Aguirre Emiliano - Homo Hispanico

Emiliano Aguirre HOMO HISPÁNICO ESPA SA ESPASA E FÓRUM €) Emiliano Aguirre, 2008 © Espasa Calpe, S. A., 20(18 Dise

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Emiliano Aguirre

HOMO HISPÁNICO

ESPA SA

ESPASA E FÓRUM

€) Emiliano Aguirre, 2008 © Espasa Calpe, S. A., 20(18

Diseño de cubierta:)osé Angel Motato Ilustraciones de cubierta: Excavación de Gran F)olína y Cráneo 5 de Atapuerca (Museo Nacional de Ciencias Naturales. Madrid). Fotografías e imágenes de interior: Mauricio Antón, Emiliano Aguirre, J, C. Diez Femández-Lomana, Belén Márquez, G. H. R. voti Kotmsqswald, Istituto Italiano di Pakuntogia Umana (Roma), Doménec Campillo, Yolanda Femandez-Jalvo, Pierre Biberson, Chínese Academy of Sciences (Beijing), H. de Lumley (Museo de Tantavel, Francia), Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (Madrid), Grupo Espeleológico Edelweiss, Alun R, Hughes, E. Enouchi, Gibraltar Museum, M. Hoyos, J M. Berruídez de Castro, M. Walker, José Miguel Carre tero, Museo Arqueológico Regional (Alcalá de Henares, Madrid), J. I. Lorenzo Lizalde, Mu­ sco de Prehistoria de Valencia, M. Telles Antunes, Javier Fortea, Antonio Rosas, M. Dolores Gawalda, B. Galván, Museo de Banyoles, Hermanos Bullón, J. Antonio Lasheras.

Depósilo legal: B. 26.027-2008 ISBN: 978-84-IV70-2823-2

Espasa, en su deseo de mejorar sus publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia que los lectores hagan al departamento editaría] por correo electrónico: [email protected]

Impreso en España / Printed in Spain Impresión: Cayfosa Quebecor, S. A.

Editorial Espasa Calpe, S. A. Vía de las Dos Castillas, 33 Complejo Ática - Edificio 4 28224 Pozuelo de Alarcón (Madrid)

Í n d ic e

Salud o

a l l e c t o r ...................................................................................

11

PARTE T

CÓMO SE SABEN ESTAS COSAS 1.

T areas

d e c a m p o , l a b o r a t o r io y m e s a : t é c n ic a s y

DISCIPLINAS.......................................................................................

17

Prospección, catas y excavación metódica, 17.— ¿Cómo se mide el tiem po? Cronóm etros de edad geológica y aproxim aciones por correlación, 23.— ¿Cuánto sabían nuestros antepasados?, 28,— Estudios de antropología biológica en fósiles, 35,— Otras disciplinas al lado de la Paleantropología, 38.

PARTE II

PRIMER M ILLÓN DE AÑOS DE PROGRESO HUMANO 2.

E l P l e is t o c e n o I n f e r io r , de años y

7 8 0 .0 0 0

h ace en tre

1,8

m il l o n e s

a ñ o s ...........................................................

Geodinámica y cambios climáticos globales del Pleistoce­ no Inferior, 43.— Calibración cronométrica en series es-

7

43

ÍNDICE

tratigráficas de aquel millón de años, 50.— L a cubierta vegetal cambia, 56.— Diversas crisis en las faunas de ma­ míferos, 59.— La explosión de la especie humana hace poco menos de dos millones de años, 63.— Los primeros fuera de África: testigos fósiles de la expansión en Eurasia, 70.— Registros arqueológicos de evolución mental en África y Eurasia, 76. H

umanos d el

P l e is t o c e n o I n f e r io r

en

E s p a ñ a ......

El fósil infantil de Orce, 81.— Los ambientes de Orce y los sistemas bélicos en el Pleistoceno Inferior, 85.— Fósil de Cueva Victoria, 90.— Una mandíbula en el nivel E 9 de la Sima del Elefante de Atapuerca, 93.— Registros indi­ rectos de pobladores en el Pleistoceno Inferior ibérico. De dónde y por dónde llegaron, 101. H

umanos d el

G

ran

E stra to A urora

en

At a pu er c a -

D o l i n a ................................................................................

Detallados registros de finales del Pleistoceno Inferior, 105.—El Estrato Aurora, hace más de 800.000 años, 108.— Los fósiles humanos del Estrato Aurora, 113.—Posibles parentescos de los humanos de Aurora, 116.— Registros de actividades y uso del lugar, 120.— La cultura caníbal en tiempos de Atapuerca T D 6,125.

PARTE III

MÁS, MEJORES Y DIVERSOS T ie m p o s toceno

c r ít ic o s y e x p a n s ió n h u m a n a e n e l

P l e is -

M e d i o ..............................................................................

Cambios profundos en la Tierra y en el clima entre hace 780.000 y 134.000 años, 133.— Escasos fósiles humanos a comienzos del Pleistoceno Medio, 139.— Registro crecien­ te en Europa y África entre hace 610.000 y 420.000 años, 141,— Fósiles humanos del Pleistoceno Medio en China,

ÍNDICE

143.— Humanos del último tercio del Pleistoceno Medio pueblan diversas regiones, 147.— Desarrollo tecnológico, social y modo de vida en el Pleistoceno Medio, 155. ó.

P o blad o res

de

I b e r ia

en el

P l e is t o c e n o M e d io ....

163

Ambientes m esopleistocenos en la Península Ibérica, 163.— Ambrona y Torralba, 171.— Procura de carne e in­ dustria de hueso en Torralba y Ambrona, 180.— Otros re­ gistros culturales de pobladores ibéricos del Pleistoceno M edio, 183.— E scasos sitios con fósiles humanos en la Hispania del Pleistoceno Medio, 200. 7.

El H

grupo

humano

de

A t a p u e r c a -S im a

de

lo s

u e s o s .........................................................................................

205

Yacimiento recóndito de magnitudes excepcionales, 205.— Edades, sexos y rasgos en la población de SH , 210.— D e­ mografía y muerte de los humanos de SH , 214.— El dato cronológico, 220.— Parentescos con humanos contempo­ ráneos y de otros tiempos, 222.— Algo sobre el modo de vida y penurias de la población de SH , 224.

PARTE IV

DE NEANDERTALES Y MODERNOS EN EL PLEISTOCENO SUPERIOR 8.

Los N e a n d e r t a l e s : s u tie m p o , s u c u l t u r a y c o e t á ­ n e o s .....................................................................................................

La estirpe Neandertal florece en Europa en el Pleistoceno Superior, entre 135.000 y 27.000 años a. p .,2 3 3 .— Clima cambiante y ambientes entre hace 200.000 y 27.000 años, 237.— Rasgos distintivos de los neandertales. Origen y dis­ tinción progresiva, 242.—Cómo evolucionó la humanidad en otros continentes en el Pleistoceno Superior, 248.—P o­ cas salidas de neandertales fuera de Europa. Sitios al sur y este del Mediterráneo, 254.— Progresos tecnológicos y

233

ÍNDICE

mentales de neandertales y modernos hasta hace 40.000 años, 258.— Cam bios acelerados y críticos entre hace 44.000 y 27.000 años, 264.— Salud, territorio, saber y sím ­ bolos en neandertales y sus coetáneos, 268.

9.

N e a n d e r t a l e s i b é r i c o s : s u s a m b ie n t e s , s u v i d a .

Los ú l t i m o s ....................................................................................

273

Fósiles de NeandertaJ en la Península Ibérica, 273.—Más sobre los neandertales de E l Sidrón, 281.— Registros de Paleolítico Medio en Iberia, 285.— E l cambio tecnológico al Paleolítico Superior. Diacronía, escenario, protagonis­ tas, 289.— Cambios ambientales en Iberia en tiempos de los neandertales, 293.— Preferencia de lugar, modo de vida y usos del territorio, 297.— Poco sobre el desarrollo men­ tal de los neandertales, 303.— Los últimos neandertales en Iberia. La extinción de esta raza, 305. 10.

H u m a n o s m o d e rn o s y c u l t u r a p a l e o l í t i c a su p e ­ r i o r e n I b e r i a .................................................................................

309

Cam bio global con la última glaciación, O IS 2, 309.— Tiem pos de la última glaciación en Iberia, 311.— Sitios con humanos e industrias del Paleolítico Superior y un Nuevo Mundo, 312.— Humanos y sitios arqueológicos de Iberia durante la última glaciación, 319.— M odos de vida y arte de los últimos hispánicos fósiles, 323. N otas

333

ÍNDICE ONOMÁSTICO

383

Ín d ic e

385

de

Y a c im ie n t o s

S aludo

al lecto r

ómo saben ustedes la edad que tienen los fósiles?». Este era el titular escéptico, en letras grandes, con que se retrataba un columnista de un célebre diario, queriendo comentar la noticia de un hallazgo paleoantropológico importante. Primero vale la pena que busquemos, que tratemos de en­ contrar, en los indicios de hueso, piedras y cenizas bajo tierra, al­ gunas respuestas a las preguntas que nos hacemos sobre nuestros remotos antepasados. Aun cuando las interpretaciones de los científicos contengan imprecisiones o hayan de ser corregidas, o en ciertos casos abandonadas, vale la pena intentarlo. Vale la pena buscar fósiles, estudiarlos como parte de un contexto, tra­ tar de leer lo que nos cuentan de nuestros antecesores. Porque si hemos nacido y estamos aquí, si somos como somos, si en gran medida es nuestra la responsabilidad de lo que será el futuro de humanos y medio ambiente en este mundo, se lo debemos a los que anduvieron por esta geografía hace miles y cientos de miles de años. Por ello es justa y acertada, en principio, la curiosidad por saber quiénes fueron, cómo eran y cómo se las arreglaron aque­ llos antepasados. Y no es acertado ni justo desechar o arrinconar esta curiosidad solo por la dificultad que supone encontrar algu­ nos de los escasos restos que quedaron fósiles de ellos y sus obras bajo tierra, y, aún más, acertar a interpretarlos. « “Hay un león en el camino”, dice el perezoso» (proverbio de Salomón).

HOMO HISPÁNICO

La dificultad no frena, sino que estimula y acaba premiando al audaz. Queda mucho, muchísimo, por encontrar de fósiles huma­ nos y restos arqueológicos en la Península Hispánica —España, Portugal y el peñón de Gibraltar— y mucho que interpretar de su historia: no escrita, pero sí registrada, de uno u otro modo, en aquellos y su contexto. No es que nada se sepa ni se pueda saber de esto. Hay muchas personas y muy trabajadoras que dedican a ello su vida y su afán..., también en esta Hispania, Tanto se va conociendo que ya resulta difícil resumirlo. Es precisamente esta labor la que he pretendido llevar a cabo con este libro, que tuvo su origen en la sugerencia de un buen amigo, este sí, audaz, y su final gracias a personas que no cabe nombrar, sin cuya ayuda no habría podido hacerlo. La idea era resumir los fósiles del género humano que hoy se conocen de la Península Ibérica. Como los más antiguos son de hace cerca del millón y medio de años, y la edad de rocas sedi­ mentarias, que en la escala estratigráfica se llama Pleistoceno, co­ mienza hace menos de 1,8 millones de años y termina hace 10.000, ordené estos fósiles según las tres divisiones de esta edad: Pleistoceno Inferior, Medio y Superior, que definen las partes principales de este compendio. La primera abarca, pues, el tiempo geológico entre hace más de 1,7 millones de años a. p. (antes del presente) y 780.000; la segunda, entre este último dato y el final del Pleistoceno Medio, hace más o menos 134.000 años; la tercera, entre este límite y la transición del Pleistoceno al Holoceno, hace alrededor de 10.000 años: aquí empieza el Neolíti­ co, la agricultura y el pastoreo, las ciudades y los imperios, la es­ critura y la Protohistoria, en que los huesos ya no tienen tiempo para fosilÍ2ar. Los detalles de los rasgos anatómicos y biométricos que se examinan en cada caso por los especialistas y se cotejan en los es­ tudios comparativos los podrá encontrar el lector interesado en la bibliografía que se cita. Me ha parecido más importante para un mejor conocimiento, y más rico en perspectivas, de aquellos

SALUDO AL LECTOR

antepasados incluir, también de modo sintético, lo que se sabe del medio y el ambiente en que vivieron, fauna, flora y clima contemporáneos, la documentación arqueológica de sus produc­ ciones y recursos tecnológicos y el modo de vida inferido, según datos y estudios de otros yacimientos más o menos contemporá­ neos, además de próximos en la región. También era procedente situar la evolución de las comunida­ des humanas del Pleistoceno ibérico a la vista de lo que se sabe igualmente por fósiles humanos, por sus productos culturales, así como por las proyecciones paleoecológicas a partir de estos, en otras regiones y continentes. Por ello, en cada una de las tres principales divisiones del Pleistoceno, cada apartado sobre los re­ gistros ibéricos va precedido de otro apartado en el que se resu­ men los registros globales en el mismo tramo. Además, tanto en el caso del Pleistoceno Inferior como del Pleistoceno Medio se añaden sendos apartados monotemáticos para dos yacimientos de nuestro país que son verdaderamente extraordinarios y singu­ lares por el elevado número de fósiles humanos que están rin­ diendo y por los estudios y publicaciones científicas que produ­ cen: los del Estrato Aurora, en el primero, y los de la Sima de los Huesos, en el segundo, ambos en la Sierra de Atapuerca.

PARTE I

CÓMO SE SABEN ESTAS COSAS

1 Tareas

d e c a m p o , la b o r a t o r io y m e sa : t é c n ic a s y d isc ip l in a s

Q u iz á sea bueno, pensando en los lectores que no son especia­ listas, que digamos algo que pueda servir de respuesta a la pre­ gunta que da título a esta parte del libro, o a otras parecidas, y que nos permita valorar adecuadamente lo que hemos ido sa­ biendo sobre estos fósiles y sus circunstancias; es decir, ofrecer algunos datos sobre el método que actualmente se sigue en las excavaciones, las técnicas cronométricas y la fiabilidad de sus ci­ fras, sobre el método experimental y microscópico con que se contrastan las interpretaciones de las señales y las variables ob­ servadas, sobre las disciplinas científicas antes separadas y desde hace poco dialogantes y compenetradas desde los planes y los proyectos hasta en el desarrollo de las tareas de campo y de labo­ ratorio.

P r o sp e c c ió n ,

c a t a s y e x c a v a c ió n m e t ó d ic a

Los hallazgos paleontológicos o arqueológicos que se ven sobre la superficie del suelo carecen de valor porque no tienen un contexto ni pueden ser referidos a un nivel estratigráfico, a un lugar de enterramiento, o a un conjunto de fósiles u objetos

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HOMO HISPÁNICO

culturales. T am poco poseen un tiem po cronom étrico, pues p u e ­ den haber sufrid o d esplazam ientos, alteraciones o contam inacio­ nes. U na sola es su utilidad: actúan com o aviso d e otros posibles y m ejores hallazgos intactos en el entorno.

Obviamente, la primera prospección puede hacerse en su­ perficie, pero después estos fósiles han de buscarse bajo el suelo en series estratigráficas, donde forman parte de conjuntos tafonómicos, se hallan circunstanciados en varios aspectos y pueden contar con datos cronométricos próximos, Con el tiempo pue­ den encontrarse series de rocas depositadas superpuestas y ex­ puestas en cortes naturales del terreno, barrancos o laderas más o menos abruptas, o en cortes artificiales en canteras, en trinche­ ras viales de carreteras, en líneas férreas o en excavaciones de cimientos. A falta de cortes naturales y artificiales, o como com­ plemento de estos, lo prospectado en la superficie puede decir­ nos dónde abrir una cata o una trinchera artificial, como hizo el marqués de Cerralbo, allá por el año 1915, en Ambrona (Soria) con resultado positivo. Él no continuó extendiendo la excava­ ción, pero lo hicieron otros medio siglo más tarde. De ese modo se pueden encontrar fósiles en el lugar en que vivió y murió un organismo, y puede aparecer envuelto en materiales relacionados con su vida, con su muerte y con su tiempo. Cuando en un corte fresco del terreno se llegan a ver, todavía intactos, fósiles o utensilios, está recomendada, y con éxito ase­ gurado, la excavación en extensión. Ahora bien, el éxito en evi­ dencias de registros antiguos antropológicos, arqueológicos o paleoecológicos depende de si estos objetos y los sedimentos que los envuelven en el nivel estratigráfico están en el sitio por depo­ sición tranquila, o sí, por el contrario, se debe a antiguos arras­ tres, ya sean por corrientes con energía o por gravedad en anti­ guos taludes, fracturas de roquedos o corrimientos de tierras. En estos casos, el fósil (en sentido amplio) se halla desplazado del lugar en el que se produjo su deposición y enterramiento, desco­ nectado por tanto de sus contextos originales de vida, produc­ ción, uso y circunstancias de lugar, tiempo, autor y organismo.

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TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TECNICAS Y DISCIPLINAS

Solo en el primer caso, cuando los restos fósiles y los de activi­ dad del individuo se conservan y se encuentran juntos en el lugar en el que cayeron y quedaron sepultados, tendremos informa­ ción amplia y segura acerca de las personas de una época, su vida, su vinculación al lugar y sus interacciones con el entorno. Constituyen lo que el maestro de arqueólogos John D. Clark lla­ mó, hace cincuenta años, «sitios de ocupación», concepto que en aquella misma ocasión el también maestro Luis Pericot aplicó a los sitios de Torralba y Ambrona, que Cerralbo, obedeciendo a la misma idea, llamó «estaciones» l. Es en estos lugares donde se debe excavar con la mayor pre­ cisión, afinando en la naturaleza y en los accidentes que se en­ cuentren, y en las posibles relaciones entre ellos. Esto ha de averiguarse a través de estudios de la dinámica en los sedimentos y de eventuales alteraciones en los fósiles. Desde hace cincuenta años se ha impuesto la excavación metódica e integral por cua­ drículas en estos yacimientos que prometen contener suelos anti­ guos ocupados «tal cual». Son excavaciones que llevan tiempo y que por eso mismo cuestan dinero, pero el rendimiento que pro­ ducen en veinte, treinta o más años para el conocimiento científi­ co de nuestros antepasados remotos cuando no se escribían do­ cumentos, noticias o crónicas, llega a ser muy amplio, ilustrativo y seguro. Tras la prospección y la cata, o examen del corte, se acota un espacio dentro del más amplio previsible, para la primera exca­ vación en extensión. Debe ser un cuadrilátero con un lado si­ guiendo el borde del corte natural, de cantera o de cata; y el otro lado, en ángulo recto hacia dentro del terreno. Después se fija su situación topográfica en un plano y se cuadricula, habitualmente en cuadrados de un metro de lado. También se ha excavado en cuadrícula de 3 por 3 metros y de 0,25 por 0,25 metros según el tamaño y concentración de los fósiles y objetos que la cata o la prospección previa hacen esperar. En el terreno se dibujan los cuadrados con un tendido de cordeles cruzados que se clavan en el suelo, numerándose en márgenes paralelos con cifras; ha­

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HOMO HISPÁNICO

ciendo ángulo recto con estos, a otra fila de cuerdas se les asig­ nan las letras del alfabeto. De este modo, cada cuadrado tiene un nombre con letra y cifra. Se prepara un poste vertical con una re­ gla numerada en metros y en centímetros, y un tubo adherido transparente y prolongado que mediante un líquido permitirá leer la profundidad del nivel que alcanza la excavación, aquella a la que se encuentre cada objeto que haya de reseñarse, o sus

Uno de los suelos con registros de actividad humana, de carnívoros y otros, en el sitio de Galería, Atapuerca, excavados por cuadrículas. (E. Aguirre, Museo Nacional de Ciencias Naturales).

puntos límite. Se tenderá también una cuadrícula paralela en lo alto y cuerdas tensas con plomadas para delimitar las áreas y los volúmenes que se excaven y situar los objetos en las tres dimen­ siones. Tras levantar el suelo vegetal de la superficie sobre el corte, esto es, lo que ha podido ser alterado o removido recientemen­

TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

te, se excava hasta llegar a un nivel perceptible y definible como tal desde el punto de vista estratigráfico, y se dejará ver el techo del corte limpio. Antes de iniciar la excavación, el corte natural o artificial debe limpiarse, muestrearse, reconocer sus distintos nive­ les, numerarlos, y definir los contactos entre ellos. Desde el pun­ to de vista geológico o cronológico, la correcta numeración entre los sucesivos lechos estratigráficos o capas va de abajo a arriba. En los trabajos arqueológicos, es más habitual empezar la nume­ ración desde arriba, bien porque este es el orden de la excava­ ción, bien porque no se sabe cuántos niveles se van a encontrar a lo largo y al final de la excavación. Esté atento, pues, el lector y no le sorprenda encontrar dos numeraciones distintas y opuestas en los trabajos publicados sobre un mismo yacimiento. Se empieza a excavar cuadrado por cuadrado y nivel por nivel del depósito sedimentario. El sedimento se levanta poco a poco con utensilios pequeños, no agresivos, adaptados a la con­ sistencia del material sedimentario y evitando dañar al fósil an­ tes y después de verlo. Se pueden usar espátulas, pequeños cuchillos o punzones, también simples escobillas o cepillos, si el sedimento no es muy duro o no está cementado. Ha de evi­ tarse la dispersión contaminante del material —arena o polvo— que se va extrayendo, por lo que, en la mano que no excava suele llevarse una cuchara o un pequeño recogedor para depositar ese sedimento en un recipiente. Todo este material sedimenta­ rio ha de lavarse, cribarse para salvar los fósiles más pequeños y muestrearse para realizar estudios sedimentológícos. Para evi­ tar que se alteren con el contacto con el cuerpo o con otros ob­ jetos y sedimentos, se disponen tablas a pocos centímetros del suelo que se excava. La postura no es cómoda. Louis S. B. Leakey decía haber pasado más horas de su vida de rodillas que sentado. Antes de extraer o mover cualquier fósil u objeto de cada cuadro y nivel o subnivel, deben siglarse, hacerse foto­ grafías verticales del conjunto —o de algunos detalles— , dibu­ jarse en plano con la sigla de referencia y redactarse el inven­ tario. Con la debida protección para no dañar las superficies ni

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HOMO HISPANICO

v 4°

" o

Plano de cuadrícula de la excavación de uno de los suelos de actividad en la Galería de la Trinchera de Atapuerca. (J. C. Diez Fernández-Lomana).

favorecer fracturas, una vez siglados, se envuelven y se preparan para el transporte. En el caso de acumulación o de unión signifi­ cativa de hallazgos, pueden extraerse ¡untos, dejando las tareas de separación y limpieza para el laboratorio. También puede ser útil, con la adecuada protección, hacer un molde de escayola del conjunto de huesos amontonados, antes de separarlos, de modo que se puedan obtener réplicas para exhibir en su día en el sitio o en museos. Es obvio que de este modo se tardan años en excavar yaci­ mientos fértiles en áreas pequeñas, pero es lo que exigen los va­ lores y la información que contienen y que han conservado du­ rante miles y cientos de miles de años para el Patrimonio científico de la Humanidad. También es posible identificar sitios de taller cuando se encuentran en las proximidades lascas dese­

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TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

chadas que pueden encajar como si se tratara de piezas de un rompecabezas en volumen, permitiendo así recomponer el canto o el bloque original. Aun cuando no siempre se alcance este re­ sultado, un remontaje parcial de lascas es importante para reco­ nocer un lugar de taller o uno en que se han retocado utensilios traídos de otro lugar. También se pueden recomponer huesos ro­ tos y averiguar el factor o el autor de la fractura.

¿CÓMO SE MIDE EL TIEMPO? C ro nó m etro s

d e e d a d g e o l ó g i c a y a p r o x im a c io n e s p o r c o r r e l a c ió n

El tiempo es una variable cósmica generada por cambios su­ cesivos de funciones, estados y desplazamientos. Los hay que no se repiten, que no vuelven atrás, que se repiten de modo irregu­ lar o que se repiten cíclicamente y con exactitud. La evolución cósmica global tal vez, pero la evolución biológica con seguri­ dad, implican estados sucesivos que no se repiten; y los cambios de una especie por otra, o la aparición de nuevos géneros, fami­ lias u órdenes, han sucedido en tramos de tiempo muy dispares en unas y otras líneas evolutivas. Tampoco son regulares las eda­ des de formación de las capas de las distintas rocas sedimentarias en secuencias locales o globales, ni lo son las de los eventos geodinámicos: unas y otros se repiten irregularmente, y la contem­ poraneidad o diacronía entre los que han sido observados en dis­ tintos lugares se determinaba por correlación en los conjuntos de fósiles que contenían, ya que la evolución de los vivientes fue nueva cada vez, nunca repetida. Pero la apreciación entre estra­ tos de mayor o menor lejanía en el tiempo, debida a contenidos paleontológicos, era solo relativa. Los cambios en el clima son cíclicos pero irregulares: depen­ den de ciclos astronómicos más regulares, pero intervienen en ellos tantas variables que las desviaciones los acercan al caos y los alejan de la exactitud.

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HOMO HISPÁNICO

Para medir el tiempo geológico en unidades reales y constan­ tes, del mismo modo en que datamos los hechos de nuestra vida y de la historia documentada en archivos por años, siglos y mile­ nios, era necesario encontrar en los fósiles y en los estratos don­ de yacen marcas de eventos repetidos con regularidad que per­ mitieran su recuento y traducción en años, milenios y millones de años transcurridos hasta el «presente», Como «presente», para evitar equívocos, se acordó designar el año 1950 de nuestra Era. A mediados del siglo xx se descubrieron y estudiaron unos fenómenos físicos de nivel atómico y subatómico que se produ­ cen y repiten en sustancias minerales con estricta regularidad y que se pueden registrar y contabilizar con instrumentos de labo­ ratorio. Se agrupan en dos clases principales: — Unos tienen lugar en elementos inestables que se trans­ forman en otro isótopo o elementos próximos por pérdida o cambio de partículas o fisión nuclear. — La otra clase incluye diversas anomalías energéticas per­ ceptibles que se producen anualmente en redes atómicas de cris­ tales naturales a partir de una alteración o situación física o quí­ mica modificada. Entre los primeros, se usan más unos que otros en función del ritmo de sus cambios según se trate de eras geológicas remo­ tas o más próximas, como es el caso del Pleistoceno. En esta era el protagonista es el uranio, con sus isótopos y elementos próxi­ mos. El uranio, de número atómico 238 (U2>8), puede, por pér­ dida o emisión de partículas alfa, convertirse en U235 o en U2}4, o bien en protactinio (el U2>5/Pa2íl), no fiable en más de 350.000 años, o en torio (U23VTh230), utilizado a menudo en espeleotemas (estalactitas, estalagmitas o suelos encostrados de cal) de cuevas. También puede llegarse del uranio al plomo. Esta fami­ lia del uranio se examina para datar el inicio de su sedimenta­ ción en cenizas o en lavas volcánicas, en emisiones entre placas tectónicas en fondos oceánicos —lo que sirvió para datar las in­ versiones del polo magnético en 1957—, en espeleotemas, y en huesos y dientes.

TAREAS DE CAMPO, LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

Vista de una serie de estratos indinados y expuestos en el área de Nakali, norte de Kenya, separados por capas delgadas de rocas más resistentes a la erosión: estos proceden de erupciones volcánicas que pueden datarse por técnicas radiométricas. (E. Aguirre).

Para no dañar los fósiles humanos con la toma de muestras para esta medición, Yuji Yokoyama ideó una técnica no agresiva que no necesita extraer una muestra. Consiste en medir la de­ gradación de uranio por la emisión de partículas gamma regis­ trada con cuatro receptores que se disponen en torno al fósil expuesto sobre un tablero o una m esa2. Un primer trabajo de aplicación de este procedimiento para datar fósiles humanos fue la tesis doctoral de Christophe FalguéresJ: uno de esos fósiles fue la mandíbula AT-75 de la Sima de los Huesos, en Cueva Mayor (Sierra de Atapuerca, Burgos). También con vulcanitas se emplea la desintegración de pota­ sio en argón (K40/A 39), que se afína con el cotejo entre argón de origen atmosférico y argón de origen volcánico: es fiable entre hace 10.000 años y no más de 400.000. Con fiabilidad muy corta en el tiempo —solo hasta hace 35.000 años— , pero con gran

HOMO HISPÁNICO

facilidad operativa, se mide la proporción del carbono 14 atmos­ férico que se degrada desde el momento de la muerte en los hue­ sos y en otras materias orgánicas. No es utilizable para más allá de 40.000 o 45.000 años, pero su calibración en miles de años se ha contrastado con recuentos directos de dendrocronología. Esta disciplina ha permitido contar los años a lo largo de más de 10 milenios por las circunferencias de crecimiento anual que se ven en los cortes de los troncos de las araucarias y de otras especies longevas de árboles fósiles o subfósíles. Las series de cambios de esos dibujos se identifican en árboles que se han relevado en largos periodos. La precisión de Ja espectrometría de radiaciones se ha mejora­ do con los espectrómetros de masa por ionización térmica (TIMS), fiable hasta hace 500.000 años, y la espectrometría de masa con acelerador AMS. Disminuye la cantidad necesaria de muestra para el análisis y se reducen los márgenes de error. Entre las medidas de radiación por anomalías acumuladas en redes atómicas de cristales, una de las primeras y de las más usa­ das fue la termoluminiscencia (TL), que mide por fotómetros muy sensibles la emisión de luz por un sólido no conductor al ser recalentado. Se aplica en rocas volcánicas, cerámicas, espeleotemas, y puede tener un amplio margen de error. En la variante óptica (OSL), se mide el reflejo de luz con lámparas halógenas, y en IRSL, con diodos emisores de rayos infrarrojos. En buenas condiciones, el margen de error puede ser de + /- 5% a 10%: los procesos de deposición y las acciones hídricas pueden modificar el dato básico. Más usada es la medida de resonancia paramagnética de electrones (ESR) por la acumulación de electrones no apareados en átomos de la familia del uranio. Se aplica en pie­ dras, sobre todo de cuarzo, en huesos y en esmaltes dentarios de mamíferos. Está claro que todos estos métodos están sujetos a errores o alteraciones, bien en los aparatos de recuento, bien por contami­ naciones o metamorfismos episedimentarios, por lo que es im­ propio el nombre de «datación absoluta» que con frecuencia se

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TAREAS DE CAMPO, LABORATORIO Y MESA TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

les da a estos resultados cronométricos. Es más correcto llamar­ los «dataciones numéricas», pues se basan en recuentos y todos tienen márgenes de error más o menos amplios. Hace unos veinte años estaba claro que las diferencias entre datos de muestras de un mismo estrato o un mismo fósil, anali­ zadas en distintos laboratorios con la misma técnica cronométrica, eran menores que las diferencias entre los resultados obtenidos en un mismo laboratorio y por el mismo investigador usando técnicas distintas. En los yacimientos de Atapuerca se reunieron científicos de varios centros y países y discutieron los resultados, a la vez que se estudiaban ya las posibles causas de alteración por las distintas procedencias del uranio en los objetos analizados. Hoy es normal que se obtengan y se publiquen juntos los resulta­ dos de los análisis de la familia del uranio (U-s) y de ESR, distin­ guiendo si se trata de uranio de incorporación precoz (EU), o uranio de incorporación lineal (L U )4. La cifra de EU suele ser menor que la de LU si domina el flujo de radiación interna, y ambas se aproximan si influye más la matriz. Puede ofrecer difi­ cultades en los dientes, por lo que se ha recomendado su uso en los de mayor tamaño y sacar hasta una docena de muestras por caso. La cobertura de tiempo geológico es aquí amplia, de varios miles a varios millones de años. Otra disciplina que hoy se aplica en el estudio estratigráfico de cada yacimiento paleontológico y en geoarqueología es el paleomagnetismo. Las condiciones magnéticas de nuestro planeta Tierra tienen diversos y variables aspectos que pueden ser estu­ diados. El polo magnético, el que atrae las puntas de las agujas de las brújulas y de otros fragmentos de minerales férreos en los sedimentos antes de consolidarse éstos, ha cambiado de situa­ ción, oscilando en las edades geológicas y, sobre todo, colocán­ dose en el Norte, como ahora, o en el extremo Sur del eje terres­ tre. Se han estudiado y distinguido estos cambios, se les han puesto fecha y nombre, tanto a los que caracterizan un tiempo o una edad magnética de larga duración como a los que solo son breves paréntesis en dichas edades. Como sus datos son globales

HOMO HISPANICO

y muy firmes, constituyen un buen referente auxiliar en la crono­ logía de los yacimientos y niveles estra tígráficos. Pero como su registro cronológico no es unívoco, pues solo son repeticiones de positivo o negativo, norte o sur, blanco o negro, puede uno equi­ vocarse, ya que no se sabe si se está en un escalón o en otro. Por eso la magneto-estratigrafía no es cronométrica si no se identifica el cambio o la zona magnética registrada, a lo que ayudan los conjuntos de fósiles acompañantes correlacionados con otros. Con estas dos evidencias de distinto orden se obtienen aproxi­ maciones cronológicas con márgenes de cierta amplitud5. La Escala Isotópica del Océano (OIS) resulta de datar anti­ guas oscilaciones del clima según cambios en isótopos del oxígeno registrados en numerosos sondeos submarinos. También se son­ dean hielos de los casquetes polares.

¿ C uánto

s a b ía n n u e s t r o s a n t e p a s a d o s ?

El estudio arqueológico de los objetos modificados o de los utensilios fabricados por los humanos primitivos es esencial y definitivo para conocer el desarrollo mental de aquellos. De posse ad factum non valet illatio («del poder no vale concluir el he­ cho»): del estudio anatómico de los fósiles y su capacidad cerebral no pueden concluirse sus ejercicios de invención y comunica­ ción. Los hechos sí revelan y atestiguan indiscutiblemente las facultades: en nuestro caso, las obras manuales, los «artefactos» de nuestros remotos antepasados. El arqueólogo de Burdeos Fran^ois Bordes fue el primero, en la década de 1950, en romper piedras golpeándolas con otras piedras —más tarde también con huesos, cuernas y palos— para construir y retocar utensilios manejables a imitación de los que iba encontrando en los yacimientos paleolíticos. Pronto le siguie­ ron algunos colegas de Estados Unidos y de España. Renacía así la Arqueología, antes descriptiva, taxonómica y afdiada a la his­ toria, ahora como ciencia experimental. Ya se podía saber —no 28

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Recomposición de un canto con dos grandes lascas (Bases Positivas, BP) y el resto (Base Negativa, BN) recuperados en la excavación de un suelo, que permite deducir actividad de talla. (Belén Márquez).

por deducción incierta o lecturas de indicios más o menos subje­ tivas, sino con la certeza de la realidad experimentada— cuáles eran las bases, las trayectorias tecnológicas y las operaciones la­ borales que practicaban los antepasados paleolíticos. No tardó otro francés, Georges Laplace (1972)6, en anali­ zar y formular epistemológicamente esta práctica como método, creando así la estructura básica de una nueva tipología dinámica para clasificar los instrumentos prehistóricos. Con ello surge una renovada arqueología, que pretende descubrir y describir tanto las secuencias básicas intencionales y operativas que dan lugar

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Cuadros («Matrices morfogenéticas») que resumen los modos y series de operaciones de talla identificados por el método experimental (SLA) en uten­ silios líticos de dos suelos de actividad humana, en la Galería de Atapuerca.— T O T: Temas Operativos Técnicos; U O T: Unidades Operativas Técnicas. (E. Carbonell, B. Márquez, Marina Mosquera y otros, en E. Carbonell y otros [eds.]. Arqueología en Castilla y León. Memorias, 7,1999, págs. 299-352).

