vida de hombres profesionales. La transición la paternidad se ve fuertemente influenciada por la posición en que está el hombre en el ciclo de su carrera. Aunque el Sr. Abrams tiene casi 40 años, aún está en la etapa de consolidación de su carrera. Para muchos hombres con profesiones técnicas –científicos, médicos y algunos académicos -, las fases de entrenamiento y consolidación de sus carreras se han extendido tanto que muchos de ellos sienten que a los 40 recién están despegando solos y probándose. Están al borde del éxito y deciden formar una familia, cosa que los aleja de esta ancla que constituye la profesión. Daniel Levinson señala que para muchos hombres el trabajo es un mundo “hipermasculino” donde tradicionalmente pueden sumergirse, en un intento psicológico por dar mayor prioridad a la masculinidad tal como ellos la entienden. Levinson dice que una vez instalados en ese mundo, los 117

hombres pueden, a los 40 años, sentirse más cómodos explorando más aspectos femeninos de sí mismos y moderando sus compromisos laborales.15 Sin embargo, Levinson se basa en un desarrollo más bien tradicional de la profesión. Fácilmente podemos omitir algo que es un dilema para muchos nuevos padres que desempeñan trabajos altamente técnicos y exigentes: pueden sentir que no han probado su masculinidad lo suficiente como para tolerar psicológicamente un rol más completo en la familia. Al reconstruir la historia profesional de los hombres que participaron en el Proyecto de Desarrollo Adulto, descubrimos que muchos habían prolongado su entrenamiento avanzado, de modo que alrededor de los 40 aún estaban consolidando su posición. De los 370 hombres estudiados, el 17% todavía estaba en la etapa de consolidación de su carrera y fuertemente centrado en “lograrlo”. Muchos de esos hombres decidieron no tener hijos hasta después de los 30. Un ejemplo de este tipo de hombre es un médico que había terminado un esforzado postgrado en un conocido centro de investigación médica, quien me dijo que “después de veinticinco años de estudio, ¡por fin voy a trabajar!”. Tiene casi 40 años y siente que recién está saliendo del colegio. Un médico con una carrera similar y un hijo pequeño en casa, recién ha abierto su primera consulta profesional. Habló con impaciencia acerca de la depresión postparto de su mujer. Además, ella le pide que deje un día libre a la semana para estar con los niños; todo justo en el momento en que por fin él sentía que se estaba probando en su trabajo. Entre los hombres del Proyecto de Desarrollo Adulto que ahora tienen hijos, casi el 28% postergó la paternidad hasta después de los 30. El problema es que estos hombres pueden parecer altamente exitosos y desarrollados en sus carreras, pero ellos no lo sienten así. El hecho de moderar sus compromisos laborales y pasar más tiempo en casa, puede socavar la identidad masculina por la cual han trabajado tanto. Para estos hombres, el trabajo puede afirmar su masculinidad, siendo la familia un mundo femenino o infantil. El Sr. Abrams verbalizó la sensación de aprobación que obtiene del trabajo –a juicio de los demás y al ser capaz de dominar nuevas tareas: “El hecho de elaborar estos programas computacionales y lograr que las cosas salgan como yo quiero y que la gente diga: ‘¡Oye, esto está muy bien!”. Para muchos nuevos padres, el hogar solía ser un refugio. Ahora ha sido tomado por los pequeños bárbaros y por la esposa necesitada. Ahora la oficina es un refugio, donde hay rutinas y amistades que dan seguridad. El hogar ha cambiado, pero el trabajo no. El trabajo está mejor que nunca. El Sr. Abrams recuerda con nostalgia esa época de su vida “cuando podía dedicarme sólo a trabajar, no había nadie más involucrado… Podía concentrarme totalmente en ese solo propósito de la vida. Lo disfrutaba inmensamente”. El nuevo padre puede sentirse seguro en las actividades o relaciones de trabajo, cosa que no siente en casa. De modo que, para hombres como el Sr. Abrams, el trabajo ofrece algo vital: la imagen de la masculinidad competente. Su jefe, su padrementor, puede que trabaje mucho, pero está a salvo porque es convencional: la imagen del hombre mayor exitoso que nuestra sociedad secretamente venera, aún cuando nos previene en su contra. En casa, ¿qué imagen de masculinidad puede desarrollar? Está el recuerdo de su padre, una fuente de irritación, ya que para el joven Sr. Abrams (y para muchos otros hombres), el hogar era donde los hombres se convertían en seres débiles. Su padre fue un exitoso 118

profesor de inglés con amplia reputación; el Sr. Abrams lo recuerda: “Era el quinto hijo, mi madre siempre lo estaba consintiendo y mimando. Odiaba ver eso”. Podemos suponer que el recuerdo es doloroso, porque hay una parte del Sr. Abrams que quiere ser mimada, que quiere recuperar el hogar como refugio familiar, un ambiente seguro, relajado, protector, que ha sido invadido por los recién llegados. El vuelo al trabajo de muchos nuevos padres tiene diversas fuentes. Una es la creciente presión de tener que mantener a la familia. Y, además, el trabajo se convierte en una forma de aferrarse a los intereses y preocupaciones masculinos. Sin embargo, el vuelo al trabajo también puede surgir de la necesidad del padre de distanciarse de los confusos sentimientos que brotan en él; el trabajo puede ser el lugar donde el esposo exprese la agresión y rabia que siente hacia su familia por abandonarlo y amenazarlo con “feminizarlo”. Daniel Levinson ve el vuelo al trabajo como un intento por reducir lo que él llama la “fuerza del niño interno” que se escapa de los excesos femeninos de la familia.16 Veamos qué significa ayudar a un hombre a crear un lugar más pleno, más masculino, para sí mismo en la familia durante la transición a la paternidad. Sanando al (Nuevo) Padre Herido Cuídese de convertir a su esposa en la “experta familiar”. Comience a pensar que usted es una presencia individual y nutriente en el hogar, y trabaje en conjunto con su mujer para que ambos se sientan competentes y necesarios. Muchos nuevos padres con los que he hablado, han descrito lo difícil que es hacerse cargo de los hijos estando la esposa presente, porque ella juzga, critica o está ahí disponible para hacerlo todo. Así, tanto el padre como el hijo dependen de ella, quien a menudo se siente atrapada entre el nuevo bebé y el viejo bebé. Es importante que los hombres estén solos con sus hijos, que no siempre esté presente la madre. Eso eliminará nuestra tendencia a ser pasivos y dependiente de ella. La actitud de la mujer frente al rol del marido es muy importante: ¿se siente cómoda dándole la oportunidad de experimentar con este nuevo rol? El elemento clave es que el hombre desarrolle un verdadero sentido de competencia como padre. Los cursos para padres son especialmente valiosos para hombres como el Sr. Abrams, que valoran su capacidad instrumental en el mundo real, y que necesitan desarrollar un sentido de habilidad y autoestima como padres, obteniendo claridad y dominio sobre el misterioso mundo de la paternidad.17 Recuerde que la paternidad comienza con la privación. Preste atención a sus propias necesidades y preocúpese de nutrir la relación matrimonial. Considere que serán necesarios algunos ajustes, tome en serio el hecho de que está en una situación nueva, feliz, pero también estresante. No olvide que por muchas cosas buenas que el niño aporte al matrimonio, convertirse en padre puede complicar la relación con la esposa. Recuerde que la mujer también se pone en contacto con temores y angustias infantiles frente a la llegada de un hijo. Puede temer verse empantanada por el rol materno, con una sensación de pérdida de su competencia como adulto en relación a su vida laboral. De pronto puede sentirse necesitada e incómoda, dependiendo psicológica o económicamente 119

de su marido, y puede tener gran dificultad para reconocer estos sentimientos, tanto frente a su esposo como frente a sí misma. Los nuevos padres deben desarrollar nuevos patrones entre ellos que ayuden a reconocer y validar los sentimientos de cada uno y que apoyen la autoestima de ambos. El bebé trae consigo muchos bloqueos potenciales en relación al cuidado que debe darle la pareja. El marido puede tender a culpar a la esposa ante cualquier dificultad que se presente. Si el bebé llora o está molesto y el marido siente rabia hacia él, esa rabia puede ser dirigida hacia la esposa. Más que enojarse con el bebé, el esposo le gritará a su mujer. “Bueno, después de todo, es tu hijo”. También la pareja puede permitir que el hijo exprese los sentimientos en vez de hacerlo ellos mismos. Puede haber tensión entre marido y mujer; uno de ellos le grita al niño que se calle o lo toma en brazos bruscamente. El niño solloza. Ambos se concentran en él, reconfortándolo, en una actitud que no tienen entre ellos. Una vez que el bebé se ha calmado, la pareja olvida escucharse. Preste atención a cómo el bebé está afectando la comunicación dentro de la pareja. Muy pronto aprendí que cuando mi hijo lloraba o estaba incómodo, yo me ponía nervioso, impaciente, hasta que lográbamos tranquilizarlo. Julie y yo nos dimos cuenta que nuestras peleas, nuestra impaciencia, las incansables quejas entre ambos, comenzaban generalmente cuando Toby estaba llorando o gritando por una cosa u otra. Yo no estaba acostumbrado a estar tan visceralmente atado a otro ser humano. Piense en su padre y en su relación como hijo con ambos padres. Trate de recordar las ocasiones en que participaban totalmente con usted. ¿En qué momento terminan esos recuerdos? ¿Por qué cambió la relación con sus padres? ¿Qué le gustaría darle a sus hijos que usted no tuvo? Lamente las pérdidas que implican tener un hijo y tener que estar más presente en la familia. Ese sentido de pérdida lo escuchamos cuando los hombres hablan de haber “sacrificado” su carrera para ser padres. Si ese sentido de pérdida no es reconocido e integrado dentro del sistema de valores de la pareja, puede arruinar en gran medida la alegría inherente a la paternidad y tensar la relación matrimonial. Durante los primeros años, quedarse en casa con los hijos puede parecer una especie de muerte en vida: abandonar los sueños y las posibilidades de conquista que asociamos con el mundo externo. Los seres dorados que se pierden en la paternidad pueden traernos a la mente nuestra mortalidad y limitaciones. Donald Hall expresa este sentimiento en su poema “My son, My Executioner” (Mi hijo, mi verdugo): “Dulce muerte, pequeño hijo, nuestro instrumento / De Inmortalidad / Tus llantos y hambres atestiguan / Nuestra decadencia corporal”.18 Las ganancias de la paternidad son muy diferentes. Tomamos conciencia de nuestros límites como personas, no podemos hacerlo todo. Al hablar con hombres que optaron por estar más en casa, sacrificando a veces en forma importante sus carreras –renunciando a su ascenso o dejando de publicar algún artículo -, me impactó el coraje que se necesita para renunciar a los sueños, en un momento de la vida en que aspectos de uno mismo y otras personas presionan al nuevo padre para que salga al mundo externo y tenga éxito en beneficio de su familia. Una de las preguntas que se debatió más intensamente en un foro sobre la paternidad y la identidad de los hombres en el trabajo fue: ¿se puede hoy en día ser ambicioso en el trabajo y exitoso como padre? Entre los hombres y mujeres ahí presentes, hubo el siguiente consenso: para dedicarse a los niños en forma no descuidada, es necesario renunciar a algunos compromisos laborales. Esto significa aceptar una realidad muy dura: esto es lo que puedo hacer, y esto lo que no puedo. Para 120

muchos hombres, es la primera vez que ponen claramente a alguien por encima de ellos mismos. Sin embargo, la decisión de aceptar limitaciones en la actividad laboral, para dedicar más tiempo a los hijos, no elimina todos los posibles problemas. Hay varias trampas para estos hombres que están tratando de estar más en casa. En primer lugar, cuídese de la sobreidentificación con su hijo/hija y no confunda sus necesidades con las de él /ella. Si traemos nuestra propia agenda a la situación, podemos alienarnos, sin advertirlo, de aquel niño a quien creemos estarle dando todo. Un hombre explicaba este dilema avergonzado: “En mi familia, mi padre jamás estaba en casa. Siempre estaba en la tienda. Solía decir: ‘Siempre habrá suficiente dinero en mi casa’. Entonces trabajaba y trabajaba, y yo rara vez lo veía. Ahora me veo diciendo a mis hijos: ‘En mi casa siempre habrá suficientes emociones’”. Rió entre dientes, sabiendo que hay muchas formas de estar en la tienda sin estar disponible para los niños. Hay numerosos hombres que realmente sienten hambre de intimidad, que necesitan desesperadamente estar con sus hijos, ya que sienten que ellos de niños no recibieron lo suficiente y no quieren que a su familia le pase lo mismo. Si el esposo está tratando de satisfacer su deseo de ser nutriente debido a que su experiencia no lo fue, puede llegar a no respetar la necesidad de límites y de separación del niño, ahogándolo emocionalmente. Para castigar a su hijo por no aceptar la atención e interés que tan implacablemente le entrega, el padre puede distanciarse o tomar una actitud crítica y exigente, socavando así la autoestima del niño. So pretexto de dar a sus hijos lo que ellos no tuvieron, algunos padres se convierten en seres sutil e inadvertidamente distantes, rabiosos o secretamente vulnerables como su propios padres. En algunas parejas, el intento del marido por preocuparse más es en realidad una competencia con la esposa, que expresa la rabia del hombre por lo poco que él recibió de su madre. Tales hombres están tratando de igualarse con sus propias madres – con las mujeres en general- para demostrarles que son incompetentes o innecesarias. Una vez más, el niño es el sustituto de uno mismo: él tendrá lo que nosotros no tuvimos, pero junto con eso va un mensaje silencioso para la esposa-madre, que le dice que no hace un buen trabajo. Al observar este silencioso drama familiar, el niño crecerá pensando que debe elegir entre su madre y su padre. Nuevamente el padre se convierte en una versión disfrazada de su propio padre. El residuo psicológico de sus propias experiencias infantiles y las actuales influencias sociales que los estimulan a asumir un rol más participativo, llevan a los hombres a un compromiso tan intenso de “estar con los hijos”, que cualquier dificultad o restricción para hacerlo genera rabias y resentimientos que no son necesariamente beneficiosos para el niño. En una conferencia pública sobre la paternidad, uno de los oradores dijo que el rol de padre cobraba importancia a los 2 o 3 años de vida del niño, cuando se cumple la función de “embajador” del mundo externo, para alejar al niño de la intensidad del lazo materno-infantil. Decía que las idas y venidas del padre jugaban un rol saludable en el proceso de separación-individuación del niño: el hijo ve a la madre como el centro estable, mientras el padre comienza a demarcar la noción de movimiento que lo aleja de la madre. La controversia que generó este tema quedó en evidencia cuado un miembro del auditorio comentó con rabia: “Estoy aquí para tratar de estar más con mi hija sin saber cómo. Y ahora me dicen que no debo hacerlo. Creo que no debería permitirse decir tales cosas en una conferencia como ésta.” Pero si los hombres van a asumir un mayor rol en la familia, debemos recordar que la madre juega un rol vital en la vida del bebé y que aún no está claro si el padre puede remplazar a la madre, o si cierta distancia del padre, la forma en que él muestra un mundo más amplio más allá de la madre, 121

