1.Asensi, Literatura y Filosofia

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Introducción

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J, Cuenta Dióggnes Laercio en el proemio de sullbro Wdas dz Filósofos rt,;.^que dgunos atribuyen a los magos, gimnosofistas y druidas la inven- , niEg"'i. i"-.di"io {"..rrr r.";i;;. h'* áó"?? ü;b*iá ¡i "n,ot Sin embargo, tal testimonio no parece desdeñable, pues sitúa el nacimiento de la filosofia en un momento anterior a los sriesos v. adem¿is.

le encuenrra una cuna ó[i¿s'"¡ambiéñ fá-'¿G fí fÉrEúrñ'6"á Di ó aen áü;;i,o lüift;',. étñfi ñü; e; iüri ¿"d, n i iláTas pri ii -

pales caracterlsticas de la relación entre la literatura " y la filosofía a lo largo de muchos siglos: la discusión y la exclusión recíprocas, el balanceo pendular entre la amalgama y la discordia. Y aunque, a veces, se ha afirmado que en tal relación es la filosofla la que ha tenido un domi-

nio jerírquico, cosa básicamente cierta, hay que decir que a ello ha contribuido la propia literatura asumiendo aquellos rasgos que la filoso@ue entre el maesrro y el esclavo hay una e:;.ros> mejor o peor dis-

parecer, la verdad y la ficción, y al mismo tiempo condenar las posibilidades infinitas de la literatura (por ñn, la literatura que hasta ese momento no había existido) no es tarea baladl-El'tercer'óápítuli5*muestra ld"glevación de la-literatura hasta unas alturas máximas tanto por parte de los ufilósofosu (Schopenhauer, Kierkegaardy Nietzsche), como por parte de los nliteratosu (Flaubert, Lewis Carroll). La literatura es colocada en el lusar habirual de la filosofia y más allá si cabe, pero .nr.?fiando por 7lir"r"r'.,ra" algo muy di€r.r,t. á. t" (ié ñ"Tia sido la norma hasta la llegada de tales autores. El cuarto capítulo nos hace ver una fractura y una distancia: el triunfo de la ciencia que parece colocar las cosas en su sitio (positivismo lógico) y aquellas manifestacioneqen las quela literatura muerey se provoca un cortocircuito definitivo en las fronteras de loi géndfds y discursos (psicoanálisis, Proust, Kafka). X por fin, el quinto capítulo exhibe en tres pasos (Heidegger, Borges, Dérrida) lo que, tras la crisis de la mgtaffqica, la ciencia.yJa Iiterátura, son los ,ru!,ro, ré$ñtras'á"paiiir ifé los que será neCéíáiio rnbvcrse y pensar desde ahora. El caráéter selectivo de este orden cronológico se observa, además, en dos circunstancias. En que los nombres podrían ser otros, y en ausencias señaladas: aunque se alude en bastantes ocasiones a ellos, no hay ningún apartado dedicado explícitamente a Plodno, San Agusdn,

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Descartes, Sartre, los filósofos analíticos, Lyotard o Foucault, etc., amén de un sinfín_de poetas y narradores. Elloobedece a que, en realidad, he perseguido sinretizar los núcleos fundamental.r y t.pr.r.rrarivos

de esa relación ran intrincada y compleja, y no ofr...r una visión exhaustiva de ella. Y también a razones de iipo-p.rsonal (conozco mejor a Flaubert que aZola, a Kafka que a Muiil, erc.). Por otro lado, no me ha parecido opo_rruno presenrar a lo largo del libro la amplia, variada ycontradictoria bibliografía de lib¡os, añículos y conferencias sobre la relación filosofía,literaiura, ya que eso habría cbnuibuido más a la d-esorientación que.a clarificar un rema que debe tener un lugar privilegiado en lo que llamamos (reoría de lá literatura y literatuá cómparadar¡.y cuyo rírulo mismo esrá ya arrapado en las iedes del par lire-

ratura-filosoffa. problema llega a se¡ ran paradójico que no es posible abrir la .bocaEls.in_que nos trabaje la ficción o su (según algunos) opuesro: la verdad. E,s casi una reducción al absurdo. ¿Dlsigna"r un ámÉiro como ufilosofiau es un decir-filosófico o lirerario? iHrbi"r de un poema como algo fabuloso es un decirliterario o filosófiio? ;Va en serió o va en broma? Y la seriedad ¿es más filosófica que literaria? Y la broma, el juego y lo frívolo ¿ron -ár_li,"rarios que filosóficos, o al revés? L^. p.ág""n-