TAREAS DE CAMPO, LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISOPLINAS

a las formas y las funciones de los utensilios paleolíticos como la diversidad que los humanos de los tiempos más primitivos inven­ taron y extendieron en las sucesivas fases de confección y uso de aquellos instrumentos. Comienza así el llamado Sistema Lógico Analítico (SLA), que no tardaron en entender y desarrollar unos pocos jóvenes arqueólogos de Francia, Reino Unido y España en la década siguiente. Entre estos cabe destacar a Eudald Car­ bonell y a la escuela creada por é l7. En pocos años sistematiza­ ron las cuestiones operativas, clasificaron las cadenas de produc­ ción con los movimientos manuales del soporte, las direcciones secuenciales de los golpes, las distintas percusiones para conse­ guir un acabado de los extremos activos y para empuñar o en­ mangar el otro extremo o talón, las preconfiguraciones en el so­ porte de filos y talones o en los bordes opuestos. Todo esto bien ilustrado con gráficos y con análisis estadísticos. Se añadieron también las comprobaciones experimentales del uso o aplicación concreta de los utensilios. El mismo equipo logró cortar madera y piel, desollar o descarnar con artefactos copiados de los extraídos en los yacimientos y en las propias ma­ terias primas identificadas en cada uno — cuarcitas de la terraza próxima, sílex de afloramiento cretácico, sílex de nodulos epigenéticos en calizas neógenas— , se examinaron al microscopio y se contrastaron las alteraciones en el grano o la fibra de los filos y las puntas de unos y otros utensilios, los del yacimiento excavado y los tallados por el investigador8. Con los restos óseos de los yacimientos se realiza una investi­ gación policíaca que hoy comparten arqueólogos y paleontólogos en la disciplina que actualmente llamamos Zooarqueología, que viene a ser un capítulo especial de la moderna Tafonomía aplicada en los yacimientos prehistóricos. En los restos fósiles de esquele­ tos animales se examina lo que pueda ser un indicio concluyente de una acción humana concreta, descartando las que puedan ser evidencias de la acción de otros agentes naturales, si bien también es necesario identificar este tipo de acciones para reconstruir el cuadro ecológico representado en cada nivel del yacimiento.

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HOMO HISPÁNÍCO

Ante todo, es preciso llegar lo más lejos posible en la identifi­ cación taxonómica del animal del que fue parte el resto fósil: la especie o, si esto no es posible, el género o la familia zoológica, y la parte del esqueleto. Por la distribución en la superficie exca­ vada, por el amontonamiento o las agrupaciones de las partes esqueléticas, se distingue bien un comedero de hienas, de leones o de otros carnívoros, de una trampa natural o de un campamen­ to humano, de un sitio de despiece o de uno de procesamiento y comida. Estas circunstancias se averiguan por las especies más representadas, por las partes del esqueleto que abundan o que faltan, por las que no tienen carne o las carnosas. Las edades o etapas del crecimiento, e incluso la estación del año, se determi­ nan en los animales por la maduración del esqueleto, por la erupción y desgaste de los dientes y, en ciertos herbívoros, por el desarrollo y Ja muda de las cornamentas. En los huesos fósiles, además, hay que examinar las pautas de fractura y las de daño exterior. Entre estas últimas se distin­ guen las producidas por alteración química posdeposicional o por intemperie; por erosión eólica o por arrastre; por manipulación o por golpeteo, ya sea eventual o reiterado. Más penetrantes e in­ confundibles son las huellas vermiformes que dejan en un hueso enterrado ciertos factores edáficos, como raíces o invertebrados humícolas. También se distinguen bien las marcas de colmillos de los carnívoros, de los dientes de cocodrilo, de hiena, o el mor­ disqueo de las crías; las marcas de fracturas producidas mediante una flexión forzada o por un golpe dirigido contra un bloque pé­ treo, y las estrías rectilíneas y finas, a menudo repetidas, produ­ cidas por un filo artificial de sílex u otra piedra. En esta última hipótesis, también se acude a la observación microscópica de las trazas cotejadas con otras producidas experimentalmente9. En suelos de relleno de cavidades sucesivas, con estas prácti­ cas se reconoce bien dónde y cuándo la presencia humana no pasó del exterior de la cueva o la sima; si en el interior la presen­ cia fue fugaz o si alternó con otros carnívoros; si llegó a despla­ zarlos o si se hizo más duradera. Asimismo estas preguntas se 32

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han podido responder ante yacimientos de superficie con am­ plias áreas excavadas y con una serie más o menos larga de regis­ tros en el tiempo, como es el caso de Ambrona y Torralba, de los que trataremos más adelante. Los entornos faunísticos están desigualmente representados en unos y otros yacimientos o en los distintos niveles y tiempos de un mismo sitio. Una cosa es el registro de posibles presas de car­ nívoros o de humanos, incluso pequeñas presas de alimañas o de aves rapaces, otra distinta es el registro de restos de animales ca­ vernícolas, y otra, el de partes esqueléticas introducidas desde el exterior por coladas de barro u otros agentes geodinámicos10. La vegetación más cercana o más alejada del sitio se conoce poco por los restos de madera, hojas o frutos o semillas, y más por los granos de polen o esporas que se conservan en los sedimen­ tos finos y no oxidados, gracias a la singular estabilidad de la cu­ bierta quitínosa —resistente a los ácidos y álcalis— que envuelve a estas células reproductoras como a las bacterias. Esto permite que sean examinadas al microscopio, dando lugar a una copiosa bibliografía de la disciplina que trata de ellos, la Palinología 11. Por supuesto, los vestigios del fuego provocado y mantenido, los lentejones de cenizas o los restos de hogares, las piedras y los hue­ sos quemados, son reconocibles y estudiados en los yacimientos. El examen de todo un conjunto de variables así observadas, las proporciones entre los utensilios y los restos de talla de hue­ sos con trazas de acción antrópica o restos de comida de carnívo­ ros; los amontonamientos o las dispersiones en sitios y suelos «de ocupación», han llevado a clasificarlos según su frecuentación y uso por los humanos. Anne Marie M oigne12 distinguía los si­ guientes tipos: a) Sitios al aire libre, próximos a fuentes, confluencias, va­ dos, meandros, lagunas, visitados quizá estacionalmente por gran­ des mamíferos, con un acceso humano inmediato a las carcasas y con utensilios de materias primas de canteras incluso distantes. b) «Altos de caza» —y esta, selectiva— , de corta duración y próximos a alguna trampa natural, con huesos y lascas enterra­

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HOMO HISPÁNICO

dos pronto, bien conservados y poco alteradas las superficies, donde los humanos vendrían de largas distancias. c) «Hábitat de balcón», en situación ventajosa, normalmen­ te en cuevas, para avistar manadas en movimiento, que se en­ cuentra repetidamente en la región mediterránea con gentes del Paleolítico Inferior y Medio. d) «Ocupaciones estacionales» —en grutas o al aire libre—, de cazadores que permanecen en el lugar un tiempo limitado, durante los meses en que acuden en manadas una o dos especies de grandes herbívoros; en dichas grutas los humanos dejan res­ tos de talla en todas las fases. e) «Hábitat duradero», con representación diversa de fau­ na, de la cadena operativa instrumental, y materias primas hasta de cincuenta kilómetros. Carbonell y Rosell13 llaman a los hábitat duraderos «centros de intervención» y los clasifican en los siguientes grupos: a) «Referenciales» (CIR), campamentos de ocupación más o menos larga, con acumulación notable aunque diversa, cade­ nas operativas instrumentales completas o de retoque sobre ma­ terias primas exóticas y próximas, indicios de procesamiento de presas — aunque pueden faltar partes desechadas— , y señales de intervención de carroñeros y/o de roedores en los intervalos. b) «Complementarios» (CIC), de estancias breves, a menu­ do repetidas, con abastecimiento de materias primas líticas o de alimentos, como cazaderos, captación de reses atacadas por car­ nívoros o entrampadas, y restos parciales de actividad en uno y otro caso. c) «Oportunistas o marginales» (CIOM), para distinguir los de duración muy breve y actividad muy particular, donde tanto los restos óseos como los líticos, y las señales de actividad en ellos, son escasos y definidos. d) «Especializados singulares» (CIES), donde se encuen­ tran remanentes que evidencian actividades e intenciones no de subsistencia o económicas, sino percepciones o expresio­ nes de contenido social o simbólico, algo que ocurre sobre todo

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en el Paleolítico Superior y en los espacios más recónditos de las cuevas.

E s t u d io s

de

A n t r o p o l o g ía

b io l ó g i c a e n f ó s i l e s

Se llama Paleantropología a la disciplina, parte de antropo­ logía y parte de paleontología, que se dedica al estudio de fósi­ les del grupo o familia humanos. El primer trabajo responsable es, sin duda, la identificación de un hueso o fragmento fósil como humano no solo por la parte del esqueleto a la que corresponde, sino también a qué lado del cuerpo pertenece si se trata de hue­ sos pares. Esta identificación exige una descripción detallada de todos los rasgos morfológicos observables y la toma de todas las medidas significativas. En concreto, han de observarse aquellos rasgos o variables que, al cambiar en fases determinadas del cre­ cimiento, permiten conocer la edad que tenía el individuo en el tiempo de su muerte, tales como la soldadura o no de las suturas de los huesos del cráneo y de las epífisis de los poscraneales, o la erupción, las mudas y los desgastes de los dientes. También de­ ben señalarse los rasgos que difieren según el sexo y que permi­ ten su diagnóstico. Recordemos que, de cuanto estudia la medi­ cina en las llamadas «ciencias morfológicas» del cuerpo humano, en el caso de nuestros remotos antepasados carecemos de obser­ vación de rasgos corporales externos y de todo órgano o tejido interno que no sea duro y mineral —como los huesos y los dien­ tes—, y no olvidemos que ciertos accidentes en la superficie y en las formas de los huesos permiten deducir con certeza, o con alta probabilidad, el desarrollo de masas musculares definidas e in­ cluso de ciertas glándulas. En esto se basan las reconstrucciones morfológicas de los antepasados que ilustran este libro, obras de Mauricio Antón, que no son gratuitas, sino científicast4. Lo mismo ocurre con la patología. La Paleopatología observa y describe alteraciones anómalas en vivo, o sea, antes de la muer­ te, en la morfología de los huesos y los dientes. Se sirve también

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HOMO HISPÁNICO

del estudio comparado con casos actuales, que se utilizan para el diagnóstico y la etiología del caso observado en el fósil: si se puede inferir el tipo de enfermedad o accidente que causó la anomalía observada en el hueso; si siguió una mejoría, o si pudo ser causa de la muerte. En estos estudios se aplican técnicas mi­ croscópicas, incluso Ja uitramicroscopía confocal con láser para tejidos duros y en relieve15. En los yacimientos con un número considerable de fósiles humanos en un mismo nivel, se estudia cuál pudo ser el número mínimo de distintos individuos representados (NMI), atendien­ do al número de fósiles correspondientes al mismo hueso y del mismo lado que se repiten o que, por diferencia de sexo o edad, no forman pareja con otro del lado opuesto; o bien por los dien­ tes que han de excluirse de las dentaduras representadas por otros dientes. Además del sexo, ciertos rasgos y medidas de hue­ sos poscraneales permiten también, mediante su comparación con los de etnias actuales, deducir con cierto margen de error la talla, el volumen y el peso corporal de los individuos representa­ dos por los fósiles que se tienen delante16, Tras estas observaciones viene el estudio comparativo con fósiles humanos de otras regiones, próximas o remotas en el es­ pacio y en el tiempo, para buscar probables parentescos o diferen­ cias raciales y posibles relaciones de ascendencia y descendencia con otros grupos representados por fósiles humanos más moder­ nos o más antiguos. Esta investigación no solo exige el examen y la evaluación de variantes definidas de una parte o de un rasgo morfológico de cada hueso, sino también tomar medidas concre­ tas y cotejar sus variaciones con un análisis estadístico. Una gran ayuda para la evaluación de hipotéticas relaciones de parentesco y descendencia en linajes evolutivos se encuentra a menudo, y casi siempre en trabajos recientes, en los análisis multivariantes n. Otro instrumento valioso de la bioestadística se halla en la bús­ queda de proximidades y lejanías morfológicas, de las que se in­ fieren agrupaciones y distancias entre poblaciones fósiles con sentido de dimensión temporal; así es como el análisis llamado

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«cladístico» pretende establecer las sucesivas ramificaciones, desde las originarias a las más recientes, en una imagen de árbol que recuerda y sustituye a los antiguos árboles filogenéticos ba­ sados solo en observaciones anatómicas. Varios paleantropólogos han advertido la necesidad de evitar influencias subjetivas e inconscientes en estos estudios. No es imposible que algo así ocurra en la creación de nombres latinos —propios de especies linneanas— para fósiles humanos, magni­ ficando quizá diferencias que podrían ser intraespecíficas y no interespecíficas. Por algo será que los autores indonesios tienden a distinguir varias especies de pitecántropos en Java y no tantas en Europa, mientras que los autores europeos distinguen en nuestro contienente al menos tres o cuatro especies, metiendo en la de Homo erectus no solo a los de Java, sino incluso a los del Pleistoceno Medio de China. Es más prudente, sólido y científi­ co estudiar y comparar los fósiles humanos repartidos en grupos que se pueden relacionar por proximidad geográfica y cronológi­ ca, sin prejuzgar antes de conocer mediante estudios comparati­ vos si pertenecen a especies, razas o a subespecies. Esto es lo que hace F. C. Howell agrupando los fósiles humanos en los colecti­ vos que llama «demos» o «paleo-demos»18. Más que contrastar con los modelos o con los hipotéticos es­ cenarios de evolución entre humanos conocidos por sus fósiles, la moderna genética paleontológica busca identificar parentescos y distinguir «especies» entre los fósiles humanos —o, al menos, razas— , y los datos de aparición y extinción de dichas especies mediante la presencia o la ausencia de determinados componen­ tes variantes en las cadenas de determinados cromosomas. Di­ chos cromosomas se encuentran en los fósiles, pero no en todos: solo en aquellos que han conservado tiras de ADN que no están alteradas por la fosilización, lo que puede ocurrir en espacios po­ rosos y con tejidos blandos o elásticos19. En el examen y en la relación de rasgos que se describen y comparan en un fósil o en una población de fósiles, se clasifican como «plesiomorfos» los que se conocen ya en otras poblaciones

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más antiguas o predecesoras, y como «apomorfos» los que apa­ recen como nuevos en el grupo estudiado o en su posible estirpe. Pueden ocurrir «homoplasias»: rasgos idénticos o muy semejantes que, sin embargo, no son el mismo ni proceden de una herencia común, sino que pueden presentarse y ser originados indepen­ dientemente en estirpes separadas, tanto por convergencia adaptativa —como los miembros en forma de aletas, e incluso aletas caudales en mamíferos acuáticos, como las de los peces; o dien­ tes con esmalte grueso o fino según el alimento preferido entre géneros y especies de primates— , como por cierto paralelismo evolutivo de un conjunto de rasgos entre estirpes próximas, o bien meramente por azar. Es difícil en algunos casos, pero en los estudios comparativos entre fósiles es necesario excluir estas posibilidades antes de afirmar o negar la comunidad específica de dos poblaciones de fósiles en el momento de ser clasificadas. Queda recordar que los restos fósiles de seres humanos me­ recen la consideración de bienes patrimoniales de valor singular, no solo en el patrimonio del lugar y la nación en que se hallaron, sino de la Humanidad. Por eso se custodian con todo esmero y con la máxima seguridad, se identifican con una catalogación ri­ gurosa, y se registra un control de las visitas y estudios de que son objeto. Lo que se suele exponer al público en salas y vitrinas de museos son réplicas de estos fósiles.

O tras

d isc ip l in a s a l l a d o d e l a

P a l e a n t r o p o l o g ía

Hemos hablado de la Arqueología y de varias áreas de esta disciplina que ilustran aspectos de las capacidades cognitivas, operativas y de previsión —y sus progresos en nuestros antepasa­ dos— y de la Paleopatología, que busca en las alteraciones de los huesos las huellas tanto de ciertas enfermedades como de reveses en los procesos de adaptación y evolución que les afectaron. También nos hemos referido a algunos aspectos de la muy extensa Paleoecología —diferentes usos del territorio, además de

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las distintas actividades y permanencias en los yacimientos— , pero solo de paso hemos mencionado la Tafonomía. Es una dis­ ciplina moderna de la paleontología que estudia no tanto los as­ pectos morfológicos y biométricos manifiestos en los fósiles para identificarlos desde el punto de vista de la taxonomía, o clasificación de los organismos vivientes hoy y en el pasado y de sus parentescos evolutivos, sino las evidencias o señales circuns­ tanciales que, desde la muerte del organismo del que formaba parte, afectaron a la o las piezas que nos han llegado: si fueron enterradas por causas naturales o culturales, si se rompieron, movieron o arrastraron por agentes biológicos o procesos geodinámicos, y qué condiciones climáticas soportaron hasta quedar enterradas e incorporadas al sedimento y petrificadas por diagénesis. Se trata de analizar los ambientes en que vivieron los antepa­ sados y de algunos aspectos de su modo de vida, que no se in­ ventan como en una novela, sino que se averiguan como una his­ toria, leyendo las alteraciones causadas con las muerte y las post-mortales observables en los fósiles, y aprendiendo de los contextos que los rodean; es decir, de otros fósiles y de los mate­ riales sedimentarios. Mucho de esto pueden enseñar aún los pe­ queños fragmentos. Los estudios de la fauna fósil acompañante pueden ofrecernos datos acerca de su alimentación, sus competi­ dores o las condiciones climáticas de su ambiente20. Y en cuanto a la dependencia de los conjuntos paleofaunísticos registrados, sus parecidos y sus diferencias respecto a las condicio­ nes topográficas de su tiempo y, en particular, a la altitud, el relie­ ve y las aguas, valga como ejemplo las observaciones realizadas en la paleofauna de Konso, en una cuenca limitada en el sur de Etio­ pía, durante el Pleistoceno Inferior, que se parece mucho más a la de Olduvai Mb II, localizada a mucha distancia, en Tanzania, que a la del Turkana, más próxima, cerca de la frontera entre Kenya y Etiopía. Esta aparente anomalía se explica por las característi­ cas geográficas, sobre todo el relieve y la altitud, más parecidos en los dos primeros lugares y diferentes en la ribera del Turkana.

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El sedimento que subyace y el que envuelve a los fósiles, con su sigla, deben lavarse y cribarse por si aparecen fósiles peque­ ños, y para poder analizar sus componentes minerales, pues no es suficiente identificarlos y conocer su procedencia. Otra disci­ plina de la Sedimentología es la Sedimentogenética: por el tamaño y la forma de los cantos y granos, por su contorno, sus alteracio­ nes diagenéticas y superficiales, y por sus colores, se llega a saber mucho de las condiciones atmosféricas y los efectos de las aguas de lluvia y corrientes en las sucesivas épocas historiadas por cada nivel sedimentario.

PARTE II

PRIMER MILLÓN DE AÑOS DE PROGRESO HUMANO

2 E l P le is to c e n o I n fe r io r , h a c e e n tr e 1,8 m i l lo n e s d e a ñ o s y 780.000 a ñ o s

G

e o d in á m ic a y c a m b io s c l im á t ic o s g l o b a l e s d e l

P l e i s t o c e n o I n f e r io r

L o s restos fósiles de nuestros antepasados empiezan a ser nu­ merosos en el periodo último de la Historia de la Tierra, el Cua­ ternario. Dentro de este periodo, la subdivisión o «sistema» Pleistoceno comprende desde hace poco menos de 1,8 millones de años hasta hace aproximadamente 10.000 años. En la Escala Estratigráfica Global, ese es el periodo que abarca este estudio, y se divide en tres partes: — Pleistoceno Inferior, entre hace 1,77 millones de años y 780.000 años — Pleistoceno Medio, entre hace 780.000 y 134.000 años — Pleistoceno Superior, entre hace 134.000 y 10.000 añosl. Después, en el Holoceno, se desarrollan el pastoreo, la agri­ cultura, las ciudades y las tecnologías metálicas, pero los huesos enterrados no han tenido tiempo de fosilízar. Hablemos ahora de lo que sabemos que ocurrió en el Pleisto­ ceno Inferior, que vino a durar un millón de años (1,77 millones de años-780.000 años). De los cambios geodinámicos en la cor­ teza de nuestro planeta y de sus paisajes; veremos cuáles fueron

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y cómo se sucedieron los regímenes de erosión y los depósitos de sedimentos en las laderas, los cursos de ríos y los lagos; cuá­ les fueron las nuevas rocas surgidas por las erupciones volcá­ nicas, y las alteraciones del relieve por plegamientos, por ele­ vación de los fondos marinos, por elevaciones en bloque de la corteza continental o por fracturas y fallas con fuerzas de com­ presión o de distensión, que estudia la Tectónica. Veremos tam­ bién cómo a lo largo de ese periodo cambió con altibajos el ni­ vel de los océanos y, por consiguiente, las líneas de costa, y los istmos y estrechos que acercan o separan los continentes. Vere­ mos cómo cambió el clima global y los climas regionales en cuanto a temperaturas y sus fluctuaciones, y el régimen de llu­ vias en cantidades anuales, así como su distribución. Y entra­ remos en los cambios que provocan los fenómenos que tienen Jugar en las cuevas: corrientes, rellenos, vaciados, cristalización, derrumbes, etc, A continuación expondremos cómo se datan esos cambios y se distinguen fases o divisiones estratigráficas, y cómo conoce­ mos las transformaciones producidas en las floras y las faunas. También veremos de dónde y desde cuándo se conocen los fó­ siles humanos, así como los productos de su actividad; cómo progresó la especie humana, inicialmente en Africa, y cómo se expandió en otros continentes. Después de las fuertes subidas de temperatura que tuvieron lugar entre hace 5,3 y alrededor de 3 millones de años —edad que llaman los estratígrafos Plioceno Inferior— y tras el comien­ zo de la actual «Edad de Hielo» —hace poco más de 2,5 millo­ nes de años— , que produjo un tremendo enfriamiento global, se impuso un tiempo más benigno, no demasiado cálido, con fluc­ tuaciones de temperatura hasta hace 2 millones de años. Pasado este momento, y antes de que transcurrieran cien milenios y se cumplieran los 1,9 millones de años, retomaron los descensos del nivel de los océanos y el frío global. Se registra entonces una gran actividad volcánica en varios continentes, así como diversos indicios de actividad tectónica compresiva y elevación de la cor­

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E L

PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1,8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

teza continental en distintas regiones2. Tal es el caso de la Pe­ nínsula Ibérica. Con la elevación general de la corteza, se colma taron extensas cuencas lacustres interiores, cuyas superficies quedaron más o menos elevadas. Esto es lo que sucedió en los altiplanos de Asia y América, o en nuestras «mesetas». La dese­ cación provocó que estas superficies se cerraran con extensas tablas de caliza o, localmente, con sal o yesos. Las elevadas alturas que alcanzaron importantes cordilleras, con estratos plegados de las rocas más antiguas, y el descenso re­ lativo y absoluto del nivel de los océanos y mares interiores, pro­ vocaron el aumento de los desniveles en el relieve de la superfi­ cie terrestre. Las fuertes lluvias estacionales o esporádicas empezaron a allanar aquellas alturas y a rodearlas de rampas de canturrales; son las que Eduardo Hernández-Pacheco llamó «ra­ ñas», localizadas en los márgenes de las mesetas ibéricas Los descensos del mar aumentaban la desigualdad de las al­ turas y la fuerza de la gravedad en las corrientes intermitentes de agua. De esta manera fue posible que en las zonas montañosas y los terrenos muy antiguos y duros se produjera una erosión as­ cendente. Los grandes ríos se llevaron al mar las aguas de cuen­ cas lacustres interiores y las que bajaban de las montañas con los detritos que dichas aguas arrastraban. Cruzaron varias alturas y cavaron hondas gargantas, como sucedió en el centro-norte de España —las Arribes del Duero— y más al sur —los tajos del río al que se dio este nombre, Tajo— . Aunque con mayores dimen­ siones, lo mismo ocurrió en la cuenca del río Danubio. Gran parte de las cuencas actuales de los ríos principales de Europa y de otros continentes se originaron de modo parecido en esta época, hace alrededor de 2 millones de años. Las fluctuaciones del clima y del nivel relativo del mar en el periodo que aquí estudiamos —el Pleistoceno— han dado lugar a los relieves típicos de las «terrazas», que hoy tratan de aprove­ char o adaptar los ingenieros y arquitectos constructores de vías y poblados. En las épocas tranquilas, las corrientes pierden fuer­ za por el allanamiento de las pendientes, y los cantos que arras­

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tran quedan extendidos, después las gravas, las gravillas, las are­ nas y los limos. Cuando siguen épocas de refuerzo de las corrien­ tes, con descenso del nivel de base, épocas en las que los ríos van bajando las cotas de su fondo, excavan los depósitos preceden­ tes, que quedan colgando, escalonados, como terrazas. Hace alrededor de 2 millones de años, en la mayor parte de las regiones de Europa predominan la erosión, los depósitos de materiales gruesos o la ausencia de depósitos sedimentarios. Es lo que en estratigrafía se llaman «hiatos» o discordancias, que traen consigo la ausencia de fósiles. Pudo influir en ello un acre­ cimiento o elevación de la corteza continental. En varias regiones de Europa y de otros continentes se registran movimientos tectó­ nicos compresivos hace 1,8 millones de años. Solo en algunos puntos, como en las depresiones entre montañas y en las fosas tectónicas o «rifts», una deposición tranquila de limos finos o ar­ cillas favorece la conservación de registros fósiles. En la Escala Isotópica del Océano (OIS) se aprecia una ten­ dencia progresiva general al enfriamiento hasta hace cerca de 1,5 millones de años. La aridez se recrudeció en el este de Africa, sobre todo tras la corta mejoría de hace 2 millones de años, y la vegetación se tomó más pobre y abierta. En plataformas marinas próximas a las costas se depositaron arenas desérticas. Estas ten­ dencias deterioraron el ambiente y la vegetación en muchas otras regiones del globo, y ello produjo crisis en las faunas terrestres de África, el centro-oeste de Asia, India, China y, dentro del con­ tinente americano, más en Norteamérica que en Sudamérica1’. Pero una de las transformaciones geodinámicas menciona­ das constituyó un factor decisivo en el cambio faunístico: el des­ censo del nivel del mar convirtió los estrechos oceánicos entre continentes en pasarelas. Así se registran desplazamientos e in­ tercambios faunísticos notables, hace cerca de 1,9 millones de años, a través de Behring y Suez y, poco después, por Panamá y La Sonda5. Hace aproximadamente 1,8 millones de años se registran en diversas regiones del mundo importantes procesos de cambio

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Gran Dolina (Atapuerca)

Le Vallonet

Cueva Victoria Fuente Nueva 3, Barranco León 5

Dmanisi

Una de las curvas de oscilaciones térmicas globales obtenidas por isótopos me­ diante sondeos en fondos oceánicos. (J. Agustí y D. Lordkipanidze, «Del Turka­ na al Cáucaso», NationalGeographic, Adventure Press, RBA Libros, S. A., 2005).

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geodinámico y ambiental que, según los casos, se intensifican hace 1,7 millones de años o se prolongan hasta hace 1,5. Los ni­ veles del mar son todavía bajos — en general, durante la primera etapa de este intervalo de tiempo— y vuelven a comunicarse por tierra Jas Américas, en Panamá; el Mar de la Sonda, antes some­ ro, permite ahora la unión de la isla de Java con la Península Ma­ laya. La actividad tectónica compresiva al comienzo del periodo señalado es máxima, y luego remite, en mayor o menor medida, en Jos Himalayas, los Andes, en Indonesia, en el este y oeste de Europa; también surgen volcanes notablemente activos en los cinturones de África oriental, Asia, Indonesia y en Europa. Tierra adentro, los desequilibrios de la corteza continental afectan al re­ lieve interior y al régimen hidrológico. Se cierran y desaguan cuencas lacustres de hace más de 1,8 millones de años, quedan­ do sin embargo lagos a lo largo del Rift de Africa oriental, en 01duvai, era más ancho el Turkana, y otros en cuencas de Etiopía. En general, comienza o progresa la excavación de los valles y las cuencas actuales en varios continentes. Empiezan a depositarse se­ dimentos gruesos en función del régimen fluvial y a encontrarse vacíos de sedimentación, discordancias erosivas, hace alrededor de 1,7 millones de años, en el sur y este de Africa, en Europa central y en Norteamérica. El clima global propende al enfria­ miento, pero se generaliza el declive de humedad, hasta culminar en una aridez extrema y dramática, que solo mejora a partir de la última fecha citada, con el ascenso de temperaturas y el reparto estacional de las lluvias hace millón y medio de años. Entre hace 1,5 y 1,2 millones de años, el nivel de los océanos y los mares subió y permaneció alto hasta que experimentó una nue­ va caída al final de dicho periodo. La tectónica de la corteza terres­ tre se mantuvo, en general, tranquila o distensiva, salvo excep­ ciones: también al final de dicho intervalo temporal se renueva la elevación del Tíbet y se registran fallas en los barrancos de Olduvai —entre hace 1,3 y 1,2 millones de años— , además de activi­ dad volcánica en el Rift. El régimen sedimentario en África y en otros continentes era, en líneas generales, activo, pero desigual

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en las cuencas lacustres extensas hasta hace 1,25 millones de años. En muchas regiones se constatan discordancias entre los estratos, que denuncian el dominio de la erosión sobre la sedi­ mentación al final de este tramo, hace 1,2 millones de años. Los registros del clima indican más calor, con oscilaciones modera­ das, más bien templadas hasta hace 1,3 millones de años, y un re­ parto desigual de las lluvias, con ventajas para las comarcas mon­ tañosas en Europa y pérdidas en África. Los cambios más destacados en torno a hace 1,25 o 1,20 mi­ llones de años se registran en la reactivación tectónica compresi­ va en el Rift, los montes Siwalik (India), en Yuanmou (China), los montes Béticos, y en la elevación del Tíbet. El nivel del mar cambia de transgresivo a regresivo. En Indonesia vuelve la activi­ dad volcánica. Desde entonces, y hasta hace cerca de 1 millón de años, el régimen sedimentario fue dirigido por las corrientes flu­ viales, con una deposición tranquila en Java y un cambio de régi­ men de depósitos eólicos en China. Suceden nuevas discordan­ cias erosivas desde hace alrededor de 1 millón de años en Europa, Asia y África oriental. El clima fue, en general, más tem­ plado, sobre todo en el intervalo comprendido entre hace 1,1 y 1 millón de años, acusándose la aridez en las cuencas del este de África. La última parte del Pleistoceno Inferior fue «movida» en lo que respecta a los aspectos ecológicos. La actividad volcánica se reanimó en Indonesia y en el Próximo Oriente. La tectónica compresiva experimentó una reactivación muy fuerte en el Himalaya, con ecos en otras regiones, como Indonesia y Próximo Oriente. Se registran cambios en depósitos sedimentarios con discordancias erosivas extensas y con un dominio lacustre en Olorgesailie (Kenya), en Afar (Etiopía) y en los montes Béticos. El nivel del mar, en general bajo desde hace poco más de 1 mi­ llón de años, sube hace cerca de 900.000 años y acusa una nueva recaída desde pasados los 800.000 años. El clima global, con des­ censos térmicos inicíales, con una mejoría hace alrededor de 900.00 y 800.000 años, seguida esta última por otra brusca caída,

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pasó de moderadamente húmedo al principio de dicho intervalo a nuevamente árido al final del periodo. En el continente americano tampoco faltan volcanes y fósiles de mamíferos para calibrar tiempos geológicos en esta etapa. Son notables los cambios en el paso del Plioceno al Pleistoceno, hace entre 1,9 y 1,8 millones de años más o menos, a favor de la reno­ vación de los istmos de Panamá y de Behring. Comienza enton­ ces el Ensenadense en Sudaméríca, con escaso cambio faunístico hasta entrado el Pleistoceno Medio, y en Norteamérica se inicia el Irvingtoniense, notable por el registro de migraciones desde Asia. Los cambios faunísticos de hace alrededor de 950.000900.000 años marcan la subdivisión del Irvingtoniense en Infe­ rior y Superior. Veamos algo sobre la calibración de estas etapas y sus datos en los registros estratigráficos del Viejo Mundo, antes de analizar cómo afectaron dichos cambios a la vegetación, a las faunas y a los humanos en un momento muy crítico de su evolución.