sea del todo mala. Quizás lo importante sea la comparación y el contraste entre los padres: si el padre está más presente, entonces la madre puede convertirse en embajadora del mundo real. Pero no tenemos la certeza de que este cambio de roles funcione realmente, y sí sabemos que la estabilidad e integridad del lazo materno-infantil desempeñan un importante papel en las primeras impresiones y confiabilidad del mundo para el niño. La distancia puede ser la maldición de la paternidad –no la distancia alienada y herida de nuestros padres, sino la distancia proveniente de la cercanía de ese lazo materno-infantil que debemos aceptar. Hoy en día, la paternidad abarca diferentes tareas: cuidar a la mujer que se ha convertido en madre, acoger al bebé y sentir cómo pasa a ser el centro de nuestra vida, aceptar que estamos envejeciendo, sentir nuestra paternidad como parte del linaje de padres a través de la historia. Viendo la dificultad que tienen los hijos para entenderse con los padres, con nosotros, debemos aceptar la frustración y soledad de la vida. Y cada uno de nosotros debe ayudar a su hijo/hija a encontrar el lado sano y sanador de la masculinidad, reconciliándonos con nuestra propia vida a través de esa búsqueda.

CAPÍTULO 7 SANANDO AL PADRE HERIDO

El pelo rubio de mi cliente brillaba con el sol que entraba a través de la ventana de mi oficina. En su infancia, el sobrenombre de Rod era “Sunny”, cosa que a él no le gustaba; no sabía si los demás niños se estaban riendo de él cuando lo apodaron así. Sin embargo, hoy día su rabia estaba concentrada en su padre. “Mi padre siempre pasaba por encima de todos, incluyéndome a mí. Sé que él también tenía un lado tímido, cariñoso –sé que estaba ahí, yo lo sentía. Pero jamás me lo mostró. Cada vez que expresaba su lado suave, parecía un idiota. Tú entiendes, cuando tomaba mucho se curaba, se ponía sentimental. Yo lo necesitaba y él no estaba”. Rod se siente urgido por sacar su rabia. Tiene de muy buena fuente evidencias concretas del fracaso de su padre: “Hace un par de años, cuando yo tenía 25, estábamos en Texas en una fiesta familiar. Creo que era Thanksgiving, u otro feriado. Se me acercó y dijo: ‘Rod, yo siempre he sido mejor como padre que como amigo para ti. Quiero que sepas que nunca pensé que podría ser tanto tu amigo como tu padre cuado eras joven’”. Rod me miró como diciendo: “¿Te das cuenta?” “¿Qué le contestaste cuando te dijo eso?”, pregunté. “Le dije: ‘Está bien, papá, y prácticamente dejamos de lado el tema”. Me pregunté en voz alta: “¿Qué hubiera pasado si le hubieras dicho: ‘Papá, tienes razón’?” “No habría sabido qué decir”. Rod meditó un momento. “Mmmm. Es interesante. Creo que yo no quería oírlo. Me estaba buscando y yo me alejé de él. Me entristece lo que dijo por todo lo que me perdí, me da pena por él. Quizás no quiero perdonarlo. Ahora ni siquiera se me ocurriría ser su amigo.

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“Cuando dije: ‘Está bien’, yo estaba enojado, no quería perdonarlo. O sea, no está bien lo que hice, ¿verdad?” Está claro que Rod se sentía incómodo con la rabia hacia su padre. A pesar del dolor y la rabia, Rod, como muchos otros hombres, se siente mejor permaneciendo ajeno al padre de la edad adulta. Durante un seminario para hombres, Martin Acker, psicólogo de la Universidad de Oregon, pidió a todos los participantes que escribieran una carta a su padre. La idea no era que las cartas fueran enviadas, y de hecho ninguna lo fue, pero Acker descubrió el temor a la propia rabia que había en las cartas de esos hijos. Aparentemente el temor más profundo, según Acker, era: “Si yo te digo lo que sentía de niño en relación a ti… temo que no seas capaz de tolerarlo.”1 Muchos hombres temen que sus padres no tengan la fuerza emocional para tolerar una apertura y esto bloquea sus profundos anhelos de hablar las cosas. La comunicación entre padre e hijo también puede bloquearse por el miedo del hijo frente a la rabia del padre hacia él. Teme, al acercarse al padre, provocar la rabia que finalmente lo destruya. ¿Qué significa para los hijos sanar al padre herido, nuestra imagen interna de padre herido o enojado, que yace en el centro mismo de nuestro propio sentido de masculinidad? Sanar al padre herido significa “desintoxicar” esa imagen, para que no siga estando dominada por el resentimiento, por el dolor, por ese sentido de pérdida o ausencia que restringe nuestra propia identidad como hombres. El proceso de sanación se da a través de varios caminos. Entre ellos se incluye reconocer las heridas actuales de nuestro padre, la forma en que ha sido herido por la vida, las complejas contracorrientes dentro de la familia que condujeron a la desconexión; y explorar y probar una identidad masculina más rica y satisfactoria como padres, esposos y compañeros de trabajo en nuestra vida diaria. Aquí estamos hablando de un proceso doloroso. La tristeza está incluida. Muchos hombres han aprendido a actuar como sin no necesitaran intimidad, y para ellos puede ser muy incómodo recontactar su hambre de un verdadera intimidad con el padre. Los hombres aprenden a alejar a los demás cuando los necesitan, a actuar como si pudieran vivir sin ellos. Me impresiona la cantidad de hombres que han llorado cuando descubren lo que no recibieron de sus padres. Al tratar de comprender a nuestro padre, confrontamos la profundidad de nuestras necesidades con las de él. Pecados Irreconciliables: Nuestros Padres y Nosotros Un modo de sanar al padre herido es sumergirse en la historia del padre. Un hombre necesita encontrar formas para empatizar con el dolor de su padre. El movimiento femenino ha dado a muchas hijas la posibilidad de comprender y perdonar a sus madres, pero nosotros no tenemos algo similar con nuestros padres. Debemos comprender su lucha y ver el quiebre de la conexión entre padres e hijos como parte de los asuntos inconclusos de los hombres. El poeta Robert Bly escribe lo siguiente acerca de su padre: “Empecé a verlo no como alguien que había sufrido la privación en carne propia, por cuenta de su madre o de la cultura. Este proceso aún continúa. Cada vez que veo a mi padre, me pregunto si las privaciones que sufrí fueron a propósito o contra su voluntad –si él se daba cuenta o no. He comenzado a verlo más como un hombre en una situación complicada.”2

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Un profesor universitario de 50 años, recordaba a su padre como una persona que “trabajaba en una organización sindical y en la minería cuando yo era niño. Generalmente no estaba, sentía mucho su ausencia. Durante años no logré comprender por qué él no estaba disponible para mí. Solía salir de parranda y a tomar. No podía perdonarlo por esto. Murió hace unos ocho años y yo recién he hablado de esto con mi madre. Me contó que él perdió su trabajo cuando yo tenía 15 años –lo habían despedido por su participación en los sindicatos. Yo jamás lo supe, pero comprendo el golpe que debe haber sido para él. Mantuvo a su familia trabajando por horas durante años, y mi madre me dijo que él siempre se avergonzó de eso”. Luego reveló la conexión del compromiso de su padre con él: “Yo he librado mis propias batallas, he perdido algunos trabajos, y siento que puedo comprender mejor por qué se apartó de su familia, debe haber sido muy duro para él estar ahí con nosotros sintiéndose tan humillado en su vida laboral. No me gustaría hacer lo mismo, pero lo comprendo, ya que él estaba atrapado y su única forma de sentirse bien era manteniendo a su familia. Ahora que conozco este secreto familiar, siento que puedo perdonar a mi padre”. Es impresionante la cantidad de secretos familiares respecto al padre que tienen que ver con contratiempos laborales que mutilan temporal o permanentemente la relación del padre con su familia. Enfrentemos la realidad. Nuestros padres no podían ganar, especialmente los padres de familias minoritarias: católicos, judíos, negros. El mundo de la posguerra, a fines de los años 40 y durante los 50, contenía una trampa tremendamente seductora para ellos. Aquí habían dado la guerra y la habían ganado, una guerra que parecía correcta, “la guerra buena” que había derrotado al fascismo, guerra en la que nuestros padres se identificaron sin ambigüedades con Estados Unidos. Aparentemente se merecían todas las “recompensas” de esa justa victoria para su futuro: la tarjeta de enlistamiento en el ejército, una movilidad ascendente, una casa en los suburbios, y trabajar duro para aprovechar las ventajas económicas que parecían estar ahí al alcance de la mano. ¡No tiremos la esponja ahora! ¿Qué eran unos cuantos años, una década dedicada sólo al trabajo, aunque eso significara no estar mucho en casa? Después de todo, pensaron muchos, los niños igual van a estar ahí, y cuánto va a significar esto para ellos –una buena vida. Una casa, dos autos, una educación universitaria. ¿Han notado la cantidad de hombres mayores que lamentan lo rápido que crecieron sus hijos? Casi mientras daban vuelta la espalda. Al respecto, el senador Paul Tsongas dice, después de tomar la decisión de renunciar al Senado y volver a Massachussets: “Ningún hombre en su lecho de muerte ha lamentado haber estado demasiado con su familia”. No, era el trabajo lo que dominaba de una manera peculiar e inesperada. Para trabajar, muchos de nuestros padres tuvieron que cambiar a una vida muy diferente de la que tuvieron de niños. En vez de tener a la familia cerca, debían dejarla en la mañana y ya no volvían hasta ocho o nueve horas después; la familia era algo remoto en su vida diaria. Uno de los resultados fue la corriente subterránea de rabia y exilio en nuestros padres, discutida en el Capítulo 1. Muchos se mudaron a nuevas áreas suburbanas dominadas por la ética del éxito, según la cual los logros se definirían en términos de la actividad pública y profesional. El mensaje que dominaba era bastante frívolo, aún cuando la vida de nuestros padres estaba cambiando de una manera que ellos no comprendían bien. La textura familiar que habían conocido en su infancia había desaparecido, ahora el trabajo y el éxito económico eran los que indicaban si lo estaban haciendo bien o mal. Muchos padres vivieron con un doble mensaje de sus propios padres: para ser exitosos, debían vivir en Estados Unidos y ser buenos profesionales y consumidores, pero para lograrlo debían renunciar a muchos de los 124

