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AKAPANA Y LA FLOR SAGRADA Dedicada a mis nietas y nietos fuente de amor e inspiración, A Benjamín siempre orgulloso de

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AKAPANA Y LA FLOR SAGRADA

Dedicada a mis nietas y nietos fuente de amor e inspiración, A Benjamín siempre orgulloso de su abuelo y a Felipe quien Inspiró este cuento.

……Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta. A través de la tierra juntad todos los silenciosos labios derramados y desde el fondo habladme toda esta larga noche como si estuviera con vosotros anclado. Extracto de Sube a nacer conmigo hermano (Pablo Neruda)

Capítulo 1. El sonido del Pututo despertó a la gente de Caspana. Amanecía, el viento frío de los Andes arreciaba como siempre en este lado del mundo. En la entrada del pueblo y a la choza que habitaban un niño y sus abuelos, el sonido se les metió por las rendijas pinchando el ánimo de los viejos. El hombre se levantó primero y arrastrando los pies se acercó al camastro en el cual dormía el muchacho. El abuelo Churki miró enternecido a su nieto pensando que era una pena tener que despertarlo, pero el niño tenía que cumplir con sus obligaciones. Desde pequeño Wari tenía la responsabilidad de cuidar los animales de la familia. Ahora tenía nueve años y ya era un experto en el pastoreo de los animales de su abuelo, a excepción de una vicuña que le habían regalado recién nacida. Desde ese día Wari cuidó de ella, la alimentó, abrigó y hasta dormía con la pequeña para protegerla del frío, por lo que llegaron a ser inseparables. Él la bautizó como Akapana (remolino de viento o pequeño huracán, en quechua) y fue premonitorio. Siempre que llegaba el niño a un lugar, detrás aparecía ella con su particular mechón blanco colgando de la frente y brincando a toda carrera, produciendo un pequeño descalabro lo que la hacía portentosa y extravagante. Cuando se levantó esa mañana, Wari llamó a Akapana con un silbido y no tardó en aparecer la pequeña que crecía muy rápido aunque apenas cumplía un año. Comenzó a cepillarle el lomo y pensaba que pasaría cuando Akapana tuviera su primera esquila, ella no toleraba manos extrañas sobre su espinazo, se ponía nerviosa y tendía a cocear a quien tuviera al frente. Durante la Quillpa, había pateado a un vecino cuando al tomarle la oreja para perforarla, como lo hacían con todos los maltones, éste se apoyó flojamente en su lomo Pero ahora se venía la esquila de los animales, la vieja tradición de la Marka que se realizaba entre Noviembre y Diciembre de cada año, en una gran ceremonia que era dirigida por Mayta el Mallku del pueblo, a la cual siempre asistía como representante directo del Inca el Curaca del Ayllú, de nombre Katari. Era este un hombre quisquilloso que no perdonaba errores los cuales castigaba severamente. De mirada aviesa en sus ojos penetrantes que intimidaban a pesar de portar un físico esmirriado, con brazos demasiado largos para su cuerpo, terminados en manos retorcidas como ramas de árbol seco y una triste figura que llamaba a la compasión. Pero cuidado, era tal la fortaleza de espíritu y tanta la maldad acumulada en su alma que tras esa aparente debilidad se escondía un rival poderoso y difícil de vencer. Katari también practicaba la magia negra que incluso había espantado a un Panaka quien, aterrado por lo que había visto, no se atrevió a contarlo a sus parientes y calló. Esto terminó por afincar aún más el poderío del viejo Curaca entre los hatunrunas y mitimaes del Ayllú. Capítulo 2. Finalmente llegó la fecha que tanto temía Wari, los preparativos para realizar el Chaku habían concluido y todo estaba dispuesto para el día siguiente. El sitio escogido en las afueras del pueblo

