115266799 San Francisco Javier Con Ilustraciones

JORGE SCHURHAMMER S. J. V ida de S an F r a n c i s c o JAYIEE Por el P. JORGE SCHURHAMMER, S. J. Versión directa d

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JORGE SCHURHAMMER S. J.

V ida

de

S an F r a n c i s c o

JAYIEE Por el P. JORGE SCHURHAMMER, S. J. Versión directa del Alemán POR EL P. FELIX DE AREITIO, S. J.

ED ITO R IA L

D IFU SIO N

TUCUMAK

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BUENOS AIRES

Queda hecho el depósito que m a rca la ley.

C O N L A S D E B ID A S L IC E N C IA S

PROLOGO DEL AUTOR

L

a presente obra sólo trata de ofrecer una sencilla re­ lación de la vida de San Francisco Javier acomodada al mayor número posible de lectores. No podemos pre­ sentar algo más acabado antes de elaborar el copiosísimo ma­ terial inédito que ha quedado de la época del Santo. Tan sólo la correspondencia del V irrey D. Juan de Castro, refe­ rente a los dos años y medio que éste pasó con él en la India, asciende—tal cual la hemos vuelto a descubrir— a dos mil documentos (casi todos ellos cartas orignales de todas las partes de la India Oriental portuguesa) relativos a todos los asuntos grandes y pequeños de aquellos días. No obstante, si nos adelantamos a publicar este resumen, antes de dar a luz la V ida extensa en cuatro tomos, lo hacemos únicamente por no poder sustraernos por más tiempo a las urgencias de los devotos del Santo, deseosos de tener ya desde ahora entre s,us manos una V ida breve pero auténtica. P or esta razón, si bien no nos ha sido posible servirnos para este tomito de todo el material con qug contábamos, nos hemos esforzado, sin embargo, por presentar nada más que lo históricamente cierto y por hacer resaltar con clari­ dad en la vida del apóstol de la India y del Japón su estruc­ turación interna y externa, de manera que su modo constante de proceder encuentre por sí mismío su explicación psicoló­ gica en el grado que lo permitían el estrecho marco y la con­ formación de una V ida adaptada al mayor círculo de lec­ tores. En muchas cosas, no sólo accidentales por cierto, se

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aparta esta obrita de las V idas publicadas hasta ahora, y el perito lector hallará en ella encerrados en el m arco de una sencilla exp osición hechos y orientaciones nuevas, así com o también la respuesta a m il cuestiones debatidas.

E l formato de la colección en que había de figurar, nos forzaba a la brevedad; por eso creimos necesario renun­ ciar a multitud de particularidades, a tratar y declarar con detención puntos dudosos o históricamente insostenibles, a una abundante cita de las cartas que esperamos publicar pronto y a todo género de referencias bibliográficas. Para todo esto debemos rem itir al lector a la obra extensa, en cuya preparación trabajam os desde hace tiempo. Teniendo en cuenta a la mayoría de los lectores, renunciamos también a la exactitud en la reproducción de los nombres propios portu­ gueses. P or eso herrios preferido las formas corrientes de Juan, Cristóbal, Esteban, etc., alas formas portuguesas Joáo, Cristovao, Estevao y otras que podían ocasionar alguna con­ fusión; en cambio, los nombres asiáticos los reproducimos fielmente. O jalá que la presente obrita encuentre entre los amigos del Santo, en esta época tan entusiasta por las M i­ siones, a pesar de todas sus miserias externas e internas, m u­ chísimos lectores y muchos también que se enardezcan con sus mismos ideales y con su espíritu de sacrificio en servicio de las almas inmortales. Bona del Rhin, fiesta de los gloriosos mártires japoneses de la Compañía de Jesús, 5 de Febrero de 1925. P. J orge S c h u k h a m m e r , S. J.

C A P IT U L O P R IM E R O

En el castillo de Javier (1506-1525) Sum ario: T opografía de Javier. — L a familia del Santo. — L a guerra entre E spaña y Francia. — Miguel de Azpilcueta y Juan de Javier. — La paz. y poco accesible mundo de monta­ ñas, situado al N orte de España, vive un pueblo de lengua problemática, fiel y constante en la fe y cos­ tumbres de sus antepasados, laborioso, valiente, emprende­ dor y amante de su libertad: el pueblo de los vascos. Cuando Cristóbal Colón descubría, con su piloto vasco, en el lejano triar de Occidente un nuevo mundo, y Vasco de Gama encontraba la ruta marítim a hacia las Indias orienta­ les, la provincia costeña de Guipúzcoa, junto con sus dos hermanas vecinas, se hallaba ya bajo el dominio de España. Al E ste de ellas, entre Guipúzcoa, Castilla, Aragón y F ran ­ cia, estaba el reino de N avarra con su capital Pamplona, úl­ timo teritorio libre de los vascos. Donde el río Aragón se aparta en ligero curso de los so­ leados y ardorosos montes de la región de su nombre para recorrer las. sonrientes campiñas de Navarra, existía por en­ tonces en el límite oriental del reino y sobre la escarpada falda de un monte, un pequeño castillo de vetusto color g ri­ sáceo, con sus torres, almenas y pa¿idizos para hacer la guardia e impedir al enemigo el paso hacia N a v a rra : era la casa de los Javier.

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n el magnífico

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F uera del cerco de la muralla quedaba la iglesita con las habitaciones para el capitán del castillo, a lo largo del muro, por el lado de la montaña, pasando el foso por el puente le­ vadizo y atravesando una sólida entrada, guarnecida con la piedra de armas, se llegaba al patio exterior de la fortaleza. Cerrábalo en el fondo el castillo antiguo, edificado en roca viva: sombría construcción de color rojizo, de remotas bé­ licas edades, con pequeñas y angostas aberturas por venta­ nas así a flor de tierra como en los pisos superiores, con su ronda, parapeto y saeteras, protegida por dos torres en los flancos, y en el mtedio por la elevada y amenazadora torre de San Miguel. Contigua a la escalera de la torre lateral Oeste, se encon­ traba, en cambio, la capillita de la casa, débilmente iluminada por la luz de una saetera y presidida por un antiquísimo y venerando crucifijo de tamaño más que n a tu ra l: el Santo Cristo de Javier. Aquí fué donde al señor del castillo de Javier le nació el martes de la Semana Santa, 7 de Abril de 1506, el sexto y último de sus hijos. E n la antiquísima pila bautismal de la iglesia, extramuros del castillo, recibió el niño el santo Bautismo, y su blanco vestido, según antigua costumbre de familia, quedó suspen­ dido allí cerca como ofrenda, cual si se pretendiese con eso encomendar la inocencia del infante a la Reina de los Cie­ los, cuya estatua, de talla, presidía desde el altar mayor. El bautizado recibió el nombre de Francisco. *** : Los Javieres pertenecían a una de las más prestigiosas e influyentes familias de Navarra. E l Dr. Juan, señor del cas­ tillo, se había mantenido siempre fiel durante la guerra civil al partido real, y se había conquistado rápidamente la confianza del príncipe. Fué nombrado Adm inistrador de Finanzas, Alcalde de Corte y, finalmente, Presidente del

I.— El niño F r a n c i s c o d es p id ie n d o a su h e r m a n o m a y o r Miguel q u e p a r t e p a r a c o r r e s p o n d e r al l l a m a m i e n t o de su r e y (1512)

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Real Consejo, la más alta autoridad política de Navarr.a. Junto con sus empleos y dignidades fueron _también cre­ ciendo sus rentas y posesiones. H abía alcanzado en despo­ sorio a la única heredera de una de las familias más anti­ guas y nobles del reino: a Doña María de Aspilcueta, quien sobre haberle traído como dote matrimonial para su señorío de Idocin los dos castillos de Azpilcueta y Javier, podía as­ cender en su árbol genealógico hasta los tiempos de CarloMagno y hasta los ascendientes comunes de los reyes de Aragón y Navarra. A la nobleza de la sangre juntábase en los padres del niño Francisco la nobleza del corazón. U na profunda y sana pie­ dad enseñoreaba la vida toda del castillo de Javier. Estaba éste consagrado al intrépido luchador del empíreo San M i­ guel, y la iglesia a la Reina de los cielos M aría Santísima El doctor Juan y su piadosa consorte, habían agrandado y hermoseado el templo, fundaron en él una capellanía y pu­ sieron de cuenta del castillo un capellán con dos beneficia­ dos, para que ofreciesen diariamente el santo sacrificio de la Misa, recitasen las horas canónicas y encomendasen a Dios las almas de sus antepasados. Cuando el padre andaba por la Corte, la m adre rezaba con sus hijos las oraciones cotidia­ nas de la noche en la capilla de la1casa, ante su gran cruci­ fijo, y el recuerdo de la pasión acerba del Redentor fué siempre de especial devoción en el castillo de Javier. Acababa de estallar la guerra entre Francia y España. El Rey de ésta deseaba paso libre para sus tropas por los des­ filaderos pirenáicos de Navarra. Se le negó; y ante la vio­ lencia acudieron los navarros a su vecina Francia en de­ manda de auxilio. Al ver esto los españoles, se dirigieron en 1512 contra Navarra, y el Reydeésta, D. Juan, se vió preci­ sado a huir de aquella tierra. El partido oposicionista, aliado con los españoles, llegó a hacerse dueño de ella, y la ruina del Rey fué también la ruina de Javier. Los vasallos de Idocin podían impunemente negar a su amo el arriendo de

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S A N FRANCISCO JAVIER

sus tierras, y el nuevo Gobierno, finalmente, quitó al se­ ñor del Castillo y puso a la venta su posesión de “El R eal”, situada en la frontera de Aragón. Nueve años contaba Francisco cuando se declaró a N a­ varra provincia española, y se puso un V irrey al frente de ella. Su padre no pudo sobrevivir mucho tiempo a esta desgracia. El buen Dr. Juan falleció cuatro meses mástarde, a 15 de Octubre de 1515. Pero tres meses después era también conducido al se­ pulcro el rey de España. A los patriotas navarros les pa­ reció entonces llegado el momento de alzarse, y fué en J a ­ vier donde se celebraron las Juntas secretas para el caso, Pero el levantamiento fracasó. Los navarros fueron derro­ tados en el próximo valle del Roncal, y se ejecutó el más se­ vero juicio contra aquella tierra. Como casi todos los otros castillos fuertes, debía también ser arrasado el de Javier “por haber sido lugar de reunión de los conjurados”. P o r misericordia se conservó en pie la parte reservada a viviendas, pero se destruyeron los fosos, la ronda, las torres y las alm'enas, y la torre de San M i­ guel fué derruida hasta la mitad. *** Tal era la situación de la casa por aquellos años en que el niño Francisco aprendía del capellán del castillo los ru ­ dimentos de la lengua latina y recibió de sus manos por vez primera en la sagrada Comunión el cuerpo adorable de Nuestro Señor Jesucristo. De pronto surgió en Castilla, por el verano de 1520, un movimento peligroso. El V irrey español tuvo que dejar a N avarra desprovista de armas, a fin de extinguir en su propia tierra el fuego que ardía avanzando por m om entos; y entonces fué cuando D. Enrique, hijo del recién m uerto rey de N avarra, y los patriotas navarros, creyeron de nuevo llegada la ocasión de librar a su patria, en- unión con F r in -

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da, del dominio de los españoles. El 17 de Mayo atrave­ saron sus tropas las gargantas dé los Pirineos para dar el asalto a Pamplona. Reaccionó el país. El valle del Roncal dió la señal de alarm a; siguióle el del río Aragón, y entre los primeros que acudieron en ayuda de los defensores de la libertad, aparecían Juan y Miguel, hermanos de Francisco. Muy pronto llegó al castillo de Javier 1a, alegre nueva de la toma de Pamplona. U n caballero guipuzcoano, lla­ mado D. íñigo de Loyola, había sido el alma de la resisten­ cia contra los sitiadores; pero cuando al cabo de seis horas de bombardeo una bala de cañón le desjarretó la pierna, cayó la ciudadela de aquéllos. Acontecía esto el lunes de Pentecostés, 20 de Mayo de 1521. Con todo, cuatro días después, llegaba al castillo la terro­ rífica noticia de la gran derrota frente a Noaín. El capitán general dé los franceses fué tomado prisionero; 6.000 de los suyos sucumbieron en el campo de batalla, y el resto huyó despavorido por los montes, en dirección a Francia. Temerosas fueron las semanas, meses y años que a partir de estos sucesos se siguieron para D.’ M aría y para el jovencito Francisco; y más de una ferviente oración por M i­ guel, por Juan y por la patria querida subiría en derechura al cielo ante el altar de N uestra Señora y ante el gran crucifijo del castillo de Javier. Los españoles dominaban de nuevo el país y sólo a duras penas se filtraban algunas noticias sobre la suerte de los dos hermanos. Sabíase que tras la desastrosa batalla de Noaín, habían escapado a F ran ­ cia. Desde Octubre de 1521 tenían en su poder, con 200 soldados de su tierra, la parte superior del valle del Baztán, y hacían frente en el castillo de su m adre y en el fuerte de Maya a la prepotente fuerza española; y cuando en 1522 cayó también por tierra Maya, se lanzaron con sus aliados los franceses sobre el fuerte de Fuenterrabía, for­ taleza marítim a entre Guipúzcoa y Francia, y prosiguieron su lucha por la libertad de Navarra,

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S A N FRANCISCO' JA V I E R

Desde la fuga de los dos hermanos, la indignación del nuevo Gobierno descargó doblemente sobre el castillo de Javier. Miguel y Juan fueron estigmatizados y denigra­ dos como culpables de alta traición; se les confiscaron sus bienes y declararon sus personas dignas de muerte. Es cierto que doña M aría retuvo los castillos de Azpilcueta y Javier, como patrimonio suyo que eran; pero los Tribuna­ les negaban toda protección a la dueña de esos castillos. Los labradores de Idocin podían rehusarle sin tem or el pago de sus rentas ; podían los vecinos de la próxim a ciu­ dad de Sangüesa repartirse impúnem'ente sus tierras seño­ riales y talar sus bosques; también los pastores del Roncal recibían al propio tiempo carta abierta para conducir sus ganados por tierras del castillo sin pagar el censo co­ rriente; y cuando en Diciembre de 1S23 el emperador Car­ los V otorgaba amnistía general a los combatientes de N a­ varra, excluía de ella una larga serie de nombres, entre los cuales aparecían a la cabeza los de los hermanos de Francisco', Miguel y Juan. E l 19 de Febrero de 1524 quedó firm ada la escritura de capitulación, y bien pronto Francisco y su m adre pudie­ ron estrechar de nuevo entre sus brazos, después de una separación de casi tres años, a los dos hermanos qué vol­ vían de la guerra. Dieciocho años contaba Francisco cuando volvieron a verle sus hermanos. E ntre tanto se había transform ado durante su ausencia en un joven maduro, de esbelto talle, alto más bien que bajo, jovial y amable, a la vez que dis­ tinguido y modesto; su rostro juvenil y hermoso aparecía rodeado de negra cabellera y a través de sus ojos negros irradiaba imperturbable la inocencia de su alma. E n tiempos pasados Miguel y Juan pretendieron entu­ siasmarle con la carrera de las arm'as. También en F ran ­ cisco ardía el noble y emprendedor instinto de sus caballe­

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rosos antepasados. Q uería m ostrarse digno de su renom­ bre ; pero en una carrera distinta de la de sus hermanos. Su padre había alcanzado el grado de Doctor en la U niver­ sidad de Bolonia. También Francisco, al finalizar el ve­ rano de 1525, se despidió de su madre y hermanos, y mon­ tado en su cabalgadura traspasó las montañas en dirección a F rancia: marchaba al más famoso de los centros docen­ tes de la cristiandad, a la Universidad de París.

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En la Universidad de París (1525-1533) Sumario: E l barrio de Saint-Jacques. — Javier en el Colegio de Santa Bárbara. —■E ntre com pañeros corrompidos. — A pu­ ros económicos: m uere D*. María de Azpilcueta. — Iñigo de Loyola. — E l «maestro Francisco». — «i Qué le apro­ vecha al h o m b re ...? »

al resto d e la ciudad por dos puentes con sus torres de defensa, existía en la orilla meridional del Sena un aglomerado de calles y callejas, iglesias y capillas, colegios universitarios y monasterios, casas par­ ticulares, librerías y tabernas: era el llamado cuartel latino de París, con sus 3.000 ó 4.000 estudiantes, reunidos allí de todas partes; el mayor y más famoso centro estudiantil del mundo en aquellos tiempos. E ra el Colegio de Santa Bárbara, asilo principal de los estudiantes españoles y portugueses, puesto desde hacía cinco años bajo la protección del rey de Portugal. Allí se hospedó por el otoño de 1525, a fin de dar comienzo a sus estudios el l 9 de Octubre del mismo año, como estudiante de la Universidad, don Francisco de Jaso y Javier: así sonaba el pomposo título que el joven traía. E sta .¿rasa era la que debía sustituir a su hogar durante más de diez años. n id o

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L arga era la carrera de los estudios. U n año de clase preparatoria; tres y medio de Filosofía hasta conseguir el grado de M aestro ; luego, en ciertos casos, otros tres más ejerciendo como “Regente” el Magisterio, en uno de tan­ tos colegios; y, en fin, cuatro años de estudios especiales, sea de Teología, sea de Jurisprudencia o Medicina. Ese era el curso ordinario de las cosas, cüando uno pretendía al­ canzar el grado de Doctor. El Colegio de Santa B árbara era a un mismo tiempo, com'o por entonces se acostumbraba, casa de habitación y escuela para los estudiantes, con su capilla doméstica, co­ medor, aulas, biblioteca, cuartos generales de estudio y clases. Los profesores, jóvenes “Regentes” por lo com ún,' continuaban aún ellos mismos sus estudios, y vivían y co­ mían junto con los demás estudiantes’ sometidos todos a una rigurosa distribución., Javier se vi ó obligado a com­ partir un mismo aposento con un «Regente» y varios estu­ diantes. Pero, a pesar de ser una misma la distribución casí monacal que regulaba la vida de los m oradores todos de aquella casa, no podían, sin embargo, desaparecer en abso­ luto las diferencias, sociales, y F rancisco'aparecía entre ellos como el hijo de una familia noble. Poseía un caballo, mantenía junto a sí a un estudiante pobre que le servia de criado, y no reparaba en gastos. Los estudios se le hacían fáciles y en los ejercicios deportivos de las praderas de) Sena era de los más aventajados. P or o tra parte, tampoco entre sus compañeros de estudio le faltaban amigos al jovial y agitadísim'o navarro. P ero bajo la resplandeciente superficie de aquella ani­ mación estudiantil bulliciosa y regocijada, se ocultaban serios peligros para; el alma inexperta de' nuestro joven estudiante. Terminado el año de preparación comenzó Javier su filosofía. Su profesor, no menos que sus condiscípulos, eran

L á m i n a I.—S a n F r a n c i s c o J a v i e r (cuadro del H . M. C oronas, S. J . ) .

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espíritus bien ligeros. Más de una vez trepaban de noche por encima de los muros para asaltar las callejas, bodego­ nes y burdeles del barrio latino. Instaban también a F ran­ cisco para que se les asociara; «hasta el maestro— le decían —viene con nosotros». E l español Juan de Peña ocupó, su lugar como profesor en 1528. El ejemplo de su vida pura y virtuosa, .fué la salvación de Javier durante tan peligrosos años. Juntóse a esto el influjo bienhechor de un nuevo condis­ cípulo y compañero desaposento, cuyo porte modesto, an­ gelical y atrayente arrastró bien pronto, embelesado en pos de sí, al joven navarro, Llamábase Pedro Fabro, y su edad era la misma de Javier.-H ijo de una sencilla, aunque b ie n ' acomodada familia de labradores, había venido al mundo en un pueblecillo de los Alpes saboyanos.- De mu. chacho pastoreó allí el ganado de su padre, y la soledad de aquel magnífico mundo de montañas arrastró su alnia ha­ cia -Dios. A los doce años hizo voto de perpetua castidad. E ntre lágrimas había arrancado a sus padres el permiso de estudiar y llegó a Fárís por el mismo tiempo que Javier a completar sus estudios.. U n lazo de cordial amistad unió bien pronto a estas dos alm as;’con todo, Francisco no par­ ticipaba del natural m'odesto y casi tímido del joven saboyano. *** Hacía tiempo que en el castillo de Javier había desapa­ recido el estado de desahogo con que antiguamente vivía la familia; de ahí que produjeran alguna inquietud los eleva­ dos gastos ocasionados por los estudios del m enor de los hermanos y hasta se pensase en retirarle de ellos, Pero su hermana Magdalena, Abadesa ya por entonces de Gandía y aun venerada comúnmente como santa, les hizo desistir luego de su intento. «No descuidéis— escribía a Miguel— el

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ayudarle en sus estudios, porque yo espero que ha de ser algún día una columna de la Iglesia». Se accedió, pues, a la súplica y no hubo necesidad de que Francisco interrumpiese su carrera. Mediado ya su tercer año de Filosofía, le llegó a F ran ­ cisco desde su patria la noticia de la muerte de su madre. U n nuevo aviso del cielo. No fué esto solo; cuando por el otoño daba comienzo a su cuarto año de estudios, le envió además Dios Nuestro Señor un nuevo compañero de apo­ sento: íñigo de Loyola, el llamado a colaborar en la reali­ zación de la profecía de su hermana. Veamos la manera. *** Llegaba a París, a principios del año 1528, un estudiante ya entrado en años que no tardó mucho en dar qué hablar de sí. Veíasele pasar cada día, cojeando ligeramente, por delante del Colegio de Santa Bárbara en dirección al pró­ ximo de Monteagudo, para sentarse a aprender gramática entre los estudiantes de latín, a pesar de sus treinta y ocho años. Enjuto, m'ediano de estatura, de rasgos nobles y cur­ tidos, barba negra y vestido con el traje talar negro tam ­ bién de los estudiantes de París, resultaba ser un noble de Guipúzcoa, Iñigo de Loyola, oficial del Ejército en otro tiempo y el mismo que en el año 1521 había combatido en los muros, de Pamplona contra los hermanos de Javier. U na bala de cañón quebró entonces su pierna, y en el lecho del dolor tomó el enfermo la resolución de abandonar el mundo y emprender una vida de pobreza y penitencia. Se había hospedado en el Hospital en calidad de men­ digo estudiante, y la colonia española no podía menos de m irar con muy diversos sentimientos a aquel raro compa­ triota, sobre todo rumoreándose como se rumoreaba que hasta había tenido sus encuentros con las autoridades ecle­ siásticas en las Universidades de Alcalá y Salamanca.