valores e ideales que representaban sus padres. Para responderles, debían matarlos, tarea que debe haber causado mucho dolor, aún cuando silbaran mientras trabajaban. Cuando Don Larsen lanzó en 1956 su fenomenal World Series, muchos de nuestros padres ya tenían hijos. ¿y cuántos de ellos vieron para sus hijos un futuro ambivalente? Aquí estaba su herencia realmente norteamericanizada, estudiando en buenos colegios suburbanos y dejando atrás nuestra calidad de inmigrantes y nuestras características étnicas. Para ser honestos con sus hijos, ellos debían estimular esto –nos estábamos convirtiendo en parte de la Norteamérica “perfecta” -, pero para ser honestos con sus corazones, muchos deben haber querido oponerse a sus hijos. Los padres estimulaban y socavaban los sueños de sus hijos. Entonces los Beatles, el cabello largo y el poder de las flores comenzaron a horadar abiertamente todos los esfuerzos que habían hecho nuestros padres durante los años 50, cuando el amor se medía por la cantidad de días en la oficina u horas en la tienda. Comprendieron que lo que hacían no bastaba. En realidad no era casi nada, era un mensaje con el que la mayoría de los padres hasta cierto punto estaban de acuerdo, pero les daba rabia escucharlo de esos mensajeros malagradecidos, sus hijos. La película Heroes and Strangers (Héroes y extraños) trata de dos adultos jóvenes que quieren reunirse con sus padres3. Tony, uno de los protagonistas, tiene casi 30 años. Su hambre de padre lo lleva a casa a hablar con su papá ya envejecido, el hombre que recuerda como un extraño en el hogar, la persona que ponía la nota incómoda en casa con su presencia, el encargado de la disciplina. Después de bombardear a su padre –un empleado jubilado de ferrocarriles – con preguntas, Tony descubre que es mejor dejar de hacer tantas; comienza a escuchar lo que su padre tiene que decir y descubre lo mucho que puede aprender abriéndose a él de ese modo. Caminando por esos rieles ferroviarios que dominaron la vida de su padre, Tony escucha cosas que ninguno de sus progenitores jamás le contó, secretos ocultos para él en su adolescencia –que su padre, por ejemplo, trabajó en tres lugares durante los primeros años de su familia, generalmente lejos de casa y más de dieciséis horas diarias. Tony se va con una nueva apreciación de las presiones que implican ser responsable de una familia, tener que proveer, medir el éxito como padre a través de cuánto dinero y status uno ha ganado. Al empezar a escuchar, descubre la afición de su padre por los teletipos y su fascinación por los objetos mecánicos; lo oye confesar que “aún sueña con pasar por alto las órdenes que recibía de los trenes”. Finalmente descubre que su padre está dispuesto a hablar, si él está dispuesto a escuchar. Al final de Heroes and Strangers, tanto Tony como Lorna, la otra joven adulta cuya visita a casa forma el núcleo emocional de la película, encuentran una solución, aunque incompleta. Uno dice: “Algo pasó entre mi padre y yo – o lo que esperaba, no exactamente lo que quería”, pero lo importante es que para los dos la visita a casa y el hecho de haber escuchado fue suficiente y satisfactorio. Al final, ambos son capaces de describir lo que es un buen padre y ambos sienten que sus padres fueron, después de todo, simplemente eso. Sintiéndose seguros de haber sido amados, aún cuando era difícil verlo, quedaron satisfechos. Cada uno se siente orgulloso de ser descendiente de su padre, un regalo valioso tanto para el padre como para el hijo. De esta forma, Tony y Lorna están sanando al padre herido interno; uno queda con la impresión de que ellos serán padres y esposos más completos, por haber explorado las vidas de sus propios padres.

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El proceso de sanación no se domina necesariamente con una conversación sobre los “sentimientos” entre padre e hijo, ni tratando de componer cada desilusión o incomprensión. El trabajar las cosas con el padre no necesita ser un largo proceso psicológico. Para muchos padres e hijos, la sanación significa un reconocimiento tácito de su mutuo amor, de su historia compartida con cariño. Un hombre contó que se había interesado por la fascinación de su padre por las carreras de caballos y las apuestas. “Cuando empecé a entender las presiones bajo las que tenía que trabajar en una empresa muy exigente y mantener a una familia con tres hijos, comprendí lo importante que era para él el juego como una forma de relajarse”. Pero este hombre hizo un descubrimiento aún más crucial: “Me di cuenta de que no porque él jugara, yo también tenía que hacerlo; eso me facilitó poder aceptar a mi padre tal como era”. Al conocer más a sus padres, los hijos pueden llegar a considerarlos como personas diferentes a ellos. Esto puede ayudar al proceso de separación-individuación, ya que el hijo se da cuenta que él es responsable de su propia identidad como hombre, que no está encadenado a las actitudes y valores de su padre. Así, el proceso de exploración puede conducir a una aceptación del padre e incluso a una profunda conexión con él. Un médico casado y con varios hijos, decía que “una de las cosas más importantes para mí cuando conocí más a mi padre a través de los años, fue que sus visitas para Navidad ya no me dejaban con una sensación de rabia, impotencia y angustia. Podía estar con mi padre sin sentir como si alguien estuviera rasguñando constantemente un pizarrón.” El proceso de explorar la vida del padre, empatizando con su dolor, se bloquea en muchos hombres. Parecen desinteresados o temerosos de enfrentar a su padre. De hecho, muchos mantienen rota la conexión y no aceptan una reconciliación. En terapia, uno se sorprende al preguntar a pacientes reticentes: ¿aceptarías el amor de tu padre ahora, si quisiera dártelo? Una cantidad sorprendente contestaría como Rod: “¡No!”. En un taller llamado “Healing the Wounded Father” (Sanando al padre herido), un angustiado abogado contó que cuando iba de visita los domingos a casa de sus padres, se devolvía si el auto de su madre no estaba estacionado en el garage. “Es demasiado incómodo estar a solas con mi padre, no sabemos qué decirnos”. ¡Este hombre, que puede desempeñarse perfectamente en el campo de batalla de los juzgados, no puede estar a solas con su padre! En este caso, sanar al padre herido produce en el hijo un sentimiento interior tan desagradable que prefiere alejarse. Las tareas gemelas de identidad y separación-individuación se dan en conjunto. A medidas que exploramos el mundo externo (lo que realmente pasó en la vida de nuestro padre), somos reinformados con material de nuestro mundo interno (nuestros sentimientos y fantasías acerca de nuestro padre)4. Esos sentimientos inconclusos a menudo bloquean a los hombres, ya que temen ser tragados por su vergüenza, culpa y anhelo por el padre, si se acercan demasiado a él. El hombre puede reconectarse con su rabia por lo que no tuvo, y con su deseo de ser cuidado por un padre perfecto que tenga todas las respuestas. Evidentemente es más fácil enojarse con el padre, culparlo por no darnos suficiente y así lamentar el hecho de no poder manejar nuestra propia vida. Muchos hombres albergan un profundo deseo de tener un padre perfecto que los salve de los riesgos y angustias del matrimonio, de la educación de los hijos y del manejo del éxito y el fracaso en el mundo laboral –un Odiseo traído de las nubes por los dioses, y no el viejo papá, que te abandona y te deja solo con tu vida. Sanar al padre herido significa aceptar en parte nuestra soledad, renunciar al deseo de ser cuidados por papá, pensando en que él nos ayudará a pararnos en nuestros propios pies para que nunca tengamos miedo de caer. Hay dolor en la pérdida de la fantasía del padre todopoderoso que deseamos tener. Aceptar esa pérdida significa tolerar el deseo de tener un padre así, reconociendo 126

que en realidad es sólo un sueño infantil. Nuestros padres también albergaron ese anhelo; no se es menos hombre por el hecho de admitirlo. De modo que un hombre podría finalmente escribirle a su padre: “Papá, compartimos el mismo desconcierto, el mismo misterio frente a la vida”.5 Ver a nuestros padres como humanos, aceptando sus debilidades y caídas, nos permite aceptar nuestras propias debilidades e imperfecciones en este mundo. Hay una segunda sensación incómoda que involucra al cuerpo y a nuestro anhelo de ser “acogidos” por el padre. Cuando los hombres se reconectan con su deseo de padre, a menudo sienten una necesidad visceral de ser acogidos por o bien de acoger a su propio padre; esto puede ser muy perturbador, provocando pánico homosexual. Estoy convencido que muchos hombres añoran tener contacto físico con sus padres. No sentimos mucho esa conexión: la acogida física directa, la acción de reconfortar, la calidez del cuerpo de nuestro padre, su habilidad para apoyarnos, y la nuestra para reconfortarlo y apoyarlo a él. Este anhelo físico puede reflejar la unión o “lazo ontológico” entre padre e hijo que el sociólogo Thomas Cottle descubrió en sus entrevistas con padres e hijos6. Cuando me di cuenta de la cantidad de tiempo que había pasado distanciándome de mi padre, sintiendo rabia y temiéndole, tuve una sensación que conducía directamente al deseo de acogerlo, y eso me impactó y asustó. “Durante todo este año”, escribí en alguna parte de mi diario, “he estado en constante lucha conmigo, papá, buscando motivos para pelear, completamente innecesarios, atrapados juntos, extenuados. Quiero unir mi dolor con el tuyo, enterrar tu cabeza en mi pecho y llorar juntos”. Tales anhelos, que probablemente han surgido durante la niñez, pueden resultar desagradables o repulsivos, especialmente para aquellos hombres que han reprimido o renunciado a su deseo de ser acogidos y reconfortados. Pero cuando nos imaginamos siendo cariñosos y acogiendo a nuestro padre y dejándolo a él serlo, liberamos nuestra propia habilidad para querer y acoger a otros. Sanamos nuestra propia conexión con nuestro cuerpo. Robert Bly funde imágenes del cuerpo del padre y del hijo en su impactante poema en prosa “Finding the Father” (Descubriendo al padre): Este cuerpo nos ofrece llevarnos sin costo –como el océano que acarrea troncos- y así algunos días el cuerpo emite lamentos con su gran energía, destroza rocas, levanta pequeños carros que ondean a sus costados. Alguien golpea la puerta, no tenemos tiempo para vestirnos. Quiere que vayamos con él a través del viento y las lluviosas calles, a la casa oscura. Iremos allá, dice el cuerpo, y ahí encontraremos al padre que nunca hemos conocido, quien vagaba en una tormenta de nieve la noche que nacimos, quien después de eso perdió la memoria, y ha vivido desde entonces anhelando a su hijo, a quien vio sólo una vez… mientras trabajaba de zapatero, de ganadero en Australia, de cocinero que pintaba por las noches. Cuando prendas la luz, lo verás. Se sienta ahí detrás de la puerta… con las cejas tan pesadas, la frente tan liviana… solo en todo su cuerpo, esperándote.7 Para poder “acoger” a otros como hombres, debemos imaginarnos a nosotros mismos siendo acogidos por nuestro padre, quizás el primer hombre a quien quisimos acoger. Un tercer conjunto de sensaciones incómodas relacionadas con la sanación del padre herido es el miedo a nuestro padre y la culpa por haberlo traicionado. “Después de todo, sí pude elegir a mi madre”, reconoció un hombre en un taller, riendo con nerviosismo. Muchos niños o adolescentes entran en alianzas con la madre para excluir al padre. Son alianzas ambivalentes, ya que muchos de esos hijos también quieren contacto con su padre, y generalmente son alianzas inconscientes, puesto que el hijo no tiene conciencia de su preferencia por estar con la madre. Sin embargo, muchos 127

hombres se sentían más cómodos teniendo a papá fuera de la familia, sin tener que enfrentarlo. En nuestro interior llevamos un padre herido que fue construido a partir de lo que nosotros imaginamos que él sentía frente a nuestra traición. Pensar en nuestro padre, hablarle con honestidad, significa sumergirse nuevamente en el sombrío y tenebroso mundo de contracorrientes familiares y lealtades divididas, de un padre que nos acusará, que nunca olvida nuestros innombrables pecados. La canción “My Father’s House” (La casa de mi padre) de Bruce Springsteen es acerca de un hombre que corre desesperadamente por las praderas en que solía jugar cuando niño, cruzando la autopista frente a la casa de su infancia, en busca del padre que ya no está ahí. En la mampara descubre que su padre se ha ido y su paso es bloqueado por una mujer (¿su madre?) que no sabe nada. El estribillo: La casa de mi padre brilla intensamente, Parece un faro que me llama en la noche. Resplandeciendo y llamando tan desamparado y solo Resplandeciendo a través de esta oscura carretera Donde yacen nuestros pecados irreparables…8 La lucha silenciosa de los hombres con los pecados irreparables contra el padre les impide llegar a un entendimiento con él. Es demasiado aterrador dejarlos al descubierto. Los recuerdos que transcribo a continuación demuestran la gran importancia que tuvo mi madre a través de toda mi infancia y lo distanciado que estuve en ese período de mi padre, lo que me llevó a imaginar una espantosa escena de acusación entre él y yo. La Habitación de mi Padre y la Habitación de mi Madre Cuando era pequeño y mis padres salían de noche, mi madre siempre me traía un regalo a la vuelta. Yo aún estaba despierto, leyendo, cuando llegaban del cine, de una comida o de bailar. Una vez me llevó un regalo que sacó de la mesa de un banquete. Era una flor dentro de una concha. Al meter al agua esta concha cerrada, se abría lentamente y aparecía una gran flor. Recuerdo que era tarde en la noche, estaba en cama con la luz prendida, ella entró con su vestido largo de noche y me entregó este regalo. Nos quedamos observando cómo se abría esta hermosa flor a través de la luz que se reflejaba en un vaso de agua. Mi memoria también tiene una imagen muy hermosa de mi madre, se ve radiante con su vestido largo. Su perfume llena la habitación. Yo tengo 7 u 8 años. En casi todos los recuerdos de mi infancia, mi madre aparece como una fuente de luz, de energía, de optimismo. Ella representa esos regalos tan importantes. Cuando llegaba del colegio en aquellos fríos días de invierno, mi madre y yo nos sentábamos a conversar, la lámpara de su pieza vertía un brillo sobre nosotros. (Mucho, mucho más tarde, al comenzar mi terapia obligatoria para recibirme de psicólogo, pedí la última hora porque me gustaba la sensación que emanaba de la luz del escritorio de mi terapeuta, dejando atrás el oscuro y frío invierno de Boston. Esa hora no estaba disponible, y esto se convirtió en mi primera lección de separar la realidad de la fantasía). La luz de la pieza de mi madre alejaba de mí la tristeza. Me sentía seguro estando cerca de ella. Esta era una tristeza de adolescente, a la cual, creo, arrastré a toda mi familia. 128