cerca del cerro verde, era un lugar amplio donde ya estaban construidos los corrales para el encierro de las vicuñas silvestres y las domesticadas, como nuestra querida Akapana. Pero esta no se hallaba en ninguna parte a pesar de los llamados de Wari. ¿Dónde se encontraba? era la pregunta que rondaba entre los nerviosos habitantes del lugar, ya que todos conocían sus diabluras y salidas de madre, pero esta vez no podían permitirse un espectáculo travieso frente al insensible Katari. El rostro de Mayta mostraba con claridad su preocupación. Estaba en juego no sólo su cargo sino que también la seguridad de él, su familia y del pueblo, así que llamó a Wari y lo urgió a encontrar a Akapana y la trajera de inmediato a su presencia antes que llegara la autoridad principal del Ayllú. Corriendo a todo lo que daban sus piernas, Wari comenzó la búsqueda por los lugares donde creía se escondía la vicuña. El corral de su casa, la parte trasera de las casas del pueblo, las terrazas de cultivo donde a veces se iba a pastorear pero nada, hasta que decidió ir a los bofedales cercanos al río Caspana. En cuanto llegó comenzó a silbar a la vicuña para que esta lo reconociera, caminó sobre los pastizales mojando sus ojotas hasta que tras una roca reconoció el mechón blanco de Akapana, allí estaba escondida la traviesa criatura. Se acercó cautelosamente y tomándola de una especie de bozal que le había hecho de fibras de lana de llamas, la comenzó a arrear en dirección al pueblo. Mientras caminaban en forma apresurada le iba diciendo que no se portara mal en este día tan especial. Que nada pasaría si aceptaba que la trasquilaran. Que hoy venía el Curaca y este no conocía de sus locuras ni las aceptaría. Que él también podía ser castigado por no saberla controlar. Akapana solo miraba con sus enormes y brillantes ojos, pegaba unos saltitos e intentaba alejarse corriendo, pero el bozal se lo impedía. Capítulo 3. El niño y su vicuña se acercaban al lugar ceremonial cuando sintieron la algarabía anunciando la llegada del Curaca. Este entraba al pueblo arriba de una litera que cargaban varios hombres y rodeado por su guardia personal. Unos metros más atrás era seguido por una extensa comitiva donde resaltaba su esposa ataviada de gran lujo y también transportada en una litera la cual resistía a duras penas su voluminoso cuerpo. Un poco más allá, Wari y Akapana miraban con asombro a los visitantes y sus fastuosos ropajes, pero principalmente estaban fascinados por la visión de la esposa del curaca. De repente Akapana se soltó de las manos del niño y corrió hacia el grupo haciendo que los yanaconas, que durante horas venían soportando sobre sus hombros tamaño sobrepeso, vacilaran y tambalearan a punto de arrojar su preciosa carga sobre la tierra, pero en el último segundo reaccionaron y lograron depositar a la matrona en el suelo y sin daños. Nunca el niño había visto a una mujer tan corpulenta, lo que provocó en él un estallido de carcajadas estridentes y sonoras imposibles de callar, las que amplificadas por las paredes de rocas que rodeaban el pequeño valle, llegaron a oídos de todos los presentes quienes casi al unísono se dieron vuelta para ver de donde provenían aquellas risas, pero ninguno de ellos las imitó. Mayta agachó la cabeza y moviéndola pensó que estaba acabado. Katari no se movió de la

silla que lo transportaba, sólo esbozó una mueca áspera que ni siquiera intentó disimular y ordenó empezar la ceremonia. Nadie vio el destello que salpicó los ojos del viejo, fue como si una bola de fuego irrumpiera desde las entrañas para morir en el abenuz de sus pupilas. Menos de un segundo, eso duró. A la orden del curaca uno de los sacerdotes que integraba la comitiva inició la corpachada. Primero, una serie de hoyos que habían sido hechos en la tierra el día anterior, se colmaron con alimentos y bebidas aportadas por los habitantes del pueblo para agradar a la Pachamama, luego vinieron las rogativas pidiendo un numeroso encierro, una exitosa esquila y un buen regreso. Terminados los preliminares empezó, con la participación de todos los lugareños, la encerrona y la chimpeada de las vicuñas que en gran número habían bajado a beber en las orillas del río Caspana. El día transcurrió lento entre gritos y gran fatiga hasta que a media tarde sonó el pututo llamando a terminar la faena. En los corrales se movían inquietas más de cuatrocientas vicuñas las que deberían esperar hasta el día siguiente para ser esquiladas. Cuando la oscuridad invadió el pueblo, apareció la música y junto con ella el desenfreno. Se encendieron gigantescas fogatas, la gente comenzó a comer y beber celebrando el Cápac Raymi. Tortillas de maíz, kiwicha, quínoa, locro de zapallo y camote cocido, junto a grandes trozos de charqui de llama, perdices y palomas; eran las exquisiteces preparadas para agasajar al Curaca y su comitiva. Además se habían reservado enormes cantidades de chicha de quínoa, la más apetecida entre los nobles y también por la gente común, así que no pasó mucho tiempo hasta que empezaron a sonar los wankaras, los tinyas, quenas, zampoñas y sonajas entonando un movido huayno que puso a bailar a la gente. Mientras tanto Wari se había deslizado hacia los corrales y silbando llamó a su vicuña la que apareció corriendo y al ver a su amigo se acercó y restregó su hocico en la cara del niño. Este la tranquilizó y comenzó a hablar con ella como si le pudiera entender, pero ahora con una profunda tristeza en la voz: -Akapana, esta es una fecha especial para mí, hoy se cumplen cuatro años de la muerte de mis padres. Ellos se fueron una noche como esta en un aluvión que se llevó a mucha gente; es lo que cuenta mi abuelo. Dice que yo dormía mientras mis papás y ellos celebraban el Cápac Raymi, pero en un momento cuando se terminaba la noche, mi abuela, muy mareada producto de la chicha y el masato, le dijo a mi abuelo que estaba cansada y se fueron. Recién entraban a la casa cuando un ruido tremendo como si la montaña se viniera abajo los paralizó, mientras el sonido atronador se iba prolongando, comenzaron a escuchar gritos de dolor. El amanecer llegó y el abuelo salió de la casa, miró hacia abajo y vio que del pueblo quedaban sólo ruinas, el barro tapaba las casas y los cuerpos diseminados por todas partes hablaban de una gran tragedia. Dos días después encontraron los restos de mis padres concluyó Wari. El niño levantó la vista para mirar las estrellas y en el cielo limpio de nubes Mama Kilya refulgía bañando de plata la comarca, mientras en los corrales el rebaño de vicuñas pastaba indiferente al