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Cierto día, tres de sus paisanos, entre ellos un discípulo del Colegio de Santa Bárbara, vendieron sus libros y se dirigieron también al Hospital como estudiantes mendigos, No es para descrito el huracán de indignación que se apo­ deró por entero de las filas de los españoles, cuatido se •• supo que lo habíañ hecho por influjo de íñigo. Se les vol­ vió a sacar por fuerza, y Gouvea, principal del Colegio de Sarita Bárbara, amenazó al seductor con azotarle pública­ mente en cuanto se’ atraviese una sola vez a trasponer 6l umbral de su casa. Ya estaban calmados los espíritus cuando por .el otoño del mismo año, en Setiembre de 1529, sé alistó Iñigo en el convictorio de Santa B árbara para comenzar allí su filo­ sofía bajo la dirección del maestro Peña. Lanzándose a mendigar-por tierras de Flandes, entre los ricos comercian' tes españoles, el.guipuzcoano se había conseguido, durante las vacaciones, lo necesario para su sustento. A los comienzos todo iba bien.. Convivía en un mismo cuarto con el maestro Peña, 'Javier y Fabro, y éste, pior comisión del primero, ayudaba en sus estudios al viejo es­ tudiante. Pero pronto empezó el recién llegado con sus ensayos de conversiones entredós universitarios. E n luear de asisti# los domingos por la mañana a las disoutas ordi­ narias M ientras los marinos acarreaban de un río próximo agua para beber, visitó Javier dos veces la isla. Sus habitantes eran cristianos, pero estaban tiranizados por la dominación

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mahometana que fes prohibía el uso de armas y arrastraba sus hijas a los harenes. El pueblo era pobre y de pastores. Sus viviendas consistían en cuevas o chozas miserables de paja, y su comida en dátiles, leche y carne. La configuración de la gente era de rasgos bien formados. Llevaban los hom­ bres por único vestido un taparrabo, y sobre los hombros les caía ensortijado el cabello. E ran sumamente ignorantes y no tenían ni libros ni escritura, pero se preciaban de su fe cristiana, importada, según tradición suya, por el Apóstol Santo Tomás. De ahí su'odio enconado contra los mahometanos. No conocían el santo Bautismo. Con todo, dejaron gustosos que Javier ad­ m inistrara este santo Sacramento a sus hijos, y aquella pobre gente le ofrecía con amistosa hospitalidad sus dátiles como sustento. En cambio, como el Padre pretendiese equi­ vocadamente bautizar cierto día á dos pequeñitos mahom’etanos, corrieron éstos a todo correr hacia su madre y vino ésta'llorosa a suplicarle no hiciese cristianos a sus hijos, Los naturales, a su vez, decían al Padre que lüs infieles no merecían la extraordinaria gracia de ser cristianos. Las mujeres cristianas llevaban el nombre de María, y los hombres el de su venerado Apóstol Santo Tomás. Reve­ renciaban la cruz y la traían al descubierto suspendida al cuello. Tenían sus iglesias con cruces y lámparas, y cuatro veces al día celebraban su coro eclesiástico en la iglesia. Asistió Javier una vez a sus Maitines y transcribió para sí allí mismo tres o cuatro de sus oraciones. Estaban com­ puestas en una lengua que ni siquiera sus sacerdotes la entendían y se repetía en ellas una y más veces la palabra alleluia. Estos eclesiásticos estaban casados y celebraban sus grandes ayunos; durante los oficios del coro se mane­ jaba constantemente el incensario. El P. M aestro Francisco sintió una gran compasión a la vista de estos pobres cristianos abandonados. Con el mayor gusto se hubiera él quedado allí, una vez sobre todo

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que ellos le instaban a que lo hiciese. Pero D. M artín A l­ fonso no quería ni oír siquiera hablar de eso. No pasaba por la idea de dejar expuesto a su Pladre el peligro de ser apresado y arrastrado violentamente por los turcos, y le prometió presentarle en la India otros cristianos que nece­ sitaban de sus instrucciones tanto o más que los cristianos de Socotora. Abandonaron, pues, la isla después de una corta perma­ nencia, y prosiguieron el viaje con dirección Este, hacia alta mar, llegando por fin a descubrir tierra después de dos meses de viaje a partir de Mozambique. Vislumbrábase una estrecha y verde faja de costa, y detrás de ella, allá a lo lejos, los dilatados paredones de una elevada cordillera azulm ate: era la I n d ia .. . Llegaban, por fin, venturosamente a la tierra apetecida.

C A P IT U L O X I

La India Oriental portuguesa (1542) Sumario:

L a ruta del Oriente. — Albuquerque. — El reino indoportugués. —■L,a pimienta y las almas. — Vida religiosa. — M isiones entre infieles que precedieron.

i, año 1497 el atrevido Vasco de Gama había aban­ donado a Lisboa para descubrir el camino marítimo de la India. E l fué el primero que dobló el cabo de Buena Esperanza, siguió navegando desde allí por la costa oriental, del A frica hasta las poblaciones comerciales musulmanas de Mozambique y Melinde, y acompañado lue­ go de un piloto indígena, arribó a la costa malabar de la India. Habíase por fin encontrado con esto la tan deseada ruta directa para el comercio de Europa con el Oriente, y la pequeña nación portuguesa se ponía de un golpe, como poder comercial, junto a su vecnia España, que desde el descubrimiento de América se presentaba atrevida y po­ derosa. A partir de esta fecha, zarpaban todos los años desde Lisboa durante la época de primavera y m ientras soplaba el viento Monzón, las flotas de la India, e importaban a Portugal, a cambio de los género- de Europa, los tesoros del Asia, la pimienta del Malabar, la seda de China y el clavo aromático de las Molucas.

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Con un puñado de paisanos suyos emprendió Albuquerque, sucesor de Vasco de Gama, la temeraria lucha contra < el secular poderío de la Media Luna, y muy pronto tem ­ blaron los príncipes del Asia ante el nombre de los portu­ gueses. A la pequeña fortaleza de Cananore añadió en la costa occidental de la India la fortaleza de Cochín para ase­ gurar el comercio de la pimienta. E n 1510 arrebató a los mahometanos la ciudad central de Goa, situada al Norte de la anterior, y la convirtió en capital del reino colonial indoportugués, próxim'o a fundarse. E n 1511 incluyó en sus dominios a Malaca, llave del Oriente, como poco antes había incluido a Ormuz, llave del Occidente, en la entrada del golfo Pérsico, y con Mozambique y Sofala aseguraba la posición de los portugueses en Africa. A la muerte de Albuquerque en 1515, Portugal era dueña del m ar indio y ningún navegante podía surcar sus aguas sin obtener el pase de los portugueses. *** Los sucesores de Albuquerque prosiguieron su obra. T ra ­ baron nuevas relaciones comerciales, ganaron a otros prín­ cipes para vasallos y aliados de Portugal (así sucedió en 1518 con el rey de Ceilán en Rotta, junto a Colombo) y levantaron más fortalezas que corroborasen el poder y el comercio de los portugueses. Con todo, el reino indo-portugués se sostenía sobre dé­ biles bases. Unicamente la superioridad de su flota sostenía a aquellos puestos, aislados y separados entre sí por cente­ nares de millas, contra un poderosísimo enemigo, y era menester estar siempre dispuestos a la guerra para conser­ var lo recientemente conquistado. *** Solían ser los portugueses de la India o comerciantes o soldados, y con mucha frecuencia ambas cosas a la vez.

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No conocían otro tercer estado. Los oficios manuales y la labranza los tenían por inferiores a su dignidad. No había mujeres portuguesas en la India, fuera de raras excepcio­ nes ; veíanse, pues, compelidos los comerciantes .allí insta­ lados a tom ar en matrimonio mujeres indígenas, y de ahí se vino a la formación de la casta mestiza. Sin embargo, la mayor parte de los portugueses eran soldados mercenarios reclutados en Portugal. La pobreza, la miseria, el ansia de aventuras, la esperanza de ganancias o el deseo de una vida más libre y sin trabas, les seducía e impulsaba a tierras lejanas, y los segundones de los nobles, sobre todo, busca­ ban sirviendo a su Rey en las Indias, abrirse paso para las honras, los empleos y las riquezas. E n efecto, la compen­ sación de esos servicios solían ser tres años de perm'anencia en el desempeño de diferentes puestos, y esto servía, por lo menos, para acaparar grandes riquezas, y poder con ellas llevar luego en Portugal una vida libre de cuidados. Cuando se le preguntaba a aquellos primeros portugue­ ses qué es lo que les arrastraba a las Indias, daban esta res­ puesta : «la pimienta y las almas», es decir, la dilatación del comercio yyde la fe cristiana; pero sólo rarísimas veces se estimaban las almas más que la pimienta. Como patronos y protectores de la Iglesia en el lejano Oriente, los reyes habían alcanzado de los Papas amplios poderes espirituales como, por ejemplo, el derecho de nombramiento de todos los beneficios; pero a una con esto cargaban también con el deber de cuidar en aquellas tierras del sostenimiento de la Iglesia y de la conversión de sus nuevos súbditos. Sin embargo, cuando el celoso Obispo franciscano, F r. Juan de Albuquerque, llegó allí cuarenta años después- del descubri­ miento de la ruta marítima a las Indias, para encargarse de la recién fundada diócesis de Goa, era muy poco lo que aún se había hecho. Ciertamente su diócesis era Ja más dilatada del mundo. Comprendía desde el cabo de Buena Esperanza hasta las

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lejanas M olucas; mas en todos esos millares de millas, no había sino 19 estaciones diseminadas por una y otra parte. Mozambique y Sofala, en A fric a ; Mascat, en A rabia; O rmuz, en el golfo Pérsico; Diu, Basain, Tana, Chaul, Goa, Cananore, Chale, Cranganor, Cochín y Quilón en la costa occidental de la India; Nagapatán y Santo Tomé, en la costa oriental; Colombo, en C eilán; Malaca, en la Indochi­ na, y Ternate con Amboino, en las Molucas. A excepción de Goa y de Cochín, eran todas ellas pequeñas comunidades formadas por soldados de la guarnición, comerciantes de paso, algún grupo de portugueses allí domiciliados con sus mujeres indígenas y los indispensables esclavos y esclavas, mas los mestizos y un corto número de cristianos naturales convertidos al cristianismo en el transcurso de los años y avecindados por la fortaleza. *** La vida religiosa en estas guarniciones y puestos de co­ mercio, se hallaba sumida en un estado deplorable. El clero secular portugués era con frecuencia poco instruido e indo­ lente. Los sacerdotes se cuidaban muy poco de aprender la lengua de los naturales. Así sucedía que los paganos, atraí­ dos la mayor parte de las veces al Bautismo por el interés de ventajas terrenales, se bautizaban de ordinario sin la suficiente instrucción, y frecuentemente desprovistos de ella en absoluto, de tal manera que apenas venian a saber de su nueva fe otra cosa que sus propios nombres portugueses. O tro tanto sucedía entre las m ujeres de los portugueses, las cuales retenían por eso mismo una parte mayor aún de sus antiguos errores. Por lo general, las escuelas, los catecis­ mos o la predicación, ni se conocían siquiera en estos pues­ tos del exterior. No es, pues, de extrañar que la ignorancia y la degeneración de costumbres creciesen pavorosamente entre los portugueses, hasta el punto de que con frecuencia se diferenciaran muy poco de los infieles y mahometanos

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que les rodeaban. Como los soldados y em'pleados de las Indias pensaban casi siempre permanecer allí sólo de paso, y resultaba prácticamente imposible el traerse consigo a las mujeres de Portugal, venían a vivir muchas veces lo mismo que los comerciantes, unidos sin matrimonio alguno a sus esclavas o mujeres de la región, y había sitios en que ni se reputaba siquiera como pecado grave semejante concubinato. La recepción de Sacramentos quedaba redu­ cida a la mínima expresión. Teníase por hipócrita al que se acercaba a la sagrada Mesa fuera de Pascua; y el mal ejemplo de los portugueses, que en su codicia y desenfreno se permitían cada vez mayores desmanes contra los n atu ­ rales y aun contra los recién bautizados, retraía a muchos de pasar al cristianismo, y hasta hacía odioso y aborrecible entre los infieles el solo nombre de cristiano. *** Tal era el aspecto triste que presentaban las Misiones de paganos en la India. E n 1512 había penetrado por el in te­ rior de la India hasta la Corte de Bisnaga a predicar el Evangelio un celoso fraile franciscano; pero el hierro a se­ sino de un fanático musulmán puso rápido fin a sus trab a­ jos. Jam ás se había atrevido desde entonces ningún m en­ sajero de la fe a internarse más allá de lo que alcanzara el poder portugués. Ni aun en el contorno de las fortalezas portuguesas podía apenas decirse que hubiese propia Misión de infieles. El t r a ­ bajo mismo de los Franciscanos en sus tres conventos de Goa, Cananore y Cochín, se limitaba casi exclusivamente al cuidado espiritual de los cristianos. Bien es verdad que en la costa de la Pesquería, al Sur de la India, en Amboino y en las Molucas, existía cierto número de aldeas que se h a ­ bían sometido a la protección de Portugal y habían reci­ bido el Bautismo, por temor a la persecución de los m ah o ­

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metanos; pero nadie entendía su lengua para instruirles, y de los sacerdotes enviados allí, el uno había sido asesinado, el otro había muerto, y el tercero no hacía cosa alguna por la instrucción de su rebaño. Los numerosos cristianos de Santo Tomé del Malabar, que atribuían su fe a la predica­ ción del Apóstol Santo Tomás, se consideraban es cierto, en unión con la Iglesia católica; pero no se halló quien entendiese su lengua ni su rito caldeo. Sólo dos fundaciones recientes ofrecían esperanza de me­ jora para la situación de las Misiones en la India. El colegio fundado en Cranganor, para los hijos de estos mismos cris­ tianos de Santo Tomé, por el celoso franciscano F r. Vicen­ te, compañero del Obispo, y el incipiente seminario de Goa, abierto en 1541, para la formación dé sacerdotes indí­ genas de la India Oriental portuguesa. Tal era la situación de aquellos países al llegar San Francisco Javier a la India el año 1542, en compañía de D. M artín Alonso de Sousa.

C A P IT U L O X II

La ciudad de Goa (1542) Sumario: Llegada a la capital india. —• Primeros m inisterios. — La Hermandad de la Misericordia.

ya de noche cuando la nao capitana enfilaba el abra de Goa. A la mañana siguiente siguieron ade­ lante surcando el anchuroso río Mandovi por entre orillas pobladas de sombríos cocoteros. Pronto se divisó, a mano derecha, una ciudad con muros y torres, diques y ar­ senales, palacio del Gobernador, catedral, convento de F ran ­ ciscanos y capillas; en la playa, una multitud de gentes blancas, morenas y negras con sus paños blancos a la cin­ tura, largos cafetanes, turbantes y todo el abigarrado es­ plendor de los colores orientales. E ra Goa, la capital de la India Oriental portuguesa.—Estaban a 6 de Mayo de 1542. cuando Javier pisaba por primera vez el suelo de la India. Su primera visita fué para F r. Juan de Albuquerque, el venerable y anciano Obispo franciscano, perteneciente a la estrecha Observancia y Reform a de la Provincia de la Pie­ dad. Echósele Javier humildemente a los pies, presentóle los documentos pontificios que le nombraban Legado de Su Santidad, y le declaró que él sólo quería usar de la plenitud del poder que se le asignaba, cuando le pareciese bien al señor Obispo, El buen Prelado quedó conmovido ante tanta humildad y trabó ya desde entonces íntima amistad con el Padre Maestro Francisco.

E

ra

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La siguiente visita de presentación la hizo éste al vecino convento de los Franciscanos, pues los hijos de San F ran ­ cisco fueron siempre sus amigos. Con todo, a pesar de las instancias hechas por D. M artín Alfonso y el señor Obispo, Javier se hospedó en el Hospital Real como pobre de Cristo. Goa ofrecía al visitante el aspecto de una ciudad cris­ tiana. El convento de los Franciscanos contaba más de 30 religiosos y el clero secular era también abundante. Sin em­ bargo, la vida religiosa se hallaba muy por los suelos. Los portugueses eran, parte ciudadanos domiciliados allí y ca­ sados con mujeres indígenas, parte mercenarios reclutados a quienes pagaba el Rey y acompañaban durante el verano a la flota en determinadas expediciones militares, o se dis­ tribuían también a m anera de guarniciones por las nume­ rosas fortalezas de la costa. Muchos de ellos, así oficiales como soldados, vivían unidos con mujeres o esclavas del país. La recepción de los Sacramentos sólo se practicaba durante el tiempo de Cuaresma. La ignorancia religiosa era muy grande, ya que se bautizaba a los naturales y a los esclavos casi sin ninguna instrucción, y los infieles vivían con los cristianos en confusa mescolanza. *** Había ya comenzado el mes más caluroso del año, cuan­ do desembarcó Javier en Goa. P or Junio empezaba el in­ vierno indio, en medio de truenos y relámpagos. Durante cuatro meses seguidos, una lluvia torrencial se sucedía a otra de tal modo que las calles y las plazas se convertían al punto en arroyos y lagunas. El mar, salvajemente enfu­ recido, hacía imposible toda navegación. M ientras duraba la época de las lluvias, Javier no podía pensar en viaje alguno. No por esto le faltaba trabajo en la capital, y su prim er cuidado fué el de los enfermos del Hospital Real.

V I I I . — San

Francisco

Javier

recorre

las calles de G o a

convocando

con su c a m p a n i l l a a la g e nt e p a r a el c a t e c i s m o ( 1542 ).

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Vestía el sencillo y negro traje talar de los sacerdotes seculares de la India, sin faja ni manteo. E ra su lecho una estera tendida junto a los enfermos más graves, para poder estar a su disposición a cualquier hora de la noche. Por las mañanas oía las confesiones de los que le visitaban en el Hospital, y por las tardes acudía a los presos de la cárcel y recorría luego con una campanilla las calles de la ciudad convocando a los niños y esclavos al catecismo. Reuníanse con frecuencia en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario más de trescientos, y allí les hacía luego la explicación del catecismo. Enseñábales cantando las oraciones del cristiano, el Credo y los M andamientos; y era tal el fruto, que el señor Obispo m'andó tener también catecismos en todas las iglesias de Goa. Los domingos, a la mañana, se dirigía el Padre Francisco a sus queridos amigos, los pobres leprosos del Hospital de San Lázaro, extramuros de la ciudad. Oía sus confesiones, celebrábales la santa Misa y distribuía a todos el Cuerpo santísimo del Señor. P or las tardes hacía a los indígenas cristianos un sermón sobre algunos de los Artículos de la fe y en la lengua del pueblo, para hacerse inteligible a todos, y a continuación les enseñaba el Padre­ nuestro, el Avemaria, el Credo y los Mandamientos. L a ca­ pilla no era suficiente para dar cabida a tantos oyentes. *** La Herm andad de la Misericordia cuidaba en Goa, como en todas las demás ciudades portuguesas, de los enfermos pobres. E n cambio la obra de la conversión de los infieles y el cuidado de los neoconversos se hallaba en gran nece­ sidad en la capital de la India. Sólo la isla de Goa contaba aún con 40.000 paganos, y los brahmanes infieles desempe­ ñaban por todas partes los principales cargos e impedían la conversión. Dondequiera podían verse todavía los repug­ nantes mamarrachos de la idolatría pagana con sus elefan­

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S A N F R A NC I S C O J A VI E R

tes, leones y cabezas de monos, con su multitud de brazos y sus asquerosos símbolos, al paso que se celebraban tam­ bién las fiestas paganas en los alrededores de Goa. Todo esto sin hablar siquiera de las provincias del interior con sus incontables millones de infieles. P ara esto habían fundado algunos apostólicos varones poco antes de la venida de Javier y bajo la dirección del1: predicador real, maestro Diego, y de dos seglares, Miguel Vaz, Vicario general, y Cosme de Anes, escribano de m a­ trículas, una Herm andad que tenía por Patrono al Apóstol San Pablo y cuyo objeto principal era el dar eficaz impulso á la obra de la conversión de los infieles. A este fin debía servir la erección de un magnífico Seminprio M isional, de­ dicado a la formación de misioneros indígenas para las co­ lonias de la India Oriental. Reuniéronse para ello cuantio­ sas limosnas y el Gobernador otorgó una pensión anual de Jas rentas de las posesiones rurales de las suprimidas pagodas paganas. El m'aestro Diego había ya recibido 60 seminaristas, y como a media hora de distancia de las puer­ tas cite la ciuad, en el barrio de las Quintas, junto al ca­ mino del Hospital de San Lázaro y del continente indio se estaba ya edificando el Colegio de San Pablo, como vul­ garmente se llamaba al Seminario. El edificio iba adelante con toda prosperidad. Cuando Javier, en Setiembre de 1542, escribía a sus hermanos de Europa, la iglesia, dos veces más grande que la del Colegio de la Sorbona. en París, es­ taba construida hasta el' tejado. Don M artín Alonso tomo muy a pechos la obra. U na vez pasada la época de las lluvias, debían term inarse tanto el colegio como la iglesia y trasladarse allí los seminaristas. También Javier trató enseguida con el Director de la 'Herm andad, e hizo todo lo posible para dar impulso a su labor. Mas cuando quisieron ellos encargarle de la dirección del Colegio de San Pablo, lo rehusó, consolándolos, sin em­

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bargo, con la esperanza de aceptarlo más tarde si Ignacio le enviaba mas operarios. O tra ocupación algo más urgente apremiaba ahora a los suyos y le reclamaba a él en el Sur de la India.