Tengo un recuerdo muy claro acerca de esa tristeza. Veníamos de vuelta de unas vacaciones de invierno en Catskills. Una semana maravillosa para mí y para mi hermano lejos del colegio, para mi padre lejos de su tienda, para mi madre lejos de la casa. Lo pasamos fantástico esquiando, comiendo cosas exquisitas, caminando, teniendo tiempo libre para estar juntos. Mi padre estaba relajado; y ambos, mi padre y mi madre, parecían estar pasándolo bien. Y el domingo en la noche volvimos a nuestra casa en los suburbios. La tristeza me vino de inmediato. Era una tortura pensar en el día siguiente. Comenzó la típica TV del domingo en la tarde: “Maverick”, “Gunsmoke”, “77 Sunset Strip”. Ninguno de esos paliativos servía. Todos actuábamos en estado de shock. Entré a la cocina, donde mi madre había pasado una excesiva cantidad de tiempo limpiando. La encontré en la despensa. Me acerqué y al verme empezó a llorar. Ambos sabíamos el porqué. Las vacaciones, una corta semana de claridad y compañerismo, habían terminado. Mi padre estaba sentado en su típica silla en la pieza de la TV. Nuevamente había desaparecido detrás de su máscara. No comprendía esa máscara. Era como si él no estuviera. Deprimido. Mi madre no sólo iluminaba, tenía además sentimientos y los demostraba. Mi padre era un misterio. Era mi padre, una versión más grande de mí. Ese era el mensaje que recibía. Con tristeza, me daba cuenta que de adulto no sería como mi madre. Asumía que sería como mi padre. Aún antes de conocer la palabra depresión, aprendí a imitarla. Sin embargo, durante este año, algo ha cambiado con respecto a los sentimientos por mi padre. Tal vez por el nacimiento de mi hijo, al ver el amor y ternura que siente por su nieto, la forma fuerte y segura con que lo sostiene, cómo le habla y juega con él. Es una ternura que rara vez se dio entre él y yo. Quizás se deba a la fuerte intención que tiene de hablar conmigo, su reconocimiento de “lo duras que fueron las cosas mientras ustedes eran adolescentes. Habría deseado estar más en casa. Me preocupaba tanto por esa tienda –tu generación lo está haciendo mucho mejor”. Recuerdo esa larga caminata que dimos por la avenida Commonwealth antes de que naciera Toby, cuando quería hablarme acerca de lo que significaba ser padre. La bondad y humanidad que mostró al hablar sobre la “notable capacidad para demostrar afecto y ser nutrientes que tienen los hombres de tu generación – para nosotros no fue tan fácil. Tú sabes que yo estaba trabajando en la Fuerza Aérea el día que tú naciste”. Quizás sean estas conversaciones, quizás verlo con Toby o quizás simplemente ver la bondad y optimismo que tiene ahora, lo que me lleva a recordar los aspectos maravillosos de mi padre que yo había olvidado, y que tal vez también él olvidó. Ambos quedamos ciegos. Para recuperar a mi padre, debo entender lo importante que fue mi madre para mí y para mi hermano. En cierto nivel, ella parecía ser el centro de la familia, manteniéndola unida. Y a ese nivel estábamos, sin saberlo, aterrados de perderla, lo que se simbolizaba en nuestro fanatismo con respecto a su hábito de fumar. Y mi padre -¿quién sabe?-, en el momento de la rebelión del kosher, cuando pedí ternera a la parmesana convirtiéndome en aliado de mi madre, debe haber temido por su matrimonio. Mi madre salía a trabajar, comía camarones y le demostraba su resentimiento de mil maneras. ¿Cómo era ese sentimiento de fracaso y culpa, ya que cuando ella salió a trabajar coincidió con una presión económica debido a dificultades en su negocio? Mi padre debe haber sentido temor de perder a la esposa que amaba. Y 129

nosotros, sus hijos, temíamos que muriera. ¡El centralismo de las madres en la familia es demasiado opresivo y poderoso cuando se mira desde esta perspectiva! Tengo un extraño recuerdo –de cuando era muy pequeño- acerca de cierta intoxicación que sentí con mi madre. Mis padres iban a salir, y en vez de ponerme difícil a la hora de acostarse, como lo hacía siempre, me porté bien, apagué la TV, me lavé, me puse el pijama y me metí de un brinco a la cama. Antes de irse, mi madre entró y me felicitó por portarme tan bien. La miré hacia arriba con una mezcla de anhelo y rabia que yo escasamente lograba comprender, y le dije: “Está bien, mamá, como te vas a morir luego, quiero que en tus últimos días lo pases lo mejor posible”. ¡Qué extraño decir algo así! Mi madre retrocedió con una expresión de shock y repulsión en la cara. Yo también estaba choqueado por lo que había dicho. El recuerdo de esto me llenó de vergüenza. No recuerdo qué contestó mi madre. Probablemente lo asignó a una versión demoníaca de “los niños dicen las peores cosas”. Nunca más se habló de eso; todo el incidente fue archivado y olvidado. Creo que estaba expresando el terror de que ella nos dejara y también la profundidad con que yo la necesitaba. Para los niños pequeños, la muerte significa “abandono”. Y en ese momento, ella nos estaba abandonando un poco, saliendo de noche de nuestro seguro hogar, convirtiéndolo en un lugar temible hasta su regreso. Ahora mi comentario me parece como haber lanzado una piedra que une la necesidad y la rabia (“te vas a morir”, reconozcámoslo de una vez) con el amor al actuar como niño bueno (“…quiero que en tus últimos días lo pases lo mejor posible”). También puede haber sido una especie de magia infantil para evitar la tragedia. ¿Tenía acaso un miedo horrible de perder a la única persona en mi vida que alimentaba mis sentimientos y me ayudaba a sentirme realmente vivo? Sin embargo, aún entonces reconocí que ella era demasiado importante. Quizás mis palabras fueron un poco sórdidas –un niño que trata de librarse de una asfixiante presencia femenina. ¿Dónde estaba mi padre mientras ocurría todo esto? Yo no me enojaba si él salía. Reconocer las presiones que tuvo mi padre durante mi adolescencia es como una pesadilla. Su tristeza parece comprensible, conmovedora, pero todos estos años he pensado que en realidad lo que tenía era rabia. No lo veía tan inmensamente triste en esa época. Su tristeza era uno de aquellos secretos de familia sobre los que a nadie se le permite hablar. Sin embargo, ese tipo de secretos uno los siente siendo niño; yo quería protegerlo aún cuando me daba miedo y rabia. En nuestra casa, la pieza de la TV era su pieza, el lugar donde pasaba las tardes los días de semana; era como su oficina en la casa. Se sentaba ahí durante horas, con un plato de fruta u otra cosa a su lado. Después de comida se retiraba a esta pieza como un esposo victoriano que se retira a una sala especial para fumar. A menudo íbamos con él, y estar con papá significaba estar con la TV prendida. Hablábamos, pero la TV seguía encendida. No es que él quisiera estar solo, pero rara vez tuvimos contacto sin el acompañamiento en la TV, eternamente con los comerciales y los héroes favoritos de fondo: Sid Caesar con su increíble humor maníaco; el rudo y elegante Richard Boone en “Have Gun, Will Travel”, o el aún más rudo James Arness de “Gunsmoke”, Efrem Zimbalist,

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Jr., de “77 Sunset Strip”, o mi favorito, James Garner como Brett Maverick, el descarado, frío, ingenioso y atractivo jugador. En la guarida de mi padre había hombres de acción, fuertes, silenciosos. Pero ellos estaban en la pantalla, y no en la silla o en el sofá. ¡Qué carga tan pesada vivieron nuestros padres durante los años 50 y 60, qué opresivas eran esas figuras míticas de la TV, presentando a sus propios hijos imágenes que los degradaban! ¡Qué terreno más fértil para el resentimiento de esos niños cuyos padres no llegaban a ser como los ideales de la TV! Tal vez “conocer al padre”, aceptándolo como propio, significa despedirse de James Garner y aceptar las luchas reales de nuestros padres reales. Ya es tiempo de apagar la TV. Mientras escribo esto, aún me invade una gran nostalgia. Esos eran los padres que yo quería, hombres que me dieran valor, una poderosa fuerza masculina que me diera confianza en mí mismo. Si detrás de mí hubiera habido un hombre como Maverick o Boone cuando tenía que enfrentarme a los bravos en Tuckahoe High School, los habría hecho picadillo en el patio. Con su talento y sus puños. Esos eran los sustitutos con que comparaba a mi padre. Qué tortura apagar la TV y decir adiós. Eran reales y no lo eran. Mi padre, mi hermano, mi madre y yo estábamos siendo destrozados por la inocente y perversa pantalla de TV. Dios, estaba prendida tanto para mi padre como para mí. ¿no es cierto? Y cuando estaba apagada, sólo estaba mi padre. Cuando hablaba con mi padre, quería preguntarle cosas, pero me daba miedo interrumpir el show o incluso un comercial. Si llegaba a hacerlo, las preguntas no tenían nada que ver con aquellas que le hacía a mi madre. Preguntaba acerca de objetos o hechos. “¿Papá, el motor de un auto puede explotar?”. Después viví un período de gran revelación respecto a los átomos y el universo. Átomos y sistemas solares se describían como cosas parecidas, ¿entonces si golpeaba mi regla contra mi escritorio, estaba destruyendo mundos completos? Le pedí incluso que subiera para hablar de esto. Subió a mi dormitorio, en algún intermedio de algún programa de TV. Pero se sintió confundido por lo que le pregunté; hubo un rato de conversación desconectada y volvió a la TV. Otra oportunidad perdida. Ahora que lo pienso, las preguntas que le hacía a mi padre eran siempre de violencia: batallas, guerras, mecanismos de destrucción, explosiones. La conversación era siempre indirecta, a través de cosas que se relacionaban con la agresión masculina. Nunca le hice preguntas personales acerca de lo que realmente me preocupaba. En cambio a mi madre le preguntaba: “¿Por qué crees que soy tan tímido en el colegio?” o ¿A veces me enojo tanto con mi hermano. ¿Por qué?”. Y discutíamos estos temas, ella hablaba de sí misma, de su desarrollo y de sus sentimientos de entonces. Esto ocurría arriba en su dormitorio con la puerta cerrada, mientras mi padre y generalmente mi hermano estaban abajo viendo TV. Largas recepciones celebradas por mi madre en su pequeño salón; yo me sentaba en una silla al final de la mesa con la cálida luz prendida, mientras ella se sentaba en su cama, generalmente cosiendo algo. Nuestras conversaciones recorrían todos los temas, desde mis planes para el futuro hasta qué hacer con el inhibitorio temor a la tartamudez de los adolescentes.

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La pieza de la TV de mi padre y el dormitorio de mi madre: la distancia entre ellos parece enorme incluso ahora, aunque uno estaba casi directamente encima del otro en nuestra casa de dos pisos. Qué mal me siento hoy día por haber pasado todas esas tarde sentado arriba, separado de mi padre y de mi hermano. Pienso en mi padre metido en esa pieza de TV, y sé que lo rechazaba, aún cuando sentía que él me rechazaba a mí. Adolescencia. La palabra resuena en mi mente. Es el momento en que la esperada catástrofe realmente ocurre. Ya era un adolescente, y había llegado el momento de dejarse de tonteras y convertirse en hombre. Antes de los 12 años, yo era un niño feliz. Después, no sólo yo recibí todo tipo de golpes, mi familia también fue golpeada como una gran ola en la marea. Hubo un fracaso en los negocios –evento de máxima importancia. Cuando el comercio de las alfombras se expandió, surgieron problemas que terminaron en una enorme pérdida financiera. Mi padre se demoró años -casi toda mi adolescencia- en salir de eso. Pagó cada centavo que debía, y con honor mantuvo su negocio funcionando hasta que lo saneó completamente. Se pudo haber declarado en quiebra, pero eligió la ruta difícil y esforzada. ¡Pero, de todas formas, cómo habrá sido su trauma! Hay un punto especial de presión en la vida de padres e hijos, un punto donde las imprevisibles idiosincrasias del ciclo de la vida ponen inevitablemente a ambos en desacuerdo. Cuando la adolescencia del hijo coincide con los problemas económicos del padre, afectando profundamente la autoestima de éste, la presión aumenta en forma exponencial. Durante la adolescencia, el hijo emerge verdaderamente como un ser individual en conflicto con la sexualidad y la agresión. Si el padre, a su vez, está viviendo una etapa de fracaso o vulnerabilidad, la relación sufre tremendas tensiones. Además, en ese momento ocurrió la Rebelión del Kosher, un cambio revolucionario en los hábitos alimenticios de la familia. Mis padres se amaban y trabajaron duro para mantenerse juntos. Los golpes y cambios habían logrado unirlos más, no separarlos. Lograr eso, no es poco –si Julie y yo pudiéramos hacerlo tan bien como ellos, me sentiría feliz. Me he demorado veinte años en darme cuenta de esto. Es curioso cómo los recuerdos del padre pueden estar dominados por un solo momento difícil de la vida; olvidamos o ignoramos cómo ha sido él o ella antes y después de ese momento difícil. ¿Acaso no es mi padre ese hombre cariñoso y seguro de hoy? La imagen dominante de mi padre es la que apareció en los años 50, sea o no verdadera, cuando trataba de sanar sus heridas, sintiendo que había fracasado como hombre y como esposo. Se arrastró hasta los tribunales del éxito estadounidense y luego se declaró incapacitado. Al mismo tiempo permitió que se traicionara su herencia judía. Y ahí estaba yo, el buen Sam, corriendo a toda velocidad hacia la pubertad, para convertirme en hombre. Creo que fue en ese momento cuando mi madre le dijo a mi padre, sin palabras: “Es tuyo”, queriendo decir que debía asumirse, ser el modelo del rol. Y mi padre y yo nos observábamos, sin saber cómo era ese baile.