desconsuelo que aplastaba el corazón de Wari. Akapana sin moverse de su lado lo miraba fijamente, parecía entender su dolor. Sus ojos, reflejando el esplendor de la luna, eran dos perlas argentas veteadas de rubí. Capítulo 4. Amanecía y el pueblo comenzaba a prepararse para la tarea final, la esquilada. En los corrales, las vicuñas se encontraban molestas y nerviosas por el encierro, pero el Curaca lo estaba aún más producto de lo ocurrido el día anterior y llamó a su presencia al pobre Mayta, quien se postró a sus pies y esperó que este hablara. Katari se levantó de la poltrona donde había descansado las últimas horas y repuesto de los estragos causados en su organismo por la chicha y la abundante comida, estaba listo para dictar la sentencia que consideraba ponía justicia a la falta cometida por el niño y su animal en contra de la mujer, quien era considerada una protegida del Dios Inti por ser hija de un sacerdote de la corte del poderoso gobernante Inca Roca. Así habló: -Aquella insolencia y falta de respeto contra mi esposa, hace merecedores de un castigo ejemplar a todos los habitantes del pueblo y en especial a su líder dijo, mientras clavaba en Mayta los dos círculos de escarcha renegrida de sus pupilas. Pero en consideración a la Cápac Raymi, esta fiesta bendecida por nuestro padre Pachacútec descendiente de dioses, ordeno que el castigo sea cumplido solo por el niño que insultó mi casa. El silencio cayó sobre la muchedumbre que percibía atónita las palabras del insensible Curaca quien, no importándole que esta condena recayera sobre un chiquillo, se mantuvo en su decisión y a continuación alzando la voz para reafirmar su autoridad, decretó: -El castigo que voy a imponer es…aquí hizo una pausa dramática y mirando directamente a Wari le dijo: -Tú, que osaste reírte de mí mujer, deberás traer un manojo de Kantuta, nuestra flor sagrada, en un plazo que no podrá superar el Kajmay phajsi, es decir, no más allá de 90 días a contar de hoy. Y a continuación levantando el cetro símbolo de su autoridad, remató: -Esta es mi decisión y que la bendición de Inca Roca caiga sobre ustedes. De improviso y ante el estupor del Curaca, se escuchó una voz proveniente de la muchedumbre. -Pero Señor, la Kantuta sólo crece entre los valles del Oliagüe, donde vive Pachacámac, allá lejos, muy lejos de mi pueblo-. Era Churki el abuelo que hablaba mientras se acercaba. -El niño es mi Wilka y lo estás mandando a la muerte. Si quieres una vida toma la mía pués, deja que el viva y que el Dios Inti les de mucha vida a ti y a la hatun mama, ¡oh! gran manchayniyuq ten piedad de mi niño, es lo único que tengo…. pero un ademán autoritario de Katari lo interrumpió y con voz temblorosa, donde anidaba la rabia, le ordenó callar so pena de imponer otro castigo al pueblo.

El viejo cayó a los pies del maligno patriarca quien, sin prestarle mayor atención, inició, extendiendo sus largos brazos, una sucesión de invocaciones a los dioses pidiendo por el éxito de la misión y con sus sarmentosas manos trazaba oscuros signos sobre el aire. Al caer la noche la esquila había terminado, cientos de vicuñas fueron liberadas para que volvieran a sus rebaños, los hombres y mujeres comenzaban a preparar la lana para el proceso de limpieza e hilado y a lo lejos sobre las montañas, se veían los últimos integrantes de la comitiva del curaca que ya había emprendido el regreso a su Ayllú. Antes de partir, Katari le había recordado al Mallku que si la prueba no era cumplida en el plazo estipulado él sería juzgado con la mayor severidad. Luego dio orden de seguir y cuando los portadores se preparaban para levantar su litera, se acercó uno de los mitimaes del pueblo. Después de cuchichear un largo rato con Katari, recibió de este como regalo una bolsa de cuero curtido con unos grabados muy particulares que contenía un Mullu lo cual llenó de alegría al hombre por tan valioso obsequio, pero a cambio tenía una orden que debería cumplir sin cuestionarse. Capítulo 5. El día siguiente los aldeanos se hallaban reunidos a la entrada del pueblo. Esperaban que apareciera el niño para ofrecerle una gran despedida. La mayoría lucían apenados por el enorme desafío impuesto a Wari, pero no harían mayores manifestaciones para no caer en desgracia con el Curaca. Aunque el viejo ya no se encontraba presente, igual sabían que dejaba ojos y oídos alertas para informar cualquier acto considerado contrario a sus deseos. De pronto se dejó oír el triste sonido de una quena cuyas notas a medida que volaban sobre el aire diáfano de la mañana, parecían sollozar estremecidas por el dolor. Era Churki que arrimándose a las puertas del caserío, así expresaba el tormento que estaba viviendo. La gente miraba con angustia los brincos vacilantes del viejo quien, portando en sus pies unos cascabeles de semillas de frutos secos y a medida que tocaba, trataba de bailar el Quirqui emulando a los Uros. Más atrás venía Wari portando un morral algo grande para su estatura, la awaska tradicional que le cubría gran parte del cuerpo, sobre esta la manta tejida en lana de alpaca, el tradicional chullo cubriendo su cabeza y calzaba fuertes sandalias de cuero. Se le veía tranquilo pese a sus cortos años, mirando con curiosidad a la gente y buscando a Akapana, pero no la vio. Cuando llegó al portal dirigió su vista hacia arriba donde el ondulante camino se perdía entre las montañas. Estas se veían amenazantes en su majestuosidad, era el Andes que lo esperaba pero el niño no se arredró, abrazó a su abuelo y sin volver la vista atrás emprendió el camino.