C a l ib r a c ió n

c r o n o m é t r ic a e n s e r i e s e s t r a t ig r á f ic a s d e

AQUEL MILLÓN DE AÑOS

Las divisiones del tiempo geológico se establecen para la Es­ cala Estratigráfica Global en series de rocas sedimentarias mari­ nas y se ilustran con fósiles marinos pelágicos y bentónicos. Más difícil es construir una escala estratigráfica continental, esto es, que permita situar y ordenar en el tiempo los tramos sedimenta­ rios originados en una superficie terrestre que contiene fósiles de organismos terrícolas. En territorios limitados se establecen las divisiones en series de afloramientos locales por los cambios importantes registrados entre los sucesivos conjuntos faunísti­ cos conocidos a través de Jos fósiles. Obviamente, se cotejan unos con otros y con las referencias que pueden hallarse a esca­ las más estrictamente numéricas de tiempo, ya sea por técnicas radiocronométricas, paleomagnéticas u otras, y así se conocen y

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se correlacionan escalas biostratigráficas regionales en los distin­ tos continentes. El tiempo que aquí estudiamos, entre el Plioceno Final y el paso del Pleistoceno Inferior al Medio, en la Escala Estratigráfica Global establecida en 1989 y revisable, viene a comprender varios tramos bien estudiados de las escalas biostra­ tigráficas regionales. En Europa, la división más referida es la antigua de los Paí­ ses Bajos, basada en paleofloras, con fósiles de animales terres­ tres e inferencias paleoclimáticas. El dato de 1,9 millones de años a. p. (antes del presente) está en el tercio superior (o sea, el más moderno) de la fase de Tegelen, o Tigliense, cuando el carácter templado, lluvioso y forestal empezó a decaer. Le sigue el Eburon, o Eburoniense, entre hace alrededor de 1,7 y 1,5 millones de años, un periodo en el que comienza el frío, muy árido, que al final mejora. Entre 1,5 y 1,3 millones de años, en el Waal o Waalíense, la temperatura se recupera y sube el nivel del mar, pero retorna la aridez. Sigue el Menapiense, entre hace cerca 1,3 y 1,07 millones de años o algo menos, con fuertes oscilaciones tér­ micas, sobre todo dos muy frías; con una elevación continental, tectónica compresiva y pérdidas en la flora. Con temperaturas más suaves en las máximas y, especialmente, en las mínimas, transcurre el Bavel o Baveliense, también más lluvioso, hasta que hace casi exactamente 1 millón de años comienza el Linge, hú­ medo y con calor creciente, que alcanza un máximo en el episo­ dio 25 de la Escala Isotópica del Océano (OIS), hace alrededor de 900.000 años. Siguen caídas térmicas y de humedad, que cul­ minan en una fase de frío intenso —en el OIS 22— , y otra de re­ novado calor — en el OIS 21— , en tomo a poco más de 800.000 años a. p. Con una nueva oscilación se llega a los 780.000 años, cuando se pasa del Pleistoceno Inferior al Medio, coincidiendo con la inversión del polo magnético, que estaba en el sur geográ­ fico y que entonces pasó al norte, tal como ahora lo conocemos6. Difieren los nombres de las divisiones estratigráficas que geólogos y paleontólogos establecen y definen en cada región se­ gún las características y los límites observados en el terreno. La

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tarea subsiguiente es la de cotejar cada escala regional con la Es­ cala Estratigráfica Global, y unas con otras. Resulta obvio que esto puede hacerse con números cuando se tienen dataciones radiométrícas, pero cuando no las hay, el cotejo se realiza a través de los conjuntos faunísticos representados, en particular de las especies o taxones más significativos por ser su historia evolutiva conocida con precisión en otras regiones. Como cabe esperar, en tramos cronológicos con historias evolutivas poco accidentadas y poco conocidas entran menos subdivisiones, y cuando estas se acercan o coinciden en regiones distintas, se señala un paso o un evento de cambio global o, al menos, de notable extensión en continentes. En Sudáfrica, se pasa del Makapaniense Inferior al Superior hace aproximadamente 1,8 millones de años, y de este al Corneliense hace cerca de 1,1. En Marruecos, algunos investigadores sitúan el inicio del Muluyense hace 1,9 millones de años y lo pro­ longan hasta el Saletiense, que se extendería desde hace alrede­ dor de 1 millón de años hasta hace unos 850.000 años, momento este del comienzo del Amiriense; según otras clasificaciones, se pasa del Maghrebiense al Messaudiense hace 1,8 millones de años, y de este último, hace 850.000 años, al Maarifiense. En Java, la Formación Sangirán equivale a Pucangan (entre 1,63 mi­ llones de años y 900.000 años), y la Formación Bapang, a la For­ mación Kabul (entre 900.000 y 490.000 años). En China, la gran división estratigráfica está en el paso del Loess Wucheng al Loess Lishi, con varios datos, situada muy probablemente en cerca de 1,2 millones de años o menos; los cambios faunísticos permi­ ten distinguir divisiones biostratigráficas entre Nihewan superior y Dongcun, hace alrededor de 1 millón de años, y entre Dongcun y Shangnabang, hace cerca de 850.000 años7. En el Punjab, al norte de la India, se pasa de la Formación Tatrot a Pinjor, hace cerca de 1,9 millones de años, y de Pinjor al Boulder Conglomé­ rate, hace unos 900.000 años8. En el oeste de Asia, según las re­ giones o países, empieza el Pleistoceno Inferior ya dentro de las formaciones Kayrubak e Itansa, y de estas se pasa a la Formación

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Vakhsh y a la Tologoi, respectivamente, hace unos 850.000 años;

el cambio entre la Formación Kizikh y la Kochkov se señala hace poco menos de 1,1 millones de años. Hace aproximadamente 1,75 millones de años coinciden las divisiones entre el Akchagyliense y el Apsheroniense del Cáucaso, el Khaproviense y el Odessiense del sureste de Europa, el Villanyense y el Bihariense de Europa central. Este último dura más, pero en el Cáucaso se pasa al Bakuyense y en Transilvania al Tiraspoliense hace 850.000 años; entre este y el Odessiense se intercala el Tamaniense, hace 1,2 mi­ llones de años, y hace poco más se constata el paso del Villafranquiense Superior al Epivillafranquiense, que cambia al Galeriense hace 950.000 años. Como estas divisiones se basan en registros reales de secuen­ cias sedimentarias y de asociaciones faunísticas sucesivas, y han sido establecidas por científicos en muy diversas regiones, cabe poca duda sobre la objetividad de las coincidencias y proximida­ des en los datos geocronológicos de las épocas de estabilidad y en las fechas de cambios críticos ambientales que nos transmiten. Así, se puede hablar de un importante cambio global hace alre­ dedor de 1,8 millones de años, o entre hace 1,9 y algo más de 1,7 o 1,75 millones de años, al comienzo del Pleistoceno Inferior. Otra crisis generalizada en muchas regiones ocurrió hace unos 850.000 años, aunque en varias zonas este episodio se advierte hace más de 900.000 años. Entre ambos momentos parece nor­ mal una estabilidad ambiental, a pesar de las transformaciones que se advierten en las repetidas fluctuaciones del clima, si bien en bastantes regiones se marcan cambios y verdaderas crisis eco­ lógicas, en concreto hace 1,25 y 1,1 millones de años. En el tramo de tiempo en que se formaron las secuencias se­ dimentarias del Pleistoceno Inferior de África oriental, hoy ex­ puestas en barrancos y laderas, ocurrieron también erupciones volcánicas, por lo que afloran en los cortes estratigráficos nive­ les con rocas entonces recién nacidas de lava o de ceniza. Son estas las que proporcionan medidas exactas del tiempo en que nacieron y cubrieron el suelo, según la proporción de elementos

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atómicos derivados de isótopos inestables por radiación en rit­ mos constantes. Entre las distintas cuencas estudiadas, de sur a norte, pode­ mos mencionar varias que contienen cuatro o más tobas volcáni­ cas de las citadas —ya sean de basaltos o de cenizas— datadas entre hace 1,8 y 1 millones de años, con lo que se obtienen cali­ braciones de doscientos mil años, o menos, en la datación de los fósiles que contienen. Así, en Olduvaí (Tanzania), la Toba IB, en lo alto del Miembro I, tiene una edad de 1,8 millones de años, y en el Miembro II se suceden, de abajo arriba, la Toba II A, con 1,75 millones de años; la Toba II B, de 1>53; la Toba II C, con 1,34, y la Toba II D, de 1,26 millones de años. En una franja que se extiende desde el lago Baringo y de sur a oeste del lago Turkana (Kenya), se suceden una toba de 1,63 millones de años; la Toba Natoo, de 1,5; la inferior en Chesowanja, con 1,42, y otra en Nariokotome, con 1,33 millones de años. Al este del Turkana, por encima de la Toba KBS, de 1,88 millones de años, están dos de Okote, con 1,65 y 1,63 millones de años respectivamente; la Toba Chari, con 1,39, y otra en Ileret, con 1,27 millones de años. Ya en el sur de Etiopía, en el cur­ so bajo del río Orno, que desemboca en el extremo norte del lago Turkana, la secuencia estratigráfica de Shungura se divide por las tobas H6, de 1,8 millones de años; J, de 1,75; K, de 1,55; otra superior, de 1,5, y la Toba L, de 1,30 millones de años. Más al norte y al este, en Etiopía, en las cuencas del Hadar y el Awash medio, se suceden las tobas de Barogali, de 1,5 millones de años; dos en Konso-Gardula, con 1,44 y 1,38 millones de años, y, en medio, la sub-TBT, de 1,43 millones de años, y la KRT, de 1,41. Entre estos bien colocados estantes se han ido hallando, en esta primera mitad del Pleistoceno Inferior, los abundantes fósiles humanos de la región, que, como vemos, están bien archivados9. En España, Francia, Italia, Europa central, norte de Asia, China e Indonesia también se obtienen datos a partir del análisis de vulcanitas interestratificadas. Hay, además, localidades con numerosos yacimientos y cortes con sucesivos niveles fosilíferos.

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Muchos de estos fósiles, paleofaunas y paleofloras, junto con los datos sedimentogenéticos, permiten, siempre con una crítica es­ tricta de posibles sesgos y hiatos, reconstruir las curvas locales de fluctuaciones climáticas e intentar correlacionarlas con las de es­ calas isotópicas de los océanos y de los casquetes polares. Las curvas de oscilación de la OIS que incluyen dos registros extre­ mos —cada una un máximo y un mínimo térmicos— entre hace 1,9 y 0,8 millones de años, son alrededor de 25. Entre estas se registran fluctuaciones menores: la resolución de esta medida global del tiempo se acerca a los diez milenios. El actual Mar de la Sonda, que separa de la Península de Malaca las grandes islas alineadas del archipiélago indonesio, Su­ matra y Java, era más extenso al final del Plioceno, justo antes del Pleistoceno. Así lo atestiguan las margas gris-azuladas de fon­ do marino en la base de las formaciones estratigráficas de Java, en cuyos tramos altos se investigan fósiles humanos desde el «pite­ cántropo» de Dubois, hace más de un siglo. Con una datación cer­ cana a 1,8 millones de años, se les superponen la Capa de Turritella y la Caliza de Balanus, que corresponden ya a bajo fondo y a nivel de mareas con el mar en franca regresión, antes todavía del final del episodio magnético de Olduvai. Tras este, hace, pues, alrededor de 1,75 millones de años, se deposita la Capa de Corbícula y, sobre ella, el Lahar Inferior. Los sedimentos supe­ riores a este corresponden a tierras emergidas por donde pasa­ ron a Java grupos de grandes mamíferos que ocupaban el sureste de Asia. Un equipo de geólogos nipones e indonesios trabajó en la isla en las últimas décadas del siglo XX10. Reconocieron y dataron una docena de tobas en la formación Pucangan, entre el Lahar Inferior y el conglomerado Grenzbank, poco posterior al final del Jaramillo, que otros autores reconocen con la misma edad, aunque con distintos nombres. A la Toba 5, con 1,51 millones de años, y la Toba 6, de 1,49 según Hyodo y otros (1993), las llama Sémah (1997) «Toba inferior». Tras la Toba 10, con 1,16 millo­ nes de años, y la Toba 11, con 1 millón o 980.000 años, la Toba

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inferior de la superior Formación Bapang, con 0,78 millones de años o muy poco más, es denominada por Sémah «Toba media». Entre esta última y la mencionada Toba 10 sitúan prácticamente todos los fósiles de pitecántropos los autores de los equipos japoneses, afirmación de la que, como veremos enseguida, disien­ ten otros investigadores.

LA CUBIERTA VEGETAL CAMBIA

El cambio climático en el tiempo que aquí estudiamos afec­ tó seriamente a la vegetación en todos los continentes, no tanto por los enfriamientos como por las alteraciones en el régimen de lluvias. Estas influyen en la cubierta vegetal por la canti­ dad de precipitaciones, pero más aún por su distribución y su regularidad. En el Rift de África oriental se parte de la mejoría global ex­ perimentada hace 2 millones de años, con lluvias bien repartidas y bosques tropicales extensos. Pasados los 1,9 millones de años a. p. se empieza a registrar el incremento de aridez, deforesta­ ción y paisajes abiertos. Esta tendencia se prolonga y se agrava desde hace 1,8 millones de años hasta una fase de retomo general de los bosques, con clima más húmedo, que sucede hace 1,5 mi­ llones de años. No obstante, pronto vuelve a extenderse la se­ quía, con sabanas en África entre hace 1,3 y 1,1 millones de años. A partir de entonces y hasta hace alrededor de 1 millón de años, la vegetación experimenta una recuperación en distintas regiones, con lluvias en el norte de África. En el Rift, los veranos calientes y las lluvias irregulares generan depósitos estériles. Tras el ópti­ mo de calor en océanos y de humedad en África, hace alrededor de 900.000 años, cede la pluviosidad, se reduce el frío y sufren un nuevo deterioro las vegetaciones, registrándose otra vez buen tiem­ po y extensiones de arbolado hace alrededor de 800.000 años u. En el norte de Asia, el deterioro del clima alrededor de 1,8 millones de años determina la aparición de una cubierta de tun-

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{Jja; tras una mejoría, se extiende la estepa hace cerca de 1 mi­ llón de años. En Java se ha registrado un bosque con manglar por encima del Lahar inferior, que se empobrece hace aproxima­ damente 1,5 millones de años. Hace ya menos de 1,3 millones de años se observa un mosaico vegetal, alternando en el interior la selva pluvial con bosque estacional y con marismas en el litoral, y se atraviesa una crisis de aridez tras el dato de 900.000 años, al comienzo de la Formación Kabulu. Un estudio palinológico detallado y profundo a través de de­ pósitos en caldera volcánica en latitud tropical, realizado en Funza (Colombia), señala vegetación de páramo a partir de hace 1,2 mi­ llones de años, y recuperación y oscilaciones con notable caída hace alrededor de 1 millón de años. Tras un máximo de polen arbóreo (PA), con valores del 80% en tiempo del episodio OIS 25, suceden repetidas caídas hasta quedar reducido este porcentaje a un 12% hace 900.000 años, con el frío del OIS 22. Sucede a conti­ nuación una rápida recuperación y se mantiene alto el arbolado en tiempos del OIS 21, para caer nuevamente los valores de PA hasta menos de 10% hacia los 0,8 millones de años, situación a la que si­ gue una nueva y rápida recuperación n. En los depósitos de la cueva Le Vallonnet (Alpes marítimos, sur de Francia), se registra un máximo de PA con variedad de es­ pecies, entre las que domina el plátano, hace entre 1,4 y 1,37 mi­ llones de años, con indicaciones de clima cálido y húmedo. Hace menos de 1,1 millones de años, con clima cálido y semiárido se registra, cerca del litoral, un bosque mediterráneo con domi­ nio del pinar. Tras la oscilación, en tiempo de la inversión Jaramillo del polo magnético —entre 1,07 y 0,98 millones de años— , desde un clima frío y muy seco a otro templado y húmedo, y nuevamente al frío intenso, vuelven a encontrase pólenes de pino y de otras especies de garriga mediterránea, con clima entre templado y cálido, así como lluvias estacionales, hace más de 800.000 años. Como vimos en el apartado anterior, es en la Europa atlán­ tica, en los Países Bajos, donde se llevaron a cabo los primeros

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estudios palinológicos y donde se puede hablar de una verdade­ ra fito-estratigrafía. Los análisis polínicos, finalmente calibrados en comarcas de Gran Bretaña, muestran asimismo alternancias en­ tre tiempos con dominio de polen arbóreo (bosques) o con rece­ sión de este y preeminencia de las hierbas de estepa o páramo, que, a falta de datos cronométricos, pudieron ser correlaciona­ das de modo diferente con las secuencias de vegetación en la Eu­ ropa continental. El frío y la aridez del Baventiense correspon­ den bien al Eburoniense; comienzan cerca de los 1,8 millones de años. Las oscilaciones templadas de los bosques pastonienses pueden ser contemporáneas de los waalienses de Holanda; los intensos fríos con vegetación de páramo o de tundra —con me­ joría al final— del Beestoniense pueden correlacionarse con el Menapiense H. Un estudio sobre más de cien géneros de árboles distribui­ dos en seis regiones de Eurasia, entre Holanda y el este de Sibe­ ria, y desde el Plioceno hasta el Pleistoceno Medio (Grichuk, 1997)1?, permitió registrar pérdidas de seis géneros en el Pleisto­ ceno Inferior del Pamir (Tajikistán), otros tantos en el extremo sureste de Siberia y siete al sureste de Rusia, entre el Caspio y el Cáucaso. En el norte de Italia fueron treinta y uno los géneros de árboles perdidos, la mayoría en la primera mitad de este periodo, y en los Países Bajos, doce, sobre todo en la segunda mitad, el Menapiense, esto es, a partir de hace 1,2 millones de años. Tam­ bién en el sur de Rusia, en la Península de Taman, sobre el Mar Negro, se ha constatado aridez en la vegetación, con el frío de hace más de 1,7 miñones de años, más verdor a partir de hace 1,4 y paisaje más árido hace menos de 1 millón de años. En resumen, fue muy general la pérdida de la vegetación con la sequía pronunciada que se produjo hace 1,8-1,7 millones de años, que se pudo prolongar en algunas regiones más que en otras. En África ecuatorial comienza la mejoría hace 1,6 millones de años, se nota más calor y más arbolado hace alrededor del mi­ llón y medio de años, y hay pérdidas del verdor con arbolado más pobre hace 1,4 millones de años. Es a partir de este último

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dato cuando se registra la recuperación de bosques en la Europa atlántica y mediterránea, en el sur de Rusia y en Java. La nueva crisis, caracterizada por el frío y la aridez, es casi global a partir de hace 1,2 millones de años, un poco antes en Africa oriental y poco después en otras regiones. Antes de la nueva gran crisis re­ petida de 850.000 años y de hace menos de 800.000, se señalan otras menores alrededor de hace 900.000 años, y mejorías regio­ nales, bien durante el episodio magnético Jaramillo, hace poco más de 1 millón de años, o después, hace aproximadamente 950.000 años, o más cerca de 800.000.

D iv e r s a s

c r is is e n l a s f a u n a s d e m a m íf e r o s

Los cambios faunísticos del pasado se hacen notar cuando las especies que desaparecen o se extinguen, o las nuevas que surgen por primera vez entre los fósiles registrados, son varias. Estas transformaciones se originan en cada linaje por mutaciones genéticas, pero llegan a realizarse en las comunidades faunísticas y a ser reconocidas a través de los fósiles en un número de yaci­ mientos gracias al efecto selectivo de las presiones activadas por los cambios ambientales. Son muchos los yacimientos con fósiles de mamíferos del Pleistoceno Inferior en todo el Globo, aunque se encuentran diversamente repartidos, incluso en una misma re­ gión, con largos vacíos entre tramos de tiempo finamente cali­ brados. Para subdividir la escala estratigráfica en estas edades más recientes, Neógeno y Cuaternario, en medios continentales, se atiende a criterios biostratigráficos, esto es, se toman en cuen­ ta los cambios en los registros paleofaunísticos regionales. Según A. Tumer y B. Wood, en los dos últimos millones de años se registraba en África un número alto de primeras y últi­ mas citas de mamíferos no bóvídos en tomo a 1,7 millones de años a. p. y, de nuevo, hace entre 1 millón y 800.000 años. En los bóvidos hubo cambios entre hace 1,8 y 1,7 millones de años; va­ rios taxones desaparecen sin ser remplazados entre hace 1,4 y 1,2

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millones de años, y entre hace 800.000 y 700.000 años. Los auto­ res citados encuentran un alto índice de semejanza faunística en­ tre Africa oriental y del sur, aunque no es tan alto en los bóvid o s 16. También registran hace 1,8 y 1,5 millones de años expansiones de varias especies de norte a sur, y hace 1,2 o 1,3 millones de años, de sur a norte: esto indicaría la existencia de cambios ambientales de extensión regional para los que los ani­ males tienen una posible tercera respuesta alternativa entre las de extinción o evolución: el desplazamiento o migración hacia otras tierras. En el Nuevo Mundo se conocen bien registros fósiles faunísticos y ambientales en un buen número de yacimientos. En Sudamérica apenas se reconoce cambio significativo en las faunas fósiles de mamíferos de la subdivisión Ensenadense, que cubre todo el Pleistoceno Inferior y parte del Medio ". En Norteaméri­ ca se observan inmigraciones por Behringia desde Asia, en parti­ cular la de un antepasado de los mamuts, en el paso del Plioceno al Pleistoceno, esto es, entre hace 1,9 y 1,8 millones de años, así como cambios menos significativos en el paso del Irvingtoniense Inferior al Superior, hace poco menos de 1 millón de años1S. En Eurasia se conocen paleofaunas de mamíferos del Pleisto­ ceno Inferior representadas por un buen número de especies: más de 25 y cerca de 50. Entre ellas se cuentan las de Cueva Victoria y Venta Micena, con fósiles humanos —de estas habla­ remos más adelante— ; Tell Ubeidiya, en el Próximo Oriente; Zasuhino 3 (Siberia); Dmanisi (Georgia); conjuntos varios en China; Untermassfeld (Alemania); Sinzelles y Le Vallonnet (Francia); Olivóla, Tasso, Farneta, Casa Frata, Pirro Nord, Slivia, entre otros, en Italia; en Rusia y los Balcanes, y tampoco faltan en el oeste de Asia: Kryzhanovka, Nogaisk, Taman, Lakhuti. Hace poco más de 1,7 millones de años son notables los cambios en las faunas de toda Europa, del otro lado del Cáucaso y de Java. En esta isla penetran mamíferos terrestres del sureste asiático al desaparecer la barrera del Mar de la Sonda por eleva­ ción y afloramiento del fondo marino. En Europa desaparecen

£L PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1,8 MILLONES DE AÑOS Y 780000 AÑOS

Jas últimas gacelas y mastodontes; entran canes, osos, hienas y el hipopótamoi9. Desde hace 1 millón y medio de años florecen los grandes cérvidos (megacerinos), oriundos de Asia como los nue­ vos lobos. Los cambios en el este y oeste de Europa y en China incluyen notables incrementos de la hipsodoncia tanto en roedo­ res y liebres20 como en grandes mamíferos, bovinos, cabras y ele­ fantes, concretamente en los antecesores del mamut, hace cerca de 1,2 millones de años. Las muelas con corona creciente es la respuesta adaptativa a la creciente aridez y a la extensión de hier­ bas con microcristales de sílice en páramos y estepas. Hace poco más de 1,3 millones de años son el istmo de Suez y la Península de Sínaí las vías de intercambio por las que cruzan a Eurasia diversas especies de mamíferos africanos que se encuentran en el sitio de Tell Ubeidiya (Israel). El último cambio faunístico, muy general, del Pleistoceno In­ ferior se reconoce en los conjuntos de Europa occidental y orien­ tal, entorno del Cáucaso, centro-oeste de Asia, al pie del Himalaya, norte de la India y en Java, hace entre 900.000 y 800.000 años. Puede muy bien corresponder al notable aumento global del calor en el episodio OIS 25, y también al de la pluviosidad en África y otros continentes. Dentro del tramo que aquí vamos es­ tudiando, si cotejamos secuencias de paleofaunas regionales de mamíferos, veremos que los cambios críticos en unas y en otras no son estrictamente contemporáneos, según lo publicado por los diversos autores; pero sí hay tramos limitados que com­ prenden cambios críticos de faunas en regiones bien próximas o distantes. Una evaluación de los cambios con efecto taxonómico, esto es, que dieron lugar a extinciones y a la aparición de nuevas es­ pecies, ha sido abordada por un equipo internacional con méto­ do biostadístico, es decír, con análisis multívariado, en busca de coeficientes de correlación entre listas faunísticas de grandes ma­ míferos del Plioceno y Pleistoceno Inferior y Medio del sur de Europa. Los yacimientos y sus catálogos de faunas analizados son 136, y los taxones de grandes mamíferos registrados suman 286.

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Dos crisis faunísticas mayores permiten distinguir tres grandes «biocronos»: uno comprende el Plioceno Inferior y Medio (des­ de hace 5,3 millones de años hasta hace 2,6-2,5 millones de años); el segundo incluye el Plioceno Superior y gran parte del Pleistoceno Inferior (entre hace 2,5 millones de años y 800.000 años) y el tercero, del final del Pleistoceno Inferior al Pleistoceno Medio. Estas fechas críticas coinciden la primera con el inicio de la Edad de Hielo, con fríos muy intensos, las glaciaciones, y con una creciente aridez desde hace 2,6 millones de años; la última marca nuevos trechos de deterioro del clima, como hemos visto, en el último tercio del Pleistoceno Inferior21. Otras variantes en la sucesión de faunas ínfero-pleistocenas, las que parecen más completas, pueden fundadamente conside­ rarse relacionadas con cambios en la vegetación y en el clima, ya sean regionales o globales. Un mayor número y, sobre todo, una mayor diversidad en taxones de cérvidos frente a bóvidos obe­ dece a un ambiente arbolado; al contrario, mayor cantidad y di­ ferenciación de bóvidos coincide con un amplío dominio de la hierba en un medio abierto y despejado. Ha llegado a aplicarse la diferencia conocida entre hábitats de distintas especies de ga­ mos y otros cérvidos fósiles. La presencia o ausencia de omnívoros como los suidos y de algunos primates es significativa; lo es la de hidrófilos, como el castor y el hipopótamo. Los hipopótamos actuales son muy tole­ rantes a temperaturas ambientales entre los 40 grados y los 0 gra­ dos centígrados, pero quieren aguas dulces, y solo han llegado a cruzar el Mediterráneo en épocas en que este mar ha perdido sal y se ha llenado de los aportes de los grandes ríos. Al principio del Jaramillo, hace aproximadamente 1,05 millones de años, se encuentran hipopótamos fósiles en el centro de Europa, en Untermassfeld (Alemania). Son ya numerosos los estudios que se hacen de paleoclimas inferidos de los fósiles de roedores y tam­ bién de elefantes22. Se han ponderado asimismo los ascensos y descensos en la proporción entre carnívoros y fitófagos en paleofaunas de este pe-

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Áodo que se tienen por representativas. Así, se habló de una pér­ dida en el número de carnívoros en los conjuntos de la segunda mitad del Pleistoceno Inferior en Italia: Colle Curti, Pirro Nord, Slivia. Sin embargo, yacimientos contemporáneos en otras regio­ nes de Europa siguen mostrando un alto número de taxones de carnívoros y de herbívoros; es el caso de los de Le Vallonnet (Francia) y Untermassfeld (Alemania)25. Esta cuestión es impor­ tante para el objetivo central de este libro, que son los fósiles y la evolución del género humano, pues hay base más que suficiente para relacionar los movimientos geográficos y las expansiones de los primitivos homínidos con los de los carnívoros de aquelíos tiempos. En tramos posteriores del Pleistoceno se constata la competencia entre unos y otros, y se busca la acción humana como responsable de las extinciones de carnívoros24.

L a e x p l o s i ó n d e l a e s p e c ie h u m a n a h a c e p o c o m e n o s DE 2 MILLONES DE AÑOS El tiempo que transcurrió entre hace 1,9 y 1,8 millones de años fue crítico y decisivo en la evolución del género humano, como se aprecia también en los periodos que siguieron del Pleis­ toceno Inferior. Acabamos de recordar que se produjo un enfria­ miento prolongado en el clima y, sobre todo, una fuerte y cons­ tante tendencia a la sequía, el deterioro de las cubiertas vegetales, así como cambios en las faunas con migraciones de grandes mamíferos. Veremos ahora cómo también tiene lugar una diversificacíón en el ciado humano, en Africa; aparece una estirpe formada por individuos en los que ha aumentado el ta­ maño de la cabeza y el cerebro, el rostro se dibuja más vertical, retraído; el aparato masticador experimenta una reducción, y se prolonga el periodo de infancia y adolescencia. De esta manera, disponen de más tiempo para aprender sobre la naturaleza que les rodea, sobre sí mismos, su familia y su comunidad; para de­ sarrollar nuevas técnicas y, me atrevo a decir, conceptos. Con esos

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desarrollos y exigencias, la sequía y la pérdida de recursos se convirtieron en un problema intolerable: especies de mamíferos de aquellos ambientes situados entre los trópicos emigraron a la­ titudes más altas. Por primera vez, hace cerca de 1,8 millones de años, se encuentran humanos fuera de África, y en los tiempos siguientes, antes de llegar a 1 millón de años a. p., viven, explo­ ran y se extienden, mueren y dejan fósiles y utensilios incluso en los extremos del continente eurasiático, desde China e Indonesia hasta la Península Ibérica. Esto último es lo que vamos a ver en los capítulos que siguen. Durante la segunda mitad del siglo XX cundieron las explora­ ciones y excavaciones que proporcionaron cuantiosos fósiles de la familia humana en África, sobre todo después de un informe elaborado por el paleontólogo jesuíta Pierre Teilhard de Chardin a instancias de la Fundación Wenner-Gren, que confirmaba las expectativas de encontrar fósiles que documentaran los orígenes de la humanidad en el continente africano. Como antecedentes, pueden citarse los trabajos y descubrimientos de Raymond Dart en Sudáfrica, de los esposos Louis y Mary Leakey en Olduvai, y de otros exploradores. Una de las áreas más fértiles en fósiles humanos fue la de Koobi-Fora e Ileret, en el margen oriental del lago Rodolfo —lue­ go llamado lago Turkana— ; fueron hallados en series sedimen­ tarias expuestas con tobas volcánicas intercaladas que van desde hace poco menos de 3,5 millones de años —la Toba Tulu-Bor— hasta hace poco menos de 1,4 —la Toba Chari—. Solo entre esta última y la Toba KBS, de hace 1,88 millones de años, se recogie­ ron en los primeros años más de 120 fósiles humanos de cráneos, mandíbulas y dientes, sin contar los de otras partes del esquele­ to. En la mitad inferior, la más antigua, hasta hace 1,6 millones de años, que marcan las tobas Okote, se obtuvieron fósiles de 4 cráneos y 3 mandíbulas del australopiteco llamado Paranthropus boisei; 4 mandíbulas de los humanos primitivos clasificados como Homo habilis u Homo rudolfemh, conocidos desde hace más de 2 millones de años, y 4 o 5 cráneos más dos mandíbulas,

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los primeros conocidos del progresivo Homo ergaster, además de otros, más fragmentarios e indeterminados. En la mitad supe­ rior, la llamada Miembro Okote, entre la tobas Okote y la Toba Chari, de hace 1,39 millones de años, se señalan un cráneo y ocho mandíbulas del parántropo de Boise (P. boisei), una mandíbula, último fósil conocido aquí de Homo babilis (si no lo es un cráneo bailado recientemente), más 6 cráneos, 4 mandíbulas, dientes sueltos y gran parte de un esqueleto de Homo ergaster. Tres espe­ cies de bípedos contemporáneas son un registro totalmente ex­ cepcional en la historia evolutiva de la familia zoológica humana, y bien pueden demostrar una notable crisis evolutiva y am­ biental25. Recordemos que el parántropo es un género de bípedo del grupo de los «australopitecos», con escaso desarrollo cerebral, caja craneana estrecha, baja y chata, inserciones para una fuerte mus­ culatura masticadora, dientes incisivos y caninos pequeños, muelas —incluso las de muda— muy poderosas, y rostro muy sa­ liente hacia delante. Se ha discutido cuál fue su régimen alimen­ ticio, pero cabe poca duda de una preferencia por los alimentos vegetales duros como frutos secos o correosos, agallas, hojas, ta­ llos o rizomas. El Homo habilis y el Homo rudolfemis, conocidos por fósiles de entre hace 2,5 y 1,6 millones de años, fueron intermedios en­ tre los australopitecos y los humanos más parecidos a nosotros. Tenían el rostro menos prominente, débil la musculatura masti­ cadora y su soporte óseo, las muelas más sencillas, los incisivos menos evolucionados, con tamaño mediano, y algo prominentes los colmillos, algo más ancha y alta la frente y mayor capacidad craneal. Esta morfología se tiene por indicadora de un menor trabajo de las muelas en pro de la alimentación y el manteni­ miento. Se les atribuye el hábito de romper piedras con pocos golpes para servirse de las puntas y aristas agudas resultantes, con propósito de obtener alimento de las matas leñosas y los escasos árboles o arbustos de sus zonas de ocupación. Identifi­ caban sus materias primas, que eran volcánicas, de cuarcita o de

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cuarzos, por colores verdosos o amarillentos, según las comarcas, y no se llevaban esos cantos tallados para servirse de ellos en otro lugar, sino que los dejaban allí mismo, donde se han encontrado, cerca de su cantera. El Homo ergaster tiene una faz decididamente más corta y vertical, el cráneo más alto y con capacidad creciente; en él cabe un cerebro más comprometido en la vida del individuo y el gru­ po. Con él empieza a decrecer la serie de las muelas, con el se­ gundo molar más corto que el primero (Ml>M2), y también más delgado, además del último (M3T''■ Rcprcscntación escénica de los pobladores de Dmanisi. (Por Mauricio Antón).

El esqueleto de adolescente de Nariokotome, al oeste del lago Turkana, África. (Reconstrucción, por Mauricio Antón).

El cubil de hienas en el Pleistoceno Inferior de Venta Micena, Orce, Granada. (Reconstrucción escénica, por Mauricio Antón).

Reconstrucción escénica del ambiente próximo a Orce, pasada la mitad del Pleistoceno Inferior, según la fauna fósil recuperada en el sitio de Fuentenueva-3. (Por Mauricio Antón).

Premolar humano del nivel 9, Sima del Hie­ lante, Trinchera de Atapuerca, con fauna del Pleistoceno Inferior. (Fotografía cedida por J. M. Bermúdez de Castro, codirector del EIA).

Mandíbula humana incompleta de la Sima dc] Elefante, nivel 9, recuperada en la excavación del verano de 2007. (Foto de J. M. Bermúdez de Castro).

Vista de la Sierra de Atapuerca y su entorno desde la orilla actual del río Arlanzón, en el término de Ibeas dc Juarros. (Archivo fotográfico MNCN).

Mapa geológico del entorno de la Sierra de Atapuerca.

Maxilar y frontal humanos del «antecesor» del TD 6, Estrato Aurora. (Archivo MNCN).

El maxilar de TD 6, en vista oclusai. (Archivo fotográfico MNCN).

Conjunto de fósiles humanos, craneales en el centro, del Estrato Aurora, recuperados en la primera prospección de la calicata en el ex­ tremo interior de Gran Dolina, Atapuerca. (Archivo fotográfico MNCN).

Conjunto del holotipo que se presentó para el nombre de «especie» Homo antecessor, «Paleodemo Atapuerca/Gran Dolina». (Archivo MNCN).

Clavícula humana del Estrato Aurora en Gran Dolina, con trazas de descarnación. (Atención

de Y. Fernández-Jalvo).

Reconstrucción de una escena en el yacimiento de Gran Dolina, en Atapuerca, nivel TD 6. Varios homínidos de «antecesor» se alimentan con los restos de otros miembros de su tribu. (Por Mauricio Antón).

Reconstrucción ambiental de la zona de Atapuerca durante el Pleistoceno inferior, nivel TD 6. Futre los grandes mamíferos destacan los jabalíes, los ciervos megacerinos y los bisontes primitivos de

Suelo excavado en Olorgesailic, Kenya, con acumulación de utensilios Uticos de gran formato, entre ellos bifaces dc talla fina con percutor blando, del Modo 2 evolucionado: datado en más de 600.000 años. (Foto de F.. Aguirre, MNCN).

Reconstrucción de una escena en la en trad a de una cueva en Zhoukoudien, China. Dos indivi­ duos adultos del «hombre de Pekín», o paleodemo ZKD, se calientan junto al fuego, mientras uno de ellos se dedica a la talla de utensilios Uticos. (Por Mauricio Antón).

Defensa de elefante antiguo joven, empi­ nada por el movimiento y peso de lodos aún no consolidados, al tropezar su pUn. ta con otras dos de individuos adultas di­ ferentes. (Foto de E. Aguirre, M NCN)

Vista parcial de fósiles de varios individuos del elefante Palaeoloxodon antiquus con ordenación artificial, con­ servados sin mover del yacimiento en el Museo en el sirio de Ambrona (Soria). (Foto de E. Aguirre, MNCN).