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Todo parece resumirse en una escena que ocurrió en esa sala de TV. Recuerdo que entré con una tarea del colegio: “Papá, mañana tenemos un debate en clase de historia acerca de si Inglaterra debió firmar los acuerdos de Munich y demorar por un año la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué piensas tú?” Está sentado solo en el sofá de su pieza, se ve gordo y enojado. Pero me presta atención, girando su mirada de la pantalla hacia mí. Sus ojos están llenos de amor, pero también me hablan de tristeza y preocupación. No me importaba en absoluto su respuesta, sólo deseaba tener contacto con él. Lo que realmente quería decirle (y que por supuesto no hice) era: “¿Por qué está tan triste esta casa? Mamá está arriba trabajando en el doblaje de una película y no parece muy contenta; tú estás aquí abajo y tampoco pareces contento. Yo estoy en mi pieza haciendo tareas y no me siento en absoluto contento. ¿Cómo puede ser que nadie esté contento? ¿Es acaso la vida solo esto?”. Quería y no quería hablar con mi padre. Perturbación, temor y amor luchaban silenciosamente a lo largo de cada conexión nerviosa desde mi cerebro hasta mi boca seca. “El acuerdo de Munich le permitió a Inglaterra desarrollar el radar, que fue clave para la Batalla de Inglaterra”, contestó. Pero yo oigo otro diálogo en mi silenciosa fantasía. Y veo de nuevo ante mí (¿o lo imagino?) una mirada de acusación en su rostro. “Me has robado a mi esposa. ¿Por qué está siempre arriba y no aquí abajo conmigo? Es a ti a quien ella le habla, no a mí. Te crees muy listo y astuto con las palabras, niño. Llegó el momento de crecer. Eres sólo un hijito de mamá. Tú no puedes hacer el trabajo pesado. Yo voy todos los días a la tienda aunque la odio. No me siento por ahí a conversar y a pasarlo bien. Hago lo que debo hacer. Mientras tú andas por ahí coqueteando con mi esposa. Tú, niño miserable, poniéndome en vergüenza. ¡Ya es hora de que te conviertas en hombre!”. ¿Y cómo lo miré yo a él? ¿Qué le quería decir? “¿Qué es lo que te aflige, papá? ¿Qué es? ¿Por qué es tu trabajo tan doloroso? ¿Por qué no haces algo al respecto? O al menos habla de ello. ¿Es porque eres hombre? ¿Es eso lo que significa ser hombre? Mamá habla, asume las cosas, es optimista, entretenida. Astuta. ¿Es eso lo que significa ser mujer?”. Mi cabeza se tambalea aún mientras escribo esto, atrapado a los 37 años en sentimientos que tuve a los 12. Sólo que ahora puedo describirlos. Ser hombre: ser aburrido y rígido, cumplir con el deber, tener un dolor del cual no se puede hablar, renunciar a todo menos al trabajo, aún odiándolo. No podía aceptar eso entonces. ¡Me sentía tan rabioso y atrapado! “¡Pero es así!”, me lo reafirmaban mis profesores del colegio. “Eso es exactamente lo que debe ser un hombre. Poderoso, rígido, debe hacer cosas. Debe parecer y actuar como una persona importante, aunque en el fondo esté vacío. Fuerza y arrogancia”. Las asignaturas con las que tenía más problemas eran las realmente masculinas: álgebra, geometría, química. ¡Nuestro profesor de álgebra era entrenador de fútbol! Aún recuerdo su corte de pelo aplastado. Y el profesor de química, dando reglas, derivando fórmulas, haciendo experimentos –hasta se parecía a mi padre. ¿Cómo no parecerse? Durante los años 50, todos los hombres adultos eran iguales.

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Nada de esto era obvio para mí en aquellos años. Me encontré atrapado rechazando a medias la versión predominante de la masculinidad, pero debido a que mi deseo por mantenerme en lo aparentemente femenino era “vergonzoso”, me sentí obligado a tragarme una identidad que no quería pero que no podía y tampoco quería rechazar. Este quiebre empezó con la separación entre la pieza de mi madre y la de mi padre y con la complicada relación con mi padre. A pesar del rechazo por esas asignaturas, no fracasé en ellas, pero me negaba a sacarme buenas notas. Esta fue la rebelión contra la cinta transportadora de la adolescencia a la que me había subido sin poder bajarme, la cual me conducía hacia ese gran dios de la Masculinidad, un dios desalmado e implacable. Despojándome de los sentimientos y convirtiendo a las muchachas que habían sido mis amigas en objetos sexuales con los que debía competir; transformando la amistad y el goce en agresión. Pero me subí a esa cinta transportadora espontáneamente. Quería competir, tener buenas notas, ser atleta, salir y hacer cosas, conquistar. Pero, al mismo tiempo, no quería. Ah, el corazón se vuelve contra sí mismo, lo que no es atípico en la adolescencia. Quería hacer dos cosas a la vez para lo cual usé una estrategia clásica en situaciones intolerables: hacer lo que se exige y rechazarlo al mismo tiempo. La mayoría de los chicos son bastante hábiles para estas contorsiones. Me rebelé, pero no tanto; traté de ser realmente un hombre, pero siempre me restringía, dudaba, me mantenía en la periferia. Me convertí en científico, pero rezongaba por el método científico; el trabajo me absorbía los días de semana, pero lo dejaba por completo los sábados y domingos. Me involucraba manteniendo distancia, me importaba y no me importaba. Al mirar quiénes somos, en cada uno de nosotros brota el pánico; quizás es más fácil culpar a alguien o al mundo por “no dejarnos ser lo que queremos”, como si nosotros mismos no fuéramos ambivalentes. No veo más acusaciones imaginarias de mi padre; no hay nada de él hacia mí. Cada uno hace las cosas lo mejor que puede. Un hombre recibe tantas presiones para vivir, para actuar en la vida. El tuvo sus propios conflictos con sus padres y con sus hijos. ¡Y lo logró! Lo hizo bien. Ay, papá, realmente “compartimos el mismo desconcierto”. El Padre Herido en Nuestro Corazón Para sanar al padre herido, no siempre es útil dialogar con él. A veces existen límites reales en el grado de acercamiento que un hombre puede lograr con su padre. Los padres, a medida que envejecen, no le dan la misma importancia que el hijo al “procesamiento de las cosas”. Quieren sentir que todo está “bien”, que pueden delegar cosas en una generación más joven y fuerte –no quieren abrir el pasado y meterse de nuevo en “todo eso”. Cuando a muchos hombres, entre los 30 y 40 años, les llega el momento de resolver las cosas con sus padres, no lo logran porque los roles prácticamente se han revertido; el padre puede estar enfermo, menos productivo, con menos energía. En estos casos, la separación y el acercamiento al final del ciclo de vida del padre pueden hacer cortocircuito. Un hombre de 40 años se lamentaba del fracaso de su intento por hacer las paces con su padre: “A los 70 años no es el mejor momento para que un padre pueda desarrollar nuevas defensas psicológicas”. Lo que les queda, entonces, es

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“arreglarse” con el padre de alguna manera, demostrarle que son buenos hijos y así perpetuar la tradicional actuación.9 Hay muchos hombres cuyos padres están vivos y accesibles, pero también hay muchos que no. Un hombre puede no saber en qué etapa está su padre, o éste puede haber muerto antes de una posible reconciliación. La inaccesibilidad del padre cuando elijo busca el reencuentro con él, es un problema que va en aumento, dadas las altas tasas de divorcio, reveló que en la pre-adolescencia el 50% de los hijos no tenía contacto con su padre, mientras el 30% tenía sólo un contacto esporádico; sólo un 20% de los niños veía a su padre una vez a la semana o más.10 Quizás nos estemos enfrentando a una bomba de tiempo psicológica dentro de la nueva generación de hombres y mujeres que caminan ahora hacia la vida adulta. Sanar al padre herido es más difícil cuando ésta ha muerto, cuando es emocionalmente inaccesible o no está físicamente disponible. En estos casos, el hijo queda privado de la sanación emocional real que se da cuando se llega a compartir un terreno común con el padre, oyendo y viendo un nuevo lazo forjado entre ambas generaciones. Además, el hijo queda privado de la sensación de haber sido capaz de dar algo a su padre para ayudarlo a sanar sus heridas emocionales. Steve, un músico de 39 años, contó acerca de la muerte de su padre por enfisema, quince años atrás, y de la importancia de un acto final y único de perdón entre ambos. Pertenecía a una familia rica, de clase alta del sur. Relató que había pasado su “adolescencia peleando con mi padre acerca de las chicas con que debía salir y acerca de cuáles eran las mujeres “adecuadas” para una persona de mi clase y con mis antecedentes. Esto ocurrió en la décadas de los 60, y su actitud me ponía furioso. Entonces, obviamente, me fui a vivir con una mujer completamente inaceptable para él; nunca la invitaron a la casa”. De pronto, inesperadamente, el padre de Steve fue hospitalizado debido a un enfisema crónico. El hijo tuvo que correr desde Atlanta para encontrar a su padre en un respirador, cerca de la muerte. “Entré a la pieza y él me sonrió. No podía hablar debido a los tubos que tenía en la garganta, pero me escribió una nota. Esta decía: ‘Quiero conocer a Anne, quiero que todo esté…’ Y después hizo unas señas con la mano que significaban ‘bien… cuando me vaya’. Lloré cuando él hizo esto y nos abrazamos. Le dije que yo también quería que todo estuviera bien. Murió ese mismo día antes de llegar a conocerla. Pero no puedo explicar lo que esas palabras significaron para mí. Me liberaron de la culpa y rabia que sentía, me permitieron darme cuenta de lo mucho que él me importaba”. Steve me detuvo y luego agregó: “Significa que ya no tengo que recordarlo enojado y desilusionado conmigo. A menudo pienso en esa última señal que hizo: dejemos todo OK”. Steve nos expresa con claridad lo que significa sanar al padre herido. La imagen interna de su padre ya no era de crítica, rabia y desilusión, sino de aceptación y perdón. Esto significa que Steve fue liberado de pensar que él fue quien desilusionó a su padre y descubre que los padres pueden perdonar y aceptar –que no son meramente figuras severas y críticas. Después de aprender esa lección, el hijo tiene menos necesidad de ser una figura autoritaria e inflexible en sus relaciones con otros. Cuando el padre muere antes de que el hijo pueda sanar la relación, el proceso de desagravio tiende a continuar por más tiempo después de la muerte, ya que el hijo trata de llegar a una reconciliación con el padre sin saber cómo hacerlo. Un año después de la inesperada muerte de su padre, un hombre me contó que “no pasa un día sin que me acuerde de mi padre en algún sentido. Pero mis recuerdos son fugaces, como si yo no quisiera permanecer mucho tiempo con ellos, como si sintiera temor de acercarme demasiado”. 135