Capítulo 6. Sin saber que ofrecían los caminos, Wari había comenzado la aventura. Dirigió sus pasos hacia las cumbres de los cerros cercanos donde el viento tronaba su canción eterna. Después de un largo tiempo de caminata sintió un ruido a sus espaldas y volviéndose rápido se encontró cara a cara con Akapana. Esta, fiel a su manera de ser, no esperó la mañana para ser trasquilada y escapando de su encierro huyó hacia las montañas. Después, con el nuevo día, la vicuña siguió al niño hasta que éste la descubrió y en lugar de enojarse la abrazó jubiloso, luego continuaron juntos por el sendero cumbrereño. Las instrucciones de su abuelo fueron claras; sabía que debía mantener siempre el sol de la mañana a su derecha y en la tarde sobre su izquierda; ese rumbo lo llevaría primero al río salado y luego a Toconce, después se guiaría por los tambos que iría encontrando a su paso, por los senderos de arrieros que transitaban en ambas direcciones llevando y trayendo mercancías y orillando las tierras de sal, llegaría a las faldas del volcán Oliagüe. Su meta inicial era alcanzar las primeras cumbres antes que oscureciera y esto le tomaría casi todo el día pero antes de continuar, Wari tomó una larga vara de caña, la raspó y luego de dejarla lisa le amarró muy fuerte un cuchillo grande en la punta a guisa de lanza, además ya había sacado del morral su waraka y Liwi con las que se sintió mejor armado y más que protegido en contra de cualquier amenaza que pudiera encontrar en la ruta. Silbó a Akapana apurándola y reemprendió el camino. Siempre subiendo, siempre escalando. Los cerros huelen a borrasca pensó. No imaginaba cuan cerca estaba el peligro y cuanto habría de luchar por su vida. La primera señal fue un deslizamiento de piedras a su derecha, miró en esa dirección y alcanzó a ver una mancha parda que se perdió rápidamente entre las peñas. Akapana paró las orejas, berreó asustada e intentó correr pero fue retenida por Wari quien ya intuía de que se trataba. Estaba alarmado, había escuchado historias que hablaban de una bestia sanguinaria que llamaban puma, pero nunca había visto uno y trataba de recordar las historias del abuelo donde lo mencionaba. Miraba receloso en todas direcciones, quería evitar cualquier encuentro con un animal tan peligroso como el que contaba su tata, en eso sintieron un rugido no muy fuerte pero suficiente como para que ambos, niño y vicuña, empezaran a trotar en busca de la cima de los cerros. Una vez en la cumbre, los recibió un paisaje inesperado por su majestuosidad y belleza. La amplia llanura cubierta de nieve y barrida por un viento huracanado, que estuvo a punto de arrastrarlos, reflejaba los rayos del sol tapizando la planicie con matices dorados, parecía que el mismo Dios Inti estaba suspendido entre los copos de armiño. Mientras Wari, aunque impresionado por la visión no se distrajo y obligando a la vicuña se refugió en un tambillo a esperar que amainara el vendaval. Sentía que le golpeaban el pecho, era el corazón latiéndole como nunca, ruidos ensordecedores llenaban su cabeza y el retumbo de la ventolera era feroz; el niño temblaba acuciado por el miedo lo mismo que Akapana, quien se había echado a su lado berreando y soltando bufidos que parecían sollozos.