Lámina

X .— IN D IA :

El

templo

y el estanque

sagrado

de

Madura.

C A P IT U L O X III

Hacia el cabo de Comorín (Otoño de 1542) Sumario: Veinte mil paravas cristianos. — Escribe a Roma y embarca para el cabo de Comorín — L os pescadores de perlas. — Primera M isión en la Pesquería.

Javier había querido quedarse con los cris­ tianos abandonados de Socotora, le había asegurado el Gobernador que él le enviaría a otros cristianos más necesitados de instrucción religiosa que los habitantesde aquella isla. El pensamiento de D. M artín se fijaba en­ tonces en los pescadores de perlas de la costa Sur de la India, en el cabo def Comorín. Hacía ochos años que habían llamado en su auxilio a los portugueses, al verse amenazados por los mahometanos, y se habían sometido a su protección a cambio de un im'puesto anual. El Vicario general, Miguel Vaz, en unión del Vicario de Cochín y de algunos otros clérigos, acompañó por entonces a las tropas auxiliares enviadas a la Pesquería, y bautizó alrededor de 20.000 paravas, como solía llamarse a sus ha­ bitantes ; pero todo se hizo sin prepararlos en manera alguna por no haber entre los evangelizadores quien entendiese la lengua de los naturales. Regresaron, pues, a Cochín los sacerdotes junto con los soldados, y quedaron los neófitos sin ninguna instrucción.

G

uando

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T res años más tarde intentaron de nuevo los mahome­ tanos sojuzgar a los paravas y arrebatar para sí aquella feraz región de la Pesquería; más D. M artín Alonso derro­ tó definitivam'ente a los secuaces del falso profeta, y deshizo su flota junto a Vedalay, al N orte de la costa. Desde aquel tiempo los miraba él como a sus hijos y en la hora presente veía en Javier al llamado a dirigirse allí e instruirlos en la fe. En cuanto pasase el tiempo lluvioso y se aclarase de nuevo el mar, debía emprenderse la marcha. Antes de partir para aquellas tierras, escribió Javier tres cartas a Ignacio y a sus compañeros de Roma. Hablábales en ellas de su viaje a la India, de sus trabajos en Goa y del gran am'or que el Gobernador le tenía; suplicaba a la vez le enviasen tres Padres y un maestro de Gramática para el importante Colegio de San Pablo, dedicado a la formación del clero y a la conversión de los infieles de la isla de Goa, y añadía a continuación: «Agora me manda el señor Gobernador para una tierra, donde todos dicen que se han de hacer muchos cristianos. . . que es a doscientas leguas de G o a: llámase la tierra a donde voy, el cabo de Com orín. . . » No ignoraba él que le aguardaban allí la cruz y los tra­ bajos. La ferocidad de la tierra, la dificultad de la lengua, el peligro constante de la vida habían arredrado a otros de aquella empresa; pero nada de esto le espantaba. «Los trabajos de tan longa navegación—escribía él a Roma—-, cuidado de muchas enfermedades espirituales, no pudiendo hombre cumplir con las suyas, habitación de tie­ rra tan subiecta a pecados de idolatría y tan trabajosa de habitar, por las grandes calmas que hay en ella; tomándose estos trabajos por quien se deberían tomar, son grandes refrigerios, materia para muchas y grandes consolaciones. Creo que los que gustan de la cruz de Cristo Nuestro

S A N FRANCISCO JAVIER

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Señor, descansan viniendo en estos trabajos, y m'ueren cuan­ do de ellos huyen o se hallan fuera de ellos». A fines de Setiembre se despidió Javier del señor Obispo, del Gobernador, de sus compañeros y partió para el Sur. Cosme Anes hizo cuanto pudo por equiparle para el viaje, pero el Padre le respondió, agradecido, que tenía ya un par de zapatos y un cuero para protegerse del sol, y que nada necesitaba. Pidióle que por Octubre, cuando llegasen las embarca­ ciones de Mozambique con los enfermos, se encargase de enviarle a Micer Paulo y a M ansilhas; tomó luego consigo como intérpretes a tres de los seminaristas del maestro Die­ go, dos diáconos y un minorista, y se partió con ellos. El viaje para Cochín solía hacerse a lo largo de la costa llana del Malabar, cubierta de palmeras, donde se hallaban las pequeñas foralezas portuguesas de Cananore, Chale y Cranganor. Después de Goa era Cochín la colonia más gran­ de e importante de los portugueses, el centro del comercio de la pimienta y de la navegación,, desde donde partían cada año las flotas para Portugal. Ya desde tiempo inmemorial vivían allí, mezclados con los paganos, los cristianos de •Santo Tomé. Tenían sacerdotes casados y rito caldeo, y fray Vicente, celoso Padre franciscano, había fundado en Cranganor un Seminario de Misiones para aquellos sus hi­ jos. Javier halló cordial hospedaje en Cochín entre los reli­ giosos Franciscanos. Desde esta ciudad seguía la embarcación con rumbo a la fortaleza portuguesa de Quilón, costeando aquella tierra cubierta de verdes palmeras. M ás-hacia el Sur se divisaba el pequeño reino de Travancor, y a continuación la región del «Gran Rey», donde las elevadas montañas del interior se extienden hasta un promontorio llano, en la punta Sur de la India, llamado el cabo de Comorín. ***

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Al otro lado del cabo, entre el m ar y los bosques de pal­ meras del interior, se extiende en una anchura de 40 a 50 leguas que hay hasta la isla de Manar, situada entre la India y Ceilán, una faja de costa yerma y estéril, un ardo­ roso desierto de arena, en el que no hay mas variedad que la producida por los matorrales de espinos y algunos g rá­ ciles troncos de aisladas palmeras de abanico, altas y rectas como torres. Existen allí diseminadas unas treinta aldeas de pesca­ dores, grandes y pequeñas, formadas por miserables cho­ zas de barro cubiertas de hojas de palma y cobijadas a la sombra de árboles de extensas ramas. Las principales de todas ellas eran M anapar, con su cercano santuario hindú de Trichendur, centro de peregrinaciones; Punicale y Tuticorín. Sus habitantes son' los paravas o pescadores de per­ las, pueblo de 20.000 almas. E sta era la costa de la Pesquería, el nuevo campo de trabajo de San Francisco Javier. *** A una con sus compañeros fue el Padre caminando por tierra a través de aquellas aldeas costeñas de Paravas, hasta llegar a Tuticorín. Aquella pobre gente nada sabía del cris­ tianismo, si no eran tal vez sus propios nombres portugue­ ses, impuestos al recibir el Bautismo. A lo largo de su ex­ cursión, Javier trabó amistad con los niños; bautizóles por todas partes en las aldeas, y aquellos pequeñuelos, deseosos de saber, se arremolinaban confiados en torno al hombre blanco, sin dejarle descanso ni para rezar el santo Breviario, comer o dormir, hasta que él satisfacía a sus demandas y les enseñaba alguna oracioncilla. D e camino llegó el Padre a una aldea pagana. Yacía en ella enferma, desde hacía tres días, una pobre m ujer con dolores de "parto. Sus ídolos habían permanecido sordos.

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Llamóse entonces a Javier. Este, después de una confiadí­ sima oración en nombre de Cristo recitó delante de la en­ ferma el Credo e hizo tradücírselo a su intérprete.-Pregun­ tó enseguida a la m ujer si quería aceptar la fe cristiana, Respondió ella que lo haría con gusto. Leyóle entonces el Padre un Evangelio y le administró el santo Bautismo. La confianza de la enferm a obtuvo su recompensa, inm ediata­ mente después del Bautismo nació felizmente el niño y toda aquella aldea se convirtió a la fe. Al term inar Octubre pasó Javier con sus compañeros a Tuticorín, lugar principal de toda la Pesquería, siendo allí recibido con grande amor por los paravas. Aquí, en el pue­ blo de sus seminaristas, era donde deseaba él comenzar sus trabajos misionales entre lo;s pescadores de perlas.

C A P IT U L O X IV s-

En. las costas de la Pesquería (1542-1543) Sumario: Tuticorín. — Javier entre los paravas. — La pesca anual de perlas. — Actividad de Javier en las aldeas. — L os brahmanes. — E l niño resucitado de Combuture.

cuatro meses permaneció Javier en Tuticorín, Durante ellos tuvo ocasión de estudiar el campo de su Misión. Cuando él llegó por Octubre a aquellas tierras, las llu­ vias habían ya comenzado en la costa oriental de la India. El tormentoso m ar se cerraba a toda navegación; la fuerza del calor había refrescado; impetuosos vientos soplaban desde las lejanas y azuladas montañas del interior y llena­ ban aquella árida llanura con sus nubes de arena. Pero las grandes lluvias torrenciales del interior no se extendían has­ ta la costa, y por Diciembre cesaban ya del todo. Tuticorín era una ciudad en su mayor parte pagana. Por todas partes tropezaba Javier en ella con los brahma­ nes, orgullosos de su casta, que actuaban como sacerdotes de los paganos y llevaban un cordón sagrado al pecho, y en la frente las señales blancas y coloradas, o solamente blancas, de su dios. Por todas partes se erguían también, sobre el fondo verde de los árboles, las torres de sus pago­ das o templos paganos. P or todas partes se tropezaba con las repugnantes imágenes de sus ídolos, pintados con trazos de color rojo y rociados del maloliente aceite de coco.

P

or

I X . — S a n F r a n c i s c o J a v i e r , a c o m p a ñ a d o de un c lé ri go i n d íg e n a , a n te el

Te m p lo

de

Trichend ur, a

expone

las

los b r a h m a n e s

e n se ñ a n z a s (1543).

del

catecismo

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Su vida estaba asimismo dominada por la superstición pagana. Ofrecíanse a los ídolos gallinas y cabras para apla­ car su ira. E n las enfermedades se llamaba también a los hrajhirianes o a los bailarines del diablo, con el fin de in­ dagar la voluntad de los dioses. Cada día se daba la señal en el templo cuando los dioses recibían su sustento, y los días de fiesta se los conducía en estruendosas procesiones por las calles.

También los paravas permanecían aún aferrados a sus costumbres paganas, por ser nada o muy poco lo que cono­ cían del cristianismo. Sólo un sacerdote de los que habían ayudado a bautizarlos en la época de su conversión perma­ neció con ellos durante algún tiem po; pero como no entendía nada de su lengua se volvió de nuevo a Cochín tan pronto1 como pudo. Urgía, pues, ante todo, enseñar las principales verdades del cristianismo a aquella pobre gente bautizada, pero sin instrucción. Javier se entregó con gran ahinco a estudiar su lengua. Convocó a «los más sabios» de la región, que a la vez que su lengua sabían también algo de la portuguesa, e imponiéndose un trabajo pesado y lento tradujo al tamul las partes más importantes de la doctrina cristiana: la señal de la cruz, el Credo, el Avemaria y el Acto de Contrición, y compuso una plática sobre el cielo y el infierno, y sobre quiénes iban a cada uno de estos dos sitios. Aprendióse luego de memoria los trozos traducidos y comenzó a enseñar. Recorría con una campanilla las calles de Tuticorín y llamaba con ella al catecismo a chicos y grandes. Durante un mes estuvo así enseñando dos veces al día las oraciones y los Mandamientos, y cuando los niños volvían a sus casas se encargaban de repetir la lección a sus padres, familiares y vecinos.

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E n cambio los domingos la doctrina era para todos jun­ tos : hombres, mujeres y niños. Recitaba él delante dé todos despacio y en voz clara el Símbolo de la fe, y en cada- uno de los Artículos los oyentes debían juntar las m'anos sobre él pecho y confesar su fe en la verdad propuesta. No había oración que les hiciese repetir más veces que el Símbolo de la fe. A continuación de los Artículos venían los M anda­ mientos y les enseñaba cómo quien los cumplía era buen cristiano y, por el contrario, quien los quebrantaba malo. Estaban muy admirados, así los cristianos como los gen­ tiles, de ver cuán santa era la Ley de Jesucristo. Enseñá­ bales luego también las oraciones, repitiéndoselas infatiga­ blemente hasta que quedaban en la memoria de sus catequi­ zados. Al fin de cada instrucción, Javier, émulo de su Padre Ignacio en la devoción constante a la Reina de los Angeles, les hacía repetir la Salve a todos juntos. Cuando los mayores o gente ya crecida se acercaban al Bautismo, hacíales repetir en su lengua el Confiteor, y lue­ go, asimismo en su lengua, el Símbolo de la fe, y en pos de /cada Artículo les preguntaba si creían firmemente en él, y después de hacerles alguna explicación de los Mandamien­ tos les bautizaba sin otras ceremonias, «en el nombre del Padre y del H ijo y del Espíritu Santo». El fervor de los niños proporcionaba a Javier un gozo especial: eran su esperanza para el porvenir. Cuando las personas mayores cometían aún idolatrías, ellos se lo avisa­ ban y hacían pedazos ante sus ojos las imágenes de sus ídolos. Iban también con el crucifijo y el rosario del Padre por las casas de los enfermos para decir sobre ellos las oraciones; y como al Padre le llam'aban de todas partes y no podía asistir personalmente a todos, casi siempre que­ daban sanos por este medio, y por él atraía Dios suavem'ente a los paganos al santo Bautismo.

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El principal estorbo para la conversión de los infieles era el influjo de los brahmanes. Estos eran los que retenían al pueblo en la antigua idolatría, diciéndole, para devorar después ellos mismos los dones ofrecidos, que los dioses te­ nían hambre y deseaban comer. «Tú solo sabes más que todos nosotros juntos», solían decirle a Javier. «Nosotros reconocemos que no hay sino un solo D ios; pero los ídolos son nuestra única fuente de ganancia». Enviábanle regalos que el Santo nunca quiso recibir, y él, en cambio, descubría por todas partes sus embustes. Junto al templo de Trichendur moraban mas de doscien­ tos brahmanes. «¿Qué hay que hacer para ir a la gloria?», les preguntó Javier. Y su respuesta fué: «Dos cosas man­ dan los dioses: la prim era es no m atar vacas; la segunda es hacer limosnas y éstas a los brahmanes». E n efecto, ellos tributan culto a las vacas. Javier entonces se llenó de santa indignación al ver que el demonio ejercía tal dominio sobre los hombres y recitó en alta voz a los sacerdotes de los ídolos el Símbolo de la fe, les declaró lo que es el cielo y el infierno y quiénes van a un lugar y al otro. Al oírle, levantáronse todos ellos, y exclam aron: «El Dios de los cristianos es verdadero Dios, pues sus Mandamientos son tan conformes a toda razón na­ tural».;—«Pues bien, haceos entonces cristianos», les repuso el Padre. Pero ellos les respondieron! «¿ Qué dirá el mundo de nosotros, si esta mudanza de estado hacemos en nuestro m'odo de vivir, y de qué viviremos en adelante?» , Unicamente a uno de los brahamanes pudo Javier atraer al Bautismo en aquella costa. E ra éste un joven aventajado; él se encargó después de enseñar el catecismo a los niños. Sin embargo, a pesar de los sacerdotes de los ídolos, el influjo del Padre en la Pesquería iba cada vez aumentando. Su inagotable paciencia y lo abnegado de su amor le con-

X . — E n la aldea de C o m b u tu re , en la costa de la P e sq u e ría , u n a m adre, de ro d illa s m u e stra ai S a n to a su hijo ca ído en u n pozo y su p lic á n d o le que le d e v u e lv a la v id a (1543)

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quistaron los corazones de la gente. Veíasele frecuentemente andar descalzo de aldea en aldea, habitaba en sus humildes chozas, dormía sobre sus catres hechos de cuerdas de coco o sobre la dura tierra, participaba 'de su polire sustento, arroz o pescado, y la fama de su poder de hacer milagros le precedía por todas partes. Hubo un suceso que contri­ buyó a confirmar esta fama. En la aldea de Combuture cayó cierto día en un pozo un muchacho. Sacósele fuera rígido y pálido ya. Su desespe­ rada madre, deshecha en lágrimas, llamó al Padre en su auxilio. Llegó Javier; se arrodilló y rezó una oración. Ense­ guida hizo la señal de la cruz sobre el niño, y lo tomó de la mano. Abrió el muchacho sus ojos, y la vida penetró de nuevo en aquellos rígidos miembros. «¡ El Padre ha resuci­ tado al niño! ¡E l Padre ha resucitado al niño!», tal fué la voz que corrió por todas las aldeas. Comenzó entonces un gran movimiento de conversiones al cristianismo. En ocasiones sentía el Padre cansados los brazos de bautizar y la lengua de repetir continuamente las oraciones. No era de extrañar que en medio de todas estas fatigas y privaciones se inundase su corazón de un gozo celestial que le obligaba a exclamar con frecuencia: «¡ Oh S eñ o r!, ¡ no me deis tantas consolaciones; y ya que las dais por vuestra bondad infinita y misericordia, llevadme a vues­ tra santa gloria, pues es tanta pena vivir sin veros, después que tanto os comunicáis interiormente a las criatu ras!»

*Carobaya

R-eo^ones de la India e v a n g eliza d as po»- ¿ara Francisco J a v i e r ,

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\\ rt CL/V/é*.» y yo le dije que en nombre de Dios se levantase, y él se levantó, y el pueblo quedó maravillado de esto.» Sin embargo, maestro Diego se lo contó después a su amigo Cosme Anes, y añ adía: «Podéis estar seguro de que el muchacho aquel estaba muerto y el Pádre le resucitó». También D. M artín Alonso estaba persuadido de lo mis­ mo. Mas, cuando a fines de Diciembre volvió Javier a Co­ chín con el secretario del Gobernador y éste le preguntó igualmente sobre el caso, el Padre le dió esta respuesta: «Es cierto que yo leí el Evangelio sobre el niño, pero el niño estaba vivo y no muerto». M ientras Micer Paulo, accediendo a los deseos del Go­ bernador, permanecía en el Colegio de San Pablo, Mansilhas emprendió con Javier la vuelta a la Pesquería. E n unión del soldado veterano Arteaga y del sacerdote indígena Coelho tenían que form ar el personal de la Misión entre los pescadores de perlas. Desde Cochín escribió Javier, de paso, sus cartas para Europa. U na de ellas iba dirigida a la reina de Portugal.

Lámina

X I I . — O C E A N IA :

Bosque

de

cocoteros

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Suplicábale tuviese a bien confirm'ar para siempre el tras­ paso hecho del dinero de sus zapatillas para el sostenimiento de los maestros de la Pesquería, y la advertía con gracia que no podía tener su Alteza real mejores zapatillas para llegar pronto al cielo, como los niños cristianos a quienes se había de instruir en la Misión con ese dinero. La segunda carta dirigíala a sus Hermanos de Roma. Hablábales de la gran cosecha qúe se presentaba entre los pueblos paganos de la India, y proseguía a s í: «Muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes por no haber personas, que en tan pías y santas obras se ocu­ pen. Muchas veces me viene el pensamiento ir a los estu­ dios de esas partes, dando voces como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la Universidad de P a ­ rís, diciendo en la Sorbona a los que tienen más letrasquevoluntad para disponerse a fructificar con ellas, cuántas áni­ mas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negli­ gencia de ellos. Y así como van estudiando en letras, si estudiasen la cuenta que Dios Nuestro Señor les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos se move­ rían, tomando medio y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, confor­ mándose más con ella que con sus propias afecciones, di­ ciendo: Domine, ecce adsum, quid m e vis facere? M itte me quo v is; ’et si expedit, etiam ad indos (¡ Señor, aquí me presento, ¿qué queréis que haga? Mandadme adonde que­ ráis; y si fuere conveniente, aun a tierras de la India)».

C A P IT U L O X V I

El gran Padre (1544) Sumario: L os catequistas. — Las mujeres de Punicale. — Muer­ te del rey del cabo de Comorín. — La irrupción de los badagas. — El rey de Travancor. — Evangeliza el Santo la costa de los mákuas.

comienzos de Febrero cíe 1544 estaba ya Javier de vuelta en la costa de la Pesquería. Pero ahora se hallaba en estado de poder organizar la Misión. Asignó a cada aldea su catequista, llamado Canacapola, quien debía enseñar todos los días a los niños las oraciones, hacer las veces del misionero durante su ausencia e infor­ marle de la situación del pueblo cuando viniese a visitarlo. A cada uno de sus compañeros les señaló, como distrito, cierto número de aldeas. Debía el señalado recorrerlas cons­ tantemente y mantener vivo el celo de los catequistas y cristianos. A la semana siguiente, a la llegada de los misioneros, iba a tener lugar la pesca de perlas, y los pueblecillos del Norte, donde propiamente vivían los pescadores, quedarían habi­ tados casi exclusivamente por mujeres y niños. Encargó, pues, el Santo a sus compañeros el cuidado de éstos, y tomó para sí el evangelizar a M anapar y el distrito Sur hasta el cabo de Comorín, donde la mayoría de los paravas se

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abstenían de la pesca de perlas y ofrecían mas trabajo por este tiempo. *** M ientras cultivaba aquel campo, el Padre mantenía vivo el trato con sus compañeros de tarea por medio de un ani­ mado intercambio epistolar. Infundía valor a Mansilhas y a Arteaga, cuando los paravas les parecían demasiado bár­ baros e indóciles, pero sabía también obrar con energía cuando esto era necesario. Escribióle Mansilhas que las mujeres de Punicale solían entregarse a la borrachera. Javier les envió al punto un alguacil. «Por cada m ujer que sorprendiese bebiendo vino de pal­ ma, recibiría como premio un fanáo o moneda de plata, y la culpable, en cambio, sería castigada con tres días de pri­ sión. P or toda la región habían de hacerse conocer estas órdenes; y al Patangatin o jefe de aldea le mandaba d ecir: Si yo llego a saber que en Punicale se sigue aún bebiendo vino de palmera, me la habéis de pagar bien caro. Y mirad bien que los patangatines hagan cambiar las costumbres antes de mi vuelta; porque si no, los enviaré a todos presos a Cochín, y no les dejaré volver más a Punicale, pues ellos son los que tienen la culpa de todo este mal que allí su­ cede». La amenaza surtió efecto. Trece días después podía es­ cribir Javier a Mansilhas : «Me alegro de que no beban ya vino de palm'era ni construyan más ídolos y acudan a oración los domingos. Si esta gente hubiera sido instruida al recibir el Bautis­ mo. como lo es ahora, fuera ciertamente mejor de lo que ahora es» Pero a pesar de todo su rigor, los paravas miraban, llenos de veneración, al P. Francisco. Sabían que les amaba y le llamaban únicamente con el nombre de «el gran Padre».