Reconstrucción de una escena en la zona de Ambrona y Torralba, mostrando a una manada de Palaeoloxodon antiquus que acuden a abrevar en una charca rodeada de vegetación de ribera, con zonas de vegetación más árida al fondo. En primer plano, un humano anteneandertalense espía a

HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

__Covacha de los Zarpazos— vienen coladas de depósitos que se interdigitan con otros del lado opuesto (sur), las Tres Simas. Tras obstruirse aquí una antigua entrada, se abrió al techo una chime­ nea progresiva (Sima Norte), constituyendo una torca, nueva fuente de depósito y trampa para animales herbívoros. La base de los depósitos exokársticos no excede aquí la edad del episo­ dio OIS 13. El techo está bien datado en tom o a los 200.000 años U-s y ESR por espeleotemas (episodio OIS 7). Las inflexio-

TeyoxK O Pleistoceno inferior • Pleistoceno m edio

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Atapuerca - Gran Dolina y Sima Elefante Atapuerca - Galena Atapuerca (Ibeas) - SH Cueva Victoria Orce Estrecho del rfo Guipar Lezetxiki ElCogosto

Mapa de yacimientos con fósiles humanos del Pleistoceno Inferior y Medio en la Península Ibérica.

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nes climáticas entre el cálido OIS 9 y el frío OIS 8 están refleja­ das con gran pormenor, y sobre todo las de un tramo superior, TG 11, con sedimentación rítmica alternante en más de diez ci­ clos pauciseculares. El registro preliminar palínológico que se hizo en los años ochenta fue discontinuo en Gran Dolina. Si bien queda por con­ trastar la identidad cronológica de cada asociación polínica con el depósito que la contiene, o verificar si hay o no una penetra­ ción contaminante, en general puede decirse que esta última vendría a lo más de la etapa no deposicíonal o erosiva subsi­ guiente y no de depósitos superiores. Aunque sin continuidad, el registro polínico de Gran Dolina revela cambios en la vegetación atribuibles a fluctuaciones del clima, pues se suceden en el mismo lugar —o cercanías, según los vientos dominantes o arrastres hídricos— un bosque templa­ do atlántico con hayedo (TD 4), unas cubiertas con claros y más xéricas (TD 5), páramo frío, seguido de vegetación mediterránea o garriga (TD 6), hayas próximas de nuevo y vegetación riojana con vid y acebuche (TD 7, final), bosque atlántico más templado o castañar (TD 8 alto) y pinar (TD 10). El decaimiento de bos­ que templado con un repunte antes del páramo en el episodio OIS 8 y la garriga recuperada en el OIS 7, se registran pormenorizadamente en la mitad superior de Galería16. A unos 100 metros del de Gran Dolina queda el corte llama­ do Sima del Elefante, donde se han distinguido 21 unidades, con una discordancia erosiva muy profunda entre la serie inferior, que acaba en el nivel E 14, y la intermedia, que comienza con E 15. Comprendería un registro de un millón de años o poco más, con sedimentación alterada, cambio de entrada y hiatos importantes. Pertenece al subsistema kárstico de Cueva Mayor. La Sima del Elefante es un gran hoyo entre fallas de la roca cretácica. Según un estudio reciente de la geóloga y espeleóloga Ana I. Ortega y otros compañeros, las cavidades del karst de la sierra de Atapuerca empiezan a rellenarse en el Pleistoceno Infe­ rior y no terminan hasta el final del Pleistoceno Medio. Un pri-

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nier relleno de la Sima del Elefante (TE) se conoce por catorce niveles de depósitos estratificados, hasta unos diez metros, con abundantes fósiles, que resistieron a una fuerte erosión La sima reavivada volvió a rellenarse hasta quedar colmatada en el interglacial del Episodio OIS 5, hace un centenar de miles de años, con copiosos restos de fauna y de presencia humana. Estos rellenos empezaron no al nivel del actual suelo de la trin­ chera que corta el estrato TE 9, sino aún más abajo, por lo que últimamente se ha excavado una zanja en dicho suelo, a modo de cata, de hasta treinta metros cuadrados de superficie y unos seis metros de profundidad. Se tomaron muestras para análisis paleomagnético, que dieron polaridad inversa en todo este tramo, del Pleistoceno Inferior. Los sedimentos contenían además restos fó­ siles de fauna, y unos pocos utensilios de piedra tallada que se han estudiado estos últimos años. Varios fragmentos óseos tienen marcas de corte con filos líticos. En el fértil nivel TE 9 se han encontrado fósiles de caballo, rinoceronte, jabalí, ciervos gigantes (megalocerinos), un gamo primitivo, bisonte, un lince primitivo y otros félidos, lobo y zorro primitivos, mustélidos, insectívoros, lagomorfos, diversos roedo­ res, macacos, diversas aves, peces... Varios de los mamíferos re­ presentados indican una edad de más de un millón de años a. p. El bisonte de la parte superior de TE 9 indica una edad en torno a hace 1,2 millones de años; el gran mustélido Pannonictis no se conoce en Europa después de 1,3 millones de años a. p.; roedo­ res del género Allopkaiomys indican gran proximidad al dato de 1,20-1,25 millones de años, según los tiempos conocidos en nu­ merosos sitios de Europa y en particular de España 18. Los nive­ les inferiores de la cata reciente son, obviamente, antiguos. Sien­ do el nivel TE 19 de antigüedad no mayor de 250.000 años, los rellenos de TE abarcan más del millón de años: es el registro más largo de estos rellenos kársticos de Atapuerca. Solo que entre el Pleistoceno Inferior de TE 14 y los cerca de 300.000 años de TE 18 predominan la erosión y depósitos por ahora estériles, con un gran vacío de registros.

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El fecundo nivel TE 9 se superó a sí mismo en la última cam­ paña de excavaciones (verano de 2007) con el hallazgo de fósiles humanos. Se conocían fósiles humanos en tres sitios de la Sierra de Atapuerca, que veremos más adelante: este es el cuarto, con edad próxima al fragmento craneal infantil de Orce. Era un se­ gundo premolar superior (P4), con desgaste moderado, atribui­ do a un individuo adulto, de entre 20 y 25 años. Después se en­ contró y se limpió la parte anterior de una mandíbula humana con varios dientes, incluso los que ocluyen con aquel premolar. Están en curso los estudios biométricos, comparativos y de posi­ bles parentescos. Por ahora no puede asegurarse que la cavidad fuera ocupada propiamente en aquel tiempo, pero sí al menos vi­ sitada en su portal. Estos depósitos antiguos y profundos han sido conservados sin alteración, pero no puede afirmarse que sean primarios, ya que pueden proceder incluso del exterior de la cueva. Del conjunto faunístico referido se deduce un ambiente de bosque abierto o con pradera en proximidad, además de fuentes y un remanso o laguna muy cercano, con un clima cálido, de hu­ medad estacional, que puede correlacionarse con el Wa alíense A de Europa. En la parte superior de ese nivel TE 9 se advierte un enfriamiento y humedad creciente, hasta pasar a frío y húmedo. Vuelve a subir el calor y a descender la pluviosidad en el nivel si­ guiente, TE 10, y por encima el ambiente se torna cálido y seco hasta TE 13. La cata excavada en el suelo de la trinchera, al pie de la Sima del Elefante ha mostrado que los rellenos estratificados de esta cavidad se prolongan aún seis metros por debajo, lo que hace es­ perar nuevos hallazgos interesantes y de antigüedad mayor que estos del nivel TE 9. Repasando datos, y para referir estos antiquísimos fósiles es­ pañoles de Orce, Atapuerca-TE y Cueva Victoria al marco del registro global de paleontología humana y paleoecología del Pleistoceno Inferior, notemos que los tres se sitúan en el tramo medio de este periodo geológico y en edades próximas entre sí,

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con más de 1,1 y menos de 1,4 millones de años, según la corre­ lación faunística posible. El más antiguo sería el de Venta Micena (Orce), muy cerca de la edad del humano de Tell Ubeidiya. Probablemente es más joven el de la Sima del Elefante (Ibeas de Juarros-Atapuerca), menos de 1,3 millones de años, la edad del yacimiento con in­ dustria de Barranco León (Orce). Posterior es el sitio italiano de Pirro Nord, próximo a 1,2 millones de años, y el nivel arqueoló­ gico de Fuentenueva-3 (Orce). Poco menos tiene el humano de Cueva Victoria, cuya fauna acompañante está cerca de estas últi­ mas y es más antigua que la de Untermassfeld (Alemania) y Le Vallonnet (Francia), con apenas más de 1 millón de años. No cabe duda de que los cambios climáticos de este tiempo influye­ ron en el fértil ambiente de esta región, y también en la conserva­ ción de estos fósiles, a diferencia del África de entonces.

R e g ist r o s

in d ir e c t o s d e p o b l a d o r e s e n e l

I n f e r io r

ib é r ic o .

De

P l e is t o c e n o

d ó nde y por d ó nd e llega ro n

No faltan sitios en España que, sin contener restos fósiles de pobladores en estratos de tiempo muy antiguo, sí atesoran pro­ ductos inconfundibles de actividades de grupos humanos como son los utensilios y productos de talla de materiales pétreos. Los más antiguos eran sencillos: cantos tallados o afilados con p o ­ cos golpes, lascas con retoque escaso o nulo, o bases desecha­ das con señal de una o pocas extracciones. Pero hay que tener cuidado, porque en edades muy posteriores y avanzadas se vuel­ ven a encontrar utensilios así de sencillos en conjuntos con ins­ trumentos más elaborados y complejos. Es, por tanto, necesario asegurar la antigüedad de los uten­ silios más primitivos, bien con datos radiométricos de los niveles en que se encuentran, o al menos con otros criterios que limiten la situación del nivel de los hallazgos en una secuencia estratigráfica. Desde luego no es posible poner fecha a utensilios líricos

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hallados en superficie, pero está claro que éstos invitan a buscar en los alrededores. En los años ochenta del pasado siglo hizo me­ lla en muchos profesionales la teoría lanzada por algunos —con lenguaje autoritario pero sin juicio serio sobre hallazgos y estu­ dios conocidos— que negaba la autenticidad de industria paleo­ lítica en Europa con más de 500.000 años. En Portugal se conocían industrias más antiguas. En España no lo eran las del Aculadero (al sur de Cádiz, en la costa), que se habían publicado inicialmente como tales, pero sí era sólida la si­ tuación en niveles del Pleistoceno Inferior, hace más de 780,000 años, de varios yacimientos. En un corte de la antigua carretera N-IV Madrid-Cádiz, a la salida de Ecija y en el kilómetro 457, en que afloraba una terraza alta, del Genil, este autor recogió un canto alargado con talla latero-distal y un pequeño núcleo con talla circular repetida, ligeramente centrípeta, parecidos en for­ ma y en técnica a las piezas conocidas en Ubeidiya. Esto no sig­ nifica que fueran contemporáneos, pero la edad de esa terraza, hoy invadida por construcciones de un polígono industrial, es muy probablemente del Pleistoceno Inferior, si es la última terra­ za alta, y no ya media19. Otras citas confirman hallazgos en niveles de terrazas altas de la cuenca baja del Guadalquivir. Aguas más arriba, en las pro­ ximidades del fragmento craneal de Orce, el equipo de Gibert encontró industria lítica del llamado modo 1, Olduvayense, en los sitios de Barranco León y Fuentenueva-3. Son yacimientos con restos abundantes de fauna de mamíferos, grandes y peque­ ños, en el noreste de la fecunda cuenca de Baza. Estudios paleomagnéticos y biostratigráficos permiten datar estos registros de permanencia humana en tiempo ligeramente posterior al testigo de Orce, pero anterior al evento magnético Jaramillo, esto es, hace no mucho más de 1,3 millones de años, pero sí más de 1,1. Los relieves cambiantes de las Cordilleras Béticas y los influjos que les llegan de clima adántico y mediterráneo daban lugar a un hermoso y fértil paisaje vegetal y faunístico, bien aprovechado por descendientes antiguos de los primeros eurasiáticos20.

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HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

En el interior, se citan yacimientos en Monfarracinos, Galisteo, Talavera, datados entre 1,4 y 1,5 millones de años, y otro en el Espinar, con más de 1,2 millones de años21. Más próximos al final del Pleistoceno Inferior son los datos de otros sitios con fauna y utensilios líricos: los niveles TD 4 y TD 5 de AtapuercaGran Dolina, con menos de 1 millón de años22, y Huesear, de nuevo en una cuenca intrabética, con cerca de 900.000 años23. En cuanto al conocimiento que actualmente podemos tener de los contextos ambientales en que vivieron los humanos de Iberia en el Pleistoceno Inferior, alguna idea nos puede dar la di­ versidad faunística de los registros fósiles que les acompañan, co­ tejada con la de otros yacimientos eurasiáticos del Pleistoceno Inferior, aun sin fósiles humanos. Del sitio de Venta Micena se conocen una treintena de mamíferos fósiles, la mayoría macromamíferos, y de Cueva Victoria, hasta 36. Les supera el yacimiento de Untermassfeld (Alemania), de más de un millón de años, con 39 especies; el de Ubeidiya (Pró­ ximo Oriente) de hace en torno a 1,3 millones de años, con 47 especies, de las que 16 son micromamíferos, y el de Gongwangling (China), con menos de 900.000 años y 41 especies. Un número similar o inferior tienen Le Vallonnet (Francia), de hace 1 millón de años, con unas 35 especies de mamíferos conocidas; Chikoi (Mongolia), con 29, y Zasuhino 3, de hace unos 1,2 millones de años, con 28 especies. En Dongcun (Chi­ na) se han referido 23 especies de macromamíferos, y en Atapuerca TD 6 son 43 las especies listadas, de las que 26 son de micromamíferos, además de otras 26 de aves. No faltan en la Península Ibérica, sobre este tiempo, yacimientos con fósiles de elefantes. Podemos, en resumen, afirmar que entre pruebas aisladas o precarias, y otras más copiosas y diversas, densas y repetidas en varios lugares y épocas, tenemos un cuadro sólido —aunque aún incompleto— de la ocupación humana extendida y dura­ dera en la Península Ibérica desde tiempos remotos, próximos a las primeras salidas de Africa y expansiones humanas en Eurasia

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y a lo largo del Pleistoceno Inferior. Desde luego, estos regis­ tros arqueológicos y paleantropológicos ofrecen esencialmente una invitación de urgencia para buscar más y mejores yacimien­ tos, en Iberia y en otros países, que podrían mostrarse tan diá­ fanos y fecundos como el del Estrato Aurora en AtapuercaGran Dolina.

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H u m a n o s d e l E st r a t o A u r o r a e n A t a p u e r c a -G r a n D o l in a

D etalla do s del

r e g is t r o s d e f i n a l e s

P l e is t o c e n o I n f e r io r

C uando Trinidad Torres visitó Atapuerca en 1976, llamó «Gran Dolina» a una ancha cavidad de paredes casi verticales, cerca de 20 metros de diámetro conocido, cortada en la trinchera del fa­ moso ferrocarril desmantelado, y rellena por depósitos, bien es­ tratificados, hasta el techo, en más de 18 metros. Estos depósitos tardarán muchas décadas en excavarse. En veintisiete años, desde que comenzaron las excavaciones sistemáticas desde lo alto, la excavación en extensión ha profun­ dizado apenas 5 metros. En el frente del corte asomaban huesos fósiles, grandes y pequeños, y utensilios de piedra, que se des­ prendían por acción de las lluvias y heladas. Había que excavar empezando por arriba, la superficie, lo más moderno, y de ahí hacia abajo: lo más antiguo se dejará para el final, si bien se em­ pieza prospectando con catas los yacimientos previstos y convi­ dan a catar los salientes en faldón hacia la base. En este caso la cata venía determinada por el corte para la curva del ferrocarril. Se comenzó montando un andamio, y se fueron tomando muestras cada 10 o cada 5 centímetros, para reconocer la com­

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posición del sedimento y sus cambios, para separar e identificar posibles fósiles que pudiera contener en cada nivel, y se hizo otro muestreo semejante solo para aislar granos de polen, si los hubiere. Lo verdaderamente singular que distingue a este sitio de la Gran Dolina es que al cotejar las listas de los fósiles de pequeños mamíferos identificados con las conocidas de yacimientos cua­ ternarios europeos, datadas y ordenadas en sucesión estratigráfica precisa, se encuentra que en el corte de Gran Dolina están re­ presentados hasta 5 o 6 conjuntos faunísticos de sitios diversos, que se sucedieron en Europa con datos distintos, evolución de especies dentro de un género, desaparición de unas y aparición de nuevas. Los datos de estos sitios europeos permiten ordenar estas asociaciones faunísticas en el tiempo, y considerarlas indi­ cativos biostratigráficos, esto es, unidades de roca-tiempo, defini­ das en esta disciplina por los conjuntos de fauna identificados en distintos lugares, y en el mismo orden sucesivo'. Los estudios cronométricos en Gran Dolina dieron edades entre los más de 900.000 años del nivel inferior con contenido paleofaunístico, y los cerca de 300.000 años a. p. de los últimos fósiles, los más modernos, en la parte más alta conocida. También es excepcional que en un mismo corte estratigráfico y en tan poco espacio se encuentren, secuencialmente, conjuntos de utensilios paleolíticos conocidos en otras partes como sucesi­ vos en el tiempo y progresivos en el desarrollo tecnológico ope­ rativo. Así están aquí, de abajo arriba, el Modo técnico 1, u Olduvayense evolucionado (antes llamado también Chelense), Modo 2, o Achelense con bifaces y otros utensilios de gran for­ mato, y Modo 3, o Paleolítico Medio. Toda esta serie de capas fértiles en faunas fósiles e industrias líticas sucesivas se ha podido también estudiar en aspectos paleogeográficos y de cambios climáticos y ambientales2, e incluye un nivel singular por contener un número extraordinario de fósiles humanos, en una época globalmente pobre en estos: el Estrato Aurora, al que dedicamos este capítulo.

HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERC A-GRAN DOLINA

La sima llamada Gran Dolina es, hasta ahora, la mejor cono­ cida en su larga historia por los estudios, desde que comenzó a excavarse sistemáticamente hace poco más de un cuarto de siglo. El agua que la fue excavando entraba por rendijas, disolviendo la roca caliza, y discurría por galerías subterráneas, hasta hace algo menos de 1 millón de años: es lo que los karstólogos, especialis­ tas en cuevas, llaman un «karst joven». Hace cerca de 950.000 años, la erosión en la ladera de la montaña empezó a destapar un antiguo boquete, unos 10 metros por encima del fondo con limos que había dejado el agua en el nivel de base conocido como TD 1. Comenzaron a depositarse sobre ese fondo arenas, barro, cantos y gravillas, además de blo­ ques y estalactitas caídas del techo por acción del hielo: la unidad FRIO CAUCO

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TD 2, que contenía además huesos de algunos pequeños mamí­ feros. Esta fase acabó con una oscilación del clima a cálido y seco. Al evaporarse el agua que retenían los materiales depositados, precipitaba el calcio combinado con el dióxido de carbono, for­ mando costras de cemento calizo en sus capas más altas y un duro suelo estalagmítico al final en toda la superficie de ese fon­ do cuando dejaron de estar encharcadas. Vuelto a cambiar el clima, templado y más lluvioso, se cubrió este suelo con una capa delgada de limo y arena fina —el nivel TD y— , que arrastró también huesos y dientes de pequeños ma­ míferos. Al final se añadieron algunos de animales más grandes, como gamos. Se había agrandado el boquete de entrada. Tras este y a su nivel, el suelo calizo era horizontal, de 1 a 2 metros, hasta el borde de la sima, que se precipitaba en vertical. Por él cayeron grandes mamíferos incautos, y también restos de comida y de talla, y utensilios líticos que se hallaron en el tramo siguiente del relleno. Este es el nivel TD 4, correspondiente, de nuevo, a una época más fría, hace unos 900.000 años. Se desprendieron bloques del techo al fracturarse este como consecuencia de nuevas heladas. Las fluctuaciones del clima fueron haciendo que este deriva­ ra hacia más templado y húmedo, lo que permitió la aparición del hayedo en la sierra. El relleno se hundió en parte, y cambió el clima a semiárido en la siguiente unidad estratigráfica, TD 5, cá­ lida pero con nuevas fluctuaciones y un paulatino aumento del frío. Los cambios en la textura y el color de las capas de sedi­ mentos, casi rítmicos, reflejan claramente los cambios climáticos: los tramos más finos son fosilíferos y guardan artefactos líticos.

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años

El primitivo portal de cueva con sus depósitos fue cortado por el trazado de la línea férrea, y un gran volumen de los relle­ nos fosilíferos, extraído por la compañía constructora.

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HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA GRAN DOLTNA

Recordemos que la pared de esta sima, tras el boquete de en­ trada, caía vertí calmen te. El techo de los depósitos acumulados en la unidad TD 5 se acercaba al ras del corto rellano tras la en­ trada. Al periodo cálido con que termina el relleno de TD 5 su­ cede, tras un breve intervalo, una época de fríos extremos, gla­ ciales, representada en TD 6. Posiblemente se trate del cambio entre los episodios OIS 23 y OIS 21 de la escala isotópica de los océanos. La unidad TD 6 tiene más de un metro de potencia. Más de la mitad la ocupan coladas de bloques de diversos tamaños, rotos por hielos que indican tiempos extremadamente fríos. Dado que el agua filtrada por las rendijas de la roca —diaclasas— se hiela, aumenta su volumen y los techos de las cuevas se despedazan y desploman. En intervalos templados el barro arrastra esos tro­ zos. Obviamente nadie entraría en la cavidad en tiempos glacia­ les. Pero entre una y otra colada de bloques se producen bandas de depósitos de procedencia exterior, con grano fino y mejor co­ lorido, indicadoras de tiempos mejores, y que aquí contienen fó­ siles de mamíferos y utensilios líticos. Aun en edades glaciales, los intervalos benignos hacían visitable el entorno de la sierra en verano para los animales y los humanos. Después de una última colada fría de TD 6, viene una capa más gruesa indicadora de una inflexión del clima a mejores tem­ peraturas y con lluvias que, desde luego, favorecieron la recupe­ ración vegetal y la vida animal en las laderas de la Sierra de Atapuerca y sus entornosJ. Este grato intervalo coincidió con el hecho de que las tierras que habían ido entrando en la cavidad, arrastradas por las llu­ vias, cubrieran la última colada de bloques del techo helado sobre anteriores rellenos y se acercaran al nivel del umbral de entrada. Esta rápida mejoría térmica se aprecia en el Estrato Aurora por el sedimento y por la vegetación. Aquel llega a extenderse sobre la rampa de entrada y favorece así la visita y la ocupación de la cavidad por habitantes humanos del entorno, que encon­

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traron en su interior cobijo y sitio para comer, para tallar piedra y también, no cabe duda, para descansar. Este lecho en el tramo superior de la unidad TD 6 se deno­ minó «Estrato Aurora», en homenaje a la arqueóloga Aurora Martín Nájera, autora de uno de los hallazgos, el más relevante, en los rellenos de Gran Dolina, en 1995. Eudald Carbonell había decidido cavar una cata prismática, vertical, de 3 por 2 metros aproximadamente, en el lado interior del corte de Gran Dolina, para tener una idea más limpia y pre­ cisa del contenido en registros de los sucesivos estratos desde arriba, con vistas a los siguientes planes y expectativas de futuras excavaciones en el yacimiento. Al llegar a este nivel, Aurora cre­ yó haber encontrado un diente humano y, efectivamente, lo era. El primero de una larga e insólita colección de fósiles humanos que está vertiendo una luz singular sobre la evolución de nuestra especie en un intervalo en que son escasísimos estos registros en los tres continentes del Viejo Mundo. Este episodio, feliz por diversos motivos, da origen a una investigación de amplio espectro. El hecho de que se haya datado, corrigiendo cálculos precedentes, la inversión del polo magné­ tico —que de estar en el sur en la fase Matuyama pasa a la posi­ ción actual, época Brunhes, en el norte— en 780.000 años a. p. en la parte superior de la Unidad TD 7, que se sitúa por encima de la TD 6, indica que ésta, y dentro de ella el Estrato Aurora, tiene no menos de 800.000 años. Las dataciones cronométricas intentadas hasta ahora se han llevado a cabo con métodos radioactivos de la familia del uranio y mediante ESR (resonancia paramagnética electrónica) sobre muestras separadas de esmalte, dentina y cemento en dientes de mamíferos del piso Aurora, calculando asimismo las posibles va­ riantes de incorporación precoz (EU) o lineal (LU) del uranio. Los resultados numéricos en torno a 762.000 y 770.000 años son corregidos teniendo en cuenta los márgenes de error y la posi­ ción respecto al cambio del polo magnético entre hace 780.000 y 857.000 años4.

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HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

Las últimas fluctuaciones globales del clima en el Pleistoceno Inferior al final de la edad magnética Matuyama, posteriores al episodio Jaramillo, con polaridad normal, transcurrieron entre hace 970.000 y 780.000 años. Los episodios climáticos registra­ dos por los cambios secuencíales de isótopos del oxígeno (OIS) en este intervalo van desde el brusco enfriamiento del episodio OIS 26 al calentamiento del OIS 19, con otros tres fríos y otros tres cálidos intermedios. El episodio cálido con el que puede correlacionarse el Estrato Aurora, a continuación de un descenso máximo glacial, sería el OIS 21. Otro criterio de estimación cronológica, que se debe consul­ tar es el de correlación faunística, esto es, ver qué edad se asigna a otros yacimientos conocidos con fauna fósil más parecida a esta por su composición, o por la presencia de algunas especies bien conocidas como buenas indicadoras. No tienen por qué ser idén­ ticas las edades de dos paleofaunas con estas coincidencias en distintos ámbitos geográficos, pero sí ayudan a excluir cifras muy discordantes o, al menos, a ponerlas en cuarentena. En el caso del Estrato Aurora, este estudio se ha desarrollado separando los conjuntos de mamíferos fósiles de tallas entre me­ dianas y grandes —macromamíferos—, de los de muy pequeña ta­ lla —micromamíferos—. De los primeros, se cuentan aquí hasta nueve especies de ungulados: un mamut, un rinoceronte, un caba­ llo, un bisonte, jabalí y tres o cuatro cérvidos. La lista de microma­ míferos contiene 26 especies: un conejo, una liebre, varios murcié­ lagos e insectívoros y hasta 14 de roedores que, con sus cambios evolutivos, permiten una calibración biocronológica más fina. El cambio más fuerte en estos conjuntos faunísticos de Gran Dolina se registra entre el tercio inferior y el tercio superior de la unidad TD 8, con otro tramo muy frío entre medias y ocluida la primitiva entrada a la cavidad. Cotejadas las listas faunísticas de ungulados y de micromamíferos con las de un buen número de sitios europeos anteriores e inmediatamente posteriores a la in­ versión magnética Matuyama-Brunhes, las listas del Estrato Au­ rora coinciden con las primeras y muestran más diferencias con

HOMO HISPÁNICO

las segundas, por lo que vienen a confirmar una edad de más de 800.000 años para este nivel. No mucho más, pues los mismos estudios indican para los niveles inferiores de Gran Dolina, TD 3 y TD 4, unas edades que no llegan a los 970.000 años. La escasez relativa de estrictos herbívoros, consumidores de gramíneas, en comparación con la mayor diversidad de cérvidos —venados, gamos, grandes ciervos— , adaptados a vegetación montana, con arbolado, aunque abierto, da buena idea del entor­ no de este conjunto paleofaunístico. Del cotejo de este con 93 conjuntos faunísticos actuales, agrupados según once tipos de paisaje climático en diversos continentes, J. Rodríguez ha encon­ trado un medio forestal para los tramos benignos de la unidad TD 6, más frío y seco en tramos inferiores, y más templado y hú­ medo en el Estrato Aurora \ Se conocen en TD 6 fósiles de aves de 26 especies, unas que perviven en la actualidad y otras extinguidas parecidas a las ac­ tuales. Teniendo en cuenta los hábitats preferidos por estas, que son muy definidos —no más de tres— , el más favorecido es el de espacios abiertos, seguido de cerca por el de monte leñoso y ar­ bustivo; las que comparten este hábitat con bosque denso son más escasas. Según el estudio de A. Sánchez Marco6, cuatro especies son acuáticas, de ríos o lagos, y una comparte este hábitat con otros abiertos. Otras cuatro comparten, en cambio, un hábitat ro­ coso. Así nos pintan el paisaje de Atapuerca hace 800.000 años, parecido al actual, con monte de robles y quejigos entre la meseta llana y herbácea, y cerca las laderas boscosas de las sierras de la Demanda y Aralar, con afloramientos de roquedo y, eso sí, más fuentes y charcas al pie de la sierra y arroyos con más caudal. La Sierra de Atapuerca se ubicaba, como ahora, en un paso, a través de la Cordillera Ibérica — aquí hundida— , entre las grandes cuencas del Duero y del Ebro, y representaba el punto de encuentro entre varios ecosistemas: el bosque atlántico europeo, que llaman «templado», con sus brezales; el encinar y el robledo de montaña; un paisaje entre mediterráneo e interior, semiárido o estacional; la garriga o bosque mediterráneo —que hoy queda

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HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

más lejos— , así como los bosques interiores y castañares con in­ flujo atlántico subtropical, y los páramos ibéricos, que hoy se extienden a una altitud solo 100 metros superior. Todos estos ambientes se han sucedido y alternado en el en­ torno de la Sierra de Atapuerca, como documentan los análisis de las muestras de polen estudiadas por M. García Antón7. O b­ viamente, más favorecidos en los episodios interglaciales y más castigados en los de glaciación. El intervalo representado en el Estrato Aurora fue de los más benignos en temperatura, y carac­ terizado por lo que podríamos denominar «ambiente riojano», como indican los pólenes de acebuche, Pistacia, Celtis y Ceratonia. Algo más tarde, en el tramo TD 7, se parecerá aún más al del entorno riojano próximo al Ebro, con más olivo y vid. Ciertamente, no carecían de recursos aquellos grupos huma­ nos muy primitivos que supieron aprovechar aquella zona de paso y a caballo entre las «dos Españas» de vertientes atlántica y mediterránea, caracterizada por la diversidad de espacios ecoló­ gicos en poco terreno.

LOS FÓSILES HUMANOS DEL ESTRATO AURORA

El intervalo comprendido entre hace 1,3 millones de años y hace 700.000 ofrece una presencia escasa de fósiles humanos, con la excepción de los pitecántropos en la isla de Java, donde se cuentan hasta 70, en diversos sitios, correspondientes a un largo período entre hace 1,2 millones de años y más de 750.000. Es por ello absolutamente excepcional el Estrato Aurora de la uni­ dad TD 6 de Gran Dolina, donde en pocos decímetros de sedi­ mento, que representan un corto lapso de tiempo, y en pocos metros cuadrados —correspondientes al margen del estrato acce­ sible en el corte casi vertical de la trinchera— , y por la cata de prospección, se han recogido más de 100 fósiles, eso sí, muy fragmentarios, que representan a media docena de individuos, de hace más de 800.000 años.

HOMO HISPÁNICO

Entre los primeros fósiles que se recogieron se contaban un fragmento de cráneo con el frontal y la parte facial superior (ATD6-15), 6 fragmentos de hueso temporal, 2 de occipital, uno de esfenoide y media docena de trozos de faciales, uno de los cuales comprende gran parte de la cara, ATD6-69, que se asigna a un individuo de entre diez y menos de doce años8. Había un cuerpo de media mandíbula con sus tres muelas, ATD6-5, de un individuo joven, y 14 dientes aislados, además de otros tantos en fragmentos de maxilar. A estos se añadían vértebras, costillas incompletas o fragmentarias, clavículas, escasos huesos largos de piernas y brazos, 12 huesos de manos y 10 de pies. La morfología de la cara patente en el fósil ATD6-69 se con­ sideró «totalmente moderna», lo que representaba la más anti­ gua presencia conocida de una faz moderna en el registro fósil. Nada había que pudiera vincular esos rasgos faciales con los que caracterizan al Neandertal. El índice braquial y las proporciones en los dos radios, ATD6-22 y ATD6-43, casi completo, son más próximos a los del primitivo Homo ergaster africano —demo de Nariokotome— y a los humanos modernos; muy diferentes de los neandertales del Pleistoceno Superior y de los preneanderta­ les del Pleistoceno Medio de Europa que les preceden9. En la mandíbula ATD6-5 faltan también los rasgos característicos de los preneandertales europeos (Homo beiáelbergensis o demo Atapuerca-SH), se han perdido rasgos considerados primitivos y quedan pocos próximos al primitivo Homo ergaster (o demo Nariokotome) y pitecántropos de Sangirán, después de compa­ rarla con más de otras 70 mandíbulas fósiles. Los análisis estadísticos multivariantes sobre la mandíbula humana del Estrato Aurora ATD6-5 muestran repetidamente una mayor proximidad con las mandíbulas de Ternifine, Argelia, y de Zhoukoudian, China, del Pleistoceno Medio, seguidas por las de Nariokotome, ER-992, y Dmanisi, del Pleistoceno Inferior, lejos de Mauer y neandertales y más aún de la tribu de Atapuerca-Sima de los Huesos (ver más adelante)10.

HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

Reconstrucción paso a paso de la cabeza de un individuo juvenil del «antece­ sor» de Atapuerca-Gran Dolina, basada en los fósiles encontrados en el nivel TD 6, en vista lateral (columna izquierda) y frontal (columna derecha). Arriba: reconstrucción del cráneo y mandíbula; centro: musculatura masticatoria y facial; abajo: reconstrucción con piel. (Mauricio Antón).

En los rasgos morfológicos de los dientes se encuentran casi tantas semejanzas o proximidades con fósiles del demo Naríokotome como con asiáticos e incluso con australopitecos de Afar, pero menos con los europeos del Pleistoceno Medio: los parecidos con estos últimos son en su mayoría rasgos plesiomórficos, esto es, primitivos, conservados en ambos demos. Muy singulares son

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HOMO HISPÁNICO

las raíces de los premolares P3 y P4, complejas, que si tienen al­ gún perecido es con pitecántropos de Java e incluso con australopitecos. Es, pues, rasgo primitivo, como también las coronas de estas piezas, conservado en la rama asiática descendiente de una primera salida de humanos fuera de Africa11. En la región naso-zigo-malar (nariz-pómulo-maxilar supe­ rior) conservada en el fósil ATD6-69, se observa claramente que (1) la orientación del hueso malar y zigomático o yugal es más próxima en TD 6 a la de cráneos de Zhoukoudián y Dalí, China, e incluso a modernos de Cromañón, mientras que en neanderta­ les se parece más a Dmanisi, al ergaster ER-3733, y más aún al cráneo de Bodo, Etiopía; (2) el contorno del pómulo (hueso yu­ gal) es plano en Neandertal, Bodo, ER-3733 y Dmanisi, cóncavo en ATD6, Zhoukoudián, Dali, Cromañón y algo en australopitecos; (3) la concavidad por debajo del pómulo y sobre los alvéolos de los molares es pronunciada en ATD6, como en los fósiles chi­ nos mencionados y en los modernos europeos, y ausente en los neandertales, como en Bodo y en ER-3733; (4) algo parecido ocurre con la concavidad entre el hueso nasal y el pómulo en su saliente anterior por encima de la raíz del colmillo («fosa posca­ nina»); (5) el borde inferior-lateral de la órbita en el fósil de Au­ rora ATD6-69 es también como el observado en Dali y en Zhoukoudian, distinto del de Neandertal, Bodo y Atapuerca-Sima de los Huesos12.