Las horas pasaron lentas y monótonas hasta que la ira del dios Kon se apaciguó y la borrasca trocó en un viento moderado que permitió a los viajeros salir de su refugio. El amanecer aún no despuntaba cuando el niño reanudó la marcha apurando el tranco, pero sin dejar de mirar a todos lados por si veía de nuevo al misterioso animal que ahora no se escuchaba. El camino que tomaron corría al costado de un desfiladero que bajaba en dirección a la llanura, a lo lejos se divisaba Toconce y hacia el noroeste ya podía verse el río salado. Aunque el sendero estaba resbaloso por la humedad y el hielo sin derretir, igual se apuraban para llegar. Por primera vez, desde que había salido de su pueblo, se atrevió a sonreír y a pensar en que las cosas mejoraban para él y Akapana, pero la felicidad se congeló en su rostro. Frente a ellos y tapando el camino se hallaba la bestia: enorme, furiosa y………hambrienta. Capítulo 7. El viejo Churki se levantó esa mañana y lo primero que hizo fue mirar hacia los cerros donde había visto por última vez a Wari. Mi niño, dijo quedito ¿dónde estarás wawa? ¡Oh Viracocha! cuídalo de todos los males. El viejo no sabía que por el mismo camino, antes que saliera el sol y arreando una tropilla de llamas, dos hombres salían furtivamente del pueblo. Uno de ellos era el que había conferenciado con el Curaca antes de su partida. Llevaba una misión especial y sabía que tenía que cumplirla sí o sí, de no hacerlo, el castigo sería implacable. Los individuos eran caminantes expertos y conocían los vericuetos de la cordillera como las palmas de sus manos, y sabiendo que el niño avanzaría lento alcanzarlo les sería muy fácil. Apenas dejaron el pueblo atrás, tomaron un sendero entre las quebradas que los llevaría directo hacia las orillas de los salares y una vez ahí pensaban dar la vuelta e interceptar a Wari. El plan era sencillo, iban a sorprender al niño diciéndole que este encuentro estaba profetizado y la evidencia más clara de que su desafío se cumpliría siempre y cuando hiciera caso de las señales que enviaban los dioses Viracocha y Pachacamac. Luego debían convencerlo que el mejor camino para llegar a Oliagüe era el que ellos le indicarían, de ahí en adelante, con los arteros consejos, el niño se perdería, no cumpliría el castigo impuesto por el temible Curaca y de paso no volvería a su pueblo. Ambos personajes ya sabían de encomiendas similares ordenadas por Katari, las cuales siempre resultaban muy bien recompensadas, pero también estaban conscientes de que cualquier error significaba la muerte, el Curaca no perdonaba y el castigo tenía pies ligeros. Capítulo 8. Wari se quedó viendo al puma y a la vez trataba de calmar a Akapana que tiritaba descontrolada, luego sin apuros se ató la brida de su mascota a la cintura y comenzó a armar su Liwi. Pensaba que arrojando la boleadora dispondría de un corto tiempo para atacar a la bestia con su lanza, herirla y esta, en el mejor de los casos, evitaría la muerte huyendo.

Eso pensaba el niño cuando se dio cuenta que el animal respiraba con dificultad, su cuerpo esquelético temblaba y parecía no poder sostenerse en pie. Se sorprendió, el puma estaba a punto de morir de hambre y no podría enfrentar un combate porque no tenía fuerzas ni para lanzar un rugido decente pensó, y esto lo hizo reír a pesar del drama que estaban viviendo. Mientras se miraban, el puma soltando espumarajos por el hocico y Wari más relajado, abrió su morral y tomando un gran trozo de charqui lo arrojó a los pies de la bestia. Esta sintiéndose agredida quiso retroceder, pero con el apuro se enredó en sus propias patas, cayó de espaldas e intentó levantarse pero se despatarró producto de lo resbaloso del camino. Ahí estaba la fiera, tendida como si fuera una alfombra y el niño, olvidando el peligro, no pudo contener las risotadas, perdió el equilibrio y cayó sentado sin dejar de reír. Así estuvieron largos minutos hasta que el puma pudo hacer pie, tomó el trozo de charqui y lo engulló de un tarascón, lo que aprovechó Wari para levantarse. Niño y bestia otra vez frente a frente. Recelosos uno del otro. Entonces Wari tomando la iniciativa avanzó unos pasos, el puma retrocedió. Caminó dos más y entonces vio la astilla grande de madera que el animal tenía incrustada en su pata derecha. Esa era la razón que le impedía caminar bien y por supuesto cazar. El niño sintió lastima por el puma y comenzó a hablarle suavemente tal como lo hacía con Akapana. Le susurró nanas en la dulce lengua aymara, se arrodilló y muy despacio comenzó a acercarse desafiando el peligro. No olvidaba que tenía al frente un animal salvaje, aunque el puma pareciendo entender las intenciones del niño se había acostado y de espaldas se restregaba contra el duro suelo. Ronroneaba mientras Wari se acercaba, pero cuando este quiso tocarlo se paró y retrocedió emitiendo un gruñido. Wari permaneció hincado en señal de respeto, quería evitar que huyera hacia los cerros aledaños. El animal permaneció en su lugar, aunque su actitud mostraba desconfianza, reflejaba también el profundo dolor que le causaba la herida que lo tenía tan quebrantado. En tanto el niño pensaba como sacar la dolorosa astilla sin que el animal lo atacara, recordó que en su morral traía hierbas medicinales que su abuelo le entregara junto con las indicaciones de cómo prepararlas y cuando utilizarlas; entre ellas había ayahuasca, chacruna, datura y wachuma además de varias hojas de coca. Entonces, en una hendidura del cerro acumuló trozos de yareta, encendió una fogata y echando nieve en un cántaro de greda lo puso al fuego. Luego, tomando trozos de ayahuasca y hojas secas de chacruna, procedió a molerlas convirtiéndolas en un polvo de color verduzco claro, después sacó un pedazo de charqui lo mojó y echando gran parte del polvo sobre la carne se lo tiró al puma y este, hambriento como estaba, lo devoró. Wari esperó a que funcionara el potente somnífero que le había administrado y mientras el puma dormía un sueño profundo, aprovechó de preparar un cremoso menjunje con pequeños trozos de corteza del árbol de pimienta recién hervida y hojas de coca para usarlo como cataplasma caliente sobre la herida. Entonces tomando un cuchillo comenzó a sacar la astilla. Cuando terminó, se dio cuenta que estaba temblando, había logrado realizar la curación y el animal descansaba tranquilo.