Sin embargo, aún así es posible comprometer a un padre ausente en un diálogo de crecimiento emocional. El hijo puede escribir diálogos imaginarios entre él y su padre u otros miembros de la familia, o escribir cartas al padre muerto o ausente, sin necesidad de enviarlas. Estos ejercicios pueden moderar la imagen herida de padre que el hombre lleva en su corazón. Permiten al hijo examinar la rabia y desilusión en la relación padre-hijo, dando a menudo espacio para una mayor aceptación y comprensión. A través de estos diálogos imaginarios, pueden recordar el abandono y la traición que sentían, y puede doler menos; dejan de ser prisioneros de recuerdos que no pueden reparar. Varios hombres cuyos padres habían muerto, contaron que habían encontrado cartas o diarios escritos por su padre y que los leían con ansiedad para obtener información acerca de sus sentimientos y experiencias. Es importante recordar, esté disponible o no el padre, que la reconciliación o amistad con él no es lo mismo que sanar al padre herido. Es del todo posible sanarse uno mismo sin reconciliarse con el padre. Y, contrariamente, también es posible lograr una amistad superficial con el padre sin sanarse uno mismo. Esto es así porque los elementos esenciales de la sanación son la imagen interna de padre y el sentido de masculinidad que el hijo lleva en su corazón. El hijo necesita ser capaz de comprender las razones generalmente dolorosas de por qué el pasado fue como fue, liberándose así del sentimiento de haber sido traicionado por el padre o de haber sido él mismo un traidor, necesitando explorar formas satisfactorias de masculinidad que reflejen su propia identidad. Podemos reconocer que somos el hijo de nuestro padre, sin sentir que tenemos que aceptar y amar todo con respecto a él todo lo que pasó entre nosotros. Finalmente, la imagen interna del padre es lo que todo hombre debe sanar. Todos los hijos necesitan sanar por su cuenta al padre herido que hay en su propio corazón. El proceso significa explorar no sólo el pasado sino también el presente y el futuro –formas de masculinidad que reflejen un sentido más rico y pleno de sí mismo que las rígidas imágenes que dominaron el pasado. Esta es en verdad la tarea de todo hombre hoy en día: explorar el ser nutriente y cariñoso que llevan dentro, probar y desarrollar un fuerte sentido de masculinidad como padres, en relación a la esposa, hijos y compañeros. La identificación de lo que significa ser un hombre nutriente, ser un padre que cuida y protege de una manera más completa y comprometida, no sólo imitando al rudo John Wayne o siendo el ejecutivo / sostén de la familia, es la seria propuesta que subyace a la aparentemente cómica autoexploración masculina de nuestros tiempos. ¿Cómo ser fuerte y cariñoso? Son temas con los que los hombres se están enfrentando. Un ex funcionario de Harvard que acaba de cumplir 40 años, me contó acerca de un reciente retiro para hombres al que asistió en San Francisco. De todas las actividades hubo un incidente de vital importancia para él. “Uno de los ejercicios que hicimos, estaba basado en esas ceremonias de iniciación de los indios americanos donde el más valiente aceptaba el desafío de correr una carrera de obstáculos hechos por los demás hombres de la tribu”. El grupo completo de cincuenta hombres se puso en fila para la carrera, cada uno llevando una muñeca, un bebé. El propósito de la muñeca era ser capaz de protegerla durante la carrera”. Proteger al vulnerable con fuerza masculina. 136

Otra imagen: estoy sentado en un patio con mi pequeño hijo un agradable domingo de primavera; estamos rodeados por otros padres y niños. Por ser fin de semana, hay muchos padres con sus hijos. De pronto, al otro lado del patio, veo una escena familiar. Un niño de unos 7 años se acerca donde otro más pequeño y le pega en el hombro. El golpe no es muy fuerte y el más pequeño parece estar más impactado que adolorido. El niño mayor se ve bastante enojado y alterado; obviamente está resolviendo algo. Es fácil imaginar a ese niño recibiendo una palmada de su padre. Me pregunto qué haría si se acercara a mi hijo. Mientras observo, el padre del niño se acerca y lo toma con gentileza. El niño se resiste y protesta, llora en brazos de su padre, mientras el hombre lo lleva hacia un banco cercano. A pesar de la lucha del hijo, el padre hace esto con fuerza pero suavemente. Se sienta y mece al niño en su falda, y lo escucho decir con un susurro, casi cantando, en el oído de su hijo: “No te dejaré ir mientras no digas: ‘Soy un niño amable y no le pego a otros niños”. Se quedan ahí, el niño protegido por los brazos de su padre, el padre repite el estribillo: “Soy un niño amable y no le pego a otros niños”. Finalmente el niño se calma, canta con su padre y sale corriendo a jugar. Proteger con fuerza masculina. ¿Es ésta la antigua identidad o la nueva? El deseo de fondo parece ser encontrar una manera de ser un hombre fuerte sin ser a la vez destructivo. Convertirse en padre, ayuda. Como hemos visto, la transición a la paternidad tiene el potencial para crear una perspectiva ampliamente distinta de uno mismo y del padre. Pero no todos los hombres son padres, y hay otras formas de sanar al padre herido en nuestro corazón. Soluciones creativas tales como el arte, la música, la artesanía, que permiten la exploración del sí mismo, pueden ser muy útiles. Un hombre casado, sin hijos, que sentía que su padre lo había abandonado emocionalmente a los 5 años, recordaba ahora de adulto que tanto él como su padre amaban la música. Hoy día toca piano como hobby, pero recientemente se ha dado cuenta del gran amor que estaba secretamente escondido en esa afición compartida por el instrumento. “Mi compromiso con la música expresaba una parte reprimida de él… Le gustaba mucho caminar por el patio de atrás escuchando los sonidos del piano que salían por la ventana mientras yo practicaba”. Este hombre olvidó completamente durante veinte años el placer que provocaba al padre el talento de su hijo; contó que ahora suele imaginar a su padre escuchando alegremente por la ventana cuando toca piano, transformando así su imagen de padre exigente y alejado por una más satisfactoria y apoyadora. En último término, sanar al padre herido es un proceso que consiste en desenredar los mitos y fantasías que los hijos aprenden acerca de sí mismos, de la madre y del padre, los cuales representamos cada día con nuestros jefes, esposas e hijos. Significa construir un sentido satisfactorio de masculinidad tanto por las oportunidades que cada uno tiene en una época de cambios en los roles sexuales y también “sumergiéndose en el caos” del pasado, recuperando una apreciación firme y vigorosa del heroísmo y de los fracasos en la vida de nuestros padres. Wallace Stevens nos recuerda al “hijo que sostiene sobre su espalda / El padre que ama y lo aleja de / Las ruinas del pasado, que no han dejado nada”.11 Todo hombre necesita identificar lo bueno en su padre, sentir en qué se parecen y en qué se diferencian. Creo que de esto surge un sentido más completo y confiable de la masculinidad, una forma de estar presente y ser nutriente, de ser fuerte sin ser destructivo. Este camino refleja, de todos modos, la musculatura masculina, nuestra historia, nuestros cuerpos y nuestra activa participación en el futuro. Es una forma de proteger a quienes amamos sin infantilizarlos, de acogerlos y trasmitirles esa serena sabiduría de que tanto los hombres como las mujeres son fuerzas dadoras de vida en la tierra. 137

NOTAS Y REFERENCIAS INTRODUCCIÓN 1. Una gama de cuestionarios e inventarios de personalidad fueron administrados a una muestra representativa del 25% de las promociones de 1964 y 1965de alumnos de Harvard a través de sus años de estudio. Comenzamos en 1978, enviando un cuestionario detallado a los 510 hombres que participaron en la investigación. 370 lo devolvieron, o sea, más del 70% del grupo original. El cuestionario obtuvo una visión amplia de las experiencias de vida de estos hombres desde que egresaron a la universidad hasta su situación actual. De este grupo, 50 fueron elegidos al azar para ser entrevistados, sujetos a la limitante de que la mayoría vivía al noreste y todos trabajaban actualmente en sus profesiones. Estos hombres fueron entrevistados dos veces en el curso de una semana sobre una base anual de dos años, y para los casos seleccionados como de especial interés se programó un tercer año de entrevistas. Cada entrevista duraba entre dos y tres horas, y seguía un plan semi-estructurado de la historia de vida, que yo había desarrollado como método de investigación. Esta técnica permite al sujeto construir una imagen de su historia personal y le da información detallada del trabajo, la paternidad y los aspectos conyugales de la vida actual, así como también de las experiencias claves del desarrollo de la persona desde la infancia, pasando por la adolescencia, la juventud, la edad adulta joven y la edad mediana. Posteriormente, como parte de una disertación doctoral en el Harvard Graduate School of Education, fueron entrevistadas 25 de las esposas de estos hombres. Véase S. Osherson y D. Dill, “Varying Work and Family Choices: Their Impact on Men’s Work Satisfaction” (Cambiando las opciones de trabajo y familia: su impacto en la satisfacción laboral de los hombres), Journal of Marriage and the Family, mayo 1983; S. Osherson, “Work-Family Dilemmas of Professional Careers” (Dilemas trabajo-familia en carreras profesionales), informe final para el National Institute of Education, NIE-G-77, 1982; y D. Hulsizer, “Marriage and Adult Development: Views Fromm Midlife” (Matrimonio y desarrollo adulto: perspectivas de la edad mediana), disertación doctoral no publicada, Harvard Graduate School of Education, 1983. 2. Véase S. Osherson, Holding On or Letting Go: Men and Career Change at Midlife (Quedarse pegado o dejarse llevar: los hombres y el cambio de carrera en la edad mediana) (Nueva York: The Free Press, 1980). 3. D. Ullian, “Why Boys Will Be Boys: A Structural Perspectiva” (Por qué los muchachos serán muchachos: una perspective structural), American Journal of Orthopsychiatry, 1981: 493-501; J. Lever, “Sex Differences in the Games Children Play” (Diferencias sexuales en los juegos infantiles), Social Problems, 23 (1976): 478-487; G. W. Goethals, “Male Object Loss: A Special Case of Bereavement, Anxiety, and Fear” (Pérdida del objeto masculino: un caso especial de duelo, angustia y temor), Psychoterapy, primavera 1985, 22 (1): 119-127; E. Pitcher y L.S. Schultz, Boys and Girls at Play: The Development of Sex Roles (Niños y niñas jugando: desarrollo de los roles sexuales) (Nueva York: Praeger, 1983); I. Bretherton, Symbolic Play (Juego simbólico) (Nueva York; Academic Press, 1984); Z. Luria, S. Freidman y M.D. Rose, Human Sexuality (Sexualidad humana) (Nueva York: Wiley, 1986).

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4. Peter Davison, “Rites of Passaje: 1946” (Ritos de transición: 1946), en P. Davison, HalfRemembered: A Personal History (Recuerdos a medias: una historia personal) (Nueva York: Harper and Row, 1973). 5. Las vicisitudes históricas de la relación padre-hijo constituyen un aspecto descuidado de nuestra historia cultural. Los historiadores familiares han comenzado a explorar nuestra historia paterna y han encontrado evidencias de períodos de relaciones positivas y cercanas, así como también de épocas de lejanía y alienación. De Tocqueville, por ejemplo, alabó la intimidad y afecto de la relación padre-hijo que observó durante sus viajes a Estados Unidos en los años 1830. Joseph Pleck estudia la literatura histórica acerca de las cambiantes imágenes de la relación padre-hijo en su artículo “The Father Wound” (La herida del padre), The Center for Research on Women, Wellesley College, Wellesley, MA 02181. Estoy en deuda con él por haber llamado mi atención a varias de las referencias discutidas en esta sección. 6. S. Hite, The Hite Report on Male Sexuality (Informe Hite sobre la sexualidad masculine) (Nueva York: Knopf, 1981), p. 17. 7. J. Arcana, Every Mother’s Son: The Role of Motheers in the Making of Men (El hijo de toda madre: el rol de las madres en el desarrollo de los hombres) (Garden City, N.Y.: Doubleday, 1983), p. 143. 8. J. Sternbach, “The Maculinization Process” (El proceso de masculinización), artículo no publicado, RDF Box 607, Vineyard Haven, MA 02568. 9. S. Cath, A. Gurwitz y J. M. Ross (eds.), Father and Child: Clinical and Developmental Considerations (Padre e hijo: consideraciones clínicas y de desarrollo) (Boston: Little, Brown, 1982). 10. Donald Bell comienza su libro Ser varón con un capítulo sobre “padres e hijos”, mostrando esencialmente su propio autorretrato al hablar de su padre. D. Bell, Ser varón (Barcelona: Tusquets, 1987). 11. J. Pleck, “The Father Wound”. 12. E. Erikson, Infancia y sociedad Buenos Aires: Hormé). 13. N. Chodorow, El ejercicio de la maternidad (Gedisa, 1984); D. Dinnerstein, The Mermaid and the Minotaur: Sexual Arrangements and The Human Malaise (La sirena y el minotauro: convenios sexuales y malestar humano) (Nueva York: Harper and Row, 1976); L. Rubin, Intimate Strangers (Extraños íntimos) (Nueva York: Harper and Row, 1983); G. W. Goethals “Simbiosis and the Life Cycle” (Simbiosis y el ciclo de la vida), British Journal of Medical Psychology, 46, 1973: 9196; G. W. Goethals, “Male Object Loss: A Special Case of Bereavement, Anxiety, and Fear”. 14. J. Pleck, Working Wifes, Working Husbands (Esposas que trabajan, esposos que trabajan) (Beverly Hills, Calif.: Sage, 1985), y J. Pleck, “Husbands” Paid Work and Family Roles: Current Research Issues” (El trabajo remunerado del esposo y los roles familiares: temas actuales de investigación), en H. Lopata y J. Pleck (eds.) Research in the Interweave of Social Roles (Investigación sobre la trama de los roles sociales), Vol. 3, Greenwich, Conn.: JAI Press, 1983.

