89727648 Fernandez U Mariano Los Templarios Y La Palabra Perdida

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En tUS nueve caballeros fraacos y flamencos encabezados por Ba&ó

de Payos se presentaren _ saJén ante el rey BalduiDo pretendían? ¿'Dii vez .... a los peregrinos crIstII..­ la búsqueda de UD ~, ,,,,,,,, AiIaI .... . . , .

Los Thmplarlos ~ fuerte de la Vida, de levantar la tapa del

interior para descubrli'" posibilidad de morir y Este libro babia de fól'lD1llas de seres mitológicos y de peI'M Obro Deno de dioses y de DIos. Mariano Femández Urrestf es lIaIIdiiIiI la Unlvenldad de Cantabria. C.....-. B""""" • • •. ._...... y M4s aJl4 de 111· CImICIII, . .... .lP..'l de radio Mlleaio 3 de la Cadena

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tierra de la disposición de las estrellas del llamado cinturón de Orión y algunas catedrales góticas de Francia son la réplica en su disposición de las estrellas de la constelación de Virgo, ¿por qué no pensar que las cuevas mágicas repletas de mensajes por desci­ frar responden en su localización a la disposición de alguna cons­ telación del cielo?

EL GENIO PALEOLíTICO ... _-------- ............................. _-_ .. _-_ ... __ ._--_ .............. -..

Johannes Maringer recoge en su obra Los dioses de la Prehistoria. Las religiones de la Prehistoria durante el Paleolítico unas interesantes reflexiones de Eduard Ripoll Perelló, que fuera conservador del Museo Arqueológico de Barcelona. En ellas, Perelló reconoce que:

Las salas de pinturas del genio paleolítico pudieron ser el ~antasan ctórum donde se llevaban a cabo rituales chamánicos precursores de la búsqueda del Secreto.

contrarse más fácilmente si se hacían las cosas que había que hacer

y que tanto nos preocupan en este libro. En definitiva, se elegían

-al menos para los ritos mágícos- aquellas cuevas que facilita­

ran una línea de acometida al centro o sintonía de la comunión

cósmica, como diría con acierto Sánchez Dragó.

¿En cuántos relatos, mitos y cuentos el tesoro a encontrar se

oculta en el interior de una cueva? ¿Qué sucedería si el Grial no

fuera sino ese recipiente pasivo que oculta la sabiduría?

Tal vez algún día la Prehistoria se dedique, además de a todo

cuanto ha hecho hasta ahora, y nadie resta méritos a nadie, a es­

tudiar dónde y por qué están las cuevas mágicas. A lo mejor ha­

bría que hacer estudios astronómicos osados para ver cómo esta­

ban las cosas por la bóveda celeste hace tantos miles de años

como puedan tener los bisontes de Altamira y luego comparar el

resultado con el suelo. Y es que si, como se explicará en el si­

guiente capítulo, las pirámides de Gizé parecen ser espejo sobre la

El concepto que se tenía a finales del siglo XIX del hombrepa­ leolítico y de su mentalidad influyó en el hecho de que Altamira y los primeros descubrimientos no fueran considerados auténti­ cos. Su elevado valor estético y su elaborado gusto artístico no concordaba con la imagen corriente de unos hombres hirsutos y salvajes...

y casi nos atreveríamos a decir que ese mismo prejuicio impide

creer hoy que sus ritos, pinturas y sistemas de vida respondieran a conocimientos que iban más allá de la mera supervivencia y de la magia simpática para cazar el ciervo nuestro de cada día. Nos encontramos ante un hombre de un intelecto impecable al que podemos presuponer un anhelo espiritual de idéntico refina­ do gusto. Y creemos que en las pinturas no había solo un afán or­ namental, como se llegó a decir. Al contrario, puesto que de ser así las imágenes se habrían realizado en los lugares de habitación y no, preferentemente y casi en exclusiva, en las partes más pro­ fundas e invisibles; es decir, las más oscuras, los sanctasanctórum donde los chamanes realizaban tal vez ritos en busca del Conoci­ miento. Y es que en esa parte de las cuevas, lo mismo que en los templos egipcios y en todos los templos, la parte más sagrada es­ taba vedada a las masas.

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esos lugares de poder se hubiera hecho dejando pistas para el fu­ turo. Veamos, por ejemplo, el monte de Puente Viesgo, en Canta­ bria, al norte de España. El monte, visto desde la carretera que une Burgos con Santan­ der, asemeja una pirámide perfecta. En su interior presenta al cu­ rioso galerías y cámaras: cueva del Castillo, La Pasiega, Las Mo­ nedas, Lago, Flecha y Castañera. El primer descubrimiento de las mismas se debió a Hermilio Alcalde del Río, en 1903, y fue la cue­ va del Castillo, de la que nos dicen Lamafa y Peñil que así se lla­ mó, «ya que en la cúspide de la colina hubo en lejanos tiempos una pequeña fortaleza y más tarde un santuario, hoy en ruinas, bajo la advocación de Nuestra Señora del Castillo». ¡Lo que faltaba!: no solo cuevas en un monte con forma de pi­ rámide -al menos si se mira desde un ángulo concreto, puesto que es una prolongación de la cadena del Dobra -, sino que, si hacemos caso a esas informaciones, hubo un santuario dedicado a Nuestra Señora! ¡Magnífico monte este en el que la cueva, la pirá­ mide y la típica advocación templaria se dan la mano!

DE VENUS A 1515

La curiosa forma piramidal del monte del Castillo, en Puente Viesgo (Cantabria) , ha motivado todo tipo de relaciones con las pirámides egipcias.

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Hemos dicho en repetidas ocasiones ya que existe un evidente simbolismo sexual en la búsqueda del enclave sagrado en el inte­ rior del útero de la tierra. La misma caverna, nos decía Leroi­ Gourhan, «parece haber sido valorada como un símbolo gené­ tico». Y las pinturas expresaban, en muchos casos, alusiones sexuales. En definitiva, la preocupación por la supervivencia, pero también la férrea relación del hombre con la tierra, a la que con el paso del tiempo fue tal vez sustituyendo en cierto modo la importancia del Sol. En todo caso, la idea de una Diosa Madre fue calando entre los hombres desde los primeros tiempos y tendría una continuidad que percibiremos posteriormente en los ritos de Isis con su hijo Horus en brazos o en la Virgen María con el Niño en su regazo, en una pose sospechosamente similar a la de la dio­ sa egipcia. Y curiosamente, los Templarios se caracterizarían tam­

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del Camino de Santiago, como ya veremos. Justamente allí donde los Templarios llegarán unos capítulos más adelante de este libro. ¿Qué está ocurriendo? ¿Podemos silenciarlo todo con nuevas clasificaciones? ¿Por qué brotan dos culturas espectaculares como la sumeria y la egip­ cia? ¿Nos vale la explicación de Childe sobre la Teoría de los Oasis en base a las bondades de los grandes ríos ya citados que habrían impedido que el hombre tuviera que emigrar de esas tierras? La confusión es grande y las teorías, muchas: Braid Wood, Flannery, Binford, Meyer, J. Jacobs, etc. Todos proponen explica­ ciones en base a niveles culturales, modelos de ecosistemas, pre­ siones internas, inventos, etc. Pero lo cierto es que en la Historia General de las Civilizaciones se termina por definir como «misterio insondable» la aparición de estas culturas y conocimientos a los que el Temple siguió la pista, según nuestro criterio. Esta gente incómoda terminaría por poner en marcha unas ci­ vilizaciones que para las teorías oficiales hicieron su aparición entre el IV y el III milenio a.c., si bien las fechas varían según los autores. Y de ellos nos interesa para nuestro viaje tres datos en los que profundizaremos en los próximos capítulos:

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Ll7s piedras pl7recen haber es tl7do eternamente presentes en /17 blísqueda de lo inefable

por parte del hombre. Esos miSl110s lugares paganos serían después con/rolados

por la Iglesia Ca/ólica.

• La fortaleza de sus creencias en lo trascendente traídas por personajes fabulosos. • La realización de prácticas específicas que sostenían esas creencias. • La elección cuidadosa de los lugares donde desarrollar esas prácticas: templos, pirámides, etc., construidos con increí­ bles criterios astronómicos y dotados de cámaras secretas, ocultas, como un remedo de las cuevas prehistóricas en las que hemos querido empezar esta aventura.

Stonehenge es un extrao rdinl7rio ejemplo de cómo Il7s flle rZl7~ tel lÍ ricl7~ de 117 Tierra se hem¡anl7n cO/llos I7s tros en los IlIgl7res de poder.

Tal vez a estas razones habrá que añadir una cuarta, aunque no es el eje central de nuestra historia: una fabulosa capacidad tecno­ lógica para ejecutar sus proyectos. y sumemos a la verbena otro movimiento que no sé si es refle­ jo o consecuencia de las culturas de las que luego nos ocupare­ mos: el megalitismo. Como es sabido, el término deriva de mega y litas, es decir, de «piedras grandes». Y es así denominado porque se caracterizó

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mos dos opciones, cada cual más irreverente: o vienen del espacio -puesto que no parece probable que vengan de las cuevas de pronto - o llegan de un continente desaparecido al que todos echamos mano en algún momento para explicar lo que no vemos claro: la Atlántida. Se crea lo que se quiera, parece evidente -las leyendas y epo­ peyas nos lo recuerdan por doquier - que algo ocurrió en las in­ mediaciones del 10000 a.e. Vamos a llamar Diluvio a la efeméri­ des para manejar herramientas populares. Y es que, como bien dice Jean Marakale, «existió un fenómeno real, un cataclismo en las costas del norte de Europa, que los celtas lo sufrieron y conser­ varon memoria de él y este recuerdo se convirtió en mito». Pero los celtas, añadimos nosotros, no fueron sino casi los últimos de la fila en todo el asunto. El suceso caló hondo en todos los rincones y luego resulta que el mundo rotura y escribe y el Secreto crece. ¿Cuándo empieza la historia? Algunos historiadores propusieron que con el inicio de la agri­ cultura, pero también es imposible determinar cuándo comenzó a practicarse esta; otros prefieren pensar que la historia empieza con la metalurgia, y otros sostienen una visión de conjunto: sería con la agricultura y con la metalurgia, las cuales producirían be­ neficios increíbles, como por ejemplo la aparición de la escritura. Pero se suele admitir que es con el primer documento escrito cuando la historia echa a andar. y consideramos que los portadores de la escritura son los mis­ mos que llevaron el Secreto de allá para acá en un oscuro momen­ to del tiempo. Ellos son los dioses y son los que enseñan a nombrar las cosas; es decir, a darles vida. Y así, el Secreto intuido en las ca­ vernas alcanza su madurez en los templos sumerios y egipcios .