P o sib l e s

p a r en tesc o s d e l o s h u m a n o s d e

A urora

Los parentescos de la gente fósil de Aurora, mientras no sea posible leer sus genomas, pueden investigarse por semejanzas y di­ ferencias morfológicas, y por distancias biomatemáticas como las mencionadas, con otros demos humanos contemporáneos, más an­ tiguos y más modernos, próximos y lejanos. Como queda mucho por excavar, las hipótesis que a partir de ahora vayan proponiéndo­ se serán necesariamente provisionales y abiertas a la discusión.

HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-CRAN DOLINA

Cabe recordar que con el caso del cráneo de Ceprano (Ita­ lia), existe cierta proximidad espacial y temporal. La compara­ ción es por ahora deficiente y problemática, debido a la escasez de rasgos compartidos. Si bien se dan notables diferencias, no pueden considerarse concluyentes, a falta de un mayor número de rasgos comparables y más hallazgos en Ceprano que permitan una mejor estimación de las variabilidades de la población ü. Un demo numeroso, aunque repartido en el tiempo y geográ­ ficamente lejano, es el de los «pitecántropos» de Sangirán, en el extremo opuesto de Eurasia, con una distancia de unos 115 grados entre meridianos. Rasgos compartidos por humanos de este yaci­ miento y la muestra conocida del nivel Aurora se hallan en los pre­ molares, con particularidades en las coronas y en las raíces. Se trata de una forma primitiva, o plesiomorfía común con austraJopitecos, y que desaparece en humanos posteriores, desde los llamados Homo ergaster14. Sin embargo, no basta con esta semejanza, por sí sola, para concluir parentesco próximo entre las poblaciones represen­ tadas en una y otra muestra, pues en linajes ya muy separados pue­ de encontrarse un mismo rasgo ancestral heredado independiente­ mente, o derivado, por homoplasia o convergencia adaptativa. En Sangirán se diferencian demos por la robustez del hueso mandibular, pero en todos la serie molar es siempre creciente: la segunda muela es mayor que la primera, y la última, mayor que la segunda (MI < M2 < M3), rasgo también plesiomórfico, co­ mún en australopitecos, y que se conserva asimismo en la mandí­ bula ATD6-5. En ambos rasgos, se distinguen de estos de Java los fósiles humanos de Zhoukoudian, Chenjawo y otros de China que im­ propiamente se venían incluyendo en la denominación de Homo erectus. Los cráneos de «sinántropos» tienen mayor capacidad, altura y anchura, las mandíbulas son más gráciles, las series mo­ lares decrecientes, y se dan casos de falta total del último molar inferior. Es totalmente impropio llamar sin más Homo erectus a estos fósiles de China, mientras que se multiplican los nombres es­ pecíficos de fósiles sucesivos en el Pleistoceno de Europa.

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Por otra parte, los fósiles de Aurora son afines a los de China y netamente distintos de los verdaderos pitecántropos (Homo erectus) de Java en un buen número de rasgos apomórficos, aunque conservan algunos primitivos de éstos. La comparación reciente de mandíbulas por J. M. Bermúdez de Castro y otros colabora­ dores ha venido a corroborar el parentesco del llamado Homo antecessor de Gran Dolina-Aurora con pobladores del Pleistoce­ no antiguo de China, que ya habíamos defendido tras contrastar cráneos facialesI5. Los humanos de Aurora tienen pocos contemporáneos en que se puedan ver relaciones próximas. Aunque faltan muchos metros por excavar de su nivel, se conoce bastante de ellos, hasta el punto de que F. Clark Howell llega a definir con la muestra actual uno de sus 24 paleodemos: «Atapuerca-Gran Dolina» 16. Los humanos de Aurora se clasifican bien en una raza des­ cendiente de los primeros que dejaron África al comienzo de las crisis de hace aproximadamente 1,9 millones de años, que tuvo 1 millón de años para extenderse por Asia. Conservan rasgos que evidencian parentesco con sus contemporáneos pitecántropos de Java, pero presentan otros que los acercan más a la raza de Zhoukoudian, el «hombre de Pekín» o Sinanthropus pekinensis, con tendencias netamente modernas. Esta raza debió de exten­ derse por Eurasia ya tempranamente en el Pleistoceno Inferior, para prosperar después, sobre todo en el Lejano Oriente, en China, durante el Pleistoceno Medio. Los indicios fósiles actuales a favor de este escenario son es­ casos: los de la raza del Estrato Aurora de Atapuerca son casi los únicos. Faltan fósiles humanos en el este de Europa y el oeste de Asia que permitan o no aceptarlos de manera cierta. Cabe espe­ rar que se encuentren otros fósiles en nuevos sitios de Eurasia, en los años que quedan hasta que el Estrato Aurora pueda ser excavado en extensión. Entonces el número de fósiles del demo de Atapuerca-TD 6 se elevará a varios cientos y será más estudia­ do y mejor conocido, con sus circunstancias y evitando los mitos. Pero es muy deseable que se encuentren otros yacimientos de es­

HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA GRAN DOLINA

tas épocas, en otras regiones, con «más y mejores fósiles» de aquella humanidad exploradora. En todo caso, aun cuando las evidencias paleontológicas son tanto y más escasas, no se excluye, sino al contrario, que una o va­ rias razas se extendieran también por Europa en aquel intervalo. Se sigue repitiendo en libros y revistas como hecho probado, diríamos que dogmáticamente, que el linaje humano que conoce­ mos por los fósiles del Estrato Aurora corresponden al último antecesor común de neandertales y modernos. En realidad, ni es el último ni tiene nada de antepasado común de estas dos ramas. En la población de Aurora no se ve rasgo alguno distintivo de los neandertales, y veremos que el origen de estos se encuentra en un demo bien conocido de Africa desde finales del Pleistoceno Inferior, al menos. Si por «último antecesor común» se entiende la última po­ blación que presenta un rasgo plesiomorfo sin los autapomorfos que distinguirán más tarde a dos especies incompatibles, el últi­ mo antecesor común de neandertales y modernos habrá de bus­ carse entre los ergásteres africanos de hace 1,3 millones de años, o aún más atrás, pues en el cráneo OH9 de Olduvai, en el ER3883 del este de Turkana y en el SK847 de Swartkrans, Martínez y Arsuaga (1997: pág. 312, tabla 9) encuentran apomorfías de modernos no compartidas por neandertales17. Otra cosa es que se considere «último antecesor común» (UAC) al último conjunto de poblaciones en las que pudieran encon­ trarse parejas interfecundas de portadores de los dos alelos transmisores de las apomorfías. Obviamente, aquí no hay el me­ nor indicio de ello, o bien optamos una vez más por otorgar el tí­ tulo de UAC a un fósil a partir de cuya edad distingo otras dos especies, y sus morfotipos, no solo como distintas entre sí, sino también distintas del UAC y derivados de este. Parece obvio que, en este último caso, queda más espacio para la arbitrarie­ dad, en la selección de apomorfías que convengan, que para la objetividad y, desde luego, no hay prueba observada que pueda hacer pensar que algún rasgo apomórfico de los neandertales pu­

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diera derivar de la raza del Estrato Aurora. Esta no fue, ni pudo ser, ni hay razón para sospechar que lo fuera, antecesor común de neandertales y modernos. En todo caso, en la población de Aurora no se ve rasgo autapomórfico o distintivo de los neandertales y, como veremos más adelante, el origen de estos y su mayor parecido se encuentra claramente en un demo bien conocido de Africa oriental, espe­ cialmente a comienzos del Pleistoceno Medio.

R e g is t r o s

d e a c t i v id a d e s y u s o d e l l u g a r

Los humanos de Aurora nos son conocidos en otros aspectos de su evolución y de su vida por los contextos que acompañan a sus fósiles: estos son producto de su actividad, muestra de su modo de vida, uso del lugar y aprovechamiento de recursos. En los primeros siete metros cuadrados, aproximadamente, de la cata en Gran Dolina se encontraron próximos a ellos, y a los restos de fauna, 268 trozos de piedras ajenos al material del depó­ sito sedimentario y a derrumbes del interior o el techo de la cue­ va. Se estudiaron su composición y procedencia, sus grados de alteración o estadios desde bloques hasta pequeños fragmentos y formas elaboradas, las cadenas operativas por las que se llega a estas últimas mediante ensayo experimental sobre piedras actua­ les de igual procedencia, y los usos de los productos de talla, de manera experimental y mediante observación microscópica. Des­ pués, el cotejo de estos datos y deducciones con los de la fauna y otros indicios proporcionan más información sobre los usos del territorio y sus recursos, actividades concretas de los humanos en el lugar, y aspectos de su modo de vida. Los objetos de piedra extraños al sedimento en el Estrato Aurora proceden de cuarcitas que se hallan en terrazas fluviales del entorno inmediato; areniscas, cuarzo, caliza del Cretácico que aflora en la sierra y en la que se desarrolla el karst; sílex de la misma edad cretácica y sílex diagenético, más moderno, en

HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA GRAN DOLINA

nodulos que se forman en las mesas calizas que cerraron la sedi­ mentación de la Meseta en el Neógeno tardío. Donde la caliza «de los páramos» se disuelve y erosiona quedan en superficie es­ tos nodulos sueltos y accesibles, aún hoy. Ello explica que este sí­ lex neógeno, de peor calidad que el de edad cretácica, sea la ma­ teria prima más abundante (más del 45%). Estos objetos líticos se encuentran allí en todos los estados: desde bloques intactos, o con simples golpes o un plano de rotu­ ra, a bloques con señal de varias extracciones —núcleos o «bases negativas de primera generación», B N lG en la nomenclatura del SLA— , lascas o piezas extraídas con señal de percusión y plano concoide positivo de fractura («bases positivas», BP), retocadas a su vez para configurar filos o dientes («bases negativas de se­ gunda generación», BN2G) o intactas, lascas menores o indeter­ minadas. Más de la mitad son bases positivas. La mejor prueba de talla de la piedra por agente humano en un lugar delimitado se da cuando el arqueólogo puede reunir dos «bases» líticas, una negativa y otra positiva, con ajuste per­ fecto del concoide cóncavo en una y convexo en la otra, identi­ dad de la materia prima y continuidad en los contornos. Es lo que los arqueólogos llaman «remontaje», logrado muchas veces con un número elevado de piezas ajustadas. En el Estrato Aurora se han conseguido varios remontajes y se han podido reconstruir varias cadenas operativas distintas en el recorte y la fabricación de diversos utensilios: desde la primera obtención de un número de BP a partir de la B N lG con repeti­ do golpeo ortogonal (de arriba a abajo) unidireccional, circular o alterno, o bien centrípeto y casi horizontal (de fuera a dentro) desde plataformas seleccionadas de golpeo, hasta la configura­ ción final del utensilio deseado con bordes activos, formas y ta­ maños manejables, mediante nuevas extracciones menores y retoques. Varían las técnicas según las materias primas, y unas y otras según el propósito inferido, así como los volúmenes y los bordes activos, ya sean filos rectos o curvos, picos o filas de dientes en

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triedros. La aplicación hipotética de estos bordes a usos previs­ tos y deseados se verifica con contraste experimental, según se­ ñales microscópicas de erosiones o adherencias. Aquí se han comprobado el cortar carne, preparar huesos para romperlos, limpiarlos de tejidos blandos, así como descortezar y raer made­ ra, y se ha sugerido como posible un tratamiento de la piel18. En lo escasamente conocido del Estrato Aurora destaca, pues, la alta densidad de restos faunísticos y líticos, además de huma­ nos, por metro cuadrado, así como la diversidad de materias pri­ mas explotadas. Se encuentran representadas todas las fases de reducción y transformación de materiales líticos, desde bloques simples sin tratamiento, de donde se deduce el propósito de ex­ plotación diferida, hasta configuraciones terminales y útiles. La actividad productiva, de taller en el sitio, inferida se confirma con remontajes de piezas con escasa dispersión. Predominan las bases positivas, de las que son minoría las retocadas. La diversidad técnica operativa es alta, dentro de la limita­ ción global de temas y modos de explotación, que son los mis­ mos que se reconocen en conjuntos del Modo 1 u Olduvayense evolucionado, en el Magreb y este de África, en el Próximo Oriente, el interior de Asia, en Siberia y en Europa. El uso de piezas con bordes activos sobre huesos con carne está compro­ bado por las dos partes, también sobre madera. El interior de la cavidad fue ocupado y usado con diversas actividades, algunas con éxito de principio a fin. La ocupación ni fue corta en el tiem­ po ni muy simple en actividades y organización ’9. Este autor pudo comprobar en el primer reconocimiento un parecido extraordinario del aspecto y las señales del modo de explotación en dos bases negativas expuestas en el corte de TD 6 por agentes meteóricos, y en otra que veinte años antes había re­ cogido en las canteras de Sidí-Abderrahmán (Marruecos) y do­ nado al Instituto de Paleontología de Sabadell. Esta era de cuar­ cita; las de TD 6, de sílex neógeno. La afirmación de que existe una vinculación entre la presen­ cia de actividad humana y los elementos de fauna representados

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HUMANOS DE1. ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

por restos fósiles del contexto no es gratuita. Las relaciones entre estos y aquella se investigan a partir de pruebas directas, como son los cortes en los huesos debidos a filos líticos y marcas de percusión, que se distinguen bien de los producidos por dientes de carnívoros o sus crías, raíces, invertebrados, o por partícu­ las del sedimento en arrastre, como ya dijimos. También por pruebas indirectas, como son los tamaños y edades de los anima­ les representados, las partes del esqueleto preferidas o desecha­ das, los tipos y zonas escogidas de fractura. Estas, los hoyos, los cortes y las trazas de digestión se examinan con microscopía de máxima precisión en los fósiles y se cotejan con los operados ex­ perimentalmente, con factores sedimentarios y diagenéticos en laboratorio, y con los observados en restos dejados por carnívo­ ros, roedores y aves predadoras, o marcas de pisoteo, según el método de la Tafonomía, como se ha indicado en la Parte I. En este nivel, como en otros de Gran Dolina y en los demás sitios fosilíferos de la Sierra de Atapuerca, se han llegado a reco­ nocer también, aunque indirectamente, las acciones de diversos predadores específicos no representados por fósiles. Como ejemplo, en el Estrato Aurora se conocen fósiles de media doce­ na de carnívoros: una nueva especie de oso, la hiena manchada (Crocuta crocuta), un lobo primitivo (Canis mosbachensis), un primitivo zorro (Vulpes praeglaáalis), una alimaña (Mustela pa¡erminea) y un lince. Faltan aquí grandes predadores, represen­ tados en niveles próximos, inferiores y superiores, como son el león europeo antiguo (Panthera gombaszoegensís) y un gran féti­ do dientes de sable (Homotherium latidens), además del cárabo (Strix aluco), ave rapaz nocturna no identificada por sus restos fósiles, sino por los de sus presas preferidas y el grado y modo de su digestión. Presas y digestiones fueron estudiados y distin­ guidos en un gran número de egagrópílas de rapaces diurnas y nocturnas, y de desechos de alimañas, por Peter Andrews y Yo­ landa Fernández-Jalvo20. Esta última pudo reconocer con di­ chas pruebas tafonómicas la presencia de rapaces cambiantes con el clima, la vegetación y la microfauna, en distintos niveles

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de Gran Dolina y otros rellenos kársticos de la Trinchera de Atapuerca. Además de todas estas y otras posibles causas de daños en los restos óseos que se conservan fósiles, producidos antes o al tiempo de su deposición y de su incorporación al sedimento, se examinan otros posteriores a las actividades y usos an trópicos in­ feridos. Se han comprobado mordisqueo por zorros y por roedo­ res, algunas señales de pisoteo, y otras consiguientes al enterra­ miento en la matriz sedimentaria fosilizante y sus cambios de humedad y desecación21. En resumen: los restos de macromamíferos herbívoros en el Estrato Aurora no representan un cubil de hienas, no fueron lle­ vados por agentes naturales; la representación de los de menor talla indica que las carcasas fueron llevadas enteras, o casi. En los de talla grande se observa desproporción y predominio de partes con magro y médula. Todos los huesos de herbívoros grandes, medianos y pequeños, están muy rotos y cortados, de donde se deduce una intensa explotación de nutrientes accesibles. La cavi­ dad de Gran Dolina en el tiempo del Estrato Aurora fue, sin lu­ gar a dudas, un sitio de consumo, pero interrumpido. Los restos óseos allí dejados tienen señales de pisoteo, de mordisqueo por roedores, de humedad cambiante y alguna fragmentación diagenética. Las alteraciones postsedimentarias son mínimas. Entre las incógnitas que quedan por resolver, están el grado de relevancia que la carne tenía en la dieta de aquella población y el modo de procurársela. No se ven indicios en favor de un sis­ tema de caza, ni de persecución o conducción o uso de trampas. Sería ocasional la captación de reses recién muertas (carroñeo) o moribundas, accidentadas o enfermas, o atacadas por carnívo­ ros predadores selectivos como los grandes félidos. En todos es­ tos casos la carne representaría una parte no indispensable de la dieta, por más que fuese apetecida, y tendría que ser disputada con carroñeros, como hienas, que las había, o buitres, de los que no hay señal.

HUMANOS DEL KSTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

La

c u l t u r a c a n íb a l e n t ie m p o s d e

Ata pu erc a

TD 6

Un hecho que llamó la atención desde el principio en los ha­ llazgos del Estrato Aurora, a medida que se iba encontrando un número insólito de fósiles humanos, se dibujaban en los planos de excavación y se intentaba describirlos, fue comprobar que es­ taban distribuidos de manera dispersa o por acumulación y frag­ mentados, con y como los restos de los mamíferos herbívoros. En el año 2000 se contaban 92 fragmentos óseos humanos, atribuidos a seis individuos distintos: dos niños de 3 a 4 años, dos adolescentes de unos 11 años uno y 14 el otro, y dos jóvenes adultos de entre 16 y 18 años. El área excavada era y es pequeña, de prospección, parcial dentro de un espacio más extenso que está aún por excavar: muchas de las observaciones al presente solo pueden ser valoradas como parciales, pero era evidente, y suficiente para ser considerado un hecho cierto para ese conjun­ to de fósiles humanos, que se hallaban dispersos y mezclados al azar, con una distribución en nada diferente, sino con un trata­ miento idéntico al de cérvidos, bóvidos y caballos, como dieta cárnica. Buscando explicación, se excluye la del cubil de hienas, que está claro en sitios como Venta Micena y Cueva Victoria. En Atapuerca TD 6, con los fósiles fragmentados de humanos y herbívo­ ros, se hallaban también mezclados utensilios líticos y desechos de talla. Un estudio meticuloso de los restos óseos humanos vino a confirmar, y con más detalle, la igualdad de trato entre estos y los de herbívoros. Unos y otros presentaban iguales incisiones con filos líticos, las mismas trazas de despiece, desarticulación y descamación de los huesos. Fernández-Jalvo y otros analizaron asimismo los bordes de astillado y fractura, y se identificó inclu­ so el modo en que se habían roto: forzando entre ambas manos algunos huesos largos de humanos, gamos y corzos22. Los mencionados autores pudieron concluir con toda certeza que los huesos humanos del Estrato Aurora fueron rotos con propósito «estrictamente nutricional», en acciones de prepara­

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ción de alimento cárnico y medular. Se trataba de un caso de ca­ nibalismo, el más antiguo hasta entonces conocido en culturas prehistóricas. Otras observaciones en los propios fósiles y en el entorno permitieron rechazar interpretaciones causales de este comportamiento caníbal, como luchas tribales, caza, control de población, hambruna o estrategia de supervivencia.

Trazas posmortales producidas por utensilio lítico en hueso humano del Estrato Aurora. (Yolanda Fernández-Jalvo).

La cultura, pues, y el modo de vida de esta tribu del «antece­ sor» de hace 800.000 años incluían este canibalismo «gastronó­ mico» o dietario que alcanzaba, quizá solo ocasionalmente, a miembros de la propia familia. Esta conducta sociocultural o nutricional no es en absoluto insólita ni inverosímil, pues se ha conocido y estudiado en pue­ blos y naciones actuales. La antropóloga Margaret Mead investi­ gó, en los años veinte del pasado siglo, los modos de vida de tri­ bus que poblaban la gran isla de Nueva Guinea y encontró notables diferencias en los hábitos alimenticios y familiares de tribus vecinas en áreas muy próximas. Entre estas estudió, y fil­ mó, una en la que las mujeres —no los varones adultos— comían carne de niños o incluso jóvenes de la propia familia, muertos prematuramente, enfermos o accidentados. Llegó incluso a en­ contrar ciertas deficiencias y debilidades en el andar que atribu­ yó, por la vía de la interpretación genética, a este hábito.

HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPl'EKCA-ORAN DOLINA

No solo no es absurdo pensar que en los ocupantes de Gran Dolina en el tiempo de TD ó-Aurora se diera un comportamiento que incluyera consumo eventual de carne —captación de anima les, o humanos atacados por felinos, o malheridos en accidente, rumiantes separados de su manada por debilidad o despiste— , sino altamente probable. No es incomprensible una valoración positiva del sentimiento familiar que conduzca a ingerir y asimi­ lar así la carne del hijo o familiar muerto, o con algún problema incurable, en lugar de dejarla a merced de carroñeros o enterra­ da para gusanos y microbios. Puede darse un sentido cultural de eutanasia también en los casos de canibalismo que incluyen la occisión del enfermo antes de consumir su carne. Si esto se ha visto en culturas iletradas contemporáneas, no es de extrañar que se estudie como explica­ ción en la mitad del Estrato Aurora, donde la mandíbula ATD65 deja ver una muela del juicio, M3, que está saliendo torcida, creciendo y empujando no hacia arriba, sino contra la pieza ante­ rior. El dolor de muelas, sin un dentista que llevarse a la boca, produciría, sin duda alguna, un intenso dolor al tiempo que im­ pediría la masticación. Hoy día se decide, en muchos casos, la extracción de la muela como única solución. Puede, además, tenerse en cuenta esta notable analogía de comportamiento entre el «antecesor» de Aurora y algunas cultu­ ras contemporáneas para no magnificar las diferencias morfoló­ gicas o morfométricas que apreciamos en los fósiles poniendo enseguida barreras apriorísticas basadas en una perspectiva de especie. Vuelvo a preferir para estos fósiles mejor que un nom­ bre de especie linneana distinta de la nuestra, el de una subespecie de Homo sapiens, o el que le asigna Howell: «Paleodemo de Atapuerca-Gran Dolina». Podemos resumir lo expuesto en esta Parte II diciendo que hace cerca de 1,9 millones de años, y de manera simultánea a una intensa crisis climática —sobre todo de sequía— , se diversifica­ ron los homínidos de África oriental, apareció una estirpe pare­ cida a nuestra especie, con más cerebro, boca retraída, edad de

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crecimiento prolongada, capacidad de previsión y operativa di­ versa para hacerse instrumentos de materiales duros, el Homo er­ gaster o demo de Nariokotome. Pronto, o casi de manera coincidente, un par de grupos, al menos, abandonan Africa y pasan por Suez al continente eurasiático. Hace 1,8 millones de años varias especies de mamíferos, in­ cluso primates y el primitivo Homo habilis, emigran al sur de África y al suroeste de Asia: se conoce una población humana muy diversa y progresiva en Dmanisi, al sur del Cáucaso; otra, salida al tiempo o aun antes, llega más tarde hasta Indonesia, Poco después, entre los que quedaban en África Oriental, algu­ nos inventan los bifaces y otros utensilios de gran formato o Modo 2. Hace poco menos de 1,5 millones de años, bajo calor y sequía, aunque no hay registro de los fósiles humanos en África Oriental, sí se comprueban más movimientos de mamíferos hacia el sur: algunos salen hacia Asia por Suez, y con ellos otro grupo humano que se encuentra cerca del Jordán. La expansión por Eurasia de los primeros que dejaron África llegó por entonces a la Península Ibérica, donde se encuentran unos pocos fósiles humanos en tres yacimientos, entre hace cerca de 1,4 y más de 1,1 millones de años, además de sitios con indus­ tria lítica. En este intervalo, las lluvias que faltan en África riegan las cordilleras del sur de Europa, enriqueciendo de vegetación y fauna las cuencas intramontanas, como las Béticas de las provin­ cias de Granada y Murcia. Con cerca de 1,3 y más de 1 millón de años se conocen sitios con industria lítica más o menos abundan­ te y restos de fauna en Italia, en Aín-Hanech (Argelia)23, en Etio­ pía, en el norte de China, Donggutuo y sitios vecinos, con miles de artefactos, y fósiles humanos en Java (Indonesia). El éxito evolutivo y adaptativo de la nueva especie humana, aunque dis­ persa, es ya un hecho patente. En tomo a hace un millón de años, en el episodio magnético Jaramillo, hay un tiempo de clima benigno, seguido de unos alti­ bajos muy fuertes, hasta los fríos y sequías de hace menos de

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HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATA PUERCA-GRAN DOLINA

780.000 años. Las vegetaciones y las faunas cambian de nuevo, sobre todo al final de estos tiempos. La especie humana aprove­ cha para crecer y extenderse en el primero de estos tramos, aguanta donde puede las fases duras y florece en las dos benig­ nas de hace más de 900.000 y más de 800.000 años. Se conocen los últimos parántropos, y crecen fósiles humanos en Sudáfrica; estos abundan en Java, y no faltan en el interior y norte de Chi­ na, en Itaüa. El yacimiento más copioso en humanos y completo en todos los contextos arqueológicos y ecológicos, bien conocidos en sus actividades, uso del territorio y modo de vida, está en el Estrato Aurora, de la Gran Dolina de Atapuerca, de hace más de 800.000 años. Apenas haber empezado a excavar ya ha propor­ cionado un centenar de fósiles humanos de una tribu que llaman antecessor! o mejor, demo de Atapuerca-Gran Dolina, emparen­ tados con los primitivos que fueron hasta el Extremo Oriente y los eurasiáticos que más tarde evolucionaron hacia razas más modernas en China.

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PARTE m

MÁS, MEJORES Y DIVERSOS

5 T ie m p o s

c r ít ic o s y e x p a n sió n h u m a n a

en el

C a m b io s

P l e is t o c e n o M e d io

pr o fu n d o s en la

T ie r r a

y e n e l c l im a

ENTRE HACE 7 8 0 .0 0 0 Y 1 3 4 .0 0 0 AÑOS

E l tramo de tiempo en la Historia de la Tierra que la Comisión Internacional de Estratigrafía (ICS) de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS) clasifica en su Escala estratigráfica global (Global Stratigraphic Chart, 1989) como Pleistoceno Medio comprende unos 650 milenios, que transcurren entre los 780.000 y los 134.000 años a. p. Se viene estudiando con fino detalle en copiosos registros de cambios geográficos, ambientales, arqueo­ lógicos y de fósiles humanos. Estos últimos, escasos al comienzo, aumentan en número y sitios muy notablemente, como veremos, hacía su mitad, es decir, desde hace cerca de medio millón de años. En ciclos periódicos, se han venido reconociendo cambios grandes del clima, con un máximo y un mínimo en ciclos de alre­ dedor de 96.000 años, que se han contado minuciosamente, con variantes menores, por isótopos del oxígeno en numerosos son­ deos submarinos por todos los océanos y latitudes, en la «Escala Isotópica del Océano» (OIS). En el tiempo al que vamos a refe­ rirnos en lo que sigue se incluyen las fluctuaciones térmicas entre los picos cálidos OIS 19 y OIS 5e (de más antiguo a más joven)

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También se han medido y dibujado curvas por otros científi­ cos y con distintas bases de datos, con las oscilaciones que ha ex­ perimentado el nivel medio del mar en los litorales de todo el mundo y con programas de investigación internacionales2. En ciertas regiones y épocas, o localmente, estos cambios del nivel que alcanza el mar en las franjas costeras pueden estar provoca­ dos, disminuidos o exagerados por alteraciones de la corteza te­ rrestre y sus relieves debidas a reactivaciones de movimientos tectónicos \ No obstante, en la mayoría o en la totalidad de las regiones tranquilas coinciden los valores medios de estos altibajos, que glo­ balmente pueden atribuirse a cambios climáticos —o, al menos, relacionarse con ellos— y alcanzan una fina calibración en el Cua­ ternario. Así, estas oscilaciones del nivel del mar (NMM) no son absolutamente regulares, ni en los máximos ni en los mínimos que alcanzan, ni en la duración de los intervalos, ni en las pendientes de ascenso y descenso y los escalones intermedios, como tampoco lo son las fluctuaciones secundarias de temperaturas registradas entre los máximos y los mínimos de la OIS. Pero estos márgenes de error cronométricos permiten, con todo, un conocimiento bas­ tante bien calibrado de lo que ocurría en la superficie terrestre y de quienes la habitaban hace esos cientos de miles de años. Las diferencias en la dinámica geográfica y ecológica relacio­ nadas con estas fluctuaciones del cambio climático y la tectónica globales, según estas curvas de variables registradas o regionales, permiten distinguir tres grandes fases en las condiciones ambien­ tales a lo largo de este tiempo del Pleistoceno Medio. Primero, al máximo térmico basal del episodio OIS 19, hace 780.000 años, no muy exagerado, sucede una notable caída de las temperaturas. Las oscilaciones menores de estas se mantienen en niveles relativamente bajos, con una muy breve subida en el episodio 17 de la OIS, hace unos 690.000 años, seguida de des­ censo rápido hasta el frío extremo registrado del episodio OIS 16, hace aproximadamente 620.000 años. Los niveles del mar fueron bajos todo este tiempo, con notables descensos hace poco

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TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

menos de 750.000 años, y de nuevo, precediendo a una subida muy fuerte y rápida, hace menos de 620.000 años. La segunda fase comienza con este ascenso del NMM y un aumento muy brusco de las temperaturas, con un doble máximo en estas, superior al actual, en el episodio 15 de la OIS, hace muy cerca de los 600.000 años. Sigue con una tendencia a tem­ peraturas regularmente más altas, con un máximo en el episodio OIS 13 no muy exagerado, esto es, inferior al actual, hace en tor­ no a 500.000 años, hasta un nuevo frío extremo en el episodio OIS 12, aunque no tanto como en el 16, y un nivel del mar tam­ bién muy bajo hace más de 420.000 años. En la última parte del Pleistoceno Medio se suceden muy fuertes ascensos y descensos, tanto de las temperaturas globales como del nivel de los océanos. En el calor y en la altura de las playas se superan los máximos actuales en los episodios OIS 11 (alrededor de 400.000 años a. p.) y OIS 9 (unos 320.000 años a. p.). Así también en el episodio 5e, con el que arranca el Pleisto­ ceno Superior (hace alrededor de 130.000 años). A estos tres má­ ximos les preceden subidas muy rápidas y bruscas desde fríos casi extremos de los episodios OIS 12, 10 y 6: estos dos últimos, a su vez, precedidos de enfriamientos extremos y rápidos. El má­ ximo térmico intermedio OIS 7, hace aproximadamente 200.000 años, es más tibio y no llegó al calor actual, como tampoco el ni­ vel del mar superó el de nuestro tiempo presente. Si a lo dicho de las fluctuaciones climáticas del océano y lito­ rales añadimos que en las paleofaunas de todos los continentes ocurrieron cambios significativos hace cerca de 500.000 años —en Norteamérica, poco menos de 600.000; en Europa, poco más de 400.000— , y que cerca de este último dato se registra una aridez extrema entre dos periodos con buena humedad, podemos ha­ cemos una idea de los cambios ambientales prolongados o muy intensos — además de rápidos en algunos casos— a los que se vieron enfrentadas las poblaciones humanas de entonces. El debate sobre la influencia del cambio climático frente a fac­ tores de competición biológica en las crisis faunísticas se puede

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resolver admitiendo una y otros, precisando sus tiempos y modos de influir4. Nuevos cambios en los conjuntos faunísticos, con desapa­ riciones y novedades en las listas de especies ocurren entre hace unos 350.000 y unos 250.000 años, en menor número y escalonados. Lo que se conoce de las sucesivas cubiertas vegetales refleja un clima progresivamente deteriorado, con extensión de las sa­ banas desde los comienzos en Africa oriental, y en general árido en el norte de este continente, hasta una mejoría notable hace cerca de 600.000 años. Y tras un empeoramiento, nueva mejoría: en el Magreb, lluvias hace ya menos de 500.000 años. La aridez y el deterioro de la cubierta vegetal volvieron después de esta fe­ cha, y cerca de los 300.000 años. En el continente africano, a uno y otro lado del ecuador, se registra subida de humedad: en Na­ mibia desde hace más de 450.000 años hasta hace 370.000, y con este último dato coincide un episodio con alta pluviosidad en Li­ bia, próximo al gran máximo térmico del episodio OIS 11. En la Cueva del Aragó (Tautavel, Francia), una serie media­ namente larga registra vegetación esteparia con frío y aridez en­ tre hace menos de 580.000 años y más de 520.000; entre este dato y hace más de 480.000 años, bosque con clima templado y húmedo; del arbolado montano con plantas termófilas se pasa a cubierta más herbácea hace más de 400.000 años. En Terra Ama­ ta (Francia), al borde del Mediterráneo, no se pierde el arbolado y permanece la vegetación montana entre hace 400.000 y hace 300.000 años. En Gran Bretaña se aplicaron estudios polínicos, entre los pri­ meros, al desarrollo de una fina estratigrafía regional, con el deta­ lle de los cambios en el régimen geomorfológico, en particular osci­ laciones del clima, y del nivel marino en localidades próximas a la costa. Reconocen tundra y fase glacial en el Prepastoniense; bos­ que de coniferas y luego más termófilo en el Pastoniense I, II y III; deterioro a semiboreal en el Pastoniense IV y periglacial en el Beestoniense, del Pleistoceno Inferior. Bosques más o menos templa­ dos en el paso al Pleistoceno Medio, interglacial Cromeriense, y un deterioro al final que precede al periglacial del frío Angliense.