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M ientras el capitán portugués abusaba de la Pesquería y arrancaba a los paravas todo el oro posible, y el resto de los portugueses seguían su ejem'plo y aun se permitían los ma­ yores atropellos contra los cristianos, Javier fue su único amigo y protector; y cuando, term inada ya la pesca de la perla, visitaba Javier sus aldeas, él y sus compañeros se encargaban, llenos de cariño, del cuidado de los enfermos. Sin embargo, para hacer frente a los atropellos de los em­ pleados paganos que tenían los príncipes infieles, veíase Javier inerme a los principios; mas un suceso ocurrido a fines de M arzo cambió de un golpe la situación del Padre ante los dueños del país. *** Había muerto el año anterior el «Gran Rey» del cabo de Comorín, cuyos dom'inios se extendían desde el citado cabo hasta Punicale. Su sucesor, el rey de Travancor, había he­ cho prisionero al sucesor de aquél y arrebatado para sí sus tierras. Muchos de los nobles se le mostraron rebeldes. No había asegurado aún su posición el nuevo señor cuando, a fines de Marzo, vino de M anapar un indio principal a conferen­ ciar con «el gran Padre». Venía por encargo así de la ma­ dre del príncipe prisionero como de los Grandes de su rei­ no. ¿Cuál era su demanda? Que el Padre moviese al Go­ bernador a hacer se le devolviesen al prisinero la libertad .y el señorío perdido. Con esta condición prometía cuantio­ sas sumas de oro del tesoro real, libertad completa para la propagación del cristianismo, y aun el reconocimiento de la soberanía de Portugal. Escribió Javier inmediatamente a D. M artín A lonso; y estaban ya en plena marcha las negociaciones hechas en orden al socorro pedido, cuando descargó de pronto una dura prueba sobre aquella desgraciada costa. ***

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E l príncipe del Maduré, cuyos dominios empezaban en Punicale, aprovechó las luchas en que se agitaba el cabo de Comorín por estas cuestiones del trono, y envió sus tro ­ pas al territorio del «Gran Rey». Su caballería, formada por los badagas y dirigida por el príncipe Vitala-Perumal, arrasó como un revuelto torbellino toda aquella indefensa región, matando, saqueando e incendiándolo todo. Sucedía esto a mediados de Junio, y Javier se encon­ traba precisamente por entonces en Combuture, donde los cristianos le habían prometido edificar una iglesia. Allí le llegó la espantosa noticia de semejantes hechos. Los badagas se habían lanzado, por tanto, sobre los cristianos del cabo de Comorín y los infelices no tenían otro remedio que huir a las rocas y escollos del mar para morir en ellos de sed y de hambre. E l Padre emprendió al punto la vuelta a M anapar. E s­ cribió a toda prisa al jefe del pueblo pidiéndole socorro. Adelantóse él mismo a preparar veinte tones o barquichuelos con agua y medios de subsistencia, y en tan borras­ coso mar se lanzó con ellos a la vela para acudir en ayuda de sus cristianos. Durante ocho días lucharon sus pobres remeros negros contra las olas y el viento, pero. . . todo fué en vano. Dirigióse entonces el Padre por tierra entre el tumulto de la batalla hasta el cabo de Comorín, distante dos días de camino, y allí permaneció un mes entero aliviando las necesidades de sus cristianos; y cuando la tropa enemiga quiso cierto día arrojarse sobre uno de aquellos pueblos, salió él valientemente a su encuentro, y bastó su sola mi­ rada para ponerla en precipitada fuga. A fines de Julio estaba ya Javier de vuelta en Manapar. Los badagas se corrían ahora hacia el N orte. Por eso hubo que precaver a los cristianos de aquella región contra un asalto nocturno del enemigo.

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No fueron inútiles las precauciones del Padre. A prime­ ros de Setiembre cayó el enemigo rey Pandija sobre Tuticorín, y tanto los cristianos como el capitán pudieron darse por contentos con haber huido a la cercana isla de arena para poner siquiera en salvo sus vidas, hasta que Javier vino a socorrerlos. *** A pesar del continuo desasosiego de la guerra, el Padre prosiguió sus acostumbrados trabajos y correrías por los pueblos. La mies estaba madura. Los pescadores kareas, al N orte de la Pesquería, y también la isla de M anar anhe­ laban el Bautismo. Envióles un clérigo indígena para satis­ facer a su petición, ya que otras ocupaciones más impor­ tantes le retenían a él en persona. E l rey de Travancor solicitaba la amistad del «gran P a­ dre». P or su mediación esperaba alcanzar el apoyo del Go­ bernador, pues tenía gran necesidad del auxilio de los por­ tugueses. Los nobles y los adictos al Rey prisionero eran muy po­ derosos en aquella tierra; quizás el Rey había ya oído ha­ blar de sus negociaciones secretas en favor del primero. Desde el mes de Julio iban y venían cartas y mensajeros entre el rey de Travancor y el P adre; y cuando fracasaron por fin las gestiones del Gobernador con los partidarios del príncipe cautivo, intervino D. M artín Alonso poniéndose de parte del de Travancor. Normalizábanse ahora afortunadam ente las contiendas sobre el trono. El príncipe prisionero fué puesto en libertad a cambio de una gruesa suma, y hubo de contentarse con la mitad septentrional de su reino. Javier había servido de intermediario en todos estos asuntos. De ahí, que cuando en Noviembre de 1544 visitó al rey de Travancor para participarle las decisiones de don M artín, se le mostrase tan agradecido. Como lo había hecho

X I.— San

F r a n c is c o Ja v ie r, entre los m á k u a s de T r a v a n c o r , a d m i­ n is tra n d o a un jove n el sa n to ba u tism o .

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siete años antes, dió también ahora un edicto público per­ mitiendo pasar al cristianismo a los pescadores mákuas, su­ jetos a sus dominios. Comprendían éstos en la actualidad doce millas de costa: desde el cabo de Comorín hasta jV illenján. Además otorgó al Pádre 2.000 fanáos para edificar en su región una iglesia. ' E sta era, por tanto, la hora de la grande y magnifica cosecha. *** Los pescadores m'ákuas, emparentados con los paravas, habitaban en catorce aldeas de la apartada costa de T ra­ vancor. Oprimidos por los Grandes en su propia tierra, y en el m ar por los mahometanos, manifestaron frecuentemente e] deseo de im itar el ejemplo de sus vecinos y asegurar abrazando el cristianismo la protección de los poderes por­ tugueses. El decreto de su Rey les concedía ahora licencia para ello. El momento era favorable para Javier. A toda prisa quiso aprovecharlo, pues si cambiaba de pronto la disposi­ ción del príncipe, estaría todo perdido. E n cambio, una vez bautizados los mákuas, se hacía ya imposible su vuelta al paganismo. Su régimen de casta y el capitán de Quilón cuidarían de esto. Su instrucción podría, en cambio, comple­ tarse más adelante. Acompañado, pues, de sus catequistas, se fué el Padre inmediatamente de aldea en aldea administrando el santo Bautismo a los pescadores, que lo recibieron con gran júbilo. Luego de llegar, convocaba enseguida Javier a los hom­ bres, y les recitaba en lengua tamul las oraciones, el modo de hacer la señal de la cruz, el acto de Contrición, el Credo, los Mandamientos, el Padrenuestro, el Avemaria y la Salve Regina. Todos, en voz alta, debían repetir sus palabras.

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A continuación predicábales sobre los Artículos y los Mandamientos, y después pedían a una perdón a Dios Nuestro Señor por los pecados de su vida. Volvía luego el Padre a repetir los Artículos de la fe, y después de cada uno les preguntaba: «¿Creéis este a r­ tículo de nuestra santa fe?» Y todos, cruzando los brazos ante el pecho, respondían: «Creemos». Con esto llegaba el momento sublime del santo Bautis­ mo, en pos del cual recibía cada uno su nombre cristiano éscrito en un pedazo de hoja de palma, * Terminado el bautizo de los hombres, venía el de las mujeres. Los recién convertidos debían luego destruir inme­ diatamente sus ídolos. Así bautizó Javier en solo un rries toda la costa de los m ákuas: más de 10.000 almas. Sólo una aldea faltaba ya por bautizar, cuando le llegó noticia de algo que reclamaba urgentemente su vuelta a Cochín.

C A P IT U L O X V II *

La conquista de Ceilán (1544.1545) Sumario: L os mártires de Manar: conversión d'e un soldado. — El príncipe cingalés. — N üevas de A ntonio de Paiva. ~ A legres esperanzas. — D esengaños en Nagapatán.

andaba Javier por Travancor, cuando le avi­ só Mansilhas que el rey de Jafnapatán, al Norte de la isla de Ceilán, había obligado a los recién con­ vertidos de la isla de M anar a volver a sus ídolos, y ante la negativa de los neófitos había mandado matarlos a todos.: unos 600 en total. El hermano del perseguidor había huido al continente indio, y prometía hacer cristiano al reino todo de Jafnapatán, si se le ascendía al trono que le tocaba ocupar. Interrum pió, pues, el Padre sus trabajos, y marchó ca­ mino de Cochín, para trata r allí de las medidas que con­ vendría tomar. Presentóse al Vicario general, Miguel Vaz, próximo a partir a Portugal para inform ar personalmente al Rey sobre la situación de la Iglesia en la India, y lograr órdenes apre­ miantes para dar impulso á la Misión cristiana. Creía el Vi­ cario que precisaba obrar con celeridad. Puso a disposición de Javier un velero rápido, y pocos días después de su lle­ gada iba el Padre en dirección Norte hacia Goa, donde se hallaba el Gobernador.

T

o d a v ía

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U na santa indignación se apoderó de D. M artín Alonso, cuando oyó lo ocurrido en Manar. Se imponía el emprender una expedición m ilitar que castigase el crimen. El asesino de tantos cristianos sería depuesto del trono, y su hermano ocuparía su lugar. Javier mismo acompañaría a la flota. Alegre y esperanzado en su corazón, volvió el Padre a Cochín provisto de las órdenes necesarias del Gobernador para los capitanes. La mies de Jafnapatán ondulaba risue­ ña llamándole desde el Sur. ¡ La sangre de mártires era se­ milla de cristianos! A una con Javier, y en el mismo barco hacía también el viaje un gran pecador, un soldado. Durante la navegación se había puesto a jugar y perdió cuaríto tenía. Comenzó en­ tonces a blasfemar de Dios. El Padre hacía como que no le oía; le prestó dinero para que probase todavía su suerte, y esta vez volvió el jugador a ganarlo todo. Con esto cobró confianza con el P. Francisco y poco a poco trabó amistad con él. Al llegar a Cochín, el soldado se dirigía a una capilla colocada delante de la ciudad, hizo en ella confesión de toda su vida, y con asombro suyo recibió sólo una pequeña peni­ tencia. Al term inar de cumplirla, el Padre había ya desapa­ recido. Fué a buscarle, y le encontró en el próximo cocotero disciplinándose despiadadmente por los pecados de su pe­ nitente. E l espectáculo produjo en él más efecto que el más severo sermón. Corrió el hombre hacia el Pádre, arrancóle las disciplinas y comenzó a flagelar su propio cuerpo hasta derram’ar sangre. E n adelante el pecador converso dió a todos ejemplo de vida cristiana. *** U n nuevo mensaje esperaba en Cochín a Javier. Aca­ baba de llegar allí un príncipe cíngalés, por nombre D . Juan, perteneciente a la Misión de los Franciscanos. Venía huyendo de Kotta, cerca de Colombo, residencia del rey

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de Ceilán, y contó al Padre el m artirio que había sufrido su hermano, el príncipe heredero de Ceilán. Estaba ya re­ suelto a recibir el Bautismo; mas cuando lo supo el Rey, su padre, le hizo matar por manos de un asesino, y que­ mar su cadáver conforme a los usos del país. Mientras se daba cumplimiento a esta orden, comenzó a temblar la tierra y apareció en el cielo una cruz de fuego, alta como un mástil, y también la sepultura se abrió en figura de cruz.'U n gran movimiento hacia el cristianismo fué la con­ secuencia de este milagro. Muchos, entre ellos D. Juan, re ­ cibieron, el Bautismo. Cuando el Rey. tuvo noticia de ello, resolvió hacerle desaparecer también a él, lo mismo que a su hermano. Por eso venía huyendo y se dirigía ahora adon­ de estaba el Gobernador para conseguir con su ayuda el trono de Ceilán. Si lograba obtenerlo, toda aquella isla se convertiría enseguida al cristianismo. *** También en el lejano Oriente se preparaba otra gran cosecha. M ientras Javier despachaba su correspondencia para Europa, llegó de Malaca un portugués un día antes de salir el último buque. Llamábase Antonio de Paiva y traía consigo cuatro muchachos morenos para el Colegio de San Pablo, en Goa. Descendían de la isla de Macasar, al oriente de Malaca. Paiy^ había salido de Malaca para comprar sándalo en M acasar a comienzos del año 1544, y arribó a las playas del rey de Supa. Los mahometanos de la costa oriental de Malaca ejercían también el comercio en aquella isla y ha­ cían esfuerzos para atraer a su doctrina a los príncipes indígenas. Cuando vino, pues, el Rey a preguntarle por qué los portugueses luchaban de continuo con los mahometanos y repetían durante el combate el grito de «Santiago», Paiva

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le declaró lo aborrecible de la religión del falso profeta y la hermosura del cristianismo. Mas como vió luego al principe sin poder resolverse al Bautismo, marchó Paiva cincuenta millas más adelante a conferenciar con el rey de Siao, a quien conocía de alguna visita anterior. También aquí trabajaban ya en el mismo sentido los comerciantes mahometanos. El Rey vacilaba indeciso entre el cristianismo y el islam ; pero la fogosa elocuencia de Paiva logró impresionarle. Convocó, pues, a los Grandes de su reino, y se efectuaron con esta ocasión en diversos puntos una serie de largos debates sobre el paganismo, el cristianismo y el islam. Aun no habían terminado, cuando llegó el rey de Supa, con veinte embarcaciones de guerra pidiendo el Bautismo. Celebróse la ceremonia con gran solemnidad a bordo del navio. El hermano, los parientes y el séquito imitaron el ejemplo de su Rey, y a todos ellos los siguió después el rey de Siao con 25 o 30 Grandes de su reino. Los nombres de los dos reyes fueron D. Luis y D. Juan. Ambos se m'ostraban ufanos de ser cristianos y vasallos del poderoso rey de P o rtu g al; y cuando Paiva volvió a Malaca, le acompa­ ñó un Em bajador que venía en demanda de un sacerdote para la conversión de sus súbditos. Tal era la nueva que traía Paiva. No es de extrañar que Javier anunciase al rey de P or­ tugal y a sus Herm anos de Europa las alegres esperanzas concebidas para el porvenir en estos térm inos: «En Jafnapatán y en las riberas de Ceilán, más de cien mil hombres espero se han de reducir a nuestra santa fe en este año en que estam'os», escribía al R ey; y en carta a sus Hermanos, añadía: «En otra tierra muy lejos de es­ ta donde ando, casi quinientas leguas, se hicieron hará ocho meses tres grandes señores cristianos con mucha otra gen­

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te. Mandaron aquellos señores a la fortaleza del rey de P or­ tugal a demandar personas religiosas, para que los ense­ ñasen y doctrinasen en la Ley de Dios, pues hasta ahora habían vivido como brutos animales, que de aquí en ade­ lante querían vivir como hombres, conociendo y sirviendo a Dios... P or estas cosas que os escribo podéis saber cuán dispuesta está esta tierra para dar mucho fruto. Orate igitur, fratrés, Dominum m essis ut m ittat operarios in vineam suam (Rogad, por tanto, hermanos, al Señor de la mies,

para que mande jornaleros a su viña». Al fin de-Enero salían los últimos barcos con las cartas de Javier para Lisboa. Procuróse entonces dar eficaz impulso a los preparati­ vos de la expedición m ilitar encargada de ejecutar el casti­ go en Jafnapatán. Las embarcaciones debían encontrarse en Nagapatán, ángulo Norte de Ceilán, frente por frente de Jafnapatán, y el P. Francisco acompañaría a la flota. El viaje a Nagapatán se hacía pasando por Ceilán. U na vez terminada la época de la pesca de perlas, que se hacía a fines de Marzo, debería emprenderse la marcha. Mas en Nagapatán aguardaba al Padre un cruel desen­ gaño. Acababa de encallar en Jafnapatán un navio real cargado de rica mercancía procedente de Pegú. El Rey de aquella región, según usanza de la tierra, se apropió 1a, m er­ cancía cual si fuesen restos arrojados por el mar, y en N a­ gapatán opinaban que en semejantes circunstancias debía aplazarse el castigo hasta rescatar los bienes por medio de negociaciones pacíficas. Los intereses de la corona o, por m ejor decir, de sus pro­ pios bolsillos, montaban m'ás en concepto de muchos capi­ tanes que los intereses de Jesucristo, y se alegraban de haber hallado un pretexto para no seguir las órdenes del Gobernador Meses y meses habían de transcurrir antes de que se ter­

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minasen estas negociaciones, y entre tanto pasaría la época propicia para el viaje y aun el trienio señalado a D. M artín para el cargo de Gobernador, sin que ni él ni nadie pudie­ se saber lo que el nuevo Gobernador, a quien se esperaba para Setiembre, mandaría en este asunto. P ero mientras en Nagapatán veía Javier hundirse cada vez más en el som­ brío mar del futuro las esperanzas de la rápida conquista de Jafnapatán, surgía radiante otra imagen ante los ojos de su alm a: la de la isla de Macasar. No podía olvidarla desde que oyó el relato de Paiva. ¿N o sería Dios mismo quien le llamaba para aquella sie­ ga?... Aún quedaba tiempo para pensarlo. Desde Febrero hasta Setiembre soplaba el viento Sur haciendo imposible la vuelta a la Pesquería. Dirigióse, pues, hacia el Norte, camino de Santo Tomé, para pedir luz junto al sepulcro del Santo.