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las que se habla de hombres y dioses conviviendo son ciertas, ni si es verdad que las vidas de aquellas gentes se prologaban por es­ pacio de cientos de años. Pero lo que no se puede dudar es que co­ nocían fórmulas matemáticas, inspeccionaban con acierto los as­ tros y practicaban rituales secretos. En el caso egipcio, a las culturas prehistóricas de Merimde, El Fayum, El Badari y Negade les sucede algo parecido a lo que di­ cen que sucedió .en Mesopotamia: en algún momento a lo largo del IV o III milenio a.e. les sigue la aparición de un nuevo mode­ lo de vida que se concretará en dos reinos diferentes: uno al norte y otro al sur. Y es en ese oscuro momento, que los egipcios deno­ minaron Tep Zepi o Primer Tiempo, cuando llegan los dioses y los hombres divinizados, como Menes, para unificar a los dos reinos e inaugurar las dinastías. Los historiadores no dudan en reconocer que las tradiciones hacían de ese personaje, Menes, un ser casi divino. ¿Quién era? ¿ Un hombre o un pueblo llegado desde algún lugar? ¿Es así como llega el Secreto a Egipto? Sea como fuere, el Secreto crece y se hace pirámide.

.......... ~~r-.¡ES, ?y~ .J::I~MBRE O UN F.'.UEBL~? .... .... ... . ..._

No está claro cómo aparecen pueblos como el sumerio y el egipcio de pronto, tan increíblemente dotados para la ciencia y la palabra escrita. Ni tampoco sabemos si las leyendas sumerias en

Las pirámides mantienen viva la teoria de que los lugares de poder no se elegían al azar y se convertían en la nueva versión de las cuevas chamánicas de la Prehistoria.

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La historia oficial se contenta con afirmar que allá por el III mi­ lenio el Egipto unificado tiene su capital en Tanis, donde vivirán las dos primeras dinastías, llamadas por ello tinitas. Y en algún momento entre el 2600 y el 2100 a.c. reinaron 105" faraones de la IV dinastía a los que se atribuye la paternidad de las míticas pi­ rámides de la meseta de Gizé: Keops, Kefrén y Micerinos. Y todo se confecciona con serias dificultades apoyándose en fragmen­ tos de los escritos de un tal Manetón, a la sazón sacerdote en el si­ glo III a.c., que presenta una lista de reyes. Y es curioso que ese mismo censo, que probablemente sería rechazado de plano si se refiriese a listados de dioses, se acoge con frenesí porque cita re­ yes, que es algo más propio de creer. Pero antes de Menes, al que se sitúa temblorosamente por parte de la historiografía alrededor del 3500 a.c., existe un período tan oscuro sobre el que no conse­ guimos verter luz ni diciendo que fue el gran momento de los dioses, los semidioses y hasta de los espíritus de los muertos. ¿Qué fue lo que ocurrió allí? Nuestro amigo Javier Sierra recuerda que la Piedra de Palermo o el Papiro de Turín hablan de una primera era de seres divinos denominados Neteru, los cuales habrían prolongado su gobierno durante nada menos que 13.000 años. A ellos seguirían los Shem­ su-Hor o Compañeros de Horus, durante 11.000 años. Solo después llegaría la hora de Menes. Y, si esto fue así, ¿dónde podemos ras­ trear lo que ocurrió en realidad? Pues es posible que encontremos atisbos de explicaciones en fuentes nunca admitidas por el saber oficial: las visiones de un psí­ quico como Edgar Cayce.

¿UN SECRETO---------_ BAJO LA ESFINGE? .... .... _-.-.--ARCHIVO ....... _-_ .......... ..........._-_. ......... .

El descubrimiento de los Templarios que les reportó tanto po­ der, ¿pudo tener que ver con algo sabido y ocultado en Egipto en un lejano día? Nacho Ares recuerda el asunto en El guardián de las pirámides. Cayce, que vivió a caballo entre los siglos XIX Y XX, había nacido en Kentucky y tuvo una serie de visiones, que se denominaron

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lecturas o interpretaciones, en las que se afirmaba que Egipto era la cuna de la humanidad. Aseguraba además, para regocijo de hete­ rodoxos, que bajo la esfinge de Gizé existe una sala de archivos en la que se ocultó la información básica de los conocimientos de aquella remota época. Y fruto de su entusiasmo se crearía, en 1931, la Asociación de la Investigación y de la Iluminación (ARE). Cayce tuvo sorprendentes aciertos sobre diversas cuestiones que vaticinó, pero debemos reconocer que cometió un aparente

Existen teorías que aseguran la existencia de una cámara secreta en el interior de la Esfin ge de Gizé, en la cual estarían ocultos los misteriosos archivos del dios Thot.

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Después de todo, tal vez no fuera casual que fueran nueve ca­ balleros los que se presenten ante el rey Balduino U. Son dioses que nos hablan también de la posibilidad de la re­ surrección, como sucede con el mito de Osiris, que regresó a la vida a pesar de haber sido muerto y troceado. Pero, ¿quién medió para que eso fuera posible? Pues además de su hermana y esposa lsis, el dios Thot, que es nuestra deidad favorita . Su nombre lo traduce Sebastián Vázquez como «el que mide», y todos lo hemos visto representado en imágenes con la forma de un hombre y la cabeza del pájaro ibis. Es el dios que concede los números y las letras. Domina el Secreto, obviamente. Inventa el alfabeto, la escritura -casi podemos decir que es el padre de la historia - y está versado en cuanto tenga que ver con números y magias: astronoIlÚa, astrología, construcciones de medídas nada caprichosas, etc. Es, con mucho, el tipo al que hay que seguir la pista. Incluso es bueno llevarse bien con él, porque en sus ratos de ocio tiene tiempo para anotar el resultado de la pesada del alma del difunto en el Juicio de Osiris. Son muchas las cosas que se supone que hizo este dios, crea­ dor de las leyes del universo y, por consiguiente, consumado conocedor del modo de saltar de un mundo a otro. Pero entre todas las cosas que hizo, o que se dice que hizo, una nos sedu­ ce sobre todas las demás: sus libros. No parece descabellado pensar que quien fue el creador del alfabeto y de la escritura acabara escribiendo él mis­ mo libros. Yeso dice la tradición, hasta el punto de que se le ha identificado en al­ gunos ambientes esotéricos con Moisés y hasta con Juan el Evangelista, lo que no debe ex­ trañar habida cuenta de que a ambos se les adju­ dica la firma de libros que tienen mucho más oculto de lo que parece. De hecho, el Corpus Henneticum, o conjunto de libros presuntaRepresen tación del dios TllOt. Imagen lomada del libro El Tarot de los dioses egipcios (Edaf 1998) .

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mente nacidos de la pluma de Thot o Hermes Trismegisto, ha sido objeto de devoción a lo largo de los siglos, como iremos viendo en próximos capítulos. Importantes autores de todas las épocas y culturas vieron en ellos los instrumentos para alcanzar el Conoci­ miento, y especialmente tuvieron capital importancia en el pensa­ miento renacentista, sobre todo en la llamada Escuela de Floren­ cia con Marsilio Fieino al frente. Pero ahora estamos en el Primer Tiempo en el que Thot, posible­ mente, escribe las fórmulas, las partituras que el iniciado ha de hacer sonar con todo su cuerpo y su espíritu para sintonizar la emisora de Dios. Y ahí está el asunto, puesto que si tal fórmula existió, y existe, según presumimos, alguien ha debido ser posee­ dor de ella o al menos de vagos ecos de la misma. Y entonces de­ bemos mirar hacia los sacerdotes egipcios, puesto que bien pudie­ ron ser los custodios de los saberes de los dioses, no en vano eran los cancerberos de sus templos. ¿Fue eso lo que descubrió la Orden del Temple? ¿Qué podían contener esos libros? Está claro que si Thot conocía de memoria los itinerarios entre el arriba y el abajo, y había fórmulas precisas para poner en mar­ cha el mecanismo sin que chirriase, es muy posible que por ahí fueran las pesquisas de Bernardo de Claraval y sus muchachos. Robert Bauval, autor de obras como La cámara secreta o Guar­ dián del Génesis, sostiene que bajo la Esfinge se ocultaría algo clave para desvelar ese secreto génesis del pueblo egipcio al que ya hi­ cimos mención. Allí tal vez estaría el depósito del secreto saber de Thot. Y el autor no duda en señalar que «tengo el presentimiento de que va a ser algo pequeño, un cofre sellado que contenga qui­ zá reliquias atribuidas a Osiris y los Libros de Thot». Una idea esta que también recoge Javier Sierra en su obra En busca de la Edad de Oro, ya mencionada, y también en su novela El secreto egipcio de Napoleón. Pero, tal y como decíamos, si algún aroma podemos captar de los guisos mágicos de Thot tal vez no lo encontremos solamente en esos libros que supuestamente se filtraron y llegaron hasta nosotros, sino que también lo podemos entrever en las activida­ des de quienes eran los protectores de las moradas de los dioses, amén de sus posibles diseñadores: los sacerdotes.

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números que se emplearon en sus diseños se unen a las palabras que se recitan en su interior para provocar la inclusión del sujeto en el territorio divino. Por tanto, los sacerdotes de Egipto acudie­ ron de nuevo a las entrañas de la roca, como siempre se ha hecho, y realizaron sus Misterios en edificios proyectados para el lance. Los lugares no se seleccionaban por azar, lo mismo que ocurri­ rá con los caballeros del Temple y sus encomiendas y construccio­ nes religiosas. y los edificios tenían vida propia, seguramente como las catedrales góticas que nos esperan líneas más allá de nuestras narices en estos momentos. Vayamos ya sin más demora en busca de algunas pisadas del Secreto sobre el reseco y a la vez fértil Egipto.

El aulor junIo a la pirámide de Keaps. Sigue siendo lodo un mislerio la manera en que se pudieron izar lanlos miles de piedra s colocadas de forma impecable.