tas serían interminables y seguramente no hallarían una respueita satisfactoria. A,trora bien, si algún objetivo persigue este libro es el siguien, te:-en una época en Ia que estamos cayendo en la barba¡ie de eliminar

la 6losofía y la literarura de los planei de estudio de ciertos niveles de la enseñanza, o bien en la excesiva especialización nacida de un pensamiento burdamente técnico, quisieia contribuir al convencimiento de que el es¡udio de la filosofía és esencial para el estudio de la literatura (y viceversa) ¡ sobre todo, de que es abloluramenre necesario leer y ensenar (cualquiera que sea el significado de estas palabras) los textos fi.losóficos y literarios sin cuyJherencia perderemos nuesrra propia identidld. ¿Puede haber algo más gozoso q.t.r.rn diálogo entre Lewis CarrolI y Hegel saliendo, al amanecir y acómpañados"del canro del ga[lo, de un banquere en el que rambién'esrab"n Só.t"tes y Cervanres? Expreso desde aquí mi deuda con el director de esta colección, D. Miguel Angel Garrido Gallardo, y con la Editorial Síntesis por haberme.invitado a parricipar en esre proyecro con un rema que áesde hace varios años viene levantando en mí ranto interés y tantas pasiones.

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1.

LA CONFIGURACIÓN NT,I FONDO

1.1. ¿Un momento inicial? En el siglo IV d. C., San Agustín hizo una sudl defensa del arte frente a la virulencia con que lo habían aracado algunos de los padres de la iglesia. Distinguió entre lo fallar (lo que siendo falso se hace pasar por vercladero) yIo mendar (lo que siendo falso no se hace pasar por verdadero y pone en evidencia su falsedad), y afirmó que el arte per¿r la dimensión delo mendax. (E. de Bruyne, 1963,y S. Agustín, 969). De hecho, unas botas pintadas en un cuadro de van Gogh, por ejemplo, no pretenden darnos a entender que se trata de unas botas reales. Las botas son ilusorias, pero no engañan a nadie acerca de su carácter fantasmagórico. Tal argumento trasluce que a esas alturas se había consumado ya una compleja partición y un lenguaje del que de ' ninguna manera ha sido posible desprenderse en el futuro. ') .', Presentado de una forma sencilla e ingenua, el esquema quedaría como sigue: en un polo, hay una actividad que se ocupa de lo que ha¡ de lo que ¿s, de los objetos en un sentido muy general, de lo que es real y de todo lo que ello implica. Esa actividad podrá llamarse ontología, metafísica o conocimiento científico; podrá incluso escindirse de forma interna, estableciendo un principio de duda metódica o intentando autoaniquilarse, o externa, como cuando la ciencia quiere desmarcarse a todo trance de la metafisica. Pero en última instancia su objetivo estará constituido por una determinada concepción del mundo y de la realidad, y-por un lenguaje transparente y no-retórico. En otro polo, hay otra actividad que se cuida de las apariencias, de los fingimientos,

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de un mundo que puecle ser pero que en su misma posibilidad encubre la rnentira, el error o simpiemente la falsedad. Hasta en los instantes en qLle se-refiere a la realidad Io hace de forma oblicua, retórico-tropológica o fingida. Esta actividad suele denominarse arte, poesía, pinturá,'literaturá, etc. Todas las formas de relación entre la filosofia y la Iiteratura, la ciencia y la filosofía, la filosoffa y la teoría literaria, Ia teoría de la iiteratura y la literatura, se han desenvuelto dentro de los límites que dibuja esa polaridad entre lo que /ry lo que parece. Por eso es necesario hacerse las siguientes preguntas: ¿de dónde viene esa creación de f¡onteras? ¿Cuál es el origen de tal forcejeo? Todo