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15. G. Vaillante y C. C. McArthur, Natural History of Male Psychologic Health. I. The Adult Life Cycle from 18-50 (Historia natural de la salud psicológica masculina. I. El ciclo de la vida adulta de los 18 a los 50). Seminars in Psychiatry 4 (4), 1972: 422. CAPÍTULO 1 1. Z. Rubin, “Fathers and Sons: The Search for Reunion” (Padres e hijos: en busca del encuentro), Psychology Today, junio 1982, pp. 23 ff. 2. S. Bliss, revisión de Brothers Songs: A Male Anthology of Poetry (Canciones de hermanos: antología de poesía masculina), editado por J. Perlman, WIN, noviembre 15, 1980. 3. R. Shelton, “Letter to a Dead Father” (Carta al padre muerto), You Can’t Have Everything (No puedes tenerlo todo) (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1975). 4. D. Thomas, “Do not go gentle into that good night” (No seas tan amable en esa buena noche), en D. Thomas, Collected Poems (Poemas completos) (Nueva York: New Directions, 1957). 5. F. Rebeslky y C. Hanks, “Father’s Verbal Interaction with Infants in the First Three Months of Life” (Interacción verbal del padre con hijos de 3 meses de edad), Child Development, 42 (1971): 63-68 y F.A. Pedersen y K. S. Robson, “Father Participation in Infancy” (La participación paterna en la infancia), American Journal of Orthopsychiatry, 39 (1969): 466-72. Estos hallazgos, que se refieren al poco contacto entre padre e hijo, tienden a enfatizar la calidad del tiempo que el padre entrega en el hogar mas que la cantidad literal. Sin embargo, este rol limitado del padre es precisamente lo que puede conducir a la construcción de fantasías como la del “padre herido” que yo describo. Véase R. Atkins, “Discovering Daddy: The Mother’s Role” (Descubriendo a papá: el rol de la madre), en S. Cath, A Gurwitz J. M. Ross, eds., Father and Child: Clinical and Developmental Considerations (Padre e hijo: consideraciones clínicas y de desarrollo) (Boston: Little, Brown, 1982). 6. J. Carroll, revisión de Good Morning, Merry Sunshine (Buenos días, feliz día), por B. Greene, New York Times Book Review, junio 10, 1984. 7. Rubin, “Fathers and Sons”, p. 28. 8. M. Komarovsky, Dilemmas of Masculinity (Dilemas de la masculinidad) (Nueva York: Norton, 1976). 9. Citado por Ken Auletta, “Profiles” (Perfiles), The New Yorker, abril 9, 1984, p. 51. Enfasis Adicional. 10. M. Goldstein, “Fathering: A Neglected Activity” (La paternidad: una actividad descuidada), American Journal of Psychiatry, 37, 4 (invierno 1977): 325-36. 11. M. Farrell y S. Rosenberg, Men at Midlife (Los hombres en la edad mediana) (Boston: Auburn House, 1981), p. 125.

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12. W. Stevens, “Aesthetique du Mal” (Estética del mal), en W. Stevens, The Palm at the End of the Mind : Selected Poems and a Play (La palma al final de la mente: poemas seleccionados y una obra de teatro) (Nueva York: Vintage, 1972) 13. Partiendo de las detalladas entrevistas que tuvo con hombres de 30 años, el psicólogo Rick Ochberg de Yale nos señala que el conjunto de imágenes que tienen los hombres respecto a trabajo y profesión revela “una preocupación con movimiento y avance”, que ofrece una solución a los conflictos de separación con el padre. El movimiento simbólico que proporciona el trabajo “se relaciona con la renuncia del hijo… con el amor incondicional de la temprana infancia, a favor del respeto altamente condicional del padre por los logros”. A través de la vida, el trabajo proporciona a los hombres una ilusión de movimiento que los aleja de los problemas de relación. Véase R. Ochberg, “Middle-Aged Men and the Meaning of Work” (Hombres de edad mediana y el significado del trabajo), disertación doctoral no publicada, Universidad de Michigan, Ann Arbor, 1983, p. 5. 14. J. M. Ross, “In Search of Fathering: A Review” (En busca de la paternidad: una revisión), en Cath, Gurwitz y Ross, eds. Father and Child. 15. D. Hall, “My son, My Executioner” (Mi hijo, mi verdugo), The Alligator Bride (La novia del lagarto) (Nueva York: Harper and Row, 1969). 16. P. Wright y T. Keple, “Friends and Parents of a Sample of High School Juniors: An Exploratory Study of Relationship Intensity and Interpersonal Rewards” (Amigos y padres en una muestra de enseñanza media: estudio exploratorio de la intensidad de la relación y las recompensas interpersonales), Journal of Marriage and the Family, 43, No. 3 (agosto 1981): 559-70. 17. M. Norman, “For Us, the War is Over” (Para nosotros, la guerra terminó), New York Times Magazine, marzo 31, 1985, p. 68. 18. Robert Bly discute este tema en su artículo “The Vietnam War and the Erosion of Male Confidence” (La Guerra de Vietnam y la erosion de la confianza masculine), The Utne Reader, octubre-noviembre 1984, pp. 74-81. Véase también J. Fallows, “What Did you Do in the Class War, Daddy?” (¿Qué hiciste tú en la clase para la Guerra, papa?), The Washington Monthly, octubre 1975, pp. 5-19. 19. Homero, The Odyssey (La Odisea), trad. R. Fitzgerald (Nueva York: Anchor, 1963), pp. 29596. 20. K. Thompson, “What Men Really Want: An Interview with Robert Bly” (Lo que los hombres realmente quieren: entrevista con R. B), New Age, mayo 1982, p. 50. CAPÍTULO 2 1. G. Vaillant, Adaptation to Life (Adaptación a la vida) (Boston: Little, Brown, 1977), p. 219. 2. D. Levinson et. Al., The Seasons of a Man’s Life (Las estaciones de la vida de un hombre) (Nueva York: Knopf, 1978), pp. 99-100. 141

3. Vaillant, Adaptation to Life, p. 218. Énfasis adicional. 4. Ibid. P. 219. CAPÍTULO 3 1. L. Rubin, Women of a Certain Age: The Midlife Search for Self (Mujeres de cierta edad: la búsqueda del sí mismo en la edad mediana) (Nueva York: Harper & Row, 1979). 2. Obviamente, este patrón clásico no es la única forma de solucionar problemas en relación al trabajo y a la paternidad. Uno de los hallazgos más impactantes del Proyecto de Desarrollo Adulto fue la notable diversidad de formas para distribuir el tiempo entre trabajo y familia, usadas por un grupo altamente educado de hombres profesionales con carreras estructuradas. En oposición a los principiantes que comenzaron con un matrimonio donde sólo uno trabajaba, como el Sr. Henderson, el 10% de la muestra se casó poco tiempo después de haber terminado los estudios, con mujeres que tenían sus propias carreras. Estos son principiantes con doble carrera. El 25% de la muestra estaba actualmente casado, pero había postergado la paternidad hasta los 30 años, mientras otro 20% tenía un matrimonio sin hijos a los 38 años. Véase S. Osherson y D. Dill, “Varying Work and Family Choices: Their Impacto on Men’s Work Satisfaction” (Cambiando las opciones de trabajo y familia: su impacto en la satisfacción laboral de los hombres), Journal of Marriage and the Family, mayo 1983,pp. 339-46. La socióloga Bernice Neugarten tiene razón cuando dice que el “reloj social” de nuestra sociedad ya no da la hora tan claramente como antes –ya no hay una sola forma dominante o normativa para distribuir el tiempo entre familia y trabajo. Como veremos más adelante, las tareas y desafíos de los hombres de edad mediana, en estos distintos patrones, varían en cierta forma; ser padre por primera vez a los 35 años es una experiencia muy diferente a la de despedirse de un hijo adolescente a esa misma edad, aún cuando los hombres en estas distintas situaciones asistan a la misma reunión. 3. G. Baruch, R. Barnett y C. Rivers, “A New Start for Women at Midlife” (Un Nuevo comienzo para las mujeres de edad mediana), New York Times Magazine, diciembre 7, 1980, p. 198. 4. Rubin, Women of a Certain Age; M. F. Lowenthal, et al., Four Stages of Life (Cuatro etapas de la vida) (San Francisco: Jossey-Bass, 1975); y S. Oscherson, Holding On or Letting Go: Men and Career Change at Midlife (Quedarse pegado o dejarse llevar: los hombres y el cambio de carrera en la edad mediana) (Nueva York: The Free Press, 1980). 5. D. Heath, “Some Posible Effects of Occupation on the Maturing of Professional Men” (Algunos posibles efectos de ocupación en la madurez de hombres profesionales), Journal of Vocational Behavior, 11 (1977): 263-81. 6. G. Lish, “A Protecting Father” (Un padre protector), New York Times Magazine, Julio 15, 1984, p. 50. 7. P. Wright y T. Keple, “Friends and Parents of a Sample of High School Juniors: An Exploratory Study of Relationship Intensity and Interpersonal Rewards” (Amigos y padres en una muestra de enseñanza media: estudio exploratorio de la intensidad de la relación y las

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recompensas interpersonales), Journal of Marriage and the Family, 43, No. 3 (agosto 1981): 559-70. 8. F. Porter, “The Loved Son” (El hijo amado), en K. Moffett, Fairfiled Porter (Boston: Museum of Fine Arts, 1983). 9. D. Levinson et al., The Seasons of a Man’s Life (Las estaciones de la vida de un hombre) (Nueva York: Knopf, 1978), p. 200. Véase también D. Guttman, “Individual Adaptation in the Midlife Years: Developmental Issues in the Masculine Mid-life Crisis” (Adaptación individual en la edad mediana: aspectos del desarrollo en la crisis masculina de la edad mediana), Journal of Geriatric Psychiatry, 9, (1976): 41-59. 10. M. Farell y S. Rosenberg, Men At Midlife (Los hombres en la edad mediana) (Boston: Auburn House, 1981). 11. Ibid, p. 125 12. Ibid. p. 124. 13. E. Jacques, “Death and the Midlife Crisis” (La muerte y la crisis de la edad mediana), Internacional Journal of Psychiatry, 46 (1965): 502-14. En este clásico artículo, Jacques está especialmente interesado en la creciente percepción de la mortalidad que tiene una persona de edad mediana y el sentido de fragmentación que puede surgir mientras el adulto lucha con un residuo infantil de amor y rabia. Jacques nos recuerda que la lucha del niño con la vida y la muerte ocurre en “un contexto donde la supervivencia del ser depende de sus objetos externos”, particularmente de su madre, y de sus sentimientos caóticos hacia ellos. Jacques comenta que “una persona que llega a la edad mediana sin haberse consolidado exitosamente en su vida matrimonial y laboral, o habiéndose consolidado a través de una actitud maníaca y de negación con el consecuente empobrecimiento emocional, estará mal preparada para cumplir con las exigencias de la edad mediana y disfrutar de su madurez” (pp. 507, 511; énfasis adicional). Me impresiona la frecuencia con que la salida de la mujer a trabajar y la partida de los hijos, provocan imágenes de muerte y fragmentación en los hombres, como si la reestructuración de la familia se convirtiera en una metáfora de la destrucción del cuerpo de la madre. 14. Véase D. Ullian, “Why Boys Will Be Boys: A Structural Perspective” (Por qué los muchachos serán muchachos: una perspectiva estructural), American Journal of Orthopsychiatry, 51 (1981): 493-501, y K. Toomey, “Johnny, I Hardly Knew Ye: Toward a Revision of the Theory of Male Psychosexual Development” (Johnny, casi no te conocí: hacia una revision de la teoría del desarrollo psicosexual masculino), American Journal of Othopsychiatry, 47 (1977): 18495. 15. Cuando los hombres se sienten necesitados, con frecuencia responden asumiendo actitudes de tipo práctico, porque así han aprendido a ser cuidados. Sin embargo, la lucha de los hombres para ser cuidados como niños está muy mezclada con agresión y castigo, ya que la respuesta de muchos hombres necesitados es ponerse física o psicológicamente violentos, como si a nivel inconsciente vieran sus necesidades como una evidencia de algo terriblemente negativo 143

consigo mismos, con sus esposas o con sus hijos. Esto explica por qué muchos hombres exageran, volviéndose destructivos de sí mismos o de otros cuando la vida familiar es frustrante. 16. M. Farell y S. Rosenberg, Men at Midlife, p. 142. CAPÍTULO 4 1.

Menning, “The Emotional Needs of the Infertile Couple” (Necesidades emocionales de la pareja infértil), Fertility-Sterility, 34 (1980): 313-17, y H. Simons, “Infertility as an Emerging Social Concern” (La infertilidad como una emergente preocupación social), tesis doctoral calificada, no publicada, Heller Graduate School of Social Welfare, Brandeis University, Waltham, Mass., 1980.

2. A. Shostak, citado en J. Wolinsky, “Men Often Phantom Figures in Emocional Abortion Drama” (Los hombres a menudo son figuras fantasmas en el drama emocional del aborto), APA Monitor, mayo 1984. 3. T. MacNab, “Infertility and Men: A Study of Change and Adaptative Choices in the Lives of Involuntarily Childless Men” (La infertilidad y los hombres: estudio sobre el cambio y opciones de adaptación en la vida de hombres sin hijos involuntariamente), disertación doctoral no publicada, Fielding Institute, Berkeley, Calif., 1984, p. 64. 4. Ibid, p. 79. 5. Ibid. 6. Cuando me refiero a un feto como “un bebé”, lo que quiero destacar es la profunda conexión emocional de los padres con el embarazo. La palabra “feto” puede disminuir la realidad de esta conexión, al igual como “bebé” se puede usar para resaltar los hechos del desarrollo fetal. 7. Ibid, p. 134. 8. “Understanding Infertility” (Comprendiendo la infertilidad), Population Bulletin, Vol. 39, No. 5, diciembre 1984. 9. H. Pizer y C. O. Palinski, Coping UIT a Miscarriage (Sobrellevando una pérdida) (Nueva York: New American Library, 1980). 10. MacNab, “Infertility and Men”, p. 138. 11. Ibid, p. 139. 12. M. D. Schecter, “About Adoptive Parents” (Acerca de los padres adoptivos), en E.J. Anthony y T.E. Benedek, eds., Parenthood: Its Psychology and Psychopathology (Boston: Little, Brown, 1970), p. 359 (Parentalidad, Buenos Aires: Amorrortu, 1982).