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¿Qué podemos añadir a los debates que sobre las pirámides se han producido? Seguramente nada, pero no nos importa ahora entrar en polémicas sobre cálculos y modelos de construcción. Son un centenar las que existen en este país, pero sin duda todas son copias menores de cinco de estas construcciones. Dos de ellas están en Dashur y tres en la meseta de Gizé. Las pirámides de Dashur han sido atribuidas de forma oficial al faraón Snefru, de quien se dice que fue padre del popular aun­ que enigmático Keops. A una la denominan pirámide Roja; a la otra, pirámide Acodada, así llamada porque por una decisión téc­ nica que nos resulta imposible de comprender, los constructores cambiaron el ángulo de inclinación de sus bellas formas cuando llevaban construidas dos terceras partes del monumento. Ambas están donde solo el Sol se atreve a permanecer. El paraje es árido, hostil al hombre o al menos a los hombres con los que el Secreto no tenía tratos. Y su construcción supuso un audaz giro en las maneras arquitectónicas habidas hasta ese momento, si es que da­ mos crédito a la cronología oficial y a las explicaciones sobre su utilidad -tumbas- oEra una vuelta de tuerca al modelo de pirá­ mide escalonada, que aparecería en la III dinastía y cuyo mejor ejemplo conservado es la atribuida al rey Zóser que se encuentra en Saqqara. De modo que cuando Snefru lleva a cabo su proeza - y así hay que entenderla, puesto que frente a las ochocientas cincuenta mil toneladas de material que se precisaron en Saqqara en Dashur hubo que echar mano de nueve millones de toneladas- las cosas debían haber variado sustancialmente, ¿o no? ¿Por qué un rey ne­ cesitaba dos pirámides para enterrarse? ¿Cuántas veces pensaba morir aquel tipo? ¿Y como es que ni él ni su presunto hijo Keops firmaron la paternidad de tales colosos en los que la gente andu­ vo bregando durante la mitad de sus vidas aproximadamente? ¿De qué estamos hablando aquí? En cuanto a las de Gizé, todo el mundo sabe que se atribuye su construcción a tres faraones pertenecientes a la IV dinastía, Keops, Kefrén y Micerinos. Pero ¿fueron realmente ellos los res­ ponsables de estas fantasmales formas pétreas? Antonio Pérez Largacha, doctor en historia antigua de la Uni­ v~rsidad de Alcalá, considera que estos edificios fueron la culmi­

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Se cuenta que el faraón era colocado en el interior de su sarcó­ fago y allí permanecía un tiempo que nadie puede cuantificar con certeza. ¿En qué estado le hubiéramos encontrado si un accidente cósmico nos pusiera de pronto ante él? ¿Hibernación? ¿Catalep­ sia? ¿Hipnosis? ¿Ingestión de alucinógenos? No lo podemos sa­ ber, pero resulta obvio que nadie que no esté en un estado de con­ ciencia diferente al cotidiano puede permanecer de esa guisa tanto tiempo. Lo que sí se sabe por diferentes testimonios de los llamados Textos de las Pirámides es la tremenda alegría del pueblo al ver rea­ parecer al faraón no solo intacto, sino más fuerte y joven: se le verá correr a grandes zancadas, demuestra capacidades sorpren­ dentes con un mayal de trilla, etc. ¿Era todo una pura patraña ur­ dida por el faraón y los sacerdotes para justificar su poder? ¿Era el pueblo tan crédulo para que el festival Heb-Sed se prolongara así durante cientos de años? Parece difícil de creer, pero carecemos de otras pruebas que aquella veneración a la verdad representada por Maat, por parte de los egipcios, para sostener que allí ocurría algo verdaderamente increíble. Los templos egipcios fueron escenario de ritos oficiados por los sacerdotes, herederos de un Secreto que después fue ambicionado y controlado tal vez por los Templarios. En la imagen, la entrada al extraordinario templo de Luxor.

LAs TUMBAS Y LOS COFRADES En la Edad Media encontraremos las estrechas relaciones que al parecer tuvieron los caballeros templarios con las cofradías de constructores y canteros. Pero eso, como casi todo, venía de atrás. Se admite por los saberes oficiales que durante cinco siglos y tres dinastías (XVIII, XIX YXX), correspondientes al período com­ prendido entre 1552 y 1069 a.c., un valle situado a la vera oeste del río Nilo se convirtió en la última morada de soberanos y altos dignatarios. El lugar, presidido por el-Kurn o el cuerno, presenta una cima que tal vez pudiera evocar la forma de una pirámide. Realmente, se trata de un amplio espacio que no fue sino el inicio de un ued excavado por la fuerza de las lluvias que engulleron sin piedad la roca calcárea. Actualmente se puede acceder al lugar por una carretera, pero en su día la entrada debía ser angosta. Y hay quienes diferencian

una zona oeste en la que existían cuatro tumbas, dos de ellas per­ tenecientes a la realeza, y una zona este que sería el que todos co­ nocemos como Valle de los Reyes y que los árabes llamaron Biban­ el-Moluk o Puertas de los Reyes. Flauvert dijo de este paraje que era un «paisaje antropófago», y tal vez no le faltaba razón, puesto que devoraba hombres y los convertía en dioses. Este lugar se vincula directamente a la existencia de una cofra­ día de constructores que a estas tumbas dedicaron su vida. En nuestra opinión, un buen ejemplo de las lejanas enseñanzas de Thot o de los Thot. Una buena muestra de que el aprendizaje del manejo de los números y las medidas era coto privado de inicia­ dos, algo que se prolongaría por los siglos de los siglos. Los Compañeros Constructores egipcios vivían todos juntos, según sus propias reglas y normas, como ocurrirá con las cofra­

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·~·/~·/~·/~·/~·/~·/~·/~·/~·/~·I· ~·I·~·I·~

CAPíTULO

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El Secreto viaja:

De Egipto a Jerusalén

Plano del templo de Luxar, el centro iniciático por excelencia.

días medievales. Y el lugar que la ciencia arqueológica oficial re­ conoce como su morada fue Deir él-Medineh, enclave situado en la ribera occidental de Tebas, cerca del Valle. Allí estaban todos los que se precisaban para construir el pos­ trer matraz alquímico del faraón: los talladores de piedra, los ye­ seros, los albañiles, los grabadores, los escultores, etc. Y todos bajo la autoridad del visir de Tebas-Oeste. De ellos tenemos datos a través de los ostraca o tablillas escritas que se han recuperado, puesto que parece que se llevaba un escrupuloso control de sus actividades. Algunas fuentes atribuyen a Tutmosis 1, en la XVI dinastía, la construcción del lugar. Y es curioso que con el devenir del tiempo la ironía - ¿o tal vez no es casualidad? - hizo que muchos anaco­ retas del primitivo cristianismo eligieran ciertas tumbas y anti­ guas casas de estos cofrades para vivir. Se cuenta que celebraban reuniones en las que tal vez dirimían asuntos técnicos y secretos sentándose en bancos de piedra corri­ dos. Allí se transmitía otro aspecto del Secreto, en el que se inclui­ ría sin duda el procedimiento para elegir un lugar concreto y no otro para la construcción de una tumba. Y aunque seguramente el saber oficial desestimará la idea, nosotros nos quedamos con una frase de Christian Jacq a propósito de ese problema: Sin duda existe una geometría sagrada del Valle cuyas claves no podemos todavía discernir.

Estamos más cerca del Secreto. Ahora solo tenemos que se­ guirle la pista, porque en el siguiente capítulo el Secreto viaja.

SECRETO para conseguir los fines que presuponemos - conocimientos astronómicos, números que contienen fórmulas de consecuencias insospechadas o diseños de edificios mágicos - sale de Egipto en la mochila de Moi­ sés. ¿ Cómo lo logra? No lo sabemos, pero pudiera ser esa y no otra la causa del enojo del faraón. ¿ Quéfaraón? Tampoco lo sabernos. ¿ Qué se lleva Moisés? ¿ Qué aprendió Moisés? ¿ Qué conocimien­ tos encarna su vara, capaz de vencer la magia de los sacerdotes egip­ cios? Las interioridades del Secreto parecen desvelarse ahora en forma de combinaciones numéricas y alfabéticas. Un alfabeto de veintidós letras que está cargado de poder para quien sepa leerlo convenientemente. Es un nuevo canal de pago por visión para acceder a la intimidad de Dios. Allí se contiene de algún modo el eco de aquellos viejos saberes que per­ mitían averiguar el lugar idóneo para construir un recinto sagrado y el modo para llevarlo a cabo. En este caso, será el Templo de Salomón, en el que reposarán con un sueño ligero, alerta ante las invasiones, el Arca de la Alianza y el dictado de Dios que fue grabado en piedra - siempre la piedra. L

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Estamos ante~ las mismas puertas del Secreto y nos las mues­ tra un texto cuyo origen es oscuro, como acabamos de decir. Y además son muchos los que, independientemente de que se diera forma definitiva en un momento u otro, atribuyen los datos para su confección a Moisés o a los escribas que le acompañaban. YaSÍ, de nuevo volvemos a mirar hacia Egipto, donde encontramos la idea de la existencia en un principio del dios Nun, el caótico océa­ no primordial y carente de forma . Sebastián Vázquez nos dice que en esa masa se reunían todas las potencialidades y elementos en estado latente, y allí habitaba eternamente Atum. Pero, añade, «un día tomó conciencia de sí mismo y a partir de ese preciso ins­ tante se inició la creación». YAtum, que tenía la forma de una ser­ piente, pasaría a formar parte de la simbología que rodeaba al fa­ raón en forma de ureas sobre la frente de los reyes de Egipto. y tras tener conciencia de sÍ, la inteligencia creadora se ma­ nifiesta como pensamiento creador y, por fin, como en el Génesis, como Verbo creador. Y Vázquez indica que «este Verbo, a su vez, se manifiesta en las siete palabras que pronuncia la diosa Neith y que son la base de las formas ». Es decir, de nuevo una fórmula de poder en base a sonidos, vibraciones..., palabras. La pregunta es clara: ¿Se inspiraron en esta cre­ encia los redactores del Génesis orientados por los conocimientos egipcios de Moisés? ¿Dónde se ocultó ese tremendo poder sino entre palabras? En Las primeras palabras de la Creación, obra con la que Alejandro Gándara obtuvo el XXVI Pre­ mio Anagrama de Ensayo, podemos leer que el concepto de crear que consideramos normal­ mente no basta para entender el gesto de Dios. El autor utiliza la palabra bará, que «designa la creación absoluta, sin recursos, sin medios ma­ teriales, sin concepción temporal, sin acciden­ tes ni circunstancias». Es decir, justamente lo que nos interesa. Alum, el dios creador egipcio. Imagen lomada de/libro El Tarot de los Dioses Egipcios (Eda! 1998).

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Por mucho que el hombre cree cosas, ya sean estas cálices sa­ grados, calderos de Lug, lanzas de Longinos o Arcas de la Alian­ za, el acto nunca será equivalente a bará. Es la voz directa de Dios, y nada sería más provechoso para el espíritu que supiera sintoni­ zar el canal que escucharlo directamente, pues estaría en disposi­ ción de crear con una intensidad nunca vista. Podría crear..., in­ cluso vida. Podría superar, incluso, la muerte.

