9 Versiones de Caperucita Roja

Caperucita roja de Jakob y Wilhelm Grimm Érase una vez una pequeña y dulce coquetuela, a la que todo el mundo quería, co

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Caperucita roja de Jakob y Wilhelm Grimm Érase una vez una pequeña y dulce coquetuela, a la que todo el mundo quería, con sólo verla una vez; pero quien más la quería era su abuela, que ya no sabía ni qué regalarle. En cierta ocasión le regaló una caperuza de terciopelo rojo, y como le sentaba tan bien y la niña no quería ponerse otra cosa, todos la llamaron de ahí en adelante Caperucita Roja. Un buen día la madre le dijo: - Mira Caperucita Roja, aquí tienes un trozo de torta y una botella de vino para llevar a la abuela, pues está enferma y débil, y esto la reanimará. Arréglate antes de que empiece el calor, y cuando te marches, anda con cuidado y no te apartes del camino: no vaya a ser que te caigas, se rompa la botella y la abuela se quede sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te olvides de darle los buenos días, y no te pongas a hurguetear por cada rincón. - Lo haré todo muy bien, seguro - asintió Caperucita Roja, besando a su madre. La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora de la aldea. Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo, pero la niña no sabía qué clase de fiera maligna era y no se asustó. - ¡Buenos días, Caperucita Roja! - la saludó el lobo. - ¡Buenos días, lobo! - ¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja? -dijo el lobo. - A ver a la abuela. - ¿Qué llevas en tu canastillo? - Torta y vino; ayer estuvimos haciendo pasteles en el horno; la abuela está enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse. - Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela? - Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el bosque; su casa se encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los avellanos; pero eso, ya lo sabrás -dijo Caperucita Roja. El lobo pensó: "Esta joven y delicada cosita será un suculento bocado, y mucho más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con astucia si quieres atrapar y tragar a las dos". Entonces acompañó un rato a la niña y luego le dijo: - Caperucita Roja, mira esas hermosas flores que te rodean; sí, pues, ¿por qué no miras a tu alrededor?; me parece que no estás escuchando el melodioso canto de los pajarillos, ¿no es verdad? Andas ensimismada como si fueras a la escuela, ¡y es tan divertido corretear por el bosque! Caperucita Roja abrió mucho los ojos, y al ver cómo los rayos del sol danzaban, por aquí y por allá, a través de los árboles, y cuántas preciosas flores había, pensó: "Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas se alegrará; y como es tan temprano llegaré a tiempo". Y apartándose del camino se adentró en el bosque en busca de flores. Y en cuanto había cortado una, pensaba que más allá habría otra más bonita y, buscándola, se internaba cada vez más en el bosque. Pero el lobo se marchó directamente a casa de la abuela y golpeó a la puerta. - ¿Quién es? - Soy Caperucita Roja, que te trae torta y vino; ábreme. - No tienes más que girar el picaporte - gritó la abuela-; yo estoy muy débil y no puedo levantarme. El lobo giró el picaporte, la puerta se abrió de par en par, y sin pronunciar una sola palabra, fue derecho a la cama donde yacía la abuela y se la tragó. Entonces, se puso las ropas de la abuela, se colocó la gorra de dormir de la abuela, cerró las cortinas, y se metió en la cama de la abuela. Caperucita Roja se había dedicado entretanto a buscar flores, y cogió tantas que ya no podía llevar ni una más; entonces se acordó de nuevo de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró al encontrar la puerta abierta y, al entrar en el cuarto, todo le pareció tan extraño que pensó: ¡Oh, Dios mío, qué miedo siento hoy y cuánto me alegraba siempre que veía a la abuela!". Y dijo: - Buenos días, abuela. Pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama, y volvió a abrir las cortinas; allí yacía la abuela, con la gorra de dormir bien calada en la cabeza, y un aspecto extraño. - Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes! - Para así, poder oírte mejor. - Oh, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes! - Para así, poder verte mejor. - Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes! - Para así, poder cargarte mejor. - Oh, abuela, ¡qué boca tan grande y tan horrible tienes! - Para comerte mejor. No había terminado de decir esto el lobo, cuando saltó fuera de la cama y devoró a la pobre Caperucita Roja. Cuando el lobo hubo saciado su voraz apetito, se metió de nuevo en la cama y comenzó a dar sonoros ronquidos. Acertó a pasar el cazador por delante de la casa, y pensó: "¡Cómo ronca la anciana!; debo entrar a mirar, no vaya a ser que le pase algo". Entonces, entró a la alcoba, y al acercarse a la cama, vio tumbado en ella al lobo. - Mira dónde vengo a encontrarte, viejo pecador! – Dijo -; hace tiempo que te busco. Entonces le apuntó con su escopeta, pero de pronto se le ocurrió que el lobo podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría salvarla todavía. Así es que no disparó sino que cogió unas tijeras y comenzó a abrir la barriga del lobo. Al dar un par de cortes, vio relucir la roja caperuza; dio otros cortes más y saltó la niña diciendo: - ¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba en el vientre del lobo! Y después salió la vieja abuela, también viva aunque casi sin respiración. Caperucita Roja trajo inmediatamente grandes piedras y llenó la barriga del lobo con ellas. Y cuando el lobo despertó, quiso dar un salto y salir corriendo, pero el peso de las piedras le hizo caer, se estrelló contra el suelo y se mató. Los tres estaban tan contentos. El cazador le arrancó la piel al lobo y se la llevó a casa. La abuela se comió la torta y se bebió el vino que Caperucita Roja había traído y Caperucita Roja pensó: “Nunca más me apartaré del camino y adentraré en el bosque cuando mi madre me lo haya pedido.”