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13. “When Parents Lose a Child” (Cuando los padres pierden un hijo), The Keene Sentinel, agosto 1, 1983. 14. MacNab, “Infertility and Men”, p. 137. 15. Ibid., pp. 100-101. 16. Shostak, citado en Wolinsky, “Men Often Phantom Figures”. 17. Pizer y Palinski, Coping with a Miscarriage, pp. 119-21. 18. MacNab, “Infertility and Men”, p. 97. 19. A. B. Shostak y G. McLouth, Men and Abortion: Lessons, Losses, and Loves (Los hombres y el aborto: lecciones, pérdidas y amores) (Nueva York: Praeger, 1984). 20. NacNab, “Infertility and Men”, p. 97. 21. B. Bettelheim, The Uses of Enchantment (Los usos del encantamiento) (Nueva York: Knopf, 1975),p. 6. CAPÍTULO 5 1. “Opinions about motherhood: a Gallup /Levi’s maternity wear national poll” (Opiniones acerca de la maternidad: encuesta Gallup / Levi en relación al uso del permiso maternal), San Francisco: Levi Strauss and Co., septiembre 1983. 2. A. D. Beck, M. D. Young, B. Robson y D. Mandel, “Factors Which Influence Father’s Involvement with Their Infants” (Factores que influyen en la relación de los padres con sus hijos), Simposio en la Reunión Anual de la American Orthopsychiatric Association, Toronto, abril 1984, y F. K. Grossman y W. S. Pollack, “Good-enough Fathering: A Longitudinal Focus on Fathers Within a Father System” (No hay paternidad perfecta: visión longitudinal de los padres dentro de un sistema paterno), trabajo presentado en la Reunión Anual del National Council on Family Relations, San Francisco, 1984. 3. A. J. Stewart, M. Sokol, J. Healy, N. Chester y D. Weinstock-Savoy, “Adaptation to Life Changes in Children and Adults: Cross-Sectional Studies” (Adaptación a los cambios de vida en niños y adultos: estudios de una muestra representativa), Journal of Personality and Social Psychology, 42, No. 6 (1982): 1278. 4. J. Updike, Copules (Parejas) (Nueva York: Knopf, 1968), y J. Didion, The White Album (El álbum blanco) (Nueva York: Simon & Schuster, 1979). 5. E. Jakobson, “Development of the Wish for a child in Boys” (Desarrollo del deseo de la niñez en los muchachos), The Psychoanalytic Study of the Child, 5 (1950): 144.

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6. S. Osherson et al., 1984, “Expecting a Child: The Therapist’s Experience” (Esperando un hijo: la experiencia de un terapeuta) (Boston: Simmons School of Social York), p. 70. 7. J. Maynard, Baby Love (Amor de bebé) (Nueva York: Avon, 1982), pp. 154-55. 8. S. Bittman y S. Rosenberg-Zalk, Expectant Fathers (Futuros padres) (Nueva York: Hawthorne, 1978), y W. H. Trethowan y M. F. Conlon, “The Couvade Syndrome” (El syndrome covada), British Journal of Psychiatry, 111 (enero 1965): 57-66. 9. Bittman y Rosenberg-Zalk, Expectant Fathers. 10. C. Gilligan, In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development (En un tono diferente: teoría psicológica y desarrollo de las mujeres) (Cambridge: Harvard University Press, 1982). 11. S. Feldman, S. Nash y B. Aschenbrenner, “Antecedents of Fathering” (Antecedentes de la Paternidad), Child Development, 54: 1628-36. CAPÍTULO 6 1. S. Elledge, E. B. White: A Biography (E.B.W.: una biografía) (Nueva York: Norton, 1984), p. 144. 2. D. Levinson et al., The Seasons of a Man’s Life (Las estaciones de la vida de un hombre) (Nueva York: Knopf, 1978). 3. L. J. Kaplan, Oneness and Separateness: From Infant to Individual (Unidad y separación: de niño a individuo) (Nueva York: Simon & Schuster, 1978). P. 67. 4. Ibid. Nótese que lo nutriente en la temprana infancia se relaciona con la “maternidad”; no se menciona a la paternidad en este contexto. 5. R. Bly, “For my Son Noah, Ten Years Old” (Para mi hijo Noah, de 10 años), en J. Perlman, ed., Brother Songs: A Male Anthology of Poetry (Canciones de hermanos: antología de poesía masculina) (Minneapolis: Holy Cow! Press, 1979). 6. A. J. Stewart, M. Sokol, J. Healy, N. Chester y D. Weinstock-Savoy,” Adaptation to Life Changes in Children and Adults: Cross-Sectional Studies” (Adaptación a los cambios de vida en niños y adultos: estudios de una muestra representativa), Journal of Personality and Social Psychology, 42, No. 6 (1982): 1278, y M. Mahoney, “Intimacy and Social Support: The Meanings of Relationship for Employed and Unemployed Mothers” (Intimidad y apoyo social: significados de las relaciones para madres con trabajo y desempleadas), artículo no publicado, School of Social Sciences, Hampshire College, Northampton, Mass. 7. Tanto hombres como mujeres asocian el hogar con la madre, entonces cuando éste se convierte en un lugar confuso, los miembros de la familia se sienten abandonados por la madre –quien 146

deja de ser nutriente, convirtiéndose ahora en una persona exigente. Los hombres pueden experimentar de diversas maneras esta relación madre-hogar, dependiendo de sus experiencias infantiles. Algunos pueden sentir este cambio del hogar y de la esposa-madre con cierta tristeza interna: la madre les dice que crezcan, el niño no debe seguir agarrado a las polleras de mamá. Para satisfacerse emocional y psicológicamente, estos hombres se refugian en el trabajo, a menudo incitados por una típica fantasía masculina que consiste en creer que si producen más, si trabajan mejor, su esposa se preocupará más de ellos. Otros hombres que han tenido dificultades con la madre desde temprana edad, pueden vivir esta situación como algo dañino para ellos: la madre en su contra, abandonándolos, dejándolos morir o matándolos. Esas intolerables y aterradoras fantasías pueden llevar a conductas extrañas y descontroladas, como abusar de la mujer o hijos, o abandonar a la familia. Algunos hombres pueden llegar a abandonar a su familia o refugiarse en el trabajo como una manera de protegerla de su propia ira frente al sentimiento de pérdida que sienten. 8. F. K. Grossman, “Separate and Together: Men’s Autonomy and Affiliation in the Transition to Parenthood” (Separados y juntos: autonomía y afiliación de los hombres en la transición a la paternidad), artículo no publicado, Department of Psychology, Boston University, Boston, Mass., 1984, y P. Daniels y K. Weingarten, Sooner or Later: The Timing of Parenthood in Adult Life (Tarde o temprano: las etapas de la paternidad en la vida adulta) (Nueva York: Norton, 1982). 9. M. Greenberg y N. Morris, “Engrossment: The Newborn’s impact upon the Father’” (Embebecimiento: impacto que ejerce el recién nacido sobre el padre), en S. Cath, A. Gurwitz y J. M. Ross, eds., Father and Child: Clinical and Development Considerations (Padre e hijo: consideraciones clínicas y de desarrollo) (Boston: Little, Brown, 1982). 10. G.J. Craig, Desarrollo psicológico (Naucálpan de Juárez, Prentice-Hall, 1988). 11. D. H. Heath, “What Meaning and Effects Does Fatherhhod Have for the Maturing of Professional Men?” (¿Qué significado y efectos tiene la paternidad para la madurez de hombres profesionales?), Merrill-Palmer Quarterly, Vol. 24, No. 4, 1978, idem, “Competent Fathers: Their Personalities and Marriages” (Padres competentes: su personalidad y matrimonio), Human Development, 19 (1976): 26-39 y M. Gerzon, A Choice of Heroes: The Changing Faces of American Manhood (Una opción de héroes: los cambios de aspecto de la masculinidad estadounidense) (Boston: Houghton-Miffin, 1982). 12. M. Goldstein, “Fathering: A Neglected Activity” (La paternidad: una actividad descuidada), American Journal of Psychology, 37, No. 4 (invierno 1977): 325-26. 13. R. Saner, “Passing It On”, en R. Saner, Climbing Into the Roots (Ascendiendo hasta las raíces) (Nueva York: Harper and Row, 1976). 14. Stewart et al., “Adaptation to Life Changes”, y Daniels y Weingarten, Sooner or Later. 15. Levinson, et al., Seasons of a Man’s Life. 16. Ibid., p. 236. 17. El proyecto de Paternidad de la Universidad de Boston, por ejemplo, ofrece cursos y talleres para padres –con videos y ejercicios escritos – para enseñarles a los hombres las habilidades emocionales de la paternidad. 18. D. Hall, “My Son, My Excutioner” (Mi hijo, mi verdugo), The Alligator Bride (La novia del lagarto) (Nueva York: Harper and Row, 1969).

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CAPÍTULO 7 1. M. Acker, “With Natural Piety: Letters of Adult Men to Their Fathers” (Con piedad natural: cartas de hombres adultos a sus padres), artículo no publicado, Universidad de Oregon, División de Orientación y Psicología Educacional, Eugene, Oregon, 1982, p. 2. 2. K. Thompson, “What Men Really Want: An Interview with Robert Bly” (Lo que los hombres realmente quieren: entrevista con R. B), New Age, mayo 1982, p. 51. 3. Heroes and Strangers: A Film About Men, Emotions, and the Family (Héroes y extraños: un filme acerca de los hombres, las emociones y la familia), 1984, New Day Films, c/o Lorna Rasmussen, 412 W. Fairmount Ave., State College, Pa. 16801. 4. S. Osherson, Holding On or Letting Go: Men and Career Change at Midlife (Quedarse pegado o dejarse llevar: los hombres y el cambio de carrera en la edad mediana) (Nueva York: The Free Press, 1980). 5. S. Bodian, “To My Father on His Seventieth Birthday” (A mi padre en su septuagésimo cumpleaños), The Men’s Journal, agosto 1984, p. 9. 6. T. J. Cottle, Like Father, Like Son: Portraits of Intimacy and Strain (De tal palo, tal astilla: retratos de intimidad y tension) (Norwood, N. J. Ablex, 1981). 7. R. Bly, “Finding the Father” (En busca del padre), en R. Bly, This Body is Made of Camphor and Gopherwood (Este cuerpo está hecho de alcanfor y Madera de ciprés) (Nueva York: Harper and Row, 1977). 8. B. Springsteen, “My Father’s House” (La casa de mi padre), disco album Nebraska, Columbia Records, Nueva York, 1982. 9. Evidentemente, éste no es un problema exclusivo de los hijos varones. Una mujer de 35 años relató lo mal que se había sentido al tratar de resolver las cosas con un padre que ya no era la misma persona con la que ella había peleado tanto en su adolescencia. “A los 23 años fui a casa a batallar con mi padre y gané. Se entregó rápidamente, era un hombre vencido… Fue una situación de gané / perdí muy extraña”. Sus palabras nos recuerdan que muchas mujeres también crecen con una imagen herida del padre, sintiéndose abandonadas o rechazadas por un padre en quien se basaba su sentido de la masculinidad. Linda Leonard explora la “herida padre-hija” en su libro The Wounded Woman, y señala que los problemas de intimidad y profesionales de las mujeres adultas, con mucha frecuencia están ligados a una relación dañada con el padre, debido al lugar idealizado que éste ocupa en la familia. Leonard considera que una de las principales tareas para el desarrollo de la mujer adulta es redimir la imagen interna del padre: “Para que comprenda la promesa no cumplida de éste y vea cómo esa paternidad ha afectado su vida”. Véase L. Leonard, The Wounded Woman (La mujer herida) (Boulder, Colo.: Shambhala, 1983), p. xix. En mi práctica clínica, me he encontrado frecuentemente con mujeres con su autoestima mutilada por un sentimiento de rechazo emocional o traición de su padre. La enorme era que sienten estas mujeres hacia los hombres se basa en la herida narcisista que han tenido que soportar en una familia que secretamente adora al padre, mientras la madre –figura crucial para su identificación – parece estar emocionalmente “muerta”. La diferencia con la relación padre-hijo es que a menudo la hija mantendrá alguna vía de comunicación y reconciliación con el padre, cosa que es negada al hijo debido a la tendencia masculina de mantener una falsa apariencia de separación e “independencia”. Sin negar el dolor de muchas hijas, debemos reconocer que la competitividad e intensidad del vínculo padre-hijo agregan una especial complejidad a la tarea de los hombres para sanar al padre herido. 148

10. F. F. Furstenberg, J. L. Petersen, C. Nord y N. Zill, « Life Course of Children of Divorce : Marital Disruption in Parental Contact » (El curso de la vida de los hijos de divorciados : contacto con los padres en la ruptura matrimonial), American Sociological Review, 48 (1983 : 656-68). 11. W. Stevens, “Recitation Alter Dinner” (Recitación después de la cena), en Opus Posthumous: Poems, Plays, Prose (Opus póstumo: poemas, obras de teatro, prosa), ed. S.F. Morse (Nueva York: Vintage, 1982), p. 87. “Al encuentro con el padre” como la vida de un hombre es moldeada por la relación con su padre, Osherson, Samuel, Ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1993.

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