MOISÉS,

_ ___ _ _ ~_F.:~_~_~_c?_~ _! _~~~_~_~'?g_!~_g__~_~_!~_~_'?_~J_ _ _____.____ Si planteamos la teoría de que Moisés huye de Egipto con el Secreto bajo el sobaco y que tal vez eso provocó la ira del faraón, debemos conceder que Moisés existió. Pero ¿hay pruebas de ello? Esa teoría, de suyo imposible de admitir desde un punto de vista académico ortodoxo, choca violentamente con la historia. Y ello porque no hay datos que permitan siquiera afirmar que el pueblo de Israel estuvo en Egipto ni tampoco que un líder como Moisés condujese a un tropel de familias y ganados por los desiertos du­ rante nada menos que cuarenta años. Pero a pesar de eso, son mu­ chos los egiptólogos e historiadores que creen que ese episodio debió suceder en realidad. De ser aSÍ, podemos interrogarnos: ¿quién era el faraón del que huían y que sufrió tan humillante derrota en el mar Rojo? Tres son los faraones que se han barajado para situar en el tiempo histórico el Éxodo: Ramés JI; su hijo, Memeptah, y Akena­ tón o Amenofis IV. Comencemos con la propuesta de Ramsés II. Nuestro amigo Nacho Ares nos proporcionó amablemente da­ tos de interés sobre esta cuestión. Entre la documentación figura­ ba la afirmación de Claude Vandersleyen, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina, quien asegura que: Ningún texto hebreo habla del paso de su pueblo junto a Moi­ sés por el mar Rojo hasta la península del Sinaí, luego nos en­

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afirma Breasted en Historia de Egipto, se trata de un sujeto que «es­ taba familiarizado con toda la sabiduría de los egipcios». Freud cree, finalmente, que Moisés era egipcio y transmitió una religión monoteísta diferente de la patriarcal hebrea. Una re­ ligión que no era del todo nueva si tenemos en cuenta - dice­ que en el templo solar de Heliópolis «se agitaban desde tiempo atrás ciertas tendencias dirigidas a desarrollar la representación de un dios universal y a destacar la ética de su esencia». Esa sería la religión que pondría en marcha el faraón hereje Amenofis IV, quien cambió su nombre por el de Akenatón en honor al nuevo dios Atón. Moisés podría haber sido alguien próximo a Akenatón, tal vez un alto sacerdote y conocedor de sus secretos y, dice Freud, «forjó el plan de formar un nuevo imperio, de hallar un nuevo pueblo al que dar, para rendirle culto, la religión desdeñada por Egipto». Tras todo lo dicho, ¿qué podemos creer? No sabemos con cer­ teza si hablamos de Ramsés 11, de Memeptah o de Akenatón como faraón del Éxodo. Tampoco las fuentes históricas dan prue­ bas definitivas que nos permitan creer con comodidad que todos estos hechos sucedieron. Pero nos mostramos convencidos de que los hebreos obtuvieron a través de Moisés una sabiduría que ema­ naba del Secreto y su religión patriarcal quiebra en el Sinaí y emerge una nueva inspirada tal vez en las creencias de Heliópo­ lis, donde había estado depositada la mítica piedra Benben.

Sabemos que además de la Torá - palabra que se podría tra­ ducir como doctrina -, los judíos tienen como textos sacros los in­ cluidos en el Talmud, una amplia colección de comentarios a la Torá que se entienden revelados en gran medida por el propio Yahvé a Moisés en el Sinaí, durante sus hercúleos cuarenta días de conversaciones con el Creador. Inicialmente fueron enseñan­ zas orales, pero con el discurrir del tiempo tomarían forma escri­ ta y su pieza central es la Misná, un amplio conjunto de instruc­ ciones que se atribuyen al rabino Yehudá ha-Nasí en la segunda mitad del siglo n. A estas doctrinas se harían nuevos comentarios que tendrían por resultado la aparición de la Gemará. Pues bien, tanto la raíz del Pentateuco como todo lo demás pa­ rece arrancar de un monte sagrado, el Sinaí, donde Moisés tiene uno de los encuentros más prolongados con Dios de los que se tieLas 22 letras del alfabeto hebreo pudieron haber servido de herramienta para ocultar median te la Cábala los retazos del Secreto que Moisés se /levó del país del Nilo.

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CON VEINTIDÓS ---_.- .............

Como quiera que nos debatimos entre la prueba histórica y la leyenda desde que iniciamos nuestra aventura, el lector sabrá dis­ culpamos si damos por cierta la existencia de Moisés y afirmamos que, fuera él judío o egipcio, sacerdote o mago, sacó de los tem­ plos milenarios conocimientos que tal vez sirvieron para que se le pudieran atribuir los libros del Pentateuco ya referidos (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Esos libros, que confor­ man la Torá hebrea, servirían de base para ocultar el Secreto, aho­ ra travestido en combinaciones de números y letras: ¡Es la Cábala!

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Los Sefirots del Arbol de la Vida de la Cábala.

Los 22 caminos que

tal vez conducen al Secreto

ambicionado por el Temple.

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eso fue justamente lo que pudieron descubrir los Templarios si­ glos después. En Éxodo (25, 12-18) podemos leer: El Señor dijo a Moisés: «Sube a la montaña y estate allí. Yo te daré unas tablas de piedra con la ley y los mandamientos que he escrito para instruirlos».

El resto de la historia ya se sabe: una nube cubre la montaña y permanece en ese estado por espacio de seis días (tal vez una nue­ va metáfora de la Creación), y al séptimo el Señor parece pensar que ya es tiempo del dictado y llama a Moisés, el cual «penetró en la nube y subió a la montaña, en la que permaneció cuarenta días y cuarenta noches». Según recuerda W. Wynn Westcott, en ese lugar Moisés apren­ dió los secretos de la Cábala a la que antes hemos aludido. Libros como el comentado Sefer Yetziraz no serían, en su opinión, sino «el Conocimiento Secreto que Dios dio a Moisés para uso de los sa­ cerdotes mismos, por distinción de la Ley Escrita, dirigida a las masas de gente». Sea como fuere, Dios dicta o escribe directamente palabras que algunos creen de poder, y no faltan quienes prefieren verlas como fórmulas numéricas, puesto que a tales se puede llegar a través de una ardua reflexión cabalística. Las primeras Tablas, no obstante, tuvieron efímera vida, pues­ to que Moisés las arrojó contra las rocas encolerizado al descender de la montaña y comprobar que el personal se le había desman­ dando y estaba a la sombra del becerro de oro viéndolas venir. Como consecuencia, otras Tablas fueron escritas: El Señor dijo a Moisés: «Prepárate dos tablas de piedra como las primeras que tú rompiste: voy a escribir en ellas las palabras de las otras» (Éxodo, 34, 1).

Hay que hacer notar que en el libro bíblico se insiste en la im­ portancia del origen divino de las palabras: Las Tablas eran obra del Señor, y la escritura, escritura del Se­ ñor grabada en las Tablas (Éxodo, 32, 16).

Reconstrucción de cómo pudo ser el Arca de la Alianza, cofre enigmático que algunos investigadores creen que fue la ambición de los Templarios.

Más cosas para nuestro interés suceden poco después, puesto que Yahvé se obsesiona con la realización de diferentes empresas: Tabernáculo, Arca de la Alianza, Candelabro de siete brazos, etc. y todo ello dando precisas instrucciones y calibradas medidas que no pueden ser interpretadas como mero capricho, y basta leer las indicaciones precisas que da sobre su construcción en Génesis. Autores como Robert Charroux han mostrado predilección por la idea de que el Arca era en realidad una especie de genera­ dor eléctrico, y el polémico Erich von Daniken también considera que se trataba de una máquina que permitía tal vez la comunica­ ción con Yahvé. Por su parte, Josep Guijarro recoge el testimonio de José Álvarez López, catedrático de física de la Universidad de La Plata, el cual afirma que «el Arca es el primer condensador eléctrico, con una capacidad de un microfaradio y una tensión su­ perior a los veinte mil voltios». Y el mismo Josep Guijarro cita también las inquietudes de investigadores como George Sassoon, Rodney Dale y Martin Riches, para quienes la verdadera función

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Nos explicamos: en el Éxodo (31,2-3), Yahvé elige a Besalel, hijo de Urí, para construir todas las cosas que al parecer el dios consi­ deraba imprescindibles. Además instruye de manera específica al artesano: «Le he llenado del espíritu de Dios, de sabiduría, inteli­ gencia y habilidad para toda suerte de trabajos». Y le asigna por compañero a un tal Oholiab. «Sabiduría, inteligencia y habilidad» son, según Kaplan, estados de conciencia propios de la Cábala. Por otra parte, ellos serán también los encargados de la confec­ ción de las ropas sacerdotales, y este es el segundo asunto que de­ seábamos citar. En efecto, porque es a partir de Moisés cuando la religión he­ brea se asemeja claramente a la egipcia también en este aspecto. Blázquez afirma que «en la época de los patriarcas no había sacer­ docio, sino que el cabeza de familia hacía los sacrificios». Pero he aquí que de pronto se diseñan ropas específicas, como el efod (prenda que se llevaba sobre la túnica y tiene una serie de caracte­ rísticas peculiares, entre las que se cita -Éxodo 28,6-14- la pre­ sencia de piedras preciosas con nombres - otra vez palabras­ específicos grabados). Y del mismo modo se indica la manera de diseñar el pectoral (Éxodo, 28, 15-30) con nombres de tribus y otras letras a las que se presta gran interés por parte del redactor. Y, para más detalle, sobre el pectoral el sumo sacerdote llevará una especie de bolsa de suertes que contiene los urim y los tumin, ob­ jetos mágicos que tal vez eran piedras y que permitían conocer la culpabilidad o no del acusado, y cuya presencia y uso aparece en varias ocasiones en la Biblia. Y tampoco este extremo debe llamar a escándalo, ya que Moi­ sés da pruebas en sus encuentros con el faraón de saber de qué va eso de la magia: posee una vara que ya la quisiera Merlín.