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pañéé indicar dos noml¡res, Platón y Aristóieles, bien entendido que dichos nombres indican más unos cor?ora resultado de una ulectura, occidental que unas referencias propias y empíricas. Y puesto que el punto de partida gira en torno a la difícil oposición entre 1o que rr y lo que parece sr4 resultará conveniente aclarar, desde el principio, que en el periodo pre-socrático, la dist¡ibución semántica de los elementos de dicha oposición no era la que conocemos a partir del platonismo. Así nos lo enseña Heidegger en su libro Introducción a la metaflsica (1956), precisamente en ei capírulo titulaclo uSer y apariencia,. Tomando como punto de partida. y de forma indistinta, textos de Parménides, Heráclito, Safb, Sófocles, Matías Claudius, Píndaro, Hólderlin, etc., -y esta mezcla es de por sí suficientemenre significativa, tal y como también reconoció en su momento María Zambrano (1939)-, el filósofo alemán pl:rntea el estado de la cuesrión con meridiana claridad: (1956: 136). Se percibe en estas palabras una excesiva tendencia a situar la diferencia entre el ser y el parecer en el plano de lo vulgar, si tenemos presente que la serie sucesiva de poéticas y filosofias ha basculado a lo lar, go de la historia sobre ella, pero también es cierro que Heidegger discute la cuestión en el contexto de las uhabladurías,r y del lenguaje corriente. Sea como fuere, sus observaciones son del todo pertiientes para lo que nos interesa en estos primeros compases. En efecro, el ser y el parecer (o el aparecer) estaban originariamentsvinculados, porqu,q para el pensamiento griego el sér se ofrece como flsis, es decir, como lo que brota y permanece mostrándose, apareciendo, iluminándose, desocultándose. De ahí que la verdad en su correspondencia con el ser se entienda según ia No es, pues, una verdad equiparada a lo '4/etheia.

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qug rssino a 1o que está siendo o mostrándose (Heidegger, 1956: 140); no una verdad como adecuación de una proposición a una cosa, sino el hacer salir a la cosa de una oscuridad que la guardaba invisible. Heiáciito lo dice en su celebrado fragmento i6r *¿CZmo podría alguien ocultarse de lo que no se pone?, (1976:382). Lógicamente, la creación debe jugar ahí un papel fundamental en la medida en que todo acto creativo o inventivo arfanca, por definición, algo de lo oculto, algo que no estaba antes, o que si estaba no se veía. Y en relación con este último aspecto, tenemos el testimonio no sólo de lo que, por ejemplo, diceParménides, sino también el del modo poético de su enunciación: en un acto imaginario, semejante al de Dante encontrándose con Virgilio, y esta analogía no nos parece gratuita, el narrador cuenta en los versos iniciales de su npoemau la aparición de quien llama la diosay ala que inmediatamente cede la palabra, de modo que a partir de ese momento todo el discurso le pertenece a ella: (1976:416).

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al (a)parecer ni el mitos aI /ogo s, al g.ontrario: mentan lo miSrno, o como mínimo tienen necesidad el uno del otro. Que Heidegger encuentre ese nexo íntimo de unión realizando un recorrido por las uvoces, de los poetas líricos y trágicos, escuchando su decir etimológico y no su material poético, pone bien a las claras su pretensión. Así, tras citar los últimos versos del Edipo Rel deSófocles, tras recordar el verso de Hc;lderlin uquizá el rey Edipo tenga un ojo de más, srr se opone

(1956:145), concluye: (1966: I l-12).

En cualquier caso, parece evidente que la dicotomía entre ficción y realidad-r-ro se presentó col.no tal en la filosofía anterior a Platón, donde las barrérai ettt.e u,ra y otra aparecen difuminadas, áünque nós quedaría por sabe¡ cuál era exactamente el sentido de esa difuminación. Resumiendo: en este libro vamos a tomar l¿ determinación cautelar, más allá de las interpretaciones acerca de los orígenes griegos llevadas a cabo por ios románticos y por Nietzsche, cle no dirigir la fusión entre el ser y el parecer hacia ninguna dirección determinada, poniendo únicamente unos interrogantes tanto en torno a la ider-rtificación mitoslogos conto alrededor del sentido de una diferencia entre ambos. Lo bien cierto es que la actividad filosófica y la activid:lcl poética, cualquiera que fuera el significado de estos té¡minos aurorales, no caminaban por send:rs separadas o, por lo menos, no muy separadas, tal y como pone de relieve el texto de Parménides citado hace unos instantes. Es en ¡elación con este hecho qr-re l:rs palabras de Heidegger poseen una especial import:rncia, y por eso es aconsejable tenerl¿rs presentes.