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Caperucita Roja de Gianni Rodari - Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla. - ¡No Roja! - ¡AH!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: "Escucha Caperucita Verde..." - ¡Que no, Roja! - ¡AH!, sí, Roja. "Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata." - No: "Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel". - Bien. La niña se fue al bosque y se encontró a una jirafa. - ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no a una jirafa. - Y el lobo le preguntó: "¿Cuántas son seis por ocho?" - ¡Qué va! El lobo le preguntó: "¿Adónde vas?". - Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió... - ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja! - Sí y respondió: "Voy al mercado a comprar salsa de tomate". - ¡Qué va!: "Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino". - Exacto. Y el caballo dijo... - ¿Qué caballo? Era un lobo - Seguro. Y dijo: "Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle". - Tú no sabes explicar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle? - Bueno: toma la moneda. Y el abuelo siguió leyendo el periódico. Gianni Rodari, en Cuentos por teléfono

Caperucita roja de Roald Dahl 2

Estando una mañana haciendo el bobo le entró un hambre espantosa al Señor Lobo, así que, para echarse algo a la muela, se fue corriendo a casa de la Abuela. "¿Puedo pasar, Señora?", preguntó. La pobre anciana, al verlo, se asustó pensando "¡Este me come de un bocado!". Y, claro, no se había equivocado, se convirtió la Abuela en alimento en menos tiempo del que aquí te cuento. Lo malo es que era flaca y tan huesuda que al Lobo no le fue de gran ayuda: "Sigo teniendo un hambre aterradora" ¡Tendré que merendarme otra señora!" Y, al no encontrar ninguna en la nevera, gruñó con impaciencia aquella fiera: "¡Esperaré sentado hasta que vuelva Caperucita Roja de la Selva!" -Que así llamaba al bosque la alimaña, creyéndose en Brasil y no en España-. Y porque no se viera su fiereza, se disfrazó de abuela con presteza, se dio laca en las uñas y en el pelo, se puso la gran falda gris de vuelo, zapatos, sombrerito, una chaqueta y se sentó en espera de la nieta. Llegó por fin Caperucita a mediodía y dijo: "¿Cómo estás abuela mía? Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!" "Para mejor oírte, que las viejas somos un poco sordas". "¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes!". "Claro, hijita, son las lentillas nuevas que me ha puesto, para que pueda verte, Don Ernesto el oculista", dijo el animal mirando con gesto angelical mientras se le ocurría que la chica iba a saberle mil veces más rica que el rancho precedente. De repente Caperucita dijo: "¡Que imponente abrigo de piel llevas este invierno!" El Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno! O no sabes el cuento o tú me mientes: ¡Ahora te toca hablarme de mis dientes! ¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa, te comeré ahora mismo y a otra cosa". Pero ella se sentó en un canapé y se sacó un revolver del corsé, con calma apuntó bien a la cabeza y -¡pam!- allí cayó la buena pieza Al poco tiempo vi a Caperucita cruzando por el Bosque...¡Pobrecita! ¿Sabéis lo que llevaba la infeliz? Pues nada menos que un sobrepelliz que a mí me pareció de piel de un lobo que estuvo una mañana haciendo el bobo. Roald Dahl en Cuentos en versos para niños perversos. Editado por Altea