EL REY SALOMÓN YSUTEMPLO ~- --~

La Orden de monjes caballeros de que es objeto este libro re­ cibió el popular nombre de Orden del Temple o de los Templa­ rios presuntamente por haberse forjado durante su brumosa es­ tancia, entre 1118 y 1128, en la zona a la que se suele aludir como

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Jerusalén visla desde Gelsemaní. La ciudad de ladas las 1/?1)endas. Aquí esluvo el Templo de Salomón y aquí se dice que nació el Temple.

las Caballerizas del rey Salomón. Este enclave había formado parte del recinto religioso que mandara reconstruir Herodes, cuyo reinado autores como Éric Santoni sitúan aproximadamen­ te entre 40-30 a.C hasta el 4 a.C Pero su obra sería una reedifi­ cación tan solo del mítico primer Templo que la leyenda atribu­ ye a Salomón. Ahora bien, para que hubiera alguna base para las posterio­ res gestas templarias, debió haber existido previamente el rey Salomón y su magnífico santuario. ¿Tenemos pruebas de que así fuera? Lo cierto es que hay división de opiniones. El mencionado Santoni traza una línea continua de la historia de Israel en la que admite la existencia de la monarquía, inaugu­ rada por Saúl, el cual gobernó entre 1025 y 1004 a.C; a Saúl le sucedería David (1004-965 a.C), ya éste su hijo, Salomón (965­ 928 a.C). Es decir, que nos encontramos unos doscientos cin­ cuenta años después de que Moisés sacase presuntamente al pueblo elegido de Egipto. Han quedado atrás su época y la de Jo­ sué, el primero de los Jueces. Otros historiadores también citan

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El caso es que el oscuro Hiram será considerado padre espiritual de las cofradías de constructores del futuro medievo. Tenemos descripciones del Templo en 1 Reyes (6, 1-38), donde nos le presentan como un edificio de treinta metros de largo por diez de ancho y quince metros de alto cuya obra se demoró por espacio de siete años. Estaba recubierto de madera de cedro y ci­ prés. Su distribución interna constaba de un vesh1mlo (ulam), un recinto sacro (hekal) y el sanctasanctórum (debfr). Flanqueaban su entrada, a modo de obeliscos, dos enormes columnas de bronce. La que estaba a la derecha fue llamada Jaquin; la de la izquierda, Boaz. La parte superior tenía forma de flor de loto, lo que aún tie­ ne mayor aroma egipcio (1 Reyes, 7, 21). Hiram construyó también el llamado «Mar de bronce», según leemos en el segundo libro de Crónicas. Este extraño recipiente ha sido identificado por algunos como la llamada «Mesa de Salo­ món», a la que se le atribuyen mágicos poderes y que ha inspira­ do no menos leyendas que el Arca de la Alianza. Y ya que habla­ mos del Arca, digamos por fin que fue a parar al deb fr del Templo (1 Reyes, 8,1-10; 2 Crónicas, S, 1-14). Y se indica claramente que «en el Arca no había más que las dos tablas de piedra que puso allí Moisés en el Horeb». ¡Parecerá poco! ¡Que se nos diga dónde ven­ den, aunque sea en edición de bolsillo, una obra escrita por Dios! ¡Ni más m menos que la fórmula del Secreto! Y es que algo debía bullir en el puchero del Arca cuando se nos advierte lo siguiente: Mientras los sacerdotes salían, una nube llenó el templo del Señor.

Los volúmenes bíblicos nos informan de otras obras del maes­ tro Hiram, como el palacio del rey o sus famosas caballerizas, además de rendir crómca a la mítica visita de la reina de Saba y de las cosas que a partir de entonces ocurrieron. Pero vamos a dejar de lado eso ahora que ya sabemos dónde tenemos que ir a buscar el Arca, ¿o no? Pues no señor, la cosa no está clara. Se supone que unos cinco años después de que Salomón mu­ riera y ocupara el trono Roboán, el faraón Sesac cargó contra Jeru­ salén. En 1 Reyes (14, 25) asistimos al saqueo del Templo y al robo

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El autor junto al Muro de las Lamentaciones, cuyas primeras hileras de piedra son el único ves tigio que aún subsiste del viejo Templo de Herodes.

de los tesoros de Salomón, pero nada se dice del Arca, yeso que solo han transcurrido cinco años desde que quedó envuelta por la bruma del Señor. En 2 Reyes (25, 8-21) yen 2 Crónicas (36, 17-21) se detalla con pelos y señales el pillaje del Templo por parte de Na­ buconodosor en el año 597 a.c., pero por más que se lleva cosas por la fuerza, nada se dice del Arca de la Alianza, objeto de poder capaz de hazañas bélicas, como ya vimos, y por tanto muy del agrado de cualquier ejército, suponemos. ¿Por qué no se cita en ninguno de esos casos? ¿Fue ocultada? ¿Dónde? Cuando Ciro de Persia decide ser magnámmo tiempo después con los judíos y les permite el retomo y la posterior reconstruc­ ción del Templo, tampoco se tiene noticias del Arca. Allí encontra­ mos a personajes como Zorobabel, Esdras y Nehemías cerníendo para acá y para allá. ¿No resulta raro que lo más sagrado del Tem­ plo no se mencione en un momento de tanta alegría como la re­ construcción del recinto?

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Las especulaciones que ha habido sobre cuál fue el lugar de formación de Jesús de Nazaret se han disparado. Sobre su vida oculta se ha escrito mucho. Unos le situaron en India y otros en Mesopotamia; otros prefirieron no moverle de Galilea mientras le veían como ayudante en el taller de su padre, José. Sin embargo, lejos de especulaciones, la única afirmación sobre viaje alguno del pequeño Jesús es la de Mateo antes citada. Jesús estuvo, si damos crédito histórico. al relato, con seguridad en Egipto. Puede que también estuviera en otros lugares después o puede que no, pero sí parece haber estado en el país del Nilo. Y entonces, la siguiente pregunta es obvia: ¿se vio influenciado por los conocimientos mi­ lenarios de los egipcios? Ya hemos dicho que hay autores que se muestran partidarios de esa posible relación entre Jesús y los sacerdotes del templo de Heliópolis, allí donde el pájaro Fénix y la piedra Benben ofrecían sombra al enigma de la resurrección que en la fiesta del Heb Sed los faraones experimentaban. Sin embargo, se podrá argumentar que es solo literatura, de modo que busquemos otras huellas que seguir. Realmente, lo que sabemos de Jesús se lo debemos a los evan­ gelistas. Pero ¿podemos darles crédito? ¿Estuvieron influencia­ dos por la literatura y saberes egipcios a su vez? Pudiera haber sucedido que los propios Evangelios, de los cua­ les sabemos que en el mejor de los casos son del año 70 d.C., fue­ ran escritos en Egipto o bajo el influjo egipcio para añadir los ele-

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mentas divinos con los que ornar al nuevo dios al que se pretendía dar forma tomando atributos de los faraones y dioses egipcios. Es decir, que o bien Jesús actuó siguiendo normas y dictados que recordaban en gran medida a lo que en los templos del Secre­ to se había manoseado durante milenios, o la historia fue escrita por quienes conocían algunos de esos arcanos. Jesús recibió educación egipcia y aprendió el Secreto, lo mismo que supo dominar las artes de la Cábala, seguramente. ¡Es tan se­ mejante el reino de los Cielos al reino de Maat! Maat expresaba el orden, la armonía y tenía un papel estelar en la psicostasia o pesa­ da del alma del difunto, puesto que si el corazón del fallecido no era capaz de desequilibrar la balanza cuyo contrapeso era justa­ mente la pluma de Maat, quería decir que el difunto había obrado en vida de acuerdo con los principios de la diosa. ¿No era la ex­ presión de que solo el justo entraba en el reino de los Cielos? Jesús fue iniciado tal vez en el Secreto en Egipto y, como en Egipto sucedía, esa enseñanza era transmitida de forma discreta: «Con muchas parábolas como esas les predicaba la palabra, en la medida en que podían entender, y sin parábolas no les hablaba. Pero cuando estaba a solas con sus discípulos, se lo explicaba todo» (Marcos, 4, 33). Por eso comenzarían a surgir en el futuro sujetos incómodos e incontrolados a los que les dio por afirmar la existencia de una doctrina secreta. En el fondo, estamos de nuevo donde solemos: individuos indocumentados que se salen de los carriles de la or­ todoxia y a los que se intenta meter en el redil a toda costa.

JESÚS y LA DOCTRINA SECRETA

Lynn Picknett y Clive Prince, en su obra La revelación de los templarios, se muestran tajantes sobre los orígenes de la doctrina de Jesús: Ceremonia de la psicostasia, o pesada de las almas, en e/ juicio de Osiris. Imagen to­ rnada de/libro El Tarot de los Dioses Egipcios (Edaf, 1998).

Todo apunta a que predicó un mensaje foráneo en el país don­ de montó su campaña e inició su misión . Desde luego, sus con­ temporáneos vieron en él a un adepto de la magia egipcia .

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que conocían la verdadera doctrina de Jesús? ¿Qué papel jugaban exactamente las mujeres en ese grupo integrado, entre otros, por Lázaro, Nicodemo, Simón el Leproso y José de Arimatea? ¿Es ca­ sual que todos esos personajes tengan relación con los mitos griá­ licos siglos después? Creemos que la doctrina que se nos ha transmitido de Jesús tal vez no es la real, y es posible que en su búsqueda los Templarios hubieran dado con alguna noticia al respecto. Jesús alerta, según indica Mario Satz, sobre la existencia de una partícula o veta aurífera que está en cada uno de nosotros. Es, nos dice, «un punto encendido del corazón», del que hablará tam­ bién san Juan de la Cruz, pues al final la búsqueda del Secreto traspasa siglos. Ese punto aurífero es la cruce de los 22 caminos de la Cábala. Mas he aquí que para encontrar lo que tenemos dentro debe­ mos salir fuera: aparece entonces el peregrino, el buscador, el ca­ ballero cruzado ..., el asceta eremita.