TIEMPOS CRITICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

En el lado oriental de los Cárpatos y en su vertiente sur, el si­ tio de Korolevo (Ucrania), bien estudiado, ofrece una larga sec­ ción que cubre todo el Pleistoceno Medio, con tramos de loess y suelos, y varios niveles con registros arqueológicos. Los análisis de polen muestran cambios en la vegetación, con datos crono­ métricos principalmente basados en el registro de las breves in­ versiones del polo magnético a lo largo del Brunhes. Con un dato próximo a 620.000 años, bosque abierto y variado con cli­ ma templado y húmedo (nivel 20); con menos de 550.000 años, estepa tipo páramo (nivel 19) y clima frío y seco; de nuevo, en el nivel 18, bosque abierto con clima templado y menos húmedo, en el que los olmos dan paso a abedules, que se empobrece en un nivel más frío, y termina en estepa con clima glacial (nivel 17). Siguen discordancias y un nuevo nivel (16) con frío hace unos 350.000 años. A continuación, el nivel 15 registra una osci­ lación caliente-frío-caliente, húmedo también con un bajón in­ termedio, y la vegetación, con un intervalo xerofítico entre dos de bosques abiertos. El nivel 14, hace unos 260.000 años, con frío, no tiene registro vegetal. El nivel 13, con clima templado y húmedo, tiene polen arbóreo dominante y variado, y siguen los niveles 12 al 10, entre hace unos 230.000 y 200.000 años, con cli­ ma templado y al final menos bosque y más polen no arbóreo. En China se reconoce también por la paleovegetación la cri­ sis glacial del episodio OIS 16, de hace más de 600.000 años, y una mejoría, a partir de esta fecha, en prados con tiempo templa­ do y fresco. El cambio del clima entre los episodios de la OIS 12 y la 11, hace más de 412.000 años, se registra en los niveles 9 a 8 de la Localidad 1 de Zhukudián, con un contenido faunístico que incluye, según Wu y Poirier (1995), seis o siete especies criófilas, cinco termófilas, una rípícola y una de estepa, de donde es­ tos autores infieren un clima no muy frío y semiárido. En el si­ guiente hacia arriba (nivel 7), datado entre hace 400.000 y 370.000 años, los mamíferos termófilos aventajan en uno a los enófilos, no se encuentran esteparios o desertícolas, y sí dos ripícolas, lo que interpretan como indicio de clima fresco a templa­

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do y húmedo. Parecido es el registro, algo más pobre, del nivel 6. El nivel 4, con edad alrededor de 300.000 años, que corresponde al episodio 9 de la Escala Isotópica (OIS), refleja un clima tem­ plado y árido, con cuatro fósiles termófilos, dos enófilos, un es­ tepario o desertícola y ningún ripícola, la misma proporción que se repite en los niveles superiores 3 a 1, que pueden correlacio­ narse con el episodio 7 de la OIS. Recordemos que Zhukudián se encuentra en el interior de China, no muy lejos del mar inte' rior, a una latitud media-alta, y que se encontraron fósiles huma­ nos en los niveles 8-9, varios en los niveles 1 a 3, y otros interme­ dios, de los cuales hablaremos más adelante. También se acusa el rigor climático de comienzos del Pleistoceno Medio en Java, donde se registra bosque abierto con lluvias estacionales5. Se pueden resumir los cambios ambientales y de vegetación del último tercio del Pleistoceno Medio en Europa, tiempo en que se da (como veremos a continuación) un incremento impre­ sionante del número de localidades conocidas con registro fósil humano. En el episodio OIS 11, entre hace unos 420.000 años y alrededor de 370.000, el clima fue inicialmente cálido, sin pasar luego de templado, y la pluviosidad fluctuó, creciendo tras el co­ mienzo y con uno o más descensos y estacionalidad; en Aldéne y Atapuerca el bosque mediterráneo abierto indica un clima más bien suave. En el OIS 10, hizo mucho frío, al principio más seco, después empezó a aumentar la humedad, más en todo el medio­ día de Europa, al sur de las cordilleras. El episodio OIS 9 (entre hace cerca de 340.000 y unos 295.000 años) fue no tan cálido como el OIS 11, con inflexiones de tiempo fresco y hasta frío, con humedad inicialmente creciente, luego en descenso y nueva me­ joría o terminando en estacional; la vegetación pasó de estepa con arbolados a bosque, después éste retrocedió, y en el sur se pasó de bosque abierto a más pradera y finalmente al bosque abierto mediterráneo. En el episodio OIS 8 se hizo notar el frío intenso, fue general la sequía, y extensas y generalizadas las este­ pas. Fue menos cálido el episodio OIS 7 (entre hace 245.000 y 180.000 años), que pasó de templado a fresco y de moderada­

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TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

mente húmedo a semiárido, mantuvo una vegetación de tipo me­ diterráneo en la franja sur y, tras leve mejoría, volvió a extender­ se la estepa en Europa central. Muy frío y glacial fue el episodio OIS 6 (entre hace 180.000 y 134.000 años), en que se conservó un ambiente acogedor en la franja de Europa mediterránea, don­ de no faltan sitios con fósiles humanos en este tiempo de climas adversos, como también vemos que ocurre en el sur de China.

E sc a so s

f ó s i l e s h u m a n o s a c o m ie n z o s

del

P l e i s t o c e n o M e d io

Del periodo que podemos denominar Pleistoceno Medio an­ tiguo, entre hace 780.000 y unos 615.000 años, se conocen po­ quísimos fósiles humanos en el mundo. En el tramo estratigráfico Miembro IV de la Quebrada de Olduvai (Tanzania) se recuperaron un pequeño fragmento craneano, OH 28, un fémur incompleto, OH 12, con parte de coxal, y muy poco más. También en el Rift este-africano, muy próximos al lago Baringo y al ecuador terrestre, con edad discutida de unos 660.000 años, en capas superiores de Kapthurin, se hallaron las mandíbulas BK 67, con formas muy pri­ mitivas, y BK 8518, además de un diente aislado y unas pocas pie­ zas del esqueleto locomotor. En el norte del continente africano, un yacimiento de Argelia, descrito por C. Arambourg con el nom­ bre de Ternifine y citado más tarde con los de Palikao y Tighenif, proporcionó tres fósiles bien conservados de mandíbulas huma­ nas de gran talla, un parietal y otros restos menores, en un nivel con dato impreciso de alrededor de 700.000 años, y próximos a un conjunto de industria lítica del Modo 2 (Achelense). Si bien en Europa no se han encontrado fósiles humanos, sí se conocen, sin embargo, utensilios líticos de esta fase en no po­ cas localidades, aunque fueron ignorados por los defensores de la llamada «cronología corta», que negaban, en 1995, la presencia humana en Europa antes de hace 500.000 años. En efecto, cabe plantearse la hipótesis de que los factores climáticos adversos

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Rcprcscntación escénica de los pobladores de Dtnanisi. (Por Mauricio Antón).

El esqueleto de adolescente de Nariokotome, al oeste del lago Turkana, África. (Reconstrucción, por Mauricio Antón).

El cubil de hienas en el Pleistoceno Inferior de Venta Micena, Orce, Granada. (Reconstrucción escénica, por Mauricio Antón).

Reconstrucción escénica del ambiente próximo a Orce, pasada la mitad del Pleistoceno Inferior, según la fauna fósil recuperada en el sitio de Fuentenueva-3. (Por Mauricio Antón).

HOMO HISPÁNICO

Mandíbula humana del yacimiento de Ternifine o Palikao, Argelia. (Foto donada por Pierre Biberson).

fueran causa de un empobrecimiento y reducción de las pobla­ ciones humanas y de sus registros tanto de fósiles como de arte­ factos. Pero no hemos de consagrarla sin más como la única ex­ plicación posible de tal escasez. Si no totalmente globales, sí son muy comunes y extendidas las secuencias estratigráficas con cantos rodados gruesos y con hiatos erosivos, y escasos los lugares y tramos con depósitos finos y sedimentación tranquila. Por eso faltan fósiles in situ, restos en los sitios que fueron ocupados, en los suelos donde cayeron. Utensilios de piedra en conglomerados de terrazas fluviales, aun rodados y pulidos, no dejan de ser indicio cierto de ocupación humana en tierras próximas, aunque sea incompleta y pobre­ mente ilustrada. Sin olvidar los fósiles humanos, restos arqueoló­ gicos y pruebas de actividad en el sitio, del Pleistoceno Inferior, que ya conocemos. Las tres mandíbulas de Ternifine — dos hemimandíbulas y una entera— son grandes en tamaño y diferentes entre sí en ras­

TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

gos morfológicos. Tal variabilidad intrapoblacional no es infre­ cuente. Destaca la notable altura de la rama ascendente. La altu­ ra del cuerpo mandibular es grande, próxima a la conocida en humanos del Pleistoceno Inferior en Java; en cambio, en cuan­ to a anchura y robustez están más cerca de las medianamente progresivas que de las más primitivas y grandes. En los análisis multivariantes sobre dimensiones de seis dientes inferiores dis­ tintos en un número alto de fósiles de una treintena de sitios y niveles diferentes, los de Ternifine son netamente próximos a cinco de los de Zhoukoudíen y a todos los conocidos de Atapuerca TD 6: en varios la proximidad máxima es con el «hom­ bre de Pekín», y quedan más distantes los humanos de África oriental. Estos hechos admiten más de una interpretación: o bien la evolución del «ciado» humano en el tramo del Pleistoceno Infe­ rior y el Pleistoceno Medio es más o menos independiente, para­ lela y homoplásica en varias tendencias, o bien pudo haber un retorno al norte de África, por Levante quizás, de humanos eurasiáticos emparentados con los de Aurora en Atapuerca (ver más adelante)6. Hay otros humanos contemporáneos en este tramo, más bien en sus comienzos: son los más jóvenes conocidos de los sitios de Sangirán, en Java, los siglados S2 y S12, o el Pit.6 posiblemente, además de S36, S38 y SlO. Se cita un diente de homínido en el sitio de Gladísvale (Sudáfrica), de hace 660.000 años1.

R e g is t r o

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De comienzos del segundo tercio del Mesopleistoceno, en los niveles Masek de la quebrada de Olduvai, es el fragmento de una mandíbula, OH 23, así como un cráneo incompleto de Bodo, Etio­ pía. Una y otro se han datado muy próximos a hace 600.000 años, presentan rasgos progresivos en el grupo humano, con parecidos

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HOMO HISPÁNICO

en los preneandertales de edades más jóvenes del Pleistoceno Medio, por lo que volveremos a hablar de ellos8. En el Próximo Oriente se encontraron dos fémures humanos en el sitio Gesher-Benot Ya’akov, con dato aproximado de 500.000 años9, y el parietal de Nadaouiyeh (Aín Askar, Siria), de hace entre 500.000 y 450.000 años, con rasgos distantes de los de África orien tal y de Arago, más parecidos en cambio a los de Zhoukoudian10. No faltan fósiles humanos en Europa en este tramo: destaca la mandíbula de Mauer11, de hace cerca de 500.000 años, recogi­ da en una terraza del Rin. El dato es aproximado, pues se destru­ yó el lugar exacto de su hallazgo: gruesa, ancha, con muelas rela­ tivamente pequeñas, sobre todo el M3 Además, dos dientes incisivos de Fontana Ranuccio (Italia), de hace 458.000 años, a los que se añaden un canino humano, con edad imprecisa de me­ nos de 500,000 años, en el sitio de Vergranne (Francia), y el no­ table legado fósil de la Caune de L’Arago en Tautavel (Francia). Aragó es otro de los sitios privilegiados, por contener no solo fósiles humanos, sino un registro paleontológico, geológico y ar­ queológico detallado y largo, producto de una buena excavación y un minucioso estudio, bajo la dirección del matrimonio Henry y Marie-Antoinette de Lumley, en veinte niveles de ocupación. Entre los niveles Arago IQ de hace 550.000 años y Arago IIIC de hace 340.000, el más rico en restos paleantropológicos es el nivel G, datado en 455.000 años. De los 80 fósiles humanos de Arago, destacan un cráneo (Arago 21) y dos mandíbulas, en los que se aprecian cuadros morfológicos divergentes de la humanidad moderna y claramen­ te afines a los que se verán de modo más notable en los neander­ tales: bóveda craneana baja, toro supraorbitario grueso con de­ presión glabelar neta; huesos malares y rostro macizos, sin fosa poscanina; el frontal es estrecho, y la angulación del occipital, acusada; la sección transversal de la bóveda, ligeramente tectiforme; las líneas temporales, altas y marcadas. En cuanto a las mandíbulas, parecidas a la de Mauer, presentan rama ascendente ancha y vertical: la Arago 2, de un individuo femenino, y la Ara-

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TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

go 13, de uno masculino. Los numerosos dientes aislados perte­ necieron a diez individuos distintos. Arago 44 es un hueso ilíaco; este y los huesos de miembros inferiores permiten estimar tallas alrededor de 1,64 metros. La capacidad craneal estimada es de 1,100 centímetros cúbicos12.

F ó s il e s

humanos del

P l e is t o c e n o M e d io

en

C h in a

China tiene un buen registro fósil de la evolución humana en el Pleistoceno Medio. AI comienzo del segundo tercio y del epi­ sodio cálido OIS 15 (hace unos 600.000 años, o poco más) co­ rresponde la mandíbula de Chenjiawo (Lantian, Shaanxi), carente de las últimas muelas (MM3). Largo y copioso es el registro del re­ lleno de la Localidad 1 de Zhukudián (antiguo Chukutien), con muchos niveles fértiles en fósiles humanos: se les clasificó como Sinanthropus (u Homo) pekinensis, «hombre de Pekín», y co­ múnmente se les encuadra en el nombre de Homo erectus, lo que genera confusión e impide valorar sus rasgos verdaderamente progresivos. Con ellos hace Howell su Paleodemo ZKD, al que asocia la mandíbula de Chenjiawo, y añade, además de los restos craneales, mandíbulas, dientes y poscraneales de unos cuatro individuos de Longtandong o Hexian (unos 412.000 años), dos cráneos de la cueva Halu en Tangshan (Nanjing), fragmento craneal y dientes de Yiyuan, y dientes de Xinghuasan, de Longushan, de Builongdong, de Longgudong y de Huludong, todos estos con edad probable entre hace 400.000 y hace 300.000 años. Los cráneos de Zhoukoudian G l, K1 y M I provenían de los niveles 8 y 9, con edad próxima o superior a los 400.000 años; el cráneo H l, de un nivel superior. Otro paleodemo chino, de finales del Pleistoceno Medio, con 200.000 años, poco más o menos, es el encabezado por el cráneo de Dalí, al que pueden unirse, por ser próximos en el tiempo, los dientes y fragmentos craneales de Dingcun, de Changyang (195.000 años), de Chaoxian, y dientes asociados a importantes vestigios

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HOMO HISPÁNICO

arqueológicos de la Localidad 4 de Zhoukoudian y de la cueva de Yanhuidong o Tongzi (Guizhou). También se atribuye una edad próxima a los 200.000 años al esqueleto femenino de Jinniushan (provincia Liao Ning, Manchuria), con el que Howell caracteriza un nuevo paleodemo en el que incluye el yacimiento, muy rico en todos los aspectos, de Xujiayao, que ya tiene edad más reciente, de comienzos del Pleistoceno Superior. La localidad de Miaohoushan se data entre hace 220.000 y 140.000 años1J, La montaña de Zhoukoudian, en el norte de China, es un bloque de calizas mesozoicas desviado de la alineación de su cor­ dillera, muy fragmentado tectónicamente y muy minado por la acción kárstica, con numerosas bocas de cuevas, en lo que se le asemeja la Sierra de Atapuerca. Varías cavidades antiguas están

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Gráfico que ordena 24 localidades con fósiles humanos en China, conforme a su cronología geológica, que viene expresada, con sus márgenes de error, en una tabla, por fracciones de millón de años. (Libro Horizontes culturales de la Ciencia, 1999. Espasa, 2001).

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TIEMPf >S CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

rellenas con depósitos desde finales del Pleistoceno Inferior y hasta el Pleistoceno Superior. La Localidad 1, excavada desde los años veinte del pasado siglo, era una cavidad ancha y profun­ da, parecida a la Gran Dolina. De los 17 niveles registrados, se conocen fósiles de vertebrados, humanos y restos arqueológicos, desde el nivel 11 (más antiguo) al 3 (más moderno). Los autores distinguen tres paquetes estratigráficos-cronológicos, que han sido objeto de dataciones muy dispares. Abajo, los niveles 11 y 10, entre hace unos 520.000 y más de 460.000 años como datos más probables; ambos con características de clima frío y árido, podrían corresponder al episodio isotópico del océa­ no OIS 14, más que al OIS 12, por lo menos el inferior. En me­ dio, y tras un hiato, los niveles del 9 al 5, entre hace alrededor de 400.000 años y menos de 350.000 con más probabilidad, permi­ ten inferir, particularmente por la ecología de la fauna registrada, climas de frío a fresco o templado y de semiárido a húmedo, y luego más estacional: es probable que el tramo comprenda el episodio OIS 10 y la fase inicial del OIS 9. Los niveles superio­ res, 4 y 3-1, con edades de poco más o poco menos 300.000 y cerca de 230.000 años, respectivamente, ambos con clima tem­ plado y árido, pueden corresponder a dos episodios distintos, el OIS 9 en su etapa final, y el OIS 7. El registro fósil humano fue muy copioso, unas cien piezas que representaban a un número muy elevado de individuos: un largo registro de más de 300.000 años, con 11 cráneos, comple­ tos o no, y 4 fragmentos de otros, 16 mandíbulas y fragmento de otra, 70 dientes aislados y 13 huesos poscraneales. Durante la Segunda Guerra Mundial se extraviaron los numerosos cráneos y las mandíbulas, quedando réplicas y los excelentes dibujos de Weidenreich. Los restos de la peculiar industria lítica, mayoritariamente cuarzo, e incluso cristal de roca, fueron estudiados por P. Teilhard de Chardin y W. C. Peí: carece de los utensilios de gran formato con que se define el Modo 2, pero no aparece bien clasificada en el Modo 1, pues contiene utensilios de labor y aca­ bados finos, próximos incluso al Modo 3. En varios niveles se

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Uno de los cráneos fósiles de Zhukudián, China, extraviados. Fotografía de perfil de una réplica. (Chínese Academy of Sciences, Beijing).

Cráneo de Dali, China, vista frontal. (Obsequio de la Chinese Academy of Sciences, Beijing, doctor X. Wu).

TIEMPOS CRITICOS V EXPANSION HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

encontraron restos de hogares, y huesos quemados, verosímil­ mente como combustible. Llama la atención la singular frecuencia de cráneos aislados y pocas mandíbulas, y la extraña escasez de huesos poscraneales: la interpretación de Karl Narr, que veía en ello una actitud y volun­ tad simbólica, comparable a la de los andamaneses (archipiélago del golfo de Bengala), que dejan a sus muertos expuestos a aves carroñeras y recogen los cráneos, también mandíbulas, para lle­ varlos colgados como dijes, o tenerlos expuestos en la cabaña, es verosímil y probable. Los sinántropos, o demo ZKD, compar­ ten algunos rasgos primitivos con los del Pleistoceno Inferior de Java, y con humanos más modernos, otros progresivos, como el cráneo más alto, ancho y capaz, frente más elevada rostro un tanto retraído. El cerro de Zhukudian tiene más cuevas. En ZKD Localidad 4 hay hogares, restos de caza y utensilios de hueso en niveles de 170.00 a 130.000 años. El cráneo de Dali se acerca más a los modernos: los parietales más alzados, también en el basicráneo, y sobre todo en el cráneo facial corto, con fosas poscanina y maxilar pronunciadas, una con­ cavidad en el pómulo, y rostro corto y vertical. El de Jinniushan conserva, en cambio, algunos rasgos primitivos, como la bóveda craneana todavía baja y alargada hacia la parte posterior; la nariz chata, y una capacidad encefálica de 1.330 centímetros cúbicos. No sería extraño que las poblaciones representadas en estos dos gru­ pos fueran apenas separadas, ni como razas, sino variantes de un gran demo en fase de diversidad genética hacia razas más evolucio­ nadas. De hecho, algunos investigadores los separan del Homo erectus, y los clasifican como Homo sapiens modernos arcaicos.

H

u m a n o s d e l ú l t im o t e r c i o d e l

P l e is t o c e n o M e d io

p u e b l a n d i v e r s a s r e g io n e s

Empiezan a ser numerosos los sitios con fósiles humanos en todo el Viejo Mundo desde hace alrededor de 400.000 años. El

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HOMO HISPÁNICO

dato viene a coincidir con el máximo térmico del episodio OIS 11, que ocurrió tras una subida rápida y muy fuerte del calor. Tam­ bién coincide en el dato un ascenso rápido del nivel medio del mar, por encima del actual. En Sudáfrica se suceden el cráneo parcial de Elandsfontein, o de Saldanha, que ahora se data en más de 400.000 años; el crá­ neo completo de Kabwe (antes llamado «hombre de Rodesia» u Homo rhodesiensis), al que se añaden otros dos fragmentos cra­ neales y varios del esqueleto poscraneal, de hace más de 300.000 años para unos, y de 210.000 según otros, un cráneo más en Florisbad, de hace 259.000 años, y una mandíbula de la Cueva de

Cráneo de Bodo, Etiopía. Reconstrucción. (Mauricio Antón).

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TIEMPOS CRÍTICOS V EXPANSION HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

los Hogares, Cave of Hearths, de hace cerca de 200.000 años. El cráneo de Kabwe tiene parecidos obvios en Arago, y se interpre­ ta verosímilmente como descendiente del de Bodo; el de Florisbad tiene más parecido con los modernos 14.

Cráneo parcial recompuesto de la Caune de L ’Arago, Tautavel (Francia), del Pleistoceno Medio. (Foto donada por H. de Lumley, Museo de Tautavel, Francia, publicada en Horizontes culturales de la ciencia, 1999, Real Academia de las Ciencias, Espasa, 2001).

Al norte del Sahara, entre el Atlántico y el Mediterráneo, no faltan yacimientos con testigos de pobladores del Magreb en este intervalo, sobre todo en Marruecos. Cerca de Rabat están el cráneo de Salé, hallado en superficie, con edad probable de unos 400.000 años, y una mandíbula en Qebibat de hace al­ rededor de 250.000 años. Muy próximas a Casablanca y al borde de una cala están las canteras de Sid¡ Abderrahman. En una de ellas, el relleno de una antigua cueva, la Littorina Cave, de edad estratigráfica regional Tensiftiense, no inferior a 200.000 años, proporcionó una hemimandíbula asociada a industria lítica del Modo 2, Achelense, evolucionado. Las canteras de Thomas tam­ bién fueron un yacimiento fecundo: de Thomas Quarry I es par­ te de una mandíbula, y de Thomas Quarry III, un fragmento

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HOMO HISPÁNICO

craneal y varios dientes, de edad Anfatiense, más cerca de los 400.000 años, también asociados con industria del Modo 2, y fauna fósil15. Los ámbitos del valle del Rift en Africa oriental han rendido fósiles humanos en numerosos sitios: desde Tanzania y lagos de Kenya, hasta Etiopía y Somalia. De alrededor de hace 300.000 años se cuentan los cráneos de Olduvai OH 11 y del lago Eyasi, en Tanzania; tres dientes y un fragmento de fémur en Laynyamok; el cráneo ER 3884 y el fémur ER 999 de Ileret en Kenya. Con más de 200.000 y menos de 250.000 años, en Oued-Dagadlé (Djibuti), un maxilar con sus premolares y molares; el cráneo de Eliye Springs, al oeste del lago Turkana, y el L18 de Laetoli, Tan­ zania, con rasgos que permiten considerarlo «moderno primiti­ vo», así como el de Omo-Kibish 2 en el sur de Etiopía, con 150.000 años o menos. Próxima también a este final del Pleisto­ ceno Medio es la edad del cráneo incompleto de Singa 16. En África tenemos, pues, ya caracterizada una estirpe «moderna» de nuestra especie de hace por lo menos 250.000 años. Los rasgos de neandertales y modernos se distinguían ya, aunque vivieron próximos en este continente largo tiempo. Europa cuenta en este intervalo con un buen número de ya­ cimientos paleantropológicos I7. Por orden cronológico aproxi­ mado, de más antiguos a más modernos, serían: • Cava Pompi (Italia). En cueva. Cerca de 450.000 años. Fragmentos de cráneo, cubito y tibia. • Visogliano (Italia). Cerca o poco más de 400.000 años. Una mandíbula, cinco dientes sueltos. Fauna asociada y utensilios finos progresivos tipo Tayac. • Venosa-Notarchirico (Italia). Entre 400.000 y 350.000 años; otro dato reciente señala cerca de 640.000 años. Un fémur. Industria del Modo 2; no se ve técnica Levallois. • Bilzingsleben (Alemania). Alrededor de 400.000 años, re­ ferido al episodio OIS 11. Fragmentos de un cráneo. In­ dustria lítica asociada del Modo 1 evolucionado.

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TIEMPOS CRÍTICOS V EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLE1STOCLNO MLDK '

• Vérteszóllós (Hungría). Entre 380.000 y 350.000 años. Un occipital y varios dientes. Fauna asociada y utensilios pe queños en conjunto progresivo, sin gran formato. • Estrecho del Rio Quípar (España). En cueva. Entre 450.000 y 350.000 años. (Ver más adelante). • Orgnac 3 (Francia). En cueva. Larga ocupación. Entre cer ca de 350.000 y menos de 320.000 años. Una decena de dientes aislados, parecidos a los de Arago, entre una paleofauna con 30 especies de grandes mamíferos, muchas de aves, reptiles, anfibios y peces. Aparición de técnica Levallois. • Boxgrove (Reino Unido). Entre 350.000 y 300.000 años. Una tibia y dos dientes. • Atapuerca-SH (España). En cueva. Cerca de 320.000 años. Más de 5.000 fósiles humanos de unos 28 individuos (ver más adelante). • Atapuerca-Galería (España). En cueva. Cerca de 300.000 años (ver más adelante). • Castel di Guido (Italia). Cerca de 300.000 años. Fragmen­ tos craneales, una diáfisis de fémur. Industria del Modo 2. • Ponte Mammolo (Italia). Cerca de 200.000 años. Un fémur. • Pech-de-l’Azé (Francia). Entre 400.000 y 200.000 años. In­ fantil. • Biache-St. Vaast (Francia). Cerca de 263.000 años, o de 175.000. Cráneo incompleto: trazado de la red meníngea avanzado, parecido con Swanscombe y con Neandertal. Clima fresco, en paso a un episodio glacial. • Swanscombe (Reino Unido). Terraza del Támesis, a más de treinta metros. Cerca de 250.000 años (más seguro que 400.000 años). Parietales y occipital de hembra joven adul­ ta, 1.300 centímetros de capacidad craneana. Formas muy próximas a Neandertal. • Pontnewydd (Reino Unido). En cueva. Entre 251.000 y 195.000 años. Fragmento de maxilar, otro de mandíbula, dientes.

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HOMO HISPANICO

Cráneo de Steinheim, Alemania, reconstruido. (Foto de una réplica, Mauricio Antón).

• Steinheim (Alemania). Cerca de 225.000 años. Cráneo casi completo, deformado y restaurado. Apomorfías de Nean­ dertal poco avanzadas. • Ehringsdorf (Alemania). Travertinos inferiores. Entre 250.000 y 200.000 años, óptimo climático. Restos cranea­ les y poscraneales de varios individuos en una secuencia de niveles arqueológicos. Rasgos de Neandertal avanzados. • Petralona (Grecia). En cueva. Entre 250.000 y 150.000 años. Un cráneo casi completo; apomorfías neandertaloides en órbitas, rostro hacia delante, frente y bóveda cra­ neana hacia atrás. • Grotta del Principe (Italia). En cueva. Cerca de 200.000 años. Pelvis de individuo femenino. Industria con tipo Tayac. • Sedia del Diavolo (Italia). Cerca de 200.000 años. Frag­ mentos de cráneo, parte de un fémur y un metatarsiano, • Grotta del Poggio (Italia). En cueva. Cerca de 200.000 años. Un diente y varios poscraneales.

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TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

• Casal de Pazzi (Italia). Cerca de 200.000 años. Fragmento de parietal. • Le Lazaret (Francia). En cueva: serie larga, con industria del Modo 2 evolucionado. Cerca de 160.000 años. Parietal de inmaduro, con cicatriz de trauma y meningioma postraumático; un incisivo Iacteal, y un canino adulto. • Apidima I (Grecia). Cerca de 200.000 años, probable por correlación. Dos cráneos, • Apidima II (Grecia). Rostro, frente y bóveda craneal, muy próximos a neandertales de Saccopastore y Gibraltar. Po­ siblemente del Pleistoceno Superior. • La Chaise (Francia)-Grotte Suard. Más de 130.000 años. Partes de un cráneo adulto, de otro infantil y su mandíbu­ la, tres dientes. Industria de Modo 2 evolucionado, con lascas Levallois. • El Congosto (España). En cueva (ver más adelante). • Reilingen (Alemania). Cráneo incompleto; no in situ y cro­ nología dudosa. Algunos rasgos afines a Neandertal, otros no, como Steinheim. • Montmaurín (Francia). Mandíbula. Edad discutida entre OIS 7/6 y OIS 5. Rasgos de preneandertal. En el Próximo Oriente, y en edad del episodio OIS 6, entre 250.000 y más de 150.000 años U-s, el cráneo humano incomple­ to de Zuttiyeh presenta rasgos entre primitivos y modernos, y ningún parecido con Neandertal; le acompaña industria del Modo 2. Próxima también al final del Pleistoceno Medio es la edad del nivel inferior E de la cueva de Tabun (Israel), con un frag­ mento de fémur humano. Tenemos también, de la vertiente sur del Cáucaso, el sitio en cueva de Azykh, o Azokh (Azerbaiyán), a 1.400 metros de altitud (SNM), donde se halló una hemimandíbula femenina, con industria asociada del Modo 2, y de edad probable en el episodio OIS 11. Y en Georgia el de Kudaro, también en cueva y a 1.580 metros SNM, con un incisivo huma­

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no, también asociado con Modo 2 —Achelense medio— y edad próxima al fósil de Azoch. En Sel-Ungur, Kirgizia, son varios fragmentos, datados entre hace 200.000 y 130.000 años18. El cráneo de Hathnora (Narbada), en India, está datado, de manera imprecisa, entre hace 350.000 y 250.000 años. Se han es­ tudiado más de cien rasgos comparativamente, en especial con los progresivos de Dali, Ngandong, Sambungmachan. Se pueden ver parecidos con Kabwe y Petralona, que pueden interpretarse como homoplasias. Howell lo reúne en un paleodemo con el de Maba (China)19. Como se ve, el número de yacimientos con fósiles humanos es notablemente más denso que en los tramos de tiempo prece­ dentes. Solo en Europa, la frecuencia es de uno por cada diez milenios. Repitamos una vez más que la abundancia o escasez de yacimientos, no tiene por qué corresponder exactamente al nú­ mero de pobladores en cada periodo, pues en la formación de yacimientos fosilíferos influyen factores paleogeográficos, geodinámicos y sedimentarios o tafonómicos. Estos han sido más favo­ rables en este último tercio que en el primero del Pleistoceno Medio para la preservación de restos fósiles, humanos y de fau­ na. También varía en función de la geografía y del interés presta­ do por las instituciones y los gobiernos de las naciones para la búsqueda y el estudio de los yacimientos, lo que a su vez deter­ mina el número de estos. No obstante, tampoco pueden considerarse estas variables externas las únicas posibles, y debemos señalar asimismo, como probable factor de este aumento, un crecimiento demográfico real de las poblaciones humanas hacia la mitad del Pleistoceno Medio. Ello invita entonces a preguntarse e investigar otros agentes intrín­ secos y extrínsecos que pudieran influir para que tal presencia fuera posible, como las condiciones ambientales de los territo­ rios ocupados o el progreso tecnológico o social que aumentaba la capacidad adaptativa de los humanos. Por otra parte, no faltan entre los registros que acabamos de repasar varios que se califican de «largos». Estos son los que pro­

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TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

porcionan hallazgos de fósiles humanos, o de otras trazas de ocu­ pación, o actividades transitorias con otros contextos a lo largo de una serie estratigráfica bien secuenciada en un intervalo de tiempo prolongado. Hemos mencionado casos en la Quebrada de Olduvai, 2 millones-300.000 años; Gran Dolina de Atapuerca, 1 millón-200.000 años; Zhoukoudian, 578.000-250.000 años; Caune de l’Arago, 550.000-300.000 años; área de Sangirán (Java), 1,15 milIones-750.000 años. Lo que tales registros docu­ mentan realmente, de un modo tangible, son prolongadas (o muy repetidas) poblaciones humanas en tales lugares o sus áreas cir­ cundantes, y su evolución a lo largo de varios periodos de la pre­ historia en los continentes del Viejo Mundo. Además de la explosión numérica de sitios con fósiles huma­ nos en este último tercio del Pleistoceno Medio, se observan cam­ bios morfológicos en estos. En una parte de los africanos y en casi todos los asiáticos, las novedades son aproximaciones a rasgos co­ nocidos en las razas modernas, por lo cual los autores los llaman «modernos arcaicos»; otra parte de africanos, los europeos y al­ gunos, muy pocos, en Asia, se van pareciendo más al Neandertal. Esta crisis de diversificación en la especie humana se agudizó y se aceleró al final, en tiempo de los fríos del episodio glacial OIS 6, entre hace cerca de 200.000 y poco menos de 140.000 años.