C A P IT U L O X V III

En la tumba de Apóstol (verano 1545) Sumario: La colonia efe Santo T om é: «duendes» en el jar­ dín. — Esperando mejores tiempos. — Ensueños de A p ós­ tol: Juan d’Eiro. ■ — Camino de Malaca.

a pequeña colonia lusitana situada en Santo Tomé, junto al sepulcro del Apóstol Santo Tomé, contaba con cerca de un centenar de casas portuguesas. Ja­ vier recibió amistoso hospedaje en la vivienda del señor párroco, Gaspar Coelho, y dirigió su prim era visita a la tumba del Apóstol, a quien veneraba principalmente como Apóstol de la India. La iglesia de la sepultura 'era un antiguo edificio con una cruz primitiva y unas inscripciones raras en lenguas inin­ teligible. A partir dé 1523 la habían renovado y agranda­ do a expensas del rey de Portugal, y se hallaba separada de la casa cural por un jardín solamente. E n el templo se habían construido dos capillas, dedicadas la.una a la Santí­ sima Virgen y la otra a «un R ey santo». A 1a, izquierda del coro, en el lado del Evangelio, existía una capillita reduci­ da, cuya parte lateral la ocupaba un altar pequeño y angos­ to, de dos metros y medio de largo, lo estrictamente nece­ sario para celebrar en él el Santo Sacrificio. Ante él ardía una lám'para. E ra el altar en cuya pared- de fondo, se ha­ bían encerrado las sagradas reliquias halladas allí, en la f

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tumba del Santo Apóstol: restos de los huesos de su cuer­ po, y la férrea punta de la lanza sepultada con el cadáver. Allí, junto al sepulcro del Apóstol entró el Padre en ba­ talla con su Dios, suplicándole luz y gracia. Cuando el párroco y los beneficiados rezaban en el coro las horas canónicas, se arrodillaba Javier en la capilla de la sepultura para rezar también él su Breviario ; y cuando su huésped se retiraba a descansar, levantábase él sigilosa­ mente, se dirigía a través del jardín parroquial a una ca­ seta contigua a la iglesia destinada para guardar la cera del altar de Nuestra Señora, allí oraba y se disciplinaba des­ piadadamente. Cuando lo advirtió Coelho, le avisó diciendo: «Padre maestro Francisco, no vayáis solo al jardín, porque por allí andan los diablos». Sonrióse el Phdre, pero en adelante to­ maba consigo a su criado malabar Antonio y le- hacía dor­ mir a la puerta de la casita. U na noche despertóse de pronto el criado mientras Ja ­ vier oraba, y le oyó g ritar una y más veces en voz alta: «¡ Señora!, ¿y Vos no queréis ayudarme?» Al m'ismo tiem­ po se oían descargar recios golpes que duraron por largo rato. A la mañana siguiente. Coelho no encontró al Padre en los Maitines, sino enfermo en su casa; y cuando el criado le dió parte del suceso de la noche anterior, el párroco se dirigió a la habitación de Javier y le dijo: «¿No os dije yo que no fueseis de noche a la iglesia de Santo' Tomé?» Pero el Padre se contentó con sonreír y no añadió palabra. Dos días estuvo enferm o; mas cuando de nuevo se halló sano, continuó, a pesar de todo, su oración nocturna. Y la luz llegó por fin. Estaba visto. H asta que por Setiembre de 1546 volviese el Vicario general, Miguel Vaz, provisto de apremiantes

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órdenes y plenos poderes de Lisboa, no se podía esperar gran cosa en favor de la difusión de la fe en la India, a pesar de todas las órdenes de gobernadores, entre la indi­ ferencia y aun hostilidad de los empleados coloniales por­ tugueses y ante la triste experiencia de Jafnapatán. Atendióse, pues, entretanto, a las Misiones fundadas. E n Ceilán trabajaban cinco Franciscanos con otros dos re­ ligiosos. E n la costa de la Pesquería, donde Arteaga se ha­ bía declarado inútil, entró a sustituirle un sacerdote secu­ lar español. Desde principios de año se ocupaban además allí, en compañía del sacerdote indígena Francisco Coelho, otros dos sacerdotes paravas recién ordenados, y Mansilhas, a quien el señor Obispo acababa de conferir las sagra­ das Ordenes. Ciertamente aún no sabía el latín necesario para rezar el Breviario y celebrar la Misa, pero podía, sin embargo, vigilar el trabajo de los demás, pues los recién convertidos no estaban maduros todavía para la Confesión y Comunión. De esta manera se hacía ya lo suficiente por el cultivo espiritual de la India, y cuando por el otoño llegasen los nuevos Herm anos de Portugal y se hiciese volver a los príncipes a Ceilán, podrían acompañarles en el viaje y nyudarles en la conversión de sus súbditos. *** A Javier, en cambio, le llamaba Dios a las islas del Oriente para inform arse del que había de ser campo de batalla de sus compañeros. Por Mayo partió por tierra pa­ ra Goa un correo ligero. Llevaba un escrito de Javier para don M artín Alonso. E n él participaba el Padre a su ilus­ tre bienhechor el viaje que proyectaba al Oriente, le agra­ decía todos sus beneficios y le suplicaba escribiese al capi­ tán de Malaca le proporcionara oportunidad de viaje para la isla de Macasar. E n una segunda carta se despedía del

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maestro Diego, de Micer Paulo y de Cosme Anes en estos térm inos: «Quiso Dios por su acostumbrada misericordia acordar­ se de mí, y con mucha consolación interior sentí y conocí ser su voluntad, ir a aquellas partes de Malaca, donde nue­ vamente se hicieron cristianos... Y para que sepan a Dios pedir acrecentamiento de fe, y gracia para guardar su ley, traduciré en su lengua el Paternóster y el Avemaria y otras oraciones, como es la confesión general, para que con­ fiesen a Dios sus pecados cotidianamente. Esto les servirá en lugar de confesión sacramental hasta que Dios provea de sacerdotes que entiendan la lengua... Estoy tan determi­ nado a cumplir lo que Dios me dió a sentir en mi alma, que, a no hacerlo, me parece que iría contra la voluntad de Dios, y que en esta vida ni en la otra me haría m erced; si no fue­ sen navios de portugueses para Malaca, iré en algún navio de moros o de gentiles. Tengo tanta fe en Dios Nuestro Señor, carísimos Hermanos, por cuyo amor sólo hago este viaje, que aunque de esta costa no fuese este año navio ninguno, y partiese un catam arán (o balsa), iría confidenter (confiadamente) en él, toda mi esperanza puesta en Dios». H asta fines de Agosto no se hacían a la vela los barcos mercantes que desde Santo Tomé salían para Malaca. Permaneció, pues, Javier junto a la tum ba del Apóstol durante cuatro meses. El tiempo que le quedaba libre de la oración lo empleaba entonces com'o siempre, en trabajar por las almas.

Los habitantes de la pequeña colonia eran su consüelo. Más de una sorprendente conversión coronó sus esfuerzos. Tal fué, por ejemplo, la de un tal Juan Barbudo, que hacía quince años no se confesaba, y a quien durante dos sema­ nas enteras dió los santos Ejercicios.

X I I I . '— S a n

F r a n c is c o J a v ie r a rro d illa d o en s u luz y g r a c ia en fe rv ie n te o ra ció n

ch o za pide a D io s (1545).

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Pero, sobre todo, le aconteció ganar por entonces a un nuevo compañero de trabajo para los macasares, llamado Juan d’Eiro, soldado veterano que por medio del comercio se había conseguido una pequeña fortuna. Contaba treinta y cinco años y vino en pos del Padre desde Ceilán a Santo Tomé para hacer con él una confesión general de toda su vida y seguirle después como compañero. Javier, a quien el mal éxito de sus experiencias con A rteaga hacía ya más cauto, se le mostró difícil en un prin­ cipio. Sin embargo se dispuso por fin a darle los E jer­ cicios. A la orilla del río, y como a media hora de la iglesia de Santo Tomás se elevaba una silenciosa colina en medio de una región solitaria, cubierta toda ella de bosques y male­ za. En su cumbre existía una gruta con una fuentecilla y sobre su entrada se veía cincelada una cruz. E n este lugar, según la tradición de los naturales, sufrió el m artirio el Apóstol Santo Tomás. Allí se volvió^pues, Javier con Juan d’Eiro, a quien preparó para la confesión. Y fué tal el fervor del ejercitante que al día siguiente a su confesión vendió su barco y toda su hacienda para seguir como dis­ cípulo al Padre en perpetua pobreza. *** P or el correo terrestre que desde Goa trajo a Javier la carta de D. M artín Alonso, llegó asimismo la noticia de que había aparecido en las Molucas una flota castellana veni­ da de Nueva España, y de que el enérgico Fernán de Sousa de Tavora había partido de Goa con tres navios y doscien­ tos hombres, con el fin de tomar prisionero al español o arrojarle al menos de aquellas islas. A fines de Agosto se despidió, pues, Javier de su hués­ ped Coelho, y acompañado D ’E iro emprendió el viaje

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para Malaca en la regia nave de Coromandel. Llevaba con­ sigo una reliquia de Santo Tomás, regalo del señor párroco. E n adelante la traerá siempre en un relicario pendiente al cuello junto con la firm a de su Padre Ignacio y la fórmula de sus votos.

C A P IT U L O X IX

Malaca (1545) Sumario: Llegada. — D iego Pereira; el mundo malayo; pre­ paración del viaje a Oriente; trabajando por las almas. — La oración del Santo; el niño poseso. — Cartas de Euro­ pa. —■ E l archipiélago malabar. — Viaje de exploración hacia Levante. — Pensando en la China.

capitán de la nave era Antonio Pereira, conocido ya de Javier desde Goa. El viaje se hacía atrave­ sando el golfo de Bengala y dirigiéndose por alta m ar a lo largo del extremo N orte de Sumatra, lugar fre­ cuentado por los temibles piratas mahometanos de Atchín, y siguiendo después por el estrecho de Malaca, salpicado de escollos y bajíos, donde era preciso andar durante el día con toda precaución sondeando de continuo, y detenerse du­ rante la noche, anclando la embarcación. Cuando a fines de Setiembre y al cabo de un mes de viaje, se divisaba por fin a Malaca, respiraba todo el mundo. U na iglesita blanca, dedicada a Nuestra Señora, en la cumbre de una colina; a sus pies y rodeada de un muro de arcilla, una fila de casas de madera con su iglesia parro­ quial y su amenazador castillo junto al río; y al otro lado de éste, a mano izquierda, la población indígena, rodeada toda ella de interminables bosques vírgenes, este era todo el gran centro comercial entre la India y el lejano Oriente.

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Para cuando llegó Javier, había ya salido por encargo del capitán de Malaca hacia los Macasares, a cuidar de los recién convertidos, un sacerdote acompañado de muchos portugueses. P or otra parte, el tiempo de hacer la nave­ gación había pasado, y hasta Enero no comenzaba a so­ plar de nuevo el viento Oeste. Javier, por consiguiente, se vió forzado a esperar hasta recibir nuevas noticias de Macasar, aguardando a la vez la época propicia para el viaje. *** El capitán de la fortaleza, el anciano señor párroco y el rico comerciante Diego Pereira, a quien fué presentado Ja­ vier por Antonio Pereira, se hubiesen considerado felices de albergar al Padre en sus casas. Pero él se estableció en una cabaña, junto al hospital, en compañía de Juan d ’Eiro. Los tres meses y medio que allí permaneció, le sirvieron para familiarizarse con el mundo malayo oriental. S u prim er cuidado fué la preparación de su viaje ai Oriente. La lengua ordinaria de todas las islas de aquellos

mares, era la malaya. Con indecible trabajo y con la ayuda de gente versada en dicha lengua, tradujo a ella las partes más importantes de la doctrina cristiana: el Credo, acom­ pañado de -una aclaración de cada artículo; la Confesión general, el Padrenuestro, el Avemaria, la Salve Regina y los diez Mandamientos. Fuera de esto, buscaba por todas partes noticias sobre aquellas tierras. Respecto a los macasares, se le contaba que los naturales adoraban al so l; no tenían templos ni sacer­ dotes de ídolos, y cada una de las tribus sostenía perpetua y sangrienta guerra contra las demás. E l cristiano rey de Ternate, D. Manuel, a quien Javier conoció en Goa, acababa de m orir poco antes de llegar és­ te a Malaca. E n su lugar encontró el Padre a su sucesor

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mahometano, llamado Hairum, que dominaba perfectamen­ te la lengua portuguesa. El capitán de Ternate, Jordán de Freirás, le había hecho encadenar y mandar a la India como traidor; pero, en cambio, el de Malaca le declaró inocente, y el Rey se dirigía ahora al gobernador de la India para so­ meterse a su juicio. Si en Goa llegaba a convertirse al cris­ tianismo, podía esperarse una buena mies en su reino. Javier se entregó entre tanto, en Malaca, a la salvación de las almas. Los enfermos del Hospital merecieron sus primeros cuidados. E n pos de éstos llegaba su vez a los sa­ nos. Cada día convocaba con su campanilla a los niños, a los esclavos y esclavas y a los cristianos indígenas y los reunía para el catecismo en una iglesia dedicada a Nuestra Señora del Monte, donde además hacía también a las mu­ jeres de los portugueses, durante la semana, un sermón sobre la Confesión, Comunión y los Artículos de la Fe. El fruto apareció bien pronto. Cesaron las costumbres idolátricas y supersticiosas y las lecciones de catecismo su­ plantaron a los cantares deshonestos. Sin esto, predicaba todos los domingos y días de fiesta a los portugueses sobre la muerte, el juicio y el infierno, am'enazando a la ciudad impenitente con el futuro juicio de D ios; y poco después, fué tal la afluencia al confesonario, que durante dos o tres días apenas encontró el Padre tiempo para tom ar un pedacito de pan. Parecido fué el fruto conseguido por me­ dio de su mismo trato personal. Hacíase invitar a la mesa de los pecadores; ganábase su amistad con lo jovial y ama­ ble de su carácter, y los movía después a tomar en m atri­ monio a las compañeras de su pecado, o a expulsarlas si no de sus casas. *** ¿Q ué es lo que proporcionaba al Padre tan irresistible poder sobre los corazones?

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Había entre los pecadores por él reconciliados con Dios, un portugués llamado Rodrigo de Siqueira. Javier le acogió en su choza, movióle a confesarse y recibir la sagrada Co­ munión de ocho en ocho días, y le hizo resolverse a em­ prender su vuelta a Portugal en la primera embarcación, a fin de evitar de una vez para siempre la ocasión próxima de su pecado. ^ M ientras dormían de noche sus compañeros, acostum­ braba Javier levantarse y abandonar el recinto. Siqueira lo advirtió y tuvo curiosidad de observar lo que hacía. Ocul­ tóse ,un día a sus espaldas y vió cómo desaparecía el Padre en una choza próxima. Siqueira lo observaba todo por entre las rendijas de aquel tabique de hojas de palmera, y viole arrodillarse ante una mesita sobre la que descansaba una cruz hecha de madera de Santo Tomás, y orar allí con los brazos levantados hacia el cielo durante gran parte de la noche. Junto a la mesita había un catre con su red he­ cha de cuerdas de coco, y una gran piedra' negra le servía de almohada. Cuando el Santo se sentía dominado por el sueño, se echaba allí a descansar por breves horas. Tanto Siqueira como Juan d’Eiro con Antonio y Diego Pereira, le encontraron así repetidas veces durante las noches si­ guientes, al atisbarle en secreto. No era, pues, de extrañar, la veneración de Diego Pe­ reira por el Padre, a quien ni se atrevía a hablar sino con la cabeza descubierta. Aun los mismos paganos y mahome­ tanos le llamaban el «santo Padre», y le besaban la mano al encontrarle de camino., No tenía por eso nada de sorprendente que se tuviese tan gran confianza en su intercesión para con Dios, que se le llamase por todas partes para orar sobre los enfermos, y que aun recobrasen muchos subditamente la salud por medio de sus oraciones. U n suceso llamó sobre todo la atención. Yacía grave­

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mente enfermo e incurable un hijo, de quince años, del dis­ tinguido ciudadano Fernández de Ilher. E n semejante aprieto su madre, natural de Java, hizo venir a una hechi­ cera, quien, entre otras ceremonias supersticiosas, dejó atado un cordón a la muñeca del muchacho. Pronto empe­ zaron a manifestarse en el enfermo las más horribles con­ torsiones y señales como de poseso. Poco después quedó sin sentido y como si estuviese muerto. Llamaron por fin entonces al Padre. Con la furia de un demonio se levantó precipitadamente el paciente en cuanto fijó sus ojos en el sacerdote. Javier, en cambio, se mantuvo tranquilo; arro­ dillóse en tierra, y poniéndose a leer en un libro permane­ ció así poco más o menos por espacio de dos horas. A con­ tinuación hizo traer la estola, el misal, el agua bendita y la cruz; pronunció sobre el joven los exorcismos, y el en­ fermo quedó sano. *** El barco que en Octubre venía de Goa trajo a Javier un gran legajo de cartas de sus compañeros de Europa, y entre ellas una de su Padre Ignacio, referente al buen pro­ greso de la Compañía de Jesús, y otra de Pedro Fabro sobre la actividad desplegada por él mismo en Alemania y principalmente en la ciudad de Colonia, amenazada de los herejes. Llorando de gozo leyó el Santo las cartas y recortó las firmas de sus Hermanos para llevarlas consigo cual precio­ sa alhaja. P o r el mismo tiempo tuvo también noticia de que el nuevo gobernador, D. Juan de Castro, había desembarcado en Goa, en compañía de otros tres Jesu ítas: el maestro de Gramática solicitado de tiempo atrás, P. Nicolás Lancilotti, italiano; su compatriota el P. Criminal, y el español Juan de Beira.

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Debido al cambio de Gobernador, se había vuelto a apla­ zar el regreso de los príncipes de Ceilán. Mandó, por tanto, Javier a Criminal y a Beira partir para la Pesquería y acom­ pañar allí a Mansilhas. *** Durante el tiempo que el Padre se detuvo en Malaca, aguardando noticias sobre el resultado de la expedición a Macasar, tuvo oportunidad de enterarse sobre la situación de las cosas en el archipiélago malayo del lejano Oriente y principalrriente en las Molucas. *** Pero hacia fines de año llegaban noticias poco favora­ bles de tierra de los macasares. Juzgábase haber hecho lo bastante por entonces en favor de aquellos neófitos con en­ viarles al clérigo que, en el mes de Agosto, se fué para allí en unión de los portugueses. E n cambio, los abandonados cristianos de Amboino y las Molucas, pedían a su vez se les socorriese. Desistió, pues, Javier del plan de ir a Maca­ sar, y resolvió ir más allá, hasta Am boino y T e n a te , pues se le ofrecía buena oportunidad de examinar a ojos vistas la Misión del Extrem o Oriente y tom ar después las medi­ das necesarias conforme a lo observado. El día de Año Nuevo de 1546 zarpaba de Malaca el na­ vio de Banda. E n él em'prendió el santo Padre, acompañado de Eiro, su viaje de exploración hacia Levante. *** Mas no eran sólo las Molucas. O tro gran pueblo preocu­ paba además por entonces al alma de Javier: la poderosa China. E s verdad que sus puertas se hallaban cerradas bajo pena de muerte a los extranjeros. Pero desde Malaca par­ tían cada año muchos barcos hacia aquel país, para comer-

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ciar secretamente en las islas de la costa con los habitantes del continente. U n chino principal, venido de la Corte del rey de China, había hablado a cierto comerciante portugués de un pueblo oculto en las montañas de su tierra. Vivía separado de los dem ás; tenía prohibido comer carne de cerdo y celebraba gran número de fiestas. No podían ser m'ahometanos. ¿ Se­ rían tal vez judíos o más bien cristianos de los del «Preste Juan»? Según la tradición de los cristianos de Santo Tomé en la India, el Apóstol Santo Tomás ciertamente había anunciado también el Evangelio en la China. A su llegada a Malaca, Javier acertó a dar con el refe­ rido comerciante portugués, y antes de salir para Amboino' pidió a sus amigos que hiciesen averiguaciones precisas so­ bre aquel misterioso pueblo y tierras de la China, a fin de informarle extensaim'ente al año siguiente, a su vuelta de las Molucas.

C A P IT U L O XX

En la isla de Amboino (primavera de 1546) Sumario: A postolado durante el viaje. — Amboino. — E l hijo del cacique de H ative. — Los alfures, cazadores de ca­ bezas. —■ E spañoles y portugueses. — Las impresiones del Santo. — Las islas del Moro. — A punto de muerte.

viaje al Extrem o Oriente solía hacerse navegando primero hacia el Sur, por un laberinto de islas de exuberancia tropical, entre Malaca y Sumatra, y surcando luego por junto a los elevados volcanes de la ex­ tensa, fértil y bien poblada isla de Javft y a lo largo de las islas de la Sonda. En el mismo navio que Javier, iba un no­ ble portugués por nombre Ruy Díaz Pereira. Contemplaba éste lleno de admiración a su compañero de viaje, el santo Padre. Hacíale la impresión de que le llegaban al alma las miserias todas de los hombres. Jam ás le había visto impa­ ciente, y se ocupaba de continuo en trabajar por la salva­ ción de sus prójimos. Predicaba en su lengua a los mari­ nos musulmanes, y a gran parte de ellos les administró du­ rante la travesía el santo Bautismo. El barco marchaba directamente de Malaca a Banda pa­ ra hacer allí cargamento de moscada. Debía, pues, dejar de camino a Javier y a Juan d’E iro en Amboino. Pero ¿le­ vaban ya como mes y medio de navegación y aún no se divisaba tierra alguna. Temía el piloto haber dejado tras de sí la isla, y que el impetuoso viento Oeste les imposibi­

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litase la vuelta. Pero Javier le tranquilizó asegurándole le m ostraría la costa al día siguiente.

Tenía razón el Padre. Los azulados m'ontes de Amboino asomaron al día siguiente entre las olas. Cesó de repente el viento, y Javier con Juan d’Eiro y un comerciante portu­ gués, llamado Araujo, descendieron a un bote y se dirigie­ ron a tierra, mientras el barco seguía su ruta sin detenerse. Abríase delante, ante su vista, una magnífica y extensa bahía con elevadas montañas tapizadas de bosque por fondo. A la derecha se descubrían bajo la sombra de frescos pla­ tanales y esbeltos cocoteros, unas chozas pequeñas cubier­ tas de hojas de palma. Bronceados isleños aparecían de pie en la playa, con su chaquetilla y su lienzo a la cintura, y el largo y negro cabello ceñido con una cinta blanca por la frente. Estaban ya en A m boino, térm ino de su viaje. Alcanza esta isla como unas treinta leguas de periferia. Sus habitantes, perseguidos en la parte occidental por los rríusulmanes, pidieron en 1538 auxilio a los portugueses de Ternate, y siete de sus aldeas recibieron por entonces el Bautismo. Muchos de los isleños vivían en las casi inacce­ sibles y escarpadas montañas del interior por miedo a los enemigos. Hacía mucho que había ya muerto el único sa­ cerdote de la isla, y Javier, animado de la caridad del buen pastor, se fué por las aldeas recorriendo aquellas playas cu­ biertas de palmeras, atravesando aquellos densos y sofo­ cantes bosques vírgenes, y trepando por los escarpados sen­ deros de sus montes a visitar a los cristianos, bautizar a los niños e instruir y fortalecer en la fe a los adultos. Ma­ nuel, el hijo del cacique de Hative, era su compañero en todas estas excursiones. E n ellas aprenderá aquella senten-

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cía que el Padre tanto le repetía y que él no olvidará ja m á s: «Manuel, ¡qué hermoso es m orir por Jesucristo!» *** Ascendió también el Pladre a la gran isla de Baranula (C erán ), al Norte de Amboino, donde, ocultos en los im­ penetrables bosques del interior, vivían los álfures, salvajes cazadores de cabezas. U n mercader portugués y un joven soldado, por nombre Fausto Rodríguez, fueron sus compa­ ñeros en tan arriesgada empresa. Mientras navegaban, se levantó una espantosa tormenta. Sacó entonces el Padre el crucifijo que llevaba al cuello; lo sumergió en el mar, y rogó a Dios por los méritos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, les librase de aquel peligro. Pero, mientras él rezaba, se rompió el cor­ dón... y desapareció la cruz entre las olas. Apesadumbróse el Padre profundamente. La tormenta se apaciguó, sin em­ bargo. aunque poco a poco, y al cabo de veinticuatro horas lograron por fin arribar a la isla. Mientras los demás se ocupaban del cargamento, Javier y Rodríguez se fueron a lo largo de la playa, camino de la vecina aldea. No habían avanzado aún largo trecho, cuando -ven salir del agua un cangrejo que trae en las tenazas dé sus patas el perdido crucifijo. Al verlo, se arrodilló el P adre y lo tomó, dando gracias a Dios N uestro Señor. Levantóse al cabo de media hora y se dirigió a la aldea de Tamilau. En ella se detuvo durante los ocho días que el mercader tardó en reanudar su viaje, y predicó a los musulmanes la fe de Jesucristo. Ellos, sin embargo, permanecieron obsti­ nados y ni aun quisieron oír hablar de cristianismo. Al volver de Amboino, el barco remero en que viajaba hizo también escala en la islita de Nusalaut, Habitaban en ella gentes feroces, semejantes a las de los bosques de B ara­ nula, que en sus guerras devoraban los cadáveres de los ene-

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e n tre g a a S a n F r a n c isc o el en la isla de C e rá n (1546).