EL DESIERTO SE HIZO CIUDAD

Ya se ha citado aquí la obra del historiador J. Chitty titulada The Desert, a city, a propósito de la aparición del ascetismo en el desierto con la fuerza de una plaga. Y ello ocurre en Egipto con mayor intensidad. Es decir, que allí donde estaban las fuentes del cristianismo nació el movimiento eremítico y el monacato. ¿Ca­ sualidad? Sin duda, no. He aquí que los seguidores de Jesús, yen­ tre ellos los verdaderos portadores de esa enseñanza oculta del rabí, se asentaron en Egipto tras la caída de Jerusalén ante las lan­ zas romanas del emperador Tito. La doctrina de Jesús, si admitimos que tenia que ver bastante con las viejas religiones egipcias, no extrañó a los vecinos de la zona y pronto hubo muchos que la abrazaron. Pero no conviene ni generalizar ni apresurarse. Respondamos antes a la pregunta cla­ ve: ¿por qué surge el movimiento eremita, embrión del monacato? La respuesta es difícil de unificar. Pero antes de tratar de res­ ponderla, añadamos que la búsqueda interior, alejada de las ma-

A la derecha, imagen de san Antón, el padre de los eremitas.

sas urbanas, no era tanta novedad. Existía una línea continua que se perfiló desde las viejas iniciaciones y que antes de Jesús encar­ naban los terapeutas y esenios. Todos ellos, según nuestro crite­ rio, poseedores de alguna de las claves del Secreto y dominadores de las instrucciones para que la veta aurífera del corazón del hombre se dispare hacia lo inefable. Los orígenes del monacato los podemos rastrear con alguna fa­ cilidad mirando hacia los terapeutas y esenios, como se ha dicho,

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pero sobre todo mirando hacia Egipto. Y creemos que eso fue así por distintas razones, pero sobre todo porque aquella religión, la cristiana, resultaba tan familiar a muchos de los seguidores de los rescoldos de la religión faraónica que pronto tuvo éxito. Y era ló­ gico, ya que hemos dicho que Moisés y el propio Jesús debían tan­ to a Egipto. Lo que sostenemos es que esa enseñanza oculta que Moisés y Jesús parecían conocer ocupó el corazón de algunos de sus segui­ dores llegados a los desiertos de los antiguos faraones. Del mismo modo que un aspecto del Secreto se sepultó para siempre en algu­ na parte del mítico Templo de Salomón dentro de la desaparecida Arca de la Alianza, otro aspecto de la combinación que abre la caja fuerte de Dios se sepultó en el corazón de cristianos a los que la oficialidad no solo no admitió, sino que dio caza en cuanto pudo. Pero aún tuvieron tiempo tal vez de escribir lo que sabían y eso fue lo que cayó en manos, siglos después, de Bernardo de Cla­ raval. ¿Una hipótesis que no se sostiene? Es posible, pero ¿quién nos impide proseguir? Queremos advertir que mientras el cristianismo oficial y pauli­ no cobraba éxito creciente en el medio urbano, el movimiento ere­ mita era rural, y aún más: solitario. Dos procedimientos bien dife­ rentes de buscar a Dios. ¿Dónde le parece más sencillo al lector dar con Él? Y lo bueno del asunto es que desde mediados del si­ glo III la moda se extiende y en ella participan, aunque en menor medida, también las mujeres, como sucedía en vida de Jesús. Pero pronto las rebanarán el cuello con diligencia metiendo en el saco de la herejía a quien da vela en este entierro. San Antonio o san Antón (251-356) es tenido como el gran im­ pulsor de este movimiento que tanto nos agrada. Sin embargo, ya hemos visto que había una línea de continuidad que encama a la perfección el anacoreta san Pablo, al que visita san Antonio en su juventud. ¿Qué le cuenta el ermitaño que tartto impresiona al jo­ ven? No lo sabemos, pero sí tenemos información de que a los veinte años vende las tierras de su acomodada hacienc~a familiar, entrega el dinero a los pobres e inicia una aventura de privaciones que incluirá vivir durante veinte años en un sepulcro. Su fama pronto se acrecienta y no hay manera de estar tranquilo ni en la

LOS TEM PLA RIOS Y LA PA LAB RA PERDID A

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En las ruinas de 10$ templos egipcios vivieron los primeros eremitas que, para muchos, fue ron el germen del gno$tici$mo.

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de las huestes oficiales contra la herejía escribiendo, generosa y abundantemente, todo lo que había que decirles a los insurrectos en cinco volúmenes titulados Refutación y derrocamiento de la falsa­ mente llamada gnosis, más popularmente conocidos como Adversus Haereses. Pero el destino siempre es caprichoso y resultó que buena par­ te de esas ideas perversas, según la Iglesia, verían la luz de forma casual al ser descubiertos una serie de textos en Naj Hammadi, en el Alto Egipto, en 1945. Allí aparecían algunas informaciones bien diferentes sobre Jesús y, tal vez, permiten pensar en una enseñan­ za oculta que este transmitió. ¿De ella tuvieron noticia los Tem­ plarios tiempo después? Seguramente, sí.

En este lugar fueron hallados los textos de Naj Hammadi.

por el diablo mediante astutos ardides y actúa como quinta co­ lumna en la Iglesia introduciendo nocivas filosofías y cultos paga­ nos. Es gente, por lo demás, empeñada en creer que hay más Evangelios de los autorizados e insisten en doctrinas de Jesús que nadie conoció sino ellos mismos. Actúa de noche y se reúne en círculos íntimos, donde por supuesto se practican extraños ritua­ les. ¿Tal vez son retumbos de las prácticas del viejo Secreto? ¿Qui­ zá parecidas a las que los Templarios ejecutaban y que tan mala prensa les crearon? ¡Ah!, y no es asunto menor, por citarlo en últi­ ma instancia, el que siempre haya alguna mujer cerca del hereje! Los herejes gnósticos eran peligrosos, en última instancia, por­ que quien alcanzaba la gnosis, como señala Elaine Pagels, «se convierte no en un cristiano, sino en Cristo». Y entonces ya no hace falta Iglesia ni comisionistas con hábito. Hemos dicho ya que todas estas ideas quedaron sepultadas a varios metros de profundidad gracias a la actuación de la ortodo­ xia. Hombres como Ireneo, obispo de Lyon en el año 180, asegu­ raban que los herejes «se jactan de poseer más Evangelios de los que realmente existen». Y tal vez por ello se convirtió en capitán

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Entre los primitivos monjes se transmitirían retales del Secreto, lo que explicaría el lenguaje simbólico de las constru cciones al tomedil?1,ales.

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Ramón Teja: «Si son monjes, ¿por qué hay tantos?, y sin son tan­ tos, ¿por qué son solitarios?» Toda aquella muchedumbre, miles en algunos casos, tal vez no muy bien lavada y seguramente peor comida, que pone conferen­ cias a Dios sin recurrir a operadora alguna, era una fuerza bruta poderosa, sobre todo bruta en muchos casos. Y la Iglesia, siempre que pudo, la utilizó como infantería. Así, sabemos que en la de­ molición del Serapeum de Alejandría, en el año 391, colaboraron - a la de una, a la de dos y a la de tres, todos juntos - ejército, obispo local y monjes traídos para la acción expresamente del desierto de Nitria. Mar Marcos cuenta cómo los habitantes de Palmira cerraron las puertas de la ciudad en cuanto se supo que el monje Alejandro se acercaba en compañía de una turba de fieles. Todo el mundo parece haberse vuelto loco y se aprovecha el ínterin para arrasar obras de arte. En Beroea se descoyunta una estatua de Asclepio atribuida a Fideas y en Edesea se arrasa un templo entero. Era la antesala del fin teórico de la religión egipcia que dictaría por ley Justiniano en el siglo VI. Estas atrocidades mueven sensibilidades, como la de Líbanio, quien escribe, echándole bemoles a la cuestión, Pro templis (En de­ fensa de los templos) y dirige el discurso nada menos que a Teodo­ sio. Recogemos ahora algunas de las frases que la mencionada Mar Marcos reseña y que la hacen decir de este texto algo tan her­ moso como lo siguiente: Es el último gran discurso del mundo antiguo en defensa de la tolerancia.

Vamos nosotros ahora a por ese mínimo y esclarecedor extracto: hél,cían conjuros a la vieja manera y se protegían las casas con hi­ sopos cristianos, pero con fórmulas paganas. En resumidas cuentas, que las cosas evolucionaron más o me­ nos de este modo en lo que se refiere a la actitud de la autoridad respecto a los monjes: incomprensión divertida al principio, utili~ zación de su fuerza siempre que se dejaron y se pudo, y desprecio y persecución al final. El momento de divertida incomprensión tal vez lo podemos ejemplificar con esa frase de PalIadas de Alejandría que recoge

Esos son los que atacan los templos con palos y piedras y ba­ rras de hierro y, a veces, con las manos y los pies. Luego llega la desolación total: desmontan los tejados, derriban los muros, echan abajo las estatuas y destruyen los altares, y los sacerdotes se quedan quietos o mueren [...] Se extienden por los campos como ríos en avenida y después de destrozar los templos, arra­ san las propiedades, pues donde despojan a una tierra de un templo, la tierra queda ciega y muere asesinada. Pues los tem­ plos, Señor, son el alma de los campos.

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PRISCILIANO

Comenzábamos este libro hablando de cuevas, de lugares di­ vinos o al menos divinizados por el hombre. A ellos, a sus soleda­ des y oscuridades, han regresado siempre los buscadores del Se­ creto para poner en marcha la maquinaria de la fórmula mágica. y decíamos también entonces que llegaron dioses por distintos lugares enseñando esto y aquello. Reparábamos en los misterios megalíticos y he aquí que ahora volvemos a Occidente de la mano de Prisciliano, que combina en sí mismo los atributos de ser asce­ ta, gnóstico, hereje y gallego. Y lo último pareciera no tener senti­ do en esta exposición si no fuera porque esa tierra es sede del mis­ terio, de desembarco de dioses, meta de peregrinos e hito esencial posteriormente de alquimistas y Templarios. Prisciliano se nos antoja cicerone de la Galicia mágica. Nacido en Iria Flavia, tal vez en el año 340, aunque no se podrá asegurar, es el mejor representante de todos esos sujetos a los que tanta atención hemos prestado no fuera a ser que tradujeran del idioma de Dios al de los hombres algún documento probatorio de la ver­ dad del Secreto. En todo caso, sus prácticas les delatan. Veamos qué podemos decir de este hombre y de sus furtivos y delictivos colegas. Lo primero que hay que mencionar es que el paganismo tenía terreno abonado en el extremo del mundo, donde Dios puso a Galicia. A los romanos, durante su mítica Fax, poco o nada les im­ portaban los dioses ajenos siempre y cuando la voluntad del Cé­ sar tuviera cumplimiento, de modo que por media Hispanía ha­ bía habitación en cuevas varias: Zugarramurdi, Nájera, Galicia, etcétera. Admitido esto, tenemos que reconocer que nada se sabe de los comienzos del monacato hispano. García Colombás nos dirá a propósito de este asunto: A medida que avanzamos hacia Occidente, van aumentando las tinieblas [oo.] Las fuentes históricas son muy escasas y poco explícitas, y las hipótesis que se han formulado difícilmente lle­ garán a tener un día una confirmación satisfactoria o una refuta­ ción apodíctica.

Pudiera ocurrir que la cripta ell la que la tradición dice que repOóa el cuerpo de Santiago albergue en realidad los restos de Prisciliano, el gnóstico gallego.