D esa r r o llo

t e c n o l ó g i c o , s o c i a l y m o d o d e v id a

en el

P l e is t o c e n o M e d io

A lo largo del Pleistoceno Medio ha crecido el número de yacimientos con indicios de actividades y modo de vida de las sucesivas generaciones de humanos, en unos junto a fósiles de estos, en otros sin ellos. Pasemos revista rápida a algunos de los más reveladores apuntando algunos datos notables de progreso. En el Rift de África oriental, vuelve a ser fecunda la Quebra­ da de Olduvai en registros arqueológicos de los niveles superio­ res, Mb. IV, Masek Beds y Ndutu Beds. Lo son varias regiones

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de Etiopía, estudiadas en numerosas y largas series estratigráficas de distintas regiones, como Bodo y Gomboré, que cubren bien el primer tercio de este periodo entre 780.000 y 600.000 años. En estas series se observa la constancia con escaso cambio en técnicas y formas finales de conjuntos de pequeños instrumentos que se clasifican como Modo 2 si van acompañados de utensilios de gran formato (GF), y Modo 1 evolucionado si faltan estos: unos y otros se alternaron en el tiempo de algunos de estos registros desde el Pleistoceno Inferior, lo que indica que ciertos inventos y capacida­ des de desarrollo técnico eran o no puestos en práctica según la oportunidad o necesidades eventuales (Clark y otros, 1994)20. De este primer tercio, con unos 700.000 años, es el yacimien­ to de Ternifine (Argelia) con fósiles humanos, del que se descri­ bió un conjunto del Modo 2 con diversidad de utensilios de gran formato: bifaces amigdaloides, hendedores y picos triédricos. Esta variedad se había perdido ya en el este, donde pronto pre­ valecieron o los bifaces o los hendedores. Del paso al segundo tercio del Pleistoceno Medio, y datado cerca de los 600.000 años, es el yacimiento en superficie de Olorgesailie (Kenya), donde es extraordinaria la acumulación de bifa­ ces y algunos hendedores de Modo 2 evolucionado, esto es, con sección más plana, y contorno de filo rectilíneo, logrado con las­ cado y retoque someros producidos con retocador blando, de hueso o de madera, o con presión en vez de golpe21. El Modo 2 primitivo y diverso se encuentra al final de esta fase, acercándose a los 400.000 años, en el interior de Marruecos y en los fértiles yacimientos próximos a Casablanca e inmediatos al Atlántico de las canteras de Si di Abderrahman y Thomas III, con cuevas, que se continúan más cerca de los 400.000 años, aunque sin alcanzarlos, en Thomas I y Cueva de Littorinas, que ya conocemos por los fósiles humanos, y con buenos registros de faunas, algunas de las cuales contienen especies oriundas de Eu­ ropa y rarísimas en África, como son el oso y el ciervo22. En el Próximo Oriente, o Levante, se distinguen la que lla­ man Facies Latamné-Meihra, con bifaces masivos y picos triédri156

TIEMPOS CRÍTICOS V EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDÍO

eos, de más de 600.000 años, y la que le sigue, tipificada en los sitios de Gesher-Benot Ya’akov, más «afneanoide», con bifaces y hendedores, de un «Achelense medio» y restos de hogar. Un Achelense más progresivo, con bifaces trabajados más finamente, se encuentra en los niveles D, E y F de la larga y fecunda serie de Nadaouiyeh, en el tramo superior de este segundo tercio, proba­ blemente con menos de 500.000 años. La tradición conocida como Yabrudiense, datada entre 350.000 años y 250.000 años, representa un Modo 2 más progresivo que incluye la técnica Levallois. Esta empieza a dominar hace 170.000 años, cerca del final, pues, del Pleistoceno Medio, y será la prevalente y caracte­ rística del Paleolítico Medio, durante 100 milenios en el Pleisto­ ceno Superior. Al sur del Cáucaso, en sitios del área de Akhalkalaki, pare­ cen tardíos un Achelense primitivo con abundantes hendedores bastos y la citada aparición de la talla Levallois. En otros yacimien­ tos, como Tchikiani y Satani-Dar, se encuentran bifaces más elabo­ rados, y en el sitio con mandíbula humana de Azokh, o Azykh (Nagorno-Karabagh), se recogieron más de 4.000 artefactos Uti­ cos, y se pudo inferir la caza de algunos mamíferos. En la penínsu­ la de Anatolia (Turquía) se han buscado datos de la extensión y progreso del Modo 2, que se conocían mal por hallazgos en su­ perficie, sueltos, sin contexto, de utensilios de gran formato. Al­ gunos, toscos, de un Achelense primitivo se hallaron en varios niveles de la Cueva Karain. Mientras que en la Turquía de Euro­ pa, el sitio de Yarimburgaz solo reveló industrias del Modo 1 2\ En el extremo opuesto, oriental, de Asia, varios yacimientos permiten reconstruir, también con lagunas en el tiempo, una evolución distinta, pero comparable, de las tecnologías instru­ mentales de sus habitantes en el Pleistoceno Medio. Es conside­ rable el original avance en los pequeños utensilios logrados en Zhoukoudian, al tallar sobre yunque cuarzo no solo cristalino, sino verdaderos cristales de roca, retadoramente anisótropos. Más tarde, las puntas muy especializadas de Dingcun, el conjun­ to con buriles de Dali {de hace 200.000 años), el variado de la

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Localidad 4 de ZKD, con abundantes útiles de hueso semejantes a los conocidos en el Paleolítico Medio europeo, prueban la transición diacrónica a este nivel cultural desde el Paleolítico In­ ferior, en tramos de tiempo contemporáneos aproximadamente con progresos análogos en el oeste de Asia y Europa. En Zhoukoudian se documentaron también restos de hogares. En Siberia se encuentra Achelense en Targalik-A, con me­ nos de 400.000 años, y probable en Uench-1 (cerca de 350.000 años): un primer Modo 3 «Musteriense», de hace poco menos de 300.000 años, en la Cueva Denisova, y esta tradición parece coe­ xistir algunas decenas de milenios con el primitivo Modo 1 en varios sitios, como Ust-Izul 1, de hace 170.000 años. En este tra­ mo de tiempo se sitúa también el conjunto de Díring Yuriakh, en una latitud muy alta, junto al río Lena de Siberia, de un típico Modo 1 evolucionado, en cantos de cuarcita, procedentes de los vecinos montes de Verkoiansk24. En el centro-oeste de Asia, también se conocen, como era de esperar, sitios con vestigios de ocupación humana en el Pleisto­ ceno Medio: Kuldara, en el sur de Tayikistán, con un Modo 2 evolucionado, al comienzo, hace más de 750.000 años, y según algunos hace 800.000 años o más, lo que situaría este yacimiento en el Pleistoceno Inferior, penecontemporáneo de TD 6-Aurora. Hacia la mitad, hace menos de 500.000 años, Khonoko II, y muy próximo a 200.000 años (195.000 años TL) Karatau I, también en Tayikistán, y Sel-Ungur, en Kirguistán, cerca del paso al Pleis­ toceno Superior, con técnicas en el trabajo de lascas, parecidas a las que acompañan a los de gran formato en el Modo 2 25. La Europa del este también cuenta con yacimientos fecun­ dos en industria lírica, como la cueva de Treugol’naya (Rusia), con varios suelos, desde el nivel IV datado en 583.000 años, al nivel II, en 393.000, y el nivel I, más joven, correlacionado con el estadio isotópico OIS 7, entre varias decenas de sitios que cuen­ tan con un Achelense final. Más próximo a países centroeuropeos, en el extremo suroeste de Ucrania, está el citado sitio de Korolevo, con los niveles antiguos en el Pleistoceno Inferior y los

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terminales bajo la superficie en el Holoceno, con restos del Neolí­ tico. Hay en este, como es normal, hiatos considerables en la serie, que se ha estudiado con esmero en los aspectos sedimentológicos, paleomagnéticos, palinológicos y otros paleontológicos. Contiene utensilios alterados por arrastre en gravas fluviales del nivel arqueo­ lógico VIII, con más y menos de 700.000 años —como en otras regiones en la misma época— e industrias arcaicas en el nivel VII, de hace unos 650.000 años. Tras un largo vacío sedimentario, el nivel VI, con menos de 350.000 años y próximo a los 300.000, contiene ya objetos con talla Levallois, y el nivel IV, entre menos de 180.000 y más de 110.000 años tiene un conjunto clasificado en el Paleolítico Medio26. La República Checa cuenta, entre sus numerosos yacimientos bien estudiados, los de Stranska Skala y Prezletice, con niveles datados de poco más y poco menos de 600.000 años respectivamene, el primero a orillas de un río y el segundo en ribera lacus­ tre, con industrias de lascas y algunos protobifaces, y restos de fuego en ambos27. En el sitio alemán de Schóningen II, próximo a los 400.000 años, como en el húngaro de VértesszollÓs, con me­ nos de 380.000 años, se conoce industria de pequeños utensilios con elaboración mejor acabada y más precisa que la conocida y muy duradera del Olduvayense o Modo 1 evolucionado, pero sin útiles de gran formato, por lo que no se la clasifica en el Modo 2, aunque sí en un Achelense (en sentido amplio) progresivo. En Schóningen se ha probado el uso de lanzas de madera con punta afilada ’y endurecida. Más al oeste de Alemania, en el valle medio final del Rin, se conocen conjuntos de industria achelense progre­ siva en el nivel H de Kárlich y en el nivel L D l de la también larga serie de Ariendorf2S. En Gran Bretaña, la Terraza del Támesis que contenía los fósiles humanos de Swanscombe —en mi opi­ nión, del episodio OIS 7, no muy anterior a 200.000 años— , guarda también numerosos bifaces de talla fina, filos rectos y for­ mas geométricas con simetría, de un Modo 2 evolucionado. Más al sur son muchos los yacimientos de Francia, sobre todo en su mitad meridional, y de Italia, con copiosos registros

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arqueológicos, algunos en largas series estratigrafías, y con con­ textos sedimentológicos y paleontológicos bien estudiados. Un yacimiento del difícil primer tercio del Pleistoceno Medio es La Noira, en el valle del Ger (Francia), en depósito aluvial; su am­ biente y utilización humana se estudian con examen riguroso de los regímenes de deposición y posibles remociones o alteracio­ nes. Francia, además de los sitios en Bretaña con Modo 2 de Menez-Dregan, entre hace 500.000 y 300.000 años, y Cotes d'Armor, con copiosos bifaces de arenisca, cuenta con yacimientos, sobre todo en cuevas, con series de niveles fértiles, algunos de los cuales ya conocemos por contener fósiles humanos. Así, la Caune de l’Arago, en Tautavel, entre hace 550.000 y 450.000 años, aun con bifaces y hendedores escasos, tiene restos de industria y de mamíferos fósiles junto a pruebas de activi­ dades y ocupación repetidas en esos cien milenios: campamentos y altos sucesivos en los niveles inferiores L y K, con clima frío y seco; tres suelos, en clima templado y húmedo, de campamen­ tos temporales de hace alrededor de 500.000 años, del nivel J in­ termedio, y en la unidad III, la más fértil en industria y fauna, con clima frío y seco, de hace unos 450.000 años, los niveles G, con campamentos de larga duración, más corta en los niveles F y E. Para niveles superiores, en la Baume Bonne se pasa del episodio OIS 12, con pocos utensilios de gran formato, al OIS 10, tam­ bién frío, con más bifaces. Al episodio OIS 10, entre 380.000 y 340.000 años, sucede en el relleno de la cueva de Orgnac 3 una serie bien calibrada de diez niveles arqueológicos, entre hace 350.000 y cerca de 300.000 años, que recorren el episodio cáüdo OIS 9 y hasta el comienzo del frío OIS 8. Los numerosos utensi­ lios en este tramo de Orgnac están hechos en una extraordinaria variedad de materias primas y con diversas técnicas de talla; apa­ rece la técnica Levallois, que se hace más frecuente en los niveles superiores, a la vez que va disminuyendo el número de bifaces. Contemporáneo en parte es el sitio de Terra Amata, que va del episodio OIS 11 al OIS 10; además de picos y algunos bifa­ ces, contiene abundantes cantos sencillamente trabajados y

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muestra una explotación de recursos estrictamente locales: al es­ tar situado a orillas del mar, era obvio el consumo de mariscos registrado. En puntos próximos a entradas de la Cueva de Aldéne (Hérault, sureste de Francia) se ha establecido una calibrada secuencia entre el episodio OIS 13 y el OIS 5, con registro de ve­ getaciones desde bosque mediterráneo a bosque templado, y fa­ ses intercaladas de estepa arbolada (OIS 12-11), más abierta en los episodios fríos OIS 10, OIS 8 y OIS 6. En la mitad inferior, abundan restos de macromamíferos, muy fragmentados en el ni­ vel I 2, en tomo a 400.000 años, de donde se infiere una mayor permanencia de humanos; la industria incluye puntas Tayac, solo dos bifaces bastos, y el nivel I 2 tenía también una mandíbula de macaco. La mitad superior de Aldéne contiene Modo 2 evolucio­ nado con materias primas de hasta 50 kilómetros de distancia, técnica Levallois, y no arroja indicios de talla en el sitio, aunque sí de alguna breve estancia. Vuelve a encontrarse Achelense (Modo 2) superior en la cueva del Lazaret, ya en el episodio frío OIS 6, al final de este Pleistoceno Medio, entre 200.000 y unos 130.000 años, con bifaces en número decreciente, y talla Leva­ llois que no llega a ser dominante29. Entre tanto, en Italia, donde ya vimos que eran numerosos los sitios con fósiles humanos, se añaden otros más con industria lírica. No hay entre ellos largas series con registros secuenciados, pero sí algunos excavados en extensión con discriminación de los agentes naturales y usos humanos del territorio y de la abun­ dante fauna. De comienzos del Pleistoceno Medio, hace más de 750.000 anos, es el yacimiento de Ponte Galería. El de Isemia La Pineta (Molise), en el centro-sur, con poco más de 600.000 años, tiene abundantes restos faunísticos y líri­ cos: de estos se recogieron 9.600 piezas, del Modo 1 evoluciona­ do, en cuyas materias primas se observa la dificultad de selec­ ción. Sigue siendo intensa la actividad de investigación y encuentros internacionales en un centro creado en la localidad, que se acompaña de un museo en el sitio. En Fontana Ranuccio, con 458.000 años, se encontró un solo nivel arqueológico del

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Modo 2, con utensilios de gran formato en lava o tallados en huesos de elefante. En la fecunda área de Venosa, con varios sitios, el de Notarchirico (en torno a 350.000 años) dio varios cientos de piezas líri­ cas, casi todas bifaces y cantos trabajados; los artefactos peque­ ños pudieron ser arrastrados por corrientes esporádicas, cuya acción, así como la de aguas más quietas, se observa en alteracio­ nes de restos óseos. Pero, además, es segura la acción humana en huesos de elefante: el sitio también se ha museizado. Otro yaci­ miento con mucho elefante, unos 25 individuos, entre más de 10.000 restos óseos —aunque le gana un gran bovino con 40 in­ dividuos— , también museizado, es La Polledrara, al oeste de Roma, con casi 370.000 años en el episodio OIS 10, en el que los estudios tafonómicos permiten reconocer diversos factores natu­ rales y tiempos de alteración; se habían traído al sitio pequeños cantos de sílex y bloques de lava, y también aquí se tallaron utensilios de huesos de elefante. Otros sitios con hueso de elefante como materia prima de instrumentos de gran formato, además de industria lítica del Modo 2, son Castel di Guido, próximo al anterior, edad del epi­ sodio OIS 9, que presenta indicios de haber sido sitio de carnice­ ría de caballo y gran bovino, además de elefante, y de haberse extraído médula de huesos largos; y Casal de Pazzi, al noreste de Roma, en una terraza media del Anio, afluente del Tíber, con edad más probable de 251.000 años, ya en el episodio OIS 7, que cuenta con aves acuáticas entre sus fósiles, además de seña­ les en los restos de fauna y líricos de haber sido arrastrados y al­ terados por agentes naturales. En Casal de Pazzi la industria líti­ ca no tiene gran formato, sino solo formas pequeñas de un estilo progresivo regional, y también se pueden visitar piezas fósiles sin levantar en un museo in situy0.

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6 P o b l a d o r e s d e I b e r ia e n e l P l e is t o c e n o M e d io

A m b ie n t e s

m e so p l e ist o c e n o s e n la

P e n í n s u l a I b é r ic a

L o s cambios en el paisaje se modelan por efectos de tres facto­ res principales: la naturaleza de la roca que aflora en la superfi­ cie; el modo en que se halla estructurada, si horizontalmente, plegada o fracturada; y el clima a que está sometida: atendiendo a los parámetros cálído-frío, magnitud de la oscilación entre má­ ximas y mínimas, húmedo-seco y distribución de las lluvias, se­ gún sean regulares o monzónicas o esporádicas pero brutales, y la estación en que se producen. Este modelo de dinámica paisajística y su actuación en dis­ tintas regiones de España fue expuesto por Vidal Box en el Mu­ seo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, a través de ma­ quetas geomorfológicas y a escala cartográfica que dejaban ver, mediante cortes verticales, las rocas y su estructura, así como la cubierta vegetal que remata la acción de los factores climáticos, al ser afectada por ellos e incluso modificarlos. Se ubicaba la colección en una sala singular, altamente sugerente y didáctica, que fue desmontada por un director del museo en 1990. Los paisajes de la Península Ibérica, en sus márgenes litora­ les, en las cordilleras próximas al mar e interiores, en las cuencas

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extensas, en los valles y depresiones intramontanas, los cursos re­ montantes y las capturas fluviales, evolucionaron a lo largo del Pleistoceno Medio. Los testigos de esta evolución se encuentran en los niveles altos de los cortes geológicos y en suelos vegeta­ les enterrados sobre materiales de terrazas fluviales o arenas eólicas, así como en los rellenos de cuevas y abrigos, y pueden detec­ tarse también medíante sondeos en las plataformas litorales. Las siete grandes oscilaciones climáticas entre los episodios de la Escala Isotópica del Océano (OIS), calientes del 19 al 7 y fríos del 18 al 6, además de las fluctuaciones menores interme­ dias, se van estudiando y calibrando con el máximo detalle, algo que entraña dificultad, dado que lo más común es que los regis­ tros estratigráficos de estas secuencias sean discontinuos, y más los paleontológicos, aun cuando no faltan, de vez en cuando, buenos testigos de paleofaunas. También se han estudiado las extensiones de los glaciares de montaña durante este periodo en la Península, así como las fluctuaciones del nivel del mar. En la franja que corre, en el sur de la Península, entre la Penibética malagueña y el Mediterráneo, J. E Jordá 1ha estudiado y publicado depósitos de vertiente, los de litorales y los de cuevas correspondientes al Plioceno y el Pleistoceno. Entre los abanicos aluviales que descienden de la Sierra Almijara, el de Maro contie­ ne depósitos del Pleistoceno Inferior y Medio, y el de Nerja, del Pleistoceno Medio y Superior; ambos llegan a penetrar, en fases muy frías, por debajo del nivel actual de costa. En el Pleistoceno Medio reconoce recodos y desviaciones en el curso de los ríos, capturas, cambios en la energía de drenaje, saltos por fallas y, en cuanto al clima, un predominio general de la aridez. Los cambios secuenciales en el ámbito de las cuencas intrabéticas han sido estudiados por Rodríguez Vidal y García Prieto, que han aportado observaciones geodinámicas sobre el influjo de las reactivaciones tectónicas en los ambientes lacustres y fluviales o aluviales, así como sobre las capturas y los cambios de vertien­ te 2. La evolución de la cuenca lacustre de Baza, continuando lo hecho para el Pleistoceno Inferior, la estudia Ruíz Bustos en el

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Pleistoceno Medio, siempre sobre la base de la paleoecología inferida en el estudio de los roedores fósiles3. Se han estudiado asimismo diversas localidades y regiones de la Península, y su evolución geográfica en el Pleistoceno Medio, como el valle y la cuenca del Jarama, en las provincias de Madrid y Guadalajara, con numerosos yacimientos en sitios abiertos y en cuevas. En las cuencas del Guadiana, el Tajo y el Duero, predo­ minan los sitios al aire libre, en terrazas fluviales, como también en Portugal. En la franja cantábrica, la mayoría de los sitios co­ nocidos corresponden a cuevas, y al Pleistoceno Superior, pero algunas como Lezetxiki, El Castillo, tienen rellenos en niveles in­ feriores con registros del Pleistoceno Medio, y no son pocos los yacimientos al aire libre, menos conocidos. En las vertientes me­ diterráneas del noreste, del Ebro y levantinas, no faltan lugares, pero entrañan mayor dificultad por las condiciones de sedimen­ tación, adversas en general a la buena conservación de registros y a su ubicación en el sitio4. Los cambios del nivel del mar en el sur de la Península, en Baleares, Canarias, Cabo Verde y puntos del noroeste de África fueron estudiados por C. Zazo con un numeroso equipo y de manera detallada, así como las sucesivas terrazas y formas de erosión marinas, y los depósitos continentales asociados, a través de reconstrucciones paleogeográficas de las antiguas y sucesivas líneas de costa en el Pleistoceno Superior, pero ya desde la mitad del Pleistoceno Medio, en los episodios OIS 11, OIS 9 y, sobre todo, el OIS 7. En este, se extendió y dejó sus caracolas el Strombus bubonius senegalés en playas de Almería, Murcia y Alicante, que se encuentran actualmente entre 4 y 11,5 metros sobre el nivel del m ar5. Mayores fueron los desniveles registrados para aque­ llos eventos en la costa de Cádiz. En el espacio de la Valldigna, entre las sierras próximas, al sur de Valencia, los avances del mar y sus retrocesos cubrieron y descubrieron, respectivamente, ma­ yores extensiones de tierra. En el sur de la provincia de Pontevedra se ha estudiado la evolución de una antigua depresión terciaria, entre Redondela, al

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fondo de la ría de Vigo, y el valle del Miño, que actualmente re­ corre el río Louro de norte a sur. Esta cuenca endorreica comen­ zó a verter al mar a través del Miño, con la captura del Louro en el Pleistoceno Medio, cuando aquél cambió su curso por su de­ sembocadura en el Atlántico, al norte del monte Tecla, abriéndo­ se cuatro kilómetros más al sur. De una fértil cuenca lacustre in­ terior quedaron en la región desde entonces humedales y gándaras, y depósitos de terraza, donde están siendo investiga­ dos, desde hace pocos años, lugares con restos de ocupación hu­ mana en la región6. En el interior peninsular puede señalarse una nueva vía de investigación acerca de pretéritos cambios ambientales; la que desarrolla actualmente A. I. Ortega sobre la evolución de siste­ mas kársticos como el de la Sierra de Atapuerca: la senilidad, re­ lleno, taponamiento y reapertura de sus cuevas que se registran a lo largo del Pleistoceno Medio7. Son pocos pero ilustrativos los estudios polínicos sobre la evolución del entorno vegetal en lugares o comarcas con impor­ tantes registros de ocupación humana en el Pleistoceno Medio. En el interior de la Península, son curiosos los de la Cuesta de la Bajada, junto a Teruel, en la vertiente mediterránea; los de Ambrona y Torralba, y los de Atapuerca-Galería. En la Cuesta de la Bajada, en terraza de entre 50-60 metros sobre el río Alfambra, en niveles fluviales y de lago o charca, con más de 138.000 años, se registra un máximo frío en los niveles 19 a 17, la vegetación es de pradera con abedules, y aparecen seña­ les de humedad. Luego crece la aridez, se dan menos gramíneas y más hierbas de páramo hacia la mitad (niveles 16 a 14), y al fi­ nal (niveles 13 y 12) aumenta la temperatura y el ambiente es más húmedo, como atestigua la escasez de plantas estépícas y el dominio del pinar, aunque con escaso sotobosque. La Sierra de Atapuerca está próxima a cabeceras de afluentes del Duero y del paso entre esta cuenca y la del Ebro; también en­ tre la Sierra de la Demanda, fértiles valles, La Rioja, la Meseta y un alto páramo. Disfruta, pues, de una cubierta vegetal variada 166

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entre ella y su entorno. El sitio de Galería está próximo y a nivel de una entrada antigua que se taponó a la vez que se abrían bo­ quetes por arriba: el registro polínico puede, por tanto, estar afectado por las desviaciones a que están expuestos sus registros en cavidades, además de las variaciones que pudieran darse en la dirección de los vientos que transportan los granos de polen; el primer factor, no obstante, no sería muy determinante en esta peculiar cavidad. Los tramos estudiados en la parte superior ofrecen datos muy dispares, que se sitúan en un amplio margen de 177.000 a 211.000 años; la base está bastante por encima de un espeleotema datado entre 350.000 y 317.000 años. Suman una potencia vertical de 2,90 metros y se muestrearon cada cinco centímetros, de lo que resultaron 59 muestras. En total fueron examinados 8.362 granos de polen y esporas de hongos. Solo se tuvieron en cuenta los contenidos con más de cien pólenes y esporas. Se distingue una primera zona (la inferior) con alrededor del 50% de polen arbóreo, del género de encinas y robles o queji­ gos, de haya, sauce, avellano, fresno, abeto, con sotobosque de brezo; el pino es escaso y aumentan al final las plantas que ne­ cesitan humedad sobre las de medios secos: las temperaturas no serían muy frías. En la segunda banda domina el roble, se man­ tiene el haya y disminuyen los brezos, así como la diversidad ge­ neral. En la tercera, ésta se recupera, aparecen representados dis­ tintos conjuntos de la Península, se hace ver el olivo y se reducen los necesitados de humedad. En la cuarta casi desaparecen los árboles, salvo los pinos, que aumentan, y se hacen muy dominan­ tes las gramíneas y otras esteparias: de no obedecer este predo­ minio a la selección del polen en el transporte, ello indicaría una sequía notable. El tramo final vuelve a tener más robles y pinos, y no pocos taxones de flora mediterránea, de lo que se despren­ de un clima más cálido, con humedad menor y más estacional. En el yacimiento de Ambrona y hace alrededor de 350.000 años, la unidad inferior (niveles AS 1 a 5) comienza con gramí­ neas, hierbas de estepa, algunas de charca, zarzas, enebros y casi

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Gráfico que resume los cambios en la proporción de los grupos principales componentes de la vegetación a lo largo de los tiempos representados en la Trinchera de Atapuerca, según los análisis de muestras de polen. Las conta­ minaciones entre uno y otro nivel no parecen haber sido importantes. (Según M. García-Antón, en E. Carbonell, A. Rosas y J. C. Diez (eds.), Atapuerca: ocu­

paciones humanas y paleoecologta del yacimiento de Galería. Arqueología en Castilla y León, Memorias, 7, Junta de Castilla y León, 1999, pág. 139).

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nada de pino; este aumenta hasta más del 60% y vuelve a re­ ducirse, para ser sustituido por el enebro, que alcanza el 80% y termina con valores altos, al tiempo que aumentan los taxones higrófilos y no quedan casi gramíneas: el paisaje pasa, pues, de abierto a boscoso, y termina con aridez tras esta mejoría. La unidad media (nivel AS 6, de unos 3 metros) empieza con más del 50% de pino, que fluctúa, llega al 80% y termina casi desapareciendo. El enebro, limitado al principio, crece con algo de avellano y castaño; escasean las gramíneas, las plantas de agua, y las de estepa, al principio moderadas, abundan al final, en particular los Aster: ha crecido el bosque, con un clima tem­ plado, más húmedo al comienzo y menos al final. Hablaremos enseguida de la ubicación peculiar de este ya­ cimiento en lo alto del altiplano central en la Península, y del de Torralba, ya en la bajada de un arroyo. Interés especial está despertando la conservación de granos de polen en coprolitos de herbívoros, muy reveladora, y de sus consumidores, las hienas8. En las faunas no se registran cambios notables, después de los señalados al final del Pleistoceno Inferior. Sí se advierten en­ tradas y expansiones de algunos grandes herbívoros, como el mamut de estepa, Mammuthus trogontberii, bóvidos más habi­ tuales en el norte de Europa, y aparece un gran bovino propio de estas tierras, como veremos. Es sobre todo en roedores donde se constatan cambios muy ligados, y por tanto indicadores de los que ocurren en la vegetación, la geografía y el clima (Sesé, 1994; Ruiz Bustos, 2004). Los registros de faunas fósiles con alto número de especies representadas y buena conservación de los restos sustentan valio­ sos estudios sobre los ambientes en que vivieron generaciones de antepasados, sobre todo si se hallan asociados con fósiles huma­ nos o, lo que es más frecuente, en sitios con restos arqueológicos. Eso sí, tales yacimientos son escasos para la primera mitad del Pleistoceno Medio, en que es notable el de Cúllar de Baza (Gra­ nada), con la primera cita del mamut de estepa en España (Sesé y otros, 2001), y más frecuentes en la segunda mitad.

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Así, por poner unos ejemplos, la Cuesta de la Bajada (Teruel), donde mamíferos grandes y pequeños ilustran cambios ecológi­ cos junto con registros polínico y arqueológico (Santonja y otros, 2000); los conjuntos paleofaunísticos de las cuevas de los Torrejones y del Congosto, en Alcorlo, Guadalajara, con representa­ ción, en sucesivos niveles, de hasta 48 especies de mamíferos, grandes y pequeños, herbívoros y carnívoros, entre los que se dan piezas bien conservadas y un par de fósiles humanos (Arri­ bas y Jordá, 1999); el corte de Galería en Atapuerca, donde se han estudiado restos de 36 especies de mamíferos, con señales de interacción de sucesivos predadores y carroñeros, y se ha defi­ nido el conjunto o conjuntos comparándolos con asociaciones faunísticas actuales y sus características ecológicas (J. Rodríguez, 1999; el autor cita en su bibliografía la decena de artículos sobre este conjunto que le acompañan en el mismo libro); en la misma Trinchera de Atapuerca, G. Cuenca y otros (2004) recogen los estudios sobre conjuntos de mamíferos sucesivos registrados en el Sitio Gran Dolina. En el este y sureste de la Península, se estudian también inte­ racciones entre los elementos faunísticos registrados en las tres unidades inferiores, mesopleistocenas, del largo registro en la Cueva de Bolomor (Tabernes de Valldigna, Valencia), descubier­ ta hace 140 años por el olvidado Juan Vilanova y Piera (Fernán­ dez Peris y otros, 1997), y en la Cueva Negra del Estrecho de Río Quípar, Murcia, una riquísima paleofauna con 27 especies de mamíferos y 65 de aves representadas, además de fósiles humanos, a la salida de un ambiente intramontano con laguna y remanso de un afluente del Segura (Walker y otros, 2004). Los mamíferos grandes y pequeños de estas edades conocidos por fósiles en el entorno de Madrid, aflorantes en numerosas canteras y obras, se vienen estudiando desde hace más de un siglo: los recopilan C. Sesé y E. Soto (2002)9.

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A mbrona y T orralba El yacimiento de Torralba (Soria) no fue el primero del Pleis­ toceno Medio y con industria del Paleolítico Inferior que se co­ noció en España, pero ninguno antes que él fue excavado con tan cuidado método y en tanta extensión, ni sus aportaciones tan valoradas por la comunidad científica internacional y reconoci­ das en publicaciones. Hace cien años lo conoció Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, y va a cumplirse el si­ glo del comienzo de sus excavaciones, en 1909, que duraron cin­ co años. Las hizo con método interdisciplinar, de vanguardia en­ tonces: por niveles, atendiendo a la fauna fósil, cotejándola con las de otros yacimientos como indicador biocronológico, exami­ nando los productos de industria lítica y la posible relación de estos con aquella, guardando también objetos de madera con po­ sibles señales de modificación y uso instrumental. A las personas que dejaba al cargo de las excavaciones en su ausencia les enseñó a dar parte escrito de los hallazgos diarios. A continuación, entre 1914 y 1916, prospectó la Loma de los Huesos de Ambrona: ni extendió más la excavación ni publicó sus resultados10. Tras su muerte en 1922, nadie volvió a excavar en aquella co­ marca. Una razón para ello puede encontrarse en la opinión de un profesor que sostenía que las excavaciones de Cerralbo ha­ bían sido exhaustivas y no quedaba allí nada por hacer. Mediado el siglo XX, en un Congreso Panafrícano de Prehistoria y Estudio de Cuaternario, John Desmond Clark definió y desarrolló el con­ cepto de «suelos de ocupación», al tiempo que valoraba los am­ plios horizontes epistemológicos sobre paleoecología y desarrollo mental de los humanos que ofrecen aquellos yacimientos que per­ miten inferir presencia y actividad, larga o corta, de estos en el si­ tio, a diferencia de otros en que se constata que los objetos líticos y los fósiles se hallan allí por efecto de arrastre o desplazados y al­ terados. En aquella ocasión intervino Luis Pericot, poniendo a Torralba como ejemplo de «sitio de ocupación» —lo que Cerral­ bo había llamado «estación»— . Esto motivó a F, C. Howell e,

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independientemente, a Pierre Biberson a visitar el sitio, y también Ambrona, para comprobar si valía la pena renovar la excavación y los estudios. Casualmente, en 1960, coincidieron reconociendo a ojo el terreno. Como resultado, el proyecto de Howell obtuvo una subvención para comenzar sus excavaciones en 1961, y en dicho proyecto incluyó a Biberson.

Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de CerraJbo, en sus excavaciones de Torralba, alrededor de 1910. (Archivo del Museo Nacional de Ciencias

Naturales).

Desde entonces se desarrollaron trabajos de campo en To­ rralba, de 1961 a 1963, extendidos a Ambrona a partir de 1962. En este último sitio, E. Aguirre excavó, en 1973, un área limitada. Howell tomó de nuevo el testigo en 1980, 1981 y 1983, y reanu­ dó la excavación de manera muy extensa. Entre 1990 y 2002, se extendieron aún más las excavaciones en Ambrona, con diez campañas veraniegas y dos más para registros de datos comple­ mentarios, dirigidas por Manuel Santonja y Alfredo Pérez-Gon

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zález, que además revisaron con prospección y cata el área de Torralba11. Los yacimientos de Ambrona y Torralba se localizan en un área geográficamente estratégica de la Península Ibérica, la con­ fluencia de la Cordillera Ibérica (rama castellana) con el Sistema Central; un altiplano con la divisoria entre las cuencas del Due­ ro, del Tajo y del Ebro. Dos o tres kilómetros al oeste de Torral­ ba y Ambrona, al otro lado de Sierra Ministra, nace el río Hena­ res, afluente del Tajo; dos kilómetros más al norte, en este extremo de la misma sierra y en la laguna de Conquezuela, nace el Bordecórex, cuyas aguas irán al Duero, y en la misma Ambro­ na nace el Masegar, una de las dos cabezas del Jalón, que tiene en sus primeras terrazas el yacimiento de Torralba y es un afluen­ te principal del Ebro. Como este hecho tampoco es único, sino que también la Sierra de Atapuerca, frecuentada durante todo el Pleistoceno, se halla junto a un collado —paso entre las cuencas del Duero de vertiente atlántica y del Ebro vertiente al Medite­ rráneo— , no me cabe ninguna duda de que los primitivos hispá­ nicos eran buenos exploradores y con buen sentido geográfico. Volviendo a la loma que contiene el yacimiento de Ambrona, esta es un relicto entre dos antiguos arroyos que se dirigían hacia el norte, capturados ahora por el río Masegar, que va al sur. Es una pequeña parte de una gran laguna y tremedal que se fue re­ llenando de sedimentos sobre una superficie de erosión neógena, la intermedia M2. El yacimiento tiene cotas de 1.140 y 1.144 me­ tros de altitud; las lagunas residuales recientes (algunas artificial­ mente desecadas) de Conquezuela, de la Sima y de Ambrona tie­ nen cotas de 1.129/1.130 metros. O sea, que la divisoria actual que constituyen estas se encuentra diez metros por debajo de la que recorrían los humanos de Ambrona. Los de Torralba se pararon años más tarde unos treinta metros más abajo, en un remanso del Masegar, a dos kilómetros de Ambrona. Se han trazado las secuencias estratigráficas de Ambrona y Torralba por diversos autores usando distintas descripciones de los sucesivos niveles, que reciben diferentes nombres y siglas, y

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sin aclarar o sugerir posibles correlaciones o equivalencias, lo que dificulta trazar ahora una imagen de lo que fue la evolución del área y de cada sitio, y la sucesión en el tiempo de los registros de presencia y actividad humanas. Los de Ambrona son más nu­ merosos, se reparten en un tramo de tiempo más largo y, en con­ junto, más antiguo: es probable, no seguro, que los últimos (su­ periores) niveles de Ambrona se solapen en el tiempo con los primeros de Torralba. Los más de 15 horizontes fértiles de este sitio se suceden en un trecho más corto de tiempo, con frío, más agudo en la base, más templado y húmedo al final, y vegetación de estepa, salvo un intermedio con más pino, y pinar denso al término: puede tratarse del episodio OIS 8, más que del OIS 10. Los niveles cambiantes del tercio inferior de Ambrona, nive­ les II a IV de Butzer, o AS 1 a AS 5 de Pérez-González y colabo­ radores, presentan conjuntos vegetales con poco pinar y algunos árboles de ribera al comienzo; pronto se acentúa el paisaje de pára­ mo con enebrales, para ir aumentando progresivamente los pinos, que al final tienen dos caídas fuertes con un repunte en medio. En la mitad de la serie de Ambrona, nivel V de Buzter y AS 6 de Pérez-González, domina el pinar, con un máximo cerca del fi­ nal, cuando vuelve el páramo y los enebros. Faltan estos registros en el tramo superior de Ambrona. El clima sería inicialmente frío en Ambrona inferior, con escasos restos de industria humana, mejor en temperatura y humedad tras una importante discordan­ cia sedimentaria, y creciente cantidad de utensilios del Modo 2 (Achelense) primitivo; estos decaen al final, mientras crecen los indicios de un nuevo episodio frío. Serían con mayor probabili­ dad los pasos del OIS 12 al OIS 11 al comienzo, y de este al OIS 10 al final. Se han estudiado ostrácodos fósiles de toda la serie de Am­ brona, una docena de especies que acusan poco cambio ambien­ tal en el seno de la laguna, poco profunda, bien mineralizada, con plantas (caráceas) sumergidas en algunas zonas. De las cam­ pañas de los ochenta se examinaron 106 fósiles de peces: 39 pu­ dieron atribuirse a una especie de ciprínidos, la bermejuela, que

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hoy se conoce en el alto Jalón y, como único pez, en las lagunas de Ontígola y Gallocanta, y es comestible, si bien Perea y Doadrio (2005, ob. cit.) excluyen que los consumieran estos ocupan­ tes piéis tocénicos. En un trabajo reciente se corrigen listas de aves en estos yaci­ mientos con identificaciones erróneas publicadas en trabajos muy iniciales, y repetidas o mezcladas con nuevos errores en es­ critos posteriores. La üsta fiable, del paleomitólogo A. Sánchez Marco (2005, ob. cit.), contiene cuatro especies de Torralba y nueve de Ambrona, «todas de terrenos pantanosos, encharcados y de masas de agua de escasa profundidad», según dicho autor. Unas quieren la vegetación densa en la orla de estanques o lagu­ nas, como el ánade rabudo (Anas acuta), la focha (Fúlica atra), ambas identificadas en Ambrona, y el calamón (Porpbyrio porpbyrio) de Torralba, mientras que otras se hallan a gusto en tierras con hierba, llanas o poco onduladas, como el ganso común (Anser anser) y la avefría (Vanellus vanellus), ambas de Ambrona. Gran parte de ellas son invernantes, aunque algunas infrecuentes, co­ mo las dos serretas, la grande (Mergus merganser), de Ambrona, y la mediana (Mergus serrator), de Torralba. Todas las especies de aves identificadas se ven hoy en el lugar. El clima de entonces en Ambrona no diferiría en mucho del actual, aunque sí sería más lluvioso. La estación visitada en ambos lugares era el verano, y no se descarta la acción de predadores, sobre todo en crías. También se han estudiado en Ambrona fósiles de anfibios, identificados por Martínez Solano y Borja Sanchiz (2005, ob. cit.), como el sapo común (Bufo bufo), el sapo corredor (Bufo calamita), el sapo de espuelas (Pelobates cultripes), el sapillo pintojo meri­ dional (Discoglossus jeanneae), el sapillo moteado común (Pelodytes punctatus), la ranita de san Antón (Hyla arbórea) y la rana común (Rana perezi). El grupo entero no se extiende por toda la Península, sino desde el norte de Burgos a Navarra, por La Rioja, Soria, Guadalajara, Cuenca y Teruel. Es una banda de marcada estacionalidad en el clima. Los fósiles de reptiles son más escasos: dos de la familia de los lagartos, sin poder precisar

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la especie, y varios de colúbridos: culebra de agua (género Natrix) y culebra de escalera (Elaphe scalaris). La fauna registrada de mamíferos no es muy diversa. Son po­ cos los fósiles de mícromamíferos recogidos en la criba de muchas toneladas de sedimento de los niveles más fértiles inferiores de Ambrona. Permiten a C. Sesé (2005, ob. cit.) reconocer una Mu­ saraña (género Crocidura); dos roedores amigos de lagunas o charcas, o de los juncales y herbizales que las rodean, la rata de agua meridional (Arvícola sapidus, o afín) y el topíllo de las bre­ chas (Iberomys brecciensis), con otro más ubicuo, el ratón de cam­ po (Apodemus sylvaticus), además de conejo y, con duda, liebre. Tanto en Torralba como en Ambrona, los grandes mamíferos reconocidos son: el león primitivo (Pantera leo fossilis), el lobo de Mosbach (Canis lupus mosbachensis), el elefante antiguo (Palaeoloxodon antiquus), el rinoceronte de estepa (Stepbanorbinus bemitoecbus), el caballo definido como raza de Torralba (Equus caballus torralbae), un venado común con algún rasgo un tanto primitivo

Excavaciones en Torralba y Ambrona (1963), con su director F. Clark Howell. (E. Aguirre, Archivo MNCN).