Con todo, resta por puntualizar qué significa que el discurrir de la 6cción y el de ia realidad vava por el mismo clmino o por cernirros próximos. Saber rasgos de ese momento inici¿l nos ayuda ent¡e otras cosas a prevenir errores futuros y a entender el gesto de violenci¡r tr,rzado por Platón y Aristóteles. Es preferible pensirr que ese supuesro mómento del alba del pens;uniento occiclent¿l no es ni más ni menos que el trasfondo necesario y creado, sobre todo creado, para que tuviera lug:rr la escena de una parrición y una diferencia que en los últimos tiernpos se ha vuelto a descubrir como clausur¿r. Tomadas estas precauciones, ¿por qué no decidirse a hablar de un momento inici¿rl de indeterminación en cuanto a la pareja mitos-logos? -Iil ¿.t"do no significa ninguna falta de o¡ientacibn, iiene, bien"al contrario, .l r..ttldo de una escritura -la de Parménides, por ejemplo- que realiza una travesía común por lo que para nosotros es el objeto de una ontología y.por lo que es eI hacer característico de lo fabuloso. Cae por su propio peso que esa travesí¿ obliga, siempre desde nuestra óptica, a que la filosofia y la poesía se borren a sí mismas. Sin embargo, no sería de recibo soslayar un úitimo aspecto muy importante del texto heideggeriano. Aunque es cierto su deseo de encontrar un momento prístino, genuino y original en los poetas-fiIósofos pre-socráticos que lo vuelven sospechoso de practicar la metafisica, no hay que olvidar que si el sery el parecer se pertenecen, también el error y el engaíro se asoJnan en el mismo núcleo semántico.

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En un cierto sentido, Heidegger ha hallado en el supuesto origen una situación aporética o cont¡adictoria: (1956: 147).

De la mano de ese uparecer, inseparable dei user, viene el (er¡or), puesto que lo qr,re (parece) lleva consigo no sólo la iluminación y lo externo desocultado sino también el fingimiento, es decir lo que se pretende tener (o ser) sin que ello sea cierto. Conjugar en un mismo espacio realidad, ficción y engaño *por decirlo en términos próximos a la teoría del discurso- pone en una difícil situación (clero está que sólo desde el punto de visia de Heideggéi, al que muchos acusan de no decir nada en sus escritos) a aque llos que, como los llamados positivistas lógicos, pretendí,rn c{emarcár claramente el sentido )'el sin-sentido de las proposiciones. ¿Y qué decir, en esta precisa dirección, de las llamadas u¿rberráciones, de los poetas?, ¿qué decir de ese verso de Tiistan Tzara según el qr-re nla vie c'est une antilope mauve sur un chan-rp de thonsr, o de la (tahon¿r estuosa de aquellos mis bizcochos, de Cés¡r Vallejo? Y lo que es m¿ís: es¿r mezcla de userr, (parecer) y (error), ¿no es algo así

como querer extraer de un misrno espacio el concepto y la metáfora, lo retórico y lo no-retórico? Porque, como tend¡emos oc:rsión de comprobáa uno de los f¿rctores const¿lntes en la relación violenta entre la de la retgriq4-. filosofía y la literatura, lo constituye el _p;obl¡ma

1.2. La vioiencia: Platón

La forrla en que hoy nos :lce¡camos a los escritos de Platón y A¡istóteles p:rsa obligatoriamen¡e por un camiz tan,espeso de traducciones, versiones, interpretaciones y concepciones del mundo que vuelven casi imposible tener la ceÍteza de quién o de qué se está hablando. De Tofáil y Averroes, ¿r Descartes, Hegel, Nietzsche, Grube y Derrida, entre otros muchos, la madeja se complica. Pe¡o no es menos cierto que quizá los mismos contemporáneos de Platón o A¡istóteles se enfren-

taran a un problema muy semejante, ¿o es que en los diálogos platónicos no median y se enredan las voces de otros filosófos, mitologías y referencias culrurales? Esta situación paradójica nos hace adoptar una actitud que podría calificarse de ,,fingido olvidou o ufingida orfandad,; actitud que es consciente del peso que soporta a sus espaldas y que, a la vez, se torna ligera y volátil para abrir la posibilidad del habla y de la escritura sobre temas de estas c¿rracterísticas. Es, aden-rás, la postura

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