Se sentó a esperar embuchando un pedazo de carne salada mientras Akapana, que se encontraba lejos, no se acercaba pese a los llamados. Muy tiesa y con su mechón al viento, miraba hacia otro lado cuando el pequeño le gritaba. Pero todo cambió cuando llegó la noche, obligada por el intenso frío la pequeña se acercó tímida a la hoguera que había encendido Wari y acurrucándose a un lado se quedó dormida. Al frente de ella el puma aun no despertaba. A la mañana siguiente Wari abrió los ojos y lo primero que vio fue al puma que parado en frente lo miraba fijamente, creyó leer en su mirada ¿agradecimiento? lo cierto es que el animal dio la vuelta y aun cojeando comenzó a subir por un sendero entre los cerros y desapareció. El niño quedó pensativo pero sabiendo que le quedaba mucho por andar, reunió sus cosas y silbando a Akapana continuó el viaje. Capítulo 9. Transcurridos muchos días desde que comenzara la caminata, Wari ya no recordaba cuántos, el camino se tornaba cada vez más difícil pero a él solo le importaba llegar a los pies del Oliagüe, sacar un manojo de Kantuta y volver al pueblo junto a su familia. No sabía lo que le esperaba, el camino exhalaba amenazas. Atrás habían quedado el río salado y Toconce, Inacaliri y los volcanes, un pueblo llamado Ascotán y estaba bordeando la tierra de sal, ese mar blanco del cual le hablara tantas veces su abuelo. Wari estaba muy fatigado, sus pies enfundados en las sandalias casi despedazadas dejaban a la vista laceraciones sangrantes, pero su ánimo no decaía. Presentía que estaba cerca del objetivo lo que animaba su espíritu, vislumbraba que la victoria estaba al alcance de la mano y ya se veía llegando triunfante al pueblo para entregar la cantuta al mismísimo Katari. Reanudó el viaje acompañado de su fiel Akapana. Como no había sabido más del puma, pensaba que estaría a mucha distancia, completamente sano, cazando y a lo mejor formando una familia y a pesar que esto contentaba a Wari, no olvidaba su verdadera misión por lo que apuró el paso. No muy lejos de ahí en un estrecho vericueto de la sierra se encontraban los dos arrieros con su tropilla de llamas. El que lideraba este pequeño destacamento, hacía varias horas que no hablaba y rumiaba en silencio una idea que se le había ocurrido pero dudaba en contarle a su cómplice. Si bien lo conocía no sabía cómo iba a reaccionar frente a lo que estaba maquinando, finalmente se decidió y le dijo: -Tu sabes que la orden fue clara; debemos hacer que el muchacho pierda el rumbo, impedir que encuentre la Cantuta y no regrese al pueblo, pero yo tengo otros planes para él. Levantando su talego y esbozando una sonrisa siniestra arengó a su compañero: -vamos, que hoy Pachacútec tendrá el sacrificio que se merece. Y lanzando una carcajada inició la marcha. El viento en la serranía era de color negro y olía a muerte.