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en Ambrona inferior (Cervus elaphus), el gamo de Clacton (Dama cíactoniana), un gamo gigante (género Megaceros, o afín), reco­ nocido en un solo fósil de Torralba por Azzaroli y dudoso en Ambrona; y un corzo (género Capreolus), solo en Ambrona.

Fragmento de cráneo y núcleos de astas de toro antiguo de Ambrona, Bos antiquus, Carolina Fuentes. (E. Aguirre, Archivo MNCN).

Un gran bovino que unos autores dejan como indeterminado y otros, erróneamente, llaman «uro», es un claro pariente primitivo no de este, sino de los actuales toros y vacas domésticos, por la for­ ma del cráneo y de las astas, que eran enormes: ha sido publicado como especie nueva por Carolina Fuentes12 con el nombre de Bos antiquus, basándose en diferencias significativas del cráneo, la cor­ namenta, la dentición, la escápula, huesos del miembro anterior, la tibia, el astrágalo, metápodos y falanges. Llegué a ver un diente de macaco de Torralba, que se extravió en un traslado. En los dos si­ tios domina el elefante antiguo como la especie representada por mayor número de fósiles y mayor número estimado de individuos. 177

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El bajo número de especies diversas encontrado en una exca­ vación tan extensa y con múltiples niveles de distintos regímenes sedimentarios resulta chocante, máxime si se tiene en cuenta la variedad que presentan las listas de otros yacimientos de Europa, incluida Iberia. Se ha planteado la cuestión de si ello puede atri­ buirse a la selección antrópica o a la crudeza de las condiciones geográficas de ambos yacimientos. Conviene no olvidar que aún hoy, en fase interglacial, la vida es allí muy dura, con inviernos gélidos y solo grata en los veranos: parecida sería en tiempos de los niveles inferiores de Ambrona, y más cruda en Torralba, con un episodio frío de la escala isotópica. Esto explica que los visi­ tantes fueran pocos, más bien de verano, como los anfibios y sus puestas. Las interpretaciones de cuantos conocen bien ambos sitios y sus registros coinciden en admitir que las permanencias de los hu­ manos allí nunca fueron largas. También se tiene por seguro que la talla y fabricación de utensilios no era actividad propia o prin­ cipal. Las recomposiciones de lascas y fragmentos solo llevan a inferir retoques en instrumentos traídos de fuera, rara vez a im­ provisaciones con materiales próximos de peor calidad. Entre las materias primas es escasa la caliza jurásica, también la dolomita, que son las rocas locales. A más de 5 o 7 kilómetros, cerca de la laguna de Conquezuela, afloran conglomerados de la base del Triásico donde pueden encontrarse buenas bases de cantos de cuarcita; pero no coinciden con la de los utensilios examinados, que se puede buscar en formaciones de arrastre más lejanas. Fa­ lló un intento de análisis petrológico de varios utensilios de sílex y pedernal para identificar sus canteras de procedencia: se ha su­ gerido un afloramiento a 50 kilómetros aguas abajo del Jalón, y podía haber algunas más cerca por el Henares o en Sierra Minis­ tra. Es una búsqueda pendiente. Quienes han excavado temporada tras temporada y registra­ do los hallazgos en ambos sitios no aseguran que estén intactos, que no hayan sufrido alteraciones; por tanto, no reconocen sus asociaciones registradas como primarias. Sí las consideran «semi-

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primarias», porque, en todo caso y salvo excepciones, el grado de desplazamiento de unos u otros objetos antes de su incorpo­ ración definitiva al sedimento puede calificarse como mínimo, es decir, que no altera el valor epistemológico de las inferencias so­ bre modos de comportamiento de los humanos que con ellos y en el lugar actuaron. Los conjuntos tipológicos se han interpreta­ do como «Achelense primitivo tardío» o «Achelense medio anti­ guo». En realidad puede calificarse de «transicional», tanto por la calidad de los pequeños utensilios como por lo cuidado de la talla y las formas geométricas, no infrecuentes en los de gran for­ mato. No faltan filos rectos ni configuración con percutor blan­ do, y se ha señalado algún «proto-Levallois» !\ Las inferencias de intervenciones humanas sobre restos esque­ léticos de elefantes no carecen de fundamento ni son tan ligeras como algunos críticos han pretendido. El equipo de F. C. Howell examinó con rigor tafonómico las alteraciones de erosión, lustre, redondeo, o pulimentos y abrasiones más o menos extensas, y atribuyó algunos de estos últimos al roce de granos minerales del sedimento envolvente, y algunas alteraciones intensas o redondéos infrecuentes, a posible digestión de hienas, o arrastres, ni generales, ni rápidos, ni prolongados; asimismo se han reconoci­ do señales claras de alteraciones edáficas. El examen de lustres intensos, destacados y locaÜ2 ados desigualmente en puntas o bordes parciales conduce a excluir rodaduras o pisoteos even­ tuales y a corroborar la aplicación de tales puntas o bordes a acciones intencionales. Entre las marcas de incisión y fracturas, las hay que registran, sin duda, los impactos de dientes de carnívoros: de estas, unas son primarias y otras se superponen a marcas precedentes de dis­ tinto origen. Se ven señales inequívocas de cortes, hachazos, gol­ peteo, que aun los más críticos llegan a reconocer. La distribu­ ción en los espacios excavados de partes de los esqueletos, sobre todo de elefantes —presencias reiteradas de unas y ausencias de otras— , difícilmente se encuentra en asociaciones de origen natural, ya sean cementerios de elefantes o comederos de hienas.

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Las asociaciones espaciales de huesos y utensilios Uticos se han visto repetidas en cuadrículas distintas de un nivel y de otros; pero no basta que esta yuxtaposición se considere prueba sufi­ ciente por otros autores en distintos yacimientos, ni en estos, pues los líticos resisten más y largo tiempo a los agentes atmos­ féricos, y los huesos no: los primeros pueden haber sido depo­ sitados al comienzo o a lo largo de un intervalo sin deposición, o aun con denudación de sedimento fino, mientras que los huesos solo pueden ser del final, coetáneos del nuevo nivel sedimentario o de la matriz, no de los primeros; de modo que únicamente puede concluirse la asociación real en una misma acción si deter­ minadas circunstancias o conjunciones lo exigen. En Torralba se han hecho análisis estadísticos que parecen mostrar relaciones reales entre presencia de útiles y presencia de huesos, Con esto no se pretende afirmar que todos los elefantes fósiles encontra­ dos en Ambrona hayan sido cazados y comidos por humanos14.

P rocura de carne e industria de hueso en T orralba y A mbrona En Torralba y Ambrona, pues, se reconocen y no se excluyen casos de alteraciones por agentes naturales en cierto número de huesos de elefante y otros grandes mamíferos. Ello no contradice ni oscurece las pruebas de acción antrópíca, repetida y frecuente, so­ bre carcasas del elefante antiguo, principalmente, consistentes en trazas o señales obvias y de otro modo inexplicables. Lo cual per­ mite asegurar el consumo real y repetido de carne, y aun procura­ do por los antecesores fósiles que no ocupaban en permanencia aquella estratégica región, sino que acudían en temporadas. Cabe indicar aquí que resulta innegable que aquella gente consumiera alimentos vegetales: pero de esto no se conoce que hayan quedado restos duraderos y reconocibles en estos sitios. Sí se han estudiado pruebas de fuego procurado15, y se han buscado sin éxito pruebas de confección y uso de vestidos por aquellos

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pobladores. Los únicos indicios a este respecto están en los pe­ queños utensilios con punta o diente pretendidamente perfora­ dor como posibles instrumentos de costura: no se puede afirmar, pero su posibilidad es sostenible. En la extensa área de Ambrona excavada en 1983, antes de los últimos trabajos de final de siglo, de unos 2,100 metros cua­ drados, se estudió en detalle la distribución, notablemente desi­ gual, de los utensilios Uticos en número y en su distintos tipos, y en cuatro divisiones distintas de oeste a este. A lo largo de las mismas, los diferentes artefactos, los huesos dejados y las marcas tafonómicas en estos permiten inferir con seguridad las distintas actividades sobre las carcasas, desde el despiece inicial en el mar­ gen de las aguas hasta la preparación inmediata al consumo y el desecho en la mayor distancia, próxima al pie de la elevación del terrenolfa. Las dos cuestiones más debatidas cuando se habla de Torral­ ba y Ambrona son la caza y la industria con utensilios de hueso. El planteamiento «caza o carroña», o bien «caza sí, caza no» es simplista y rígido, y pasa de largo sin mirar a todo un abanico de posibilidades para acceder a un alimento cárnico que sí consta por estudio crítico que supieron explorar y aprovechar nuestros antecesores del Paleolítico Inferior. Estos despiezaron, desolla­ ron y comieron carne de elefante. No cabe duda. Otros esqueletos fósiles de elefantes enteros y en conexión anatómica, o casi, prueban bien que allí perecían estos por muer­ te natural. Una de dos: o iban allí a morirse, igual que los elefan­ tes actuales escogen y van a sus cementerios, o bien se desplaza­ ban hasta allí para beber, se enfangaban en el fondo y no podían salir. Lo primero es improbable en este caso, por el alto número de individuos jóvenes e infantiles que se encuentran entre los fó­ siles. Iban allí en grupo. ¿Por qué? Había allí agua, incluso en verano, y agua salina, que les gusta a los elefantes (en los parques actuales los cuidadores se la preparan con sal añadida). Además de sal del subsuelo triásico, que hoy es explotada en salinas de la comarca, los elefantes encontraban allí el légamo, que aún hoy

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constituye el fondo y mantiene las lagunas por su impermeabili­ dad, pero es obvio que un suelo así, lodoso, es una trampa natu­ ral para cualquiera, sobre todo si es grande y pesado. No puedo dudar que los humanos inferopaleolíticos exploraron aquella zona de paso, vieron al menos un elefante recién muerto o mu­ riéndose y decidieron aprovechar su carne; ni que repitieron la experiencia, ellos y sus descendientes, en sucesivos milenios. Tampoco es de extrañar que grupos de aquellos humanos, al me­ nos los más avanzados de Torralba, aprendieran a conducir o empujar grupos de elefantes o de otros mamíferos — caballos, to­ ros— hacia la trampa: un modo activo de procurarse carne que, si no puede llamarse caza en sentido estricto, menos aún es sim­ ple carroñeo. Se ha conocido su práctica por tribus actuales y abundan indicios de ello en sitios prehistóricos L/. Encontrare­ mos otro modo de procura de carne en otro tipo de trampa na­ tural en contemporáneos y próximos a los torralbenses, bien ex­ plicado en uno de los sitios de la Trinchera de Atapuerca. A no ser que se decida cerrar los ojos a la evidencia, no se pude negar que se diera, en ocupaciones de Ambrona y Torral­ ba, el empleo de fragmentos de hueso o diente de elefante como instrumentos, la obtención de filo o punta mediante una talla, aunque elemental y pobre, así como la adaptación a su manejo. Las experiencias de Biberson y Aguirre en los años sesenta para obtener triedros de cúbitos de elefante como los anormalmente repetidos en Torralba 18 aseguran una fracturación artificial, al menos como equiprobable del pisoteo u otra causa natural. No es científico ignorar un proceso demostrado experimen­ talmente y negarle gratuitamente un mínimo de probabilidad. Además, el hecho de que un fragmento de hueso grande de ele­ fante presente una fractura en punta puüda y con lustre y no las otras, se explica mal por un rodamiento o pisoteo, que no puede haber sido tan selectivo. Fragmentos alargados como lápices o varillas de huesos largos de otros mamíferos pueden explicarse por fracturas con intención nutricional, para extraer la médula, no laboral: pero la inferencia de tal intención es insuficiente, o

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deja esta de ser la única si se advierten escotaduras o concoides de lascado como en la piedra, o el extremo terminal en punta mediante un par de pequeñas roturas cóncavas, una a cada lado, que difícilmente se pueden creer casuales, sobre todo si se repi ten como en estos sitios. Lo mismo vale para las pequeñas puntas de defensa de elefante, sobre todo juveniles: alguien ha podido ver algunas semejantes en suelos naturales, pero tantas y tan pró­ ximas entre sí como en Torralba y Ambrona, con señales de uso y sin que se vea en proximidad el resto de la defensa rota o hue­ sos del individuo al que pertenecieran, solo pueden interpretar­ se, con la lógica más elemental, como artefactos intencionales 19. Cuando enseñé al arqueólogo francés F. Bordes otra punta de defensa de elefante joven de Torralba, algo más de un palmo de larga, con alteración en el color pero lisa y brillante en todo el contorno salvo en un lado, todo marcado por cantidad de gol­ pes, él sacó de su cartera un hueso de bóvido con idéntica acu­ mulación de golpeteo en una cara: era el percutor blando que él usaba en sus experiencias de talla fina de bifaces y otros líticos. En Torralba y Ambrona no se han hallado bifaces de hueso tan completos y bien tallados como los que conocemos de Fonta­ na Ranuccío, La Polledrara o Castel di Guido20. Además, han su­ frido erosiones y alteraciones tafonómicas obvias. Pero una punta triédrica en fragmento de hueso de elefante, y un filo ligeramente convexo, no de simples fracturas sino obtenido por clarísimo las­ cado, desacreditan toda explicación que no sea una práctica de talla de hueso con propósito instrumental, aunque imperfecta.

O tros

registros culturales de pobladores ibéricos del

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Poco se sabía del Paleolítico Inferior en España, aparte de Torralba y alrededores de Madrid. En los últimos treinta años se ha despertado el interés y la responsabilidad de las autoridades regionales y locales por esta parte del patrimonio de la Humani-

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Industria en hueso poco elaborada de Torralba. (Archivo M NCN; véase F. Aguírre, Munibe, 57,2006).

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dad, y los científicos que saben buscar y estudiar estos registros van encontrando ayuda para ello. Aunque las industrias del tiem­ po que aquí tratamos no son las más antiguas ni sus autores fue­ ron los primeros ocupantes de Europa, aquellas y sus circunstan­ cias en este Pleistoceno Medio sí pueden ser testigos de los progresos de nuestros antepasados, que nos es bueno conocer. No escasearán, en todo caso, las dificultades, pues los utensi­ lios de piedra, vistosos en la época, los grandes y los pequeños, se encuentran muchas veces en graveras y canturrales, desplaza­ dos de la situación original en que fueron tallados o usados, sin restos de fauna asociados en la mayoría de los casos y, por si ello no bastara, sin dato cronométrico preciso. La mayor parte de es­ tos sitios yacen en terrazas fluviales, pues, a lo largo de este Pleis­ toceno Medio, se han ido perdiendo o reduciendo sobre la corte­ za de los continentes las cuencas lacustres y remansos tranquilos, y ha dominado, especialmente en el primer tercio de esta edad, la alternancia de erosión en cabeceras con depósitos gruesos en áreas bajas y nuevas fases de erosión incluso en esos rellenos y sus bases. Se suceden en todas las grandes cuencas las terrazas, escalonadas, de depósito y corte, en número a veces de más de diez —que unos autores cuentan de arriba abajo y otros de abajo arriba— , y desde más de cien metros sobre el nivel actual de los ríos principales. En la Península Ibérica se conocen ya, publicados, varios centenares de yacimientos con registros arqueológicos del Pleis­ toceno Medio. Resumiremos algo de lo que aportan diversos si­ tios de las distintas regiones naturales, o cuencas, de la Península al conocimiento de las circunstancias en que vivieron nuestros antepasados y de cómo se fueron adaptando a ellas en el saber, el trabajo y la convivencia21. En la franja cantábrica, siempre muy célebre por registros del Paleolítico Superior y por el arte rupestre de finales del Pleis­ toceno, faltó atención al Paleolítico Inferior hasta hace poco tiem­ po. Ya se conocen sitios del País Vasco y de Cantabria. Cabe men­ cionar la Cueva del Castillo, en el valle del Pas, donde la revisión

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y las excavaciones recientes permitieron a iM. Victoria Cabrera ordenar la secuencia de los abundantes registros en una larga se­ rie estratigráfica, En los tres niveles inferiores, los más antiguos, señala industria del Paleolítico Inferior, nivel 26, conjunto de un Modo 2 pobre, o «Achelense atípico», en cuarcita, acompañado de restos de fauna que parecen indicar un clima frío; podría tratar­ se del episodio isotópico OIS 6, o bien del paso a OIS 5, esto es, del final del Pleistoceno Medio o su paso al Superior. A este últi­ mo correspondería el nivel 24, excavado en 50 metros cuadra­ dos, con un Achelense o Modo 2 22, Entre un buen número de sitios inferopaleolíticos de Astu­ rias, destaca un grupo en la parte occidental de esta comunidad en varios entornos próximos al mar, como desembocaduras de ríos, o en la rasa cantábrica. Es esta un llano de este a oeste, en­ tre la cordillera y el litoral, elevado en algunos tramos sobre el mar en acantilados verticales. Así es el Cabo Busto, donde aflo­ raban utensilios en el cantil. Se excavó metódicamente una ex­ tensión, y se recogieron, entre los grandes cantos trabajados, bifaces, hendedores y triedros, en cuarcita, de un Modo 2 avan­ zado, en el nivel 2. Se distinguen utensilios de diversos tiempos, aunque mezclados, y se interpreta el sitio como lugar de paso, o de descanso, repetido. Hay ríos próximos, a uno y otro lado de este alto en la rasa. Se ha dado como mínima una edad alrededor de 120.000-130.000 años. El sitio puede corresponder al episo­ dio OIS 5, pero no es descartable que sea del OIS 7 23. En Galicia se conocen hoy numerosos sitios con industria del Paleolítico Inferior, la mayoría en las provincias de Orense y Pon­ tevedra. En el extremo sur de esta última, y en una terraza de 30 a 40 metros sobre el curso actual del Miño, en el sitio de Portomaior (As Neves), se conocen tres niveles con utensilios sobre gravillas y cubiertos por limos. En el de en medio, nivel III, y en una corta extensión, se recogieron 93 artefactos líricos, que incluían, ade­ más de 2 cantos trabajados, hasta 20 bifaces, 6 hendedores y 6 triedros. Esta triple presencia es considerada una «constante» regional. Aquí se reconocen casos de aristas regularizadas y de

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Utensilios del Paleolítico Medio del sitio de Cabo Busto (Asturias), ordenados según el proceso de obtención, sobre todo de los gran formato: bien modela­ dos en el canto base con toques menores, o bien retocando como base una gran lasca primariamente extraída. (J. A. Rodríguez Asensio, Yacimiento de Cabo Busto, GEA Distribuciones Gráficas, S. L., 2000, Luarca, 2001).

percutores ligeros, por lo que el conjunto se clasifica como Ache­ lense, o Modo 2, progresivo. Se halla en un ensanche del valle del río Miño, tras una garganta, y se data, sin más precisión ni números, en la segunda mitad del Pleistoceno Medio. El sido de Fillaboa y otros en tiempo de remansos se consideran contempo­ ráneos, así como el nivel G3 del Louro, ya capturado por el Miño, también con Modo 2 evolucionado. Precede el depósito G4 del valle del Louro, al que correspondería el taller de las Gándaras de Budiño, zona palustre, descubierto en una zanja de

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prospección en 1963: en este nivel el Modo 2 es menos progresi­ vo. En Portugal se conocen yacimientos con Modo 2 en terrazas del valle del Tajo, en Almonda y en Milharós (Raposo y otros, 1985)24. Al otro lado de la Península Ibérica, en la vertiente medite­ rránea, los autores lamentan la relativa carencia de sitios con tra­ zas de ocupación humana en el Pleistoceno Medio, que atribu­ yen a factores geodinámicos con un predominio de la erosión y el arrastre sobre el depósito. Puede tratarse no solo de efectos tectónicos y subsidencia marítima, sino también de un clima que pudo ser parecido al actual, semiárido o con lluvias esporádicas pero recias, evidente en el régimen de ramblas. En una de estas actualmente se excava en La Boella (Tarragona) un depósito de remanso en paleorrambla con esqueletos de elefante y utensilios de un Modo 2, que incluyen bifaces amigdaloides, hendedores y triedros. Los elefantes son de una variedad intermedia entre el mamut meridional QAammuthus meridionalis) y el de estepa (M. trogontherii). Esta ocupación puede tener más de 500.000600.000 años25. En el interior de la cuenca del Ebro, en La Rioja, se cita un Achelense medio con hendedores y bifaces numerosos, de Cañas-Cirueña, en la cuenca de su afluente, Najerilla. Tam­ bién en el interior, en las afueras de Teruel y en una potente terraza media del Alfambra, expuesta a 50-60 metros sobre su curso actual, se excava y estudia estos años el yacimiento de la Cuesta de la Bajada. Contiene fauna e industria en los niveles 19 al 16, con gran formato casi solo en el 19, basal, diversos ma­ teriales entre los que predomina el pedernal, y técnica Levallois. El clima era de frío a fresco con humedad y vegetación de pra­ dera, más seco y de páramo en el nivelló, más templado y con pinar más denso en los niveles 13 y 12, como dijimos antes. La edad no es inferior a 137.000 años en la base, por IRSL, próxima a finales del Pleistoceno Medio26. Sí conservan registros de ocupación humana los yacimientos en cuevas o abrigos en esta región del noreste. El Cau del Duc de Torroella (Gerona) tenía de veras una situación privilegiada,

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al pie de las vertientes y el altiplano del Montgrí, con el protegido llano junto al mar. No parecen haber aprovechado recursos de este, y en los restos fósiles de mamíferos, muy fragmentados, do­ mina el caballo, seguido de cápridos. Aun cuando no están obte­ nidos in situ, los más de 4.000 artefactos líticos, por su número y su confección permiten inferir actividad en el lugar. El Puig d’en Roca (Gerona), sitio al aire libre, tiene utensilios en cuarzo, y atestigua, con otros sitios próximos, la frecuentación del área, con lagunas y bosque abierto. Otra cueva, bien excavada, con largo registro y un total pró­ ximo a las 14.000 piezas líticas, es la de Bolomor (Tavernes de Valí digna, Valencia) hoy a cuatro kilómetros de la costa. Dieci­ siete niveles se numeran de más moderno a más antiguo, y se agrupan en cuatro unidades, de más antigua a más moderna: La unidad B.I comprende los niveles XVII-XV, y arroja un dato de 525.000 años por racemización de aminoácidos; contenía indus­ tria, casi toda en cuarcita, mezclada con fauna que incluye restos de megacerino junto con caballo, tar y ciervo muy fragmentados, y garduña, en un ambiente fresco y húmedo de más a menos. La Unidad B.II incluye los niveles XIV y XIII, con datos de entorno a 230.000 años TL en la base y 152.000 años a techo, indicios de calor, humedad y mucho encharcamiento, por lo que se la corre­ laciona con el episodio OIS 7: la microfauna confirma el clima interestadial, así como el nivel del mar más próximo, y en la in­ dustria se cuenta más material calizo. La Unidad B.III, niveles XII a VIII, acusa cambios climáticos de fresco y húmedo a frío y ári­ do, para terminar templado y muy húmedo, y se correlaciona con el episodio OIS 6. En la fauna domina el caballo, falta ya el Megaceros, y está presente el zorro. La línea de costa se ha aleja­ do 15 o 20 kilómetros al descender el nivel del mar entre 100 y 150 metros. Hay en la zona más depósitos aluviales y dunas, y en la industria domina como materia prima la caliza. La unidad si­ guiente, B.V, es del Pleistoceno Superior, por lo que hablaremos de ella más adelante, además de por el hecho de contener un fó­ sil humano. En conjunto, los restos de fauna están muy fractura­

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dos y alterados por procesos posdeposicionales; además, se dis­ tinguen marcas de carnívoros y de acción antrópica, esta última sobre todo en fósiles de ciervo, de caballo y cápridos. De las matenas primas, las cuarcitas se hallan próximas en depósitos flu­ viales; las calizas micríticas, en fluviales, marinos y en coluviones de ladera. Quienes han estudiado la cueva de Bolomor piensan que su situación, como un balcón suspendido en ladera abrupta y en umbría muy densa, ha favorecido que apenas fuera visitada por grandes félidos, sino más por carnívoros menores, y que nunca sirviera de guarida a osos ni hienas, y sí gustara, en cam­ bio, repetidamente a humanos en varios cientos de milenios27. Más al sur, en el interior de la provincia de Murcia, a ocho kilómetros de Caravaca de la Cruz, en la abertura de otro paso angosto a un ensanche que antes fuera lago, se ubica otra cueva que fue también frecuentada por humanos, la Cueva Negra del Estrecho del Río Quípar. Actualmente queda de ella un abrigo poco extenso. En sus rellanos se han encontrado fósiles huma­ nos, de los que hablaremos a continuación, además de utensilios clasificados en el Modo 3 (Paleolítico Medio), y restos faunísticos de elefante, hiena, rinoceronte de estepa, caballo, jabalí, un megacerino, cáprido, oso de las cavernas, liebre, conejo y aves la­ custres. La mayoría de los utensilios son de sílex neógeno, de baja calidad, y los hay de otro mejor, cuya cantera se ha identifi­ cado a 15 kilómetros del sitio. Se ve que había un mosaico vege­ tal y faunístico en un buen radio, que no daba demasiado trabajo a sus visitantes u ocupantes. El instrumental lítico incluye el bifaz de forma geométrica y simetría apurada, retoque con percu­ tor blando, y talla Levallois28. En el eje de la Península, en el paso entre la cuenca del Ebro y la del Duero, varias cavidades kársticas en la Sierra de Atapuerca guardan también registros detallados de humanos de estos tiempos. En el complejo Tres Simas, la Trinchera cortó depósitos de una entrada lateral desde un barranco al sureste, que llegan a encontrarse, en el suelo debajo de la Galería, con el fondo de una cueva, cuya entrada sigue oculta por vegetación y escombros

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en un barranquillo de la ladera, de la que solo se conoce por ahora la Sala o Covacha de los Zarpazos, que era accesible a osos hibernantes por otro tubo en rampa inclinada. En un nivel supe­ rior van llenando la Galería depósitos que entraban por tres and guas simas verticales abiertas a la superficie como torcas. Al nivel basal de los rellenos, GI, de cueva cerrada y karst joven, se su­ perpone hace cerca de 350.000 años el nivel G il, con industria del Modo 2, con sílex neógeno, cuarcita de gravas gruesas del río Arlanzón y sílex cretácico. Con los restos faunísticos comunes de caballo y ciervo sobre todo, rinoceronte de pradera, un Megaceros gigante, gamo, cápridos y bóvidos, se hallan también de va­ rios cánidos, hiena, lince y león, que allí tenían refugio y comede­ ro. Dos fósiles humanos vinieron arrastrados por la Cueva de los Zarpazos. La entrada de humanos por el lado de las simas y su actividad en las presas no parece que fueran más frecuentes que las de los carnívoros. Esta entrada lateral se cerró con estos de­ pósitos y lo que cayera del techo. No tardó en superponerse en el hueco interior, de la Galería nivel GUI, lo que bajaba por la sima más interna, abierta a la superficie. Era por aquí por donde caían también herbívoros, sobre todo crías de bisonte, ciervo y ca­ ballo, sin duda en el estío, por oler hierba fresca en el borde de la torca. Por esta no bajaban ni félidos, ni osos, ni hienas: solo lo­ bos y el cuón alpino al oír los bramidos y relinchos. Se ven seña­ les de sus dientes en los huesos fosilizados en un estrato sobre otro, más de doce en menos de metro y medio. Pero en casi to­ das estas capas se han recogido unos pocos utensilios, incluidos bifaces bien elaborados, y algunos cantos alóctonos. Y se distin­ guen en los huesos marcas de cortes con filo de piedra; en algu­ nos, la primera marca es de corte de sílex, la de diente de carní­ voro es posterior, y en ocasiones la marca final es de dientes de puercoespín. En algunos niveles quedaban, justo en la vertical de la sima, algunos huesos en conexión de bovino, y otros de ca­ ballo. En otro y en el interior de la Galería, un esqueleto casi completo de cánido. Hasta ahora, este complejo de las Tres Simas es el único sitio conocido en que ha podido verse y certificarse

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este modo de provisión cárnica: el descenso a la trampa natural de la torca con reses moribundas. A estos lechos del nivel GUI sigue la unidad GIV, indicadora de frío. Muestras de polen reve­ lan los cambios de la vegetación correlativos a los del clima. Ter­ mina la serie tocando en algunos puntos el techo de la Galería con una costra estalagmítica que se ha datado con varias técnicas cronométricas y en distintos laboratorios: todo apunta al episodio OIS 7 para este cierre y, por tanto, al O IS 9 para esta historia de la Galería tan detallada y en dos fases A pocos metros de esta, en la Gran Dolina y en su unidad alta TD 10, una vez reabierta la cavidad en su hueco superior, por retroceso de la ladera, unos seis o siete metros por encima del primitivo portal, vuelven a entrar carnívoros, osos y león, además de gato montés, y humanos. La unidad T D 8 termina con esporádicos aportes del exterior y un techo de costra estalag­ mítica en fase cálida y seca, seguida por limos con calor y hume­ dad ennegrecidos por guano de murciélagos que entraban por pequeñas aberturas: sería el episodio OIS 11. A una glaciación revelada por lechos de pequeños cantos angulosos caídos del te­ cho por heladas, sucede una compleja fase cálida que comienza con desplomes de grandes bloques y lajas, y la reapertura de la cavidad con entrada de coladas de barro. Los humanos no tarda­ ron en desplazar a los carnívoros, y en aquella nueva cueva o co­ bertizo se llegaron a instalar con estancias duraderas. El dato de cerca 337.000 años es coherente con la asignación al episodio O IS 9, caracterizado por la presencia de pinos, robles, encinas y acebuche en el entorno. Se lleva varios años excavando un metro de nivel en 90 metros cuadrados lleno con 44.000 fragmentos óseos 18.000 artefactos líricos de sílex neógeno, sílex cretácico, cuarcita, y menos de arenisca, cuarzo o esquisto, es decir, de to­ dos los alrededores. Allí se tallaba, y se comía. Hay sesgo en las partes representadas de los animales, entre los que se prefería los caballos, ciervos y bóvidos, que se traían de lugares próximos. El porcentaje de huesos con marcas antrópicas es más del doble de los que tienen marcas de carnívoro, y buena parte de estas son

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R econstrucción de u n a escena en las terrazas fluviales de Áridos, Madrid. Un grupo de humanos preneandertales se dedica a despiezar un ejemplar adulto de proboscídeo Pnlaeoloxodon antiquus. (Por Mauricio Antón).

Mandíbula de SH, AT-605, del individuo 22. (MNCN).

Cráneo 5 de Sima de los Huesos (SH) Ibcas, Sierra de Atapuerca, con su mandíbula. Individuo 21. (Archivo MNCN).

Mandíbula de SH, AT-950, del individuo 31. (MNCN). El mismo Cráneo 5 de SH, preneandertalense, en vista lateral. (MNCN).

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Mandíbula de SH, AT-505 + AT-604, del in­ dividuo 19. (MNCN). ; L-

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Mandíbula de SH, AT-792, del individuo 27.

Gráfico comparativo de la corpulencia en humanos de SH y otros demos fósiles. (D