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migos, muertos a golpes por ellos. También éstos se hicieron sordos a la voz de Dios, y sólo un joven se resolvió a seguir al Padre y recibir el Bautismo. *** Nueve grandes navios yacían ancladas en Am boino a la vuelta de Javier. Habían venido de Teníate el miércoles de Ceniza, 9 de Marzo. E ra la flota de Fernán de Sonsa de Tavora, que traía a los supervivientes de la desgraciada expedición española del general Ruy López de Villalobos, salida de Nueva España en 1542 para colonizar las Filipi­ nas, y forzada por el hambre y las enfermedades a dirigirse a las Molucas de Portugal y entregarse a Tavora. Constaba la flota de 300 hombres, de los cuales 130 eran españoles. Hallábanse entre éstos cuatro Padres Agustinos y otros cuatro sacerdotes seculares. Se habían acogido a invernar en Am boino ; y aquella playa, tan pacífica de ordi­ nario, se les convirtió en tumultuoso campamento, o mejor dicho en hospital, por haberse declarado en ella una per­ niciosa enfermedad, de la que murieron muchos. U na de las víctimas fué el mismo general castellano, fallecido el día de Viernes Santo. Sepultósele junto a la aldea cristiana de Nusanivel, en la boca de la ensenada, al pie de una gran cruz de madera. Aquí encontró Javier un buen campo de apostolado. Constituyóse intermediario en las eternas luchas de oficiales y soldados de ambas naciones, predicaba, oía sus confesiones, y movió a muchos a abandonar sus esclavas. Pero, sobre todo, asistía a los enferm'os. Mendigaba para ellos vino, medicinas, alim entos; cuidábalos, les consolaba, y pre­ paraba para una buena muerte, logrando de los moribun­ dos lo que muchas veces no era tan fácil después de tantos años de vida av enturera: moverlos a confiar en aquella hora

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en la misericordia de Dios. Después ofrecía una M isa por cada uno de los difuntos. *** Dos meses y medio llevaba en estos abrumadores tra­ bajos de buen samaritano, cuando empezó a soplar por el Oriente el Monzón. El 17 de Mayo de 1546 levó anclas el capitán Tavora, y partió con los españoles para Malaca. Con su flota mandó Javier cartas para la India y Europa. En ellas expresaba sus impresiones sobre el último campo de Misión en el Extrem o Oriente: «La gente de estas islas es muy bárbara y llena de trai­ ción ; gente ingrata en grande extremo. Son estas islas tem­ pladas y de grandes y espesos árboles; llueve muchas veces. Son tan altas y trabajosas de andar, que en tiempo de guerra suben a ellas para su defensión, de manera que son sus fortalezas. Tiembla muchas veces la tierra y el m ar; tanto que los navios cuando tiembla el mar, parece a los que van en ellos que tocan en algunas piedras. Es cosa para espantar ver temblar la tierra, y principalmente el mar. Muchas de estas islas echan fuego de sí. Cada isla de estas tiene lengua por sí, y hay isla que casi cada lugar de ella tiene lengua diferente; la lengua malaya, que es la que se habla en Malaca, es muy general por estas partes. Tienen una grande falta en todas estas islas: que no tienen escri­ turas, ni saben escribir sino muy pocos; y la lengua en que escriben es malaya, y las letras son arábigas, que los moros caciques enseñaron a escribir y enseñan al presente». Viniendo luego a hablar de la situación religiosa, se ex­ presa a s í: «Los gentiles en estas partes de Maluco son más que los moros. Quiérense mal los gentiles y moros. Los moros quie­ ren que los gentiles o se hagan moros o sean sus cautivos. Si viniesen todos los años una docena (de misioneros de la

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Com pañía), en poco tiempo se destruiría esta mala secta de Mahoma y se harían todos cristianos. Son tantas islas, que no tienen número, y casi todas son pobladas. P or falta de quien los requiera que sean cristianos, dejan de lo ser». T em óte, situada al N orte de Amboino, era el punto cén­ trico de este archipiélago. Allí debía levantarse una casa de la Compañía. Escribió, pues, Javier a Beira y a Mansilhas en la India, para que viniesen al año siguiente a Ternate en compañía del rey Hairum . También en Am boino sería cosa de fundar una estación misional. El rey de Ternate, don Manuel, muerto en Malaca, había regalado en propiedad la isla al amigo de Javier, Jordán de Freitas. Tenía éste inten­ ción de trasladarse a residir permanentemente en Amboino, junto con su esposa, cuando en Noviembre de 1547 term i­ nase el período trienal de su cargo como capitán de T ern ate; y de seguro que su celo misional conquistaría entonces toda la isla para Cristo. Al otro lado de Ternate aparecía la isla del M oro. Hacía ya años que estaban bautizados muchos de sus habitantes, pero luego mataron al sacerdote, y quedaron en adelante abandonados. A Javier le tocaba ir a visitarlos. Mas sus amigos le contaban cosas pavorosas de los peli­ gros existentes en la isla del M oro y de la astucia y perfidia de sus habitantes. Decíanle que en la comida y bebida mez­ claban veneno a sus huéspedes, y le rogaban todos encareci­ damente no se marchase. Durante un momento estuvo a punto de vacilar su co­ razón. T an oscuro y difícil se le hizo alguna vez el latín de aquella sentencia evangélica del Salvador: «El que quiera salvar su alma, deberá perderla; pero quien la perdiere por Mí, la salvará». Sin embargo, era Jesucristo quien le llama­ ba, y se decidió a seguirle. Desde que partió la flota de Tavora, Amboino quedó de nuevo tranquilo y solitario. Llegó la época de las lluvias y

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F r a n c is c o J a v ie r p re d ic an d o a los in d íg e n a s . s a la n t ju n to a A m b o in o (1546).

en

Mu-

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comenzaron a descargar de continuo torrenciales chaparro­ nes. Las sobrehumanas fatigas del Padre habían consumido su salud. U na grave enfermedad le puso a punto de muerte. Pero cuando a fines de Junio partió una prau (nave malaya de remo y vela) para Ternate, se hallaba ya convalecido. Aprovechó Javier la oportunidad para salir en ella hacia aquella isla, y de allí para la del Moro. E ntre los cristianos de Amboino dejaba a su compañero Juan d’Eiro.

San Francisco Jav ier «r> las M olucaa.

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Ternate (verano de 1546) Sumario: A través de las Molucas. — Etnografía y religión de Ternate. — Juan de Araujo, comerciante portugués. — Contiendas matrimoniales. — Instrucciones catequísticas. — Se convierte la madre del príncipe heredero.

una lancha remera malaya hizo Javier el viaje de Amboino a Ternate. Los continuos cambios de tiem­ po, los repentinos huracanes, las impetuosas corrien­ tes que se establecen entre aquella multitud de islas, y los numerosos arrecifes de coral, hacían peligroso y pesado aquel viaje de dos semanas en tan pequeña e incómoda bar­ ca. El agua potable había que llevarla consigo en recipientes de bam bú; y el alimento diario se reducía a panecillos de sa­ gú sin sal, tostados y duros. El continuo tamborreo, el can­ turrear monótono de aquellos broncíneos remeros, el vaivén y los choques del bote, y el calor achicharrante de un sol tropical, producían fiebre y cansancio de cabeza. Desde la elevada costa de Bar anula en adelante se hacía el viaje por alta m ar y al llegar a la isla saliente de Batján, cubierta de bosques, se alcanzaba la primera de las cinco islas, propiamente dichas de la Especiería. E ntre esa isla y las solitarias riberas de la otra más alargada de Batachina , o Halmahera, tapizadas de bosques vírgenes, se seguía por medio de un hermoso y paradisíaco archipiélago exuberante de vegetación tropical. Aparecían a la vista, una en pos de

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otra, las volcánicas islas de las cuatro Molucas septentrio­ nales. Cual gigantes que se levantaban del azul oscuro de las olas, se ergúían sus escarpadas y adustas cumbres, po­ bladas de antiquísimas selvas: el cráter apagado de M atján ; el aplastado cono de M o tir; más al Norte, el elevado y agu­ do pico de Tidore, y detrás de él, el hum'eante volcán de 1.500 metros de altura de la isla de Ternate, centro comer­ cial del clavo aromático y última posesión de los portugueses en el Extrem o Oriente. *** Javier solía dirigirse c'on frecuencia en Amboino en. busca de vino y medicinas para sus soldados enfermos a un tal Arflujo , comerciante portugués. Pues bien, al acudir una vez más, cierto día, a su gene­ rosidad por medio de su amigo Palha, respondió A raujo malhumorado que esta sería la última vez, pues temía no le quedase ya más para si en adelante. Cuando Palha se lo refirió al Padre, éste le respondía: «¿ Qué ? ¿ Cree Juan de A rau jt/q u e ha de poder consumir su vino? Puede estar se­ guro de que tendré yo que distribuir su hacienda, porque va a morir». Y previno también a A raujo de que había de ter­ m inar su vida, en Amboino. Cuando Javier marchó para Ternate, quiso nuestro mercader acompañarle; pero en tan pequeña embarcación no se halló lugar para él y toda su hacienda, y así hubo de quedarse en tierra, Al domingo siguiente, cuando el Padre celebraba la santa Misa" se volvió después del O fertorio al pueblo y dijo: «Señores: Juan de Araujo, el de Amboino, ha muerto. Yo he celebrado ya una Misa por el eterno descanso de su alma, y ésta también será para él. Rezad’, pues, un Paternóster y un Avemaria por él en reverencia de la dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo». Quedaron todos maravillados sin saber por dónde podía

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el Padre tener noticia de aquella muerte, pues Amboino se hallaba a sesenta leguas de distancia; pero diez o doce días después, llegó de Amboino Rafael Carvalho trayendo una carta de Juan d’Eiro, con la noticia de que A raujo había muerto realmente en la aldea cristiana de Hative. *** El amor a las almas espoleaba también el ingenio del Padre. Constituíase en tercero o intermediario para el m atri­ monio, y, por cierto, con buen resultado. Sólo una vez lle­ garon a fracasar sus esfuerzos. E n las prolongadas contien­ das entre castellanos y portugueses solían unos y otros pintar a los naturales con los más vivos colores y a expensas de su prójimo, la grandeza de su propia tierra y la pequenez, en cambio, de la de sus contrarios. Los esclavos y esclavas de los portugueses tomaban ardorosa parte en el asunto, apoyando a sus am os; y, claro está, la consecuencia de todo esto era en muchos un desprecio sin límites para con la pe­ queña e impotente España. E ntre los españoles remanentes en Ternate se encontraba un bondadoso soldado, por nombre Alonso García. Javier tomó por su cuenta el conseguirle por esposa a la esclava de un portugués. P ara recabar su consentimiento, ponderó Javier a la elegida, con las más elocuentes palabras, las es­ clarecidas prendas de su futuro novio. Todo resultaba in­ útil ; y cuando ella no tuvo ya más qué responder a las ra­ zones del Padre, juró por la cruz diciendo: «Pues, aunque el tal fuera rey de los castellanos todos, no le tom aría yo por marido». Salida que hacía reír no poco al Padre, cuando se la contaba a sus amigos de Ternate. Las instrucciones catequísticas del santo Padre fueron muy bien correspondidas en la isla, y pronto comenzaron a oírse cantar por todas partes, así en plazas y campos, como en casas y lanchas de pescadores, las oraciones traducidas en

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Malaca al malayo. De ahí que cuando la recolección del clavo absorbía, por Agosto y Setiembre, toda la actividad de la gente, aprovechara Javier sus ocios para compilar las verdades capitales del cristianismo, desde la Creación hasta el Juicio final, en un extenso catecismo rimado y enseñár­ selo a los niños. Quien se aprendiese veinte palabras diarias de ese catecismo, podía muy bien aprendérselo todo de memoria en un solo año. Empleóse también en declarar sus errores a los paganos y mahometanos, y no perdía ocasión alguna de ganar para la fe cristiana a los naturales de Ternate. El mismo hu­ meante volcán, a cuyo pie vivían, era ya una continua pre­ dicación divina; y si preguntaban por la causa de aquel fuego que solía salir del volcán cuando el viento Monzón cambiaba de dirección, les respondía el P adre: «Ese es el infierno, y a él van todos los que adoran a los ídolos». *** El día de San Miguel Arcángel, mientras el Pladre cele­ braba la santa Misa, fué tan violento el temblor de tierra que él mismo llegó a temer se cayese el altar. ¿ Sería que San Miguel arrastraba en aquel mom'ento al infierno al de­ monio de Ternate? Más de una presa le había ya arrebatado Javier, y todavía recabó de sus huestes una gran victoria. Niachile, la madre del ya muerto D. Manuel, llegada de Malaca para tom ar en nombre de su hijo, y hasta que él viniese, el gobierno del reino, aquella m ujer tan reve­ renciada en toda la isla por su virtud y su conocimiento de la religión mahometana, recibió con gran admiración de todo el reino el santo Bautism'o. Javier la había conocido en Goa. cuando ella desembarcó allí por prim era vez en comu pañía de su hijo; con todo, sólo después de largas disputas, logró convencerla de la verdad de la fe cristiana. Para ade­ lante tomó el nombre de Da. Isabel, y fué modelo de vida

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cristiana a los ojos de todos. Su ejemplo halló luego imita­ dores, y se hacían esperar grandes acontecimientos en T er­ nate, antes de que llegase a su fin el trienio de Jordán de Freitas en el mando. Sin embargo, al Padre le fué preciso adelantarse a dejar por unos m'eses la isla, para visitar a los cristianos del Moro, pues terminaba ya la época apta para el viaje.

C A P IT U L O X X II

La isla del Moro (1546-1547) Sumario: E l sultán de Cíilolo. — Disuaden en vano al Santo . de su viaje. — Las islas de «esperar en D ios» — El nuevo rey de Ternate, Hairun. — Permanencia en Ternate. — La Cuaresma; despedida. —• Viaje de vuelta. — Camino de Malaca.

la playa de Ternate veía Javier las elevadas montañas de la isla Batachina, donde habitaba el enemigo mortal de portugueses y cristianos: el sul­ tán de Gilolo. Al otro lado de aquellos montes, en la costa oriental de aquella tierra, vivían los abandonados cristianos de la isla del Moro. Hacía doce años que, amenazados por los mahometanos, se habían puesto bajo la protección de Portugal y de sus aliados los habitantes de Ternate, y ha­ bían recibido el Bautismo. P ero el fanático sultán de Gilolo conservó la soberanía sobre su isla, y se vieron abandona­ dos de sus protectores. De ahí que apostatasen la mayor parte de ellos, matasen a sus sacerdotes, quemasen sus iglesias y se sometiesen de nuevo al señorío de Gilolo. E s cierto que en 1536 y 1538 se logró reconquistar a los más y bautizar nuevas aldeas; pero desde aquella época ningún sacerdote se había atrevido a seguir viviendo entre ellos, sobre todo últimamente, pues e] Sultán se había hecho más poderoso que nunca. Ahora,

D

esd e

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terminada la recolección del clavo, pensaba Javier trasla­ darse allí a visitar aquellos desamparados, pues tan pronto como empezase por Noviembre a soplar del Noroeste el Monzón, se haría imposible la travesía.

E n vano le rogaban.sus am'igos que se quedase; en vano le pintaban con los más sombríos colores aquellas tierras del M oro; en vano le hablaban de los temaros, cazadores de cabezas que cual sabuesos del sultán de Gilolo recorrían los bosques; en vano le prevenían contra los cristianos trai­ dores y versátiles, y contra sus ocultos venenos. Viéndolo el capitán, se negó a ofrecerle embarcación. Pero el Padre, ardiendo en santa indignación, habló así en uno de sus serm ones: «Si vosotros no me concedéis embar­ cación, con la voluntad de Dios por ayuda atravesaré a nado el m ar con rumbo a la isla del Moro». No hubo ya más remedio que ceder, y algunos de sus compañeros se ofrecieron a acompañarle en tan peligroso viaje. Tres meses permaneció Javier con sus compañeros entre los cristianos; visitó todas sus aldeas y bautizó sus niños, siendo siempre recibido amistosamente por aquellos pobres isleños. Los cristianos del Moro eran rudos e ignorantes Su único vestido era un taparrabos tejido de corteza de árbol. El arroz, la médula de la palma sagú y el vino de esa mism'a palma con una pésima agua potable, formaban su alimento y su bebida. No conocían medicina alguna para sus enfermedades. Desconocían también la lectura y escri­ tura, y aun la lengua malaya la entendían a duras penas. Sus cabañas eran de madera, cubiertas de hojas de palma, y en unos caballetes junto a ellas descansaban las urnas funerarias con los restos de sus muertos. Toda su vida se

X V I I . — S a n F r a n c isc o J a v ie r en la p la y a de T e rn a te se ñ a la n d o las m o n ta ñ a s de Jilolo, t ra s de las cu a le s se h a lla n la corte e is la s del M o ro (1546).

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veía dominada por el miedo de los malos espíritus, y en sus enfermedades acudían al auxilio de sus hechiceros. El tener que ir de aldea en aldea en estrecha corocora, las excursiones a pie sobre puntiagudos arrecifes de coral o por montañas escarpadas y bosques desprovistos de camino, trenzados de punzantes enredaderas, constituían un perpe­ tuo peligro. Y cuando los viajeros, calados por la lluvia, se sentaban de noche a la lumbre, o dormían en las chozas de los indígenas, ¿quién les aseguraba que sus huéspedes no les entregarían a sus enemigos, o los salvajes tavaros no se avalanzarían de pronto desde sus bosques para llevarse a casa sus cabezas, cual trofeos de victoria? Sólo una esperanza quedaba entonces: la esperanza en Dios. P o r eso decía el Santo, «que mejor sería llamarlas islas de esperar en Dios, que no islas del Moro». Sin embargo, jam'ás en su vida experimentó Javier tan continuo y sobreabundante consuelo como por aquellos días. El le hacía olvidar por completo todos los peligroá y pesa­ dumbres, y en pocos años, creía él, pudiera haber perdido la vista de tanto llorar dulcemente por la fuerza de la conso­ lación, pues todos los trabajos y fatigas los tomaba por amor de solo Dios. *** Desde hacía unas semanas habían empezado ya las llu­ vias. soplaba el Monzón por el Noroeste; y olas como casas reventaban atronadoras contra las rocas del cabo Norte de la isla Batachina, cuando T ^ ie r se encaminó a Ternate. A principios de Enero de 1547 11°gó con sus compañeros junto al fuerte. U na gran sorpresa le aguardaba aquí. Freitas, que llevaba dos años de oficio, había sido desti­ tuido y enviado preso a Goa. para dar allí cuenta de la remoción y prisión del rey Hairun. U n nuevo capitán, Bernardino de Sousa, asumía el cargo de su lugar, y en vez

X V I I I . — San

F r a n c i s c o J a v i e r se a p r o x i m a ía t e m i d a

co s ta

del

Moro

a la p l a y a (1546).

N o r d e s t e de

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de Niachile ocupaba el trono de Ternate el antiguo rey Hairun. Así lo había determinado el nuevo gobernador don Juan de Castro, cüya sentencia había traído a Ternate, el 18 de Octubre del año anterior, el Bufara, nave real desti­ nada al comercio del clavo, en la cual vinieron también el nuevo capitán y el rey Hairun. Por tanto, la esperanza que Javier tenía puesta en la conversión de la Reina y en el traspaso de su amigo Freitas a Ambroino, se alejaba y casi desaparecía. Freitas debía pagar a Hairun cuatro mil pardaos como indemnización de las pérdidas sufridas durante su prisión; y la reina doña Isabel, perdidos todos sus bienes al ser destronada, puso al Padre en precisión de pedir al rey D. Juan III, una renta para sostenimiento de ella. Hairun se preciaba, ciertamente, de fiel y vasallo del rey de Portugal, y de gran amigo del P. Francisco hasta el punto de que lo llevaban a mal los musulmanes. Grandes de su Corte; pues se cuidaba muy poco de la doctrina de Mahoma. Pero, a pesar de todo, los esfuerzos de Javier por ganar al Rey para Jesucristo habían resultado también inútiles. Hairun anteponía al cristianismo sus cien mujeres y sus muchas concubinas. Sólo a una de las propuestas del Padre se hallaba dis­ puesto a ceder. Javier había intentado en vano reducir de nuevo a la fe a los cristianos del Norte de la isla del Moro, quienes por temor a Gilolo se habían apartado de Portugal y del cristianismo. Pues bien, si a éstos se les enviaba de Ternate un rey propio y cristiano, había esperanzas de éxito. Por otra parte Hairun se prestaba a que bautizasen a uno de sus hijos para hacerle Rey de los cristianos del Moro, y Javier le prometía alcanzar esta gracia del gober­ nador de Goa.