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Sebastián Vázquez recuerda que para los egipcios el Nilo tam­ bién era imagen de la Vía Láctea. Este curso fluvial brota del ori­ gen de todo lo creado, que en versión egipcia era el Nun, y mar­ caba tal vez una ruta sagrada que el mencionado autor clasifica en veintidós etapas l , las mismas que las letras del alfabeto hebreo - instrumento de la Cábala - , que los arcanos mayores del tarot o que los Grandes Maestres que habría de tener el Temple, añadi­ mos nosotros. Cada etapa estaba jalonada por un templo y el peregrino ab­ sorbía en ella aquellos elementos simbólicos del dios, según esta hipótesis. ¿Imposible? ¿Con qué pruebas se puede negar? No es la única peregrinación egipcia. Olivier Beigbeder nos dice que la idea de la peregrinación, que se extenderá por buena parte de Europa posteriormente, «proviene de san Menas, en el Bajo Egipto, lugar de una famosa peregrinación». La gente iba en busca de la tumba de este santo capto, alrededor del cual se crea­ ron necrópolis y edificios sacros, como en Santiago, a unos cua­ renta kilómetros al sudoeste de Alejandría. En el Camino de Santiago aparece otra Vía Láctea que se con­ vierte en escenario de una peregrinación en etapas en la que hay templos e hitos espirituales que tal vez transforman en el tránsito a quien a ellos se acerca. Estas costumbres puede que lleguen de Egipto, o tal vez no. Pudiera ser que Galicia retuviera en sus más Íntimos pliegues atá­ vicos recuerdos de aquellos mismos cultos traídos por los dioses o atlantes que escaparon del cataclismo. Sea quien fuere el protagonista de los hechos y al que por con­ senso vamos a seguir llamando Santiago, le pasan cosas muy pro­ pias de Osiris, como hace notar Dragó. Aparece en el curso de un río, que no es ahora el Nilo sino una ría, y ello tras atravesar los mares de la muerte. Se apea de la chalupa en Iria Flavia, lugar de Isis, adonde llega degollado, es decir, despedazado como un Osi­ riso Después, tras él y como Thot en Egipto, llega un docente para aclararlo todo, y aquí es Prisciliano, por lo que Dragó concluye en lo siguiente: Veintidós etapas que corresponderian a los veintidós nomos o provincias en que esta­ ba dividido el Alto Egipto. 1

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La IlI1agen de Sa lltlago es mucho mlÍs que la del supuesto apóstol. Para muchos

buscadores medievales, fl/e el patrón de los alquimistas y de los saberes

que anheló el Tell1ple.

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Se suceden las encamaciones, pero permanece el escenario: Iria Flavia, lugar mágico si los hay. Solo existe un Apóstol y Pris­ ciliano es su profeta.

La leyenda a propósito de Santiago se ha querido sostener en base a documentos medievales - Historia Compostelana, Hechos del Arzobispo Gelmírez, Codex Calixtinus, Libro dos Cambiadores y otras actas más o menos dudosas- . Históricamente no resisten el más leve ataque, pero donde no puede la historia llega el mito, como ya hemos dicho. Y aunque es difícil de creer que aquí llegó após­ tol alguno, es obvio que algo pasó hace sus buenos cientos de años por aquella zona y que dio pie a todo lo demás. Se cuenta que Santiago llegó a Hispania enviado por Pedro para hacer discípulos. Pone pie en el sur, por Tartesos, y de allí si­ gue viaje al norte, hacia Emérita Augusta, donde se conecta con tino a la calzada romana que sube para la pagana Gallaecia. Una vez allí, choca con las creencias populares, pero rápidamente vie­ ne en su ayuda la Virgen en las inmediaciones de Muxía y se le aparece. y esto, como a nadie se le podrá escapar, le da alas. Pro­ longa su estancia por siete años predicando y traba amistad con un perro (¿el Can de las estrellas?), y con él se llega hacia Zarago­ za, donde una divinidad femenina aparece sobre una piedra o pi­ lar. Como estamos entre cristianos, se decide que es la Virgen del Pilar. Santiago regresará a Palestina, donde la muerte le espera poco después por orden de Herodes. Es decapitado, como le sucederá a Prisciliano, o como a Osiris, cuya cabeza era objeto de devoción, como un bafomet templario. Sus discípulos Atanasio y Teodoro recuestan el cuerpo y la ca­ beza sobre un falucho de poca monta, pero que resulta ser gober­ nado por una tripulación de ángeles, y así es como acaban por echar amarras en Iria Flavia sobre una piedra o pedrón -que aún se puede contemplar bajo el altar de la iglesia de Santiago, en Pa­ drón, como mejor prueba de la simbiosis entre cristianismo y pa­ ganismo. El caso es que durante siglos no parece interesar a nadie la tumba, salvo que la seducción de aquellos vecinos no fuera tanto por un muerto como por la Muerte, como en Egipto. Pero todo va

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a cambiar en el año 813. No lejos del viejo castro celta de Amaea, ahora dentro de la diócesis de Iria Flavia, tenía su guarida un as­ ceta llamado Pelagio (otra vez las respuestas llegan simbólica­ mente del mar, puesto que el nombre del testigo así parece decir­ nos). Este hombre es testigo de un curioso suceso: he aquí que caen luminarias sobre un campo próximo. El asceta avisa a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, quien llega al lugar, manda excavar y sentencia que lo que allí se descubre no es sino la tumba de san Iacobo, o san Iacobus, o san Yacob, o san Yago, o Santiago. Se avisa al rey de Asturias, Alfonso II el Casto, quien pronto ve una jugada política sensacional ahora que anda­ ba en la empresa de consolidar su minúsculo reino e imponer sus tesis hereditarias sobre el trono. El rey explica el caso al emperador Carlomagno y marcha a in­ vestigar sobre el terreno. Una vez allí, no le cabe duda de que hay milagro y manda edificar la primera iglesia para el santo. No queda al margen el Papa, naturalmente. León III da su be­ neplácito y pronto llegan por allí los benedictinos para hacer de embrión del monasterio de Antealtares. ¿Era Santiago el difunto? Responde la Iglesia, en 1884, cuando León XIII dicta la bula Deus omnipotens: las reliquias son autén­ ticas. Para nuestro negocio lo que importa es que a partir de enton­ ces se inicia, o tal vez se reabre, la peregrinación a la manera egip­ cia, en busca de un muerto hacia la tierra de los muertos con el propósito de morir -entiéndase por cambiar o transmutarse­ en el camino. ¿Recuerda o no al viejo Secreto que andamos bus­ cando? ¿Creen que será casualidad que los Templarios dominen los riscos jacobeos en breve?

«PEDRONES» PETROGLlFOS -_ ........ _--- ............ -_ .... __ ..........Y _-_ . ... __ ._-_ ......... __ ...... __ ... __ ........-.-----_ ....--- .....

Las piedras eran el soporte del Secreto desde tiempos remotos. A veces, como con las Tablas de la Ley hebreas, era la superficie sobre la que se escribían las palabras divinas que abrían los pesti­ llos de las habitaciones de Dios; otras veces, perfectamente colo­

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"El pedrón», situado bajo el altar de la iglesia de Santiago, en Padrón.

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cadas, pulidas, medidas y pesadas creaban los recintos en los que las palabras de poder debían ser pronunciadas, y por último, en otros casos, abiertas sus fauces a modo de grutas, se hacían vagi­ nas en las que el eremita penetraba en busca de la fuerza telúrica que se hizo Virgen negra. Pero siempre, bajo cualquier forma, la piedra jugó un papel esencial. y ahora que buscamos aquí las mañas que se emplearon para hacer que el Secreto llegara a Occidente o se desperezase tras pro­ longada siesta, de nuevo aparece la piedra. El Camino de Santiago va a ser el mejor ejemplo posible del uso hermético de la piedra. Aparece, o reaparece, una panda de moldeadores de piedra, gente que hace una extensión de su cuer­ po el granito y el laberinto, y que divulga una suerte de esperanto gráfico que podemos encontrar en Galicia, pero también en las is­ las Canarias o en India. Seguramente, son llamadas de atención o forman parte de un idioma desconocido y con el que tal vez se ex­ presó el Secreto en los tiempos más mohosos, cuando los dioses llegaron para enseñar lo que sabían. ¿Qué soporte más duradero se iba a encontrar que las propias rocas para que la sabiduría no se perdiera? Galicia está repleta de petroglifos circulares, espirales, laberín­ ticos... ¿De dónde vienen esos signos? Se dijo que la broma arran­ ca de la Edad de Bronce, pero ya salen voces que niegan ese extre­ mo, como la de Emmanel Anati, que retrasa el comienzo de esa grafía nada menos que hasta el 6.000 a.e. En fin, que ya estamos otra vez cerca del érase una vez, entre las brumas que preceden al Neolítico y el momento en que los dioses desembarcan, descien­ den o salen del agua revuelta y postatlante. Tomé Martínez estima que «solo un reducido.grupo de indivi­ duos conocía el uso e interpretación de este código pétreo». ¿Puede extrañar esto al lector llegados a este punto? ¿No sabe­ mos ya que solo unos pocos eran los chamanes que pintaban en las cuevas prehistóricas? ¿No sabemos que solo unos pOGOs eran los iniciados en los secretos de Isis y Osiris? ¿No tenemos 1a sos­ pecha de que había una camarilla de enterados que ponían en pie de un modo misterioso las piedras de pirámides y templos? ¿No fue el propio Yahvé quien eligió a unas personas concretas para fabricar el Arca de la Alianza y los útiles sagrados que luego

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irían a parar al Templo? ¿No seleccionó personalmente el maes­ tro Hiram a sus oficiales y aprendices cuando construyó el Tem­ plo de Salomón? ¿No pertenecía el propio Hiram a una cadena de conocimiento que doblegaba la resistencia de piedras y núme­ ros? ¿No se dice que Jesús hablaba a los escogidos? ¿No se aisla­ ba un grupo de hombres y mujeres del resto para dar con el es­ condrijo de Dios en toperas en pleno desierto? ¿No había mensajes que solo los iniciados sabían leer bajo los renglones de los Evangelios? En palabras de Tomé Martínez, «estos ideogramas no eran sólo sagrados por lo que está escrito en ellos, sino también por sí mis­ mos», y aún se acerca más a nuestras posiciones al añadir para nuestro regocijo: «Eran considerados como el testimonio en la tie­ rra de un lenguaje divino». ¡Más claro, imposible! y sobre este terreno abonado llega el cristianismo de la Iglesia de Pablo de Tarso a tratar de estropearlo todo. Durante varios si­ glos, el norte de la Península no conoce sino reticencias paganas, intentos de escurrir el bulto uniendo todos los cabos para hacer un nuevo dibujo sincrético (como deseó Prisciliano) o sucesivas conversiones y renuncias de la realeza visigoda hasta que el rey Recaredo ve la luz y opta por el cristianismo oficial. Estamos en el siglo VI y a la vuelta de la esquina vaa encontrar el asceta Pelagio la famosa tumba de Santiago. Con este panorama, ¿qué podían hacer los supervivientes de aquellos saberes que se expresaban en piedras? Pues camuflarse. Como ocurrió en Egipto, donde los sacerdotes trataron de hacer migas con el eremita asceta y meter en una metafórica botella (el tarot, el juego de la oca, etc.) lo que sabían y lanzarlo al mar del mundo. Del mismo modo, aquí, los hermanos de la piedra tratan de abrigarse en monasterios y comunas ascéticas para pasar inad­ vertidos. Luego, es talla confusión, que nadie sabrá poner en cla­ ro si los constructores se han hecho monjes o son los monjes los que ahora son constructores. Pero ¿hasta cuándo iban a poder se­ guir ocultándose? Los sacerdotes egipcios camuflan sus saberes en el tarot o en el juego de la oca; los gnósticos lo entierran en textos quizá no lejos de Naj Hammadi, o incluso allí mismo, además de propagarlo vía Marcos de Menfis y otros voceros. Y he aquí que monjes-cons-

Petroglifos de Mogor (Calicia).