How to love a girl de Kana Yamada 3

Esta es la historia del lobo Jack, pariente lejano del más famoso lobo de los bosques. Hoy en día apenas quedan bosques, las aldeas se han convertido en pueblos, y éstos en ciudades, y la vida ha ido haciéndose cada vez más complicada. Todo el mundo ama su independencia y su libertad. Sin embargo Jack estaba solito. “Un lobo debe amar la soledad”, le habían enseñado. -¡Ya no! No puedo seguir amando la perversa soledad. ¡Quiero amar a alguien que no sea yo mismo! Pero Jack no sabía cómo amar. Entonces encontró un libro: How to love a girl. Por primera vez se le ofrecía la oportunidad de aprender algo sobre las chicas. -¡Qué complicado! ¡Aunque lo intente con todas mis fuerzas me va a resultar imposible! Su cabeza estaba a punto de estallar. Andaba ensimismado, cuando de pronto… -Perdóname, es que tengo prisa porque voy a ver a mi abuela enferma… -No, no, yo también iba distraído. Jack recogió del suelo las manzanas caídas. -¡Muchas gracias! Puedes quedarte una si quieres. -Gracias… Jack no era consciente de que este encuentro iba a cambiar su destino. El libro no decía nada de eso. -¡Qué enormes son tus manos, Jack! ¡Qué enormes son tus orejas, Jack! ¡Qué enormes son tus ojos, Jack! ¡Qué enorme, qué increíblemente enorme, es tu boca, Jack! “Esta chica es muy habladora”, pensó Jack. “Es lo único que coincide con lo que dice el libro”. -¿Te resulto extraño? -¡NO! ¡Enormemente atractivo! En Érase veintiuna veces Caperucita Roja, Media Vaca, 2000.

Caperucita Loba de María de las Estrellas Había un lobo que era muy bueno. Y Caperucita le hacía maldades. Pero el lobo le decía: Un día de estos me volveré malo y te comeré. Pasaron los años y los días y nada que se volvía malo. Entonces Caperucita le dijo: Oye, no te has vuelto malo, no? Y él le dijo: De hoy en adelante me volveré malo. Y ese día no se volvió malo, ni al otro ni al otro. Entonces Caperucita le dijo: Ajajá, no te has vuelto malo. Y en ese instante se volvió malo. Pero como Caperucita era más mala que él, entonces se puso más furiosa y se comió al lobo. Y su mamá la regañó y le dijo: ¿Por qué te comiste ese lobito tan bueno que era el que alegraba toda la ciudad? Caperucita le dijo: Tuve que matarlo porque se había vuelto malo conmigo. Y la mamá le contestó: No digas brutalidades, Caperucita. Y abriendo una boca muy grande, se tragó a Caperucita. María de las Estrellas, en “El mago en la mesa”, 1975. 4

Pobre lobo de Ema Wolf Serían las cinco cuando Caperucita llegó a la casa de su abuela. Por supuesto, adentro estaba el lobo.  Pasá, nena, está abierto- le dijo cuando escuchó los golpes en la puerta-. Y cerrá enseguida, que hace un fresquete... Caperucita puso la canasta sobre la mesa y se derrumbó en una silla.  ¡Qué voz ronca tenés, abuela! Ni que comieras tuercas. Al lobo le molestó un poco el comentario.  Es por mi catarro de pecho, querida.  Te traje caramelos de miel, yogurt casero y no sé cuántas cosas más que metió la vieja en la canasta. Pesaba mil esta canasta. Ladrillos habrá puesto. Algo pegajoso se volcó adentro. Ahora que te miro bien: ¡qué boca enorme tenés! ¡Y qué dientes amarillos! ¿Siempre tuviste los dientes así de amarillos? El lobo se incorporó en la cama para mirarse en el espejo. Tuvo que reconocer que no era una hermosura.  Son los años, tesoro.  Serán. Además es la primera vez que te veo los ojos así de colorados.  Grandes, querrás decir.  Sí, grandes también, pero yo digo colorados, colorados como los de los conejos. Eso fue muy fuerte para el lobo. Nunca lo habían comparado con un conejo.  Son para mirarte mejor, querida.  ¿Te parece? Los comentarios de Caperucita siguieron.  ¡Qué orejas inmensas tenés, abuela!  Son para escucharte mejor.  No me parece que hagan falta orejas así para escuchar bien. La gente tiene orejas normales y escucha lo más bien. ¿Y por qué tenés las uñas tan torcidas? El lobo escondió las manos debajo de la frazada.  Y decime, ¿cuánto calzás? Nunca vi unos pies tan grandes. Ni el tío Cosme tiene los pies de ese tamaño. El lobo escondió las patas. Caperucita seguía.  Ese camisón te queda chico. ¿Engordaste?  Tenés el cuello como, como lanudo..., como estropajoso... ¡Y bigotes!  De las orejas te salen pelos negros.  De la nariz también te salen pelos. Y te cuelgan unos m....  ¡Basta! - aulló el lobo. Lloraba. Saltó de la cama, tiró la cofia al suelo y se fue sin cerrar la puerta, de lo más deprimido. En Wolf, E., Filotea, Bs. As., Alfaguara, 2005.