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SA N FRANCISCO JAVIER

El fin que Javier se propusiera a su salida de Malaca, estaba ya conseguido. Había visitado a los cristianos abandondos de Amboino y del Moro, como también las últimas fortalezas del Oriente, y se había formado una idea de las necesidades y esperanzas de este nuevo campo de misión. A mediados de Febrero salió el Bufara con su carga­ mento de clavo a invernar en Amboino. En él marchó tam­ bién Freitas como prisionero, para justificarse en presencia del Gobernador. Aconsejábanle Javier y otros que llevase consigo a su esposa para la India, mas él la dejó en la forta­ leza, persuadido de que inmediatamente conseguiría en Goa sentencia absolutoria y volvería en la próxima embarcación como capitán de Ternate. Quiso el Padre acompañarle en el viaje; pero el nuevo capitán, los Hermanos de la «Misericordia» y los demás por­ tugueses, le forzaron a quedarse con ellos durante la Cua­ resma, comprometiéndose a llevarle oportunamente en barco remero a Amboino, antes de que el Bufara prosiguiese su viaje hacia Malaca. Decidióse, pues, a permanecer allí. *** La Cuaresma de este año fué como una santa Misión en Ternate. Muchos bienes injustamente adquiridos se restitu­ yeron o entregaron a la Cofradía de la Misericordia; contrajéronse matrimonios eclesiásticos; se disolvieron uniones ilí­ citas ; hubo quienes comenzaron a recibir cada ocho días los Santos Sacramentos; muchas de las mujeres indígenas de los portugueses, preparadas de antemano por Javier, se acercaron por primera vez a la sagrada Mesa, y uno de los clérigos prometió al Padre proseguir la instrucción de las mujeres cuando él se fuese y enseñar su catecismo en verso dos horas cada día.

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Pasada la Pascua, llegó la hora de la separación. Javier se embarcó hacia media noche, por evitar toda muestra de sentimiento. Pero lo advirtió la gente y una gran multitud se reunió en la playa, levantándose un gran clamoreo en el m'omento de la despedida. Todos querían a porfía darle gra­ cias por los beneficios recibidos, y aun los niños y los escla­ vos lloraban a gritos cuando zarpó la barca. También su corazón se conmovió al salir, pues sabía que sus penitentes perdían un gran auxilio para la salvación eterna de sus almas. Sólo dos hombres vivían aún en pecado mortal al partir él de Ternate. Cuando regresó el barco que les llevó a A fn boino, Javier mandó en él una carta para uno de sus ami­ gos. Pedíale en ella que saludase en su nombre a aquellos dos pecadores y les dijese que si él tuviera esperanza de poder hacer algo por el bien de sus almas, estaba dispuesto a volver inmediatamente a Ternate, y que en todo caso no cesaría de encomendarles a Dios Nuestro Señor en sus ora­ ciones. , En Amboino volvió a encontrar, tras una separación de diez meses, a su compañero Juan d’Eiro. Junto al Bufara se hallaban allí anclados otros tres barcos, llegados de Ban­ da, en espera de que el Monzón soplase por el Sudeste para proseguir su viaje hasta Malaca. Estaba entre ellos el navio de Banda, salido de Goa en Setiembre de 1546. Por él supo Javier cómo había estallado la guerra al Norte de la India, y que la ciudad de Diu estaba sitiada por el rey de Cambaya con numeroso ejército. Los dos príncipes de Ceilán habían muerto en Goa; en cambio, el rey de Kandy, en el interior de la misma Ceilán, se había hecho cristiano1 , y se esperaba la conversión de la isla toda. Pero la expedición encargada de efectuar el castigo en Jafnapatán, se había descuidado hasta el presente.

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Tres semanas escasas permaneció Javier en Amboino. Visitó a los cristianos en sus aldeas; oyó las confesiones de los marineros, predicó, asistió a los enfermos, y a uno de éstos, que murió entre sus brazos, llegó precisamente a so­ correrle en el instante decisivo. «Bendito sea Dios— decía después el Padre, casi llorando, a los circunstantes— : He llegado acá en el último momento para salvar todavía el alma de este hombre». *** Las embarcaciones para Malaca se hicieron a la vela a mediados de Mayo de 1547. Los oficiales del Bufara insta­ ban a Javier se embarcase con ellos, pero él lo rehusó con muestras de gratitud. «Temo os vaya a suceder una gran desgracia», les decía, y en compañía de Juan d’Eiro tomó otro de los barcos. No le engañó su presentimiento. Cuando el Bufara navegaba por el estrecho de Sabán, junto a Su­ matra, chocó contra unos escollos ocultos y los tripulantes se escaparon casi por milagro de la muerte. Javier tomó consigo diez muchachos indígenas para lle­ várselos a Malaca. Su plan era formarlos para catequistas o sacerdotes en el Colegio de San Pablo de Goa, y hacerlos volver más tarde a su isla nativa para instruir a sus pai­ sanos.

C A P IT U L O X X III

La victoria sobre los atchines (1547) Sumario: Nuevos M isioneros; noticias de Europa; el V icario General envenenado. — M isioneros a las Molucas. — Fae­ nas apostólicas. — ¡L o s atchines!; predice el Santo la victoria.

fines de Junio llegó Javier a Malaca. Le aguar­ daban aquí cuatro misioneros, en lugar de los dos llamados por él el año anterior. Eran los primeros nuevos Hermanos en religión que veía desde su salida de Lisboa. Mansilhas no se hallaba entre ellos. Por temor a ser martirizado en las Molucas se había negado a obede­ cer. Tres de los compañeros eran los llegados de Portugal durante los dos últimos años: el P. Beira, español; el P1 . Ribeiro, portugués, y el H. Nicolás Núñez. En cambio el cuarto, llamado Baltasar Núñez, había entrado en la Com­ pañía allí en la India. A ninguno, de ellos conocía Javier;, pero eran operarios cual él los necesitaba, y todos habían venido alegres, haciendo frente a los trabajos y peligros de las Molucas. Trajéronle cartas y noticias, dé Europa, de Goa y del cabo de Comorín, donde trabajaban seis de los Jesuítas re­ cién llegados, y le dieron además cuenta de la, espléndida victoria sobre el im'perio musulmán obtenida en Diu por el gobernador de la India, el 11 de Noviembre de 1546. Javier, a su vez, no se cansaba de preguntarles una y más a c ia

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veces sobre sus Hermanos de Europa y los progresos de la Compañía de Jesús en ella. El Papa había abolido por medio de un nuevo Breve la limitación del número de profesos a sesenta; permitía se redactasen Constituciones para la Orden, y dotaba a sus miembros de las más amplias facultades para predicar, oír confesiones, celebrar y rezar el Oficio. Por todas partes en las más célebres ciudades universi­ tarias se habían levantado residencias y colegios, como Padua, Colonia, París, Valencia, Alcalá, Valladolid, Gandía, Barcelona, Lisboa y Coimbra, en los que los jóvenes estu­ diantes de la Compañía de Jesús estudiaban conquistando a la vez entre sus condiscípulos nuevos candidatos. Entre todos estos domicilios* florecía con extraordinaria vida el Colegio o Casa de Estudios Jesuíticos de Coimbra, donde el rey D. Juan había fundado cien becas. Contaba ya con se­ tenta alumnos; todos ellos estaban entusiasmados con la santa obra de las Misiones. El año 1545 habían salido de Lisboa para las Indias tres misioneros de la Compañía, y nueve al año siguiente. En vista de tan rápido aumento, Ignacio había declarado a Portugal con sus colonias provin­ cia independiente, y el actual Provincial, Simón Rodríguez, eia, por consiguiente, el Superior inmediato de Javier y sus compañeros. Con tan gratas nuevas, trajéro'nle también una triste no­ ticia. La esperanza de las Misiones de la India descansaba en la vuelta del Vicario general, Miguel Vaz. Volvía éste en efecto, en 1545, de la Corte real para Goa, en calidad de Inquisidor, provisto de rigurosas órdenes del Rey y de ple­ nos poderes contra los empleados coloniales enemigos de las Misiones, como también contra los brahmanes paganos y contra los secuaces del falso profeta. Pero poco después de su llegada se le encontró muerto, envenenado por sus ene­ migos. Al oír esta noticia, cayó gritando desaforadamente el

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maestro Diego y cinco días más tarde se le condujo también a él al sepulcro. Constituía esto, sin duda, un rudo golpe para la Iglesia india y para el propio Francisco Javier. *** Durante las seis semanas que el Padre vivió con sus Hermanos en Malaca, los adiestró en las nuevas faenas mi­ sioneras. Debían distribuirse por Ternate, el Moro y Am ­ boino, e informarle cada año minuciosamente de sus traba­ jos. A mediados de Agosto partieron para Ternate en la nave real dispuestos a soportar la cruz y quizás, quizás, aun el mismo martirio. *** Quedaba, pues, Javier acompañado sólo de Juan d’Eiro. Poco después de su vuelta a Malaca había reanudado el Padre sus acostumbradas faenas apostólicas, y con tal su­ ceso, que se vió forzado a cambiar para sus sermones la iglesita de Nuestra Señora del Monte por la parroquia, y hubo de oír quejarse a muchos de que no pudiese atender a todos al mismo tiempo en sus confesiones. Desaparecieron muchas enemistades, aumentó la frecuencia de Sacramentos, y con su catecismo en verso podían sus oyentes aprender mejor los misterios de la fe, despreciando sus antiguas su­ peraciones o sus necias fábulas paganas. Además de su amigo Diego Pereira, halló también Javier en el Hospital de Malaca al D r. Sarayva, antiguo conocido suyo desde el viaje a la India Oriental, el mism'o que en otro tiempo le acogió en su casa de Mozambique, enfermo de fiebre, y que, con sus cariñosos cuidados, logró librarle de la muerte. Había conservado siempre este doctor una gran reverencia al Padre maestro Francisco y creció ésta con lo que oyó contar de sus trabajos apostólicos y obras por­ tentosas en la Pesquería y otras regiones. El mismo D. Mar-

X I X . — S a n F r a n c i s c o J a v i e r p r e d i c a n d o en la iglesia de la A s u n c i ó n , ía p r i n c i p a l de M a l a c a (1547).

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tín Alonso le había narrado cómo el Padre resucitó un niño muerto en la Pesquería, y andaba también en boca de todos la profecía hecha a Araujo sobre su muerte. Celebraba siempre el Padre la santa Misa con devoción conmovedora y acostumbraba dirigir en ella, después de la Consagración, al divino Redentor oculto en las especies sa­ cramentales, una oración compuesta por él mismo por la conversión de los infieles. El doctor Sarayva asistía diaria­ mente a su Misa. Pues bien; cierto día, pasada la Elevación y mientras el doctor miraba al sacerdote sin perderle ojo, parecióle ver claramente al santo Padre elevarse sobre la tierra, de modo que sus pies no descansaban ya sobre el suelo. ¿Era verdad o le engañaba más bien la veneración que hacia su amigo sentía? Muy pronto tendría lugar un suceso por el que se persuadirían todos del poder milagroso del Padre. *** Era a principios de Octubre; cuando una noche el grito de ¡los atchines!, despertó sobresaltados de su sueño a los habitantes de Malaca. Estos temidos piratas habían inten­ tado con su poderosa flota caer de improviso sobre los barcos venidos de las Molucas e incendiarlos. Pero la arti­ llería del navio de Banda y la de la fortaleza, habían ex­ pulsado al enemigo, y al clarear la mañana siguiente se logró contenerle en su retirada hacia el Norte, pues no hubo valor ni fuerza suficientes para perseguir al punto quien así se había atrevido a atacarles. Presentóse entonces Javier a los habitantes de Malaca y les excitó a emprender una gue­ rra santa. Eso reclamaba la honra de Portugal y el nom­ bre de cristianos. Hizo efecto su palabra. Inmediatamente se aprestaron algunos navios con provisiones para diez días, y la pequeña escuadra, formada de 180 hombres entre soldados y paisa­

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nos. Diego de Pereira con su nave Santa Cruz entre ellos, acometió la empresa. Javier, sin embargo, cediendo a los deseos del capitán y del pueblo permaneció en Malaca. Esperábase la vuelta de los guerreros al cabo de pocos días; pero pasaron una y más semanas, y nadie aparecía, Temían ya una nueva desgracia. El alevoso sultán de Bintang, situado al Sur junto al río Muar, estaba en acecho, como tigre agazapado, ante la temblorosa ciudad. Al pasar los cuarenta días sin que se hubiese recibido noticia alguna sobre la escuadra, se esparció el rumor de que los portugueses habían sido aniquilados y el pueblo co­ menzó a murmurar contra el Padre. Así estaban las cosas, cuando llegó el domingo. Durante el sermón detúvose éste de pronto y exclamó: «Hay aquí algunas mujeres y otras personas, que andan echando suertes y preguntando a los adivinos que les dicen que nuestra flota ha sido vencida, y hasta entonan cantosfúnebres sobre los guerreros. ¿ Por qué habéis de ser tan malos cristianos y tener tan poca confianza en Nuestro Señor? ¡Hermanos y am igos!... Consolaos y alegraos de todo corazón, y rezad en acción de gracias un Padrenuestro y un Avemaria, porque nuestros herm'anos han luchado con­ tra los infieles y han obtenido victoria de la flota enemiga, y los veréis bien pronto volver a sus casas como triun­ fadores». Otro tanto repitió el Padre por la noche en la iglesita de Nuestra Señora del Monte, en el sermón a las mujeres. Apoderóse entonces de los oyentes un santo gozo, pues sabían que el espíritu de Dios habitaba en el P:. Francisco. Al gozo siguió una franca admiración. Aún no había llegado a Malaca noticia alguna sobre la flota. Dos o tres días más tarde arribó una embarcación con la nueva de que allá, muy al Norte, a más de cien leguas

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de Malaca, junto al río Parles, los cristianos habían derro­ tado y casi aniquilado a la escuadra enemiga. Poco después llegaron de vuelta los vencedores con un rico botín. Javier, en compañía del capitán, los recibió en la plaza del Puerto con el crucifijo en la mano, y con gran alegría fué abrazándolos a todos— capitanes, oficiales y sol­ dados—•, y felicitándolos por tan brillante victoria. Los de­ más moradores de Malaca enteraron entonces a los recién llegados de cómo el santo Padre haBía contemplado el triunfo, en milagrosa visión, el mismo día y hora en que ellos lo habían obtenido.

C A P ITU L O X X IV

Una nueva puerta de entrada (1547) Sum ario: El correo de Europa. — ¡L a mies es m u c h a !... — Predicciones del Santo. — El japonés Angero. — «V ete a M a la c a ...» — Ante un m undo nuevo. — La relación del capitán Alvarez. —■ Decisiones de Santo. — D e vuelta a la India.

el tiempo transcurrido entre la derrota de los at chines y la vuelta de los vencedores, llegó de Goa, com'o todos los años, la nave de Banda, tra­ yendo a Javier el correo de Europa y de la India. El Papa había expedido un nuevo Breve para la Com^ pañía de Jesús, permitiéndola la admisión de coadjutores espirituales y temporales que no tuviesen las prerrogativas de los profesos, y «cuyos tres votos sólo habían de valer mientras el General tuviese a bien servirse de ellos». Venía también en las cartas un escrito del mismo Provincial de Portugal, maestro Simón Rodríguez. Tenía éste que parti­ cipar a su amigo una dolorosa nueva: la muerte de su an­ tiguo compañero f|e estudios Pedro Fabro. «De Roma— añadía— no ha venido este año ninguna car­ ta para vos. Maestro Laínez, Salmerón y Jayo están en el Concilio de Trento. Al maestro Fabro se ha complacido el Señor en llevárselo para Sí. Cuando llegó a Roma, hacía ocho días que había convalecido; cayó de nuevo.enfermo y

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urante

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a los ocho días entregó su alma al Señor el l 9 de Agosto del año 1546». En la misma carta hablaba también Rodríguez del extra­ ordinario aumento de la Compañía en Pbrtugal. También en Italia, Castilla y Francia, se deseaban por todas partes residencias de la compañía; y como Ignacio solicitase para este fin Padres y Hermanos de Portugal, no había sido po­ sible enviar en 1547 ningún misionero para la India. ¡Y era, sin embargo, tan grande la mies que ondulaba en ella por tantas partes! . . . Al Norte de Malaca se hallaban los dos poderosos reinos de Pegú y Siam, de cuyas pagodas resplandecientes de oro, sus bonzos de rasurada cabeza y sus ciudades opulentas. Ja­ vier oía tantas cosas a los mercaderes portugueses. Al otro lado de Siam se extendían los dilatados reinos de Cambodja, Champa y Cochinchina; y, por fin, mas al Norte, se descubría el más poderoso de todos ellos: la impenetrable China.

A la verdad, la mies era m'ucha y los operarios pocos, y el corazón del apóstol chorreaba sangre donde quiera que mirase. Y , sin embargo, aún no veía claro adonde le lla­ maba Dios. . . Debía, pues, serle doblemente doloroso ante tan clamorosa necesidad de las almas, el perder como perdió ahora a un tercer compañero de trabajo, además de Arteaga y de Mansilhas. *** En efecto; cuando por el mes de Noviembre el Bufara seguía su ruta para la India, Javier mandó en él a su com­ pañero d’Eiro. No era apto para la Compañía de Jesús. «Llegarás a ser Franciscano», le dijo el Santo, y así le des­ pidió en paz. Luego fueron saliendo las demás embarcacio­ nes una en pos de otra. A ruegos del Padre, tomó consigo el capitán Fernández a los diez discípulos indígenas con sus respectivos equipa­

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jes para llevárselos al Colegio de San Pablo, pues Javier de­ seaba visitar a sus Hermanos del cabo de Comorín antes de marchar a Goa. Por tres veces antes de partir le repe­ tía el Padre al capitán con ademán tem'eroso: “ Gonzalo Fernández, yo me temo que os vaya a acontecer algún grave infortunio». Y así sucedió, efectivamente. A vista de Ceilán chocó el barco con un escollo, y sólo por milagro pudo po­ nerse en salvo. También Diego Pereira se despidió del Padre para mar­ char a Siam con su barco Santa Crus. *** Quedóse, pues, Javier en tierra. Cuando hacía dos años abandonó a Malaca, le hablaron de un pueblo privilegiado situado entre montañas al Norte del gran reino de la China. Se abstenía de la carne de cerdo y celebraba numerosas fiestas. El entonces rogó a su amigo le proporcionase las más exactas noticias sobre aquel pueblo y sobre la gran tierra de la China. Hacia fines de Diciembre Ies tocaba volver de allí a los barcos mercantes. Quería, pues, espe­ rarles y hacer después su viaje a Cochín en la última em­ barcación que se ofreciese. Así transcurrieron las primeras semanas de Diciembre, y un día en que Javier estaba en la iglesia de Nuestra Señora ocupado en una bendición nup­ cial, entró en el templo su amigo el capitán de barco, Jorge Alvarez, acompañado de un extranjero, de quien hizo pre­ sentación al Padre. Era éste un hombre de unos treinta y cinco años de edad. El color amarillento de su cara y sus oblicuos ojos hacían sospechar en él a algún chino. Llamá­ base A n gero, pero su patria no era propiamente aquella China, cerrada a los extranjeros, sino un país descubierto hacía cinco años por los portugueses al Oriente de China. y llamado «la isla del Japón». El extranjero hablaba mal

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el portugués, y resultaba verdaderamente curioso lo que Alvarez contaba de él. *** Perseguido por un asesinato, se había refugiado Angero en un monasterio de bonzos. De allí se dirigió con dos compañeros al barco de Alvarez. que traficaba en su patria, e hizo en su compañía el viaie det Japón a la China. Vino, pues, a hablarle el japonés durante la travesía a su am'igo el portugués, de ciertos pecados de su juventud, cuyo peso sentía sobre su alma, y éste le aconsejó viniese con él a Malaca, donde residía el P. Francisco, que podría ayudarle. Según iba Alvarez avanzando hacia el Sur y hablando a su compañero japonés de la felicidad de la verdadera fe, fué despertándose en éste un deseo cada vez más ardiente de hacerse cristiano como su amigo. Pero al llegar a Malaca supo, para gran desengaño suyo, que el maestro Francisco se hallaba en las lejanas Molucas. A falta de él pidió al párroco le bautizase. Mas cuando éste se enteró de que el aspirante al Bautismo tenía una mujer pagana en su casa y pretendía volver al ambiente pagano donde ella estaba, se negó a conferirle el Sacramento. Apenado emprendió Ali­ gero su vuelta a la China, y tomó allí un junco o em­ barcación china para el Japón. Divisábanse ya las monta­ ñas de su patria, cuando un violento huracán amenazó echar a pique su nave y le arrojó de nuevo para la China. El haberse visto ante las puertas de la muerte avivó en c! todavía el deseo del B a u tis m o y cuando preguntaba en China a sus amigos, los portugueses, qué le aconsejaban hacer, respondíanle éstos: «Vete a Malaca; esta vez encon­ trarás seguramente al Padre maestro Francisco; y marcha después a la India al Colegio de San Pablo. Allí te instrui­ rán en la religión cristiana y algún Padre te acompañará al Japón».