Uno de. ellos con curiosas similitudes con el «laberinto»

de la catedral de Chartres.

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nos mayores, ni letras para enredar con la cábala, ni tal vez podía haber más Grandes Maestres del Temple. El tarot, los naipes, etc., serían, en palabras de Sebastián Váz­ quez, «un legado de conocimiento vinculado a lo religioso y a lo mistérico». En cuanto al juego de la oca, ¿cuándo apareció? ¿Quién lo di­ señó? ¿Para qué? Según una leyenda helénica, mientras se producía el asedio griego a la ciudad de Troya, los helenos se aburrían, pues de to­ dos es sabido que eso de los asedios se puede hacer eterno, es­ pecialmente si los asediados se obstinan en no dejarse matar como debe ser, y desde luego los troyanos fueron muy suyos para eso. Así que hasta que se le ocurrió a Ulises la jugarreta del caballo preñado de soldados griegos para doblegar a Troya, aquella soldadesca tenía que ocupar el tiempo en algo y un tal Palámedes, hijo del rey de Eubea y nieto de Poseidón, inventó el juego. Naturalmente, es mera leyenda, pero hay un par de detalles que no queremos pasar por alto. En primer lugar, el nombre del tal Palámedes tiene algo de palmípedo que me resisto a omitir. ¿El de la mano palmeada, tal vez? Y en segundo lugar, el abolengo que se le supone -nieto de Poseidón- debiera ponernos sobre aviso, puesto que ese dios del océano nos acerca de refilón, o qui­ zá directamente, a la Atlántida. ¿Salió de allí el juego? ¿No recuer­ da el signo de la pata de oca del Camino a un tridente como el del dios Poseidón? Creemos que tal vez el juego viene de atrás, de tan atrás como el Secreto que de un modo u otro a él se vincula. Lo conocieron los egipcios y lo adornaron y disimularon. Los romanos usaban estos animales para proteger las casas, y tal vez no es un excesivo atrevimiento vincularlas así con los Tem­ plarios, puesto que también se presentó a estos caballeros en so­ ciedad como protectores de los peregrinos y custodios de encla­ ves religiosos preferentes. Se ha visto por ello en las encomiendas y castillos del Temple emplazamientos oca, puesto que darían se­ guridad al jugador en ese tablero que es el itinerario del peregri­ naje.

El juego de la oca aparece por doquier en la ruta hacia Santiago. En la foto vemos el dibujado en In plaza de Santiago, en Logroño.

Los canteros, a los que ya hemos sacado al escenario de forma esporádica, también estaban en el secreto de la cuestión, no en vano firmaban con el signo de la pata de oca por todas partes, y cuando no lo hacían de ese modo empleaban el laberinto, que es el mismo esquema del juego de la oca y la misma forma que tiene la Vía Láctea. Por lo demás, los orígenes de la palabra oca tal vez sean indo­ europeos, según recoge Rafael Alarcón. Pudiera derivar el térmi­ no de auch, que daría en latín aucam y auca, desembocando en Francia en oie y en España en oca. Otra propuesta nos la pinta con orígenes sánscritos procedentes del vocablo hamser, que se vier­ te en latín como anser; en gótico como gans, y en castellano como ánsar y ganso. Y de este modo la toponimia de medio mundo se llena de ocas, pero he aquí que es el Camino de Santiago donde

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los ánades aletean por todos los lados: Ocas, Ocones, Nanclares de Oca, Oja, Villafranca de Montes de Oca, sierra de Ancares, El Ganso, etc. ¿Qué pasa aquí? ¿Pura casualidad? Resulta que el Camino es un laberinto enderezado. Es la Vía Láctea derecha, entera y verdadera, y los mismos pillos que ocul-

LA imagen de santo Domingo de la Calzada en su cripta fu neraria, con el bastón de constru ctor, es un buen símbolo de los conocimientos ocultos en el Ca mino de San tiago.

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taran en el juego de la oca instrucciones para la iniciación en pos del Secreto, en un atezado momento de la historia decidieron ha­ cer, como en Egipto, un juego o peregrinación por etapas ente­ rrando por aquí y por aIIá las claves del saber. El Camino es el juego de la oca con todas las dimensiones ne­ cesarias. Y luego los Templarios, que vieron la jugada claramente -y nunca mejor dicho- trataron de controlar el tablero. ¿Fue antes la idea del nueve como número de poder en el Tem­ ple o en el juego de la oca y la cábala? Creemos que los Templarios de los orígenes no fueron nueve por mera casualidad, sino por cumplir un nuevo tributo al Conocimiento. Serían nueve como los dioses de Heliópolis donde se tejió buena parte de esta trama. Nueve como el noveno sefirah de la Cábala -que representa la Fundación o la Sabiduría -. Habrían de ser nueve como el nove­ no arcano mayor del tarot, que es el ermitaño - el asceta, el bus­ cador -. y nueve como el número clave de la oca. Y tan es así que se cuidaron de divulgar que eran nueve durante nueve años, cuando en realidad no es cierto, puesto que, como se verá, un dé­ cimo caballero se afilia - en realidad creemos que era el principal entre ellos- en 1125. Nos referimos a Hugo de Champaña. Y, si llegaron a ser diez, ¿por qué se insistió en que fueron nueve, como en los primeros años? ¿El nueve? En efecto. El juego presenta 63 casillas (si sumamos 6 y 3, obtenemos 9); es decir, 7 veces (el 7 es otro número de poder de la Cábala) 9 (7 multiplicado por 9 resulta 63). Y hay nueve pruebas que superar, tal y como nos advierte Rafael Alarcón: el puente, la posada, los dados, el pozo, el laberinto, la cárcel, 1.. muerte y la puerta del jardín. Por si no fuera suficiente, las ocas están espaciadas de nueve en nueve casillas y en dos grupos. Un grupo separa las ocas de cinco en cinco y el otro de cuatro en cuatro (nueve, por tanto). Ve­ amos el primer grupo: 5-14-23-32-41-50-59. El segundo grupo: 9-18-27-36-45-54-(64). Incluimos el 64 porque aparece en él la oca, aunque rompa la armOIÚa de los saltos de nueve en nueve ca­ sillas. Y ahora, si sumamos los números de las casillas del primer grupo de ocas obtenemos el número 224 (2 + 2 + 4 = 8); Y si hace­ mos lo propio con el segundo grupo resulta el número 253

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(2 + 5 + 3 = 10 = 1). De este modo, si sumamos los números resul­ tantes de los dos grupos, el8 y el 1, de nuevo obtenemos el 9. Estamos, sin duda, ante un mensaje oculto bajo un juego en apariencia infantil. Y desplegado sobre el tablero de la oca tridi­ mensional que es el Camino en­ contramos que la Muerte (casilla 58) no puede ser el final del jue­ go. Si aceptamos que la Muerte estaría en el Camino representa­ da por el sepulcro de Santiago en Compostela, eso nos lleva a pen­ sar que el Camino, en verdad fi­ nalizaba más allá de Composte­ la, lo cual no es de extrañar. Por lo demás, la casilla 58 su­ maría 13 (5+8), con lo que ya te­ nemos otra relación con el tarot, Arcano del Taro/ número XIII, puesto que el arcano de la muer­ «La Muer/e ». te es el número 13. Y si admiti­ mos la hipótesis egipcia del tarot, tal vez tengamos aquí una nue­ va prueba de las relaciones de todos estos juegos entre sí. Y si uno nació en Egipto, el otro también.

«SCRIPTORJUM» -............... _---_ .

Al comienzo de la Edad Media, Europa está destrozada. Las invasiones bárbaras han dado santa sepultura al Imperio y la cul­ tura está por los suelos. El pueblo, perdida toda esperanza en la civilización conocida, se echa en los brazos de Dios. El eremitismo oriental ha ganado numerosos adeptos, pero ni el clima ni el en­ torno social son los mismos y pronto se abre paso el cenobitismo, es decir, la antesala de las comunidades monásticas.

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Es posible que tenga razón José Ángel García de Cortazar al explicar el éxito del monasterio en Europa en lugar de la vida as­ cética y en cubiles rocosos diciendo que no es lo mismo el clima cálido de Egipto para estar a la intemperie en taparrabos que el frío europeo, y que es lógica la huida a la soledad y a la naturale­ za en lugares plenamente urbanizados como Oriente, pero en Oc­ cidente las ciudades están destruidas, con lo que malamente iba uno a poder huir de ellas. y si ya en Oriente se habían dictado ciertas normas o reglas de comportamiento, no cabe duda de que dos serán las que tengan mayor repercusión en Europa en los siglos IV Y V, la Regula Magis­ tri y de la de Benito de Nursia, pero ambas tienen en común tan­ tos aspectos - a pesar de que la primera sea anónima y más ex­ tensa que la segunda - que se ha llegado a admitir que el autor de ambas fuera Benito de Nursia. De este hombre no sabemos tanto como quisiéramos, pero al menos sí parece admitirse la versión de que había nacido dentro de una familia acomodada en Nursia, Italia, en el año 480. A los veinte años de edad escucha en la puerta de su corazón una lla­ mada. Es Dios, que le hace guiños desde lo alto de un farallón donde hay una gruta. El monte se llama Subiaco, y allí se daría a conocer como hombre santo Benito de Nursia. Tuvo una vida rica en incidentes que no podemos contar aquí y que concluyó en el año 547 para algunos y en el 550 para otros. Fue el redactor de la famosa Regla benedictina que tendráconse­ cuencias indispensables para nuestra teoría. Acuña el lema «Ora et Labora» (