En tanto Wari caminando casi a marchas forzadas en su apuro por llegar pronto, no imaginaba los peligros que a muy corta distancia esperaban por él. De pronto Akapana se detuvo y resoplando llamó la atención del niño, este mirando hacia adelante los vio pero en su inocencia no advirtió ningún peligro y comenzó a hacer señas a los dos caminantes, quienes respondían con entusiasmo sus gestos. A los pocos minutos se encontraron y el chiquillo al verlos tan cerca los reconoció, el hombre más pequeño era pastor como él y el otro un reconocido tejedor y cantero de su pueblo, lo que llenó de alegría a la criatura quien al fin encontraba alguien de confianza que lo ayudaría a llegar a su destino. De inmediato les habló de su larga caminata, los peligros que había afrontado y lo difícil que le resultaba poder encontrar el camino más directo hacia el volcán Oliagüe donde hallaría la Cantuta. Pero ahora que los encontré ya me puedo quedar tranquilo, les dijo. Los individuos se miraron riendo y encararon a Wari, este creyendo que todo estaba bien les preguntó porque reían pero no obtuvo respuesta. De pronto unas manos fuertes lo tomaron y sin ningún miramiento lo arrojaron al suelo, él se puso a llorar y sin entender lo que pasaba los miraba con el temor naciendo de sus ojos morenos. Akapana en tanto y en virtud de su instinto animal, retrocedió y a toda carrera se internó en una quebrada desapareciendo de la vista de los bandidos, quienes no pudieron reaccionar. El tiempo parecía haberse detenido para el niño. Miraba a los hombres y sollozaba sin parar. Los criminales ya no tenían que guardar las apariencias. Le dijeron que se despreocupara de la Cantuta y de su pueblo. Que el señor Curaca le tenía reservado un gran honor. Que hoy conocería el Hanan Pacha y viviría para siempre en el cielo junto a Wiracocha. Y mientras le hablaban comenzaron a preparar el sacrificio. Lo primero que hicieron fue buscar un lugar donde acostar a Wari y encontraron una gran piedra lisa para usarla como altar la que de manera conveniente, para sus propósitos, se encontraba a orillas de una profunda quebrada y les permitiría deshacerse del cuerpo sin dejar rastros. El tejedor estaba muy satisfecho y pensaba en la gran recompensa que le esperaba cuando informara al Curaca que el niño ya no era un problema. Además dentro de sus planes también tenía resuelto desconocer a su compañero luego del sacrificio, porque no tenía intenciones de repartir el premio. Sonriendo e insensible a los ruegos del pequeño y expulsando toda humanidad de su conciencia, el hombre sacó un enorme puñal y ordenó a su cómplice inmovilizar a Wari. El sacrificio consistía en una muerte violenta y tormentosa, porque así lo exigía el dios Wiracocha, para que la víctima entrara en el mundo celestial y él se la daría con mucha satisfacción. Blandiendo el cuchillo se acercó al improvisado altar mientras musitaba una rogativa en lengua Puquina, el idioma sagrado que sólo debían hablar los nobles del imperio, pero que a este humilde tejedor y cantero se lo había enseñado el siniestro Katari.

El momento es sobrecogedor. El cielo encapotado parece estar en complicidad con los hombres. La muerte se regocija ante el inesperado festín. Un niño se halla perdido en sus plegarias. El hombre levanta su mano para dar el golpe mortal. De pronto un rugido bestial congela el movimiento y hasta la sangre de los asesinos. La sombra parda se mete entre los verdugos arrasando con la ceremonia y haciendo que estos corran desesperados en busca de salvación, olvidando la tropa de llamas, los arreos y hasta sus sombras que los siguen apresuradas tratando de alcanzarlos. En el lugar quedan sólo el niño, el puma y a lo lejos, en una pequeña quebrada, se asoma tímidamente un mechón blanco. Capítulo 10. El sonido del pututo alertó a la comunidad que se apresuró a dejar sus ocupaciones para ver quien llegaba. Por la entrada del pueblo ingresaban Wari, Akapana y la tropilla de llamas ahora propiedad del muchacho, porque los hombres no habían aparecido y al parecer no volverían al pueblo. De pronto girando su cuerpo el chico miró hacia las montañas por donde habían regresado, y alcanzó a divisar una mancha parduzca que se perdía entre las quebradas vecinas. El niño montando una de las llamas traía en sus manos un gran manojo de flores de una belleza increíble, era la Kantuta, la flor sagrada que debía ser entregada al viejo Curaca para testimoniar que el castigo estaba cumplido. Cuando Wari se encontró con Mayta le entregó las flores y este habló frente a la gente. Se deshizo en halagos por la valentía y el arrojo que se necesitaba para enfrentar una prueba como la que él había tenido que realizar, dejando establecido su más profundo reconocimiento por salvar de la vergüenza al poblado y a su gente, decretando un día de fiesta en honor al muchacho. Este parado frente al Mallku trataba de serenar a la inquieta Akapana. Mientras entre la gente un viejo no ocultaba las lágrimas que dejaba correr libres por su piel, arrugada como la tierra que lo rodeaba; era el abuelo de Wari que orgulloso aceptaba los apretones de manos y abrazos de sus vecinos. Más tarde el niño acompañado de su abuelo pidió hablar con Mayta para contarle los pormenores del viaje, los peligros afrontados, la historia como Akapana había logrado encontrarse con el puma y cómo éste lo salvó de una muerte segura. Cuando le habló de los hombres, le hizo entrega de la bolsa de cuero que fue reconocida por Mayta, quien se la había visto muchas veces a Katari por lo que no había dudas al respecto. Pero lo que más indignó al Mallku fue hallar, al interior de esa bolsa, un Tocapu donde pudo leer claramente las instrucciones del curaca que ordenaba impedir que el niño cumpliera su misión. De inmediato ordenó traer un chasqui con el cual conferenció durante largo rato y luego este se fue a cumplir con la encomienda. Su destino era el Inca Roca.