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Así había venido por segunda vez a Malaca, y Dios es­ cuchó en esta ocasión su plegaria. Esto era cuanto Alvarez sabía contar de él al Padre maestro Francisco. Todo ello fué para Javier como un mensaje del cielo. Lo que el capitán y su amigo le referían del Japón le ponía ante los ojos un mundo totalmente nuevo. Había allí una populosa nación, un pueblo formado y culto, bien diferente de los ignorantes pescadores de perlas y de los makuas del cabo de Comorín o de los salvajes isleños de los bosques vírgenes de las Molucas. Un pueblo extraordinariamente ávido de instrucción y de ciencia, completamente distinto de los paganos de los países indios. Javier pudo, además, comprobar esto por sí mismo en los ocho días que Angero pasó con él en Malaca. Todos los días venía su amigo al catecismo de la iglesia, y a continuación transcribía cuanto había oído en aquella su escritura tan peculiar de arriba para abajo. Hacía mil preguntas, y cuando el Padre le pre­ guntaba si sus paisanos se harían cristianos, caso de que él le acompañase a su tierra, respondía Angero que: «Los de su tierra no se harían cristianos luego; diciéndome— escribía el Padre— que primero me harían muchas preguntas, y verían lo que les respondía y lo que yo enten­ día, y sobre todo si vivía conforme a lo que hablaba; y si hiciese dos cosas, hablar bien satisfaciendo a sus preguntas, y vivir sin qiie me hallasen en qué reprenderme, que en medio año, después que tuviesen experiencia de mí, el Rey y la gente noble y toda la otra gente de discreción se harían cristianos; diciéndom'e que ellos no son gente que se rigen sino por razón». ***

También el capitán Alvarez compuso, a ruegos de Javier, una extensa relación sobre lo que él mism'o sabía por propia experiencia acerca de aquella maravillosa tierra re­ cientemente descubierta.

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He anuí un extracto de ella aleo modernizado: «El puerto donde estuve está a treinta y dos grados y tres cuantos de la banda del Norte. Es una punta que hace una isla, la cual isla será de doscientas leguas en cerco, poco más o menos, sep-nn la información de los iaooneses que nos la dieron. De la parte del Noroeste v Este, tiene estos puer­ tos principales : Hacata. Ansame. Sendai Mari. Akime, Boo, T^mancrava v e1 mierto donde yo estuve. Canp-o-x-íma: v de la banda del Este, tiene estos otros nnertos: Naguime, Minato. Tanora. Doochina. Humea. Bun^o y Saeano. De la parte de tierra firme, no alcancé a saber nineuno de los cine allí están: di^o de los puertos solamente. Dijeron los del Tapón oue hav muchos lugares muy principales (a media milla v milla y media de la tierra firme de Meaco, y hay también portugueses que lo confirman en aquel estrecho). Esta tierra del Japón es cultivada a lo largo de la mar, y dicen que por la tierra adentro hay campiña; yo fui tres leguas por la tierra adentro; no la vi, más vi los montes la­ brados y sembrados. Es tierra hermosa y graciosa, de mu­ chos pinares, y cedros y ciruelos, cerezos y duraznos, y lau­ reles y castaños, y nogales, y encinas que dan muchas bellotas, robles, saúcos y peras. Esta tierra del Japón tiembla muchas veces. Es de mu­ cha piedra azufre; hay muchas islas de fuego, que todo el año echan humo, y algunas veces fuego. Es esta tierra del Japón muy ventosa y llena de tormentas. Principalmente en el mes de Setiembre, viene cada año un viento tan recio que no hay cosa que lo resista, porque da con los navios en seco tres y cuatro brazos por la tierra adentro, y a las veces los torna a la mar. Donde yo estaba en treinta leguas se perdieron setenta y dos navios chinos y una nave por­ tuguesa. La gente de este Japón, por la mayor parte es de media­ nos cuerpos y rechonchos, gente muy recia para el trabajo;

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es gente blanca, de buenas disposiciones. Los nobles traen la barba cortada a la manera de los m oros; y los hombres de baja suerte crían barbas. Todos generalmente pelan los aladares y la c'orona hasta cerca dei colodrillo y orejas; y los cabellos que les quedan en el colodrillo los traen largos y atados. Es gente muy soberbia y escandalosa; todos generalmente traen espadas terciadas, grandes y pequeños, y acostúmbranse a esto de edad de ocho años; tienen muchas lanzas y alabardas y otras armas. Son todos, en general, muy gran­ des flecheros de arcos grarides como los ingleses; tienen ar­ mas de cuerpo de malla y de hierro muy delgadas y pinta­ das. Es gente poco codiciosa y muy liberal; si vais a su tierra, los más honrados os convidan que vayáis a comer y dormir a su casa. Son muy deseosos de saber de nuestra tierra, y de otras cosas, si las supiesen preguntar. Comen en el s.uelo como los moros y con palos como los chinos; cada uno come en su lebrillo, o albormia pintada, y en porcelanas y platos de palo pintados hacia fuera de negro y de dentro vermejos, y allí tienen sus manjares. Gente es que no tiene más de una mujer. Si las mujeres son perezosas o malas mujeres, antes que de sus maridos tengan hijos envíanlas para casa de sus padres. Y si ya tie­ nen hijos, por cualquiera de estas tachas la pueden matar sin ninguna pena; y por esta causa son ellas muy amigas de la honra de sus maridos y mujeres de gran recado en sus casas. Es gente que se huelga mucho de ver gente negra, prin­ cipalmente cafres (de Mozambique), de manera que vinie­ ron quince (o veinte) leguas a verlos. Esta gente tiene mucho acatamiento a su Rey; es muy estimado de ellos, sírvese con los hijos de los hombres mas honrados que tiene en su reino y bien tratados. Su servicio es de rodillas con ambas manos en el suelo cuando reciben

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o dan alguna cosa; estiman mucho hablar manso; tiénennos a nosotros por destemplados, porque hablamos recio; si son personas iguales, recíbense de rodillas con las manos en el suelo hasta que se sientan. Es gente que en casa y comiendo siempre tienen las es­ padar- al cinto. Huélganse con la música y tienen pífanos y tamboriles; tienen autos (piezas teatrales) de holgar. Son grandes ji­ netes. Las casas de los señores están apartadas de la mar casi dos leguas. Y o fui a la fortaleza del Rey en este pueblo donde estuve, que tenía diecinueve casas con la del Rey y cuarenta y siete puertas, con otras tantas calles. La entrada es subida y mucho trabajosa; no pueden subir más que un caballo en pos de otro por Causa de ser muy estrecha, de manera que nunca vi fortaleza, que fuese de piedra y cal, tan fuerte. Son muy devotos de sus ídolos. Por 1a, mañana todos se levantan con las cuentas de los dioses entre los dedos. Estos japoneses tienen dos maneras de casas de devo­ ción. Estas casas tienen Padres (sacerdotes) y viven dentro, y cada uno tiene su celda, donde duermen y tienen sus libros, y llámanse bonzos. Estos leen un libro que se llama laraquele la china, y tienen muchas escrituras de los chi­ nos, y tañen a media noche y a maitines y vísperas y com­ pletas ; y en anocheciendo tienen campanas a modo de llaves de cobre y de hierro que tañen, y atambores como los chi­ nos ; y tengo para mí que la manera de la orden vino de la China, porque en la China vi lo mismo. A éstos les está prohibido tener mujeres, y tienen pena de muerte si se las sienten. No comen ninguna manera de carne, sino bledos y otras hierbas y legumbres; ni tampoco comen peces. Son muy es­ timados de los grandes y pequeños. De manera que los reyes

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son mandados por ellos. Sus casas de oración son muy bien hechas y los ídolos dorados; la cabeza del ídolo es como cabeza de cafre y las orejas horadadas como malabares. Estas casas tienen gran libertad; valen a todo delito, si no al ladrón, por ciertos días, porque no pueden estar muchos en ellas. Hay también otros ídolos que se parecen a nuestros confesores y algunos mártires, como San Lorenzo y San Esteban, con sus diademas; mas todos están rapados. Estos bonzos andan todos rapados con navaja y traen unas túnicas largas y no han de ser pintadas. Traen encima otras túnicas de lino negro, largas hasta el pecho y traen estolas por el cuello. Es gente muy deseosa de saber en qué adoramos, y huélganse con las nuestras imágenes y pónenlas en la cabe­ za, y así desean de venir a nuestra tierra. Hay de estas órde­ nes negras y pardas, que todos tienen una cosa: escriben y leen chino y no lo saben hablar ; entiéndense con los chinos por escrito: los chinos no saben hablar japonés. Tienen también las mujeres, de estas mismas órdenes; y tienen casa sobre sí, y no conocen hombres, y si lo hacen tienen también pena. Andan vestidas y rapadas como los frailes. Así vi también otra manera de orden de Padres (sacer­ dotes) que adoran otros ídolos; que no es la misma orden de la tierra. Tienen sus ídolos pequeños, metidos en taber­ náculos, que nunca los ven, sino en alguna fiesta. Estos ídolos tienen en bosques grandes, fuera del lugar, y son m'uy venerados. Estos andan vestidos como los legos (se­ glares), traen armas como ellos, y en la cabeza traen un bonete cuadrado tan grande como un puño, con un rebozo debajo de la barba. Estos tienen cuidado de tocar un cuer­ no cuando quieren juntar la gente. Son grandes hechiceros y traen siempre cuentas al cuello por donde los conocen; éstos tienen mujeres que los ayudan a rezar; no sé si tienen

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con ellas más conversación; no tienen escritura ninguna, sino la de la tierra. Estos no conversan con los otros. A estos vi nacer estas rogativas por los muertos üe esta manera: Juntanse cuatro o cinco Padres y con ellos una mujer vieja ue su orüen a casa del iclolo, que es donde las lian ue Hacer con aquellos que mandan hacer esta rogativa y comen arroz, savua (_arioz tostado) y vmo y caxxaS, y entre touos comen ue la savila y üeDen una porcelana de vmo; y el que tiene cuidado del tai ídolo abre ei tabernáculo y saca de el un atamuor y unos sistros, una saya de uanitibco de mujer con un velo colorado, ue seis o siete codos de laxgo y dos de ancho, y sacan también un ovillo con diez o doce cascabeles y el ovillo sera ue un palmo en largo, y cierra luego el tabtrnáculo, y la mujer viste luego la saya y pone el velo desde la cabeza que le llega hasta ci suelo, y entonces toma los cascabeles en la mano derecha y los otros tañen los tamboriles y los sistros, y ella baila y canta y ellos responden por espacio de media ñora, y en­ tonces tornan otra vez a comer y enciérranlo. Yo vi un ídolo de éstos, y son muy feos y muy mal pro­ porcionados. Estos Padres se llaman Sho. En toda esta tierra, desde Meaco hasta donde tene­ mos descubierto, no hay sino una lengua y manera de hablar.» Todo esto y mucho más escribió el capitán Alvarez para el santo Padre, en su relación sobre la recientemente des­ cubierta tierra del Japón, y ello bastó para excitar la curio­ sidad y el celo de Javier por las almas. Ciertamente, el viaje al japón era duro y peligroso, el más peligroso de cuantos se hacían por los mares del Orien­ te. Crueles piratas chinos, ciclones espantosos y escollos ig­ norados amenazaban a los viajeros; pero Javier persistió firme en su propósito. Dentro de dos años o él o algún otro Padre acompañarían al Japón a Angero, para anunciar allí

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el Evangelio. Hasta entonces Angero y sus dos compañeros aprenderían mejor el portugués en el Colegio de San Pa­ blo, se instruirían sólidamente en el cristianismo, y se habi­ litarían así para servir después al Padre de intérpretes en el Japón. . ***

Ocho días después de la llegada de Angero, partió de Malaca el barco en que iba Javier. Muy a. gusto se hubiese él llevado a los tres japoneses; pero éstos, como obligados que estaban a los portugueses, sus amigos, preferían hacer con ellos el viaje unos días más tarde. Los habitantes de Malaca vieron con pena despedirse al Padre, y para consolarles hubo éste de prometerles antes de salir, les enviaría algún Padre en su lugar. Un clérigo tomó sobre sí por entonces el cuidado de enseñar a los niños el catecismo en verso. Durante la travesía a la India, se desató un furioso huracán, que duró tres días y tres noches. Se arrojaban al mar por la borda todas las cosas, oíanse llantos, alaridos y gritos de desesperación. Sólo Javier permanecía sereno. Con­ solaba a la gente, le animaba, oía sus confesiones, y cuando en medio de la más tempestuosa y oscura noche era más fuerte el ímpetu del vendaval, él se encerró en su camarote y se postró en tierra a hacer oración ante un crucifijo. Y en aquellos momentos se encomendó a Dios Nuestro Señor y a su santa Madre y a los Santos todos del cielo— comen­ zando por la bendita ánima de su compañero Pedro Fabro—■ y a todos los Santos Angeles y a las oraciones de la Santa Madre Iglesia, Esposa de Jesucristo; y más que nada, colo­ caba su esperanza toda en los infinitos méritos de la Pasión y Muerte de Jesucristo, su Salvador y Señor. Y así, en me­ dio de la tempestad, podía llorar de gozo y sé hallaba con­

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solado y pedía a Nuestro Señor que si El se dignaba sal­ varle de ella, fuese solamente para más padecer. El huracán pasó. Enseguida aparecieron los elevados montes de Ceilán. Allá arriba, entre aquellos montes, se en­ contraba el reino de Kandy con su Monarca cristiano. Muy pronto la cruz de Cristo extendería desde allí sus conquistas sobre toda Ceilán. Así se lo habían dicho.

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La cruz y el oro (primavera de 1548) Sum ario: Mansilhas sale de la Compañía. — Las pasiones de los hom bres; amor del Santo a la Compañía. — Reúne en Manapar a los misioneros. — Su despedida.

el convento de Franciscanos de Cochín halló Ja­ vier a su amigo, el señor Obispo, y además al Supe­ rior de la Misión Franciscana de Ceilán, Fr. Juan de Villa de Conde, con otros tres misioneros _de la Misión de Basain, fundada durante su ausencia, y los cuatro Padres Agustinos españoles de la flota de Villalobos, dispuestos ya a regresar por fin a su patria. En la casa de su antiguo amigo el párroco Pedro Gonzálvez, donde se hospedaba, encontró también a dos -de sus Hermanos: Mansilhas y un joven portugués llamado Adán Francisco. . El Padre tenía que despedir de la Compañía a Mansilhas. Su falta de obediencia podía ser perniciosa para los demás, y en la India le era imposible a la Compañía de Jesús des­ arrollar como ella quería su labor metódica y fructuosa en las Misiones sin una severa disciplina y una alegre dis­ posición aun para la cruz y el matrtirio. Volvió, pues, a po­ nerle como sacerdote secular, en manos del señor Obispo.

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Este anciano Pastor de la India llevaba por entonces sobre sus hombros una gravosa cruz cuyo peso descargó confidencialmente sobre su amigo Javier. Los decretos traí­ dos de la Metrópoli en 1546 por el Vicario general para la reforma y adelanto de las Misiones de la India habían quedado sin cumplirse en su mayor parte, a causa de la oposición hecha aquí por los empleados portugueses, y prin­ cipalmente por el Consejo de Indias, al que el mismo gober­ nador D. Juan de Castro no se había atrevido a hacer frente. Los fondos otorgados por el Rey para la reciente Misión de Basaín, puede decirse que apenas se tuvieron en cuenta para nada. Al rey de Tanor, deseoso de hacerse cris­ tiano, se le negó el auxilio militar solicitado; en cambio, el rey de Travancor podía impunemente perseguir a los cris­ tianos y al rey de Kandy en Ceilán, que se había hecho cristiano, los portugueses le habían, por decirlo así, vuelto a dejar vergonzosamente en la estacada el año 1546, pues el socorro enviado a las órdenes de Antonio Moniz Barreto en 1547, llegó demasiado tarde. Por el contrario, los emplea­ dos portugueses de la corona, arrastrados de una vil códicia, prestaron al rey de Kotta toda la ayuda posible para la guerra contra su enemigo, a pesar de haber sido él el asesino del príncipe heredero y el perseguidor de los cristianos. ¿Qué de extraño tenía, pues, que hubiesen cesado las conversiones en Ceilán, y que los recién con­ vertidos desertasen de la Iglesia a bandadas, y que el rey de Kandy, olvidado por sus aliados cristianos, ame­ nazado por sus magnates paganos, rodeado por todas par­ tes de poderosos enemigos, hubiese vuelto a la idolatría, y prohibiese nuevas conversiones pa.ra evitar alguna insu­ rrección en sus propias tierras ? Así y todo, el príncipe here­ dero seguía allí dispuesto a abrazar el cristianismo, si se enviaban 300 portugueses en su auxilio. Fray Juan de Villa de Conde había compuesto una ex­

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tensa relación dirigida a Juan III sobre el deplorable estado de la Misión de Ceilán, a fin de alcanzar esta ayuda. Javier apoyó su petición en dos informes al Rey y a Simón Rodríguez. No quería, ciertamente, hacer violencia al Monarca, siendo como era «el principal y verdadero pro­ tector de toda la Compañía de Jesús, así en amor como en obras». Pero él no veía otro remedio para la Misión de la India, sino éste: que el Rey mandase a su Gobernador procurar con toda energía la difusión de la fe y que le urgiese el cumplimiento de este mandato, jurando por Dios que como él no cumpliese con ésta su obligación, a su vuelta de las Indias le desposeería de su hacienda y le pondría en cadenas para muchos años, como acostumbraba hacerlo cuando sus empleados faltaban a los intereses reales. «Si el Gobernador tiene para sí por muy cierto— añadía—• que Vuestra Alteza habla de verdad, y que ha de cumplir el juramento, la isla de Ceilán toda será cristiana en un año y muchos reyes de los del Malabar y cabo de Comorín y de otras muchas partes; y en todo el tiempo que los gobernadores no vivieren con este miedo de ser deshonrados y castigados, nada hará Vuestra Alteza». En otra carta Javier suplicaba a su vez al Padre Provin­ cial, Simón Rodríguez, intercediese ante el Rey confirmando su petición, y le mandase algún predicador para instruir en la fe a los ignorantes portugueses y a ■los cristianos indígenas. Pedía también algunos, misioneros de infieles só­ lidamente probados en la virtud y a quienes pudiera enviar solos a donde quiera que se ofreciese ocasión del servicio de Dios, como por ejemplo, a Malaca, China, Japón, Pegú y otras tierras. Salían asimismo dos cartas m ás: la una para Ignacio, la otra para sus Hermanos de Roma. En ellas se remitía con todas las veras de su corazón a las acciones de gracias

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de sus compañeros de horas felices y a su querida Compa­ ñía de Jesús. Y termina así su extenso escrito sobre el viaje al Oriente : «Cuando comienzo a hablar de la sancta Compañía de Jesús no sé salir de tan deleitosa conversación, ni sé acabar de escribir. Mas veo que me es forzado acabar, sin tener voluntad ni hallar fin, por la prisa que tienen las naos. No sé con qué mejor acabe de escribir que confesando a todos los de la Compañía, quod si oblitus unquam fuero Societatis N om inis Jesu, oblivioni detur dextera mea (que si alguna vez me olvidare de la Compañía del Nombre de Jesús, piér­ dase el recuerdo de mi propia diestra), pues por tantas vías tengo conocido lo mucho que debo a todos los de la Com­ pañía.» ***

Despedida ya la armada para Portugal, salió también Javier con Adán Francisco para el cabo de Comorín a vi­ sitar a los Hermanos de aquellas tierras. Cuatro nuevos jesuítas trabajaban allí, ayudados de tres sacerdotes indí­ genas. Los paravas recibieron jubilosos a su gran Padre. Reunió éste en Manapar a los misioneros. A ninguno de ellos conocía aún, fuera de los sacerdotes d e b á is , Coelho, Manuel y Gaspar; pero todos ellos eran obreros según su corazón y la llegada del Padre les llenó a todos de santo gozo. Habían elegido por Superior a! P . Antonio Criminal, na­ cido en las cercanías de Parma, conquistado para la Com­ pañía por Fabro y recibido en Roma por el mismo San Ignacio. Sólo contaba veintiocho años de edad, y era ya el más acabado modelo de virtud entre sus compañeros de misión por su angelical pureza, humildad, desprecio del mundo, espíritu de oración, prudencia, jovial amabilidad y celo infatigable de la salvación de las almas.

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Había tomado para sí la parte mas difícil del campo misional: las catorce aldeas de los pescadores mákuas, en Travancor, donde el Rey, instigado por consejeros musul­ manes tenía prohibidas las conversiones desde hacía un año y perseguía a los cristianos. De las nueve aldeas, situadas entre el cabo de Comorín y Manapar, cuidaba el joven Manuel de M orales, que aún no estaba ordenado de sacer­ dote. De los cinco puestos próximos se encargaba el caste­ llano intrépido P . Cipriano , vigoroso aún, a pesar de sus sesenta, e ingresado en la Compañía de Roma el año de 1540. poco después de la partida de Javier. De la región Norte, desde Punicale hasta Tuticorín, cuidaba el «cristiano nuevo» P , Enrique Enriques, encargado de visitar de mes en mes. o cada dos meses, las aldeas de Bembar y Veipar, situadas más al Norte, y de procurar reforzar con su pres­ tigio la autoridad débil todavía del sacerdote indígena allí residente. La vida de los misioneros era realmente dura. El con­ tinuo viajar de una aldea a otra bajo los rayos de un sol abrasador, la mala alimentación, el desconocimiento de la lengua, la testarudez, ingratitud y groseras calumnias de algunos cristianos, el mal ejemplo de muchos portugueses y la persecución de los paganos constituían una pesada cruz. Con todo, la Misión iba adelante. Mantúvose con severidad la disciplina eclesiástica; la idolatría y el adulterio se casti­ gaban con azotes y cárcel, y más de una vez confirmó Dios mismo con patentes castigos la autoridad del Padre. Cierta aldea, en que se pretendía maltratar al P. Cipriano, pereció poco después entre las llamas. Al pretender cierto cristiano matar al P. Criminal, porque le había quitado un ídolo, vió instantáneamente muerta a su propia mujer; y casos pare­ cidos podían contar también Enríquez y Morales como suce­ didos a ellos. En cambio la oración de los Padres sanaba

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a los enfermos, y hubo un mudo que con ella recobró el habla súbitamente. , *** Diez días permaneció Javier en Manapar en compañía de sus misioneros. Preguntóles sobre su vocación a la Com­ pañía, sobre el fruto de sus trabajos, sus alegrías y sus pe­ nas, y sobre los progresos que la Compañía había hecho en la lejana Europa. El a su vez. les hablaba d'