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El cuento popular francés de Caperucita Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su abuela. Mientras la niña caminaba por el bosque, un lobo se le acercó y le preguntó adonde se dirigía. – A la casa de mi abuela, le contestó. – ¿Qué camino vas a tomar, el camino de las agujas o el de los alfileres? – El camino de las agujas. El lobo tomó el camino de los alfileres y llegó primero a la casa. Mató a la abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón. Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama. La niña tocó a la puerta. – Entra, hijita. – ¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche. – Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena. La pequeña niña comió así lo que se le ofrecía; mientras lo hacía, un gatito dijo: – ¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela! Después el lobo le dijo: – Desvístete y métete en la cama conmigo. – ¿Dónde pongo mi delantal? – Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás. Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba: – Tírala al fuego; nunca más la necesitarás. Cuando la niña se metió en la cama, preguntó: – Abuela, ¿por qué estás tan peluda? – Para calentarme mejor, hijita. – Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes? – Para poder cargar mejor la leña, hijita. – Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes? – Para rascarme mejor, hijita. – Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes? - Para comerte mejor, hijita. Y el lobo se la comió.” Robert Darnton, en “La gran matanza de gatos y otros episodios de la historia de la cultura francesa”. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1987. Nota: En los cuentos campesinos franceses, según señala Robert Darnton, el final catastrófico para el protagonista no supone ningún tipo de sermón, moraleja o castigo por la mala conducta. El universo planteado por estos cuentos no está gobernado por ninguna moral tangible, la buena conducta no determina el éxito, ni la mala conducta el fracaso del protagonista. Caperucita no ha hecho nada para ser devorada por el lobo “porque en los cuentos campesinos, a diferencia de los de Charles Perrault y de los hermanos Grimm, ella no desobedece a su madre, ni deja de leer las señales de un orden moral implícito que están escritas en el mundo que la rodea. Sencillamente camina hacia las quijadas de la muerte. Este es el carácter inescrutable, inexorable de la fatalidad que vuelve los cuentos tan conmovedores, y no el final feliz que con frecuencia adquirieron después del siglo XVIII.” (Darnton, Robert, Op. cit, pág. 62)

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Caperucita Roja de Charles Perrault Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tan bien que todos la llamaban Caperucita Roja. Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo: -Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla. Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó adónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo: -Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía. -¿Vive muy lejos? -le dijo el lobo. -¡Oh, sí! -dijo Caperucita Roja-, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo. -Pues bien -dijo el lobo-, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero. El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc. -¿Quién es? -Es su nieta, Caperucita Roja -dijo el lobo, disfrazando la voz-, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía. La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó: -Tira de la aldaba y el cerrojo caerá. El lobo tiró de la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no comía. En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc. -¿Quién es? Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó: -Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía. El lobo le gritó, suavizando un poco la voz: -Tira de la aldaba y el cerrojo caerá. Caperucita Roja tiró de la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía en la cama bajo la frazada: -Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo. Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo: -Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes! -Es para abrazarte mejor, hija mía. -Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene! -Es para correr mejor, hija mía. Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene! -Es para oírte mejor, hija mía. -Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene! -Es para verte mejor, hija mía. -Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene! -¡Para comerte mejor! Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió. Moraleja Aquí vemos que la adolescencia, en especial las señoritas, bien hechas, amables y bonitas no deben a cualquiera oír con complacencia, y no resulta causa de extrañeza ver que muchas del lobo son la presa. Y digo el lobo, pues bajo su envoltura no todos son de igual calaña: Los hay con no poca maña, silenciosos, sin odio ni amargura, que en secreto, pacientes, con dulzura van a la siga de las damiselas hasta las casas y en las callejuelas; mas, bien sabemos que los zalameros entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.

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Caperucita Roja políticamente correcta de James Finn Garner Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era. Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana. De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta. - Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió. - No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques. Respondió Caperucita: - Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial (en tu caso propia y globalmente válida) que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino. Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho. Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo: - Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca. - Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho. - ¡Oh! -repuso Caperucita. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. - Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes! - Han visto mucho y han perdonado mucho, querida. - Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes! (relativamente hablando, claro está, y, a su modo, indudablemente atractiva) - Y… ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes! Respondió el lobo: - Soy feliz de ser quien soy y lo que soy…Y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla. Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal. Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnicos en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente… - ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita. El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios. - ¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre? Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre. James Finn Garner: Cuentos infantiles políticamente correctos. CIRCE Ediciones, S.A. Barcelona.

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