Había transcurrido un año de estos acontecimientos. En el pueblo se respiraban aires distintos desde que Katari, el Curaca más temido de los Ayllús, había caído en desgracia con su majestad el gobernante Inca Roca. Había sido destituido, despojado de todos sus bienes y prerrogativas y enviado a los confines del reino junto a su mujer, rebajado al triste papel de dirigir un grupo de mitimaes para colonizar un desconocido territorio. A su vez, Mayta viajaba urgente a la sede de gobierno para recibir instrucciones puesto que ahora ostentaba el cargo de Curaca del Ayllú. Wari seguía pastoreando el ganado de la familia, ahora crecido con las llamas aportadas por el niño y los diversos maltones nacidos ese año, donde uno de ellos destacaba por un llamativo mechón blanco que colgaba de su frente. FIN QUECHUA WILKA AYLLU CHAKU o CHACCU HATUN MAMA

DEFINICIÓN NIETO FAMILIA O PARENTEZCO WILKIPEDIA: CAPTURA DE VICUÑAS ABUELA (quechua cuzqueño)

AYMARA ALLCHHI AYLLU HATUN MAMA

DEFINICIÓN NIETO O NIETA COMUNIDAD Según

PEQUEÑO DICCIONARIO QUECHUA / AYMARA WILKA / ALLCHHI : Nieto. AYLLÚ / : Conjunto de individuos o familias unidas por lazo común, aproximadamente 100 familias. CHAKU o CHACCU : (encontrada en internet) costumbre precolombina que consiste en encierro, esquila y posterior liberación de vicuñas silvestres. CHIMPEADA : (encontrada en internet) Soga con cintas atadas cada un metro. CHURKI : Invencible, que no se rinde, persistente. CORPACHADA : Rito ancestral, rogativa a la Pachamama (madre tierra). DICIEMBRE-ENERO : Nacen las crías de los Camélidos. EL QUIRQUI : Era el baile y la expresión coreográfica emblemática de los Uros, de aquí nace el baile Caporal. FLOREO : Pastor festeja su tropa. HATUN MAMA : Mujer del Curaca. HANAN PACHA : Mundo de arriba, celestial o supra terrenal, mundo celestial y sólo personas justas entrarían cruzando un puente hecho de pelo. WARAKA o HUARACA : Honda. Compuestas por una cuerda de longitud mediana donde se colocaba el proyectil (en este caso piedras esféricas) en el medio y lanzarlas mediante un movimiento circular de esta. JILAQATA o CURACA : Jefe de un Ayllú. LIWI : Boleadora. Consistían en dos o tres proyectiles pesados unidos por cuerdas. Estos se hacían girar en el aire y posteriormente eran lanzados. LLAUTO : Este es uno de los símbolos incas tradicionales, trenza de colores, no demasiado ancha. Daba entre 4 y 5 vueltas a la cabeza del soberano y de ella colgaban dos plumas de korekenke KAMANA : Casa ceremonial en el barrio que corresponde a su Ayllu. KANTUTA : Flor sagrada de los Incas. KATARI : Serpiente. Hombre de personalidad dominante. El que siempre consigue sus propósitos. KOREKENKE : Ave que los incas consideraban sagrada y representaba el poderío, la valentía y la nobleza. MALTONES : Camélidos de un año. MALLKU : Jefe político de una Marka. MANCHAYNIYUQ : (QUECHUA) Imponente; hombres de gran autoridad como los jueces o curacas o los sabios y los santos. MAYTA : Bondadoso, el que aconseja y enseña con bondad. Uno solo, único. MULLU : Spondylus, un molusco de coloración rojiza, las valvas de este animal eran consideradas muy valiosas y se usaron como ofrendas para ritos funerarios, ornamento, aplicaciones en joyería, máscaras o pequeñas estatuillas. PACHACÚTEC : Transformador del Mundo. Gobernó: 1430 – 1478 D.C. QUILLPA : Marca en la oreja de los maltones. NOVIEMBRE-DICIEMBRE: Tiempo de la trasquila. SAYAS : Grupo de Ayllús. TAMBO : Significa alojamiento temporal. Era un recinto situado al lado de un camino importante usado por personal estatal itinerante como albergue y como centro de acopio para fines administrativos y militares. TAMBILLO : En los tambillos solo había un recinto sin vituallas ni gente. TOKAPU : Era un diseño textil representó un tipo de lenguaje o código de información, a modo de escritura. URUS : Pescadores del Titicaca MESES DEL AÑO. ENERO

: Kamay phajsi

FEBRERO MARZO ABRIL MAYO JUNIO JULIO AGOSTO SEPTIEMBRE OCTUBRE NOVIEMBRE DICIEMBRE

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Kajmay phajsi Marka qhulliwi Jupha llamayu Amqa llamayu Qasiwi phaxsi Jacha chimú Jiska chimú Sataqallta Satawi laphaqa Waña pacha Uma Pacha